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El Pozo y el Péndulo

Date post: 08-Nov-2015
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Uno de los más importante relatos del maestro Poe
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El pozo y el péndulo Impia tortorum longas hic turba furores sanguinis innocui, non satiata, aluit, sospite nunc patria,fracto nunca funeris antro, mors ubi dira fuit vita salusque patent. Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que debió erigirse en el solar del Club de los Jacobinos, en París.
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El pozo y el pndulo

Impia tortorum longas hic turba furores

sanguinis innocui, non satiata, aluit,

sospite nunc patria,fracto nunca funeris antro,

mors ubi dira fuit vita salusque patent.

Cuarteto compuesto para las puertas de un mercado que debi erigirse en el solar del Club de los Jacobinos, en Pars.

Estaba agotado, agotado hasta no poder ms, por aquella larga agona. Cuando, por ltimo, me desataron y pude sentarme, not que perda el conocimiento. La sentencia, la espantosa sentencia de muerte, fue la ltima frase claramente acentuada que lleg a mis odos. Luego, el sonido de las voces de los inquisidores me pareci que se apagaba en el indefinido zumbido de un sueo. El ruido aquel provocaba en mi espritu una idea de rotacin, quiz a causa de que lo asociaba en mis pensamientos con una rueda de molino. Pero aquello dur poco tiempo, porque, de pronto, no o nada ms. No obstante, durante algn rato pude ver, pero con qu terrible exageracin! Vea los labios de los jueces vestidos de negro: eran blancos, ms blancos que la hoja de papel sobre la que estoy escribiendo estas palabras; y delgados hasta lo grotesco, adelgazados por la intensidad de su dura expresin, de su resolucin inexorable, del riguroso desprecio al dolor humano. Vea que los decretos de lo que para m representaba el Destino salan an de aquellos labios. Los vi retorcerse en una frase mortal; les vi pronunciar las slabas de mi nombre, y me estremec al ver que el sonido no segua al movimiento.

Durantes varios momentos de espanto frentico vi tambin la blanda y casi imperceptible ondulacin de las negras colgaduras que cubran las paredes de la sala, y mi vista cay entonces sobre los siete grandes hachones que se haban colocado sobre la mesa. Tomaron para m, al principio, el aspecto de la caridad, y los imagin ngeles blancos y esbeltos que deban salvarme. Pero entonces, y de pronto, una nusea mortal invadi mi alma, y sent que cada fibra de mi ser se estremeca como si hubiera estado en contacto con el hilo de una batera galvnica. Y las formas anglicas convertanse en insignificantes espectros con cabeza de llama, y claramente comprend que no deba esperar de ellos auxilio alguno. Entonces, como una magnfica nota musical, se insinu en mi imaginacin la idea del inefable reposo que nos espera en la tumba. Lleg suave, furtivamente; creo que necesit un gran rato para apreciarla por completo. Pero en el preciso instante en que mi espritu comenzaba a sentir claramente esa idea, y a acariciarla, las figuras de los jueces se desvanecieron como por arte de magia; los grandes hachones se redujeron a la nada; sus llamas se apagaron por completo, y sobrevino la negrura de las tinieblas; todas las sensaciones parecieron desaparecer como en una zambullida loca y precipitada del alma en el Hades. Y el Universo fue slo noche, silencio, inmovilidad.

Estaba desvanecido. Pero, no obstante, no puedo decir que hubiese perdido la conciencia del todo. La que me quedaba, no intentar definirla, ni describirla siquiera. Pero, en fin, todo no estaba perdido. En medio del ms profundo sueo..., no! En medio del delirio..., no! En medio del desvanecimiento..., no! En medio de la muerte..., no! Si fuera de otro modo, no habra salvacin para el hombre. Cuando nos despertamos del ms profundo sueo, rompemos la telaraa de algn sueo. Y, no obstante, un segundo ms tarde es tan delicado este tejido, que no recordamos haber soado.

Dos grados hay, al volver del desmayo a la vida: el sentimiento de la existencia moral o espiritual y el de la existencia fsica. Parece probable que si, al llegar al segundo grado, hubiramos de evocar las impresiones del primero, volveramos a encontrar todos los recuerdos elocuentes del abismo trasmundano. Y cul es ese abismo? Cmo, al menos, podremos distinguir sus sombras de las de la tumba? Pero si las impresiones de lo que he llamado primer grado no acuden de nuevo al llamamiento de la voluntad, no obstante, despus de un largo intervalo, no aparecen sin ser solicitadas, mientras, maravillados, nos preguntamos de dnde proceden? Quien no se haya desmayado nunca no descubrir extraos palacios y casas singularmente familiares entre las ardientes llamas; no ser el que contemple, flotando en el aire, las visiones melanclicas que el vulgo no puede vislumbrar; no ser el que medite sobre el perfume de alguna flor desconocida, ni el que se perder en el misterio de alguna meloda que nunca hubiese llamado su atencin hasta entonces.

