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El vocabulario de Lévinas Rodolphe Calin François...

Date post: 12-Sep-2018
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1 El vocabulario de Lévinas Rodolphe Calin François-David Sebbah Collections ellipses Collection dirigée par Jean Pierre Zarader, Paris, 2011. -Traducido por Cécile Furstenberg, 2016- Este vocabulario es un vocabulario filosófico de Lévinas. Es decir que- si no borra en ningún caso la inspiración por el judaísmo-las nociones que contiene provienen de los textos explícitamente filosóficos de Lévinas. Respeta así la separación frecuentemente revindicada por este último entre “escritos confesionales” y “escritos filosóficos”. Se sabe sin embargo que la frontera así dibujada es complicada y porosa: así es necesario prestar cuidado de situar las nociones filosóficas de Levinas en su filiación desde el judaísmo, filiación a veces absolutamente ineludible (Cf. “Elección” o “sustitución” por ejemplo). No permanece por lo menos que ni la Biblia ni el Talmud son para Lévinas principios de autoridad. La significación filosófica de su discurso debe absolutamente garantizar y legitimarse desde los criterios y las exigencias de la filosofía –en su estilo fenomenológico. Y es lo que este vocabulario se empeña en poner de relieve. Sin embargo, determinar el sentido filosófico de las nociones levinasianas no es tan simple, en particular si se trata de conservar una idea de la filosofía como discurso que tiene por propósito la claridad y la distinción de nociones encadenadas en un orden de razones. Medida a esta aúna, la filosofía de Lévinas puede parecer ampliamente defectuosa. Pero leer Lévinas, es sin duda hacer la experiencia de una otra manera de hacer filosofía – que se reivindica sin embargo plenamente filosofía. Hay una dificultad intrínseca a dar un sentido unívoco por lo menos suficientemente determinado a las nociones empleadas por Lévinas (y luego de proponer un “vocabulario de Lévinas”). Primero, lejos de las cadenas de las razones donde las razones o las nociones empleadas por Lévinas (y luego proponer “un vocabulario Lévinasiano”). En primer lugar, lejos de las cadenas de las razones donde las nociones se suceden y se subordinan las unas con las otras, donde se ordenan, los textos levinasianos dejan coexistir nociones sin jerarquización lógica.
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El vocabulario de Lévinas

Rodolphe Calin

François-David Sebbah

Collections ellipses

Collection dirigée par Jean Pierre Zarader, Paris, 2011.

-Traducido por Cécile Furstenberg, 2016-

Este vocabulario es un vocabulario filosófico de Lévinas. Es decir que- si no borra en ningún caso la

inspiración por el judaísmo-las nociones que contiene provienen de los textos explícitamente filosóficos de

Lévinas. Respeta así la separación frecuentemente revindicada por este último entre “escritos

confesionales” y “escritos filosóficos”. Se sabe sin embargo que la frontera así dibujada es complicada y

porosa: así es necesario prestar cuidado de situar las nociones filosóficas de Levinas en su filiación desde

el judaísmo, filiación a veces absolutamente ineludible (Cf. “Elección” o “sustitución” por ejemplo). No

permanece por lo menos que ni la Biblia ni el Talmud son para Lévinas principios de autoridad. La

significación filosófica de su discurso debe absolutamente garantizar y legitimarse desde los criterios y las

exigencias de la filosofía –en su estilo fenomenológico. Y es lo que este vocabulario se empeña en poner

de relieve.

Sin embargo, determinar el sentido filosófico de las nociones levinasianas no es tan simple, en particular si

se trata de conservar una idea de la filosofía como discurso que tiene por propósito la claridad y la

distinción de nociones encadenadas en un orden de razones. Medida a esta aúna, la filosofía de Lévinas

puede parecer ampliamente defectuosa. Pero leer Lévinas, es sin duda hacer la experiencia de una otra

manera de hacer filosofía – que se reivindica sin embargo plenamente filosofía. Hay una dificultad

intrínseca a dar un sentido unívoco por lo menos suficientemente determinado a las nociones empleadas

por Lévinas (y luego de proponer un “vocabulario de Lévinas”). Primero, lejos de las cadenas de las razones

donde las razones o las nociones empleadas por Lévinas (y luego proponer “un vocabulario Lévinasiano”).

En primer lugar, lejos de las cadenas de las razones donde las nociones se suceden y se subordinan las unas

con las otras, donde se ordenan, los textos levinasianos dejan coexistir nociones sin jerarquización lógica.

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Esta coexistencia de las nociones implica la polisemia inducida por una sintaxis no griega1 en donde las

nociones pasan, por así decirlo, sin cesar las unas en las otras, sin que se pueda delimitarlas netamente de

otro modo que arbitrariamente: dificultad de autonomizar entradas, allí donde el texto da la perpetua

transmutación y usurpación de nociones las unas en las otras, las unas sobre las otras. Cada noción hace

brillar de manera singular y absolutamente irremplazable el aspecto de una significación que no debe sin

embargo jamás, a partir de su singularidad, “sedimentarse”, y fijarse en lo que Lévinas denomina lo Dicho.

Resplandor de significación absolutamente preciso en su singularidad y que sin embargo exige sin cesar,

un poco como un esbozo perceptivo husserliano, de ser resituado en un horizonte dinámico no saturable

(así por ejemplo el análisis de la noción de Deseo, conduce ya a observar que el Deseo “es” el Infinito…)

Pero este primer gesto es complicado por otro, quizás más Lévinasiano todavía: la sintaxis de la usurpación

y de la puesta en contexto dinámica del sentido está envuelto en una “lógica” de la exasperación, de la

énfasis y de la hipérbole. Se trata luego de expresar la ruptura de todo contexto, el “fuera de todo contexto”

de lo que viene romper el desgarramiento en la luz del Mundo tal como se sigue en el discurso, en el sentido

griego del término. Manera no griega y no cartesiana de “pasar de una idea a otra”: se trata de operar un

pasaje al límite que es un pasaje en fuerza; de conducir una noción al punto en que se quiebre para

transmutarse en lo que anticipaba de inaudito. Proceso no dialéctico de una violencia sin “tregua” y sin

embargo fecunda: es así dice Lévinas que se pasa de la noción de responsabilidad a la de sustitución, o

más bien que la ontología es llevada a este punto extremo donde exige ser interrumpida por la ética. Estos

dos gestos (el de la sintaxis de coexistencia es el de la “lógica” de la exasperación) se urde de una manera

que habría que interrogarse más adelante en el trabajo riguroso de la ambigüedad que reivindican los

textos levinasianos: textos donde parpadean lo Dicho y el Decir a través del Desdicho, donde centellean

los aspectos todavía no absolutamente determinados por una polisemia nocional.

Sin duda la tarea de un vocabulario es de privilegiar la exigencia de la determinación y de la estabilización

de las significaciones, del Decir para retomar la manera de hablar levinasiana: y hay que subrayar la

legitimidad y la necesidad de esta exigencia. Hemos sin embargo intentado de no hacer de esta una

ocasión para ocultar la inaudita manera levinasiano de “pasar de una idea a otra” en filosofía.

1 Ver ADV, 161. (Se encontrará una lista de abreviaciones p.90.)

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Índice

P.4: Cansancio

P.5: Cara a cara

P.6: Decir

P.7: Deseo

P.8: Diacronía

P.9: Dios

P.11: Elección

P.12: Eleidad

P.13: Elemental

P.14: El otro

P.15: Enigma

P.16: Ética

P.17: Evasión

P.18: Fecundidad

P.19: Fenomenología

P.20: Filialidad

P.21: Gozo

P.22: Hay

P.23: Humano

P.24: Insomnio

P.25: Inspiración

P.26: Justicia

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P.27: Mandamiento

P.28: Metafísica

P.29: Otro

P.30: Otro modo de ser

P.31: Proximidad

p.32: Responsabilidad

P.33: Rostro

P.34: Santo

p.35: Sensibilidad

P.37: Separación

P.37: Significación

P.38: Sustitución

P.40: Abreviaciones

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Cansancio

EL cansancio es pensado no como fastidio respecto de tal o tal forma particular de existencia, sino como

cansancio ligado a la existencia ella-misma,- es el hecho de ser o de tener que ser que me agobia, me

cansa-en el cual este se revela a nosotros como carga y como carga infinita. Este constituye así la parte

esencial del pensamiento de la subjetivación del sujeto desarrollado en EE.

Este cansancio de ser-en el cual el yo quisiera romper el contrato que lo liga a él-mismo, se deshace de sí

como uno se deshace de algo de demasiado molestoso - no es segundo respecto del yo, sino que lo invade

desde el inicio. El cansancio es originario, porque es el cansancio del origen mismo. En efecto, según EE,

ser sí es partir de sí, cumplir partiendo de sí, sin nada presuponer, el proceso de su venida en sí, o sea,

empezar. Pero el inicio es de antemano colmado por la sobrecarga de sí-mismo, o sea originariamente

retrasado en su alce. Esta estructura de atraso que afecta el origen debe ser positivamente pensado como

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lo que introduce el desfase en el instante gracias al cual el instante, el yo en el instante, pueden hacer la

prueba del sí. La venida en sí del presente sería imposible sin este desfase, y, por ende, haría falta el serio

del ser-sí. Es este agobio del yo o del presente bajo su propia carga que garantiza la solidez del sí-mismo,

la inalienable posesión del sí por el sí, ya que este agobio tiene por efecto de clavarlo a sí mismo, aun si

hace al mismo tiempo de esta posesión un encarcelamiento del cual se trata por lo menos de salir.

Esta salida que indica la fecundidad, gracias a la cual el yo encuentra, en el hijo, un verdadero afuera, razón

por que hay sin duda que tomar junto las nociones de cansancio y fecundidad. Notemos así que AE

retomara estos análisis del cansancio (AE, 69-71), y vera en “la adversidad original del cansancio” que es

“paciencia del envejecimiento” (AE, 70-69) la fragilidad misma del sujeto cuyo esfuerzo, el conatus es de

antemano un sufrir, una exposición al sufrimiento. Es aquí a partir del cansancio que es pensada la

vulnerabilidad del sujeto.

Cara a cara

El cara a cara es la estructura primera de la sociabilidad, da testimonio de su carácter sin fusión y

asimétrico.

La relación al otro no reside primero en el “nosotros”, en la colectividad de seres semejantes, donde el

otro está sencillamente a mi lado y donde somos, él y yo, en torno a algo común. Se cumple dicha relación

en el “yo-tu” (o el “yo-usted” según TI, 40), relación de único a único, pero sin reciprocidad. Ya que el cara

a cara no es un frente a frente que iría indiferentemente de yo a tú y de tú a yo, sino una relación

asimétrica de la cual soy el punto de partida insustituible: va de mí hacia el otro sin retorno. Asimetría que

no es una simple especificación del cara a cara, sino de la cual es inseparable, ya que me aborde “de

frente y de cara” (TI, 53) me llega siempre de arriba, me asedia y me obsesiona- no sea que me “tome de

alto”: la altura del otro es una con su miseria, es su fragilidad que me domina.

Y sin embargo “el tercero me mira en los ojos del otro” (TI, 188). Introduce una medida entre los

incomparables, abole la unicidad del otro, quien tiene al tercero a su lado, y la mía, ya que llego a ser el

otro para otro, uno entre otros. Esta entrada del tercero suscita importantes y difíciles cuestiones en el

pensamiento de Lévinas, y da lugar –de TI à AE, y más allá- a “revisiones” significativos. Limitémonos aquí

a subrayar que la sobrevenida del tercero en el cara a cara y el cara a cara el mismo se requieren

mutuamente. En primer lugar, la sobrevenida del tercero es requerida en el cara a cara mismo, sino se

condenaría a una clandestinidad en la cual el egoísmo y la violencia llegarían a contradecir esta

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responsabilidad. Por esto, según TA, Lévinas no considera más el cara a cara en el Eros, relación privada

y clandestina, “egoísmo a dos” (TI, 244). De ahí la paradoja de una ética que albergaría en su seno la

violencia. Pero, por otra parte, es solo con la condición de ser vivificado sin cesar por la responsabilidad

del uno por el otro, que la medida introducida por el tercero entre los incomparables tiene todas

posibilidades de no llegar a ser una instancia neutra y externa, “una ley anónima de “fuerzas humanas”

rigiendo una totalidad impersonal” (AE, 206).

Decir

La oposición entre Decir y Dicho llega a ser central para Lévinas en AE y en ciertos textos preparatorios o

contemporáneos. El Decir es anterior a los signos verbales, a la semántica y al lógico-sintáxico. Es la

exposición misma al otro, el para el otro. Y si Lévinas emplea el término de “Decir” para caracterizar lo de

lo cual se trata aquí, es que con este “lenguaje” precediendo las palabras, mudo o más cercano al grito,

se trata bien de la inauguración de la significación y a su corazón: “la significancia de la significación”.

Pero se trata entonces de la significación que siempre habrá ya resuelto sobre toda puesta en contexto,

que habrá precedido toda tematización y le habrá escapado. Lo Dicho, precisamente, designa al contrario

lo que resalta del tema, a lo que se encuentra estabilizado por la lógico-sintáxica. Para ser exacto, el Decir

y lo Dicho aparecen más como contradictorios que como dos contrarios: sus características respectivas se

excluyen recíprocamente. Lo Dicho, al límite, puede ser entendido como otro nombre del ser ya que en el

fondo sigue el trabajo de estabilización, de sustancialización, de esencialización. El Decir es entonces el

fulgor de la significación no sustancial que viene romper la estabilidad del tema o de la sustancia, del logos

y del ser –por tanto que es el mandamiento ético el-mismo dejando su rastro enigmático dentro de los

fenómenos, en tanto que la franqueza de la expresión de un rostro y/o exposición al otro. Lévinas identifica

luego la tarea de la filosofía como siendo la de la “reducción al Decir”, en el sentido de una reconducción,

de una “remontada más allá o más acá” hacia el Decir puro desde el orden de lo Dicho.

