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Herramientas para acompañar a comunidades que evidencian ... · Herramientas para acompañar a...

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1 Herramientas para acompañar a comunidades que evidencian la naturalización del conflicto Tools to accompany communities who evidence the naturalization of conflict. Resumen: Las dinámicas del conflicto armado en Colombia hacen que se inscriba en la cotidianidad de las comunidades, construir vida en medio de ello es la realidad; los efectos del conflicto armado se han permeado de tal manera que se pueden manifestar en la normalización y naturalización del conflicto como un mecanismo de protección para afrontar la realidad y/o puede fomentar las lógicas de la guerra. Para la intervención y ayuda humanitaria es indispensable reconocer este fenómeno que afronta a la comunidad Colombiana, no solo como un criterio que podría mantener la guerra sino como un elemento que se puede fortalecer o mitigar a través de la intervención. Abstract: The dynamics of the armed conflict in Colombia make that conflict manifests itself in the daily life of communities, living in the midst of conflict is the reality. The affects of the armed conflict have permeated to the extent to which they can manifest themselves in the normalization and naturalization of conflict as a mechanism of protection so as to confront reality and foster logic for war. For humanitarian aid and intervention, it is indispensable to recognize this phenomenon that confronts the Colombian community, not just as a criteria that can sustain the war, but also as an element that can strengthen or mitigate through intervention. Palabras claves: Conflicto armado, guerra, efectos de los conflicto, normalización y naturalización, intervención, acción sin daño y construcción de paz Key words: armed conflict, war, affects of conflict, normalization and naturalization, intervention, do no harm, and peace building Leady Andrea Orrego Echeverría. 1986
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Herramientas para acompañar a comunidades que evidencian la naturalización del conflicto

Tools to accompany communities who evidence the naturalization of conflict.

Resumen: Las dinámicas del conflicto armado en Colombia hacen que se inscriba en la cotidianidad de las comunidades, construir vida en medio de ello es la realidad; los efectos del conflicto armado se han permeado de tal manera que se pueden manifestar en la normalización y naturalización del conflicto como un mecanismo de protección para afrontar la realidad y/o puede fomentar las lógicas de la guerra. Para la intervención y ayuda humanitaria es indispensable reconocer este fenómeno que afronta a la comunidad Colombiana, no solo como un criterio que podría mantener la guerra sino como un elemento que se puede fortalecer o mitigar a través de la intervención.

Abstract: The dynamics of the armed conflict in Colombia make that conflict manifests itself in the daily life of communities, living in the midst of conflict is the reality. The affects of the armed conflict have permeated to the extent to which they can manifest themselves in the normalization and naturalization of conflict as a mechanism of protection so as to confront reality and foster logic for war. For humanitarian aid and intervention, it is indispensable to recognize this phenomenon that confronts the Colombian community, not just as a criteria that can sustain the war, but also as an element that can strengthen or mitigate through intervention.

Palabras claves: Conflicto armado, guerra, efectos de los conflicto, normalización y naturalización, intervención, acción sin daño y construcción de paz

Key words: armed conflict, war, affects of conflict, normalization and naturalization, intervention, do no harm, and peace building

Leady Andrea Orrego Echeverría. 1986

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Herramientas para acompañar a comunidades que evidencian la naturalización y normalización del conflicto

Leady Andrea Orrego Echeverría

Cod: 04868229

Trabajo de grado presentado para otorgar el título de: Especialista en Acción sin daño y construcción de paz

COORDINACIÓN ESPECIALIZACION:

MARTHA NUBIA BELLO A.

UNIVERSIDAD NACIONAL DE COLOMBIA

FACULTAD DE CIENCIAS HUMANAS

DEPARTAMENTO DE TRABAJO SOCIAL

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Bogotá, 2011

Contenido

1 Introducción ................................................................................................................................ 5

1.1 Objetivo General ................................................................................................................. 6

1.2 Objetivos específicos: .......................................................................................................... 6

2 Comprendiendo desde la teoría .................................................................................................. 7

2.1 El conflicto armado en Colombia ........................................................................................ 7

2.2 La deshumanizacion. ........................................................................................................... 8

2.3 Normalización y naturalización ........................................................................................... 9

3 La naturalización y normalización en el Chocó ......................................................................... 12

La región ................................................................................................................................ 12

3.1 Las representaciones distorsionadas de la realidad a causa de generalizar experiencias

vividas o escuchas, limitando múltiples significados. ................................................................... 14

3.2 Dificultades de comunicación con la diferencia; es decir se universalizan valores e

interpretaciones de la realidad que se vive, y así mismo se idealizan organizaciones y

polarizaciones................................................................................................................................ 15

3.3 Dejar la responsabilidad del “cambio” en manos de otro, la omisión misma evitando los

compromisos de cada sujeto no sólo en la solución del problema sino también en la gravedad de

la situación. ................................................................................................................................... 16

3.4 Relaciones que guiadas por temor y la desconfianza, se mantienen a la defensiva del

otro. 17

3.5 Debilitamiento de la “calidad humana” debido a daños ocasionados por experiencias

traumáticas y de tensión, además de grandes frustraciones frente a la insensibilidad y la

impunidad que en algunas ocasiones se evidencia en endurecimientos de las relacionales, odios

y búsqueda de justicia legitimada por otros. ................................................................................ 18

4 El enfoque de Acción sin Daño y la construcción de paz para intervenir contextos que

evidencian la naturalización del conflicto ......................................................................................... 19

4.1 Un actor en el conflicto, los mensajes… ............................................................................ 20

4.2 Mínimos éticos. ................................................................................................................. 21

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4.3 El contexto ......................................................................................................................... 21

4.4 El cambio ¿En manos de quién? ........................................................................................ 22

5 CONCLUSIONES ......................................................................................................................... 25

6 BIBLIOGRAFIA ............................................................................................................................ 26

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1 Introducción

Colombia en las últimas décadas se ha convertido a nivel internacional en uno de los escenarios principales de intervención en materia de acompañamiento, atención, investigación en derechos humanos, derechos internacional humanitario, atención a población en alta vulnerabilidad, análisis contextual y coyuntural frente al conflicto armado que afronta por varias décadas.

No obstante, la ayuda internacional y nacional en este campo, enfrenta los no pocos cambios que ha tenido el conflicto mismo, ello no sólo a nivel de sus dinámicas y formas, sino también en las distintas particularidades que se evidencian en las zonas y regiones del país; lo cual imprime el carácter urgente de lecturas contextualizadas y actualizadas de la intervención a realizar.

Sin embargo, las y los colombianos tienen una realidad en común. Esta realidad se expresa en el hecho que las generaciones del siglo XXI, particularmente las de las últimas cinco décadas, han tenido que construir su proyecto de vida en medio del conflicto armado, lo que de diversas maneras afecta dicha construcción. Si bien el contexto cambia y el conflicto se manifiesta de manera diferencial pero con la constante de las lógicas de guerra. Los efectos de la guerra y la violencia en Colombia se han interiorizado en las cotidianidades, de suerte que se pueden presentar –interpretar– como algo “normal” o “natural”.