En medio de mis repetidos e insensatos esfuerzos, en medio de mi enrgica tenacidad por recoger algn vestigio de ese estado de vaco, hubo instantes en que so triunfar. Tuve momentos breves, brevsimos, en que he llegado a condensar recuerdos que en pocas posteriores mi razn lcida me ha afirmado no poder referirse sino a ese estado en que parece aniquilada la conciencia. Muy confusamente me presentan esas sombras de recuerdos grandes figuras que me levantaban, transportndome silenciosamente hacia abajo, an ms hacia abajo, cada vez ms abajo, hasta que me invadi un vrtigo espantoso a la simple idea del infinito en descenso.

Tambin me recuerdan no s qu vago espanto que experimentaba el corazn, precisamente a causa de la calma sobrenatural de ese corazn. Luego, el sentimiento de una repentina inmovilidad en todo lo que me rodeaba, como si quienes me llevaban, un cortejo de espectros, hubieran pasado, al descender, los lmites de lo ilimitado, y se hubiesen detenido, vencidos por el hasto infinito de su tarea. Recuerda mi alma ms tarde una sensacin de insipidez y de humedad; despus, todo no es ms que locura, la locura de una memoria que se agita en lo abominable.

De pronto vuelven a mi alma un movimiento y un sonido: el movimiento tumultuoso del corazn y el rumor de sus latidos. Luego, un intervalo en el que todo desaparece. Ms tarde, el sonido de nuevo, el movimiento y el tacto, como una sensacin vibrante penetradora de mi ser. Despus la simple conciencia de mi existencia sin pensamiento, sensacin que dur mucho. Luego, bruscamente, el pensamiento de nuevo, un temor que me produca escalofros y un esfuerzo ardiente por comprender mi verdadero estado. Despus, un vivo afn de caer en la insensibilidad. Luego, un brusco renacer del alma y una afortunada tentativa de movimiento. Entonces, el recuerdo completo del proceso, de los negros tapices, de la sentencia, de mi debilidad, de mi desmayo. Y el olvido ms completo en torno a lo que ocurri ms tarde. nicamente despus, y gracias a la constancia ms enrgica, he logrado recordarlo vagamente.

No haba abierto los ojos hasta ese momento. Pero senta que estaba tendido de espaldas y sin ataduras. Extend la mano y pesadamente cay sobre algo hmedo y duro. Durante algunos minutos la dej descansar as, haciendo esfuerzos por adivinar dnde poda encontrarme y lo que haba sido de m. Senta una gran impaciencia por hacer uso de mis ojos, pero no me atrev. Tena miedo de la primera mirada sobre las cosas que me rodeaban. No es que me aterrorizara contemplar cosas horribles, sino que me aterraba la idea de no ver nada.

A la larga, con una loca angustia en el corazn, abr rpidamente los ojos. Mi espantoso pensamiento hallbase, pues, confirmado. Me rodeaba la negrura de la noche eterna. Me pareca que la intensidad de las tinieblas me oprima y me sofocaba. La atmsfera era intolerablemente pesada. Continu acostado tranquilamente e hice un esfuerzo por emplear mi razn. Record los procedimientos inquisitoriales, y, partiendo de esto, procur deducir mi posicin verdadera. Haba sido pronunciada la sentencia, y me pareca que desde entonces haba transcurrido un largo intervalo de tiempo. No obstante, ni un solo momento imagin que estuviera realmente muerto.

A pesar de todas las ficciones literarias, semejante idea es absolutamente incompatible con la existencia real. Pero dnde me encontraba y cul era mi estado? Saba que los condenados a muerte moran con frecuencia en los autos de fe. La misma tarde del da de mi juicio habase celebrado una solemnidad de especie. Me haban llevado, acaso, de nuevo a mi calabozo para aguardar en l el prximo sacrificio que haba de celebrarse meses ms tarde? Desde el principio comprend que esto no poda ser. Inmediatamente haba sido puesto en requerimiento el contingente de vctimas. Por otra parte, mi primer calabozo, como todas las celdas de los condenados, en Toledo, estaba empedrado y haba en l alguna luz.

Repentinamente, una horrible idea aceler mi sangre en torrentes hacia mi corazn, y durante unos instantes ca de nuevo en mi insensibilidad. Al volver en m, de un solo movimiento me levant sobre mis pies, temblando convulsivamente en cada fibra. Desatinadamente, extend mis brazos por encima de mi cabeza y a mi alrededor, en todas direcciones. No sent nada. No obstante, temblaba ante la idea de dar un paso, pero me daba miedo tropezar contra los muros de mi tumba. Brotaba el sudor por todos mis poros, y en gruesas gotas fras se detena sobre mi frente. A la larga, se me hizo intolerable la agona de la incertidumbre y avanc con precaucin, extendiendo los brazos y con los ojos fuera de sus rbitas, con la esperanza de hallar un dbil rayo de luz. Di algunos pasos, pero todo estaba vaco y negro. Respir con mayor libertad. Por fin, me pareci evidente que el destino que me haban reservado no era el ms espantoso de todos.

