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Catalogue "STURM - tormenta interior"

Date post: 31-Mar-2016
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Catalogue of the exhibition "STURM - tormenta interior" containing the painting and short stories by the painter and writer Frieder
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Page 1: Catalogue "STURM - tormenta interior"
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Page 4: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Todos los derechos reservados.

© Frieder M. Egermann

[email protected]

Impreso en España - Printed in Spain

Page 5: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Agradecimientos

Gracias, José Luis, por tu apoyo incondicional,

por tolerar mi ausencia durante el tiempo de creación,

por tus palabras y tu comprensión.

Sin ti, estas páginas se quedarían en blanco.

Gracias por ser the wind beneath my wings.

Gracias a Raúl y Claudio por posibilitar la exposición

“STURM - tormenta interior” en el

Centro de Arte Moderno.

Gracias a Teresa y Ángel por su ojo clínico.

Gracias a David por un mundo de sonidos.

Gracias a tantos lugares que he podido visitar y

tantos momentos que he podido vivir y

que han servido de inspiración para los presentes cuadros y relatos.

Page 6: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Azotea en Palma

La azotea de este hotel me encanta, pero deberían poner ascensor. Aunque entonces seguramente ya no estaría a solas

aquí y ahora necesito estarlo. Tengo que pensar, pero dudo que me lleve a alguna conclusión. A lo mejor hoy no vendrá ¡Qué

tontería, claro que vendrá! ¿Estará casualmente tomándose un café en el bar, enfrente del hotel, cuando salga luego de cami-

no al Club, como ayer?

¿Cómo me pudo pasar eso? Ya no soy una quinceañera, ni mucho menos. Tengo ya una edad en la que media hora me

basta para maquillarme antes de actuar. Tengo mi vida hecha. No aquí, es verdad, pero ahí si, el lunes volveré a casa y todo

será como antes.

¿Y el año que viene, el chico volverá a estar sentado ahí, en la segunda mesa? En la misma en la que le vi por primera vez

el año pasado, cuando intercambiamos un tímido saludo, que ambos no olvidamos. En la misma mesa en la que este año le pude

ver nada más abrirse el telón de la primera noche. Y ahí está todas las noches, con esa cara triste que de repente se ilumina por

dentro y se transforma en una cálida sonrisa. No podré aguantar un año sin verle. Esta noche me sentaré en su mesa tras la actua-

ción y como todas las noches me beberé una copa de cava que ya me habrá pedido, pero hoy, mientras nos miramos a los ojos

le diré que me espere a la salida. Esos ojos suyos tan negros, tan profundos, que tanta melancolía esconden.

¿Por qué no me lo puedo quitar de la cabeza? No es tan guapo. Bueno, si lo es y mucho. ¡Estoy loca! ¡Me río sola! Menos

mal que aquí no me escucha nadie. Lo que estoy es enamorada, tonta, y ya no sabía como se sentía eso. Uy, está empezando

a llover. Sí, le diré que me espere en la puerta trasera del Club. No, no puedo hacer eso, arriesgarlo todo por un romance con

un bello extranjero. ¿O sí? Todo el mundo lo comprendería. Pero no es mi estilo, yo no hago esas cosas, y oportunidades he teni-

do. ¿Y sí no es sólo un romance? ¿Cuál es esa canción que suena? La conozco. ¿Cómo iba? Ah, sí… ... it's the heart afraid of bre-

aking that never learns to dance... it's the soul afraid of dying that never learns to live...with the sun's love in the spring becomes

the rose. Que bonita es. Debería incluirla en el repertorio.

¿Por qué estoy llorando? ¿O es la lluvia? No sé si le diré que me espere a la salida, pero si le diré que me ha hecho feliz esta

semana.

Page 7: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Azotea en PalmaAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2010

Page 8: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Dublín

El río Liffey estaba envuelto en una fina capa de niebla, mientras Nacho cruzaba el O'Connell Bridge. Pero justo hoy agradecía la

falta de luz solar. Su cabeza estaba a punto de estallar: la llegada a Dublín y la visita nocturna al distrito Temple Bar no le habían senta-

do nada bien. 'Sólo una cervecita antes de ir a la cama', se había propuesto. Tan oscura y amarga, al principio apenas le quería bajar

por la garganta. A la tercera ya había cambiado de opinión.

Ahora tenía que concentrarse. En la mano llevaba un papel arrugado con la dirección de la casa. Lo miraba una y otra vez, para

confirmar, no tanto la dirección, sino su talento como investigador privado, aunque procuraba no cantar victoria antes de tiempo. Pero indu-

dablemente era la mejor pista que se había obtenido desde el comienzo de la búsqueda del empresario multimillonario hace más de seis

meses. Recientemente, la familia decidió reforzar las investigaciones policiales con un experimentado detective, con él. La única información

que le podían facilitar era que el 28 de abril el desaparecido había cogido un vuelo low-cost a la capital irlandesa y unos días después apa-

reció el último cargo en su tarjeta de crédito a beneficio de un restaurante de comida rápida. Desde entonces no había rastro alguno.

