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Ese Increible Cristiano

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Ese Increíble Cristiano por A. W. Tozer Versión española de Dardo Bruchez Editorial Alianza Christian Publications, Inc., Harrisburg, PA Copyright 1964 by Christian Publications, Inc. Derechos Reservados 1948 Por Christian Publications, Inc. Spanish Edition Copyright 1979 Printed in United States Impreso en EE.UU. de N. Introducción Alguien dijo que aunque el doctor Tozer predicaba el evangelio a los pecadores, le gustaba más hablar a los cristianos, para ayudarles a conocer la grandeza de Dios, y gozar de la vida espiritual más profunda por medio de la fe y la entrega completa. Este tema grandioso—conocer Quién es Dios, y por lo tanto darle el honor y la adoración que El merece—fue el tema dominante de los escritos del doctor Tozer en sus últimos años. Para conocer a Dios es necesario, primero que todo, tener un claro concepto de Quién es El. Esto requiere tiempo, y tiempo debemos darle. También requiere fe, y conocimiento, y estas cosas las concede Dios cuando se lo pedimos orando humildemente. Y como no podemos conocer cabalmente a Dios a menos que seamos llenos del Espíritu Santo, entonces tenemos que pedir ser llenos del Espíritu, 1
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Ese Increíble Cristiano

por

A. W. TozerVersión española de Dardo Bruchez

Editorial AlianzaChristian Publications, Inc., Harrisburg, PA

Copyright 1964 by Christian Publications, Inc.Derechos Reservados 1948

Por Christian Publications, Inc.Spanish Edition Copyright 1979

Printed in United StatesImpreso en EE.UU. de N.

Introducción

Alguien dijo que aunque el doctor Tozer predicaba el evangelio a los pecadores, le gustaba más hablar a los cristianos, para ayudarles a conocer la grandeza de Dios, y gozar de la vida espiritual más profunda por medio de la fe y la entrega completa. Este tema grandioso—conocer Quién es Dios, y por lo tanto darle el honor y la adoración que El merece—fue el tema dominante de los escritos del doctor Tozer en sus últimos años.

Para conocer a Dios es necesario, primero que todo, tener un claro concepto de Quién es El. Esto requiere tiempo, y tiempo debemos darle. También requiere fe, y conocimiento, y estas cosas las concede Dios cuando se lo pedimos orando humildemente. Y como no podemos conocer cabalmente a Dios a menos que seamos llenos del Espíritu Santo, entonces tenemos que pedir ser llenos del Espíritu, para que nos ilumine, enseñe y guíe. El lector verá que cada capitulo de este libro es completo en si mismo, y uno puede ser más inspirador que otro. Sin embargo, hay en el libro cierta progresión, un encaminarse hacia un clímax. Si el libro se lee de corrido, ha de sacarse grande provecho. Estos capítulos han sido seleccionados esmeradamente para instruir al hombre que busca "conocerle, y proseguir en conocer al Señor". Esta vida de conocimiento no será siempre fácil, pero al fin será todo lo que necesitamos.

Anita M. Bailey Primera Editora de The Alliance Witness

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Contenido

1. Ese Increíble Cristiano 2. El Tiempo No Nos Puede Ayudar 3. Qué Significa Aceptar a Cristo 4. ¿Son Importantes los "Credos"? 5. Lo Inadecuado del "Cristianismo Instantáneo" 6. El Fundamento de la Fe es Dios 7. La Libertad de la Voluntad 8. Viviendo Una Vida Cambiada 9. Para Que Es Dado el Espíritu Santo 10. Dios Caminando entre los Hombres 11. El Morador Divino 12. Somos Salvados tanto De como Para 13. Voluntad y Emoción en la Vida Cristiana 14. Como Evitar Serios Errores 15. Nuestra Tendencia Hacia el Desequilibrio Religioso 16. La Necesidad de Iluminación Divina 17. La Verdad Tiene Dos Alas 18. Las Riquezas No Reclamadas 19. Viviendo la Vida con Conciencia de Dios 20. Creyendo o Visualizando 21. La Vida Cristiana No Es Fácil 22. Afirmación y Negación 23. El Dador y el Tomador 24. No Hay Substituto para la Teología 25. El Creciente Conocimiento de Dios 26. Resistiendo al Enemigo 27. Las Cosas Espirituales Deben Ser Discernidas Espiritualmente 28. Para Ser Comprendida, la Verdad Tiene que Ser Vivida 29. La Santificación de Nuestra Mente 30. La Futilidad de la Compunción 31. La Importancia de Juzgarse a Si Mismo 32. Sirviendo en la Emergencia 33. Como Cuidarse de Ponerse Anejo 34. Las Marcas del Hombre Espiritual 35. Vara y Cruz No Son la Misma Cosa 36. Dando Cara al Viento 37. Los Amigos de Dios 38. El Ministerio de la Noche 39. El Arte de la Adoración Verdadera 40. La Prueba Final del Amor 41. Meditando en Dios

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El esfuerzo corriente de muchos líderes religiosos, de querer armonizar el cristianismo con la ciencia y la filosofía, y cada cosa razonable y natural, es el resultado, a mi parecer, de la falla en conocer qué es realmente el cristianismo. Y a juzgar por lo que oigo y leo, de no conocer realmente qué es asimismo la ciencia y la filosofía.

En el corazón del sistema cristiano se halla la Cruz de Cristo con todas sus sublimes paradojas. El poder del cristianismo se nota siempre en antipatía con las maneras del hombre caído, nunca en concordancia con él. La verdad de la cruz se revela por sus contradicciones. El testimonio de la iglesia es más efectivo cuando ella declara que cuando ella explica, porque el evangelio se dirige a la fe, y no a la razón. Lo que puede ser probado no requiere fe para ser aceptado. La fe descansa sobre el carácter de Dios, no sobre las demostraciones del laboratorio o la lógica.

La cruz se halla en fuerte oposición al hombre natural. Su filosofía corre en sentido contrario al proceso de la mente del hombre no regenerado. Por eso decía el apóstol Pablo que la predicación de la cruz es locura para los hombres. Tratar de hallar un fondo común entre el mensaje de la cruz y la razón del hombre caído es procurar lo imposible, y si se insiste en ello, se hallará una mente deteriorada, una cruz sin significado y un cristianismo sin fuerza. Bajemos todo el problema de las alturas de la teoría, y observemos simplemente al verdadero cristiano mientras pone en práctica las enseñanzas de Cristo y sus apóstoles. Notemos las contradicciones.

El cristiano cree que él ha muerto con Cristo, y al mismo tiempo se muestra más vivo que nunca y con la seguridad de vivir para siempre. Camina sobre la tierra mientras cree que ya está sentado con Cristo en los cielos, y aunque nacido en esta tierra, siente, después de su conversión, que su hogar ya no está más aquí. Y al igual que el milano, que en el aire es la esencia de la gracia y la belleza, pero cuando está en el suelo es feo y torpe, así el cristiano está en su mejor forma cuando se lo ve en los cielos y no lo es tanto cuando está en medio de la sociedad que lo vio nacer.

El cristiano aprende pronto que si él desea ser victorioso como un hijo del cielo entre los hombres de la tierra, no debe seguir las normas comunes de la humanidad, sino precisamente lo contrario. Para estar seguro se pone en peligro; pierde su vida para poder salvarla, y corre riesgo de perderla si procura preservarla. El baja para poder elevarse. Si rehúsa humillarse, ya ha sido humillado, pero cuando se humilla, entonces es ensalzado.

Es fuerte cuando es débil, y es débil cuando se siente fuerte. Aunque pobre, tiene poder para hacer a otros ricos; y cuando se hace rico pierde su habilidad de enriquecer a otros. El tiene más cuando ha dado más, y tiene menos cuando posee más. El puede ser, y a menudo lo es, alto cuando se cree bajo, y más santo cuando más consciente de pecado. Es sabio cuando reconoce que no sabe nada, y sabe menos cuando ha adquirido un gran acopio de conocimiento. A veces hace más por no hacer nada, y adelanta más cuando se queda parado. El es feliz en medio de sus cargas y conserva alegre su corazón, aun en la tristeza.

Constantemente se revela el carácter paradójico del cristiano. Por ejemplo, él sabe que ya está salvado ahora, sin embargo, espera una gran salvación que ha de ser revelada, y mira gozoso al tiempo de su futura redención. Teme a Dios, pero sin embargo, no huye con miedo de él. Ante la

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presencia de Dios se siente sobrecogido y desecho; sin embargo, nada desea más que estar en la presencia de Dios. Sabe que sus pecados han sido todos limpiados y al mismo tiempo es penosamente consciente de que en su carne no mora cosa buena. Ama supremamente a Uno a quien nunca ha visto, y aunque pobre y humilde, habla confiadamente con Uno que es Rey de reyes y Señor de señores, y no halla ninguna incongruencia en ello. Sabe que vale poco y menos que la nada, y sin embargo cree sin una duda que él es la cosa más preciada para el Altísimo y sabe que por él el Eterno Hijo de Dios se hizo carne y murió en la vergonzosa cruz.

El cristiano es un ciudadano del reino de los cielos, y presta a esa ciudadanía su primera obediencia; pero también ama a su tierra natal con todo su corazón y ora, como Juan Knox— ¡Señor, dame Escocia o si no me muero! Espera con ansia todos los días ser trasladado al Hogar celestial, no obstante eso, no tiene apuros en dejar este mundo y está dispuesto a esperar el llamado del Padre Celestial. Y es incapaz de comprender por qué los incrédulos critican esta aparente falta de consistencia; él ve todo de la manera más sensata clara y razonable posible.

El cristiano portador de la cruz junto con Cristo es al mismo tiempo un pesimista y un optimista, de una clase que es imposible hallarla en el resto de los mortales. Cuando mira la cruz es un pesimista, porque sabe que el mismo juicio que cayó sobre el Señor de gloria condena, en ese solo hecho, toda la naturaleza y todo el mundo de los hombres. Rechaza toda humana esperanza aparte de Cristo, porque sabe que los más nobles esfuerzos de los hombres son solo polvo edificando sobre polvo. Pero también es un optimista incorregible. Si la cruz condena al mundo, la resurrección de Cristo garantiza el triunfo final del bien por todo el universo. Por medio de Cristo todo saldrá bien al fin, y el cristiano vive en esperanza tranquila de ese triunfo. ¡Increíble cristiano!

El Tiempo No Nos Puede Ayudar

El pecado ha causado estragos en nosotros y sus efectos son más perniciosos porque hemos nacido en pecado, y nos damos cuenta escasamente de lo que nos está sucediendo. Una de las cosas que el pecado nos ha hecho ha sido confundir nuestra escala de valores, de modo que apenas distinguimos un amigo de un enemigo, y lo que nos hace bien de lo que nos hace mal. Caminamos dentro de un mundo de sombras donde las cosas reales aparecen irreales, y las cosas sin valor son vistas como si fueran de oro puro, como las calles de la ciudad de Dios.

Rara vez nuestras ideas concuerdan con las cosas tal como ellas son, sino que son distorsionadas por una especie de astigmatismo moral que las pone a todas fuera de foco. Toda nuestra filosofía de la vida está fuera de línea por virtud de una multitud de errores, tal y como si hubiéramos aprendido mal la tabla de multiplicar y todas las cuentas nos salieran patas arriba, y no nos diéramos cuenta de dónde está el error.

Uno de los falsos conceptos acerca del cual nos aferramos tenazmente es el tiempo. Pensamos del tiempo como si fuera una sustancia viscosa, que fluye lentamente como un río perezoso, llevando en su corriente naciones, imperios,

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civilizaciones y hombres. Imaginamos a este río pegajoso como una entidad, y a nosotros mismos atascados en él por todo el tiempo en que dura nuestra vida terrenal. O si no, por una simple voltereta de pensamiento, visualizamos al tiempo como algo que revela las cosas que han de venir, como cuando decimos, "El tiempo lo dirá". O lo imaginamos como un buen y sabio médico y consejero, y nos consolamos diciendo, "El tiempo traerá el alivio". Esto ha venido a ser tanto una parte de nosotros que seria difícil romper el hábito de esperar todo del tiempo. Pero debemos precavemos del peligro que tal cosa entraña. El error más grave que podemos cometer es pensar que el tiempo tiene la misteriosa facultad de mejorar la naturaleza humana. Así decimos de un joven tonto, "El tiempo lo convertirá en un sabio"; o al ver a un cristiano nuevo actuando como cualquier cosa menos como un cristiano, decimos, "El tiempo lo transformará en santo".

La verdad es que el tiempo no tiene más poder de santificar a un hombre que el que tiene el espacio. El tiempo no es nada más que una ficción por medio de la cual nos damos cuenta del cambio. Es el cambio, no el tiempo, el que convierte a un tonto en sabio y a un pecador en santo. O más precisamente, es Cristo el que cambia todas las cosas por medio de las transformaciones que realiza en el corazón.

Saulo el perseguidor llegó a ser Pablo, el siervo de Dios, pero no fue el tiempo el que hizo el cambio. Cristo fue el que operó el cambio, el mismo Cristo que una vez cambió el agua en vino. Una experiencia espiritual siguió a otra hasta que, en rápida sucesión, Saulo el violento llegó a ser el siervo humilde, tan enamorado de Dios que estaba dispuesto a dar su vida por la fe que una vez había combatido. Es obvio señalar que el tiempo por sí solo, no tuvo nada que ver en la transformación de este hombre de Dios.

Mi propósito al escribir estas líneas no es dar una lección de semántica, sino poner sobre aviso a mis lectores sobre el daño que pueden causarse a sí mismos debido a una mal fundada confianza en el tiempo. Debido a que un Moisés y un Jacob perdieron sus obstinados e impulsivos pecados de la juventud y al fin de sus días llegaron a ser hombres suaves y mansos, tenemos la tendencia de atribuir al tiempo la operación de ese milagro. Pero no es así. Dios es el que hace los santos, no el tiempo. La naturaleza humana no es fija, y debemos dar gracias a Dios por eso día y noche.

Todavía somos capaces de cambiar. Podemos llegar a ser otro individuo diferente del que somos. Por el poder del evangelio el avaro se convierte en hombre generoso; el ególatra se transforma en un hombre humilde El ladrón aprende a no robar más; el blasfemo llena su boca con alabanzas a Dios. Pero es Cristo el que hace todas estas transformaciones. El tiempo nada tiene que ver.

Más de un hombre aplaza la oportunidad de salvarse porque confía vagamente que el tiempo lo va a ayudar, cuando en realidad sus posibilidades de llegar a ser cristiano se van alejando de día en día. ¿Por qué? Porque los cambios que se están operando en él están endureciendo su voluntad, y haciendo más y más difícil para él arrepentirse. "Buscad a Dios mientras puede ser hallado; llamadlo en tanto que está cercano. Deje el impío sus caminos, y el hombre inicuo sus pensamientos, y vuélvase a Jehová, el cual tendrá de él misericordia, y al Dios nuestro, el cual es amplio en perdonar". Vea las palabras que producen cambios en este pasaje: "Buscad . . . llamad . . . dejar . . . volverse . . .". Todas estas palabras denotan cambios específicos que el pecador debe hacer. Pero esto no es suficiente: "Dios tendrá de él

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misericordia... será amplio en perdonar". Estos son los cambios que Dios obrará en y por el hombre.

Para ser salvo el hombre debe cambiar, y ser cambiado. Para poder entrar el reino de Dios -lo explicó el Señor- un hombre debe nacer de nuevo (Juan 3:3-7). Esto es, debe pasar por un cambio espiritual. Esto concuerda perfectamente con la predicación de Juan el Bautista que mandaba a sus oyentes a hacer frutos dignos de arrepentimiento si querían alistarse para, la venida del reino de Dios, y con la predicación del apóstol Pedro, que recordaba a los primeros cristianos que habían sido hechos participantes de la naturaleza divina, y habían escapado de la corrupción que está en el mundo.

El cambio inicial, sin embargo, no es el único que conoce el hombre redimido. Toda su vida cristiana consistirá de una serie de cambios, moviéndose siempre hacia la perfección espiritual. Para alcanzar esos cambios el Espíritu Santo usa diversos medios, siendo quizá el más efectivo, los escritos del Nuevo Testamento.

El tiempo puede ayudarnos solo si comprendemos que no puede ayudarnos. Es el cambio lo que nosotros necesitamos, y solo Dios puede cambiarnos de malos a mejores.

Qué Significa Aceptar a Cristo

Unas pocas cosas, afortunadamente muy pocas cosas, son asunto de vida o muerte. Entre ellas, una brújula cuando se cruza los mares y un guía seguro cuando se atraviesa un desierto. Ignorar estas cosas no es solo jugar un juego peligroso: es cometer suicidio. Uno se salva o se muere. Nuestra relación con Cristo es también asunto de vida o muerte, y en un grado muchísimo más alto. El hombre instruido en la Biblia sabe que Cristo Jesús vino al mundo para salvar a los pecadores, y que los hombres son salvos únicamente por Cristo, aparte de cualquier clase de obras o méritos.

Esto es algo sabido y conocido, pero la muerte y resurrección de Cristo no salvan automáticamente a nadie. ¿Cómo puede el individuo humano entrar en una relación de salvación con Cristo? Sabemos que algunos lo hacen, pero que otros no es evidente. ¿Cómo es posible tender un puente entre la salvación, objetivamente provista, y la salvación subjetivamente recibida? ¿Cómo es que eso que Cristo ha hecho por mi, llega a ser operativo en mi? Tenemos que aprender la respuesta correcta para la pregunta, "¿Qué tengo que hacer para ser salvo?" Fallar en esta respuesta no es solo hacer un juego mortal con nuestra alma, es también garantizamos el castigo eterno de parte de Dios. Es aquí donde tenemos que tener la respuesta correcta o terminar perdidos.

Los cristianos ofrecen tres respuestas a esta pregunta crucial: "Cree en el Señor Jesucristo", "Recibe a Cristo como tu Salvador personal", y, "Acepta a Cristo". Dos de estas respuestas son extraídas casi literalmente de las Sagradas Escrituras (Hechos 16:31 y Juan 1:12), en tanto que la tercera es una suerte de paráfrasis que resume las dos anteriores. Sin embargo, no hay tres respuestas, sino una sola. Siendo espiritualmente flojos, como somos, nuestra tendencia es a rebajar o hacer fáciles nuestras preguntas religiosas para nosotros y para otros. Por eso la fórmula "Acepta a Cristo" se ha convertido en una panacea de aplicación universal. Y creo que esto ha sido algo fatal para muchos. Aunque indudablemente algún penitente perspicaz ha hallado en esta

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escueta fórmula todo lo que necesitaba para entrar en una relación viva con Cristo, mucho me temo que innumerables personas la usan para acortar el camino a la Tierra Prometida, para luego descubrir que les ha llevado a una tierra de tinieblas y sombras de muerte donde la luz es como la oscuridad. El problema consiste en que la entera actitud de "Aceptar a Cristo" puede estar mal. Muestra a Cristo recurriendo a nosotros más que nosotros a El. Hace que Cristo esté sombrero en mano esperando nuestro veredicto respecto de El, más que a nosotros arrodillándonos ante El con corazones quebrantados esperando Su veredicto de nosotros. Puede permitirnos a nosotros aceptar a Cristo por un impulso de nuestra mente o nuestras emociones, sin mayor pena o dolor, sin pérdida para nuestro ego y sin que afecte en ninguna manera nuestro modo de vida. Podríamos pensar en ciertos paralelos que ilustrarían lo que es una mala manera de tratar algo tan importante. Por ejemplo, pensar de Israel "aceptando" el valor de la sangre del cordero pero permaneciendo esclavo de Egipto. O el hijo pródigo, "aceptando" el perdón del padre, pero siguiendo hundido entre los puercos del chiquero en el país lejano. ¿No es lógico pensar que si "aceptar" a Cristo ha de tener algún significado, debe haber una actitud moral de acuerdo con ello?

Si aceptamos que la expresión "Aceptar a Cristo" significa un esfuerzo honesto de decir en breve lo que no se podría expresar bien de otra manera, miremos un poco lo que significa, o lo que debería significar, cuando la usamos. Aceptar a Cristo es unirse a la Persona del Señor Jesús en una forma que es única en la experiencia humana. Esta unión, o adhesión es intelectual, volitiva y emocional. El creyente es convencido intelectualmente de que Jesús es Señor y Cristo; ha puesto su voluntad en seguirle a cualquier costo, y pronto su corazón está disfrutando la dulzura exquisita de Su compañerismo.

Esta adhesión es inclusiva en que acepta a Cristo alegremente, en todo lo que El es y significa. No hay diferencia entre aceptarlo como Salvador hoy, y postergar aceptándole como Señor para mañana. El verdadero creyente posee a Cristo como su Todo en Todo, sin reserva ninguna. También él se entrega a Cristo en posesión completa, sin dejar nada de su persona sin el efecto de esta transacción revolucionaria.

Además, esta adhesión a Cristo excluye todo lo demás. El Señor viene a ser no como uno más entre varios intereses rivales, sino la única y exclusiva atracción para siempre. El creyente se pone en órbita alrededor de Cristo, así como la tierra gira alrededor del sol, retenido por la fuerza irresistible de su amor, recibiendo toda su vida, y luz y calor de El. En este estado feliz el creyente posee otros intereses también, por supuesto, pero estos intereses son derivados de su nueva relación con Cristo.

Que aceptemos a Cristo en esta manera absoluta, tanto inclusiva como exclusiva, es el imperativo divino. En este punto la fe salta dentro de Dios por medio de la Persona y la obra de Cristo, pero nunca divide la obra de la Persona. Nunca trata de creer en la sangre aparte de Cristo mismo, o de su "obra cumplida" o de su cruz. Cree en el Señor Jesucristo, todo el Señor Jesús sin modificaciones ni reservas, y así recibe y disfruta todo lo que El ha hecho en su obra de redención, todo lo que El está haciendo ahora en los cielos por los suyos, y todo lo que hace en y a través de ellos. Aceptar a Cristo es conocer el significado de las palabras "Como él es, así somos nosotros en el mundo" (1 Juan 4:17).

Aceptamos Sus amigos como nuestros amigos. Sus enemigos como nuestros enemigos. Sus caminos como nuestros caminos, Su vituperio como nuestro vituperio. Su cruz como nuestra cruz, Su vida como nuestra vida y Su

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futuro como nuestro futuro. Si esto es lo que queremos significar cuando le decimos a la gente que "acepte a Cristo", debemos explicárselo claramente. Si no lo hacemos podemos colocarlos en profundos problemas espirituales.

¿Son Importantes los "Credos"?

Entre ciertos cristianos se ha puesto de moda atacar a los credos, y exaltar a la experiencia por encima de ellos, como si ella fuera la única prueba de verdadero cristianismo. La expresión "No credos, sino Cristo" (tomada, según creo, de un poema de John Oxenham), ha sido aceptada universalmente como la vera voz de la verdad, y se le está dando un lugar de prominencia entre los escritos de los apóstoles y profetas.

Cuando escuché esas palabras por primera vez me parecieron buenas. Me pareció que los abogados del "no credos" poseían una preciosa verdad que el resto de nosotros desconocíamos. Que ellos habían cortado rectamente a través de la verbosidad del cristianismo histórico y llegado directamente a Cristo, sin meterse en las complicaciones de la doctrina. Y la frase parecía honrar más perfectamente a nuestro Señor, enfocando en El la devoción de los creyentes, más que en palabras y juegos de palabras. Pero ¿es esto cierto? Pienso que no.

En este credo del "no-credo" hay ciertamente algunos gránulos de verdad, pero no tantos como sus abogados imaginan. Y esos pocos granos están sepultados bajo una pila de paja y hojarasca, algo que la gente del "no-credo" ni siquiera puede imaginar. Bien. Yo siento gran simpatía por los crédulos del no-credo porque veo que su protesta es contra la sustitución de un Cristo vivo por un credo muerto; y en este punto me uno a ellos con todo mi corazón. Pero esta antítesis no necesita existir; no hay razón para que nuestros credos estén muertos como tampoco hay razón para que nuestra fe esté muerta. Santiago nos dice que hay tal cosa como una fe muerta, pero por eso no rechazamos toda fe. La verdad es qué el credo está implícito en cada acto. Palabra y pensamiento de la vida cristiana. Es totalmente imposible venir a Cristo sin conocer por lo menos algo acerca de El; y lo que conocemos acerca de El es lo que creemos acerca de El; y lo que creemos acerca de El, es nuestro credo cristiano. Dicho de otro modo, desde que nuestro credo es lo que nosotros creemos, es imposible creer en Cristo sin tener un credo. Predicar a Cristo se entiende ser, general y correctamente hablando, el más puro y honesto ministerio en el cual puede ocuparse cualquier hombre. Pero predicar a Cristo supone mucho más que hablar acerca de El usando superlativos Significa algo más que dar salida al religioso amor que el predicador siente por Cristo. Resplandeciente amor por la Persona de Cristo podrá dar calor y fragancia a cualquier sermón, pero todavía no es suficiente. El amor debe ser inteligente e informado si es que va a tener algún significado permanente. El sermón efectivo debe tener un contenido inteligente, y dondequiera hay intelecto, hay credo. No puede ser de otra manera.

Esto que digo no significa un pedido de usar los credos históricos en nuestras reuniones cristianas. Creo que es enteramente posible recitar de memoria el credo de los apóstoles cada domingo, durante toda la vida, sin sacar mucho provecho para el alma. El credo Niceno puede ser repetido o cantado en cada culto sin que muchos se beneficien con él. Los credos corrientes son un sumario de lo que el cristiano profesa creer, y son excelentes

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hasta cierto punto, pero pueden ser entendidos y recitados sin convicción, y por lo tanto muertos y matadores. Mientras podemos adorar (y miles de cristianos lo hacen) sin el uso de ningún credo formal, es imposible adorar aceptablemente sin algún conocimiento de Aquel a quien deseamos adorar. Y ese conocimiento es nuestro credo, sea que lo hayamos formalizado o no.

No es suficiente decir que podemos tener una comunión mística con Dios, sin ningún conocimiento doctrinal, y que eso nos basta. No, no basta. Debemos adorar en espíritu pero también en verdad; y la verdad puede ser verbalizada, y cuando es verbalizada, se convierte en un credo. El esfuerzo para practicar el cristianismo sin el conocimiento de lo que el cristianismo es, tiene que ser a la larga un esfuerzo fallido. El verdadero cristiano debiera ser, de hecho debe ser, un teólogo. A lo menos tiene que conocer algo del tesoro de verdad revelado en las Escrituras. Y debe conocer las Escrituras con suficiente claridad como para defender su credo y manifestarlo. Y lo que se manifiesta y defiende es un credo.

Debido a que el corazón de la vida cristiana es la fe en una Persona, Jesucristo el Señor, ha sido fácil para algunas personas presionar esta verdad en desmedro de las otras, y enseñar que la fe en la Persona de Cristo es todo lo que se necesita. Quién es Jesús no importa, quién es el Padre, si Jesús es Dios u hombre o ambas cosas, si El aceptó las supersticiones y errores de Su tiempo, o no las aceptó, si El resucitó realmente, o fue eso una ilusión de sus seguidores, -esas cosas no son importantes, dicen los abogados del no-credo. Lo que es importante es tratar de creer en El, y seguir sus enseñanzas.

Lo que ellos parecen no ver es que el conflicto de Jesús con los fariseos era acerca de quién era El. Su pretensión de ser Dios exasperó a los fariseos hasta la furia. El podía muy bien apagar el fuego de esa furia retrocediendo y diciendo que él no era igual a Dios, pero no lo hizo. Y más tarde dijo que la fe en él involucra la creencia de que él es Dios, y que aparte de esto, no hay salvación para nadie. "Y él les dijo. Vosotros sois de abajo; yo soy de arriba; vosotros sois de este mundo, yo no soy de este mundo. Y os digo que en vuestros pecados moriréis, porque si no creéis que yo soy, en vuestros pecados moriréis". Creer en Cristo de una manera en que uno pueda ser salvo, significa creer en las cosas correctas respecto de El. No hay otra salida.

Lo Inadecuado del "Cristianismo Instantáneo"

No es maravilla que el país que ha dado al mundo el café instantáneo y el té instantáneo haya inventado también el "cristianismo instantáneo". Y si no es en los Estados Unidos donde se inventaron esas dos bebidas, sin duda ninguna fue en ese país donde se comercializaron gigantescamente y se les dio propaganda universal. No se puede negar que fue el fundamentalismo norteamericano que trajo el cristianismo instantáneo a las iglesias evangélicas.

Haciendo a un lado por el momento al romanismo y al liberalismo y sus extravíos, y enfocando nuestra atención sobre el gran cuerpo de creyentes evangélicos, vemos de una vez cuan profundamente la religión de Cristo ha sufrido en la casa de sus amigos. Ese genio de los americanos de hacer todas las cosas más fáciles y más realizables, casi siempre con gran desmedro de la calidad y durabilidad, ha sembrado un virus que ha contaminado e infectado a toda la iglesia evangélica norteamericana. Y ese virus ha sido desparramado universalmente por la literatura los evangelistas y los misioneros.

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El cristianismo instantáneo apareció con la edad de la máquina. Los hombres inventaron máquinas con dos propósitos. Ellos deseaban hacer obras importantes más rápidamente y más fácilmente que lo que podrían hacer con sus propias manos. Y querían terminar más pronto para disponer de más tiempo a su gusto, dedicándose a holgazanear luego, y disfrutar de la buena vida. El cristianismo instantáneo sirve, en el campo religiosopara esos mismos propósitos. Desecha el pasado, garantiza el futuro, y deja a los cristianos perfectamente libres para seguir los deseos más refinados de la carne, y esto con toda buena conciencia y con un mínimo de restricción.

Por "cristianismo instantáneo" quiero significar esa clase de religión que se halla por todas partes, y que nace de la noción de que podemos descargar todo cuidado de nuestras almas en un solo, o a lo sumo dos, actos de fe, y liberarnos después de eso de toda ansiedad por nuestra condición espiritual. Somos santos por llamamiento—nos dicen nuestros maestros—y por lo tanto no debemos preocuparnos de llegar a ser santos efectivamente en el carácter. Se presenta así una especie de calidad, automática, "de-una-vez-por-todas", que está completamente en desacuerdo con la fe del Nuevo Testamento. En este error, como en muchos otros, hay una cierta cantidad de verdad imperfectamente comprendida. Es verdad que la conversión a Cristo puede ser, y a menudo lo es, instantánea. Cuando la carga de pecado ha sido muy grave, la sensación de perdón es por lo común clara y muy gozosa. El deleite que se experimenta al recibir el perdón es igual al grado de repugnancia moral que se siente en el arrepentimiento. El cristiano verdadero se ha encontrado con Dios. El sabe que tiene vida eterna, y bien puede saber también cuándo y cómo la ha recibido. Y también aquellos que han sido llenados con el Espíritu Santo en una experiencia subsecuente a la regeneración, tienen una clara noción de ello. El Espíritu se anuncia a sí mismo, y el corazón renovado no tiene ninguna dificultad en reconocer Su presencia cuando El se derrama en su alma.