De un cierto punto de vista, se podría decir que todo el trabajo de AE consiste en precisar las relaciones

entre el Decir y lo Dicho. Si la significación se inaugura como Decir, se entiende que lo Dicho no significa

por lo tanto que en él resuene el eco, o se marque el rastro, del Decir. Se entiende también, al contrario,

haya un Decir sin Dicho: como exposición a otro, sinceridad, expresión. Sin embargo hace falta matizar

rápidamente y complejificar la descripción de la relación del Decir al Dicho. Aunque Lévinas no lo hiciera

explícitamente, se podría distinguir dos niveles o dos grados del Decir. Si el Decir puro se opone a lo Dicho

de la manera que acabamos de precisarlo, habrá que subrayar que la idea inversa, la idea de un Dicho

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puro, absolutamente cortado de todo Decir, es una idea límite. En efecto, el movimiento mismo del Decir,

movimiento de sustancialización es, sin embargo y más que nunca, dinamismo de un evento. Está en

juego lo que Lévinas llama “la anfibología del ser y del siendo en lo Dicho”. Así se vuelve a trabajar sobre

la misma dinámica Heideggeriana de la relación entre el ser y el ente, Lévinas entiende el ser como el

dinamismo de la verbalización, el evento que establece el ente y tiende a extinguirse en esta posición, y el

ente como “nombre”, como resultado sustituyendo en este movimiento de verbalización. Se encuentra

entonces siempre un Decir sin lo Dicho, este Decir fuera en vía de perder en esto mismo que anima, como

el ser, el dinamismo de la esencia, habita siempre el ente llevado por el –ente que sin embargo ya lo oculta.

Lo Dicho no tiende a fijarse en un nombre solo porque está más profundamente animado por el evento

de la verbalización, por el Decir (Decir entrelazado al Dicho que no es luego el Decir puro). No permanece

por lo menos que quedarse, como Heidegger, al nivel de la relación entre ser y ente, es permanecer sordo

todavía a la llamada del otro modo que ser: será luego necesario, más allá de la anfibología del ser y del

ente en lo Dicho, reducir al Decir puro.

Esto dicho, lo Dicho no puede traicionar el Decir que, sin embargo lo inspira, insufla la significación en él.

Pero se trata de un “abuso de lenguaje” o de una “indiscreción” hacia lo Infinito que llega a dar testimonio

en el seno mismo de la traición necesaria. Y quien no logra, al ejemplo del escepticismo, sin cesar

renaciente en la historia de la filosofía, solo desdiciendo sin cesar el Decir: todo Dicho no dará testimonio

del Infinito del Decir, solo siendo ya desdicho. El tipo de temporalidad implicado por este “parpadeo” entre

Decir y Dicho, cuando simultaneidad y sincronía son imposibles, será la diacronía. La pregunta se plantea

sin embargo: ¿Porque esta exigencia de hacer pasar el Decir en lo Dicho mientras que el primero, en su

“anarquía”, no puede escapar al segundo? ¿Porque esta exigencia peligrosa si, siempre ya, el Decir sin

Dicho centellea en él para el otro y en la sinceridad del rostro del otro? ¿Porque la filosofía como

traducción del Decir en lo Dicho? Es que se debe tomar en cuenta el tercero, el otro del otro, y sobre todo,

la posibilidad que a cierto nivel de descripción (que no es más directamente el de la prueba ética) sea el

otro del otro. A este nivel de descripción –que no tiene nada de derivado ni de redundante –se impone de

manera absolutamente legítima la necesidad de comparar, de pesar, la necesidad también de la

reciprocidad: necesidad del logos como harmonía, como filosofía y justicia. Exigencia desde luego de

describir la manera en que lo Dicho nace a partir del Decir, y la manera en que el Decir deja su rastro en lo

Dicho que sin embargo lo traiciona.

Deseo

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La relación con el infinito se dice primeramente y de manera decisiva como Deseo ya que consiste primero

en una prueba conmovedora: el yo prueba en el esto mismo que lo desborda infinitamente. Se trata luego

de una relación sensible, absolutamente no teórica. Pero el Deseo es calificado por Levinas de “metafísico”

para operar una clara distinción, y aun una oposición, con la necesidad como tal mundana.

El deseo caracteriza el yo egoísta que busca por la consumación y el gozo de sustancias que son ofrecidas

en el Mundo, a colmar la falta y a restaurar así la clausura de su soberanía de Misma: lo que se llama

felicidad. (Notaremos de paso que el proceso así descrito es ambiguo si la necesidad, ya, reabre la clausura

del egoísmo del Yo). El Deseo, definiéndose oponiéndose a la necesidad, lejos de inscribirse en el proceso

de cierre del Mismo del Yo egoísta, lejos de abrir llamando la clausura -como el hambre no abre a la

alteridad del alimento solo de llamar, ya, a su resorción en el egoísmo de un Yo-, el Deseo, luego, es

relación al infinito más allá del horizonte del Mundo, relación que el Deseado cava y no colma (cf. TI, p.

4). En esta cavilación sin cesar renovada, infinita, la alteridad como tal se da, se da en tanto como alteridad

absoluta del infinito que pone en cuestión mi egoísmo.

Levinas no lo dice así, pero se podría decir, en efecto, que es como Deseo que la alteridad se da. En el

sentido en que la cavilación del Deseo por el Deseado (el Infinito) no equivale en ningún caso a una

frustración del Deseo, al sentimiento de necesidad. Se produce el corto-circuito en la alternativa

carencia/satisfacción que gobierna la necesidad. El deseado no es jamás absorbido por el Mismo, en este

sentido le escapa, y sin embargo no carece, ya que así, en esta hondura misma, es dado. Es porque, lejos

de poner en peligro el Deseo, esta hondura infinita, al contrario, lo cumple haciéndole sin cesar más

intenso. Como si, a la diferencia del hambre concreto que apunta al alimento, el Deseo, en su dimensión

metafísica, se nutriría de su propia hambre (cf.TI, 4 y Hah, 49).

Diacronía

Tradicionalmente, las relaciones entre ser y no-ser se expresan como temporalidad. Esta configuración es

retomada por Lévinas, por tanto que sufre un desplazamiento radical. Ya que, para Lévinas, el otro modo

del ser desbarata la oposición misma entre ser y nada, la manera en que concierne el ser implicará un

entendimiento absolutamente original de la temporalidad: la diacronía. Es como diacronía que el otro

modo que ser viene afectar el orden del ser, de la fenomenalidad. Encarar el tiempo como diacronía, es

designarlo como “siendo” pura ruptura de la sustancia, como lo que deshace radicalmente toda estabilidad

y todo encuentro, los del ser como los del Decir que los prosigue. Es solo así, diacrónicamente, que el otro

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modo del ser puede en el mismo movimiento afectar el ser y mostrarse en el en el plan paradojal del

rastro, sin por lo tanto dejarse cautivar por él.

Esto dicho, la diacronía como cesura o ruptura radical supone todavía la fase del ser o de lo Dicho sobre

la cual llega a zanjar; en un sentido esta última está implicada en la diacronía misma. La metáfora

teóricamente productiva para decir esta manera de romper radicalmente que sea sin embargo manera

todavía de “mantener juntos”, es el “guiño”. Pensar el tiempo como diacronía, es luego ir lo más lejos

posible en la tentativa de pensarlo como ruptura y discontinuidad. Esto conlleva por supuesto a los límites

de lo pensable. Nada permanece ni subsiste de la ruptura diacrónica, nada de ella no “hace presencia”-

en que ella “es” bien el otro modo que ser. Y sin embargo le pertenece de afectar el ser y de mostrarse

aun si es un guiño fugitivo y enigmático, aun si su manera de mostrarse consiste toda entera en la

conmoción del aparecer. Por lo tanto, la proeza levinasiana será de describir la posibilidad para el guiño

diacrónico de mostrarse en el ser sin embotar la radicalidad de su zanja. Las nociones de “rastro” y de

“eco” luego son movilizados, jamás dados en presencia, el guiño diacrónico se “muestra” siempre ya en

su “eco” y en su “rastro”.

La concepción del tiempo como diacronía se opone explícitamente, para Lévinas, a la duración

bergsoniana, cuyos diferentes momentos pasan los unos en los otros en una unidad de compenetración

que prohíbe toda discretización de la continuidad. Si la duración bergsoniana desbarata toda tentativa de

capturarla en razón de la radicalidad de la continuidad que no se deja determinar, dividir, es por así decirlo

al contrario por exceso de discontinuidad que la diacronía escapa a toda tentativa de capturarla. Ocurrió

a Lévinas de bordear el pensamiento bachelardiano del instante, el instante como ruptura de la duración-

pero siempre para dejar entender que la dialéctica bachelardiana en el instante domesticaba

integralmente este último poniéndolo al servicio de la duración de la cual tiene que ser el motor interno.

Hay que subrayar que el pensamiento levinasiano de la diacronía emerge al menos en parte de un

comentario de la descripción husserliana de la temporalidad. Ya que, si la diacronía se opone a la idea

husserliana de un flujo temporal organizado por una forma, jamás se notará suficientemente que

Lévinas interpreta diacrónicamente la noción husserliana de “impresión originaria”, de “Urimpression”. La

presenta como una cesura originaria, como toda entera distancia a sí primordial de la sensibilidad que la

intencionalidad nunca dejará de domesticar. Esta “lectura” de la impresión originaria según Husserl es bien

de alguna manera una de las orígenes de la diacronía levinasiana.

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Dios

Lévinas no duda en nombrar la trascendencia “Dios” en sus textos filosóficos. No se trata luego en ningún

caso de designar el ser perfecto y el más potente, causa de él-mismo y de toda existencia. “Dios” no es

aún más el nombre de un concepto susceptible de ser tomado en el proceso de la prueba o de la

deducción. No se trata además por nada del “Dios de los filósofos”. Pero, ahí no hay que equivocarse, no

se trata tampoco del “Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob”, del Dios al cual se relaciona en la fe; la fe

tradicionalmente opuesta a la racionalidad y a lo que ocurre para una de las formas las más elaboradas de

esta última: la filosofía. Es que Dios no es una presencia a la cual se pueda relacionar- de cualquiera manera

que sea. Dios se caracteriza por su santidad, o sea su separación absoluta, su “trascendencia” hasta la

ausencia”. Desde luego, Dios no es aun la ya paradojal presencia de otro (cf. Rostro). Es “otro que el otro,

otro de otro modo otra alteridad previa a la alteridad del otro. (DD, 115). Es esta ausencia absoluta de Dios

que prohíbe pensar el otro como siendo de alguna forma “encarnación” de Dios, y que manda mi relación

con el otro como responsabilidad ética arrancándose del erotismo, en búsqueda de la inmanencia en el

gozo de la presencia.

Una preocupación de Lévinas consiste en mostrar que Dios “viene a la idea”, que Dios tiene que ver con la

filosofía, que no es germen de irracionalidad, sino al contrario fuente de la significación o de la significancia

la más alta en su rechazo aun de ser capturado por el logos filosófico que sincroniza en presencia estable

y disponible. Al mismo tiempo, no se puede tratar de oponer simplemente el Dios de la fe religiosa al Dios

de los filósofos: en ciertos de sus textos de Lévinas sospecha aun esta oposición de simplemente distinguir

dos modos – ciertamente irreductibles el uno al otro- de la relación a la presencia. “Dios” debe luego ser

para el nombre de lo que no es ni sustancia ni concepto, de lo que no es una presencia oferta al trabajo

de la argumentación de la filosofía, o al inverso, a la revelación de la fe. En nombre de lo que, en esta

manera misma, abre la significación viniendo desordenando de su rastro la fenomenalidad y el discurso

que lo refleja sincronizándolo (ejemplarmente el discurso filosófico).

En un sentido, para Lévinas, “Dios no es nada más” ya que no es sustancia, ya que no es presencia. Se

caracteriza desde luego por su separación con la inmanencia de la presencia disponible para el gozo del

sujeto con su egoísmo. El sujeto inmerso en la inmanencia de la presencia del Mundo se caracteriza por

su separación absoluta con la trascendencia de la cual olvida que lo molesta. Lo que caracteriza tal sujeto,

es su ateísmo. No se observará jamás suficientemente que este ateísmo legítimo, en su olvido mismo de

la transcendencia, es un momento de verdad ya que en su absoluta separación, atestigua la separación,

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la santidad, la trascendencia. Más aun, la relación auténtica con Dios supone el ateísmo, la separación del

ateo: esta última permite el corto-circuito de la posibilidad de dos riesgos. El riesgo, que acecha el

creyente de las religiones positivas, de una participación a la trascendencia, la de una fusión afectiva con

la presencia de Dios, o sea de una efusión mística: este riesgo, persistente en el monoteísmo, contradecía

haciendo justicia a la violencia del mito, al embrujamiento por lo sagrado; haciendo creer a la presencia

de Dios en el sentimiento. Pero el riesgo inverso, el de un acercamiento conceptual de Dios, es también

descartado por el ateísmo, por la separación que supone: SI Dios es absolutamente separado, luego escapa

tanto a la captura por el concepto que a la participación en la efusión sentimental. En resumen, así como

el sagrado mítico, escapa a la teología, al discurso racional sobre Dios. Desde luego, el ateísmo nos muestra

que la relación con Dios, la relación metafísica por excelencia-ya que no tengo jamás acceso directo a Dios,

en la plenitud de una presencia-, tiene su sitio auténtico en la relación de lo que me interpela en su

paradoja presencia: el rostro humano que me ordena más que el respeto, el sacrificio. Para decirlo de otra

manera, el ateísmo necesario atesta que la relación auténtica con Dios-como tal ausente- tiene por sitio

no el sentimiento de creencia religiosa, no la teología, sino la ética.

