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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico1
Self-reference as a resource for the construction of the therapeutic style
Tania Moreno2
Luis Olmos3
Walter Ceballos4
Resumen
El presente artículo de reflexión profundiza sobre dos categorías de gran importancia para
el adecuado desarrollo de la terapia sistémica, que permiten un ejercicio profesional responsable,
y en el que se integran bases epistemológicas y aprendizajes adquiridos. El interés surgió a partir
de la pregunta: ¿cómo la autorreferencia se convierte en un elemento clave para la construcción
del estilo terapéutico? para dar respuesta a este cuestionamiento, se realizó un rastreo de
información bibliográfica que permitiera comprender la relación que existe entre el estilo
terapéutico y los procesos autorreferenciales, en el que se explora sobre elementos particulares de
la autorreferencia y cómo estos se convierten en una pieza clave que ayudan a tal fin;
reconociendo que ambos conceptos se encuentran en permanente cambio de acuerdo a múltiples
1 Este artículo de reflexión surge como producto de la formación adquirida durante la especialización en Psicología
Clínica con Énfasis en Niñez y Adolescencia de la Universidad Católica de Pereira. Junio 2020
2 Psicóloga egresada de la Universidad Antonio Nariño, Candidata a Especialista en psicología clínica de la
Universidad Católica de Pereira. En taniaz08@hotmail.com
3 Psicólogo egresado de la Universidad Surcolombiana, Candidato a Especialista en psicología clínica de la
Universidad Católica de Pereira. En luis.olmos.225@gmail.com
4 Director. Psicólogo egresado de la Universidad de Manizales, Especialista en Consultoría y Psicoterapia Sistémica,
Docente en Especialización en Clínica con Niños y Adolescentes en la Universidad Católica de Pereira. En
walceb@yahoo.com
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
factores personales y contextuales de ambos sistemas, para finalmente ofrecer una crítica a la
formación de terapeutas y proponer cuestionamientos personales autorreferenciales que pueden
servir de ejemplo para la construcción continúa del estilo terapéutico.
Palabras clave
Autorreferencia, Estilo terapéutico, Relación terapéutica, Reflexividad
Abstract
The present reflection article delves into two categories of great importance for the
adequate development of systemic therapy, which allow for a responsible professional practice,
and in which epistemological bases and learning acquired. The interest arose from the question:
how does self-reference become a key element in the construction of the therapeutic style? In
order to answer this question, a search of bibliographical information was carried out, which
allows us to understand the relationship between the therapeutic style and the self-referential
processes, in which we explore particular elements of self-reference and how these become a key
element that helps to this end; recognizing that both concepts are in permanent change according
to multiple personal and contextual factors of both systems, to finally offer a critique to the
formation of therapists and propose personal self-referential questions that can serve as an
example for the continuous construction of the therapeutic style.
Key words
Self-reference, Therapeutic style, Therapeutic relationship, Reflexivity
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
Los recursos con los que cuenta un terapeuta para ejercer su labor son muchos y variados,
algunos surgen desde el ámbito técnico, otros desde lo epistemológico o desde lo experiencial;
sin embargo, existen recursos que no son tan explorados desde los programas de formación en
psicoterapia: los recursos personales del profesional.
En los procesos psicoterapéuticos, en la relación que se establece entre terapeuta y sistema
consultante, se presentan con inesperada frecuencia situaciones en las cuales el terapeuta
experimenta un sentimiento que no solo tiene que ver con él, sino que guarda estrecha relación
con el sistema consultante (Elkaïm,1998). Como lo considera este autor, al terapeuta le
corresponde la tarea de tomar conciencia de este sentimiento, analizarlo, elaborarlo y descubrir el
sentido que dicha conexión tiene para ponerlo al servicio de la economía del sistema terapéutico.
Hacer caso omiso de dicho sentimiento, dejándolo pasar de largo, o simplemente darle rienda
suelta en el momento, sin reflexividad alguna, puede poner en riesgo la evolución del proceso.
Los procesos emocionales que acompañan al terapeuta, durante mucho tiempo han sido
puestos en tela de juicio como recurso importante para el buen desarrollo de la terapia, en aras del
culto a la objetividad y la defensa de la neutralidad. Ni siquiera la terapia sistémica,
especialmente en sus inicios, logró escapar a este prejuicio. Así lo señala Linares (2012) cuando
expresa que Bateson:
De vez en cuando, fulminaba algún concepto descalificándolo como dormitivo, y
las consecuencias se hacían notar en la terapia familiar. Lo hemos visto a propósito
del diagnóstico, y lo veremos referido a las emociones, que se convirtieron
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
también en innombrables durante bastante tiempo, provocando incluso la salida de
Virginia Satir del equipo de Palo Alto por emotiva (p.31).
