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11diciembre
Domingo III de Adviento (Ciclo A) – 2016
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Homilético
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Textos Litúrgicos· Lecturas de la Santa Misa· Guión para la Santa Misa
Domingo III de Adviento (A)
(Domingo 7 de Diciembre de 2016)
LECTURAS
Dios mismo viene a salvarnos
Lectura del libro de Isaías 35, 1-6a. 10
¡Regocíjense el desierto y la tierra reseca, alégrese y florezca la estepa! ¡Sí, florezca
como el narciso, que se alegre y prorrumpa en cantos de júbilo! Le ha sido dada la
gloria del Líbano, el esplendor del Carmelo y del Sarón. Ellos verán la gloria del
Señor, el esplendor de nuestro Dios.
Fortalezcan los brazos débiles, robustezcan las rodillas vacilantes; digan a los que
están desalentados: «¡Sean fuertes, no teman: ahí está su Dios! Llega la venganza, la
represalia de Dios: él mismo viene a salvarlos.»
Entonces se abrirán los ojos de los ciegos y se destaparán los oídos de los sordos;
entonces el tullido saltará como un ciervo y la lengua de los mudos gritará de júbilo.
Volverán los rescatados por el Señor; y entrarán en Sión con gritos de júbilo,
coronados de una alegría perpetua: los acompañarán el gozo y la alegría, la tristeza y
los gemidos se alejarán.
Palabra de Dios.
SALMO 145, 7. 8-9a. 9bc-10
R. Señor, ven a salvarnos.
O bien:
Aleluia.
El Señor mantiene su fidelidad para siempre,
hace justicia a los oprimidos
y da pan a los hambrientos.
El Señor libera a los cautivos. R.
El Señor abre los ojos de los ciegos
y endereza a los que están encorvados.
El Señor ama a los justos,
y protege a los extranjeros. R.
Sustenta al huérfano y a la viuda;
y entorpece el camino de los malvados.
El Señor reina eternamente,
reina tu Dios, Sión,
a lo largo de las generaciones. R.
Anímense, porque la venida del Señor está próxima
Lectura de la carta del apóstol Santiago 5, 7-10
Tengan paciencia, hermanos, hasta que llegue el Señor. Miren cómo el sembrador
espera el fruto precioso de la tierra, aguardando pacientemente hasta que caigan las
lluvias del otoño y de la primavera. Tengan paciencia y anímense, porque la Venida
del Señor está próxima. Hermanos, no se quejen los unos de los otros, para no ser
condenados. Miren que el Juez ya está a la puerta. Tomen como ejemplo de fortaleza
y de paciencia a los profetas que hablaron en nombre del Señor.
Palabra de Dios.
ALELUIA Is 61, 1
Aleluia.
El espíritu del Señor está sobre mí,
él me envió a llevar la buena noticia a los pobres.
Aleluia.
EVANGELIO
¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?
+ Evangelio de nuestro Señor Jesucristo según san Mateo 11, 2-11
Juan el Bautista oyó hablar en la cárcel de las obras de Cristo, y mandó a dos de sus
discípulos para preguntarle: «¿Eres tú el que ha de venir o debemos esperar a otro?»
Jesús les respondió: «Vayan a contar a Juan lo que ustedes oyen y ven: los ciegos
ven y los paralíticos caminan; los leprosos son purificados y los sordos oyen; los
muertos resucitan y la Buena Noticia es anunciada a los pobres. ¡Y feliz aquel para
quien yo no sea motivo de tropiezo!»
Mientras los enviados de Juan se retiraban, Jesús empezó a hablar de él a la
multitud, diciendo:
«¿Qué fueron a ver al desierto? ¿Una caña agitada por el viento? ¿Qué fueron a ver?
¿Un hombre vestido con refinamiento? Los que se visten de esa manera viven en los
palacios de los reyes.
¿Qué fueron a ver entonces? ¿Un profeta? Les aseguro que sí, y más que un profeta.
El es aquel de quien está escrito: "Yo envío a mi mensajero delante de ti, para
prepararte el camino".
Les aseguro que no ha nacido ningún hombre más grande que Juan el Bautista; y sin
embargo, el más pequeño en el Reino de los Cielos es más grande que él.»
Palabra del Señor.
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GUION PARA LA MISA
Domingo III de Adviento (Gaudete)
Ciclo A
Entrada:
Celebramos hoy el tercer domingo de Adviento. La venida de Cristo que nace pobre
en Belén está muy cerca. Debemos prepararnos convenientemente para esta venida.
La mejor manera de prepararse es participando activamente de esta Santa Misa, es
decir, del Santo Sacrificio de Cristo que se realiza sobre el altar.
1º Lectura: Is 35, 1-6a. 10
Con brillantes imágenes, el profeta describe el gozo de la naturaleza, eco de la alegría
de Dios que viene a salvar a su pueblo.
2º Lectura: Sgo. 5, 7-10
La espera vigilante ante la inminente venida del Señor es la clave de todo heroísmo
cristiano.
Evangelio: Mt. 11, 2-11
Jesús, con sus milagros, probaba la presencia de Dios entre los hombres, la llegada
del Reino prometido.
Preces
Animados por la cercanía del Señor, dirijamos a Él nuestras oraciones.
A cada intención respondemos cantando:…
*Por el Santo Padre para que como alegre mensajero anuncie a los pueblos que el
Emanuel, el Dios con nosotros, está cercano, y que su llamada a la unidad y a la paz
de todos los pueblos sea realmente acogida por todos los responsables de las
naciones. Oremos.
* Para que todos los hombres de buena voluntad se comprometan a construir un
mundo en el que la vida del hombre siempre sea amada y defendida. Oremos.
* Para que, ya cercanos a la Noche en que nació la Luz del mundo, todos los
cristianos se unan para dar gracias y proclamar la fidelidad de Dios a sus promesas.
Oremos.
(Para los miembros de la Familia Religiosa del Verbo Encarnado:
* Por todos los miembros de nuestra familia religiosa, especialmente por los
abundantes frutos de las misiones que se están predicando, y para que todos puedan
conocer el mensaje de salvación y lo abracen decididamente. Oremos.)
Mira, Señor, que tu día está cerca. No retardes tu misericordia con los hombres
que creaste y redimiste por tu Sangre. Que vives y reinas por los siglos de los
siglos. Amén
Ofertorio
Nos preparamos para la venida del Señor con una constante donación de nosotros
mismos unidos al único Sacrificio.
Presentamos:
* Junto con estos cirios ofrecemos la alegría expectante de todos los cristianos.
* Ofrecemos el pan y el vino, y a nosotros mismos, pidiendo que nuestra ofrenda se
convierta en Cristo.
Comunión:
En cada Eucaristía nuestro Señor Jesucristo viene a visitar su viña, la cepa que plantó
con su mano, el retoño que Él hace vigoroso.
Salida:
Tenerte por Madre, Virgen Santa, nos da confianza en el camino de la vida. Tu intacta
belleza espiritual es para nosotros manantial vivo de confianza y de esperanza.
(Gentileza del Monasterio “Santa Teresa de los Andes” (SSVM) _ San Rafael _
Argentina)
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Exégesis · P. José María Solé - Roma, C.F.M.
Tercer Domingo de Adviento
Isaías 35, 1-6. 10:
Isaías nos presenta otra bellísima panorámica de la Era Mesiánica. El estilo poético y
los símbolos sumamente expresivos nos facilitan la interpretación de tan rico pasaje:
— Así como el pecado introdujo la maldición y convirtió la tierra en erial de espinas,
así el Mesías trae la «Bendición» y trueca la tierra en vergel. Vergel en que las
arboledas y los jardines primaverales (2), los límpidos manantiales y los caudalosos
ríos (7), deben ser interpretados y transportados a escala espiritual y sobrenatural.
— La Era Mesiánica, clara contrapartida de la Era de pecado iniciada por Adán, nos
trae también la liberación plena de nuestra vieja esclavitud. Ya no estaremos bajo el
yugo tiránico del pecado. El Mesías abre el «nuevo camino de santidad» (8). Sus
«redimidos» caminarán por esta senda amplia y libre, seguros, puros, gozosos:
«Alegría y gozo rebosan. Desaparecieron la tristeza y las lágrimas» (10). San Juan,
en el Apocalipsis, nos declara cómo todo esto se cumple ya en la Iglesia peregrina.
