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Bárbara de La Casa de Grebe. Thomas Hardy

Date post: 27-Sep-2015
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Bárbara de La Casa de Grebe. Thomas Hardy
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Bárbara de la casa de Grebe. Thomas Hardy (1840-1928) Aparentemente fue una idea, más que la pasión, lo que hizo que Lord Uplandtowers se decidiera a conquistarla. Nadie supo nunca en qué momento tomó tal resolución ni de dónde sacó aquella seguridad en su éxito, sobre todo cuando la aversión que ella sentía por él era más que manifiesta. Posiblemente no fue hasta después de aquel primer acto importante de la vida de ella, que en seguida mencionaré. La elaborada y cínica tenacidad que Uplandtowers poseía a los diecinueve años –cuando, por lo general, los impulsos se imponen a los cálculos– era más que considerable, y podía ser producto tanto del hecho de haber heredado el condado y los honores locales que lo acompañaban siendo un niño como del carácter de la familia; un encumbramiento que, por decirlo de alguna manera, lo empujó a la madurez sin haber conocido la adolescencia. Sólo tenía doce años cuando su padre, el cuarto conde, murió tras una cura de las aguas de Bath. Sin embargo, el carácter de la familia tenía mucho que ver con aquello. La determinación era algo hereditario en los portadores de este escudo de armas; unas veces para bien y otras para mal. Las mansiones de las dos familias estaban separadas por unas diez millas, que se podían salvar fácilmente gracias al –ahora ya viejo, entonces nuevo– camino real que unía Havenpool y Warborne con la ciudad de Melchester; camino que, si bien es sólo una ramificación de lo que se conocía como la Gran Carretera Occidental, es probablemente,, incluso ahora –como lo ha venido siendo durante los últimos cien años–, uno de los mejores ejemplos de suelo macadamizado que se pueden encontrar en Inglaterra. La mansión del conde, al igual que la de su vecino, el padre de Bárbara, estaba aproximadamente a una milla del camino real, con el que cada mansión estaba enlazada por una calzada ordinaria y una caseta. Era precisamente por esta carretera por donde el joven
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Brbara de la casa de Grebe. Thomas Hardy (1840-1928)

Aparentemente fue una idea, ms que la pasin, lo que hizo que Lord Uplandtowers se decidiera a conquistarla. Nadie supo nunca en qu momento tom tal resolucin ni de dnde sac aquella seguridad en su xito, sobre todo cuando la aversin que ella senta por l era ms que manifiesta. Posiblemente no fue hasta despus de aquel primer acto importante de la vida de ella, que en seguida mencionar. La elaborada y cnica tenacidad que Uplandtowers posea a los diecinueve aos cuando, por lo general, los impulsos se imponen a los clculos era ms que considerable, y poda ser producto tanto del hecho de haber heredado el condado y los honores locales que lo acompaaban siendo un nio como del carcter de la familia; un encumbramiento que, por decirlo de alguna manera, lo empuj a la madurez sin haber conocido la adolescencia. Slo tena doce aos cuando su padre, el cuarto conde, muri tras una cura de las aguas de Bath.

Sin embargo, el carcter de la familia tena mucho que ver con aquello. La determinacin era algo hereditario en los portadores de este escudo de armas; unas veces para bien y otras para mal. Las mansiones de las dos familias estaban separadas por unas diez millas, que se podan salvar fcilmente gracias al ahora ya viejo, entonces nuevo camino real que una Havenpool y Warborne con la ciudad de Melchester; camino que, si bien es slo una ramificacin de lo que se conoca como la Gran Carretera Occidental, es probablemente,, incluso ahora como lo ha venido siendo durante los ltimos cien aos, uno de los mejores ejemplos de suelo macadamizado que se pueden encontrar en Inglaterra.

La mansin del conde, al igual que la de su vecino, el padre de Brbara, estaba aproximadamente a una milla del camino real, con el que cada mansin estaba enlazada por una calzada ordinaria y una caseta. Era precisamente por esta carretera por donde el joven conde, cierta noche navidea, unos veinte aos antes del final del siglo pasado, iba en coche de caballos para asistir a un baile en Chene Manor, el hogar de Brbara y sus padres, sir John y lady Grebe. El ttulo de baronet de sir John haba sido creado pocos aos antes de que estallara la guerra civil, y sus propiedades eran aun ms extensas que las de lord Uplandtowers, y comprendan aquella casa solariega de Chene, otra en la costa cercana, la mitad del municipio de Cockdene y tierras bien cercadas en varias parroquias ms, principalmente en Warborne y las adyacentes. En esta poca Brbara tena diecisiete aos recin cumplidos, y el baile es la primera ocasin de que tengamos noticias en que Lord Uplandtowers trat de entablar relaciones amorosas con ella; fue bastante pronto. Dios es testigo.

Se dice que un ntimo amigo suyo (uno de los Drenkhard) haba almorzado aquel da con l, y que lord Uplandtowers, sorprendentemente, le haba comunicado a su invitado los secretos designios de su corazn.

Jams la conseguiris: seguro; jams la conseguiris! le haba dicho este amigo al despedirse. Ella no est enamorada de vos: y en cuanto a que pueda pensar que sois un buen partido, bueno, os dir que es menos calculadora que un pajarillo.

Ya veremos dijo lord Uplandtowers sin inmutarse.

Sin duda, mientras avanzaba por la carretera en su carroza, pensaba en el vaticinio de su amigo; pero el escultural reposo de su perfil sobre la mano derecha, dibujado contra la luz del sol que ya se ocultaba, le habra mostrado a ste que la serenidad del conde permaneca inalterada. Lleg a la solitaria taberna del camino que responda al nombre de Posada Lornton: el lugar de cita de muchos y osados cazadores furtivos que operaban en el bosque adyacente, y Uplandtowers, de haberse molestado en mirar, podra haber observado que delante de la posada haba parada una silla de posta extraa. Pero, naturalmente, pas a toda velocidad junto a ella, y media hora ms tarde atravesaba la pequea aldea de Warborne. Ms adelante, a una milla, estaba la casa de su anfitrin.

En aquellos tiempos era un edificio imponente (o, mejor dicho, un conjunto de edificios), tan amplio como la propia residencia del conde, aunque mucho menos uniforme. Una de las alas era extremadamente antigua, con enormes chimeneas cuyos cimientos sobresalan de los muros exteriores a manera de torres; y con una cocina de vastas dimensiones, en la que (se deca) se le haban preparado los desayunos a Juan de Gante. No haba entrado todava en el patio cuando ya pudo or el sonido de las trompas y de los clarinetes franceses, los instrumentos favoritos de la poca para aquella clase de festejos. Al entrar en el gran saln, donde lady Grebe acababa de abrir el baile con un minu siguiendo la tradicin de empezar a las siete en punto, fue bienvenido con una recepcin digna de su rango, e inmediatamente mir a su alrededor en busca de Brbara. No estaba bailando, y pareca estar preocupada; casi, efectivamente, como si hubiera estado esperndole a l. Brbara, por aquel entonces, era una muchacha bonita y bondadosa, que nunca hablaba mal de nadie y que detestaba lo menos posible a las dems mujeres bonitas. No rehus la invitacin de Uplandtowers para la contradanza que vino despus, y tambin fue su pareja en la siguiente.

La velada transcurra lentamente, y las trompas y los clarinetes sonaban con alegra. Brbara no mostraba por su enamorado ni una clara preferencia ni aversin; pero unos ojos viejos habran visto que pensaba en algo insistentemente. Sin embargo, despus de la cena declar que tena dolor de cabeza y desapareci. Lord Uplandtowers, para hacer pasar el tiempo mientras durara la ausencia de Brbara, se fue a una pequea habitacin, contigua al inmenso saln, en la que algunas personas de edad estaban sentadas junto al fuego (a Uplandtowers le desagradaba profundamente la idea de bailar por bailar), y levantando las cortinas de la ventana, ech una mirada al exterior, al parque y al bosque, que ahora estaban tan oscuros como una cueva. Pareca que algunos invitados se estaban marchando ya tan pronto, pues pudo ver dos luces que salan por el portn y desaparecan, despus, en la lejana.

La duea de la casa se asom a la habitacin en busca de parejas para las damas, y lord Uplandtowers sali de all. Lady Grebe le dijo que Brbara no haba regresado al saln de baile: no poda ms y se haba ido a la cama.

Ha estado todo el da tan excitada con el baile prosigui la madre que ya me tema yo que se fuera a agotar en seguida... Pero no iris a marcharos va, verdad, lord Uplandtowers?

Uplandtowers dijo que ya eran cerca de las doce y que algunos invitados se haban marchado ya.

Os aseguro que todava no se ha ido nadie protest lady Grebe.

El conde, para complacerla, se qued hasta la medianoche y entonces parti. Su cortejo no haba progresado; pero haba comprobado por s mismo que Brbara no tena preferencias por ningn otro invitado, y casi toda la gente de los contornos haba estado all.

Es slo cuestin de tiempo se dijo el tranquilo y joven filsofo.

A la maana siguiente se qued en la cama hasta cerca de las diez, y entonces se levant y se dispuso a bajar; cuando tan slo se haba asomado a la escalera oy un ruido de cascos sobre el empedrado, en el exterior; unos segundos despus se abri la puerta y, en el momento en que Uplandtowers pona los pies, sobre el ltimo peldao, sir John Grebe apareci en el vestbulo.

Seor mo, dnde est Brbara, mi hija?

El conde de Uplandtowers no pudo ocultar su estupor.

Qu sucede, querido sir John? dijo.

La noticia era, en efecto, alarmante. Lord Uplandtowers dedujo de la desarticulada explicacin del baronet que, despus de su marcha y de la de los dems invitados, sir John y lady Grebe se haban retirado a descansar sin volver a ver a Brbara; haban supuesto, lgicamente, que cuando mand aviso de que no podra reunirse de nuevo con los invitados se haba ido a acostar definitivamente. Antes le haba dicho a su doncella que poda pasarse sin sus servicios aquella noche, y haba evidencias suficientes para demostrar que la joven no se haba acostado en toda la noche, pues la cama permaneca intacta. Las circunstancias parecan probar que la embustera muchacha haba fingido estar indispuesta con el fin de tener un pretexto para abandonar el saln de baile, y que en el espacio de diez minutos haba abandonado la casa: era de presumir que durante el primer baile de despus de la cena.