El problema comienza cuando tratamos de poner nuestra confianza en las experiencias, y como consecuencia erramos en la lectura de todo el Nuevo Testamento. Constantemente se nos exhorta a hacer la decisión de una sola vez, y aceptar toda la cosa en un solo paquete, y los que exhortan de esa manera, están por lo regular en lo cierto. Hay decisiones que pueden, y deben, ser hechas de una sola vez para siempre. Hay problemas personales que deben ser resueltos por un solo y único acto de la voluntad del individuo, en respuesta a la fe establecida en la Biblia. Nadie negaría esto, y menos lo hago yo. La cuestión que se presenta delante de nosotros es ¿cuánto de la vida cristiana puede recibirse por un solo y único acto de fe? ¿Cuánto queda por hacerse todavía y cuánto de eso puede hacerse por una sola decisión?

El cristianismo instantáneo tiende a hacer la fe como un acto terminal, y así sofoca todo deseo de avance espiritual. Falla al no comprender que la verdadera naturaleza de la vida cristiana no es estática sino dinámica, creciente. Pasa por alto el hecho de que un nuevo cristiano es un nuevo ser, tal como lo es un bebé recién nacido, y que debe ser alimentado y recibir ejercicio para que pueda crecer con salud y normalidad. No considera el hecho de que la fe en Cristo es un acto que relaciona personalmente a dos seres inteligentes y morales, Dios, y la persona reconciliada, y un solo encuentro entre el Creador y una criatura hecha a su imagen nunca podría establecer una relación intima y continua entre ellos.

Por tratar de empaquetar toda la salvación en una sola experiencia, o a lo sumo en dos, los abogados del cristianismo instantáneo ignoran la ley del desarrollo, que corre a través de toda la naturaleza. Ignoran los efectos

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santificantes del sufrimiento, el llevar la cruz y la obediencia práctica. Pasan por alto la necesidad del entrenamiento espiritual, la de formar correctos hábitos religiosos y la de luchar contra el diablo, el mundo y la carne. Indebida preocupación por el acto inicial del creer ha creado en algunos una psicología del contentamiento» o a lo menos de la no preocupación. A muchas personas les ha proporcionado una especie de frustración con la verdadera fe cristiana. Dios parece estar demasiado lejos, y el mundo demasiado cerca, y la carne demasiado poderosa para resistir. Otros se muestran contentos de aceptar la seguridad de bendiciones automáticas. Los exime de la necesidad de luchar, vigilar y orar. Y les permite disfrutar libremente de este mundo, mientras con toda calma esperan el otro.

El cristianismo instantáneo es la ortodoxia de nuestro tiempo. Me pregunto que si el hombre que escribió Filipenses 3:7-16 reconocería tal cristianismo como la fe por la cual él murió. Mucho me temo que no.

El Fundamento de la Fe es Dios

Si nuestra fe va a tener un fundamento firme, nosotros debemos estar convencidos, más allá de toda duda, que Dios es digno de toda nuestra confianza. Esta convicción debe ser algo más que un artículo de nuestro credo al cual le prestamos asentimiento nominal. Debe penetrar en los hondones más profundos de nuestro espíritu; debe pasar más allá de toda forma exterior, hasta la sustancia eterna de la cual nuestro ser está compuesto, esa materia sagrada que una vez fue hecha en la semejanza de Dios. Cuando levantamos interrogantes acerca de cualquier acto de Dios nuestra fe se muestra tentativa y vacilante. Mientras somos capaces de comprender, no hemos comenzado a creer. La fe comienza cuando no hay evidencia para corroborar la promesa de la Palabra de Dios, y debemos poner nuestra confianza ciegamente en el carácter de Aquel que hizo la promesa. El Señor Jesucristo, cuando sufrió todos los dolores de la Cruz, estaba ilustrando esa fe que no demanda pruebas. Aunque rechazado y olvidado, y tentado en su gran dolor y debilidad a preguntar por qué tenia que pasar eso con El, Su fe hallaba descanso en la santidad de Dios: "Porque Tú tres santo, y habitas en medio de las alabanzas de Israel". Aunque todo el mundo gritaba contra Dios, y cada testimonio de los sentidos estaba contra Su bondad y amor. Cristo sabía que Dios era santo, y no podía hacer nada malo. Por lo tanto podía soportar la agonía hasta que Su Padre lo librase de ella. Aquí estaba la fe en su más perfecta expresión. La fe que hizo parar el sol, o descender fuego del cielo, era una fe elemental comparada con esta.

Debemos recordar que esta clase de fe no es una noble cualidad que solo se halla en los hombres eminentes. No es una virtud obtenible a solo unos pocos. No es la habilidad de persuadirnos a nosotros mismos que lo blanco es negro, o que algo que nosotros deseamos nos vendrá si tan solo lo deseamos con intensidad. La fe es simplemente poner a nuestras almas en armonía con la verdad. Es ajustar nuestra expectación a las promesas de Dios en la completa seguridad que el Dios de toda la tierra no puede mentir.

Un hombre mira a una montaña y afirma "Eso es una montaña". En esa afirmación no hay ninguna virtud en particular. Es simplemente aceptar el hecho que está delante de él, y poner su creencia en conformidad con el hecho. El hombre no crea la montaña por creer en ella, ni tampoco la elimina

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por negarla. Y así es con la verdad de Dios. El hombre creyente acepta una promesa de Dios como un hecho tan sólido como la montaña, y mucho más duradero. Su fe nada cambia, excepto su relación a la promesa. La Palabra de Dios es verdadera, sea que creamos en ella, o no. La incredulidad humana no puede alterar el carácter de Dios. La fe es subjetiva, pero vale solamente cuando corresponde con la verdad objetiva. La fe del hombre en la montaña es válida siempre y cuando la montaña esté ahí; de otro modo sería pura imaginación, y habría gran necesidad de rescatar ese hombre de una ilusión dañina.

Así Dios es lo que es en Si mismo. No se convierte en lo que yo creo que es. "YO SOY EL QUE SOY". Nosotros nos hallamos en terreno seguro solamente cuando sabemos qué clase de Dios es Dios, y entonces ajustamos nuestro ser entero a ese concepto santo. Desde que la verdadera fe descansa en lo que Dios es, es sumamente importante que, hasta el límite de nuestra comprensión, sepamos Quién es El. "Aquellos que conocen tu nombre que pongan su confianza en ti". El nombre de Dios es la verbal expresión de su carácter, y la confianza siempre crece o cae, cuando conocemos el carácter. Lo que el salmista decía era simplemente que, los que conocían a Dios, y la clase de Dios que era, pusieran toda su confianza en El. Esto no es ninguna especial virtud, repito, sino la dirección normal que toma cualquier mente cuando entra en conocimiento del hecho. Estamos hechos de manera que confiamos en el buen carácter y desconfiamos del malo. Por esto es que la incredulidad es tan intensamente impía. "El que no le cree a Dios, lo ha hecho a él mentiroso". El carácter de Dios es el punto de seguridad del cristiano y también la solución de muchos, si no todos, de sus problemas prácticos religiosos. Algunas personas, por ejemplo, creen que Dios contestó oraciones en tiempos bíblicos, pero no creen que puede contestarlas ahora, y otros mantienen que los milagros' de los días antiguos no pueden ser repetidos. Creer de esta manera es ignorar, o negar, casi todo lo que Dios ha revelado en la Biblia acerca de si mismo.

Debemos recordar que Dios siempre actúa en forma igual a si mismo. El nunca ha actuado en todo el vasto infinito universo de una manera diferente a Su carácter de infinita perfección. Este conocimiento debe ser una advertencia a los enemigos de Dios, y un consuelo precioso para todos los que son Sus amigos. Aunque Dios habita en el medio de un eterno misterio, no hay incertidumbre en cuanto a cómo El actúa en base a Sus promesas. Estas promesas son también predicciones infalibles. Dios siempre hace lo que ha prometido hacer, cuando se llenan las condiciones. Y sus advertencias no son menos predictivas: "No se levantarán los malos en el juicio ni los pecadores en la congregación de los justos" (Salmo 1:5).

A la luz de todo esto, ¡cuan vano es el esfuerzo de tener fe por aferrarse a las promesas de las Sagradas Escrituras! Una promesa es solamente tan buena como el que la hizo, y es buena, y de este conocimiento surge nuestra confianza. Al cultivar nuestro conocimiento del carácter de Dios estamos al mismo tiempo cultivando nuestra fe. Y mientras hacemos esto, no miremos a nuestra fe, sino a Cristo, autor y consumador de nuestra fe. Así la visión del alma no debe ser hacia adentro, sino hacia afuera y hacia arriba, hacia Dios. De este modo aseguramos la buena salud de nuestra alma.

La Libertad de la Voluntad

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Es inherente a la naturaleza humana que su voluntad sea libre. Hecho a la imagen de Dios que es completamente libre, el hombre debe disfrutar de una cierta medida de libertad. Esto lo capacita para que pueda seleccionar sus compañeros para este mundo y el otro; lo capacita para entregar su alma a quien él desea; prometer fidelidad ya sea a Dios o al diablo, para continuar siendo un pecador, o llegar a ser un santo. Y Dios respeta esta libertad. "Y vio Dios todo lo que había hecho, y he aquí, todo era bueno en gran manera". Hallar la más mínima falla en lo que Dios ha hecho, es hallar falla en el Creador.

Sería una falsa humildad lamentar que Dios haya obrado imperfectamente al hacer al hombre a Su propia imagen y semejanza. Con la excepción del pecado, no hay nada en la naturaleza humana por la cual tengamos que pedir disculpas. Esto fue confirmado para siempre cuando el Eterno Hijo de 'Dios se hizo hombre y tomó la naturaleza humana.

Dios respeta tan altamente la propia obra de Sus manos que El por ninguna razón la desmerece o la viola. Si Dios violentase la voluntad humana, y obligase al hombre a hacer cosas contra su voluntad, estaría haciendo una farsa de la imagen "de Dios en el hombre. Dios jamás haría esto. El Señor Jesús miró con tristeza cómo el joven rico le daba la espalda y se volvía, pero no corrió tras él para forzarle a regresar. La dignidad humana del joven rico prohibía que algún otro hiciera por él las decisiones que él debía hacer por si solo. Para actuar como un hombre verdadero tenía que tomar sus propias decisiones morales; y Cristo sabia esto, y le dejó escoger su camino.

Si esta decisión humana lo conducía por fin al infierno, a lo menos iba allí como un verdadero hombre; y es mejor para el orden moral del universo que la cosa ocurra de esta manera, antes que llevarlo al cielo que no escogió, un ser sin alma, un autómata sin voluntad propia. Dios puede tomar nueve pasos para acercarse a nosotros, pero no tomará el décimo. El puede inclinarnos a nosotros hacia el arrepentimiento, pero no puede arrepentirse por nosotros. Está en la esencia del arrepentimiento que pueda ser realizado únicamente por la persona que hizo un acto digno de arrepentimiento. Dios puede esperar por el pecador; El puede mantener el juicio en suspenso; El puede practicar la longanimidad hasta el punto en que parezca que es flojo o laxo en su justicia; pero El no puede forzar al hombre a arrepentirse. Si hiciera esto violaría la libertad del hombre, y le anularía el don que Dios le dio originalmente.

Donde no hay libertad de elección, tampoco puede haber pecado o justicia, porque está en la naturaleza de ambos que tienen que ser voluntarios. No. importa cuan bueno un acto pueda ser, no es bueno si ha sido impuesto desde afuera. El hecho de la imposición destruye su contenido moral, y lo deja vacío y nulo.

Para que un acto cualquiera sea pecaminoso, tiene que ser un acto voluntario. El pecado es la comisión voluntaria de un acto que se sabe ser contra la voluntad de Dios. Donde no hay conocimiento moral, o donde no hay voluntad de elección, el hecho no es pecaminoso; no hay pecado precisamente porque el pecado es la violación de la ley y la violación debe ser de voluntad.

Lucifer llegó a convertirse en Satanás cuando hizo una decisión fatal. "Subiré al cielo; en lo alto, junto a las estrellas de Dios, levantaré mi trono. Sobre las alturas de las nubes subiré, y seré semejante al Altísimo" (Isaías 14:13-14). Esta fue una decisión hecha claramente contra la luz. Tanto el conocimiento como la voluntad estaban presentes en el acto. Por el contrario, Cristo demostró su santidad cuando estando en su agonía clamó, "No se haga. Padre, mi voluntad, sino la tuya". Aquí también una decisión deliberada, con

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pleno conocimiento de sus consecuencias. Aquí dos voluntades estuvieron en conflicto temporal, la más baja voluntad del Hombre que era Dios, y la más alta voluntad del Dios que era Hombre, y prevaleció la voluntad más alta. Aquí se ve en brillante contraste la enorme diferencia que hay entre Cristo y Satanás; y esta diferencia divide a los santos de los pecadores y al cielo del infierno.

Pero alguno puede preguntar: ¿Cuando nosotros decimos, "no se haga mi voluntad sino la tuya", no estamos cediendo nuestra voluntad y rehusando ejercitar el poder de elección, el cual es parte de la imagen de Dios en nosotros? La respuesta a esta pregunta es un rotundo No, pero la cosa merece una mayor explicación.

Ningún acto que es hecho voluntariamente abroga la libertad de escogimiento. Si un hombre elige hacer la voluntad de Dios, no está negando, sino ejercitando su derecho a escoger. Lo que él está haciendo es admitir que no es tan bueno para desear hacer la más alta elección, ni tan sabio para saber escogerla, y es por esta razón que está pidiendo a Otro, Quien si es sabio y bueno, hacer esta decisión por él. Y para el hombre caído en pecado este es el mejor uso que puede hacer de su voluntad de escoger.

Tennyson vio esto y escribió así de Cristo:

Tú pareces humano y divino,Tú eres de la más alta y santa humanidad.Nuestra voluntad es nuestra, no sabemos cómo:Nuestra voluntad es nuestra, solo para hacerla Tuya.

Hay una cantidad de sana doctrina en estas palabras, "Nuestra voluntad es nuestra solo para hacerla Tuya". El secreto de la santificación no es la supresión de la voluntad humana, sino la inmersión de ella en la voluntad divina. El santo verdadero es uno que reconoce que posee el don divino del libre albedrío. Sabe que nunca será constreñido o forzado a hacer la voluntad de Dios como si fuera un chico petulante; sabe que esos métodos son indignos de Dios y de su propia alma. Sabe que es libre para hacer cualquier decisión que desea, y con ese conocimiento, escoge para siempre hacer la voluntad de Dios.

Viviendo Una Vida Cambiada

Hace muchos años escuché decir a un gran predicador que la palabra "nuevas" de Isaías 40:31, significa en realidad "cambiadas". Todo el texto podría leerse así: "Aquellos que esperan; al Señor cambiarán fuerzas". Todo lo extraño que parezca, no recuerdo como desarrolló aquel sermón, ni qué otra explicación dio el hombre sobre el texto, pero he estado pensando últimamente qué el predicador señaló una idea muy importante: esto es que gran parte de la experiencia cristiana consiste en cambiar algo peor por algo mejor, una bendecida y deliciosa ganga.

En el mismo fundamento de la vida cristiana descansa el sacrificio vicario, el cual es, en esencia, transferir la culpa del pecador al Salvador. Yo sé bien cuan vigorosamente es atacada esta idea por los que no son cristianos. Pero también sé cuan a menudo los sabios de este mundo se pierden preciosas verdades que los sencillos de corazón encuentran sobre sus rodillas. Y recuerdo

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también las palabras del apóstol: "Al que no conoció pecado, Dios lo ha hecho pecado por nosotros, para que nosotros seamos hechos justicia de Dios en él" (2 Corintios 5:21). Esto está demasiado claro como para que no lo vea cualquiera que no quiera cerrar voluntariamente los ojos: Cristo, por Su muerte en la cruz, hizo posible para el pecador cambiar su pecado por la justicia de Cristo. Es sumamente simple. No es obligación aceptarlo, pero eso es lo que significa.

Y eso es solamente el principio. Casi todo lo que sigue es un cambio de lo peor por lo mejor. Lo que sigue después del cambio de pecado por justificación, es ira por aceptación. Hoy la ira de Dios permanece sobre un hombre impenitente y pecador; mañana, la sonrisa de Dios descansa sobre él. Sigue siendo el mismo hombre, pero con una diferencia: él es ahora un nuevo hombre en Cristo Jesús. Por el arrepentimiento y la fe, ha cambiado el lugar de condenación por la casa del Padre. Fue rechazado en si mismo, pero ha sido aceptado en el Amado, y esto no por medios humanos, sino por un acto de la divina gracia.

Luego sigue el cambio de muerte por vida. Cristo murió por hombres muertos para que ellos puedan resucitar a ser hombres vivientes. El apóstol Pablo da felizmente el siguiente testimonio: "Con Cristo estoy juntamente crucificado, y ya no vivo yo, sino que Cristo vive en mí, y lo que ahora vivo en la carne, lo vivo en la fe del Hijo de Dios, el cual me amó, y se entregó a si mismo por mi" (Calatas 2:20).

Esto es misterioso pero no increíble. Es un ejemplo más de como los caminos de Dios y los caminos del hombre son divergentes. El hombre ha nacido remendón. Cuando desea que una cosa sea mejor, trabaja para mejorarla. Mejora la calidad del ganado haciendo una infinidad de cruzas. Mejora los autos y aviones con líneas aerodinámicas; mejora su salud por medio de la dieta, las vitaminas y cirugía; mejora las plantas por medio de injertos y la gente por la educación. Pero Dios no acepta remiendos. Dios hace a un hombre mejor cuando lo hace de nuevo, imparte una nueva y más alta forma de vida, y se pone a destruir la vieja.

Entonces, como lo sugiere el texto de Isaías, el cristiano cambia flaqueza por fortaleza. Supongo que no es impropio decir que Dios fortalece a su pueblo, pero la fortaleza que le da está en razón directa a su debilidad, siendo la debilidad suya, y la fortaleza la de Dios. "Cuando soy débil, entonces soy fuerte" es el modo que Pablo tiene de decirlo, y al decirlo así, sienta una pauta para todo cristiano. En realidad el santo más puro en el momento más fuerte es tan débil como era antes de su conversión. Lo que ha ocurrido es, simplemente, que se ha desconectado de la débil batería humana para conectarse a la superpoderosa fuerza eléctrica de Dios. Ha cambiado debilidad por fortaleza, pero esa fortaleza no es suya; fluye de Dios hacia él tanto tiempo como se mantiene habitando en Cristo.

Uno de los problemas más peliagudos en la vida cristiana es ese de la santificación: como llegar a ser tan puros como debiéramos ser si vamos a disfrutar de perfecta comunión con un Dios puro y santo. La expresión clásica de este problema y su solución, se encuentran en la epístola de Pablo a los Romanos, capítulos siete y ocho. El grito, "¡Miserable hombre de mí, quién me librará de este cuerpo de muerte!" recibe una triunfante respuesta: "La ley del espíritu de vida en Cristo Jesús me ha librado de la ley del pecado y de la muerte".

Ninguno que haya puesto debida atención a los hechos negará que es posible para un individuo obtener un alto grado de moralidad si es que pone

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todo su corazón en ello. Marco Aurelio, el emperador pagano, por ejemplo, vivió una vida de tan exaltada moralidad, como para dejarnos avergonzados a nosotros los cristianos, como también lo hizo el pobre esclavo Epicteto. Pero ambos hombres ignoraron por completo lo que es la santidad. Y es santidad lo que el corazón cristiano anhela sobre todo, y eso el corazón humano nunca lo puede obtener por sí mismo.

El doctor A. B. Simpson conocía por experiencia la tremenda lucha por llegar a ser santo, y conocía también el camino bíblico hacia la santidad. En un himno que compuso para finalizar uno de sus sermones lo afirma de esta manera:

Tomo a Dios como mi santidad,Ropaje de mi espíritu, inmaculado y celestial;Tomo a Dios como mi justificación,Le tomo, y El se encarga de mi condición.

Tenemos solo que abandonar el vano esfuerzo de hacemos santos y dejar que Dios lo haga. De seguro El se hará cargo. Hay otros muchos buenos cambios que podemos hacer los cristianos. Por ejemplo, nuestra ignorancia por Su conocimiento, nuestra tontería por Su sabiduría, nuestro demérito por Sus méritos, nuestra triste mortalidad por Su inmortalidad bendita, y nuestra fe por la visión excelsa al fin.

Para Qué Es Dado el Espíritu Santo

Una generación atrás algunos maestros bíblicos reducían la obra del Espíritu Santo en el creyente a una cosa: a impartir poder para el servicio. En las primeras décadas de este siglo la frase "poder para servicio" era mencionada a cada paso en la literatura evangélica. Y uno tenía la impresión que eso significaba servir como una razón bíblica por la presencia del Espíritu Santo en la iglesia, pero visto en forma diferente de las muchas sectas carismáticas que por ese entonces estaban ganando terreno en todo el mundo, y especialmente en los Estados Unidos.

Esas sectas alegaban que ellas habían vuelto al verdadero cristianismo del Nuevo Testamento, y ofrecían como prueba la presencia de los dones del Espíritu entre ellos con énfasis especial, podría decirse que exclusivo, en el don de lenguas. Esta enseñanza iba acompañada con frecuentes estallidos de emocionalismo. Los que habían tenido la experiencia la disfrutaban intensamente, y el espectador se sentía profundamente afectado por esta demostración de gozo. Los miembros más serios de la comunidad evangélica no iban de acuerdo con el emocionalismo de los pentecostales, ni con la obvia falta de balance en su teología, ni con la falta de responsabilidad en su conducta general. Pero había que considerar este asunto del Espíritu. Los maestros de la Biblia populares salieron con la doctrina del "poder para servir", y mucha buena gente se sintió aliviada grandemente. De acuerdo a esta contradoctrina, el llenamiento del Espíritu es necesario, y al mismo tiempo debe ser deseado, pero por razones diferentes a las de los pentecostales.

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La única y grande obra del Espíritu, -decían ellos- era impartir al creyente "poder para servir". De ahí que este poder no era carismático ni emocional, sino práctico. El cristiano es débil, y el Espíritu ha sido dado para que tenga fortaleza y pueda servir efectivamente. Apoyaban este punto de vista mencionando Hechos 1:8, "Recibiréis poder, cuando el Espíritu Santo venga sobre vosotros, y me seréis testigos".

Ahora bien, a menudo me he preocupado de hacer ver que las verdades que son competidas a permanecer solas, nunca permanecen rectas, ni tampoco permanecen por mucho tiempo. La verdad es una sola, pero las verdades son muchas. Las verdades escriturales están relacionadas entre si, y son dependientes unas de otras. Una confidencia es raramente válida cuando se la deja aislada. Una afirmación puede tener mucho valor cuando se la pone en relación a otras varias verdades, pero perder mucho de su verdad cuando se la separa. "La verdad, solamente la verdad, y nada más que la verdad" es algo muy bueno para una corte de justicia, para el pulpito, para la sala de clase y para la cámara de oración.

Enseñar que la llenura del Espíritu Santo es dada al cristiano para impartir "poder para servir" en enseñar una verdad, pero no toda la verdad. Poder para servir es solo un efecto de la experiencia, y yo no vacilo en decir que es el menor de otros varios efectos. Es el menor porque toca al servicio, presumiblemente servicio a la humanidad. Y contrario a la creencia popular, "servir a esta generación" no es el primer deber cristiano, ni tampoco el mayor fin del hombre. Como lo he dicho tantas veces los dos grandes verbos que dominan la vida cristiana son ser y hacer. Lo que un hombre es viene primero ante la vista de Dios. Lo que él hace está determinado por lo que él es, de modo que ser es siempre de primordial importancia. La noción presente de que somos "salvos para servir" es cierta, pero cierta solamente dentro de un contexto más amplio. Y según la entienden muchos cristianos afanosos de hoy, no es cierta de ninguna manera. La redención se hizo necesaria no tanto por lo que los hombres estaban haciendo, sino por lo que los hombres eran. No solo la conducta humana se hizo tan mala sino la propia naturaleza del hombre también. Sin esta corrupción de la naturaleza humana, ninguna conducta humana se hubiera hecho mala.

Los hombres caídos y perdidos actuaron conforme a lo que ellos eran. Sus corazones dictaron sus hechos. "Y vio Dios que la malicia de los hombres era mucha en la tierra". Eso lo podía ver cualquier ser moral. Pero Dios vio más; Dios vio la causa de los malos caminos del hombre, y que "cada imaginación de los pensamientos de su corazón era de continuo solamente el mal". La corriente de la conducta humana fluye de una fuente que está corrompida por pensamientos e imaginaciones malas. Para purificar la corriente era imprescindible purificar la fuente; y para regenerar la conducta humana es imprescindible regenerar la naturaleza humana. El ser fundamental debe ser santificado, si es que queremos que haya un hacer santificado, porque ser y hacer están íntimamente relacionados, como causa y efecto, como padre e hijo.

La obra primaria del Espíritu Santo es restaurar al alma perdida a un íntimo compañerismo con Dios a través del lavamiento de la regeneración. Para dar cumplimiento a esto comienza revelando a Cristo al penitente corazón (1 Corintios 12:3). Luego comienza a iluminar a esa alma recién nacida con más brillantes rayos que salen del rostro de Cristo (Juan 14:26; 16:13-15), y conduce al corazón deseoso a profundidades y alturas del divino conocimiento

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y la comunión. Recuerde, conocemos a Cristo solamente según el Espíritu Santo nos imparte.

Dios desea adoradores antes que trabajadores; en efecto los únicos obreros aceptables son aquellos que han aprendido el arte perdido de la adoración. Es inconcebible que un soberano y santo Dios esté tan escaso de obreros que ponga a trabajar cualquiera que haya recibido poder, a pesar de sus cualidades morales. Las mismas piedras Le adorarían si fuera necesario, y mil legiones de ángeles se lanzarían a hacer Su voluntad.

Por supuesto que el Espíritu quiere dar dones y poder para servicio; pero santidad y adoración espiritual vienen primero.

Dios Caminando entre los Hombres

Dios siempre actúa igual a Sí mismo, cualquier cosa que El sea o cualquier cosa que El haga. En él no hay mudanza ni sombra de variación. Y es tan infinito que aunque pasemos toda una vida cultivando Su conocimiento, todavía estamos tan lejos de conocerle como si nunca hubiésemos empezado. El conocimiento sin límites de Dios y Su sabiduría perfecta lo capacitan a El para trabajar racionalmente más allá de los límites de conocimiento racional. Por esta razón no podemos predecir los movimientos de Dios como podemos predecir los movimientos de los planetas. Por eso nos sorprende continuamente con sus movimientos inesperados dentro de su vasto universo. Tan imperfectamente conocemos a Dios que podríamos decir que una concomitancia invariable de un verdadero encuentro con El seria una maravilla realmente deleitosa. No importa cuan alta sea la expectación que tenemos de El, cuando al fin Dios decide moverse dentro del ámbito de nuestra experiencia, nos deja estupefactos por el poder que tiene de sobrecoger nuestra mente y fascinar nuestra alma. El siempre es más maravilloso de lo que esperamos, y más bendito y estupendo de lo que soñamos pueda ser.

Sin embargo sus acciones pueden ser predichas en cierta manera, porque como he expresado. Dios actúa siempre igual a Si mismo. Desde que conocemos, por ejemplo, que Dios es amor, podemos estar seguros que el amor estará presente en cada acto Suyo, sea éste la salvación de un pecador penitente, o la destrucción de un impenitente mundo. De la misma manera podemos saber que El siempre será justo, fiel, misericordioso y verdadero.

Es una mente rara, supongo yo, la que se preocupa de cómo actuaría Dios en ámbitos distantes, fuera de la experiencia humana. Pero creo que muchos se han preocupado en saber como actuaría Dios de haber estado en nuestro lugar. Y hemos tenido momentos en que hemos sentido que Dios no podría comprender cuan difícil se nos hace a nosotros vivir rectamente en un mundo tan malo como este. Y nos preguntamos como actuaría y qué haría si estuviera viviendo entre nosotros por un tiempo.

Preguntarse esto podría ser natural, pero es absolutamente innecesario. Sabemos como actuaría Dios si estuviera en nuestro lugar, -El ya estuvo en nuestro lugar. Es el misterio de la piedad que Dios haya sido manifestado en carne. Y llamaron su nombre Emmanuel, que significa Dios está con nosotros. Cuando Jesús anduvo en la tierra fue un hombre que actuaba igual que Dios. E

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igualmente maravilloso es pensar que también era Dios actuando igual a Dios en el hombre y en un hombre. Podemos saber cómo Dios actúa en los cielos porque lo hemos visto actuar en la tierra. "El que me ha visto a mi, ha visto alpadre. ¿Cómo, pues, decís vosotros, muéstranos al Padre?"

Tan glorioso como es esto, no termina ahí. Dios todavía anda caminando en los hombres, y por dondequiera anda, actúa siempre igual a Sí mismo. Esto no es poesía, sino un hecho claro simple, que puede perfectamente ser comprobado en el laboratorio de la vida. Que Cristo habita en la naturaleza del creyente regenerado es algo que se presupone, se sobrentiende, y es abiertamente afirmado y certificado por las Sagradas Escrituras. Las Personas de la Deidad entran en la naturaleza de uno que acepta toda la verdad del Nuevo Testamento en fe y obediencia. "El que me ama, mi palabra guardará; y mi Padre le amará, y vendremos a él, y haremos morada con él" (Juan 14:23). Y la doctrina que enseña que somos habitados por el Espíritu Santo es tan conocida que no es necesario defenderla aquí. Cualquiera que haya sido medianamente instruido en las Escrituras la conoce.

