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2913 DE JULIO DE 2014 DOMINGO

Por JOSÉ LUIS PARDO Y ALEJANDRA S. INZUNZAFotos ALAN LIMA

LAS ENTRAÑASDE ‘C R AC KO L A N D I A’

Brasil es actualmente el segundo consumidor enel mundo de cocaína y sus derivados, después

de Estados Unidos. La pasta base y el crack se vendenal por mayor y a precio muy bajo en las llamadas

“c ra c k o l a n d i a s ” de Río de Janeiro y Sao Paulo.El colectivo Dromómanos, galardonado este año con

el Premio Ortega y Gasset, nos lleva por lasprofundidades del país que demanda el 18 por cientode la producción mundial de droga. “La policía lo sabe

y todo va seguir igual”, dice un vecino de una de las favelas

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ÍO DE JANEIRO.—Esta tienda estáabierta 24 horas.La atienden tresjóvenes armadosvestidos de shorts

y havainas (sandalias). El lugar es unaespecie de lavadero de piedra antiguo,abandonado, que se ha convertido enalmacén. El mostrador, unas mesasplegables de lámina. Encima de ellassólo hay bolsas de plástico. En cadauna se divide la droga: cocaína, mari-huana y c ra c k o piedra. Al lado hay unacarreta con más mercancía vigiladapor un hombre vestido con camisetasin mangas y un fusil en cada mano.

El encargado, que sería una especiede gerente de esta tienda al aire libre,ubicada detrás de una estación de tren,tiene apenas 20 años y juega con unacometa. No hay ningún cliente toda-vía. Unos niños —conocidos como fo-gueteiros— se asoman desde los techosde las favelas con binoculares para avi-sar en caso de que venga la policía. Enel suelo y recargados en las paredes,hay todo tipo de rifles.

Los despachadores pasan la tarde ju-gando a las cartas, volando cometas ybebiendo cervezas mientras cuentanla última vez que vino la policía. De vezen cuando llega algún cliente, comprasu producto y se va. Nadie se quedamás de cinco minutos en esta boca defumo (dispendio de droga), una de lastantas que hay en las favelas de esteRío de Janeiro.

A las 15:15 horas todo cambia. Ape-nas se escucha llegar el tren, los ven-dedores dejan las cartas y se preparanpara recibir a la multitud de unos 100hombres, mujeres y niños que salencorriendo de los vagones y cruzan lasvías camino a la tienda. Para llegar aquí

R

sólo hay dos maneras: subir el puentepor donde transitan los habitantes dela favela o por atrás, en una especie depasadizo secreto, por el que sólo ca-minan los compradores de droga y lastrabajadoras sexuales. Allí los esperanhombres armados que les indican có-mo llegar directo con los vendedoresque empiezan a gritar: “Crack 2 reales,marihuana 10, cocaína 20”. El gerentesigue jugando con su cometa.

Los clientes se amontonan y com-pran. Llevan el dinero en la mano y seunen a los gritos. También hay otrosprecios para quien quiera mayor can-tidad. La transacción no dura más deun minuto. Los vendedores sacan ladroga de una bolsa y meten el dineroen otra. De repente, cargan bolsas lle-nas de reales que otros hombres vigi-

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La pacificaciónes un temapolémico lo ciertoes que gracias a ellase ha recuperadoel espacio público

PRISCILA DE OLIVEIRA,Directora UPP de Rocinha

lan sigilosamente con sus rifles.En menos de 20 minutos, la gente se

empieza a dispersar. A lo lejos se es-cucha el tren que va de regreso al cen-tro de Río de Janeiro, a un par horas deesta favela a las afueras de la ciudad. Eltren es como un transportador que vade una ciudad a otra sin salir de la mis-ma. Va desde la periferia, violenta ymarginada, al Río de Janeiro de postal,con sus playas, sus cerros y miles deturistas tomando caipirinhas. Peroaquí es otro escenario. Algunos clien-tes fuman el crack apenas lo comprany sin esperar el tren. Otros lo guardan,se van sin sostener la mirada.

Una mujer esquelética, de faccionesmarcadas y piel morena, se acerca a losvendedores y clientes en busca dec ra c k . Los hombres de los rifles se bur-lan de ella: “Fuera de aquí, crackuda ,vete a vender tu cuerpo a otra parte”,le gritan riendo. La mujer, que viste mi-nifalda y ombliguera sucia y rasgada,busca a toda costa un poco de droga acambio de sexo. Pero entre la voráginede compras, nadie le hace caso.