Yo la vi marcharse dijo lord Uplandtowers.

Qu diablos! La visteis? dijo sir John.

S. Y Uplandtowers mencion las luces del carruaje alejndose, y cmo lady Grebe le haba asegurado que ningn invitado se haba marchado todava.

As fue, sin duda! dijo el padre. Pero no se ha ido sola, sabis?

Ah... y quin es el joven?

Slo puedo hacer cabalas. Mi mayor temor es el de la suposicin ms plausible. Y no dir ms.

Pens (aunque no lo crea) que tal vez fuerais vos el pecador. Ojal lo hubierais sido! Pero es el otro, Dios mo! Tengo que ir tras ellos!

De quin sospechis?

Sir John no quera dar nombres, y lord Uplandtowers, ms estupefacto que agitado, le acompa de vuelta a Chene. Pregunt de nuevo hacia quin iban dirigidas las sospechas del baronet, y el impulsivo sir John no era contrincante para la insistencia de Uplandtowers. Por fin dijo:

Me temo que es Edmond Willowes.

Y quin es Willowes?

Un muchacho de Shottsford-Forum... el hijo de una viuda dijo sir John, y le explic que el padre o el abuelo de Willowes haba sido el ltimo de los antiguos pintores de vidrios de aquel lugar, en el que (como tal vez sepan ustedes) dicho arte sigui practicndose cuando ya haba desaparecido en el resto de Inglaterra.

Por Dios, eso ya es ms grave! Mucho ms grave! dijo lord Uplandtowers, encogindose en el interior de la silla de posta con gran desesperacin.

Se enviaron emisarios en todas direcciones; uno fue por la carretera de Melchester, otro a Shottsford-Forum, otro hacia la costa. Pero los enamorados tenan una ventaja de diez horas, y todo pareca haber sido inteligentemente planeado: haban elegido para la fuga la noche precisa en que el paso de un carruaje extrao no sera advertido, ni en el parque ni en la cercana carretera principal, a causa del general despliegue de vehculos. La silla de posta que haba sido vista, aguardando, delante de la Posada Lornton era, sin duda, la misma que haban utilizado los enamorados para escapar; y las dos cabezas que tan ingeniosamente lo haban planeado todo hasta aqu ya habran contrado, probablemente, matrimonio a estas horas. Los temores de los padres se vieron confirmados. Una carta de Brbara, trada por un mensajero especial la noche de aquel da, les comunicaba brevemente que ella y su enamorado estaban en camino hacia Londres y que antes de que aquella misiva llegara a casa de Brbara los dos estaran ya unidos como marido y mujer. Haba dado aquel paso definitivo porque amaba a su querido Edmond como no podra amar a ningn otro hombre y porque haba visto cernirse sobre su cabeza la amenaza de una boda con lord Uplandtowers, y slo poda eludir este aterrador destino haciendo lo que haba hecho. Haba meditado ya bien el paso que iba a dar, y estaba dispuesta a vivir como la esposa de un aldeano cualquiera en el caso de que su padre la repudiara por su accin.

Maldita sea! dijo lord Uplandtowers cuando regresaba a su casa aquella noche. Maldita sea por idiota! Lo cual demuestra qu tipo de amor senta por ella.

Bien; sir John ya haba emprendido la persecucin de los enamorados como si se tratara de un deber: como un loco haba ido hasta Melchester, y desde all, por la carretera directa, hasta la capital. Pero pronto se dio cuenta de que aquello no conduca a nada; y poco despus, al descubrir que la boda ya se haba celebrado, desech todo intento de remover la ciudad en busca de ellos y regres para sentarse junto a su dama y digerir el suceso lo mejor posible. Acusar a aquel Willowes del rapto de nuestra heredera era algo que, posiblemente, estaba en su poder; pero, al reflexionar sobre los hechos ya inalterables, renunciaron a cualquier tipo de violenta represalia. Pasaron unas seis semanas, tiempo durante el cual los padres de Brbara, a pesar de que sentan profundamente su prdida, no mantuvieron ningn contacto con la descarriada, ni para hacerle reproches ni para perdonarla. Siguieron pensando que ella misma se haba buscado aquella desgracia; pues, aunque el joven era un hombre honrado e hijo de un padre honrado, ste haba muerto muy pronto, y su viuda haba tenido que luchar tanto para mantenerse que el hijo haba sido educado de manera muy imperfecta. Por otra parte, su sangre que ellos supieran no tena ningn elemento de distincin, mientras que la de Brbara, por el lado materno, estaba compuesta de los mejores jugos de la destilacin de una rancia barona, y tena tintes de Maudeville, Mohun, Syward, Peverell, Culliford, Talbot, Plantagenet, York, Lancaster y Dios sabe qu ms; y echarlos a perder era una verdadera lstima.

El padre y la madre se sentaban al lado de la chimenea sobre la que se abra un arco Tudor que llevaba en sus riones los escudos de la familia y se lamentaban en voz alta (la dama ms que sir John).

Y pensar que iba a sucedernos esto en nuestra vejez! deca l.

Os referiris a vos! le interrumpa ella entre sollozos. Yo slo tengo cuarenta y un aos!...

Por qu no cabalgasteis ms rpido y los alcanzasteis?

Mientras tanto, los jvenes y enamorados esposos, sin importarles su sangre ms que el agua de fregar los platos, eran intensamente felices... es decir, felices dentro de la escala descendente que, como todos sabemos, Dios, con su sabidura, les ha destinado a estos casos de atolondramiento; es decir, la primera semana estuvieron en el sptimo cielo, la segunda en el sexto, la tercera semana fue moderada, la cuarta reflexiva, etc.; el corazn de un enamorado despus de la posesin es comparable a la tierra en sus fases geolgicas, tal y como nos lo ha descrito, a veces, nuestro valioso presidente: primero un carbn ardiente, luego uno templado, luego un tibio rescoldo, luego uno fro... no iremos ms all con el smil. En resumen, un da lleg a manos de sir John y de lady Grebe una carta sellada con el propio sello de su hija y, al abrirla, se encontraron con que contena una llamada de la joven pareja a sir John pidindole que los perdonara por lo que haban hecho y aadan que si as lo haca caeran de rodillas al suelo y seran los hijos ms obedientes del mundo en el futuro.

Sir John y su esposa, entonces, volvieron a sentarse al lado de la chimenea del arco Tudor y examinaron y leyeron una y otra vez, la carta. Sir John Grebe, si ha de decirse la verdad, quera la felicidad de su hija mucho ms, pobre hombre, de lo que quera a sus apellidos y a su linaje; volvieron a su memoria las delicadas formas de Brbara, dej escapar un suspiro y, por entonces ya hecho a la idea del matrimonio, dijo que no se poda deshacer lo que ya estaba hecho y que supona que no deban ser demasiado rigurosos con ella. Tal vez; Brbara y su marido estuvieran realmente en apuros, y cmo iban a permitir que su nica hija se muriera de hambre? Haban recibido un ligero consuelo de manera un tanto inesperada. A travs de personas dignas de crdito se haban enterado de que un antepasado del plebeyo Willowes habase visto honrado, en una ocasin, por su boda con un vstago de la aristocracia que previamente se haba arruinado. En fin, tal es la estupidez de los padres distinguidos y a veces la de los dems tambin que aquel mismo da escribieron a la direccin que Brbara les haba dado comunicndole que poda volver a casa y traer a su marido consigo; no tendran reparo en verle, no le haran reproches a ella, y se esforzaran en darles a ambos la bienvenida y en buscar con ellos la mejor manera de solucionar su futuro.

Tres o cuatro das ms tarde una silla de posta, ms bien destartalada, se acerc a la puerta de la casa de Chene Manor, y el bondadoso baronet y su esposa, al or el ruido que haca, salieron corriendo como si fueran a recibir a un prncipe y a una princesa de alcurnia. No caban en s de gozo de ver volver, sana y salva, a la hija descarriada... aunque ya slo fuera la seora Willowes, mujer de Edmond Willowes de Ninguna Parte. Brbara derram lgrimas de penitencia y los dos, marido y mujer, se mostraron bastante contritos; y ya podan hacerlo, considerando que no tenan ni una guinea que pudieran llamar suya. Cuando los cuatro se hubieron serenado, y sin que a la pareja se le hubiese dirigido una sola palabra de rencor, hablaron juiciosamente de la situacin; el joven Willowes se sent al fondo de la habitacin, con gran modestia, hasta que lady Grebe, en tono nada fro, le invit a acercarse.

Qu guapo es! se dijo a s misma. No me extraa que Brbara haya perdido la cabeza por l.

Era, en efecto, uno de los hombres ms guapos que jams posaron los labios en los de doncella alguna. Una chaqueta azul, un chaleco granate y unos pantalones grisceos realzaban una figura que difcilmente poda ser superada. Tena los ojos grandes y oscuros, inquietos ahora, mientras iban rpidamente de Brbara a sus padres y de stos a ella otra vez, llenos de ternura; al observarla a ella, incluso ahora en medio de su azoramiento, uno poda ver por qu la sang froid de lord Uplandtowers haba subido de temperatura hasta sobrepasar los grados de la tibieza. El hermoso rostro juvenil de Brbara (segn el relato transmitido por las viejas mujeres del lugar) miraba desde debajo de un sombrero gris de forma cnica adornado con pequeas plumas de avestruz, y las puntas de sus piececitos asomaban tmidamente bajo unas enaguas de color crudo que llevaba no del todo ocultas por su vestido marrn rojizo. Sus facciones no eran regulares: eran casi aniadas como se puede ver en las miniaturas que posee la familia, la boca denotaba una gran sensibilidad, y uno podra tener la certeza de que sus defectos no vendran por el lado del mal genio a no ser que tuviera poderosas razones para exhibirlo.

