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Curso África III edición. Diáspora. Vieitez y Jabardo 2006

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18 de diciembre. ACTIVISMO FEMENINO E IGUALDAD DE GÉNERO EN ÁFRICA: ESTRATEGIAS Y RETOSExiste una estrecha relación entre los movimientos africanos de mujeres y los avances en el continente. No en vano estamos en plena Década de las Mujeres Africanas (2010-2020).Soledad Vieitez Cerdeño. Profesora de Antropología Social (U. Granada) y responsable del grupo AFRICAInEs-investigación y estudios aplicados al desarrollo(SEJ-491).
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IN: África en el horizonte. Introducción a la realidad socioceconómica del África subsahariana. Antonio Santamaría Pulido y Enara Echart Muñoz (Coords.): Capítulo 6, páginas 165-194. Los Libros de la Catarata. Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación (IUDC/UCM). Serie Desarrollo y Cooperación. Madrid. 2006 - 1 - ÁFRICA SUBSAHARIANA Y DIÁSPORA AFRICANA: GÉNERO, DESARROLLO, MUJERES Y FEMINISMOS * M. Soledad Vieitez Cerdeño y Mercedes Jabardo Velasco 1. Introducción Las transformaciones políticas, sociales, culturales o económicas del África subsahariana y las diásporas africanas nos permiten reflexionar sobre el papel de las mujeres como agentes de éstos y otros procesos, históricamente. En efecto, ellas protagonizan estrategias y resistencias diversas ante la imposición de sistemas de dominación coloniales con las consiguientes y profundas alteraciones de sus formas de organización productiva y reproductiva. No en vano, la descolonización, fuera ésta pacífica o revolucionaria, las políticas públicas y/ o nacionalistas tras las independencias, los planes de ajuste estructural (y social), así como las políticas de desarrollo y cooperación de la segunda mitad del siglo XX forjan intensos y relevantes movimientos sociales africanos, muchos de ellos femeninos y feministas. De igual forma, las diásporas africanas en diversos modos y períodos históricos, desde la propia esclavitud transatlántica hasta las actuales oleadas de inmigración, favorecen tendencias sociopolíticas y culturales en las comunidades africanas, a caballo entre dos o más continentes, y más globales de lo que imaginamos a menudo. En realidad, las diásporas africanas o los feminismos negros no son ajenos al propio contexto internacional del desarrollo y la cooperación que ha marcado profundamente el devenir del continente y sus gentes hasta la actualidad. Por consiguiente, nuestra visión de las estrategias de resistencia femeninas y feministas trae a un primer plano las construcciones nacionales y las revoluciones de género, así como las luchas por la igualdad, dentro del continente y en la diáspora africana, sirviéndonos de paso para exponer y comentar algunos marcos teóricos - tanto como la metodología usada en y para ellos - que unen aspectos tan relevantes como aquéllos de desarrollo, cultura, identidad o género, entre otros posibles. Abordamos todo esto desde el contexto disciplinar de la Antropología Social en particular, aunque * Las autoras de este capítulo han dedicado igual proporción y esfuerzo conjunto a la elaboración y la edición del mismo. El orden de autoría se ha decidido exclusivamente por el orden de presentación de los textos, Soledad Vieitez Cerdeño firma el epígrafe número dos (“Revoluciones de género, desarrollo y feminismos africanos”) y Mercedes Jabardo Velasco firma el epígrafe tres (“Diáspora, estudios culturales y feminismos negros” ). Ambas son Profesoras de Antropología Social, respectivamente, en la Universidad de Granada y la Universidad Miguel Hernández de Elche (Alicante).
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IN: África en el horizonte. Introducción a la realidad socioceconómica del África subsahariana. Antonio Santamaría Pulido y Enara Echart Muñoz (Coords.): Capítulo 6, páginas 165-194. Los Libros de la Catarata. Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación (IUDC/UCM). Serie Desarrollo y Cooperación. Madrid. 2006

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ÁFRICA SUBSAHARIANA Y DIÁSPORA AFRICANA: GÉNERO, DESARROLLO, MUJERES Y FEMINISMOS* M. Soledad Vieitez Cerdeño y Mercedes Jabardo Velasco 1. Introducción

Las transformaciones políticas, sociales, culturales o económicas del África subsahariana y las diásporas africanas nos permiten reflexionar sobre el papel de las mujeres como agentes de éstos y otros procesos, históricamente. En efecto, ellas protagonizan estrategias y resistencias diversas ante la imposición de sistemas de dominación coloniales con las consiguientes y profundas alteraciones de sus formas de organización productiva y reproductiva. No en vano, la descolonización, fuera ésta pacífica o revolucionaria, las políticas públicas y/ o nacionalistas tras las independencias, los planes de ajuste estructural (y social), así como las políticas de desarrollo y cooperación de la segunda mitad del siglo XX forjan intensos y relevantes movimientos sociales africanos, muchos de ellos femeninos y feministas. De igual forma, las diásporas africanas en diversos modos y períodos históricos, desde la propia esclavitud transatlántica hasta las actuales oleadas de inmigración, favorecen tendencias sociopolíticas y culturales en las comunidades africanas, a caballo entre dos o más continentes, y más globales de lo que imaginamos a menudo. En realidad, las diásporas africanas o los feminismos negros no son ajenos al propio contexto internacional del desarrollo y la cooperación que ha marcado profundamente el devenir del continente y sus gentes hasta la actualidad. Por consiguiente, nuestra visión de las estrategias de resistencia femeninas y feministas trae a un primer plano las construcciones nacionales y las revoluciones de género, así como las luchas por la igualdad, dentro del continente y en la diáspora africana, sirviéndonos de paso para exponer y comentar algunos marcos teóricos - tanto como la metodología usada en y para ellos - que unen aspectos tan relevantes como aquéllos de desarrollo, cultura, identidad o género, entre otros posibles. Abordamos todo esto desde el contexto disciplinar de la Antropología Social en particular, aunque

* Las autoras de este capítulo han dedicado igual proporción y esfuerzo conjunto a la

elaboración y la edición del mismo. El orden de autoría se ha decidido exclusivamente por el orden de presentación de los textos, Soledad Vieitez Cerdeño firma el epígrafe número dos (“Revoluciones de género, desarrollo y feminismos africanos”) y Mercedes Jabardo Velasco firma el epígrafe tres (“Diáspora, estudios culturales y feminismos negros” ). Ambas son Profesoras de Antropología Social, respectivamente, en la Universidad de Granada y la Universidad Miguel Hernández de Elche (Alicante).

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también, sin duda, de las Ciencias Sociales en general (Grinker y Steiner, 1997). Estas temáticas sobre África y África en la diáspora, las cuales presentamos a continuación, acompañadas de la correspondiente bibliografía especializada, permanecen aún bastante desconocidas en el contexto español e, incluso, ignoradas en una mayoría de programas universitarios de postgrado. Ello contribuye a la repetición continua y perversa de imágenes donde las mujeres africanas son representadas como víctimas, atrasadas, excesivamente “tradicionales” y sujetas a todo tipo de prácticas adversas y discriminatorias (Mikell, 1997; Mohanty, 2002), favoreciendo una reiteración de ideales de modernización que inundaban las propuestas en materia de mujeres y desarrollo a mediados del siglo pasado; hoy están de triste actualidad nuevamente. Sin dudar que las mujeres africanas - como todas las del mundo - están aún discriminadas, creemos necesario profundizar en concepciones más propiamente africanas y eludir otras construcciones de las desigualdades de género que dominan, excesivamente en nuestra opinión, los planteamientos socio antropológicos más vigentes.