Bien que el cumplimiento pleno y definitivo se nos dará en la Iglesia triunfante. Pero
tenemos ya al presente, en virtud de la Redención de Cristo, las primicias y el
pregusto (Ap 7, 14; 7, 17).
— No sería perfecta la Era Mesiánica si con el pecado no quedaran extirpadas sus
secuelas: el dolor las enfermedades y la muerte. El Profeta describe cómo ciegos,
sordos, mudos y paralíticos (5) recobran cumplida salud. Jesús-Mesías realizará
innúmeras curaciones milagrosas de ciegos, mudos, sordos, paralíticos, y hasta
resurrecciones de muertos, para expresarnos la Redención cumplida que Él nos trae;
y con esto nos invita a disponemos y a abrirnos a ella. La gozaremos en la etapa final
y eterna de la Era Mesiánica: Qui primo adventu in humilitate carnis assumptae,
dispositionis antiquae munus implevit, nobisque salutis perpetuae tramitem reseravit
(Pref).
Santiago 5, 7-10:
El Apóstol Santiago traza un programa de vida cristiana. El cristiano es un peregrino
que se dirige al encuentro del Señor. Un siervo siempre en vela aguardando la
llegada de su Señor:
— La orientación y la tensión escatológica de la vida cristiana comporta: Una fe
serena y una esperanza firme de los bienes eternos: «El Señor está próximo» (8b). El
Advenimiento del Señor, siempre incierto cuanto a la hora y siempre próximo e
inminente por cuanto para cada uno la hora incierta de la muerte es asimismo la del
encuentro personal con el Señor, nos obliga a esperarle en perenne vela de fervor (cfr
1 Ped 4, 7).
— A la vez la vida cristiana es ejercicio continuo de paciencia, constancia y
longanimidad: «Hermanos, tened longanimidad hasta el Advenimiento del Señor»
(7a). Estamos sometidos a recias pruebas, tentaciones, seducciones, persecuciones.
Pero todo lo soportamos y superamos con la mirada fija en el Supremo Juez: «Ved
que el Juez está ya a la puerta, y va a galardonar todos vuestros sacrificios, todas
nuestras victorias: «Hermanos míos, considerad una suprema dicha el veros
envueltos en todo género de pruebas. Sabed que vuestra fe sometida a prueba
produce perseverancia. Esta perseverancia acrisolada produce obras acabadas y os
hace perfectos y consumados sin la mínima deficiencia» (Jac I, 2-4; cfr 2 Tim 4, 8).
— Santiago ilustra esta bella doctrina de la paciencia con modelos de la vida social y
de la vida religiosa. En la vida social es modelo de paciencia y esperanza el agricultor:
«Ved cómo el agricultor aguarda el precioso fruto de la tierra, esperándolo
pacientemente; y aguarda del cielo la lluvia temprana y la tardía» (7b). En la vida
religiosa tenemos modelos admirables en los Profetas (10). Esperemos como ellos
con fe constante la «Parusía». La Eucaristía es a la vez sacramento de fe y viático de
vigor en nuestra vida de peregrinos.
Mateo 11, 2-11:
Pasaje evangélico sumamente interesante porque nos orienta e ilumina en la
valorización e interpretación de la persona de Cristo y de su obra:
— La realidad del Mesías supera tanto cuanto los Profetas más iluminados pudieron
conocer, que incluso el Bautista, su Precursor, se halla desconcertado. En Mateo, 3,
10-12 tenemos la presentación que el Bautista hace del Mesías. Y el Mesías
justiciero, discriminador de justos e impíos, se presenta ahora Maestro manso y
humilde, predicador del programa de las «Bienaventuranzas», perdonador de
pecados, amigo de publicanos y pecadores, sembrador de bondad y misericordia
hasta el derroche. ¿Y por qué no protesta airado contra Herodes? ¿Y por qué no abre
las puertas de la cárcel a Juan? El mensaje de Juan a Jesús a la vez que pide una
respuesta orientadora para los discípulos de Juan, indica la pasión espiritual, el
Getsemaní, que pasa el alma del Precursor.
— Jesús ilumina la noche de Juan. El cumple las profecías Mesiánicas con una
fidelidad y a la vez con una plenitud que sobrepasa cuanto pudieron conocer los
Profetas (5). Toda la Escritura habla de Él; pero su sentido debe ser transportado a
clave espiritual y divina. Él es el Mesías-Redentor-Salvador.
Juan Bautista encarcelado en la fortaleza de Maqueronte por Herodes Antipas, debe
ser ahora precursor de Cristo crucificado como lo fue antes de Cristo Redentor. La
respuesta que Jesús da a los discípulos del Precursor, iluminará la noche de su cárcel
y le vigorizará para el próximo martirio. Así cumple que selle su testimonio el heraldo
valiente y fiel.
— Jesús nos dice el lugar que el Bautista ocupa en esta economía Mesiánica. De
entre todos los que han precedido al Mesías y han preparado sus caminos es Juan el
más noble y el más grande. Precursor inmediato del Mesías Maestro, ahora en cárcel
y muerte, va a serlo del Mesías Crucificado: Bienaventurado quien no se escandaliza
en tal Mesías (10).
(SOLÉ ROMA, J. M., Ministros de la Palabra. Ciclo A, Herder, Barcelona, 1979)
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Comentario Teológico· P. Leonardo Castellani
La misión de San Juan Bautista
El ano litúrgico se abre con el Adviento que significa Venida o Llegada. La
Iglesia abre y cierra el ciclo litúrgico con un evangelio acerca de la Segunda Venida
de Cristo o sea la Parusía; y durante las otras tres semanas del Advenimiento, lee
tres evangelios acerca de San Juan Bautista, el nuncio de la Primera Venida de Cristo
llamado el Precursor. Ellos contienen el primero, tercero y cuarto testimonio que dio el
Bautizador solemnemente de que el Rabbi Ieshua de Nazareth era realmente “El que
había de venir”, el Esperado; en aquel tiempo, ansiosa y nerviosamente esperado y
ahora también; por los que conservan aquella antigua fe.
Lo malo para comentarlos es que no están en ese orden, sino al revés: primero
está el último, el testimonio que dio definitivamente desde el calabozo, licenciando a
sus discípulos para que fuesen a Cristo; al cual testimonio Cristo respondió dando
testimonio a su vez de su humilde precursor con una gran alabanza, pero no lo libró
de la cárcel. Este es el evangelio de hoy. Después viene el que dio a los fariseos; y
por último el que dio ante todo el pueblo, desde el comienzo de su predicación,
anunciando que había que prepararse enérgicamente porque había llegado el tiempo
en que “toda la carne vería el divino Salud-Dador”. Ante todo el pueblo es un decir,
porque los que se congregaban en la ribera del Jordán cerca de Betsaida, donde el
salvaje nazareno bautizaba y clamaba, eran más bien pocos, de a grupitos; pero
había allí de todas las profesiones y clases sociales, incluso fariseos; y hasta el
mismo Herodes Antipas cayó allí una vez, por desgracia. De a grupitos pasaron por
allí, al final, muchísimos; todo el pueblo, puede decirse (éste es el evangelio del tras-
próximo Domingo).
Así, pues, mientras Jesús trabajaba con sus manos oscuramente en el taller
de Nazareth, apareció en una playita del río llena de cañas y sicomoros un
desconocido venido del desierto, que podríamos llamar ermitaño, con larga melena
nazarena, una piel de camello por vestido y un físico enjuto y quemado por el sol y las
privaciones, pero de un coraje y una potencia extraordinaria: “salvaje magnético” lo
llama Papini; “endemoniado” lo llamaron a poco andar los fariseos. Este profeta
poderoso austero humilde, que fue mártir de la moral natural, y no hizo otra cosa en
su vida que “allanar los caminos” para otro, suscitó una gran expectación, tanto que
algunos creyeron era el Mesías; y un fuerte movimiento religioso, del cual benefició
Cristo. Antes de predicar la moral divina, había que “enderezar los senderos” de la
moral natural. El Bautista es la rectitud moral y la humildad llevadas al heroísmo; él
predica la ley natural así como su Bautizado número uno promulgará más tarde la ley
divina; los dos luchan contra la seudo Ley anquilosada y corrompida de los fariseos.