Pues bien, hablaron de la situacin en que se encontraban, y el deseo de la joven pareja de ganarse el beneplcito de aquellas personas, de las que literalmente dependan en todos los sentidos, les indujo a aceptar cualquier medida contemporizadora que no fuese demasiado fastidiosa. As, pues, llevando unidos casi dos meses, no pusieron objeciones a la proposicin de sir John de dotar a Edmond Willowes de los fondos suficientes para viajar durante un ao por el continente, en compaa de un preceptor. El joven se comprometera a obedecer, con la mayor diligencia, las instrucciones de este preceptor hasta que llegara a ser tan refinado exterior e interiormente como sera de desear en el marido de una gran dama como Brbara. Se dedicara al estudio de las lenguas, las formas, la historia, la sociedad, las ruinas y todo cuanto vieran sus ojos, hasta que pudiera regresar para ocupar su lugar, junto a Brbara, sin verse obligado a sonrojarse.

Y para entonces dijo el benemrito sir John tendr ya preparada mi casa de Yewsholt para que a vuestra vuelta Brbara y vos la ocupis. La casa es pequea y est apartada; pero servir para una joven pareja durante algn tiempo.

Nos servira aunque no fuera ms grande que un cenador! dijo Brbara.

Aunque no fuera ms grande que una silla de manos! exclam Willowes. Y cuanto ms solitaria mejor.

Podemos soportar la soledad dijo Brbara, ya con menos entusiasmo. Adems, sin duda vendrn a vernos algunos amigos.

Una vez acordado todo esto, se contrataron los servicios de un preceptor muy viajado hombre de grandes virtudes y mucha experiencia y, una maana soleada, discpulo y preceptor emprendieron la marcha. La principal razn que se adujo en contra de que Brbara acompaara a su joven marido fue que las atenciones de ste para con ella seran tantas, naturalmente, que impediran que dedicara celosamente cada hora de su tiempo a ver y aprender: un argumento de sabia previsin, e irrefutable. Se sealaron das concretos para cartearse, Brbara y su Edmond intercambiaron los ltimos besos en la puerta, y la silla de posta pas rpidamente por debajo de los arcos de la entrada y desapareci por la calzada. Edmond le escribi a Brbara desde Le Havre en cuanto lleg a este puerto cosa que no sucedi hasta siete das despus de su partida, a causa de los vientos adversos; le escribi desde Rouen, y desde Pars; le cont cmo haba visto al rey y la corte de Versalles, y le describi los maravillosos espejos y mrmoles de aquel palacio; despus le escribi desde Lyon; luego, tras un largo intervalo (en comparacin con los anteriores), desde Turn, narrndole sus espeluznantes aventuras al cruzar sobre muas el monte Cenis y cmo les haba sorprendido una impresionante nevada, que haba estado a punto de significar el fin para l, para su preceptor y para los guas. Despus escribi con ardor desde Italia; y Brbara pudo ver, mes tras mes, reflejado en sus cartas, cmo se iba desarrollando la personalidad de su marido; y sinti una gran admiracin por la sabidura de su padre, que haba sugerido que Edmond recibiera toda aquella educacin. Pero a veces suspiraba no pudiendo ver ya a su marido, cuya apostura la reafirmaba en su eleccin, y, tmidamente, se permita temer las mortificaciones que podan aguardarle por culpa de esta msalliance. Sala muy poco: pues en las dos o tres ocasiones en que se haba dejado ver por antiguos amigos haba advertido una clara diferencia en su comportamiento, como si estuvieran diciendo.

Ah, la esposa del feliz patn; os han cogido!

Las cartas de Edmond eran tan afectuosas como siempre; ms afectuosas incluso, pasado cierto tiempo, que las que ella le mandaba. Brbara observaba este progresivo enfriamiento de su corazn; y, como era una dama bondadosa y honesta, estaba aterrada y apenada, pues su nico deseo era conducirse con lealtad y rectitud. Esto la turbaba tanto que rezaba pidiendo un alma ms fogosa, y, finalmente, le escribi a su marido para rogarle que, ya que se encontraba en el pas del arte, le enviara un retrato suyo, tan pequeo que pudiera mirarlo todos los das y durante todo el da para as no olvidarse ni por un instante de sus facciones.

A Willowes le pareci muy buena idea, y respondi diciendo que hara ms de lo que ella deseaba: haba entablado amistad con un escultor de Pisa que estaba muy interesado por l y su historia; y le haba encargado a este artista que le hiciera un busto de mrmol; cuando estuviera terminado se lo enviara a Brbara. Lo que Brbara haba querido era algo inmediato; pero no puso objeciones a la demora; y en su siguiente misiva Edmond dijo que el escultor, por deseo propio, haba decidido convertir el busto en una estatua de cuerpo entero, pues estaba francamente deseoso de introducir una muestra de su talento en el mbito de la aristocracia inglesa. La obra progresaba rpidamente.

Mientras tanto, en Inglaterra, la atencin de Brbara empezaba a verse reclamada por Yewsholt Lodge, la casa que su bondadoso padre estaba preparando para que ella viviera all cuando regresara su marido. Era un pequeo lugar diseado como si fuera uno grande: una casita de campo construida en forma de mansin, con un largo corredor de madera en torno a un vestbulo central y habitaciones no ms grandes que roperos para justificar tal prembulo. Estaba emplazada sobre un cerro tan solitario y rodeada por rboles tan densos que los pjaros que vivan en las ramas cantaban a extraas horas, casi como si no pudieran distinguir el da de la noche. Brbara, mientras avanzaban las reparaciones, visitaba esta morada con frecuencia. Aunque tan oculta por la densa vegetacin, estaba cerca del camino real, y un da, al mirar por encima del seto, Brbara vio pasar a caballo a lord Uplandtowers. l la salud cortsmente, aunque con cierta rigidez incontrolable, y no se detuvo. Brbara volvi a casa y sigui rezando para no dejar nunca de querer a su marido. Pocos despus se puso enferma, y no volvi a salir de su casa en bastante tiempo.

El ao que haba de durar la educacin de Willowes se haba prolongado hasta catorce meses, y la casa estaba ya lista para que Edmond, a su regreso, la ocupara en compaa de Brbara cuando, en vez de la acostumbrada carta para ella, lleg una, escrita por el ya mencionado preceptor, para sir John Grebe. En ella le informaba de una terrible catstrofe que les haba acaecido en Venecia. El seor Willowes y l haban ido una noche al teatro, durante el carnaval de la semana anterior, para conocer la comedia italiana cuando, debido a la negligencia de un despabilador, el teatro se haba incendiado y ardido hasta los cimientos. Pocas personas haban perdido la vida gracias a los esfuerzos sobrehumanos de algunos espectadores por sacar del local a las vctimas que haban perdido el conocimiento; y, de entre todos ellos, el que haba arriesgado la vida de manera ms heroica era el seor Willowes. Al entrar por quinta vez para salvar a sus semejantes, varias vigas llameantes haban cado sobre l y se le haba dado por muerto. Sin embargo, por una bendicin de la providencia, se haba recuperado y an viva, aunque estaba terriblemente quemado; y, casi por un milagro, era probable que sobreviviera, pues su constitucin era excepcionalmente fuerte. Por supuesto, no poda escribir, pero estaba siendo atendido por varios cirujanos expertos. Les llegaran ms noticias con el siguiente correo o con algn mensaje que les sera entregado en mano.

El preceptor no daba detalles acerca de los sufrimientos del pobre Willowes, pero tan pronto como se le transmiti la noticia a Brbara ella comprendi que tenan que haber sido muy intensos, y su inmediata reaccin fue la de correr a su lado. Pero, pensndolo bien, era prcticamente imposible que ella hiciera el viaje. Su salud no era, ni de lejos, lo que haba sido, y viajar en posta por Europa en aquella poca del ao, o bien atravesar el Golfo de Vizcaya en barco, era una empresa que difcilmente se podra justificar por los resultados. Pero ella estaba impaciente por ir, hasta que, al leer el final de la carta, descubri que el preceptor de su marido insinuaba claramente que dar un paso as en el caso de que se les ocurriera la posibilidad de hacerlo sera contraproducente, y agregaba que los cirujanos opinaban lo mismo. Y aunque el compaero de Willowes procuraba no dar muchas explicaciones acerca de las razones que le impulsaban a pensar as, stas se desprendan con bastante claridad de lo que vena a continuacin.

La verdad era que las peores heridas que el fuego le haba producido estaban en la cabeza y en el rostro de Edmond aquel hermoso rostro que haba conquistado el corazn de Brbara, y tanto el preceptor como los cirujanos saban que, siendo Brbara una joven muy sensible, la impresin de verle antes de que las heridas hubiesen cicatrizado le causara a ella ms dolor que felicidad a l los cuidados de su mujer. Lady Grebe solt lo que Sir John y Brbara haban pensado, pero por delicadeza no haban expresado.

Claro, es muy duro para ti, pobre Brbara, que el nico don que posea para justificar tu irreflexiva eleccin (sus esplndidos atractivos) le sea as arrebatado, dejndote a los ojos del mundo sin excusa posible para tu conducta... En fin, ojal te hubieras casado con el otro! Ojal! y la dama dej escapar un suspiro.

Pronto estar bien de nuevo dijo el padre con dulzura.

No se hacan con frecuencia comentarios como los anteriores; pero eran lo bastante frecuentes como para producir en Brbara una incmoda sensacin de haber hecho el ridculo. Decidi no volver a orles; y como la casa de Yewsholt estaba ya lista y amueblada, se retir all con sus doncellas. Por primera vez se podra sentir seora de una casa, de un hogar que sera exclusivamente de ella y cuando viniera de su marido. Tras largas semanas, Willowes se encontr lo suficientemente recuperado como para poder escribir de su puo y letra, y lenta y suavemente fue aclarndole a Brbara cul era la extensin total de sus heridas. Era un consuelo deca no haber perdido la vista del todo; se senta lleno de gratitud al decir que todava conservaba la entera visin de un ojo, aunque el otro ya nunca vera ms que las tinieblas. La considerada manera de dar detalles acerca de su estado le deca a Brbara cuan aterradora tena que haber sido la experiencia. l le agradeca su aseveracin de que nada podra hacer cambiar sus sentimientos; pero tema que ella no se diera verdadera cuenta de que l estaba tan tristemente desfigurado que era muy dudoso que ella pudiera reconocerle. No obstante, a pesar de todo, el corazn de Edmond era tan fiel a Brbara como siempre lo haba sido.

