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Cuentos de Rebeldes y Vagabundos Gorki

Date post: 20-Jul-2015
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CUENTOS DE REBELDES Y VAGABUND OSMAXIM0 GORKI

@ 39998. EMPRESA EDITORA NACIONAL QUIMANTU LIMITADA. Avenida Santa Maria 076 Casilla 10155 Santiago de Chile. Primera EdiciBn, 1972. Director DivisiBn Editorial: Jaaquin GutiCrpez M. Jefe Departamento Editorial: Lucian0 Rodriqo C. ProyectB la edici6n: Renalo Andrade A. Diselio de portada: Maria Angelica Pizmro.

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PROLOG0

GORKI: PERSONATE DE GORKI Mixinio Gorki fue uii autor muy leido en el mundo entero y tambiin por generaciones de chilenos durante la prirnera mitad del siglo XX. Influy6 sobre algunos de nucstros cscritores niis notables. Pcro iguailmente sobre muchos simples lectores, quicnes advirtieron en su obra algo peculiar quizis porque era demasiado verdadera. Pintaba escenas de la vida airada, 10s dolores de 10s vencidos, de iesos que tienen todas las batallas perdidas, salvo tal vez la iiltima. Describia de prefierencia ias penurias crephxlares de 10s desamparados, de las gentes trampeadas y caidas. A pesar de todo, en el espesor de la niebla, solian divisarse ciertos claros. Alglin personaje y en primer tkrmino el autor no olvidan murmurar de vcz en cuando la palabra maiiana. Form6 parbe de nuestras ividas lecturas de muchachos. Podemos dar fe de que conmovia enormemente. En 10s Gltimos aiios su boga decreci6. Pero, a1 parecer, Gorki no es un mamut antediluvian0 sino un rio que 3e

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convierte por uii tieiiipo en corriente subterriiica > lucgo reemerge a flor de suelo para conocer SLI nombre una nueva primavera. Hace poco vimos su novela La Madre puesta en escena por d Ituch, a travks de la versi6n teatral (de Bertolt Brecht, con esa mlisica magnktica y las canciones traspasadas por un ritmo de batalla que compuso Eider. Envolvi6 durante un moinento la sala un sentimiento movilizador y corri6 por ella un escalofrio. Dieron ganas de hacer algo. El iiicnsaje clc Gorki estaba vivo, presentc. Llegaba a1 p6blico de 1970. Entregaba a1 espectador sensible, sobre todo a 10s jbvenes, un llamado a1 combate. Se lles aclaraba un tanto el porque, hacia d6nde clebian dirigirse. En Chile hol se dan pasos hacia la vida iiueva con que kl soiiaba. Los inordidos por las hainbres seculares liman y quebrantan cadenas. Los revolucionarios de nuestro pais, en cierto modo, hacen suyos 10s ideales gorkianos. Claro, el cuadro no es idkntico. El pint6 10s dramas del ruso de abajo. Fue especialista en vagabundos. Experto en mendigos, hurgador de pequefios burgueses. Escudi-ifia con ojo de lince a 10s tipos fuera de la ley y 10s intelectuales fracasados. Per0 tambikn tiene l a pupila acogedora para el obrero y el campesino. Si bien su tragicomedia humana sucedi6 en comarcas neniotas, bajo cielos lejanos y cambiante;, un latinoamericano rclescubre muy pronto en esas phginas escenas que le sabcn familiares. iPor quk liabria de ser tan extraiio? AI fin y a1 cabo, la aventura o la desventura del hombre )en esencia es semejante. Aqui y all5 se han pa. decido azotes de un rkgimen que hace a 10s hombpes mis diferentes de lo que son. Apologistas de la llaniada novela meva afirman que ella debe crear una realidad por si misma, un mundo aut6nomo. Gorki se atuvo a un principio clistinto. Mostrar, si, la vida desnuda; pero revelando en la cimara oscura lo que se mira sin ver. Presentar bajo una luz cruda e in6dita 10s seres a1 niargen, para que el pobre se reconozca en ese espcjo, tenga horror de si, quiera modifiG

car su suerte y reclaiiie el clerecho a convertirse en un hombre. Fot6grafo espectral, arte de la 'circunstancia diaria para dar relieve a lo ins6 ito de 10 vulgar, a lo extraordi1 nario de 10 ordinario, a la peripecia singular que acontece a cada rato. ExFlora regiones tenebrosas del mundo que se tiene por conocido. Redescubre a1 individuo comhn. Segim su concepci6n7 el oentro cle gravedad cle la novela es lo real. Sin (embargo, no exhibe sus phstulas con la fijeza de 10s ojos de 10s muertos ni con ila inerte frialdad de 10s personajes de un muse0 de cera. Todas sus narraciones contienen un proceso viviente. Desarrollan una temperatura donde el ardor produce el estremecimicnto J' la contradicci6n interiia jamis permite la incliferencia. Desde tal punto de vista, no hilvana historias ficticias, aunque en tocla creaci6n 8 invent0 resulta, por 1 supuesto, indispensable. Y Gorki es un imaginativo copioso, que nianipuia la materia prima que ha extraido de 10s yacimientos dramiticos de la vida mis perra. Per0 tanibikn es un personaje de si mismo. Quizcis el persoizaje nzcis novebsco de Gorki se llame Gorki. 0 tal vez pueblo ruso. Grail parte de su obra 2s descaradainente autobiogrifica. Es cierto que vivi6 muchas borrascas y sufri6 largo y tendiclo. Sobre todo en sus comienzos, el mundo le mostr6 10s dientes. Lo mordi6 hasta el sadismo.

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LA UNIVERSIDAD AMBULANTE Por eso decidi6 cambiarse de nombne. El de pila era Alexis Maxiniovich Peshkov. Per0 cuanclo ;le dijeron un clia de 1892 -tenia veinticuatro aiios- que debia firmar su primer manuscrito, para publicarlo en un peri6dico del Ciucaso, propuso 'el seud6nimo Miximo Gorki. Porque fueron mu7 d u r a sus iniciaciones, se meti6 en las aguas del Jordan, clecidi6 ser su Juan Bautista y se rebautiz6 como el mcis amargo.

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No exageraba. No era un alharaquiento. Discurri6 sus mocedades entre gente lde laveria. Un rqpertorio de vagos, ideslpidiendo olores fuertes; soiiadores en decadencia, popes ladrones, antiguos santones borrachos, comerciantes tronados, artistas consumidos g.r la mls espantosa bohemia, cafiches profesionales, arones venidos a menos amansados en su orgullo por ilargas circeles, 'que han perdiclo todo except0 un aire de falsa o verdadlera dignidad o rasgos de sorprendente delicadeza. Un ambiente de tipos locos (de aiburrimiento, practicantes del ocio de 110s mis~erabllesdonde es normal 'el desprecio por le1 hombre y mls que nada por la mujer. El abuelo, celoso guardador del principio de autoridad, golpea religiosamente a su esposa, con peri6dica regularidad, como quien cumple un rito sagrado. Lo cuenta ien sus Dias de Infuncia, Por el Mundo, Mis Universidades. Fue de todo. Como ayudante de pintor de iconos, le gustaba contemplar 10s rostros curtidos y la texpresibn de 10s ojos azules en 10s mujiks. E n sus trajines de mensajero, solia leer y escribir cartas ajenas, dar recados amorosos, transmitir noticias felices o de duelos repentinos. Como buzo, aprendi6 a ver bajo le1 agua, pero la vida 10 andaba trayendo desconcertado. Cuando bordea la adolescencia de 10s dieciskis, pierde, en KazAn, la esperanza de continuar sus estudios. SeguirL otras liecciones. Mundirse, ,por ejem lo, ten la pilscina sucia de 10s bajos fondos. Luego puri icarse, con la cara enharinada dlel aprendiz de panadero, aunque siempre sinti6 que no s610 de plan vive a1 hombre. Ejerce toda la gama de 10s oficios varios, donde busca, un poco marginalmente, determinadas notas musicales, aromas mls sutiles, unos gramos de bellleza, claveles dle olor. Por eso, a ratos perdidos le gusta oficiar como corista de iglesia y jardinero de damas amantes de la naturaleza. lEn ila panaderia Derenkov se han organizado grupos populistas. Duerme sobre el horno. Algo le quema por dentro. Reanuda alli 10s vinculos con la juventud revducionaria. A 10s v e i n t i h aiios se siente viejo. Es un mucha-

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chbn alto como un ilamo, pero torcido por el viento, desgarbado, melancolico, mal comido. Est6 descontento del niundo, completarnente insatisfecho de su vida. Tanto que se pega un tiro. Desde entonces la tuberculosis licrsigue a este gigante de mirada bondadosa, hombros caiclos y inostachos dc trapccio. A pesar de sus acliaques, se ilanza a campo traviesa cn gira de propaganda antizarista. Continlia su aprendizaje de Rusia mecliante el mCtodo geripatktico. Recorrc las estepas del sur. A trechos tra aja como peGn y despufis en las pesquerias d d Mar Caspio. Se liace barquero en Krutaia. Anda por todas partes a la pesca de personajes literarios, pero la policia anda a la pesca de Gorki. Lo detienc en 1889, en s u ciudad natal dc NijniNovgorod. Escribe en la circel. Publicar es dificil. Necesita la opinion de un consagrado. Korolenko lee su poema El Canto de la Vieja Encina. Gorki concluye que no vale gran cosa. A h tiene que proseguir sus cursos a pie por el pais, madurar mucho, ver mhs. El trotamundos, el trotarrusia navega por el Volga y el Don a &do, pagando mhs bien su pasaje y su comida gracias a1 desempeiio a bordo de 10s mhs rudos menesteres. Recorre Ucrania de arriba abaio, Besarabia, Crimea, el CAucaso. Georgia en detalle.VERTIENTES D E U N SOLO CAUCE Tiene la costumbre de lenredarse en peligrosas juntas con enemigos del rkgimen. En Tbilisi, uno que acaba de abandonar la prisi6n le insiste: T6 debes escribir. Se lo dice porque lo ha escuclhado narrar con Angel o como un demonio. Fue entonces cuando le publican su primer cuento, Makar Chzldra, en un periodico de la ciudad. Korolenko, el autor d e El MLsico Ciego, lie da su es,paldarazo. Entusiasniado, 110 recomiencla a gritos a las revistar.9

Gorki trabaja luego como periodista. Se casa y esth tisico. La vida se ensaiia con 4. Tienc que buscar un clima mhs benigno. Se iri a Yalta, despuks tomarh una cura de campo. Se siente morir. Antes de despedirse debe dejar algo hecho. Escribe como un condenado. La primera edici6n de sus Cuentos, en 1898, cay6 coin0 una pedrada en el ojo del zarismo. Pero se transform6 en best-seller, en la sensaci6n literaria de la.kpoca. Sin embargo, la policia carece de sentido literario y 10 encarcela, aunque el kxito asoinbroso de su libro, que le reporta una popularidad instanthnea, le ayucla a obtener la libertad. Publica mhs tarde una novela que intrig6 nuestros dias liceanos : Torncis Gordekv. Las dos vertientes por donde fluye su existencia son la literatura y la politica. V'ertientes que se juntan en un solo cauoe. Le agralda hablar con Chejov y ae interesa el dihlogo con Tolstoi, aunque la filosofia del patriarca viviente de la novcla rusa le parecle ideolbgicamente candorosa y cliscuten a prop6sito de ello con frecuencia pero sin acritud. En abril de 1901, Gorki va a dar de nuevo con su flaca humanidad a1 calabozo. Es ya un escritor cklebre. Lo publican en el extranjero y surge alli un diluvio de protestas por su arresbo. Salc de la prisi6n para vivir es trechamente vigilado. Poco despubs, en 1902, lo designan miembro de honor de la Academia Rusa. El Zar -que s610 en aparicncia sabe leer- se pone rojo de indignaci6n. Jamis lo aceptarh. Chejov y Korolenko renuncian a sus asientos acadimicos en seiial de solidaridad. Escribe Teatro. Su pieza Los Bajos Fondos, estrenada hace setenta aiios en el Teatro de Arte, recibe una acogida tuniultuosa. Se sigue representando en escenarios de 110s cinco continentes y conoce varias versiones cinematogrificas. iC6mo atajar a este hombre?, se pregunta la policia. Resuelve su perplejidad momenthneamente intentando su asesinato. No pueden liquidarlo, pier0 matan, en cam10

