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AGSal 2013 Sostenibiliad Ecológica CTSEAE AGS_13 DEF

Date post: 11-Jan-2016
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La agricultura es un sistema de producción, perocon derivaciones sociales y culturales evidentes; puedeverse como una industria pero también es una opciónnatural y personal de vida. Actúa en todo caso sobreun conjunto de ecosistemas seminaturales (agroecosistemas)que constituyen un distintivo, el acervoque acompaña a la humanidad como especie a lavez cultural y biológica. La circunstancia humana elsentido de Ortega y Gasset, cuando dice “y si no lasalvo a ella, no me salvo yo”1
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SEAE C uadernos T écnicos Antonio Gómez Sal Serie: Agroecología y Ecología Agraria SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURA
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Page 1: AGSal 2013 Sostenibiliad Ecológica CTSEAE AGS_13 DEF

SEAECuadernos Técnicos

Antonio Gómez Sal

Serie: Agroecología y Ecología Agraria

SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURA

Page 2: AGSal 2013 Sostenibiliad Ecológica CTSEAE AGS_13 DEF

PREÁMBULO ................................................................................................ 2

EXPLORANDO EL CONCEPTO DE SISTEMA AGRARIO. ..............................SOBRE SU SIGNIFICADO PLURAL E IMPLICACIONES

3

LOS COMPROMISOS FUNCIONALES EN LA ACTIVIDAD AGRARIA. ...........CONFLICTOS ENTRE LAS DIMENSIONES EVALUATIVAS

20

DESAFÍOS AMBIENTAL Y SOCIAL DE LA AGRICULTURA ECOLÓGICA ........ 56

REFERENCIAS BIBLIOGRÁFICAS .................................................................. 72

Índice

1

SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

Título : SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURA

Cuadernos Técnicos SEAE - Serie: agroecología y ecología agraria

Autor : Antonio Gómez Sal

Edita : Sociedad Española de Agricultura Ecológica (SEAE)

Coordinación : J Labrador

Consejo Editorial : A Bello, A Domínguez, JM Egea, C Fabeiro, M Glez. Molina, V Gonzálvez, GI Guzmán, MC Jaízme-Vega, C Jordá, J Labrador, C Mata, R Meco, XX Neira, M Pajarón, D Palmero, MJ Payá, JL Porcuna, MD Raigón, Fco X Sans, JC Tello, J Vadell.

Diseño gráfico y maquetación : F Maixent

Fotografías : Antonio Gómez Sal

Año : 2013

ISBN : 978-84-941185-2-4

Impresión : Imag Impressions, s.l.

“El texto de este Cuaderno Técnico ha sido elaborado con el apoyo económico del MAGRAMA. Las opiniones y posiciones contemplados en el mismo, son responsabilidad única de sus autores”

Impreso en papel reciclado

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EXPLORANDO EL CONCEPTO DE SISTEMA AGRARIO. SOBRE SU SIGNIFICADO PLURAL E IMPLICACIONES

SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

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SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

2 Preámbulo

pPreámbulo

or su relación directa, muy explícita y cuan-tificable, con los recursos, la agricultura es quizás la actividad humana donde la problemática sobre cómo ajustar los aprovechamientos a la capacidad de los ecosistemas sin degradarlos –en definitiva la clave del desafío que representa la sostenibilidad-, se aprecia de forma más nítida. Las relaciones de interdependencia y jerarquía entre las diferentes perspectivas o sistemas de evaluación interesadas en el desarrollo, forman parte de la esencia de la actividad agraria.

La agricultura es un sistema de producción, pero con derivaciones sociales y culturales evidentes; puede verse como una industria pero también es una opción natural y personal de vida. Actúa en todo caso sobre un conjunto de ecosistemas seminaturales (agroeco-sistemas) que constituyen un distintivo, el acervo que acompaña a la humanidad como especie a la vez cultural y biológica. La circunstancia humana el sentido de Ortega y Gasset, cuando dice “y si no la salvo a ella, no me salvo yo”1

Investigar la capacidad de respuesta frente perturbaciones de estos ecosistemas especiales, iden-tificando qué usos son posibles de acuerdo con la calidad ambiental (integridad de los ecosistemas) que la sociedad haya decidido mantener -mejor si la deci-sión está respaldada por criterios científicos-, es una de las cuestiones que corresponde a la ecología de los sistemas agrarios. El análisis nos conduce directamente a preguntarnos por los modelos más adecuados de sostenibilidad, así como los enfoques que se están

proponiendo para su aplicación. Algunos de ellos, en particular los que plantean un nivel de exigencia alto respecto a la conservación de los recursos y los servicios que presta la naturaleza (sostenibilidad fuerte o ecológica2, también la llamada sostenibilidad super-fuerte3, van muy en sintonía con la práctica y posi-bilidades de la agricultura ecológica. Representa así este enfoque de la agricultura un espacio conceptual y empírico para ensayar la sostenibilidad de forma ejemplar, del que pueden derivarse enseñanzas útiles para otros sistemas productivos. Por ello es especial-mente importante establecer sobre bases solidas, los planteamientos sobre desarrollo, sostenibilidad y su relación con la agricultura4.

Después de 25 años del informe “Nuestro Futuro Común” (encargado por Naciones Unidas a la Comisión Mundial de Medio Ambiente y Desarrollo, 1987; conocido como informe Brundtland), el desa-rrollo sostenible o más exactamente la sostenibilidad de los usos humanos, se mantiene como una meta de aceptación general por su significado y carga de ética, pero aún con escasa aplicación en la práctica. Ello a pesar de la escasa definición de algunos conceptos, lo que según sus críticos parece haberle restado eficacia. La realidad es que el beneficio a largo plazo, interge-neracional y solidario, de las decisiones que afectan a las políticas ambientales parece no corresponderse con la necesidad de exhibir logros a corto plazo por parte de los responsables políticos. Los escasos resul-tados de la cumbre Rio + 20, son una prueba de esta situación.

Si este cuaderno motiva para investigar con una óptica plural los efectos de la actividad agraria y la identificación de modelos sostenibles de uso de recursos, a distintas escalas territoriales, en el camino abierto por la agricultura ecológica, entonces habrá logrado su objetivo.

1José Ortega y Gasset, 1914. Meditaciones del Quijote. Editorial: Cátedra 247 p. 2Daly, H., Cobb, J. Jr., 1994. For the Common Good. Beacon Press, Boston3Gudynas, E., 2010 Desarrollo sostenible: una guía básica de conceptos y tendencias hacia otra economía. Otra Economía, 4(6).4Gómez Sal, A. 2009 Veinte años desde Brundtland. Razones para una ciencia de la sostenibilidad. Ambienta, 88: 28-45. Ministerio Medio Ambiente, Rural y Marino. Madrid

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con más claridad las relaciones de interde-pendencia y jerarquía entre las diferentes perspectivas interesadas en la caracteriza-ción y evaluación de la sostenibilidad.

La relación entre el trabajo humano en la agricultura y los ecosistemas seminatu-rales (agroecosistemas) sobre los que actúa, se expresa en éstos de forma primaria, muy explícita y cuantificable. Es fácil advertir por ejemplo que la organización eficiente de la tecnología y el trabajo – el sistema de producción – permitirá incrementar los rendimientos por unidad física (energía, materiales) invertida, pero los límites que impone la propia capacidad de recupera-ción de los recursos naturales que parti-cipan en el proceso (de origen antrópico en realidad, por proceder de una selección y acondicionamiento previo de la naturaleza por parte de los seres humanos; los recursos utilizables de forma inmediata sólo existen en los ecosistemas humanizados, mientras tanto son una potencialidad), el riesgo de empobrecimiento o colapso de los mismos y la posible pérdida de los valores que la sociedad aprecia y ha decidido mantener, son las razones que secularmente han accionado para obligar a la agricultura a una actuación prudente. De hecho, los mecanismos culturales que regulan la utilización sensata de los recursos tienen significado adaptativo y pueden ser inter-pretados como parte de las respuestas de resiliencia del socio-ecosistema en el que opera la agricultura.

Una visión intuitiva de los distintos campos de actividad humana que se ven afectados por la práctica agraria, nos la aporta el esquema de la Figura 1. En ella puede verse cómo el enfoque de sistema

agrario se superpone, pero no es equiva-lente, al círculo temático, conceptual, de la “agricultura” considerada como produc-ción, y abarca también temas biológicos/ecológicos, económicos y sociales, sin coin-cidir con ninguno de ellos.

Entre las visiones sistémicas relacionadas con la agricultura queremos destacar en primer lugar la noción de agrobiosistema propuesta por Montserrat (1961). Tiene especial interés por su carácter pionero, anticipándose a otras formulaciones pare-cidas que han tenido mayor repercusión y han sido más divulgadas. Pedro Montserrat destaca el papel de los distintos tipos de seres vivos involucrados en la actividad agraria (productores primarios, consumi-dores, etc.), la recuperación de la fertilidad del suelo a través de la herbivoría así como la dependencia e interacción de las pobla-ciones biológicas especializadas que maneja la agricultura con los factores ambientales; establece analogías y diferencias entre el funcionamiento de los agrobiosistemas y el de los ecosistemas naturales y concede una especial importancia a la “cultura rural”, la información adquirida por el colectivo humano que maneja los recursos, como factor regulador del funcionamiento en el nuevo ecosistema humanizado.

El empleo del término Agroecología, del que ha derivado el concepto de agroeco-sistema, tiene su origen en el ámbito de las ciencias agrarias. Algunos autores consideraron entonces que el papel de la agroecología debería ser el de una ciencia mediadora o de confluencia, indicando que su destino debería ser “rellenar el abismo conceptual y práctico” (Harper, 1974) que en su opinión separaba a la Ecología y la

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Explorando el concepto de sistema agrario. Sobre su significado plural e implicaciones

eEntre las evidencias que afloran a

la hora de plantearse el análisis de la conexión de la agricultura con los sistemas naturales, destaca el carácter plural de sus consecuencias; vinculadas a campos del conocimiento diversos en su enfoque científico, metodologías de estudio y temas de interés. Desde distintas disciplinas que tienen en común la aplicación, más o menos habitual, de un enfoque global u holista (entre ellas las ciencias del oikos, Ecología y Economía) se ha adoptado la noción de sistema para el estudio de la actividad agraria y sus efectos en la natu-raleza y la sociedad. Quizás debido a este común enfoque sistémico, suele producirse una confusión en la utilización del término general “sistema agrario”, sin reparar en el muy distinto significado que éste adquiere según sea empleado desde diferentes pers-pectivas de análisis. Surgen así las distintas

acepciones de concepto de sistema agrario, que fueron identificadas y discutidas en un artículo inicial sobre el tema, publi-cado precisamente en las actas del primer congreso de la SEAE (Gómez Sal, 1995). Se subrayaba entonces el interés de manejar de forma complementaria, aunque siendo conscientes de las diferencias, las visiones que proceden de tres campos de conoci-miento, que con frecuencia se confunden al tratar de las consecuencias de la agri-cultura. Entendemos aún que esta diferen-ciación teórica y práctica es esencial para un análisis científico, bien fundamentado, de las consecuencias múltiples, y en espe-cial de las posibilidades, de la agricultura ecológica así como de sus implicaciones y aportes para el gran desafío planteado por la sostenibilidad del uso de los recursos y su relación con el desarrollo. Precisamente es en los sistemas agrarios donde se aprecian

Enfoques sistémicos en el análisis de la actividad agraria

l presente Cuaderno responde a la invitación de la dirección de la Sociedad Española de Agricultura Ecológica para analizar la relación entre Ecología y Agricultura, desarrollando algunas ideas que pretenden situar la práctica de la Agricultura Ecológica, entendida como sistema de produc-ción, en el amplio contexto de conocimientos

y consecuencias aplicadas que le corresponde; como un ámbito de confluencia, con nume-rosos enlaces entre las ciencias sociales y las naturales. Buena parte de lo que expongo a continuación procede trabajos previos que tratan tanto de mi visión sobre los sistemas agrarios (Gómez Sal, 1988, 1995, 2001, 2012), como de las implicaciones de la agricultura en la problemática del desarrollo sostenible y la sostenibilidad (Gómez Sal, 1998, 2004, 2009 y 2013; Gómez Sal et al 2003; Gómez Sal y González García, 2007).

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Sistemas biol

ógic

os

Agronomía o “superar el antagonismo exis-tente” entre dichas disciplinas (Loucks, 1977; Cox y Atkins, 1979).

Tal como hemos señalado (Gómez Sal, 1993) carece de sentido una disciplina inter-mediaria entre Agricultura y Ecología si se tiene en cuenta la diferencia (que no dispa-ridad ni desacuerdo) en cuanto a enfoque y objetivos entre ambas ciencias. La primera como ciencia y técnica de la producción, dirigida a la obtención de bienes consu-mibles, en especial alimentos, mediante la modificación de los ecosistemas naturales, su manejo/explotación y control (actuando sobre determinados seres vivos y los factores ambientales que influyen en su desarrollo), la segunda como ciencia cuyo objetivo es entender las regularidades o pautas exis-tentes en el funcionamiento de la natura-leza – incluyendo también la modificada por la actividad humana –, lo que incluye consi-derar sistemas de interacción complejos que requieren un tipo de aproximación y conocimientos específicos. Una definición adecuada de la agroecología podría ser la de ciencia de los agroecosistemas – siendo estos un tipo particular de ecosistemas –, de forma análoga a la que González Bernáldez (1981) propone para la Ecología, al consi-derarla como la ciencia de los ecosistemas; también podría definirse como el estudio de los sistemas agrarios desde una perspec-tiva ecológica. Esta visión de la agroeco-logía la separa del objetivo de producción (obtención de alimentos, fibras etc.) proble-mática que corresponde a la agricultura; ésta podrá considerarse ecológica en el caso de que las técnicas de producción se ajusten a las posibilidades que ofrece el ecosistema sobre el que actúa, en este caso agroecosistema, sin degradarlo. Vemos

por tanto que la agricultura ecológica es una ciencia y tecnología de la producción y la ecología un ciencia de carácter básico, dirigida a conocer la estructura y funcio-nalidad de un tipo particular de la natura-leza humanizada (“domesticada” según la expresión de Kareiva et al. 2007), la que ha sido transformada con fines de producción agrícola. Los conocimientos de ambas son necesarios para avanzar hacia la sostenibi-lidad de los usos humanos, el gran desafío para los próximos tiempos.

Miguel Altieri (1987) definió la agroeco-logía como “una disciplina científica que utiliza la teoría ecológica para el estudio, diseño, manejo y evaluación de los sistemas agrarios que son productivos pero también conservadores de los recursos”. Desde esta óptica la agroecología se muestra como una ciencia cuyos conocimientos se aplicarían a la vez a la producción y a la conservación de los recursos, si bien Altieri destaca la pers-pectiva ecológica sobre la actividad agraria y agroalimentaria, como característica de la Agroecología, tal como indica González de Molina (2011) en el primer Cuaderno de esta serie, donde analiza las bases sobre las que se va edificando la nueva ciencia. Otra importante perspectiva de la Agroecología, resalta su papel como herramienta de transformación social (Guzmán et al. 2000; Sevilla, 2006) y su aplicación al desarrollo rural sostenible.

En mi opinión y de acuerdo con el modelo que más adelante expongo, para avanzar con eficiencia hacia la sostenibi-lidad de los usos humanos, y en particular de la agricultura, es conveniente aclarar objetivos y deslindar las competencias entre las ciencias de la producción y las

Figura 1. Los sistemas agrarios como materia de estudio y sus relaciones con otros campos de conocimiento que se representan como áreas superponibles; si bien sus relaciones son más complejas y no se pueden ilustrar de forma satisfactoria en dos dimensiones. Cada campo se organiza alrededor de un punto focal o centro. El concepto general de sistema agrario se superpone y participa de los sistemas de producción, que son tecnológicos o de gestión (la práctica de la agricultura), los sociales, los ecológicos/biológicos (agroecosistemas), económicos, etc. Cualquier otro sistema de producción, no solo agricola, mantiene igualmente lazos o relaciones complejas más o menos directas con los recursos (la base físico/natural) y con los sistemas sociales; el buen planteamiento de estas relaciones es básico para la sostenibilidad. La importancia relativa y organización de estos sistemas varian dependiendo de la idea de sostenibilidad que se maneje. (Interprestación a partir del esquema de circulos propueso por Speeding, 1971 The biology of agricultural systems. London, UK: Academic Press.)

Econom

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CIENCIAS SOCIALES

ECONOMÍA

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AGRICULTURA

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Explorando el concepto de sistema agrario. Sobre su significado plural e implicaciones

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de la naturaleza. La idea de considerar la agroecología como una ciencia intermedia que combine objetivos de producción con el análisis de las características físicas y ecoló-gicas de los agroecosistemas, en definitiva las que los relacionan con procesos natu-rales, más o menos espontáneos, puede desenfocar la base sobre la que deberían plantearse los avances técnicos y cientí-ficos hacia una sostenibilidad exigente en la agricultura. Pensamos que es más conveniente reconocer que cada una de las disciplinas interesadas en la práctica agraria y sus efectos sobre la naturaleza y la sociedad, se ocupa de temas diferentes con perspectivas propias, que sin duda deberán ser complementarias, de forma que sus visiones y valoraciones, todas ellas nece-sarias, puedan ser consideradas como las distintas caras de una problemática plural y compleja, con numerosas consecuencias y funciones derivadas. En este nudo de rela-ciones, juegan un papel especial, clave por su situación intermedia en un hipotético engranaje entre perspectivas evaluativas, los sistemas de producción, un espacio en el que se incluye, no en exclusiva, la agri-cultura ecológica.

De acuerdo con lo anterior y conside-rando la agricultura en su acepción amplia de actividad agraria, es decir incluyente de las actividades agrícolas, forestales y ganaderas, la noción general de “sistema agrario” requeriría ser adjetivada para indicar la perspectiva desde la que se analiza. El concepto de agroecosistema – el sistema agrario desde la óptica de la Ecología – debería reservarse por tanto para designar, con todas sus consecuencias prác-ticas y metodológicas, a un tipo especial de “ecosistema”. Lo hemos definido como

cualquier tipo de ecosistema modificado y gestionado por los seres humanos con el objetivo de obtener alimentos, fibras y otros materiales de origen biótico (Gómez Sal, 2012). Actuando sobre él, el sistema de producción podrá ser más o menos consecuente con las posibilidades que la naturaleza ofrece en cada caso, descifrar y adaptarse al plan que ésta nos propone, dependiendo de las características del tipo de ecosistema original – determinado a su vez por las condiciones físicas generales – y de los efectos que la historia de los usos agrarios ha inscrito en cada parcela del territorio, o bien, ignorar estas limita-ciones y plantear un tipo de explotación que reduzca las posibilidades de mantener la producción de forma estable, incremen-tando la dependencia y los insumos. En cualquiera de los dos casos, el ecosistema, su funcionalidad y características, es un agroecosistema y el sistema de produc-ción corre a cargo de la agricultura. Que el resultado del sistema de producción sea agricultura ecológica o responda a otros objetivos, sea o no sostenible, es un problema diferente. El presente trabajo pretende aportar bases, principalmente conceptuales y algunas sugerencias prác-ticas, que ayuden a avanzar hacia el logro de la sostenibilidad de los usos del suelo, considerando el conjunto de perspectivas evaluativas que interesan en este tipo parti-cular de sistema de uso de recursos, que en general podemos calificar como acti-vidad agraria, en el que los seres humanos crean recursos, modulan y condicionan la productividad primaria y secundaria. La agricultura ecológica puede ser una de las herramientas prácticas esenciales para avanzar hacia objetivos de sostenibilidad en el desarrollo.

El concepto de explotación en ecología se refiere a cualquier acción que actuando de forma continuada en un ecosistema impide su avance natural hacia la complejidad. El proceso mediante el cual los ecosistemas incrementan de forma espontánea su diver-sidad biológica y la capacidad de mante-nerse más o menos estables en el tiempo, ganando en estructuras de distinto tipo, se conoce como sucesión ecológica – ver por ejemplo Margalef, 1974 –. En ocasiones la explotación – no solo la de origen humano, sino también la debida a factores físicos, conocida como explotación abiótica – puede conducir a situaciones alternativas de esta-bilidad, madurez o integridad ecológica (la noción intuitiva, no científica, de equilibrio natural, hace referencia a estas supuestas situaciones estables). En exceso, la explota-ción (tanto la de origen humano como la abiótica) representa una importante causa de estrés para las poblaciones biológicas – los representantes de las distintas espe-cies en un determinado ecosistema –, que deberán adaptarse al cambio. También, con mucha frecuencia, es causa de degradación – perdida de estructura, estabilidad – para los ecosistemas, que se ven obligados a alcanzar una nueva configuración, acorde con las condiciones impuestas por los factores de explotación. En la recopilación de trabajos de Montserrat (2009), aparecen varios ejemplos y referencias sobre el concepto de explotación en ecología y sistemas agrarios.

En la actualidad, la aplicación del enfoque sistémico al estudio de la acti-vidad agrícola y sus consecuencias se ha generalizado. Su utilidad radica en que permite combinar consideraciones sobre efectos globales – del sistema considerado

en conjunto, como caja negra – con los análisis detallados de las interacciones entre los componentes del mismo, compo-nentes de distinto tipo, no solo biológicos o físicos, en los numerosos casos en los que este doble análisis es necesario. Tanto la aproximación sistémica y como la analítica son imprescindibles cuando se trata con una problemática en la que actúan múlti-ples elementos – organismos, condiciones ambientales, factores de producción, tecno-logías, habilidades y conocimientos empí-ricos, etc. – que además suelen presentarse organizados en compartimentos o módulos (subsistemas) con estructura jerárquica, e intervienen de manera secuencial en los procesos analizados; propiedades que se consideran como características comunes a distintos tipos de sistemas.

Reconocer sistemas supone identificar sus componentes relevantes (los que tienen mayor importancia para su funcionamiento en relación con la problemática que se pretende estudiar), que en conjunto forman la composición del sistema, las relaciones entre estos componentes, identificando sus redes organizativas (la estructura del sistema) y el tipo de magnitudes que entran en juego para cada relación; y por último un entorno, formado por los componentes que influyen en el sistema o son influidos por él, pero no ambas cosas a la vez, pues en este caso ya estarían incluidos en la composición.