Brbara vea por su angustia cunto haba pasado. Le respondi que ella se someta a los decretos del destino y que le dara la bienvenida, fuera cual fuese su aspecto, en cuanto pudiera venir. Le habl del bonito refugio que ahora, a la espera de que los dos juntos lo ocuparan, era su morada; y no le lvelo lo mucho que haba sufrido con la noticia de que todos sus atractivos haban desaparecido. Menos an le dijo que senta una cierta extraeza mientras le aguardaba: las semanas que haban vivido juntos le parecan muy cortas en comparacin con su larga ausencia. El tiempo pas con lentitud, y lleg el momento en que Willowes se encontr lo suficientemente bien como para volver a casa. Desembarc en Southampton, y desde all fue en posta hasta Yewsholt. Brbara decidi salir a recibirle a la altura de la Posada Lornton el lugar que haba entre el bosque y el coto, donde Edmond haba esperado la llegada de la noche el da de su fuga. Brbara fue hasta all a la hora sealada en un cabriol que le haba regalado su padre por su cumpleaos para que lo utilizara ella especialmente en su nueva casa; al llegar a la posada lo hizo regresar desde all, pues el plan que haban convenido era que ella hara el viaje de vuelta con su marido en el coche de alquiler que l traera.

Esta taberna de la carretera no era un lugar muy adecuado para una dama; pero como era a principios de verano y haca muy buena tarde, a Brbara no le importaba; esper fuera, paseando de un lado a otro y vigilando la carretera con atencin, esforzndose por divisar el ansiado vehculo. Pero cada nube de polvo que se agrandaba en la lejana y se acercaba resultaba ser cualquier otro carruaje, excepto la silla de posta de Edmond. Brbara permaneci all hasta que pasaron dos horas de la cita, y entonces empez a temer que, por culpa de algn viento adverso en el Canal, Edmond no llegara aquella noche. Mientras aguardaba era consciente de un curioso desasosiego que no era exactamente ansiedad y que tampoco llegaba a ser miedo; su estado de tensin y de incertidumbre rayaba tanto en la desilusin como en el alivio. Haba vivido durante seis o siete semanas con un marido imperfectamente educado, pero atractivo, al que ahora llevaba sin ver diecisiete meses y que fsicamente haba cambiado tanto que estaba segura de no poder apenas reconocerle. Podemos, pues, extraarnos de su complejo estado mental?

Pero el inmediato problema que se le planteaba era cmo marcharse de la Posada Lornton, pues su situacin se estaba haciendo embarazosa. Como demasiadas de las acciones de Brbara, aquella excursin haba sido emprendida sin mucha reflexin previa. Con la idea de que no tendra que esperar la llegada de la silla de posta de su marido ms que unos minutos y de que volvera ella con Edmond, no haba vacilado en hacer regresar su pequeo cabriol, quedndose as aislada. Se encontraba ahora con que, siendo tan conocida en aquella vecindad, su excursin para recibir a su marido, ausente durante tanto tiempo, estaba despertando gran inters. Era consciente de que ms ojos de los que ella misma poda ver la observaban desde las ventanas. Brbara haba tomado la decisin de alquilar cualquier tipo de transporte que le pudieran proporcionar en la taberna para volver a casa cuando, al mirar por ltima vez hacia el horizonte de la ya oscurecida carretera, divis una nube de polvo ms, que se acercaba. Esper; una carroza ascenda en direccin a la posada, y habra pasado sin detenerse de no haber visto su ocupante a Brbara, de pie, expectante. Los caballos se vieron trenados al instante.

Vos aqu, y sola, querida seora Willowes? dijo Lord Uplandtowers, a quien perteneca la carroza.

Brbara le explic por qu se hallaba en tan desolada situacin, y como Uplandtowers llevaba la direccin de la casa de la joven, sta acept ocupar el asiento que el conde le ofreca a su lado. Al principio la conversacin result embarazosa y fue fragmentaria; pero cuando hubieron recorrido una o dos millas ella se sorprendi de verse a s misma hablando animada y clidamente con l: su impulsividad no era sino la consecuencia natural de la existencia que haba llevado ltimamente existencia un tanto sombra por culpa de aquella extraa boda que haba hecho; y no hay nada ms indiscreto que la charla espontnea e impremeditada de una mujer que lleva mucho tiempo obligndose a seguir una poltica de reserva. En consecuencia, su ingenuo corazn dio un salto hasta su garganta y permiti que, en respuesta a las tanteadoras preguntas de Lord Uplandtowers o, ms bien, a sus insinuaciones, sus problemas trascendieran. Lord Uplandtowers la llev hasta la misma puerta de Yewsholt Lodge, y Brbara, mientras l la ayudaba a descender, oy salir de los labios del conde un susurro de severo reproche:

Nada habra sido as si vos me hubieseis hecho caso!

Ella no contest y entr en la casa. All, mientras la tarde iba consumindose, Brbara fue lamentando ms y ms, por momentos, haberse mostrado tan amistosa con el conde de Uplandtowers. Pero haba aparecido tan inesperadamente!; de haber previsto el encuentro con l, qu lnea de conducta tan cuidadosa se habra trazado ella! Brbara empez a transpirar con desasosiego al pensar en su falta de discrecin y, a manera de autocastigo, decidi esperar levantada hasta la medianoche, por si acaso Edmond llegaba; orden que se sirviera cena para l, improbable como era que apareciera hasta el da siguiente.

Las horas pasaron, y el silencio era absoluto en el interior y en los alrededores de Yewsholt Lodge, excepto por el murmullo de los rboles, hasta que, cerca ya de las doce, Brbara oy un ruido de cascos y ruedas acercndose a la puerta. Sabiendo que solamente podra ser su marido, fue inmediatamente al vestbulo con el fin de recibirle. Sin embargo, mientras esperaba all, tena una incierta sensacin de flaqueza: tantos eran los cambios desde que se haban separado! Y, a causa de su fortuito encuentro con Lord Uplandtowers, la voz y la imagen del conde permanecan an en su interior, excluyendo a Edmond, su marido, del crculo ms ntimo de sus recuerdos. Pero Brbara se lleg hasta la puerta, y, un momento despus, una figura, de la que ella conoca el contorno, pero poco ms, entr en la casa. Su marido iba ataviado con una amplia capa negra y un sombrero de ala cada; su aspecto era, totalmente, el de un extranjero, y no el del joven burgus ingls que se haba marchado de su lado. Dio unos pasos al frente hasta quedar iluminado por la luz de la lmpara, y entonces Brbara advirti con sorpresa, y casi con espanto, que llevaba una mscara. No se haba dado cuenta al principio, pues no haba nada en el color de la careta que indujera a un observador casual a pensar que estaba viendo otra cosa que no fuera un rostro de verdad.

Edmond deba haber visto su gesto de consternacin ante lo inesperado de la aparicin, porque dijo apresuradamente:

No tena intencin de presentarme as ante vos..., pens que estarais en la cama. Qu buena sois, querida Brbara! la rode con un brazo, pero no trat de besarla.

Oh, Edmond! Sois vos?... S, tenis que ser, verdad? dijo ella retorcindose las manos; porque aunque la figura y los movimientos de Edmond bastaban casi para probarlo, y la voz no era distinta de su antigua voz, la manera de hablar haba cambiado tanto que pareca la de un forastero.

Voy as cubierto para esconderme de las miradas curiosas de los criados de la posada y dems dijo Edmond en voz baja. Voy a hacer volver al carruaje y me reunir con vos dentro de un instante.

Vens solo?

Completamente. Mi acompaante se qued en Southampton.

Las ruedas de la silla de posta se alejaron en el momento en que ella entr en el comedor, donde estaba servida la cena; y unos segundos despus Edmond volvi a reunirse con ella all. Se haba quitado la capa y el sombrero, pero an conservaba la mscara; y Brbara pudo ver ahora que era especial, de alguna tela flexible parecida a la seda y coloreada a fin de que pareciese carne; obviamente, estaba unida, al cabello de encima de la frente y, por otra parte, la confeccin era sumamente habilidosa.

Brbara..., parecis enferma dijo Willowes quitndose un guante y cogindola de una mano.

S..., he estado enferma dijo ella.

Es nuestra esta casa tan bonita?

Oh..., s. Ella apenas era consciente de las palabras que pronunciaba, pues la mano que l haba desenguantado para coger la suya estaba deformada, y uno o dos dedos le faltaban; al mismo tiempo. Brbara discerna, a travs de la mscara, el destello de un solo ojo.

Dara cualquier cosa por besaros, querida ma, en este mismo instante! prosigui l, con entristecido apasionamiento. Pero no puedo... con este antifaz. Los criados se habrn acostado ya, supongo.

S contest ella. Pero puedo llamarlos. Queris cenar algo?

Edmond dijo que tomara algo, pero que no haca falta llamar a nadie a tales horas. As, pues, fueron hacia la mesa y se sentaron el uno enfrente del otro. A pesar de que Brbara se hallaba en un estado de verdadero pnico, no pudo por menos de darse cuenta de que su marido estaba temblando como si tuviera tanto miedo como ella o ms de la impresin que estaba causando o a punto de causar. Se acerc a Brbara y la cogi otra vez de la mano.

Me hicieron esta mscara en Venecia empez, con evidente azoramiento. Mi querida Brbara..., mi queridsima esposa..., creis que os importar mucho cuando me la quite? No os producir repugnancia, verdad?

Oh, Edmond, pues claro que no me importar dijo ella. Lo que os ha sucedido es nuestra desgracia; pero estoy preparada para ello.

Estis segura de estar preparada?

Oh, s! Sois mi marido.

