+ All Categories
Home > Documents > C:UsersDaniel MéndezDocuments-...

C:UsersDaniel MéndezDocuments-...

Date post: 30-Sep-2018
Category:
Upload: doancong
View: 222 times
Download: 0 times
Share this document with a friend
40
Texto Litúrgico Directorio Homilético Exégesis Comentario Teológico 12 marzo Domingo II de Cuaresma (Ciclo A) – 2017
Transcript

Texto Litúrgico

Directorio

Homilético

Exégesis

Comentario

Teológico

12marzo

Domingo II de Cuaresma (Ciclo A) – 2017

Santos Padres

Aplicación

Información

Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa

Domingo II de Cuaresma (A)

(Domingo 12 de Marzo de 2017)

LECTURAS

Vocación de Abraham, padre del pueblo de Dios

Lectura del libro del Génesis 12, 1-4a

El Señor dijo a Abrám:

«Deja tu tierra natal y la casa de tu padre, y ve al país que yo te mostraré. Yo haré de

ti una gran nación y te bendeciré; engrandeceré tu nombre y serás una bendición.

Bendeciré a los que te bendigan y maldeciré al que te maldiga, y por ti se bendecirán

todos los pueblos de la tierra.»

Abrám partió, como el Señor se lo había ordenado.

Palabra de Dios.

SALMO 32, 4-5. 18-20. 22

R. Señor, que descienda tu amor sobre nosotros.

La palabra del Señor es recta

y él obra siempre con lealtad;

él ama la justicia y el derecho,

y la tierra está llena de su amor. R.

Los ojos del Señor están fijos sobre sus fieles,

sobre los que esperan en su misericordia,

para librar sus vidas de la muerte

y sustentarlos en el tiempo de indigencia. R.

Nuestra alma espera en el Señor:

él es nuestra ayuda y nuestro escudo.

Señor, que tu amor descienda sobre nosotros,

conforme a la esperanza que tenemos en ti. R.

Dios nos llama e ilumina

Lectura de la segunda carta del apóstol san Pablo a Timoteo 1, 8b-10

Querido hijo:

Comparte conmigo los sufrimientos que es necesario padecer por el Evangelio,

animado con la fortaleza de Dios. El nos salvó y nos eligió con su santo llamado, no

por nuestras obras, sino por su propia iniciativa y por la gracia: esa gracia que nos

concedió en Cristo Jesús, desde toda la eternidad, y que ahora se ha revelado en la

Manifestación de nuestro Salvador Jesucristo.

Porque él destruyó la muerte e hizo brillar la vida incorruptible, mediante la Buena

Noticia.

Palabra de Dios.

VERSÍCULO ANTES DEL EVANGELIO

Desde la nube resplandeciente se oyó la voz del Padre:

«Este es mi Hijo amado; escúchenlo»

EVANGELIO

Su rostro resplandecía como el sol

+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 17, 1-9

Jesús tomó a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los llevó aparte a un monte

elevado. Allí se transfiguró en presencia de ellos: su rostro resplandecía como el sol y

sus vestiduras se volvieron blancas como la luz. De pronto se les aparecieron Moisés

y Elías, hablando con Jesús.

Pedro dijo a Jesús: «Señor, ¡qué bien estamos aquí! Si quieres, levantaré aquí mismo

tres carpas, una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.»

Todavía estaba hablando, cuando una nube luminosa los cubrió con su sombra y se

oyó una voz que decía desde la nube: «Este es mi Hijo muy querido, en quien tengo

puesta mi predilección: escúchenlo.»

Al oír esto, los discípulos cayeron con el rostro en tierra, llenos de temor. Jesús se

acercó a ellos y, tocándolos, les dijo: «Levántense, no tengan miedo.»

Cuando alzaron los ojos, no vieron a nadie más que a Jesús solo. Mientras bajaban

del monte, Jesús les ordenó: «No hablen a nadie de esta visión, hasta que el Hijo del

hombre resucite de entre los muertos.»

Palabra del Señor.

Volver Textos Litúrgicos

GUION PARA LA MISA

II DOMINGO DE CUARESMA (A)

ENTRADA:

Celebramos hoy el segundo domingo de Cuaresma. La Iglesia nos invita a participar

del Santo Sacrificio de la Misa donde Jesucristo glorioso se hará real y

sustancialmente presente bajo las especies del pan y del vino. Veremos su gloria

como la vieron sus apóstoles en el Monte de la Transfiguración. Pero también

participaremos de su sacrificio. Dispongámonos convenientemente para sacar el

mayor fruto posible de él.

LITURGIA DE LA PALABRA:

1º LECTURA: Gén. 12,1-4a

Dios hace Abraham las grandes promesas que finalmente se cumplirán en Cristo.

2º LECTURA: 2Tim 1,8-10

San Pablo exhorta a Timoteo a afrontar con valentía los sufrimientos teniendo la

mirada fija en la gloria que recibirá como premio.

EVANGELIO: Mt 17,1-9

San Mateo nos narra la Transfiguración de Cristo. El Señor revela su gloria a sus

apóstoles más íntimos para que no retrocedan ante el escándalo de la cruz.

PRECES:

Hermanos, en este domingo en que la Iglesia nos hace pregustar la

transfiguración del Señor, la Pascua eterna, roguemos al Padre con un corazón

filial.

A cada intención respondemos cantando…

* Por el Papa y todas sus intenciones, para que el Señor lo fortalezca y lo ilumine en

su misión de ser cabeza y pastor de la Iglesia. Oremos.

* Pidamos por aquellos cristianos que son perseguidos, discriminados y asesinados

por el nombre de Cristo. Que Dios les dé la fortaleza y constancia para que

perseveren hasta el fin. Oremos.

* Por todas las familias del mundo, especialmente las de nuestra patria, para que

fortalecidas en la fe puedan vencer los ataques que el mundo moderno hace contra

ellas. Pidamos a Dios que las proteja y les dé la sabiduría de ayudarse mutuamente

en las dificultades. Oremos

* Por nuestra patria y sus gobernantes, para que sean dóciles a las inspiraciones de

Dios y sepan guiar la nación según la ley natural, para que la Iglesia goce de la

libertad necesaria para desarrollar su misión. Oremos.

* Por los que participamos de esta Santa Misa, para que aprendamos a unir nuestros

dolores diarios a los sufrimientos del Señor, abrazando con confianza su voluntad

amorosa. Oremos

Dios omnipotente y misericordioso, escucha nuestras oraciones y haz que

contemplando sin cesar el rostro de Cristo, seamos configurados a su imagen.

Por Jesucristo nuestro Señor.

LITURGIA DE LA EUCARISTÍA

OFERTORIO: Nos ofrecemos al Señor y presentamos:

Incienso y con él nuestras oraciones y sacrificios por la Iglesia en este tiempo de

conversión.

Pan y Vino: que se convertirán en el sacratísimo Cuerpo del Señor.

COMUNIÓN:

Al acercarnos a comulgar el Cuerpo de Cristo volvamos a escuchar las palabras que

el Padre nos dijo en el evangelio: “Este es mi Hijo, el amado. Escuchadlo”

SALIDA:

Luego de haber estado en el Monte de la Transfiguración y haber gozado de la

presencia de Cristo, bajemos del monte y dirijámonos a nuestros ambientes ordinarios

a anunciar la alegría del evangelio.

(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _

Argentina)

Volver Textos Litúrgicos

Inicio

Directorio Homilético

Segundo domingo de Cuaresma

CEC 554-556, 568: la Transfiguración

CEC 59, 145-146, 2570-2571: la obediencia de Abrahán

CEC 706: la promesa de Dios a Abrahán se cumple en Cristo

CEC 2012-2014, 2028, 2813: la llamada a la santidad

Una visión anticipada del Reino: La Transfiguración.

554 A partir del día en que Pedro confesó que Jesús es el Cristo, el Hijo de Dios

vivo, el Maestro "comenzó a mostrar a sus discípulos que él debía ir a Jerusalén, y

sufrir ... y ser condenado a muerte y resucitar al tercer día" (Mt 16, 21): Pedro rechazó

este anuncio (cf. Mt 16, 22-23), los otros no lo comprendieron mejor (cf. Mt 17, 23; Lc

9, 45). En este contexto se sitúa el episodio misterioso de la Transfiguración de Jesús

(cf. Mt 17, 1-8 par.: 2 P 1, 16-18), sobre una montaña, ante tres testigos elegidos por

él: Pedro, Santiago y Juan. El rostro y los vestidos de Jesús se pusieron fulgurantes

como la luz, Moisés y Elías aparecieron y le "hablaban de su partida, que estaba para

cumplirse en Jerusalén" (Lc 9, 31). Una nube les cubrió y se oyó una voz desde el

cielo que decía: "Este es mi Hijo, mi elegido; escuchadle" (Lc 9, 35).