La confusión en torno al concepto de sistema agrario, proviene de que se ha identificado el objeto estudiado (las consecuencias de la agricultura, inclu-yendo productos, paisajes, modos de vida, o incluso el sistema de producción entendido

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Explorando el concepto de sistema agrario. Sobre su significado plural e implicaciones

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Denominaremos Sistema de Uso de Recursos (SUR) a un modelo concreto de interacción entre la población humana y la naturaleza, consecuencia de la aplicación de un determinado esquema de desarrollo. Pretende destacar el carácter plural de los resultados y sus consecuencias derivadas. Más allá del objetivo de obtener bienes consumibles o mercadeables, productos agrarios en el caso que tratamos, las conse-cuencias son también un tipo de paisaje, infraestructuras, modos de vida, incluyendo aspectos culturales y sociales.

En la Tabla 1, se representa una visión sintética de las características atribuibles a los conceptos de sistema agrario más habi-tuales, con énfasis en las distintas perspec-tivas evaluativas que adoptan en cada caso. En una primera aproximación nos interesa destacar tres enfoques importantes en la agricultura:

• Ecológico, su objeto de estudio sería el agroecosistema• Productivo, se ocuparía de los métodos y técnicas empleados para la obtención de productos, incluiría por tanto aspectos tecno-lógicos, de planificación y de gestión.• Económico, interesado por analizar la viabilidad económica de un determinado sistema de uso de recursos.

Las diferenciación entre los tres enfo-ques o perspectivas (conceptuales, analíticas, evaluativas) es un requisito indispensable

para establecer con el mejor fundamento la ciencia y técnica de la agricultura ecoló-gica, una actividad productiva – un sistema de producción – que ya desde su enunciado conlleva la exigencia de entender los ecosis-temas sobre los que actúa. Las tres perspec-tivas mencionadas son las que mantienen una relación más directa o física – a través de una relación vertical, jerárquica – con los recursos. De esta relación depende el origen, conser-vación y puesta en valor de los recursos y de ahí la importancia de considerar de forma separada las consecuencias de la interacción dinámica estos tres sistemas antes de añadir otras perspectivas en una primera visión o modelo conceptual sobre la problemática que afecta a la sostenibilidad. Otras perspec-tivas también esenciales serán mencionadas posteriormente por ser más indirecta su rela-ción con los recursos, derivada de la trama de relaciones entre sociedad y naturaleza que se expresa en lo que se conoce como sistemas eco-sociales o socio-ecosistemas.

Agroecosistemas

La idea de ecosistema proviene de cons-tatar las semejanzas, o pautas repetitivas, que bajo condiciones ambientales parecidas pueden reconocerse en la organización de la naturaleza en distintos lugares de la tierra. A partir de ellas, se han deducido regularidades y normas subyacentes en la función y estruc-tura de estas unidades de análisis, ecosistemas, muy dependientes de las características del

Descripción sintética de las distintas acepciones de sistema agrario y sus interacciones

como método o procedimiento de uso de los recursos), con la herramienta de análisis (la aproximación propia de cada disciplina, en general sistémica cuando se trata de la agricultura), ignorando que la idea común de sistema agrario oculta o enmascara reali-dades distintas según cual sea el campo de conocimiento desde el que se analicen. Sus componentes son diferentes en cada caso y su composición y estructura son, por tanto, también distintos.

Por el carácter de la agricultura como espacio temático de confluencia, en el que superponen problemáticas muy variadas, las valoraciones aplicadas a esta actividad desde distintos ángulos pueden aportar resultados abiertamente conflictivos. Un aspecto negativo de la confusión concep-tual es que impide avanzar hacia una valoración integrada o multidimensional, precisamente por el lastre que representa la mezcla de atributos evaluativos que son propios de cada una de las distintas perspectivas. Este problema se aprecia por ejemplo en cuestiones tan básicas, pero de importancia esencial en los planteamientos sobre desarrollo, como atribuir a los ecosis-temas la propiedad de ser o no sosteni-bles, cuando lo que debe “sostenerse” es el sistema de producción, la forma en que los grupos humanos actúan en la natura-leza. Los ecosistemas pueden degradarse, pero la naturaleza funciona con o sin los humanos. La problemática de sostenibilidad nos concierne a nosotros como especie y como sociedades concretas, al buen o mal ajuste que podamos lograr en la modifi-cación de los ecosistemas para obtener los productos (bienes y servicios) que nos interesan. En la práctica dicha confusión ha restando credibilidad – por limitadas y

con frecuencia sesgadas hacia uno u otro campo – a muchas evaluaciones sobre los efectos de los diferentes sistemas de usos de recursos relacionados con la actividad agraria.

Pensamos por tanto que una reflexión dirigida a aclarar y deslindar las competen-cias teóricas, los objetivos y las metodologías de trabajo que diferencian a los distintos enfoques que se ocupan del estudio de los “sistemas agrarios”, es imprescindible para avanzar en el necesario dialogo entre las diferentes disciplinas interesadas en la agricultura y facilitar así la definición de alternativas que hagan viable y sostenible una actividad agrícola productiva basada en los recursos propios de cada zona, así como un tipo de desarrollo compatible con la conservación de los recursos y el patri-monio. Muchas de las soluciones derivadas de esta reflexión entran en el campo de competencia de la agricultura ecológica.

Considerar la posibilidad de que los resultados procedentes de valoraciones realizadas desde distintas disciplinas tengan un carácter opuesto o conflictivo, no signi-fica atentar contra las bases sobre las que se fundamenta el desarrollo de una acti-vidad marcada por la confluencia entre agricultura y ecología, como es la agricul-tura ecológica, que requiere conocimientos sobre agroecosistemas y su práctica implica defender procesos ecológicos esenciales, sino más bien al contrario, supone tomar conciencia de las limitaciones propias de cada uno de los distintos campos de conoci-miento que convergen en el interés por las consecuencias de la agricultura, sus condi-cionamientos mutuos, sus a veces difusas fronteras y su complementariedad.

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Explorando el concepto de sistema agrario. Sobre su significado plural e implicaciones

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ambiente concreto en el que se organizan y del que depende su existencia.

El ecosistema no es una unidad espacial definida (cartografiable y sistematizable), una entidad física conspicua y bien delimi-tada, sino un nivel de organización, pers-pectiva de análisis desde la que se aborda el estudio de las manifestaciones de la vida – el enfoque sistémico aplicado a la natura-leza – a una escala en la que los individuos, las poblaciones biológicas y los factores ambientales, ligados por intercambios de materiales y energía, forman la composición básica del sistema.

Una de las propiedades de los ecosistemas es su capacidad de mantener más o menos

invariantes (según el carácter del ambiente y el tipo de regulación que ejerce sobre ellos) ciertas características generales que, a la larga, son útiles para su persistencia, la ocupación permanente de un determinado espacio, con una composición de especies más o menos estable. La diversidad biológica – en su acepción más divulgada de número de especies diferentes, riqueza específica, biodi-versidad – es, entre las características valiosas de los ecosistemas la que mayor atención ha recibido en los últimos años, si bien no debemos olvidar el peligro de una simplifi-cación reduccionista que asimile esta variable a un indicador universal de calidad.

Los ecosistemas resultan de la interac-ción entre los seres vivos y la materia inerte,

Tabla 1. Dimensiones evaluativas de los Sistemas de Uso de Recursos en la agricultura, coincidentes con los conceptos de sistema agrario más habituales. Visión sintética de sus principales características, analogías y diferencias (Gómez Sal, 1995). Se presentan en primer lugar estas tres dimensiones por entender que son las que mantienen una relación más directa o física con los recursos, mediante un sistema jerárquico de interacción entre ellas, el representado en la Figura 2.

SISTEMA DE EVALUACIÓN (Dimensión del desarrol-lo agrario)

OBJETIVO, interés por el conocimiento o aplicaciones respecto al sistema

CARÁCTER MAGNITUDESQue se utilizan de forma característica

VALORACIÓN VARIABLE DE ESTADO (Principal descriptor)

CONEXIÓN ENTRE LOS SISTEMAS (Dinámica)

1. ECOLÓGICO (Agroecosistema)

Conocer la capacidad sustentante (integridad, funcionalidad, estructura) de los agroecosistemas y su valor de conservación.

No finalista.No dirigido a lograr una meta o producto. Aumentar el conocimiento sobre la naturaleza humanizada.

Ecológicas:Biomasa, Energía Biodiver-sidad, Rareza, Información, Tiempo, Espacio, Persisten-cia, etc.

Eficiencias de distinto tipo. Cocientes entre las magnitudes anterio-res. Productividad, resiliencia.

Estabilidad, Integridad Ecológica (recuperabilidad, valor patrimonial)

Se sitúa la base.Escaso dinamismo. Frágil.

2. PRODUCTIVO (Sistema de producción)

Obtención de productos agrarios. Incluye Sistemas físicos, de intercambio de energía y materiales, sístemas tecnológicos y de gestión.

Finalista.Dirigido a la obtención de productos, o bien objetivos de gestión, evaluables.

Físicas:Energía , Materiales, Semillas, Abonos, Trabajo, Pesos, capacidad, superficie, etc.

Rendimiento, razón física entre recursos y productos (inputs/outputs)

Sostenibilidad.Describe la posibilidad de mantener los usos en el tiempo, sin deteriorar el eco-sistema sobre el que actua.Coherencia ecológica. Adecuación a las posibilida-des que ofrece la naturaleza (el agroecosistema)

Posición intermedia. Responsable de generar y mantener los recursos. Dinamismo medio

3. ECONÓMICO (Sistema económico convencional)

Asegurar un medio de vida. Puede incluir los subsistemas monetario y financiero.

Finalista. La economía como instrumento, al servicio de objetivos. Lo deseable es que coincidan con el mayor beneficio social.

Monetarias:Dinero

Rentabilidad, razón entre inversiones y renta (ganancias)

Viabilidad económica Dominante.Capacidad de controlMuy dinámico.Desestabilizador

promovida por las entradas de energía – esencialmente energía solar –, y su transfor-mación progresiva en tipos energéticos de menor utilidad (térmica, gravitatoria, etc.).

La formación y maduración del suelo, principal reserva de agua y nutrientes, propágulos de las diferentes especies, refugios, materia orgánica, por su papel regulador de la evolución temporal de los ecosistemas, es uno de los procesos ecoló-gicos básicos en el medio terrestre. Otra regularidad importante es el incremento de complejidad, no sólo de organismos sino también de diferentes tipos de materiales inertes (orgánicos e inorgánicos). Se añade a ello la diversidad de “estratos” o niveles en la organización física o arquitectura de las

comunidades vegetales, de horizontes con distintas propiedades en los suelos natu-rales; bandeados de distintas naturaleza, dimensión y escala también en las estruc-turas geofísicas que interactúan con los organismos, condicionándose mutuamente. Una mayor discriminación, organización, ausencia de mezcla en los elementos que componen dicha estructura puede apre-ciarse a medida que con el tiempo aumenta la organización – complejidad, orden – en los ecosistemas. Asimismo tiene lugar un mayor determinismo en la disposición o arreglo espacial de aquellos componentes con mayor papel en la persistencia del conjunto, coincidentes en general con los de menor tasa de renovación, consti-tuidos por moléculas resistentes a la degra-dación, como es el caso de la lignina, el humus del suelo, etc. o los ácidos nucleicos, éstos últimos responsables de preservar los códigos de la herencia, transmitirlos y propagar la vida.

Las regularidades en la sucesión ecoló-gica que hemos mencionado, han sido comparadas a un acopio de información, materializada en estructura, lo que equi-vale en términos físicos a disminución de la entropía. Se ha señalado precisamente como una tendencia opuesta a este proceso el aumento de entropía que provocan los sistemas de producción. Naredo y Valero (1998) lo analizan para el caso de la minería. La entropía que aumenta al modificar el estado original de los mate-riales, puede verse como un buen indicador del impacto de los sistemas de producción sobre la naturaleza. De forma análoga la sucesión ecológica, por lo que representa de incremento de la capacidad de previsión frente a posibles cambios del ambiente, se

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Explorando el concepto de sistema agrario. Sobre su significado plural e implicaciones

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Foto 1. Parcelas con intención; cada una de ellas responde a la idea y función preestablecida en el marco del conjunto del sistema agrario considerado en este caso a escala de paisaje; cumpliendo un papel específico (un prado de siega, un castañar, una huerta con frutales). La segregación de usos y la especialización es un rasgo de la agricultura tradicional, parcelas con memoria. Una vinculación afectiva une a los campesinos con este tipo de parcelas, con nombre propio, además del funcional, indicadoras y características de paisajes culturales, muy ensambladas unas con otras, interdependientes. El abandono de los usos conduce a la uniformización, banalización del paisaje y pérdida de patrimonio difícilmente recuperable. Paisaje en Montesinho. Tras-os-Montes. Portugal.

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ha comparado a un proceso de capitaliza-ción, relacionándolo con la capacidad para afrontar cambios imprevistos. La información en ecología puede verse asimismo como una propiedad emergente, que aporta a deter-minados elementos constitutivos de los ecosistemas una capacidad de control muy superior a la que representan por si mismos en términos físicos (por su contenido en energía, materiales). Equivale a un módulo de memoria (representada esencialmente por las moléculas resistentes y organizadas) con notable capacidad de influir y regular procesos y las transferencias entre compo-nentes. Desde el punto de vista cuantitativo la información mantiene una cierta relación con la energía gastada durante las fases previas que han sido necesarias para generarla. En esta idea se basan las propuestas evaluativas de H. Odum (1996) quien propone una nueva unidad de energía con historia (la emergía), la trasegada durante el proceso de generación de una determinada estructura natural.

Las actividades de producción agraria modifican las características de los ecosistemas sobre los que actúan y de los que dependen. Como consecuencia de ello se define una nueva configuración del ecosistema, nuevas proporciones entre los elementos que lo constituyen, una reorganización o redimen-sionado de los compartimentos ecosistémicos básicos, así como nuevos objetivos, fijados en este caso por una gestión humana finalista – el ecosistema natural, la naturaleza espon-tanea, carece de objetivos de producción, simplemente funciona y se organiza estimu-lada por el flujo energético –, dirigida a la obtención de determinados productos, no solo materiales sino también intangibles, culturales o sociales. En conjunto estas acti-vidades apartan la evolución del ecosistema

agrario de las pautas habituales de la suce-sión ecológica en la naturaleza espontánea (las propias de los ecosistemas naturales, no modificados) o bien matizan este proceso. De forma ideal podemos pensar que en la agricultura tradicional e indígena estos cambios se han realizado sin contradecir las reglas generales de la sucesión, adaptándose a ellas y manteniendo un adecuado nivel de estructura y organización. Son conocidas en Ecología las características de los ecosis-temas “inmaduros”, o etapas iniciales de la sucesión ecológica (Odum,1969; Margalef, 1974), algunas de las cuales son compar-tidas por los agroecosistemas propios de la agricultura tradicional o indígena y los que acompañan a la agricultura sostenible, en particular las propiedades referidas a su menor estructura, mayor tasa de renova-ción de la biomasa, productividad, ciclos de materiales más abiertos (Montserrat, 1961; Altieri, 1987; Gliessman, 2000). La estruc-tura se mantiene en ellos simplificada, y controlada, pero evitando su degradación. Existen sin embargo numerosos ejemplos en la historia de los usos agrarios en los que se han superado los límites de la explotación, dando lugar a situaciones de degradación extrema de los agroecosistemas (Diamond, 2006).

En síntesis las características que dife-rencian los agroecosistemas de los ecosis-temas naturales (Gómez Sal, 1993) serían las siguientes:

• Son sistemas más abiertos, con mayor tasa de renovación de la biomasa y en conse-cuencia mayor velocidad en los procesos de transferencia de energía – su degradación de mayor a menor utilidad –, por parte de los organismos.

• Predominan en ellos poblaciones bioló-gicas especializadas (razas ganaderas, variedades de plantas cultivadas, ecotipos semidomésticos de especies pratenses, etc.), también con mayor tasa de crecimiento en relación con la energía adquirida y, en muchos casos, con especial capacidad para almacenar la producción en órganos o tejidos de reserva.

• Se define un nuevo patrón de distribu-ción espacial en la estructura del ecosis-tema, parcelas especializadas, con distinta productividad, composición específica y objetivos (un prado de siega, un castañar, olivar, huerta, pueden ser ejemplos de ello) en el conjunto del sistema. Aumentan las asimetrías entre dichas parcelas, estructura espacial celular o mosaicista, de acuerdo con su distinto grado de madurez/integridad ecológica.

• Existe una mayor afluencia de recursos externos que cambian las condiciones de fertilidad. Pueden considerarse ecosistemas favorecidos, suplementados por nutrientes, agua, laboreo; dotados de estructuras protectoras que evitan el estrés procedente del ambiente (fluctuaciones de humedad, temperatura, plagas, insolación excesiva, etc.) con objeto de crear condiciones favora-bles para la productividad primaria. El éxito de la agricultura depende en buena medida de hacer coincidir en espacio y tiempo una influencia favorable del conjunto de factores que regulan la productividad primaria. Podríamos definir la agricultura como el empeño de la humanidad por construir condiciones favorables para la productividad primaria, ecosistemas favorecidos.

• La distribución espacial de la fertilidad en el territorio no es homogénea, determinadas

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Foto 2. La huerta es un buen ejemplo de creación de condiciones favorables para la productividad primaria neta. Se hacen coincidir de forma muy positiva los factores esenciales como suelo profundo y fértil, bien drenado; agua suficiente, en el momento necesario; luz y temperatura. Se evitan factores de estrés como el viento – cercados –, se favorece un alto índice foliar. Alta diversidad de plantas cultivadas, dificultando la proliferación de plagas. La covarianza positiva entre estos factores dispara la producción primaria durante el periodo en que coinciden las condiciones favorables; la cosecha se resuelve en pocos meses. Bajo Aragón, noreste de Teruel.

Foto 3. Un retículo muy integrado de bosque natural, cultivos arbóreos, choperas, fresnos, setos y líneas arbustivas, poblamiento disperso en barrios de las aldeas, prados, parcelas de cereal y huertas. Un paisaje, orgánico y armónico, que interpreta las condiciones de mayor o menor fertilidad, las limitaciones del ambiente y se adapta a ellas. En muchos casos estos paisajes han sido devastados por la escasa planificación o ausencia de visión, no sólo por el abandono de usos, sino por el cambio de estilos constructivos o las colonias especulativas de nuevas residencias, ahora en crisis. Vigo de Sanabria. Zamora.

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Explorando el concepto de sistema agrario. Sobre su significado plural e implicaciones

zonas o sectores (parcelas clave) resultan especialmente cuidadas, mientras que otras pierden o exportan sus recursos, desempe-ñando éstas – en general parcelas o franjas conservadas, de tasa de cambio más lenta – un papel estratégico para el mantenimiento del conjunto. El paisaje resultante adquiere una estructura “organica”, con intercambios y transferencias entre las distintas parcelas o sectores que lo constituyen (que por analogía podrían ser vistas como los dife-rentes órganos).

• Como condición indispensable para la viabilidad de este entramado es preciso un control cultural, mediante el cual la expe-riencia o el saber organizado de la población humana (tanto el saber heredado, empírico, contrastado por la experiencia y propio de cada territorio, como el científico y tecnoló-gico, actualizado), predomina frente a otros agentes de control.

Se logra así una organización nueva con estabilidad alternativa – metaesta-bilidad – apoyada en buena medida por estructuras remanentes del ecosistema natural, que pasan a ser elementos clave del agroecosistema: aportan madurez/inte-gridad, cumplen una función estabilizadora y protectora (Gómez Sal, 1988). Aplicado al estudio de la actividad agraria, y al igual que sucede cuando se analizan desde el punto de vista ecológico otros sistemas naturales, el enfoque ecosistémico no es finalista, en el sentido de perseguir un fin o resultado establecido. Su objetivo es mera-mente científico, conocer cómo funciona la naturaleza humanizada, la base físico-natural en la que deberá sustentarse la producción, con objetivos dependientes este caso del contexto social y económico.

Los seres humanos adquirimos la respon-sabilidad de mantener el nuevo equilibrio logrado por una cambio profundo de los componentes del sistema (potenciando unos, eliminando otros, mediante una práctica habitual de selección de aciertos y rechazo de errores, que fue la base de la agricultura tradicional, muy adaptada por ello a la escala local) y la modifica-ción/regulación de procesos ecológicos esenciales, que pasan a ser de la incum-bencia del manejo humano. Siguiendo la expresión de Montserrat (1961) el agrobiosistema – como hemos indicado un concepto equivalente al posterior de agroecosistema – precisa ser “equilibrado por la actividad humana”. La intensidad aceptable de esta modificación dependerá en gran medida de las posibilidades que en cada caso – dependiendo del ambiente y de la historia de usos agrarios – existan para mantener la funcionalidad del agroecosis-tema (la base ecológica de la que depende el sistema de producción, los procesos productivos naturales y los componentes clave que los favorecen), lo cual no solo representa un reto tecnológico sino princi-palmente social, de gestión y planificación, organizativo. A este determinismo histó-rico, eco-social, se debe la proyección e interés que la agroecología adquiere como objeto de interés de las ciencias sociales – la perspectiva social de la Agroecología –, así como la aportación esencial que éstas pueden realizar para lograr un buen plan-teamiento de los sistemas productivos. Al ajuste entre el sistema de producción y el ecosistema/agroecosistema, la adaptación del primero a las posibilidades del segundo, lo hemos denominado coherencia ecoló-gica del sistema de producción (Gómez Sal, 2004).

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Explorando el concepto de sistema agrario. Sobre su significado plural e implicaciones

Si el acúmulo de información es un rasgo diferencial de los procesos de sucesión ecoló-gica y teniendo en cuenta que dicha infor-mación puede también presentarse en los ecosistemas con el formato de “información cultural” (en el sentido de Margalef, 1965), podemos asignar a los agroecosistemas el atributo diferencial, con respecto a los ecosistemas naturales, de contar de forma destacada con este tipo de mecanismo regulador (información cultural, no cifrada en códigos genéticos, internos a los orga-nismos, sino preservada en códigos externos, el conocimiento sobre los recursos, trans-mitida de muy distintas formas, empírica, científica etc. mediante soportes cada vez más sofisticados) lo que fortalece una forma particular de respuesta frente a perturba-ciones externas, la resiliencia eco-cultural (Gómez Sal, 2011). No sólo depende ésta de las características físicas o ecológicas del agroecosistema, sino también y espe-cialmente de la nueva configuración deri-vada del manejo humano y del añadido de conocimientos y nuevos recursos con los que cuenta.

