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Independencia del alto perú

Date post: 26-Dec-2015
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es una obra donde se observa las diferentes posturas tomadas en torno a la independencia de esta región suramericana
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1 GENERAL MIGUEL RAMALLO ========================== BATALLAS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ALTOPERUANA LA PAZ – BOLIVIA ——————— INTENDENCIA DE GUERRA.—TALLER 161 –RECREO – 161 ————— 1913
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GENERAL MIGUEL RAMALLO

==========================

BATALLAS

DE LA

GUERRA DE LA INDEPENDENCIA

ALTOPERUANA

LA PAZ – BOLIVIA ———————

INTENDENCIA DE GUERRA.—TALLER 161 –RECREO – 161

————— 1913

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BATALLAS DE LA GUERRA DE LA INDEPENDENCIA ALTOPERUANA

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A la juventud militar del Ejército Nacional,

como prueba de cariño de su viejo camarada

General Ramallo

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AL LECTOR Sin pensar hemos escrito este libro referente a las

batallas que se han librado durante el largo periodo de la guerra de la independencia en el suelo de nuestra patria.

Al principio, nos concretamos a estudiar las GRANDES BATALLAS, pero hallamos tanto heroísmo, tanta bravura y amor a la libertad, en los héroes de la leyenda épica que se ha llamado la “GUERRA DE LA INDEPENDENCIA”, que no hemos vacilado en hacer un recuerdo de ellos, narrando algunos detalles que han pasado sin ser apercibidos o tal vez olvidados.

Parecera extraño encontrar en estas referencias, batallas libradas lejos del suelo altoperuano, pero el territorio donde ellas se libraron era del virreinato de Buenos Aires, y entonces el Alto-Perú, era tan solo una provincia de ese virreinato; así pues era el suelo de la patria que se estendía desde las margenes del poderoso Plata, hasta las orillas del río Desaguadero, límite con el virreinato de Lima. En todo ese vasto territorio ondeaba la bandera azul y blanca, la bandera del General Belgrano.

He hay porque relatamos las batallas de Tucumán y Salta juntamente que las de Vilcapugyu y Ayuhuma, porque en ellas los mismos guerreros lucharon por la misma causa y la sangre de ellos corrió mezclada en los campos de Guaqui, Amiraya, Venta y Media y otros muchos combates, terminando esa serie de estériles, pero gloriosos sacrificios por la libertad, en Viloma.

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Después, los ejércitos argentinos ya no penetraron en el corazón del Alto Perú, y siguieron guerreando en las fronteras, pero comunicandose siempre con los directores de las guerras de guerrillas, que son las mas cruentas en este largo periodo de heroísmo y de sangre.

Luego nos hemos concretado a referir algunas de las campañas de nuestros guerrilleros; valientes y abnegados patriotas que pasaron la mayor parte de su vida en los campos de batalla, siempre acechados y perseguidos como fieras; para los que jamas hubo piedad ni les dieron cuartel sus enemigos, ni ellos lo pidieron tampoco.

De esos hombres extraordinarios que marchaban a la lucha sin contar con mas elementos que los que tenían sus enemigos, y que se procuraban armas arrebatandolos a los peninsulares.

Sobrios guerreros armados las mas veces con hondas y garrotes; sin mas cuartel que el follaje de los arboles del bosque ó las barrancas de los ríos; sin otro alimento que un poco de maíz tostado, un pedazo de CHARQUE y algunos puñados de hojas de coca, que llevaban en el morral revueltas con las balas y la pólvora.

Sin tener otra bebida que el agua de los ríos o de los torrentes; ni mas equipo militar que el vestido con que salían de sus hogares al partir a una guerra, de la que casi nunca volvían. Siempre en ruda campaña acechando a sus poderosos enemigos, impidieron que estos realizasen su plan de reconquistar las provincias del río de La Plata, que era el sueño dorado de los generales del monarca español.

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La historia heroica de estos toscos y bravos patriotas, esta escrita con sangre en las rocas, serranías y desfiladeros de nuestro país. Son héroes desconocidos cuyas hazañas se ignoran y las pocas que han llegado hasta nosotros estan truncas é incompletas.

Ellos no tenían mas norte ni mas pensamiento, que su amor A LA DULCE LIBERTAD, como dice uno de ellos en un escrito, en que con una sencillez encantadora, da parte de sus hazañas al General en Jefe del ejército argentino. Y estos hombres abnegados que así lucharon por darnos patria inde-pendiente, sin tener mas presente que el sufrimiento y las privaciones de todo género, ni mas porvenir que el cadalso, si eran cojidos, permanecen ignorados y la posteridad llegara a olvidarse hasta de que existieron.

Sus combates con las tropas reales son tantos, que sería imposible su relato; no tenemos los datos suficientes para hacerlo y los que nos hemos procurado han sido incompletos, como son todos los escritores que se han ocupado de narrar esta luctuosa y heroica época de nuestra historia.

Tampoco hemos consignado, en este estudio, la guerra llamada “GUERRA DE GAUCHOS”, porque ella fué peculiar de las provincias de Jujuy y Salta, a pesar de que allí han figurado muchos guerrilleros altoperuanos como: Uriondo, los Rojas, Aviléz, Méndez, Mendíeta, Garay y otros hijos del belicoso departamento de Tarija, que siempre prestaba eficaz auxilio al bizarro La Madrid y al prestigioso y bravo caudillo salteño don Martín Miguel Güemez.

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Nada hemos dicho de las campañas que tuvieron lugar en el Bajo Perú porque ellas se han verificado con elementos mixtos, donde figuraron argentinos, chilenos, altoperuanos y colombianos y como se sabe los ejércitos realistas de Goyeneche, Ramírez, Pezuela y La Serna, fueron reclutados en el Cuzco, Arequipa, Puno y otros departamentos del bajo Perú, teniendo siempre por base sólidas columnas de tropas peninsulares. Por eso hemos resuelto ocuparnos de estas interesantes campañas en otro libro que tenemos en preparación.

Hemos consignado, sí, dos grandes jornadas: el combate de Junín y la batalla de Ayacucho, porque han sido ellas el corolario de la independencia del alto Perú y de la América del Sud, y los Generales Bolívar y Sucre que las han llevado adelante, nos han dado patria e instituciones.

Por eso nos hemos esmerado en detallar esas dos admirables acciones de guerra, con todo el cariñoso entusiasmo que produce el recuerdo del padre de nuestra patria, el Libertador Simón Bolívar, el héroe mas grande de la América del Sud, que en la acción de Junín se muestra brillante, y Sucre el soldado invicto, el austero republicano, el primer General de la guerra de la independencia, que verifica la retirada de Lambrama que es algo que encanta, algo que seduce, y luego en Ayacucho, haciendo lujo de sus conocimientos tacticos, atrae a su poderoso enemigo a un lugar donde lo amontona, lo encoje y luego lo destroza, terminando con tan gran batalla tan inmensa campaña!

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Mucho hemos dejado por escribir, porque, lo repetimos, son innumerables los combates de los guerrilleros y sería largo y hasta cansado narrarlos: solo el bravísimo Coronel don Manuel Ascencio Padilla tiene sesenta y dos acciones de guerra, de las que hemos referido muy pocas; los combates del he-roico Lanza en Ayopaya son multiples, así como son innumerables los de Warnes, Arce, Uriondo y tantos otros, entre los que descuella la amazona americana doña Juana Azurduy de Padilla, que como heroína y patriota no tiene rival en el continente.

Hay en esta guerra episodios tan admirables que podían ser cantados por la lira eólica del divino Homero, pero ellos desgraciadamente, van quedando no solo oscurecidos, sino olvidados.

Por eso hemos escrito este libro. MIGUEL RAMALLO

Tarija, octubre 12 de 1912.

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Batallas de la Guerra de la Independencia, libradas en el Alto Perú de 1809 a 1825

BATALLA DE CHACALTAYA

25 DE OCTUBRE DE 1809

Chacaltaya es el primer choque de las armas de la libertad con

las de la tiranía. ¡Es la voz de alerta que da el cañón de los libres llamando a los

esclavos para que empuñando el arma vengadora, corran a los campos de batalla a derramar su sangre y conquistar con ella una patria independiente!