bio, a inillares de obreios, que cacn ten el doniingo negro del 9 de enero en San Petersburgo. Gorki est6 presente en la masacre. Lo apnesan dos dias m6s tarde y lo arrojan a una celda en 12 fortaleza de Pedro y Pablo. Una mafiana, con veinte grados bajo cero, visitamos aquel calabozo, que se mantiene tal coin0 entonces, mostrando el cuarto infecto, el camastro angosto, don& le sobraban las piernas, p el ventanuco de barrotes gruesos. Alli Gorki escnbc SLI tragiconiedia Los Hijos del Sol. DESPUES D E L HURACAN A la salida de la prisi6n se afilia a1 Partido Socialdem6crata. Encuentra a Lenin, con quien niantuvo desde ese instante una amistad veridica, franca, substancial, directa, a ratos conflictiva, digna d e dos hombres de genio, diferentes, que discreparon a menudo y estuvieron de acuerdo en 10 fundamental. En 1907 concurre a1 Quinto Congreso del Partido en Londres. Publica nuevas novelas, cuentos, dramas. Cuando triunfa la Revoluci6n Bolchevique, el padre no siempre reconoce a1 hijo, que ha nacido tambiCn de sus lentrafias, de su obra fiecundante. Tiene horas de cluda. Per0 cuando atentan contra la vida de Lenin, vuelve sobre sus pasos, quiere colaborar a fondo. Realiza un trabajo cultural tithico. La salucl le falla. Viaja a Aleinania y despuCs se instala en Sorrento, buscando para SLIS ulmones enfermos el sol cle Italia. Alli da cima a os APrtamonov y prosigue una vasta novela ciclica, La V i d a de K i Snmguin. lm En 1928 retorna a SLI patria. Funda revistas, editoriales, escribe ensayos polCmicos, recuerdos literarios, nuevas piezas teatrales como Egor Bulichov y Compnfiin. Por antonomasia, es la gran dinamo de la vida literaria y cultural en 10s primeros veinte afios de la sociedad soviktica. La tenaz dolencia tublerculosa de su juventuid sigui6 torturando y devorando a este hombre, que encierra en 11

la trayectoria de su vida la parliboh del pueblo ruso que pasa del zarismo a1 socialismo. Muri6 el IS de junio de 1936. Lo 'sepultaron en la pared de granito rojo del Kremlin. Sin embargo, naclie niega que qued6 viviendo en cl ancho universo de sus crcaciones, poblado por innumerables tipos, pcro con un denominador viiliclo para nosotros : la transformacibn del subhombre en hombre. No predicb el pcsimismo, no divinizb las puertas cerradas. No dijo tampoco que la vida fuera una scrie de jeroglificos intraducibles ni que 10s nietos dcbian sufrir en silencio las misnias iniquidades que 10s abuelos. AI rechazar todo signo de resignacibn, se distanci6 de sus grandes predcoesores : Gogol, Dostoievslti, Tolstoi. Trazb el diagnbstico, pero propuso a la vez el tratamiento. No habia otro reineclio que la revolucibn. Y no una revolucihn mistica, confinada dentro del espiritu puro, en una.nebulosa sin destino, sino esa bicn concrcta que llevan adelante 10s obreros, 10s campesinos, el pueblo harto de todos 10s olvidos. Asi su obra no s610 tuvo alcance literario. Influyb en la formaci6n de la conciencia revolucionaria. Fue un puente tendido entre las orilllas d'e clos kpocas, entre las letras de las postrimerias del zarismo y las que surgieron despuh de Octubre de 1917. Le reprocharon en su juveiitud que pecaba de ingenuo, de optiniista incorregibie porque suponia a1 pueblo ruso capaz cle hacer la Revolucibn. La historia le dio la raz6n. El clindido result6 clarividente. El novelista que escribia con tinta negra anuncih el resplandor del nuevo dia. Casi siempre sus cucntos son expresiones de la alienacibn humana. A veces escenas de furor, de delirium tremens, ramalazos de locura, aullidos de lobos y gemidos de ternura. Otros son actas callejeras, relatos de sucedidos triigicos, crbnicas de viajcros desdichados, cuadros de hampones, memorias de desarrapados, aventuras autobiogriificas, ankcdotas de un hombre que m6s que fabular cuenta y recuenta lo vivido, puntualiza sus recuerdos de camino, no a1 modo de un relator de Corte de 12

justiciodid VCI' SLI caia a causa de la distancia. --Somas gcnte dc pa^. . . Vanios de liusia a Kuh h . . . No hemos gaiiaclo casi nada en el camino; vendimos cuanto teniamos, y haec clos dias que no hemos comiclo nacla. . . -Toma, jallA va! -contest6 el hombre, levantanclo la m,ano. Un trozo de pan iiegro vo16 por el aire y cay6 cerca cle nosotros. El estucliantc se precipit6 a cogerlo. --Tomen, iahi va mis! iahi va mis!. . . Es todo 10 que tengo. Cuanclo cl es tudiante hubo recogido aqucllos presentcs, vimcs que consistian cn uiias lcuatro libras de pan dulro, seco 1 sucio; pero la vcrdad era que lest0 nos importaba poco p casi nos alegramos dc que estuviese duro. 151 pan duro es mAs alimenticio que el tierno tporquc contiene inenos ihumedad. -Toma, toma, toma nibs a h --de& a1 soldado, hacicndo la clistribucih de los trozos-. Tonia, jest0 no es justo!, a ti hay quc quitaite nn pcdacito para dhrselo a &e.. . El estudiante se sonietio sin replicar a la pkrdida de un mendrugo cle unos cinco gramos que me correspondi6. Elmpeck a mascar el pan. Lo masquk lentamente, conteniendo a duras penas el temblor convulsivo de las inanclibulas que hubieran desmenuzado piedras. Era un goce supremo sentir 1as preci,pitadas colntracciones de4 est6mago y calniarlas poco a poco, bocado tras bocado. Aquel aliment0 calientc procclucia una sensaci6n exquisita, indescriptible, a1 penetrar en el est6mago; parecia transforniarse (de un modo instantheo en sangre y en tuktano. Una alegria vivaz y reconfortante lalentaba mi 1 coraz6n a medida que a estbmago se illenaba, y me sentia invadido como nunca hasta entonces (par la modarra y la pesadez. Habia olvidado ya las malditas jornadas lde hambre cr6nica. Anegaclo en la ldelicia 'de las emociones presentcs, apeiias me acordaba de mis camaraclas.

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Pero cuando IlevC a mi boca llas liltinias niigajas que iiie queclaban, senti que a h tenia un liainbre mortal. -iDiablo!, todavia ticne grasa y carne -refunfufi6 el soldado, que lestaba scntado cn el suelo frente a mi y se frotaba la barriga con a m b x nianos. -No hay lduda, porque el ,pan liuele a carne.. . y de fijo tiene miis pan -cIijo el estudiante, que afiaicli6 en voz baja-: iSi no tuviese iiev6lver!. . . - Q u i & es?, ide d6nde vendrh? -jDebe scr de nuestra ralea! -iEs un perro! -dijo resueltamnente e soldado. l Estiibainos sentados forinanclo UII grupito compacto, y lmirhbamos hacia el ipunto en donde se hallaba nuestro bienhschor. NingGn ruido, ninguiia sefial de vicla delataba s u presencia. En torno nuestro ila noiche se hacia cada vez miis oscura. Un silcncio de niucrte Ireinaba en la estepa; oiamos mutuamente nucstra rcspiracih. D e cuando en icuando resoiiaba cl grito del mociliuelo.. . Las estrellas, flores vivas del cielo, centellcaban sobre nuestras cabezas.. . Teniainos hambre. No me da vergiienza decirlo: en esa noche iextrafia, no era mejor ni miis p r o que mis cacmaradas de azar. Les sugeri l a idea de levantarnos y acoineter a aquel hombre. No le hareinos n i n g h dafio, lpero jcomercmos todo lo que Ileve! Dispararh. iBien! No tocarh sino a uno cle 10s tres, v hasta es posible que s610 le hiera. . . -jVamos! -dijo (el soldado, levantindose. El fes tudiante sc levant6 tainbih, aunque Icon miis lenti tud. Fuiinos liacia el ldesconocido casi corricndo, seguidos del estudiante, que siempre iba detrhs. A1 estar cerca, oimos una especie de inurmulllo sordo y el ruido estridcnte dell gatillo del arma. Una c$hispa: icrac!; sali6 el tiro. -iIlesos! -grit6 alegremente (el soldado, y lde un salto se precipit6 sobre el Idesconocido. -jEspera, ldemonio!, te voy a. . . lEllestudiante corri6 hacia el zurr6n. Pero c lclesconocido, que estaba arrodillado, se ech6 U hacia atriis y camenz6 a gemir.

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-iQuk denionios! -exclam6 el soldado, que habia levantado ya cl puiio ipara pegar a s u enlernigo-. iQuizis le habri tocado la bala?. . . 2Q.k es lo que tienes? iTc liabris muerto a ti mismo por casualidad? -iHay Icarne, pasteles, pan!. . . Hay gran cantidad, hermanitos. . . -clijo $de repente !el cstudiante, lleno de atlegria. -iQue e11 diablo te Illeve!, irevienta!. . , Vamos a comer, amigos --grit6 l 1 soldado-. Ya tengo el r e d e ver de este imbkcil que no se mueve. Miraid: en el rev6lver tenia aun una cipsula.. . D e nuevo iconiiainos silenciosamente. El desconociclo continuaba tumbido, sin movcr brazos ni piernas. Maldito lo que nos cuidibamos de tl. -iEs posible, queridos hermani tos, que s610 liayan veniclo en busca de pan? -&jo d e pronto una voz temblorosa y cnronquecida. Nos miramos estreniecikndonos : el estudiante se atragant6, baj6 la cabeza y sc pus0 a Itoser. El soldado, Iclespuks de tragar el trozo que ltenia (en la boca, empez6 a renegar: -iPerro, hijo cle perro! iRevienta como un odre seco!. . . iQuieres que rompa tu asquerosa pid? :No teiiemos necesidald de hacerlo!. . . jPeclazo de idiota! iEspiritu impuro, imbhcil! iriene armas y dispara contra la gen tc! j Maldito! Y asi continu6, cornicnclo c insulthdolo sin clarsc punto de reposo. --Espera que acabenios de cenar, que j a tc ajustarenios las cuentx --mascull6 el cstudiantc. Entonces resonaron en el siilencio de la noclie geniidos que parecian aullidos. -iHermanitos!. . . Yo LquC sabia? He disparado porque tenia miledo. Vengo cle Athos., . , voy ail gobierno de Smolensk.. . iDics mio!. . . La fiebre me ha quebrantado; apenas anochece me acoimete el acceso.. . jQh, cuinto sufro! Por esta fiebre he tenido que irme de Athos.. . Trabajaba en un taller de carpinteria; soy carpintero. Tengo en lcasa mujer y dos niiias.. . Hace ya

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cuatro aiios quc no las hc visto. . . iC6iiiaiilo todo, hermani tos! -iYa lo coinercnios sin tu pcrmiso! -conbest6 el estudiin te. -iDios mio! Si hubiera sabido que eraii buena gente, Ino cliabria disparaclo. Consideren que estamos fen )la estcpa y que cra de noclic.. . iAcaso pueden culparme? (Lloraba sin cesar, o inejor, exhailaba una especie de gemido quejumbroso JI eiitrecortado. -iC6mo sc queja! -clijo el soldado, coli toil0 desprecia tivo. -Debe tener diiiero -replicb el estudiaiite. El soldado guiI"16 un ojo; le mir6 y le sonri6. -Etres lmuy I s t o . . . Encenclanws fuego y acostimonos. -2Y &e? -pregunto el estudiante. -jQw cl diablo le llcve! 2Quieres acaso asalrle? -Quiz& seria mejor. Y diciendo &as pallabras, movi6 SLI cabeza puntiaguda. Marcliainos en busca dcl combustible que habiaimos recogiiclo y que dejamos cuando el igrito anienazador del carpintero nos idetuvo. Trajinios cuanto era necesario, y bien pronto nos sentamos junto a la hoguera. Ardia tranquilamente en cl sen0 dc la noche, alunibranclo (el espacio que ocuphbamos. El sueiio cerraba nuestros phrpados y, sin e m bargo, a h nos parecia que ,habrianios podido comer mis. -iIlcrmanitos! --grit6 el carpintero. Estaba tumbado a tres pasos de nosotros, y a veccs me 'parecia que niurinuraba entre dientes. -~QLIC quieres? --le prcgunt6 el soldado. -$fe peamiten que nie acerque a la hoguera? Tenio morirme. . . ; todos rnis hucsos m c duelen. . . iDios inio! iVoilver6 a ver a l g h dia mi casa? -iAckrcate, si quieres! -dijo el sol~cla~do. Con lentitucl, coin0 si tuvicra mieclo de ,perder una mano o una pierna, se acerc6 a1 fuego. iEra el carpintero un hombre de alta estatura, Ideniacrado, cuyos vestidos parecian flotar alrcdedor de sui cuerpo y cupos grandcs56

