+ All Categories
Home > Documents > Hazanas Sherlock Holmes

Hazanas Sherlock Holmes

Date post: 13-Jul-2015
Category:
Upload: wilcor87
View: 693 times
Download: 16 times
Share this document with a friend
Popular Tags:

of 104

Transcript

Las hazaas de Sherlock HolmesAdrian Conan Doyle & John Dickson Carr

La Aventura de los Siete RelojesThe Adventure of the Seven Clocks

La Aventura del Hacendado TrelawneyThe Adventure of the Gold Hunter

La Aventura de los Jugadores de CeraThe Adventure of the Wax Gamblers

La Aventura del Milagro de HighgateThe Adventure of the Highgate Miracle

La Aventura del Baronet AtezadoThe Adventure of the Black Baronet

La Aventura de la Habitacin CerradaThe Adventure of the Sealed Room

2

Prlogo

Vicent Starrett, el gran sherlockiano estadounidense, dijo en cierta ocasin: Ojal aparecieran ms historias, ya fueran buenas, malas o mediocres. Por supuesto, el tono de voz de Starrett no poda ser ms irnico, puesto que cuando formul la frase, en 1933, ya haban aparecido varios cientos de historias sobre Holmes y Watson escritas por plumas que no eran la de Sir Arthur Conan Doyle. Preferimos pensar que quera dar a entender que sera maravilloso que aparecieran milagrosamente ms relatos originales de Conan Doyle o, en su defecto, que se concibieran, escribieran y publicaran relatos con el mismo nivel de calidad. Relatos que emanaran el mismo sabor pleno del Londres victoriano, con la niebla brotando del Tmesis y Holmes diciendo una vez ms, Vamos, Watson, comienza el juego!. Poco despus de que aparecieran las primeras narraciones sobre Holmes y Watson en la revista Strand, en 1891, empezaron a publicarse parodias y pastiches en revistas y en libros. Se puede decir con toda seguridad que ningn otro personaje de ficcin en la historia de la letra impresa ha sido copiado tan a menudo, tanto humorstica como seriamente, ni entonces ni ahora. Cuando Vicent Starrett peda ms historias en 1933 ya se haban escrito cientos de ellas; ahora, en la ltima dcada del siglo, son literalmente miles las que se publican cada ao y, aunque los imitadores entraron en accin desde los primeros momentos, muy pocos, -de haber alguno- consiguieron hacerlo a la perfeccin. Para eso haca falta alguien que conociera a fondo la obra de Conan Doyle, que estuviera perfectamente informado sobre su vida y su ambiente y que contara, adems, con el necesario talento de escritor para crear el pastiche perfecto o tan perfecto como fuera posible. Lo que sucedi, en realidad, fue que no una persona sino una combinacin de las dos mejor preparadas para ello colaboraron en el proyecto. John Dickson Carr (1906-1977) tena un envidiable historial como escritor de obras de misterio, con varios premios en su haber por novelas y relatos, y se le recuerda como el mejor exponente del enigma de la habitacin cerrada. Adrin Conan Doyle (1910-1970) era el hijo ms joven de Arthur Conan Doyle, nacido de su segundo matrimonio, y tambin haba escrito algunos libros, aunque no policacos. All estaba la combinacin perfecta de un gran novelista de reconocida reputacin y un pariente cercano de Arthur Conan Doyle que le haba conocido profundamente. John Dickson Carr y Adrin Conan Doyle empezaron a discutir la posibilidad de un proyecto semejante desde que Dickson Carr comenz a trabajar en su biografa autorizada de Sir Arthur Conan Doyle: The Life of Sir Arthur Conan Doyle, (1949). Durante el curso de su investigacin para escribir el libro, por supuesto, lleg a conocer muy bien a los miembros de la familia, y aunque John y Adrin haban discutido muchas veces la posibilidad de escribir el libro, no fue hasta el verano de 1952 cuando tomaron la decisin definitiva de comenzar. Los dos se haban encontrado en Nueva York para la inauguracin en Estados Unidos de la Exposicin Baker Street, que con tanto xito haba formado parte del Festival de Gran Bretaa en 1951, y estaban una noche tomando caf en las habitaciones de Adrin en el Gladstone. Dickson Carr recordara ms adelante que, como en tantas otras ocasiones, empezaron a hablar de su proyecto sherlockiano. Mientras Dickson Carr esbozaba el argumento de una historia que sera la primera de doce, Adrin dijo por fin: Bueno, por qu no ponemos manos a la obra de una vez?. Si el inicio de la aventura fue ms bien espontneo despus de un periodo de incubacin tan largo, los dos supieron desde el principio que se enfrentaban a una tarea monumental y enfocaron el trabajo con gran cautela. Como haban demostrado los cientos de escritores que intentaron la hazaa antes de ellos, una investigacin

3

defectuosa y la menor falta de atencin al estilo provocaban en el mejor de los casos un xito parcial, y en el peor, una obra desastrosamente mala. Analizaron el estilo literario de Conan Doyle hasta en su construccin de los prrafos, su uso de la coma, el nmero de palabras en la frase media de Holmes, incluso la frecuencia en la utilizacin del dije o seal para establecer pausas en los bloques de dilogo. Siempre tenan en mente que estaban en el punto de mira de muchos cientos de miles de entusiastas sherlockianos que leeran su trabajo: ellos conocan a fondo las historias originales y seran despiadados con cualquier error. Se concentraron particularmente en trminos como cartera o monedero y maleta o equipaje. El uso correcto o incorrecto de tales trminos determinara en gran parte el xito o el fracaso de todo el proyecto. Incluso ahora, miles de pastiches despus, los fallos en la utilizacin de palabras y frases similares destruyen tantas buenas ideas. Los dos colaboradores trabajaban en el proyecto cada vez que tenan oportunidad. El mtodo habitual era que, por turno, uno volcara ideas sobre argumentos y dilogos y el otro las criticara y las mejorara. A medida que se desarrollaban las primeras historias y se llegaba a un acuerdo sobre las diferentes partes, garabateaban frases del dilogo en cualquier trozo de papel que tuvieran a mano. Como dijo ms adelante Adrin Conan Doyle sobre las primeras historias: Ni nosotros ni nadie podramos decir quin escribi qu frase. Pero esta situacin ideal slo se mantuvo en la primera media docena de historias. Los dos hombres escribieron juntos: La Aventura de los Siete Relojes y La Aventura del Hacendado Trelawney; las dos siguientes, La Aventura de los Jugadores de Cera y La Aventura del Milagro de Highgate, fueron obra casi ntegramente de Dickson Carr. La Aventura del Baronet Atezado y La Aventura de la Habitacin Cerrada fueron escritas por Adrin Conan Doyle, con slo una mnima ayuda por parte de su compaero. Las seis ltimas historias (que no se incluyen en este volumen) fueron concebidas y escritas enteramente por Adrin Conan Doyle despus de que John Dickson Carr cayera enfermo y tuviera que abandonar el proyecto. El primer relato de la docena que compone la serie apareci por primera vez el 29 de diciembre de 1952 en la revista Lije. Este primer relato, La Aventura de los Siete Relojes, vena acompaado de un artculo de presentacin en el que se explicaba la historia de esta especialsima colaboracin literaria. Los once relatos siguientes fueron publicados por primera vez, de forma independiente, en otra famosa revista americana, Collier's, a lo largo de 1953. La primera edicin en libro apareci tanto en Londres como en Nueva York en 1954, por las editoriales John Murray y Random House respectivamente. A lo largo de los aos, los relatos, ya fuera independientemente o de forma compilada, han sido reeditados en multitud de ocasiones y traducidos a diferentes idiomas. Esto por si solo es ya una prueba de su calidad. Todos los relatos recogidos en Las hazaas de Sherlock Holmes estn basados en referencias pasajeras a los casos no narrados que Watson hace a lo largo de las cincuenta y seis historias cortas y las cuatro novelas que componen el Canon original. Dickson Carr y Conan Doyle buscaron deliberadamente argumentos completamente nuevos pero, al mismo tiempo, trataron de dar a luz fieles reproducciones tanto en construccin como en estilo. Cuando la primera aventura se public originalmente, en medio de una gran publicidad, los miembros de la principal sociedad sherlockiana de Norteamrica, The Baker Street Irregulars (Los Irregulares de Baker Street), dieron la bienvenida a las nuevas historias pero se reservaron su opinin. Como autnticos expertos que son consideraban que nuevas historias procedentes de otras manos, por bien escritas que estuvieran, nunca seran tan buenas como las originales; un punto de vista que tiene muchos simpatizantes. Pero yo dira que, a falta de ms relatos de Sir Arthur Conan Doyle, hecho al que tenemos que resignarnos, stos que presentamos aqu son excelentes ejemplos en su gnero; sin duda, han sobrevivido al paso del tiempo, y hoy en da algunos estn considerados como los mejores pastiches de Sherlock Holmes. Para el sherlockiano ms experimentado, servira como dato saber que este libro est censado

4

en la World Bibliography of Sherlock Holmes and Doctor Watson de Ronald B. De Waal en una seccin propia, con toda la historia de su publicacin y detalles sobre las reseas y crticas. Vicent Starrett peda ms historias de Sherlock Holmes; bien, no ha aparecido ningn original de Arthur Conan Doyle en las bvedas polvorientas de un banco pero en el casi medio siglo transcurrido desde su aparicin, pocos de los nuevos pastiches pueden competir con stos en calidad y precisin. Estas aventuras de Holmes y Watson han permanecido descatalogadas demasiado tiempo. Tanto el nuevo lector como el sherlockiano curtido disfrutarn leyendo o releyendo estos relatos que se han convertido en clsicos por derecho propio.

David Kirby

5

La Aventura de los Siete Relojes

Encuentro en mi libreta de notas que fue una tarde del mircoles, el 16 de noviembre de 1887, cuando la atencin de mi amigo, el seor Sherlock Holmes, fue atrada por el singular caso del hombre que odiaba a los relojes. He escrito en alguna parte que solamente o un vago relato de este asunto, pues ocurri poco despus de mi boda. En realidad, en mi aseveracin haba ido tan lejos como para precisar que mi primera visita post-nupcial a Holmes fue en marzo del ao siguiente. Pero el caso en cuestin era tan extremadamente delicado, que confo en que mis lectores sabrn excusar que fuera suprimido por una pluma que se gui siempre por la discrecin antes que por el sensacionalismo. Pocas semanas despus de mi boda, mi esposa tuvo que abandonar Londres para un asunto que concerna a Taddeus Sholto y afectaba vitalmente a nuestras finanzas. Resultndome insoportable nuestro hogar sin su presencia, volv por ocho das a las antiguas habitaciones de la calle Baker. Sherlock Holmes me recibi cordialmente, sin formular comentarios o preguntas. No obstante, debo confesar que el da siguiente, que era el 16 de noviembre, comenz bajo malos auspicios. Haca un tiempo desagradable y helado por dems. Durante toda la maana, la niebla pardusca se apeloton contra las ventanas. Las lmparas y los reverberos de gas ardan, as como un buen fuego en la chimenea, y su resplandor se expanda sobre la mesa de la que, pasado ya el medioda, an no haba sido retirado el servicio del desayuno. Sherlock Holmes estaba malhumorado y taciturno. Retrepado en su silln, arropado en su batn color ratn y con una pipa de madera de cerezo en la boca, hojeaba los peridicos de la maana haciendo de vez en cuando un comentario irnico. -Encuentra pocos asuntos de inters? -pregunt. -Mi querido Watson, -respondi- comienzo a temer que la vida se ha convertido en una llanura rasa y montona desde el caso del famoso Blessington. -Sin embargo -repliqu-, ste ha sido un ao de casos memorables. Se halla usted sobreestimulado, mi querido compaero. -Palabra, Watson, que no es usted precisamente el hombre ms indicado para predicar sobre el tema! Ayer noche, despus que me aventurara a ofrecerle una botella de Beaune en la cena, habl usted tan extensamente sobre las alegras del matrimonio que tem que no acabara nunca. -Mi querido compaero! Quiere usted decir que me hallaba sobreestimulado por el vino? Mi amigo me mir de manera singular. -No por el vino, quiz -dijo-. Sin embargo... -Seal los diarios-. Ha echado usted una ojeada sobre la jerigonza con que la prensa nos regala? -Me temo que no. Este artculo del British Medical Journal... -Bien, bien! -dijo-. Aqu hallamos columna tras columna dedicada a la prxima temporada de carreras. Por alguna razn, parece asombrar al pblico ingls el que un caballo pueda correr ms velozmente que otro. De nuevo, y por undcima vez, tenemos a los nihilistas fraguando alguna negra conspiracin contra el Gran Duque Alexei, en

