+ All Categories
Home > Documents > El globo #2

El globo #2

Date post: 23-Feb-2016
Category:
Upload: el-globo-literario
View: 231 times
Download: 0 times
Share this document with a friend
Description:
La presente selección de textos e ilustraciones nos conmovió por completo, y nos dio lo que siempre da el buen arte: la necesidad de pronunciarse también uno sobre las propias emociones. Esperamos que la disfruten tanto como lo hicimos nosotros, y que no duden en agarrar lápiz y papel al concluir su lectura.
Popular Tags:
16
Transcript
Page 1: El globo #2
Page 2: El globo #2

2

1. FLORENCIA EDELMAN BURSZTYN Instituto Dickens Profesorado de Inglés Montevideo, Uruguay

2. FERNANDO LIN Universidad de Buenos Aires Arquitectura

3. ADáN FRANCONERI IUNA Licenciatura en Artes Visuales

4. GALO BASUALDO MOINE Universidad de San Andrés Profesorado en Educación

5. MAI IUNA Licenciatura en Artes Visuales

6. CAROLINA ALAMINO Universidad de San Andrés Abogacía

7. INÉS GAVIÑA Universidad de Buenos Aires Licenciatura en Letras

8. IVAN MATOVICH Universidad de San Andrés Ciencias de la Educación

9. FACUNDO CALVO Universidad de San Andrés Licenciatura en Relaciones Interna-cionales

ILUSTRAN

TAPA. CANDELA ANGELES CARRERAS Universidad de Buenos Aires Diseño Gráfico

1. ANA HIRSCH Universidad de Palermo Diseño de Joyas

2. MICAELA ROSA IUNA Licenciatura en Artes Visuales

3. SOFÍA AVELLANEDA Universidad Nacional de Tucumán Arquitectura

4. LUCÍA SATELIER IUNA Licenciatura en Artes Visuales

4. ROCÍO SEMENZATO Escuela Superior Regina Pacis Artes Visuales

Edición Belén Felix, Lucía Gradel y Karen SerfatyContacto [email protected] /elgloboliterarioTwitter /elglobolit

EL GLOBO #2NOVIEMBRE 2012

pUBLICACIóN TRIMESTRAL

Page 3: El globo #2

3

El aire con el calor se expande, el globo se estira a su límite y explota. Es el calor que licua la tinta en la birome y la derri-te sobre el papel, en el agitado vaivén de un cuento que parece no querer terminar jamás. Es también aquel que ensopa las manos frente a un salón lleno de espec-tadores; es el que recorre la espalda en el vigésimo kilómetro de carrera; es el que sube entre las piernas con la caricia de quién nos habla con suavidad, y el que inflama el corazón, y lo hace retumbar en los tímpanos, con la realización ocasional de que estamos vivos.

Este segundo número sale con ánimos veraniegos, de mucho, casi excesivo, calor y viene a proponerles que lo dejen entrar, inundar los huecos en el pecho, el espacio entre los dedos del pie, y ese vacío innato que es el ombligo. Estamos convencidos que ese calor, ese ardor, esa combustión irrefutable que sentimos dentro, nace de la genuina búsqueda de sentido. Es la piedra en el zapato que nos obliga a parar y fruncir el ceño hasta des-menuzar una sensación y comprender todas sus aristas. Es lo que nos arrastra, irremediablemente, a ofrecer algo que es nuestro, con el interrogante de si será, acaso, de otro también.

El mundo hoy nos incita a comprar para ser, a definirnos para existir, a actuar para estar. Con ello viene la certeza de la in-

satisfacción, la angustia de la incertidum-bre. Creemos que el arte en general y la literatura en particular tienen el poder de sobrellevar el vacío tan propio de este mundo, y de unir en vez de escindir en infinidad de individualidades. En el inten-to de ser lo que el mundo nos exige, de cumplir con el imperativo de hacer, ya, acumulamos emociones atrofiadas en distintas partes del cuerpo. ¿De qué otra forma podemos conectarnos con lo que el otro lleva anudado en la tráquea sino a través del registro de nuestra propia emo-ción? ¿Cómo registrarla sino a través del arte?

La presente selección de textos e ilustra-ciones nos conmovió por completo, y nos dio lo que siempre da el buen arte: la ne-cesidad de pronunciarse también uno so-bre las propias emociones. Esperamos que la disfruten tanto como lo hicimos nosotros, y que no duden en agarrar lápiz y papel al concluir su lectura.