010s turhios lcvclcibcin Id cnfcrnicdad quc IC consuniia; tenia cl rosti-o descariiado, J cl collor cle su piel, visto a la luz rojiza de i l ~hogulera, aparecia aniarillento, terroso y como cadavkrico. lcmblibalc todo el cucrpo, y nos inspiraba una especie de piedacl desdefiosa. Alargando hacia el fuego sus largas manos %luesudas, frotaba unos contra otros 10s dedos, cuyas articulaciones se doblaban blanda y lentcimente. Pard clccirlo cn una palabra: todo s u aspect0 era rcpugnante y repulsivo. -iBue1ia facha times! ~ P o rqu6 viajas a pic? LPor avaricia, tal vcz? -1iregunt6 cl soldado, con duro gesto. -Me lo han aconsejado: No vayas por mar, pasa por Crimca, cuyo cliina tc liari bien. iPero no puedo andar! iEstoy moribundo, hermanitos! ihiloriri: solo en la estepa, y las avcs de rapifia clevoraritn mi cuerpo!. . . Nadie sabi-2 nada cle mi. Mi inujer y iiiis hijitas me esperaritn en vano. iLes he escrito! iLas lluvias y el sol lde la estelr,a blanquearin mis huesos!. . , iAh, Dios mio, Dios do! Lanzaba ~ i n acspecie de aullido coino el dc un lobo agonizante. -iDe1nonlos! -exclam6 el soildado con c6lera y levantinclose vivaniente-. iNo te quejes (de ese modo! iNo quieres que descansemos, acaso? iQue vas a reventar? iPues bien, revienta! iPero calla!. . . A ninguno nos importa saber lo que te pasari. Cillate.. . --Dale uii trom,pazo en la cabeza -propuso el cstudiante. -Acosti.monos -dije yo-. Y t,Y las rAfagas zumbaban lpor la orilla, y la corriente espumosa se fatigaba cantando sus 1Ggubres baladas. Ea instalacih bajo 'la barca no 'era muy c6moda que digamos. Reinaba alli gran humedad, habia poco espacio, y por el fondo agujereado caian gotas \de algua p pcnctraba el viento con intermitencias. Estibanios sentados, silenciosos y temblando de frio. Recuerclo que Nataicha apoyaba la iespalda 'en la banda de la barca y estaba acurrucada, hecha un ovillo. Tocando las rodillas con la barba y roldehdolas con 10s brazos, miraba obstinadamente a1 rio; tenia Jos ojos muy abiertos, y parecian a h mAs grandes a causa de las magulladuras que 10s rodeaban. No se movia, y aquella inmovilidad y aquel silencio me inspiraban cierto temor hacia la pequefia.. . Hubiera querido hablade, pero no Fabia c6mo entablar la conversaci6n. Ella fue quien cmpcz6: -iMaldit.a vida! -pronuncib distintamcntc, marcando las palabras con acento de profunda sinceridad. Pero no er,a aquello una lamentaci6n. Habia demasialda indiferencia en sus palabras para que fueran una

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queja. Sencillamente era que halbia reflexionado como podia, habia reflexionado y llegado a tail conclusih, que expres6 en voz alta, y que yo no podia desaprobar so pena de icontradecirme. Por tal motivo me call& Y ella, como si no advirtiera mi preslencia, piermanecia sin moverse. +Lo mejor ser6 reventar enseguida -agregci, en voz baja y ,pensativa esta vez. Pero talmpoco ahora adverti alguna nota quejumbrosa. Veiase que, despuCs de haber pensado en la vida, se habia examinado a si misma, y, tranquilamente, deducia que no era capaz de otra cosa que de reventar, para defenderse contra las ironias del destino. Yo sientia que me descorazonaba ante aquella cllaridacl de razonamiento, y comprendi que, de continua callando, n e echaria a Illlorar. . . Aquello hubiera siclo vergonzoso delante Ide una mujer, sobre todo cuando ella no estaba afligida. Resolvi trabar conversacih. -2Quikn te ha pegado asi? -le preguntk, no halrlando nada m& delicajdo y gracioso que decide. -iPachka! -respondi6 con voz alta y tranquila. -2Y quikn es Pachka? --Mi amante. . . , un panadero. -2Te pega a menudo? --Sicnipre que esth borracho. iMuy a menudo!. . . Y de pronto, aproximjndose a mi, empez6 a hablarme de d l a y de Pachka y de las pelaciones que les unian. Ella era una de esas muchachas que se pasean, y 61 un tahonero de bigotazos rojos que tocaba a maravilla el acarde6n. Iba a su casa, y le gustaba mucho, porque era alegre y muy limpio. Llevaba americana de quince rublos y m a s botas soberbias. Por itodas aquellas razones se habia enamoriscado, y se convirti6 en su amante. Pcro en cuanto fue su querida, el idel acorde6n shlo se cuid6 de sacarle todo el idinero que le claban 10s otros amigos. Luego empez6 a pegarle; esto lo habria isoportado de buena gana, pero llegaba (hasta a divertirse con otras muchachas en sus narices. -2No es humilllante para mi? No soy fea, no 10 soy 68

mis que las otras. iE1 miserable lo hace, pues, p r a burlarse de mi!. . . Anteayer fui a pasearme, llego a su casa \ veo a Dunka, que esbba borracha. El lo estaba hambiCn. Yo le dije: iInfame, cobarde! Me dio una paliza, una soberana ,paliza. M e dio puntapiks. . . M e arranc6 10s cabelilos.. . Y lnienos mal si se contentara :on esto.. . Per0 me ronipi6 todo el vestido. . , , las sayas. . . , cl icorpifo, un corpiiio nuevito, que me cost6 cinco rublos. Me arranc6 el pafuelo de la cabeza.. . iDios mio! iQu6 va a ser cle mi?. . . Nnnca me atreveri: a volver a mi casa de esta manera -y Natacha solloz6 con una voz angustiada y desgarradora. Mugia el viento cada vez con m i s furor, y inis dientcs volvian a castaiietear. T a m b i h ella temblaba lde frio. --iQuL malos bichos son todos 10s hombres!. . . -dijo, Aleginclosc lo bastante para quc yo vicra cl bri110 de sus ojos en la obscuridad-. Quisiera a,plastarlos a todos, hacerlos trizas.. . Si uno de ustedes muriera a mis pies, \le escupiria el rostro y no 10 compadeiceria.. . Nos importunan de continuo con sus ruegos, imucven la cola como 10s perros, y si una muier es tan tonta que sc entregue, iy? lesti fresca! iEn seguida la pisotean!. . . iCuin canallas e infaines son! Sus injurias eran niuy variadas, pero sus invectivas carecian de fuerza. No notaba en lellas ninguna mailevolencia, ningun odio contra esos infames, contra esos hombres canallas. El tono tranquil0 de su Id iscurSo no estaba de acuerdo con su lcontenido, y l a voz era siempre desprovista dc notas. Per0 aquello me iconinovia mis quc todos 10s vcrdaderos cliscursos, rnis que todos 10s libros pesimistas, asi fuesen 10s mris elocuentes y cojnvincentes. Conmoviame mis, porque la agonia cle un moribund0 produce sieinpre una inipresi6n m i s natural y !profunda que una descripcih cle la muerbe, por inuy exacta y arltistica que sea. Experimentaba uii malestar que quizis se cdebia mas a la temperatura que a las palabras de mi compafiera. h4e lpuse a geniir y a castaiietear 10s dientes. Casi en cl mismo instanbe, senti dos manecitas heladas que se posaban sobre mi. Una me tocaba al cue110

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y otra la cara.. . Pronto una voz dulce, afectuosa y llena de ansiedad, murmuraba esta ,pregunta junto a mi oiao: -2Qu6 ticnes? Jurara que era la voz de otra persona, iiunca la de aquella Nataclia que un momento antes declaraba que 10s hombres son unos canallas y que ideseaba su exterminio. M e hablo de prisa, precipitando llas palabras : - Q u @ te pasa?. . . iTienes frio?. . . Est& helaclo. iQu6 raro eres! Se queda sentado y se calla como L I ~ pajarito.. . iPor quk no clecias que tenias frio? Ea, tibndelte cn el suclo, y yo me tender6 tambi6n.. . iEso es! Ahora, abriizame.. . iMiis fuerte! Bueno. Ahora ya debes sentir mAs calor. Despuh nos ponclremos espailda contra espalda. Asi pasaremos la nocbe. Call6 un momento, y despuis continub -Dime 10 (que te ha ocurrido.. . iTe embormchas, acaso? 2Te han echado a la calile?. . , No teimas: todo sc arreglar5. Tratalba de consolarme y de infundiriiie valor. iMaldito sea tpes veces! LPudiiera irnaginarse algo tan irbnico? iPensac1 que en aquel tiernpo me ocu,paba seriamente de 10s destinos de ! humanidad! Soiiaba revolucioa nes politiicas, una reorganizacih de la mLquina social; leia muchos autores, tan profundos, tan diab6ilicamente dificiles, que de fijo ni ellos mismos cornprenidian sus pensamientos. E n aquel tiempo trataba de prepararme a mi misnio ipara ser una fue,rza activa !de la sociedad. Se me antojaba, a veces, que habia realizado en parte la tarea; por lo menos, la idea que mle formaba de mi mismo 31egaba hasta el rcconociiniento de mi derecho iexiclusivo a la existencia, a fuer de personaje indispensable a Ila humanidad, muy a proip6sito para representar un papel hist6rico. Y he aqui que una prostituta me daba calor con su cnerpo; tenia lque estar reconocido a una miserable criatura magullada, envilecida y menosprcciada, a quien na-

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die daba un sitio entre las gentes; y aquella mujer me habia socorrido antes que pensara yo niisino en ayudarla, lo cual, por otra parte, no habria podiclo liaccr yo aunquc lo hubicra descado.. . Estaba pronto a crcer que. habia a t a d o solianclo y quc toclo aquello era una pesaclilla anlgustiosa; pcro, lay!, no podia folrjarme ilusiones, porque las frias gotas de Nuvia caian sobrc mi, niientras quc, contra mi pecho, se aprctaba apasionaclainente una mujcr, y sobrc mi rostro scntia el suyo chlido y pequefio. El vicnto rugia y gemia, la lluvia azotaba [la barca, las ondas murmurahan, y 10s dos, estrechainente enlazados, temblibainos a h dc frio. hquclilo era una cosa cierta, y estoy scguro clc que i~adictuvo uia sucfio tan penoso, tan angustiaclo coiiio csta rcalidacl. Nataclia me consolaba: ine hablaba con voz dulcc y caril?osa, coin0 s610 llas niujcres saben hablar, y sus palabras chndidas y tiernas ericendicron en mi corn0 una llama y algo se fundi6 'en mi coraz6n. Entonces cayeron de mis ojos lhgriinas que extirpa- . ion de mi mucha amargura, muchas tristezas, muchas manchas y odios que se habian acumulado corn0 abrojos hasta esa noclic. Nataclia repetii sin ccsar: -iBasta, basta! iTe lo suplico, a h a mia, no llores nihs!. . . iBasta! Dios vendr5 en tu socarro; hallarhs colocaci6n.. . , seris cclichoso, scrhs. . . Y me bcsaba muchas veces. . . , niuchas vcces.. . , sin detcncrse, conio enloquecida. . . Eran 10s priineros besos de mujcr que ila vida me ofrecia, y eran 10s mcjorcs y m5s puros, porque 10s que 10s siguieron me han costado muy caros p nada bueno me han traido. -iEa! iCesa de gemir! iQuk tonto! iYa tc hallark algo maiiana, si no sabes a d6nde ir! Oia como en sucfios su cuohicheo suave y persuasivo. Hasta la niafiaiia pcrmanecinios uno en brazos del otro. Cuando lileg6 el dia, salimos de debajo cle l a barca

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y fuimos hasta la ciudad. DespuCs nos despedimos como viejos aniigos, y no nos heinos vuelto a encontrar, aun cuando durante seis ineses, ipor lo menos, he buscado ,por todas partes, he revuelto todos 10s antros y tugurios para dar con aquella gentil y querida Natacha. Si ha niuerto ya, iquk dicha para ella! iPaz a su alma! Y si vive a h , oja4,i reiiie la se,renidad en su coraz6n. Y que nunca se despierte en ella el sentiniicnto fde su caicla. . . p o q u e seria un padecimiento m,is, ini'til y superfluo en el niundo.