2. Revoluciones de género, desarrollo y feminismos africanos

Desde la década de los años setenta, el estudio de los roles y las relaciones de género, junto con sus transformaciones históricas, ha sido cruciales en la investigación africanista del área Subsahariana. Sin ir más lejos muchos de los paradigmas sobre la universalidad o no de la desigualdad de género rescatan datos de primera magnitud, basándose en las sociedades recolectoras y cazadoras, tales como pueblos mbuti o san, del África Central o Austral respectivamente (Vieitez, 2005). Las diversas formas que adopta la construcción simbólica y social del género diacrónica y etnográficamente encuentra en África una fuente inagotable de sorpresas y nuevas formas de conceptuar estos roles y relaciones. Ello es enormemente relevante para definir y exponer los sistemas de género pre-coloniales, anteriores a la esclavitud y la colonización, básicamente todo lo existente en África antes de los siglos XVIII o XIX (Allman, Geiger y Musisi, 2002; Etienne y Leacock, 1980), y cómo, cuándo y por qué fueron transformándose desde las independencias hasta la actualidad (desde la década de 1950 en adelante). De ello no podríamos ocuparnos, aquí y ahora, no obstante (Grinker y Steiner, 1997; Moore, 1991; Rosaldo y Lamphere, 1974; comp. Ogundipe-Leslie, 1994). Con diferencia, una mayoría de conceptos y teorías usadas en África conectan los marcos del Marxismo Estructural (desarrollado en Francia e Inglaterra) y de la Economía Política (Estados Unidos y, posteriormente, Inglaterra) con aquellas sobre los roles y las relaciones de género; básicamente hablamos del amplio y dilatado marco teórico conocido como «género y desarrollo» (denominado hasta la década de los ochenta, primero, «mujeres en desarrollo» y luego «mujeres y desarrollo») (Mkandawire, 2005; James y Etim, 1999). El trabajo del antropólogo

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marxista estructural francés, Claude Meillassoux, Mujeres, graneros y capitales (en castellano,1981), es ya un clásico en esta línea. Meillassoux explica las economías domésticas africanas, basándose en datos de la población gouro (Costa de Marfil), y sostendrá que el control del trabajo femenino (doméstico y agrícola) y la reproducción del grupo por parte de los ancianos y los varones subordina a las mujeres africanas. En definitiva y siguiendo el marxismo estructural, las mujeres están ubicadas en formaciones sociopolíticas concretas, por lo que existen condiciones estructurales que determinan el estatus socioeconómico y político que ocupan en cualquier sociedad dada. O lo que es lo mismo, género y desarrollo se hallan inextricablemente unidos por instituciones socioeconómicas y políticas (parentesco o matrimonio) que organizan las "relaciones de reproducción" y reproducen socialmente el orden (ideológico y cultural) establecido. La investigadora británica Bridget O´Laughlin, ligada al Centro de Estudos Africanos (Universidade Eduardo Mondlane, Maputo, Mozambique), representa bien esta tendencia, como también lo hace la historiadora francesa, Catherine Coquery-Vidrovitch (Cf. Mazrui, 1999). De forma parecida, la Economía Política añade la dimensión histórica al estudio de las poblaciones africanas en la década de los setenta e incorpora elementos culturales para explicar las identidades (de género, clase o raza y etnia) ante cualquier lucha, sea ésta de cariz político, económico u otro. Las poblaciones africanas son engarzadas en sistemas mundiales e influidas por relaciones internacionales, las cuales limitan enormemente sus formas de organizar lo social, económico o cultural, dentro y fuera del continente. En otras palabras, la posición de las mujeres no puede documentarse, ni explicarse, sin analizar la política económica del género internacionalmente, puesto que la marginación de las mujeres es inherente a las propias condiciones estructurales, por ejemplo, las creadas por la colonización y el desarrollo del capitalismo y del imperialismo en esta región del mundo. Tal sería la posición de teóricas de la dependencia como Kate Young, Lourdes Benería o June Nash, cuyos datos principales proceden de América Latina. En efecto, la trata de esclavos transatlántica, la esclavitud propiamente femenina dentro del continente, y los sistemas de dominación coloniales alteraron, eliminando por completo en algunos casos, incluso, autonomías africanas locales con instituciones femeninas sociopolíticas y económicas de primera magnitud. Samir Amin señala acertadamente cuatro tipos de África colonial, las cuales mostramos a continuación:

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«ÁFRICA DE LA ECONOMÍA COMERCIAL COLONIAL»

• explotación de cultivos comerciales: Senegal, Costa de Marfil, Nigeria o Ghana

• agricultore/as de subsistencia obligados a cultivar y/o producir aceite de palma, caucho, algodón, cacahuetes… Cultivos forzados

• importancia de redes de comercio femenino y agrupaciones comerciales y/o bancarias, formadas por mujeres

«ÁFRICA DE LAS RESERVAS DE

TRABAJO»

• Malawi, Burkina Fasso y Mozambique • trabajadores varones a minas de República Democrática del Congo, partes

de Congo, Zambia y República de Sudáfrica o a plantaciones de Kenia, Tanzania y Zimbabwe

• formación de agrupaciones gremiales femeninas (Por Ej.: de agricultoras); grandes restricciones a las mujeres: empleo doméstico (sólo desde principios del siglo XX; antes era masculino este sector) y prostitución

• la emigración femenina nacional y transnacional está muy restringida (debido a los sistemas de semi esclavitud o chibalo, entre otros factores)

«ÁFRICA DE LAS COMPAÑÍAS DE CONCESIÓN»

• Gabón, Congo, República Centroafricana y República Democrática del Congo

• inversión mínima en capital social o material, explotación exacerbada • las mujeres en "sus hogares", no son visibles en absoluto, excepto como

segunda reserva de mano de obra en el cultivo u otros

«ÁFRICA DE LAS MINORÍAS BLANCAS»

• partes de Kenia, Tanzania (hasta 1918), Zambia y Zimbabwe • poblaciones kikuyu (Kenia), chagga (Tanzania) y shona (Zimbabwe) son

desplazadas de las tierras más ricas, siendo éstas ocupadas por hacendados blancos

• mujeres pierden autonomía política, social y cultural en muchos sistemas locales, donde las mujeres ocupaban lugares preeminentes en la denominada esfera política "publica" o la economía formal

Desde mediados del siglo XX hasta el presente, las políticas mundiales de descolonización, desarrollo y cooperación insertaron esta región del mundo en el sistema mundial, del mismo modo que la segunda ola feminista de la década de los setenta inicia el estudio de las mujeres africanas (en Occidente, debemos aclarar). Significativamente, durante el proceso de independencia de los estados africanos, una mayoría de los cuales lo hace en la década de 1960, nacen alrededor de 48 nuevos países con retos y problemáticas comunes en la región Subsahariana de África. La búsqueda de gobiernos legítimos y estables, de unidad entre sociedades muy heterogéneas (y repartidas entre varias fronteras) en su mayoría y el ansiado desarrollo económico constituirán objetivos principales de estos estados. En plena Guerra Fría y con una política de bloques, determinando alianzas de comercio y ayuda entre gobiernos africanos y occidentales, nos encontramos con una suerte de neocolonialismo que a lo mejor dura hasta mediados de los ochenta y, a lo peor, hasta la actualidad. De forma significativa, son las mujeres africanas quienes vierten grandes expectativas sobre la descolonización y la construcción de la "nación" a la vez que del estado y el desarrollo, entonces como en la actualidad. Es relevante destacar aquí los debates femeninos y feministas sobre la relación entre la posición de las mujeres y los sistemas políticos, económicos y sociales o culturales, así como toda la bibliografía sobre el estado (o la ausencia de él) en relación con las mujeres. Las transformaciones que introdujeron los sistemas coloniales y los nuevos estados africanos en la

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segunda mitad del siglo XX son enormemente relevantes para conocer los lugares y las acciones de las mujeres.

