Revista Atticus SEIS

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Miguel Ángel Gómez Martín, nacido en Ávila en 1945, nos dejó inesperadamen-te el mes de septiembre pasado. Se fue cómo había vivido, elegantemente, sin

aspavientos ni poses.Miguel Ángel formaba parte de la generación de

artistas contemporáneos de Ávila sobre los que es-tamos llevando a cabo un trabajo investigación. Des-graciadamente, la enfermedad ha sido más rauda que nosotros y fi nalmente no pudimos hacerle la entre-vista que generosamente nos había prometido.

De la mano de su hija María Gómez, delicada pin-tora y generosa persona, mi amigo Cristian Berga y yo

visitamos a fi nales de septiembre su casa-estudio de la céntrica calle Martín Carramolino de Ávila. Apenas dos días después, acompañados por su mujer Sonso-les y su hijo menor, revolvimos y documentamos su bohemio estudio de la calle San Isidro de Valladolid. En esta ciudad vivía y trabajaba como profesor de la Escuela de Artes y Ofi cios desde 1984. Desde aquí agradezco a su familia que en momentos tan doloro-sos nos permitieran seguir con nuestra investigación, dándonos todo tipo de facilidades y contándonos todo lo que sabían del artista que fue su padre o marido. Gracias a esas visitas hemos podido conocer más nítidamente la ingente obra de Miguel Ángel.

Miguel Ángel Gómez era uno de esos artistas do-tados prematuramente para el dibujo y la fantasía. Sus compañeros de instituto recuerdan su facilidad innata para dibujar vaqueros e indios desde los diez

MIGUEL ÁNGEL GÓMEZ, un pintor ilustrado

Juan Antonio Sánchez Hernándezfotografías: Cristian Berga Celma

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años. Era un dibujante generoso que regalaba sus di-bujos a todos los que supieran apreciarlos. Sus com-pañeros de pupitre todavía conservan como peque-ños tesoros aquellos esbozos adolescentes. Junto a Fausto Blázquez, Mª Teresa Méndez, Ángel Sardina o su hermano Tomás Gómez, Miguel Ángel formará parte de un renacimiento de las artes plásticas en Ávila del que ellos no eran conscientes.

Después de unos años de locuras juveniles, en los que incluso se alistó en la Legión, Miguel Ángel

Gómez reapareció en Sevilla en 1967 estudiando en la Escuela Superior de Bellas Artes de Santa Isabel de Hungría. Allí coincide con otros artistas abulen-ses como Marcelo Sáez Guadaño, Miguel Ángel Espí o María Teresa Méndez. Luego seguirá sus estudios en la Escuela de San Jordi de Barcelona para acabar licenciándose en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando de Madrid en 1974.

Poca gente lo sabe, pero Miguel Ángel Gómez es el autor de la mayoría de las portadas de las «novelas

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del oeste» que se publicaron en España entre 1965 y 1970. Primero con la editorial Rollán y después con Bruguera, publicó más de doscientas portadas para autores como Marcial de la Fuente Estefanía o Keith Luger (seudónimo de Miguel Olive-ros Tovar). Los que tenemos más de cua-renta años recordamos bien aquella épo-ca dorada de la novela de pistoleros. Para Miguel Ángel fueron sus primeros trabajos profesionales. Con el dinero de las porta-das se pagaba sus estudios y sus caprichos de artista bohemio.

Se trata de dibujos impactantes, ins-tantáneas con gran carga dramática. Es-cenas sencillas que decían mucho con pocos elementos. Dibujos dinámicos que inciden y se recrean en los tópicos del gé-nero de vaqueros. Es fácil reconocer los rostros curtidos de los protagonistas y el ambiente rudo y polvoriento que Miguel Ángel sabía crear con unos pocos trazos. Se percibe claramente la rapidez de la ejecución, la destreza y el talento para el dibujo inmediato.

Ya en 1957, con doce años gana Miguel Ángel Gómez el premio de dibujo del ins-tituto. En 1960, en el Tercer Certamen Ju-venil de Arte de la provincia de Ávila, su hermano Tomás Gómez obtiene el tercer premio y él, un accésit en la categoría de dibujo. En la II Bienal de Pintura convoca-da por el Ayuntamiento de Ávila en 1968, Miguel Ángel Gómez recibe el Premio del Excelentísimo Ayuntamiento por el cuadro Madre. Una pintura tierna, serena y de hondo sentido de la maternidad. Ese mismo año obtuvo el Primer Premio de Pintura de la Escuela de Bellas Artes de Sevilla. Todos estos premios sólo nos recuerdan la precocidad y las condiciones, la natu-ralidad con que Miguel Ángel se desenvolvía como dibujante desde la adolescencia.