Es el reto de los valerosos altoperuanos que cansados del yugo de la esclavitud, quieren sacudir el peso de cinco siglos de coloniaje que los oprimía de una manera brutal.

Es la libertad que bajando de la cumbre de los Andes, quiere, al pie mismo de esos macisos de nieve, enseñar a los americanos que ha sonado la hora de la redención, y que pronto en la cumbre del más alto de esos gigantes del nuevo mundo, ha de flamear su sagrada bandera.

————————— El Virrey de Lima, don Fernando de Abascal, Marqués de la

Concordia, alarmado con los movimientos insurreccionales de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809 y del 16 de julio del mismo año, acaecido en la ciudad de La Paz, resolvió ahogarlos en su cuna, para lo que ordenó al Brigadier don José Manuel de Goyeneche y Barreda, que desempeñaba accidentalmente la Presidencia del Cuzco, tomase las medidas conducentes a aplastar esos movimientos que podían después ser funestos al régimen monárquico en la América del Sud.

Al mismo tiempo ordenó al Coronel don Juan Ramírez y Orosco, Gobernador de Huarochiri, se pusiese a órdenes de Goyeneche, para lo que le envió armas, municiones y toda clase de pertrechos de guerra a la ciudad de Puno, con mas dinero y un Batallón del Regimiento veterano Real de Lima, ordenando además que las

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milicias del Cuzco, Arequipa y Puno, se pongan sobre las armas, formando un respetable cuerpo de ejército.

Goyeneche aceptó con júbilo el cargo y al momento destacó al Coronel don Fermín Piérola con 100 soldados de infantería y dos piezas de artillería a lomo, con orden de apoderarse del puente del río Desaguadero, única comunicación que existía entre el Alto y el Bajo Perú (10 de octubre).

Goyeneche era natural de Arequipa, sus primeros años los había pasado en Madrid, educándose en la corte de los Borbones y era fanático adorador de esos tiranos de su patria.

Conocida es la triple misión que de Europa trajo al Perú, y la principal era ganar prosélitos para la princesa doña Carlota de Braganza, que aspiraba a fundar una monarquía en la América del Sud, y es conocido también cómo fracasaron sus planes proditorios, merced a la altiva energía de los miembros de la Real Audiencia de Charcas, por todo lo que Goyeneche odiaba a los altoperuanos, viendo en la comisión que le encomendó el Virrey una ocasión propicia para vengarse de ellos.

El día 13 de octubre cruzó con su Ejército el Desaguadero encomendando la vanguardia al Coronel Ramírez, quien se dirigió a la ciudad de La Paz.

La aproximación de las fuerzas de Goyeneche pusieron en alarma a los patriotas, porque comprendían la superioridad de sus fuerzas sobre las suyas, y después de un maduro acuerdo, resolvieron salir de la ciudad y situarse en el lugar llamado Chacaltaya, al Norte de La Paz, punto estratégico que les proporcionaba buenas posiciones militares y fácil línea de retirada a Yungas, donde pensaban establecer su base de operaciones en caso de un contraste.

El Ejército de La Paz, se componía de las fuerzas siguientes, según lo consigna en su interesante y notable “Monografía de la ciudad de La Paz”, escrita en 1906, el distinguido historiógrafo don Luis S. Crespo, de donde hemos tomado este y otros datos.

Infantería: Nueve compañías de 80 plazas cada una, formada sobre la base del antiguo Batallón de milicias, denominado “Veterano”, con 720 hombres.

El jefe de este cuerpo era el Sargento Mayor, primer comandante de él, don Juan Bautista Sagarnaga, sirviéndole de Ayudante el Capitán Gregorio Sanjinés.

Las Compañías las mandaban los Capitánes Mariano Graneros, Manuel Cosío, Ramón Arias, Isidro Zegarra, Pedro José Indaburu,

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Andrés Monje, José Farfán, Rafael Monje y Vicente Diez de Medina. Contaba además la infantería con 14 oficiales de la clase de Tenientes y Subtenientes.

La caballería: La formaba el “Escuadrón Húzares”, que constaba de dos Compañías de 50 ginetes cada una, siendo su primer Comandante don Clemente Diez de Medina, y su segundo don José Arroyo.

La artillería contaba con once cañones, divididos en dos Baterías, con 160 artilleros cada una, mandadas por los Capitánes José Murillo y José Uriarte; Jefe de este cuerpo era don Melchor Graneros.

El Comandante General de estas fuerzas era don Gabriel Antonio Castro y le servían de ayudantes los Capitánes Benigno Salinas y Domingo Pradel.

———————— El 24 de octubre el Brigadier Goyeneche, por medio de un oficio,

intimó rendición al Comandante General Castro, el que le respondió: “Que no se rendiría y que estaba resuelto a batirse, puesto que la decapitación de los patriotas ya estaba decretada.”

El 25 de octubre mandó Goyeneche el avance de sus tropas contra los insurgentes, los que las recibieron a cañonazos, siendo notable el entusiasmo y valor que desplegaron los criollos en su bautismo de fuego, combatiendo sin temor contra fuerzas aguerridas y disciplinadas como eran las realistas. Resistieron bravamente al Coronel Ramírez, que los atacaba por el flanco derecho y al Coronel Piérola que trataba de envolverles la izquierda y después de una corta pero porfiada resistencia, se retiraron en mucho desorden con Murillo y Castro a la cabeza. El ilustre caudillo de la revolución de julio, Coronel Pedro Domingo Murillo, no tomó participación activa en la campaña que precedió a la batalla de Chacaltaya, en lo que están de perfecto acuerdo todos los cronistas que hemos consultado al respecto, antes bien algunos aseguran que el citado caudillo, no concurrió a este hecho de armas.

El Brigadier español don Andrés García Camba en su notable obra “Memorias para la historia de las armas españolas en el Perú”, dice que Castro murió en el combate de Chacaltaya, con lo que se dispersó el Ejército patriota, lo que esta corroborado por el historiador don Manuel José de Urcullo en sus “Apuntes para la historia del Alto Perú” en que dice que Castro murió en Chacaltaya de un disparo de cañón. Nosotros ateniéndonos a mas recientes, prolijas y verídicas investigaciones, encontramos que Castro, dejando a Figueroa

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resistiendo al enemigo para proteger su retirada, tomó con gran parte de su Ejército el camino que conduce a Yungas, pero se asegura que la retirada se verificó en completo desorden, como tenía que suceder con gente colecticia; esto mismo refiere en su “Compendio de la historia de Bolivia” el inteligente historiógrafo don José María Camacho.

Lo cierto es que una vez derrotados los patriotas, los realistas ingresaron en la ciudad de La Paz, con el vencedor Goyeneche a su cabeza, y los patriotas se retiraron al partido de Yungas, donde suponían al caudillo don Gregorio Lanza, vencedor del Obispo La Santa, pero hay que advertir que antes de que se librase el combate de Chacaltaya, el belicoso Obispo La Santa, que después de los sucesos del 16 de julio se fue a Yungas, levantó en ese partido bandera contra la revolución de La Paz, sorprendiendo y derrotando en el pueblo de Irupana al caudillo Lanza, para lo que de acuerdo con los curas de esa región, había formado con los colonos y negros esclavos, pobladores de la comarca, una fuerte partida de gente armada, dispersando con ella a los patriotas.

Este suceso no lo hemos tomado en cuenta sino muy li-geramente, porque nuestro propósito es solo estudiar los combates que se libraron entre los defensores de la independencia del Alto Perú y los sicarios del despotismo mandados de Lima por el Virrey Abascal, con los Goyeneche, Pezuela, Ramírez, Tacón y otros lugartenientes de los tiranos extranjeros; es decir, la lucha entre los opresores del país y los soldados de la libertad.

