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Cuadernos de Pensamiento Político nº45. Reseñas · 2014), Henry Kissinger vuelve sobre uno de...

Date post: 07-Sep-2018
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ENERO / MARZO 2015 217 CUADERNOS de pensamiento político A los noventa y un años, en su último libro World Order. Reflections on the Character of the Na- tions and the Course of History (Allen Lane, 2014), Henry Kissinger vuelve sobre uno de los temas favoritos en los años de su actividad aca- démica en Harvard, cuando publicó una tesis doctoral sobre Metternich, Castlereagh y el sis- tema de equilibrio. Era mucho más que una obra de historia o de relaciones internaciona- les, pues contenía interesantes reflexiones sobre la paz, la seguridad y la legitimidad. Las mis- mas cuestiones que Kissinger se planteaba en 1952, cuando el escenario de la Guerra Fría pa- recía haber dejado muy atrás la diplomacia del concierto europeo de naciones, no han pasado de actualidad. De hecho, las retoma en su libro para llegar a una conclusión propia del realismo político: el sistema de equilibrio de las poten- cias, iniciado en la Paz de Westfalia, no debería ser demonizado, tal y como ha hecho la Europa posterior a 1945, que aborreció, como conse- cuencia de las atrocidades bélicas, no solo aquel sistema sino la propia geopolítica. Los capítulos de World Order se estructuran conforme a áreas geopolíticas o culturales: Eu- ropa, el Islam, Irán, China, la India, EE.UU . ... Ló- gicamente, en todos esos capítulos hay amplia cabida para la exposición histórica, pues incluso en el mundo de la era digital los factores geo- gráficos e históricos siguen pesando. De hecho, Kissinger valora positivamente en un analista político internacional, entre otras cosas, el co- nocimiento de la historia y la experiencia, mar- cada por las conversaciones personales junto con las lecturas. Con todo, su experiencia nos advierte de algunos riesgos del momento pre- sente: Internet puede contribuir a minusvalorar la memoria histórica, y tampoco cabe esperar de las redes sociales, presentes en la Primavera Árabe y en otros escenarios, que construyan un nuevo formato de política exterior. No cabe duda de que estas redes han socavado regí- menes autoritarios, aunque no serán determi- nantes a la hora de construir el liderazgo que cada país necesita. Las cautelas y la falta de entusiasmo de Kissinger ante la pantalla plana de un ordenador solo pueden explicarse por la distinción en un capítulo de su libro entre infor- mación, conocimiento y sabiduría. Una distin- ción que no todos saben apreciar en esta era de masas y nuevas tecnologías. World Order mira a menudo a la historia para construir opiniones sobre el presente. Del mismo modo que aquel gran realista llamado George F. Kennan, Kissinger parece tener una cierta nos- talgia de la diplomacia europea del siglo XVIII, con sus alianzas flexibles. Lo malo es que desde finales de ese mismo siglo irrumpieron en la es- cena internacional ideologías combativas, las de las revoluciones y nacionalismos, que no tuvie- RESEÑAS World Order Reflections on the Character of the Nations and the Course of History HENRY KISSINGER Allen Lane. Septiembre, 2014. Tapa dura. 432 páginas.
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CUADERNOS de pensamiento político

A los noventa y un años, en su último libro WorldOrder. Reflections on the Character of the Na-tions and the Course of History (Allen Lane,2014), Henry Kissinger vuelve sobre uno de lostemas favoritos en los años de su actividad aca-démica en Harvard, cuando publicó una tesisdoctoral sobre Metternich, Castlereagh y el sis-tema de equilibrio. Era mucho más que unaobra de historia o de relaciones internaciona-les, pues contenía interesantes reflexiones sobrela paz, la seguridad y la legitimidad. Las mis-mas cuestiones que Kissinger se planteaba en1952, cuando el escenario de la Guerra Fría pa-recía haber dejado muy atrás la diplomacia delconcierto europeo de naciones, no han pasadode actualidad. De hecho, las retoma en su libropara llegar a una conclusión propia del realismopolítico: el sistema de equilibrio de las poten-cias, iniciado en la Paz de Westfalia, no deberíaser demonizado, tal y como ha hecho la Europaposterior a 1945, que aborreció, como conse-cuencia de las atrocidades bélicas, no soloaquel sistema sino la propia geopolítica.

Los capítulos de World Order se estructuranconforme a áreas geopolíticas o culturales: Eu-ropa, el Islam, Irán, China, la India, EE.UU.... Ló-gicamente, en todos esos capítulos hay ampliacabida para la exposición histórica, pues inclusoen el mundo de la era digital los factores geo-gráficos e históricos siguen pesando. De hecho,

Kissinger valora positivamente en un analistapolítico internacional, entre otras cosas, el co-nocimiento de la historia y la experiencia, mar-cada por las conversaciones personales juntocon las lecturas. Con todo, su experiencia nosadvierte de algunos riesgos del momento pre-sente: Internet puede contribuir a minusvalorarla memoria histórica, y tampoco cabe esperarde las redes sociales, presentes en la PrimaveraÁrabe y en otros escenarios, que construyan unnuevo formato de política exterior. No cabeduda de que estas redes han socavado regí-menes autoritarios, aunque no serán determi-nantes a la hora de construir el liderazgo quecada país necesita. Las cautelas y la falta deentusiasmo de Kissinger ante la pantalla planade un ordenador solo pueden explicarse por ladistinción en un capítulo de su libro entre infor-mación, conocimiento y sabiduría. Una distin-ción que no todos saben apreciar en esta era demasas y nuevas tecnologías.