Y entonces, mientras precavidamente continuaba avanzando, se confundan en masa en mi memoria mil vagos rumores que, sobre los horrores de Toledo, corran. Sobre esos calabozos contbanse cosas extraas. Yo siempre haba credo que eran fbulas; pero, sin embargo, eran tan extraos, que slo podan repetirse en voz baja. Deba morir yo de hambre, en aquel subterrneo mundo de tinieblas, y qu muerte ms terrible quiz me esperaba? Puesto que conoca demasiado bien el carcter de mis jueces, no poda dudar de que el resultado era la muerte, y una muerte de una amargura escogida. Lo que sera, y la hora de su ejecucin, era lo nico que me preocupaba y me aturda.

Mis extendidas manos encontraron, por ltimo, un slido obstculo. Era una pared que pareca construida de piedra, muy lisa, hmeda y fra. La fui siguiendo de cerca, caminando con la precavida desconfianza que me haban inspirado ciertas narraciones antiguas. Sin embargo, esta operacin no me proporcionaba medio alguno para examinar la dimensin de mi calabozo, pues poda dar la vuelta y volver al punto de donde haba partido sin darme cuenta de lo perfectamente igual que pareca la pared. En vista de ello busqu el cuchillo que guardaba en uno de mis bolsillos cuando fui conducido al tribunal. Pero haba desaparecido, porque mis ropas haban sido cambiadas por un traje de grosera estamea.

Con objeto de comprobar perfectamente mi punto de partida, haba pensado clavar la hoja en alguna pequea grieta de la pared. Sin embargo, la dificultad era bien fcil de ser solucionada, y, no obstante, al principio, debido al desorden de mi pensamiento, me pareci insuperable. Rasgu una tira de la orla de mi vestido y la coloqu en el suelo en toda su longitud, formando un ngulo recto con el muro. Recorriendo a tientas mi camino en torno a mi calabozo, al terminar el circuito tendra que encontrar el trozo de tela. Por lo menos, esto era lo que yo crea; pero no haba tenido en cuenta ni las dimensiones de la celda ni mi debilidad. El terreno era hmedo y resbaladizo. Tambalendome, anduve durante algn rato. Despus tropec y ca. Mi gran cansancio me decidi a continuar tumbado, y no tard el sueo en apoderarse de m en aquella posicin.

Al despertarme y alargar el brazo hall a mi lado un pan y un cntaro con agua. Estaba demasiado agotado para reflexionar en tales circunstancias, y beb y com vidamente. Tiempo ms tarde reemprend mi viaje en torno a mi calabozo, y trabajosamente logr llegar al trozo de estamea. En el momento de caer haba contado ya cincuenta y dos pasos, y desde que reanud el camino hasta encontrar la tela, cuarenta y ocho. De modo que meda un total de cien pasos, y suponiendo que dos de ellos constituyeran una yarda, calcul en unas cincuenta yardas la circunferencia de mi calabozo. Sin embargo, haba tropezado con numerosos ngulos en la pared, y esto impeda el conjeturar la forma de la cueva, pues no haba duda alguna de que aquello era una cueva.

No pona gran inters en aquellas investigaciones, y con toda seguridad estaba desalentado. Pero una vaga curiosidad me impuls a continuarlas. Dejando la pared, decid atravesar la superficie de mi prisin. Al principio proced con extrema precaucin, pues el suelo, aunque pareca ser de una materia dura, era traidor por el limo que en l haba. No obstante, al cabo de un rato logr animarme y comenc a andar con seguridad, procurando cruzarlo en lnea recta.

De esta forma avanc diez o doce pasos, cuando el trozo rasgado que quedaba de orla se me enred entre las piernas, hacindome caer de bruces violentamente.

En la confusin de mi cada no not al principio una circunstancia no muy sorprendente y que, no obstante, segundos despus, hallndome todava en el suelo, llam mi atencin. Mi barbilla apoybase sobre el suelo del calabozo, pero mis labios y la parte superior de la cabeza, aunque parecan colocados a menos altura que la barbilla, no descansaban en ninguna parte. Me pareci, al mismo tiempo, que mi frente se empapaba en un vapor viscoso y que un extrao olor a setas podridas llegaba hasta mi nariz. Alargu el brazo y me estremec descubriendo que haba cado al borde mismo de un pozo circular cuya extensin no poda medir en aquel momento. Tocando las paredes precisamente debajo del brocal, logr arrancar un trozo de piedra y la dej caer en el abismo. Durante algunos segundos prest atencin a sus rebotes. Chocaba en su cada contra las paredes del pozo. Lgubremente, se hundi por ltimo en el agua, despertando ecos estridentes. En el mismo instante dejse or un ruido sobre mi cabeza, como de una puerta abierta y cerrada casi al mismo tiempo, mientras un dbil rayo de luz atravesaba repentinamente la oscuridad y se apagaba enseguida.

