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35 CALVERT CASEY Tres Relatos Rituales

Date post: 03-Apr-2018
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    CALVERT CASEYTres relatos rituales

    Seleccin y nota de

    ALBERTO RUY SNCHEZ

    UNIVERSIDADNACIONAL AUTNOMA DE MXICO

    COORDINACIN DE DIFUSIN CULTURAL

    DIRECCIN DE LITERATURA

    MXICO,2008

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    NDICE

    NOTA INTRODUCTORIA 3

    EL REGRESO 7

    IN PARTENZA 24

    PIAZZA MARGANA 27

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    NOTA INTRODUCTORIA

    Hay un nombre secreto: Calvert Casey, que todavapocos repiten y ms pocos aun han ledo. Public unos

    cuantos libros, cada uno de ellos de una belleza des-lumbrante, y se dio la muerte con la misma mano quelos haba escrito. Tena 45 aos y de alguna manerapensaba en su muerte como obra igualmente deslum-brante, necesaria y tal vez bella. Obra planeada duran-te aos, segn testimonio de sus amigos, y presente ensus libros como larva luminosa, como asco y brillo,extraamiento y atraccin. Era la muerte en sus relatospuerta abierta, y no al vaco, sino al misterio de la vidaque no es la vida. Frecuent con pasin espiritismo ypoesa: y era famosa en La Habana su coleccin deantiguas estatuas africanas obtenidas en los crculos deCandombl. En el ao de 1969 muri en Roma, y lavoz que an emana de sus escritos es tensa como la deun espritu invocado. Su padre era norteamericano y sumadre cubana. Naci en Baltimore, en 1924, pero cre-ci fundamentalmente en Cuba. Luego vivi en NuevoMxico, en Nueva York y finalmente en varias ciuda-des europeas trabajando como traductor de las Nacio-nes Unidas.

    La nostalgia lo asalt de golpe al ver Npoles y regresa Cuba a mediados de los aos cincuenta. As explic elimpulso de su regreso: A la emocin que me produjo elespejismo una multitud bajando por una avenida ro-mana sigui un pnico infinito record el pnicoque sienten los elefantes cuando, prximos a la muer-te, se sienten muy lejos de donde han nacido. Estabaterriblemente lejos de La Habana. Quizs haba perdi-do para siempre el paraso (y tambin el infierno), dela primera visin. Aquella maana termin mi exiliovoluntario. Deba volver al escenario de los descubri-mientos, donde todo viene dado y no es necesario ex-plicar nada.

    EnLunes, el suplemento literario que diriga CabreraInfante durante los primeros aos de la revolucincubana, Calvert Casey publicaba ensayos que algunas

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    veces eran ms bien crnicas y otras relatos. En todos,una sensibilidad expuesta al viento era la piel de unainteligencia implacable y de una melanclica irona.En 1964 recogi una parte de esos textos en su libroMemorias de una isla, editado en La Habana. Entre

    ellos hay uno que es como el centro imantado del li-bro, trata de la muerte en la literatura. En otros, co-menta autores cubanos de cualidades secretas, haceresaltar la vena modernista de Mart en contra de lainterpretacin pica que entonces era dominante enCuba, describe escenas de la ciudad, paisajes, paseos.Cuenta Cabrera Infante que mientras publicaba estosensayos, Casey pula en secreto los cuentos que rehe-chos hasta la perfeccin dio a conocer ms tarde. Losreuni en un volumen, El regreso, editado primero enCuba y luego en Barcelona (Seix Barral, 1967). Dosaos despus, la misma editorial espaola public,acompaado de otros cuatro cuentos, su relato largo:Notas de un simulador, historia irnica de un hom-bre que acecha a la muerte.

    Cuando Italo Calvino, como editor, hizo traducir suscuentos al italiano, escribi en su presentacin: LaHabana, para l, no es slo una matriz de imgenes ylenguaje, es el objeto de un culto exclusivo y minucioso:La Habana de los burdeles espaoles y de la brujeranegra, ininterrumpido fermento de sensualidad e inin-terrumpido coloquio con los muertos. () Lo que ca-da pgina nos devela es un viaje entre difuntos y entrelos que van a morir: muertos que no se distinguen muybien de los vivos que los invocan en las sesiones espi-ritistas, o bien larvas humanas de las cuales no se es-pera sino la revelacin del instante irrepetible que lassepara de la muerte. Sobre cementerios y lupanares delCaribe aletea inesperada la sombra de Baudelaire, co-mo reverberada en el calor de los trpicos.

    Entre los relatos de Calvert Casey hay uno que delatade manera potica la terrible fuerza trgica que parecaguiar en vida a ese escritor cubano que se suicid hacetreinta y nueve aos. Se trata de El regreso: un cuen-to que es a la vez historia de un rito y narracin ritual.Que su tema es ritual, quin puede dudarlo cuando se

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    trata del regreso largamente diferido al lugar de ori-gen? Y ms aun si el regreso culmina con un sacrificioen el que la vida paga el precio de volver a la patria(o a la matria?) con los ojos cerrados.

    Por otra parte, El regreso tiene en s mismo, en la

    forma del relato, la dimensin de un ritual: la historiacomienza como un verdadero repertorio de disonan-cias que, poco a poco, se integran en una voz quevuelve y vuelve, invocando el xtasis anhelado: elregreso del personaje a su tierra (privilegiada, por lomenos en su mente). Pero la tensin de las invocacio-nes es tan fuerte que el desenlace tiene que rebasar lasexpectativas manifiestas: un sacrificio ritual se con-vierte en la nica justificacin de tan intensa antesala.

    Por otra parte, las referencias biogrficas que Caseyintegr en su cuento no son menos ritualizadas: el per-sonaje, tartamudo como Calvert Casey, es un viajerointermitente (casi podra decirse que es un hombreintermitente) que slo integra sus nimos fugaces ydispersos en la fascinacin que ejerce sobre l un se-uelo (la patria, de nuevo habitable); un seuelo que aldesvanecerse bruscamente frente a sus ojos le robar lavida. El regreso es un relato en el que los hilos suti-les que unen a la literatura con la vida se cargan deintensidad.

    Lo mismo sucede en los otros dos textos incluidosaqu: In partenza y Piazza Margana. El primero,sobre la noche anterior al inicio de un largo viaje,complementa el ritual de El regreso aadiendo unasesin espiritista que el narrador ve primero con ale-gra, pero que desemboca en tragedia o, ms bien, enpresagio de tragedia y regreso a la conciencia de unacondicin ntima candente que un espritu viene a se-alar desde su tumba. Piazza Margana es un relatode dimensiones francamente beckettianas: cuenta elviaje de un yo desintegrado pero intenso, que penetraen el cuerpo de su amante como una partcula capaz decorrer por sus venas o alojarse en sus retinas; y en-cuentra ah, en el cuerpo del amado otro e igualun doloroso paraso: un regreso a s mismo en la unincon otro.

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    El regreso pertenece al volumen del mismo nom-bre. In partenza al libro Notas de un simulador.Piazza Margana es un fragmento nico de una nove-la inexistente, inacabada y finalmente destruida por elmismo Carvert Casey. Este fragmento fue rescatado y

    traducido del ingls por Vicente Molina Foix.

    ALBERTO RUY SNCHEZ1986

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    EL REGRESO

    I

    Mais essayez, essayez toujours...J.P. Sartre

    Le jeux sont faits

    Cmo se llamaban esas cosas? Actos fallidos?Alienacin del yo? Traduca mal los conceptos psico-lgicos a la moda, que haba ledo en ingls sin enten-derlos mucho, ms bien para impresionar a los dems.

    Pero cul, cul de los muchos actos que realizaba yque haba realizado eran realmente actos autnticos queno respondan a la ltima lectura apresurada de librosde los que slo haba llegado a cortar las primeras pgi-

    nas con el rico cortapapel de empuadura inverosmil, ala conversacin oda a medias, a la influencia del ltimoconocimiento que trabara, a la ltima pelcula vista?

    De la gama total de actos posibles haba recorridouna enorme variedad en sus cuarenta aos de vida,pero ninguno tena el menor viso de realidad. Todos sehaban inscrito como sobre el lecho arenoso de un rode aguas vagas y tenan el mismo sabor desolado dela arena.