En cuanto llega el tren, los clientesdesaparecen. Los vendedores vuelvena su juego de cartas y esperan la llegadadel próximo, en unas horas. Vagabun-dos y borrachos, que asoman de vez encuando a la calle que lleva a esta lugar,vuelven a los bares. El gerente, un jo-ven moreno, de hombros anchos y go-

rra de lado, corre para ver que tan lejosha llegado su cometa.

ENTRE LOS PRIMEROSBrasil se ha convertido en el segundomayor consumidor de cocaína y de-rivados del mundo después de Esta-dos Unidos. Un 18 por ciento de la pro-ducción mundial entra por los casi 20mil kilómetros de frontera marítima yterrestre que tiene este país principal-mente con Bolivia, Colombia, Brasil yParaguay, según el último informe dela Oficina de las Naciones Unidas con-tra la Droga y el Delito (UNODC por sussiglas en inglés). En total, 2.2 millonesde personas, es decir, el 1.4 por cientode la población brasileña, consumecerca de 92 toneladas de cocaína y de-rivados, al año.

“El producto de baja calidad es el quemás se consume en el mercado bra-sileño. En las grandes ciudades sí seconsume coca, pero el grueso del mer-cado son las favelas. Ahí es como elMcDonald’s, vendes más barato, peromayor cantidad”, nos decía Cesar Gue-des en 2013 como representante de laUNODC en Bolivia —hoy en Pakistán—,cuando lo entrevistamos en ese país.

Hace un par de años que al organis-mo empezó a preocuparle la vulnera-

bilidad de Brasil, país con la mitad dela población sudamericana. “Se ha con-vertido en importante país de tránsito,en especial de cocaína traficada a Eu-ropa a través de países de África Oc-cidental. Y también, con el dinamismode los mercados de drogas y de la ma-no del crecimiento económico de es-tos años, es ya un destino”, dice RafaelFranzini, director de UNODC-Brasil.

Las favelas, principalmente en ciu-dades como Río de Janeiro y Sao Paulo,reflejan este análisis. Desde hace variasdécadas son puntos de venta y con-sumo de droga, dominadas por los gru-pos criminales del país: Comando Ver-melho (CV), Primer Comando Capital(PCC), Amigos dos Amigos (ADA), Ter-ceiro Comando Puro (TCP) y la milicia—un grupo paramilitar formado por expolicías y ex militares— que se ha con-vertido en una especie de cártel quelucha por el control territorial y se de-dica sobre todo a la extorsión.

El PCC ya llega a tener presencia in-ternacional y su operación se asemejamás a la de un cártel de la droga. EnBrasil, existen las llamadas c ra c k o l a n -dias, calles, casas, bodegas o terrenosabandonados en los que los adictos alc ra c k se resguardan y pasan los días.

El gobierno de Río de Janeiro imple-mentó hace cinco años un plan de se-guridad para recuperar el control te-rritorial de las favelas, sobre todo en lasmás céntricas, denominado Pacifica-ción. Los grupos de élite como el Ba-tallón de Operaciones Policiales Espe-ciales (BOPE) —conocido mundial-mente por la película Tropa de Elite—,junto con la policía militar y el ejército,ocupan la favela. Los narcotraficantesacaban presos o huyen a territorioscontrolados por sus grupos criminales.Luego se implanta una Unidad de laPolicía Pacificadora (UPP), que prohíbeel tráfico y en teoría, busca recuperarel control social de la comunidad, conun perfil menos violento, sin ostentararmas y fomentando el diálogo.

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La más reciente operación, la de Ma-ré, ubicada en el camino del aeropuer-to a la zona sur, provocó varias pro-testas por la violencia con la que irrum-pió el BOPE. Derivó en al menos nuevemuertos. Bira Carvalho, un fotógrafocuya casa fue asaltada por las autori-dades en busca de droga, afirma: “Lapacificación no es para traer paz. Estoempezó en la zona sur porque es tu-rística, pero el tráfico de droga conti-núa, la policía lo sabe y la cosa va aseguir igual”.