Elección

Elección designa la investidura del yo por el Bien a la responsabilidad para otro. Refiriéndose directamente

a la noción de elección, tal como el judaísmo se lo ha transmitido, Lévinas subraya que la elección, salvo

que “se degrade en orgullo”(ADV,172), no tiene nada de un privilegio, o más bien que, si privilegio hay,

procede primero en mi puesta en cuestión por el otro: “la puesta en cuestión del Yo por el Otro es ipso

facto una elección, la promoción a un lugar privilegiado del cual depende todo lo que no es yo” (LC, 67).

La elección subraya el carácter inalienable de la responsabilidad, y permite comprender en qué sentido

Lévinas ve en este un principio de individuación; Soy el elegido en la exacta medida en que respondo del

otro y donde ningún otro que yo puede sustituirse a mí, responder en mi lugar. Luego es de mi asignación

a una responsabilidad inalienable que procede mi unicidad-“unicidad no intercambiable de elegido” (EN,

259), que hace de mí no solo la individuación de un concepto, sino un ser único, sin género, el único que

puede responder. Por otra parte, la elección subraya el hecho que la responsabilidad y mi unicidad que se

desprende de ella no proceden de mi libertad sino de la presencia del otro en mi: fui escogido, asediado a

pesar de mi por el Bien antes de poder elegirlo (AE, 157).

La ética lévinasiana es una ética de la elección, y no una ética de la voluntad, a este título, se distingue

tanto de la ética kantiana que de la ética kierkergaardiana, esta, siendo toda entera fundada en la elección

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de sí. Es también una ética que descansa enteramente en la irreductible singularidad del individuo y, allí

todavía, zanja tanto sobre la ética kantiana que toma su apoyo sobre un sujeto transcendental y universal,

que sobre la ética kierkergaardiana, en la cual el individuo se impone la tarea de realizar la síntesis del

particular y de lo general (NP, 84-85).

Eleidad

Es haciendo el uso del vocablo de eleidad, que llama el « absoluto », que Lévinas insiste sobre el carácter

radical de la ausencia de la trascendencia, de la separación. La eleidad significa así fuera de todas las

alternativas del ser (del manifiesto y del escondido en particular).

Es haciendo uso de este vocablo que insiste sobre la inmemorialidad de un pasado que nunca fue presente,

sobre el “jamás presente”, de la transcendencia. Decir la transcendencia es “eleidad”, es decir no solo que

no es un fenómeno susceptible de aparecer en nuestro Mundo, sino que es recordar todavía que no

aparece en absoluto, que no habita en un tras-Mundo según una otra modalidad de la presencia que la

presencia ordinaria: este Dios ha muerto. Es sobretodo explicar que, “no persona”, la eleidad, el “il

absoluto” no es un interlocutor. La eleidad no es por supuesto un alter ego (a quien me puedo dirigir). No

es tampoco un Tu en el sentido levinasiano del término, ni siquiera el rostro del otro que me interpela.

Paradojalmente pero rigorosamente, la ausencia absoluta y no negociable de la trascendencia de la

eleidad, que merece ser bien distinguida del rastro como “manera de mostrase sin mostrase” en la enigma

del rostro, debe ser sin cesar confirmada para que, precisamente, el trabajo del rastro y de la enigma que

abre la dimensión de la significación como mandamiento ético aquí aun alterando el orden de aparición

de los fenómenos, no sea sospechoso de comprometer y de traicionar esto mismo que lo suscita y lo

garantiza, la alteridad más otro que la alteridad del otro, la ausencia absoluta.

Todo ocurre como si, para pensar a su vez la irrupción de la presencia, el desfase o la desincronización de

toda presencia y la presencia ambigua o enigmática del rostro,-o una doble obligación que no ordena la

ausencia absoluta de la trascendencia solo para hacer mejor de esta, allí mismo, el mandamiento ético por

el rostro.-, todo ocurre desde luego como si Lévinas tuviera que distinguir las maneras de la trascendencia,

corriendo quizás el riesgo de identificar los términos y de logicizar sus relaciones en el gesto mismo de

preservar de aquello la fundamental ambigüedad. Demasiado pesadamente para no traicionar la

enigma de la cual se trata, se podría decir que la ausencia absoluta -el jamás presente de la trascendencia-

es dicha como “eleidad”, su manera de “mostrarse sin mostrarse” como rastro especificado por su carácter

enigmático; y que el rostro de otro donde la eleidad deja su rastro, “convierte” la ausencia absoluta en la

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presencia enigmática de un rostro, que no traiciona esta ausencia absoluta por tanto que la convierte en

mandamiento ético y de ninguna manera en presencia fenomenal.

Elemental

El mundo es elemental, ya que no es de antemano el frente a frente de mi pensamiento, lo que se presenta

ante mi mirada, pero aquello en que baño, y que soporta toda actividad subjetiva; “Elemental” designa la

sobrecarga de la exterioridad del mundo sobre todo objeto constituido por el pensamiento, el mundo

como trasfondo a partir del cual las cosas vienen a la representación (TI, 103) y el sujeto él-mismo a la

actividad representativa, pero que él-mismo no se deja representar, porque es la fuente inobjetivable de

toda objetivación. Pre-subjetivo tanto como pre-objetivo, el elemental es puro anonimato, “fondo o

terreno común, no dominable, esencialmente, de “nadie” (TI, 104).

¿Cómo se establece la relación con el elemental, si no se cumple justamente gracias a la representación?

Sobre el modo de la sensibilidad: “la sensibilidad pone en relación con una pura cualidad sin soporte, con

el elemento” (TI, 109); la sensibilidad solo está a la medida de la profundidad del elemento, ya que “sentir,

es ser en” (TI 108); precisemos que se trata aquí de la sensibilidad comprendida como gozo, que en TI es

la manifestación originaria del sentir, manifestación en la cual el sentir da testimonio de su irreductibilidad

en obra del conocimiento y de la representación. Es por la sensibilidad desnuda que es actualizado el

carácter elemental del mundo. Elemental puede ser así considerado como sinónimo de material: el

elemento es contenido sin forma, pura materialidad del sentir, por lo que Lévinas entiende “el evento de

la sensación en tanto como sensación” (EE, 86 ns) y no como material de la percepción, materia para una

forma intencional. Es por esto que toda cosa (no solo los tradicionales cuatros elementos) puede llegar a

ser elemento, desde que, en el gozo o en el arte, se desviste de su forma para exhibir su pura desnudez de

cosa material2.

Si el pensamiento del elemental puede aparecer como una caída de la primacía de la forma sobre la

materia, no es en beneficio de una materia comprendida solamente como antítesis de la forma. La materia

para Lévinas no es solo una nada de la forma, ni la simple diferenciación pasiva en espera de la acción

2 A propósito del arte, por ejemplo: “La sensación no es el material de la percepción. En el arte resalta en tanto como elemento nuevo… ella vuelve a la impersonalidad de elemento” (EE, 85-86. También, TI, 114); a propósito del gozo, por ejemplo: “(…) el sabor en tanto que saciedad, es ruptura de la forma del fenómeno que se va amorfa en “materia primera” (AE, 92).

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diferenciadora de la forma. Pensar así la materia, es dar razón a la forma. La materia es activa, ella “lleva

su vida…”materializa”” (AE, 92), dice Lévinas, lo que sugiere un materialismo que se podría acercar al

materialismo de Bachelard, quien otorga una primacía a la materia bajo la forma en razón del hecho que

las formas no llegan a imponerse a la materia desde afuera, sino solo son un momento de “sus potencias

de deformación”3. Se podría quizás arriesgar de definir el elemental como el evento impersonal del sentir,

a partir del cual solo pueden aparecer objetos identificados por formas, y en el cual son en todo momento

amenazados de deshacerse, de “disolverse en elemento donde el gozo baña” (TI, 110). El pensamiento

levinasiano del mundo es pensamiento de un mundo que, exaltado al principio por el sentir del gozo, no

se moviliza jamás en totalidad de objetos idénticos o identificables (o, como para Heidegger, en sistema

de referencias donde se inscribe el Zeug, objeto sensible, TI, 103 y ss), pero es un mundo frágil, siempre

susceptible de quebrarse, de ser conmovido por las potencias del sentir4.

El otro

El otro en tanto como otro absolutamente otro, fuente de toda significación para mí, es otro. El otro es el

otro hombre. Pero no habría de ninguna manera que entender el otro y yo-mismo somos dos individuos

perteneciendo al mismo género (el género humano), compartiendo en esto la misma esencia o la misma

existencia (cf. TA, 63). Si el otro no se da como un individuo en la colección del género humano, es primero

porque el otro no puede ser dado más que desde la singularidad absoluta de mi posición, y de tal manera

que se da luego como incomparable.

La “experiencia” del otro, en este mismo movimiento, es humillación de todos los poderes del yo, del yo

como conciencia y libertad. Depositando los poderes egoístas del yo, se revela como relación ética en lo

que en ella soy todo entero “para el otro”, responsabilidad en el sentido que Lévinas da a este término.

Lévinas declina toda una fenomenología de la relación con el otro.

-El otro es “el con quien se habla”, por tanto que la significación en el lenguaje encontrara su fuente en la

llamada del otro.

-El otro en tanto como otro se expone en la desnudez del pobre y del extraño, en una desnudez que desde

luego es rectitud y sinceridad: expresión;

3 Bachelard, Le materialisme rationnel, Paris, PUF, 1953, retomado en « Quadrige », 1990, p.16. 4 Es sobre esta frase que se abre el primer capítulo de EE : « De las expresiones como “mundo quebrado” o “mundo “, por corrientes y banales que llegarían a ser, no expresan menos un sentimiento auténtico”, p.25.

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-El otro es el “prójimo” por tanto que el termino de prójimo toma un sentido muy preciso a partir de la

descripción de la relación de “proximidad”.

-La absoluta exposición del otro, suscitando “la llamada al homicidio”, se radicaliza hasta revolverse en

responsabilidad para el otro sin límite. Y la responsabilidad, según Lévinas, es inseparable de la obsesión

por el otro, de mi persecución por el: “responsabilidad de rehén” (ADV, p.177).

-Señalemos por fin que la significación del otro, según Lévinas, no es intercambiable de la significación de

la noción de rostro.

-El rostro siendo la manera absolutamente singular en la cual el otro se expresa y se impone a mí.

Enigma

El “enigma” es la manera en que la trascendencia, como tal no fenomenal, se anuncia en la fenomenalidad

y abre así la dimensión de la significación o significancia dentro de los fenómenos dejando su rastro dentro

de ellos sin ser por lo tanto capturado por ellos. Así el enigma se juega, como en un desdoblamiento, en

el discurso filosófico que por así decirlo prosigue el esfuerzo de sincronizar la presencia y así hacer ver o

lucir la fenomenalidad. Como desfase de lo visible, la enigma es “esta manera de manifestarse sin

manifestarse” que debe permitir de preservar la absoluta separación de la trascendencia, su ausencia

radical, en el seno mismo del rastro dejado dentro de los fenómenos. La enigma luego no es el misterio de

la fe abriendo sobre otra presencia que la que se torna visible sobre horizonte de mundo, tampoco es el

“problema” quien, en ciencia, o en la filosofía tal como se puede entender usualmente, no es más que una

obscuridad provisoria destinada a ser el impulso hacia una más grande luz. Desde luego el enigma,

rechazando de jugar el papel de discurso tematizante, abre la dimensión del lenguaje ético, del lenguaje

que manda.

Es luego como enigma que significa el rastro del otro modo de ser dentro de los fenómenos. Lévinas

intenta conciliar dos dimensiones del enigma. El otro modo de ser, pura molestia del ser, es ruptura,

interrupción del ser y, desde luego, del concepto. Interrupción del trabajo de sincronización, del hacer

presencia que es del mismo movimiento esclarecido. El enigma es luego interrupción de toda ontología y

de toda fenomenología. Zanja, rompe toda puesta en contexto o en horizonte, vuelve imposible toda

síntesis (se destaca de la diacronía). Esto no es negociable. Pero a Lévinas no le gustaría que deduzcan que

el testimonio del enigma es muy sencillamente apología del irracionalismo. Al contrario, el enigma es por

excelencia el lugar de la significación. Y, entonces , es todo lo delicado del asunto, el enigma debe molestar

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orden sin hacerlo absolutamente explotar, debe habitarlo sin dejarse cautivar por él. Lo tajante de la

interrupción no puede paradojalmente sino rigurosamente realizarse en la sutilidad de una insinuación. El

enigma se insinúa en el logos filosófico: habita en él sin dejarse cautivar o fijar por él. Esta doble

dimensión de la interrupción y de la insinuación se ha vuelto posible por el tipo de temporalidad en juego,

por lo inaudito del rastro dejado por un pasado que nunca fue presente (cf.rastro). Porque ella nunca fue

presente en persona la interrupción ya no está aquí: insinuación, se deja cautivar. Es luego una manera

coherente que lo tajante de la interrupción no se cumple más que en su eco o rastro. (Para hacer sentir el

enigma, ocurrió a Lévinas de compararla con la situación siguiente: Tocaron, y no hay nadie en la puerta.

¿Tocaron? EDE, p.208.)

