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historia cultura política

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Año 2 - Nº 2 - Abril/2013 - Revista cultural de la Universidad Nacional de Avellaneda Entrevistas Nancy Ganz Eduardo Pavlovsky historia cultura política Dossier Eduardo Rinesi - Julio Aibar Gaete Jorge Calzoni - Claudio Véliz
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Entrevistas Nancy Ganz Eduardo Pavlovsky

historia cultura política

Dossier Eduardo Rinesi - Julio Aibar Gaete Jorge Calzoni - Claudio Véliz

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Editor Responsable

Dirección y Producción General

Jefe de Redacción

Concepto visual, direcciónde arte y diseño gráfico

Comité de Redacción

Colaboran en este número

Agradecimientos

Impresión y encuadernación

Corrección

Universidad Nacional de Avellaneda

Carlos Zelarayán

Claudio Véliz

Julia Aibar

Julia Aibar, Bárbara Antico, Elena Cal-

vín, Griselda Carbonell, Juan Mineldin,

Adriana Presa, Fernando Stöckl

Julio Aibar Gaete, Jorge Calzoni, Ma-

rio Giorgi, Florencia Podestá, Eduardo

Rinesi, Adriana Schottlender

Al señor rector, Ing. Jorge Calzoni. A las autori-dades de la Universidad Nacional de Avellaneda, en especial a la Secretaría General, que brinda un impulso decisivo para la realización de esta revista. Al Dr. Eduardo Rinesi y al Dr. Julio Aibar Gaete. A todas/os nuestras/os colaboradoras/es. Y a las/os lectoras/es: es de sus manos que habremos de mejorar; es gracias a ellas/os que esta revista está viva.

Emede S.A. - Madame Curie 1101 (B1879GTS) Quilmes

Equipo editorial

Garabombo es una revista cultural editada por la Universidad Nacional de Avellaneda.

La correspondencia debe ser dirigida a: España 350 - Avellaneda CP 1870 Tel.: 4229-2466/70 - e-mail: [email protected] © Buenos Aires, abril de 2013. Todos los derechos reservados. Hechos los depósitos previstos en la ley 11723. Registro de propiedad intelectual en trámite. Prohibida su reproducción total o parcial sin citar la fuente. ISSN 2314-0372.

La imagen de tapa es un mural (detalle) de La Ciudad de Dios-Brasil, del artista Joel Bergner. El proyecto tiene el nombre de “Arte de la calle con niños de la calle”.

Rector

Vicerrectora

Secretaria General

Secretario Académico

Secretaria de Extensión Universitaria

Secretaria de Investigación e Innovación Socio Productiva

Secretario Administrativo

Bienestar Universitario

Subsecretaria Académica

Ing. Jorge Calzoni

Mg. Nancy Ganz

Mg. Patricia Domench

Lic. Luis Fogliazza

Lic. Liliana Elsegood

Dra. María Mercedes Di Virgilio

Dr. Carlos Hermida

Héctor Britez, Ramiro Corvalán, Ana

María Camacho García, Sabrina Molnar

Mg. Julia M. Denazis

Autoridades de la Universidad Nacional de Avellaneda

Entrevista a Nancy Ganz“Nos sentimos orgullosos”

Página 4

Entrevista a Eduardo PavloskyUna pasión irrevocable

Página 17

Elena CalvínLa demonización del Estado

Página 12

Dossier - Jorge CalzoniEducación e inclusión

Página 30

Dossier - Julio Aibar GaeteSentido común neoliberal e izquierda despolitizante

Página 34

Dossier - Claudio VélizDe piedras, heridas y abrazos

Nuestra América en la encrucijada populista

Página 40

Dossier - Eduardo RinesiDe la democracia a la democratización

Página 22

Florencia PodestáConferencia de Gianni Vattimo

La heterodoxia como filosofía

Página 50

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El tiempo transcurrido desde la primavera en que Garabombo se presentaba en sociedad, hasta este otoño en que asoma su segundo capítulo, vino a confirmar, con latidos urgentes y desafíos que no dan tregua, su trazo fundante. El cambio de época, que no solo tenemos el privilegio de testimoniar, sino, sobre todo, que nos convoca a asumir la responsabilidad exigente y fascinante de ser protagonistas, ofrece pausas breves, en las que poder pensarlo mientras no dejamos de vivirlo, para volver a irrumpir con su ímpetu incesante.Los meses que separan a aquel primer número del que se abre en estas páginas, fueron habita-dos por múltiples expresiones culturales, sociales y políticas que resultan imposibles de atrapar. Entre ellas: el crecimiento infatigable de la Universidad, los miles de estudiantes que pueblan sus aulas, la apertura de una nueva sede, que nos llena de orgullo, los proyectos en curso para no detener la expansión, todos ellos constituyen jalones preciosos de un proyecto que no solo ha demostrado la justicia histórica de su andadura, sino que, además, se exige a sí mismo, cotidia-namente, estar a la altura de su tiempo.También hemos sido sacudidos por el estremecimiento de la tragedia. Cuando esta edición se cerraba, la lluvia impiadosa arrastraba en su furia la vida de decenas de nuestras hermanas y de nuestros hermanos, destruyendo casas, sueños, ilusiones, juguetes, cuadernos, músicas: se llevaba la vida y sus huellas, dejando a miles de personas a la intemperie. La inundación desnudó heridas profundas, lo que se hizo y lo que no, la decisión inquebrantable de avanzar y la indolencia. Pero en medio del espanto surgió otra potencia arrasadora: la de una solidaridad que también avisa un rasgo cultural indestructible: miles de jóvenes tomaron distancia de la trampa del individua-lismo, y fueron capaces de conmover en medio de la conmoción. La disputa, qué duda cabe, es también por el lenguaje, por el sentido de las palabras y por la memoria. A propósito de las cuestiones planteadas en el programa de la 1ª Jornada Latinoamerica-na “Estado, populismo y democracia”, que la UNDAV, junto con la Universidad Nacional de

Editorial

General Sarmiento y la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales Sede México, animarán en octubre próximo en nuestra Casa, y en el marco del trigésimo aniversario del inicio del ciclo polí-tico abierto en la Argentina en 1983, el dossier de este número se propone abrir ese debate. Intentamos, así, contribuir a la comprensión de las dificultades, las posibilidades y los desafíos de esta hora argentina y sudamericana. La coyuntura del Bicentenario del ciclo emancipatorio de 1810 a 1816, ese aniversario “largo” que este año se potencia con otros dos aniversarios más cerca-nos: los 30 años de democracia, y los 10 de otro punto de inflexión en la historia argentina más re-ciente, devienen acicates más que suficientes para, juntos, pensar este tiempo. Pensarlo, sí, mientras lo

vivimos como protagonistas.Aquí estamos de nuevo. Diciendo gracias y reto-mando la andadura. Golpeamos a tu puerta, para que nos ayudes a crecer. ¿Estás ahí?

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Entrevista a la vicerrectora de la Undav, Mg. Nancy Ganz

Nancy Ganz es la vicerrectora de la Un-dav, y cuenta con una reconocida trayec-toria en la docencia universitaria. Profe-sora de Educación Física por el ISEF Nº1 (Dr. Enrique Romero Brest), licenciada en Ciencias de la Educación por la Univer-sidad de Buenos Aires (UBA) y magíster en Didáctica, por esa Universidad. Se ha desempeñado, además, como docente de las Universidades Nacionales de Luján (UNLu), y Quilmes (UNQ), y docente y directora del Laboratorio de Investigación Pedagógica del ISEF Nº1, Dr. Enrique Ro-mero Brest (todos cargos licenciados, por sus tareas en la Undav). Aquí una charla entrañable en la que nos ofrece sus im-presiones acerca de la Universidad, y su rol en esta etapa fundacional.

Por Carlos Zelarayán

¿Cuándo supo, si es que tiene registrado ese momento, que quería dedicarse a la educación, entrar en la cuestión educativa asumiendo responsabilidades?En principio, viendo a maestros y a profesores, dentro de las casas de estudio, y aprendiendo muchas cosas de ellos, y de sus equipos de gestión política en las universidades. Me parece que eso no es menor, política y educación, son palabras importantes. Durante la formación uno va aprendiendo de esas cosas, va visualizándolas, va identificándose con ciertos maestros o profesores, y yo tuve la suerte de transitar por la universidad pública después de 1987, con lo cual, creo que recibí una buena formación tanto académica, como de política educativa. De suerte que el origen está centralmente en aquella formación, que fue tardía porque yo ya venía de otra carrera de formación docente. Me dedico desde muy pequeña al trabajo educativo, y bueno, con los años fui consolidando más formación, también más participación política, y en algún momento tuve, en otras universidades, cargos de gestión y eso hizo posi-ble un crecimiento, y esto lo quiero destacar, en equipos y en trabajo colegiado. Son trabajos de muchos. Es muy importante entender que es para muchos, entonces, esa premisa me parece que es la que incentiva permanentemente el trabajo desde la gestión en la Universi-dad. Que en nuestro Estatuto esté incluida la gestión como misión sustantiva, creo que tiene sentido en función de lo que uno va trabajando desde el equipo, y lo que va desarrollando, y va saliendo, porque si se analizan todas las acciones que estamos desarrollando, tienen sentido en la medida en que es posible objetivarlo: un edificio nuevo, más estudiantes, más carreras, más profesores…

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entrevistaMe gustaría que volviera a una idea que expresó con mucha fuerza en esta reflexión: la relación entre política y educación. Durante algún tiempo, en el ámbito educativo —y no solo— no era una relación que fuera bien valorada. Muchas veces era una relación que se condenaba, ¿no?Sí. Más aún, es probable que discursivamente también se esté condenando al mismo tiempo que la estamos comentando. Las acciones implican siempre rupturas desde algún punto de vista (y la política forma en ese tipo de situación). Entonces, es imposible desarrollar acciones de manera aislada, es necesario lograr consensos, es preciso poder establecer discusiones, y también eso es necesario para llegar a acciones. No es sólo la cuestión educativa de dar clase, porque incluso en una situación de aula, estas situaciones de poder también se juegan. Más solapadas, pero se juegan también. Son cosas que está muy bien plantearlas permanen-temente. A principios de este año hubo una reunión en la que se compartieron con rectores, referentes locales, políticos y legisladores, diferentes temas de agenda de discusión del rol de las universidades, en este contexto; las acciones vinculadas a las universidades son acciones fuertemente políticas, uno está determinando de algún modo, la inclusión de muchos sujetos al circuito de ciudadanía nacional y popular, con lo cual, la educación está —voy a decir una palabra muy utilizada— “atravesada”, pero en realidad no es que está atravesada, sino que yo diría, hay una situación que determina ciertas acciones en la educación, desde un fuerte posicionamiento político.

En la Universidad Nacional de Avellaneda es posible apreciar un rol activo de la Vicerrectoría. Hay un involucramiento muy fuerte, y el seguimiento concreto de temas que son importantes para la Universidad. ¿Tiene esta misma percepción? Bueno, creo que responde a características personales, pero además hay un sentimiento de enorme responsabilidad. Tenemos un tiempo de gestión y una responsabilidad que es hacer cumplir ciertas cosas escritas, y ciertas acciones que se convalidan todos los días desde la gestión más política de gobierno. Entonces, hay situaciones o diseño de estrategias o de pro-gramas, o de acciones concretas día a día que si bien están bajo la órbita de la Vicerrectoría, se convalidan en el conjunto de Secretarías o de colectivos involucrados. Esto es bien complejo,

y requiere de batallas cotidianas, que las damos, no hay cosas fáciles, me parece que esa es una reflexión tam-bién. No es fácil. Pero también, que no sea fácil es importante en la elec-ción. Desde el inicio, nada fue sencillo y creo que las cosas complejas son las que determinan parte de la tarea de todos los días. La pregunta que se me ocurre es ¿por qué debería ser fácil? No, no es fácil, es de una enorme responsabilidad, y en la res-ponsabilidad, me parece que lo que menos podemos hacer, es no hacer. Y ese es un ejemplo de esta Univer-sidad. En un tiempo tan breve estar ya normalizada, tener un porcentaje importante de docentes concursa-dos, de estudiantes, algunos prome-diando su carrera, o ya finalizándola,

la apertura de diferentes cursos y posibilidades para los estudiantes, la fuerte relación con lo local y regional. Todo esto marca que tenemos que desarrollar aquellas cosas que uno

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dice que hay que hacer. Y, además, el colectivo de la sociedad está mirando y esperando que estemos atentos y trabajemos en esa línea.

Usted subrayó a la dificultad como una idea sobre la cual hay que reflexionar en la Universidad: las cosas no son fá-ciles. Imagino que en esta idea de di-ficultad, no está ausente un elemento positivo: el de una dificultad que no hay por qué padecer, son dificultades posi-tivamente desafiantes.Sí, sí. Y eso es la ruptura. En las casas de estudio que vienen con más tra-yectoria y con más años de ejercicio, uno entra en esas instituciones que tiene ya determinadas lógicas y uno se incluye en ellas, como en una con-tinuidad. Bueno, acá debemos estar todos los días desarrollando, no hay historia como para decir, “esto era así o es así”. Eso plantea dificultades. Pero tenemos un Consejo Superior que acompaña, monitorea las acciones, hay un conjunto de colegas y com-pañeros que está todo el tiempo trabajando y compartiendo ideas, y eso es un respaldo en el armado que hace que uno se entusiasme más con la tarea. Las dificultades deben servirnos, en no pocos casos, para frenar un poco y estudiarlas. Por ejemplo, nuestras ideas de inclusión, de llegar a diferentes lugares donde no existía la posibilidad de estudios superiores, también plantean desafíos, imposibilidades que atender. Entonces, hay que tener actitud prudente, no creer que podemos resolver absolutamente todo, sino que hay que, en algún momento, detenerse, estudiar y mejorar. Nosotros compartimos un proyecto1, y en la reunión que mantuvimos en estos días con directores y supervisores, la devolución que recibimos del desarrollo de esta experiencia piloto durante 2012 es alentadora. Sin embargo, hay que se-guir revisándolo, mejorándolo, ampliándolo, y eso es trabajo, y es lo que tenemos que hacer.

En más de una ocasión, usted fue enfática en que debemos sentir satisfacción cuando hay buenas devoluciones del trabajo, pero no quedarnos allí, sino estar aler tas respecto de cómo se puede mejorar. El Programa de Articulación es uno de los que depende direc-tamente de la Vicerrectoría. También Educación a Distancia depende de esta área. ¿Cómo analiza su desarrollo?Bueno, ahí tenemos sorpresas importantes. Desde el inicio tuvimos la posibilidad de desarro-llar carreras de Educación a Distancia, algo que en otras casas de estudio no ocurrió así. Y la verdad estamos bastante impresionados. Primero con el número de estudiantes que están desarrollando las tres carreras que iniciamos en 2012. Este año, a partir del segundo cua-trimestre, estaríamos incluyendo otras tres, probablemente. Se trata de carreras que tienen como principal objetivo llegar a todo el territorio, o sea poder dar respuesta a estudiantes de diferentes zonas del país, y con temas muy vinculados a posibilidades de inclusión para aquellos que decidan estudiar. Tenemos una población importante de gente de edades más grandes, no jóvenes recién egresados de escuela media, y creo que eso también está vincu-lado a los temas de las carreras o a los problemas que trabajan las carreras, que están ya en

1 Se refiere al Programa de Articulación con Escuelas Medias que conduce la Vicerrectoría y se desarrolla con la par-

ticipación directa de las Secretarías Académica y de Extensión Universitaria.

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directa relación con el mundo laboral. Entre nuestros estudiantes hay gente que ya se desem-peña hace muchos años en ese campo profesional, pero que está buscando la titulación, que no tiene y a la que no puede acceder, por cuestiones de tiempo, de horarios, familiares, que les impide cursar de manera presencial. Así que creo que también en ese sentido estamos en coherencia con nuestro Estatuto, que nos plantea la necesidad de la inclusión, y de dar respuesta a una demanda local o regional de manera más cercana.

Pero entonces, de acuerdo con lo que acaba de señalar, la propuesta de Educación a Distancia, ¿es probable que se duplique hacia 2014?Sí. Es deseable, y estamos tras los pasos para poder, a mitad de año, según lo planificado, poder estar dictando otras tres carreras. Una ya se incorpora este año, en convenio con el Ministerio de Desarrollo Social, que es la carrera de Microcrédito para el Desarrollo de la Economía Social. Ahí tenemos aproximadamente trescientos cuarenta estudiantes nuevos, un trabajo importante, porque se lleva a cabo con un Ministerio del Estado Nacional. Ahí vuelve a estar presente el significado de las políticas públicas, la educación como una herramienta más. Estamos trabajando una institución educativa, como la Universidad, con un Programa del Ministerio de Desarrollo Social y pudimos articular y desarrollar una carrera en conjunto. Además está el desarrollo de una carrera con SMATA, de Seguridad e Higiene para la indus-tria automotriz, y otra, que es una Tecnicatura en Política, Gestión y Comunicación, que lo ve-

nimos desarrollando en convenio con Santa Fe como Curso Supe-rior, no como carrera, pero ahora estamos tendiendo a desarrollarla como carrera a Distancia. Y, final-mente, la Tecnicatura en Dirección de Orquestas y Coros Infantiles y Juveniles, para el programa de Co-ros y Orquestas Infantiles y Juveni-les que tiene el Ministerio de Edu-cación, y que cuenta con un apoyo importantísimo de organismos a nivel nacional.

Volviendo a jugar con el tiempo, ¿cómo se recuerda en el inmedia-tamente antes de terminar su es-cuela media? ¿Qué horizontes se planteaba?Yo estudié en época de dictadura, con lo cual, seguramente todas las

preguntas o posibilidades que los chicos están haciéndose ahora no estaban presentes. Eran años difíciles, no sé si me imaginaba estas situaciones; sí siempre hubo un deseo, histórico, fami-liar, por el tema de los estudios superiores y de la formación para desempeñarme profesional-mente. Y esto me parece que fue siempre algo que actuaba sobre la necesidad de estudiar, de formarse, este discurso más viejo o conservador, pero bueno, eso fue así. No en la época de la Secundaria, yo no lo ubicaría dentro de esos años, porque, insisto, eran años más difíciles, uno estaba muy asustado, eran unas escuelas bien difíciles. Me recuerdo como una estudiante media. No me llevaba materias, pero me costaba, no estaba entre esos chicos talentosos. Ahora, los amigos, hay un buen recuerdo de la escuela media; el deporte, haber hecho deporte siempre; los buenos profesores; y los primeros pasos en el trabajo, mi primera profesión, también me ayudaron. Porque ahí también tuve buenos maestros, por más que eran ámbitos laborales,

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trabajaba con equipos de profesores o de coordinadores y eran personas que impulsaban la formación, fueron referentes en el campo de los estudios superiores.

Sé que se trata de una pregunta difícil, porque el vértigo fundacional de la UNDAV es real-mente muy importante, pero, ¿cómo se imagina a la UNDAV en los próximos cinco, diez años por ejemplo?Es que es muy difícil. No sólo desde la visión de la Universidad, sino también desde la política. ¿Cómo imaginarnos de aquí a fin de año? Son años bien intensos, y yo sería prudente e iría paso a paso. El crecimiento debería ser acorde con las posibilidades también, porque si no, uno puede equivocarse de manera más abrupta. Nuevo edificio, nuevas aulas, más estudiantes, formación de los claustros… Un crecimiento que nos está marcando la realidad, porque es casi del cincuenta por ciento o un poco más del año pasado a este, y sería deseable mantener ese número. Ahora, si es posible, no lo sé, porque los recursos no son infinitos, y esto en una programación de la institución es un dato muy importante. Entonces, uno gestiona o administra según los recursos. Está fantástico llenar las aulas de estudiantes, pero también está fantástico poder darles respuesta y ocuparnos de que estos chicos puedan en dos años o tres años, según la carrera que eligieron, graduarse. Es decir, deberíamos traba-jar por un crecimiento respetuoso. Responsable. Cuidar que nuestros estudiantes, en algún momento, estén con nosotros trabajando como profesores, o colaborando, estas cosas de lograr identidad, pertenencia, crecimiento…

¿No hay allí un nudo interesante para reflexionar? Me refiero a este carácter tan exigente de la gestión. Por una parte impli-ca proyectar, y sin embargo, exactamente porque se gestiona en tiempos políticos, esos tiempos exigen de esta prudencia a la que usted aludía. Es decir, una tensión entre proyectar las acciones hacia el futuro, y, de manera inseparable, hacerlo de manera responsable.Bueno, ahí hay una cuestión no diré de equilibrio, pero sí de audacia. Uno es audaz, hay mo-mentos que son puramente audaces, y después viene la tranquilidad porque la audacia valió la pena. En esa línea es que estoy argumentando. La inmovilidad es un problema enorme, y lo es en particular de las instituciones, algunas veces pequeñas, otras grandes. Nosotros deberíamos lograr que esta Universidad no pare nunca, que no sea inmóvil. Los estudiantes hacen que per-manentemente esto no suceda, pero muchas veces hay cuestiones que obturan y esas cosas no serían deseables.