Invitando a la reflexión… ¿Qué tipo de estados aparece con las independencias africanas, con qué modelos de igualdad de género (u otras) y cuáles propuestas de desarrollo? No menos relevante, ¿cómo responden a ellos las agentes sociales -actrices y actores africanos-, dónde, cuándo y por qué? ¿En qué circunstancias históricas, políticas, sociales, económicas…?

No cabe duda de que el tipo de estado es importante, ya que informa de las relaciones de poder, da cuenta de diferencias de clase, raza, etnicidad y género o muestra, en definitiva, la existencia de grupos marginales o minoritarios. Sin ir más lejos, devela las políticas descolonizadoras de los estados africanos (en clave de desarrollo nacional) y los efectos sobre las mujeres, así como las reacciones de éstas históricamente. Por último, como también han reflejado los debates teóricos feministas de las últimas dos décadas (Cf. Moore, 1991), es extremadamente importante documentar y entender cómo, cuándo y por qué surgen y reaccionan las organizaciones populares de mujeres a las políticas gubernamentales africanas; también lo son las respuestas de dichos gobiernos a las actividades y las acciones de aquéllas. Por tanto, hablamos de hallar y explicar desigualdades de género en instituciones sociales, económicas y políticas, como también, de hacer bien visibles las estrategias y las resistencias femeninas feministas a todas aquellas instituciones. El interés por el estudio de las mujeres africanas surge a partir de trabajos como el de Ester Boserup, titulado La mujer y el desarrollo económico (en inglés, 1970). Dos de sus conclusiones más importantes son, a saber: primero, que el estatus de las mujeres africanas había descendido considerablemente con el colonialismo (perdiendo por ejemplo muchos de sus roles y relaciones de poder institucionalizadas más predominantes). En segundo lugar, las mujeres africanas han ocupado (y ocupan) posiciones clave en los sistemas productivos (y reproductivos, me permito añadir) africanos. Ambas conclusiones de Boserup han sido enormemente relevantes y significativas para la investigación posterior. La primera ha sido revisada, revisitada y matizada con la afortunada re-introducción del sujeto y su agencia en los estudios sociales, pero la segunda podríamos mantenerla inalterada: las mujeres son centrales en las economías, las sociedades y las culturas africanas. Un informe de las Naciones Unidas (1974) revelaba la importancia de las actividades económicas femeninas: 70% de la mano de obra en producción alimentaria, 60% en el comercio, 50% en la ganadería (muy frecuentemente conceptuada como "esfera masculina" en exclusiva), 100% del procesado total de alimentos. Clave en la documentación y el análisis de los roles y las relaciones de género en África es, obviamente, la reconstrucción histórica desde la época precolonial al presente. Una mayoría de estudios muestra la existencia de mayor espectro de roles políticos, económicos, socioculturales o "públicos"

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para las mujeres africanas antes del colonialismo. Trabajo y producción no eran conjuntos, sino separados, relaciones de género en cuanto a matrimonio u otros formaban parte de otras relaciones sociales y comunitarias, lo que reta significativamente la separación de esferas -privada y doméstica frente a pública, naturaleza y cultura, hogar y mercado, etc.- en los sistemas de género africanos. En definitiva, conyugalidad, autoridad y poder, diferencia(s), identidades femeninas, masculinas u otras, modos de vida, producción o subsistencia y formas políticas (Hodgson y McCurdy, 2001; Cornwall, 2005) han sido históricamente distintas de las comúnmente reseñadas para otros lugares del mundo, al menos, en los datos más frecuentes citados en contextos occidentales (siglos XIX y XX). En contextos rurales subsaharianos, por ejemplo, han venido predominando los sistemas agrícolas femeninos (centro, sur y este africano), siendo mixtos en África occidental con gran incidencia del comercio femenino. Tenemos razones para pensar, y cada vez más estudios así lo corroboran, que las mujeres perdieron autonomía con la esclavitud y la colonización (Allman, Geiger y Musisi, 2002; Etienne y Leacock, 1980). La obra pionera de Boserup, que cuestionó la presunción de que las mujeres se beneficien automáticamente con la modernización e industrialización, aportó datos de Asia, África y América Latina, comparándolos, para demostrar la alteración generada por el sistema colonial y la economía de mercado internacional en la posición de las mujeres. Sin duda, la creencia de la que las sociedades africanas eran equivalentes (o debieran serlo) a las europeas y occidentales ha limitado el alcance de los estudios de género y de las mujeres africanas. Éstos coinciden, no por causalidad, como ya hemos comentado, con la descolonización africana y los debates del desarrollo y la cooperación desde mediados del XX. A continuación exponemos algunas de las líneas relevantes de investigación en este ámbito, entre otras posibles, priorizando las aportaciones de las últimas dos décadas y media y destacando las temáticas sobre nacionalismos y los más recientes movimientos sociales, femeninos y feministas -revoluciones de género y desarrollo-, así como las concepciones alternativas y novedosas del "género", sus relaciones y roles, a partir de feminismos africanos. 2.1. Revoluciones de género y desarrollo

Durante el proceso de descolonización, el cual dura desde la década de 1950 hasta la actualidad, África presenta al mundo más de cincuenta nuevos países con variedad de formas políticas; desde monarquías a dictaduras, regímenes militares y gobiernos civiles, sistemas revolucionarios y demócratas, y también administraciones populistas y autoritarias. Fueran de corte marxista o capitalista, siguiendo la política de bloques de la Guerra Fría hasta los ochenta, en realidad el poder tendió a concentrarse en sistemas de partido único, los más de los casos bastante personalizado en la figura del presidente de la nación, quien a menudo había conducido a su país a la independencia también, vía transición pacífica, conflictiva o cruenta. La centralización del poder vino acompañada de pesadas burocracias

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administrativas y eliminación o intolerancia hacia la oposición política y la disensión política respectivamente. Claro que muchos de estos gobiernos continuaron (y continúan) muy ligados con los intereses políticos, sociales y económicos occidentales. A todo ello debemos unir los siguientes factores:

a. El aumento de la desigualdad de clase y de género, debido sobre todo a la existencia de derechos consuetudinarios

b. El incremento de desigualdades étnicas, acrecentadas por el sistema británico de gobierno indirecto, como por otras formas coloniales de «tribalización»

c. El enorme éxodo rural, frecuentemente femenino, debido a las restricciones anteriores sobre la emigración femenina y a los ideales "modernizadores" de las décadas de 1950 y 1960 en el mundo

d. El ínfimo nivel educativo y de preparación profesional de la inmensa mayoría de los africanos – las africanas especialmente (cuyos índices de analfabetismo eran muy elevados, por ejemplo)

Como generalidad, podemos observar que gobiernos africanos conservadores (Costa de Marfil, Mauritania o República Democrática del Congo) coincidieron con independencias pacíficas, mientras que los progresistas devenían de procesos independentistas cruentos o conflictivos (Argelia, Tanzania, Mozambique o Angola). No obstante, algunos de transición pacífica tuvieron luego un gobierno de izquierdas, como Malí, mientras que otros cuya transición fue cruenta, contó con un gobierno conservador; tal es el caso de Kenia.

