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Candido-o-El-Optimismo.pdf

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    Candido, o El Optimismo

    CANDIDO,

    ÓEL OPTIMISMO,VERSION DEL ORIGINAL TUDESCO DEL DR. RALPH,Con las adiciones que se han hallado en los papeles del Doctor,despues de su fallecimiento en Minden, elaño 1759 de nuestraredencion.CAPITULO PRIMERO.

    Donde se da cuenta de como fué criado Candido en una hermosaquinta, y como de ella fué echado á patadas.

    En la quinta del Señor baron de Tunderten-tronck, título de laVesfalia, vivia un mancebo que habia dotadode la índole mas apaciblenaturaleza. Víase en su fisonomía su alma: tenia bastante sano juicio,y alma muysensible; y por eso creo que le llamaban Candido.Sospechaban los criados antiguos de la casa, que era hijo

    de lahermana del señor baron, y de un honrado hidalgo, vecino suyo, conquien jamas consintió en casarsela doncella, visto que no podiaprobar arriba de setenta y un quarteles, porque la injuria de lostiempos habiaacabado con el resto de su árbol genealógico.Era el señor baron uno de los caballeros mas poderosos de la Vesfalia;su quinta tenia puerta y ventanas, yen la sala estrado habia unacolgadura. Los perros de su casa componian una xauria quando eramenester; losmozos de su caballeriza eran sus picadores, y elteniente-cura del lugar su primer capellan: todos le dabanseñoría, yse echaban á reir quando decia algun chiste.La señora baronesa que pesaba unas catorce arrobas, se habia grangeadopor esta prenda universal respeto, yrecibia las visitas con unadignidad que la hacia aun mas respetable. Cunegunda, su hija, doncellade diez ysiete años, era rolliza, sana, de buen color, y muyapetitosa muchacha; y el hijo del baron en nada desdeciade su padre.El oráculo de la casa era el preceptor Panglós, y el chicuelo Candidoescuchaba sus leccionescon toda la docilidad propia de su edad y sucarácter.Demostrado está, decia Panglós, que no pueden ser las cosas de otromodo; porque habiéndose hecho todo

    con un fin, no puede ménos este deser el mejor de los fines. Nótese que las narices se hiciéron parallevaranteojos, y por eso nos ponemos anteojos; las piernasnotoriamente para las calcetas, y por eso se traencalcetas; laspiedras para sacarlas de la cantera y hacer quintas, y por eso tieneSu Señoría una hermosaquinta; el baron principal de la provincia hade estar mas bien aposentado que otro ninguno: y como losmarranosnaciéron para que se los coman, todo el año comemos tocino. De suerteque los que han sustentadoque todo está bien, han dicho un disparate,porque debian decir que todo está en el último ápice de

     perfeccion.Escuchábale Candido con atención, y le creía con inocencia, porque laseñorita Cunegunda le parecía undechado de lindeza, puesto que nuncahabia sido osado á decírselo. Sacaba de aquí que despues delaimponderable dicha de ser baron de Tunder-ten-tronck, era el segundogrado el de ser la señorita

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    Cunegunda, el tercero verla cada dia, y elquarto oir al maestro Panglós, el filósofo mas aventajado delaprovincia, y por consiguiente del orbe entero.Paseándose un dia Cunegunda en los contornos de la quinta por untallar que llamaban coto, por entre unasmatas vio al doctor Panglósque estaba dando lecciones de física experimental á la doncella delabor de sumadre, morenita muy graciosa, y no ménos dócil. La niñaCunegunda tenia mucha disposicion paraaprender ciencias; observó puessin pestañear, ni hacer el mas mínimo ruido, las repetidasexperiencias queámbos hacian; vió clara y distintamente la razonsuficiente del doctor, sus causas y efectos, y se volviódesasosegaday pensativa, preocupada del anhelo de adquirir ciencia, y figurándoseque podía muy bien serella la razón suficiente de Candido, y ser estela suya.De vuelta á la quinta encontró á Candido, y se abochornó, y Candido sepuso también colorado. SaludóleCunegunda con voz trémula, ycorrespondió Candido sin saber lo que se decia. El dia siguiente,despues decomer, al levantarse de la mesa, se encontraron detras deun biombo Candido y Cunegunda; esta dexó caerel pañuelo, y Candido lealzó del suelo; ella le cogió la mano sin malicia, y sin maliciaCandido estampó un

     beso en la de la niña, pero con tal gracia, tantaviveza, y tan tierno cariño, qual no es ponderable; topáronsesusbocas, se inflamáron sus ojos, les tembláron las rodillas, y se lesdescarriáron las manos…. En estoestaban quando acertó á pasar porjunto al biombo el señor barón de Tunder-ten-tronck, y reparando entalcausa y tal efecto, sacó á Candido fuera de la quinta á patadas enel trasero. Desmayóse Cunegunda; yquando volvió en sí, le dió laseñora baronesa una mano de azotes; y reynó la mayor consternación enla mashermosa y deleytosa quinta de quantas exîstir pueden.CAPITULO II.

    De lo que sucedió á Candido con los Búlgaros.

    Arrojado Candido del paraiso terrenal fué andando mucho tiempo sinsaber adonde se encaminaba, lloroso,alzando los ojos al cielo, yvolviéndolos una y mil veces á la quinta que la mas linda de lasbaronesitasencerraba; al fin se acostó sin cenar, en mitad del campoentre dos surcos. Caía la nieve á chaparrones, y alotro dia Candidoarrecido llegó arrastrando como pudo al pueblo inmediato llamadoValdberghof-trabenk-dik-dorf, sin un ochavo en la faltriquera, ymuerto de hambre y fatiga. Paróse lleno de pesar á la puerta deunataberna, y repararon en el dos hombres con vestidos azules. Cantarada,dixo uno, aquí tenemos ungallardo mozo, que tiene la estatura quepiden las ordenanzas. Acercáronse al punto á Candido, y leconvidároná comer con mucha cortesía. Caballeros, les dixo Candido con la massincera modestia, muchofavor me hacen vms., pero no tengo para pagarmi parte. Caballero, le dixo uno de los azules, los sugetos desufacha y su mérito nunca pagan. ¿No tiene vm. dos varas y seis dedos?Sí, señores, esa es mi estatura, dixo

    haciéndoles una cortesía. Vamos,caballero, siéntese vm. á la mesa, que no solo pagarémos, sino quenoconsentirémos que un hombre como vm. ande sin dinero; que entre gentehonrada nos hemos de socorrerunos á otros. Razón tienen vms., dixoCandido; así me lo ha dicho mil veces el señor Panglós, y ya veoquetodo está perfectísimo. Le ruegan que admita unos escudos; los toma, yquiere dar un vale; pero no se lequieren, y se sientan á la mesa. —¿Noquiere vm. tiernamente?… Sí, Señores, respondió Candido, conlamayor ternura quiero á la baronesita Cunegunda. No preguntamos eso, ledixo uno de aquellos dosseñores, sino si quiere vm. tiernamente alrey de los Bulgaros. No por cierto, dixo, porque no le he visto enmiida. — Vaya, pues es el mas amable de los reyes, ¿Quiere vm. quebrindemos á su salud? — Con muchogusto, señores; y brinda. Basta coneso, le dixéron, ya es vm. el apoyo, el defensor, el adalid y el héroede losBulgaros; tiene segura su fortuna, y afianzada su gloria.Echáronle al punto un grillete al pié, y se le lleváronal regimiento,donde le hiciéron volverse á derecha y á izquierda, meter la baqueta,sacar la baqueta, apuntar,hacer fuego, acelerar el paso, y le diérontreinta palos: al otro dia hizo el exercicio algo ménos jual, y nolediéron mas de veinte; al tercero, llevó solamente diez, y le tuviéronsus camaradas por un portento.

    Atónito Candido aun no podia entender bien de qué modo era un héroe.Púsosele en la cabeza un dia de primavera irse á paseo, y siguió sucamino derecho, presumiendo que era prerogativa de la especiehumana,lo mismo que de la especie animal, el servirse de sus piernas á suantojo. Mas apénas había andadodos leguas, quando héteme otros quatrohéroes de dos varas y tercia, que me lo agarran, me le atan, y melellevan á un calabozo, Preguntáronle luego jurídicamente si queria maspasar treinta y seis veces por

     baquetas de todo el regimiento, órecibir una vez sola doce balazos en la mollera. Inútilmente alegó quelasvoluntades eran libres, y que no queria ni una cosa ni otra, fuéforzoso que escogiese; y en virtud de ladádiva de Dios que llamanlibertad, se resolvió á pasar treinta y seis veces baquetas, y sufriódos tandas.Componíase el regimiento de dos mil hombres, lo qual hizojustamente quatro mil baquetazos que de lanuca al trasero ledescubriéron músculos y nervios. Iban á proceder á la tercera tanda,quando Candido no

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     pudiendo aguantar mas pidió por favor que se lehicieran de levantarle la tapa de los sesos; y habiendoconseguido tanseñalada merced, le estaban vendando los ojos, y le hacían hincarse derodillas, quandoacertó á pasar el rey de los Bulgaros, queinformándose del delito del paciente, como era este rey sugetodemucho ingenio, por todo quanto de Candido le dixéron, echó de ver queera un aprendiz de metafísicamuy bisoño en las cosas de este mundo, yle otorgó el perdon con una clemencia que fué muy loada en todaslasgacetas, y lo será en todos los siglos. Un diestro cirujano curó áCandido con los emolientes que enseñaDioscórides. Un poco de cútistenia ya, y empezaba á poder andar, quando dió una batalla el rey delosBulgaros al de los Abaros.CAPITULO III.

    De qué modo se libró Candido de manos de los Bulgaros, y de lo quele sucedió despues.

     No habia cosa mas hermosa, mas vistosa, mas lucida, ni mas bienordenada que ámbos exércitos: lastrompetas, los pífanos, losatambores, los obués y los cañones formaban una harmonía qual nuncala hubo enlos infiernos. Primeramente los cañones derribáron unosseis mil hombres de cada parte, luego la fusilería

     barrió del mejor delos mundos unos nueve ó diez mil bribones que inficionaban susuperficie; y finalmentela bayoneta fué la razon suficiente de lamuerte de otros quantos miles. Todo ello podia sumar cosa detreintamillares. Durante esta heroica carnicería, Candido, que temblaba comoun filósofo, se escondió lomejor que supo.

    Miéntras que hacian cantar unTe Deumámbos reyes cada uno ensu campo, se resolvió nuestro héroe á ir á discurrir á otra partesobre las causasy los efectos. Pasó por encima de muertos ymoribundos hacinados, y llegó á un lugar inmediato queestaba hechocenizas; y era un lugar abaro que conforme á las leyes de derechopúblico habianincendiado los Bulgaros: aquí, unos ancianosacribillados de heridas contemplaban exhalar el alma ásus esposasdegolladas; mas allá, daban el postrer suspiro vírgenes pasadas ácuchillo despues de habersaciado los deseos naturales de algunoshéroes; otras medio tostadas clamaban por que las acabaran dematar;la tierra estaba sembrada de sesos al lado de brazos y piernascortadas.