Sistemas de producción

Tratan sobre cómo utilizar el cono-cimiento y la tecnología, para obtener determinados productos a partir de los recursos disponibles. Su orientación hacia la producción, entendida con amplitud, como un sistema de gestión, tecnológico, de planificación, es lo que los define. Aunque en el caso de la agricultura, el objetivo más visible es la producción de alimentos, fibras, etc. – ya hemos comentado que las consecuencias pueden ser múltiples, también se produce un paisaje, un modo

de vida –, la idea de sistema de producción sería asimismo aplicable a otros ámbitos de actividad humana que tengan una relación más o menos directa con los recursos y sean susceptibles de plantearse objetivos y ser evaluados en función de ellos; por ejemplo la gestión de espacios protegidos, la conser-vación de especies silvestres amenazadas, la planificación ambiental y la ordenación del territorio o la gestión del bienestar humano en relación con los servicios que pueden prestar los ecosistemas. Se trata por tanto de una perspectiva o enfoque sistémico que analiza el balance entre el esfuerzo invertido (físico, de gestión, tecnológico) y el grado en que se alcanzan determinadas metas u objetivos.

Las metas que dirigen y orientan el sistema de producción, puede tener un carácter muy definido, en el caso de los sistemas agrarios, frutas con aspecto, color, sabor y tamaño según la demanda del mercado, arboles homogéneos en cultivos productores de madera, tipos de carne con determinada textura y calidad, o tan abierto como para consistir en el logro de un modo de vida, una manera de estar en la tierra, de relacionarse con los procesos naturales, la satisfacción de cosechar y trabajar en el campo, la vida rural. Un objetivo dirigido tanto a conse-guir un mayor bienestar para el agricultor que practica un determinado tipo de acti-vidad, que interpreta los procesos natu-rales y se ajusta a ellos, como a aumentar la variedad y la calidad de los alimentos para un mercado cada vez más selectivo.

El carácter finalista, orientado a un fin, de estos sistemas hace que su evalua-ción pueda resultar más inmediata,

aparentemente más sencilla, que en el caso de los agroecosistemas. Un concepto asociado a la evaluación de los sistemas de producción, característico de ellos, es el de “rendimiento”, la razón entre las magnitudes de entrada (insumos, recursos, trabajo, energía) y las de salida (productos), aplicando las distintas fórmulas que relacionan, en términos no monetarios, magnitudes propias de las variables de entrada: peso, abun-dancia, capacidad, energía, con las que caracterizan o describen las variables de salida (objetivos). El resultado puede ser evaluado en términos físicos (el producto cosechado, en relación con la cantidad de semilla sembrada; según el trabajo o energía invertida, y comparar la idoneidad de distintas prácticas), o a través de indi-cadores de gestión más complejos (por ejemplo en el caso de que se evalúe el éxito de la gestión en un espacio prote-gido, o los efectos de la practica agraria sobre la características del medio natural, la diversidad de aves, la densidad, número de individuos de una especie amenazada, la recuperación de los efectivos de una raza de ganado autóctona, el incremento de la fertilidad y los agregados físico-quí-micos estables en el suelo)

Esta valoración “física” del sistema de producción coincide con el objeto de análisis de los economistas denominados fisiócratas cuyos enfoques representan en la historia de la economía el último eslabón que conecta lo físico con lo económico (ver Naredo, 1996). El sistema de produc-ción sería el sistema económico antes de ser suplantado por el más abstracto de la economía monetarizada que prescinde de realidades físicas tangibles.

Sistema económico

En la economía convencional la evalua-ción se efectúa comparando la inversión monetaria y las ganancias obtenidas, lo que determina la rentabilidad, un concepto muy diferente al de rendimiento. La diferencia sustancial entre ambos nos describe con claridad la importancia de considerar por separado ambas perspectivas evaluativas. La rentabilidad depende de los precios que asigna el mercado, el rendimiento de eficiencias y destrezas en el manejo de los recursos, basadas o no, dependiendo de los objetivos del sistema de producción, en el previo entendimiento y consideración de la funcionalidad y posibilidades de los ecosis-temas. En la mayor parte de las situaciones (sistemas de uso de recursos) que derivan de la economía dominante en la actualidad – de mercado, más o menos liberalizada o regulada –, la rentabilidad no tiene rela-ción directa con la racionalidad del manejo agrario desde las perspectivas ecológica y productiva (la coherencia ecológica del sistema de producción).

La valoración monetaria puede ampliar su perspectiva analítica y evaluativa a las consecuencias ambientales de un deter-minado sistema de uso de recursos – por ejemplo el impacto del uso de pesticidas, la deforestación, de la eliminación de los residuos, etc. –; es lo que en el esquema conceptual de la economía ambiental se conoce como “externalidades”, no evaluadas por la economía convencional (ver Azqueta, 1994).

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LOS COMPROMISOS FUNCIONALES EN LA ACTIVIDAD AGRARIA.

CONFLICTOS ENTRE LAS DIMENSIONES EVALUATIVAS.

i nos preguntamos por el carácter más o menos independiente, desde el punto de vista conceptual de los distintos enfoques que confluyen en la evaluación de las consecuencias de la actividad agraria, dichos enfoques (perspectivas evaluativas, esquemas de pensamiento o racionalidad) podrían ser considerados – en el caso de que fuesen realmente independientes –, como “dimensiones” de los sistemas de uso de recursos (SUR) y su teórica o ideal relación tendría un carácter ortogonal, como los ejes de un espacio cartesiano, representando la máxima independencia.

La visualización simultánea en un modelo sintético de los valores que un SUR (en este caso un sistema agrario) obtiene para las distintas dimensiones que se consideren relevantes, permite apreciar con facilidad el carácter, más o menos conveniente, de los distintos planteamientos posibles de la actividad agraria. La importancia rela-tiva que se decida adjudicar a las distintas dimensiones, su relevancia en un determi-nado modelo de desarrollo, podría asimismo ponderarse posteriormente mediante una valoración aditiva o conjunta, asignando diferente peso (coeficiente) a cada una de ellas. El inconveniente de esta opción (un índice sintético) es que enmascara dentro del resultado final, en una sola cifra, las limi-taciones, problemáticas o carencias propias de cada una de las dimensiones. Preferimos por ello una representación explicita que considere y permita visualizar a la vez, en conjuto, los distintos criterios evaluativos, las dimensiones del desarrollo.

El modelo de evaluación multicriterio (propuesto en Gómez Sal 1998), que combina una visión jerárquica (lineal o vertical) de las relaciones entre los tres sistemas que están conectados por su relación más inmediata o física con los recursos: economía-produc-ción-naturaleza, con la representación de los ejes o dimensiones en un espacio cartesiano, nos permite plantear y visualizar diferentes escenarios posibles en la práctica agraria, así como evaluar el avance desde una situación de partida, hacia alguna situación hipoté-tica deseable establecida de antemano. (Ver Figura 2).

En el caso de que se consideren tres dimensiones, la imagen, por coincidir con la expresión habitual del espacio físico, nos permite una visión intuitiva de la indepen-dencia entre las dimensiones/criterios evalua-tivos; un mayor número de dimensiones puede representarse en forma de estrella. Aunque se pierde en esta figura la visión intuitiva de su independencia, el análisis numérico permite mantener esta condición. Este tipo de representación cuyo objetivo es plantear escenarios de desarrollo, no debe confundirse con la exposición mediante una figura similar de criterios, limites clave o variables indicadoras como las utilizadas para evaluar sistemas de gestión agraria (ver por ejemplo Astier y Masera, 1996; Sarandon y Flores, 2009) o de otros tipo y que no llevan el requisito de representar dimensiones, por lo tanto independientes que se considera esencial para este modelo.

Manejar escenarios de desarrollo para

la agricultura y describirlos mediante los dos esquemas conceptuales mencionados (engra-naje jerárquico y espacio cartesiano) , nos facilita por ejemplo caer en la cuenta de

20 21Los compromisos funcionales en la actividad agraria. Conflictos entre las dimensiones evaluativas

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Figura 2. Engranajes entre sistemas y esquema de tres dimensiones evaluativas.

Interacción entre las dimensiones que influyen de forma más directa sobre los recursos (el capital natural) según el modelo de evaluación y esquema propuesto en Gómez Sal (2001). Se considera que forman un engranaje, con capacidad de amplificar los efectos positivos o negativos según sea la capacidad y la naturaleza del principal impulsor (prudencia o sensatez ecológica frente a un mercado poco regulado) y la dirección de los efectos. Dicho modelo permite apreciar la repercusión sobre el territorio de las diferentes ideas de sostenibilidad. Como ejemplo la situación representada corresponde a: A) un escenario “tradicional sostenible” representado de forma ideal por la agricultura tradicional y potencialmente por la agricultura ecológica, un esquema que puede servir como inspiración para la construcción de sistemas actualizados acordes con planteamientos de sostenibilidad fuerte (escenario sostenible sensato, de sostenibilidad ecológica)(ver Figura 8). El segundo B) es un escenario en el que el mercado, con escaso control social, es el principal impulsor de la cadena de efectos sobre la naturaleza y la sociedad.

la irracionalidad de una determinada actua-ción, por la incoherencia entre el sistema de producción y el ecosistema, y en consecuencia eliminar o corregir ésta, o – en el caso de se desee mantener por su rentabilidad en una determinada coyuntura económica – reclamar la necesidad de una planificación a mayor escala, que suplemente o compense con actuaciones de mejora y aísle en la medida posible el impacto negativo de las interven-ciones esquilmantes de recursos o causantes de la degradación de los ecosistemas.

Una constatación que nos facilita asimismo esta visión integrada, es caer en la cuenta de que los sistemas de uso de recursos (reflejo de un determinado tipo de desarrollo) no presentan de forma simultánea valores altos para cada una de las dimensiones evaluativas. Esta situación sólo ocurriría en casos muy excepcionales, en los que cada dimensión se beneficia de un entorno favorable, de una forma más o menos continua o estable.

Por el contrario, el interés de un determi-nado sistema de uso de recursos dependerá de hasta qué punto es capaz de adaptarse al compromiso entre las distintas demandas o funciones a las que debe, o se le exige, responder. En la Figura 3, se representan algunos ejemplos de sistemas de uso de recursos (SUR), evaluados gráficamente mediante la asignación de distintos valores a los tres ejes o dimensiones que hemos selec-cionado en primer lugar por constituir la cadena jerárquica de relaciones que presiona o actúa directamente sobre los recursos, en el modelo de evaluación que proponemos; estos ejemplos pueden ser utilizados como referencia tanto en un esquema de evalua-ción de los usos agrarios (Gómez Sal et al.

2003) como de la sostenibilidad del desa-rrollo. En ambos casos tienen el carácter de escenarios teóricos hacia los que podrían diri-girse, dependiendo del tipo de gestión que se aplique, los casos reales estudiados. Su empleo con esta finalidad, permite también plantearse cuál sería el caso (escenario) más deseable en cada situación y manejarlo como un objetivo o “diana” hacia el que avanzar, y así corregir en la práctica los desvíos hacia situaciones conflictivas. Identificar clara-mente el escenario al que queremos llegar, permitirá evaluar si realmente avanzamos; según la distancia que nos separa del obje-tivo establecido.

Los escenarios representados en la Figura 3, se basan como primera aproximación en considerar las tres dimensiones evaluativas propuestas hasta el momento. Son las dimen-siones que entendemos básicas para una modelización del desarrollo que contemple la opción de sostenibilidad fuerte o ecoló-gica; la aplicación del modelo a distintos ejemplos reales nos permite apreciar cómo la expresión de las dimensiones, a pesar de su carácter conceptualmente independiente, está condicionada por compromisos funcio-nales (conflictos o trade-offs) que limitan las posibilidades teóricas de expresión para situaciones más o menos ideales o “utópicas”, con valores teóricos altos simultáneos para todas las dimensiones.

El empleo del concepto trade-offs esta-blece un paralelismo con las circunstan-cias (muy comunes en biología y ecología de organismos) en las que se plantea la necesidad de repartir o gestionar recursos – disponibilidades energéticas o de otro tipo –, siempre limitados, entre distintas demandas.

22Los compromisos funcionales en la actividad agraria. Conflictos entre las dimensiones evaluativas

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Al reflexionar sobre la teórica conexión entre los sistemas evaluativos, – en la última columna de la Tabla 1, se indicaron algunos mecanismos de conexión formal entre ellos –, la aproximación ecosistémica – y por tanto la evaluación ecológica, que analiza la importancia como entidad natural de un agroecosistema concreto, consecuencia de la actividad agraria –, se revela como la pieza más básica de una hipotética conexión entre sistemas. Su mantenimiento (la preservación de un nivel adecuado de integridad ecoló-gica, y la capacidad de respuesta, resiliencia) aparece asimismo como una condición esen-cial para el funcionamiento del conjunto (el sistema de uso de recursos, la opción de desarrollo analizada).

Este tipo de aproximación trata sobre propiedades esenciales de la naturaleza, los rasgos funcionales inherentes a ella que es posible alterar o modificar pero no eliminar o sustituir sin correr el riesgo de una degradación irreversible. La funciona-lidad de los ecosistemas no es evaluable sólo en términos energéticos o de materiales como se ha planteado por ejemplo por H. Odum (1996). El contenido en información como capacidad de los ecosistemas para transmitir señales y condicionar procesos, confiere a determinados componentes de los mismos una capacidad de control muy superior a la deducible de un análisis mera-mente físico (energético o de materiales) que no incorpore los tiempos de generación

Conexión entre sistemas

Figura 3. Los escenarios de desarrollo propuestos por Gómez Sal (1998, 2001) en los que el sistema de producción interviene como dimensión evaluativa y descriptiva imprescindible. Cuando se consideran solo tres dimensiones es posible identificar de forma muy intuitiva la distintas situaciones. E: dimensión económica; N: dimensión ecológica/naturaleza; P: sistema de producción, dimensión productiva.

y el distinto papel/categoría que la informa-ción, como memoria, adquiere dependiendo de la posición jerárquica que el componente – portador de esta propiedad – ocupa en la cadena de interacciones de la que depende el funcionamiento del conjunto. La informa-ción o “memoria” del ecosistema, se expresa en su estructura y en los componentes de baja tasa de renovación, moléculas capaces de perdurar organizando el ambiente, madera, ácidos húmicos, etc.

El nivel de integridad de los ecosistemas afecta no sólo a los procesos productivos (en el caso de los agroecosistemas la agricultura, ganadería y practicas forestales), también a diversos componentes del bienestar humano a través de su influencia sobre las caracte-rísticas del entorno (diversidad de especies y calidad del mosaico de parcelas, especies invasoras, contaminación) y de los paisajes derivados de la práctica agraria. Dicha inte-gridad puede estimarse mediante el análisis de las funciones (ubicadas de forma teórica en compartimentos distintos dentro del ecosistema) que son comunes, aunque con distinta importancia relativa, en los distintos ecosistemas de la tierra (Figura 4).

Como ejemplo de las funciones/procesos relacionados con la integridad del ecosis-tema que influyen en su productividad, podemos citar la capacidad de retención y disponibilidad de agua, la formación de un suelo funcional en el que se mantenga una estructura orgánica adecuada para asegurar la capacidad productiva, facili-tando la descomposición y la recuperación de los nutrientes químicos, la generación y mantenimiento de la diversidad bioló-gica o la existencia de estructura suficiente para amortiguar el estrés procedente del

ambiente, cuya influencia directa, en el caso de los ambientes explotadores, más extremos o fluctuantes, limitaría la produc-tividad primaria. En los agroecosistemas la producción que interesa es la que corres-ponde a los nuevos componentes originales y distintivos de estos ecosistemas humani-zados: las plantas cultivadas, el ganado, las infraestructuras añadidas como mecanismo para facilitar la apropiación de la produc-ción natural (energía, alimentos) por parte y en provecho de la especie humana.

La reflexión sobre la capacidad del ecosis-tema para sostener determinados usos sin modificar sus características o propiedades importantes, enlaza también con la idea de patrimonio natural, en su acepción dinámica, es decir como una consecuencia creativa de la interacción entre sociedad y naturaleza. Este carácter lo hace en muchos aspectos indisociable del patrimonio cultural. Hasta qué punto pertenecen a uno u otro conjunto determinados paisajes agrarios valiosos – paisajes culturales – o las estructuras armó-nicas y adaptadas que los componen ¿son valorables sólo en términos energéticos, físicos, monetarios, o deben ser evaluados también desde la perspectiva de bienes públicos?. Pensamos que es preciso contar con el aprecio de la sociedad hacia ellos, a través del reconocimiento de los beneficios o servicios que puede recibir de los mismos, dependientes estos de su grado de conser-vación o funcionalidad. Las limitaciones ecológicas, derivadas de la forma en que funcionan los distintos tipos de ecosistemas, muy dependientes de las características del ambiente en el que han evolucionado, establecen para cada situación una gama de posibilidades más o menos abiertas, flexi-bles, para los usos agrarios. De esta forma,

24Los compromisos funcionales en la actividad agraria. Conflictos entre las dimensiones evaluativas

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Figura 4. Estructura y función de un ecosistema, representada mediante compartimentos en los que residen las distintas funciones. Basado en modelo de flujo para ecosistemas naturales (White et al., 1992). El modelo permite apreciar las analogías y diferencias entre distintos tipos de ecosistemas según la importancia relativa de los cuatro compartimentos principales y las transferencias entre ellos de materiales, energía e información (genética, ecológica, cultural). Solo se han representado transferencia de energía, agua y materiales. Se interpreta y representa la modificación de la función y estructura de los compartimentos desde un ecosistema natural forestal (A) a un agroecosistema (B). Las funciones de producción primaria (fotosíntesis) y herbivoría adquieren particular importancia en el agroecosistema. También la recuperación de fertilidad, la pérdida de estructura y organización de materiales con tasa de renovación baja, memoria del ecosistema, exigen una mayor participación y compromiso de la gestión humana en mantener la funcionalidad y viabilidad/integridad del conjunto.

a pesar de que en una coyuntura socioeco-nómica optimista se cuente con los medios tecnológicos y la disponibilidad monetaria como para realizar casi cualquier actuación agrícola en cualquier lugar, muchas no son apropiadas con una óptica de sostenibilidad exigente, tanto por el riesgo que entrañan para las poblaciones humanas como por su afectación al patrimonio común, refe-rencia de seguridad y previsión que debe ser previamente establecida. La definición de lo que debería incluirse como parte de este patrimonio natural/cultural es una decisión esencial, cultural y política, de buen gobierno – lo más deseable es que estuviese además respaldada por criterios científicos –, más allá de la legislación que sobre ello exista, para cualquier propuesta de desarrollo sostenible, y especialmente en la escala local. A diferencia de la idea de patrimonio, el concepto de capital natural, clásico en ecología – la analogía de la suce-sión ecológica con un proceso de capitali-zación –, se relaciona más con la capacidad de previsión atribuible a los ecosistemas según su grado de madurez/integridad y en consecuencia, con su aptitud para asegurar los “servicios para el bienestar humano”, adoptando en este caso la terminología del proyecto Evaluación de los Ecosistemas de Milenio (MEA, 2005).

Como hemos indicado, el ecosistema estaría situado en la base del engranaje o secuencia de relaciones (ver Figura 2), siendo el nivel de referencia – eje, dimensión – que admite menos improvisación en cuanto a las posibles alternativas de uso, nuevas configu-raciones, creadas por la gestión humana. El ecosistema es el eslabón más rígido, el que cuenta con menos posibilidades de recupe-ración frente a opciones no previstas en el

esquema habitual de funcionamiento de la naturaleza que la gestión humana puede solo en parte modificar, siempre que no supere ciertos límites. De él dependen de forma directa los resultados del sistema de producción – con independencia de su viabilidad económica –, pero sobre todo depende del ecosistema la preservación de los elementos y procesos indispensables para evitar un desmoronamiento indeseado del conjunto del sistema de uso de recursos.

A pesar de las amplias posibilidades que ofrece la tecnología actual, o la facilidad de inversión económica y disponibilidad energética para modificar características del medio natural, las limitaciones provenientes de los ecosistemas sobre los que actuamos deben representar la primera llamada a la sensatez en la toma de decisiones. La integridad del ecosistema/agroecosistema debería ser la referencia esencial, imprescin-dible, a la hora de decidir alternativas. De hecho el uso comercial y muy divulgado de los términos “ecológico” o “biológico” – no solo en agricultura y a pesar de la superfi-cialidad que con frecuencia les acompaña – lleva implícito el mensaje de reconocer la necesidad de preservar aspectos básicos de los ecosistemas, jugando – muchas veces engañosamente – con el sobreentendido de que determinados requisitos funcionales de la naturaleza, esenciales para el bienestar humano, se están manteniendo aún en sistemas de producción sofisticados.

Lo contraproducente de un uso generali-zado de estos términos es la ausencia de un control objetivo, científico, sobre el verda-dero carácter “ecológico” de los productos que muestran dicha etiqueta y se benefi-cian de ella. Es urgente que la agricultura

FOTOSINTESIS,incorporación de energía

REPRODUCCIÓN

HERBIVOROS,PASTADORES

DEPREDADORES

DETRÍTIVOROS

ESTRUCTURA, TRANSPORTEANCLAJE, (TRONCOS Y

TALLOS)

ABSORCIÓN,EXPLORACIÓN

(RAICES)

HONGOS; BACTERIAS

Descomponedores

SUELO,fertilidad, recuperación de nutrientes, reserva, control

B A Modelo de ecosistema con compar-timentos. Las transferencias de ener-gía, materiales en información entre ellos no han sido representadas.

Agroecosistema

26Los compromisos funcionales en la actividad agraria. Conflictos entre las dimensiones evaluativas

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SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

FOTOSÍNTESIS,incorporación de energía

REPRODUCCIÓN HERBIVOROS,PASTADORES

DEPREDADORES

DETRÍTIVOROS

ESTRUCTURATRANSPORTE

ANCLAJE(TRONCOS Y

TALLOS)

ABSORCIÓN,EXPLORACIÓN

(RAICES)

HONGOS; BACTERIAS

Descomponedores

SUELO,fertilidad, recuperación de nutrientes, reserva, control

respiración

respiración

hojas

flores

raíces

tallos/troncos

herbívoros

carnívoros

suelo humus

descomponedores

matería orgánica muerta sobre o dentro del suelo

reserva de nutrientes

minerales no disponible

superficie del suelo

respiración de la planta

respiración

imigración/emigración

imigración/emigración

transferencia lateral de los nutrientes en la solución del suelo

pérdida por lixiviación en aguas subterráneas

transferencia lateral de los nutrientes

en la solución del suelo

precipitaciónfotosíntesis

transpiraciónlímite del ecosistema

energía solar

reserva de nutrientes

minerales disponible

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ecológica se apropie sin lugar a equívocos de estas denominaciones, a través del control normativo y la detección temprana de cual-quier abuso o incumplimiento para salvar la credibilidad del nombre y añadir valor a sus productos.

