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Cheever, John - La Geometria Del Amor

Date post: 18-Jul-2015
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John Cheever

La Geometra Del AmorTtulo original: The Stories of John Cheever

IndiceUna visin del mundo ...........................................................................................................2 El ladrn de Shady Hill..........................................................................................................7 El mundo de las manzanas...................................................................................................20 El nadador............................................................................................................................28 Adis, hermano mo.............................................................................................................36 Reunin................................................................................................................................50

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La Geometra Del Amor

Una visin del mundoEsto lo escribo en otra casa de campo a orillas del mar, sobre la costa. La ginebra y el whisky han marcado anillos en la mesa frente a la cual me siento. Hay poca luz. De la pared cuelga una litografa coloreada de un gatito que tiene puestos un sombrero adornado con flores, un vestido de seda y guantes. El aire huele a moho, pero yo creo que es un olor grato, vivificante y carnal, como el agua de la sentina y el viento en tierra. Hay marea alta, y el mar bajo el faralln golpea los muros de contencin y las puertas y sacude las cadenas con fuerza tal que salta la lmpara sobre mi mesa. Estoy aqu, solo, para descansar de una sucesin de hechos que comenz un sbado por la tarde, cuando estaba paleando en mi jardn. Treinta o cincuenta centmetros bajo la superficie descubr un pequeo recipiente redondo que poda haber contenido cera para lustrar zapatos. Con un cortaplumas abr el recipiente. Dentro encontr un pedazo de tela encerada, y al desplegarla hall una nota escrita sobre papel rayado. Le: Yo, Nils Jugstrum, me prometo que si al cumplir los veinticinco aos no soy socio del Club Campestre de Arroyo Gory, me ahorcar. Saba que veinte aos antes el vecindario en que vivo era tierra de cultivo, y supuse que el hijo de un agricultor, mientras contemplaba los verdes senderos del arroyo Gory, habra formulado su juramento y lo habra enterrado en el suelo. Me conmovieron, como me ocurre siempre, esas lneas irregulares de comunicacin en las cuales expresamos nuestros sentimientos ms profundos. A semejanza de un impulso de amor romntico, me pareci que la nota me sumerga ms profundamente en la tarde. El cielo era azul. Pareca msica. Acababa de cortar el pasto y su fragancia impregnaba el aire. Me recordaba esos avances y esas promesas de amor que practicamos cuando somos jvenes. A1 final de una carrera pedestre uno se echa sobre la hierba, junto a la pista, jadeante, y el ardor con que abraza la hierba de la escuela es una promesa a la cual se atendr todos los das de su vida. Mientras pensaba en cosas pacficas, advert que las hormigas negras haban vencido a las rojas, y estaban retirando del campo los cadveres. Pas volando un petirrojo, perseguido por dos grajos. El gato estaba en el seto de uvas, acechando a un gorrin. Pas una pareja de oropndolas tirndose picotazos, y de pronto vi, a menos de medio metro de donde estaba, una culebra venenosa que se despojaba del ltimo tramo de su oscura piel de invierno. No sent temor ni miedo, pero me impresion mi falta de preparacin para este sector de la muerte. Aqu encontraba un veneno letal, parte de la tierra tanto como el agua que corra en el arroyo, pero pareci que no le haba reservado un lugar en mis reflexiones. Volv a casa para buscar la escopeta, pero tuve la mala suerte de encontrarme con el ms viejo de mis perros, una perra que teme a las armas. Cuando vio la escopeta, comenz a ladrar y a gemir, atrada sin piedad por sus instintos y sus sentimientos de ansiedad. Sus ladridos atrajeron al segundo perro, por naturaleza cazador, que baj saltando los peldaos, dispuesto a cobrar un conejo o un pjaro; y seguido por dos perros, uno que ladraba de alegra y el otro de horror, regres al jardn a tiempo para ver que la vbora desapareca entre las grietas de la pared de piedra. Despus, fui en automvil al pueblo y compr semillas de hierba, y ms tarde fui al supermercado de la Ruta 27 para comprar unos brioches que haba pedido mi esposa. Creo que en estos tiempos uno necesita una cmara para filmar un supermercado el sbado por la tarde. Nuestro lenguaje es tradicional, y representa la acumulacin de siglos de relaciones. Excepto las formas de los productos, mientras esperaba no pude ver nada tradicional en el mostrador de la panadera. ramos seis o siete personas, y nos demoraba un viejo que tena una larga lista, una relacin de alimentos. Mirando por encima de su hombro le:

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6 huevos entremeses Me vio leyendo el papel y lo apret contra el pecho, como un prudente jugador de naipes. De pronto, la msica funcional pas de una cancin de amor a un cha-cha-cha, y la mujer que estaba al lado comenz a mover tmidamente los hombros y a ejecutar algunos pasos. Seora, desea bailar?, pregunt. Era muy fea, cuando abr los brazos avanz un paso y bailamos un minuto o dos. Era evidente que le encantaba bailar, pero con una cara como la suya seguramente no tena muchas oportunidades. Entonces, se sonroj intensamente, se desprendi de mis brazos y se acerc a la vitrina de vidrio, donde estudi atentamente los pasteles de crema. Me pareci que haba dado un paso en la direccin apropiada, y cuando recib mis brioches y volv a casa estaba muy contento. Un polica me detuvo en la esquina de la calle Alewives, para dar paso a un desfile. A1 frente marchaba una joven calzada con botas y vestida con pantalones cortos que destacaban la delgadez de sus muslos. Tena una nariz enorme, llevaba un alto sombrero de piel y suba y bajaba un bastn de aluminio. La segua otra joven, de muslos ms finos y ms amplios, que marchaba con la pelvis tan adelantada al resto de su propia persona que la columna vertebral se le curvaba de un modo extrao. Usaba gafas, y pareca sumamente molesta a causa del avance de la pelvis. Un grupo de varones, con el agregado aqu y all de un campanero de cabellos canos, cerraba la retaguardia y tocaba Los cajones de municiones avanzan. No llevaban estandartes, por lo que poda ver no tenan finalidad ni destino y todo me pareci muy divertido. Me re el resto del camino a casa. Pero mi esposa estaba triste. Qu pasa, querida? pregunt. Tengo esa terrible sensacin de que soy un personaje, en una comedia de televisin dijo. Quiero decir que mi aspecto es agradable, estoy bien vestida, tengo hijos atractivos y alegres, pero experimento esa terrible sensacin de que estoy en blanco y negro y de que cualquiera me puede apagar. Es slo eso, que tengo esa terrible sensacin de que me pueden borrar. Mi esposa a menudo est triste porque su tristeza no es una tristeza triste, y dolida porque su dolor no es un dolor aplastante. Le pesa que su pesar no sea un pesar agudo, y cuando le explico que su pesar acerca de los defectos de su pesar puede ser un matiz diferente del espectro del sufrimiento humano, eso no la consuela. Oh, a veces me asalta la idea de dejarla. Puedo concebir una vida sin ella y los nios, puedo arreglarme sin la compaa de mis amigos, pero no soporto la idea de abandonar mis prados y mis jardines. No podra separarme de las puertas del porche, las que yo repar y pint, no puedo divorciarme de la sinuosa pared de ladrillos que levant entre la puerta lateral y el rosal; y as, aunque mis cadenas estn hechas de csped y pintura domstica, me sujetarn hasta el da de mi muerte. Pero en ese momento agradeca a mi esposa lo que acababa de decir, su afirmacin de que los aspectos externos de su vida tenan carcter de sueo. Las energas liberadas de la imaginacin haban creado el supermercado, la vbora y la nota en la caja de pomada. Comparados con ellos, mis ensueos ms desordenados tenan la literalidad de la doble contabilidad. Me complaca pensar que nuestra vida exterior tiene el carcter de un sueo y que en nuestros sueos hallamos las virtudes del conservadurismo. Despus, entr en la casa, donde descubr a la mujer de la limpieza fumando un cigarrillo egipcio robado y armando las cartas rotas que haba encontrado en el canasto de los papeles. Esa noche fuimos a cenar al Club Campestre Arroyo Gory. Consult la lista de socios, buscando el nombre de Nils Jugstrum, pero no lo encontr, y me pregunt si se habra ahorcado. Y para qu? Lo de costumbre. Gracie Masters, la hija nica de un millonario que tena una funeraria, estaba bailando con Pinky Townsend. Pinky estaba en libertad, con fianza de cincuenta mil dlares, a causa de sus manejos en la Bolsa de Valores. Una vez fijada la fianza, extrajo de su billetera los cincuenta mil. Bail una pieza con Millie Surcliffe.Pgina 3 de 51

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Tocaron Lluvia, Claro de luna en el Ganges, Cuando el petirrojo rojo rojo viene buscando su antojo, Cinco metros dos, hay tus ojos, Carolina por la maana y El Jeque de Arabia. Se hubiera dicho que estbamos bailando sobre la tumba de la coherencia social. Pero, si bien la escena era obviamente revolucionaria, dnde est el nuevo da, el mundo futuro? La serie siguiente fue Lena, la de Palesteena, Porsiemprejams soplando burbujas, Louisuille Lou, Sonrisas, y de nuevo El petirrojo rojo rojo. Esta ltima pieza de veras nos hace brincar, pero cuando la banda lanz a pleno sus instrumentos vi que todos meneaban la cabeza con profunda desaprobacin moral ante nuestras cabriolas. Millie regres a su mesa, y yo permanec de pie junto a la puerta, preguntndome por qu se me agita el corazn cuando veo que la gente abandona la pista de baile despus de una serie; se agita lo mismo que se agita cuando veo mucha gente que se rene y abandona una playa mientras la sombra del arrecife se extiende sobre el agua y la arena, se agita como si en esas amables partidas percibiese las energas y la irreflexin de la vida misma. Pens que el tiempo nos arrebata bruscamente los privilegios del espectador, y en definitiva esa pareja que charla de forma estridente en mal francs en el vestbulo del Grande Bretagne (Atenas) somos nosotros mismos. Otro ocup nuestro puesto detrs de las macetas de palmeras, nuestro lugar tranquilo en el bar, y expuestos a los ojos de todos, obligadamente miramos alrededor buscando otras lneas de observacin. Lo que entonces deseaba identificar no era una sucesin de hechos sino una esencia, algo parecido a esa indescifrable colisin de contingencias que pueden provocar la exaltacin o la desesperacin. Lo que deseaba hacer era conferir, en un mundo tan incoherente, legitimidad a mis sueos. Nada de todo eso me agri el humor y bail, beb y cont cuentos en el bar hasta cerca de la una, cuando volvimos a casa. Encend el televisor y encontr un anuncio comercial que, como tantas otras cosas que haba visto ese da, me pareci terriblemente divertido. Una joven con acento de internado preguntaba: Usted ofende con olor de abrigo de piel hmedo? Una capa de marta de cincuenta mil dlares sorprendida por la lluvia puede oler peor que un viejo sabueso que estuvo persiguiendo a un zorro a travs de un pantano. Nada huele peor que el visn hmedo. Incluso una leve bruma consigue que el cordero, la mofeta, la civeta, la marta y otras pieles menos caras pero tiles parezcan tan malolientes como una leonera mal ventilada en un zoolgico. Defindase de la vergenza y el sentimiento de ansiedad mediante breves aplicaciones de Elixircol antes de usar sus pieles... Esa mujer perteneca al mundo del sueo, y as se lo dije antes de apagarla. Me dorm a la luz de la luna y so con una isla. Yo estaba con otros hombres, y pareca que haba llegado all en una embarcacin de vela. Recuerdo que tena la piel bronceada, y cuando me toqu el mentn sent que tena una barba de tres o cuatro das. La isla estaba en el Pacfico. En el aire flotaba un olor de aceite comestible rancio un indicio de la proximidad de la costa china. Desembarcamos en mitad de la tarde, y me pareci que no tenamos mucho que hacer. Recorrimos las calles. El lugar haba sido ocupado por el ejrcito, o haba servido como puesto militar, porque muchos de los signos de las ventanas estaban escritos en ingls defectuoso. Crews Cutz (cortes de cabello), le en un cartel de una peluquera oriental. Muchas tiendas exhiban imitaciones de whisky norteamericano. Whisky estaba escrito Whikky. Como no tenamos nada mejor que hacer, fuimos a un museo local. Vimos arcos, anzuelos primitivos, mscaras y tambores. Del museo pasamos a un restaurante y pedimos una comida. Tuve que debatirme con el idioma local, pero lo que me sorprendi fue que pareca tratarse de una lucha bien fundada. Tuve la sensacin de que haba estudiado el idioma antes de desembarcar. Record claramente que formul una frase cuando el camarero se acerc a la mesa. Porpozec ciebie nie prosze dorzanin albo zylopocz ciwego dije. El camarero sonri y me elogi, y cuando despert del sueo, el uso del lenguaje determin que la isla al sol, su poblacin y su museo

