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EPHEMERIDES CARMELITICAE - Dialnet · 2018. 11. 20. · Nihil obstat quominus imprimatur: Romae die...

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EPHEMERIDES CARMELITICAE CURA PONTIFICIAE FACULTATIS THEOLOGICAE SS. TERESIAE A IESU ET IOANNIS A CRUCE IN URBE EDITAE ANNUS XXV 1974 - HI TERE SIANUM PIAZZA SAN PANCRAZIO 5 a - 00152 ROMA Ephemerides Carmeliticae 25 (1974/1-2) 5-27
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EPHEMERIDES CARMELITICAE

CURA PONTIFICIAE FACULTATIS THEOLOGICAE

SS. TERESIAE A IESU ET IOANNIS A CRUCE IN URBE EDITAE

A NN US XXV

1974 - H I

T E R E S I A N U M PIAZZA SAN PANCRAZIO 5 a - 00152 R O M A

Ephemerides Carmeliticae 25 (1974/1-2) 5-27

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N ih il obstat quominus im prim atur: Romae die 1 decembris 1974, Fr. Roberto Moretti O.C.D., Fr. Federico Ruiz — Im p rim i potest: Romae die 10 decembris 1974, P. Finianus a Regina Carmeli Praepositus Generalis O.C.D. — Im prim atur: Sorae die 10 decembris 1974, + Carolus Minchiatti, Episcopus Aquini Sorae ac Pontiscurvi. — Stampa: Tipografia Editrice M. Pisani, Isola del Liri 1975.

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THOMAE AQVINATI

DOCTORI ECCLESIAE ANGELICO

QVI

VNICA MENTIS VI DOCTRINAE COPIA

SERMONIS EVIDENTIA

INENARRABILE DEI VERBVM

ENODAVIT VINDICAVIT COLLVSTRAVIT

HOC OMNE VOLVMEN

QVANTVLVMCVMQVE EST

AD

OBITVS RITE CONCELEBRANDVM

SEPTINGENTESIMVM ANNIVERSARIVM DIEM

AMANTES EIVS STVDIOSIQVE ADSECTATORES

GRATISSIMO SANE ANIMO

INSCRIBVNT ET DICANT

ROMAE

KALENDIS NOVEMBRIBVS

OMNIVM CAELITVM SANCTORVM

SACRIS

MDCCCCLXXIV

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SANTO TOMAS DE AQUINO HOY *

El día 7 de marzo de este año 1974 se han cumplido los 700 años de la muerte de Santo Tomás de Aquino. Murió cuando rondaba los 50 años, cuando venía de camino para el Concilio de Lyon y cruzaba las tierras de la Italia meridional, cuando apun­taba un nuevo día y los monjes de la abadía de Fossanova se acercaban presurosos al coro para cantar las alabanzas del Se­ñor. Murió en el camino. Atrás quedaba su obra ciclópea, in­creíble como producción de un solo hombre, por su magnitud y por su alta cualidad. La muerte derribó de un solo golpe a aquel hombre de origen noble, al fraile mendicante, al predicador, al célebre maestro de la universidad de París, de la corte Pontifi­cia, del estudio general de los dominicos de Roma, de la Universi­dad de Nápoles, al escritor fecundo que dejaba su obra incom­pleta. La muerte se llevó consigo la naturaleza, la persona, la li­bertad, la historia de Tomás de Aquino. Pero era la hora del alba. La muerte cortaba todos los hilos terrenos de su existencia, pero abría la puerta de una nueva hora. Tomás podría responder ahora a la gran pregunta que se había hecho desde niño, quid est Deus?. Su itinerario nuevo ya no era solo hacia Dios, llegaba a Dios. Guillermo de Tocco, su discípulo y biógrafo nos dirá que aquella muerte fué gozosa. « Entregó al Señor su espíritu: aquel espíritu que había conservado santo tal cual lo había recibido, y que dejó el cuerpo con tanta serenidad, tan sin esfuerzo, por­que parecía ya estar habituado a vivir admirablemente fuera del cuerpo » (Historia beati Thomae de Aquino, Alba, 1968, pag. 108). Había rehusado los honores y los cargos en vida, y ahora el Señor le llenaba de gloria. Los monjes cistercienses que día atrás corrían presurosos al bosque a buscar leña para darle calor mien­tras él comentaba el Cantar de los Cantares, ahora le rodeaban con lágrimas en los ojos y con cantos de esperanza en los labios. El coro de alabanzas había comenzado en vida, pero se hizo po­

* Publicamos el texto de la conferencia pronunciada por el autor el 29 Je marzo de 1974 en el Centro Español de Estudios Eclesiásticos de Monteserrat (Roma) con motivo del V II centenario de la muerte de santo Tomás.

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deroso e incontenible en la hora de su muerte. Tomás de Aquino comenzó aquel mismo 7 de marzo un nuevo camino en la histo­ria del mundo, no ya en su persona, sino a través de su obra. Fué ésta como una semilla que hasta el presente ha ido produ­ciendo sus frutos. Un fermento que ha trasformado muchas cosas en Occidente. Hasta el siglo X III el mundo occidental tenía otro aspecto. Desde que Tomás nos legó su obra algo profundo ha cambiado. Ni siquiera la Iglesia, de origen divino, y por encima de todas las aportaciones humanas, ha quedado ajena a este in­flujo. Como escribía hace poco Gilsón, ya no podemos imaginar a la Iglesia, desde el s. X III, sin Tomás de Aquino ( Studi To- mistici, vol. 1. Roma, 1974, presentación). La obra de santo To­más ha ido más allá que él mismo. Y gracias a ella está presen­te hoy. El hoy de Tomás es la presencia de su obra, en alguno de los modos con que está presente el pensamiento: como fuer­za, germen, paradigma, ideal y hasta antítesis.

La conciencia moderna es más aguda. Ha ampliado su cam­po y se ha hecho retrospectiva. Nos ha hecho caer en la cuenta que nuestros pies se apoyan en un terreno edificado por otras manos, que nos sustenta toda una tradición la cual nos ha confi­gurado. Caemos en la cuenta de que el pasado pervive en noso­tros, que en cierto modo somos nuestro pasado. Y si al mismo tiempo tenemos perspicacia para vernos como seres en marcha, abiertos a un futuro, como proyecto que nosotros mismos esta­mos edificando, tenemos que volver los ojos hacia atrás para integrar en una sola realidad viviente lo que ya fué, lo que puede ser, y lo que en realidad somos. La conciencia moderna ha puesto en boga la celebración de los centenarios de quienes nos han configurado en el pasado. El tono que adquiere la celebración depende del modo de presencia que adquiere el hombre conme­morado en la conciencia del presente. Por ello todo centena­rio, a la hora de ser celebrado, manifiesta por un lado al perso­naje que evoca, y por otro la modalidad de la conciencia de quien lo conmemora. La moderna subjetividad se infiltra en todos los eventos del pasado y los modula a su modo. Al cabo de siete si­glos nosotros evocamos la figura y la obra de Tomás de Aquino. Tomás es digno de memoria. Al mismo tiempo que nos esforza­mos por acercarnos a él, por comprender su pensamiento, esta­mos proyectando el alcance de nuestra sensibilidad como hom­bres de hoy. Un deber con el pasado, bien aflorado en la con­ciencia, nos impone la celebración de modo digno de Tomás. Un deber con nosotros mismos, como hombres del presente situa­dos a la altura de los tiempos, nos pide una actitud de acogida

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y de comprensión, de apertura a la verdad, y de penetración en los signos de los tiempos que vivimos.

