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01Matos Mendieta

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1 Duccio Bonavia Berber y la Arqueología Peruana Por: Ramiro Matos Mendieta Smithsonian National Museum of the American Indian En los comienzos del siglo XX, la Arqueología se definía como una disciplina humanista, ubicada dentro de la Antropología y las Ciencias Sociales. A la Arqueología le correspondía el estudio de la cultura material de los pueblos antiguos, un poco para parafrasear el título del libro de Melville Herskovits (1974) “El Hombre y sus Obras”, uno de los primeros alumnos de Franz Boas. En la Arqueología Andina, además de esta ya tradicional perspectiva, se observa la influencia de la corriente histórico cultural y el relativismo cultural lideradas por Franz Boas, en las primeras décadas del siglo, y aplicada en el Perú por Alfred Kroeber (1921-51) y John Rowe (1938-2005), junto con el neo-evolucionismo de la Antropología Cultural encabezado, entre otros, por Leslie White. Estos arqueólogos norteamericanos dominaron el pensamiento de la arqueología peruana y andina en general. Otras corrientes no menos importantes que se dejaron sentir y que provienen de la Antropología Cultural, fueron el funcionalismo de Bronislaw Malinowski, el estructuralismo liderado por Lévi-Strauss e introducido en el Perú por el holandés-norteamericano Tom Zuidema (1964- 1995), el materialismo histórico promovido por Julian Steward (1955) (civilizaciones de riego) y Gordon Childe (1951), catalizado por Emilio Choy en el Perú entre los años 1960-70, hasta el difusionismo alentado por el boliviano Dick Edgar Ibarra Grasso. La presencia del alemán Max Uhle en el Perú (1896-1940) marcó otro capítulo temprano en la historia de las investigaciones andinas. Él estaba influido por la corriente histórico cultural que se origina en Alemania a fines del siglo XIX e ingresa a los Estados Unidos de América y cobra auge con Franz Boas a comienzo del siglo XX. Además de los aportes de Uhle a la arqueología andina, lo que destaca son sus debates con el peruano Julio C. Tello. A este panorama se debe agregar una corriente peruana surgida a mediados del siglo XX: la etnohistoria andina, delineada por Luis Valcárcel y desarrollada años después por María Rostworowski y Franklin Pease (1960-1990) y la otra procesualista liderada por Binford, que ingresa muy tenuemente en la arqueología andina de los años 1970 a los 1980. Al bosquejar la historia de la arqueología andina, no se puede ignorar la importancia que tuvieron dos proyectos: uno, el del Valle de Virú de 1946, y dos, el programa de arqueología de emergencia en los valles de la costa Peruana, patrocinado por la Comisión Fulbright entre los años 1957- 1960, dentro del cual llegaron David Kelly, Paul Tolstoy, Donald Thompson, Louis Stumer y con el grupo de Berkeley: John Rowe, Lawrence Dawson, Dorothy Menzel y Dwight Walace. Las metodologías ensayadas por los integrantes del proyecto Virú y las nuevas conceptualizaciones acerca del proceso cultural andino marcaron una etapa en el desarrollo de las investigaciones arqueológicas en el Perú. La Universidad Nacional Mayor de San Marcos que fue la parte peruana del proyecto Fulbright, organizó en 1958 la Primera Mesa Redonda de Ciencias Antropológicas, en la
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Duccio Bonavia Berber y la Arqueología Peruana

Por: Ramiro Matos Mendieta

Smithsonian National Museum of the American Indian

En los comienzos del siglo XX, la Arqueología se definía como una disciplina humanista,

ubicada dentro de la Antropología y las Ciencias Sociales. A la Arqueología le

correspondía el estudio de la cultura material de los pueblos antiguos, un poco para

parafrasear el título del libro de Melville Herskovits (1974) “El Hombre y sus Obras”,

uno de los primeros alumnos de Franz Boas. En la Arqueología Andina, además de esta

ya tradicional perspectiva, se observa la influencia de la corriente histórico cultural y el

relativismo cultural lideradas por Franz Boas, en las primeras décadas del siglo, y

aplicada en el Perú por Alfred Kroeber (1921-51) y John Rowe (1938-2005), junto con el

neo-evolucionismo de la Antropología Cultural encabezado, entre otros, por Leslie

White. Estos arqueólogos norteamericanos dominaron el pensamiento de la arqueología

peruana y andina en general. Otras corrientes no menos importantes que se dejaron sentir

y que provienen de la Antropología Cultural, fueron el funcionalismo de Bronislaw

Malinowski, el estructuralismo liderado por Lévi-Strauss e introducido en el Perú por el

holandés-norteamericano Tom Zuidema (1964- 1995), el materialismo histórico

promovido por Julian Steward (1955) (civilizaciones de riego) y Gordon Childe (1951),

catalizado por Emilio Choy en el Perú entre los años 1960-70, hasta el difusionismo

alentado por el boliviano Dick Edgar Ibarra Grasso.

La presencia del alemán Max Uhle en el Perú (1896-1940) marcó otro capítulo temprano

en la historia de las investigaciones andinas. Él estaba influido por la corriente histórico

cultural que se origina en Alemania a fines del siglo XIX e ingresa a los Estados Unidos

de América y cobra auge con Franz Boas a comienzo del siglo XX. Además de los

aportes de Uhle a la arqueología andina, lo que destaca son sus debates con el peruano

Julio C. Tello. A este panorama se debe agregar una corriente peruana surgida a

mediados del siglo XX: la etnohistoria andina, delineada por Luis Valcárcel y

desarrollada años después por María Rostworowski y Franklin Pease (1960-1990) y la

otra procesualista liderada por Binford, que ingresa muy tenuemente en la arqueología

andina de los años 1970 a los 1980.

Al bosquejar la historia de la arqueología andina, no se puede ignorar la importancia que

tuvieron dos proyectos: uno, el del Valle de Virú de 1946, y dos, el programa de

arqueología de emergencia en los valles de la costa Peruana, patrocinado por la Comisión

Fulbright entre los años 1957- 1960, dentro del cual llegaron David Kelly, Paul Tolstoy,

Donald Thompson, Louis Stumer y con el grupo de Berkeley: John Rowe, Lawrence

Dawson, Dorothy Menzel y Dwight Walace. Las metodologías ensayadas por los

integrantes del proyecto Virú y las nuevas conceptualizaciones acerca del proceso

cultural andino marcaron una etapa en el desarrollo de las investigaciones arqueológicas

en el Perú.

La Universidad Nacional Mayor de San Marcos que fue la parte peruana del proyecto

Fulbright, organizó en 1958 la Primera Mesa Redonda de Ciencias Antropológicas, en la

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que incluía en su agenda un simposio dedicado a la nomenclatura en la arqueología

peruana. Fue aquí donde Rowe presentó su ya famosa propuesta de cronología, que

dividía el pasado arqueológico del Perú en horizontes y períodos, distinta a la de

Schaedel que tenía una orientación histórico social. Es por estos tiempos que Bonavia

entra a desempeñar un papel en la Arqueología Peruana. Siendo aún estudiante, él

participa activamente en la mencionada Mesa Redonda y acompaña a David Kelley en

sus exploraciones de Piura.

El ambiente académico de la década de 1950-60 fue muy activo. En ese ambiente se

forma profesionalmente Duccio Bonavia Berber, bajo la tutoría de profesores como Jorge

C. Muelle, -- historiador de arte y alineado con los postulados de Uhle --, Luis E.

Valcárcel, -- historiador y forjador de la etnohistoria andina--, Raúl Porras Barrenecha, --

lúcido historiador con tendencia hispanista--, Mons. Pedro Villar Córdova, arqueólogo,

discípulo de Tello, Edward P. Lanning, arqueólogo, alumno de Rowe, Jean Vellard,

etnólogo francés con experiencia con grupos étnicos en extinción, como los Uru Chipaya

y los Alakaluf. Fuera de las aulas, Bonavia, cultivó una selecta amistad con

personalidades de la elite intelectual peruana, como José María Arguedas, con quien

hablaba sobre temas indígenas, Bruno Roselli, eminente historiador de arte, Enrique

Barboza, filósofo y Ernesto Tabío, un cubano radicado en Lima, con quien exploraba la

costa norcentral, para citar sólo a algunos destacados intelectuales.

En 1967-1968 ganó una beca post doctoral en Francia, para entrenarse al lado del

distinguido profesor François Bordes, con quien aprendió la tecnología lítica y el

universo de la cultura de cazadores y, con ello, amplió su experiencia profesional. En

Europa, la Arqueología y la Prehistoria son campos de estudio definidos y separados,

Bonavia aprovechó de ambos para aplicar lo aprendido en los Andes.

La investigación arqueológica de Bonavia en Huarmey es sin duda una de las más

importantes contribuciones a la arqueología andina, primero, por la calidad científica de

sus estudios y, segundo, por el hallazgo de maíz pre-cerámico en los Andes. Con un

registro arqueológico meticulosamente ordenado, Bonavia en colaboración con

Alexander Grobman, postula la tesis de un centro andino de domesticación del maíz, una

polémica tesis, que se contrapone a otras que postulan que Mesoamérica es el único

centro domesticador de la planta, de donde se habría difundido a los Andes. En el sitio

Los Gavilanes, Huarmey, Bonavia (1982) excavó extensamente un asentamiento pre-

alfarero, donde encontró depósitos de maíz. Para comprobar los resultados de sus

análisis, comparó éstos con los resultados de aquellos provenientes de otros métodos de

trabajo y acudió al auxilio de otras disciplinas. Así, las investigaciones en Huarmey, son

pioneras como trabajo interdisciplinario en el Perú, por ser conducidas por un peruano,

por sus metas y objetivos concretos, con una metodología de excavación por estratos

naturales y un registro arqueológico llevados con rigor científico. Su trabajo es un

modelo de estudio, que los franceses llamarían “etnografía del pasado”. A diferencia de

otros, él no se contentó con los datos sueltos extraídos de pequeños pozos, como lo era y

todavía es una práctica entre muchos colegas, sólo para conseguir muestras para

fechamiento y para la identificación de especies, sin preocuparse de las asociaciones y los

contextos culturales.

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La excavación de Los Gavilanes se realizó en área y para un mejor control de sus

fechados empleó dos técnicas conocidas: el radiocarbono y la termoluminiscencia, y para

darle mayor confiabilidad a las fechas, acudió al servicio de diferentes laboratorios.