Los temas de Juan son solamente tres: 1) Haced penitencia; 2) el Tiempo ha llegado
de la Venida; 3) vosotros “raza de víboras”, ¿qué os habéis pensado?
Lo primero que hizo Cristo después de despedirse de su madre viuda y dejar el
taller (“a su hermano Jacobo” dice Schalom Asch) fue recibir el bautismo de la
penitencia, conexión visible y solemne de su misión con la de Yohanan; y por él con
todos los antiguos profetas y todo el Antiguo Testamento. Como nota San Agustín la
religión (“la Ciudad de Dios”) es una sola; y se remonta hasta el principio del mundo,
conectados todos sus tramos por nexos perspicuos y solemnes; Adán, Abraham,
Moisés, Los Profetas, Juan Bautista, Cristo. Para ensenarla hay que tener autoridad y
la autoridad no se inventa, se recibe. Allí en ese bautismo que tuvo lugar una tarde
cualquiera de un día cualquiera ante un grupo de cualesquiera, sucedió la primera
revelación del último Tramo de la Religión, el definitivo, tras el cual no hay ya que
esperar otro, revelación que el mismo Juan necesitaba, pues “Aquel sobre quien
descendiera el Espíritu, Ese es”, le había sido dicho por el Espíritu en el desierto. Y
así Cristo en toda su carrera se refiere siempre a esa primera revelación y vínculo
legitimante (“¿Con qué autoridad dices estas cosas?”.) Tú te has inventado una
autoridad que nosotros no te hemos dado. “Con la autoridad que me dio mi Padre.”
“Éste es mi hijo querido en quien están todas mis complacencias. Oídle a El”,
dijo el trueno del cielo, al mismo tiempo que una luz en forma de paloma se cernía
sobre los dos humildes nazarenos, inmergidos el agua hasta las rodillas, como lo
hemos visto tantas veces... gracias a los pintores.
No se entiende nada del Bautismo de Cristo si no se atiende a esta necesidad
de la autoridad religiosa. “Yo no me he enviado, Dios me ha enviado” debe poder
decir el Apóstol; y eso significa Apóstol: Enviado. “Tú no tienes necesidad de
bautismo”, dijo Juan a Jesús; “Deja eso ahora”, le replicó éste. Necesitábamos
nosotros ese nexo de la autoridad religiosa.
No siempre que Dios envía un hombre con una misión peligrosa avisa
previamente a las autoridades. A veces lo autoriza Él mismo, o con la santidad de su
vida, o con milagros; y las autoridades deben arreglarse con sus propios medios a
reconocerlo. Si lo desprecian, Dios permite que caigan en el peor error, y cometan el
crimen más horroroso, que es matar a un hombre de Dios –por el hecho de ser de
Dios– en nombre de Dios. Entonces un desastre espantoso se desploma sobre esta
gente y sobre el pueblo que representan, podrido como ellos. Pobre Argentina, que
no escuchas a tus maestros, desprecias a los precursores y matas a los profetas.
“Los fariseos –dice el Evangelista– despreciaron a Juan, y no recibieron el bautismo
de penitencia, con lo cual se embromaron”, y rehuyeron la sabiduría “la cual se
justificó después por sus obras”, es decir, por las obras milagrosas que hizo Cristo.
Desde entonces comenzaron las violentas imprecaciones de Juan contra los jefes
espirituales de la nación; pero no sin que antes el profeta hubiese dado llana y
modestamente cuenta y razón de sí mismo a la delegación oficial de estos jefes
oficiales, que se le aproximó cuando ya su nombre corría indetenible entre las gentes
religiosas, que lo tenían por el Mesías, unos; por Elías el segundo Precursor, otros; y
por un gran profeta, todos. La única profecía que hizo Juan fue reconocer al Mesías
como Mesías; no es poco. Es todo, si se quiere.
“Si queréis, él es ciertamente el Elías, el que ha de venir; pero esto que os
digo es misterioso”, dijo Cristo como última palabra acerca de Juan; el cual ya
entonces (al fin del primer año, primera misión de Galilea, después de la primera
resurrección de un muerto) estaba en el sótano del palacio de Herodes, sin hacerse
ilusiones acerca de su futuro “Conviene que el Otro crezca y yo mengüe.” Juan cerró
entonces su misión entregando el resto de sus discípulos –ya había enviado a otros–,
que con ansiedad en torno de él todavía se afanaban desesperanzadamente, al
Taumaturgo que desde Cafarnaúm recorría el lago, las aldeas y las colinas. Juan no
había hecho ningún milagro; sus discípulos esperaban de él que, rompiendo cerrojos
y cadenas, aterrorizase a Herodes y volviese a su puesto del río Jordán. No lo hizo.
Pero el Mesías sí había de hacer milagros; era una de las señales que había puesto
acerca de Él el profeta Isaías.
Juan se comporta siempre con una humildad conmovedora; fiero delante de
los fariseos, delante de Jesús se hace polvo: “No soy digno ni de atar las cintas de
sus sandalias.” Así en esta ocasión en vez de responder directamente a sus
contusionados secuaces, envía a dos de ellos en su nombre y en representación de
todos a Galilea a preguntar al Joven Maestro: “¿Eres Tú el que [desde hace siglos
esperamos] ha de venir, o hemos de esperar todavía a otro?”. Jesús tampoco
respondió directamente –las palabras son pequeñas en algunas ocasiones– sino que
prosiguió sin responder su predicación y sus curas delante de los dos johannidas y fi-
nalmente dijo: “Andad y anunciad a Juan lo que habéis presenciado: Los ciegos ven,
los cojos caminan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos
resucitan, los pobres son evangelizados: y dichosos los que de mí no se
escandalicen” (es decir, dichosos los que en mí no tropiecen; porque encontrando a
Cristo, o se cree, o se da un encontronazo).
Cristo resumió en esta breve respuesta las profecías taumatúrgicas de Isaías
de los cantos 29, 35, 61, 13, 26 y sobre todo del canto 5: del cual dos frases literales
están aquí: “Los ciegos ven... los pobres son iluminados”. Ese es el milagro
fundamental de Cristo y de su Iglesia: iluminar. ¡Y ay de la Iglesia cuando los pobres
no son iluminados!
Apenas los dos johannidas, exultantes sin duda, zarparon, Cristo canonizó al
Bautizador, y le rindió a su vez testimonio. En la turba que lo escuchaba había
quienes escucharon antes a Juan; y a éstos se dirigió: ¿A quién fuisteis a ver en el
desierto de Besch-Zeda? ¿A una caña que el viento agita? Decidme ¿qué cosa
fuisteis a ver...? ¿A un hombre vestido con elegancia? Los que visten fino están en el
Palacio de Gobierno, no en el desierto. Respondedme pues a quién habéis andado a
buscar. ¿A un profeta? Sí, así es, a un gran profeta y más que profeta. Éste es aquel
de quien tenemos Escritura: He aquí que yo mando delante a mi Enviado, que
prepare los caminos delante de Ti...”. Es un versículo del profeta Malaquías. Cristo
alude a los hombres “influyentes” que andaban por entonces vendiendo palabrería
devota, que no tenía efecto alguno, como rumor de cañaveral; y a los Saduceos o
progresistas (la secta rival de los Fariseos o separados) que hoy llamaríamos
intelectuales que andaban en torno al diletante Herodes Antipas –por lo cual el
Evangelio los llama a veces “herodianos”– discutiendo las últimas novedades de la
filosofía de la Metrópoli. El de Besch-Zedá era otra cosa.
