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DOCUMENTACION SOCIAL - caritas … · por Antonio DEL VALLE ... ARTEGRAF - Navas del Rey, 34 ......

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DOCUMENTACION CARITAS ESPAÑOLA Cuesta de Santo Domingo, 5 - Madrid-13 AÑO Vil - ENERO-MARZO 1968 - Trimestral cultura SOCIAL REVISTA DE SOCIOLOGIA APLICADA popular
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DOCUMENTACION

CARITAS ESPAÑOLACuesta de Santo Domingo, 5 - Madrid-13

AÑO Vil - ENERO-MARZO 1968 - Trimestral

cultura

SOCIALREVISTA

DESOCIOLOGIA

APLICADA

popular

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sumario

Presentación ............................................................ 3

De la cultura burguesa a la cultura de masas,por José FOLLIET .............................................. 5

Promoción de la cultura, por Jean LALOUP y Jean NELLIS ......................................................... 17

La cultura popular: Aspectos fundamentales y técnicas, por José M.a GONZALEZ-ESTE- FANI ...................................................................... 29

Significación y objetivos de la cultura popular,por Antonio DEL VALLE .................................. 41

La cultura popular, un valor de nuestros días,por José M.a GONZALEZ-ESTEFANI ............... 49

La mujer, el trabajo de la casa y la cultura, porC. PIENS ............................................................... 57

Un hombre nuevo: El animador cultural, porChristian HERMELIN ......................................... 67

El movimiento de cultura popular: Un valor y una esperanza, por Antonio DEL VALLE ... 75

Suiza, adelantado de la cultura popular, por José M.a GONZALEZ-ESTEFANI ...................... 85

Una organización de cultura popular en Suecia:La A.B.F., por André GENTIL ........................... 89

Documentos para la acción:— El acceso de todos a la cu ltura .................... 105— Dimensiones de la c u ltu ra ............................ 108— Algunas características de la cu ltu ra ......... 111— Definición sociológica de cultura ............... 115

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consejo de redacción

Director: Ramón ECHARREN.

Miembros del Consejo: Demetrio CASADO, Antonio DEL VALLE, José María DIAZ-MOZAZ y María Jesús MANOVEL.

Redacción y Administración: CARITAS ESPAÑOLA. Cuesta de Santo Domingo, 5. Madrid (13). Teléf. 248 94 05.

Suscripción anual (4 números): ESPAÑA, 160 pesetas. EXTRAN­JERO, 4 dólares.

Esta colección está preparada por el CENTRO DE ES­TUDIOS DE SOCIOLOGIA APLICADA de Cáritas Española, y tiene como finalidad facilitar una serie de números mo­nográficos que versan sobre temas de acción social y des­arrollo comunitario. La Dirección solicita, para cada tema concreto, la colaboración de aquellos especialistas que han trabajado en la práctica y conocen a fondo cada una de las materias, presentándolas a través de una visión social.

Depósito Legal: M. 6.021 - 1959.ARTEGRAF - Navas del Rey, 34 - Madrid-11.

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DOCUMENTACION SOCIAL se complace en presentar a sus lectores un número dedicado al tema de la Cultura Popular.

Se ha dicho repetidas veces que la cultura es la llave del éxito social en una sociedad urbana. Un análisis profundo de los fenómenos de movilidad social permitiría descubrir fácilmente la estrecha relación que existe entre cultura y ascenso sociales.

Tampoco resulta difícil intuir el paralelismo existente entre desarrollo económico y social y cultura en todas sus formas y manifestaciones.

El concepto «Cultura Popular» responde en su nacimiento y desarrollo a una exigencia social de la que se ha ido tomando conciencia de forma creciente en las últimas décadas. La cultura no puede ser un bien al alcance exclusivo de los pocos que poseen medios económicos para obtenerla. La estrecna vinculación que existe entre desarrollo numano y enriquecimiento cultural, y el hecho, ya indicado, de que la cultura sea la llave de acceso a los bienes de todo tipo de que dispone la sociedad actual, hacen de la cultura una especie de patrimonio común que fundamenta un derecho básico a su adquisición por parte de todo hombre.

Si al término cultura se le ha añadido el calificativo de «po­pular» se debe a la necesidad de provocar una toma de concien­cia de que la cultura debe llegar a todo hombre y, de un modo es­pecial, a aquellos que se ven privados de ella por carecer de me­dios económicos en una sociedad cuyas estructuras educativas exigen, en una parte mayoritaria, poseerlos para poder integrarse en ellas.

El que la cultura sea un bien necesario para el desarrollo in­tegral de la persona descarta en su raíz todo planteamiento uti­litario de los esfuerzos sociales por difundirla. En este sentido, resulta difícil admitir en nuestro tiempo, por lo anacrónico y poco social de un tal planteamiento, aquellas razones que intentan jus­tificar la difusión de la cultura afirmando que es una inversión

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económicamente rentable de cara a un desarrollo socío-éconómlco nacional.

La difusión de la cultura se justifica por sí misma, contem­plando la persona humana, sus exigencias básicas de ser racional y sus necesidades de un desarrollo completo que integre todas las facetas o dimensiones del hombre.

La difusión de la cultura se justifica también, desde un punto de vista social, en cuanto que beneficia toda la vida en sociedad del hombre, cubriéndose así un nuevo aspecto de las necesidades profundas del individuo como ser social.

Teniendo en cuenta todos estos aspectos, DOCUMENTACION SOCIAL se ha estructurado de forma que responda a las pregun­tas fundamentales que el lector pueda formularse sobre la Cul­tura Popular.

Se inicia el número con tres artículos en línea de estudio que enfocan la historia y los aspectos pedagógicos de la Cultura Po­pular. Los dos siguientes artículos desarrollan la definición de Cultura Popular, procurando acotar su contenido y objetivos cen­trales.

A continuación se tratan tres aspectos concretos de la Cultu­ra Popular: el trabajo doméstico de la mujer, la Cultura Popular como movimiento y el Animador Cultural,

Siguen a estos trabajos, dos reportajes sobre experiencias lle­vadas a cabo en Suecia y Suiza.

Por último, se incluyen tres documentos para la acción pre­sentados en forma de esquema, y de indudable utilidad práctica.

Como podrá comprobar el lector, en el presente número de DOCUMENTACION SOCIAL colaboran varias de las más prestigio­sas firmas españolas y extranjeras relacionadas con este tema. Todos los autores son auténticos expertos en la materia y nos dan una visión completa y profunda de lo que es la Cultura Popular y sus exigencias sociales y técnicas. DOCUMENTACION SOCIAL, finalmente, cree que el agrupar en este número monográfico al­gunos de los trabajos que se han publicado aisladamente sobre el tema, contribuirá eficazmente a proporcionar un instrumento de trabajo, consulta y estudio, útil para la acción social.

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de lacultura burguesa

a lacultura de masas

por José FOLLIET

Para comprender cómo se plantean los problemas de la parti­cipación popular es necesario remontar unos doscientos años en el curso de la historia y describir el juego de los factores que han producido la situación presente.

Doscientos años, es decir, antes de la instrucción y el servi­cio militar obligatorios; antes de la revolución industrial y las necesidades de conocimientos técnicos de los que se acompaña; antes de la difusión universal de la imprenta y la expansión de la cultura gráfica, fundada sobre el sentido de la vista y la memo­ria visual; antes de la vulgarización de los conceptos prestados a las ciencias de la naturaleza, que cada uno encuentra en su bagaje hereditarios; antes de la producción en serie de vestidos y mo­biliario; antes de la fotografía y el fotograbado; antes del naci­miento del proletariado industrial y la constitución de una clase obrera consciente. Doscientos años, es decir, en un mundo rural, especificado por el campesino tradicional y penetrado de influen­cias cristianas. Doscientos años, es decir, en los viejos ambientes, a los que accedemos solamente por recuerdos semiconscientes, cada vez más esfumados, o por las investigaciones eruditas del folklore. (*)

(*) Tomado del libro “El Pueblo y la Cultura”, Editorial Popu­lar. Madrid, 1964,

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CULTURA CAMPESINA DE ANTAÑO

Se repartían estos viejos ambientes dos culturas, no totalmen­te separadas, pero sí muy distintas y, en el fondo, opuestas: la cultura tradicional del campesino y la cultura «burguesa», en tan­to que cultura urbana y cultura de la burguesía.

La cultura del campesinado, cuyos orígenes se pierden en el fondo de los siglos, se transmite por tradición oral. Esencialmen­te usa la memoria auditiva, muy fuerte en las poblaciones analfa­betas. No se enseña de una manera expresa — salvo la instrucción religiosa y la formación técnica— sino por impregnación lenta. Constituye un todo que se basta y es suficiente al beneficiario; con ella puede vivir y aprovechar la vida.

Más o menos original según los lugares y la influencia urbana que sufre, alcanza su máxima originalidad donde encuentra el so­porte de un dialecto. Se expresa por canciones de todas clases, desde el lamento épico hasta ios refranes satíricos; por las dan­zas; por los juegos de los niños y de ios adultos; por los cuentos, leyendas, anécdotas y fábulas; por los proverbios, sentencias pro­verbiales, dichos; por las artes artesanales; vestimenta, encajes, bisutería, mobiliario, escultura; brevemente, por todo aquello que, en nuestros días, es el objeto de las ciencias folklóricas. Verda­dera cultura, es un arte de vivir, una concepción del mundo, un arte de vida, una sabiduría. Sumergiendo sus orígenes en el pa­ganismo más lejano, se impregna de cristianismo y de catolicismo.

No es cerrada. En contacto con los pueblos qercanos, sufre la Influencia de los ambientes urbanos que, a su vez, sienten la de las grandes ciudades, de París, de la Universidad y de la Corte. Los numerosos clérigos, sacerdotes, monjes, hombres de leyes que viven en el campo, ejercen allí una acción cultural. Por otra parte, bajo el Antiguo Régimen, en el período que precede a la Revolución, gracias al desarrollo de las pequeñas escuelas, mu­chos más campesinos de los que se pudiera creer saben leer, es­cribir y contar. Los buhoneros de imágenes y folletos tienen una clientela en los campos. Muchas de las canciones y danzas que conocemos hoy en el campo vinieron de la ciudad y de la Corte. Pero los efectos de las ciudades sobre la cultura tradicional del campesino son lentos y limitados; tiene tiempo y fuerza para asi­milarlos, de incorporarlos, después de haberlos naturalizado, en la memoria de los cantores y de los cuentistas que presentan las novelas rústicas de George Sand. Letrado que frecuenta los caba­rets de la villa vecina, lector de la «biblioteca azul», donde sobre-

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vive, entre las antiguallas, el folklore celta, el campesino del si glo dieciocho, tal como Gaspard des Montagnes y sus compadres afectuosamente pintados por Henri Pourrat, es el representante de la civilización tradicional, oral y rural. Puede pedir a la villa no­ciones prácticas o novedades, pero continúa impulsando la cultura y la sabiduría en el fondo ancestral.

CULTURA DE LOS CLERIGOS Y CULTURA BURGUESA

La cultura de los clérigos se opone a la cultura campesina. Fi­jada desde el siglo dieciséis por la ratio studíorum de los jesuí­tas, pedagogos del humanismo burgués, tiene por vehículos la escritura y las cosas impresas; recurre principalmente y cada vez más a la memoria de los ojos, a medida que la imprenta multipli­ca los textos escolares. Cortada de la tradición popular, reposa sobre el conocimiento y ei manejo de una lengua muerta, el latín, sobre la familiaridad con las épocas históricas, como las del mun­do clásico greco-latino, de las que el campesinado no se acuerda, si es que alguna vez las ha conocido, a los que se añaden poco a poco las nociones matemáticas y el uso de una lengua medio muerta, el francés escrito y literario del siglo XVII. Intelectualista, amigo de la abstracción y de la generalización, es conceptual, ra­cional y retórico. Bajo el efecto de esta cultura y del individualis­mo que engendra, los artistas se alejarán del artesanado, de sus técnicas, de su modestia anónima, hasta que llegan a las concep­ciones romáticas del poeta maldito y del artista-faro.

Esta cultura de clérigos, salida del mundo eclesiástico y mo­nástico, se transforma poco a poco, desde el siglo XVI hasta nues­tros días, en cultura burguesa, utilizada y monopolizada por la frac­ción liberal de la burguesía que se distingue de la fracción mer­cantil o industrial y, a veces, se opone. Rápidamente, la burguesía que asciende se da cuenta del poder del arma cultural. La vuelve contra los clérigos, despojados de su monopolio, reducido a la es- pecialización teológica, y !a emplea contra la nobleza, que no apreciará más que muy tarde la cultura. Dotando al hombre de un señalado poder de análisis y de expresión, la cultura humanista le prepara a las actividades públicas, a las funciones que exigen el arte de la palabra, de la escritura o el conocimiento de len­guas extranjeras. Prefacio indispensable al estudio de la teología, de la filosofía, del derecho, de la medicina e incluso de las cien­cias, libera al individuo, emancipa los cuerpos sociales. Por otra parte, mientras que la cultura campesina se vuelve hacia el pa­sado, ella se orienta hacia el futuro. Util de adquisición segura y de

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progreso rápido, correspondiendo a las necesidades de una civili­zación nueva, progresivamente urbanizada, industrializada y racio­nalizada, definitivamente gráfica, debía de triunfar. Y se impuso.

No podía vencer más que por eliminación de su rival más an­tiguo. El burgués, letrado y «hombre honesto» alimentaba una bue­na conciencia. Le parecía que su cultura se confundía con la suma de conocimientos humanos y las humanidades greco-latinas con las humanidades sin más. No veía en la cultura tradicional del campesinado, si tenía el espíritu estrecho, más que un conglome­rado de tinieblas, de supersticiones, de tonterías y de prejuicios míticos, y se tenía un alma benévola, se guardaba algo de ascen­dencia e infancia campesinas, un montón de curiosidades más o menos divertidas. No le quedaba más que la elección entre dos actitudes, la de los filósofos pre-revolucionarios: o desear la des­aparición de las tinieblas ante las «luces» por una difusión univer­sal de la cultura burguesa, o admitir el mantenimiento del pueblo en un «oscurantismo» que facilitaría, según se pensaba, la tarea de las clases dirigentes. De hecho, después de la Revolución, el régimen napoleónico sitúa a Francia en un compromiso, con la distinción entre la enseñanza secundaria, prácticamente accesible sólo a los hijos de la burguesía, y la primaria, cuidadosamente terminada por los plebeyos. La primera, pretendía extender una cultura; la segunda, se limitaba a una instrucción elemental.

Es necesario añadir que en ninguna parte más que en la Fran­cia clásica la distinción y la oposición de las culturas ha sido más fuerte. Muchos de nuestros grandes escritores de entonces eran y permanecen inaccesibles a las almas populares. Jamás hemos conocido lo que un Shakespeare ha dado al pueblo inglés o la Bi­blia de Lutero al pueblo alemán. Nuestra cultura clásica se movía en un universo de abstracciones, de antigüedades y de mitología, muy alejado del espíritu popular. Si Lafontaine y Moliere han al­canzado grandes auditorios es en la medida en la que permanecie­ron en contacto con la tradición campesina.

UNA TRANSICION: LA CULTURA POPULAR URBANA

Hasta mediados del siglo último, Francia vivió una transición entre la cultura campesina y la de los clérigos: lo que llamaremos la cultura popular urbana, de la que era un tipo significativo el obrero que trabajaba en las sederías de Lyon, el «canut» con su lenguaje tan particular y su sentido común original.

Los artesanos de los «viejos y nobles oficios» — construcción,

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carpintería, cerrajería, herrería, textil— se impregnaban aún en la cultura tradicional de sus orígenes y del ambiente de su alrededor. Lo esencial de su sabiduría Ies venía de herencia rural. Pero, vi­viendo en la villa, escuchaban a los predicadores, a los novelistas, a los oradores de las encrucijadas, a los bufones de las ferias. Frecuentemente, sobre todo después de la Institución de los Her­manos de las escuelas cristianas, sabían leer y leían mucho, a ve­ces sin orden ni concierto. Habían viajado a través de la Francia. Frecuentaban el teatro, la ópera, los espectáculos de marionetas sobre todo. Un largo aprendizaje y el ejercicio diario de un oficio les cultivaban poco a poco, incluso sin que ellos se dieran cuen­ta. El trabajar juntos ios compañeros activaba su formación. Así aparecen el genial Laurent Mourguet, que creó las marionetas de Lyon, los tipos de Guignol y de Gnafron, característicos del am­biente que he descrito; Agricol Perdiguier, llamado Avignonnais-Ia Vertu, renovador del artesanado; los zapateros de la ciudad y el campo, de ios que Georges Duveau señala la influencia sobre la opinión popular; y, guardando todas las proporciones, el tipógrafo P.J. Proudhon, que, ciertamente, había hecho la enseñanza secun­daria. Estos artesanos, estos obreros artesanales eran, a su ma­nera, personas a las que la cultura, aunque diferente de la univer­sitaria o mundana, les hacía plenamente hombres, capaces de ver, de comprender y de juzgar, de dirigir su vida y de gozar humana­mente. El Secreto de los Compagnons, como dice Henri Pourrat, era el secreto de la vida.

De esta síntesis efímera y sabrosa entre la cultura campesina y la cultura urbana en la conciencia del pueblo, queda un memo­rial largo tiempo despreciado o subestimado, y hoy estimado en su justo valor: las imágenes de Epinal en el tiempo del maestro Georgin. Concebidas y realizadas en un pueblo pequeño por maes­tros artesanos, ilustrando viajos cuentos o hechos históricos que chocaban en la imaginación popular, difundidos en lugares apar­tados, encantaban a pequeños y mayores, tapizaban los muros de las casas o de las chozas. La burguesía cultivada, excepto los ni­ños, prefería la pintura académica. El juicio de la historia dice dónde se encontraban la cultura y el vigor.

LA CRISIS DE LA CULTURA POPULAR

La síntesis inestable y provisional, pasó pronto a un desequi­librio, cada vez más violento, hasta la crisis que estalló, a los ojos de los más avezados, al fin del siglo XIX.

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La cultura campesina sobrevivía. La cultura popular de los pue­blos se alimentaba de la cultura campesina. Pero hacia el año noventa ocurre que la cultura campesina muere, asesinada por ia instrucción, subproducto de la cultura burguesa.

La escuela, pública o privada, ataca a los dialectos, que des­aparecen o se bastardean. Los renacimientos regionalistas, el Fe- librige, renovación dei bretón, no podrán más que retardar este fenómeno universal. Cada vez más el uso de las lenguas locales llega a ser el privilegio de una burguesía arcaizante, reaccionaria, y no la expresión espontánea de una comunidad viviente. Por otra parte, lo que les reemplaza no es un buen francés, sino el francés popular lleno de solecismos y de barbarismos, mezclados con pro­vincialismos inconscientes, deformado por el acento áspero, in­vadido por el argot.

La escuela, pública o privada, ahoga, en nombre de la ciencia — de hecho, de una ciencia primaria— las creencias, las supersti­ciones, las tradiciones campesinas, pero sustituyéndolas por no­ciones deformes, falseadas por su simplismo y alguna vez por los prejuicios, sin ligazón entre ellos, un caos de ideas aparentemen­te claras. Basta recordar la enseñanza de la historia en algunos manuales rrfüy en boga en el siglo pasado. Cuando Flaubert hace un inventario de lo que una estancia en el pensionado deja en el pequeño cerebro de Emma Bovary, su constatación es de una exac­titud fotográfica.

La enseñanza del Estado y de la escuela cristiana, las lecciones del maestro y del querido Hermano, de la maestra y de la «buena Hermana» conjugan sus efectos. La enseñanza del Estado añade a éstos, a menudo, una descristianización metódica que arruina, indirectamente, la cultura campesina, ligada al cristianismo por intercambios milenarios.

El periódico, difusor titulado de las «luces burguesas», a menu­do incluso de certitudes racionalistas y científicas, el servicio militar, cumplido por ios campesinos en las ciudades de guarni­ción, donde los oficiales prodigan, a su modo, la educación urba­na, la vuelta al pueblo de los emigrantes urbanizados, orgullosos de su logro, acaban en los adultos el trabajo iniciado en la es­cuela.

La fabricación industrial en serie elimina el arte artesanal: mientras que los anticuarlos saquean baúles, bufetes y grandes relojes para los salones burgueses, los interiores rurales acogen

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puertas y los muebles fabricados en serie. Los cromos publicita­rios, los horrores sagrados del arte sulpiciano arrojan de las pa­redes las imágenes de Epinal. El traje de Godchaux o el vestido del gran almacén relegan al granero las vestimentas locales, por otra parte, demasiado costosas.

Resultado: el campesino llega a ser sinónimo de palurdo, cam­pesinado de incultura. «No sois más que labradores», repiten a porfía el maestro y el suboficial, cuando no el párroco. «Ese mu­chacho es demasiado inteligente para ser campesino», dicen aún. El campesinado se estanca en un complejo de inferioridad cultural, blanco de las flechas que disparan los caricaturistas, novelistas y canzonetistas.

Muchos de los que se burlan de los campesinos no se mues­tran más cultivados que ellos. Privado de su apoyo rural, ahogada en la marea ascendente de un proletariado masivo, mirada por encima del hombre de los representantes de la cultura oficial e incluso por la «gente instruida», la cultura popular de ios pueblos se anquilosa, declina y se hace, a su vez, objeto de broma.

El trabajo de la industria concentrado y racionalizado, una tarea cada vez más indiferenciada y parcelaria no cultivan ya al traba­jador; la fábrica produce una serie de peones incultos, sin apren­dizaje, sin calificación, deshumanizados. Desbordadas las escue­las de los barrios obreros, no pueden más que mantener bien o mal un lucha contra el analfabetismo grosero. Tienen bastante po­der para falsear las inteligencias y demasiado poco para cultivar­las. Apenas comienza la enseñanza técnica, no forma más que especialistas. La enseñanza post y para escolar hace sus primeras tentativas.

Hay una incultura 1900, una dolorosa incultura popular de la que son testimonio la arquitectura de los barrios, el mobiliario arcaizante fabricado en serie. El enriquecimiento general se tra­duce por una proliferación de vulgaridad.

La crisis de la cultura popular sobreviene en el momento en el que la cultura burguesa, que se ha hecho cultura universitaria, parece triunfar definitivamente, rejuvenecida por la inyección a las humanidades greco-latinas de una enseñanza de las ciencias y de las lenguas vivas.

Es el momento, también en el que aspiraciones confusas, pero violentas trabajan las masas obreras y campesinas que sienten su

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desnudez intelectual. La crisis no puede provocar más que reac­ciones.

LAS REACCIONES ANTE LA CRISIS

No faltan las reacciones, aunque son diferentes según los am­bientes y las personas.

La reacción arcaizante de los regionalistas. Para ellos se trata, sobre todo, de conservar y, para ello, de Inmovilizar. Conservar la cultura antigua popular y la lengua, que es su vehículo.

La reacción optimista, humanista y universitaria. No se trata más que de difundir la cultura laica, gratuita y obligatoria como se debe, y todo se resolverá en el progreso rectilíneo y continuo que arrastrará a la humanidad. Es cierto que habrá siempre mag­nates de la cultura, mandarines de la pluma de pavo, catedráticos de letras y académicos, para resumir. Pero en el banquete de la cultura, una vez servidos los oficiales, quedará un plato y un vaso para todo el mundo, y el maestro está allí para llevárselos a cada uno — el maestro, este humilde, pero eficaz representante de la cultura en cada pueblo— . Instruyamos..., eduquemos... De este optimismo universitario nacerá el movimiento de las universidades populares, al menos parcialmente. No hay duda: la cultura humana es la cultura de los clérigos, universitaria y burguesa; no se trata más que de difundirla.

La reacción violenta, revolucionaria, negativa, plena de resen­timiento. Niega, rehúsa en bloque la cultura burguesa, de donde­quiera que venga, de la Iglesia o del Estado, del maestro laico o del cura, igualmente infamados como adormecedores, y le oponen la cultura proletaria del porvenir. Superestructura del mundo ca­pitalista, la cultura burguesa se hundirá con el régimen de iniqui­dad, bajo los golpes de la revolución triunfantes; sobre las ruinas de la cultura burguesa crecerá una cultura proletaria, la única dig­na de la humanidad, de la que no podemos hacernos una idea más amplia que la de la ciudad futura. La desgracia quiere que, por el momento, el proletariado se defina precisamente por la ausencia de cultura. No se ve bien cómo, salvo por un milagro de la dialéc­tica, puede salir una cultura de la nada de la cultura. La teoría de la cultura proletaria relega simplemente al porvenir la solución de un problema para el que el presente no parece ofrecer salida. A la vez, es un acto de confianza y un reconocimiento de impo­tencia.

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Tal es íá situación de la cultura entre 1890 y 1900. Pero la situación va a cambiar.

LOS EMBARAZOS DE LA CULTURA BURGUESA

Dos guerras mundiales y sus consecuencias, transformaciones sociales de una rapidez, de una amplitud y profundidad inauditas, el empequeñecimiento del planeta y el acercamiento brusco de las civilizaciones, la invasión de la historia en el pensamiento contemporáneo, el progreso de las ciencias del hombre, que co­locan en un segundo plano las ciencias de la naturaleza, el descu­brimiento del subconsciente, las teorías de la relatividad, deter­minan una grave crisis de la cultura burguesa, que había llegado a ser, por un giro curioso de las cosas, la cultura tradicional.

No aparece como una suma, sino como un conjunto de aproxi­maciones, limitadas y superficiales, ni como un término definitivo, sino como una etapa de la cultura humana, ligada a las condicio­nes históricas. Parece agotada, acorralada en callejones sin sali­da, incapaz de transmitir el pensamiento y un arte de vivir al hombre de nuestros días. Ya no da categoría al letrado, sino, al contrario, lo encierra en una especie de especialización entre las demás. Se interroga, duda, pone todo en cuestión. La aventura surrealista, las andanzas, los avances y los retrocesos de la pin­tura detrás de Picasso, las iniciativas de música nueva, abstracta o concreta, las teorías científicas de la relatividad, son puntos de interrogación en el camino de la cultura burguesa— y ¡qué punto!...

Al contacto con las culturas exóticas, descubiertas por los et­nólogos, y de la cultura tradicional abordada por la nueva ciencia del folklore, la cultura burguesa reconoce su relatividad histórica y geográfica — occidental, mediterránea, urbana, clerical, univer­sitaria— . La cultura burguesa se apea de su pedestal.

Al mismo tiempo, lleva el castigo del utilitarismo que la ha enrolado al servicio de una clase. Instrumento de posesión y de dominio, no es desinteresada; no desemboca en la comunión de los hombres, sino en la separación de las categorías. Retrocede ante las especializaciones técnicas, más eficaces para la posesión y el dominio. El hombre honesto deja paso al especialista eminen­te, que puede ser prácticamente inculto. La enseñanza secundaria ya no hace letrados, sino candidatos a la enseñanza superior, que, a su vez, sólo forma candidatos a las administraciones privadas o públicas.

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La cultura llamada general llega a ser Una éspécialización de profesores — cada vez más separados de la vida real, dominio de los técnicos— orgullosos en su demasía de su competencia tan universal como ineficaz, y deplorando, ante sus alumnos, el eclip­se de la cultura sin ver que están retrasados ante los aconteci­mientos, que representan el pasado, como en el siglo XVI la Uni­versidad de París ante el humanismo, y que se dibujan los prime­ros esquemas de una nueva cultura.

¿UNA CULTURA DE MASAS?

El observador no avisado entrevé, incluso sin exceso de opti­mismo, los elementos, por otra parte equívocos, de una nueva cultura, que, a falta de un término más preciso y sin esconder los inconvenientes de la expresión, llamaré una cultura de masas, bien entendido que, para hacer una cultura humana es necesario «desmasificarla».

La prensa gráfica, y más aún, la fotográfica — estos objetos de diversión que desprecian los «intelectuales»— , el cine, la televi­sión, el fonógrafo, la radio— esta «música de conserva» que des­deñan los dilettanti— f el deporte, el aire libre y las acampadas, la arquitectura corriente, el escaparate, el cartel, la foto, son ele­mentos de esta cultura, agentes que la llevan o, al menos, son susceptibles de llevarla.

Se habla mal del periódico. En cierto modo, jamás se hablará mal suficientemente de él — y hablo como periodista— , alimentado en el serrallo de las linotipias y de las rotativas. Pero el periódi­co, incluso fotográfico, opera una inmensa ampliación de la con­ciencia popular, extendida en lo sucesivo a las dimensiones del mundo y de la historia.