Cabe destacar que estos efectos se diferencian de manera notoria entre el campo y la ciudad, dado que las acciones directas de la guerra y los efectos de la misma, golpean cruelmente y de manera muy particular, a las zonas rurales del país. Así, teniendo en medio de la cotidianidad los efectos de la guerra, los cuales se puede transmitir en variables para leer dicha realidad, se hace indispensable para cualquier tipo de intervención, reconocerles e identificarles, no sólo como un fenómeno que mantiene y sustenta las lógicas de la guerra, sino también como un mecanismo para afrontarle.

Mantener y/o afrontar la guerra, es una constante para la construcción de un proyecto de vida en el contexto colombiano. Es con base en esta realidad que se debe reconocer que las intervenciones que se realizan, se inscriben en los contextos haciendo parte del mismo, lo cual podría fortalecer y o mitigar las lógicas de guerra, generando –muchas veces sin desearlo– mayores daños con la intervención.

El presente documento permitirá vislumbrar el fenómeno de la normalización y naturalización del conflicto, persiguiendo los siguientes objetivos:

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1.1 Objetivo General

Proponer pautas para la intervención desde los enfoques de Acción sin daño y Construcción de Paz en contextos que evidencian la “naturalización” del conflicto

1.2 Objetivos específicos:

Comprender teóricamente los mecanismos de defensa y naturalización del conflicto armado y sus implicaciones.

Evidenciar las manifestaciones de los mecanismos de defensa y naturalización en la región del San Juan – Chocó.

Brindar herramientas desde el enfoque de Acción sin daño y la Construcción de Paz para intervenir contextos que evidencian la naturalización del conflicto.

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2 Comprendiendo desde la teoría

Nacer, crecer, construir, transformar y reafirmar, entre otros, son condiciones que se establecen, sin excepción, en medio de un determinado contexto, y ello siempre se da en sociedad; estando rodeados por otros, por costumbres impuestas, por el devenir histórico, por creencias y apuestas que orientan lo que hace posible establecer una opción de ser en la vida cotidiana.

Construir el ser –aquello constitutivo del ser humano en cuanto tal–, construir un proyecto de vida en medio del contexto colombiano, en las zonas rurales del país, (para el caso de este ensayo, en el pacifico chocoano) nos remonta a una historia llena de contradicciones a causa del desborde de riqueza en el departamento del Chocó –en materia de biodiversidad, fauna, flora, materia prima, cultura, gente, en fin–. Se lleva en la memoria y en el diario de vivir, una construcción de vida en medio de la exclusión, el racismo, el olvido, la marginalización, la polarización, la pobreza extrema, abandono estatal y conflicto armado. Al respecto opina Baró que: “Una es la guerra que tiene que sufrir en carne propia el campesino y otra muy distinta la que en sus pantallas de televisión contempla el burgués industrial” (Baró, 1990,9).

2.1 El conflicto armado en Colombia

Un conflicto difícil de interpretar debido a su complejidad, pero que agobia a los colombianos por más de cincuenta años de manera diferencial a lo ancho y largo del país, dejando distintos tipos de afectaciones y ello con mayor algidez en las zonas rurales. Un conflicto que se degrada con severidad, dejando huellas imborrables de horror y barbarie; un conflicto con alto grado de impunidad que además de omitir el castigo y la verdad se asocia y genera vínculos entre sectores políticos y económicos del país con grupos armados ilegales.

En Colombia afrontamos un conflicto armado interno de más de cinco décadas, si bien sus orígenes han sido explicados por aspectos estructurales relacionados particularmente, con la inequidad y la exclusión política, económica y cultural; las dinámicas internacionales y nacionales inscritas en los nuevos ordenamientos y ajustes demandados por los procesos de neoliberalización y de globalización, sumados al auge y proliferación de actividades ilícitas vinculadas con el narcotráfico, dan como resultado un conflicto complejo y degradado, que dista de las definiciones de una guerra convencional (Bello, 2001,1).

Y aún peor, un conflicto deshumanizante, que conlleva a los sujetos a aprender, a vivir y construir proyecto de vida con la realidad de la guerra, en otras palabras, a naturalizar el conflicto armado. Al respecto Samayoa al hablar de la deshumanización, opina que:

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La deshumanización en sus formas más evidentes que son el asesinato político y la tortura no es un mero resultado accidental de la guerra, sino un recurso que ha ocupado un lugar central en la estrategia de contrainsurgencia. El mismo hecho de matar, aunque sea en combate y por una causa que es o se cree justa, es también deshumanizante, sobre todo cuando llega a verse con indiferencia o, peor aún, con complacencia. Pero hay todavía otras formas de deshumanización más sutiles, aunque no por eso menos reales y perniciosas, como es la pérdida total de aprecio por la verdad en el afán de desarrollar o mantener una dominación ideológica, o la corrupción que se genera en una situación de aguda crisis económica y de caos institucional (Samayoa 1990, 5).

2.2 La deshumanizacion.

La deshumanización, es resultado de una lectura indiferente a una situación violenta vivada, es decir, no sólo se remite a la responsabilidad del grupo que comete actos atroces, sino también como resultado del “acostumbramiento”, la indiferencia y perdida del aprecio a la vida humana en medio de un contexto regido por las lógicas de la guerra. Samayoa en su documento Guerra y Deshumanización: una perspectiva psicosocial en relación a la guerra de El Salvador; nos introduce en este término que refiere a una estrategia de guerra, como un fenómeno de pérdida o empobrecimiento de los siguientes atributos humanos:

a) capacidad de pensar lúcidamente, con lo que ello implica de identificación y superación de temores irracionales, prejuicios y todo aquello imponga desde dentro de las personas una relación predominantemente defensiva (en sentido psicodinámico) con el mundo.

b) voluntad y capacidad de comunicarse con veracidad y eficacia, con lo que ello implica de libertad, honestidad, flexibilidad, tolerancia y respeto.

c) sensibilidad ante el sufrimiento y sentido solidario.

d) esperanza. (Samayoa 1990, 5)

La deshumanización como una estrategia de guerra, no sólo evidencia la indiferencia y pérdida del valor de la vida humana, sino que además muestra cómo se introduce en un mundo establecido por las normas del otro –del guerrillero, paramilitar o militar– en el cual se debe crear y construir proyectos de vida desde la polarización y la exclusión social. La marca de la guerra inscribe al sujeto en un bando determinado y se le exige a la comunidad rodeada por el conflicto estar de un lado o de otro, no se permite la “neutralidad” ocasionando polarizaciones y aceptaciones impuestas por los otros que legitiman la pérdida del sentido de la vida y la dignidad de una comunidad. Orientando la existencia a una normalización y naturalización del conflicto.