Cristo lo “canonizó”: “Palabra de Honor [excáthedra] ningún hijo de mujer se
alzó en el mundo mayor que Juan el Bautista”, de donde algunos teólogos han
discutido verbosamente si el Bautista es un santo mayor que Abraham o mayor que
Moisés, o mayor que San José. Pero Cristo determinó claramente el sentido de sus
palabras añadiendo otra exageración –todo Cristo está lleno de exageraciones
equilibradas de a dos en dos, como los arcos góticos de una catedral–: “Pero yo os
digo que el menor del Reino de los Cielos es mayor que él”: con lo cual dijo que la
preeminencia de San Juan se entiende solamente sobre todos los profetas del
Antiguo Testamento; en efecto, los demás vieron de lejos y entre celajes al Mesías; y
éste lo mostró con el dedo... Con Juan se cierran “la Ley y los Profetas” –añadió
Cristo– y comienza la Iglesia, no en contra sino encima. Los judíos deberían
levantarle una catedral en Jerusalén al Bautista. Y a lo mejor se la levantan, ahora
que se están reuniendo todos allá. En Jerusalén en donde lo mataron.
Ninguna catedral mayor que la devoción del pueblo cristiano al híspido profeta
de Besch-Zedá: cosa de la mitad de los cristianos del mundo se llaman Juan, sin
contar una de las mejores provincias argentinas y contando todos los italianos que se
llaman Bachicha (“Aserrín aserrán los maderos de San Juan [algunos dicen “los
dineros de San Juan”] ¿dónde están?”). El 24 de junio es en Europa el día más largo
del año (el solsticio de verano) y los gentiles celebraban la víspera de ese día al dios
Sol, encendiendo hogueras sobre las colinas para matar la noche del todo; y con
festejos de alegría y con supersticiones pintorescas. Los cristianos transformaron esa
fiesta étnica –cuyas supersticiones no obstante han llegado hasta nosotros–
plantando al Precursor en ese día –entre nosotros el más corto del año– y
transformando las hogueras de Apolo y Osiris en Las fogatas de San Juan. Pero San
Juan no fue el iluminador, no fue el sol, sino a la manera del alba que precede
brevemente al sol, en verde, oro y sangre. “No era él la luz, sino para dar testimonio
de la Luz”, dice de él otro San Juan, el Evangelista.
La idea es que ese día hay que quemar todos los trastos viejos, cachivaches y
rezagas que hay en la casa y hacer limpieza de basura e inutilidades; y ese fue
justamente el fondo de la prédica del Bautista; “Poner el hacha en la raíz del árbol
muerto.” ¡Qué andáis con pamplinas, con palabras muertas, con discusiones inútiles,
con leyes nimias, con politiquerías pueriles y con pataratas de Reforma, Reacción y
Revolución en los momentos en que las bases mismas del mundo se descompaginan
todas! Quemad con la penitencia la leña muerta, si queréis obtener luz Cuando veáis
que los comunistas queman iglesias, haced vosotros en vuestro corazón las santas
fogatas de San Juan.
Los “comunistas” queman iglesias, que les parecen inutilidades, ellos celebran
a San Juan a su manera, que no es buena. La buena es quemar las inutilidades del
corazón. Cuando los vándalos quemaban iglesias en Roma, San Cipriano escribía a
sus obispos: “No os deis afán por edificar templos materiales en los cuales al fin y al
cabo sabéis que un día se sentará el Anticristo. Edificad la fe en los pechos, templos
que nadie puede quemar.”
Con esto no queremos decir que hay que dejarlos no más a los “comunistas”
quemar Iglesias. ¡Cuernos!
(Castellani, L., El Evangelio de Jesucristo, Ediciones Dictio, Buenos Aires, 1977, p.
406-412)
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La señora Julia de Seydell me advierte amablemente que el inciso “Oídle a él” no está
en el Bautismo de Jesús sino en la Transfiguración (Mateo XVII, 1, Marcos IX, 1 y
Lucas IX, 28). Reconozco que es así, para ser enteramente exacto. El origen de mi
confusión es que algunas exégesis modernos conjeturan que en las dos ocasiones la
voz del Padre fue la misma; y los Evangelistas reservaron la pequeña añadidura
“oídle” –que de rodos modos está implícita en la teofanía del Bautismo– para la
ocasión más solemne; basándose para ello en la autoridad del Codex Beza. No me
parece probable esta conjetura. Ver sobre esto John O'Flynn y Reverendo A. Jones
en Catholic Commentary on Holy Scripture, Nelson, London.
Cuando se escribió esta homilía, acababa de acontecer en Buenos Aires el episodio
de “la quema de las iglesias”, que fue imputado oficialmente a “los comunistas”.
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Santos Padres· San Juan Crisóstomo
LAS TURBAS SOSPECHARON DE JUAN
1. El asunto de los discípulos de Juan se había resuelto bien, y se retiraron de
la presencia de Jesús confirmados por los milagros que allí mismo le habían visto
realizar. Ahora había que corregir también la opinión del pueblo. Los discípulos de
Juan nada malo podían sospechar de su maestro; pero aquella muchedumbre ingente
pudo sacar las más absurdas consecuencias de la pregunta que a Jesús le dirigieron,
pues ignoraban la intención con que Juan los había enviado, y es muy probable que
cuchichearan entre sí diciendo: ¿El que dio tan solemnes testimonios ha cambiado
ahora de opinión, y está en dudas de si es éste el que ha de venir o hay que esperar
a otro? ¿No dirá esto por estar en desacuerdo con Jesús? ¿No se habrá vuelto
cobarde a fuerza de cárcel? ¿No serían vanas y sin sentido todas sus palabras
anteriores? Como era, pues, muy natural que la gente se forjara sospechas por el
estilo, mirad cómo corrige el Señor su flaqueza y elimina todas esas sospechas.
Porque, cuando se marcharon ellos, empezó Jesús a hablar de Juan a las
muchedumbres. ¿Por qué cuando aquéllos se marcharon? Para no dar la impresión
de que adulaba a Juan. Mas al corregir al pueblo, no saca a relucir lo que éste
sospechaba, sino que se contenta con dar la solución a los pensamientos que
internamente los agitaban, con lo que les hacía ver que sabía Él los íntimos secretos
de todos. Tampoco les dice como a los judíos: ¿Por qué pensáis mal? Porque si es
cierto que pensaban mal, no lo pensaban por malicia, sino por ignorancia del sentido
de las palabras de Juan. De ahí que tampoco el Señor les habla ásperamente, sino
que se contenta con corregir su modo de pensar, hace la apología de Juan y
demuestra a las turbas que no había éste abandonado su opinión primera ni se había
arrepentido.
JUAN NO ERA UN INCONSTANTE
Porque no era Juan un hombre ligero y versátil, sino muy asentado y firme; no
era Juan tal que traicionara la misión que se le había confiado. E intentando el Señor
asentar esta verdad, no la prueba de pronto por su propia afirmación, sino, ante todo,
por el testimonio mismo del pueblo. Y así no sólo por lo que dijeron, sino también por
lo que hicieron, los pone a ellos mismos por testigos de esa firmeza de Juan. De ahí
que les diga: ¿Qué salisteis a ver en el desierto? Como si dijera: ¿Por qué
abandonasteis ciudades y casas y os juntasteis como un solo hombre en el desierto?
¿Acaso para ver a un hombre miserable y ligero? Eso no tendría sentido. No es eso lo
que demuestra aquel afán, aquel correr todos a una hacia el desierto. Un pueblo tan
enorme, tantas ciudades no se hubieran derramado entonces con tanto fervor por el
desierto y a lo largo del Jordán, si no hubieran llevado la ilusión de contemplar a un
hombre extraordinario, maravilloso y más firme que una roca. No salisteis ciertamente
a contemplar una caña agitada por el viento. A una caña, en efecto, se parecen
perfectamente los hombres ligeros, los que son fácilmente llevados de acá para allá,
los que dicen ahora una cosa y luego otra y no están firmes en nada. Y notad cómo,
dejando a un lado el Señor todo otro defecto, sólo les habla de la ligereza que
entonces particu-larmente les hacía a ellos sospechar y cómo les quita todo motivo de
suponerla en Juan. ¿Pues qué salisteis a ver? ¿A un hombre vestido de ropas
delicadas? Mirad que los que llevan vestidos delicados viven en los palacios de los
reyes. Con lo que quiere decir que Juan no era naturalmente versátil. Y esto —viene a
decir el Señor—vosotros lo pusisteis de manifiesto con vuestro fervor por ir a verlo.