Así que, para ciertos terapeutas, los procesos autorreferenciales se tornan embarazosos. Al
respecto, Elkaïm (1998) cuestiona: “¿Y qué? ¿Acaso existimos en un cielo azulado sin ninguna
historia y sin ninguna relación con las personas con que nos confrontamos?” (p.112), a lo que se
puede añadir ¿es posible siquiera pretender no verse afectado por el sufrimiento de quien nos pide
ayuda? ¿no sería más útil dejar de evitar las emociones del terapeuta y utilizarlas, por medio de la
autorreferencia, para lograr los objetivos de la terapia? Estas preguntas son las que plantean la
necesidad de proponer el diálogo frente al tema, y es algo que otros terapeutas se han cuestionado
en tiempo anteriores.
La autorreferencia, se ha visto reivindicada en los planteamientos y estudios de autores
como Elkaïm (2005) quien en su obra Si me amas no me ames resalta dos problemas teóricos
importantes que causan dificultad en el campo de la terapia familiar, la estabilidad y el cambio, y
la autorreferencia, dejando claro que esta última da cuenta del sentir del terapeuta, “lo que no
solo se remite a su historia personal, sino también al sistema en que este sentimiento emerge”
(p.15), convirtiéndose en un recurso al servicio mismo del sistema terapéutico.
Por su parte Garzón (2008) en su artículo Autorreferencia y estilo terapéutico: su
intersección en la formación de terapeutas sistémicos describe cómo un seminario de maestría
posibilitó la formación de terapeutas sistémicos, desde procesos experienciales por medio de tres
estrategias básicas: talleres en escenarios pedagógicos, ejercicio de mapeo personal y
conversaciones con un autor elegido; con el objetivo de fortalecer la ética del terapeuta, dar
forma a los procesos autorreferenciales, mediante la reflexividad, lo que aporta al estilo personal
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
del terapeuta gracias a la integración de las voces de los consultantes, de la cultura en la que está
inmerso, de su historia de vida y del diálogo con sus compañeros.
De la misma forma Estupiñán, Hernández y Serna (2017), en el texto transformación de
la subjetividad en la psicoterapia sistémica, se interesan por “hacer explicitas las conexiones
subyacentes entre los dominios de la vinculación, la narrativa y la memoria en la conformación
de los problemas y de los cambios que transitan en la psicoterapia sistémica” (p.11), en torno a la
subjetividad, su emergencia y su transformación; desde lo paradigmático, epistemológico,
disciplinar, político y social, y los modelos de formación psicoterapéutica; logrando algunas
conclusiones entre las cuales desataca que la capacidad de auto-observación de la propia
experiencia individual es un recurso que favorece el cambio del sistema terapéutico.
Igualmente, Celis y Rodríguez-Ceberio (2016) en el texto “Constructivismo y
construccionismo social en psicoterapia” proponen un artículo en el que se establece una postura
crítica entre ambos modelos y cuatro artículos más sobre cuestiones teóricas a cerca del
constructivismo, estilo terapéutico, el concepto de cambio, relación terapéutica y la
autorreferencia “como recurso indispensable (...) que nos ubica en un reconocimiento de sí y del
otro, de un sistema y de un entorno que co-evolucionan de manera interdependientes y
autónomos” (p.2).
Este artículo propone reflexionar sobre la importancia de utilizar los recursos personales
del terapeuta como elementos útiles para el desarrollo de psicoterapia; a partir del cual se aborda
la autorreferencia como un recurso clave del terapeuta para la construcción del estilo terapéutico,
ya que termina siendo la huella personal que deja como profesional y como persona en la
solicitud de un consultante que acude en búsqueda de ayuda (Casari, Ison y Gómez, 2018).
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
Por lo anterior, se hace necesario profundizar en la comprensión de la relación que existe
entre estos dos conceptos, tratando de explorar los elementos de la autorreferencia que ayudan a
la formación del estilo terapéutico, lo que puede llevar a conocer de qué forma se convierte en un
elemento clave en la construcción del estilo.
Para llevar a cabo el desarrollo de este artículo, se realiza un proceso de revisión
bibliográfica que aportara a la construcción de este, centrado en las categorías ya mencionadas de
estilo terapéutico y autorreferencia, teniendo en cuenta los aprendizajes adquiridos a lo largo de
la Especialización en Psicología Clínica con Énfasis en Niños y Adolescentes de la Universidad
Católica de Pereira.
En primer lugar, se introduce el concepto de estilo terapéutico, o estilo personal del
terapeuta como lo llaman algunos autores (Casari, Ison, Albanesi y Maristany 2016), para indagar
esta categoría y entender cuáles son las caracteristicas que lo conforman, y de esta manera poder
comprender la relación que existe entre este concepto y el de autorreferencia; una vez logrado
esto, se procura dar claridad acerca de qué es la autorreferencia, conociendo las raíces
epistemológicas que dan sustento teórico, resaltando los autores que se han dado a la tarea de
investigarla y explorando los elementos que la conforman y que ayudan a la construcción del
estilo del terapeuta.
