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Didã-ctica de La Literatura en La Escuela Hoy

Date post: 16-Jan-2016
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Carlos Sanchez
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1 Didáctica de la literatura en la escuela de hoy Por CARLOS SÁNCHEZ LOZANO Resumen En este artículo se reflexiona sobre algunos obstáculos existentes para desarrollar competencia literaria en las aulas colombianas de educación básica y se enumeran alternativas de intervención pedagógica. Abstract This article reflects on some obstacles to developing literary competence in Colombian classrooms for basic education and lists of alternative pedagogical intervention. Palabras clave Didáctica de la literatura competencia literaria promoción de lectura en el aula Key words Teaching of literature literary competence - Promoting reading in the classroom Presentación Los retos del docente de lengua castellana y literatura en educación inicial, primaria y secundaria en Colombia son múltiples y exigen un análisis que sobrepasa los alcances de este artículo. Ese análisis debería arrojarnos información, para comenzar, sobre cómo son los maestros de lengua y literatura, cómo se ven a sí mismos, cómo enfrentan su trabajo. También: de qué modo proceden para acercar a los niños y jóvenes al texto literario; qué textos literarios recomiendan, cómo evalúan la lectura de esos textos;
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Didáctica de la literatura en la escuela de hoy

Por CARLOS SÁNCHEZ LOZANO

Resumen

En este artículo se reflexiona sobre algunos obstáculos existentes para desarrollar

competencia literaria en las aulas colombianas de educación básica y se

enumeran alternativas de intervención pedagógica.

Abstract

This article reflects on some obstacles to developing literary competence in

Colombian classrooms for basic education and lists of alternative pedagogical

intervention.

Palabras clave

Didáctica de la literatura – competencia literaria – promoción de lectura en el aula

Key words

Teaching of literature – literary competence - Promoting reading in the classroom

Presentación

Los retos del docente de lengua castellana y literatura en educación inicial,

primaria y secundaria en Colombia son múltiples y exigen un análisis que

sobrepasa los alcances de este artículo. Ese análisis debería arrojarnos

información, para comenzar, sobre cómo son los maestros de lengua y literatura,

cómo se ven a sí mismos, cómo enfrentan su trabajo. También:

de qué modo proceden para acercar a los niños y jóvenes al texto literario;

qué textos literarios recomiendan, cómo evalúan la lectura de esos textos;

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cómo organizan en su currículo la competencia literaria1;

cómo se actualizan de modo permanente (si tienen esa posibilidad) y,

cómo interactúan con otros actores del ecosistema del libro (bibliotecarios,

promotores de lectura, libreros, editoriales).

Evidentemente el maestro de lengua y literatura es un mediador esencial en el

circuito del libro literario, incluso con mayor poder de decisión y mayor influencia

que los críticos literarios, los medios de comunicación o los mismos editores de

libros literarios.

Igualmente tenemos que mirar y estudiar lo que dicen los niños y adolescentes

sobre los maestros de literatura, sobre los libros que leen, determinar qué

dificultades tienen al enfrentar esos textos y tratar de determinar de algún modo en

qué sentido la lectura literaria los forma y los cambia (si se logra este objetivo). Sin

embargo, es evidente que en Colombia tenemos información insuficiente sobre

estos temas lo que limita los juicios valorativos que demos. Necesitamos más

investigación sobre la literatura en la escuela y que tesis de maestría–e incluso

proyectos de investigación- se orienten más a darnos información sobre estos

aspectos y nos orienten sobre qué caminos son más convenientes para renovar la

didáctica y el sentido de la literatura en la escuela.

Lo que viene a continuación son meramente un conjunto de apreciaciones

generales y recomendaciones sobre la didáctica de la literatura en la escuela hoy.

Se plantean forzosamente desde una perspectiva personal específica: como

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maestro, formador de docentes, y editor de materiales escolares y de literatura

infantil.

Los problemas de la literatura en el aula

La escolarización de la literatura en educación básica y media abarca varios

planos. Entre los institucionales se encuentra la posibilidad de contar con una

biblioteca de aula con buenos y adecuados libros para los niños y jóvenes, pero

también la de un docente mediador formado y con recursos didácticos creativos.

Igualmente es esencial la valoración de la familia –y en general de la sociedad-

sobre los hábitos de lectura. También supone determinar un conjunto de

expectativas sobre la función de la literatura en la vida escolar y el peso de la

oferta editorial que marca en mucho la decisión sobre los libros se leen en las

aulas.

Algunos de los problemas más relevantes que atraviesa la escolarización de la

literatura son estos.

En el sistema escolar hay dificultades para que circule literatura de

calidad adecuada a los niños y jóvenes. Aquí lo decimos en los dos sentidos.

Por un lado, hay dificultades para que circule materialmente (muchos docentes,

niños, adolescentes y padres no han tenido la oportunidad de acceder a la

literatura infantil y juvenil) y, por otro, es un discurso escolar en construcción.