Con toda claridad vi la suerte que se me preparaba, y me felicit por el oportuno accidente que me haba salvado. Un paso ms, y el mundo no me hubiera vuelto a ver. Aquella muerte, evitada a tiempo, tena ese mismo carcter que haba yo considerado como fabuloso y absurdo en las historias que sobre la Inquisicin haba odo contar. Las vctimas de su tirana no tenan otra alternativa que la muerte, con sus crueles agonas fsicas o con sus abominables torturas morales. Esta ltima fue la que me haba sido reservada. Mis nervios estaban abatidos por un largo sufrimiento, hasta el punto que me haca temblar el sonido de mi propia voz, y me consideraba por todos motivos una vctima excelente para la clase de tortura que me aguardaba.

Temblando, retroced a tientas hasta la pared, decidido a dejarme morir antes que afrontar el horror de los pozos que en las tinieblas de la celda multiplicaba mi imaginacin. En otro estado de nimo hubiese tenido el suficiente valor para concluir con mis miserias de una sola vez, lanzndome a uno de aquellos abismos; pero en aquellos momentos era yo el ms perfecto de los cobardes. Por otra parte, me era imposible olvidar lo que haba ledo con respecto a aquellos pozos, de los que se deca que la extincin repentina de la vida era una esperanza cuidadosamente excluida por el genio infernal de quien los haba concebido.

Durante algunas horas me tuvo despierto la agitacin de mi nimo. Pero, por ltimo, me adormec de nuevo. Al despertarme, como la primera vez, hall a mi lado un pan y un cntaro de agua. Me consuma una sed abrasadora, y de un trago vaci el cntaro. Algo deba de tener aquella agua, pues apenas beb sent unos irresistibles deseos de dormir. Ca en un sueo profundo parecido al de la muerte. No he podido saber nunca cunto tiempo dur; me rodeaban. Gracias a una extraa claridad sulfrea, cuyo origen no pude descubrir al principio, poda ver la magnitud y aspecto de mi crcel.

Me haba equivocado mucho con respecto a sus dimensiones. Las paredes no podan tener ms de veinticinco yardas de circunferencia. Durante unos minutos, ese descubrimiento me turb grandemente, turbacin en verdad pueril, ya que, dadas las terribles circunstancias que me rodeaban, qu cosa menos importante poda encontrar que las dimensiones de mi calabozo? Pero mi alma pona un inters extrao en las cosas nimias, y tenazmente me dediqu a darme cuenta del error que haba cometido al tomar las medidas de aquel recinto. Por ltimo, se me apareci como un relmpago la luz de la verdad. En mi primera exploracin haba contado cincuenta y dos pasos hasta el momento de caer. En ese instante deba encontrarme a uno o dos pasos del trozo de tela. Realmente, haba efectuado casi el circuito de la cueva. Entonces me dorm, y al despertarme, necesariamente deb de volver sobre mis pasos, creando as un circuito casi doble del real. La confusin de mi cerebro me impidi darme cuenta de que haba empezado la vuelta con la pared a mi izquierda y que la terminaba tenindola a la derecha.

Tambin me haba equivocado por lo que respecta a la forma del recinto. Tanteando el camino, haba encontrado varios ngulos, deduciendo de ello la idea de una gran irregularidad; tan poderoso es el efecto de la oscuridad absoluta sobre el que sale de un letargo o de un sueo. Los ngulos eran, sencillamente, producto de leves depresiones o huecos que se encontraban a intervalos desiguales. La forma general del recinto era cuadrada. Lo que crea mampostera pareca ser ahora hierro u otro metal dispuesto en enormes planchas, cuyas suturas y junturas producan las depresiones.

Toda la superficie de aquella construccin metlica estaba embadurnada groseramente con toda clase de emblemas horrorosos y repulsivos, nacidos de la supersticin sepulcral de los frailes. Figuras de demonios con amenazadores gestos, con formas de esqueleto y otras imgenes de horror ms realista, llenaban en toda su extensin las paredes. Me di cuenta de que los contornos de aquellas monstruosidades estaban suficientemente claros, pero que los colores parecan manchados y estropeados por efecto de la humedad del ambiente. Vi entonces que el suelo era de piedra. En su centro haba un pozo circular, de cuya boca haba yo escapado, pero no vi que hubiese alguno ms en el calabozo.