    Huyóse á toda priesa Candido á otra aldea que pertenecia á losBulgaros, y que habia sido igualmentetratada por los héroes abaros.Al fin caminando sin cesar por cima de miembros palpitantes, óatravesandoruinas, salió al cabo fuera del teatro de la guerra, conalgunas cortas provisiones en la mochila, y sin

    olvidarse un punto desu Cunegunda. Al llegar á Holanda se le acabáron las provisiones; mashabiendo oidodecir que la gente era muy rica en este pais, y que erancristianos, no le quedó duda de que le darian tan buen trato como elque en la quinta del señor baron le habian dado, ántes de haberleechado á patadas ácausa de los buenos ojos de Cunegunda labaronesita.Pidió limosna á muchos sugetos graves que todos le dixéron que siseguia en aquel oficio, le encerrarian enuna casa de correccion, paraenseñarle á vivir sin trabajar. Dirigióse luego á un hombre queacababa dehablar una hora seguida en una crecida asamblea sobre lacaridad, y el orador, mirándole de reojo, le dixo:¿A qué vienesaquí? ¿estás por la buena causa? No hay efecto sin causa, respondiómodestamente Candido;todo está encadenado por necesidad, y ordenadopara lo mejor: ha sido necesario que me echaran de casa delabaronesita Cunegunda, y que pasara baquetas, y es necesario quemendigue el pan hasta que le puedaganar; nada de esto podia ménos desuceder. Amiguito, le dixo el orador, ¿crees que el papa es elante-cristo? Nunca lo habia oido, respondió Candido; pero, séalo ó nolo sea, yo no tengo pan que comer. Ni lomereces, replicó el otro;anda,bribon, anda, miserable, y que no te vuelva yo á ver en mi vida.Asomóse en

    esto á la ventana la muger del ministro, y viendo á uno quedudaba de que el papa fuera el ante-cristo, le tiróá la cabeza unvaso lleno de…. ¡O cielos, á qué excesos se entregan las damas porzelo de la religion! Uno que no habia sido bautizado, un buen anabantista, llamadoSantiago, testigo de la crueldad y laignominia con que trataban á unode sus hermanos, á un ser bípedo y sin plumas, que tenia alma, se lellevó ásu casa, le limpió, le dió pan y cerbeza, y dos florines, yademas quiso enseñarle á trabajar en su fábrica detexidos de Persia,que se hacen en Holanda. Candido, arrodillándose casi á sus plantas,clamaba: Bien deciael maestro Panglós, que todo estaba perfectamenteen este mundo; porque infinitamente mas me enternecela muchagenerosidad de vm., que lo que me enojó la inhumanidad de aquel señorde capa negra, y de suseñora muger.

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    Yendo al otro dia de pasco se encontró con un pordiosero, cubierto delepra, los ojos casi ciegos, carcomidala punta de la nariz, la bocatuerta, ennegrecídos los dientes, y el habla gangosa, atormentado deuna violentatos, y que á cada esfuerzo escupia una muela.CAPITULO IV.

    De qué modo encontró Candido á su maestro de filosofía, el doctorPanglós, y de lo que le aconteció.

    Mas que á horror movido á compasion Candido le dió á este horrorosopordiosero los dos florines que de suhonrado anabautista Santiagohabia recibido. Miróle de hito en hito la fantasma, y vertiendolágrimas se lecolgó al cuello. Zafóse Candido asustado, y elmiserable dixo al otro miserable: ¡Ay! ¿con que no conoces átu amadomaestro Panglós? ¿Qué oygo? ¡vm., mi amado maestro! ¡vm. en tanhorrible estado! ¿Pues quédesdicha le ha sucedido? ¿porqué no está enla mas hermosa de las granjas? ¿qué se ha hecho la señoritaCunegunda,la perla de las doncellas, la obra maestra de la naturaleza? No puedoalentar, dixo Panglós.Llevóle sin tardanza Candido al pajar delanabautista, le dió un mendrugo de pan; y quando hubo cobradoalientoPanglós, le preguntó: ¿Qué es de Cunegunda? Es muerta, respondió elotro. Desmayóse Candido aloirlo, y su amigo le volvió á la vida conun poco de vinagre malo que encontró acaso en el pajar. AbrióCandidolos ojos, y exclamó: ¡Cunegunda muerta! Ha perfectísimo entre losmundos, ¿adonde estás? ¿y dequé enfermedad ha muerto? ¿ha sido porventura de la pesadumbre de verme echar á patadas de lasoberbiaquinta de su padre? No por cierto, dixo Panglós, sino de que unossoldados bulgaros le sacáron lastripas, despues que la hubiéronviolado hasta mas no poder, habiendo roto la mollera al señor baronque la

    quiso defender. La señora baronesa fué hecha pedazos, mi pobrealumno tratado lo mismo que su hermana,y en la granja no ha quedadopiedra sobre piedra, ni troxes, ni siquiera un carnero, ni unagallina, ni un árbol;

     pero bien nos han vengado, porque lo mismo hanhecho los Abaros en una baronía inmediata que era de unseñor bulgaro.Desmayóse otra vez Candido al oir este lamentable cuento; pero vueltoen sí, y habiendo dicho quanto teniaque decir, se informó de la causay efecto, y de la razon suficiente que en tan lastimosa situacion áPanglóshabia puesto. ¡Ay! dixo el otro, el amor ha sido; el amor, elconsolador del humano linage, el conservadordel universo, el alma detodos los seres sensibles, el blando amor. Ha, dixo Candido, yotambien he conocidoá ese amor, á ese árbitro de los corazones, á esaalma de nuestra alma, que nunca me ha valido mas que un

     beso y veintepatadas en el trasero. ¿Cómo tan bella causa ha podido producir en vm.tan abominablesefectos? Respondióle Panglós en los términossiguientes: Ya conociste, amado Candido, á Paquita, aquellalindadoncella de nuestra ilustre baronesa; pues en sus brazos gocé loscontentos celestiales, que han

     producido los infernales tormentos queves que me consumen: estaba podrida, y acaso ha muerto. Paquita

    debióeste don á un Franciscano instruidísimo, que había averiguado elorígen de su achaque, porque se lehabia dado una condesa vieja, laqual le habia recibido de un capitan de caballería, que le hubo deunamarquesa, á quien se le dió un page, que le cogió de un jesuita, elqual, siendo novicio, le habia recibidoen línea recta de uno de loscompañeros de Cristobal Colon. Yo por mi no se le daré á nadie, porqueme voyá morir luego.¡O Panglós, exclamó Candido, qué raro árbol de genealogía es ese! ¿fuéacaso el diablo su primer tronco?

     No por cierto, replicó aquel varoneminente, que era indispensable cosa y necesario ingrediente delmasexcelente de los mundos; porque si no hubieran pegado á Colon en unaisla de América este mal queenvenena el manantial de la generacion, yque á veces estorba la misma generacion, y manifiestamente seopone alprincipal blanco de naturaleza, no tuviéramos ni chocolate nicochinilla; y se ha de notar que hastael dia de hoy es peculiar denosotros esta dolencia en este continente, no ménos que la teologíaescolástica.Todavía no se ha introducido en la Turquía, en la India,en la Persia, en la China, en Sian, ni en el Japon;

     pero razon haysuficiente para que la padezcan dentro de algunos siglos. Miéntrastanto es bendicion de Dios

    lo que entre nosotros prospera, conparticularidad en los exércitos numerosos, que constan dehonradosganapanes muy bien educados, los quales deciden la suerte de losestados, y donde se puedeafirmar con certeza, que quando peleantreinta mil hombres en campal batalla contra un exércitoigualmentenumeroso, hay cerca de veinte mil galicosos por una y otra parte.Portentosa cosa es esa, dixo Candido, pero es preciso tratar decuraros. ¿Y cómo me he de curar, amiguito,dixo Panglós, si no tengoun ochavo; y en todo este vasto globo á nadie sangran, ni leadministran unalavativa, sin que pague ó que alguien pague por él?Estas últimas razones determináron á Candido á irse á echar á lospiés de su caritativo anabautista Santiago,á quien pintó tantiernamente la situacion á que se vía reducido su amigo, que nodificultó el buen hombre enhospedar al doctor Panglós, y curarle á sucosta. Esta cura no costó á Panglós mas que un ojo y una oreja.

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    Comosabia escribir y contar con perfeccion, le hizo el anabautista sutenedor de libros. Viéndose precisadoá cabo de dos meses á ir áLisboa para asuntos de su comercio, se embarcó con sus dos filósofos.Panglós leexplicaba de qué modo todas las cosas estabanpeifectísimamente, y Santiago no era de su parecer. Fuerzaes, decia,que hayan los hombres estragado algo la naturaleza, porque nonaciéron lobos, y se han convertidoen lobos. Dios no les dió nicañones de veinte y quatro, ni bayonetas, y ellos para destruirse hanfraguado

     bayonetas y cañones. Tambien pudiera mentar las quiebras, yla justicia que embarga los bienes de losfallidos para frustrar á losacreedores. Todo eso era indispensable, replicó el doctor tuerto, y delos malesindividuales se compone el bien general; de suerte quequanto mas males particulares hay, mejor está eltodo. Miéntras estabaargumentando, se obscureció el cielo, sopláron furiosos los vientos delos quatroángulos del mundo, y á vista del puerto de Lisboa fuéembutido el navío de la tormenta mas hermosa.CAPITULO V.

    De una tormenta, un naufragio, y un terremoto. De los sucesos deldoctor Panglós, de Candido, y deSantiago el anabautista.

    Sin fuerza y medio muertos la mitad de los pasageros con lasimponderables bascas que causa el balance de un navío en los nervios yen todos los humores que en opuestas direcciones se agitan, niaunpara temer el riesgo tenian ánimo: la otra mitad gritaba y rezaba;estaban rasgadas las velas, lasxarcias rotas, y abierta la nave:quien podia trabajaba, nadie se entendia, y nadie mandaba.

    Algoayudaba á la faena el anabautista, que estaba sobre el combes, quandoun furioso marinero le pegaun fiero embion, y le derriba en lastablas; pero fué tanto el esfuerzo que al empujarle hizo, que secayóde cabeza fuera del navío, y se quedó colgado y agarrado de unaporcion del mástil roto. Acudió el

     buen Santiago á socorrerle, y leayudó á subir; pero con la fuerza que para ello hizo, se cayó en lamar ávista del marinero que le dexó ahogarse, sin dignarse siquierade mirarle. Candido que se acerca, y ve ásu bienhechor que viene uninstante sobre el agua, y que se hunde para siempre, se quiere tirartras de elal mar; pero le detiene el filósofo Panglós, demostrándoleque habia sido criada la cala de Lisboa condestino á que se ahogaraen ella el anabautista. Probándolo estabaà priori, quando seabrió el navío, y todos pereciéron, ménos Panglós, Candido, y eldesalmado marinero quehabia ahogado al virtuoso anabautista; que elbribon salió á salvamento nadando hasta la orilla, dondeaportáronCandido y Panglós en una tabla.

    Así que se recobráron un poco del susto y el cansancio, se encaminároná Lisboa. Llevaban algun dinero,con el qual esperaban librarse delhambre, despues de haberse zafado de la tormenta. Apenas pusiéronlospiés en la ciudad, lamentándose de la muerte de su bien-hechor, la marembatió bramando el puerto, yarrebató quantos navíos se hallaban enél anclados; se cubriéron calles y plazas de torbellinos de llamasycenizas; hundíanse las casas, caían los techos sobre los cimientos, ylos cimientos se dispersaban, y treintamil moradores de todas edadesy sexôs eran sepultados entre ruinas. El marinero tarareando y votandodecia:Algo ganarémos con esto. ¿Qual puede ser la razon suficiente deeste fenómeno? decia Panglós; y Candidoexclamaba: Este es el dia deljuicio final. El marinero se metió sin detenerse en medio de lasruinas,arrostrando la muerte por buscar dinero, con el que encontróse fué á emborrachar; y después de haberdormido la borrachera,compró los favores de la ramera que topó primero, y que se dió á élentre las ruinasde los desplomados edificios, y en mitad de losmoribundos y los cadáveres, puesto que Panglós le tiraba dela casaca,diciéndole: Amigo, eso no es bien hecho, que es pecar contra la razonuniversal, porque ahora noes ocasion de holgarse. Por vida del PadreEterno, respondió el otro, yo soy marinero, y nacido en

    Batavia;quatro veces he pisado el crucifixo en quatro viages que tengo hechosal Japon. Pues no vienes malahora con tu razon universal.Candido, que la caida de unas piedras habia herido, tendido en elsuelo en mitad de la calle, y cubierto deruinas, clamaba á Panglós:¡Ay! tráeme un poco de vino y aceyte, que me muero. Este temblor detierra,respondió Panglós, no es cosa nueva: el mismo azote sufrióLima años pasados; las mismas causas producenlos mismos efectos; sinduda que hay una veta de azufre subterránea que va de Lisboa á Lima.Verosímilcosa es, dixo Candido; pero, por Dios, un poco de aceyte yvino. ¿Cómo verosímil? replicó el filósofo, puesyo sustentaré queestá demostrada. Candido perdió el sentido, y Panglós le llevó untrago de agua de unafuente inmediata.