555 Por un instante, Jesús muestra su gloria divina, confirmando así la confesión de

Pedro. Muestra también que para "entrar en su gloria" (Lc 24, 26), es necesario pasar

por la Cruz en Jerusalén. Moisés y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña;

la Ley y los profetas habían anunciado los sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24, 27). La

Pasión de Jesús es la voluntad por excelencia del Padre: el Hijo actúa como siervo de

Dios (cf. Is 42, 1). La nube indica la presencia del Espíritu Santo: "Tota Trinitas

apparuit: Pater in voce; Filius in homine, Spiritus in nube clara" ("Apareció toda la

Trinidad: el Padre en la voz, el Hijo en el hombre, el Espíritu en la nube luminosa"

(Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2):

Tú te has transfigurado en la montaña, y, en la medida en que ellos eran

capaces, tus discípulos han contemplado Tu Gloria, oh Cristo Dios, a fin de que

cuando te vieran crucificado comprendiesen que Tu Pasión era voluntaria y

anunciasen al mundo que Tú eres verdaderamente la irradiación del Padre (Liturgia

bizantina, Kontakion de la Fiesta de la Transfiguración,)

556 En el umbral de la vida pública se sitúa el Bautismo; en el de la Pascua, la

Transfiguración. Por el bautismo de Jesús "fue manifestado el misterio de la primera

regeneración": nuestro bautismo; la Transfiguración "es es sacramento de la segunda

regeneración": nuestra propia resurrección (Santo Tomás, s.th. 3, 45, 4, ad 2). Desde

ahora nosotros participamos en la Resurrección del Señor por el Espíritu Santo que

actúa en los sacramentos del Cuerpo de Cristo. La Transfiguración nos concede una

visión anticipada de la gloriosa venida de Cristo "el cual transfigurará este miserable

cuerpo nuestro en un cuerpo glorioso como el suyo" (Flp 3, 21). Pero ella nos

recuerda también que "es necesario que pasemos por muchas tribulaciones para

entrar en el Reino de Dios" (Hch 14, 22):

Pedro no había comprendido eso cuando deseaba vivir con Cristo en la

montaña (cf. Lc 9, 33). Te ha reservado eso, oh Pedro, para después de la muerte.

Pero ahora, él mismo dice: Desciende para penar en la tierra, para servir en la tierra,

para ser despreciado y crucificado en la tierra. La Vida desciende para hacerse matar;

el Pan desciende para tener hambre; el Camino desciende para fatigarse andando; la

Fuente desciende para sentir la sed; y tú, ¿vas a negarte a sufrir? (S. Agustín, serm.

78, 6).

568 La Transfiguración de Cristo tiene por finalidad fortalecer la fe de los Apóstoles

ante la proximidad de la Pasión: la subida a un "monte alto" prepara la subida al

Calvario. Cristo, Cabeza de la Iglesia, manifiesta lo que su cuerpo contiene e irradia

en los sacramentos: "la esperanza de la gloria" (Col 1, 27) (cf. S. León Magno, serm.

51, 3).

59 Para reunir a la humanidad dispersa, Dios elige a Abraham llamándolo "fuera de

su tierra, de su patria y de su casa" (Gn 12,1), para hacer de él "Abraham", es decir,

"el padre de una multitud de naciones" (Gn 17,5): "En ti serán benditas todas las

naciones de la tierra" (Gn 12,3 LXX; cf. Ga 3,8).

145 La carta a los Hebreos, en el gran elogio de la fe de los antepasados insiste

particularmente en la fe de Abraham: "Por la fe, Abraham obedeció y salió para el

lugar que había de recibir en herencia, y salió sin saber a dónde iba" (Hb 11,8; cf. Gn

12,1-4). Por la fe, vivió como extranjero y peregrino en la Tierra prometida (cf. Gn

23,4). Por la fe, a Sara se otorgó el concebir al hijo de la promesa. Por la fe,

finalmente, Abraham ofreció a su hijo único en sacrificio (cf. Hb 11,17).

146 Abraham realiza así la definición de la fe dada por la carta a los Hebreos: "La fe

es garantía de lo que se espera; la prueba de las realidades que no se ven" (Hb

11,1). "Creyó Abraham en Dios y le fue reputado como justicia" (Rom 4,3; cf. Gn

15,6). Gracias a esta "fe poderosa" (Rom 4,20), Abraham vino a ser "el padre de todos

los creyentes" (Rom 4,11.18; cf. Gn 15,15).

La Promesa y la oración de la fe

2570 Cuando Dios le llama, Abraham parte "como se lo había dicho el Señor" (Gn 12,

4): todo su corazón se somete a la Palabra y obedece. La obediencia del corazón a

Dios que llama es esencial a la oración, las palabras tienen un valor relativo. Por eso,

la oración de Abraham se expresa primeramente con hechos: hombre de silencio, en

cada etapa construye un altar al Señor. Solamente más tarde aparece su primera

oración con palabras: una queja velada recordando a Dios sus promesas que no

parecen cumplirse (cf Gn 15, 2-3). De este modo surge desde los comienzos uno de

los aspectos de la tensión dramática de la oración: la prueba de la fe en la fidelidad a

Dios.

2571 Habiendo creído en Dios (cf Gn 15, 6), marchando en su presencia y en alianza

con él (cf Gn 17, 2), el patriarca está dispuesto a acoger en su tienda al Huésped

misterioso: es la admirable hospitalidad de Mambré, preludio a la anunciación del

verdadero Hijo de la promesa (cf Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38). Desde entonces,

habiéndole confiado Dios su Plan, el corazón de Abraham está en consonancia con la

compasión de su Señor hacia los hombres y se atreve a interceder por ellos con una

audaz confianza (cf Gn 18, 16-33).

706 Contra toda esperanza humana, Dios promete a Abraham una descendencia,

como fruto de la fe y del poder del Espíritu Santo (cf. Gn 18, 1-15; Lc 1, 26-38. 54-55;

Jn 1, 12-13; Rm 4, 16-21). En ella serán bendecidas todas las naciones de la tierra

(cf. Gn 12, 3). Esta descendencia será Cristo (cf. Ga 3, 16) en quien la efusión del

Espíritu Santo formará "la unidad de los hijos de Dios dispersos" (cf. Jn 11, 52).

Comprometiéndose con juramento (cf. Lc 1, 73), Dios se obliga ya al don de su Hijo

Amado (cf. Gn 22, 17-19; Rm 8, 32;Jn 3, 16) y al don del "Espíritu Santo de la

Promesa, que es prenda ... para redención del Pueblo de su posesión" (Ef 1, 13-14;

cf. Ga 3, 14).

2012 "Sabemos que en todas las cosas interviene Dios para bien de los que le

aman...a los que de antemano conoció, también los predestinó a reproducir la imagen

de su Hijo, para que fuera él el primogénito entre muchos hermanos; y a los que

predestinó, a ésos también los llamó; y a los que llamó, a ésos también los justificó; a

los que justificó, a )sos también los glorificó" (Rm 8,28-30).

2013 "Todos los fieles, de cualquier estado o régimen de vida, son llamados a la

plenitud de la vida cristiana y a la perfección de la caridad" (LG 40). Todos son

llamados a la santidad: "Sed perfectos como vuestro Padre celestial es perfecto" (Mt

5,48):

Para alcanzar esta perfección, los creyentes han de emplear sus fuerzas, según

la medida del don de Cristo, para entregarse totalmente a la gloria de Dios y al

servicio del prójimo. Lo harán siguiendo las huellas de Cristo, haciéndose conformes

a su imagen, y siendo obedientes en todo a la voluntad del Padre. De esta manera, la

santidad del Pueblo de Dios producirá frutos abundantes, como lo muestra claramente

en la historia de la Iglesia la vida de los santos (LG 40).

2014 El progreso espiritual tiende a la unión cada vez más íntima con Cristo. Esta

unión se llama "mística", porque participa en el misterio de Cristo mediante los

sacramentos -"los santos misterios"- y, en él, en el misterio de la Santa Trinidad. Dios

nos llama a todos a esta unión íntima con él, aunque gracias especiales o signos

extraordinarios de esta vida mística sean concedidos solamente a algunos para así

manifestar el don gratuito hecho a todos.

2028 "Todos los fieles...son llamados a la plenitud de la vida cristiana y a la

perfección de la caridad" (LG 40). "La perfección cristiana sólo tiene un límite: el de no

tener límite" (S. Gregorio de Nisa, v. Mos.).

2813 En el agua del bautismo, hemos sido "lavados, santificados, justificados en el

Nombre del Señor Jesucristo y en el Espíritu de nuestro Dios" (1 Co 6, 11). A lo largo

de nuestra vida, nuestro Padre "nos llama a la santidad" (1 Ts 4, 7) y como nos viene

de él que "estemos en Cristo Jesús, al cual hizo Dios para nosotros santificación" (1

Co 1, 30), es cuestión de su Gloria y de nuestra vida el que su Nombre sea

santificado en nosotros y por nosotros. Tal es la exigencia de nuestra primera petición.

¿Quién podría santificar a Dios puesto que él santifica? Inspirándonos nosotros

en estas palabras 'Sed santos porque yo soy santo' (Lv 20, 26), pedimos que,

santificados por el bautismo, perseveremos en lo que hemos comenzado a ser. Y lo

pedimos todos los días porque faltamos diariamente y debemos purificar nuestros

pecados por una santificación incesante... Recurrimos, por tanto, a la oración para

que esta santidad permanezca en nosotros (San Cipriano, Dom orat. 12).

Volver Direc. Homil.

Inicio

Exégesis

· W. Trilling

Transfiguración de Jesús

(Mt 17,1-9)

1 Seis días después, toma Jesús a Pedro, a Santiago y a su hermano Juan, y los

conduce a un monte alto, aparte. 2 Y allí se transfiguró delante de ellos: su rostro

resplandeció como el sol, y sus vestidos se volvieron blancos como la luz. 3 En aquel

momento se les aparecieron Moisés y Elías, que conversaban con él. 4 Tomando

Pedro la palabra, dijo a Jesús: ¡Señor, qué bueno sería quedarnos aquí! Si quieres,

haré aquí tres tiendas: una para ti, otra para Moisés y otra para Elías.

De nuevo en la vida de Jesús se habla de un monte, el lugar de la proximidad de Dios

y del encuentro con Dios. Jesús toma consigo a tres de los primeros apóstoles que

fueron llamados. Esta vez quiere tener testigos, a diferencia del coloquio nocturno

entre el Padre y el Hijo (14,23). En la obscuridad de la noche se transfigura ante ellos.