Realmente tenis la absoluta certeza de que nada exterior os podr afectar? volvi a preguntar l con una voz temblorosa, a causa de la excitacin.

Creo que... s, absolutamente respondi Brbara dbilmente.

l inclin la cabeza.

Espero..., espero que as sea susurr.

Durante el silencio que sigui, el tic-tac del reloj del vestbulo pareci hacerse ms fuerte; y Edmond se apart un poco para quitarse la mscara. Brbara aguardaba, sin respirar, el trmino de la operacin que era algo lenta y complicada, observndole un momento, desviando la mirada al siguiente; y cuando l hubo acabado, ella cerr los ojos ante el espeluznante espectculo que se le ofreci. Un rpido escalofro de terror haba recorrido su cuerpo; pero, aunque estaba horrorizada, se oblig a s misma a mirarle de nuevo, ahogando el grito que naturalmente habran dejado escapar sus empalidecidos labios. Incapaz de seguir mirndole. Brbara se dej caer al suelo, cerca de la silla, tapndose los ojos.

No podis mirarme! gimi Edmond con desesperacin. Soy una cosa tan horrible que ni

siquiera vos lo podis soportar! Lo saba; pero conservaba la esperanza de que no fuese as. Oh, ste es un amargo destino... Maldita sea la habilidad de aquellos mdicos venecianos que me salvaron la vida!... Miradme, Brbara prosigui, suplicante; miradme bien; decid que me odiis, si es que me odiis, y... dejmoslo todo claro entre nosotros de una vez y para siempre!

La desdichada esposa hizo un desesperado esfuerzo por controlarse. Era su Edmond; no le haba hecho ningn mal; haba sufrido. Una momentnea devocin por l la ayud y, levantando la vista como se le haba implorado, mir aquel despojo humano, aquel corch, por segunda vez. Pero la visin era demasiado horrible. De nuevo, involuntariamente, apart la mirada y se estremeci.

Creis que podris acostumbraros a esto? dijo. S o no! Podris soportar cerca de vos esta carne de osario? Juzgad por vos misma, Brbara. Vuestro Adonis, vuestro incomparable marido, se ha convertido en esto!

La pobre mujer estaba junto a l inmvil, excepto por el continuo parpadeo de sus ojos. Todos sus naturales sentimientos de afecto y compasin le haban sido arrebatados por una especie de pnico; tena, exactamente, la misma sensacin de debilidad y horror que habra tenido en presencia de un aparecido. De ningn modo poda hacerse a la idea de que aquello era el elegido de su corazn: el hombre que haba amado; se haba metamorfoseado hasta convertirse en un ejemplar de otra especie.

No es odio le dijo Brbara temblando. Pero estoy tan horrorizada, tan impresionada! Dejad que me recupere. Queris cenar ahora? Y mientras lo hacis, me dais vuestro permiso para que vaya a mi habitacin y... trate de volver a sentir lo que antes senta por vos? Lo intentar, si puedo estar a solas un rato. S, lo intentar!

Sin aguardar su respuesta, y manteniendo cuidadosamente apartada la mirada, la aterrorizada mujer se arrastr hasta la puerta y sali de la habitacin. Oy que l se sentaba a la mesa, como si fuera a empezar a cenar, aunque bien sabe Dios cuan escaso era su apetito tras aquel recibimiento, que haba confirmado sus peores suposiciones. Brbara subi las escaleras y, al llegar a su dormitorio, se dej caer encima de la cama y hundi el rostro en la colcha. Permaneci as durante algn tiempo. La alcoba estaba justo encima del comedor, y poco despus, al ponerse de rodillas. Brbara oy que Willowes apartaba una silla de un empelln y se levantaba para, acto seguido, ir al vestbulo. Antes de que hubieran transcurrido cinco minutos aquella figura subira probablemente las escaleras y se enfrentara de nuevo a ella; aquello..., aquella nueva y espantosa forma, que no era la de su marido. En la soledad de la noche, sin doncella ni amiga a su lado, perdi el dominio de s misma y, al or la primera pisada de Edmond en las escaleras, tras ponerse una capa tan slo, huy de la habitacin, atraves corriendo el pasillo hasta llegar a la escalera posterior, baj por ella y, abriendo la cerradura de la puerta trasera, sali al exterior. Casi no se dio cuenta de lo que haba hecho hasta que se encontr en el invernadero, agazapada junto a un mueble florero.

All se qued, con sus grandes y tmidos ojos esforzndose por ver, a travs del cristal, el jardn que haba fuera, y con las faldas recogidas por temor a los ratones campestres que a veces se refugiaban en aquel lugar. A cada momento tena miedo de or unos pasos, que, en teora, debera haber deseado or, y una voz que debera haber sido msica para sus odos. Pero Edmond Willowes no apareci. Las noches ya se estaban haciendo ms cortas en aquella poca, y pronto el alba se present con los primeros rayos del sol. De da tuvo menos miedo que en la oscuridad. Pens que podra ver a Edmond y acostumbrarse a su visin. Por consiguiente, la sufrida joven descorri el cerrojo de la puerta del invernadero y regres por el mismo camino por el que haba salido unas horas antes. Su pobre marido estara seguramente en la cama y dormido, pues el viaje haba sido largo; de modo que Brbara hizo el menor ruido posible al entrar. La casa estaba exactamente igual que como la haba dejado, y busc con la mirada, por el vestbulo, la capa y el sombrero de Edmond, pero no los pudo ver; y tampoco su pequeo bal, lo nico que haba trado consigo, pues haba dejado en Southampton el equipaje ms pesado para que se lo llevaran en el coche regular. Hizo acopio de valor para subir las escaleras; la puerta de su dormitorio estaba abierta, tal y como la haba dejado ella. Llena de temor, mir a su alrededor; la cama estaba sin deshacer. Tal vez se hubiera echado en el sof del comedor. Baj y entr; no estaba all. Sobre la mesa, junto a su plato (intacto), haba una nota, escrita apresuradamente en la hoja de un cuadernillo. Deca algo como lo que sigue:

A mi eternamente querida esposa:

Ya prevea, como algo ms que posible, el efecto que mi repugnante aspecto os ha causado. Tonto de m, an albergaba una pequea esperanza de que no fuera as. Era consciente de que ningn amor humano podra sobrevivir a tal catstrofe. Confieso que pens que el vuestro era divino; pero despus de una ausencia tan prolongada no poda quedar ya el calor necesario para sobreponerse al primer sentimiento, demasiado natural, de aversin. Era un experimento, y ha fracasado. No os culpo; tal vez, incluso, sea mejor as. Adis. Me voy de Inglaterra y estar fuera durante un ao. Me veris otra vez cuando ese tiempo haya expirado, si an estoy con vida. Entonces podr saber cules son vuestros verdaderos sentimientos; y si me son adversos, me marchar para no volver jams.

E. W.

Al recobrarse de su sorpresa, los remordimientos de Brbara eran tan fuertes que se sinti absolutamente imperdonable. Debera haberle considerado como un ser afligido, y no haber sido esclava, tan slo, del sentido de la vista, como una nia. Su primer pensamiento fue seguirle y suplicarle que regresara. Pero, al hacer averiguaciones, se encontr con que nadie le haba visto; haba desaparecido silenciosamente. An ms imposible era deshacer la escena de la noche anterior. Su terror haba sido demasiado evidente, y l era un hombre al que probablemente los esfuerzos de Brbara por cumplir con su deber no convenceran de regresar. Brbara fue a casa de sus padres y les hizo una confesin completa de cuanto haba sucedido; y estos sucesos, en efecto, pronto fueron sabidos por ms personas que las de su propia familia.

El ao pas, y Edmond no volvi; y se dudaba de que estuviera vivo. El arrepentimiento de Brbara por su invencible repugnancia era ahora tal que lo nico que deseaba era construir alguna capilla lateral en la iglesia o erigir algn monumento y dedicarse a hacer obras de caridad hasta el fin de sus das. Con estas intenciones se dirigi al excelente prroco ante el cual se sentaba todos los domingos, a una distancia vertical de unos doce pies. Pero lo nico que ste pudo hacer fue ajustarse la peluca y darle golpecitos a su caja de rap, pues el estado de la religin era tan tibio en aquellos tiempos que en ningn lugar de la vecindad se requera una sola capilla, aguja, prtico, ventanal lateral, tabla con los diez mandamientos, escudo con el len y el unicornio o candelabro de bronce que pudiera servir de ofrenda votiva a algn alma atormentada (contrastando en gran manera el siglo pasado, en este aspecto, con los tiempos felices en que vivimos, en los que con el correo de cada maana llegan pilas de urgentes peticiones de contribuciones de tales objetos, y en los que se ha conseguido que casi todas las iglesias tengan el aspecto de nuevos y relucientes peniques). Como la pobre dama no pudo tranquilizar su conciencia de esta manera, decidi al menos ser caritativa, y pronto tuvo la satisfaccin de encontrar su porche todas las maanas atestado de los vagabundos ms harapientos, viles, borrachos, hipcritas y despreciables de la cristiandad.

Pero el corazn humano es tan propenso al cambio como las hojas de la enredadera de un muro y, con el paso del tiempo, al no saber nada de su marido. Brbara lleg a ser capaz de permanecer sentada sin inmutarse mientras su madre y sus amigas decan, de forma que ella poda orlo:

Bueno, es lo mejor que poda haber pasado.