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UNA ... QUE FUE

Era, hermano, una pcqucfia, una gcntil mufiequt ta.. . Cada vez que recuerdo estas palabras, veo reir en el pasado unos ojos meclio cegados por la edad, Icon una expresi6n de amor, dte compasi6n tranquila y sincera; oigo unas voces trkmulas lde viiejos, afirmando Bas dos a un tiempo que ella era una lpequefia, una gentil mufiequita. Ante estc recuerdo mi ailma se torna feliz y ligera; es uno de 10s m i s bellos y (de 10s imhs consoladores que me quedan de 10s muchos afios lde peregrinaje ,por 10s tortuosos caminos cle mi patria. Venia de 1as estepas, por el otro dado del Don, dirigiCn1dome a Voronieje, cumdo encontrk a 10s dos viejos peregrinos. Eran matrimonio y podian contar muy bien entre 10s (10s ciento cincuenta afios. Caminaban tan lentaimente, tan encorvados, arrastraban tan pesadamente sus pies y llevaban en sus vestidos y en su cara algo tan particular, que daban desde el primer momento la impresi6n de que venian de muy lejos.77

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-Venimos de Tobolsk, con la ayuda de Dios -me di io el viejo, confirmando niis suposiciones. Y la vieja me miraba con sus bcllos ojos quc alguna vez habrian sido azules. Sonri6 en forma arnistosa y afiadi6 suspilrando: . -Somos del ,pequefio pueblo cle Lissaya, cle Ia fAd brica Nicolsk. -Entonces, e s t a r h ustcdes cansaclos de SLI peregrinaci6n. --iCansaclos? No. . . Se camina inuy clulcemcntc con leiayuda de Dios. -;Wan hecho ustedes a l g h voto sagrado o es cl cclo rcligioso lo quc ICs impulsa cn sus idtirnos dias? -Hemos hecho un voto, hermano, una promcsa a Dios en Kiev, de ir a So1ovetzk.l -Si -continu6 el viejo-. Vamos a dcscansar un poco -agreg6 volvi6ndose hacia su compafiera. -Como quieras -asinti6 dla. Y nos sentamos 10s Qresa la soinbra dc un viejo shuce a1 borde del camino. Hacia calor. El cielo estaba despcjado; el gran camino SIC perdia ante nosotros en la lejania. En nuestro contorno, told0 era triste y solitario. A 10s dos lados del camino se extendian 10s campos cle centeno, inm6viles y secos. -El centeno va mal -comenth cl viejo, exaininanI do algunas espigas que acababa de arrancar-. El sol 10 agota. IIabla~mosde agricultura y del problcma de 10s labradom. El viejo escuchaba suspirando y lanzaba de rat0 en rat0 una palabra, ajena a la iconversaci6n. -Este habria sido el munclo de nuestra pequciia si hubiese vivilclo I d i j o la vieja de pronto, ilanzando una mirada sobre 10s agotados campos de centeno-. iAqui habria sabido ella ensefiar! -iSi, ella habria encontrado cl inedio de barrer 10s1Lugar de peregrinacih muy frecuentado del departamento de Arkhlngel.

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obsticulos de estos labradores! -exclam6 el viejo con un movimicnto de cabcza. Despuis 10s dos se callaron. -;De quidn hablan usbedes? -preguntk. El viejo ri6 bondadosamente: -De una. . . que fue. -Vivi6 cn iiuestra casa, en cl pueblo, cn nuestra casita. . . Era de noble cuna -afialdi6 cl viejo. Entonces comenzaron a contar: primero, con lcntitud; despuks inis cle prisa, mirhdome obstinaclamente y dejando cacr sus frases por turno. -Era una pcqueiia, una gentil muiiequita. --Habia sido desterrada a nuestra comarca; las autoridaides la habian traido.. . Queria el bien para todo el mundo.. . , para 10s pobrcs.. . Esto no est5 penmitido.. . Y desterraron a la dulce muchacha. -Cuando entr6 en nuestra casa, cstaba enrojecida por el hielo y temblraba de frio. -Era ,pequefia como una mufieca. -La instailamos ripidamente ante la estufa. -Y neestra estufa es grande; cla mucho calor. -Despuis le climos de comer. -Ella se rib. -Y sus pequefios ojos eran tan negros coin0 10s de un rat6n. -Despui.s de descansar un poco coinienz6 a llorar. Muchas gracias, buenas gentes, dijo. -Sin embargo, se pus0 en seguida a trabajar -exdam6 el viejo, rienclo muy fuerte. -1Hela alii rodando como una pelolta, poniendo todo en orden: La cubeta para lavar -dijoes precis0 sacarla. Y ella misma,la arrastr6 a1 patio, con sus pequefios brazos. Y 10s cochinillos tuvieron que abandonar su estancia; 10s cogi6 por el hocico y 10s sac6 afuera. Los dos reian ruidoslaimente, y apenas poldian seguir el relato. --No habia transcurrido una semana, cuando l o habia puesto todo a1 revis. -iLo que nos hizo sudar!

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-Ella

misnia se reia, patalleando con sus pequeiios que de pronto se torn6 sombria, y comen-

pies.-Hasta

2 a tener miedo. 6-Queria morirsle a toda costa. -Lloraba sin icesar, sin dcscanso. Nosotros, inquietos, IC preguntibamos : Q u i : tienes, pues; qu6 tienes? No lo sabia.. . Finalmente, nosotros sollozamos tambiCn con ellla, sin saber por qu6.. . La acdriciibamos, llorando 10s tres juntos. -Era como nuestra propia hija. . . La queriamos tanto lcomo a nuestros hijos -dijo el viejo. -Viviamos soilos en nulcstra casita. Tenianios un hiio soldado, y e otro trabajando en las minas de oro. d -aiiadib la vieja. -Tendria unos dieciocho afios, lo tinhs. -Per0 s610 representaba doce. -in embargo, estaba robusta. Era pequeiia, pero bien formada. -Conio nadie -replic6 la vieja bondadosamen-

te.

DespuCs se. callai-on, abismados en sus recuerdos. -2Y q u i sucedi6, ,pues? -preguntC yo a1 cab0 de un rato. -&uC p a d ? Nada, hermano -repuso el viejo con un suspiro-. Que ya no es nada.. . La fiebre se la llev6. Dos Iigrimas corrieron sobres sus mejillas arrugadas. -Si, hermano; murib. Habit6 cn nuestra casa dos aBos solamente. . . Todo el pueblo, mejor -dicho, toda la coinarca la conocia. Sabia leer y escribir y msefiaba a nuestras gentes. Iba t a m b i h a las reuniones comunales, y hablaba. iAh! iC6mo gritaba l veces!. . . Era una joven a muy inteligente, y mis que nada un espiritu de niiio, un aEma de ingel.. . Para totdo tenia corazbn, todo ;la conmovia. iSabia de agricultura! iSabia de todo! iD6nde has aprendido eso?, le pregunthbamos. En 10s libros, contestaba. -Era pequeiia, pequeiia, y sin embargo era para nosotros el alma, ila consejera. Cuidaba a 10s enfermos, noche y dia, suministrhndoles remedios y consolhndolos.

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Y he aqui que de pronto cay6 enferma, ,perdi6 el conocimiento y comenzo a ldelirar. Y imientras fuimos a buscar a1 saclerdote murid. iLa buena!. . . iLa santa! A estas ipalabras, la vieja volvi6 a lbrar, y yo experiment& un lextraiio sentimiento lde bienestar; como si hubiese Norado por mi. -Todo el pueblo vino a nuestra casa.. .iEs iimposible que haya Nmulerto! -gritaban las gentes-. iAh, la pobre! iLa querian todos tanto!. . . -Era una nifia tan duke. La comarca entera sigui6 su fCretro.. . Quince dias despuis, nos decidimos a emprender esta peregrinacibn para rogar por ella. Los vecinos trataron tambiCn de convencernos. jMarch1en -nos decian-; nada tienen que hacer, y est0 se les tendri en cuenta en el cielo! Y nosotros emprendimos la marcha. -2Y han hecho ustedes todo el camino a pie? -No, hermano. Somos muy viejos para eso.. . Cuando alguien nos lo ofrece, vamos en carreta, despuCs a pie. iAh, si tuviksemos las piernas de ella, ya seria otra cosa! Y dc nuevo comenzaroii a hablar de la gentil mufiequita que muri6 de fiebre. I-Iacia lo menos dos horas que estiibaniols sentados conversando, cuando nos alcanz6 una carreta. Respondi6 a nucstro saludo, nos mir6 un instante y grit6 a 30s dos 1liej os: -ihlonten 10s i.iejos, si quieren; 10s lflevar6 hasta el pueblo pr6ximo! Montaron en la carreta y desaparecieron tras una iiube !de ipollvo. M e levant6 y 10s segui dentamente. Mucho tiempo a h pens6 en aquellos viejos que habian caminado miles de verstas para rogar por una joven que pas6 acaso lpor sus viclas, y habia despertaldo en sus corazones el sentimiento del amor.

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FLOR DE MISERIA

Una tarde, despuCs de mucho trabajar, extenuado por el cansancio, me ten& en el suelo, en el Angulo de una casa de piedra. En el interior de la casa, iparecidos a las ratas en una cueva, hombres hanibrientos y sucios se agitaban noche y dia. Estaban cubiertos de harapos, y sus almas eran tan sucias corn0 sus cuerpos. El rumor sorclo y mon6tono de su vida bulllidora liuia por las ventanas, semejante a la humareda cle un incendio. Hundido en el sopor que me producia la fatiga, cscuchaba aipenas este lmurmullo melanc6lico. . . .Muv cerca de mi, de un m o n t h dc toneles vacios y cajoncs viejos, sali6 una voz duke y delicada:

Duerme, duerme, nifio bonito.. . Duernze, duerme, cnriiiito. . .Era la primera vez que oia en csta casa a una inadrc arrulilando a un hijo con tal ternura. Me levant6 callladamente y dirigi la mirada detris de 10s toneles. Una mu78

chachita estaba sentada sobre una de las cajas.. . Inclinada, la rubia cabellera lcedia a la brisa, mientras la 'canci6n meditabunda, proseguia :

Duerme, duernte, itiiio bonito. . . , que ya viene mamci. . .. con m a cosn buena para su nene...Tenia entre sus manecitas el mango de una cuchara de palo envueilta en un trapo, y la contemplaba con sus grandes pupilas. Sus ojos eran herlmosos, claros, dukes y tristes, de una tristeza rara en 10s nifios. Su expresi6n nile hiri6 lliasta tal punto que no repari: en la tosquedad de la cara y las manos. Por encima de la nifia, como nubes de hollin y de ceniza, pasaban gritos, injurias, lamentos, reir de borrachos.. . E n torno suyo, sobre la tierra fangosa, todo estaba destrozado, mutilado, y 10s rayos del sol muriente teiiian de rojo 10s restos de las cajas rotas y prestaba la lilgubre apariencia de las ruinas de un gran organism0 deshecho por la mano de la pobreza. Sin querer hioc ruido, y la pequefia se fij6 en mi. Su cuerpo sufri6 un estrcmecimiento y sus ojos sospechosos se achicaron; luego se encogi6 como un ratoncillo ante el gato. Yo miri: sonriendo su cara timida, triste y sucia. Ella apnct6 110s labios y sus finas cejas temblaron. De pronto se ilevanta, salcude su traje desgarrado y descolorido, gnarda la niuiieca en el pecho y con YOZ Clara me pregunta : -;O,LI~ Nquieres? Tendria once aiios y era dbbil y ruin. M e miraba con gran fijcza. -Y bien -continub, des,pui:s de una pausa-, iqu6 miras? --Nada.. . Diviirtete.. . Ya me marcho. Entonces dio un paso hacia mi, su cara sc pus0 seria y SLI voz alta y nitida dijo con repugnancia: -Veri conmilgo.. . , siempre que me des quince copecas.

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AI pronto no comprendi, per0 lleguC a estremecerme presintienclo algo horrible. e alleg6 un poco mis, estrech6se contra mi cuerpo y, sin niirarme ya, agreg6 con monotonia: -iVamos!. . . Hoy no tengo ganas de correr la calle buscando un hombre.. . Ademh, no ,puedo saiir.. . El querido de [mi madre me ha vendido Ja ropa.. . para comprar aguardienke. . . iVen conmigo! La rechack con dulzura, sin hablar. Eiitonces me mir6 con un airc sospechoso, como si no comprenldiera. Sus labios se movian convukos. Por fin levant6 la cabeza, y, mirando algo all5 arriba con sus ojos cla\ros y tristes, diio en voz ba ja : -Ya no me da micdo.. . T6 creerias que, como soy pequefia, gritark. . . No temas.. . A1 principio, si, gritaba mucho.. . Per0 ahora.. . Y sin terminar, escupi6 con indiferencia. M e alejk en seguida, llevando en el coraz6n un sentimiento inexplicable p la clara mirada dle aquellos ojos infantiles que prometian, por quinoe copecas, tantos hoTroves.