    Era como si entre l y cada uno de los episodios de suvida, entre l y las gentes que conoca y que parecan

    tenerle cierto apego, se interpusiera un vaco del quehubieran extrado el aire, y los contemplara del ladode all, lejanos, como objetos tumefactos a los pocossegundos de nacer, incapaz de cruzar la terrible barreray tocarlos.

    Y despus de cada episodio no admitan otronombre viajar, amar, odiar, trabajar, hablar, se que-daba inerte, un poco indestructible, como inviolado yentero, no consumado, no usado, dispuesto de nuevo ahenchirse de posibilidades, como una virgen terca cuyavirginidad se restaurara milagrosamente al final de

    cada noche de amor; el crneo brilloso bajo los cabe-llos ya muy escasos, las sienes un poco grises, pero el

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    rostro joven, extraamente adolescente bajo el ralomechn sin vida.

    Las manos delataban su verdadera edad. Eran lasmanos de un hombre viejo, un poco nudosas, comoajadas por los mil actos sin vida y sin sangre, las mil

    caricias hechas al azar por falta de otra cosa mejor.Pero hasta cundo tendrs t cara de adolescente!,le decan sus amigas, mujeres interesantes, de elegan-cia cansada y de amantes ms cansados an, que leenvidiaban la eterna frescura de las mejillas.

    Su imaginacin alcanzaba proporciones no vistas. Yera, se deca a s mismo con dolorosa lucidez, su ni-ca, su autntica, su verdadera vida.

    Caminando por las calles, en la mesa, en la baadera,despus de dormir, leyendo durante horas con la mira-da fija en una misma letra, hablando con las gentes sinhablarles, mirndolas sin mirarlas, en el teatro, dondelas piezas se le quedaban a medio or, oyendo msicasin entenderla, trabajando sin trabajar: imaginaba.

    Imaginaba que poda hablar con todos los sereshumanos, de los que se senta separado por aquel ex-trao vaco infranqueable. Compensaba el vaco ima-ginando que hablaba y era escuchado con viva aten-cin y luego citado por todos e invitado a todas partes.Imaginaba que todos le miraban, que los adolescentesse le rendan. Era admirado y deseado por todos. Ima-ginaba una interminable conversacin, brillante, cus-tica y profunda, en la que slo l participaba, y habla-ba, hablaba a toda velocidad, con frases inteligentes,plenas de ideas brillantes sobre la filosofa, el poeta ola novela de moda.

    Sus episodios amorosos eran casi todos, si no imagi-narios, s altamente imaginativos. Hablaba apasiona-damente a sus dolos casi siempre muy ocupadospara verlo les escriba cartas interminables, quenunca enviaba, imaginaba grandes escenas de trans-porte amoroso, de placer fsico, de comunin anmica,que nunca pasaban a la realidad. Al irrumpir en imagi-narios lugares sorprenda a sus amores de turno, casti-gndolos con una frase feliz y perdonndolos con unasonrisa cargada de comprensin.

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    Adems, tena la mana de creerse el hombre provi-dencial que salvaba las situaciones ms espinosas,conciliando pareceres, dirimiendo posibles guerras,rescatando pases enteros del desastre. Su vida termi-naba en un nimbo de ancianidad gloriosa y dorada,

    consultado por generaciones de prohombres en algnretiro apacible. Tema sobre todo a los sbados lvidosde aquella inmensa Nueva York donde viva y adondehaban acudido otros millones como l, a los domingosvacos con su terrible sabor a ceniza.

    Esta sensacin se agudizaba en los periodos de arro-bo profundo con cada nuevo dolo. Entonces slo ellosy sus palabras tenan realidad. Todo lo dems se teade un color impreciso, perda contornos y lo rodeabaen un mundo doloroso en el que se arrastraba penosa-mente, acertando apenas a realizar los actos ms nece-sarios para la vida, y a pronunciar las palabras impres-cindibles, apretndose el estmago con las manos enun gesto nervioso que le era habitual, hasta que el do-lo reapareca y hablaba, y por unas horas su mundotornaba a sosegarse, a reasumir su realidad.

    Cada nuevo husped tena el poder de derribar todoun universo de ideas, reales o prestadas, y actitudes. Alllegar Alejandro, tan deliciosamente ignorante de todo,tan maravillosamente contento y apacible en su igno-rancia y luego, tan centrado, tan seguro, tan incon-movible y sin problemas todo un pasado de lecturasle avergonz profundamente. Ah, poder ser comoAlejandro, poderserAlejandro!

    Desde el fondo tranquilo de sus ojos, Alejandro lomiraba a veces con curiosidad, preguntndose quinsera este extrao ser que le colmaba de regalos, y lerehua, que le escriba cartas muy raras y no exentas decierta melanclica elegancia literaria, y le hablaba dela premonicin y la intuicin, asegurndole que losenta a travs de la distancia.

    Lo de la premonicin le haba quedado de otro dolo,un argentino irascible y spero, miembro exilado dealgn grupo esotrico de Buenos Aires, que junto conun falso acento porteo le dejara un gran amor porautores espiritualistas que nunca tuvo tiempo de leer.

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    La renunciacin hinduista que tomara prestada delporteo se avena muy bien con un tono elegante decinismo que l crea de moda en Santiago y que adop-tara entusiasmado de una amante chilena.

    A todos los imitaba fiel e irresistiblemente, copiaba

    sus gestos, sus palabras, sus malas o buenas costum-bres, y no descansaba hasta haberse convertido en fac-smil exacto de ellos, tratando al mismo tiempo deconservar la primera impresin de conquistador, deamante difcil y deseado que crea haberles causado.Por una palabra bondadosa los colmaba de regalosabsurdos, les prometa la holganza a sus expensas paratoda la eternidad, y ms de uno, de aficiones parasita-rias, le tom la palabra.

    Tena unos pocos amigos, matrimonios jvenes casitodos, en los que presenta la ternura, cuya vida envi-diaba suponindole una proporcin de felicidad queestaba muy lejos de ser la real, de los que reciba aten-ciones y a los que prestaba servicios cuyo valor exactodesconoca y que l realizaba en la misma actitud so-nmbula con que se diriga al trabajo todas las maa-nas. Eran amigos que le estimaban, sin duda, un pocointrigados por la vida evasiva y fantasmal de aquelhombre que se apareca cuando menos se le esperaba,despus de largas ausencias, en que cada crisis, cadanueva pasin se delataba solamente por el recrudeci-miento de una violenta tartamudez.

    Porque para colmo era tartamudo. ste era su humi-lladero sumo, rastro doloroso de alguna tragedia oscu-ra e ignorada de los primeros aos. Esperaba angustia-do el momento inevitable en que las gentes volveranel rostro para mirar obstinadamente a un punto aparen-temente fascinante del suelo a fin de no ver el rostroconvulso, contorsionado por la palabra que se empe-aba en no dejarse pronunciar. Pasado el mal momen-to, enrojeca y palideca simultneamente y para pro-bar que el defecto era imaginario, que jams, jams,jams existi, se lanzaba a una perorata rpida e in-tempestiva que sazonaba con frases brillantes, chistesy carcajadas inoportunas, hasta volver a tropezar conotra palabra desdichada que le produca nuevas con-

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    vulsiones. Rojo de confusin y vergenza, buscaba elrefugio donde viva, cerraba a cal y canto las ventanasy aplicaba un fsforo al mechero de gas con que secalentaba, preguntndose melanclicamente si no erapreferible dejar fluir el gas sin encender la llama.

    Luego volva a decirse que el mundo de su imagina-cin era el nico digno de vivirse, reuna a su pblicode las grandes ocasiones, imaginaba las invariablessituaciones tremendas, y hechizando a uno y conjuran-do otras, su vida adquira nuevo sentido, su corazn sesosegaba y al escuchar los aplausos y recibir los emo-cionados apretones de mano, senta las lgrimas rodar-le por las mejillas y abrazaba a la humanidad entera enun inmenso abrazo, ferviente y compasivo. Ah, lapobre, la triste, la desdichada humanidad!