Para finalizar, la unión de estas dos categorías confluye para dar cuenta de la forma en la
que la autorreferencia se convierte en un proceso clave para la formación del estilo terapéutico,
haciendo uso de las reflexiones propias de los autores que, por medio de la misma auto
observación y la experiencia en el ejercicio profesional y académica, llevan a la escritura de este
artículo.
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
2. Estilo personal del terapeuta
Algunos autores, como Rodríguez-Ceberio y Linares (2005), definen el estilo personal del
terapeuta como un proceso dinámico de aprendizaje, que surge a partir de factores personales y
contextuales, dando lugar a elementos clave durante las sesiones, los cuales pueden volverse
repetitivos durante estas, y así configurar el estilo propio. Desde este punto de vista, es
importante resaltar la palabra proceso en esta definición, ya que permite comprender la
naturaleza del estilo, la cual siempre está en construcción y en evaluación constante. Además,
como menciona Garzón (2008), posibilita conocer y reconocer las habilidades, limitaciones y
alcances del terapeuta durante la psicoterapia. De esta forma, se puede afirmar que el estilo nunca
termina de construirse, sino que evoluciona constantemente dependiendo de factores que se
explicarán a continuación.
La forma en la que un terapeuta lleva a cabo la psicoterapia parte de su misma
idiosincrasia, cómo ve el mundo, las creencias que tenga respecto a las normas culturales,
religiosas, éticas, ideológicas y filosóficas (Garzón, 2008). Es decir, del sujeto político que sea en
ese momento, su historia personal y los agentes implicados en su formación. Varela (2019) lo
identifica en la epistemología que lo guía, quien lo supervise, el equipo que lo rodea y su familia
de origen, o parafraseando a Garzón (2008), los sistemas a los que pertenezca o haya pertenecido
y el modo en el que se haya relacionado con estos a lo largo de su historia, son los que van
posibilitando la evolución del estilo personal y la creación de una identidad terapéutica.
Llama poderosamente la atención que la relación que se establece entre consultantes y
terapeutas sea terapéutica en sí (Froján, 2011), por ello, es vital el buen establecimiento de una
relación terapéutica; en este caso con cada uno de los miembros del equipo, dando especial
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
atención a lo que Garrido y Fernández llaman el ritual de presentación, en el que se le debe
trasmitir confianza y respeto, explicando con claridad cada uno de los aspectos del proceso,
buscando poner a la familia en una posición de igualdad y creatividad (1997). Estos rituales y
formas en las que se trasmiten ideas y emociones, o la manera en la que es vista la familia en
consulta, hacen parte del estilo e influye directamente en la configuración de la relación
terapéutica, pues todo lo que piense y sienta, afecta directamente al sistema consultante, ya que
“Aquello que nace en el terapeuta puede ser indicativo de una regla importante para el sistema
terapéutico en cuanto a su dinamismo, evolución y su eficacia para la trasformación y el cambio”
(Garzón, 2008, p. 163).
Casari, Ison, Albanesi y Maristany (2016) definen el estilo personal del terapeuta como un
concepto “Multidimensional, presente en todo proceso terapéutico, que describe las
disposiciones, los rasgos y las actitudes del terapeuta en su ejercicio profesional.” (p. 9), en su
investigación citan a García y Fernández-Álvarez (2007), quienes proponen una serie de
funciones que lo conforman: la función instruccional, la cual se mueve entre la flexibilidad y la
rigidez; la función expresiva, que puede ser distante o cercana; la función de involucramiento,
que va de menor a mayor grado; la función atencional, amplia o focalizada; y la función operativa
que puede ser espontánea o pautada. Estas funciones son solo una de las tantas formas en las que
se pueden categorizar o caracterizar los aspectos que conforman el estilo, pero más allá de
profundizar en ello es importante ver que conjugarlas, moverse entre unas y otras o tener
preferencias a la hora de ponerlas en práctica depende de la decisión que tome el terapeuta, de
manera voluntaria o involuntaria, para enfrentar la responsabilidad de atender la solicitud de
ayuda con la que llegan a él.
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
Este cúmulo de decisiones son las que van formando el estilo personal del terapeuta, y si
no se toman de una forma consciente y estructurada se corre el peligro de caer en algunos de los
tipos de estilos con características disfuncionales (Rodríguez-Ceberio y Linares, 2005) como el
obsesivo, enfocado en seguir al pie de la letra los manuales; racional o intelectual, puramente
teóricos sin espacio para la emoción personal; clon, identificado con su formador o alguna figura
importante; impotente o desvalorizado, necesitado de trabajo personal para superar la
desconfianza en sí mismo; aterrado, paralizado por el miedo; omnipotente, soberbio y pedante;
pseudocreativo, quien peca del eclecticismo excusándose en el todo vale; bombero, incondicional
y sobreprotector. En los que se puede caer sino se establece un proceso de formación responsable
y comprometido.