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fuesen reales, vvidos y duraderos. Record con aoranza a los nativos serenos y cordiales, y el cmodo ritmo de su vida. El domingo pas veloz y agradable en una ronda de reuniones para beber ccteles, pero esa noche tuve otro sueo. So que estaba de pie frente a la ventana del dormitorio de la casa de campo de Nantucket que alquilamos a veces. Yo miraba en direccin al sur, siguiendo la delicada curva de la playa. He visto playas ms hermosas, ms blancas y esplndidas, pero cuando miro el amarillo de la arena y el arco de la curva, siempre tengo la sensacin de que si miro bastante tiempo la caleta me revelar algo. El cielo estaba nublado. El agua era gris. Era domingo... aunque no poda decir cmo lo saba. Era tarde, y de la posada me llegaron los sonidos tan gratos de los platos, y seguramente las familias estaban tomando su cena del domingo por la noche en el viejo comedor de tablas machimbradas. Entonces vi bajar por la playa una figura solitaria. Pareca un sacerdote o un obispo. Llevaba el bculo pastoral, y tena puestas la mitra, la capa pluvial, la sotana, la casulla y el alba para la gran misa votiva. Tena las vestiduras profusamente recamadas de oro, y de tanto en tanto el viento del mar las agitaba. La cara estaba bien afeitada. No puedo distinguir sus rasgos a la luz cada vez ms escasa. Me vio en la ventana, alz una mano y dijo: Porpozec ciebie nie prosze dorzanin albo zyolpocz ciwego.Despus, continu caminando deprisa sobre la arena, utilizando el bculo como bastn, el paso estorbado por sus voluminosas vestiduras. Dej atrs mi ventana, y desapareci donde la curva del faralln concluye con la curva de la costa. Trabaj el lunes, y el martes por la maana, a eso de las cuatro, despert de un sueo en el cual haba estado jugando al bisbol. Era miembro del equipo ganador. Los tantos eran seis a dieciocho. Era un encuentro improvisado de un domingo por la tarde en el jardn de alguien. Nuestras esposas y nuestras hijas miraban desde el borde del csped, donde haba sillas, mesas y bebidas. El incidente decisivo fue una larga carrera, y cuando se marc el tanto una rubia alta llamada Helene Farmer se puso de pie y organiz a las mujeres en un coro que viv: Ra, ra, ra gritaron. Porpozec ciebie nieprosze dorzanin albo zyolpocz ciwego. Ra, ra, ra. Nada de todo esto me pareci desconcertante. En cierto sentido, era algo que haba deseado. Acaso el anhelo de descubrir no es la fuerza indomable del hombre? La repeticin de esta frase me excitaba tanto como un descubrimiento. El hecho de que yo hubiera sido miembro del equipo ganador determinaba que me sintiera feliz, y baj alegremente a desayunar, pero nuestra cocina lamentablemente es parte del pas de los sueos. Con sus paredes rosadas lavables, sus fras luces, el televisor empotrado (donde se rezaban las oraciones) y las plantas artificiales en sus macetas, me indujo a recordar con nostalgia mi sueo, y cuando mi esposa me pas el punzn y la Tableta Mgica en la cual escribimos la orden de desayuno, escrib: Porpozec ciebie nieprosze dorzanin albo zyolpocz ciwego. Ella se ri y me pregunt qu quera decir. Cuando repet la frase en efecto, pareca que era lo nico que deseaba decir se ech a llorar, y por la tristeza que expresaba en sus lgrimas comprend que era mejor que yo descansara un poco. El doctor Howland vino a darme un sedante, y esa tarde viaj en avin a Florida. Ahora es tarde. Me bebo un vaso de leche y me tomo un somnfero. Sueo que veo a una bonita mujer arrodillada en un trigal. Tiene abundantes cabellos castaos claros y la falda de su vestido es amplia. Su atuendo parece anticuado quiz anterior a mi poca y me asombra conocer a una extraa vestida con prendas que poda haber usado mi abuela, y tambin que me inspire sentimientos tan tiernos. Y sin embargo, parece real... ms real que el camino Tamiami, seis kilmetros hacia el este, con sus puestos de Smorgorama y Giganticburger, ms real que las calles laterales de Sarasota No le pregunto quin es. S lo que dir. Pero entonces ella sonre y empieza a hablar antes de que yo pueda alejarme. "Porpozec ciebie... ", empieza a decir. Entonces, me despierto desesperado, o me despierta el sonido de la lluvia

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sobre las palmeras. Pienso en un campesino que, al or el ruido de la lluvia, estirar sus huesos derrengados y sonreir, pensando que la lluvia empapa sus lechugas y sus repollos, su heno y su avena, sus zanahorias y su maz. Pienso en un fontanero que, despertado por la lluvia, sonre ante una visin del mundo en el cual todos los desages estn milagrosamente limpios y desatascados. Desages en ngulo recto, desages curvos, desages torcidos por las races y herrumbrosos, todos gorgotean y descargan sus aguas en el mar. Pienso que la lluvia despertar a una vieja dama, que se preguntar si dej en el jardn su ejemplar de Dombey and Son. Su chal? Cubri las sillas? Y s que el sonido de la lluvia despertar a algunos amantes y que su sonido parecer parte de esa fuerza que arroj a uno en brazos del otro. Despus, me siento en la cama y exclamo en voz alta, para m mismo: Calor! Amor! Virtud! Compasin! Esplendor! Bondad! Sabidura! Belleza! Se dira que las palabras tienen los colores de la tierra, y mientras las recito siento que mi esperanza crece, hasta que al fin me siento satisfecho y en paz con la noche. The New Yorker, 29 de septiembre de 1962.

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El ladrn de Shady HillMe llamo Johnny Hake. Tengo treinta y seis aos, y descalzo mido un metro setenta, desnudo peso setenta kilogramos, y por as decirlo ahora estoy desnudo y hablando a la oscuridad. Fui concebido en el Hotel Saint Regis, nac en el Hospital Presbiteriano, me cri en Sutton Place, fui bautizado y confirmado en San Bartolomeo, estuve con los Knickerbocker Greys, jugu al ftbol y al bisbol en Central Park, aprend a actuar en el marco de los toldos de las casas de apartamentos del East Side, y conoc a mi esposa (Christina Lewis) en uno de esos grandes cotillones del Waldorf. Estuve cuatro aos en la Marina, ahora tengo cuatro hijos, y vivo en una zona perifrica llamada Shady Hill. Tenemos una bonita casa con jardn y un lugar exterior para asar carne, y las noches de verano, cuando me siento all con los nios y miro la pechera del vestido de Christina que se inclina hacia delante para salar la carne, o que simplemente contempla las luces del cielo, me emociono tanto como puede ser el caso con actividades ms temerarias y peligrosas, y creo que a eso se refieren cuando hablan del sufrimiento y la dulzura de la vida. Cuando termin la guerra comenc a trabjar con un fabricante de parablend, y pareci que se sera mi modo de ganarme la vida. Era una firma patriarcal; es decir, el anciano de la familia nos pona a trabajar en una cosa y despus nos pasaba a otra, y se meta en todo -la fbrica de Jersey y la planta procesadora de Nashville- y se confortaba como si hubiese organizado la empresa entera durante una siesta. Con la mayor agilidad posible evitaba cruzarme en el camino con el anciano, y ante l me comportaba como si con sus propias manos hubiese moldeado el barro de mi persona, y despus me hubiera dado el aliento de la vida. Perteneca a la clase de dspota que necesita lo representen, y sa era la tarea de Gil Bucknam. Era la mano derecha, la pantalla y el conciliador del anciano, pero comenz a faltar a la oficina, al principio un da o dos, despus dos semanas, y finalmente ms tiempo. Cuando regresaba, se quejaba de que le dola el estmago o tena problemas con la vista, aunque todos podan ver que estaba bebido. El hecho no era tan extrao, porque beber mucho era una de las cosas que l tena que hacer para la firma. El viejo lo aguant un ao, y despus una maana vino a mi oficina y me dijo que fuese al apartamento de Bucknam y lo despidiese. Era una maniobra tan tortuosa y sucia como encargar al encargado de la oficina que despidiese al presidente de direccin. Bucknam era mi superior y llevaba muchos ms aos en la empresa; en otras palabras, un hombre que cuando me invitaba a beber con esa misma actitud estaba mostrando su condescendencia. Pero as trabajaba el anciano, y yo saba lo que tena que hacer. Fui al apartamento de Bucknam, y la seora Bucknam me dijo que esa tarde poda ver a Gil. Almorc solo, y estuve en la oficina hasta poco ms o menos las tres, y a esa hora fui caminando desde la oficina hasta el apartamento de los Bucknam, en la calle 70E. Estbamos a principios del otoo -se jugaba la Serie mundial- y en la ciudad comenzaba a desencadenarse una gran tormenta. Cuando llegu a casa de los Bucknam poda or los sonoros estampidos y el olor de la lluvia. La seora Bucknam me recibi, y en su rostro parecan reflejarse todas las dificultades del ltimo ao, mal disimuladas por una espesa capa de polvo. Nunca haba visto ojos tan apagados, y se haba puesto uno de esos anticuados vestidos de verano con grandes flores estampadas. (Yo saba que tenan tres hijos en la universidad, y una embarcacin manejada por un hombre a sueldo, y muchos otros gastos.) Gil estaba acostado, y la seora Bucknam me invit a pasar al dormitorio. La tormenta ya comenzaba, y todo estaba sumergido en una suave semioscuridad, tan parecida al alba que se hubiera dicho que debamos estar durmiendo y soando, y no comunicndonos malas noticias.