Nacho recordó lo incómodo que se sintió, sentado en un sofá gigante en la mansión familiar, esperando que la esposa y jefa en

funciones del clan, le recibiera. Unos honorarios generosos y una cuenta de gastos de viaje que daba gusto, le convencieron rápida-

mente, aunque había algo que no le agradaba de su nueva clienta.

Nacho divisó el Nº 8 entre la larga fila de adosados rojos. Una mujer con un delantal manchado y visiblemente ocupada acabó

apareciendo. Llevaba el pelo negro sujeto en un improvisado recogido, y una raya ancha de pecas en nariz y mejillas subrayaban unos

ojos color esmeralda. "What can I do for you?", le preguntó ya por segunda vez, con una risita. Nacho, no sabía cómo empezar. "Is Juan

Carlos at home?", optó finalmente por un acercamiento familiar. "Está en el jardín. ¡Ven, pasa! Enseguida le llamo." La casa estaba llena

de juguetes, revistas, cuadros, alfombras, libros, velas… "¡Ven!", se escuchó desde la cocina. "¡Siéntate, hombre! ¿Cómo te llamas? ¿Te

quedas a comer?", seguía hablando la mujer alegremente antes de salir al jardín. En la mesa había dibujos de niños y restos del desayu-

no. Olía fantásticamente bien, a pastel recién hecho. ¡Ahí estaba Juan Carlos! Nacho le pudo ver desde la ventana apoyado en una

herramienta de jardín enseñando risueño su trabajo a la mujer. Cuando pocos segundos después, el detective cerró sigilosamente la

puerta de la casa detrás de sí, no se preocupó de como explicar que le había sido imposible encontrar al desaparecido.

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DublínAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2009

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El Malecón

Saltó los escalones desiguales de tres en tres, ignorando el grito de su abuela. Los estudios podían esperar a mañana. Ahora

había quedado con los amigos para jugar al béisbol en la Plaza 13 de Marzo.

Julio no quería estudiar, quería ser jugador de béisbol. Pero al ser hijo de honorables trabajadores, hijos, a su vez, de hono-

rables trabajadores, y como ningún miembro de su reducida familia había tenido la desfachatez (o el valor, según se mire) de

emigrar a EE.UU. o, al menos, intentarlo, le tocó el privilegio de acceder a una carrera universitaria. Su abuela estaba henchida

de orgullo, pero Julio se sentía mucho más orgulloso de sus zapatillas y camiseta nuevas. En las zapatillas faltaba casi una pulga-

da para que los dedos tocaran la punta, mientras la camiseta se tensaba sobre de su pecho, y una delgada franja de su piel

morena se dejaba entrever por encima del pantalón cuando se movía rápidamente.

Julio bajó la calle corriendo y, al llegar al Malecón, giró a la derecha. El mar estaba revuelto y cada ola salpicaba millo-

nes de pequeñas gotas de espuma salada sobre la acera. El chico se detuvo un instante. No podía mirar ese espectáculo sin

recordar como algunos de los momentos más felices de su infancia consistían en dejarse mojar por la marea blanca. Durante un

segundo estuvo tentado a cruzar la avenida y ponerse al otro lado esperando la siguiente ola. Despacio deslizó su mano abier-

ta sobre su camiseta nueva y bajó su mirada hacia las zapatillas blancas, impolutas. En seguida volvió a levantar la vista.

'¡Qué más da!', pensó.

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El MalecónAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2010

Page 12: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Cala Mayor

Una tormenta de verano les había sorprendido. Estaban bañándose en el mar cuando, de repente, un chubasco se des-

cargó sobre Cala Mayor. Los chicos salieron corriendo del agua, cogieron sus bártulos y se pegaron una buena carrera para ver

quien llegaba antes a casa. Jorge había venido de visita desde Madrid. Ya hacía casi un año que el mejor amigo de Joan se

había marchado de la isla para seguir los estudios. Jorge se iba a quedar unas semanas (lamentablemente no todo el verano) y

prefirió alojarse en casa de Joan, que estaba frente a la playa, en lugar de estar con su novia, Marta, que vivía en la otra punta

de la ciudad. Lo iban a pasar genial.

Joan colgó su toalla empapada en el balcón y se entretuvo mirando como amainaba la lluvia sobre el mar y se aclaraba

un poco el cielo.