6

Odessa. Un artculo de fondo est consagrado por entero a la indudablemente aguda cuestin: Deben casarse los dependientes de comercio?. Me abstuve de interrumpirle para no aguijonear su mordacidad. -Dnde est el crimen, Watson? Dnde la fantasa, dnde ese toque de lo outr sin el cual un problema en si es como arena y hierba seca? Acaso los hemos perdido para siempre? -Escuche! -dije de pronto-. No ha sonado la campanilla? -Y se trata de alguien que por cierto lleva prisa, a juzgar por el clamor. Al unsono nos dirigimos a la ventana y contemplamos la calle Baker. La niebla se haba levantado en parte. Ante la acera de nuestra puerta se hallaba parado un elegante carruaje. En aquel preciso instante un cochero de sombrero de copa y librea estaba cerrando la portezuela, en cuyo lustroso panel apareca distintamente una M dorada. Desde abajo nos lleg el murmullo de voces, seguido por rpidos y ligeros pasos en la escalera interior, y la puerta de nuestra sala se abri de golpe. Creo que ambos nos sorprendimos al ver que nuestra visitante era una joven damita; digamos ms bien muchacha, pues apenas podra contar unos dieciocho aos; y rara vez haba yo visto reunido en un rostro juvenil tanta hermosura y gentileza, as como sensibilidad. Sus grandes ojos azules nos observaban con expresin de splica. Su abundante cabello rojizo haba sido confinado en un pequeo sombrerito, y sobre el vestido de viaje llevaba puesto un chaquetn granate adornado con tiras de astracn. En una de sus manos enguantadas sostena un maletn de viaje con las iniciales C.F. en una especie de marbete. Su otra mano se hallaba posada sobre el pecho, como oprimiendo el corazn. -Oh, por favor... perdonen, por favor, esta intrusin! -rog con voz entrecortada aunque suave y melodiosa-. Quin de ustedes, se lo ruego, es el seor Sherlock Holmes? Mi compaero inclin la cabeza. -Yo soy el seor Holmes. ste es mi amigo y colega, el doctor Watson. -Gracias a Dios que le he encontrado en casa! El objeto de mi visita... Pero la recin llegada no pudo continuar. Balbuce algo, un intenso rubor se extendi sobre su rostro, y baj los ojos. Suavemente, Sherlock Holmes tom el maletn de viaje de sus manos y empuj un silln hacia la chimenea. -Le ruego que tome asiento, seora, y clmese -dijo, dejando a un lado su pipa de cerezo. -Se lo agradezco, seor Holmes -respondi la joven, hundindose en el silln y lanzando a mi amigo una mirada de gratitud-. Se dice, seor, que puede usted leer en el corazn humano... -Hum! Para el lirismo, temo que tenga usted que dirigirse a Watson. -...que puede usted leer los secretos de sus clientes y hasta... lo que les trae donde usted, incluso antes de que hayan dicho una palabra.

7

-Sobrestiman mis facultades -respondi Holmes-. Aparte de los hechos obvios de que usted es una dama de compaa, de que apenas viaja, aunque ha vuelto recientemente de una estancia en Suiza y de que el asunto que aqu la trae concierne a un hombre que ha ganado su afecto, no puedo deducir nada. La joven damita se sobresalt visiblemente, y yo mismo qued desconcertado. -Holmes! -no pude menos de exclamar-. Esto es demasiado! Cmo le ha sido posible saberlo? -S! De qu manera? -dijo como en un eco la damita. -Lo he visto. Lo he observado. El maletn de viaje, aunque dista de ser nuevo, no aparece gastado ni estropeado por los viajes. Por lo dems, no necesito insultar su inteligencia, Watson, llamndole la atencin sobre la etiqueta del Hotel Splendide, de Grindewald, Suiza, pegado con goma en una esquina del maletn. -Pero, y los otros detalles? -insist. -El atavo de la seorita, aunque de gusto impecable, no es ni nuevo ni suntuoso. Sin embargo, se ha alojado en el mejor hotel de Grindewald y ha venido aqu en un coche de categora. Puesto que sus propias iniciales C.F. no concuerdan con la M inscrita en el carruaje, podemos suponerla desempeando un puesto de confianza en alguna familia acomodada. Su juventud hace desechar la suposicin de que se trata de un ama de llaves, por lo que nos inclinamos por lo de seorita de compaa. Y en cuanto al hombre que ha ganado su afecto, sus rubores, y sus ojos bajos lo proclaman bien a las claras. Absurdo!, no es as? -Pero todo esto es verdad, seor Holmes! -exclam nuestra visitante apretndose las manos en evidente muestra de la ms profunda agitacin-. Me llamo Celia Forsythe, y por espacio de ms de un ao he sido seorita de compaa de lady Mayo, de Groxton Low Wall, en el condado de Surrey. Charles... -Charles? Es se el nombre del caballero en cuestin? La seorita Forsythe asinti con un gesto, pero sin alzar la vista. -Si titubeo al hablar de l -continu- es porque temo que se ran ustedes de m. Lamentara que me creyeran loca o, an peor, que pensaran que el pobre Charles lo est. -Y por qu habramos de creerlo? -Seor Holmes... es que Charles no puede soportar ver un reloj! -Un reloj? -En la pasada quincena, seor, y sin razn explicable, ha destruido siete relojes. Dos de ellos en pblico y ante mis propios ojos! Sherlock Holmes se restreg sus flacos dedos. -Vamos -dijo-. Esto es muy satis... muy curioso. Contine su relato, por favor. -Me desespera hacerlo, seor Holmes, aunque voy a intentarlo. Durante el pasado ao fui muy feliz con mi empleo en casa de lady Mayo. Debo decirle que mis padres fallecieron, pero que recib una esmerada educacin, y todas mis referencias fueron afortunadamente satisfactorias. Lady Mayo, he de reconocerlo, es en cierto modo, de apariencia amenazadora. Es de la vieja escuela, augusta y severa. Sin embargo, para m ha sido la amabilidad personificada. Fue ella quien sugiri que tomsemos las

8

vacaciones en Suiza, temiendo que el aislamiento de Grexton Low Hall pudiera deprimirme. En el tren, entre Pars y Grindewald, conocimos a Charles. Debera decir al seor Charles Hendon. Holmes se haba hundido de nuevo en el silln, juntando las yemas de los dedos, segn era su hbito cuando se hallaba de talante crtico. -Fue sta la primera vez que vea al caballero? -Oh, s! -Ya veo. Y cmo se trab el conocimiento? -Pues de manera trivial, seor Holmes. Estbamos los tres solos en un compartimento de primera clase. Los modales de Charles eran tan correctos, su voz tan bella, su sonrisa tan cautivadora... -No lo dudo. Pero le ruego que sea precisa en los detalles. Miss Forsythe abri de par en par sus grandes ojos azules. -Creo que fue la ventanilla -dijo-. Charles (debo decirle a usted que tiene unos ojos notables y un poblado bigote color castao), se inclin y solicit de lady Mayo el permiso para bajar la ventanilla. Ella asinti, y a los pocos momentos nos hallbamos todos charlando como viejos amigos. -Hum! Ya veo. -Lady Mayo, a su vez, me present a Charles. El viaje a Grindewald transcurri rpida y felizmente. Pero no bien hubimos traspasado el umbral del Hotel Splendide, cuando ocurri el primero de los horribles sobresaltos que han hecho desgraciada mi vida desde entonces. A pesar de su nombre, el hotel es ms bien pequeo y encantador. Al instante supe que el seor Hendon era un hombre de alguna importancia, aunque l se haba descrito modestamente como un caballero soltero que viajaba slo con un criado. El gerente del hotel, el seor Branger, se aproxim y se inclin profundamente ante lady Mayo y tambin ante el seor Hendon. Este cruz algunas palabras en voz baja con el seor Branger, quien volvi a repetir la profunda reverencia. Con lo cual Charles se volvi sonriente, cuando de sbito se alter toda su compostura. An le veo all, en pie, con su larga casaca y su sombrero de copa, con un bastn de paseo bajo el brazo. Su espalda estaba vuelta hacia un semicrculo ornamental de helechos y siemprevivas que enmarcaban una chimenea de repisa baja y sobre la cual se hallaba un reloj suizo de diseo exquisito. Hasta aquel momento yo no haba prestado atencin al reloj. Pero Charles, profiriendo un grito ahogado, se abalanz hacia el hogar. Alzando el pesado bastn de paseo, lo abati contra el reloj, asestando golpe tras golpe hasta dar con l, hecho trizas, en el suelo. Luego, gir en redondo y se volvi lentamente. Sin mediar una sola palabra de explicacin sac de su bolsillo la cartera y entreg al seor Branger un billete de una cuanta superior a diez veces el precio del reloj, comenzando luego a hablar animadamente de otros asuntos. Ya puede usted imaginarse, seor Holmes, que todos los asistentes quedamos, como es fcil de comprender, de una pieza. Mi impresin era que lady Mayo estaba asustada, a pesar de toda su aparente dignidad. Sin embargo, jurara que Charles no lo haba estado; sino, simplemente, furioso y resuelto. En aquel momento me fij en el criado de

9

Charles, situado en el fondo, en medio del equipaje. Era un hombre pequeo y flaco, cuyo rostro estaba poblado con unas patillas desmesuradas; rostro que reflejaba tan slo una expresin de embarazo y, aunque me duela pronunciar la palabra, de profunda vergenza tambin. No se pronunci ni una sola palabra, y el incidente fue olvidado. Durante dos das, Charles estuvo tranquilo y sereno, pero a la tercera maana, cuando nos encontramos para desayunar en el comedor, sucedi de nuevo. Las ventanas de la estancia tenan sus cortinones corridos casi por completo para preservarla del brillo del sol sobre las primeras nieves. El comedor estaba concurrido con otros huspedes, que ya tomaban su desayuno. Slo entonces observ que Charles, quien acababa de regresar de un paseo maanero, llevaba todava en la mano su pesado bastn. Respire este aire, madame! -estaba diciendo alegremente a lady Mayo-. Lo hallar tan vigorizador como cualquier comida o bebida! En esto hizo una pausa y lanz una mirada hacia una de las ventanas. Abalanzndose hacia ella golpe con fuerza en el cortinn y luego lo descorri a un lado para dejar al descubierto los restos de un gran reloj, cuyo diseo era el de un sonriente sol. Creo que hubiese cado desvanecida de no haberme asido lady Mayo por un brazo. La seorita Forsythe, que se haba despojado de sus guantes, se llev ahora las manos a las mejillas. -Pero Charles no solamente destrozaba los relojes, sino que los enterraba en la nievecontinu-, y hasta los ocultaba en el armario de su habitacin. Sherlock Holmes, que haba permanecido todo el tiempo recostado en su silln, con los ojos cerrados y la cabeza apoyada en un cojn, abri ahora los prpados. -En el armario? -exclam frunciendo el entrecejo-. Esto es an ms singular! Cmo se dio cuenta usted de tal circunstancia? -Para mi vergenza, seor Holmes, me vi obligada a interrogar a su criado. -Para su vergenza? -Es que no tena el derecho de hacerlo. En mi humilde posicin, Charles no querra nunca... Quiero decir que yo no significaba nada para l... No tena derecho! -Usted tena todo el derecho del mundo, seorita Forsythe -replic amablemente Holmes-. O sea, que usted interrog al criado que ha descrito como pequeo, flaco y con patillas desmesuradas. Cul es su nombre? -Creo que su nombre es Trepley. En ms de una ocasin o a Charles dirigirse a l llamndole Trep. Y jurara, seor Holmes, que es la criatura ms fiel de toda la tierra. Incluso la vista de su tozudo rostro ingls era un alivio par m. l saba, adivinaba, mi am... mi inters, y por eso me cont que su amo llevaba ya enterrados o escondidos otros cinco relojes. Aunque rehusaba confesarlo, puedo decir que el pobre hombre comparta mis temores. Pero Charles no est loco! No lo est! Usted mismo debe admitirlo, a causa del incidente final. -S? -Sucedi slo hace cuatro das. Debe usted saber que el apartamento de lady Mayo inclua una salita con un piano. Yo soy apasionadamente aficionada a la msica y acostumbraba a tocar, despus del t, para lady Mayo y Charles. Apenas haba