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Gil se mostr alegre, simptico y condescendiente, y dijo que le agradaba mucho verme; de su ltima visita a Bermudas haba trado muchos regalos para mis hijos, pero haba olvidado enviarlos. -Querida, quieres traer esas cosas? pidi-. Recuerdas dnde las pusimos? Despus, la esposa volvi a la habitacin con cinco o seis paquetes grandes, de aspecto lujoso, y los deposit sobre sus rodillas. Cuando pienso en mis hijos casi siempre lo hago con placer, y me agrada mucho llevarles regalos. Yo estaba encantado. Por supuesto, era una treta -supuse que de la mujer- y una de las muchas que ella seguramente haba pensado durante el ltimo ao para defender su mundo. Vi que el papel de envolver no era nuevo, y cuando llegu a mi casa descubr que eran algunos viejos suteres de cachemira que las hijas de Gil no haban llevado a la universidad y un gorro a cuadros con una banda sucia. La comprobacin acentu mis sentimientos de simpata ante las dificultades en que se encontraban los Bucknam. Cargado de paquetes para mis hijos y sudando simpata por todos los poros, yo no poda descargar el hacha. Conversamos de la Serie Mundial y de varios asuntos menudos de la oficina, y cuando comenzaron la lluvia y el viento, ayud a la seora Bucknam a cerrar las ventanas del apartamento, despus me fui y bajo la tormenta volv a casa en tren, ms temprano que de costumbre. Cinco das despus Gil Bucknam arregl su situacin, y volvi a su oficina a ocupar su lugar de siempre como la mano derecha del anciano, y lo primero que hizo fue comenzar a perseguirme. Me pareci que si mi destino hubiera sido la profesin de bailarn ruso, o de orfebre, o de pintor de bailarines Schuhplatler en cajones de escritorios y de paisajes en conchas marinas, y hubiera vivido en un lugar muy srdido como Provincetown, no habra conocido a un grupo de hombres y mujeres ms extraos que el que conoc en la industria de la parablend; y as decid seguir mi propio camino. Mi madre me ense a no hablar de dinero cuando haba mucho, y yo siempre me resist enrgicamente a mencionar el asunto cuando pasaba necesidad, de modo que no puedo ofrecer un panorama muy preciso de lo que ocurri durante los seis meses siguientes. Alquil una oficina -en realidad, un cubculo con un escritorio y un telfono- y envi cartas, pero stas rara vez tuvieron respuesta, y el telfono lo mismo hubiera podido quedar desconectado, y cuando lleg el momento de pedir un prstamo no tena a quien acudir. Mi madre odiaba a Christina, y de todos modos, no creo que tuviera mucho dinero, porque nunca me compr un abrigo o un sndwich de queso cuando yo era nio, sin explicarme que as disminua su capital. Yo tena muchos amigos, pero ni aunque mi vida hubiese dependido de eso habra pedido una copa a un hombre ni le habra solicitado un prstamo de quinientos dlares -y necesitaba ms-. Lo peor era que no haba explicado, ni mucho menos, la situacin real a mi esposa. Pensaba en ese asunto una noche, mientras nos vestamos para ir a cenar a casa de los Warburton, en la misma calle. Christina estaba sentada frente a su mesa de tocador, ponindose los pendientes. Es una bonita mujer en la flor de la vida, y su ignorancia de los asuntos financieros es absoluta. Tiene un cuello grcil, sus pechos resplandecan cuando se elevaban bajo la tela del vestido, y al ver el placer decente y sano con que contemplaba su propia imagen, no pude decirle que estbamos arruinados. Gracias a ella muchos aspectos de mi vida eran ms gratos, y nada ms que mirarla pareca renovar en m la fuente de una lmpida energa, gracias a la cual la habitacin y los cuadros de la pared y la luna que poda ver por la ventana parecan todos ms vvidos y alegres. La verdad le arrancara lgrimas, arruinara su maquillaje y echara a perder la cena con los Warburton, y despus se ira a

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dormir al cuarto de huspedes. En su belleza y el poder que ella ejerca sobre mis sentidos pareca haber tanta verdad como en el hecho de que estbamos en descubierto en el banco. Los Warburton son ricos, pero no tienen mucha vida social; incluso es posible que no les importe. Ella es un ratoncito envejecido, y l es la clase de hombre con quien uno no habra simpatizado en la escuela. Tiene la piel enfermiza, la voz spera y una idea fija: la lujuria. Los Warburton siempre estn gastando, y de eso habla uno con ellos. El piso del vestbulo principal es de mrmol blanco y negro del antiguo Ritz, sus cabaas en Sea Island se cierran durante el invierno, vuelan a Davos a pasar diez das, compran un par de caballos de silla y construyen una nueva ala. Esa noche llegamos tarde, y los Meserve y los Chesney ya estaban, pero Carl Warburton an no haba vuelto a casa, y Sheila estaba preocupada. -Carl tiene que pasar por un barrio horrible para llegar a la estacin -dijo-, y lleva encima miles de dlares, y temo tanto que lo agredan -Despus, apareci Carl y cont un cuento verde al grupo mixto , y pasamos a cenar. Era la clase de reunin a la cual todos van despus de tomar una ducha y ponerse la mejor ropa, y en que una vieja cocinera estuvo pelando hongos o limpiando mariscos desde la madrugada. Yo deseaba pasarlo bien. Eso quera, pero mis deseos no consiguieron mejorar mi nimo esa noche. Me senta como si fuese uno de aquellos horribles cumpleaos de mi niez, a los que mi madre me llevaba con amenazas y promesas. La reunin termin alrededor de las once y media, y volvimos a casa. Me qued en el jardn, terminando uno de los cigarros de Carl Warburton. Era jueves por la noche, y mis cheques no seran rechazados por el banco antes del martes, pero deba darme prisa y hacer algo. Cuando sub, Christina se haba dormido, y yo tambin me dorm, pero volv a despertarme alrededor de las tres. Haba estado soando con envolver pan en papel de parablend de color. Haba soado con un aviso de pgina entera de una revista de circulacin nacional: PONGA COLOR EN SU PANERA! La pgina estaba salpicada de hogazas del color de las piedras preciosas -pan de turquesa, pan de rub y pan de color de esmeraldas-. En el sueo, la idea haba parecido buena; me reanim, y cuando me encontr en el dormitorio oscuro me sent deprimido. Sumido en la tristeza, medit en todos los cabos sueltos de mi vida, y eso me llev de nuevo a mi vieja madre, que vive sola en un hotel de Cleveland. La vi vistindose para bajar a cenar en el comedor del hotel. Segn la imaginaba, me pareca lamentable -sola y entre extraos-. Y sin embargo, cuando volva la cabeza, yo vea que an le quedaban varios dientes en las encas. Me envi a la universidad, organiz mis vacaciones en lugares de agradable paisaje, y aliment mis ambiciones -las que tengo-, pero se opuso agriamente a mi matrimonio, y desde entonces nuestras relaciones son tensas. A menudo la invit a vivir en nuestra casa, pero ella rehsa siempre, y siempre con acritud. Le envo flores y regalos, y le escribo todas las semanas, pero estas atenciones aparentemente slo consiguen afirmar su conviccin de que mi matrimonio fue un desastre para ella y para m. Despus, pens en sus faldas, pues cuando yo era nio ella pareca una mujer cuyas faldas se desplegaban sobre los ocanos Atlntico y Pacfico; una falda que se extenda hasta el infinito, y sobrepasaba el horizonte. Ahora la recuerdo sin rebelda ni ansiedad, slo con pesar porque todo nuestros esfuerzos se han visto recompensados por una medida tan reducida de sentimientos definidos, y porque no podemos beber juntos una taza de t sin remover toda suerte de recuerdos ingratos. Yo deseaba corregir esa situacin, reconstruir toda la relacin con mi madre de modo que el costo de mi evolucin no alcanzara un nivel tan elevado de sentimiento mrbido. Quera rehacerlo todo en cierta Arcadia emocional, y lograr que ambos nos comportsemos de diferente modo, porque as podra pensar en ella a las tres de la maana sin sentimiento de culpa, y as ella no tendra que sentirse sola y abandonada en la ancianidad. Me acerqu un poco ms a Christina, y al ingresar en la regin de su calidez de pronto tuve buena disposicin hacia todo y me sent complacido por todo, pero en el sueo ella se

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apart de m. Despus, tos. Volv a toser. Tos ruidosamente. No poda detenerme, sal de la cama, fui al cuarto de bao oscuro y beb un vaso de agua. Estaba de pie frente a la ventana del cuarto de bao y contempl el jardn. Haba un poco de viento. Pareca que cambiaba de direccin. Sonaba como un viento de madrugada -en el aire llegaba el sonido de la lluvia- y me agradaba su caricia en mi cara. Al fondo del tocador haba algunos cigarrillos y encend uno para recuperar el sueo. Pero cuando inhal el humo me dolieron los pulmones, y de pronto tuve la conviccin de que estaba muriendo de cncer bronquial. He sufrido todas las formas de melancola absurda -he aorado pases que nunca he visto, y he anhelado ser lo que no poda ser- pero todos esos estados de nimo eran triviales comparados con mi premonicin de la muerte. Arroj el cigarrillo al inodoro (piff) y me ergu, pero el dolor del pecho se acentu, y comprend que haba comenzado la corrupcin. Saba que tena amigos que me recordaran bondadosamente, y no dudaba de que Christina y los nios me evocaran con afecto. Pero despus volv a pensar en el dinero y en los Warburton, y en mis cheques sin fondo enviados a la cmara de compensacin, y me pareci que el dinero prevaleca del todo sobre el amor. Haba deseado a algunas mujeres -a decir verdad, desorbitadamente- pero me pareci que jams haba deseado tanto como esa noche deseaba el dinero. Me acerqu al guardarropa de nuestro dormitorio y me puse un viejo suter azul, un par de pantalones y un pulver oscuro. Despus, baj y sal de la casa. La luna se haba ocultado, y no haba muchas estrellas, pero sobre los rboles y los setos una tenue luz se difunda en el aire. Pas al costado del jardn de los Trenholmes, pisando suavemente el pasto, y por el prado llegu a la casa de los Warburton. Escuch los sonidos que venan de las ventanas abiertas, y slo o el tictac de un reloj. Sub los pelados de la escalera principal, abr la puerta y comenc a cruzar el piso tomando del antiguo Ritz. En la tenue luz nocturna que entraba por las ventanas la casa pareca una concha, un nautilo, un ente creado para contener su propia forma. O el ruido del collar de un perro, y el viejo coker de Sheila apreci trotando. Lo rasqu detrs de las orejas, y despus volvi a su cama, yo no saba dnde, gru y se durmi. Conoca la distribucin de la casa de los Warburton tanto como conoca mi propia casa. La escalera estaba alfombrada, pero primero apoy el pie en uno de los peldaos, para ver si cruja. Despus, sub la escalera. Todas las puertas de los dormitorios estaban abiertas, y del dormitorio de Carl y Sheila, donde a menudo yo haba dejado mi chaqueta cuando se celebraban grandes reuniones, me lleg el sonido de respiracin profunda. Permanec de pie un segundo en el umbral, para reunir valor. En la penumbra alcanc a ver la cama, y un par de pantalones y una chaqueta colgada del respaldo de una silla. Entr en el cuarto, con movimientos rpidos retir una abultada billetera del bolsillo interior de la chaqueta y regres al vestbulo. Es posible que la violencia de mis sentimientos me provocara cierta torpeza, porque Sheila despert. La o decir: -Oste ese ruido, querido? -El viento -murmur l, y despus volvieron a callar. En el vestbulo yo estaba a salvo, a salvo de todo, menos de m mismo. Me pareci que estaba sufriendo un colapso nervioso. No tena salida, se hubiera dicho que mi corazn ya no tena lubricante, y los jugos que sostenan erguidas mis piernas estaban retirndose. Pude avanzar, pero slo apoyndome en la pared. Mientras descenda la escalera me aferr a la baranda y trastabillando sal de la casa. Cuando estuve en mi cocina oscura, beb tres o cuatro vasos de agua. Creo que estuve de pie frente al vertedero de la cocina media hora o ms antes de que se me ocurriera la idea de examinar la billetera de Carl. Pas a la despensa y cerr la puerta antes de encender la luz. Haba poco ms de novecientos dlares. Apagu la luz y volv a la cocina oscura. Oh, nunca supe que un hombre poda sentirse tan miserable y que la mente poda ofrecer tantos