En cada pacificación, los vecinos, asícomo varias ONG’s, han denunciadograves violaciones a los derechos hu-manos. En otra operación policial, con-tra el narcotráfico al oeste, en la favelaCoreia, un helicóptero disparó contrala población civil para detener a un fa-moso traficante conocido como “ElM at e m á t i c o ”, que meses después fueencontrado muerto en la cajuela de unauto. Hasta ahora, hay 38 UPP en las968 favelas que hay en Río de Janeiro,según el último censo del Instituto Mu-nicipal de Urbanismo Pereira Passos.

“La UPP no llega al 10 por ciento delas favelas, aunque parece que sí porpropaganda. En realidad su ubicaciónmuestra el proyecto de ciudad que tie-ne el gobierno de Río de Janeiro”, sos-tiene el diputado Marcelo Freixo, excandidato a alcalde. Las autoridadesestán centradas en mejorar la seguri-dad en la zona sur y puntos de cone-xión como el aeropuerto y el puerto.

“En zonas como la Baixada Flumi-nense, con los índices delictivos másaltos, no hay una sola UPP”, indica elresponsable de destapar uno de losmayores escándalos de corrupción alrelacionar a diputados locales con lamilicia. Durante meses, el diputado tu-vo que dejar la ciudad por amenazas demuerte. Su historia inspiró a uno de lospersonajes de la cinta Tropa de Élite.

“La pacificación es un tema polémi-co, pero lo cierto es que gracias a ellase ha recuperado el espacio público, los

vecinos ya no escuchan tiros todas lasnoches ni tienen miedo y no tienenque pasar por bocas de fumo en mediode la calle”, insiste la mayor Priscila deOliveira, que ha coordinado gran partede las pacificaciones y ahora dirige laUPP de Rocinha, la favela más grandede Río. Este puesto se le asignó des-pués de descubrir que policías de estaUPP fueron culpables de la desapari-ción de Amarildo, un pescador habi-tante de Rocinha, que fue asesinado ytorturado el año pasado y cuyo cuerpotodavía no aparece.

Las favelas no pacificadas, sobre to-do en la zona norte y oeste, siguen con-troladas por criminales. Rodrigo—nombre falso— es uno de los hom-bres que guía a los clientes que bajandel tren hasta la boca de fumo que vi-sitamos a las afueras de la ciudad.

—¿Ustedes son los periodistas, no?Me avisaron que estaban aquí —nos di-ce mientras sujeta una AK-47 y comeuna bolsa de pepitas.

Nada pasa en la favela sin el permisodel dono do morro, es decir, el jefe dela favela, un hombre de unos 30 añosque sólo nos saluda de lejos y lleva unchaleco con dos bandas de municióncolgadas, como si fuera a la guerra. El

jefe autoriza nuestra entrada con lacondición de no revelar ningún nom-bre real, ni la ubicación en la que es-tamos. Casi nunca pisa este lugar.

La favela entera está cercada. Hay fo-gueteiros por todas las entradas y todossaben de nuestra presencia. Los veci-nos no se inmutan ante las armas. Es-tán acostumbrados al intercambio detiros, sobre todo con la milicia, que ocu-pa la favela vecina del otro lado de lasvías del tren. “Hoy vino la BOPE, ce-rraron las escuelas, todos se fueron co-rriendo. Somos como ratones que seesconden cuando llega el gato”, diceRodrigo al fumar un cigarro y enlistarde memoria los tipos de armas que haempuñado ya. El hombre, que escondesus ojos tras unas gafas oscuras, recuer-da perfectamente cuando empezó atraficar. Tenía 13 años y se apoyaba enun fusil M16 que en aquel tiempo eracasi de su tamaño. Ha estado en variasocasiones en la cárcel, un total de ochoaños, pero siempre vuelve a la favelay consigue trabajo. Fue fogueteiro, ge-rente, sicario…

— Ya maté y corté tanta gente… Aho-ra quiero estar más tranquilo —dicequien ahora custodia la favela.

La noche anterior Joao negocia con

92to n e l a d a s

de cocaína y susderivados seconsumen enBrasil, al año

2.2millones

de brasileñosconsumen esacantidad anual

de droga

60por ciento

de lose n c a r c e l a m i e n to s

se relacionancon drogas

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un crackudo que le ofrece un cinturóna cambio de droga. Otro le intercambiapor c ra c k un reloj robado. Tiene 27años, dos hijos y gana 3 mil reales almes —unos mil 350 dólares— por aten-der la boca de fumo. “Cuando viene lapolicía le damos algo, cuando viene elBOPE... hay que escapar”.