"¿Quieres un cerveza?", gritó Jorge desde la cocina. Jorge no se había molestado en secarse y a medida que se iba acer-

cando con las dos latas al balcón su nuevo bañador rojo, que había venido a sustituir la bermuda de los últimos años, dejó un

rastro de agua en el suelo. "Mira, te dejaste la toalla en la playa.", comentó Joan, mientras abrió la cerveza con los codos apo-

yados en la barandilla. "No importa. La había mangado en un hotel". "¡Salud!". "¡Salud!" Jorge puso el brazo encima del hombro

de Joan quien le enseñó: "¿Ves? Ahí está". "¿Qué?". "Tu toalla, que va a ser". "Anda, olvida la toalla, ya estoy casi seco, mira", y

sin más abrazó a su amigo restregando su cuerpo mojado contra el suyo. Joan sabía, que ahora debía resistirse, debía hacer

como si le molestara, debía entrar en el juego pretendido y empujarlo hacia atrás. Lo habían hecho montones de veces, incluso

alguna vez acabaron luchando en el suelo hasta, agotados de pelear y reírse, caer cada uno a un lado. No significaba nada.

Pero hoy, a saber por qué, Joan no rechazó el abrazo juguetón de su amigo. Disfrutaba enormemente como la piel fría y

húmeda de su amigo se iba calentando con la suya. No quería ni hacerse la pregunta de por qué Jorge tampoco se estaba reti-

rando. ¿Qué significaba eso? Joan había echado mucho de menos a su amigo durante ese año, pero también se había hecho

muy amigo de Marta. ¿Había cambiado algo? ¿El qué? Cuidadosamente, Joan deslizó las puntas de sus dedos sobre el brazo

de Jorge, mientras un sinfín de cosas le pasaba por la cabeza.

En el salón sonó el móvil de Jorge. "¡Tu teléfono! Será Marta.", le avisó Joan, con la voz baja. "¿Lo cojo?", preguntó Jorge.

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Cala MayorAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2010

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Tenerife

Siempre había preferido el barco al avión. Lógicamente tardaba un poco más, pero le dejaba tiempo para pensar.

Viajando en avión no se podía pensar. No te dejaban pensar. Personal de tierra, vigilantes de seguridad, azafatas e incesantes

anuncios por megafonía imposibilitaban elevar un pensamiento claro a la cabeza. En el barco era distinto, el ritmo se adaptaba

más al propio del cerebro, bueno, al menos de su cerebro, que iba a una velocidad un poco más sosegada que el de otros.

Aunque, en realidad, no era tanto una cuestión de velocidad de neuronas, sino de que él se explayaba mucho en sus análisis

internos. Eso suponía más una cruz que una bendición porque se daba cuenta de muchas cosas que otros no, y se preguntaba

justo eso, por qué los demás no se percataban.

Como ahora por ejemplo: ¿Por qué su familia había tardado tanto en avisarle del triste suceso? ¿Por qué no contaban con

él? ¿Se había pasado demasiados años fuera, lejos de la isla? ¿Había creado la lejanía geográfica un distanciamiento sentimen-

tal? ¿Los lazos familiares se podían disolver con los años?

Cuando volvía a Tenerife, y podía contemplar, al acercase poco a poco, la cuidad de Santa Cruz, no la sentía suya. La

reconocía, pero como podría reconocer a Palma de Mallorca o Tánger. Ya no se sentía de allí. Pero de ningún otro sitio tampo-

co. También por eso le gustaba tanto viajar en barco. Era como encontrarse en "tierra", o mejor dicho, en aguas de nadie. En la

mar nadie era de aquí, todos de algún allí. Y eso le hacía sentirse menos apátrida, y mientras los demás pasajeros seguramente

tenían ganas de llegar a su destino o volver a sus casas, él, allí, en el barco flotando entre costa y costa, en realidad se encon-

traba bien, porque sabía que era el único que no era un desplazado de ningún lado.

Un pensamiento le nubló la mente. Trató de imaginar todas las cosas que le pasarían por la cabeza a una persona que

podría estar en estas mismas aguas, pero haciendo su viaje en cayuco o en patera, siguiendo la llamada de una vida mejor,

dejando atrás familiares y amigos, flotando en el gran Atlántico de la incertidumbre.

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TenerifeAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2010

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Los Ángeles

Iba a ser un divertido domingo de playa en Los Ángeles. Por la mañana había que cruzar la ciudad, inmensa donde las haya,

para llegar a la costa. Nos metimos los cinco en un cochecito con la pegatina de "Hertz" y subimos la rampa para acceder a uno

de las extraordinariamente anchas highways que atraviesan como arterias vitales la urbe. Bueno, a lo que íbamos: a la playa, cual-

quiera de Los Ángeles, a pasar un día entre David Hasselhoffs y Pamela Andersons en bañadores rojos y con chicos encima de

tablas de surf. El primer intento fue Santa Mónica. ¿Sabía Vd. que las playas y costas de EE.UU. no son públicas? Pues, nosotros tam-

poco, ni un pasadizo secreto, ni un agujero en la alambrada que nos permitiera colarnos y disfrutar de la blanca arena solitaria.