10

comenzado a hacerlo en aquella ocasin cuando entr un criado con una carta para Charles. -Un momento! Observ usted el sello? -S; era extranjero. -La seorita Forsythe pareci sorprendida-. Pero seguramente la cosa no tendra importancia, puesto que usted... -Puesto que yo... qu? Una repentina expresin de aturdimiento se manifest en el rostro de nuestra cliente, y luego, como para ahuyentar alguna perplejidad, se apresur a continuar su relato. -Charles abri el sobre, ley el contenido de la misiva y se puso mortalmente plido. Con una exclamacin incoherente se abalanz fuera de la salita. Cuando descendimos nosotras, media hora ms tarde, slo descubrimos que l y Trepley haban partido con su equipaje. No dej mensaje ni recado alguno. No le he vuelto a ver desde entonces. Celia Forsythe inclin la cabeza, y las lgrimas brillaron en sus ojos. -Bien, seor Holmes, yo he sido sincera con usted y quiero que usted lo sea igualmente conmigo. Qu le deca usted en aquella carta? La pregunta era tan alarmante que me ech hacia atrs en mi silla. El rostro de Sherlock Holmes no tena expresin alguna. Sus dedos largos y nerviosos se hundieron en una zapatilla persa y comenz a llenar una pipa de arcilla. -En la carta, dijo usted -confirm ms que pregunt. -S! Usted escribi aquella carta. Vi su firma. Por esa razn estoy aqu. -Vlgame Dios! -observ Holmes. Permaneci silencioso durante unos minutos, envuelto en el humo azul de su pipa, con la mirada fija y como ausente posada sobre el reloj de la repisa. -Hay ocasiones, seorita Forsythe -dijo por fin-, en las que uno debe reservarse sus respuestas. Slo tengo una pregunta ms que hacerle. -Diga, seor Holmes. -A pesar de todo, mantuvo lady Mayo su amistad con el seor Charles Hendon? -Oh, s! Intim ms todava con l. Ms de una vez la o llamarle Alee, seguramente un apelativo carioso. -La seorita Forsythe hizo una pausa, con un aire de duda y hasta de sospecha-. Qu ha querido usted dar a entender con esa pregunta? Holmes se puso de pie. -Tan solo, seorita, que me agradar mucho intervenir en este asunto por usted. Segn tengo entendido, usted regresa a Groxton Low Hall esta noche... -S. Pero seguramente usted tiene otras cosas que decirme, adems de esto... An no ha contestado a ninguna de mis preguntas!

11

-Bien, bien...! Tengo mis mtodos, como puede decirle Watson. Pero le parecera conveniente acudir aqu, pongamos por caso, dentro de una semana, a partir de hoy, a las nueve de la noche? Gracias. Espero tener entonces algunas noticias para usted. Era claramente una despedida. La seorita Forsythe se puso en pie y le mir con tal aire de desamparo que yo sent la necesidad de prodigarle alguna palabra de consuelo. -Anmese, seorita! -exclam, tomando suavemente su mano entre las mas-. Puede usted depositar toda su confianza en mi amigo, el seor Holmes y, si me permite decirlo, tambin en m. Fui recompensado con una sonrisa graciosa y agradecida. Cuando la puerta se cerr tras nuestra bella visitante, me volv hacia mi compaero con cierta aspereza. -Me parece, Holmes, que deba usted haber tratado a esa joven dama con ms simpata. -Hola! Sopla el viento de ese lado? -Holmes, qu vergenza! -dije, dejndome caer en mi silla-. El asunto es trivial, no lo dudo. Pero lo que no llego a comprender es por qu escribi usted una carta a ese loco romperrelojes. Holmes se inclin posando su largo y flaco dedo ndice sobre mi rodilla. -Watson, yo no escrib aquella carta. -Qu? -exclam. -Cielos, no es la primera vez que mi nombre ha sido usado por otros! O mucho me equivoco, Watson, o hay algo diablico en todo esto. -Lo toma usted en serio, entonces? -Tan en serio que esta misma noche parto para el Continente. -Para el Continente? Para Suiza, acaso? -No, no, qu tenemos que hacer en Suiza? Nuestra pista est muy lejos de all. -Dnde va usted entonces? -Es ms que evidente. -Mi querido Holmes! -Tiene ante usted casi todos los datos, y como ya inform a la seorita Forsythe, usted conoce mis mtodos. selos, pues, Watson! selos! Las primeras lmparas brillaban ya entre la niebla en la calle Baker, cuando los sencillos preparativos de mi amigo quedaron ultimados. Alto y tocado con su gorro de orejeras y visera, sobre los hombros su amplia y larga capa y a sus pies su maletn de viaje, se detuvo en el pasillo que daba a la sala, mirndome con fijeza singular. -Una ltima palabra, Watson, puesto que an no parece ver usted claro. Le recuerdo que el seor Charles Hendon no puede soportar... -Pero eso ya est claro! No puede soportar ver un reloj! Holmes movi la cabeza.

12

-No es precisamente eso -dijo-. Le llamo la atencin sobre los otros cinco relojes, segn el relato de su criado. -El seor Charles Hendon no destroz esos relojes! -Precisamente, por eso llamo su especial atencin sobre ellos. Hasta las nueve de la noche, dentro de una semana a partir de hoy, Watson! Un momento despus me hallaba solo. Durante la melanclica semana que sigui a aquellos acontecimientos, me distraje lo mejor que pude. Jugu al billar con Thurston. Fum muchas pipas de Ship's, y reflexion sobre las notas que haba tomado del caso Hendon. Uno no pasa muchos aos asociado con Sherlock Holmes sin llegar a ser ms observador que la mayora de las personas. Me pareca que algn oscuro y siniestro peligro se hallaba suspendido sobre aquella pobre damita, la seorita Forsythe, y no confiaba ni en el demasiado apuesto Charles Hendon ni en la enigmtica lady Mayo. El mircoles 23 de noviembre, mi mujer regres con la grata noticia de que nuestras finanzas estaban en mejor orden y de que pronto podra yo comprar una pequea consulta. Su vuelta al hogar fue alegre. Aquella noche, y mientras nos hallbamos sentados tomados de la mano ante la chimenea, le cont algo del extrao problema que tena ante m. Le habl de la seorita Forsythe, recalcando el aprieto en que se hallaba, as como su juventud, belleza y distincin. Mi mujer no replic; pero se quedo mirando pensativamente al fuego. Fue el distante repique del Big Ben, a las ocho y media, lo que me espabil. -Por Jpiter, Mary! -exclam-. Casi lo haba olvidado! -Olvidado? -repiti mi mujer con un ligero sobresalto. -Promet estar en la calle Baker a las nueve de la noche de hoy. La seorita Forsythe ha de acudir all tambin. Mi mujer retir su mano de entre las mas. -Entonces, lo mejor que puedes hacer es ir en seguida -dijo con una frialdad que me asombr-. Siempre tan interesado en los casos de Sherlock Holmes! Confuso, y algo ofendido, tom mi sombrero y sal. Haca una noche de fro cortante, sin un jirn de niebla, pero las calles estaban cubiertas de fango helado. Un cabriol me condujo a la calle Baker, ante cuya puerta observ, con un escalofro de excitacin, que Sherlock Holmes haba regresado ya de su viaje. Las ventanas del piso superior aparecan iluminadas, y a travs de las cortinas vi pasar varias veces su flaca silueta. Abr el portal y sub quedamente por la escalera interior; luego franque la puerta de la sala. Saltaba a la vista que Holmes acababa de llegar, pues su gorra, su capa y su maletn de viaje, todo se hallaba disperso por la habitacin, de acuerdo con su desordenada costumbre. El estaba sentado ante su escritorio, vuelto de espaldas hacia m; la luz verdiblanca de la lmpara le iluminaba mientras abra un pequeo montn de correspondencia. Se volvi al or chirriar la puerta, pero su rostro expres el desencanto.

13

-Ah, Watson, es usted! Esperaba ver a la seorita Forsythe, pues ya se retrasa. -En nombre del cielo, Holmes! Si esos bribones se han atrevido a causarle algn dao, juro que tendrn que responder ante m de ello! -Bribones? -Me refiero al seor Charles Hendon, y aunque lamento decirlo de una mujer, tambin incluyo a lady Mayo. Los austeros y vehementes rasgos de su rostro se suavizaron un tanto. -El bueno de Watson! -dijo-. Usted siempre al rescate de la damisela en apuros! Pero, a fe ma que esta vez se ha armado usted un lo! -Entonces, debo confiar -respond con dignidad-, en que la misin que le llev al Continente ha sido un xito. -Buen golpe, Watson! Le ruego que disculpe mi explosin de nervios. Me pareci tener una cita en determinada ciudad europea, cuyo nombre inferir usted en breve. Fui, pues, all, y he vuelto en un tiempo rcord, segn creo. -Y...? -El... el seor Hendon, Watson, es un hombre que vive aterrorizado, aunque no carece de ingenio. Apenas hubo abandonado Suiza, debi de adivinar que la falsa carta era el cebo de una trampa que le haban tendido. Pero perd su pista. Dnde est ahora? Y le agradecer que me explique por qu le dio el apelativo de bribn. -Quiz me exced en el calor del momento. Aunque debo confesarle que no puedo soportar a ese individuo. -Por qu? -Pues... Desde luego que a una persona que disfruta de una indudable posicin elevada le son permisibles ciertos modales esmerados... Pero el seor Hendon hace demasiadas reverencias. Organiza escenas en pblico. Emplea la costumbre continental de dirigirse a una dama con el vocablo madame en vez del honesto seora. Holmes, est fuera de toda duda que no se trata de un ingls! Mi amigo me dirigi una mirada extraa, como desconcertada, e iba a replicarme cuando lleg hasta nosotros el ruido inconfundible del rodar de un carruaje que se detena ante la puerta de nuestra casa. Y en menos de un minuto, Celia Forsythe se hallaba en nuestra sala, seguida por un hombre de baja estatura y de expresin tozuda y hosca, tocado con un sombrero hongo. Por sus largas y pobladas patillas deduje que era Trepley, el criado del seor Charles Hendon. El rostro de la seorita Forsythe estaba arrebolado por el fro. Llevaba un chaquetn de piel, y sus manos enfundadas en un manguito. -Seor Holmes! -prorrumpi, sin prembulos-. Charles est en Inglaterra! -Ya me lo supona. Y en qu lugar se encuentra? -Groxton Low Hall. Habra tenido que mandarle a usted un telegrama ayer, pero lady Mayo me lo prohibi. -Qu imbcil soy! -exclam Holmes dando un puetazo sobre su escritorio-. Creo que habl usted algo de este aislamiento. Watson, quiere hacer el favor de alcanzarme ese plano de Surrey...? Gracias. -Su voz se torn ms spera-. Qu es esto, qu es esto? -Querido colega -le reconvine-. Es que puede usted leer la maldad en un mapa?

