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Conrad Ferdinand Meyer - El Amuleto

Date post: 05-Apr-2018
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    CONRAD FERDINAND MEYER

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    Autor: Conrad Ferdinand Meyer

    Ttulo: El Amuleto

    Ttulo Original: Das Amulett (1873)

    Traduccin: Miguel Vedda

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    NDICE

    Captulo primero ........................................................................................................................ 7

    Captulo segundo ....................................................................................................................... 9

    Captulo tercero ........................................................................................................................ 14

    Captulo cuarto ......................................................................................................................... 20

    Captulo quinto ......................................................................................................................... 26

    Captulo sexto ........................................................................................................................... 31

    Captulo sptimo ...................................................................................................................... 35

    Captulo octavo ......................................................................................................................... 39

    Captulo noveno ....................................................................................................................... 44

    Captulo dcimo ....................................................................................................................... 48

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    Tengo ante m antiguas hojas amarillentas con anotaciones de comienzos del siglodiecisiete. Las traduzco al lenguaje de nuestra poca.

    Captulo primero

    Hoy, 14 de marzo de 1611, fui a caballo desde mi lugar de residencia, junto al lago Biel,en direccin a Courtion, para ir a lo del viejo Boccard; era mi intencin cerrar un trato apropsito de una colina de mi propiedad, en la que abundan los robles y las hayas, y que seencuentra en las cercanas de Mnchweiler. El negocio ya se haba prolongado demasiado.El anciano se haba empeado, a travs de una larga correspondencia, en obtener unarebaja en el precio. No era posible presentar reclamos serios sobre el valor de la franja del

    bosque en cuestin, pero el hombre pareca considerar su deber regatearme un poco ms.Como tena buenas razones para mostrarle afecto y necesitaba, adems, el dinero paraayudar a mi hijo (que est al servicio de los Estados Generales, y que se encuentra

    comprometido con una rubia y apuesta holandesa) a formar su primer hogar, resolv cederante l, y cerrar el trato rpidamente.

    Lo encontr en su antigua residencia, solo y con un aspecto descuidado. El cabello grisle caa desordenadamente sobre la frente y, por detrs, sobre el cuello. En cuanto advirtique me encontraba bien predispuesto, brillaron sus apagados ojos ante la favorable noticia.Dedicaba sus ltimos das a obtener riquezas y acumularlas, sin pensar que su linaje moracon l, y que habra de dejar su fortuna a herederos jubilosos. Me condujo a un pequeodesvn donde, en un armario carcomido por los gusanos, guardaba sus escritos; me indicque tomara asiento y me pidi que pusiera por escrito el contrato. Cuando termin mi

    breve trabajo, me volv hacia el anciano, quien, entretanto, se haba puesto a hurgar en loscajones en busca de su sello, que haba extraviado. Lo vi revolver todo con impaciencia, y,por lo tanto, me levant involuntariamente, como si me hubiera sentido obligado aayudarlo. l acababa de abrir, como en un apresuramiento febril, un cajn oculto, cuandoaparec detrs de l, ech una mirada dentro del cajn y lanc un profundo suspiro.

    En el compartimiento se encontraban, uno junto al otro, dos singulares objetos queconoca demasiado bien: un sombrero de fieltro perforado, que una vez haba atravesadouna bala, y un gran medalln redondo de plata, con la imagen de la madre de Dios deEinsiedeln tallada con bastante tosquedad.

    El anciano se volvi, como con la intencin de responder a mi suspiro, y dijo, en untono lacrimoso:

    S, seor Schadau, Nuestra Seora de Einsiedeln me ha protegido en casa y en elcampo de batalla; pero desde que la hereja ha llegado al mundo y ha devastado tambin a

    nuestra Suiza, el poder de la buena Dama se ha agotado, incluso para los que creen en labuena fe! Esto ha sido probado ya con Wilhelm mi querido hijo. Y una lgrima corripor sus grises pestaas.

    Esta escena me produjo dolor en el corazn, y dirig al anciano una par de palabrasconfortadoras sobre la prdida de su hijo, que haba sido mi compaero de juventud, y quehaba sido mortalmente herido a mi lado. Pero mis palabras parecieron molestarlo, o no lasescuch, ya que se volvi a hablar sbitamente de nuestro negocio, se puso una vez ms a

    buscar el sello, lo encontr por fin, corrobor el documento y me despidi luegorpidamente sin particular cortesa.

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    Regres a casa a caballo. Cuando me aproximaba al fin de mi recorrido, se alzaron antem, con los aromas de la tierra primaveral, las imgenes del pasado, y con una fuerza tan

    vigorosa, con una frescura tal, con rasgos tan agudos y ntidos que me produjeron dolor.

    El destino de Wilhelm Boccard se encontraba unido al mo de la manera ms ntima;primeramente, en forma amistosa; luego, de un modo casi terrible. Fui el que lo arrastr ala muerte. Y, sin embargo, por mucho que consigui impresionarme ese hecho, no puedoarrepentirme de l, y an hoy, en el caso de encontrarme ante la misma situacin, actuaratal como lo hice cuando tena veinte aos. Decid poner por escrito todo el desarrollo deesta maravillosa historia, a fin de aliviar mi nimo.

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    Captulo segundo

    Nac en el ao 1553, y no conoc a mi padre, que habra de caer pocos aos despus antelas murallas de San Quintn. Originariamente un linaje de Turingia, mis antepasadoshaban servido en el ejrcito de desde tiempos muy remotos y obedecieron a varioscomandantes. Mi padre mostraba particular gratitud el duque Ulrich von Wrttemberg, yaque este le haba concedido, en recompensa por el servicio fielmente prestado, un cargopblico en su condado de Mmpelgard, y le arregl un matrimonio con una dama deBerna. El abuelo de sta haba brindado al duque su hospitalidad, quien, prfugo de supatria, recorra Suiza. Pero mi padre no toler mucho tiempo ese plcido puesto; se alisten el ejrcito de Francia, que por entonces deba defender a Picarda de Inglaterra yEspaa. Esa fue su ltima campaa.

    Mi madre sigui a mi padre a la tumba despus de un corto lapso, y fui adoptado por unto materno que tena su residencia junto al lago Biel y que mostraba una apariencia

    refinada y peculiar. Se inmiscua poco en los asuntos pblicos, e incluso slo debaagradecer, en verdad, a su nombre, registrado rutilantemente en los anales de Berna, elhecho de que se lo admitiera en suelo berns. Es que se haba consagrado desde su

    juventud a la exgesis bblica, actividad nada excepcional en aquella poca de conmocinreligiosa; pero l y esto era lo excepcional haba llegado a convencerse, basndose enalgunos pasajes de las Sagradas Escrituras, y particularmente del Apocalipsis de Juan, deque el fin del mundo se encontraba prximo, y que por ello no era aconsejable y constitua,por otro lado, una tarea vana fundar una nueva iglesia en las vsperas de esa crisis radical.Por ello renunci firme y categricamente al puesto que le corresponda en la catedral deBerna. Como se dijo, slo su enclaustramiento lo resguardaba del brazo estricto delregimiento espiritual.

    Crec en la libertad del campo, bajo la mirada de este hombre inofensivo y amable; no

    sin disciplina, aunque s a salvo de la vara del castigo. Mis amigos eran jvenes campesinosdel pueblo cercano y su prroco, un estricto calvinista; a este ltimo, mi to le encomend,abnegadamente, que me instruyera en la religin del pas.

    Los dos tutores de mi juventud disentan en varios puntos. Mientras el telogo, con sumaestro Calvino, vea en la eternidad de los castigos infernales el fundamento indefectibledel temor de Dios, el laico se consolaba con la antigua reconciliacin y con el feliz retornode todas las cosas. Mi pensamiento se ejercitaba con satisfaccin en la rida consistenciade la teora calvinista, y se apropiaba de ella sin dejar caer un punto de la firme red; peromi corazn perteneca sin reservas a mi to. Sus imgenes del futuro no me preocupabandemasiado; slo una vez consigui desconcertarme. Desde haca tiempo albergaba yo eldeseo de tener un potro salvaje, un overo esplndido que haba visto en Biel, y una maaname aproxim, con esta solicitud en la punta de la lengua, a mi to, que se encontraba

    sumido en la lectura de un libro. Tema una negativa, pero no a causa de lo elevado delprecio, sino del famoso salvajismo del animal que deseaba adiestrar. Apenas si habraabierto la boca, cuando l, con sus brillantes ojos azules, me clav la mirada y me dijosolemnemente:

    Sabes, Hans, cul es el significado del caballo bayo sobre el cual cabalga la muerte?

    Enmudec de asombro ante el talento adivinatorio de mi to; pero una ojeada al libroabierto ante l me permiti advertir que no hablaba de mi overo, sino de uno de los cuatro

    jinetes del Apocalipsis.

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    El docto prroco me instruy en matemtica e incluso en los principios de la cienciamilitar, hasta donde era posible extraerlos de los manuales conocidos; pues en su juventud,como estudiante en Ginebra, haba luchado en las murallas y en el campo de batalla.

    Era una cuestin acordada que, a los diecisiete aos, tendra que alistarme comosoldado; tampoco tena que preguntarme bajo qu comandante habra de hacer misprimeras armas. El nombre del gran Coligny llenaba entonces el mundo entero. No fueronsus victorias pues todava no haba obtenido ninguna sino sus derrotas, a las que supoconceder el valor de triunfos a travs de la ciencia militar y la grandeza del carcter, las quelo destacaron por encima de todos los comandantes vivientes, a menos que se lo quisieracomparar con el espaol Alba; pero a ste yo lo odiaba como al infierno. No slo porque mi

    valeroso padre se haba mantenido tenazmente leal a la fe protestante; no slo porque mito, conocedor de la Biblia, tena un mal concepto del papado y crea ver en la Babilonia del

    Apocalipsis una prefiguracin de l, sino que yo mismo comenc a tomar partido a favor deColigny con todo el corazn. Ya me haba alistado de joven en el ejrcito protestantecuando, en 1567, fue preciso tomar las armas para resguardar Ginebra de una ataquesorpresivo de Alba, que, viniendo de Italia, recorra la frontera Suiza en direccin a losPases Bajos. El joven que yo era entonces no poda tolerar la soledad de Chaumont (tal erael nombre de la residencia de mi to).

    En el ao 1570, el Edicto de Pacificacin de St. Germain en Laye abri a los hugonotesel acceso a todos los puestos pblico en Francia, y Coligny, convocado a Pars, deliberabacon el rey cuyo corazn, segn se deca, se haba ganado totalmente el plan de unacampaa en contra de Alba destinada a liberar los Pases Bajos. Impacientemente esperaba

    yo la declaracin de guerra, que se retrasaba durante aos, y que habra de convocarme alos ejrcitos de Coligny, pues su caballera siempre haba sido integrada por alemanes, y elnombre de mi padre deba de resultarle conocido de tiempos anteriores.

    Pero esa declaracin de guerra no llegaba nunca, y dos vivencias desagradableshubieron de amargarme los ltimos das en la patria.