¿Cómo es para usted, cómo vive todos estos desafíos y esta responsabilidad siendo mujer?Bueno, la pregunta que se me ocurre hacer es ¿por qué no?

Bueno, porque creo que los condicionamientos del patriarcado no son formales, son agentes, son activos y tienen un peso.Pero es que en esta responsabilidad de producir ruptura estamos incluidas. No lo estoy ne-gando, no estoy diciendo “esto no es así, no existe”, lo estoy considerando y estoy diciendo: “está fantástico, pero hay muchas cosas por hacer y tenemos que hacerlas”. Podemos trabajar juntos, podemos convencer a todos de que también podemos un poco juntos y más repartido, porque es cierto que hay obligaciones muy primarias, socialmente determinadas y amorosa-mente queribles. A mí me encanta saludar a mis hijas, estar con ellas, enterarme de todas las cosas que hacen en el día, de mi esposo y de toda mi familia. Es un trabajo, entre muchos. Pero bueno, en unos años, esto va a ser naturalizado y todos vamos a poder hacer más cosas sin

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distinción. No vamos a decir que la familia es un equipo, pero está bueno que en una situación más privada, cada uno también se desarrolle en relación con sus posibilidades y en aquello que desea. Entonces, me parece que también a eso hay que construirlo. Y hay huellas culturales. Uno viene de una familia de determinada manera, y también produce una familia de determinada manera, y esto a nivel social también se está viendo. Insisto, la contrapregunta sería “¿por qué no, cuál es la limitación?”. ¿Los horarios? Los dos tenemos limitaciones de horario. Usted también tiene una familia y con ello preocupaciones. Es verdad que los hombres tienen más permiso para determinados horarios, para estar dedicados a algunas cosas y a otras no. Si es un deseo genuino, nosotras tendremos que hacer algo para que esos horarios también los tengamos disponibles. Es trabajo. Es trabajo, es deseo, es empuje, es, en algún momento, decir, bueno, no se puede… ¿no? También reconocerlo: no se puede. Pero creo que los hombres también en

algún momento dicen: “no se puede”. No son cuestio-nes individuales, pero creo que estamos viendo cambios importantes a nivel social en nuestro país desde 2003 en esa línea: políticas y leyes que acompañan la igualdad en los derechos de todos y de todas.

A las más clásicas misiones que son la Académica, la Investigación y la Extensión, el Estatuto de la Undav in-tegra la Transferencia y la Gestión. Específicamente en relación con la actividad de gestionar, tan compleja, se agrega la exigencia de pensar esa práctica, es decir, re-flexionar permanentemente acerca de la acción. Con este espíritu al que usted se refiere con insistencia, de armar equipos, de socializar la práctica, de atender al impacto de cada acto de Gestión.Ahí hay un punto que quiero destacar: también es una manera de revisar el propio trabajo de todos los días, por-que eso nos debería dar información para poder mejorar

nuestra práctica o nuestra posibilidad de intervención en la política socio-educativa universitaria. La Universidad tiene que estar vinculada a lo que está sucediendo en la realidad, y la gestión, como institución pública, es una de sus funciones primordiales. Administramos recursos, capacidad, conoci-mientos, se transfiere ese conocimiento. Desde la perspectiva de la gestión, sería como poder poner en movimiento todas las demás acciones. Uno hace docencia, investigación, extensión, gestión y transferencia. La pregunta dentro de unos años, que usted se hacía antes, “cómo se lo imagina”, esta gestión tiene, de alguna manera, que transformar prácticas más históricas y darnos conocimientos acerca de cómo es la integración de estas dos nuevas categorías en la misión de la universidad.

Sé que las exigencias del día a día son muchas, pero ¿siente el impacto que ya tiene la UNDAV en Avellaneda?Sí. Hay desde comentarios, hasta una cosa de espacios, incluso visual, y de circulación muy im-portante que dan cuenta de que la Universidad ya está instalada. Están los chicos viendo desde pequeños la posibilidad de acercarse a la Universidad a estudiar, hay más movimiento de vecinos que ya la reconocen como “la” Universidad del Municipio. Hay mayor cercanía, la UNDAV se ins-taló y hay mayor cercanía entre la gente, en este lugar común. Es un lugar común. La universidad es un lugar común que, como la definición de universidad, es ese lugar donde tiene que entrar y salir todo el mundo. Los profesores vamos a estar para poder acompañar a los estudiantes y, dentro de muchos años, seguramente, habrá muchos egresados, tanto del Municipio como de la región, que se sientan orgullosos, como nos sentimos ahora nosotros, de estar trabajando, o cursando en esta Casa. O los nietos de la primera generación que hoy está cursando, pueblen estas aulas. Toda la familia recibida en la Universidad Nacional de Avellaneda. u

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Presentación del primer número de

En el oleaje de este tiempo

Por Julia Aibar*

Este tiempo caudaloso, inédito, apasionante, histórico —y por eso mismo— delicado, profundo, desafiante, con densos peligros acechándolo, pero con un pueblo crecido lanzándolo al futuro, es el que esta revista se propone pensar, es decir, en el que nos proponemos intervenir para contribuir a construirlo en el río incesante de una historia que sentimos nuestra. Garabombo se reconoce orgullosa hija de este tiempo, y en ese reconocimiento se cifran las razones pasadas, presentes y futuras que nutren sus desafíos más esperanzados. Por ello, restituir aquella emocionante jornada del 25 de setiembre de 2012, cuando nos presentábamos en sociedad, nos exige no solo un ejercicio de la memoria reciente, sino sobre todo, reconocernos en la huella vertiginosa de una década extraordinaria: es en su estela vertiginosa que ha nacido esta Universidad y, en ella, surgimos como revista cultural. Afir-mados en la potencia transformadora de estos años nos miramos en el futuro que arcillamos cada día, todos los días.Garabombo daba sus primeros pasos, acaso sin saberlo, en el quiebre de una época que irrumpía transformándolo todo, es decir, transformándonos para siempre. Es expresión de ideas en ebulli-ción que, además, y de manera inseparable, se despliegan buscando —en una gramática otra— el modo en que habremos de nombrarlas para que se digan, por fin, con el nombre de todos. Esta inevitable inclinación interpretativa, quizá sea justo valorarla como una exigencia irrenun-ciable de indagar por lo actual del pasado, como una necesidad de identificar las figuras diver-sas, espectrales que nos anteceden. ¿De qué otro modo que interrogando, en los rastros del presente, las posibilidades que se abren ante nosotros, seremos capaces de asumir, con alegría y responsabilidad, los desafíos que tenemos por delante? Pensarnos es, siempre, hacer presente lo que ha quedado a nuestras espaldas poniéndolo en la corriente del tiempo histórico. En este núcleo decisivo se define la relación que forjamos con lo que ha sido y con lo que habrá de ser.

Una jornada inolvidable

En aquella tarde del martes 25 de setiembre, en la sede de 12 de octubre, donde se dicta la Licenciatura de Artes Audiovisuales, se echaba a andar esta hermosa aventura. De la presenta-

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ción participaron nuestro rector, Ing. Jorge Calzoni; la entonces jefa de Investigaciones del diario Tiempo Argentino, Lic. Cynthia Ottaviano, que hoy se desempeña como defensora del Público, una función creada por la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual; el director de Ga-rabombo, Lic. Carlos Zelarayán; y su jefe de Redacción, Lic. Claudio Véliz. Estuvieron presentes la vicerrectora de la Universidad, Mg. Nancy Ganz; las secretarias General, Mg. Patricia Domench, y de Extensión Universitaria, Lic. Liliana Elsegood; la subsecretaria de Gestión Académica, Mg. Julia M. Denazis; el director de Radio Undav, Sr. Mario Giorgi, autoridades universitarias, secreta-rios municipales, estudiantes, docentes, vecinos de la comunidad. Este fuerte acompañamiento, además de agradecerlo y reconocerlo en su significación cultural y en el compromiso que representa, deviene un acicate para una tarea que afrontamos con esperanza y con alegría.En las palabras que nos brindara el Ing. Calzoni aquella tarde se revela el anclaje de este pro-yecto no menos que una profunda convicción: “contar con un revista cultural es clave, porque creemos que todos deberíamos tener la posibilidad de difundir los aspectos culturales. Esta re-vista no es nuestra sino de toda la comunidad, y entre todos tenemos que aportar para hacerla crecer”. Cynthia Ottaviano, por su parte, nos decía “estamos transcurriendo un tiempo en el cual queremos expresarnos, y en esta bisagra de la historia comunicacional esta revista es hija de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual, porque entre todos decidimos abrir esta grieta y levantar la voz”. El director de Garabombo, agradecía “al rector por habernos confiado esta tarea. Que ya exista una revista cultural en una Universidad recién nacida, es indudable ex-presión de la importancia que le da el señor rector a la cultura, y una decisión fundamental para asumir, activa y responsablemente, los desafíos que nos plantea el haber contribuido a poner a la cultura y a la lengua en el campo de batalla, allí donde se libra la batalla por el sentido”.Claudio Véliz, jefe de Redacción, ofreció una pincelada conmo-vedora: “la Universidad Nacional de Avellaneda es un sueño de toda mi vida. Vivo en esta ciudad desde que nací y siempre anhelé que se concrete. No pude, desdichadamente, cursar en sus aulas. Debí hacerlo en otra Universidad viajando hasta tres horas por día. Pero mi hijo iniciará aquí la carrera de Periodismo. Ese es un motivo de orgullo y de inmensa alegría”. Así nos echábamos a andar.Y acá estamos: en el oleaje de este tiempo. Un poco asustados, pero todavía más convencidos. Vamos, Garabombos, que tenemos que ha-cerlo crecer y crecer juntos. Porque este tiempo, es nuestro.u

Garabombo, la revista cultural de la Universi-

dad Nacional de Avellaneda ha escogido su

nombre como un homenaje. A las campe-

sinas y a los campesinos de los Andes Cen-

trales del Perú. A Manuel Scorza. A Nuestra

América, esa patria que, con legítimo derecho

y bríos renovados, vuelve a buscar, orgullosa,

su grandeza. Y a los tantos Garabombos que

fueron invisibles. A los que tomaron la pala-

bra para no abandonarla nunca más. Mujeres

y hombres. Garabombos. Esta Universidad, les

pertenece.

* Responsable del concepto visual, dirección de arte y diseño gráfico de Garabombo, estudiante de Periodismo de la

Universidad Nacional de Avellaneda.

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La demonización del Estado

Por Elena Calvín*

La economía no ha sido nunca libre. O se la dirige y controla por el Estado en beneficio

del Pueblo o la manejan los monopolios en perjuicio de la Nación.

John William Cooke (1919-1968).

Los discursos sociales se van modificando de acuerdo con los distintos con-textos políticos y sociales que vamos atravesando como sociedad. Esto se debe a que la cultura (entendida como un proceso conflictivo en permanente construcción de sentido), y los conceptos que de ella derivan, se encuentran en un continuo cambio y sus sentidos últimos están basados en el poder que tenga determinado sector para imponer sus propios significados. Las otras visiones de la realidad seguirán intentando, aun en minoría, que preva-lezcan sus propias definiciones. Indudablemente los medios de comunicación masiva ejercen una importante influencia en la sociedad en cuanto a esta imposición de sentidos y en la construcción de significados de los hechos cotidianos. Los medios nos ofrecen su visión particular e interesada, respecto de aquella porción de realidad a la que no podemos acceder, y es desde allí que construyen sus noticias y sus relatos, que se nos entregan como verdades objetivas y absolutas.Durante los periodos en que la economía, y no solo, estu-vo regida por el neoliberalismo, se inculcaron en nuestra sociedad determinadas ideas que solo eran funcionales a los intereses de los grupos privilegiados que detentaban el poder en ese momento, pero que nos eran vendidas como incuestionables y de “sentido común”. De esa manera logra-ron imprimir en el inconsciente colectivo, la desvalorización de todo aquello que afectara de alguna manera el interés de los grupos dominantes. Así se nos enquistaron ideas tales como: que el aumento del gasto público es lo que genera la inflación, que el Estado es corrupto, que la libertad de empresa es superior al interés colectivo, que la intervención estatal es dañina para el de-sarrollo de la economía, y que lo privado siempre es más eficiente y transparente que lo público.De tal forma influenciaron nuestro pensamiento, que aun hoy asistiendo al derrumbe de los mercados, en plena cri-sis financiera global, aquellas fracasadas recetas mágicas que vendía el neoliberalismo, aun subyacen en amplios sectores de la política local, incluso en muchos autodenominados “progresistas” y perduran en el imaginario colectivo.En la década del 90, Bernardo Neustadt y Mariano Grondo-na —operadores políticos de grandes corporaciones eco-

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nómicas— desde su programa Tiempo Nuevo (Canal 13), semana a semana, ensalzaban la administración privada y se ocupaban de desprestigiar lo estatal. Desde este programa se organizó la llamada Plaza del Sí, para apoyar el proceso privatizador menemista de las empre-sas estatales. El programa comenzaba cada emisión con la consigna: “Estas empresas, a las que les interesa el país, presentan a Bernardo Neustadt y Mariano Grondona en Tiempo Nuevo”, y

allí se enumeraba a sus anunciantes, muchos de los cuales luego se convertirían en los beneficiarios de alguna privatización.

Lo más interesante de analizar de este programa es cómo naturalizaron las ideas neoliberales, explicándole

los beneficios que traería para su vida este sistema eco-nómico, a una supuesta “Doña Rosa” a un ama de casa

común, que, claro, era una mujer, es decir alguien poco dispuesta y, sobre todo, nada preparada, para entender los

mecanismos de funcionamiento ni de la economía ni de su trama ideológica que, en la rudimentaria estupidez con que

la pensaban estos deleznables personajes, solo era capaz de notar que “las cosas no funcionaban bien”; un argumento que

calzaba perfecto a una clase media prejuiciosa y despolitizada, fácil de manipular a través de clichés como “transparencia”, “efi-

ciencia”, “corrupción”, etc.Según el periodista y economista, Alfredo Zaiat, “los discursos eco-

nómicos van moldeando la sociedad bajo el criterio de las emociones y las creencias, ocultando la tensión de los intereses de los grupos

sociales […] Con su palabra dominante articulada en un discurso eco-nómico amplificado en el espacio público obtienen legitimidad social,

logrando que sus propios intereses, que son de una minoría privilegiada, terminen asociados al bienestar general” (extracto de su libro Economía a

Contramano. Cómo entender la economía política, Planeta, 2012).Así fueron logrando que los procesos políticos y económicos neoliberales

no solo contaran con un amplio apoyo de la sociedad, sino que sus pre-ceptos se convirtieran en el “sentido común” de ciudadanos que repetían

sus consignas, aun siendo víctimas de ese modelo económico con el que perdían sus trabajos quedando fuera del sistema y no logrando reinsertarse en el mundo laboral. Se propendió a un excesivo culto del individualismo que terminó de romper los ya débiles lazos solida-rios que habían quedado en pie luego de la dictadura cívico-militar que se iniciara en 1976. Todo era cuestión de “sálvese quien pueda” y lo colectivo y solidario era poco menos que demonizado. Mucho se ha escrito ya sobre la herencia calamitosa que nos han

dejado a los argentinos y a los latinoamericanos las recetas económicas del FMI, que imple-mentaron en toda la región las políticas neoliberales que nos convirtieron en meros saté-lites de los países centrales, y que fueron destruyendo nuestra economía regional, nuestras

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fábricas, nuestras industrias y tantos puestos de trabajo genuinos. Todo en nombre de la globalización y la modernización.Pero también nos ha dejado una herencia cultural, como resabio de aquel discurso tecnócrata repetido hasta el cansancio, que se nos fue haciendo carne, tanto que aún se escuchan algunos de sus eslóganes tanto en ámbitos académicos como en el supermercado. Hemos sido educados de forma tal que nuestra memoria histórica vivencial fuera frágil y descontextualizada. Poder hacer un reco-rrido sobre nuestra propia experiencia en los distintos momen-tos históricos del país requiere un trabajo minucioso y arduo. Quizás porque fue invisibilizado todo lo que no adhería a la versión hegemónica de las cosas y los hechos, hemos subes-timado y minimizado nuestras pequeñas y simples historias cotidianas que dan cuenta de nuestro trayecto como ar-gentinos, quizás tanto, que hasta se nos fueron olvidando sin dejar huella alguna. Pero, a la vez, surgen sin reflexión ni esfuerzo aquellos preceptos que nos han marcado a fuego; las voces repetidas que —desde los distintos sectores del po-der— fueron inculcándonos y que solo son funciona-les a sus intereses, nunca a los nuestros. Entonces repetimos, sin darnos cuenta, que el proble-ma de la Argentina es que hay un Estado que interviene, sin notar que ese Estado es la contención para que no nos “coma” la voracidad de las grandes empresas. ¿A quién no le conviene que el Estado se involucre? A las corporaciones que están acostumbra-das a que no exista freno para maximizar sus ganancias, y que en nombre de ellas no les importa cuánta gente dejan en el camino. Para ellos lo más “democrático” es que el que regule el mercado sea el dinero, o sea que los que tienen plata (o sea, ellos) accedan a determinados bienes y servicios, y los que no, lamentablemente queden afuera… Afuera del sistema, afuera de la educación, afue-ra de la salud, afuera de la cultura, afuera de la historia... Como ya sucedió.Hoy vuelven a apelar al desprestigio del Estado, de los funcionarios públicos y, fundamentalmente, de la política, sobre todo de aquella que no es neutral en la puja de in-tereses y se inclina para el lado del más débil. Construyen mediáticamente un clima turbio y corrupto para volver-nos a vender el rol del administrador privado transparen-te y eficiente, o tratan de posicionar a políticos tibios que sin alzar la voz, y de maneras “civilizadas” y amables, nos dicen que “podrían” terciar en discusiones donde exis-ten intereses contrapuestos, dando a cada uno lo suyo… aunque es claro que siempre terminaron entregando todo a los mismos. Ya los conocemos…Ocultan que la política es una herramienta de trans-formación social y que para modificar lo establecido y cambiar la realidad hay que confrontar, enfrentar in-tereses y pensamientos hegemónicos. Quizás por eso, durante tantas décadas, tuvimos tutelada la democracia. Para el poder supra-territorial y

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conservador, era necesario que el discurso político no se masificara, ni creara conciencia porque con ello nos sería posible elaborar los cambios y transformaciones necesarias para que, de una buena vez, la soberanía popular fuera más importante que la corporativa.

La plata de “mis” impuestos

—¡A vos te mantienen con la plata de MIS impuestos!— vocifera una señora a un periodista trabajador de la TV Pública, en una marcha opositora convocada por los medios monopó-licos. Esta muletilla repetida hasta el hartazgo en la actualidad, encierra mucho del “sentido común” que ha atravesado a todos los sectores. Ese sentido ha sido dado por los voceros de las corporaciones económicas y de los mercados financieros, quienes se resisten a toda intromisión del Estado para regular la economía y ponerle límite a su ambición. Cuando el Estado en beneficio de las mayorías, “osa” afectar sus intereses corporativos, lo demonizan y pretenden hacernos creer que sus intereses económicos son los nuestros, cuando en reali-dad siempre han sido antagónicos.