Se habla mal del cine. La maledicencia tiene motivos para ha­cerlo. El film fue y es un instrumento de evasión, de embruteci­miento y de perversión. Pero es, también, un útil de cultura — uno de los temas raros de conversación— , común a todos nuestros contemporáneos de todas las clases y de todos los países.

Se habla mal de la radio. Sí, es la distribución gratuita de la charlatanería cotidiana. Pero la radio, ¿es acaso extraña a la difu­sión del gusto musical entre las nuevas generaciones?

Se habla mal del deporte. Sí, el deporte como espectáculo es más o menos venal; el fútbol, etc. ¿Pero los Juegos Olímpicos?

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Sí, todo ello es ambiguo, ambivalente, como el mundo moder- no. Todo ello puede embrutecer o humanizar, esclavizar o liberar. Sin embargo, el hecho es que existe, pleno de promesas; que el pueblo participa en ello cada vez más activamente; que existe en estos grandes medios contemporáneos la posibilidad de una cultura, a la vez moderna y humana, popular y universal; y que por el recurso a la memoria auditiva esta nueva cultura se pare­ce a la cultura antigua y tradicional que nos transporta más allá de la civilización gráfica y abstracta de los clérigos burgueses.

Nuestro mundo ofrece más peligros, pero también más espe­ranzas para el porvenir de la cultura popular que el de 1900.

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promoción de la

culturapor Jean LALOUP y Jean NELLIS

Dos culturas se enfrentan hoy: la del homo doctus, típica del mundo burgués, basada en el valor intelectual, y la del homo fa- ber, típica del mundo obrero y basada en los valores de acción o de producción.

A los burgueses demasiado inclinados a monopolizar la cultura, Proudhon les echa en cara que el hombre que trabaja es superior al que piensa.

¿Qué tendencia habrá que preferir? De hecho, cada una de ellas representa una grave laguna: si la primera menosprecia ia acción, la segunda menosprecia la contemplación y el conocimiento; si la primera es fácilmente «dilettante», la segunda se convierte en se­guida en utilitaria o pragmática. ¿No se podría llamar instruido a todo hombre que extrae de esta idea los principios de su acción y se alinea, por su trabajo, en las filas de la evolución del mundo? En estas condiciones ¡qué importa que tan ingeniero haya cursado es­tudios burgueses y tal obrero estudios populares!, qué importa que el uno esté al frente de los trabajos y el otro los ejecute. Lo esen­cial es que cada uno de ellos sepa lo que hace, por qué lo hace y que aporte deliberadamente su parte en la obra común. Así cada uno de ellos podrá ser llamado instruido, aunque de manera dife­rente, y estos dos hombres, conscientes de la debilidades de su cultura, podrán concillarse permaneciendo distintos, como dos ami­gos que, por encima de la desemejanzas del rostro, se reconocen una semejanza de alma.

(*) Este trabajo forma parte del libro “COMUNIDAD DE LOS HOMBRES”. Ediciones Dinor. San Sebastián.

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No es menos verdad que el más grave problema de hoy es el de la cultura popular: habrá que esbozar a continuación las líneas de reforma de la cultura tradicional.

CULTURA POPULAR

¿Cuál es la psicología popular? Con peligro de esquematizar algo, tracemos las dominantes de una antítesis entre la psicolo­gía burguesa y la psicología popular.

ASPECTO PSICOLOGICO

En la cultura burguesa, la razón domina: ella impone sus es­tructuras y sus imperativos, sus preferencias por la abstracción y las ideas, sus centros de interés (filosofía, historia, literatura, artes, crítica) sus perjuicios (prioridad de la inteligencia, del in­dividuo), sus tendencias (búsqueda de lo necesario, de lo uni­versal), su lenguaje (claro, estructurado y lógico), su deformación (hipertrofia del espíritu crítico), sus peligros (escepticismo y relativismo).

El pueblo, por lo contrario, parece dominado más por las po­tencias irracionales del espíritu. Desconfiado de los razonamien­tos y de las teorías, el pueblo quiere lo concreto, lo inmediato, lo práctico; es de una lógica más bien intuitiva, que salta los esca­lones, como en una especie de prisa por triunfar. Parece poco capaz de abstracción y ama, por lo contrario, los hechos positivos; gracias a esta disposición no se aventura nunca en las puras cons­trucciones del espíritu. La técnica le interesa, igual que las insti­tuciones económicas, sociales, políticas que él mira menos en su filosofía que en sus realizaciones, su «rendimiento». Descon­fía de la inteligencia y del individuo, pero pone su confianza en la energía y en las potenciales sociales. Las causas generales le atraen menos que los fenómenos y los accidentes pasajeros. El lenguaje popular es espontáneo, expresivo, y recurre fácilmen­te a la imagen. En fin, el pueblo es poco inclinado al escepticismo: por instinto, él busca valores y una vez que los ha encontrado, se entrega a ellos con poco sentido crítico, pero con una gran po­tencia afectiva y sin vuelta de hoja.

La educación burguesa favorece poco el sector afectivo, a cau­sa del desarrollo dado a la inteligencia. En el nivel consciente,

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poder del ideal personal, es decir concebido por y para el indi­viduo; admiración por las formas estéticas de la belleza; apetito de libertad individual y sentido agudo de la igualdad entre los hombres; desconfianza respecto a la autoridad; aversión relativa hacia el fenómeno y la psicología de masa; en la concepción del mundo, muy corrientemente, optimismo evolucionista que cree en el orden y en el progreso. En el terreno de los afectos, una bondad expansiva para el prójimo y fácil indiferencia para con los ex­tranjeros; una cierta dificultad para compadecer y una lentitud en la amistad. Con mucha frecuencia, un egoísmo calculador en la amistad, el amor y las relaciones mundanas o de negocios. En el nivel subconsciente, un complejo de superioridad, que se manifies­ta, sobre todo, en una seguridad, en un dominio, en un sentimien­to de bienestar y de satisfacción de la vida y de las personas.

El pueblo, por su parte, tiene una vida afectiva intensa que se va apoderando fácilmente de la razón. En él se descubre una pre­ferencia por el ideal social; una admiración fácil de la belleza natural; un gran deseo de justicia social y de emancipación, com­patible con un sentido innato de la autoridad; una admiración es­pontánea hacia la persona del jefe, si ésta impresiona por su fuer­za física, su energía o sus realizaciones; una atracción hacia el fenómeno de muchedumbre y sumisión fácil a la psicología co- lectiva; en la concepción del mundo, una tendencia a creer íjue todo va mal y que no puede ir de otra manera; especie de pesimis­mo fatalista; en el terreno de los afectos, una rudeza exterior para con los convecinos y una entrega fácil a los extranjeros; mucha compasión ante la desgracia del prójimo y, en la amistad, un desinterés leal y una fidelidad a toda prueba. En fin, en e! subconsciente, un sentimiento de inferioridad, de donde surge una gran violencia de pasiones: miedo, envidia, cólera, espíritu de in­subordinación y de rebelión.

El burgués sueña, sobre todo, con el florecimiento y la expan­sión personales; por eso, se somete con facilidad a un sistema de educación que se los promete y cultiva sobre todo aquellas virtudes de las que espera este florecimiento y esta expansión, como la prudencia y la fuerza; en esta perspectiva, es capaz de imponerse una regla moral, de la que se apartará con facilidad, si no ve en ella una lesión de su personalidad. Tiene el sentido de la eficacia a distancia, pondrá en obra una larga serie de me­dios para llegar a un fin lejano: lo que explica su espíritu de economía. En la acción misma, no se dedica por completo a ella poniendo todo su ser, sino que se reserva una puerta de escape o un procedimiento de evasión. Economiza y ahorra su salud fí-

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sica, tiene un conocimiento muy exacto de sus limitaciones cor­porales y busca fácilmente el «confort» material. Tiene una pre­ferencia por la acción sosegada, ponderada e inteligente; tiene más resistencia que potencia. Desdeña el trabajo manual: no ve en él más que un trabajo servil, un medio de compensar la acti­vidad cerebral o un pasatiempo útil.

El hombre del pueblo desea, sobre todo, el orden y la felici­dad social; está dispuesto y presto a todos los sacrificios en este sentido y tiene en gran honor a las virtudes que lo aseguran: la fuerza y la justicia. Acepta difícilmente una regla de vida, pero, cuando está impuesta, la obedece más lealmente. En la acción, tiene el sentido de la eficacia inmediata; espera de su obra un resultado palpable y rápido; se entrega a la acción por entero, no economizando su salud ni su fuerza física, que él cree y estima inagotable; ama la vida ruda. Prefiere la acción rápida y brutal: tiene más potencia que resistencia. Aprecia el trabajo manual en el que puede poner todo su amor y desprecia fácilmente el traba­jo intelectual en el cual no ve más que un entretenimiento y un medio de escapar del deber social.

Por esquemática y arbitraria que sea semejante generalización, nos puede orientar en el descubrimiento de los principios de una educación popular.

ASPECTO PEDAGOGICO

Hay que decir, en primer lugar, que toda educación popular es utópica sin la reforma material de la vida obrera. ¿Cómo esperar que un obrero, destrozado por un trabajo de esclavo, que al vol­ver a su tugurio encuentra una familia miserable, cómo esperar que pueda encontrar la fuerza necesaria para emprender una vida de cultura? El régimen económico tiene primeramente que favore­cer a la «desproletarización» de la psicología obrera: mientras que el obrero se considere como una víctima burlada y tiranizada, no podrá tener acceso a la cultura.

Pero en nuestro tiempo, en el que una parte importante del mundo obrero tiene una situación material digna del hombre, una verdadera acción educativa se va esbozando en la escuela, en la familia, en el trabajo, en las diversiones y ocios.

En la escuela. Un primer paso se dio cuando la instrucción primaria se hizo obligatoria. Hecho significativo, las regiones in­dustrializadas han realizado en este dominio los mayores progre­sos: porque, si los países agrícolas de Europa cuentan todavía

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con un 50 por ciento de analfabetos, ningún país de fuerte in­dustria sobrepasa el 10 por ciento. Al lado de la escuela prima­ria, han aparecido las escuelas profesionales y técnicas.

Recientemente, se ha planteado el problema de las «humanida­des obreras». ¿Por qué no organizar, a imitación de las humani­dades burguesas, una enseñanza que, con el mismo espíritu des­interesado, pero sobre bases y con métodos diferentes, daría una cultura «media superior» a los futuros obreros? No se puede tra­tar de calcar artificialmente las humanidades clásicas, sino más bien de humanidades originales que, inspirándose en la psicología popular, se destinaran a preparar una «élite» de trabajadores.

Como lo hicieron los jesuítas del siglo XVI, habría que erigir un programa nuevo; ¿cuáles serían sus grandes líneas? Una des­cripción de las realizaciones técnicas e industriales contemporá­neas, un resumen de las instituciones económicas y sociales de nuestro tiempo, una mirada sobre las condiciones de vida y de trabajo de las clases trabajadoras; partiendo de ello, se orientaría al discípulo hacia una reflexión sobre los principios de la sociolo­gía y de la economía social. En un segundo rango, la historia so­cial y la lectura de textos de literatura comunitaria. Además, el estudio de la lengua materna, de una lengua extranjera viva, de las ciencias naturales, de la geografía, de la física, de la química, y, en el nivel superior, unos ligeros tanteos y buceos en la cul­tura burguesa. Todo orientado hacia la cultura general, la forma­ción de un juicio de valor e impregnado en todo momento de una concepción filosófica y cristiana de la vida. Estos estudios debe­rían abrir las puertas de la Universidad o, al menos, de las Fa­cultades de ciencias sociales, económicas y técnicas, no para fa­vorecer la evasión hacia el mundo burgués, sino para llevar a cabo un tipo superior de «élite» popular.

La familia, por su parte, puede y debe ser un medio y un am­biente de cultura. Sin duda, la familia sufre la influencia de los estudios hechos por los esposos y de la calificación obrera del padre, pero, desde hace una veintena de años, los movimientos de juventud obrera y las agrupaciones de adultos obreros, como el Movimiento Popular de las Familias de Francia y en Bélgica, han llevado a justo título la atención sobre la familia en sí misma. Durante el período liberal, en efecto, que pensaba más en el «in­dividuo» que en la «familia», ésta cayó en descrédito, incluso en el seno de los ambientes populares. Estos movimientos han em­prendido campañas de rehabilitación de la familia, sobre todo, velando por la preparación moral de los novios y sosteniendo el

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esfuerzo de los jóvenes padres obreros. La elección, la ornamen­tación de la casa, las conversaciones familiares, el uso de las di­versiones y ocios en familia, las lecturas, las audiciones de radio, lia higiene y los cuidados que deben rodear a la familia y a la casa, a los niños, a la comida, al vestido... fueron otros tantos objetos de sus preocupaciones. Como lo indican las investigacio­nes, estas campañas han dado sobre todo frutos en las familias de obreros un poco desahogados. Quedan por hacer inmensos es­fuerzos.

¿Qué decir de las diversiones y de los ocios? La técnica mo­derna ha multiplicado las «máquinas de diversión»: casi todos los obreros pueden hoy comprarse un periódico, un libro, o pagar una sesión semanal de cine; un buen número de casas de obreros disponen de un receptor de radio. He aquí otros tantos medios de cultura, de los que lo menos que se podría decir desgraciada- damente, es que con demasiada frecuencia han sido creados y or­ganizados con fines políticos o comerciales. El periódico obrero, órgano de un partido, se entrega con frecuencia a una propaganda que es todo lo contrario de la cultura; el film proporciona una evasión fácil en el seno de un mundo artificial y malsano, del que el obrero saca el descontento de su suerte, una idea ilusoria y simplista de la vida, una falsa representación de los medios y am­bientes acomodados; las audiciones de radio se dirigen con la mayor frecuencia a los medios de cultura burguesa o emiten can­ciones inmorales, lascivas, u obras de un gusto dudoso o llenas de trivialidades. Por su parte, el régimen reciente de las «vaca­ciones pagadas» ha favorecido la evasión hacia el campo, en los buenos días de verano de decenas de millares de familias obreras. Ahí también, las instituciones estaban a la altura del régimen ju­rídico: ¿qué se ha hecho en el sector de la hostelería, de los albergues, de los campos, del turismo?

Todas estas realizaciones modernas deberían ser revisadas en función de la cultura popular; y una vez más, el único medio es ponerlas en manos de una «élite» popular que las concibe de acuerdo con el bien real de las masas.

Los deportes constituyen hoy una de las principales diversio­nes de la clase obrera; diversión muy sana, a la cual hay que re­prochar, sin duda, la ausencia de participación activa: el deporte practicado tendría una acción más profundamente humana que el deporte «contemplado». Si hay que admitir que el deporte tenga sus templos y sus ceremonias, que, al menos, todos los fieles participasen en el culto.

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CULTURA TRADICIONAL

No hay ni que decir que nuestra enseñanza, todavía muy apoya­da en la inspiración del Renacimiento y de los tiempos moder­nos, debería adaptarse a las tendencias del mundo nuevo. ¿Cómo se puede concebir que un joven, que una joven de 18 años, pue­da salir de la enseñanza media, y de las humanidades más espe­cialmente, con el mismo bagaje de conocimientos y la misma ini­ciación social que un joven humanista de 1840? En el doble plano de la enseñanza y de la acción concreta, deberían poner sus es­fuerzos todos los responsables de la educación. Añadamos, en fin, que ciertas estructuras podrían ser modificadas.

ASPECTO INTELECTUAL

Sería, en primer lugar, muy de desear que todos los programas de enseñanza media hicieran un sitio más amplio y desahogado a la enseñanza social propiamente dicha. Se les puede enseñar a los muchachos desde las reglas de urbanidad hasta las virtudes de la tolerancia, del respeto, de la lealtad, de patriotismo y de civismo que se encuentran en la base de toda vida común. A los mayores se íes reservará cursos sistemáticos sobre las institucio­nes nacionales e internacionales, sobre la cuestión obrera, el problema colonial y el de los países subdesarrollados... ¿Puede ad­mitirse el que gran número de jóvenes puedan entrar en la Uni­versidad ignorando todo de los fundamentos incluso de su vida nacional— ¡Y, sin embargo, la cosa es la más frecuente!

Se haría mal, sin embargo, en limitar a dos horas por semana la enseñanza social. Cada curso puede, a su manera aportar a ello su contribución.

¡Cuántas veces no se estudia la geografía «a la manera de los tipos», reduciendo su estudio a saber, sin consideración alguna para con el hombre, los grupos humanos y las realizaciones hu­manas! ¡Cuántas veces también los cursos de historia, todavía impregnados de romanticismo nacionalista, no inculcan prejuicios desenraizables y falsas nociones sobre el extranjero! Con la ma­yor frecuencia, además nuestros silencios a propósito del extran­jero no hacen más que cubrir una total ignorancia de su historia, de su vida, de sus méritos; igualmente, a veces exaltamos pobres y despreciables personalidades porque son nuestras, en detri­mento de admirables figuras que son los verdaderos «motores de la historia»; igualmente también, ponemos en relieve a ciertos

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hombres detrminados, olvidando que son sobre todo los pueblos los que hacen la historia; en fin, por una manía tan inveterada como cándida, nos dejamos llevar de nuestro orgullo occidental y encumbramos hasta tal punto nuestra civilización y sus inesti­mables beneficios que nos olvidamos totalmente de las otras.

Más de lo que se cree, las ciencias exactas pueden aportar su contribución a la formación social. Ellas abren a los espíritus ado­lescentes ese inmenso jardín en el que el hombre ha realizado y afirma su poder en el mundo. ¿No sería muy extraño visitar este jardín sin encontrar por ningún lado al hombre? Como caídas de algún cielo platónico, estas ciencias se enseñan de manera com­pletamente sistemástica y haciendo abstracción de la comunidad. Para los espíritus adolescentes, las ciencias ganarían con acer­carse a la historia: ¿por quiénes, en qué épocas, en qué circuns­tancias, han sido hechos tales descubrimientos? ¿Cómo han in­fluido estos descubrimientos en los modos de vivir, en las con­cepciones de la existencia o en las relaciones sociales? ¿Cómo han pasado a las aplicaciones técnicas?

Las lenguas son el vehículo normal del intercambio espiritual entre ios hombres: ¿en qué medida la enseñanza de la gramática y los múltiples ejercicios a los que se ven sometidos los alumnos en el aprendizaje de la lengua materna o de una lengua extran­jera, favorecen esta virtud de «Conversación con los hombres»? ¡Los estudiantes serán capaces de componer admirables descrip­ciones (y aún esto, ¿quién se atrevería a asegurarlo?), pero no podrán escribir una carta, hablar en público o, simplemente, dis­cutir como conviene! ¡Cuántos ejercicios lingüísticos dependiendo de un academismo trasnochado!

La lectura de los autores y el estudio de la literatura producen muchos efectos beneficiosos; pero, ¿sirven para comparar corrien­tes de ¡deas con el fin de comprender las actitudes diversas de personas o de grupos ante e! mismo problema? Imbuidos de cla­sicismo, nuestros programas cierran con la mayor frecuencia sus puertas a los escritos contemporáneos y a las literaturas de otras civilizaciones: ¡qué ocasión, sin embargo, de comprender su época y los hombres lejanos!

Viene, en fin, el curso de la religión. Desde hace 20 años, se ha venido poniendo de relieve los defectos de una enseñanza re­ligiosa reducida a una apologética, a una dogmática puramente ra­cional, a una moral individual. Poner de relieve los aspectos co­munitarios del dogma, de la moral, de la Escritura y de la liturgia, tal debería ser la gran preocupación del profesor de religión.

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Mientras que, con mucha frecuencia, la religión fue reducida a las dimensiones individuales de una «relación del alma con Dios», el profesor debería acentuar la anchura colectiva y la longitud his­tórica del cristianismo; ¿no es ésta una religión «cósmica»? Ade­más el profesor debe exponer las precisiones morales y las inter­venciones prácticas de las autoridades eclesiásticas en el terreno social: de este modo uniría sus discípulos al drama de la Iglesia viva y actuante en nuestra sociedad.

Pero, por perfecta que sea la enseñanza social, tienen que ver­se acompañada por una iniciación práctica o un engagement.

ASPECTO PRACTICO

Las escuelas de enseñanza media deberían también practicar el humanismo comunitario. Detengámonos en este punto esencial.

Durante demasiado tiempo, las humanidades han aislado arti­ficialmente al adolescente de la sociedad ambiente y no sin razón se reprocha a las humanidades clásicas el formar una «élite» in­dividualista, satisfecha de sus ideales egoístas y de su cultura de «diiettante». Ciertamente, hay que anclar en el joven los eternos valores humanos, difundidos en los clásicos, pero también hav que iniciar a ese joven en las tendencias fundamentales de su época y prepararlo para desempeñar en ellas un papel. Hay, en una palabra, que «formarlo en el sentido social», «esa aptitud para percibir y para ejecutar prontamente y como por instinto, en una situación concreta, lo que efectivamente sirve al bien co­mún» (E. Duthoit).

En las clases inferiores, el educador se esforzará por crear hábitos prácticos: luchando contra los axiomas individualistas («Eso no me toca». «Eso no le importa a nadie más que a mí...») enseña­rá a sus discípulos que sus actos repercuten en torno de ellos en ondas de sufrimiento o de alegría de buena o de mala influencia: Las clases sociales se abrirán poco a poco ai campo de la histo­ria social, a los problemas fundamentales de la política, de la economía, de la sociología, de la filosofía social.

La clase misma, por su estructura y su espíritu, reflejará el espíritu social. En efecto, hay que confesar que, hasta el presen­te, nuestras clases han sido muy individualistas. En ellas encon­tramos pequeñas individualidades bien separadas, cuyo ideal reco­nocido es abatir al que las hace la competencia, individualidades que, a veces forman un bloque coherente, pero únicamente contra la autoridad. Apresurémonos a añadir que frecuentemente la com-

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petencia de los maestros y el buen natural de los discípulos han amortiguado el sistema tradicional.

La clase debería ser una «comunidad de trabajo» en la que el profesor, siempre responsable de las diversas actividades, prac­ticase generosamente la co-gestión en los terrenos en que puede ser compartido el ejercicio de la autoridad. Eso requiere mucho tacto y mucha buena voluntad de una parte y de otra; la disciplina no puede ponerse en peligro y únicamente los verdaderos educa­dores podrán encontrar la justa medida.

La organización de la clase en equipos crea reflejos de solida­ridad, estimula a los débiles, refrena el egoísmo de los buenos, al mismo tiempo que respeta las individualidades, porque las hu­manidades, teniendo a la formación de una «élite», tienen que guardarse a toda costa del nivelamiento. El buen discípulo que trabaja en equipo desarrollará al máximo sus talentos, al estar obligado a tener cuenta de sus compañeros de equipo y no se convertirá en un «fuerte en tema», aislado en su torrre de mar­fil y un inepto para la vida comunitaria.

El sistema tiene también enormes ventajas en el régimen de las recompensas y de los castigos. Un profesor nos decía que, en su clase, los mismos equipos velaban por la disciplina; de to­das formas ser invitado a estarse quieto o a guardar silencio «para no molestar a sus camaradas» es mucho más eficaz que una pres­cripción tiránica del profesor.

De los juegos igualmente se debe sacar cierto provecho. Se juega con compañeros, conformándose a cierto número de reglas aceptadas por todos: imagen de la vida social. Piénsese en las lecciones sociales prácticas del fútbol, por ejemplo. En él, ningún movimiento aislado mientras dura el partido: la distración de un jugador es una falta que el equipo expía o que tiene que reme­diar; el paso de uno debe ser explotado por el siguiente; el mal situado hace una prueba de espíritu de equipo y de cuerpo al pasar su pelota y con ella la buena suerte al mejor situado. Semejantes lecciones dadas sobre el terreno están al alcance de los adoles­centes y responden incluso a sus deseos secretos.

A medida que el niño crece, la educación social se irá alzando a su nivel. El profesor multiplicará sus lecciones con ocasión de los diferentes cursos. Procurará que se lleven a cabo encuentros con otros medios sociales, organizará pequeñas encuestas, acon­sejará la lectura de tal obra, fomentará y animará tal servicio social, etc.

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En las clases superiores, todas estas actividades serán inten­sificadas. El contacto con los medios «jocistas», allí donde es posible, revelará a nuestros jóvenes muchas cosas y les aguijonea­rá en su trabajo de privilegiados. Visitas de fábricas, encuestas bien hechas, serán excelentes lecciones de cosas.

Y ¿por qué no un contacto directo? ¿Por qué un estudiante de

bachiller de relativa edad, y, rodeándose de prudencia y de con­sejo, no se había de contratar como trabajador durante las vaca­ciones? Además de una cierta competencia manual, adquiriría una experiencia de vida que no se la dará ningún libro. Que, al menos, tales estudiantes reciban una educación tal que, llegados a la Uni­versidad, piensen en una utilización semejante a sus vacaciones.

Las vacaciones ofrecen también, la ocasión de «servir» en pa­tronatos, en campos de juventud, en las colonias escolares... ser­vicios que un joven católico no puede eludir sin detrimento de su formación y del bien común. Por otra parte, las conferencias de San Vicente de Paul o toda forma de equipo social, deberían ser sostenidas y fomentadas: la magnífica obra de Ozanam parece sobrepasada por la evolución social; pero animémonos de su es­píritu y las adaptaciones se harán por sí mismas.

Tales son las grandes líneas de una educación social de la en­señanza media. Pero, ¿no deberían ser perseguidas ciertas «refor­mas de estructura»?

ASPECTO ESTRUCTURAL

Para muchos de nuestros contemporáneos, las humanidades forman todavía ese grado de enseñanza reservado a la formación de la «élite» futura, grado al margen del cual se desarrollan, como pueden, otras formas «utilitarias», incapaces de otorgar una for­mación humanista y, por lo tanto, privadas de salidas universita­rias. Es así como, por sus mismas estructuras y por los matices de su reputación, la enseñanza media permanece parcialmente inadaptada a su función social.

Hubo un tiempo, en efecto, en el que ia educación básica se exigía a la escuela primaria; más recientemente, se esperaba esa educación de la escuela media de ciclo inferior; hoy, en nuestros países de técnica y de economía en progreso, la misma educación básica, necesaria para «abrirse camino en la vida», se pide a la enseñanza media completa. En otras palabras, un número cre­ciente de jóvenes no abandona la escuela hasta los 18 años.

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Es éste un fenómeno de! que conviene alegrarse, ciertamente, pero, además, es un fenómeno que las mismas estructuras deben animar y fomentar.

Aquí hay que ser muy claro. Mientras sigamos creyendo que una enseñanza puede gozar de privilegios, mientras sigamos ne* gando sus títulos de nobleza a las otras formas de enseñanza media, mientras cerremos las puertas de la Universidad a un gran número de jóvenes que podían entrar, seremos perfectamen­te anacrónicos y retrógados bajo el punto de vista social, ¡como hombres de este siglo, como cristianos, nosotros ya no podemos soportar el que los hijos de burgueses, por el mero hecho de ser hijos de burgueses y porque tengan en su poder un certificado de humanidades, puedan pasar delante de los hijos de los trabajado­res, a veces más dotados y más aplicados, pero detenidos en su promoción social y en su educación intelectual por el mero hecho de ser hijos de obreros y porque sólo tienen un diploma de en­señanza técnica media!

Una solución categórica se impone: hace caer con resolución todas las barreras que cortan el paso a los que quieran entrar en la Universidad. Que todo aquél que ha seguido con fruto un ciclo completo de enseñanza media pueda probar su suerte en la Uni­versidad.

Esta justicia social impone también a los responsables supe­riores de la enseñanza la obligación de preocuparse por la varie­dad de los sectores y de los métodos de la enseñanza media. Es inútil pretender favorecer la promoción cultural de todos los ciu­dadanos si se obliga a los adolescentes a pasar por la fuerza por un ciclo de estudios uniforme: algunos espíritus son refractarios a los estudios literarios, otros no se acomodan a un método muy deductivo y abstracto, un gran número de niños se halla en des­ventaja por razones físicas o mentales. ¿Se ha hecho todo el es­fuerzo para asegurarles clases de estudio adaptadas a sus capa­cidades? ¡Es éste un problema social, tal vez el problema social por excelencia, ya que de sus soluciones depende la personalidad de las generaciones futuras!