    Cuando, una noche de mayo, me encontraba tomando una merienda con mi to bajo eltilo el flor, apareci ante nosotros un desconocido de actitud bastante rastrera y miserables

    vestimentas, cuyos ojos inquietos y rasgos comunes me produjeron una impresindesagradable. Ofreci sus servicios al respetable caballero como cuidador de lacaballeriza, lo que en nuestras condiciones de vida implicaba ser tan slo un servidor decuadra; y ya estaba pensando en despacharlo bruscamente, en vista de que mi to no lehaba concedido, hasta ese momento, atencin alguna, cuando el desconocido comenz aenumerarme sus conocimientos y destrezas.

    Manejo el florete como pocos dijo, y conozco la alta escuela de esgrima desde susfundamentos.

    Dado mi alejamiento de todos los salones urbanos de esgrima, experimentaba comoalgo particularmente penoso esta deficiencia en mi formacin, y a pesar de mi antipatainstintiva hacia el recin llegado, aprovech la oportunidad sin pensar; llev al extrao a mi

    sala de esgrima y le puse en la mano una espada, con la cual domin la ma tanextraordinariamente que de inmediato cerr trato con l y lo tom a nuestro servicio.

    Expliqu a mi to cun propicia era la oportunidad de enriquecer el acervo de misconocimientos caballerescos aun en los ltimos instantes antes de mi partida.

    Desde entonces pas con el desconocido que afirm ser de origen bohemio nochetras noche, y a menudo hasta altas horas, en la sala de armas, que yo alumbraba lo mejorposible con dos lmparas de pared. Aprend rpidamente la estocada, la parada, la finta, ypronto consegu aprender la toda la escuela con una perfecta solidez terica, para

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    satisfaccin de mi instructor; sin embargo, le ocasion a ste una leve desesperacin por elhecho de que era imposible extirpare una cierta placidez innata, que l tildaba de lentitud yque venca fcilmente con su espada, que se mova con la rapidez del rayo.

    A fin de proporcionarme la fogosidad ausente, recurra a un medio singular. Se cosa asu chaleco de esgrima un corazn de cuero rojo que indicaba el lugar en que se encontrabael verdadero, y lo mostraba con la mano izquierda, burlona y desafiantemente, durante elasalto. A eso aada mltiples gritos de guerra; los ms frecuentes era Arriba Alba!,Muerte a los rebeldes de los Pases Bajos!; o tambin: Muerte al hereje Coligny!, A lahorca con l!. Si bien esos gritos me enfurecan en lo ms ntimo, y hacan que hallase alhombre an ms odioso de lo que de todos modos lo encontraba, no consegu acelerar mitempo, pues, como discpulo consciente de mi deber, haba desplegado un grado dedestreza que ya no era posible superar. Una noche, cuando el bohemio iniciabaprecisamente un temible gritero, irrumpi mi to, alarmado, por la puerta lateral para verqu ocurra, pero se retir de inmediato espantado, ya que vio cmo mi oponente, al gritode Muerte a los hugonotes!, me asestaba en medio del pecho una ruda estocada que, dehaber sido real, me habra traspasado de lado a lado.

    A la maana siguiente, mientras desayunbamos bajo nuestro tilo, algo le pesaba a mi

    to en el corazn, y pienso que era el deseo de deshacerse del siniestro husped; en esemomento, el mensajero de la ciudad de Biel nos trajo una carta con un gran sello oficial. Mito la abri, durante la lectura frunci el ceo, y me la pas mientras deca:

    Aqu tienes una bella sorpresa! Lee, Hans, y despus discutiremos que ha de hacerse.

    All se lea que un bohemio, establecido haca algn tiempo en Stuttgart como maestrode esgrima, haba asesinado alevosamente a su esposa una mujer nativa de Suabia conla espada, a raz de celos; se saba que el autor del crimen haba huido a Suiza, e inclusoque se lo haba visto, o a alguien increblemente parecido a l, al servicio del seor deChaumont; a ste, a quien, en memoria de su cuado, el difunto Schadau, le guardaba elduque Cristoph particular estima, se le solicitaba urgentemente que detuviera alsospechoso, que realizara incluso un primer interrogatorio, y que, una vez confirmada lasospecha, hiciera entregar al culpable en la frontera. La carta estaba firmada y sellada porla oficina ducal de Stuttgart.

    Mientras lea el documento, ech una mirada, pensativamente, hacia la habitacin delbohemio, que situada en el aguiln del castillo, poda ser alcanzada fcilmente por la vista,y lo vi ante la ventana ocupado en limpiar una espada. Resuelto a detener al malhechor y aentregarlo a la justicia, alc involuntariamente la carta de tal forma que l podra haber

    visto el gran sello rojo con slo mirar hacia abajo lo que habra dado a su destino unpequeo momento de gracia.

    Luego consider con mi to el arresto y traslado del culpable; pues ninguno de los dosdudaba ni por un momento de que lo fuera.

    Despus de esto ascendimos, pistola en mano, a la habitacin del bohemio. Estaba

    vaca, pero a travs de la ventana abierta, ms all de los rboles del patio en la distancia,donde el camino de un rodeo en torno a la colina , vimos un jinete que galopaba. Cuandodescendimos, nos vino al encuentro el mensajero de Biel que haba trado la carta; stedeca, lamentndose, que haba estado buscando en vano su corcel, al que haba dejadoatado a la puerta trasera del patio mientras beba algo en la cocina.

    A esta desagradable historia, que caus sensacin en la comarca y que alcanz, en bocade la gente, un carcter novelesco, se aadi otro accidente, que hizo que mi estada en eselugar no pudiera extenderse.

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    Fui invitado a una boda en Biel, una pequea ciudad que est apenas a una hora dedistancia, y donde tena varias relaciones, aunque slo superficiales. A raz de mi modo de

    vida bastante retrado, se me tomaba por altanero; y con el pensamiento abstrado en elfuturo prximo, que, aunque en la posicin ms modesta, habra de introducirme en lahistoria del mundo protestante, no poda encontrar inters alguno en los asuntos ntimos yen las habladuras provincianas de la pequea repblica de Biel. Por eso, esa invitacin no

    me atrajo especialmente, y slo la insistencia de mi to, que era tan retrado como yo, perosin embargo afable, me hizo aceptar la invitacin.

    Era bastante tmido con las mujeres. De constitucin vigorosa y estatura excepcional,pero dotado de facciones nada hermosas, presenta, aunque sin poder explicrmelo, quedeba jugar la entera suma de mi corazn a un nico nmero, y la oportunidad para ello,segn intua oscuramente, deba encontrarse en la proximidad de mi hroe. Tambinpensaba que una felicidad plena deba ser ganada con pleno sacrificio, con el sacrificio dela propia vida.

    Entre los objetos de mi admiracin juvenil, ocupaba el primer lugar, junto al granalmirante, su hermano menor Dandelot, cuyo viaje de bodas universalmente clebre ysoberbio enardeca mi imaginacin. Haba raptado a su amada, una doncella oriunda de

    Lorena, en la ciudad de Nancy, en la que ella viva; ante los ojos de sus mortales enemigoscatlicos, los Guisas, ambos haban entrado cabalgando, con un cortejo triunfal y al son detambores, en el castillo ducal.

    Deseaba que me estuviera destinado algo semejante.

    Part, pues, hacia Biel con un corazn displicente y malhumorado. Fueron muy solcitosconmigo, y me ubicaron en la mesa junto a una amable joven. Como suele ocurrir con laspersonas tmidas, parar evitar un total enmudecimiento incurr en el exceso contrario, y, afin de no parecer descorts, comenc a cortejar vivamente a mi vecina. Frente a nosotros seencontraba el hijo del alcalde; este ltimo era un distinguido mercader de especias, que seencontraba a la cabeza del partido aristocrtico, pues la pequea Biel tena, como sucedecon las repblicas ms grandes, sus aristcratas y demcratas. Franz Godillard as sellamaba el joven, que quizs albergaba intenciones respecto de mi vecina, segua nuestraconversacin con un inters creciente y con miradas hostiles, sin que, al comienzo, meapercibiera de ello.

    Entonces la bella joven me pregunt cundo pensaba partir hacia Francia.

    Tan pronto como se declare la guerra contra el perro sanguinario de Alba respondsolcitamente.

    Habra que emplear, al hablar de semejante hombre, expresiones un poco menosirrespetuosas! me espet Godillard, desde el otro lado de la mesa.

    Acaso olvida repliqu a los maltratados habitantes de los Pases bajos! No tantorespeto para su opresor, aunque se trate del comandante ms grande del mundo!

    l ha castigado a los rebeldes fue la respuesta y ha dado tambin un ejemplosaludable a nuestra Suiza.

    Rebeldes! exclam, y vaci de un trago una copa de ardiente Cortaillod.

    Tan o tan poco rebeldes como los confederados del Rtli.

    Godillard asumi un gesto altanero, alz primero las cejas con aires de importancia, yreplic luego, sonriendo irnicamente:

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    Si un minucioso erudito investiga el asunto, se probar quizs que los campesinossublevados de los bosques eran gravemente culpables ante Austria de injusticia y rebelinabierta. Por otro lado, eso no viene al caso; slo afirmo que a un joven desprovisto demrito, al margen de cualquier conviccin poltica, no le sienta bien insultar de palabra aun militar famoso.

    Esa alusin a la demora de mi servicio militar demora de la que no era culpable meindign del modo ms profundo; la bilis se me desbord y exclam:

    Es un canalla el que sale en defensa del canalla Alba!

    Se produjo en ese momento un absurdo tumulto, del que Godillard fue sacado con lacabeza rota, y del que me retir con la mejilla sangrante, a raz del corte producido por unacopa que me haban arrojado.

    A la maana siguiente me despert enormemente avergonzado, previendo que yo, undefensor de la verdad evanglica, me habra granjeado fama de borracho.

    Sin pensar demasiado, prepar mi zurrn y ped permiso a mi to, a quien haba dado aentender mi desgracia y que, despus de considerar los pros y los contras, manifest estarde acuerdo con que esperase el inicio de la guerra en Pars; extraje un rollo de monedas de

    oro procedente de la pequea herencia de mi padre, aprest las armas, ensill mi overo, yme puse en camino hacia Francia.

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    Captulo tercero

    Sin aventuras dignas de mencin, atraves el Franco Condado, y la Borgoa; alcanc elcurso del Sena, y me encontr una tarde cerca de las torres de Melun, de las que me hallabaseparado por una hora de viaje, pero por sobre las cuales se cerna una fuerte tormenta.Mientras atravesaba a caballo un pueblo que daba a la calle, advert a un joven que seencontraba sentado en el banco de piedra de la nada desagradable posada A los treslirios. Como yo, el joven pareca ser un viajero y un guerrero, pero su ropa y arm amentosmostraban una elegancia con la que contrastaba fuertemente mi modesta vestimentacalvinista. En vista de que se encontraba en mis planes alcanzar Melun antes de la noche,le devolv el saludo con descuido, prosegu cabalgando y cre escuchar detrs de m el grito:

    Buen viaje, compatriota!