Durante décadas los argentinos reclamába-mos que las crisis económicas no las pagá-ramos siempre los mismos, es decir los po-bres y los trabajadores. Era claro entonces a quiénes se favorecía: a las grandes empresas que eran beneficiadas con la baja de impues-tos, lo que producía más déficit fiscal y que nos obligaba a la mayoría a ser víctimas de un nuevo ajuste. Estos ajustes, no represen-taban que no pudiéramos cambiar el auto, o salir de vacaciones (o comprar dólares). Para muchos de nosotros era quedar excluidos del sistema, sin posibilidad de sobrevivir. Sin trabajo, sin poder llevar un plato de comida a la mesa, y hasta sin vivienda. Así fue cómo tantos quedaron tan afuera que ni siquiera

tenían esperanzas de algún día poder salir de la “mala”. Chicos que se desmayaban de hambre en las escuelas, familias revolviendo la basura en busca de algo de comida, viejos que después de trabajar toda una vida tenían una jubilación que no les alcanzaba ni para los remedios… Y otros centenares de miles que ni siquiera tenían una jubilación… Esos, según la lógica neoliberal, eran los que tenían que pagar las crisis económicas que generaban los mercados financieros. Y eso era “así”, como si fuera un desastre natural que había que soportar. Sin responsables ni salidas posibles. Esa era la “libertad de mercado”, que todavía hoy se pregona, con un Estado que beneficiaba a los poderosos que habían provocado las “catástrofes” y que dejaba desamparados a los que menos tenían.Seguir sosteniendo hoy que las medidas de inclusión social son para fomentar la “vagancia”, es no haber entendido la historia. Quejarse por tener que pagar impuestos (obligatorios por ley para todos los ciudadanos), que el Estado luego redistribuirá para generar condicio-nes de igualdad para los sectores más vulnerables, no solo es mezquino, es antisocial. Una sociedad que no establece lazos de solidaridad con el que lo necesita, es solo una suma de individualidades con la que es muy difícil poder construir un todo que nos albergue. ¿Cómo se construye armonía y consenso con aquellos a quienes no les importa lo que le pasa al prójimo? Es difícil de entender para aquellos a los que nunca les faltó nada, la realidad de quienes no

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han tenido las mismas oportunidades. Solo es posible con empatía y generosidad, en un contexto que nos permita comprender que somos parte de un destino común inexo-rable y colectivo. Nadie se salva solo.Quien debe estar ahí para garantizar el acceso a la igualdad de oportunidades, es el Estado. Y tiene que estar sostenido por el aporte de todos, sobre todo de quienes más tienen. Porque lo público es de todos, pero en especial de los que más lo necesitan.Cuando lo público es manejado por los privados, su pro-pia visión empresaria les impide ver más allá de pérdidas y beneficios y todo se reduce a las dos columnas del debe y del haber. A veces lo que se toma como pérdidas en términos de valor económico, representa el bienestar de muchos a largo plazo, que no puede reducirse a números en rojo.Quizás también las décadas de destrucción del Estado, la falta de protección que vivimos entonces, sumen a la des-confianza que en algunos sectores aún persiste frente a todo avance de reconstruir lo público. Hay un sector social que obstinadamente sostiene que todo lo que ha logrado en la vida se debe solo a sus propios méritos, a su capacidad personal y a su propio esfuerzo. Como si fueran islas, ajenas a los avatares que nos empujan a todos. Es hora, tal vez, de entender, que

más allá de lo individual, existe un co-lectivo al que pertenecemos, y del que también depende la suerte de cada uno. La identificación con el otro, el aportar a un “nosotros” como abarcador de cada una de las individualidades, es lo que nos permitirá reconstruir las redes de soli-daridad y lograr de una vez por todas, un país más justo, más libre y soberano, ese con el que durante tantas décadas venimos soñando.u

* Estudiante de la Tecnicatura en

Periodismo de la Universidad Nacio-

nal de Avellaneda, consejera Superior

por el Claustro Estudiantil, conducto-

ra de Vivís la Undav Edición Sábado.

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Una pasión irrevocable

Por Adriana Schottlender

Estamos en el living de la casa de Tato Pavlovsky rodeados de libros y viendo al fondo el jardín con la pileta de natación donde sigue haciendo sus largos para no perder sus dotes de deportista. Y en la mesita ratona estos cuatro libros que lee en forma simultánea. El secreto de la flor de oro, de C.g. Jung / R. Wilhelm, 10 días que estremecieron al mundo, de John Reed, El innombrable, de Samuel Beckett y El secuestro, de George Perec.

¿Qué pregunta siempre esperaste que te hicieran y nunca te hicieron? Ah, qué difícil. Lo que me ha dado el teatro, y todo lo que le he dado como actor, como autor. Aunque yo sea un entusiasta del teatro, un tipo que está cerca de los ochenta años con entu-siasmo… para hacer eso, tenés que tener una retribución muy grande en el teatro, y en mi caso, ha sido una especie de gran terapia colectiva. Te cuento mi acercamiento al teatro. Me recibí de médico a los 22 años y casi al mismo tiempo comencé una breve experiencia en un grupo llama-do El Gallo Petirrojo que era un conjunto muy burgués que hacían muy buen teatro, en la calle Charcas, en la biblioteca de mujeres al lado del teatro El Globo. Aparecí por ahí, y había un elenco, mi mujer era amiga de no sé quién y yo me metí en el año 59, 58. Era muy bueno.Luego me acerqué al Nuevo Teatro, mítica formación del movimiento independiente, que dirigían Pedro Asquini, Alejandra Boero y Conrado Ramonet. Yo decía: no soy del equipo, pero voy ahí… tomo clases, y cambia mucho el mundo de la recepción del teatro, cuando estás con un elenco con tanta profesionalidad y con una trayectoria estética, ideológica formidable. Había actores como Onofre Lovero, Héctor Alterio, Enrique Pinti, Juan Carlos Puppo, Carlos Gandolfo, Jorge Mayor, hicieron todo el recorrido de formación y también pintaban paredes, porque inauguraban un teatro en la calle Corrientes. Más tarde fundé un grupo, el Yenesí, en los años 60.

El nombre ¿tiene que ver con el fútbol?Es un juego de fútbol con fichas que mi padre practicaba en su infancia con sus hermanos. Al gru-po no lo conocía nadie. Les sugería que para asociarse a Yenesí, que estaba muy ligado al teatro de vanguardia francés con Beckett, Ionesco, Adamov, estudiaran teatro y que lo mejor era el Nuevo Teatro. El grupo fue fundador de mi debut actoral, de alguna manera. En esa época iba a todos los ensayos que hacían ellos. Hacía un papel chico, pero mi idea del teatro era que me diera una formación estética ideológica que fuera fundante en mi vida, como un desafío, un partido para militar… y yo quise tomar el teatro así, como lo sigo tomando de alguna manera. Se decía en la época que había dos grupos de teatro de vanguardia: Pavlovsky en el Yenesí y Gambaro en el Di Tella. Éramos la vanguardia pero ellos con apoyo del gobierno y nosotros no teníamos ni présta-mos. Por suerte estaba Julio Tahier, que era capaz de cualquier cosa.

¿Cómo se incorpora al grupo?Fui al consultorio de Julio Tahier, pediatra de mi hija Carolina, a hacer una consulta y me preguntó si conocía al Pavlovsky que hacía teatro. “Soy yo, le dije”, quedó shockeado y me dijo “lléveme, me encanta el teatro”. Quedamos que para incorporarse al Yenesí tenía que estudiar. Le pregunté si tenía alguna idea de escenografía —lo que necesitábamos en ese momento— y me respondió con tanto entusiasmo que le ofrecí ocuparse de la escenografía de La espera trágica, mi primera obra, y El aniversario, de Anton Chéjov. Hizo un trabajo lindísimo en cartulina con tinta negra, maravilloso. Julio venía a todas las clases sin abandonar su pediatría. Estaba Julita von Grolman, que era preciosa, y para actuar se

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hacía llamar Soledad Vértiz, también estaba Cormillot y algunos actores que eran funcionarios del gobierno y usaban seudónimos. En esa época me inquieto por el teatro francés de vanguardia. Muy inquieto, demasiado inquieto porque a mí me volvió loco.

¿Esperando a Godot?Claro, fui a ver la puesta que hacía Jorge Petraglia. Ahí se me abrió un mundo de angustias, que no eran edípicas sino existenciales. Ahora hay un autor francés muy conocido, es muy difícil, se llama George Perec cuyo teatro es muy parecido al de Beckett y rige los mismos parámetros creativos. No lo ha dicho nadie, pero sin lugar a dudas, tiene la particularidad de romper con la letra, la repre-sentación de la letra es rota. El personaje que está hablando, por caso, se va transformando en otra

cosa, y te perdés. A mí me gusta mucho entender esta novela, muy importante, se llama El secuestro.

¿Qué autores teatrales se leía en la década del 50?El teatro a mí me obligaba a leer a autores como Beckett. Era vanguardia, vanguardia, muy com-plejo; Beckett asume su popularidad cuando realiza la puesta de Esperando a Godot y luego la lleva a San Quintin, California, donde los presos entendían la angustia de la espera. Te cuento una anécdota con Beckett: estábamos haciendo El señor Galíndez, con Jaime Kogan en el teatro Payró. Su puesta era extraordinaria, y en 1974 nos tiraron una bomba en el Teatro. Fuimos al Festival de Nancy en Francia y a París a representarla en el D´Orsay, de Jean-Louis Barrault. Cuando llegué a la sala, me encontré que la cartelera decía: El señor Galíndez, de Pavlovsky, y Happy Days, de Beckett. ¡Era el sueño del pibe! Compartir el teatro con él es una epopeya cultural íntima. Quería conocer a Beckett y Barrault me dijo que estaba dirigiendo Esperando a Godot, en Alemania. Le es-cribí una nota en la que le decía que Godot había influido en mi vida, me había modificado porque había conocido la representación más extraordinaria de la angustia humana. Le decía: “Soy médico estoy hablando desde la cultura, desde el conocimiento psiquiátrico porque usted en el teatro no llora la angustia, la estruja. Los personajes son cómicos, admiro la polifonía y desde ya no hay nada más que usted reciba mi admiración profunda”. Barrault se la entregó y con asombro recibí una postal que decía que nunca se hubiese podido imaginar que su tipo de teatro le interesara a un médico. Tengo esa postal como trofeo.

¡Qué felicidad! Venís de una familia burguesa, liberal. ¿Cómo fue esa transformación ideológica a través del teatro que estabas desarrollando?Yo no tenía un compromiso político cultural cuando hacíamos el teatro de vanguardia. Alquilábamos una sala al Nuevo Teatro durante ocho lunes y nos obligaban a hacer tres obras de autores naciona-les o europeos y estábamos todo el año con un entusiasmo fabuloso. No era teatro político, era in-ofensivamente de vanguardia. En mi familia el lema era: si es bueno es para nosotros, si sos bueno en lo que hacés, hacé cualquier cosa. Vengo de una familia acomodada, mi padre fue campeón de box peso pluma y yo campeón argentino de natación estilo mariposa. Sólo tenía algunas aproximaciones

que nos unían al deporte con mi familia. Era la cultura de no dejarse pegar. Mi tío Alejandro era un gran hematólogo y sus hijos Santiago y Miguel Pavlovsky estudiaron medicina. Mi familia se mostraba, con la incultura que tenía, contenta porque salía en los diarios y mostraban un actor, autor, un intelectual. La Asociación Psicoanalítica también se mostró satisfecha de mi participación en el mundo teatral. Ser normal era ser pésimo. Esa etapa del teatro se termina cuando el Yenesí ya no contenía las expectativas que teníamos. Nos separamos sin que nadie se pelee con nadie. Paso a hacer espectáculos y viajar. La colección, de Pinter, la estrené yo con Jaime Jaimes Nipomnische, que fundó el Teatro de la Alianza Francesa en 1962. Luego me fui abriendo y me empecé a buscar como autor. Escribía y estrenaba mis obras, y en 1967 me llamó Luis Mottura para hacer La próxima vez te

entrevista

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lo diré cantando, con Beto Gianola, Luis Brandoni, Oscar Ferrigno y Juana Hidalgo, teatro profesional. Era una figura conocida dentro de la marginación en que me movía. Ahí comenzó la búsqueda mía con respecto a directores para cine y teatro, y fui muy categórico.

¿Fue luego del Cordobazo que comenzaste a escribir teatro más contestatario?Empiezo a escribir La mueca, que estreno con Ferrigno. Había un marco social-histórico que comprometía a los intelectuales, no podía decir soy psicoanalista. Había que salir de ese escondite y comencé a pensar en personajes políticos dentro la obra. Pero mi acercamiento a la militancia política fue con El señor Galíndez. Me llamó Jaime Kogan y me preguntó si estaba interesado en el tema de la tortura. Le dije que sí. Trabajamos juntos sobre la subjetividad del torturador. De esas investigaciones surgió El señor Galíndez, en 1973. Tuvo un impacto increíble en los sectores de la cultura fascista y conservadora. Después me fui a la plataforma peronista de izquierda y marxista, fue muy importante eso. Y mucho después estrenamos Telarañas, a fines de 1977, con Alberto Ure. Era una obra muy fuerte sobre el fascismo familiar. A los dos días del estreno, me llamó el secretario de Cultura de la Municipalidad. Fuimos con Ure. Nos recibió muy bien. Había ido a ver la obra y dijo que si la hubiese visto en Polonia, en Moscú o en París, la habría recomendado; es increíble. Pero agregó: “Pavlovsky, sáquemela mañana”. Y yo cometí el error de decirle: no voy a sacar ninguna obra mía, sáquela usted. La sacó por decreto. Primero ponen una bomba en el Payró y luego entran en mi casa; salté por el único lugar que podía, escapé por los techos y llegué a un departamento vacío. Cuando estaba en la calle, reflexioné. ¿Cómo voy a dejar a mis hijos con los encapuchados? Fui a la policía y dije que entraron ladrones y que quería hablar con Alfonsín (él estaba muy involucrado en derechos humanos). “Raúl, acá estoy en la comisaría, no preso, en la calle Cabildo y hay un grupo de jóvenes que han invadido la casa y están con mis hijos y han roto todo, ¿me podrás ayudar?”. A la media hora cayó el grupo armado entero, eran como veinte, los habían detenido. Me miraban, eran muy jóvenes. A partir de ahí comienza mi época épica: el exilio. Primero fuimos con mi entonces esposa, Susana Torres Molina, nuestro hijo Federico, que hoy es un médico tremendo, a Montevideo y nos recibió Juan Carlos Kusnetzoff. Luego en España conozco a Susy Evans… y ya estamos juntos hace 30 años.

Participaste en Teatro Abierto, en 1981 con Tercero incluido. ¿La escribiste desde España?Ya había vuelto. Participé de una manera colateral, escribiendo una obra a toda velocidad, en media hora, para no quedarme afuera del movimiento, que era muy importante. Y se ha dado mucho desde entonces. Estaba haciendo en ese momento Cámara lenta, con Carlos Carella, de martes a domingo, y me quedaba poco tiempo para escribir.

¿Cuál fue el primer festival al que asististe, y cómo fue la sensación de tantos aplausos?Festival de Nancy en Francia, con El Señor Galíndez, en 1975. Con los aplausos, cuando el actor soy yo, siento una sensación muy particular, no muy definible, una emoción me embarga. Mi

estilo de actuación es diferente. Tuve premios en muchos países como mejor actor y me-jor obra y participé en más de 50 festivales. Cuando actué en Alemania con Potestad,

la vio Jean-Louis Trintignant y le gustó y la quiso hacer. Trintignant hizo Potestad en francés en Los Ángeles. Era el sueño del pibe. A mí me gusta que hagan mis obras y doy los derechos. Pero para mí el teatro es el cuerpo. Y al hablar, estoy reviviendo los momentos de mis devenires… esto tan bello que es el teatro.

¿Quiénes son tus referentes?Admiración desde la perspectiva ideológica, pues nunca he podido za-

farme del Che. Así como de joven el tipo que me impresionaba por su estructura estética y filosófica, por su extraordinaria

personalidad teatral, era Vittorio Gassman.

Vos trabajaste con Jaime Kogan y con Alberto Ure, aparte

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de la Boero, o sea, los grandes maestros que marcaron una época.Sí, sí. Alberto Ure era una figura excepcional, de una cultura que no se puede creer, sabía de todo. Digo “tenía”, porque se enfermó y no puede continuar, pero sí Alberto da para hablar. Un sector del teatro lo admiramos, no todos, pero vivió muy loco.

¿La dirección nunca te interesó?No sé… hay que tener cierta cualidad, espacio temporal que yo no tengo. Yo necesito un director.

Acabás de terminar de escribir y estás ensayando tu última obra, Asuntos Pendientes, que la vas a estrenar en julio de 2013 en el Centro Cultural de la Cooperación. Con el dirección de Pipi Onetto y trabajan Susana Evans y Eduardo Misch. La obra es muy fuerte, está metida la política dentro del personaje central que es un excluido. Yo estoy preocupado porque acá hay novecientos mil chicos mal alimentados. Trata de la subjetividad de los que no se nombran. Hay un incesto hablado y muchas cosas que se dicen muy lanzadas. Utilizo un lenguaje muy pornográfico, desvergonzado. Yo nunca hablé así en teatro… pero bueno. Me siento libre para decir cualquier cosa.

Y aparte estás haciendo un estudio sobre la infancia de Stalin.Bueno, sí estoy leyendo el libro Llamadme Stalin, de Simon Sebag Montefiore. Un personaje muy extraño. Y algo digo en la otra obra que escribí: Meyerhold.

Sos de los que dicen que no hay que homogeneizarse, que hay que ser diverso y tratar de no ser estructurado y no estar solamente en un lugar.Sí, por eso, la multiplicidad, lo diverso, lo diferente, la posibilidad de no quedar atrapados con una teoría y tratar de englobar la contradicción de la vida, de la muerte… incluso, me beneficiaron mucho los acontecimientos, que son aquellos que ocurren fuera de lo rutinario. Lo que hay que hacer todos los días es un acontecimiento. Algo que rompa la realidad cotidiana, la tenebrosidad de la homogeneización de cómo vivimos, un acontecimiento, ir cambiando constantemente.

¿Qué les dirías a los jóvenes?Cuando me trajiste la noticia de hacer una nota para la revista cultural de la Universidad Nacional de Avellaneda, me entusiasmó mucho. Cuando la materia gris está bien alimentada, la tarea de la educación es fundamental. Hay muchos muchachos que no tienen ni carrera, ni estudio, ni trabajo. Se sienten excluidos. Estos pequeños mojones que luego se convierten en grandes, me parecen muy importantes. Yo le diría a un joven: si estás bien alimentado, estudiá. Estudiá, rompete, estudiar vale la pena para todo. Para todo lo que se te ocurra hacer, te da la posibilidad de pensar distin-tas cosas. Desarrollarse en lo que uno sabe a nivel intelectual es importante, no hay que tener prejuicios intelectuales.

¿Cuál es tu legado, Tato?Hacer un teatro muy fuerte que tenga una coherencia ideológica siempre. Mi legado es: “si hacés teatro, hacé teatro”. Sé que no es fácil, tenés que ensayar mucho pero no podés dejar si tenés la pasión. ¿Cuál es el sentido de lo que estás haciendo en tu vida? Ese sentido puede ser ideológico, pero tiene que ser también estético, con un compromiso corporal, tratá de meterte con gente que sabe mucho, acá hay muy buenos maestros. Pero con pocos años no basta. El estudio es para toda la vida, seguirás estudiando y morirás estudiando. En una ocasión, hacía tea-tro y estaba en la Asociación Psicoanalítica, hacía de homosexual en Atendiendo al señor Sloane (1968) dirigidos por Alberto Ure, era muy difícil y lo fui a ver a Agustín Cuzzani, estaban ponien-do Los indios estaban cabreros y me dijo: “Vos te vas a morir en el teatro, porque hay una pasión irrevocable en vos cuando hablás. No dejés de hacer teatro”. Y esto que hago es un poco un regalo que me doy, aunque mi médico clínico me dice que descanse, que el teatro lo realizo con el cuerpo, con gestos muy fuertes que es mucho esfuerzo, para mí el teatro es vida. u

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Por Eduardo Rinesi1*

El trigésimo aniversario del inicio del ciclo político abierto en la Argentina en 1983 puede ser una ocasión adecuada para ensayar un balance crítico de los modos en los que la categoría teórico-política sin duda dominante en las formas en las que en los albores de ese ciclo ten-díamos a conceptualizar los retos que enfrentábamos ha seguido operando desde entonces en nuestras conversaciones, asumiendo a lo largo de estos años un conjunto cambiante de significados. Entre ellos me gustaría acá destacar cuatro, que sugeriré que dominaron nuestros intercambios en otros tantos distintos y sucesivos momentos de todo este período. Así, pro-pondré que en los 80 pensamos la democracia como una utopía, que en los 90 pensamos la

1* Politólogo, filósofo. Rector de la Universidad Nacional de General Sarmiento.

De la democracia a la democratización

A propósito de las cuestiones planteadas en el programa de la 1ra Jornada Latinoamericana “Estado, Populismo y Democracia”

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democracia como una rutina, que en las agitadas jornadas de fin de 2001 la democracia se nos presentó más bien bajo la forma de un espasmo, y que desde hace ahora una década hablamos menos de democracia que de democratización, entendiendo por tal cosa no tanto un estado ni un modo del orden, sino más bien un movimiento o un proceso. Presentadas estas cuatro formas distintas de pensarse la cuestión de la democracia, me gustaría comparar las que ocupan los dos extremos de la línea de tiempo que cubre estos treinta años, y extraer de ese cotejo algunas consecuencias teóricas que tal vez valga la pena comentar.