La palabra griega (metamorphei) designa una transformación, un cambio de la

apariencia visible. Los apóstoles perciben otra figura de su Maestro, de una forma

semejante como sucederá más tarde después de la resurrección. Su rostro brilla

como el sol y los vestidos son blancos como la luz. La gloria de Dios resplandece en

él y luce a través de él. "Porque es Dios que dijo: De entre las tinieblas brille la luz, él

es quien hizo brillar la luz en nuestros corazones, para que resplandezca el

conocimiento de la gloria de Dios en la faz de Cristo" (2Co_4:6). La gloria refulgente

de Dios que dio origen a la luz de la creación, irradia en el rostro de Jesucristo. En él

se reconoce la gloria de Dios. Cuando Moisés después del encuentro con Dios bajó

de la montaña, brillaba su semblante, de tal forma que los hijos de Israel no lo podían

mirar, no podían soportar el fulgor luminoso y tenían miedo (Exo_34:29 s). El

semblante de Moisés reflejaba la gloria de Dios. Aquí la gloria de Dios es sumamente

intensa y brillante, ya que en ninguna parte Dios está tan próximo, más aún,

corporalmente presente como en Jesús. La gloria de Dios no solamente hace que el

rostro resplandezca sino que atraviesa con sus rayos todo el cuerpo, de tal forma que

éste aparece sumergido en la gloria de Dios y absorbido por ella. ¿No es una

respuesta a la confesión de Pedro: "Tú eres el Mesías, el Hijo del Dios viviente"

(Exo_16:16)? "La gloria que me has dado, yo se la he dado a ellos" (Jua_17:22a). En

el reino del Padre los justos también "resplandecerán como el sol" (Mt_13:43) y los

rayos de la gloria se transparentarán en ellos como en Jesús en este monte. Además

se hacen visibles Moisés y Elías, el primer legislador y el primer profeta. Están al lado

de Jesús como dos testigos. Moisés ha dado la ley que el Mesías ha llevado a la

última perfección. Elías ha renovado la verdadera adoración de Dios, que Jesús

perfecciona. Los dos "conversan" con Jesús. No hay ninguna grieta entre la antigua

alianza y la nueva, no hay solución de continuidad con el gran tiempo pasado.

5 Todavía estaba él hablando, cuando una nube luminosa los envolvió y de la nube

salió una voz que decía: Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido;

escuchadle. 6 Al oír esto los discípulos, cayeron rostro en tierra y quedaron

sobrecogidos de espanto. 7 Entonces se acercó Jesús, los tocó y les dijo: Levantaos

y no tengáis miedo 8 y cuando ellos alzaron los ojos, no vieron a nadie, sino a él, a

Jesús solo. 9 Y mientras iban bajando del monte, les mandó Jesús: No digáis a nadie

esta visión, hasta que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los muertos.

Sobre el monte desciende una nube luminosa, la nube de la presencia divina. Se

puso sobre el Sinaí, como se dice en el libro del éxodo: cuando "Moisés subió al

monte, lo cubrió luego una nube. Y la gloria del Señor se manifestó en el Sinaí,

cubriéndolo con la nube por seis días..." (Exo_24:15 s). La gloria de Dios llena el

templo: "Al salir los sacerdotes del santuario, una niebla llenó la casa del Señor; de

manera que los sacerdotes no podían estar allí para ejercer su ministerio por causa

de la niebla; porque la gloria del Señor llenaba la casa del Señor" (1Re_8:10 s). La

nube indica y al mismo tiempo encubre. Dios permanece en escondido y encubierto.

Desde la nube resuena una voz que dice lo mismo que en el bautismo del Jordán:

Este es mi Hijo amado, en quien me he complacido. Ahora el mismo Padre testifica lo

que Pedro había confesado por divina revelación (Mt_16:17). El camino hacia

Jerusalén ya está tomado y el objetivo de la muerte ya está ante la mirada. Sobre

este camino resuena la voz del Padre. Al Hijo ha dado el Padre su gloria, que no se

destruye ni extingue en la muerte. Irradiará con el más intenso fulgor en la más

profunda obscuridad. Y así Jesús puede decir en el Evangelio de san Juan que "tiene

que ser levantado" (Jua_3:14). La más profunda humillación en realidad será el más

alto ensalzamiento. Los enemigos injurian a Jesús y blasfeman contra él incluso en

las horas de la pasión, en las que se le golpea, se hace burla de él y se le humilla. En

toda circunstancia descansará sobre él la complacencia de Dios. Jesús es el siervo

obediente, que recorre el camino de la pasión y de la expiación vicaria. Esta

obediencia y esta humillación voluntaria son muy agradables a Dios. La unidad y el

amor entre el Padre y el Hijo no se alteran, sino que se profundizan. Como

conclusión, la voz exhorta: Escuchadle.

Cuando Jesús anunció la pasión, encontró oídos sordos y corazones embotados

(Mt_16:23). Los pensamientos de Dios todavía son extraños y están cerrados para los

pensamientos de los hombres, ¿Logrará Jesús formar a los hombres y hacerles

penetrar en los pensamientos divinos? La voz del cielo confirma la doctrina del

Mesías, sobre todo la necesidad de padecer la pasión (Mt_16:21), e invita a rechazar

la tentación satánica salida de labios de Pedro (Mt_16:23). Lo que dirá Jesús, otra vez

lleva el sello de la confirmación divina. Jesús había exhortado a "oir" (Mt_13:9) y

"escuchar" (Mt_13:18); ahora Dios interviene, y manda escuchar con autoridad

todavía superior. Los discípulos caen atemorizados rostro en tierra y tienen que ser

alentados por Jesús: "Levantaos y no tengáis miedo." Cuando se ponen en pie,

solamente está Jesús. Han desaparecido los dos testigos, la nube y el fulgor luminoso

de la figura de Jesús. Parece haber sido un sueño y sin embargo fue una realidad. El

velo del mundo de Dios se dejó por un momento a un lado, y los testigos

contemplaron la gloria descubierta. Dios se revela por medio de la palabra y de la

figura. Da testimonio de sí a nuestros principales sentidos, el oído y la vista.

El camino normal de Dios es el camino que conduce a nuestro oído y, mediante el

oído, a la obediencia del corazón. Pero a algunos elegidos Dios también se ofrece por

medio de la visión. En el reino consumado la visión cabrá en suerte a todos: "Y

nosotros todos, con el rostro descubierto, reflejando como en un espejo la gloria del

Señor, su imagen misma, nos vamos transfigurando de gloria en gloria..." (2Co_3:18).

"Sabemos que, cuando se manifieste, seremos semejantes a él, porque lo veremos tal

como es" (1Jn_3:2)... Al descender del monte Jesús ordena a los testigos que a nadie

digan nada de la visión, antes que el Hijo del hombre haya resucitado de entre los

muertos (Mt_17:9). Así como deben mantener oculta la mesianidad de Jesús

(Mt_16:20), así también han de mantener oculto lo que acaban de ver. La razón es la

misma. Los hombres deben obtener la salvación escuchando y obedeciendo, por

medio del conocimiento de las señales y de la inteligencia creyente, y no por medio de

noticias sensacionales. Sólo cuando Dios haya hablado definitiva y públicamente, y la

mesianidad haya triunfado, en la resurrección de entre los muertos, se puede hablar

de estos acontecimientos. Entonces la obra de Jesús queda concluida, y el alma

creyente podrá descubrir y clasificar en Jesús los caminos de Dios. Así lo han hecho

para nuestra fe los evangelistas en sus libros.

(Trilling, W., Evangelio según San Mateo, en El Nuevo Testamento y su mensaje,

Herder, Barcelona, 1969)

Volver Exégesis

Inicio

Comentario Teológico· Directorio Homilético

Evangelio del II domingo de Cuaresma

64. El pasaje evangélico del II domingo de Cuaresma es siempre la narración de la

Transfiguración. Es curioso cómo la gloriosa e inesperada transfiguración del cuerpo

de Jesús, en presencia de los tres discípulos elegidos, tiene lugar inmediatamente

después de la primera predicación de la Pasión. (Estos tres discípulos – Pedro,

Santiago y Juan – también estarán con Jesús durante la agonía en Getsemaní, la

víspera de la Pasión). En el contexto de la narración, en cada uno de los tres

Evangelios, Pedro acaba de confesar su fe en Jesús como Mesías. Jesús acepta esta

confesión, pero inmediatamente se dirige a los discípulos y les explica qué tipo de

Mesías es él: «empezó Jesús a explicar a sus discípulos que tenía que ir a Jerusalén

y padecer allí mucho por parte de los senadores, sumos sacerdotes y letrados y que

tenía que ser ejecutado y resucitar al tercer día».

Sucesivamente pasa a enseñar qué implica seguir al Mesías: «El que quiera venirse

conmigo que se niegue a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga». Es después

de este evento, cuando Jesús toma a los tres discípulos y los lleva a lo alto de un

monte, y es allí donde su cuerpo resplandece de la gloria divina; y se les aparecen

Moisés y Elías, que conversaban con Jesús. Estaban todavía hablando, cuando una

nube, signo de la presencia divina, como había sucedido en el monte Sinaí, le

envolvió junto a sus discípulos. De la nube se elevó una voz, así como en el Sinaí el

trueno advertía que Dios estaba hablando con Moisés y le entregaba la Ley, la Torah.

Esta es la voz del Padre, que revela la identidad más profunda de Jesús y la

testimonia diciendo: «Este es mi Hijo amado; escuchadlo» (Mc 9,7).

65. Muchos temas y modelos puestos en evidencia en el presente Directorio se

concentran en esta sorprendente escena. Ciertamente, cruz y gloria están asociadas.

Claramente, todo el Antiguo Testamento, representado por Moisés y Elías, afirma que

la cruz y la gloria están asociadas. El homileta debe abordar estos argumentos y

explicarlos.