    Segu cabalgando tenazmente durante un cuarto de hora, mientras la tormenta, negra,me vena al encuentro; el aire se haca insoportablemente pesado y cortas, clidas rfagas

    de viento levantaban en torbellinos el polvo de la calle. Mi caballo resoplaba. Sbitamentecay en tierra, a pocos pasos de m, un fulgurante y ensordecedor rayo. El overo levant laspatas delanteras, vir y se dirigi, en alocados brincos, al pueblo, donde finalmenteconsegu dominar al aterrorizado animal, bajo una torrencial lluvia, ante la puerta en laposada.

    El joven husped, riendo, se incorpor del banco de piedra que se encontrabaresguardado de la lluvia por el alero, llam al servidor de cuadra, me ayud a desatar elzurrn y me dijo:

    No se arrepentir de tener que pernoctar aqu; encontrar una excelente compaa.

    No lo dudo! repliqu a modo de saludo.

    No hablo, naturalmente, de mi prosigui sino de un anciano y honorablecaballero, al que la duea llama seor consejero del parlamento (se trata, pues, de un altodignatario), y de su hija o sobrina, una seorita totalmente incomparable D unahabitacin al seor! dijo al posadero, que se aproximaba y usted, compatriota,cmbiese rpidamente de ropa y no nos haga esperar, ya que la cena est servida.

    Me llama compatriota? le respond en francs, ya que l se haba dirigido a m enese idioma. En qu me reconoce como tal?

    En la cabeza y en los miembros! me repuso burlonamente. En primera instancia,usted es alemn, y en su esencia enteramente rgida y grave reconozco al berns. Yo, encambio, soy su leal confederado de Friburgo, y me llamo Wilhelm Boccard.

    Segu al posadero, que me llev a la habitacin que me haba asignado; me cambi de

    ropa, y baj al cuarto de huspedes, donde me esperaban. Boccard se me acerc, me tomde la mano y me coloc ante un encanecido caballero de apariencia refinada y ante unaesbelta joven con ropas de montar, mientras deca:

    Mi camarada y compatriota mientras deca esto, me miraba inquisitivamente.

    Schadau, de Berna conclu la frase.

    Es altamente grato para m respondi el anciano caballero amablementeencontrarme con un joven ciudadano de esa famosa ciudad, a la que mis correligionarios

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    de Ginebra tanto tienen que agradecer. Soy el consejero del Parlamento de Chatillon, aquien la pacificacin religiosa permite regresar a su ciudad natal, Pars.

    Chatillon? repet con una respetuosa admiracin. Es el apellido del granalmirante.

    No tengo el honor de ser su pariente repuso el consejero del Parlamento, o al

    menos slo me encuentro lejanamente emparentado con l; pero lo conozco y soy suamigo, hasta donde la diferencia de estamento y mrito personal lo permite. Perosentmonos, seores. La sopa humea, y la noche nos ofrece todava bastante tiempo para laconversacin.

    Nos sentamos a los cuatro lados de una mesa de roble con patas torneadas. La mesa seencontraba dispuesta de la siguiente manera; en la cabecera estaba la muchacha, a suderecha y a su izquierda el consejero y Boccard, y yo en el otro extremo. Despus de que,en medio de los comentarios usuales y las conversaciones de viaje, la cena hubo concluido,

    y se hubo servido, para acompaar unos modestos postres, la perlada bebida de la vecinaChampagne, la charla comenz a hacerse ms fluida.

    Tengo que alabarlos, seores suizos comenz a decir el consejero por haber

    aprendido, despus de cortas luchas, a entenderse pacficamente en cuestiones de religin.Es un signo de sensatez y de nimo saludable, y mi desdichada patria podra tomarloscomo ejemplo No aprenderemos nunca que la conciencia no se deja sojuzgar, y que unprotestante ha de amar a su patria con tanto ardor y ha de defenderla tan

    vehementemente, y que ha de obedecer sus leyes tan escrupulosamente como un catlico!

    Nos dispensa un elogio inmoderado! repuso Boccard. Es cierto que los catlicosy los protestantes nos llevamos bastante bien en el Estado; pero la vida social se haarruinado ntegramente por culpa de la divisin religiosa. En tiempos pretritos los deFriburgo mantenamos diversos vnculos con los de Berna. Esto ha cesado, y se han rotorelaciones de larga data. Cuando estamos de viaje prosigui, dirigindose a m en son de

    broma, todava se muestran, de vez en cuando, solidarios con nosotros; pero en casaapenas si nos saludan.

    Djenme que les cuente: cuando me encontraba de vacaciones en vacaciones enFriburgo presto servicios, bajo bandera Suiza, a Su Majestad Cristiansima celebr laFiesta de la Reparticin de la Leche en los Alpes de Plaffeyen, donde mi padre tiene susposesiones, y tambin los Kirchberg tienen derecho de pastoreo. Fue una fiesta lamentable.El seor Kirchberg haba trado a sus hijas, cuatro corpulentas bernesas, con las que yo,cuando ramos nios, haba bailado todos los aos en los Alpes. Pueden creer que, una

    vez terminado el baile de honor, las jvenes iniciaron una discusin teolgica entre eltaido de los cascabeles de las vacas, y que a m, que nunca me haba ocupado demasiadode tales cosas, me acusaron de idlatra y perseguidor de cristianos porque haba cumplidomi deber contra los hugonotes en los campos de la batalla de Jarnac y Moncontour?

    Las discusiones religiosas dijo el consejero, para calmar a Boccard se encuentran

    hoy en el aire, pero por qu no es posible desarrollarlas con mutuo respeto, y ponerse deacuerdo con nimo conciliador? Estoy seguro, seor Boccard, de que no me condenar a lahoguera a causa de mi fe evanglica, y de que no ha de ser el ltimo en repudiar la crueldadcon que los calvinistas han sido tratados durante mucho tiempo en mi pobre patria.

    De eso puede estar seguro! agreg Boccard. Slo que no debe olvidar que no hayque calificar de cruel en el Estado y en la Iglesia a lo viejo y tradicional cuando esto ltimodefiende su existencia a travs de todos los medios. En lo que respecta, por lo dems, a lascrueldades, no conozco religin ms cruel que el calvinismo.

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    Piensa en Servet? dijo el consejero en voz baja, mientras se oscureca susemblante.

    No pienso en castigos humanos repuso Boccard, sino en la justicia divina, talcomo la desfigura la sombra nueva fe. Segn dije, no entiendo nada de teologa, pero mito, el cannigo de Friburgo, un hombre digno de crdito y erudito, me ha asegurado queexiste un principio calvinista segn el cual el nio se encuentra ya en la cuna predestinadoa la bienaventuranza eterna o condenado al infierno, antes de que haya realizado actos

    virtuosos o perversos. Esto es demasiado horrible para ser cierto!

    Y, sin embargo, es cierto dije, acordndome de las enseanzas de mi pastor;horrible o no, es lgico!

    Lo que no se contradice a s mismo dijo el consejero, a quien pareca divertir miapasionamiento.

    La divinidad es omnisciente y todopoderosa prosegu, seguro de la victoria; lo queprev y no obstruye, es su voluntad; de acuerdo con ello, nuestro destino se encuentra,ciertamente, decidido ya en la cuna.

    Refutara de buena gana ese argumento dijo Boccard si slo pudiera acordarme

    ahora del argumento de mi to! Pues l tena un excelente argumento en contraMe hara un gran favor opin el consejero si consiguiera recordar ese excelente

    argumento

    El friburgus llen su copa, la vaci lentamente y cerr los ojos.

    Si los seores se dignan a no interrumpirme y a dejar desarrollar sin perturbacionesmis pensamientos, espero poder cumplir bastante bien con el pedido. Supongamos, pues,seor Schadau, que usted ha sido condenado al infierno desde la cuna por su Providenciacalvinista pero gurdeme Dios de semejante descortesa! Supongamos, entonces, que yohaya sido condenado al infierno de antemano; pero no soy, a Dios gracias, ningncalvinista

    Aqu tom algunas migas del excelente pan de trigo; con sus manos hizo de ellas unhombrecito que coloc en su plato, y dijo:

    Aqu vemos a un calvinista condenado al infierno desde el nacimiento. Ahoracuidado con lo que va a decir, Schadau! Cree usted en los diez mandamientos?

    Cmo, caballero? exclam.

    Bueno, bueno, hay que preguntarlo. Ustedes, los protestantes, han eliminado tantascosas antiguas! As, Dios ordena a este calvinista: Haz esto! No hagas lo otro!. Ahora

    bien, semejante mandamiento, no es un vano y perverso engao si el hombre estpredestinado a no poder hacer el bien y a tener que hacer el mal? Y a la ms alta sapienciaatribuyen ustedes semejante insensatez? Eso es una nulidad, como esta creacin de mismanos! y lanz al aire el hombrecito de pan.

    No est mal! opin el concejero.

    Mientras Boccard trataba de ocultar su ntima satisfaccin, me puse a examinarrpidamente mis contraargumentos; pero en ese momento no supe oponer nadaconcluyente, y dije, con un dejo de malhumorada confusin:

    Es un razonamiento oscuro y complicado, que no es posible discutir antes de largasconsideraciones. Por lo dems, su afirmacin no alcanza para que uno deje de censurar al

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    papismo, cuyos manifiestos excesos ni usted mismo, Boccard, puede negar. Piense en losvicios de los clrigos!

    Hay malos pjaros entre ustedes asinti Boccard.

    Piense en la creencia ciega en la autoridad

    Es un beneficio para la debilidad humana me interrumpi; tanto en el Estado yla Iglesia como en las ms pequeas cuestiones legales debe existir una ltima instancia enla cual uno pueda encontrar tranquilidad!

    Las reliquias milagrosas!

    Si las sombras de San Pedro y el sudario de San Pablo curaron enfermos repusoBoccard con gran serenidad, por qu los restos de los santos no habran de producirtambin milagros?

    Ese necio culto a Mara

    Apenas hube pronunciado esa palabra, el claro rostro del friburgus se alter; la sangrese le subi violentamente a la cabeza, salt del asiento enrojecido de furia, coloc la manosobre la espada y me grit:

    Quiere injuriarme personalmente? Si es se su propsito, desenvaine!

    Tambin la joven se haba levantado consternada de su asiento, y el consejero extendiambas manos hacia el friburgus, con el propsito de apaciguarlo. Me sorprend, sinperder la compostura, del efecto totalmente inesperado de mis palabras.

    No puede tratarse de una ofensa personal dije, sereno. Cmo podra adivinarque usted, Boccard, que en cada expresin revela al hombre de mundo y cultivado y que,como usted mismo dice, reflexiona impasiblemente acerca de cuestiones religiosas, habrade mostrar semejante pasin en este nico punto?

    As que usted no sabe, Schadau, lo que todo el mundo sabe en la entera regin deFriburgo y mucho ms all de ella; a saber, que Nuestra Seora de Einsiedeln ha obrado un

    milagro en una criatura tan indigna como yo?No, en verdad que no repliqu. Sintese, estimado Boccard, y cuntenos eso.