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    Habiendo hallado el siguiente dia algunos manjares metiéndose porentre los escombros, cobráron algunasfuerzas, y trabajáron luego, áexemplo de los demas, en alivio de los habitantes que de la muerte sehabianlibrado. Algunos vecinos que habian socorrido les diéron laménos mala comida que en tamaño desastre se

     podia esperar: verdad esque fué muy triste el banquete; los convidados bañaban el pan enllantos, peroPanglós los consolaba sustentando que no podian sucederlas cosas de otra manera; porque todo esto, decia,es lo mejor quehay; porque si hay un volcan en Lisboa, no podia estar en otra parte;porque no es posibleque no esten las cosas donde estan; porque todoestá bien.Un hombrecito vestido de negro, familiar de la inquisicion, que juntoá el estaba sentado, interrumpió muycortesmente, y le dixo: Sín duda,caballero, que no cree vm. en el pecado original; porque, si todoestáperfecto, no ha habido pecado ni castigo.Perdóneme Vueselencia, le respondió con mas cortesía Panglós, porquela caida del hombre y su maldicionhacian parte necesaria del masexcelente de los mundos posibles. ¿Según eso este caballero no creequeseamos libres? dixo el familiar. Otra vez ha de perdonarVueselencia, replicó Panglós, porque puedesubsistir la libertad conla necesidad absoluta; porque era necesario que fuéramos libres;porque finalmentela voluntad determinada…. En medio de la fraseestaba Panglós, quando hizo el familiar una seña á su

    secretario quele escanciaba vino de Porto ó de Oporto.CAPITULO VI.

    Del magnífico auto de fe que se hizo para que cesara el terremoto,y de los doscientos azotes que pegáron á Candido.

    Pasado el terremoto que habia destruido las tres quartas partes deLisboa, el mas eficaz medio que ocurrió álos sabios del pais paraprecaver una total ruina, fue la fiesta de un soberbio auto de fe,habiendo decidido launiversidad de Coïmbra que el espectáculo de unasquantas personas quemadas á fuego lento con todasolemnidad esinfalible secreto para impedir los temblores de tierra. Habian sidopresos por tanto unVizcayno que estaba convicto de haberse casado consu comadre, y dos Portugueses que se habían comidoun pollo unviernes, y la olla sin tocino un sábado; y despues de comer selleváron atados al doctor Panglós ysu discípulo Candido, al uno porlo que habia dicho, y al otro por haberle escuchado con ademan deaprobarlo que decia. Pusiéronlos separados en unos aposentos muyfrescos, donde nunca incomodaba el sol, y deallí á ocho dias losvistiéron de un san-benito, y les engalanáron la cabeza con unasmitras de papel: lacoroza y el san-benito de Candido llevaban llamasboca abaxo, y diablos sin garras ni rabo; pero los diablosde Panglóstenian rabo y garras, y las llamas ardian hácia arriba. Así vestidossaliéron en procesion, y oyéronun sermon muy tierno, al qual sesiguió una bellísima música en fabordon. A Candido, miéntras duró

    elcanto, le pegáron doscientos azotes á compas; al Vizcayno y á los dosque habian comido la olla sin tocinolos quemáron, y Panglós fuéahorcado, aunque no era estilo. Aquel mismo día, tembló la tierra conun furorespantable.Candido atónito, desatentado, confuso, ensangrentado y palpitante,decia entre sí: ¿Si este es el mejor de losmundos posibles, cómoserán los otros? Vaya con Dios, si no hubieran hecho mas queespolvorearme lasespaldas, que ya los Bulgaros me habian hecho elmismo agasajo. Pero tú, caro Panglós, el mayor de losfilósofos,¿porqué te he visto ahorcar, sin saber por qué? O mi amadoanabautista, tu que eras el mejor de loshombres, ¿porqué te hasahogado en el puerto? Y tú, baronesita Cunegunda, perla de las niñas,¿porqué tehan sacado el redaño? Volvíase diciendo esto á su casa, sinpoderse tener en pié, predicado, azotado,absuelto, y bendito, quandose le acercó una vieja que le dixo: Hijo mió, ten buen ánimo, ysígueme.CAPITULO VII.

    Que cuenta como una vieja remedió las cuitas de Candido, y comotopó este con su dama.

     No cobró ánimo Candido, pero siguió á la vieja á una ruin casucha,donde le dió su conductora un bote de pomada para untarse, y le dexóde comer y de beber; luego le enseñó una camita muy aseada, y al ladode lacama un vestido completo: Come, hijo, bebe y duerme, le dixo, yNuestra Señora de Atocha, el señor SanAntonio de Padua, y el señorSantiago de Compostela se queden contigo: mañana volveré. ConfusoCandidocon todo quanto habia visto, y quanto habia padecido, y inastodavía con la caridad de la vieja, le quiso

     besar la mano. No es mimano la que has de besar, le dixo la vieja; mañana volveré. Untate conla pomada,come y duerme.

     No obstante sus muchas desventuras, comió y durmió Candido. Al otrodia le trae la vieja de almorzar, levisita las espaldas, se lasestriega con otra pomada, y luego le trae de comer: á la noche vuelve,y le trae que

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    cenar. El tercer dia fué la misma ceremonia. ¿Quién esvm.? le decia Candido; ¿quién le ha inspirado tanta bondad? ¿cómopuedo darle dignas gracias? La buena señora nunca respondia palabra,pero volvió aquellanoche, y no traxo que cenar. Ven conmigo, le dixo,y no chistes; y diciendo esto agarró á Candido del brazo,y echó áandar con el por el campo. A cosa de medio quarto de legua quehubiéron andado, llegáron á unacasa sola, cercada de canales yjardines. Llama la vieja á un postigo: abren, y lleva á Candido porunaescalera secreta á un gabinete dorado, donde le dexa sobre uncanapé de terciopelo, cierra la puerta, y semarcha. A Candido se lefiguraba que soñaba, teniendo su vida entera por un sueño funesto, yel momentoactual por un sueño delicioso.Presto volvió la vieja, sustentando con dificultad del brazo á unamuger que venia toda trémula, demagestuosa estatura, cubierta depiedras preciosas, y tapada con un velo. Alza ese velo, dixo á Candidolavieja. Arrímase el mozo, y alza con mano tímida el velo. ¡Quéinstante! ¡qué pasmo! cree que está viendo ásu baronesita, á suCunegunda; y así era la verdad, porque era ella propia. Fáltale elaliento, no puedearticular palabra, y cae desmayado á sus plantas.Cunegunda se cae sobre el canapé: la vieja los inunda enaguas deolor; vuelven en sí, se hablan; primero en voces interrumpidas, enpreguntas y respuestas que no sedan vado unas á otras, en suspiros,lágrimas y gritos. La vieja, recomendándoles que metan ménos bulla,losdexa libres. ¡Con que es vm., dice Candido! ¡con que la veo enPortugal, y no ha sido violada, y no le han

     pasado de parte á partelas entrañas, como me habia dicho el filósofo Panglós! Sí tal, replicóla hermosaCunegunda, pero no siempre son mortales esos accidentes. — ¿Y han sido muertos el padre y la madre devm.? — Por mi desgracia,sí, respondió llorando Cunegunda. — ¿Y su hermano? — Mi hermanotambién. — ¿Pues porqué está vm. en Portugal? ¿cómo ha sabido quetambién yo lo estaba? ¿porqué raro acaso me ha

    hecho venir á estacasa? Todo lo diré, replicó la dama; pero antes es forzoso que me digavm. quantossucesos le han pasado desde el inocente beso que me dió, ylas patadas con que se le hiciéron pagar.Obedeció Candido con profundo respeto; y puesto que estaba confuso,que tenia trémula y flaca la voz, yque aun le dolia no poco elespinazo, contó con la mayor ingenuidad quanto desde el punto de suseparacionhabia padecido. Alzaba Cunegunda los ojos al cielo, yvertió tiernas lágrimas por la muerte del buenanabautista y dePanglós; habló despues como sigue á Candido, el qual no perdió unapalabra, y se la comiacon los ojos.CAPITULO VIII.

    Historia de Cunegunda.

    Durmiendo á pierna suelta estaba en mi cama, quando plugo al cielo queentraran los Bulgaros en nuestrasoberbia quinta de Tunder-ten-tronck,y degollaran á mi padre y á mi hermano, é hiciesen tajadas á mi

    madre.Un pazguato de Bulgaro de dos varas y tercia, viendo que habia yoperdido los sentidos con estaescena, se puso á violarme; con lo qualvolví en mí, y empecé á morder, á arañar, y á querer sacar los ojosalBulgarote, no sabiendo que era cosa de estilo quanto en la quinta demi padre estaba pasando; pero me dióel belitre una cuchillada junto ála teta izquierda, que todavía me queda la señal. Ha, espero que melaenseñará vm., dixo el ingenuo Candido. Ya la verá vm., dixo Cunegunda,pero sigamos el cuento. Sigavm., replicó Candido.Añudó pues así el hilo de su historia Cunegunda: Entró un capitanbulgaro, que me vió llena de sangre,debaxo del soldado que no seincomodaba; y enojado del poco respeto que le tenia el malandrin, lematóencima de mí: hízome luego poner en cura, y me llevó prisionerade guerra á su guarnicion. Allí lavaba las

     pocas camisas que el tenia,y le guisaba la comida; el decia que era yo muy bonita, y tambien hede confesarque era muy lindo mozo, y que tenia la carne suave yblanca, pero poco entendimiento, y ménos filosofía: yá tiro deballesta se echaba de ver que no le habia educado el doctor Panglós. Acabo de tres meses perdiótodo quanto dinero tenia, y no curándose masde mí, me vendió á un Judío llamado Don Isacar, que tenia

    casa decomercio en Holanda y en Portugal, y se perdia por mugeres. Prendósemucho de mi el tal Judío, pero nada pudo conseguir, que me heresistido á el mas bien que al soldado bulgaro; porque unahonradamuger bien puede ser violada una vez, pero con ese mismo contratiempose fortalece su virtud. ElJudío para domesticarme me ha traído á lacasa de campo que vm. ve. Hasta ahora habia creido que no habiaen latierra mansion mas hermosa que la granja de Tunder-ten-tronck, pero yaestoy desengañada de mierror.El inquisidor general me vió un dia en misa, no me quitó los ojos deencima, y me mandó á decir que metenia que hablar de un asuntosecreto. Lleváronme á su palacio, y yo le dixe quien eran mis

     padres.Representóme entónces quanto desdecia de mi nobleza el pertenecer á unisraelita. Su Ilustrísima propuso á Don Isacar que le hiciera cesiónde mí; y este, que es banquero de palacio y hombre de mucho