1.Desde el comienzo del fin de la dictadura, precipitada tras la derrota militar del régimen en la guerra del Atlántico Sur, la democracia empezó a avizorarse como una especie de contrafigura del régimen que se quería dejar atrás, como el nombre de una suerte de puerto de llegada de un camino que debía ser, quizás en primer lugar, de “reforma moral e intelectual” (“cultural”, se decía), de revisión de los componentes autoritarios de una “cultura política” escasamente tolerante a la que obstinadamente se ponía en la base de los horrores de esa dictadura y del pasado argentino en general, y de construcción de unas instituciones que garantizaran, en cambio, la vida y la libertad a todo el mundo. La tarea se sabía difícil y por eso asumía la figura de un recorrido, de una “tran-sición”. Recuperada de los viejos arcones de la sociología de la modernización y el desarrollo, esta última palabra se usaba para indicar un movimiento de avance hacia un tipo de sociedad cuyo sistema institucional tendía a asumir, en las imágenes con las que de modo dominante se la representaba en los campos de la política y de la academia, la forma que tenían los de los países del cuadrante noroeste del planeta. Que era la de una democracia representativa más que la de una democracia participativa: la de una democracia sostenida sobre un tipo de lazo vertical entre ciudadanos y representantes más que sobre el estímulo a formas activas de participación popular en los asuntos públicos. Porque de lo que se trataba no era de asegurar a los ciudadanos las condiciones para su involucramiento activo en la cosa pública, sino de garantizarles aquello que durante los años anteriores les había sido arrebatado del modo más flagrante: su libertad. La “utopía” democrática de los ochentas argentinos era una utopía liberal.Que no descartaba del todo, desde ya, la posibilidad de dejarse conmover por los razones de

una democracia más dispuesta a hacer audibles los diversos tonos de la vox populi: de hecho, la tensión entre estas dos ideas de democracia fue la savia

vital de algunos de los grandes debates de esos años. Pero sobre todo después de la Semana Santa de 1987, del pe-dido del presidente Alfonsín, desde el balcón de la Casa de Gobierno, de que los ciudadanos abandonaran la plaza a la que habían sido convocados y dejaran el manejo de la crisis política, militar e institucional que los había movilizado en manos de sus representantes,

la idea de una democracia popular terminó de ceder su lugar a la idea de que democracia era sinónimo de

representación. Que fue, por cierto, la idea que dominó la década signada por los dos gobiernos de Carlos Menem, y que se consolidó con la firma del pacto secreto que el propio Menem selló con su antecesor a fin de 1993. El secreto es el grado superior y la forma última de la separación entre dirigentes y dirigidos que resume la lógica de la representación. Desde entonces, la democracia que funcionó entre nosotros (razonable-mente bien, digámoslo) se volvió un hábito, una costumbre, una rutina. Lejos del encanto que la palabra había tenido en la década anterior, ahora vino a significar apenas la vigencia de la ley, el ejercicio periódico del voto y muy pocas cosas más. Nos habituamos a que la democracia supusiera la afirmación de un hiato, que ya nadie se proponía sortear, entre la vida de los ciu-dadanos y la acción libre y descontrolada (en el sentido de lejana y a resguardo de cualquier dispositivo de control popular) de los gobernantes.

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Hasta que todo eso saltó por los aires (ya el gobierno de Menem había sido sucedido por el de Fernando de la Rúa) en diciembre del año 2001. Mucho se podría decir (lo que se ha dicho hasta ahora no parece suficiente) sobre esos días argentinos. A los fines de estas reflexiones, importa apenas detenernos en el impacto que tuvieron sobre nuestros modos de pensar la cuestión que nos importa, que es la de la democracia. Porque hubo un pensamiento sobre la democracia en esos días que ahora comentamos. Una idea de democracia como irrupción espontánea (se insistió mucho sobre esta idea de espontaneidad), como aparición intempestiva y libre de “la gente” en la escena pública, como “toma de la palabra”, como rajadura inesperada en el tiempo lineal de las instituciones. Como crítica o rechazo de esas instituciones, como principio sin principio (an-arché) de un orden diferente, autónomo, libre. Pero también (con un ligero matiz y en un segundo momento, apenas posterior) como auto-organización asamblearia del pueblo, como generación de mecanismos de participación de los ciudadanos en la gran dis-cusión colectiva que ese estallido había inaugurado. Fue un momento interesante. Proliferaron, en las esquinas y en las plazas de la ciudad y del país, asambleas populares, vecinales, estudianti-les. Obreras, también, en muchas fábricas que habían sido abandonadas por sus dueños, cerra-do sus puertas o fundido, y que eran “recuperadas” y puestas a funcionar nuevamente por sus trabajadores. Cierto que fue un período fugaz. Seguramente tenían razón los grandes liberales europeos del siglo XIX que observaron que una socie-dad moderna no puede vivir en un estado de deli-beración colectiva permanente. Pero no es menos cierto que esa fugaz experiencia de generalización de los modos asam-blearios de conversar dejó una ense-ñanza importante en la vida pública argentina, permitiendo recuperar una idea sobre la democracia que recogía su inspiración en aquella tradición “participativista” que efí-meramente –como vimos– había iluminado los debates de los años de la “transición”, dejando instalado en el imaginario común de los años que vendrían el dato novedoso de la existencia de una ciudadanía activa, que quería ser tenida en cuenta, y a la que nadie, en adelante, podría de-jar de oír.A partir de 2003 esta historia que aquí estamos narrando da un giro in-esperado y novedoso. Tanto que parece posible sugerir que la propia palabra “democracia” empezó a ser usada desde entonces con un significado bastante diferente de los tres que hasta aquí vinimos recorriendo. Que dejó de nombrar una utopía, como en los 80, una rutina, como en los 90, y un espasmo, como en 2001 y 2002, y que en realidad empezó a ser reemplazada, en los discursos políticos dominantes en la década siguiente, por otra palabra, que de algún modo la contiene pero también la modifica, dándole una inflexión diferente y una nueva intensidad, que es la palabra “democratización”. Democratización: no ya el nombre del puerto de llegada de un proceso, sino el nombre del proceso mismo. Como si el “ción” de “transición” (ese “ción” que siempre designa un movimiento, una marcha, un desarrollo) se hubiera desplazado de esa palabra que señalaba –dijimos– el camino hacia esa meta que se veía en el horizonte y a la que se llamaba “democracia”, a la democracia misma. Como si ahora esa democracia no fuera otra cosa que el proceso de su propia afirmación, de su propia realización, de su propia profundi-zación. ¿Y en qué consiste ese proceso de profundización de la democracia? Pues en un movi-

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miento de expansión –de ampliación, de universalización– de derechos. Hoy en la Argentina se habla de democratización para nombrar un proceso de ampliación de derechos: de derechos civiles, económicos, sociales, políticos. Una sociedad es tanto más democrática –tendemos a pensar– cuantos más derechos tienen garantizados todos sus ciudadanos. Doble desplazamien-to, entonces: de la idea de la democracia como utopía o como puerto de llegada de un cierto movimiento a la idea de la democratización como el nombre mismo de ese movimiento, y del énfasis en la libertad al énfasis en los derechos.

2.Detengámonos ahora en esta última cuestión. En los años 80, cuando recién salíamos de una dictadura feroz que había violado todas nuestras libertades y privilegiábamos la reconquista de esas libertades por encima de cualquier otro bien político que pudiera competir con ellas, el pro-blema político, teórico, incluso filosófico de la libertad se volvió un eje fundamental de nuestras discusiones. Las ciencias sociales, cuyos desarrollos acompañaron muy de cerca, en esos años, los movimientos de la agenda colectiva y del proyecto político que mejor expresaba el ánimo general de la ciudadanía –que era el del gobierno radical–, fueron un campo propicio para el desarrollo de un conjunto de importantes querellas conceptuales, que en no pocas ocasiones elegían acudir a las fuentes que representaban los textos mayores de las grandes tradiciones del pensamiento occidental en busca de inspiración y de argumentos. Así, la discusión –que recordábamos al co-mienzo– entre la idea de una democracia “representativa” y la idea de una democracia “participa-tiva” se articulaba también bajo la forma de una discusión sobre los méritos relativos de las ideas

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de libertad “negativa” (o libertad “de”) y de libertad “positiva” (o libertad “para”), y de hecho la revisión de las bibliografías clásicas en torno a estas cuestiones constituyó un capítulo fundamental de la agenda de nuestras ciencias sociales y políticas en aquellos años de la “transición” que ahora estamos recordando. ¿Estamos hoy haciendo un ejercicio semejante en relación con el concepto de “derecho” o de “derechos”, que –si está bien lo que veníamos diciendo– ha venido a ocupar el lugar central que tenía el de “libertad” en aquellos, nuestros años ochentas? Yo creo que no, y creo también que deberíamos, y quiero decir dos palabras sobre esto.Sobre la necesidad, quiero decir, de asumir el desafío de pensar con las mayores exigencias teóricas y filosóficas este problema fundamental de los derechos, que organiza hoy una zona importante de nuestros discursos políticos más interesantes, pero que al hacerlo nos plantea un conjunto de dilemas sobre los que es necesario detenernos a reflexionar. Apunto el primero: ¿qué es un dere-cho? ¿Qué queremos decir cuando decimos que “tenemos un derecho” a algo? Que es algo que en general decimos –vale la pena destacarlo– justo cuando no tenemos, de hecho, ese derecho: es

raro que digamos que tenemos un derecho a algo a lo que tanto tenemos un derecho que hemos llegado a naturalizarlo y a ya no pensarlo como tal. Estos problemas merecen, me parece, una reflexión teórica a la altura de la que en los “liberales” ochentas sostuvimos sobre la cuestión de la libertad, y que, como aquella, nos obligue a revisar los viejos textos de nuestras mejores tradiciones, a juzgar su actualidad y su interés, a dialogar con ellos para mejorarlos y para poder encarar, con su auxilio, nuestros propios desafíos. Por ejemplo (estoy proponiendo rápido una serie de temas para una agenda posible, y este punteo no pretende tener otro valor que ése): ¿qué pasa cuando, en un contexto de ampliación general de derechos, la expansión de alguno o algunos de ellos corre el riesgo de colisionar con la de otro u otros? No carecemos de ejemplos, en la Argentina

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contemporánea, de situaciones como ésta. O bien: ¿cómo pensar los derechos, no ya de aquellos hombres y mujeres que componen en un cierto momento una comunidad política determinada, sino de aquellos que ya no la componen, porque han muerto (sobre todo, aunque no únicamente, cuando han muerto víctimas

de la violencia que los poderes de esa misma comunidad han des-cargado sobre ellos), o de aquellos que todavía no la componen,

porque todavía no han nacido? Este problema me parece a mí de la mayor importancia teórica, política y ética, y está en el corazón de muchos de nuestros debates contemporáneos.

En esta agenda de problemas sobre los que me parece que tenemos que pensar, hay uno al que quiero dedi-

car algún espacio, que es el problema del Estado, en relación con el cual se ha producido entre nosotros un cambio decisivo. Me refiero a que en los años de la “transición”, en la medida en que el acento de nuestras reflexiones estaba puesto en el tema de la libertad, y en que pensábamos esa libertad sobre el trasfondo del Estado terrorista que tratábamos de de-

jar atrás (en la medida, en otras palabras, en que teníamos buenos motivos para hacer del Estado el más serio de los enemigos reales o

potenciales de esas libertades que queríamos conquistar), nuestro pensamiento tendió a tener,

en general, un fuerte componente antiestatalista. El Estado se nos presentaba en general, en esos años, como estando del lado de las cosas malas de la vida, porque constituía una probada amenaza a nuestra autonomía y nuestra libertad. Hoy, en cam-bio, cuando el eje de nuestras preocupaciones se

ha desplazado de esa preocupación casi excluyente por la libertad a la preocupación por la ampliación y generalización de los derechos, el Estado (un es-tado democrático, desde ya, pero no mínimo ni

ausente, sino fuerte y activo) se nos representa más bien, y con razón, como una condición y como un garante de esos derechos que queremos ver expandidos y universalizados. Por supuesto, no se trata de abrazar esta idea sin precauciones, ni de desplazarnos de un antiestatalismo ingenuo a un estatalismo simétricamente candoroso, como si Marx y toda una larga tradición no nos hubieran enseñado todo lo que tenemos que saber sobre las formas de dominación y explotación del hombre por el hombre que los Estados sirven para garantizar y para reproducir. Lo que sí hemos aprendido en la Argentina, y dolorosamente, es que fuera del Estado o más allá de él lo que solemos encontrar no es la libertad ni la autonomía finalmente realizadas, sino las formas más tremendas de la pobreza, la marginación y la falta de derechos. Hay derechos porque hay Estado, y ése es un tema sobre el que hoy nuestras ciencias sociales tienen que ayudarnos a pensar.Voy a volver sobre este tema, pero antes quiero decir dos palabras sobre otro, que ya mencioné: el de la libertad. Porque no quiero sugerir que ese asunto, tan presente –dije– en los años de la inme-diata posdictadura, haya desaparecido de nuestras reflexiones. No lo ha hecho. Pero cuando apare-ce en ellas lo hace, me parece, doblemente transformado. Primero, porque muchas conquistas que veinticinco o treinta años atrás seguramente habríamos tematizado como libertades se nos (re)presentan hoy, más bien, como derechos. Quiero decir: que hoy no tendemos a decir, por ejemplo,

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“somos libres de (‘libertad de’: libertad negativa o liberal) las coerciones que nos impedían casarnos con quien nos diera la gana”, sino a decir “tenemos el derecho a casarnos con quien nos dé la gana”. Ni tampoco tendemos a decir “somos libres para (‘libertad para’: libertad positiva o democrática) votar a los 16”, sino a decir “tenemos el derecho a votar a los 16”. O sea: posibilidades que en otro contexto podrían haber sido pensadas como libertades arran-cadas de las garras del Estado, en este contexto –en que muchas veces fue el propio gobierno de ese Estado el que las promovió o hasta las impuso: voy a volver también sobre esto– se nos aparecen como derechos que ese Estado garantiza. Segundo, porque allí donde todavía seguimos pensando en términos de libertad o libertades, como a menudo hacemos, ya no lo hace-mos en los términos liberales de aquella “libertad negativa” (o “de”) ni en los términos democráticos de aquella “libertad positiva” (o “para”), sino más bien en los términos (que, de nuevo, nos invitan a volver a algunos grandes textos de la historia de la filosofía política) de una idea de libertad que, con Quentin Skinner, podemos llamar “republicana”, y que es la que nos permite pensar dos cosas. Una: que nadie puede ser libre en una comunidad que no lo es. Y dos: que una comunidad se vuelve libre (de otra comunidad, de una potencia imperial, de un ejército invasor o de la banca internacional) por medio del Estado en el que se organiza y que la representa.

3.De manera que el Estado aparece hoy, en muchas de nuestras represen-taciones y en los discursos políticos –estoy sugiriendo– más interesantes (pero no necesariamente, estoy diciendo también, en nuestras discusiones académicas ni en nuestros programas de lecturas, a los que tenemos que incorporar estas problemáticas si queremos ponerlos en sintonía con las impor-tantes transformaciones a las que estamos asistiendo), tanto como un garante de nuestros derechos ciudadanos cuanto como una condición de nuestra soberanía nacional. En otras palabras: que el Estado se nos aparece hoy, y que tenemos que poder pensarlo con la seriedad y la sutileza necesarias, no ya –como lo pensamos du-rante mucho tiempo– como un enemigo de las luchas políticas por la emancipación, sino como un momento fundamental en esas luchas. En esos términos ha planteado el asunto, recientemente, Jorge Alemán, cuyo argumento me gustaría resumir muy bre-vemente. El pensamiento emancipatorio clásico –escribe Alemán– ha confiado siempre en un sujeto objetiva y teleológicamente revolucionario que en su marcha hacia su realización debía conquistar su libertad a expensas del Estado. Por su parte, el pen-samiento emancipatorio actual (el de Rancière, el de Badiou, el de Negri) sacude la pesadez de los sistemas anteriores, pero no deja de hacerlo en los términos de una apuesta por una práctica capaz de interrumpir la lógica “policial” de las instituciones, a las que siguen poniendo del lado de las cosas malas de la vida. En cambio, dice Alemán, hoy surge de América Latina la novedosa posibilidad de pensar que el Estado puede ser un instrumento positivo en las luchas por la transformación de la sociedad y la ampliación de las libertades y de los derechos. Una verdad tanto mayor cuanto que muchas veces esas luchas no son las que desarrolla un sujeto o un conjunto de sujetos “sociales” exteriores a ese Estado, sino la que lleva adelante un grupo político lúcido y activo (eventualmente hasta bastante alejado, hasta bastante separado, de esos sujetos sociales cuya libertad, autonomía y derechos busca promover) desde la cima misma de ese aparato de Estado que conduce. A esto último (que es en efecto un fenómeno interesantísimo que hay que poner en la agenda de nuestras discusiones teóricas y filosóficas sobre este momento latinoamericano) es a lo que suele llamarse, con una categoría prestada pero pertinente y sugestiva, jacobinismo. Que es un compo-nente de los movimientos populares de nuestro país y de nuestra región casi desde el comienzo

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mismo de su jornada independiente, y que no deja de constituir una de las muy señaladas notas de los movimientos de tipo populista que jalonan una parte fundamental de nuestra historia más reciente y que ciertamente –con los matices y modulaciones del caso, o de los casos– caracterizan este mo-mento histórico que aquí estamos tratando de pensar. No es éste el tema de esta nota, que por otro lado ya tiene que ir encontrando su final, pero sí es conveniente anotar en este rápido punteo (vuelvo a decirlo: casi un listado de temas posibles en la agenda teórica que tenemos que ser capaces de construir si queremos ponernos a la altura de los desafíos conceptuales de esta hora tan interesante) que si los populismos han sido y vienen siendo, en la historia moderna de nuestro país y de nuestra región, la principal vía de de-mocratización de nuestras sociedades y de nuestros sistemas políticos, esos procesos “populistas” de democratización (desde los que usamos siempre como referencias clásicas: el cardenismo, el yrigoyenismo, el varguismo, el pe-ronismo, hasta los que hoy dominan y enriquecen la escena regional) se han desarrollado muchas veces menos por la capacidad de tal o cual sector social de actuar en pos de la defensa de sus intereses o de sus derechos que por la energía y la eficacia del gesto “estatalista” de promover –digamos: “de arriba a abajo”– esos derechos cuya generalización entre todos los ciudadanos de un país vuelve a éste una comunidad más democrática y más justa. Repito y termino: si queremos contribuir a la comprensión de las dificulta-des, las posibilidades y los desafíos de esta hora argentina y sudamericana, tenemos que pensar estos problemas. Varios de los cuales, ya lo vimos, son acaso nuevos para las ciencias sociales y la filosofía política de la región, pero no necesariamente para los modos en que las grandes tradiciones de la filosofía política han contribuido a lo largo de los siglos a hacer inteligible la vida de los hombres y de los pueblos. (Pensemos apenas, por ejemplo,

en la cuestión que planteaba recién: el jacobinismo, y en todo lo que tenemos que revisar sobre el asunto de Hegel a Gramsci y más acá.) Tenemos que recuperar, pues, esas tradiciones; tenemos que volver a hacer un poco de historia de las ideas;

tenemos que volver a oír a nuestros clásicos y darles una nueva oportunidad entre nosotros. Algo de todo eso es lo que nos proponemos ensayar en el marco de la red interuniversitaria “Estado, populismo y democracia” (UNGS-UNDAV-FLACSO Mé-

xico) y discutir en la jornada homónima que, como una de las actividades de esa red, estamos pergeñando para el mes de octubre. Algo de todo esto es también lo que espe-

ramos ayudar a poner en discusión a través de la serie de publicaciones que vamos a impulsar por medio de esa red. Particularmente propicia resulta para ello la coyuntura del bicentenario del ciclo emancipatorio de 1810 a 1816, ese aniversario “largo” que este año se superpone con (y se deja sobredeterminar por) otros dos aniversarios más cercanos, a los que ya tuvimos aquí ocasión para aludir : el de los 30 años del 83 y el de los 10 de ese otro punto de inflexión en la historia argentina más reciente que es el inicio del ciclo kirchnerista. 1813, 1983, 2003. Son algunos de los años de la historia política de nuestro país en los que con más energía se arti-cularon (o en relación con los cuales más interesante resulta hoy volver a articular) algunas de las palabras sobre las que aquí hemos conversado. Pensar con lucidez este momento tan inte-resante que hoy vivimos nos exige perseverar con lucidez en esta conversación interminable.u

BibliografíaAboy Carlés, Gerardo, Barros, Sebastián y Melo, Julián, Las brechas del pueblo, UNGS, UNDAV y FLACSO México,

Buenos Aires, 2013.

Alemán, Jorge, “Prólogo” a Barros, Mercedes, Daín, Andrés y Morales, Virginia, Escritos K, Eduvim, Villa María, 2012.

Skinner, Quentin, Liberty before liberalism, CUP, Cambridge, 1988.