14

-Tierra rasa, Watson! Campos, bosques. La estacin de ferrocarril ms prxima est a cinco kilmetros de Groxton Low Hall! -Lanz una especie de gemido-. Seorita Forsythe, seorita Forsythe, tiene usted mucho de qu responder! -Yo? Que yo tengo mucho que responder...? Puede usted creerme, seor, si le digo que un misterio tan prolongado no ha hecho otra cosa sino casi enloquecerme? Ni Charles ni lady Mayo me dicen nada. -Como explicacin? -Precisamente! -Hizo un gesto con su cabeza, en direccin al criado-. Charles ha enviado a Londres a Trepley con una carta, para ser entregada en mano, y ni siquiera se me ha permitido conocer su contenido. -Lo siento, seorita -dijo entonces el hombrecillo, algo ariscamente, pero no sin deferencia-. Son rdenes. Por vez primera observ que Trepley, que iba uniformado ms bien de cochero que de criado, oprima un sobre entre sus manos de una manera que pareca que temiera que se lo arrebataran. Sus claros ojos, enmarcados por sus espesas patillas, giraban en sus rbitas, observando la estancia. Sherlock Holmes avanz hacia l. -Buen hombre -dijo-. Haga el favor de ensearme ese sobre. A menudo he constatado que una persona estpida es la ms lealmente terca. Los ojos de Trepley eran casi los de un fantico. -Le pido perdn, seor; pero no pienso hacer lo que me dice. Por el contrario, har lo que me han ordenado, suceda lo que suceda. -Le digo, buen hombre, que no es el momento de vacilar. No deseo leer la carta, sino, simplemente, ver la direccin estampada en la parte anterior del sobre y el membrete de la parte posterior. Vamos, deprisa! Ello puede suponer la vida de su amo! Trepley vacil y se pas la lengua por los labios. Sosteniendo cautelosamente el sobre por un borde, se lo mostr sin soltarlo. Holmes lanz un silbido. -Hola! -exclam-. Est dirigida nada menos que a Sir Charles Warren, el Comisario General de la Polica Metropolitana. Y el membrete? Ah! Justamente lo que me supona... Tiene usted que entregar esta carta en seguida? -S, seor Holmes. -Bien, pues vayase aprisa. Pero no tome el coche, pues lo necesitamos nosotros. No volvi a hablar hasta que los pasos de Trepley se perdieron al final de las escaleras. Su anterior febrilidad se manifest de nuevo en l, diciendo: -Y ahora, Watson, eche un vistazo a los horarios de trenes en la gua Bradshaw. Va usted armado? -Mi bastn. -Temo que por una vez no sea suficiente. -Abri el cajn izquierdo de su escritorio-. Por favor, metase esto en el bolsillo de su sobretodo. Es un Webley calibre 320 con cartuchos Eley's del 2...

15

Al reflejo de la luz que fulgur en el tambor del revlver, Celia Forsythe lanz un ahogado grito y puso una mano sobre la repisa de la chimenea, para sostenerse. -Seor Holmes! -exclam. Despus pareci cambiar de idea y dijo-: Hay trenes con frecuencia para la estacin de Groxton, la cual, como usted bien dijo, est a cinco kilmetros de Hall. Hay uno que sale dentro de veinte minutos... -Excelente! -Pero no debemos tomarlo... -No debemos tomarlo, seorita? -No he tenido tiempo de explicrselo, pero lady Mayo en persona requiere su ayuda. Hasta esta tarde no logr persuadirla. Lady Mayo ruega que tomemos los tres el tren de las 10,25. que es el ltimo. Nos esperar con el coche en la estacin de Groxton. -La seorita Forsythe se mordi el labio-. Lady Mayo, a pesar de su amabilidad, es muy... imperiosa. No debemos perder ese ltimo tren! Y, sin embargo, estuvimos a punto de perderlo. Habiendo olvidado que las calles estaban cubiertas de fango helado, y el apiamiento de vehculos bajo el chisporroteo azulado de las farolas, llegamos a la estacin de Waterloo con el tiempo justo. El tren se deslizaba ya por la campia y nuestro compartimento, sumido en la penumbra, pareca acentuar sus sombras a cada traqueteo. Holmes estaba silencioso, ligeramente inclinado hacia delante en su asiento. Yo poda ver su perfil aguileo, recortado en el fro fulgor de una luna llena. Eran cerca de las once y media cuando descendimos en el apeadero de un pueblo dormido que yaca en la oscuridad. Nada se mova all. Ni siquiera un perro ladraba. Cerca del apeadero estaba estacionado un lando abierto, sin que se oyera el tintinear de los arneses de los caballos. El cochero ocupaba, rgidamente erecto, su puesto en el pescante, tan inmvil como la dama de edad madura que se sentaba en la parte trasera, contemplndonos con ptrea fijeza cuando nos acercamos. La seorita Forsythe comenz a hablar anhelante; pero la dama, que iba envuelta en pieles y tena una nariz prominente, alz la mano para detenerla. -El seor Sherlock Holmes? -pregunt con voz extraordinariamente profunda y musical-. Y supongo que este otro caballero es el doctor Watson. Yo soy lady Mayo. Durante unos instantes nos escrut con un par de ojos singularmente agudos y penetrantes. -Hagan el favor de subir al lando -continu-. Encontrarn suficientes mantas de viaje. Lamento verme obligada a ofrecerles un coche abierto en una noche tan fra; pero la aficin de mi cochero a conducir velozmente -e indic al conductor, que encorv la espalda-, ha contribuido a quebrar el eje del coche cerrado. Al Hall, Billings! Date prisa! Restall el ltigo. Con un molesto bamboleo de las ruedas traseras, nuestro lando se puso en marcha por una angosta senda bordeada de un puntiagudo vallado de setos y esquelticos rboles.

16

-Santo Dios, seor Holmes! -exclam lady Mayo-. No me acordaba de que ya soy muy vieja! Mi juventud fue la poca de conducir velozmente, ay, y de vivir deprisa, tambin. -Fue tambin la poca de morir deprisa? -pregunt mi amigo-. De una muerte, por ejemplo, como la que puede sorprender a nuestro joven amigo esta noche? Los cascos de los caballos resonaban en el camino helado. -Creo, seor Sherlock Holmes -dijo la dama sosegadamente-, que usted y yo nos comprendemos. -Estoy seguro de ello, lady Mayo, pero no ha respondido usted a mi pregunta. -No tema, seor Holmes. Ahora l est a salvo. -Est usted segura de ello? -Le digo que est completamente a salvo! Hay ronda de vigilancia en el parque de Groxton Low Hall, y la casa est custodiada. No pueden atacarle. An hoy no sabra decir si mi intervencin un tanto explosiva fue causada por el rpido traqueteo del lando, el mpetu del viento que nos azotaba las orejas o la enloquecedora naturaleza del problema en s. -Perdone el embotamiento de un viejo soldado que no encuentra adecuadas respuestas para nada -exclam-. Pero, al menos, tenga compasin de la pobre dama que est a su lado. Quin es el seor Hendon? Por qu se dedica a destrozar relojes? Por qu razn ha de estar en peligro su vida? -Basta, Watson! -exclam Holmes con una ligera aspereza en el tono de su voz-. Usted mismo me desconcert enumerndome los motivos por los cuales el seor Charles Hendon, inconfundiblemente, no es ingls. -Y bien? En qu puede ello ayudarnos? -Pues, porque el llamado Charles Hendon, decididamente, no es ingls. -Que no es ingls? -exclam Celia Forsythe extendiendo su mano-. Pero si habla perfectamente nuestro idioma! -La respiracin se ahog en su garganta-. Demasiado perfectamente! -murmur. -Este joven -dije yo-, no es, entonces, de elevada posicin social? -En efecto, querido amigo. Su sagacidad nunca falla. En efecto, es de una posicin muy elevada. Ahora nmbreme la nica Corte Imperial de Europa... fjese bien, Watson, Corte Imperial... que en cuestin de hablar ingls, ha superado a su propio idioma nativo. -No se me ocurre. No lo s. -Entonces, procure recordar lo que sabe. Pocos minutos antes de que la seorita Forsythe viniera a vernos por primera vez, yo estaba leyendo en voz alta algunas noticias de la prensa diaria que, de momento, parecan aburridamente carentes de importancia. Una de ellas deca, por ejemplo, que los nihilistas, la peligrosa banda de anarquistas que intentan reducir Rusia a la nada, eran sospechosos de maquinaciones contra la vida del Gran Duque Alexei, en Odessa. El Gran Duque Alexei, ya lo oye. Ahora bien, el sobrenombre que en la intimidad daba lady Mayo a el seor Charles Hendon era... -Alee! -exclam. -Poda haber sido tan solo una simple coincidencia -observ Holmes encogindose de hombros-. Sin embargo, si reflexionamos sobre la Historia contempornea, vemos que,

17

en un atentado anterior contra la vida del ltimo zar de todas las Rusias (que result hecho trizas en el ao 81 por la explosin de una bomba de dinamita), el tic-tac del artefacto estaba disimulado por el sonido de un piano. Las bombas de dinamita, Watson, son de dos clases. Una, las de envoltura de hierro y muy ligeras, se encienden mediante una corta mecha que llevan adherida, y se arrojan luego. Las otras, tambin de hierro, estallan debido a un mecanismo de relojera, cuyo tic-taces lo nico que delata su presencia. Crack!, reson el ltigo del cochero, y los setos parecieron desplegarse como en un sueo. Holmes y yo estbamos sentados de espaldas al cochero y frente a frente de los rostros baados por la luz de la luna, de lady Mayo y Celia Forsythe. -Holmes, todo se ha hecho claro como el agua! Es por ello por lo que el joven no puede soportar la vista de un reloj? -No, Watson, no! El sonido de un reloj! -El sonido? -Precisamente el sonido. Cuando trat de decrselo a usted, su habitual impaciencia me cort en seco la primera slaba. En las dos ocasiones que destruy un reloj en pblico, tngalo presente, de ninguna manera poda ver el reloj. Una de las veces, como la seorita Forsythe nos inform, estaba escondido entre un marco de follaje; la otra, tras una cortina. Slo con or aquel significativo tic-tac, los destroz antes de que tuviera tiempo de pensarlo. Su propsito, naturalmente, era hacerlo aicos, quitando los colmillos, a lo que crea era una bomba. -Pero seguramente -objet- aquellos bastonazos tambin pudieron haber hecho estallar la bomba. De nuevo Holmes se encogi de hombros. -De haberse tratado de una bomba verdadera, quin puede decirlo? Aunque protegida dentro de una envoltura de hierro, lo creo dudoso. En ambos casos nos hallamos ante un caballero muy valiente, perseguido y acosado, que se abalanza y golpea ciegamente. No es extrao que el recuerdo de la muerte de su padre y el saber que la misma organizacin sigue sus pasos con igual propsito le impulsen a una accin rpida. -Y en ese caso...? Sin embargo, Sherlock Holmes pareca ms bien inquieto. Observ que miraba con frecuencia al solitario campo de tonalidad gris. -Bien -dijo-. Habiendo dejado ya establecidos tantos puntos en mi primera entrevista con la seorita Forsythe, pareca claro que aquella carta falsa era un cebo para atraer al Gran Duque a Odessa, estimulando en l la resolucin de encararse con sus implacables enemigos. Pero, como ya le dije a usted, pronto debi haber sospechado la aagaza. Entonces huy... adonde? -A Inglaterra -dije yo-. Mejor an; a Groxton Low Hall, con el aliciente, por aadidura, de contar con la compaa de una atractiva damita, a quien recomiendo que cese de llorar y enjugue sus lgrimas. Holmes pareca exasperado.