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la cultura popular: aspectos fundamentales _________ y técnicas '*1

por José M .a G O NZALEZ-ESTEFANI

Se viene hablando mucho de cultura popular. Yo quisie­ra en estas breves notas perfilar algunas nociones y escla­recer ciertos aspectos de la rica problemática que la cul­tura popular encierra. Porque la cultura popular puede ser definida y entendida de diversos modos y urge ponerse de acuerdo sobre su contenido esencial. Por supuesto que es­tas notas son personales y expresan necesariamente pun­tos de vista que pueden no ser compartidos.

En un sentido amplio, qufczá el más genérico, la cultura popu­lar es para mí el humanismo de los nuevos tiempos. Un humanis­mo muy distinto del tradicional que ha llegado hasta nosotros. En otro trabajo mío (1) me he esforzado por perfilar las característi­cas de la nueva cultura: colectiva, comunitaria, concreta, desinte­resada, pluralista y universal al mismo tiempo. Contraponía estas características a las de la llamada cultura tradicional individua­lista, minoritaria, utilitaria, dicotómica y particularista. No es cosa de repetir aquí lo que ya dije. Quiero sólo insistir en la idea de que la Cultura Popular es un humanismo o debe serlo, es decir, una visión del mundo y de la vida que le permite al hombre en­frentarse con las realidades y desarrollarse integralmente en el pleno ejercicio de su libertad y de su responsabilidad. Cuando me han preguntado, a veces con cierta ingenua malicia, cuál era la ideología concreta que alimentaba o debía alimentar a la Cul­tura Popular, siempre he contestado invariablemente: La Cultura Popular no se identifica con una ideología política o social deter­minada ni con una confesión religiosa en particular. La Cultura

(*) Publicado en la revista “FOMENTO SOCIAL” n.° 88. Madrid, Octubre-Diciembre 1967.

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Popular es aquella cultura que le permite al hombre de nuestros días, y más aún del futuro, enfrentarse con el mundo de una ma­nera libre y responsable y, por tanto, determinarse de una mane­ra autónoma y reflexiva en una elección voluntaria que tiene en cuenta los datos de la realidad objetiva. No por ello quiero decir aquí que la Cultura Popular en sus formulaciones concretas haya de ser arreligiosa. Si el hombre es verdaderamente libre y respon­sable tiene que formularse una serie de interrogantes a los cuales sólo puede dar cumplida respuesta la religión. El humanismo de la Cultura Popular no debe ser, por tanto, ese humanismo inhuma­no de que nos habla Pablo VI en la «Populorum Progressio». Antes por el contrario, la Cultura Popular debe en sus floraciones desem­bocar en una visión trascendente del universo, ya que se propone o debe proponerse el desarrollo integral de la persona en todas sus dimensiones. Pero el hallazgo religioso debe ser un hallazgo personal que parta de la idea de la fe como acto libre de un hom­bre liberado de sus alienaciones. Ya sabemos que la fe es, ante todo, un don de Dios, pero un don que puede tácticamente recha­zarse o admitirse. La Cultura Popular pone al hombre en vías del supremo encuentro, pero no le impone ni las modalidades ni el en­cuentro mismo. Lo mismo podría decirse respecto a las opciones políticas. Lo realmente importante es que el ciudadano conozca su realidad en torno, sin deformaciones propagandísticas. Lo im­portante es que el ciudadano, liberado de condiciones sociales, económicas o políticas alienantes, pueda decidirse con pleno co­nocimiento de causa por tal o cual opción que le parezca más apta para la realización del bien común. En este sentido, la Cul­tura Popular, en su realización concreta, es inseparable de un orden social y jurídico que favorezca y haga posible el ejercicio de la libertad humana. O, en otras palabras, la Cultura Popular no puede florecer en el seno de sistemas que desconozcan o pre­tendan ignorar los derechos básicos de la persona tanto políticos como económicos. Lo cual no quiere decir que la cultura enten­dida como erudición o como simple suma de saber objetivo no pueda incrementarse en el seno de esos sistemas. Lo que afirmo es que la cultura como estilo integral de vida, como fuente de liberación y progreso, de desarrollo humano en general, se verá trabada allí en sus aspiraciones fundamentales, en sus tendencias expansivas y humanizadoras.

Al definir la Cultura Popular de esta manera como cultura de hombres libres, creo encontramos el común denominador que per­mita precisamente la realización de esa cultura; al ayuntar en un común esfuerzo a hombres procedentes de los más diversos ho*

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rizontes. Así podemos formar ese Frente Común de Progreso Hu­mano al que nos invitaba Teilhard de Chardin. Y este es más ur­gente que nunca en esta trágica hora de enfrentamientos. Tene­mos que encontrar la voz común, el alma común, el espíritu nuevo que, infundido en el cuerpo de una humanidad llegada a su edad adulta, permita la adaptación racional y consciente a nuestro me­dio, esta bendita tierra, cuyas dimensiones sustanciales no han cambiado, esta bendita tierra que nos alberga en su vientre ge­neroso, con dolores de parto, esperando la hora del alumbra­miento definitivo, el nacimiento de un Hombre nuevo, de una humanidad, por fin, solidaria y fraternal.

Decir que la Cultura Popular es un humanismo, o, si se quiere, las nuevas humanidades, equivale a afirmar que el humanismo antiguo no nos sirve. Pero ello no implica la desaparición de los valores auténticos contenidos en ese humanismo. La Historia es una realización de valores y el progreso humano consiste en eso precisamente, según la acertada conclusión de García Morente. Ridículo sería echar por la borda el tesoro acumulado paciente­mente a lo largo de los siglos por las generaciones, en su afán por encontrar la Tierra Nueva.

Ahora bien, no menos peligroso sería acantonarse en la actitud estéril de los que sólo miran hacia atrás. Las nuevas condiciones sociales exigen nuevas actitudes, nuevos métodos, nuevas insti­tuciones. No se trata tan solo de meter el vino viejo en odres nuevos, sino también de hacer brotar el vino nuevo en forma so­segada y pacífica para que los hombres no se embriaguen dema­siado con su dulzura y su novedad. Se trata, en una palabra, no de saturar de cultura tradicional a esas masas de hombres que se nos echan encima, como pensaba Ortega equivocadamente en La Rebelión de las Masas, lleno de inquietud, sino, como decía antes de infundir una cultura nueva, un humanismo nuevo, en ese cuerpo gigante de una Humanidad desarrollada ampjiamente en su substratum biológico. Pero esa infusión no puede ser" hecha desde fuera, por una mano invisible. La originalidad y el problema de la Cultura Popular radican precisamente en el hecho de que ese es­píritu nuevo sólo puede nacer desde dentro, desde las propias entrañas populares. Y esta exigencia nos lleva de la mano a plan­tearnos el contenido mismo de ese humanismo.

LA CULTURA POPULAR ES UN HUMANISMO DEL PUEBLO

La Cultura Popular no se identifica con la popularización de la cultura. No se trata de extender a capas más numerosos de la

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población 10$ résliitados de Una cultura ya hecha o dada. Si la Cultura Popular sólo consistiera en eso pobre sería el empeño de quienes nos preocupamos por su aparición. La, Cultura Popular es una cultura del Pueblo, que tiene su origen, su fuente creadora, en el pueblo mismo. No es una cultura prefabricada, servida al pueblo en las cómodas bandejas de cualquier paternalismo cultu­ral, llámese éste despotismo ilustrado o realismo socialista. La Cultura Popular es expresión de la vida íntima y profunda del pueblo. Es aquella cultura en la que el pueblo se configura como agente creador y realizador de su propio destino. El pueblo parti­cipa no sólo en los resultados de la cultura, sino en la génesis del proceso creador de esa misma cultura. El pueblo dirige su vida cultural en el sentido más amplio del término. No tiene que esperar a que sus minorías dirigentes se preocupen por él. El está ya preocupado consigo mismo, preocupado por sus proble­mas que padece y sufre en su propia carne y, en consecuencia, él es quien se interesa más que nadie por su resolución.

Hasta ahora pudiéramos decir que este pueblo anónimo, crea­dor de la Historia desde su intrahistoria cotidiana, ha permaneci­do entre bastidores, contentándose con ser coro de la gran tra­gedia humana. Mas he aquí que avanza hacia las candilejas dis­puesto a convertirse en protagonista. No pretendáis detenerle. Es inútil. Ha llegado su hora. Si lo hacéis os hará sentir la fuerza aritmética de su número en el fragor de las revoluciones.

La ascensión progresiva del pueblo de Dios a través de la His­toria conoce en nuestros días nuevos desarrollos y peripecias. El pueblo de Dios, el pueblo de los miserables y de los oprimidos, a quien la minoría ociosa condenó a producir para siempre las utilidades materiales, alza orgullosamente su cabeza. El, secular­mente oprimido, quiere crear, quiere que sus expresiones cultu­rales puedan florecer. Quiere que la tonadilla se transforme en sinfonía y la obra artesanal en obra artística perdurable. Quiere que sus patrones culturales puedan transformarse en patrones mo­deladores de la vida comunitaria entera. No quiere seguir imitan­do a los de arriba, pronunciando, por ejemplo, óxido en lugar de herrumbre u orín, en un mimetismo cultural que le degrada. El pueblo de Dios reclama sus derechos con más fuerza que nunca. Y difícil será oponerse a estas reivindicaciones que además de justas se dan en el sentido de la Historia. Nos encaminamos, nos guste o no, hacia una democracia integral, que incluye, como es lógico, la democracia cultural más radical que pueda darse. Una democracia cultural en la que, sin duda, habrá minorías creadoras,

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pero minorías surgidas del propio pueblo. Como tantas veces he dicho, hasta la saciedad, lo importante no es que el pueblo pueda enteder la novena sinfonía o leer a Kafka. Lo decisivo es que los Beethoven y los Kafka del futuro salgan del pueblo. Lo importan­te es, como decía Saint-Exupery, que no haya más Mozarts asesi­nados en la frágil envoltura carnal de un pequeñuelo que duerme en los brazos de su madre.

Atrás, pues, todos los paternalismos culturales, vengan de donde vinieren. Están condenados de antemano al fracaso más rotundo. La Cultura Popular exige condiciones que hagan posible su aparición, pero el creador de la cultura ha de ser el propio pueblo. Por primera vez en la Historia, al calor de las grandes mutaciones ideológicas, demográficas, institucionales y técnicas van apareciendo las condiciones objetivas que harán posible, en un futuro no muy lejano, esa auténtica cultura del pueblo y para el pueblo. La aparición del tiempo libre (2) como privilegio de la inmensa mayoría es posiblemente uno de los factores condicio­nantes más decisivos para la forja de la nueva cultura. Por fin, liberado el hombre de sus necesidades más apremiantes, podrá ponerse a pensar y a crear, a proyectar su futuro, a decidir libre­mente sobre su destino. Yo sé que esta perspectiva aterroriza a muchos, a quienes, partidarios de una ley de bronce de la cultura, no quisieran nunca que el pueblo, sobre cuyas espaldas trabaja­doras levantan sus palacios y sus balances de fin de año, saliera nunca de su tradicional ignorancia. Con fina intuición, se dan cuenta de que la cultura es la llave de la libertad y esa llave es la que quisieran sepultar en el más profundo de los mares, para que el pueblo siga preguntando por ella al son de soniquetes entontecedores.

LA CULTURA POPULAR TIENE SUS MANIFESTACIONES Y EXPRESIONES PROPIAS

La Cultura Popular, como toda auténtica cultura, tendrá en el futuro sus manifestaciones propias distintas de las tradicionales. Asistimos ya desde ahora a una gigantesca mutación de esas for­mas y a la aparición de otras nunca vistas. El arte, por ejemplo, será un arte muy distinto. El artista «maldito» acabará por des­aparecer. Aparecerán nuevos artistas surgidos del pueblo, en ín­tima conexión con el medio del cual surgieron, que trabajarán en formas gremiales y cooperativas, más atentos a la obra común que al endiosamiento personal. Desaparecerá la distinción entre artes

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fnáyorés y mértóres. Él pueblo ejercerá aquí lo mismo que en ¡a Literatura un verdadero mecenazgo colectivo.

Las técnicas del espectáculo alcanzarán un esplendor inusitado. El cine, que empezó por ser un espectáculo de barraca de feria, consagrará definitivamente su categoría de séptimo arte en un despojo esencial que le permitirá volver a la pureza intencional de sus orígenes. Lo mismo podría decirse del teatro, que volverá a ser un teatro popular, medio privilegiado de expresión del pue­blo, de sus afanes y aspiraciones.

La televisión, apoyada en nuevos perfeccionamientos técnicos, seguirá su marcha ascensional.

El deporte, como ejercicio y como espectáculo, ocupará un puesto de honor en las manifestaciones de la nueva cultura.

El retorno a la naturaleza, favorecido por el turismo social, y el fenómeno de las vacaciones constituirá un aspecto importantí­simo del nuevo humanismo en trance de nacer.

Los cóm ics seguirán desarrollándose, con su múltiple influen­cia en todos los órdenes, y constituirán una de las manifestacio­nes más típicas de la nueva cultura de masas.

La fiesta tradicional, en muchos casos llamada a desaparecer, será sustituida por una fiesta inédita.

El lenguaje mismo sufrirá profundas modificaciones como ma­nifestación de un nuevo estilo de pensar cada vez más colectivo, cada vez más en re lieve, según la acertada frase de López Quin- tás en su reciente libro (3).

No es cosa de hacer aquí el inventario riguroso de estas nue­vas manifestaciones que hacen referencia, sobre todo, a lo que pudiéramos llamar el estilo de vida. No entro aquí a examinar la repercusión que este estilo de vida tendrá en la acumulación progresiva de un saber objetivo sobre el mundo, que tendrá, ló­gicamente, tendencia a incrementarse a un ritmo realmente fa­buloso.

LA EDUCACION COMO VEHICULO DE LA CULTURA POPULAR

La Cultura Popular, entendida en este sentido amplio como humanismo de los nuevos tiempos, no se identifica totalmente con la llamada Educación popular (4) o con la llamada Educación de adultos. Una y otra pueden ser puestas al servicio de la Cultura Popular, tal como nosotros la entendemos, si su función, cosa

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que no sücedé siempre, es rectamente entendida. La Educación popular puede adimitir diversas matizaciones, según los países en que se aplique. En cualquier caso, en estos intentos resalta la idea de una educación servida al pueblo con miras a su promo­ción socio-cultural. Para que esta Educación pueda servir los idea­les de la Cultura Popular, como un humanismo nuevo se precisa la aceptación de las premisas formuladas más arriba. En caso contrario, la Educación popular caería en la línea tradicional de una simple extensión cultural más o menos marcada de paterna- lismo. Algo parecido sucede con la llamada Educación de adultos. Bien enfocada, la Educación de adultos puede contribuir podero­samente a la realización de una auténtica Cultura Popular. Para ello es preciso que, dejado de lado todo intento paternalista, la Educación de adultos se oriente, no hacia la mecánica transmi­sión de saberes, que pudieron y debieron ser transmitidos en la escuela primaria, sino hacia la formación de hombres libres y responsables que necesitan vivir y orientarse en un medio con­creto con problemas específicos y a través de una convivencia que debe constituir para ellos su principal medio de autopromo- ción y perfeccionamiento cultural. No se trata, pues, de suminis­trar una enseñanza circum-escolar o para-escolar, sino de desarro­llar a través de una metodología, adecuada a la mentalidad adulta, la mente y el espíritu de hombres que carecieron en su día de medios necesarios para su perfeccionamiento personal y que ne­cesitan enfrentarse con los problemas cotidianos de su realidad circundante.

La llamada Educación básica o fundamental puede coincidir, en muchos casos, con la Educación de adultos y se inscribe, desde luego, en la línea de una educación popular rectamente entendi­da. La educación fundamental o básica, aún dirigida a adultos, tie­ne a veces que verse en la necesidad de suministrar conocimien­tos típicamente escolares, ya que en este caso se trata, no sólo de formar hombres libres y responsables, sino de suministrarles un bagaje mínimo de conocimientos que pueda constituir un pun­to de partida para ulteriores perfeccionamientos. La alfabetización, entendida en su sentido amplio, tal como la Unesco la entiende, forma parte, desde luego, de esta enseñanza básica o fundamen­tal.

El llamado desarrollo comunitario, como técnica específica de promoción social de las comunidades locales, puede también ser puesto al servicio de la Cultura Popular. Tanto más cuanto que el desarrollo comunitario insiste sobre esta idea básica de que han

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de ser los propios interesados los promotores de su propio des­arrollo. Las técnicas del desarrollo comunitario, son, pues, en un sentido amplio, si consideramos la cultura como un estilo de vida global que abarca todas las manifestaciones del hombre, técnicas de cultura popular; pero a diferencia de otras técnicas más espe­cíficamente culturales, las del desarrollo comunitario ponen el acento en la promoción socio-económica de las comunidades lo­cales.

De lo que acabo de decir se desprende claramente que la Cul­tura Popular se encuentra íntimamente ligada con el fenómeno educativo. Sin educación del pueblo no habrá Cultura Popular, pero esta educación del pueblo ha de ser rectamente entendida. La edu­cación en la perspectiva de la Cultura Popular no puede consistir en la mecánica trasmisión de saberes. La educación no se con­funde ni con la erudición ni con la instrucción. Educar es formar hombres libres y responsables, fomentar la conciencia de auto- desarrollo personal y colectivo. Educar es crear aptitudes y poten­ciar capacidades. No consiste simplemente la tarea educativa en introducir al alumno en los resultados de una cultura ya hecha o dada, sino en estimular su apetito de perfección y su espíritu creador para que, conforme a sus capacidades, contribuya a la gé­nesis de la nueva cultura en trance de desarrollo. La pedagogía de la Cultura Popular habrá de asentarse sobre los siguientes pos­tulados: Se trata, primero, de una educación permanente que no conoce descanso, de una adaptación continua a las necesidades del medio, lo cual supondrá, en muchos casos, reconversiones profesionales e incluso sicológicas. La pedagogía no puede seguir siendo la Gran Anacrónica, como decía certeramente Ortega. Nues­tro tiempo exige esta continua preparación, esta puesta en forma diaria, este entrenamiento continuo que sólo ha de terminar con la muerte. En segundo lugar, esta educación del pueblo ha de ser llevada a cabo por el pueblo, no sólo en el sentido de una mayor intervención popular en el proceso educativo, en la gestión cul­tural del país, sino en el otro más profundo de una metodología basada esencialmente en el diálogo, en la confrontación de las opiniones, en la libre discusión, en la puesta en común de los re­sultados personales a través de una creación colectiva, de un tra­bajo en grupo, donde el profesor, descendido de su pedestal, se transforma en un primus ínter pares, que dirige, orienta y coordi­na, pero no impone dictatorialmente sus opiniones. El profesor, por supuesto, tendrá que transmitir saberes pacientemente acumulados, pero tendrá también que enseñar, como Sócrates, problemas. Pro­blemas que permitan que la maquinita del pensamiento funcione

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en un esfuerzo colectivo de mutua ayuda y cooperación, de inter­cambios de valores y experiencias.

Sin duda ninguna que la educación popular exige la colabora­ción con los especialistas. Estos no podrán encerrarse en su to­rre de marfil, es decir, no deberán convertirse en tecnócratas poseedores de un saber esotérico que sólo ellos conocen o admi­nistran. Los especialistas deberán prestarse voluntariamente a una tarea de vulgarización cultural a fin de dar al pueblo no una cultura rebajada, sino quintaesenciada, que le permita a éste co­nocer mejor su mundo en torno y las transformaciones profundas que en el mismo se realizan. Sólo así será posible crear en el pueblo una mística de la Ciencia y de la Cultura. Sólo así podrá el pueblo apasionarse por la conquista del universo y el dominio de la naturaleza. Sólo así podrá crearse un ambiente adecuado que permita el florecer de nuevas vocaciones .Sólo así podrá el pueblo controlar la técnica y la ciencia y evitar al mismo tiempo la tiranía de quienes, parapetados tras su saber, pretendan gober­nar totalitariamente. Y esta colaboración con las especialistas exige que estos mismos especialistas colaboren entre sí. La Cul­tura Popular exige esta creación en equipo, en equipos pluridiscl- plinares que hagan posible la aparición de nuevas síntesis, de nuevas teorías e hipótesis de trabajo, sin las cuales la ciencia ex­perimental corre el gravísimo riesgo de entrar en un callejón sin salida, en un callejón kafkiano de pruebas y ensayos repetidos ad ¡nfinítum, sin posibilidad de ordenación interpretativa.

La nueva pedagogía exige también una educación vital e induc­tiva, basada sobre las realidades concretas. No se trata de sacar al hombre de sus realidades elementales, sino, por el contrario, de religarle al universo a través de esas realidades mismas. Se trata, a través de un vigoroso entrenamiento mental, de hacerle pasar de los hechos a las ideas y de las ideas a la acción. Ver, juzgar y actuar, constituyen etapas necesarias de todo auténtico proceso educativo. Se educa para la vida, para una vida real, no imaginaria ni ficticia, no para la vida del pasado, sino para la vida del presente y del futuro.

Y, finalmente, pienso que esa educación ha de ser personalis­ta y comunitaria al mismo tiempo. Personalista, porque se trata de desarrollar al máximum toda la estatura de hombre que cada per­sona lleva en sí. Porque se trata de hacer posible esa vocación al crecimiento de que nos habla Pablo VI en la «Populorum Pro- gressio». Porque se trata de formar, como decía, hombres libres y responsables, capaces de decisiones autónomas. Pero comunita-

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ria también, porque la Cultura Popular así lo exige. Porque la época de los individualismos salvajes ha pasado. Porque entramos, como dice Teilhard, en la era de lo colectivo-humano. Porque el orden futuro ha de ser un orden de integración y de responsabili­dades colectivas.

LA ESCUELA TRADICIONAL Y LA ESCUELA PARALELA

La escuela tradicional— desde sus grados más elementales has­ta los superiores— y la escuela paralela (5), formada por los me­dios de comunicación social (cine, radio, televisión, disco, cartel, Prensa periódica y no periódica, cóm ics, teatro, etc.) constituyen los dos grandes cauces institucionales a través de los cuales pue­de impartirse esa educación nueva basada en una nueva pedago­gía.

La escuela tradicional transmite, ante todo, saberes objetivos acerca del mundo y del hombre; y los transmite de una manera racional, programada, progresiva, a través de planes de estudios previamente establecidos. Pone su acento en la instrucción y se orienta más hacia el pasado que hacia el futuro. La escuela para­lela, por el contrario, modela al hombre de nuestros días de una manera difusa, un tanto anárquica, en función de las solicitudes del momento. Pero su influjo es inmenso, ya que no sólo propor­ciona informaciones, sino también actitudes y criterios que calan hasta lo más profundo del hombre contemporáneo. Puede darse entonces un verdadero esquizoidismo cultural, ya que los dos in­flujos, el de la escuela tradicional y el de la escuela paralela, suelen entrar en conflicto. Para que esto no suceda es absoluta­mente necesario que una y otra colaboren estrechamente. La es­cuela paralela puede y debe entrar en la enseñanza tradicional, no para sustituir al maestro, pero sí para ayudarle, para descargarle de tareas inútiles que pueden ser asumidas por los medios audio­visuales. Piénsese que desgraciadamente todavía no se ha sacado, con vistas a la enseñanza, todo el partido posible de algo que se descubrió hace cuatro siglos: La imprenta. Todavía el maestro sigue repitiendo monótonamente cosas que el alumno puede en­contrar en los libros. La misión de la escuela tradicional consiste precisamente, alejándose de su estrecha perspectiva transmisora, en formar al hombre con criterios adecuados para que pueda en su vida cotidiana hacer frente, con éxito, al tropel de sensaciones de ideas que le vienen a través de la escuela paralela. La forma­ción del consumidor de los medios masivos de comunicación so-

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clal debe ser una de sus tareas fundamentales. La escuela tradi­cional puede y debe penetrar en la escuela paralela a través de múltiples modalidades, v, gr., el bachillerato radiofónico y televisi­vo. Una y otra, escuela tradicional y escuela paralela, deben po­nerse al día en el fiel cumplimiento de una misión continuamente renovada. La escuela tradicional debe renovar sus planes de estu­dios y su propia metodología. El nuevo maestro ha de ser ante todo un animador cultural. La escuela paralela ha de ser fiel a su triple misión formativa, informativa y recreativa.

LA IMPORTANCIA DE LA ESCUELA PARALELA

El influjo de la escuela paralela sobre el hombre de nuestros días es incalculable. Entre otras razones porque el llamado tiem­po libre es empleado principalmente en el consumo de los medios de comunicación social. La Cultura Popular puede, por tanto, ex­plotar con éxito de una manera consciente, mediante técnicas adecuadas, estos nuevos medios providenciales que se llaman el cine, la radio, la televisión, el disco, el cartel, etc. Surgen así técnicas nuevas de formación y educación. El díscoforum o la ve­lada musical, el cine club o cine forum, el teleclub, el moderno teatro, el periódico mural, el comic educativo, la revista popular, el club del libro, la velada de lectura, la exposición de tarietas postales, las veladas de proyecciones con diapositivas o a través del proyector de cuerpos opacos, el sello, la visita guiada a los museos, las valijas culturales, los guiones radiofónicos, los clubs de amateurs de películas de 8 mm., los carteles, los distintos tipos de manías coleccionistas, bibliotecas populares, los coros habla­dos, los sicodramas, los viajes, el turismo social..., etc., constitu­yen técnicas que bien explotadas contribuyen decisivamente a la elevación y a la promoción socio-cultural del pueblo. A estas téc­nicas de animación cabría añadir otras técnicas no menos impor­tantes: Técnicas de entrenamiento mental, técnicas de diálogo y de discusión, técnicas sicológicas, técnicas sociológicas, técnicas de documentación, aparte de aquellas técnicas específicas que se orientan a la mejor transmisión y asimilación de un contenido cultural determinado.

LOS CENTROS CULTURALES Y EL MOVIMIENTO DE LA CULTURA POPULAR

Pero la Cultura Popular, en su desarrollo, es inseparable del movimiento de la Cultura Popular. No basta la acción aislada. Se

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impone la creación de un vasto movimiento asociativo que par­tiendo de centros culturales diseminados por todo el país, llámen­se éstos como se quiera, vertebren y den unidad a la acción em­prendida. No se trata de romper las legítimas autonomías. La uni­dad ha de venir ante todo por la clara conciencia de los objetivos perseguidos. Pero estos centros culturales, estas asociaciones vo­luntarias, que pueden en muchos casos ser alentadas y ampara­das por el Estado, sin pérdida de su esencial independencia, re­sultan imprescindibles para que la Cultura Popular llegue a ser una realidad en España.

Y a su vez estos centros culturales no podrán cumplir su mi­sión si no cuentan con animadores culturales o monitores locales que, dotados de cualidades específicas, sepan catalizar las ener­gías de la comunidad y poner en marcha un movimiento de supe­ración y promoción en todos los órdenes.

La formación de estos animadores constituye una de las tareas básicas de todo serio intento de Cultura Popular (6).

(1) Ver en Perspectivas Sociales, núm. 12, nov-dic. 1966: «La cultura popular: Un valor de nuestros días». También en Mundo Social, núm. 126, oct. 1965: «Características de la nueva cultura popular».

(2) Ver «Organización del tiempo libre», por Antonio del Valle, en Promoción Humana y Social en Iberoamérica. Ediciones Forum. Madrid, y, en general, todo el contenido del volumen.

(3) Hacia un estilo integral del pensar. T. I: Estética. Editora Na­tional. Madrid, 1967.

(4) Ver el importante trabajo de Francisco Sanabria: «La educación popular: Panorámica de un fenómeno socio-cultural moderno», en Revísta de Estudios Políticos, núms. 141-142, mayo-agosto 1965. Ver también «Cultura y Educación Popular», de A. Maíllo. Editora Nacional. Madrid, 1967.

(5) Ver los artículos de G. Friedmann sobre «L’Ecoie Parallele», Le Monde, 7, 8, 11, 12 enero 1966.

(6) Ver Proyecto de cursillo para monitores (Hacia un plan nacional de tele-clubs), editado por GESTA. Ministerio de Información y Turismo. Madrid, junio de 1966.

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significación y objetivos

de la cultura popular

por A ntonio OEL VALLE

Históricamente ios estratos más bajos de la sociedad se han caracterizado y se siguen caracterizando en gran parte por una gran penuria cultural, como consecuencia de su escaso poder económico, de su estatuto social y de la carencia de oportunida- dades para lograr el ascenso en la escala de la enseñanza, siem­pre condicionada por la procedencia económica.

El costo de la enseñanza representa un freno para el aumento del nivel de educación popular. La generalización social de la en­señanza presupone, por otra parte, una política social y una pla­nificación correcta de distribución, información y selección.