En este doble marco del ayer de Tomás y del hoy que en realidad es suyo y es nuestro se sitúan las siguientes reflexiones. Partiremos de una información en torno a las celebraciones que nuestra hora dedica a Tomás de Aquino. Trataremos de com­prender el ambiente de nuestra hora en torno a esta conmemo­ración. Y pasaremos a esclarecer el posible diálogo de nuestro momento con la obra de Tomás, cuyos gérmenes se manifiestan tan vivos y poderosos al cabo de siete siglos. Todo ello en los límites de una sencilla conferencia que quiere ser un diálogo.

I. Cómo nuestro tiempo conmemora a Tomás de Aquino.

Ocurre con Tomás de Aquino un fenómeno singular, que pa­rece ser un privilegio de los grandes genios de la humanidad: a medida que el tiempo nos separa de los días de su existencia terrena, nos acerca más a su persona y a su obra. Nos da la im­presión de que él navega contra corriente, por encima de la fugaci­dad de lo temporal, como si ya tuviera una suerte de presencia de eternidad que domina todo el proceso del devenir. El tiempo es voraz, es como un gran barrendero que nada perdona, que todo lo lleva por delante, borrando hasta las leves huellas de los que nos han precedido. También en este mar proceloso, como en el virgiliano después de la tempestad: apparent rari nantes in gurgite vasto (Aeneid. I, 118). Y Tomás es uno de ellos. Un filósofo poco sospechoso de parcialidad por Tomás de Aquino, afirma esta presencia actual, a la par de los grandes maestros de Occidente: « Tomás no carece de interés histórico. Tiene un influjo en el pensamiento vivo, de un modo semejante al de Platón, Ari­stóteles, Kant y Hegel; en verdad, más que los dos que he mencio­nado en último lugar » (B. R u s s e l l , Hystory of Western Phi- losophy, London, 1946 p. 474). Podemos decir con cierta verdad que Tomás está hoy más próximo a nosotros que lo ha estado en las épocas precedentes, que entre él y nuestro mundo cultural no se interpone la barrera de siete siglos, sino más bien que ya tenemos a nuestro favor siete siglos de esfuerzo y aventura por penetrar más plenamente en su obra, que contamos con siete siglos que nos aproximan a Tomás. En el curso del tiempo han ido apareciendo más definidos ciertos valores de su persona y de su obra. Ha sido elevado a los altares y venerado como santo, desde 1323. Solo con el tiempo, en las horas de bonanza, las se­

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millas que él lanzó con mano generosa han dado parte de sus frutos, algunos de los cuales los tenemos ahora más a la mano que nunca. Es cierto que con el andar de occidente, en sus com­plicados corsi y ricorsi, al decir de Vico, diversas generaciones han sentido el imperativo de acercarse más a su obra, de re­descubrirla. Nosotros mismos nos situamos en el vértice de uno de esos movimientos venatorios de la obra de Tomás, iniciado hace ya casi un siglo con el gran impulso de León XIII, profeta que clamaba: Ite ad Thomam (Ene. Aeterni Patris, 4 de agosto, de 1879) y que en realidad no puede decirse terminado, si bien tiene ya otra modalidad. Tomás es nuestro contemporáneo en buena parte de la conciencia actual. Quizá ésta es la raiz de las celebraciones que nuestro tiempo dedica a Tomás de Aquino, las cuales por el número, la universalidad y la cualidad, no tie­nen par en la historia del pasado referida a él.

¿ Quién podrá narrar todas las conmemoraciones que nues­tra hora dedica a Tomás de Aquino? Un balance completo sólo al final de este año centenario será posible. Pero ya a la hora de comenzarlo tenemos indicios suficientes de su importancia. Va­mos a tipificar las celebraciones en tres categorías: en honor del santo, del dominico, del pensador y maestro. Hay factores de re­lieve en cada uno de estos aspectos.

La tierra que lo llama suyo, por la muerte o por el naci­miento, se ha esmerado en preceder a todos en la evocación, en el culto, en el homenaje. Fossanova fué el lugar de su muerte. Ya no queda de la antigua abadía cisterciense sino el recuerdo y esas piedras blancas del templo, que es, en su estilo, el mejor y más hermoso de Italia, ya no guardan su sepulcro. Los huesos de Tomás eran un tesoro muy codiciado y no conocieron la paz en largos años. A pesar de todo ello, la región entera, con Pri- verno y Latina a la cabeza, han vibrado en estas fechas cente­narias y se han dado cita en la iglesia de la abadía, regida ahora por solícitos religiosos franciscanos, con auténtica devoción ha­cia santo Tomás. Desde aquella primera celebración a la hora de la muerte, no había memoria de algo semejante. En Rocca- secca, donde nació y donde aún se alzan elocuentes las ruinas del castillo de familia, como en Aquino de donde tomó su apelli­do, las celebraciones centenarias adquieren un ritmo de noble emulación continuada: restauración de la iglesia medieval que lleva el nombre del santo, erección de un monumento, fiestas religiosas a lo largo del año, profundamente sentidas por todos. Nápoles tiene a gala no dejarse vencer por ninguna otra ciudad en amor a Tomás, porque allí piensan que Tomás es más de Ná-

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poles que de París, porque allí recibió el sello de su gran perso­nalidad al ser llamado a la vida universitaria primero y a la vi­da de fraile predicador más tarde. Allí adquirió el acento de su lenguaje, que conservó toda la vida, y lo usaba en sus sermones al pueblo en los últimos años cuando predicaba la cuaresma o el adviento. Allí se conserva el crucifijo que le habló: Bene scrip- siste de me, Thoma! y la tradición más viva de su magisterio. Allí, donde no tiene ningún monumento, le han erigido uno mo­derno, de gran estilo, digno de él, y con su mismo nombre: L ’A- quinate, una Facultad de Teología para la Italia meridional, si­tuada en la parte alta de la ciudad, no lejos del antiguo e histó­rico palacio de los reyes de Nápoles, en Capodimonte, para instalar allí una cátedra en su honor donde se lea siempre su pensamiento: Lectura Divi Thomae. Y en los jardines que ro­dean las aulas, funcionales y luminosas, han plantado árboles que llevan los nombres de los mejores discípulos que la ciudad de Nápoles ha dado en su larga historia: Sanseverino, Taparelli. Talamo, etc. En toda la región campana hay una auténtica devo­ción al santo, que se ha avivado en esta evocación centenaria. Era la voz del pueblo la que aclamaba al Cardenal Garrone el día 7 de marzo cuando exaltaba en su homilía en la catedral de Aquino las virtudes del Doctor Angelicus. Y era ese mismo pueblo el que besaba con devoción reverente el hábito blanco del P. Ani­ceto Fernández, Maestro General de la Orden de Predicadores, en Roccasecca, en Aquino, en Nápoles, en Fossanova, como si fuera un Tomás redivivo. Y lo que han sentido en esta hora sus coterráneos se puede aplicar a otras muchas partes del mundo.

La familia dominicana no se deja vencer en lo que se refiere a la evocación de Tomás de Aquino. Para la Orden de los Frai­les Predicadores, Tomás significa la mejor y más alta encarna­ción del ideal de Domingo, cuyo carisma de Fundador fué la predicación del evangelio. Tomás no sólo supo expresar este ideal en su forma lapidaria: contemplare et contemplata aliis tradere (II.II. 188, 5), sino que lo realizó en toda su plenitud. La Orden lo ha reconocido desde el principio como su maestro. A lo largo de siglos los dominicos no han roto la unidad de su constitución, no se han escindido en familias, han guardado fiel­mente el estilo democrático de su vida, y han sabido valorar la doctrina de Tomás de Aquino, tomándolo como maestro por an­tonomasia. En los tiempos pasados hacían un juramento de serle fieles. Hay ahora unos ocho mil dominicos por el mundo, y en algún modo todos ellos han contribuido a honrar a Tomás, a evocar su memoria. El acto oficial de la Orden en este Centena­

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rio, es la celebración del Congreso Internacional en Roma y Ná- poles, en mes de abril.