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COMBATE DE CHICANOMA

11 DE NOVIEMBRE DE 1809 Una vez ocupada La Paz, por las fuerzas realistas, el General

Goyeneche se ocupó de restablecer el Gobierno del Rey, aterrando con sus crueldades y tremendos castigos a los habitantes de esa heroica ciudad.

El 30 de octubre de 1809 destacó una División de 500 hombres al partido de Yungas, al mando del Coronel don Domingo Tristán, con orden terminante de perseguir sin descanso a Murillo, Castro, Lanza y demás patriotas y exterminarlos en seguida. En refuerzo de Tristán salió otra columna de 300 soldados, a las órdenes del Coronel Basa Goitia, con iguales instrucciones.

El 10 de noviembre tuvieron los jefes realistas aviso de que los patriotas se habían posesionado en Chicanoma, y en el momento se dirigieron a ese lugar.

El 11 se avistaron ambas fuerzas y Tristán intimó a Castro entregue las armas y se rinda a discreción, con todo su comando.

Castro contestó al jefe realista: “He de rendir las armas con la vida antes de entregarlas.”

En el momento los patriotas fueron acometidos por las tropas reales. Mal organizados no pudieron resistir el empuje de sus aguerridos adversarios y después de una ruda lucha, la victoria se declaró por los peninsulares.

Las tropas patriotas se dispersaron por diferentes direcciones, y perseguidos con tesón por los realistas, no hallaron cuartel los que cayeron a sus manos.

Los caudillos don Gabriel Antonio Castro y don Victorio Lanza, tomados en el río Totorani, allí mismo fueron degollados por orden de Tristán, quien mandó sus ensangrentadas cabezas a La Paz, como trofeo de su victoria y alhagador presente al General Goyeneche.

Sabido es lo que después pasó en La Paz, donde el 26 de enero de 1810, los promotores del movimiento revolucionario del 16 de julio, pagaron en la horca su amor a la causa sagrada de la libertad de su patria.

Junio 27 de 1912.

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BATALLA DE COTAGAITA

27 DE OCTUBRE DE 1810

Afianzada la revolución del 25 de mayo de 1810 con el fracaso de

la conspiración del General Liniers, quien tuvo un fin tan trágico en el lugar llamado “La Cabeza del Tigre”, resolvió la Suprema Junta de Buenos Aires, llevar sus armas a todas sus provincias del Virreinato, para cimentar en ellas las nuevas ideas.

Las provincias del Alto Perú en las que ardía el incendio, que comenzó en la ciudad de Chuquisaca el 25 de mayo de 1809, el que siguió con mas fuerza el 16 de julio del propio año, en la ciudad de La Paz, acogieron con indecible entusiasmo las ideas de la Metrópoli del Virreinato, adhiriéndose a ella Cochabamba el 14 de septiembre del citado año 10, siguiendo el pronunciamiento Santa Cruz el 24, Oruro el mismo mes y finalmente la Villa Imperial de Potosí, el 10 de noviembre del año citado.

El Alto Perú se inflamó como un volcán y los peninsulares se aprestaron a apagar el incendio con la sangre de los rebeldes.

La Suprema Junta de Buenos Aires deseosa de fomentar y proteger el entusiasmo patriótico de sus tan apartadas provincias, envió desde la ciudad de Córdova una división de tropas a las órdenes del General don Antonio Balcarce, al que acompañaba en clase de Mayor General del Ejército, el Brigadier don Eustaquio Díaz Velez1, y como agregados los Coroneles José Moldes y Montes de Oca.

Los Cuerpos que formaban la división patriota fueron los siguientes:

Batallón 1º —Comandante Gregorio Perdiel. ID 6º —Id Carlos Forest Vd. Cazadores Id Manuel Dorrego Batallón Blandengues—Comandante Abraham Gonzáles.

Regimiento Húzares—Vd. Martín Miguel Güemes. 1er. Escuadrón de Caballería—Coronel Ramón Balcarce. 2º Vd. Id Id Id—Comandante Martín Puyrredón. Artillería (dos piezas) —Comandante Suárez.

1 Mayor General se decía entonces al Jefe del Estado Mayor General.

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Pronto llegaron estas fuerzas a las fronteras del Alto Perú y se internaron en el por sus ásperos desfiladeros, para llevar sus armas al corazón mismo de las provincias ocupadas indebidamente por las armas del Virrey de Lima, el que sin razón ni derecho alguno las había anexado a sus dominios.

Todo el Alto Perú estaba en ebullición; las ideas de patria y libertad ardían en él inflamando los corazones de los altoperuanos que acogieron con alborozo el auxilio que les venía desde las orillas del Plata, núcleo y centro de las ideas redentoras.

Por su parte los realistas se aprestaron a la lucha, para conjurar la tormenta que los amenazaba y reunieron sus fuerzas para oponerlas a las de la patria.

En ese entonces todo el Alto Perú obedecía las órdenes del Presidente de la Real Audiencia de Charcas, General don Vicente Nieto, anciano débil y pusilánime en el peligro y altanero y déspota en el poder. Este tenía como Mayor General, al General don José de Córdova, intrépido jefe de la marina real y entendido militar de los ejércitos del rey Fernando VII. Su segundo era el Coronel Indalecio Gonzáles de Socaza, que se hizo célebre en esta guerra. Las tropas que comandaban estos jefes eran las siguientes:

Batallón Provinciales de Potosí—Comandante Indalecio G. de Socaza.

Batallón Puno. Veteranos de Borbón. Voluntarios del Rey. Dragones de Chichas Lanceros de Cinti. Diez piezas de artillería, repartidas en los diferentes cuerpos del

Ejército, es decir, en los de infantería. La artillería estaba mandada por el Comandante de esa arma don Miguel Mujía.

Córdova se hallaba en Tupiza cuando supo la aproximación de Balcarce, y no creyendo prudente esperarlo en esa Villa se retiró a la de Cotagaita, donde tenía construidas poderosas fortificaciones.

El General Nieto sabedor del avance de las tropas patriotas, salió de la ciudad de Chuquisaca el 20 de octubre en auxilio de su Mayor General, con una columna de 200 veteranos que mandaba el Coronel Ignacio Basagoitia, dejando en Chuquisaca una guarnición de 600 hombres, todos vallegrandinos y cruceños.

Nieto pasó a Potosí en busca de más refuerzos y en efecto aumentó su columna con la que mandaba el Conde de Casa Real

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Moneda y con este refuerzo y fuertes sumas que extrajo de las arcas reales, salió en alcance del General Córdova.

Magníficas eran las posiciones militares escogidas por este General para esperar a los patriotas: la situación de ellas obstruye y domina los caminos que conducen al interior del país; tienen a su frente el río de Cotagaita; su retaguardia esta resguardada por una áspera serranía, la que tiene hacia el centro de ella, cuatro cerros que la dominan y donde los realistas emplazaron sus piezas de pequeño calibre, construyendo cinco reductos, los que estaban ligados por fosos y trincheras abrigo para la infantería, que se duplicó con ellas.

Los reductos de la derecha los mandaba el mismo Córdova, teniendo a sus órdenes a los “Veteranos de Borbón” y a los “Voluntarios del Rey”.—Los reductos de la izquierda obedecían las órdenes del Coronel Gonzáles de Socaza, con su batallón “Provinciales de Potosí”.—En el fortín del centro fue donde se concentró mas número de piezas de artillería y este lo mandaba el Comandante don Miguel Mujía, oficial español muy entendido en el manejo de esta arma; además este punto estaba defendido por los “Dragones de Chichas” y los “Lanceros de Cinti,” todos desmontados, que ocupaban los intermedios entre uno y otro reducto y el batallón “Puno”, dividido en dos mitades, cubría los flancos de la línea. Hay que notarse que fuera del General Córdova, el Coronel Gonzáles de Socaza y el Comandante Mujía: que tenía el mando de la artillería, no habían más oficiales superiores.