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     poder,nunca tal quiso consentir. El inquisidor le amenazó con un auto de fe.Al fin atemorizado mi Judíohizo un ajuste en virtud del qual la casay yo habian de ser de ámbos de mancomun; el Judío se reservóloslúnes, los miércoles y los sábados, y el inquisidor los demas dias dela semana. Seis meses ha quesubsiste este convenio, aunque no sinfreqüentes contiendas, porque muchas veces han disputado sobre silanoche de sábado á domingo pertenecia á la ley antigua, ó á la ley degracia. Yo empero á entrámbas leyesme lie resistido hasta ahora, ypor este motivo pienso que me quieren tanto. Finalmente, por conjurarla plagade los terremotos, y por poner miedo á Don Isacar, le plugoal Ilustrísimo señor inquisidor celebrar un autode fe. Honrómeconvidándome á la fiesta; me diéron uno de los mejores asientos, y sesirviéron refrescos álas señoras en el intervalo de la misa y elsuplicio de los ajusticiados. Confieso que estaba sobrecogidadehorror de ver quemar á los dos Judíos, y al honrado Vizcayno casadocon su comadre; pero ¡qué asombro,qué confusión y qué susto fué elmio quando vi con un sambenito y una coroza una cara parecida á ladePanglós! Estreguéme los ojos, miré con atencion, le vi ahorcar, y metomó un desmayo. Apénas habiavuelto en mí, quando le vi á vm. desnudode medio cuerpo: allí fué el cúmulo de mi horror, miconsternacion, midesconsuelo, y mi desesperacion. Digo de verdad que la cútis de vm. esmas blanca y masencarnada que la de mi capitan de Bulgaros; y estavista aumentó todos los afectos que abrumada yconsumida me tenian. Adar gritos iba, yá decir: deteneos, inhumanos; pero me faltó la voz, yhabrian sidoen balde mis gritos. Quando os hubiéron azotado á susabor, decia yo entre mí: ¿Cómo es posible que seencuentren en Lisboael amable Candido y el sabio Panglós; uno para llevar doscientosazotes, y otro paraser ahorcado por órden del ilustrísimo Señorinquisidor que tanto me ama? ¡Qué cruelmente me engañabaPanglós,quando me decia que todo era perfectísimo!

    Agitada, desatentada, fuera de mi unas veces, y muriéndome otras depesar, tenia preocupada laimaginacion con la muerte de mi padre, mimadre y mi hermano, con la insolencia de aquel soez soldado

     bulgaro,con la cuchillada que me dió, con mi oficio de lavandera y cocinera,con mi capitan bulgaro, con misucio Don Isacar, con mi abominableinquisidor, con la horca del doctor Panglós, con aquel gran miserereenfabordon durante el qual le diéron á vm. doscientos azotes, y masque todo con el beso que dí á vm. detrasdel biombo la última vez quenos vimos. Dí gracias á Dios que nos volvia á reunir por medio detantas

     pruebas, y encargué á mi vieja que cuidase de vm., y me letraxese luego que fuese posible. Hadesempeñado muy bien mi encargo, yhe disfrutado el imponderable gusto de volver á ver á vm., de oírle,yde hablarle. Sin duda que debe tener una hambre canina, yo tambien,tengo buenas ganas, con quecenemos ántes de otra cosa.Sentáronse pues ámbos á la mesa, y despues de cenar se volviéron alhermoso canapé de que ya he hablado.Sobre el estaban, quando llegó elseñor Don Isacar, uno de los dos amos de casa; que era sábado, y veniaágozar sus derechos, y explicar su rendido amor.

    CAPITULO IX.

    Prosiguen los sucesos de Cunegunda, Candido, el Inquisidor general,y el Judío.

    Era el tal Isacar el hebreo mas vinagre que desde la cautividad deBabilonia se habia visto en Israel. ¿Qué esesto, dixo, perra Galilea?¿con que no te basta con el señor inquisidor, que tambien ese chuloentra á la parteconmigo? Al decir esto saca un puñal buido quesiempre llevaba en el cinto, y creyendo que su contrario notraíaarmas, se tira á él. Pero la vieja habia dado á nuestro buenVesfaliano una espada con el vestidocompleto que hemos dicho:desenvaynóla Candido, y derribó en el suelo al Israelita muerto,puesto quefuese de la mas mansa índole.¡Virgen Santísima! exclamó la hermosa Cunegunda; ¿qué será denosotros? ¡Un hombre muerto en mi casa!Si viene la justicia, soyperdida. Si no hubieran ahorcado á Panglós, dixo Candido, el nos dariaconsejo eneste apuro, porque era eminente filósofo; pero pues el nosfalta, consultemos con la vieja. Era esta muy

    discreta, y empezaba ádecir su parecer, quando abriéron otra puertecilla. Era la una de lanoche; habia ya principiado el domingo, dia que pertenecia al señorinquisidor. Al entrar este ve al azotado Candido con laespada en lamano, un muerto en el suelo, Cunegunda asustada, y la vieja dandoconsejos.En este instante le ocurriéron á Candido las siguientes ideas, ydiscurrió así: Si pide auxîlio este varon santo,infaliblemente mehará quemar, y otro tanto podrá hacer á Cunegunda; me ha hecho azotarsin misericordia,es mi contrincante, y yo estoy de vena de matar;pues no hay que detenerse. Fué este discurso tan bienhilado comopronto; y sin dar tiempo á que se recobrase el inquisidor del primersusto, le pasó de parte á

     parte de una estocada, y le dexó tendidocabe el Judío. Buena la tenemos, dixo Cunegunda: ya no hayremision;estamos excomulgados, y es llegada nuestra última hora. ¿Cómo ha hechovm., siendo de tan

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    suave condicion, para matar en dos minutos á unprelado y á un Judío? Hermosa señorita, respondió, quandouno estáenamorado, zeloso, y azotado por la inquisicion, no sabe lo que sehace.Rompió entónces la vieja el silencio, y dixo: En la caballeriza haytres caballos andaluces con sus sillas yfrenos; ensíllelos elesforzado Candido; esta señora tiene moyadores y diamantes; montemos ácaballo, yvamos á Cadiz, puesto que yo no me puedo sentar mas quesobre una nalga. El tiempo está hermosísimo, yda contento caminar conel fresco de la noche.Ensilló volando Candido los tres caballos, y Cunegunda, él, y la viejaanduviéron diez y seis leguas sin

     parar. Miéntras que iban andando,vino á la casa de Cunegunda la santa hermandad, enterráron áSuIlustrísima en una suntuosa iglesia, y á Isacar le tiráron á unmuladar.Ya estaban Candido, Cunegunda y la vieja en la villa de Aracena, enmitad de los montes de Sierra-Morena,y decian lo que sigue en unmeson.CAPITULO X.

    De la triste situacion en que, se viéron Candido, Cunegunda y lavieja; de su arribo á Cadiz, y como seembarcáron para América.

    ¿Quién me habrá robado mis doblones y mis diamantes? decia llorandoCunegunda; ¿cómo hemos de vivir?¿qué hemos de hacer? ¿donde he dehallarinquisidores y Judíos que me den otros? ¡Ay! dixo la vieja, muchomesospecho de un reverendo padre Franciscano que ayer durmió en Badajozen nuestra posada. LíbremeDios de hacer juicios temerarios; pero éldos veces entró en nuestro quarto, y se fué mucho ántes que

    nosotros.Ha, dixo Candido, muchas veces me ha probado el buen Panglós que losbienes de la tierra soncomunes de todos, y cada uno tiene igualderecho á su posesion. Conforme á estos principios, nos habia dehaberdexado el padre para acabar nuestro camino. ¿Con que no te queda nada,hermosa Cunegunda? Ni unmaravedí, respondió esta. ¿Y qué nos harémos?exclamó Candido. Vendamos uno de los caballos, dixo lavieja; yomontaré á las ancas de el de la señorita, puesto que no me puedosentar mas que sobre una nalga, yasí llegarémos á Cadiz.En el mismo meson habia un prior de Benitos, que compró barato elcaballo. Candido, Cunegunda y la viejaatravesáron á Lucena, á Cilla,y á Lebrixa, y llegaron en fin á Cadiz, donde estaban armando unaesquadra

     para poner en razon á los reverendos padres jesuitas delParaguay, que habian excitado á uno de sus aduaresde Indios contralos reyes de España y Portugal, cerca de la colonia del Sacramento.Candido, que habiaservido en la tropa bulgara, hizo á presencia delgeneral de aquel pequeño exército el exercicio á la bulgaracon tantodonayre, ligereza, maña, agilidad y desembarazo, que le dió este elmando de una compañía deinfantería. Hétele pues capitan; con estagraduacion se embarcó en compañía de su Cunegunda, de la vieja,

    de doscriados, y de los dos caballos andaluces que habian sido del señorinquisidor general de Portugal.En la travesía discurriéron largamente cerca de la filosofía del pobrePanglós. Vamos á otro mundo, deciaCandido, y sin duda que en el esdonde todo está bien; porque en este nuestro hemos de confesar que haysusdefectillos en lo físico y en lo moral. Yo te quiero con toda mialma, decia Cunegunda; pero todavía llevo elcorazon traspasado con loque he visto, y lo que he padecido. Todo irá bien, replicó Candido; yael mar deeste nuevo mundo vale mas que nuestros mares de Europa, quees mas bonancible, y los vientos son masconstantes: no cabe duda deque el nuevo mundo es el mejor de los mundos posibles. Plega á Dios,dixoCunegunda; pero tan horrorosas desgracias han pasado por mi en elmio, que apénas si queda en mi corazonresquicio de esperanza. Vms. sequejan, les dixo la vieja; pues sepan que no han experimentadodesventurascomo las mias. Sonrióse Cunegunda del disparate de labuena muger que se alababa de ser mas desdichadaque ella. ¡Ay! ledixo, madre, á ménos que haya vm. sido violada por dos Bulgaros, quele hayan dado doscuchilladas en la barriga, que hayan demolido dos desus granjas, que hayan degollado en su presencia dos

     padres y dosmadres de vm., y que haya visto á dos de sus amantes azotados en unauto de fe, no se como

     pueda haber corrido mayores borrascas: sincontar que he nacido baronesa con setenta y dos quarteles en miescudode armas, y he sido cocinera. Señorita, replicó la vieja, vm. no sabequal ha sido mi cuna; y si leenseñara mi trasero, no hablaria delmodo que habla, y suspenderia el juicio. Excitó esta réplicafuertecuriosidad en los ánimos de Candido y Cunegunda, y la vieja lasatisfizo en las siguientes razones.CAPITULO XI.

    Que cuenta la historia de la vieja.

     No siempre he tenido yo los ojos lagañosos y ribeteados de escarlata;no siempre se ha tocado mi barba conmis narices, ni he sido siemprecriada de servicio. Soy hija del papa Urbano X y la princesa dePalestrina.

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    Hasta que tuve catorce años, me criáron en un palacio alqual no hubieran podido servir de caballeriza todaslas quintas debarones tudescos, y era mas rico uno de mis trages que todas lasmagnificencias de la Vesfalia.Crecia en gracia, en talento y beldad,en medio de gustos, respetos y esperanzas, y ya inspirabaamor.Formábase mi pecho; pero ¡qué pecho! blanco, duro, de la forma del dela ve nus de Medicis; ¡y quéojos! ¡qué pestañas! ¡qué negras cejas!¡qué llamas salian de las niñas de mis ojos, que eclipsabanelresplandor de los astros, segun decian los poetas de mi barrio! Lasdoncellas que me desnudaban y mevestian se quedaban absortas quandome contemplaban por detras y por delante; y todos los hombressehubieran querido hallar en su lugar.