Nombres como María Gripe, Anthony Brown, Roald Dahl, Christine Nöstlinger,

Lygia Bojunga Nunes, Ivar da Coll o Evelio Rosero Diago –por citar solo casos al

azar de los más reconocidos en el ámbito europeo, latinoamericano y colombiano-

siguen siendo ajenos para la mayoría de los docentes de preescolar, primaria y

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secundaria. El número de libros en circulación en el sistema escolar es

impresionantemente bajo. No hay cifras exactas, pero no es exagerado decir que

en un año escolar, de cien niños en escuelas públicas colombianas, acaso si diez

han tenido la oportunidad de acceso a un libro de literatura infantil2. El hábito de la

compra de libros es prácticamente inexistente y pedir un libro –aparte del texto

escolar- es considerado un sacrilegio por la comunidad educativa. Los precios de

los libros de literatura, entonces, tienen a elevarse como consecuencia de la baja

demanda.

No hay coordinación en los colegios para organizar proyectos

pedagógicos de aula con base en la literatura. En la escuela persiste una

comprensión equivocada del concepto y de la finalidad de la literatura. Hay un uso

funcional –llamémoslo así a falta de un nombre más preciso- de la literatura. Hay

prácticas de aula de corte pragmático, sin reflexión teórica previa. Es decir no hay

un concepto de literatura –y de didáctica de la literatura- que subyazca a ciertas

prácticas literarias. Se lee porque ―toca‖, porque los planes de estudio escolares

así lo exigen. Pero si observamos en detalle estas prácticas de lectura, veremos

con preocupación que lejos de promover el desarrollo de competencias para que

los niños, niñas y jóvenes sean mejores lectores -y sobre todo lectores críticos-,

revelan etnográficamente más bien la idea de lectura y de literatura que tiene el

docente y que retransmite en el aula de clase. Dos investigadoras argentinas han

señalado, en un estudio hecho entre profesoras de preescolar de Buenos Aires –y

que puede ser ajustado a nuestra realidad-, que a estas el aspecto que más les

preocupaba en el momento de trabajar la literatura infantil es que fomentara

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valores como la amistad, el respeto a la autoridad paterna y profesoral, y el

cuidado del medio ambiente. Los textos que se leían –sobre todo poemas- eran de

una marcada tendencia denotativa (con ―palabras que los niños entendieran‖), con

animales humanizados de modo arquetípico (la hormiga trabajadora, el león

autoritario, el ratón picaresco, etc.) donde el maestro conducía la interpretación de

los textos y se avanzaba hacia un final cliché, intencionalmente feliz. Como lo han

recalcado estas investigadoras, de este modo ―se neutraliza la plurivocidad

inherente a todo texto de factura literaria‖3. Es decir, se desestimula el

pensamiento crítico, la otra opinión, el punto de vista que va más allá de la

anotación homogénea y chata: ―Como sabemos –agregan-, desconocer el

conflicto es una de las formas más sutiles del pensamiento hegemónico. Si no hay

conflicto tampoco hay necesidad de ningún cuestionamiento ni de intentar cambio

alguno‖4. Resulta notorio observar que un alto porcentaje de docentes de

preescolar y primaria no consideran importante saber de literatura infantil, conocer

de teoría literaria y tener criterios para seleccionar los libros que leerán los niños y

niñas.

En la escuela hay una valoración relativa de la literatura como

discurso lingüístico y humanístico transformador. Al no valorar la literatura

como un discurso humanista enriquecedor, sino asociado con prácticas opresivas,

el docente transmite a sus alumnos su propia historia de lector o de no lector. La

literatura es un discurso de elite, del que se puede prescindir, o muy

eventualmente retomar generalmente para fines evaluativos y de una comprensión

lectora restringida a aspectos literales (el llamado ―control de lectura‖: qué

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personaje hizo qué, para qué, etc.). La venezolana María Cecilia Silva Díaz, en

una investigación realizada en Barcelona con aspirantes a docentes, verifica que

en ellas el discurso literario ―no es de uso cotidiano‖5.

Quiero insistir en esto: la literatura infantil y juvenil es fundamental en el desarrollo

intelectivo y afectivo de los niños, niñas y jóvenes, es básica para activar sus

competencias comunicativas y dinamizadora en el proceso de su construcción de

identidad. No cumple un papel cultural decorativo, o meramente para fines

funcionales o didácticos. Facilita, por lo menos, la consecución de siete objetivos:

1) Reconocer que existen otras formas de ver el mundo y realidades diferentes a

las que se viven cotidianamente.

2) Permite la formación de imágenes mentales propias, diferentes a las

provenientes de la televisión o de la multimedia6.

3) Genera elaboración de significado, pues la lectura es un proceso que

transforma el lenguaje en significado. El lector agrega al texto lo que en este

aparece ausente o está insinuado. Al leer literatura los niños y jóvenes construyen

el texto, lo recrean y si les ha impactado, les ha significado, lo abrazan para sí.

Leer es apoderarse de las palabras de otro para llevarlas a un nuevo lugar: el yo

enriquecido7.