De la misma forma, Rodríguez-Ceberio y Linares (2005) plantean unos arquetipos de
estilo positivo que facilitan la tarea terapéutica. El clínico creativo, que logra innovar sin perder
sus bases teóricas; el positivo, que puede ver algo bueno incluso en las peores situaciones, siendo
especialmente hábil para connotar positivamente durante la terapia; el cuestionador, muy dado a
presentar desafíos y confrontar explícitamente al consultante; los mediadores, que contrario a los
anteriores siempre intentan mediar entre posiciones enfrentadas; los que realizan muy buenas
preguntas, que facilitan un efectivo interrogatorio circular; los humoristas; que hacen uso de los
chistes y las gracias para movilizar los sistemas; los teatrales, quienes tienen facilidad para
adaptarse al sistema consultante; los narradores, que por medio de historias y analogías logran el
cambio; prácticos y directivos, quienes fácilmente dejan tareas y prescripciones; ayudadores y
contenedores, capaces de atender crisis manejando muy bien la situación; observadores de otras
perspectivas, cuya habilidad en el discurso les permite crear nuevas realidades en la narración;
actores y mimos, capaces de utilizar sus cuerpos y habilidad de crear situaciones dramáticas
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
como técnicas terapéuticas; anticonvencionales, quienes hacen uso de la paradoja con suma
facilidad; y los emotivos inteligentes, que involucran sus emociones de forma controlada para
que los sistemas se muevan hacia el objetivo propuesto. Estas características y estilos indican que
un terapeuta no debe ser “neutral, ni distanciado, sino co-responsable del proceso, implicándose
desde posturas de curiosidad, respeto, acople emocional lingüístico” (Estupiñán y González,
2012, p. 140).
Es importante tener en cuenta que la psicoterapia crea un contexto de ayuda, donde ambos
sistemas son co-constructores de nueva realidad y este espacio se convierte en una oportunidad y
un “Reto para el terapeuta, asumiendo una postura apreciativa del problema, desde una lectura
interaccional como una oportunidad de reorganización” (Londoño, 2018, p. 96), Por ello se puede
evidenciar que en esa co-construcción, el terapeuta pone en la terapia su ser a disposición del
sistema consultante por medio de su estilo, lo cual se reafirma con el aporte de Socha y Castillo
(2017), quienes dicen que:
El estilo terapéutico es un aspecto de la identidad del profesional que está sujeto a las
dinámicas de la complejidad, en el sentido de que cada vez se van incluyendo más
elementos en la medida en que su experiencia lo invita a relacionarse con los demás,
otorgándoles un sentido a estos para su práctica y aplicándolos en función de aquello
que él define como pertinente para proceso clínico (p. 99).
Estos mismos autores proponen un proceso de construcción del estilo. Este parte de la
intersubjetividad, entendida como el diálogo entre las posiciones políticas de los sujetos que
interactúan con el terapeuta, incluida el sistema consultante, para pasar a las dimensiones
referenciales -comprensión del problema-, autorreferenciales -relación con sí mismo- e
interreferenciales -el problema construye la relación y la relación construye el problema-, y así ir
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
creando y formando un estilo personal en cada encuentro terapéutico y no terapéutico (Socha y
Castillo, 2017).
Como se puede observar a lo largo de este apartado, profundizar en lo que implica el estilo
personal del terapeuta conduce inevitablemente a la autorreferencia, puesto que gracias a ella el
terapeuta puede lograr “Contactar con el estilo de intervención que le resulta más sencillo de
manejar, pero a la vez comprender de donde surgió y cuáles fueron las interacciones que llevaron
a desarrollarlo con mayor asiduidad” (Ceberio y Linares, 2005, p. 56), de esta forma es como se
hace necesario explorar los elementos que la conforman y que posibilitan la construcción del estilo,
pues la autorreferencia es aquel proceso en el cual el sistema terapéutico se autoevalúa y
autoorganiza, mediante un proceso autopoiético (Celis y Rodríguez-Ceberio, 2016).
3. Observando (nos). Autorreferencia.
Se entiende como autorreferencia, aquel proceso en cual el observador pasa a ser
observado; en este caso, “Un observar a sí mismo a partir de otro, meta-observación, para ver lo
que antes no había visto o que ya lo conocía, pero desde un lugar diferente, sea el sistema
consultante o el terapeuta” (Celis y Rodríguez-Ceberio, 2016, p. 13), ambos sistemas en conjunto
conforman el sistema terapéutico; el terapeuta como parte de este sistema, debe observar de
manera cuidadosa y detallada sus propias observaciones, para poder generar una adecuada
interpretación del caso y tomar decisiones responsables de intervención, entre ellas, la forma en
la que se relacionará con el sistema que tiene en frente.