Joao divide la droga por precios.Ofrece tres bolsas de c ra c k por 40 rea-les —unos 18 dólares—, aunque vendedosis por únicamente 2. La mariguanase vende en 2, 5, 10 y 20 reales, mien-tras que la coca se puede comprar des-de 3 hasta 50. También vende unas go-tas con un tipo de LSD. “Uno se meteal negocio por necesidad, no hay otraf o r m a”, comenta mientras despacha aotro de sus clientes.

Durante toda la noche, aparecen in-termitentemente algunos c ra c k u d o s ,que como fantasmas, después de ob-tener su dosis, desaparecen.

LA DEFENSA DE ADICTOSFlavia Piñeiro atiende en su modestodespacho del centro de Río de Janeirocon unos tacones de aguja, minifalday una chaqueta negra de traje que dejaver un generoso escote. Luce melenarubia oxigenada y labios carnosos pin-tados de rosa pálido. Con esta mismaapariencia de ejecutiva exuberante,Flavia taconea por las noches en lasfavelas, entre hombres armados confusiles que venden droga con la misma

cotidianidad que las verduleras de lospuestos del mercado. En esas ocasio-nes, la abogada se para delante de untraficante y le dice sin reparos: “Vendecocaína, vende marihuana, has ganadomucho dinero, pero para de venderc ra c k ”. Hasta 12 líderes, asegura, hanseguido su sugerencia.

Ella es a la vez defensora de narco-traficantes y activista de los adictos.Desde hace 17 años varios criminalesconocidos de Río de Janeiro, como Fer-nandinho Beira Mar, gran capo del Co-mando Vermelho, la han contratado.“En Brasil más del 60 por ciento de losencarcelamientos están relacionadoscon drogas. Por eso seguí este camino.Es una cuestión de mercado”, explicaPiñeiro en su despacho, ubicado en undepartamento de unos 40 metros cua-drados con paredes casi desnudas.

Desde hace nueve años también vi-sita las favelas para ayudar a paliar lamiseria y prevenir violaciones de losderechos humanos. “No siento peligroporque saben que cuando un policíaderriba la puerta de su casa pueden

A L E RTA . Cada“c r a c k o l a n d i a”está abierta, perotambién vigilada,las 24 horas deldía, por hombresarmados

EN RÍO DE JANEIROEn 2010 la pacificación del Complexo de Alemao, unconjunto de favelas con más de 120 mil habitantes,implicó una guerra que tomó como escenario toda laciudad. Los traficantes incendiaron autobuses, furgonetasy coches, dispararon contra la policía para evitar queocupara su territorio. No se sabe el número de muertos,pero la ocupación requirió más de 3 mil policías

acudir a mí. La violación de los dere-chos humanos en la favela hizo que losdelincuentes respeten mi trabajo”.

En una reunión con uno de sus clien-tes, un líder de Jacaré, que fue la “c ra c -k o l a n d i a” más célebre de Río, Flavia tu-vo la idea de empezar su cruzada con-tra el crack. El traficante le contó queestaba arrepentido de vender la drogaque inundó a partir de 2007 las zonaspobres de Río de Janeiro después deun acuerdo en las prisiones federalesentre los líderes del CV y el PCC, la or-ganización criminal que controla el co-mercio ilegal en Sao Paulo, donde elc ra c k había llegado hacía tiempo. Al-gunos familiares y amigos de infanciadel narco se habían hecho adictos.

—Me dijo que se habían transforma-do en harapos humanos, no soportabaver en qué se había convertido su co-munidad —cuenta Piñeiro.

Flavia pensó que si otros traficantescompartían el sentimiento podía con-vencer a líderes de todas las facciones.“Todo mundo conoce a gente que con-sume cocaína y marihuana, pero noves a ningún adicto al crack trabajar. Sedice que el c ra c k es miseria. Pero es lamiseria la que lleva al c ra c k ”.