Doble ha sido siempre la faceta de Miguel Ángel como artista: ilustrador y pintor. Dependiendo de las épocas la balanza de la creación se ha inclinado más hacia un lado u hacia otro. Como ilustrador, siempre se ha sentido heredero del mejor cómic español de aventuras y acción. Las infl uencias de los dibujos infantiles de El Capitán Trueno (Victor Mora y Am-brós), las Hazañas bélicas de Boixcar o El guerrero

del antifaz de Manuel Gago son innegables, pero en los tebeos de Miguel Ángel la rotundidad del dibu-jo es predominante. En sus ilustraciones podemos reconocer su precisión en el retrato, su mezcla de ironía inteligente y de fantasía evocadora. También está cuidadísima la aplicación del color. Especial-

mente atractivo resulta el color en la ilustración que hizo del famoso poema de Manuel Machado titulado «Castilla»:

«El ciego sol, la sed y la fatiga. / Por la terri-

ble estepa castellana, / al destierro con doce

de los suyos/ polvo, sudor y hierro, el Cid ca-

balga».

La historieta era un medio que le permitía expre-sar más libremente sus mordaces críticas políticas y sociales. Son dibujos en los que su particular humor reduce al esperpento todo los que pasa por sus ma-nos.

Nadie se salva de sus corrosivas e hilarantes bur-las, sus colores y líneas acusan por igual a banqueros y políticos, a obispos y toreros, a jueces y folclóricas. Su lupa anticorrupción nos permite retirar las más-caras de mentiras y ver la verdadera esencia simies-ca de los poderes establecidos. La perversión moral comprada con euros.

Su trabajo como ilustrador ha sido intenso, desde las portadas mencionadas de las novelas de bolsillo

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de los sesenta, su colaboración en la Colección Clá-sicos Bruguera a principios de los setenta, las ilus-traciones de 1972 para la Enciclopedia Cosmos de la editorial Anaya, pasando por los carteles de las «Jor-nadas fl amencas de Ávila» de fi nales de los setenta o de la Feria del Libro (1977). En 1981 ilustra el segun-do número de la revista Barataria y ese mismo año publica e ilustra el libro Historia de

Santa Teresa contada de un tirón… En 1985 publica «La Maja» en el

Nº Extra-Historia de la Revista Ci-moc de la prestigiosa editorial de cómics Norma. Para el número 62 de Cimoc también ilustra en 1986 la historieta: «Francia 1789». En 1989 pinta algunos de los murales que todavía hoy adornan el barrio de Parquesol de Valladolid. A prin-cipios de los noventa ilustra varios libros para la editorial Everest. Ahora estaba trabajando en un có-mic y en diversas historias de cine y novela negra. Tuvimos la oportu-nidad de ver algunos de esos di-bujos y pinturas en su estudio de Valladolid. Aparte de su habitual calidad gráfi ca, nos sorprendió la originalidad de esos trabajos. Lásti-ma que su prematura muerte no le haya permitido mostrar al público esos excelentes proyectos.

En cierta manera, Miguel Ángel Gómez casi siempre ha reservado para su obra pictórica un tono más serio. Parece que lo diera la técni-ca y también el formato. A fi nales de los años sesenta y principios de los setenta, cuando todavía estaba en la Escuela de Bellas Artes, practica Miguel Ángel un realismo un tanto simbolista y desconcertante. Son cua-dros de gran formato, óleos sobre lienzo en los que al margen de las estrecheces compositivas impuestas por el academicismo de la es-cuela, hay siempre una nota de inquietud, de ausencias que se reivindican en lo que el espectador contempla. La factura dibujística suele ser impecable. El paso del lápiz al pincel no siempre resulta fácil.

En paralelo, nunca abandonará un tipo de expre-sionismo fi gurativo de corte goyesco, en el que de alguna forma, lleva al lienzo las sátiras sociales naci-das en las ilustraciones. Son burlas corrosivas de las que ningún personaje sale indemne. Seres deprava-dos, deshumanizados, enmascarados, mentirosos, in-

Detalle de un cómic que estaba ilustrando M. A. Gómez días antes de morir. 2015.

De izq a der: el pintor Arturo Martínez, Juan Antonio Sánchez, autor de este artículo, el pintor Javier Pardinas, el escultor Fausto Blázquez, el pintor Marcelo S. Guadaño y Miguel Ángel Gómez, autor de las ilustraciones que es-tán a la espalda del grupo y que son las que hizo para el poema Castilla. 2011.