Año Independencias al sur del Sahara 1956 Sudán 1957 Ghana 1958 Guinea - Conakry

1960

Benin Burkina Fasso

Camerún Congo

Costa de Marfil Chad

Gabón Madagascar

Mali Mauritania

Níger Nigeria

República Centroafricana República Democrática Congo

Senegal Somalia

Togo

1961 Sierra Leona 1962 Burundi Ruanda Uganda 1963 Kenia Tanzania 1964 Malawi Zambia 1965 Gambia 1966 Botswana Lesotho 1968 Guinea Ecuatorial Isla Mauricio Swazilandia 1969 Guinea Bissau 1975 Angola Cabo Verde Isla Comoras Mozambique Santo Tomé y Príncipe 1976 Islas Seychelles 1977 Yibutí 1980 Zimbabwe 1990 Namibia 1993 Eritrea

Una mayoría de los recién creados estados africanos "compran" modelos de modernización con fuerte rechazo a lo cultural; tal fue el caso del primer

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presidente mozambiqueño, Samora Machel (1975). En efecto, tras las guerras de liberación nacional, donde las africanas participan directamente, los gobernantes proponen el desarrollo económico y político de sus estados ya independientes, mediante nacionalismo estatal que conduzca eventualmente al desarrollo y la democracia. Estos procesos contemplaron relevantes proyectos de emancipación de las mujeres mediante la eliminación de prácticas consuetudinarias (matrimonio, herencia, etc.), muy acorde con esos ideales modernizadores. Por consiguiente y en aras del desarrollo nacional, la movilización femenina y feminista era fagocitada e incorporada -previa re-lectura por parte de los partidos políticos- al proyecto nacional de reconstrucción y desarrollo. Ello ha supuesto el mal avenido matrimonio entre feminismos y nacionalismos en África. Estas temáticas han sido comentadas por politólogas como Cynthia Enloe (Estados Unidos) en su obra Bananas, Beaches and Bases. Making feminist sense of international politics (1990) para el caso americano y por Kumari Jayarwardena (Sri Lanka) en la colección de textos sobre Asia -donde incluye el caso de Egipto- que edita con el título Feminism and Nationalism in the Third World (1986). No obstante, es extremadamente relevante que muchas revoluciones y gobiernos africanos incorporaran el activismo político, estrategias y resistencias femeninas y feministas, de las mujeres africanas en el proceso. Los estados socialistas contaron con organizaciones femeninas de masas, tales como las del Movimento Popular de Libertação de Angola o MPLA, que comienza su lucha armada el 4 de febrero de 1961 y pone como su brazo derecho a la OMA u Organização da Mulher Angolana. Mozambique, Guinea-Bissau o Cabo Verde, básicamente esa segunda generación de gobiernos marxistas en África que aparecen a partir de 1975 con la liberación de Portugal, tuvieron todos ellos este tipo de movilización activa. Otras organizaciones femeninas de masas relevantes son las de Namibia (SWAPO, South West African People’s Organization), las del movimiento popular de Eritrea, es decir, las guerrillas del Frente de Liberación de Eritrea (FLEA) de mayoría musulmana, que consigue deslindarse de Etiopía mediante referéndum en 1993. El movimiento campesinos de las mujeres del área, antes etíope, de Tigray ha durado casi dos décadas. Sin embargo, como dice Kiros Gebru, campesina repatriada por hambres recurrentes y perpetuo subdesarrollo de su zona de origen: "mi revolución es como la miel; sabe cada vez más dulce".

Muchos estudios revisan e interpretan los nacionalismos en clave de mujeres. Ello es muy significativo, si tomamos en cuenta el amplio espectro de resistencias anticoloniales (Tanzania, Sudán o Madagascar), demandas africanas de participación política (Zimbabwe, Camerún, Nigeria, Ghana o Benin) y los movimientos sindicalistas rurales de la población baule (Costa de Marfil) o kikuyu (Kenia), entre otros. Destacamos los trabajos Susan Geiger, TANU Women: Gender and Culture in the Making of Tanganyikan Nationalism, 1955–1965 (1998) y de Josephine Nhongo-Simbanegavi For Better or Worse? Women and ZANLA in Zimbabwe’s Liberation Struggle

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(2000) o quien escribe estas líneas, Revolution, Reform, and Persistent Gender Inequality in Mozambique (2001). En ellos se abordan temáticas, tales como la influencia de elites "occidentalizadas" de jóvenes (en la línea que maneja Mbuyi Kabunda) y de mujeres mulsumanas con estudios medios en las revoluciones de Tanzania o Mozambique y los conflictos entre nacionalismo y feminismo en Zimbabwe. Especialmente relevantes son la transgresión de barreras étnicas y la escenificación o performance por parte de las mujeres en estos contextos a fin de conseguir derechos políticos más ambiciosos y transversales. Desde mediados de los ochenta y, sobre todo, en los noventa, todas estas estrategias femeninas toman un nuevo cariz debido a las imposición de los planes de ajuste estructural (PAE) y social (PAES) -básicamente liberalización y globalización de los mercados- en una mayoría del continente. Finaliza la Guerra Fría y el Estado reduce su papel en el desarrollo y la cooperación internacional con los consiguientes retrocesos y recortes en educación y salud. Unido a la caída de una mayoría de sistemas de partido único, todos estos factores reavivarán de forma espectacular, aunque desigual, el activismo femenino y feminista en África. Si bien los gobiernos africanos han venido cooptando las acciones femeninas y fagocitando sus agendas, las mujeres ahora transcienden los nacionalismos y utilizan las plataformas internacionales (Conferencias Mundiales de las Mujeres, por ejemplo) que tienen a mano para presionar, especialmente, en materia de legislación y derechos que les afectan especialmente (Leyes de Familia, Tierras, etc.). Un trabajo clásico es el de Ailli Mari Tripp, Women and Politics in Uganda (2000), donde documenta la autonomía del movimiento de mujeres ugandesas o los programas de discriminación positiva de Yoweri Museveni (National Resistance Movement, NRM) desde 1986 en adelante, aportando un excelente análisis institucional y de género. Este fenómeno toma proporciones mayores desde la década de los noventa. Numerosas mujeres aspiran a candidaturas de presidencia al país (Liberia o Kenia), son nominadas por sus partidos para la presidencia (Angola, Burkina Fasso, Guinea-Bissau, Santo Tomé y Príncipe, República Centroafricana, Kenia, Nigeria y Tanzania), son elegidas como primeras ministras de sus países (Senegal). Ellen Johnson-Sirleaf es Presidente de Liberia desde noviembre de 2005. La Ministra de Finanzas de Nigeria, Ngozi Okonjo-Iweala, como tantas otras líderes femeninas (Ruanda o Burundi), comienza una particular lucha contra la corrupción por la que es enormemente respetada. Crean incluso partidos políticos propios en Lesotho, Zambia y Zimbabwe. Son muy relevantes, además, sus contribuciones a los enunciados constitucionales, así como sus batallas legislativas en materia de tierras, herencia, ciudadanía, violencia doméstica o acoso sexual y laboral. No es casualidad que una mayoría de estados africanos crearan ministerios de asuntos sociales y de las mujeres y otras instituciones, semejantes a las europeas, para garantizar la equidad de género como política fundamental y transversal (Cf. Vieitez, 2002).