    Celebráronse mis desposorios con un príncipe soberano de Masa-Carrara.¡Dios mio! ¡qué príncipe! tanlindo como yo; ayroso, y de la condiciónmas blanda, del mas agudo ingenio, y perdido por mi deamores: yo leamaba como quien quiere por la vez primera, esto es que le idolatraba.Dispusiéronse las

     bodas con pompa y magnificencia nunca vista: todoera fiestas, torneos, óperas bufas; y en toda Italia sehiciéronsonetos en mi elogio, de los quales ninguno hubo que no fuera rematadode malo. Ya rayaba laaurora de mi felicidad, quando una marquesavieja, á quien habia cortejado mi príncipe, le convidó átomarchocolate con ella, y el desventurado murió al cabo de dos horas enhorribles convulsiones; peroesto es friolera para lo que falta.Desesperada mi madre, puesto que mucho ménos desconsolada queyo,quiso perder de vista por algun tiempo esta funesta mansion. Teníamosuna hacienda muy pingüe enlas inmediaciones de Gaeta, y nosembarcámos para este puerto en una galera del pais, dorada comoelaltar de San Pedro en Roma. Hete aquí un pirata de Salé que nos dacaza y nos aborda: nuestros

    soldados se defendiéron como buenossoldados del papa, es decir que tiráron las armas y se hincáronderodillas, pidiendo al pirata la absoluciónin articulo mortis.

    En breve los desnudáron de piés á cabeza, y lo mismo hiciéron con mimadre, con nuestras doncellas, yconmigo. Cosa portentosa es de vercon qué presteza desnudan estos caballeros á la gente; pero lo quemasextrañé, fué que á todos nos metiéron el dedo en un sitio dondenosotras las mugeres no estamosacostumbradas á meter mas que cañutosde xeringa. Parecióme muy rara esta ceremonia; que así falla detodoel que no ha salido de su pais: mas luego supe que era por ver si enaquel sitio habíamos escondidoalgunos diamantes, y que es estiloestablecido de tiempo inmemorial en las naciones civilizadas queandanbarriendo los mares, y que los señores religiosos caballeros de Maltanunca le omiten quando apresaná Turcos ó Turcas, porque es ley delderecho de gentes, que nunca ha sido quebrantada.

     No diré si fué cosa dura para una princesa joven que la llevarancautiva á Marruecos con su madre; bien se pueden vms. figurar quantopadeceríamos en el navío pirata. Mi madre todavía era muy hermosa;nuestrascamareras, y hasta nuestras meras criadas eran mas lindas quequantas mugeres pueden hallarse en el Africatoda; y yo era unembeleso, el epílogo de la beldad y la gracia, y era doncella; pero nolo fui mucho tiempo,que el arraez del barco me robó la flor queestaba destinada para el precioso príncipe de Masa-Carrara.Estearraez era un negro abominable, que creía que me honraba con suscaricias. Sin duda la princesa dePalestrina y yo debíamos de ser muyrobustas, quando resistímos á todo quanto pasámos hasta llegaráMarruecos. Pero vernos adelante, que son cosas tan comunes que nomerecen mentarse siquiera.Quando llegámos, corrian rios de sangre por Marruecos; cada uno de loscincuenta hijos del emperadorMuley-Ismael tenia su partido aparte, loqual componia cincuenta guerras civiles distintas de negroscontranegros, de negros contra moros, de moros contra moros, de mulatoscontra mulatos; y todo el ámbitodel imperio era una continuacarnicería.Apénas hubimos desembarcado, acudiéron unos negros de una faccionenemiga de la de mi pirata para

    quitarle el botin. Despues del oro ylos diamantes, la cosa de mas precio que habia éramos nosotras;ypresencié un combate qual nunca se ve igual en nuestros climaseuropeos, porgue no tienen los pueblosseptentrionales tan ardientela sangre, ni es en ellos la pasion á las mugeres lo que es entre losAfricanos.Parece que los Europeos tienen leche en las venas, miéntrasque por las de los moradores del monte Atlantey paises inmediatoscorre fuego y pólvora. Peleáron con la furia de los leones, lostigres, y las sierpes de lacomarca, para saber quien habia de serdueño nuestro. Agarró un moro de mi madre por el brazo derecho,elteniente del barco la tiró hácia el por el izquierdo; un soldado morola cogió de una pierna, y uno de los

     piratas asió de la otra; y casitodas nuestras doncellas se encontráron en un momento tiradas dequatrosoldados. Mi capitan se habia puesto delante de mí, yblandiendo la cimitarra daba la muerte á quantos á sufuror seoponian. Finalmente vi á todas nuestras Italianas y á mi madreestropeadas, acribilladas de heridas, y

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    hechas tajadas por losmonstruos que batallaban por su posesion; mis compañeros cautivos, losque loshabian cautivado, soldados, marineros, negros, blancos,mestizos, mulatos, y mi capitan en fin, todos fuéronmuertos, y yoquedé moribunda encima de un monton de cadáveres. Las mismas escenasse repetian, comoes sabido, en un espacio de mas de trescientasleguas, sin que nadie faltase á las cinco oraciones al dia quemandaMahoma.

    Zaféme con mucho trabajo de tanta multitud de sangrientos cadáveresamontonados, y lleguéarrastrando al pié de un naranjo grande quehabia á orillas de un arroyo inmediato: allí me caí rendidadel susto,del cansancio, del horror, de la desesperacion, y del hambre. En brevemis sentidos postradosse entregáron á un sueño que mas que sosiegoera letargo. En este estado de insensibilidad y flaquezaestaba entrela vida y la muerte, quando me sentí comprimida por una cosa quebullia sobre mi cuerpo; yabriendo los ojos, vi á un hombre blanco yde buena traza, que suspirando decia entre dientes:O che sciagurad'essere senza cogl…. 

    CAPITULO XII.

    Donde prosigue la historia de la vieja.

    Atónita quanto alborozada de oir el idioma de mi patria, extrañandoempero las palabras que decia

    aquel hombre, le respondí que mayoresdesgracias habia que el desman de que se lamentaba,informándole enpocas razones de los horrores que habia sufrido; despues de esto mevolví á desmayar.Llevóme á una casa inmediata, hizo que me metieranen la cama, y me dieran de comer, me sirvió, meconsoló, me halagó, medixo que no habia visto en su vida criatura mas hermosa, ni habianunca sentidomas que le faltara lo que nadie podia suplir. Nací enNápoles, me dixo, donde capan todos los años dosó tres milchiquillos: unos se mueren, otros sacan mejor voz que las mugeres, yotros van á gobernarestados. Me hiciéron la operacion susodicha consuma felicidad, y he sido músico de la capilla de laseñora princesade Palestrina. ¡De mi madre! exclamé. ¡De su madre de vm.! exclamó élllorando. ¡Conque es vm. aquella princesita que crié yo hasta quetuvo seis años, y daba nuestras de ser tan hermosacomo es vm.! — Esamisma soy, y mi madre está quatrocientos pasos de aquí, hecha tajadas,baxo unmontón de cadáveres…… Contéle entónces quanto me habiasucedido, y el también me dio cuenta de

    sus aventuras, y me dixo queera ministro plenipotenciario de una potencia cristiana cerca del reydeMarruecos, para firmar un tratado con este monarca, en virtud delqual se le subministraban navíos,

    cañones y pólvora, para ayudarle áexterminar el comercio de los demas cristianos. Ya estádesempeñada micomision, añadió el honrado eunuco, y me voy á embarcar á Ceuta, dedonde la llevaréá vm. á Italia.Ma che sciagura, d'essere senzacogl…. 

    Díle las gracias vertiendo tiernas lágrimas; y en vez de llevarme áItalia, me conduxo á Argel, y me vendióal Dey. Apenas me habiavendido, se manifestó en la ciudad con toda su furia aquella peste queha dado lavuelta por Africa, Europa y Asia. Señorita, vm. ha vistotemblores de tierra, pero ¿ha padecido la peste?

     Nunca, respondió labaronesa.Si la hubiera padecido, confesaria vm. que no tienen comparacion losterremotos con ella, puesto que esmuy freqüente en Africa, y que yola he pasado. Fígurese vm. qué situacion para la hija de un papa,dequince años de edad, que en el espacio de tres meses habia sufridopobreza y esclavidud, habia sidoviolada casi todos los dias, habiavisto hacer quatro pedazos á su madre, habia padecido las plagas de

    laguerra y la hambre, y se moria de la peste en Argel. Verdad es que nome morí; pero pereció mi eunuco, elDey, y el serrallo casi todo.Quando calmó un poco la desolacion de esta espantosa peste, vendiéroná los esclavos del Dey. Comprómeun mercader que me llevó á Tunez,donde me vendió á otro mercader, el qual me revendió en Tripoli;deTripoli me revendiéron en Alexandría; de Alexandría en Esmyrna, y deEsmyrna en Constantinopla: alcabo vine á parar á manos de un agá degenízaros, que en breve tuvo órden de ir á defender á Azof contralosRusos que la tenian sitiada.El agá, hombre de mucho mérito, se llevó consigo todo su serrallo, ynos alojó en un fortin sobre la lagunaMeótides, á la guarda de doseunucos negros y veinte soldados. Fuéron muertos millares de Rusos,pero nonos quedáron á deber nada: Azof fué entrada á sangre y fuego,y no se perdonó edad ni sexô: solo quedó

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    nuestro fortin, que losenemigos quisiéron tomar por hambre. Los veinte genízaros juráron norendirse; losapuros del hambre á que se viéron reducidos, losforzáron á comerse á los dos eunucos, por no faltar al

     juramento; yal cabo de pocos dias se resolviéron á comerse las mugeres.Teníamos un iman, varon muy pío y caritativo, que les predicó unsermón eloqüente, exhortándolos á queno nos mataran del todo.Cortad, dixo, una nalga á cada una de estas señoras, con la qual osregalaréis ávuestro sabor; si es menester, les cortaréis la otradentro de algunos dias: el cielo remunerará obra tancaritativa, yrecibiréis socorro. Como era tan eloqüente, los persuadió, y noshiciéron tan horrorosaoperacion. Púsonos el iman el mismo ungüentoque se pone á las criaturas recien circuncidadas, y todasestábamos ápunto de muerte.Apénas habian comido los genízaros la carne que nos habian quitado,desembarcáron los Rusos en unos

     barcos chatos, y no se escapó convida ni siquiera un genízaro: los Rusos no paráron la consideracionen elestado en que nos hallábamos. En todas partes se encuentrancirujanos franceses; uno que era muy hábil nostomó á su cargo, y noscuró: y toda mi vida me acordaré de que, así que se cerráron misllagas, me reqüestóde amores. Nos exhortó luego á tener paciencia,afirmándonos que lo mismo habia sucedido en otrosmuchos sitios, y queesa era la ley de la guerra.Luego que pudiéron andar mis compañeras, las conduxéron á Moscou, y yocupe en suerte á un boyardo queme hizo su hortelana, y me daba veintezurriagazos cada dia. A cabo de dos años fué desquartizado esteseñor,por no se qué tracamundana de palacio; y aprovechándome de la ocasion,me escapé, atravesé laRusia entera, y serví mucho tiempo en losmesones, primero de Riga, y luego de Rostoc, de Vismar, deLipsia, deCasel, de Utrec, de Leyden, de la Haya, y de Roterdan. Así heenvejecido en el oprobio y la

    miseria, con no mas que la mitad deltrasero, siempre acordándome de que era hija de un papa. Cien veceshequerido darme la muerte, mas me sentia con apego á la vida. Acaso estaridícula flaqueza es una denuestras propensiones mas funestas; porque¿donde hay mayor necedad que empeñarse en llevarcontinuamente encimauna carga que siempre anhela uno por tirar al suelo; horrorizarse desu exîstencia, yquerer exîstir; halagar en fin la víbora que nos estároyendo, hasta que nos haya comido las entrañas y elcorazon?En los paises adonde me ha llevado mi suerte, y en los mesones dondehe servido, he visto infinita cantidadde personas que maldecian suexîstencia; pero no han pasado de doce las que he visto quedabanvoluntariamente fin á sus cuitas: tres negros, quatro Ingleses, quatroGinebrinos, y un catedráticoaleman llamado Robel. Al fin me tomó porsu criada el Judío Don Isacar, y me llevó, hermosa señorita, ácasade vm., donde no he pensado mas queen la felicidad de vm.,interesándome mas en sus aventuras que enlas mias propias; y nuncahubiera mentado siquiera mis cuitas, si no me hubiera vm. picado cunpoco, y si nofuese estilo de los que van embarcados contar cuentospara matar el tiempo. Señorita, yo tengo experiencia,

    y se lo que es elmundo: vaya vm. preguntando á cada pasagero uno por uno la historiade su vida, y mandeque me arrojen de cabeza en el mar, si encuentrauno solo que no haya maldecido cien veces la exîstencia, yque no sehaya creido el mas desventurado de los mortales.CAPITULO XIII.