Ética

“Ética”, no es en primer lugar, para Lévinas, el nombre de una rama del árbol de la filosofía, el nombre de

una disciplina. “Ética” es el nombre de una prueba decisiva ocultada por toda la filosofía occidental así

como por el egoísmo espontaneo del Yo: “Se llama esta puesta en cuestión de mi espontaneidad por la

presencia de Otro, ética” (T.I, 13).

La puesta en cuestión de la espontaneidad del Yo, de su esfuerzo para perseverar en su ser, es la ética

misma en lo que se da como orden, teniendo su fuente en el rostro de otro, de una responsabilidad

infinita, sin reserva y sin límite, para otro. La ética, y el discurso filosófico que da testimonio de aquello,

son luego para Lévinas estrictamente referidos al punto de vista del Yo singular. Esto es una consecuencia

de la disimetría que ordena la relación ética: no puedo pedir a otro la reciprocidad tan pronto como asumo

la ética como prueba de una responsabilidad infinita. Sería contradictorio y monstruoso de amoralidad. En

este mismo movimiento el discurso que da testimonio de la prueba del orden ético solo puede ser

proferido desde el punto de vista irreemplazable del Yo que hace la prueba de ello- aun si podemos todos

ocupar su lugar. Este discurso filosófico no sabría provenir de una posición de desplome y “desde el

punto de vista de ninguna parte”.

Se observa que el termino de ética se impuso a Lévinas como nombrando la responsabilidad para otro.

Sin embargo nunca notaremos lo suficiente que una tal concepción de la ética se encuentra a los antípodas

de la idea griega de ética como búsqueda de una estancia común y/o como formulación de reglas del

bien vivir o vivir según el Bien. Indudablemente, en su atmósfera abrahámica, está más relacionada con

la ética kantiana que formula el imperativo categórico. Sin embargo, se aparta también infinitamente de

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esta última. Si Lévinas puede nombrar la orden ética en los términos de la Ley y del mandamiento en

referencia directa al “No matarás” bíblico, la orden ética, desde la concretud del rostro, está desprovista,

según él, de todo “formalismo”. La ética no es el respeto de una ley universal sino la experiencia del rostro

y del otro modo de ser del infinito. Del mismo movimiento, lejos de hacer envolverse recíprocamente la

libertad y la moralidad en una absolutidad incondicionada a la manera de Kant, Lévinas hace preceder la

libertad del sujeto de la experiencia de una pasividad absoluta; experiencia en la cual este último se

ipseisa radicalmente.

Ocurrió a lévinas calificar la ética de “filosofía primera”. Pero no hay que confundirse, Lévinas no designa

entonces una región del saber filosófico. Y decir “filosofía primera” no equivale simplemente a invertir la

prioridad acordada tradicionalmente a la ontología y/o a la metafísica en el orden de la fundación. La ética,

además, se confunde hasta cierto punto con la “metafísica” entendida ella-misma en un sentido

radicalmente renovado. Sobre todo, no se trata en ningún caso, con la ética, de una problemática de la

fundación, ya que la prueba ética abre al más allá del ser, a la anarquía del más allá de todo fundamento.

La ética no es entonces una fundación más radical que la ontología; ella abre a la dimensión de la

significación siendo totalmente otra que la ontología, porque testimonia del otro modo que ser. En este

sentido y solo en este sentido, es “más ontológica que la ontología, una énfasis de la ontología” (DD, 143).

Evasión

El tema de la evasión, que aparece muy tempranamente en la obra de Lévinas, jugará un papel constante,

aun si el termino no es forzosamente retomado después. Designa la necesidad de salir del ser, y muestra

como todo el pensamiento de Lévinas es desde el principio mandado por la exigencia de cumplir un

movimiento de exceso hacia el Bien más allá del ser, la exigencia del “otro modo que ser”.

En DE, el ser es pensado por pura afirmación de sí, pura referencia a sí-mismo, pero la originalidad de esta

obra- que percibe en el ser “una tara más profunda” que toda limitación, insospechada de algunas

tentativas de salir del ser que ofrece la historia del pensamiento- es de describir esta pura positividad

como sufrimiento. DE parte del constato que “la sensibilidad moderna” percibe en la positividad del ser

un encadenamiento en sí, o más bien una impotencia del ser a deshacerse de sí. DE hace luego aparecer

en el seno mismo de la pura identidad de sí del ser un antagonismo interno: “la experiencia del ser puro

es al mismo tiempo la experiencia de su antagonismo interno y de la evasión que se impone” (DE, 90).

Evadirse, no para ir en alguna parte, sino para ir más allá del ser, es evadirse del ser, y evadirse del ser es,

para el ser, que posee aquí la estructura de un yo clavado en sí, de vaciarse de su propia sustancialidad,

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como el placer, donde “el ser se siente vaciarse en alguna manera de su substancia, alivianarse en una

ebriedad y dispersarse” (DE, 82)-aun si el placer fracasa en su tentativa de evasión.

Todo el resto de la obra de Lévinas (Hasta el pensamiento del otro modo que ser) será en un sentido la

tentativa para indicar las modalidades mismas de esta salida del ser sobre las cuales DE, después de haber

subrayado el fracaso del placer, permanece sin embargo mudo. Pero se subrayaría sin embargo un

equívoco en el pensamiento Lévinasiano del ser, que aparece notamente cuando se toma en cuenta DE.

El ser no es allí pensado como hay, o sea como puro anonimato: es la experiencia del ser como

encerramiento, y, en este sentido, como ser sin nada, sin salida, es al contrario vuelto inteligible por la

estructura del sí-mismo: “en la identidad del yo, la identidad del ser revela su naturaleza de

encerramiento,… el encerramiento el más radical, el más irremisible, el hecho que el yo es el mismo.”

(DE, 73). O sea, evadirse del ser es evadirse de su ipseidad y no de su anonimato, -no es por supuesto,

decir adiós a todo pensamiento del yo, sino al contrario, como lo muestra el resto de la obra, es inventar

una nueva manera de escribir la relación entre sí y sí, como lo haría la sustitución. En este sentido, si la

hipostasis es descrita en EE consiste bien en arrancarse a este hay, si, en este sentido, se puede ver en ella

una figura de la evasión., evadirse del ser no significa jamás aquí más que invertir el anonimato del ser en

beneficio de la identidad del ente, mientras que en DE se trata para el sujeto de deshacerse del ser,

mientras que en DE se trate para el sujeto de deshacerse del ser deshaciendo su propia entidad, su propia

sustancialidad. A este título, DE es mucho más cercano del pensamiento del otro modo que ser que EE,

que permanece ampliamente ontológico. Convendría interrogarse sobre este equívoco en el pensamiento

del ser como identidad y encadenamiento, susceptible de leerse como identidad y encadenamiento,

susceptible de leerse por turnos como anonimato y como ipseidad.

Fecundidad

La fecundidad del yo permite inscribir la relación con el otro, aquí el niño, en el ser del yo, o sea dicho de

otra manera pensar el ser del yo no como un ser monádico, encerrado sobre sí, sino al contrario como un

ser intrínsecamente plural.

Para entender lo que significa la fecundidad del yo, conviene recordar que, para Lévinas (en EE así como

en TI) la relación primera que el yo tiene consigo-mismo es una relación de posesión (notamente, EE, 36).

Es sustancia, en el sentido originario de la palabra (en griego, ousia, que se traduce notamente por

“sustancia”, designa primero los bienes, las riquezas que uno posee). Pero esta posesión de si va hasta el

del yo por sí que se describe así como envejecimiento (por ex. TI, 246). El engendramiento del hijo

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invierte la relación de posesión, dando al yo ya preocupado por si permanecer sí aligerándose al mismo

tiempo de su propio peso de ser, de identificarse estando a su vez “otro y joven”: el yo fecundo es su hijo,

es “sustancialmente en el” (TI, 254255), y sin embargo el hijo no es yo (cf.filialidad). Tal es la “estructura

imprevisible en lógica formal” (TI, 2446245) de la fecundidad pensada como transcendencia de la trans-

substanciación” (TI, 244), que es a su vez “una identificación de sí, pero también una distinción en la

identificación” (TI, 244).

Si, según TI que no renuncia al lenguaje del ser, la fecundidad tuviera que ser revelada al rango de

“categoría ontológica” (TI, 254) su significación ontológica tendría que comprenderse a partir de su

capacidad de romper con la unidad eleática del ser, de introducir la multiplicidad, la discontinuidad y la

trascendencia del ser; lo que significa romper con el haber en el ser, en su retorno sobre sí-mismo, se

desdobla siempre (EE,36): “no tengo mi hijo, soy mi hijo” (TI, 254; TA, 86).

Fenomenología

Cuando Lévinas evoca la fenomenología, lo hace lo más frecuentemente en referencia (implícita o

explícita) a la exigencia y al método fenomenológicos tales como fueron inaugurados por Husserl y luego

Heidegger (Husserl y Heidegger que fue uno de los primeros en introducir en Francia). Este método cuya

palabra de orden, según Husserl, es el “retorno a las cosas ellas mismas”, consiste esencialmente a

denunciar las construcciones especulativas de la tradición metafísica para describir lo que no sabemos

jamás ver en la vida ordinaria, el aparecer mismo de lo cual aparece. Y esto, gracias a la operación metódica

de “la epokhé” que suspende la posición espontanea de las cosas en su existencia definitiva a la cual

procedemos ordinariamente en lo que Husserl nombra “la actitud natural”. Lévinas siempre describió su

encuentro con la fenomenología husserliana como inauguradora para su propio pensamiento, y siempre

reivindicó una fidelidad paradojal al método fenomenológico, hasta en su última obra, Otro modo que ser

o más allá de la esencia, en la cual muestra sin embargo que el lenguaje ético para no traicionar el Infinito

y/o el el rostro del otro, según Lévinas, desbordan siempre la alianza anudada por la filosofía griega donde

el ser se iguala al aparecer: como el Infinito abre la dimensión del sentido en exceso sobre el ser y el

aparecer, la ética no da testimonio del sentido solo interrumpiendo la fenomenología.

De antemano, desde los textos donde Lévinas restituye –de manera sin embargo muy fiel- el proceso de

la fenomenología husserliana, se siente una inflexión crítica globalmente heredada de Heidegger. Lévinas

reprocha a Husserl de no ir lo suficiente lejos en una vía que este último indica sin embargo acabando a su

vez recobrándola: la atención a la especificidad de cada tipo de aparecer, de fenómeno, acaba, a pesar de

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todo, donde Husserl, por una subordinación de todos los fenómenos al orden teórico del objeto; y la

descripción de la manera de aparecer de cada fenómeno acaba, a pesar de todo, para reconducir hacia la

conciencia pensada como un polo de mandamiento soberano y absoluto. Lévinas reconoce a Heidegger el

mérito de liberar los fenómenos de la tutela de lo teórico y de la conciencia ella-misma tomada en la forma

de un Ego como polo de centración. Pero, según Lévinas, Heidegger mismo no va lo suficientemente lejos,

ya que, si sabe reconocer en el ser el evento de entrada en presencia de los entes, se hace sordo a esto

mismo que rompe el orden del ser- y luego toda fenomenología, aun Heideggeriana: el motivo ético del

Infinito.

Se entiende desde luego la explotación de algunos “temas” de predilección como el cuerpo, la

temporalidad, lo vivido, la sensación, la pasividad- estos mismos cuyo tratamiento pone precisamente en

peligro el axiomático de la fenomenología-, Lévinas conserva de Husserl y Heidegger, sino un método en

el sentido estricto y explícito, por lo menos un cierto tipo de gesto. Dice deberles la exigencia de una

fidelidad en la descripción- ni deducción ni inducción- a las diferentes maneras de aparecer. Pero lejos de

privilegiar el motivo de la reducción fenomenológica, en el sentido de reconducción hacia un polo de

centración de los actos de conciencia, conserva de la épockè la exigencia de proceder a la interrumpción

de las sustancias cuajadas en el resultado de su movimiento de aparición, resultado que oculta este

movimiento mismo. Desde luego, a la reducción transcendental, prefiere el análisis intencional que

reintroduce las nociones en el dinamismo de sus horizontes de sentido, en el tramado de los hilos

intencionales. Moviliza en particular la noción husserliana de horizonte en lo que implica una reserva

implícita, de sentido en exceso, que impide toda fijación en entidades cuajadas , si siempre de nuevo una

llamada al horizonte suscita un desbordamiento en el cual cada dimensión de sentido llama otra (cf., por

ejemplo, EDE, 130). Sin embargo con todo y con eso el gesto levinasiano no puede “contentarse”, si se

puede decir, de fluidificar el aparecer; le es necesario interrumpirlo. Este entendimiento del épockè como

ruptura o fractura puede ser detectada en la reivindicación, para Lévinas, de un método en filosofía

rprocediendo por “exasperación” o “hipérbole” o más aun “énfasis” (cf. DD, 141-143). Se trata de

“sublimar” una idea para llevarla al punto de estallo que libera la significación inaudita que recelaba.

Notemos sin embargo para terminar que la interrupción por el lenguaje ético de las descripciones

fenomenológicas supone siempre estas últimas ya que no es a partir de ellas que puede reproducirse – si

el rostro, al mismo tiempo, aparece, y, ya, deshace el aparecer.