Todo esto lo vi confusamente y no sin esfuerzo, pues mi situacin fsica haba cambiado mucho durante mi sueo. Ahora, de espaldas, estaba acostado cuan largo era sobre una especie de armadura de madera muy baja. Estaba atado con una larga tira que pareca de cuero. Enrollbase en distintas vueltas en torno a mis miembros y a mi cuerpo, dejando nicamente libres mi cabeza y mi brazo izquierdo. Sin embargo, tena que hacer un violento esfuerzo para alcanzar el alimento que contena un plato de barro que haban dejado a mi lado sobre el suelo.

Con verdadero terror me di cuenta de que el cntaro haba desaparecido, y digo con terror porque me devoraba una sed intolerable. Cre entonces que el plan de mis verdugos consista en exasperar esta sed, puesto que el alimento que contena el plato era una carne cruelmente salada.

Levant los ojos y examin el techo de mi prisin. Hallbase a una altura de treinta o cuarenta pies y parecase mucho, por su construccin, a las paredes laterales. En una de sus caras llam mi atencin una figura de las ms singulares. Era una representacin pintada del Tiempo, tal como se acostumbra representarle, pero en lugar de la guadaa tena un objeto que a primera vista cre se trataba de un enorme pndulo como los de los relojes antiguos. No obstante, algo haba en el aspecto de aquella mquina que me hizo mirarla con ms detencin.

Mientras la observaba directamente, mirando hacia arriba, pues hallbase colocada exactamente sobre mi cabeza, me pareci ver que se mova. Un momento despus se confirmaba mi idea. Su balanceo era corto y, por tanto, muy lento. No sin cierta desconfianza, y, sobre todo, con extraeza, la observ durante unos minutos. Cansado, al cabo, de vigilar su fastidioso movimiento, volv mis ojos a los dems objetos de la celda.

Un ruido leve atrajo mi atencin. Mir al suelo y vi algunas enormes ratas que lo cruzaban. Haban salido del pozo que yo poda distinguir a mi derecha. En ese instante, mientras las miraba, subieron en tropel, a toda prisa, con voraces ojos y atradas por el olor de la carne. Me cost gran esfuerzo y atencin apartarlas.

Transcurri media hora, tal vez una hora pues apenas imperfectamente poda medir el tiempo, cuando, de nuevo, levant los ojos sobre m. Lo que entonces vi me dej atnito y sorprendido. El camino del pndulo haba aumentado casi una yarda, y, como consecuencia natural, su velocidad era tambin mucho mayor. Pero, principalmente, lo que ms me impresion fue la idea de que haba descendido visiblemente. Puede imaginarse con qu espanto observ entonces que su extremo inferior estaba formado por media luna de brillante acero, que, aproximadamente, tendra un pie de largo de un cuerno a otro. Los cuernos estaban dirigidos hacia arriba, y el filo inferior, evidentemente afilado como una navaja barbera. Tambin pareca una navaja barbera, pesada y maciza, y ensanchbase desde el filo en una forma ancha y slida. Se ajustaba a una gruesa varilla de cobre, y todo ello silbaba movindose en el espacio.

Ya no haba duda alguna con respecto a la suerte que me haba preparado la horrible ingeniosidad monacal. Los agentes de la Inquisicin haban previsto mi descubrimiento del pozo; del pozo, cuyos horrores haban sido reservados para un hereje tan temerario como yo; del pozo, imagen del infierno, considerado por la opinin como la ltima Tule de todos los castigos. El ms fortuito de los accidentes me haba salvado de caer en l, y yo saba que el arte de convertir el suplicio en un lazo y una sorpresa constitua una rama importante de aquel sistema fantstico de ejecuciones misteriosas. Por lo visto, habiendo fracasado mi cada en el pozo, no figuraba en el demonaco plan arrojarme a l. Por tanto, estaba destinado, y en este caso sin ninguna alternativa, a una muerte distinta y ms dulce. Ms dulce! En mi agona, pensando en el uso singular que yo haca de esta palabra, casi sonre.

Para qu contar las largas, las interminables horas de horror, ms que mortales, durante las que cont las vibrantes oscilaciones del acero? Pulgada a pulgada, lnea a lnea, descenda gradualmente, efectuando un descenso slo apreciable a intervalos, que eran para m ms largos que siglos.Y cada vez ms, cada vez ms, segua bajando, bajando.

Pasaron das, tal vez muchos das, antes de que llegase a balancearse lo suficientemente cerca de m para abanicarme con su aire acre. Hera mi olfato el olor del acero afilado. Rogu al Cielo, cansndolo con mis splicas, que hiciera descender ms rpidamente el acero. Enloquec, me volv frentico, hice esfuerzos para incorporarme e ir al encuentro de aquella espantosa y movible cimitarra. Y luego, de pronto, se apoder de m una gran calma y permanec tendido, sonriendo a aquella muerte brillante, como podra sonrer un nio a un juguete precioso.