Una lectura de la monografía sobre Los Gavilanes revela cómo el autor va dando sentido

y dinamismo al pasado que de otra forma sería presentado de forma estática. Él va

reconstruyendo el comportamiento humano durante del período arcaico, su cultura, e

incluso aquellos aspectos relacionados con la salud y la patología. Sin ser necesariamente

un militante de la arqueología procesual, Bonavia es uno de los pocos que ha sabido

reconstruir el proceso social y cultural de un valle, desde la llegada del hombre con una

economía de caza y recolección hasta los períodos tardíos, aunque su atención estuvo

centrada en los períodos Arcaico y Formativo. Haciendo una diferencia con otros

proyectos, trató de documentar las huellas del hombre de Huarmey, durante todos los

períodos prehispánicos, tomando en consideración hasta los más pequeños detalles y

restos culturales, así como las del medio ambiente del pasado y del presente. No creo ser

exagerado al señalar que la contribución de Bonavia en Huarmey (1960-1979) constituye

otro hito arqueológico después del proyecto del valle de Virú (1946-1947).

La sentencia de Mortimer Wheeler (1961) de que hay muchas maneras de excavar mal y

sólo una es buena, es una advertencia vigente para la arqueología andina. Son pocas las

buenas excavaciones, una de ellas es indudablemente la realizada por Bonavia en

Huarmey. Al leer su informe recordaba el discurso de Kent Flannery pronunciado en la

reunión anual de la American Anthropological Association en 1982, en el cual,

parafraseando a Wheeler, se quejaba de las excavaciones arqueológicas. Él propuso

entonces establecer un premio al mejor excavador de los años 80, consistente en un

“badilejo de oro”. Después de tres décadas, yo quisiera reclamar ese premio para

Bonavia.

Lamentablemente, la tesis de Grobman y Bonavia que propone un centro andino de

domesticación del maíz ha sido sistemáticamente ignorada por los especialistas, quienes

han soslayado los informes y ensayos que se escribieron sobre Huarmey. Es de destacarse

que se trata de uno de los pocos proyectos arqueológicos que ha publicado todos sus

resultados. Sobre Los Gavilanes existe una amplia monografía (1982) y más de una

veintena de ensayos científicos. Se puede entender la posición de los colegas

norteamericanos que defienden a México como único centro de domesticación del maíz,

pero es preocupante el silencio de los colegas peruanos. Me parece oportuno al respecto,

recordar las palabras de uno de los expertos peruanos en maíz, Ricardo Sevilla

(1994:225,232), el cual precisamente en el libro Corn & Culture editado por Johannessen

y Hastorf (1994), afirma categóricamente referiéndose a los trabajos de Bonavia en los

siguientes términos: “Sus excelentes críticas sobre la validez de los datos arqueológicos,

son de enorme valor en cualquier debate sobre la evolución del maíz”, y más adelante, en

otro párrafo asevera: “El maíz precerámico mejor descrito en el Perú es el de Huarmey”.

Binford (1972) señalaba que lo crucial de una hipótesis no es la historia de su formación,

sino, la de su contrastación con otras para comprobar su validez. La constante

preocupación de Bonavia fue precisamente eso, la honesta presentación y demostración

de datos y fechas, sin magnificar ni la antigüedad ni el contenido del hallazgo,

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confrontando con otras investigaciones sobre el tema, presentando el contexto de datos en

vez de historia de descubrimientos.

Parafraseando a Manuel Gándara (1990) cuando discute la analogía etnográfica como

heurística, podemos afirmar que Bonavia es uno de los pocos colegas que ha sabido

establecer la relación entre la conducta de los grupos del pasado y la cultura material que

los sobrevivió como contexto arqueológico. La consistente preocupación de Bonavia fue

hacer la Arqueología como Antropología, estudiar el universo cultural, sin descuidar

ninguno de los elementos encontrados en la excavación o la exploración, haciendo de la

Arqueología una disciplina científica.

Desde el punto de vista del historiador de arte y de un arqueólogo, el análisis formal y

estructural de un objeto conduce necesariamente al concepto de estilo. La contraposición

de la forma y la función, la visualización de los elementos originarios, la filogenia, la

mutación, tradicionalidad y continuidades, etc., trata de buscar influencias, relaciones,

préstamos, formas arcaicas, etc., así como acercarse al proceso de emergencia mismo,

para luego ordenar los objetos en fases, series y períodos. Para Bonavia, como alumno y

amigo de Muelle, nada de este modelo de análisis le era ajeno. Los utilizó cuando era

necesario a beneficio de la Arqueología, tal como lo atestiguan sus estudios sobre pintura

mural. El primero lo realizó sobre Pañamarca (Bonavia 1960, 1961), el que fue ampliado

luego y publicado como libro sobre las pinturas murales de los Andes, en castellano e

inglés (Bonavia 1974, 1985). Existen asimismo numerosos artículos dedicados al análisis

de la cerámica precolombina.

Con la misma erudición mostrada en la Arqueología y las Ciencias Sociales, Bonavia se

abocó a las Ciencias Naturales. Empezó estudiando la ecología de la costa, luego los

altiplanos y la vertiente oriental de los Andes de Ayacucho. Su bibliografía es abundante

al respecto. El comentario a uno de ellos se incluye en este ensayo. Dentro de esta área,

su mayor contribución está dedicada a los camélidos sudamericanos. Al decir de los

especialistas, ésta es la más completa que se ha escrito sobre esos animales (Bonavia

1996).

He mencionado unos pocos ejemplos de la amplia producción bibliográfica de Bonavia,

con el propósito de señalar, a manera de ejemplo, dos aspectos de su polifacética

producción: primero, él ha sabido vincular correctamente la Arqueología con otras

disciplinas auxiliares, tanto de las Ciencias Sociales como de las Naturales, e inclusive

con la Medicina y las Físico-Química, y segundo, Bonavia ha sabido darle un alto nivel

científico a sus trabajos, debido al correcto manejo de los datos, su afán por confirmar o

innovar los existentes y por su constante esfuerzo por confrontar todas la evidencias. En

sus comentarios y críticas a otras publicaciones, destacan el rigor que él impone en sus

propios análisis de los datos empíricos y en las citas bibliográficas, en las que suele poner

al descubierto crasos errores, magnificación de datos, especulaciones sin sustento

empírico y, a veces, hasta datos inventados.

Teniendo en cuenta la trayectoria profesional y científica de Bonavia, y mirando con

pragmatismo la diversidad de teorías y corrientes filosóficas que influyeron en la

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arqueología andina, nos cuesta incluir a Bonavia en alguna de estas corrientes sin caer en

un grave error. No encontramos una propuesta por ahora. Juzgar la obra de Duccio

Bonavia no es una tarea fácil y tomará algún tiempo para hacerlo. Al margen de un

discurso retórico, que podría decir mucho acerca de sus contribuciones, creo que todavía

no estamos en condiciones de caracterizar su trayectoria académica, ni menos de ubicarlo

dentro de una escuela o corriente filosófica. Es una hermosa y honrosa tarea para quien la

asuma, ya que tendría que estudiar su producción bibliográfica y familiarizarse al mismo

tiempo con las diversas corrientes teóricas.

Quisiera, sin embargo, adelantar algunos comentarios sobre la obra de Duccio Bonavia,

como un preámbulo a esa futura investigación. Somos varios los que pertenecemos a su

generación, la generación de los 60, egresados de la Universidad de San Marcos. Pero

ninguno de nosotros hemos caminado por la misma vereda. Cada uno de nosotros ha

hecho su propio derrotero y Bonavia lo comenzó desde su etapa estudiantil. Al revisar

objetivamente su obra podemos enfatizar que nadie, con experiencia en la arqueología

andina, puede regatear su valiosa contribución, ni menos la calidad científica de las

mismas.

Dentro de este contexto, es importante señalar la forma cómo Bonavia ve a la

Arqueología. Para él la Arqueología es una profesión académica y una disciplina

científica. Queremos puntualizar lo científico, porque la Arqueología, en la búsqueda de

su paradigma, pretende ser una ciencia, con método y terminología propias, con perfil

claro y objetivos concretos, tal como lo son otras disciplinas científicas. Sin embargo, la

manera de hacer Arqueología en el Perú no ha avanzado y ha sido calificada de

positivista por unos y tradicional por otros, principalmente porque no se cuestiona los

datos empíricos y porque estos no son explicados dentro de visiones de conjunto o

desarrollo local y global y la falta de marcos teóricos. El Positivismo en el Perú se

mantuvo a la par con la Historia Cultural. Nos permitimos indicar que Bonavia, sin ser un

“militante activo” de ninguna de las corrientes y, de acuerdo a nuestra modesta

observación, ha seguido más los postulados de la Historia Cultural, manteniendo cierta

distancia con la línea de Rowe y Lanning, a pesar de apreciar la labor de ellos. El

compendio publicado por Bonavia (1991) creo que puede ubicarse dentro de esa

corriente, en la cual, la historicidad de las leyes sociales y las particularidades del proceso

andino están coherentemente ordenados y han sido analizados desde diversos ángulos

disciplinarios. Creemos, asimismo, que la influencia del humanismo italiano, que concibe

al hombre no sólo como una explicación filosófica, sino como una realidad social, están

permanentemente presentes en sus trabajos. Además, como diremos más adelante,

Bonavia es uno los pocos consistentes con el dictum de que “la arqueología es

antropología o no es nada” (Philips 1955) o, como dijera Binford (1962): “la arqueología

como antropología”, tratando de demostrar con sus trabajos, que la Arqueología como tal,

no es una rama de la Antropología, sino más bien, un intento por estudiar el universo

cultural.

La práctica de la Arqueología en el Perú casi siempre estuvo en manos de investigadores

extranjeros, con honrosas excepciones. Tello en su época y Bonavia en años recientes,

han bregado solitariamente, tanto para llevar adelante sus investigaciones como para

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defender el patrimonio arqueológico. A ninguno de los dos se les ha visto co-dirigiendo

grandes proyectos, con dispendio de suculentos fondos. Además, a pesar de las

adversidades, ambos se han mantenido firmes en el quehacer arqueológico, como

investigación y como defensa de la herencia cultural indígena. Por eso, como parte

inherente a su labor profesional, me permito mencionar en el caso de Bonavia, su

honestidad. Sin honestidad no hay ciencia. La fiel adhesión al dato empírico, al

argumento sustentado en datos, al debate académico basado en el registro arqueológico,

son los atributos humanos que caracterizan su trabajo. Es cierto que los modelos teóricos

son importantes para el avance de la ciencia, pero es más importante que esos modelos

tengan su sustento en datos confiables. Bonavia es uno de los pocos que ha sabido

escudriñar en las fuentes primarias y los resultados los escribe con fidelidad a la verdad,

una tarea hermenéutica recomendada por la Historia Cultural. De allí que sus críticas

suenen acuciosas y muy severas.