Pero el nivel de educación popular no se mide solamente con el prisma de instrucción, por muy importante que éste sea. Fuera de la escuela, del instituto y de la facultad, las gentes tienen múl­tiples ocasiones de educarse, de cultivarse. Y del mismo modo que se planifica la enseñanza, cabe el estudio y utilización racio­nal de los medios de cultura popular, ios cuales permiten su ad­quisición fuera de las aulas.

Precisamente la educación popular adquiere más importancia por el hecho de que sa evolución de las sociedades modernas es tan rápida, tan intensa y compleja, que un desequilibrio permanen­te produce la separación de las necesidades culturales, imprescin­dibles para todo progreso, del nivel de cultura que poseen sus miembros.

En esta dirección es importante señalar la definición de acción cultural que ha formulado la Comisión de Equipamiento Cultural

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y del Patrimonio Artístico del IV Plan de Desarrollo francés: «La acción cultural se presenta bajo tres formas dominantes:

a) La difusión de obras de arte y del espíritu y la experiencia de la creación artística;

b) la formación económica, social y cívica;

c) las actividades manuales y las actividades puramente re­creativas.

Se puede poner el acento sobre una u otra de estas tres for­mas de acción cultural sin poder, por otra parte, excluir las otras dos.

La cultura dei conjunto de la población corresponde de hecho al contenido de sus tiempos libres.»

Una muestra del escaso interés alcanzado por este tema en nuestro país es la ausencia de estudios realizados sobre el par­ticular, ya que los existentes se refieren casi exclusivamente al nivel de instrucción.

INSTRUCCION Y CULTURA

Conviene establecer la diferencia existente entre la instrucción o educación escolar y la cultura popular, así como buscar los lazos que las relacionan, para llegar a determinar su significación.

Evidentemente, la cultura popular se nutre de la instrucción. Cuando el nivel de instrucción de determinados grupos sociales es muy bajo, el nivel de educación popular tiene que ser, nece­sariamente, bajo también. La instrucción, pues, es el pilar básico en el que descansa o se apoya la cultura y constituye la condición previa para toda elevación cultural.

De donde se infiere, por tanto, que la educación popular en una sociedad en cambio pone el acento sobre las necesidades de información y formación de las masas populares, sacudidas por el desajuste cultural que en ellas produce la evolución de la téc­nica y sociedad moderna.

Llegamos, pues, a la conclusión de que la cultura tiene una do­ble vertiente: a) adquisición de los conocimientos necesarios, yb) desarrollo de los valores espirituales personales. Por ello pue­de decirse que los conocimientos — Ja instrucción— son tan sólo una parte de la cultura, y deben ser controlados y transformados

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por la experiencia personal y el ejercicio de las responsabilidades sociales.

CULTURA GENERAL Y EDUCACION DE BASE

La educación básica, también denominada cultura general, se obtiene, fundamentalmente, a través de la enseñanza primaria. Supone el estadio de la instrucción, necesaria para introducirse en la cultura y en la vida social. Recibirla es un derecho inheren­te a la personalidad humana. Pero el contenido de la enseñanza primaria ha adolecido — y sigue adoleciendo en muchos casos— de una visión estrecha de la educación de base.

Para evaluar el grado de educación de base de un país es im­portante tener presente la formulación que la Comisión de Po­blación de las Naciones Unidas ha elaborado, declarando que para ser considerado alfabeto todo individuo debe ser capaz de:

a) Hablar y comprender su idioma clara y fácilmente.

b) Leer los textos indispensables en su vida corriente.

c) Ser capaz de expresar sus ideas por escrito.

d) Efectuar sencillas operaciones aritméticas.

e) Tener algunos conocimientos sobre los lazos que unen a su país con la comunidad de naciones.

f) Tener conocimiento de la historia, la civilización y las Ins­tituciones de su colectividad y su país.

EDUCACION FUNDAMENTAL

El segundo estadio de la educación popular se representa por lo que los organismos culturales internacionales denominan edu­cación fundamental. Representa un paso más hacia la cultura po­pular.

Según F. Lorenzo Gelices «la educación fundamental facilita los elementos rudimentarios que se precisan para que el hombre pue­da vivir socialmente integrado en la comunidad a la que pertene­ce. Su contenido es, por tanto, muy vario y se extiende desde el desarrollo moral y espiritual de la persona hasta su formación doméstica, culinaria e higiénica.

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En general, se considera que los programas de educación fun­damental deben conceder atención especial a los problemas y necesidades específicas más urgentes de la colectividad respec­tiva. Su contenido suele abarcar las siguientes materias, cuyo desconocimiento supone otras tantas carencias específicas:

a) Desarrollo del pensamiento y de los medios de relación(leer, escribir, hablar y escuchar, calcular).

b) Desarrollo profesional (agricultura, trabajos caseros, teji­dos, formación técnica y económica elemental).

c) Quehaceres domésticos (preparación de la comida, cuida­do de los niños y enfermos).

d) Desarrollo de las dotes personales para la artesanía.

e) Educación sanitaria (por medio de la higiene personal y colectiva).

f) Conocimiento y comprensión de los procesos naturales y del ambiente físico.

g) Conocimiento y comprensión del ambiente humano (orga­nización económica y social, leyes y gobierno).

h) Conocimiento de otras partes del mundo y de los seres que en ellas habitan.

i) Desarrollo de las cualidades que habilitan al hombre para vivir en el mundo moderno (como son, la iniciativa, el triunfo sobre el miedo y superstición, simpatía y compren­sión para las opiniones diferentes).

j) Desarrollo moral y espiritual, fe en los ideales éticos y ad­quisición del hábito de proceder con arreglo a ellos, con la obligación de acometer las formas de conductas tradi­cionales y de modificarlas con arreglo a las nuevas cir­cunstancias».

LA CULTURA POPULAR Y SUS OBJETIVOS

Los programas de educación popular, correctamente concebi­dos y realizados desembocan en un aumento del grado de cultura de la población. Producen, pues, el desarrollo de la cultura popu­lar, según expresión sociológicamente admitida en diversos paí­ses. En ocasiones se produce cierta confusión entre ambos tér-

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minos. Ello se debe al lazo de unión que existe entre ambos. La educación es ei conjunto de ios medios empleados para acceder a la cultura; ésta es el resultado. Por medios entendemos las con­diciones necesarias, los métodos y técnicas pedagógicas a em­plear.

La cultura popular representa la síntesis moderna del acervo universal de la cultura tradicional, por un lado, y las humanida­des del pueblo, por otro, representadas éstas por sus valores y su búsqueda de una cultura humana, sin separarla de ia vida social.

El término cultura popular «expresa la necesidad de cambiar ei contenido de la cultura; no se trata de distribuir una cultura ya hecha a capas sociales más extensas, sino de obtener la parti­cipación de todas a la construcción de una cultura común, inte­grando la aportación de cada uno», (del Informe Sumario de la Conferencia Internacional de Educación de los Adultos, UNESCO).

De donde se infiere que la cultura popular no es una mera es­peculación teórica, sino que resume y expresa el resultado y la actitud de una educación popular cuyos principales medios de difusión se desarrollan fuera de la escuela, con una pedagogía adaptada, distinta de la empleada en la educación escolar.

Ello no quiere decir que la cultura popular se realice sin el concurso de la instrucción; la enseñanza, en especial la primaria, debe proporcionar la base de toda cultura popular.

Algunos estudiosos de esta materia se interrogan sobre si este calificativo de «popular» añade o suprime algo a la cultura. Ciertamente que no. La cultura es un humanismo y es universal, pero se expresa, según los tiempos y las condiciones sociológi­cas, a través de formas distintas. Es notoriamente manifiesto que la cultura tradicional en nuestros países occidentales, representa­da por las humanidades greco-latinas, hace que muchos hombres permanezcan impermeables a unas exigencias vitales que vienen condicionadas por una sociedad industrial. Por ello la ya citada Conferencia Internacional de Educación de los Adultos puede de­cir: «la educación de los adultos tiene por misión satisfacer las necesidades y aspiraciones del adulto en toda su diversidad. Ello exige una concepción dinámica y funcional de la educación que se opone a la concepción intelectual tradicional».

La cultura popular o la expresión popular de la cultura, como se quiera, se caracteriza por tres rasgos fundamentales:

1. Sus métodos, que no pueden ser los mismos que los de la

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enseñanza tradicional. Esta educación popular «exige Una pedagogía especial, una formación particular de los respon­sables, programas de una gran flexibilidad y de una gran variedad, e instituciones especializadas por medios socia­les y por país. Anteriormente al establecimiento de los programas es necesario conocer lo que interesa y las as­piraciones de los individuos a los que se dirige, procedien­do a una encuesta precisa y profunda». (Del citado Informe de la UNESCO).

2. Su carácter reivindicatlvo: La incorporación de los valores culturales del pueblo a la cultura universal (lo que presu­pone la existencia de tales valores, que algunos niegan).

3. Su difusión a través de la convivencia organizada. El hom­bre del medio popular necesita la confrontación y el inter­cambio para lograr su incorporación a la cultura. La vida institucional, por otra parte, representa un medio natural de promoción cultural. De ahí que la cultura popular se desarrolle cualitativamente cuando se institucionaliza, cuan­do se ponen en marcha instituciones y asociaciones en las que los distintos grupos participan de una acción cultural estimulada por la sociedad. Las experiencias de otros paí­ses europeos así lo demuestran.

En consecuencia con este planteamiento, la cultura popular lle­va consigo ciertas necesidades que motivan la atención del Estado en su política social. Enumeremos brevemente algunas:

1. ° La difusión de la cultura necesita de unos educadores es­pecializados, a los cuales es necesario preparar según las modernas técnicas de la educación de adultos.

2. ° Un amplio programa de difusión popular de la cultura exi­ge la creación de instituciones y asociaciones voluntarias en el medio rural y urbano, así como su equipamiento y el desarrollo de los centros de documentación necesarios para su funcionamiento. Atención especial merece el aso- ciacionismo juvenil por sus características particulares.

3. ° La educación popular precisa la utilización de los mediosmodernos de comunicación social. Una planificación de los «mass-media» en función de la difusión cultural pare­ce completamente necesaria.

4. ° La programación de un vasto movimiento de cultura po-

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putar se completa con la aplicación del principio de igual­dad de oportunidades en la enseñanza, fomentando al má­ximo la justa redistribución de la renta nacional, para in­corporar efectivamente todas las inteligencias al progreso cultural del país.

La difusión de la cultura popular constituye uno de los medios fundamentales de integración social y normativa, a la que puede complementar de manera perfecta todo plan de desarrollo comunitario.

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la cultura popular, un valor

de nuestros días *'por José M . G O NZALEZ ESTEFANI

I. INTRODUCCION: CULTURA Y NUEVA CULTURA.

Entendemos la Cultura como una manera de ser y estar en el mundo, un estilo de vida que adopta un pueblo, una colectividad en un momento determinado de la Historia. De aquí que las cul­turas aparezcan circunscritas en el espacio y en el tiempo. Cabe aceptar la postura de Toynbee para quien la cultura es respuesta a un desafío que el medio lanza al hombre. Ahora bien, conviene precisar que esta respuesta viene configurada en cada caso por el proyecto de vida que el hombre mismo se traza.

Pero la cultura no es un valor en reposo, sino en movimiento. La cultura acompaña a la vida y, como ésta, es dinámica y cam­biante, por lo que podemos analizar cuál es su movimiento actual.

Para poder entender la nueva cultura que apunta en el horizon­te histórico de nuestro tiempo urge saber qué es lo que se escon­de bajo el término de Cultura tradicional. Por supuesto, la cultura tradicional es una herencia, es lo que hemos recibido, lo que está ahí, lo que está dentro de nosotros en la medida en que hemos sido configurados por ella. Pero conviene precisar más. La cultura tradicional sería la cultura o conjunto de culturas creadas en sus rasgos esenciales con anterioridad al gran cambio tecnológico que se inicia a fines del siglo XVIII en Inglaterra. Es evidente que esta cultura tradicional heredada no desaparece de la noche a la ma­ñana. Ella pervive todavía, pero se encuentra sometida a un in-

(*) Este artículo fue publicado en “PERSPECTIVAS SOCIA­LES” n.° 12. Madrid, diciembre 1966.

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tenso proceso de transformación. Podemos decir entonces que la cultura tradicional se encuentra en crisis, que se ve profun­damente afectada por las nuevas condiciones de vida.

II. CARACTERISTICAS GENERALES DE LA CULTURA TRADICIO­NAL CONTEMPORANEA.

La cultura tradicional en nuestro tiempo sigue siendo una cul­tura esencialmente minoritaria, privilegio de una élite que la mo­nopoliza. Y ello a pesar del enorme progreso experimentado en este dominio. El grado de monopolio depende, sin duda, de la si­tuación concreta de cada país. Pero no es menos cierto que este monopolio existe. Sobre todo si se tiene en cuenta que lo que sirve al pueblo con el nombre de cultura es muchas veces sub­producto, adulterado por añadidura, de los grandes valores cultu­rales creados por Occidente. Con esto tranquilizan su conciencia los privilegiados, los ahitos que creen así haber cumplido sus deberes de distribución (1).

La cultura tradicional es también una cultura esencialmente in­dividualista, dirigida al perfeccionamiento exclusivo de la persona individual y todo ello en una peligrosa atmósfera de competición y emulación continuas, donde los individuos se abren paso a co­dazos, caiga quien caiga, sin considerar la convivencia como un hecho fundamental de la existencia humana. Cultura de ególatras que no sabe nada de la idea de servicio ni del oscuro anonimato. Cultura propicia a todos los excesos de la vanidad. Cultura de Academias y de juegos florales, de oposiciones y concursos. Cul­tura de superdotados que olvida el cultivo de los valores medios, cultura de fachada y apariencia que, a pesar de su individualismo, no sabe reconocer el genio cuando éste aparece en el ámbito de la vida nacional y que, sin embargo, lo cubre de honores una vez muerto. Cultura de una élite separada de la comunidad, de la masa del pueblo, hablando un lenguaje esotérico que el pueblo no oye; y si lo oye, no lo entiende.

La cultura tradicional en su versión burguesa es una cultura abstracta, separada de la vida; cultura racionalista, idealista, emi­nentemente deductiva. Una cultura que ha perdido el contacto vi­vificante con lo real. Cultura que ha mirado con horror, y lo sigue mirando todavía, el trabajo manual. No es la cultura del hombre que trabaja con su cerebro y piensa con sus manos. Es la cultura de los grandes principios generales, de los especialistas en ideas. Cultura que ha asesinado, en razón de su abstracción y alejamiento

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de lo real, ese sentimiento maravilloso que es la ternura y lo ha sustituido por la sensiblería burguesa de besuqueo y convencio­nalismo. Cultura también utilitaria. Marcuse, en su libro «Eros y Civilización» (2), ha podido decir que la cultura occidental está demasiado orientada y dirigida por lo que él llama ley del rendi­miento. Nuestra cultura busca en seguida los tres pies al gato. No concibe la actitud desinteresada. El hombre occidental, a pe­sar de su hedonismo, rechaza muchas veces el legítimo placer y cuando no trabaja, cuando no rinde en el sentido estrechamente utilitario del término, adquiere en seguida un evidente complejo de culpabilidad. Cultura, por tanto, donde la estética no es valo­rada suficientemente y donde el hombre no ha aprendido todavía ese arte importantísimo que es el arte de vivir.

Nuestra cultura, además, es una cultura compartimentada y di- cotómica. Compartimentada porque no favorece la libre comuni­cación de los valores culturales propios de cada función social o de cada grupo social. Dicotómica porque tiende a rígidas clasifi­caciones dualistas en virtud de conceptos arbitrarios. Gusta de contraponer lo clásico a lo barroco, lo apolíneo a lo dionisiaco, la izquierda a la derecha, Oriente a Occidente, las profesiones pro­pias del sexo masculino a las profesiones rígidamente determi­nadas de la mujer. Y cuando la superación es intentada, ésta se realiza por la vía del término medio que recorta las verdades que pueda haber en cada extremo y no por la única vía fecunda de los términos altos, de la armonía auténtica.

Cultura, en fin, particularista. Seguimos creyendo que Occi­dente es el ombligo del mundo y que la Historia Universal coinci­de exactamente con la Historia de Occidente. Incluso dentro de nuestras propias fronteras alzamos las capillas nacionales, igno­rando la Historia del vecino, cuando no despreciándola. Y cuando hemos intentado llevar nuestra religión a otros países la hemos presentado occidentalizada, no como culminación y complemento de otros mundos religiosos, sino como negación de los valores auténticos que en esos mundos pudieran esconderse. Hemos sido universales en cuanto nos hemos esforzado por difundir nuestros valores y nuestra visión del mundo, pero no en cuanto hemos bus­cado asimilar con profundidad los valores ajenos a nuestro pecu­liar sentir.

LA CRISIS DE LA CULTURA TRADICIONAL

Pues bien, esta cultura tradicional se encuentra en crisis. Tanto en sus formas populares como en sus formas aristocráticas. Po-

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dríamós decir que esas formas populares ya nO existen. Prácti­camente han desaparecido y se encuentran en vías de extinción. Hoy difícilmente podría hablarse de una cultura popular campesina. La escuela primaria, tanto pública como privada, se ha encargado de asesinar a fuego lento el saber tradicional del hombre campe­sino. Un hombre que además se ha visto, en razón del progreso técnico contemporáneo, arrancado brutalmente de su marco local e inserto en una realidad urbana completamente extraña para él.

Esa nueva realidad urbana tampoco ha podido proporcionarle los elementos esenciales de una auténtica promoción cultural a través del nuevo oficio asumido. En la mayoría de los casos el trabajador se ha visto adscrito a una tarea parcelaria que ha te­nido que ejecutar a un ritmo monótono y fatigoso, sin conciencia de la obra común emprendida. Así, pues, las consecuencias ne­fastas del progreso técnico en su primera etapa de despegue, han prevalecido a corto plazo sobre las consecuencias positivas del mis­mo progreso a largo plazo. No ha de extrañarnos que el hombre se haya visto sujeto a una dura esclavitud en la que ha tenido que plegar su cuerpo a los determinismos físicos de máquinas aún im perfectas, funcionando dentro de un sistema económico-social ca­rente de contenido humano y fundamentalmente abstencionista.

III. LA NUEVA CULTURA POPULAR

Importa mucho deshacer peligrosas ilusiones. Algunos creen que la cultura popular consiste en la simple popularización de la cultura, en una extensión cuantitativa de sus contenidos esencia­les. Se darían por satisfechos si el pueblo llegara a leer a Dostoie- wsky o supiera comprender la novena sinfonía. Esto es sin duda importante, pero la cultura popular no radica esencialmente en eso. La cultura popular supone como conditio sine qua non la con­gestión cultural, es decir, un sistema en que el pueblo aparece como el agente creador de su propia cultura, capaz por tanto de forjarse su propio estilo vital, su propio proyecto de vida en co­mún. En la cultura popular el pueblo no se limita a imitar y a di­fundir los patrones culturales que la minoría ociosa le dicta. En la cultura popular el pueblo forja su propio destino (3). Existen minorías creadoras sin duda, pero estas minorías no aparecen se­paradas del pueblo, son el pueblo mismo potenciado en sus cua­lidades excelsas. Y como estas minorías han surgido del pueblo y se mantienen en contacto con él, por ello mismo son capaces de dialogar con él y de comprender sus más íntimas aspiraciones. El pueblo en este caso no sólo crea su propia cultura sino que

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además la controla. Tiene en sus manos las riendas del proceso educativo. Se siente responsable de su propia promoción cultural.

Esta cultura popular así entendida no va contra la cultura hu­mana, no intenta destruir el patrimonio de valores comunes que la humanidad ha ido forjando a lo largo de la Historia. Lo que in­tenta precisamente es salvarlo, legarlo a las generaciones poste­riores potenciado y enriquecido. Como los antiguos monjes, el pue­blo siente ahora la conciencia de su misión cultural. Se sabe depositario de un saber que a todos pertenece, de una riqueza que hay que comunicar. La cultura popular es, pues, cultura hu­mana, cultura universal, pero que precisamente por serlo no exclu­ye la posibilidad de diversas humanidades culturales. Dentro de la cultura popular tienen cabida los matices más diversos basados en las lógicas diferencias accidentales que distinguen a los hom­bres. La raza, el lenguaje, la geografía, la profesión, etc., pueden originar modalidades culturales que, despojadas de su exclusi­vismo sectario, contribuirán al esplendor de esa cultura popular asentada en última instancia sobre valores radicales comunes.

CARACTERISTICAS DE LA NUEVA CULTURA POPULAR

Intentaremos aquí caracterizar a la nueva cultura que viene. No se nos oculta cuanto de arbitrario puede encerrar esta caracteri­zación. Expresamos un ideal de cultura, algo que puede y debe ser. Pero esta caracterización tiene en cuenta también la psicología popular que ha de servir a su edificación y los datos sociológicos del futuro que han de condicionar su surgimiento.

La cultura popular del futuro será una cultura colectiva. Toma­mos aquí el vocablo colectivo en un sentido cuantitativo y lo opo­nemos al término minoritario con que hemos intentado caracteri­zar la cultura tradicional. La cultura popular no debe ser una cultura minoritaria, es decir, cultura de élite. Es esencialmente una cultura de masas, pero de masas organizadas, de masas ver­tebradas, de multitudes solidarias que han logrado vencer su soledad. Queramos o no, nos guste o no nos guste, lo cierto es que el crecimiento demográfico, unido al progreso técnico, obliga a los hombres a multiplicar sus relaciones humanas. La humani­dad se encuentra sometida a un intenso fenómeno de socializa­ción. Hoy todo se hace a gran escala, a la medida lógica de un cuerpo social que ha crecido acaso en demasía. Las multitudes lo invaden todo y el problema no está en saber cómo vamos a saturar de cultura tradicional a esas grandes masas, sino cuál

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va a ser la cultura nueva que vamos a infundir en ese cuerpo gi­gante de una humanidad llegada a la edad adulta. La cultura del futuro, queramos o no, habrá de ser en este sentido una cultura colectiva, al estilo vital de hombres que viven en estrecho contac­to los unos con los otros, conscientes de la fuerza aritmética de su número. Las masas ascienden hoy al primer plano de la Historia. Hasta ahora habían representado el papel de coro en la gran tra­gedia humana. Hoy quieren ser protagonistas de la Historia y se convierten en factor decisivo de evolución social en un momento crítico, el momento en que la humanidad, orientándose hacia lo ultrahumano, empieza a tomar conciencia de su potencia colectiva.

Esta sensibilidad para lo colectivo, que hará odiosas las actitu­des monopolistas de cualquier tipo, desembocará fácilmente en una visión comunitaria de la existencia.

El espíritu individualista de la cultura tradicional no podrá sub­sistir. La nueva cultura popular será una cultura esencialmente co­munitaria, basada sobre el desarrollo de las comunidades interme­dias entre el individuo y el Estado. El pueblo suele comunicar fácilmente lo que sabe y lo comunica de una manera intuitiva y ge­nerosa. No atesora el saber egoístamente para su propia fruición. Tiende a transmitir a los demás sus goces y sus penas. Existe en las entrañas populares una oscura vocación de servicio y de servi­cio anónimo que en vano encontraríamos en las élites culturales que detentan el monopolio del saber. Esas fuerzas, tan desprecia­das por algunos sociólogos, guardan todavía una inmensa capaci­dad de abnegación. Los valores comunitarios que encierra la en­traña popular podrán fácilmente florecer en la nueva cultura del futuro, cultura de la ayuda mutua, de la cooperación, del quehacer común, donde los hombres vivirán juntos, pensarán juntos, amarán y sufrirán juntos. Cultura de comunión vital y entrañable en que la humanidad llegará por fin a tener un solo corazón y una sola alma. Un aumento del pensamiento humano, una intensificación de la noosfera deberá, lógicamente, acompañarse si no queremos pe­recer de un incremento en nuestra capacidad de amar. A la corre­flexión de los hombres deberá añadirse la comunión de los espí­ritus. Cultura popular comunitaria en su raíz y contenido, en que los distintas esferas del saber comunicarán fácilmente. Comuni­taria también por su orientación al servicio del hombre y de los hombres; comunitaria por su metodología, gracias a la cual los hombres podrán por fin entenderse.

La cultura popular será también una cultura concreta, una cul­tura en contacto íntimo con las realidades vitales de cada día, no

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una cultura abstracta alejada del mundo. Cultura inductiva, cultura de un hombre que trabaja con su cerebro y sabe pensar con sus manos. Cultura de un hombre que conoce la resistencia del mun­do material y que aspira a dominarlo. Cultura que respeta las esen­cias específicas de las cosas y que ama a cada ser en su concre- tez maravillosa y divina. Cultura alejada del frío racionalismo que secó nuestros corazones. Cultura afectiva donde reflorecerá la ternura. Cultura no de la razón pura, sino de la razón amante. Cul­tura del amor y del misterio.

Y por todo ello, cultura también desinteresada. Cultura no do­minada por la ley del rendimiento sino por la ley de la contempla­ción. Cultura del saber por el saber y del arte por el arte. Cultura altruista no regida por la ley de la oferta y de la demanda, sino por la interna ley del amor que todo lo prodiga. Cultura, pues, emi­nentemente estética, donde los hombres aprenderán por fin el arte de vivir, el arte de hacer agradable la existencia a sí mismos y a sus semejantes.

Cultura pluralista porque en ella los hombres encontrarán el puesto exacto que les conviene conforme a las particulares exi­gencias de su íntima vocación. Cultura altamente diferenciada en carriles de comportamientos y actitudes. Cultura abierta, no prisio­nera de fáciles dualismos o de antagonismos ingenuos. Cultura, por pluralista esencialmente compleja e interdependiente, ofrecien­do, gracias a una activa movilidad de valores culturales, la posi­bilidad de nuevas y enriquecedoras síntesis.

Y finalmente, cultura universal como corresponde a un mundo en vías de planetización. Cultura integradora de los valores cultu­rales de Oriente y Occidente. Cultura respetuosa de los valores del vecino. Cultura de un mundo único con problemas idénticos y diversos a la vez .Cultura de una humanidad que, centrándose ca da vez más sobre sí misma, aspira a encontrar el cálido acento de un lenguaje común.

Tal pudiera ser, tal debiera ser el rostro del futuro. Pero un rostro en el que los hombres descubrieran al mismo tiempo los rasgos amorosos de Dios, de un Dios emergiendo lentamente de la Historia, descubriéndose en ella, perfilándose en ella como un promontorio de esperanza que alentará su singladura y polarizará su atención. Un Dios que nos esperará con los brazos abiertos, que diera sentido a nuestro caminar y a nuestra pena, a nuestro ensueño y a nuestra desventura. Un Dios que recogiera en su regazo el esfuerzo cultural de un pueblo, este pueblo que es su

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humanidad redimida y peregrina, siempre anhelante de tierra nue­va, siempre insatisfecho y por lo mismo eterno navegante en el mar de la Historia.

(1) Ver Folllet, J.: El pueblo y la cultura, páginas 41-43. Editorial popular.

(2) Marcuse, Herbert. Eros and Civilisation. A Philosophical Inquiry into Freud. Boston, 1955.

(3) Ver Folliet, J.: El pueblo y la cultura.

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la mujer, el trabajo de la casa

y la cultura 1,1por C. P IENS

La actividad profesional del hombre— en la medida en que no aniquila sus facultades— y los acontecimientos de todos ios ór­denes que le afectan en su vida de trabajador, le llevan a interro­garse sobre la evolución del mundo, a tratar de comprender la significación de éste. Esta toma de conciencia, más o menos aguda, alimenta su deseo de saber más y le hace solidario de otros hombres, cuya suerte está ligada a la suya. En algunos casos le lanza a la acción sobre el plano familiar, económico y político, lo que tiene por resultado ampliar aún más el campo de sus relacio­nes y de sus conocimientos. Muchos hombres deben al trabajo no solamente sus medios de subsistencia y los de su familia, sino también una parte de su cultura.

¿Ocurre lo mismo con la mujer que vive en su hogar y cuya actividad principal consiste en sostener la casa y en asegurar una gran parte de la educación de los hijos? Parece, muy al contrario, que las tareas consideradas como improductivas por la sociedad y que por tradición están confiadas a la mujer no son estimadas por ella como un medio de cultura.