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Filialidad

La fecundidad libera el Yo de su propio peso de ser. El hijo es para el padre una liberación del

encarcelamiento en sí, en su ser y en el ser. El hijo no es otro mí-mismo sino mí-mismo como otro: es el

que sobre quien “no puedo poder”, porque es el mismo un otro poder, otro sujeto. El hijo se ipseisa

rompiendo la ipseidad del padre. Todo hijo es así “elegido”: arrojado en la singularidad de su ipseidad con

el padre. En este sentido, y solo en este sentido, todo hijo es “hijo único”: engendrado como único en

cuanto hijo de único. La relación padre/hijo es entonces una relación temporal de un tipo inaudito: ella

dice la ruptura, la pura discontinuidad- en ningún caso el padre sigue sencillamente su ser en el hijo-pero

de tal manera que esta ruptura sea más que nunca relación si, por ella, el padre como el hijo se cumple

cada uno en su ipseidad propia: el padre de ser liberado del peso de su propio ser, el hijo de ser arrojado

en la singularidad de su ipseidad. Rompiendo la ipseidad paternal el hijo atesta y cumple del mismo

movimiento que atesta y cumple la suya. Absolviéndose del poder del padre, el hijo –como el padre- se

pone como único.

Una particularidad de la relación padre/ hijo es que esta relación a otro yo no instaura una relación de

rivalidad egoísta: permite al contrario al padre de cumplir en el seno mismo del despojo de sí. Se observará

desde luego que- y es sin duda la sola vez- el otro, en tanto como hijo, es un otro sujeto (luego que en la

prueba ética como prueba del rostro del otro, el otro no es por nada otro sujeto posiblemente egoísta), y

esto de tal manera que esta característica es, en la situación, connotada positivamente.

Se medirá aquí cuanto la fenomenología levinasiana es “situada”, en el sentido donde toda la descripción

no es producida “de todas partes y de ninguna parte”, sino, desde el punto de vista del sujeto, que redobla

el sujeto del discurso filosófico. Sin embargo, este sujeto, uno lo percibe ejemplarmente aquí, no es un

sujeto neutro, sino un sujeto masculino, quien, además, no se cumple en tanto como padre- y padre de

un hijo. Si la descripción no es sencillamente “simbólica” o “ejemplar”, ¿Qué ocurre con la madre, y sobre

todo que ocurre en cuanto a la elección del hijo… en relación con la hija?

Gozo

El gozo es la modalidad según la cual se cumple la relación con el mundo de la subjetividad sensible y

corporal. Gozar es vivir de…, nutrirse del otro que sí, o más bien comportarse con el mundo como hacia

un alimento. El mundo es el alimento del yo. Sin embargo si el gozo es la alimentación, esta es desde luego

gozo, lo que quiere decir que alimentarse no significa en primer lugar asegurar su subsistencia, “sacar

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energía vital de alguna parte” (TI, 86), pero alegrarse o entristecerse de los contenidos (terrestres o

celestes) que llenan mi existencia. Es conferir un valor afectivo a la existencia, amarla o también saborearla

-saborear un alimento no es solo ingerirlo, es amarlo, o sea exaltar sus cualidades gustativas.

Pero saborear un alimento es también gozar del hecho de consumirlo, es gozar de gozar de aquello. Hay

una reflexividad de la vida (“La vida goza de su vida misma”, AE, 92) que no es nada más que su egoísmo,

y que hace el gozo el lugar mismo de un retiro en sí del yo, o sea el principio mismo de su individuación.

Sin embargo, la reflexividad del gozo no sobrelleva jamás su transitividad: gozar es siempre gozar del otro

que sí. A este título, el enrollamiento del yo sobre si en el gozo no lo conduce jamás a una clausura

sobre sí, de tal manera que en vez de su retiro y de su complacencia en sí, conserve siempre la posibilidad

de “acoger la revelación de la trascendencia” (TI, 724). Esta transitividad del gozo marca un modo muy

original de intencionalidad, a contrapelo de toda constitución: mientras que la intencionalidad de la

representación reduce todo objeto a un contenido pensado, la intencionalidad del gozo –en la cual el yo

afirma su independencia en el lugar mismo de su dependencia hacía lo cual goza- es siempre desbordada

por lo que constituye, condicionado por él. Es también por esto que es alimentación.

Si la relación ética interrumpe el gozo (el rostro es por definición lo que rechaza de hacerse asimilar, lo de

lo cual no gozo), esta se cumple hasta el paroxismo en la relación con lo femenino que, transgresión del

rostro, transgrede la interdicción del gozo invitando al yo a un “gozo del transcendente casi contradictorio

con los términos” (TI, 233).

Hay

La noción de hay designa el puro hecho de ser, el puro evento de ser, abstracción hecha de las cosas que

son, de los entes. Si Lévinas escoge de designar el ser distinto del ente por la expresión “hay” es para, por

una parte, subrayar que es el puro hecho de ser que se produce, y no tal o tal cosa; por una parte, de

insistir sobre el carácter impersonal del ser: “es impersonal como “llueve” o “hace calor” (TA, 26).

La noción de hay busca promover, al encuentro de Heidegger y de la co-pertenecencia del ser y de la nada,

una noción de ser sin nada. Hay es la ausencia de entes que vuelve a la presencia, o más bien, dice Lévinas,

“la densidad existencial del vacío mismo” (EE, 104). Es por esto, dice Lévinas- que interpreta la finitud del

ser según Heidegger como límite, como si la nada venía desde afuera limitar el ser (mientras que, dice

Heidegger, el ser y la nada son lo mismo)-el ser es sin límite, lo que significa que no hay afuera, que nada

viene desde afuera entablar la plenitud de su auto-afirmación, o más bien aliviar el sufrimiento del sujeto,

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quien, en el insomnio, es enteramente entregado a la absurdidad de este ser “que no deja aperturas, que

no permite escaparse” (TA,28). Sin embargo la positividad del ser es la positividad del mal: “El ser es el

mal, no porque es finito, sino porque es sin límites” (TA, 29). Esta afirmación, sin duda una de las más

problemática del pensamiento Lévinasiano, da lugar sin embargo a un fuerte pensamiento del mal, de un

mal que no destruye el que sufre, sino al contrario lo condena a la imposibilidad de la nada. Una tal filosofía

del mal, que pretende romper con una tradición filosófica que identifica el mal a la nada, no es sin embargo

sin evocar la injusticia de Platón, mal propio del alma quien sin embargo despierta en vez de destruir5,

el pecado según san Agustín, muerte del alma cuya alma muere sin cesar, muere sin morir,-aun si para

Lévinas este mal del cual no se muere pero que evoca al menos una vez como infierno (SMB,58) no es a

propiamente hablar del orden del pecado-, ni tampoco el pensamiento kierkergardiano de la

desesperación como auto-consumación del yo en la cual el yo no logra sin embargo consumirse. Un pasaje

de SMB (58 y ss) parece bien acordarse de esta tradición.

El pensamiento de carácter maligno del ser da testimonio de la prueba radical de la absurdidad del ser que

fragiliza todo pensamiento de sentido donde la verdad del ser, y llama por ello la ética como lugar de

significancia jamás asegurada de sí, siempre a despertar, y cuya acuidad nace del riesgo del no-sentido al

cual todo instante se entrega. Este riesgo del no-sentido al cual se expone la significancia ética es sin duda

lo que permite comprender la proximidad inesperada subrayada por Lévinas entre hay y eleidad, ya que

indica el riesgo de la trascendencia- la eleidad más allá del ser-debe correr, transcendiendo hasta la

ausencia, hasta su posible confusión con el revoltijo del hay (DMT, 253), con su “rumiación

insignificante” (SMB, 51)

Humano

Lévinas prefiere en general el término “humano” al término “hombre” aunque no tematice mucho la

puesta en juego de esta preferencia. Se trata para el de bien distinguir el privilegio dado a lo humano en

su pensamiento, del humanismo clásico criticado por el anti-humanismo y/o por las ciencias humanas del

siglo XX.

Si Lévinas se arriesga de vez en cuando a retomar por su cuenta el término de humanismo, es para

corregirlo inmediatamente y renovar para aquello radicalmente el sentido en la expresión “humanismo

del otro hombre”. Por esto, hasta cierto punto, está listo para escuchar la crítica anti-humanista en lo que

5 Cf. Platon, Republica, L.X., 610 e.

24

nos ofrece espejismos conexos del ser, de la sustancia, y del privilegio, dentro de los entes, del hombre

como subjetividad sustancial dotada de un libre albedrío y de una responsabilidad que no es la contra-

partida de este último.

Así, Lévinas pudo escribir que se debía criticar el humanismo, es que reprochaba a este último de no haber

suficientemente respetado lo humano, el que se proponía designar como la apertura de toda significación

el rostro del otro en tanto que me ordena y suscita así mi subjetividad fuera del ser, en la anarquía, antes

de la oposición misma entre pasividad y actividad: es en esta “pasividad más antigua que toda pasividad”

que caracteriza luego la subjetividad y que es desde luego la “manera de ser” de lo que precede el reino

del ser, que Lévinas designa la responsabilidad inaudita para lo humano que me hace humano.

Insomnio

La noción de insomnio hace el objeto de dos lecturas en la obra de Lévinas. Estas lecturas que, a primera

vista, podrían parecer contradecirse, no comparten por lo menos un rastro común y decisivo: el insomnio

designa una vigilancia que se sitúa más allá de la conciencia, una vigilia que no es conciencia de sí o

atención al objeto, sino (primera lectura) la vigilia del ser anónimo, o (segunda lectura) el despertar del yo

al otro.

El insomnio aparece en un primer momento (cf. EE y TA) como el fenómeno de una vigilancia sin fin ni

objetivo, a través del cual Lévinas intenta acercar la noción de hay. Por esta razón el insomnio posee antes

que nada una significación ontológica: es el despertar a la nada o más bien la nada como despertar y

permite describir la obra del ser como vigilancia, el ser como presencia de la ausencia o densidad del

vacío, obra de ser incansable y sin relajación. Sin embargo esta “quemadura sin consumación de una llama

inextinguible” (DD, 61) que define la insomnio llega después a designar el despertar mismo del yo a otro,

su animación o su inspiración por el otro, la imposibilidad de no estar atento al otro. Vigilar significa

“prestar atención al prójimo” (DD, 57), o también despertarse sin cesar de su egoísmo- de su identidad y

de su presencia a sí-como se sale de una pesadilla. Todo parece luego invertirse, ya que la insomnio no

designa más la vigilia del ser sino el despertar del yo al Bien más allá del ser, al otro modo que ser, o sea

la presencia del ser no se extiende más desde luego como vigilia, sino al contrario como entorpecimiento,

“condensación de este vacío mismo que me alcanza como somnolencia (o como ser del ente )” (DD, 50),

y del cual se trata para el yo de desembriagarse.

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¿Habrá una incoherencia en el pensamiento de Lévinas? No. En efecto, no hay contradicción en leer el

despojo de sí del ser tanto como despertar, tanto al contrario como entorpecimiento. La densidad (o

condensación) del vacío –la obra misma del ser- es indistintamente despertar y entorpecimiento. Vigilia,

porque la obra de ser incansable, sin relajación; pero justamente por esto rigidez, vigilia sin el desfase

que introduce el despertar, y que es por lo tanto imposible de distinguir del sueño. Prosigue que la vigilia

ontológica y vigilia ética no son exactamente el mismo fenómeno, que sería contradictoriamente leído, ya

que la vigilia del ser es un estado, es continua, mientras que la vigilia responsable es un incesante

despertar, despertar jamás lo suficientemente despierto y siempre a despertar. El Hay y el yo

responsable no vigilan en la misma vigilia.

Inspiración

“La inspiración no tiene su modo original en la escucha de una musa que dicta los cantos, sino en la

obediencia al Altísimo como relación ética con el otro” (ADV, 178).

Concebida a partir de la ética, la noción de inspiración subraya primero la ambivalencia del sujeto

responsable, quien es a la vez autónomo y heterónomo, “a su vez comienzo y portavoz” (AE, 189). La

inspiración puede ser comprendida como una respuesta no kantiana al problema kantiano del saber cómo

el sujeto moral llega a ser el autor de la obligación a la cual se somete. La obediencia a la obligación que

emana del Infinito no sabría proceder como para Kant, de la representación por el sujeto de esta obligación

gracias a la cual la voluntad instituye ella-misma la ley y llega a ser de esta el autor. En efecto, para Lévinas

“soy obligado sin que esta obligación haya empezado en mi” (AE, 15-16), y luego, sin que pueda llegar a

ser contemporáneo de mi presente: la obligación por la cual el infinito me ordena al prójimo esta en este

sentido irrepresentable, y no sabría por consecuente hacer el objeto de una institución por mí. A este

título, la ética lévinasiana es radicalmente heterónoma. Pero, precisamente porque obedezco a pesar de

mí, sin instituir la ley que me manda, ya que la obediencia precede la escucha del mandamiento (AE, 189),

el orden solo se entiende en la obediencia (que así da testimonio de ella en vez de tematizarla, cf. AE,

189), solo se enuncia por la voz que le responde, de tal manera que llego a ser “el autor de lo que me fue

sin yo saberlo insuflado” (AE, 189). La heteronomía se invierte luego en autonomía, cambio total que es,

dice Lévinas, “la manera misma en que el Infinito pasa” (AE, 189). Luego es en el modo de la inspiración y

no sobre el de la representación que llegó a ser el autor de la obligación- se ve aquí toda la importancia

que reviste la noción de inspiración en el pensamiento de Lévinas: se sustituye pura y sencillamente a la

noción de representación.

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Notemos que la noción ética de inspiración se presenta también como una interpretación ética de la

noción biológica de respiración: la ética lévinasiana es una pneumatología (AE, chap. VI): la inspiración del

yo por el otro es su animación por el otro, o sea su respiración: “la inspiración suscita la respiración, el

neuma mismo del siquismo” (AE, 147). Mi relación con el otro es una “relación con el aire” (AE, 228)

invisible. Ya que el Otro se inscribe en el Mismo, como el aire invisible- invisible, o sea no percibida, a este

título no más tematizable que el rostro –me penetra “hasta los repliegues de mi interioridad” (AE, 227).