Tomás tiene una tercera familia, mucho más numerosa, de radio y significación planetaria, que también se dispone a conme­morarlo en su V II Centenario: los intelectuales, los hombres de estudio, quienes han sentido la vocación de la enseñanza y llevan el peso y la misión de formar a otros hombres intelectualmen­te. Esta familia es pluriforme, compleja, noble. Siente la fuerza de las ideas, la pasión por la verdad, y está aureolada con el diadema del saber que da cierta autoridad: y es ésta la que va a honrar a Tomás con mayor resonancia, en cuanto lo reconoce como uno de los grandes de su estirpe, como un maestro de la humanidad, al menos en el pasado. La emulación en este campo ya se hace sentir. Los especialistas en Tomás de Aquino, con un cierto nombre de alcance universal tienen gran fortuna en esta hora. Son los hombres más buscados. No es posible hacer re­ferencia a todos los actos culturales y conmemoraciones en ho­nor de Tomás por su centenario. Tampoco es del caso. Nos basta recoger algunas significativas. Los Mass Media dejan espacio pa­ra hablar de Tomás. Quienes hablan son los peritos. Pero con ocasión del 7 de marzo, y como fenómeno que se va a continuar a lo largo del año, los periódicos de mayor alcance y seriedad, como las revistas de gran número de lectores, en la sección cul­tural, han dedicado mucho espacio a Tomás de Aquino, invitan­do a los especialistas a decir una palabra. Ha sido un fenómeno mundial que tiene su interés sociológico, y es uno de los mejores índices de la incidencia de Tomás en nuestro mundo. Ha ocurri­do algo semjante en la radio, en la televisión. Tomás ha sido objeto de films especiales, de documéntanos. La televisión ale­mana ha realizado uno « Huellas de Tomás de Aquino », que co­menzaba evocando su figura de profesor con unas imágenes de mi curso De Veritate en el aula del Angelicum, leyendo su texto latino a los estudiantes, y continuando con otros aspectos de su actividad. La TV italiana está preparando un film semejante a los que ha presentado de Leonardo da Vinci o de Pascal. El mun­do de la imágen, como el de la palabra, de alcance universal, se ocupa de Tomás de Aquino, con motivo de su centenario, y lo presentan de modos diversos, como el innovador, como el gran revolucionario del pensamiento, como hombre de « sinistra », como la síntesis de todos los movimientos intelectuales de su época, y —lo que es de notar— como el ideal del hombre dedi­cado al saber para nuestro tiempo. Preocupados por el « hoy », todos se interrogan, ¿qué haría Tomás en nuestro tiempo? Y las

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respuestas varían conforme la índole de quien las formula.Es de gran interés saber que no sólo el mundo católico se

ocupa de Tomás y lo celebra. En los países del telón de acero, la presencia de Tomás es más tímida, pero se deja sentir. En poco tiempo se han agotado en Yugoslavia dos ediciones de opús­culos de Tomás de Aquino. En Rusia se interesan ahora por su pensamiento. Se está llevando a cabo la traducción al ruso de una de las obras de Tomás, la Summa Contra Gentiles, con el consejo y la ayuda de algunos intelectuales de Occidente. A ni­vel nacional se promueven celebraciones. Francia asocia en una misma commemoración centenaria a Tomás, Buenaventura y el Concilio de Lyon, y patrocina en octubre un Coloquio Interna­cional en torno al año 1274, como el año de las grandes revolu­ciones culturales en occidente por los cambios que ha supuesto para nuestro mundo cultural: 1274, année charnière-, mutations et continuités. Italia ha nombrado un Comitato per l ’onoranze a San Tommaso constituido por un grupo de dominicos y eminen­tes hombres de la cultura italiana. A su cargo están diversos actos, la publicación de una Miscelánea de estudios, de una an­tología y de una mostra bibliográfica en Nápoles. El Vaticano ya tiene en marcha una Mostra de manuscritos y ediciones de Tomás de Aquino, muy sugestiva, ya que en sus fondos están la mayor parte de los autógrafos que conservamos de Tomás. La UNESCO, desde París ha ofrecido su colaboración para celebrar el centenario: la tradución de alguna de las obras más significa­tivas de Tomás, bajo su alto patrocinio, y la publicación en las lenguas de mayor difusión, y la celebración de un Colloquium en Biblos. Por su parte los centros e instituciones culturales no dejan pasar en silencio esta ocasión. Hay ejemplos elocuentes: una ciudad como Córdoba, en España, ha organizado un ciclo de conferencias, durante todo el mes de marzo, invitando a los profesores de mayor notoriedad de España, y ahora prepara un volumen con las mismas, patrocinado por la Obra Cultural del Monte de Piedad. La Universidad de Friburgo publica un volu­men de conferencias de los profesores sobre la Antropología de Santo Tomás. El Instituto Pontificio de Estudios Medievales de Toronto, bajo la dirección de Gilson, publica dos volúmenes de estudios dedicados a conmemorar el centenario. La Pontificia Academia Romana de Santo Tomás, bajo la dirección de Mons. A. Piolanti, ya ha iniciado la publicación de cuatro volúmenes de Studi tomistici, con la colaboración de eminentes especialis­tas. Las Universidades Pontificias Romanas organizan una Jor­nada para el mes de noviembre, con la participación del Santo

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Padre, dedicada a los dos grandes doctores Tomás de Aquino y Bonaventura de Balneoreggio. Y como símbolo de todas estas manifestaciones culturales, que se extienden de polo a polo, y tienen carácter planetario, la Orden dominicana organiza un Congreso Internacional del 17 al 24 de abril, dedicado a estu­diar los problemas fundamentales de nuestro tiempo y buscar una orientación desde los principios del pensamiento de Tomás.

Esta evocación de Tomás en nuestros días resulta muy sin­gular tanto por su extensión, cuanto por sus modalidades. No tiene precedentes en la historia del pasado. Las celebraciones más solemnes que se habían dedicado a Tomás, fueron las de su canonización en Avignon, por especial deseo del Papa Juan XXII que lo estimaba tanto, que se podía afirmar que después de los Apóstoles, había sido el hombre que más luz había apor­tado a la iglesia (Cfr. Bullarium O.P., V III, 22). El V I centenario de su muerte tuvo algunas celebraciones de carácter local, y más bien de tipo religioso. Fueron de mayor relieve las que se le dedicaron en este siglo, en 1923, centenario de su canoniza­ción, y en 1925, centenario de su nacimiento. De esta última fecha son de gran valor los volúmenes que bajo la dirección del An- gelicum se publicaron con el nombre de Xenia thomistica, don­de colaboraron los mejores especialistas de aquella hora en los diversos campos del tomismo. Pero en nuestra hora el centenario ha tenido mejor y mayor resonancia. Hay en ello quizá un factor social, típico del momento: los medios de comunicación han da­do mayor unidad y coherencia a los grandes acontecimientos, y una especie de contagio los extiende por todo el planeta. Pero creemos que no se trata solo de haber prestado mayor atención a este evento centenario. Hay algo nuevo que conviene notar, como signo de los tiempos. Si el homenaje de la familia domi­nicana al « buon fra Tommaso » permanece idéntico en sustan­cia respecto del pasado, ya que mantiene la unidad en torno al maestro, la profunda estima y la confianza en la proyección de sus principios por encima de cualquier momento de la historia, como en los días en que su mismo maestro Alberto el Grande, corría a Paris, para defenderlo de las acusaciones y condenas, sí hay indicios de cambio en la celebración del pueblo y de los intelectuales. El pueblo reconoce en Tomás el santo grato a los ojos de la moderna sensibilidad católica, el tipo de santo de una cristiandad adulta. Al tener una espiritualidad más desarrolla­da, con menos proyección en el horizonte de lo sensible, atien­de menos a lo accidental en la vida cristiana, al elemento de los milagros que tanto papel han jugado en la orientación del pasa­