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Por Jorge Calzoni*

Argentina vive un momento histórico. El ejercicio sostenido de una dimensión radicalmente diver-sa (en franca ruptura con la noche aciaga del neoliberalismo) no solo de la política y de lo político, sino, de manera inseparable, del rol del Estado, ha producido y sigue produciendo transformacio-nes decisivas en todos los órdenes: económico, social, cultural y, claro, educativo. La Ley 26206 de Educación Nacional, por ejemplo, sancionada en 2006, reconoce a la educación y al conocimiento como bien público y un derecho personal y social, garantizados por el Estado. Esto implica, ni más ni menos, que definirla prioritariamente como una política de Estado. Una dimensión cuya pro-fundidad y proyección parece escapárseles a los apropiadores de ideas surgidas en aquel “primer mundo” que no dejan de añorar, aun cuando se resquebraja irremediablemente.En los ocho años que corrieron desde 2003 a 2011, la inversión consolidada en educación pasó de 14.500 millones de pesos a 412.626 millones; esto es de un 3,6 al 6,47 por ciento de un PBI que, además, es sustancialmente diferente de aquel que fuera devastado por la crisis. El Estado argentino lleva construidas 1503 escuelas, otras 597 se encuentran en construcción y 250 se inaugurarán este año, con lo que se totalizarán nada menos que dos mil escuelas en 2014. En educación técnica, el presupuesto anual pasó de 6,7 millones en 2003 a 812 millones en 2011. La fuga de cerebros que comenzara en la aciaga noche de los bastones largos, significó que miles de intelectuales y científicos abandonaran el país. Hoy hay 947 científicos repatriados, al-gunos de los cuales —lo decimos con orgullo— están en nuestra Universidad. El financiamiento de las universidades se duplicó en relación con los porcentajes de PBI. Estos datos hablan de una inversión inédita en la democracia pos-dictadura en materia educativa. Sin embargo, no se trata nada más que de recursos. Los trabajadores de la educación, a partir de esta mejora presupuestaria y de condiciones laborales, estamos llamados a asumir mayores obligaciones. Y

Educación e inclusión

* Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda

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dossierno me refiero solo al personal administrativo, de mantenimiento o de servicios, sino también y fundamentalmente a los docentes; y desde ese lugar quiero escribir. El ejercicio de la docencia no implica solo transmitir algunos conocimientos, no exige nada más que capacitación y forma-ción continuas, o investigación académica: conlleva una responsabilidad mayor. La sociedad pone en nuestras manos la formación de sus hijos. Y aun cuando no se trata de una responsabilidad exclusiva, nuestro rol tiene una significación social y simbólica muy trascendente.

La educación es el nudo gordiano en donde se debate qué tipo de sociedad tendremos. Si el conocimiento vale por sí mismo, entonces es lo mismo generarlo que adquirirlo afuera y para qué

gastar recursos en ello si podemos canjearlo por pro-ductos primarios que tenemos de sobra. Lo mismo sucede con la tecnología, importamos conocimiento y exportamos materias primas. Para qué incorporar valor agregado a nuestras producciones, para un Es-tado que no lo necesita; y para los que creen que el Estado debe ser pequeño y “eficiente”; no necesitan ni más técnicos ni profesionales.Quienes gobernaron el país con estos preceptos, y aun quienes aspiran a gobernarlo para retornar a ellos, no salieron de un repollo, en general se educaron en nues-tras aulas y se “perfeccionaron” en el exterior. Y estas diferencias en las miradas ideológicas son un reflejo de nuestras sociedades, que deberían sintetizarse en un proyecto de Nación con matices, claro, pero con algu-nos elementos indiscutibles. Por ejemplo, la soberanía. Sin embargo, un grupo de “intelectuales” argentinos reivindica la posición de los kelpers, sobre las Islas Mal-vinas, como si esa no fuera la posición británica. Esto tiene como agravante que encubre —detrás de una

absurda pátina de “libre determinación”— el carácter colonialista de la ocupación.Cuando se sancionó la primera ley educativa argentina, uno de sus propósitos fue generar una cultura social con principios liberales, y tal vez esa matriz de origen, que nunca fue transformada definitivamente, sea la raíz principal de la mencionada batalla cultural. El momento histórico de la primera nos solicita una justa apreciación de sus objetivos, puesto que el carácter laico y la obligatoriedad de la enseñanza primaria, por caso, no pueden soslayarse. Nos referimos, acá, en todo caso, a la impiadosa andanada neoliberal. Para algunos, la batalla implica sostener sus principios y para nosotros, debe ser educar para una Nación justa, libre, soberana y democrá-tica. Y en estos términos los docentes no somos neutrales. O educamos para dichos valores o educamos para conservar los valores opuestos.

Cambio de época

El periodo abierto en 2003, está marcando que nos toca vivir algo más que una “época de cam-bios”. Asistimos a un verdadero cambio de época. Entre los muchos aspectos que podríamos señalar para dar cuenta de esta afirmación elegimos uno, por su peso no menos que por sus proyecciones ulteriores: la inédita ampliación de derechos como aspecto central de la agenda pública de los últimos diez años.En ese marco, un hecho que marca un punto de inflexión en el sistema de educación en su totalidad —con un impacto particularmente fuerte y disruptivo en la educación superior— es la obligatoriedad de la educación media. Para decirlo con las palabras del rector de la Univer-sidad Nacional de General Sarmiento: “Sólo cuando la educación secundaria es una obligación,

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la universitaria puede ser pensada como un derecho”1. Para la universidad pública, estatal y gratuita, este elemento se constituye en un enorme desafío, puesto que implica la exigencia, por un lado, de valorar este tiempo de ampliación de derechos en el sentido de que lo anima un pensamiento profundamente democrático. Por otro, la interpelación de tornar mucho más material y concreto lo que de otro modo no pasaría de ser un derecho formal. Es por esto, entre otros tantos elementos decisivos, que creemos que el periodo abierto en 2003 marca el inicio de un ciclo histórico. En el ámbito específico de esta reflexión, baste señalar la inédita inversión en la lógica de prioridades a la que ya hicimos referencia, pero que vamos a recordar: hasta 2002 se destinaba casi el 6 por ciento del PBI al pago de la deuda y solo el 2 por ciento a educación. Desde el 2003, en cambio, se dio inicio a una política opuesta por el vértice que llevó esa relación

a que, en 2011, se destine el 2 por ciento al pago de deuda y el 6.47 por ciento a educación2. Es en este punto de partida, que abrió la puerta al desarrollo de una verdadera revolución cultural, que se inscribe la fundación de nueve nuevas universidades nacionales. De aquí se deriva, también, una importante modificación acerca del papel del Estado. Es decir, la recuperación, a través de la política, de otro rol, activo, estratégico, decisivo. He aquí otra de las claves sustanciales de este momento: el de garante efectivo del ejercicio real de derechos que el mismo Estado está propiciando.Nuestro desafío, entonces, es llenar de contenido, de ideas, de prácticas, estas políticas plas-madas en decisiones trascendentales para la democratización de derechos; por ejemplo, la creación de estas nuevas instituciones educativas. Aparece, así, una disyuntiva que debe ser resuelta en función de transitar por el camino de una educación emancipadora: o ejercer la reproducción de una matriz tradicional en la cual, por cierto, nos hemos formado, y que implica un darwinismo educativo que propugna que sobrevivirán los más aptos, sin importar sus tra-yectorias, problemáticas, procesos de aprendizaje, o bien romper con esa matriz para estar a la altura de este momento histórico en el cual la masificación del acceso a la educación superior y su concreción como derecho nos coloca ante el reto de desnaturalizar supuestos, roles y prácticas para intervenir activamente como agentes de transformación.Las nuevas universidades nacionales del conurbano nacen con estas marcas “en el orillo”. Son portadoras orgullosas de esas señales poderosas del tiempo en el que surgen. Y se proponen, por eso mismo, algo más que ser universidades estatales, públicas, gratuitas y autónomas: acep-tan el desafío mayor de erigirse como universidades populares. Con seguridad, ese es el desafío de la Universidad Nacional de Avellaneda.Es por esto, también, que valoramos lo sustancial de intervenir en ese campo de batalla al que han retornado la cultura y la lengua para aportar en la lucha abierta por la construcción de sentidos. Entre ellos, el sentido profundo de la inclusión. Queremos comprenderla, entre otros aspectos decisivos, como el desafío activo y permanente por el reconocimiento de los sectores populares dentro de la educación superior, y como auto-reconocimiento de los que trabajamos en las uni-versidades respecto de esa pertenencia, rompiendo barreras determinadas históricamente y pro-piciando la forjadura de intelectuales estrechamente imbricados en la vida social, política, cultural de su tiempo y de su pueblo. Ello exige dejar de lado la yuxtaposición de los términos inclusión y calidad, puesto que allí se asume —queriéndolo o no— la carga negativa del primer término, san-cionando, al mismo tiempo, la existencia de ambos como núcleos fatalmente compartimentados. Necesitamos universidades que dejen de pensarse como casas de altos estudios u oasis de co-nocimiento, y construir, en cambio, espacios de formación que acompañen a su pueblo, no des-de arriba, sino desde adentro. De ese modo es posible un diálogo de saberes; y la interpelación viva a la universidad pública deviene no solo inevitable, sino indispensable para la formación de sus estudiantes no menos que para la formación continua de sus propios docentes, investiga-dores docentes, extensionistas y funcionarios.Podremos, de ese modo, encaminarnos aún más en profundidad hacia una plena democratiza-

1 Rinesi, E., 2012, “La educación (superior) como derecho (popular)”, en Garabombo, revista cultural de la Universidad

Nacional de Avellaneda, núm. 1.

2 Fuente: Ministerio de Educación de la Nación.

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dossierción del acceso a la educación, y específicamente a la educación superior : contribuyendo, en suma, a garantizar que el derecho propiciado se concrete como derecho conquistado. Allí es donde la universidad tiene sentido, en tanto se piense a sí misma como un actor social que acompañe las políticas públicas que hagan posible el acceso a derechos sociales tales como vivienda, salud, educación, trabajo, y entonces su rol, lejos de ser asistencialista, será de partici-pante críticamente activo de su tiempo. Este tiempo que nos lleva a pensar de otro modo a nuestros estudiantes; que nos exige corrernos de posturas nostálgicas —y en definitiva super-ficiales—; y nos convoca a dejar de lado anhelos de modelos vetustos como aquel “alumno” que habitó en un pasado idílico y que obturaba la posibilidad de construir un proceso de ense-ñanza-aprendizaje. Nuestra responsabilidad es construir y defender una excelencia académica que permita ganar esa batalla cultural que estamos librando acompañados por estas políticas públicas superadoras y democratizadoras, que debe desplegarse no sólo en el campo acadé-mico, sino en el de la investigación y en el de la extensión universitaria, en el de la transferencia y la gestión con los sujetos sociales que estudian hoy en nuestras universidades (y con quienes aún no), forman parte de nuestra comunidad y son portadores de saberes indispensables.Estos apuntes, porque así deben considerarse, se proponen como el acicate para un diálogo intenso e indispensable. Su forjadura no podría ser más auspiciosa, puesto que viene dictada por fundaciones tan complejas como apasionantes. Es desde estos anclajes que deviene estimulante la exigencia irrenunciable de la universidad de propiciar el pensamiento crítico, como proceso fundamental para interpretar y representar el mundo. Es decir, al desafío de ir más allá de las impresiones y opiniones del sentido común (esa idea cansada, al decir de George Steiner), para trazar, juntos, la grafía de una nueva gramática, plebeya y nuestromericana.u

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Por Julio Aibar Gaete1

Las últimas elecciones presidenciales confirmaron que en México no se ha configurado aún una alternativa que compita seriamente con el neoliberalismo; que las elites políticas permanecen alejadas de la población y que la izquierda no está capacitada para ofrecer al conjunto de la sociedad una propuesta distinta de orden.Aunque esas cuestiones están íntimamente relacionadas, remiten a problemas diferentes. La fortaleza del neoliberalismo no se corresponde con los resultados alcanzados por ese modelo; se debe más a la vigencia de un sentido común que, cultivado durante treinta años, ha logrado prácticamente eliminar del horizonte político otras alternativas. El desapego social de los parti-dos, por su lado, tiene varios componentes: una no lograda integración de la sociedad civil con la sociedad política, que refleja y reproduce profundas desigualdades económicas, asimetrías so-ciales, fracturas étnicas, raciales y culturales. La debilidad de la sociedad civil —que contrasta con la densidad societal—, obtura el desarrollo de una comunidad política fundada sobre la base de derechos y obligaciones compartidas. La incapacidad de la izquierda para encabezar una alternativa política, finalmente, expresa y manifiesta su falta de pericia y voluntad para elaborar políticamente —es decir atender, canalizar, articular y representar— las demandas sociales más sentidas y para vincularse a los grupos que las expresan.En el presente escrito realizaré un recorrido analítico por las elecciones presidenciales, trataré luego de dar cuenta de algunos rasgos del sentido común neoliberal imperante y, finalmente, esbozaré un breve análisis del papel de la izquierda.

La campaña: un mensaje para las elites

Las elecciones de julio fueron planteadas por los candidatos como una instancia crucial en la que estaba en juego el país.2 Aunque esa advertencia la escuchamos en otras campañas electorales, es indudable que en México —por la coyuntura actual y por las consecuencias de un proceso que viene desarrollándose desde hace tiempo—parecían cobrar un sentido mucho más vívido, real.La situación de emergencia declarada no se tradujo, sin embargo, en un cuestionamiento general a las políticas aplicadas en los últimos años. Tampoco en un marco que permitiera a los sectores

1 Profesor investigador de la FLACSO, sede México.2 Los resultados oficiales de la elección presidencial son: Enrique Peña Nieto, candidato por Compromiso por México (PRI y Partido Verde) 38.2 por ciento; Andrés Manuel López Obrador, candidato el Movimiento Progresista (PRD, PT, MC) 31.6 por ciento; Josefina Vázquez Mota, candidata por el Partido Acción Nacional (PAN) 25.4 por ciento y Gabriel Quadri, candidato por el Partido Nueva Alianza (PANAL) con el 2.30 por ciento.

Sentido común neoliberal e izquierda despolitizante

La elección del presidente de la República para el periodo 2012-2018, realizada en julio pasado, concentró la atención de los ciudadanos mexicanos. En todo el país se eli-gió a senadores y diputados federales; seis Estados renovaron gobernadores y en 13 se renovaron diputaciones locales y ayuntamientos. Con una alta participación ciudadana (del 62 por ciento, alrededor de 49 millones de ciudadanos, la más alta de la historia de México) los resultados solicitan un análisis no contingente, que contribuya a propiciar un debate que parece tan urgente como incierto.

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dossierdamnificados expresar su descontento y sus demandas. Pese al paupérrimo crecimiento de Mé-xico desde la década de los años 80 y a los elevados niveles de pobreza y desigualdad, producto de una escandalosa concentración de la riqueza, la economía fue tratada por los candidatos de un modo superficial, pasajero. En esa materia no sólo se propuso básicamente seguir el rumbo actual, sino extender y profundizar sus principales directrices.

En lo que a la seguridad se refiere, aunque en los últimos cinco años la violencia cobró cerca de 70 mil muertos, 20 mil desaparecidos y miles de desplazados, ningún candidato cuestionó seriamente la política gubernamental. En pocas palabras, ni uno ni otro tema ocupó el centro del debate. La ausencia de discusión fue la pauta y las campañas giraron en torno a acusaciones cruzadas de corrupción. Así, las elecciones no se constituyeron en una instancia en la que los principales problemas de la sociedad fueran siquiera planteados.Si ese fue un dato curioso de las elecciones, más curioso resultó que fuera el partido gobernante —principal responsable de la situación actual—, quien en la última etapa de la campaña, retomó esas temáticas. La candidata del Partido Acción Nacional (PAN) reivindicó la estabilidad macro-económica, acusó al candidato de las izquierdas de querer endeudar al país y al Partido Revolu-cionario Institucional (PRI), de frenar las “Reformas Estructurales” en el Congreso.3 Respecto de

3 Reformas Estructurales se les llama a la reforma energética (que consiste básicamente en abrir PEMEX a la inversión

privada); la laboral (que busca precarizar las condiciones laborales), y la hacendaria-fiscal (impulsar el IVA generalizado).

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la seguridad, la derecha gobernante reivindicó la política represiva y acusó irresponsablemente a todo candidato de la oposición que en las encuestas levantaba sus niveles de aceptación, de estar “coludido con el crimen organizado”. A la oposición, tanto la candidata como el presidente de la República, la conminaron a que expresaran claramente si continuaría o no con las políticas de “ataque al crimen organizado”.El candidato del PRI, por su lado, en lo económico no sólo propuso seguir adelante con las po-líticas actuales, sino que además se comprometió a realizar uno de los sueños incumplidos de la administración panista: llevar adelante las Reformas Estructurales. Es que, para el gobierno, el PRI y Partido Nueva Alianza (PANAL), la mayor parte de las elites académicas, intelectuales, económi-cas y medios de comunicación, la no aplicación de esas reformas son la causa del estancamiento. En una especie de deja vu siniestro del credo neoliberal que hace dos décadas era el discurso único en Latinoamérica, las mencionadas reformas son para esas elites el único camino para lograr el crecimiento; la verdadera chispa que detonará la economía. Lejos de pensar que las penurias de gran parte de la población se deben a las políticas económicas neoliberales aplicadas desde la década de los años 80, atribuyen a la “falta de profundidad” de esas políticas la causa del pobre desempeño económico. Respecto de la seguridad, el PRI, en buena medida se limitó a reproducir las propuestas y medidas del partido gobernante. Peña Nieto se comprometió a continuar con el “combate al crimen or-ganizado”, aunque aclaró que haría algunos ajustes menores. Así, las medidas contenidas en la pla-taforma electoral del PRI son: fortalecer la cooperación entre países para frenar el contrabando; profesionalizar a las policías, incrementar el número de efectivos; crear una gendarmería nacional; combatir las adicciones y los circuitos financieros del dinero ilegal.4 Al igual que el oficialismo, el PRI disoció la política de seguridad con la obligación estatal de garantizar los Derechos Humanos. Aunque se hablara de Estado de derecho, la seguridad no se entendió como un derecho humano fundamental que no autoriza a suprimir otros derechos humanos. Con ello quedó en claro que la política de seguridad seguirá siendo represiva.La no consideración de las demandas sociales por parte de los principales partidos revela tanto el profundo desarraigo social de las elites políticas como la debilidad de la sociedad para hacer escuchar sus reclamos. Ese desarraigo y debilidad sin embargo, no explican por qué el conjunto de partidos (PAN, PRI y PANAL) que básicamente propuso continuar y profundizar el modelo actual,

4 Para consultar la plataforma del PRI: http://www.ulsa.mx/votolasallista/docs/Plataforma_PRI.pdf

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consiguieron el 68 por ciento de los votos. En otras palabras, la relación entre el desempeño elec-toral, los resultados de las políticas neoliberales y el accionar de las elites en la campaña nos llevan a preguntar: ¿cómo es posible que, pese a su evidente fracaso, el neoliberalismo no fue cuestio-nado?, y ¿cómo es posible que los que impulsan ese modelo conguieron tanto apoyo electoral?Esas preguntas ya fueron planteadas en la arena pública. Las respuestas que se dieron son básica-mente dos: 1) para la derecha, el no cuestinonamiento a las politicas económicas y de seguridad y la no consideración de las demandas sociales revelan categóricamente que no hay alternativas reales al modelo vigente. Intentaron así, instalar la idea de que no existe siquiera la posibilidad de cuestionar, sin pagar un alto costo político, el paradigma dominante; 2) para la izquierda en cambio, el desempeño electoral del PRI, se explica por la extorsión, la compra del voto, la intervención de las grandes cadenas televisoras y la inequidad de los recursos.Pese a lo parciales, una y otra respuesta son consideradas válidas por importantes porciones de la población, pero lo que ellas ocultan son dos cuestiones fundamentales: 1) que no son los resul-tados de las políticas neoliberales ni la inexistencia de opciones lo que hace que no se visualicen alternativas válidas, sino el establecimiento de un sentido común que ha recortado drásticamente el campo de opciones políticas y, 2) que el resulado electoral se debe en gran medida a la debili-dad de la izquierda para cuestionar el paradigma vigente y a su notable incapacidad para elaborar y presentar propuestas alternativas.