El lector tendrá la impresión, debido a los comentarios precedentes, que la Arqueología

Andina se ha detenido en los 1960-70 y, por consiguiente, Bonavia también se habría

quedado estancado bajo la sombra de esos años. En parte la suposición puede ser correcta

porque, en efecto, fuera de las novedades que la Arqueología Monumental nos trae en

años recientes, la producción bibliográfica, cada vez más abundante, es principalmente

complementaria a la ya clásica, y otras prefieren el discurso teórico en vez de la

presentación y evaluación de datos de campo o gabinete. Sin embargo, reconozco que

existen excelentes y novedosas contribuciones publicadas en las cuatro últimas décadas,

los cuales sin duda, serán también motivo de otras evaluaciones futuras.

No es el propósito de este ensayo hacer una historia de la Arqueología Andina, ni mucho

menos analizar la influencia de las diversas corrientes en Bonavia, sino intentar una

semblanza académica de su producción científica. Por eso no nos detenemos en analizar

las nuevas corrientes que tienen incidencia en la Arqueología Americana, algunas de las

cuales llegaron y pasaron por la Arqueología Andina, y dejaron poco o ningún impacto

en la investigación peruana. Se escucharon, por ejemplo, ecos de la arqueología

postprocesual, del neo-positivismo, de la simbólica, entre algunos, pero en la práctica, su

presencia es relativamente débil comparada con la fuerza que ha tomado en otras partes

del hemisferio. Tampoco nos detenemos en la Arqueología Social, sobre la cual

recomendamos al lector a leer los comentarios de Oyuela Caycedo, Anaya, Elera y

Valdez (1997) y Aguirre-Morales (2005).

La Arqueología Andina de los años 1940 a 1970, ha sentado sólidas bases empíricas para

reconstruir la historia de los pueblos prehispánicos. Muchos trabajos de esa época, como

los de Kroeber, Bennett, los miembros del proyecto Virú, Rowe, Larco Hoyle, Lanning,

entre otros, mantienen aún vigencia en la actualidad. Los trabajos de Bonavia representan

la continuación de los mencionados, y sin duda tendrán la misma vigencia.

Para terminar, cabe destacar que Bonavia ha sido polifacético a lo largo de su vida

profesional. Probablemente es el único arqueólogo peruano que, aparte de los aspectos

tradicionales de la arqueología, ha incursionado en el arte, en el fenómeno urbano, en la

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botánica, en la zoología, en la paleopatología, en la parasitología, en la paleoescatología,

en la fisiología de altura y en la historia de la medicina.

Como una muestra de esta polifacética producción de Bonavia, se acompaña a este breve

comentario, resúmenes de una docena de sus ensayos que se han escogido al azar; tres

están dedicados al debate teórico, uno al arte, otro a la ecología, dos a la paleo-patología,

uno a la etnobotánica y tres son obituarios académicos.

1) ¿Bases marítimas o desarrollo agrícola?

En varias de sus publicaciones, Bonavia cuestionó la tesis de Moseley (1975, 1992) sobre

“maritime foundation”, principalmente por la inconsistencia de los datos, por la ausencia

de otros y el poco uso de la literatura existente. Señala Bonavia que Moseley no presenta

argumentos confiables sobre el valor de los productos del mar en la formación de

sociedades complejas, ni menos intenta comparar los recursos de los pescadores con los

que disponían los habitantes de los valles. Cuestiona incluso la originalidad de la tesis, y

aclara que el autor de la idea fue Lanning (1966:190; 1967: 59), quien sugirió la hipótesis

de la existencia de sociedades de pescadores que se desarrollaron sin uso de la

agricultura, sin tener ninguna evidencia que apoyara tal audaz afirmación.

El mejor argumento usado para sustentar la tesis de “fundaciones marítimas”, fue el

recurso de la anchoveta, debido a su abundancia y su fácil aprovechamiento, al cual

Bonavia replica, señalando que no existen evidencias arqueológicas acerca de la captura

de la anchoveta durante el Arcaico. Tampoco existen testimonios claros de las

herramientas de pesca que podrían sugerir la existencia de una tecnología marítima,

cuestiones previamente discutidas por la arqueóloga peruana Rosa Fung (1972), pero que

Moseley no tomó en cuenta. Proveyendo argumentos sólidos, Bonavia señala que los

pocos fragmentos de redes de pesca arqueológicos que se han encontrado, plantean más

problemas que soluciones si se las analiza con detalle. Además, en condiciones normales

los cardúmenes se encuentran entre 10-25 m de profundidad, con mayor dispersión y baja

disponibilidad en el invierno, por las cuales se requiere de redes y embarcaciones

apropiadas (Bonavia 1998).

Un buen argumento que podría apoyar la tesis de Moseley, sería la notable concentración

de asentamientos pre-cerámicos en la costa, aunque lamentablemente los sitios conocidos

como La Paloma, El Paraíso, entre otros, no presentan las evidencias que Moseley

arguye, sino hasta el período siguiente, el Formativo Inicial, durante el cual se advierte un

notable desarrollo de centros ceremoniales en el litoral central, como los ha descrito Fung

(1972),

El hombre temprano, dice Bonavia, ha bajado de la sierra a la costa con amplio

conocimiento de plantas y animales, cuyo proceso de domesticación se habría llevado a

cabo en la región alto andina y no en la costa. Asimismo practicaban la recolección de

plantas que fue y es una práctica constante hasta la actualidad. Agrega que no es cierto

que los primeros colonizadores de la costa conocieran tejidos, y por lo tanto, estuvieran

preparados para pescar con redes, como se afirma. Al comienzo tuvieron que alancear

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peces grandes. Se sabe que los cazadores paijanenses no tuvieron tejidos y el uso de las

redes sólo comienza durante la Fase V de Lanning (1967) y un poco más temprano en la

sierra, Fase III y IV, en la cueva Guitarrero. Los tejidos y redes que llegaron a la costa

presentaban características desarrolladas, de modo que de ninguna manera podían ser

considerados iniciales. El concepto de Bennett (1948) sobre “área co-tradicional”, las

relaciones tranversales costa-sierra-selva y la unidad del área cultural andina son

importantes factores que no deben ser ignorados en este debate. Asimismo, es importante

distinguir que la ecología del litoral no es una unidad, sino una diversidad y variedad. Por

eso, no es lo mismo pescar o mariscar en playas de arena que en acantilados de roca.

La Arqueología no cuenta con métodos adecuados para medir la dieta; los intentos por

analizar estadísticamente restos de comida colectada en excavaciones son escasos y los

pocos ejemplos que existen no deben ser ignorados (Pozorski 1976; Bonavia 1982). No

existe tampoco una estimación sobre la relación de los grandes concheros con la posible

cantidad de carne utilizada. Se miden o contabilizan restos de plantas y animales que no

se come, como huesos y cáscaras, que dan testimonio sobre el consumo pero nada sobre

el volumen y la cantidad de proteína, carbohidratos, almidón, etc., ingeridos por el

hombre antiguo. Pickersgill y Smith (1981) citados por Bonavia (1998: 52) señalan que

“es difícil evaluar la importancia dietética de la alimentación de plantas comparada con

los productos marinos”.

Finalmente, Bonavia es muy claro al afirmar que nadie puede poner en duda la

importancia del mar en las sociedades pre-hispánicas andinas, pero aclara, que sólo los

recursos del mar, por más ricos que fueran, no podrían dar seguridad a un desarrollo

sostenido, sin el soporte de la agricultura, y concluye señalando: “la agricultura fue la

madre de la civilización” (Bonavia 1998: 58).

2. De la caza-recolección a la agricultura: una perspectiva local.

En la costa central y norte del Perú se pensó inicialmente en la existencia de dos

tradiciones de cazadores, a las cuales se les ha llamado Chivateros y Paijanense. Claude

Chauchat y Duccio Bonavia, por separado, llegaron a la conclusión que ambas

representan la misma tradición que Bonavia llama Complejo Chivateros. Posteriormente

los mismos autores, demostraron que la tradición se expandió hasta la costa sur. La zona

de Huarmey es crucial no sólo para la solución de este problema, pero también, para

definir el siguiente período de ocupación, el Arcaico.

Para explicar el complicado problema de transición entre los cazadores paijanenses

(8,000 a.C.) y los horticultores con cerámica inicial (1,800 a.C.), Bonavia acude a los

datos de sus propios trabajos de Huarmey. Advierte que la ausencia de asentamientos del

período transicional puede ser atribuido a dos factores, o porque hayan sido enterrados

por las dunas, o porque los cambios climáticos les hayan obligado a una rápida

adaptación a los recursos marinos, alternando con la recolección de plantas del valle, con

lo cual la caza se convertía en una actividad secundaria.

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Bonavia menciona haber encontrado dos sitios con ocupaciones posteriores a los

cazadores, uno, el numerado como 106, está ubicado sobre la margen derecha del río

Huarmey y cerca de su desembocadura y, el otro, numerado como 6, muy cerca de Los

Gavilanes. Al reconstruir la geomorfología del valle, refiere que por entonces había

grandes áreas pantanosas, con abundante agua salobre, capa freática muy alta, y por lo

tanto, con suficientes recursos naturales, plantas y animales para el uso humano. Gracias

a esos factores naturales, el hombre desde muy temprano (5,640 – 4950 a.C.) habría

asumido un comportamiento sedentario.

Con la experiencia de un experto, Bonavia analiza la industria lítica encontrada en ese

asentamiento transicional que él llama 106, la ordena tipológicamente y describe su

función, para concluir que la mayoría son guijarros que presentan golpes bipolares y que

fueron utilizados para mariscar. Las evidencias del sitio 106 de Huarmey y de

Mongoncillo en Casma, estudiado por Malpass (1986), de acuerdo a las evaluaciones

hechas por Bonavia, podrían corresponder a la fase que continúa a la Paijanense, aunque

dice Bonavia que Chauchat las pone en duda. Frente a la duda del arqueólogo francés,

replica Bonavia señalando que la única manera de despejar cualquier incógnita, sería

encontrando en la Pampa de los Fósiles asentamientos con ocupación que sean la

continuación de los de Paiján y en Huarmey sitios con implementos del complejo

Chivateros, lo cual no ha ocurrido hasta ahora.

Al describir Bonavia los recursos utilizados por la gente del 106 y los del sitio del

número 6, destaca en ambos la abundancia de cucúrbitas que pueden haber sido utilizadas

como alimento, como recipiente y aun como combustible. Entre los dos sitios estudiados

existen similitudes y diferencias, las cuales, cuidadosamente analizadas por Bonavia,

permiten fijar la secuencia de ocupaciones, primero el 106 seguido por el 6. En el 6

aparecen tejidos que no existen en el 106. Del mismo modo, en el sitio 6 aparecen las

plantas industriales como mate y algodón y especies comestibles como calabazas, frijoles

y paltas, que dan claro testimonio sobre la presencia de una sociedad más evolucionada

que la del 106. En el 106 habría habitado un grupo de gentes con economía más

pescadora y recolectora, mientras que las del 6 fueron agricultores iniciales. Bonavia

también indica haber encontrado hojas de coca (Eriythoxylum truxillense) en el sitio 6.