Transcurri luego un instante de perfecta insensibilidad. Fue un intervalo muy corto. Al volver a la vida no me pareci que el pndulo hubiera descendido una altura apreciable. No obstante, es posible que aquel tiempo hubiese sido largusimo. Yo saba que existan seres infernales que tomaban nota de mi desvanecimiento y que a su capricho podan detener la vibracin.

Al volver en m, sent un malestar y una debilidad indecibles, como resultado de una enorme inanicin. Aun entre aquellas angustias, la naturaleza humana suplicaba el sustento. Con un esfuerzo penoso, extend mi brazo izquierdo tan lejos como mis ligaduras me lo permitan, y me apoder de un pequeo sobrante que las ratas se haban dignado dejarme. Al llevarme un pedazo a los labios, un informe pensamiento de extraa alegra, de esperanza, se aloj en mi espritu. No obstante, qu haba de comn entre la esperanza y yo? Repito que se trataba de un pensamiento informe. Con frecuencia tiene el hombre pensamientos as, que nunca se completan. Me di cuenta de que se trataba de un pensamiento de alegra, de esperanza, pero comprend tambin que haba muerto al nacer. Me esforc intilmente en completarlo, en recobrarlo. Mis largos sufrimientos haban aniquilado casi por completo las ordinarias facultades de mi espritu. Yo era un imbcil, un idiota.

La oscilacin del pndulo se efectuaba en un plano que formaba ngulo recto con mi cuerpo. Vi que la cuchilla haba sido dispuesta de modo que atravesara la regin del corazn. Rasgara la tela de mi traje, volvera luego y repetira la operacin una y otra vez. A pesar de la gran dimensin de la curva recorrida unos treinta pies, ms o menos y la silbante energa de su descenso, que incluso hubiera podido cortar aquellas murallas de hierro, todo cuanto poda hacer, en resumen, y durante algunos minutos, era rasgar mi traje. Y en este pensamiento me detuve. No me atreva a ir ms all de l. Insist sobre l con una sostenida atencin, como si con esta insistencia hubiera podido parar all el descenso de la cuchilla. Empec a pensar en el sonido que producira sta al pasar sobre mi traje, y en la extraa y penetrante sensacin que produce el roce de la tela sobre los nervios. Pens en todas esas cosas, hasta que los dientes me rechinaron.

Ms bajo, ms bajo an. Deslizbase cada vez ms bajo. Yo hallaba un placer frentico en comparar su velocidad de arriba abajo con su velocidad lateral. Ahora, hacia la derecha; ahora, hacia la izquierda. Despus se iba lejos, lejos, y volva luego, con el chillido de un alma condenada, hasta mi corazn con el andar furtivo del tigre. Yo aullaba y rea alternativamente, segn me dominase una u otra idea.

Ms bajo, invariablemente, inexorablemente ms bajo. Movase a tres pulgadas de mi pecho. Furiosamente, intent libertar con violencia mi brazo izquierdo. Estaba libre solamente desde el codo hasta la mano. nicamente poda mover la mano desde el plato que haban colocado a mi lado hasta mi boca, slo esto, y con un gran esfuerzo. Si hubiera podido romper las ligaduras por encima del codo, hubiese cogido el pndulo e intentado detenerlo, lo que hubiera sido como intentar detener una avalancha.

Siempre ms bajo, incesantemente, inevitablemente ms bajo. Respiraba con verdadera angustia, y me agitaba a cada vibracin. Mis ojos seguan el vuelo ascendente de la cuchilla y su cada, con el ardor de la desesperacin ms enloquecida; espasmdicamente, cerrbanse en el momento del descenso sobre m. Aun cuando la muerte hubiera sido un alivio, oh, qu alivio ms indecible! Y, sin embargo, temblaba con todos mis nervios al pensar que bastara que la mquina descendiera un grado para que se precipitara sobre mi pecho el hacha afilada y reluciente. Y mis nervios temblaban, y hacan encoger todo mi ser a causa de la esperanza. Era la esperanza, la esperanza triunfante an sobre el potro, que dejbase or al odo de los condenados a muerte, incluso en los calabozos de la Inquisicin.

Comprob que diez o doce vibraciones, aproximadamente, pondran el acero en inmediato contacto con mi traje. Y con esta observacin entrse en mi nimo la calma condensada y aguda de la desesperacin. Desde haca muchas horas, desde haca muchos das, tal vez, pens por vez primera. Se me ocurri que la tira o correa que me ataba era de un solo trozo. Estaba atado con una ligadura continuada. La primera mordedura de la cuchilla de la media luna, efectuada en cualquier lugar de la correa, tena que desatarla lo suficiente para permitir que mi mano la desenrollara de mi cuerpo. Pero qu terrible era, en este caso, su proximidad! El resultado de la ms ligera sacudida haba de ser mortal. Por otra parte, habran previsto o impedido esta posibilidad los secuaces del verdugo? Era probable que en el recorrido del pndulo atravesasen mi pecho las ligaduras? Temblando al imaginar frustrada mi dbil esperanza, la ltima, realmente, levant mi cabeza lo bastante para ver bien mi pecho. La correa cruzaba mis miembros estrechamente, juntamente con todo mi cuerpo, en todos sentidos, menos en la trayectoria de la cuchilla homicida.