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EL HEROE

La vieja Iserguila dormitaba moviendo la cabeza. E n las lejanias de la estepa tenebrosa y obscura, aparecian, de vez en vez, 'llamitas azules. Brillaban y se extinguian, como cerillas que alguien encendiera y apagara el viento. E r m extraiias, fantisticas llamas azules. -2Vcs aquellas chispas? -inquiri6 Iserguila. -2Aquellas chislpas azules que brillan en la estepa? -contest&, preguntando. -Si, las azules. Yo ya no las veo. -2De d6nde vienen esas Uamitas? -preguntC a la anciana. -Esas chispas provienen d d coiraz6n de un hombre. Hubo una vez un coraz6n que se inflamaba.. . De 81 surgieron esas chispas. Ya te contar6 todo eso. Es un cuento viejo. D e cuando 10s hombres eran mis bellos y mis fuertes. Los hombres hermosos escasean cada vez mis. Ahora 10s holmbres se acolmodan mis flicilmente a la existencia vulgar. Se quejan de todo y son incapaces #degestos y hechos heroicos.

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Y, absorta cn sus cnsuciios, niiranldo a la estepa, cnipez6 a cointair ila historia del coraz6n inflamado. Hela aqui:-En 10s tilempos antiguos habia un ,pais, no sd donde, rodeado de bosques impenetrables; se abria por uno solo de sus ,lades a una estepa cuyo verdor se perdia a lo lejos, a lo lejos, en el horizonte. . . En aquel pais vivia, en 10s tiempos m6s lejanos, un pueblo poderoso. Llenos de ardimiento y de vigor, aque1110s hombres gustaban l a alegria de vivir y nada ambicionaban. Per0 un clia ocurrieroii grandes desdichas. Deil fondo de la estepa se lanz6 sobre iellos una horda extranjera, que des ilanz6 a lo m5s profundo {del bosque, all5 donde las brumas estaban suspendidas lpor encima de 10s pantmos. Los Brbolles se levantaban del suelo, tan cerca unos d e otros, que sus ramas enmaraiiadas ocultaban la b6Veda del cielo. Apenas si el sol las podia atravesar; y cuando sus rayos conselguian llegar hasta la superfieie de las aguas cenagosas, tales miasmas se esparcian en el aire, que 10s pulinones mLs robustos padecian. Entonces, 13s inujercs y 10s niiios rompian a gemir, y flinebres pensamilentos ensombrecian las frentes de 10s hombres. Hubieran querido abandonar es tos lugapes malditos. Pero pp5 hacer? iVolver atr5s y caer en las manos crueles d e 10s eneniigos, o hundirse ni5s profundaniente a h en lo desconocido, en el coraz6n idel bosque? Ninguno tenia bastante Animo 'para toniar una resoluci6n, aunque toldos eran fuertes como robles. Silenciosos, rigidos coin0 icolufmnasd e piedra, 10s 5rboles lerguian sus troncos en la penumbra grishoea. Por la tarde, cuando llameaban las hogueras del campamento, SLIS brazos extendildos ,parecian queyer enlazar a !os hombres en un abrazo mAs estrecho todavia. Y cuando el viento sacudia sus claberlleras trkmulas, la gran voz del bosquc jclejaba oir un sordo gemido, una mdopea lligubre y amenazadora, una especie dc !canto filnebre para 82

10s desgraciados #que se habian refugiado a su ainparo. Continuaban meditando, mudos, respirando (el aliento emponzoiialdo d e las aguas; continuaban durmiendo cerca de 1as hogueras del campamento, a cuyos reflejos aparentaban danzar sombras silenciosas.. . Y, para todos, aquellas solmbras que danzaban term 10s nialos espiritus del bosque y de 10s pantanos, que se bualaban de sus desvciituras. Nada aniquiila tanto el cuerpo y el a h a como el abatiniiento. Asi es como, poco a poco, aquellos hombres sentian debilitarse su fuerza y ensolnibrecerse SLI VOluntad. La coibardia y la falta de Animo se a,poderabaii de elllos y akaban sus manos, otro tiempo tan robustas. Ante le1 caldhver de aquellos a quienes cada &a hacian pereccr las exhalaciones de las ciknagas, las mujeres lanzaban lamentaciones y gritos de desesperaci6n que, contenidos primero, subian ahora, desgarradones, hacia la b6Veda sombria. Y otras woes, llenos de una siibita rabia, psnsaban en ir directamente contra el enemigo, con peligro de su libertad y de su vida, porque la escilavitud y la imuerte eran ,preferibles a aquella tortura. . . Entonoes fue cuando, entre 10s liolmbres, se destac6 Danko. Tenia la belleza y el ardiiniento de la adogescencia. Los hombres liermosos son siempre bravos. Dirigikndose a sus compaiieros, les dijo : -Hermanos, el pensamiento no resuellve, por si solo, todos los problemas. Necesita el concurso de la acci6n. Si hay una piedra en niedio del caniino, con ,pensar solamente en que es un obsticuilo no ha de desapamer. Es preciso la acci6n para que Ja picclra no obstruya el paso. iPor quk encrvar nuestras fuerzas en pensamientos sombrios? jlevantaos! Atravesemos el bosque. Coin0 todas las cosas de la tierra, es natural que el bosque tenga su fin. Vamos, hermanos, jen m a r c h ! Todas las imiradas cayeron sobre el que liablaba asi. En sus ojos brillaba tal resolucih, tal convenciiniento de la victoria, que, como un solo hombre, todos tendieron SLIY brazos hacia dl y ;le aclamaron.

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Se pus0 I la cabcza, y ellos siguieron a su guia, llenos de confianza. iAh! El camino era ispero. LOShrboles, 10s tallos, se entrelazaban como serpientes, formaban un muro casi impenetrable; cada dia, una nueva victima se hundia ten 11s profundidaides ide l a ciCnaga. Cuanto mis se avanzaba, mis ell bosque y el pantano Imultiplicaban sus asechanzas, mis se agotaban las fuerzas tambikn. Empczaron a oirse las inurmuraciones. Se dud6 de Danko, sc dijo que era joven l inexperto. e -Va sin mmbo. . . Nos extravia.. . Per0 sin percler su valor y seguro de venca, Danko iba siempre adielante, a la cabeza de todos. Un dia la tempestad asalt6 el bosque, haciendo oir su son& y amcnazadoi-a voz. Lo envolvi6 una lgran obscuridad, como si todas las noches que se han suceclido desde el naciiniento de la tierra hubieran acumulado ten aquel lugar su horror angustioso y siniestro. Bajo ilos &-boles gigantescos carninaban 110s hombizs ininhculos. Y 10s &-boles robustos se cimbreaban como rosales. Zigzagucaban 10s relliinpagos, lanzando s6bita menbe, a travks de la noche, SLIS zarpas de espectros, co mo para arrebatar a 10s seres extraviados que huian, tail pronto deslumbrados por la iluz coino suniergidos en las tinieblas. Extenuados, se dctuvieron a1 fin, y rodearon ,a Dan i ko. Empezaron , gritar: -iNos ha cngafiado!. . . [Nos ha perdido!. . . iMue ra!. . . iMucra!. . . D e pronto, !la toinpestad se calm6. Un hltiino re limpago, coino un prcsagio, pareci6 confirmar este jui cio, y un estremcciinicnto de placer pas6 sobre las cimas -iHombres dkbiles! -grit6 Danko-. Vosotros mc Ilabiis lelegido por Iguia. Conozco el fin, y voy directa mente a 61, menosprecianclo 10s obsticulos. Pero sin con servar el valor y la fucrza para sobreponeros a ellos, o v clejhis abatir por la extensi6n deil camino. Y es un reba iio ide corderos lo que yo (levo detrhs de mi.

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Otra vez se levantaron gritos de niuerte, y el bosque 10s acogio. Danko mir6 a aquellos gor quienes se habia sicrificado, y \io que eran scmejantes a bcstias. Detris cle aquellos ojos fijos 'en 61 no habi,x almas. Comprendi6 quc ninguno le tendria misericordia y, ante esta ceguedad, estal16 \la indignation en SLI coraz6n. Euego le invaid ' una piedad inmensa, una angustia inclecible, y le hizo pensar que, sin 61, aqucl pueblo amado caminaria hacia la muerte. Se apoder6 de 61 un deseo toIdavia mis arcliente de salvar a aquellos miserables. Este arclor ilumin6 su mirada. Pero, sin comppcnclerle y lpara oponcrse a su c6lera, apretaron miis estrccliamente el circulo. Y la muchcdumbre rugia sin cesar; 10s relhmpagos desgarraban la noche y el bosquc cantaba siempre su 16gubre canci6n. Permaneci6 con la frentc levantalda; en sus ojos brillaba una llama a la que fluia toclo su amor. -iQh, &lvados!. . . -se grit6 con una voz que domin6 el nlugido de la tcnipestad. Y entonccs. . . Entonces, dcsgarrando su pecho, se sac6 el coraz6n y, con 9as dos lmanos en alto, lo levant6 por encima de su cabeza. El cora7on irradiaba como el sol. El bosque qued6, de repente, en silencio, y ante la llarnarad? de amor, la obsculiclad retro dole el sitio. Sobre 10s mismos abrojos, a ras de las aguas estancadas, la irracliacih se extcndia. . . El pucblo qucd6 plctrificado por el espanto. -iVamos! -grit6 Danko, y se lanz6 hacia addante. Con paso firme, ocupando su ,puesto, elevado siemprc, para inostrar el caliniiio, el coraz6n deslumbraclor. Toclos le siguicron. El bosque, sorprendido, sacudi6 SLI cabelllcra J nuevaniente hizo oir su mugido. . . Pero 10s pasos dc 10s hombres apagaron su voz. Porque alliora marcliaban todos sin temor, encauzados por la estela del coraz6n llameante,- clominados por una fuerza irresistible y miigica. Todavia caian victimas innumerables, pero sle clormian en la muerte sin una lhgrinia, sin un lamento.10

Danko caminaba siempre dedante de sus compafieluz. ros, sosteniendo su coraz6n aureolado Y he aqui que, bruscamente, el bosque, vencido, se separd, Idelante de ellos, dejindoles libre el paso, lirando despuks sin ruido su espeso muro. Con to o ceSLI pueblo, Danko se precipit6 en la Iuz, en el sol, en el aire puro, perfunado con le1 aroma Ide las plantas. La tempestad estaba ahora detrhs de ellos. El sol extendia s u divino resplandor sobre la esbepa ondulosa, sembrada de flopes.. . Miriadas de gotas de rocio brillaban entre la hierba. Acababa la tardc. Los rayos idd sol se ocudtaban, coloreando de p h p u r a el torrente, cuyas espumas eran rojas coino la sangre que lbrotaba del pecho de Danko. Moribunclo ya, 1anz6 una iinirada ipostvera sobre la estepa inniensa en que su pueblo libre iba ahora a vivir, 7' cl h@roe lcay6 a1 suelo y expirb. . . Los Arboles en lontananza, admirados, dejaron oir un murniuilo; sle cleslizb una brisa sobre el citspsd, salpicado de s u sangre. Pero, ailegres, ebrios de esperanza, 10s hombres no pensaban ya en 61 y no veian que a1 coraz6n ardiente llameaba siempre al lado del cadiver. Uno de ellos lo percibi6 de pronto y, piwlentemente, lo aplast6 con el pie. El coraz6n de Danko despildib a h algunos fulgores; lluego se iextingui6. . . Y es de &e coraz6n die dande provienen todavia las iluces azules que, antes d e la tempestad, brillan en la estcpa coino pequeiias leniguas de fuego.

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Cuaado la vieja hub0 alcabado su liennoso cuento, una calnia espantosa se lesparcib por la estepa, coimo si quedara asombrada a1 saber la proeza del Cemerario Danko, que dej6 arder su coraz6n por amor a 10s hombres y murib tan belllaimente. Apoyada sobre su asiento, ila vieja se estremecia de cuando lcn cuando. Yo la miraba absorto, ,pensando 'en el gran coraz6n flamigero d e Dank0 y en l a fantasia iliumana que cre6 leyendas tan

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b e l h j tan vigorosas. Pensaba tanzbikn cn 10s tiempos antiguos de 10s libroes y las hazaiias, y, por contraste, se me representaba nuestra +oca triste, pobre en hombres fucrtes v en grandes acontecimientos; rim en ldesconfianza fria, que de todo hace buda; tiempo miserable en quc pululan 10s hombres raquiticos de coraz6n muerto antes de nacer. . . Sop16 el vicnto y levant6 10s harapos que flotaban sobre el pecho seco de la vieja Iserguila, que se liabia dormiclo profundamcnte. Cubri su viejo cuerpo y me tenidi ien el sudo junto a ella. La lestepa eskasba silenciosa y sombria. Lentas y tristes se arrastraban las nubes por le1 cielo.. . El \mar murmuraba unz queija sorda y plaiiidera. La vieja Iserguiila dormia cada vez mis profundamente.. . Quizis dormia ya su 6ltimo sueiio.