    Bien, el asunto es conocido por todos y est representado sobre una tabla votiva en elpropio convento. En mi tercer ao de vida, me acometi una grave enfermedad, y comoconsecuencia de ella todos mis miembros quedaron paralizados. Todos los mtodosimaginables fueron aplicados en vano, pero ningn mdico saba qu hacer conmigo.Finalmente, mi querida y buena madre realiz descalza una peregrinacin a Einsiedeln. Y,

    vean, se produjo un milagro por gracia de la Virgen! Desde ese momento, empec amejorar; cobr fuerzas y crec, y hoy, segn pueden ver, soy un hombre de miembros sanos

    y rectos! Slo a Nuestra Buena Seora de Einsiedeln debo el hecho de ser hoy feliz, en mijuventud, y de no consumir mi corazn en el pesar como un invlido incapaz y sin alegra.

    As, comprendern, estimados seores, y encontrarn natural que est agradecido de porvida mi Auxiliadora, y que experimente devocin por ella.

    Al decir estas palabras extrajo de la cota de malla un cordn de seda que llevabacolgado al cuello y del que penda un medalln, y ardorosamente imprimi en ste un beso.

    El seor Chatillon, que lo miraba con una curiosa mezcla de sorna y enternecimiento,comenz a hablar ahora con su amable estilo:

    Pero cree usted, seor Boccard, que cualquier virgen le habra podido proporcionaresa cura?

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    Pero no! repuso vivamente Boccard; los mos lo intentaron en varios lugaressantos, hasta que golpearon en la puerta apropiada. La adorada Seora de Einsiedeln esnica en su gnero.

    Ahora prosigui, riendo, el anciano francs, le resultar sencillo reconciliarse consu compatriota, si es que ha de ser necesario aun, en vista del nimo benevolente del que

    ya usted nos ha dado prueba a todos nosotros. En el futuro, el seor Schadau no olvidarcolocarle, a su duro juicio sobre el culto de Mara, la siguiente clusula: "Con la honrosaexcepcin de Nuestra Seora de Einsiedeln".

    Ya estoy dispuesto a ello de buen grado declar, asumiendo el tono del ancianoseor, aunque, por cierto, no sin una ntima molestia ante su levedad.

    Entonces, el bondadoso Boccard aferr mi mano y la sacudi con lealtad. Laconversacin asumi otro sesgo, y pronto el joven friburgus se levant, desendonos

    buenas noches y excusndose, ya que al da siguiente pensaba marcharse a primera hora.

    Recin en ese momento, una vez que hubo concluido la acalorada discusin, dirig lamirada ms atentamente a la joven muchacha, que haba seguido nuestra conversacincalladamente y con gran inters, y me sorprend de la falta de parecido con su padre o to.

    El viejo consejero tena un rostro finamente delineado, casi temeroso, que iluminabaninteligentes, oscuros ojos a veces melanclicos, a veces burlones; siempre ingeniosos;la joven dama, en cambio, era rubia, y su fisonoma, cndida pero resuelta, se vea animadapor unos ojos azules prodigiosamente fulgurantes.

    Puedo preguntarle, joven comenz el consejero del parlamento, qu es lo que loconduce a Pars? Somos correligionarios, y si puedo brindarle algn servicio, cuenteconmigo.

    Seor repliqu, cuando usted pronunci el nombre de Chatillon, mi corazn dioun vuelco. Soy hijo de un soldado, y quiero aprender la guerra, el oficio de mi padre. Soyun protestante entusiasta, y quiero hacer por esa buena causa todo lo que se encuentredentro de mis posibilidades. Habr alcanzado esos dos fines cuando me haya sidopermitido servir y luchar bajo los ojos del almirante. Si puede ayudarme en ello, meconcede usted el ms grande servicio.

    Entonces la joven abri la boca y pregunt:

    Tiene usted, entonces, una devocin tan grande por el seor almirante?

    Es el hombre ms grande del mundo! respond impetuosamente.

    Ahora bien, Gasparde repuso el ancianoen vista de convicciones tansobresalientes, deberas exponer ante tu padrino algunas palabras a favor de este jovencaballero.

    Por qu no? dijo Gasparde serenamente, si es tan bravo como parece serlo. Perola cuestin es si mis palabras han de dar buenos resultados. El seor almirante, ahora, en

    la vspera de la guerra con Flandes, est , de la maana a la noche, ocupado, asediado,desprovisto de reposo; y no s si no habrn sido concedidos ya todos los puesto de loscuales dispone. No trae consigo una recomendacin mejor que la ma?

    El nombre de mi padre repliqu un tanto turbado no es, quizs, desconocido parael almirante

    Entonces me percat de cun difcil podra resultar, para un forastero desprovisto derecomendaciones, acceder al gran comandante, y prosegu, abatido:

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    Tiene razn, seorita, siento que es poco lo que le presento: un corazn y una espada,semejantes a los que l comanda por millares. Si tan slo viviera an su hermanoDandelot! ste estara ms cerca de m; con l me animara! Desde muy joven lo tuvecomo modelo en todo sentido: no era un comandante, sino un valeroso guerrero; no eraun hombre de Estado, sino un camarada consecuente; no era un santo, sino un coraznafectuoso y leal!

    Mientras deca yo estas palabras, la seorita Gasparde, para mi sorpresa, comenz enprimera instancia a sonrojarse levemente; y su turbacin, para m enigmtica, seintensific hasta que se encontr baada por el rubor. Tambin el anciano se incomodsingularmente y dijo, con aspereza:

    Qu sabr usted si el seor Dandelot fue o no un santo! Pero tengo sueo;levantemos la reunin. Si viaja a Pars, seor Schadau, hnreme con su visita. Vivo en laisla de San Luis. Es posible que maana no volvamos a vernos. Vamos a hacer escala ypermaneceremos en Melun. Pero ahora escrbame su nombre en esta cartera. Bien! Que le

    vaya bien, buenas noches.

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    Captulo cuarto

    La segunda noche despus de este encuentro atraves a caballo el prtico de SaintHonor, en Pars, y golpe, cansado como estaba, las puertas de la posada ms prxima,que se encontraba a unos cien pasos del prtico.

    Pas la primera semana contemplando la poderosa ciudad y buscando intilmente a uncamarada de armas de mi padre, de cuya muerte slo me enter despus de numerosasindagaciones. Al octavo da, con el corazn palpitante, me puse en camino a la residenciadel almirante, que, segn me indicaron, se encontraba en una angosta calle no lejos delLouvre.

    Era un edificio sombro, antiguo, y el portero me recibi en forma nada amistosa, eincluso con desconfianza. Tuve que escribir mi nombre en un pedazo de papel, que elportero llev a su seor; luego me hicieron entrar y, atravesando un vasto vestbulo quese encontraba abarrotado de numerosas personas: militares y gentes de la corte, que

    examinaban con penetrantes miradas a aqul que pasaba entre ellosingres al pequeocuarto de trabajo del almirante. Estaba ocupado escribiendo, y me hizo seas de queesperara mientras terminaba una carta. Tuve tiempo de contemplar con calma susfacciones, que se haban fijado imborrablemente en mi memoria gracias a un logrado yexpresivo grabado en madera que haba llegado a Suiza.

    El almirante deba de tener entonces cincuenta aos, pero sus cabellos eran blancoscomo la nieve y un febril rubor encenda sus consumidas mejillas. En la poderosa frente, enlas manos magras, se destacaban las azules venas, y una temible seriedad hablaba en surostro. Miraba como un juez en Israel.

    Una vez que hubo terminado con lo que lo ocupaba, se acerc a m, que me encontrabaen el nicho de la ventana, y fij penetrantemente sus grandes ojos azules en los mos.

    S qu es lo que lo trae aqu dijo: quiere servir a la buena causa. Si estalla laguerra, le ofrecer un puesto en mi caballera alemana. A propsito domina usted lapluma? Entiende el alemn y el francs?

    Asent con una inclinacin.

    Entretanto, quiero ponerlo a trabajar en mi gabinete. Puede serme til! Reciba, pues,mi bienvenida. Lo espero maana a las ocho. Sea puntual.

    Me despidi haciendo un movimiento con la mano y. como hice ante l una reverencia,agreg, con gran cordialidad:

    No se olvide de visitar al consejero Chatillon, a quien conoci durante el viaje.

    Cuando me encontr nuevamente en la calle y, rememorando lo vivido, emprend elcamino hacia mi posada, me result evidente que para el almirante ya no era undesconocido, y no tena ninguna duda en cuanto a quin tena que agradecerle esacircunstancia. La alegra de haber accedido tan fcilmente a una meta anhelada que mehaba parecido difcil de alcanzar era, a mi entender, un buen presagio para la carrerarecin emprendida, y la perspectiva de trabajar bajo los ojos del almirante me procur unsentimiento de mi propio mrito que basta entonces no haba conocido. Todos esospensamientos felices retrocedieron casi por completo ante algo que, a la vez, me excitaba ytorturaba, me atraa e inquietaba; algo infinitamente incierto, que no saba justificar de

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    ninguna manera. Entonces, despus de rebuscar en vano durante largo rato, se me hizosbitamente claro. Eran los ojos del almirante los que me perseguan. Y por qu lohacan? Porque eran los ojos de ella. Ningn padre, ninguna madre podra legar msfielmente a su hijo ese espejo del alma! Ca en una turbacin inefable. Provenan, podanproceder esos ojos de los del almirante? Era posible? No, me haba engaado. Laimaginacin me haba jugado una mala pasada, y a fin de rebatir a esa hechicera a travs

    de la realidad, decid regresar rpidamente a mi posada y visitar luego, en la isla de SanLuis, a mis conocidos de "Los tres lirios".

    Cuando, una hora ms tarde, entr en la pequea casa del consejero del Parlamento,que, situada junto al puente de San Miguel, daba, por un lado, a las ondas del Sena y porotro, por encima de una callejuela lateral, al ventanal gtico de una pequea iglesia, hallcerradas las puertas de la planta baja; y, al ingresar al segundo piso, me encontrsbitamente en presencia de Gasparde, que pareca estar ocupada frente a un arcnabierto.

    Lo aguardbamos me dijo, a manera de saludo, y voy a llevarlo ante mi to, que sealegrar de verlo.

    El anciano se encontraba sentado cmodamente en un silln, y hojeaba un enorme infolio, que apoyaba en un brazo del silln adaptado para ese fin. El amplio aposento estabaatestado de libros, que se encontraban dispuestos en armarios de roble bellamentelabrados. Colmaban ese sereno lugar de reflexin estatuillas, monedas, grabados en cobre:cada uno colocado en su lugar preciso. El erudito caballero me llam sin levantarse, colocun asiento a su lado, me salud como a un viejo conocido y escuch con visible alegra elreporte de mi ingreso al servicio del almirante.