18

-Por lo menos se puede decir -replic- que la balanza de las probabilidades se inclina en esa direccin. Con toda seguridad era evidente, desde el principio, que una persona en la posicin de lady Mayo no habra entrado con tanta naturalidad en conversacin de ferrocarril con un joven desconocido, a menos que ya fueran, segn frase inconsciente, pero iluminadora, de la seorita Forsythe, viejos amigos. -Subestim sus facultades, seor Holmes -terci con aspereza lady Mayo, quien hasta entonces haba estado dando palmaditas en la mano de Celia-. S, en efecto, conoca a Alexei cuando era un muchachito que iba vestido de marinero en San Petersburgo. -Donde su esposo, segn descubr, era primer secretario en la Embajada britnica. En Odessa supe de otro hecho tambin de gran inters. -Eh? De qu se trata? -El nombre del principal agente de los nihilistas; un loco temerario y fantico que ha estado muy unido al Gran Duque por algn tiempo. -Imposible! -Pero verdad. Durante un instante, lady Mayo se le qued mirando fijamente, con una expresin mucho menos ptrea, mientras el lando dio un bandazo al encontrarse con un bache. -Esccheme, seor Holmes. Mi estimado Alee se ha dirigido ya a la polica, en la persona de Sir Charles Warren, el comisario. -Gracias. He visto la carta. Y tambin el sello con las armas de la Rusia Imperial. -De todas maneras -prosigui lady Mayo, imperturbable-, repito que hay patrullas por el parque y la casa est custodiada. -Sin embargo, un zorro puede escapar de los sabuesos. -No es slo una mera cuestin de guardas y vigilancia! En este momento, seor Holmes, el pobre Alee se halla confinado en una antigua estancia de gruesos muros, cuya puerta tiene atrancada. Los barrotes que cruzan sus ventanas no permiten introducir ni siquiera una mano al interior. La chimenea es antigua, acampanada, pero de apertura tan estrecha que nadie sera capaz de deslizarse por ella; aparte de que est encendida. Cmo podra, pues, atacarle un enemigo? -Cmo? -murmur Holmes, mordindose el labio y tamborileando con sus largos dedos sobre su huesuda rodilla-. Es verdad que puede estar a salvo por una noche, puesto que... Lady Mayo hizo un leve gesto de triunfo. -No se ha descuidado precaucin alguna -dijo-. Incluso el tejado ha sido salvaguardado. El criado de Alee, Trepley, despus de haber entregado su carta en Londres con suma diligencia, regres en el tren anterior al que ustedes han tomado y alquil un caballo en la aldea. En este momento se halla apostado en el tejado del Hall, velando fielmente por la seguridad de su amo. El efecto de esta afirmacin fue extraordinario. Sherlock Holmes se puso en pie de un brinco en el coche; su capa despleg una silueta negra y grotesca cuando se asi al pescante para sostenerse. -En el tejado? -dijo como un eco-. En el tejado?

19

Luego gir en redondo, asiendo al cochero por los hombros. -Espolee a los caballos! -grit-. Por el amor de Dios, pngalos al galope! No tenemos un segundo que perder! Crack! Crack!, restall el ltigo del cochero. Los caballos, piafando, se pusieron al galope y se precipitaron haca delante. En medio de la confusin en que todos estbamos sumidos, se alz la voz enojada de lady Mayo: -Seor Holmes! Es que ha perdido usted el juicio? -Podr ver que an lo conservo! Seorita Forsythe, oy usted al Gran Duque dirigirse a ese hombre llamndole Trepley? -Yo... pues no exactamente -balbuci Celia Forsythe-. Como ya le inform, Char.... oh, cielos, ayudadme...! El Gran Duque le llamaba Trep. Yo supuse... -Exacto! Usted supuso. Pero ha de saber que el verdadero nombre de ese hombre es Trepoff. De su primera descripcin deduje que era un mentiroso y un traidor. Los setos pasaban como centellas. Tintineaban los bocados de los frenos y los arneses; volbamos con el viento. -Recuerde -prosigui Holmes- la consumada hipocresa del hombre cuando su amo destroz el primer reloj. Dijo usted que era una expresin de embarazo y vergenza, no es as? Pues se propona que usted pensara que el seor Charles Hendon estaba loco. Cmo lleg usted a tener conocimiento de los otros cinco relojes, los cuales eran puramente imaginarios? Porque Trepoff se lo dijo. El esconder un reloj o una bomba en un armario, eso s que habra sido locura, en el caso de que el Gran Duque Alexei lo hubiera hecho. -Pero, Holmes -objet-. Puesto que Trepoff es su ayuda de cmara... -Ms deprisa, cochero! Ms deprisa! Deca usted, Watson? -Pues que seguramente Trepoff debe haber tenido cientos de oportunidades para matar a su amo, por medio de cuchillo o veneno, sin necesidad de recurrir a este espectacular suplemento de una bomba. -Este espectacular suplemento, como lo denomina usted, es la firma inconfundible de los revolucionarios. No quieren servirse de otro procedimiento. Su vctima debe morir en una explosin, entre ruinas, si no el mundo no se percatara de su poder. -Pero, y la carta dirigida a Sir Charles Warren? -exclam lady Mayo. -A buen seguro que fue arrojada a la primera alcantarilla que Trepoff hall a su paso. Ah! Supongo que ese edificio que se alza enfrente debe ser ya Groxton Low Hall. Los acontecimientos que aquella noche se sucedieron estn algo confusos en mi mente. Recuerdo un edificio bajo y grande, de estilo jacobino, de ladrillo rojo, con ventanas con parteluces y un tejado plano, que pareca como si fuera a abalanzarse sobre nosotros ante el sendero de grava. Las mantas de viaje fueron apartadas a un lado. Lady Mayo, erguida e imperiosa, daba tajantes instrucciones a un grupo de criados nerviosos. Holmes y yo echamos a correr tras la seorita Forsythe, subiendo por una serie de escalones hasta llegar, desde el amplio y alfombrado dintel del vestbulo, hasta unos estrechos peldaos que eran poco ms que una escalera de mano, la cual conduca al

20

tejado. Al pie de ella, Holmes se detuvo un instante, posando sus dedos sobre el brazo de la seorita Forsythe. -Usted se quedar aqu -dijo sosegadamente. O un clic metlico cuando Holmes se meti la mano en el bolsillo y, por vez primera, supe que l tambin iba armado. -Venga, Watson -dijo. Le segu por la angosta escalerilla mientras l abra con sumo cuidado la trampilla que daba al tejado. -No haga el menor ruido, por su vida! -musit-. Dispare si le echa la vista encima. -Pero, cmo lograremos dar con l? El fro aire nos azot de nuevo el rostro. Gateamos cautelosamente por el tejado. A nuestro alrededor todo eran fantasmales caones de chimeneas y hacinamiento de potes de arcilla ennegrecidos por el humo, los cuales rodeaban una gran cpula de plomo que, bajo los rayos de la luna, reluca como la mismsima plata. En un extremo apartado, una oscura silueta pareca agazapada bajo el tubo de una solitaria chimenea baada por la luz del astro de la noche. Un fsforo despidi su llama azul, que luego se torn amarilla y, un instante despus, lleg el siseo de una mecha encendida seguido por un sonido como de tenue repiqueteo en la chimenea. Holmes corri hacia delante, en zigzag, a travs del laberinto de chimeneas y parapetos, siempre en direccin a la encorvada figura que ahora se zafaba presurosa. -Haga fuego, Watson! Haga fuego! Nuestros revlveres dispararon al unsono. Vi el plido rostro de Trepoff que giraba bruscamente hacia nosotros, y luego, en el mismo instante, la chimenea tras la cual l haba estado agazapado vol por el aire como arrancada de cuajo entre una columna de llamas. El tejado se alz bajo mis pies y fui vagamente consciente de rodar una y otra vez mientras los cascotes de ladrillos rotos zumbaban sobre mi cabeza o se abatan con estrpito contra el cimborrio metlico de la cpula. Holmes se puso torpemente en pie.- Est usted herido, Watson? -dijo entrecortadamente. -Slo un poco aturdido -repliqu-. Pero fue una suerte el que cayramos de bruces. De no ser as... Hice un gesto en direccin a las agrietadas y resquebrajadas chimeneas que se alzaban en derredor. Habamos avanzado slo unos pocos metros a travs de una nube de polvo arenisco, cuando dimos con el hombre que estbamos buscando. -Ahora tendr que responder ante un Tribunal ms elevado! -dijo Holmes, mirando al espantoso fardo tendido sobre las tejas-. Nuestros disparos le hicieron vacilar durante un fatal segundo, suficiente para que le alcanzara de lleno la explosin de la bomba. -Mi amigo se volvi-. Vamos -dijo, con una voz que encerraba un amargo reproche hacia s

21

mismo-. Hemos actuado con demasiada lentitud si pretendamos salvar a nuestro cliente; y, en cambio, demasiado aprisa para vengarle por medio de la justicia humana. Sbitamente se alter su expresin y me asi del brazo. -Por Jpiter, Watson! Un simple tubo de chimenea ha salvado nuestras vidas! Cul es la palabra que emple lady Mayo? Acampanada! Esto es, acampanada! Pronto, no hay un momento que perder! Nos dirigimos velozmente a travs de la trampilla y por las escaleras al piso principal. En un extremo, y a travs de una niebla de humo acre, pudimos discernir los restos de una puerta astillada. Un instante despus, penetrbamos en el dormitorio del Gran Duque. Holmes lanz un gemido ante la escena con que tropezaron nuestros ojos. Lo que haba sido una soberbia chimenea, era ahora un enorme boquete, abierto como en un bostezo entre los restos de una pesada campana de piedra. El fuego del hogar se haba desparramado por la estancia, y el aire estaba enrarecido por el acre hedor de la alfombra que arda bajo los rescoldos de ceniza y brasas, Holmes se abalanz a travs del humo y despus le vi detenerse ante los restos de lo que haba sido un piano. -Aprisa, Watson! -grit-. An est con vida! Aqu es donde yo no puedo hacer nada, y usted lo puede hacer todo. Mas poco haba que hacer. Durante el resto de la noche, el joven duque estuvo luchando entre la vida y la muerte en el dormitorio al que le transportamos. Pero cuando el sol del amanecer se alz entre los rboles del parque, not con satisfaccin que el coma producido por el choque se iba convirtiendo en un sueo natural. -Sus heridas son superficiales -expliqu-. Pero el choque por s solo poda haber sido fatal. Ahora que ha conseguido dormir, vivir, y no dudo que la presencia de la seorita Celia Forsythe acelerar su restablecimiento. -Si resea los hechos de este pequeo caso -observ Holmes ms tarde, cuando vagabundebamos sobre la hierba cubierta de roco del parque de caza, todo rutilante y centelleante en la fresca belleza del amanecer-, debe tener la honradez de poner las cosas en su punto y dar la fama a quien es debido. -Pero, acaso no le corresponde a usted el honor de la resolucin de este asunto? -No, Watson. Que el resultado haya sido un xito se debe por entero al hecho de que nuestros antepasados entendan el arte de la construccin. La fortaleza de una chimenea de doscientos aos impidi que la cabeza del joven fuese volada. Es una suerte para el Gran Duque Alexei de Rusia, y tambin para la reputacin del seor Sherlock Holmes de la calle Baker, que en los das del buen rey Jacobo los propietarios nunca dejaran de prevenirse contra las violentas predilecciones de sus vecinos.