Cualquier cosa que sea Dios, lo es también el Hombre Cristo Jesús. Ha sido la firme creencia de la Iglesia desde los días de los apóstoles que Dios no solo ha sido manifestado en Cristo sino que ha sido manifestado cómo Cristo. En los días de la controversia arriana los padres de la iglesia se vieron obligados a afirmar la enseñanza del Nuevo Testamento en una "regla" supercondensada, o credo, que seria aceptada por todos los creyentes como final y conclusiva. Este credo fue puesto en las siguientes palabras: "La recta fe es que creemos y confesamos que nuestro Señor Jesucristo, el Hijo de Dios, es Dios y Hombre. Dios en la sustancia de Su Padre, engendrado antes de todas las edades. Hombre en la sustancia de Su madre, nacido en el mundo. Perfecto Dios y perfecto Hombre. . . como el alma racional y la carne son un hombre, así Dios y Hombre son un Cristo".

Cristo en el corazón de un creyente actuará como lo hizo en Galilea y Judea. Su disposición es la misma, ahora como entonces. El fue santo, humilde, manso, justo y compasivo, y El no ha cambiado. El es el mismo donde sea que esté, sea que esté a la diestra de Dios o en la naturaleza del discípulo verdadero. El era amistoso, amante, fervoroso, bondadoso y dispuesto a sacrificarse mientras anduvo caminando entre los hombres. ¿No es razonable esperar que El haga lo mismo cuando camina dentro de un hombre? ¿Por qué, entonces, los cristianos actúan a veces en una manera tan diferente a la de Cristo? Alguno podría argumentar que cuando un cristiano falla en demostrar la belleza moral de Cristo en su vida, quiere decir que ha sido engañado, y que no es un verdadero cristiano. La respuesta no es tan simple como esa.

La verdad es que aunque Cristo actúa en la nueva naturaleza del creyente, experimenta una fuerte oposición de la vieja naturaleza del creyente. Esta lucha entre la nueva y la vieja naturalezas continúa en muchos creyentes por mucho tiempo. Esto es algo aceptado como inevitable, pero el Nuevo Testamento no lo enseña así. Un estudio cuidadoso y con oración de Romanos 6 a 8 señalará el camino hacia la victoria. Si le permitimos a Cristo perfecta libertad. El vivirá en nosotros de la misma manera que vivió en Galilea.

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El Morador Divino

La doctrina de la habitación divina en nosotros es una de las más importantes del Nuevo Testamento, y su significado para el creyente individual es precioso más allá de toda imaginación. Ser negligente en cuanto a esta doctrina puede significar una pérdida irreparable El apóstol Pablo oró para que los creyentes de Efeso tengan a Cristo habitando en sus corazones por la fe.

Por cierto que se necesita fe de alguna calidad superior para captar todas las implicaciones de esta gran verdad. Dos hechos se juntan para hacer esta doctrina medio difícil de aceptar: la suprema grandeza de Dios y la pecaminosidad total del hombre.

Aquellos que piensan pobremente de Dios y elevadamente de si mismos podrán parlotear acerca de esa deidad en el hombre". Pero el hombre que tiembla delante del rito y majestuoso Dios que habita en la Eternidad, y cuyo nombre es Santo; el hombre que conoce la profundidad de su pecado sospechará una incongruencia moral en la enseñanza de que Uno que es tan santo habite en el corazón de uno que es tan vil.

Pero todo lo incongruente que parezca esta verdad, está tan abundantemente enseñada en las Santas Escrituras que no puede ser pasado por alto, y tan claramente expuesta, que no puede dejar de ser comprendida. "Si alguno me ama -dice el Señor Jesucristo- mi palabra guardará. Y mi Padre le amará- y vendremos a él y haremos morada con él" (Juan 14:23). Que esta habitación o morada es dentro del hombre, se señala por estas palabras, "En aquel día vosotros conoceréis que yo estoy en mi Padre, y vosotros en mi, y yo en vosotros" (versículo 20) Cristo dice acerca del Espíritu Santo "... será en vosotros" (verso 17) y en Su gran oración de Juan capítulo 17, dos veces usa la frase Yo en ellos.

La verdad de la habitación divina en nosotros se desarrolla más completamente en las epístolas de Pablo. "¿No sabéis que sois templo de Dios, y que el Espíritu de Dios mora en vosotros? . . . Porque el templo de Dios, el cual sois vosotros, santo es" (1 Corintios 3:16,17). Y otra vez (1 Corintios 6:19) "¿O ignoráis que vuestro cuerpo es templo del Espíritu Santo, el cual está en vosotros, el cual tenéis de Dios, y que no sois vuestros?"

Sin duda ninguna la enseñanza del Nuevo Testamento es que el verdadero Dios habita en la naturaleza de Sus verdaderos hijos. Como puede esto ser, yo no lo sé; pero tampoco sé como mi alma habita en mi cuerpo. Pablo menciona esta maravilla de la habitación de Dios en nosotros como un misterio: "Cristo en vosotros, la esperanza de gloria". Y si la doctrina envuelve una contradicción, o más aún, una imposibilidad, debemos seguir creyendo lo que salió de los labios de nuestro Señor. "Sea Dios veraz, y todo hombre mentiroso" (Romanos 3:4).

Las riquezas espirituales que yacen escondidas en esta verdad son tan vastas que son dignas de cualquier esfuerzo que hagamos para recuperarlas. Sin embargo, no estamos preocupados mayormente con la metafísica o la teología implicadas aquí. Deseamos conocer la realidad de ello. ¿Qué significa esa verdad prácticamente para nosotros? ¿Qué tiene ella para un cristiano de mente seria competido a vivir en un mundo impío y en tinieblas? Como dice al apóstol Pablo, "Mucho en muchas maneras".

Dios no habita pasivamente en Su pueblo. El desea y hace en ellos (Filipenses 2:13). Y recordemos, donde sea que esté. El siempre actúa igual a Sí mismo. El hace en nosotros cualquier cosa que Su santa naturaleza lo mueve a

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hacer. Y a menos que estorbado por nuestra resistencia, actuará en nosotros de la misma manera que actúa en los cielos. Solo una voluntad humana insantificada puede detenerle de obrar.

Sin duda ninguna que estorbamos a Dios grandemente por nuestra obstinación e incredulidad. Fallamos en cooperar con los santos impulsos del Espíritu que mora en nosotros. Caminamos en sentido contrario a Su voluntad, como está revelada en la Biblia; sea que no tomemos tiempo para descubrir lo que la Biblia enseña, o sea que no lo aprobamos cuando lo hacemos.

Esta lucha entre la Deidad que habita en nosotros y nuestras propensiones de nuestra naturaleza caída ocupa un largo espacio en las enseñanzas del Nuevo Testamento. Pero esta lucha no necesita continuar para siempre. Cristo ha hecho abundante provisión para librarnos de las ataduras de la carne. Una presentación franca y realista de todo el problema está hecha en los capítulos 6 y 7 de la Carta a los Romanos. En el capítulo 8 se descubre una solución triunfante. Esta es, brevemente, por medio de una co-crucifixión espiritual con Cristo, seguida por una resurrección y una infusión del Espíritu Santo.

Una vez que el corazón se ve libre de sus impulsos contrarios, Cristo en nosotros llega a ser un maravilloso hecho existencial. El corazón que se somete íntegramente ya no tiene más luchas con Dios, de modo que El puede cohabitar en nosotros sin inhibiciones y en perfecta amistad congenial. Entonces El piensa sus pensamientos en nosotros; pensamientos acerca de nosotros mismos, acerca de El, acerca de pecadores y santos y bebes y rameras; pensamientos acerca de la iglesia, acerca del pecado y del juicio y el cielo y el infierno. Y El piensa acerca de nosotros y de El mismo, y de Su amor para nosotros y nuestro amor para El; y nos coneja a nosotros para Si mismo de la misma manera que un novio coneja a su novia.

No hay nada formal o automático respecto a Su operación en nosotros. Somos personalidades y estamos comprometidos con una personalidad. Somos personas inteligentes, y poseemos propia voluntad. Podemos, para hablar así, ponernos fuera de nosotros mismos, y disciplinarnos conforme a la voluntad de Dios. Podemos tener comunión con nuestros corazones sobre nuestra cama, y estar quietos. Podemos hablar con nuestro Dios mientras velamos en la noche. Podemos aprender lo que El desea que seamos, y orar y trabajar, para prepararle a El una habitación.

¿Y qué clase de habitación le agrada a Dios? ¿Cómo tiene que ser nuestra naturaleza antes que El se sienta a gusto en ella? El no pide nada sino un corazón puro y una mente simple. El no demanda ni ricos cortinajes, ni alfombras de Persia, ni tesoros de arte. El desea solo sinceridad, transparencia, humildad y amor. El se encargará del resto.

Somos Salvados tanto De como Para

La iglesia evangélica de hoy sufre la embarazosa posición de estar equivocada al mismo tiempo que está cierta, y una pequeña preposición es lo que hace la diferencia.

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Yo pienso que si dejamos que la Biblia decida lo que es bueno y lo que es malo, entonces los evangélicos están bien en su credo. Aun un escéptico como H. L. Mencken, dice: "Si la Biblia es verdad, entonces el fundamentalismo está correcto". Aunque no aceptó la verdad de la Biblia, fue lo suficiente agudo e inteligente para darse cuenta que las doctrinas básicas enseñadas por los fundamentalistas son las mismas que enseña la Biblia.

Uno de los lugares donde estamos mal, a la vez que andamos bien, es en el énfasis relativo que le damos a las palabritas de y para cuando las relacionamos con la palabra salvación. Durante una larga generación hemos estado manteniendo la letra de la verdad, mientras al mismo tiempo nos hemos estado alejando de su espíritu, porque nos hemos preocupado más de de qué somos salvados que de para qué lo somos.

La recta importancia relativa de ambos conceptos fue establecida por Pablo en la primera carta a los tesalonicenses. "Os convertisteis de los ídolos a Dios, para servir al Dios vivo y verdadero; y esperar a su Hijo de los cielos".

El cristiano ha sido salvado de sus pecados pasados. Con esos pecados él ya no tiene nada más que ver. Se cuentan entre las cosas que deben ser olvidadas, así como la noche es olvidada cuando llega el día. .También ha sido salvado de la ira por venir. Con esto también él no tiene nada que hacer. Esa ira existe pero no para él. El pecado y la ira son dos cosas que se siguen como la causa y el efecto y puesto que el cristiano ha sido librado del pecado, sigue de suyo que ha sido también librado de la ira. Los de de la vida cristiana tienen relación solamente con cosas negativas, y absorberse en ellas es vivir negativamente. Y muchos cristianos viven permanentemente en este estado.

No hemos sido llamados a tener compañerismo con lo no existente. Hemos sido llamados a tener comunión con cosas que existen en verdad, cosas positivas, y cuando nos ocupamos de ellas y con ellas, entonces nuestra alma recibe gran salud espiritual. La vida espiritual no se alimenta con negativos. El hombre que continuamente está mencionando los pecados que hacia cuando era inconverso está mirando en la dirección incorrecta. Es igual a un atleta que trata de correr una carrera mirando hacia atrás.

Lo que el cristiano era antes es la cosa menos importante acerca de su vida. Lo que él será es lo que más debiera preocuparle. Puede ocasionalmente a veces, como lo hacía Pablo, recordar con vergüenza su antigua vida de pecado, pero eso debe ser solo una fugaz mirada; nunca una observación fija. Nuestra mirada permanente tiene que ser Dios, y la gloria que ha de ser revelada.

El haber sido salvado de y el haber sido salvado para deben tener la misma relación que tiene la enfermedad pasada con la salud presente. El médico se pone entre ambos estados opuestos para librar de uno y conducir al otro. Una vez que una grave enfermedad ha sido curada, lo mejor es relegarla a un rincón de la mente, y dejarla que se debilite y desvanezca en el recuerdo. Y el hombre feliz que ha recuperado su salud debe ocupar sus nuevas fuerzas para hacer algo útil para la humanidad.

Sin embargo, muchas personas siguen preocupándose tanto por la enfermedad que tuvieron, que después que su cuerpo ha sanado, retienen un sentimiento de invalidez crónica, como tenían antes. Han sido curados, es cierto, pero no para la salud. Podemos imaginar a un grupo de tales personas, reunidas un domingo, contando y cantando todas sus antiguas enfermedades, y tendremos una visión de lo que son los cultos de muchos cristianos.

Hay todo un arte en saber olvidar, y los cristianos deberían cultivar ese arte. Olvidar las cosas que han quedado atrás es una necesidad, si es que

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queremos dejar de ser niños en Cristo. Si no podemos confiar en que Dios se haya ocupado adecuadamente de nuestras malicias pasadas, entonces es mejor darnos por vencidos y terminar con todo. Cincuenta años lamentando nuestros pecados no nos libran de ellos. Pero si Dios nos ha perdonado verdaderamente, y nos ha limpiado, entonces debemos darlo por hecho, y no gastar más tiempo en lamentaciones estériles.

Y gracias a Dios que esta súbita obliteración de nuestro pasado familiar no nos deja a nosotros con un vado. Lejos de ello. Al mundo vado dejado vacante por nuestros pecados viene el bendito Espíritu de Dios, para hacer todo nuevo. Nueva vida, nueva esperanza, nuevas alegrías, nuevos intereses, nuevos propósitos de trabajo, y lo mejor de todo, un nuevo y satisfaciente objetivo hacia el cual dirigir la extasiada mirada de nuestra alma. Dios llena ahora el jardín recobrado, y podemos caminar y conversar con El al fresco del día. Aquí es donde radica la debilidad de gran parte del cristianismo corriente.

No hemos aprendido todavía dónde poner nuestro énfasis. Particularmente no hemos comprendido todavía que hemos sido salvados para conocer a Dios, para entrar en Su maravillosa presencia por el camino, nuevo y verdadero y quedar ante esa presencia para siempre. Hemos sido llamados a una perenne preocupación con Dios. El Dios trino, con todo Su misterio y majestad, es nuestro ahora, y nosotros somos Suyos, y toda la eternidad no nos será suficiente para llegar a comprender todo lo que El tiene de santidad, bondad y verdad.

Los que están en el délo no descansan ni de día ni de noche en su extática adoración de la Deidad. Nosotros decimos que vamos caminando hada ese lugar. ¿Por qué no empezamos ahora a adorar en la tierra en la misma forma que vamos a adorar en el cielo?

Voluntad y Emoción en la Vida Cristiana

Emoción, dice el Diccionario de Psicología de Drever, es un estado de excitamiento o perturbación señalado por un fuerte sentimiento y ocasionalmente un impulso hacia una forma definida de comportamiento.

"Excitación, perturbación, sentimiento". Esos son estados de la mente con los cuales estamos familiarizados. En un mundo tan violento y tan lleno de conflicto como este, esos estados vienen y van, surgen y se apagan en el hombre común cien veces al día. El hombre y la mujer normales, en el curso de algunos meses, experimentan todos los estados posibles de emoción, desde el éxtasis intenso hasta la leve depresión, sin que les afecte mucho para bien o mal. Por supuesto, me refiero aquí solamente al hombre y a la mujer normales. La personalidad psicopática queda por ahora fuera de este estudio.

Las emociones no deben ser ni temidas ni desechadas porque son parte de la naturaleza con que Dios nos ha creado. Sin duda que la vida humana total no seria posible sin ellas. Uno siente repugnancia pensar en un individuo que nunca siente ninguna emoción. Resultaría ser un intelecto frío y desnudo, tal como los personajes de ciertas novelas de ciencia ficción, o un mero vegetal, tal como hallamos a veces en las salas de los incurables en nuestros hospitales.

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La correcta relación entre intelecto y sentimiento, y sentimiento y voluntad está descrita en Mateo 14:14: "Y saliendo Jesús, vio una gran multitud, y tuvo compasión de ellos, y sanó a los que de ellos estaban enfermos". El conocimiento intelectual de los sufrimientos de ellos movió Sus sentimientos, y Sus sentimientos lo movieron a la acción. Así es como actuaba aquel Hombre perfecto, cuyo ser entero estaba en perfecta armonía consigo mismo, y así es como actuamos nosotros, aunque en una manera menos perfecta.

Un estado de emoción siempre viene entre el conocimiento y el acto. En el corazón humano nunca surgiría un sentimiento de piedad a menos que fuera inspirado por una pintura mental de la necesidad de otros, y sin ese impulso emocional la voluntad nunca actuaría para promover un acto de misericordia. Así es, como estamos constituidos. Sea que la emoción sea provocada por una visión mental de piedad, amor, temor, deseo, pena, no puede haber acto de la voluntad sin ella. Lo que estoy diciendo aquí no es nada nuevo. Cada madre, cada jefe de estado, cada líder de hombres, cada predicador de la Palabra de Dios sabe que debe ser presentada al oyente una imagen mental antes que pueda ser motivado a actuar, aun cuando sea para su propia conveniencia.

Dios determinó que la verdad nos mueva a la acción moral. La mente recibe ideas, imágenes mentales de las cosas como son. Estas excitan los sentimientos, y estos en turno, mueven la voluntad para que actúe conforme a la verdad. Este es el modo en que tendrían que ser las cosas, y hubieran sido a no ser que el pecado entró y trajo daño a nuestra vida interior. A causa del pecado la simple secuencia de verdad-sentimiento-acción, puede ser quebrada en cualquiera de esas tres partes. La mente que ha sido creada para recibir la verdad, a menudo se vuelve a la falsedad, y los sentimientos acuciados por esa falsedad, conducen la voluntad a una mala acción. La contemplación de cualquier cosa mala o prohibida no puede hacer otra cosa que despertar los sentimientos o la simpatía hada esa cosa mala.

Un lamentable ejemplo de esto lo tenemos en la larga mirada de contemplación que el rey David dirigió a la hermosa Betsabe mientras ésta se bañaba. El rey fue motivado por lo que vio, y actuó en consecuencia, y las amargas y trágicas consecuencias de su acción lo acompañaron por el resto de su vida. El vio, él sintió, él actuó, lo mismo como haría el propio Señor siglos más tarde cuando vio a los enfermos y los sanó. La diferencia de la calidad moral en los actos de los dos hombres estriba en la diferencia de sus sentimientos, y estas diferencias fueron resultado de los objetos distintos que ambos contemplaron y levantaron esos sentimientos distintos. David vio una mujer hermosa; Cristo vio una multitud sufriente. Una mirada condujo al pecado; la otra a un acto de misericordia; pero ambos siguieron la ley simple de su estructura interna.

Otro quiebre en la secuencia de verdad-sentimiento-acción se produce cuando el corazón, por motivos egoístas, se endurece a sí mismo deliberadamente contra la Palabra de Dios. Este es el estado de todos aquellos que aman más las -tinieblas que la luz, y por esa razón, o se quitan de la luz, o son tercamente desobedientes a ella cuando la reciben. El hombre codicioso ve las necesidades físicas de la humanidad, pero cierra su corazón y se niega obstinadamente a hacer algo. Permitir que el impulso de la generosidad surja naturalmente de la vista de la pobreza requeriría de él algo de su amado tesoro, y esto es algo que él no hará. Así la fuente de su generosidad se congela en el mismo comienzo. El avariento conserva su tesoro, el pobre sigue sufriendo en su pobreza, y todo el curso de la vida se trastorna. ¿Es algo raro que Dios odie la avaricia? Pero es seguro que los sentimientos húmanos no

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pueden ser completamente sofocados. Si ellos son privados de su curso natural, lo mismo que un río embalsado romperán por otro cauce en la vida llevando maldición, ruina y destrucción.

El cristiano que se detiene demasiado a mirar los placeres de este mundo, no tardará en sentir alguna simpatía por ellos, y esa simpatía lo conducirá, inevitablemente, a una conducta mundana. Y exponer nuestros corazones a la verdad y consistentemente rechazar o negar los impulsos que despierta, es frustrar los mejores impulsos de la vida interior. Y si persistimos en ello, terminaremos contristando al Espíritu Santo.

Las Escrituras, y nuestra propia constitución humana, se combinan para enseñarnos a amar la verdad y obedecer los dulces impulsos de la rectitud que ella despierta en nosotros. Si amamos nuestras propias almas, no podemos hacer otra cosa.

Como Evitar Serios Errores

Hay áreas del pensamiento cristiano, y por causa del pensamiento, también de la vida cristiana, donde semejanza y diferencia son tan difíciles de distinguir que a menudo es difícil escapar a un completo engaño.

A través de todo el mundo el error y la verdad van por los mismos caminos, trabajan en los mismos campos y fábricas, asisten a las mismas iglesias, vuelan en los mismos aviones y compran en los mismos negocios. Y tan habilidoso es el error para imitar a la verdad, que continuamente estamos confundiendo uno con otro. Se necesita tener un ojo muy agudo en nuestros días para distinguir quién es Caín y quién es Abel.

Nunca debemos dar por concedida cualquier cosa que toque nuestra alma. Isaac palpó los brazos de Jacob y pensó que eran los de Esaú. Aun los discípulos de Jesús fallaron en descubrir al traidor entre ellos; el único que sabía quién era él, era Judas mismo. Ese compañero de suave hablar, con quien andamos tan confortablemente, y con cuya compañía experimentamos verdadero deleite, puede ser un mensajero de Satanás, mientras ese hombre áspero y rudo, de franco hablar, a quien rehuimos, puede ser un verdadero profeta de Dios que nos fue enviado para advertirnos de serio peligro y pérdida eterna.

Por lo tanto es críticamente importante que el cristiano aproveche toda provisión que Dios ha hecho para salvarlo del engaño. Y esta provisión es la oración, la fe, la meditación continua de las Escrituras, la obediencia, la humildad, el pensamiento serio y arduo y la iluminación del Espíritu Santo.

1. La oración no es una protección segura contra el error, porque hay muchas clases de oración, y algunas son peor que inútiles. Los profetas de Baal saltaron sobre el altar en un frenesí de oración, pero sus gritos no fueron oídos precisamente porque estaban dirigidos a un dios que no existe. El-Dios a quien oraron los fariseos si existía, pero no escuchó sus oraciones a causa de su orgullo y justicia propia. De ellos podemos nosotros aprender una provechosa lección.

A pesar de las dificultades que se encuentran cuando se ora, la oración es un medio poderoso y efectivo para ponerse bien con Dios, permanecer en la verdad y librarse de todo error. "Si alguno de vosotros tiene falta de sabiduría,

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pídala a Dios, el cual da a todos abundantemente y no zahiere" (Santiago 1:5). Siendo todas las cosas igual, el hombre que ora tiene mucho menos probabilidad de pensar erradamente que el hombre que no ora. "Y les enseñó una parábola sobre que es necesario orar siempre, y no desmayar" (Lucas 18:1).

2. El apóstol Pablo dice que la fe es un escudo. El hombre de fe puede caminar seguro, protegido por su simple fe en Dios. A Dios le gusta que confiemos en El, y El pone todos los recursos del cielo a disposición del alma creyente.

Pero cuando hablamos de fe tenemos que explicar qué queremos decir. Fe no es optimismo, aunque la fe produce optimismo. No es jovialidad, aunque se supone que el hombre de fe debe ser razonablemente jovial. No es un vago sentimiento de sentirse bien o una suave apreciación de la belleza del compañerismo humano. Fe es confianza en la revelación que Dios ha hecho de Sí mismo en las Escrituras.

3. "La fe viene por el oír de la Palabra de Dios". Las Escrituras purifican, instruyen, fortalecen, iluminan e informan. El hombre bendecido debe meditar en ellas día y noche.

4. Para estar completamente libre de todas las argucias de Satanás el hombre de Dios debe ser completamente obediente a la Palabra de Dios. El hombre que maneja un auto por las calles no está seguro cuando lee las señales, sino cuando las obedece. Lo mismo pasa con la Biblia. Para que ella sea efectiva, tiene que ser obedecida.

5. También hay una estrecha relación entre la humildad y la recepción de la verdad. Encaminará a los humildes por el juicio, y enseñará a los mansos su carrera" (Salmos 25:9). En la Biblia no encuentro ni un poco de estimulación para el orgulloso. Solo las ovejas dóciles pueden ser guiadas; solo los creyentes humildes pueden esperar la tierna dirección del Padre celestial. Cuando se reúna toda la evidencia puede ser que se descubra que solo los orgullosos se apartaron de la verdad; y que detrás de cada herejía que ha dañado la iglesia se encuentre la autosuficiencia.

6. También debemos pensar. El pensamiento humano tiene sus limitaciones, pero donde no se piensa, seguro que no habrá algún gran depósito de verdad en la mente. Los evangélicos parecen estar divididos actualmente en dos grupos: los que piensan que el intelecto humano es todo y caen en un puro racionalismo, y los que tienen miedo de todo intelecto y creen que pensar es una pérdida de tiempo en la vida cristiana.

Por cierto que ambos grupos están equivocados. El intelectualismo autoconsciente es ofensivo para el hombre, y estoy convencido de ello, malo también para Dios. Pero es significativo que toda revelación importante en las Escrituras ha sido dada a hombres de intelecto superior. Seria fácil poner aquí una larga lista de textos bíblicos que nos invitan a pensar, pero un argumento más convincente es el tenor de toda la Biblia. La Biblia da por concedido que todos los verdaderos hijos de Dios serán personas de mente seria, hombres y mujeres reflexivos. Nunca jamás la Biblia da a entender que sea pecado pensar.

7. Pero el pensamiento apartado de la iluminación interior por el Espíritu Santo, no solo es fútil, también es peligroso. El intelecto humano está caído, y no puede hallar el camino entre la gran expansión de tantas verdades, medias verdades y manifiestos errores que lo puede hallar un barco en el mar a solas. Dios nos ha dado el Espíritu Santo para iluminar nuestras mentes. El es ojos y entendimiento para nosotros. No debemos procurar alcanzar la verdad sin El.

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Nuestra Tendencia Hacia el Desequilibrio Religioso

Es moneda de uso corriente considerar que la raza humana en general, ha perdido el sentido del equilibrio, y tiende a la disimetría casi en cada cosa que piensa y hace. Los filósofos religiosos se han dado cuenta de esta asimetría, y han tratado de corregirla enseñando de una forma u otra la doctrina del justo medio". Confucio, por su parte enseñó "el camino medio", y Buda enseñaba a sus seguidores a cuidarse tanto del extremo ascetismo como del regalo del cuerpo. Aristóteles creía que la vida perfecta era aquella que hallaba el balance entre el exceso y el defecto.

El cristianismo, estando en completo acuerdo con todos los hechos de la vida, toma en cuenta esta falta de equilibrio moral en la vida humana, y ofrece, no una nueva filosofía, sino una nueva vida. El ideal al cual aspira el cristiano no es caminar por el camino perfecto, sino experimentar una total renovación de la mente, para ser conformado a la semejanza de Cristo.

El hombre regenerado, por eso mismo, tiene a veces momentos más dificultosos que el no regenerado, porque él no es un solo hombre, sino dos. Siente dentro de sí un poder que lo impulsa hacia la santidad y hacia Dios, mientras que al mismo tiempo es un hombre hecho de arcilla e hijo de Adán en la carne Este dualismo moral es para él una fuente de problemas y tensiones cosas que no conoce el que no ha nacido de nuevo aún. Por supuesto, la crítica clásica de este asunto es el testimonio de Pablo en el capítulo siete de Romanos.

El cristiano verdadero es un santo en embrión. Los genes celestiales están en el, y el Espíritu Santo está trabajando para hacerlo desarrollar espiritualmente, de modo que esté de acuerdo con la naturaleza celestial del Padre, del cual ha recibido el depósito de vida divina. Pero todavía está aquí dentro de su cuerpo mortal, sujeto a debilidad y tentaciones, y su lucha contra la carne lo lleva a veces a hacer cosas extremas. "Porque el deseo de la carne es contra el Espíritu, y el del Espíritu es contra la carne: y éstos se oponen entre sí, para que no hagáis lo que quisiereis" (Calatas 5:17).

La obra del Espíritu en el corazón humano no es mecánica ni automática. La voluntad y la inteligencia humanas deben cooperar con las benignas intenciones de Dios. Creo que es aquí donde muchos de nosotros nos descarriamos. O tratamos de hacernos santos por nosotros mismos y fallamos miserablemente, como no puede ser de otra manera; o tratamos de lograr un estado de pasividad espiritual esperando que Dios nos santifique, como quien se sienta a ver empollar un huevo o florecer el rosal del jardín. Trabajamos febrilmente para hacer lo imposible o no trabajamos en nada. Y este es el desequilibrio, la asimetría de la cual estoy escribiendo.

El Nuevo Testamento nada dice de la obra del Espíritu Santo en nosotros aparte de nuestra propia respuesta moral. Vigilancia, oración, disciplina propia,

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y aquiescencia intelectual a los propósitos de Dios son indispensables para tener un real progreso en santidad.

Hay cosas en nuestra vida en que, con el deseo de hacer bien, podemos hacer mal, un mal que nos lleva a la deformidad espiritual. Para ser especifico, permítanme mencionar unas pocas.

1. Cuando en nuestra determinación de ser arrojados llegamos a ser descarados. El coraje y la humildad pueden marchar parejos en el carácter cristiano: ambos se hallaron en perfecta proporción en el Señor Jesucristo, y ambos brillaron con belleza en Su trato con Sus enemigos. Pedro delante del Sanedrín, y Pablo delante de Agripa, mostraron ambos las mismas cualidades; aunque en cierta oportunidad Pablo perdió la caridad, y dejándose llevar de la carne apostrofó al sumo sacerdote diciéndole, "Herirte ha Dios, pared blanqueada". Pero tenemos que poner en el crédito del apóstol que cuando vio lo que había dicho pidió disculpas inmediatamente (Hechos 23:1-5).

2. Cuando en nuestro deseo de ser francos llegamos a ser rudos. Candor sin rudeza siempre se halló en el hombre Cristo Jesús. El hombre que se jacta de llamar siempre espada a una espada, termina por llamar a todo una espada. Aun el fogoso Pedro aprendió que el amor no suelta todo lo que sabe (1 Pedro 4:8).

3. Cuando en nuestros esfuerzos por ser vigilantes llegamos a ser suspicaces. Porque hay muchos adversarios tenemos la tentación de ver enemigos donde no hay. Porque estamos en conflicto con el error tendemos a desarrollar un espíritu de hostilidad contra todos los que no concuerdan en todo con nuestras ideas. Satán pone poco cuidado si nos arrastra a una doctrina falsa, o nos vuelve agrios; de todos modos él sale ganando con una u otra cosa.

4. Cuando tratando de ser serios, nos volvemos sombríos. Los santos tienen que ser siempre serios, pero ser sombríos es un defecto del carácter, y nunca debe ser equiparado con la santidad. La melancolía religiosa puede indicar la presencia de la duda o el pecado, y si continúa por largo tiempo, puede conducir a una seria perturbación mental. El gozo es una gran terapéutica para la mente. "Regocijaos en el Señor siempre" (Filipenses 4:4).