El globo literario.

Page 4: El globo #2

4

Autora Florencia Edelman BursztynIlustración Ana Hirsch

Me la regaló mi abuelo, tenía una pequeña rajadura debajo, pero era casi imperceptible y el sonido era excelente. No era la primera vez que me regalaba un instrumento, a los 6, me regaló el piano, la batería no me acuerdo si la compró o no mamá.

Yo no tocaba la guitarra, José María sí.La tocaba siempre que venía a casa, alguna vez también tocó el piano, pero yo siempre le pedía que tocara la guitarra. A veces que-

ría canciones que a él no le gustaba tocar, o no tenía ganas, porque me divertía intentar cantarlas. Le pedía canciones, primero can-ciones que él conocía, después otras que ni imaginaba que sabía, era como una rocola.

Por mucho tiempo me colgué con Tommy, vicio del 72, la peli y el cd también. “Age of Aquarius” y hasta Abba y canciones de un álbum de Shakira del 97. Igual lo que más tocaba era Beatles, Pink Floyd y Rolling

PROSA

Page 5: El globo #2

5

Stones, tocaba de todo en realidad, blues, temas suyos y de su banda. En la banda to-caba el bajo y componía letras.Yo nunca sabía si sus canciones tenían algo que ver conmigo, ahora pienso que no.Otras sí eran intencionales, no las escritas por él; las actuaba, movía expresivamente sus cejas, su frente y me miraba a los ojos. Luego guardábamos la guitarra en el placard del escritorio, tenía estuche pero a veces quedaba afuera.

Un día dejé de verme con José María. Nunca más volvió a mi casa ni a tocar la guitarra, ol-vidada en el placard. Pasó el otoño, invierno y el otoño otra vez. Y otra.

Una noche ordenando, la encontré en el fon-do del placard. La saqué de su funda, tenía la tapa resquebrajada.

Se había arqueado como hoja seca. Sus cuerdas tiraron hasta levantar la tapa, lengua de mariposa muerta.

Era imposible de arreglar,la dejé ahí descansando, aunque sea como chatarra.

Otro tiempo y la tiré. Ahora uso el estuche como valija de zapa-tos.

A flower like no other, and to stare at it all [summer I’d much rather Hold it close, I am wishing to understand“Make me go, it is getting out of hand”It was him who told me to live in sinNever was foreseen, though, was always in [betweenOnly darkness could measure joy preciselyAnd I’m drowned by the opportunities, that [pass me by so timely As it sat outside sepia-toned, through the [looking glass my eyes became obsessedFainting as it fades foreverAnd suddenly, darkness is repeated

El embrión de mi ser no nacido,pero ya corrompido por mi hambre,busca alimento en los pasillosdel vientre materno.Pretende saciar su sed,su sentimiento de soledad,en ese óvulo fértilcual semilla en primavera.El embrión de mi ser no nacidose siente ahorcadopor un cordón de carne,ahogándose y queriendo escapar.Pero es inútil.La bolsa es demasiado pequeña,el cordón largo e indestructible,y el embrión, poco a poco,se va diluyendo con los líquidos,fragmentándose en varios pedazosinconexos entre sí,pero que, al fin y al cabo,forman el todo y la nada a la vez.

LIVING IN SINEL EMBRIóN

Fernando Lin

Adán Franconeri

POESIA

Page 6: El globo #2

6

Autor Galo Basualdo MoineIlustración Micaela Rosa

Era un buen tipo Fito. Una de esas personas (pocas, tal vez) de las que se puede decir que están hechas de buena madera, de madera noble. Recuerdo que compartir momentos co-tidianos con él era una perfecta excusa para salvar gradualmente esa distancia perenne que subyace en la individualidad humana. Un pool, un campamento, un café, un par-tido, algunas canciones -o algunas mujeres- eran instancias ideales para volar juntos, de esa manera especial, liviana, pura y des-interesada con la que se vuela con los amigos, y que nunca se llega a alcanzar con las parejas.

Lo que más recuerdo de él era su mane-ra taciturna de pararse ante la vida, esa sencillez casi desganada para afrontar problemas y alegrías. Con una sonrisa un tanto triste pero pícara, nos miraba desde su altura solitaria. Era casi el re-ferente obligado de cualquier anécdota jocosa, y se adaptaba a nuestros co-razones como nunca logró adaptarse a su vida. Fiel lazarillo de quien anduviera descarriado por momentos, muchas ve-ces sentí la tentación de decirle que lo comparaba con esos paradores de ruta donde atienden cálidamente las nece-sidades del viajante, pero que siempre permanecen en el mismo sitio.