Así que, para el establecimiento de la relación terapéutica, no es suficiente con que el
terapeuta observe cuidadosamente el sistema consultante, es imprescindible también un proceso
autorreferencial que, al decir de Maturana (1996), ponga la objetividad entre paréntesis para darle
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
paso a la mirada del sí mismo. Esta mirada sistémica, se ve claramente enriquecida por el aporte
del constructivismo que se enfoca “En lo individual y privilegia los procesos internos, entiende
que la realidad es construida por el ser humano a partir de esquemas previos, que han sido
asimilados e interactúan con el mundo social a través del lenguaje” (Celis y Rodríguez-Ceberio,
2016, p. 5).
Por lo anterior se deduce entonces que el “ser” no se construye solamente de las
interacciones sociales, sino también gracias a procesos intrapsíquicos, que permiten que cada
persona pueda hacer un análisis de su situación y de lo que forma en contexto para la toma de
decisiones, “Que en relación con el medio e interdependencia con lo social tiene la capacidad
para generar cambios y actualizar dicha estructura y, a su vez, transformar el entorno” (Celis y
Rodríguez-Ceberio, 2016, p.5) y sobre todo a sí mismo.
Se hace entonces “Indispensable abordar lo relacionado con el “ser” del terapeuta, que
incluye su forma de ver el mundo, sus creencias, su cultura, así como los dilemas y situaciones
críticas inherentes a su propia vida y al ejercicio de la terapia” (Garzón, 2008, p. 162), pues es
entendiendo que en la relación terapéutica aunque ambos sistemas están en la capacidad
autorreferencial, es el dominio o la experticia del terapeuta como experto en la teoría quien tiene
una mayor posibilidad de hacer un proceso inicial más oportuno que el sistema consultante,
“Generando novedosas distinciones para la emergencia de algo nuevo a través del proceso de la
reflexividad” (Celis y Rodríguez-Ceberio, 2016, p.13), en la danza de la terapia permitiendo que
el sistema consultante también lo haga, todo esto posibilitado por la forma en la que el terapeuta
baila, es decir, según su forma de actuar.
Para comprender un poco más el fenómeno autorreferencial en el sistema terapéutico es
importante dar reconocimiento a Wiener llamado por Linares (2012) como el padre de la primera
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
cibernética pues gracias a sus aportes podemos abordar este concepto definiéndola como “La
ciencia que estudia el equilibrio de los sistemas y sus mecanismos controladores” (Linares, 2012,
p. 39), por la cual el terapeuta observa el sistema consultante procurando comprender la
demanda, recibiendo información del entorno y procesándola internamente para emitir luego más
información que genere un proceso de retroalimentación (Garibay, 2013).
Surge de lo anterior el concepto de “Cibernética de primer orden o de los sistemas
observados (que sitúa al observador en el exterior del sistema observado)” (Brunet Icart y Morell
Blanch, 2001, p.33), y que permite que tanto sistema terapéutico como sistema consultante se
observen desde sus puestos como externos evaluadores del otro, pues como lo afirma Toiber,
Mancillas, y Montero (2018, p. 34) “El sistema observado se considera fuera del observador” y
este es un punto de partida positivo para que el establecimiento de la relación terapéutica genere
procesos intrapsíquicos que permitan al terapeuta identificar las pautas interaccionales y la
posible demanda del sistema consultante por fuera del sistema (Castañeda Cantillo, 2018).
Dentro de este mismo proceso de cibernética el sistema observador pasa a observarse
dentro del contexto terapéutico como parte del sistema; proceso que Celis y Rodríguez-Ceberio
(2016) consideran como “Cibernética de la cibernética”, pues como lo menciona Forster (2006)
citado por Motta y Cardona (2018, p.17) “Al incorporar el concepto de observador, trasciende la
cibernética de primer orden o de los sistemas observados, a una de segundo orden o de los
sistemas observadores, donde el observador se ubica en el sistema observado” y es desde allí
donde el terapeuta debe reflexionar desde qué postura se encuentra observando lo observado,
como mencionan Celis y Rodríguez-Ceberio (2016) quienes dicen que:
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
La autorreferencia lleva al psicoterapeuta de manera reiterada una y otra vez a
preguntarse ¿desde qué lugar estoy leyendo al otro? y si desde ese lugar en el que lo
estoy mirando ¿es el lugar que el otro necesita para que emerja el cambio? (p.13)
Esta interrogación intrapersonal posibilita que se vaya construyendo una forma de llevar a
cabo las acciones con las que se da respuesta a sí mismo.