    Viva, como tantos otros millones de seres en laenorme ciudad, completamente solo en un viejo apar-tamento desprovisto de calefaccin, que era precisocalentar con gas o con carbn, y que cada maanaamaneca helado. El edificio era uno de muchos milesconstruidos el siglo anterior para familias obreras.Abandonados por generaciones ms prsperas en bus-ca de albergues ms modernos, los edificios venidos amenos y semidestruidos estaban ocupados por seorasinmensamente ancianas, viudas que esperaban un che-que providencial de la beneficencia pblica para so-brevivir, viejos que desempeaban funciones de sere-no en alguna fbrica en espera de la muerte, pianistassin piano, violinistas sin violn, cantantes sin voz, encuyas paredes alguna foto amarillenta recordaba unrecital olvidado, actores sin trabajo, actrices sin papel,y por la enorme masa de gentes que arribaba a la ciu-dad desde las ciudades del interior del pas, dotadas dealgn pequeo talento que les haba hecho abandonarla vida rutinaria y cmoda del pueblo natal y las con-denaba a morir de soledad en los pequeos tabucos,saltando todas las maanas de los lechos vacos (otransitoriamente ocupados por algn transente com-pasivo) para encender de prisa los quemadores de gasy desalojar el fro.

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    Ante la crisis universal de la vivienda, se habapuesto de moda entre artistas, pseudo-artistas y gentede mucha originalidad y pocos recursos, alquilar laspequeas estancias y decorarlas caprichosamente hastaconvertirlas en una curiosa mezcla de pobreza extrema

    y extravagancia intil. La decoracin segua los gustoso aspiraciones, manifiestas u ocultas, de los morado-res. De un corredor mugriento se pasaba a una salitaadornada con primorosos espejos de marcos dorados.Un ojo surrealista contemplaba desde algn techo quefiltraba la lluvia la vida tormentosa de los inquilinos deturno. Brillantes litografas de castillos franceses anun-ciaban que sus propietarios haban estado en Europa, yse encontraban muchas veces de vuelta. El olor a in-cienso que inundaba algunas noches los sucios corredo-res delataba las inclinaciones de los que meditaban encuclillas, junto a las viejas cocinas siempre apagadas.

    Un mundo de gentes cuya aspiracin suprema era es-tar de vuelta de todo, viva, pared por medio, con unmundo de rezagados del siglo anterior, que no habanestado en ninguna parte. El tiempo transcurra sosega-damente con la soledad como nico elemento comn,y las viejas seoras, al subir entre ahogos y disneas lospedazos de lea con que encender sus viejas estufas,notaban poca diferencia entre los plidos rostros deuna generacin de inquilinos originales y los plidosrostros de la generacin siguiente.

    Su vecina inmediata haba llegado soltera del centrode Europa en los remotos tiempos de Francisco Jos.Sus hijos haban nacido all y all la haban abando-nado. La mujer lo acogi con clida simpata cuandoel matrimonio joven que le haba cedido sus reducidasestancias que llamaban apartamento decidi que susfilosofas eran incompatibles, y l se instal, en plenoperiodo japons, con finsimos kimonos de seda amari-lla y perfumada que deslumbraron a la buena seora, yfrgiles paneles de papel de arroz y bamb con los queera posible armar y desarmar rpidamente cubculosms pequeos an. La vecina, descalza como trabajabaen los veranos de la aldea remota, con un paueloeternamente atado a la cabeza, lo ayud a limpiar los

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    restos que tras s dejara el joven matrimonio, no muypulcro; deshizo las cajas, se asust ante las mscarashorribles del teatro japons, despleg maravillada losabanicos que pasaron a adornar los muros, desenrollsin que l pudiera evitarlo la olorosa estera acabada de

    importar, colg bajo la experta direccin del plidoinquilino el gran farol plegable que deba adornar lacocina, ados a una ventana interior los fragmentos decristal que agitados por el viento llenaran la estanciacon una msica frgil, le ayud a guardar los ricossarapes de pursima lana de una etapa anterior, y acep-t casi con lgrimas el oloroso t verde que slo ven-dan en refinados y remotos almacenes de la ciudad.

    La amable vecina se retir discreta al llegar los pri-meros extasiados.

    Ella y una centenaria irlandesa, cubierta por muchascapas de tiempo y mugre, siempre a la espera del car-tero providencial, a quien compraba el diario algunasmaanas, habran de ser el nico elemento de conti-nuidad en las sucesivas mutaciones que l y los esca-sos metros cuadrados de la vivienda habran de sufrir.

    II

    Un da, la terrible conciencia que tena de cada uno desus actos alumbr la suma total de los actos de su viday se qued absorto. Desech la idea, pero sta volvi aasaltarlo, cada vez con ms frecuencia. Pasaba y repa-saba constantemente y sin tregua, los aos de su vida,los das de los aos, las horas de los das, sin que laidea le abandonara por un slo instante, atenacendoley llegando a provocarle nuseas. Pas mucho tiempoen una especie de estupor en el que marchaba por lascalles en un estado de semiconciencia automtica, in-movilizadas las ideas en una imagen fija, de la que nopoda escapar. Se le vio ms rpido, ms tartamudo,evitaba a sus viejas amigas, hunda las manos en elestmago con ms frecuencia, en el gesto nervioso quele era habitual, y en las contadas reuniones a que asis-

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    ta se quedaba ausente, mudo, sin nada que decir, muylejos de aquel ser ocurrente que a todos encantaba.

    Una desgracia ocurrida en su lejana y un poco olvi-dada familia le hizo recordarla y lo sac de su mutis-mo. Tuvo que ir a Cuba, su pas, donde no haba pues-

    to los pies en largos aos, descartndolo con un gestoimpreciso como incorregible y sin esperanzas. Habanacido all, de padres extranjeros, pero ni en sus ade-manes ni en su manera de hablar ni de ser recordabaen lo ms mnimo a sus compatriotas. Cuando los en-contraba le acometa una inmensa desazn, se le acen-tuaba el nerviosismo y se perda en esfuerzos ftiles ydesesperados para demostrarles que era uno de ellos.Pero no se atreva a dar el viaje. Tema vagamentellegar a sentirse extrao en su propio pas y aplazabaindefinidamente el viaje con un gesto displicente: Loamo desde lejos.

    Al ocurrir el hecho luctuoso en la familia, se sinti s-bitamente en el deber de hacer acto de presencia antelos parientes lejanos, sin que pudiera explicarse a smismo las razones de la sbita lealtad, y haciendo granacopio de pociones calmantes, barbitricos, races de laIndia propiciatorias de la indiferencia y un vestuarioextravagante que siempre le ayudara a diferenciarse delos naturales en caso de apuro, emprendi el viaje.

    La sorpresa fue agradable. Aquellas gentes, a las quetema por razones tan desconocidas como las que pro-vocaban su violento tartajeo, lo acogieron con natura-lidad y hasta con cario, sonrieron ante sus crisis ner-viosas, le permitieron las vestimentas ms extremascon una tolerancia candorosa ante todo lo que vinieradel extranjero que le desarmaba, justificndole con unha vivido tantos aos fuera... .

    Sus parientes le concedan discretamente las liberta-des que l haba temido perder en los lmites estrechosdel pequeo pas, y las viejas amistades de la familiale daban cierta importancia, agasajndole con almuer-zos suculentos y de difcil digestin, en los que le con-templaban disimuladamente con una admiracin inge-nua. Cuan diferente de aquella inmensa Nueva York,donde nadie ni nada tena la menor importancia.

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    Contemplaba a esta gente vivir, deformndolas congeneralidades risueas. Parecan felices, infinitamentems felices que las de la hosca ciudad donde l viva.Tenan el rostro plcido, el aire tranquilo, las carnesabundantes y serenas. Lo banal, lo diario, no avergon-

    zaba aqu, como en aquel otro mundo donde viva.Esta gente saba estar. Se repiti la frase varias veces:saban estar, saber estar, regocijado del descubrimientofeliz. En aquel fro Norte, l haba perdido el viejo artede saber estar (la frase all era incluso intraducible) ytendra que aprenderlo de nuevo, pacientemente, amo-rosamente.