Como se sabe, el fríjol en la sierra de Ancash es más antiguo que en la costa y el maíz

serrano de acuerdo a los datos de Bonavia habría llegado primero a Casma y luego a

Huarmey.

La lista de plantas y animales aprovechados por la población de Huarmey durante la

Época 2 de Gavilanes, que corresponde a la fase inicial del sitio 6, es numerosa, tanto los

procedentes del mar como los de la tierra. Al respecto cabe señalar la experiencia de

Bonavia para analizar el conjunto de recursos y su ecología. No se detiene en un listado y

la mención del uso, sino que las amplía hasta precisar el hábitat y las técnicas para

cazarlas, pescarlas y recolectarlas.

Las evidencias sugieren que la agricultura viene de la sierra hacia los finales del período

arcaico, Epoca 1 y 2 de Los Gavilanes, con una rápida expansión de la horticultura. En la

época 2 aparecen nuevas plantas cultivadas, entre ellas el maíz, la yuca, ají y guayabo,

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10

ampliándose la lista con chirimoya, jíquima, pallar y, probablemente camote, en la época

3. En Huarmey, antes de la introducción de la cerámica, los grupos pre-cerámicos eran ya

sedentarios, con agricultura y producción de tejidos, era una sociedad que sabía

perfectamente aprovechar los recursos tanto del mar como de la tierra, aunque no hayan

construido viviendas convencionales, quizás porque ellas no fueran necesarias, en tanto

que la gente vivía cómodamente en campamentos abiertos. Pero en cambio se

preocuparon, por habilitar depósitos para el almacenaje de alimentos, especialmente

durante tiempos difíciles, cuando la presencia de El Niño era evidente. Los depósitos de

maíz de Los Gavilanes son un ejemplo de aquello.

Bonavia concluye señalando que no hay evidencias que permitan pensar en una posible

domesticación de plantas en la costa, y más bien ésta habría ocurrido en la sierra, de

donde se desplazaron a la costa totalmente domesticadas, como el maíz, por ejemplo.

Los datos de Paiján, de los sitios 106 y 6 de Huarmey y Mongoncillo de Casma fueron

cuidadosamente analizados y comparados, los cuales sugieren la siguiente secuencia

cultural: de cazadores (Paiján) a los agricultores (sitio 6), con una fase transicional en el

sitio 106. Los recursos del mar, debido a su ecología cambiante, a pesar de su riqueza “no

le ofrecía al poblador la seguridad que les daban los productos agrícolas”.

3. Orígenes de la Civilización Andina.

Muchos arqueólogos se han preocupado por caracterizar los orígenes de la Civilización

Andina, a los cuales se ha sumado Bonavia, con un ensayo que aquí se comenta. Este es

didáctico, escrito en un estilo sencillo al alcance de cualquier lector. El autor explica a

base de los datos que se conocen, los cambios climáticos y culturales durante el milenario

proceso Andino, desde la llegada del hombre hasta el nacimiento de la Civilización

Andina.

Al igual que otros académicos, Bonavia llama la atención sobre la importancia del

concepto y el correcto uso de la terminología. Los términos usados en la literatura, como

“civilización”, “ciudad”, “urbanismo”, entre otros, deben ser adecuadamente utilizados

cuando se trata de definir la categoría de un asentamiento o una cultura. La diferencia

entre un amateur y el profesional es eso, el manejo idóneo de los conceptos teóricos y su

relación con los hechos empíricos. Lamentablemente en la Arqueología Peruana estos

términos han sido muy manoseados, sin tomar en cuenta la connotación académica que

ellos tienen en la Ciencias Sociales.

Para entender los orígenes de la Civilización Andina, Bonavia hace un resumen sobre los

antecedentes geoclimáticos en los Andes, desde el Pleistoceno al Holoceno Medio,

explica los períodos glaciares, postglaciares, las grandes lluvias, las condiciones

ambientales y los potenciales recursos naturales de cada región ecológica: costa, sierra y

la selva tropical, tratando de visualizar el medio ambiente al cual habrían llegado los

primeros hombres, en estado de cazadores y recolectores. Cada una de esos fenómenos

naturales y las diversas etapas de desarrollo y evolución cultural del hombre, es

didácticamente explicada por Bonavia, situándolos en el tiempo y el espacio.

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Los primeros cazadores paleo-indígenas se desplazaron de norte a sur, siguiendo

posiblemente a la megafauna del Pleistoceno. Las primeras huellas se han encontrado en

la Cueva del Guitarrero, Callejón de Huaylas, con una antigüedad de 8000 a.C. Estos

cazadores complementaban su economía con la recolección de una gran cantidad de

plantas. En el siguiente milenio, ya estaban domesticando hasta dos especies de frijoles y

hacia 4000 a. C. ya están sembrando maíz. Mientras que en Guitarrero y en los valles de

Ayacucho se estaba desarrollando la agricultura, los que se asentaron en las punas

abiertas como Lauricocha y Junín, perfeccionaban la caza y domesticaban a los

camélidos. Estos animales como se sabe, tienen conducta territorial y vida social

gregaria, por lo cual, era fácil para el hombre convivir con ellos. Las cuevas en el

altiplano son muy húmedas, por ello quizás no ha sido posible encontrar restos de flora,

aunque en Pachamachay se logró colectar semillas de maca y quenopodiaceas en estratos

del pre-cerámico final.

En la costa, posiblemente los mismos cazadores- recolectores altoandinos, al encontrarse

con nuevos ambientes, el desierto y el mar, desarrollaron otro modelo de economía,

alternando la recolecta de plantas con la pesca. A estos grupos, que se extendieron de

Lambayeque hasta Ica, se les ha llamado Complejo Chivateros. En términos globales,

Bonavia comparte la opinión de especialistas como Richard B. Lee, que ha estudiado a

grupos de cazadores-recolectores, en señalar que porcentualmente el uso de plantas por

ellos, es muy superior a la de animales terrestres y del mar. A través de los milenios, se

desarrolló una relación totalmente natural, del hombre con las plantas, la cual dice

Bonavia, fue “sin duda uno de los más grandes sucesos de la historia de la humanidad”.

La tremenda abundancia y variedad de plantas en los valles, facilitó la temprana

sedentarización del hombre, ensayando la reproducción de alguna de ellas. La

domesticación de plantas no fue un acontecimiento sino un proceso, en muchos casos de

cientos y miles de años. Posiblemente algunas plantas fueron domesticadas varias veces

hasta ser incorporadas a la economía social. Hacia los 3,000 a.C. el proceso de cambio

cultural es mucho más rápido y marcado, dice Bonavia. Surgen los villorrios con

viviendas nucleadas, todavía durante el precerámico se producen serias transformaciones

en los patrones urbanos, con claras evidencias de la existencia de una sofisticada

organización social. Esta compleja expresión en la sociedad, significaría para Silva

Santisteban (1997), la presencia de un ordenamiento estatal, interpretación que no es

compartida por Bonavia.

En un estudio que llevó a cabo con Richard Schaedel en 1968, sobre “Patrones de

urbanización incipiente en los Andes Centrales”, Bonavia menciona que ellos

encontraron dos tendencias básicas en los agrupamientos humanos: una de concentración

y otra de dispersión, ambas ligadas a la ecología, aunque debido a la gran variedad de

nichos ecológicos y en distancias relativamente cercanas, estas tendencias tienen

diferentes preferencias, como la “concentración cíclica” de los cazadores recolectores

nómadas. En la costa, de acuerdo a las observaciones de Bonavia, habría al menos dos

tradiciones: 1) el área nor-central con edificios públicos nucleados y con villorrios

instalados alrededor y, 2) las áreas septentrional y meridional con villorrios dispersos y

sin edificios públicos.

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La evolución de la arquitectura dentro de la primera área ha sido impresionante. Carlos

Williams al analizar las tempranas edificaciones (2500-1500 a.C.) las ha agrupado en dos

grupos: uno, viviendas nucleadas sin asociación a plataformas o montículos piramidales,

como el sitio de Bandurria, y otro, recintos construidos sobre terrazas artificiales como

Salinas de Chao y Culebras. Áspero y Chupacigarro (hoy renombrado Caral) son otros

asentamientos que corresponden al segundo grupo, pero con mayor complejidad en su

planeamiento, integrando los monumentos públicos con los barrios o núcleos

residenciales. La distribución de estos sitios monumentales se extiende desde el valle de

Moche hasta Mala, gran parte de la costa central y norte. Esta fase innovadora hacia

finales del precerámico, Lanning la llamó Complejo Culebras. Una de las novedades fue

la habilitación de depósitos de alimentos, como Los Gavilanes en Huarmey, como

consecuencia del desarrollo de la agricultura.

Los datos empíricos vienen demostrando una original continuidad desde la llegada del

hombre a los Andes hasta su sedentarización y el desarrollo de la agricultura, con

revolucionarios cambios internos, que sirvieron de base para la emergencia de la

Civilización Andina, y una de las principales bases económicas fue la agricultura. La

temprana domesticación de plantas y el desarrollo rápido de la agricultura en los Andes,

posiblemente fue estimulado por la diversidad de ecologías que tiene el Perú que, como

se sabe, de los 103 pisos de vida natural que aparece en el planeta, 84 están presentes en

el Perú (Tosi 1960).

Los arqueólogos han utilizado la aparición de la cerámica como marcador temporal y

cultural para separar el Período Precerámico del Período Inicial, acontecimiento que ha

ocurrido entre los años 1800-1500 a.C. Al respecto señala Bonavia que, mucho antes de

la introducción de la cerámica, la sociedad andina ya era sedentaria, agricultora, tejedora,

constructora de villorrios e incluso de edificios públicos, con creencias y templos, y

tendencias hacia al regionalismo. Este panorama bien conocido para la costa, es todavía

menos para la sierra, donde obviamente faltan investigaciones de campo.

El concepto de civilización se refiere a una comunidad organizada, dice Bonavia, y tiene

su vida controlada por normas establecidas, con un nivel cultural ya desarrollado. Llega a

su estadio máximo cuando se comienza a vivir en ciudades. Aunque existen muchas

maneras de definir civilización, así como la cultura, los antropólogos coinciden en señalar

que la diferencia entre civilización y cultura no es cualitativa, sino sólo de grado, de tal

manera se podría decir que la civilización es un ejemplo especial de una cultura

avanzada. Al comentar las diversas tendencias de interpretación del proceso social

andino, Bonavia hace alusión al punto de vista del marxismo, el cual tuvo predicamento

en diversos países de América Latina, entre los años 1960-70. Bonavia después de

reconocer la contribución de muchos que trabajaron dentro de esta tendencia, como

Gordon Childe, por ejemplo, señala que en el Perú no ha funcionado principalmente por

carecer de una metodología apropiada y porque sus mentores no le dieron el mismo

impulso de aquél, quedándose como un discurso teórico del materialismo histórico

introducido a la arqueología tradicional.