“Apertura de si al otro… la respiración es trascendencia en manera de de-castración” (AE, 228), lo que

quiere decir que la desubstancialización del ser y del sujeto operada por la responsabilidad es la respiración

como inspiración por el otro hombre: “sin la proximidad de otro en su rostro, todo se absorbe, se hunde,

se emparede en el ser” (AE, 229), todo es dedicado a la sofocación. Pero conviene subrayar que la

interpretación ética de la noción de biológica de la respiración somete la respiración a la lógica enfática

que caracteriza la ética levinasiana: la énfasis consiste aquí en pensar la esencia de la respiración humana

no como afirmación del hombre en su espacio vital (AE, 228), sino como una “consumación, una de

nucleación de mi sustancialidad” (AE, 228), o sea como jadeo o sofoco , “inspiración sin punto de paro

“ y “expiración, sin vuelta” (AE,229). La sustitución al otro como expiación de las faltas y sufrimientos del

otro es “expiación absoluta…” (AE, 229) del yo responsable,-de allí la paradoja de una animación por el

otro que es a su vez tiempo de expiración absoluta, una “muerte sobre orden… en la inspiración por el

Otro para el otro” (AE, 229) !

Justicia

La noción de justicia toma para Lévinas dos sentidos distintos o incluso opuestos. En su primera magna

obra, TI, Lévinas nombra “justicia” la relación ética disimétrica, sin reciprocidad, y sin medida, del cara a

cara. Más tarde, en AE, “justicia” nombrará al contrario la necesaria toma en cuenta del tercero, y desde

luego igualmente la reciprocidad (en un sentido “el otro del otro”) que de la limitación y de la medida (hay

que preocuparse del “otro” otro, o “del otro del otro”- hay que compartir equitativamente entre ellos.

SI “justicia” es en TI uno de los nombres de la relación ética ella-misma, que es el término que expresa una

característica fuerte de esta última: la relación ética implica renunciar a dominar al otro, renunciar en

particular a hacer de él un objeto. Hay que “dejarlo ser”, lo que implica un enfrentamiento cara a cara por

donde el otro libremente se expresa en la franqueza sin detención de su rostro. El término” justicia”

nombra esta exigencia primordial del “dejar ser” el otro, de dejarlo expresarse a partir de sí-mismo. Esta

exigencia de renunciar a ejercer un dominio sobre otro, de siempre depositar las armas para inaugurar el

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cara a cara, se radicaliza y se cumple de la manera siguiente: “la justicia consiste en reconocer en otro su

maestro” (TI, 44). Esta definición de la justicia no consiste desde luego- como es el caso más

frecuentemente- en exigir lo que se podría llamar la horizontalidad de la igualdad entre yo y otro, pero al

contrario en reconocer el privilegio de otro, en reconocer su altura. Se notará que la elaboración de la

noción de justicia por Lévinas es inseparable de un trabajo sobre las nociones de lenguaje o de discurso.

Si la retórica es el arte de capturar el otro por la fuerza de su discurso, luego el “sobrepaso de la retórica

y de la justicia coinciden” (TI, 44). En un sentido, la justicia inicia y manifiesta el ser auténtico del lenguaje:

ni captura del otro en un sistema objetivo, ni manifestación de mi poder de embrujar por la palabra, sino

reconocimiento inaugural del “señorío del otro”, de su privilegio, por donde se inaugura el lenguaje en

tanto como socava la significación en la exposición del otro. El discurso se presenta como justicia.

Por lo tanto, desde TI, Lévinas marca bien que mientras tanto que se deba oponer la relación ética, como

tal asimétrica, la toma en cuenta del tercero, este último se anuncia ya en la mirada del otro. Lévinas no

toma en cuenta el tercero, por así decirlo posteriormente, sencillamente como una limitación de una

absolutidad de la relación ética concedida delante de la objeción según la cual hay que tomar en cuenta la

pluralidad de los demás, intercambiar entre ellos. Entre la relación ética (que puede decirse como “justicia”

en TI) y la toma en cuenta de tercero (que se puede decir como “justicia” en AE), Lévinas no establece un

compromiso sin consecuencia. Contradiciéndose en su contenido, la asimetría ética y la simetría de la

justicia del tercero se implican y se llaman mutuamente. Sin la responsabilidad ética, la justicia del tercero

(tanto como debida al tercero que otorgada por el) no tendría significación. Pero al contrario, la toma en

cuenta del tercero, no solo me obliga a intercambiar con otros sino también me libera de la absolutidad

de la persecución por el otro: solo la toma en cuenta de tercero me permite no sucumbir bajo el golpe de

la persecución por otro, y así de poder ejercer mi responsabilidad. De manera más decisiva aun, hay que

notar con P. Ricoeur que la justicia tiene por decirlo así un estatuto arquitectónico en AE. En efecto la

dimensión de la justicia del tercero, en esto estrictamente homogénea al discurso filosófico, es el lugar de

la intercambiabilidad y de la tematización posibles: el único lugar donde se pueda formular explícitamente

e intercambiarse, por medio del logos, el orden ético.

Mandamiento

Inspirándose en el mandamiento bíblico, el mandamiento ético según Lévinas no se pluraliza sin embargo

en distintos mandamientos con un contenido específico. No designa además una o varias reglas técnicas

precisas, sin ser, por lo tanto, una ley que saca su universalidad de su formalidad a la manera de la ley

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moral kantiana. No es ni obligación de esto… o esto… “, ni obligación formal y universal que respeta la

Razón en otro (como para Kant), sino “obligación para otro”, puro “para el otro”.

El mandamiento ético, según Lévinas, es el orden, expresado por el rostro del otro, de sacrificarse para

otro, en términos más técnicos, de sustituirse a él. Es a través de este mandamiento Infinito-donde

eleidad- me alcanza y me conmueve, el que sin embargo no se fenomenologisa en tanto como tal. Es

como mandamiento ético que el Infinito se muestra y actúa en el corazón mismo del humano, respetando

la separación absoluta que le prohíbe de parecer en el Mundo. Este mandamiento me manda el respeto

de un compromiso que no he tomado, del cual nunca fui el contemporáneo; que no es luego el hecho de

una subjetividad responsable y libre en el sentido corriente de estos términos, por ejemplo en sus

aceptaciones cartesianas y kantiana. Lévinas asuma luego que la heteronomía radical sea la modalidad

auténtica de la ética.

El mandamiento de sustituirse a otro, de tomar toda falta sobre sí, la falta hecha contra otro, pero

sobretodo la falta hecha por otro, proviene de la trascendencia y luego en un sentido del otro mismo. Este

mandamiento que me vacía de mi sustancia, desgarra mi ser, me hace llevar de manera irremisible “el

peso de la creación”. Es así, por lo tanto, que desde luego nadie se puede sustituir a mí, que me confiere

mi subjetividad, como “identidad única”. Mi subjetividad, mi ipseidad, me es dada en el desgarramiento

mismo de mi ser, lo más exterior llegando a ser lo más interior, ya que allí uno se sitúa en el plano que

precede la relación trabada entre el libre albedrío y una ley. Soy todo entero el testimonio de este

mandamiento. A este nivel, más profundo que la oposición misma entre pasividad y actividad, donde la

exterioridad del mandamiento se devuelve en interioridad del psiquismo. (Cf; La problemática de la

inspiración), Lévinas identifica lo que nombra “una libertad finita”, que no tiene nada que ver con la simple

limitación de un poder o de su dominio de aplicación.

Metafísica

Se sabe la dificultad que existe en dar una definición unívoca de la metafísica, de la “ciencia investigada”:

ciencia del ente en tanto como ente, ciencia del primer de los entes… se sabe también que la metafísica,

en particular donde Kant pero también en la fenomenología husserliana, es severamente criticada: la

metafísica tradicional perdería de vista lo real pretendiendo desprender de aquello la raíz ultima y

abismándose así en un cielo de ideas ilusorias. Lévinas, al contrario, comprende la metafísica a partir de

su gesto transgredor (“meta”, “trans”), como transgresión de la fenomenalidad, del Mundo y de la luz. En

rigor de los términos, la metafísica es por decirlo así el sentido mismo de la transgresión, no es apertura

29

sobre un mas-allá, sino una experiencia del Deseo y/o del infinito como experiencia de un ahondamiento

sin cesar en el seno mismo de lo que se muestra.

“Metafísica”, lejos de ser un sinónimo de “ontología”, designa luego al contrario una dimensión en

excedente o en exceso del ser y el discurso que le conviene. Y como el Otro pone en cuestión el Mismo,

la metafísica pone en cuestión la ontología; por esto mismo, dice Lévinas, “como la crítica precede el

dogmatismo, la metafísica precede la ontología”. En TI, la esfera de la ontología se cierra en Totalidad,

mientras que la “metafísica” da testimonio del Infinito que siempre ya fractura la Totalidad, abriendo así

la dimensión del Bien, o sea para Lévinas, de la significación. Para decirlo de otra forma, la metafísica abre

a la transcendencia donde se comprende de paso que releva de la dimensión de la altura y de lo invisible,

si supone romper el dominio del ser que se reciproca con el de lo que está puesto a la luz y que se ofrece

en la horizontalidad del Mundo. La transcendencia es una relación que precede la afirmación y la negación,

relación a lo infinitamente distante sin que la relación no destruya la distancia, y sin que al inverso la

distancia no destruya la relación-como lo querría la lógica del Mismo. “Llamamos esta relación metafísica”,

escribe Lévinas.

“Métafisica”, al linde de TI, no designa luego sencillamente una “disciplina”, la raíz del árbol de la filosofía,

sino cualifica la relación a la alteridad como tal. La extensión del dominio de las nociones calificadas de

metafísicas o cercanas como relevando de la metafísica en este sentido renovado es por supuesto

extremadamente importante: el Deseo, la idea de Infinito, la separación, el rostro, dentro de otros, relevan

de este dominio. La “metafísica” sería por ende revelada como un primer acercamiento de “la ética” ya

que solo se escapa del Mismo, siempre ya, el Mismo está puesto en cuestión. Lévinas no reivindica más

de manera tan insistente la dimensión metafísica después de TI, pero, si dice menos voluntariamente de

lo que se trata en estos términos, la descripción permanece enteramente valida.

Observemos para terminar que si Lévinas no toma a su cuenta el tema Heideggeriano del “sobrepaso de

la metafísica”, es porque vuelve a envolver la exigencia de “sobrepaso de la metafísica” en la metafísica

misma6.

Otro

6 Ver Jean Luc Marion, « la ciencia siempre buscada y siempre faltando », en la Metafísica, su historia, su crítica, sus apuestas, ed. J.M. Narbonne y L. Langlois, Paris/ Quebec, VRIN/PUL, 1999; pp13-36.

30

Todo el esfuerzo de Lévinas consiste en hacer justicia a un “Otro absolutamente otro”, a partir de una

reanudación crítica de la oposición- tradicional desde Platón- entre el Mismo y el Otro como oposición

entre dos géneros del ser. Es el otro quien será esta alteridad absoluta.

Un “Otro absolutamente otro”, esto significa un otro que ya no es relativo al Mismo (todavía dependiente

de él), y que desde luego ya no es interno al ser. En este mismo movimiento, el Otro del cual se trata no

podría ser una categoría formal tomada en la articulación del logos reflejando el ser. La ontología y la lógica

están descalificados: el Otro es solo auténticamente experimentado en la relación ética.

Aun si Lévinas privilegia la alteridad del ajeno, no deja de proponer una descripción rigorosa y sutil de las

figuras del otro: preocupado por mostrar que la alteridad del objeto solo es una seudó-alteridad, en la

medida en que el objeto es enteramente medido por la conciencia, se vuelve atento, en T.I., a la ambigua

alteridad del elemento comprendido como aquel de lo que goza el sujeto, pero que siempre lo condiciona,

y así no se deja jamás completamente apropiar. Además, las figuras del totalmente otro son múltiples: a

través de la diferencia sexual Lévinas considera lo femenino como figura del todo otro, aun si la primacía

de la ética, en T.I., lo conduce a subrayar el equívoco de esta alteridad, que solo se exalta degradándose

siempre en objeto de gozo. Solo el rostro de otro expresa sin equívoco la alteridad en la medida que impide

la relación erótica para exigir la relación ética (precisemos aquí el sentido de la formula “más allá del

rostro”, aplicado a lo femenino: lo femenino es un más allá del rostro en el sentido en que no es más que

su inversión: o sea, no transgrede el rostro solo refiriéndose a él sin cesar y confirmando su anterioridad

y su autoridad). Señalemos igualmente la alteridad del hijo, relación a un Otro absoluto pero sin embargo

radicalmente ipseidad por su elección por el padre (mientras que no sea obvio que el rostro sea un sujeto

de ipseidad, aunque este absolutamente singular). Al fin y al cabo, la eleidad aparece como la figura la

más radical de la alteridad, transcendente hasta la ausencia (y sin embargo “mostrándose sin mostrarse”

en el Rostro).

Otro modo que ser

Si ocurre a Lévinas hacer de la expresión un sustantivo y de hablar del “otro modo del ser”, es porque

todo lo dicho al propósito de este último es ineluctablemente por “abuso de lenguaje”. En efecto, cuando

en otro modo que ser o más allá de la esencia, Lévinas nombra la trascendencia, o más bien el Infinito, del

nombre de otro modo de ser, lo hace reprochándose de haber demasiado cedido al vocabulario de la

ontología en TI (en la loable preocupación, entonces, de excluir las significaciones puramente psicológicas).