El sentido común neoliberal

Si el discurso de las elites “hace sentido” en amplios sectores, es porque hay narrativas muy arraigadas que lo hacen verosímil. En México, hace años que viene sedimentándose un sentido común, cultivado tanto por sectores del PRI, como por sus detractores de izquierda y derecha, que asocia la Nación con Estado proteccionista, corporativo y autoritario. El nacionalismo es, a su vez, asociado a la Revolución Mexicana y sobre todo al régimen que se construyó en el proceso posrrevolucionario. La historia se narra como un proceso lineal, compuesto por momentos subsecuentes necesarios. Para la historia forjada por el Estado priísta, esa sucesión —valorada positivamente—, comen-zó con la institucionalización (gobierno de Calles); siguió con la reformas sociales (gobierno de Cárdenas) y se consolidó con el desarrollo. La versión crítica en cambio, ve en esos momentos la consumación de un proyecto autoritario: la institucionalización es codificada como expansión estatal antidemocrática y corporativa, las reformas sociales como cooptación y disciplinamiento de la sociedad, y el desarrollo como dirigismo estatista (la derecha liberal) o como profundiza-ción capitalista (la izquierda). Ninguna de esas interpretaciones reconoce quiebres y rupturas, ni dimensiona la profundidad de las medidas implementadas en, por ejemplo, el periodo cardenista. La convergencia de las críticas de la izquierda ortodoxa y de la derecha neoliberal, explica en buena medida el alcance y la vigencia del sentido común opuesto a lo nacional revolucionario. Todo ello devino en un consenso del que participaron políticos, académicos, elites culturales y económicas. La concurrencia de tantos actores se debió en buena medida, a que aquello que se identificó como nacionalismo revolucionario, además de erosionarse en el tiempo, experimentó dos profundas rupturas. La primera fue el 2 de octubre de 1968, en la que la brutal represión al movimiento estudiantil dejó al descubierto el alejamiento del régimen con la población. La se-gunda fue la crisis económica que, en la década de los años 80, abrió la puerta para que el sector neoliberal del PRI se impusiera y negara los principios sobre los que se fundó ese partido.Aunque parte de la izquierda logró reagruparse y mantuvo las demandas de democratización, la derecha logró tener mayor peso e iniciativa política. Se apropió de las demandas democráti-cas reconduciéndolas al formato liberal-procedimental e impuso la ideología del libre mercado. A partir de ahí, todo discurso con contenido nacional fue asociado con lo arcaico, como ex-presión melancólica de una comunidad perdida que, en nombre del pueblo, niega al individuo y al ciudadano; como un intento de reedición de un Estado ‘paternalista’ que sofoca la vitalidad

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de los agentes económicos. Esa cadena de valoraciones negativas se condensa actualmente en la palabra “populista”. Ese consenso neoliberal, aunque tuvo redefiniciones, mantiene sus núcleos definitorios. Ello explica parcialmente por qué hoy en día parece no ser posible pensar en programas económicos redistri-butivos e incluyentes, en un Estado con mayor presencia que no solo asuma las funciones represivas.Es a ese conjunto de ideas y prácticas dominantes, que contiene pero que también excede ampliamente un programa económico a lo que llamo sentido común neoliberal. Se trata de una cosmovisión que concibe a las personas como individuos racionales autointeresados, al Estado como un ente ajeno a la sociedad, cuyo cometido excluyente es garantizar el funcionamiento del libre mercado; a la política como aquello que acontece excluivamente en las instituciones liberales y que debe encargarse de agregar intereses y a la democracia como un procedimiento destinado a seleccionar elites gobernantes.

La izquierda sin propuesta de orden alternativo

El predominio del sentido común neoliberal explica en parte lo hecho por la izquierda encabe-zada por López Obrador en el proceso electoral, cuya campaña se centró en la denuncia de lo que denominaba “mafia del poder”. En lo económico, propuso un plan de desarrollo sustentado en recursos generados por la reducción de salarios y gastos de los sectores más altos de la burocracia. Esa era su estrategia central para mejorar el desempeño económico. Por otro lado, aclaró que no implementaría nuevos esquemas impositivos y, para tranquilizar a los empresarios, manifestó taxativamente que no afectaría los ingresos de los más ricos. Respecto de las Reformas Estructurales, expresó que no las aplicaría, aunque no explicó claramente por qué.Acerca del problema de la violencia, sus propuestas fueron tibias, generales y poco precisas. Se limitó a plantear algunas medidas sociales para combatir la pobreza y a proponer algunas vagas medidas para mejorar el desempeño de las policías. Aunque el Frente Progresista no compartía gran parte de la prédica de los otros partidos, las diferencias entre unos y otros no fueron claramente planteadas. Temeroso de ser tildado de “ra-dical” se empeñó más en mostrar un rostro amable que en configurar una verdadera alternativa.Pese a que muchos analistas destacan que uno de los factores para que la izquierda no cosechara más votos fue la supuesta aspereza del discuro de López Obrador, lo cierto es que en su campaña no fue lo suficientemente categórico en oponerse a la política de seguridad ni en cuestionar a

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las políticas económicas causantes de la pobreza. Su mensaje fue tan difuso que no generó una polarización entre sus propuestas y las de los otros candidatos. La polarización en todo caso —más notoria en las elecciones de 2006, en las que también López Obrador fue candidato— la produjeron las otras expresiones políticas, a partir de su propia agenda e intereses.Increíblemente la izquierda permitió que la candidata de la derecha violenta enarbolara las ban-deras de la paz; el candidato del PRI —partido responsable del atraso brutal que viven regiones enteras— se apropiara del discurso de la modernización y que el candidato del PANAL —fun-dado por la líder sindical docente, señalada como una de las responsables del rezago educativo— monopolizara las propuestas para mejorar la educación.El construir su imagen casi exclusivamente desde la dimensión moral y hacer de ésta el centro de su propuesta (como denuncia de la corrupción de las elites del poder) lo fortaleció en su entorno inmediato, pero redujo drásticamente su espectro interpelatorio. Las demandas ligadas a intereses sectoriales concretos, como ya se señaló, en su mayoría no fueron atendidas. Las pocas que sí se consideraron no se procesaron ni articularon.Pese a todas esas limitaciones, el desempeño electoral de las izquierdas fue bueno, en algunas ciudades y regiones fue incluso destacado. Ello indica, por un lado, que aunque el sentido común neoliberal sigue siendo dominante, empieza a agrietarse y, por otro, que la izquierda puede aspirar a ser una fuerza política importante. La inminente concreción de las Reformas Estructurales, prefigura dos escenarios: el de una derrota política histórica o el crecimiento del descontento y la protesta. Cualquiera sea el caso, la izquierda puede jugar un papel importante pero, si está dispuesta a hacerlo, deberá plantearse las siguientes preguntas: ¿seremos capaces de trascender la estrategia de construcción política basada en el acuer-do con grupos de presión, para hacernos cargo de las demandas más sentidas de la población?, ¿se-remos capaces de —a partir de asumir y politizar esas demandas— representar a sectores amplios de la población y crear así subjetividades colectivas? En otras palabras, la izquierda —y especialmente el lopezobradorismo— deberá preguntarse si será capaz de superar la representación parcial de un pueblo entendido casi exclusivamente como lo plebeyo —sobre todo como cultura de “los de abajo”—, para construir otro pueblo concebido como un sujeto político que puede expresar y sintetizar, por medio de la transversalización y no de la reducción, la diversidad de lo social. Finalmente, con esa fuerza social, ¿será capaz la izquierda de cuestionar el lugar que el dogma neo-liberal le destina al Estado, para revalorizarlo, dotarlo de capacidades técnicas y hacerlo garante de los derechos sociales, civiles y políticos, y así ampliar los límites de la democracia atrapada por el legalismo y los procedimientos?Las posibilidades están dadas. Las acciones de la izquierda mexicana real no parecen apuntar en ese sentido.u

Partido/Coalición Candidato Votos Porcentaje

Compromiso por México (pri, pvem) Enrique Peña Nieto 19,226,784 38.21

Movimiento Progresista (prd, pt, mc) Andrés Manuel López Obrador 15,896,999 31.59

Partido Acción Nacional (pan) Josefina Vázquez Mota 12,786,647 26.03

Nueva Alianza (pna) Gabriel Quadri de la Torre 1,150,662 2.29

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Por Claudio Véliz*

El Estado de la cuestión

Los infatigables combates discursivos en el ámbito (público) de la polis, las acaloradas discusio-nes en el ágora, las divergencias respecto de las formas aristocráticas, tiránicas y/o democráticas, y, en líneas generales, el debate filosófico (y político) sobre cómo producir/diseñar/instaurar algún orden posible y duradero a partir del caos; han signado, sin lugar a dudas, el pensamiento y la acción de nuestras sociedades occidentales desde la más temprana “antigüedad”, es decir, desde aquella primera y remota escena cuyos signos hemos logrado decodificar con cierto grado de rigurosidad (si es que aceptamos las conclusiones de algunos expertos hermeneutas). A falta de una conceptualización más adecuada, nuestros manuales han insistido en definir a la polis como una Ciudad-Estado, es decir, como un lejano antecedente de los modernos Estados-Nación. Pero quizá, esta arbitraria traducción venga a dar cuenta de algo aún más interesante: eso que hoy entendemos por Estado resultaba inescindible, por entonces, de aquello que los griegos designaban como política, es decir, como el agónico combate discursivo en el espacio de lo público. En todo caso, la discusión sobre quiénes podían y/o debían participar de dichos

De piedras, heridas y abrazos

Nuestra América en la encrucijada populista

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dossierdebates (o bien de su lisa y llana supresión tiránica), y el problema de cómo se articulaban sus resultados en un ordenamiento determinado, terminó por definir la forma de gobierno adop-tada por cada una de aquellas poleis.

Poco nos importa aquí dirimir si es posible hablar de “Estados antiguos” o si, por el contrario, es conveniente concebir al Estado como un fenómeno estrictamente moderno. Lo que sí nos ocupa en el presente texto, es trazar una suerte de genealogía de algunas modernas escisiones conceptuales, a la luz de la apasionante polémica desatada recientemente en Nuestra América.

Para comprender algunos de estos quiebres lexicales de la modernidad (siempre y cuando acordemos que no siempre ni necesariamente, las formaciones discursivas y las estructuras gramaticales constituyen el reflejo tardío de un reclamo “material”), es necesario tener presente una serie de circunstancias determinantes: las demandas de los mercados en expansión, las prácticas “económicas” de burgueses, banqueros y hacendados, la necesidad de legitimar y lega-lizar el botín conquistado; las significativas transformaciones del imaginario colectivo, las nuevas expresiones artísticas, la metamorfosis de las concepciones teologales (y muy especialmente, de la idea de una comunidad política-teológica universal), y los cambios revolucionarios en el do-minio de las ciencias. La separación de la comunidad política (Estado) respecto de la comunidad teológica (Iglesia), estrechamente ligada a la denominada “disputa por los universales”, alentó las denominadas “utopías renacentistas”, y preanunció, de algún modo, la fractura (¿teórica?) entre Estado y política, y en mayor medida aún, entre Estado y sociedad civil. Durante el período que, arbitrariamente, solemos designar como Edad Media, se gestó un pro-ceso histórico que supuso notables cambios en las designaciones y clasificaciones del ordena-miento colectivo. Recién en el siglo XIII, la palabra Estado adquiere una fuerza sustantiva capaz de prescindir de calificativos y expresiones subordinadas. Desde entonces, dicho concepto alude a un ordenamiento colectivo, a una organización autónoma, al gobierno de una comu-nidad. Sin embargo, no son pocos los historiadores y politólogos que coinciden en atribuir a Nicolás Maquiavelo la primera reflexión sobre este nuevo fantasma que por entonces recorría Europa. Para nombrarlo, el florentino utilizó una palabra derivada del participio latino status que, al intentar aludir a dicha novedad histórica, se transformó en un sustantivo abstracto (y tan abstracto que, desde su emergencia misma, disparó una querella interminable por el significado, que aquí intentamos recuperar). Lo cierto es que hacia el siglo XV, el término stato se utilizaba en Europa para designar a cualquier orden político (republicano, democrático, monárquico o aristocrático) fundado en la soberanía del vivere civile. Maquiavelo también utiliza la palabra Estado para aludir al poder y/o autoridad de una persona, familia o grupo que ejerce un poderío efectivo en el seno de una organización social. En la Europa moderna, el Príncipe hace estallar el poder del emperador y el del Papa, refundando un Estado (“nacional”) que halla en sí mismo su poder soberano (ya no en la Iglesia ni en el Imperio). La política se autonomiza, así, de la religión y de la moral; el Estado se constituye definitivamente como el ámbito de lo público, el escenario siempre conflictivo en que acon-tece la política. Para Maquiavelo, el orden político es inherente a las relaciones humanas y, por consiguiente, no es posible pensarlo como el resultado de un acuerdo o de un contrato. Por otra parte, la suerte del Príncipe estará estrechamente vinculada con la forma en que éste se relacione con el pueblo cuyo favor necesita para mantener su poder.De todos modos, tampoco el denominado “contractualismo” (de Hobbes a Kant, pasando por Rousseau) planteó mayores conflictos entre una pretendida societas civilis (asociación de ciudadanos no regulada por el orden político) y un Estado como esfera de gobierno escindida de aquélla. Habrá que esperar hasta fines del siglo XVIII para advertir los primeros esbozos, al menos en la literatura europea (alemana, escocesa e inglesa), de una esfera “económica” (el concepto latino societas civilis es la traducción del griego koinomia politiké) relativamente autónoma tanto del Estado como de la Iglesia. Sin duda, las transformaciones políticas, socia-

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les, económicas y religiosas (crisis del ancien régime, ascenso social de la burguesía, apertura y expansión de los mercados, impulso comunitario de la reforma religiosa) allanaron el terreno para la conformación de un ámbito ajeno a las instituciones estatales. En cualquier caso (y de aquí la importancia de relativizar dicha autonomía), la condición de emergencia de una esfera de actividad asociativa conocida como sociedad civil, fue la existencia tanto de un Estado capaz de regular y consolidar la compleja red de relaciones económicas (siempre tendientes a eludir las “intromisiones distribucionistas”); como de una Iglesia protestante en perfecta sintonía con el “ethos capitalista” (cohesión, austeridad, disciplinamiento, espíritu de sacrificio, etc.).Aun si pudiéramos pensarla como un ámbito-otro respecto del Estado, la sociedad civil no ha cesado de reproducir las lógicas coactivas y patrimonialistas inherentes a las instituciones estatales. Por otra parte, el impulso moral, religioso y/o económico que signó la conformación de aquellas primeras asociaciones, no tardó en devenir movilización política (intrigas, conspira-ciones, creación de partidos y grupos de interés, etc.). Las modernas revoluciones constituyen, quizá, el mejor ejemplo de esta repolitización de la sociedad civil. Antes de que las violencias revolucionarias acabaran con las monarquías absolutistas europeas, era el Estado el que impri-mía a la sociedad la impronta del cambio, la innovación y la movilización acordes con la nueva dinámica económica y cultural del capitalismo. En tanto, la conservadora sociedad civil se cons-tituía como celosa defensora de las autonomías comunales, de la rígida estructura estamentaria, y de la propiedad terrateniente. Todas estas circunstancias deben encender las alarmas a la hora de (re)pensar la contraposición Estado/sociedad civil como si se tratara de dos ámbitos claramente diferenciados y con prácticas antitéticas. Es imprescindible no seguir alentando el equívoco consistente en caracterizar al Es-tado como un orden policíaco y conservador, y a la sociedad civil como su contracara libertaria, transformadora e impolítica.

La hora de la sociedad civil

En Nuestra América, pero muy especialmente en Argentina, los años 90 resultaron decisivos para consolidar el mito de un Estado-Leviatán temible y asfixiante, y al mismo tiempo, inefi-ciente y adicto al despilfarro de los fondos públicos. Las heridas aún abiertas por el terrorismo

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disciplinador del genocidio cívico-militar nos ayudan a comprender la eficacia del relato neolibe-ral, y la seducción ejercida por el menemato como su (máxima) expresión nativa. La verdadera infamia del Estado noventista no fue su retiro decisivo de la escena social (algo que, en verdad, nunca ocurrió) sino la metamorfosis de sus acciones, tareas y funciones. La maquinaria estatal, al mismo tiempo que se esmeraba en garantizar la más descomunal transferencia de recursos del sector público al privado, relajaba (hasta tornarlos inexistentes) el control y la regulación para regocijo de corporaciones agrarias, empresariales, mediáticas y financieras. Ante el desamparo estatal, y librados a sus propias fuerzas, los sectores más perjudicados por el aluvión flexibilizador, el ajuste, el endeudamiento y el incremento desmedido del desempleo y la pobreza, comenzaron a agruparse en diversos movimientos alternativos al sistema tradicional de partidos (del que apenas quedó una máscara patética), y a los sindicatos cómplices del des-guace. Emergieron, de este modo, organizaciones piqueteras, territoriales, de empresas recupe-radas, y de campesinos sin tierra, y se fortalecieron los organismos de Derechos Humanos, de defensa del consumidor y las ONGs. La crisis del “modelo representacional” que hizo eclosión a principios del nuevo siglo, y la consecuente consolidación de movimientos sociales que lograron instalarse, con estricta justicia, en el centro de la escena reivindicativa; contribuyeron a crear un “clima de horizontalidad”, inmediatez, y hostilidad hacia todo el aparato institucional-represen-tacional. Parecía haber llegado la hora de la sociedad civil que, como nunca antes, se erigía como la contracara inocente, espontánea e inmaculada de un desprestigiado Estado en irremediable retirada. Claro que esta vez (y sólo por esta vez), la osadía militante de los sectores populares contó con el inestimable apoyo del caceroleo pacato y oportunista de no pocos distinguidos vecinos, afectados por las ruinas humeantes de esa misma convertibilidad que otrora habían aplaudido a rabiar. La consigna: “Que se vayan todos”, sintetizó a la perfección el hastío y la repugnancia por una burocracia dirigencial parasitaria y cómplice del desfalco menemdelarruista. Además del saldo trágico (las decenas de muertos que ocasionó la represión ordenada por un gobierno que no dudó en disparar el tiro del final), lo más inquietante de estas jornadas (en las que estamos orgullosos de haber participado), es el hecho de que no pocos ingenuos “izquier-distas” hayan creído hallarse (una vez más) ante el umbral de una novedosa revolución (posmo-derna) de las multitudes, ante la irrupción de un acontecimiento que inauguraba el gobierno de los soviets nativos, y se vanagloriaba de su prescindencia respecto del moderno aparato estatal. Y quizá sea ésta la razón por la cual aún hoy (y al cabo de la recuperación de la producción, el empleo, el salario, las asignaciones sociales, las jubilaciones, las paritarias, los planes de vivienda y las políticas de protección y control), aquellos obsesivos horizontalistas insisten en que la etapa de recuperación institucional iniciada en 2003 consistió, lisa y llanamente, en la borradura de las huellas del espíritu autonómico de 2001.

Vox populi

Quien suscribe el presente texto (e incluso, me animaría a decir, quienes hacemos Garabombo) reivindica(mos) y recupera(mos) tanto la valentía de los movimientos sociales que se plantaron frente al vaciamiento y la entrega del menemato, como la potencia “acontecimental” de aquellas febriles jornadas de 2001, que resultaron decisivas para comprender la emergencia del —tam-bién anómalo— impulso de la “razón populista”. El problema surge y se torna grave —al menos así lo entendemos nosotros— cuando algunos de aquellos heroicos protagonistas exacerban su impulso libertario/instituyente hasta obturar la (de por sí) complejísima y ardua tarea de fortalecer y consolidar —frente a los corporativos poderes de facto— el ámbito público de “lo instituido” (para no hablar de aquellos que en nombre del “movimientismo social”, continúan reclamándole al Estado-enemigo, más y mejores planes sociales para su clientela cada vez más reducida por las mejores y “asistenciales” razones). Nos guste o no, ninguno de los poderes corporativos se siente amenazado/asediado frente a la capilaridad rizomática de los diversos reclamos impolíticos e inconexos de la multitud. Bien lo saben los oligopolios mediáticos que

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no dudan en difundir cuanta consigna autonomista y antiestatalista circula por el mundo para exhibirla como la contracara “democrática” de la prepotencia autoritaria y hegemonista de los populismos. Por su parte, los eternos representantes de la paleoizquierda argentina (como la llama el periodista Horacio Verbitsky), no dudan en abrazarse con la gauchocracia golpista, ni en pasearse por los pasillos de TN, ni en editorializar para La Nación, o en brindar con los ejecuto-res (asumirlos como cómplices equivale a exculparlos) civiles del genocidio.Para decirlo de otro modo, es el populismo (y no la potencia acontecimental de nómades, liber-tarios y autonomistas, de la que aquél debiera nutrirse) el único espectro asediante que inquieta, perturba, y crispa a los beneficiarios del despojo noventista, a esos “sutiles” expropiadores de lo público, que ahora sí tienen razones de peso para sentirse amenazados. Cualquier tibia maniobra que amague con apropiarse de su ilegítima renta extraordinaria, con el objeto de financiar la digni-dad de quienes fueron expropiados en nombre de la “libertad”, logra encender su ira destituyente, y exacerbar sin límites su odio de clase. Sin embargo, no es este odio ni esta ira clasista lo que más nos preocupa, sino las ocasionales alianzas de estos grupos concentrados con un “progresismo” que no ha cesado de sincerarse hasta sorprender a propios y a extraños (aunque mucho más a propios que a extraños). Tal como afirmábamos en otro texto: “Tras el espanto organizado del terror estatal con su secuela de muerte, desaparición y tortura, hemos consentido en evadir cier-tas denominaciones ‘incómodas’ sin que por ello hayamos abandonado el proyecto igualitarista. La ambigua y engañosa idea de ‘progresismo’ operó como insípido placebo capaz de producir cierto alivio en los espíritus bienpensantes. Pero ¿qué significa hoy ser ‘progresista’?, ¿desde dónde y hacia dónde deberíamos ‘progresar’?, ¿desde el salvajismo a la civilización?, ¿desde la gomera a la bomba atómica (como sugería Adorno)?, ¿desde la ‘negritud’ populista a la república liberal? Quizá sea esta última la opción preferida por nuestros progresistas criollos que continúan prefiriendo el ropaje, aún amigable y ‘políticamente correcto’, de un nombre menos ingenuo que culpable” (2011: 59).De este modo, el orden de la dominación (que nos convoca a una antipolítica del diálogo, el consenso y la conciliación); el desorden anárquico de la revuelta perpetua (nomadismo que acaba por huir de los focos conflictivos); el liberalismo bienpensante de la máscara republi-cana (eterno aliado de la derecha conservadora), se aúnan para batallar contra la osadía de un Estado (populista) que reniega tanto de los consensos establecidos, como de la indignada ingenuidad en el exilio, y de las impávidas ficciones institucionales que sirven de fachada a las violencias corporativas. Es la potencia de lo plebeyo, el ascenso imparable de la turba popular lo que atemoriza por igual a los patrones de estancia, a los CEOs mediáticos, a los “demócratas” del diálogo consensual (consabidos cómplices de la farsa institucional), y a los sesudos “izquier-distas” que parecen haberse desembarazado del violento siglo XX, y no dudan en cortejar a terratenientes, genocidas y portavoces de medios hegemónicos.Lo que hace estallar los manuales de la corrección política (aunque también a la prédica apolo-gética de la incorrección), es la emergencia de un Estado que no sólo se ocupa de articular las demandas y reclamos de la sociedad civil, sino que, además, los produce, problematiza aquello que la sociedad había normalizado, tensiona la calma del satuo quo, perturba la paz de los cementerios. Más allá de las reivindicaciones que han venido esgrimiendo, desde hace tiempo, los organismos de Derechos Humanos, algunos movimientos sociales y coaliciones comunicacionales, además de ciertos partidos de izquierda, ¿existía un clamor popular a favor de la ley de medios, el matrimonio igualitario, la reapropiación del petróleo expropiado, la recuperación de la línea aérea de bandera, o el reclamo de una “justicia legitima”? ¿Qué ocurre cuando el Estado se convierte en vanguardia de una sociedad civil adormecida, resignada, o incluso cómplice del desguace y la fiesta de los 90? ¿Y qué cuando es el Estado el que asume la tarea democratizadora frente a una sociedad civil policíaca que levanta muros, usa barbijos, reclama mano dura y criminaliza la protesta social?Para que una lógica de gobierno caracterizada como populista1 logre imponer una fuerza de-

1 Entendemos como populista aquella lógica de gobierno basada en el protagonismo del pueblo en tanto efecto de una multiplicidad de demandas de índole diversa, y cuya potencia, cristalizada en la figura de un líder, es la única capaz de transformar el satu quo.