Aquella tarde cuando pasó por casa, me sorprendió con su visita, aunque de cierta forma lo estaba esperan-

PROSA

Ilustración Ilustración Micaela RosaMicaela Rosa

Era un buen tipo Fito. Una de esas personas Era un buen tipo Fito. Una de esas personas (pocas, tal vez) de las que se puede decir que (pocas, tal vez) de las que se puede decir que están hechas de buena madera, de madera están hechas de buena madera, de madera noble. Recuerdo que compartir momentos co-noble. Recuerdo que compartir momentos co-tidianos con él era una perfecta excusa para tidianos con él era una perfecta excusa para salvar gradualmente esa distancia perenne salvar gradualmente esa distancia perenne que subyace en la individualidad humana. que subyace en la individualidad humana. Un pool, un campamento, un café, un par-Un pool, un campamento, un café, un par-tido, algunas canciones -o algunas mujeres- tido, algunas canciones -o algunas mujeres- eran instancias ideales para volar juntos, de eran instancias ideales para volar juntos, de esa manera especial, liviana, pura y des-esa manera especial, liviana, pura y des-interesada con la que se vuela con los interesada con la que se vuela con los amigos, y que nunca se llega a alcanzar amigos, y que nunca se llega a alcanzar

Lo que más recuerdo de él era su mane-Lo que más recuerdo de él era su mane-ra taciturna de pararse ante la vida, esa ra taciturna de pararse ante la vida, esa sencillez casi desganada para afrontar sencillez casi desganada para afrontar problemas y alegrías. Con una sonrisa problemas y alegrías. Con una sonrisa un tanto triste pero pícara, nos miraba un tanto triste pero pícara, nos miraba desde su altura solitaria. Era casi el re-desde su altura solitaria. Era casi el re-ferente obligado de cualquier anécdota ferente obligado de cualquier anécdota jocosa, y se adaptaba a nuestros co-jocosa, y se adaptaba a nuestros co-razones como nunca logró adaptarse a razones como nunca logró adaptarse a su vida. Fiel lazarillo de quien anduviera su vida. Fiel lazarillo de quien anduviera descarriado por momentos, muchas ve-descarriado por momentos, muchas ve-ces sentí la tentación de decirle que lo ces sentí la tentación de decirle que lo comparaba con esos paradores de ruta comparaba con esos paradores de ruta donde atienden cálidamente las nece-donde atienden cálidamente las nece-sidades del viajante, pero que siempre sidades del viajante, pero que siempre

Aquella tarde cuando pasó por casa, Aquella tarde cuando pasó por casa,

Page 7: El globo #2

7

til -que arrastraba en mi vida adulta- de que mientras caminara junto a alguien, al tener que separarse para esquivar un obstáculo (un cartel, una parada de colectivo), la otra persona no volviera a aparecer. Y recuerdo también su cara de incredulidad y tierna in-comprensión con respecto a que una cosa semejante pasara. “Igual, por las dudas, tra-tá de ir por calles sin obstáculos”, solía decir al mofarse de mi ingenuidad.

No sé bien por qué, pero en una de esas esquinas donde el semáforo nunca está a favor, volví a sentir ese temor infundado. En ese instante miré su rostro para ver si com-partía algo de mi preocupación; pero no, sus ojos andaban perdidos en una rubia tenta-ción veinteañera que acaso yo no había per-cibido. No quise distraer su atención terre-nal con tonterías, y preferí mirar yo también, pero para ese entonces en su percepción la rubia había dejado lugar a una morocha que caminaba delante nuestro, aunque en determinado momento tornó en castaña y con bucles al cruzar la calle, para luego ser de nuevo la morocha que nos llevaba la delantera. Apurados en seguir su paso, nos mantuvimos callados como aves al acecho, con la mirada fi ja en la presa.