    Conmovido de su hallazgo, se sec la mejilla hme-da, sonriendo vagamente, sabindose observado por elchofer del vehculo que le llevaba de la casa de losparientes al centro de La Habana.

    Y luego aquel sol, aquel sol maravilloso y omnipre-sente de enero, que le reconfortaba y le quemaba sua-vemente los omoplatos, brillando desde un cielo trans-parente, que le haca olvidar los dolorosos inviernosdel Norte y el tiritar violento que destrozaba sus ner-vios enfermos, y le despertaba viejas memorias deinfancia; las meriendas amables en los colgadizosimaginados, las temporadas en las fincas nunca vistas.

    Adivinaba y envidiaba en las relaciones humanasuna intimidad inconscientemente sensual que propi-ciaban el clima esplndido, la brisa de los mediodas,la claridad.

    Ah, lo que haba perdido, lo que haba olvidado, ensus largos viajes por otras tierras! Si pudiera recaptu-rarlo todo, repeta, consciente del justo anglicismo.

    Al llegar, ms por asombrar a los tranquilos parientes(que por otra parte no se asombraron) que por un ver-dadero deseo de hacerlo, busc a un artista joven quehaba causado un pequeo escndalo de crtica y cuyonombre le mencionara una de las parejas que frecuen-taba. Fue difcil dar con l, y ms difcil an que leprestara atencin. A pesar de la llaneza de todos, losextraos en Cuba entraban con mucha lentitud en lavida de las gentes, trabada en cosas pequeas pero alparecer satisfactorias. Por fin vio al pintor, quien lo

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    present a sus amigos. Lo dems fue fcil. Aunque cau-saba extraeza y su tartajeo turbaba un poco a todos, notardaron en aceptarlo a pesar de resultarles tan extrao.

    Su vago acento extranjero atraa, como tambin elcontraste entre las maneras desacostumbradas, el

    nombre impronunciable y los patticos esfuerzos parasonar criollo. Gran lector de contraportadas, saba c-mo y cundo citar y lo haca con suma habilidad, de-jando las frases incompletas, sugiriendo ideas que losdems completaban, cubriendo su ignorancia de lostemas con el aluvin taquicrdico de su charla. Rpi-damente pasaba de Kirilov y los actos absurdos a lagratuidad, para saltar a la nueva crtica y al ser para lamuerte, y si pronto se descubri su incompetencia y susnuevos amigos le remedaron divertidos, jams lo supo.

    Al regresar a Nueva York, cargado de volmenes re-presentativos de todos los movimientos artsticos yliterarios de la patria recuperada, que consideraba sudeber leer y jams ley, le horroriz lo que vea alre-dedor de s. Volvi a caer en un profundo estupor delque slo sala para hablar sin detenerse de su viaje, dela patria encontrada, de los campos esmeralda, del sol,del sol, del sol.

    Rpidamente, la decoracin del pequeo apartamentocambi. Los biombos orientales fueron eliminadospara que el escaso aire corriera sin trabas, como en losbalcones y galeras de su pas lejano e improbable. Lasabstracciones cedieron el lugar a sencillos palmaresrepresentados casi fotogrficamente, cuando no a cru-das litografas sin retoque de los paisajes patrios. Elapartamento de la vecina se enriqueci sbitamente conuna rica otomana, cuyo vaco ocuparon dos grandesmecedoras, desenterradas de un rastro y reparadas apre-suradamente. Dejaron de sonar los discos de jazz y lasquejumbrosas danzas de los israelitas del Yemen, y losgrises aposentos se inundaron de criollas y boleros, quecantaban un amor dudoso y de mal gusto, siempre conlas mismas palabras, y de las notas de alguna viejadanza criolla, repetida una y otra vez, en xtasis.

    Una tarde de domingo, ms lvida que todas las de-ms, se hizo la pregunta. Y si regresara? Dios, Dios!,

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    y si regresara a los suyos, a amarlos a todos, a ser unode ellos, a vivir aunque fuera entre los ms pobres,entre aquellos que a pesar de su pobreza parecan tantranquilos y contentos, tan sosegados? Cmo le gus-taba la palabra! Tan sosegados. No le haran un lu-

    gar? No se dejaran conmover por su sinceridad?La idea no hizo ms que insinuarse y su imaginacinse encarg del resto. Las pensadas horas de ternura, lasimaginarias tardes de amor, las grandes noches fueronrpidamente trasladadas o remplazadas por escenas dela patria recobrada. Y si l fuera el iniciador de unmovimiento de vuelta a la patria? Los prdigos... Losprdigos. Qu bien sonaba! Pronto sera amado detodos. Si era amor, slo amor lo que l peda, el mis-mo amor que en el fondo toda la pobre humanidaddeseaba!

    Se sinti ms vivo, ms vital, como deca, que nunca;neg el saludo a los antiguos dolos, rechaz todas lasinvitaciones, se rode de libros, de ropas, todos proce-dentes del lejano pas y ech a un lado o arroj, unpoco avergonzado, los de todas las patrias previas deadopcin.

    La decisin estaba hecha. No haba ms que liquidarlas posesiones precarias del apartamento, avisar en eltedioso empleo, y partir. Partir!

    Las noticias que traan los peridicos sobre movi-mientos revolucionarios en Cuba, con su secuela derepresalias, no le inquietaban, y hasta sonrea misterio-samente para s al leerlas. Quin sabe. Con su conoci-miento de idiomas, sus nuevos libros, su prudencia, supersonalidad inesperada, no podra servir de mensaje-ro de la concordia y la tolerancia entre sus compatrio-tas? Al fin, todos eran hermanos, se entendan en elgran lenguaje atvico y no hablado con que se entien-den los hombres de una misma tierra...

    III

    Y parti. Ms dadivoso que nunca, reparti lo queposea entre sus pocos amigos, regal las ropas de

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    abrigo que ya no necesitara en aquel clima maravi-lloso que le aguardaba y del cual no regresara nunca,nunca. Distribuy los libros, los de naturalismo, los dehinduismo, los de yoga, los de espiritismo, las colec-ciones obscenas, las de socialismo, las colecciones

    primitivas. Hizo tomar por fuerza a sus viejas vecinasel heterogneo mobiliario que ellas aceptaban entregritos de terror, gozo y asombro.

    La renovacin sera completa, pronto iba a ser l, l,a entrar en su cultura, en su ambiente, donde no tenaque explicarse nada, donde todo era desde siempre.Y adems entrara por la puerta grande de la intelli-gentzia, en cuyos umbrales dorados le esperaban susjvenes amigos, de humor delicioso y mordaz, decharla viva e imaginativa, tan nerviosos, y tan felices.

    Cuando lleg, un da por la maana, encontr la ciu-dad un poco cambiada. Era difcil precisar en qu con-sista el cambio. Como siempre, la gente pareca alegrey despreocupada, pero haba cierta inquietud en elambiente que en un primer momento no supo precisar.

    Lo que s choc a su vista de inmediato fue la super-abundancia de uniformes. En las esquinas de la ciudadse vean a todas horas grupos de soldados y policascon armas automticas modernas, de grueso calibre.Le llam la atencin que en sus horas de asueto lossoldados se pasearan fuertemente armados, llevandode una mano a sus amigas y de la otra el arma formi-dable de repeticin.

    Por las calles de la ciudad vieja desfilaban cada va-rios minutos con montona regularidad pequeos ve-hculos militares en servicio de patrulla, invariable-mente tripulados por dos soldados y dos marinos queviajaban de espaldas, para cubrir la retirada en caso deataque.

    Para estar ms en ambiente se aloj en un hotel delviejo barrio que antao alojara a huspedes ilustres dela colonia, y sonri, tratando de no verlas, a las jve-nes plidas que regresaban a sus habitaciones con lamaana, el aire extenuado y el maquillaje corrido.Desde all trat de localizar a sus amigos, a los que, sinduda por estar ocupados a esas horas, no pudo hallar.