La falta de planificación, con sus reper-cusiones sociales, demográficas y sobre la calidad de vida, como es el caso de la erosión y contaminación a gran escala, los incendios, la deforestación y degradación de suelos, la perdida de valiosos paisajes humanizados, el olvido y pérdida de conocimientos adap-tados, ha tenido su origen en haber igno-rado las limitaciones naturales, actuado de forma que se ha superado la capacidad de ecosistemas concretos para admitir deter-minados usos. Entender los ecosistemas y planificar en función del plan que este conocimiento nos sugiere – considerando también las distintas escalas de actuación necesarias – es por tanto el primer requi-sito imprescindible para la sostenibilidad (Gómez Sal, 2009).

El sistema de producción, ocuparía un segundo escalón o nivel en el engranaje que conecta de forma más directa o vertical los sistemas valorativos interesados en la agricultura. Se sitúa directamente sobre el ecosistema, maneja y modifica sus compo-nentes y compartimentos, en los que se generan los recursos llamados naturales, pero a su vez está condicionado -regulado o presionado según se prefiera- por el sistema económico. Ocuparía por tanto una situa-ción intermedia, de conexión imprescin-dible. En comparación con el ecosistema, es un sistema más dinámico, sus cambios no dependen tanto de ritmos o potencialidades naturales, sino de las capacidades y medios

técnicos de cada grupo humano (los conoci-mientos, la tecnología aplicada), incluyendo aspectos sociales, organizativos (estructura de la propiedad, régimen de tenencia, organización social de la producción) y de gestión. Es por tanto un sistema que incluye el trabajo físico y las herramientas necesa-rias para su aplicación, pero también los aspectos tecnológicos, de planificación y gestión. El sistema de producción se vincula con otras esferas reguladoras de la actividad agraria como son los sistemas social y de gobernanza, y canaliza la influencia indi-recta de estos sobre el ecosistema.

Para la problemática que nos ocupa la variable de estado o descriptor más rele-vante y diferencial del sistema de produc-ción es precisamente la sostenibilidad; lo que tiene que ser sostenible es la forma de obtener productos a partir de los recursos generados en los ecosistemas por la crea-tividad humana. Sin embargo sorprende que este sistema sea el gran olvidado en los esquemas o propuestas sobre evalua-ción del desarrollo, en especial cuando se trata sobre sostenibilidad. Lo hemos desta-cado (Gómez Sal, 2009) como una de las razones de la escasa eficacia en la aplica-ción de las propuestas del Informe de la Comisión Mundial sobre Medio Ambiente y Desarrollo de 1987, el conocido como Informe Brundtland, a partir del cual los postulados sobre sostenibilidad se imponen como paradigma orientador, al menos en teoría, de un desarrollo compatible con la capacidad de acogida de la tierra. La sostenibilidad, entendida como propiedad del sistema del producción nos permitiría valorar hasta qué punto, las actividades de transformación y extractivas, la explota-ción humana de los recursos creados en los

ecosistemas, es compatible en cada caso con la naturaleza (representada por el agroeco-sistema en la agricultura) sobre el que se asienta o actúa.

La producción puede estar planteada de manera cuidadosa, que incremente a la vez el capital natural, base de la productividad y el valor de conservación del ecosistema, o de forma esquilmante, que reduzca la capacidad del ecosistema/agroecosistema para poder seguir produciendo. Un sistema de producción puede tener un elevado rendimiento y ser además sostenible, estar diseñado de forma que no comprometa la persistencia de funciones y procesos natu-rales clave. Por el contrario con el mismo o menor rendimiento puede ser abusivo y destructor para el ecosistema. Entendemos el rendimiento en su acepción técnica de un cociente entre magnitudes, – principal-mente físicas, aunque puede incluir obje-tivos sociales relacionados con opciones de calidad de vida – de entradas (energía, trabajo, materiales, semillas, …) y salidas ( los productos, los objetivos que orientan una determinada gestión, etc).

No podemos compartir la idea, propa-gada por una visión mercantilista de la naturaleza, de que cualquier uso puede llevarse a cabo en cualquier lugar, tratán-dose sólo de un problema de oportunidad y de costes. A nuestro juicio esta premisa – aparentemente obvia pero que segura-mente no lo es tanto a juzgar por la escasa atención que se concede al sistema de producción a la hora de planificar los usos del suelo y las actividades productivas en los planteamientos de la agricultura conven-cional o industrial –, resulta esencial para desarrollar la agricultura y en general la

intervención humana en los ecosistemas, con criterios de sensatez, ahorro y conserva-ción del patrimonio natural. Tal como señala Naredo (1998), se aprecia en la actualidad entre los planificadores y en la sociedad en general “una esquizofrenia que se refleja en la mucha preocupación por penalizar los residuos, pero muy poca sobre el impacto de la extracción de recursos”, podríamos añadir que tampoco por la planificación y ajuste de los usos, con las consecuencias de degradación de patrimonio, incluyendo el paisaje, que padecemos.

En el debate sobre la sostenibilidad, el sistema de producción es el gran olvi-dado. Hasta tal punto que con frecuencia se presenta dicha problemática – importante desafío para la humanidad y en especial para los países en desarrollo – como una cuestión puramente económica o a lo más como el objeto de un dialogo entre economía y ecología. El modelo que proponemos consi-dera el sistema de producción como una pieza esencial del engranaje, conceptual-mente independiente del sistema económico monetarista. Deberá por tanto ser valorado y analizado en sí mismo, con independencia de sus repercusiones económicas depen-dientes de factores ajenos a este sistema. Nos referimos aquí de la economía conven-cional, que recurre al flujo de dinero, basada en la oferta-demanda, como elemento esen-cial de referencia.

Los recursos como interfase entre sistemas

En la visión que proponemos sobre la naturaleza humanizada y los agroeco-sistemas contenidos en ella, los recursos

28Los compromisos funcionales en la actividad agraria. Conflictos entre las dimensiones evaluativas

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llamados naturales, deben ser entendidos como un resultado de la interacción entre el ecosistema y el sistema de producción. No son entidades que aparezcan per se en la naturaleza, dispuestas para ser aprove-chadas por los seres humanos, como un don que la tierra nos regala – tal como ha sido la visión predomínate, de raíz religiosa, en un contexto o percepción del mundo como repleto de recursos al servicio de los humanos –; sino que requieren ser “creados” como un efecto de la inteligencia y innova-ción humanas, consecuencia de haber apor-tando a los ecosistemas formas de energía suplementarias (trabajo, mecánica, combus-tibles) que los transforman y los dotan de una nueva configuración, normalmente con el añadido de insumos materiales (infra-estructuras, fertilizantes), que ayudan a dirigir la productividad natural en provecho humano.

La transformación de los ecosistemas para crear los recursos, conlleva un esfuerzo tecnológico, de creatividad y aplicación de los conocimientos; pero también exige un compromiso de sostenibilidad a la hora de desarrollar los nuevos usos, es decir lograr que los ecosistemas mantengan la inte-gridad suficiente como para poder seguir produciendo, al menos con la misma conti-nuidad y eficacia. Un nivel de integridad suficiente es el requisito para mantener los servicios de los ecosistemas para el bienestar humano (abastecimiento, regulación, cultu-rales), según el proyecto Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (2005), que consi-dera la integridad como dependiente del capital natural.

El ecosistema alcanza configuraciones caracterizadas por un cierto nivel de esta-bilidad. Se podrían comparar a los estados

Foto 4. Fresnos de hoja estrecha, podados, trasmochos, forman un sistema silvopastoral favorecido por los suelos de vega, en arroyos de la provincia de Madrid (campiña del Jarama). Alta productividad situada en dos niveles, el pasto y las ramas podadas regularmente. El pastoreo mantiene la comunidad herbácea estructurada, productiva y diversa. Existen numerosos ejemplos de estos sistemas mixtos hierba-árbol en España, más allá del modelo muy divulgado tipo dehesa extremeña. De hecho el concepto de dehesa se identifica ahora con este paisaje, cuando en España es de aplicación mucho más general: finca acotada, dehesas boyales, algunas sin árboles, dehesas de pinares, de fresnos, o de sabinas, carballeiras y soutos de castaño, etc. El fresno (tanto Fraxinus angustifolia como F. excelsior) por sus cualidades forrajeras y su adaptación a la poda es un árbol especialmente asociado a los paisajes agrarios, podríamos considerarlo como semidosméstico. Los trasmochos eran un componente habitual en los paisajes agrarios tradicionales, una forma de controlar la productividad mediante el manejo de la estructura del ecosistema.

de organización de la materia en física, pues dependen del esfuerzo energético empleado. Los recursos son fruto de la inte-racción humana con los ecosistemas. Una interacción creativa. Pueden considerarse por tanto como una ideación del hombre, de forma que muchos de los recursos llamados “naturales” entrarían de hecho en la cate-goría de recursos de los agroecosistemas. Son recursos en tanto en cuanto se encuen-tran disponibles, utilizables de forma más o menos inmediata. Los humanos somos en consecuencia los responsables de su mantenimiento.

Los recursos forman parte de un Sistema de Uso de Recursos (SUR), en el que han tenido su origen. Su calidad y características

dependen de las condiciones tecnológicas en las que se crearon y se mantienen.

Podemos identificar los siguientes deter-minantes para los recursos (Figura 5):Histórico: de donde proceden, cuáles fueron las razones y el contexto social y económico que dio lugar a los mismos. Así como las habili-dades tecnológicas que una sociedad humana concreta ha desarrollado para obtener y mantener el recurso.Físico y Ecológico: Los sistemas físicos y los ecosistemas de los que dependen, en los que se sustentan. Económico: las condiciones actuales que mantienen el uso del recurso.Social: Cómo el recurso se proyecta hacia el futuro, su utilidad, interés, vigencia, utilidad, etc.

Figura 5. Esquema sobre el origen y condicionantes de los recursos. Se generan y mantienen en Sistemas de Uso de Recursos, gracias a la interacción e integración creativa de los seres humanos en la naturaleza. Buena parte de los recursos llamados naturales y todos los recursos agrarios están sujetos a estas condiciones, son consecuencia de la adaptación para el interés humano de procesos naturales básicos (producción primaria, biodicversidad, ciclos del agua, materiales, etc.). Los seres humanos somos responsables de cuidar el buen funcionamiento de la biosfera humanizada, los ecosistemas domesticados, donde radican los recursos actuales y las posibilidades de crear otros nuevos (esquema Gómez Sal, 2000, material para docencia en Ecología de Agroecología y Agricultura Ecológica, Ciencias Ambientales, UAH)

DETERMINANTESECONÓMICOS

Proyección SOCIAL, efectos sobre el bienestar

HISTORIA,CULTURA

DETERMINANTESFÍSICOS Y ECOLÓGICOS

SISTEMAS DE USO DE RECURSOS

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Desde este puntos de vista los sistemas de uso de recursos (SUR) deberían ideal-mente ser coherentes (ecológicamente, no degradar el agroecosistema en el que se han generado y los que los sustenta), sostenibles (históricamente, compatibles en el tiempo con la capacidad del ecosis-tema), viables (económicamente) y justos (socialmente).

Para que los nuevos ecosistemas huma-nizados mantengan su configuración y sus recursos, en forma disponible para ser utilizados, éstos deben ser atendidos y cuidados de forma continua. Los seres humanos somos por tanto los responsa-bles de mantener los procesos naturales de producción en la nueva estructura del ecosistema que hemos implementado, a la vez que los componentes y características básicas para la funcionalidad del mismo. Como ejemplo de recursos en la agricul-tura (Tabla 2) podemos citar el suelo agrí-cola, las variedades de plantas cultivadas, o bien una estructura forestal en la que se han favorecido determinadas especies, creando bosques maderables o paisajes silvopastorales.

Un fragmento forestal con funciones reguladoras del ciclo hidrológico, situado en cabecera de cuenca, mantenido allí gracias a normativas antiguas de carácter conservacionista, de una gestión a favor del bien común – bienes públicos, bienes

y regulaciones comunales, etc. –, puede considerarse también como un recurso ( no natural, mantenido por una gestión inten-cionada) si consideramos el papel estraté-gico que desempeña, por sus numerosos efectos de conservación sobre funciones de ecosistemas situados aguas abajo. Esta es la idea que se refleja en la visión orgánica del paisaje agrario según el esquema propuesto por Pedro Montserrat (Figura 6).

No podría considerarse sin embargo, en el sentido que proponemos, recurso natural utilizable, una hipotética masa forestal no modificada, que necesitaría hacerse comprensible, inventariada y gestionada para su utilización – la gestión pasa por asignar funciones en la escala adecuada, aunque el papel sea de conser-vación – por la población humana. No lo serían tampoco los yacimientos mineros no conocidos ni preparados para su explotación, en los que no ha intervenido el sistema de producción en su vertiente tecnológica.

Desde esta perspectiva los recursos tendrían la categoría de “componentes” de los ecosistemas humanizados, siendo los agroecosistemas un caso particular de esta categoría de ecosistemas. Los recursos agra-rios dependen por tanto, como una inter-fase, en igual medida, del ecosistema del que proceden y del sistema de producción que los ha originado y los mantiene.

Tabla 2. Se representan algunos ejemplos de recursos creados por la actividad humana, en especial por la agricultura, directos o indirectos. Los recursos (naturales o seminaturales) son entendidos como interfase entre el sistema de producción y el ecosistema, al que pertenecen. Tienen diferente carácter y se expresan en distintas escalas espaciales. A partir de Gómez Sal (2000): Material para docencia. Asignatura Agricultura Ecológica y Agroecología. Universidad de Alcalá.

Origen de los recursos (agrarios, derivados de la agri-cultura o afectados por ella).Elementos naturales de los

que proceden.

Tipos Ejemplos Valores / características

De las especies silvestres •Razas de ganado•Variedades de plantas cultivadas •Especies forestales •Especies cinegéticas•Especies silvestres pro-tegidas (emblemáticas)•Mascotas, animales de compañía

•Plantas hortícolas •Víveres almacenables (cereales, nueces)•Arboles podados, trasmo-chos; especímenes maneja-dos con fines definidos•Agrobiodiversidad ( FAO)

•Abundan en los ecosistemas hu-manizados, se cuidan y gestionan •Permiten la obtención continua de recursos, madera, cosechas, etc. •Posen asimismo un valor patri-monial, naturalístico, atractivo turístico, etc.

De las comunidades y ecosistemas naturales

•Bosques •Matorrales•Pastizales •Sistemas silvopasto-rales •Biodiversidad•Suelo

•Monte mediterráneo, Bos-que atlántico. Su composición y estructura, preservación, suele ser consecuencia del manejo humano.•Dehesas, retamares, casta-ñares, fresnedas, tallares•Recursos potenciales, bio-químicos, genéticos (mejora de animales y plantas •Suelo agrícola fértil, forestal ( estratégico, reserva de agua, nutrientes), Cultivable (terrazas, bancales, tierras de labor)

•Papel estratégico, productivo (se-tas, madera) interés naturalístico, recreativo, educativo •Estético, estratégico, paisaje, producción (forraje, aromáticas, culinarias)•Biodiversidad•Autoabastecimiento y comercio

De los ecosistemas humanizados

•Entorno •Paisaje •Territorio

•Los paisajes agrarios valiosos,•Paisajes culturales•El ámbito rural •Las ciudades y pueblos. Ámbitos periurbanos, rural/natural. Huerto familiar o colectivo. Jardínes y patios.•La red de vías pecuarias,•Los paisajes de huerta, etc.

•La calidad del entorno, colores, formas, motivos, patrón espacial de distribución, diversidad de parcelas, comodidad, la limpieza, el nivel de ruido.•Estética, atracción, sentimientos de afectividad, identificación, etc.•La ordenación y ocupación diferencial según estructura de poblamiento y causas físicas.

De los componentes abióticos del ecosistema

•Minerales •Agua •Aire •Energía•Ambiente silencioso, tranquilidad•Aislamiento

•Agua potable, limpia •Para riego, para producción de energía. Un recurso en la naturaleza, hábitat para especies si se mantiene en condiciones naturales.•Aire no contaminado, sin olores, etc.•Ambiente sin ruido •Recursos estéticos, afec-tivos

•La calidad y disponibilidad de agua tiene un valor estratégico en la ocupación del territorio. Puede ser causa de conflictos políticos y sociales. •La calidad del aire, olores, humos influye en la ocupación del suelo (vivienda, industria). Tiene valor de mercado. Ciudades o espacios acogedores, ordenados, saluda-bles, amigables, etc. •Su precio, el coste de su obten-ción y mantenimiento.•Su aprecio, el valor que la socie-dad le otorga.

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Las razas de ganado autóctonas ejemplifican bien esta doble condición: proceden de especies silvestres – los agrio-tipos originales – y han sido configuradas, perfiladas, bajo el imperativo de sistemas de producción concretos. Su transforma-ción y mejora en la actualidad, partiendo de conocer como referencia los objetivos y rasgos del sistema de producción en

el tuvieron su origen y sentido, debería producirse también en consonancia con una modificación (adaptación o “mejora”) del conjunto de dicho sistema. No es viable con perspectiva de futuro, mejorar por ejemplo una determinada raza sin que cambien a la vez el conjunto de elementos que la han acompañado en su evolución y definición.

Figura 6. Esquema de Pedro Montserrat (1999) sobre la distribución de usos agrarios en una ladera de montaña. De forma ideal se produce un ajuste a las condiciones del ambiente físico, interpretando el plan que la naturaleza nos propone. En zonas más frágiles de la parte alta, la conservación de bosques naturales cumple una función estratégica, de protección y suministro de recursos para los sistemas más productivos, situados en la parte baja. Pueden reconocerse también numerosos procesos de trasferencia, de agua, nutrientes, propágulos, actuando a distintas escalas. La conexión e interdependencia entre los distintos usos agrarios y los agroecositemas que los sustentan, nos permite considerar este esquema como una visión orgánica del paisaje. Paisaje orgánico. En él los herbívoros pastadores y el manejo humano son también agentes de control y reposición de fertilidad desde zonas bajas a zonas altas, que se oponen así o compensan la tendencias de la gravedad y la sucesión ecológica. Modelos parecidos sobre la acción cultural sobre el paisaje, pueden verse en la selección de trabajos de Montserrat (2009).

No actualizar el sistema de producción en su conjunto (modificando elementos importantes del mismo, de tipo organiza-tivo, cultural, etc.) ha sido causa de fracasos de la agricultura, como es el caso de los efectos sociales y ecológicos negativos de la intensificación provocada por la “revolución verde”, que han obligado con el tiempo a cambiar sus planteamientos iniciales, por sus consecuencias simplificadoras, destructoras de recursos por abandono y creadoras de dependencia.

Al analizar los recursos es importante tener en cuenta las tasas de renovación (o de generación); algunos pueden tardan siglos en formarse y por tanto en recuperarse. Es el caso por ejemplo de un antiguo pastizal de montaña cuya composición en especies y la peculiar constitución del suelo que soporta la comunidad vegetal dependen de una historia específica de pastoreo manejada por expertos. Para entender esta compo-sición deberíamos conocer qué especies y razas de ganado participan, qué carga

ganadera, en qué ciclos de pastoreo, prác-ticas de control del matorral, reposición de la fertilidad del suelo, el papel de los herbí-voros silvestres, etc.; también es el caso de muchos tipos forestales (bosques abiertos) en nuestro país (tallares de roble, casta-ñares, dehesas boyales, carballeiras, hayedos con arboles trasmochos, etc.) resultantes de sistemas de aprovechamiento múltiple, muy regulados.

De hecho este tipo de recursos, dejan de ser “renovables” una vez que se degradan, por haber cambiado las condiciones socioeconómicas y ecológicas en las que se formaron. Claramente el problema de su conservación no es de inversión económica, sino de reconocer socialmente su impor-tancia – quizás a través de la identificación y análisis, no solo económico, de los distintos tipos de valores que llevan asociados y los servicios generales que prestan – y aplicar una gestión consecuente y adecuada para ello. En este sentido puede llegar a ser un grave problema la ausencia o perdida de

Foto 5. Una de las razas bovinas de Galicia, la Cachena, con defensas (“cachos”) que facilitan el pastoreo en libertad y la defensa de la prole. Existen muchos ejemplos de sistemas ganaderos adaptados a la presencia ocasional de depredadores. Sur de Ourense.

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conocimientos adaptados – los que acom-pañan a los recursos, por haberse generado a la vez que ellos y haber evolucionado y actualizándose con los mismos – que no pueden suplirse con una tecnología más o menos improvisada. Por ejemplo los cono-cimientos sobre ecotipos semidomésticos de plantas pascícolas, que recibían nombres específicos y sobre las que los responsables de su aprovechamiento – generalmente pastores expertos – conocían sus hábitos de crecimiento y distribución, corren el riesgo de desaparecer con los oficios clave y los modelos de gestión de los que dependían.

Cuestión diferente, que debe ser planteada en un contexto específico de discusión sobre opciones de desarrollo, es si la sociedad está interesada o no en conservar determinados recursos – si los considera o no patrimonio – y qué esfuerzo estaría dispuesta a aplicar para dicha conservación, así como la de los conocimientos y formas de manejo asociadas a ellos. El debate incluye aspectos sociales y organizativos que una sociedad desarrollada e informada, culta, consciente de su herencia y patrimonio, debería poder resolver.

El sistema económico, ocupa el tercer eslabón de la conexión entre sistemas,

Foto 6. Rebaño de ovejas desplazándose a través de una cabañera (nombre que reciben en Aragón las vías pecuarias) desde las zona de invernada al sur de la ciudad de Zaragoza, hacia los pastos de verano en Ordesa. Las ovejas pertenecen a la singular raza churra “tensina” (originaria del valle de Tena, Huesca), ya muy escasa y amenazada. Las razas ganaderas autóctonas representan un ejemplo de adaptación a un determinado sistema de uso de recursos, a las condiciones geofísicas y de manejo humano. Cerca de San Mateo de Gállego (Zaragoza).

actuando sobre las posibilidades de expre-sión y perfeccionamiento de los dos sistemas antes citados. Su finalidad es asegurar la viabilidad, posibilidades de vida digna para las poblaciones humanas, sus asen-tamientos, satisfaciendo demandas cuya índole depende de las aspiraciones y obje-tivos de cada sociedad concreta. No sólo se ocupa de facilitar la viabilidad de las pobla-ciones humanas que utilizan determinados recursos, sino también de las opciones de alcanzar objetivos como individuos y sociedades. Factores socioculturales (histó-ricos, políticos) determinan por tanto las metas teóricas y la práctica de los sistemas económicos.