En efecto, hay que decir lo que precede toda ontología, que esta última enuncia el ser como sustancia

31

manteniéndose a través de los accidentes, o aun como esencia, o sea como “forma” determinada o

determinante. El dominio de la esencia es, en el fondo, el de la pura presencia que colma siempre ya todo

intervalo, toda ese siendo ya interesse: el reino de la esencia en su puro sincronismo, imperialismo de la

presencia obsesionante que rellena ya toda distancia, revoltijo de los egoísmos en lucha, es la guerra (AE,

15). Jamás se notará suficientemente que el otro modo que ser transciende la alternativa entre ser y no

ser, si, como lo piensa Lévinas, la nada no es aún más que la contra partida del ser, no tiene sentido más

que en relación con el ser: ser o no ser, allí no es la cuestión.

Otro modo que ser designa luego el infinito como arrancamiento del ser y a todas sus modalidades, como

que no es simplemente un ser de otro modo. El otro modo que ser, desde luego, tiene una “eficacia”- que

por supuesto, no es sin embargo descriptible como el efecto de una causa-ya que, quebrando el ser

totalizante, afectándolo, lo abre a una dimensión de sentido.

Desde luego, el otro modo que ser “se muestra sin mostrarse”, dentro de los seres, dentro de los

fenómenos, como enigma y rastro. Además, el que es fuera del ser, tiene su “manera” en el ser, como

arrancamiento mismo al ser: “es” el Deseo que habita la subjetividad auténtica, la responsabilidad por

debajo de toda libertad activa. Desde luego, toda las descripción del más allá del ser que viene de ser dada

se “vuelve a jugar” al nivel de la subjetividad, más exactamente, nunca se jugó a este nivel: bajo la del

otro modo del ser (cf. “Infinito”, “eleidad”) la subjetividad siempre se ha vaciado de su sustancia

sustituyéndose al otro, no ipseisándose auténticamente solo por allí mismo. Sustituyéndome al otro, estoy

así como liberado de mi esfuerzo para perseverar en mi ser, en mi conatus essendi. El Si “es” luego

desinteresamente, otro modo del ser.

Proximidad

La proximidad describe la paradoja de la obsesión por la transcendencia del otro, la obsesiva presencia del

rostro que, transcendente, escapa sin embargo a la presencia de manera radical.

La proximidad del otro no es la de una cosa que está a mi alcance, que puedo tomar, sino la presencia

obsesiva del que, lejos de ofrecerse a mí posesión me toma, me agarra antes que pudiera reaccionar

(cf.AE, 94). Presencia del prójimo en exceso sobre toda presencia representable, porque tapa la distancia

en la cual podría insertarse la conciencia de. A este título, presencia en relación con la cual no puedo tomar

distancia: la proximidad es la imposibilidad de alejarse del otro, lo que significa la urgencia de la asignación

a la responsabilidad, la exigencia de entregarse incondicionalmente, sin plazo y sin distancia a la

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responsabilidad para otro. Y sin embargo, esta presencia del que es “no se puede más, aquí” (AE,114), se

mantiene ya retirada de ella misma: ya que me colma más allá de toda espera y de toda acogida, llega de

alguna manera siempre demasiado temprano (o me acusa de mi propio retraso sobre ella, cf. AE, 112), me

precede de toda la distancia de un pasado que no puede ser recuperado, es la presencia obsesiva de un

ser que ha pasado, y que se mantiene desde luego en el rastro de su ausencia (pasado de la presencia que

Lévinas aprehende concretamente en la vejez: “piel con arrugas: rastros de sí-mismo”, AE,112). Es por esto

que la proximidad debe primero ser comprendida como el incesante movimiento de cercanía del yo, -

acercamiento sin termino, que busca siempre todavía lo que encontró, y a través de aquella se manifiesta

lo infinito de mi deuda hacia ella. La proximidad significa la implicación del yo en la relación transcendente,

prohibiéndole todo vuelo por encima de la relación en la cual la proximidad decaería en sencilla

contigüidad espacial.

La noción de proximidad ofrece, en AE, donde es abundantemente desarrollada, otra manera de pensar la

asimetría de lo interpersonal, que TI llamaba el cara a cara: esta descrita allí como “obsesión no recíproca

por el prójimo(s)” (AE, 107), y se enriquece de un pensamiento de la sensibilidad como vulnerabilidad,

afección traumática por el no-fenómeno, contacto con el cual el sintiente está asediado por lo sentido,

pero donde el sentido se aleja infinitamente del sintiente (AE, 109), donde, de alguna manera, él tocando

está tocado por lo intocable (cf. las descripciones de la caricia que es “el hecho de no coincidir del tacto,

una denudación jamás suficientemente desnuda”, AE,114).

Responsabilidad

La responsabilidad es una responsabilidad para otro, lo que significa que no se trata de responder delante

de otro de los actos de los cuales soy el autor, sino de responder delante de otro de las faltas y sufrimientos

del otro. El yo es responsable de las faltas que no empezaron con él, acusado más allá de toda culpabilidad.

Pero no se trata de endosar mi responsabilidad por mis actos, como tampoco es posible endosar mi

responsabilidad por los actos del otro: de él, respondo a pesar de mí, antes de toda conciencia,de todo

compromiso y toda elección. Mi responsabilidad para otro es una “responsabilidad de rehén” (ADV, 177),

y no una libre decisión de endosar las faltas y sufrimientos de otro, sino imposibilidad de no meterme en

su lugar, de no sufrir por él. La responsabilidad es vulnerabilidad, y es por esta razón que “desde la

sensibilidad, el sujeto es para el otro” (HAH, 105).

La responsabilidad juega, desde los primeros textos de Lévinas, un papel importante, donde se comprende

sin embargo como responsabilidad para sí y no aun como responsabilidad para otro. En efecto, la idea de

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una responsabilidad que precede o excede toda libertad del sujeto juega ya en el proceso mismo de su

individuación donde se traduce el “giro de la libertad en… responsabilidad” (EE, 136): ya que el yo que es

puro comienzo está al mismo tiempo siempre desbordado y recargado por este sí que nada sin embargo

precede, es una carga para sí mismo, encargado de sí mismo. El dominio que ejerce sobre su existir es

siempre y al mismo tiempo sujeción del yo al ser mismo frente al cual afirma su preeminencia -sujeción

que Lévinas describe como sufrimiento (TA, 56). La responsabilidad para sí marca todo la seriedad y toda

la gravedad del ser sí, todo el peso también, o sea la corporeidad del sujeto. Pero la gravedad del sí-mismo

aumenta con el peso de una responsabilidad más exigente aun, de una responsabilidad para otro, en la

cual su ser en sufrimiento bajo sí-mismo, su sufrirse se revela más originariamente como un sufrir por el

otro. La subjetivación como sujeción se revela aquí como sujeción a todo y a todos: “el Si es Subjectum:

está bajo el peso del universo-responsable de todo. La unidad del universo es… lo que me incumbe, me

concierne en ambos sentidos del término, me acusa, es mi propósito” (AE, 147). Este sufrir por el otro no

destruye el yo, pero justamente lo exalta, lo inspira, en el sentido de un sufrir para el otro, de un” ofrecerse

–para sufrir y para dar” (AE, 134). Este sufrimiento que es esta ofrenda –esta bondad como don de sí, o

sea el hecho de vacilarse de su sustancialidad para el beneficio del otro- es la respuesta a la miseria esencial

del otro (TI, 190); en este sentido la responsabilidad se articula primero como respuesta a la llamada del

otro. Pero responder a la miseria de otro dándole su sí es ser el sí del otro, bajo el peso y en el lugar de

otro; es por esto que él a quien y delante de quien respondo es siempre y al mismo tiempo él de quien

respondo (cf. LC, 69 y AE, 14). La responsabilidad es así sustitución al otro.

La responsabilidad impregna todo el pensamiento de Lévinas, y conviene relevar a propósito la

importancia que reviste aquí la oposición de la responsabilidad y del juego, que subraya la gravedad del

universo lévinasiano, la seriedad de la prueba de sí así como de la prueba del otro (ver, por ejemplo, EE,

34 y ss, y AE, 6 y ss).

Rostro

Otro no es en ninguna parte más que en su rostro: es como rostro que se anuncia dentro de los fenómenos

que aparecen en el Mundo. Afirmar esto es estrictamente equivalente, para Lévinas, a declarar que el

Infinito se anuncia dentro de los fenómenos como rostro.

Otro y/o el Infinito no son sustancias y no preexisten al rostro, que no sería más que la manifestación

posteriormente. Por otra parte, en rigor del término, el rostro no releva del orden de la manifestación, no

es un fenómeno, tampoco es una sustancia. Sin embargo, hay que decir en este mismo movimiento que

34

no es más que la concretud sensible y absolutamente singular de un existente expuesto a la vulnerabilidad

de su piel. Le ocurre sin embargo a Lévinas evocar la irreductible abstracción del rostro (Hah, p.60). No hay

allí ninguna contradicción ya que Lévinas quiere subrayar que el rostro destaca sobre todo horizonte

perceptivo así como sobre todo contexto, cultural o histórico; se abstrae, precisamente, del contexto del

Mundo. Todo rostro, siempre está fuera de contexto. Tal es la paradoja que hay que tomar en cuenta: el

rostro releva del invisible del otro modo que ser y, en el mismo movimiento, es el más vulnerable de los

seres. Esto significa además -contra Heidegger- la prioridad del ente sobre el ser. Es porque el rostro tiene

que ver con lo visible. En un sentido, “no es nada” fuera de todo contacto con el visible, ya que “consiste”

enteramente en este contacto aun como prueba infligida al visible, a la fenomenalidad. Es la conmoción

misma de toda fenomenalidad. El rostro es lo que desborda o deforma su propia forma, lo que anuncia en

el visible el deshacer. A este título, y solo a este título, puede decirse que se fenomenologiza: jamás

capturado en la presencia de un fenómeno y marcándose sin embargo en la misma fenomenalidad como

la molestia o el traumatismo sufrido por esta última: “contra-fenómeno” como lo dice Jacques Rolland-

en ambos sentidos del término “contra”; rastro dice Lévinas.

Porque es este desorden de la forma del mundo donde se muestran los fenómenos, el rostro, del mismo

movimiento – pero es todo uno para Lévinas- abre la dimensión del sentido, “es” el orden del

mandamiento ético, y da su ipseidad a la subjetividad de poner en cuestión su esfuerzo para perseverar

en el ser. Se notara que hay en efecto en el recorrido lévnasiano cambios de inflexiones en su manera de

“describir” el rostro: la desnudez en la cual el rostro se expone sin reserva es, en TI, presentada como una

forma de presencia- es cierto paradojal por las razones expuestas más allá-, la de la inmediatez del frente

a frente, caracterizada por la rectitud, la franqueza, que abre la dimensión autentica del lenguaje. Mientras

que en AE, el acento es más llevado a la irreductible ambigüedad del rostro, ambigüedad del fenómeno y

de su defección. Se notara sobretodo que, desde TI, la vulnerabilidad del rostro es presentada como

llamada al homicidio invirtiéndose el orden de responsabilidad infinita por el otro, pero que este

movimiento hiperbólico se radicaliza en AE al punto de transmutarse la responsabilidad en obsesión por

el otro, y más aún en persecución por él.

Santo

En el judaísmo la santidad es la separación y desde luego la pureza de Dios: el Santo es lo que es separado

del Mundo. Se entiende que Lévinas retome y radicalice esta noción ya que no deja de insistir sobre la idea

de que el otro modo que ser es más allá del ser, separado de él. Es separado del Mundo como estructura

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de horizonte donde todo visible parece, y separado del Yo en tanto que este último se inscribe en el mundo

y se nutre de él. Es la santidad de Dios, su separación absoluta, que le permite de ser el Deseable en el

sentido en que Lévinas lo comprende: lo que suscita el Deseo de tal manera que por definición jamás el

deseo no podrá capturarlo ni consumarlo, absorberlo en su inmanencia. En efecto, en tanto como Santo,

que separado, Dios o la trascendencia, se ab-suelve sin cesar de nuevo de la relación que sin embargo

suscita- y reactiva infinitamente- en este gesto mismo de ab-solución. Es entonces la santidad que hace

del Deseo à la vez el sentimiento infinito y el sentimiento de lo infinito.

Para Lévinas, una tarea se impone: distinguir el Santo de lo sagrado y oponerse a él. Lo sagrado se asemeja

en efecto al Santo: y si hay que romper el prestigio falaz de esta semejanza, es que, como tal, hace del

sagrado un falso-hermano; es engaño, induce en error en cuanto a la santidad. Es desde luego la peor de

las traiciones: hace pasar por el Santo su contrario mismo, invirtiendo y pervirtiendo así absolutamente la

santidad. En efecto, lo sagrado mimetiza por así decirlo la separación que caracteriza el Santo pero

inscribiendo esta separación en el Mundo. La niega en el gesto mismo de hacerse pasar por ella: lo sagrado

inscribe Dios en la naturaleza y es el paganismo. Pero no puede conocer formas más sutiles, tentaciones

que amenazan el judaísmo (y más aún el cristianismo). La brujería, esta forma degradada de la relación a

lo sagrado- o su esencia misma-, se complace en el equívoco de lo sensible, de imágenes y sentimiento.

Un resto irreductible de esta complacencia de la hechicería habita la relación a Dios que se remete al

sentimiento o incluso al saber, el saber que, para temer la apariencia falaz, no permanece por lo menos a

la plasticidad, a la forma del aparecer.

La santidad como separación absoluta hasta la ausencia manda luego de “hacer jugar” la significación en

la interrupción de toda fenomenolidad, de “hacerla jugar” sobre otro modo que en el ser y el conocimiento

que se relaciona con este último. Es por esto entonces que la trascendencia conmina a la responsabilidad

ética.