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mocratizadora tal que consiga horadar la sólida estructura corporativa, y agrietar la fachada de los poderes de facto (o, para decirlo con Rancière, una fuerza que consiga interrumpir y reconfigurar el reparto desigual de las partes); es necesario que “dialogue” (aunque dicha relación incluya tensiones, confrontaciones y contrapuntos) tanto con los movimientos de base (sociales, campesinos, territoriales, etc.) como con las prácticas y discursos instituciona-les democrático-republicanos. El litigio de la democracia por la igualdad y la inclusión de lo

excluido (el desacuerdo de la parte de los que “no tienen parte”) implica, necesariamente, un conflicto adversarial con los celosos beneficiarios de la exclusión y de la desigualdad (¿acaso no es éste el escenario en el que han elegido batallar los populismos latinoamercicanos?). Frente a semejante tarea confrontativa, es posible que dicho conflicto asuma la dimensión de una polarización reduccionista, o bien que propicie la proliferación de diferencias que no por ello dejen de “estar a la altura del conflicto”; es decir, que aliente la consumación de ese ver-dadero “partido de lo múltiple” que amenaza las jerarquías del Uno (léase, del pensamiento único, de la gramática colonizada, de los grupos monopólicos, del curso repetitivo, homogéneo y vacío de la desigualdad). Lo cierto es que si no somos lo suficientemente inteligentes como para promover la conjuga-ción del decisionismo populista, las demandas participativas “desde abajo”, y la mejor tradición igualitarista del institucionalismo republicano; cualquier triunfo resultará efímero, y toda con-quista iniciará el camino de regreso hasta alcanzar el oprobioso punto de partida. De nosotros depende (aunque también de algunos otros) que las piedras arrojadas contra la turba populista, por parte de espíritus autonomistas, de ególatras filoizquierdistas y de aturdidos “compañeros de ruta”, se transformen en plebeyos abrazos reparadores.u

Bibliografía:

Véliz, Claudio (2011): “El despertar de lo político o el retorno de la potencia plebeya”, La tela de la araña nº 15, Bs. As.

(Revista cultural de la UTN).

* Jefe de Redacción de Garabombo. Docente de la Universidad Nacional de Avellaneda.

dossier

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Detrás de las paredes

Por Mario Giorgi

Aquel dicho tan reiterado que señala que el árbol suele ocultar el bosque, le cae a medida al manejo de la información hegemónica que hace esfuerzos para sustraer noticias sobre la aplicación de la Ley 26522 de Servicios de Comunicación Audiovisual, tan real y efectiva, pero escondida detrás de los artículos que las corporaciones esgrimen para mantener sus privilegios. Los esfuerzos denodados para ocultar los efectos de la ley, presionar ante la justicia y envolver a políticos claudicantes ante las luces y cámaras de TN y sus afluentes, obtienen resultados notables al mo-mento de invisibilizar la efectiva puesta en marcha de muchas experiencias comunicacionales —si bien algunas previas a la ley— que consiguen con la norma legal oficializar sus proyectos, profundizarlos y, lo que es más importante, concretar el anclaje en la comunidad.

La definición entre romántica y literaria que el legislador utiliza para interpretar la esencia de la norma aprobada, es decir “el espíritu de la ley”, termina encarnando, en la realidad de muchísimas experiencias a lo largo de toda la Argentina, las que por aquello “del árbol” se mantienen invisibles para la gran mayoría, pero resultan eficaces para sus protagonistas y destinatarios. Una cooperativa eléctrica en Santa Rosa, La Pampa, que provee TV por cable y tiene su propio noticiero además de la distribución de la energía eléctrica, claro. Una radio en Villa María inspirada por la ley en el seno de un sindicato —ATILRA (Asociación de Trabajadores de la Industria Láctea)— que da trabajo a 15 profesionales y tiene un impacto notable en la ciudad cordobesa y la región. Las radios de las comunidades origi-narias con sonido bilingüe, las organizaciones comunitarias y su producción de contenidos audiovisuales y tantos otros ejemplos que sirven para ilustrar la vigencia plena de la Ley de Servicios de Comunicación Audiovisual.

¿Qué quieren seguir ocultando?

Resulta sin embargo un buen ejercicio tratar de descubrir cuál es la información detrás de la información. Qué se presenta como noticia para enmascarar a la verdadera noticia y qué fin entraña la abundancia de zócalos en la pantalla silenciosa del canal de noticias destacando frases no dichas o los títulos que no titulan nada. Buen desafío para futuros periodistas.

La primera percepción es la de la necesidad de construcción de un relato que, agazapado detrás de la ley rechazada, pre-tende mantener, sustentar y, si es posible, incrementar privile-gios económicos, prebendas y un notable tráfico de influen-cias que se contraponen con lo que resulta inexorable. Aque-llo que los intelectuales con gran sensibilidad socio-cultural ya describen como un cambio de época.

La descripción “jauretcheana” referida al odio de los ricos por la pérdida de privilegios, tiene apenas visible una punta del ice-berg con formatos audiovisuales y de papel, que representa y

Pensar en voz alta el mensaje hasta llegar a la radio

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oculta a una poderosa sustentación que desconoce credos, banderas, pensamientos nacio-nales y, por supuesto, se retuerce a partir de los medios, sus medios, para denostar, agraviar y atacar aquellas decisiones que surgen de los pueblos y que maduran desde sus autonomías y decisiones soberanas. Resulta más fácil y económicamente efectivo promover totalita-rismos, bendecir dictaduras asesinas, multiplicar la estupidez bajo el envoltorio del “entre-tenimiento” y asociarse para defender la libertad de empresa bajo el falso emblema de la libertad de prensa o expresión.

¿Qué busca Radio UNDAV?

A lo nuestro, entonces. El medio universitario tiene hoy en la Argentina la obligación y la oportunidad ineludible de transformarse en una herramienta multipropósito para asistir, compenetrarse y protagonizar desde los procesos académicos hasta las más terrestres necesidades de la comunidad educativa primero y el conjunto de la comu-nidad después, para que caigan las máscaras de una vez por todas y aparezcan todas las voces. Esa responsabilidad comienza, sin eludir la agenda que proponen los medios concentrados, ejercitando la simple réplica al relato hegemónico, tomando el discurso y raspando las superficies para incorporar o dilucidar los faltantes. Es decir, dar visibi-lidad a un rompecabezas cuyas piezas no se entregan todas juntas, o no se entregan nunca, parcializando interesadamente lo que nos quieren hacer creer que es la noticia.

Los ejemplos sobran y es frecuente constatar que detrás de un título, una foto, o un zócalo, muchas veces ni siquiera hay noticia. También eso hay que visibilizar. La valiosa pérdida de tiempo que llevan las aclaraciones, los desmentidos que no se publicarán jamás y mucho menos los propios errores que los monopolios desconocerán siempre en medio de su soberbia. Todo eso debe ser transformado en energía vital para una radio universitaria, nuestra radio.

Una carga de contenidos cuyas calidades debemos al valor agregado de los componentes de una programación en la que mujeres y hombres de la UNDAV entregan generosamente experiencia y sensibilidad. Momentos de radio con voces que vienen del contacto con los estudiantes en el aula, en la asistencia académica y social, quienes en forma cotidiana recrean el idioma universitario y lo traducen a la interpretación y lenguaje del medio. Sin llegar a ser un “parlante de claustro”, cada programa, con su propia personalidad, no elude la pertenencia. Por el contrario, hasta el

oyente menos alerta, advierte que está la UNDAV “en el aire”. Un mensaje preservado y concreto para sostener el mandato de la materia prima universitaria, con el perfil que inspire a los futuros profesionales, a la sazón oyentes de la radio, y se ex-tienda a los vecinos, la sociedad, que resulta al mismo tiempo beneficiaria y sustento de la productora de estos contenidos. Al decir nacional, popular y gratuita o no arancelada, describi-mos en forma conjunta la radio y su casa.

Estamos en camino, parece a priori, una siembra en terreno ári-do cuando el adversario tiene recursos, seduce con el culto a la individualidad y abre ilusiones hedonistas a muchos incautos que añoran su “salvación noventista” frente a los avances de la expresión colectiva. Será bueno recordar entonces que en aquel tiempo de encandilamiento efímero, había dolor, desem-pleo, concentración de medios, indigencia y un culto al sálvese quien pueda. Hoy el esfuerzo por la inclusión va poniendo las cosas en su lugar y donde había abandono y silencio hay una universidad plena y su ruidosa radio.u

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Los nombres de la memoria

Las palabras son poderosas, y muy capaces de preservar en ellas las his-torias de los hombres. Pueden oficiar como capullos que visten amoro-samente lo vivido, cerrarse como jaulas o agitarse como velos que ocultan y provocan confusión. Afortunadamente, la mayoría de las pa-labras no se rinde fácilmente a las intenciones de los hombres: luchan con ambigüedades y polisemias, resisten en raíces y familias, se preservan como tímidas semillas hasta que tiempos mejores propicien nuevamente su germinación. Asu-mimos que su poder no está en ellas mismas, sino en las intenciones de los hombres y pueblos que las dicen, callan u olvidan.

En este espacio queremos tratar con un tipo muy especial de palabras: los topónimos, los nombres propios que le damos a cada lugar. Nuestro interés apunta a desnaturalizarlos, rein-tegrándoles su semilla de historia política y social. Muchos de ellos necesitan de nuestro auxilio porque son prisioneros de poderes que han doblegado sus sentidos, imponiéndose con la fuerza de la Ley. Arturo Jauretche afirma que “se borró el nombre original de los lugares y al sustituirlos se rompió la conexión con el hecho histórico allí ocurrido […] El nombre no proviene de la tradición sino de [un] decreto y así la narración se desvincula del paisaje, como

los protagonistas de la sociedad a la que pertenecían”.1

Experimentamos diariamente que el nombre propio de un lugar nos referencia no sólo geo-gráficamente: también nos guía en un mundo de signos y de valores. Con sólo pronunciarlo delimitamos carencias y oportunidades, identificamos escalas y pertenencias sociales, intuimos posibles e imposibles culturales que se anudan a destinos personales y colectivos. Quinta Galli y Villa Tranquila, por ejemplo, son mundos casi contiguos y, a la vez, distantes, contemporáneos sin duda, ninguno de ellos resultado del azar.

Particularmente nos proponemos recuperar para la memoria antiguos topónimos de Avellaneda. Serán nombres propios de calles, barrios o parajes. Junto con ellos traeremos las historias que los acompañaron en su nacimiento o en su muerte. En ningún caso los buscaremos para alimentar amores u odios, actualizar imposiciones, ni estimular aceptaciones o rechazos. Sólo pretendemos rescatar los nombres de la memoria para extenderlos al sol de los nuevos tiempos y probar su antiguo sabor.

En la primera mitad del Siglo XIX el topónimo Paraje de los Restauradores fue el que designaba a las tierras al sur de la desembocadura del Riachuelo, que actualmente conocemos con el nombre propio de Avellaneda. Hernán Doval relata que “numerosos hechos nos hablan de la condición rosista de estos pagos. En primera instancia hablaremos de la influencia del lugar durante el ascen-so de Rosas al poder. Aquí se preparó la determinante Revolución de los Restauradores (1833) que colocó a Rosas en dicha situación […] La zona aledaña al Puente (hoy Avellaneda centro) fue conocida como Paraje de los Restauradores”.2 Este relato encuentra aval en el Censo de 1838; allí, Paraje de los Restauradores es el topónimo oficial que designa a nuestra ciudad.Hacia la segunda mitad del Siglo XIX Rosas es derrotado en la Batalla de Caseros (1852) y la situación política se modifica radicalmente; los unitarios asumen el poder y procuran borrar todo trazo de la hegemonía rosista. El 7 de abril de 1852 nace el Partido de Barracas al Sud, ubi-

1 Jauretche, A. (2006), Política nacional y revisionismo histórico, Buenos Aires: Corregidor.

2 Doval, H. (2007), No te hagas historia… Avellaneda: Ediciones del R.H.A.J.

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cado “sobre la superficie de los tres primero cuarteles de la antigua jurisdicción de Quilmes”.3 Esta fundación responde, según interpretación de Doval, a la necesidad de aumentar el control político-social de la zona y disciplinar a su población, que es históricamente adversa al nuevo ré-gimen. En las últimas décadas de 1800, la Generación del 80 logra consolidar el Estado Nacional, instalando el modelo de país agroexportador impulsado por la oligarquía. Comenzado el Siglo XX, en Barracas al Sur se concentra gran cantidad de talleres y fábricas cuyos obreros crecen en la toma de conciencia de su propio poder de clase. Es tiempo de conflictos y huelgas obre-ras que la asustada oligarquía reprime con la fuerza de la Ley de Residencia y Control Social. El 11 de enero de 1904, a instancias del caudillo conservador Emilio Barceló, el Parlamento provincial rompe nuevamente la conexión histórica y geográfica al asignar como topónimo de la ciudad y el partido el apellido de Nicolás Avellaneda, abogado tucumano y ex presidente de la Nación. Proveniente de una familia antirrosista, nadie ha podido asegurar que haya pisado estas tierras que aún hoy llevan su nombre, aunque el desarrollo de este asunto lo dejaremos para otra oportunidad.u

*Estudiante de la Tecnicatura en Periodismo de la Universidad Nacional de Avellaneda.

3 Fernández Larrain, F. (1986), Historia del partido de Avellaneda. Avellaneda: La Ciudad.

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Por Florencia Podestá*

Gianni Vattimo cumplió, en enero último, 77 años. Su jovialidad, no exenta de un carisma incuestionable, y la increíble agenda que lo tuvo ocupado en su visita a la Argentina, lo desmintieron una y otra vez. En quince días de una intensidad avasallante, recibió el Doctorado Honoris Causa de la Universidad de Buenos Aires, dio sendas conferencias —entre ellas una en la que compartió reflexiones con el juez de la Corte Suprema de Justicia, Eugenio Raúl Zaffaroni—, se encontró con la presidenta de la Nación, Cristina Fernández de Kirchner, y visitó nuestra Universidad, con una disertación sobre “Filosofía del siglo XX: Ser y Lenguaje”.

Provocador y heterodoxo, reconocido por sus estudios sobre Heidegger y Nietzsche, es el filó-sofo italiano más solicitado por los medios, trono que solo puede disputarle Umberto Eco. Es un referente indudable del posmodernismo, sobre todo por su crítica a la razón y a los pensamientos fuertes de la modernidad y su defensa del pensamiento débil, además de sus aportes acerca de los dialectos. Este “cristiano sin Iglesia” y “comunista sin partido”, siente (y ejerce) la libertad de hablar de todo: de las bellezas, del erotismo, de la caridad cristiana, del Papa Francisco. En fin, de lo humano y lo divino. Su disertación en la Universidad Nacional de Avellaneda, presentada por el señor rector, Ing. Jorge Calzoni y por el secretario General de FEDUN, Dr. Daniel Ricci, tuvo una fuerte impronta propedéutica (dirigida, sobre todo, a las/os estudiantes), con base en la cual se refirió a algunos de los debates filosóficos que tuvieron lugar durante el siglo XX. En ese marco, opinó, entre otras cosas, sobre la filosofía analítica y la vinculación entre los trabajos de su maestro Martin Heidegger y Ludwig J. Wittgenstein.“Esta no es para mí una Universidad más, al lado de otras. Arquitec-tónica, social, académicamente, se trata de una Universidad especial, en la que pasa algo nuevo. Tanto desde el punto de vista de sus ca-rreras como respecto de su relación con el territorio, del Municipio, de su sociedad y la realidad misma”, dijo Vattimo, al comienzo de su intervención. “En este sentido, me gusta decir que Latinoamérica es el futuro de nuestra Europa. Basta mirar a Italia y su profunda crisis. Latinoamérica, esta Universidad, me dan esperanzas”.En sintonía con sus elaboraciones, el filósofo turinés volvió, insistentemen-

La heterodoxia como filosofíaConferencia de Gianni Vattimo en la UNDAV

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te, sobre su crítica a las concepciones unívocas. “Nuestras afirmaciones no pueden nunca pretender una universalidad absoluta. Cada afirmación tiene su sentido al interior de un horizonte cultural, his-tórico, social, político, etc. Es de acuerdo con este punto de vista que hablo de tolerancia: como com-prensión de la propia historicidad. Aplicado a la política esto deviene importante. Por ejemplo, en Europa, es posible vislumbrar una pretensión de verdad absoluta en los economistas científicos, con las consecuencias conocidas”. Destacó, además, las que consideró como sus últimas elaboraciones, al referirse al “comunismo hermenéutico”. “Es cierto que se considera algo controversialmente mi re-ferencia a Marx, al comunismo, al catolicismo. Mi libro que, precisamente, lleva por título Comunismo hermenéutico, se refiere a un comunismo no simplemente marxista, porque hay partes del marxismo que no me gustan. Pero es importante reflexionar respecto de una historización del ser, cuya legiti-mación histórica consiste en la escucha de una tradición cultural ontológica (en la que podemos en-contrar al cristianismo, etc.) que se legitima no sobre la base de la demostración científica, sino sobre la base de una continuidad histórica. Si me preguntaran, ¿por qué es usted un filósofo hermenéutico? ¿Cómo me demuestra la verdad hermenéutica? Bueno, en ese caso, mis argumentos serían los que surgen al interior de una historia cultural. Cuando yo digo que soy comunista, no lo digo pensando en que hay una verdad objetiva del comunismo. Lo digo pensando que si no fuera cristiano no sería comunista. Es decir, que mi ser comunista es la manifestación de mi pertenencia a una tradición que

incluye el amor al prójimo, no desear la riqueza, recha-zar el consumismo, etc., etc.”.Cultor de una fina ironía, de un humor a prueba de contratiempos, este euro-diputado que se considera un católico que reza todas las noches, incluso en latín; que expresó su atracción por el discurso de Hugo Chávez y se declaró “kirch-nerista cristinista”, es un aci-cate para, en la estela de sus elaboraciones, polemizar con ellas, y continuar deba-tes tan interesantes como imprescindibles.u

Gianni Vattimo (Turín, 4/1/1936)

Discípulo de Hans-Georg Gadamer, es seguidor de la corriente hermenéutica en filosofía. En 1964 inicia la docencia de estética en la Facultad de

Filosofía y Letras de la Universidad de Turín. Influido por Heidegger y Nietzsche, Vattimo ha sido profesor universitario en Los Ángeles y Nueva

York. Es, asimismo, Doctor Honoris Causa por la Universidad de Palermo, la Universidad de La Plata (Argentina), la UNED (España), la Universidad

de Buenos Aires (UBA) y las Universidades Inca Garcilaso de la Vega y Nacional Mayor de San Marcos (Perú), entre otras, así como miembro de

la Academia Europea de Ciencias y Artes. Es catedrático de Filosofía Teorética en su ciudad natal. Como político inició su trayectoria en el Partido

Radicale, luego en Alleanza per Torino (Olivo) y más tarde en Demócratas de Izquierda en el Parlamento Europeo, formación que abandona en

2004. Es miembro de la dirección nacional de Coordinamento Omosessuale. Varios de sus últimos textos tratan el tema de la religión, entre ellos

Creer que se cree, Después de la cristiandad, y El futuro de la religión. Entre sus obras traducidas al español destacan: Las aventuras de la diferencia, El

pensamiento débil, El fin de la modernidad, La sociedad transparente, Ética de la interpretación, Creer que se cree, Diálogos con Nietzsche, y Nihilismo

y emancipación (2003). Para Vattimo, estamos en la posmodernidad, una especie de “babel informativa”, donde la comunicación y los medios ad-

quieren un carácter central. Marca la superación de la modernidad dirigida por las concepciones unívocas de los modelos cerrados, de las grandes

verdades, de fundamentos consistentes, de la historia como huella unitaria del acontecer y abre el camino a la tolerancia y la diversidad. Es el paso

del pensamiento fuerte, a una modalidad de nihilismo débil, a un pasar despreocupado y alejado de la acritud existencial.