5. Cuando deseando ser candentes nos tornamos superescrupulosos. Si el diablo no puede destruir la conciencia, procura por lo menos enfermarla. Conozco a cristianos que viven en un estado de tensión constante, temiendo a cada paso desagradar a Dios. Su mundo de actos permitidos se estrecha año por año, hasta que al fin no pueden engranar en ninguna actividad normal de la vida. Piensan que esta autotortura es una prueba de santidad, pero ¡cuan equivocados están!

Estos son unos pocos ejemplos de desequilibrio serio en nuestra vida cristiana. Espero que el remedio haya sido sugerido.

La Necesidad de Iluminación Divina

Las verdades espirituales y las naturales difieren en su constitución y en la manera que tenemos nosotros de aprehenderlas.

Las verdades naturales se aprenden independientemente de nuestra condición moral o espiritual. Las verdades de la ciencia natural por ejemplo,

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pueden ser comprendidas y entendidas por cualquier persona de inteligencia normal, sea éste un correcto caballero o un cachafaz. No hay relación, por ejemplo, entre castidad y lógica, o entre bondad y oceanografía. Por lo mismo, todo lo que se requiere para captar proposiciones filosóficas es cierto grado de vigor mental. Un hombre puede estudiar filosofía durante toda su vida, puede enseñar filosofía, escribir libros acerca de ella, y con todo, ser un orgulloso, un codicioso y un deshonesto en muchos aspectos de su vida privada.

La misma cosa puede decirse de la teología. Un hombre no necesita ser bueno para aprender teología. Me imagino que no hay verdad enseñada en todos los seminarios teológicos de la tierra que no pueda ser aprendida tanto por un sinvergüenza o estafador que por un consagrado cristiano. Aunque no hay duda que la mayoría de los estudiantes teológicos viven vidas superiores al medio ambiente, debe ser tenido en cuenta también que ellos pueden aprender sus lecciones sin tener que llevar una vida a una altura mayor del mínimo de lo que la institución demanda para permanecer en ella.

No necesito forzar la imaginación para ver a Judas obteniendo un Bachillerato en Teología, si ese grado académico hubiera existido en aquellos días. Simplemente, es que no hay una relación necesaria entre lo que un estudiante aprende en una institución teológica y el estado de su propio corazón. Todo lo que se enseña en las materias de hamartiología, soteriología, escatología, pneumatología y cualquier otra, puede ser entendida tanto por un pecador como por un santo. Y ciertamente, no se necesita ningún grado de santidad para aprender griego o hebreo.

Seguro que Dios tiene cosas que decir al que es de corazón puro, que no puede decir al hombre de vida pecaminosa. Porque lo que El tiene que decir no es teológico, sino espiritual; y aquí es donde descansa todo el peso de mi razonamiento. Las verdades espirituales no pueden ser recibidas según el orden natural en que se reciben las otras. "Pero el hombre natural no percibe las cosas que son del Espíritu de Dios, porque para él son locura, y no las puede entender, porque se han de discernir espiritualmente" (2 Corintios 2:14).

Nuestro Señor se refirió muchas veces a esta clase de conocimiento espiritual. Para él era el fruto de una iluminación espiritual, no contraria pero sí más allá del conocimiento meramente intelectual. El cuarto evangelio está lleno de esta idea; y es tan importante esta idea para la comprensión del evangelio de Juan, que nadie que no la acepte puede captar las enseñanzas de Jesús dadas por el apóstol Juan. Y la misma idea se halla en la Primera Epístola de Juan, haciendo de esa epístola una extremadamente difícil de entender, pero también haciendo de ella una de las más hermosas cuando se capta su significado, ,y sus verdades se disciernen espiritualmente.

La necesidad de iluminación espiritual con el fin de captar las verdades espirituales se halla presente en todo el Nuevo Testamento, y está de acuerdo con el tenor general de los Salmos, los Proverbios y los Profetas. Los libros de la Apócrifa están de acuerdo con las Escrituras en este punto, y aunque no deben ser tomados como verdad divinamente revelada, muestran al menos cómo los sabios de Israel entendían esta verdad divina y como recibirla en el corazón humano.

El Nuevo Testamento traza una línea bien precisa entre la mente natural y la mente que ha sido tocada por el fuego divino. Cuando Pedro hizo aquella buena confesión: "Tú eres el Cristo, el Hijo del Dios viviente", nuestro Señor replicó, "Bienaventurado eres. Simón hijo de Jonás, porque no te lo reveló carne ni sangre, sino mi Padre que está en los cielos". Y Pablo expresa claramente la

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misma cosa cuando dice, "Ningún hombre puede llamar a Jesús Señor, si no es por el Espíritu Santo”

La suma de lo que estamos diciendo es que hay una iluminación, concedida divinamente, sin la cual la verdad teológica es información y nada más. Aunque esta iluminación nunca es dada aparte de la teología, es posible tener teología sin tener iluminación. Esto da por resultado lo que ha sido dado en llamar "teología muerta". Y aunque hay algunos que niegan que se pueda ser ortodoxo y muerto al mismo tiempo, yo temo que la experiencia lo prueba así.

Los avivamientos, como se han experimentado en las iglesias en el pasado, no eran más que nuevos captamientos de la verdad espiritual por parte de personas que eran muy ortodoxas. El predicador de avivamiento, cuando ejercía bien su oficio, no trataba de enseñar doctrina. El objeto era despertar a las iglesias que a la vez que ortodoxas en credo estaban vacías de vida espiritual. Cuando iba más allá de esto se convertía en algo más que un predicador de avivamientos. El avivamiento puede venir solo a aquellos que ya conocen la verdad. Cuando el significado interior de las doctrinas familiares relampaguean súbitamente sobre el corazón de un cristiano, ha empezado el avivamiento para él. Puede ir mucho más allá de esto, pero nunca puede ser menos.

La Verdad Tiene Dos Alas

La verdad es como los pájaros; no puede volar con una sola ala. Y sin embargo nosotros estamos tratando de levantar vuelo moviendo furiosamente una sola ala y manteniendo la otra fuera de la vista.

Creo que fue el doctor G. Campbell Morgan quien dijo que la verdad completa no descansa solamente en un "así está escrito", sino en un "así está escrito y así también está escrito". El segundo texto debe ser puesto al lado del primero para hallar el balance entre los dos y encontrar la simetría de la verdad, de la misma manera que el pájaro debe mover sus dos alas a compás, para poder levantar y seguir vuelo.

Mucho de las divisiones doctrinales entre las iglesias se debe al hecho de esa necia y terca obcecación que tienen algunos de ver solo un lado de la verdad. Los que así hacen se aferran a su texto favorito, y se niegan tercamente a reconocer la validez que tiene el otro. Este error ya es un mal entre las iglesias, pero se puede tomar en tragedia cuando entra en el corazón de los creyentes individuales y afecta su vida devocional.

La falta de balance en la vida cristiana se debe a excesivo énfasis en algunos textos favoritos, con un correspondiente muy poco énfasis en los otros textos que los balancean. Porque no solo la negación plena anula una verdad; el darle relativamente poco énfasis a la larga hará igual daño. Y esto nos pone a nosotros en la extraña posición de mantener una verdad teóricamente mientras la desdeñamos en la práctica. Dejar sin uso una verdad es lo mismo que dejar sin uso un músculo: no sirve.

Hay veces en que nuestra dogmática insistencia en decir "así está escrito", y nuestra negación de oír "pero también está escrito así" nos convierte en herejes, siendo nuestra herejía una de esas que no despierta oposición entre los teólogos. Un ejemplo de esto es la enseñanza que corre por ahí y que tiene que ver con la confesión de pecados. Dice esta enseñanza que Cristo murió por nuestros pecados, no solo por los que hemos cometido sino por los que

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cometeremos en el resto de nuestra vida. Cuando aceptamos a Cristo recibimos el beneficio de todo lo que hizo por nosotros en Su muerte y resurrección. En Cristo todos nuestros pecados presentes han sido perdonados de antemano. Por lo tanto no es necesaria la confesión de ellos. En Cristo ya están todos perdonados.

Por supuesto, esto está completamente equivocado. Y la cosa es peor porque es medio verdad. Es cierto que Cristo murió por todos nuestros pecados, pero no es cierto que porque Cristo murió por todos nuestros pecados nosotros no debemos confesar que hemos pecado, cuando lo hemos hecho. Esta conclusión no se sigue de la premisa anterior.

Está escrito que Cristo murió por nuestros pecados, pero también está escrito que "si confesamos nuestros pecados, él es fiel y justo para perdonar nuestros pecados" (1 Juan 1:9). Estos dos textos están escritos con respecto a la misma compañía de personas, es decir los cristianos. ¡No debemos forzar al primer texto a invalidar el segundo! Ambos son ciertos, y uno complementa el otro. El significado de ellos es que siendo que Cristo murió por nuestros pecados, si los confesamos, seremos perdonados de ellos. Enseñar de otra manera es pretender volar con una sola ala.

Otro ejemplo: hay quienes dicen que es malo orar dos veces por la misma cosa. La razón que dan es que si hemos orado con verdadera fe, entonces hemos recibido la respuesta con un solo pedido. Orar por segunda vez seria dudar de Dios o de nuestra fe; ergo, no debe haber segunda oración.

En esta enseñanza hay tres cosas malas. Una es que ignora una cantidad de pasajes bíblicos; la segunda es que rara vez funciona en la práctica, aun para las almas más santas; y la tercera es que, si persiste, le roba al hombre de oración dos de sus armas más poderosas en su lucha contra el demonio y la carne: la intercesión y la petición.

Se puede decir con toda seguridad que el verdadero intercesor nunca es un hombre de una sola oración, ni nunca el intercesor victorioso gana su victoria con la primera y única oración. Si David hubiera sido partidario de esta enseñanza de la sola oración hubiera reducido sus salmos a un tercio de los que escribió. Elías no hubiera orado siete veces por lluvia (e, incidentalmente, tampoco hubiera habido lluvia); nuestro Señor no hubiera orado tres veces "diciendo las mismas palabras"; ni Pablo hubiera "rogado al Señor tres veces" para que se le quitara la espina de la carne. De hecho, si esta enseñanza fuera cierta, mucho de la Biblia tendría que ser 'reescrito, porque la Biblia habla mucho acerca de la oración constante, continua y persistente.

Una cosa que yace oculta en esta enseñanza mencionada es un inconsciente orgullo espiritual. El cristiano que rehúsa confesar sus pecados sobre la base de que ya están perdonados, se está colocándola sí mismo por encima del profeta y salmista, y de todos los santos que nos han dejado un testimonio sincero de sí, desde el apóstol Pablo hasta nuestros días. Ellos no escondieron sus pecados detrás de un silogismo, sino que los confesaron pública, sincera y claramente. Quizá sea por ello que estos hombres fueron grandes almas, y los que traen esta enseñanza son almas muy pequeñas.

Y no es necesario mas que contemplar la presumida sonrisa de superioridad del cristiano de la una-oración-y-no-más para darse cuenta que hay una enorme cantidad de orgullo detrás de ella. Mientras algunos cristianos agonizan en oración, luchando con Dios, ellos se sientan en humilde orgullo esperando la respuesta. Ellos no necesitan orar mucho; para ellos una sola oración basta. El diablo no tiene ningún temor de tales cristianos. Ya les ha ganado la batalla, y su técnica ha sido una falsa lógica.

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Usemos ambas alas. Así iremos siempre adelante.

Las Riquezas No Reclamadas

Las bendiciones espirituales en lugares celestiales, las cuales son nuestras por obra de Cristo, pueden dividirse en tres clases:

La primera clase la forman aquellas bendiciones que nos vienen inmediatamente por medio de la conversión: tales como perdón, justificación, regeneración, el ser hechos hijos de Dios, y ser bautizados en el Cuerpo de Cristo. Las poseemos en Cristo aun antes que sepamos que somos dueños de ellas. Ese conocimiento nos llega más tarde, cuando estudiamos las Sagradas Escrituras.

La segunda clase son aquellas que poseemos por herencia, pero no las disfrutamos todavía, pues es necesario que el Señor regrese en persona. Estas incluyen la última y completa perfección de la mente y la moral, la glorificación de nuestros cuerpos, la restauración de la imagen divina en nuestra personalidad y la admisión a la presencia de Dios para gozar de Su beatífica contemplación. Estas bendiciones son nuestras como si las poseyéramos ahora, pero seria inútil que nos pusiéramos a orar para recibirlas en esta peregrinación. Dios ha dicho claramente que están reservadas para el tiempo de la manifestación gloriosa de los hijos de Dios (Romanos 8:18-25).

La tercera clase de bendiciones son aquellas que son nuestras por virtud de la sangre expiatoria derramada, pero que debemos apropiárnoslas personalmente por medio de un acto de nuestra voluntad. Estas incluyen liberación de los pecados de la carne, victoria sobre el yo humano, el manar constante del Espíritu Santo a través de nuestra persona, el llevar fruto en el servicio a Cristo, conciencia de la Presencia de Dios, crecimiento en la gracia, y un sentido siempre creciente de comunión con Dios, junto con un constante espíritu de adoración. Estas bendiciones no vienen a nosotros automáticamente y no debemos esperar hasta que Cristo las traiga en su Segunda Venida. Ellas son para nosotros lo que la Tierra Prometida era para Israel: deben ser poseídas a medida que crecen nuestra fe y valor.

Para hacer esto perfectamente claro, permítanme presentarles cuatro proposiciones tocantes a esta herencia de alegría que Dios ha puesto delante de nosotros:

1. Usted no tendrá nada, a menos que vaya detrás de ello. Dios no le fuerza a nada. Así como Josué tuvo que pelear para posesionarse de la tierra prometida usted también debe pelear por llegar a la perfección, haciendo frente y venciendo a cualquier enemigo que se le interponga en su derecho de posesión. La tierra no va a venir a usted; usted tiene que ir a la tierra y entrar en ella por el camino de la autonegación y el desprendimiento del mundo. "Todos los que transitan este camino -dice Juan de la Cruz- encontrarán muchas ocasiones de alegría y sufrimiento, muchas esperanzas y penas; algunas de las cuales serán el resultado del espíritu de perfección; otras, del de imperfección".

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2. Usted tendrá tanto como insiste tener. "Cada lugar que pisare la planta de vuestro pie, os lo he dado", dijo Dios a Josué. Y este principio espiritual corre por toda la Biblia. La historia de Israel está jalonada de los hechos de aquellos que reclamaron la posesión de su herencia. Tal, por ejemplo, cuando Caleb quien, luego de la conquista de Canaán, demandó de Josué la montaña que Moisés le había dado, y la consiguió. Y otra vez cuando las hijas de Zelofehad se pararon ante Moisés y le dijeron, "Danos nuestra heredad entre los hermanos de nuestro padre", y su pedido les fue concedido. Esas mujeres recibieron su herencia no por indulgencia de Moisés, sino porque estaba envuelta en el asunto una promesa de Dios. Cuando estamos reclamando el cumplimiento de una promesa divina, no tenemos que ser cortos en el pedido. Cuanto más osada la petición, más gloria a Dios damos cuando recibimos.

3. Usted tendrá tan poco como poco sea lo que lo satisfaga. Dios da a todos los hombres liberalmente, pero es absurdo pensar que la liberalidad de Dios hace a un hombre más santo de lo que él desea. El hombre, por ejemplo, que se satisface con vivir una vida derrotada, nunca se levantará a reclamar una victoria. El creyente que se conforma con seguir a Jesús de lejos, nunca disfrutará del radiante calor y la luz de Su presencia. El hombre que se contenta con una vida opaca y estéril, nunca experimentará el gozo de la plenitud del Espíritu Santo o la profunda satisfacción de la vida llena de frutos.

Es descorazonador a todos aquellos que se preocupan, y seguramente una gran tristeza para el Espíritu, ver como tantos cristianos se contentan con poseer tan poco pudiendo ser dueños de tanto. Yo he llevado personalmente una carga de tristeza durante muchos años, mientras he andado entre cristianos evangélicos que en cierto momento de sus vidas hicieron un compromiso con los deseos más santos de su corazón, y luego descendieron a una vida cristiana tibia y mediocre, indigna de ellos mismos, y del Señor al cual dicen servir. Y tales cristianos se hallan por todas partes.

4. Usted tiene tanto ahora como desea tener. Todo hombre está tan cerca de Dios como quiere estar, y es tan santo y lleno del Espíritu como desea ser. Dice nuestro Señor, "Bienaventurados los que tienen hambre y sed de justicia, porque ellos serán hartos". Si hubiera un solo hombre sobre la tierra que estuviera hambriento y no fuere satisfecho, entonces toda la Biblia se vendría al suelo.

Pero debemos hacer una distinción aquí entre desear y querer. Por desear queremos significar el deseo total del corazón. Por cierto que hay muchos que desean ser santos o victoriosos o felices, pero no quieren llenar las condiciones de Dios para serlo.

Que Dios haya puesto delante de sus hijos redimidos un vasto mundo de tesoros espirituales y que ellos rehúsen o desdeñen reclamarlos, puede resultar fácilmente en la segunda gran tragedia en la historia de la creación moral, siendo la primera y más grande, la caída en el Edén.

Viviendo la Vida con Conciencia de Dios

Si Dios es el Bien Supremo, entonces nuestra mayor bendición en la vida

será conocerle en la forma más perfecta posible.El fin último de la redención es conducirnos a la misma presencia de la

Deidad. En nuestro estado presente, y con estos ojos físicos, es imposible ver a

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Dios, porque ya lo dice la Escritura, "Tú no podrás ver mi rostro; porque no me verá hombre y vivirá" (Éxodo 33:20). Cuando la obra de Cristo esté completada en Su pueblo, será empero posible, aun natural para los hombres redimidos, contemplar a su Redentor. Esto está claramente afirmado por el apóstol Juan: "porque sabemos que cuando él apareciere, seremos semejantes a él, porque le veremos tal como él es" (1 Juan 3:2). Y también está escrito, "El trono de Dios y del Cordero estarán allí, y sus siervos les servirán, y ellos verán su rostro" (Apocalipsis 22:3-4).

Esta venturosa experiencia ha sido llamada la Visión Beatífica, y será la culminación de toda posible bendición humana. Traerá a los santos a un estado de perpetua bendición, la cual, gustada solo por un momento, librará a los amados de Dios de toda pena, dolor y mal recuerdo del pasado, sufridos aquí debajo. Esta será la porción de todos los vencedores. Bernardo de Cluny lo describe así:

Tú sentirás en místico rapto,Oh Novia, que no conoces culpa,Los besos dulces del Príncipe,Y Su amorosa sonrisa;Lilas frescas, brazaletesDe vivientes perlas serán tuyas;El Cordero estará a tu lado,El Esposo será todo tuyo,Su Corona tu galardón,El escudo que te protege,Y Él mismo la Mansión,Y Él mismo el Arquitecto.

Es cosa cierta que a lo largo de los siglos una selecta compañía de cristianos han testificado haber sido transportados a un estado donde, pudieron experimentar la Visión Beatífica, a lo menos en cierto grado, estando en su cuerpo natural, viendo al Bendito no con los ojos de la carne, sino con el ojo del Espíritu.

Siendo por naturaleza yo muy reticente en cuanto a eso de aceptar lo sobrenatural, he buscado apartarme de esta zarza ardiente. Pero el carácter santo de algunos de esos hombres, su excelente buen sentido, y su sana base teológica, junto con su devoto servicio a la humanidad, ciertamente los ponen por encima de toda sospecha de fanatismo o impostura. Y uno debe aceptar su testimonio como válido.

Supongo que la vasta mayoría de nosotros debe esperar hasta la venida del Señor para contemplar en su totalidad la gloria del Altísimo. Mientras tanto, creo que estamos perdiendo una buena medida de radiante gloria que es nuestra por el pacto de sangre y obtenible para nosotros en este presente tiempo, si creemos, y tratamos de andar, en el camino de una vida santa.

Al tratar de conocer a Dios más profundamente debemos tener en cuenta que no es necesario persuadir a Dios. El ya está persuadido en nuestro favor, y no por nuestras oraciones, sino por la disposición generosa de su bondadoso corazón. "Está en la naturaleza de Dios el darse a si mismo a cada alma virtuosa", dijo Meister Eckhart. "Sabiendo por tanto que Dios está obligado a actuar, se derramará íntegro en ti tan pronto tú estés listo para recibirle". Puesto que la naturaleza aborrece el vacío, el Espíritu Santo corre para llenar el corazón que se ha vaciado de toda pasión por el mundo y el pecado. Esto no es

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un acto innatural y no necesita ser inusual, porque está perfectamente de acuerdo con la naturaleza de Dios. El debe actuar como lo hace porque El es Dios.

Es imposible sobreestimar el valor de la oración interna para aquel que desea vivir una vida con condénela de Dios. La oración a tiempos estableados es buena y provechosa; siempre tendremos necesidad de ella mientras estemos en la tierra. Pero esta clase de oración debe ser secundada y aun sostenida por el hábito de la oración interna, la oración que se hace sin palabras.

Pero alguno preguntará como es posible en este mundo estar pensando continuamente en Dios. ¿No seria una carga demasiado grande tener enfocada permanente la mente en Dios en medio de una civilización compleja, confusa y ruidosa como la nuestra? Malaval tiene la respuesta para ello. "Las alas de la paloma no le hacen peso", dice él, "por el contrario, llevan su peso por el aire. Del mismo modo el pensamiento de Dios no es nunca una carga; es una brisa suave que nos eleva, una mano que nos sostiene y levanta, una luz que nos guía, y un espíritu que nos vivifica, aunque no sintamos que está obrando".

Todos sabemos como la presencia de alguien a quien amamos mucho levanta nuestros espíritus y nos llena con un radiante sentimiento de bienestar. Así el que ama a Dios con amor intenso, es elevado en rapto por Su Presencia consciente. "Y los discípulos se alegraron, viendo al Señor".

Si solamente paráramos de lamentarnos y eleváramos la mirada, veríamos a Dios. Cristo ha resucitado. El Espíritu ha sido derramado de lo alto. Todo esto lo sabemos como verdades teológicas. Nos toca convertirlo en una gozosa experiencia espiritual. ¿Y cómo se cumpliría esto? No hay nuevas técnicas; si es nueva, es falsa. El viejo, el antiguo método, todavía sirve. El compañerismo consciente con Cristo es por fe, amor y obediencia. Y el más humilde creyente no necesita estar sin esto.

Creyendo o Visualizando

La incredulidad es tan prevaleciente que no quiero decir nada que pueda ser interpretado como excusándola, pero nuestro ser es tan lento para creer que creo que lo que debemos culpar por nuestra incredulidad es nuestra inhabilidad para visualizar.

Hay algunas verdades establecidas en las Escrituras que ponen una carga en nuestra mente. La revelación divina nos dice que ciertas cosas son ciertas aunque nuestra imaginación sea incapaz de captarlas. Creemos en ellas, pero no las podemos ver con los ojos de la mente.

Puede ser señalado aquí que la facilidad con que uno capta una verdad está en proporción exacta a su externalidad como distinta de su interioridad. La historia bíblica, por ejemplo, por ser objetiva y externa, es fácil de creer. Creemos todo lo que se nos dice de Moisés, de David o de Pedro porque fácilmente podemos "ver" lo que se nos cuenta de ellos, pero verdades tales como la regeneración o la habitación del Espíritu en nosotros, no podemos visualizarlas, y por eso nos cuesta más creerlas. Esto lo debemos reconocer como psicológico, no espiritual, y deberíamos cesar de regañamos a nosotros mismos por algo que no hemos hecho.

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Como lo he dicho muchas veces antes, no podemos actuar correctamente a menos que pensemos correctamente, y no podemos pensar rectamente a menos que sepamos distinguir creyendo de visualizando. Las dos cosas no son iguales. Una es moral, la otra es mental. La decisión de no creer muestra que el hombre ama más las tinieblas que la luz, mientras que la inhabilidad para visualizar indica solamente falta de imaginación, algo que no se nos echará en cara cuando estemos ante el tribunal de Cristo.

La habilidad de visualizar bien se halla entre personas de mente vigorosa, independiente de su estado moral o espiritual. Un hombre que no tiene fe en Dios o en Cristo puede tener una imaginación aguda que lo capacita para pintar interiormente todo lo que oye describir. Puede captar todo bien, sin necesidad de cartas o de ilustraciones, porque es capaz de crear una imagen interna tan clara como una fotografía. Otro hombre, que cree sinceramente la palabra de Dios y lo demuestra por obediencia y caridad, puede hallar difícil imaginar o visualizar las cosas que cree. Ese hombre podría culparse a si mismo por lo que él cree es incredulidad.

El cristiano sabio no permitirá que su seguridad dependa de los poderes de su imaginación. Personalmente reconozco que es difícil para mí hacerme una representación pictórica de la resurrección y la vida futura. Pero creo sin vacilación todo lo que está escrito en la Palabra de Dios acerca de ello, y puedo afirmar, junto con toda la familia de Dios,

Creo en el Espíritu Santo,la santa iglesia universal,la comunión de los santos,el perdón de los pecados,la resurrección del cuerpo,y la vida perdurable.

Con todo, obtengo poca satisfacción cuando hago esfuerzos para imaginar la resurrección y el estado glorificado. He escudriñado todo el Apocalipsis sin recibir mucha ayuda en mi intento de visualizar la vida por venir. He meditado amorosamente en el himno de Bernardo "El País Celestial", y mi corazón ha sido elevado casi hasta el éxtasis por las escenas descritas allí, pero cuando trato de imaginarme a mi mismo estando en ese país, mi mente desmaya con el esfuerzo. Yo creo con certeza inquebrantable que nuestro Señor ha ido a preparar un lugar para nosotros, y que El volverá para tomamos consigo, pero no puedo formar una imagen mental de ello.

Indudablemente que Bernardo, con toda su brillante imaginación y su conocimiento de las Escrituras, a veces hallaba difícil verse a sí mismo caminando en las mansiones celestiales y captar con sus propios ojos la Visión Beatifica. Al principio yo estaba tentado a culparlo un poco por lo que parecía una duda en lo que él escribía:

Dulce y bendito país,¿Te veré alguna vez?¡Oh, dulce y bendito país!¿Tu gracia alguna vez tendré?Tengo en mí la esperanza,De consuelo y bendición.¿Pero ganaré el premio mismo?Dímelo, dímelo que sí.

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Entonces leí la triunfante respuesta que se dio a si mismo y comprendí:

¡Exaltaos, polvo y ceniza!¡El Señor será tu parte;De El solo. Solo Suyo siempreTu eres y tú serás!

La fe verdadera no es la habilidad de visualizar las cosas invisibles para la satisfacción de nuestras mentes imperfectas. Más bien es el poder moral de confiar en Cristo. Para estar contento y sin temor cuando viaja con su padre, un niño no necesita ser capaz de imaginar todos los sucesos; solo necesita conocer al padre. Nuestras vidas terrenales son una malla dorada de misterios, los cuales experimentamos sin comprender, cuanto más nuestra vida en el Espíritu. Jesucristo es nuestro todo en todo. Solo necesitamos confiar en El, y El se hará cargo del resto.

Posiblemente se deba a mi propia natural estolidez que hallo tan profunda satisfacción en las palabras del profeta: "Y guiaré a los ciegos por camino que no sabían, les haré andar por sendas que no habían conocido; delante de ellos cambiaré las tinieblas en luz, y lo escabroso en llanuras. Estas cosas les haré, y no los desampararé" (Isaías 42:16). Dios nunca me ha fallado en este mundo; puedo confiar en El para el mundo por venir.

La Vida Cristiana No Es Fácil

Cuando empezamos a ir más adelante en la vida cristiana, y comenzamos a escalar mayores alturas, debemos esperar una mayor oposición y más dificultades en el camino, de parte del enemigo de nuestras almas. Aunque esto rara vez es mencionado a los cristianos como un hecho cierto de la vida, es un hecho muy sólido, como cada cristiano experimentado lo sabe, y uno que debemos aprender a encarar, o tropezar en él para vergüenza nuestra.

Satanás odia al cristiano verdadero por varias razones. Una de ellas es que es amado por Dios, y Satanás odia todo lo que Dios ama. Otra razón es que los cristianos, siendo hijos de Dios, llevan una semejanza del Padre, y de la casa de la fe. El antiguo odio y el viejo celo de Satanás hacia Dios no han cedido en lo más mínimo con el correr del tiempo. Cualquier cosa que le recuerda a Dios, es para él objeto de su maligno odio.

Una tercera razón es que el cristiano es un antiguo esclavo que ha escapado de las galeras, y Satanás no lo puede perdonar por esta afrenta. Una cuarta razón es que la constante oración del cristiano es una seria amenaza para la estabilidad del gobierno de Satanás. El cristiano es un rebelde santo, que está suelto en el mundo y que tiene acceso al trono de Dios. Satanás no sabe de qué dirección le vendrá el peligro. ¿Quién sabe cuándo puede surgir otro Elías, ú otro Daniel, otro Lutero ú otro William Booth? ¿Quién puede predecir cuándo o dónde ha de surgir otro Finney o Moody, para liberar a toda una ciudad, y aun un país entero por la predicación de la Palabra y la oración? Tal peligro es demasiado grande para ser tolerado. Por eso Satán procura desde muy temprano atacar al nuevo converso para prevenir que se le vuelva un enemigo demasiado formidable.

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El nuevo convertido se convierte por eso en el blanco favorito de los dardos de fuego del maligno. Satán sabe que la mejor manera de deshacerse de un soldado es destruirlo antes que se haga un hombre. El niño Moisés tiene que ser matado antes que se haga hombre y venga a ser el libertador de una nación. No se le debe permitir al niño Jesús crecer, hasta hacerse hombre y morir en la cruz por los pecados de toda la humanidad. El nuevo cristiano tiene que ser anulado pronto, o por lo menos entorpecido para que no llegue a ser un problema real más tarde.

Yo no creo que Satanás tenga mucho interés en destruir a los cristianos físicamente. El soldado que muere en el campo de batalla, realizando un acto heroico, no es una gran pérdida para el ejército, y puede ser el objeto del orgullo de todo el país. Por otra parte el soldado que no pelea, y huye cuando suena el primer tiro del enemigo es una vergüenza para la familia y una desgracia para su nación. Por eso un cristiano que muere por su fe no es una pérdida irreparable para las fuerzas de la justicia en la tierra y ciertamente no es una victoria del diablo. Pero cuando regimientos enteros de cristianos profesantes son demasiado tímidos para pelear, y demasiado presumidos para avergonzarse, pondrán una sonrisa astringente ante la faz del enemigo, y por cierto que mucho rubor en las mejillas de toda la iglesia de Cristo.