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Invitando a la reflexión… ¿Por qué existe una contradicción entre nacionalismo y feminismo en los gobiernos africanos tras las independencias en Zimbabwe, Costa de Marfil, Tanzania o Mozambique? ¿Hay diferencias entre los gobiernos conservadores y socialistas? ¿Qué caracteriza las agendas políticas en materia de equidad de género (u otras)? ¿Cuál es su relación con las agendas internacionales de desarrollo y cooperación (empoderamiento) en estas décadas y/o con las políticas públicas (mainstreaming) en países occidentales?

2.2. Feminismos africanos

En la década de 1980 y principios de 1990, una mayoría de textos rescata a mujeres marginadas (prostitutas, esclavas, trabajadoras domésticas) del olvido. Sin duda, la desigualdad de clase revela estructuras sociales y económicas "indígenas", producción y reproducción, desde nuevos ángulos que critican y expanden las concepciones de Meillassoux o Boserup, antes mencionados. Autoras insignes en esta línea son Belinda Bozzoli quien señala la existencia del “puzzle de patriarcados" en Sudáfrica o Luise White, The Comforts of Home: Prostitution in Colonial Nairobi (1992), quien ve la prostitución como un trabajo más y, por tanto, a las mujeres como agentes activas que controlan sus vidas, cuerpos y economías. Una primordial y significativa vía cuestiona la categoría "género", que no es (o ha sido) estática, ni definida de forma biológica en clave binaria u opuesta a "sexo", sino sociológicamente construida, variable en el tiempo en cuanto a significados, diferente incluso para cada mujer. La variación del género durante el ciclo vital, algo que corroboran muchos datos y contextos africanos, constituye por ejemplo el trabajo de Eugenia Herbert, Iron, Gender and Power: Ritual Transformation in African Societies (1993), para el África Central. Éstas y otras aportaciones han impregnado los estudios de género y de las mujeres en y sobre África, fuera y dentro del continente, donde numerosos centros académicos y redes de intelectuales han confluido en el activismo político desde las luchas de liberación a las más recientes. En palabras de Amina Mama (Mkandawire, 2005: 97): "Si la interacción entre los movimientos feministas y el desarrollo ha generado la industria del género, entonces las incursiones feministas en la vida intelectual africana pueden hacerse responsables de haber generado los estudios de las mujeres y de género en África" No podríamos concordar más. El papel relevante concedido a la investigación ínter y multidisciplinar para la comprensión de las mujeres, sus roles y relaciones de género, en las sociedades africanas, así como la incorporación de los movimientos de mujeres con el desarrollo internacional son cruciales para los feminismos africanos. La aclamada poeta, intelectual y activista política nigeriana, Ife Amadiume es autora de dos libros de cabecera, a saber: Male Daughters, Female Husbands: Gender and Sex in an African Society (1987) y Reinventing Africa. Matriarchy, Religion and Culture (1997). En el primero, Amadiume incide en la flexibilidad de las categorías de género, hablándonos de hijas varones y esposos femeninas, es decir, mujeres con "estatus masculino" o mujeres ricas y ambiciosas que adquieren esposas. La reinvención de la historia de África es el objetivo de su segunda obra en la que, además y entre otras cosas, recupera y reclama

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el matriarcado frente a la clara masculinización de estructuras y teorías, ofreciendo a la vez una visión renovada de las mujeres. Contraria a la idea de que las diferencias de género imbuyen a todas las sociedades por igual, la también nigeriana Oyeronke Oyewumi revisa y revisita la yoruba precolonial para reivindicar el uso de principios de edad y generación, antes que el género. En efecto, el estudio del poder en la maternidad, la sexualidad y el nacimiento de las hijas e hijos -en sí mismos y no como variables añadidas a otras transformaciones sociológicas- es otra de las grandes contribuciones de esta autora, por ejemplo en la revistaJenda, Journal of culture and African women studies, donde se explaya sobre la institución de la maternidad yoruba o abiyamo; destacamos también su libro The Invention of Women: Making an African Sense of Western Gender Discourses (1997).

A destacar … la revista científica Feminist Africa, editada por The African Gender Institute, University of Cape Town, como también la Makerere University de Uganda y el Institute of Development Studies (IDS) de Dar-es-Salaam (Tanzania). Este último Instituto contiene, junto con el de Ibadam (Nigeria), los Centros de Documentación, especializados en género y mujeres africanas, más antiguos del continente.

3. Diáspora, estudios culturales y feminismos negros 3.1. Diáspora

Cada vez se hace más necesario incorporar el concepto de diáspora para hablar de África. A la dispersión de la cultura negra por el mundo, consecuencia de aquellos desplazamientos forzados de la esclavitud, hay que sumar desde hace tres décadas las nuevas y masivas migraciones de africanos y su reubicación en los más variados destinos geográficos, preferentemente Europa y los Estados Unidos. Si es útil el término diáspora para hablar de África no es sólo como reflejo de esa imagen de dispersión y de reubicación de africanos o descendientes de africanos en los más variados lugares de al menos tres continentes, sino también por la creación de una identidad diaspórica que desde fuera del continente ha ido construyendo, reconstruyendo y reproduciendo diferentes imágenes de “africanidad”. Pero, ¿a qué hacemos referencia cuando utilizamos el concepto de diáspora? Safrán (1991) en un artículo seminal hacía referencia a los siguientes rasgos:

a. Está dispersa de un centro original en, al menos, dos lugares periféricos

b. Mantienen una memoria o mito acerca del lugar de origen c. Creen que no son totalmente aceptados en el país de destino d. Ven su país ancestral como un lugar de posible retorno, cuando las

condiciones lo posibiliten e. Se preocupan por mantener o reconstruir su lugar de origen f. La autoconciencia o solidaridad como grupo están definidas por la

continuidad con relación al lugar de origen

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Sin pretender ofrecer una definición más o menos fija, sí hay algunos elementos que resultan claves a la hora de hablar de diásporas y son, además, de ese carácter de dispersión entre dos o más puntos con relación al lugar de origen, la situación de marginalidad o exclusión en el país de destino y la creación de un sentimiento identitario que conecta transnacionalmente a sus miembros y los vincula en torno a una imagen mítica con el país de origen. Como también desarrolla Clifford (1991) en otro de los textos de referencia, editado en el número inaugural de la revista Diasporai, como el anterior de Safrán, “las formas culturales de la diáspora se desarrollan en redes transnacionales, construidas a través de múltiples conexiones, traduciendo (codificando) prácticas de acomodación con prácticas de resistencia, tanto con relación a los países de acogida como en relación con sus propios modelos”. Tiene, por tanto, una dimensión negativa y una dimensión positiva. Negativa, en tanto que la conciencia diaspórica está construida por experiencias de discriminación y exclusión. Positiva, en tanto que se construye a través de la identificación con un mundo con fuerzas históricas, culturales y políticas, tales como África en el caso que nos ocupa (Cf. Clifford, 1999). Hoy en día millones de africanos o descendientes de africanos han ido conformando comunidades en todo el mundo. A las comunidades negras de Estados Unidos, América del Sur, el Caribe o India, se han sumado otras nuevas de africanos que en Italia, Francia, España, Alemania, otra vez Estados Unidos, se sienten parte de esa diáspora africana que se extiende por el mundo. Todos ellos pueden afirmar que forman parte de la diáspora africana, pero su relación con África, con el resto de los miembros de la diáspora, está mediatizada por su identidad nacional, étnica, sexual o de clase. Como afirma Clifford, “diáspora puede muy bien construir una identidad de pasiones, pero esas pasiones y los significados que se generan pueden no ser idénticas dentro de las comunidades negrasii”