Mas tampoco se puede decir que, sí, Juan era de suyo firme, pero que, habiéndose
entregado al placer, se volvió flojo. Los hombres son lo que son, unos por naturaleza,
otros porque se hacen. Por ejemplo, hay quienes son naturalmente iracundos; otros
adquieren esa enfermedad de su alma a consecuencia justamente de otra larga
enfermedad corporal. Unos, igualmente, son ligeros y fáciles por naturaleza; otros se
hacen tales por entregarse al placer y a la molicie. Pero Juan—les dice el Señor—ni
es tal por naturaleza, pues no salisteis a ver una caña; ni por haberse entregado al
placer, perdió la ventaja que le dio la naturaleza. Que no fue esclavo del placer, bien
lo demuestra su vestido, el desierto y la cárcel. Porque, si hubiera querido vestir ropas
blandas, no se hubiera ido a morar en el desierto ni se hubiera metido en la cárcel,
sino que habría buscado los palacios. Y es así que, con sólo haber callado, hubiera
podido gozar de infinitos honores. Porque si aun después que le reprendió; si aun
estando en la cárcel, aun le temía Herodes, mucho menos le hubiera castigado de
haber él guardado silencio. Si, pues, Juan dio prueba de su firmeza y constancia con
sus obras, ¿cómo podía ser justa sospecha alguna en esas virtudes?
LA GRANDEZA DE JUAN BAUTISTA
2. Así, pues, habiendo el Señor caracterizado a Juan por el lugar en que
viviera, por el vestido y por el mismo concurso del pueblo hacia él, ahora alega
también al profeta. Y en efecto, después de decir: ¿Que salisteis a ver? ¿Un profeta?
Sí, yo os lo aseguro, más que un profeta, prosigue: Porque éste es de quien está
escrito: Mira que yo envío a mi mensajero delante de ti, para que prepare tu camino
delante de ti. Primero alega el Señor el testimonio de los judíos, y luego acomoda
también el del profeta; o, por mejor decir, primero pone el voto de los judíos, que es la
mejor demostración, por ser testimonio dado por enemigos; en segundo lugar, la vida
de Juan; tercero, su propio juicio; cuarto, al profeta, y por todos los lados cierra la
boca de quienes pudieran sospechar del Precursor. Tampoco pudieran decir que, sí,
Juan era naturalmente firme, pero que luego había cambiado, pues ahí estaba su
modo de vestir y la cárcel y, después de todo esto, el testimonio del profeta. Y ya que
el Señor llamó a Juan mayor que un profeta, ahora les hace ver en qué es mayor que
un profeta. ¿En qué es, pues, mayor? En que es el que está más cerca del que había
venido. Porque yo te enviaré—dice---a mi mensajero ante tu faz, es decir, muy cerca
de ti. Así como en una comitiva regia, los que van más cerca del coche real son los
más ilustres entre todos; así Juan, que aparece momentos antes del advenimiento del
Señor. Notad cómo de ahí declaró la excelencia del Precursor, y ni ahí se detuvo, sino
que añadió su propio voto diciendo: En verdad os digo, no se ha levantado entre los
nacidos de mujer nadie mayor que Juan Bautista. Que es como decir: No parió mujer
a nadie mayor que Juan. Realmente, la afirmación de Jesús basta para declarar esta
grandeza; más si queréis "saberlo por la realidad misma, considerad su mesa, su
manera de vida y la alteza de sus pensamientos. Juan vivía en la tierra como si
morara ya en el cielo; estaba por encima de las necesidades de la naturaleza, seguía
un camino maravilloso, gastaba su tiempo entero en himnos y oraciones, sin hablar
con hombre alguno, y conversando, en cambio, continuamente con Dios. A nadie
conocía, por nadie fue jamás visitado. No se alimentaba de leche ni gozaba de lecho,
ni de techo, ni de pública plaza, ni de ninguna otra de las comodidades humanas. Sin
embargo, Juan sabía unir la mansedumbre a la firmeza. Mirad, si no, con qué
moderación habla con sus discípulos, con qué valor al pueblo judío y con qué libertad
al mismo rey. De ahí que dijera el Señor: Entre los nacidos de mujer, no se ha
levantado nadie mayor que Juan Bautista.
JUAN NO PUEDE SER COMPARADO A JESÚS
Sin embargo, como la hipérbole misma de la alabanza podía engendrar alguna
falsa idea, y estimaran los judíos a Juan más alto que a Jesús, mirad cómo también
esto lo corrige el Señor. Y es así que, como de lo mismo que los discípulos de Juan
se edificaron, pudo resultar daño para las turbas, teniéndole a Juan por hombre ligero,
así ahora, de lo mismo que era corrección de las turbas, podía también resultarles
mayor daño, si concebían de Juan más alta idea que de Cristo mismo, fundados en lo
que de aquél se les decía. De ahí que el Señor los corrige, sin dejar lugar a sospecha
alguna, diciendo: Pero el que es más pequeño en el reino de los cielos es mayor que
él. Más pequeño por la edad y también en la opinión del vulgo, pues le llamaban
comedor y bebedor y solían decir: ¿No es éste el hijo del carpintero? Y por todas
partes le despreciaban. — ¿Pues qué—objetarás—, sólo por comparación con Juan
es mayor el Señor?-¡De ninguna manera! Porque ni el mismo Juan intenta establecer
comparación, cuando dice: Él es más fuerte que yo , ni tampoco la establece Pablo
cuando, haciendo mención de Moisés, escribe: De mayor gloria que Moisés fue tenido
Cristo por digno . Y, en fin, el Señor mismo no se compara con Salomón cuando dice:
Y aquí está quien es más que Salomón . Más aunque diéramos de barato que aquí
habló comparativamente, ello fue pura dispensación del Señor, atendiendo a la
flaqueza de sus oyentes. En realidad, la gente estaba muy embobada con Juan, y
entonces justamente la cárcel y la libertad con que había reprendido al rey había
hecho más gloriosa su figura. Ya era, pues, bastante que, por entonces, aceptaran la
comparación con Jesús. A la verdad, también el Antiguo Testamento conoce este
modo de corregir las almas de los que yerran, comparando lo que no admite
comparación. Por ejemplo, cuando dice: No hay semejante a ti entre los dioses,
Señor . Y otra vez: No hay Dios como nuestro Dios . Hay, sin embargo, intérpretes
que afirman haber dicho Cristo esas palabras refiriéndose a los apóstoles, otros a los
ángeles. Falsa interpretación. Y es que, cuando algunos se apartan de la verdad, los
errores no tienen término. ¿Qué sentido lógico tendría decir eso de los apóstoles o de
los ángeles? Por otra parte, si hablaba de los apóstoles, ¿qué inconveniente había en
establecer la comparación nominalmente? En cambio, refiriéndose a sí mismo, es
natural que ocultara su persona en atención a la sospecha dominante en el vulgo y
porque no pareciese que decía algo grande de sí mismo; conducta que le vemos
observar en muchas otras ocasiones. — ¿Y qué quiere decir: en el reino de los
cielos? —En lo espiritual y en todo lo que atañe al dejo. Además, decir: Entre los
nacidos de mujer no se ha levantado nadie mayor que Juan Bautista; era oponerse El
mismo a Juan y contarse de este modo como la excepción. Porque si es cierto que
también Él había nacido de mujer, no, sin embargo, del mismo modo que Juan.
Porque Jesús no era puro hombre ni nació como otro cualquier hombre, sino de modo
singular y maravilloso.
San juan Crisóstomo, Homilías sobre el Evangelio de San Mateo (I), Homilía 37, 1-3,
BAC Madrid 1955, 730-37
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Aplicación · San Juan Pablo II· S.S. Benedicto XVI· S.S. Francisco p.p.. P. Jorge Loring, S.J.
Juan Pablo II
Hoy, tercer domingo de Adviento, se renueva el feliz anuncio: "Gaudete in Domino
semper,Estad siempre alegres en el Señor" (Flp 4, 4). Son palabras tomadas de la
carta de san Pablo a los Filipenses, que caracterizan la liturgia de hoy.
Esta invitación a la alegría tiene una motivación muy precisa: "El Señor está cerca"
(Flp 4, 5),Dominus prope est, verdad familiar para el israelita piadoso, que le da
confianza y consuelo; verdad que tiene su fundamento pleno en Cristo. En efecto, en
él Dios se hizo cercano a todo hombre: él es el Mesías, el "Emmanuel", el "Dios con
nosotros" (cf. Is 7, 14; Mt 1, 23). La alegría es el centro del evangelio de la Navidad.