Probablemente, la mejor síntesis del significado de tal misterio nos la ofrecen las

bellísimas palabras del prefacio de este domingo. El sacerdote, iniciando la oración

eucarística, en nombre de todo el pueblo, da gracias a Dios por medio de Cristo

nuestro Señor, por el misterio de la Transfiguración: «Él, después de anunciar su

muerte a los discípulos les mostró en el monte santo el esplendor de su gloria, para

testimoniar, de acuerdo con la ley y los profetas, que la pasión es el camino de la

Resurrección». Con estas palabras, en este día, la comunidad se abre a la oración

eucarística.

66. En cada uno de los pasajes de los Sinópticos, la voz del Padre identifica en Jesús

a su Hijo amado y ordena: «Escuchadlo». En el centro de esta escena de gloria

trascendente, la orden del Padre traslada la atención sobre el camino que lleva a la

gloria. Es como si dijese: «Escuchadlo, en él está la plenitud de mi amor, que se

revelará en la cruz». Esta enseñanza es una nueva Torah, la nueva Ley del

Evangelio, dada en el monte santo poniendo en el centro la gracia del Espíritu Santo,

otorgada a cuantos depositan su fe en Jesús y en los méritos de su cruz. Porque él

enseña este camino, la gloria resplandece del cuerpo de Jesús y viene revelado por el

Padre como el Hijo amado. ¿Quizá no estemos aquí adentrándonos en el corazón del

misterio trinitario? En la gloria del Padre vemos la gloria del Hijo, inseparablemente

unida a la cruz. El Hijo revelado en la Transfiguración es «luz de luz», como afirma el

Credo; este momento de las Sagradas Escrituras es, ciertamente, una de las más

fuertes autoridades para la fórmula del Credo.

67. La Transfiguración ocupa un lugar fundamental en el Tiempo de Cuaresma, ya

que todo el Leccionario Cuaresmal es una guía que prepara al elegido entre los

catecúmenos para recibir los sacramentos de la iniciación en la Vigilia pascual, así

como prepara a todos los fieles para renovarse en la nueva vida a la que han

renacido. Si el I domingo de Cuaresma es una llamada particularmente eficaz a la

solidaridad que Jesús comparte con nosotros en la tentación, el II domingo nos

recuerda que la gloria resplandeciente del cuerpo de Jesús es la misma que él quiere

compartir con todos los bautizados en su Muerte y Resurrección. El homileta, para dar

fundamento a esto, puede justamente acudir a las palabras y a la autoridad de san

Pablo, quien afirma que “Cristo transformará nuestra condición humilde, según el

modelo de su condición gloriosa” (Fil 3,21). Este versículo se encuentra en la segunda

lectura del ciclo C, pero, cada año, puede poner de relieve cuanto hemos apuntado.

68. En este domingo, mientras los fieles se acercan en procesión a la Comunión, la

Iglesia hace cantar en la antífona las palabras del Padre escuchadas en el Evangelio:

«Este es mi Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo». Lo que los tres discípulos

escogidos escuchan y contemplan en la Transfiguración viene ahora exactamente a

converger con el acontecimiento litúrgico, en el que los fieles reciben el Cuerpo y la

Sangre del Señor. En la oración después de la Comunión damos gracias a Dios

porque «nos haces partícipes, ya en este mundo, de los bienes eternos de tu reino».

Mientras están allí arriba, los discípulos ven la gloria divina resplandecer en el Cuerpo

de Jesús. Mientras están aquí abajo, los fieles reciben su Cuerpo y Sangre y

escuchan la voz del Padre que les dice en la intimidad de sus corazones: «Este es mi

Hijo, el amado, mi predilecto. Escuchadlo».

(Congregación para el Culto Divino y la Disciplina de los Sacramentos,

Directorio Homilético, 2014, nº 64 -68)

Volver Comentario Teológico

Inicio

Santos Padres· San Agustín

La transfiguración

(Mt 17,1-9).

1. Hermanos amadísimos, debemos contemplar y comentar esta visión que el

Señor hizo manifiesta en la montaña. En efecto, a ella se refería al decir: En verdad

os digo que hay aquí algunos de los presentes que no gustarán la muerte hasta que

vean al Hijo del hombre en su reino. Con estas palabras comenzó la lectura que ha

sido proclamada. Después de seis días, mientras decía esto, tomó a tres discípulos,

Pedro, Juan y Santiago, y subió a la montaña. Estos tres eran de los que había dicho

hay aquí algunos que no gustarán la muerte hasta que no vean al Hijo del hombre en

su reino. No es una cuestión sencilla. Pues no ha de tomarse la montaña como si

fuese el reino. ¿Qué es una montaña para quien posee el cielo? Esto no solamente lo

leemos, sino que en cierto modo lo vemos con los ojos del corazón. Llama reino suyo

a lo que en muchos pasajes denomina reino de los cielos. El reino de los cielos es el

reino de los santos. Los cielos, en efecto, proclaman la gloria de Dios. De esos cielos

se dice a continuación en el salmo: No hay discurso ni palabra de ellos que no se

oiga. A toda la tierra alcanza su pregón y hasta los confines de la tierra su lenguaje.

¿De quiénes, sino de los cielos? Por tanto, de los apóstoles y de todos los fieles

predicadores de la palabra de Dios. Reinarán los cielos con aquel que hizo los cielos.

Ved lo que hizo para manifestar esto.

2. El mismo Señor Jesús resplandeció como el sol; sus vestidos se volvieron

blancos como la nieve y hablaban con él Moisés y Elías. El mismo Jesús resplandeció

como el sol, para significar que él es la luz que ilumina a todo hombre que viene a

este mundo. Lo que es este sol para los ojos de la carne, es aquél para los del

corazón; y lo que es éste para la carne, lo es aquél para el corazón. Sus vestidos, en

cambio, son su Iglesia. Los vestidos, si no tienen dentro a quienes los llevan, caen.

Pablo fue como la última orla de estos vestidos. El mismo dice: Yo, ciertamente, soy

el más pequeño de los Apóstoles, y en otro lugar: Yo soy el último de los Apóstoles.

La orla es la parte última y más baja de un vestido. Por eso, como aquella mujer que

padecía flujo de sangre y al tocar la orla del Señor quedó salvada, así la Iglesia

procedente de los gentiles se salvó por la predicación de Pablo. ¿Qué tiene de

extraño señalar a la Iglesia en los vestidos blancos, oyendo al profeta Isaías que dice:

Y si vuestros pecados fueran como escarlata, los blanquearé como nieve? ¿Qué

valen Moisés y Elías, es decir, la ley y los profetas, si no hablan con el Señor? Si no

da testimonio del Señor, ¿quién leerá la ley? ¿Quién los profetas? Ved cuan

brevemente dice el Apóstol: Por la ley, pues, el conocimiento del pecado; pero ahora

sin la ley se manifestó la justicia de Dios: he aquí el sol. Atestiguada por la ley y los

profetas: he aquí su resplandor.

3. Ve esto Pedro y, juzgando de lo humano a lo humano, dice: Señor, es

bueno estarnos aquí. Sufría el tedio de la turba, había encontrado la soledad de la

montaña. Allí tenía a Cristo, pan del alma. ¿Para qué salir de allí hacia las fatigas y

los dolores, teniendo los santos amores de Dios y, por tanto, las buenas costumbres?

Quería que le fuera bien, por lo que añadió: Si quieres, hagamos tres tiendas, una

para ti, otra para Moisés y otra para Elías. Nada respondió a esto el Señor, pero

Pedro recibió, sí, una respuesta. Pues mientras decía esto, vino una nube refulgente

y los cubrió. El buscaba tres tiendas. La respuesta del cielo manifestó que para

nosotros es una sola cosa lo que el sentido humano quería dividir. Cristo es el Verbo

de Dios, Verbo de Dios en la ley, Verbo de Dios en los profetas. ¿Por qué quieres

dividir, Pedro? Más te conviene unir. Busca tres, pero comprende también la unidad.

4. Al cubrirlos a todos la nube y hacer en cierto modo una sola tienda, sonó

desde ella una voz que decía: Este es mi Hijo amado. Allí estaba Moisés, allí Elías.

No se dijo: «Estos son mis hijos amados». Una cosa es, en efecto, el Único, y otra los

adoptados. Se recomendaba a aquél de donde procedía la gloria a la ley y los

profetas. Este es, dice, mi hijo amado, en quien me he complacido; escuchadle,

puesto que en los profetas a él escuchasteis y lo mismo en la ley. Y ¿dónde no le

oísteis a él? Oído esto, cayeron a tierra. Ya se nos manifiesta en la Iglesia el reino de

Dios. En ella está el Señor, la ley y los profetas; pero el Señor como Señor; la ley en

Moisés, la profecía en Elías, en condición de servidores, de ministros. Ellos, como

vasos; él, como fuente. Moisés y los profetas hablaban y escribían, pero cuanto fluía

de ellos, de él lo tomaban.

5. El Señor extendió su mano y levantó a los caídos. A continuación no vieron

a nadie más que a Jesús solo. ¿Qué significa esto? Oísteis, cuando se leía al

Apóstol, que ahora vemos en un espejo, en misterio, pero entonces veremos cara a

cara. Hasta las lenguas desaparecerán cuando venga lo que ahora esperamos y

creemos. En el caer a tierra simbolizaron la mortalidad, puesto que se dijo a la carne:

Eres tierra y a la tierra irás. Y cuando el Señor los levantó, indicaba la resurrección.

Después de ésta, ¿para qué la ley, para qué la profecía? Por esto no aparecen ya ni

Elías ni Moisés. Te queda el que en el principio era el Verbo, y el Verbo estaba junto

a Dios, y el Verbo era Dios. Te queda el que Dios es todo en todo. Allí estará Moisés,

pero no ya la ley. Veremos allí a Elías, pero no ya al profeta. La ley y los profetas

dieron testimonio de Cristo, de que convenía que padeciese, resucitase al tercer día

de entre los muertos y entrase en su gloria. Allí se realiza lo que Dios prometió a los

que lo aman: El que me ama será amado por mi Padre y yo también lo amaré. Y

como si le preguntase: «Dado que le amas, ¿qué le vas a dar?» Y me mostraré a él.