Si se ha casado joven, la mujer, con bastante rapidez, se en­cuentra abrumada por el trabajo del hogar y los cuidados que exigen ios niños, sobre todo si son seguidos. Su área de activi­dad, de límites demasiado estrechos, se confunde con los espa­cios vitales necesarios ai marido y a los niños, y la fatiga nerviosa

(*) Artículo publicado en “PERSPECTIVAS SOCIALES” n.° 9. Madrid, mayo 1966.

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que resulta de esto se sustituye poco a poco por la fatiga física, aun cuando disminuida por el equipamiento doméstico. El desme­nuzamiento de su trabajo, debido a los imprevistos, la necesidad de un perpetuo recomenzar, acrecientan más aún esta tensión y contribuyen a hacer cada vez más penoso todo esfuerzo de re­flexión.

La mujer sufre la mayor parte del tiempo una situación que la confina en la casa, mientras su marido y ios niños en edad esco­lar se escapan hacia otros horizontes. Goza al ver cómo la televi­sión se introduce en el hogar, pero no se aprovecha de ella a su gusto, porque las emisiones coinciden, a veces, con los trabajos que necesitan su presencia a las mismas horas en la cocina o junto a los niños. Se le aparece sobre todo como un medio de eva­sión y de descanso, aunque la emisión la conduzca a un reposo tardío, fuente de nuevas fatigas para el siguiente día.

El barrio mismo, del que sale como máximo una o dos veces por semana para visitar los grandes almacenes, no le ofrece, sobre todo si es de creación reciente, medios fáciles para hacer rela­ciones. Juntarse con las vecinas de la escalera para salir de su soledad es, a veces, correr al encuentro de disgustos que vuelven a hundirla rápidamente. Separada del mundo por el trabajo que soporta y que la acapara, la mujer aspira al día en que, educados sus hijos, podrá ejercer a su vez una actividad profesional o su antiguo oficio. '

Existen, desde luego, madres de familia que escapan de esta corriente. Pese a condiciones difíciles de vida familiar, ellas pa­recen dominarlas y saben conservar su equilibrio. Se percibe que la mayoría de ellas deben esta actitud más a una formación so­cial, cívica o política, que les ha dado una elevada conciencia de sus responsabilidades de mujeres casadas, que a una reflexión sobre el trabajo hogareño propiamente dicho.

Reflexionando sobre este estado de cosas, las monitoras fran­cesas del trabajo doméstico, encargadas de organizar cursos de adultos, han estimado que la falta de preparación de las jóvenes para sus futuras tareas de amas de casa no era sólo la causa de esta situación. Así, han buscado responder de una manera más adecuada a las necesidades que ellas percibían.

SALIR DEL MARCO ESCOLAR

Aun reconociendo el valor formativo y cultural de los cursos, no están de acuerdo con sus límites. Seguir un curso exige una

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presencia regular durante varias semanas o meses, lo que una madre de familia no puede realizar, a menos que cuente con una ayuda exterior, cosa cada vez más difícil.

Perfeccionarse en una materia, cocina, costura, por ejemplo, ofrece el peligro de dejar olvidadas otras materias tan importan­tes o más todavía como la administración de un presupuesto o la creación de condiciones de vida favorables a cada uno de los miembros de la familia. El curso puede contribuir también a poner a la mujer en una actitud escolar, colocándola bajo la autoridad de un profesor que la conducirá de manera segura hacia el obje­tivo deseado, mientras que cotidianamente en su hogar tiene que ejercer responsabilidades de un adulto.

INFORMAR MAS QUE ENSEÑAR

Estas observaciones han permitido constatar que, más que una formación técnica, las mujeres que viven en su hogar tienen ne­cesidad de ser informadas, aconsejadas y sostenidas en sus es­fuerzos de adaptación a la vida actual por personas calificadas, que podrían ayudarles a encontrar su puesto en un mundo en el que no se encontrarían ya aisladas. De las investigaciones reali­zadas se han desprendido nuevos métodos de trabajo, un deseo de salir del marco escolar, de penetrar más en el corazón de los barrios, utilizando al efecto cualquier local, ambiente éste más favorable a las reuniones que una escuela-hogar bien equipada.

Para ejercer estas nuevas actividades, el título de consejera de hogar parecía convenir mejor que el de monitora, más adecuado para un público de adolescentes.

Durante estos últimos años, las consejeras de hogar se han multiplicado. Han multiplicado también sus experiencias en toda Francia, tanto en medio urbano como rural, persuadidas de que el trabajo de la casa podría ser igual que una actividad profesional exterior, una ocasión de cultura para las mujeres, cualquiera que fuese su nivel de instrucción, de técnica o su situación en el plano social.

La acción de las consejeras de hogar reviste aspectos diferen­tes según la región o el medio en que se ejercita y el servicio que las emplea. Aquí trataremos solamente de las investigaciones y tentativas de un grupo de consejeras dependientes de un serví ció social privado, financiado en su mayor parte por una caja de Subsidios Familiares. La estructura de este servicio ofrece varias ventajas:

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* Favorece la coordinación entre la acción de las consejeras y la de las asistentes sociales agregadas allí.

* Une esta acción a los esfuerzos llevados a cabo en el de­partamento para la realización de otras actividades cultu­rales, en torno a jóvenes o adultos, en el marco de Centros Sociales, Casas de Jóvenes, Hogares Rurales, etc...

EVITAR FALSAS ORIENTACIONES

Los fines que se propone alcanzar este grupo de consejeras de hogar reúne los propios de conjunto de animadores de activida­des socio-culturales, preocupados por la promoción humana:

* Facilitar la adaptación de los habitantes de un barrio; de una pequeña comunidad rural, a la vida actual.

* Ampliar su visión del mundo.

* Favorecer el desarrollo de sus relaciones y su toma de res­ponsabilidades en los grupos sociales de los que han sa­lido; siendo condición indispensable para esta acción la co­laboración de las personas a quienes concierne. Ahora bien, las consejeras de este servicio consideran que todo esfuer­zo cultural en el medio femenino, no alcanza su finalidad más que si permite a las mujeres que lo realizan descubrir qué lugar han de tener al lado de los hombres en la familia y en la sociedad.

Estas perspectivas permiten evitar, en la medida de lo posible, desviaciones en las que siempre es fácil caer: por ejemplo, reaqru- oar a las mujeres bajo pretexto de que se aburren, y no utilizar las técnicas domésticas únicamente como una terapéutica que permite encontrar o mantener un equilibrio mental, en vías de des­aparición, y paliar así errores cometidos en materia de urbanismo.

No alcanzaría el fin propuesto el solo deseo de remediar las deficiencias femeninas en materia de organización del hogar, o toda tentativa encaminada a ayudar a las madres de familia a con­tentarse con su suerte o sus recursos, sin buscar los medios para mejorar su situación o para evitar que los mismos inconve­nientes se reproduzcan indefinidamente.

Sería también contrario a los objetivos definidos, toda incitación a la acción, sin proporcionar opciones a las interesadas, opciones objetivas, que les permitan formar un juicio para después hacerse

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Cargo de süs responsabilidades, si lo deseán, en organismos que reflejen sus aspiraciones.

CREAR CONTACTOS

Estos preliminares permitirán comprender mejor el sentido de la acción llevada a cabo por este grupo de consejeras de hogar. Una parte de su tiempo está consagrada a crear el contacto con las mujeres de un barrio o con los grupos que desean su colabo­ración. Su conocimiento acerca del trabajo del hogar y de las con­diciones en que se realiza actualmente, proporciona una ocasión natural de diálogo con las madres de familia. Para hacerlos pro­vechosos, estos contactos tienen que ser minuciosamente prepa­rados. Es necesario introducirse junto a las mujeres, a fin de que la confianza se establezca y de no hacerse sopechosos de inten­ciones dirigistas.

En G., por ejemplo, acaba de construirse en la periferia un con­junto de 350 viviendas. Abriga una población de fuerte mayoría obrera, cuya mentalidad es muy diferente de la de los habitantes de esta pequeña ciudad, muy marcada por los numerosos repre­sentantes de la burguesía que allí residen. Casi todas las asocia­ciones o agrupaciones de la ciudad, con fines culturales o socia­les han tratado de implantarse en este nuevo barrio, pero sin éxi­to. El servicio de consejeras de hogar ha sido solicitado, a su vez, por personas que decían: «Las mujeres de este barrio se aburren, tienen que aprender todo o casi todo». Organizar reuniones o se­siones de trabajo doméstico con este espíritu hubiera conducido al mayor fracaso.

No conociendo a ninguna de las familias, la consejera del sec­tor ha preferido seguir otro método. Ha tratado de saber si en las localidades vecinas, personas que ella conocía y que pertenecían a un medio semejante a las del nuevo barrio tenían relación con alguna de estas familias. Poco a poco sus investigaciones le per­mitieron descubrir las preocupaciones relativas al barrio, de una asociación de vecinos, de los responsables de un servicio de ayu­das familiares, de los sindicalistas, etc. Gracias a ellos pudo se­guir la misma hilera de contactos. Una mujer joven ofreció reunir en su casa a algunas vecinas, y los primeros contactos fueron muy simpáticos, permitiendo a la consejera conocer los problemas que se planteaban a las mujeres en este barrio. Se expresaron nece­sidades y deseos muy variados:

«Yo no he aprendido nunca a cocinar», dijo una. «Yo sé coser,

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dijo otra, pero me gustaría aprender a cortar.» «Todos los comer­ciantes venden más caro aquí que en otros lugares; yo sigo la emisión «Teleconsumidor»; la vida está menos cara en París.» «Estamos fatigadas, no podemos lograr más de nuestros niños.» «En estos muros de hormigón no se puede clavar un clavo para colgar un cuadro.» «Aquí no existe nada para los jóvenes.» «Si hubiese bancos delante de las casas podríamos sentarnos para charlar.» «Hay algunos detalles que no pueden ser vistos más que por las mujeres.» «¿Cómo es posible que no haya mujeres en el Comité de inquilinos?», etc.

Este informe, un poco detallado, muestra bien a las claras que un deseo de perfeccionarse, de informarse y de dar su opinión, existe de una forma más o menos latente en el espíritu de muchas mujeres. Una reunión espontánea, en la que cada una se sintió a gusto ante la otra, ha permitido cristalizarlo.

La consejera se ha esforzado por hacer comprender que quizá había soluciones a encontrar, pero que se imponía una informa­ción antes de la acción. Por ejemplo: Saber en qué condiciones es rentable la costura; por qué un mismo artículo no se vende en todas partes al mismo precio; conocer la misión de un servicio de viviendas subvencionadas y los derechos de los inquilinos, etc. Saber también lo que otras mujeres del mismo barrio desean; có­mo viven en este tipo de vivienda; cambiar experiencias, etc.

Otros encuentros han seguido al primero, pero en el caso pre­sente el lanzamiento de actividades más regulares ha chocado con dificultades, debidas a la marcha sucesiva de varias mujeres jóvenes, y a las tensiones nacidas entre los inquilinos y la cons­tructora. En todo caso, los contactos que se mantuvieron y las reflexiones que suscitaron pueden ser consideradas como un des­pertar cultural.

TENER EN CUENTA EL CLIMA PSICOLOGICO

Otro ejemplo nos mostrará que lanzar una acción cultural, en un medio femenino, llega a ser difícil o imposible si la situación local no es favorable. En una ciudad minera, la inminencia de los despidos no ha permitido a algunas mujeres que colaboraban con la consejera de hogar llegar a convencer a otras madres de familia del interés de las sesiones de información sobre el tra­bajo doméstico. No era aquélla la preocupación del momento, y, por tanto, los despidos iban a tener una repercusión importante sobre la vida de la mujeres de esta localidad.

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En algunos casos, aun cuando existen deseos, no es oportuno el momento para que un grupo pueda constituirse y mantenerse. Felizmente no ocurre siempre así. Contando con circunstancias más favorables, una acción de este tipo ha podido emprenderse en otros puntos del departamento, en algunos barrios de grandes ciudades o en aglomeraciones pequeñas. En estos lugares, la po­blación se ha implantado de manera progresiva. Gracias a un nú­cleo de habitantes más estable se ha creado una vida de barrio, animada algunas veces por asociaciones diversas (Sociedades de vecinos, Asociaciones familiares, populares o rurales, Casas de jóvenes, etc). Se ha establecido una colaboración entre los res­ponsables de estas asociaciones, las madres de familia, los asis­tentes sociales, las trabajadoras familiares, los educadores y las consejeras de hogar. De esta manera, paulatinamente, se han constituido grupos femeninos que se reúnen una vez al mes. Las madres de familia que se reunieron en los primeros momentos, han tomado una parte activa en la puesta en marcha de las acti­vidades, haciéndose propagandistas junto a sus amigas o vecinas, distribuyendo invitaciones y reuniéndose de vez en cuando para examinar la situación del grupo con relación al barrio: ¿es éste representativo de las familias?, ¿el público se renueva?, ¿cómo conseguir que los de tal bloque vengan? Sus observaciones se confrontan con las de las consejeras y otras trabajadoras sociales y permiten responder mejor a las necesidades descubiertas.

PARTIR DE LA VIDA COTIDIANA

El tema de cada sesión de información es elegido por las participantes, con frecuencia de una vez para otra y en función de la actualidad del momento. La consejera se reserva, si hace falta, el derecho de ampliar el problema planteado, en razón de su experiencia, de sus conocimientos técnicos, económicos y so­ciales. A lo largo de reuniones sucesivas, se crea poco a poco entre las participantes la convicción de que las actividades de un ama de casa rozan frecuentemente, de cerca o de lejos, la vida económica, social o política del país. «Todo lo que hacemos tiene su importancia — decía una de ellas— ; nosotras no nos da­mos cuenta de elio.»

Hablar de la compra de la carne, ¿no conduce, en efecto, a buscar las razones de su elevado coste? ¿A interpretar, para juz­garlo después, la operación «comprad vaca» o la venta de filetes congelados? ¿Se pueden buscar los medios de componer menús equilibrados, constatar la abundancia y la variedad de los pro-

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ductos alimenticios, sin plantearse el problema de los países subalimentados? ¿Cómo explicarse la multiplicidad de marcas de aparatos del hogar y la competencia que se hacen los fabricantes, sin interrogarse sobre el régimen económico actual? ¿Cómo ins­talar la propia casa y hacer más fácil la vida de toda la familia? ¿Cómo tratar de disminuir su cansancio, economizar sus movi­mientos, sin interesarse por los principios que presiden a todo intento de organización de trabajo en un servicio público o en una empresa? Imposible comparar el jabón y las nuevas lejías sin estudiar sus efectos respectivos a través de experiencias senci­llas, sin iniciarse en los últimos descubrimientos en materia de detergentes.

A partir de una reunión sobre este tema, las madres de fami­lia rurales se han interesado por el blanqueador industrial.

Con ocasión de la visita organizada a una fábrica descubrie­ron las condiciones de trabajo de otras mujeres, condiciones bien diferentes de las suyas, y que les han incitado a múltiples re­flexiones.

INFORMAR NO ES SUFICIENTE

Algunas objetarán que un despertar cultural, bajo estos dife­rentes puntos y aún de otros muchos, podría hacerse más eficaz­mente a través de la prensa femenina, el cine o la televisión. Sin negar su aportación y su valor, parece, sin embargo, que la ac­ción intentada aquí presenta una dimensión esencial que no pueden proporcionar las técnicas de difusión. Ante su televisor, la espec­tadora está aislada y más o menos sometida a la imagen. Asis­tiendo a una sesión de información doméstica, la mujer desarrolla el mismo esfuerzo, pero dentro del marco más vivo de un grupo.

En estas reuniones, en efecto, se encuentran madres de fami­lia cuyas condiciones de vida son parecidas las unas a las otras. A propósito del tema a tratar se las invita a intercambiar sus experiencias y, después, expresar su opinión sobre tal situación, tal problema, tal costumbre, a la luz de las informaciones aporta­das por la consejera de hogar, o de los principios que ésta ha juzgado necesario poner en evidencia a lo largo de la discusión. Por este medio, la consejera evita imponer sus puntos de vista, lo que es siempre de temer. Es propio del trabajo del grupo que nace una nueva visión de las realidades y un deseo de acción. Podrá, pues, desempeñar el papel de apoyo moral, si tal partici­pante se encuentra sola más tarde frente a una situación dada.

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En su hogar, por ejemplo, la mujer, más segura de sí por mejor informada, más abierta a la actualidad, más consciente de sus responsabilidades, puede más fácilmente hacer al marido partí­cipe de sus preocupaciones y compartir las de su marido en su misión conjunta.

El grupo permite incluso descubrir necesidades comunes a las familiares, entre las cuales algunas son más sentidas por la mujer.

Habiendo comprendido el interés de las sesiones de informa­ción doméstica, las mujeres han deseado una formación parecida para sus hijas. Algunas han comprobado que los programas esco­lares no desempeñaban más que una pequeña misión y se han pre­guntado qué papel podría representar, a este respecto, un Comité de padres de alumnos o una asociación familiar. Otras han pedido que sean organizadas sesiones para las muchachas de un pueblo, en un hogar rural, en un barrio y en un Centro Social, durante las vacaciones escolares. Han colaborado en la organización de estas sesiones con las consejeras de hogar y la asistente social del sector, tratando de buscar con ellas el camino a seguir para que las muchachas encuentren allí lo que ellas deseaban y participen activamente.

Ante las dificultades encontradas por parte de las madres jóvenes para ir a las reuniones, a causa de los niños, que no pueden dejar solos, las mujeres de un barrio tratan actualmente de crear una guardería infantil, servicio que podrá favorecer tam­bién las salidas del ama de casa. Otro grupo que asistía regular­mente a las sesiones de información doméstica, organizadas en un Centro Social, han tratado de hacerse miembros de la Asocia­ción de Usuarios y se han preguntado qué tarea podrían desarrollar las mujeres en el Consejo de Administración. Una de ellas ha re­dactado unos informes de las reuniones para que se inserten en el boletín del Centro.

Lejos de encerrar a las mujeres en pequeños círculos, las se­siones de información doméstica pueden ser para ellas un punto de partida hacia una acción más amplia en grupos u organismos, a los que aportarán su punto de vista de madres de familia, sea directamente, sea indirectamente, por la presencia de su marido, Agudizan también su deseo de cultura y suscitan su interés por otras iniciativas que persiguen el mismo fin.

Sin resolver todos los problemas con los que se enfrentan las mujeres que viven en su hogar, parecen ser un elemento de res­puesta *a las necesidades actuales y, por este hecho, han intere-

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sado no solamente á las asistentes sociales encargadas de la animación del barrio, sino también a los responsables de Asocia­ciones familiares populares, a los organismos de vulgarización doméstica y agrícola y a un Centro de cultura obrera del depar­tamento. Los contactos y la colaboración que se ha seguido son una aportación preciosa para orientar la acción de las consejeras, cuyas experiencias han sido trazadas aquí, y lo serán todavía más para ayudarles a desarrollar su misión en el porvenir, junto a las mujeres cuyas condiciones de vida evolucionan sin cesar.

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un hombre nuevo: el animador

culturalpor Christian HERM ELIN

El animador tiende a volverse un personaje clave en la so­ciedad de hoy. Pero, ¿quién es exactamente este personaje? La palabra «animador» se emplea tan a menudo y tan fácilmente, que, a veces, parece que se utiliza con poca lógica para designar toda clase de hombres y toda clase de funciones.

La palabra «animador» no debe ser un término cómodo para designar funciones antiguas que tienden por así decirlo, a perder su prestigio y que hoy se tratan de rehabilitar.

El término «animador» designa, ante todo, a los hombres que participan de un nuevo espíritu: El espíritu de la animación. Noestá ligado a la utilización de nuevos métodos, sino, ante todo, a una concepción nueva de la acción a realizar para la promoción de la persona en y por el grupo; para la promoción, en fin, de la colectividad.

Igualmente, el mismo término designa una función que se en­cuentra en un sector nuevo de acción y compromiso: el del ocio y tiempo libre, y más particularmente del ocio cultural. Aunque to­davía sea necesario precisar que el ocio denominado «cultural» es inseparable, frecuentemente, de esta forma de acción, del con­junto de los tiempos libres: fiestas, vacaciones, turismo, deportes, etcétera. El animador de una residencia de jóvenes, de un centro de vacaciones, o de un centro socio-cultural se vincula con igual facilidad en un campeonato de ping-pong, de bolos, en un baile,

(*> Tomado de “PERSPECTIVAS SOCIALES” número 11. Ma­drid, septiembre 1966.

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én una fiesta de disfraces, en un cine-club, en una exposición... lo hemos comprobado por medio de varios testimonios.

En fin, la expresión «animador» puede y tiende cada vez más, a designar una profesión que se ha hecho necesaria. Pero, incluso, aquí, la profesión engloba funciones muy diversas: desde el ani­mador local (casas de jóvenes, residencias de jóvenes trabajado­res, etc.), el animador de temporada (colonias de vacaciones), que anima el conjunto de los tiempos libres de un grupo determi­nado, hasta el animador especializado en tal o cual actividad; el animador itinerante (por ejemplo, ios animadores de ciertas fede­raciones o asociaciones de cine-club que actúan sobre una o va­rias provincias), pasando por los instructores de cursos de for­mación de animadores, y los permanentes de movimientos nacio­nales o regionales.

Es quizá porque designa a la vez un espíritu, una forma de com­promiso y una profesión de múltiples actividades, por lo que el término animador es tan difícil de definir y puede prestarse a todas las confusiones, a todas las interpretaciones.

En efecto, si tomamos para aplicar a situaciones concretas las distinciones que acabamos de hacer, nos daremos cuenta rápida­mente de todas las confusiones posibles y de las dificultades de saber qué es verdaderamente ser «animador».

En la medida en que ser animador es participar de un espíritu,sea un profesión, sea una función, sea un compromiso que sitúa a la persona de cara a una colectividad y si, sobre todo, tiende a introducirle en esa colectividad, se puede actuar como anima­dor. También, entonces, el profesor y el conferenciante pueden ser, en ciertos casos, «animadores», incluso más que el animador profesional que olvidara este espíritu. Pero el profesor o el con­ferenciante no son necesariamente animadores. Yendo más lejos, la función misma, la formación y los reflejos profesionales les harán correr el riesgo de acceder difícilmente al espíritu de la animación. Y repitámoslo, no son los métodos los que crean el espíritu. Ejemplo: no porque un profesor utilice con sus alumnos la técnica del debate va a actuar como animador. Porque, gene- neralmente, el debate se utilizará como método activo de ense­ñanza. La conclusión del debate, con la enseñanza necesaria que se desprenda, está hecha por él. ¡Y está muy bien! Realiza aquí perfectamente su oficio, cumple su función que es la de enseñar. La del animador es diferente. Aunque, bien a menudo, el animador tienda a actuar como un profesor. Como ese animador de cine-club

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que planteba una cuestión a la sala, a propósito de un film y que, después de una serie de intervenciones que probablemente no le habían satisfecho, decía como conclusión de una de ellas: ¡«He aquí la buena respuesta...»! Dicho de otra manera: «He aquí lo que yo podría haberos dicho en seguida, pero he preferido que lo encontrárais vosotros solos.» Excelente fórmula de enseñanza, pero ¿es esto la animación?

Igualmente el militante sindical o político puede ser animador. Pero no lo es necesariamente, siendo, por otra parte, un excelente militante.

S¡ se toma el término «animador» en relación con el sector de compromiso del ocio que él designa, sea benévolo o profesio­nal, se está todavía obligado a hacer algunas observaciones. En el terreno del ocio, las tareas son diversas: pueden ser de organi­zación, de gestión, de simple distribución (préstamos de libros, de discos...), de creación de ambiente, de animación en el sen­tido estricto de una velada (papel del director de juegos), de en­trenador de una técnica deportiva, manual o de otra clase. ¡Que todo esto sea necesario a la animación es evidente! Pero el orga­nizador, el gestor, el distribuidor, el director de juegos, el moni­tor, no son necesariamente «animadores». No hay ninguna razón, bajo el pretxto de que el término está de moda para llamar a to­dos los bibliotecarios, monitores deportivos y gerentes de residen­cias «animadores»; no es quizá necesariamente deseable que lo sean. Porque no es cierto que las cualidades necesarias para la animación sean las mismas. Sin embargo, puede ser que el ani­mador sea bibliotecario, monitor de deporte o gerente. Los anima­dores saben bien que son designados para múltiples tareas, que no tienen nada que ver con la animación propiamente dicha, pero que deben cumplir del todo para que la animación pueda llevarse a cabo (contabilidad, gestiones, compras, etc.).

El animador profesional estará igualmente obligado a cumplir muchas de estas tareas para desembarazar de ellas al cuerpo de animadores benévolos que le rodean, a fin de que éstos puedan actuar verdaderamente en la animación. Este será a menudo su papel. Y esto será a veces de lo que tenga que darse cuenta, en vez de rodearse de un equipo para distribuirle tareas secundarias (expedir una película, distribuir folletos en ios buzones, pegar carteles, limpiar el bar, etc.), a fin de hacer su animación.

Notemos aquí que el animador profesional, cuya misión está a menudo mal comprendida por ios mismos que le emplean, puede

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devenir, sobre todo, en un organizador, en la medida en que se sienta juzgado por las manifestaciones exteriores de sus activi­dades.

El animador debe tener la total confianza de los que le contra­tan, los cuales deben aceptar no percibir siempre los resultados de su trabajo. La verdadera animación no se ve, no se pesa, no se mide. Ciertamente, el cuerpo de animadores tiene como en todas partes, sus faltas de dedicación, pero no es menos cierto que estos casos son raros. Y es el Estado y las organizaciones, quienes deben tener sólidos criterios para contratarles, el princi­pal de los cuales deberá ser la experiencia militante de animación, en los distintos movimientos.

Lo mismo ocurrirá para el animador especializado itinerante, para el instructor y para el permanente nacional o regional, de un movimiento. Puede convertirse fácilmente en un técnico o en un conferenciante si no tiene cuidado.

Será, pues, necesario para él tener, a veces, la posibilidad de actuar localmente en una animación no especializada. Ciertos or­ganismos están por esto muy contentos de poder dar, en sesio­nes de verano, por ejemplo, a sus permanentes ia posibilidad de encontrar un punto de aplicación de sus técnicas en grupos de vacaciones que participan del mismo espíritu, los cuales se bene­ficiarán de esta experiencia.

Se ve mejor ahora por qué es tan difícil entenderse sobre el término animador, dado que ello representa hombres diversos y, por consiguiente, hace posibles las confusiones.

¿Podremos intentar trazar los rasgos esenciales de este hom­bre nuevo? ¿Podremos tratar de definir su misión y sus cualida­des?

EL ANIMADOR: ELEMENTO DINAMICO DE UNA ANIMACION DEGRUPO

Cualesquiera que sean los puntos de aplicación es evidenté que el papel esencial del animador apunta a la animación de la colectividad. Repitamos que, según la etimología, la animación es la vida, el movimiento de un grupo: pero una vida, un movimien­to, donde lo esencial se sitúa al nivel del espíritu, del alma (en el sentido general del término). No se trata, pues, simplemente de hacer moverse a la gente, de hacerla actuar. Se trata de si­tuarse en el nivel más profundo, más escondido y de propagar un

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espíritu. La animación no es la agitación. El animador no es un agitador. Así como el hombre tiene necesidad del cuerpo para atender ai espíritu, a menudo la actividad física, exterior, es ne­cesaria para un adecuado movimiento de los espíritus.

La animación no es la acción, pero comporta la acción. En con­secuencia se exige, para ser animador, dos cualidades que nos parecen esenciales: un real vigor de espíritu (sin confundir con la acumulación de conocimientos) y un pensamiento en acción. El animador nunca podrá quedarse satisfecho con conocimientos almacenados de una vez para siempre. Deberá, continuamente, mantener la búsqueda, estar en la brecha. Y, además, una aptitud para comunicar, que es a la vez un don y una técnica. Por último, desde ciertos ángulos, debe ser hombre de acción.

Pero notemos que es «elemento dinámico» y no «el elemento dinámico». En efecto, la animación supone una circulación real y en todos los sentidos, en movimientos de ida y vuelta. Si el ani­mador sabe comunicar lo que hay en él, sabrá también recibir de los demás. jEsto es capital! No hay animación posible si la cir­culación se hace en sentido único y si no se siente uno parte interesada de esta animación, aunque no se espere nada para uno mismo de ella. Por otra parte esta circulación supone relacio­nes continuadas. El animador no está nunca solo. No puede ser animador si está solo. El animador tenderá a hacer de cada ele­mento de! grupo otro animador. Esto exige de su parte mucha humildad y deseo de no figurar. Cuidado con el animador brillante que abruma al grupo con su personalidad.