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do al tratar de la piedad popular. Ahora se postulan santos que tengan los rasgos humanos y realicen en sí mismos la ley de la encarnación, la trasformación de la gracia, sin perder el carácter humano. Y bajo este prisma Tomás de Aquino se nos presenta ahora con un nuevo rostro, como el ejemplo de fidelidad a su vocación, al trabajo, al deber de un intelectual que edifica la iglesia desde su tarea cotidiana. Acaba de aparecer un libro de mi querido hermano y amigo el P. Spiazzi, que tiene el intento de presentar a Tomás para el hombre de hoy, tal como fué y tal como lo presiente el pueblo: el hombre en plenitud, dotado no sólo de una inteligencia excepcional sino de un corazón mucho más grande y generoso, que ha vivido una espiritualidad pro­funda, equilibrada, que ha buscado ante todo a Dios y ha vivido bajo los impulsos de la gracia y del espíritu del Señor (Cfr. San Tommaso d‘Aquino, Idea. Centro editoriale, Roma, 1974). A este hombre de Dios, santo de la Iglesia, el pueblo cristiano de hoy lo venera y lo invoca, como un ideal de plenitud cristiana.

En la familia de los intelectuales que estiman a Tomás hay también algo nuevo. Ya no es un patrimonio exclusivo de los clérigos, o de los centros de estudio dirigidos por la Iglesia. Han realizado muchos progresos los estudios históricos en torno al medioevo. Ya no se puede concebir como la « larga noche de los mil años » que inventó el renacimiento y prolongó cómoda­mente la reforma. Una nueva luz histórica ha presentado la obra de Tomás, bien encarnada en los problemas de su tiempo, en sus genuinos perfiles. Tomás es un teólogo. Pero es al mismo tiempo el mejor artífice de la cultura occidental en su tiempo, porque todo lo renueva y vivifica con el poderoso soplo de su espíritu. Tomás ha sido el gran defensor de las realidades crea­das, « nam error circa creaturas redundat in falsam de Deo sen- tentiam » ( Contra Gentes, II, 3, n° 869). Y precisamente defen­diendo los derechos del hombre, su capacidad personal de en­tender y de amar, en contra del averroismo, realizó « le plus grand événement philosophique de toute le moyen âge occiden­tal », en feliz expresión de Gilson (E. Gilson, Pourquoi s. Thomas a critiqué s. Augustin, a h d l m a , 1926, p. 120). Fué así el propulsor del movimiento que hoy se designa como secularización, de la autonomía de las cosas terrenas, de los derechos del hombre, en contra de todos los totalitarismos. Esto le da derecho a ser escuchado con respeto por doquier en nuestro tiempo, cuando la conciencia laica se ha hecho muy sensible a los valores que le competen. Tomás ha salido de los ambientes meramente cleri­cales, para tener estudiosos apasionados de su pensamiento en­

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tre los laicos. Maritain fué quien abrió brecha en este campo, con g ran competencia y envidiable constancia. En pos de él han ve­nido tantos otros. En un mundo secularizado como el nuestro, Tomás de Aquino tiene entrada con pleno derecho. Su obra es la expresión más acabada de la sana razón, de la fuerza de la inteligencia humana. Su obra fué capaz de introducir el sano aristotelismo, y con ello cambió la faz de la cultura aún dentro de la iglesia. Esta obra arriesgada y creadora es mirada con sim­patía en nuestra hora que prefiere lo dinámico. Los intelectuales de hoy tienden con preferencia a la izquierda. Y aún éstos miran con buenos ojos a Tomás, porque « lui si che era di sinistra » (U. Eco, L'espresso, mayo, 1974).

II. El « hoy » de la incompresión y de la oposición a Tomás.

Cuanto hemos enumerado son en verdad signos de los tiem­pos, que hacen contemporáneo a Tomás de Aquino. Pero no son los únicos. Hay también otros de signo contrario, que nos con­viene tener en cuenta a la hora de valorar la situación en que nos encontramos y poder tener una comprensión más cabal de nues­tro hoy. Nuestro mundo cultural es muy complejo. Son muchos los valores que entran en juego en cualquiera de las situaciones creadas. Tomás de Aquino personifica la salud de la razón, Ja fuerza del sentido común, tanto como la novedad y la fuerza del genio. Nuestro mundo no tiene la predilección por el orden, ni la admiración por la inteligencia, como el mundo griego, el medieval o el cartesiano. Jaspers señalaba hace años cuáles y cuántos eran « los enemigos de la razón en nuestro tiempo », y el filósofo Lukacs traza con rasgos valientes la historia del irracionalismo desde Schelling hasta Hitler en su libro « Zerstö­rung der Vernunft », que tiene resonancias con la obra de Al- Gazzahli « La destrucción de los filósofos » y ha sido traducido al español como « Asalto a la razón ». La fuerza de lo no racio­nal se ha hecho poderosa en el mundo moderno y en nuestros días. Y desde ese supuesto genérico que admite muchas moda­lidades comienza una de las plataformas de la incomprensión y de la oposición a Tomás, del mundo que debe dejar en silencio el centenario o debe tomarlo, si tiene cierta osadía, como mo­mento de la lucha antitomista.

Buena parte del mundo de la cultura de hoy está lejos de aceptar sin más a un hombre del mundo medieval, bien definido en su doctrina como Tomás de Aquino, y sobre todo está lejos

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de disponerse a estudiarlo, a reconocer su doctrina como posi­ble proyección para nuestro tiempo y para el futuro. Tomás de Aquino es todo un símbolo. Confluyen en él muchos significados vitandos para la conciencia de algunos: edad media, la escolásti­ca llevada al máximo de sus posibilidades, esfuerzo poderoso por lograr una síntesis entre la razón y la fe, teología cristiana hele- nizada, metafísica que habla de Dios con conceptos paganos, un saber edificado desde arriba, una ciencia que no tiene más apoyo que los datos inciertos de un sentido común tomado en su espon­taneidad. Tomás de Aquino resulta así lejano, distinto de todo lo de hoy que lleve el sello de lo vivo, del progreso, del futuro. Si hacemos sólo alusiones genéricas, que bien podrían ser docu­mentadas ampliamente, sin mayor esfuerzo, podremos ver am­bientes hostiles a Tomás entre los historicistas, los teólogos, los filósofos de hoy.

Está en boga lo histórico. Esta dimensión de lo humano, no es un descubrimiento moderno, pero el acento puesto en ello sí es de última hora. Se opone la historia a la naturaleza. Se quiere llevar al extremo esta dimensión humana para afirmar con Ortega « que el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia » ( Obras, VI, 41). Ahora bien, lo histórico está siempre referido al hombre, a su libertad concreta, y situado en la tem­poralidad. La historia del hombre tiene sus límites bien pre­cisos. Cada generación se agota en sí misma. Como los nómadas en el desierto beben en el pozo del oasis y prosiguen su marcha para dejar beber a los que vienen detrás. El tiempo devora total­mente a los hombres y hace imposible e inútil todo trasplante y proyección. Hay hombres eminentes, que descuellan entre los demás de su generación, pero sólo en ese ámbito, y desde esos supuestos. Querer ver a Tomás como un hombre que va más allá de la edad media, o que tiene aún un mensaje de valor para los hombres de hoy, una doctrina o un sistema que pueda arran­carse de allí, sin llevar consigo todos los supuestos vitales desde los cuales se ha elaborado, es un imposible. Por ello, es lícito y bueno conmemorar a Tomás, como a cualquiera de los filóso­fos del pasado, pero situándolos allí, en un ambiente que les es propicio, por ser suyo, no aquí en el hoy que nos pertenece a nosotros y nada tiene en común. Tomás sí, pero bien lejos, a siete siglos de distancia.