World Order mira a menudo a la historia paraconstruir opiniones sobre el presente. Del mismomodo que aquel gran realista llamado George F.Kennan, Kissinger parece tener una cierta nos-talgia de la diplomacia europea del siglo XVIII,con sus alianzas flexibles. Lo malo es que desdefinales de ese mismo siglo irrumpieron en la es-cena internacional ideologías combativas, las delas revoluciones y nacionalismos, que no tuvie-

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HENRY KISSINGERAllen Lane. Septiembre, 2014. Tapa dura. 432 páginas.

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ron en cuenta las realidades históricas y cultu-rales, tal y como afirmaba Edmund Burke, unode los autores frecuentemente citados por el ex-secretario de Estado. El pensador irlandés arre-metía contra las abstracciones, contra lapretensión descabellada de conocer los meca-nismos de la historia y el vano intento de identi-ficarse con la voluntad del pueblo. Surgió así unmesianismo en Francia que predicaba la revolu-ción permanente y que consideraba que obligara los hombres a ser libres era uno de los rasgosdefinitorios de la fraternidad. No pocos autores,más anglosajones que latinos o germánicos, hanvisto en estos postulados una prefiguración delos totalitarismos del siglo XX. En contraste, lapolítica de equilibrio de Metternich, tan alabadapor Kissinger, conllevaba una defensa de la legi-timidad destruida por la Francia napoleónica. Deahí una de las principales tesis de este libro: sinlegitimidad solo existe una política pura depoder, aunque los gobernantes sigan hablandode equilibrios y contrapesos. El contraste entre eluniversalismo de Metternich y los endebles y co-yunturales sistemas de alianzas de Bismarck esevidente.

No nos equivocamos al creer que Kissinger noparece muy satisfecho con la UE como alterna-tiva al sistema de equilibrio imperante durantetres siglos en Europa. De hecho, considera queel equilibrio de la propia Unión quedó alteradopor la reunificación de Alemania y las conse-cuencias económicas y políticas estarían a lavista. En cualquier caso, muestra su escepti-cismo de realista político al percibir a la UEcomo una especie de híbrido entre Estado yconfederación y concluir que un conjunto denormas y procedimientos administrativos difí-cilmente puede alumbrar una unidad geopolí-tica. Sin embargo, acierta de pleno en queEuropa quiere superar a toda costa su pasadoy no consigue definir su futuro.

Son interesantes los capítulos dedicados alIslam y el orden mundial. Resalta que el isla-mismo político no es muy favorable a ciertos

acuerdos internacionales, pues sus afanes uni-versalistas de expansión religiosa chocan con laidea de un sistema de Estados legítimos y enpie de igualdad. El panislamismo nunca seráwestfaliano, como lo fue en su día el panara-bismo de Nasser o del partido Baas, pues con-sidera ilegítimos por definición a los Estadosseculares. Kissinger atribuye al islamismo polí-tico la caótica situación de Oriente Medio y otraszonas adyacentes. No es casual que otros ana-listas suelan hacer una comparación históricacon la Europa de la Guerra de los Treinta Años,aunque en esta ocasión las luchas sectarias sonlas de suníes y chiíes. Como contraste, Kissingerpresenta a un Estado compacto en la región,que no es otro que Irán. En este caso no eludeabordar las similitudes que se pretenden verentre el acercamiento de la AdministraciónObama a Irán y el histórico viaje de Nixon aChina en 1972. El autor de este libro no terminade ver las semejanzas, pues el Irán islamistaestá menos aislado internacionalmente que laChina de Mao. Pese a todo, Kissinger preconizala cooperación entre Washington y Teherán hastadonde sea posible, porque, a su modo de ver, enIrán se dirime una lucha entre el expansionismoideológico y la tradición de un Estado asentadopor el peso de los siglos. La primera tendenciahace imposible un orden westfaliano, que solopodría llevarse a cabo si prevaleciera el prag-matismo de la segunda.

En el Asia caracterizada por la multiplicidad, elautor ve espacio para un sistema de equilibrio,que tendría que configurarse progresivamente.El filósofo Kautilya (siglo III a. de C.) es conside-rado el Maquiavelo de la India, pero tambiéntiene ciertos rasgos que recuerdan a Clausewitzo al propio Napoleón, con un estilo de estrategiamucho más directo que el chino Sun Tzu, am-pliamente conocido en Occidente. La Indiapuede ser el más westfaliano de los Estados deAsia, pues Nehru, difusor de los principios de co-existencia pacífica y no alineación, marcó lasbases de la política exterior india contemporá-nea. En dicha política Delhi no ha mostrado de-

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masiado interés en promover en el extranjero, ymenos aún entre sus vecinos, la democracia ylos derechos humanos, rasgos fundamentalesde su sistema político. Recordemos que el ReinoUnido también desvinculó su modelo político li-beral de sus intereses nacionales fuera de susfronteras. En cualquier caso, la India podría for-mar parte de una futura balanza de poder asiá-tica. Por el contrario, China lo tiene más difícilporque su tradición diplomática es la de un Es-tado que se consideraba el centro del mundo yvivía rodeado de países vasallos. Ha oteado elhorizonte desde una posición de jerarquía y nole resultará fácil adaptarse a un orden asiáticoregional en el que exista equilibrio de Estados ysoberanías compartidas. Pese a todo, Kissingerreconoce que las cosas han cambiado muchodesde que Mao fomentara la revolución mundialpermanente, pues el pragmatismo de DengXiaoping abrió el camino hacia ciertas perspec-tivas westfalianas. Quizás la voluntad hegemó-nica de China puede ser atemperada con unmayor diálogo y cooperación entre Washingtony Pekín, indispensable también a nivel mundial.Un punto de vista perfectamente explicable enalguien que hace cuatro décadas abrió con suviaje a China la puerta hacia un escenario mun-dial de grandes potencias, en el que EE.UU. se-guiría estando en primera fila.