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En síntesis, sobre un escenario o una textura de violencia estructural se desarrollan las experiencias de la violencia en la vida diaria campesina y las textualidades que de esta se derivan […] la situación de conflicto social de la región, traducida a una serie de experiencias de violencia de la vida diaria, no solo se han naturalizado (es decir, se incorporan en la cotidianidad) sino que también se han normalizado (es decir, cuentan con una serie de pautas y regulaciones) (Espinosa, 2008, 87).

Por el mismo camino del analisis a la guerra del Salvador de Samayoa, Lira presenta el miedo, como un estado provocado a causa del “terrorismo estatal”. El miedo, como elemento afectivo que puede protege, pero que puede también llegar a inmovilizar, es el fenómeno que conlleva la sensacion de vulnerabilidad, de estado exacervado de alerta, el sentimiento de impotencia, y una alteracion la comprensión de la realidad, lo que propicia la normalizacion y naturalizacion de la guerra. “El miedo puede provocar conductas específicas que pueden ser descritas como procesos adaptativos frente a algo que se anticipa como un desastre, o como una catástrofe personal inminente e imprevisiva” (Lira, 1990, 24).

2.3 Normalización y naturalización

Hablar de normalización y naturalización de la guerra, es hablar de reflexiones “inciertas” y de términos no profundizados desde el ámbito del conflicto, hasta el momento. Sin embargo, Espinosa para el caso de la Macarena menciona la “cotidianidad”, es decir, las pautas y regulaciones interrelacionadas en la construcción de proyecto de vida de una comunidad. El día a día, el saber que se puede decir y que no, donde se puede andar, donde mirar, que opinar, cuando salir, que escuchar, que tener o no tener; son rasgos de la cotidianidad que impone la guerra, involucrando al sujeto humano en una serie de normas que sólo tienen tres opciones: se cumplen, se huye o se muere.

Cuando los conflictos son prolongados e indefinidos en el tiempo, los acontecimientos derivados de ellos (las masacres, los asesinatos, la crueldad, la sevicia), se naturalizan. Cada evento va perdiendo dramatismo, capacidad de impacto y conmoción en la población. La sociedad deja de indignarse e incluso de horrorizarse frente a la barbarie, que al ser cotidiana se vuelve normal. (Bello, 2001 ,5)

La larga duración que ha tenido el conflicto armado en el país, además de los distintos conflictos internos, sociales, políticos, económicos y culturales que han golpeado en particular al departamento chocoano, han introducido en el contexto la construcción de un proyecto de vida que debe adaptarse, acostumbrarse, normalizar y naturalizar el conflicto que les rodea.

El aspecto más grave de esta militarización psicosocial se da cuando se convierte en forma normal de ser, transmitida por los procesos de socialización, como ocurre en los niños que ingenuamente afirman que para

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acabar con la pobreza hay que matar a todos los pobres(….)La prolongación indefinida de la guerra supone la normalización de este tipo de relaciones sociales deshumanizantes cuyo impacto en las personas va desde el desgarramiento somático hasta la estructuración mental, pasando por el debilitamiento de la personalidad que no encuentra la posibilidad de afirmar con autenticidad su propia identidad (….) A su vez, las personas que se van formando en este contexto, van a asumir como connatural el desprecio por la vida humana, la ley del más fuerte como criterio social y la corrupción como estilo de vida, precipitando así un grave círculo vicioso que tiende a perpetuar la guerra tanto objetiva como subjetivamente (Samayoa: 1987, 215)

Cabe mencionar que normalizar el conflicto no es una característica que se le debe imponer a todo sujeto involucrado en este escenario, de la misma manera que los efectos de la guerra y el comportamiento del conflicto se diferencian de sujeto a sujeto, la normalización no puede ser establecida como un conjunto de criterios inamovibles y estandarizados. También se pueden encontrar sujetos que propician el conflicto y lo desarrollan; y sujetos empoderados al ir en contra de las lógicas de la guerra. Martin Baró, hace esta aclaración en torno al “adaptacionismo” que coincide con la propuesta de Joaquin Samayoa.

Se hace entonces menester el preguntarnos por el ¿por qué y cómo surge la normalización y naturalización de la guerra?, este cuestionamiento ronda a lo largo de este escrito.

La deshumanización como una estrategia de guerra, penetra en la cotidianidad a través de la normalización y naturalización, no sólo como resultado sino como efecto de la misma. Es entonces un mecanismo de defensa que crean los sujetos para poder construir vida en medio de los contextos de violencia. Pues de lo contrario ¿cómo sería posible vivir día a día rodeado por el horror, la soledad, el sufrimiento y olvido?.

La habilidad del ser humano de proteger, reconstruir y vivir sin las condiciones mínimas de dignidad humana, es una característica de la adaptación de la especie. Por siglos, Latinoamérica, Colombia, las comunidades periféricas y las comunidades negras han desarrollado estrategias para construir proyectos de vida, tener esperanza y fe en medio de contextos desoladores de violencia armada. Una de estas estrategias en medio de la guerra y los conflictos han sido los mecanismos de defensa, estrategias de afrontamiento, mecanismos adaptativos entre otros; que permiten afrontar la realidad de tal manera que se posibilite la construcción misma de la vida.

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En el contexto de la guerra, la búsqueda y mantenimiento de propósitos válidos supone la confluencia de lo psicológico, lo ideológico y lo político. En otras palabras, el problema del sentido implica necesariamente una múltiple referencia (no siempre consciente) a la guerra como realidad dominante e ineludible. El problema se lo plantean las personas (e intentan resolverlo) desde una condición básica de inseguridad y angustia mediante un esfuerzo cognoscitivo-valorativo. Pero tanto el conocimiento como la interpretación de la realidad se encuentran constreñidos por serias limitaciones en el acceso a información completa y objetiva, así como por predisposiciones grupales (ideológicas) para seleccionar, articular y valorar de determinada manera (con exclusión de otras maneras) los datos “disponibles”. Tal esfuerzo por conocer la realidad para ubicarse y actuar justificadamente en ella se ve también condicionado por el impacto afectivo de experiencias personales y por la anticipación de situaciones más o menos probables (Samayoa, 1990,6).

Samayoa señala unas conductas que elaboran los sujetos para afrontar su realidad, de tal forma que éstas actúan como defensa de los temores heredados por la experiencia de la guerra. Así la desatención selectiva y el aferramiento a prejuicios, la absolutización, idealización y rigidez ideológica, el escepticismo evasivo, la defensa paranoide y los sentimientos de odio y venganza son constitivos de las actitudes señaladas por Samayoa.

Es así que la normalización como forma de expresión para afrontar la realidad, se podría expresar a través de una serie de conductas, las cuales podrían ser:

Las representaciones distorsionadas de la realidad a causa de generalizar experiencias vividas o escuchas, limitando múltiples significados.

Dificultades de comunicación con la diferencia; es decir se universalizan valores e interpretaciones de la realidad que se vive, y así mismo se idealizan organizaciones y polarizaciones.