Hay también todo un sector de la teología actual que no está de acuerdo con Tomás como contemporáneo nuestro, con un mensaje por encima de todo tiempo. Hay teólogos que creen uno de sus deberes hacer la oposición a toda vuelta de Tomás o

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al simple hecho de considerarlo como maestro. Cada cual tiene sus motivos. Pero las acusaciones más frecuentes que se oyen contra Tomás son por el hecho de que, como teólogo, nos ha dado una teología impura. Esta impureza le viene de que ha usado como instrumento el pensamiento helénico y ha entrado así en una corriente que se remonta hacia atrás, pero que es preciso hacer cambiar de ruta en nuestro tiempo para que la palabra de Dios quede despojada de todas las adherencias ex­trañas. Hay otro sector que no rehúsa el uso de la filosofía en la elaboración de la teología, pero sí hace fuerte oposición al uso de la filosofía de Aristóteles por considerarla totalmente inadecuada para la expresión de la verdad cristiana y su mensaje espiritual.

Está tomando incremento en nuestros días, una vez agota­dos los recursos de la desmitologización, la corriente deshele- nizante. Estiman perjudicial para el kerigma cristiano cualquier adherencia de cultura pagana, cualquier compromiso con lo me­ramente humano, toda síntesis con el pensamiento griego. Esta­mos asistiendo a un esfuerzo cultural, de signo opuesto al reali­zado con tanta valentía y genialidad por los grandes pensadores cristianos del siglo II. El helenismo fué la plataforma de la ex­pansión del mensaje cristiano. A su ayuda se debió en buena parte la resonancia universal, más allá de las fronteras de la Pa­lestina. Los apóstoles fueron « cautivados » por la fuerza de lo helénico como elemento de ayuda para la difusión del mensaje, para ejercer la paideia de Cristo. En Alejandría se elaboraron las primeras obras de pensadores cristianos que asumían la cul­tura griega. Fué decisiva la obra de los Capadocios en Oriente, como la de Agustín y Dionisio en Occidente. La escolástica mu­sulmana había realizado un esfuerzo paralelo en este mismo sentido alcanzando un alto grado de madurez. Tomás de Aquino se sintió llamado a esta empresa helenizante. Se decía en su tiempo que « no reina el espíritu de Cristo, donde vive el espí­ritu de Aristóteles ». Ello fué un estímulo para conocerlo mejor, y una vez conocido en su genuino valor, tratar como su maestro de « hacerlo inteligible a los latinos ». La gran innovación de Tomás fué la de haber ensanchado el horizonte cultural de la cristiandad con la incorporación de todas las verdades del pa­sado. La verdad no puede ser contraria a sí misma. Cuenta la verdad, no quién la dijo, ni de qué cultura viene. Y cuenta el valor de la razón humana que es árbitro en su propio campo. Para Tomás el pensamiento helénico es compatible con la verdad revelada, por cuanto contiene, sobre todo en la obra de Aristó­

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teles, la mejor expresión del alcance de la razón en la búsqueda de la verdad. La obra de la razón y la verdad de la fe se unen en Dios, autor de una y de otra. « Ea igitur quae ex revelatione divina per fidem tenentur, non possunt naturali cognitioni esse contraria » ( Contra Gentes, I, 7, n° 44). Frente a este modo de ver las cosas, los teólogos protestantes, siempre solícitos por presentar la palabra de Dios en su genuina trascendencia, han arrastrado a otros católicos y hoy ya es uno de los tópicos el « judaizar» en teología, tratando de deshelenizar. La llamada « vuelta a los orígenes », implicaría un rechazo de la obra de Tomás y de su esfuerzo cultural. Ha habido moralistas que li­geramente han afirmado que Tomás no hace en ética sino reco­ger la aportación de la ética nicomaquea de Aristóteles, tan alejada de la evangélica. La labor de hoy para estos sería la con­traria, labor de poda, hasta que el elemento cristiano adquiera toda su fuerza. Menos teología racional y más teología bíblica.

No todos los teólogos concuerdan con esta actitud de ex­clusivismos, pero sí hay algunos dolidos de que en teología se recurra a una filosofía concreta como la de Aristóteles y no a otras más concordes con el mensaje, sea la platónica como du­rante siglos se admitió en occidente, sean las modernas que están mucho más en consonancia con las exigencias del hombre de hoy. A ejemplo de J. Hessen algunos estiman que hoy es pre­ciso ser antitomistas para ser actuales. « En los círculos cientí­ficos del catolicismo de hoy está rechazada toda absolución del sistema tomista » (J. Hessen, Thomas von Aquin und wir, Mün- chen, 1955, p. 14). Mejor sería volver a los elementos platónicos del agustinismo. Otros en cambio, prefieren a Kant, a Descartes, o a Hegel, como filósofos que disponen para la comprensión de la verdad revelada desde una cierta filosofía más en consonan­cia con las exigencias de la razón y del hombre de nuestro tiem­po. Para muchos era un síntoma ver que en el Vaticano I I se citaba más veces a Teilhard de Chardin que a Tomás de Aquino. Si nuestro tiempo ya no habla de formas, ni de sustancias, si está tan lejos de comprender lo que son las causas, y la natura­leza aplicada al hombre, mejor será hablar el lenguaje de nuestro tiempo que nos resulta inteligible, que no volver inútilmente los ojos al pasado medieval o antiguo. Ya nadie comenta hoy a Aris­tóteles si quiere decir algo que sea recogido por nuestro tiem­po. En cambio se comenta a Freud, a Marx, a Wittgenstein o a Hegel. (Cfr. C. Fabro, Tomismo e pensiero moderno, Roma, Univ. Lateranense, 2 vols. 1970).

El panorama filosófico del presente tampoco es el más acó-

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gedor para la obra de Tomás. Los movimientos que han tenido mayor eco y resonancia en la hora actual o lo ignoran o lo ex­cluyen. Ya hicimos alusión al historicismo, pero tenemos que añadir algo más. Es notorio el descrédito de la escolástica en nuestro tiempo. Comenzaron en el s. XVII a escribir imprope­rios contra ella y sus producciones. Fueron tantas y tales que en verdad desde entonces no ha vuelto a recobrar su antiguo y bien ganado prestigio. Se le achacan muchas cosas: no ser fi­losofía genuina, estar sometida desde fuera a las exigencias de la teología. A partir de Descartes la filosofía se proclama autó­noma y antiescolástica. Y tiene tradición de ignorar olímpica­mente las aportaciones que ésta hizo en el pasado. El método de la intuición, la inmersión tan a fondo en el problema viscoso del conocimiento crítico, la reducción antropológica, han aleja­do el pensamiento de los derroteros normales del pasado. Tomás de Aquino ha estado presente pocas veces en esta trayectoria, y si acaso, lo ha sido, para blanco de los ataques de alegres escri­tores. Nuestro tiempo sigue aún la pendiente antimetafísica. El existencialismo, las diversas escuelas positivistas, las llamadas filosofías del lenguaje, los marxismos de nuestra hora, como el reciente estructuralismo y la más antigua fenomenología, no se ocupan de Tomás y no pueden estar de acuerdo con su obra. Recoger testimonios de todo este clima sería conveniente, pero no es necesario. Están bien patentes y a la mano de todos.

Influye también en el clima hostil en torno a la obra de Tomás una de las características generales de la mentalidad actual: la decidida preferencia del hombre de hoy por el futuro. Estamos en la hora de los cambios y las crisis. Nuestro mundo ha descubierto que el hombre tiene grandes posibilidades de progreso y que todo lo que descubrió en el pasado para ser dueño de la tierra ha sido muy poco en comparación con lo que puede conseguir todavía. Estamos lanzados hacia el futuro por el ritmo de los cambios dados a la vida humana, en una so­ciedad de la producción y del consumo. El hombre se siente como proyecto. Y si estima que su ser es personal y libre, el mundo que fabrica en lo más recóndito de su ser, no puede pre­figurarse en ninguna de las manifestaciones concretas del pasa­do. La exaltación de lo nuevo, la pasión por la revolución, la fuerza del « todavía no », la esperanza de lo que estamos ya ges­tando, la caída aparatosa de los maestros en todos los campos de la actividad humana y el creciente influjo de lo planetario y lo común, hacen una aventura muy difícil lograr que Tomás sea

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conocido al menos de un modo suficiente para entablar un diá­logo con él.