De obligada reflexión son los dos capítulos de-dicados por Kissinger a EE.UU., cuya principal ori-ginalidad en política exterior es la consideraciónde que sus principios de orden doméstico sonuniversales y deben difundirse más allá de susfronteras. El resultado es una diplomacia muy di-ferente a las europeas: la de un imperio de la li-bertad, lo que hace de EE.UU. una superpotenciaambivalente. Comprobamos que la cuestiónplanteada entre los norteamericanos hace dossiglos sigue vigente: ¿los principios de la liber-tad deben ser impuestos por la fuerza o solodeben de servir de modelo a imitar por otrospueblos? Es el mismo debate planteado entrelas políticas exteriores de George W. Bush yObama, aunque Kissinger desaprobaría los re-

sultados de ambas, ya fuera en Irak, Afganistán,Libia o Egipto. Pero no es el exsecretario de Es-tado un realista carente de principios, aunquetampoco se identifica con el idealismo políticoinaugurado por Woodrow Wilson, padre de la So-ciedad de Naciones. A Kissinger le agrada más,aunque esto escandalizaría a muchos políticos eintelectuales europeos, la figura del republicanoTheodore Roosevelt (1901-1909), galardonadocon el Nobel de la Paz por su mediación en laguerra ruso-japonesa, pero también un defensordel sistema de equilibrio en las relaciones inter-nacionales. Es muy probable que si Roosevelthubiera sido presidente durante la I Guerra Mun-dial, habría suscrito algún tipo de armisticio conla Alemania del Kaiser, no consintiendo en su de-rrota total por las consecuencias del vacío polí-tico subsiguiente. Una tesis coincidente, porcierto, con la expresada por un gran realista, Ge-orge F. Kennan, en su libro American Diplomacy(1950). En cambio, triunfó el idealismo wilso-niano, plasmado en el sistema de seguridad co-lectivo de la Sociedad de Naciones. TeddyRoosevelt, como el propio Kissinger, desconfiabade la eficacia de las organizaciones internacio-nales y creía, por el contrario, en las alianzas tra-dicionales. Pocas semanas antes de su muerte,a comienzos de 1919, el expresidente republi-cano manifestaba públicamente su escepticismoante una Sociedad, aún no constituida, en la quelas ovejas quedarían a merced de los lobos.

Seguramente estas referencias históricas, asimi-ladas en plena Guerra Fría, llevaron a Kissinger,el académico de Harvard, a defender las virtu-des del equilibrio internacional. El conflicto deCorea, con todos sus riesgos de conflagraciónnuclear, le había hecho reflexionar sobre el ob-jeto de la guerra: ¿basta con detener la agresióno hay que aspirar a una completa victoria militarcomo en otros tiempos? Cuando el concepto devictoria se eclipsa, y esto sucede más aún ennuestros días, triunfan las ideas de equilibrio.

Con todo, Kissinger matiza en diversas ocasio-nes que él nunca ha sido partidario de la política

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La Monarquía según Jon JuaristiJON JUARISTIA cuerpo de Rey. Monarquía accidental y melancolía republicanaPlaneta (Colección Ariel). Noviembre, 2014. 192 páginas.

Al introducir su A Cuerpo de Rey, Jon Juaristida cuenta de una audiencia con Don Juan Car-los que fue terrible o patética según se mire olas dos cosas a la vez. Fue, él mismo lo dice, un“chorreo” cuya consecuencia fue su abandonode la dirección del Instituto Cervantes. Esto eralo que exigían los partidos nacionalistas. Eranlos tiempos de las movilizaciones de ¡Basta Ya!

y en la azarosa historia del apaciguamientoante el soberanismo periférico, la separaciónde Juaristi de la iniciativa pública que pone envalor el español merecerá al menos una nota apie de página.

Lo que abrió la caja de truenos fue que a Jua-risti le dio por decir en vísperas de una de estas

pura de poder. La legitimidad no puede diso-ciarse del poder, y mucho más en nuestros díasen la que la opinión pública se expresa confuerza por la influencia de las nuevas tecnolo-gías. El exsecretario de Estado propone, aunquesin concretar demasiado, una modernización delsistema de equilibrio no ya con alcance europeosino mundial. El orden mundial ideal para elautor sería el de unos Estados que observaranreglas y procedimientos comunes, tuvieran sis-temas económicos liberales, respetaran las so-beranías de los Estados y fomentaran modelosdemocráticos de gobierno. Lo cierto es que esteorden ideal está lejos de ser real en un escena-rio marcado por una anarquía derivada de laproliferación de armas de destrucción masiva,la emergencia de Estados fallidos, los genoci-dios o la degradación medioambiental. Las re-cetas para estas situaciones no vendrán para elautor de políticas idealistas, de corte kantiano owilsoniano, lo que equivale a proclamar algobien conocido: Kissinger es escéptico respecto alas organizaciones internacionales y al conside-

rar que el universalismo tiene sus límites, pre-fiere los acuerdos políticos puntuales. Dichosacuerdos surgirán de la cooperación entre Esta-dos, pese a sus sistemas políticos divergentes,que habrán de concertarse para mitigar amena-zas de alcance global. Esto se ajusta a la per-cepción histórica que Kissinger tiene de la Paz deWestfalia o del Congreso de Viena: los acuerdosinternacionales resultantes fueron una acomo-dación a la realidad que tenía en cuenta los in-tereses de las otras potencias para alcanzar asíun equilibrio general de poder. Sin embargo,nuestro mundo, salpicado de realidades con-tradictorias, está lejos de haber alcanzado lamultipolaridad de otros tiempos. El sistema in-ternacional evolucionará a lo largo del siglo XXI,aunque no sabemos si guardará relación con losmodelos históricos del pasado. En cualquiercaso, cabe apuntar que difícilmente se cons-truirá un orden mundial si antes no se consoli-dan los respectivos órdenes regionales.