Dejar la responsabilidad del “cambio” en manos de otro, falta de omisión, evitando los compromisos de cada sujeto no solo en la solución del problema sino también en la gravedad de la situación.

Relaciones que guiadas por temor y desconfianza, se mantienen a la defensiva del otro.

Agotamiento a una calidad humana debido a daños ocasionados por experiencias de tensión y traumáticas además de grandes frustraciones frente a la insensibilidad y la falta de justicia que en algunas ocasiones se evidencien en endurecimientos, odios y búsqueda de justicia legitimada por otros.

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3 La naturalización y normalización en el Chocó

La región

Chocó es un departamento ubicado entre la cordillera occidental y la costa pacífica; su composición poblacional está dada por un 82.7% de población afro descendiente, un 11.9% indígena y un 5.4 % de mestizos (Gobernación del Chocó: 2008,8). La ubicación geográfica del departamento chocoano hace que tenga el nivel más alto de pluviosidad en América y que la mayoría de su territorio sea selvático; razón por la cual presenta una gran variedad de ríos, y diversidad de flora y fauna. Es el único departamento del país que viabiliza la comunicación entre sur América y Centro América a través de los mares Atlántico y Pacifico; dicho fenómeno hace de este territorio un atractivo para los grupos armados ilegales y los cultivos ilícitos, dada su utilidad como corredor para el tránsito y circulación de personas y materiales ilegales de todo tipo. A su vez, es importante resaltar la ausencia relativa del Estado como garante fundamental de los derechos humanos individuales y colectivos. Se hace referencia a una ausencia relativa en términos de que la presencia del estado si ha dado a través de funcionarios/as que en múltiples ocasiones están asociados y vinculados a procesos de corrupción, de asociación con grupos ilegales –específicamente paramilitares–, y de realización de “artimañas” políticas para generar concesiones a grandes monopolios nacionales e internacionales y sobre todo para la sobreexplotación de los recursos territoriales y humanos del Chocó.

El contexto social, económico, cultural, ambiental y político de la región chocoana es rico en diversidad, sin embargo, y gracias a ello y a los “artilugios” políticos de grupos de influencia, esta región cuenta con un sinfín de situaciones problemáticas, tal como lo evidencian los niveles de pobreza.

Según el DANE (Departamento Administrativo Nacional de Estadísticas) el Chocó es el departamento más pobre del país, dados los datos arrojados por las mediciones: NBI –Necesidades Básica Insatisfechas–, con un índice de calidad de vida y de desarrollo humano –IDH–, fenómeno que hace que supere el promedio nacional; mientras el NBI departamental es 81.5% el de la Nación es de 37.6%. (DANE:2006,4); con una falsa economía a causa de mercados ilegales; y con la presencia en diferentes momentos de todo tipo de grupos armados, guerrilla (ELN, FARC) desde los años 80´s, paramilitares desde finales de los 90´s, neo-paramilitares (Águilas negras y Rastrojos) después del 2006 , grupos criminales y las fuerzas armadas legales del país. Así la población chocoana ha tenido que vivir en medio de este contexto (Defensoría del pueblo)1.

Con el paso del tiempo y de las situaciones diferenciadas de reacción poblacional ante la situación del contexto, la población chocoana (afro descendientes,

1 El mapa del conflicto armado del choco. Sistema de alertas tempranas.

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mestizos, e indígenas –Emberás, Waunanas, Kunas–, entre otros) se han visto obligados a activar de manera consciente o inconsciente, estrategias de pervivencia, ya sea en sus territorios o fuera de los mismos.

En la conciencia histórica de las comunidades negras e indígenas, la resistencia es una noción que explica su capacidad y mecanismos de pervivencia en el territorio pese a la esclavitud, la marginalidad y la violencia sistémica que han tenido que afrontar. La música, la tradición oral, los rituales y los cuerpos alimentan los repertorios de resistencia y articulan elementos ancestrales y contemporáneos para procurar el reconocimiento de su historia y de sus identidades étnicas y territoriales.” (CNRR., 2010, 271).

Al respecto encontramos que a pesar de los fenómenos de desplazamiento forzado o las decisiones individuales y colectivas de mantenerse en sus espacios territoriales, son un medio de resistencia a la situación que se presenta en la región. No sólo el permanecer en el territorio, sino también la construcción de lógicas de vida distintas a las propuestas por la guerra. Sea cual sea la decisión tomada por la población y los sujetos, la constante es la permanencia del conflicto armado interno, de sus consecuencias visibles o no, de la adopción de la violencia y el conflicto armado como acompañante imborrable de la vida cotidiana.

Los efectos generados por el conflicto armado se han legitimado de tal manera que se interiorizan en los sujetos, cada día con más naturalidad y normalidad. Dicha naturalización se encuentra inmersa en aspectos interconectados de manera, tales como: la necesidad de supervivir, la estrategia gubernamental de procesos de seguridad democrática, los anhelos de construcción de futuro a partir de la explotación multinacional y de ilícitos, entre otras variables.

Las comunidades directamente afectadas por el análisis situacional enunciado, evidencian que al estar en medio de zonas de conflicto armado que generalizan la violencia y legitiman tipos de acontecimientos como los mencionados anteriormente, en cierta forma les “educa” y forma en la construcción de alternativas para construir identidades, opciones de vida, comunidad y la reconstrucción del mismo ser humano en medio de este contexto. Como señala Martha Bello “Lamentablemente han observado que la guerra, el asesinato, la violencia intrafamiliar, el narcotráfico, la mentira y la crueldad son expresiones legítimas que hacen parte del ser hombre o mujer en este país” (Bello, 2000,124).

Cada una de las expresiones interiorizadas por el sujeto en medio de la “normalidad” del conflicto armado, son vistas como “naturales” y parte de la realidad, dado que en apariencia no pueden ser cuestionadas y transformadas. Estas realidades construidas –también impuestas– como naturales, se constituyen a través narrativas socialmente dominantes y legitimadas como si fuesen la única verdad.

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Aplicando entonces la internalización que según Berger hacen los niños en medio del conflicto, al sujeto humano en toda su amplitud, se puede observar que la realidad existente es asumida como “la verdad”, como “el mundo”: “El niño (En este caso más amplio, el sujeto) no internaliza el mundo de sus otros significantes como uno de los tantos mundos posibles: lo internaliza como el mundo, el único que existe y que se puede concebir” (Berger, 2005,169).

Ese mundo existente, ciertamente reflejo de un conflicto armado agudizado en las zonas rurales del país, es una realidad no deseada pero que se impone y totaliza, la cual deberá ser afrontada a través mecanismos que permitan a las comunidades y sujetos construir proyectos de vida, generando conductas que podrán mantener, ocultar o empeorar la situación que les rodea, dejando como resultado un conflicto que debe ser visto como normal y natural para poder vivir en medio de dicha realidad.