Y fue tal vez ese efecto misterioso que tienen las mujeres para alterar lo que estábamos pensando lo que hizo que no me percata-ra de que, después de atravesar la última parada de colectivo, Fito ya no caminaba a mi lado. Al principio, creí que me estaba jugando una broma, recordando viejas con-fesiones de mis miedos. Frené entonces mi andar y me entretuve algunos segundos es-perando su aparición entre risas. Al no cum-plirse mis expectativas, decidí volver sobre mis pasos e infantilmente rememorar el jue-go de las escondidas. Hasta que luego de un largo rato de búsqueda infructuosa por las calles que habíamos recorrido (y otras nuevas), tuve que aceptar que, fi nalmente, Fito había ganado el juego.

do. Diferentes opciones de vida nos habían vuelto solitarios cómplices de anécdotas que contar. Mucha agua había corrido bajo el puente, y muchas noches no habían sabi-do nadar en ella. Era un encuentro extraño, ansiado, pero ya distinto. Tiempo, distancia y rutina son distintos nombres de un mismo asesino, sutil y muy cobarde, pero efectivo. Recuerdo que aquel abrazo pareció desme-moriado, como si las densidades nuestras almas ya no fueran compatibles; lo recibí (me lo recibió) igualmente por cortesía, y por honor al pasado. Charlamos mientras nuestras miradas buscaban reconocer algo que ya no estaba. Bebimos varias ta-zas de café, y no pusimos atención en lo

que decía el otro, tan sólo preparábamos argumentos para justifi car tanta ausencia, y pequeñas historias para provocar risas obli-gadas. Esquivamos hablar de lo que había sido alguna vez una amistad sincera, algo como un ser en dos cuerpos, como solía decir San Agustín, patrono de aquella parro-quia donde nos habíamos conocido.

Las horas pasaron más rápidas que noso-tros, hasta que nuestras miradas se cruza-ron profundamente y, horrorizadas, compro-baron que éramos dos perfectos extraños. Un poco asustado, le comenté que ya era hora de ir a misa, y le dije que me acom-pañara como en los viejos tiempos, cuando creíamos en algo o en Alguien. Socarrona-mente, y algo desafi ante, me confesó que esos ya no eran lugares para él, desde que se había dado cuenta de que “la religión era un mero invento para apartar a las almas escrupulosas de la repartija de la torta”. Sonreímos, por primera vez en ese día, con risas de verdad, con ecos de risas. Igual-mente aceptó ir conmigo unas cuadras, y algunos comentarios sobre polleras desli-zados en el camino me dieron la esperanza

de que la distancia entre nosotros no era del todo insalvable.

Alguna vez supe comentarle un temor infan-

Page 8: El globo #2

8

Para poder admirarla transparencia del vidriodebés encontrar el filo dentro de la piel.Es preciso estirar alguna mirada perdidaalguna trémula pesadilla que se escurra por debajo de las sábanas mojadas.Encontrado el punto en el que nace la dualidad,tras rasgar aquella fina capa de plástico:el vértigo de la carne.Y la piel tan llena de vidrio,tan sudorosamente congeladatan estúpidamente frágil ytan ridículamente palpable.

En el vigoroso túnel,sobreviven mis bestias(algunas, otras salen a la superficiepara desnudar el aire en un grito deguitarra desafinada).Quisiera poder andar así,toda coraje y toda carne.Cruda, palpitante.Para morir después en la fricción de un beso [robadoo en el comienzo de un sueño.Esta vez, la muerte no se acaba en una línea(y no siempre la muerte puede acabar)(culpen a los vírgenes avergonzados,culpen a la paranoia)Sino, se adueña de a poquito de las capas de cristal,hasta dejarme engominada y con una etiqueta en el piecomo la instalación permanenteen un museo bajo tierra.Miren,miren peatones atónitos a lasexualidad de los paralíticos,

a la tiranía de la pérdiday a las oscuridades agazapadas.Con la cabeza gacha, silbaremos bajito,algún patético estribilloque nos deje clavados en la más irreverente de las caídas.

Autora MaiIlustración Sofía Avellaneda

POESIA

Page 9: El globo #2

9

Mi obsesión con el reflejo es ya preocupanteMis ojos se reflejan en tus ojos

que veo en mis ojosque muestran nuestros ojos.

Y te veo en mis ojosy me veo en tus ojosy nos veo en los ojos

cíclope.Y veo también otros ojos

cientos de ojosque se miraron antesque vimos más tarde

que juntamosinconscientes

anónimos,ojos

que se reflejan en tus ojoscomo un pasado imborrable

en mis ojos presente,y también estos ojos reflejan

decenas de ojos previosdecenas de ojos que vendrán

pero tus ojos quedarány este minuto de mutua contemplación

de tus ojos, de mis ojos,del nuestro reflejodel nuestro espejo

del nuestro.ojos.ojos.ojos.