ANTONIO R. RUBIO PLO

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manifestaciones antiabertzales que se iba acelebrar en San Sebastián que había que rom-per el tabú que impedía la presencia de la ban-dera nacional en las protestas cívicas contralos atentados de ETA. Dijo que por sí sola, sinuna bandera nacional al lado, la ikurriña era labandera del nacionalismo vasco, del PNV y deETA. Está claro que no se puede decir lo obvio.Los partidos nacionalistas, vascos, catalanes ygallegos, montaron en cólera en el cielo y exi-gieron su destitución del Cervantes.

Juaristi, menudo es él, se mantuvo en sus trecey se negó a dimitir. Es más: metió más sal enla herida que había abierto en la sensibilidadsoberanista reafirmando sus declaraciones,negro sobre blanco, en una Tercera de ABC.José María Aznar, otro que tal y que le habíanombrado, se negó a cesarle. La bronca subióde tono e intervino el Rey. Juaristi fue citado deun día para otro por La Zarzuela. La audienciaestuvo intercalada por largos silencios y co-menzó de manera tensa.

— “¿Qué vamos a hacer con nuestro PaísVasco, Jon?” –preguntó [Don Juan Carlos] depronto–.— “¡Un país tan bonito! ¡Figúrate: San Se-bastián…!”. —“Mal empezamos, Señor” –repuse–. “Soy deBilbao”.

Me parece un diálogo desesperante. Es increíbleque la corona constitucional de una sociedadavanzada tenga que mantener conversacionesque son tan incómodas como banales. De la su-blime función de representar la Nación y velarpor el correcto funcionamiento de sus institucio-nes se pasa a la ridiculez de tener que interveniren el encontronazo de un patio de vecinos avi-nagrados porque el sentido común y la sociedadcivil y civilizada brillan por su ausencia. Nadie ensu sano juicio duda de que el oficio de ser Reyde España sea inmensamente difícil. Lo quecuenta Juaristi lo plasma a la perfección.

Entre 2002 y 2004, primero como director dela Biblioteca Nacional y luego al frente de laCervantes, Juaristi tuvo un frecuente e intensotrato con el Rey y su familia. Dice que el tratodispensado fue “extraordinariamente cordial”.La amabilidad debió ser sorprendente para al-guien nacido en una familia en la cual nadiesimpatizaba con la monarquía con la excep-ción de dos tías abuela que “a punto ambasde cumplir un siglo, se fueron a la tumba vír-genes (en la opinión general) pero enamora-das de Alfonso XII”. Es así como se recorta eltoro al comienzo de una faena para que entrecon suavidad a la muleta, que Juaristi co-mienza A Cuerpo de Rey.

Por esa extraordinaria cordialidad, manifestadaa lo largo de muchos viajes oficiales y sobretodo por la Reina Sofía y por el entonces Prín-cipe de Asturias, el “chorreo” real fue tan terri-ble y patético. Cuando se escriba con serenidadla particular historia de lo difícil que es reinaren la España, la estúpida manera en la cualDon Juan Carlos se vio obligado a humillar alDirector del Instituto Cervantes merecerá algomás que una nota a pie de página. ¿Para apa-gar tales fuegos menores, se ha de tener unamonarquía constitucional?

Juaristi ha escrito un libro muy personal sobrela Corona porque recorre muchos de sus de-monios particulares. Su abuelo paterno fue“el primer nacionalista vasco de la familia yuno de los primeros de la historia” y no tenía,por lo tanto, ninguna lealtad a la dinastía al-fonsina, ni a la carlista ni al ideal republicanoporque estas constituían distintas formas deser español. Juaristi advierte que hay quetener muy presente que “el nacionalismovasco no es republicano ni monárquico, sinotodo lo contrario”. Este es el laberinto y bucleancestral que recorre su obra y se hace pre-sente también en este libro. Las circunstan-cias del autor aseguran, como mínimo,originalidad a la hora de abordar el asunto dela monarquía.

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A Cuerpo de Rey es un largo ensayo muy erudito,como cabe esperar, y el libro –a esto Juaristi tam-bién nos tiene acostumbrados– está lleno deflashes frikis que dan fe del iconoclasta e irónicosentido del humor que acompaña su enciclopé-dica sabiduría. Lo que ocurre cuando uno co-mienza a leer a Juaristi sobre un tema que creeconocer bastante bien, es que viene el bueno deJon subiéndose por ramas que uno desconocíay viendo por ello más lejos. Uno agradece muchoque imparta sus conocimientos con una maravi-llosa gracia, yo diría que con ternura.

Prueba de sus malabarismos es lo bien que selo pasa Juaristi, y por supuesto el lector, conlos visigodos y su corona competitiva querodeó de asesinatos a las sucesiones reales.En una clásica imagen made in Juaristi, el autordice que la monarquía electiva de los godosera lo más parecido en la vida real a la serieJuego de Tronos. Ensaya una hermenéuticapara el “mártir” Hermenegildo, que intentóusurpar a su padre Leovigildo y que “inspira-ría” la conversión al catolicismo de su hermanoRecaredo y, aprovechando que el Pisuergapasa por el III Concilio de Toledo, le da un hila-rante repaso al pobre cardenal Cañizares quese adentró en estos brumosos y espinosos re-latos en su discurso de ingreso en la Academiade la Historia. El nacionalcatolicismo a lo Ca-ñizares, que busca sus fuentes en los hijos deLeovigildo es una particular bête noir del autor.