La estrategia maestra del diablo, entonces, no es matar a los cristianos físicamente (aunque hay ciertas situaciones específicas cuando la muerte física entra mejor dentro de sus planes) sino anular nuestra capacidad de combate espiritual. ¡Y cuánto éxito no ha tenido Satanás en esto! El cristiano corriente en nuestros días es algo bastante inofensivo. Dios lo sabe. Es un niño, vistiendo con excesiva conciencia de sí mismo, la armadura del soldado. Es un aguilucho enfermo, que no tiene fuerza en las alas para remontarse. Es un cansado peregrino que, habiendo abandonado la jornada, se sienta a la orilla del camino con una laxa sonrisa, tratando de obtener alguna satisfacción de las flores que ha ido recogiendo por el camino.

Estos ya han sido atrapados. Satanás los agarró temprano. Por medio de falsas enseñanzas, o por medio de una enseñanza inadecuada, o por el gran descorazonamiento que viene de estar en una iglesia apagada, ha tenido éxito en debilitar sus resoluciones, neutralizar sus convicciones y domar el deseo de hacer hazañas. Ahora son poco más que números estadísticos que sostienen económicamente las finanzas de la institución religiosa. Y tantos pastores hay que se contentan con ser los curadores sonrientes de una iglesia llena, o casi llena, de tales vetustas piezas espirituales de museo.

Si Satanás se opone al nuevo converso, mucho más se opone a aquel que está decidido a 'escalar las mayores alturas espirituales. La vida llena del Espíritu no es, como algunos suponen, una vida llena de paz, serenidad y quietud. Más bien parece lo opuesto.

Vista de cierta manera es un peregrinaje a través de un bosque infestado de bandidos; vista de otro es una amarga lucha continua con Satanás. Siempre hay lucha, y a veces una batalla campal con nuestra propia naturaleza donde las líneas se confunden tanto, que es del todo imposible localizar al enemigo; o decir cuando un impulso es del Espíritu y cuando es de la carne.

Puede haber una completa victoria para nosotros, si tomamos el camino del Cristo triunfante; pero eso no es lo que estamos considerando ahora. Lo que deseo señalar aquí es que, si deseamos desertar de la lucha, no tenemos más que volvernos a la vida cristiana sub-normal como es vista generalmente. Esto es lo que Satán desea. Esto echa por tierra nuestro poder, detiene nuestro crecimiento y nos deja inermes ante el reino de las tinieblas.

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La deserción quitaría la presión. Satán no molesta más al hombre que ha abandonado la lucha. Pero el precio que paguemos por abandonar el campo de batalla resultará en una vida de pacífico estancamiento. Los que somos hijos de la eternidad no podemos tolerar tal cosa.

Afirmación y Negación

La noción de que entramos en la vida cristiana por un acto de aceptación es cierta, pero no es toda la verdad. Hay mucho más. Hacerse cristiano supone una aceptación y un rechazamiento, una afirmación y una negación. Y esto no solo en el momento de la conversión, sino que sigue día por día en todas las batallas de la vida, hasta que el cristiano llega al hogar celestial y todas las luchas terminan.

Vivir una vida por completo positiva es, afortunadamente, imposible. Si algún hombre consigue lograr eso seria solo por un momento. Vivir positivamente seria lo mismo que inhalar siempre sin nunca exhalar. Además de ser imposible, seria fatal. La exhalación es tan necesaria para la vida como la inhalación. Aceptar a Cristo hace necesario que también rechacemos todo lo que es contrario a El. Este es un hecho que muchos evangelistas ignoran a menudo, en su afán de obtener resultados. Lo mismo que el vendedor que pondera solo las bondades del producto, pero nada dice de sus desventajas, el "ganador de almas" mal preparado afirma lo positivo sin mencionar lo negativo.

No debemos alarmamos por la sugestión que hay desventajas en la vida con Cristo. Ciertamente, las hay. Abel fue asesinado; José fue vendido como esclavo; Daniel echado en el foso de los leones; Esteban apedreado hasta la muerte; Pablo decapitado; y una larga y noble fila de mártires muertos en distintas y dolorosas maneras a lo largo de los siglos. Y donde la hostilidad no llegó a tales grados de violencia, (y mayormente no llegó ni llega) los hijos de este mundo se encargaron de hacerle la vida pesada a los hijos de Dios con mil crueldades. Todo aquel que ha vivido por Cristo en un mundo sin Cristo ha sufrido algunas pérdidas y ha soportado algunos dolores que hubiera podido evitar por el simple expediente de abandonar su cruz.

Sin embargo, los dolores son pocos y las pérdidas inconsecuentes comparadas con la gloria que seguirá, "porque nuestra ligera aflicción, que dura solo por un momento, nos obra un sobremanera alto y eterno peso de gloria". Pero mientras andamos aquí entre los hombres con nuestros sensibles corazones expuestos a la frialdad de un mundo incrédulo, es imperativo que tengamos una visión realista de las cosas, y que aprendamos como tratar con sus desventajas. Y es importante que digamos toda la verdad a aquellos que estamos tratando de ganar.

El astuto autor Mark Twain decía una vez que las iglesias que hacen la vida cristiana demasiado fácil no aumentan su membresía, en tanto que las que aprietan las clavijas tienen una membresía floreciente. El misionero experimentado sabe que los libros o las porciones bíblicas que se regalan son

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menos apreciados que aquellos que venden, aunque sea por unas monedas. Y cuanto más alto es el precio, más preciosa es la compra.

El Señor llamó a los hombres a servirle, pero nunca hizo el camino fácil. Por el contrario, uno queda con la impresión que el Señor fue demasiado exigente. Muchas veces dijo a sus discípulos y candidatos a discípulos cosas que nosotros discretamente evitamos decir cuando tratamos de ganar almas. ¿Qué evangelista de los de hoy se atreve a decir a las personas que manifiestan deseo de seguir a Cristo, "cualquiera que quiera ser mi discípulo, niéguese a sí mismo, tome su cruz cada día y sígame, porque cualquiera que quiera ganar su vida la perderá, y cualquiera que pierda su vida por causa de mi, la hallará?" Y muchas veces nos vemos en figurillas para contestar a la pregunta que nos hace una persona sobre el significado de las palabras de Jesús, "No penséis que he venido a traer paz a la tierra, porque no he venido a traer paz, sino espada. Porque de aquí en adelante un hombre estará contra su padre, y la hija contra la madre, y la nuera contra su suegra". Esta clase de vida cristiana, áspera y sacrificada, la dejamos para algún raro misionero solitario o quizás para los cristianos que se encuentran detrás de las varias cortinas de este mundo. Las masas de cristianos nominales carecen del músculo espiritual que los capacitaría para tomar un camino tan definitivo y final como éste.

El clima moral contemporáneo no facilita una fe tan maciza y sólida como la que fue enseñada por nuestro Señor y los apóstoles. Los delicados y frágiles cristianos de invernáculo que estamos produciendo hoy en día se pueden comparar difícilmente con aquellos cristianos robustos que una vez dieron su testimonio entre los hombres. Y la culpa la tienen nuestros líderes. Son demasiado tímidos para decirle al pueblo la verdad. Le están pidiendo a la gente que dé a Dios únicamente lo que no les cuesta nada.

Hoy en día nuestras iglesias están llenas (o una cuarta parte llenas) de una blanda generación de cristianos que deben ser alimentados con una dieta de inofensivas diversiones para mantenerles el interés. Conocen muy poco de teología o de Biblia. Apenas habrán leído uno que otro de los clásicos de la iglesia, pero están muy familiarizados con libritos de ficción religiosa y películas. No es de extrañar que su fibra espiritual y moral sea tan débil. Podrían ser llamados meros adherentes a una fe que nunca comprendieron.

¿Cuándo comprenderán los cristianos que si desean amar justicia tienen que aborrecer el pecado? ¿Y que para aceptar a Cristo es imprescindible rechazarse a sí mismos? ¿Que para seguir el camino bueno hay que abandonar el malo? ¿Que el que se hace amigo del mundo se constituye enemigo de Dios? ¿Y que Dios no tolera una zona gris de medias luces donde el creyente pueda refugiarse para escapar, tanto del infierno por venir, como de una presente y rigurosa disciplina?

El Dador y el Tomador

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"Los dones de Dios", decía Meister Eckhart, "son repartidos de acuerdo al tomador y no al dador". Si disfrutáramos de los dones de Dios de acuerdo al dador, nunca habría pobreza espiritual en nuestras vidas, porque con toda seguridad que no hay escasez en Dios.

Si me fuera ofrecida oportunidad de recibir bendiciones espirituales de acuerdo a mi capacidad de pedir o según el deseo de Dios de dar, no vacilaría un momento. Caiga yo en las manos de Dios y no en las de los hombres, ni siquiera en las mías propias. Yo no puedo desear un beneficio espiritual tan ardientemente como Dios desea dármelo. Mis peticiones están limitadas por muchos factores humanos, y seguro que mi petición más atrevida será siempre pequeña. El deseo de dar que tiene Dios es ilimitado, y su capacidad de dar lo que promete no reconoce limitaciones.

Cuando la reina de Saba visitó al rey Salomón recibió dos clases de tesoros. El primero estuvo de acuerdo a su pedido: "El rey Salomón le dio a la reina de Saba conforme a todo su deseo todo lo que ella le pidió". Es imposible decir de cuanto ella se privó por haber limitado su pedido. Modestia, orgullo, timidez, duda—cualquier cosa de esas que hubiera estado en su corazón la hubieran privado de pedir todo lo que deseaba. No tenemos que mirar más que dentro de nuestro corazón para descubrir como ella actuó. Ella tan humana era como nosotros.

Pero el rey Salomón quiso desplegar ante ella su magnanimidad de modo que le dio todo lo que le pidió, "y además le dio de su propio tesoro".así que ella se fue rica, tanto por lo que pidió, como por lo que Salomón en su gracia quiso darle. Por lo que sabemos de Salomón ¿no es razonable pensar que el don de Salomón fue mucho más grande que su expectación? Porque ella le había traído al rey dones de oro y piedras preciosas y especias. Seguramente que Salomón sobrepasó la generosidad de ella.

Desde que Dios es infinito, todo lo que a El se refiere es infinito también. Es decir que nada que tenga que ver con El puede tener limitaciones. Desde el momento que nos permitimos pensar que Dios puede tener limites, aquel en quien pensamos no es Dios sino alguien o algo menos que Dios y diferente a El. Para pensar rectamente acerca de Dios tenemos que imaginarlo siempre como sin límites en Su amor, gracia, misericordia y bondad, y en todo lo que se le puede atribuir correctamente a la Deidad.

No es suficiente que reconozcamos los recursos infinitos de Dios; también debemos creer que es infinitamente generoso para concederlos. Creer la primera cosa no demanda mayor esfuerzo de nuestra fe. Aun el deísta admitiría que el Altísimo, poseedor de los cielos y la tierra, debería ser rico más allá de toda imaginación humana. Pero creer que Dios es un gran dador, lo mismo que un gran poseedor, ya demanda una fe algo más avanzada, y presupone alguna revelación especial a ese efecto, que da validez a nuestras esperanzas. Y esa revelación se ha producido. Nosotros la llamamos la Biblia.

Si creemos en todo esto, ¿por qué los cristianos somos tan pobres? Quizá porque todavía no hemos comprendido que los dones de Dios son repartidos según el recibidor, y no según el dador. Aunque es todopoderoso, e inmensamente sabio. Dios no puede poner un don grande en un recipiente pequeño.

Para recibir en una medida más de acuerdo a lo que Dios puede dar son necesarias cinco cosas.

La primera es fe. Debemos estar convencidos que Dios es bueno, generoso, de buen corazón y listo siempre a conceder Sus bendiciones a Su pueblo del tesoro de un rey. Para tener fe tenemos que sumergimos en las

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Escrituras. Y la fe tiene que ser ejercida si es que va a ser efectiva. La fe es como un músculo: se hace fuerte con el ejercicio.

La segunda cosa es capacidad. Que cada uno de nosotros difiere de otro en capacidad es algo que no necesita ser demostrado; pero la razón por la cual tenemos distinta capacidad es un misterio grande y muy profundo para comprenderlo, por cierto demasiado profundo para discutirlo aquí. Pero sea dicho otra vez más, que cualquiera sea la capacidad que tiene un hombre, ella puede ser aumentada si desea. El alma humana no es un tanque de acero con una medida fija; es una cosa viviente, capaz de crecer y expandirse cuando es movida por las acciones de gracia del Espíritu Santo.

La tercera cosa es receptividad. Y un factor que está siempre presente en la receptividad es el interés. Es virtualmente imposible recibir en nuestra mente algo en el cual no tenemos interés. Un hombre de mente ordinaria puede con el tiempo lograr maravillas en un campo donde ponga verdadero interés, y dejar atrás a muchos hombres de genio que no tienen ese interés. A veces un interés puede sobreponerse a otro. Me pregunto cuantos Rubinsteins o Heifetzs en potencia se quedaron en la oscuridad simplemente porque cuando eran muchachos pusieron menos interés en sus clases de piano o violín que en el partido que se estaba jugando en el potrero de la esquina. Así se destruye muchas veces la receptividad espiritual porque ponemos demasiado interés en las cosas de este mundo.

La cuarta cosa es responsabilidad. Los dones de Dios son dados a quien los usará. Cuando ellos no son usados, se atrofian. La parábola de los diez talentos debe ser una advertencia para nosotros. Cuando Pablo escribe acerca de los dones del Espíritu, dice que esos dones son para provecho de todos. Actitudes egoístas respecto a los dones de Dios pueden destruir su utilidad. Tenemos una responsabilidad seria en este asunto.

La quinta cosa es gratitud. Es imposible ser demasiado agradecido a Dios, pero seria bueno tratar de intentarlo. Nuestro sabio Padre celestial a menudo no nos da un segundo don si no le hemos agradecido suficientemente el primero.

No Hay Substituto para la Teología

Siendo nosotros lo que somos, y siendo las cosas como son, el estudio más provechoso que podemos hacer entonces es el de la teología.

El que la teología reciba menos atención que .ninguna otra disciplina de estudio no debe decirnos nada de su relativa importancia. Eso indica más bien que los hombres siguen ocultos de la presencia de Dios entre los árboles del jardín, y que se sienten muy incómodos cuando se habla de su relación con Dios. Ellos sienten un profundo sentido de alejamiento, y viven en paz consigo mismos solo olvidando que no están en paz con Dios.

Si no hubiera Dios las cosas serian muy diferentes para con nosotros. Si no hubiera Uno al cual hay que rendirle cuentas al fin de la vida, un gran cargo de conciencia seria quitado de nuestra mente. Solo buscaríamos vivir dentro de

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la ley, cosa no del todo difícil en ciertos países, y no tendríamos temor de nada. Pero si Dios ha creado la tierra, y ha puesto sobre ella al hombre en un estado de probación moral, entonces es de suma importancia conocer cual es la voluntad de Dios, y como debemos cumplirla.

Para mi ha sido una incongruencia y una inconsistencia que el existencialismo niegue la existencia de Dios, y al mismo tiempo use el lenguaje del teísmo para hablar a los hombres de sus deberes, y persuadirlos a vivir rectamente. El escritor francés Jean Paúl Sartre, por ejemplo, declara francamente que él representa el existencialismo ateo. "Si realmente Dios no existe", dice él, "no hallamos valores o mandamientos que legitimicen nuestra conducta. Así que en el reino de los valores, no tenemos excusa detrás de nosotros, y no tenemos justificación delante. Estamos solos, sin disculpas". Pero en el párrafo que sigue dice abruptamente, "El hombre es responsable de su pasión". Y todavía más adelante, "Un cobarde es culpable de su cobardía". Y consideraciones tales como estas llenan al existencialista de "angustia, soledad y desesperación".

Me parece a mi que tales razonamientos asumen la verdad de todo lo que buscan negar. Si no hubiera Dios, entonces la palabra "responsable" no podría existir. Ningún criminal necesita temer a un juez que no existe; ni debe temer transgredir una ley que no ha sido dada. Es el conocimiento que existen tanto el juez como la ley que trae temor al corazón del transgresor. Hay alguien ante el cual él es responsable, de otro modo la responsabilidad carece de significado.

Es precisamente porque Dios es, y porque el hombre ha sido hecho a Su imagen y es responsable ante El que el estudio de la teología es tan importante. Solo la revelación cristiana tiene la respuesta a todos los interrogantes de la vida acerca de Dios y el destino humano. Despreciar estas respuestas, y andar buscando otras por ahí sin hallar ninguna es para mi nada menos que insensatez.

Creo que ningún motorista seria disculpado si teniendo que viajar por un lugar desconocido, desdeña el mapa de rutas y trata de hallar su camino contemplando el musgo de los troncos, o consultando el vuelo de las abejas o mirando las estrellas. Si no hubiera mapa, podría encontrar el camino por las estrellas; pero para un viajero buscando el hogar, las estrellas son pobres substitutos para un buen mapa de rutas.

Sin tener un mapa los griegos levantaron una admirable carta de humana navegación; pero los hebreos tenían el mapa divino y nunca necesitaron de la filosofía. Como uno no enteramente desconocedor del pensamiento griego afirmo que cualquiera de los elocuentes capítulos de Isaías, o de los inspirados salmos de David, contiene más ayuda para la humanidad que toda la filosofía que escribieron los griegos en los más brillantes siglos de su historia.

El descuido de las inspiradas Escrituras que exhibe el hombre civilizado de hoy es una vergüenza y un escándalo, porque todas esas Escrituras le dicen a él todo lo que necesita saber acerca de Dios, acerca de su propia alma y acerca del destino de la humanidad. Resulta irónico que los hombres gasten grandes sumas de dinero y gran cantidad de tiempo en desfuerzo por descubrir los secretos de su pasado cuando lo que más necesitan conocer es su futuro.

Ningún hombre es responsable de sus antepasados; y el único pasado por el cual es responsable son esos pocos años que lleva vividos como individuo sobre la tierra. Saber como puedo escapar de la culpa de mis pecados pasados, como ser libre del poder del pecado ahora, y como entrar algún día a la bendita presencia de Dios, en un mañana feliz—eso es más importante para mí que

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cualquier cosa que puedan descubrir los antropólogos. Me parece que es una extraña perversión eso de andar mirando atrás en busca de huellas en el polvo, cuando podemos mirar hacia adelante a la resplandeciente gloria.

Cualquier cosa que me aparte de la Biblia es mi enemigo, no importa cuan inocente parezca ser. Cualquier cosa que atrae mi atención, cuando debería estar meditando en Dios y las cosas eternas, es dañina para mi alma. Dejen que los cuidados de esta vida me nublen la visión de las Escrituras y habré sufrido pérdidas que no me convienen. Si acepto cualquier cosa en vez de la Biblia, habré sido estafado y robado para mi eterna confusión. El secreto de la vida es teológico, y lo mismo la clave de los cielos. Aprendemos con dificultad, olvidamos fácilmente y sufrimos muchas distracciones. Por lo tanto, debemos dedicar toda nuestra alma al estudio de la teología. Debemos predicarla desde nuestros pulpitos, cantarla en nuestros himnos, enseñarla a nuestros niños, y hacerla el motivo de conversación cuando nos encontramos con amigos cristianos.

El Creciente Conocimiento de Dios

Sin duda ninguna la más grande necesidad de la personalidad humana es experimentar a Dios Mismo. Esto es así por ser Dios quién es, y el hombre quién es también.

Dios es la esencia de la vida inteligente y consciente, y el hombre está hecho a imagen de Dios. Dios es amor, y el hombre está hecho para Dios. Dios y el hombre existen el uno para el otro, y para hallar satisfacción plena el uno en el otro. Aunque Dios es autosuficiente, ha querido soberanamente tener comunión con el hombre, el ser que El hizo tan parecido a El, y ha tomado todos los pasos necesarios para asegurar esta comunión sin usar coerción, que resultaría ser la violación de la libre voluntad del hombre. Si Dios pasase por encima de nuestra voluntad se impondría sobre nosotros y al hacerlo seriamos menos hombres de lo que somos y estaríamos a un grado menos del ser que El creó para Si Mismo.

La primera descripción de Dios y el hombre en la creación los muestra a ambos en perfecta y cariñosa comunión. Dios habla y Adán escucha lo que Dios tiene que decirle en cuanto a como cuidar del jardín y algunas otras pequeñas ordenanzas para gobernar su vida en la tierra. Toda la escena es serena, descansada y muy bella.

Pero esta comunión no duró mucho. La vera imagen de Dios impresa en Adán, o sea su libertad para hacer escogimientos y decisiones, si bien no lo impulsó, si lo facultó para que hiciera una decisión contraria a la voluntad de Dios. Así entró el pecado, y aquella maravillosa comunión se rompió.

Visto desde nuestro punto de vista humano la redención debe ser sin lugar a dudas el más grande de los actos de Dios. Ningún otro logro de la Deidad requirió tal vasto y preciso conocimiento, tal perfección de sabiduría y tal perfección de poder moral. Para traer al hombre de vuelta a tener comunión con El, Dios debe tratar efectivamente con todo el problema de justicia y rectitud. Debe quitar el pecado, reconciliar un enemigo y hacer de un rebelde un siervo obediente. Y esto debe hacerlo sin comprometer Su santidad y sin coaccionar la raza que quiere salvar.

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Cómo dos voluntades puestas en oposición la una con la otra, y ambas libres, podrían ser armonizadas, era el problema de Dios, y de Dios solo. Y con infinita sabiduría y poder El resolvió el problema por medio de la obra redentora de Jesucristo nuestro Señor. En razón de que Cristo es Dios y hombre, puede representar ambas causas una delante de otra. El es el árbitro que puede ponerse entre el hombre separado y el Dios ofendido poniendo una mano sobre cada uno de ellos. "Porque hay un Dios, asimismo un mediador entre Dios y los hombres, Jesucristo hombre" (1 Timoteo 2:5).

Todo esto es tan familiar en la enseñanza de los cristianos evangélicos que pienso que se puede asumir que todos mis lectores conocen la doctrina teóricamente, pero que el aspecto experimental de la verdad no lo conocen bien todavía. De hecho, gran cantidad de cristianos que se supone poseen sana doctrina, saben poco o nada de comunión personal con Dios; y en eso radica una de las grandes debilidades de la iglesia cristiana de hoy en día.

El conocimiento experimental de Dios es vida eterna (Juan 17:3), y un conocimiento creciente redunda en una vida correspondiente, más grande y más fructífera. Tesoro tan rico es este conocimiento interno de Dios que ningún otro tesoro de la tierra se puede comprar con él. Debemos contar todas las otras cosas como inferiores, y ningún sacrificio suficiente, si con ellos alcanzamos un mayor y más profundo conocimiento de Dios por medio de Jesucristo nuestro Señor. Este era el testimonio de Pablo (Filipenses 3:7-14), y ha sido el testimonio de todos los grandes cristianos que han seguido a Cristo desde los días de Pablo hasta los nuestros.

Para conocer a Dios es necesario que seamos semejantes a El en algún grado, porque las cosas enteramente disímiles no pueden congeniar y seres completamente diferentes jamás pueden tener comunión unos con otros. Por lo tanto es necesario que usemos todos los medios de gracia para poner nuestras almas en armonía con el carácter de Dios.

"Tú has de conocer que tu alma es el centro, habitación y reino de Dios", dice Molinos. "Y por lo tanto, para que el soberano Rey descanse en ese trono, debes poner cuidado en guardar tu alma pura, quieta, vacía y pacificada; pura de culpa y defectos; quieta de temores; vacía de afectos, deseos y pensamientos; y pacificada en tentaciones y tribulaciones. Siempre debes guardar tu corazón en paz, conservarlo puro como templo de Dios, y con pura y recta intención has de trabajar, orar, obedecer, y sufrir, sin turbarte nunca, sea donde fuere donde el Señor te mande".

Para disfrutar de este creciente conocimiento de Dios tenemos que ir algo más allá de los blancos fáciles que colocan los evangélicos de hoy. Debemos concentrar nuestros corazones en Dios, y con deliberado propósito elevarnos sobre el nivel común y muerto de los cristianos corrientes.

Si comenzamos a hacer esto seguramente que el diablo comenzará a acusamos, y aun nuestros amigos nos advertirán del peligro de una actitud que dice "soy más santo que tú". Pero así como la tierra prometida tenia que ser tomada por asalto, contra toda oposición de tos enemigos, así también las alturas de una vida espiritual mejor deben ser tomadas con decisión y arrojo, en contra de las agrias y violentas protestas del diablo.

Cuando comenzamos a progresar en el conocimiento de Cristo, abrimos nuevas áreas de nuestro ser a los ataques, pero ¿qué importa? Recuerde que nuestra complacencia espiritual es mucho más mortal que cualquier arma que Satanás lance contra nosotros en nuestra lucha espiritual. Si nos quedamos en casa para escapar a la tentación, vamos a ser tentados peor, y nada

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ganaremos con ello. "Habéis estado bastante tiempo en este monte: . . mirad, yo os he entregado la tierra; entrad y poseed la tierra" (Deuteronomio 1:6, 8).

Resistiendo al Enemigo

Algún día la iglesia podrá bajar la guardia, decirle a los vigías que se bajen de sus puestos y vivir en seguridad y paz; pero no todavía, no todavía.

Todo lo que es bueno en el mundo permanece como un blanco para todo lo que es malo, y supervive solo por-una vigilia constante y la protección providencial del Todopoderoso Dios. Así como un hombre y una nación pueden ponerse en grave peligro cuando nadie advierte que hay enemigos cercanos o problemas que se avecinan, así también la iglesia puede ponerse en grave peligro por no reconocer la presencia del mal y la fuente de donde proviene.

La iglesia de Laodicea ha permanecido durante 19 siglos como una advertencia seria a toda la iglesia de Cristo, para que se ponga en guardia cuando al parecer no hay enemigos a la vista, y a permanecer en pobreza de espíritu, pero al parecer nosotros no estamos aprendiendo nada de esa advertencia. Comentamos las siete cartas a las iglesias de Asia y después volvemos a nuestro modo de ser, para vivir como la iglesia de Laodicea. Tenemos una inclinación hacia el retroceso espiritual que es casi imposible de curar.

El hombre más sano tiene suficientes bacterias dentro de él como para matarlo dentro de 24 horas, excepto por una cosa—por el asombroso poder del organismo humano de resistir el ataque de las bacterias. Cada cuerpo humano lucha constantemente, día y noche, contra esos letales enemigos internos. Si se rinde al ataque, sus horas están contadas. Literalmente, debe vencer o morir.

La razón de esto es porque la raza humana habita en un mundo que es hostil a ella en muchas maneras. Tanto la naturaleza, como el hombre, están caídos. Y como el pecado es equivalente a los poderes naturales humanos que se han descarriado, así esos seres microscópicos creados para beneficio del hombre, ahora rebeldes y salidos de su normalidad, producen las enfermedades mortales. Para poder vivir, el cuerpo tiene que combatir esos seres invisibles exitosamente, y considerando cuántos son ellos, y cuan vulnerables nosotros, es una maravilla que alguien logre sobrevivir la infancia."

La iglesia vive en un mundo hostil. Dentro y fuera de ella hay enemigos que podrían destruirla y lo harán, a menos que ella pueda resistirles con un poder mayor. El cristiano podría sucumbir a la presión del mundo, si no tuviera dentro de si una presión mayor que contrarresta la otra. El poder del Espíritu Santo es, por lo tanto, no opcional, sino imprescindible. Sin Él los hijos de Dios, sencillamente, no pueden vivir la vida del cielo sobre la tierra. Los impedimentos son muchos, y muy efectivos.

Una iglesia es un organismo viviente y está sujeta al ataque de aquellos enemigos que atacan seres vivientes. Pero con todo la imagen del cuerpo

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humano para representar la iglesia no es del todo adecuada, porque la vida del cuerpo no es inteligente, mientras que la iglesia es un cuerpo compuesto de personas que tienen sentido moral, y que pueden discernir a sus enemigos y usar su voluntad para resistirlos. El cuerpo humano puede combatir a sus enemigos aún cuando está durmiendo, pero la iglesia no puede. Ella, debe estar despierta y alerta, de otro modo no podrá vencer.

Uno de los enemigos a los cuales tenemos que resistir es la incredulidad. La tentación de rechazar lo que no podemos explicar es fuerte; y si no rechazamos de plano, por lo menos mantenemos la fe en suspenso, hasta que se nos aclaran las cosas. Esta actitud es propia, y aun recomendable, para el científico, pero enteramente mala para el cristiano. He aquí la razón:

La fe del cristiano descansa enteramente en el Hombre Cristo Jesús, quien declara que El es Dios y Señor. Esta declaración tiene que ser recibida de pura fe, o rechazada de plano. Nunca podrá ser probada por la investigación. Por esto es que Cristo apela a la fe, y solamente a la fe. El creyente piensa, es cierto; pero él piensa porque cree, no para procurar creer. La fe recibe del Espíritu Santo que habita dentro una confirmación exquisitamente perfecta, pero solo después que está allí, sin otro apoyo que Cristo mismo.

Otro enemigo es la complacencia. "Ay de los reposados en Sión". El cristiano descuidado y contento no está en peligro de ataque; ya ha sido atacado. Está enfermo y no lo sabe. Para combatir esta situación debe avivar los dones del Espíritu que están en él. Debe declarar la guerra al contentamiento, y esforzarse por alcanzar aquel premio del supremo llamamiento de Dios en Cristo Jesús.

Otro enemigo es la justicia propia. La tentación de sentirnos moralmente agradados va en aumento conforme nuestra vida espiritual se hace mejor. El único remedio seguro contra este mal es cultivar un sereno y continuo estado de penitencia. Un dulce, pero sobrio, recuerdo de nuestro pasado pecaminoso, más un reconocimiento no morboso de nuestras imperfecciones, no son incompatibles con el gozo del Señor. Y son de inestimable ayuda para resistir al enemigo.

El temor del hombre es una trampa, dijo el profeta, y este enemigo también debe ser derrotado. Toda la maquinaria del mundo moderno está montada para quitarle al individuo su independencia, y ponerlo en conformidad gris con todo el resto de la masa. Cualquier desviación del patrón, sea cual fuere ese patrón, no será perdonada por la sociedad, y como el cristiano debe desviarse radicalmente del mundo, incurre naturalmente en su desagrado. Si se rinde al temor, está vencido. Por ninguna razón debe dejar que esto suceda.