4) Los buenos libros de literatura infantil y juvenil sirven de catarsis y de medio de

liberación frente a una realidad que puede ser opresiva y abrumadora8.

5) Un uso pedagógico adecuado de estos libros fomenta el desarrollo de

competencias lingüísticas básicas: hacer lectura inferencial y crítica, estimular la

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escritura creativa, reconocer estructuras narrativas complejas y diferentes a las

provenientes del folklore oral, ampliar el léxico personal, proporcionar elementos

para desarrollar la argumentación razonada, etc.

6) Reconocer que la realidad y la vida tienen también una dimensión estética, es

decir, que el mundo de la vida (Husserl) va más allá de los límites de lo concreto y

lo inmediato y funda un territorio de utopías posibles, y

7) A través de las narraciones creamos memoria histórica, identidad individual,

familiar y social9.

Los docentes interesados no cuentan con los conocimientos y

competencias suficientes para enseñar literatura. En Colombia las facultades

de educación, de literatura y básica primaria que forman a los futuros maestros de

lengua castellana no incluyen dentro de sus planes de estudio la enseñanza de la

literatura infantil y juvenil. La literatura infantil y juvenil es una curiosidad

académica de la que se puede prescindir. Esto impide que luego –salvo interés

personal del docente- pueda promoverla en su trabajo escolar con los niños y

jóvenes. En su investigación con profesores de Portoalegre (Brasil), las profesoras

Saraiva y Becker indican que ―el análisis de la situación comprobaba las

dificultades de gran parte de los docentes para promover una interrelación,

simultáneamente lúdica y creativa, de los alumnos con los textos literarios‖10. Ello

ratifica lo señalado por Silva Díaz: ―Los maestros en formación requieren

conocimientos específicos sobre la formación literaria y la literatura infantil‖11. Y en

tal tarea resulta fundamental el aporte de las licenciaturas de educación, de los

formadores de docentes, de las Escuelas Normales Superiores y de las

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instituciones de promoción lectora. La mediación lectora en la escuela a cargo del

docente de lengua castellana tiene que llevar a un mejoramiento en la adquisición

de la competencia literaria de los niños, niñas y jóvenes.

Hay problemas en el acceso a los libros, en su selección de acuerdo a

los grados y en la mediación lectora. La selección de libros de literatura infantil

y juvenil exige de parte del docente a) conocimientos teórico-literarios, lectura y

actualización permanente de libros y material escrito para los niños y jóvenes

(poesía, novelas, relatos y cuentos, obras de teatro y títeres, historietas y en

general material bibliográfico escrito para ellos) y b) destrezas críticas y sentido

valorativo para determinar la calidad de los materiales impresos que circulan y

sobre los cuales considerará si es pertinente –y posible- que conozcan sus

estudiantes. Silva Díaz, en su estudio diagnóstico, concluye que los docentes

tienen dificultades –además de prejuicios- para hacer esa valoración y selección12.

La tarea del docente como mediador de lectura, en efecto, exige su

reconocimiento de que así no tenga los criterios suficientes para hacer esa

valoración y selección, otros sí los tienen –críticos de literatura infantil y juvenil,

animadores de lectura, los responsables de las bibliotecas públicas- quienes le

pueden colaborar de forma cooperativa para hacer más eficiente la labor de

promoción lectora en el aula. También es grave –a diferencia de México y Brasil-

que en Colombia no exista una política pública para la creación y dotación de

bibliotecas escolares y bibliotecas de aula, pues este hecho afecta notoriamente el

acceso al libro. Y ante esta situación que constituye un reto para las

administraciones educativas del país, es fundamental el apoyo que a través de sus

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―maletas viajeras‖ puedan dar a escuelas y colegios entidades que trabajan en la

promoción de lectura como las bibliotecas del Banco de la República,

Comfenalco13 en Antioquia, Colsubsidio y Fundalectura en Bogotá, la Biblioteca

Comfamiliar de Barranquilla, las bibliotecas comunitarias de Cali, por citar al azar

las más reconocidas. Igualmente es esencial que el docente que trabaja con libros

de literatura infantil y juvenil adquiera habilidades de mediador de lectura. Resulta

preocupante que la lectura, para gran mayoría de los estudiantes, sea un deber

aburrido y sin sentido. Es claro que en el sistema escolar colombiano persiste el

hábito de ―obligar a leer‖. El profesor establece los libros que se leerán y luego los

estudiantes deberán hacer un resumen. Aparte de antipedagógico y

antidemocrático, esta estrategia didáctica genera en los estudiantes –

especialmente en los jóvenes- actitudes de rencor, frustración e indiferencia hacia

los libros y la lectura.