El tema central de A Cuerpo de Rey es la de-construcción de la “normalidad” de la Corona,palabra que emplea Mariano Rajoy al anunciarel cambio en la jefatura del Estado, y de su “es-tabilidad”, palabra que utiliza Don Juan Carlosal anunciar su abdicación para definir la “señade identidad de la institución monárquica”.Juaristi, cuyo libro lleva como subtítulo Monar-quía accidental y melancolía republicana, dis-cute ambos conceptos.

Afirma que ninguna sucesión real “se ajusta alas previsiones oportunistas que parten de un

funcionamiento ‘normal’ del sistema” y encuanto a la estabilidad, se pregunta “¿desdecuándo?”. La seña de identidad de la instituciónmonárquica es la continuidad, no la estabilidad.

La prolongación de la Corona –el rex quondam,rexque futurus que la leyenda inscribe sobre latumba del rey Arturo– surge de la sacralidadque se atribuye a quien encarna la institucióny de ahí la consagración del monarca en In-glaterra. “Ni toda el agua del áspero mar/puede quitar el óleo a un rey ungido” dice elRicardo II de Shakespeare a punto de ser de-puesto. Ya con la Reforma, la Corona inglesapasa a ser cabeza de la Iglesia Anglicana yaunque muere en el patíbulo, Carlos I Estuardoserá rey una vez, y rey para siempre.

En España, Recaredo introdujo el principio he-reditario junto con la unción –“desde que se leempezó a ungir”, apunta Juaristi, “el cuerpo delrey dejó de ir a la tumba cosido a puñaladas”–,pero la consagración de la monarquía hispá-nica ni tuvo ni tiene la misma solemnidad. Ydesde hace doscientos años la Corona espa-ñola no goza de estabilidad. No han sucedidocon “normalidad” quienes la encarnan. ¿Hastaahora? –esta es la cuestión.

La “Monarquía accidental” –que se manifiesta enla sucesión de Fernando VII (que ordenó decorarla Plaza de Oriente de reyes godos), la de IsabelII y la de Alfonso XIII– tiene una narrativa muyobvia. Miguel Maura aconsejaba a los monarcastener muy lejos a los palaciegos y muy a manoel equipaje para salir con prisas. Igual de enten-dible es la persistencia de la “melancolía repu-blicana”. Es la añoranza por lo que pudo ser yno fue: la democracia liberal de la Agrupación alServicio de la República, el triunfo de los sóvietsde la izquierda largocaballerista o las ambicio-nes de la confederación de repúblicas ibéricasque propugnaba la periferia. Sobreviene ahora, yel zapaterismo tuvo mucho que ver con ello, unanueva “melancolía republicana” que es la de los“nietos” y es tan sectaria como ignorante.

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Frente a ello tenemos a un Príncipe de Astu-rias, nacido en España y con un largo aprendi-zaje para ser Rey constitucional, que heredacon “normalidad” y en clave de “estabilidad”, asu padre que hasta antes de ayer fue unáni-memente popular. Juaristi, acabamos de ver,contradice esto mismo y Felipe VI haría bien enno fiarse de la continuidad. Ni España es elReino Unido, ni él es el Príncipe de Gales.

Al morir Franco, Don Juan Carlos salió campe-chanamente a la calle, y aquí Juaristi cita alprofesor Santos Juliá, “en busca de lo únicoque podía darle en cuanto a Rey larga vida: laaceptación y el calor popular”. A juicio de cual-quiera (Don Juan Carlos “motor del cambio”,“parapeto frente a golpistas”, etc.) lo consiguió.Los socialdemócratas del PSOE, por no hablarde los comunistas de Santiago Carrillo, se con-virtieron en juancarlistas, es decir, en monár-quicos accidentales. La Corona instaurada porla Dictadura sorprendió a la izquierda cuandoactuó de puente hacia la Democracia. Lo quedemostró fue su “utilidad”.

Al comienzo de un nuevo reinado se manifies-tan, por regla general, los descontentos que seacumularon en el anterior. Lo normal es que seaproveche el vacío de poder como desahogo ycomo advertencia al heredero. Este es el casoaquí y ahora. El campo para la bronca estababien abonado cuando Don Juan Carlos anun-ció su abdicación.

El reto de Felipe VI es mucho más complejoque el que tuvo su padre en 1975. Promoverlas libertades y el pluralismo político es unasunto lineal cuando se tienen las palancas

para hacerlo y Don Juan Carlos las tuvo con losjóvenes reformistas del franquismo. Sin em-bargo no hay una varita mágica para detenerla devaluación interna, reducir drásticamenteel paro, frenar la corrupción y convencer a mi-llones de catalanes de que España no les roba.Inaugurar la democracia en un país prósperoque lo demanda es relativamente fácil cuandose cuenta con amplios poderes para hacerlo.Renovarla a golpe de ejemplaridad (el único re-curso que tiene una corona constitucional) esuna tarea muy ardua.

Por si esto no fuera poco, Juaristi disfruta pre-sentando al lector la idea de la “burguersería”que tiene la referencia directa a la hambur-guesa o el burger. Se acabaron los tiempos deuna burguesía que amontonaba patrimonio,lanzaba a su prole hacia lo alto de la pirámidesocial y acudía a la Corona para ennoblecerse.Hoy estamos ante una nueva clase, la del bur-ger, el T-shirt y los ripped jeans, titulada por launiversidad masificada y subretribuida. Su ac-tividad remunerada en caso de haberla serádiscontinua, temporal y precaria. La Coronaque tuvo su mejor aliado en las ansias aspira-cionales de las gentes con oficio y sentido delnegocio, ¿qué hace ahora?, ¿se convierte enun Burger King?

Esta es la traca final de un A Cuerpo de Reylleno de fuegos artificiales y de hogueras rea-les. Bilbaíno de los pies a la cabeza, a Juaristile tiene que seguir doliendo el “chorreo” realde hace diez años. Sus agridulces reflexionessobre la monarquía no tienen desperdicio.