3.1.1. Genealogía del concepto – Diáspora negra

El concepto de diáspora, ligado a la dispersión judía en el pasado y ahora convertido en uno de los paradigmas de la postmodernidad, tiene una gran tradición en la cultura negra. De hecho el término diáspora fue pronto retomado en la época abolicionista por escritores afroamericanos que subrayaban las conexiones con el pueblo judío. En aquellos lamentos colectivos que eran los espirituales negros se cantaban los paralelismos entre una experiencia compartida de sufrimiento y exilio y una (futura) cultura de la liberación y redención (Hall, 1990; Cf. Hall y Du Gay, 1996). Entre estos esclavos y mediante esos cantos se fue creando un sentimiento identitario de carácter diaspórico que les conectaba entre sí a través de un vínculo común, de un ideario, de un sentimiento de origen compartido en una tierra que sentían como propia, África. Esos cantos de libertad que fueron las músicas de la esclavitud conectaron a africanos, ahora esclavos, llegados desde puntos diversos del continente con tradiciones y lenguas

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distintas, en torno a una vivencia de sufrimiento compartida y una imagen de redención común. Más allá de las lenguas y culturas que los distinguen, la idea de un territorio compartido. “África” es la creación de los antiguos yorubas, mandingas, igbos… en el Nuevo Mundo. Ni la dispersión en sí misma ni la esclavitud llevaron aparejada de forma mecánica una identidad diaspórica. En tanto que construcción identitaria, la noción de diáspora africana no tiene un desarrollo natural. La dispersión en la época de la esclavitud ha llenado de descendientes africanos las comunidades de India, la península arábiga y Estados Unidos. Sin embargo, el sentimiento de diáspora africana, que germinó rápidamente entre los esclavos de América del Norte y del Sur, ha permanecido oculto entre las comunidades creadas en la península arábiga y el subcontinente indio. Sólo muy recientemente, comienza a surgir una literatura y unas referencias a la diáspora en la India. Algunos autores hablan de la aparición pionera de textos escritos por antiguos esclavos de Estados Unidos y Brasil para justificar esta diferencia. Pero, cada vez son más, quienes plantean que la ausencia de referencias anteriores a una identidad diaspórica entre los descendientes de africanos en el sudeste asiático es consecuencia del ocultamiento social, político y teórico de estas poblaciones y, por supuesto, debida a la ausencia de una “inteligencia negra” que fuera capaz de mostrar los sonidos que ocultaban tras ese aparente silencio. De hecho, el surgimiento de una conciencia diaspórica entre los afroamericanos a finales del siglo XIX está muy ligado a políticos y pensadores muy relevantes, especialmente a Garvey y a Du Bois, ambos recuperados por los intelectuales afroamericanos en la década de los sesenta. Fue en esta época de movimientos sociales y luchas políticas en el marco del multiculturalismo en la sociedad norteamericana, cuando surge la acepción moderna de diáspora africana. Entonces se usa indistintamente como un término político –con el que se pretende enfatizar (y construir) la unificación de experiencias de las personas africanas diseminadas por el mundo a partir del tráfico de esclavos- y como un término analítico usado por investigadores que hablan sobre comunidades negras dispersas en distintos países. En estos estudios se muestra la dispersión de los descendientes de africanos, su papel en la transformación y creación de nuevas culturas, instituciones e ideas, fuera de África, y los problemas de la construcción de un movimiento panafricanista de carácter mundial (Patterson y Kelley, 2000). Es entonces coincidiendo con la emergencia de los estados africanos y con la aparición de los líderes panafricanistas, cuando el centro de gravedad de la diáspora pasa de los Estados Unidos a África. En los años ochenta y noventa, Paul Gilroy trasciende la relación de América y África y crea un nuevo concepto analítico, el Atlántico negro que presenta en dos textos emblemáticos, There Ain’t No Black in the Union Jack (1987) y The Black Atlantic (1993). Gilroy incorpora a la diáspora negra el contexto postcolonial británico. Añade a las vivencias compartidas de la esclavitud y

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la subordinación racista, historias de supervivencia cultural, de hibridación, resistencia y rebelión política. En estos trabajos es fácil hallar la huella sobre la que camina ese otro gran referente de los estudios culturales británicos, Stuart Hall. Es precisamente Hall quien trasciende el concepto de diáspora negra para explicar mediante el concepto de identidades diaspóricas las nuevas identidades surgidas al hilo de la globalización. Con este concepto alude a personas que se mueven entre dos o más mundos, con dos o más lenguas, con múltiples referencias, personas que ya no tienen raíces sino rutas. Y en éstas –en las rutas- van encontrándose. Hall también dice que la identidad cultural no es algo fijo, sino siempre híbrido. Que surge de historias y de posiciones culturales muy concretas, que es una manera de transformarse más que de ser, que pertenece al futuro tanto como al pasado. Que no es algo que ya existe, transcendiendo tiempo, historia y cultura. Que está sujeta a continuas transformaciones y al continuo juego de la historia, la cultura y el poder (Hall, 1990).

Líneas de investigación y/o elementos de reflexión Los conceptos de transnacionalidad y de frontera, también muy usados para

hablar de movimientos migratorios en el marco de la globalización, están muy interconectados con el concepto de diáspora.

3.2. Los Estudios Culturales

El segundo eje sobre el que nos apoyamos son los Estudios Culturales, en tanto instrumento teórico –y metodológico- desde donde acercarnos a las cuestiones de identidad, resistencia y agencia de las mujeres de la diáspora africana. Hall y Gilroy, que acaban de ser introducidos en el texto, son dos genuinos representantes de la aportación británica de los Estudios Culturales a la diáspora negra. Hablar de los Estudios Culturales es casi una invitación a la controversia. En primer lugar por la dificultad que surge de su difícil encasillamiento teórico y disciplinario. Efectivamente no son una disciplina académica como otras. Ni tienen una metodología definida ni unos campos de investigación claramente delimitados. Son, en cierto modo, postdisciplinarios. Tal vez por eso uno de los ejes que los define es su relación con las disciplinas establecidas. Siendo su objeto de estudio la cultura contemporánea, como también lo es de la Antropología, la Sociología o la Crítica Literaria, por poner los primeros ejemplos que me vienen a la cabeza, suponen un potente desafío para todas ellas, tanto por lo que supone la ampliación del campo de estudio -en los estudios culturales la cultura incluye las Bellas Artes, la Literatura, la erudición, la cultura de los medios de comunicación o el arte popular- como por la combinación que se da en su seno entre la búsqueda académica y el movimiento político. Porque desde los estudios culturales la cultura se entiende desde sus prácticas y de su relación con el poder. Su objetivo es exponer las relaciones de poder y examinar el modo en que las relaciones influyen y dan forma a las prácticas culturales. Hay un giro hacia la subjetividad frente a visiones más cientificistas u objetivistas. Otro de los

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aspectos controvertidos de los estudios culturales es producto de su propia expansión. Bajo este paraguas están desde las aportaciones del marxismo cultural británico a los análisis metadiscursivos sobre la industria del deporte, la cultura del fast-food, la moda del tatuaje o, entre otras muchas posibilidades, las resistencias de diferentes “culturas” a la globalización económica.