Como se puede ver, la cibernética base epistemológica de la autorreferencia tiene dos
niveles bien diferenciados, y es en el segundo en el que cobra sentido observarse a sí mismo. Sin
embargo, esto se queda a medias sin el proceso de reflexividad el cual va más allá y pretende
producir reflexiones introduciendo una novedad a través de "Un proceso reflexivo o
conversaciones sobre las conversaciones"(Anderson citado por Garrido y Santos, 1997, p. 3), que
solo es posible a través del cambio de observador a observado y viceversa permitiendo una
interacción más igualitaria e interesante ya que facilita una flexibilidad de roles y el
enriquecimiento de experimentar nuevas perspectivas. (Celis y Rodríguez-Ceberio, 2016).
Con base en lo anterior, se puede llamar a este proceso: “Reflexividad generativa”
(Castañeda, Gómez y Vargas, 2019, p. 59), ya que a partir de la meta observación es posible
generar procesos autorreferenciales, tanto en el sistema consultor como en el sistema consultante,
y sobre todo en el sistema terapéutico, dado que “La psicoterapia sistémica opera como una
conversación reflexiva, solidaria y protectora del cambio, se diría que es una experiencia de
segunda persona” (Estupiñán, Hernández y Serna, 2017, p. 34) que conduce hacia una
trasformación en los sistemas que participan, incluyendo al terapeuta quien cambia
constantemente a partir de lo ya mencionado.
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
Este último aspecto es interesante, ya que el terapeuta cambia después del encuentro con
el sistema consultante, es decir, se posibilita su autopoiesis gracias a la interacción con el otro y a
la autorreferencia que realiza tras esta, lo que conduce inevitablemente a reflexiones que lo llevan
a la potenciación de sus características personales y a la toma de decisiones durante la terapia, y
fuera de esta. Es así como tras salir de una sesión, o de terminar un proceso terapéutico, todos los
participantes sin excepción cambian (Páez, Arcila, Cabiedes, Cardona, Correa y Guevara, 2018).
4. La construcción del estilo, a partir de la autorreferencia
Gracias a la exploración de las anteriores categorías y conociendo las características de
cada una es posible proceder a realizar un análisis que permita ver cómo se puede construir el
estilo terapéutico a partir de la autorreferencia, entendiendo que están estrechamente relacionados
como lo deja claro Celis y Rodríguez-Ceberio (2016) cuando mencionan que “La epistemología
sistémica le otorga fundamento a las interacciones que llevan a que un terapeuta realice ciertas
intervenciones con un paciente que, obviamente serán diferentes a las que desarrolla con otro” (p.
42).
Son varios los autores ya citados que apoyan esta tesis, Castillo y Socha (2017) refieren
claramente durante su investigación que “La noción de segundo orden permitió dar cuenta de una
experiencia subjetiva, en la que los procesos autorreferenciales aportan a la construcción de su
estilo terapéutico” (p. 22). De la misma forma, el ser del terapeuta debe ser priorizado, lo cual
constituye una base para la práctica profesional constructiva.
Esta base de la práctica profesional es epistemológica, como menciona Castillo y Socha
(2017) al decir que “Se conforma por los modelos de psicoterapia, los cuales son construcciones
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
teóricas que conciben los dilemas humanos desde una perspectiva particular” (p. 24) desde la cual
el terapeuta puede identificar aspectos relevantes del proceso e interviene sobre ellos, pero está
acompañada inevitablemente por el ser del terapeuta, por ello revisar constantemente los aspectos
de la vida del terapeuta, con especial interés en la familia de origen, se vuelve una tarea
indispensable a la hora de llevar a cabo un ejercicio terapéutico, debido a que estos jugarán un
papel trascendental en la evolución del proceso ya que configuran el estilo terapéutico del
profesional y el establecimiento de una adecuada relación terapéutica (Pérez y Rábago, 2018) .
Trabajar en la persona del terapeuta se hace importante, ya que, así como se estudia y
entrena la aplicación de las diferentes técnicas y pruebas que serán utilizadas en terapia también
se debe dar gran importancia al mundo interior y el conocimiento de sí del terapeuta, dado que él
mismo ya es un instrumento terapéutico que determinará el éxito o el fracaso del proceso. De
esta forma, el terapeuta podrá ser capaz de hacer uso de las resonancias como estrategia, evitando
que éstas sean un obstáculo y, por el contrario, sirvan para posibilitar el cambio (Polanco,
Vergara y Santibáñez, 2019); aclarando que durante sus ejercicios de observación Elkaïm (2005,
p. 141) introdujo el concepto de resonancia, que describe como “Esos ensamblajes particulares
constituidos por la intersección de diferentes sistemas que conforman un mismo elemento” que
son como claves que emergen dentro de la sesión y que en palabras de Estupiñán, Hernández y
Serna (2017, p. 95) quienes citan a Elkaïm, hacen parte de la “Configuración particular donde las
personas pertenecientes a un mismo sistema vibran sobre el mismo tema”; y ello como un recurso
bien utilizado por el sistema terapéutico, puede favorecer el cambio, pero para ello el terapeuta
debe autorreferenciarse.