TOM BURNS MARAÑÓN

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España y Cataluña. Historia de una pasión

HENRY KAMENTraducción de José C. Vales.La Esfera de los Libros. Madrid, 2014. 312 páginas

No se trata de un libro de historia, sino de unaserie de reflexiones, una “meditación a vuela-pluma”, un análisis sin pretensiones académi-cas, por más que Henry Kamen acuda a ladocumentación fáctica y a ensayos de historiade colegas para apuntalar su pensamientosobre el presente de las relaciones entre Cata-luña y el resto de España.

A pesar de que España y Cataluña. Historia deuna pasión presenta como tema nuclear los su-cesos acaecidos en los años que van de 1701a 1714, esto es, la Guerra de Sucesión Espa-ñola, ese conflicto internacional que concluyócon la firma del Tratado de Utrecht y la instaura-ción de la Casa de Borbón en el trono de Es-paña, en su intento de comprender la mitologíagenerada en torno a los hechos de 1714, HenryKamen se enrama en distintos temas colaterales.

Una docena de ensayos en total, que empiezancon el titulado Un solo pueblo, en donde intentacomprender los orígenes de las complejas rela-ciones entre Cataluña y el resto de España, apartir de la unión de las coronas de Castilla yAragón con los Reyes Católicos para formar una‘España’ que “no implicaba unidad política deningún tipo”. Y termina con el titulado Las fic-ciones del separatismo, en donde Henry Kamencritica la ausencia de debate público en rela-ción a la posible secesión de Cataluña respectoa España, la desinformación generalizada y sis-

temática que ofrecen la Generalitat y otros or-ganismos oficiales o paraoficiales a través desus páginas web, la deliberada intención deconfundir a la población por la publicidad ofi-ciosa que se da a los “referendos ficticios (irre-gulares, no oficiales y no legales)” que han sidollevados a cabo en distintos municipios desdediciembre de 2009, y señala el sucinto comen-tario que ha hecho Europa en relación a la po-sible secesión, así como la incertidumbreeconómica que generaría. Y entre estos dos, en-sayos sobre el descubrimiento de América, elpapel de la Inquisición en Cataluña, el mito de1714, el papel de la lengua y de la economíacomo fuentes de fricción.

Especialmente importantes para comprendercómo se forjaron los mitos nacionalistas son loscapítulos 6 y 7, titulados “El mito de 1714” y“¿Una nación dentro de una nación?”. Y juntoal historiador y profesor universitario, que escri-bió una tesis doctoral en Oxford sobre la Gue-rra de Sucesión, aunque solo posteriormente seinteresó por los hechos en Cataluña, cabe pre-guntarse: ¿constituyó el 11 de setiembre de1714 un hecho realmente importante en la his-toria de Cataluña?; ¿fue, como pretende la his-toriografía nacionalista, el inicio de la concienciade nación catalana?

Según algunos historiadores, la Constitución de1812 sustanciaba una “nación [España] que

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hasta entonces solo había sido una aspiración”,pero esa especie de fundación mítica no ter-minó de cuajar. No obstante, elegidos por susciudades natales, los diecisiete diputados ca-talanes que participaron en las Cortes de Cádiz,por más que velaran por los intereses de su pro-pia región e incluso consideraran la posibilidadde restaurar los privilegios perdidos en 1714,actuaron en nombre de España, igual que susancestros habían hecho cuando los catalaneslucharon como españoles en las guerras fron-terizas con Francia del siglo XVII.

Pero años después, inmersos en la corriente ro-mántica europea del siglo XIX, los regionalistascatalanes empezaron a pensar en fundar unmito propio que adquirió forma en el movi-miento conocido como Renaixença que, segúnJosep Llobera, citado por Kamen, fue posiblepor la confluencia de cinco circunstancias: “Unfuerte potencial étnico-nacional, el atractivo delmodelo del nacionalismo romántico, una prós-pera sociedad civil burguesa, un Estado espa-ñol ineficiente y débil, y una fuerte Iglesiacatalana”. A su vez, y poco después, los inte-lectuales “modernistas” crearon un proyecto cul-tural que, a través de la cultura francesa, buscóinspiración fuera de España. En ese contextoempezaron a forjarse los mitos de los que senutriría el nacionalismo político hasta el día dehoy. Mitos que, como señala el historiadorKamen, no siempre se ajustaban a hechos his-tóricos y que, en algunos casos, hasta los tergi-versaban y falsificaban. Mitos que, doscientosaños después de los acontecimientos, y a faltade otro momento histórico crucial, se centraronen la derrota de 1714 para, desde ahí, refor-mular el pasado.

Según la versión “regionalista”, la Guerra de Su-cesión, un conflicto internacional que se generóal morir el último representante de la Casa deHabsburgo y que terminó con la firma del Tra-tado de Utrecht y la instauración de la Casa deBorbón en el trono de España, pasó a ser con-siderada como “guerra de secesión de Cataluña

de España”. El mito se fue articulando con otrossubmitos: todos los catalanes habrían actuadoa una en contra del rey Borbón; los rebeldes ha-brían querido alejar “el peligro del absolutismocentralista francés” y los catalanes que, su-puestamente, los habrían tenido como aliados,fueron abandonados a su suerte por los ingle-ses; la burguesía mercantil, que tenía como pro-yecto construir una nación como Inglaterra uHolanda, habría visto frustradas sus aspiracio-nes; y se habría querido convertir a Rafael deCasanova en héroe nacional.