Nos movimos dirección sur y descubrimos que, afortunadamente, no todas las playas eran privadas, algunas de hecho de

privadas no tenían nada: la siguiente, no-sé-qué Beach, era tan popular (Claro: ¿A dónde, si no, iban a ir los pobres de Santa

Mónica, cuya mansión no estaba en primera línea de la costa?), que incluso después de media hora buscando, nuestras avan-

zadas habilidades del Tetris no nos permitieron hacer encajar nuestras cinco toallas sin que las mojaran instantáneamente las olas.

Y eso que, en este ancho trozo de arena cubierta por coloridos trozos de tela, estaba prohibido prácticamente todo lo que uno

se pudiera imaginar, tal y como indicaba una valla gigante, con dibujos clarificadores, que empezaba a dar sombra a los prime-

ros domingueros.

¡A por otra! No estaba lejos, pero por muchas vueltas que diéramos no había forma humana de aparcar nuestro coche,

por pequeño que pudiera parecer en esa ciudad acostumbrada a los vehículos de dimensiones considerables. ¿Y quién es el

guapo, que deja un coche encima de una acera en un país en el que te llevan preso por cualquier tontería?

Prometí a nuestra encargada de interpretar el mapa de carreteras no explayarme demasiado en esta crónica sobre las

razones que nos hicieron tardar hora y media para desplazarnos apenas unas millas más al sur donde, por fin, nos esperaba una

preciosa, tranquila playa, bañada por la luz dorada de la puesta del sol que prometía tormenta de verano. Sí, como lo oyen, la

puesta del sol. Ni Pamela, ni Hasselhoff, ni su… ni el bañador que les cubrió. Lo único que quería ahora era tomarme una cerve-

za y fumarme un cigarrillo, pero me había olvidado el pasaporte que testificaba que había superado los 21 años casi una déca-

da atrás y además, según la legislación vigente, no existía sitio donde estuviera permitido hacer las dos cosas al mismo tiempo:

fumar y beber una cerveza.

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Los ÁngelesAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2009

Page 18: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Navacerrada

Primero, la desaparición del material de investigación de los laboratorios de la estación meteorológica de Navacerrada y

ahora el cadáver entre la nieve. El caso "Bola del Mundo" resultaba cada vez más difícil. Encima el invierno había vuelto con mucha

fuerza, ahora, a mediados de marzo, y los trabajos del departamento forense estaban más que estancados. El informe de la autop-

sia estaba encima de su mesa en la comisaría pero nadie quería informarle telefónicamente sobre los detalles. Ramírez llegó al

todoterreno, que sustituyó a su coche habitual con el que no podría haber subido aquí con esta nevada. Cerró la puerta y arran-

có el motor, esperando que saliera un poco de aire caliente de las rejillas de ventilación. Sintió como el dolor pulsante se apode-

ró de nuevo de su cabeza. A veces se miraba al espejo y temía convertirse en uno de esos comisarios patéticos de novela, que

resuelven los casos a costa de una vida personal hecha pedazos, aquellos que en el fondo eran buena gente, pero no lograban

ir a un partido de fútbol de su hijo ni llevarle flores a su mujer el día del aniversario. Ramírez iba a las representaciones de ballet de

su hija y nunca se le había olvidado reservar mesa en un buen restaurante cuando había pasado otro año desde su boda.

A lo mejor el muerto que había aparecido en plena pista de esquí, cuando el buen tiempo del fin de semana había amena-

zado con acabar con la temporada de esquí, no tenía nada que ver con el maletín misterioso que se esfumó en la "Bola del Mundo".

La investigación se prolongaba ya demasiado y estaba a punto de ser ahogada por "alguien de arriba" que no querría que se supie-

ra que en la estación meteorológica no todas las actividades giraban estrictamente entorno a borrascas y anticiclones. El hallazgo

del cadáver le dio una dimensión nueva al caso. La presión mediática le ayudaría a obtener los permisos que requería para avan-

zar en su investigación. Si al menos le dejara de doler la cabeza. Las aspirinas estaban en la guantera del otro coche. Ya no podía

vivir sin ellas. Mientras afuera seguía cayendo silenciosamente la nieve, Ramírez se preguntaba si tenía sentido seguir esperando o si

debía volver a la oficina, donde le esperaba un montón de trabajo, pero también un montón de preguntas de sus superiores, que

aún no sabía como contestar. Seguramente se pasaría otra noche larga en la comisaría. Eran casi las cinco.