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receptculos para colmarlos de culpa. Dnde estaban los arroyos de mi juventud, con sus aguas pobladas de truchas, y otros placeres inocentes? El olor de cuero hmedo de las aguas sonoras y los bosques fragantes despus una lluvia torrencial; o al romper el da las brisas estivales que huelen como el hlito vegetal de holsteins -uno se marea- y todos los arroyos poblados (o as me lo imaginaba, en la cocina oscura) de truchas, nuestro tesoro acutico. Estaba llorando. Como digo, Shady Hill es una zona perifrica y merece la crtica de los planeadores urbanos, los aventureros y los poetas lricos, pero si uno trabaja en la ciudad y tiene que criar nios, no hay un lugar mejor. Es cierto que mis vecinos son ricos, pero en ese caso la riqueza significa ocio, y ellos saben emplear su tiempo. Recorren el mundo, escuchan buena msica, y si en un aeropuerto tienen que elegir una edicin barata, se decidirn por Tucdides y a veces por Toms de Aquino. Apremiados para que construyan refugios antiareos, plantan rboles y rosas y tienen jardines esplndidos y luminosos. Si a la maana siguiente yo hubiese contemplado desde la ventana de mi cuarto de bao la ruina maloliente de una gran ciudad, la impresin suscitada por el recuerdo de lo que haba hecho quiz no hubiera sido tan violenta, pero el sostn moral haba desaparecido de mi mundo sin modificar un pice la luz del sol. Me vest furtivamente -qu hijo de las sombras desea or las alegres voces de su familia?- y abord uno de los primeros trenes. Mi traje de gabardina pretenda expresar limpieza y probidad, pero muy miserable era la criatura cuyos pasos haban sido confundidos con el sonido del viento. Mir el diario. Un robo de treinta mil dlares, una nmina de sueldos, en Bronx. Una dama de White Plains haba regresado a su casa despus de una fiesta, y haba comprobado la desaparicin de sus pieles y sus joyas. De un depsito de Brooklyn haban robado medicinas por valor de sesenta mil dlares. Me sent mejor cuando descubr qu vulgar era lo que yo haba hecho. Quiz un poco mejor, y slo por un rato. Despus, afront nuevamente la conciencia de que era un ladrn vulgar y un impostor, y de que haba hecho algo tan reprensible que infringa las normas de todas las religiones conocidas. Haba robado, y lo que era ms, haba entrado con propsitos delictivos en la casa de un amigo, e infringido todas las leyes tcitas que aseguraban la unin de la comunidad. Mi conciencia apremi de tal modo a mi espritu -como el pico crneo de un ave carnvoraque comenz a temblarme el ojo izquierdo, y de nuevo me sent al borde de un colapso nervioso general. Cuando el tren lleg a la ciudad, fui al banco. Cuando sala, un taxi casi me atropella. Me sent ansioso, no por mi propio cuerpo, sino porque podan encontrarme en el bolsillo la billetera de Carl Warburton. Cuando cre que nadie miraba, frot la billetera contra mis pantalones (para eliminar las huellas digitales) y la dej caer en el cubo de residuos. Pens que el caf conseguira mejorarme, entr en un restaurante y me sent frente a una mesa, con un desconocido. An no haban retirado las servilletas de papel usadas y los vasos de agua medio vacos, y frente al desconocido haba una propina de treinta y cinco centavos, dejados por un cliente anterior. Examin el men, pero por el rabillo del ojo vi que el desconocido se embolsaba la propina de treinta y cinco centavos. Qu delincuente! Me puse de pie y sal del restaurante. Llegu a mi cubculo, colgu el sombrero y la chaqueta, me sent frente al escritorio, me arregl los puos de la camisa, suspir y mir el vaco, como si estuviera al comienzo de un da colmado de desafos y decisiones. No haba encendido la luz. Un rato despus, ocuparon la oficina contigua, y o a mi vecino aclararse la garganta, toser, encender un fsforo y acomodarse para iniciar la tarea cotidiana. Las paredes eran muy delgadas -en parte vidrio esmerilado y en parte madera terciada- y en esas oficinas se oa todo. Busqu un cigarrillo en mi bolsillo, lo hice con los mismos gestos furtivos que haba tenido en casa de los Warburton, y antes de encender un fsforo esper or el estrpito de un camin que pasaba por la calle. Me domin la excitacin de

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escuchar subrepticiamente. Mi vecino quera vender por telfono acciones de uranio. Aplicaba el siguiente mtodo. Primero, se mostraba corts. Despus desagradable. -Qu le pasa, seor X? no quiere ganar dinero? -Despus, se mostraba muy despectivo-. Lamento haberlo molestado, seor X. Cre que usted tena sesenta y cinco dlares para invertir. -Llam a doce nmeros, sin resultado. Yo estaba callado como un ratn. Despus, telefone a la oficina de informacin de Idlewild, para comprobar la llegada de aviones que venan de Europa. El de Londres vena puntual. Los de Roma y Pars iban con retraso. -No, todava no ha venido -le o decir a alguien por telfono-. La oficina est a oscuras. -El corazn me lati aceleradamente. Despus, mi telfono comenz a sonar y cont doce llamadas antes de que se interrumpiera. -Estoy seguro, estoy seguro -dijo el hombre de la oficina contigua-. Oigo llamar su telfono y no contesta; no es ms que un hijo de puta que est solo y busca empelo. Le digo que adelante. No tengo tiempo para ir a ver. Adelante Siete, ocho, tres, cinco, siete, siete -Cuando colg, me acerqu a la puerta, la abr y la cerr, encend la luz, mov los percheros, silb una cancin, me sent ruidosamente frente a mi escritorio y marqu el primer nmero de telfono que me vino a la mente. Era un viejo amigo -Burt Howe- y lanz una exclamacin cuando oy mi voz. -Hakie, estuve buscndote por todas partes! De veras, desapareciste y nadie poda encontrarte. -S dije. -Desapareciste -repiti Howe-. As sin ms. Pero quera hablarte de un negocio que puede interesarte. Un solo asunto, pero no te llevar ms de tres semanas. Facilsimo. Son novatos y tontos, y tienen mucho, y ser como robar. -S. -Bien, podemos almorzar con Cardin a las doce y media, para explicarte los detalles? pregunt Howe. -Muy bien -le contest con voz ronca-. Muchas gracias, Burt. -Fuimos a la cabaa el domingo -deca el hombre de la oficina contigua cuando yo cort la comunicacin-. A Luisa le pic una araa venenosa. El mdico le dio una inyeccin. Se arreglar. -Marc otro nmero y empez-: El domingo fuimos a la cabaa. A Luisa le pic una araa venenosa Era posible que un hombre cuya esposa haba sido picada por una araa y que dispona de un poco de tiempo llamase a tres o cuatro amigos y les relata el episodio, y tambin era posible que la araa fuese un mensaje en cdigo, una advertencia o una confirmacin relacionada con maniobras ilegales. Lo que me atemorizaba era que al convertirme en ladrn pareca haber atrado hacia m a ladrones y estafadores. Mi ojo izquierdo haba comenzado a temblar de nuevo, y la incapacidad de una parte de mi conciencia de soportar el reproche que le infliga la otra parte, me induca a buscar desesperadamente una persona que pudiese ser culpada. En los diarios haba ledo con bastante frecuencia que a veces el divorcio lleva al crimen. Mis padres se divorciaron cuando yo tena alrededor de cinco aos. Era un indicio apropiado, y muy pronto me llev a algo mejor. Despus del divorcio mi padre fue a vivir a Francia, y no lo vi durante diez aos. Entonces, pidi a mam permiso para verme, y ella me prepar para el encuentro explicndome que mi padre era un borracho, un hombre cruel y sensual. Era verano, y estbamos en Nantucket; de all viaj solo en barco, y fui en tren a Nueva York. Vi a mi padre en el Plaza al principio de la tarde, pero pese a la hora ya haba comenzado a beber. Con la nariz larga y sensible de un adolescente ol gin en su aliento, y advert que tropezaba

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contra una mesa y que a veces repeta sus propias frases. Tiempo despus comprend que ese encuentro deba de ser difcil para un hombre de sesenta aos, la edad que entonces tena. Cenamos y despus fuimos a ver Las rosas de Picarda. Apenas aparecieron las coristas, pap me dijo que poda tener la que deseara; ya haba hecho los arreglos necesarios. Incluso poda elegir a una de las bailarinas solistas. Ahora bien, si yo hubiese pensado que l haba cruzado el Atlntico para hacerme ese favor, quiz habra sido distinto, pero cre que haba viajado con el fin de perjudicar a mi madre. Yo tena miedo. El espectculo se representaba en uno de esos viejos teatros que parecen sostenerse gracias al apoyo que los ngeles les prestan. Varios ngeles pardodorados sostenan el techo; tambin apuntalaban los palcos; e incluso parecan sostener la galera, donde se haban reunido unas cuatrocientas personas. Dediqu mucho tiempo a mirar los polvorientos ngeles dorados. Si el techo del teatro hubiese cado sobre mi cabeza, me habra sentido aliviado. Despus del espectculo volvimos al hotel para lavarnos antes de reunirnos con las muchachas, y mi padre se acost un rato en la cama y comenz a roncar. Me apoder de cincuenta dlares de su cartera, pas la noche en la estacin Grand Central y viaj a Woods Hole en uno de los primeros trenes. As se explicaba todo, incluso la intensidad del sentimiento que haba experimentado en el piso de arriba de los Warburton. Mi padre era culpable! Despus, record que mi padre estaba enterrado en Fontainebleau desde haca quince aos, y que en todo caso ahora era poco ms que polvo. Fui al cuarto de bao con hombres y me lav las manos y la cara, y me alis los cabellos con mucho agua. Era tiempo de ir a almorzar. Pens ansioso en el almuerzo que me esperaba, y cuando me pregunt la causa de mi estado de nimo, me sorprendi comprender que se originaba en el uso desaprensivo que Burt Howe haba hecho de la palabra robar. Abrigaba la esperanza de que no insistiera en ella. Incluso mientras pensaba todo esto, en el cuarto de bao, el temblor del ojo pareci extenderse a la mejilla; se hubiera dicho que este verbo estaba inserto en el idioma ingls como un anzuelo envenenado. Yo haba cometido adulterio y la palabra adulterio no me impresionaba; me haba emborrachado, y la palabra embriaguez careca de poder. Slo robo y los sustantivos, los verbos y los adverbios afines podan tiranizar mi sistema nervioso, como si hubiera ideado inconscientemente una doctrina en virtud de la cual el robo tena precedencia sobre todos los restantes pecados del Declogo, y era signo de muerte moral. El cielo estaba oscuro cuando sal a la calle. Haba luces encendidas por doquier. Mir las caras de las personas con quienes me cruzaba, buscando signos alentadores de honestidad en un mundo tan perverso; y en la Tercera Avenida vi a un joven con un vaso de hojalata y los ojos cerrados para personificar la ceguera. Esa marca de la ceguera, la sorprendente inocencia de la mitad superior del rostro, se vea traicionada por el ceo fruncido y las patas de gallo de un hombre que puede ver su bebida en el bar. Haba otro mendigo ciego en la calle Cuarenta y uno, pero no le examin las cuencas de los ojos, pues comprend que no poda juzgar la legitimidad de todos los mendigos de la ciudad. Cardin es un restaurante para hombres de la calle Cuarenta. La agitacin y el movimiento del vestbulo acentuaron mi retraimiento, y la joven del guardarropa, quiz porque vio el temblor de mi ojo, me dirigi una mirada de profundo hasto. Burt estaba en el bar, y despus de pedir las bebidas fuimos al asunto. -Por tratarse de un negocio como ste, deberamos reunirnos en una callejuela -dijo-, pero ya sabes lo que se dice de los tontos y su dinero. Son tres nios, P. J. Burdette es uno, y entre los pueden perder un lindo milln de dlares. Ms tarde o ms temprano alguien se lo robar, as que bien puedes ser t. -Me llev la mano al costado izquierdo de la cara para