La Iglesia, como madre experta, conoce mejor que cualquier otra institución las
dificultades y los sufrimientos inherentes a la vida humana. Sabe bien que en la
existencia de numerosos pueblos y personas la tristeza prevalece sobre la alegría, la
angustia sobre la esperanza.
Pero precisamente a esos hombres y mujeres está destinado de modo privilegiado el
anuncio navideño, porque Cristo "anunció la salvación a los pobres, la liberación a los
oprimidos y a los afligidos el consuelo" (Plegaria eucarística IV). Él es el auténtico
liberador del hombre, enviado por Dios para rescatarlo del poder del mal y de la
muerte. De esta liberación profunda e integral deriva la alegría que Cristo da a sus
amigos, una alegría que, como su paz, es diversa de la del mundo (cf. Jn 14, 27),
superficial y efímera.
Los graves problemas que afectan a la existencia hacen a veces difícil reconocer
estos dones de Cristo. La Iglesia, guiada por el Espíritu Santo, tiene precisamente la
misión de hacerlos visibles y testimoniar su presencia. La humanidad anhela, sobre
todo hoy, la alegría y la paz. A los creyentes nos corresponde convertirnos día a día,
con la elocuencia del amor operante, en levadura profética de un mundo reconciliado
por el amor y vivificado por la alegría divina.
María santísima, a quien invocamos como "Causa de nuestra alegría", nos ayude a
cumplir con fidelidad esta misión. ¿Quién ha experimentado mejor que ella la cercanía
del Señor, fuente de alegría y paz? Nos encomendamos a su protección materna
para ser siempre, pero sobre todo en este tiempo, testigos creíbles de la alegría de
Cristo.
(Domingo 16 de diciembre de 2001)
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Benedicto XVI
En este tercer domingo de Adviento, la liturgia propone un pasaje de la carta de
Santiago, que comienza con esta exhortación: «Tened, pues, paciencia, hermanos,
hasta la venida del Señor» (St5, 7). Me parece muy importante, en nuestros días,
subrayar el valor de la constancia y de la paciencia, virtudes que pertenecían al
bagaje normal de nuestros padres, pero que hoy son menos populares en un mundo
que, más bien, exalta el cambio y la capacidad de adaptarse a situaciones siempre
nuevas y distintas. Sin quitar nada a estos aspectos, que también son cualidades del
ser humano, el Adviento nos llama a potenciar la tenacidad interior y la resistencia del
alma que nos permiten no desesperar en la espera de un bien que tarda en venir,
sino esperarlo, es más, preparar su venida con confianza activa.
«Mirad al labrador —escribe san Santiago—; espera el fruto precioso de la tierra
aguardándolo con paciencia hasta recibir las lluvias tempranas y tardías. Tened
también vosotros paciencia; fortaleced vuestros corazones porque la venida del Señor
está cerca» (St 5, 7-8). La comparación con el campesino es muy expresiva: quien ha
sembrado en el campo, tiene ante sí algunos meses de espera paciente y constante,
pero sabe que mientras tanto la semilla cumple su ciclo, gracias a las lluvias de otoño
y de primavera. El agricultor no es fatalista, sino modelo de una mentalidad que une
de modo equilibrado la fe y la razón, porque, por una parte, conoce las leyes de la
naturaleza y hace bien su trabajo y, por otra, confía en la Providencia, puesto que
algunas cosas fundamentales no están en sus manos, sino en manos de Dios. La
paciencia y la constancia son precisamente síntesis entre el empeño humano y la
confianza en Dios.
«Fortaleced vuestros corazones», dice la Escritura. ¿Cómo podemos hacerlo? ¿Cómo
podemos fortalecer nuestros corazones, que ya de por sí son frágiles y que resultan
todavía más inestables a causa de la cultura en la que estamos sumergidos? La
ayuda no nos falta: es la Palabra de Dios. De hecho, mientras todo pasa y cambia, la
Palabra del Señor no pasa. Si las vicisitudes de la vida hacen que nos sintamos
perdidos y parece que se derrumba toda certeza, contamos con una brújula para
encontrar la orientación, tenemos un ancla para no ir a la deriva. Y aquí se nos ofrece
el modelo de los profetas, es decir, de esas personas a las que Dios ha llamado para
que hablen en su nombre. El profeta encuentra su alegría y su fuerza en la Palabra
del Señor y, mientras los hombres buscan a menudo la felicidad por caminos que
resultan equivocados, él anuncia la verdadera esperanza, la que no falla porque tiene
su fundamento en la fidelidad de Dios. Todo cristiano, en virtud del Bautismo, ha
recibido la dignidad profética; y cada uno debe redescubrirla y alimentarla,
escuchando asiduamente la Palabra divina. Que nos lo obtenga la Virgen María, a
quien el Evangelio llama bienaventurada porque creyó en el cumplimiento de las
palabras del Señor (cf.Lc 1, 45).
(Ángelus, Plaza de San Pedro, Sábado 12 de diciembre de 2007)
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S.S. Francisco p.p.
Hoy es el tercer domingo de Adviento, llamado también domingo de Gaudete, es
decir, domingo de la alegría. En la liturgia resuena repetidas veces la invitación a
gozar, a alegrarse. ¿Por qué? Porque el Señor está cerca. La Navidad está cercana.
El mensaje cristiano se llama «Evangelio», es decir, «buena noticia», un anuncio de
alegría para todo el pueblo; la Iglesia no es un refugio para gente triste, la Iglesia es la
casa de la alegría. Y quienes están tristes encuentran en ella la alegría, encuentran
en ella la verdadera alegría.
Pero la alegría del Evangelio no es una alegría cualquiera. Encuentra su razón de ser
en el saberse acogidos y amados por Dios. Como nos recuerda hoy el profeta Isaías
(cf. 35, 1-6a.8a.10), Dios es Aquél que viene a salvarnos, y socorre especialmente a
los extraviados de corazón. Su venida en medio de nosotros fortalece, da firmeza,
dona valor, hace exultar y florecer el desierto y la estepa, es decir, nuestra vida,
cuando se vuelve árida. ¿Cuándo llega a ser árida nuestra vida? Cuando no tiene el
agua de la Palabra de Dios y de su Espíritu de amor. Por más grandes que sean
nuestros límites y nuestros extravíos, no se nos permite ser débiles y vacilantes ante
las dificultades y ante nuestras debilidades mismas. Al contrario, estamos invitados a
robustecer las manos, a fortalecer las rodillas, a tener valor y a no temer, porque
nuestro Dios nos muestra siempre la grandeza de su misericordia. Él nos da la fuerza
para seguir adelante. Él está siempre con nosotros para ayudarnos a seguir adelante.
Es un Dios que nos quiere mucho, nos ama y por ello está con nosotros, para
ayudarnos, para robustecernos y seguir adelante. ¡Ánimo! ¡Siempre adelante! Gracias
a su ayuda podemos siempre recomenzar de nuevo. ¿Cómo? ¿Recomenzar desde el
inicio? Alguien puede decirme: «No, Padre, yo he hecho muchas cosas... Soy un gran
pecador, una gran pecadora... No puedo recomenzar desde el inicio». ¡Te equivocas!
Tú puedes recomenzar de nuevo. ¿Por qué? Porque Él te espera, Él está cerca de ti,
Él te ama, Él es misericordioso, Él te perdona, Él te da la fuerza para recomenzar de
nuevo. ¡A todos! Entonces somos capaces de volver a abrir los ojos, de superar
tristeza y llanto y entonar un canto nuevo. Esta alegría verdadera permanece también
en la prueba, incluso en el sufrimiento, porque no es una alegría superficial, sino que
desciende en lo profundo de la persona que se fía de Dios y confía en Él.