* Estudiante de Periodismo, Universidad Nacional de Avellaneda.

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Ecos de

Voces plebeyasPor Griselda Carbonell

“Pensar que después de leer el primer número de Garabombo se despertaría la pasión por su lectura y haría que los estudiantes salieran corriendo a intentar conseguirla para debatir sobre la publicación y sus contenidos es, como mínimo, ingenuo”, me dijo un compañero. La ironía de sus palabras parecía co-rroborarse en los pasillos y aulas por los que acechaba —Garabombo en mano—, intentando escuchar qué opinaban mis pares sobre la revista. Entre silencios y ecos desiguales, alguien se interrogaba, con un dejo de extrañeza, acerca de su nombre.

Sin embargo no podía quitar de mi cabeza un par de frases que había leído en el artículo Editorial de la revista: Garabombo se ofrecía no sólo como espacio de debate y de intercambio cultural intenso, sino que se comprometía a librar los combates que todavía restan para sumar a los invisibles de la historia.

En nuestra Universidad somos gente del común. No estamos acostumbrados a ser interroga-dos por ningún medio de comunicación acerca de los temas que consideramos vitales para el desarrollo de nada, ni sobre cuáles son los argumentos con que sostenemos alguna posición. ¿Por qué habríamos de sentirnos interpelados por el Editorial de Garabombo, entonces?

Era necesario buscar algunos mecanismos para superar esta sensación de paradójica invisibi-lidad y los repetidos silencios. Para sortear aquella mala costumbre invité a algunos compa-ñeros —de diferentes carreras— a participar de un sencillo ejercicio: les propusimos leer, al menos, una nota del dossier del primer número, definir los principales puntos de acuerdo o desacuerdo con lo que hubiesen leído y justificar tal opinión.

Luego de nuestro ingenuo experimento y con las respuestas de los compañeros en la mano, surgieron de modo casi reflejo dos preguntas:

w¿Cuáles son los temas de la cultura que es necesario se debatan en la UNDAV1 y deberían estar reflejados en Garabombo, su revista cultural?; yw¿Cuáles son los mecanismos más adecuados para que se sumen a dicho debate cul-

tural los invisibles de la historia?2

Estimados compañeros, en las próximas semanas lanzaremos sucesivas y diversas invitacio-nes para responder a estas primeras preguntas. Ojalá que al menos una de ellas tenga la originalidad necesaria para alterar lo uniforme y logre un temblor que nos permita hacernos mutuamente visibles y así, solidariamente, escucharnos.

Recojamos, entonces, estos primeros ecos:

1Universidad que, no obstante su inserción territorial en un municipio bonaerense, se proyecta en una perspectiva

latinoamericana y asume el desafío de construir excelencia popular en el Siglo XXI.

2 Ellos o sus hijos estudian y trabajan en nuestra Casa y con frecuencia nos referimos a ellos/nosotros como el “80%

primera generación universitaria de la familia”.

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Hemos recibido, en buena hora, muchísimos saludos, comentarios, críticas, sugerencias, bue-nos augurios y, claro, algunos silencios que mucho nos intriga saber qué dicen. Entre los ruidosos, los buenos augurios del director de la Biblioteca Nacional, Horacio González.

Aquí, en esta sección —que esperamos sientan vuestra— hemos escogido, de entre tantos de esos saludos calurosos, esta carta que deseamos compartir con todas/os.

wA veces me parece que la idea de la Facu es adoctrinar políticamente, a la fuerza, en vez

de ayudar a desarrollar conclusiones propias.

wHoy todo es corto y rápido y una revista como Garabombo requiere ser leída y releída, y

al hacerlo es necesario pensar y repensar.

wInclusión es que también haya lugar para diferentes ideas.

wEstoy muy conmovido y orgulloso de tener, como estudiante de la undav, acceso a una

revista cultural que pondera las voces que durante años fueron silenciadas de varias maneras.

wQue la revista sea un espacio abierto para la expresión democrática de los invisibles no

dependerá del papel en que esté impresa ni del nombre que le pongan. En buena parte

dependerá de que haya gente que realmente tenga algo para decir y no se calle.

wHabrá que ver si ellos (los estudiantes) se sienten parte del debate y se atreven a entrar.

wMe parece que todo este proceso es justamente eso, un proceso, y como tal toma tiempo,

necesita desarrollarse, consolidarse, debatirse, autocriticarse, reformularse total o parcialmente,

si hace falta.

wLamento no poder ayudarte, es un poco tarde. De todas maneras agradezco que me

hayas tenido en cuenta.

wEste “espacio de debate y de intercambio cultural intenso” nos invita a formar parte de un

recorrido en común, con un fuerte espíritu latinoamericanista.

wMe atrevo a proponer que, de vez en cuando, una voz rompa con el relato oficial, podría

sacudir u obligar a pensar y podría suscitar interés, aunque sea para estar en desacuerdo.u

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De un flaco para el flaco

Tal vez tu almacontinuó su viajeevitando al vacíoen un cielo de jade.

Tal vez tu almaapartada de su oda dolorosalejos de la perturbaciónhalle paz en tu música hermosa.

Alma de diamanteslibros de la buena memoriaenseñándonos caminos errantesy un sinfín de historiaspara leerlas con ojos de papel.

En un mar de pescados rabiososserás invisible al odioporque el amor vence al odioy la poesía a esos hombres tristes.

Y será el sol cada dieciocho minutosque brillará con su luzy será tu estrella iluminandonuestras noches en el desierto.

Como un kamikazeo esos niños que escriben en el cielohas plantado mil floresen el jardín de los presentes.

De un flaco para el flacotiendo estos puentes amarillosacercándome cuanto puedaa tu magia y sus destellos.

Para los árbolesserás lluvia creativaserás pan para los corazonesy por siempre... un mañana.

Carlos Jobián

Homenaje a Luis A. Spinetta

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recomienda...

Una geografía del tiempo. O cómo cada cul-tura percibe el tiempo de manera un poquito diferente*

Robert LevineSiglo XXI, Buenos Aires, 2012

Hay un gramo de irreverencia en el diseño de tapa de este libro. Y no es casual. Su título original, Geography of time: the temporal misadventures of a social psychologist, revela mejor que el psicólogo norteamericano Robert Levine tramó una suerte de mix de aventuras y desventuras, choques culturales y revelaciones, enigmas y sorpre-

sas alrededor de uno de los dilemas filosóficos más reputados y complejos (¡y más tratados!): el tiempo. Con base en el concepto de “tiempo geográfico”, es decir en la idea de que el tiempo, como los idiomas, es un hecho cultural que varía de comunidad en comunidad, logra un texto disruptivo y, sí, original. Digamos que, además, Levine escribe con solidez, y no duda en acudir a buenas citas: “Cada cultura tiene sus pro-pias huellas digitales temporales únicas. Conocer un pueblo es conocer los valores del tiempo por los que se rige su vida” (Jeremy Rifkin). Una intere-sante argamasa de estudios culturales y enfoques antropológicos y socioló-gicos, Geografía... es, sobre todo, un manual de psicología transcultural del tiempo, cuyo eje gira alrededor de la idea de que los lugares, al igual que la gente, tienen personalidad propia. Estamos frente a un buen acicate para volver sobre una noción demasiadas veces dada por descontada: nuestra percepción del tiempo. Tanto y tan profundamente que solemos olvidar que, también ésta, es una construcción humana.* Agradecemos a Siglo XXI el envío de sus novedades editoriales.

Semióticas. Las semióticas de los géneros, de los estilos, de la transposición*

Oscar SteimbergEterna Cadencia, Buenos Aires, 2013

El autor de este libro, Oscar Steimberg, es un semiólogo y escritor argenti-no. Designado profesor emérito por el Consejo Directivo de la Facultad de Ciencias Sociales (UBA) y director de Posgrado del Área de Crítica de Artes del Instituto Universitario Nacional del Arte (IUNA), presidió la Asociación Argentina de Semiótica y fue vicepresidente de la Asociación Internacional de Semiótica Visual. Integra, además, la Comisión de Posdoctorado de la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA. Participó en aquella excelente revista que fue Literal, y en 1974 publicó junto a Oscar Traversa, Juan Carlos Indart y Eliseo Verón la revista lenguajes, una publicación de lingüística y semiología, en la que definían su posición en el campo intelectual. De aquel tiempo, el lector quizá recuerde la disputa teórica con la revista Comunicación y Cultura, en la que participaban Ariel Dorfman, Armand Mattelart y Héctor Schmucler. Fogwill, que no era inclinado a hacerlo con frecuencia, elogió su obra poética.

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Patrones y obreros. La ofensiva de la clase propietaria 1918-1930*

María Ester Rapalo Siglo XXI, Buenos Aires, 2012

En términos esquemáticos, puede decirse que este interesantísimo libro de Rapalo cuenta la historia de la Asociación del Trabajo, una organización creada en nuestro país en 1918 por el grupo de empresarios más pode-roso de aquella época para enfrentar la oleada de conflictividad social y acabar con los reclamos sindicales durante el gobierno de Hipólito Yrigoyen. La seriedad de la investigación y su originalidad —el tema de las patronales ha sido muy poco abordado en la historiografía de nuestro país y menos aún en el período considerado, que va desde la primera posguerra a la depresión económica del 30, del primer Yrigoyen al golpe de Estado de Uriburu— son ya motivos suficientes para justificar la lectura de esta obra. Sin embargo aún hay otros, incluso más significativos y actuales. Mientras el mundo avanzaba en reivindicaciones laborales, aquí se apelaba a métodos brutales para conservar el poder y abrir una huella profunda, y un pésimo antecedente, en la relación entre gobierno, trabajadores y corporaciones. Las más poderosas apelaban a los rompehuelgas, los boicots y las extorsiones, en una matriz que reunió a la Sociedad Rural, la Bolsa de Comercio, la Liga Patriótica y los Círculos Obreristas de la Iglesia Católica. En suma, la nueva derecha argentina, por entonces en gestación, causal de miserias como la Semana Trágica, en enero de 1919, los fusilamientos en la Patagonia o la masacre de Napalpí (La Forestal) en 1924. Entre otros aspectos de importan-cia tratados por Rapalo, el que se refiere a la elaboración ideológica sistemática financiada y estimulada por las clases propietarias revela por qué el sistema democrático es nocivo para la clase propietaria, aun cuando —entonces y ahora— haya un trabajo discursivo a través del cual buscan mostrarse democráticos. No se trata si no del lenguaje de peligro inminente, para el cual los medios de comunicación juegan un papel decisivo, mientas sus estrategias y ataques se dirigen a los trabajadores que buscan organizarse sindicalmente. El temor no era a la revo-lución social si no a la clase obrera organizada en sindicatos. Ya entonces, con esa persistente inclinación a la confusión, la misma izquierda toma en serio ese discurso que ellos transmiten para afuera, para ser funcionales a las intenciones de las clases dominantes para adentro. Pa-trones y obreros es un libro importante, no solo para entender las peculiaridades del periodo tratado, sino para reflexionar, aquí y ahora, acerca de la capacidad de cohesión de la derecha, que, en más de un trayecto de nuestra historia, ha sido capaz de mostrar, incluso a pesar de los díscolos, una mayor conciencia de clase que la de los sectores trabajadores. Mención final para el rol de la Iglesia Católica de Argentina que, según Rapalo, fue la “más brutal y abiertamente antiobrera” de América Latina, muy vinculada a las patronales, inspiradas en el fascismo italiano para combatir la organización sindical de comienzos de siglo XIX.* Agradecemos a Siglo XXI el envío de sus novedades editoriales.

Esta referencia la consideramos útil, a la hora de recomendar una obra imprescindible que retoma y actualiza los debates en torno a la producción de significación en el campo de las ciencias sociales, la literatura, el arte y los géneros de la información, en un momen-to en que, precisamente, retomar esos debates devine una tarea impostergable. Este volumen reúne una serie de trabajos que van de la década del 80 hasta la actualidad, incluidos los textos que integraron un clásico de esta temática: Semióticas de los textos masivos (1993).* Agradecemos a Eterna Cadencia el envío de sus novedades editoriales.

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recomienda...Todos los colores

del continente

Maíz es una publicación de la Facultad de Periodismo y Co-municación Social de la Universidad Nacional de La Plata. Su propósito es desarrollar asuntos históricos y de actualidad con un lenguaje amplio: investigación periodística, crónica, análisis po-lítico, discurso crítico, ensayo, fotografía, arte gráfico. En suma, un abordaje con anclaje en una mirada transversal que ya se perfila como una de sus claves distintivas. Una revista de este sur nues-tro, a la que Garabombo saluda sintiéndola su hermana y con la que se ilusiona por protagonizar andaduras comunes. Para ello hemos hablado con Carolina Muzi, directora Editorial de Maíz, periodista y docente de la Universidad Nacional de Avellaneda, entre otras muchas cosas que le pueblan la vida.

Por Carlos Zelarayán*

Conviene empezar siendo contundentes: el primer número de Maíz, publicado en diciembre de 2012, es excelente. Una mezcla ambiciosa y potente que busca, en lo profundo de la vida social, los modos posibles (e imposibles) de conocernos. Inquietante, irreverente, sólida, con música propia, colores de todos y chispa. Mucha chispa. Es hija de este tiempo y es en este sentido que, con modestia no fingida, elegimos considerarla nuestra hermana. Habremos de decirnos, dice Maíz. Ya no seremos dichos, por nadie. “Venimos de años en los que la cultura se había separado de los cuerpos, del poder y parecía que nada tenía que ver con la historia”, afirma la decana Florencia Saintout en el editorial De los Andes al mar. Establecer nuevas alianzas entre académicos, periodistas, artistas y gestores culturales, aparece como una de las apuestas de la revista. Muzi toma la palabra: “Es un andarivel de caminata conjunta que se está dando en muchas universidades nacionales, impulsado desde lo periodístico. En Maíz buscamos este encuentro; la construcción es colectiva y transdisciplinar o no existe. Y esa mirada integral no es más que identificar del presente el hilván que lo engancha con la historia y de ahí seguir el punto, fluir... como se dice ahora, en lo nuestromericano”.

Es manifiesto el afán por contribuir a un pensamiento emancipador. Algo que está presente en la diversidad de miradas no menos que en una fuerte coherencia ideo-lógica que, como debe ser, se afirma en un marco (y en una búsqueda) de marcada pluralidad. “Es que el pensamiento eman-cipador se construye, sobre todo, siendo libres, que no haya otros compromisos que los que nos ligan a los idearios democráti-cos más legítimos y abarcadores: la verdad, la justicia, la memoria, el trabajo, la solidari-dad, la igualdad en las diversidades, la inclu-sión, la accesibilidad, el amor y ¡el humor! Eso: sin alegría no vamos a ningún lado. Y

El tema transversal del dossier es la Soberanía, abordada con un brillante

ensayo de María Pía López, y con temas de comunicación visual como

la evolución de la marca de YPF (Norberto Chaves) y un análisis de la

experiencia petrolera chavista. También la relación entre voseo y las ban-

deras albicelestes en América, genial producción de Ral Veroni. Hay notas

de opinión: cómo los medios tradicionales asisten a su funeral diario por

desconexión con la realidad (Gabriela Cerruti); un texto inédito de lite-

ratura (Pedro Lemebel); una genealogía de los ritmos tropicales (Ramiro

García Morete); una pieza de humor político (Juan Becerra). Hay notas

de ciencia, de soberanía alimentaria, de técnicas nativas o de urbanismo.

“En la coyuntura somos actores. Y esto lo extendemos a los contenidos,

donde también incluimos al diseño (Wili Peloche y Javier Beresiarte) y

hasta la tipografía: Maíz usa una fuente local, la familia Chivo, diseñada por

Héctor Gatti. Me gusta que el nombre de un animal autóctono se asocie

a la legibilidad y de paso le dé una estocada a esa afrenta antiética con

la que los medios hegemónicos han enfermado a la información y a la

práctica: los chivos. De eso, en Maíz no hay”.

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en torno al derecho de la información, insistir en reconocernos como pueblos hermanos y amigos que atraviesan un proceso de crecimiento mientras curan su estrés postraumático; y cambian, además, la tortícolis intelectual europeísta por una etapa de concentración en sí mismos, de autoconocimiento, por asumirse y profundizar en el reencuentro y en el intercambio, en presente y en pasado. Y teniendo en cuenta que la esencia de la información es ser socializada, es un bien común, público. Un pensamiento emancipador se puede construir divulgando las voces emancipadoras del presente y también poniendo en valor a las de la historia, revisando sus abordajes como las de Martí o Rafael Correa, por caso. Su discurso en la facultad de Periodismo en diciembre pasado fue una clase magistral de Historia de los Medios de Comunicación y la Eco-nomía en los siglos XX y XXI”.

Muzi nos brindó, además, con generosidad que se agradece, algunos ade-lantos del próximo número. “Una de las notas será `Diseño y Memoria´, que gira alrededor de dos proyectos que tuvieron lugar en La Plata, la ciudad más castigada por la dictadura. Una de ellas es la rehabilitación de la Casa Mariani Teruggi. Es la primera vez que se restaura un domicilio particular que, por otra parte, es donde más se ensañaron contra una vivienda, en un operativo que dirigieron los asesinos Camps y Echecolatz. Allí funcionaba la imprenta Evita Montonera, y de allí se llevaron con vida a Clara Anahí Mariani, y fueron asesinados Diana Teruggi y otros cuatro com-pañeros (es la casa de la novela de Laura Alcoba, La casa de los conejos). El otro trabajo es la ̀ Cartografía para la Memoria´, un proyecto diseñado por Pablo Ungaro y Florencia Thompson a partir de un concurso promovido por la Secretaría de Derechos Humanos de la Municipalidad de La Plata para conmemorar con marcas urbanas las desapariciones y secuestros de ciudadanos. Obviamente habrá material sobre Chávez, un amigo de la casa, a quien la Facultad le dio el premio Rodolfo Walsh en la categoría Presiden-tes por la Comunicación Popular en 2011. Y también sobre el momento de fulgor que atraviesa Avellaneda. La Undav, en primer lugar, e iniciativas vinculadas con asuntos del orden social y productivo”.

“¡Son tan vastas las canteras de nuestras realidades! Y con esto no me refiero a las producciones de una clasificación tradicional de cine, letras, música, plástica y ya. Digo: adentro de los procesos políticos y culturales, también queremos conocer y divulgar nuestra ciencia, nuestros recursos, paisajes y especies, nuestra industria, tanto como el urbanismo, la gastro-nomía, o las cosas que usamos para la vida, desde el tren a las zapatillas o las netbook. Nos interesan las lecciones nativas, en técnicas y otros legados de sustentabilidad. Cuando pensamos en notas, las bambalinas de la fabricación y el uso de ojotas Havaianas, la migración de las Mariposas monarca tanto como la vida y la obra de León Ferrari o el nexo entre el reggaetón y las maras en Puerto Rico son parte de una misma avidez: ésa, conocernos, entender los procesos y comunicarnos más ¡porque nos queremos! ¡Bailar estas sincronías, aprovechando la diversidad de ritmos!”. Bailemos, Maíz, bailemos que la música es nuestra y en ella vibran los

acordes, el ritmo y la melodía de la cultura popular.u

* Director y productor general de Garabombo. Docente de la Universidad Nacional de Avellaneda.

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Allí están los que invisibles fueron. El dolor apretado en el pecho, la esperanza

invencible gritando ¡Pa lante!Habrá que llevar las manos a la arcilla,

y arcillar nomás.La hora nos reclama, Garabombos, que sigamos

construyendo juntos la Patria Grande.

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