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disimular el tic. Cuando acerqu la copa a la boca, me derram gin sobre el traje-. Los tres salieron hace poco de la universidad -dijo Burt-. Y tienen tanto que por mucho que les quites no lo sentirn. Ahora bien, si quieres participar en este asalto, lo nico que tienes que hacer El cuarto de bao estaba al fondo del restaurante, pero consegu llegar. Llen con agua fra un lavabo y hund en ella la cabeza y la cara. Burt me haba seguido al cuarto de bao. Mientras me secaba con una toalla de papel dijo: -Mira, Hakie, no quera decrtelo, pero ahora que te has indispuesto, bien puedo mencionarte que tienes un aspecto terrible. Apenas te vi comprend que algo andaba mal. Y sea lo que fuere, la bebida, la droga, o los problemas de tu casa, es mucho ms tarde de lo que crees y quiz deberas hacer algo al respecto. No me guardas rencor? -Dije que me senta mal y esper en el cuarto de bao hasta que Burt se fue. Despus, la muchacha del guardarropa me entreg el sombrero y me dirigi otra mirada de hasto, y en el diario de la tarde que estaba sobre una silla del vestbulo vi que en Brooklyn unos asaltantes de banco haban robado dieciocho mil dlares. Recorr las calles preguntndome qu papel habra en la profesin de carterista y ladrn de bolsos, y todos los arcos y los campanarios de San Patricio me recordaban las colectas para los pobres. Tom el tren de costumbre para volver a casa, y por la ventanilla contempl el pasaje apacible y la tarde de primavera, y me pareci que los pescadores, los baistas solitarios y los guardabarreras, los jugadores de pelota en los baldos, los amantes que no se avergenzan de su propia actividad, los dueos de pequeos veleros y los viejos que juegan a naipes en los cuarteles de bomberos eran las personas que zurcan los grandes desgarrones que los hombres como yo dejaban en el mundo. Ahora bien, Christina es la clase de mujer que, cuando la secretaria de ex alumnos de su universidad le pide que describa su condicin, comienza a aturdirse en vista de la diversidad de sus propias actividades y sus intereses. Y poco ms o menos, qu tiene que hacer da tras da? Llevarme en automvil a la estacin ferroviaria. Mandar a reparar los esqus. Reservar una cancha de tenis. Comprar una botella de vino y los alimentos para la comida mensual de la Socit Gastronomique du Westchester Nord. Buscar ciertas definiciones en el Larousse. Asistir a un simposio de la Liga de Mujeres Votantes acerca de los desages. Concurrir a un almuerzo de etiqueta en homenaje a la ta de Bobsie. Escardar el jardn. Planchar un uniforme para la criada por horas. Mecanografiar dos pginas y media de su trabajo acerca de las primeras novelas de Henry James. Vaciar los cubos de basura. Ayudar a Tabita a preparar la cena de los nios. Obligar a Ronnie a batear. Ponerse rulos en los cabellos. Conseguir una cocinera. Ir a esperar el tren. Baarse. Vestirse. A las siete y media saludar en francs a sus invitados. Decir bon soir a las once. Descansar en mis brazos hasta las doce. Eureka! Podra decirse que es altanera, pero creo que no es ms que una mujer que lo pasa bien en un pas prspero y joven. De todos modos, esa noche cuando descend del tren y la vi tuve cierta dificultad para elevarme a la altura de tanta vitalidad. Tuve mala suerte, y me encomendaron la colecta en la comunin temprana del domingo, y eso a pesar de que no me senta bien. Respond con una sonrisa muy torcida a las miradas piadosas de mis amigos, y despus me arrodill junto a una ventana de vidrio de color en forma de arco puntiagudo que pareca armada con cabezas de botellas de vermut y borgoa. Me arrodill en una banqueta de imitacin cuero donada por una asociacin para sustituir a una de las viejas banquetas color rap, que haba comenzado a romperse en las costuras y mostraba pedazos de paja, y gracias a la cual todo el recinto ola como un pesebre viejo. El olor de la paja y las flores, la luz de la vigilia, las velas que parpadeaban a causa del aliento del rector y la humedad del fro edificio de piedra me eran tan conocidos y pertenecan a mi vida temprana tanto como los sonidos y los olores de una cocina en una guardera, y esa

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maana me parecieron tan intensos que me aturd. De pronto o, en el zcalo de la derecha, los dientes de una rata que trabajaban como un barreno sobre el roble duro. -Santo, Santo dije en voz muy alta, porque tena la esperanza de atemorizar a la rata-. Seor Dios de los ejrcitos, el Cielo y la Tierra CANTAN Tu Gloria. La pequea congregacin murmur su amn con un sonido que pareca un golpe de pie, y la rata continu royendo el zcalo. Y despus -quiz porque estaba absorto en el ruido de los dientes de la rata, o porque el olor de la humedad y la paja era soporfero -cuando apart los ojos del refugio que haba construido con mis manos, vi que el rector beba del cliz y comprend que haba perdido la comunin. En casa, busqu otros robos en el peridico dominical, y haba muchos. Haban saqueado bancos, vaciado de sus joyas las cajas de seguridad de los hoteles, las criadas y los mayordomos haban sido amarrados a las sillas de la cocina, haban robado lotes enteros de pieles y diamantes industriales, y los delincuentes haban entrado en almacenes de alimentos, estancos y casas de empeo; y alguien se haba apoderado de un cuadro del Instituto de Arte de Cleveland. Hacia el final de la tarde recog las hojas secas. Hay acaso ms profundo acto de contricin que limpiar el prado de los desechos otoales bajo el cielo plido y listado de la primavera? Mientras recoga las hojas, se acercaron mis hijos. -Los Tobler han organizado un juego de softball -dijo Ronnie-. Estn todos. -Y vosotros, por qu no jugis? -pregunt. -No podemos jugar si no nos invitan -dijo Ronnie por encima del hombro, y se alejaron. Entonces advert que poda or los vivas del encuentro de softball al que no nos haban invitado. Los Tobler viven en la misma calle. Las alegres voces parecan resonar cada vez ms claras a medida que entraba la noche. Incluso poda or el ruido del hielo en los vasos y las voces de las seoras que vitoreaban dbilmente. Me pregunt por qu no nos haban invitado a jugar a softball, en casa de los Tobler. Por qu nos han excluido de esos sencillos placeres, de la alegre reunin, de donde provenan las risas y las voces apagadas y las puertas que golpeaban, todo lo cual pareca resplandecer en las sombras precisamente porque no estaba a m alcance. Por qu no me haban invitado a jugar a softball en casa de los Tobler? Por qu el ascenso social -en realidad la trepada- excluye de un encuentro de softball a un tipo simptico como yo? Qu clase de mundo era se? Por qu tenan que dejarme solo con mis hojas secas en la penumbra del atardecer -como era el caso-, de modo que me sintiera tan olvidado, tan abandonado que me recorra un escalofro? Si hay una persona a la cual detesto es el sentimental de poco seso, todas esas personas melanclicas que, por exceso de simpata hacia otros, pierden el sentimiento intenso de su propia esencia y merodean por la vida sin identidad, como una bruma humana, compadeciendo a todos. El mendigo sin piernas de Times Square, con su lamentable muestra de lpices, la anciana pintarrajeada del metro que habla sola, el exhibicionista del cuarto de bao pblico, el borracho que se cae en la escalera del metro, no slo excitan la piedad de los sentimentales; de una sola ojeada se transforman en esos infortunados. La humanidad desvalida parece hollar las almas irrealizadas de esta gente, y en la penumbra del atardecer las deja en una condicin que se parece mucho a la escena de una rebelin en la crcel. Ellos mismos, desilusionados, siempre estn dispuestos a desilusionarse por el resto, y son capaces de levantar ciudades enteras, de concebir creaciones enteras, firmamentos y dominios de desilusin empapada en lgrimas. De noche, acostados en la cama, piensan tiernamente en el gran triunfador que perdi su billete premiado, en el gran novelista cuya obra magna fue quemada errneamente porque se la confundi con una pila de papeles viejos, y en Samuel Tilden, que perdi la presidencia de Estados Unidos a causa de las bajas maniobras del

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colegio electoral. As como detestaba esta compaa, me pareca doblemente doloroso soportarla. Y al ver un desnudo rbol de cornejo a la luz de las estrellas pens: qu triste es todo! El mircoles fue mi cumpleaos. Lo record a mitad de la tarde, cuando estaba en la oficina, y el pensamiento de que quiz Cristian planeaba una fiesta sorpresa hizo que por un instante abandonase el asiento y me pusiese de pie, sin aliento. Despus, llegu a la conclusin de que no hara tal cosa. Pero aun los preparativos que haran los nios representaban para m un problema sentimental; no saba cmo afrontar la situacin. Abandon temprano la oficina y beb dos tragos antes de abordar el tren. Christina pareca satisfecha y complacida cuando me recibi en la estacin, y yo puse buena cara disimular mi ansiedad. Los nios se haban puesto ropa limpia y me desearon feliz cumpleaos con tanto fervor que tuve una sensacin horrible; sobre la mesa apareci una pila de regalitos, la mayora cosas confeccionadas por los nios: gemelos de botones, un cuaderno y cosas as. Y encend los cohetes, me puse ese tonto sombrero, apagu las velas de la tarta y agradec los detalles a todos; pero despus pareci que haba otro regalo -mi gran regalo- y despus de la cena me obligaron a permanecer en casa mientras Christina y los nios salan, y despus vino Juney y me llev afuera, rodeando la casa, hasta el fondo, donde estaban todos. Apoyada contra la casa vi una escalera plegable de aluminio, con una tarjeta atada con una cinta, y yo dije, como si hubiese recibido un mazazo: -Qu mierda significa esto? -Pap, pensamos que puede servirte -dijo Juney. -Para qu necesito una escalera? qu se creen que soy, un limpiador de ventanas? -Para alcanzar las claraboyas -dijo Juney-. Las persianas. Me volv hacia Christina. -Estuve hablando dormido? -No -dijo Christina-. No estuviste hablando dormido. Juney se ech a llorar. -As podrs limpiar las hojas de los desages -dijo Ronnie. Los dos varones me miraban con cara larga. -Bien, tendrs que reconocer que es un regalo muy extrao dije a Christina. -Dios mo! exclam Christina-. Vamos, nios. Vamos.- Los llev hacia la puerta de la terraza. Estuve en el jardn hasta que oscureci. Se encendieron las luces del primer piso. Juney continuaba llorando, y Christina le cantaba. Despus, la nia se tranquiliz. Esper hasta que se encendieron las luces de nuestro dormitorio, y despus de un rato sub la escalera. Christina tena puesta una bata, estaba sentada frente a la mesa del tocador y tena los ojos llenos de lgrimas. -Tienes que comprender -dije. -Creo que no puedo. Los nios estuvieron ahorrando meses enteros para comprar ese maldito cacharro. -No sabes todo lo que he soportado -dije. -Aunque hubieras estado en el infierno, no te lo perdonara -dijo-. No has soportado nada que justifique tu conducta. Hace una semana que la tienen escondida en el garaje. Son tan cariosos. -ltimamente no me siento bien -dije. -No me digas que no te sientes bien -replic-. Ahora he llegado a desear que te vayas por la maana, y temo la hora de tu regreso por la noche. -No puedo ser tanto como dices -afirm.