Sensibilidad

La sensibilidad posee un sentido amplio, ya que reenvía a la vez a la sensación y al sentimiento. Luego es

también afectividad.

TI aprehende este sentir que es también sentimiento a partir del gozo: de lo que gozo no es un objeto, o

sea una materia identificada por una forma, sino un elemento, pura cualidad sensible sin sustancia. Pero

gozar del elemento es al mismo tiempo gozar de sí: “la vida goza de la vida misma” (AE, 92), de tal manera

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que sentir el mundo significa al mismo tiempo sentirse, probarse. Sin embargo, si TI ponía exclusivamente

el acento en el gozo, AE añadiría una nueva modalidad a la sensibilidad, la vulnerabilidad, como exposición

a la herida y al ultraje. Así entendida, la sensibilidad no describe más solo el movimiento del egoísmo,

sino también el hecho de que el sujeto este originariamente expuesto a otro: llega a ser el lugar de una

afección por la trascendencia (“afección por el no-fenómeno, una cuestionamiento por la alteridad del

otro », AE, 95), cuya particularidad esta vez es de no poder transmutarse en auto- afección: así se describe

a partir de una pasividad más pasiva que toda pasividad, en la cual el yo se encuentra expuesto a lo que le

afecta sin poder acogerlo. Esta nueva modalidad de la sensibilidad 1) no anula la precedente: si la

vulnerabilidad del sujeto es su exposición originaria al otro que llega para arrancarlo del egoísmo del gozo,

ella sin embargo “presupone” la ipseidad del yo gozando de sí, sin que la pasividad de la herida afectara

más que una « superficie indiferente” (AE,93), anónima. El gozo condiciona en este sentido la

vulnerabilidad; 2) conduce sin embargo Lévinas a reinterpretar la sensibilidad a partir de la proximidad y

del contacto, y de ver en ella la fuente de la significación propiamente ética- aquí donde, limitando lo

sensible al gozo, tendría que excluirlo del cara a cara ético. En efecto, contacto y proximidad son pensados

a partir del toque y de la caricia (pero de una caricia no erótica), y está a partir de la cercanía del prójimo,

o más bien de la piel humana: “sobre todas las cosas, a partir del rostro y de la piel humanos, se extiende

la ternura” (EDE, 228).

Dos aspectos merecen ser subrayados: 1) a través de estas dos modalidades de la sensibilidad, gozo y

vulnerabilidad, se trata a cada vez para Lévinas de subrayar la irreductibilidad de la sensibilidad en obra

del conocimiento. La sensibilidad no es un conocimiento balbuciente, tampoco una fuente de

conocimiento, como en Kant, sino el lugar de una relación al otro y al sí que escapa al orden de la

representación y de la intencionalidad, como lo muestran tanto la intencionalidad inédita del gozo que no

es una donación de sentido, como la vulnerabilidad como afección por la alteridad no fenomenal del otro.

2) Lévinas ve en lo sensible el lugar mismo de la subjetividad del sujeto: es en el gozo comprendido como

movimiento de enrollo sobre sí del sujeto que la singularidad del sujeto se afirma, es en la vulnerabilidad,

la exposición a la llaga del otro que esta singularidad se encuentra una segunda vez marcada, como

singularidad ética, única en su responsabilidad inalienable por otro. El hombre lévinasiano es un “hombre

sensible”. Pero, si se debe reconocer que el hombre toma sentido a partir de lo sensible, también hay que

afirmar que lo sensible toma sentido a partir de lo humano, como lo muestran la interpretación del toque

a partir de la piel humana, y, más generalmente el hecho que, en esta filosofía de lo humano, todo toma

sentido a partir de el: “el ser es, a través la ética y el hombre” (AHN, 145).

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Separación

La noción de separación descrita en TI retoma la noción de hipóstasis, desarrollada en EE. Designa el acto

por el cual el yo descansa en el ser anónimo, o sea rompe su participación al ser en el proceso de referencia

a sí. La separación no tiene sin embargo nada de una auto-referencia abstracta, no es “la abstracta posición

del yo idealista” (EE, 171), ya que se cumple concretamente en el gozo y la habitación.

Ser sí no es desde luego reconocerse dependiente de otro, pero relativo a sí Que su ser sea recibido no

dispensa el sujeto de ejercer un acto sobre este ser. En el corazón mismo del sujeto, y como constitutivo

de su subjetividad, hay una ignorancia donde su sordera hacia el otro, cualquiera sea, Dios o el otro. La

separación es ateísmo (TI, 29) (cf. “Dios”, “Santo”). Sin embargo, una singularidad sorda al otro es

paradojalmente la condición de respeto de la trascendencia. Porque se absuelve sin cesar de la relación al

trascendente en lugar de absorberse en él, el yo se hace garante, por su egoísmo mismo, del exceso del

otro sobre él, impidiendo los términos de la relación de dejarse reconducir a un tercero termino en el cual

llegarían a ser inconmensurables. Solo un yo que no tiene nada de común con el otro- y, por último, nada

que ver con el- es susceptible de acoger su transcendencia, o sea de dejarse poner en cuestión por ella.

Relativo a aquello, para presentar alguna analogía con el pensamiento kierkergardiana de un yo cuya

interioridad y la singularidad conocen su acentuación máxima en la relación con la trascendencia, el

pensamiento levinasiano del yo posee esta particularidad de situar como punto de partida de la relación

trascendental un yo separado, cuya sordidez hacia el otro constituye la egoïdad, y no un yo que, en su

relación consigo mismo, sería de antemano relacionado con otro. (V. Kierkergaard, el principio de la

Enfermedad a la muerte). Lévinas hace así justicia al egoísmo como momento auténtico del devenir sí, aun

si considera al mismo tiempo el cuestionamiento de este egoísmo en el encuentro del rostro.

Significación

Levinas opone la significación considerada desde la ética, como exposición al otro, y la significación

ontológica, comprendida como identificación, tematización del fenómeno. Más profundamente, la

significación ética-“la desmedida de una significación llegando más allá de la que hace lucir el ser del ente”

(EDE, 225)- es la significación original, el lenguaje naciente no primeramente en la tematización y la

representación, sino en la proximidad.

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La significación se produce desde las síntesis pasivas, en el sentir mismo de la sensación que es, dice

Husserl, -al cual se refiere, como a Heidegger, todo el análisis llevinasiano de la significación ontológica de

AE-, la conciencia originaria del tiempo, o sea el desfase de la impresión originaria en retención y

protensión, y reencuentros-identificación-del presente con el-mismo en su desfase consigo mismo. La

cosa no es acogida por la receptividad para ser después identificada por el lenguaje, todo sentir se efectúa

primero sobre fondo de una predicación inicial-un “ya-dicho” anterior a las lenguas, verbalidad y proceso

de nominalización del sentir que hacen posibles verbos y nombres como palabras de la lengua-, que

adelantan lo percibido en dirección de su sentido, lo pone como entidad idéntica más allá de la

multiplicidad de los perfiles que ofrece al sentir. Esta significación, en la cual la verbalidad de la esencia (la

fluidez del sentir de la cual habla Husserl se confunde con la descripción l2vinasiana con la temporalización

de la esencia, del ser de ente, resuena pero siempre al punto de hacerse nombre, o sea la designación de

ente, no es sin embargo el ultimo modo de la significación. Es aquí que la revelación del carácter non

intencional de la sensibilidad entendida como proximidad y vulnerabilidad permite desplegar una

significación más allá de la esencia, irreductible a todo proceso de identificación del ente a la luz del ser.

El Decir no se entiende más como identificación, sino como exposición del yo al otro, al rostro que, no

fenómeno, no sabría entrar en un tema. Decir aquí, es exponer, y redoblar la pasividad de la exposición

expresando la exposición misma- hacer “signo de esta donación de signo” (AE, 187). Este decir que no

identifica nada se identifica a mi voz misma, quien, más allá de las palabras que profiere, dice su propia

venida en exceso sobre toda identificación apuntada, hace signo de su propia donación de sentido.

Es allí en el corazón mismo de la presencia a sí del yo que la eleidad inscribe su rastro, en la voz de sí: ya

que la orden por la cual el infinito me ordena al prójimo solo se extiende en mi voz misma, se formula “en

la boca del que obedece” (AE, 187). La voz sin nombre de la eleidad no se entiende más que en la voz de

sí, voz herida del que no puede hablar sin gravedad, ya que solo habla respondiendo a los demás:

“ínfimamente exterior se hace su voz “interior”, pero voz que da testimonio de la fisura del secreto interior

haciendo signo al Otro- signo de esta donación misma del signo” (AE, 187). La significación del más allá de

la esencia es significancia misma de voz o sea, no sea del signo, sino del rastro- la voz de sí es rastro de la

voz del infinito.

Sustitución

Sustituirse significa literalmente « ponerse en el lugar del otro », tomar a cargo, levar los sufrimientos y

las faltas del otro, y así, acusarse y expiar las faltas que no he cometidas, que no empezaron en mí. Ningún

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lugar al sol aquí, sino un yo cuyo lugar ya no es el lugar en donde descansa, pero más bien el no-lugar (AE,

148) donde se suportan todos los sufrimientos y las faltas de los demás. EL yo, dice Lévinas, es “el que está

llevando el que está sufriendo” (AE, 139, nota 12).

La sustitución no tiene sin embargo nada de voluntario, en el sentido en que Lévinas reemplazaría la

asunción de sí por la asunción del otro; la noción de sustitución es una con la de rehén: el yo depende del

otro sin haberlo querido y antes aun de poder quererlo (la vulnerabilidad del sujeto precede mi voluntad),

sufre el asedio del otro que lo acusa de las faltas que no comenzaron en el (sufrir por el otro que Lévinas

nombra obsesión; recordemos aquí que en latín obses significa “rehén”, y “obsesor” el que asedia); y que

“evoca la vocación sin escapatoria posible” (AE,98)- o sea antes de todo compromiso o rechazo de

comprometerse- a sufrir para él, a expiar sus faltas. Prosigue que la sustitución no sabrá ser asimilada a la

benevolencia natural, sobre la cual se fundan las morales del sentimiento la sustitución es contra

naturaleza, ella reenvía al traumatismo de la persecución,- el yo tiene que ir hasta responder de la

persecución que sufre-, a la persecución anárquica “a la cual ningún consentimiento es pensable” (AE,

157), y donde la violencia conduce a “una resignación no consentida” (AE, 158). En fin, nada que parece

“a la tierna simpatía para los otros… a la generosa preocupación de nuestros semejantes”, “a las

disposiciones benevolentes y suaves” sobre las cuales descansa por ejemplo la moral de Hume7. Por una

otra razón todavía la sustitución no podría ser confundida con la simpatía o aún más con la compasión: en

efecto, el sufrir reenvía siempre a la auto-afección del sujeto (DMT,205): o, aquí, sufrir para el otro es

siempre sufrir por el otro, o sea se enraíza en una Pasión que no es la simple inversión del actuar, o que

sería idéntica a él (auto-afección es indisolublemente un actuar y un padecer), pero se sitúa más allá de la

oposición de la espontaneidad y de la receptividad, en una pasividad más pasiva que toda receptividad.

La sustitución no es la simple inversión del egoísmo, aun si Lévinas habla de una inversión de la

subjetividad, de una de-posición que parece simplemente invertir la posición; en realidad, precisa que

este revés no tiene derecho (AE, 63). ¿Pero un sujeto sin derecho es todavía un sujeto? La subjetividad no

se arriesga de ser puramente y sencillamente destruida por la sustitución que, insiste Lévinas, deshace

más radicalmente su identidad que toda “trans-sustancialización en otro avatar” (AE, 149, nota 20) ?

¿Habrá todavía un Sí para sustituirse? Si, ya que la sustitución es inseparable de mi elección a la

responsabilidad inalienable para otro: nadie puede meterse en el lugar del otro en mi lugar. En la derrota

7 Hume, Enquête sur les principes de la morale, trad. Ph Baranger er Ph Saltel, Flammarion, « GF », n°654, Paris, 1991, respectivamente p.79 y 77.

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de su identidad el yo descubre su unicidad de elegido. ¡Paradoja mío-idad e ipseidad de un yo que es, si

estando absolutamente el sí del otro, el sí de todos los otros!

Abreviaciones

AE: Autrement qu’être ou au-delà de l’essence, Nijhoff, La Haye, 1974.

ADV: L’au-delà du verset, Paris, Minuit, 1982.

AHN: A l’heure des nations, Paris, Minuit, 1988.

DE: De l’évasion, 1935, Montpellier, Fata Morgana, 1982.

DD: De Dieu qui vient à l’idée, Paris, Vrin, 1982.

DL : Difficile liberté. Essai sur le judaïsme, Albin Michel, 1963, ed. revue et augmentée, 1976.

DMT : Dieu la mort et le temps, Paris, Grasset, 1993.

EDE : En découvrant l’existence avec Husserl et Heidegger, 1949.

EE : De l’existence à l’existant, 1947, Paris, Vrin, 1973.

EN : Entre nous. Essais sur le penser-à-l’autre, Paris, Grasset, 1991.

HAH : Humanisme de l’autre homme Montpellier, Fata Morgana, 1973/ Le livre de Poche, 1987 (édition

citée).

LC : Liberté et commandement, Montpellier, Fata Morgana, 1994.

NP : Noms propres, Montpellier, Fata Morgana, 1976/ Le livre de poche, 1987 (édition citée).

SMB : Sur Maurice Blanchot, Montpellier, Fata Morgana, 1975.

TI : Totalité et Infini. Essai sur l’extériorité. Nijhoff, La Haye, 1961.

TA : Le temps et l’autre, 1948, Fata Morgana, 1979, retomado por PUF, « Quadrige », 1985 (édition citée).


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