Todo esto forma parte de nuestro contorno, del hoy en que vivimos. La relación de Tomás con este hoy no debe ocultarse, ni paliarse, sino más bien ponerla de relieve. Es siempre difícil el juicio del propio tiempo. Una hora tan compleja como la nuestra tiene suficientes elementos para dar cabida a todos los centenarios. El de Tomás de Aquino se encuentra en esta misma coyuntura. Frente a los que lo evocan y acuden a él llenos de esperanza y celebran jubilosos estos 700 años porque lo estiman un auténtico contemporéneo se alzan todos estos movimientos que no solo suponen un muro de silencio sino también una van­guardia de oposición y de rechazo. El « hoy » de la comprensión y glorificación de Tomás, choca con otro « hoy » de incompresión y de lucha.

III. Más allá del pro y contra Tomás de Aquino.

Estos dos modos de situarse nuestro tiempo ante Tomás de Aquino no son exclusivos del hoy que nosotros vivimos. Podemos afirmar que son como una constante de la historia de estos siete siglos. Tomás experimentó en su propia carne, desde su apari­ción juvenil en la cátedra de la universidad de París, estos dos modos de comportamiento ante su obra, que son los normales en la actitud humana ante los valores eminentes: defensores en perfecta consonancia con su pensamiento, y contradictores en total oposición.

La misma existencia de Tomás de Aquino fué una prolon­gada aventura. Cada una de las opciones fundamentales tuvo que defenderla a toda costa como quien jugaba en ello la existencia. La opción dominicana fué toda una tragedia familiar, por lo que suponía de abdicación de su rango de noble para entrar a for­mar parte de una familia de mendicantes. La superó solo con su admirable tenacidad y decisión. La opción aristotélica todavía es motivo de discusiones y disputas. Por ello se batió con valen­tía Tomás a lo largo de su enseñanza, contra tirios y troyanos. El mismo Buenaventura no estaba de acuerdo con Tomás en ese punto. El frente agustiniano utilizó contra él todos los re­cursos. Tomás era innovador, venía a la palestra con una cierta filosofía, y con un proyecto de reforma que tenía que ser some­tido a prueba. Le atacan desde diversas posiciones: Peckam por ser aristotélico, Siger de Bravant por serlo sólo a medias y no

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ser averroista, Guillermo de saint-Amour por atreverse a ense­ñar como teólogo siendo un fraile medicante, y todos juntos con la autoridad episcopal y universitaria de Tempier por apar­tarse de una tradición que tenía la garantía del pasado. En tor­no a Tomás se encendió la disputa en todos los tiempos. El Re­nacimiento por horror a la edad media, la reforma porque Tomás le estorbaba en sus proyectos. Lutero quema la Summa públi­camente, como si Tomás fuera el culpable de la decadencia de la Iglesia. Tolle Thomam, fué como el grito de guerra contra el pacífico « buey mudo de Sicilia ». La modernidad no ha hecho sino continuar esta misma trayectoria, acentuada por el núme­ro de los componentes y por el empeño que han puesto a veces en la contienda.

Pero todo ello no ha sido sin la oposición de los que estiman a Tomás y lo defienden como maestro. Tomás ha conocido mu­chos admiradores. En torno a él se alza un coro de voces, como un canto triunfal, que por su persistencia y por su cualidad, no tiene parangón en la historia de las doctrinas de un hombre. No es posible dar aquí la requerida documentación. Pero sí es opor­tuno hacer algunas referencias. Tenía sólo 30 años cuando ya el papa Alejandro IV escribía en un documento pontificio un elogio de los mejores que se pueden dedicar a un profesor de universidad. Gerardo de Frachet se atrevía a escribir de él, que era una columna de la Orden, Alberto Magno lo amaba con pasión de madre y con orgullo de maestro, y lo conceptuaba como flos et decus mundi. Ya uno de los discípulos que se sentaban cada mañana en los bancos de la escuela de París, escribía que Tomás era el más santo de los doctores, el más sabio de los santos. Cuando Juan XXII lo elevaba a los altares enumeraba los mi­lagros por el número de artículos que había escrito, y son mu­chos miles: Quot artículos scripsit, tot miracula fecit. Y desde ese momento Tomás adquiere una singular autoridad que ha ido creciendo con el tiempo. Autoridad venida de los documentos del magisterio eclesiástico que se ha unido, para su bien y para su mal, a la que tenía como escritor a través de su obra. Decimos para su mal, porque en muchos ambientes ha sido la causa para que sea rechazado, por ser impuesto, por ser acepto a la autori­dad. « Il guaio che rovina la vita di Tommaso d’Aquino — escribe U. Eco, ibid. 74— avviene nel 1323... quando cioè Giovanni XXII decide di farlo diventare « san » Tommaso d’Aquino. Sono av­venture brutte come ricevere il premio Nobel, entrare all’acca­demia di Francia, prendere l'Oscar. Si diventa come la Gioconda: un cliché. É il momento in cui un grande incendiario viene no-

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minato pompiere » . Y a despecho de los que no lo quieren ver con buenos ojos, Tomás ha merecido ser objeto de la atención y de la enseñanza de muchos ilustres Pontífices. San Pió V lo pro­clama Doctor de la Iglesia Universal y lleva a cabo la primera edición completa de sus obras, que se hace en Roma en 1570-1571. Con León X III los esfuerzos de sus predecesores en este campo alcanzan un grado de madurez. La Encíclica Aeterni Patris im­pone la vuelta a Tomás, imitando los movimientos de retorno que estaban en boga a fin de siglo. En 1880 es nombrado Patro­no de las escuelas católicas: « Omnium princeps et magister Ion- ge eminet Thomas Aquinas ». Con Pió X los decretos del magiste­rio promoviendo la doctrina de Tomás frente a los movimientos modernistas alcanzan su más alto grado de expresión. Pió XI le dedica en 1923, centenario de la canonización, la encíclica Stu- diorum Ducem, y en 1931 la Deus Scientiarum Dominus. Con la Humani Generis de Pió XII podía decirse que se cerraba de al­gún modo este ciclo de vuelta a Tomás iniciado por León XIII. Juan XXIII y Pablo V I han cambiado estilo. Los mismos Conci­lios han tenido una palabra para Tomás. El de Trento coloca la Suma al lado de la Biblia en la mesa de trabajo de sus sesiones. El Vaticano I asume su doctrina acerca de las relaciones entre la razón y la fe. El Vaticano II, a pesar del clima diverso que respira, y del silencio prolongado de Tomás en tantos problemas, dispone con su autoridad, y ello es una novedad en la historia conciliar, que se enseñe la teología especulativa teniendo por maestro a Tomás: « sancto Thoma magistro » (OT, 16). El Có­digo recoge estas orientaciones en normas prácticas y disponía que todos los clérigos sigan en sus estudios los principios, la doctrina y el método de Tomás de Aquino: can. 1366 par. 2. (Cfr. S. Ramirez, De auctoritate doctrinali Sancti Thomae, Salaman­ca, 1952).