Al respecto, enumeramos y enunciamos algunas de las conductas que menciona Joaquín Samayoa:

3.1 Las representaciones distorsionadas de la realidad a causa de generalizar

experiencias vividas o escuchas, limitando múltiples significados.

Lo más perturbador de la guerra, para la población que la sufre, es la desestructuración brusca de la vida cotidiana, por ausencia de casi todos los referentes habituales, y la inseguridad absoluta sobre el futuro. El trabajo, el hábitat, los amigos, la familia, incluso la integridad física y la vida se tornan, por la posibilidad de su pérdida, en frágiles e inciertos. Las creencias y costumbres son puestas en cuestión y la supervivencia es la máxima prioridad. (Ibañez y Díaz, 1999,16).

Muchas comunidades, dado el conflicto prolongado, se acostumbran a éste y le hacen parte de su vida cotidiana, interiorizándole como “normal”; de tal suerte que la “anormalidad” se constituye en la ausencia misma del conflicto o de la guerra. Ejemplifican lo anterior episodios como: los continuos desplazamientos y retornos de poblaciones de una semana a otra a territorios amenazados bajo la acción armada; en la cotidianidad es común encontrar a personas que señalan regresar a sus tierras luego de que “vuelva a la normalidad”; igualmente se evidencia cierta “tolerancia” ante las llamadas extorsivas exigiendo “vacunas” con carácter de cuotas a pequeños comerciantes y maestros, entre otros. Con mucha frecuencia, se escuchan afirmaciones como: “tranquila que eso siempre pasa aquí, agradézcale a diosito que a usted no le haya pasado… en cualquier momento la pueden llamar”2; los asesinatos y desaparición del vecino, amigo y familiar sin

2 En este apartado se presentará en varias ocasiones afirmaciones de habitantes de la región; tomados en el

diario de campo de la autora de esta documento a lo largo del 2010. Estas afirmaciones se presentan de este

mismo modo en cursiva y comillas.

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derecho a preguntar, juzgar, o llorar, “ si le paso eso es porque algo hizo” “quien la debe la paga”, “si usted se pone a preguntar mucho lo bajan… mija es mejor dejar eso así, dios se los cobrara”; la prohibición de recoger los cuerpos en los ríos; la ley del silencio, la corrupción en todo ámbito y la desconfianza en el otro.

La militarización de la vida social puede ocasionar una progresiva militarización de la mente. No parece haber muchas dudas que la violencia casi compulsiva que se apodera de las relaciones interpersonales, incluso las más íntimas, así como la destructividad sociópata que ponen de manifiesto algunos miembros o ex-miembros de las fuerzas militares, están intrínsecamente relacionadas con la preponderancia creciente de las formas de pensar, sentir y actuar militares en la vida social. El aspecto más grave de esta militarización psicosocial se da cuando se convierte en forma normal de ser, transmitida por los procesos de socialización, como ocurre en los niños que ingenuamente afirman que para acabar con la pobreza hay que matar a todos los pobres (Baró, 1990, 21).

A causa de las experiencias que ponen de manifiesto el sufrimiento de los sujetos inmersos en situaciones de conflicto, muerte y violencia, acompañado esto de la generalización de múltiples acontecimientos propios y particulares en las distintas realidades y contextos; las comunidades establecen mecanismos de protección que determinan la manera como se habita y socializa el territorio. Códigos como el no visitar y hacer presencia en una determinada población o zona que es o ha sido contralada por X o Y grupo armado, ponen de manifiesto la afectación del conflicto en los sujetos y sus formas estereotipadas y de ir configurando la realidad. Esto se traslada de los territorio –estigmatizados por el control de X o Y grupo– a la comunidad y a los núcleos familiares: “allí todos son guerrilleros”, “quien sabe en qué anda metida esa familia, por eso mataron a ese pelao”.

La transformación de elementos tan cotidianos como el cambio en las formas de juego de las niñas y niños a raíz de la normalización del conflicto –cambios aceptados y normalizados por los padres –, permiten evidenciar el impacto de la normalización. Así, juegos como “bandos opuestos”, el cambio de “policías y ladrones” a “paras y guerrilla”; o algunos donde las niñas son “compañeras” de un chico poderoso evidencian el efecto de la interiorización del conflicto…

3.2 Dificultades de comunicación con la diferencia; es decir se universalizan

valores e interpretaciones de la realidad que se vive, y así mismo se

idealizan organizaciones y polarizaciones.

La neutralidad no existe en medio del conflicto, se está con o en contra, y normalmente “con” o sino “no se está”, pues o se “va o se muere”, esas son las alternativas. No se permite reconocer la diferencia como una opción, la persona que se piensa como diferente, es enemiga, es insurgente, delincuente y objeto de

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eliminación. Esta reacción que penetra en las comunicaciones y en la cosmovisión de algunos colombianos, es legitimada por el estado, donde la oposición es eliminada y estigmatizada; elementos estos que circulan en las dinámicas cotidianas de los ciudadanos.

Es así como se convierte en normal y natural ciertas actitudes como el no hablar de ciertos temas en zonas públicas –en especial, temas políticos y económicos–, estigmatizar determinados estilos de vida, la forma de vestir; elementos entre otros que permiten crear estereotipos de quienes son los “míos” y los “enemigos”, los buenos y los malos.

A su vez, las personas que se van formando en este contexto, van a asumir como connatural el desprecio por la vida humana, la ley del más fuerte como criterio social y la corrupción como estilo de vida, precipitando así un grave círculo vicioso que tiende a perpetuar la guerra tanto objetiva como subjetivamente (Baro, 1990, 12).

También se puede reconocer en esta conducta, de la misma manera que constatábamos en la anterior, la limitación de la movilidad en los territorios. No es posible andar por ciertas zonas dentro del mismo pueblo donde se habita. Estableciendo así los límites territoriales como elementos que fraccionan relaciones, discriminan, y estereotipan al ser humano.

3.3 Dejar la responsabilidad del “cambio” en manos de otro, la omisión misma

evitando los compromisos de cada sujeto no sólo en la solución del problema

sino también en la gravedad de la situación.

Otra representación que normalmente construyen las comunidades en medio del conflicto, se traslada al espacio de las creencias, manifestándose en la espera y confianza en otros que tendrán poderes “sobre humanos” para librar de la maldad.

Por una parte, las comunidades y personas en medio del sufrimiento, soledad y desesperanza, necesitan enraizar sus deseos de un mañana mejor, y es allí donde la religión, como un mecanismo que da respuesta a lo vivido, pero que desplaza la responsabilidad del sujeto y la traslada a Dios, genera un determinado sentido de esperanza para crear proyectos de vida distintos y sustentados en el establecimiento de un ser supremo que protege y acompaña. Se le adjudica la responsabilidad de transformación a Dios, exigiéndose a los creyentes una confianza y creencia en él, dejando en sus manos, en su responsabilidad, aquel anhelo de cambio. “Lo único que cambiaría esta locura, sería que todos se convirtieran al evangelio” (Afirma un pastor pentecostal). Al respecto Rozitchner (1990), opina que “Si el individuo (o grupo) sostiene sus creencias políticas, sociales, económicas y religiosas con convicción, entonces esa actitud resistirá al cambio (15).