El 27 de octubre muy de madrugada, llegó el ejército argentino a Cotagaita, sus fuerzas eran casi iguales a las del Rey pero ninguno de los dos ejércitos llegó a tener 2,000 combatientes. La artillería real era muy superior a la patriota, en mando y en número, pero en cambio la caballería argentina superaba a su contraria en mando y en calidad.

Cuando avistó Balcarce las posiciones enemigas, envió un parlamentario a Córdova intimando rendición: “a los Comandantes Generales de las tropas del Alto Perú”. Córdova contestó con energía a esta intimación, como correspondía a un jefe de su clase y condiciones.

Balcarce entonces atacó de frente las trincheras y en vez de tomar uno de los flancos, para apoderarse de una ancha senda y por ella tomar la retaguardia de las posiciones arrojando al río a sus defensores, no lo hizo así, sino que adelantando sus guerrillas,

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emplazó al frente de las posiciones un obús y un cañón de a cuatro para batir los reductos bien artillados del enemigo.

El ataque de las tropas argentinas fue llevado con un arrojo y un brío sorprendentes. Por su parte los realistas firmes en sus posiciones, hicieron jugar su artillería con notable acierto, pero los patriotas no cedieron, redoblando sus ataques con bravura infinita, hasta que Córdova dispuso que los “Veteranos de Borbón” y los “Voluntarios del Rey”, salieran de las trincheras a desalojarlos de una altura frente a la quebrada Portugalete, donde se habían posesionado y desde donde repetían sus asaltos. Después de un rudo combate abandonaron los independientes esa posición, renovando sus ataques por la derecha, los que fueron llevados con mucho arrojo por los “Cazadores” de Dorrego y el 1º de línea mandado por Perdiel. Pero al fin fueron desalojados por los “Veteranos de Borbón” y los “Voluntarios del Rey”, mandados por sus Capitánes Fontaneda y Cabrera.

En el centro y la izquierda los “Blandengues” de Gonzáles y los “Húzares” de “Güemes”, juntamente con los infantes de Forest y Moldes tuvieron que ceder el campo a los “Provinciales de Potosí” y a los de “Puno” que dejando sus trincheras rechazaron a los patriotas a órdenes del Coronel Gonzáles de Socaza.

Después de cuatro horas de un porfiado combate, se retiraron los patriotas, dejando muchos muertos y heridos y algunos pasados en poder del enemigo. La retirada de los independientes fué precipitada pero con orden, tomando el camino de Suipacha.

En el ejército real fué menor el número de muertos y heridos, la tropa tuvo bajas, y en oficiales fué herido de gravedad el Capitán Cabrera.

Los patriotas no fueron perseguidos por Córdova, quien se hallaba en la imposibilidad de hacerlo. Su caballería estaba desmontada y noche antes de la batalla, se fugaron del campamento los arrieros llevándose 600 mulas, con lo que dejaron completamente imposibilitado al General español, para verificar ningún movimiento.

El combate de Suipacha fue el primero en el que el Ejército argentino midió sus armas, con las tropas del Rey en el Alto Perú, el día 27 de octubre de 1810. A éste siguieron muchos que ensangrentaron el suelo altoperuano en 16 años de lucha al cabo de los cuales tuvimos patria independiente.

Octubre de 1810

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BATALLA DE SUIPACHA.

7 DE NOVIEMBRE DE 1810 El General don José de Córdova engreído con el triunfo de

Cotagaita, cometió la falta de no perseguir al enemigo ya sea por imprevisión ó por que carecía de los medios para efectuarlo: lo cierto es que el General Balcarce se retiró sin ser perseguido y ni siquiera ser molestado en su retirada, lo que fue realmente un error incomprensible en un militar de los antecedentes del General Córdova.

A la llegada del General don Vicente Nieto, que fue pocos días después de la victoria de Cotagaita, recién el General Córdova destacó dos columnas de 150 hombres cada una, en pos de los independientes. Estas fuerzas mandadas por los Capitánes Fontaneda y Peña, tenían encargo de detenerse en la villa de Tupiza, esperando se les impartiesen nuevas órdenes.

Entre tanto los patriotas se rehicieron con empeño en los cantones de Nazareno y Suipacha, reforzando sus batallones con gente de las provincias y pueblos inmediatos. Días antes llegaron, procedentes de Jujuy, varios cargamentos de armas, pólvora y municiones, con más dos piezas de artillería y 200 hombres conducidos por el General Viamont. Con tan oportuno auxilio Balcarce resolvió atacar de nuevo a los realistas.

El General Córdova, dejando Cotagaita encomendada al General Nieto, ocupó la villa de Tupiza, allí le dieron falsas informaciones del estado y número de los patriotas a cuyas fuerzas pintaron sin disciplina, en completa desorganización y falta de municiones.

Balcarce desocupó Tupiza, como hemos dicho y fue ocupada por Córdova al día siguiente de la noche que en ella pasaron los patriotas, los que se situaron en Nazareno y Suipacha, pueblerillos divididos por el río de este nombre y situados a una legua de distancia el uno del otro.

Desde Tupiza el General Córdova dirigió esta Proclama a los patriotas, documento no conocido y que es digno de la época en que fue lanzado, dice él así:

“Soldados del Ejército de Buenos Aires:—El Mayor General del Perú, Comandante de las tropas de operaciones, está a la vista, y os habla por este papel, para deciros, que teniendo a su mando las tropas aguerridas que os vencieron el 27 del pasado, y la fuerte guarnición veterana de Charcas que se le ha unido posteriormente,

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os va a atacar de firme, y en términos que no podéis dejar de ser envueltos: si queréis disfrutar de los bienes que están gozando vuestros compañeros pasados a mis Banderas en el acto de la acción, venid a mí. El que me traiga fucil percibirá en el acto 30 pesos, el que venga sin el 15, y al que me condusca un oficial le daré 500, el que despreciare mis consejos sufrirá la muerte irre-misiblemente.

Voi a levantar dos vanderas, luego que esté a vuestra vista, la una será blanca, y señal de paz, la otra es Roja indicando guerra: elejid y tened entendido, que si antes de recojerlas no os presentáis, arbolare la negra que es la señal de ataque, sin dar ni admitir Quartel: vuestra suerte pende de vosotros mismos, y luego que venciéndoos estéis en mi poder como lo espero, no os quejéis pues cierro los ojos al perdón. Campamento en las inmediaciones de Tupiza 6 de Noviembre de 810. —Córdova”.

——————————— El 7 de noviembre muy de madrugada, levantó el General

Córdova su campo de Tupiza con 800 hombres y cuatro piezas de artillería, resuelto a presentar combate a los patriotas, los que llevaban igual resolución.

A las once de la mañana de ese día, se avistaron ambos ejércitos a inmediaciones de Suipacha, desplegando sus guerrillas los unos y los otros. Córdova avanzó con resolución sobre Suipacha y tomó posiciones a la derecha de sus enemigos, en los ribazos y barrancas del río: luego destacó su vanguardia a órdenes del Coronel Gonzáles de Socaza, quien se parapetó en las sinuosidades del terreno y en las acequias de regadío, desde donde rompió un fuego nutrido y mortífero, que hizo retroceder las guerrillas independientes.

Estas avanzaron con la vanguardia de 200 hombres de infantería y más dos cañones, comenzando el ataque de frente, a las órdenes del bravo comandante Dorrego. Luego la vanguardia patriota comenzó a retirarse lentamente como si se batiera en retirada; Córdova que lo notó, hizo tocar ataque y las tropas abandonando sus posiciones, cargaron con gran denuedo, con todo el grueso de ellas contra los porteños.

Pero Balcarce que tenía la masa de su ejército oculta en una hondonada y esperaba este momento, cayó repentinamente con ímpetu y brío irresistible, destrozando por completo a los realistas, que huyeron en desbandada perseguidos y acosados por la caballería patriota, que con bravura imponderable, completó la

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victoria de las armas de la patria, distinguiéndose sobremanera los “Húzares” del valeroso Güemes y los “Cazadores de a caballo” del Coronel Balcarce.