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-Ha sido un infierno -insisti Christina-. Brusco con los nios, antiptico conmigo, grosero con tus amigos y perverso cuando hablas de ellos. Horrible. -Quieres que me vaya? -Oh, Dios mo, vaya si lo quiero! As podra respirar. -Y los nios? -Pregntaselo a mi abogado. -En ese caso, me ir. Atraves el vestbulo y me acerqu al armario donde guardaba las maletas. Cuando retir la ma, descubr que el cachorro de los nios haba desprendido el refuerzo de cuero de un costado, Intent hallar otra maleta, y toda la pila se vino abajo y me roz las orejas. Volv a nuestro dormitorio llevando la maleta con una larga faja de cuero que se arrastraba por el suelo. -Mira -dije-. Mira esto, Christina. El perro entr el refuerzo de mi maleta. -Ni siquiera levant la cabeza-. Durante diez aos invert veinte mil dlares anuales en esta casa -grit-, y cuando tengo que marcharme, ni siquiera poseo una maleta decente! Todos tienen su maleta. Incluso el gato tiene equipaje decente. -Abr bruscamente el cajn de las camisas, y haba slo cuatro camisas limpias- No tengo camisas limpias ni siquiera para esta semana! -grit. Despus, reun unas pocas cosas, me encasquet el sombrero y sal. Durante un instante incluso pens llevarme el automvil, y entr en el garaje y mir todo. Despus, vi el anuncio que deca: EN VENTA, el mismo que colgaba de la fachada de la casa cuando la compramos haca muchos aos. Desempolv el anuncio, tom un clavo y una piedra, y me acerqu a la fachada de la casa y clav el anuncio sobre un arce. Despus, camin hasta la estacin. Es aproximadamente un kilmetro y medio. La larga tira de cuero se arrastraba tras de m, y me detuve y trat de arrancarla, pero no pude. Cuando llegu a la estacin, descubr que no haba tren hasta las cuatro de la maana. Decid esperar. Me sent sobre la maleta y esper cinco minutos. Despus volv caminando a casa. Cuando haba recorrido la mitad de la distancia v venir a Christina vestida con un suter y una falda, y calzada con zapatillas -lo primero que encontr a mano, pero en todo caso prendas estivales- y volvimos juntos y nos acostamos. El sbado jugu al golf, y aunque termin tarde, quise nadar en la piscina del club antes de volver a casa. Tom Maitland era el nico que estaba en la piscina. Es un hombre apuesto, de piel oscura, muy rico pero silencioso. Parece tener un carcter retrado. Su esposa es la mujer ms gruesa de Shady Hill, y nadie simpatiza mucho con sus hijos, y creo que es la clase de hombre cuyas reuniones, amistades, asuntos amorosos y comerciales descansan todos como una complicada superestructura -una torre armada con fsforos- sobre la melancola de su primera juventud. Un soplo podra derribar toda la armazn. Casi haba oscurecido cuando dej de nadar, el edificio del club estaba iluminado y alcanzaban a orse los ruidos de la cena en el porche. Maitland estaba sentado en el borde de la piscina, moviendo los pies en el agua de color azul intenso, con su olor clorado de mar Muerto. Yo estaba secndome, y cuando pas frente a Maitland le pregunt si pensaba zambullirse. -No s nadar -dijo. Sonri y apart los ojos de m para mirar el agua quieta y brillante de la piscina, en el paisaje oscuro-. En casa tenamos una -explic-, pero nunca pude usarla. Siempre estaba estudiando violn. -Tena cuarenta y cinco aos, prcticamente era millonario y ni siquiera poda flotar, y no creo que tuviese muchas ocasiones de hablar con tanta sinceridad como acababa de hacerlo. Mientras yo me vesta, se afirm en mi mente -sin que yo hiciera nada- la idea de que los Maitland seran mis prximas vctimas. Pocas noches despus me despert a las tres. Pens en los cabos sueltos de mi vida -mi madre en Cleveland, y la parablend- y despus pas al cuarto de bao para encender un cigarrillo antes de recordar que estaba murindome de cncer bronquial, y dejando en la miseria a mi viuda y mis hurfanos. Me puse las zapatillas y el resto del equipo, me asom

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por las puertas abiertas de los cuartos de los nios y despus sal. Estaba nublado. Por los jardines del fondo llegu a la esquina. Cruc la calle y entr por el sendero de los Maitland, pisando el pasto que creca al borde de la granja. La puerta estaba abierta y entr, tan excitado y miedoso como la noche que haba ido a la casa de los Warburton, sintindome un ser inmaterial en la penumbra -un fantasma-. Atendiendo a mi intuicin, sub la escalera para llegar al dormitorio, y cuando o una respiracin profunda y vi una chaqueta y unos pantalones sobre una silla, busqu el bolsillo de la chaqueta. Pero no tena. No era una chaqueta comn; era una de esas prendas de satn brillante que usan los jovencitos. No tena sentido buscar la billetera en los pantalones del hijo. Seguramente no ganaba mucho cortando el pasto de los Maitland. Sal deprisa. Esa noche no dorm ms, y estuve sentado en la oscuridad, pensando en Tom Maitland, Grace Maitland, los Warburton, Christina, y en mi srdido destino, y en que Shady Hill era muy diferente de noche que visto a la luz del da. Pero sal la noche siguiente, esta vez fui a casa de los Pewters, que no slo eran ricos sino alcohlicos, y que beban tanto que yo no crea que oyesen ni los truenos despus de apagar las luces. Como de costumbre, sal poco despus de las tres. Pens con tristeza en mis comienzos; cmo me haba concebido una pareja libidinosa en un hotel del suburbio, despus de una cena de seis platos con vino; mi madre me haba contado muchas veces que si ella no se hubiese emborrachado con todos esos ccteles antes de la famosa cena yo an no habra nacido y continuara encaramado en una estrella. Y pens en mi padre y aquella noche en el Plaza, y en los muslos amoratados de las campesinas de Picarda, y en todos los ngeles pardodorados que apuntalaban el teatro, y en mi terrible destino. Mientras caminaba hacia la casa de los Pewters, en los rboles y los jardines se inici un vivo remolino, como una corriente que soplase sobre un lecho de brasas. Me pregunt qu eran, hasta que sent la lluvia en las manos y la cara, y entonces me ech a rer. Ojal pudiera decir que una bestia mansa corrigi mi desvo, o que fue obra de un nio inocente, o los dones de la msica lejana de una iglesia, pero fue slo la lluvia sobre mi cabeza -y su olor que mi nariz aspir- lo que me demostr hasta dnde poda vivir libre de la osamenta de Fontainebleau y de las actividades de un ladrn. Haba modos de resolver mi problema si quera utilizarlos. No estaba atrapado. Estaba aqu, en la tierra, porque as lo quera. Y poco importaba cmo se me haban otorgado los dones de la vida mientras los poseyera, y en efecto los posea -el vnculo entre las races del pasto hmedo y el vello que creca sobre mi cuerpo, la emocin de mi mortalidad que haba sentido las noches estivales, el amor a mis hijos y la visin de la pechera del vestido de Christina-. Ahora estaba frente a la casa de los Pewters, contempl la construccin oscura y despus me volv y me alej. Regres a la cama y tuve gratos sueos. So que navegaba por el Mediterrneo. Vi unos gastados peldaos de mrmol que entraban en el agua, y el agua misma -azul, salina y sucia-. Enderec el mstil, iz la vela y apoy la mano en la barra del timn. Pero por qu, me pregunt mientras me alejaba en la embarcacin, pareca tener slo diecisiete aos? En fin, uno no puede tenerlo todo. Al contrario de lo que alguien escribi cierta vez, no es el olor del pan de maz lo que nos aparta de la muerte; son las luces y los signos del amor y la amistad. Al da siguiente Gil Bucknam me llam y dijo que el anciano se mora, yo estaba dispuesto a volver a la empresa? Fui a verlo, y me explic que el anciano era quien me haba mandado buscar; y naturalmente, me alegr de retornar a la parablend. Lo que yo no entenda, mientras caminaba esa tarde por la Quinta Avenida, era cmo un mundo que haba parecido tan sombro, pocos minutos despus poda llegar a ser tan amable. Las veredas parecan relucir, y cuando volv a casa en tren contempl sonriente a las estpidas jvenes que anuncian fajas en los carteles de publicidad del Bronx. A la maana siguiente consegu un adelanto de mi sueldo, y despus de tomar algunas precauciones a

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causa de las huellas digitales, deposit en un sobre cuatrocientos dlares y fui a casa de los Warburton cuando se apagaron las ltimas luces del vecindario. Haba estado lloviendo, pero ahora haba escampado. Comenzaban a brillar las estrellas. No tena objeto exagerar la prudencia, y entr por el fondo de la casa, hall abierta la puerta de la cocina y deposit el sobre al borde de una mesa de la habitacin oscura. Cuando sala de la casa un coche de polica se acerc, y un patrullero a quien yo conoca asom la cabeza por la ventanilla y pregunt: -Seor Hake, qu hace en la calle a esta hora de la noche? -Paseo al perro -dije alegremente. No haba ningn perro a la vista, pero ellos no miraron-. Vamos, Toby! Aqu, Toby? Aqu, Toby! S bueno! -y me alej silbando alegremente en la oscuridad. The New Yorker, 14 de abril de 1956.