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Menciona Bonavia que fue Emilio Choy (1959) el que introdujo las ideas marxistas a la

Arqueología Peruana con su artículo “La revolución neolítica y los orígenes de la

civilización peruana”. Igualmente, los esfuerzos de Elman Service (1975) para explicar

los orígenes de la civilización andina haciendo uso de los criterios de Childe no

funcionaron, debido principalmente a la falta de estudios y de evidencias para los finales

del precerámico. Dos décadas después Bonavia (1996) retoma los puntos de vista de

Service y señala que ciudad en su verdadera acepción, sólo aparecen durante el Período

Intermedio Temprano (200-500 d. C.). Algunos colegas mal emplean el término y el

concepto, como en el caso de Caral (su nombre original es Chupacigarro), alejándose de

los preceptos y la terminología reconocida por las Ciencias Sociales. Nos recuerda

Bonavia que Jorge Hardoy (1973) ha establecido 10 criterios para definir una ciudad, a la

cual agrega el de “especialización” propuesto por Childe. Bonavia reconoce que algunas

de los criterios establecidos por Hardoy y por Childe se encuentran en el pre-cerámico

tardío, pero la mayoría no estan presentes. Entre las evidencias que existen, estan los

centros de almacenamiento para depositar los excedentes en la producción, la

monumentalidad en las construcciones como El Paraíso y El Áspero, el arte, ciertas

formas de creencias, producción de ciertos bienes como los tejidos y mates pirograbados

de Huaca Prieta, pero en cambio nada se sabe de la organización socio-política, los

centros administrativos, la astronomía, entre otros aspecto del universo cultural.

Al concurrir todos los elementos de una ciudad en un centro, se produce de acuerdo a

Childe la “revolución urbana”, es decir, surge la civilización. Bonavia sostiene que en los

Andes el proceso fue distinto, gradual y continuo. Aquí no hubo estado ni diferenciación

de clases sociales durante el precerámico, posiblemente éstas surgieron junto con las

ciudades durante el Período Intermedio Temprano, con Moche, Nasca, entre otros. En los

Andes no ha habido una revolución en el sentido childiano, sino una evolución con

mutaciones. Bonavia también cuestiona la hipótesis planteada por Jonathan Haas, el cual

postula la aparición del estado entre fines del Período Inicial y el Horizonte Temprano,

basado en la monumentalidad de la arquitectura, manejado por un poder coercitivo.

Bonavia coincidiendo con Malcom Webb (1987) afirma que no se trataba de estado, sino

de una organizada comunidad regional.

En concordancia con Elman Service, Bonavia afirma que en el Área Andina Central, fue

el poder político el que organizó la economía y no al revés. La agricultura fue la base

para el surgimiento de la sociedad compleja y de la civilización andina. La ciudad

entendida dentro del concepto histórico de la cultura andina, fue sin duda diferente a la

occidental, de tal modo que, para definirla, es necesario acudir a los datos andinos. Así se

entenderá mejor que la historia cultural en los Andes Centrales tuvo su propio curso, con

originalidad y autonomía. Creo que la conclusión final de Bonavia es coincidente con la

de Tello, cuando este pionero de la arqueología peruana afirmaba que Chavín es la matriz

de la civilización andina.

4. Una Pintura Mural de Pañamarca, valle de Nepeña.

Duccio Bonavia, siendo todavía un estudiante, se abocó a estudiar las pinturas murales de

Pañamarca. Podemos imaginar el reto que habría sido para él asumir tal misión, cuando

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por entonces en Lima no había un solo experto en pinturas murales, ni tampoco un

manual escrito sobre el tema, excepto el ensayo publicado por Schaedel (1951). Su único

mentor fue posiblemente Muelle, además del aliento de ciertos amigos como Jiménez

Borja, Reparáz, Horkheimer y su compañero de trabajo y gran colaborador suyo hasta su

muerte, Félix Caycho.

Después de revisar la literatura que habla sobre las ruinas de Pañamarca, se trasladó al

sitio para estudiar in situ las nuevas pinturas murales que aparecieron en ese momento,

las cuales, como todos los sitios arqueológicos notables en el Perú, estaban en riesgo de

ser destruidas pronto. Se les llamó “nuevas”, porque fueron puestas al descubierto por

unos turistas en esos días y eran diferentes a las estudiadas por Schaedel en el mismo

sitio. Utilizando el plano levantado por Víctor Antonio Rodríguez Suy Suy, él ubica y

describe con mucho detalle las nuevas pinturas, trata de encontrar su asociación a los

pisos y a la posible función del edificio. De acuerdo con otros que trabajaron en edificios

mochicas, él destaca que fue un patrón cultural entre ellos proteger sus murales, con

arena e incluso con paredes.

Haciendo uso de papel transparente, Caycho calcó en su totalidad la nueva pintura,

cuidando reproducir los mínimos detalles y la fidelidad cromática. Entre las conclusiones

nos enteramos que la pintura de Pañamarca fue aplicada al temple. Bonavia describe con

realismo los posibles pasos seguidos por los artistas mochicas, desde el enlucido de la

pared hasta la aplicación de la primera capa de pintura sobre un muro casi húmedo, la

delimitación de las figuras mediante líneas incisas, el rellenado de colores, el matiz de

cada uno de ellos y, obviamente, el acabado. Bonavia destaca la destreza de los artistas en

el manejo del pincel y la firmeza de la pintura, que a pesar del tiempo transcurrido,

conservaba su originalidad. Los principales colores usados fueron el blanco, rojo, negro y

celeste y ciertos tonos intermedios. Él supone que el mural fue pintado al mismo tiempo

por dos artistas.

Los personajes del mural aparecen de perfil, mirando hacia la izquierda, con excepción

de uno que mira a la derecha. Parece que el dibujo de personas de perfil fue un patrón

común entre los mochica, quizás debido a la facilidad de representar a los combatientes

frente a frente, o en grupos de personas desfilando en una dirección. De acuerdo a las

observaciones de Bonavia, pintaban primero las figuras grandes, rellenando los espacios

vacíos con personajes y motivos menores, sin dejar espacios en blanco. En el análisis de

los motivos, encuentra algunos personajes con cinco dedos mientras que otros tienen sólo

cuatro, lo cual puede ser una respuesta a la forma como se dividían los espacios. A este

respecto Bonavia cita las palabras de Muelle (1936) cuando se refiere a los mochica, que

“desconocen la perspectiva, pero tienen un marcado sentimiento de volumen”.

La escena del mural de Pañamarca presenta un cortejo que camina de derecha a

izquierda. El personaje principal es el de mayor tamaño y muy bien vestido, con penacho

de doble apéndice, seguido por otros menores en doble fila, posiblemente de menor

rango, a cuyo costado aparece un motivo serpentiforme y hacia atrás otro motivo cónico

y muy alargado. La escena está enmarcada con diseños escalonados en la parte superior y

por postas en la inferior. Bonavia describe con lujo de detalle cada individuo, los vestidos

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y los adornos que lleva puesto cada uno de ellos, sus actitudes, gestos y hasta sus

expresiones psicológicas, como la de aquél desnudo, que parece tener una cara de terror.

Luego hace comentarios sobre la escena en conjunto, adelantando algunas inferencias que

nunca fueron criticadas o corregidas por los especialistas. El dibujo del mural de

Pañamarca es posiblemente uno de los más reproducidos en publicaciones y exhibiciones.

Finalmente Bonavia presenta un interesante cuadro comparativo de su trabajo en

Pañamarca, con la llamada “pintura nueva” para diferenciarla de las estudiadas por

Schaedel (1951) y las de la Huaca de la Luna estudiada por Kroeber (1930). Luego de

una larga explicación de datos y hechos, concluye que los murales de Pañamarca deben

pertenecer a la fase IV en la secuencia mochica establecida por Larco Hoyle (1948), a la

cual deben pertenecer también los murales estudiados por Schaedel y Kroeber.

Es interesante señalar que muchos años después, Hocquenghem y Lyon (1981)

demostraron que el personaje principal fue en realidad una sacerdotisa y que llevaba el

mismo atuendo de la que posteriormente se encontró en la tumba en San José de Moro.

En la literatura especializada se menciona muy a menudo lo que Donnan llamó “escena

de presentación”, pero no se cita el trabajo original de Bonavia, ni se admite que sin su

estudio de Pañamarca, Donnan no hubiera podido hacer la reconstrucción que hizo ni se

hubiera podido saber, a raíz del descubrimiento de Moro, que las representaciones

mochicas mostraban ceremonias y personajes reales.

5) Factores Ecológicos que han intervenido en la transformación urbana a través de

los últimos siglos de la época prehispánica.

Otro de los problemas que ocupó la atención de Bonavia fue el urbanismo en los Andes.

Junto con estudiosos sobre el tema, como Jorge Hardoy, Richard Schaedel, George

Kubler, entre otros, alentó la investigación y el debate teórico sobre el controvertido

problema de caracterización y definición de las diversas categorías que presentan los

asentamientos pre-coloniales. Acogiendo los criterios sugeridos por Hardoy (1964) para

definir el urbanismo y un centro urbano, Bonavia discute sobre la base de los datos que

disponía por entonces (1972) los patrones de asentamientos, planeamiento, arquitectura y

la influencia de los factores ambientales, como la topografía y la ecología.

Él señala que la arquitectura y la planimetría incaicas son resultados de un largo proceso

ocurrido antes de ellos. El concepto de urbanismo habría empezado durante el Período

Intermedio Temprano y desarrollado en el Horizonte Medio, en lugares como Pikillaqta,

Viracochapampa, Huari, Cajamarquilla, para citar algunos ejemplos de esa época. Chan

Chan es un buen ejemplo de la transición hacia el urbanismo inca. Las fotos áreas de los

establecimientos de Pikillaqata, Chan Chan y Cuzco, muestran claramente esa

continuidad, con ciertas semejanzas en el patrón general, con recintos cuadrangulares,

calles y pasadizos rectos, que obviamente dan sentido urbano al planeamiento, aunque

uno de los expertos en los asentamientos incaicos, John Hyslop (1990: xii), ha preferido

evitar el uso de las palabras “ciudad” y “urbano” en su libro “Inka Settlement Planning”,

para evitar caer en errores o confrontaciones, así como Bonavia ha preferido evitar el

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término de aldea y emplear el de “villa”, para referirse a los núcleos poblados que se

encuentran en la vertiente oriental de los Andes.

Aunque Cuzco sería ideal para definir un patrón incaico y Ollantaytambo un poblado inca

rigurosamente planificado, ninguno de los dos se reproducen en otros lugares, ambos son

casos únicos dentro del imperio, por tanto no son prototipos ni modelos de otros, a pesar

de que inclusive algunos cronistas de la colonia hablaban de Inkawasi en Cañete, como

un Uchuc Cuzco, una réplica del Cuzco imperial en la costa central, sabemos ahora que

no lo es.