Examinaba los bolsillos de su anorak en busca de una eventual cajetilla de aspirinas olvidada. Algo vibraba. Cuando consi-

guió sacar su teléfono móvil de unas de las numerosas aperturas con cremallera, la llamada ya había finalizado. Doce llamadas per-

didas. Más de la mitad de su mujer. Ella descolgó en seguida, enfadada. ¡Ostras, era verdad! Se había olvidado que tenía que reco-

ger a Sandra del cole.

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NavacerradaAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2010

Page 20: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Lago Trasimeno

Max se había escaqueado. La mayoría de los invitados de la boda llegarían a lo largo del día, y no soportaba aguantar

la sonrisa durante tanto tiempo seguido. Estaba nervioso, aunque, en realidad, no tenía por qué. No la iba a ver hasta estar den-

tro de la propia iglesia. Sabía que su vestido sería de color rosa muy clarito con un ligero resplandor satinado. Había escuchado

como unas primas de Ángela lo comentaban en el desayuno.

Max llegó a un área de descanso en el Lago Trasimeno. Estacionó el coche de alquiler en el aparcamiento completamen-

te vacío y se acercó a la orilla. Una chica se aburría tras la barra de la cafetería y un ciclista con mallas largas y pinta de alemán

se alejaba por el otro lado. Era curioso que a tan pocos kilómetros de la Toscana, que incluso ahora, a principios de septiembre,

seguía repleta de turistas, uno podía estar prácticamente a solas en un paraje no menos hermoso.

Claro, el tiempo tampoco ayudaba mucho. ¡El tiempo! Otra de las razones por las que se había fugado del hotel rural. Si

hubiese escuchado a otra tía, prima, hermana, amiga… con la mirada llorosa dirigida al cielo apocalíptico decir una frase del

estilo: "¡Ay, por el amor de Dios, que no llueva mañana! ¡Imagínate la pobre chica!", como si el éxito de la boda y del posterior

matrimonio únicamente dependiera de ello, habría… habría… Bueno, lo más seguro que no habría hecho nada, pero a él le

daba igual si en el momento que iba a verla dentro de la capilla vestida de rosa muy clarito lloviera, granizara o nevara. Seguro

que independientemente de las circunstancias meteorológicas estaría radiantemente guapa, como en aquella fiesta, hace tres

años, en la que su hermano Alex se la presentó como la mejor amiga de su novia y a Max el flechazo le atravesó directamente

el corazón en ese mismo instante.

Un rayo de sol se abrió camino entre las nubes y se reflejó en las opacas aguas del Lago Trasimeno. Ahora más que nunca,

Max tenía claro que jamás superó que ella le dejara de un día para otro, jamás le perdonó que antepusiera su trabajo a su rela-

ción, jamás comprendería como su hermano y Ángela podían ser tan crueles y elegirles a los dos como padrinos de su boda, tras

tanto tiempo sin verse, ahí mañana, frente a frente, uno a cada lado del altar, en la iglesia.

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Lago TrasimenoAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2008

Page 22: Catalogue "STURM - tormenta interior"

La Piscina

Astrid llevaba apenas dos meses en España, a su marido le habían ofrecido un puesto interesante en Madrid y ella apro-

vechó la oportunidad para tomarse un descanso y disfrutar de la vida. La piscina comunitaria había sido decisiva a la hora de

alquilar el piso con esas magníficas vistas al embalse de Santillana, en Manzanares el Real. Desde que la piscina se abrió no pasó

un día sin que ella bajara equipada con su toalla y el protector solar. Los primeros días el agua estaba aún demasiado fría para

bañarse, pero ya el mero hecho de estirarse en una de las tumbonas o mojarse los pies le parecía calidad de vida.

Se extrañaba que ninguno de los vecinos se acercara, pero, por otro lado, desde que llegó, no había logrado hablar con

nadie. Parecía que se escondían de ella. Incluso tenía la sensación de que algunos de ellos la observaban desde detrás de las

cortinas mientras ella tomaba el sol. Sólo una tarde la interrumpió uno de los niños, cuando Astrid justo estaba comprobando la

temperatura del agua con su dedo gordo del pie derecho. Del susto casi se cayó al agua, cuando el niño empezó a hablarle,

desde el otro lado de la verja. No se debería bañar bajo ningún concepto, le ordenó el renacuajo, y añadió una abstrusa expli-

cación que dejaba sacar conclusiones sobre un exagerado consumo de televisión. Lógicamente, Astrid no le creyó ni una pala-

bra hasta que vivió la experiencia más aterradora de su vida.