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El mundo de las manzanasAsa Bascomb, el viejo laureado, se paseaba por su lugar de trabajo o estudio -nunca haba podido encontrar un nombre satisfactorio para la casa en la cual uno escriba poesamatando avispas con un ejemplar de La Stampa y preguntndose por qu nunca le haban dado el Premio Nobel. Haba merecido casi todos los restantes signos de renombre. En un bal depositado en el rincn haba medallas, citaciones, coronas, cintas y distintivos. El PEN Club de Oslo le haba regalado la estufa que calentaba su estudio, el escritorio era un presente de la Unin de Escritores de Kiev, y el estudio mismo haba sido construido por una asociacin internacional de sus admiradores. Los presidentes de Italia y Estados Unidos haban telegrafiado sus felicitaciones el da que le entregaron la llave de la casa. Por qu no el Premio Nobel? Plaf, plaf. El estudio era una construccin alargada, con el techo sostenido por vigas, y por el lado norte haba una amplia ventana que daba a los Abruzzos. Hubiera preferido un lugar mucho ms pequeo con ventanas ms pequeas, pero no lo haban consultado. Aparentemente haba cierta contradiccin entre la altura de las montaas y las disciplinas del verso. Por el tiempo en que estoy escribiendo tena ochenta y dos aos, y viva en una villa, debajo del pueblo montas de Monte Carbone, al sur de Roma. Tena fuertes y espesos cabellos blancos que formaban un mechn sobre la frente. En la coronilla, dos o ms remolinos generalmente aparecan desordenados y erectos. Cuando tena que asistir a una recepcin formal sola aplacarlos con jabn, pero nunca se sometan ms de una hora o dos, y en general volvan a erguirse a la hora de servir el champaa. Eran un ingrediente importante de la impresin que l dejaba. As como uno recuerda a un hombre por la nariz larga, una sonrisa, una marca de nacimiento o una cicatriz, uno recordaba a Bascomb por sus remolinos hirsutos. Se le aplicaba el mote impreciso de Czanne de los poetas. En su produccin se manifestaba cierta exactitud lineal que poda considerarse semejante a la de Czanne, pero la visin que es el fondo de los cuadros de Czanne no era la de Bascomb. Esa errnea comparacin quiz se haba originado en que el titulo de su obra ms conocida era El mundo de las manzanas una poesa en la cual sus admiradores hallaban la acerbidad, la diversidad, el color y la nostalgia de esas manzanas del norte de Nueva Inglaterra que l no haba visto desde haca cuarenta aos. Por qu l -provinciano y famoso por su sencillez- haba decidido abandonar Vermont para ir a Italia? Haba sido una decisin de su bienamada Amelia, muerta hacia diez aos? Ella sola adoptar muchas de las decisiones del matrimonio. l, hijo de un campesino, era tan ingenuo que crea que la vida en el extranjero poda agregar cierto color a sus severos comienzos? O se trataba sencillamente de una actitud prctica, una evasin de la publicidad que en su propia patria haba sido fastidiosa? Los admiradores lo encontraban en Monte Carbone, y venan casi diariamente, pero lo hacan en reducido nmero. Lo fotografiaban una o dos veces por ao para Match o Epoca -generalmente el da de su cumpleaos- pero en general all poda hacer una vida ms serena que en Estados Unidos. La ltima vez que haba visitado a su pas, cuando caminaba por la Quinta Avenida se haba visto detenido por desconocidos que le pedan que autografiase pedazos de papel. En las calles de Roma nadie saba quin era, ni le importaba, y eso era lo que l deseaba. Monte Carbone era una localidad sarracena, construida en la cima de un monte de sombro granito, una elevacin en forma de hogaza. En el lugar ms alto del pueblo haba tres fuentes puras y voluminosas cuyas aguas caan formando estanques o canales por los costados de la montaa. La villa de Bascomb estaba a cierta altura bajo el pueblo, y en su jardn l tena muchas fuentes, alimentadas por las aguas que venan de la cumbre. El ruido del agua que caa era estridente y poco musical: un sonido de chapoteo o golpeteo. El agua

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estaba intensamente fra, incluso en medio del verano, y Bascomb mantena su gin, el vino y el vermouth en un estanque de la terraza. Trabajaba en su estudio por la maana, dorma una siesta despus del almuerzo y despus suba la escalinata que llevaba al pueblo. La toba, los pepperoni y los speros colores de los lquenes que se adhieren a las paredes y los techos no son parte de la conciencia de un norteamericano, aunque haya vivido aos enteros, como era el caso de Bascomb, rodeado por dicha aspereza. La subida de la escalinata le quit el aliento. Se detuvo varias veces para recuperarlo. Todos le hablaban: Salve, maestro, salve! Cuando vea la nave de ladrillo de la iglesia del siglo XII siempre murmuraba para s la fecha, como si estuviese explicando a un amigo las bellezas del lugar. Las bellezas del lugar eran varias y sombras. l siempre sera all un extranjero, pero su condicin de tal le pareca una metfora que comprometa al tiempo como si, mientras trepaba la escalinata extraa y dejaba atrs los muros extraos, estuviese ascendiendo a travs de horas, meses, aos y dcadas. En la piazza bebi un vaso de vino y retir su correspondencia. Da tras da reciba ms correspondencia que toda la poblacin de la aldea. Eran cartas de admiradores, propuestas de conferencias, pedidos de que leyese o sencillamente mostrase la cara, y pareca que l estaba incluido en las listas de invitacin de todas las sociedades honorarias del mundo occidental, excepto por supuesto la sociedad formada por todos los que haban obtenido el Premio Nobel. Le guardaban en un saco la correspondencia, y si ste era demasiado pesado y l no poda llevarla, Antonio, el hijo de la postina volva con l a la villa. Trabajaba en su correspondencia hasta las cinco o seis. Dos o tres veces por semana varios peregrinos se acercaban a la villa y si a Bascomb le agradaban los visitantes les ofreca una copa mientras autografiaba el ejemplar de El mundo de las manzanas. Casi nunca traan sus restantes libros, pese a que haba publicado una docena. Dos o tres veces por semana jugaba naipes con Carbone, el padrone local. Ambos pensaban que el otro haca trampa, y ninguno de los dos se mostraba dispuesto a abandonar el juego, aunque sintieran que les reventaba la vejiga. Dorma bien. De los cuatro poetas con los cuales sola agruparse a Bascomb uno se haba disparado un tiro, otro se haba ahogado, un tercero se haba ahorcado y el cuarto haba muerto de delrium tremens. Bascomb los haba conocido a todos, haba sentido afecto por la mayora, y haba cuidado a dos de ellos cuando estaban enfermos, pero la sugerencia general de que al consagrarse a la poesa tambin haba elegido su propia destruccin era algo contra lo cual se rebelaba enrgicamente. Conoca las tentaciones del suicidio, del mismo modo que conoca las tentaciones de todas las restantes formas del pecado, y exclua cuidadosamente de la villa todas las armas de fuego, las cuerdas apropiadas, los venenos y las pldoras somnferas. Haba percibido en Z -el ms ntimo de los cuatro-, un vnculo inalienable entre su prodigiosa imaginacin y sus prodigiosas dotes de autodestruccin, pero con su estilo obstinado y campesino Bascomb estaba decidido a destruir o ignorar ese nexo a derrocar a Marsyas y a Orfeo. La poesa confera una gloria perdurable, y Bascomb haba decidido que el ltimo acto de la vida de un poeta no deba representarse como haba sido el caso de Z -en un cuarto sucio con veintitrs botellas de gin-. Como no poda negar el vnculo entre el brillo y la tragedia, pareca dispuesto a amortiguar su filo. Bascomb crea lo que haba dicho cierta vez Cocteau en el sentido de que escribir poesa era utilizar un nivel imperfectamente comprendido de la memoria. Su obra era aparentemente un acto de rememoracin. Cuando trabajaba no encomendaba tareas prcticas a su memoria, pero el protagonista era sin duda la memoria: su memoria de las sensaciones, los paisajes, los rostros y el inmenso vocabulario de su propio idioma. Quizs consagraba un mes o ms a un poema breve, pero industria y disciplina no eran las palabras apropiadas para describir su trabajo. Pareca, no que elega las palabras, sino que las recordaba de los miles de millones de sonidos que haba odo desde que por primera vez haba entendido el lenguaje. As, como en efecto dependa de su memoria para conferir utilidad a su vida, a

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veces se preguntaba si la memoria no comenzaba a fallarle. Cuando hablaba con amigos y admiradores se esforzaba mucho por evitar las repeticiones. Si a las dos o las tres de la maana se despertaba y oa el chapoteo discordante de sus fuentes, durante una hora se ejercitaba repitiendo nombres y fechas. Quin era el adversario de lord Cardigan en Balaklava? El nombre de lord Lucan tardaba un minuto en surgir dificultosamente de la niebla, pero al fin apareca. Conjugaba el pasado remoto del verbo essere, contaba hasta cincuenta en ruso, recitaba poemas de Donne, Eliot, Thomas y Wordsworth, explicaba los episodios del Risorgimento a partir de los disturbios de Miln en 1812 y hasta la coronacin de Vittorio Emanuele, enunciaba las pocas de la prehistoria, la equivalencia de una milla en kilmetros, los planetas del sistema solar y la velocidad de la luz. La capacidad de reaccin de su memoria mostraba un retraso evidente, pero l crea conservar su aptitud. El nico deterioro era el sentimiento de ansiedad. Haba visto que el tiempo era tan destructivo que se preguntaba si la memoria de un viejo poda ser ms longeva que un roble; pero el rbol que l haba plantado en la terraza treinta aos antes estaba murindose, y l poda recordar los detalles del corte y el color del vestido que su amada Amelia usaba la primera vez que se vieron. Impuso a su memoria la tarea de abrirse paso en las ciudades. Imagin que caminaba de la estacin ferroviaria de Indianpolis a la fuente conmemorativa, del Hotel Europa al Palacio de Invierno de Leningrado, del Edn Roma pasando por Trastevere a San Pietro en Montor. Frgil, dudoso de sus facultades, esta inquisicin se haca lucha en su propia soledad. Pareci que su memoria lo despertaba una noche o una madrugada y le peda que presentara el nombre de pila de lord Byron. No pudo. Decidi separarse momentneamente de su memoria y sorprenderla duea del nombre de lord Byron, pero cuando retorn fatigado a este receptculo an estaba vaco. Sydney? Percy? James? Sali de la cama -haca frose puso un par de zapatos y un abrigo y subi la escalera del jardn, en direccin al estudio. Encontr un ejemplar de Manfredo, pero se mencionaba al autor sencillamente como lord Byron. Lo mismo ocurri con Childe Harold. Finalmente descubri en la enciclopedia que su seora se llamaba George. Se concedi una excusa parcial por este lapso de la memoria y retorn a la cama tibia. Como la mayora de los viejos haba comenzado a componer el glosario furtivo de los alimentos que parecan embotar su pluma. Trucha fresca. Aceitunas negras. Corderito con tomillo. Hongos silvestres, jabal, venado y conejo. En el reverso de la pgina aparecan todos los alimentos congelados, las verduras cultivadas, la pasta excesivamente cocida y las sopas enlatadas. En primavera un admirador escandinavo le escribi para preguntar si poda tener el honor de llevar a Bascomb en una excursin de un da por los pueblos de las montaas. Bascomb, que entonces no tena automvil, acept complacido. El escandinavo era un joven agradable, y los dos hombres partieron muy animados en direccin a Monte Felici. Durante los siglos XIV y XV se haban secado las fuentes que suministraban agua a la localidad, y la poblacin haba descendido montaa abajo. Del pueblo abandonado de la cima slo restaban dos Iglesias o catedrales de notable esplendor. Atraan profundamente a Bascomb. Se elevaban en campos de malezas floridas, an brillantes las pinturas de los muros, los frentes adornados con grifos, cisnes y leones con rostros y partes de hombres y mujeres, dragones lanceados, serpientes aladas y otras maravillas de la metamorfosis. Estas vastas y fantsticas casas de Dios recordaban a Bascomb la ilimitada amplitud de la imaginacin humana, y as se senta reanimado y entusiasta. De Monte Felici fueron a San Giorgio donde haba unas tumbas pintadas y un teatrito romano. Se detuvieron para comer en un bosquecillo que estaba a menos altura que la ciudad. Bascomb se intern en el bosque para aliviarse y tropez con una pareja que estaba haciendo el amor. Ni siquiera se haban desvestido, y la nica carne visible era el trasero desnudo del desconocido. Tante scuse, murmur Bascomb, y se retir hacia otro rincn del bosque, pero cuando se reuni con el escandinavo se senta incmodo.