De cuando en cuando, o alguna vaga referencia de las gestiones que llev a cabo en Odessa, en el caso del atentado de Trepoff. (De Un escndalo en Bohemia)

22

La Aventura del Hacendado Trelawney

-Seor Holmes, esa muerte ha sido un castigo de Dios! Habamos odo muchas declaraciones singulares en nuestras habitaciones de Baker Street, pero pocas ms alarmantes que sta que acababa de hacer el reverendo James Appley. No preciso consultar mi libreta de notas para recordar que fue un hermoso da de verano del ao 1887. Un telegrama haba llegado a la mesa del desayuno. Sherlock Holmes, con una exclamacin de impaciencia, me lo tendi: expona, simplemente, que el reverendo James Appley solicitaba el favor de que se le esperara aquella maana para una consulta relacionada con un asunto eclesistico. -Verdaderamente, Watson -haba comentado Holmes con cierta aspereza, mientras encenda su pipa habitual tras el desayuno-, las cosas empiezan a pasarse de rosca, cuando los clrigos solicitan mi consejo sobre la extensin de sus sermones o el desarrollo de la Fiesta de la Cosecha. Esto me halaga, pero tambin me saca de mis casillas. Qu dice la Crockford de este extrao cliente? Procurando anticiparme a los mtodos de mi amigo, yo haba recurrido ya a la Gua Eclesistica. Slo pude descubrir que el caballero en cuestin era el vicario de una pequea parroquia en Somerset, y que haba escrito una monografa sobre la medicina bizantina. -Una ocupacin poco frecuente en un clrigo rural -observ Holmes-. Pero, o mucho me equvoco o aqu tenemos al hombre en persona. Mientras hablaba, provino del piso inferior el persistente tintineo de la campanilla de la puerta y, antes de que la seora Hudson pudiera anunciarle, nuestro visitante irrumpa en la estancia. Era un hombre alto, delgado, de hombros erguidos, vestido con una rstica sotana, pero cuyo porte denotaba a una persona de estudios; su rostro era benvolo y estaba enmarcado en unas anticuadas patillas de las llamadas antao de borrego. -Estimados seores -dijo observndonos con mirada miope a travs de sus antiparras ovaladas-. Les ruego que acepten la seguridad que les doy de que tan solo la presin de los acontecimientos es la que provoca mi intromisin en su intimidad. -Pase, pase -dijo Sherlock Holmes de buen humor, sealndole el silln de mimbre colocado ante la apagada chimenea-, Soy un detective consultor y, por lo tanto, mi intimidad no tiene mayor trascendencia que la de un mdico. Apenas se haba sentado el clrigo, cuando lanz las extraordinarias palabras con las que he comenzado este relato. -Esa muerte ha sido un castigo de Dios! -repiti Sherlock Holmes. Aunque su voz era contenida, me pareci, como si quisiera recalcar las palabras-. En ese caso, mi estimado

23

seor vicario, creo que el asunto se halla ms bien dentro de su competencia que de la ma. -Le ruego que me disculpe -dijo el vicario apresuradamente-. Mis palabras han sido quiz demasiado enfticas y hasta irreverentes. Pero ya comprender usted que este horrible acontecimiento, este... -Su voz se redujo casi a un murmullo, a la vez que se inclinaba hacia delante en su silln-. Seor Holmes, es una villana, una deliberada infamia a sangre fra! -Crame, seor, soy todo odos. -El seor John Trelawney (Hacendado Trelawney, le denominbamos nosotros) era el ms rico propietario en varios kilmetros a la redonda. Hace exactamente cuatro noches, pocos das despus de cumplir sus setenta aos, muri en su lecho. -Hum! Eso no tiene nada de extraordinario. -No seor; pero escuche... -exclam el vicario, alzando un largo dedo ndice cuya yema apareca singularmente tiznada-. John Trelawney era un hombre robusto y sano, que no sufra ninguna enfermedad orgnica, por cuya razn todo haca prever que an durara en este mundo por lo menos una docena de aos. El doctor Paul Griffin, nuestro mdico, e incidentalmente mi sobrino, rehus de plano extender un certificado de defuncin, de resultas de la autopsia. Holmes, que an no se haba quitado su batn color ratn, y permaneca recostado lnguidamente en su silln, abri ahora a medias los ojos. -Una autopsia! -exclam-. Efectuada por su sobrino? El vicario Appley titube. -No, seor Holmes. La autopsia fue llevada a cabo por Sir Leopold Harper, nuestra mxima autoridad en cuestin de medicina forense. Debo decirle sobre el particular, que el pobre Trelawney no falleci de muerte natural. De ello no slo la polica, sino tambin Scotland Yard han sido advertidos. -Ah! -Por otra parte -continu el vicario Appley, con visibles muestras de agitacin-, Trelawney no fue asesinado, es imposible. Se ha efectuado el ms minucioso examen mdico para dictaminar que no poda haber muerto por una causa semejante. Durante un instante rein el silencio en la sala, en la que las persianas haban sido semi entornadas para defendernos del sol veraniego. -Mi querido Watson -dijo Holmes afablemente-. Quiere usted hacer el favor de alcanzarme una pipa de arcilla del bastidor que hay sobre el sof? Gracias. Opino, seor Appley, que la arcilla es la que mejor induce a la meditacin. Puedo ofrecerle a usted un cigarro? -Cras ingens itembimus aequor -dijo el clrigo acaricindose las pobladas patillas con sus dedos singularmente moteados-. Por el momento no, gracias. No podra fumar. No me atrevo a hacerlo! Me sofocara. Me doy cuenta de que debo relatarle los hechos con detalles precisos. Pero la cosa resulta difcil. Ha observado usted que soy algo distrado? -Desde luego.

24

-Pues s, seor. En mi juventud, antes de que ingresara en el seno de la Iglesia, deseaba estudiar Medicina. Pero mi buen padre, que en paz descanse, me lo prohibi a causa de mi distraccin. Si fueses mdico -deca- cloroformizaras al instante al paciente y le operaras de clculos biliares, sin darte cuenta de que haba acudido simplemente a consultarte sobre un ligero catarro. -Bien, bien -dijo Holmes, con cierto tono en el que se trasluca la impaciencia-. Pero esta maana estaba usted sin duda inquieto... -continu, mirando a nuestro cliente con su aguda mirada-. No dudo que fue debido a esa especial disposicin de nimo en que usted se encontraba, que decidi consultar varios libros de su biblioteca, antes de tomar el tren de Londres. -S, seor. Se trataba de obras mdicas. -No le resulta inconveniente el tener tan altas las estanteras de su biblioteca? -Oh, no por cierto! Puede una habitacin ser demasiado alta o ancha para los propios libros de uno? El vicario hizo una brusca pausa. Su alargado rostro, enmarcado por aquellas patillas de diseo tan peculiar, pareca an ms largo al quedar boquiabierto. -Oiga! Estoy seguro, completamente seguro, de que no haba mencionado para nada mis libros, ni la altura de las estanteras de mi biblioteca. Cmo puede usted saber, pues, esas cosas? -Bah, una nadera! Cmo puedo saber, por ejemplo, si es usted soltero o viudo, y que tiene un ama de llaves de lo ms desaliada? -Verdaderamente, Holmes -exclam-, hay tambin otra persona, adems del vicario Appley, que deseara saber cmo ha sido usted capaz de deducir todo esto! -Por el polvo, Watson! Por el polvo! -Qu polvo? -Fjese, por favor, en el dedo ndice de la mano derecha del vicario. Observar en su yema manchas de polvo grisceo oscuro que se acumula en la superficie de los libros. Las manchas, aunque algo descoloridas, fueron hechas no ms tarde de esta maana. Puesto que el vicario Appley es un hombre alto, de largos brazos, resulta evidente que ha tomado los libros de un estante elevado. Si a esta acumulacin de polvo aadimos un sombrero sin cepillar, se requiere muy poca agudeza para determinar que no tiene una solcita esposa sino una perezosa ama de llaves. -Es formidable! -exclam. -Juego de nios! -dijo l-. Y pido disculpas a nuestro visitante por haber interrumpido su relato. -Esa muerte resulta incomprensible ms all de toda medida! Pero todava no ha odo usted lo peor -continu el vicario Appley-. Debo decir que Trelawney tiene una pariente que le sobrevive; una sobrina de veintin aos. Su nombre es Dolores Dale, y es hija de la ya fallecida seora Copley Dale, de Glastonbury. Durante varios aos, la joven ha encontrado un hogar en el blanco casern de Trelawney, denominado Goodman's Rest. Siempre se dej entender que Dolores, que est prometida a un excelente joven llamado Jeffrey Ainsworth, heredara la fortuna de su to. Cuando le digo que no existi jams un alma tan dulce y amable, que su cabello es ms negro que el mar cantado por Hornero y que, adems, evoca la sugestin de la ardiente sangre del Sur... -S, s -terci Holmes, cerrando los ojos-. Pero usted manifest que yo an no haba odo lo peor...

25

-As es. Los hechos son los siguientes. Poco antes de su muerte, Trelawney vari su testamento. Desheredando a su sobrina, a quien el adusto viejo consideraba frvola en exceso, dej su fortuna entera a mi sobrino, el doctor Paul Griffin. Excuso decirle que fue el escndalo de la comarca! Dos semanas ms tarde, muri Trelawney en su lecho, y mi desgraciado sobrino se halla an bajo sospecha de asesinato. -Le ruego que lo detalle -dijo Holmes. -En primer lugar, -continu el vicario- tengo que describir al fallecido Hacendado Trelawney como un hombre de costumbres severas e implacables. Me parece estar vindole todava, alto y huesudo, con una cabeza enorme y una espesa barba gris plateada, recortndose su silueta contra el color castao de un campo arado o una hilera de verdes rboles. Cada noche, en su habitacin, lea un captulo de la Biblia. Despus daba cuerda a su reloj, al que casi se le haba acabado para esa hora, y se retiraba para acostarse exactamente a las diez y levantarse cada maana a las cinco. -Un momento! -objet Holmes-. Tena esas costumbres metdicamente? -Ver usted. Si realmente se absorba en la Biblia, lea hasta muy tarde. Pero esto ocurra tan raramente, seor Holmes, que creo que puede pasarlo por alto. -Gracias. Esto est del todo claro. -En segundo lugar, siento tener que confesar que nunca tuvo buenas relaciones con su sobrina. Era severo y adusto hasta la brutalidad. En cierta ocasin, hace dos aos, azot a Dolores con la badana de afilar navajas y la confin en su dormitorio a pan y agua, por el simple hecho de haber ido a Bristol a ver una representacin de la pera cmica Paciencia, de Gilbert y Sullivan. An me parece ver a la muchacha, corrindole las lgrimas por las enrojecidas mejillas. Viejo diablo! -sollozaba-. Viejo diablo! Debe usted perdonar la intemperancia de su lenguaje... -He de comprender que la seguridad futura de esa joven dependa de aquella herencia? -Muy lejos de ello. Su novio, el seor Ainsworth, es un joven notario que se ha abierto camino. El propio Trelawney se contaba entre sus clientes. -Me pareci observar cierra aprensin cuando mencion usted a su sobrino -dijo Holmes-. Puesto que el doctor Griffin hereda esta fortuna, supongo que es porque se hallara en buenas relaciones con Trelawney. El vicario se revolvi en su silla, como si se encontrara incmodo. -Se hallaba en unas relaciones de lo ms amistosas -replic con algn apresuramiento-. En cierta ocasin salv la vida de Trelawney. Al mismo tiempo debo confesar que mi sobrino ha sido siempre un hombre fogoso y exaltado. Su desenfrenada conducta ha influido mucho en la creacin del grave perjuicio que se ha formado actualmente contra l. Si la polica pudiese establecer cmo muri Trelawney, mi sobrino podra ser arrestado al instante. El vicario hizo una pausa y mir a su alrededor. Haba sonado una autoritaria llamada a la puerta. Un instante despus, al abrirse aqulla de par en par, vimos un atisbo de la seora Hudson por encima del hombro de un hombre pequeo y delgado, de rostro ratonil, vestido con traje a cuadros y tocado con un sombrero hongo. Sus acerados ojos azules se posaron sobre el vicario Appley, cuya presencia all pareci sorprenderle mucho, pues se qued parado en el dintel de la puerta con expresin de asombro. -Tiene usted el don, Lestrade, de acompaar siempre sus apariciones de un ameno barniz dramtico -observ Holmes con languidez.