Adelantándose a posteriores constataciones, Bonavia en aquel entonces describía algunas

conocidas instalaciones incaicas, las comparaba con otras y llegaba a algunas

conclusiones que ahora, a la luz de las recientes investigaciones son válidas, tales como,

no había dos Cuzcos en el Tahuantinsuyu, ni tampoco existen dos instalaciones incaicas

iguales, a pesar de que la administración del estado Inka era vertical. Debido a ello,

infiere que no hubo un plan maestro elaborado en Cuzco y ordenado para que fuera

aplicado en otras partes, aunque sí hubo un orden para reproducir los símbolos del estado

en todos los centros administrativos, como el acclla-wasi, la kallanka, una plaza central,

unas veces trapezoidal y en otras cuadrangular, acceso controlado, etc. Las instalaciones

incaicas fueron planificadas de acuerdo a la topografía del suelo, la ecología y los

recursos que controlaban. En muchos casos, como afirma Bonavia, estas fueron anexadas

a las ya existentes, agregando ciertos símbolos del estado. Centros provinciales como

Huánuco Pampa, Vilcashuaman, Pumpu, etc. tuvieron un plano y patrón de desarrollo

individual. Cajamarca habría sido una “ciudad cuartel”, diferente a las demás,

remodelada sobre una existente, a la que fue agregado un adoratorio dedicada a la

Serpiente, el Oshono (Usnu), el templo del Sol y una plaza triangular. Hay que señalar

que Bonavia ha sido el primero en darse cuenta de esta característica de la organización

incaica que fue aceptada por los especialistas, aunque sin mencionar su nombre como es

el caso de Gasparini y Margolies (1977:146) en su libro Arquitectura Inka.

Son igualmente interesantes las observaciones de Bonavia sobre los villorrios. Advierte

que los incas, o no tuvieron interés en ellos, aprovechando los pre-existentes, o

sencillamente se acoplaron a la vida campesina local, sin preocuparse de nuevos

agregados. En la mayoría de esos asentamientos no quedan huellas de la influencia

incaica, excepto cuando se trata de alguna imposición estatal, como la construcción de un

símbolo oficial o la presencia de fragmentos de cerámica. Él señala que los asentamientos

estudiados en la sierra central, muestran casi siempre una arquitectura doméstica, con

caracteres locales y ninguna influencia ajena, por lo cual infiere que los incas no se

esforzaron por transformarlos, quizás en parte debido al carácter particular de la

conquista y dominación.

Bonavia se ocupa luego de lo que él llama “colonización” de la Ceja de Selva por parte

de los incas y aclara, por supuesto, que es conocido que la gente se desplazaba en ambas

direcciones: Este-Oeste y viceversa, desde el Horizonte Temprano (Chavín). El cinturón

conocido como Ceja de Selva, ocupa longitudinalmente el piso ecológico transicional

entre la puna y la selva tropical. Este territorio se caracteriza por la humedad en el

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ambiente, la topografía abrupta y pronunciada y poco terreno accesible para la

agricultura. Los andinos de antes, como los actuales, han dominado ese ambiente,

alternando el cultivo con el pastoreo. El cultivo del maíz, junto con el fríjol y la papa, han

sido los productos preferidos. Debido a la poca fertilidad de la tierra practican el sistema

de rotación de cultivo, dejando el suelo descansar por cinco o más años. Bonavia

reproduce el estupor de los viajeros que pasaron por el lugar, los cuales no dejaron de

expresar su asombro sobre la agresividad del ambiente y la habilidad del hombre andino

para habitarlo.

Sobre ese territorio existen muchos asentamientos arqueológicos, la mayoría de ellos son

pequeñas agrupaciones de viviendas, sin alcanzar la categoría de ciudadelas, ni aldeas

desarrolladas, por no tener un trazado urbano ni espacios urbanos reconocibles. En casi

todos los casos descritos por los arqueólogos, las construcciones fueron adaptaciones a la

topografía del suelo y a las condiciones de estabilidad frente a la erosión. El patrón de

asentamiento y de edificaciones, es impuesto por el medio ambiente.

Otro acierto de Bonavia fue haber visualizado que muchos de los establecimientos

incaicos fueron obligados, por lo cual, después de la llegada de los españoles, la mayoría

de ellos se desintegraron o desaparecieron. En una visión panorámica del territorio

dominado por los incas, Bonavia establece las diferencias que hubieron en las tres

regiones de las vertientes orientales: el sur, centro y norte. Mientras en el sur se acercan

al patrón inca, con recintos cuadrangulares, en la región central predomina las viviendas

circulares, núcleos poblados en forma de panal de abeja, algunas de ellas con muros

defensivos, y en la región norteña, las edificaciones, aunque circulares, conservan su

propia tradición, con edificios de varios pisos y recintos de mayor volumen.

Entre los asentamientos conocidos por entonces, Bonavia dice que las huellas del patrón

urbanístico inca entre los colonizadores de la Ceja de Selva, son muy escasos, poco

perceptibles. Igualmente en el noroeste de Argentina, donde, como en la mayoría de los

casos, las evidencias revelan una limitada influencia incaica. Lo que más resalta es la

coexistencia de ambos grupos, los locales con los incaicos.

Bonavia concluye señalando que el fenómeno “ciudad” habría empezado durante el

Período Intermedio Temprano, desarrollándose y difundiéndose más intensamente

durante el Horizonte Medio, desde la cual, es notable la fuerza del desarrollo regional que

luego tiene impacto durante el período incaico

6. Exostosis del conducto auditivo externo: notas adicionales

Creemos importante incluir este artículo, para mostrar cuánta información se puede

recuperar de las muestras colectadas en un trabajo arqueológico. Además de los análisis

físicos de los pocos restos óseos de Huarmey, Bonavia acudió a los especialistas para

estudiar las patologías, encontrando al menos un caso de exostosis entre los mariscadores

del período arcaico. Este mal, que Standen (1985) llamó patologías laborales y otros lo

confundieron con osteomas, fue aclarado por Bonavia como casos de exostosis, una

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enfermedad asociada a la actividad en el agua, por lo cual Pedro Weiss lo llamó “estigma

de zambullidores”.

La exostosis fue identificada por Pedro Weiss en el Perú en 1970 y mucho antes por

Morrison en 1948. Mientras que los osteomas son lesiones discretas que aparecen a lo

largo de la sutura timpanoescamosa, las exostosis son elevaciones óseas en la base ancha,

que se desarrollan bilateralmente y envuelven el hueso timpánico. Las exostosis son

producidas por inflamaciones crónicas y los osteomas son tumores, de acuerdo a las

averiguaciones de Bonavia con sus colegas de la Facultad de Medicina de la Universidad

Cayetano Heredia. Existen criterios establecidos por Graham (1979) para identificarlos

clínicamente, y ambas deben ser considerados como patologías distintas.

Revisando los datos publicados, Bonavia comenta que existe una alta frecuencia de

cráneos prehispánicos con evidencias de exostosis del conducto auditivo. Él cita a Weiss

como el antropólogo físico que ha detectado este mal en 11 cráneos del período pre-

cerámico, también identificada por Junius Bird entre los cráneos de Huaca Prieta. Se

advierte que, en este período, la exostosis es más frecuente entre los adultos de edad

avanzada, varones y menos entre los jóvenes. En Huarmey se ha encontrado un caso. Los

datos indican que la exostosis parece estar asociada a la población que habitaba el litoral

del mar y los lagos, y es raro entre los habitantes que no tienen contacto frecuente con el

agua, tal como lo ha observado Alex Hrdlicka (1935) y Weiss (1970).

Las causas de la exostosis aún no han sido definidas con seguridad, posiblemente sean

originadas por una disfunción de la articulación temporomandibular, la masticación y los

efectos de agua fría, ligada principalmente a la actividad del buceo, que deja depósitos de

agua en el conducto auditivo, lo que genera infecciones crónicas que conducen a la

proliferación del tejido óseo. Los atletas que pasan mucho tiempo en el mar sufren de este

mal, testimonio que puede reforzar la idea de que los pescadores y marisqueadores que

pasan mucho tiempo en el mar, pueden ser afectados por la referida enfermedad. Sin

embargo Bonavia sugiere algo que no se había considerado, que una causa de esta

patología podría ser la presión hidrostática. Estas observaciones de Bonavia han sido

enriquecidas con las de Strong y Evans (1952) en Huaca Negra de Guañape y de Bird en

Huaca Prieta, respectivamente. Abundando en comentarios, los autores mencionados y

Bonavia llamaron la atención sobre la búsqueda de especies que habitan aguas profundas

por parte de pescadores prehispánicos, a los cuales los pescadores modernos suelen

alcanzar.

7) El Soroche visto a través de las crónicas de los siglos XVI y XVII

Con la paciencia y la erudición de un historiador, Bonavia revisa cuidadosamente, en este

ensayo, las fuentes escritas por los cronistas sobre el fenómeno fisiológico conocido

como soroche o mal de altura. El trastorno fisiológico afecta física y emocionalmente a

los viajeros que ascienden a la sierra alto andina, especialmente a aquellos que los hacen

por primera vez. El soroche o surumpi en quechua, dicen los especialistas que es falta o

disminución de oxígeno en el ambiente y, como consecuencia, la fisiología orgánica del

hombre y de los animales sufre ciertas alteraciones en su normal funcionamiento. No es

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una enfermedad, como bien puntualiza Bonavia, sino un malestar temporal, que puede

durar entre unas horas hasta un par de días, hasta que el organismo se adapta al nuevo

medio ambiente de altura. Bonavia hace una oportuna y puntual atingencia al señalar que

“el hombre sufre de perturbaciones fisiológicas no sólo cuando sube a la altura, sino

también cuando desciende de ella a nivel del mar”, observación previamente publicada

por Monge Medrano (1988).

Como se sabe, hubieron muchos proyectos dedicados a estudiar la fisiología y biología de

altura y uno de ellos fue precisamente auspiciado por la Universidad Peruana Cayetano

Heredia. Los reportes de estas investigaciones están publicadas en gran parte. Igualmente

se ha publicado libros dedicados a la historia de la medicina peruana, con atención a las

fuentes históricas y arqueológicas. En ambos casos, la información que los cronistas

ofrecen sobre un caso concreto, el soroche, no ha sido debidamente revisada. El ensayo

de Bonavia sin duda repara este descuido.