En fin, la acción del animador no representa nunca toda la ani­mación de un grupo. Al contrario, y esto no sólo es válido en este terreno, una colectividad está sometida a numerosos factores de animación en relación con los cuales el animador debe saber si­tuarse. Esto requiere otra cualidad también grande: la apertura, la tolerancia. En una colectividad determinada intervienen factores de animación políticos, religiosos, escolares... Y hay televisión, mercado, el cine de la esquina...

Todo esto supone la Inserción real en el grupo. El animador no se sitúa en el exterior, ya lo hemos visto, está en el interior del grupo; es del grupo. Esto plantea, pues, el problema particular del animador profesional a menudo «parachutado» en una localidad o en un barrio. Habrá que cuidarse de generalizaciones presurosas y tener en cuenta las realidades... De hecho, existen personas que se integran muy deprisa en una colectividad. Por otra parte,

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recordemos que el animador es un elemento; la Inserción en el grupo puede hacerse felizmente por medio de todas estas «ante­nas» de animación de las que ya hemos hablado, con las cuales es absolutamente indispensable contar, comunicar... Esto requie­re, en todo caso, una gran capacidad de adaptación.

La inserción en el grupo es, ante todo, una inserción en la vida social, un compromiso. Es raro que un animador pueda hacer un trabajo válido, si no se ha comprometido previamente en un sec­tor cualquiera que sea: profesional, político, familiar, etc. Sin embargo, hay que admitir que puede encontrarse aquí un proble­ma que es el del equilibrio personal y familiar del animador. A menudo él siente necesidad de elegir, de renunciar a ciertas for­mas de compromiso. Es deseable, en todo caso, que, cada vez más, los animadores consideren el sector ocio como un primer compromiso. Muy a menudo el sector de los tiempos libres se toma por los militantes de movimientos familiares, políticos u obre­ros como un compromiso secundario y por ello no le dedican el tiempo que haría falta y no ponen en él el dinamismo necesario, usado para otras cosas, ni le consagran tiempo a la reflexión, ni a la formación. No se pueden dar aquí respuestas simples. Por un lado, es evidente que el animador debería tener compromisos importantes en el plano sindical, político..., si quiere tener una inserción real en la vida de la colectividad. Pero además es evi­dente que por querer hacerlo todo, se acaba por pasar la existen­cia en reuniones y por no abarcar nada.

Hay, pues, que elegir y, en todo caso dar la primacía a uno de los sectores de compromiso.

NACER O NO NACER ANIMADOR

La animación supone un cierto número de cualidades naturales. La primera es, bien entendida, el sentido de! contacto, del diálogo. Cierto es que hoy día se enseñan las técnicas de grupo, de reu­nión, etc., lo que no impide que todas estas técnicas no puedan reemplazar una especie de intuición, de don de diálogo que es in­dispensable. No nos referimos aquí ni al brillante orador, ni a las aptitudes del representante para entablar rápidamente una con­versación. Se trata de algo mucho más indefinible, más silencioso. Una especie de atención natural hacia «los otros» que hace adivi­nar lo que pasa o lo que se quiere decir, que hace sentir lo que el otro no expresa.

No son los que tienen más «cara» los que gozan de ventaja en

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este aspecto. Los tímidos, a condición de que adquieran una cier­ta autoridad, por otra parte necesaria, no son los menos aptos.

El animador debe tener una cierta dosis de equilibrio, porque es necesario que sea templado; respecto a los tiempos libres, que tenga un cierto sentido del humor, que sea paciente. No se insis­tirá nunca demasiado en esta necesidad de equilibrio, tan difícil de mantener para el hombre de hoy, y más aún para el hombre comprometido. Y, sin embargo..., es indispensable que pueda des­cansar y sepa expansionarse, aunque no sea más que para leer, meditar, ver la televisión, escuchar un disco, etc. Sería absoluta­mente anormal que un individuo que pretende ocuparse de los tiempos libres de ios otros sea, para él mismo y su familia, inca­paz de utilizar sus propios tiempos libres.

Esto es particularmente delicado para el animador profesional que a menudo, mal que bien, tendrá que distinguir sus tiempos de trabajo de sus tiempos de ocio. Hace falta, por tanto, que a cual­quier precio encuentre sus propios tiempos libres. En esta mate­ria también una parte es don natural, pero bien entendido que hay otra parte que se consigue por el ejercicio.

Porque aunque son necesarias un cierto número de cualidades naturales, el animador se hace y continúa haciéndose siempre. Laanimación que se encamina a la circulación de un espíritu en el cuerpo social, enriquece siempre, y quizás en primer lugar, al ani­mador que está en él. Se hace uno animador en la medida en que se ejercen y desarrollan ciertas aptitudes naturales. En la me­dida, también, en que se forma en ciertas técnicas. En la medida, en fin, en que se cultiva. El animador que no se alimenta, que no se cultiva más, muy pronto, no tendrá nada que comunicar.

A menudo se han visto actividades de animación que marchan bien en el comienzo y se extinguen poco a poco porque el ani­mador se ha quedado vacío. En estos casos se suele acusar, en general, al grupo. El animador debe, cada vez más, informarse, conocer y amar las especialidades que sean suyas. Un animador de cine-club debe tratar de conocer siempre mejor el cine, el animador de un club de lectura debe leer, etc.

Por último, aunque se nazca con ciertas aptitudes, con ciertas cualidades, no se puede nacer total o definitivamente como «ani­mador». Ser «animador» supone previamente una toma de concien­cia real, profunda, con la inteligencia y el corazón, del significado de la cultura y de las necesidades del grupo. Esta toma de con­ciencia no puede ser totalmente individual. Porque se encamina

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al grupo, se hace de la manera más válida por medio de una in­serción en el grupo.

De hecho, no se llega a ser animador por el hecho de apren­der unas técnicas o por cultivarse; se llega a animador, sobre todo y principalmente, cuando estando insertado en el grupo por la acción militante en general, se toma poco a poco conciencia de sus vacíos, de sus carencias y de sus necesidades profundas, lo que ningún estudio sociológico puede reemplazar.

¿Hay que extrañarse, entonces, de que la mayoría de los ani­madores, si no todos, vengan de movimientos de juventud, de aso­ciaciones o de sindicatos?

Se deberá tener cuidado de no comprometerse demasiado tar­de en la animación: Muchos fracasos nacen de ahí. ¡Cuántas veces nos encontramos con gentes llenas de buena voluntad que, gustán­doles y conociendo el cine, la pintura, la música, la lectura, etc., quieren fundar un cine-club, un club de discos, etc., y van al fra­caso!

Dicho esto, los movimientos y los sindicatos deberían en este terreno tomar conciencia de sus responsabilidades. Porque si es bueno que los animadores vengan de ellos, es necesario que éstos amen y conozcan el cine, la música, la pintura, la literatura u otras cosas.

Al terminar este estudio nos damos cuenta de que, una vez más, no hemos dado del animador una visión simple, clara y pre­cisa, para satisfacer a los que se preguntan en qué categoría pro­fesional o militante debe colocársele. Porque, finalmente, el día en que se consiga con éxito fijar con precisión el repertorio de sus tareas, funciones y horas en presencia, será quizás cuando el animador no exista ya más. El animador es siempre todo eso e incluso alguna otra cosa. Lo más enojoso del asunto es quizás la «otra cosa» que hace verdaderamente de él un animador.

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el movimiento de cultura popular:

un valor y una esperanza1,1

por A ntonio DEL VALLE

Uno de los grandes descubrimientos que se han operado en la sociedad española de estos últimos años ha sido el de lo cul­tural. Si tradicionalmente el mundo obrero y campesino se han caracterizado por una gran penuria cultural, consecuencia directa de su escaso poder económico, de su estatuto social y de la ca­rencia de oportunidades para lograr el ascenso en la escala de la enseñanza, siempre condicionada por la procedencia económica, en nuestros días se ha «descubierto» que un pueblo con bajo nivel cultural produce bajos rendimientos económicos y sociales.

LA CULTURA POPULAR, EN JUEGO

«El hombre no llega a un nivel verdadero y plenamente huma­no sino por la cultura, es decir, cultivando los bienes y valores naturales. Siempre, pues, que se trate de la vida humana, natura­leza y cultura se hallan ligadas estrechísimamente.» Esta afirma­ción emana de uno de los acontecimientos que más trascendencia han tenido en los últimos años: El Concilio Vaticano II (1).

No cabe duda que el valor de la cultura ha sido uno de los descubrimientos más generalizados de nuestra época. El mundo obrero, desde que adquirió conciencia comunitaria, reivindica cons­tantemente su derecho a la cultura, tantas veces negado; la Igle­sia ha comprendido que pastoral y cultura se interrelacionan; los (*)

(*) Este artículo se publicó en “PASTORAL MISIONERA”, nú­mero 6. Madrid, Nvbre.-Dicbre. de 1966.

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hombres de vuena voluntad toman conciencia de que «la cultura es la llave de la libertad»; los detentadores del poder económico comprenden que la elevación cultural aumenta la productividad; los políticos alcanzan a ver la rentabilidad económica de la edu­cación y el enorme poder aglutinador que tiene la cultura dirigida; algunos intelectuales, finalmente, no se resisten a los cambios culturales que se avecinan y propugnan una «popularización de la cultura» para uso y disfrute de campesinos y obreros.

En el terreno de las realizaciones vemos que este movimien­to de opinión se manifiesta de múltiples' formas, todas ellas di­rigidas hacia la elevación cultural, según las distintas concepcio­nes. Así se presentan los Centros Culturales nacidos espontánea­mente por el Impulso de personas preocupadas; el trabajo educa­tivo de los Movimientos de Juventud de la A. C.; las Campañas de Alfabetización y de Educación Fundamental; la extensión de la Formación Profesional; los centros locales de Promoción Cultural de Adultos de la Comisaría de Extensión Cultural; los Centros Culturales de Empresa; las numerosas versiones de «clases noc­turnas» y de «cultura general»; los Tele-Clubs rurales; las Biblio­tecas Populares; la igualdad de oportunidades, etc.

En este marco de referencia podemos inscribir e! movimien­to de opinión existente en torno a la «educación del pueblo» y el avance, lento y minoritario, pero seguro, que se va operando en materia de «cultura popular». Hace diez años apenas se manifes­taba interés en nuestro país por el tema de la cultura popular, sal­vo en determinados sectores del movimiento obrero. Hoy las cosas han cambiado; varios son los grupos y sectores que postulan y reivindican la «cultura para el pueblo».

Todo ello nos ofrece base suficiente para reflexionar sobre la materia, tratando de responder a algunas interrogantes que los más preocupados se plantean: ¿Qué significa este movimiento de opinión?, ¿qué es la cultura popular?, ¿qué objetivos busca?, ¿a qué problemática responde?, ¿qué perspectiva y medios de cultu­ra pooular tenemos en España...? A nadie se le escapa que son demasiadas las cuestiones planteadas como para tratar de acla­rarlas con rigor en un artículo como el presente; sin embargo, bien merece la pena iniciar la reflexión y continuarla cuando se tenga ocasión.

PASTORAL Y CULTURA

Esta reflexión tiene particular importancia para los responsa bles de la evangelización, sean clérigos o laicos, ya que «múltiples

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Son los vínculos qüe existen éntre el mensaje de salvación y la cultura. Dios, por medio de la revelación, desde las edades más remotas hasta su plena manifestación en el Hijo encarnado, ha hablado a su pueblo según los tipos de cultura propios de cada época» (2).

La cultura es hoy, en el mundo occidental, un valor de nive­lación ante las desigualdades sociales. Un hombre cultivado puede vivir la plenitud de su vocación religiosa de una forma personal, sin caer en el gregarismo de una práctica «de tradición». Una comunidad que desarrolla sus valores culturales propios es te­rreno abonado para racer realidad las exigencias sociales de su cristianismo. El Concilio lo ha señalado inequívocamente: «Cada día es mayor el número de hombres y mujeres, de cualquier gru­po o nación, que tienen conciencia de que son ellos los autores y promotores de la cultura de su comunidad. En todo el mundo crece más y más el sentido de la autonomía y, al mismo tiempo, de la responsabilidad, lo cual tiene enorme importancia en pro de la madurez espiritual y moral del género humano» (3).

NUESTRA SITUACION CULTURAL

A la base de las motivaciones que están promoviendo este movimiento de opinión sobre la cultura popular se encuentra una realidad candente: nuestra situación cultural. Y de una forma manifiesta la influencia que el pequeño movimiento de cultura po­pular, iniciado por algunos militantes obreros, va teniendo. Tam­bién ejercen su influencia la preocupación por establecer un «puen­te» entre el mundo universitario y el mundo obrero; el deseo de crear ámbitos de convivencia y diálogo; la necesidad de «promo- cionar» al obrero y al campesino; los anhelos de realizar una obra social de amplios vuelos con base en la educación y las exigen­cias de la justicia social.

Sean cuales fueren las razones que desde los distintos nive­les se utilizan, todos coinciden en la apremiante necesidad de Incidir directamente sobre el bajo nivel cultural de nuestro pue­blo.

El nivel cultural de un pueblo no se puede medir únicamente con el patrón de la enseñanza, ello es evidente; sin embargo, el nivel de enseñanza nos puede servir de indicador ya que, cuando el nivel de instrucción de determinados grupos sociales es muv bajo, el nivel de cultura tiene que ser, necesariamente, bajo tam­bién. La instrucción es, pues, el pilar básico en el que descansa o se apoya la cultura y constituye la condición previa para todá

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elevación cultural. Pero sin olvidar que la instrucción puede hacer* le un flaco servicio a la cultura popular cuando sus planteamien­tos pedagógicos y de contenido se apoyan en unas humanidades tradicionales y burguesas, no válidas para desarrollar los valores de toda la sociedad.

El nivel de instrucción de nuestro pueblo no es nada halagüe­ño, como todos saben, por dos razones fundamentales:

1. a Porque la enseñanza, particularmente la primaria, no pro­porciona una educación de base, sino que se contenta con facilitar unos rudimentos de lectura y escritura, algunas nociones abstractas de determinadas disciplinas (geogra­fía, religión, historia, etc.) y lo que nosotros denomina­mos «las cuatro reglas».

2. a Porque no hemos llegado todavía a conquistar el derechode la «enseñanza para todos» y, en consecuencia, acceso a la enseñanza y poder económico siguen unidos. Prueba evidente la proporciona el hecho de que el gasto privado en educación sea de los más altos de Europa.

Ciñéndonos a los datos concretos, ésta es nuestra situación:Nivel de estudios terminados de la población mayor

de 18 años, por tamaño del municipio y sexo. España, 1966

NIVEL DE

ESTUDIOS

Municipios de 500.000 o más

habitantes

Municipios de95.000 a 500.000

habitantes

Municipios de 10 000 a 95.000

habitantes

Municipios de 2.000 a 10.000

habitantes

TOTA

L

Var

ones

Muj

eres

TOTA

L

Var

ones

Muj

eres

TOLA

L

Yar

ones

Muj

eres

TOTA

L

Yar

ones

Muj

eres

M en o s d e p r i­m ario s ........... 21% 14% 28% 26% 17% 33% 29% 21% 37% 42% 38% 46%

P r im a r io s ........ 47 43 51 47 46 51 50 49 51 52 55 50

S ecu n d ario s . . . 16 22 11 16 20 12 13 17 9 4 5 3

T écn icos d e g ra ­do m e d io . . 7 10 4 6 8 3 4 6 2 1 1 -

U n iv e rs ita r io s . 6 10 1 5 9 1 3 6 - - 1 -

S in r e s p u e s ta . . 3 1 5 - - - 1 1 1 1 - 1

800 401 399 1459 716 743 876 431 445 400 199 201

Fuente: Instituto de la Opinión Pública. Tomado de la Ponencia X II de las I Jornadas Nacionales de Población. Madrid, mayo 1966.

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Con datos tómados del Censo de 1960 la población activa se sitúa así:

Población total analfabeta

POBLACION ACTIVA

Con sólo estu­dios primarios

Con estudios medios

Con estudios superiores

12,74% 85,5% 3,8% 1,75%

LOS «OTROS» MEDIOS DE EDUCACION Y CULTURA

Además de la enseñanza, la cultura se nutre de los numero­sos medios que la vida moderna ha impuesto: el cine, la radio, la televisión, la prensa, etc. Un puesto importante ocupan también los libros y bibliotecas, además del teatro, el deporte, la vida asociativa, los viajes y vacaciones...

Conviene, por tanto, analizar el grado de utilización de estos medios y evaluar su incidencia por el contenido cultural que apor­tan a los trabajadores. No se puede olvidar que aquellas personas que han tenido que dejar sus estudios en el nivel primario o pro­fesional forjan sus criterios, su visión del mundo y su responsa­bilidad a través de estos medios y de la vida social en la que están inmersos: familia, trabajo, asociaciones y movimientos, res­ponsabilidad sindical, tertulias, etc.

Veamos algunos datos relacionados con el consumo cultural en España (4):

— Cuarenta y cinco millones de libros y folletos se editan anualmente para 31 millones de habitantes. Consumo por persona y año, 1,4 libros. Cabe considerar en este punto que una gran parte de la producción editorial de nuestro país se exporta a América, así como que en la cifra seña­lada se incluyen las novelas llamadas «populares».

— La frecuencia media anual de asistencia al cine por perso­na es de 10 veces. El desnivel de utilización del cine entre los medios rurales y urbanos es notorio, como todo el mun­do sabe.

— Hay un aparato de televisión por cada 27 personas. (Este dato es de 1964, por lo que se puede entender que ha aumentado considerablemente.) La televisión se está intro-

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duciendó a pasos agigantados en ias familias obreras da las grandes y medianas ciudades.

— Se cuenta con un aparato de radio por cada siete personas. (La confiabilidad de este dato no ofrece muchas garantías dada la dificultad estadística de controlar los transistores provenientes del extranjero.)

— Se edita un diario por cada 17 personas. Hay que tener en cuenta que la mayor parte de su difusión se opera en los medios urbanos.

Estos indicadores, que no pueden ser considerados más que eso, nos sitúan de alguna manera ante el tema que consideramos. Como no se dispone de datos, parece de gran importancia que nos situemos ante el grado de vida asociativa, de responsabilidad social y política, de recreación artística y cultural, de participación y práctica deportiva que caracteriza a nuestro pueblo. De esta ma­nera obtendremos una «radiografía» del nivel de cultura popular existente.

LA CULTURA POPULAR COMO META

Dos realidades se nos ofrecen al contemplar la situación cul­tural de nuestro pueblo y el movimiento de cultura popular que tímidamente se van apuntando: en primer lugar, la crisis de la cul­tura tradicional, crisis de la que no podemos tratar aquí, pero que es una realidad manifiesta.' En segundo término, la existencia de unos valores culturales en el pueblo, valores que no tienen ias plataformas sociales necesarias para ser desarrollados.

Estas dos realidades, que suponen al mismo tiempo dos con­dicionamientos, nos sitúan ante el hecho de que la cultura y la vida social no pueden plantearse separadamente. De ahí que el movimiento de cultura popular tenga al mismo tiempo un carácter promocional y reivindicativo. Y que la «popularización de la cul­tura» no sea la respuesta total que la cultura popular postula.

En consecuencia, el movimiento de cultura popular sirve para afirmar que el ciudadano medio de nuestra época no puede parti­cipar en el libre juego cultural de la sociedad en que vive por la sencilla razón de existir unos condicionamientos (económicos, de rango, políticos, de tiempo libre, de clase, de dependencia, etc.) que lo impiden. En este sentido se puede afirmar que no es cier­to que todo el mundo tenga acceso a las obras del arte y del es­píritu, a la cultura universal en definitiva. Desde el punto de vista positivo, cultura popular significa el movimiento de incorporación

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de los valores culturales del pueblo a la cultura universal, es de- cir, a una nueva cultura que se vislumbra como superación de la cultura tradicional. A una cultura cuyas características principales responden a las notas de: Colectiva, comunitaria, concreta, desin­teresada, pluralista y universal. En este sentido la Conferencia Internacional de Educación de Adultos, de la UNESCO, ha señalado que la cultura popular «expresa la necesidad de cambiar el conte­nido de la cultura; no se trata de distribuir una cultura ya hecha a capas sociales más extensas, sino de obtener la participación de todas a la construcción de una cultura común, integrando la apor­tación de cada uno».

Con esta base doctrinal, el movimiento de cultura popular re­afirma su carácter militante, no siempre comprendido, y acentúa su aspecto reivindicativo para que el derecho de cada hombre a la cultura no sea sólo una frase de propaganda política. Por ello la cultura popular señala una doble realidad: de una parte, un ob­jetivo a alcanzar (el derecho a la cultura); y de otra, el movi­miento socio-cultural emprendido por el pueblo mismo para ela­borar una cultura en la que se reconozcan sus propios valores.

CULTURA POPULAR Y ORDEN SOCIAL

El movimiento de cultura popular, dadas estas características, no es fácilmente comprendido por todos los sectores de la socie­dad. Su presencia misma plantea una revisión de «lo cultural», que le hace particularmente incómodo a los ojos de determinadas personas y grupos.

Su acción, por tanto, está en la línea de lograr dos objetivos fundamentales: Buscar una verdadera promoción cultural del pue­blo, creando las plataformas institucionales necesarias y sirvién­dose de los medios y técnicas de educación de adultos, y elabo­rar los «contenidos» de la cultura popular, recogiendo los valores propios del pueblo y proyectándolos sobre la nueva cultura que se apunta, la sociedad en que vivimos y la reforma de las nece­sarias estructuras.

Sin embargo, este movimiento encuentra dificultades incluso dentro del propio movimiento obrero, lo cual puede parecer un contrasentido. Ello parece debido a motivos de «estrategia en la acción». Algunas personas, más preocupadas por la transforma­ción radical de las estructuras que por las exigencias que se de­rivan de tal acción, no ven en la cultura popular más que lo pu­ramente anecdótico de las veladas musicales, cursos de alfabeti-

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zación, sesiones de cine-club, bibliotecas populares, grupos de estudios sociales, etc., lo cual no son más que algunos de los me­dios a utilizar para lograr un objetivo de mayor alcance. A todos nos cuesta trabajo (y paciencia) el entender que para promover un auténtico movimiento cultural en el pueblo sea necesario ser­virse de medios y acciones lentos, como son la creación de cen­tros de cultura popular, la formación de los animadores necesa­rios, la elaboración de métodos pedagógicos propios y las otras exigencias que de una verdadera promoción cultural se derivan.

Radicalizar este problema, creyendo que la transformación auto­mática de las formas de acceso a la enseñanza, de los sistemas pedagógicos y de las instituciones culturales de un país resuelve todos los problemas, no deja de ser una miopía en la que es fácil caer cuando se idealizan las soluciones.

A nadie se le puede ocultar que el movimiento de cultura po­pular que hemos tratado de caracterizar en sus motivaciones y objetivos nunca podrá ser un movimiento «culturalista», ajeno a la realidad social en la que se desarrolla.

Cultura y vida social tienen unas exigencias para ser aplicadas a la cultura popular que, a nuestra manera de ver, se pueden formular así, de forma esquemática:

1. El desarrollo de la cultura popular será siempre incom­pleto si no se dan, paralelamente, las condiciones necesa­rias de libertad, democracia político-social y participación del pueblo en la vida cívica a través de sus propias insti­tuciones.

2. El contenido de la cultura popular no se puede confundir con el de la mera instrucción. Evidentemente, la cultura po pular se nutre de la instrucción. Pero la cultura total que propugnamos tiene una doble vertiente: adquisición de los conocimientos necesarios y desarrollo de los valores espi­rituales (voluntad, sensibilidad, criterios...) personales. Por lo que puede afirmarse que los conocimientos (la instruc­ción de hoy) son tan sólo una parte de la cultura, y deben ser controlados y transformados por la experiencia perso­nal y el ejercicio de las responsabilidades (la acción sobre la realidad social).

3. No se debe confundir la cultura popular con las actuacio­nes tendentes a «popularizar la cultura». Es decir, no se deben confundir la expresión popular de la cultura con la difusión entre el pueblo de una cultura ya hecha, elaborada

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con los valores de una civilización o de un grupo social determinado.

LA CULTURA POPULAR ES UNA CONQUISTA,UNA AFIRMACION Y UN TESTIMONIO

En resumen, podríamos decir que la cultura popular ha produ­cido ya en nuestro país una ligera corriente en la que vienen a confluir diferentes esfuerzos, anhelos y preocupaciones:

— Los diversos sectores del movimiento obrero, que desde antaño se han planteado el problema cultural y han reivin­dicado la «cultura para todos».

— Los de otros grupos y personas de buena voluntad que, partiendo de la crisis de la cultura tradicional, postulan la «cultura para todos» y laboran por conseguirla.

— Los que vienen derivados del hecho de que la sociedad global, en parte al menos, empieza a intuir el valor de la cultura y se aplica a difundirla entre los sectores «más de­primidos».

— Y, coincidendo con todo ello, la doctrina conciliar sobre la cultura que, desde su perspectiva, se aproxima a los pos­tulados del movimiento de cultura popular.

Así puede decir el Concilio (5) que «en nuestros días, por vez primera, se ha hecho posible liberar a la mayoría de los hombres de la miseria de la ignorancia. Uno de los deberes más imperio­sos de nuestra época, sobre todo para los cristianos, es el de trabajar con ahínco para que, tanto en la economía como en la política, así en el campo nacional como en el internacional, se den las normas básicas por las que se reconozca en todas partes y se haga efectivo el derecho de todos a la cultura, de conformidad con la dignidad de la persona, sin distinción de origen, sexo, na­cionalidad, religión o situación social. Es preciso, por consiguien­te, procurar a cada uno suficientes bienes de cultura, principal­mente los de la llamada «básica»; de esta forma, a un gran nú­mero de hombres no será obstáculo su falta de saber para aportar su cooperación auténticamente humana a las tareas del bien co­mún».

Y para terminar diremos con la revista francesa «Affrontement» (núm. 30), la cual viene a ser el portavoz del sector más impor­tante del movimiento de cultura popular en Francia, que «la cul­tura popular, en sus raíces más carnales, reposa siempre sobre la

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certeza en lo universal, sobre el reconocimiento de la condición humana, por encima de las diferencias, las razas y las creencias. Las circunstancias hacen que esta simple afirmación, a poco que se quiera traducirla concretamente, sea en sí misma progresista. Porque la dignidad igual y diversa del hombre es negada todos los días. No lo es solamente por las condiciones de trabajo, de la vivienda, lo es además por las posibilidades de consumo que ha­lagan el mundo del espíritu. La acción cultural tiene siempre el sentido de una conquista, de una afirmación y de un testimonio. Los que en ella participan deben saber que no se trata solamente de llenar u ocupar los tiempos libres, sino que ellos son, en todas las escalas, los artesanos de una transformación de la sociedad. Deben ser quienes recuerden sin cesar lo esencial: las razones de nuestra lucha, de nuestras acciones, de nuestros combates, quienes únicamente pueden decirnos cómo someter la producción al hombre y no a la inversa».

(1) «Constitución sobre la Iglesia en el mundo actual», núm. 53.(2) Obra citada, núm, 58.(3) Obra citada, núm. 55.(4) Tomados de «Factores Humanos y Sociales» (anexo al Plan de

Desarrollo Económico y Social).(5) «Constitución sobre la iglesia en el mundo actual», núm. 60.

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suiza, adelantado de

la cultura popular *1por José M .a G O N ZA LEZ-ESTEFA N I

La exposición nacional suiza 1964, ha cerrado sus puertas a finales de octubre. Este magno acontecimiento ofrece abundante motivo de reflexión y comentario incluso para quienes se encuen­tran distantes de este bello país. La impresión que esta exposi­ción deja en el visitante es sencillamente abrumadora. A través de ella percibimos el pulso, el latido de un pueblo que vive inten­samente su existencia y que lejos de orientarse hacia el pasado para en él fijarse, hace de este pasado trampolín y pértiga hacia el futuro.

Y ello es posible porque el pueblo suizo no se complace va­namente en la contemplación de sus virtudes y de su progreso cultural y técnico. Este pueblo guarda todavía el sentido de la crítica, el sentido sutil de lo que falta, de lo que falla, de lo que no es aún perfecto.

Con amor de artesano intenta hacer de cada institución, a fuer­za de pulirla, una pieza cada vez más precisa y ajustada en el mecanismo complejo de la relojería nacional. Pero quizá esta imagen mecánica no sea feliz. El hambre de perfección y el exa­men de conciencia individual y colectivo que cada suizo se hace al salir de la exposición encuentran su explicación lógica y deci­siva en la actitud profunda del pueblo entero ante los problemas culturales.