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iCOMPARERO!...

En aquella ciudad todo era lextraiio, raro e incomprensible. Un sinnlimero de- iglesias levantaban a1 cielo sus clipulas lucientes y policromas, per0 1as paredes y las chimeneas de las fibricas eran mis altas que dos campanarios, y 10s templos sle hallaban envueltos por el tumulto de 10s edificios industriales perdikndose entre 10s rectos muros de piedra, como flores fantisticas (entre el polvo y la desolacih de las ruinas. Y cuando las campanas de Tas igllesias llamaban a la o r a c i h , sus broncineas voices, arrastr5nldosle sobre ei hierro de 10s techos, se perdian apagadas en las calles estrechas, tortuosas y 10s angostos labierintos de las casas. Los edificios eran inmensos y algunos, muy pocos, bonitos; las gentes, deformles y mezquinas. D e la mafiana a la noche, 30s hombres, como corri'entes grises, obscuras y o p a z s , marchaban agitados por las calles angostas y sucias de la ciudad y con ividas miradas buscaban unos el pan, otrois das diversiones, otros finalmente, parados en las bocacalles, espiaban ansiosos y hostiles el es88

pecticulo de 10s dkbiles doblegandosle resignados a la voluntad de 10s fuertes. Fuerkes eran llamados 10s ricos. Todos creian que s6lo el dinero podia dar poder y libertad a1 hombre. Todos deseaban el poder, porque todos sufrian la esclavitud; el lujo de 10s ricos hacia naeer la envidia y el odio de 10s pobres, ninguno conocia mlisica mis agradable que el tintineo del oro, y lcomo consecuencia, cada uno era enemigo del otro y la crueldad a todos 10s dominaba. Por encima de {a ciudad resplandecia alguna vez el sol, per0 da vida era siempre tCtrica y 10s hombres semejantes a las sombras. De noche encendian muchas y alegres luccs, pero entonces por las calles aparecian mujeres hambrientas vendiendo sus caricias; por todas partes penetraba en la nariz el agudo olor a 10s manjares y en cualquier sitio se veian brilllar, silenciosos y ividos, 10s tristes ojos de 40s hambrientos. Y por el espacio, lentamente, subia 'el lamento sofocado de una inmensa, de una tremenda infelicidad, a la que faltaban fuerzas para manifesfarse 'en alta voz. Todos Vivian fatigados y agitados; todos se sentian culpables; muy pocos testaban iseguros de tener raz6n, per0 estos pocos, rudos como bestias, eran 10s m5s crueles, 10s mis implacables. . . Todos querian vivir y ninguno sabia c6mo; nadie podia seguir libremente las propias aspiracioneis, y a cada paso hacia el porvenir se veia obligado involuntariamente volverse hacia el presente, el cual con manos fuertes y pesadas como las de un h i d o monstruo, detenia a1 hombre en su camino y le envolvia len sus 16bricos abra20s.

El hombre, an ustiado y perplejo, 6e detenia extenuado ante aquella az fea y monstruosa de la vida. Esta, con sus mil ojos tristes, le iniraba en el coraz6n implorando alguna icosa y entonces sle debilitaban en el alma del hombre las imigenes distintas del porvenir, y su lamento de impotencia se perdia en le1 cor0 discordante de 10s gemidos, de 10s gritos de todos 10s infelices, mirtires de la vida.

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Se nohba en todo momento el fastidio o la agitaci6n o el miedo; y en torno a aquellas gentes, inm6vi4, como una prisih, reflejando 10s vivos rayos del sol, estaba aquella ciudad melanc6lica y tenebrosa, aquellos r p o s , regulanes, desagraclables, de piedras que rodeaan 10s templos. La mlisica de aquella vida no era m5s que un lamento d'e dolor, de odio y de cblera, un apagado susurro de animosidad encubierta, un grito seco, desgarrador de crueldad, un rechinamien to voluptuoso de violencia. E n medio del triste y van0 afanarse entre dolores y desventuras, en la confusa convulsi6n de la avidez y de la necesidad insatisfechas, en le1 fango del bajo egoismo, por 10s subterrhneos de las casas, donde vivia aquella miseria que habia creado la riqueza de la ciudad, giraban invisibles soiiadores, solitarios llenos de fe en la humanidad, aislados de todos; inquietos ,pnedicadores d e rebelib, chispas sediciosas del lejano fuego de la verdad. Llevaban lconsigo a 10s subterrhneos, secoetamente, pequeiias semillas, fructiferas siempne, de una doctrina simple, bella y elevada, austeramente, con una brillante luz en 10s ojos, o dulcemente y con amor, sembrada aquella verdad evidente y deslumbradora en 10s obscuros pechos de 10s hombres esclavos, transformados, por la fuerza de 10s avaros y por la voluntad de 10s crueles, en instrumentos ciegos y taciturnos de lucro. Y estos hombres obscuros y esclavos, desconfiados a h , prestaban oido a la mGsica de las nuevas palabras, mlisica agradable que su coraz6n invocaba confmamente hacia ya mucho tiempo. Levantaban poco a poco la cabeza, e iban rompiendo las cadenas de las hibiles mentiras Icon que les tenia oprimidos la violencia de 10s poten tados. A su vida, llena de animosidad callada y reprimida; a sus corazones, envenenados por innumerables ofensas; a su conciencia, a aquella existencia dificil y triste, IIena

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de amarguras, de humillaciones, de dolores, llegaba una palabra simple y serena : i Compaiiero!. . . La palabra no era nueva para ellos; la habian oido ronunciado alguna vez, pero hasta aquel momento gafia tenido un significado vacio, sin calor de humanidad, como todas las palabras conocidas que se pueden olvidar sin sentimiento. Per0 aquella palabra, Clara y fuerte, tcnia otro sonido, otra emocibn, otra alma; se sentia en ella algo de rudo, de dleslumbrador, de poliidrico, tal un brillante. La aceptaron y comenzaron a pronunciarla con cautela y mecikndola con dulzura 'en el corazbn, acariciindola como una madre que arrulla y mece a su hijito en la cuna. Cuando m6s profundamente penetraban en el alma serena de la palabra, tanto mis screna, significativa J' Clara se les aparecia. -iCompaiiero! -decian. Sentian que esta palabra habia venido a unir a todo el mundo, para realzar a todos 10s hombves a la 31tura de la libertad, para ligarlos con nuevos vinculos: vinculos fuertes de estimaci6n reciproca, de estimaci6n y deseo por la libertad del hombre, por SLI redenci6n. Cuando 'esta palabra se grab6 en 'el coraz6n de 10s esclavos, Cstos empezaron a ldejar de serlo, y un dia anunciaron a la ciudad y a todas sus actividades otra gran palabra humana : -;No quiero! Entonces la vida se detuvo, porque ellos, 10s esclavos, son ]la fuerza que ile da movimiento. Se detuvo la corriente de agua, el fuego se apagb, la ciudad cay6 en las tinieblas y 10s aparentemente fuertes se sintileron niiios. El miedo se apoder6 del alma de 10s violentos y se vieron en la necesidad de cubrir su animosidad contra 10s rebeldes, inciertos y akrrorizados ante su fuerza, que despertaba. El espectro horrible del hambre se Ilevant6 ante ellos, y sus hijos lloraron. Las casas y 10s templos, rodeados por 1as tinieblas,

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se confundieron en un caos de piedras y de hierro sin alma; un silencio siniestro llen6 las calles; la vida 3le detuvo, porque ;la fuerza que la hacia desenvolversle se habia conocido a si misma; el hombre esclavo habia encontrado la palabra adecuada, mhgica, invencible para expresar su voluntad; se habia libertado de la opresi6n y habia reconocido su fuerza, fuerza de creador. Los dias eran dias de angustia para 10s poderosos, para aquellos que se creian duefios de la vida. Cada noche valia por mil, tan espesas eran las tinieblas, tan mezquinamente brillaban las luces e n la ciudad muerta. Esta ciudad, creada por 10s siglos, inmenso monstruo que bebia la sangre de 10s hombres, se present6 entonces a n k ellos 'en su monstruosa nulidad cam0 un misero amasijo de piedras y de madera. Las ventanas de las casas, frias y tristes, permanecian cerradas, y por las calles caminaban atrevidamente 10s verdaderos duefios de la vida. Tambiitn ellos tenian hambre, y mhs que 10s otros, per0 estaban acostumbrados a ella; 10s sufrimientos del cuerpo no eran para ellos tan agudos como /para 10s POtentados ni apagaban el fuego de su alma. Ardia en lellos l a conlciencia de su propia fuerza y el presentimiento de la'victoria brillaba en sus ojos. Caminaban por las calles de la ciudad, de aquella prisi6n melanc6lica y angosta donde habian vivido despreciados, donlde habian vivido dtrajados, y veian la inmensa importancia de su trabajo, do cual les hacia concebir el sagrado dcrecho que tenian de ser duefios de (a vida, de ser sus creadores. Entonces, con energia nueva, con refulgente darildad, se les present6 la ,palabra calpaz de vivificar y unificar: -i Com pa fiero ! Reson6 entre las lmentidas ipalabras del presente como un anuncio dal tporvenir, !de una nueva vida abierta a todos igualmente. --iCuhndo? -se preguntaron, y comprendieron que est0 dependia de su voluntad, porque eFlos pueden aproximar Ila fecha de su libertad, lcomo alejar su ilegada.

La prostituta, hasta ayer bestia medio hambrienta, que esperaba con angustia en la obscura calleja la Jlegada de alguien que se le ercase y comprase sus forzosas caricias ,polr unas cuantas monedas, tambikn oy6 aquella palabra, pero, sonriendo, turbada, no se 'decidia a pepetirla. U n hombre de 10s que hasta entonces no se habia iencontraido jam&, se le acerc6, le pus0 una mano sobre el holmbro, y le idijo con tono fraternal: -i Compaiiera! Y ella sonreia timidamente para no prorrumpir en un llanto de alegria. Porque era Ila primera vez que su ccraz6n ultrajaclo sentia el gozo de una caricia tierna y plena de emoci6n. E n sus ojos, que ayer miraban el mundo descaradamente con 3a expnesi6n estiipida de un animal hambriento, brilllaron las Ilhgrinias de una primera felicidaid pura. Este gozo de la comuni6n de 10s abyectos con la gran familia de 10s trabajadores brillaba por doquiera en las callles de la ciuldad, en tanto que, mis frios y ni5s siniestros, lo observaban 10s tlirbidos ojos desde las cams cerraclas. E mendigo, a1 que por alejarlo se le lanzaba una d inisera moneda, precio de la coinpasi6n de 10s hartos, oy6 tainbibn esta palabra, y ile pareci6 la primera limosna capaz de suscitar algo de gratitud en su pobre coraz6n, corroido por la miseria. El cochero, joven ridiculo, a quien 10s sefiores golpeaban en la espalda para que transmitiese el igolpe a1 cabaillo exhenuado, este hombre golpeado tantas veces sobre el empedrado, dijo t a m b i h a1 transelinte, abriendo 10s labios a una sonrisa franca: -2Ad6nde tc llevo, compaiiero?. . . Dijo, aunque con iniedo, tir6 de las bridas, proiito a escapar, y se pus0 a 'mirar all transehte, no sabiendo disimular cn el rostro, ancho y rojo, la sonlrisa jovial y alegre. El transehte le mir6 con ojos benkvolos y respondi6, inclinando ia cabeza: -iGracias, compafiero! Puedo ir a pile, no est5 lejos. -iOh! iMadre Inmaculacla!. . , -exclam6 el cocbe-

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ro, reanimaldo; gir6 sobre su asiento silbando alegramente y parti6 riente, satisfecho. 'Eos honibrcs caiminabaii en grupos ,por las aoerais, y entre lellos, colmo una chispa, sc inflamaba cada vez can mhs freculencia la gran ,palabra destinada a unir el mundo : -iCompaiiero!. . . U n polizonte de espesos bigotes, pensativo, se acerc6 con aire de importancia a la multitud que en ki iesquina de una calle roldeaba a un viejo orador, y despuCs de haber esicuchado largo rat0 su discurso, dijo cohibido, lentamente: -Esthn prohibidas 1as reuniones. . . Separaos. . . , sefiores.. . Y despuks de un momento de silencio, mir6 a1 suelo y afiadi6 en voz batja: -iCompafieros!. . . En 10s rostros d e a uellilos (que llevaban esta palabra 7 en el coradn, que le ha 3ian dado carne y sangre y emoc i h , y su alto significado !de llaimaida a la u n i h , briba el sentimiento de orgullo de 10s jovenes creadores, y se observaba que 'la fuerza que dlos ,ponian en esta palabra no podia ser ldestruida jamhs. Ya se reunian contra lellos turbas grises y ciegas de hombres anmados que formaban siilenciosas filas regulares; la enemiiga de 10s violentos se preparaba a rechazar las onclas de la justicia. Y en !as calles estrechas, angostas y tortuosas d e la inmensa ciudad, entre 10s muros frios y silenciosos, erigidos por la inano de creadores desconocidos, crecia cada vez inis v se maduraba la gran fe lde 40s hombres en la fraternidad de todos con todos: -iCompaiieros! Ach y allh se e n dia UII pequefio fuego lilamaldo a ser una llama que abrasara la tierra con el vivido y firvido sentimiento de la fraternidad de todas 1as gentes hbrasarh tolda la tienra y quemarh y reclucirh a cenizas el oldio y la cruieldad que nos deforman: abrasarh todos 10s corazones y 10s fundirh en uno solo: el coraz6n

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de 110s holnibiles justos y noblles en una familia indisolulie, libre JT trabajadora. E n las calles d e la ciudad muerta, creada por esclaYOS; e n aquellas calles don& Feinaba la crueldad, meci6 y se reforz6 la fe en el hombre, en su victoria sobre si inisnio y solbre 10s males d d mundo. Y en el caos confuso de la vilda agitada y privada de degrias, como estrella luminosa, corn0 faro del porvenir, brill6 la palabra simple, sencilla, profunda, como el corazbn : -iCompafiero!. . .