Los realistas dejaron en el campo de batalla toda su artillería, parque, armas, equipaje y caja militar, con mas 40 muertos y 150 prisioneros.

El General Córdova fue hecho prisionero, lo mismo que el General Nieto, que al saber la derrota de su Mayor General, fugó de Tupiza y fue cogido en el camino, siendo pocos días después fusilado en Potosí juntamente con Córdova y el Gobernador Intendente de esa Provincia don Francisco Paula Sanz, por orden del Delegado de la Suprema junta de Buenos Aires, doctor Juan José Castelli.

La completa victoria de los independientes repercutió en las provincias del Alto Perú y todas ellas se sometieron y adhirieron a la Suprema Junta de Buenos Aires, que recobró sus provincias arbitrariamente ocupadas por el Virrey de Lima, Marques de Abascal.

Suipacha fue la primera y única batalla ganada por el ejército auxiliar del Río de La Plata en el territorio alto peruano, los demás fueron contrastes cómo hemos de exponerlo en el curso de este estudio histórico.

Publicamos en seguida los partes referentes a esta acción de armas pasados por el Delegado de la junta Suprema de Buenos Aires, a las autoridades de las provincias del Virreinato, conservando la ortografía de ellas:

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PARTES DE LA BATALLA DE SUIPACHA

7 DE NOVIEMBRE DE 1810 “Excelentísimo Señor: Son las dos de la mañana y media hora hace que llegaron dos

Ayudantes del Ejercito Rosas y Sarabia con el capitán Tello, dándome de orden del Mayor General Balcarce el parte del resultado feliz para nuestras armas del ataque que hicieron los enemigos sobre la retirada de los nuestros de Tupiza a Suipacha, donde se posaba el Cuartel General, habiendose destacado una fuerza de mas de mil hombres al mando de don José Córdova con cuatro piezas de Artillería se avistaron ayer a las tres de la tarde y nuestra gente los esperó gallardamente operó la Artillería mandada por Villanueva y Giles, que acababan de llegar con las piezas, municiones, caudales para pago de la Gente y tres Divisiones, que venían a mi vanguardia: obró la Mosquetería y cargó la caballería, poniendo en fuga vergonsosa al resto de los que no quedaron tendidos en los cerros. Han perdido toda la Artillería y Municiones, Banderas, Armamento, Mulas, Monturas, Mochilas y demás, pidiendo la clemencia, que mandé no se les diese. Siguen los nuestros la derrota hasta alcanzar los montados, y entre ellos el General Córdova, y es provable que reforzado Balcarce siga asta Cotagaita a atacar, y tomar los de la reserva, y franquear el paso para Potosí.

Luego que tenga mas circunstanciadas noticias reiteraré mi parte para satisfacción de V. Excelencia vastando decirle que Tengo en mi Poder parte de los Despojos del atolondrado Ejército de los Rebeldes, que sus Banderas estan en presa, que no contamos mas que un Oficial y seis heridos nuestros, y que no se sabe de nuestra tropa contando con las de Tarija, cual es la que mejor se ha portado.

Circulo estos avisos a las ciudades por medio de sus Jefes, para que celebren los Triunfos de la Patria y Glorias De la Lealtad.

Dios guarde a V. Excelencia. Yabi, 8 de noviembre de 1810.

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Exmo. Señor Don Juan José Castelli. Exma. Junta Gubernativa de estas Provincias. Exmo. Señor: Ratifico a U. S. la satisfactoria noticia del triunfo mas completo

que puede creerse de nuestras armas en la acción de Suipacha en la tarde de 7 del corriente sobre el enemigo, que participé en oficio de dos de la mañana del siguiente día desde mi alojamiento en Yavi. El enemigo perdió la unica Bandera Real que traia, pues las demas eran trapos enastados de mojiganga; perdió cuatro cañones que condujo, con mas de dos mil tiros de su calibre, sobre setenta mil cartuchos de fucil abala, tres surrones de dinero, innumerable ar-mamento, mas de cuarenta muertos recojidos allí, catorce heridos, ciento cincuenta prisioneros tomados en el sitio, entre los que son tres oficiales. Mesa de marina, García de los provinciales de la Plata, y el Guarda-Parque de artillería y los demas dispersos y derrotados, sin saberse los muertos y heridos en la dispercion por los cerros, dejando mulas y prendas.

Denuestra parte no hubo mas que un soldado Tarijeño muerto, y doce heridos, entre los cuales se cuenta Dn. Eduardo Gaona de Salta y Dn. Manuel Alvarez de Tarija. No hai elojio capaz de llenar el merito y virtudes del Mayor General Balcarce, de nuestros oficiales y soldados ni se sabe quien se distinguio mas que otro. Con la noticia de la derrota, ha fugado el Presidente Nieto con sus tesoros a Cota-gaita. El General Córdova en oficio y por parlamento del día ocho, confiesa su derrota, reconoce y jura la junta, y propone capitular, pidiendo misericordia, y el indulto de la vida y haberes para sus oficiales, sargentos, cabos, soldados, pasados, y otras personas, asegurando la reunión de las provincias del Virreinato; sobre que no es oportuno publicar las contestaciones. Se han tomado las avenidas a la fuga de los Xefes revolucionarios y avanzan nuestras tropas a franquearse el paso para Potosí, Plata y Paz, —y si es preciso asta dar con el virrey Abascal—dado caso que espere porque no hay quien se pueda oponer con efecto al Ejercito de la Capital y sus provincias aliadas, lleno de honor, patriotismo y virtudes.

Tengo la alta satisfacción de participarle a U. S. para que lo traslade literalmente a los Ayuntamientos y habitantes de su provincia, a fin de que todos lo celebren, y se congratulen resiprocamente en intelijencia de que con esta fecha lo hago difusa y circunstanciadamente a la Exma. Junta Gubernatiba a cuyos pies

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remito la bandera por el Capitán Tello para trofeo de nuestro Gobierno y de sus armas.

De U. S. muchos años. —Quartel gral. de Tupiza 10 de Nobre. de 1810. —Dr. Juan José Castelli. —Señor Gobernador Intendente de....

Circular dirijida a las Provincias para sus Gefes. A saber A Salta, Córdova y Cochabamba.

“Noviembre de 1810.”

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BATALLA DE AROMA

14 DE NOVIEMBRE DE 1810 Entre las provincias del Alto Perú fue Cochabamba, sin duda

ninguna, la que con más tesón y patriotismo luchó los 16 años de la guerra de la independencia, en la que los pueblos de esta región del nuevo mundo, combatieron con tanto denuedo por su libertad.

Tan pronto como se supo que Buenos Aires levantó la bandera de la insurrección contra el poder colonial, el 25 de mayo de 1810, todos los pueblos del Alto Perú siguieron el ejemplo de la metrópoli, pero Cochabamba fué la primera que corrió a las armas, apoderándose de la guarnición que custodiaba la plaza en nombre del monarca español Fernando VII.

Gobernaba interinamente la provincia, don José Gonzáles Prada, y era Comandante de armas y Jefe del “Regimiento Provincial” de caballería, don Gerónimo Morrón y Lombera, autoridades despóticas y resistidas en el país.

El Comandante de milicias, don Francisco del Rivero, de acuerdo con el Capitán de la 6ª Compañía del mencionado Regimiento don Estéban Arze y el Alferez del mismo don Bartolomé Guzmán Quitón, fueron los héroes de esta gran jornada (14 de septiembre de 1810), secundados por los patriotas Carrasco, Oropeza, Guzmán, Padilla, el presbítero Juan Bautista Oquendo, Ferrufino, Zapata y otros ilustres próceres, cuyos preclaros nombres guarda con respeto la historia de la libertad americana.

Oruro, a la noticia del pronunciamiento de Cochabamba, quiso secundarlo, y acaudillado por el patriota don Tomas Barrón, verificó el movimiento, apoyado por el Cabildo, pero fue tenazmente resistido por el Subdelegado de las rentas del Estado, Sánchez Chavez, que con la fuerza veterana y bien armada que guarnecía la plaza, resolvió sostenerse a todo trance.