¡Gran don y gran promesa! El premio que Dios te reserva no es algo suyo, sino él

mismo. ¿Por qué no te basta, ¡oh avaro!, lo que Cristo prometió? Te crees rico; pero

si no tienes a Dios, ¿qué tienes? Otro puede ser pobre, pero si tiene a Dios, ¿qué no

tiene?

6. Desciende, Pedro. Querías descansar en la montaña, pero desciende,

predica la palabra, insta oportuna e importunamente, arguye, exhorta, increpa con

toda longanimidad y doctrina. Trabaja, suda, sufre algunos tormentos para poseer en

la caridad, por el candor y la belleza de las buenas obras, lo simbolizado en las

blancas vestiduras del Señor. Cuando se lee al Apóstol, oímos en elogio de la

caridad: No busca lo propio. No busca lo propio, porque entrega lo que tiene. Y en

otro lugar dijo algo que, si no lo entiendes bien, puede ser peligroso; siempre con

referencia a la caridad, el Apóstol ordena a los fieles miembros de Cristo: Nadie

busque lo suyo, sino lo ajeno. Oído esto, la avaricia, como buscando lo ajeno a modo

de negoció, maquina fraudes para embaucar a alguien y conseguir, no lo propio, sino

lo ajeno. Reprímase la avaricia y salga adelante la justicia; escuchemos y

comprendamos. Se dijo a la caridad: Nadie busque lo propio, sino lo ajeno. Pero a ti,

avaro, que ofreces resistencia y te amparas en este precepto para desear lo ajeno,

hay que decirte: «Pierde lo tuyo». En la medida en que te conozco, quieres poseer lo

tuyo y lo ajeno. Cometes fraudes para obtener lo ajeno; sufre un robo que te haga

perder lo tuyo tú que no quieres buscar lo tuyo, sino que quitas lo ajeno. Si haces

esto, no obras bien. Oye, ¡oh avaro!; escucha. En otro lugar te expone el Apóstol con

más claridad estas palabras: Nadie busque lo suyo, sino lo ajeno. Dice de sí mismo:

“Pues no busco mi utilidad, sino la de muchos, para que se salven”. Pedro aún no

entendía esto cuando deseaba vivir con Cristo en el monte. Esto, ¡oh Pedro!, te lo

reservaba para después de su muerte. Ahora, no obstante, dice: «Desciende a

trabajar a la tierra, a servir en la tierra, a ser despreciado, a ser crucificado en la tierra.

Descendió la vida para encontrar la muerte; bajó el pan para sentir hambre; bajó el

camino para cansarse en el camino; descendió el manantial para tener sed, y

¿rehúsas trabajar tú? No busques tus cosas. Ten caridad, predica la verdad; entonces

llegarás a la eternidad, donde encontrarás seguridad».

SAN AGUSTÍN, Sermones (2º) (t. X). Sobre los Evangelios Sinópticos, Sermón 78, 1-

6, BAC Madrid 1983, 430-435

Volver Santos Padres

Inicio

Aplicación· P. José A. Marcone, I.V.E.· San Juan Pablo II· S.S. Benedicto XVI· P. Gustavo Pascual, I.V.E.. S.S. Francisco p.p.

P. José A. Marcone, I.V.E.

La Transfiguración

(Mt 17,1-9)

Introducción

Los evangelios que se leen en los cinco domingos de Cuaresma están claramente

divididos en dos grupos. Por un lado, los dos primeros domingos; y por otro, los tres

últimos. Los dos primeros domingos están tendientes a resaltar la realidad de que es

necesario sufrir voluntariamente a través de la penitencia interior y la penitencia

exterior para llegar a gozar de la resurrección de Cristo. Por eso en el primer domingo

se lee el evangelio que narra el ayuno de cuarenta días de Jesús en el desierto y las

gravísimas tentaciones a las que el diablo lo sometió, tentaciones de apostasía y de

adoración satánica. Ese evangelio representa el camino de cruz de Jesús, anticipado

en su vida pública, y que todo cristiano debe recorrer para llegar a la resurrección. Y

en el segundo domingo, el domingo de hoy, se lee la Transfiguración del Señor, que

es un anticipo de la resurrección de Cristo. Por eso dice un autor: “En este doble

episodio emblemático de los dos primeros domingos cuaresmales, encontramos el

doble rostro del misterio pascual, anticipado en la vida de Jesús y, por lo tanto, en la

celebración de la Iglesia”*1.

Los evangelios de los tres últimos domingos de Cuaresma están ordenados a resaltar

el camino bautismal del cristiano, ya sea para aquellos que son efectivamente

catecúmenos, ya sea para que lo recuerden aquellos que ya están bautizados.

Por lo tanto, la Transfiguración tiene como fin mostrar el fin hacia el que se dirige la

Cuaresma: la resurrección del Señor. Pero haciendo notar que es imposible llegar a

esa resurrección sin pasar por la cruz. Cruz y resurrección se entrelazan

admirablemente en el misterio de la Transfiguración.

1. El sentido primero y fundamental de la Transfiguración

Digámoslo rápidamente y de una sola vez: la finalidad primera y fundamental

de la Transfiguración de Cristo es mostrar, en la vida presente, la gloria de su

divinidad resplandeciendo en su cuerpo mortal. Lo dice Santo Tomás de Aquino:

“Aquel resplandor que Cristo asumió en la Transfiguración, fue el resplandor de su

gloria en cuanto a la esencia (…). En efecto, el resplandor de los cuerpos gloriosos se

deriva del resplandor del alma (…). De la misma manera, el resplandor del cuerpo de

Cristo en la Transfiguración se deriva de su divinidad (…) y de la gloria de su alma. El

hecho que la gloria del alma de Cristo no redundara en el cuerpo desde el principio de

la concepción, se debió a una dispensa divina para que pudieran cumplirse los

misterios de nuestra redención en un cuerpo pasible. Sin embargo, no por esto fue

quitada a Cristo la potestad de derivar la gloria del alma al cuerpo. Y esto,

precisamente, es lo que hizo en la Transfiguración”*2.

Y el Catecismo de la Iglesia Católica dice: “Por un instante, Jesús muestra su

gloria divina” (CEC, 555).

No faltan los teólogos que niegan que Cristo haya tenido la visión beatífica.

Para estos teólogos la Transfiguración no tiene explicación. Algunos, incluso, hablan

de la fe de Cristo. Creen que de este modo construyen un Cristo más humano, más

cercano al hombre de la calle. Pero así también destruyen la Encarnación del Verbo

y, por lo tanto, la teología católica expresada en el Magisterio de la Iglesia.

Es necesario en esto ser clarísimos: la luz y el resplandor con el que brilló el

cuerpo físico de Cristo en el monte de la Transfiguración es la luz y el resplandor

propios de un cuerpo que está unido hipostáticamente, es decir, personalmente, a la

segunda persona de la Santísima Trinidad, el Hijo, el Verbo. Si esa luz y ese

resplandor no brilló en cada instante de la vida de Cristo fue porque Dios dispensó de

esa redundancia a Cristo para que pudiera sufrir y morir por nosotros.

Por lo tanto, lo que Jesucristo quiso hacer con sus tres apóstoles en el monte

de la Transfiguración fue mostrar su divinidad, hasta donde un hombre puede ver la

divinidad en esta vida presente.

De este hecho primero y fundamental se siguen todas las demás

consecuencias de la Transfiguración, tanto para la vida de los discípulos de Cristo

como para los cristianos de hoy, incluido el sentido de la Cuaresma que estamos

recorriendo en este momento.

2. Por la cruz a la luz: la relación entre cruz y Transfiguración

La Transfiguración, en los tres sinópticos, se encuentra en el punto exacto

entre la primera predicción de su pasión, muerte y resurrección y el inicio de su subida

a Jerusalén para morir en la cruz. En efecto, en Lc 9,51, después de la

Transfiguración, se dice: “Habiéndose cumplido los días de su asunción (análempsis),

Jesús endureció su rostro para ir a Jerusalén”. Su asunción o subida es el camino

que Jesús hace desde Galilea hacia las alturas de Judea, siguiendo hasta la altura

del monte Sión, Jerusalén, siguiendo hasta la altura del monte Calvario, donde es

subido todavía más arriba, en la cruz. Y luego su resurrección y su subida a los

cielos. Análempsis implica todo ese movimiento: Galilea – Jerusalén – Calvario –

Asunción a los cielos. Es la misma realidad teológica que San Juan expresa con la

palabra ‘exaltación’ o ‘elevación’ (Jn 3,14; 8,28; 12,32.34). Y ‘endureció su rostro’ es

la expresión que usa San Lucas para expresar la firme decisión de Jesús de afrontar

su cruz por propia voluntad.

Podríamos decir, entonces, que la Transfiguración se encuentra entre cruz y cruz: la

cruz anunciada y la cruz vivida concretamente. Y los apóstoles están en medio de

esas revelaciones impresionantes que los deja perplejos. La finalidad principal de la

Transfiguración, entonces, es la de animar y alentar a los apóstoles ante el escándalo

de la cruz, rasgando un poquito el velo de su cuerpo y mostrándoles por esa

rasgadura un vislumbre de su divinidad. Lo dice San Juan Crisóstomo: “Ut neque in

Domini morte iam doleant”, “para que ya no se afligieran a causa de la muerte del

Señor”*3. Lo dice también el prefacio de la Misa de hoy: “Él mismo, después de

anunciar su muerte a sus discípulos, les reveló el esplendor de su gloria en la

montaña santa, para mostrar, que, por la pasión, debían llegar a la gloria de la

resurrección”.