Los mandatos del sistema económico sobre los sistemas de producción e indirec-tamente sobre los ecosistemas serán dife-rentes si la evaluación de los recursos se realiza desde la perspectiva de la economía convencional dominante (monetarista, financiera, etc.) o desde la óptica de la economía ecológica. En este caso las evalua-ciones consideran con distintos métodos el impacto sobre los recursos, la sociedad y la naturaleza, de los distintos sistemas de producción (tanto de la generación y explo-tación de los recursos, como de la elimina-ción de los residuos) y no se realizan sólo en términos de inversiones y ganancias exclu-sivamente dinerarias, sino incluyendo otras magnitudes como la energía y la transacción o intercambio de determinados materiales y de los recursos mismos. En este caso las evaluaciones estarían muy cercanas a la racionalidad que hemos considerado como propia del sistema de producción.

El sistema económico convencional es responsable de la entrada de dinero en el

sistema de producción (aunque el dinero no se considere como una variable de estado, característica o definitoria del sistema de producción, sí juega un papel como impulsor directo del carácter y las posibilidades del mismo), modificando su capacidad tecno-lógica y su impacto sobre los recursos, e indirectamente también el insumo energé-tico, determinando así su influencia sobre el ecosistema. El sistema económico es el componente más modificable y versátil de los tres mencionados hasta ahora como partes de un hipotético engranaje caracte-rístico de un determinado sistema de uso de recursos. Cuenta con innumerables posi-bilidades y alternativas teóricas, si bien su flexibilidad se encuentra en última instancia limitada por la forma en la que el mercado se organiza y presiona, según exista una mayor o menor conexión entre territorios de acuerdo con la capacidad de transporte propia de cada sociedad, del precio de la energía, etc. Asimismo dependerá de los objetivos de desarrollo establecidos por cada sociedad, según el peso que se otorgue a los principios de equidad social y de cómo se entienda el bienestar humano.

La economía ambiental ha desarrollado sistemas evaluativos -valor de uso, de exis-tencia, hedónico etc.- que, por traducir en contabilidades monetarias los servicios que prestan diferentes componentes de la natu-raleza (ver Azqueta, 1994; Costanza et al. 1997), juegan un papel importante como argumento socialmente comprensible para valorar alternativas.

En el caso de los ecosistemas humani-zados, Ecología y Economía tratan, con niveles de abstracción y razonamiento dife-rentes, sobre un mismo objetivo: el oikos, el

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Foto 7. Un ejemplo de estratificación de la producción en un ambiente con temperatura, humedad y luminosidad altas, suelo profundo y fértil. Se mantiene una gran variedad de especies y tipos biológicos, arboles altos, musáceas, bejucos, herbáceas foliosas, bianuales con potentes órganos de reserva, etc. Cada una cumple funciones distintas en un agroecosistema cuya arquitectura imita el bosque potencial. ¿Biomímesis?. Simplemente la consecuencia del empirismo y la necesidad humanos, selección de aciertos y eliminación de errores, con una larga historia. Un “patio” para autoabastecimiento, y venta de algunos productos. León. Occidente de Nicaragua.

entorno humano con sus recursos creados, en definitiva el hábitat humano. En el caso de la economía principalmente de su administra-ción, balances incluidos, en función de obje-tivos; la ecología se ocuparía de entender la funcionalidad intrínseca del mismo, la inte-racción entre los factores físicos y los seres

vivos y en particular el papel que en ello desempeñan los seres humanos. Hemos visto no obstante que la conexión entre ambas no se efectúa directamente sino, a través de un eslabón intermedio, el sistema de producción. La propuesta es importante pues es a este sistema al que corresponde la cualidad de

ser o no sostenible, un objetivo clave, quizás el mayor desafío, con mayor carga ética, de responsabilidad y solidaridad con las gene-raciones futuras, que la humanidad debe afrontar ya con apremio. Si se desenfoca o esquiva el objetivo principal será imposible construir con bases sólidas una teoría cien-tífica de la sostenibilidad, y no pasaremos de meras declaraciones (Gómez Sal, 2009). Daly y Cobb (1994) proponen el concepto de sostenibilidad débil para los planteamientos poco exigentes respecto a la conservación del capital natural, esquivando su valoración, mediante artificios contables (ver también Naredo, 1996 b; Carpintero, 1999). Estamos de acuerdo con Gliessman et al. (2007) cuando consideran a la Agroecología como una de las ciencias clave para avanzar hacia obje-tivos de sostenibilidad, pero no en que este concepto sea el que guía su razonamiento epistemológico y metodológico, su razón de ser. En su papel de ciencia de los agroeco-sistemas, la agroecología trata de entender el funcionamiento de este tipo particular de naturaleza humanizada; pero no sobre las bases de la sostenibilidad en la agricul-tura (un sistema de producción). De ello se encuentra más cerca la agricultura ecológica, si admitimos para ella el objetivo de que sea sostenible. Para el ecosistema una variable de estado equivalente a sostenibilidad sería la estabilidad o, expresado en una terminología más al uso, el nivel de integridad, pudiendo ésta consistir asimismo en la capacidad de respuesta frente a perturbaciones (grado de elasticidad o recuperabilidad, capacidad de autoorganización o mantenimiento de un determinado estado, la resiliencia), que en los agroecosistemas no solo depende de sus propiedades estrictamente ecológicas, sino del suplemento en estructura y función que proporciona el manejo humano, la hemos

llamado resiliencia eco-cultural (Gómez Sal, 2009).

En el caso del sistema económico, con capacidad de imponer una determinada dirección al modelo de desarrollo que pueda adoptar la sociedad, la viabilidad económica sería una propiedad del mismo rango que las anteriores, una variable de estado adecuada para estimar su eficacia, e informar sobre las características del sistema y su dinámica (ver Tabla 1). La función de la economía convencional es esencialmente de control, en teoría de regulación, en la práctica determinante de las decisiones rela-tivas al uso de los recursos (su actualización o abandono) por su capacidad de influir en los precios y en lo que la sociedad percibe como valor.

En opinión de Naredo, 1996 una visión económica de este tipo “necesita reconver-tirse, apoyándose en un enfoque ecointe-grador (campo unificado de la economía y la ecología), que abra la reflexión económica hacia el mundo de lo físico – más allá del valor – si bien relacionándola con la habi-tual del mundo monetario y ampliándola al mundo de lo financiero”. Señala también que los problemas planteados terminan llevando hacia enfoques más sistémicos e integradores, “superando el oscurantismo al que conducen los enfoques parcelarios y adoptando un enfoque económico más amplio que considere en toda su globalidad el patrimonio y los flujos físicos y financieros sobre los que se apoyan las sociedades actuales”. El análisis económico para ser eficaz debería por tanto englobar las tres referencias: física (en este caso en parte solapada con los objetivos del sistema de producción), monetaria y financiera.

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Un sistema de producción puede tener alto rendimiento, producir una estimable variedad y calidad de bienes, pero el conjunto (sistema de uso de recursos) no ser económicamente viable por su escasa renta-bilidad. El precio de sus productos no será competitivo con el de otros productos simi-lares – no necesariamente de peor calidad – pero con precios determinados por razones políticas o estratégicas, procedentes de otros territorios, con distintas regulaciones sociales y culturales, interactuando en un espacio económico de amplia escala.

La fijación de los precios raramente consi-dera características específicas del sistema de producción – en general cualitativas, difí-cilmente cuantificables – que aumentan el valor los productos, su aprecio social, y que también podrían modificar su precio en el mercado. Quizás la gran escala en la que, cada vez en mayor medida funcionan los mercados – el capital y la energía se mueven por canales progresivamente mayores y requieren ámbitos de consumo, redes de comercialización, venta y publicidad, de dimensión también creciente – sea la causa del estrecho margen para mantener y desa-rrollar sistemas de producción basados en el detalle y en la coherencia con las posibili-dades reales que ofrecen los ecosistemas.

En los Sistemas de Uso de Recursos tradi-cionales, la amplitud de los canales que regulan el flujo de la energía y del dinero es reducida, siendo también escasas las posibi-lidades de salida de productos al mercado.

Un sistema de este tipo, que realiza sus transferencias de forma lenta y cuidadosa – poseedor de alto contenido de información que le permite bastante independencia del exterior –, conlleva una mayor discriminación, diversidad de los productos y selección en la ubicación y reparto de las actividades en el territorio. El resultado es un patrón espacial más detallado – de grano fino – en la distri-bución de los distintos usos y la preservación en el ecosistema de elementos y procesos que permiten mantener un nivel alto de estruc-tura e integridad ecológica, de naturalidad.

En esta disyuntiva, la que opone canales amplios de transferencia de energía y dinero, a canales más angostos y limitados, se ejemplifica la oposición entre la agricul-tura de carácter industrial, principalmente dependiente de la rentabilidad económica en un plazo corto, y la agricultura tradi-cional, limitada a un espacio de expresión más específico, con restricciones de energía y recursos pero por ello en posesión de una lógica adaptativa que la hacía ser solidaria con la naturaleza (interpretar y entender los procesos naturales básicos y adaptarse a ellos) para transmitir, de forma también solidaría a las generaciones futuras, la capa-cidad productiva – enriquecida o construida – de los agroecosistemas actuales.

La agricultura ecológica, basada en gran medida en los hallazgos y el acervo cultural empírico de la agricultura tradicional, mantiene con ésta un notable paralelismo en sus aspectos funcionales y energéticos,

Coherencia ecológica como propiedad del sistema de producción

La proximidad de los centros de decisión

Considerando en conjunto la relación entre los tres sistemas valorativos que hemos comentado, podemos afirmar que el resul-tado final de su interacción, con mayor o menor ajuste, es decir el tipo de Sistema de Uso de Recursos alcanzado, depende en gran medida de los insumos energético y monetario, pero también de la proximidad funcional y práctica (económica, política) de los centros de decisión respecto al terri-torio agrario considerado. En condiciones de precariedad de dichas entradas (energía y dinero), o cuando se planifica siendo cons-ciente de las limitaciones – opción impres-cindible en la perspectiva de sostenibilidad fuerte o ecológica (Gómez Sal, 2004) –, es cuando resulta ineludible extremar el ajuste entre los tres sistemas.

De forma ideal en esta situación las distintas parcelas del territorio se utilizarían para los usos a los que mejor se adecuan, se mantendría una variedad de productos enfocados al autoabastecimiento, que iría

acompañada de mayor especialización en determinadas parcelas, dirigida a la obten-ción de productos de renta con el mayor valor de mercado posible. Se garantiza el reciclado (elaboración de compost, abono verde, rotaciones) dirigido a mantener la fertilidad de los suelos – no sólo química, sino principalmente orgánica, ecológica –, así como la complementariedad entre la agri-cultura, los usos forestales y la ganadería, imitando de esta forma el funcionamiento de los ecosistemas naturales y preservando sus procesos básicos.

En una situación como la descrita, cercana a los recursos y por lo tanto atenta a su creación, diversificación y protección, se generan técnicas y saberes valiosos que, por el contrario, pierden vigencia cuando compiten con los planteamientos más simplificadores, especializados, uniformi-zadores, gracias a la poderosa capacidad de inversión y tecnología, asociados a la agricultura industrial. Los saberes y conoci-mientos adaptados son los responsables de la persistencia hasta la actualidad de algunos de los paisajes que mas unánime aprecio e

Consecuencias de los conflictos, compromisos funcionales, entre los sistemas

lo que exige asimismo la preservación de un alto nivel de integridad en los ecosis-temas sobre los que se sustenta. El distinto contexto socio-cultural en que ambos tipos de agricultura, tradicional y ecológica, se han desarrollado añade a esta última el rasgo

diferencial o la posibilidad de incorporar tecnología actual adaptada – conocimientos científicos y técnicos que enriquecen el saber empírico –, así como asumir como objetivos el incremento del bienestar humano ( social e individual) y la calidad de vida.

40Los compromisos funcionales en la actividad agraria. Conflictos entre las dimensiones evaluativas

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interés concitan – tanto socialmente como en el ámbito científico – por representar soluciones originales, autóctonas, adecuadas para hacer compatible la producción soste-nible y la conservación de la base produc-tiva, es decir la naturaleza humanizada – los agroecosistemas valiosos –. Tal es caso en nuestro país de algunos paisajes agrarios como los que derivan de sistemas basados en policultivo con parcelas altamente diversas, dedicas a distintos usos, las praderías de montaña, los paisajes complejos de huerta y regadío muy reticulados, varios ejemplos de silvopastorales; paisajes cuya evolución ha respondido tanto a adaptaciones ecoló-gicas como a determinantes históricos y culturales. El control de la estructura de los ecosistemas ha sido quizás el principal meca-nismo de adaptación a cambios y de control de la resiliencia (ecocultural) en los sistemas tradicionales de usos de recursos (control de la densidad, productividad en distintos estratos, trasmochos, arboles podados, etc). Su importancia es mayor, podemos decir que decisiva, en ambientes con un grado alto de aleatoriedad climática como es el ámbito climático mediterráneo; en la actualidad estas prácticas deberían recuperar su prota-gonismo, como mecanismo de adaptación de los agroecosistemas, incluidos los fores-tales, al cambio global y climático.

Además de aportar una alta producti-vidad – con frecuencia la máxima soste-nible para el lugar donde se practica –, son sistemas compatibles con el mantenimiento de un elevado valor natural en el agroeco-sistema que los sustenta. El incremento del “capital productivo” – suelo fértil, árboles frutales, ganado especializado, acequias, complejos sistemas de riego etc. – tiene en estos sistemas una importancia singular. Se

cuidan, se seleccionan o se acondicionan estos elementos para transmitir el sistema de producción y el agroecosistema mejo-rados en su conjunto, como herencia a las generaciones futuras. De hecho, el grado de mantenimiento o actualización/vigencia de algunos de los elementos mencionados, propios del paisaje rural, puede considerarse como indicador del equilibrio y funciona-lidad de los sistemas de uso de recursos que lo han originado.

La imagen antropológica del “bien limi-tado”, la consciencia de que el bienestar del grupo humano concreto depende esencial-mente de la buena organización y gestión de los recursos con los que se cuenta en un determinado contexto territorial y social, así como el interés de transmitirlos en buen estado, sin esperar ayudas externas en el caso de que se comentan errores, es una característica diferencial de las sociedades campesinas tradicionales. El paisaje diverso y atractivo es en realidad una consecuencia añadida de la coherencia ecológica del sistema de producción, si bien en buena medida responde a la vez a una imagen preexistente, basada en la experiencia adquirida y transmitida por generaciones anteriores, de adecuación y usos correctos, adaptados a las limitaciones ambientales y a la capacidad productiva del ecosistema.

Importancia de la escala

Al depender la viabilidad económica de una determinada actuación de desa-rrollo (desde el punto de vista propio de la economía convencional, el rasero evaluativo es la rentabilidad), de políticas de precios bastante ajenas tanto a la coherencia

ecológica como al rendimiento del sistema de producción, muchas de las decisiones económicas tienen efectos desorganizadores sobre éste. Fuerzan y trastocan los modelos productivos e incrementan sus repercusiones indeseadas sobre los ecosistemas.

Una situación así, estaría marcada por el desajuste entre los tres sistemas, propi-ciado por la supremacía del mercado y en general asociado a una mayor disponibilidad de capital económico y de energía. Debido al carácter impredecible, variable o extraño al ecosistema – una veces por su naturaleza, otras por la magnitud que llegan a alcanzar – de los insumos propios la agricultura indus-trial, así como a la escasa previsión sobre el destino o la reutilización de los residuos, con centros de decisión económica y polí-tica cada vez más alejados de los ecosistemas concretos de cada territorio, los efectos de las decisiones tomadas en ámbitos económicos de gran escala sobre los agroecosistemas complejos y valiosos suelen ser destructivos. En esta situación resulta imprescindible extremar las precauciones. La consecuencia suele ser la uniformización de los usos y la banalización del paisaje por pérdida de diversidad y de contenidos culturales, lo que en conjunto conduce a la progresiva depen-dencia de abonos químicos y de pesticidas de distinto tipo por la generalización de plagas y enfermedades resistentes. El empobreci-miento del suelo, la eliminación de los restos de vegetación y de otros elementos estructu-rales remanentes del ecosistema natural -los retículos que cumplen un papel estabilizador, regulador de transferencias de materiales y energía-, constituyen una pérdida de recursos y en definitiva de herramientas de control de la resiliencia, que tan necesarias resultan en los agroecosistemas.

Analizándolos con una mayor perspec-tiva temporal, la viabilidad de estos sistemas dependerá sin embargo por una parte de que la situación económica permita hacer frente al incremento de insumos (precio creciente de la energía, los materiales, la tecnología) y por otra del nivel de exigencia y control en cuanto a calidad de los productos y el ambiente, alcan-zado por población. Este nivel de exigencia, de marcado carácter cultural, dependiente de la educación, la formación y la experiencia de la sociedad, del modelo de desarrollo –que determina las actitudes y respuestas frente a los problemas ambientales-, dependerá a su vez del grado de conciencia social sobre los efectos de vivir en un medio contaminado, acompañado, como síntoma, de un paisaje degradado y uniforme.

No faltan ejemplos en nuestra sociedad sobre actuaciones esquilmantes y usos que debilitan la capacidad de autonomía y resi-liencia de los agroecositemas, incrementando así su dependencia de insumos -para suplir por ejemplo la creciente mineralización del suelo debida a la ausencia de estructuras vivas y de material orgánica reguladora- que convierten en una necesidad ineludible la subvención de las actividades agrarias y ocasionan de forma aparentemente inevitable la desajuste progre-sivo del engranaje que respaldaba al conjunto del sistemas de uso de recursos (ver Figura 2). Por una parte degradación del agroecosistema -erosión, fuego, abandono, invasión del mato-rral-, por otra las consecuencias de carácter social debidas al empobrecimiento cultural (en mucho casos también económico) de las sociedades agrarias, su mayor dependencia, sensación de inferioridad y recelo frente a la cultura urbana, la carencia de iniciativas por destrucción de patrimonio, los recursos activos y los conocimientos adaptados.

42Los compromisos funcionales en la actividad agraria. Conflictos entre las dimensiones evaluativas

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Otras dimensiones imprescindibles de la agricultura

En la Figura 3 representamos a partir de tres ejes básicos los modelos resultantes de considerar diferentes escenarios posibles de sistemas de uso de recursos. Las dimensiones manejadas fueron las que entendemos como más asociados a la base productiva – los ecosistemas y los recursos contenidos en ellos –, imprescindibles para un análisis que presta especial atención a la relación compleja entre objetivos ecológicos y econó-micos, a través del intermediario sistema de producción.

Los tres sistemas mencionados componen una estructura axial de dependencia, con efectos derivados, procedente de su implica-ción más directa en el aprovechamiento de los recursos. Este esquema lineal y jerárquico

resulta sin embargo insuficiente cuando consideramos las consecuencias y efectos de la práctica agraria sobre otras esferas de la vida humana, el componente social, siendo entonces necesario incorporar nuevas dimensiones evaluativas, cuya importancia, depende del papel que se les reconozca en un determinado contexto de desarrollo. Comentaremos a continuación estos compo-nentes evaluativos cuyas características y su conexión con el resto de los sistemas se presentan en la Tabla 3.

El valor cultural. A semejanza del valor ecológico, el valor cultural de un sistema de uso de recursos tiene un marcado carácter patrimonial. Por su estrecha relación con el control de procesos naturales (saberes, mitos,

SISTEMA DE EVALUACIÓN (Dimensión del desarrol-lo agrario)

OBJETIVO, interés por el conocimiento o aplicaciones respecto al sistema

CARÁCTER MAGNITUDESQue se utilizan de forma característica

VALORACIÓN VARIABLE DE ESTADO (Principal descriptor)

CONEXIÓN ENTRE LOS SISTE-MAS (Dinámica)

4. CULTURAL Documentar y evaluar el patrimonio cultural. Tiene un básico, de fondo, comparable al del ecosistema.

No finalista. Patrimoniales: arquitectura, artesanía, infraestructuras, conocimientos, paisajes culturales, etc.

Originalidad, rareza, etc. Valor patrimonial Básico, frágil. Resulta de la interacción entre varios sistemas (1,2 y 4)

5. SOCIAL (Sistema social)

Asegurar el bienestar de la población, la calidad de vida, atender necesidades básicas.

Finalista. Desarrollo humano: Integración social, salud, cultura, etc.

Indicadores de desarrollo Equidad, redistribución de la riqueza

Posición intermedia. Afectado por la degradación de 1 y 4 y por las disfunciones de 3.

6.ÉTICO Asegurar la coherencia del desarrollo con las disposicio-nes y sentimientos éticos la sociedad.

No finalista. Normativa legal sobre la relación sociedad-recursos-naturaleza. En las escalas de territorio, paisaje y ecosis-temas.

Legislación ambiental, sanitaria, agroalimenta-ria, regulaciones sobre agricultura y su grado de cumplimiento. Valores compartidos respecto a los límites en la explotación de los recursos

Paisaje en armonía con los usos humanos. Salud de los ecosistemas y las poblacio-nes biológicas. Bienestar animal. Man-tenimiento de procesos naturales.

Transversal. Sus caracterís-ticas proceden del correcta engranaje entre el conjunto de los sistemas o dimensiones citados.

ciencia, tecnología, herramientas e infraes-tructuras) y su contribución a perfilar los mecanismos de respuesta (resiliencia ecocul-tural), este sistema evaluativo se situaría conceptualmente muy próximo al sistema ecológico. Junto con los conocimientos sobre los recursos (su génesis y actualiza-ción) fraguados en la lenta interacción, coevolución, de las sociedades agrarias con la naturaleza, la dimensión cultural incluye los elementos construidos y las infraestructuras vivas e inertes (vigentes en la actualidad o de carácter patrimonial histórico) que forman parte de los paisajes agrarios.