Brbara empez a pensar lo mismo, porque ni siquiera ahora poda traer a su memoria aquella forma podada y mutilada sin sentir un escalofro, a pesar de que, cada vez que su imaginacin volaba hasta los primeros das de su matrimonio y hasta el hombre que haba estado entonces junto a ella, un estremecimiento lleno de ternura que, de haberse agudizado por la presencia viva de Edmond, podra haberse hecho muy fuerte, la haca vibrar de emocin. Brbara era joven e inexperta, y cuando se haba producido el tardo regreso de Edmond ella apenas s acababa de dejar atrs las caprichosas fantasas de la adolescencia femenina. Pero l no volvi, y cuando Brbara pensaba en la promesa que Edmond haba hecho de volver una vez ms si viva para ello, y en lo improbable que era que la hubiese quebrantado, le daba por muerto. Lo mismo hicieron sus padres; lo mismo, tambin, hizo otra persona: aquel hombre silencioso, de carcter irresistiblemente incisivo, de semblante tranquilo, que estaba tan alerta como siete centinelas cuando pareca estar tan profundamente dormido como las estatuas de su panten familiar. Lord Uplandtowers, que an no haba cumplido los treinta aos, se haba redo entre dientes como un custico carcamal de sesenta al enterarse del terror y de la huida de Brbara a la vuelta de su marido y de la sbita marcha de este ltimo. Estaba absolutamente seguro, sin embargo, de que Willowes, a pesar de sus heridos sentimientos, habra reaparecido para reclamar sus posesiones de refulgentes ojos de haber estado vivo al trmino de los doce meses.

Como no haba un marido que viviera con ella, Brbara haba abandonado la casa que su padre haba preparado para ellos, y de nuevo se haba instalado en Chene Manor, como en los das de su adolescencia. Poco a poco el episodio con Edmond Willowes lleg a parecer, ms que otra cosa, un sueo febril, y, al tiempo que los meses se convertan en aos, la amistad de Lord Uplandtowers con los habitantes de Chene que se haba enfriado bastante a raz de la fuga de Brbara se reaviv considerablemente, y l volvi a ser un asiduo visitante de aquella casa. No poda hacer la ms trivial alteracin o mejora en Knollingwood Hall, donde viva, sin antes cabalgar hasta Chene para consultarlo con su amigo Sir John; y as, colocndose con frecuencia ante los ojos de Brbara, consigui que ella llegara a acostumbrarse a su persona y hablara con l con tanta libertad como con un hermano. Brbara empez, incluso, a considerarle, con admiracin, una persona de autoridad, buen juicio y prudencia; y aunque su severidad en los tribunales para con los cazadores furtivos, los contrabandistas y los rateros era una cuestin de pblica notoriedad, ella confiaba en que mucho de lo que se deca pudiera ser una simple tergiversacin.

As siguieron viviendo hasta que la ausencia del marido lleg a ser de aos y ya no pudo caber duda alguna acerca de su muerte. A Lord Uplandtowers ya no le pareci fuera de lugar el renovar sus pretensiones de manera desapasionada. Brbara no le amaba, pero la suya era esencialmente una de esas naturalezas de guisante de olor o de enredadera que necesitan de una rama de fibra ms resistente que la suya para colgarse de ella y florecer. Ahora, adems, era mayor y admita en su interior que un hombre cuyo tatarabuelo haba ensartado a decenas y decenas de sarracenos luchando por el lugar del Santo Sepulcro era un marido ms apetecible, hablando socialmente, que uno que slo poda presumir de saber con certeza que su padre y su abuelo haban sido burgueses respetables. Sir John aprovech la ocasin para comunicarle que poda considerarse legalmente viuda; y Lord Uplandtowers, en resumen, se sali con la suya y Brbara se cas con l. Sin embargo, el conde nunca pudo lograr que ella reconociera que le quera como haba querido a Willowes. En mi infancia conoc a una anciana dama cuya madre haba presenciado la boda, y deca que Lord y Lady Uplandtowers salieron por la tarde de la casa del padre de Brbara; lo hicieron en un coche de cuatro caballos, y mi dama iba vestida de verde y plateado, y que llevaba el sombrero y la pluma ms llamativos que jams se vieron; aunque, fuera porque el verde no le sentaba bien al color de su tez; fuera por alguna otra razn, el caso es que la condesa estaba plida y todo lo contrario de radiante. Despus de la boda su marido la llev a Londres, y Brbara disfrut de las diversiones de una temporada en la capital; luego regresaron a Knollingwood Hall, y as transcurri un ao.

Antes de la boda, al marido haba parecido importarle muy poco la incapacidad de Brbara para amarle apasionadamente.

Dejad que os conquiste le haba dicho Lord Uplandtowers, y yo me someter a todo eso.

Pero ahora la falta de calor de Brbara pareca irritarle, y l se comportaba con ella con un resentimiento tal que la condesa se vea obligada a pasar muchas horas con l en doloroso silencio. El presunto heredero del ttulo era un pariente lejano, a quien Lord Uplandtowers profesaba la misma antipata que profesaba a tantas otras personas y cosas, y el conde estaba decidido a tener un sucesor directo. Le echaba a Brbara toda la culpa de que no hubiera ningn indicio de ello, y le preguntaba para qu serva.

Un da concreto de su triste da, una carta, dirigida a la seora Willowes, lleg a manos de Lady Uplandtowers desde un lugar inesperado. Un escultor de Pisa, que no saba nada de su segundo matrimonio, le comunicaba que la durante tanto tiempo demorada estatua de tamao natural del seor Willowes (el cual, al irse de esta ciudad, le haba encargado que guardara la obra hasta que l enviara por ella) se hallaba todava en su estudio. Puesto que no se le haba pagado enteramente su trabajo, y la estatua estaba ocupando un sitio que l necesitaba, se alegrara de poder saldar la deuda definitivamente y de que se le dieran las instrucciones pertinentes para enviar la figura. Al llegar esta carta en un momento en el que la condesa, a causa de su creciente distanciamiento del conde, estaba empezando a tener pequeos secretos (de ndole inofensiva, tambin es verdad) para su marido, Brbara contest al escultor sin decirle una palabra a Lord Uplandtowers, envindole el resto del dinero que se le deba y dicindole que le mandara la estatua a ella sin ms dilacin.

Pasaron algunas semanas antes de que la obra llegara a Knollingwood Hall, y, por curiosa coincidencia, Brbara recibi, durante este intervalo, las primeras noticias absolutamente concluyentes sobre la muerte de Edmond. Esta haba tenido lugar aos antes, en suelo extranjero, unos meses despus de la separacin de ambos, y haba sido causada por los subimientos que ya haba padecido y que, unidos a una enorme depresin, haban permitido que Edmond sucumbiera a una leve enfermedad. La noticia le fue dada a travs de una carta breve y formal escrita por un pariente de Willowes que viva en otra zona de Inglaterra. El pesar de Brbara tom la forma de una apasionada compasin por las desventuras de Edmond y de un duro autorreproche por no haber sido en ningn momento capaz de imponerse, recordando lo que la naturaleza haba hecho de l en un principio, a la aversin que le haba producido la ltima imagen de Edmond. La triste visin que ya haba abandonado la tierra no haba sido nunca para ella, en absoluto, su Edmond. Ojal hubiera podido encontrarse con l tal y como haba sido al principio! As pensaba Brbara. Tan slo unos pocos das despus de esto, Brbara y su marido, mientras desayunaban, vieron que un carromato tirado por dos caballos, con una inmensa caja de embalaje en su interior, se desviaba de la carretera y se diriga hacia la parte trasera de la casa; y, al cabo de un rato, se les comunic que haba llegado, para la seora, una caja con un letrero que deca: Escultura.

Qu podr ser? dijo Lord Uplandtowers.

Es la estatua del pobre Edmond, que ahora me pertenece a m, aunque nunca la haban enviado; hasta ahora contest ella.

Dnde vais a ponerla? pregunt l.

An no lo he decidido dijo la condesa. En cualquier lado, donde no os moleste.

Oh, no me molesta dijo l.

Cuando el envo estuvo ya desembalado, los dos fueron a verlo a una habitacin de la parte trasera de la casa. La estatua era una figura de cuerpo entero, esculpida en el ms puro mrmol de Carrara, que representaba a Edmond Willowes en toda su belleza original, tal y como era al separarse de Brbara para emprender sus viajes; un ejemplar de hombre casi perfecto en todos sus rasgos y formas. La obra haba sido llevada a cabo con absoluta fidelidad.

Febo/Apolo, sin duda dijo el conde de Uplandtowers, que nunca haba visto a Willowes, en persona o en retrato, hasta ahora.

Brbara no le oy. Estaba de pie, en una especie de trance, ante su primer marido, como si no tuviese conciencia de que su otro marido estaba a su lado. Las mutiladas facciones de Willowes haban desaparecido de su imaginacin; aquel ser perfecto era realmente el hombre que ella haba amado, y no aquella figura posterior, digna de compasin; en esta ltima, la ternura y la verdad deberan haber visto siempre la otra imagen, pero no lo haban hecho. No despert hasta que Lord Uplandtowers dijo con aspereza:

Vais a pasaros aqu toda la maana adorndole?

El marido de Brbara no haba tenido hasta ahora la menor sospecha de que Edmond Willowes hubiera sido as originalmente, y pens cuan profundos habran sido sus celos unos aos antes de haber conocido a Willowes. Al volver a Knollingwood Hall por la tarde, encontr a su mujer en el pasillo, hasta donde haba sido llevada la estatua. Brbara estaba delante de ella, embelesada como por la maana.

Qu estis haciendo? le pregunt l.

Ella dio un respingo y se volvi.

Estoy mirando a mi mari..., a mi estatua, para ver si est bien hecha balbuce. Por qu no habra de hacerlo?

No hay ninguna rozn para que no lo hagis dijo l. Qu vais a hacer con el monstruito? No puede estar siempre aqu.

No quiero que se quede aqu dijo ella. Ya le encontrar un sitio.

En su tocador haba una especie de nicho o concavidad bastante profundo, y, a la semana siguiente, aprovechando que el conde estuvo fuera de casa durante unos das, Brbara contrat a unos ensambladores de la aldea y les hizo tapar el nicho con una puerta artesonada. Hizo que colocaran la estatua en el tabernculo as formado y cerr la puerta con un candado, cuya llave se guard en un bolsillo. Cuando su marido volvi, ech en falta la estatua en el pasillo, y, suponiendo que la habran quitado de all por deferencia hacia sus sentimientos, no hizo ningn comentario. Sin embargo, observ en el rostro de su dama, en ciertos momentos, algo que nunca antes haba observado en l. No poda explicrselo; era una especie de xtasis silencioso, de reservada beatitud. No poda adivinar qu haba sido de la estatua y, sintindose cada vez ms curioso, la busc aqu y all hasta que, acordndose de la habitacin particular de Brbara, se encamin hacia este lugar. Despus de llamar oy que se cerraba una puerta y que una llave era echada; pero cuando entr, su mujer estaba sentada, trabajando en lo que en aquella poca se llamaba canutillo. Los ojos de Lord Uplandtowers repararon en la puerta recin pintada que estaba en el lugar que antes haba ocupado el nicho.