Autora Carolina Alamino

POESIA

Page 10: El globo #2

10

ICaminó hasta el alambrado y se sintió en el medio del campo, el sol le picaba la piel. Escuchó pasos detrás y se volvió; era su hermano menor que la buscaba. Se le acer-có, llevaba algo entre las manos porque las tenía como cerradas y le dijo: - Abrilo. Cuando le abrió las manos, un pájaro es-talló y le hizo fruncir los ojos. Vieron cómo entre sus alas se abría el sol. Lo miró con sorpresa y se sonrojó; ya había perdido su regalo, su abanico dorado. Rieron al ver que flotaban, entre sus manos y el cielo, plumas blancas.

II Veo un pájaro cazando y saltando por el jar-dín. Me le acerco. Apoyo el pecho en el pasto ofreciéndole mi corazón, y le digo: - Vos tomá todo lo que puedas y lle-vátelo lejos cuando vueles, por favor. Me mira como sólo puede, absorto, y lo pier-do de vista tan rápido, fugaz tomó vuelo. Irá a mojar su pecho a algún estanque y a per-derse de toda consciencia. Yo sé que lo invadí. Forcé su naturaleza, él no tenía porqué co-nocer el lenguaje de las palabras y menos aún la necesidad de mirar hacia adentro. Sin cerrar los ojos, lo imagino sobre un fondo

negro y pienso que podría ser cualquier otro, porque ese pájaro no tenía nada de espe-cial. Yo hubiese esperado que me contes-tara o que se acercara y chupara todo mi dolor. Pero era un pájaro nomás que solo nos habla desde lejos y en forma de flecha. Ése es su mensaje críptico. Y así, teniéndolo de nuevo, sosteniéndolo en el triángulo de los ojos y la coronilla como si nada de esto hubiese pasado, le digo: - perdón, aunque todavía no hayas volado porque aún no dije lo que iba a decir luego, corrompí tu libertad. Y ahora creo que estoy haciéndolo de nuevo, perdón por eso también. Y perdón por estar pidiéndote tan-tas veces perdón.

IIICuando en mi cabeza entra la obligación con sus cuchillos yo siento que mi personalidad, escindida en pequeños átomos y desperdi-gada entre las alas de animales, explota. Lo mismo que cuando un hombre camina entre el campo de girasoles explotan los pájaros asustados. Así, soy sus cuchillos. Y acuchillo a los demás. Pero entonces sueño con que esos pájaros desperdigados, que son mi personalidad, se encuentran en una tierra remota y encuen-tran un estanque de agua pura. Se bañan a su manera. Mientras sueño, veo que la verdad debe ser algo como ese mojar y remojarse el pecho

Autora Inés GaviñaIlustración Lucía Satelier

PROSA

Page 11: El globo #2

11

de los pájaros en un estanque de agua ex-traída desde el molino más hondo. Una his-toria.

IVTodo lo que tiene alas no puede descansar. Hay una remota tierra a la que pertenezco y está rodeada de árboles altos y oscuros que crean una burbuja lejana al tiempo y al resto del mundo. Si se la mira de arriba debe ser una circunferencia o un rombo también. Y es todo un mundo para mí. Cuando la visito me olvido de los otros mun-dos que también habito pero que son se-cundarios porque no parecen sueños. Entre esos árboles protectores puedo descansar, y cuando duermo en esa tierra siempre sue-ño, y al levantarme siento como si flotara y como si hubiese vuelto de un alto vuelo. Porque yo no tengo alas pero las deseo. VHay una gaviota herida en la orilla del mar. Así, tirada en la arena, tiene la misma forma de un caracol gigante. Me imagino que la agarro y la apoyo en mi oído como si fuese un caracol gigante para escuchar al mar y al infinito, como si fuesen la misma cosa. No escucho nada porque está muerta. Cierro los ojos y la veo volar, planear en rea-lidad, porque no logra cortar el viento que es hundirse en el mundo.

VI¿Tendré que nombrar cada hoja de cada ár-bol que cruzo paso a paso para quebrar mi pecho en mil pájaros? No es que quiera quebrarlo porque sí. Está quebrándose hace tiempo ya. No es tampoco que yo misma lo quiebre. Se quiebra a sí mismo cuando algo lo con-mueve, cede y se abre paso a lo líquido que tiene el aire en mil pájaros veloces. Cuando llueve también pienso en las gotas que que-dan prendadas de las ramas más bajas, son como esos pájaros pero vuelan hacia abajo

y tienen un vuelo unilateral; violento hacia el corazón de la tierra. No es que esas gotas lo conmuevan.No sé qué es lo que lo conmueve, será eso entonces quizás; lo que no se ve de los pá-jaros, lo que no se ve de las gotas, lo que no se ve del mismo pecho, lo que los une y los quiebra.