En esta disputa secular algo importante entra en juego, que va más allá de la misma persona y obra de Tomás de Aquino. So­lo así tiene sentido este persistir a través de los siglos. Juan de Santo Tomás lo expresaba gráficamente en fórmula feliz: Majus aliquid in Sancto Thoma quam sanctus Thomas suscipitur et defenditur (Cursus theol. I, 222). Tomás tenía como lema la ver­dad, como vocación su búsqueda y contemplación. Y solía decir que la verdad está por encima de todo, con más poder que nin­guna de las demás realidades: « veri tas dignior est et excellen- tior et fortior » (Quodl. XII, q. 14 art. 1). Cuando los hombres toman posiciones tan a fondo en torno a un autor, es porque les ha llegado a la raiz de sus mismas posiciones intelectuales y hu­

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manas. Pió XII lo decía en su límpido estilo. « Se trata de saber si el edificio que santo Tomás ha construido con los elementos recogidos y ensamblados por encima y más allá de todo tiempo, que le prestaron los maestros cristianos de todas las épocas, está asentado sobre base sólida y conserva todavía su fuerza y su efi­cacia, si aún es apto para proteger en nuestros días de manera eficaz el despósito de la fe católica y si puede ofrecer una dirección y un empleo eficientes para los nuevos progresos de la teología (AAS, 38, 1946, p. 387). Hoy se discute, por encima de la persona y de la obra de Tomás, su significado, su verdad y su validez para nosotros. Estaba de moda en los años pasados examinar las doctrinas históricas con el criterio de lo que restaba aún con valor de vida: ció che é vivo e ció che é morto. Y estiman que con Tomás de Aquino tendremos que hacer algo semejante: una lectura de los textos viejos con nuevos ojos. Cada genera­ción hace su esfuerzo de penetración en el pasado. La nuestra debe intentarlo en vistas a la posible construcción del futuro. Las simpatías y oposiciones surgen desde un fondo previo a la obra de la razón, desde la penetración aguda de la inteligencia que capta lo profundo de las cosas, de los problemas, de las exi­gencias de una época, desde unos supuestos que son anteriores a lo formulado expresamente en la conciencia, pero no por ello dejan de ser intelectuales o espirituales. En Tomás se trata hoy de encontrar esos valores, sus intuiciones profundas quizá aún inexploradas, una eficaz ayuda para la edificación de la cultura y del hombre de nuestros días, para la elaboración de una teo­logía católica que vuelva a ser la auténtica sabiduría del cristia­no. Más allá del pro y del contra Tomás de Aquino, quien nunca se ocupó de cuestiones personales, quien defendió que la verdad no se impone por decretos ni por la autoridad del maestro, está en juego la verdad misma, los profundos valores del hombre y del cristiano, nuestro propio ser. Por ello es laudable todo in­tento puesto en esta disputa, y por ello no puede menos de apa­sionar en nuestros días la celebración del V II Centenario de Tomás de Aquino.

IV. E l posible encuentro de nuestro hoy con Tomás de Aquino.

Nuestro hoy tiene características singulares, como toda otra época de la historia, aunque a veces a nosotros se nos antojen las nuestras excepcionales. Las generaciones actuales perciben

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de un modo muy vivo su arraigo en el tiempo y en la historia. El hombre de hoy tiene una conciencia muy aguda de su situación, del drama de su existencia, de la inseguridad radical que es la vida, de la crisis que lo rodea. Es ya un lugar común afirmar que nuestro tiempo es tiempo de crisis: crisis de valores, de funda­mentos, de humanismo, porque es el hombre el que se siente radicalmente agitado, convulso, en situación dramática.

Al caracterizar esta crisis difieren los juicios de valor. Toda crisis es conjunción agónica de opuestos. Algo termina y algo está para empezar. Mientras unos estiman que estamos en el momento del ocaso de una cultura y que tenemos todos los sín­tomas del final de una época, otros perciben los signos positivos del momento, heraldos de lo que ya está en camino, anuncios de un nuevo día. Pesimismos y optimismos entran en juego. Qui­zá en otros tiempos, al no encontrar el hombre un firme asidero en el presente, se refugiaba tranquilo en su pasado, con temor del futuro. Hoy en cambio el hombre emerge de la situación que no le satisface en busca de una realidad no estrenada, con el apelo a la libertad creadora, con el ímpetu de la vida nueva. Cuando Heidegger describe nuestra situación desde la perspecti­va de algunos problemas radicales, llega a definirla con términos perentorios, como si nos encontráramos en la oscuridad y el si­lencio de la media noche, sin estrellas, entre dos nos definitorios, el ya no del pasado, porque resulta insuficiente, y el todavía no del futuro porque aún caminamos en su búsqueda incierta, sub nocte per umbram! (Erlauterung, 44).

En un momento así el diálogo con Tomás de Aquino se hace urgente y posible. La urgencia está requerida por el peligro cul­tural en que vivimos. Si no superamos la crisis, seremos supe­rados por ella. No hay hombre sin crisis, pero sólo se vive en la superación constante de las crisis. Lo que aquí se pone en juego son los valores, el sentido de la realidad y del hombre mismo, lo que está en el hombre de algún modo pero es más que él mismo. La posibilidad del encuentro con Tomás de Aquino le viene a nuestra hora por la afinidad histórica con el momento que él vivió y por las exigencias profundas de ambos momentos. Tomás de Aquino vivió un momento de grandes cambios. Tomás tuvo conciencia de ello y actuó como fermento de los tiempos nuevos. Puede ponerse de relieve con toda verdad la revolución llevada a cabo por Tomás, las innovaciones que él tuvo la valentía de imponer a sus coetáneos, con solo el prestigio de su persona, como lo hace Tocco cuando habla de su magisterio y la novedad que ello supuso para la Universidad. Todo era nuevo: argumen­

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tos, método, doctrina, estilo! Una vida nueva llegaba al hori­zonte cultural. Subía por las antiguas venas del árbol del saber, una nueva savia. Quizá hay una exageración al presentar solo el aspecto revolucionario de la obra aquiniana, porque al mismo tiempo Tomás entró de lleno en el río de la tradición y lo hizo suyo. Veneró a los mayores y como premio de esta veneración y amor se le concedió la inteligencia de todos ellos, en frase feliz de Cajetano. Tomás ofreció por vez primera en la historia del pensamiento una filosofía cristiana. Era suya y no podía tener más calificativo que el de tomista. Había trabajado en la ela­boración de una nueva teología, pero ello implicaba una nueva antropología y una nueva ontología. No repite a Aristóteles ni el pasado, lo lleva a plenitud. No margina los problemas, les va a la raiz, no edifica un sistema cerrado, sino que lo deja abierto, en camino, como su vida, porque aún queda inconcluso cuando muere. No impone la verdad a nadie, trata de manifestar la fuer­za de la verdad para que se imponga por sí misma a todos.

Y esta originalidad suya no sólo es estímulo, es también fuer­za para nuestro tiempo. Tomás nos enriquece con su aportación y nos empuja con su ejemplo. Esos problemas siguen como los problemas del hombre de hoy, los más acuciantes. Kant lo re­ducía todo, con una cierta ingenuidad de presentación, a la pre­gunta por el hombre. Y en pos de él ha venido la hora antropo­lógica, la reducción antropológica, la ciencia definitiva sobre el hombre. Pero estamos lejos de haber logrado esa meta, y de hacer del hombre el genuino fundamento. Es cierto que el re- gnum hominis, cual lo soñaba Bacon, ya está en camino. El hom­bre ha puesto bajo sus pies la luna, y quiere poner las estrellas! Pero sigue siendo, como para Agustín, gran cuestión él mismo: quid sum ergo, Deus meus, quae natura mea? El hombre sigue sintiendo una profunda inquietud, un divino descontento. Ne­cesita una fundamentación más sólida, radical. Por esa deficien­cia de fundamento el problema de Dios es tan agudo para nues­tro hoy. El hombre ahora vive la tragedia del silencio, de la ausencia de Dios. Quienes tienen más fina sensibilidad viven esta hora angustiosa y la expresan con dolor de su alma.