Bonavia toma en cuenta los datos, en las fuentes coloniales, no solamente la noticia como

tal, sino sobre todo, la impresión y la descripción de los primeros españoles que subieron

a la cordillera, interpretando lo que por entonces el cronista quería expresar sobre el

referido malestar y su relación con el medio ambiente. Es interesante por ejemplo,

precisar que el término de “temple” por entonces equivalía a la puna, o cuando decían

“falta de aliento”, se referían a la dificultad que tenían para respirar, una situación de la

que perfectamente eran conscientes. Como quiera que los comentarios de los cronistas no

eran repetitivos sino más bien variados, en cuanto a sus percepciones y sus propias

experiencias, Bonavia para facilitar el entendimiento de estas fuentes, los agrupó en tres

grupos: 1) cronistas y viajeros que se dieron cuenta del problema al subir a la altura, pero

no tomaron conciencia clara de lo que estaba pasando, como Fernando de Santillán, el

muy poco conocido Nicolás de Benino, Diego de Ocaña, otro poco conocido Pedro de

León Portocarrero (llamado Anónimo Portugués), Antonio de la Calancha, el visitador

Garci Diez de San Miguel, 2) un grupo minoritario de cronistas que trataron de entender

el fenómeno y buscaron alguna explicación, como José de Acosta que se dedicó a

investigar el problema, y en una de sus explicaciones dice “... la causa de esta

destemplanza y alteración tan extraña sea el viento o el aire que allí reina”, lo que

obviamente hace referencia “al enrarecimiento del aire”. Describe también sus

impresiones cuando pasó por Pariacaca, Lucanas, Collaguas entre algunos lugares, y

explica su observación sobre la diferencia del frío de los Andes comparado con el de

Europa. Estas informaciones de Acosta no fueron percibidas por los estudiosos de la

historia de la medicina peruana, ni por los de fisiología de altura. Bonavia encontró los

datos y los pone al alcance de quienes se interesen por estos temas.

Otro cronista que de acuerdo a Bonavia se preocupó por entender el problema del

soroche, fue Bernabé Cobo. Aquí un fragmento de su explicación: “el aire desta tan

encumbrada tierra es tan seco y sutil y delgado, que a los que de nuevo pasan por aquí,

especialmente si suben de la tierra caliente...les falta el aliento...”. Cobo inclusive se

ocupa de asuntos vinculados con la fertilidad y la mortalidad infantil, tanto de indios

como de españoles, especialmente en lugares como las minas de Potosí, en Bolivia. El

tercer grupo (3) está conformado por aquellos que percibieron el problema pero que no

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20

tuvieron la sutileza de Acosta y Cobo, y se conformaron con atribuir las causas del

soroche al frío. Entre ellos están el príncipe de los cronistas, Cieza de León y Gutiérrez

de Santa Clara, Dávila Brizeño, entre otros.

El ensayo de Bonavia sobre el soroche es una excelente contribución a la historiografía

andina, a la historia de la medicina peruana, a los estudios de fisiología de altura y a la

antropología andina en general.

8) La papa” apuntes sobre su origen y su domesticación.

La etnobotánica, la etnozoología y la paleo-biología andinas son disciplinas que

apasionaron a Bonavia en su carrera profesional. Él ha dedicado bastante atención al

estudio de ciertas plantas y animales indígenas, incluyendo a microorganismos

encontrados en muestras arqueológicas, como en los coprolitos. En su bibliografía se

encuentra ensayos dedicados a la papa, maíz, fríjol, chirimoya, camélidos, etc.

En el ensayo que comentamos, el autor empieza a distinguir los dos aspectos del

problema, el origen y la domesticación. Con la erudición de un experimentado

profesional, tanto en el manejo de datos como el buen uso de la bibliografía, Bonavia

explica la ecología de la papa, la existencia de unas 200 especies de papa silvestre, y llega

a la conclusión que sólo algunas de ellas están relacionadas a las cultivadas y que pueden

cruzarse sin dificultad. Sin duda es la mejor sinopsis científica escrita sobre la papa.

Mientras la papa silvestre se puede encontrar en casi toda América Latina, la domesticada

se cultivaba sólo intensamente en la región andina, desde Venezuela hasta Chile y el

noroeste de Argentina. A la llegada de los españoles ésta fue distribuida al resto de

América y llevada a Europa. La papa domesticada, o sea la papa cultural, como bien

puntualiza Bonavia, se agrupa en unas siete especies dentro de la serie poliploide y es

capaz de crecer desde el nivel del mar hasta los 4,800 m.s.n.m. Bonavia considera que la

domesticación de la papa debe haber ocurrido en la parte occidental de América del sur

(los Andes), entre 10º Lat. Norte y 25º Lat Sur, entre los 2,500 y 4,800 m.s.n.m., con una

segunda hipotética área de domesticación en Chile, entre los 35º y 45º Lat. Sur. Él señala

que las primeras especies domesticadas fueron las diploides (Solanum stenotomum),

posiblemente logradas en la cuenca del Titicaca y los Andes de Bolivia, las que se

extendieron luego hacia los Andes del Perú en su forma triploide (Solanum tuberosum).

La hipótesis que postula que la costa es un área de domesticación, es puesta en duda por

él, por no existir las condiciones ni ecológicas ni botánicas en esa región. Asimismo,

Bonavia recomienda, para futuros trabajos de investigación, tener cuidado en equiparar

bajo los mismos criterios, el proceso la domesticación de plantas de raíces y tubérculos

con las plantas de semilla. Las plantas de raíz tienen mucho almidón y casi nada de

aceites y proteínas y son muy frágiles para ser guardadas por tiempo largo. Los andinos

aprendieron a conservarlas por un año agrícola en buenas condiciones y, para tiempos

más largos, acudieron a la estrategia de la deshidratación al frío.

Por el momento es difícil encontrar papa en contextos arqueológicos, primero por su

fragilidad para conservarse y, segundo, porque las técnicas de excavación o la

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recuperación de elementos perecibles no han sido suficientemente perfeccionadas. La

mejor información al respecto se encuentra en la iconografía cerámica. Por estas razones,

Bonavia evalúa y cuestiona la validez de los supuestos hallazgos de papa, empezando por

las pioneras noticias ofrecidas por Lanning (1965), el cual menciona haber encontrado

papa en Punta Grande, fechada en 2,500 a.C. El análisis de ellas fue hecha por Martín

Farías (1976) y anunciada como una posibilidad sin confirmación. Otros reportes fueron

dados a conocer por Moseley (1975) del sitio de Ventanilla y por Quilter et al. (1991) del

sitio El Paraíso, ambos pre-cerámicos y ubicados en la costa central. También estos

hallazgos fueron descartados por Bonavia, debido a la poca consistencia del contexto

cultural en los cuales fueron encontrados. Consultando con expertos como Hawkes

(1989), la misma Martín Farías y el peruano Carlos Ochoa, Bonavia señala como datos

más confiables los de Ugent et al. (1982), sobre la base de una muestra de 20 tubérculos

hallados en Casma, las que fueron identificadas como papa cultivada. Unos provienen de

Huaynuma y tienen un fechado de 2,000 a.C . Bonavia coincide con Ugent et al. (1987) al

diagnosticar que las papas arqueológicas encontradas en el Perú pertenecen a la especie

Solanum tuberosum, aunque Hawkes (1989) recomienda tener todavía cautela en tal

aseveración. Ochoa por su parte sostiene que debe tratarse de un Solanum tuberosum,

porque el Solanum stenotomum no crece en la costa. Bonavia concluye que la única

muestra válida de papa pre-cerámica es la encontrada en Casma.

Para la sierra, menciona el reporte de Mac Neish (1973) sobre el hallazgo de ojos de

papa, posiblemente domesticada, en coprolitos recuperados en estratos de la fase Chihua,

con 3,500-3,300 a.C., y el hallazgo de Engel (1970) en la cueva de Tres Ventanas, sierra

de Lima, fechada en 10,000 a.P. Las muestras enviadas por Engel, fueron analizadas por

Douglas Yen, el cual se limitó a señalar que corresponde al género Solanum. Bonavia

demuestra fehacientemente en otro escrito (1984) que los hallazgos de Tres Ventanas no

tienen ningún valor científico.

Las especies encontradas en Chile fueron clasificadas de acuerdo a las averiguaciones de

Bonavia como Solanum tuberosum y el Solanum maglia. Ésta última especie es silvestre

pero comestible, y fue encontrada también en Monte Verde por Tom Dillehay (Ramírez

1989) cuya antigüedad es de 11,000 a.C. Desde entonces la planta se ha convertido en

una especie tradicionalmente comestible hasta la actualidad, especialmente por la

sociedad mapuche.

De las 150 especies cultivadas y silvestres de Solanum conocidas en los Andes Centrales,

de acuerdo a la taxonomía de Ugent et al. (1987), 9 son endémicas de Chile, entre las

cuales, al menos 7 estarían relacionadas con la papa comestible. A luz de los datos

arqueológicos y la ecología de la papa, Bonavia se une a los expertos Hawkes y Ochoa

para buscar las huellas de la papa en las cuencas áridas de la Amazonía, especialmente

entre Venezuela y la Guayana, en el flanco oriental de los Andes Centrales, y quizás

también en las vertientes occidentales que bajan a la costa y no precisamente en la franja

costera.

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9. Revisión de las pruebas de la existencia de maíz pre-cerámico de los Andes

Centrales.

Los Andes Centrales fueron escenario de domesticación de una cantidad de plantas y

algunos animales. No existe una razón valedera para negar que también el maíz haya sido

domesticado en esta región. Los Andes como potencial área de domesticación del maíz

ha sido sistemáticamente negada por quienes defienden a Mesoamérica como único

centro. Todavía me resisto a creer que poner en duda o simplemente ignorar la presencia

del maíz en estratos pre-cerámicos en el Perú sea también una estrategia para negar el

temprano uso de esta planta en la dieta andina. Bonavia supone que el responsable de esta

actitud poco científica, de negar la antigüedad del maíz en los Andes Centrales, sea

Robert Bird. Claro está, Bird es etnobotánico con amplia experiencia en los Andes, por

cuya razón sus reportes son tomados en cuenta unilateralmente, sin confrontarlos con

otras investigaciones, a pesar de que la evidencia de maíz en estratos pre-cerámicos,

fueron dados a conocer por arqueólogos norteamericanos y peruanos.

La defensa de la antigüedad del maíz en los Andes ha sido asumida casi solitariamente,

desde hace tres décadas por Duccio Bonavia y Alexander Grobman. La posición de ellos,

explicadas en muchas publicaciones, no obedece sin duda, a un capricho personal, sino a

la defensa de los datos adecuadamente documentados, con pruebas empíricas y

científicas, con registro arqueológico y fechados, es decir, se trata de una defensa de la

verdad y de las evidencias objetivas.