Lo cierto es que el mito tenía poca fundamen-tación histórica, como confirman los ensayosacadémicos y documentos consultados porHenry Kamen. A saber, una parte sustancial deCataluña, el cincuenta por ciento o más, apoyóa Felipe V, por más que el hecho haya sido bo-rrado de los libros de Historia de los escolares;los rebeldes de 1714 fueron “firmes partidariosde la unidad de España, que ellos entendíanque representaba el reconocimiento de un rey(Carlos III) y de una nación con territorios autó-nomos que preservaban sus constituciones his-tóricas”; el rey Borbón no decidió construir laciudadela; por más que los nacionalistas afir-men que los opresores actuaron en contra de lalengua catalana, “todos los historiadores haninsistido en que semejante prohibición jamásexistió; los británicos, que no ingleses, puestoque en 1707 ya se había formado el Acta deasociación y unificación de Inglaterra y Escocia,nunca abandonaron a los catalanes, puestoque en el llamado Pacto de Génova, firmado porel enviado británico Mitford Crowe, un hombrede negocios que había residido en Barcelona, ylos catalanes Antoni Peguera y Domènec Perera,Inglaterra no se comprometió con ninguna obli-gación y, ni mucho menos, prometió “salvar lesllibertats catalanes”, como se afirma en una pá-gina web; en cuanto al gran héroe nacional, Ra-fael de Casanova, se recuerda que “fue elprincipal responsable de la muerte de miles decatalanes durante el asedio porque insistió enuna política de ‘resistir hasta la muerte’, a pesar

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de que él, que fue levemente herido, se refugióen su casa en donde vivió tranquilamente du-rante unos cuantos años.

La cuestión fundamental es que las falseda-des no solo forman parte de programas departido o de organizaciones independentistas,sino que son proyectadas desde organismosoficiales, desde los medios de comunicacióny, por desgracia, aunque Henry Kamen no seadentre en este tema, desde los programascurriculares de las escuelas. Y si bien, comoseñalan los antropólogos, los mitos puedenser “los motores más poderosos de la Histo-ria de la Humanidad”, lo cierto es que losmitos del nacionalismo catalán se erigen nocomo una construcción ideológica y políticabasada en interpretaciones tergiversadas e in-teresadas de la realidad, sino como unaforma de articular una ideología y una prác-tica política destinada a anular a quienes nose sumen al mito, esto es, España y todos loscatalanes que no comulguen con ese pensa-miento único.

Henry Kamen se interesa por la mitologizaciónque ha hecho la historiografía y la política na-cionalista de los acontecimientos históricos.Aborda los temas sin prejuicios. Anota y señalala manipulación, al tiempo que expone una vi-sión bastante más próxima a la realidad histó-rica. Es demasiado respetuoso, en mi opinión,con los nombres, porque en muchas ocasionesel lector no sabe a quién pertenece la cita quecuestiona o critica. Quizás para no entrar en per-sonalismos que, en las circunstancias presen-tes, podrían ser interpretados como provocación,quizás porque no tiene intención de poner anadie contra la pared. Es implacable, no obs-tante, a la hora de desmontar manipulaciones ytergiversaciones, de señalar la falta de ética y latergiversación histórica que llevan a cabo los or-ganismos y medios de comunicación.

Libro imprescindible como referente para des-enredar el nudo en que el independentismo hasituado a la sociedad española.

LEAH BONNÍN

Después del muroAlemania y Europa 25 años más tarde

J.M. MARTÍ FONTGalaxia Gutenberg, Colección Ensayo, 2014. 256 páginas.

A lo largo de la historia hay situaciones quemarcan un antes y un después y configurannuestra realidad durante décadas. Dentro denuestra historia reciente, la caída del Muro deBerlín el 9 de noviembre de 1989 supuso loque el autor austriaco Stefan Zweig llamaría

uno de los “momentos estelares de la huma-nidad”. Ese día la historia se aceleró y pro-vocó el principio del fin de Imperio soviético.Han pasado ya 25 años del final de la GuerraFría, del regreso de la geografía como factordeterminante y de la vuelta de Alemania al

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centro del tablero del continente europeo. Eneste periodo, Alemania se ha visto obligada avivir un doble proceso: el de su propia reuni-ficación y el de saber qué papel quiere des-empeñar en la esfera internacional.

Para tratar de poner luz a estas y otras cues-tiones sobre la sociedad alemana, nos llegaahora esta obra de quien vivió de primeramano este proceso de cambio como corres-ponsal en Alemania del diario El País entre losaños 1989 y 1994, J.M. Martí Font, quien yapublicara anteriormente el libro El día queacabó el siglo XX (Barcelona: Anagrama,1999), en el que realizaba una meticulosacrónica de los acontecimientos que tuvieronlugar en torno a la caída del Muro. En Des-pués del Muro. Alemania y Europa 25 añosmás tarde, Martí Font nos aporta una mayorperspectiva histórica y aborda los temas quetienen una mayor relevancia para el presentede Alemania, tales como el envejecimiento delpaís, las diferencias económicas y socialesentre el Este y el Oeste, el cambio de modeloenergético, o su papel de liderazgo dentro dela Unión Europea.

Si bien el proceso de reunificación fue rápidoy ejemplar en lo político, no está siendo tanbrillante en lo económico. Desde 1990 hansido necesarios dos billones de euros a travésdel impuesto de solidaridad y 560.000 millo-nes en ayudas directas a los cinco Länder delEste de Alemania. Al margen de las desigual-dades existentes entre el Este y el Oeste, elgran mérito de estos 25 años es el queapunta el politólogo Ernst Hillebrand sobre que“este país está a gusto consigo mismo y nuncalo había estado”. Tras los numerosos conflictossufridos a lo largo del siglo XX, el país viveahora un “patriotismo relajado”, alejado del en-frentamiento de épocas anteriores. Ya no es ne-cesario recurrir a la deutchstum orgullosa quereivindicaban autores como Martin Walser yque generaron algunas tristes consecuencias,dilema que Marcel Reich-Ranicki explicaba

como “Wagner era el mayor antisemita de lacultura alemana pero Tristán e Isolda es lamejor ópera del mundo”. En la actualidad,como afirma el propio Hillebrand, “Alemaniaha hecho un buen trabajo modernizándose,ha digerido la reunificación y lo ha hecho deuna manera bastante decente. Alemania estáen paz consigo misma”.