Los conocimientos de tipo empírico sobre los recursos y su manejo son impor-tantes para el buen funcionamiento de

los ecosistemas seminaturales que acom-pañan a las culturas tradicionales (González Bernáldez, 1991). Son en general frágiles, se pierden y mixtifican más fácilmente que los recursos mismos y deben ser considerados, por su adaptación a circunstancias locales variadas, como una de las manifestaciones de la diversidad ecológica y por tanto también objeto de investigación, catalo-gación y conservación, como una parte del patrimonio natural/cultural, socialmente apreciado por su utilidad. Como hemos indicado, el sistema cultural es difícilmente separable del ecosistema en los sistemas tradicionales e indígenas de uso de recursos y por ello tan grave como la erosión física y ecológica producida por el abandono de usos adaptados es la “erosión cultural”, el

Tabla 3. Dimensiones evaluativas de los Sistemas de Uso de Recursos en la agricultura. Tres dimensiones adicionales en las presentadas en la tabla 1. Pueden verse de forma conjunta con las anteriores. En este caso la relación con los recursos y los ecosistemas es más indirecta y compleja, no jerárquica. Influidas asimismo por la economía; puede establecerse una analogía entre “capital natural” y “capital social”. La dimensión cultural es responsable del acervo de conocimientos sobre los recursos, y de la resiliencia eco-cultural, propia de los agroecosistemas. Estas tres dimensiones son especialmente valoradas e importantes en los planteamientos de sostenibilidad fuerte y superfuerte (ver Tabla 5).

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Foto 8. Un paisaje agrícola organizado por infraestructuras construidas, que ganan, extienden y protegen el suelo agrícola, seguramente sorribado; se controla el riego y la fertilización orgánica con residuos vegetales que además evitan plagas (biofumigación empírica). Diversidad de cultivos. Compleja y frágil composición, muy sensible al abandono. Formaría parte de un conjunto de paisajes valiosos con fuerte adaptación, carga cultural y valores de conservación que conviene proteger. Muy aptos para la práctica de algunas modalidades selectas de agricultura ecológica, con numerosos valores añadidos. La Gomera (Canarias) cerca de San Sebastián.

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olvido de la utilidad, sentido y posibilidades de los recursos, de los conocimientos sobre los mismos y la degradación de los agroeco-sistemas en los que éstos se han generado. Los conocimientos sobre los recursos han sido también incorporados en forma de rutinas de carácter adaptativo, a través de pautas cultu-rales, constituyendo un acervo patrimonial (de conocimientos y elementos construidos, así como configuraciones originales de los ecosistemas y de los seres vivos que forman parte de los agroecosistemas) cuyo sentido se encuentra en facilitar la gestión sostenible.

Otro aspecto diferente de la cultura, a través del cual se conecta directamente con el sistema de producción es su función tecnológica, instrumental, la utilidad de los

conocimientos para la explotación de los recursos y la obtención de productos.

El valor social. Una vez considerados en conjunto los resultados de una hipoté-tica evaluación referentes a los tres criterios inicialmente mencionados, y ponderado adecuadamente sus conexiones e impor-tancia – el peso que se concede a cada uno de ellos en un determinado contexto de desarrollo –, puede evidenciarse el hecho de que la realidad analizada, un determinado sistema de uso de recursos, a pesar de su relativamente escasa rentabilidad, mantiene funciones sociales relevantes y por lo tanto posee un valor añadido que enriquece a los valores patrimoniales asociados a los sistemas ecológico y cultural.

Teniendo en cuenta que el objetivo intrínseco del desarrollo es de carácter social, es decir lograr el bienestar y la felicidad de los seres humanos, el interés o valor social de un sistema de uso de recursos deberá ser también un criterio básico de evalua-ción y un argumento imprescindible para su defensa. De hecho las propuestas más cohe-rentes de desarrollo sostenible incorporan como requisito básico la redistribución de la riqueza, equidad. El concepto de desarrollo “humano”, una adjetivación aparentemente innecesaria, tiene el sentido de subrayar el objetivo social del desarrollo.

Por otra parte la práctica de la agricul-

tura (en particular agricultura ecológica) tiene también un valor intrínseco por representar un modo de vida, una opción de relación directa con la naturaleza. Uno de los elementos a considerar en el debate sobre desarrollo, reclamado por los colec-tivos más activos en la búsqueda de una relación armónica estable entre sociedad y naturaleza, es precisamente la defensa del derecho a adoptar como forma de vida el cultivo de la tierra. Buscando una inclusión adecuada en los procesos naturales, desci-frando e interpretando las posibilidades que para ello ofrece cada ecosistema.

El valor social de un sistema de uso de recursos está emparentado con el mayor o menor aprecio que un determinado grupo humano manifiesta respecto el sistema eco-social (socioecosistema) del que forma parte. Aquellos modelos de naturaleza humanizada que además de proporcionar un medio de vida digno para la población, sean capaces de mantener una adecuada integridad ecológica (ecosistemas, recursos accesibles y conocimientos actualizados

sobre los mismos), refuerzan el sentido de pertenencia y de identificación con el paisaje. En su acepción más completa éste incluye aspectos afectivos y emocionales, que constituyen un componente sustancial de la calidad de vida, susceptible además de ser potenciado y administrado mediante un manejo cuidadoso y coherente del entorno – los elementos culturales y ecológicos perci-bidos directamente –.

Por ejemplo la satisfacción de que en la agricultura se reconozca el trabajo bien hecho, la calidad de los productos y sus consecuencias positivas sobre el ambiente, el paisaje agrario, el acervo cultural; de forma que los apoyos para la actividad agraria no se atribuyan sólo en función de la mera ocupación agrícola del terreno o, lo que es aún más negativo, por el abandono de los cultivos.

La calidad de un entorno bien gestio-nado representa además un atractivo sobre el que basar otras actividades productivas, entre ellas el tan invocado turismo rural, que parece haberse convertido en la panacea universal para todas las actuaciones de desarrollo.

La importancia del valor social de un sistema de uso de recursos resulta más clara cuando se aplica a territorios situados fuera del grupo de países desarrollados, el llamado primer mundo. El sinsentido y las consecuencias negativas de una emigra-ción apenas controlada desde los ámbitos rurales a las megaciudades – como ocurre en varios países de América Latina, espacio cultural y geográfico representativo de los países llamados “en desarrollo” – es mayor cuando, la alternativa es engrosar

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cinturones de marginalidad e infraviviendas, con carencias importantes de atención social. Precisamente en este contexto muchos de los sistemas agrarios con un fuerte componente de autoabastecimiento, basados en policul-tivos con alta diversidad y valores añadidos de distinto tipo, deberían ser investigados para su mejora en una línea multifunciona-lidad, antes de provocar su sustitución por sistemas más simples, o asistir a su ruina espe-culativa, con las consecuencias de desarraigo e incremento de la pobreza para buena parte de la población, que con un necesario apoyo formativo y objetivos claros de desarrollo local sostenible, podría adquirir la capacidad de manejar sus recursos de forma creativa y hacerse cargo, empoderarse, de su propio desarrollo.

Para los países desarrollados, el valor social de un sistema de uso de recursos dependerá en gran medida del rasero o exigencia de calidad adoptado por la sociedad respecto al patrimonio natural común y los logros sociales; si bien, con frecuencia, el cumpli-miento de la legislación al respecto se aplica de forma muy limitada, como ocurre en España con el conjunto de leyes relativas al patrimonio natural, el desarrollo rural y el paisaje aprobadas en 2007. En el mundo desarrollado, la opción de que el medio rural conserve sus valores ecológicos y cultu-rales – paisajes, ecosistemas, calidad en sus contenidos –, asociados a la capacidad de los agroecositemas para prestar con eficacia los servicios (culturales, de regulación y de abas-tecimiento según el esquema del Proyecto Evaluación de los Ecosistemas del Milenio; ver su aplicación para España en EME, 2012) que demanda una sociedad principalmente urbana, requiere mantener un nivel de pobla-ción rural y de usos agrarios adecuados. Los

beneficios sociales y ecológicos son evidentes – prevención de los efectos catastróficos de fenómenos naturales o provocados por el abandono, la preservación y actualización de los recursos, etc.– manteniendo la funcio-nalidad de los agroecosistemas, en buena medida un legado que debemos administrar. Un problema puede presentarse si cuando el rasero de exigencia ambiental se eleva algunas unidades – como viene ocurriendo en España como consecuencia de la inte-gración en el ámbito común europeo –, nos encontramos con que ya hemos perdido o se encuentran seriamente amenazados – por negligencia y una visión monotemática del desarrollo, con las secuelas comentadas de abandono rural, etc. –, una buena parte de los contenidos valiosos del patrimonio natural-cultural de nuestros agroecosistemas. Perdemos con ello oportunidades de reforzar una política sensible de defensa de lo más original de nuestra naturaleza, los paisajes culturales procedentes de una acendrada historia de usos, adaptados a la pluralidad de circunstancias ecológicas del territorio (Gómez Sal, 2012).

Foto 9. Grupo de gallinas, con el gallo, autónomas, muy rusticas, buscan en libertad recursos variados en un amplio espacio alrededor del hábitat humano. Por su movilidad las aves, y especialmente las palomas, cumplían una excelente labor recolectora de la producción dispersa. Un buen ejemplo para pensar en el componente ético, en este caso relacionado con los métodos de crianza del ganado, del que carecen algunos sistemas de intensivos. La relación de los seres humanos con los animales domésticos era en los sistemas tradicionales compleja y rica en matices, personal y humanizada, atribuyéndoles cualidades de inteligencia y sensibilidad que han pasado al mito y la fábula.

La dimensión ética, rasero para la evaluación del desarrollo

Dos modelos de naturaleza, con diferentes tasas de renovación

Como hemos comentado la idea de soste-nibilidad sugiere, como condición sobre la que apoyar el desarrollo, la existencia un soporte o base ecosistémica, un modelo de naturaleza aún funcional, en la que la simplificación, respetado determinados procesos básicos, no ha superado límites irreversibles.

Algunos autores (Daly, 1996) se han refe-rido a ese soporte ecológico, indispensable para la actividad humana como la porción de naturaleza que va quedando a medida que la humanidad ocupa la biosfera. En su visión la actividad humana es esencialmente económica, de forma que la economía, sería

un subsistema de la biosfera y progresiva-mente se va apropiando de la misma. En ello consiste la transición desde el modelo de “mundo vacio” (aún con mucho margen para planificar e implementar nuevos usos) al del “mundo lleno”, una situación con alta densidad de población humana presidida por la escasez de recursos, en la que deben extre-marse las medidas precautorias y preven-tivas (Figura 7) La importancia del soporte ecológico no sólo es cuestión de superficie conservada y su organización en redes terri-toriales más o menos coherentes, sino espe-cialmente de los contenidos: la integridad y funcionalidad de los ecosistemas (en especial de los ecosistemas humanizados: agroecosis-temas y ciudades) que contenga ese nuevo modelo de biosfera, prácticamente saturada de humanos (Gómez Sal, 2011 b).

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Figura 7. El cambio del paradigma del mundo vacío al mundo lleno (H. Daly, 1996). Según el autor el primer modelo representa la economía como un subsistema abierto, suponiéndose un “mundo vacío”, visión indiferente o ajena a los límites para el crecimiento, propia de la económica convencional. El segundo un esquema presidido por la escasez de recursos, donde es imprescindible valorar los impactos de la generación y apropiación de recursos, la extracción de materiales, el consumo de energía fósil y el coste del reciclado; la eliminación y utilización de los residuos. El rasero para medir la sostenibilidad de las actuaciones humanas depende de las características – extensión y contenidos – de la naturaleza no transformada por la “economía”, que actúa como capital natural, incluyendo en él también los agroecosistemas resilientes, que son el soporte de los sistemas sostenibles de producción agraria. Las caracteristicas del “capital natural” dependen de consensos y decisiones sociales, políticas, si bien lo más conveniente sería que estuviesen basadas en criterios científicos.

El esquema de Herman Dalymundo lleno-mundo vacíoEl punto de vista de la Economía ecológica.

Mundo "vacio"S: energía solarH: calorM: materiaE: energía

capital naturalcapital de creación humana

SM

M

EM

E

Reciclado de

Ecosistema

Economía

H

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Una vez establecido el carácter “comple-mentario”, es decir no enfrentado, que deben tener las dos porciones de la bios-fera – en realidad dos modelos de ecosfera con distinta tasa de renovación – sugeridas por la visión de Herman Daly, la humanidad debería plantearse el dilema de hasta dónde puede seguir extendiendo los límites de la transformación “económica”. Como primera medida y tal como señala el autor del modelo, el subsistema económico no puede

seguir creciendo sin internalizar los costes ambientales que ocasiona; en particular la alteración de los mecanismos naturales de regulación.

Adoptando una visión excesivamente antropocéntrica puede decirse que ambos sistemas deben “ceder” para llegar a ser compatibles, si bien en realidad el subsis-tema que realmente requiere la comple-mentariedad de la porción “natural” es el

representado por la actividad humana. Se olvida con frecuencia que la biosfera no depende de los seres humanos, tiene sus propias vías de regeneración sin nosotros; el problema es de planificación para asegurar un nivel adecuado de bienestar para el mayor número de personas.

Cambiando la escala, estas ideas son también aplicables a un país, un determi-nado territorio o a una población local en su interacción con la naturaleza y los recursos que la población en cada caso utiliza. El aporte del modelo de Daly respecto a los más habituales de crecimiento econó-mico radica en que éstos no cuestionan el impacto sobre la biosfera de la generación de recursos y del destino y eliminación de los residuos.

La discusión sobre de la capacidad de carga del ecosistema

¿Qué papel corresponde a la Ecología en el estudio de los sistemas agrarios?. ¿Pueden servir sus planteamientos como referencia básicas para orientar actuaciones de desarrollo?. Nos referimos al modelo de desarrollo que preserva el capital natural, la capacidad de los ecosistemas para seguir produciendo, el que pretende ser sostenible, cuyos planteamientos incluyen la solidaridad con las generaciones futuras.

Si la responsabilidad de la ecología radica en entender el funcionamiento de los agroecosistemas, la respuesta a la pregunta antes planteada relacionada con su impor-tante papel en los desafíos pendientes que la humanidad debe resolver con urgencia

ya en estas primeras décadas del Milenio, debería ser positiva. No olvidemos que el principal de ellos, con la mayor carga de responsabilidad ética es el de la sostenibi-lidad de los usos del suelo. Se incluye en ello la identificación de los elementos y procesos clave relacionados con la integridad/resi-liencia de los agroecosistemas que sustentan los usos humanos, la capacidad en cada caso de seguir aportando los servicios que demanda la sociedad, mantener los recursos generados en ellos a partir de la interac-ción con los sistemas de producción, y en este marco proponer límites que no deben superarse y orientar o sugerir modelos de gestión prudente. Pero el debate sobre desarrollo se inscribe en una perspectiva más amplia, que claramente concierne a distintas perspectivas evaluativas, llamadas a contrastar sus apreciaciones para una esti-mación ecuánime y plural (multicriterio) de los resultados de las actuaciones humanas sobre la naturaleza.

La evaluación ecológica sería uno más entre dichos criterios. Sin embargo la estruc-tura jerárquica de las relaciones de depen-dencia entre los sistemas evaluativos, su engarce dinámico desde el esquema concep-tual que proponemos, revela el carácter básico, esencial para la vida humana, del sistema estudiado por la ecología; sus valo-raciones deben recibir por tanto una espe-cial de atención, representan una referencia ineludible para estimar los logros y objetivos del desarrollo.

Una vez reconocida la importancia de la evaluación ecológica – en definitiva el análisis de la integridad/salud del agroeco-sistema – , cabe preguntarse ¿cuál debe ser la metodología, el enfoque y las unidades de

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Mundo "lleno"

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HEcosistema

MReciclado de

Economía

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Tabla 4. Apoyos y críticas al artículo “El valor de los servicios y el capital natural de los ecosistemas del mundo” (The value of the world´s ecosystem services and natural capital) publicado en la revista Nature por Costanza et al. (1997), surgidas en el forum Online de la ISSE (International Society of Ecological Economics). Recopilación y síntesis realiza en el Departamento de Ecología. Universidad de Alcalá (Belmontes et al. 1997). Reconociendo el interés de la evaluación económica de los servicios de los ecosistemas y la consecuencias sobre los mismos de distintos esquemas de desarrollo, compartimos la idea expresada en la crítica 5, de que no solo el sistemas económico es que debe realizar las evaluaciones sino que distintas perspectivas procedentes de los sistemas /dimensione que se consideren más relevantes para la problemática analizada, deben confluir en una visión multicriterio, pudiendo otorgar distinto peso o jerarquía a las valoraciones según las prioridades del desarrollo o el escenario que se considere deseable. Somos partidarios de una visión explícita de las mismas, que no enmascare en un solo índice los aportes procedentes de cada dimensión. Ejemplos de aplicación de esta idea a paisajes agrarios pueden verse en Gómez Sal et al, 2003; Gomez Sal y González García, 2007.

52Los compromisos funcionales en la actividad agraria. Conflictos entre las dimensiones evaluativas

SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

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medida empleadas en el mismo?. Tratándose de un tipo especial de ecosistema, ¿es éste un asunto exclusivo de la ecología como ciencia de los ecosistemas o pueden sus valoraciones ser sustituidas por alguna otra disciplina que imponga su racionalidad, estableciendo analogías y prestando su experiencia en evaluaciones, su acervo metodológico, para un análisis estimativo del valor de estas unidades funcionales de la biosfera?.

A mi juicio este es uno de los aspectos clave en el debate sobre desarrollo y soste-nibilidad, que con diferente énfasis según los contextos de desarrollo, está planteado en la actualidad (Tabla 4).

El artículo de Costanza et al. (1997), sobre la importancia de preservar el capital natural y los servicios de los ecosistemas, argumentado desde una óptica econó-mica, desencadenó en Internet un amplia discusión sobre la idoneidad de los análisis económicos basados en la asignación de un valor monetario para juzgar estos servicios ambientales. Aunque la mayoría las opiniones ponderaban la utilidad, los aspectos positivos del gran esfuerzo reali-zado, son también numerosas las que critican dicha propuesta por insuficiente.

El mencionado artículo tercia indirec-tamente en la cuestión sobre el “tamaño” o importancia que debería tener (según el modelo recogido en la Figura 7) y los servicios que presta (o debería prestar) la porción de biosfera no modificada. Parece claro que estos servicios – la preservación de determinados procesos naturales básicos, imprescindibles para la vida humana y el bienestar – no sólo dependen de la cantidad de biosfera “protegida” sino de la manera

en ésta articula su relación con la sociedad humana y su economía. Ello debe incluir aspectos cualitativos y de conservación “horizontal” de la naturaleza, es decir los directamente relacionados con la gestión concreta de los recursos, las buenas prác-ticas, con el modelo de desarrollo – sistema de uso de recursos que se practica – y que en definitiva son bastante independientes del número y extensión de espacios protegidos declarados, muchas veces mero instrumento publicitario que oculta carencias graves de gestión en el conjunto del territorio y en los propios espacios. La mera declaración de espacios, gestionados a veces con un criterio restrictivo de usos y con escasa sensibilidad respecto al territorio circundante y a los aprovechamientos tradicionales es lo que denomina conservación vertical.

Esta problemática remite al dilema de la capacidad de acogida de la biosfera para la población humana (capacidad de porte o de sustentar usos, la también llamada biocapa-cidad), problema que, cambiando de escala y referencias para el análisis, puede exten-derse a otros ecosistemas humanizados –el territorio de un país, una ciudad, comunidad rural, finca-, incluyendo tipos de agroecosis-temas concretos.

Esta reflexión y en definitiva las evalua-ciones sobre los efectos del desarrollo, pueden tener un cierto carácter retórico si se olvida que dependen en última instancia de un acuerdo previo, con un profundo signi-ficado ético: ¿Qué modelo de “naturaleza” (ecosistemas, recursos, paisajes) queremos mantener como entorno humano?, consi-derando las distintas escalas territoriales relevantes a las que debería trasladarse y en las que debería expresarse tal decisión,

ARGUMENTOS DE APOYOLa economía aporta información sistemática y consistente para poner al mismo nivel los servicios ecológicos y los bienes de mercado.

La valoración económica facilita la toma de decisiones en la gestión ya que permite obtener valores relativos y por ello comparar los servicios ecológicos entre sí y con los bienes de mercado.

El no hacer valoraciones económicas puede prolongar la concepción cultural histórica de gratuidad de los recursos naturales y de las externalidades ambientales, y mantener la idea común de que la oferta de capital natural es inagotable.

La evaluación económica muestra en un lenguaje claro para la opinión pública una diferencia susten-cial de tipo monetario entre sistemas de desarrollo que conservan y respetan los procesos ecológi-cos frente a los que no lo hacen.

Sirve como medida de concienciación social frente a la degradación ambiental porque integra los ecosistemas y los procesos ecológicos como una parte importante de la economía, de una forma comprensible para la mayor parte de la sociedad.

CRÍTICASExisten actualmente enormes dificultades metodológicas para realizar valoraciones reales de los servicios ecológicos aptas para su uso en la gestión, aunque puedan ser motivadoras de debate.

La economía no mide el valor real de un servicio o bien, sino que éste está sujeto a una dinámica de mercado que influye en el valor final.

El aplicar herramientas de medida basadas en el mercado a procesos ecológicos puede suponer un desajuste catastrófico de determinados sistemas socioeconómicos y ecológicos, por las diferentes escalas temporales a las que funcionan.

Las valoraciones económicas realizadas de esta forma perderán pronto su papel generador de debate y a la larga dañarán la credibilidad de la Ecología.

No esta claro que el sistema económico tenga que pasar a ser el que proporcione herramientas conceptuales para la conservación de los servicios ecológicos, de forma contraria a la que ha sido su tendencia histórica.

No tiene sentido aplicar valoraciones monetarias a procesos ecológicos y biomas que son responsa-bles de mantener la vida y por ello tienen un valor infinito.

Los ecosistemas y sus procesos tienen un valor intrínseco o absoluto y por lo tanto es erróneo in-tentar asignarles un valor relativo.

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54Los compromisos funcionales en la actividad agraria. Conflictos entre las dimensiones evaluativas

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SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

así como las exigencias que conllevan las diferentes opciones.

Para asesorar en la adopción de esta importante decisión, el trasfondo en defi-nitiva de la primera Conferencia de Río, en 1992, la ecología tiene que aportar argu-mentos y evaluaciones. Los conocimientos sobre función y estructura de los ecosistemas, su interdependencia, las relaciones a dife-rentes escalas con las expectativas de las socie-dades humanas (necesidades básicas, servicios de los ecosistemas, etc.), deben servir como orientación sobre la “porción” y el modelo de naturaleza que es preciso conservar, su configuración y contenidos, los recursos, así

como los riesgos que acarrean las distintas opciones de explotación o transformación de los mismos. En la Tabla 5 se presentan los principales planteamientos actuales sobre la relación entre desarrollo y sostenebilidad. El debate es especialmente importante en los países “en vías de desarrollo”.