En plena inclemencia solar del mediodía de la jornada siguiente, decidió finalmente hacer unos largos. Antes había ido a

nadar a diario pero ya no estaba entrenada y tuvo que descansar en seguida. El cielo se había nublado en cuestión de pocos minu-

tos y una tormenta de verano se avecinaba a una increíble velocidad. "Vaya," pensó Astrid, "justo ahora", y empezó a nadar hacia

la escalera para salir del agua. En ese momento sintió unas manos agarrando sus tobillos y tirándola hacia el fondo. Por mucho que

pataleara con fuerza no logró librarse del asidero. Cada vez que conseguía sacar la cabeza del agua gritaba pidiendo auxilio, pero

con la tormenta nadie parecía escucharla. Astrid no podría decir si estuvo luchando en el agua segundos, minutos u horas, pero

cuando despertó al lado de la piscina bajo el suave sol de la tarde, supo que el niño había contado la verdad. Los moratones en su

cuerpo daban testimonio de que no había soñado. Muchos años atrás una niña se había ahogado. Pese a sus gritos de socorro nadie

había acudido a rescatarla. Desde entonces su espíritu se apoderó de la piscina y se enfurece cuando alguien se mete en ella.

Cuando Astrid se levantó con dolores y escalofríos para subir a su piso, vio que los vecinos la estaban esperando con una

manta en la puertecita del jardín para acompañarla.

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La PiscinaAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2010

Page 24: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Granada

Se lo habíamos dicho mil veces ya: "Mamá, estas navidades van a ser distintas. No habrá galletas, ni árbol de navidad, ni

villancicos, ni las buenas salchichas con chucrut y patatas, ¿de acuerdo?" Granada fue el destino elegido. Nos alquilamos un

apartamento al pie de la Alhambra en el Albaycín. Todos los amigos y compañeros de trabajo nos envidiaban, porque a) íba-

mos a pasar la navidad en España y por tanto al sol y b) no teníamos que pasar por la agotadora cadena de comidas y cenas

protocolarias con familiares.

Tras medio centenar de llamadas sobre lo que había que llevar y lo que no (sábanas, pinzas de ropa y el tubito con deter-

gente NO!), un madrugón importante para llegar a tiempo al aeropuerto y el susto de "¿Dónde están los billetes?" (¡Eran electró-

nicos!), finalmente arribamos con grandes expectativas a Granada.Los taxis (no cupimos en uno), nos dejaron al pie de una pin-

toresca cuesta empinada… ¡peatonal! Una vez arrastradas las maletas hasta la casa (mamá, muy oportuna, había desapareci-

do un momento), nos recibió la casera para darnos las llaves y una serie de instrucciones en un alemán difícil de entender. Justo

antes de que se marchara le pude preguntar por un restaurante a donde ir, esa misma noche, a celebrar la cena de

Nochebuena. Con un movimiento de cabeza lo dejó claro: Los restaurantes cerraban en Nochebuena. ¡Crisis! Karin me echó gri-

tando la culpa por no haberlo organizado antes. Thomas, visiblemente molesto, intentó conseguir que el aparato de aire "frío y

caliente" soltara un poco de calor, puesto que a esas horas de la tarde entró un chorro de corriente helada por las ventanas pre-

históricas. Monika rompió en lágrimas cuando nos dimos cuenta que con tanto debate, se habían cerrado hasta los supermer-

cados. Tan sólo mamá, con una manta por los hombros, no decía nada.

Finalmente decidimos recorrernos la cuidad en busca de un restaurante abierto. Las chicas juntas porque a Monika no le

funcionaba el móvil por lo del roaming dichoso, que no lo había dado de alta. ¡Nada! Sobre las nueve y media, volvimos juntos

a casa, hambrientos, agotados y muertos de frío. Cuando en la entrada de la casa estudiábamos cómo explicárselo a mamá,

que nos estaba esperando dentro, de repente nos alcanzó el olor inconfundible del chucrut agrio y las salchichas de Navidad.

Al abrir la puerta, ella nos recibió cantando un alegre villancico. Los fogones habían calentado el salón y la mesa estaba pues-

ta con velas y una fuente de galletas caseras en medio. "Menos mal", dijo mamá, "que me pude escapar un momento a com-

prar la patatas mientras subíais las maletas. Era lo único que no quería meter en la maleta."

Cuando después de cenar miré por la ventana hacia la Alhambra estaba empezando a nevar.

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GranadaAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2010

Page 26: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Hotel de Menorca

Sin prisas abrió la cajetilla y sacó un "Winston". Se lo llevó a los labios, protegiéndolo con una mano de la ligera brisa que

soplaba desde el mar, para poder encenderlo. Con la aparición de unos nubarrones oscuros a media tarde, recibidos por la

mayoría de los veraneantes con más o menos sonoras expresiones de disgusto, las piscinas y zonas de recreo habían quedado

desiertas antes de lo habitual. En todo caso, era sobre esas horas de la tarde que Gary podía escuchar con claridad el son del

mar desde el balcón de su habitación, en la octava planta, del hotel en la playa de Son Bou. Mientras su mujer bañaba a las

gemelas, que aún estaban exaltadas con la aparición de unos animadores vestidos de "Picapiedras" en el parque infantil, él se

quedaba mirando al horizonte.