Según la Secretaria Nacional Anti-drogas (SENAD) el 40 por ciento de losadictos al crack viven en la calle; el 14por ciento son menores de edad y laposibilidad de ser portadores del VIHse multiplica por ocho. En las “c ra c k o -

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landias”, además, se acumula basura ymuchos adictos deambulan desnudosy tienen sexo en la calle. Hay mujeresembarazadas. Y consumidos por laadicción, los crackudos rompen reglasde la favela como no robar dentro dela comunidad, un delito que se puedecastigar con la muerte.

El gobierno brasileño ha invertido enlos últimos años 4 billones de reales—1.8 billones de dólares— en combatirel c ra c k . Muchos activistas piensanque se invierte “so para inglés ver”, unaexpresión brasileña que significa quese hace para el extranjero, el turista,muy en boga por la celebración delMundial y de los Juegos Olímpicos.

Una de las tiendas de droga más fa-mosas era la de la Avenida Brasil, en-trada al Complexo de favelas de Maréy ruta obligada para los visitantes quellegan al aeropuerto internacional.Hoy una valla acompaña el camino delos turistas para evitar que vean Marédesde el taxi. Hasta la pacificación, la“c ra c k o l a n d i a” seguía existiendo. Sólose movió unas cuadras dentro de la fa-vela, fuera de la vista de los habitantesdel asfalto, como los cariocas llaman ala ciudad de los ricos y clase media.

Víctor Lira, un habitante de SantaMarta, la primera favela que fue paci-ficada/ocupada/militarizada, se la-

mentaba una tarde desde lo alto delMorro, mientras disfrutaba de una vis-ta panorámica de la “cidade maravil-h o s a”: “Nosotros ya nos comimos elhueso, ahora también queremos co-mer la carne”. Lira se unía a las vocesque denuncian la gentrificación que,según ellos, sufre la ciudad. Las rentasy servicios en las favelas con UPP hansubido y sus moradores se ven obli-gados a mudarse a lugares lejanos.

Los narcotraficantes, a su vez, losacompañan en la travesía. Los adictosal crack, el último eslabón de la cadenasocial, en algunos casos han sido pri-vados de su libertad. Durante algunasépocas, desde 2011, varios c ra c k u d o shan sufrido la internaçao compulsoria,un mandato que permite a las auto-ridades llevarlos en contra de su vo-luntad a centros de internamiento. “Es-ta medida puede ayudar a reducir losíndices de consumo. Ya se intentó enSao Paulo y queremos que se apruebea nivel nacional, hay en Brasil una can-tidad inaceptable de usuarios y mu-chos en riesgo de muerte”, defiende eldiputado federal, Fernando Francis-chini, del Partido de la República.

Kleber, 26 años, fue uno de los adic-tos internado. Sólo estuvo 24 horas yvolvió a la calle por la siguiente dosis.Empezó a consumir crack en la favela

de Jacarezinho. Su primo traficaba.—El crack me daba la oportunidad de

salir de mi mente —r e c u e rda .Un día, después de consumir en Ban-

dera II, otra de las “c ra c k o l a n d i a s ” deRío, volvió a casa no sabe muy biencómo. Al mediodía siguiente, cuandodespertó, su familia lo llevó hasta elcentro del pastor Dione Dos Santos,desde donde cuenta su historia. Kleberestá a punto de merendar té y galletasjunto con otra veintena de adictos. Lle-va cinco meses limpio. “El interna-miento forzoso sólo crea odio y rabia”,asegura Dos Santos, quien fue trafican-te antes de encontrar la cruz.

Antes de la merienda, el pastor ca-mina por el terreno que ha convertidoen un centro para drogadictos. Los in-ternos trabajan de obreros para añadira la modesta edificación, con una co-cina y una habitación, otra casa dondealojar a más adictos. Dos Santos viste

¿SÍ O NO?Las “crackolandias”han desparecidode las favelas dela Zona Sur, elenclave turístico deRío de Janeiro, peroproliferan en zonasmás alejadas

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una camisa azul cielo y cuando sonríeasoman unos brackets. Es un hombrede complexión ancha, brazos fuetes yrostro cuadrado, que cree que con laayuda de Dios, voluntad y trabajo sepuede salir de las drogas, el mismo mé-todo que utilizó él para salir del tráfico.Desde los 17 años hasta los 22 fue te-sorero en una favela. El día que lo de-tuvieron tenía 2 kilos de cocaína, unfusil y una pistola del calibre 45. Cum-plió tres años de condena. Después sehizo pastor evangélico. “El castigo vie-ne del cielo. Si tu hieres, serás herido”,afirma el pastor. A Flavia Piñeiro losdelincuentes la respetan porque pue-den acudir a ella, el pastor Dos Santosse ganó el derecho a predicar entre cri-minales porque conoce las reglas de lafavela. “Muchas veces dicen ‘no lo ma-tes’, llévalo con el pastor’”.