Ah, habis hecho obras durante mi ausencia, Brbara dijo distradamente.

S, Uplandtowers.

Por qu habis hecho construir esa puerta de tan mal gusto..., estropeando el precioso arco de la alcoba?

Necesitaba ms armarios, y pens que como este aposento es mo..

Por supuesto respondi l. Lord Uplandtowers saba ahora dnde estaba la estatua del joven Willowes.

Una noche, o ms bien durante las primeras horas de la madrugada, ech en falta a su lado a la condesa. No siendo un hombre de imaginacin calenturienta, se volvi a dormir sin pensar mucho en el asunto, y a la maana siguiente el incidente ya se haba olvidado. Pero unas noches despus se dieron las mismas circunstancias. Esta vez se despert del todo; pero antes de que se hubiera levantado para ir en su busca, ella volvi al dormitorio en bata y con una vela en la mano, que apag al acercarse, creyendo que l estaba dormido. Lord Uplandtowers descubri por su respiracin que Brbara estaba extraamente emocionada; pero tampoco en esta ocasin le revel que la haba visto. Un rato despus, cuando ella ya se haba acostado, fingiendo despertarse, le hizo a su mujer algunas preguntas triviales.

S, Edmond contest ella ausente.

Lord Uplandtowers se convenci de que Brbara tena la costumbre de salir del dormitorio de aquella extraa manera con ms frecuencia de la que l haba observado, y decidi vigilarla. A la noche siguiente fingi estar profundamente dormido, y poco despus de media noche la vio levantarse con cautela y salir de la habitacin a oscuras. El se puso alguna ropa rpidamente y la sigui. Al llegar al otro extremo del pasillo, donde el golpe del pedernal con el eslabn no podra ser odo por una persona que se encontrara en el dormitorio, Brbara encendi una luz. El se meti en una habitacin lateral vaca y permaneci all hasta que ella hubo encendido una pequea vela y hubo entrado en su tocador. Uno o dos minutos despus l la sigui. Al llegar a la puerta del tocador vio abierta la del nicho secreto, y a Brbara en el interior, de pie, con los brazos ceidos estrechamente al cuello de Edmond y con los labios pegados a los de l. El chal que se haba echado sobre sus prendas nocturnas haba resbalado desde sus hombros, y la larga tnica blanca que llevaba, unida a su plido rostro, le confera la equilibrada apariencia de una segunda estatua abrazando a la primera. Brbara, en medio de sus besos, le hablaba en un bajo susurro de infantil ternura:

Mi nico amor..., cmo pude ser tan cruel contigo, tan perfecto..., tan bueno y sincero... Te soy siempre fiel, a pesar de mi aparente infidelidad! Siempre estoy pensando en ti..., soando contigo... durante las largas horas del da y durante las noches que paso en vela! Oh, Edmond, soy siempre tuya!

Palabras como stas, entremezcladas con sollozos, torrentes de lgrimas y cabellos desmelenados, atestiguaban una intensidad en los sentimientos de su mujer que Lord Uplandtowers no haba soado que ella pudiera poseer.

Ja, ja! se dijo. Conque es aqu donde nos evaporamos...; es aqu donde se disuelven mis esperanzas de tener un sucesor del ttulo... Ja, ja! En verdad que tendr que ocuparme de esto!

Lord Uplandtowers era un hombre sutil una vez que se decida a hacer uso de la estrategia, aunque en el presente caso no pens ni una sola vez en la sencilla estratagema de un amor constante. Ni tampoco entr en la habitacin para sorprender a su mujer, como habra hecho un disparatado, sino que regres al dormitorio tan silenciosamente como haba salido. Cuando la condesa volvi, temblorosa por los sollozos y suspiros prodigados, l aparent estar tan profundamente dormido como de costumbre. Al da siguiente inici el contraataque haciendo indagaciones acerca del paradero del preceptor que haba viajado con el primer marido de su mujer; descubri que este caballero era ahora maestro en una escuela de humanidades que no estaba muy lejos de Knollingwood. A la primera oportunidad que se le present, Lord Uplandtowers fue all y consigui tener una entrevista con el mencionado caballero. El maestro de escuela se mostr muy complacido con la visita de un vecino tan influyente y estuvo encantado de poder informar a su seora de cualquier cosa que deseara saber. Despus de conversar un poco, en general, acerca de la escuela y sus progresos, el visitante coment que tena entendido que el maestro haba viajado durante mucho tiempo, en una ocasin, con el desafortunado seor Willowes, y que haba estado junto a l en el momento de producirse el desgraciado accidente. l, Lord Uplandtowers, tena mucho inters en saber qu haba sucedido realmente, y a menudo haba pensado en preguntar. Y entonces el conde no slo escuch de viva voz todo cuanto deseaba saber, sino que, al hacerse ms ntima la charla, el maestro de escuela le hizo en un papel un dibujo de la cabeza desfigurada, explicndole, con la respiracin entrecortada, los diversos pormenores del retrato.

Qu extrao y terrible! dijo Lord Uplandtowers cogiendo el boceto. Sin nariz ni orejas, y casi sin labios!

Un da de aquella misma semana, aprovechando que la condesa se haba ido a hacer una breve visita a sus padres, Lord Uplandtowers hizo venir a Knollingwood Hall a un pobre hombre de la ciudad ms cercana, que combinaba el arte de pintar muestras con habilidosos trabajos manuales. El conde le dio a entender que el asunto para el cual requera su ayuda haba de ser considerado como algo muy privado, y el dinero asegur la observancia de esta recomendacin. Forzaron la cerradura del armario, y el habilidoso artesano y pintor ayudado por el boceto del maestro de escuela, que Lord Uplandtowers le haba entregado empez a trabajar en el rostro, propio de un dios, de la estatua, bajo las indicaciones de mi seor. Lo que el fuego haba mutilado en el original, el cincel lo mutil en la copia. Fue una desfiguracin diablica, realizada sin el menor escrpulo, y result an ms impresionante al ser teida con los colores de la vida, de la vida que Edmond haba llevado despus de la destruccin.

Seis horas despus, cuando el trabajador se hubo marchado, Lord Uplandtowers contempl el resultado, sonri siniestramente y dijo:

Una estatua debe representar a un hombre con el aspecto que ste tuvo en vida, y ste es el aspecto que l tena. Ja, ja! Pero lo he hecho con buenos propsitos, y no por capricho.

Cerr la puerta del armario con una llave maestra y se fue a recoser a la condesa para volver juntos a casa. Aquella noche ella durmi, pero l permaneci despierto. Segn el relato. Brbara, en su sueo, susurraba dulces palabras; y l saba que la imaginacin de su esposa mantena aquella calurosa conversacin con alguien a quien l slo haba desbancado en el nombre. Al terminar el sueo, la condesa de Uplandtowers se despert y se levant, y entonces la representacin de las noches anteriores se repiti. El marido permaneci callado y escuch. El reloj del frontn exterior dio las dos mientras Brbara, dejando entreabierta la puerta del dormitorio, atravesaba el pasillo hasta llegar al otro extremo, donde, como de costumbre, encendi una luz. El silencio era tan profundo que Lord Uplandtowers pudo incluso or, desde la cama, cmo ella soplaba la mecha suavemente, despus de golpear el eslabn, hasta que aquella brill. Brbara se meti en el tocador, y el conde oy o crey or dar vueltas a la llave en la puerta del armario. Un segundo despus un chillido escalofriante y prolongado, procedente de aquella direccin, reson hasta en los rincones ms alejados de la casa. Se oy otro ms y, luego, el ruido de un cuerpo que se desplomaba.

Lord Uplandtowers se tir de la cama. Atraves corriendo el oscuro pasillo hasta la puerta del tocador, que estaba entornada, y vio, gracias a la luz de la vela que haba en el interior, a la pobre y joven condesa tirada en el suelo del armario, inmersa entre los pliegues de su camisn. Al llegar a su lado, comprob con gran alivio pues tema que la cosa hubiera sido peor que slo se haba desmayado. Rpidamente cerr la puerta bajo llave, dejando encerrada a la odiada imagen que haba sido la causante de todo aquel mal, y cogi a su mujer en brazos; unos instantes despus ella abri los ojos. Brbara apret su cara contra la de l sin decir una palabra, y el conde la llev hasta la habitacin, esforzndose por alejar de ella el terror durante el camino, rindose junto a su odo: era una risa curiosamente compuesta de causticidad, predileccin y brutalidad.

Ja, ja, ja! dijo. Asustada, eh, querida? Cuan nia sois! Era slo una broma, de verdad, Brbara..., una broma esplndida! Pero una nia no debe ir a medianoche a buscar en los armarios el fantasma de su querido muerto. Y si lo hace, no debe sorprenderse de que su aspecto la aterrorice, ja, ja, ja!

Cuando Brbara estuvo ya en el dormitorio y hubo recobrado del todo el conocimiento, su marido, a pesar de que sus nervios estaban an muy irritados, le habl con mayor severidad: Ahora, contestadme, seora, lo amis?, eh?

No, no! balbuce ella, estremecindose, con los ojos dilatados y fijos en su marido. Es demasiado horrible! No, no!

Estis segura?

Completamente segura! respondi la pobre y abatida condesa.

Pero su natural elasticidad se reafirm. A la maana siguiente l volvi a preguntarle:

Lo amis ahora?

Ella se sinti acobardada por la penetrante mirada de Lord Uplandtowers, pero no contest.

Por Dios! Eso quiere decir que an lo amis! exclam l.

Quiere decir que no pienso decir algo que no es verdad y que no deseo suscitar la clera de mi marido respondi ella con dignidad.