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Pie de foto

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saciables. Se trata de pinturas cercanas a los modos expresivos y al mundo poseído por el mal de James Ensor.

En los años ochenta y noventa, cuando su trabajo en la Escuela de Arte y sus encargos de ilustracio-nes se lo permiten, Miguel Ángel trabaja en formato lienzo otros dos tipos de realismo. Por un lado, una pintura paisajística o de vistas urbanas, que en óleo o acuarela, mantuvo hasta el fi nal. Son paisajes de un colorido empatizante, paisajes conocidos que la vi-

sión del pintor abulense muestra desde rincones y aspectos antes inapreciables. No podemos dejar de reconocer que tienen algo hipnotizante. Son cuadros que envuelven indefi nidamente al que los contempla, al espectador incauto que se deja atrapar irremedia-blemente por su intuida belleza. Ejemplos tenemos en los paisajes abulenses que recorriera y pintara con su amigo Javier Paradinas, también en las vistas urbanas de Ávila, Burgos o Valladolid.

El otro realismo de estos años es más literario, más cinematográfi co. Son escenas que por sí solas ya nos cuentan una historia. Si junta-mos unas con otras cual si fueran negativos de celuloide tendríamos para varias pelícu-las. Es una pintura que muestra una realidad sustanciada por las vivencias personales e intelectuales del artista, de gran despliegue técnico, de maestría en el detalle, en la mue-ca y en el sentimiento. Es una pintura com-pleja de temática y de ejecución que Miguel Ángel Gómez realiza con deleite, con deteni-miento, narrando lo que aparentemente es inenarrable, pintando lo que parece impinta-ble hasta que él decide convertirlo en arte.

Desde fi nales de los noventa y hasta su muerte en septiembre de 2015, Miguel Ángel Gómez emprendió un nuevo camino plásti-co. Lo hizo conscientemente. Buscaba una nueva forma de expresión y la encontró. Se puede decir que ha creado el neocubismo volumétrico-clásico. Los temas los encuentra

Bacanal. Óleo sobre lienzo, 92 x 65 cm. 1980.

Dr: Peinado. Óleo sobre lienzo, 190 x 150 cm. Sevilla 1970. Colección de Javier Paradinas

Monasterio del Prado (Valladolid), óleo sobre lienzo, 73 x 60 cm, 1990

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en el mundo greco-romano, en las historias mitológi-cas más o menos conocidas (mithomorfosis lo llamará él). Lo novedoso ahora será el proceso creativo, el ca-mino plástico, las nuevas técnicas desarrolladas has-ta llegar a los grandes lienzos y a los grandes collages.

En su estudio de Valladolid pudimos comprobar cómo iba gestando las obras. Cómo partiendo de co-llages fi gurativos tridimensionales, llegaba a la obra defi nitiva en el lienzo. Primero creaba las escenas con papel recortado, creaba los volúmenes, creaba el ambiente y luego los recreaba en el lienzo o en el co-llage bidimensional. Sin conocer los bocetos en tres dimensiones, es muy difícil entender la estética geo-metrizante y los marcados volúmenes de los lienzos.

En ocasiones, el boceto tridimensional de papel se transforma en collage gigantesco. El color y los brillos lo aportan los papeles pegados. Estos colla-ges son más directos y sugerentes, más impactantes y menos encorsetados que los lienzos.

En cualquier caso, Miguel Ángel Gómez siempre fue un artista «sui generis», un artista indomable que mezclaba el fl amenco con la música clásica o la no-vela negra con Homero. Siempre llevó a gala su inde-pendencia personal y artística, siempre defendió sus temas y sus metas. Como creador se sentía libre con-cibiendo el arte a su manera, lejos de las modas y las improvisaciones. Él no lo necesitaba, pero en nuestra opinión, se hace necesaria una muestra antológica de su múltiple, abundante y diversa obra. Es necesario que el público conozca sus exquisitas ilustraciones

y sus inclasifi cables pinturas. Este pequeño artículo-homenaje no es más que un somero estudio de su apasionada obra. Fue un artista incansable que re-nunció a casi todo por su amor al arte.

Caballos fogosos, técnica mixta, 62x120 cm, 2011.Pág anterior. Superior: Boceto tridimensional de Diana con arco, papel recortado, 40x30 cm, 2010. Diana con arco, óleo

sobre lienzo, 130x97 cm, 2010. Inferior: Afrodita en Manhattan, papel recortado, 40x60 cm, 2013