La cultura en Suiza no es el lujo de unas clases ociosas, es

(*) Recogido de “ABC” de Madrid, del 25 noviembre 1964.

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el patrimonio de una colectividad que hace de ella su misma razón de ser y la fuente primigenia de su progreso indiscutible.

La cultura suiza es una cultura popular no sólo porque los be­neficios culturales se extienden a la totalidad de los ciudadanos, sino porque éstos participan activa y lúcidamente como agentes activos, como protagonistas auténticos en el proceso creador de tales beneficios.

Toda la educación suiza, desde la primaria hasta la superior universitaria, lleva este marchamo de una cultura hecha para el pueblo y por el pueblo, controlada por el pueblo mismo. No exis­te una escuela única y uniforme. El sistema educativo se adapta a la diversidad lingüística, étnica y religiosa de los diversos can­tones, que son quienes, a través de un departamento propio, re­glamentan la tarea educacional. Este derecho cantonal a legislar en materia educativa y cultural aparece consagrado en la propia Constitución. De este modo, al lado de la democracia política y económica, se alza pujante una democracia cultural que hace po­sible aquéllas. Es, pues, el pueblo quien posee las escuelas. El es quien vota en pro o en contra de las proposiciones emanadas de la autoridad. El conserva el control de las mismas a través del referéndum y de la iniciativa en materia legislativa. El participa en las juntas escolares, integradas en su mayor parte por profa­nos y donde rara vez figuran maestros y funcionarios de los de­partamentos educativos.

En este país— patria de Pestalozzi y del P. Girard— la educa­ción es democrática no sólo por su organización, sino también por su espíritu. El alumno menos dotado es atendido con el mismo cariño y cuidado que el primero de la clase. La educación queda alineada no sobre la inteligencia de unos cuantos superdotados, sino sobre la capacidad media de la mayoría. Todos pueden se­guir. Nadie queda a la zaga. Los suizos aplican desde hace mu­cho tiempo por vía experimental la tan cacareada hoy enseñanza programada. Es posible que un sistema de esta índole pueda re­trasar— y ello es muy discutible— la aparición del genio en la me­dida en que el genio necesita un especial cultivo, pero no cabe duda que favorece la formación de ciudadanos sólidamente equi­librados e integrados dentro de la comunidad nacional. Por otra parte, hoy se abre camino la idea, y el caso del deporte es bien explícito de que el genio es la exquisita espuma de un recipiente lleno hasta los bordes, la lógica floración en un ambiente de va­lores medios que hace posible la selección.

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La educación primaria en Suiza— obligatoria durante ocho años para todos los niños en edad escolar— marca ai ciudadano suizo para toda la vida. Pues el muchacho no recibe un subproducto cultural enciclopédico, sino un conjunto de saberes eficaces acom­pañado de un estilo real de comportamiento y actitudes, incluso de formas de cortesía. Se educa al hombre entero y se le educa además para la vida, en contacto con la vida, en escuelas alegres, sonrientes, por hombres que sienten verdaderamente su vocación — hay por término medio un maestro por cada 34 escolares — y que se saben protegidos y alentados por un Estado que viene a dedicar aproximadamente a la educación una quinta parte de sus gastos totales. No debe extrañarnos que esta política educacional desborde las aulas y adquiera matices originales en otros domi­nios del vivir nacional.

A su excelente sistema de instrucción pública y privada que va desde la escuela primaria a los centros superiores, Suiza aña­de la red de sus bibliotecas públicas, cuyo número de volúmenes aumenta en más de 1.500.000 de obras por año. Los libros pres­tados por las mismas ascienden a unos 8.000.000 en el mismo pe­ríodo de tiempo. El número de publicaciones anuales es, aproxi­madamente, de 4.500. Unamos a esto la inmensa cantidad de sus periódicos locales, que reflejan la autonomía de que gozan sus 3.095 municipios. Los cursos de universidades populares, confe- rerencias, visitas organizadas a museos, asociaciones culturales de toda índole, muchas veces dirigidas y alentadas por modestos empleados, escuelas nocturnas, coros de música y una florecien­te tradición de teatro popular, etc., completan la cultura demo­crática que el ciudadano recibe en las aulas.

Este inmenso esfuerzo cultural, que prepara los caminos del mañana, ha estado patente en la ya clausurada exposición nacio­nal. En el sector titulado «El arte de vivir», y al lado de la sec­ción «educar y crear», Suiza nos ofrecía bajo el lema «la ocupa­ción del tiempo libre» una sugestiva panorámica de lo que puede ser una civilización del ocio. La lógica de esta civilización apare­ce expresada por el raciocinio siguiente: después del trabajo vie­ne el tiempo libre. Un tiempo libre bien comprendido es fuente de ocio creador. Sin ocio creador no hay cultura y el hombre ob­jeto de la misma puede enriquecerse y liberarse a través de ella. La problemática del ocio queda maravillosamente recogida en estas cuatro salas que nos ofrecían múltiples aspectos de lo que puede y debe ser una cultura al alcance del pueblo y creada por el mismo.

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Así, con paso seguro, sin descuidar el progreso técnico, el pue­blo suizo echa las bases de un humanismo nuevo. Suiza se enca­mina a través del Estado de Bien-Estar a un Estado de Bien-Ser, un Estado de hombres cada vez más libres y responsables, libera­dos de todas las posibles alienaciones que el confort creciente entraña. Sepamos comprender que no existen determinismos po­sibles — ni geográficos, ni históricos, ni económicos, ni sicológi­cos— que no puedan ser vencidos por la voluntad mancomunada de todo un pueblo, viviendo intensamente su aventura.

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una organización de cultura popular

en suecia: la A. B. F. *

por A ndré GENTIL

Para un redactor de la revista «Affrontement», un viaje a Sue­cia no se podía concebir sin intentar al mismo tiempo conocer las actividades de cultura popular que constituyen una autoridad en el mundo entero. ¿Qué son exactamente y qué enseñanzas po­demos extraer de ellas para Francia?

He podido encontrar al director de ía principal organización de educación popular sueca (la A.B.F.), que ha accedido gustosa­mente a responder a mis preguntas y mostrarme la casa de la A.B.F. en Estocolmo.

Agradezco también a M. Srand Clement, consejero pedagógico francés destacado por los servicios culturales en la A.B.F., que ha completado, con su competencia y su conocimiento de los pro­blemas suecos, las informaciones dadas por el rector Stahre.

(*) Esta crónica de un viaje a Suecia, realizada por un redac­tor de la revista “Affrontement”, fue publicada en el número 23 de esta revista, que es una de las más importantes del movimiento de cultura popular francés.

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FUNCION DE LA EDUCACION POPULAR EN SUECIA

La Educación Popular desempeña en Suecia un papel primor­dial para la formación democrática. Su misión esencial es formar ciudadanos clarividentes y dinámicos en un país moderno, ense­ñarles a juzgar objetivamente y a deshacerse de prejuicios. Dis­pone de numerosos medios: agrupaciones de conferencias, escue­las superiores populares, asociaciones culturales que organizan decenas de millares de círculos de estudios por año, etc.

Nuestras modestas realizaciones francesas no nos permiten apreciar fácilmente la amplitud de este movimiento. En Francia, la formación cultural de la clase obrera, después de la escuela, está animada por un puñado de militantes sindicalistas, maestros y profesores voluntarios, que cuentan con medios irrisorios. Está considerada por las autoridades oficiales como un mal menor; cuando se trata esencialmente de un problema de adultos, es una simple oficina del Alto Comisariado para la Juventud y los De­portes quien responde a ella en el plano nacional. Su actividad principal es la distribución de subvenciones irrisorias, en total de 7 a 8 millones de francos nuevos por año.

Si algunas de nuestras realizaciones son dignas de mención están lejos de satisfacer, como se ha dicho a menudo en esta revista, las necesidades más elementales de los trabajadores fran­ceses.

Nada semejante ocurre en Suecia, donde la Educación Popular ha llegado a ser una verdadera institución que constituye una parte integrante de la historia de Suecia en los últimos cincuen­ta años y de sus realidades de hoy. No hay pueblo en Suecia que no tenga, cada tarde, al menos una conferencia y varios círculos de estudios. Nuevas élites económicas y políticas, escritores y periodistas, proclaman con orgullo que han sido formados por los círculos y las escuelas superiores populares. La ayuda oficial es permanente y generosa.

LA EDUCACION POPULAR EN SUECIA

La Educación Popular en Suecia se desarrolla a través de las siguientes agrupaciones;

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1. Las Asociaciones Culturales.— Las más importantes son las siguientes:

NombreMovimientos nacio­nales de donde ha

surgido.

Número de círculos de estudios

subvencionados(1960-61)

Número de partici­pantes

(1960-61)

A.E’.F. Confederación de Sindicatos Obreros. Partido Social De­mócrata. F e d e r a - f\ón de Cooperati­vas.

26.100 287.000

T.B.V. Sindicatos de Em­pleados.

6.400 74.000

Medbor. Sa­ras Kolan.

Movimientos de De­recha.

5.500 70.000

S.K.S. Iglesia Luterana. 6.100 112.000

S.L.S. Movimiento Campe­sino.

6.000 55.000

I.O.S.T. Ligas de Templanza 3.300 34.000

2. Las Asociaciones de Confrontación (en cada provincia).— 8.100 conferencias 1960-61: Una de las más conocidas es la FOLK UNIVERSITES.

3. La Escuela de Correspondencia (para las personas aisladas).— En 1960: 12.000 círculos de estudio han utilizado los cursos de la escuela.

4. Las Escuelas Superiores Populares.— Salen 17 alumnos por año (media de edad: 25 años). Dependen, ya de Consejos Genera­les (en cada provincia) ya de los movimientos nacionales (sin­dicales, cooperativos, religiosos, políticos).

Las cifras son elocuentes: por ejemplo 13 Asociaciones Cultu­rales que organizan círculos de estudios. A lo largo del año 1960- 1961, el número de círculos de estudio ha superado los 58.000 y afectado a más de 800.000 participantes. Para el año 1960-61, el

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estado sueco ha dedicado a estas asociaciones (como subvención para su funcionamiento y para los circuios de estudios) la suma total de 18 millones de coronas, es decir el equivalente a 17 mi­llones de francos. A estas subvenciones pueden añadirse sub­venciones locales. Este encillo ejemplo muestra el interés que consagra el pueblo sueco y las autoridades a lo que se llama, en Suecia, Educación Popular. Se toma mejor conciencia de la im­portancia de tales realizaciones si se recuerda que Suecia, país casi tan grande como Francia, no tiene más que 7.500.000 habi­tantes, seis veces menos que Francia.

Pero el esfuerzo tenaz que este pueblo se impone desde hace numerosos años responde también a necesidades específicas que nosotros no conocemos en el mismo grado. Esto se ajusta muy bien al temperamento sueco: la conferencia y el círculo de estu­dios permite a individuos, frecuentemente aislados, encontrarse y exteriorizarse, llenar las largas y frías tardes de invierno. Ade­más, esta educación permanente — que parte de las realidades de la vida y de las experiencias de cada uno— permite también compensar las insuficiencias de la enseñanza tradicional, que en este país moderno ha avanzado menos en todos los grados que en Francia.

Finalmente — y es una razón suplementaria en la Suecia demo­crática y socialista de hoy— esta promoción colectiva debe per­mitir una participación más lúcida y activa en las organizaciones políticas y sindicales del país.

En esta perspectiva, el movimiento obrero, que carecía de cuadros, ha creado la más grande organización de cultura popu­lar de Suecia: la A.B.F.

FUNCIONAMIENTO DE LA A.B.F.

«A.B.F.» significa «Arbetarnas Bildlngs Fórbund», es decir, Fe­deración Obrera de Educación Popular. Fue fundada en 1912 por tres organizaciones obreras, preocupadas por la promoción cultu­ral de sus miembros:

— L.O. (Confederación de Sindicatos Obreros).

— K.F. (Federación de Cooperativas).

— S.A.P. (Partido Social Demócrata Sueco).

Se ha desarrollado muy rápidamente, a través de todo el te-

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rritorio sueco. Hoy, 17 organizaciones, con un total de 3,5 millo­nes de miembros, están afiliadas a la A.B.F. Las más importantes de estas organizaciones son las siguientes:

Organización Núm. de miembros

L.O. (Confederación de Sindicatos Obreros) ... 1.480.000K.F. (Federación de Cooperativas) ................ 1.120.000S.A.P. (Partido Social-Demócrata Sueco) ......... 775.0005.5. K.F. (Federación de las Mujeres Social De­

mócratas .................................... . ... 72.0005.5. U. (Juventudes Social-Demócratas) ....... 70.000Halcones Rojos .................................................... 30.000

La autoridad suprema de la A.B.F. es la Asamblea General, compuesta por los delegados de las organizaciones afiliadas y que se reúne una vez ai año. Elige un Comité Directivo de once miembros.

La A.B.F. está muy descentralizada. El país se divide en 30 distritos, en cada uno de los cuales existe un Comité, compues­to por representantes de las organizaciones afiliadas a nivel de distrito. Incluso cada distrito comprende secciones locales (al­rededor de 1.000), animadas por un Comité elegido por la Asam­blea local anual, a la cual envían representantes las organiza­ciones afiliadas.

Cada año, el Comité Directivo nacional convoca, en una Con­ferencia General, a dos representantes de cada distrito. Allí se discuten las grandes líneas de la actividad del año siguiente y las cuestiones presentadas por el Comité Directivo.

En fin, las 12 principales Asociaciones de Educación Popular se han reunido desde 1936 en una Confederación, que constituye en la práctica el Consejo Superior de Educación Popular, bajo el control del Ministerio de Educación Nacional Sueco.

FINANCIACION Y EQUIPAMIENTO DE LA A.B.F.

El presupuesto anual de la A.B.F. es de alrededor de 25 millones de coronas (año 1961), cubierto en su mitad por las subvenciones oficiales, del Estado y Municipales, y en la otra mitad por las cotizaciones de las organizaciones afiliadas, los derechos individuales de inscripción a los círculos y conferen­cias (de 25 a 50 francos) y por rentas diversas.

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Estos recursos permiten cubrir los gastos siguientes: La ad­ministración, la formación de animadores (alrededor de 2,5 mi­llones de coronas al año) y las actividades (15 millones para los círculos de estudios). Por ejemplo, cada distrito y cada sección disponen de instructores (de los cuales un centenar son trabajadores fijos), pagados por ia A.B.F.

Cuando no poseen lugares aptos, las secciones locales uti­lizan las salas de conferencias, escuelas e incluso domicilios particulares, pero cada sección trata de tener casa propia.

La del Centro de Estocolmo, inaugurada en 1961, constituye un modelo en su género. Comprende 32 salas para círculos de estudios, una biblioteca, talleres de pintura, salas de música (una de ellas está equipada para música electrónica), un escenario de teatro, seis salas de conferencias, un teatro, una gran sala de exposiciones, una librería, un grill-room y un restaurante. El con­junto ha costado cerca de 12 millones de francos. Todas las tar­des, de cinco a nueve, este inmueble de seis pisos se anima; cerca de seiscientas personas vienen a participar en los círculos de estudios, mientras que otras siguen las conferencias y los cursos artísticos. Periódicamente las salas grandes son utiliza­das para congresos o exposiciones que superan muy ampliamen­te el marco de actividades de la A.B.F.

Colocada en ia Svavágen, una de las calles más frecuentadas de la ciudad, es verdaderamente una casa de cultura, en extremo moderna por su concepción y su equipamiento. Pero algunos otros barrios de Estocolmo poseen una casa de la A.B.F., de un nivel evidentemente menos elevado.

LA ACCION CULTURAL A TRAVES DE LOS CIRCULOSDE ESTUDIOS

La A.B.F. es, ante todo, un hogar de acción cultural popular para los jóvenes y, sobre todo, para los adultos. Organiza conferen­cias, exposiciones de artes y obras literarias, conciertos, cine- clubs y actividades de carácter recreativo. En 1959, la A.B.F. ha organizado 450 series de conferencias y más de 1.500 conferen­cias aisladas (de las cuales 600 han tratado de la higiene se­xual y 500 de la protección al trabajador). Pero el esfuerzo esen­cial recae sobre los círculos de estudios.

Un círculo de estudios se compone de un pequeño grupo de personas (10 aproximadamente) que se reúne una tarde a la

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semana durante el invierno. Los estudios y discusiones están basados en un manual, un plan de estudios preparado con ante­rioridad, a veces un curso por correspondencia, En 1960, la A.B.F. ha organizado 30.000 círculos, y el número total de participantes se ha elevado a 290.000.

¿Cuáles son los temas tratados? Los suecos son pragmáticos y al inscribirse se matriculan con una finalidad práctica. Los gru­pos importantes representan las Lenguas Extranjeras (20% ), los problemas económicos y sociales (2 4 % ), las Bellas Artes (31% ). Temas como la Historia representan el 0,1 % de los círculos de estudios, la Literatura el 0,7 % y la Filosofía el 1 % . Algunos círcu­los (generalmente de 1 a 2 meses) tienen como finalidad prepa­rar un viaje de estudios o de vacaciones, que será organizado por R.E.S.O., la gran organización de turismo de los sindicatos obre­ros (L.O.).

¿Quién frecuenta estos círculos de estudios? Un poco todo el mundo. Allí encontramos tanto al funcionario como al traba­jador de fábrica y al jubilado. Los jóvenes de menos de 19 años re­presentan cerca de una cuarta parte del efectivo; las mujeres, cerca de la mitad (frecuentan particularmente los cursos de len­guas).

En Estocolmo he podido ver funcionar un curso de lengua francesa. Se experimenta al principio sorpresa por el ambiente agradable, debido al local, a la disposición de las mesas y a la actitud del profesor. Había diez alumnos, una gran mayoría de mujeres de edad variable (25 a 40 años). En este curso de la tarde todas las capas de la población estaban representadas.

¿Por qué estas personas, de las cuales la mayoría había tra­bajado toda la jornada, aprendían frncés? De las diez, una sola tenía necesidad de elfo para su trabajo profesional. Las otras deseaban conocer nuestra lengua para leer en el texto original, o mejor conocer Francia, e incluso visitarla en vacaciones. ¿Cuán­tos trabajadores u obreros de los nuestros aceptarían consagrar dos tardes por semana durante varios años, para conocer mejor un país y una civilización extranjera?

UN METODO ACTIVO

El ambiente de un círculo de estudios no tiene nada que ver con el de una clase de escuela. En un clima amistoso, el anima-

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dor suscita las preguntas y las respuestas a fin de descubrir a cada uno el problema estudiado. Los manuales son elaborados par­ticularmente sobre el plan de enseñanza.

Los animadores — remunerados con 16 ó 18 francos por hora— se reclutan entre ios profesores, sindicalistas, expertos sindi­cales o políticos. Todos los años la A.F.B. organiza jornadas de formación pedagógica (140 en 1959, que han contado con 5.000 participantes).

Por ejemplo, un círculo de estudios sobre los problemas mu­nicipales será enfocado de la manera siguiente: Su título será atractivo; se le denominará, por ejemplo, «La comunidad de hoy»; todo un material pedagógico será preparado con anterioridad (ta­bleros, películas, manuales...). Durante el desarrollo del círculo de estudios se inducirá a los participantes a ir a interrogar al alcalde, al maestro de escuela, al recaudador de contribuciones. En fin, para levantar el interés, en el curso del ciclo, un experto o una personalidad vendrá a presentar su punto de vista al seno mismo del grupo. Incluso ios círculos de estudios más alejados de un centro urbano se benefician de tales colaboraciones.

UNA ESCUELA DE DEMOCRACIA

La A.B.F. y sus programas de curso imponen al animador la más estricta neutralidad y la objetividad más precisa. La elabo­ración de un círculo de estudios muestra el cuidado con que se examina este problema.

Tomemos el ejemplo de un círculo económico. Una vez adop­tada la decisión por el Comité Directivo nacional, se elabora el plan general por el rector de estudios y su equipo, que piden en seguida a un experto la redacción de- un proyecto detallado.

Este proyecto elaborado por una personalidad socialista, por ejemplo, será sometido a especialistas de otras tendencias, a un liberal y a un conservador. Estos anotan sus sugerencias, sus acuerdos o sus desacuerdos, que permiten perfeccionar y enmen­dar el texto (cada una de las personas que trabajan en el pro­yecto percibirá una remuneración).

En el fondo, se busca esencialmente la presentación objetiva de los problemas, evitando mezclar las opiniones con los hechos. Si en las interpretaciones subsisten divergencias, se anotará. El liberal dijo esto, el conservador y el socialista, aquéllo...

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En la forma, los servicios de la A.B.F. se esforzarán por encon­trar una presentación viva: ¿Qué dice sobre este asunto el perió­dico liberal de nuestro distrito?, ¿y el periódico socialista? ¿En­trevistan a las personalidades locales?

Una última lectura será pedida a los expertos que han parti­cipado en la elaboración del plan del círculo. Si, eventualmente, subsisten desacuerdos fundamentales todavía, se celebrará una pequeña conferencia y un arbitraje antes de la edición definitiva del folleto.

Es bien evidente que la mayoría de los temas no exigen tal trabajo. Pero no se duda — para los temas que apasionan a los suecos— en recurrir a tales procedimientos. Y las personalidades elegidas por las Asociaciones Culturales populares no retroceden ante esa colaboración, a pesar de sus «queridos estudios».

Porque todo el mundo sabe lo arriesgado de estas realizacio­nes culturales, seguidas por gentes activas, frecuentemente mili­tantes, que a su vez constituyen la opinión pública. Así, en la A.B.F., 80.000 personas han llevado a cabo el último año círculos económicos y sociales que iban desde la vida municipal, el urba­nismo y la organización económica del país, hasta problemas po­líticos como los países subdesarrollados («nuestros vecinos de lejos», como se les llama en Suecia), o estudios sobre los Esta­dos Unidos y la U.R.R.S.

LA A.B.F. Y LAS ORGANIZACIONES AFILIADAS

Las Organizaciones afiliadas (L.O., K.F., S.A.P.) ¿tratan de uti­lizar la A B.F. para su propaganda? Se podría temer esto porque la A.B.F. en contacto con un vasto público, podría servir a los intereses particulares de tal o cual organización. Hacia 1920, al­gunas secciones socialistas buscaron deliberadamente el apoyo de la A.B.F. para su propaganda directa, pero parece que esta tendencia ha sido eliminada.

Es fácil imaginar en Francia divergencias de opinión ideológica, en torno a la iniciativa a dar a tal organización cultural. Se podría temer que tome demasiada independencia, que desmoralice la conciencia de los trabajadores, o que los aburguese en un confort cultural demasiado cómodo.

La función propia de la A.B.F., administrada por las Organiza­ciones afiliadas, aparece muy determinada, colaborando en ello

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el temperamento sueco. Su finalidad es formar a sus miembros para provecho del Movimiento Obrero y de toda la Sociedad, así como poner la cultura al alcance de todos los ciudadanos, ofre­ciéndoles una instrucción libre de toda ingerencia política o con­fesional.

La acción de la A F .B . debe, pues, facilitar un trabajo de re­flexión más profundo, una investigación objetiva de la verdad eco­nómica, social y política. Y para la social-democracia, esta verdad debe llevar al Socialismo.

Es misión propia del partido social-demócrata reforzar una con­vicción, traducirla en términos políticos, demostrar que la tecno­cracia no conduce a nada y que las técnicas deben estar al ser­vicio de un sistema político coherente, animado por las fuerzas populares. Esta toma de conciencia debe, pues, conducir y orien­tar hacia el partido y el sindicato social-demócrata con nuevas candidaturas de militantes abiertos e informados.

Parece, en fin, que el pueblo sueco participa menos activa­mente en la vida de partido o de las cooperativas que hace diez o veinte años. Esto es debido al aumento de nivel de vida y tam­bién a una cierta apatía. En cambio, los círculos de la A.B.F. si­guen siendo animados y seguidos. ¿Se puede hacer responsable a la A.B.F. de tal situación? No, ciertamente. Ayer como hoy, la A.B.F. ha sabido adaptar sus métodos y suscitar el interés de las gentes. Indirectamente su misión puede ser importante: conti­nuando su trabajo educativo desarrolla el conocimiento económico y social entre las gentes, que se interesan quizá menos por la acción política, y la A.B.F. puede promover la formación de nue­vos militantes deseosos de renovar el estilo de las reuniones del partido social-demócrata.

Así, sin que las funciones se confundan, existe un vaivén per­manente entre las organizaciones afiliadas y la A.B.F., cuya vo­cación es, esencialmente, la Educación Popular.

En realidad, a pesar de estos lazos, la orientación ideológica de la A.B.F. parece poco marcada. Esta organización no es una prolongación directa del movimiento obrero, como lo concebimos en Francia. ¿A qué se debe esta situación: A un empalago del pen­samiento socialista y obrero o, por el contrario, a una concepción de libertad definida por las organizaciones de tutela como L.O. y el partido social-demócrata?

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EL ESPIRITU dé lá a .b.f.

¿Pero, verdaderamente, sé puede comparar la A.B.F. con nues­tras realizaciones francesas? Las necesidades actuales de la clase obrera francesa en materia cultural, el temperamento de nuestros compatriotas y la progresión del sindicalismo exigen un verdadero equipamiento del que se ha hecho eco frecuentemente esta Revista. No es seguro que la dirección tomada por las orga­nizaciones obreras en Suecia, deba ser rigurosamente la nuestra.

La A.B.F. se ha desarrollado en un terreno privilegiado. En pri­mer lugar, el temperamento escandinavo y el clima de los países nórdicos favorecen la necesidad de encontrarse, de aprender re­unidos y de profundizar en conocimientos a partir de análisis y de situaciones concretas. Desde el siglo XIX, mucho antes del gran progreso industrial de Suecia y del predominio del partido socialista, existían cursos de tarde y escuelas populares.

Además, las condiciones de trabajo dejan más tiempo libre en Suecia que en Francia, y favorecen el deporte y la cultura. Hoy, a pesar de la relativa penuria de mano de obra, numerosas empre­sas tienen un horario de 40 a 43 horas; en algunas oficinas se ha reducido a 36, siendo la norma general de 40 horas semanales. Es, pues, posible organizar actividades a partir de las 5 ó las 6 de la tarde.

En fin, el patronazgo activo de organizaciones tan poderosas como los sindicatos obreros, las cooperativas y el partido social- demócrata, han contribuido en alto grado a desarrollar la A.B.F., en la cual han delegado una misión de educación popular. Pero, repitámoslo, han utilizado juiciosamente una corriente que existía desde el siglo pasado y era normal que fuese utilizada por el movimiento obrero.

Así, problemas que en Francia son difíciles y necesitan com­promisos dolorosos para solucionarse, se resuelven por sí mis­mos, porque ya existía en Suecia una tradición arraigada. La A.B.F. debe renovar constantemente sus métodos para mantener el in­terés popular.

En Suecia, como en otras partes, es preciso un esfuerzo per­sonal para someterse a los horarios regulares de un curso o de un círculo. Pero, sobre todo, la elevación del nivel de vida, que permite el desarrollo de las distracciones individuales, y el pro­greso de la televisión, son serios obstáculos. El nivel de vida del

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pueblo sueco es uno de los más altos del mundo, después del de Estados Unidos.

Para hacerse conocer, la A.B.F. edita folletos y carteles. Envía a las secciones del sindicato y del partido social-demócrata, deter­minadas películas y discos, que permiten presentar rápidamente y bajo una forma atractiva los nuevos círculos de estudios.

La calidad de las actividades contribuye igualmente a mante­ner el interés. La de los cursos de lengua, por ejemplo, permite a la A.B.F. sostener la competencia de los organismos comerciales. La masa del público, poco sensible, por otra parte, a los temas ideológicos de la A.B.F., podrá preferir, en razón de su sola calidad técnica, los cursos de esta organización a los de Berlitz o de una escuela de música.

En fin, los promotores de la A.B.F. tienen el deseo de hacer de sus locales verdaderos centros culturales de alto nivel, donde los trabajadores no se sientan fuera de lugar.

En marzo de 1963, la casa central de la A.B.F. en Estocolmo, exponía una gran colección de cuadros modernos, visitada por todo el mundo. Antes había presentado colecciones nórdicas, británicas... Esta galería está considerada como una de las mejores de la ciu­dad. Incluso se han previsto en esta casa un restaurante y salas de conferencias para congresos. Así, las actividades más difíciles, como los círculos de estudios, hacia los cuales orienta la A.B.F. a sus adheridos, no están aisladas en la vida cultural del país, sino al contrario.