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Por otra parte, muchas creencias religiosas fortalecen una cierta convicción de sufrimiento, muerte, deshumanización, injusticia y dolor, como un paso o prueba que todo ser humano debe vivir a causa de sus pecados y que al soportar dichas pruebas serán recompensados en el más allá. Ello permite una desvinculación y aceptación de la realidad que viven. Expresiones como “A mí que me importa lo que pase en este rio, si yo estaré en la nueva Jerusalén”, “Dios sabrá porque les pasa eso”, ponen de manifiesto el papel de la religión en la forma de asumir el conflicto.

A lo anterior se suma que la esperanza del cambio cotidianamente se atribuye a acontecimientos grandes y externos, la derrota de X o Y grupo, la presencia del ejército en una zona, la responsabilidad del alcalde, son los hechos y actores en donde se espera, hayan posibles cambios. La cotidianidad no se vincula en el posible horizonte de transformación, “[…] que yo compre o deje de comprar, no cambia en nada lo que pasa”.

Se pierde la esperanza para la transformación social dejando la responsabilidad a las instituciones y/o seres supremos.

3.4 Relaciones que guiadas por temor y la desconfianza, se mantienen a la

defensiva del otro.

Expresiones del pueblo negro, acostumbrado a un relacionamiento de familiaridad con el otro, sea éste el vecino, el hermano –los que se constituían como una familia– evidencian la forma como dichos lazos de afectividad rompen el esquema tradicional de familias nucleares, priorizando las relaciones barriales, vecinales como constitutivas de su ser. Con la llegada de la violencia y el conflicto armado colombiano a la región, los lazos de familiaridad y confianza con el otro, característicos de las comunidades chocoanas, son eliminados, pues “ya no es posible confiar en nadie”, ni siquiera en el vecino que antaño era como “mi hermano”. A lo anterior se suma el surgimiento del narcotráfico y de los grupos armados provenientes del departamento antioqueño, dando como resultado, lo que se denomina popularmente el café con leche, es decir, “la mezcla de blancos y negros para cometer fechorías” lo cual ha hecho agudizar la desconfianza, el racismo y el rechazo a la población que no es indígena o negra; los personas de piel blanca, por ejemplo, –llamados normalmente “paisas” – no son de la familia, no hacen parte de sus comunidades, por el contrario se interpreta por éstos los lazos familiares entre los negros se han roto.

El pueblo, como lugar seguro donde no se cierra la puerta de la casa, donde la “familia” comparte el primitivo3 y su borojó, se recuerda como un acontecimiento agradable pero lejano e histórico, imposible de vivir en la actualidad. “Ahora hasta las paredes tienen oídos, uno ni sabe qué hace su sobrino”. Muchos adultos han

3 Tipo de plátano. Alimento indispensable en el pueblo chocoano.

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ido perdido las prácticas comunitarias de compartir con otros por medio del juego en la noche, de la salida a la pesca –con otros–, pues como afirman éstos: “Antes uno sabía quién era quien, que sutanito era el hijo de la comadre, ese si era bien, pero ahora uno no sabe quién es quién, ahora el menos pensado anda untado” “ahora los grupos están en todo lado, y es mejor tener la boca cerrada” “A ese paisa, lo mataron por algo, o sino que hacia aquí”.

No hablar por celular…las paredes tienen oídos… no salir en la noche…

El nudo traumático no es verbalizable y por ende no es transmisible. El terror frente a una simbolización prohibida no puede buscar su poder de resistencia en el acuerdo con los otros. Restricción a la propia circularidad subjetiva, retraída, excluida, alejada hasta de la prolongación “sonora” de su cuerpo hacia los demás. Aislamiento y distanciamiento extremo del cuerpo colectivo. Pero tampoco puede decírselo a sí mismo, oírse a sí mismo: la intimidad misma está suplantada por una relación de terror (Rozitchner, 18).

3.5 Debilitamiento de la “calidad humana” debido a daños ocasionados por

experiencias traumáticas y de tensión, además de grandes frustraciones

frente a la insensibilidad y la impunidad que en algunas ocasiones se

evidencia en endurecimientos de las relacionales, odios y búsqueda de

justicia legitimada por otros.

“Años y años de violencia generan una especie de acostumbramiento a la muerte, el abuso y la injusticia; disminuyen la capacidad de indignación y dan lugar a un tipo de desesperanza que a su vez, degenera en pasividad e indiferencia.” (EASD, Modulo 0: 2010, 16)

La desesperanza, además de ser una estrategia de guerra es un resultado del agotamiento y la perdida de “fe” en la posibilidad de cambio y transformación de la situación que se vive.

El desgaste de la espera en medio de enfrentamientos, se suma a la constante “ayuda” e intervención infructuosa de agentes externos que puedan “llevar a cabo” un posible el cese a la violencia; la frecuencia de promesas incumplidas de instituciones de acompañamiento internacionales y nacionales, generan en la población la pérdida esperanza en el cambio, acostumbrándose y acomodándose a vivir en medio de la realidad presente que en últimas, según creen, no cambiará.

Las comunidades descreen de promesas externas que año tras año llegan y salen, dejando que el conflicto continúe y máxime, tome una pausa mientras el acompañamiento hace presencia en el territorio.

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Las continuas injusticias, hechos de impunidad e ilegitimidad de las fuerzas públicas y sus instituciones representativas, generan en el imaginario de las comunidades la misma o más desconfianza evidenciada en el entorno social y familiar, es decir, a causa de la corrupción, del relacionamiento con grupos armados ilegales que han causado terror, pánico y muertes en la población, las comunidades no se sientes representadas en las instituciones estatales, y como hemos mencionado, por el contrario descreen de su potencial para el cambio. “Mira, cómo podría denunciar sí, esos mismos funcionarios, que escuchan las denuncias, montan en sus carros a los esos”

En las comunidades más rurales, donde hacen presencia pequeños grupos de las fuerzas regulares del ejército nacional, se ha evidenciado la contribución y percepción por parte de la población, de que éstos aportan en la desvalorización de la comunidad y principios morales. Acciones como el consumo de sustancias psicoactivas ilegales, por parte de los uniformados, los múltiplos embarazos adolescentes y por ende expansión de la figura de madre cabeza de hogar; en contraposición a imposiciones de otro tipo por parte de algunos grupos al margen de la ley (en esta caso FARC) donde se prohíbe el consumo de SPA, el mal manejo de las basuras y los residuos, la violencia en zonas públicas… hacen que la comunidad pierda toda esperanza y confianza en el que debería ser garante de los derechos y el bienestar de la comunidad; deseando incluso que el control del pueblo o la zona, lo tomen otros que en medio de contradicciones “no permiten que los jóvenes se vuelvan drogadictos y haya control en el pueblo” además que “ellos si garantizarían que tengamos platica”; “La única manera para que esto cambie es cuando maten a todos esos…”.