    Quiera Dios que esta vez alcance su objetivo! dijo. Para nosotros, losprotestantes, que, al fin de cuentas, por desgracia representamos nicamente una minorade la poblacin de nuestra patria, slo existen dos caminos para no propiciar unaignominiosa guerra civil; uno es cruzar el ocano en direccin a la tierra descubierta porColn el almirante ha dado vueltas a este pensamiento durante largos aos en el interiorde su nimo, y, si no se hubieran presentado inesperados obstculos, quin sabe! . Elotro es encender el sentimiento nacional y llevar adelante una gran guerra externa, capazde salvar la humanidad, y en la que el catlico y el hugonote, luchando el uno junto al otro,se hermanen en el amor por la patria, y olviden su odio religioso. Esto es lo que quiereahora el almirante, y a m, hombre de paz, me quema el suelo bajo los pies a la espera de ladeclaracin de esa guerra! Al liberar a los Pases Bajos del yugo espaol, nuestros catlicos, en contra de su voluntad, sern arrastrados hacia la corriente de la libertad. Pero estourge! Crame, Schadau, sobre Pars se est cerniendo una atmsfera pesada. Los Guisas

    buscan frustrar una guerra que habra de hacer independientes al joven rey, y que a elloslos habra de tornar superfluos. La reina madre es ambigua no es una diabla, tal como lapintan nuestros partidarios ms acalorados, pero se mueve en medio de dilemas de lamaana a la noche, preocupada nicamente por el inters de su casa. Indiferente ante lagloria de Francia, sin sensibilidad frente al bien y el mal, tiene entre manos las fuerzas ms

    antagnicas, y la eleccin puede ser resultado del azar.Cobarde y caprichosa como es, sera capaz de llevar a cabo, por cierto, las acciones ms

    despreciables! El centro de gravedad reside en la benevolencia que muestra el joven reyfrente a Coligny, y este reyaqu Chatillon suspir. En fin, no quiero anticiparme a su

    juicio! Como l visita frecuentemente al almirante, usted lo ver con sus propios ojos.

    El anciano mir hacia adelante; luego me pregunt, cambiando sbitamente el objetode la conversacin y mostrando el ttulo del in folio: Sabe, acaso, qu es lo que leo? Mire!

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    Vi que deca, en latn: Geografa de Ptolomeo, editada por Miguel Servet.

    No se trata del hereje que ha sido quemado en Ginebra? pregunt, consternado.

    Ningn otro. Fue un sobresaliente erudito, e incluso, en la medida en que puedojuzgarlo, una mente genial, cuyas ideas sobre las ciencias naturales han de tener quizsms fortuna en el futuro que sus cavilaciones teolgicas Usted tambin lo habra

    quemado, si hubiese formado parte del consejo de Ginebra?Por cierto, seor! respond con conviccin. Considere tan slo esto: cul ha sido

    el arma ms peligrosa con la que los papistas combatieron a nuestro Calvino? Lo acusaronde que su teora era la negacin de la divinidad. Ahora, un espaol se dirige a Ginebra, diceser amigo de Calvino, publica libros en los que niega la Trinidad, como si de nada setratara, y abusa de la libertad evanglica. Calvino no deba responder, acaso, ante losmiles y miles que sufrieron y derramaron su sangre por la palabra verdadera, con vistas aexpulsar a ese falso hermano ante los ojos del mundo de la iglesia evanglica, yentregrselo al juez terrenal, a fin de que ya no fuera posible confusin alguna entrenosotros y l, y de que no se nos achacase injustamente el atesmo ajeno?

    Chatillon sonri melanclicamente y dijo:

    En vista de que ha fundamentado tan excelentemente su juicio sobre Servet, debehacerme el favor de permanecer esta noche en mi casa. Lo conducir a una ventana que daa la capilla de San Lorenzo, de cuya vecindad disfrutamos aqu; en ella predicar estanoche el famoso franciscano Panigarola. Ver cmo formula sentencia contra usted. Elpadre es un hbil lgico y un ardiente orador. Usted no se perder ninguna de sus palabras

    y disfrutar de ello Se aloja todava en la posada? He de procurarle una residenciaduradera qu aconsejas t, Gasparde? dijo, dirigindose a la joven, que acababa deentrar.

    Gasparde respondi, alegremente:

    El sastre Gilbert, nuestro correligionario, que tiene que alimentar a una familianumerosa, se mostrara contento y honrado de poder ofrecer al seor Schadau su mejor

    habitacin. Y esto tendra, adems, la ventaja de que este cristiano cumplidor perotemeroso se aventurara a visitar nuevamente nuestro culto evanglico en compaa deeste intrpido guerrero Enseguida voy y le comunico la feliz circunstancia.

    Luego de decir esto, la grcil joven parti de inmediato.

    Aun cuando su aparicin haba sido breve, haba mirado atenta, escudriadoramentesus ojos, y volv a sentirme consternado. Impulsado por una fuerza irresistible a encontrarsin demora la solucin de este enigma, slo con esfuerzo reprim una pregunta que habraatentado contra todas las reglas del decoro; en ese momento vino el anciano en mi ayuda,puesto que sarcsticamente pregunt:

    Qu encuentra de particular en la joven, que la contempla tan fijamente?

    Algo muy particular repliqu decidido: la prodigiosa semejanza de sus ojos conlos del almirante.

    Como si hubiese tocado una serpiente, el consejero retrocedi, y dijo, sonriendoforzadamente:

    No hay prodigiosas coincidencias naturales, seor Schadau? Quiere vedarle a lavida la posibilidad de producir ojos similares?

    Usted me pregunt qu encontraba de particular en la joven repuse a sangre fra;he respondido a esa pregunta. Permtame otra: puesto que espero volver a visitarlo a usted,

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    por cuya benevolencia y espritu eminente me siento atrado, cmo desea que salude aesta bella joven? S que ella lleva el nombre de Gasparde por su padrino Coligny, pero nome ha dicho todava si tengo el gusto de hablar con su hija o con la de algn pariente suyo.

    Llmela como quiera! murmur el anciano de mala gana, y comenz a hojearnuevamente la Geografa de Ptolomeo.

    Este extrao proceder robusteci mi presuncin de que all haba gato encerrado, ycomenc a extraer las conclusiones ms osadas. El almirante haba concluido el pequeocuadernillo que haba publicado acerca de su defensa de San Quintn, y que yo conoca dememoria, de una manera un tanto brusca, con algunas palabras enigmticas en las cualesdaba a entender su conversin al protestantismo. Aqu se haca referencia a lapecaminosidad del mundo, en la cual l mismo reconoca haber participado. El nacimientode Gasparde, no poda encontrarse relacionado con esa vida previa a la conversin? Pormuy severamente que considerara yo tales asuntos en otras ocasiones, en sta albergabauna impresin distinta: no era mi propsito, por esta vez, condenar un desliz que mehabra proporcionado la increble oportunidad de aproximarme a la pariente del sublimehroe quin sabe, quizs con el propsito de cortejarla. Mientras daba rienda suelta a laimaginacin, se deline en mi rostro, tal vez, una sonrisa de alegra, pues el anciano, que

    me haba observado secretamente por encima de su in folio, se dirigi a m con un furorinsospechado.

    Si le complace, joven seor, haber descubierto una debilidad en un gran hombre,sepa que ste es virtuoso! Est en un error. Se engaa!

    Aqu se levant, como si estuviera enfadado, y recorri el aposento de un extremo alotro; luego, sbitamente, cambi el tono, se detuvo cerca de m, y me dijo, mientras metomaba la mano:

    Joven amigo, en estos malos tiempos, en que los protestantes nos necesitamosmutuamente y debemos considerarnos como hermanos, la confianza crece con rapidez; nodebe haber nubes entre nosotros, Usted es un hombre valiente, y Gasparde es una niaadorable. Dios no permita que algo oculto enturbie el encuentro de ustedes. Puede callar:

    confo en que puede hacerlo; pero el asunto circula de boca en boca, y podra llegar a susodos de labios maliciosos. Esccheme!

    Gasparde no es mi hija ni mi sobrina, pero ha crecido a mi lado, y es consideradapariente ma. Su madre, que muri poco despus del nacimiento de la nia, era la hija deun oficial de caballera alemn al que ella haba acompaado a Francia. Pero el padre deGasparde aqu baj el volumen de voz, es Dandelot, el hermano menor del almirante,cuya prodigiosa intrepidez y muerte temprana no sern desconocidos para usted. Ahorasabe bastante. Salude a Gasparde como a mi sobrina; la quiero como si fuera mi propiahija. En lo dems, guarde absoluto silencio, y encuntrese con ella sin aprensiones.

    Call, y no romp el silencio, pues me encontraba enteramente satisfecho con laconfesin del anciano. En ese momento fuimos interrumpidos, para alegra nuestra, y

    convocados a cenar; en la mesa, la encantadora Gasparde me indic que me sentase a sulado. Cuando me alcanz la copa llena, y su mano roz la ma, me corri un escalofro, yaque senta que en esas jvenes arterias flua la sangre de mi hroe. Tambin Gaspardesinti que la contemplaba con otros ojos que haca un momento; lo sinti, y una sombra deextraeza se desliz sobre su frente; sta, sin embargo, volvi a despejarse con rapidez encuanto me cont con alegra cun altamente honrado se haba sentido el sastre Gilbert depoder albergarme.

    Es importante dijo, bromeando que usted tenga a mano un sastre cristiano, capazde hacerle los trajes rigurosamente de acuerdo con el corte de los hugonotes. Si mi padrino

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    Coligny, que ahora el rey mantiene en tan alta estima, lo introduce en la corte, y lasatractivas doncellas de la Reina Madre lo rodean, estar perdido, a menos que sus serias

    vestimentas las mantengan convenientemente dentro de sus lmites.

    En el curso de esta jovial conversacin, percibimos, desde el otro lado de la calle,sonidos interrumpidos por pausas; ora sostenidos largamente, ora proferidos con

    violencia, esos sonidos se asemejaban a los fragmentos dispersos de una pieza oratoria;cuando, en un ocasional instante de silencio, golpe nuestros odos una frase ntegra, elseor Chatillon se incorpor contrariado.

    Los abandono! dijo; el cruel bufn que se encuentra del otro lado de la calle meahuyenta.

    Con esas palabras, nos abandon.

    All dijo ella, en la iglesia de San Lorenzo, predica el padre Panigarola. Desdenuestra ventana, podemos mirar en medio del pueblo piadoso, y tambin divisar almaravilloso padre. El parloteo de ste irrita a mi to; a m me aburre su insensatez; no lepresto atencin. Tengo que esforzarme para escuchar hasta el final, con la constancia ydevocin que el sagrado objeto merece, en nuestra comunidad evanglica, aun cuando all

    se predica la pura verdad.Entretanto, nos habamos colocado junto a la ventana, que Gasparde abri

    despaciosamente.

    Era una tibia noche de verano, y tambin las iluminadas ventanas de la capilla seencontraban abiertas. Por encima de nosotros, en el estrecho espacio, titilaban lasestrellas. El padre que se encontraba en el plpito, un joven y plido franciscano, conardientes ojos meridionales y expresin temblorosa, gesticulaba de un modo tanexcepcionalmente vehemente, que al principio me provoc una sonrisa; pero pronto sudiscurso, del que no me perd una slaba, captur toda mi atencin.