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    Mir con disgusto sus ropas elegantes, de sello de-masiado extranjero, de las que no haba podido des-hacerse, y se lanz a la calle en busca de prendas mssencillas, de ms sabor local. Volvi agotado, como siel nuevo ambiente le exigiera un gran esfuerzo para

    cada pequeo acto, y contento, con una finsima cami-sa de lino de Irlanda adornada de innmeras alforzashechas para consumir la vista de varias generacionesde costureras: la guayabera, la prenda campesina pul-cra y fresca que en pocos aos haba invadido a todaCuba desplazando a la indumentaria europea. Se con-templ largo rato al espejo, complacido de su aspecto.An era joven, no mal parecido del todo a pesar de lacalvicie ya avanzada y de los anteojos que le correganla fuerte miopa. Podra recomenzar su vida aqu, darleun sentido, por qu no? No haba adoptado y aban-donado con increble facilidad y rapidez patrias, reli-giones, cultura, actitudes, ideas? Ahora iba a adoptar sucultura, su patria la suya, que quiz, quiz le necesitara.

    Se tendi en el lecho fresco de la habitacin abiertaal puerto, y entregndose a detalladas y minuciosasvisiones de su futura existencia en el recobrado solarde los mayores, pas de la vigilia risuea al sueo fe-liz, sin sentirlo, como lo hacen los nios.

    El segundo da de su nueva vida decidi pasarlo jun-to al mar para fortalecerse con este aire ardiente queiba a cicatrizar los males de su cuerpo y de su espritu.

    Atravesando rpidamente las viejas y amplias gale-ras y saludando a las ancianas figuras desvadas quelean sus peridicos junto a las ventanas, baj a la calle,salt a un auto de alquiler y le pidi al chofer que lollevara a la playa, a cualquier playa. ste le sorprendihablndole en ingls, y como l insistiera en hablaren espaol, el otro le ofendi dicindole que parecaextranjero.

    En la playa se sinti molesto al verse rodeado de tu-ristas y ms molesto an al comprobar que, comoellos, tambin se pona aceite sobre la piel para prote-gerla del sol. Se ri un poco de s mismo, pidi de be-ber y se tendi al sol.

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    Las horas pasaron agradablemente, empujadas por ellicor del pas que penetraba dulcemente los sentidoshasta destruir el sentido del tiempo. (El sentido deltiempo, eso era lo que aqu era tan diferente, ah radi-caba la gran ciencia de este pas, de estas gentes.)

    Cuando abandon el balneario ya era casi de noche.Sali al suburbio y aunque las calles estaban malalumbradas y casi desiertas, decidi andar en direccinde la ciudad, para gozar la brisa suave que soplaba delmar refrescando los ardores del da. Dejara vagar suspensamientos, sin rumbo, donde el aire los quisierallevar. Se senta feliz, un poco solo, pero ahora no im-portaba. Maana empezara su nueva vida.

    Haba andado una corta distancia por la avenida bor-deada de pinos cuando una luz brutal le dio en el ros-tro, cegndolo y haciendo resaltar en la oscuridad lanitidez de la camisa campesina de lino de Irlanda. Leenfocaban de un auto cuyas puertas se abrieron rpi-damente dando paso a varios hombres de uniforme queesgriman armas en direccin suya.

    Sube, dijo uno y antes de que l pudiera resistir opreguntar le arrastraron hacia el automvil que partien seguida.

    Dentro del auto, que marchaba a toda velocidadmientras la sirena chillaba perforante, crey sufrir unapesadilla. Sinti que le agarraban los puos e inmedia-tamente comenz a recibir golpes brutales en el rostroy en las costillas. Los golpes le ahogaban, no podagritar, y sus aprehensores mantenan un silencio obsti-nado, como si le conocieran, realizando su tarea met-dicamente. Perdi la nocin del tiempo, reducida suactividad pensante a esperar cada nuevo golpe.

    El auto corri largo tiempo, ignorando las luces detrnsito y haciendo huir a los peatones. Atraves partede la ciudad y luego se detuvo frente a un edificio mo-derno. Esposndole las dos muecas, le arrastraronviolentamente por una escalera de mrmol, amplia ycasi lujosa, al final de la cual le hicieron entrar en unrecinto iluminado con luces fluorescentes y hermti-camente cerrado.

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    Apoyndose contra un muro, sinti la frescura delgranito sobre la mejilla dolorida, y el aire cortante queenviaba desde el muro opuesto un ventilador elctricoy que le secaba el sudor. Haba cerrado los ojos paraver mejor, para pensar, o para no pensar, y al abrirlos

    vio que estaba rodeado de los hombres que le habantrado y de otros ms, todos de aspecto muy similar.Pens que la similitud quizs obedeca a que todosvestan de uniforme.

    El interrogatorio dur exactamente veinticuatro horas.Al principio trat de preguntar lo que suceda, pero

    apenas acert a pronunciar palabra. Tartamudeabagrotescamente con violentas reacciones de la cabeza yel cuello. A un chiste de uno: Qutese el caramelito dela boca, compadre... , todos rieron estruendosamente.

    Aunque opt por no hablar, le preguntaron el nombrey tuvo que esforzarse en articularlo. Un violento ma-zazo le derrib por el suelo. Cuando lo levantaron, me-dio aturdido, oy que el que pareca el jefe le advertaque no inventara nombres extranjeros, porque le cono-can bien. Comenz a llorar contra su voluntad y con elpuo de la guayabera se limpi la sangre de los labios ylas lgrimas que le corran por los pmulos ya negros.

    Un hombre hercleo lo tom sin violencia, casi deli-cadamente, de un brazo y le pidi que le mirara losojos. Cuando lo tuvo frente a s y tan cerca que podasentirle el aliento, se le qued mirando por un momen-to. Luego, alzando con un movimiento rapidsimo larodilla formidable, se la hundi en las ingles. Cay alsuelo gimiendo y retorcindose de dolor. Es un tiro,Filio. Eso nunca falla, oy decir a uno de los hombres.

    Para corroborar la afirmacin de que aquello era untiro. Filio lo levant del suelo con la misma delicade-za, y la rodilla formidable se alz de nuevo. Esta vezcay exnime.

    Cuando recobr el sentido, se encontr acostado enun divn muy blando. Trat de mover las piernas y undolor brutal en las ingles le nubl la vista. Estaba em-papado en sudor. Abri los ojos y vio a los hombressentados a los pies del divn. Hablaban y fumabandespreocupadamente. Record que no le haban pre-

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    guntado nada ms, procediendo a su tarea como quienrealiza un trabajo natural, metdico e ininterrumpido,desde que lo hicieran subir al auto, y como si espera-ran que el mero hecho de ejecutarlo rindiera resultadosinfalibles.

    Hablaban de un asalto ocurrido al parecer el da ante-rior. Adivinaba el inmenso edificio en conmocin. Oapuertas que se abran y cerraban violentamente, entrepasos y voces incesantes. Varias veces irrumpieronabruptamente en la habitacin y al percatarse de queestaba ocupada cerraron la puerta con violencia. Habahabido muertos, entre ellos dos altos funcionarios delGobierno. Pero an no lograba comprender la acusa-cin que le hacan, porque en realidad no le hacanninguna. Si le dejaran hablar, llamar a sus jvenesamigos, les explicara, se aclarara el monstruoso error.Una frase escalofriante le dio en parte la clave de loque suceda: Si no es ste, es lo mismo...

    Mir en torno. Al otro extremo de la habitacin, sen-tados en el suelo y contra el muro haba dos jvenesque le miraban fijamente. Se dio cuenta de que tenanlas muecas atadas porque uno de ellos se rasc labarbilla contra un hombro. Sus miradas no registrabanpensamiento alguno, como si estuvieran desprovistosde vida. El ms joven pestaeaba a ratos.

    Se dio cuenta de que estaba atado al divn. Volvi lavista a un lado y observ que de su brazo derecho salaun alambre conectado a un interruptor en la pared. Dealgn lugar que no poda ver salir otro cordn queterminaba en su brazo izquierdo. Cerr los ojos.