Todo ello nos hace pensar que los problemas de nuestro tiempo, que dan origen a la crisis actual, son los problemas del hombre en cuanto hombre, que se encarna en la situación del presente pero no puede menos de sentir la llamada a la trascen­dencia de lo absoluto. Y es aquí donde el encuentro y el diálogo con Tomás, aunque para muchos sea inoportuno, imposible, utó­pico, se torna provechoso y edificante.

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El problema está en la orientación de este encuentro. No puede ser para la repetición de lo que Tomás ya ha dicho. El tomismo tiene ya una larga historia. Varias veces, en la marcha de la historia, ha habido como una conciencia de la urgencia del encuentro con Tomás. Y cuando esto se ha realizado de un modo inteligente, para proyectarlo en los problemas profundos del momento, ha sido siempre provechoso. Así volvía sus ojos a To­más Capréolo, así Victoria en Salamanca, Juan de Santo Tomás. Santiago Ramírez en nuestros días. Con ello se ha provocado un renacimiento una fuerza creadora y proyectiva. El encuentro con Tomás se ha manifestado como un acierto. Pero ha habido el peligro de tomarlo sólo en lo exterior, por imposición, para dar por terminada la búsqueda de la verdad. Es todo lo con­trario de lo que él hizo y de lo que enseñó. La verdad es un ca­mino. Se llega con dificultad a las altas verdades, se llega solo después de mucho tiempo y se llega con mezcla de errores, y es muy poco lo que uno solo puede añadir a la verdad. (Cfr. Con­tra Gentes, I, 4).

El encuentro con Tomás tiene que ser profundo, real, y pue­de ser proyectivo. El hombre de hoy siente su condición de estar abierto a la realidad nueva que le adviene, de tener que construir con su libertad la marcha de la historia. El hombre es providen- tia sui, causa sui, en frases que tienen toda la fuerza en la pluma de Tomás y han perdido mucho vigor en nuestros días. Todo está en saber cómo se construye de verdad el futuro. El ejemplo de Tomás es aleccionador. No de espaldas al pasado sino en la su­peración del mismo. Porque el futuro es lo posible, como el pasa­do es lo necesario, y el presente lo real. Los tres momentos se integran en el hombre y forman una totalidad en marcha. Sólo desde un pasado somos, porque el hombre es tal en el seno de una tradición. La historia no es sino la fuerza de la libertad que abre nuevas sendas, desde las situaciones que le son dadas. To­más de Aquino es como una garantía del pasado que llega firme hasta nosotros y que se nos da como base de lanzamiento para superarlo. La relación del hombre con el pasado es de asimila­ción real, de superación activa, de afirmación constante frente a él. La genuina tradición pide la evolución y a veces la revolu­ción. El acierto está en el equilibrio entre estas dos tensiones de opuestos: tradición viva y por ello fermento de novedad. La obra de Tomás se situó con netos perfiles entre una tradición viva y una innovación profunda. Con esta hora centenaria nos llega una tarea semejante. Tenemos un clima nuevo. Por una parte nun­ca como ahora tuvimos la oportunidad de conocer su obra de

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modo tan completo. La edición crítica de su pensamiento se está llevando a cabo con un rigor admirable. Hasta los medios más modernos de la técnica hacen el primer ensayo en profundidad con la obra de Tomás. Ya está a la venta algún volúmen del Index Thomisticus, en el cual los modernos computers se han entre­tenido en darnos todos los textos de Tomás sobre cualquiera de los temas. Es la Tabula aurea de los tiempos modernos. Es la hora de conocer a fondo a Tomás y de ir más allá de la letra de sus escritos, para proyectar la fuerza de sus principios en los problemas que tenemos planteados. Ya pasó el tiempo de la im­posición de un tomismo por la fuerza de los decretos. Es preciso adoptar una nueva pedagogía, conforme lo requería Tomás, gran educador y confiando siempre en la fuerza activa de los princi­pios del sujeto personal. Hay muchas cosas de valor perenne en la obra de Tomás. Hay muchos gérmenes aún no explorados. Pe­ro se hace necesario descubrir nuevas proyecciones. El tomismo del futuro tiene que ser abierto, asimilador, dialogante. Para evitar tropiezos con la escuela de Tomás, que no siempre ha se­guido de cerca al maestro, y no ha sabido tener la misma virtud creadora que él tuvo de un modo privilegiado, y afirmando con verdad que sólo Tomás vale más que todos sus comentadores reunidos, hoy se intenta un nuevo vocabulario en torno a Tomás, y algunos prefieren lo « tomasiano » o lo « tomasístico » a lo tomista.

Este encuentro de nuestro tiempo con Tomás, quizá no lo realiza nadie a solas. Ya no vivimos en tiempos en que uno se dedique a escribir Summas por sí solo. Es la hora comunitaria. El fecundo encuentro con Tomás podría ser obra de los equipos especializados de nuestro tiempo, que conocen profundamente el pasado y tienen clarividencia de los problemas del momento y en cierto modo se sienten anticipadores del futuro. Estos pe­queños grupos tienen que tener el alma decidida a correr la misma suerte y aventura de Tomás en la historia: a vivir en lu­cha con la novedad y con el error. El futuro del tomismo, la presencia de Tomás en el hoy del hombre está ligada a ser una doctrina de apertura, de integración, de puesta en marcha de la virtualidad de los principios que encierra, de los que algunos pueden decirse aún no estrenados. Con estos supuestos todo en­cuentro con Tomás en nuestros días tiene que ser promesa de un nuevo resurgir de la cultura y de los valores profundos.

Por todo ello Tomás de Aquino se nos ofrece en este V II Cen­tenario, no sólo como un hombre ejemplar, un santo de plenitud intelectual, un modelo envidiable de filósofo, un paradigma pa­

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ra todo teólogo, y un genio de la humanidad que ha configurado con su obra la marcha del occidente cristiano y le ha dado un sello singular al pensamiento católico durante siete siglos, sino que es también una valiosa ayuda para el futuro. Nada hay pleno y perfecto sin mengua en el mundo, porque todo puede ser supe­rado. Ninguna creatura es necesaria, ningún hombre es insusti­tuible en la historia, o en la Iglesia. Pero la providencia ha dis­puesto servirse de los hombres en el gobierno del mundo, y eli­ge a los que le place, les asigna una misión y un destino superior. Cada persona lleva el suyo y no siempre es fiel a esa llamada vertical. Tomás que ha sido de los elegidos con una clara misión superior retorna en esta hora centenaria con un nuevo mensaje para el hombre de hoy. Quizá estamos más cerca de Tomás de lo que creemos estarlo. Porque cuando nuestro hoy trata de poner a la persona en primer plano, de reclamar los derechos del hombre, de volver al ser que funda, de trabajar en el bien común, de redimir al hombre y liberarlo de todas las esclavitudes que lo oprimen, de estar más dispuestos para los mensajes superio­res que nos llegan de lo alto, para ser los constructores de la ciudad terrena hasta la promoción total de todo lo humano, estamos en verdad con Tomás y con su obra, seguimos en la misma corriente de pensamiento que va avanzando hacia ade­lante. Pero cuando el hombre de hoy, engreído y suficiente, se rebela contra todo dominio y quiere ocupar el puesto del abso­luto, cuando se olvida de los genuinos fundamentos, y cuando reclama una cierta omnipotencia, entonces se enfrenta con To­más, lo relega en el pasado.

Tomás por su persona y por su obra es para nuestro mundo fuerza, estímulo, apoyo y esperanza. Amado hasta la pasión y odiado a muerte sigue en este hoy de su V II Centenario supe­rior a sus admiradores y amigos, muy por encima de los que no le comprenden o rechazan, como el sol que ilumina, como el Doctor de todos que enseña la verdad.

A b e l a r d o L o b a t o OP Universidad de Santo Tomás. Roma


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