Dos Santos protagonizó una películabiográfica que se llama Bailando con eldiablo. En una ocasión la policía hizouna redada en la casa de un narcotra-ficante. Uno de los agentes fue apre-hendido por los delincuentes y toma-do como rehén. Cincuenta miembrosdel Terceiro Comando esperaban ar-mados para acabar con el policía y laspatrullas de refuerzo. Fuera de la fa-vela, un destacamento del BOPE espe-raba a abrir fuego contra los traficantes.El pastor, en vista del previsible bañode sangre, fue a hablar con el dono domorro, que le dio permiso para inter-venir. El pastor fue hasta la casa, agarróel fusil de la mano del traficante y saliójunto con el policía en medio de esosdos círculos mortíferos. El agente saliócon vida y el BOPE se retiró.

En la entrada de Lins, justo antes desu pacificación, hay dos tiendas. Unacierra y la otra no. Una es un local deabarrotes. La clientela es esporádica.La otra son dos mesas de plástico deterraza. Un veinteañero, vestido de go-rra negra y shorts, es el dependiente.Lleva pistola y radio. En una de las me-sas se esparcen bolsitas de cocaína y

c ra c k . En la otra fajos de reales. El ritmode venta es vertiginoso. Al final de lacalle hay una casa que parece aban-donada pero está llena de gente.

La primera sala de la casa, detrás dela cortina de la puerta, fue en su mo-mento una cocina. Hay una barra convasos de plástico de agua y más bol-sitas. El vaso sirve para hacer una pipaeconómica. Hay un niño de unos 12años de ojos azules enormes. Viste unacamiseta del Flamengo y sus ojos azu-les enormes miran sin ver. El olor de laestancia es similar al azufre. Marea.

En la otra sala hay un hombre to-mando una siesta sobre una silla. Estárodeado de basura, de comida, de va-sos, de platos. Hay barullo y gritos, peroél sigue durmiendo. Cuatro hombresque apuestan dosis a las cartas. Haymuchas mujeres con tops ombligue-ros que dejan ver unas barrigas hin-chadas por el hambre. Una de las mu-jeres posa ante la cámara como si fueraa ser la próxima portada de Vogue.

—¡Voy a ser famosa! —ex c l a m a .Un segundo después, vuelve al so-

por, a una conversación de silencioseternos, murmullos, monosílabos ymiradas vacías. Algunos son habitan-tes de la favela, otros crackudos am-bulantes que han ido cambiando de“c ra c k o l a n d i a” según iban desapare-ciendo. Todos tienen los ojos hundi-dos y rasgos cadavéricos.

Un hombre de barba y ojos azules en-tra a la estancia. “Vengo aquí sólo de vezen cuando”, afirma, aunque algunos delos habitantes de la casa lo tratan confamiliaridad. Hay gente que se queda adormir aquí y desayuna una dosis. Elhombre saca un foco de luz, un tubo demetal y un pedazo de cinta aislante. Conmanos nerviosas pero hábiles constru-ye una pipa en un par de minutos. En-tonces saca una bolsita y posa los cris-tales encima de la pipa. Enciende unmechero. Se escucha “c ra c k ”. Pareceque, a sus ojos, nos difuminamos.Con información de Pablo Ferri.

JOSÉ LUIS PARDO, ALEJANDRA S. INZUNZAy PABLO FERRI transformaron un Pointer 2003 enuna sala de redacción. En 2011 comenzaron un recorridopor América para contar, país por país, cómo opera elnarcotráfico. Ellos se conocieron en el Master dePeriodismo de ‘El País’ y ahora preparan —entre otrast r av e s u r a s —un libro sobre su serie de reportajes.En Twitter: @Dromomanos

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Esta serie obtuvo el Premio Ortega yGasset de Periodismo 2014 y fue finalista

del Premio Gabriel García Márquez dePeriodismo 2013


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