26

-Y que resulta muy embarazoso para ciertas personas -objet el detective, depositando su hongo junto al gasgeno-. Bien, de la presencia de ese reverendo caballero deduzco que usted ya est enterado de ese pequeo asesinato cometido en Somerset. Los hechos son evidentes y conducen a una meta con tanta claridad como jalones, no es verdad, seor Holmes? -Por desgracia, los jalones se vuelven fcilmente en direccin opuesta -dijo Holmes-. Es una perogrullada, Lestrade, de la cual ya le hice a usted una o dos pequeas demostraciones en el pasado. El hombre de Scotland Yard se sonroj, visiblemente enojado. -Bien, bien, seor Holmes, es posible. Pero en esta ocasin no me cabe la menor duda. Existen el motivo y la oportunidad. Conocemos al autor y slo falta hallar los medios empleados. -Le aseguro a usted que mi infortunado sobrino...! -prorrumpi distradamente el clrigo. -No he mencionado nombre alguno. -Pero lo ha considerado como evidente desde el momento en que supo que era el mdico de Trelawney! Como es l quien ha de beneficiarse de su deplorable testamento... -Ha olvidado usted mencionar la reputacin personal de que goza su sobrino, vicario Appley -dijo Lestrade ceudamente. -Era alborotador, s! Romntico, fogoso y alocado s usted quiere! Pero un asesino a sangre fra... nunca! Le conozco desde la cuna. -Bien, ya lo veremos. Seor Holmes, querra hablar con usted unas palabras a solas. Durante este intercambio entre nuestro atribulado cliente y Lestrade, Holmes estuvo con la vista fija en el techo, con aquella mirada ausente y soadora que le haba notado slo en aquellas ocasiones en que su mente le susurraba que exista algn sutil hilo de pruebas, pero enterrado an, como ahora, en el embrollo de hechos evidentes y no menos evidentes sospechas. Bruscamente, se levant y se dirigi al vicario. -Segn he comprendido, regresa usted a Somerset esta tarde? -En efecto, en el tren de las 2,30 de Paddington. -Asom el color a su rostro al ponerse en pie-. Debo entender, mi estimado Holmes...? -El doctor Watson y yo le acompaaremos. Quiere usted hacer el favor de pedir a la seora Hudson que llame a un coche, seor vicario? Nuestro cliente baj las escaleras. -Es un asunto bastante curioso -dijo Holmes, mientras pona tabaco de la zapatilla persa en su tabaquera de bolsillo. -Me alegro de que al menos usted vea algo claro en esto, querido amigo -observ-, pues me pareci que estaba algo impaciente desde el principio con el buen vicario, especialmente cuando se extravi hablando de sus primeras ambiciones mdicas y de la posibilidad de que, por distraccin, hubiese operado de clculos biliares a un enfermo de catarro.

27

El efecto que produjo esta observacin casual fue extraordinario. Tras mirar fijamente al espacio, Holmes volvi a ponerse en pie, de un salto esta vez. -Por Jpiter! -exclam-. Por Jpiter! Sus pmulos huesudos y prominentes se haban coloreado, y en sus ojos tena el brillo repentino que yo conoca de antiguo. -Como de costumbre, Watson, su ayuda ha sido inapreciable -dijo calurosamente-. Aunque no sea usted luminoso, es un excelente conductor de luz. -Le he ayudado? Acaso al mencionar los clculos biliares del vicario? -Precisamente! -Vamos, Holmes...! -Debo hallar al instante cierto apellido. S, incuestionablemente debo encontrarlo. Quiere hacer el favor de darme la letra B del ndice? Le di el voluminoso tomo, uno de los muchos en los cuales pegaba recortes de prensa de los incidentes que llamaban su atencin. -Pero, Holmes! -dije tras reflexionar un instante-. No hay nadie en este asunto cuyo apellido comience por B. -En efecto, ya me di cuenta. Ba... Bar... Barlett! Hum! Ah! Magnfico ndice! Tras una corta lectura, volviendo presuroso las pginas, Holmes cerr el libro de golpe y se sent, tamborileando la cubierta con sus dedos largos y nerviosos. Tras l relucan, a los rayos del sol, las probetas, retortas y alambiques de su mesa de experimentos qumicos. -A decir verdad, an no posea todos los datos, naturalmente -aadi meditabundo.Incluso ahora no estn completos. Lestrade me mir, guindome un ojo. -Para m son suficientes -dijo con una mueca-. No pueden engaarme. Ese doctor de barba roja es un asesino endiablado. Conocemos al hombre y conocemos el motivo. -En este caso, por qu est usted aqu? -Porque nos falta una nica cosa. Nos consta que lo hizo. Pero, cmo lo hizo? No menos de una docena de veces formul Lestrade la misma pregunta en el curso de nuestro viaje; hasta el punto que me pareca sentir en mi cabeza el eco de una vibracin, semejante al trepidar de las ruedas del tren en los rieles. Era un da largo y caluroso, y el resplandor del crepsculo estaba an suspendido sobre las cimas de las redondeadas colinas del condado de Somerset, cuando llegamos por fin a la pequea estacin. En las laderas de la colina que se alzaba ms all de los tejados de las casitas de la aldea, se ergua un blanco casern situado entre viejos olmos. El aire difano de la tarde traa el graznido de los gansos.

28

-Tenemos an un par de kilmetros por delante -dijo Lestrade agriamente. -Preferira no ir a la casa de buenas a primeras -dijo Holmes-. No existe algn hostal en esta aldea? -Est el Camberwell Arms. -Vamos all entonces. Prefiero comenzar en terreno neutral. -Verdaderamente, Holmes, no puedo imaginar...! -exclam Lestrade. -Precisamente -observ Holmes, sin aadir una palabra ms hasta que estuvimos acomodados en la sala privada de la antigua hostera. Holmes garrapate unas cuantas lneas en su libreta de notas y arranc dos hojas. -Y ahora, vicario Appley, podra tomarme la libertad de enviar a su criado con esta nota al Goodman's Rest y con la otra al seor Ainsworth? -Naturalmente que s. -Excelente. En ese caso, tenemos an tiempo de fumar una pipa antes de que se renan con nosotros la seorita Dolores y su prometido. Permanecimos sentados en silencio durante algn tiempo, ocupado cada cual en sus propios pensamientos. Por lo que a m se refiere, tena demasiada confianza en mi amigo para aceptar lo evidente en la expresin de su rostro, que pareca reflejar perplejidad. -Bien, seor Holmes -dijo Lestrade por fin, en tono severo-. Ya ha sido usted lo suficientemente misterioso para contentar hasta al doctor Watson. Explquenos su teora. -Pues el caso es que no tengo teora. Estoy simplemente analizando mis datos. -Lo que ha hecho que pase usted por alto al criminal. -Eso est por ver. Por ejemplo, seor vicario, cules son las relaciones entre la seorita Dolores y su sobrino? -Es extrao que haya usted mencionado esto -replic el vicario Appley-. Pues sus relaciones han sido un motivo de afliccin para m desde hace algn tiempo. Pero en justicia debo sealar que la culpa es de la joven. Sin razn alguna se muestra injustificadamente ofensiva con l. Lo peor de todo es que le hace objeto de su aversin en pblico. -Ah! Y qu dice Ainsworth? -Ainsworth es demasiado buen muchacho para no deplorar esta conducta de su prometida hacia mi sobrino. La considera casi como una ofensa personal. -Verdaderamente, su actitud es de lo ms loable. Pero aqu estn nuestros visitantes, o mucho me equivoco. La vieja puerta rechin al abrirse, y una muchacha espigada y encantadora penetr en la estancia. Sus ojos negros, que relucan con un brillo especial, se posaron en nosotros por turno, con una mirada larga e inquisitiva que tena un fulgor de animosidad y algo ms de desesperacin. La segua un joven delgado y rubio, de tez fresca y ojos singularmente azules y sagaces; salud al vicario Appley amistosamente.

29

-Quin de ustedes es el seor Sherlock Holmes? -pregunt la muchacha-. Ah, s...! Supongo que habr descubierto alguna nueva prueba, verdad? -He venido para escucharla, seorita Dale. En realidad, me lo han contado todo, excepto lo que aconteci la noche en que su to... falleci. -Recalca usted la palabra falleci, seor Holmes. -No hagas caso, querida. Qu otra cosa poda decir? -intervino el joven Ainsworth con un conato de sonrisa-. Probablemente se te han metido en la cabeza una serie de descabelladas supersticiones, debido a que la tormenta del martes trastorn a tu to. Pero sta haba cesado ya antes de que ocurriera su muerte. -Cmo lo sabe usted? -pregunt Holmes. -El doctor Griffin dijo que no falleci hasta cosa de las tres de la madrugada. De cualquier modo, se encontraba perfectamente pocas horas antes. -Parece usted muy seguro de ello. El joven mir a Holmes con evidentes muestras de perplejidad. -Naturalmente que s. Como puede decirle el seor Lestrade, entr en la habitacin tres veces durante la noche. El hacendado me pidi que lo hiciera as. -En este caso, permtame que me informe de los hechos desde el principio. Quiz, seorita Dale...? -Muy bien, seor Holmes... El martes por la noche, mi to invit a mi prometido y al doctor Griffin a cenar con nosotros en Goodman's Rest. Observ que estaba inquieto. Yo lo achaqu al lejano fragor de los truenos, pues mi to detestaba las tormentas, y le asustaban. Pero ahora me pregunto si su inquietud estaba en su nimo o en su conciencia. Sea como fuere, lo cierto es que nuestros nervios se tensaban cada vez ms a medida que avanzaba la noche, y que el buen humor de que haca gala el doctor Griffin no mejor las cosas cuando un rayo se abati sobre un rbol. Tengo que conducir m coche hasta casa, y espero que no me suceda nada en medio de esta tormenta, dijo. El doctor Griffin es una persona francamente insoportable! Pues yo me alegro de quedarme -ri Jeffrey-. Estamos bastante bien protegidos con el viejo sistema de los pararrayos. Al or estas palabras, mi to dio un brinco en su asiento. Joven estpido! -exclam-. Acaso ignora que no hay ninguno en esta casa?. Y se qued temblando como un hombre fuera de sus cabales. -No poda suponerme que le afectara tanto lo que dije -interrumpi ingenuamente Ainsworth-. Luego, cuando empez a hablar sobre las pesadillas que padeca... -Pesadillas? -pregunt Holmes. -S. Con voz chillona, nos cont que sufra pesadillas, y que aqulla no era noche para que un alma humana se quedara sola... -Despus se calm un tanto -continu la seorita Dale-, cuando Jeffrey se ofreci a ir a verle una o dos veces durante la noche. Verdaderamente, daba compasin observarle. Mi prometido fije, pues...cundo, Jeffrey? -Primero a las diez y media; luego a medianoche, y finalmente a la una de la madrugada. -Habl usted con l? -pregunt Holmes. -No; estaba dormido. -En ese caso, cmo sabe usted que estaba vivo?