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Pareca que la pareja forcejeante haba amortiguado sus recuerdos de las catedrales. Cuando llegaron a su villa unas monjas de un convento romano lo esperaban para pedirle que les autografiase sus ejemplares de El mundo de las manzanas. Satisfizo el pedido y orden a su criada Mara que les sirviese un poco de vino. Le ofrecieron los cumplidos de costumbre -haba creado un universo que pareca dar la bienvenida al hombre; haba adivinado la voz de la belleza moral en el viento cargado de lluvia- pero l slo atinaba a pensar en el trasero del desconocido. Pareca que tena ms fervor y mas sentido que su celebrada bsqueda de la verdad. Pareca que se impona a todo lo que l haba visto ese da: los castillos, las nubes, las catedrales, las montaas y los campos floridos. Cuando las monjas se fueron l elev los ojos hacia las montaas para reanimar su espritu, pero entonces las montaas le parecieron pechos de mujeres. La mente se le haba ensuciado. Sinti que se apartaba de su obstinacin y contemplaba el curso que ella segua. Oy a lo lejos el silbato de un tren, y qu extraa de eso su mente extraviada? Las excitaciones del viaje, el prix fixe del coche comedor, la clase de vino que servan en los trenes? Todo pareca bastante inocente hasta que descubri que su propia mente se deslizaba del coche comedor a los cubculos venreos del wagonLit y de all a la obscenidad grotesca. Crey saber lo que necesitaba y despus de la cena habl a Mara. Ella siempre lo complaca de buena gana, a pesar de que l siempre insista en que se baara. En fin, a causa de los platos hubo cierta demora, y cuando Mara se fue, l sin duda se senta mejor, pero tampoco haba duda de que no estaba curado. Durante la noche tuvo sueos obscenos y despert varias veces tratando de sacudir su agobio o torpidez venrea. Las cosas no mejoraron a la luz de la maana. La obscenidad -la obscenidad grosera- pareca el nico factor de la vida que tena color y alegra. Despus del desayuno subi a su estudio y se sent frente al escritorio. El universo acogedor, el viento cargado de lluvia que soplaba atravesando el mundo de manzanas se haban esfumado. La suciedad era su destino, su mejor yo, y comenz con verdadero gusto una extensa balada cuyo ttulo era El Pedo Que Salv a Atenas. Esa maana concluy la balada y la quem en la estufa que le haba regalado el PEN Club de Oslo. La balada era, o haba sido hasta que l la quem, un ejercicio integral y repugnante de escatologa, y mientras descenda la escalera que llevaba a su terraza sinti sinceros remordimientos. Pas la tarde escribiendo una repugnante confesin llamada La Favorita de Tiberio. A las cinco llegaron dos admiradores -un matrimonio joven- a rendirle su homenaje. Se haban conocido en un tren, cada uno de ellos tena un ejemplar de las Manzanas. Se haban enamorado respondiendo al sentido de amor puro y ardiente que l describa. Como recordaba su labor del da Bascomb inclin la cabeza. Al da siguiente escribi Las Confesiones de un Director de Escuela. A medioda quem el manuscrito. Cuando descenda entristecido la escalera que conduca a su terraza encontr en sta a catorce estudiantes de la Universidad de Roma que, apenas lo vieron, comenzaron a recitar "Los Vergeles del Paraso" el soneto inicial de El Mundo de las Manzanas. Se estremeci. Se le llenaron de lgrimas los ojos. Pidi a Mara que les sirviese un poco de vino mientras l autografiaba los ejemplares del libro. Despus, se alinearon para estrechar su mano impura y regresaron a un mnibus que los esperaba en el campo -el vehculo que los haba trado desde Roma-. Contempl las montaas, que no lograban alegrarlo; elev los ojos al cielo azul que nada significaba. Dnde estaba el poder de la decencia? Tena, en efecto, siquiera un mnimo de realidad? La grotesca bestialidad que lo obsesionaba era la verdad soberana? Antes de que concluyese la semana descubrira que el aspecto ms agobiador de la obscenidad era su hasto. Si abordaba ardoroso sus proyectos indecentes, los conclua con hasto y vergenza. El curso que el porngrafo sigue parece inexorable, y Bascomb se descubri repitiendo esa tediosa forma de trabajo que despus difunden los inmaduros y los obsesos. Escribi Las Confesiones de una Criada de la seora, La Luna de miel del beisbolista, y Una noche en el parque. Diez das despus

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saboreaba las heces del tonel de la pornografa; estaba componiendo quintillas obscenas. Escribi unas sesenta y las quem. La maana siguiente abord un mnibus con destino a Roma. Se aloj en el Minerva, adonde iba siempre, y telefone a una extensa lista de amigos, pero descubri que llegar sin anunciarse a una gran ciudad equivale a no tener amigos y no encontr a nadie en casa. Err por las calles y cuando entro en un bao pblico se encontr frente a frente con una prostituta masculina que exhiba su mercanca. Mir fijamente al hombre, con la ingenuidad o el desconcierto de una persona muy vieja. El rostro del hombre era estpido -aturdido drogado y horrible- y sin embargo mientras desplegaba sus repulsivos ruegos pareci anglico al viejo Bascomb, un ser armado con una espada flamgera que poda imponerse a la trivialidad y destruir el espejo de la costumbre. Sali deprisa. Estaba oscureciendo y esa infernal erupcin de estrpito del trnsito que rebota en todos los muros de Roma al anochecer estaba llegando a su culminacin. Lleg a una galera de arte de la Va Sixtina donde el pintor o fotgrafo -era ambas cosas- aparentemente sufra la misma infeccin que Bascomb, slo que de un modo ms agudo. Regreso a las calles y se pregunt si ese anochecer venreo que haba cado sobre su espritu tena cierta universalidad. Quiz el mundo, lo mismo que el propio Bascomb, haba perdido el rumbo? Lleg a una sala de conciertos donde se anunciaba un programa de canciones, y creyendo que la msica poda elevar los pensamientos de su corazn compr un billete y entr. Haba poca gente en el concierto. Cuando apareci el acompaante estaba ocupado slo un tercio de las butacas Despus sali la soprano, una esplndida mujer de cabellos rubio ceniza con un vestido carmes, y mientras cantaba Die Liebhaber der Brucken el viejo Bascomb repitio la repugnante y lamentable costumbre de imaginar que estaba desnudndola. Tena el vestido sujeto con broches? Un cierre relmpago? Mientras ella cantaba Die Felds par y despus continuaba con Le Temps des lilas et le temps des roses ne reviendra plus. Bascomb decidi que era un cierre relmpago e imagin que le abra el vestido en la espalda y se lo pasaba suavemente por los hombros. Le pas el vestido sobre la cabeza mientras cantaba L'Amore Nascondere y desprendi los broches del corpio durante Les Rves de Pierrot. Suspendi su ensoacin cuando ella se retir del escenario para hacer grgaras, pero apenas la cantante regres al piano, Bascomb comenz a trabajar con el portaligas y todo lo que ste contena. Cuando ella se inclin, en el intervalo, Bascomb aplaudi frentico, pero no celebraba el saber musical de la cantante o sus dotes vocales. Despus, pareci que la vergenza, cristalina e implacable como todas las pasiones, lo envolva, y Bascomb sali de la sala de conciertos y se dirigi al Minerva, pero el ataque an no haba concluido. Se sent frente al escritorio en el hotel, y compuso un soneto a la legendaria papisa Juana. Desde el punto de vista tcnico era un progreso comparado con las quintillas que haba estado escribiendo, pero moralmente nada haba mejorado. Por la maana tom el mnibus de regreso al Monte Carbone y en su terraza recibi a varios admiradores agradecidos. Al da siguiente subi a su estudio, escribi unas pocas quintillas y despus retir de los estantes varias obras de Petronio y Juvenal, para ver qu se haba realizado antes en ese campo de actividad. Hall reseas ingenuas e inocentes de la alegra sexual. No hall ese sentido de perversidad que l experimentaba cuando todas las tardes incineraba su obra en la estufa. Quiz se trataba de que su mundo era mucho ms viejo, sus responsabilidades sociales tanto ms gravosas, y que la lascivia era la nica respuesta al aumento de la ansiedad? Qu era lo que l haba perdido? Le pareci en ese momento que era cierto sentido de orgullo, una aureola de agilidad y valor, una suerte de corona. Pens que sostena en alto la corona para examinarla, y qu hallaba? Sencillamente un antiguo miedo al cinturn de pap y al ceo fruncido de mam, cierto sometimiento infantil al mundo prepotente? Saba bien que sus propios instintos eran desordenados, abundantes e indiscretos, y l haba permitido que el mundo y todas sus lenguas le impusieran una estructura de valores transparentes que

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convenan a una economa conservadora, a una Iglesia establecida, y a un ejrcito y una marina belicosos? Le pareci que sostena la corona, que la elevaba haca la luz, pareca estar hecha de luz, y lo que en apariencia significaba era el saber autntico y tonificador de la exaltacin y el dolor. Las quintillas que acababa de componer eran inocentes, concretas y alegres. Tambin eran obscenas, pero cundo haban llegado a ser obscenos los hechos de la vida y cules eran las realidades de esta virtud de la cual l tan dolorosamente se despojaba todas las maanas? Pareca tratarse de las realidades de la ansiedad y el amor: Amelia de pie en el haz diagonal de luz, la noche tormentosa en que naci su hijo, el da que su hija se cas. Uno poda despreciarlas por domsticas, pero eran las mejores que l conoca en la vida -ansiedad y amor- y estaban a un mundo de distancia de la quintilla depositada sobre su escritorio que empezaba: "Haba un joven cnsul llamado Cesar / Que tena una enorme fisura". Quem su quintilla en la estufa y baj la escalera. El da siguiente fue el peor. Se limit a escribir interminablemente J---r hasta cubrir seis o siete hojas de papel. A medioda meti todo en el fogn de la cocina. A la hora del almuerzo, Mara se quem un dedo, maldijo profusamente y despus declar: -Tendra que visitar al santo ngel de Monte Giordano. -Qu es ese santo ngel? pregunt l. -El ngel puede purificar los pensamientos que nacen en el corazn de un hombre -dijo Mara-. Est en la vieja iglesia de Monte Giordano. Est hecho de madera de olivo del Monte de los Olivos, y lo tall uno de los propios santos. Si usted va en peregrin


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