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Bertonatti - Rev-97-Nota - Por Ahí Nos Salva Un Carancho

Date post: 16-Jan-2016
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Rescate y rehabilitación de fauna desde una reserva natural urbana.
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S ILVESTRE Precio $ 10 - ISSN 0326-3681 Revista de la Fundación Vida Silvestre Argentina www.vidasilvestre.org.ar Julio - Septiembre 2006 97 Montañas Macá tobiano Abejorro naranja Rana del Callhuaco Riqueza natural y cultural Ángel Gallardo Coleccionable Flores silvestres rioplatenses
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Revista de la Fundación Vida Silvestre Argentina

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Montañas Macá tobiano Abejorro naranja Rana del CallhuacoRiqueza natural y cultural Ángel Gallardo

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Oficina de la Fundación Vida Silvestre Argenti-na, miércoles 25 de octubre, 16:30 hs.

Suena el teléfono. Carolina (Dydzinsky) escuchacon el ceño fruncido, preocupada. Trata de conte-ner y me deriva la llamada con una breve intro-ducción sobre el motivo.

Del otro lado del teléfono, Mariana Martínez, unaempleada del Laboratorio Roemmers. Se la nota-ba angustiada. Hacía casi una semana que un ca-rancho vagaba mal trecho por el hermoso parqueque tiene la planta en Olivos (Provincia de BuenosAires). Quería ayudarlo. Todo indicaba que el pi-chón había dejado el nido sobre una altísima torrepara hacer su “vuelo de bautismo”. Una ráfagasorpresiva de viento o una maniobra inexperta lejugaron una mala pasada y quedó mal herido.

Pero no todo fue infortunio para este “volantón”.El personal de seguridad del laboratorio se ocupóde dar el parte y, mientras Mariana buscaba ayu-da en otras instituciones, le acercaron comida yagua. Alguien recordó que uno de los referentesinternos, Alberto Roemmers, era miembro de laFundación. Lo consultaron y sugirió contactar a Vi-da Silvestre para explorar una solución. Llegadoese momento, lo primero que pensamos fue deri-var el caso al mayor especialista que conocemos

Entre la oficina y el barro

Por ahí,nos salva un carancho

( y p e n s é q u e e r a a l r e v é s . . . )

No imagine una gran historia. Esta no lo es, pero forma parte de loque pasa todos los días. No salió en primera plana, pero pone elprimer plano valores que nos podrían salvar.

Texto y fotos Claudio Bertonatti

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rancho me miró simultáneamente. Nos sorprendi-mos los dos. Me alejé para no asustarlo. Me calcélos guantes, tomé la lona donde hago picnic algu-nos fines de semana y la dejé caer sobre el ave.Como si intuyera mis intenciones se dejó capturarsin mayor resistencia. Lo ubiqué en una caja decartón que me facilitó Miguel, porque la que llevéquedó chica (no era el pichón que imaginé).

Raúl me señaló una de las esquinas superioresdel edificio: “mire, allá nos están vigilando”. Y noera un uniformado: era uno de los padres del ca-rancho, atento a lo que sucedía.

Les tomé una foto de recuerdo y rápidamente vol-vimos hacia Buenos Aires. Esta vez, con rumbo ala Reserva Ecológica Costanera Sur, donde nos es-peraban otros aliados.

A todo esto, Rodolfo (que se quedó esperando enel remis) ya había leído gran parte del artículo so-bre los orco-quebrachos. En el viaje, retomamosnuestra charla, mientras llevábamos el paciente.

Reserva Costanera Sur, 11:15 hs.

Agradecido, despedí a Rodolfo. Ingreso a la Reser-va por la entada de Viamonte para encontrarmecon el Méd. Vet. Juan Carlos Sassarolli y su manoderecha, Marcelo Cavicchia, dos grandes valores.El día anterior, a última hora, les pedí ayuda y, porsupuesto, no se negaron, pese a que trabajo noles falta. Más bien le sobra, porque –como me dijoRodolfo, hablando sobre las buenas intenciones-muchas veces, los buenos cargan su mochila y lasde los demás. Tiene razón y se ajusta muy bien aJuan Carlos y a Marcelo, que aceptan hacerse car-go de problemas que otros generan y como siellos no tuvieran los propios...

Me recibe Marcelo. Abre la caja como si fuera unregalo de cumpleaños. Sabía que era un caran-cho, pero igual se mostraba curioso. Poco a poco,se encuentra con su nuevo paciente. Lo revisamientras le tomo unas fotos.

Al parecer, las alas no están quebradas como po-dríamos haber supuesto. Lo ubicamos en uno de losrecintos de rehabilitación y lo dejamos tranquilo.

Mientras conversamos, llegan dos jóvenes conuna caja. Adentro, una cría de iguana overa. Lahabían comprado y, ahora, arrepentidos queríandonarla para un mejor destino. Marcelo me mira yyo pienso ¡como si acá se hiciera magia! Con todala paciencia de un santo, les explica que no dudade la buena intención de la compra, pero que fueun desacierto haberla hecho. Sencillamente, por-

en rescate de fauna: nuestro amigo Gustavo Apri-le, quien lidera un Servicio de Asistencia de Ani-males Silvestres. Pero resultó que estaba… ¡enCórdoba! La realidad es que en Buenos Aires noexiste otra organización que se ocupe de resolverestos problemas poco convencionales, así que…

No había muchas opciones

Adriana (Mandirola) me acompañó al depósito dela Fundación. Revolvimos y buscamos lo poco quequedaba de elementos de captura, un par deguantes, un mameluco y restos de lo que algunavez fue parte de un botiquín para fauna.