El escándalo experimentado por Pedro cuando Jesucristo le habló de su cruz (Mc

8,31-32), ahora se ve atenuado por la revelación de su divinidad y de su gloria. La

revelación de sus sufrimientos y su muerte en cruz, es algo tan fuerte y tan

impresionante que debe ser contrarrestado con la manifestación explícita de su

divinidad. Pedro y los discípulos deben mantener unidas tres cosas que son

aparentemente contradictorias: la divinidad de Jesucristo, su mesianidad y su muerte

en cruz. Deben evitar a toda costa lo que San Pablo llama ‘el escándalo de la cruz’:

“Mientras los judíos piden señales y los griegos buscan sabiduría, nosotros

predicamos a un Cristo crucificado: escándalo para los judíos, necedad para los

gentiles; pero para los llamados, lo mismo judíos que griegos, un Cristo que es fuerza

de Dios y sabiduría de Dios” (1Cor 1,22-24). A Pedro y los discípulos les cuesta

mucho adquirir y abrazar esta ‘sabiduría de Dios’. Por eso Jesucristo se transfigura

delante de ellos.

La Transfiguración es la manifestación de la divinidad de Jesucristo, pero, al mismo

tiempo, es la confirmación de que ese Hombre-Dios redimirá al mundo a través de la

cruz. En la Transfiguración, la manifestación de la divinidad de Cristo se entrelaza con

varios elementos que nos hablan de la cruz de Cristo. Ya mencionamos dos: el

anuncio de la pasión y la decisión de Cristo para ir a Jerusalén a cumplir su

análempsis.

Pero además hay, por lo menos, otras cinco clarísimas indicaciones a la pasión de

Cristo en la Transfiguración. En primer lugar, los tres apóstoles elegidos para que

sean testigos de la Transfiguración: Pedro, Santiago y Juan. En efecto, ellos mismos

serán los que estarán delante de la más grande humillación moral de Cristo en el

Huerto de los Olivos: su kénosis*4 más profunda, su angustia hasta la muerte (Mc

14,33-34) y su sudor de sangre (Lc 22,44). El paralelismo textual, es decir, literal entre

la presencia de esos tres apóstoles en el monte de la Transfiguración y su presencia

en el Huerto de los Olivos queda reforzada y asegurada por el hecho de que

Jesucristo siempre quiere rezar solo (Mt 14,23; Lc 3,21; Lc 6,12), salvo esas dos

veces: en el monte de la Transfiguración (Lc 9,28) y en el Huerto (Mt 26,36-37), cuyos

únicos compañeros y testigos serán los mismos: Pedro, Santiago y Juan. Refuerza

también esta afirmación el hecho de que Jesús les diga que no cuenten a nadie la

visión que tuvieron (Mt 17,9), lo cual indica que Jesús tenía una intención particular

de realizar esta Transfiguración para los dichos tres apóstoles.

En segundo lugar, el motivo de la conversación entre Jesús, Moisés y Elías. San

Lucas dice textualmente: “Hablaban acerca de la partida (éxodos) de Él, la cual debía

cumplirse en Jerusalén” (Lc 9,31). No cabe ninguna duda que el éxodos que Cristo

debía cumplir en Jerusalén es su muerte. San Lucas dice explícitamente que Moisés y

Elías, en la Transfiguración, se aparecieron glorificados (en dóxe, ‘en gloria’).

Jesucristo glorificado, Moisés glorificado, Elías glorificado, pero… ¿de qué hablan?

Del éxodos de Jesús: de su cruz.

En tercer lugar, el hecho de que Mateo y Marcos digan que Jesús subió a un ‘monte

alto’ es una referencia al monte Calvario y, por lo tanto, a su cruz. Dice el Catecismo

de la Iglesia Católica: “La subida a un ‘monte alto’ prepara la subida al Calvario”

(CEC, 568).

En cuarto lugar, la presencia de Moisés y Elías representan a la Ley y los Profetas.

Jesucristo va a decir a los discípulos de Emaús que son, precisamente, la Ley y los

Profetas los que describen los sufrimientos del Mesías: “¿Acaso no era necesario que

el Cristo padeciera esas cosas para entrar en su gloria? Y comenzando por Moisés, y

continuando por todos los profetas, les fue interpretando todos los pasajes de la

Escritura que se referían a él” (Lc 24,26-27). Por lo tanto, la sola presencia de Moisés

y Elías están haciendo mención a la cruz de Cristo. Respecto a esto dice el

Catecismo de la Iglesia Católica: “La Ley y los profetas habían anunciado los

sufrimientos del Mesías (cf. Lc 24,27)” (CEC, 555).

En quinto lugar, Moisés y Elías son dos personajes bíblicos que tuvieron el enorme

privilegio de encontrarse con Dios y tener una experiencia personal de Dios. “Moisés

y Elías habían visto la gloria de Dios en la Montaña” (CEC, 555). Pero antes de ver la

gloria de Dios se entregaron a una mortificación y penitencia generosísima: ayunaron

durante cuarenta días y cuarenta noches (Éx 24,18; 34,28; 1Re 19,8). La presencia

de Moisés y Elías en la Transfiguración también anuncia este mensaje: antes de

gozar de la gloria de Dios es necesario pasar por el camino de la penitencia y de la

cruz; antes de llegar a la gloria de la Pascua hay que pasar por la penitencia de la

Cuaresma. Por la cruz a la luz.

Conclusión

Hoy, a través de la palabra de Dios, hemos contemplado el misterio de la

Transfiguración del Señor. Parecería que ya estamos preparados para afrontar el

escándalo de la cruz sin escandalizarnos. Sin embargo, no confiemos en nuestras

propias fuerzas. Estamos necesitados perentoriamente de la gracia de Dios para que

nos permita aceptar completamente su mensaje. Para los apóstoles no fue fácil

aceptar el mensaje de un Cristo crucificado ni siquiera después de la Transfiguración.

En efecto, las tinieblas de las dudas y de la confusión, aún después de la

Transfiguración, seguían gobernando las inteligencias de los discípulos.

Esto queda de manifiesto en dos ocasiones. En primer lugar, luego del segundo

anuncio de la pasión, muy poco después de la Transfiguración. Entonces, San Lucas

comenta: “Ellos no comprendían tales cosas, pues les parecían tan obscuras que no

captaban su sentido; pero les daba miedo preguntarle acerca de ellas” (Lc 9,45). Y

más tarde, cuando anuncie por tercera vez su pasión y muerte, Lucas aclarará: “Sin

embargo, ellos nada de esto comprendieron; estas palabras les quedaban ocultas y

no entendían lo que decía” (Lc 18,34).

No es fácil quitar de nosotros el escándalo de la cruz, tanto de la cruz de Cristo

como las cruces de nuestra vida. El domingo de hoy es un domingo privilegiado para

adentrarse en el misterio de Cristo y pedir la gracia de entender y aceptar el misterio

de la cruz como camino necesario hacia la resurrección.

En este segundo domingo de Cuaresma debemos hacer una experiencia muy

singular: debemos caminar a través del ayuno, de la limosna y de la oración con la

cabeza levantada y con la mirada fija en la gloria que nos espera en la Pascua (cf.

Heb 12,2). Así lo hicieron Moisés y Elías. Y así lo hizo, sobre todo, Jesucristo, quien

sufrió valientemente los sufrimientos de la pasión para alcanzar la gloria que lo

esperaba. La siguiente frase de San Pedro es muy apropiada para este segundo

domingo de Cuaresma y debe servirnos de aliciente para seguir recorriendo el camino

de la mortificación: “Alegraos en la medida en que participáis en los sufrimientos de

Cristo, para que también os alegréis alborozados en la revelación de su gloria” (1Pe

4,13).

El Santo Sacrificio de la Misa es la experiencia perfecta de la Transfiguración de

Cristo y de su sacrificio en la cruz. En la Hostia consagrada y elevada por las manos

del sacerdote en la consagración se nos hace presente Cristo glorioso y radiante,

lleno de luz, en lo alto del monte que forman los brazos del sacerdote. Pero en la

consagración de su Sangre, se completa, se perfecciona y, por lo tanto, se actualiza el

sacrificio de Cristo en la cruz. La separación entre Cuerpo y Sangre que se hace en el

altar es un verdadero sacrificio. La participación activa en la Santa Misa es el mejor

modo de estar presentes en el misterio de la Transfiguración y el mejor modo de

prepararse para el Triduo Pascual, la muerte y la resurrección del Señor.

*1- Augé, M., Liturgia: Storia, Celebrazione, Teologia, Spiritualitá, Edizioni San Paolo,

Milano, 1992, p. 278; traducción nuestra.

*2- Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 45, a. 2 c.; traducción nuestra.

Santo Tomás reafirma esto con la autoridad de San Jerónimo y San Juan Crisóstomo.

San Jerónimo dice: “Jesús se apareció a sus apóstoles en la Transfiguración tal cual

será el día del juicio final”. Y San Juan Crisóstomo: “Jesús se reveló a los apóstoles

en la vida presente para mostrar aquella gloria con la cual Él vendrá después, según

les era posible a ellos captarla” (sed contra, traducción nuestra).

*3- San Juan Crisóstomo, Homilías sobre San Mateo, nº 56, MG 58,549, citado en

Santo Tomás de Aquino, Suma Teológica, III, q. 45, a. 2 s.c.

*4- Kénosis significa ‘vaciamiento’, ‘humillación’, ‘abajamiento’ (Filp 2,7).

Volver Aplicación

San Juan Pablo II

"Este es mi Hijo, el amado; escuchadle".