La A.B.F. se asemeja a un gran servicio público. Sus actividades se extienden por todo el conjunto de Suecia, sus locales bien equipados han llegado a ser auténticas casas de cultura. Deseosa de extraer al público más popular de hoy, la A.B.F. ha puesto a punto métodos pedagógicos para adultos que hacen de ella un verdadero útil de «educación permanente».

Pero la A.B.F., sin embargo, sostenida por el movimiento obre­ro sueco, parece muy neutral. Nada hay escondido: todo el mundo en Suecia conoce los orígenes de esta gran organización cultural. Todo ocurre como si el movimiento obrero hubiese querido poner a disposición de todos métodos de cultura, sin desear, sin em­bargo, inyectar su ideal. Los animadores de la A.B.F. pueden de­cirnos que este punto de partida se ha buscado voluntariamente. Nosotros lo hemos visto: la A.B.F. tiene que facilitar la reflexión,

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es al partido y al sindicato a quienes corresponde después refor* zar una convicción y traducirla.

¿Esta bella obra no esconde un vacío ideológico? Este útil, cuyo valor es innegable, ¿favorece realmente la promoción de los tra­bajadores para su acción en la comunidad? He aquí preguntas que se plantearán inevitablemente los militantes obreros de Francia.

El socialismo en Suecia es esencialmente pragmático. Suecia desconfía de las grandes construcciones abstractas para intere­sarse minuciosamente por las situaciones prácticas. Cuando se pregunta hoy a un sueco sobre las últimas realizaciones del so­cialismo no responderá que ha facilitado la promoción obrera, o elaborado una democracia real obrera, en las fábricas y en la co­munidad, sino más bien que ha permitido anticipar la edad de ju­bilación, ha hecho posible la creación de hospitales gratuitos y la multiplicación de servicios colectivos... Se es práctico en Suecia. Se perfecciona sin cesar una máquina bien hecha. La realización de los programas de urbanismo o la fijación de haremos de im­puestos es un ejemplo claro de esto.

El partido socialista, con el apoyo activo de los sindicatos obreros, está en el poder desde hace treinta años. Por otra parte, Suecia se ha industrializado en dos generaciones y ha evitado el proletariado.

Por esto, su socialismo aparece como burgués y reformista a los países de exquemas marxistas, mientras que es constructor. Una de las piezas maestras del sistema es la elaboración de negocia­ciones colectivas, renovadas periódicamente y escrupulosamente respetadas de una y otra parte.

La A.B.F. experimenta directamente esta influencia. No se pue­de pedirle más de lo que puede dar. No forma militantes en el sentido en que lo entendemos en Francia; los problemas ideoló­gicos no se plantean con la misma pasión conquistadora, se hallan detenidos en casos concretos.

La A.B.F. ayuda al partido, al sindicato, en la medida que fa­vorece la formación y la información en una zona bastante amplia de la población. No se espera de la A.B.F. una verdadera preini­ciación en los temas del socialismo, presentando soluciones ex­plosivas o revolucionarias a los problemas de nuestro tiempo.

UN INSTRUMENTO DE CULTURA OBRERA

Se puede deplorar una insuficiencia de orientación ideológica

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tal como ía concebimos en Francia, pero esto no es deseado por los animadores ni por las organizaciones de tutela. Para ellos, la existencia de la A.B.F., su dinamismo y sus múltiples actividades, que atraen a las masas, bastan para probar en el gran público el beneficio de una realización querida y sostenida por las organiza­ciones obreras.

El gran mérito de la A.B.F. es haber contribuido a la difusión de la cultura popular en el pueblo sueco. ¿Es verdaderamente la cultura en el sentido que la entendemos nosotros, los latinos? Se debería decir más bien el «saber» como lo ha notado E. Mounier en sus notas escandinavas, e incluso «un muestrario de saberes discontinuos, picados como los entremeses, sobre la mesa abun­dante de los cursos de tarde, y un saber de este tipo: eso es una cultura...». Aquí se señala una diferencia fundamental de tempe­ramento. Para nosotros, la cultura es ante todo una llamada a la reflexión, es aprender a orientarse entre un bosque de ideas, de hechos, de teorías... Escandinavia buscará más bien el análisis de los hechos, menos brillante y global, pero más metódico y muy eficaz.

Al menos, es así como — nosotros, latinos— podemos apreciar la cultura de los escandinavos. Sin embargo, el ideal oficial y pro­clamado de la cultura popular en Suecia, como de la enseñanza pública, es la cabeza bien hecha y no bien llena. Sencillamente, la definición sueca de la cabeza bien hecha difiere mucho de la nuestra.

Gracias a la A.B.F. muchas capas de la población tienen un nivel de cultura, como la entienden los escandinavos, netamente superior al de las clases populares francesas. Gracias a ella han podido llevarse a cabo numerosos diálogos sobre la Economía Na­cional y Regional, sobre la vida de la comunidad. A este respecto, la A.B.F. es una gigantesca escuela de democracia. Es un nexo entre las organizaciones obreras y el gran público, que no recorre las empresas nacionales, pero quiere profundizar y tomar parte en un debate, incluso modesto.

En el deseo de responder a las necesidades inmediatas de las gentes, ¿la A.B.F. no se contenta con un camino fácil? ¿No puede, a partir de sus grandes realizaciones de masas — y sin despreciar­las, sin embargo— buscar una cultura más exigente, facilitar el ahondamiento ideológico, suscitar un interés más grande por la acción personal en la comunidad? Algunos de los animadores de la A.B.F. y jóvenes intelectuales, se han hecho eco de tales crí-

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ticas que nos parecen justificadas. El éxito de la A.B.F., su dina­mismo y el apoyo activo de las fuerzas vivas de la nación, como son la L.O. y el partido social-demócrata, debería permitir a esta organización ir más lejos, conservando y perfeccionando sus ocu­paciones actuales.

CONCLUSION

Una actividad cultural como la desarrollada por la A.B.F. es para nosotros muy rica en enseñanzas. Desde luego, podríamos desearle nuevos progresos y acciones más profundas.

Nosotros, que estamos orgullosos de nuestras «experiencias francesas» que no atraen más que a una minoría (una «élite», de­cimos frecuentemente un poco para tranquilizarnos), ¿no carece­mos de grandes realizaciones por falta de medios, de unidad y de una toma de conciencia colectiva?

¿No tenemos necesidad de un intercambio con el gran público, a la altura de la A.B.F., que permita al movimiento obrero hacerse comprender mejor, que le permita también expresarse y estar presente en esta gran batalla para una nueva cultura?

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D O C U M E N T O S PARA LA A C C IO N

el acceso de todos

a la cultura1*’por C harles M ACCIO

PROPOSICION PARA UNA DEFINICION

La cultura se define, en general, como los medios, gracias a los cuales:— El hombre despliega sus dones espirituales y corporales para lle­

varlos a su fin.— El hombre se dedica a someter al dominio de su saber y de su tra­

bajo a todo el universo.— El hombre hace más humana la vida social, tanto familiar como polí­

tica, en pro del progreso moral y de la evolución de las institucio­nes.

— El hombre, finalmente, a través de los tiempos expresa, comunica y conserva, mediante sus obras, las grandes experiencias espirituales y los principales deseos de la humanidad con el fin de que un nú­mero mayor pueda disfrutar de ellas, incluso toda la humanidad (1).

VISION GLOBAL Y UNIVERSAL

Para poder comprender toda su riqueza, esta definición merece ser comentada.

Desplegar sus dones espirituales y corporales

— Es reconocer que cada persona tiene unas cualidades que le son propias. ¿Sabemos descubrir en los demás la parte de verdad que poseen, ios dones que tienen particularmente?

— Pero el análisis es más profundo, ya que requiere dones espirituales; í ■ i t i £ . , V s, '•

" : tu»(*) Estos esquemas están tomados del libro “ANIMATION D É

GROUPES”, Editlons de la Chronique Sociale. Lyon, 1965.

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y corporales y el uno no se enriquece con el otro, los dos son In­separables y deben ser valorados juntos.

— Ciertos espiritualistas desencarnados no deben olvidar los dones corporales de cada uno que, desarrollados al máximo, enriquecerán a toda la comunidad.

— Por el contrario, los que no quieren ver más que las capacidades corporales deben admitir que el hombre es cuerpo y espíritu y que sus dones espirituales tienen también que desarrollarse para el mayor bien de sí mismos y de todos.Una comunidad es más rica sí cada uno de sus miembros puede desarrollar al máximo todas sus capacidades.

— ¿Lo permite la sociedad actual?

Someter el universo a su saber y a su trabajo.

— Someter el universo es darle la primacía al hombre sobre las es­tructuras. Las estructuras de la sociedad deben favorecer la expan­sión del hombre y no alienarle como a menudo sucede.

— Someter el universo al saber del hombre es valorar la fuerza creado­ra de cada uno, es querer que cada persona aporte su contribución a la reflexión colectiva, es, en definitiva, poner a la humanidad en marcha mediante su saber hacia la trascendencia de la naturaleza.

— Pero trascender la naturaleza significa también no olvidar que se está Inmerso en esta naturaleza y que el universo no se puede so­meter al hombre más que con el trabajo del hombre. El saber se adquiere con el trabajo y se aplica con el trabajo.

— Es conveniente recordar el lugar que ocupa el trabajo en la ciudad, ya que el hombre es creador, por su trabajo, y continúa ordenando la naturaleza, pero al mismo tiempo, se crea a sí mismo por su propio trabajo. Todos nosotros estamos marcados por nuestro tra­bajo, ya sea manual o intelectual.

— Esto nos lleva a hacer una pregunta: ¿Contribuye hoy el trabajo a la expansión del hombre?

Hacer más humana la vida social.— El hombre en el mundo está insertado en la vida social y debe asu­

mirla en todas sus dimensiones:— familiarmente, puesto que la familia es la célula más pequeña de

ia sociedad. Las relaciones familiares dependen de las personas que la componen, pero dependen también de unas estructuras sociales más extensas en las que se hallan incluidas y que pue­den tanto alienar como permitir su desarrollo.

— políticamente, o sea todas las relaciones de los hombres entre sí para participar en la vida de la comunidad, la cual es respon­

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sable de todos sus miembros. E! hombre debe sentirse conectado con la realidad política con el fin de contribuir con los demás a promover una comunidad de hombres libres y responsables.

En favor del progreso moral y de la evolución de las Instituciones.

Una verdadera democracia supone, pues, que se actúe tanto sobre los hombres como sobre las estructuras mediante:— El progreso moral que permita a cada uno conocer sus derechos

individuales y colectivos, teniendo conciencia de los deberes que éstos implican (sin progreso moral se impone la ley de la jungla, la ley del más fuerte, la negación de la igualdad entre los hom­bres y de la fraternidad universal).

— El progreso de las instituciones para que éstas puedan favorecer las relaciones entre los hombres. Las estructuras deben ser el soporte que permita a cada uno tener un lugar en la comunidad y desempeñar una función propia al servicio de los demás. Es preciso buscar unas estructuras que desarrollen y desplieguen la vida comunitaria en el respeto a la persona.

Asumiendo plenamente la evolución de la historia en una visión pros­pectiva.

— Somos herederos de las generaciones que nos han precedido, les debemos lo que somos. Y dejando a un lado las críticas que poda­mos formular, no se trata de renegar de las tradiciones de nuestros mayores.

— Pero esta tradición está encarnada en una evolución histórica que no podemos negar; es conveniente, pues, que nos pongamos a la dis­posición de nuestro tiempo a fin de que, más allá de todo dogma­tismo, sepamos descubrir a través de las grandes experiencias es­pirituales y los deseos profundos de la humanidad, los valores que hemos de vivir hoy día del modo más conveniente para nuestra época.

— En este período de aceleración de la historia en el que nos encon­tramos no podemos estar satisfechos del presente, debemos vivirlo intensamente, pero, al mismo tiempo, descubrir el sentido de evo­lución del mundo, con el fin de que el hombre llegue a dominar permanentemente esta evolución.

— Finalmente, debemos desear que esta cultura tienda en todas sus dimensiones hacia el mayor bien de toda la humanidad.

(1) Gaudium et Spes, núm. 53.

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D O C U M E N T O S PA RA LA A C C IO N

dimensiones de la

culturapor C h arles M A C C IO

EVOLUCION DIALECTICA

En nuestra sociedad la cultura, se prepara la

DE LA NOCION DE CULTURA

moderna, heredera de ciertas concepciones de adaptación y la evolución de la noción de cul-

tura, confrontando algunas posturas en varios campos. Oposición de valores:— Entre una concepción «productivista» de la enseñanza y de la cul­

tura, cuyo fin primero sería formar unos productores eficaces para la economía (por estar considerada la economía como un factor de­terminante de la sociedad industrial actual)...

— Y una concepción «humanista» de la enseñanza y de la cultura que tenga por objeto formar personas capaces de comprender a su épo­ca en todas sus dimensiones: económica, política, sociológica, etc...

— De la confrontación de estas dos concepciones debe nacer otra de carácter «personalista» que tenga en cuenta estos dos Imperativos, la Eficacia y la Persona, con el fin de dispensar una cultura que permita a cada uno no sólo comprender a su época, en todas sus dimensiones, sino también actuar eficazmente sobre las estructuras y ios hombres para adaptarlas a las necesidades de todos.

Oposición de naturaleza:— Entre una concepción «Intelectual» de la cultura que permite a los

hombres comprender su época, pero Ies hace poco aptos para elegir lo necesario para vivir en su tiempo, Introducirse y comprometerse con él.

— Y un concepto «pragmático» de la cultura cuyo único fin sea enseñar lo que es útil para alcanzar unos objetivos fijados...

— De este intercambio debe nacer una cultura «viva» que integre ínti­mamente Pensamiento y Acción en una Praxis que permita a ios

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hombres tener un pensamiento personal que desemboque en la ac* ción colectiva.

Oposición de dimensión:— Entre una concepción «nacional» (o particularista) que glorifique los

valores propios de cada nación para conservar una tradición viva y una originalidad específica...

— Y una concepción «pluralista» que amalgame los valores de las di­ferentes naciones para hacer una síntesis armoniosa en ia que des­aparecería todo rastro de particularismo...

— Hay lugar para una concepción «universalista» que sepa aceptar las diversidades y las riquezas de cada uno, intentando al mismo tiempo promover los valores comunes aceptados por todos.

Oposición de nivel:— Entre la concepción de una cultura para los «privilegiados», dirigida

a la élite, a los considerados como más capaces para poseer el saber y el poder...

— Y la concepción de una cultura de «masas», tomada en el sentido peyorativo, en la que se divulguen de un modo vulgar unos conoci­mientos superficiales que den la impresión de saber...

— Hay que buscar una cultura «popular» que permita a todos los hom­bres tener acceso a los conocimientos necesarios para poder elegir. De este modo la inserción social de cada uno participará en la pro­moción colectiva.

Oposición de género:— Entre una cultura «escolar» dada a los jóvenes en las escuelas y en

centros diversos a los adultos, en los que a veces se dispensa una cultura estereotipada...

— Y una cultura «paralela» que emplea todos los medios modernos de difusión (cine, televisión, radio, discos, etc...), esta era audiovisual, concebida principalmente como medio de condicionamiento, bien sea por el poder o por el capitalismo...

— Hay que buscar una cultura «adaptada» que tenga en cuenta las posibilidades de cada uno y que sepa utilizar los medios modernos de formación y de información con un fin personalizador.

PROGRESION DESEABLE DEL CONTENIDO CULTURAL

Una cultura que tenga en cuenta todas las necesidades.— Como acabamos de ver, hay que evitar el caer en la Inclinación que

consiste en conceder privilegio a una necesidad con relación a otra, ya que las necesidades son de dimensiones complementarias.Hay necesidades:

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materiales e Intelectuales, individuales y colectivas, presentes y futuras, subjetivas y objetivas.

— Una verdadera cultura deberá, pues, recurrir a todas las ciencias, bren sean técnicas, humanas o sociales.

— Si no se abarca la realidad en todas sus dimensiones, la cultura es incompleta.

Una cultura que permita comprender para pensar.— Darse cuenta de la realidad no basta, es sólo el punto de partida

que debe conducir a cada uno a llegar a ser capaz de comprender las interacciones de los diversos fenómenos.

— El pensamiento no puede nacer más que del esfuerzo de compren­sión, pero comprender no es suficiente; es preciso, partiendo de estos conocimientos, forjarse una opinión personal sobre los hechos y acontecimientos.

— Con esta condición, el hombre podrá dominar la naturaleza. Compren­der un fenómeno no basta para orientarlo, hay que saber lo que se quiere y por qué se quiere.

— A menudo, la cultura se considera como una masa de conocimientos que se es capaz de comprender. Una persona no adquiere toda su dimensión hasta que no es capaz de pensar por sí misma.

— Este pensamiento personal es una de las condiciones del diálogo del que vamos a hablar. No se dialoga más que con aquellos que tie­nen algo que decir. Los otros escuchan.

Una cultura que conduce al Pensamiento y a la Acción (Praxis)Un pensamiento personal no tiene valor como no se intercambie con

otros en un verdadero diálogo. Este intercambio debe conducir necesa- riamente a una acción si estamos insertados en el mundo.

Un pensamiento sobre la realidad nos lleva a querer mejorar esta realidad; ahora bien: no podemos hacerlo solos. El pensamiento nos con­duce, pues, a la acción, pero a una acción colectiva. De no ser así, nuestro pensamiento no es más que pura especulación intelectual e In­dividualista que muestra que estamos aislados del mundo.

Esta acción colectiva, nacida dei pensamiento y del diálogo, supone, por tanto, unas estructuras que la favorezcan, lo que nos lleva a actuar sobre dos frentes: sobre las personas y sobre las estructuras. De ahí nacen las exigencias suplementarias de una verdadera cultura.

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D O C U M E N T O S PARA LA A C C IO N

algunas características de la cultura

por Charles MACCIO

LA VERDADERA CULTURA ESTA ABIERTA A LOS OTROS

Un hombre cultivado es aquél que busca el diálogo y el contacto con los otros hombres. La verdadera cultura está abierta a todos. A l­gunas personas están tan especializadas que no ponen su especialidad en un conjunto porque no piensan más que en su especialidad.

El hombre es un ser social, no puede acceder a la cultura sin el concurso de los demás, ni guardar su cultura para sí.

Una auténtica cultura comporta el conocimiento de los demás, del mundo, de su tiempo y una participación activa con los otros en la vida de la sociedad.

LA CULTURA ES UN ESFUERZO DE SUPERACION DEL HOMBRE

Los hombres incultos no consiguen sobresalir en las particularida­des de su oficio, sexo, raza, nacionalidad o civilización. Por el contrario, la cultura permite comprender las razones de vivir de otros hombres, ya sean negros, amarillos o blancos. Permite establecer relaciones entre las concepciones y las experiencias para el progreso de todos. Permite al hombre escoger, y por ello, contribuir a su liberación. Cada experien­cia, cuando es fuente de reflexión, puede ser una ocasión de progreso. La misma edad no es un obstáculo a esta extensión ilimitada de las posibilidades.

LA CULTURA TIENE UN VALOR UNIVERSAL

En efecto, tal como acabamos de presentarla, la cultura se basa en el reconocimiento de los valores personales. Estos valores no son pa­trimonio de un grupo de individuos o de una época, son universales y permanentes.

En la base de un esfuerzo de cultura está siempre el esfuerzo del

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hombre que busca la verdad con toda lealtad. Esta búsqueda, esta avanzada, eleva al hombre y une a loar hombres.

LA CULTURA ES PERMANENTE

Comienza en la infancia y continúa toda ia vida.En efecto, la necesidad de saber, de comprender, de actuar, y la

posibilidad de situarse en un mundo en evolución es constante y dura toda la vida.

La cultura r.o puede ser considerada como una suma de conocimien­tos adquiridos de una vez y para siempre en la juventud y válida para toda la vida.

LA CULTURA PARTE DE REALIDADES

Todo esfuerzo cultural que no tiene su origen en la realidad coti­diana y en las necesidades que ésta ocasiona, está condenado al estan­camiento o lleva al hombre ai repliegue sobre sí mismo.

La cultura clásica, nacida de la realidad, se desarrolla en un círculo cerrado y se muestra como un privilegio reservado a una cierta clase, la cual a través suyo se transmite de generación en generación como una herencia que ie es propia, que se reserva y que permanece fija en los tiempos.

LA CULTURA ANTITOTALITARIA

Cultura y eficacia son dos cosas de orden muy diferente. Mientras que la búsqueda de la eficacia tiene sus límites, como por ejemplo, el respeto a las exigencias democráticas, la cultura no las tiene. Por el contrario, agudiza el sentido de ia libertad de pensamiento y de la re­latividad de las nociones.

Tiende a desarrollar a un mismo tiempo el espíritu de crítica y de comprensión.

Permite romper los conceptos, y de ahí, insubordinarse contra todo dogmatismo y todo clericalismo.

La competencia que posee un hombre cultivado no proviene de la acumulación, sino de la asimilación de los conocimientos. La cultura es apertura de espíritu.

LA CULTURA ES EL ACCESO A LAS RESPONSABILIDADES

No puede haber cultura sin sentido de responsabilidad. Una cultura no tiene validez más que en las dimensiones colectivas.

El esfuerzo de cultura no puede estar aislado de la acción; por el contrario, la cultura social es poder tener ia posibilidad y el deseo de

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intervenir constantemente en la vida pública. Por otra parte sólo la acción puede permitir, por sus enseñanzas, pasar a un nivel superior. La acción es el fermento de la cultura.

LA CULTURA DEBE SER TOTAL

Ninguna realidad debe serle extraña, y no es porque creamos que para el hombre es más importante tener una cultura económica, social o política por lo que restringimos la cultura únicamente a estos as­pectos.

Una cultura que quiera ser universal no puede prescindir de otras disciplinas, científicas, filosóficas o artísticas tales como ía vida moder­na las muestra, o como han sido siempre.

A través de todas estas cosas y en todas las circunstancias es cuando la personalidad del hombre debe encontrar la ocasión de for­jarse y de expresarse.

LA CULTURA FUENTE DE LA PROMOCION COLECTIVA

Cada uno puede enriquecerse individualmente; pero si al mismo tiempo no se adquiere conciencia del valor fundamental del derecho de todos los hombres al respeto, a la dignidad y a la cultura, este enri­quecimiento no le servirá de nada a la comunidad humana.

La participación en la vida social es fuente de valoración personal y comunitaria a un mismo tiempo.

Permitirle al hombre tomar responsabilidades en la evolución del mundo, es poner los cimientos de una sociedad al servicio de los hom­bres.

Una civilización no vale solamente por su cabeza, sino por su cuerpo entero.

LA CULTURA ES FUENTE DE DEMOCRACIA

Una verdadera democracia no puede existir más que cuando se apoya en unos hombres conscientes, libres y responsables, capaces a un mismo tiempo de promoverla, de salvaguardarla y de participar en ella.

Recíprocamente, una verdadera cultura sólo es posible en un autén­tico clima de democracia en el que se deje lugar a todas las expresio­nes y a todas las opciones y en el que todos tengan iguales posibilida­des de participación en la vida democrática (social, económica, política y cultural).

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D O C U M E N T O S PARA LA A C C IO N

definición sociológica de cultura

1.—Nombre común para designar todos los tipos de conducta socialmente adquiridos y que se transmiten con igual carácter por medio de símbolos; por ello es un nombre adecuado para todas las realizaciones características de los grupos humanos; en él se comprenden, no sólo particulares tales como el lenguaje, la cons­trucción de instrumentos, la industria, el arte, la ciencia, el dere­cho, el gobierno, la moral y la religión, sino también los instru­mentos materiales o artefactos en los que se materailizan las realizaciones culturales y mediante los cuales surten efecto prác­tico los aspectos intelectuales de la cultura, como los edificios, ins­trumentos, máquinas, artificios para la comunicación, objetos de arte, etc. La significación científica del término es, por consi­guiente, completamente diferente de su acepción popular. Com­prende todo lo que es aprendido mediante la comunicación entre los hombres. Abarca toda clase de lenguaje, las tradiciones, las cos­tumbres y las instituciones. Como jamás se ha tenido noticia de un grupo humano que no tuviera lenguaje, tradiciones, costum­bres e instituciones, la cultura es la característica distintiva y universal de las sociedades humanas. De aquí su importancia como concepto sociológico.

Indicios de cultura pueden descubrirse en el mundo animal infrahumano. Pero como ningún grupo animal posee lenguaje ver­bal —el propio vehículo para la difusión y transmisión de la cul­tura—, su cultura, si es que existe, es insignificante. El origen de la cultura como rasgo humano puede encontrarse en la superior capacidad del hombre para adquirir conocimientos mediante la experiencia y para comunicar lo aprendido por medio de símbolos, el principal de los cuales es el lenguaje. El descubrimiento y la invención forman el contenido del aprendizaje del hombre y la acumulación y transmisión de ellos, mediante procesos de ense­ñanza y aprendizaje, da como resultado el desarrollo de la cultura característica de cada grupo humano.

Como la cultura se transmite mediante procesos de enseñanza

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¡Oíndice

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y aprendizaje, tanto formales como informales, la parte esencial de la cultura se encuentra en las pautas incorporadas a las tra­diciones sociales del grupo, es decir, en los conocimientos, creen­cias, ideas, valores, normas y sentimientos que prevalecen en el mismo. La parte ostensible de la cultura se encuentra en la con­ducta efectiva del grupo, de ordinario en los usos, costumbres e instituciones. Pero las costumbres y las instituciones son casi siem­pre expresiones de las ideas, creencias, valores y sentimientos del grupo. La parte esencial de la cultura consiste, al parecer, en de­terminados juicios de valor en relación con las condiciones de vida. La definición puramente behaviorista de la cultura es, por consiguiente, inadecuada. Una definición completa debe compren­der tanto los aspectos objetivos de la cultura como los subjetivos. Prácticamente, la cultura de los grupos humanos se resume en sus tradiciones y costumbres; pero la tradición, como aspecto sub­jetivo de la cultura, es su núcleo esencial.

2.—nEn las obras alemanas de sociología se emplea este término como sinónimo de civilización, es decir: sistema concreto dé valo­res para todos los aspectos de la vida que se transmite por tradi­ción. Sin embargo, algunos escritores alemanes emplean cultura en oposición a civilización. Para ellos la cultura es la estructura espiritual, interna, heredada de la vida nacional o supernacional, intangible y en esencia inmutable, en gran medida derivada del estado agrícola ordinario, enraizada en la totalidad del pueblo y transmitida por la tradición; la civilización es la sistematiza­ción exterior de la vida, en su mayor parte de origen urbano, tan­gible, progresiva y transmitida por procedimientos técnicos.

((Diccionario de Sociología. México.)

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índice

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1. LO SOCIAL EN CARITAS (agotado).2. LOS CENTROS SOCIALES (agotado).3. LA ASISTENCIA SOCIAL (agotado).4. LAS M IGRACIONES EN ESPAÑA (agotado).

5-6. COMO ESTUDIAR UN MUNICIPIO (agotado).7. LA ACCION SOCIAL (agotado).8. ASPECTOS SOCIALES DE LA VIVIENDA (agotado).

9-10. LA VIVIENDA EN SU S ASPECTOS ECONOMICOS(agotado).

11-12. LAS COLONIAS DE VACACIONES (agotado).13. LAS TECNICAS DEL TRABAJO DE GRUPO (agotado).14. LAS GUARDERIAS INFANTILES (agotado) .15. EL COOPERATIVISMO.16. EL SERVICIO SOCIAL DE COMUNIDAD.

17-18. LA PLANIFICACION SOCIAL.19. EL SERVICIO SOCIAL.20. LA ANCIANIDAD, PROBLEMA SOCIAL DE NUESTRO

TIEMPO.21. SERVICIO SOCIAL DE CASO S Y SUPERVISION.22. CENTROS DE FORMACION Y SERVICIO SOCIAL.

Segunda época:

1. LA PROMOCION SOCIAL.2. EL DESARROLLO COMUNITARIO (agotado).3. EXPERIENCIAS DE PROMOCION SOCIAL (agotado).4. GUIA PRACTICA PARA EL ESTUDIO SOCIO-PASTORAL DE

LA PARROQUIA.5. CULTURA Y EDUCACION POPULAR.

PREC IO :

ESPAÑA: 50 pesetas ejemplar. Suscripción anual, 160 pesetas. EXTRANJERO: 1,25 dólares ejemplar. Suscripción anual, 4 dólares.

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