La evaluación ecológica informará esen-cialmente sobre dos aspectos, la capacidad sustentante del ecosistema (su capacidad para sustentar usos, los modelos de estabi-lidad, recuperabilidad, relacionados con la integridad/resiliencia) y el valor patrimonial (contenidos socialmente apreciados por su singularidad, escasez, endemicidad, etc.) muy

vinculado al valor cultural y en general inde-pendiente de aspectos funcionales, aunque en ocasiones pueda incluir indicadores del mantenimiento los mismos (especies amenazadas, determinados componentes del paisaje, etc.).

Otras evaluaciones, desde las perspectivas que hemos comentado informarán sobre la coherencia ecológica de la opción esco-gida (sistema de producción), su viabilidad social o política y los costes económicos y la rentabilidad de los productos que ofrece en comparación con otras opciones, además su valor cultural, etc., considerando perspectivas temporales diferentes. No obstante detrás de

todo ello aflora, en última instancia, la nece-sidad de una consideración ética. En teoría son concebibles opciones muy diversas, dependen de la exigencia de las sociedades sobre calidad ambiental y sobre lo que incluimos en el concepto de patrimonio a conservar o incrementar. También depen-derá del nivel de riesgo físico y social que estemos dispuestos a tolerar. Deberían ser temas clave en la formulación del modelo de desarrollo – los límites sociales y ecológicos que no se deben rebasar –, problemática que sólo es posible plantear con suficiente información y debate, cuando la sociedad ha incorporado hábitos de gobernanza democrática.

Resumen de las tres ideas principales sobre de la sostenibilidad (Gómez Sal, 2013)

Visión de la naturaleza Ideas sobre el bienestar Visión del concepto de sostenibilidad/sustentabilidad

Características generales según Gudymas, E (2010)

Sostenibilidad Débil(llamada también económica, Daly&Cobb,1993)

Exclusivamente como fuente de recursos, recep-tora de residuos y amortiguadora del impacto ambiental humano.Visión convencional y aún dominante

La visión más tradicional, que lo asimila a capacidad de consumo de bienes materiales, servicios, etc.

Objeto de estudio de la economía conven-cional. No se diferencia del concepto de desarrollo sostenible.

Ideología de progreso, metas de crecimiento económico, valor económico de la Natura-leza, limites ecológicos manejables

Sostenibilidad Fuerte(llamada también ecológica, Daly&Cobb,1993). En realidad es “ecosocial”. Análoga al escenario de desarrollo Sostenible Sensato (modelo de evaluación Gómez Sal, 1998, 2001)

Proveedora de servicios para el bienestar humano, que dependen del capital natural (o el patrimonio según el énfasis), que debe preservarse. Los servicios pasan de ser vagamente “ambientales” (de regulación, concepto ya muy admitido desde hace tiempo), a estar dirigidos expresamente al bienestar humano (añadiendo los de abastecimiento y culturales, según esquema Millenium Assessment, 2005).Perspectiva antropocéntrica ( social y ambiental)

La atención preferente sobre lo social,junto con lo ecológico, marca la diferencia. El bienestar humano como principal objetivo.Referencia a sistemas ecosociales; socioeco-sistemas; desarrollo humano sostenible. Se definen los componentes del bienestar en su relación con los servicios.

Un concepto esencialmente de la Ecología (depende de la coherencia del sistema de producción en su interacción con los ecosis-temas). Se separa de la idea de desarrollosostenible. Un problema esencialmente ecológico y social. La economía debe ser instrumental, sus objetivos establecidos en razón de los sistemas ecológico y el social.

Mayores críticas al progresionismo, economización de la Naturaleza, pero con preservación de un stock natural crítico, enfoque técnico-político

Sostenibilidad Superfuerte(citado por Gudynas, 2010)

Un papel intrínseco, de orden superior. Mayor protagonismo de la naturaleza al ser vista como fuente de vida, sustento y madre de la existencia humana, más allá de lo material.Rechazo de la idea de “capital” natural, preferencia por la visión de «patrimonio», entendida como un legado para trasmitir íntegramente o enriquecer.Fuerte carga espiritual. Inspirado en visiones holistas de la Madre Tierra, Pachamama en las culturas originarias america-nas. Perspectiva geocéntrica (la tierra, la biosfera con los seres humanos).

Desmaterialización de la idea del bienestar, mayor importancia de aspectos espirituales,disfrute de la vida, manejo del tiempo, la posibilidad de disponer de él, protagonismo de la cultura.

Asociada a la gobernanza democrática, Participativa. Economía ética. Las ideas de slow life o slow food (vida sosegada o tranquila, alimentación juiciosa y sosegada) irían en esta dirección. Importante papel para la ciencia y la tecnología.

Critica a la ideología del progreso, búsqueda de nuevos estilos de desarrollo, concepto de Patrimonio Natural, ética de los valores propios en la Naturaleza, enfoque político.

Tabla 5. Visión sintética de las principales ideas o planteamientos que se manejan respecto al desarrollo sostenible (Gómez Sal, 2013). En la columna de la derecha se incluye el resumen aportado por Gudynas, E., 2010 Desarrollo sostenible: una guía básica de conceptos y tendencias hacia otra economía. Otra Economía, 6(6).

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as distintas perspectivas evalua-tivas mencionadas están llamadas a cooperar para la mejor definición de una idea – el desarrollo sostenible –, que tal como sugiere Naredo (1996) aburre por su falta de precisión y su tardanza en aportar resultados prácticos. En opinión del autor citado “está sirviendo para mantener en los países industrializados la fe en el creci-miento y haciendo las veces de burladero para escapar de la problemática ecológica y las connotaciones éticas que tal crecimiento conlleva”. Ya hemos comentado cómo a pesar de ello, consideramos la sostenibi-lidad en su acepción rigurosa (la conocida como fuerte o ecológica) como un objetivo inaplazable y urgente, una de los desafíos con mayor carga de responsabilidad ética para los próximos años.

Hemos indicado cómo la sostenibilidad es en realidad un atributo del sistema de producción. Es éste sistema el que tiene como finalidad la transformación de la naturaleza, la apropiación física y el uso de sus elementos, el control de sus procesos, articulándolos para la creación de nuevos recursos y la preservación de los existentes, al servicio determinados objetivos, obten-ción de productos o formas de vida. ¿Qué se entiende en este contexto por sostenible? ¿Qué características debe tener la base o

apoyo, el sustento del desarrollo, para que éste se pueda considerar sostenible?

La respuesta a estas cuestiones básicas exige que en esta fase de la reflexión sobre los objetivos del desarrollo se establezca el nivel de calidad del ecosistema/agroecosis-tema, que hemos optado por mantener en nuestra relación con la naturaleza. Con este objetivo, establecer el umbral de calidad que no debe superarse, el valor que la sociedad otorga a un ecosistema integro (funcional, no degradado) o “sano” (no contaminado), prefigura la opción ética sobre las caracte-rísticas que debería tener la base natural – el sustento – del desarrollo. Esta decisión, que deberá estar consensuada por la sociedad, dependiente de sus aspiraciones y objetivos – trasladada en su caso a legislación, que, además debe llevarse a la práctica –, afecta a las restantes perspectivas evaluativas que interesan a la sostenibilidad.

Sólo una vez establecidas dichas premisas de calidad ecológica, podemos discutir sobre cómo hacer sostenible el sistema de produc-ción, es decir compatible con los niveles de madurez, integridad o funcionalidad deseados para el ecosistema con el que interacciona y de cuya capacidad produc-tiva depende.

Las evaluaciones ecológicas tendrían la función de mostrar las consecuencias de la degradación o de la mejora ambiental, sobre los ecosistemas y sobre la calidad de

lLa calidad del entorno y de los productos como opción ética

56 Desafíos ambiental y social de la agricultura ecológica 57

DESAFÍOS AMBIENTAL Y SOCIAL DE LA AGRICULTURA ECOLÓGICA

SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

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Figura 8. Esquema representativo del escenario Sostenible Sensato según el modelo de evaluación del desarrollo descrito en el texto ( Gómez Sal, 2001) en el que el sistema de producción interviene como dimensión evaluativa independiente e imprescindible, que conexión el ecosistema con el sistema económico. En el “sistema de producción” reside lo esencial de la sostenibilidad – entendida en su acepción “fuerte” o ecosocial –. En él los sistemas social y ambiental marcan las metas del desarrollo, la economía tendría un carácter instrumental al servicio de estos objetivos. No cualquier economía vale. Cada una de las dimensiones puede ser evaluada con un conjunto limitado de criterios y estos con indicadores o variables. Esta representación complementa la visión jerárquica a modo de engranaje entre los sistemas, que serían las ruedas del mismo (ver Figura 2). Cuando se consideran solo tres dimensiones la representación tridimensional permite identificar de forma muy intuitiva la distintas situaciones o escenarios posibles (ver Figura 3). Si se incluyen más de tres dimensiones la representación del escenario (un espacio euclídeo, coordenadas cartesianas) puede confundirse con un diagrama estrella en el que representan indicadores de una determinado sector productivo, por ejemplo la agricultura. La intención de ambos diagramas es muy diferente, uno de ellos marca prioridades y jerarquías (escenarios, complementado por el esquema de engranajes figura 2, para orientar y discriminar entre modelos de desarrollo o de agricultura) y el segundo tiene el sentido de comparar valores de sets indicadores entre situaciones diferentes. Se indican las características que las distintas dimensiones adquieren en este escenario de sostenibilidad ecológica, “sostenible sensato”.

vida/bienestar humano en cada territorio concreto, prefigurar distintos escenarios ilus-trando las condiciones de la vida humana en cada uno de ellos. Aunque no se conocen los limites que podría alcanzar la transfor-mación de la biosfera por parte de la pobla-ción humana, tal como señala Díaz Pineda (1996), “cuesta imaginarse la estabilidad de un planeta superpoblado de seres humanos y sin otros espacios que los urbanos y los agrícolas”. La frase incluye una prevención fundada sobre el riesgo de suplantar en exceso los mecanismos de control naturales – biodiversidad, cobertura arbórea, ecosis-temas naturales, etc. – por otros esencial-mente artificiales, propios de la agricultura intensiva (suelos sin capacidad de regulación, dependientes de fertilizantes y biocidas, semillas sólo comerciales, transgénicos). Los escenarios que considera la Evaluación de los Ecosistemas del Milenio (MEA, 2005) contra-ponen el llamado Techno-Garden al Mosaico Adaptativo. El primero es un ejemplo de una política de orden y control, principalmente basada en el desarrollo tecnológico y en modelos predictivos complejos. Se pretende reducir incertidumbre o complejidad para así manejar mejor la variabilidad ambiental. El resultado sería la debilitación de la capacidad del ecosistema (socio-ecosistema, agroecosis-tema) para afrontar los cambios no lineales y las fluctuaciones (económicas, de abasteci-miento, ecológicas, políticas), características de los sistemas complejos. Se reduce diver-sidad, lo cual representa un peligro en épocas de crisis.

El escenario denominado Mosaico Adaptativo considera por el contrario que un futuro sostenible debería estar basado en la resiliencia, es decir el fortalecimiento de la capacidad de respuesta del sistema

socio-ecológico. En general los científicos son más partidarios de construir resiliencia (MEA, 2005). Uno de los procedimientos para ello sería reforzar la capacidad de adaptación, resiliencia eco-cultural en los sistemas de uso de recursos y agroecosis-temas : formación, diversidad de recursos, asegurar el buen funcionamiento de la natu-raleza, sus procesos básicos – biodiversidad, agua, suelo, la fertilidad y el conocimiento sobre los recursos. No obstante aunque las proyecciones y escenarios son importantes, como orientación, presentan limitaciones para la toma de decisiones, por estar reali-zadas con una perspectiva muy coyuntural, desde la actualidad y en función de datos del pasado. Es necesario por ello considerar la posibilidad de que el sistema siga distintas trayectorias y adaptar o manejar la respuesta en cada caso, para acercarse a el escenario o meta deseable. En el modelo de evaluación de las sostenibilidad que hemos propuesto (ver Figuras 2 y 3), el escenario, considerando las dimensiones más relevantes y los valores deseables para cada contexto de desarrollo, tiene el papel de meta o diana, para conocer si avanzamos en función de la distancia del escenario respecto a la situación actual. En la Figura 8, representamos las características de un escenario deseable de desarrollo (esce-nario Sostenible Sensato), adecuado para la agricultura ecológica. En la Tabla 6 los crite-rios que hemos utilizado para la evaluación de las distintas dimensiones en su aplicación a paisajes agrarios españoles.

El ecosistema es el poseedor del “capital natural” y éste puede tener un carácter de patrimonio común y ser reconocido como tal, aceptado y defendido por el conjunto de la sociedad, como un bien de orden superior, al margen de las valoraciones del mercado.

ECOLÓGICO. Mantener una amplia base de naturaleza (integridad, procesos básicos, capital). Asegurar su capa-cidad para aportar servicios para el bienestar humano.

PRODUCTIVO. Sistema de producción (tecnología, pla-nificación) no intensivo. Adaptado, compatible con la ca-pacidad del ecosistema para sustentar los usos y apro-vechamientos (coherencia ecológica entre el sistema de producción y el ecosistema)

ECONÓMICO. La economía debe ser instrumental, al servicio de objetivos definidos por los sistemas (di-mensiones) social y ecológico. Economía ética. El valor económico debe crecer principalmente mediante la me-jora de la calidad (de los servicios y de los productos, la calidad de vida, cuidar y proyectar la imagen de buenas prácticas en el territorio, algunos productos con alto valor añadido pueden ayudar) y no del esquilme y degradación de la naturaleza y la sociedad (relaciones sociales).

CULTURAL. Incrementar el patrimonio cultural / histórico y construido, contemporáneo. Conocimientos sobre los recursos, saberes, infraestructuras adaptadas. Ciencia y tecnología.

SOCIAL. Buscar la equidad, integración social (de gé-nero y grupos desfavorecidos), y distribución de la rique-za. Educación, salud, formación, capital humano.

Síntesis de objetivos para cada una de las dimensiones o ejes del desarrollo en el es-cenario sostenible sensato representativo de la sostenibilidad fuerte:

Económico

Ecológico

Productivo Escenario Sostenible Sensato

Económico

Ecológico

Productivo Cultural

Social

Incluyendo cinco dimensiones

m

mh

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60 Desafíos ambiental y social de la agricultura ecológica

SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

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SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

Tabla 6. Esquema utilizado para la evaluación multicriterio de la sostenibilidad en nueve tipos de paisajes agrícolas españoles. Se consideran cinco dimensiones evaluativas. La estimación de cada dimensión proviene de la evaluación de cuatro criterios (temas clave) a los que en este caso se decide asignar el mismo peso. Para estimar cada criterio con una escala comparable (por ejemplo de 0 a 2), pueden utilizarse variables indicadoras o bien la opinión de expertos. El número de indicadores para estimar el valor de cada criterio podrá sin embargo variar, tantos como sea necesario según los matices o complejidad intrínseca del criterio. (A partir de Gómez Sal y González García, 2007).

No se trata de algo abstracto o sólo aparente cuando se habla – con un grado de genera-lidad o distancia que con frecuencia no llega a los ciudadanos – de problemas que afectan al conjunto de la biosfera, sino más bien de un nivel de calidad de los ecosistemas cercanos, de los que dependemos en mayor medida, entre estos los agroecositemas, objetivamente evaluable y plausible en las diferentes escalas en las que se manifiesta la actividad humana. Incluye desde planteamientos relativos a la ciudad, que debe ser exigente con la calidad de su entorno, la cobertura verde, biodiversidad,

la limpieza de sus calles, la calidad de su atmós-fera, hasta lo relativo a una comunidad rural que defiende el paisaje como bien común, o el caso de un país que legisla para incrementar la integridad ecológica de sus ecosistemas agra-rios, buscando el bienestar de sus ciudadanos a través de la variedad y seguridad de sus productos, así como la imagen atractiva que proyecta un paisaje diverso y bien planificado. El desarrollo será o no sostenible en la medida en que afecte a este capital natural y patri-monio rural y agrario, en sus distintas escalas, incrementando o depredándolo.

Foto 10. Parcela construida por pastoreo a partir del matorral de ericáceas. Ello supone cambiar las condiciones microbiológicas del suelo, el pH, enriquecerlo en bacterias y mantenerlo así por estercolado y pastoreo. Sólo mediante una cultura ganadera muy arraigada, como la de los pasiegos, es posible conseguirlo. Al norte de Espinosa de los Monteros, entre Burgos y Cantabria.

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Foto 11 Grupo de ovejas de raza Latxa de cara negra. Típica de los montes de Aizkorri-Aratz (Parzoneria General de Guipúzcoa y Álava). Un ejemplo de transterminancia de corto recorrido, sistema de producción que cuenta con el apoyo de un producto muy apreciado; además del mantenimiento del paisaje, las txabolas, la propia raza de ganado – agrobiodiversidad – y el pastizal en zonas altas, donde se elabora el queso de forma artesanal.

Teniendo en cuenta el carácter jerár-quico del ensamblaje entre los sistemas valorativos mencionados, cabría preguntarse ¿Cómo desarrollar sistemas de producción que manteniendo una atención cuidadosa a la funcionalidad y las posibilidades del agroecosistema que los sustenta, logren incrementar el capital natural y los recursos del mismo y sean a la vez económicamente viables, rentables y, si es preciso, también adaptables en las complejas condiciones habituales de un mercado cambiante?

Este es precisamente el principal desafío de la agricultura ecológica, el que la permitiría superar su carácter de “alter-nativa capaz de aprovechar los espacios de producción marginales, que deja la otra agricultura”, o esperar a que prospere “la

demanda emergente de productos selectos”, y la convertiría en un planteamiento reno-vador de gran alcance, capaz de llevar a la práctica las soluciones necesarias para lograr una relación aceptable, sostenible, de la sociedad con la naturaleza en lo referente a la producción agraria.

Podría superarse así la problemática que genera el abandono en el medio rural, motivado por la desorganización e impro-visación de muchas decisiones derivadas de la agricultura industrial, al mandato de la economía especulativa ignorante de lo local; se favorecería la conservación de paisajes culturales valiosos, la calidad de vida y la salud/bienestar como objetivo en los países desarrollados, y se encauzaría la solución de los dramáticos problemas de pobreza,

Algunos dilemas de la agricultura ecológica

Agricultura ecológica y escalas locales

El ser consciente de los límites y posi-bilidades que nos sugieren las condiciones locales, así como el coste real de enlazar procesos que ocurren en distintos lugares – el coste ambiental del transporte –, nos debería aportar mayor sensatez a la hora de plantear los objetivos sociales del desa-rrollo, relacionando éste mas con el logro de la prosperidad y bienestar, que con el consumo ilimitado de bienes materiales

como motor económico. Como indicaba Weiszäcker (1996) “puede que nazca un nuevo conjunto de valores, que tenga más relación con la conservación que con la conquista, con la diversión más que con las prisas, con la cohesión más que con la competencia, con la diversidad más que con la estandarización, con la calidad más que con el volumen”.

supervivencia y devastación de recursos en numerosos países en desarrollo. Este desafío que indicamos para la agricultura ecológica, abre un amplio campo para una investiga-ción de confluencia entre las distintas pers-pectivas evaluativas, sobre cuyo dialogo y complementariedad queda bastante camino por recorrer.

No se pueden pedir soluciones compe-titivas e inmediatas a los planteamientos de la agricultura ecológica – incluyendo sus técnicas renovadas – cuando se parte de una situación profundamente asimétrica : El esfuerzo invertido en investigación y desarrollo en esta línea práctica de la agri-cultura, es incomparablemente menor que el dedicado a la agricultura industrial. El bagaje con el que se cuenta proviene de la ya importante experiencia empírica, pero sobre todo de las soluciones encontradas por los sistemas tradicionales, cuyos saberes y técnicas deben ser sistematizados, inter-pretados, contrastados y actualizados con el conocimiento científico, diferenciando entre las distintas escalas territoriales de aplicación.

Siguiendo las directrices y el impulso de la agricultura ecológica, la investigación cien-tífica debería ir encaminándose hacia este fin e incorporar los logros seleccionados por la cultura rural a través del su prolongado proceso de interacción con los recursos. Tal vez sea posible aumentar la eficiencia de determinados procesos, su productividad, ahorrando insumos de energía, agua, mate-riales pero incrementando el flujo de infor-mación, en analogía con los ecosistemas más maduros. La clarificación conceptual de las relaciones entre los distintos sistemas analíticos y evaluativos sobre los que hemos tratado, nos debería ayudar a situar la práctica de la agricultura ecológica en su necesario contexto social y ambiental con múltiples implicaciones en los modelos de desarrollo (Sistemas de Uso de Recursos). La experiencia empírica y científica acumulada (efectos positivos y negativos analizados con una óptica multicriterio) tanto por agricul-tura industrial cómo por los sistemas tradicio-nales e indígenas, debería ser el instrumento para una gestión agrícola más lúcida, en una línea de sostenibilidad.

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SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

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A pesar de las escasas inversiones e investigación dirigida a mejorar la produc-tividad y eficiencia en el uso de los recursos en las sociedades donde éstos son baratos, con precios que no incluyen el deterioro ambiental provocado por las extracciones, ni tampoco la generación de residuos y su posible reciclado, podemos afirmar que existen soluciones para lograr productos de calidad en cantidades suficientes y disminu-yendo inputs externos.

La tecnología deberá afrontar el desafío de la calidad, la eficiencia y el ahorro, pero tal como alerta el autor citado “no limi-tando estos aspectos a la productividad laboral (que sí ha aumentado 20 veces en los últimos 150 años) sino a la productividad de los recursos, la ecoeficiencia. En muchos procesos es posible doblar la eficiencia incluso con la tecnología disponible sin necesidad de grandes cambios de compor-tamiento o infraestructura” (Weiszäcker, op.cit.). Explorar las alternativas tecnoló-gicas disponibles para aumentar la eficiencia energética sin necesidad de reducir el bien-estar de la población.

Es aquí donde entra con mayor crudeza el problema de la escala. ¿Puede haber desarrollo sostenible a escala local? ¿O será sólo una “sostenibilidad” pactada, realizable mientras duren determinadas subvenciones, se tolere como curiosidad por el modelo económico dominarte y siempre a contra-corriente de las tendencias del mercado? En este caso las experiencias y logros no serían generalizables y menos aún expor-tables a países para los que el problema del desarrollo no es muy distinto del de supervivencia.