Lo cierto es que la producción teórica en este campo es ingente. Desde el texto que supuso su consolidación, una compilación editada por Grossberg, Nelson y Treichler (1992), las publicaciones no han dejado de crecer. Tal vez por esto se hace preciso centrar el marco desde donde nos situamos haciendo un poco de historia. Los estudios pioneros datan de la década de los sesenta y tienen su anclaje en Gran Bretaña alrededor del Center for Contemporary Cultural Studies creado en 1964 en Birmingham. Se considera que los trabajos de Richard Hoggart (n.1918), Raymond Williams (1921-1988), E. P. Thomson (1924-1993) y Stuart Hall (1932) son textos fundacionales de los Estudios Culturales. Sus trabajos pioneros se centran en las tradiciones y resistencias culturales del proletariado británico. El libro de Willis, Aprendiendo a trabajar, un estudio de la cultura juvenil inglesa (1977), puede considerarse un clásico de esta escuela, un cruce de la Antropología y este nuevo espacio de los Estudios Culturales. Estos trabajos muestran una clara influencia marxista, si bien de un marxismo bastante heterodoxo, donde la cultura se entiende como un campo de luchas específicas por la hegemonía, y la clase social como una construcción simbólica. Las resonancias gramscianas son claras. La influencia del pensador italiano Antonio Gramsci –a quien se asocia con el término hegemonía que utilizó para describir las relaciones de dominación que no son visibles como tales- está presente en muchos de los estudios que se realizan bajo este epígrafe. Para los intelectuales británicos esta influencia se extendía a su compromiso político, incorporando para sí el papel de intelectual orgánico que Gramsci daba a aquéllos que se comprometían con el destino de las clases subalternas. En los Estudios Culturales británicos la cultura era un locus de resistencia. A un tiempo el objeto de estudio y el espacio en el que se ubican la crítica y la acción políticas. Desde ahí se trataba de forzar el reconocimiento de la cultura de la clase obrera y otras culturas subordinadas, des-velando las formas de resistencia que hay en las respuestas de estos grupos a las formas de violencia cultural de los grupos dominantes. Para ello se hacía necesario redefinir el concepto de cultura –tarea que asumió Williams en un texto que ya es también un clásico- o plantear como Hall y Whannel que había que otorgar el mismo estatus y distinción que ostentaba la literatura canónica entre formas de la “alta cultura” y nuevas formas como el jazz y el cine. Pero no bastaba con des-velar. Un aspecto importante de los Estudios Culturales fue la auto producción de la cultura, prácticas mediante las cuales la gente llega, aún de manera imperfecta, a representarse a sí misma y a su mundo. Representativos en este sentido son el uso de técnicas y vías de expresión artísticas como la música (desde el jazz al rap), la literatura, el

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cine o la fotografía. Se trataba en suma de incorporar la visión de los grupos dominados, no como meros sujetos pasivos y receptores de las ideas de los grupos dominantes, sino como agentes activos en la construcción y reconstrucción de su propia situación de dominación, mediante la acomodación y el consentimiento.

La implicación y el activismo político que encontramos en los años de formación de los Estudios Culturales británicos están sin duda vinculados inicialmente con el movimiento de la Nueva Izquierda (New Left). Dicho movimiento aglutinó a miembros relevantes de la inteligencia postcolonial y a anticolonialistas sin espacio ni cabida en las instituciones dominantes de la izquierda británica, fuertemente racializadas, como todas las instituciones políticas. Uno de estos miembros, quizás hoy el más canonizado de sus padres fundadores, es el sociólogo y crítico Stuart Hall. Sus preocupaciones, sin embargo, no formaron parte de los Estudios Culturales británicos hasta la década de los ochenta, época en que se incorporó a las mujeres y los negros en una sociedad dividida por el clasismo y el racismo. Fue en los años ochenta cuando aparecieron los trabajos de Paul Gilroy. Coincidió con la mutación de los estudios culturales en Estados Unidos, donde al fin se asentaron en las universidades norteamericanas con extraordinaria fuerza en los años noventa, con la relectura en términos postcoloniales y étnicos que se dio entre las minorías étnicas. Fue entonces cuando se expandieron en esas universidades los departamentos de Black Studies. Los combates por los derechos civiles de los años sesenta se tornaban en las aulas académicas en una lucha por la cultura del reconocimiento. Desde los departamentos universitarios se ofrecía ahora el eco histórico y literario de aquellas revueltas. De hecho las aportaciones de Gilroy ya se mueven entre dos pilares teóricos, la tradición postcolonial de los Estudios Culturales británicos, personificado en la figura de Hall, y los pensadores e intelectuales afroamericanos que, desde Cornell West a bell hooks, recuperaron la tradición histórica y literaria de la comunidad negra, oculta tras el velo del racismo de la sociedad norteamericana. Como ellos, Gilroy se propone presentar a los negros como actores sociales, mostrando a personas con capacidades cognitivas e incluso con una historia intelectual, atributos todos negados por el racismo. Desde esta posición se planeaba un doble ejercicio, desvelar las estrategias –teóricas, políticas, sociales- del racismo llevadas a cabo para ocultar a las poblaciones negras, y mostrar la agencia de estas últimas. Pero trasciende los límites de la nación negra que estaban construyendo los intelectuales norteamericanos. Gilroy habla del Atlántico negro y desde este concepto proyecta una cultura diaspórica negra diversa que no puede reducirse a una tradición nacional y/o étnica. Al contrario, Gilroy nos habla de zonas en contacto, de hibridación, de mestizaje. Son interesantes en el campo de los Estudios Culturales sus aproximaciones a la música negra –que enlaza desde el blues al rap pasando por el reggae- como un arte de resistencia que permite hablar de una identidad diaspórica, porque aporta lecturas globales– en tanto que formas de expresión que favorecen la conexión entre poblaciones negras de

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distintas partes del triángulo Atlántico- y una lectura local, en la medida en que las músicas se re-interpretan de forma particular en distintos contextos locales.

Líneas de investigación y/o elementos de reflexión

La exploración de las identidades híbridas y las identidades cruzadas es parte del ideario de la literatura postcolonial. De hecho los Estudios Culturales tienen un importante parentesco con los Estudios Postcoloniales y los Estudios Subalternos. Otra línea de investigación que se abre directamente es el debate sobre lo multicultural, y la manera en que se ha ido desligando de las políticas de afirmación positiva de los años sesenta, para quedar reducido a un espacio de negociación de identidades culturales.

3.3. Feminismos negros

El tercer eje sobre el que elaboramos teóricamente la construcción de género y desigualdad en la diáspora africana es el movimiento político y teórico de los feminismos negros. Difícil explicar y mostrar la agencia de las mujeres en la diáspora africana sin tomar como refrenes a pensadoras y activistas que desde coordenadas de exclusión, marginación y racismo han referido condiciones de opresión de las mujeres negras incluso más allá de las categorías de género. Y si entramos en el plural mundo del feminismo negro se hace obligado comenzar con lo que ya es un paradigma dentro de movimiento, el feminismo afroamericano. Claro que aquí también conviene hablar de feminismos o, casi para ser más precisos, de movimientos.