30

-Porque, como acostumbran a hacer muchas personas de su edad, el hacendado tena una lamparilla encendida. No pude ver mucho, pero o su pesada respiracin por encima del fragor de la tormenta. -Fue poco despus de las cinco de la maana siguiente -cont a su vez la seorita Dale-, cuando... no puedo seguir! -prorrumpi-. No puedo! -Clmate, querida -le recomend Ainsworth, que la estaba mirando fijamente y con cierta ansiedad-. Seor Holmes, esto ha sido muy difcil para mi prometida. -Quiz yo pueda continuar, si me lo permiten -sugiri el vicario-. Despuntaba el alba cuando fui despertado por unos fuertes porrazos dados en la puerta de la vicara. Se trataba de un mozo de cuadra que haba sido enviado urgentemente desde Goodman's Rest y era portador de horribles noticias. A primera hora, como de costumbre, la doncella llev el t al hacendado; pero al descorrer las cortinas comenz a gritar, horrorizada, pues vio el cuerpo sin vida de su seor en el lecho... Me vest en un santiamn y corr a Goodman's Rest. Cuando penetr en el dormitorio, seguido por Dolores y Jeffrey, el doctor Griffin, que fue el primero a quien llamaron, ya haba concluido su examen. Hace cosa de dos horas que ha muerto -dijo el doctor-. Pero, por mi vida que no puedo comprender cmo muri! Yo me haba situado al otro lado del lecho, para recogerme y rezar, cuando mis ojos tropezaron con el reloj de oro de Trelawney, que reluca bajo un rayo de sol matutino. Se trataba de un remontoir, sin llave. Estaba sobre una mesita de mrmol, en medio de una serie de frascos de medicinas y linimentos que difundan un fuerte olor en la mal ventilada estancia. Se dice que en los momentos de crisis nuestras mentes se ocupan en banalidades. As es, de otro modo no me explico mi actitud. El hecho es que, antojndoseme que el reloj estaba parado, me lo llev al odo. Pero entonces pude notar que andaba. Le di cuerda hasta el tope, aunque estaba casi toda dada, y entonces el ruido crac, crac, de la cuerda hizo estallar los nervios de Dolores. An recuerdo sus palabras exactas: Seor vicario, djelo en su sitio! Es como... como el estertor de un agonizante! Durante un instante permanecimos sentados en silencio. La seorita Dale volvi la cabeza. -Seor Holmes -dijo Ainsworth con ansiedad-. La herida es demasiado reciente. Puedo rogarle que excuse a la seorita Dale de responder a ms preguntas por esta noche? Holmes se puso en pie. -Los temores son cosas sin fundamento, siempre que no haya pruebas en contra, seorita Dale -dijo a sta. Sacando del bolsillo su reloj lo mir con aire pensativo. -Se hace tarde, verdad, seor Holmes? -observ Lestrade. -No me haba dado cuenta. Pero tiene usted razn. Y ahora, vayamos a Goodman's Rest. Una corta travesa en la tartana del vicario nos condujo ante un par de verjas que se abran a un estrecho sendero. Haba salido la luna, la cual rielaba en la larga avenida que se extenda ante nosotros, moteada y cruzada por las sombras de los grandes olmos. Al torcer la curva final, los dorados haces de luz de las linternas de la tartana centellearon

31

dbilmente sobre la fachada de un casern espacioso pero feo. Todas las contraventanas, de color pardusco, estaban hermticamente cerradas, y la puerta principal apareca cubierta con un crespn negro. -Bien puede decirse que es una mansin sombra -coment Lestrade con voz apagada, mientras tiraba del cordn de la campanilla-. Hola! Cmo es esto? Qu est usted haciendo aqu, doctor Griffin? La puerta se haba abierto y un hombre de elevada estatura y barba roja se hallaba en el dintel, vestido con un amplio chaquetn y pantalones de golf. Mientras paseaba su mirada sobre nosotros, de uno en uno, not sus puos cerrados y su pecho agitado, seales evidentes de alguna tensin interior. -Es que necesito su permiso para dar una vuelta, seor Lestrade? -grit ms bien que dijo-. No es bastante que sus malditas sospechas hayan soliviantado a toda la comarca contra m? -Su manaza se abri y asi a mi amigo por el hombro-. Usted es el seor Holmes! -dijo impetuosamente-. Recib su nota, y aqu estoy. Dios quiera que est usted a la altura de su fama. Por lo visto, usted es lo nico que media entre mi persona y el verdugo. Pero, qu bruto soy! He asustado a la seorita Dale! -Es la tensin, es... es todo! -solloz-. Oh, qu horror tan inconcebible! Yo me senta realmente muy molesto con Holmes, pues mientras nosotros rodebamos a la llorosa muchacha, prodigndole palabras de consuelo, l se limitaba a hacer a Lestrade la observacin de que era de presumir que el cadver se hallase an en la casa. Volvindonos la espalda, penetr en el interior, esgrimiendo una lupa que sac del bolsillo. Tras un prudente intervalo corr a reunirme con l, seguido por Lestrade. A travs de una puerta a la izquierda del gran recibidor oscuro, tuvimos el vislumbre de una habitacin iluminada por cirios y atiborrada de flores medio marchitas, y la figura delgada y alta de Holmes inclinada sobre una forma amortajada de blanco en el abierto fretro. La luz de los cirios titilaba en la lupa que mantena ante el rostro, slo a pocos centmetros del muerto. Rein el ms absoluto silencio mientras Holmes escudriaba las plcidas facciones del cadver. Luego, volvi a tender sobre l el cobertor de la mortaja, y sali. Hubiese querido hablarle, pero pas ante nosotros rpido y callado, sin hacer ms que un gesto sealando las escaleras. En el descansillo superior, Lestrade nos gui a un dormitorio. La estancia estaba provista de un macizo mobiliario oscuro, que destacaba sus tenebrosas siluetas a la luz mortecina de una lmpara que arda sobre la mesa, junto a una gran Biblia abierta. El olor pegajoso de las flores funerarias, as como la humedad de la casa, me seguan por todas partes. Holmes, con las cejas convertidas en dos tensas lneas negras, se hallaba gateando bajo las ventanas, examinando con su lupa cada centmetro del entarimado. Cuando le hice una observacin algo brusca, se puso en pie. -No, Watson! Estas ventanas no fueron abiertas hace tres noches. Si lo hubieran sido durante una tormenta tan grande, habra hallado huellas de ello. -Olfate el aire-. Pero no fue necesario abrir las ventanas. -Escuche! -dije-. Qu es ese extrao ruido?

32

Mir en direccin a la cama, con sus cortinones y su alto dosel. En la cabecera, mi mirada se detuvo en una mesita de mrmol que, a su lado, se hallaba repleta de polvorientos frascos de medicamentos. -Holmes, es el reloj de oro del muerto! Est sobre aquella mesita, y anda todava. -Le asombra eso? -Sin duda, despus de tres das ya lo habran dejado pararse. -As es. Pero yo le he dado cuerda. Vine aqu antes de examinar el cadver abajo. De hecho, hice este viaje desde la aldea, slo para observar el reloj del hacendado Trelawney precisamente a las diez. -Palabra, Holmes, que... -Y mire -continu, dirigindose a la mesita en cuestin-. Mire este hallazgo que es todo un tesoro! Mire esto, Lestrade! Mrelo! -Pero, Holmes, si slo es un pequeo tubo de vaselina, como el que se puede comprar en cualquier droguera... -No lo crea usted; es una cuerda de verdugo. Y ahora -termin, pensativo-, slo queda un punto que me confunde. Cmo es que se le ocurri valerse de los servicios de Sir Leopold Harper? -pregunt sbitamente, volvindose hacia Lestrade-. Es que vive aqu? -No; pasa una temporada en casa de unos amigos en las cercanas. Cuando se decidi que se efectuara la autopsia, la polica local consider que era una gran suerte que se hallase entre nosotros la mxima autoridad de Inglaterra en Medicina forense, por lo que le mand llamar. Y no ha costado poco que acudiera! -aadi con una leve sonrisa. Porqu? -Porque se hallaba en cama, con una bolsa de agua caliente en los pies, un vaso de ponche en la mesilla, y un buen resfriado. Holmes alz los brazos en el aire. -Mi caso est completo! -exclam. Lestrade y yo nos miramos estupefactos. -Slo me queda una orden por dar -dijo Holmes-. Lestrade, nadie debe abandonar la casa esta noche. Dejo a su cargo la diplomacia de conseguir que se queden todos. Watson y yo permaneceremos en esta habitacin hasta las cinco de la maana. Considerando su naturaleza dominante, era intil preguntarle por qu debamos hacerlo as. Mientras se instalaba en el nico silln, no sirvi de nada protestar que yo no quera siquiera sentarme en el lecho que haba sido del muerto, y mucho menos descabezar un sueo en l. Hice objeciones hasta que... -Watson! Abrindose paso a travs de mis sueos, esta voz me espabil de mi adormilamiento. Me qued sentado sobre la colcha, como si se hubiera apretado un resorte, sintindome desaliado, mientras el sol de la maana incida en mis ojos y el sonido del reloj del hombre muerto en mis odos.

33

Holmes, con su habitual aspecto aseado, me miraba fijamente. -Ya son las cinco y diez minutos -dijo-, y me pareci que sera mejor despertarle. Ah, Lestrade! -continu al or llamar a la puerta-. Confo en que los dems estn todava con usted. Entre, entre... Me levant de un salto cuando la seorita Dale entr en la habitacin, seguida por el doctor Griffin, el joven Ainsworth y tambin, con gran asombro por mi parte, del vicario Appley. -La verdad, seor Holmes -dijo Dolores Dale, centellendole los ojos de ira-, es intolerable que por un simple capricho nos haya retenido aqu toda la noche... hasta al pobre vicario. -No fue un capricho, crame. Quiero explicarles cmo fue asesinado a sangre fra el seor Trelawney. -Asesinado!, eh? -barbot el doctor Griffin-. El inspector Lestrade desear orle. Pero y el mtodo empleado? -Fue diablico en su simplicidad. El doctor Watson, aqu presente, tuvo la suficiente perspicacia de llamarme la atencin sobre l. No, Watson, ni media palabra! El vicario Appley nos dio la pista cuando nos cont que, de haber practicado la medicina, habra sido capaz de operar de clculos biliares a un enfermo de catarro, debido a su naturaleza distrada. Pero eso no fue todo lo que dijo. Manifest que primero habra cloroformizado al paciente. La palabra sugerente era cloroformo. -Cloroformo? -repiti como un eco el doctor Griffin, de manera extraa. -Exacto. A un criminal poda haberle parecido muy sugestivo, puesto que el ao pasado, sin ir ms lejos, en un famoso juicio por asesinato en Londres, la seora Adelaida Barlett fue absuelta de la acusacin que pesaba sobre ella de envenenar a su marido vertindole cloroformo en la garganta mientras el hombre dorma. -Pero qu diablos! Trelawney no trag cloroformo! -Desde luego que no! Pero suponga usted, doctor Griffin, que yo tomase un puado de algodn hidrfilo saturado de cloroformo y taponase con l la boca y las fosas nasales de un hombre ya viejo, sumido en profundo sueo, por espacio de unos veinte minutos. Qu ocurrira? -Pues que se morira! Pero no podra hacerlo sin dejar huellas. -Ah, excelente! Qu huellas? -El cloroformo quema o levanta la piel. En este caso preciso, habra producido quemaduras, cuando menos leves. Holmes alarg su brazo hacia la mesita de mrmol. -Ahora suponga, doctor Griffin -dijo tomando el tubo de vaselina-, suponga que primero extendiera usted sobre el rostro de la vctima una delgada capa de un ungento como ste. Se produciran tambin quemaduras? -No, creo que no. -Veo que sus conocimientos mdicos le permiten anticiparse. El cloroformo es voltil; se evapora y desaparece pronto de la sangre. En una autopsia practicada al cabo de casi dos das, tal como sta, no aparecera rastro alguno.

34

-No vaya tan deprisa, seor Holmes! Hay... -Hay una ligera, ligersima posibilidad de que el olor a cloroformo pueda ser notado, bien en la habitacin del muerto o en la autopsia. Pero aqu se habra confundido con el acre olor de medicinas y linimentos; y en la autopsia, el fuerte resfriado que sufra Sir Leopold Harper le habra impedido percibirlo.


Recommended