Otros enemigos pueden ser identificados como amor al lujo, simpatías secretas con el mundo, confianza propia, orgullo y pensamientos no santos. Debemos combatir a todos estos enemigos internos con todos los poderes que tenemos dentro, mirando a Jesús, el autor y consumador de nuestra fe.

Las Cosas Espirituales Deben Ser Discernidas

Espiritualmente

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Aquellos que piensan en las cosas celestiales se ven obligados, por su propia estructura psicológica, a imaginarse ellas usando material crudo tomado de la tierra. Y esto se demostrará en su pensamiento.

Aun la Biblia, para poder ser comprendida por sus lectores, debe decir las cosas eternas en el lenguaje de nuestro tiempo. Debe explicar lo celestial por medio de lo mundanal. Así es como encontramos en las Escrituras pájaros y reyes y ovejas y soldados actuando como intérpretes del Todopoderoso Dios. Uvas y lirios, oro y paja, grano y ganado, lluvia, y estrellas, todos ellos son usados por el Espíritu Santo para conducir nuestra mente a través del ancho abismo que separa lo espiritual de lo material.

Sin duda que el uso constante de figuras tomadas de nuestro mundo familiar para expresar ideas religiosas deja un residuo en nuestra mente que en alguna medida le da color, y posiblemente forma, a nuestra teología. Luchamos por comprender las cosas espirituales comparándolas con las materiales. Y así, poco a poco, esas cosas materiales vienen a hacerse idénticas con las espirituales, y como consecuencia las espirituales sufren mucho con la comparación.

Una de las tareas del maestro cristiano iluminado es internalizar la adoración, y elevar los conceptos religiosos de la gente por encima de las figuras y alegorías que los capacitaron para captar esos conceptos la primera vez. La figura es la caja donde la brillante joya está guardada. Y es sorprendentemente fácil confundir la caja con la joya, y conformarse con ella nada más.

El cristianismo es la religión del corazón. Busca al hombre y lo encuentra debajo de sus vendajes. El evangelio alcanza al hombre muy por dentro, donde nada lo distingue de los demás hombres. Sea que fuere blanco, rojo o negro no es materia de importancia. Sea un aborigen viviendo todavía en la Edad de Piedra, o un refinado hombre de negocios moderno en su oficina alfombrada y calefaccionada, debajo de la ropa es el mismo hombre necesitado. Y es a este hombre al cual el Espíritu persistentemente busca.

Parecería suficientemente obvio que, una vez que pensamos en ello, que la imagen de los objetos naturales atesorados en nuestra mente, tiende a impedir el vuelo de nuestras almas hacia Dios. Ilustraciones que, por su propia definición, deberían dar luz, si se usan a menudo y en forma objetiva por el pincel del pintor, se vuelven opacas, y terminan por impedir la luz que debían propagar.

Un ejemplo muy familiar puede ayudar a comprender este punto. El salmista David, en el más hermoso himno del mundo, nos enseña a pensar de Cristo como nuestro Pastor. El Señor Jesús extiende la idea más adelante y habla tiernamente de Sus ovejas, y de El mismo como el Pastor que expone su vida por ellas. Los artistas han tomado esta idea y han pintado la figura de Cristo como un pastor real, y su obra ha quedado tan fija en la mente de los cristianos que cuando venga el Señor, si no lo ven sosteniendo un cayado en una mano y una tierna ovejita bajo el brazo, se van a resentir.

En esta instancia, lo que se supone fue dicho para ayudar a nuestra comprensión, a elevar nuestra imaginación y poner música y poesía en nuestro corazón, se convierte, por causa de nuestra ceguera, en un verdadero estorbo para un mayor conocimiento de Cristo. Peor aun, nos ha dado un erróneo y deforme concepto de Cristo. Tratamos de comprenderle a El, y la única imagen que aparece en nuestra mente es esa de un pastor del cercano oriente, una imagen que ciertamente ni Pablo ni Juan hubieran reconocido. Pablo decía que si había conocido a Cristo en la carne, ahora no lo conocía más así. Y el mismo

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Juan, que hacía poco había escrito esas bellas palabras del pastor y sus ovejas, cuando vio al Cristo de Gloria, el verdadero Cristo, cayó como muerto a sus pies.

La iglesia ha sido tentada siempre a pensar de Dios usando imágenes y formas, y siempre que ha hecho esto ha caído en externalismo y decadencia espiritual. Algunos de los más grandes libros cristianos, aparte de la Biblia, han sido escritos para llamar a los cristianos a una visión más pura de Dios. Miguel de Molinos, en su Guía Espiritual, insiste en que la oración "es un ascenso o una elevación de la mente a Dios". "Dios está sobre todas sus criaturas", insiste en decir, "y el alma humana no puede verle ni conversar con El a menos que se eleve muy encima del nivel de las criaturas".

El autor anónimo de The Cloud of Unknowing (La Nube de lo Desconocido), dice, "Que el hombre piense solo en Dios, para que no trabaje según voluntad e inteligencia, sino por Dios'. Y hacer eso es olvidarse de todas las criaturas hechas por Dios, y de las obras que ellas hacen. . . dejando que ellas sean, sin preocuparse más de ellas. Esta es la cosa que más agrada a Dios".

Creo que se podría decir con un alto grado de seguridad que todos los grandes teólogos en todos los siglos concuerdan en decir que es casi imposible tratar de visualizar la Deidad. Molinos adviene contra los esfuerzos del intelecto de imaginar a Dios. "Debe seguir adelante con su amor", dice del alma del cristiano, "dejando detrás todo su entendimiento. Que ella ame a Dios como El es y no como el entendimiento dice que es El, y como lo describe".

La enseñanza del Nuevo Testamento dice que Dios y las cosas espirituales pueden ser conocidas solo por el trabajo directo de Dios dentro del alma. No obstante que el conocimiento teológico puede ser mejorado por el uso de analogías y figuras, la pura comprensión de Dios debe ser por iluminación espiritual. El Espíritu Santo es indispensable. (Ver Juan 14:1 hasta 16:33, y 1 Corintios 1:18 a 2:16).

Para Ser Comprendida, la Verdad Tiene que Ser Vivida

Por mucho tiempo he creído que la verdad, para ser comprendida, tiene

que ser vivida; que la doctrina de la Biblia es totalmente inefectiva a menos que sea totalmente digerida y asimilada en la vida. He mantenido que esto era un elemento muy importante en la predicación de los profetas del Antiguo Testamento, y que está muy cerca al corazón de la enseñanza moral de nuestro Señor Jesucristo. Admito que esta firme creencia me ha convertido en un solitario, porque no muchos de mis hermanos en Cristo comparten conmigo esta creencia. Aunque no he oído a nadie negarla abiertamente, tampoco he oído a predicadores y maestros afirmarla con el debido énfasis. Y un hombre revela sus creencias tanto por su silencio como por su argumento.

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Esta es una de esas verdades que al principio pueden parecer insípidas e incoloras, pero lejos de ser pobre o deslucida, es de tremenda importancia para todos nosotros. Aunque esto que digo no está escrito como dogma en el credo de ninguna iglesia, es algo que establece una línea divisoria entre los que piensan rectamente acerca de la fe de Cristo y los que la toman descuidadamente.

La esencia de mi creencia es que hay una diferencia, una diferencia abismal, entre hecho y verdad. La verdad en las Escrituras es algo más que un hecho. Un hecho puede ser separado, segregado, impersonal y completamente desasociado con la vida. Por otro lado la verdad es cálida, viva y espiritual. Un hecho teológico puede ser mantenido en la mente durante toda la vida sin que afecte mayormente el carácter moral. Pero la verdad es creativa, salvadora, transformadora, y siempre cambia a aquel que la recibe en un hombre más santo y más humilde.

¿En qué punto, entonces, un hecho teológico se convierte en verdad vivificante en aquel que lo cree? En el punto donde empieza la obediencia. Cuando la fe gana el consentimiento de la voluntad para hacer una entrega irrevocable a Cristo como Señor, la verdad empieza con su obra salvadora y vivificadora; y no un segundo antes.

En Su conflicto con los textualistas religiosos de Su tiempo, nuestro Señor pronunció a menudo breves sentencias que sirven como claves para abrir los vastos y preciosos tesoros de la verdad. En el evangelio escrito por el apóstol Juan encontramos profusión de ellas. Una, por ejemplo, la tenemos en capitulo 7, verso 17: "El que quiera hacer la voluntad de Dios, conocerá si la doctrina es de Dios, o si yo hablo por mi propia cuenta". El escritor A. T. Robertson explica en su libro Word Pictures in the New Testament (Palabras Pictóricas en el Nuevo Testamento), que "conocerá" significa "conocimiento experimental cuando voluntariamente hacemos la voluntad de Dios". Y cita a otro autor, Westcott: "Si no hay simpatía, no puede haber entendimiento".

Obviamente entonces el gran biblicista británico Wescott y el brillante expositor americano Robertson están de acuerdo en opinar que la verdad solo puede ser comprendida por la mente que se entrega incondicionalmente a ella. Pero los maestros bíblicos evangélicos corrientes del día de hoy hallan esta interpretación demasiado revolucionaria y sencillamente han decidido ignorarla.

Debemos estar dispuestos a obedecer si es que deseamos conocer a fondo el sentido interno de las enseñanzas de Jesús y los apóstoles. Creo que este punto de vista prevalece en todos los genuinos avivamientos que han venido a la iglesia a lo largo de las centurias. Y por cierto que una iglesia viva puede distinguirse de una iglesia muerta por la obediencia que sus miembros le prestan a la verdad. La iglesia muerta mantiene, la corteza de la verdad, sin entregarse nunca a ella, mientras que la iglesia que desea hacer la voluntad de Dios, y la hace, es bendecida con una visitación del poder espiritual.

Los hechos teológicos se parecen al altar de Elías en el monte Carmelo, que estaba perfectamente construido, pero frió hasta que recibió el fuego del cielo. Cuando el corazón hace la entrega definitiva, entonces cae el fuego y los hechos verdaderos son transmutados en verdad espiritual que transforma, ilumina y santifica. La iglesia o el individuo que está enseñado por la Biblia, sin ser enseñado por el Espíritu (y hay muchos de ellos) sencillamente ha fallado en ver que la verdad es más profunda que la definición teológica de ella.

La verdad no puede ayudarnos hasta que llegamos a ser participantes de ella. Poseemos solamente aquello que experimentamos. Gregorio del Sinaí, que

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vivió en el siglo 14, enseñaba que entendimiento y participación deben ser inseparables en la vida espiritual. "El que busca comprender los mandamientos sin cumplirlos primero, y adquirir tal conocimiento solo por la lectura y el estudio, es igual que el hombre que toma la sombra por la realidad. Porque el entendimiento de la verdad es dado a aquellos que han participado de la verdad (los que la han gustado en vida). Aquellos que no participan de la verdad, y que no son iniciados en ella, cuando buscan este conocimiento derivan hacia una sabiduría distorsionada. De tales hombres dice el apóstol Pablo, 'que el hombre natural no percibe las cosas que son de Dios', aun cuando se jacten del conocimiento de la verdad".

He aquí una simple y olvidada doctrina, que debiera ser restaurada a su correcto lugar en el pensamiento y enseñanza de la iglesia. ¡Obraría maravillas!

La Santificación de Nuestra Mente

Pensar es una manera de vivir. Pensar, y estar alerta al hecho de que pensamos es ser consciente; la vida sin conciencia es nada más que una sombra de vida, no tiene ningún significado y es de ningún valor al individuo. Nuestros pensamientos son el producto de nuestro pensar, y como nuestros pensamientos son de tanta importancia para nosotros, es imprescindible que aprendamos a pensar correctamente.

No me interesa aquí esa clase de tremenda cerebración que se conoce como "pensamiento profundo". Pocos de nosotros tenemos el equipo intelectual que nos capacite, o la fuerza de voluntad que nos impulse, a tal heroico ejercicio mental. Estoy considerando aquí esa clase de pensamiento que hace cada persona normal, cada minuto del día desde su nacimiento hasta su muerte.

Después de todo, no son nuestros profundos pensamientos los que le dan forma a nuestro carácter, sino la quieta atención de nuestra mente al mundo que nos rodea, día por día, a través de toda nuestra vida. Los hombres son influenciados más por el pensamiento ordinario de cada día, que por alguna creación excepcional de su mente como sería un formidable poema o un extraordinario cuadro. Las hazañas del pensamiento pueden crear reputación, pero los hábitos de pensamiento forman el carácter. Los logros fenomenales del pensamiento de Alberto Einstein, por ejemplo, nada tuvieron que hacer con el tipo de hombre que fue. Pero el constante, nada dramático pensar de cada día, envuelto en el medio ambiente que le rodeaba, fue casi todo lo que más tuvo que ver con el carácter.

Todos vivimos en dos medio ambientes, uno es el del mundo que nos rodea, el otro el de los pensamientos que tenemos acerca del mundo. El vasto mundo no puede afectamos directamente; se hace cercano a nosotros por nuestros pensamientos, y es para nosotros solo aquello que le permitimos ser.

Tres hombres que van caminando juntos pueden estar habitando tres mundos diferentes. Imaginémonos a un poeta, un naturalista y un leñador caminando juntos por un bosque. La mente del poeta irá volando hacia atrás al tiempo cuando esos poderosos árboles que se elevan sobre su cabeza eran

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apenas un diminuto tallo en la tierra. Piensa en los poderosos de este mundo que en ese entonces lucieron coronas y dominaron imperios, pero que desde largo tiempo han desaparecido de la escena de este mundo y han sido olvidados por todos menos algunos historiadores.

El mundo del naturalista es mucho más pequeño y más detallado. Escucha él el dulce y apenas audible canto del pajarillo que se oculta entre las ramas, y trata" de descubrir al diminuto y alado trovador; sabe qué clase de musgo es ese que cuelga de los centenarios troncos; ve lo que otros no ven, las marcas de la zarpa de un oso en la corteza de un árbol, y sabe que el animal ha pasado recientemente por allí.

El mundo del leñador es todavía más pequeño. No le preocupa ni la historia ni la naturaleza, sino la madera. Juzga el diámetro y la altura del árbol, y hace un cálculo rápido de cuánto rendirá en el mercado. Su mundo es el pesado mundo del comercio. No ve nada más allá de él.

Es obvio que el mismo mundo exterior se ha tornado en tres mundos por virtud del pensamiento diferente de tres hombres. Los sucesos externos y las cosas exteriores son solamente la materia prima; el producto terminado es lo que la mente hace con ellos. Judas Iscariote y Juan el amado vivieron en el mismo mundo, pero ¡cuan diferentemente lo interpretaron! Lo mismo puede decirse de Caín y Abel, Jacob y Esaú, Saúl y David. Por estos ejemplos aprendemos que las circunstancias no hacen a los hombres; es la reacción a las circunstancias lo que determina la clase de hombres que ellos serán.

¿Qué, entonces, podemos hacer los cristianos? La respuesta es: "Haya en vosotros la misma mente que estuvo en Cristo Jesús". "¿No os conocéis a vosotros mismos, que Jesucristo está en vosotros, a menos que estéis reprobados?" Todo el contenido de la mente del cristiano puede y debe ser modificado y condicionado por el Espíritu Santo que habita en él. Dios desea que pensemos los pensamientos que son de El. El cristiano maduro en oración y lleno del Espíritu Santo posee la mente de Cristo, de modo que sus reacciones al mundo exterior son las mismas de Cristo. Piensa acerca del mundo y de las cosas de la misma manera que pensó Cristo. La vida se convierte en el néctar crudo que el Espíritu Santo en él convierte en la dulce miel del paraíso.

Pero esto no es automático. Para hacer su graciosa obra Dios necesita la cooperación inteligente de Su pueblo. Si queremos tener los pensamientos de Dios debemos pensar continuamente en Dios. "Dios piensa de cada uno de nosotros continuamente, como si no tuviese a nadie fuera de nosotros", dice Francisco Malaval, "y por lo tanto es justo que pensemos solamente de El, como si no tuviésemos a nadie más que a El".

Debemos pensar acerca del mundo y las cosas que nos rodean contra el fondo de los pensamientos que tenemos de Dios. El cristiano experimentado nunca pensará acerca de nada directamente; sus pensamientos van primero a Dios, y de Dios a Su creación. Sus pensamientos, igual que los ángeles en la escala de Jacob, suben y descienden, y Dios está sobre todo presidiéndolo todo.

Para tener una mente celestial debemos pensar pensamientos celestiales. "Tornaos a vosotros mismos, hermanos . . . porque es imposible para nosotros ser reconciliados y unidos a Dios si primero no nos volvemos a nosotros mismos . . . esforzándonos constantemente a conservar la atención en el reino de los cielos que está dentro de nosotros".

Así escribió Nicéforo, un padre de la iglesia ortodoxa griega, en el siglo 14, y desde entonces nada ha cambiado. Dios debe poseer todos nuestros pensamientos si nosotros hemos de tener la santificación de nuestra mente.

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La Futilidad de la Compunción

El corazón humano es herético por naturaleza. Las creencias religiosas populares deben ser examinadas siempre a la luz de la Palabra de Dios, porque es casi seguro que son malas.

El legalismo, por ejemplo, es muy natural al corazón del hombre. La Gracia, en su verdadero significado neotestamentario es extraña a la razón humana. No que sea contraria a la razón. Es que, simplemente, está más allá de ella. La doctrina de la gracia tuvo que ser revelada; no podía ser descubierta.

La esencia del legalismo es la autoexpiación. El individuo trata por si mismo de hacerse agradable a Dios por algún acto de restitución, de autocastigo o de compunción. El deseo de ser agradable a Dios es por cierto recomendable, pero el esfuerzo de agradar a Dios por medio de las buenas obras seguramente no, porque se asume con esto que el pecado que una vez fue cometido puede ser desecho, una suposición completamente falsa.

Bastante tiempo después que hemos aprendido por las Escrituras que nosotros no podemos por el ayuno, o al vestirnos de cilicio, o con hacer muchas oraciones, hacer expiación por nuestras almas, todavía tendemos a pensar por medio de una perniciosa herejía natural que podemos agradar nuestras almas por medio de la penitencia de una perpetua compunción. Esta última es la penitencia no reconocida del protestante. Aunque dice creer en la doctrina de justificación por fe, en su corazón sigue creyendo que lo que llama "tristeza o pena según Dios" lo pondrá bien con Dios. Está atrapado en el tejido de un sentimiento religioso equivocado, aunque tiene mejores conocimientos.

Hay por supuesto un buen sentimiento de pena que guía al arrepentimiento, y hay que reconocer que este sentimiento no está muy a menudo presente entre los cristianos con poder suficiente para obrar verdadero arrepentimiento. Pero la persistencia de este sentimiento de dolor hasta que se vuelve una dolencia crónica no es correcto ni bueno. La compunción es una clase de arrepentimiento frustrado que no ha llegado a consumarse.Una vez que la persona se ha vuelto por completo de todo pecado y se ha entregado por entero a Dios, ya no queda lugar legítimo para la compunción. Cuando la inocencia moral ha sido restaurada por el amor perdonador de Dios, la culpa puede ser recordada, pero el dolor de esa culpa debe irse de la memoria. El hombre perdonado sabe que pecó, pero ya no lo siente.

El esfuerzo de ser perdonado por medio de las buenas obras es algo que nunca termina, porque nadie sabe, ni puede saber, cuántas buenas obras tiene que hacer para cancelar toda la deuda. Por eso el individuo debe seguir año tras año haciendo pagos a esa deuda moral, un poco aquí y allí, con el agravante además que a veces aumenta la deuda mucho más allá de los pagos. La tarea de llevar la cuenta puede ser interminable y la única esperanza que le queda al pagador es que con el último pago que haga, tenga un buen crédito y que la deuda haya sido por completo cancelada. Esta es una creencia bastante popular, el perdón por el esfuerzo propio, pero es una herejía natural y al fin termina con traicionar a los que dependen de ella.

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Se puede argüir que la falta completa de arrepentimiento se debe a una pobre comprensión de lo que es el pecado, pero la verdad está en el lado opuesto. El pecado es tan aterrador, tan destructivo al alma, que ningún pensamiento o acto humano puede disminuir en algún grado sus letales efectos. Solo Dios puede tratar con el pecado exitosamente. Solo la sangre de Cristo puede limpiar el pecado de los poros del espíritu. El corazón que realmente ha sido liberado de este temible enemigo no siente más compunción, dolor o pena, sino un maravilloso sentimiento de alivio y una gratitud creciente.

El hijo pródigo honró mucho más a su padre cuando volvió regocijándose por el perdón que lamentándose por el pecado. Si el joven de la historia hubiera tenido menos fe en su padre que la que tuvo, se hubiera echado en un rincón a llorar, en vez de alegrarse y entrar a gozar de la fiesta. Su confianza en el perfecto amor del padre le dio coraje para olvidar su desastroso pasado.

La compunción corroe el alma, así como la tensión roe los nervios y la ansiedad la mente. Yo creo que la permanente infelicidad de muchos cristianos puede ser atribuida a esa mordiente intranquilidad que los hace pensar que Dios no los ha perdonado completamente, o al temor de pensar que Dios espera de ellos alguna clase de pena continua que aun falta. A medida que nuestra confianza en la bondad de Dios crece, nuestras ansiedades disminuyen, y por lo mismo, nuestra felicidad moral crece en proporción inversa.

Por otro lado, la compunción puede ser nada más una forma del amor propio. Un hombre puede formarse una imagen tan elevada de sí mismo, que cualquier falla que experimente puede sumirlo en un estado de depresión y culpa. Siente que se ha traicionado a si mismo por un pecado cometido, y aun si Dios está queriendo perdonarlo, él no se perdona a si mismo El pecado trae a tal hombre a un estado de dolor que no se olvida fácilmente. Está permanentemente enojado consigo mismo y trata de castigarse acudiendo a Dios con frecuentes y petulantes autoacusaciones. Este estado de mente cristaliza al fin en un estado de compunción crónica que parece ser un estado de profunda penitencia y no es más que una profunda prueba de amor propio.

La pena por un pasado pecaminoso permanecerá en nosotros hasta el momento que comprendamos que en Cristo ese pasado pecaminoso ya no existe. El hombre en Cristo tiene solo el pasado de Cristo, y ese pasado es perfecto y aceptable a Dios En Cristo ha muerto, en Cristo ha resucitado, y en Cristo está sentado en el círculo de los favoritos de Dios. Ya no está más enojado consigo mismo, porque no es más consciente de sí mismo, sino de Cristo. Y aquí no hay lugar para la pena

La Importancia de Juzgarse a Sí Mismo

Pocas cosas revelan tan bien el temor y la incertidumbre entre los hombres como su renuencia a mirar dentro de sí mismos, no solo por los demás, sino aun por sus propios ojos.

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Casi todos los hombres viven de la infancia a la muerte detrás de una cortina opaca, emergiendo de ella solo después de algún fuerte choque emocional, para retirarse enseguida otra vez a su ocultamiento. El resultado de esta larga simulación es que la gente rara vez conoce a sus prójimos como realmente son y peor que eso, el camuflaje es tan perfecto, que a veces ni se conocen a ellos mismos.

El conocimiento propio es tan importante en nuestra búsqueda de Dios y Su Justicia, que estamos bajo la seria obligación, cualquiera sea el esfuerzo, de remover todo disfraz y conocernos como somos. Es una verdadera tragedia en la religión que cada uno tenga un concepto tan elevado de sí mismo cuando la verdad está precisamente en el otro extremo. La admiración propia que cada uno siente por sí, bloquea cualquier posible esfuerzo para poner remedio a nuestra situación. Solo el hombre que sabe que está enfermo irá al médico.

Nuestro verdadero estado moral y espiritual solo puede ser descubierto por la Palabra de Dios y el Espíritu Santo. El juez final de todo corazón es Dios. Hay un sentido en el cual no debemos juzgarnos unos a otros (Mateo 7:1-5), y ni aun juzgarnos a nosotros mismos (1 Corintios 4:3). El juicio definitivo pertenece a Uno cuyos ojos son como llama de fuego, y cuya mirada penetra los pensamientos e intenciones del corazón Yo soy uno que con gusto deja la palabra final con El.

Sin embargo, hay lugar todavía para hacer un juicio propio y una real necesidad de hacerlo (1 Corintios 11:31; 32). Aunque el conocimiento que obtengamos de nosotros mismos será necesariamente incompleto, con todo hay buena razón para que trabajemos junto con el Espíritu Santo en su benigno esfuerzo de localizar nuestro malestar para que hagamos los debidos ajustes conforme a las circunstancias. Que Dios nos conoce del revés y el derecho es enteramente cierto (Salmo 139:1-6). Resta que nosotros aprendamos a conocernos igualmente. Por esta razón ofrezco algunas reglas para el conocimiento propio. Y si los resultados obtenidos no son lo que nosotros deseamos, por lo menos serán mejor que nada. Nosotros podemos ser conocidos por lo siguiente:

1. Por aquello que deseamos más. Es cosa de quedarnos quietos, recoger nuestros pensamientos, esperar que la más pequeña excitación dentro de nosotros se calme, y entonces esperar el débil llamado del deseo. Pregunte entonces a su corazón, ¿Qué es lo que más deseas en este mundo? Rechace toda respuesta convencional. Insista en la verdadera, y cuando haya obtenido esta respuesta, entonces usted sabrá qué clase de persona es.

2. Por aquello en lo cual pensamos más. Las necesidades de la vida nos compelen a pensar en muchas cosas, pero la prueba verdadera es aquello en lo cual pensamos voluntariamente. Entonces es casi seguro que nuestros pensamientos se apiñan en aquello que para nuestro corazón es nuestro especial tesoro, y' cualquiera sea ese tesoro, revelará quiénes somos. "Porque donde estuviere vuestro tesoro, alli estará vuestro corazón".

3. Por la forma como usamos nuestro dinero. Otra vez debemos olvidar todas aquellas obligaciones en las cuales no somos verdaderamente libres. Debemos pagar impuestos, y proveer para las necesidades de la vida para nosotros y para nuestra familia, si la tenemos. Esto es rutina meramente, y dice poco acerca de nosotros mismos. Pero lo que hacemos con el dinero que sobra cuando tenemos perfecta libertad de gastarlo, eso si revela bastante. Vale la pena ver.

4. Por la forma como empleamos nuestro tiempo libre. Gran parte de nuestro tiempo pertenece a las obligaciones de la vida civilizada, pero con

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todo, algo de tiempo libre nos queda. Lo que hacemos con él es vital. La mayoría de la gente gasta el tiempo libre escuchando radio, mirando televisión, leyendo periódicos o charlando con otros. Lo que yo hago con el tiempo libre que tengo revela la clase de hombre que soy.

5. Por las compañías que nos agradan más. Hay una ley de atracción moral que lleva a todo hombre a la sociedad más parecida a si mismo. "Cada uno se fue con su compañero",-dice la Biblia. Donde yo voy, cuando tengo plena libertad de ir donde quiero, es una casi infalible muestra de nuestro carácter.

6. Por aquellos a quienes admiramos, y por qué los admiramos. Tengo una grave sospecha de que la mayoría de los cristianos evangélicos, si bien se mantienen dentro de una línea, debido a la presión de los grupos de opinión, siente una secreta, y cuasi ilimitada, admiración por el mundo. Podemos aprender cual es el estado de nuestra mente examinando nuestras secretas admiraciones. Israel admiró a menudo, y aun envidió a las naciones paganas vecinas, y por eso olvidó la adopción, y la gloria y el pacto y la ley y las promesas y los padres. En vez de culpar a Israel, examinémonos a nosotros mismos.

7. Por aquello de lo cual reímos. Nadie que tenga gran consideración por la sabiduría de Dios dirá que hay pecado en la buena risa, dado que el humor es un componente legítimo de nuestra compleja personalidad. La falta de buen humor es una enfermedad del alma.

Pero la prueba que estamos haciendo no es si reímos o no, sino de qué cosas nos reímos. Algunas cosas caen fuera del campo del puro y sano humor. Ningún cristiano reverente, por ejemplo, halla motivos de risa en la muerte, el nacimiento o en el amor. Ningún hombre lleno del Espíritu Santo hará burla de la Biblia, o de la iglesia que Cristo compró con Su sangre, o de la oración o del dolor y pena ajenos. Y seguramente ningún hombre que ha llegado algún breve momento a .la presencia de Dios podrá hallar chiste en una historia despectiva de la deidad.

Estas son algunas pocas pruebas. El cristiano sabio hallará muchas más.

Sirviendo en la Emergencia

Hay un poderoso hecho que para nosotros los hombres sobrepasa toda otra consideración y da significado a todo lo que hacemos. Es que la raza humana ha dejado su primer estado, y está caída moral y espiritualmente.

Desde la caída del hombre la tierra ha sido una zona de desastre, y todos vivimos en medio de una crítica emergencia. Nada es normal. Todo está mal, y cada uno está en error hasta que es corregido por la obra redentora de Cristo y la operación efectiva del Espíritu Santo.

El desastre universal de la Caída nos obliga a cada uno a pensar de un modo diferente con respecto a nuestros prójimos. Lo que seria enteramente permisible bajo una situación normal, viene a ser mala en la situación presente. Y muchas cosas se han hecho necesarias debido a esta situación anormal.

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Es teniendo en vista esto que debemos evaluar nuestro servicio cristiano. Son las necesidades de la gente, y no nuestra propia conveniencia las que deciden cuan lejos iremos y cuánto hemos de hacer. Si no hubiera habido desastre, el Hijo Eterno no hubiera tenido necesidad de despojarse de Sí mismo y venir al pesebre de Belén. Si no hubiera habido caída, no hubiera habido tampoco encarnación, espinas, ni cruz. Estas cosas se produjeron cuando la divina misericordia se enfrentó con la emergencia humana.

Aunque Cristo era el perfecto ejemplo de una vida humana normal y sana, con todo El no vivió una vida normal. El tuvo que sacrificar muchos placeres legítimos de la vida para poder hacer Su obra completa de rescate moral. Su conducta fue determinada no por lo que era legítimo o inocente, sino por nuestra humana necesidad. No se agradó a si mismo, sino que vivió para la emergencia; y como El era, así tenemos que ser nosotros en el mundo.