    La primera descarga tuvo la inmensa virtud de hacer-le perder nuevamente el sentido. Al despertar de lasegunda, gritaba de dolor. El brazo izquierdo se lehaba hinchado enormemente. Sinti una sed terrible.Not que tena la boca llena de cogulos de sangre quelo ahogaban. Cuando quiso hablar para pedir agua, sedio cuenta de que se haba cercenado la lengua con losdientes. Pens que ya nunca volvera a tartamudear.Sinti que sonrea.

    Recuper de nuevo el conocimiento cuando lo saca-ron del auto y la brisa le azot el rostro. Oy las olas

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    golpeando la costa con golpes secos y duros y supoque estaba muy cerca del mar. Lo dejaron solo, de pie,sobre las rocas, muy cerca de la carretera. Oy unavoz: Djalo ya, Filio, est acabado.

    Las puertas del auto volvieron a cerrarse. Vio la ma-

    sa negra alejarse detrs del haz de los reflectores. Pudodar varios pasos, con las piernas muy abiertas para norozarse los testculos. Abri la boca para que la brisade la noche se la refrescara.

    Pocos minutos antes de morir perdi la lucidez terri-ble que le haba alumbrado los ltimos meses de suvida con una luz intolerable. Antes de perder la razn,record detalles aislados e insignificantes de su exis-tencia: el monograma con orla de un pauelo, la formade sus uas, los exabruptos del porteo que ms lohaban vejado, las palmas finas y hmedas de las ma-nos de Alejandro.

    Luego ech a andar, dando gritos agudos con la bo-ca muy abierta, cantando, tratando de hablar, aullan-do, meciendo el cuerpo sobre las piernas separadas,logrando un equilibrio prodigioso sobre el afiladoarrecife.

    Donde primero hundi las tenazas el cangrejero fueen los ojos miopes. Luego entre los labios delicados.

    IN PARTENZA

    Para Esther Judith,

    tranquilizadora madre de la tribu

    Pocos das antes de emprender yo el viaje, mi cocineradecidi que era tiempo de consultar a los muertos.

    Inefable ngela, cunto te preocupaba este corto viajesentimental que me veas preparar sin entusiasmo, msbien con cierta tristeza, recelando de los verdaderosmotivos que me llevaban a cruzar el mar.

    ngela brill por su ausencia todo el ltimo da y yome qued sin almorzar. A media tarde, la divis por la

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    ciudad antigua. Descenda de un mnibus con grandificultad. Iba cargada de envoltorios de papel de pe-ridico. No sin cierto sentimiento de culpa, adivin loque llevaba en ellos. Ardorosa, desapareci entre losvehculos y la gente y no volv a verla hasta la hora de

    la cena, que tampoco prepar. Olvidada de comer, mesometa a su rgida regla.A las ocho comenzaron a llegar los invitados, que

    ngela trajo desde el barrio donde habita. Cuando otocar a la puerta, pens ir a abrir, pero desde el come-dor, donde haba estado encerrada mucho rato, ngelase precipito gritando: Voy yo!

    O rumor de saludos, conversaciones, risas nerviosasy luego silencio. ngela vino a llamarme.Venga para presentarlo.En el saln fui presentado a los invitados. Una mula-

    ta gruesa se levant con trabajo para saludarme, cami-nando sobre zapatos de plataforma de madera. Su hijoera un negro joven, pequeo y fuerte, de cara extraor-dinariamente inteligente. Cre reconocer en l a al-guien visto pocos das antes en una oficina pblica.Una rubia se adelant y me present a su hija, casi unania, cuya presencia excus dicindome que no podadejarla sola. La quinta persona era una mujer negra, deedad avanzada y pulcra, de ropa muy blanca y tiesa dealmidn, que andaba con infinita elegancia sobre taco-nes altsimos y me salud seria y cordial.Nos sentamos, cambiamos impresiones sobre el

    tiempo y al poco rato ngela dijo:Vamos.Lentamente, conversando y rindonos un poco, desfi-

    lamos hacia el comedor. Al entrar, me di cuenta de quengela haba saqueado la ciudad. Montones de rosas,de nardos, estaban dispuestos sobre la mesa. Debajo desta, enormes mazos de yerba exhalaban una frescuraintensa, que se mezclaba con el olor del incienso.

    ngela nos distribuy de la mejor manera posible enlas sillas que haba trado a la pequea pieza. Cerrhermticamente las puertas del balcn, encendi la lm-para ms discreta, apag la luz del techo y comenzamos.

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    Debo citar en detalle los pormenores de la ltimanoche que pas en mi casa? Recuerdo sobre todo elexquisito tacto con que ngela y sus amigos recibie-ron a todo el mundo, las atenciones que desplegabancon los propicios, la terrible dureza para los inoportu-

    nos. Cmo olvidar las corteses palabras de bienveni-da, los deseos expresados con una sinceridad tan con-movedora, las palabrotas, los gestos de violencia, elgolpe seco de los cuerpos al ser derribados, las manosheladas del muchacho que transpiraba intensamente,sus ojos ya desorbitados, estrbicos, y sobre todo elsincero, el delicado inters por mi bienestar?

    De los recuerdos de la noche hay uno que dominasobre los dems y que no me abandona.

    En un momento dado, la madre del muchacho se alzsobre sus plataformas de madera y salud. Todos res-pondimos al saludo. Su hijo se levant y ponindolelas manos en los hombros pregunt:Cmo te llamas?La madre se llev las manos a la cintura y lade la

    cabeza en un gesto que me pareci innecesario.Blanca.El muchacho mir fijamente a los ojos y volvi a

    preguntar:Ests segura?Segursima! Todo el mundo me conoce.El muchacho movi la cabeza de un lado a otro.No es cierto. Eres un hombre y no te llamas Blanca.Seguro, seguro que me llamo Blanca todos me

    conocen por Blanca!Haba algo repugnante en sus gestos.Tu verdadero nombre! la furia del muchacho

    llegaba sin transicin.Con voz ahogada por la risa, la madre de la nia co-

    ment con la mujer flaca y pulcra:Es una marica.Tu verdadero nombre! bram el muchacho.Bueno! est bien! No me llamo Blanca! Y se-

    alando en mi direccin aadi, presa tambin de fu-ror sbito: Pero a se lo odio!

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    Todos nos levantamos y uniendo las manos nos ce-rramos en crculo sobre la mujer, que se tambaleaba ensus plataformas de madera.

    Cuando el inoportuno hubo desaparecido de la casapara siempre, caminando sobre los nardos y las rosas

    nos dirigimos de nuevo al saln, donde ngela hacaarder una gran cruz de alcohol.Las llamas arrancaban reflejos al sudor que corra

    por los rostros de todos.Antes de iniciar yo mi viaje, ngela me ense una

    cancin para aplacar el mar embravecido, pero cuandouna galerna jug con el barco en el Golfo de Vizcaya,tembl de miedo y cuando quise cantarla me di cuentade que la haba olvidado.

    PIAZZA MARGANA

    Ya he entrado en tu corriente sangunea. He rebasadola orina, el excremento, con su sabor dulce y acre, y alfin me he perdido en los clidos huecos de tu cuerpo.He venido a quedarme. Nunca me marchar. Desdeeste puesto de observacin, donde finalmente he logra-do la dicha suprema, veo el mundo a travs de tus ojosoigo por tus odos los sonidos ms aterradores y losms deliciosos, saboreo todos los sabores con tu len-gua, tanteo todas las formas con tus manos. Qu otracosa podra desear un hombre? De una vez para siem-pre emparadisado en ti. Envejecemos juntos, dijis-te, y as suceder.

    Mi suerte ser envidiada por generaciones de aman-tes de todo el tiempo venidero, hasta el final de losTiempos.

    Se me ocurri mientras te estabas afeitando un da,en una tregua de nuestros momentos de odio mutuo.La hoja te hizo un pequeo pero profundo corte en labarbilla. Mientras presionaba la herida para limpiarla,y tu sangre manaba de las venas cortadas, sent untremendo impulso de probarla.