Page 12: El globo #2

12

El calor sofocante abrazaba una vez más el aire que reclamaban los pulmones de aquel hombre, como todas las noches de ese di-ciembre entrerriano. Altos árboles se levan-taban al costado del camino, sin más ex-presión que la de sus copas, advirtiendo la llegada de salvadoras brisas porteñas para

Don Argentino Rodrigo Meléndez. Respeto y distancia imponían aquellos ejércitos del Se-ñor que, bajo el modelo de pilares romanos, formábanse uno al lado del otro, al igual que alguna vez lo hicieron los devotos de César. La tierra dejaba la tierra ante cada pisada, y Don Argentino dejaba su huella en ella,

Autor Iván MatovichIlustración Rocío Semenzato

PROSA

Page 13: El globo #2

13

mientras que estrechos océanos delataban su presencia al costado del camino, con el fluir e impactar de las gotas contra su lecho.

Las siete eran, cuando el Sr. Meléndez dejó su rancho en busca de lo desconocido, de un decir del que muchos hablaban y pocos conocían. Rumores. Cuentos, historias, mi-tos. He ahí el meollo de los pueblos y sus tabernas, el motivo de las charlas y gatilla-dores de carcajadas. Ya hacía tiempo que Don Argentino había escuchado la historia del “Punto Central”. Era una tarde de Junio, cuando entró en la taberna y enfiló su an-dar hacia el último asiento de la barra, que lo esperaba ansioso como todos los días, como toda su vida. Entre risas y gritos, una

discusión se abría paso entre cuatro hombres que compar-tían una mesa redonda de ma-dera, pesada, opaca y reseca, imponiendo su edad, o acaso ocultando su indigna apariencia tras el castigo del tiempo (Que El Señor sepa tenerlo bajo su re-loj), probablemente proveniente de algunos de aquellos árboles que se alzaban en el monte. “Tú sabes, Marcos, lo que contó tu compadre aquella vez acerca del Punto Central. Bien recuerdas cómo dijo que su amigo había vuelto del camino que va hacia Los Soles. Comentó que estaba cambiado, y que hablaba cosas raras; que se encerraba en su rancho y escribía y luego quema-ba sus textos. Algunos dicen que murió en su locura...”, comentó uno de los hombres. Sin embar-go, el tal Marcos respondió en-tre copas y ases: “Así es, pero mi compadre aún cree que este

hombre halló el Punto Central, y que éste lo cambió para siempre”.

Fue así como por fin Don Argentino enca-minóse hacia el Camino de Los Soles una noche de verano. En su querer, la intriga y curiosidad se hacían cargo de su aventura. Sin embargo, en su saber, la arrogancia lo llevaba al Punto Central. El desafío hacia la sabia naturaleza, hacia su vida, hacia el Señor, hacia el Universo, lo conducían bajo la lupa del orgullo y del honor. ¿Acaso Don Argentino Rodrigo Meléndez podría com-prenderlos a todos ellos en carácter de en-trerriano, de gaucho, de humano?; ¿Creíase capaz de comprender aquello que ni el mis-mo Aristóteles pudo explicar con la impura lengua de los humanos?

Una estrella fugaz simuló detener el tiempo. Don Argentino cayó al piso como quien de-sea la relajación por sobre todas las cosas. Pronto, el hombre se sintió parte de la tierra, tierra que alguna vez limitó el infierno de Dan-te. A un instante se redujo, el momento en el que se sintió el centro del Universo y vislum-bró todos los puntos del mismo. Momento en el que comprendió que aquella tierra que lo abrazaba había engendrado aquella multi-tud de matorrales que cubrían el monte en-trerriano, como alguna vez había dado vida a las tropas del mismo Alejandro Magno que cubrieron de sangre el viejo mundo. Ahora, las estrellas se responsabilizaban de la luz de los amaneceres, y de la luz de las ideas. Vio cómo la luz penetraba en la mente de Montesquieu y Locke, y como ésta se hacía paso entre más necesitados de ella. Pronto, se dio cuenta de que aquellos matorrales, aquellos árboles y aquellas estrellas eran tan entrerrianos y argentinos, pero universales, como él mismo o como la propia eternidad.