Sánchez Chavez pidió auxilio a La Paz, donde a la sazón se hallaba con un cuerpo de Ejército, el General realista don Juan Ramírez y Orosco. Por su parte el Cabildo solicitó refuerzos al Gobernador de Cochabamba.

Don Francisco del Rivero, investido con este cargo, organizó con rapidez una expedición. A porfía acudieron los hijos de Cochabamba a solicitar una plaza en la columna expedicionaria, que pronto estuvo lista para abrir campaña sobre Oruro.

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Tomaremos el detalle de las tropas que marcharon en ella, de la notable obra del malogrado historiógrafo doctor Eufronio Viscarra, por creerlo más completo y auténtico:

“El Ejército expedicionario, comandado por Arze, constaba, como hemos dicho, de 1,000 hombres y tenía diez compañías compuestas de 78 plazas cada una. Además, formaba parte del expresado Ejército, un piquete considerable de artillería.

Se creó también una tropa auxiliativa de 174 indios, encargados de conducir víveres y pertrechos de guerra y hostilizar al enemigo en caso necesario.

“La primera Compañía estaba comandada por Manuel de la Fuente y Oropeza, Vicente Fontanella y Carrillo y José Manuel Chinchilla, con graduación de Capitán el primero, de Teniente el segundo y de Alferez el tercero.

“La segunda Compañía por Francisco Alcócer, Juan José Nuñez y Marcelino Mendoza.

“La tercera por Manuel Cárdenas, José Ricalde y Andrés Crespo. “La cuarta por José Simeón Antezana, José Manuel Antezana y

Manuel Espinoza. “La quinta por Francisco Mendoza, José de Angulo y Mariano

Rojas. “La sexta por José Gonzáles. “La séptima dependía inmediatamente del General en Jefe don

Estéban Arze. “La octava por Pedro Lodoño. “La novena por Manuel Quevedo y la décima por Gregorio

Sempértegui. “El piquete de artillería tenía a la cabeza a don Cosme del

Castillo. “La Compañía de indios, de que hemos hecho mención

anteriormente, obedecía las órdenes de Manuel Terrazas, Tomás Diego, Mariano Mamani y Melchor Espinoza.

“El partido que mas contribuyó a formar el Ejército fue el de Tapacarí.

“En la tropa creada en Punata con el nombre de “Patricios de Caballería”, llamaba la atención la circunstancia de que jefes y soldados, se alistaron en sus caballos propios y sin exigir el precio de estos últimos.”

“Biografía del General don Estéban Arze”, Pág. 68.

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Este Ejército, todo voluntario, el primero que se ha formado en el Alto Perú con elemento netamente criollo, para luchar por su independencia, obedecía las órdenes de don Estéban Arze, nombrado por el Gobernador del Rivero, Comandante General de él. Arze tenía por su segundo en el mando al intrépido jefe don Bartolomé Guzmán Quitón.

El 19 de octubre se puso la fuerza cochabambina en marcha sobre Oruro, arribando a esa ciudad el 22 del propio mes; allí fue recibida entre las más entusiastas manifestaciones de júbilo por todo el vecindario, que saludaba con cariño a los soldados de la libertad.

Arze previsor y entendido caudillo, formó dos compañías de buena infantería orureña, mandadas por los Capitánes Gregorio Sempértegui, Miguel Aparicio Rocha y Juan Pablo Lerna, en las que formaban los oficiales Ventura Quevedo, José Rodríguez y Manuel Antonio Mendieta. Además, el exclarecido patriota cochabambino Capitán Unzueta, logró montar dos pequeños cañones (carronadas) que existían en el parque, dotando así al Ejército de una sección de artillería que le era muy necesaria. El caudillo patriota halló en Contreras y Unzueta, dos poderosos auxiliares para sus propósitos; al primero lo hizo Subdelegado de las rentas reales y al segundo le encomendó el mando de la artillería.

Organizado el Ejército patriota con los hijos de Cochabamba y Oruro, fuerte en 2,000 plazas, Arze tomó el mando en jefe de él, reservándose el comando particular de la infantería, ayudado por el valeroso patriota José Rojas, que con los 500 hombres que trajo de Sacaba, contribuyó en mucho al éxito de la expedición. Don Melchor Guzmán Quitón fue encargado del mando de la caballería, nervio de las fuerzas de la patria.

Cuando Arze tuvo noticia de que una División realista marchaba de La Paz con dirección a Oruro, salió a su encuentro de esta ciudad, resuelto a castigar a los opresores de su patria.

En efecto, el General Ramírez, había destacado de su Ejército 600 infantes y 200 dragones a caballo, toda gente aguerrida y veterana, a órdenes del Coronel don Fermín Piérola, con orden de escarmentar a los alzados de Cochabamba que se habían apoderado de la plaza de Oruro.

Como hemos dicho, Arze salió de Oruro el 12 de noviembre; el 13 llegó a Panduro y el 14 en la mañana, avistó las fuerzas de Piérola en la pampa de Aroma, bordeando las pequeñas colinas que la circundan en toda su extensión.

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La llanura de Aroma tiene un aspecto simpático y risueño. Después de cruzar las áridas pampas que desde Oruro se extienden hasta Panduro, la llanura derrepente se deprime y forma una hondonada llena de verdura. Esta llanura esta cruzada por un pequeño arroyo que bajando de las colinas del Este, pasa por cerca de la antigua casa de posta. La llanura después de extenderse alguna distancia, empieza a elevarse otra vez insensiblemente, hasta el pueblo de Sicasica y desde mucha distancia se ven las blancas torres de la iglesia del citado pueblo, que parece nacieran de entre la verdura de que esta llena la hondonada; esta verdura la forman unos pequeños arbustos llamados tola, los que se elevan cuando mas a un metro del suelo, formando un inmenso mar de color de esmeralda, orillado por todas partes por ligeras colinas, al pie de las que se distinguen en lontananza, las chozas de los agrestes moradores del altiplano andino. Todo esto da al paisaje un aspecto pintoresco, y el corazón del viajero se ensancha con la vista de un panorama lleno de verdura; todo deja de ser tétrico y sombrío y la pampa de Aroma cubierta con su verde manto, es una sonrisa en medio de tanta desolación y aridez.

En este lugar y por el pie de las colinas, avanzaban las huestes castellanas, cuando fueron avistadas por los valerosos hijos del Tunari.

Grande debió ser la sorpresa de Piérola y sus veteranos, al apercibirse de que se venía sobre ellos y al paso de carga, el Ejército mas abigarrado de que puede tenerse idea.

Carecía de uniformes militares, y en lugar del casco ó morrión, llevaban los ginetes grandes sombreros de lana, la mayor parte color vicuña, ó monteras de cuero, adornadas con lentejuelas y avalorios. Todos tenían el pantalón arremangado y calzaban fuertes hojotas de cuero; no tenían distintivo ninguno, pero sí en la cintura se veían sujetos grandes cuchillos y envueltos al cuello ó pendientes al hombro, ponchos tejidos en el país.

Los infantes iban mal armados, solo algunos tenían fusiles ó escopetas y otros chuzos, pero los más, grandes makanas de palo, hondas y látigos sujetos a fuertes mangos de madera.

La caballería por toda arma tenía largas varas, en cuyas puntas brillaban enormes cuchillos solidamente amarrados a ellas con cuerdas; muy pocos sables se veían allí, pero en cambio eran consumados ginetes los guerreros de Cliza y Punata, que miraban con envidia los relucientes sables y los cascos y corazas de los

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veteranos y aguerridos dragones del Ejército del Rey de España y de las Américas.

Piérola, absorto, viendo que esa multitud se le venía como un huracán, amenazando envolver todo su Ejército, lo hizo formar en batalla, sin buscar posiciones militares; tal era el desprecio que le causaban sus maltraídos adversarios.