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CAIN Y ARTEMIO

Era Cain un judio tan sutil d e ingenio como pobre d e estpiritu; pequefio (de icuerpo y de rostro amarilbnto y seco. Largos, sucios y rojos mechones de pel0 poblaban sus mejillas rodehndole la cara, lquedanldo &a coimo encuadrada en un marc0 d'e terciopdo viejo, coronaldo poria visera de una gorra sucia. Debajo de lesta visera brillaban unos oljilllos grises ornados asimismo $de pestafias rojas que parecian alfileres. Muy raramente aquallos ojos se ldetenian por a l g h tiempo fen un mismo abjeto; recorrian siln imar con vivacidald d e un lado a otro, sembranldo lpor doquifera miradas timidas, amablies, olbsequiosas. No se poldian ver aquellas mifradas sin ldarse c w n t a en seguilda de que el stentimiento prinlci,pa;l Idel hombre que asi miraba 'era el mieldo de toido y de toldos, un miedo que ide lmomento en imomento ,podia itransformarse en espanto. De aqui que todos aqudlos 'que l o deseaban aumentasen icon Ichanzas y eimbuskes ese sentimiento tan vibrante en el judio y del lcual tparticipaban, a1 pareoer, no tan s610 sus nervios, sino (tambikn 10s p1iegue.s del traje (de tela burda que revestia su cuerpo huesoso, desde 101s holmbros a 10s pies, y que 'no cesaba d e Cemblar.

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El j t d o se llainaba Kahim Aar6ii Pourvitz, pero se le conocia por Cain. Era mhs sencillo que Kahim y mis conocido de la Rente, y ademis hay en este nombre algo de mortificante. Aunque no conviniese a a q u d a naturaleza d6bil y temerosa, parecia a todos que designaba rigurosamente el alma y el cuerpo del judio, y que a1 61. mismo tiempo era una injuria Vivia entre gentes maltratadas por la suerte y a las cuales agrada sieinpre ofender a1 prbjimo, procurando hacerlo por ser &e su h i c o medio de venganza.. . Esto con Cain era fhcil; cuando se ;le ponia en ridiculo Jimithbase a sonreir con aire de culpable, y a veces hasta ayudaba a 10s otros a budarse de 61, como si quisiese ,pagar por adelantado a sus atormentadores el derecho de permanecer entre ellos. Vivia de su comercio, naturalmente. Iba por las calles llevando un cajoncito coilgaldo sobre el pecho, y pregonaba con voz dibil y suave: -jBetiln! iCe,rillas! iAlfileres! iAgujas! iMerceria! i Articuilos de todos gineros! Otro rasgo aun caracteristico: Sus orejas ieran grandes y sc movian constanbemente como las de un caballo asustadizo. Ejercia su profesih en el barrio en que se hallaban esrableciclos 10s miserables y el hampa de la ciuclad. Chikhan se coinponia cle una calle estrecha, formada por altas casas viejas y salientes; se encontraban en ella refugios para la noche, tabernas, panaderias, tiendas de comestibles, de hierros viejos y de diversos utensilios; y su poblaci6n la coiqionian ladrones y descuideros, revendedores y inujeres de no muy honesto vivir. No faltaba nunca sombra, gracias a la altura de las casas, ni tampoco fdtaban el barro y 10s borrachos; en verano, un olor intenso de podredumbre y de aguardiente quemado reinaba sin cesar. El sol no illegaba sino ,por la maiiana con mucha precauci6n y por lpoco tiempo, coiiio si teniiese que sus rayos se ensuciasen a1 contact0 de aquel fango. La calle, situada en la vertiente de una colina junto a un rio, se haillaba siempre Ilena de trabajadores del

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puerto, cle marineros y de faquines. Iban alli para emborracharse y divertirse a su manera; y adli tambiin, en 10s rincones propicios, 10s laldrones aperatban que su dicha fuese comlpleta. IEn las aeeras de la calk ilas vendedoras colocaban 10s tiestos llenos de pasbelitos 'de carne; junto a ellas se veian t a m b i h 10s cajones #de confituras y a 10s vendeclores tde higido. La muchedumbre de trabajadores del puerto comumia con avidez aquellos comesitiblles calientes; 10s borrachos cantaban con voz salvaje y se injuriaban; 10s vendedores llamaban a gritos a 10s parroquianos, alabando sus inercancias; 10s carros rodaban con estrkpito lprocurindose con dificultad un paso entre 10s grupos que se empujaban para comprar o vender, buscar trabajo o espiar una ocasi6n cualquiera. Por aquella calle llena de suciedad, de ruido ensordececlor, discurrian nifios de edades diversas, per0 igua4mente sucios, harnbrientos y Icorrompidos. Corrian por aUi de la mafiana a la noche; su existencia delpendia dc la bondad de las vendedoras y de la liaibilidald de sus manos. Por la noche dormian en cualquier parte, a1 raso, a1 abrigo de 10s pbrticos, debajo del caj6n que servia de rnostrador a1 pastelero, e n el quicio 'de una ventana. Desde d alba aquellas victimas descarnajdas del raquitisnio y de la escrbfula, se liallaban en pie con objeto de recoinenzar el robo, o de inendigar si 10s objetos robados no tenian ficil venta. LA q u i h lpertenecian aquellos nifios? A todos. E n Chikhan vivia, pues, Cain, pasando un clia y otro voceando sus mercancias, que vendia a las niujeres. Algunas lieces le pedian kstas veinte co,pecas ,prestacla poir pocas horas, con la oblilgacibn lde pagarlle veintidbs, Io lcual hacian ,puntualinente. E n general, Cain realizaba muchos negocios en 13 calle: a 10s obreros que sentian la neccsidad de un moniento de amor, les compraba gas camisas, las goiras, las hotas y 10s acodeones; a las mujeres, las faldas y sus pobres adornos, y todo est0 lo cambiaba Inego o ilo revcndia con un beneficio de s. Siguiendo sin cesar siendo cl bqanco burlas acomlpafiadas de golpes; J' no faltlaban

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nes en que lo dcsvalijaban. Jamis sc quejaba, contenthndose con sonreir clulcemenCe. A veces, en alguno de 10s rincones soimbrios de Chikhan, varios inuchaclios, a 10s que ell hambre o la borrachera lliubieran inipulsado hasta el asesinato, se lanzaban sobre el judio, a1 que 10s puiietazos o quizis el espanto hwian rodar por el suelo; y alli ,permanecia, bemblando, a 10s pies de sus agresores, palpindose convulwamente 10s borlsillos JT cliciendo: -ScTiorcs, rnis buenos seiiores, no tom& todas mis copccas.. . j C h o pod16 continuar mi colmercio? -E iiinunicrablec sonrisas claban a YLI dcniacrado lrostro el aspcto de una pcrenne inucca. --Varnos, cesa dc chillar; danor soilamenbe treinta copecas. Aquellos buciios seiiores comprendian muy bisen qoe no se debc ariancar por completo la ubne )de la valca que a h pucdc dar leche. Cain se levanltaba y se iba con ellos ipor la misma calile, broineanclo y sonrienclo; 10s muchaohos condescen&an tanibi6ii en dark conversacih y en burlarse de 41, \ esto ocurria del modo i & scncillo y franco del mundo. n Despvks de nn episodio de este gknero, Cain parecia a h mis delgaclo JJ csto era todo. A1 parcccr no iiivici cn bueiia ariiioiiia con le1 Consistorio isrielita. Muy de tarde cn tarde se le veia acoimpaliaclo clc un correligionaiio, v se notaba siempi-e que estc trataba a Cain coli clcsprecio y altivez. H a s h circu16 el rumor en Chiklian clc que sobre Cain pesaba el Kherenz v hubo tin ticnipo en que ilas vendedoras le llaniaron el nialclito. No erd esto inuy probablc, aunque Cain manifeskara signos includables de herejia: no observaba leil sAbaldo \ coniia carne sin qangrar. Se le importunaba con preguntas, se insistia, se le ordenaba que csplicase !c6mo se atrevia a coiner c o ~ a sprohibidas por su religi6n. El se

hacia el ignorante, sonreia y sailia del compromiso COI una broma o escapaba sin hablar una pailabra sobre la creencias y costumbres de 10s judios. Hasta 10s desgraciados ahiquillos de la calle le pel seguian arrojando sobre 61 o sobre, su mercancia pufia dos 'de barro, mondaduras lde frutas y otras porquerias El pobre Cain se csforzaba para contenlerles con pala bras halagiiefias; pero, la mayoria de las veces se perdi pronto entre la muiltitud, donde no le seguian por tenia de ser eni,pujaclcs y pisotcaclos. Asi era como vivia Cain, conocido {de todos y d todos despreciado; vendia, temblaba de miedo y sonreia H e aqui c6mo una vez le sonri6 la fortuna. Cada rinc6n del Universo tieiie un d6spota. E' Chikhan este papcl lo desemlpefiaba el guapo Artemic un mozo colosal, con el rostro cle un h a l o perfecto, bi jo un bosque de cabellos negros rizados. A q u d o s cabt Nos flexibles caian en bucles caprichosos sobre su frent: llegando hasta tocar las pobladas cejas de terciopelo y IC innieiisos ojos pardos, rasgados y siempre velados por U I ~ especie dc niebla hGmecla. Tenia la nariz recta, de un correcci6ii antigua; 10s ilahios, rojos y frescos, cubierto por un gran bigote negro; todo su rostro era de una II gularidad maravillosa y de una belleza sencilla, y 9u ojos, como bruniosos, se adaptaban a 61 perfectamenti completando y explicando, por decirlo asi, su belilezl Con su pecho ancho, su a k a estatura bien propo~rcion, da, su sonrisa perpetua, llena de una despreocupacio dichosa, era el cspanto de 10s 'hombres y la alegria de Id muieres ~dcChikhan. La mayor parte del dia la ,pasdb acostado en cualquier parte siempre que hubiera inucli sol, y alli, reniiso y perezoso, absorbia el aire libre y 1 luz a pequeiias aspiraciones que elevaban su pecho podr roso de una manera regular y fuerte. Tenia veinticinco afios. Tres afios antes habia llegad a la ciudad en compafiia de unos faquines prooedentr de Promsino; cesado el trabajo, se qued6 en la ciudad pel sando que era muy c6modo vivir sin trabajar, gracias 100

us pulios y bellleza. Desde entonces, de aldeano y fauin que era, se convirti6 en favorito de !as vendedoras e pasteiles, de las tendcras y de otras vecinas de Chikhan. Este g h e r o de ocupaci6n le procuraba comida, guardiente y tabaco en abundancia; nada hubiera sad o que dcsear, y asi iba transcurriendo su vida. Por-61, las iiiuchachas se injuriabaii y se pegaban, se ensuraba a niuchas mujeres casaclas delante de sus proNOS maridos, que por esta causa las golpeaban sin pielad. Arteiiiio perinanecia indiferente ante todo esto; se alentaba all sol, estirado coiiio un gato, esperando que iaciese en 61 uno de 10s pocos deseos que le eran accesibles. Generailiiientc, se acostaba en la c o h a contra la se apoyaba Chikhan. Desde alli contemplaba el rio; lespuks, inis alli, 10s campos que se extendian hasta .1 horizonte; aqui y alli manchas grises se dibujaban soDe el tapiz verde y uniforine; eran las aldeas. All5 abajo, r siitre la vcrdura, estaba siempre daro y tranquilo. Vol\icndo la cabeza hacia la izquierda, veia de un extnemo a otro la d e llena de vida y animaci6n; y a1 exainiliar dehenidainente aquella inasa aniniada y sonibria, podia distinguir las siluetas de las personas conocidas, oyendo el alarido liambrieiito de la muchedumbre. A SLI atlrededor mecian en la colina altas y tupidas liierbas; irboles iinedio niuertos de consuncicin se levantaban all lado (de matorrales lcasi clesarraigados; allli era lcloncle 10s burgueses del arroyo dormian sus borracheras y jugaban a las cartas, remendaban sus trapililos, o descansaban del trabajo y de 10s ,peligros. Artemio no gozaba de buena reputaci6n entre ellos. Seguro de su fuerza invencible, 10s trataba a veces con nsolencia; y, ademis, ganaba el pan con deimasiada fatilidad. Todo esto producia la envidia; tambikn, s61o iiiuy raras veces repartia su b o t h con 10s otros. E n geneIral, 110s sentiinientos de conipaiierismo estaban poco desanollados en C1, ni talmpoco parecia ser lde su agrado la sacieclad de las gentes. Si se acercaban a 61 y le habla'ban, contestaba con placer, pero nun@ era el primero en entabllar conversacicin; si se le podia dinero para be101