La alegría cristiana, al igual que la esperanza, tiene su fundamento en la fidelidad de
Dios, en la certeza de que Él mantiene siempre sus promesas. El profeta Isaías
exhorta a quienes se equivocaron de camino y están desalentados a confiar en la
fidelidad del Señor, porque su salvación no tardará en irrumpir en su vida. Quienes
han encontrado a Jesús a lo largo del camino, experimentan en el corazón una
serenidad y una alegría de la que nada ni nadie puede privarles. Nuestra alegría es
Jesucristo, su amor fiel e inagotable. Por ello, cuando un cristiano llega a estar triste,
quiere decir que se ha alejado de Jesús. Entonces, no hay que dejarle solo. Debemos
rezar por él, y hacerle sentir el calor de la comunidad.
Que la Virgen María nos ayude a apresurar el paso hacia Belén, para encontrar al
Niño que nació por nosotros, por la salvación y la alegría de todos los hombres. A ella
le dice el Ángel: «Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo» (Lc 1, 28). Que ella
nos conceda vivir la alegría del Evangelio en la familia, en el trabajo, en la parroquia y
en cada ambiente. Una alegría íntima, hecha de asombro y ternura. La alegría que
experimenta la mamá cuando contempla a su niño recién nacido, y siente que es un
don de Dios, un milagro por el cual sólo se puede agradecer.
(Ángelus, San Pedro, domingo 15 de diciembre de 2013)
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P. Jorge Loring, S.J.
1.- Dice san Pablo que Dios quiere que todos los hombres se salven.
2.- Dios nos invita a todos al banquete de la gloria eterna.
3.- Pero muchos rechazan la invitación, pues prefieren dedicarse a las cosas de este
mundo.
4.- ¡Qué torpeza! escogen lo caduco y desprecian lo eterno.
5.- Es el misterio de la libertad del hombre que puede rechazar la voluntad de Dios.
6.- Este respeto de Dios a la libertad del hombre es un exponente de que Dios no
quiere salvarnos a la fuerza. Él nos invita, pero si le rechazamos, nos respeta. Invita a
otros.
7.- Él ve con pena nuestra torpeza, pero no nos coacciona.
8.- Nos ha hecho libres para que seamos nosotros los que elegimos el camino del
cielo o del infierno.
9.- Pidamos a Dios que nos dé luz y fuerza para usar bien de nuestra libertad.
10.- Que no seamos sordos a su llamamiento, convencidos de que Dios quiere lo
mejor para nosotros.
11.- Algunos dicen: «Yo soy católico, pero no practico». Esto es tan absurdo como
decir: «Yo soy futbolista, pero jamás he dado una patada a un balón». Hay que ser
coherente. Toda ideología supone un compromiso. Quien no cumple, no es católico.
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Directorio Homilético
Tercer domingo de Adviento
CEC 30, 163, 301, 736, 1829, 1832, 2015, 2362: el gozo
CEC 227, 2613, 2665, 2772: la paciencia
CEC 439, 547-550, 1751: la manifestación de Jesús como el Mesías
Para la primera lectura
CEC 30, 163, 301, 736, 1829, 1832, 2015, 2362: el gozo
30 "Se alegre el corazón de los que buscan a Dios" (Sal 105,3). Si el hombre puede
olvidar o rechazar a Dios, Dios no cesa de llamar a todo hombre a buscarle para que
viva y encuentre la dicha. Pero esta búsqueda exige del hombre todo el esfuerzo de
su inteligencia, la rectitud de su voluntad, "un corazón recto", y también el testimonio
de otros que le enseñen a buscar a Dios.
Tú eres grande, Señor, y muy digno de alabanza: grande es tu poder, y tu sabiduría
no tiene medida. Y el hombre, pequeña parte de tu creación, pretende alabarte,
precisamente el hombre que, revestido de su condición mortal, lleva en sí el
testimonio de su pecado y el testimonio de que tú resistes a los soberbios. A pesar de
todo, el hombre, pequeña parte de tu creación, quiere alabarte. Tú mismo le incitas a
ello, haciendo que encuentre sus delicias en tu alabanza, porque nos has hecho para
ti y nuestro corazón está inquieto mientras no descansa en ti (S. Agustín, conf. 1,1,1).
163 La fe nos hace gustar de antemano el gozo y la luz de la visión beatífica, fin de
nuestro caminar aquí abajo. Entonces veremos a Dios "cara a cara" (1 Cor 13,12), "tal
cual es" (1 Jn 3,2). La fe es pues ya el comienzo de la vida eterna:
Mientras que ahora contemplamos las bendiciones de la fe como el reflejo en un
espejo, es como si poseyéramos ya las cosas maravillosas de que nuestra fe nos
asegura que gozaremos un día ( S. Basilio, Spir. 15,36; cf. S. Tomás de A., s.th. 2-
2,4,1).
Dios mantiene y conduce la creación
301 Realizada la creación, Dios no abandona su criatura a ella misma. No sólo le da
el ser y el existir, sino que la mantiene a cada instante en el ser, le da el obrar y la
lleva a su término. Reconocer esta dependencia completa con respecto al Creador es
fuente de sabiduría y de libertad, de gozo y de confianza:
Amas a todos los seres y nada de lo que hiciste aborreces pues, si algo odiases, no lo
hubieras creado. Y ¿cómo podría subsistir cosa que no hubieses querido? ¿Cómo se
conservaría si no la hubieses llamado? Mas tú todo lo perdonas porque todo es tuyo,
Señor que amas la vida (Sb 11, 24‑26).
736 Gracias a este poder del Espíritu Santo los hijos de Dios pueden dar fruto. El
que nos ha injertado en la Vid verdadera hará que demos "el fruto del Espíritu que es
caridad, alegría, paz, paciencia, afabilidad, bondad, fidelidad, mansedumbre,
templanza"(Ga 5, 22-23). "El Espíritu es nuestra Vida": cuanto más renunciamos a
nosotros mismos (cf. Mt 16, 24-26), más "obramos también según el Espíritu" (Ga 5,
25):
Por la comunión con él, el Espíritu Santo nos hace espirituales, nos restablece
en el Paraíso, nos lleva al Reino de los cielos y a la adopción filial, nos da la
confianza de llamar a Dios Padre y de participar en la gracia de Cristo, de ser llamado
hijo de la luz y de tener parte en la gloria eterna (San Basilio, Spir. 15,36).
1829 La caridad tiene por frutos el gozo, la paz y la misericordia. Exige la práctica del
bien y la corrección fraterna; es benevolencia; suscita la reciprocidad; es siempre
desinteresada y generosa; es amistad y comunión:
La culminación de todas nuestras obras es el amor. Ese es el fin; para
conseguirlo, corremos; haci a él corremos; una vez llegados, en él reposamos (S.
Agustín, ep. Jo. 10,4).
1832 Los frutos del Espíritu son perfecciones que forma en nosotros el Espíritu Santo
como primicias de la gloria eterna. La tradición de la Iglesia enumera doce: "caridad,
gozo, paz, paciencia, longanimidad, bondad, benignidad, mansedumbre, fidelidad,
modestia, continencia, castidad" (Gál 5,22-23, vulg.).
2015 El camino de la perfección pasa por la cruz. No hay santidad sin renuncia y sin
combate espiritual (cf 2 Tm 4). El progreso espiritual implica la ascesis y la
mortificación que conducen gradualmente a vivir en la paz y el gozo de las
bienaventuranzas:
El que asciende no cesa nunca de ir de comienzo en comienzo mediante
comienzos que no tienen fin. Jamás el que asciende deja de desear lo que ya conoce
(S. Gregorio de Nisa, hom. in Cant. 8).
2362 "Los actos con los que los esposos se unen íntima y castamente entre sí son
honestos y dignos, y, realizados de modo verdaderamente humano, significan y
fomentan la recíproca donación, con la que se enriquecen mutuamente con alegría y
gratitud" (GS 49,2). La sexualidad es fuente de alegría y de placer:
El Creador...estableció que en esta función (de generación) los esposos
experimentasen un placer y una satisfacción del cuerpo y del espíritu. Por tanto, los
esposos no hacen nada malo procurando este placer y gozando de él. Aceptan lo que
el Creador les ha destinado. Sin embargo, los esposos deben saber mantenerse en
los límites de una justa moderación (Pío XII, discurso 29 Octubre 1951).