    De como Candido tuvo que separarse por fuerza de la hermosaCunegunda y la vieja.

    Oída la historia de la vieja, la hermosa Cunegunda la trató con toda laurbanidad y decoro que se mereciauna persona de tan alta gerarquí ytanto mérito, y admitió su propuesta. Rogó á todos los pasageros quelecontaran sus aventuras uno después de otro, y Candido y ellaconfesáron que tenia la vieja razon. ¡Quélástima es, decia Candido,que hayan ahorcado, contra lo que es práctica, al sabio Panglós en unauto de fe!Cosas maravillosas nos diria cerca del mal físico, y delmal moral, que cubren mares y tierras, y yo tuvieravalor para hacerlecon mucho respeto algunos reparillos.

    Miéntras contaba cada uno su historia, iba andando el navío, y al finaportó á Buenos-Ayres. Cunegunda, elcapitan Candido y la vieja sefuéron á presentar al gobernador Don Fernando de Ibarra,Figueroa,Mascareñas, Lampurdan y Souza, el qual señor tenia una arroganciaque no desdecia de un sugeto

     posesor de tantos apellidos. Trataba álos hombres con la mas noble altivez, alzando el pescuezo, hablandoentan descompasadas y recias voces, y en tono tan altivo, y afectandoademanes tan arrogantes, que áquantos le saludaban les veníantentaciones de hartarle de bofetadas. Era con esto enamorado hasta nomas, yCunegunda le pareció la mas hermosa criatura de quantas habiavisto. Lo primero que hizo fué preguntar siera muger del capitan.Sobresaltóse Candido del tonillo con que acompañó esta pregunta, y nose atrevió ádecir que fuese su muger, porque verdaderamente no loera; ni ménos que fuese su hermana, porque no loera tampoco; puestoque esta mentira oficiosa era muy freqüentemente usada do losantiguos: pero el alma

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    de Candido era tan pura que no pudo desmentirla verdad. Esta Señorita, díxo, me debe favorecer con sumano, ysuplicamos ámbos á Vueselencia que se digne ser padrino de losnovios. Oyendo esto Don Fernandode Ibarra, Figueroa, Mascareñas,Lampurdan y Souza, se alzó con la izquierda mano los bigotes, se rióconademan burlon, y mandó al capitan Candido que fuera á pasarrevista á su compañía. Obedeció este, y sequedó el gobernador ásolas con la baronesita; le manifestó su amor, previniéndola que eldia siguiente seriasu esposo por delante ó por detras de la iglesia,como mas á Cunegunda le potase. Pidióle esta un quarto dehora parapensarlo bien, consultarlo con la vieja, y resolverse.Entráron Cunegunda y la vieja en bureo, y esta dixo: Señorita, vm.tiene setenta y dos quarteles y ni unochavo, y está en su mano sermuger del señor mas principal de la América meridional, que tieneunosestupendos bigotes, y así no viene al caso echarla de incontrastablefirmeza. Los Bulgaros la violáron ávm.; un inquisidor y un Judío handisfrutado sus favores: las desdichas dan derechos legítimos. Si yofueravm., confieso que no tendría reparo ninguno en casarme con elseñor gobernador, y hacer rico al señorcapitan Candido. Así decia lavieja con toda aquella autoridad que su prudencia y sus canas ledaban, ymiéntras estaba aferrando áncoras un navichuelo que traía unalcalde y dos alguaciles; y era esta la causa desu arribo.

     No se habia equivocado la vieja en sospechar que el ladron del dineroy las joyas de Cunegunda en Badajoz,quando venia huyendo conCandido, era un frayle Francisco de manga ancha. El frayle quisovender á undiamantista algunas de las piedras preciosas hurtadas, yeste conoció que eran las mismas que le habiacomprado á el propio elInquisidor general. Fué preso el santo religioso, y confesó de plano áquien y comolas habia robado, y el camino que llevaban Candido yCunegunda. Ya se sabia la fuga de ámbos: fuéron

     pues en su seguimientohasta Cadiz, y sin perder tiempo salió un navío en su demanda. Yaestaba laembarcación al ancla en el puerto de Buenos-Ayres, y acudióla voz de que iba á desembarcar un alcalde delcrímen, que venia enbusca de los asesinos del ilustrísimo Señor Inquisidor general. Alpunto dió órden ladiscreta vieja en lo que habia que hacer. Vm. no sepuede escapar, dixo á Cunegunda, ni tiene nada quetemer, que no fuévm. quien mató á Su Ilustrísima; y fuera de eso el gobernadorenamorado no consentiráque la toquen en el pelo de la ropa: con queno hay que menearse. Va luego corriendo á Candido, y ledice:Escápate, hijo mio, si no quieres que dentro de una hora te quemenvivo. No daba el caso un instante devagar; pero ¿cómo se habia deapartar de Cunegunda? ¿y donde hallaria asilo?CAPITULO XIV.

    Del recibimiento que á Candido y á Cacambo hiciéron los jesuitasdel Paraguay.

    Se había traído consigo Candido de Cadiz uncriado corno se encuentranmuchos en los puertos de mar de

    España, que era un quarteron, hijo deun mestizo de Tucuman, y que habia sido monaguillo,sacristan,marinero, metedor, soldado y lacayo. Llamábase Cacambo, y queriamucho á su amo, porque suamo era muy bueno. Ensilló en un abrir ycerrar de ojos los dos caballos andaluces, y dixo á Candido:Vamos,Señor, sigamos el consejo de la vieja, y echamos á correr sin mirarsiquiera hacia atrás. Candidovertia amargas lágrimas diciendo: ¡Ohmi amada Cunegunda! ¿con que es fuerza que te abandone quandoiba elseñor gobernador á ser padrino de nuestras bodas? ¿Qué va á ser de miCunegunda, que de tan léjoshabia traído? Será lo que Dios quisiere,dixo Cacambo: las mugeres para todo encuentran salida; Dioslasremedia; vámonos. ¿Adonde me llevas? ¿adonde vamos? ¿qué nos haremossin Cunegunda? deciaCandido. Voy á Santiago, replicó Cacambo; vm.venia con ánimo de pelear contra los jesuitas, pues vamosá pelear ensu favor. Yo se el camino, y le llevaré á vm. á su reyno; y tendránmucha complacencia en poseerun capitan que hace el exercicio á labulgara; vm. hará un inmenso caudal: que quando no tiene uno lo quehamenester en un mundo, lo busca en el otro, y es gran satisfaccion very hacer cosas nuevas. ¿Con que tuya has estado en el Paraguay? ledixo Candido. Friolera es si he estado, replicó Cacambo; he sidopinche en

    el colegio de la Asuncion, y conozco el gobierno de lospadres lo mismo que las calles de Cadiz. Es un portento el talgobierno. Ya tiene mas de trescientas leguas de diámetro, y se divideen treinta provincias.Los padres son dueños de todo, y los pueblosno tienen nada: es la obra maestra de la razon y la justicia. Yo

     pormí no veo mas divina cosa que los padres, que aquí estan haciendo laguerra á los reyes de España yPortugal, y confesándolos en Europa;aquí matan á los Españoles, y en Madrid les abren de par en parelcielo: vaya, es cosa que me encanta. Vamos apriesa, que va vm. á serel mas afortunado de los humanos.¡Qué gusto para los padres, quandosepan que les llega un capitan que sabe el exercicio bulgaro!Así que llegáron á la primera barrera, dixo Cacambo á la guardiaavanzada que un capitan queria hablar conel señor comandante. Fuéroná avisar á la gran guardia, y un oficial paraguayés fué corriendo áecharse á los

     piés del comandante para darle parte de esta nueva.Desarmáron primero á Candido y á Cacambo, y les

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    cogiéron suscaballos andaluces; introduxéronlos luego entre dos filas desoldados, al cabo de las qualesestaba el comandante, con su bonetede Teatino puesto, la espada ceñida, la sotana remangada, yunaalabarda en la mano: hizo una seña, y al punto veinte y quatrosoldados rodeáron á los recienvenidos.Díxoles un sargento queesperasen, porque no les podia hablar el comandante, habiendo mandadoel padre

     provincial que ningún Español descosiese la boca como nofuese en su presencia, ni se detuviese arriba detres horas en elpais. ¿Y donde está el reverendo padre provincial? dixo Cacambo. Enla parada, desde quedixo misa, y no podrán vms. besarle las espuelashasta de aquí á tres horas. Si el señor capitan, que se estámuriendode hambre lo mismo que yo, dixo Cacambo, no es Español, que es Aleman;con que me pareceque podemos almorzar miéntras llega SuReverendísima.Fuése incontinenti el sargento á dar cuenta al comandante. Bendito seaDios, dixo este señor: una vez que esAleman, bien podemos hablar;llévenle á mi enramada. Lleváron al punto á Candido á un retrete deverdura,ornado de una muy bonita colunata de mármol verde y color deoro, y de enjaulados donde habia encerrados

     papagayos, páxaros-moscas,colibríes, gallinas de Guinea, y otros páxaros raros. Estaba servidoen vaxilla deoro un excelente almuerzo; y miéntras comian granos demaiz los Paraguayeses en escudillas de palo, y encampo raso al calordel sol, se metió el padre reverendo en la enramada. Era este un mozomuy galan, llenode cara, blanco y colorado, las cejas altas yarqueadas, los ojos despiertos, encarnadas las orejas, roxosloslabios, el ademan altivo, pero no aquella altivez de un Español, ni lade un jesuita. Fuéron restituidas áCandido y á Cacambo las armas queles habian quitado, y con ellas los dos caballos andaluces; yCacamboles echó un pienso cerca de la enramada, sin perderlos de vista,temiendo que le jugaran algunatreta.