4 El enfoque de Acción sin Daño y la construcción de paz para intervenir

contextos que evidencian la naturalización del conflicto

El convivir y construir proyectos de vida en medio de polarización, terror, miedo, desconfianza –y todo lo relacionado con el conflicto armado– es un proceso permeado por lógicas de guerra, militarización, sentimiento de enemistad y odios de toda índole, “tocaba hacer eso” “algo hizo para que lo matara”. Lógicas que van en contra vía de la dignidad humana, paradójicamente rechazadas por la comunidad pero interiorizadas en su socialización cotidiana: “Así como la violencia de la vida diaria incorpora distintas prácticas cotidianas a un proceso de naturalización y normalización de la violencia política, ese carácter político de la violencia también se vive en la vida diaria” (Espinosa, 2008, 140).

Es constatable entonces la manera como la normalización y naturalización, son factores que generan en la comunidad mecanismos para su defensa y la construcción de la vida en medio de un contexto deshumanizante como el colombiano y particularmente el chocoano. Factores que aunque repudiados,

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ejercen control en la vida de las personas, no sólo en su praxis, sino en su forma de pensar, de relacionarse, en últimas de concebir el mundo -cosmovisión.

Una guerra de más de 50 años, lo cual trae como consecuencias, la naturalización de la misma (aprender a vivir con la guerra), y la configuración de una cadena de odios y retaliaciones que se mantienen y reproducen por generaciones, ante la ausencia de una justicia mediadora que castigue a los culpables y repare a las víctimas. (EASD, Modulo 0: 2010, 15)

Aunque los mecanismos de defensa, como lo es la normalización y naturalización del conflicto armado; permitan la sobrevivencia de las personas, a manera de escudo de la cruel realidad, este mecanismo está permeando lógicas militaristas y guerrestitas en los sujetos, llevando e impulsando a las nuevas generación a ver como opción de vida la vinculación a uno u otro grupo, donde el terror, la masacre, la impunidad, el dolor, la angustia, la soledad, son elementos que se constituyen como parte de la cotidianidad, de la normalidad.

Reconocer que la vida se debe construir en lógicas ajenas a la guerra, no debe ser lo “anormal”, por el contrario, en un país social demócrata se supone es el Estado quien debe garantizar que los sujetos construyan su proyecto de vida con las condiciones mínimas establecidas para ello, como lo es la libertad de expresión, la vida, el alimento, la educación, el hogar, la no discriminación, protección de la cultura y demás. Derechos que entre otras son violados en la cotidianidad de las comunidades negras. Por lo anterior, las comunidades en zonas de conflicto armado, permeadas por las lógicas y los efectos de la guerra, no deberían ser intervenidas sin tener en cuenta el papel de la intervención en la profundización de la naturalización y normalización del conflicto. La opción de vida y la forma de vivir la cotidianidad de los agentes que intervienen en contextos de normalización, es constituyente del entramado legitimador y/o deslegitimador del sistema de normalización, pues ciertamente “los términos dramáticos y fatales de la guerra -violencia, peligro y las expresiones de odio- son aceptados como una realidad” (Anderson, 2009,35).

4.1 Un actor en el conflicto, los mensajes…

Reconocer la intervención como un actor en medio del conflicto, es un elemento indispensable de análisis; en medio del contexto se puede exacerbar o mitigar el daño, como lo podría ser la “normalización” y “naturalización” del conflicto. Cabe resaltar que las comunidades han vivo y sobrevivido en estas realidades, han construido vida en estos contextos, lo cual no puede ser pasado por alto al realizar el análisis del contexto. Toda comunidad cuenta con un sinfín de capacidades que han permitido vivir en medio de la realidad, manifestándose en conectores y divisores, “ Son los ladrillos existentes y potenciales de los sistemas de interacción política y económica que pueden sostener futuros estables, pacíficos y justos para las sociedades en conflicto” (Anderson, 2009, 44) . Esos conectores deberán ser

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reconocidos por la intervención desde el inicio, no solo porque potencializa la paz sino además son las estrategias que han funcionado para la comunidad; los divisores, representados en esas tensiones internas que dividen a la población y fortalecen las “capacidades” que benefician a la guerra; deberán ser reconocidas pero no protagonistas de la intervención.

Es así como el enfoque de Acción sin daño y construcción de paz, reconoce la importancia de realizar una constante reflexión de las intervenciones que se realizan, ya que inconscientemente se pueden causar daños a las comunidades; uno de ellos puede ser corroborar esa normalización y naturalización de los efectos del conflicto armado, a través de las prácticas de la vida cotidiana, las conversaciones, los hábitos, los mensajes implícitos y demás.

4.2 Mínimos éticos.

La dignidad humana como la mayor expresión y condición del ser humano en sí mismo, no haciendo de éste un medio; la autonomía que reconoce a los sujetos capaces de darse a sí mismos sus propias orientación y la libertad, como la opción de tomar decisiones sobre la vida misma, son los tres mínimos éticos que propone la ASD-CP, mínimos que frecuentemente son ignorados en contextos violentos, donde la voluntad de pocos se impone la de los muchos. La deshumanización penetra despojando al ser humano de la sensibilidad ante el conflicto.

La implementación de estos mínimos éticos, además de la reflexión de la intervención que podría corroborar esa normalización, proponen partir de dos prioridades de análisis, a saber: el contexto y el responsable.

En el marco de debate sobre la acción sin daño, el análisis del contexto conflictivo es el componente central para hacer operativas las prácticas de desarrollo, acción humanitaria y construcción de paz, sensibles a los contextos conflictivos. Así, la sensibilidad al conflicto implica la integración sistemática del análisis del contexto conflictivo en la definición de las orientaciones estratégicas y marcos institucionales y programáticos de las organizaciones de cooperación para el desarrollo y acción humanitaria, así como en sus ciclos de programa y proyecto. (Paladinni, 2009, 53).

4.3 El contexto

Reconocer e identificar que cada comunidad tiene sus propias dinámicas, lógicas y cosmovisiones, implica realizar un juicioso análisis contextual de su realidad, valga recordar que una de las características del conflicto armado colombiano, se debe a las distintas afectaciones en las regiones del país, los grupos armados, las características físicas de los territorios y de las personas, las comunidades, las estrategias de guerra son distintas a lo largo del país. Lo anterior advierte que no es posible hacer generalizaciones de ningún tipo en cuanto al contexto del conflicto, por el contrario, es indispensable reconocer que la lógica de la guerra, inscribe a la comunidad de distintas formas a la normalizar y naturalizar del

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conflicto, lo cual exige la lectura particular de cada contexto, sus actores, historia, reacciones, dinámicas y demás. A lo anterior se debe sumar el reconocimiento que las intervenciones, no son externas y/o neutrales; al intervenir en un contexto de conflicto se hace parte del mismo. Al respecto, resulta iluminadora la opinión de Anderson (2009):

Cuando la ayuda humanitaria se realiza en el contexto de un conflicto violento, se vuelve parte de ese contexto y en consecuencia, parte del conflicto. A pesar de que las agencias buscan a menudo ser neutrales o evitar tomar partido frente a los ganadores y perdedores de la guerra, el impacto de su ayuda no es neutral respecto a empeorar o mitigar el conflicto (13).