Cuando yo esté delante del trono de Cristo mi servicio será juzgado, no por cuanto he hecho, sino por cuánto podría haber hecho. A la vista de Dios mis dádivas son juzgadas no por la cantidad que he dado, sino más bien, por lo que podía haber dado, y por cuánto me he reservado para mí, después de haber hecho mi dádiva. Las necesidades del mundo, y mi capacidad total de ministrar a esas necesidades determinan el valor de mi servicio.

No es por su tamaño que será juzgado mi don, sino por cuánto de mi mismo hay en él. Ningún hombre da hasta que lo ha dado todo. Ningún hombre da nada aceptable a Dios hasta que primero él mismo se ha dado en amor y sacrificio.

El héroe es citado por su patria no solo por la cantidad de personas que ha salvado, sino por el grado de peligro que afrontó en su hazaña. El servicio que se puede hacer sin correr peligro, que no supone pérdida y sacrificio, es de poca estima delante de los hombres y Dios.

En la obra de la iglesia el esfuerzo que un hombre debe hacer para cumplir con determinada tarea se mide por cuan mucho o cuan poco el resto de la compañía tiene voluntad de hacer. Es rara la iglesia donde todos los miembros ponen el hombro por igual a la tarea común. La iglesia típica está compuesta de unos pocos que se lastiman la espalda laborando fielmente, y una gran mayoría que nunca tienen voluntad de colaborar para la obra de Dios y de sus semejantes. Podrá haber una pizca de humor al decir esto, pero no habrá ningún motivo de risa cuando todos debamos dar cuenta a Dios de nuestro servicio.

Pienso a veces que la mayoría de los cristianos serian más felices si el Señor no escudriñase de muy cerca sus asuntos personales. Ellos quieren que Dios los salve, que los mantenga felices y que los lleve al cielo al final, pero que no investigue demasiado acerca de su conducta o servicio. Pero El nos ha investigado y nos conoce; conoce nuestro sentarnos y nuestro levantarnos y todos nuestros pensamientos. No hay lugar donde podamos ocultarnos de esos ojos de llama de fuego, y no hay manera de escapar del juicio de esos pies que son como bronce bruñido. Es algo sumamente sabio vivir con todas estas cosas en la mente.

Dios es amor, y su bondad es infinita, pero El no tiene ninguna simpatía a la mente carnal. Recuerda que somos polvo, indudablemente, pero rehúsa tolerar las cosas de la carne. El nos ha dado Su palabra; nos ha prometido que nunca seremos tentados más de lo que podemos llevar; El se ha puesto a nuestra disposición en respuesta a la oración de fe; ha puesto a disposición de nosotros el infinito poder moral del Espíritu Santo para ayudarnos a cumplir con

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Su voluntad aquí en la tierra. No hay excusa para actuar tímida y reticentemente.

Antes que pueda haber un servicio aceptable tiene que haber una aceptable vida. Antes de saber cuánto debemos es necesario conocer cuan grandes son las necesidades. Los hombres han sido cogidos en un desastre peor que un terremoto o una inundación, y los redimidos del Señor tienen que trabajar en su rescate.

Al considerar estas cosas no tenemos que ponernos a la defensiva. El Señor ama la simplicidad, la candidez, la ingenuidad. El no puede trabajar con aquellos que discuten, que arguyen, que buscan enredos, o que se excusan a sí mismos. El oculta sus misterios más profundos de los sabios y entendidos y los revela a los niños. Los pobres en espíritu siempre reciben el reino, los mansos heredan la tierra, y los que lloran son consolados y los puros de corazón son los que ven a Dios.

Mi viejo amigo Tom Haire, el plomero de oración, después de varios meses de ministerio en los Estados Unidos, me dijo un día que se volvía a su país para descansar. Con el más marcado acento irlandés me explicó lo que pasaba con él. "Me he agotado en la predicación", me dijo, "y ahora me vuelvo a casa para estar tres meses esperando en Dios. Hay algunas cosas en la vida espiritual que quiero poner derechas. Quiero aparecer delante del trono del juicio ahora, mientras es posible hacer algo acerca de ellas".

Como Cuidarse de Ponerse Añejo

Los periodos en la vida en los cuales uno se pone añejo son comunes, pero no son inevitables. Raro es el cristiano que no ha experimentado épocas de decaimiento, de estolidez espiritual, cuando se pierde en parte o totalmente el gozo de vivir.

Debido a que no hay una causa única de esta condición tampoco hay un remedio único. Hay veces en que nosotros somos los culpables, por ejemplo cuando hemos hecho algo malo y no hemos buscado enseguida el perdón y la limpieza; o cuando permitimos que los intereses de este mundo crezcan demasiado y marchiten las flores de nuestra vida interior.

Cuando la causa es conocida, y particularmente cuando no es tan compleja, el remedio es el antiguo: arrepentimiento. Pero si después de hacer una sincera investigación de la vida, por medio de la oración y la Palabra de Dios, no hallamos ningún pecado, nada ganamos con humillarnos en el polvo. Decir que no hemos pecado cuando en verdad lo hemos hecho, es mentir al hecho; decir que hemos pecado, cuando no lo hemos hecho, es mentirnos a nosotros mismos. Hay momentos en la vida cuando lo mejor que podemos hacer es aceptar la completa limpieza de nuestros pecados como un hecho cumplido, y dejar de llamar inmundo a aquello que Dios ha llamado limpio.

A veces nuestro problema no es moral, sino físico. Tanto como estemos dentro de este cuerpo mortal nuestra vida espiritual se verá afectada, de alguna manera, por nuestra condición física. Pero aquí debemos hacer notar que hay alguna diferencia entre nuestro cuerpo mortal y la "carne" como

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menciona el apóstol Pablo. Cuando Pablo habla de la carne se refiere a nuestra naturaleza humana caída, no a nuestro cuerpo físico, el cual es templo del Espíritu Santo. Por medio del poder del Espíritu nos libramos de la propensión de la carne, pero mientras vivamos aquí no hay alivio para las debilidades y defectos del cuerpo.

Una de las causas a menudo insospechadas de la ranciedad o aflojamiento es la fatiga. Shakespeare decía que nadie es buen filósofo cuando tiene dolor de muelas, y aunque es posible ser un santo cansado, es bastante difícil estar fatigado y sentirse santo. Y es nuestro deseo de sentir lo que estamos considerando aquí. El cristiano que se siente cansado en la obra del Señor, y no puede salir de ese hastiamiento, empieza a ponerse añejo, rancio. Y el hecho de que él se cansa por hacer la obra del Señor no le quita a su cansancio ninguna realidad. El Señor era consciente de esto y en ocasiones llevó a Sus discípulos aparte para que se tomen un descanso.

A veces pienso que la costumbre general que tenemos de hacer del culto del domingo en la noche el culto más importante de la semana hace que nosotros los predicadores prediquemos nuestros mejores sermones a gente cansada, y con eso menguamos la eficacia de nuestra obra. Leemos con asombro que hombres como Juan Bunyan, por ejemplo, predicaron sus mejores sermones a las cinco de la mañana. Me doy cuenta que los tiempos han cambiado y que un culto a las cinco de la mañana no tendría ningún oyente; pero los antiguos predicaban a gente despierta, y nosotros, muy a menudo, a gente cansada y somnolienta. Ellos nos llevaban ventaja.

Otra razón por la cual algunos de nosotros nos aburrimos es la monotonía. Hacer la misma cosa continuamente resulta demoledor, aunque la cosa sea placentera; y pensar siempre acerca de las mismas cosas aburre, así sean las cosas del reino. Juan Milton decía que Dios había hecho el día para alternar con la noche para que tengamos una "agradecida vicisitud", un bienvenido cambio por el cual estar agradecidos.

Algunas de las almas más puras han escrito acerca del peligro de los ejercicios espirituales profundos que se extienden ininterrumpidamente. Von Hugel advertía del peligro de la "neurosis de oración", y recomendaba dejar de pensar tanto en el cielo y darse un paseo o trabajar el huerto. Todos hemos sentido un disgusto al leer un pasaje de la Biblia que el día anterior nos resultó muy dulce, y al día siguiente parecía haber perdido todo su dulzor. Este es el modo que tiene el Espíritu Santo de urgimos a mirar otras cosas. Dios mantuvo a Israel en el desierto moviéndose continuamente. Ya podemos imaginar lo que hubiera ocurrido al ánimo del pueblo si hubieran estado acampados en un mismo lugar durante cuarenta anos.

La vida de los grandes cristianos nos muestra que ellos han diferido no solo de otros cristianos, sino de sí mismos, en diferentes épocas de su existencia. Los ejercicios espirituales que les fueron muy útiles en ciertas etapas ya no les sirvieron y los cambiaron luego por otros diferentes.

Para estar libres del tedio religioso debemos poner cuidado de no ser presa de un hábito arraigado, por bueno que fuere. Nuestro Señor nos advierte acerca de la vana repetición. Hay una repetición que no es vana, pero las oraciones repetidas continuamente se toman vanas cuando han perdido su urgencia. Siempre tenemos que estar examinando nuestras oraciones, para ver si conservan su frescura y espontaneidad. Debemos conservarlas siempre cándidas, frescas, simples y originales. Y sobre todo nunca debemos provocar una emoción santa. Cuando nos sentimos secos, lo mejor de todo es decírselo a Dios sinceramente sin ningún sentido de culpa. Si nos hemos secado por

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alguna falla atribuible a nosotros, bien pronto el Espíritu Santo nos mostrará la falla.

En pocas palabras, podemos guardarnos de ponemos añejos con un descanso apropiado, practicando el completo candor en la oración, introduciendo variedad en nuestra vida, por escuchar siempre el llamado de Dios de ir adelante y por ejercer quieta y reposadamente nuestra fe.

Las Marcas del Hombre Espiritual

El concepto de espiritualidad varía entre los diferentes grupos de cristianos. En algunos círculos la persona que habla más de religión es tomada como la más religiosa. Otros aceptan la exhuberancia ruidosa como la más genuina marca de espiritualidad. Y en algunas iglesias el hombre que ora primero, largo y en alta voz, gana reputación de ser el hermano más espiritual de la asamblea.

Claro está que un vigoroso testimonio, oraciones frecuentes y alabanzas ruidosas pueden ser consistentes con la espiritualidad, pero debemos tener en cuenta que estas señales, por si mismas, no comprueban realmente la espiritualidad.

La espiritualidad verdadera se manifiesta por si misma a través de ciertos deseos dominantes. Estos deseos siempre presentes, y profundamente establecidos, motivan y controlan la vida. Por conveniencia vamos a numerarlos, pero eso no quiere decir que están en orden de importancia.

1. Primero está el deseo de ser santo más que de ser feliz. El ansia por ser felices, que se nota en muchos cristianos que profesan santidad, ya es suficiente prueba de que tal santidad, no se halla presente. El santo verdaderamente espiritual sabe que Dios le dará abundante gozo, pero después que sea capaz de recibirlo sin que ello dañe su alma, y no la demanda de inmediato. Juan Wesley decía de los miembros de una de las antiguas sociedades metodistas que dudaba que habían sido perfeccionados en amor porque venían a la iglesia más en busca de alegría y gozo que tratando de ser más santos.

2. Un hombre puede ser considerado espiritual cuando busca por sobre todas las cosas que Dios sea honrado a través de su vida, aun cuando eso signifique para él deshonor y pérdida. Ese hombre ora: "Santificado sea tu nombre", y agrega interiormente, "a cualquier costo para mí. Señor". Vive para el honor de Dios por medio de una clase de reflejo espiritual. Cada decisión suya que envuelve la gloria de Dios ha sido hecha previamente. No necesita discutir el asunto con su propio corazón; nada hay para rebatir. La gloria de Dios es necesaria para él; se afana por ella como un hombre sofocándose se afana por respirar aire puro.

3. El hombre espiritual desea llevar la cruz. Muchos cristianos aceptan la adversidad o la tribulación con un suspiro y llaman a eso su cruz, olvidando que tales cosas le suceden tanto al santo como al pecador. La cruz verdadera es esa adversidad extra que nos viene a nosotros como resultado de nuestra obediencia a Cristo. Esta cruz no es impuesta a la fuerza sobre nosotros;

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nosotros la cargamos voluntariamente con pleno conocimiento de sus consecuencias. Nosotros hemos elegido obedecer a Cristo, y por eso hemos escogido cargar con nuestra cruz.

Llevar la cruz significa estar entregado a la Persona del Señor Jesucristo, sometidos a Su señorío y obedientes a Sus mandamientos. El hombre que se halla así de entregado, así de sometido y así de obediente, es un hombre espiritual.

4. También, un hombre es espiritual cuando todo lo ve desde el punto de vista de Dios. La habilidad de pesar todas las cosas en la balanza divina, y poner el valor exacto sobre ellas tal como Dios lo hace, es la marca de una vida llena del Espíritu.

Dios mira a las cosas, y a través de las cosas al mismo tiempo. Su vista no se queda en la superficie, sino que penetra al verdadero significado de las cosas. El cristiano carnal mira un objeto o una situación, pero a causa de que no ve a través de ellos se siente alborozado o desanimado por lo que ve. El hombre espiritual es capaz de ver a través de las cosas como Dios ve, y pensar de ellas como Dios piensa. Insiste en ver todas las cosas como Dios las ve, aun a pesar de que ello le traiga humillación y exponga su ignorancia hasta el punto de verdadero dolor.

5. Otro deseo del hombre espiritual es el de morir en la razón antes que vivir malamente. Una marca segura del hombre de Dios maduro es su impasibilidad ante la vida. El cristiano consciente de su cuerpo, tiene su vista puesta en las cosas terrenales, mira a la muerte con terror en el corazón. Pero según vaya avanzando en la vida del Espíritu se volverá más y más indiferente ante los años que ha pasado en la tierra, y al mismo tiempo tendrá cuidado de la clase de vida que debe vivir mientras permanece aquí. El no va a comprar algunos años extras de vida al costo del compromiso o el fracaso. El desea ante todo ser justo, y le deja a Dios determinar cuántos serán los años que viva sobre la tierra. Sabe que puede morir, ahora que está en Cristo, pero sabe también que no le conviene hacer mal, y este pensamiento viene a ser un giroscopio que estabiliza su pensar y su accionar.

6. El deseo de ver progresar a otros a sus expensas es otra marca del cristiano espiritual. Desea ver a otros cristianos sobre él, y es feliz cuando otros son promovidos y él queda relegado. No hay envidia en su corazón; cuando otros hermanos son honrados, él está feliz porque así es la voluntad de Dios, y esa voluntad es su cielo en la tierra. Si Dios es agradado, él es agradado por esa razón, y si a Dios le place poner a otros sobre él, él se contenta con eso.

7. El hombre espiritual suele hacer juicios en razón de eternidad, nunca en razón de tiempo. Por la fe se levanta por sobre la presión de la tierra y el fluir del tiempo y aprende a pensar y sentir como uno que ya ha dejado el mundo y ha ido a juntarse con la gran compañía de ángeles, y la congregación de los primogénitos que están inscritos en los cielos. Tal hombre preferirá ser útil más que famoso y ser servidor más que servido.

Y todo esto debe ser por la operación del Espíritu Santo dentro de él. Ningún hombre se hace espiritual por sí mismo. Solo el Espíritu libre puede hacer a un hombre espiritual.

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Vara y Cruz No Son la Misma Cosa

Para el cristiano castigo y llevar la cruz son parecidos pero no idénticos. Ellos difieren en un número importante de cosas. Las dos ideas se usan comúnmente como sinónimas, pero hay sin embargo una distinción bien marcada entre ellas. Cuando las confundimos en nuestra mente no estamos pensando con propiedad. Y cuando no pensamos rectamente respecto a la verdad, nos perdemos algunas bendiciones que podríamos haber gozado.

La cruz y la disciplina están muchas veces juntas en las Escrituras, pero no son la misma cosa. La disciplina es impuesta sin el consentimiento del que la -sufre. La cruz no puede ser impuesta por otro. Aun Cristo sufrió la cruz por Su sola y libre elección. Hablando de su vida que pondría en la cruz dijo: "Nadie me la quita; yo la pongo de mi mismo". El tuvo muchas oportunidades de escapar de la cruz, "pero afirmó su rostro como diamante, y se encaminó a Jerusalén". La única compulsión que conoció fue la compulsión del amor.

El castigo es un acto de Dios; el llevar la cruz es un acto del cristiano. Cuando Dios en su amor pone la vara de corrección en las espaldas de Sus hijos, no les pide permiso. El castigo sobre el creyente no es voluntario, excepto en que él acepta la voluntad de Dios con el consentimiento de que la voluntad de Dios incluye castigo. "Porque Dios al que ama, castiga, y azota a cualquiera que recibe por hijo. Si soportáis el castigo. Dios se os presenta como a hijos, porque, ¿qué padre es aquel que a su hijo no castiga?"

La cruz nunca viene insolicitada; la vara siempre lo hace. "Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a si mismo, tome su cruz, y sígame". Aquí hay una clara, inteligente decisión, una decisión que debe ser hecha por el individuo con determinación y reflexión. En el reino de Dios nadie se encuentra de sorpresa con una cruz.

Pero, ¿qué es la cruz para el cristiano? Obviamente no es el instrumento de madera que los romanos usaban para ejecutar la sentencia de muerte a los acusados de crímenes capitales. La cruz es el sufrimiento que el cristiano soporta como consecuencia de seguir a Cristo en perfecta obediencia. Cristo eligió la cruz al elegir el camino que conducía a ella: y así es con Sus seguidores. En el camino de la obediencia encontramos la cruz, y tomamos la cruz cuando entramos en ese camino.

Así como la cruz se encuentra en el camino de la obediencia, el castigo se halla en el camino de la desobediencia. Dios nunca castiga a un hijo perfectamente obediente. Pensemos en nuestros padres carnales; nunca nos castigaron por obedecer sino por desobedecer.

Cuando sentimos el golpe de la vara debemos pensar que momentáneamente estamos fuera del camino. Por el contrario, los dolores de la cruz indican que estamos en el buen camino. Pero el amor del Padre no es más o es menos según seamos nosotros. Dios no nos castiga para poder amarnos, sino porque nos ama. En una casa bien ordenada ningún hijo desobediente puede esperar zafarse del castigo. En la casa de Dios ningún cristiano descuidado puede esperar lo mismo.

Pero, ¿cómo podemos saber, en una situación dada, si lo que sufrimos son los dolores de la cruz o de la vara? El dolor es dolor, cualquiera sea la fuente de donde proviene. Jonás, huyendo de la voluntad de Dios, no sufrió una tempestad peor que Pablo cumpliéndola; el mismo mar embravecido amenazó la vida de ambos. Y Daniel en la cueva de los leones pasó tanto peligro como

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Jonás en el vientre de la ballena. Los clavos dolieron tanto en las manos de Cristo como en las manos de los dos ladrones crucificados por sus propios pecados. ¿Cómo, entonces, podemos distinguir la cruz de la vara?

Creo que la respuesta es clara. Cuando la tribulación viene no tenemos más que fijarnos si es impuesta o elegida. "Bienaventurados vosotros cuando os persigan y os rechacen, y digan de vosotros todo mal", dijo el Señor. Pero esto no es todo. Agrega luego cuatro palabras: "por mi causa, mintiendo". Estas últimas palabras muestran que el sufrimiento del cristiano viene voluntariamente, y que es escogido por causa de Cristo y Su justicia. Si la acusación que nos lanzan los hombres es cierta, entonces no hay bendición.

Nos defraudamos a nosotros mismos cuando tratamos de convertir nuestro castigo en una cruz y de regocijamos en aquello por lo cual debiéramos más bien arrepentimos. "Pues ¿qué gloria es, si pecando sois abofeteados, y lo soportáis? Mas si haciendo lo bueno sufrís, y lo soportáis, esto ciertamente es aprobado delante de Dios" (1 Pedro 2:20). La cruz está siempre en el camino de la justicia. Sentimos el dolor de la cruz solamente cuando sufrimos por causa de Cristo y por nuestra propia voluntad y elección.

Creo que también hay otra clase de sufrimiento que no cae dentro de las categorías enunciadas. No viene ni de la vara ni de la cruz, no está impuesto como un correctivo moral ni es resultado de nuestra vida y testimonio cristiano. Viene en el curso de la naturaleza y sale de muchas enfermedades que hereda la carne. Visita a todos igualmente en mayor o menor grado, y no parece tener ningún significado espiritual claro. Su origen puede ser fuego, inundación, congojas, heridas, accidentes, enfermedades, vejez, debilidad o por la mala condición en general del mundo. ¿Qué podemos hacer con ello?

Bien, algunas almas grandes han logrado cambiar esos males para bien. Por la oración y sometimiento ellos han cortejado la adversidad para que sea su amiga, y han hecho del dolor y la pena maestros que les instruyan en las artes celestiales. ¿No vale la pena emularlas?

Dando Cara al Viento

"Dios les ha llamado para ponerse al lado de Cristo", dijo el santo Rutherford, "y el viento ahora sopla en el rostro de Cristo en esta tierra; y siendo que están con El, no deben esperar estar al socaire del viento al lado soleado de la colina".

Con esa belleza literaria que caracterizaba sus palabras más simples, así describe Samuel Rutherford uno de los hechos básicos de la vida cristiana. El viento sopla en el rostro de Cristo, y puesto que andamos en la compañía de El no podemos menos que sentirlo en nuestro rostro también. No debemos esperar menos que esto.

El deseo de andar por el lado soleado de la colina es bastante natural, y para criaturas tan sensibles como somos, supongo que es perdonable. A nadie

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le gusta caminar y encarar un viento frió. Sin embargo, la iglesia ha tenido que caminar, a lo largo de los siglos, haciéndole frente a los vientos contrarios.

En esta ansia moderna de hacer nuevos convertidos, me temo que estemos echando mano con demasiada frecuencia de las técnicas del vendedor. El vendedor pondera solo las bondades del producto que ofrece, pero se cuida de mencionar todas sus deficiencias. Ofrecemos a los oyentes una casa cómoda en el lado abrigado de la colina. Si aceptan a Cristo como Salvador -les decimos- Cristo los guardará de todo mal, les protegerá la familia, les dará salud y paz, les prosperará el negocio y los hará sentirse felices todo el santo día. La gente nos cree y vienen, pero al primer viento frió se desaniman; y entonces buscan a un, consejero para que les diga adonde se encuentra el mal, y muchas veces, esto es lo último que oímos de ellos.

Las enseñanzas de Cristo revelan que El era un hombre realista, en el más fino significado de la palabra. En ningún lugar de los Evangelios aparece algo que sea excesivamente visionario u optimista. Jesús siempre dijo a Sus seguidores la entera verdad, y los dejó que razonaran con su propia mente. Podía sentir pena por el individuo que no aceptaba su verdad, pero nunca corría tras él para hacerle una nueva oferta, más baja y tentadora. El quería que los hombres le siguieran, cualquiera que fuese el costo, o los dejaría que siguieran su camino.

Todo esto es para decir que Cristo es honesto. Podemos confiar en El. El sabe que nunca será popular entre los hijos de Adán, y sabe que Sus discípulos deben esperar la misma cosa. El viento que sopla en Su faz será sentido por todos los que caminan con El, y nosotros no somos intelectualmente honestos cuando ocultamos este hecho de los hombres que nos escuchan.

Por ofrecer a los oyentes un evangelio dulzón y liviano, y un lugar en el lado abrigado de la colina, los estamos engañando cruelmente, y no solo eso, sino que estamos preparando las cosas para que haya una gran deserción entre los mismos ganados con ese método. En ciertos campos misioneros se ha acuñado la expresión "cristianos por arroz" para denotar a aquellos individuos, hombres y mujeres, que son ganados para el evangelio por medio de regalos y dádivas. El misionero de experiencia sabe que únicamente el convenido que debe pagar un alto precio por su nueva fe es el que permanece firme hasta el fin. Comienza con el viento en su rostro, y cuando la tormenta ruja y crezca a su alrededor, no se volverá atrás porque estará preparado para hacerle frente.

Por rebajar tanto las normas del Evangelio aquí en América estamos produciendo decenas de miles de cristianos por arroz. Todavía se recuerda en el estado de Florida a los estafadores que se enriquecieron vendiendo miles de hectáreas de pantanos llenos de cocodrilos a inocentes compradores del norte, ofreciéndoselas a un precio bastante alto. Ahora parece que hay gran venta religiosa por el lado soleado de la colina. Miles de personas están comprando un evangelio barato, y algunos pocos se están haciendo ricos; pero cuando el público se dé cuenta del engaño, muchos tendrán que salirse del "negocio" evangelístico. Mientras más pronto suceda, tanto mejor.

¿Qué es lo que nos ofrece Cristo que es sano, bueno y deseable? Cristo ofrece perdón de pecados, limpieza interior, paz con Dios, vida eterna, el don del Espíritu Santo, victoria sobre la tentación, resurrección de entre los muertos, un cuerpo glorificado, inmortalidad y un lugar de habitación en la casa del Padre para siempre. Esos son algunos de los beneficios que recibimos como resultado de nuestra fe en Cristo y una total entrega a El. Agreguen a eso todas las bendiciones y magnificencias que serán nuestras por vivir en la

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Eternidad, y quedamos con una imperfecta idea de lo que Pablo llama "las inescrutables riquezas de Cristo".

Aceptar el llamado de Cristo cambia al pecador, pero no cambia necesariamente al mundo. El viento sigue soplando hacia el infierno, y el hombre que camina en dirección contraria recibirá el golpe del viento en su rostro. Y debemos tener esto en cuenta cuando pensamos de cosas espirituales. Si no vale la pena sufrir por las inescrutables riquezas de Cristo, entonces debemos saberlo ahora mismo, y dejar de jugar a la religión.

Cuando el joven rico supo lo que costaba el discipulado, giró sobre sus talones y se volvió apenado. No quería dejar el lado soleado de la ladera. Pero gracias a Dios que, en cada edad, hay algunos que rehúsan volver atrás. El libro de Los Hechos de los Apóstoles es la historia de hombres y mujeres que supieron poner cara al fuerte viento de la persecución y pérdida, y siguieron al Cordero por donde quiera que fuera. Ellos sabían que el mundo odiaba a Cristo sin causa, y que ellos serían odiados por causa de Cristo. Pero por la gloria que había sido puesta delante de ellos, siguieron caminando en derechura hacia adelante.

Quizás todo el problema puede ser resumido a una simple cuestión de fe o falta de fe. La fe mira adelante al triunfo de Cristo y es capaz de soportar cualquier cosa con tal de participar en él. La incredulidad no está segura de nada, fuera de que detesta luchar contra el viento y desea estar siempre en el lado soleado de la colina. Cada hombre tendrá que decidir por si mismo si puede pagar el terrible lujo de la incredulidad.

Los Amigos de Dios

La idea de amistad entre Dios y los hombres se originó con Dios mismo. Si Dios no hubiera dicho primero, "Vosotros seréis mis amigos", sería osadía inexcusable para cualquier hombre decir, "Soy un amigo de Dios". Pero ya que Dios mismo reclama nuestra amistad, es un acto de incredulidad rechazar o ignorar esa relación.

Igual que toda otra relación que afecta la inteligencia moral, la amistad con Dios acepta varios grados de relación, desde la meramente formal, hasta la más dulce e intima. Todos conocemos personas a las cuales podemos llamar amigos cuya amistad es tan débil y tenue que apenas soporta una presión. Y hay amigos también, generalmente unos pocos, cuya amistad ha sido probada con fuego a través de una larga experiencia, y que es casi imposible de romper.

Aun cuando sean radicalmente diferentes la una de la otra, dos personas pueden disfrutar de amistad durante largo tiempo, porque no es requisito de la amistad verdadera que dos personas sean perfectamente iguales. Es suficiente que sean iguales en el punto donde sus personalidades se tocan. Armonía es igualdad o semejanza en los puntos de contacto, y amistad es semejanza e igualdad en los corazones.

Por esta razón la amistad de Dios con el hombre es enteramente lógica y creíble. El infinito Dios y el hombre mortal pueden unir sus personalidades en la

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más intima y satisfaciente amistad. En tal relación no cabe la idea de igualdad, sino la de afinidad, en la cual el corazón del hombre se junta con el corazón de Dios.

Esta afinidad es posible basada en el hecho de que Dios hizo al hombre a Su imagen y semejanza, y ahora lo está recreando para que recupere aquella imagen perdida por el pecado.

La imagen de Dios en el hombre no puede extenderse a cada parte en el ser humano, porque Dios tiene atributos que no puede impartir a Sus criaturas, no importa quienes sean. Dios es increado, autoexistente, infinito, soberano, eterno; estos atributos son exclusivos Suyos, y por propia definición no pueden ser compartidos por otro. Pero hay algunos otros atributos que El imparte a Sus criaturas, y en alguna medida comparte con Sus redimidos.

Inteligencia, conciencia de existencia propia, amor, bondad, santidad, piedad, fidelidad—estos y ciertos otros atributos son los puntos de contacto donde es posible lograr armonía y semejanza entre Dios y el hombre. Y es aquí donde se experimenta la amistad entre Dios y el hombre.

Dios, siendo perfecto, tiene capacidad para perfecta amistad. El hombre, siendo imperfecto, nunca puede alcanzar la perfección en nada, y menos en su relación con el Dios inaprensible. La perfección está en el lado de Dios, pero en el lado del hombre, hay debilidad de propósito, falta de deseo, poca fe y una cantidad de impedimentos. Esto hace que lleguemos a tener una clase de amistad con Dios que, aunque es simplemente maravillosa para el hombre, está lejos todavía de esa perfecta amistad que podríamos tener si los impedimentos se quitarán, o por lo menos se redujeran grandemente.

Aunque la razón nos dice que debemos reconocer esas diferencias e impedimentos de nuestro lado de la relación divino-humana, todavía no hay razón para desesperar del todo. A despecho de nuestras humanas fragilidades podemos crecer en gracia y progresar hacia una más perfecta unión experimental con Dios. Esto puede lograrse por firme obediencia, gran disciplina propia, oración incesante, completo desapego al mundo y el ejercicio de una robusta fe en las verdades reveladas en la Biblia.

Debemos señalar que ninguna verdad revelada se hace efectiva automáticamente. El efecto de cualquier verdad sobre nosotros depende de nuestra actitud hacia ella. Primeramente debe ser aceptada con fe activa, y recibida en nuestras mentes como completamente digna de creer, más allá de toda discusión. Debe ser una clase de tinte, que da color a todos nuestros pensamientos y oraciones.

Cuanto más simple sea nuestra vida, más perfecta será nuestra amistad con Dios. Esas formalidades que son necesarias para conservar una amistad formal, son innecesarias cuando verdaderos amigos se sientan a charlar. Los amigos verdaderos confían el uno en el otro.