Los docentes no tienen arraigado el hábito de la lectura literaria. Es

claro que en este momento no contamos con fuentes confiables que nos permitan

saber qué leen los docentes, si leen o no habitualmente literatura, ni qué hacen en

sus aulas para promover la lectura literaria, lo que dificulta reconocer la calidad de

su mediación. La sola observación y el diálogo ocasional permiten aventurar que

se lee muy poco. Un informe reciente sobre hábitos de lectura y consumo de libros

en Colombia14 llama la atención que el 60 por ciento (¡60%!) de la población adulta

afirma no leer libros, y el promedio de libros leídos durante 2005 decreció (de 6 a 4

por año). La única lectura que ha tenido un aumento visible es la de internet. Es

probable que muchos docentes se hallen en estos rangos. Esto contrasta

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notoriamente con señalado por Aidan Chambers, reconocida autoridad inglesa en

el tema de la lectura literaria, quien dice que un profesor de colegio interesado en

formar lectores debería haber leído, mínimo, 500 títulos de literatura infantil15.

En la investigación de Leiza de Almada, citada antes, se encuentra un testimonio

preocupante sobre los hábitos lectores de los docentes16:

Entrevistador: ¿Y usted qué lee?

Docente 1: No mucho porque ahora tengo un nené chiquito...

Generalmente novelas, libros que están de moda, pero ahora

no me acuerdo de ninguno.

Docente 2: Yo “Selecciones”, pero libros específicos no.

Entrevistador: ¿Leen revistas?

Docente 2: Corín Tellado y esas.

Entrevistador: Entonces de literatura (novelas, poesía, teatro),

¿qué leen?

Docente 1: La poesía me gusta, pero más bien romanticona

[avergonzada].

En bachillerato sigue la polémica por leer obligatoriamente los

“clásicos”. El debate sobre la lectura juvenil y la didáctica de la literatura en la

escuela secundaria parece viciado de los mismos problemas de intolerancia que

afectan tantos niveles de discusión en Colombia. La intolerancia —se sabe— nace

del prejuicio y este, a su vez, de la ignorancia. Los prejuicios frente a la lectura

literaria provienen tanto de padres y maestros como de los mismos estudiantes.

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Enumeremos algunos. Prejuicios de los padres: ―Los jóvenes no leen porque

prefieren ver televisión, jugar muñequitos y mamar gallo‖. Prejuicios de los

docentes: ―Los jóvenes leen sólo a la fuerza y eso para sacar una nota. Cuando lo

medio hacen, leen cosas frívolas, pero no se le miden al Quijote o a un libro

clásico‖. Prejuicios de los jóvenes: ―Todos los libros son aburridos y más si pasan

de treinta páginas‖. Estamos, entonces, a un paso de las soluciones intolerantes y

unilaterales. Padres: ―Si no lee el libro ese que le toca, no va a la fiesta‖. Maestros:

―Quiero que lean completa la Divina Comedia. Oigan bien: completa. Y no copien

un resumen de esos que venden por ahí. Quedan advertidos‖. Adolescentes: ―Juro

que apenas acabe de leer esa vaina del tal Pedro Páramo, le digo a mis amigos

que hagamos una hoguera en el patio de recreo con todos esos libros que leímos

este año‖... ¿En un ambiente tan hosco, cómo y para qué impulsar un diálogo

creativo sobre el problema? En cualquier tipo de respuesta que se dé al problema

habrá que tomar en consideración las palabras del especialista español Carlos

Lomas: ―Si el objetivo de la educación literaria es que los alumnos tengan un

conocimiento académico –a menudo efímero- de las obras y autores más

sobresalientes de la historia de la literatura nacional y universal, entonces parece

coherente enseñar a través de la vida, de la lectura y del comentario de los

clásicos. Sin embargo, si el acento se pone en la adquisición de hábitos lectores y

de actitudes de aprecio ante la expresión literaria, y si se tiene en cuenta cómo

son y de dónde vienen los adolescentes que acuden a las aulas, quizá haya que

utilizar otros criterios de selección de los textos y otras estrategias de

acercamiento al conocimiento y al disfrute de la literatura‖17.

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En resumen, toda investigación que hagamos sobre el tema de la literatura en el

sistema escolar deberá considerar las siguientes preguntas:

¿Por qué los niños necesitan leer y que les lean literatura?

¿Cuál es el sitio del lenguaje literario y poético dentro del cúmulo de

textos que se deben aprender a leer y a escribir en la escuela?

¿Qué implica decir que un maestro es un mediador de lectura?

¿El sistema escolar está alejando o acercando a los niños y jóvenes

de la lectura literaria?

¿Qué libros necesitan los niños y jóvenes para desarrollar

competencia literaria?

¿De qué modo podemos enseñar mejor a ingresar al texto literario

en la escuela?

Las tareas en perspectiva

La enseñanza de la literatura en educación básica y media tiene al menos cinco

grandes objetivos:

Desarrollar en los niños y jóvenes la llamada ―competencia literaria‖, esto

es, capacidad para leer comprensiva y críticamente, e interactuar de manera

activa con la diversa gama y tipos de textos literarios.

Establecer la especificidad del lenguaje y el discurso literario frente a otros

textos (particularmente los informativos, científicos o no literarios).

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Generar capacidades para interpretar la realidad de manera más ambiciosa

y compleja (―Un lector de literatura se permite la perplejidad, la pregunta‖,

dice Graciela Montes).