Nuestra lectura de la realidad, según Rodríguez (2010, 77), antes y después de intervenir debe estar lineada por el entendimiento del contexto como algo dinámico, puesto que siempre las acciones responden a un devenir histórico, a unas interacciones, una realidad, a un contexto. “[…] Nunca una acción puede valorarse moralmente suelta del contexto y las consecuencias, y nunca una acción puede exigirse de forma absoluta sino que en la propia valoración hay que atender al contexto y las consecuencias” (Cortina, 1993, 187).

4.4 El cambio ¿En manos de quién?

Por otra parte, se hace necesario destacar la importancia de analizar quién es el responsable del cambio; las categorías que se le da a un profesional o una organización dan el poder y la esperanza del cambio. En contextos de conflicto armado esperar que “el otro” cambie esa realidad indeseada es una conducta propia de la normalización y naturalización. Ese poder que se entrega a la intervención de parte de la comunidad, es en muchas ocasiones, reforzado por los profesionales quienes creen, desde miradas mesiánicas, que el saber, el conocimiento y las estrategias son la única manera para realizar el cambio. La comunidad, es la única que deberá y puede cambiar su futuro, es en sus manos que está la construcción y deconstrucción de esas conductas y lógicas de la cotidianidad que fortalecen la normalización y naturalización del conflicto. El reto está en empoderar, fortalecer y dar herramientas a las comunidades para su actuación en medio de su realidad, al final de cuentas, la comunidad es la que permanecerá en el contexto pues ciertamente: “las riendas de su destino, lo que implica que los profesionales de lo comunitario establecen con ellos relaciones simétricas y se convierten en colaboradores dejando de verlos como pacientes o clientes” (Olza 1998: ,46)

Las decisiones finales y la construcción de soluciones deben darse por parte de la comunidad, ellas y ellos son los únicos dueños de su presente y futuro, por ende, son ellos quienes deben tomar las decisiones. Las intervenciones de los agentes de cambio no deben tener la intención de llevar respuestas y tener la “verdad”. Se debe tener sumo cuidado, debido a que muchas veces se utiliza el privilegio de ser

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externo, para manipular los deseos y por consiguiente la acción de los sujetos comunitarios replicando lo que Anderson (2009) advierte, cuando afirma que:

Los individuos y las sociedades deben lograr la paz por ellos mismos; los actores externos no pueden hacer o garantizar la paz para otros. Atribuir demasiado poder a la ayuda; operar como si ésta pudiera provocar la guerra o hacer la paz, sería faltar al respecto por el derecho y la responsabilidad de las sociedades receptoras de definir su destino” (78).

Para finalizar, Jhon Paul Lederach, realiza unos aportes a la intervención y construcción de paz en un contexto complejo, como lo es el caso de Colombia.

Una vez más debemos reconocer que Colombia y cada contexto específico tiene sus propias dinámicas, actores e historias diferenciadas. Es menester hacer entonces la lectura de esa realidad desde una perspectiva amplia y compleja, donde se entrelacen diversas situaciones que orienten el sentido del conflicto. Aún dentro de un mismo contexto hay dinámicas distintas y complejas que deben evidencian en la sencillez de sus dinámicas, sus relaciones, lo que ciertamente requiere de la creatividad, entre otras habilidades (Lederach, 2008,63)

Quienes intervenimos hacemos parte del conflicto, no sólo por estar en un espacio físico, sino por tener el reto de construir relaciones en medio de redes, lo cual nos hace ser de determinada forma y nos sitúa; generando, se espera, cambios desde el interior. Es imprescindible que quienes intervenimos, tomemos el riesgo de construir relaciones con la habilidad de la creatividad, de crear lo inesperado, rompiendo los esquemas de dualidad, polarizaciones y conclusiones inmediatas, permitiéndonos explorar un mundo posibilidades que hagan de la intervención un proceso que redunde en el beneficio de las comunidades.

Reconocer que el actuar y la presencia de un agente externo genera cambios en la comunidad, exige investigar e indagar por otras experiencias en la zona; conocer sus formas de ver la vida, sus cosmovisiones y por qué las comunidades actúan de determinada manera; es necesaria la flexibilidad para adaptarnos según el contexto; como lo menciona Lederach, aprender entorno al imaginar en el trabajo por la paz:

La capacidad de imaginar algo anclado en los retos del mundo real, pero a la vez capaz de dar a luz aquello que aún no existe. En referencia a la construcción de paz, esta es la capacidad de imaginar y generar respuestas e iniciativas constructivas que, estando enraizadas en los retos cotidianos de la violencia, trasciendan y en última instancia rompan los amarres de esos patrones y ciclos destructivos (57).

La continua reflexión deberá romper con la dicotomía entre lo que hacemos y lo que somos, como también con la escisión establecida entre lo bueno y lo malo.

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Los distintos roles que asumimos deben tener los mismos principios y valores de vida; como agentes de cambio debemos posicionarnos con prudencia y claridad en medio de la realidad. En ese mismo horizonte apunto Lederach cuando afirma que:

[…] para los que estamos en las profesiones de la justicia, la paz, y el conflicto, la vocación nos remite a la carretera que serpentea más allá de las paradas de la técnica y la práctica cotidiana. Nos hace una señal para indagar por nuestro propósito y posibilidades profundos, que se hallan más en quiénes somos que en qué hacemos” (LEDERACH: 2008,50)

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5 CONCLUSIONES

La ayuda humanitaria y en general las intervenciones pueden fomentar o disminuir el daño, lo cual inscribe la intervención como un actor del conflicto. Se debe mantener en una constante reflexión del accionar y los impactos que se deja en las comunidades.

Un país en conflicto armado de larga duración con efectos diferenciados y alto índice de impunidad, puede permearse por los efectos de esa guerra, donde se convive y construye vida en medio de esa realidad; generando en muchas ocasiones la normalización y naturalización del conflicto.

La normalización y naturalización del conflicto se podrán reflejar como un mecanismo de defensa representado en conductas cotidianas de omiten o fortalecen las lógicas de la guerra.

Esas conductas que reflejen la normalización y naturalización del conflicto, son de indispensable análisis para un trabajo con la comunidad, donde indeseablemente se podrán estar fortaleciendo y disminuyendo esas lógicas de la guerra desde las actuaciones, cosmovisiones y lógicas de quienes intervienen.

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