An no haba dejado caer de nuevo mi cabeza en su primera posicin, cuando sent brillar en mi espritu algo que slo sabra definir, aproximadamente, diciendo que era la mitad no formada de la idea de libertad que ya he expuesto, y de la que vagamente haba flotado en mi espritu una sola mitad cuando llev a mis labios ardientes el alimento. Ahora, la idea entera estaba all presente, dbil, apenas viable, casi indefinida, pero, en fin, completa. Inmediatamente, con la energa de la desesperacin, intent llevarla a la prctica.

Haca varias horas que cerca del caballete sobre el que me hallaba acostado se encontraba un nmero incalculable de ratas. Eran tumultuosas, atrevidas, voraces. Fijaban en m sus ojos rojos, como si no esperasen ms que mi inmovilidad para hacer presa. A qu clase de alimento pens se habrn acostumbrado en este pozo?Menos una pequea parte, y a pesar de todos mis esfuerzos para impedirlo, haban devorado el contenido del plato. Mi mano se acostumbr a un movimiento de vaivn hacia el plato; pero a la larga, la uniformidad maquinal de ese movimiento le haba restado eficacia. Aquella plaga, en su voracidad, dejaba seales de sus agudos dientes en mis dedos. Con los restos de la carne aceitosa y picante que an quedaba, frot vigorosamente mis ataduras hasta donde me fue posible hacerlo, y hecho esto retir mi mano del suelo y me qued inmvil y sin respirar.

Al principio, lo repentino del cambio y el cese del movimiento hicieron que los voraces animales se asustaran. Se apartaron alarmados y algunos volvieron al pozo. Pero esta actitud no dur ms de un instante. No haba yo contado en vano con su glotonera. Vindome sin movimiento, una o dos de las ms atrevidas se encaramaron por el caballete y olisquearon la correa. Todo esto me pareci el preludio de una invasin general. Un nuevo tropel surgi del pozo. Agarrronse a la madera, la escalaron y a centenares saltaron sobre mi cuerpo. Nada las asustaba el movimiento regular del pndulo. Lo esquivaban y trabajaban activamente sobre la engrasada tira. Se apretaban movindose y se amontonaban incesantemente sobre m. Senta que se retor-can sobre mi garganta, que sus fros hocicos buscaban mis labios.

Me encontraba medio sofocado por aquel peso que se multiplicaba constantemente. Un asco espantoso, que ningn hombre ha sentido en el mundo, hencha mi pecho y helaba mi corazn como un pesado vmito. Un minuto ms, y me daba cuenta de que la operacin habra terminado. Sobre m senta perfectamente la distensin de las ataduras. Me daba cuenta de que en ms de un sitio haban de estar cortadas. Con una resolucin sobrehumana, continu inmvil.

No me haba equivocado en mis clculos. Mis sufrimientos no haban sido vanos. Sent luego que estaba libre. En pedazos, colgaba la correa en torno de mi cuerpo. Pero el movimiento del pndulo efectubase ya sobre mi pecho. La estamea de mi traje haba sido atravesada y cortada la camisa. Efectu dos oscilaciones ms, y un agudo dolor atraves mis nervios. Pero haba llegado el instante de salvacin. A un ademn de mis manos, huyeron tumultuosamente mis libertadoras. Con un movimiento tranquilo y decidido, prudente y oblicuo, lento y aplastndome contra el banquillo, me deslic fuera del abrazo de la tira y del alcance de la cimitarra. Cuando menos, por el momento estaba libre.

Libre! Y en las garras de la Inquisicin! Apenas haba escapado de mi lecho de horror, apenas hube dado unos pasos por el suelo de mi calabozo, ces el movimiento de la mquina infernal y la o subir atrada hacia el techo por una fuerza invisible. Aquella fue una leccin que llen de desesperacin mi alma. Indudablemente, todos mis movimientos eran espiados. Libre! Haba escapado de la muerte bajo una determinada agona, slo para ser entregado a algo peor que la muerte misma, y bajo otra nueva forma. Pensando en ello, fij convulsivamente mis ojos en las paredes de hierro que me rodeaban. Algo extrao, un cambio que en un principio no pude apreciar claramente, se haba producido con toda evidencia en la habitacin. Durante varios minutos en los que estuve distrado, lleno de ensueos y de escalofros, me perd en conjeturas vanas e incoherentes.