El maíz precerámico ha sido registrado en varios sitios de la costa y la sierra peruanas. En

el ensayo se halla un somero pero detallado resumen de los hallazgos, los fechados y el

informe de sus descubridores. Para la costa, se menciona a Las Aldas excavado por

Lanning (1967) y Culebras igualmente excavado por Lanning en 1958, el sitio de

Tuquillo excavado por Bonavia (1982), Los Gavilanes en el valle de Huarmey, este

último sistemáticamente documentado y publicado por Bonavia (1981), donde no

solamente se ha encontrado la planta en sus diversos componentes, sino también muestras

de maíz en coprolitos humanos y de llamas, confirmando plenamente el consumo diario

por el hombre y los animales. Hastorf (1985) en una revisión y crítica al libro de Bonavia

sobre Los Gavilanes dice claramente: “Este libro proporciona un informe detallado de

cada pozo y estrato excavados...”

A los arriba mencionados hallazgos se suman los dos sitios excavados por Santiago

Uceda (1986) en el valle de Casma; Cerro El Calvario con fechado de 6,070 a. P. y el

Cerro Julia con fechado de 6,050 a.P, ambos definidos como Precerámico Reciente. Se

trata, como afirma Uceda, del “maíz precerámico más antiguo encontrado en la costa

peruana”, y de acuerdo a los análisis hechos por Grobman y Bonavia, son racialmente

emparentados al maíz de Huarmey y del Callejón de Huaylas. Bonavia menciona otros

sitios como Áspero, excavados por Willey y Corbett (1954) y más tarde por Feldman

(1980). Para la sierra están los estudios de Burger y van der Merwe (1990) en Huaricoto

y los conocidos hallazgos en la Cueva del Guitarrero y Ayacucho.

10- 11) Hans Horkheimer y Don Oscar Lostaunau.

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Entre los varios obituarios escritos por Bonavia se han tomado dos: uno dedicado a Hans

Horkheimer y otro a Oscar Lostaunau. En ambos Bonavia se esfuerza por destacar tanto

la parte humana como la profesional, al hombre y a sus obras, al actor en la arqueología y

en su medio social. Él destaca las cualidades humanas, pero es exigente al juzgar sus

obras. La semblanza de ambos es presentada de manera objetiva y con la sinceridad del

amigo y colega.

La trayectoria académica del arqueólogo alemán Horkheimer es descrita desde su

graduación con una tesis doctoral en filosofía, su labor como director de una revista de

crítica de arte hasta su interés por las culturas del pasado. Desde su llegada al Perú en

1939, se halla vinculado a la Arqueología. Durante su paso como docente de la

Universidad Nacional de Trujillo, participa en la fundación del Instituto de Antropología.

Al evaluar la bibliografía de Horkheimer, Bonavia reconoce que los dos primeros

artículos, publicados en Trujillo y Lima, son meramente descriptivos, sin mayor

trascendencia; mientras que el libro “Vistas arqueológicas del noroeste del Perú” es una

guía que aún tiene vigencia. El primer artículo se publicó en la revista Fénix e iba a ser el

capítulo II de un manual que estaba en preparación y nunca fue terminado y, el otro

artículo, estaba dedicado a las líneas de Nasca. Sus conclusiones sobre las líneas son tan

hipotéticas como las de otros autores, sin que nadie haya demostrado la función exacta de

ellas. En 1950 se publicaron sus obras más importantes: “Perú Prehispánico” y “Guía

bibliográfica de los principales sitios arqueológicos”. Bonavia asume la defensa del

manual frente a la “injusta” crítica, acotando su valor para los estudiantes. La guía sigue

siendo útil, así como el ensayo sobre Utcubamba. La obra completa sobre la Arqueología

Andina planeada en varios tomos por Horkheimer, se quedó inconclusa y se halla sólo en

fichas. Sobre el artículo de divulgación aparecido en la revista Fanal dice Bonavia que le

falta originalidad y el cuadro cronológico tiene lagunas.

El libro dedicado a la alimentación prehispánica (1958), traducido al alemán en 1960 y

luego publicado nuevamente en 1973, se ocupa de los recursos para la dieta, desde los

orígenes de la agricultura hasta los usos y costumbres de los andinos contemporáneos,

seguido de otro ensayo de divulgación sobre la cultura Moche.

El proyecto Chancay fue el más importante en la carrera de Horkheimer, del cual sólo se

ha publicado un corto ensayo en la revista Cultura Peruana (1963) y se hizo una

exhibición en el Museo de Arte, a pesar de contar con el mejor registro arqueológico del

cementerio Chancay de Lauri. El último trabajo fue sobre Vicús. Una contribución

póstuma en co-autoría con Federico Kauffmann está dedicada a la cultura inca. Ha dejado

varios manuscritos inconclusos, como la historia marítima del Perú, el vocabulario

Muchik-castellano, el informe sobre el proyecto Chancay, entre otros.

Desafortunadamente el archivo de Horkheimer depositado en el Colegio León Pinelo ha

sido desarticulado y en parte está perdido. Bonavia señala que la gran obra de

Horkheimer no está precisamente en su bibliografía, sino en su fichero que reúne casi

todo lo publicado sobre la Arqueología Peruana en su tiempo. Posiblemente, Horkheimer

no fue un arqueólogo en el verdadero sentido de la palabra, sino que, como señala

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24

Muelle, “la verdadera labor que lo absorbió estuvo en los dominios de bibliófilo y erudito

en Arqueología Peruana”.

Sobre Oscar Lostaunau, Bonavia menciona que lo conoció en 1958 durante su viaje a

Piura con Kelley. Lo describe como un hombre pequeño de agradable sonrisa, amante de

la arqueología y entregado por completo a la defensa de los monumentos del valle de

Jequetepeque. Éste les invitó a visitar algunos sitios, especialmente Pacatnamú, el

yacimiento central del valle. Bonavia recuerda su primera visita en 1953, la cual

comparada con la siguiente en 1958, le dio la impresión de que los huaqueros no se

asomaban más por el lugar. Le impresionó la conservación y defensa que don Oscar

condujo en el valle, donde después de él, la huaquería se impuso, a veces secundada o

acompañada por algunos arqueólogos sin escrúpulo.

Bonavia fue testigo de excepción de la paciente labor educativa que llevaba a cabo

Lostaunau con las autoridades locales y las comunidades del valle. Gracias a eso, logró

defender los monumentos arqueológicos, obra que el Estado Peruano no ha logrado hacer

en ninguna parte del país. Como señala Bonavia, Lostaunau, desde la sombra y en

silencio desarrolló una gran labor; gracias a él se preservaron grandes monumentos como

Pacatnamú, Nanchoc, entre otros. Don Oscar, con la amplitud de los grandes hombres,

compartió su conocimiento con cuantos lo visitaban a su casa. Muchos disfrutaron de su

generosidad, como Kosok, Schaedel, Ubbelohde-Doering, Disselhoff, Bonavia y Donnan.

Con la modestia que distingue a Bonavia, él dice que fue un honor para él haberlo

conocido y señala que en la preparación de su libro sobre pinturas murales en el antiguo

Perú, la ayuda de Lostaunau fue importante.

Horkheimer y Lostaunau, en palabras de Bonavia, fueron parecidos en su caballerosidad,

sencillez y generosidad, cada cual entregado a la pasión de su vida, la investigación y la

defensa del patrimonio arqueológico peruano.

12. Alfred Kroeber y su obra peruanista

Con la humildad de un destacado alumno que admira a su maestro, Bonavia hace una

excelente semblanza sobre la obra peruanista de Kroeber, desde los primeros contactos

que el ilustre antropólogo americano tuvo con materiales peruanos en 1901, la colección

Uhle, que se guarda en el museo de la Universidad de California, Berkeley, hasta la

última publicación sobre el Perú en 1951. Medio siglo de vida dedicada a la arqueología

andina. Kroeber formó una escuela de andinistas en Berkeley, estimuló a estudiar la

colección que Uhle envió a esa institución, apoyó la publicación de sus informes en una

serie especial y alentó la vocación por los estudios andinos. A pesar de los años

transcurridos, Bonavia puntualiza que esas publicaciones de Berkeley mantienen su

actualidad, cuya tipología, adecuadamente utilizada, es un método válido para la

inferencia arqueológica. Dentro de esa serie se publicó el informe de Kroeber sobre la

cerámica Nasca, ordenada en cuatro fase, A, B, X e Y, cuya secuencia es aún consistente

con los nuevos descubrimientos y seriación.

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25

En 1925 Kroeber visita por primera vez el Perú. Su atención se dirige hacia la

arqueología de la costa norte, cuyos informes se publican en dos volúmenes. En el

primero se ocupa principalmente de la cerámica y, en el segundo, explica sus estrategias

durante sus trabajos de campo. En un tercer volumen se publica el reporte de O’Neale

sobre tejidos y, en el cuarto y último, los trabajos de Kroeber sobre Cañete. Kroeber

describe los monumentos arqueológicos, sus asociaciones culturales y reflexiona sobre la

historia cultural de esos pueblos. De 1926 a 1930 él publica al menos cuatro ensayos. En

1939 aparece una versión castellana de sus descripciones e inferencias sobre la calidad

artística de la cerámica y tejidos de las culturas precolombinas y, por supuesto, su mejor

ensayo sobre el proceso cultural andino, que fue incluido en el Handbook of South

American Indians.

A Kroeber se le debe la definición de la Arqueología como “la transformación de

relaciones de espacio en relaciones de tiempo” y, también, sus consejos sobre la

importancia de la terminología en esta disciplina, así como su juicio sobre las relaciones

de la arqueología con la historia, en la que afirma que los propósitos de ambas son

idénticos, y la diferencia está únicamente en el material de estudio, la arqueología trabaja

con monumentos y la historia con documentos.

Luego de otro viaje por el Perú, publica su libro Peruvian Archaeology in 1942 (1944),

que es una de las mejores síntesis que se ha escrito sobre la Arqueología Andina, junto a

otro ensayo que apareciera en 1948 con el título de “Summary and Interpretations”. Más

tarde dedica su atención al problema de Paracas Cavernas y Chavín, y concluye que

Paracas es una expresión meridional de Chavín, con algunos ingredientes locales. Los dos

últimos trabajos de Kroeber estuvieron dedicados a la definición de las culturas llamadas

Proto-Lima y Nasca.

Aunque Kroeber no dictó clases en las aulas universitarias del Perú, ha dejado, sin

embargo, una gran enseñanza, acaso una escuela en la arqueología peruana,

especialmente por la forma como llevó a cabo sus investigaciones arqueológicas, sus

métodos y sus aproximaciones antropológicas. Siguieron sus pasos John Rowe, Edward

Lanning y otros arqueólogos norteamericanos, y algunos años después Duccio Bonavia.

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26

Bibliografía

NOTA: Aqui se incluye sólo las publicaciones citadas por el autor de este ensayo. Para

las obras de Bonavia, nos remitimos a la bibliografía que está publicada en este libro. Las

demás que están señaladas en el texto, son citas de Bonavia en sus escritos y remitimos al

lector a ellos.

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