Introducir a los estudiantes en el gran patrimonio lingüístico y cultural que

subyace a los textos literarios (―Incorporarse al diálogo de la humanidad, al

ágora de la reflexión sobre la cualidad humana y su percepción del mundo‖,

según Teresa Colomer).

Conquistar la posibilidad de reflexión que supone el texto escrito de carácter

estético frente a otros tipos de lenguajes (audiovisuales, los multimediales,

los basados en hipertextos).

Para alcanzar estos objetivos, será necesario establecer metas, entre las cuales

se encuentran principalmente:

1. Posicionar y democratizar el discurso literario en la escuela al lado de

otros discursos. Leer, discutir y hacer circular libros de literatura no debe ser la

excepción. El discurso literario debe hacer parte de la cotidianidad de los niños y

jóvenes y no estar reducido al círculo de los ―nerdos‖ o los estudiantes con

intereses humanistas. La literatura ofrece referentes para entender problemas de

la realidad –personales y sociales- y nos ayuda a comprender un mundo

sensiblemente cada vez más complejo. Los únicos referentes de interpretación no

pueden ser los textos audiovisuales y virtuales. ¿Acaso Sapo enamorado de Max

Velthuijs, o Con las manos en alto de Germán Castro Caicedo o la Antología de

poesía juvenil compilada por Beatriz Robledo no nos pueden dar pistas para

entender la complejidad de conocer y amar a otra persona, o indagar las causas

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por las cuales hay violencia en Colombia? Este posicionamiento del discurso

literario implicará cambios en el currículo –introducir la hora de lectura en voz alta-,

llevar los escritores a las escuelas, leer los comentarios y críticas que se hayan

hecho sobre una obra para hacer un ejercicio intertextual, incluso reintroducir los

centros literarios, consolidar clubes de lectura, crear un blog virtual para divulgar

los puntos de vista de los niños sobre los libros. El libro literario no puede

continuar siendo un objeto de culto elitista. Un logro mínimo de los programas de

literatura en la escuela nos deberá indicar que todos los niños han tenido la

oportunidad de acceder a lo largo del año escolar a varios libros de literatura

adecuados a su edad e intereses: propios o prestados, a través de un compra

anual o de la circulación de maletas viajeras ofrecidas por las bibliotecas locales.

Es evidente también que el texto literario no es el único que tiene el privilegio de

circular en la escuela. Deberá ser promovido con otros textos (y con la ayuda de

otros profesores): informativos, documentales, la prensa escrita, los textos en

internet, las biografías. En general, los textos que puedan ayudar a que haya éxito

académico en las áreas. Los criterios de compra de libros –en medio seguramente

de las limitaciones económicas del caso- deberían guiarse por porcentajes

adecuados a las necesidades del entorno escolar: libros de texto escolar, de

referencia (diccionarios, atlas, enciclopedias), informativos para niños y jóvenes

organizados según las asignaturas en las cuales haya énfasis de acuerdo con el

PEI de cada colegio, y libros literarios clasificados en narrativa, poesía, tradición

oral, periodismo literario, biografías, teatro escolar. Una auténtica democratización

implica que estos libros roten todos los días, sean llevados a las casas, leídos con

la ayuda de los papás. Está claro, en cualquier caso, que una democratización del

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texto literario no busca que todos los niños y jóvenes sean lectores literarios

excepcionales (una utopía francamente inalcanzable incluso en sociedades

altamente alfabetizadas como la japonesa, la finladesa o la alemana), pero sí que

todos tengan competencias literarias para entender un texto literario y accedan a

la experiencia literaria, que es una experiencia para la libertad, el placer, la

creación, la utopía, la crítica de lo establecido.

2. Diseñar planes de lectura viables, coordinados desde preescolar a grado

11. Resulta urgente que se establezcan proyectos y planes de lectura en la

escuela. Proyectos coordinados, con financiación, estrategias didácticas

planeadas, con seguimiento e instrumentos de evaluación. Con ello estamos

llamando la atención y haciendo una crítica a las actividades que son meramente

eventuales o las que resultan de la aplicación de currículos privados de docentes

bienintencionados, pero sin perspectiva a largo plazo. Si bien estas actividades

pueden jalonar procesos, no son orgánicas y se perderán porque no tendrán

coherencia con los proyectos de otros docentes y porque puede estar en duda su

persistencia en otros grados y grupos. Estos planes de lectura deben

corresponderse con el PEI de cada institución (sus metas y objetivos), con las

características del entorno y los fines que se esperan del aprendizaje en cada

institución.