Entre tanto el bravo caudillo patriota dispuso que la infantería avance de frente sobre la División realista, agazapándose entre los tolares, hasta estar sobre ella. Que la caballería, con Guzmán Quitón a la cabeza, tome el costado izquierdo de la pampa, para cortar la retirada al enemigo. Que por la derecha avance Unzueta, escoltado por un buen trozo de caballería, a fin de poder utilizar sus piezas, desde ese costado que se eleva algún tanto sobre el terreno. To-madas estas disposiciones los infantes, con gritería infernal, avanzaban agazapados por dentro de los matorrales, como avanzan los tigres en busca de su presa.

Apenas hicieron una descarga los realistas, cuando se vieron rodeados, acosados y anonadados por esa multitud que llena de coraje luchaba con ellos a brazo partido, desarmando a palos a los infantes, que no podían volver a cargar sus fusiles, y desmontando a los ginetes cuyos caballos espantados se entregaban a la fuga, aguijoneados por las lanzas de los ginetes de Guzmán Quitón, que los habían rodeado por todas partes, y cortado la retirada.

Unzueta, por su parte, llenaba su cometido, ametrallando con acierto, a los que trataban de rehacerse; de manera que fueron puestos en derrota y completa fuga los soldados de S. M. Fernando VII.

La batalla de Aroma duró más de una hora, y los veteranos de Piérola completamente vencidos, se retiraron al pueblo de Sicasica, dejando mas de la mitad de sus compañeros tendidos en el campo de batalla, donde dejaron armas, bagajes y municiones.

Activamente los acosaba en su retirada el intrépido Quitón y los realistas tenían que verificar su retirada formando cuadros, para librarse de las improvisadas lanzas cochabambinas.

Piérola así perseguido pudo llegar a Sicasica, donde los habitantes lo recibieron a palos y pedradas, teniendo que seguir la retirada a Calamarca, para pasar de allí al Cuartel General de Ramírez, situado en el pueblo de Viacha. Los alrededores de Sicasica quedaron sembrados de cadáveres de los infortunados realistas, que perecieron a manos del pueblo.

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Cuando las huestes vencedoras volvieron al campo de batalla, el heroico caudillo don Estéban Arze, al verlas llegar jadeantes, ensangrentadas, terribles, llenas de heridas y de gloria, adelantó hacia ellas su brioso corcel de batalla y al oír que sus soldados lo aclamaban con loco entusiasmo, lleno de emoción y de asombro, blandiendo su terrible espada, roja con la sangre de los enemigos de la patria, les dijo: “¡Valerosos cochabambinos, ante vuestras makanas el enemigo tiembla. Viva la libertad!” Palabras dignas de un héroe de Esparta, que han pasado a la historia, que las repite con asombro y las conserva con respeto.

En efecto, el espanto que causaron las makanas de los héroes de Aroma, hizo temblar a los peninsulares, que se guarecían tras de sus parapetos a fin de no poder ser alcanzados por las improvisadas armas de los guerreros de Cochabamba.

Las consecuencias de esta victoria fueron demasiado trascendentales. Los realistas que se disponían a avanzar sobre Oruro al mando del General Ramírez, se retiraron a La Paz, replegándose luego al Cuartel General del General Goyeneche, situado más allá del río Desaguadero.

Entretanto, todas las provincias del Alto Perú se declaraban por la revolución de Buenos Aires, reconociendo el gobierno de la Suprema Junta organizada en la metrópoli y las tropas auxiliares que mandó ésta pudieron, sin inconveniente alguno, penetrar en nuestro territorio donde fueron triunfalmente recibidas.

La victoria obtenida en Aroma fue completa. Allí vencieron los valerosos hijos de Cochabamba y los de Oruro, y por eso Aroma será siempre la gloria más legítima de esas heroicas y patriotas ciudades. Cochabamba, en esta lucha de titanes, ha llegado hasta el martirio por su abnegación y su patriotismo, dando el ejemplo de virtudes cívicas a los otros pueblos de la República.

Agosto 20 de 1910.

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BATALLA DE GUAQUI (YURAICORAGUA Ó JESÚS DE MACHACA)

20 DE JUNIO DE 1811

El representante de la Junta de Buenos Aires, doctor Juan José

Castelli, engreído con el triunfo de Suipacha (7 de noviembre de I810), y en vista de los pronunciamientos de las provincias altoperuanas en pro de la causa de la independencia, resolvió ocupar con sus fuerzas todo el territorio perteneciente al Virreinato de La Plata, cuyos límites estaban marcados por el río Desaguadero, llamado así, por ser el desagüe natural del lago de Chucuito ó Titicaca, que corre de S. a SE., llevando sus aguas al lago de Poopó.

Este río era el límite con el Virreinato de Lima y el que servía de barrera a los beligerantes; él no tenía mas que un paso, el puente del Inca, construido de balsas de totora flotantes, y este paso lo ocupaban los realistas que allí tenían un fuerte destacamento de tropa, además de otros puestos avanzados en la margen perteneciente al Virreinato de Buenos Aires.

Castelli dejó Potosí a mediados de marzo, y de Chuquisaca, donde permaneció pocos días aumentando sus fuerzas, pasó a Oruro, ingresando en esa Villa el 3 de abril. Allí lanzó su célebre manifiesto a los pueblos del Alto Perú, continuando su marcha; llegó a La Paz el 10 de abril, miércoles santo, y con el ruido y pompa de su entrada interrumpió la santidad del día.

Dicen los cronistas que muchos buenos patriotas se insinuaron con Castelli para que postergue su entrada en la ciudad hasta el sábado de gloria, pero que el Delegado se burló de ellos, lo que dicen hizo perder mucho en la opinión de la gente del pueblo la buena idea que se tenía de los porteños, a los que tuvieron por irreligiosos, creencia que explotaron en alta escala los secuases del absolutismo.

Dejando en esa ciudad de Gobernador al Brigadier Domingo Tristán, que también desempeñaba ese puesto en nombre del Rey, fue a situarse en el pueblo de Tiaguanacu, lugar célebre porque en él se encuentran las ruinas del famoso Templo del Sol.

Había solicitado Castelli, por medio de la Real Audiencia de Charcas, con el General Goyeneche, celebrar un armisticio por el término de cuarenta días. El Capitán don Máximo Zamudio fue el encargado de negociarlo.

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Entre otras cosas se pactaba que el Ejército real conservaría sus destacamentos a este lado del río y que el de la patria continuaría en sus posiciones, sin aumentar el número de él. Después de ligeros debates con algunas pequeñas alteraciones, el armisticio fue aceptado, firmando por una parte el General don José Manuel de Goyeneche y Barreda y su Secretario Pedro López de Segovia y por la otra el doctor Juan José Castelli y su Secretario Bernardo Monteagudo.

Una vez firmado el armisticio, Castelli situó su Cuartel General en el pueblo de Guaqui.

El Ejército de la patria era netamente americano, compuesto de soldados pertenecientes al Virreinato de Buenos Aires. En él se encontraban porteños, nacidos a las orillas del Plata y alegres estudiantes de la famosa Universidad de San Francisco Xavier de Chuquisaca; soldados nacidos en las ardientes vegas del Tucumán y las fértiles campiñas de Salta, mezclados con los hijos del Potosí, del Illimani y del Tunari; los pardos y morenos argentinos confundidos con los indígenas de Chayanta, Chichas y Charcas; en una palabra, era el Virreinato del Plata que emancipándose del dominio de la metrópoli europea, se afrontaba a los aguerridos soldados venidos desde las márgenes del Rimac, que representaban la conquista, la esclavitud y el vasallaje.

¡Era la libertad que se afrontaba a la tiranía! Este Ejército sumaba cerca de 6,000 combatientes, que formaron

tres Divisiones llamadas de la derecha, de la izquierda y del centro. La de la derecha estaba a las órdenes del General Juan José Viamont; la de la izquierda, a las del Coronel don Eustaquio Díaz Velez; y la del centro, a la del Coronel Bolaños. La caballería era toda cochabambina, se componía de 1,200 ginetes, mandados por don Francisco del Rivero. Esta fuerza carecía de instrucción y disciplina, pero abundaba en arrojo y patriotismo, como que en ella se encontraban los héroes de Aroma, que el 14 de noviembre del año anterior, se llenaron de gloria en esa memorable jornada.