Por primera vez me di cuenta del origen de la luz sulfurosa que iluminaba la celda. Provena de una grieta de media pulgada de anchura, que extendase en torno del calabozo en la base de las paredes, que, de ese modo, parecan, y en efecto lo estaban, completamente separadas del suelo. Intent mirar por aquella abertura, aunque como puede imaginarse, intilmente. Al levantarme desanimado, se descubri a mi inteligencia, de pronto, el misterio de la alteracin que la celda haba sufrido.

Haba tenido ocasin de comprobar que, aun cuando los contornos de las figuras pintadas en las paredes fuesen suficientemente claros, los colores parecan alterados y borrosos. Ahora acababan de tomar, y tomaban a cada momento, un sorprendente e intenssimo brillo, que daba a aquellas imgenes fantsticas y diablicas un aspecto que hubiera hecho temblar a nervios ms firmes que los mos. Pupilas demonacas, de una viveza siniestra y feroz, se clavaban sobre m desde mil sitios distintos, donde yo anteriormente no haba sospechado que se encontrara ninguna, y brillaban cual fulgor lgubre de un fuego que, aunque vanamente, quera considerar completamente imaginario.

Imaginario! Me bastaba respirar para traer hasta mi nariz un vapor de hierro enrojecido. Extendase por el calabozo un olor sofocante. A cada momento reflejbase un ardor ms profundo en los ojos clavados en mi agona. Un rojo ms oscuro se extenda sobre aquellas horribles pinturas sangrientas. Estaba jadeante; respiraba con grandes esfuerzos. No haba duda con respecto al deseo de mis verdugos, los ms despiadados, los ms demonacos de todos los hombres.

Me apart lejos del metal ardiente, dirigindome al centro del calabozo. Frente a aquella destruccin por el fuego, la idea de la frescura del pozo lleg a mi alma como un blsamo. Me lanc hacia sus mortales bordes. Dirig mis miradas hacia el fondo.

El resplandor de la inflamada bveda iluminaba sus cavidades ms ocultas. No obstante durante un minuto de desvaro, mi espritu negse a comprender la significacin de lo que vea. Al fin, aquello penetr en mi alma, a la fuerza, triunfalmente. Se grab a fuego en mi razn estremecida. Una voz, una voz para hablar! Oh, horror! Todos los horrores, menos se! Con un grito, me apart del brocal, y, escondido mi rostro entre las manos, llor con amargura.

El calor aumentaba rpidamente, y levant una vez ms los ojos, temblando en un acceso febril. En la celda habase operado un segundo cambio, y se efectubase, evidentemente, en la forma. Como la primera vez, intent intilmente apreciar o comprender lo que suceda. Pero no me dejaron mucho tiempo en la duda. La venganza de la Inquisicin era rpida, y dos veces la haba frustrado. No poda luchar por ms tiempo con el rey del espanto. La celda haba sido cuadrada. Ahora notaba que dos de sus ngulos de hierro eran agudos, y, por tanto, obtusos los otros dos. Con un gruido, con un sordo gemido, aumentaba rpidamente el terrible contraste.

En un momento, la estancia haba convertido su forma en la de un rombo. Pero la transformacin no se detuvo aqu. No deseaba ni esperaba que se parase. Hubiera llegado a los muros al rojo para aplicarlos contra mi pecho, como si fueran una vestidura de eterna paz. La muerte! me dije. Cualquier muerte, menos la del pozo! Insensato! Cmo no pude comprender que el pozo era necesario, que aquel pozo nico era la razn del hierro candente que me sitiaba? Resistira yo su calor? Y aun suponiendo que pudiera resistirlo, podra sostenerme contra su presin?

Y el rombo se aplastaba, se aplastaba, con una rapidez que no me dejaba tiempo para pensar. Su centro, colocado sobre la lnea de mayor anchura, coincida precisamente con el abismo abierto. Intent retroceder, pero los muros, al unirse, me empujaban con una fuerza irresistible.

Lleg, por ltimo, un momento en que mi cuerpo, quemado y retorcido, apenas hall sitio para l, apenas hubo lugar para mis pies en el suelo de la prisin. No luch ms, pero la agona de mi alma se exterioriz en un fuerte y prolongado grito de desesperacin. Me di cuenta de que vacilaba sobre el brocal, y volv los ojos...

Pero he aqu un ruido de voces humanas. Una explosin, un huracn de trompetas, un poderoso rugido semejante al de mil truenos. Los muros de fuego echronse hacia atrs precipitadamente. Un brazo alargado me cogi el mo, cuando, ya desfalleciente, me precipitaba en el abismo. Era el brazo del general Lasalle. Las tropas francesas haban entrado en Toledo. La Inquisicin hallbase en poder de sus enemigos.


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