Sin embargo, ahí es donde se encuentra una falencia formativa, como ya lo mencionó
Garzón (2008) al destacar la importancia de “Formar un profesional cada vez más autónomo,
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
reflexivo y propositivo en oposición al terapeuta de otras épocas, estereotipado, definido en su
estilo por los modelos teóricos y por sus maestros” (p. 161). Y es que en los programas
formativos no se le da la importancia necesaria a la construcción de un estilo terapéutico dejando
esta tarea a exclusiva responsabilidad del terapeuta, y aunque como lo mencionan Casari, Ison y
Gómez (2019) la experiencia es un factor constructor del estilo, no se hace suficiente puesto que
no se enseña al estudiante a realizar procesos de reflexión personal que posibiliten hacer de esa
experiencia un recurso para que, por medio de la autorreferencia, evolucione en la construcción
de su estilo de manera consciente, haciendo uso de esta como herramienta en el ejercicio
profesional.
Algunos autores proponen maneras de formar a terapeutas a partir de su estilo personal a
través de ejercicios que suscitan la reflexión, tal es el caso de Rodríguez-Ceberio y Linares
(2005) en su libro Ser y Hacer en Terapia en el que plantean talleres a partir de la teoría, práctica
y supervisión que bien vale la pena explorar si este tema resulta de interés; para el presente
artículo solo se dirá que este esfuerzo debe trasladarse a etapas tempranas de la formación ya que
esperar a iniciar la práctica puede resultar tardío para inculcar el hábito de autobservación
constante que facilita la posterior autorreferencia. De la misma forma, es menester lograr que
estos ejercicios sean parte del diario vivir del terapeuta; tanto en su vida profesional como en su
vida personal, sin la necesidad de un supervisor presente.
Por estas razones, resulta desalentador que se tenga que llegar a instancias de posgrado
para empezar a tener reflexiones de este calado, ya que es a partir de la formación recibida en una
especialización en psicología clínica que los autores del presente artículo logran empezar a poner
en duda su estilo terapéutico, posibilitando así una reflexión cada vez más constante que permite
una evolución consciente y real que explota realmente las habilidades que tienen como génesis
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
sus historias personales, personalidad, ideología, valores y motivaciones para ejercer esta
profesión.
En este orden de ideas, se puede decir que a lo largo de los últimos dos años y gracias al
proceso de formación, se presentaron cambios significativos en la forma en la que se afrontaba el
ejercicio profesional por parte de quienes están tras la escritura de estas palabras: pasando de ser
una psicóloga y un psicólogo que seguían manuales, repetían técnicas, alejaban sus emociones de
su espacio de trabajo, evitaban pensar en los casos que recibían en consulta después de que
terminaba su jornada laboral y no se cuestionaban su actuar de forma constante; a terapeutas que
hablan de sus sentires, que se permiten emocionarse con la persona que acude a ellos en búsqueda
de ayuda, que utilizan aquello que sintieron para tomar decisiones que puedan ser útiles durante
los procesos, que escriben bitácoras para llevar registro de todos sus aprendizajes y que se ubican
simétricamente frente a familias o sujetos que son acogidos como expertos de su vida y sus
problemas durante las consultas; esto con base en la autorreferencia.
5. Conclusiones
Son varias las conclusiones que se pudieron obtener de la reflexión propuesta, se destacó
la importancia de los procesos autorreferenciales en la construcción del estilo terapéutico, dado
que son un recurso útil para que cada profesional pueda darse a la tarea de revisarse a sí mismo,
pudiendo determinar cuáles son sus características, qué tipo de terapeuta es y traer al presente
aquello de su historia que influye directamente en cómo hace terapia. También se profundizó en
la comprensión de la relación que existe entre estos dos conceptos, desde sus bases
epistemológicas y teóricas, habiendo explorado los elementos de la autorreferencia que ayudan a
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
la construcción del estilo terapéutico, lo que llevó a conocer de qué forma se convierte en un
elemento clave en la construcción del estilo.