    Cristianos clam, de qu clase es la tolerancia que se nos demanda? Es el amorcristiano? No, digo yo, tres veces no! Es una abominable indiferencia ante el destino de

    nuestros hermanos! Qu diran ustedes de un ser humano que ve que otro duerme alborde del abismo y no lo despierta y aparta? Y en este caso slo se trata de la vida y lamuerte fsicas. Aun menos podemos, si no queremos ser crueles, abandonar a nuestrosprjimos a su destino, cuando est en juego la salvacin o la condenacin eternas! Cmo?Sera posible que caminramos junto a herejes y alternramos con ellos sin que se nos

    venga a la mente la idea de que sus almas se encuentran en pecado mortal? El amor quesentimos por ellos exige de nosotros que los induzcamos y si son neciosque losobliguemos a buscar la salvacin; y, si son incorregibles, debemos aniquilarlos, a fin deque, a travs de su mal ejemplo, no arrastren consigo a las llamas eternas a sus hijos, sus

    vecinos, sus conciudadanos! Pues un pueblo cristiano es un cuerpo, sobre el cual se haescrito: si tu ojo es para ti ocasin de escndalo, arrncalo; si tu mano derecha es para tiocasin de escndalo, crtala y arrjala lejos de ti! Pues, mira, es mejor que uno de tus

    miembros se eche a perder y no que todo tu cuerpo sea arrojado al fuego eterno!ste era, poco ms o menos, el razonamiento del padre, que, sin embargo, lo

    configuraba como un bizarro drama a travs de una apasionada retrica y de unagesticulacin desenfrenada. Ya fuera por el contagioso veneno del fanatismo o por la luz

    brillante de las lmparas que caa desde arriba, los rostros de los oyentes asuman unaexpresin tan distorsionada y, segn me pareci, tan sedienta de sangre, que de inmediatose me hizo evidente el volcn sobre el cual se encontraban parados los hugonotes en Pars.

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    Gasparde asisti casi indiferente a la siniestra escena, y dirigi su mirada a unahermosa estrella que ascendi, con una luz suave, por encima del techo.

    Una vez que el italiano hubo concluido su prdica con un movimiento de mano, que meresult ms semejante a una seal de maldicin que a una de bendicin, el pueblo comenza salir, formando una apretada masa, a travs del portal, a cuyos flancos se encontrabandos grandes antorchas encendidas, fijadas en anillos de hierro. Su luz roja como la de lasangre iluminaba a los que salan, y por momentos alumbraba tambin el semblante deGasparde, que contemplaba la multitud con curiosidad, en tanto yo me haba replegado enlas sombras. Sbitamente la vi empalidecer, luego su mirada se encendi de indignacin, ycuando segu la direccin de sus ojos, vi que un hombre alto, vestido con costosos ropajes,le arrojaba un beso con un gesto a medias condescendiente, a medias lascivo. Gaspardecomenz a temblar de ira. Aferr mi mano y, mientras me pona a su lado, habl endireccin a la calle con una voz trmula por la excitacin.

    Me insultas, cobarde, porque piensas que nadie me protege! Te equivocas! Aquhay alguien que habr de castigarte en cuanto te atrevas a dirigirme una mirada!

    El caballero, que, aun cuando no haba comprendido las palabras de Gasparde, habainterpretado sus expresivos gestos, se ech la capa sobre los hombros, con una risa

    burlona, y desapareci entre la multitud.La ira de Gasparde se disolvi en un torrente de lgrimas, y me cont, entre sollozos,

    que ese miserable, que formaba parte de la corte del duque de Anjou, el hermano del rey, lapersegua por la calle desde el da de su llegada, en cuanto se atreva a salir, y ni siquiera lapresencia de su to le impeda lanzar sus groseros saludos.

    No puedo contarle nada de esto a mi querido to, en vista de su naturaleza excitable yalgo aprehensiva. Ello lo inquietara, sin que pudiera protegerme. Pero usted es joven, ylleva una espada, cuento con usted! La insolencia debe terminar a cualquier precio

    Ahora, que le vaya bien, mi caballero! agreg, sonriendo, mientras le caan todava laslgrimas y no se olvide de desearle buenas noches a mi to.

    Un viejo criado me alumbr el camino hacia la habitacin de su seor, de quien medesped.

    Ha concluido ya el sermn? pregunt el consejero. Aos atrs, la farsa me habraentretenido; ahora, en cambio, en particular desde que en Nimes donde viv durante laltima dcada, recluido con Gasparde he visto promover el asesinato y el disturbio ennombre de Dios, no puedo ver turba alguna reunida en torno a un clrigo excitado, sintemer que de inmediato vayan a emprender alguna accin disparatada o cruel. Me atacalos nervios!

    Cuando entr en la habitacin de mi posada, me arroj en el viejo silln que, junto conun catre de campaa, constitua todo el mobiliario. Las vivencias del da seguandesarrollndose en mi mente, y ardan en mi corazn con una llama delicada, pero intensa.El reloj de la torre de un convento prximo dio la medianoche; mi lmpara, que haba

    consumido su aceite, se apag, pero mi interior estaba claro como el da.No me pareca imposible conquistar el amor de Gasparde; senta que era mi destino

    procurarlo, y que era una suerte exponer la vida en el intento.

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    Captulo quinto

    A la maana siguiente, a la hora sealada, me present ante el almirante, y lo encontrhojeando un diario ajado.

    stas comenz a decir son mis anotaciones del ao cincuenta y siete, en quedefend San Quintn, y tuve que entregarme luego a los espaoles. Aqu figura, entre losms valientes de mis hombres, marcado con una cruz, el nombre de Sadow; me parece queera alemn. Este nombre es el mismo que el suyo?

    No es otro que el nombre de mi padre! Tuvo el honor de servirlo a usted, y de caerante sus ojos.

    Bien, pues prosigui el almirante, esto refuerza la confianza que he puesto enusted. He sido traicionado por personas con las que haba vivido durante mucho tiempo;confo en usted a primera vista, y creo que sta no habr de engaarme.

    Luego de decir estas palabras, tom un papel que se encontraba cubierto de un extremoal otro con su letra grande:

    Psemelo en limpio dijo, y si extrae de esto algunas cosas que le muestran lopeligroso de nuestra situacin, no se deje amedrentar. Todo lo grandioso y decisivo implicaun riesgo. Sintese y escriba.

    Lo que el almirante me haba entregado era un memorando dirigido al prncipe deOrange. Segu con creciente inters el curso de la exposicin, que se desarrollaba con lamayor claridad tal como era propio del almirante sobre la situacin en Francia."Nuestra salvacin escriba el almirante es llevar adelante, a cualquier precio y sindilacin, la guerra contra Espaa. Alba est perdido si es atacado simultneamente pornosotros y por ustedes. Mi seor y rey quiere la guerra; pero los Guisas trabajan en contra

    con todo empeo; la opinin de los catlicos, estimulada por ellos, mantiene estancada lased de guerra de los franceses, y la reina madre, que de un modo antinatural prefiere alduque de Anjou antes que al rey, no quiere que ste le haga sombra a su favoritodestacndose en el campo de batalla. Mi rey y seor ansia que esto ocurra y yo, como lealsbdito, se lo deseo y, en cuanto est a mi alcance, querra procurrselo.

    Mi plan es el siguiente: un ejrcito hugonote de voluntarios ha ingresado en estos dasen Flandes; si puede mantenerse frente a Alba y esto depende en gran medida de queusted ataque simultneamente al comandante espaol en Holanda, este xito estimularal rey a superar todos los obstculos y a seguir adelante en forma resuelta. Usted conoce elhechizo de un primer triunfo."

    Acababa de terminar la escritura cuando apareci un servidor y le susurr algo al

    almirante. Antes de que ste tuviera tiempo de levantarse de su asiento, irrumpi en lahabitacin un hombre muy joven, de complexin delgada y enfermiza, en un estado deintensa agitacin, y se dirigi a Coligny con las siguientes palabras:

    Buen da, padre! Qu hay de nuevo? En unos das me voy a Fontainebleau. Tienenovedades de Flandes?

    En ese momento advirti mi presencia y, mientras me sealaba, preguntperentoriamente:

    Quin es se?

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    Mi escribiente, Seor; quien habr de retirarse si Su Majestad as lo desea.

    Fuera con l! exclam el joven rey. No quiero que me acechen cuando me ocupode asuntos de Estado! Olvida que estamos rodeados de espas? Usted es demasiadoingenuo, estimado almirante.

    Acto seguido se ech en un silln y se puso a mirar el vaco; luego, levantndose

    sbitamente, golpe a Coligny en el hombro y, como si se hubiera olvidado de m, aunqueacababa de solicitar mi alejamiento, lanz estas palabras:

    Por las entraas del diablo! En poco tiempo le declaramos la guerra a Su MajestadCatlica!

    Pero de pronto pareci retomar la lnea de pensamiento anterior, ya que exclam, congesto atemorizado:

    Hace unos das, recuerda?, cuando mantenamos consejo en mi gabinete, se escuchun ruido detrs de la cortina. Desenvain la espada, sabe?, y traspas la cortina dos, tres

    veces! Entonces la cortina se levant, y quin apareci all? Mi querido hermano, elduque de Anjou, con la espalda arqueada como un gato!

    Aqu el rey hizo un gesto para imitar la postura de su hermano, y ech a rer en formasiniestra.

    Pero yo prosigui lo med con una mirada que no pudo sostener, y que le hizoatravesar rpidamente la puerta.

    En ese momento, el plido rostro del rey asumi una expresin de odio tan salvaje quelo contempl aterrorizado.

    Coligny, para quien semejante expresin no tena nada de inusual, aunque la presenciade un testigo deba de resultarle penosa, me indic que me alejara con un movimiento de lamano.

    Veo que su trabajo est terminado dijo; hasta maana.

    Mientras me diriga a casa, me sobrevino una infinita congoja. As que de ese hombreconfuso dependa la decisin de los asuntos. Cmo podra originarse la continuidad delpensamiento, la firmeza de la decisin, en una inmadurez tan pueril y en unapasionamiento tan vacilante? Poda el almirante actuar por l? Pero quin podagarantizar que en la hora siguiente no se apoderasen de este nimo turbado otrasinfluencias, influencias contrarias! Senta que slo habra seguridad cuando Colignyencontrara en su rey un apoyo consciente; si slo encontraba en l una herramienta, dichoapoyo le poda ser arrebatado al da siguiente.

    Enredado en una duda tan desagradable, recorra mi camino, cuando una mano seapoy en mi hombro. Me volv y vi el rostro despejado de mi compatriota Boccard, que meabraz y me salud con las muestras ms vivas de alegra.

    Bienvenido a Pars, Schadau! exclam; segn veo, est ocioso, como yo; y envista de que el rey acaba de partir de viaje a caballo, debe acompaarme; quiero mostrarleel Louvre. Vivo all, porque mi compaa est encargada de vigilar los cuartos interiores.Supongo que no habr de molestarle continu, ya que en mis gestos no ley ningnplacer manifiesto ante su propuesta caminar del brazo de un suizo que trabaja al serviciodel rey. Ya que su dolo Coligny ansa establecer la hermandad entre los partidos, elcorazn le rebosara de gozo al ver la amistad que une a su escribiente con un guardia de laescolta.

    Quin le ha dicho? lo interrump, sorprendido.