Para la segunda lectura
227 Creer en Dios, el Unico, y amarlo con todo el ser tiene consecuencias inmensas
para toda nuestra vida:
Es confiar en Dios en todas las circunstancias, incluso en la adversidad. Una oración
de Santa Teresa de Jesús lo expresa admirablemente:
Nada te turbe / Nada te espante
Todo se pasa / Dios no se muda
La paciencia todo lo alcanza /
quien a Dios tiene/Nada le falta:
Sólo Dios basta
(poes. 30)
2613 S. Lucas nos ha trasmitido tres parábolas principales sobre la oración:
La primera, "el amigo importuno" (cf Lc 11, 5-13), invita a una oración insistente:
"Llamad y se os abrirá". Al que ora así, el Padre del cielo "le dará todo lo que
necesite", y sobre todo el Espíritu Santo que contiene todos los dones.
La segunda, "la viuda importuna" (cf Lc 18, 1-8), está centrada en una de las
cualidades de la oración: es necesario orar siempre, sin cansarse, con la paciencia de
la fe. "Pero, cuando el Hijo del hombre venga, ¿encontrará fe sobre la tierra?"
La tercera parábola, "el fariseo y el publicano" (cf Lc 18, 9-14), se refiere a la
humildad del corazón que ora. "Oh Dios, ten compasión de mí que soy pecador". La
Iglesia no cesa de hacer suya esta oración: "¡Kyrie eleison!".
2665 La oración de la Iglesia, alimentada por la palabra de Dios y por la celebración
de la liturgia, nos enseña a orar al Señor Jesús. Aunque esté dirigida sobre todo al
Padre, en todas las tradiciones litúrgicas incluye formas de oración dirigidas a Cristo.
Algunos salmos, según su actualización en la Oración de la Iglesia, y el Nuevo
Testamento ponen en nuestros labios y gravan en nuestros corazones las
invocaciones de esta oración a Cristo: Hijo de Dios, Verbo de Dios, Señor, Salvador,
Cordero de Dios, Rey, Hijo amado, Hijo de la Virgen, Buen Pastor, Vida nuestra,
nuestra Luz, nuestra Esperanza, Resurrección nuestra, Amigo de los hombres...
2772 De esta fe inquebrantable brota la esperanza que suscita cada una de las siete
peticiones. Estas expresan los gemidos del tiempo presente, este tiempo de paciencia
y de espera durante el cual "aún no se ha manifestado lo que seremos" (1 Jn 3, 2; cf
Col. 3, 4). La Eucaristía y el Padrenuestro están orientados hacia la venida del Señor,
"¡hasta que venga!" (1 Co. 11, 26).
Evangelio: la manifestación de Jesús como el Mesías
439 Numerosos judíos e incluso ciertos paganos que compartían su esperanza
reconocieron en Jesús los rasgos fundamentales del mesiánico "hijo de David"
prometido por Dios a Israel (cf. Mt 2, 2; 9, 27; 12, 23; 15, 22; 20, 30; 21, 9. 15). Jesús
aceptó el título de Mesías al cual tenía derecho (cf. Jn 4, 25-26;11, 27), pero no sin
reservas porque una parte de sus contemporáneos lo comprendían según una
concepción demasiado humana (cf. Mt 22, 41-46), esencialmente política (cf. Jn 6, 15;
Lc 24, 21).
Los signos del Reino de Dios
547 Jesús acompaña sus palabras con numerosos "milagros, prodigios y signos"
(Hch 2, 22) que manifiestan que el Reino está presente en El. Ellos atestiguan que
Jesús es el Mesías anunciado (cf, Lc 7, 18-23).
548 Los signos que lleva a cabo Jesús testimonian que el Padre le ha enviado (cf.
Jn 5, 36; 10, 25). Invitan a creer en Jesús (cf. Jn 10, 38). Concede lo que le piden a
los que acuden a él con fe (cf. Mc 5, 25-34; 10, 52; etc.). Por tanto, los milagros
fortalecen la fe en Aquél que hace las obras de su Padre: éstas testimonian que él es
Hijo de Dios (cf. Jn 10, 31-38). Pero también pueden ser "ocasión de escándalo" (Mt
11, 6). No pretenden satisfacer la curiosidad ni los deseos mágicos. A pesar de tan
evidentes milagros, Jesús es rechazado por algunos (cf. Jn 11, 47-48); incluso se le
acusa de obrar movido por los demonios (cf. Mc 3, 22).
549 Al liberar a algunos hombres de los males terrenos del hambre (cf. Jn 6, 5-15),
de la injusticia (cf. Lc 19, 8), de la enfermedad y de la muerte (cf. Mt 11,5), Jesús
realizó unos signos mesiánicos; no obstante, no vino para abolir todos los males aquí
abajo (cf. LC 12, 13. 14; Jn 18, 36), sino a liberar a los hombres de la esclavitud más
grave, la del pecado (cf. Jn 8, 34-36), que es el obstáculo en su vocación de hijos de
Dios y causa de todas sus servidumbres humanas.
550 La venida del Reino de Dios es la derrota del reino de Satanás (cf. Mt 12, 26):
"Pero si por el Espíritu de Dios expulso yo los demonios, es que ha llegado a vosotros
el Reino de Dios" (Mt 12, 28). Los exorcismos de Jesús liberan a los hombres del
dominio de los demonios (cf Lc 8, 26-39). Anticipan la gran victoria de Jesús sobre "el
príncipe de este mundo" (Jn 12, 31). Por la Cruz de Cristo será definitivamente
establecido el Reino de Dios: "Regnavit a ligno Deus" ("Dios reinó desde el madero de
la Cruz", himno "Vexilla Regis").
1751 El objeto elegido es un bien hacia el cual tiende deliberadamente la voluntad. Es
la materia de un acto humano. El objeto elegido especifica moralmente el acto del
querer, según que la razón lo reconozca y lo juzgue conforme o no conforme al bien
verdadero. Las reglas objetivas de la moralidad enuncian el orden racional del bien y
del mal, atestiguado por la conciencia.
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iNFO - Homilética.ive Función de cada sección del Boletín¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética?
Función de cada sección del Boletín
Homilética se compone de 7 Secciones principales:
Textos Litúrgicos: aquí encontrará Las Lecturas del Domingo y los salmos, así
como el Guion para la celebración de la Santa Misa.
Exégesis: presenta un análisis exegético del evangelio del domingo, tomado deespecialistas, licenciados, doctores en exégesis, así como en ocasiones de Papaso sacerdotes que se destacan por su análisis exegético del texto.
Santos Padres: esta sección busca proporcionar la interpretación de los Santos
Padres de la Iglesia, así como los sermones u escritos referentes al texto del
domingo propio del boletín de aquellos santos doctores de la Iglesia.
Aplicación: costa de sermones del domingo ya preparados para la predica, los
cuales pueden facilitar la ilación o alguna idea para que los sacerdotes puedan
aplicar en la predicación.
Ejemplos Predicables: es un recurso que permite al predicador introducir
alguna reflexión u ejemplo que le permite desarrollar algún aspecto del tema
propio de las lecturas del domingo analizado.
Directorio Homilético: es un resumen que busca dar los elementos que
ayudarían a realizar un enfoque adecuado del el evangelio y las lecturas del
domingo para poder brindar una predicación más uniforme, conforme al
DIRECTORIO HOMILÉTICO promulgado por la Congregación para el Culto
Divino y la Disciplina de los Sacramentos de la Santa Sede en el 2014.
¿Qué es el IVE, el porqué de este servicio de Homilética? El Instituto del Verbo Encarnado fue fundado el 25 de Marzo de 1984, en SanRafael, Mendoza, Argentina. El 8 de Mayo de 2004 fue aprobado como instituto devida religiosa de derecho Diocesano en Segni, Italia. Siendo su Fundador el SacerdoteCatólico Carlos Miguel Buela. Nuestra familia religiosa tiene como carismala prolongación de la Encarnación del Verbo en todas las manifestaciones delhombre, y como fin específico la evangelización de la cultura; para mejor hacerloproporciona a los misioneros de la familia y a toda la Iglesia este servicio como unaherramienta eficaz enraizada y nutrida en las sagradas escrituras y en la perennetradición y magisterio de la única Iglesia fundada por Jesucristo, la Iglesia CatólicaApostólica Romana.
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