Con el apóstol san Pedro, yo también digo: "¡Qué hermoso es estar aquí!" (Mt 17, 4),

reunidos, como sucede ahora, en torno al Señor Jesús. Su rostro resplandece como

la luz que penetra en esta antigua basílica de Santa Pudenciana. Al proseguir la

peregrinación cuaresmal hacia la Pascua, nos sentimos como envueltos por una nube

luminosa. El Padre nos dice desde lo alto del cielo: Escuchad a Jesús. Sin embargo,

como Pedro, Santiago y Juan, también nosotros a veces tenemos miedo. Preferimos

otras voces, voces de la tierra, puesto que es más fácil escucharlas y parecen tener

más sentido. Pero sólo Jesús puede conducirnos a la vida. Sólo su palabra es palabra

de vida eterna. Con gratitud acojamos su invitación: ¡No tengáis miedo! ¡Escuchad mi

voz!

Esta mañana, Jesús nos habla de bendición. Señala la bendición suprema de la

Pascua, y evoca la bendición prometida a Abraham y a sus descendientes.

En la primera lectura, tomada del libro del Génesis, Dios promete a Abraham dos

cosas que parecen imposibles: un hijo y una tierra. Abraham era rico, pero, sin la

promesa del Señor, su vida hubiera terminado simplemente con la muerte. Al

bendecir a Abraham con un hijo y una tierra, Dios le ofrece una vida que es más

grande que la muerte. Dios asegura a "nuestro padre en la fe" que no será la muerte,

sino la vida, la que dirá la última palabra. Esta promesa encuentra su cumplimiento

definitivo en la Pascua, cuando Cristo resucita de entre los muertos. No basta que el

seno estéril de Sara dé a luz a Isaac, porque la muerte seguirá dominando. La

promesa hecha a Abraham sólo se cumple cuando la muerte misma es destruida; y la

muerte es destruida cuando Cristo resucita a una vida nueva.

4. Debemos recordar, asimismo, que la promesa no sólo se hizo a Abraham, sino

también a su descendencia, es decir, ¡a nosotros! Por eso, durante la Cuaresma

presentamos a Dios todo lo que hay de estéril y muerto en nosotros, todos nuestros

sufrimientos y pecados, confiando en que Dios, que dio a Sara un hijo y que resucitó

a Jesús de entre los muertos, transformará todo lo que hay de estéril y muerto en

nuestra existencia en una vida nueva y maravillosa. Pero esto significa que debemos

renunciar a muchas cosas familiares.

Dios dice a Abraham: "¡Sal de tu tierra, de tu familia y de la casa de tu padre!".

Muchos de vosotros habéis hecho precisamente eso: habéis dejado vuestro hogar y

vuestra familia a fin de llegar a ser, a vuestro modo, una bendición para vuestros

seres queridos que están en Filipinas, contribuyendo a su sustento y ofreciendo

mayores oportunidades culturales y sociales a vuestros hijos y a vuestras familias. La

separación es dolorosa y el precio es elevado, pero es un precio que estáis

dispuestos a pagar en un mundo difícil y, a menudo, injusto.

Dado que vivimos en un mundo pecaminoso, también la Cuaresma debe llegar a ser

una especie de separación. Estamos llamados a dejar atrás nuestros antiguos

caminos de pecado, que hacen estéril nuestra vida y nos condenan a la muerte

espiritual. Sin embargo, a menudo esos caminos pecaminosos están tan

profundamente enraizados en nuestra vida, que es doloroso dejarlos para ir a la tierra

de bendición que promete Dios. Este arrepentimiento es difícil; pero es el precio que

se debe pagar, si queremos recibir la bendición que el Padre promete a los que

escuchan la voz de Jesús.

Recordad también la promesa de Dios según la cual en Abraham "serán bendecidas

todas las familias de la tierra". La bendición de vida abrazará al mundo entero. Por

tanto, en estos días de Cuaresma y en estos tiempos tan difíciles, presentemos a Dios

todo lo hay de estéril y muerto en el mundo. Presentémosle el azote de las guerras, la

violencia, las enfermedades, el hambre, la pobreza y la injusticia al Dios de toda

bendición. Pidámosle que toque estos males y los transforme en vida.

5. Al escuchar a Jesús, nos disponemos a lo que san Pablo llama "la fuerza de Dios,

que nos ha salvado". Esta fuerza nos capacita para encontrarlo. Entonces, podemos

dar testimonio de él con nuestra vida, en virtud de la gracia que nos transfigura

interiormente. Resplandeceremos como el sol, "no por nuestras obras, sino por su

propia determinación [de Dios] y por su gracia", como el Apóstol escribe a Timoteo (2

Tm 1, 9).

Amadísimos hermanos y hermanas, este es el significado de la Cuaresma: nuestra

existencia, renovada mediante la oración, la penitencia y la caridad, se abre a la

escucha de Dios y a la fuerza de su misericordia. Así, en la Pascua podremos bajar

de la montaña santa y disipar las tinieblas del mundo con la luz gloriosa que

resplandece en la faz de Cristo (cf. 2 Co 4, 6).

Esta es la promesa del Señor. Que Aquel que inició en nosotros la obra buena, la

lleve a término (cf. Flp 1, 6). Nos lo obtenga la Virgen María, Mujer de la escucha dócil

y modelo de santidad diaria.

(Misa en la Iglesia de Santa Pudenciana, domingo 24 de febrero de 2002)

Volver Aplicación

Benedicto XVI

Hoy, segundo domingo de Cuaresma, prosiguiendo el camino penitencial, la liturgia,

después de habernos presentado el domingo pasado el evangelio de las tentaciones

de Jesús en el desierto, nos invita a reflexionar sobre el acontecimiento extraordinario

de la Transfiguración en el monte. Considerados juntos, ambos episodios anticipan el

misterio pascual: la lucha de Jesús con el tentador preludia el gran duelo final de la

Pasión, mientras la luz de su cuerpo transfigurado anticipa la gloria de la

Resurrección. Por una parte, vemos a Jesús plenamente hombre, que comparte con

nosotros incluso la tentación; por otra, lo contemplamos como Hijo de Dios, que

diviniza nuestra humanidad. De este modo, podríamos decir que estos dos domingos

son como dos pilares sobre los que se apoya todo el edificio de la Cuaresma hasta la

Pascua, más aún, toda la estructura de la vida cristiana, que consiste esencialmente

en el dinamismo pascual: de la muerte a la vida.

El monte —tanto el Tabor como el Sinaí— es el lugar de la cercanía con Dios. Es el

espacio elevado, con respecto a la existencia diaria, donde se respira el aire puro de

la creación. Es el lugar de la oración, donde se está en la presencia del Señor, como

Moisés y Elías, que aparecen junto a Jesús transfigurado y hablan con él del "éxodo"

que le espera en Jerusalén, es decir, de su Pascua.

La Transfiguración es un acontecimiento de oración: orando, Jesús se sumerge en

Dios, se une íntimamente a él, se adhiere con su voluntad humana a la voluntad de

amor del Padre, y así la luz lo invade y aparece visiblemente la verdad de su ser: él

es Dios, Luz de Luz. También el vestido de Jesús se vuelve blanco y resplandeciente.

Esto nos hace pensar en el Bautismo, en el vestido blanco que llevan los neófitos.

Quien renace en el Bautismo es revestido de luz, anticipando la existencia celestial,

que el Apocalipsis representa con el símbolo de las vestiduras blancas (cf. Ap 7, 9.

13).

Aquí está el punto crucial: la Transfiguración es anticipación de la resurrección, pero

esta presupone la muerte. Jesús manifiesta su gloria a los Apóstoles, a fin de que

tengan la fuerza para afrontar el escándalo de la cruz y comprendan que es necesario

pasar a través de muchas tribulaciones para llegar al reino de Dios. La voz del Padre,

que resuena desde lo alto, proclama que Jesús es su Hijo predilecto, como en el

bautismo en el Jordán, añadiendo: "Escuchadlo" (Mt 17, 5). Para entrar en la vida

eterna es necesario escuchar a Jesús, seguirlo por el camino de la cruz, llevando en

el corazón, como él, la esperanza de la resurrección. Spe salvi, salvados en

esperanza. Hoy podemos decir: "Transfigurados en esperanza".

Dirigiéndonos ahora con la oración a María, reconozcamos en ella a la criatura

humana transfigurada interiormente por la gracia de Cristo, y encomendémonos a su

guía para recorrer con fe y generosidad el itinerario de la Cuaresma.

(Ángelus, Plaza de San Pedro, domingo 17 de febrero de 2008)

Volver Aplicación

P. Gustavo Pascual, I.V.E.

Transfiguración y cruz

Mt 17, 1-9

La palabra de este domingo nos exhorta a abrazar la cruz, paso necesario de

nuestra vida cristiana, puestos los ojos en el final feliz de nuestra historia, si somos

fieles, la gloria del cielo.

Abraham confiado en Dios deja su tierra y sufre duros trabajos para llegar a la

tierra prometida. San Pablo alienta a su discípulo Timoteo a afrontar los duros

trabajos del Evangelio para alcanzar la promesa que Cristo le ha revelado, la vida

inmortal. Nuestro Señor manifiesta a sus apóstoles predilectos (…) su gloria futura

para que sigan sus huellas hacia el monte Calvario.

El misterio sólo se alcanza por la fe. La fe nos dice que la cruz es necesaria

para alcanzar el cielo, la gloria. La fe nos dice que es el mejor camino, porque es el

que abrazó Dios para abrir las puertas del cielo. Pero así como la fe alcanza el

misterio de la cruz, también alcanza el misterio de la gloria que suaviza el duro

misterio de la cruz, al menos para nosotros hombres imperfectos y que todavía no

hemos alcanzado la sabiduría de la cruz, el sabor y la alegría de abrazarla como lo

hicieron los santos.

Dios a Abraham le consuela con la promesa de una descendencia numerosa y

un nombre que será la bendición de muchos pueblos. Una bendición de perpetuación

a través de las generaciones, figura de la gloria que también recibiría el Santo

Patriarca, por su fidelidad a Dios.