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    Que usted es el escribiente del almirante? ri Boccard. Querido amigo, en lacorte se parlotea ms de lo conveniente! Hoy a la maana, en el juego de pelota, loscortesanos hugonotes hablaban acerca de un alemn que haba obtenido el favor delalmirante, y a travs de algunas expresiones sobre el personaje en cuestin, reconoc sinduda alguna a mi amigo Schadau. Es una suerte que, en aquella oportunidad, el rayo y eltrueno lo hayan devuelto a "Los tres lirios", ya que, de lo contrario, no nos habramos

    conocido, en vista de que, con seguridad, usted difcilmente habra visitado por propiainiciativa a sus compatriotas del Louvre! Debo presentarle de inmediato al capitn Pfyffer!

    Me excus de esto, ya que Pfyffer no slo era clebre por ser un excelente soldado, sinotambin por ser un catlico fantico; acept en cambio, con gusto visitar el interior delLouvre, puesto que, hasta entonces, slo haba contemplado al tan encomiado edificiodesde afuera.

    Recorrimos las calles el uno junto al otro, y la conversacin amistosa del alegrefriburgus me resultaba grata, ya que me libraba de mis graves pensamientos.

    Poco despus ingresamos en el castillo real francs, una de cuyas mitades era porentonces una sombra fortaleza medieval, en tanto la otra era un magnfico palaciomoderno que haba hecho edificar la Medici. Esa combinacin de dos pocas acrecent en

    m una impresin que no me haba abandonado desde mi ingreso a Pars: la impresin delo vacilante, de lo discordante, de elementos que se contradicen y combaten entre s.

    Despus de que hubimos hecho muchos recorridos y atravesado una serie dehabitaciones, cuya ornamentacin, conformada por atrevidos trabajos en piedra y porpinturas a menudo desenfrenadas, era extraa y, por momentos, enojosa para mi gustoprotestante, pero que, en cambio, complaca profundamente a Boccard, ste abri ante mun gabinete con las palabras:

    Este es el estudio del rey.

    All dominaba un espantoso desorden. Sobre el piso se encontraban diseminadoscuadernos de notas y libros abiertos. De las paredes colgaban armas. Sobre la rica mesa demrmol se encontraba un cuerno de caza.

    Me content con echar una mirada a este caos desde la puerta y, mientras proseguacaminando, le pregunt a Boccard si el rey se dedicaba a la msica.

    Toca el cuerno de una manera que desgarra el corazn repuso; a menudo,durante maanas enteras y, lo que es peor, noches enteras, cuando no est aqu al lado dijo, mientras sealaba otra puerta, parado ante el yunque y forjando hasta que lluevenchispas. Pero, ahora, el cuerno de caza y el martillo descansan. Ha realizado una apuestacon el joven Chateauguyon para ver quin de los dos consigue primero recorrer lahabitacin saltando de un extremo al otro con el pie en la boca. Esto le da un trabajoincreble.

    En ese momento, Boccard advirti cun triste me encontraba, y como, por lo dems, le

    pareca apropiado interrumpir la conversacin sobre la cabeza coronada de Francia, meinvit a almorzar con l en una posada no muy distante que me describi como exquisita.

    Para cortar camino, tomamos una calle estrecha y larga. Dos hombres nos vinieron alencuentro desde el otro extremo.

    Mire me dijo Boccard, ah viene el conde de Guiche, que carga con la mala famade ser un mujeriego y el mayor pendenciero de la corte, y a su lado en verdad se tratade Lignerolles! Cmo es que se atreve a mostrarse en pleno da, si pende sobre l unacondena de muerte sin atenuantes!

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    Dirig la mirada hacia donde se me indicaba, y reconoc en el ms distinguido de lossujetos en cuestin al desvergonzado que, la noche anterior, a la luz de las antorchas, habaofendido a Gasparde con sus gestos atrevidos. l tambin pareci acordarse de miaparicin, pues su mirada se mantuvo fija en m. Nosotros ocupbamos la mitad de laestrecha calle, y dejbamos libre para los que venan la otra mitad. Como Boccard yLignerolles caminaban pegados al muro, el conde y yo debamos avanzar pegados el uno al

    otro.Sbitamente recib un empujn, y escuch decir al conde: Deja espacio, maldito

    hugonote!

    Fuera de m, me volv hacia l; entonces dijo, sonriendo: Quieres expandirte contanta amplitud en la calle como ante la ventana?

    Quise perseguirlo, pero Boccard me atrap, y me pidi que no lo hiciera:

    Nada de escenas aqu! En una poca como sta, tendramos detrs de nosotros enun instante a todo el populacho de Pars, y, puesto que tras tu cuello duro te reconocerancomo hugonote, te encontraras sin duda perdido! Es obvio que debes recibir satisfaccinpor esto. Djame el asunto, y me alegrar de ver cmo el respetable caballero se prepara

    para un honroso duelo. Pero el nombre suizo no debe cargar con mcula alguna, aunquetenga que arriesgar tambin mi vida conjuntamente con la tuya!

    Ahora dime, por todos los santos, conoces a Guiche?, lo has puesto en tu contra?Pero no, eso no es posible! El holgazn se encontraba de mal humor, y quera descargar suenfado contra tu vestimenta de hugonote.

    Entretanto, habamos ingresado en la posada, donde comimos rpidamente y con elnimo perturbado.

    Debo mantenerme lcido dijo Boccard, ya que, con el conde, tendr una difciltratativa.

    Nos separamos, y volv a mi posada, luego de prometerle a Boccard que lo aguardaraall. Despus de dos horas, entr en mi recmara exclamando:

    Todo march bien! El conde se enfrentar contigo maana, al amanecer, ante lapuerta de San Miguel. No me recibi descortsmente y, cuando le dije que eras de buenacasa, afirm que no era momento para indagar tu rbol genealgico; que lo que deseabaconocer era tu espada.

    Y cmo ests con eso? prosigui Boccard; estoy seguro de que eres unespadachn metdico, pero me temo que eres lento, lento, especialmente frente a undemonio tan rpido.

    El rostro de Boccard asumi una expresin preocupada y, luego de encargar quetrajeran un par de espadas de entrenamiento junto a mi posada, en la planta baja, habaun saln de esgrima, me puso una en la mano y dijo:

    Ahora, mustrame tus habilidades!Despus de algunos asaltos, que llev adelante en el tempo habitual, mientras Boccard

    me alentaba intilmente con el grito: "Ms rpido, ms rpido!", arroj su espada y secoloc junto a la ventana, a fin de esconder una lgrima que yo, sin embargo, ya haba vistoasomar.

    Me acerqu a l, y puse mi mano en su hombro.

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    Boccard dije, no te aflijas. Todo est ya predestinado. Si la hora de mi muerte hade tener lugar maana, no se requiere la espada del conde para cortar el hilo de mi vida. Sino es as, su peligrosa arma no podr daarme.

    No me impacientes! repuso l, volvindose rpidamente hacia m. Cada minutodel plazo del que disponemos es valioso, y debe ser aprovechado no para ejercitar laesgrima, ya que en la teora eres irreprochable, y tu parsimonia aqu suspir esincurable. Slo existe un medio para salvarte. Dirgete a Nuestra Seora de Einsiedeln, yno me repliques que eres un protestante una vez es lo mismo que ninguna! No habr deconmoverla doblemente el hecho de que un incrdulo ponga su vida en sus manos? Tienestiempo de decir muchos Avemaras para tu salvacin y, creme, la Madre Misericordiosano te abandonar! Haz de tripas corazn, querido amigo, y sigue mi consejo.

    Djame en paz, Boccard! repuse, enfadado frente a su prodigiosa impertinencia y,sin embargo, conmovido por su afecto.

    Pero sigui insistindome en vano durante un rato. Luego, dispusimos lo esencial parael da siguiente y se despidi.

    En la puerta, se volvi una vez ms hacia m, y dijo:

    Slo un suspiro, Schadau, antes de dormir!

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    Captulo sexto

    A la maana siguiente, me despert un ligero roce. Boccard estaba de pie junto a micama.

    Arriba! exclam, de prisa, si es que no queremos llegar demasiado tarde! Olviddecirte ayer quin habr de acompaar al conde: es Lignerolles. Un insulto ms, si sequiere! Pero esto tiene la ventaja de que, en el caso de que t aqu suspir hierasmortalmente a tu oponente, este honorable padrino ciertamente habr de guardar silencio,

    ya que tiene mil razones para no querer atraer de ningn modo la atencin pblica hacia s.

    Mientras me vesta, observ que preocupaba a mi amigo una solicitud que slo conesfuerzo lograba reprimir.

    Me haba puesto mi chaleco de montar hecho en Berna y equipado, de acuerdo con lacostumbre suiza, de toscos bolsillos a ambos lados, y me haba colocado sobre la cabeza

    el sombrero de fieltro de alas anchas, cuando, de pronto, Boccard me abrazvehementemente en medio de una fuerte conmocin anmica y, despus de besarme,hundi en mi pecho su cabeza cubierta de rizos. Esa inmoderada condolencia me parecipoco viril, y apart con ambas manos la perfumada cabeza con intenciones de apaciguarlo.Tuve la impresin de que, en ese momento, Boccard haba hecho algo con el chaleco; perono prest mucha atencin, ya que el tiempo apremiaba.

    Recorrimos en silencio las calles en medio de la quietud de la maana; estabacomenzando a llover ligeramente cuando atravesamos la puerta, que acababan de abrir, y apoca distancia de ella encontramos un jardn rodeado de deterioradas murallas. Ese sitioabandonado era el estipulado para el enfrentamiento.

    Ingresamos y divisamos a Guiche y a Lignerolles, que, en impaciente espera de nuestrallegada, caminaban de un extremo al otro por entre los setos de hayas del camino principal.El conde me salud con burlona cortesa. Boccard y Lignerolles se reunieron paradeterminar el lugar de la lucha y las armas.

    La maana est fresca dijo el conde; luchemos, si le parece grato, con los chalecospuestos.

    EI seor no lleva coraza? dlijo, como al pasar, Lignerolles, mientras haca unmovimiento como para palparme el pecho.

    Guiche, con una mirada, le dio a entender que no lo hiciera.

    Nos fueron proporcionadas dos largas espadas. La lucha comenz, y pronto advert queme enfrentaba a un oponente que no slo me aventajaba en agilidad, sino que adems erade total sangre fra. Una vez que hubo puesto a prueba mi capacidad con algunos estoques

    anodinos, como si se encontrara en un saln de esgrima, abandon su actitud descuidada.sta fue sustituida por una mortfera seriedad. Present cuarto y lanz una segunda en untempo acelerado. Mi parada lleg puntualmente; si repeta la misma estocada un poco msrpidamente, me encontraba perdido. Lo vi rer satisfecho, y me hice a la idea de mi final.

    La estocada lleg con la celeridad de un rayo, pero el flexible acero se arque haciaarriba, como si hubiera chocado contra un objeto duro; detuve la arremetida,contraataqu, y atraves con mi espada el pecho del conde, que, seguro de su maniobra, se

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    encontraba totalmente desguarnecido. Empalideci, se torn del color de la ceniza, dejcaer el arma y se desplom.

    Lignerolles se inclin sobre el agonizante, mientras Boccard me apartaba del lugar.