El mejor ejemplo de esta realidad no es otroque la ciudad de Berlín. La nueva capital de laAlemania unificada, y que fuera anteriormenteel epicentro de la mayor parte de los conflic-tos del país, ha sufrido una serie de cambiospara adaptarse a la nueva realidad. A pesarde ello, Berlín se esfuerza por no olvidar supasado y muestra sus heridas a la multitudde turistas que cada año visitan la ciudad enbusca de vestigios de la época del Muro. Paraello la Fundación del Muro de Berlín se en-carga de proteger y conservar los restos, deexplicar la historia y de recordar a sus vícti-mas. El director de este centro, el historiadorAxel Klausmeier, reconoce que se están be-neficiando del boom turístico que atraviesaBerlín y que el año pasado más de 850.000personas visitaron la fundación con la inten-ción de saber más acerca de la ciudad queya se conoce como “la Pompeya del siglo XX”.

A pesar de este éxito en lo turístico, Berlínsigue mostrando deficiencias en lo econó-mico. Con una tasa de paro que dobla la deotras ciudades de Alemania, la ciudad arras-tra un déficit de infraestructuras que lastra sudespegue económico. El mejor ejemplo deesto es la falta de un aeropuerto acorde conlas necesidades de una gran capital europea.Las autoridades son conscientes de esta si-tuación desde hace tiempo y ya decidieron enel 2006 la construcción del nuevo aeropuertoBerlín-Brandemburgo (BER), también cono-cido como Willy Brandt. Sin embargo, la solu-ción tarda en llegar, puesto que los retrasos sesuceden y mientras que las obras debíanestar terminadas a finales de 2011, una serie

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de errores han impedido que la inauguraciónhaya tenido lugar, y actualmente se desco-noce su fecha concreta de apertura, con loque esto supone de pérdida de imagen sobrela capacidad organizativa de la capital delpaís más importante de la Unión Europea.

Por otra parte, en el conjunto del país crece labrecha social y la desigualdad, con más de7,4 millones de alemanes empleados en loque se conoce como minijobs, y la vuelta alpluriempleo, una situación que parecía olvi-dada décadas atrás, con 2,6 millones de ale-manes que viven en esta necesidad. Estaprecarización de las condiciones laborales ini-ciada con la Agenda 2010 del canciller so-cialdemócrata Gerhard Schröder, pone enpeligro el futuro de varias generaciones yagrava el principal problema del país, que noes otro que el demográfico. Desde la puestaen marcha de la Agenda, Alemania cuenta conun millón y medio de habitantes menos, conuna perspectiva que indica que para el año2060, el país podría haber perdido el 19% desu población, quedando únicamente en 66millones. El Gobierno de la gran coalicióntrata de frenar esta situación de Schrumpf-nation Deutschland (la menguante naciónalemana) a través de varias mejoras en lasayudas a la natalidad y de una transforma-ción del modelo cultural para facilitar la con-ciliación de las mujeres entre su vida laboraly familiar. El otro gran pilar en el que se debesostener este rejuvenecimiento del país pasanecesariamente por el de la inmigración. Sonmuchos los jóvenes europeos que pueden lle-gar a Alemania a ocupar trabajos cualificadosactualmente sin cubrir, y para ello las leyescomunitarias facilitan el movimiento internoentre las fronteras de la UE.

En cuanto a lo referido a la escena interna-cional y según palabras del autor, “la crisiseconómica y financiera ha empujado a Ale-mania a ejercer un liderazgo que no deseaba

y que no puede esquivar”. Es conocida la afir-mación de que Alemania es demasiadogrande para Europa, pero demasiado pe-queña para el mundo globalizado del sigloXXI. A diferencia de países como Francia oReino Unido, carece de una agenda clara paratemas de geopolítica, y centra sus esfuerzosen su agenda interna. La propia sociedad esreacia a un mayor militarismo del país, reali-dad que ha sido criticada recientemente porla ministra de Defensa, Ursula von der Leyen,o por el propio presidente federal, el pastorprotestante Joachim Gauck, quien ve esta si-tuación como “un defecto de falta de con-fianza en nosotros mismos”, llegando aafirmar que “la sociedad debe liberarse de loscomplejos heredados del pasado nazi”. En elmismo sentido, el que fuera ministro de Exte-riores por el partido de Los Verdes, JoschkaFischer, también lamenta que los alemanes“nunca hayan tenido una conversación seriasobre el destino de la Alemania reunificadaen Europa”.

Es una obviedad decir que Alemania mira ac-tualmente al Este de Europa. La recuperaciónde “este Hinterland comercial ha sido unabendición para Alemania”. Atrás quedó laépoca de la República de Bonn en la que senegaba todo lo que llegara de más allá del ríoElba. Actualmente, “Alemania contempla consatisfacción la transformación de los paísesdel bloque soviético que entraron en la UE ymira con preocupación a los que se queda-ron fuera”. El centro de poder de Europa seha desplazado a Berlín. De cara al futuro, aAlemania le corresponde decidir si deseatomar la iniciativa para el modelo de la UniónEuropea o apuesta por la parálisis. Según pa-labras de Martí Font, el país “ha demostradosu capacidad para adaptarse a los cambios ydar voz a opinión pública plural e informada.A Berlín le falta solo el deseo”.

ROBERTO INCLÁN


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