El plan lector es una estrategia de una institución académica para estimular la

adquisición de hábito lector, generar la construcción de una cultura lectora en la

escuela y crear una actitud afirmativa hacia la cultura escrita. Debe ser una

estrategia institucional consensuada entre los docentes de las diferentes áreas, los

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directivos, la biblioteca escolar (si la hay) y la asociación de padres de familia. Se

concreta en la elaboración de listados de libros que se compren y lean, y que de

acuerdo con el plan curricular de las diferentes áreas ayuden a introducir los

contenidos, hacerlos más claros y generar interés en nuevos libros que faciliten

construir en los estudiantes un perfil personal de lectura. El plan lector debe estar

acompañado de una serie de estrategias que aseguren su éxito y el logro de los

objetivos propuestos. Estas estrategias pueden incluir la lectura en voz alta de una

novela, el comentario diario de los libros incluidos en el Plan lector, el envío, por

ejemplo, de microcuentos o poemas, a todos los integrantes de la comunidad

académica -por correo electrónico o en mensajes de texto en los celulares-, la

invitación a dar una conferencia a un escritor cuya obra están leyendo los

estudiantes y docentes, y la organización, por ejemplo, de concursos literarios que

estimulen un sano espíritu de competitividad lectora. En todas estas propuestas

los estudiantes deben ser activos organizadores y proponentes de ideas.

3. Desarrollar competencias literarias en los estudiantes. ¿Se puede aprender

a comprender los textos sin que haya un aprendizaje explícito? Sí. Desde luego

que es posible aprender a leer sin mediación de un maestro, esto es, por

autoaprendizaje (uno como maestro de sí mismo). Muchos aprendimos de ese

modo. Cuántos simplemente fuimos ―lanzados‖ a interpretar, por ejemplo,

complejos textos literarios sin ningún tipo de ayuda. Cuántos no tuvimos que

soportar, en noveno o décimo grado, la horrible tarea: ―Léase para dentro de dos

semanas El Mío Cid porque vamos a hacer un control de lectura‖. ¡Y con qué

estrategias de comprensión lectora íbamos a contar para entender un texto clásico

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de la literatura española del siglo XI, absolutamente lejano en léxico, temática,

contexto histórico e intereses personales! La lectura de los textos literarios

requiere el desarrollo de la competencia literaria. A esta competencia de leer bien

diferentes tipo de textos literarios la ha definido la investigadora española Teresa

Colomer como la capacidad de ―adquirir la posibilidad de reflexión –practicar el

esfuerzo de reflexión- que supone el escrito literario, el mundo autónomo formado

exclusivamente por la palabra estética‖18. ¿Qué hacer si no se entiende una figura

literaria (una metáfora, una hipérbole)? ¿Qué hacer si no se reconoce la estructura

del texto, si no se reconoce quién narra y cómo lo hace? ¿Qué hacer si no se

reconocen claves intertextuales? Está claro, entonces, que la competencia literaria

debe ser enseñada y desarrollada. En el caso de los jóvenes esto debe ser un

axioma. Están aprendiendo a leer críticamente y por eso requieren de la

colaboración de los adultos. Leer como escribir son aprendizajes colaborativos

que exigen el apoyo de los más expertos a los novatos. Estas competencias no

nacen con nosotros. Los jóvenes –como los niños- son lectores heterónomos.

Dependen de los adultos para construir los textos. Para que los jóvenes sean

lectores y escritores autónomos requieren contar con buenos maestros y buenos

bibliotecarios que les ayuden a leer textos cada vez más complejos. Creo entender

lo que pasó cuando, hablando con jóvenes sobre El Quijote uno me dijo: ―Esa es

la historia de un viejo idiota que anda con un enano para arriba y para abajo y no

sabe lo que quiere‖. Igualmente recuerdo el diálogo con un grupo de adolescentes

de décimo grado sobre una obra del canon, Cien años de soledad. Leído el primer

párrafo (―Muchos años después, frente al pelotón de fusilamiento, el coronel

Aureliano Buendía había de recordar aquella tarde remota en que su padre lo llevó

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a conocer el hielo‖) uno de ellos preguntó con absoluta sinceridad: ―¿Y qué tiene

de raro conocer el hielo?‖. En efecto no hubo un clic entre los estudiantes y el

texto. Para que los textos sean significativos requieren la participación activa de

los lectores. El Quijote y Cien años de soledad podrán ser unas superobras

maestras y todo lo ―clásicas‖ que se quiera, pero si un estudiante no está

preparado para leerlas, no las comprenderá, no las disfrutará, no las

resementizará en relación con su vida y su experiencia personal.

Estar preparado para leer un texto literario implica varias cosas. Primero, querer

leerlo. La voluntad es esencial en la lectura. El deseo es esencial para construir el

placer. Si no hay deseo, hay represión, acomodación formal a una obligación

externa. Y a toda presión hay una reacción natural de desafío: no leerlo, fusilar en

internet un resumen de la obra. Segundo, poseer los conocimientos previos para

enfrentar el texto. Es decir, reconocer el contexto histórico en que surge esa obra,

saber hacer lectura inferencial (leer lo que no está en el texto sino que debe

construirse en la mente del lector), identificar las claves estilísticas del autor,

reconocer qué intenciones tiene, conocer el significado de las palabras que usa.

Tercero, tener habilidades lingüísticas que permitan saber qué hacer si no se

entiende el texto, esto es, tener recursos para buscar información extratextual que

facilite la comprensión del texto. Cuarto, tener con quien conversar sobre lo leído.