Entonces, qu os parece si vamos a echarle otra mirada? y, mientras deca esto, cogi inesperadamente a Brbara de la mueca y se volvi como para conducirla hasta el aterrador armario.

No, no! Oh, no! grit ella, y su desesperado forcejeo por zafarse del agarrn de su marido revel que el horror de la noche anterior haba dejado en su delicada alma una huella mayor de la que pretenda aparentar.

Una o dos raciones ms, y estar curada se dijo el conde.

Ahora era ya tan sabido por el resto de la gente de la casa y, por tanto, del dominio pblico que el conde y la condesa no se llevaban bien, que l no se molest excesivamente en disimular sus actos en lo referente a aquel asunto. Durante el da orden que cuatro hombres, con cuerdas y rodillos, se reunieran con l en el tocador. Cuando llegaron all, el armario estaba abierto, y la parte superior de la estatua, enfundada en una lona. Uplandtowers hizo que la llevaran al dormitorio. Lo que sucedi despus es ms o menos fcil de adivinar. La historia, como me la contaron, dice que cuando Lady Uplandtowers se retir aquella noche en compaa de su marido vio, frente a los pies de la pesada cama imperial de madera de roble, un guardarropa oscuro, de gran tamao, que nunca haba estado all antes; pero no pregunt qu significaba su presencia.

He tenido un pequeo antojo explic l cuando estuvieron a oscuras.

S? dijo ella.

Erigir un pequeo santuario, si es que se le puede llamar as.

Un pequeo santuario?

S; para venerar a una persona a la que ambos adoramos por igual..., eh? Os ensear lo que contiene.

Tir de un cordel que colgaba tapado por las cortinas de la cama y las puertas del guardarropa se abrieron lentamente, descubriendo que se haban quitado todos los anaqueles del interior y que ste haba sido acondicionado para albergar a la aterradora figura, que estaba all tal y como haba estado en el tocador, slo que con un vela de cera ardiendo a cada lado para hacer resaltar las deformadas y retorcidas facciones. Brbara se agarr al conde, lanz un grito ahogado y escondi la cabeza entre las sbanas.

Oh, llevoslo de aqu!... Por favor, llevoslo de aqu! implor.

Cada cosa a su tiempo; es decir, cuando me queris ms contest l tranquilamente. Todava no demasiado, verdad?

No lo s..., creo que... Oh, Uplandtowers, tened piedad!...; no puedo soportarlo. Oh, llevoslo, por compasin!

Tonteras; uno llega a acostumbrarse a todo. Echadle otra mirada.

En resumen, el conde dej que las puertas permanecieran abiertas a los pies de la cama y que las velas de cera siguieran ardiendo; y tal era la extraa fascinacin del horrendo espectculo, que una curiosidad morbosa se apoder de la postrada condesa, que, ante la reiterada insistencia de su marido, mir de nuevo por encima de la colcha, se estremeci, se tap los ojos y volvi a mirar, rogndole mientras a Uplandtowers que se llevara la estatua de all si no quera verla enloquecer. Pero l no estaba dispuesto a hacerlo todava, y el guardarropa no fue cerrado hasta el amanecer. La escena se repiti a la noche siguiente. Inflexible en el cumplimiento de sus feroces escarmientos, Lord Uplandtowers prosigui con el tratamiento hasta que los nervios de la pobre dama quedaron absolutamente destrozados por la agona de las eficaces torturas que su seor le infligi a fin de hacer que su descarriado corazn volviera a serle fiel.

A la tercera noche, cuando la escena haba comenzado como de costumbre y ella estaba tumbada, mirando la espantosa alucinacin con inmensos ojos salvajes, Brbara se ech a rer de repente con una carcajada inhumana; se rea ms y ms, mirando fijamente a la imagen, hasta que la risa se convirti, literalmente, en un aullido; entonces hubo un silencio, y el conde descubri que su mujer haba perdido el conocimiento. Pens que se habra desmayado, pero pronto se dio cuenta de que el caso era ms grave: Brbara tena un ataque epilptico. Lord Uplandtowers se levant rpidamente, angustiado por la sensacin de que, como otros muchos personajes sutiles, haba sido demasiado exigente en pro de sus intereses. Aquel amor que l era capaz de sentir aun estando ms cerca de una egosta avidez que de una cariosa devocin revivi al instante. Cerr el guardarropa mediante el sistema de poleas, cogi a Brbara en brazos, la llev cuidadosamente hasta la ventana e hizo cuanto pudo por reanimarla.

La condesa tard mucho en volver en s, y cuando lo hizo, un cambio considerable pareci haberse operado en sus emociones. Rode con sus brazos a su marido y, con entrecortados balbuceos de temor, le bes servilmente muchas veces y, finalmente, se ech a llorar. Nunca lo haba hecho antes durante la escena.

Os lo llevaris de aqu, querido!..., verdad que s? suplic entre sollozos.

Si me amis.

Oh, s..., claro que s!

Y le odiis a l y a su recuerdo?

S..., s!

Profundamente?

No puedo soportar el recuerdo de su visin! grit, humillndose, la pobre condesa. Me llena de vergenza!... Cmo pude ser tan depravada? Nunca volver a portarme mal, Uplandtowers; y vos nunca volveris a poner esa estatua detestable delante de mis ojos, verdad?

El conde pens que poda prometrselo con seguridad absoluta.

Nunca dijo.

Y entonces yo os amar respondi ella con fervor, como si temiera que de nuevo se le hiciera sufrir el severo castigo. Y nunca, nunca ms, se me ocurrir un solo pensamiento que pueda parecer una infidelidad a mi promesa matrimonial.

Lo extrao del caso fue que desde entonces este amor ficticio, conseguido de Brbara por medio del terror, fue tomando merced al simple habido de representar ciertos visos de realidad. Se hizo claramente en ella un servil sentimiento de apego hacia el conde, simultneo con una aversin real por el recuerdo de su marido. El sentimiento de apego creci, y permaneci cuando la estatua desapareci del escenario. Una revulsin perenne, que se intensific con el paso del tiempo, operaba en ella. Cmo el pnico pudo haber producido tal cambio en su idiosincrasia es algo que slo los mdicos ms expertos pueden decir; pero creo que estos casos de reaccin instintiva no son desconocidos.

El resultado fue que la curacin se hizo tan permanente que se convirti en un nuevo trastorno. Brbara se senta tan estrechamente unida al conde que, cuando de ella dependa, no se apartaba de l ni un solo instante. Nunca estaba en otro sitio que no fuera la sala de estar de Lord Uplandtowers, aunque no poda evitar sobresaltarse cada vez que l entraba sin previo aviso estando ella all. Sus ojos estaban casi siempre puestos en l; si l sala, ella quera ir con l; las ms insignificantes atenciones del conde para con otras mujeres provocaban en Brbara unos celos frenticos; hasta que, finalmente, su misma fidelidad se convirti en una carga para l, absorbiendo su tiempo, privndole de su libertad y hacindole jurar y maldecir. Si alguna vez l le hablaba con aspereza, ella no se vengaba volando a un mundo imaginario propio; todo aquel afecto por otro hombre, que le haba servido de consuelo, era ahora un rescoldo negro y fro.

Desde entonces la vida de esta dbil y asustadiza dama cuya existencia podra haberse encaminado hacia unos fines mucho ms elevados, de no haber sido por la innoble ambicin de sus padres y por los convencionalismos de la poca estuvo dedicada a amar servilmente a un hombre perverso y cruel. Varios pequeos acontecimientos personales le acaecieron (a esta dama) en rpida sucesin: media docena, ocho, nueve, diez de estos acontecimientos; en resumen, le dio a su marido no menos de once hijos durante los nueve aos siguientes, pero la mitad de ellos vinieron al mundo prematuramente o murieron a los pocos das de nacer; slo uno, una chica, lleg a la madurez; con el transcurrir de los aos se convirti en la mujer del honorable seor Beltonleigh, que, como se podr recordar, fue nombrado Lord dAlmaine.

No hubo ningn hijo que viniera para heredar el ttulo. Finalmente, Lord Uplandtowers llev a su esposa, completamente desgastada en cuerpo y alma, al extranjero, con el fin de probar los efectos de un clima ms benigno sobre su maltratada constitucin. Pero nada fue capaz de fortalecerla, y Brbara muri en Florencia pocos meses despus de su llegada a Italia. En contra de lo que se esperaba, el conde de Uplandtowers no volvi a casarse. El afecto que haba en l extrao, duro, brutal como era pareci ser intransferible, y el ttulo, como es sabido, pas a un sobrino a su muerte. Lo que tal vez no sea tan del dominio pblico es que, en el transcurso de las obras de ampliacin de Knollingwood Hall para el sexto conde, los fragmentos rotos de una estatua de mrmol fueron desenterrados al excavar la tierra para colocar los nuevos cimientos. Fueron mostrados a varios arquelogos, que dijeron que, hasta donde los trozos daados les permitan formar una opinin, la estatua pareca ser la de un stiro romano mutilado; o si no, una figura alegrica de la muerte. Slo uno o dos de los ms viejos habitantes del lugar adivinaron a qu estatua haban pertenecido aquellos fragmentos.

Debera haber aadido que, poco despus de la muerte de la condesa, el den de Melchester predic un excelente sermn, cuyo tema aunque no se mencionaron nombres estaba indudablemente inspirado en los acontecimientos ya narrados. Hizo hincapi en la locura que significaba el abandonarse, por una forma hermosa meramente, al amor sensual; y seal que el nico desarrollo racional y virtuoso de ese afecto es el que se basa en un valor intrnseco. En el caso de la tierna pero algo superficial dama cuya vida les he relatado no hay duda de que un alocado apasionamiento por la persona del joven Willowes fue el sentimiento principal que la indujo a casarse con l; lo cual es an ms deplorable si tenemos en cuenta que su belleza, segn la tradicin, era el menor de sus atributos, pues todos los informes acerca de Edmond Willowes hacen inferir que debi ser un hombre de firme carcter, brillante inteligencia y prometedor futuro.


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