El movimiento negro en Estados Unidos agrupó a hombres y mujeres en los años sesenta. De hecho los primeros cimientos sobre los que se construyó un movimiento feminista negro se colocaron en los años setenta con las obras de escritoras, pensadoras y artistas que mediante sus producciones fueron mostrando imágenes femeninas negras. Comenzaron a representar-las y a representar-se. Los nombres de Angela Y. Davis, June Jordan, Toni Morrison y Alice Walker fueron algunos de los que rompieron el silencio. En los años ochenta y noventa, y en el marco de los Black Studies, desarrollaron una voz, se autodefinieron en torno a un sentimiento colectivo que se articuló dentro de lo que significaba ser una mujer negra. En el marco de los Estudios Culturales, revisaron las representaciones que afectaban a las mujeres negras en los discursos dominantes. Los textos de Patricia Hill Collins (1990) y de bell hooks (2004) pueden considerarse clásicos (Cf. Nnaemeka, 1998; Terborg-Penn y Rushing, 1997). Las mujeres negras –en las que la sociedad hegemónica situaba la columna vertebral de la familia negra- se presentaban como la base de sus familias y la causa de su desintegración. Los problemas del gueto que la moral dominante traducía en la desorganización familiar de la comunidad negra –familias monoparentales, ausencia de una figura masculina fuerte, embarazos adolescentes- se hacían recaer en los propios sujetos y más específicamente en la incapacidad como madres de estas mujeres. Este discurso se apoyaba en imágenes mediante las cuales se ha presentado a las mujeres negras en la cultura dominante: mammies, Jezzabel, matriarcas

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o receptoras de servicios sociales. En el periodo de la esclavitud, desligada de su propia familia e integrada, pero sin formar parte de la familia del amo (mammy), en el periodo posterior, o bien dominada por su propio apetito sexual y víctima de sus excesos (Jezzabel) o bien tan volcada en el trabajo que descuida a sus hijos y es incapaz de mantener una relación estable con un hombre (matriarca). Dentro del gueto como perceptora de servicios sociales. Con cada una de estas imágenes se ha ido excluyendo a las mujeres negras de la categoría de la maternidad.

El trabajo de las feministas negras, deconstruyendo y reconstruyendo las categorías en las que se apoyan las imágenes de deslegitimación de la familia negra. Historiadoras, sociólogas, antropólogas, filósofas, artistas han presentado a la familia negra dentro de su propia lógica. Amy Guttman, entre otras, ha buceado en las narrativas de la esclavitud para mostrar la importancia del parentesco ficticio entre las familias de esclavos, clave en su propia autoreproducción; Carol B. Stack (Rosaldo y Lamphere, 1974) y otras han indagado en el gueto en la estructura de esas familias aparentemente desorganizadas que operan según lógicas distintas al modelo hegemónico; Angela Y. Davis ha penetrado en los sonidos del blues y sus heroínas, grandes damas del primer tercio del siglo XX, Ma Rainer, Betsie Smith, Billie Holliday, esas que la moral dominante presentaba como Jezzabel, pero que fueron figuras míticas dentro de la comunidad negra. Mujeres libres que cantaban al sexo y al amor de forma distinta a como eran presentados y representados en el discurso hegemónico. Mujeres que ofrecían a sus “hermanas” una imagen en la que podían llegar a imaginarse, tal vez reconocerse (Jabardo, 2003). El feminismo negro era evidentemente un movimiento político. Decodificando la categoría «mujer» ofrecían a las mujeres negras nuevas imágenes en las que reconocerse, y articulaban un discurso que las identificaba y que al tiempo las diferenciaba de discursos feministas hegemónicos. Lo hacían situando el centro de las definiciones opresoras de feminidad y de la sexualidad negras en el racismo y en el legado del imperialismo. Colocando en el racismo el epicentro de la desigualdad de las mujeres negras, el feminismo negro estadounidense abrió una puerta a los otros feminismos. A nosotras nos interesa la que tomaron las feministas negras británicas. Entre otras razones porque introdujeron en el discurso feminista negro categorías que permiten entender la condición de opresión de las mujeres desde coordenadas más locales. Así, frente a la vivencia de la esclavitud, vital en el discurso afroamericano, las británicas negras incorporan situaciones y/o vivencias del postcolonialismo, las migraciones y los desplazamientos. Ligadas al movimiento intelectual británico de la New Left y con vínculos con los teóricos de la diáspora negra, las feministas negras han ido construyendo un discurso identitario con relación/ frente a las posiciones de la izquierda y el feminismo blanco. Los textos de Hazel Carby The empire strikes back (1982) y de Valerie Amos y Pratibha Parmar (1984) sientan

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bases teóricas sobre las que se va construyendo este pensamiento (Mirza, 1997). El texto de Carby que puede considerarse un clásico dentro del feminismo plantea las contradicciones del feminismo blanco como universal, pues excluye en la práctica a las mujeres que son diferentes. La argumentación se centra en torno a los tres ejes del discurso feminista, la familia, el patriarcado y la reproducción. Una crítica –la de la universalización de la categoría de mujer blanca en el feminismo occidental- está en la base del texto de Amos y Parmar (Mirza, 1997). La tensión con el feminismo blanco es todavía más fuerte en contextos de multiculturalidad como el que retrata el feminismo británico y nos sirve de referencia en el análisis de la inmigración femenina africana en el contexto español. Como señalan Caroline Knowles y Sharmila Mercer, las políticas feministas se están desarrollando y construyendo bajo determinadas circunstancias formas de desigualdad y desventaja racial (Donald y Rattansi, 1992). Kum-Kum Bhavnani y Margaret Coulson lo dicen todavía de forma más clara (hooks, 2004):

“El racismo actúa de forma que sitúa a las distintas mujeres en diferentes relaciones con las estructuras de poder y de autoridad en la sociedad. No es sólo que haya diferencias entre los distintos grupos de mujeres, sino que esas diferencias son a menudo escenario de un conflicto de intereses”

4. Enlaces electrónicos de interés • Africa South of the Sahara: http://www-

sul.stanford.edu/africa/women.html • African Women's Development and Communication Network (FEMNET):

http://www.femnet.or.ke/ • Centre d'Estudis Africans (Barcelona): http://www.estudisafricans.org/.

OPSAF (Observatorio Permanente de las Sociedades Africanas) y revistas especializadas como Studia Africana o Nova Africa

• CODESRIA (Council for the Development of Social Science Research in Africa): http://www.codesria.org

• Femmes, Droit et Développement en Afrique: http://membres.lycos.fr/cyberlys/wildaf/

• GWS Africa Project (Strengthening Gender and Women's Studies for Africa's Transformation): http://www.gwsafrica.org

• UNITED NATIONS, The World’s Women, 2005. Progress in Statistics: http://unstats.un.org/unsd/Demographic/products/indwm/wwpub.htm

• WIDE, Network Women in Development Europe: http://www.eurosur.org/wide/

• WORLD BANK, Engendering Development. Through Gender Equality in Rights, Resources, and Voice (2001): www.worldbank.org/gender/prr/

5. Direcciones electrónicas de revistas selectas • África Internacional (IEPALA, Instituto de Estudio para América Latina y

África): http://www.eurosur.org/ai/

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• Diaspora. A journal of transnational studies (University of Toronto Press): http://www.utpjournals.com/jour.ihtml?lp=diaspora/diaspora.html

• Feminist Africa (the African Gender Institute's Gender & Women's Studies Project, University of Cape Town, Sudáfrica): http://www.feministafrica.org

• Guaraguao. Revista de cultura latinoamericana (Universidad Autónoma de Barcelona): http://www.guaraguao.org/

• Jenda, Journal of culture and African women studies (Bimghamton University, State University of New York): http://www.jendajournal.com/

• Public Culture. An interdisciplinary journal of transnational cultural studies (Society for Transnational Cultural Studies, Duke University Press): http://www.publicculture.org/

• Revista española de desarrollo y cooperación (IUDC, Instituto Universitario de Desarrollo y Cooperación, Universidad Complutense de Madrid): http://www.ucm.es/info/IUDC/revista.htm

• Revista internacional de las Ciencias Sociales (UNESCO, United Nations Educational, Scientific, and Cultural Organization) http://www.unesco.org/issj/rics

• Wagadu: A journal of transnational women's and gender studies: http://web.cortland.edu/wagadu/

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i Diaspora / Public Culture ii Referencia a la película Little Senegal


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