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    A partir de ese instante, mi mente se desliz por unapendiente irresistible, fuera ya de control. Esa noche ymuchas noches ms, mientras t respirabas plcida-mente en tu sueo, a mi lado, pens en los rojizos ydescarnados tejidos del estmago, cruzados y entre-

    cruzados por venas, segregando sin cesar sus jugos a lamenor provocacin. Me vi a m mismo tocando contemor los duros y rojizos tendones, el blanco interiorde la espina dorsal, tu cerebro, tierno y palpitante, losmusculados y carnosos tejidos de tu corazn, el reves-timiento externo de tus huesos, tan rosado y sedoso,donde los vasos sanguneos se entrelazan, haciendosurgir incesantemente nuevas clulas que reemplazan alas ya muertas. Vi los accesos de tu boca, la oscuraincrustacin de la lengua, y ms all, los frgiles cart-lagos y cuerdas vocales de donde tu voz brota. Mepreguntaba cmo sabra y olera todo ello, qu se sen-tira al morder los tendones: lamer los huesos, mascarla tierna y delicada carne, desollar el escroto, vaciar lavejiga, hacer una incisin en el pene; tras haber desalo-jado previamente los pulmones, dejar que mi mejillarepose eternamente junto al tejido sanguinolento ydescarnado de la caja torcica; desplegar los largos ymacizos msculos de las nalgas y muslos, alimentarmede ellos, llegar a probar todas tus glndulas, estar du-rante semanas a dieta del fluido genital; cada vez msansioso, ms anhelante, alimentarme, alimentarmelentamente de los tmpanos, los ojos, la lengua, roer laabertura rectal, utilizar tu pelo y todo el vello de tucuerpo como seda dental, morder hasta el fondo de tusaxilas, recobrar en los ganglios las energas perdidas,empezar a comer lentamente desde la punta de losdedos hacia arriba, hasta que los brazos desaparezcan,destapar la rtula y beber con paciencia y cuidado (nosea que se pierda una gota) los ricos lubricantes conte-nidos en sus junturas, desencajar el muslo, rajar elhueso y alimentarse de su mdula toda una temporadadeliciosa, engullir los ojos como se engulle un huevo,mirar las cuencas vacas noches y ms noches, desqui-ciar los tobillos, alimentarme de los pies semanas ysemanas, sacar fuerza de los ligamentos, lamer los

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    tendones hasta que pierdan su color, arrancar las uasde los pies y de las manos, mordisquearlas y sacarlesel calcio una vez agotadas las reservas de los dientes.Pero, sobre todo, comer lentamente, deliberadamente yen un rapto fervoroso, desde el interior, all donde el

    corazn late impasible, el sabroso tejido, rojo vivo,bajo los pezones ya hace tiempo digeridos.Pero entonces cambi de opinin. Como ya dije an-

    tes, generaciones de amantes de todos los siglos veni-deros se morirn de envidia. Nos pudriremos juntos.Mientras escribo, viajando a placer, con indescriptibleregocijo, por tu corriente sangunea, despus de unprolongado verano en los mastoides, siempre dispues-to a renunciar a los vasos linfticos por las partidas,s que voy a estar contigo, viajar contigo, dormir con-tigo, soar contigo, orinar y defecar contigo, pensar,llorar, alcanzar la senilidad, calentarme, enfriarme ycalentarme otra vez, sentir, mirar, hacerme una paja,besar, matar, mimar, tirarme pedos, perder el color,sonrojarme, convertirme en cenizas, mentir, humillar aotros y a m mismo, quedar desnudo, acuchillar, agos-tar, aguardar, aquejar, rer, robar, palpitar, trepidar,eyacular, entretenerme, escabullirme, rogar, caer, en-gaarte con otro, engaarte con dos, comerte con losojos, comisquear, atizarte, chupar, alardear, sangrar,soplar contigo y a travs de ti.

    Mi proeza es tan completamente nueva y sin parale-los que an no ha sido igualada. No tiene precedentesen la historia, y quedar en los anales de la humanidad,para que no se olvide, hasta que toda huella de la exis-tencia humana haya sido borrada de la tierra. Mi liber-tad de eleccin y residencia no tiene lmites. He con-seguido lo que todo sistema poltico o social siempreha soado, en vano, conseguir: soy libre, completa-mente libre dentro de ti, por siempre libre de todas lascargas y temores. Ningn permiso de salida, ningnpermiso de entrada, ningn pasaporte, ninguna fronte-ra, visado, carta d'identit, nada de nada! Puedo esta-blecerme a gusto mo en el pezn derecho, donde elremate de las venas y los nervios florece en una puntarosada, tierna y delicada. All puedo esperar indefini-

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    damente. No tengo ninguna prisa especial. El tiempoha sido obliterado. T eres el Tiempo. Fue tan slo elsiglo pasado cuando me agarr como un loco a lasviscosas paredes de tu vejiga para evitar el ser arras-trado fuera. As que puedo esperar, con mquina de

    escribir y todo, arrullarme hasta conciliar el sueo,bajo ese velloso y maravillosamente suave montculode tu pecho, y esperar a que algn idiota me despiertey me haga cosquillas. Puedo escalar tu lengua y lamery apretujarme en otra boca, alcanzando todas las deli-cias que el cielo reserva. Y es entonces cuando melanzo de cabeza por la espina dorsal, despidiendo unescalofro tras otro de placer divino, hasta que tus pul-saciones laten de forma tan salvaje que me dejo arras-trar por el torrente y viajo a la velocidad de la luz de-ntro del espeso y vivificante fluido de tu sangre.

    Pero sin prisa, sin prisa. A lo largo de das, semanas,meses, puedo alojarme en tu retina, emprender viajesde placer por la pupila con objeto de echar una ojeadaal mundo exterior, mientras organizo metdicamentela ms compleja e infinitamente ms exigente excur-sin a tu cerebro. Qu placeres entonces, y qu gozo amedida que penetro en el laberinto gris, en el palpitan-te ddalo, aprovechando la ocasin para lamer losblancos tabiques membranosos, cuyo sabor difcilmen-te puede igualarse. La mayor Bolsa del mundo en elda del Crack, la estacin ferroviaria ms grande delmundo jams podran aproximarse a lo que est pa-sando dentro de tu cabeza.

    Los deleites de la medulla oblongata! Las ramifica-ciones infinitas de los arborum vitae! Las sperascaricias de la duramadre!

    Cmo voy a empezar? Cmo voy a empezar!Cmo puedo entrar en ese aparente caos, en esa anar-qua soberanamente ordenada, sin ser mortalmenteaplastado (todo a su tiempo) por los millones de des-tructivos temblores, ms veloces que el rayo y muchoms mortferos? Cmo voy a empezar! Con amor!Cmo, si no? Con amor! Que el amor gue mi explo-racin, mi viaje fabuloso, el viaje que ningn hombreha emprendido hasta ahora; que l sea el hachn y la

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    brjula que me ayuden a orientarme a travs del es-pantoso laberinto rebosante de vibraciones, brincandoy rebotando sin parar a una frecuencia fantstica.

    Con muda reverencia inicio un viaje que a veces meva a llevar muy cerca de la superficie, a veces al cora-

    zn de una inmensidad perfectamente organizada.Consumiendo das, semanas, meses incluso, me metoen las profundidades; el periostio, la tabla externa, eldiploe, la tabla interna, las suturas, la calvara (prxi-ma a la duramadre, en busca de calor y compasin).Pero una vez ms: sin prisa, sin prisa. A su debidotiempo (qu importa el tiempo?) llegar a la hoz delcerebro, a la encantadora blandura de la meninge, medoblar por el nervio ptico, me estrujar en el infun-dbulo(el infundbulo, oh Paradiso!), ir tanteandocomo un ciego la substancia negra, utilizando los dosbrazos como antenas, como un murcilago, cruzar agalope el puente de Verolio, como un nio feliz y ju-guetn, y, despus de una larga zambullida en el acue-ducto de Silvio, ir a caer exhausto en la silla turca,faltndome ya el aire. Dormir, dormir es lo nico quequiero despus de esta primera etapa fatigosa de miviaje. El tlamo, el tlamo! Dnde est el tlamodespus de los horrores del claustro, y la luz lunar delglobus pallidus? Tremendas reverberaciones me subenpor todo el cuerpo, cargadas de electricidad. Dormir,dormir... Quin es capaz de dormir cuando el patticoest tan cercano, y he de tomar un largo desvo con talde no eliminar para siempre tus fuentes de compasin?