Ola tras ola, ola tras ola… Una más grande, otra más pequeña, pero con un ritmo constante, incesante. ¿Y si se parara el

mar? ¿Si dejara de hacer de péndulo para ese reloj gigante que mueve la rueda del tiempo? ¿Qué pasaría? ¿Dejaría la gente

de seguir andando por los trazos aparentemente predefinidos, como si de hormigas se tratara? ¿Se darían cuenta del parón del

tiempo y mirarían a su alrededor para saber dónde se encuentran? ¿Se notaría el silencio por la ausencia del tic-tac-tic-tac de

las olas? ¿Ó procurarían ignorarlo cantando fuerte y alto, para no sentir el miedo que les produce el bosque oscuro que supone

la pérdida de la monotonía del mar, fiel reflejo de sus propias vidas vacías?

Gary se imaginaba el mar como un espejo, visto desde la habitación 826. Se imaginaba cómo un iluminado se daría cuen-

ta que el mar se había quedado sin olas. Incrédulo, se lo diría al primer transeúnte. Este sacaría el móvil. Pronto todo un racimo

de personas se aglomeraría alrededor, como si de un accidente se tratara. Y no pasaría mucho tiempo hasta que el pánico se

apoderaría del lugar. Hormiguitas corriendo de un lado a otro. Las más histéricas huyendo con las maletas medio hechas rumbo

al aeropuerto, otras llorando arrodilladas en la misma arena en la que esta mañana se habían tirado sobre una toalla multicolor,

con los cascos del MP3 en las orejas. Sólo él, se encontraría en su balcón, viéndolo todo desde arriba y disfrutando la sensación

de que, por fin, tras tantos años de su vida, se había acabado la monotonía. Con una ligera sonrisa en los labios, aspiró una pro-

funda calada de su cigarrillo.

No se había dado cuenta de que la puerta del balcón se había abierto."¡Daddy! ¿Los picapiedras van a volver mañana?"

-"Claro que sí, my little pumkin."

Page 27: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Hotel de MenorcaAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2008

Page 28: Catalogue "STURM - tormenta interior"

Puerto de La Habana

En su primer día, el paseo sin rumbo le había llevado al puerto, desde donde podía divisar sin problemas la Fortaleza de

San Carlos de La Cabaña, lugar de celebración de la Feria del Libro, motivo de su visita a la ciudad. Del agua del puerto ascen-

dió un olor - no al agua de mar estancada de puerto como es costumbre - sino a aceite de motor, que se mezclaba con el humo

de los coches antiguos que circulaban por las calles. Entre las barquitas de madera se reflejaban las manchas de petróleo con

los colores del arco iris.

"¿Quieres comel, my friend?" Alfredo se giró rápidamente y miró directamente a la impecable sonrisa de un chico, más

rubio y con ojos más claros de lo que uno pudiera esperar. Ya había comido, mintió. "Entonces, te voy a presental a las mucha-

chas más bellas de toda La Habana, porque en Cuba decimos: Después de comel, hay que follal." ¡Y otra vez esa sonrisa! Alfredo

rechazó amablemente la generosa oferta. Mientras el chico iba ampliando el surtido comercial a puros, ron y alojamiento priva-

do, el escritor no pudo evitar echar un vistazo a su nuevo amigo, cuyo tono de piel y constitución atlética, por no decir musculo-

sa, sí encajaba en la imagen que se podía tener comúnmente de un habitante de la isla caribeña. Llevaba unos curiosos colla-

res en el cuello, cuyo significado Alfredo no podía recordar en este momento, pero que algo debían tener que ver con creen-

cias populares.

Al volver a levantar la mirada, detectó que la sonrisa había aumentado con una connotación pícara. Se sintió pillado y se

dispuso a continuar su camino. El joven, aún habiendo visto rehusados todos sus intentos de negocio, seguía imperturbablemen-

te a su lado y, ahora, empezó a hablar alegremente de su familia y amigos, no sin hacerle un montón de preguntas a Alfredo,

quién a pocas hora de llegar a Cuba ya estaba seguro que le iba a gustar este país.

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Puerto de La HabanaAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2009

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La Albufera

Llevo ya 6 horas y media en el coche. No puede ser, todo se ha puesto en mi contra. Me he levantado especialmente

temprano para hacer unos recados y emprender el viaje a tiempo para llegar al mediodía a mi destino. Cuatro horas, o algo

menos, tendrían que ser suficientes. Pero la incesante lluvia, las obras de carretera y los consecutivos atascos han aniquilado mi

plan y contribuido notablemente a mi mal humor.