Hay una gran diferencia entre tener "visitas" y tener un amigo en la casa. Al amigo podemos tratarlo como miembro de la familia, pero las visitas tienen que ser entretenidas.

Dios no está satisfecho hasta que no exista entre El y Su pueblo esa intima informalidad, que no requiere ninguna estimulación artificial. El verdadero amigo de Dios puede sentarse en silencio en Su presencia durante largos periodos de tiempo. La confianza completa no necesita 3e palabras de garantía. Tales palabras han sido dichas de largo tiempo atrás y el corazón que adora puede estar en quietud ante Dios.

Sin duda ninguna que el privilegio más grande que se le puede conceder a un hombre es que pueda sentarse en el círculo de los amigos Íntimos de Dios.

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Nada vale lo suficiente en la vida como para permitirle ser un obstáculo en nuestra relación con Dios. Nada en los cielos o en la tierra o en el infierno puede apartarnos del amor de Dios; debemos ver que nada en la tierra nos aparte de la amistad con Dios.

El Ministerio de la Noche

Si Dios lo ha distinguido a usted para que sea especial objeto de Su gracia, usted puede esperar de El que lo honré con una más estricta disciplina y más grandes sufrimientos que otros menos favorecidos son llamados a soportar.

Y aquí me anticipo a la objeción de alguno, que Dios no tiene "favoritos" entre Sus hijos. Pero tanto la Santa Biblia como la historia de la iglesia afirman precisamente lo contrario. Las estrellas defieren en gloria las unas de las otras, y así también los santos en el cielo y en la tierra. Sin cuestión ninguna, tes diferencias existen. Pero si estas diferencias se deben a la voluntad de Dios, o a los diferentes grados de receptividad y obediencia de Sus hijos, es algo que no estoy preparado para responder todavía, aunque me inclino fuertemente por este último punto de vista.

Si Dios está dispuesto a hacer de usted un cristiano diferente, hay que pensar que El no será tan suave y gentil como lo pintan los predicadores populares. Un escultor no usa una pincita de manicura para esculpir el mármol y sacar de él una forma de imperecedera belleza. La sierra, el martillo y el cincel son instrumentos crueles, pero sin ellos la ruda piedra quedaría para siempre sin forma ni belleza.

Para hacer Su suprema obra de gracia en usted El debe comenzar por quitar de su corazón todo lo que usted ama más. Todo aquello en que usted confía tiene que salir. Montones de cenizas quedarán allí donde antes estuvieron sus tesoros más preciados.

Con esto no quiere enseñar el poder santificador de la pobreza. Si la pobreza hiciera santos, entonces cada vagabundo que anda por las calles seria un santo. Pero Dios conoce el secreto de quitar del corazón las cosas, al mismo tiempo que las deja con nosotros. Lo que El hace es restringirnos del uso y disfrute de esas cosas. Nos permite conservarlas en nuestra vida, pero nos hace psicológicamente incapaces de permitir que nuestro corazón se vuelva a ellas. Así ellas pueden ser útiles sin ser dañinas.

Dios cumplirá todo esto a expensas de los placeres comunes que anteriormente hicieron nuestra vida cómoda y placentera. Ahora, bajo el cuidado del Espíritu Santo, vuestra vida puede volverse seca e insípida, y en algún grado una carga para usted.

Mientras esté en este estado usted existirá por una clase de ciega voluntad de vivir; no encontrará nada de las dulzuras internas que disfrutó antes. La sonrisa de Dios se quitará por algún tiempo, o a lo menos, se ocultará de sus ojos. Entonces usted sabrá lo que es la fe; aprenderá con dificultad, pero de la única manera posible para usted, que la verdadera fe está en la voluntad, que el gozo inefable del cual habla el apóstol no es fe, sino un fruto de la fe que madura lentamente; y se dará cuenta que el presente gozo espiritual puede ir y

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venir a su capricho, sin que eso altere para nada su estado espiritual o que afecte su posición como verdadero hijo del Padre Celestial. Y usted aprenderá también, probablemente para su propio asombro, que es posible vivir en buena conciencia para con Dios y los hombres y todavía no sentir nada de "la paz y el gozo" que oye mencionar tanto a otros cristianos inmaduros.

Cuánto habrá de permanecer usted en esta noche del alma dependerá de un sinnúmero de factores, algunos de los cuales usted podrá identificar más tarde, entre tanto que otros quedarán para siempre ocultos en Dios. Las palabras "El día es tuyo; la noche también es tuya", será interpretada para usted por el mejor de los maestros, el Espíritu Santo; y usted conocerá, por experiencia personal, cuan bendecida cosa es el ministerio de la noche.

Pero hay un límite a la capacidad del hombre de vivir sin gozo. Aun Cristo pudo soportar la cruz por el gozo que Le había sido propuesto para más adelante. Aun el más fuerte acero se rompe si es sometido por excesivo tiempo a fuerte presión. Dios sabe perfectamente cuanta presión puede soportar cada uno. El sabe por cuanto tiempo podremos soportar la noche, por eso le concede al alma descanso, primero por un destello de la estrella de la mañana, y luego por los albores del comienzo del día.

Lentamente usted habrá de descubrir en sus sufrimientos el amor de Dios. Su corazón comenzará a aprobar todo el proceso sufrido. Aprenderá usted por si mismo lo que todas las escuelas del mundo no podrían enseñarle—la acción sanadora de la fe que obra sin el apoyo del placer. Usted sentirá y comprenderá el ministerio de la noche; su poder para purificar, separar, humillar, destruir el temor de la muerte, y lo que es más importante para usted en ese momento, el temor a la vida. Y comprenderá usted que a veces el dolor puede hacer lo que el gozo no puede, tal como exponer la vanidad de las fruslerías de la tierra y llenar su corazón con el anhelo por la paz del cielo.

Lo que he escrito aquí no es nada original. Esto ha sido descubierto por cada generación de cristianos, y es casi un cliché de la vida más profunda. Pero es necesario decirlo, y con mucho énfasis, a la actual generación de cristianos, porque él tipo de cristianismo que está ahora en boga, no incluye nada tan profundo ni tan dificultoso como esto. La búsqueda del moderno cristiano tiende a ser por paz del espíritu y gozo de la vida, con una buena medida de prosperidad material como prueba del favor divino.

Algunos comprenderán esto, sin embargo, aunque el número sea relativamente pequeño, y ellos han de constituir el corazón de los santos practicantes que tanto necesita la iglesia de hoy en día, si es que el Cristianismo va a sobrevivir hasta la próxima generación.

El Arte de la Adoración Verdadera * *Permiso obtenido de Moody Monthly. (Copyright Moody Bible Institute, 1952)

Los filósofos que han notado las vastas diferencias que hay entre el hombre y la bestia, se han empeñado en puntualizar en qué residen esas diferencias. Han dicho, por ejemplo, que el hombre es el animal pensante, o que es el animal que ríe, o que es el único animal que tiene conciencia. Sin embargo, la única característica que realmente distingue al hombre de la

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bestia es que el hombre tiene la capacidad de adorar. Tiene la inclinación y la capacidad de adoración.

Fuera de esta condición de poder ser un adorador de Dios, el hombre no tiene otra respuesta segura para su existencia. Es el más elevado de los animales, naciendo así como muchos animales, pasando por el ciclo de su vida en la tierra y muriendo por fin sin saber de qué se trata. Si esto fuera todo para él, si no hay mayor razón de ser que la que tiene la bestia, entonces no tiene sentido que es el único animal que se angustia por si mismo, que se hace preguntas, y quiere saber del universo. Pero el hecho de que el hombre tenga estas urgencias le indica al hombre sabio que en algún lado debe existir Alguien a quién le debe fidelidad y respeto. Uno ante quien debe arrodillarse y adorar.

La revelación bíblica nos dice que ese Uno es Dios, el Padre Todopoderoso, creador del cielo y de la tierra, quien debe ser adorado en Espíritu en el nombre del Señor Jesucristo, nuestro Señor. Esto es suficiente para nosotros. Sin tratar de razonarlo, tenemos que partir de ahí. Todas nuestras dudas se acaban con esta maravillosa afirmación de fe: "Señor Dios, Tú lo sabes", que según Samuel Taylor Coleridge es una de las declaraciones más profundas que hayan salido de labios humanos.

En la adoración espiritual es posible distinguir varios elementos. Entre ellos amor, admiración, asombro y adoración. Aunque no han de ser experimentados necesariamente en este orden, conque solo pensemos un poco veremos que estos elementos están presentes en todo acto de adoración verdadera.

El Antiguo y el Nuevo Testamento nos enseñan por igual que la esencia de la adoración es el amor a Dios. "Amarás al Señor tu Dios con todo tu corazón, con toda tu alma y con toda tu fuerza". Nuestro Señor dijo que esto era la suma y compendio de toda la Ley y los Profetas.

Bien, el amor es tanto un principio como una emoción. Es algo para ser sentido y para ser deseado. Es capaz de poseer una cantidad infinita de gradaciones. Puede comenzar en el corazón humano de una manera casi imperceptible, y después convertirse en un torbellino que arrastra al hombre en su furia y lo deja completamente indefenso. Algo como esto debió experimentar el apóstol Pablo, porque sentía que era necesario explicar a los críticos que lo que parecía locura en él, era el amor de Dios que inflamaba su corazón.

Es prácticamente imposible adorar a Dios sin amarle primero. Tanto la Biblia como la razón combinan en afirmar esto. Y Dios, por. Su parte, no se satisface con nada sino con" todo: "todo tu corazón. . . toda tu alma. . . todo tu poder..." Al principio esto parece ser imposible, pero al tener más profundas experiencias con Dios nos preparamos para ello, y la acción interna del Espíritu Santo nos capacita después de un tiempo para ofrecer a Dios un amor puro de todo corazón.

En el amor que cada criatura inteligente siente por Dios debe haber siempre cierta medida de misterio. Aun es posible que sea enteramente misterioso, y por eso cualquier intento de hallar razones seria una mera racionalización del amor misteriosamente presente en el corazón como resultado de alguna secreta operación del Espíritu Santo dentro de nosotros, trabajando como un minero, horadando ocultamente las entrañas de la tierra. Pero si con todo se buscan razones, podemos dar a lo menos dos: gratitud y excelencia. Amar a Dios porque ha sido bueno con nosotros es la cosa más razonable posible. El amor que surge de la consideración de Su bondad para

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nosotros es válido, y completamente aceptable para El. Pero es sin embargo un amor de grado menor, siendo menos egoísta que el amor que surge de la apreciación de lo que Dios es en Si mismo, aparte de Sus dones.

De este modo el simple amor que sale de la gratitud, cuando se expresa en cualquier acto de expresión consciente, es indudablemente adoración. Pero la calidad de nuestra adoración se eleva cuando nos movemos del pensamiento de lo que Dios ha hecho por nosotros al pensamiento de la excelencia de Su santa naturaleza. Esto nos conduce a la admiración.

El diccionario nos dice que admirar es "mirar con aprecio maravillado, acompañado de placer y deleite; contemplar con un elevado sentimiento de placer". De acuerdo con esta definición, Dios tiene pocos admiradores entre los cristianos del día de hoy.

Muchos son los que están agradecidos por Su bondad al proveerles salvación. Cuando llega el Día de Acción de Gracias todas las iglesias hacen sonar sus campanas con júbilo porque "toda la buena cosecha está guardada en el granero". Los testimonios que dan los creyentes se basan mayormente en momentos de dolor y prueba que pasaron durante el año y de los cuales fueron librados por medio de la oración. Censurar esto seria antibíblico y antiespiritual, porque los salmos están llenos de testimonios semejantes. Es bueno y recto dar gradas a Dios por todos los beneficios recibidos. Pero, ¿dónde están los admiradores de Dios?

La verdad sencilla es que la adoración es muy elemental hasta que entra el elemento de la admiración. Mientras el creyente se está deleitando con su persona y su buena fortuna, no es más que un bebé. Comenzamos a crecer cuando nuestra adoración pasa de la acción de gracias a la admiración. Cuando nuestros corazones se elevan a Dios en admiración por lo que El es ("YO SOY EL QUE SOY"), comenzamos a compartir un poco del desinteresado placer que es la porción de los bienaventurados que están en los cielos.

La tercera etapa de la adoración verdadera es maravilla. Aquí la mente cesa de comprender y entra en una clase de delicioso asombro. Carlyle decía que adoración es "maravilla trascendente", un grado de asombro sin límites y más allá de toda expresión. Esta clase de adoración se halla por toda la Biblia (pero es honesto decir que también se hallan expresiones de un grado menor). Abraham cayó sobre su rostro, maravillado de la visita de Dios. Moisés se arrodilló y ocultó su rostro cuando estuvo ante la zarza ardiente. Pablo no sabia si estaba en el cuerpo o fuera de él cuando subió al tercer cielo y vio glorias inefables. Cuando Juan vio a Jesús caminando entre Sus iglesias, cayó a sus pies como muerto. Citamos estos como unos pocos ejemplos; la Biblia está llena de ellos.

Se pudiera decir que tales experiencias son excepcionales, y no pueden ser tomadas como la norma para el cristiano corriente en el día de hoy. Esto es cierto, pero solo de las circunstancias externas. El contenido espiritual de la experiencia es incambiable y puede hallarse dondequiera haya creyentes genuinos. Es cosa cierta que siempre que hay un encuentro con Dios, eso produce admiración y maravilla.

Las páginas de la biografía cristiana están llenas de ejemplos de hombres que se encontraron con Dios en una íntima experiencia, y no pudieron hallar palabras para expresar lo que vieron y oyeron y sintieron. Los himnos cristianos nos toman en el punto donde la prosa hace alto y no puede seguir más allá, y en las alas de la poesía nos eleva a la adoración maravillada. Abramos un viejo himnario y miremos los himnos dedicados a la adoración, y veremos qué parte ha tenido la adoración maravillada a través de los siglos.

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Pero la maravilla no es todavía el pico más elevado en la cordillera de la adoración. Hay todavía una cumbre más alta que puede alcanzar el adorador que se remonta hasta el aire purísimo de la adoración verdadera. El debe adorar.

Los grandes santos de la Biblia fueron, sobre todo, extáticos amadores de Dios. Los Salmos celebran el amor que David (y algunos otros más) sentían por la persona de Dios.

Como sugerimos más arriba. Pablo admite que el amor a Dios que sentía en su pecho era una especie de locura. "Porque si estamos locos es para Dios, y si estamos cuerdos es para vosotros. Porque el amor de Cristo nos constriñe" (2 Corintios 5:13-14). La idea parece ser que Pablo estaba tan locamente enamorado de Cristo, que ese amor lo llevaba a hacer cosas extravagantes que una mente no tocada todavía por esa calidad de amor las juzga como tontas o irracionales.

La acusación más seria que quizá podría hacerse contra los cristianos modernos es su falta de amor a Cristo. El Cristo que predican los fundamentalistas es fuerte, pero difícilmente bello. Es raro hallar algún individuo que ame a Cristo con amor personal intenso. Creo que no es falta de caridad decir que gran parte de la adoración que se le rinde a Cristo entre las iglesias más conservadoras es formulista y artificial, y quizá enteramente insincera.

Muchos de los nuevos himnos y coritos en alabanza a Cristo son vacíos y carecen de convicción. Algunos son melosos y blandos, y parecen al alma reverente escritos y cantados por personas que nunca realmente conocieron a Dios tal como El es. Son canciones de amor humano, en los cuales la única diferencia que se nota es la sustitución del nombre de un amante terreno por el nombre, de Cristo.

Cuan diferente es la emoción que surge de un verdadero amor a Cristo incitado por el Espíritu Santo. Tal amor puede elevarse a un grado tal de adoración que al corazón le parece difícil soportarlo, al mismo tiempo que es serio, elevado, casto y reverente.

Cristo nunca puede ser bien conocido sin un sentido de asombro y temor acompañados de conocimiento. El es el más hermoso entre diez mil, pero también es el Señor Todopoderoso. Es el amigo de los pecadores, pero también es el terror de los demonios. Es manso y humilde de corazón, pero también es Señor y Cristo que ha de juzgar a todos los hombres. Ninguno que lo conoce a El personalmente puede ser frívolo en Su presencia.

El amor de Cristo hiere y cura al mismo tiempo; es fascinador y atemorizante, mata y hace vivir, atrae y repele, es sobrio y arrebatador. No hay nada más terrible o más maravilloso que ser golpeado con amor por Cristo tan profundamente que todo el ser entra en dolorosa adoración de Su persona, una adoración que conturba y desconcierta, mientras purifica y satisface y encalma lo más profundo del corazón.

Este amor como una clase de fragancia moral puede ser detectado en las vestiduras de todos los santos. En los escritos de Agustín, obispo de Hipona, por ejemplo, esta fragancia es tan fuerte que casi intoxica. Hay pasajes en sus Confesiones tan apasionadamente dulces que son casi insoportables, pero todavía tan respetuosos que excitan la piedad hada un hombre que adora maravillado de rodillas, capturado entre un santo amor y un igualmente santo temor.

La lista de los santos fragantes es larga. Incluye hombres y mujeres de todas las tendencias teológicas, pero todos ellos encuadrados dentro de la

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verdadera fe cristiana. Abarca a personas de toda condición social, todo grado de educación, y cada raza y color. Este radiante amor por Cristo es para mí la única prueba de auténtico catolicismo, y una segura prueba de poseer membresía en la iglesia universal.

Resta por decir solamente que la adoración tal como la hemos descrito aquí es hoy en día casi un arte perdido. Gracias a Dios que no está del todo. Porque cualquier cosa que se diga de los cristianos evangélicos bíblicos de nuestros días, no es posible decir que se destacan por su espíritu de adoración. El evangelio predicado por los buenos hombres de nuestro tiempo, puede salvar almas, pero difícilmente hace adoradores.

Nuestros cultos se caracterizan por la cordialidad, el buen humor, la afabilidad, el celo, y un alto espíritu animal; pero cuesta hallar reuniones marcadas por señales de la grandiosa e imponente presencia de Dios. Nos preocupamos más que haya buena doctrina, himnos alegres, personalidades agradables y entretenimientos religiosos.

Cuan pocos, cuan penosamente pocos son los santos verdaderos que languidecen de amor por Cristo. La dulce "locura" que visitó a hombres como Bernardo de Claraval y Francisco de Asís, Richard Rolle y Jonatan Edwards y Samuel Rutherford es escasamente conocida en nuestros tiempos. La adoración apasionada de Teresa y Madame Guyon son cosas del pasado. El cristianismo ha caído en las manos de líderes que no conocen a José. La memoria de los buenos días está pasando de nosotros y un nuevo tipo de persona religiosa está emergiendo. ¡Cómo se ha oscurecido el oro y la plata se ha empañado!

Si el cristianismo bíblico ha de sobrevivir el trastorno mundial de hoy, tenemos que recuperar el espíritu de adoración. Necesitamos una fresca revelación de la grandeza de Dios y la belleza de Jesús. Necesitamos dejar de lado nuestras fobias y nuestros prejuicios contra la vida espiritual más profunda y buscar otra vez ser llenos con el Espíritu Santo. Solamente El puede levantar nuestros fríos corazones hasta el éxtasis y restaurar otra vez el arte de la verdadera adoración.

La Prueba Final del Amor

Hace cosa de un siglo atrás se cantaba mucho en las iglesias un himno cuya primera estrofa dice así:

Este es un viejo problemaque a menudo me pone ansioso:¿Yo amo al Señor, o no?¿Soy en verdad suyo, o no?

Los que así confesaban su ansiedad espiritual eran personas serias, hombres y mujeres honestos que podían abrir sus corazones unos a otros de esta manera sin ocultamientos ni simulación.

Es una evidencia de la frivolidad esencial de los creyentes modernos que este viejo himno no se cante más, y si se menciona desde el pulpito, se lo hace

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humorísticamente, como un ejemplo del espíritu melodramático de los antiguos, y como prueba de que los que así cantaban no estaban al día en la doctrina de la gracia. ¿Por qué preguntar "si amo al Señor o no", cuando una cantidad de consejeros están puestos a citar textos convenientes de la Biblia para demostrar que sí amamos?

Pero mejor sería no estar tan seguros. La más grave cuestión que enfrentamos todos los creyentes es si realmente amamos o no amamos al Señor. Demasiado depende de la respuesta para pasarla por alto. Y es una respuesta que nadie puede contestar por otro. Ni aun la Biblia puede decirle al individuo que él ama a Dios. Solamente puede decirle como saber si Lo ama o no. Ella nos dice cómo podemos nosotros probar nuestro corazón a ver si tiene amor, como se prueba el mineral a ver si contiene uranio. Pero la prueba la debemos hacer nosotros.

Nuestro Señor dijo a Sus discípulos que el amor y la obediencia estaban orgánicamente unidos, que el guardar Sus mandamientos era prueba de amor a El y que el no guardarlos la prueba de lo contrario. Esta es la vera prueba del amor, y tenemos que ser sabios y aceptarla.

Los mandamientos de Cristo ocupan en el Nuevo Testamento un lugar de importancia que no lo ocupan en el pensamiento de la iglesia moderna. La idea de que nuestra relación con Cristo se revela por nuestra observancia de Sus mandamientos se considera hoy en día legalista, y muchos maestros bíblicos lo afirman así. Las palabras bien claras de nuestro Señor son rechazadas de plano, o son interpretadas de manera que coincidan con ciertas teorías religiosas que se dicen basadas en las epístolas de Pablo. De este modo la Palabra de Dios es negada por los fundamentalistas de la misma manera que lo hacen los modernistas.

Si viviéramos en una espiritual Utopía donde cada viento soplara hacia el cielo y cada hombre fuera un amigo de Dios, entonces los cristianos podríamos dar todo por concedido, pensando que la nueva vida que se nos ha dado nos movería a hacer la voluntad de Dios sin esfuerzo ninguno y más o menos inconscientemente.

Desgraciadamente se nos oponen la concupiscencia de la carne, las atracciones del mundo y las tentaciones del demonio. Esto nos complica la vida, y nos obliga a hacer frecuentemente decisiones morales inclinándonos del lado de Cristo y Sus mandamientos.

Son estas crisis las que nos obligan a tomar una posición sea a favor o en contra. Un hombre patriota puede ser leal a su país por la mitad de su vida sin dar mayores señas de ello, pero deje que un país enemigo lo solicite como traidor y él reaccionará en seguida en contra. Su patriotismo saldrá a flor de piel, y todo el mundo podrá verlo.

Así es también en la vida cristiana. Cuando "la suave brisa del sur" sopló gentilmente, y el navío se deslizó suavemente nadie se percataba que a bordo iba Pablo, cuya fortaleza de carácter no se veía detrás de un apacible exterior. Pero cuando de golpe se descargó el viento huracanado Euroclidón, entonces todos en el navío hablaron de la grandeza de Pablo. El apóstol, aunque era en verdad un prisionero, pronto había tomado el mando del velero, había hecho decisiones que significaban la vida o la muerte para el pasaje. Y yo pienso que esa crisis puntualizó algo en la mente de Pablo que no estaba claro antes. Una teoría muy hermosa cristalizó rápidamente en un hecho cuando la tempestad se cernió sobre todos.

El cristiano no puede estar seguro de la calidad y profundidad de su amor hasta que se ve enfrentado a los mandamientos de Cristo y la necesidad de

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cumplirlos. Entonces sabrá. "El que no me ama, no guarda mis palabras", dijo nuestro Señor. "El que tiene mis mandamientos, y los guarda, ese es el que me ama".

Por eso la prueba definitiva del amor es la obediencia. No dulces emociones, no deseos de sacrificio, no celo, sino obediencia a los mandamientos de Cristo. Nuestro Señor trazó una línea clara y a la vista de todos. En un lado el ha puesto a los que guardan Sus mandamientos, y ha dicho "Estos, me aman". En el otro ha puesto a los que no guardan Su palabra y ha dicho, "Estos no me aman".

El amor a Cristo es un amor de voluntad tanto como un amor de sentimiento, y es psicológicamente imposible amarle a El adecuadamente a menos que obedezcamos Su palabra.

Si deseamos saber si en verdad estamos amando al Señor debemos tener cuidado de aplicar Su propia prueba. Pruebas falsas solo conducen a falsas conclusiones, así como los falsos signos de la carretera nos llevan a direcciones equivocadas. El Señor ha hecho esto perfectamente claro, pero con ese genio que tenemos de empañar todas las cosas, hemos perdido de vista los signos.

Yo pienso que si por un momento nos apartamos de esas finas especulaciones teológicas acerca de la gracia y la fe y humildemente leemos el Nuevo Testamento con una mente dispuesta a obedecer lo que veamos allí, nos veríamos muy pronto tal cual somos, y tendríamos por cierto la respuesta a la pregunta que atribuló a nuestros padres y que debería atribularnos a nosotros: ¿Amo yo al Señor, o no?

Meditando en Dios

Todos los cristianos de todas las edades y de toda variedad de doctrina han coincidido a lo menos en una cosa: todos han creído que es cosa muy importante que el cristiano con aspiraciones espirituales serias aprenda a meditar en Dios.

Deje que un cristiano insista en levantarse por encima del promedio corriente de la experiencia espiritual, y se enfrentará con la necesidad de conocer a Dios como la meta ideal de toda la doctrina cristiana. Déjele explorar las maravillas del Dios Trino y Único y pronto descubrirá que es imperativa una sustanciosa y persistente meditación en la Persona de Dios. Para conocer a Dios bien debemos pensar en El continuamente. Nada que el hombre haya descubierto acerca de sí mismo o de Dios ha revelado que haya un camino corto a la espiritualidad pura. Sigue siendo gratis, pero es algo enteramente costoso.

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Por supuesto, el conocer bien a Dios presupone también un sano y no escaso conocimiento teológico. Buscar a Dios aparte de la revelación que El ha hecho de Si mismo en las inspiradas Escrituras es no solo vano, sino peligroso. También debe haber completo conocimiento y confianza en Jesucristo como Señor y Redentor. Cristo no es uno de los muchos caminos con que se puede llegar a Dios, ni es el mejor entre varios; El es el único camino. "Yo soy el camino, la verdad y la vida; nadie viene al Padre, sino por mi" (Juan 14:6). Creer otra cosa es ser algo menos que cristiano.

Estoy convencido que la escasez de grandes santos en estos tiempos, aun entre aquellos que creen verdaderamente en Cristo, se debe, a menos en parte, a nuestra negligencia en dar Suficiente tiempo para cultivar el conocimiento de Dios. Nosotros somos nerviosos cristianos occidentales, victimas de la filosofía del activismo trágicamente incomprendido. Obteniendo y gastando, yendo y viniendo, comprando y vendiendo, organizando y promocionando, trabajando y jugando—esto solo constituye nuestra vida. Si no estamos haciendo planes, o trabajando para llevar adelante algún plan, nos sentimos fracasados, estériles, eunucos sin fruto, parásitos en el cuerpo de la sociedad. El evangelio del trabajo, como alguien lo ha llamado, ha desalojado al evangelio de Cristo de muchas iglesias.

En un esfuerzo por llevar adelante la obra del Señor a menudo perdemos de vista al Señor de la obra, y literalmente, fastidiamos al pueblo del Señor. He oído a más de un pastor decir que tiene una iglesia "viva", y para demostrarlo señala ufano un apretado calendario de actividades, con reuniones cada noche y a veces más de una en el día. Por supuesto esto no prueba nada, excepto que el pastor y la iglesia se guían por una mala filosofía espiritual. Una gran parte de esas actividades consumidoras de tiempo son inútiles, y algunas hasta son ridículas. "Pero", dice ese laborioso pastor, "las actividades promueven el compañerismo y mantienen a nuestro pueblo unido".

Yo respondo que lo que ellas proveen no es compañerismo, y si esto es todo lo que esa iglesia puede hacer para mantener al pueblo unido, entonces no es una iglesia cristiana según el modelo del Nuevo Testamento. El centro de atracción en una verdadera iglesia cristiana es el Señor Jesucristo. Y si quieren una definición de lo que es verdadero compañerismo, dejen que el Espíritu Santo lo haga: "Y perseveraban en la doctrina de los apóstoles, en la comunión unos con otros, en el partimiento del pan, y en las oraciones" (Hechos 2:42).

El hombre mundano nunca puede descansar. El "tiene que estar haciendo algo" o "yendo a alguna parte". Esto es uno de los resultados de la Caída, un síntoma de una enfermedad mortal; y encuna un liderazgo obtuso y cerrado trata de jugar con esta terrible intranquilidad en vez de curarla por medio de la Palabra y el Espíritu.

Si las muchas actividades en que algunas iglesias se envuelven febrilmente condujeran a la salvación de los pecadores o a la edificación de los creyentes, ellas se justificarían fácil y triunfalmente; pero no es así la cosa. Mis observaciones personales me han llevado a la conclusión de que muchas, quizás todas, las actividades en las cuales se envuelven las iglesias corrientes no conducen en ninguna manera al cumplimiento de la verdadera obra de Cristo en la tierra. Espero estar equivocado, pero tengo miedo de estar en lo cierto.

Nuestras actividades religiosas deberían estar programadas de modo que dejasen una buena cantidad de tiempo para cultivar los frutos de la soledad y el silencio. Pero debe recordarse sin embargo que esos momentos de quietud y silencio que logremos arrancar del clamoroso día pueden ser malgastados.

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Page 76: Ese Increible Cristiano

Debemos dirigir nuestra meditación hada Dios; de otro modo gastaríamos nuestro tiempo platicando con nosotros mismos. Estos momentos pueden aquietar nuestros nervios, pero en ninguna manera mejorarán nuestra vida espiritual.

Al acercarnos a Dios debemos colocarnos en Su presencia con la confianza que El es el buscador, no nosotros. El ha estado esperando para revelarse a nosotros, hasta que nosotros eliminemos suficientemente el ruido, de modo que podamos oírlo y sentirlo. Entonces debemos enfocar todos los poderes de nuestra alma sobre el Dios Trino y Único. Sea que una persona u otra reclame nuestro interés no hace diferencia. Debemos confiar en que el Espíritu Santo concentrará nuestro interés en la Persona que en ese momento necesitamos más.

Una cosa más. No trate de imaginarse a Dios o usted tendrá un Dios imaginario; ni tampoco haga, como algunos lo hacen, "poner una silla para Dios". Dios es Espíritu. Habita en su corazón, no en su casa. Considere las Escrituras, y deje que la fe le muestre a usted como es Dios, según está revelado allí. Nada puede igualar a una visión tan gloriosa.

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