    Besó Candido la sotana del comandante, y se sentaron ámbos á la mesa.¿Con que es vm. Aleman? le dixoel jesuita en este idioma. Sí, padrereverendísimo, dixo Candido. Miráronse uno y otro, al pronunciarestaspalabras, con un pasmo y una alteracion que no podian contener en elpecho. ¿De qué pais de Alemaniaes vm.? dixo el jesuita. De la suciaprovincia de Vesfalia, replicó Candido, natural de la quinta deTunder-ten-tronck. ¡Dios mio! ¿es posible? exclamó el comandante. ¡Quéportento! gritaba Candido. ¿Es vm.? deciael comandante. No puede ser,replicaba Candido. Ambos á dos se tiran uno á otro, se abrazan, yderraman unmar de lágrimas. ¿Con que es vm., reverendo padre? ¡vm.,hermano de la hermosa Cunegunda; vm., que fuémuerto por los Bulgaros;vm., hijo del señor baron; vm., jesuita en el Paraguay! vaya, que eneste mundo seven cosas extrañas. ¡Ha Panglós, Panglós, qué júbilofuera el tuyo si no te hubieran ahorcado!Hizo retirar el comandante á los esclavos negros y á los Paraguayeses,que le escanciaban vinos preciososen vasos de cristal de roca, y diómil veces gracias á Dios y á San Ignacio, estrechando en sus brazosáCandido, miéntras que por los rostros de ámbos corrian copiososllantos. Mas se enternecerá vm., se

     pasmará, y perderá el juicio,continuó Candido, quando sepa que la baronesita su hermana, á quiencree que

    le han pasado el vientre, está buena y sana. — ¿Adonde? — Aquícerca, en casa del señor gobernador deBuenos-Ayres, y yo he venidocon ella á la guerra. Cada palabra que en esta larga conversacióndecian eraun prodigio nuevo: toda su alma la tenian pendiente de lalengua, atenta en los oidos, y brillándoles en losojos. A fuer deAlemanes, estuviéron largo espacio sentados á la mesa, miéntras veniael reverendo padre

     provincial; y el comandante habló así á su amadoCandido.CAPITULO XV.

    Que cuenta la muerte gue dió Candido al hermano de su queridaCunegunda.

    Toda mi vida tendré presente aquel horrorosa dia que vi dar muerte ámi padre y á mi madre, y violar á mihermana. Quando se retiráron losBulgaros, nadie pudo dar lengua de esta adorable hermana, y echáronenuna carreta á mi madre, á mi padre, y á mí, á dos criadas, y tresmuchachos degollados, para enterrarnosen una iglesia de jesuitas, quedista dos leguas de la quinta de mi padre. Un jesuita nos roció conagua

     bendita, que estaba muy salada; me entráron unas gotas en losojos, y advirtió el padre que hacian mis pestañas un movimiento decontraccion; púsome la mano en el corazon, y le sintió latir: mesocorriéron, y alcabo de tres semanas me hallé sano. Ya sabe vm.,querido Candido, que era muy bonitillo; creció mihermosura con laedad, de suerte que el reverendo padre Croust, rector de la casa, metomó mucho cariño, yme dió el hábito de novicio: poco despues meenviáron á Roma. El padre general necesitaba una leva de

     jesuitasalemanes mozos. Los soberanos del Paraguay admiten lo ménos jesuitasespañoles que pueden, y prefieren á los extrangeros, de quien setienen por mas seguros. El reverendo padre general me creyó bueno parael cultivo de esta viña, y vinimos juntos un Polaco, un Tirolés, y yo.Así que llegué, me ordenáron desubdiácono, y me diéron una tenencia:y ya soy coronel y sacerdote. Las tropas del rey de Españaseránrecibidas con brío, y yo salgo fiador de que se han de volverexcomulgadas y vencidas. La Providencia

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    le ha traído á vm. aquí parafavorecernos. Pero ¿es cierto que está mi querida Cunegunda aquí cercaen casadel gobernador de Buenos-Ayres? Candido le confirmó conjuramento la verdad de quanto le habia referido,y corriéron de nuevolos llantos de entrámbos.

     No se hartaba el baron de dar abrazos á Candido, apellidándole suhermano y su libertador. Acaso podrémos, querido Candido, le dixo,entrar vencedores los dos juntos en Buenos-Ayres, y recuperar ámihermana Cunegunda. No deseo yo otra cosa, respondió Candido, porque meiba á casar con ella, ytodavía espero ser su esposo. ¡Tú, insolente!replicó el baron: ¡tener descaro para casarte con mi hermana,quetiene setenta y dos quarteles! ¡y tienes avilantez para hablarme detan temerario pensamiento! ConfusoCandido al oir estas razones, lerespondió: Reverendo padre, no importan un bledo todos los quartelesdeeste mundo; yo he sacado á la hermana de vuestra reverencia depoder de un Judío y un inquisidor; ella meestá agradecida, y quiereser mi muger: maese Panglós me ha dicho que todos éramos iguales, yCunegundaha de ser mia. Eso lo verémos, picaruelo, dixo el jesuitabaron de Tunder-ten-tronck, alargándole con la hojade la espada uncintarazo en los hocicos. Candido desenvayna la suya, y se la mete enla barriga hasta lacazoleta al baron jesuita; pero, al sacarlahumeando en sangre, echó á llorar. ¡Ay, Dios mio, dixo, que hequitadola vida á mi amo antiguo, á mi amigo y mi cuñado! El mejor hombre delmundo soy, y ya llevomuertos tres hombres, y de estos tres los dosson clérigos.Acudió á la bulla Cacambo que estaba de centinela á la puerta de laenramada. No nos queda mas quevender caras nuestras vidas, le dixo suamo; sin duda van á entrar en la enramada: muramos con las armasen lamano. Cacambo que no se atosigaba por nada, sin inmutarse cogió lasotana del baron, se la echó áCandido encima, le puso el bonete deTeatino del cadáver, y le hizo montar á caballo: todo esto se

    executóen un momento. Galopemos, Señor: todo el mundo creerá que es vm. unjesuita que lleva órdenes, yántes que vengan tras de nosotros,estarémos ya fuera de las fronteras. Todo fué uno el pronunciarestaspalabras, y volar gritando: Plaza, plaza al reverendo padre coronel.CAPITULO XVI.

    Donde se da cuenta de los sucesos de nuestros dos caminantes condos muchachas, dos ximios, y lossalvages llamados Orejones.

    Ya habian pasado las barreras Candido y su criado, y todavía ningunoen el campo sabia la muerte del jesuita tudeseo. El vigilante Cacambono se habia olvidado de hacer buen repuesto de pan, chocolate, jamon,fruta, y botas de buen vino, y así se metiéron con sus caballosandaluces en un pais desconocido,donde no descubriéron senderoninguno trillado: al cabo se ofreció á su vista una hermosa praderaregada demil arroyuelos, y nuestros dos caminantes dexáron pacer suscaballerías, Cacambo propuso á su amo que

    comiese, dándole con elconsejo el exemplo. ¿Cómo quieres, le dixo Candido, que coma jamon,después dehaber muerto al hijo del señor baron, y viéndome condenadoá no volver á mirar á la bella Cunegunda?¿Qué me valdrá el alargarmis desventurados años, debiendo pasailos léjos de ella en losremordimientos y ladesesperacion? ¿Qué dirá el diarista de Trevoux?Dicho esto, no dexó de comer. El sol iba á ponerse, quando á deshoraoyen los dos asendereados caminantesunos blandos quejidos como demugeres; pero no sabian si eran de gusto ó de sentimiento:levantáronseempero á toda priesa con el susto y la inquietud quequalquiera cosa infunde en un pais no conocido. Dabanestos gritosdos mozas en cueros, que corrian con mucha ligereza por la pradera, yen su seguimiento ibandos ximios dándoles bocados en las nalgas.Movióse Candido á compasion; habia aprendido á tirar conlosBúlgaros, y era tan diestro que derribaba una avellana del árbol sintocar á las hojas; cogió pues suescopeta madrileña de dos cañones,tiró, y mató ámbos ximios. Bendito sea Dios, querido Cacambo,dixo,que de tamaño peligro he librado esas dos pobres criaturas: si cometíun pecado en matar á uninquisidor y á un jesuita, ya he satisfecho áDios, librando de la muerte á dos muchachas, que acaso son

    señoritasde circunstancias; y esta aventura no puede ménos de grangearnosmucho provecho en el pais. Ibaá decir mas, pero se le heló la sangrey el habla quando vió que las dos muchachas seabrazabanamorosamente de los monos, inundaban en llanto los cadáveres, yhenchian el viento de los masdolientes gritos. No esperaba yo tantabondad, dixo á Cacambo; el qual le replicó: Buena la hemoshecho,Señor. Los que vm. ha muerto eran los amantes de estas dos niñas.¡Amantes! ¿cómo es posible?Cacambo, tu te estás burlando: ¿cómoquieres que tal crea?' Señor amado, replicó Cacambo, vm. de todosepasma. ¿Porqué extraña tanto que en algunos países sean los ximiosfavorecidos de las damas, si sonquarterones de hombre, lo mismo queyo quarteron de Español? Ha, repuso Candido, bien me acuerdo dehaberoido decir á maese Panglós que antiguamente sucedian esos casos, y quede estas mezelas procediéronlos egypancs, los faunos, los sátiros,que viéron muchos principales personages de la antigüedad; pero

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    yotodo lo tenia por fabuloso. Ya puede vm. convencerse ahora, dixoCacambo, de que son verdades, y ya velos estilos de la gente que noha tenido cierta educacion: lo que me temo, es que estas damas nosmetan enalgun atolladero.Persuadido Candido por tan sólidas reflexîones, se desvió de lapradera, y se metió en una selva, donde cenócon Cacambo; y despuesque hubiéron ámbos echado sendas maldiciones al inquisidor dePortugal, algobernador de Buenos-Ayres, y al baron, se quedárondormidos sobre la yerba. Al despertar sintiéron queno se podianmenear; y era la causa que por la noche los Orejones, moradores delpais, á quien habian dadoel soplo las dos damas, los habian atado concuerdas hechas de cortezas de árboles. Cercábanlos unoscincuentaOrejones desnudos, y armados con flechas, mazas y hachas de pedernal:unos hacian hervir ungrandísimo caldero, otros aguzaban asadores, ytodos clamaban: Un jesuita, un jesuita; ahora nosvengarémos, y nosregalarémos; á comer jesuita, á comer jesuíta.Bien le habia yo dicho á vm., señor, dixo en triste voz Cacambo, quelas muchachas aquellas nos jugarianuna mala pasada. Candido mirandolos asadores y el caldero, dixo: Sin, duda que van á cocernos óasarnos.Ha, ¿qué diria el doctor Panglós si viera lo que es la puranaturaleza? Todo está bien, norabuena; peroconfesemos que es tristecosa haber perdido á mi Cunegunda, y ser espetado en un asador porunos Orejones.Cacambo, que nunca se alteraba por nada, dixo aldesconsolado Candido: No se aflija vm., que yo entiendoalgo elguirigay de estos pueblos, y les voy á hablar. No dexes derepresentarles, dixo Candido, que es unainhumanidad horrible el cocerla gente en agua hirviendo, y accion de mal cristiano.Señores, dixo alzando la voz Cacambo, vms. piensan que se van á comerá un jesuíta; y fuera muy bienhecho, que no hay cosa mas conforme ájusticia que tratar así á sus enemigos. Efectivamente el

    derechonatural enseña á matar al próxîmo, y así es estilo en todo el mundo: ysi no exercitamos nosotros elderecho de comérnoslos, consiste en quetenemos otros manjares con que regalarnos; pero vosotros no estaisenel mismo caso, y cierto vale mas comerse á sus enemigos, que abandonará los cuervos y las cornejas elfruto de la victoria. Mas vms.,señores, no se querrán comer á sus amigos; y creen que van á espetar áun

     jpsuita en el asador, miéntras que el asado es vuestro defensor, yenemigo de vuestros enemigos. Yo soynacido en vuestro mismo pais;este señor que estais viendo es mi amo, y léjos de ser jesuita, acabade matar áun jesuita, y se ha traído los despojos: este es el motivode vuestro error. Para verificar lo que os digo, cogedsu sotana,llevadla á la primera barrera del reyno de los padres, é informaos sies cierto que mi amo hamuerto á un jesuita. Poco tiempo seránecesario, y luego nos podeis comer, si averiguais que es mentira;perosi os he dicho la verdad, harto bien sabeis los principios dederecho público, la moral y las leyes, para quenos hagais mal.Pareció justa la proposicion á los Orejones, y comisionáron á dosprohombres para que con la mayor

     presteza se informaran de la verdad:los diputados desempeñáron su comision con mucha sagacidad,

    yvolvieron con buenas noticias. Desatáron pues los Orejones á los dospresos, les hiciéron mil agasajos, lesdiéron víveres, y losconduxéron hasta los confines de su estado, gritando muy alegres: Noes jesuita, no es jesuita. No se hartaba Candido de pasmarse del motivo porque le habían puestoen libertad. ¡Qué pueblo, decia, quégente, qué costumbres! Si nohubiera tenido la fortuna de atravesar de una estocada de parte áparte alhermano de mi baronesita, me comian sin mas remision. Verdades que la naturaleza pura es buena, quandoen vez de comerme me lianagasajado tanto estas gentes, así que han sabido que no era jesuita.CAPITULO XVII.