Timoteo también es consolado por San Pablo por medio del recuerdo de su

predestinación y su vocación a la santidad, a través también de la gracia de la buena

nueva revelada por el mismo Cristo que contiene la promesa de la vida futura

manifestada ya en Él por su triunfo sobre la muerte.

También Jesús consuela a sus Apóstoles más cercanos transfigurándose ante

ellos. Esta consolación espiritual tiene la finalidad de ayudarlos a sobrellevar el

escándalo de la cruz. ¡Qué mal llevaron el misterio del Calvario! Sin embargo,

perseveraron, aunque con tropiezos y cobardías ¿Qué hubiese sido si no hubiesen

tenido este consuelo del final de la historia, la gloria del cielo manifestada por el

cuerpo transfigurado de Jesús? Les entusiasmó el momento que vivieron, quisieron

eternizarlo pero Jesús los sacó de allí y los trajo a la realidad de su vida mortal.

Nos entusiasmamos con las consolaciones, queremos que nunca falten y está

bien, pero todavía no es el momento de la consolación permanente, aunque podemos

irla acrecentando… ¿Cómo? Aprovechando cada consolación para crecer en el amor

a Dios.

Nuestra vida terrena es luz y sombra, consolación y desolación. No nos

abandona el Señor en una desolación perpetua sino que nos consuela. Y tampoco

nos consuela permanentemente para que no nos ensoberbezcamos, para que lo

amemos también en las malas, en la cruz.

En la desolación hay que tener paciencia y pedir al Señor que nos consuele,

en la consolación hay que tomar fuerza como los apóstoles en el monte de la

Transfiguración para el tiempo de la desolación.

En la medida que crecemos en el amor de Dios todo se vuelve consuelo,

hasta la cruz, porque vivimos con Dios en comunión plena de voluntades y lo que Él

quiere nosotros lo queremos.

Cada vez que nos abrumen los trabajos y se nos haga pesada la cruz

pensemos en el cielo y acerquémonos a Jesús para que nos consuele, en un

abandono total en sus palabras “venid a Mí los que estáis cansados y agobiados que

Yo os aliviaré”*1.

Jesús no prometió librarnos de la cruz, es más, cuando Pedro fue nombrado

fundamento de la Iglesia y quiso disuadir a Cristo de la cruz, el Señor lo llamó

Satanás.

La Transfiguración fue un corto tiempo en la vida de los Apóstoles y Jesús nunca dijo

que ya no habría cruz. Les mandó guardasen el recuerdo de la consolación y no lo

contasen hasta después de su resurrección*2. Jesús nunca nos promete quitarnos la

cruz sino que dice que crucificarse como Él es necesario para todos los que quieran

ser verdaderamente discípulos suyos y quieran alcanzar el cielo. También nos

recuerda que su consuelo está presto y que nunca va a permitir una cruz mayor que

la que podemos llevar. Este es el mensaje de la Transfiguración que, aunque ocurrió

hace mucho tiempo, sigue ocurriendo hoy en nuestras vidas en esos rayos de luz que

nos vienen del rostro de Cristo y que se abren paso fácilmente en las tinieblas que

nos rodean, llenándonos de gozo, de paz y de fervor y dando muerte al tiempo de

desolación.

El diablo, como usó a Pedro para apartar a Cristo de la cruz, nos tienta para que

rechacemos la cruz. El organiza el mal y la oscuridad, de tal manera que toma

dimensiones casi infinitas, más infladas por la fantasía que la consistencia de verdad

que tienen. Por otra parte, intenta hacer surgir en nuestro interior miedos infundados

para que rechacemos la cruz siendo precisamente ella el medio por el cual nos

salvaremos, el camino por el cual transitó Jesús para llegar al cielo y que deberemos

transitar nosotros, sus discípulos para estar con Él, para llegar a la vida eterna.

*1- Mt 11, 28

*2- Cf. 2 P 1, 18

Volver Aplicación

S.S. Francisco p.p.

Hoy el Evangelio nos presenta el acontecimiento de la Transfiguración. Es la segunda

etapa del camino cuaresmal: la primera, las tentaciones en el desierto, el domingo

pasado; la segunda: la Transfiguración. Jesús «tomó consigo a Pedro, a Santiago y a

su hermano Juan, y subió con ellos aparte a un monte alto» (Mt 17, 1). La montaña en

la Biblia representa el lugar de la cercanía con Dios y del encuentro íntimo con Él; el

sitio de la oración, para estar en presencia del Señor. Allí arriba, en el monte, Jesús

se muestra a los tres discípulos transfigurado, luminoso, bellísimo; y luego aparecen

Moisés y Elías, que conversan con Él. Su rostro estaba tan resplandeciente y sus

vestiduras tan cándidas, que Pedro quedó iluminado, en tal medida que quería

permanecer allí, casi deteniendo ese momento. Inmediatamente resuena desde lo alto

la voz del Padre que proclama a Jesús su Hijo predilecto, diciendo: «Escuchadlo» (v.

5). ¡Esta palabra es importante! Nuestro Padre que dijo a los apóstoles, y también a

nosotros: «Escuchad a Jesús, porque es mi Hijo predilecto». Mantengamos esta

semana esta palabra en la cabeza y en el corazón: «Escuchad a Jesús». Y esto no lo

dice el Papa, lo dice Dios Padre, a todos: a mí, a vosotros, a todos, a todos. Es como

una ayuda para ir adelante por el camino de la Cuaresma. «Escuchad a Jesús». No lo

olvidéis.

Es muy importante esta invitación del Padre. Nosotros, discípulos de Jesús, estamos

llamados a ser personas que escuchan su voz y toman en serio sus palabras. Para

escuchar a Jesús es necesario estar cerca de Él, seguirlo, como hacían las multitudes

del Evangelio que lo seguían por los caminos de Palestina. Jesús no tenía una

cátedra o un púlpito fijos, sino que era un maestro itinerante, proponía sus

enseñanzas, que eran las enseñanzas que le había dado el Padre, a lo largo de los

caminos, recorriendo trayectos no siempre previsibles y a veces poco libres de

obstáculos. Seguir a Jesús para escucharle. Pero también escuchamos a Jesús en su

Palabra escrita, en el Evangelio. Os hago una pregunta: ¿vosotros leéis todos los días

un pasaje del Evangelio? Sí, no… sí, no… Mitad y mitad… Algunos sí y algunos no.

Pero es importante. ¿Vosotros leéis el Evangelio? Es algo bueno; es una cosa buena

tener un pequeño Evangelio, pequeño, y llevarlo con nosotros, en el bolsillo, en el

bolso, y leer un breve pasaje en cualquier momento del día. En cualquier momento

del día tomo del bolsillo el Evangelio y leo algo, un breve pasaje. Es Jesús que nos

habla allí, en el Evangelio. Pensad en esto. No es difícil, ni tampoco necesario que

sean los cuatro: uno de los Evangelios, pequeñito, con nosotros. Siempre el Evangelio

con nosotros, porque es la Palabra de Jesús para poder escucharle.

De este episodio de la Transfiguración quisiera tomar dos elementos significativos,

que sintetizo en dos palabras: subida y descenso. Nosotros necesitamos ir a un lugar

apartado, subir a la montaña en un espacio de silencio, para encontrarnos a nosotros

mismos y percibir mejor la voz del Señor. Esto hacemos en la oración. Pero no

podemos permanecer allí. El encuentro con Dios en la oración nos impulsa

nuevamente a «bajar de la montaña» y volver a la parte baja, a la llanura, donde

encontramos a tantos hermanos afligidos por fatigas, enfermedades, injusticias,

ignorancias, pobreza material y espiritual. A estos hermanos nuestros que atraviesan

dificultades, estamos llamados a llevar los frutos de la experiencia que hemos tenido

con Dios, compartiendo la gracia recibida. Y esto es curioso. Cuando oímos la Palabra

de Jesús, escuchamos la Palabra de Jesús y la tenemos en el corazón, esa Palabra

crece. ¿Sabéis cómo crece? ¡Donándola al otro! La Palabra de Cristo crece en

nosotros cuando la proclamamos, cuando la damos a los demás. Y ésta es la vida

cristiana. Es una misión para toda la Iglesia, para todos los bautizados, para todos

nosotros: escuchar a Jesús y donarlo a los demás. No olvidarlo: esta semana,

escuchad a Jesús. Y pensad en esta cuestión del Evangelio: ¿lo haréis? ¿Haréis

esto? Luego, el próximo domingo me diréis si habéis hecho esto: llevar un pequeño

Evangelio en el bolsillo o en el bolso para leer un breve pasaje durante el día.

Y ahora dirijámonos a nuestra Madre María, y encomendémonos a su guía para

continuar con fe y generosidad este itinerario de la Cuaresma, aprendiendo un poco

más a «subir» con la oración y escuchar a Jesús y a «bajar» con la caridad fraterna,

anunciando a Jesús.

(Basílica Vaticana, domingo 9 de marzo de 2014)

Volver Aplicación

Inicio

iNFO - Homilética.ive Función de cada sección del Boletín¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?

Función de cada sección del Boletín

Homilética se compone de 7 Secciones principales:

Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así

como el Guion para la celebración de la Santa Misa.

Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado deespecialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papaso sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.

Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos

Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del

domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.

Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los

cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan

aplicar en la predicación.

Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir

alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema

propio de las lecturas del domingo analizado.

Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que

ayudarían a realizar un enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del

domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al

DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto

Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.

¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en SanRafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto devida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el SacerdoteCatólico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carismala prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones delhombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerloproporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como unaherramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perennetradición y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia Católica

Apostólica Romana.

Volver Información

InicioEste Boletín fue enviado por: [email protected]

Provincia Ntra. Sra. de Lujan - El Chañaral 2699, San Rafael, Mendoza, 5600, Argentina Instituto del Verbo Encarnado


Recommended