Sin amigos, sin co-lectores, habrá texto, pero no felicidad. Leemos para compartir

lo que leemos con otros. Amigo, mamá, papá, profesor, bibliotecario, quien esté a

mano y le gusten los libros y no miren a los lectores como sabiondos, nerdos o

bichos raros. Este desarrollo de las competencias literarias exigirá que los

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estudiantes adquieran capacidades para leer de modo comprensivo y crítico libros

incluidos dentro de la llamada lij (literatura infantil y juvenil), pero también los

libros del canon nacional y universal. Estamos ad portas de la celebración del

bicentenario de la Independencia y sin duda las obras literarias que constituyen el

patrimonio cultural nacional y hacen parte de la identidad intelectual colombiana –

María, La vorágine, Crónica de una muerte anunciada, etc.- volverán a estar en el

primer plano de la agenda educativa por lo que habrá que prepararnos de manera

creativa para enfrentar el evento.

Esta adquisición de competencias literarias debe partir de algunos presupuestos

en el caso de las lecturas hechas por los adolescentes en secundaria:

a) Los jóvenes sí leen y escriben. Que no muestren interés hacia lo que el sistema

escolar exige escribir y leer, es otro asunto.

b) Los jóvenes carecen de espacios de diálogo y de información (publicaciones,

programas de radio de televisión, internet, etc.) para hablar con los adultos o con

sus pares sobre libros escritos para su franja.

c) El medio escolar, muchos profesores, con su actitud enfermiza de obligar a leer

―los clásicos‖ están fomentando animadversión hacia los libros y la lectura.

d) Es necesario entender de una vez por todas que los jóvenes de hoy conviven

con diversas tecnologías de información (la televisión, el cine, los videojuegos,

internet, la radio). El libro ya no es el objeto sagrado de información que fue para

dos generaciones atrás.

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e) Si existen opciones de diálogo y de acercamiento sincero con los adultos, no

autoritaria ni basada en argumentos del tipo ―lea para que no se vuelva ignorante‖,

podría empezar a construirse entre los adolescentes una actitud más atenta hacia

la lectura de los libros y revistas.

f) Cada joven es un lector único y resemantiza de un modo personal lo que lee.

Los jóvenes –en un sentido- no son ―lectores críticos‖, objetivos, pues lo que

buscan en los libros es un ―yo‖ sincero que les hable a ―ellos‖ como sujetos

exclusivos. g) No hay canon de lectura ni de libros entre los adolescentes. Puede

ser tan embriagador –y decir tanto- Paulo Coelho como Franz Kafka. Es labor de

los mediadores de lectura –el docente, bibliotecario- ayudarlos a avanzar en la

calidad de sus lecturas, que no es otro modo, que ayudarlos a construirse como

lectores adultos. h) Los adolescentes nunca olvidan un buen maestro o un

bibliotecario que les abren las puertas a la lectura.

4. Fortalecer los programas de formación y actualización de los docentes en

literatura

No existe posibilidad de mejora de la enseñanza de la literatura en educación

básica y secundaria sin la posibilidad de que los docentes tengan la posibilidad de

actualizarse de modo permanente. Los modelos de formación a lo largo de la

última década nos arrojan información sobre lo que ha pasado: lo que deberíamos

hacer y no los que trabajamos en el tema. Está claro que las conferencias

eventuales, los cursillos o talleres si bien pueden suscitar interés ocasional y

parcialmente algún tipo de reflexión crítica, no generan cambios significativos en

las prácticas de aula. Tampoco las especializaciones o maestrías que bajo el

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amparo de ascender en el escalafón docente tuvieron tanto eco en la década del

90. La única formación que ha dado resultados visibles es la de elaborar proyectos

pedagógicos permanentes en los cuales se afecte la dinámica de aula, es decir, el

currículo, la didáctica, los objetivos de enseñanza y la evaluación. Sin duda será

clave consolidar redes de maestros en didáctica de la literatura en la escuela, las

cuales pueden utilizar las nuevas tecnologías para recoger los saberes

aprendidos. Estos saberes –proyectos y experiencias enriquecedoras de didáctica

de la literatura- pueden ser ubicados y compartidos a través de internet.

No estará, entonces, lejos el momento en que se articulen con otros programas

locales o nacionales de lectura (el Plan Nacional del libro y biblioteca PNLB, Mil

maneras de leer. Leer en familia, etc.) y con los diversos proyectos de promoción

lectora que a nivel regional se están desarrollando.

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Bibliografía

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México.

REY, G. et al. (2006). ―Lecturas que crecen, lecturas inmóviles‖, en Hábitos de

lectura, asistencia a biblioteca y consumo de libros en Colombia, Fundalectura-

Cerlalc, Bogotá.

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SÁNCHEZ LOZANO C. et al. (2001). ―Entrevista a Carlos Lomas‖. En Actualidad

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SILVA DÍAZ, M. (2001). La formación de los maestros en literatura infantil: un

estudio diagnóstico”. En www.cuatrogatos.org., Nos. 4, 5.