    Cuéntase el arribo de Candido con su criado al pais del Dorada, ylo que alli viéron.

    Quando estuviéron en la raya de los Orejones, Ya ve vm., dixo Cacarnboá Candido, que este hemisferiovale tan poco como el otro; créame, yvólvamónos á Europa por el camino mas corto. ¿Cómo me he de

    volver,respondió Candido, ni adonde he de ir? Si me vuelvo á mi pais, losAbaros y los Bulgaros lo talantodo á sangre y fuego; si á Portugal,me queman; si nos quedamos en este pais, corremos peligro de quenosasen vivos. Mas ¿cómo nos hemos de resolver á dexar la parte del mundodonde reside mi baronesita?Encaminémonos á Cayena, dixo Cacambo; alli hallarémos Franceses, queandan por todo el mundo, y quenos podrán valer: y acaso tendrá Diosmisericordia de nosotros.

     No era cosa fácil ir á Cayena: bien sabian, á poco mas ó ménos, háciaque parte se habian de dirigir; pero lasmontañas, los rios, losdespeñaderos, los salteadores, y los salvages cran en todas partesestorbosinsuperables. Los caballos se muriéron de cansancio; se lesacabáron las provisiones; y se mantuviéron porespacio de un mes confrutas silvestres. Al cabo se halláron á orillas de un riachuelopoblado de cocos, queles conserváron la vida y la esperanza.Cacambo, que era de tan buen consejo como la vieja, dixo á

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    Candido: Yano podemos ir mas tiempo á pié, sobrado hemos andado; una canoa vacíaestoy viendo á laorilla del río, llenémosla de cocos, metámonosdentro, y dexémonos llevar de la corriente: un río va siempreá parará algun sitio habitado; y si no vemos cosas gratas, á lo ménosverémos cosas nuevas. Vamos allá,dixo Candido, y encomendémonos á laProvidencia.

     Navegáron por espacio de algunas leguas entre riberas, unas vecesamenas, otras áridas, aquí llanas, y alláescarpadas. El río se ibacontinuamente ensanchando, y al cabo se encañaba baso una bóveda deespantables

     breñas que escalaban el cielo. Tuviéron ámbos caminantesla osadía de dexarse arrastrar de las olas debaxode esta bóveda; y elrío, que en este sitio se estrechaba, se los llevó con horrorosoestrépito y no vistavelocidad. Al cabo de veinte y quatro horasviéron otra vez la luz; pero la canoa se hizo añicos en los

     baxíos, ytuviéron que andar á gatas de uno en otro peñasco una legua entera:finalmente avistáron uninmenso horizonte cercado de inaccesiblesmontañas. Todo el pais estaba cultivado no ménos para recrear elgustoque para satisfacer las necesidades; en todas paftes lo útil semaridaba con lo agradable; víanse loscaminos reales cubiertos, ó pormejor decir ornados de carruages deforma elegante y luciente materia,ydentro mugeres y hombres de peregrina hermosura: tiraban con raudopaso de estos carruages unosavultados carneros encarnados, muy masligeros que los mejores caballos de Andalucía, Tetuan yMequinez.Mejor tierra es esta, dixo Candido, que la Vesfalia; y se apeó conCacambo en el primer lugar que topó.Algunos muchachos de la aldea,vestidos de tisú de oro hecho pedazos, estaban jugando al tejo á laentradadel lugar; nuestros dos hombres del otro mundo se divertianen mirarlos. Eran los tejos unas piezas redondasmuy anchas,amarillas, encarnadas y verdes, que despedian mucho brillo: cogiéronalgunas, y eran oro,

    esmeraldas y rubíes, de tanto valor que el deménos precio hubiera sido la mas rica joya del trono del GranMogol.Estos muchachos, dixo Cacambo, son sin duda los infantes que estanjugando al tejo. En esto seasomó el maestro de primeras letras dellugar, y dixo á los muchachos que ya era hora de entrar enlaescuela. Ese es, dixo Candido, el preceptor de la familia real.Los chicos del lugar abandonáron al punto el juego, y tiráron lostejos, y quanto para divertirse les habiaservido. Cogiólos Candido,y acercándose á todo correr al preceptor, se los presentó con muchahumildad,diciéndole por señas que sus Altezas Reales se habian dexadoolvidado aquel oro y aquellas piedras

     preciosas. Echóse á reir elmaestro de leer, y las tiró al suelo; miró luego atentamente á Candidoá la cara, ysiguió su camino.Los caminantes se diéron priesa á coger el oro, los rubíes y lasesmeraldas. ¿Donde estamos? deciaCandido: menester es que esten bieneducados los infantes de este pais, pues así los enseñan á no hacercasodel oro ni las piedras preciosas. No estaba Cacambo ménos atónitoque Candido. Al fin se llegáron á la

     primera casa del lugar, que teniatrazas de un palacio de Europa; á la puerta habia agolpada

    unamuchedumbre de gente, y mas todavía dentro: oíase resonar una músicamelodiosa, y se respiraba undelicioso olor de exquisitos manjares.Arrimóse Cacambo á la puerta, y oyó hablar peruano, que era sulenguamaterna; pues ya sabe todo el mundo que Cacambo era hijo de Tucuman,de un pueblo donde no seconocia otro idioma. Yo le serviré á vm. deintérprete, dixo á Candido; entremos, que este es un meson.Al punto dos mozos y dos criadas del meson, vestidos de tela de oro,y los cabellos prendidos con lazos delo mismo, los convidaron á quese sentaran á mesa redonda. Sirviéron en ella quatro sopas condospapagayos cada una, un buytre cocido que pesaba doscientas libras,dos monos asados de un sabor muydelicado, trescientos colibríes en unplato, y seiscientos páxaros-moscas en otro, exquisitas frutas,ypastelería deliciosa, todo en platos de cristal de roca; y los mozos ysirvientas del meson escanciabanvarios licores sacados de la caña deazúcar.La mayor parte de los comensales eran mercaderes y carruageros, todosde una urbanidad imponderable,que con la mas prudente circunspeccionhiciéron á Cacambo algunas preguntas, y respondiéron á las deeste,dexándole muy satisfecho de sus respuestas. Quando se acabó la comida,Cacambo y Candido créyeron

    que pagaban muy bien el gasto, tirando enla mesa dos de aquellas grandes piezas de oro que habian cogido; perosoltarón la carcajada el huésped y la huéspeda, y no pudiéron durantelargo rato contener la risa: al finse serenáron, y el huésped lesdixo: Bien vemos, señores, que son vms. extrangeros; y como noestamosacostumbrados á ver ninguno, vms. perdonen si nos hemos echado á reirquando nos han querido

     pagar con las piedras de nuestros caminosreales. Sin duda vms. no tienen moneda del pais, pero tampocosenecesita para comer aquí, porque todas las posadas establecidas paracomodidad del comercio las paga elgobierno. Aquí han, comido vms.mal, porque estan en una pobre aldea; pero en las demas parteslosrecibirán como se merecen. Explicaba Cacambo á Candido todo quantodecia el huésped, y lo escuchabaCandido con tanto pasmo y maravillacomo tenia en decírselo su amigo Cacambo. ¿Pues qué pais eseste,decían ambos, ignorado de todo lo demas de la tierra, y donde lanaturaleza entera tanto de la nuestra se

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    diferencia? Es regular queeste sea el pais donde todo está bien, añadia Candido, que alguno hade haber deesta especie; y diga lo que quiera maese Panglós, muchasveces he advertido que todo iba mal en Vesfalia.CAPITULO XVIII.

    Donde se da cuenta de lo que en el pais del Dorado viéron.

    Cacambo dió parte de su curiosidad á su huésped, y este le dixo: Yosoy un ignorante, y no me arrepiento deserlo; pero en el pueblotenemos á un anciano retirado de la corte, que es el sugeto mas doctodel reyno, yque mas gusta de comunicar con los otros lo que sabe.Dicho esto, llevó á Cacambo á casa del anciano.Candido representabala segunda persona, y acompañaba á su criado. Entráron ámbos en unacasa sin

     pompa, porque las puertas no eran mas que de plata, y lostechos de los aposentos de oro, pero con tan finogusto labrados, quecon los mas ricos techos podian entrar en cetejo; la antesalasolamente en rubíes yesmeraldas estaba embutida, pero el órden conque estaba todo colocado resarcia esta excesiva simplicidad.Recibió el anciano á los dos extrangeros en un sofá de plumas decolibrí, y les ofreció varios licores envasos de diamante, y luegosatisfizo su curiosidad en estos términos. Yo tengo ciento setenta ydos años, ymi difunto padre, caballerízo del rey, me contó lasasombrosas revoluciones del Perú, que habia el

     presenciado. El reynodonde estamos es la antigua patria de los Incas, que cometiéron eldisparate deabandonarla por ir á sojuzgar parte del mundo, y que alfin destruyéron los Españoles.

    Mas prudentes fuéron los príncipes de su familia que permaneciéron ensu patria, y por consentimiento

    de la nacion dispusiéron que nosaliera nunca ningun habitante de nuestro pequeño reyno: lo qualhamantenido intacta nuestra inocencia y felicidad. Los Españoles hantenido una confusa idea de este

     pais, que han llamadoElDorado; y un Inglés, nombrado el caballero Raleigh, llegó aquícerca unos cien años hace; mas como estamosrodeados de intransitablesbreñas y simas espantosas, siempre hemos vivido exentos de larapacidadeuropea, que con la insaciable sed que los atormenta de laspiedras y el lodo de nuestra tierra, hubieranacabado con todosnosotros sin dexar uno vivo.

    Fué larga la conversacion, y se trató en ella de la forma de gobierno,de las costumbres, de las mugeres, delos teatros y de las artes;finalmente Candido, que era muy adicto á la metafísica, preguntó, pormedio deCacambo, si tenian religion los moradores. Sonrojóse un pocoel anciano, y respondió: ¿Pues cómo lodudais? ¿creeis que taningratos somos? Preguntó Cacambo con mucha humildad qué religion erala del

    Dorado. Otra vez se abochornó el viejo, y le replicó: ¿Acasopuede haber dos religiones? Nuestra religion esla de todo el mundo:adoramos á Dios noche y dia. ¿Y no adorais mas que un solo Dios?repuso Cacambo,sirviendo de intérprete á las dudas de Candido. Comosi hubiera dos, ó tres, ó quatro, dixo el anciano: vaya,que laspersonas de vuestro mundo hacen preguntas muy raras. No se hartabaCandido de preguntar al buenviejo, y queria saber qué era lo quepedian


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