Page 14: El globo #2

14

–Hoola, buenas tardes. Mi nombre es María Iri-barne, de Tarjetas Gold Argentina, ¿en qué pue-do ayudarle? –dijo por vigésima vez en el día.–Soy Aldo y me voy a matar –oyó que decía una voz masculina del otro lado del teléfono.Se acomodó en su silla y arrimó los auriculares para escuchar mejor. A ella le habían enseñado cómo tenía que saludar, cómo recitar el speech de la empresa, y cómo tratar de convencer a los clientes que odiaban los call-centers, pero no a lidiar con suicidas.–Me voy a matar –repitió la voz.Trató de pensar una respuesta diplomática sin herir la susceptibilidad de aquella voz que no pa-recía bromear.–Señor, éste es el servicio de Tarjetas Gold Ar-gentina. Por lo visto, el tópico de su frase no se adecúa con los servicios que nosotros presta-mos.Del otro lado se hizo un silencio que estremeció a María. Trató de pensar una respuesta que corri-giese lo que acababa de decir.–Muchas gracias por haber contactado el ser-vicio de Tarjetas Gold Argentina. Cualquier otra consulta, no dude en comunicarse con nosotros.Estaba por colgar el auricular cuando oyó un grito del otro lado del teléfono:–¡NO!María pegó un salto en su silla. No supo qué ha-cer. Enseguida, la voz dijo:–Señorita, usted es lo último que me queda en esta vida. Le pido por favor que no corte.María escuchó con desconfianza la voz de aque-lla persona. Estuvo a punto de colgar los auricu-lares cuando oyó que la voz le suplicaba:–Señorita…por favor.María vaciló durante una décima de segundo.–Por favor…–Está bien –contestó María.Arrimó la silla al borde del escritorio donde estaba apoyado el teclado de su computadora. Recorrió con la vista las fotos de sus papás en Mar del Plata, y la de su hermana Lucía en el Aconcagua. Tomó una hoja de papel y quitó el capuchón de su bic azul.–Lo voy a escuchar un minuto, señor. Acá traba-

jamos por comisión y yo quisiera ayudarlo, pero ¿usted me entiende lo que le digo?–Me voy a matar.–Señor, yo quisiera ayudarlo, de verdad, créame por favor –dijo María poco convencida de la ayu-da que podía prestarle a aquel pobre hombre–.Y enseguida agregó:–Mi jefe está a unos veinte metros. Si se da cuen-ta que yo estoy hablando con usted, me echa del trabajo.–A tu jefe no… –comenzó a decir la voz.–¿Entiende lo que le digo? –agregó María.–A tu jefe no lo importa lo que vos hacés. ¿De qué va ese pelotudo?–Le impido que hable así de mi jefe –espetó Ma-ría.La voz, indiferente a la advertencia de María, si-guió:–Todos los jefes son iguales. Además, ¿qué im-portan los jefes? Yo me voy a matar y punto –sentenció.María giró la cabeza por sobre el hombro hacia el vitral de la oficina del Director. Tal como le había explicado la voz, éste no estaba atento a lo que ella ni ninguno de los telefonistas estaba hacien-do. Sostenía un Blackberry en la mano izquierda, y un cigarrillo en la derecha. Sus pies colgaban de la mesa en la que María había sido entrevistada dos semanas atrás.–Mire, mi especialidad comprende los servicios financieros que provee la Tarjeta Gold Sociedad Anónima. Yo sinceramente quisiera ayudarlo, pero…–¡Puta! –gritó la voz.María se quitó los auriculares y los colgó para apagarlos. Aquel hombre estaba fuera de sí y ella no tenía por qué salvarle la vida. Tardó en darse cuenta que no los había colgado bien, y que la voz seguía gritando. Ya más calmada, trató de ignorar el insulto que había recibido.Acercó los auriculares y el micrófono hacia ella, y con la voz más suave que le fue posible, dijo:–Señor, yo sólo quiero ayudarle. Mi jefe está dis-traído ahora. Pero por favor, no me falte el res-peto.Del otro lado se hizo un silencio. Luego se oyó como alguien se sonaba la nariz, tocía, y se acla-raba la voz.–Me voy a matar.–Mire –comenzó María–. En el buscador me figu-ra un número que podría serle de utilidad: Centro