    Circundamos, con gran premura, la muralla de la ciudad, hasta la segunda puertacontando desde aqulla por la que habamos salido; all, Boccard me hizo entrar, en su

    compaa, a una pequea taberna que conoca. Atravesamos el pasillo y nos colocamosbajo una tupida prgola que haba detrs de la casa. En la hmeda maana, todo se veadesolado. Mi amigo encarg vino, que fue trado un rato despus por una posadera mediodormida. Tom, con placer, algunos sorbos, mientras que yo dejaba la copa intacta. Tenalos brazos cruzados sobre el pecho, y hund la cabeza. El muerto me pesaba en el alma.

    Boccard me incit a beber, y una vez que hube vaciado la copa para darle el gusto,comenz a decir:

    Me pregunto si ahora ciertas personas querrn cambiar su opinin acerca de NuestraSeora de Einsiedeln.

    Djame en paz! repuse bruscamente, qu tiene que ver ella con que yo hayamatado a un hombre?

    Ms de lo que piensas replic Boccard, con una mirada cargada de reproche. Aella tienes que agradecerle el que ahora te encuentres sentado junto a m! Le debes uncirio bien grueso!

    Me encog de hombros.

    Incrdulo! grit y, metiendo la mano en el bolsillo izquierdo de mi chaleco, extrajode l, con expresin triunfante, el medalln que acostumbraba llevar al cuello, y que, a lamaana, durante el vehemente abrazo, debi de haberme colocado furtivamente en elchaleco.

    En ese momento sent como si se me hubiera cado una venda de los ojos.

    El medalln de plata haba detenido la estocada que deba atravesar mi corazn. Miprimer sentimiento fue una furiosa vergenza, como si hubiera jugado sucio y como si,para resguardar mi vida, hubiese atentando contra las leyes del duelo. Con ello se mezclabael resentimiento de deberle la vida a un dolo.

    Preferira estar muerto murmure antes que tener que agradecer mi salvacin auna vil supersticin!

    Pero paulatinamente se iluminaron mis pensamientos. Gasparde se hizo presente antemi alma, y con toda la plenitud de la vida. Estaba agradecido por la luz del sol que se me

    volva a regalar, y cuando volv a mirar los ojos felices de Boccard, no pude iniciar unadiscusin con l, aunque lo hubiera deseado. Su supersticin era despreciable, pero suamistosa lealtad me haba salvado la vida.

    Me desped de l cordialmente, y atraves raudo la puerta y la ciudad en direccin a lacasa del almirante, que me esperaba a esa hora.

    All pas la maana en el escritorio, esta vez ocupado en revisar cuentas relacionadascon el aprovisionamiento del ejrcito de voluntarios hugonote que haba sido enviado aFlandes. Cuando el almirante se me acerc, durante una pausa, le ped que me enviase aFlandes, a fin de participar en el ataque y enviarle un informe rpido y confiable acerca dela marcha del suceso.

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    No, Schadau respondi, meneando la cabeza; no puedo permitirle que corra elpeligro de que sea considerado un saqueador y de que muera en la horca. Sera distinto si,una vez declarada la hostilidad, cayera a mi lado. Tengo hacia su padre el deber de nocolocarlo ante otro peligro que el de una muerte digna de un soldado!

    Deba de ser poco ms o menos el medioda cuando el vestbulo se llen de gente de unmodo llamativo, y se oy una conversacin cada vez ms excitada.

    El almirante hizo pasar a su yerno, Teligny, quien le inform que el conde de Guichehaba muerto esa maana en un duelo, y que su padrino, el malfamado Lignerolles, habaordenado que los servidores del conde retiraran el cadver delante de la puerta de SanMiguel. Antes de desaparecer, slo supo decir que su seor haba muerto a manos de undesconocido hugonote.

    Coligny frunci el entrecejo y bram:

    No he prohibido no he amenazado, implorado y conjurado que, en estos tiemposfatdicos, ninguno de nosotros inicie o se mezcle en una discordia que pueda conducir auna resolucin sangrienta? Si bien el duelo es, ya de por s, una accin que ningn cristianoha de cargar sobre su consciencia sin motivos concluyentes, en estos das, cuando una

    chispa puede hacer estallar el barril de plvora que habr de perdernos a todos, constituyeun crimen en contra de nuestros correligionarios y de la patria.

    No levant la vista de mis cuentas, y me sent feliz cuando hube terminado el trabajo.Entonces me dirig a mi posada, e hice llevar mi equipaje a la casa del sastre Gilbert.

    Un hombre enfermizo, de apariencia miedosa, me gui, con grandes expresiones decortesa, a la habitacin estipulada. Esta era grande y bien ventilada y, en la medida en queconstitua la planta ms alta del edificio, dominaba todo el barrio: un mar de techos, cuyasagujas se alzaban hacia el cielo nublado.

    Aqu est seguro! dijo Gilbert con suave voz y, con ello, me arranc una sonrisa.

    Me alegra agregu alojarme en casa de un correligionario.

    Correligionario? susurr el sastre. No hable tan alto, seor capitn. Es cierto quesoy un cristiano evanglico, y si no pueden ocurrir las cosas de otro modo estoyasimismo dispuesto a morir por mi Salvador: pero ser quemado, como ocurri conDubourg en la plaza de Grve! Lo vi entonces, cuando era un pequeo ah, eso meprovoca escalofros!

    No tenga miedo dije, para calmarlo; esos tiempos ya han pasado, y el edicto depaz nos garantiza el libre ejercicio de la religin.

    Quiera Dios que esta situacin se mantenga! dijo, en un suspiro, el sastre. Perousted no conoce a nuestro populacho parisino. Es un pueblo salvaje y envidioso, ynosotros, los hugonotes, tenemos el privilegio de irritarlos. Porque vivimos como personasretradas, virtuosas y honestas, nos acusan de querer apartarnos de ellos por un

    sentimiento de superioridad; pero cielo santo!, cmo es posible respetar los diezmandamientos y no distinguirse de aqullos!

    Mi nuevo hospedero me abandon, y al atardecer me dirig a la casa del consejero delParlamento. Lo encontr completamente abatido.

    Un hado adverso se cierne sobre nuestra causa comenz a decir. Ya lo sabeSchadau? Un distinguido cortesano, el conde de Guiche, fue muerto esta maana en duelopor un hugonote. Todo Pars habla de ello, y pienso que el padre Panigarola no dejarpasar la oportunidad de sealarnos como a una congregacin de asesinos, y de aclamar a

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    su virtuoso protector pues Guiche era un aplicado concurrente a su iglesia como unmrtir de la fe catlica en una de sus efectivas predicas vespertinas Me duele la cabeza,Schadau, y quiero irme a descansar. Permita que Gasparde le sirva el vino esta noche.

    Durante esta conversacin, Gasparde haba permanecido junto a la silla del ancianoseor, sobre cuyo respaldo se apoyaba pensativa. Hoy se vea muy plida, y sus grandesojos azules miraban con profunda seriedad.

    Cuando estuvimos solos, permanecimos en silencio el uno frente al otro durantealgunos instantes. Entonces naci en m la terrible sospecha de que ella, que me habainvitado a asumir su defensa, ahora retroceda horrorizada ante alguien que cargaba conuna muerte. Las singulares circunstancias que me haban salvado y que no poda contar aGasparde sin daar severamente su sentimiento calvinista, turbaban ms mi conciencia delo que la importunaba una culpa de sangre por lo dems leve, segn criterios masculinos.Gasparde intuy que mi alma se encontraba desasosegada, y slo poda encontrar unfundamento para ello en el asesinato del conde y en las desventajas que ese acto acarreabapara nuestro partido.

    Despus de un momento, dijo, con voz compungida:

    As que has matado t al conde?Yo fue mi respuesta.

    Volvi a callar. Entonces se me acerc, con sbita resolucin; me rode con ambosbrazos y me bes apasionadamente en la boca.

    Sin importar lo que hayas hecho dijo firmemente, soy tu cmplice. Has hechoesto por m. Soy yo la que te ha precipitado al crimen. Has arriesgado la vida por m.Querra pagarte con la misma moneda, pero cmo podra hacerlo?

    Tom sus manos y exclame:

    Gasparde, permite que, como hoy, sea tu guardin maana y siempre! Comparteconmigo el peligro y la salvacin, la culpa y la redencin! Acepta que estemos unidos, y que

    seamos inseparables hasta la muerte!Unidos e inseparables! dijo.

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    Captulo sptimo

    Haba transcurrido un mes desde aquel fatdico da en que haba matado a Guiche yconquistado el amor de Gasparde. Trabajaba a diario como escribiente en el gabinete delalmirante, que pareca satisfecho con mi trabajo, y me trataba con creciente confianza.Intua que la intimidad de mi relacin con Gasparde no era para l un secreto, sin que, noobstante, hubiera aludido al asunto con una sola palabra.

    Durante este tiempo, haba empeorado sensiblemente la situacin de los protestantesen Pars. La invasin de Flandes haba fracasado, y el revs se haca sentir en la corte y enel nimo pblico. La boda del rey de Navarra con la atractiva pero frvola hermana deCarlos ensanch la brecha que separaba a ambos partidos, en lugar de superarla. Jeanned'Albret, la madre del navarro, altamente reverenciada por los hugonotes a causa de sumerito personal, haba muerto poco antes de la boda, y se deca que envenenada.

    El propio da de la boda, el almirante, en lugar de asistir a la misa, se puso a recorrer a

    paso lento, de un extremo al otro, la plaza que se encuentra frente a Notre Dame; auncuando habitualmente era muy cuidadoso, dijo entonces una palabra que fue utilizada ensu contra con la ms amarga hostilidad.

    Notre Dame dijo est decorada con las banderas que nos fueron arrebatadasdurante la guerra civil: deberan ser retiradas, y habra que colocar en su lugar trofeoshonrosos!

    Con esto aluda a las banderas espaolas, pero la palabra fue interpretada de un modoerrneo.

    Coligny me envi con un encargo a Orleans, donde se encontraba la caballera alemana.Cuando regres de ese lugar, e ingrese en mi domicilio, vino a mi encuentro Gilbert, con elrostro desencajado.

    Sabe ya, seor capitn se lament que el almirante ha sido herido alevosamentecuando regresaba a su palacio desde el Louvre? No mortalmente, segn se dice; pero a suedad, y con la atribulada ocupacin que pesa sobre l, quin puede saber cmo terminaresto! Y si muere, qu ser de nosotros?

    Me dirig raudamente a la residencia del almirante, donde no fui recibido. El porterome dijo que haba importantes visitas en la casa, el rey y la reina madre. Esto metranquiliz, ya que, en mi ingenuidad, conclu que Catalina no podra haber tomado parteen el atentado si se ocupaba de visitar personalmente a la vctima. Pero el rey, segnaseguraba el portero, estaba enfurecido por el prfido atentado contra la vida de supaternal amigo.

    Entonces dirig mis pasos a la residencia del consejero del Parlamento, a quienencontr en viva conversacin con un personaje llamativo: un hombre de edad madura,cuya vvida gesticulacin delataba al francs del sur, y que ostentaba


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