No me puedo imaginar un peor cumpleaños. 39 años, menudo comienzo de mi último año de la década de los 30. Encima

nadie se ha acordado de mí, ni una llamada en todo el día. La verdad es que yo mismo también olvido prácticamente todos los

aniversarios de los amigos, pero ellos suelen tener mejor memoria. Mientras pongo el intermitente a la derecha me propongo

apuntarme los cumples de todos los amigos y familiares en una agenda, o mejor, en el ordenador. Quizá, todo el mundo me está

felicitando por correo electrónico. Pues, seguro que es eso. ¡En qué tiempos vivimos! Soy el único de todo el grupo que aún no

tiene perfil en ninguna de esas redes, y mis amigos me tratan como a un analfabeto por ello. Cuando salgo con los colegas de

siempre están más preocupados por sacar fotos con los móviles y "subirlas" en el instante que por las últimas novedades que se

podrían contar, porque ya las han leído online.

¿Dónde me he metido? ¡Por Dios! Todo agua, por todas partes, desde arriba y a ambos lados de la carretera que parece

transformarse en un puente. ¡Por favor, no más agua! Me imagino como se sentía la gente al comienzo del diluvio universal. Esto

tiene que ser La Albufera. Encima, me he pasado. Con este tiempo se me tiene que haber despistado alguna indicación. Debería

haber puesto en marcha el GPS que me han regalado en Navidades, hace un año. Pero que ni siquiera mi madre ni mi herma-

na me hayan llamado no tiene perdón. Además me tendrían que estar esperando desde hace ya un par de horas y no se pre-

ocupan en absoluto. ¡Menudo día! En algún lado tengo que dar la vuelta. Qué tarde se está haciendo. ¡Ahhh!

Por poco me habría dado de frente contra la moto que iba a gran velocidad. Justo pude esquivarla pero perdí un momen-

to el control sobre el coche. No ha pasado nada pero ya no consigo salir con el coche de la cuneta. ¿Qué más me va a pasar

hoy? Pues nada, a llamar a la grúa. A ver, dónde está el móvil. En la chaqueta. ¡Anda! ¿Y por qué está en silencio? 47 llamadas

perdidas.

Page 31: Catalogue "STURM - tormenta interior"

La AlbuferaAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2010

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Copenhague

¿Copenhague, por qué me has abandonado? Tenía todas las esperanzas puestas en ti y me has dejado sin nada. Did I

disappoint you, or let you down? Should I be feeling guilty? Déjame dormir al menos una de tus cortas noches de julio que nunca

oscurecen del todo. ¿Por qué me machacas con ese calor sudoroso que uno no se espera tan al norte? Anda, levanta un poco

de brisa de mar, aquí arriba sobre los tejados, para refrescarme la mente y traerme pensamientos distintos a los que llevo dando

vueltas desde hace días y días, los mismos una y otra vez.

Bella eras, no cabe duda, preciosa, tus jardines, calles impecables, la amabilidad de tu gente. ¿Pero, para qué me sirve si

tengo los ojos llorosos para verlo y mi corazón arañado que no me deja devolver las sonrisas que me das? ¿Por qué me repites

siempre esas mismas canciones? Me las conozco ya de memoria, cada acorde, cada compás, cada desoladora palabra que

imprime su estampa afirmando el fin de lo que nunca comenzó. I'm so hollow, I'm so hollow. Te busco y no te encuentro, sé que

ya no estás, aunque estés aquí en cada piedra, en cada adoquín. En cada canal fluye tu perfume dulce y empalagoso, que

sabría reconocer entre miles de fragancias.

¿Copenhague, por qué, por qué? ¿Qué quieres? ¿Qué me quede aquí con lo puesto, esperando que me devuelvas lo

que me has robado? ¿O que me marche para no volver jamás? No te preocupes, no volveré. ¿O sí?, porque me gustas mucho.

Sí sólo pudiera olvidar. Apágame tu cielo, y envuélveme en la manta de la borrachera que me deje dormir. Regálame un

día de amor, mañana. Tú puedes. Aunque sea sólo uno, aunque sea de mentira. Deja que me despierte tu olor por la mañana

con la ventana abierta. Deja que sienta tu calor a mi lado antes de abrir los ojos. Deja que crea, por un día, que todo haya sido

una pesadilla. Y cuando la noche caiga de nuevo sobre tus tejados, llévame contigo. Hazme volar entre tus torres, escóndeme

para siempre, YO soy el precio que te pago por un día de felicidad. No te lo pienses. Pero ahuyenta las luces y espanta las melo-

días tristes, deja que la oscuridad y el silencio se apoderen de mi mente.

J'ai rêvé tellement fort de toi, j'ai tellement marché, tellement parlé, tellement aimé ton ombre, qu'il ne me reste plus rien

de toi.

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CopenhagueAcrílico sobre tabla entelada

81x65 cmAño 2010

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