SERVICIO GRATUITOAL 135

PROSA

Autor Facundo Calvo

Page 15: El globo #2

15

de Asistencia al Suicida. Servicio gratuito al 135.Algo más calmada, y como si explicara algo por enésima vez, la voz dijo:–¡Pelotudos!María pensó en cortar. Los insultos de aquel hombre le hacían sentir que su ayuda no serviría de mucho.–Señor, yo necesito que baje los decibeles. ¿Cómo pretende que le ayude si usted no cola-bora conmigo?Como si no hubiera escuchado aquél razona-miento elemental, la voz repitió:–Me voy a matar.María trató de acabar de una vez por todas con el asunto.–Déjeme decirle algo. Yo como madre y esposa le aseguro que es muy feo ver partir a un ser queri-do. Piénselo –insistió María.–Yo no tengo nadie que me quiera –dijo la voz con desdén.–Se equivoca –respondió María ya más segura de sí misma–. En el mundo siempre hay seis per-sonas que siempre están pensando en nosotros. Dése cuenta que si usted se quita la vida, seis personas lo van a llorar.–¡Qué pelotudez! –gritó la voz.María intentó reprimir su enojo. Si seguía hablán-dole con suavidad, qui-zá se calmara y en tres minutos atendería al próximo cliente.–Así dice el saber popular –confirmó María–. Así que ya sabe. Relájese, salga a caminar, respire hondo y todo se solucionará.–¡Qué ingenua! Con razón vendés servicios finan-cieros y no estudia Filosofía en Puán.María comenzó a subir el tono de voz. Los te-lefonistas que estaban cerca de ella se dirigían miradas oblicuas, la señalaban con el mentón, y se enco-gían de hombros.–¡Basta! ¿Se piensa usted que soy estúpida? Me insulta, me trata como un trapo de piso, y yo sigo escuchándolo –se desahogó María–. Y luego, recu-perando la calma, amenazó: –Dígame cómo puedo ayudarlo. O corto.La voz, que a pesar de su tozudez parecía seguir el tono de la conversación, se aclaró una vez más y dijo:–Me voy a matar. Y ya no tiene sentido que me ayudes. Sos una buena mina. Seguí con tus clientes y mucha suerte. Hasta luego.–¡Espere! –gritó María ante la mirada atónita de los otros telefonistas que ya habían dejado de ha-

cer sus cosas y formaban un círculo de sillas alre-dedor de ella–. No quiero que tome una decisión equivocada por culpa mía. No, no quiero.–Dejá…ya no hay nada que puedas hacer por mi vida. Soy una mierda, te insulto y seguís prendida al teléfono.–¡Espere, por favor! –suplicó María.La voz exhaló un suspiro de duda y explicó:–En realidad, hay una cosa que podés hacer por mí. ¿Tenés un tiempo libre?Eran las cinco de la tarde. María trabajaba hasta las ocho. Su jefe seguía hablando por teléfono. Pero la vida de un hombre, pensó, valía mucho más que un reto o que no le computaran el suel-do de un día de trabajo.–Sí –mintió–. Salgo en diez minutos de aquí.–Te espero a las seis en el Café Retiro, frente a la Torre de los Ingleses –ordenó la voz–. Y cortó.María se desprendió de los auriculares, dejó la computadora encendida y pidió permiso para ir al baño. Frente al espejo, se arregló un poco el cabello y luego, sin avisar a nadie, se retiró de la oficina.Afuera hacía calor. Ya estaba acostumbrada al verano de Buenos Aires. Cruzó Avenida del Li-bertador, divisó la Torre de los Ingleses, comenzó a correr.No vio a nadie. “¿Y si ya estuviera muerto?”, pen-só. Veinte metros más allá de la Torre, sentado en un banco placero, estaba el Director. Se asustó. Pensó que la había seguido hasta allí. Pero cuan-do lo vio con el Blackberry, llegó a la conclusión que era pura casualidad que estuviera allí.–Vení –le alcanzó a gritar el Director mientras agi-taba la mano.Temblando, María se acercó hasta su jefe. Cuan-do terminó de hablar por teléfono, la miró con cu-riosidad y la preguntó extrañado:–¿Buscás a alguien? Pensé que estabas en la oficina.María supuso que el Director desconocía sus ho-rarios, así que mintió.–Salgo a las 13 horas, quedé en juntarme con un amigo.–¿Cómo se llama? –quiso saber el Director.–Aldo –contestó ella.–Aldo es mi segundo nombre –explicó el Direc-tor–. Hace unos minutos hablaste conmigo por teléfono. Yo era el falso suicida.María lo miró extrañada.–Estás despedida.

Page 16: El globo #2

Recommended