VÁSQUEZ RODRÍGUEZ, F. (2006). La didáctica de la literatura. Universidad de la

Salle, Bogotá.

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Editor de literatura infantil y juvenil, investigador educativo y consultor en temas de alfabetización. Este

ensayo recoge, en parte, conclusiones de trabajos anteriores. Correo electrónico: [email protected]. 1 La competencia literaria –o capacidad para interactuar con textos literarios- supone una visión de enseñanza

de la literatura diferente a la cronología y glosa de autores y obras del canon literario, local o universal. En

palabras de Teresa Colomer, los estudiantes con competencia literaria son capaces de “incorporarse al diálogo

de la humanidad, al ágora de la reflexión sobre la cualidad humana y su percepción del mundo, al contacto

con todas las formas de lenguajes –con todo los “tipos textuales” contenidos en la literatura”. En COLOMER

T. (2002). “¿Qué significa progresar en competencia literaria?”. En: La literatura en la escuela. Textos en

contexto. No. 5 de 2002. Asociación Internacional de Lectura. Lectura y vida. Buenos Aires, p. 11. 2 CASTRILLÓN, S. “Presencia de la literatura en la escuela”. En: De antología. No. 1, mayo de 2002.

Asolectura. p. 45. 3 LEIZA DE ALMADA, M. et al. (2001). “La literatura en el nivel inicial: el territorio de las prácticas

docentes”. Memorias. Congreso Mundial de Literatura Infantil y Juvenil, Cartagena de Indias, p. 250. 4 Ibídem. LEIZA DE ALMADA, p. 251.

5 SILVA DÍAZ, M. C. (2001), La formación de los maestros en literatura infantil: un estudio diagnóstico”.

Texto aparecido en www.cuatrogatos.org., Nos. 4, 5. 6 El sicólogo educativo Gavriel Salomón ha señalado que es posible que la modelación de imágenes

proporcionada por los medios electrónicos –particularmente la televisión- puede habituar a un niño a

renunciar a la generación de sus propias imágenes, volviéndolo dependiente o incapaz de reconstruir

autónomamente el mundo. Al respecto, véase SALOMÓN G. (1987). “Televisión and reading: the roles of

orientations and reciprocal relations”, en Manley Casimir, M.E.: Children and televisión: a challenge for

education, Nueva York, Preaguer Publishers, p. 19. 7 “La lectura de ficción es una actividad que enriquece de manera muy especial la imaginación”. LEDO

MUÑOZ, N. (2000). “El papel de la imaginación en la era multimedia”. Memorias. Congreso Mundial de

Literatura Infantil y Juvenil, Cartagena de Indias, p. 258. 8 La especialista brasilera en literatura infantil Juracy Saraiva ha resaltado que niños y niñas de estratos

sociales muy bajos de Portoalegre encontraron en los libros de literatura infantil un motivo para

autorreconocerse, hablar sobre lo que los hacía sufrir o los divertía “y provocaron reflexiones de naturaleza

afectiva y cognitiva, además de fomentar una posición crítica a nivel del lenguaje”. SARAIVA, J. BECKER,

C. (1999). “Leer más y mejor es posible”. Memorias. 4º Congreso Nacional de Lectura. Fundalectura. Bogotá.

9 HARDY, B.. Citada por Muñoz Ledo, íbidem, p. 17 dice: “Los seres humanos tenemos una profunda

necesidad de escuchar y escribir narraciones”. 10

Íbid. SARAIVA y BECKER, p. 1. 11

Íbid. SILVA-DÍAZ, p. 11. 12

Íbid. SILVA-DÍAZ, p. 23. 13

Esta entidad, cuya sede está en Medellín (www.comfenalcoantioquia.com), ha realizado un trabajo

destacable en promoción lectora que se considera piloto en América Latina. Igualmente ha publicado material

de consulta para la selección de libros y materiales impresos para niños y jóvenes y para innovar en la

promoción lectora. Tres libros recomendados de su colección son: YÉPEZ OSORIO, L. (2001). Elaboración

de proyectos institucionales de promoción de lectura, LOPERA CARDONA, G. (1999). Selección de libros

infantiles y juveniles. Criterios y fuentes. Comfenalco. Medellín.; HERNÁNDEZ CARVAJAL, J. (1999).

Animación y promoción de lectura, Comfenalco. Medellín. 14

REY, G. et al. (2006). “Lecturas que crecen, lecturas inmóviles”, en Hábitos de lectura, asistencia a

biblioteca y consumo de libros en Colombia, Fundalectura-Cerlalc, Bogotá, p. 37. 15

Citado por SILVA DÍAZ, p. 14. 16

Íbid. LEIZA DE ALMADA, p. 10. 17

En entrevista a Luz Helena Rodríguez y Carlos Sánchez Lozano. En Actualidad Educativa, No. 20 de 2001.

También se puede leer completa en www.cerlalc.org/Escuela/datos/entrevista.doc 18

En La literatura en la escuela, Lectura y vida, Buenos Aires, 2002).


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