Resulta curioso que algunos enfoques tengan bases epistemológicas que obstaculicen el
ejercicio de autoevaluación en terapia, puesto que no conciben que el observador sea observado,
ni que este pueda ser afectado por el objeto estudiado o donde sea tenida en cuenta la
subjetividad, por ello se puede determinar que la construcción del estilo terapéutico (Socha y
Castillo, 2017) “Incrementa sus niveles de complejidad cuando los profesionales se acercan e
interactúan en las múltiples situaciones que les pueden ofrecer los escenarios clínicos y no
clínicos” (p, 96), porque, aunque el terapeuta pone en práctica sus conocimientos y habilidades en
terapia, no desaparece del mundo una vez que sale de esta, sino que continúa su construcción
como profesional a partir de lo sentido, por ello vale la pena que no pare de observarse
continuamente.
Así como el consultante acude en busca de ayuda porque siente incomodidad con algún
aspecto de su vida, de igual manera el terapeuta se forma porque algo lo incomoda, algo de sí y
algo en el mundo, buscando un cambio que espera lograr a partir de ayudar a cumplir con la
necesidad de cambio de los consultantes, la terapia sistémica obliga al terapeuta a ser sujeto en
búsqueda constante del cambio personal, es decir, él también asiste a terapia con el objetivo de
cambio y esto se logra a partir de la autorreferencia (Paéz, et al., 2018)
Como se pudo observar, lo que en otro tiempo era un defecto, ahora -desde el enfoque
sistémico- es un recurso muy útil (Elkaïm, 2005), y esto posibilita que se pueda construir un
estilo único y personal de hacer terapia gracias a la autorreferencia, ya que sin este proceso se
pierde la oportunidad de crecer, de cultivar una identidad, haciendo que se vuelva intencional, tal
como hizo Minuchin (2007), quien cuenta como su estilo varió a través del tiempo, pasando de
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
ser directivo a un terapeuta más suave, haciendo uso de sus experiencias vitales, referentes
teóricos, errores y aciertos, para ir creando su manera particular de atender familias:
He evolucionado de ser directivo a ser más colaborativo, sin abandonar mi papel
de experto; de ver a las familias y las personas integradas en su contexto social a
observar los sistemas familiares y las psiques individuales, sin perder de vista la
influencia mutua que ejercen; y de centrarme en exclusiva en el presente a
explorar la influencia del pasado, aunque siempre con la meta de facilitar el
cambio en el presente. Estos cambios han influido en que mi estilo sea más
complejo y diferenciado (p.27).
Finalmente, se pudo concluir que la autorreferencia es un recurso importante para la
construcción del estilo terapéutico ya que estos dos conceptos están estrechamente relacionados
entre sí desde su génesis. La autorreferencia no solamente posibilita que el terapeuta pueda
decidir qué hacer con lo que está sintiendo frente a lo que narra el consultante -reflexividad-, sino
que también afecta el cómo se relaciona con este -relación terapéutica- y la forma en la que pone
en juego sus habilidades y conocimientos, logrando un cambio al terminar el proceso de ayuda.
Es decir, la construcción del estilo terapéutico a partir de la autorreferencia.
Por tal motivo, se proponen algunas preguntas autorreferenciales que pueden servir de
ejemplo para la elaboración de una bitácora personal que cualquier terapeuta,
independientemente de su enfoque, puede realizar con el objetivo de sacar el mayor provecho a
su estilo personal y reflexionar constantemente sobre sus habilidades, pensamientos y emociones
para ir acomodándose a las circunstancias y consultantes y así posibilitar un mejor ejercicio
profesional
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
Las siguientes son preguntas que se pueden adaptar y ser de utilidad para lograr el proceso
autorreferencial: ¿Qué sentimientos despertó el consultante en el terapeuta durante la sesión?
¿Específicamente, qué de lo ocurrido en la sesión le despertó estos sentimientos? ¿Qué
reflexiones se generan en el terapeuta a partir del descubrimiento de estos sentimientos? ¿Qué
reflexiones se generan en el terapeuta a partir de la observación que hace de sí mismo y del
sistema consultante durante la sesión? ¿Qué desafíos hacia el cambio le traen estas reflexiones al
terapeuta? ¿Qué cambios específicos se dan en el terapeuta durante el proceso terapéutico, a raíz
de estas reflexiones? ¿Cómo puede instrumentalizar el terapeuta lo que surge de sus procesos
reflexivos y autorreferenciales para integrarlo en su estilo terapéutico?
Vale la pena aclarar que este artículo cuenta con limitaciones. Al tratarse de una reflexión
no se tiene como objetivo crear conocimiento, sino propiciar un diálogo entre los autores y el
lector; para hacer de la práctica un ejercicio de evaluación y mejoría constante. Por lo tanto, no
existe ninguna investigación científica detrás de este escrito; por el contrario, se pretende
compartir de experiencias propias, reflexiones y conversaciones entre pares, que construyeron
aprendizajes y posibilitaron el resultado aquí plasmado.
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La autorreferencia como recurso para la construcción del estilo terapéutico
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