    Si la emocin me vence, siempre puedo encontrar re-fugio en el silencio de la substancia gris. Pero no pormucho tiempo, no por mucho tiempo. Quin deseasilencio ahora que he llegado a lo ms hondo de tucerebro? Que las rugientes ondas que vienen de lostmpanos me ensordezcan para toda la vida. Qu msda! Acaso no he dicho que he venido a quedarme?Siempre estar el nervio olfatorio para guarecersecuando falle todo lo dems. Qu riqueza de olorespara triscar eternamente! Y siempre estn los senospara una completa proteccin. Alguien est marti-lleando en la porcin petrosa. Que martillee. Hay sitio

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    para todos. Y si se pone desagradable, una buena pata-da en el culo y que se pierda en la insondable profun-didad de las fosas. Sera una tumba bulliciosa! Nadieha llegado aqu; nadie ha ido tan lejos y sobrevivido alas ondas destructivas de las neuronas, que llegan de

    todos lados, a la presin tremenda, la terrible carga ydescarga, el soberanamente armonioso, soberanamenteenloquecedor tutti. Nada ms salir sano y salvo volve-r a entrar una y otra vez en el infierno gris, el cielosofocado, para escuchar el mortfero rugido que nadieha odo sin ser por ello asesinado.

    Pero, como dije antes, es en tu corriente sanguneadonde logro el estado de dicha suprema reservado alos elegidos y a los justos. Me revuelco en su interior,retozo, trisco, me elevo a mticas alturas, alcanzo lodefinitivo, me transformo, dejo de ser. Ya no soy yomismo. Soy tu sangre: alimento tus pulsaciones, cruzoy vuelvo a cruzar el umbral de tu corazn, me deslizoarriba y abajo, me abalanzo del ventrculo al aurculo,hago tiempo en el atrio, paso de la vena a la arteria yregreso a la vena, hago el recorrido de los pulmones yemprendo de nuevo el camino de tu corazn. Tu cora-zn! Por fin soy yo tu corazn! No slo el vello suavede tu pubis sino tambin tu corazn. Sono il tuosangue! Quello que senti rimbalzarti dentro, questibrividi, questa strana gioia, questa paura, questabramosia, sono io, sono io, galleggiante nelle tuearterie, e la carne che rammenta, dorenavantirammentiamo insieme per l'eternit, amore, amore,pauroso amore mio! No has de tener miedo, nuncavolveremos a sentir la soledad, la terrible, vergonzosasoledad de la carne. La soledad se ha ido para siempre,desechada, expulsada, suprimida, quemada, enterrada.Me ests oyendo? Me oyes surcar tu sangre a todavelocidad, cantando y gritando a pleno pulmn, ento-nando extraas canciones de gozo, sollozando, gimo-teando, gimiendo en un frenes de felicidad que ningnser humano ha conocido antes? Sono io, sono io! Mo-rir contigo, me convertir en substancia inanimada,recorrer toda la gama de la existencia pre-orgnica y

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    post-orgnica, y renacer una y otra vez, un milln deveces, ad infinitum, contigo.

    Cuando estoy de un talante menos intelectual, msemprendedor, me adentro en largos safaris por tu floraintestinal.

    La vena porta abre sus puertas de par en par, y yo mecuelo en la copiosa oscuridad. Podra tomar un atajopor el mesentrico, pero prefiero el camino menosrecto, que me hace estremecer de expectacin.

    Despus de un largo descenso me encuentro en elms profundo misterio. Ni las cuencas amaznicas nilas vertientes nigerianas podran nunca igualar su cau-dal. Para hallar algo semejante uno tendra que retro-ceder a los das en que las fuentes del Nilo eran desco-nocidas, o incluso antes, mucho antes, cuando el granro empez a fluir, al principio slo una estrecha co-rriente, que serpenteaba por el fondo de una espantosahendidura, y que despus creca, algunos millones deaos despus, hasta convertirse en un tranquilo arroyode mediano tamao, eternidades antes de que el hom-bre llegara con los ojos vidriosos.

    A medida que voy penetrando en las profundidadesde la jungla, me siento incesantemente atrado, ceidoy rechazado por las miradas de formas, los seres ten-taculares del bosque inexplorado, las minsculas ymonstruosas flores, el interminable proceso de crea-cin y destruccin, los mil crculos krmicos que nadiehabra sospechado encontrar aqu abajo, repitindosemillones de veces a lo largo del largo descenso.

    Podra seguir escribiendo sin parar sobre mi travesade los pliegues semilunares, la luz opalescente dondelas criaturas ms extraas, medio-animales, medio-vegetales, se abren y se cierran, se degeneran y rege-neran, se abren las entraas en suicidios masivos, slopara intercambiar fragmentos y reunirse, segundosms tarde. Esa parte de mi viaje dura aos, de tan fuer-te como es la fascinacin del destello malsano, queadopta sutilmente matices diferentes bajo cada plie-gue. Me dejo abrazar por los billones de criaturas quepululan en mi interior, apindose en el espeso jugo enel que yo nado silenciosamente. Eleg una al azar, tal

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    vez la ms atractiva, tal vez la ms horrenda, y dejoque me sumerja y me trague como un corpsculo de-vorado por una clula blanca. Qu quietud infinita, qupaz ahora... Cmo es posible que nunca hubiese pen-sado en esto? Esto s que es felicidad! No hay otra

    palabra. En la profundidad del pliegue ms recnditola he encontrado. Esto cancela y borra aos de bs-queda intil. Soy feliz. Al fin!Ni un sonido, ni una simple regurgitacin se escapa

    del lugar remoto adonde he llegado. Es el silencio delos abismos ocenicos, siempre conjeturados, siempreinescrutables. nicamente aqu puedo ser yo mismo.Apacible e interminablemente, giro entre los silenciosostropeles que entran y salen por cada orificio de mi cuer-po. Millones de muertes y nacimientos se suceden sinun lamento, sin un estertor, sin nada.

    En un cruce, despus de resbalar a lo largo de mesesen una agona mortal por el casi impracticable sigmoi-de, el paisaje cambia abruptamente. Qu quietud de laUmbra entre estos rboles del tamao de un mamut,repentinamente desproporcionados respecto a cualquierespecie imaginable de cualquier reino. El interminableproceso de tragar y devolver se detiene, y otro, mil ve-ces ms mortfero y ms majestuoso, comienza. Mesiento perdido en este bosque de gigantes que avanzanlentamente abrazando a traicin, ignorndome comple-tamente en su grandeza. Camino pegado a lo que tomopor un muro del bosque hundido, hasta que descubroque he despertado a otro gigante y tengo que salir dis-parado para salvar la piel. (Ahora podra tomarme unrespiro antes de que fuese demasiado tarde, y hacer ellargo viaje de descenso a la punta de tu polla, con unabreve escala dentro de los testculos, que podra llegara convertirse en una prolongada estancia, primero enel derecho, despus en el izquierdo, ya que siempre esgrato un cambio de altitud. Quin podra detenerme,excepto la muerte, y sera, en ese caso, nuestra muer-te? Y si decidiera hibernar en el glande, dormir parasiempre dentro del prepucio, reservar un espacio deba-jo de la tnica, podra hacerlo, pero tomo otra deci-sin.) La muerte est aqu mismo, al igual que la vida,

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    y es aqu donde me siento ms prximo a ti. Podranponer en pie de guerra ejrcitos enteros, legiones decarros blindados, aviones muy bien abastecidos y muymodernizados vomitando fuego para desalojarme deaqu. De nada servira. Esto es el Paraso. Lo he halla-

    do. Al contrario que a Coln, no se me reexpedir ata-do de pies en una sentina. Tampoco habr un Canossapara m. He entrado en el Reino de los Cielos y hetomado posesin de l con todo orgullo. Esta es miconcesin privada, mi heredad, mi feudo. No me mar-char.

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    Calvert Casey, Material de Lectura.Serie El Cuento Contemporneo, nm. 35,

    publicado por la Coordinacin de Difusin Cultural. La edicinestuvo al cuidado de Graciela Carminatti y Alejandro Toledo.


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