Carolina me encargó un remis mientras pensabaque en otros países tenemos colegas con móvilesespecializados para este tipo de emergencias fau-nísticas… Llamé a Mariana y coordinamos unas po-cas recomendaciones hasta la mañana siguiente.

Jueves 26 de octubre, 7:30 hs.

Suena mi despertador. Desayuno con Lorena. Lle-vo a Sofía y Tomás a la escuela y regreso apurado.Rodolfo, el remisero, pasaría a buscarme a lasnueve. Llegó puntual. Al verme con los “bártulos”miró extrañado, pero con discreción. Mientrasconducía hacia Olivos me sentí obligado a contar-le “con anestesia” los motivos del viaje. Como yahizo otros para la Fundación no mostró muchasorpresa. Para mis adentros pensaba: “qué suerteque no me trató de loco”. Pasaban los kilómetrosy esquivando automóviles por la autopista Pana-mericana seguíamos hablando desde el arboladopúblico hasta los horco-quebrachos del Cerro Uri-torco, donde él tiene una casita. Como siemprevoy preparado, le dejé la última revista, justamen-te, con una nota sobre ese bosque (que -vaya ca-sualidad- escribió Gustavo Aprile).

Pasadas las 10 hs, llegamos.

Al presentarnos, los uniformados de seguridad semiraban con complicidad. Habrán pensado “estosson los que vienen a rescatar el carancho”. Mien-tras estacionábamos se acercaron varias perso-nas. Creo que era el evento del día. Conocí perso-nalmente a Mariana y a Diego Arduino, el Jefe deSeguridad. Aparecieron dos miembros más: RaúlSacone y Miguel Quinteros (quien sostiene la cajaen la foto). Uno le confirmaba a otro donde estabael “bicho”. Señaló un arbusto grande y denso.Mariana se agachó y me dijo: “sí, fijate, está quie-tito, pero se ven las patas”. Me acerqué despacio,espié por encima del follaje y tenía razón. El ca-

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es la que hace que un carancho herido -tras caerde su nido- haya tenido protección de alguien queestá lejos de ser un especialista en aves. Que mástarde otra persona insista telefónicamente enbusca de auxilio y que otras -en una reserva urba-na- traten de devolverlo a la naturaleza.

Lo puede deducir cualquiera: esto no salva de laextinción al carancho (que por suerte, no correpeligro), pero salva de la extinción ciertos valoreshumanos que no siempre gozan de buena saluden la sociedad en que vivimos y que, sí, ayudan adefender la naturaleza (incluso, la humana). Estoes lo que quería contarles mientras trabajamos aotra escala, más estratégica y menos “domésti-ca”. Ambas son necesarias y complementarias.También, mientras esperamos disponer de ungran centro de rescate y rehabilitación para la fau-na. A veces, hasta un pobre carancho malheridopuede ayudar a salvarnos, aunque creamos quesea al revés.

Discúlpeme, el teléfono suena de nuevo.Es Carolina…

que quien capturó ilegalmente un animal silvestreespera que alguien lo compre. Y si su negocio si-gue siendo rentable va a ir por más.

Como un hospital (que no es)

Juan Carlos Sassarolli es una suerte de Albert Sch-weitzer de la fauna. Algo así como el buen samari-tano de los bichos. El Premio Nóbel fundó un hos-pital en Lambaréné, África ecuatorial. Juan Carlos,algo parecido en la Reserva Ecológica. Algunospiensan que ese no es el lugar ideal, pero es elque él encontró. La precariedad de su instrumen-tal, equipo e instalaciones contrasta con su sólidaexperiencia en sanidad de animales silvestres. Du-rante años fue “el veterinario” del zoológico deBuenos Aires, pero diferencias con un director po-co feliz hicieron que fuera alejado del cargo. Loecharon para hablar claro. Después de trabajar pa-ra varias instituciones (entre ellas, un banco) parasostenerse en un país que no suele apreciar a susmejores ciudadanos, encontró una segunda opor-tunidad en la reserva. Y la aprovechó. Además, tu-vo suerte. Encontró un director que valora su es-fuerzo y un compañero que lo secunda con igualpasión y compromiso. Basta saber que pagan desu bolsillo muchas de las medicinas y comidas querequieren los animales, porque –para estas cosas-nunca hay suficiente presupuesto. Así es la Argen-tina que nos toca vivir hoy. No escribo esto paradeprimir, sino para movilizar a los que pueden to-mar decisiones y para demostrar qué importantees tener y alimentar las pasiones personales.

Una breve recorrida por esta suerte de hospital decampaña nos presentará una multitud de pacien-tes que encuentran aquí su única o última espe-ranza. Son animales sin suerte, que llegan aban-donados, atropellados, donados o derivados, co-mo fue nuestro carancho. Esperan al “Daktari”porteño una iguana overa enorme en recupera-ción, un perro mordido por una yarará (que sobre-vivió gracias a un suero antiofídico vencido), unalechuza del campanario atropellada en la ruta,una gaviota de capucho café herida, otro caran-cho (con el ala rota), un loro barranquero en igualcondición, una lechucita de las vizcacheras con lapata quebrada y una decena de tortugas de aguade varias especies que pasaron por manos de tra-ficantes de fauna (y posteriores “dueños” que lasterminaron abandonando o “donando”).

Tras este repaso pienso una vez más que si ennuestro país siguen en pie causas nobles es por-que hay personas con vocación y pasión. Estasuerte de “cadena de favores” (como la película)


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