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ber, lo daba sin que jamis hubiese tcnido da i n t c n c i h de obsequiar a sus aniistacks. cntre kstas cid la costtiinbre de gastarse la copeca que tuvicscn en compafiia. Ailli, entre 10s matorrales, aparcciaii 10s rnensajerox de amor enviaclos a Arbcinio, que a vcccs eraii muchacliuelas clesastraclas v sucias de la calk, o pi1 mcnte repugnantes. Eran c~liiquillos dc siete 3 ocho y rara vez de dicz aiios; ,per0 de todos nzodos se hallaban penetmdos dc la profunda importancia dc la iiiisi6n qua sc les confiaba; hablaban cn voz baja 1 sus fcas caras tomaban un aire Idc misterio. . . -Ti0 Artemio, la tia 1LIaria nic ha encargado que te aijera que su marido esti fucra y que cs preciso que alquiies una barquita paia ir con ella a1 campo. . . lioy.. . -iAh! -clccia Rrtemio con voz pcrezosa, y sus herinosos ojos velados brillaban. -+Es preciso. --Irk. . . Ojc, ic6ino cs esa tia Maria? --Es una vendeclora -contestaba el iiiensajero con tono de reprochc. -Una vendedora. . . iAh, si!, aquella quc tiene l a tienda all dado de la ferreteria. -No, Iioiiibrc, no; a1 lado de lCi ferrcteria vive Ana Nicolaievna. -Si, si, ya lo se, hcrinmito. . . Lo ldigo poi- decirlo. Hablo cn broma, como si la hubiese ohidado.. . Conozco perfectameiite a esa Maria. Pero el mciisajero no est5 del todo convencido, y quiere ejecutar concicnzudalmente su iiiancl~toy cxplica con insistencia a Artemio: -5Iaiia es la rubia bajita que vive a1 lado del pescaaero. -Si, si, aquelila que vive a1 1,ado dcl pescadero. Qu6 toiito eres. . . ilc figuras que la ,podia confundir? Est5 bien, ve corrilenclo a decir a Maria que voy en seguida. Entonccs el iiiensajero toina un aire mis persuasivo y dice: -Ti0 Artleniio, dame una copeca. - l u n a copeca? i Y si no (la tengo? -dice Artemio, metiendo a1 niisino tiempo las manos en 40s bolsillos 102

clcl pantal6n, dcl que siempre sac3 alguna monedd. Con una risotada alegre, el inensajero se va corrienla enamorada que id? comisi6n esti do a coniuiiicar curnplida J' a rccibir tambiCn la recompensa. El muchachuelo coiioce el valor del dinero y tiene nleoesidad de C1, no tan s610 para inatar el hambre, sino porque fuma cigarrillos, bebc aguxrdiente y tiene t a m b i h sus asunti110s ainorosos. El dia que sigue a una lesccna de lesta incloilc, se ciicuentra a Arteinio menos que de lcostumblre aiccesible a las im,presiones de la vida; en cambio pa en belleza, esa rara belleza de animal poderoso pero pacifico. Rsi sc dcslizaba aquella exisbencia satisfiecha, lcasi inconsciente, tranquila a pesar del gran nGmero de envidiosos, de celosas y de celosm que tenia, pero tranquila sobre todo porque estaba defenclicla por el texible puiio de Artemio. Sin embargo, ailgo significativo y sombrio se condensaba a veces en 10s ojos p a d o s del gallardo niuchacho; sus oejas de terciopelo se fruncian con dureza y una arruga profunda ccrtaba su morena frente. Levant6basc7 abandonaha su madriguera, y cuando m5s se aproximaba a Chikhan y mis se acercaba a1 tumulto, mhs se obscurecian sus ojos y se dilltaban sus narices. Llevaba la chaqueta de pailo burdo sobre el honibro izquierdo, y lei1 derecho, abrigaclo solamente con la camisa, dejaba aclivinar la fuerza del biyzo. No gust5ndole las botas, va calzado siempre con alpargatas; 1as tiras d e itela blanca cntrecruzadas que le sirven d e medias sefialan en relieve 10s iniisculos de sus ,piernas. Su andar es lento y majestuoso. E n el barrio se conocen sus hhbitos, y por su aspecto se adivina ;lo que se puecle esperar lde 61. U n murmu110 precursor sle deja oir: -Artcmio viene. Todo el niundo se apresura a dejarle paso libre; se apartan 10s cajoncs de mercancias, 10s hornillos y 10s tiestos llenos cle comida caliente, se le #dirigen sonrisas, se le saluda.. . y todos lle tenien. Y 61 anda lentpe lesas

muestras d e admiracih por su persona y de temor por su fuerza, lpensativo y sillencioso, aumentando su arrogancia salvaje, persuadido de su valor. Tropiezan sus pies con un caj6n lleno de tripas, de higados y asaduras y todo rueda por el suelo fangoso. El veiidcdor, clesesperaclo, lanza una bocanada cle injurias. -2Y por qui: lo has puesto a mi paso? -pregunta Artemio tranquilamentc; pero el tono dc s u voz e s de mal augurio. -2Es kste acaso tu camino, buey? -grita el vencledor. -2Y si yo quiero pasar por aqui? Y a1 dccir esto brillla una siniestra inirada m 10s e n ojos 'de Artemio. Ell vendodor lo advierte y inurmura: -iLa lcalle es pues estrecha para ti! Artemio se aleja dentamente. Su victinia entra en la taberna y pide agua hirviendo, lava sus mercancias, y cinco niinutos clespuks grita con todas sus fulerzas: -iHigaclo! LAsadura! iCorazh! Marinero, ven a estrenarme. T e dark cinco copecas de lengua. Tia, d m ,prame higaclo. iQui6n quiere corazon caliente? iHigado! i Asadura! El rumor sordo de las voces sube y baj,a con 01 olor penetrante lcargado de podredumbre y de aguardiente, de sudor, de pescado, cle brea y de cebolla. Las gentes invaden el arroyo, impiden 3a circulaci6n cle 110s carruajes y gritan, venclen, compran, rim. Por encima (de ellos se ve un trozo azul de cielo, que empaiian el polvo y el humo que ascienclen por 'el aire de aquella calle en (la que las inisinas sombras de las casas lparecen hGmeldas e iinpregnadas conipletamente de barro. -iMerceria! iIlitlo! iAlfileres! -voce,a Cain, que va cletrLs de Artemio. -1'eras confitadas, compradlas y comedlas -pita otra vendedora. -iCebollas, cebollas verdes! -dice otra. -iKvass! iKvass! -vocifera un viejecito de cara rojla, sentaldo a la sonibra d e su puesto. Un hombre, conocido en la calle con el cxtraiio apodo dal Novio Andrajoso, estL a punto lde vender a un

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trabajador del puerto una camisa sucia pero s6lida que acaba de quitarse, y le dice con tono convencido: -Butor, @ d e encontr,aris una prenda de gala coin0 &a por veinte copecas? Con ella se puede ir a pedir la mano de una rica coinerciante. Una millonaria. . . , iqui: cliablo! D e repeiitc, sobre cl runior general se oye la nota Clara de una voz infantil que resuena: -Por el amor de Dios, una copeca a un niiio abandonado.. . que no tiene padre ni madre.. . El nonibre cle Dios resuena de una manera extraiia en llos oidos de aquellas gentes. -iArtemio! Ven aqui -cxclama con voz afablte la hibill iiiujer del soldado Daria Gromova, cluc vende lpastela de carne-. iDbnde te habias metildo? LPor qui: nos olvidas? -2Has llieoho buenos negocios? -pregun ta tranquilainente Artelmio, y con un lige'ro puntapik w e k a la mercancia. Los ,pastcles aniarillos y resbaladizos ruedan sobre las piedras dejando desprender un vaho qaallienbe, y Daria, dispuesta a reiiir, grita con furor: -iImprudentc! iAsesino! iPiUo! iC6nio te puede sostener la tierra? iCaiiiello de Astracjn! La gentle rie a su ailredeclor, porque naldie ignora que Artemio serj perdonado por aquella furia. D e este modo prosigae su camino, empujando a todo el mundo, derribando a las personas y pasando sobre ellas. Y deilante de Cll, r6pido resuena el murmullo dc advertencia : -iArtemio vienle! lEn estas Iclos pallabras, aun aquel que J,as oye por primera vez, adivina una amenaza, y cede el paso a Artemio mirando con temor y curiosidad la polderosa estatura del b u m mozo. Artemio encuentra a un igraiiujil'la conocido suyo. Se saludan y estrecha la mano de su amigo de tal modo, que 'el otro grita 'de dolor y le injuria. Entonces Artemio le da un manot6n en el hombro o inventa la manera de hacerle dafio, y silencioso y tranquil0 mira al hombre que atormenta, que gimiendo y gritando (dice:

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-Dkjaiiie, verdugo. . . Maldito. Peio cl verdugo es tan inexorable como un juez. Cain caia coli frccuencia cntre l,as rudas manos de Artemio, que jugaba con 61 como un cliiquillo travieso con un escarabajo. Esta conducta particular e incoinprensible del atleta se la denoininaba lei1 Chikhan cosas de Artemio, y le creaban sinnhmero de enemigos; 10s que a lpesar de sus esfuerzos no poclian ludiar contra eil vigor milagroso del atleta. En cierta ocasi6n siete niozos robustos se reunieron y, armados de valor, decidieron dar a Artemio una lccci6n que lo cailmase. Dos de entre lellos pagaron cara lesta experiencia, 10s otros no resultaron inuy perjudicados. Otra vez 10s tenderos y burlados maridos contrataron a un cariiicero de la ciudad, cklebre por SLI vigor y,que en mds de una ocasi6n liabia salido vencedor en la lucha con 110s 1iCrcules del circo. El carnicero se encarg6, nicdiante una gruesa recomlpensa, de ldarle una paliza a Artcmio liasta dejarlo meclio inuerto. Le lpresentaron a Artemio, y kste, que no rehusaba nunca refiir por gusto, iompi6 el brazo ail carnicero por debajo de la clavicul,a7 y de un pufietazo en mitad del pecho 10 derrib6 al sue110 sin conocimiento. Estos hechos, que elevaron a h inis el prestigio que Artemio debia a sus fuerzas, aumentaron como es 16gico le1 numero de SLIS lenemigos. Artemio continuaba con sus cosas lo mismo que antes, atacando a todo y a todos 10s que se cruzaban a su paso. iQuC sentimientos queria cxpresar con esto? iAcaso el hombre cleil campo y del bosque, arrancado de su ambienbe, se vengaba asi de la ciuclad y de sus maneras de vivir? Quizis comprendia 61 confusamente que aquella ciuclad le era nociva, que le liabia inolculaclo su veneno en el alnia y en el cuerpo; tenia esa idea y luchaba a SLI modo contra la fuerza fatail que le esclavizaba. Sus cosas terniinaban a veoes en la prevencihn, donde 10s agentes de policia 10 trataban mejor que a 10s demis liabitantes de Chikhan; Jes sorprendia su fuerza fabulosa y les divertila, no ignoraban que no era un Ia106

drdii, de esto eia incci,paz por su falta de inteligencia. Frecuenknicnte, lucgo de sus .cosas se escondia en cualquier chaini~odondc alguna cle sus enamoradas sc encargaba cle su sostkn. Dcspuks


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