No consideraremos como “desarrollo sostenible” las opciones de tipo “parque temático”, una experiencia aislada en el territorio, donde se preserven productos típicos, ciertos aspectos folklóricos y paisajes subsidiados. Es preciso por el contrario propugnar un pacto claro con la calidad – del suelo, de los ecosistemas, del paisaje, de los conocimientos adaptados, de los productos –, profundizando en la racio-nalidad tanto ecológica, como productiva (coherencia ecológica) de las explotaciones e investigando cómo afrontar y superar las imposiciones y limites procedentes del sistema económico habitual.

Pero ¿es esto viable con los irreales precios vigentes de la energía? Se afirma de forma realista que la única manera de conseguir que el desarrollo tecnológico cambie de rumbo es haciéndolo rentable. Para ello, arguyendo que la eficiencia energética alcanzó su auge precisamente en tiempos de crisis, ya Weiszäcker (1996) en línea con los postulados de la economía ecológica, propugnaba una reforma fiscal ecológica como la única forma – la más elegante – de influir directamente en los precios de la energía. Sería preciso conseguir que los precios reflejen la realidad ecoló-gica y los de la energía por tanto deberían subir: “Hacer que los precios del transporte reflejen la verdad ecológica es quizás el único proteccionismo legítimo, además del menos burocrático y discriminatorio. El que quiera transporte debería pagar su precio entero. Es una equivocación pensar que el transporte en sí es algo bueno para la economía. Reducir las subvenciones no es suficiente. Los factores externos debe-rían tenerse también en cuenta (aplicar impuestos a materias primas, al consumo

esquilmante del agua y el suelo fértil, así como a ciertos tipos de uso de la tierra); la economía en su conjunto se beneficiaría si los impuestos reflejaran más o menos el coste social de la energía y de otros bienes básicos.”

Hay que tener en cuenta que dificultar el transporte no implica cerrar el paso a las transferencias de información. Si la productividad de los recursos se convierte en un objetivo de igual importancia que el

de la productividad laboral, se descubrirá que el transporte excesivo – subvencio-nado – es una de las principales causas de insostenibilidad por pérdida de eficiencia en los sistemas de producción. Se favore-cería el reciclado, al disminuir los desechos, mediante una utilización eficiente. Por otra parte y completando la anterior propuesta, se sugiere que para evitar los incrementos en el gasto público se deberían reducir otros impuestos, exacciones y cargos en una cantidad equivalente.

Más argumentos para la sostenibilidad ecológica en la práctica agrícola

Una de las líneas de trabajo de la ecología se refiere a cómo los ecosistemas responden a la explotación humana, habién-dose descrito casos de interacciones muy antiguas en las que los agroecosistemas presentan rasgos relevantes de madurez. Por ejemplo valores elevados de diversidad biológica en pastizales como mecanismo de respuesta frente a fluctuaciones en pastizales (Rodríguez y Gómez Sal, 1994), una apreciable representación de materia orgánica estructural (en el suelo o en la madera), mecanismos muy probados de amortiguación de estrés – doseles arbóreos, retículos de setos vivos – y de control de los procesos ecológicos, que se explicitan tanto en la cultura rural – acervo de conocimientos sobre el uso local de los recursos –, como en las infraestructuras, tramas y elementos que constituyen el paisaje agrario.

En relación con lo anterior, podemos afirmar que muchos de los objetivos que se identifican como de conservación de la naturaleza, están íntimamente ligados a la actividad agraria. Existen ejemplos de cómo el abandono de prácticas como el pastoreo tradicional en puertos de montaña afecta precisamente a las especies de herbívoros silvestres más amenazadas (Rebollo y Gómez Sal, 1996). La desconexión entre los obje-tivos del sistema económico convencional y la lógica de tipo adaptativo de los sistemas tradicionales de uso de la tierra está causando la pérdida de un patrimonio natural valioso generado en dicho contexto y relacionado en buena medida con la propiedad comunal y los usos colectivos o cooperativos, prácticas que marcaban restricciones para explotación abusiva de los recursos. La uniformización, asociada a un olvido del sentido cultural de los agroecosistemas y los sistemas de uso de

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recursos asociados a ellos, así como de la rica información ecológica de la que eran porta-dores, es el destino más probable de estas configuraciones valiosas si no se establecen con urgencia medidas para oponerse a ello (Gómez Sal, 2012).

De forma paralela a las actuaciones directas sugeridas en el apartado anterior encaminadas a una mayor valoración y evaluación realista de la energía/transporte,

es preciso contar con argumentos claros que ayuden a crear opiniones favorables respecto a la conservación e incremento del patrimonio natural de cada país o territorio, la correspondiente proporción de biosfera de ciclos lentos, con un efecto de conserva-ción, tal como se representa en la Figura 7.

Para ello es imprescindible una valoración plural – multidimensional y explícita – de los sistemas de uso de recursos y su resultado,

Figura 9. Respuesta de ecosistemas con distinto tipo de estabilidad frente a perturbaciones, incluida la explotación humana. A: Estabilidad resistente, B: Estabilidad resiliente o elástica. Los primeros, generalmente complejos, estructurados, resistentes al cambio; propios de ambientes más estables y predecibles, se degradan de forma abrupta frente a una explotación insistente y reiterada. Los segundos originados en ambientes fluctuantes o aleatorios, admiten distintas configuraciones para la integridad; pueden mantener valores y servicios compatibles con un sistema de producción sostenible sensato (sostenibilidad fuerte o ecológica, ver Figura 8). En este esquema la agricultura representa una opción de explotación que puede ser sostenible; en este caso puede verse como el esfuerzo humano para crear sistemas resilientes (agroecositemas). Si se supera el umbral de sostenibilidad, ecosistemas degradados, difícilmente podrán recuperarse; existe también la posibilidad de un colapso o crisis a la que puede llegarse por sobreexplotación, escenario “empobrecido” (Figura 3). (Esquema Gómez Sal. 2000. Material para docencia en Ecología, UAH).

el patrimonio natural propio de los ecosis-temas humanizados y en especial de los agroecosistemas. En definitiva una valoración o seguimiento de los efectos del desarrollo sobre los distintos aspectos/dimensiones que caracterizan el mencionado patrimonio. El debate actual sobre desarrollo considera importante evaluar la sostenibilidad de los distintos sistemas de uso de recursos, la recu-perabilidad de los ecosistemas y conocer los estándares mínimos de seguridad a partir de los cuales se dispara el riesgo de degradación (Figura 9)

En nuestra opinión y teniendo en cuenta lo discutido hasta ahora, el seguimiento y valoración de las actuaciones de desarrollo (entre otras las que corresponden a la agri-cultura ecológica) debe efectuarse a través de criterios procedentes al menos de los cinco sistemas de análisis que con sus distintos enfoques y metodologías están más impli-cados en la actividad agraria, como hemos indicado los ecológico, cultural, productivo, económico y social (ver Tabla 6).

Las consideraciones éticas intervendrían en este modelo de dos maneras, la primera, estableciendo la amplitud y características de la base ecosistémica o referencia natural (evaluada desde la dimensión ecológica) sobre la que debe apoyarse el desarrollo. En segundo lugar la evaluación ética puede constituir en sí misma una nueva dimensión que estime desde su propia perspectiva el sentido de determinados planteamientos agrarios o modelos de desarrollo.

La escala en que funciona el mercado es la causa de las enormes dificultades para mantener y desarrollar con cierta auto-nomía sistemas de producción originales

en las escalas locales. Teniendo en cuenta que en los sistemas tradicionales de uso de recursos, las dimensiones de los canales que regulan el flujo de energía y el intercambio de productos, son reducidos, en la escala local el sistema realiza sus transferencias de forma cuidadosa, con mayor informa-ción interna pero sometido a un menor control desde el exterior, con mayor auto-nomía en su funcionamiento; semejante de forma ideal a la manera en que funcionan los ecosistemas naturales más complejos o maduros, lo que conlleva una mayor discri-minación/ajuste en el uso del territorio y de los recursos. El aprovechamiento diferen-cial de sus distintas parcelas, a modo de las teselas de un mosaico, nos remite a la visión orgánica del paisaje, consecuente o coherente como mecanismo de adaptación al plan que establece el medio físico.

Un resultado parecido se conseguiría al aplicar un precio más incluyente a la energía, ganando en ecoeficiencia, tal como se sugería en el apartado ante-rior. El paisaje agrario puede ser contem-plado por tanto como una consecuencia evaluable – externalidad en términos de la economía ambiental –, de este sistema de producción.

Asistimos a un creciente desajuste entre las tendencias uniformizadoras que impone el sistema económico a través del mercado y las actividades que generaron, y han mantenido hasta hace pocos años, algunos modelos acendrados de paisaje, muy probados, adaptables a cambios, con sus contenidos positivos para la conservación de la naturaleza. Los precios de los productos raramente incorporan estos aspectos cuali-tativos del sistema de producción.

A

A

A

A

A

B

BB

B

B

BB

Umbral de salud ecosistématica.Limite para la sostenibilidad.

La resiliencia favorecidapor ambientes fluctuantes

AgriculturaIntegridad

Explotación

Degradación Crisis

Ambientefluctuante

Madurezsucesional

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Es imposible mantener a ultranza una configuración valiosa del paisaje cuando se desmoronan o tergiversan los usos que les dieron sentido. La alternativa es sustituir dichos usos – generalmente diversos, proce-dentes de un sistema de uso de recursos con fuertes rasgos de autoabastecimiento, con limitados intercambios con el exterior –, por otros esenciales, simplificados, que incidan principalmente sobre elementos y procesos clave del agroecosistema. A través de la defensa de dichos procesos básicos, que actuarían como referencia e indicador ambiental, podría organizarse la gestión y la conservación adecuada del conjunto, ayudada por nuevas actividades productivas -sectores de transformación y terciario-, propiciadas por la calidad global del nuevo sistema de uso de recursos y los paisajes

asociados al mismo, que procuren ingresos complementarios.

Las actuaciones que habría apoyar, en la línea del desarrollo agrario sostenible – sostenibilidad para la práctica agraria – y con una óptica de defensa y revalorización del patrimonio natural y cultural, están rela-cionadas con las regularidades mencionadas con la madurez que nos indica la sucesión ecológica, dirigidas en este caso a reforzar la integridad del agroecosistema, reducción de insumos y ecoeficencia productiva.

Podríamos indicar a modo de síntesis algunas actuaciones relacionadas con el mantenimiento de procesos naturales básicos, cuya gestión en los agroecosistemas (cierre de ciclos, ajuste, etc.) corresponde a

Foto 12 Las charcas ganaderas, distribuidas de forma más o menos regular en los paisajes dedicados a la ganadería extensiva de ovino, en el ámbito climático mediterráneo, tienen un sentido estratégico para facilitar la exploración del territorio y el aprovechamiento de la producción vegetal, escasa y dispersa de los pastos. Las ovejas están particularmente adaptadas para este objetivo y son la base de una notable variedad de tipos de desplazamientos: pastoreo itinerante dirigido; transterminancia, rastrojeras, trashumancia, etc. Las charcas, altamente naturalizadas, mantienen funciones de soporte para la fauna silvestre. Charca en la comarca de La Serena (Badajoz), una dehesa sin arboles aprovechada por ovejas merinas trashumantes.

los seres humanos como responsables de la nueva configuración de la naturaleza huma-nizada (Gómez Sal, 1993, 1997):

• Procesos asociados al ciclo del agua, su infiltración, reserva en el suelo, transfe-rencia, evitación de efectos catastróficos. Mantener o recuperar fragmentos de vegetación natural de suficiente extensión y complejidad en las zonas más frágiles y expuestas, por su función estratégica; así como retículos de vegetación leñosa, inter-calados entre las parcelas cultivadas (setos, cercas vivas, líneas de arboles, ribazos); franjas de suelos naturales con la rugosidad y complejidad de cobertura inherente, que facilitan la infiltración del agua; vegeta-ción de en las riberas que limite la erosión; calidad del agua evitación de vertidos, el cuidado de las fuentes, acequias y balsas, las pequeñas lagunas, las charcas de uso gana-dero distribuidas en el territorio de forma estratégica para favorecer el pastoreo. Todos estos elementos de tasa de renova-ción baja, tienen también efectos sobre la biodiversidad y el mantenimiento de un nivel adecuado de estructura. El control del ciclo del agua exige especialmente evitar la contaminación (derivados de productos sanitarios, abonos y alimentación de tipo industrial) tanto la de cursos superficiales como de los acuíferos.

• Recuperación y estímulo de la fertilidad en los suelos; manejo de la herbivoría. Mediante la elaboración de estiércoles, compostaje, facilitando la descomposición del detritus vegetal mediante la mezcla y fermentación conjunta con el estiércol animal, la rotación de cultivos, abono verde, descomposición favorecida por la aireación del suelo, o lenta por el acolchado con

capas de materia orgánica, dependiendo del objetivo, el cultivo y tipo de suelo; manteni-miento de un nivel adecuado de herbivoría, manejando el pastoreo y el consumo de ramas y arbustos (ramoneo), los desplaza-mientos estratégicos del ganado, de forma que se facilite su función en el agroecosis-tema, su contribución a la descomposición de la biomasa vegetal acumulada, y recu-peración de nutrientes. La movilidad de los herbívoros, el ganado, incluyendo ungu-lados y aves, permite ligar procesos que son complementarios y ocurren en lugares más o menos distantes. En este caso la contamina-ción suele consistir en excesos de Nitrógeno y Fosforo, con efectos derivados hacia acuí-feros y surcos de agua.

• Preservación de la biodiversidad y estruc-tura como característica propia de cada agroecosistema. Debe entenderse también como un proceso, consecuencia de las condi-ciones generales del ambiente donde se ha organizado el agroecosistema concreto, y emparentada con la estructura y biodiver-sidad potenciales, propias de los ecosistemas naturales cercanos, en condiciones similares, que deben tomarse como referencia. El mantenimiento de un nivel adecuado de diversidad natural (respaldada por estruc-turas seminaturales como setos, bosquetes, suelos no roturados, conjuntos de vallas tradicionales, muretes y terrazas, arboles añosos, áreas de matorral denso, etc.) y de agrobiodiversidad (de especies cultivadas, variedades, especies y razas ganaderas, y diversidad funcional, distintos tipos bioló-gicos en los vegetales cultivados, arboles de distintas alturas, trepadoras, arbustivas, bianuales, anuales, semidomésticas, etc.), puede inspirarse en cuanto a complejidad general y estructura, organización espacial,

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en la diversidad característica de los ecosis-temas naturales próximos, formados bajo las mismas condiciones de suelo y clima, que servirán como referencia. Las consecuencias positivas son numerosas: control de plagas, evitación de estreses debidos a factores físicos y biológicos, prevención de efectos catastróficos.

• Los conocimientos sobre los recursos como componente de la resiliencia eco-cultural en los agroecositemas. Incorporación de los saberes y soluciones prácticas propios de la agricultura tradicional, original en cada zona, interpretar su sentido adapta-tivo; entre estos, determinadas modalidades de pastoreo asociadas a sistemas silvopas-torales valiosos, encinares con arbolado disperso, retamares, castañares, fresnedas, etc; métodos de siega y fertilización orgá-nica y riego en prados; regadío en la huerta tradicional, incluyendo frutales; métodos de poda y arboles trasmochos; rotación de cultivos que favorecen la diversidad; aten-ción y estimulo activo de los polinizadores; documentación, recuperación y manejo de la agrobiodiversidad propia de cada zona, por las soluciones que puede representar. Buscar el valor añadido de la biodiver-sidad, los productos originales, cuidando su calidad y la vías de comercialización, etc. Debemos destacar en esta línea el interés de los sistemas basados en el policultivo, además de una adecuada producción -con frecuencia la máxima sostenible para las condiciones donde se practican, por la complementariedad entre componentes-, mantienen estructura y diversidad.

El incremento del capital natural, en este caso también capital productivo – represen-tado por el suelo fértil, los árboles frutales,

el ganado, infraestructuras como canaliza-ciones, cercados, etc. – tiene en los agroeco-sistemas una importancia singular. Se cuidan y se acondicionan los componentes de reno-vación lenta para transmitirlos en herencia a las generaciones futuras. El paisaje diverso y atractivo que deriva de este tipo de gestión prudente, es una consecuencia añadida, indicadora de equilibrio y debería ser uno de los principales apoyos, objetivamente evaluables, de la agricultura ecológica.

Evaluar los resultados del desarrollo – y del sistema de producción propio de la agricultura ecológica – considerando por separado diferentes estimadores que hemos mencionado a lo largo de este trabajo (valores natural y cultural, rendi-miento, ecoeficencia, rentabilidad, interés social, etc.) correspondientes a las distintas dimensiones que confluyen en la proble-mática agraria, puede proporcionar una imagen ajustada – con sus distintos ángulos y perspectivas – del patrimonio que mane-jamos, sirviendo así de indicador del estado del mismo en relación con las exigencias de calidad socialmente establecidas – el rasero para medir la sostenibilidad –.

Estos indicadores, deberán valorar los costes de las actuaciones y estimar hasta qué punto son racional o éticamente convenientes – límites ecológicos y sociales, posibilidades del ecosistema –. El rasero de referencia, trasfondo ético para la evalua-ción del desarrollo, estará representado por una imagen ideal, debatida, divulgada y defendida explícitamente, sobre el tipo naturaleza (patrimonio natural y cultural) que una determinada sociedad considera conveniente y deseable.

Esta visión patrimonial sobre los ecosis-temas y el entorno que habitamos y gestionamos, y su consecuente evaluación, seguimiento y control, servirá para orientar la toma de decisiones y dirigir el cambio social en la dirección deseada. Seguramente la búsqueda de un estado estable respecto a los insumos físicos, compatible con el mante-nimiento de un nivel adecuado de inte-gridad en los ecosistemas/agroecositemas, pero eficiente en el logro del bienestar, a través del incremento de la información y formación.

Tal vez a partir de esa estimación puedan establecerse estándares más exigentes a conseguir respecto a la calidad del entorno, así como de los productos agra-rios y el paisaje asociado a ellos, y admitir como alternativa razonable los impuestos que impidan el exagerado consumo de energía (incluyendo el transporte) y faci-liten el esfuerzo de ecoeficiencia, uno de cuyos principales apoyos es la agricultura ecológica : obstaculizar las transferencias desorganizadoras, fomentar el desarrollo endógeno, reforzar el papel de los conoci-mientos y la tecnología adaptada.

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SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURACuadernos Técnicos SEAE - Serie: Agroecología y Ecología Agraria

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AVICULTURA ECOLÓGICA DE CARNECuadernos Técnicos SEAE - Serie: Ganadería Ecológica

Antonio Gómez Sal es Catedrático de Ecología en la Universidad de Alcalá de Henares e investigador del CSIC en excedencia. Ha sido Director del Instituto Pirenaico de Ecología CSIC, Presidente de la Asociación Española de Ecología Terrestre y Vicerrector de Calidad Ambiental en la Universidad de Alcalá. También Secretario para España del Scientific Committee of Problems of Environment (SCOPE), colaborador del Comité Español de programa Hombre y Biosfera (MaB) y consultor del PNUD.

Su trabajo de investigación incluye ecología de comunidades, agroecosistemas y ecología del paisaje. Interesado también en la definición de modelos que permitan una aproximación científica a la evaluación de la sostenibilidad. Cuenta con más de 200 publicaciones en revistas científicas y libros, 12 tesis doctorales dirigidas. Sus estudios aplicados incluyen planificación ambiental, gestión de recursos y la sostenibilidad de los usos humanos. Fue responsable de la creación en la Universidad de Alcalá del Observatorio de la Sostenibilidad en España (2004-2013), siendo durante su existencia Presidente de su Comité Científico. Propuso y dirigió el Programa de Doctorado sobre Cambio Global y Desarrollo Sostenible, con reconocimiento de “Excelencia” por Comunidad de Madrid y el Ministerio.

Desde hace 15 años participa de forma continua proyectos de investigación y apoyo al desarrollo en distintos países de América Latina, donde dirige programas de master (recursos y planificación ambiental, sostenibilidad) y coordina actualmente el Programa Interuniversitario Centroamericano sobre Desarrollo Local Sostenible, en el que se ha definido un modelo universitario de apoyo al desarrollo. Ha formado parte del equipo director del Proyecto Millenium Ecosystem Assessment para España siendo redactor del capítulo sobre agroecosistemas.

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SEAESerie:Ganadería Ecológica

SOSTENIBILIDAD ECOLÓGICA Y DIMENSIONES EVALUATIVAS EN LA AGRICULTURAAutor: Antonio Gómez Sal

Serie: Agroecología y Ecología Agraria

• Introducción a la Agroecología• Metodologías participativas para la transición agroecológica• Sostenibilidad ecológica y dimensiones evaluativas en la agriculturaOtros títulos previstos :• Bases agroecológicas para el manejo del suelo de cultivo• Bases agroecológicas para el manejo de la biodiversidad• Bases agroecológicas para el control de plagas y enfermedades• Bases agroecológicas para el control de arvenses• Razas de ganado autóctono: claves para su recuperación y adaptación• Recursos fitogenéticos: claves para su recuperación, adaptación y conservación • Bases ecológicas para la gestión del agua• El problema del nitrógeno: minimizar su impacto desde la agroecología• Buenas prácticas en producción ecológica:

mitigar / adaptarse al c. climático

Cuadernos Técnicos

Cuadernos Técnicos de SEAE

L os operadores ecológicos (agricultores, ganaderos, elaboradores), los técnicos que los asesoran o

que inspeccionan las sistemas productivos y aquellos profesionales que imparten formación, requieren buenos materiales técnicos, rigurosamente contrastados, en los que apoyarse para hacer la conversión y el seguimiento de la producción ecológica.

Estas publicaciones nacen con la finalidad de:

• Crear una línea específica de apoyo a la formación técnica de alto nivel, coordinada y escrita desde la experiencia de reconocidos expertos del sector y con vistas a seguir desarrollándose, actualizándose y ampliándose en el futuro.• Ofrecer un material técnico de calidad con la doble finalidad de su utilización en la “formación de futuros formadores” en asesoramientodentro del sector agrario e industrial y para la formación de técnicosde campo –procedentes de la Formación Profesional o la enseñanza universitaria-.• Producir no sólo un material escrito, sino también una herramienta pedagógica para usar en abierto on line -en la línea educativa, tecnológica y del derecho- que resulte fácilmente asequible para la comunidad iberoamericana.• Aportar una publicación específica, muy práctica capaz de recopilar el conocimiento más novedoso e innovador sobre los distintos temas, adelantándose a los problemas que se generen en el sector y ofreciendo soluciones tecnológicas inmediatas.

La colección se estructura en cuatro grandes temáticas:

• Producción Vegetal Ecológica• Ganadería Ecológica• Industria Ecológica• Agroecología y Ecología Agraria


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