El mando en jefe de este Ejército lo tenía el General don Antonio Gonzáles Balcarce, que estaba sujeto al Representante de la Excma. Junta de Buenos Aires, doctor Juan José Castelli.

El Ejército del Rey sumaba 6,500 hombres. El núcleo de éstos estaba formado de aguerridas tropas peninsulares que servían de modelo a las americanas, reclutadas en Arequipa, Puno, el Cuzco y demás provincias del Bajo Perú. La oficialidad era en su mayor parte

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española, educada en los ejércitos de la Península; muchos de ellos habían combatido con las tropas de Napoleón, cuando la invasión a España.

Buen material tenía el futuro Conde de Guaqui para organizar su Ejército con tantos expertos jefes y oficiales que figuraron tanto en la guerra de los 16 años; éstos durante mucho tiempo, se ocuparon de disciplinar é instruir sus soldados, situados en la mayor parte de las poblaciones que circundan el lago de Titicaca, y en los departamentos de Puno, Arequipa y el Cuzco.

Este Ejército se dividió en tres fracciones: la primera (de la derecha), la mandaba el General Goyeneche en persona; la segunda (de la izquierda), su segundo el Brigadier don Juan Ramírez y Orosco; la tercera (del centro), el Brigadier don Pío Tristán.

Tenía Goyeneche su Cuartel General en Zepita, y sus Divisiones en los pueblos más inmediatos. Aquello, como hemos dicho, era un vasto campo de maniobras militares, donde los instructores europeos disciplinaron ese Ejército que tantos años hizo ondear el pabellón de Castilla en el Alto Perú, a pesar de los esfuerzos desesperados de sus hijos.

Al N., el puente de balsas flotantes hechas de totora, único paso del río Desaguadero, estaba defendido por un fuerte destacamento de artillería é infantería, mandado por el Coronel don Jerónimo Morrón y Lombera, y para asegurar el dominio de este único punto de comunicación, habían establecido a su vanguardia baterías en las alturas de VilaVila, a la parte del Sud.

Las alturas mencionadas se prolongan de N. a S. como un gran eje, cortando el llano que se extiende por esa parte entre dos valles, limitado el uno por el lago al E., y el otro por el río al O. E.; este valle lleva el nombre de Azafranal, y en su salida esta situado el pueblo de Guaqui, a los 37 kilómetros al Sud. Allí era donde estaba concentrado el Ejército de la patria.

El valle del O. E. es el de Jesús de Machaca, que así se llama la población situada en esa pampa denominada de Chibiraya por la del N. sobre el río.

A los 10 kilómetros al frente de Guaqui, esta la quebrada de Yuraicoragua, donde van paralelamente los dos valles, separados por las alturas de Vila-Vila, alturas empinadas y fragosas, que en su cima tienen un abra de 2,800 metros de extensión.

Así pues, Guaqui, situado en el lugar mas abierto del llano, era un punto poco estratégico; entregaba el dominio de las márgenes del Desaguadero al enemigo, que estaba posesionado en las alturas de

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Vila-Vila, que por las asperezas y sinuosidades del terreno, podía correrse sin peligro de ser ofendido, ó sea para dominar los valles ó para interceptar la quebrada de Yuraicoragua, puesto que comunica con ella. Podían además atacar desde esas posiciones a los patriotas por uno de los flancos, si se hallaban reunidos ó de lo con-trario atacarlos separadamente.

Muy pronto Castelli y Balcarce comprendieron lo mal que habían hecho concediendo en el armisticio que los realistas conservasen sus posiciones al otro lado del puente.

Autores muy notables é historiógrafos conocidos por su imparcialidad, se han ocupado de averiguar si fue Goyeneche ó Castelli quien rompió primero el armisticio, pero no han dilucidado de una manera concluyente este punto, mas parece que tanto el jefe español como el porteño, llevaban la firme intención de faltar a lo pactado entre ellos.

El 16 de junio la vanguardia de la caballería del General Rivero, mandada por el Comandante Cosme del Castillo, atacó el pueblo de Jesús de Machaca, derrotando en sus inmediaciones como a 200 hombres del Ejército realista.

Cerca de Pisacoma estaba un destacamento realista en observación de los caminos, cuando fue de improviso acometido por un destacamento de la caballería cochabambina, comandada por José Gonzáles, los realistas fueron derrotados, con pérdida de muchos prisioneros y 14 muertos.

Los hechos referidos fueron contestados con que el Coronel Ramírez, del Ejército real, salió sobre Jesús de Machaca, donde encontró un destacamento patriota de dragones ligeros, al mando del Comandante Estéban Hernandez y del Capitán Eustaquio Moldes. Se trabó entre estas fuerzas un recio combate y los patriotas se retiraron dejando en el campo 15 muertos. Ramírez regresó a su campamento.

Por otra parte Balcarce había ordenado la construcción de un puente, como a 10 kilómetros mas abajo del puente del Inca, obra que fue ejecutada por los cochabambinos de Rivero, de manera que todas estas hostilidades de una y otra parte beligerante, hacen comprender la idea de ambas de romper lo pactado. Castelli destacó el día 18 un fuerte trozo de caballería, por el costado izquierdo, con objeto de ocupar el vado del Desaguadero y los pueblos de Guaqui y Jesús de Machaca, enviando además una columna de infantería para atacar por tres partes.

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El Ejército argentino quedó situado del modo siguiente: Las Divisiones de derecha é izquierda, a órdenes de Viamont y Díaz Velez, bajo el mando del primero, acamparon en la quebrada de Yuraicoragua, con orden de esperar en este punto la incorporación del centro y la reserva, que estaban al mando de Bolaños, para con ellas marchar reunidas a atacar Vila-Vila. La seguridad del Ejército patriota era permanecer compacto é hizo lo contrario, se dividió.

—————————

A las 12 de la noche del día 19 se oyó un cañonazo en el Cuartel General de Zepita, y el Ejército real se movió sobre el Desaguadero. El puente así como la margen derecha del río quedó confiado al Coronel Lombera.

El Ejército real se dividió en tres grupos: El de la derecha, mandado por el General Goyeneche en persona, y acompañado de los Coroneles Gonzáles de Socaza y García Santiago; el de la izquierda, mandado por el Brigadier Ramírez de Orosco, al que seguían los Comandantes Castro, Jorge Ballivian y Estevez; el del centro, dirigido por el Brigadier Pío Tristán, con el que iba una columna ligera, formada de los renombrados “Granaderos del Cuzco”, mandados por su Coronel don Francisco Picoaga, muy acreditado en el Ejército real; a esta fuerza se agregó una sección de artillería, a órdenes del Comandante don Miguel Mujía.

Algunos jóvenes oficiales del Ejército, todos americanos, y que después han brillado en esta guerra al servicio de la patria, como Andrés Santa Cruz, Agustín Gamarra, Astete, Benavente, Blanco y otros, acompañaban en esta campaña al General Goyeneche.

Una vez que las tropas realistas pasaron el puente del Inca, la División de la derecha tomó la pampa del Azafranal y la de la izquierda la de Chibiraya; la columna del centro tomó las alturas de Vila-Vila, lista a prestar auxilio al que lo solicite.

Las tres columnas en marcha paralela unas de otras, tenían por objetivo la quebrada de Yuraicoragua; la ocupación de este punto tenía el objeto de impedir é interceptar la reunión de los dos cuerpos patriotas; conseguir se efectúe esta evolución era conseguir la victoria.

Goyeneche marchó directamente sobre Guaqui y Ramírez sobre Jesús de Machaca. El plan fue combinado con habilidad y ejecutado con rapidez y precisión.

La columna del centro fue la que encontró primero que los otros, pequeños destacamentos patriotas que fueron arrollados y tomados.

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A las 8 a.m. la columna de la derecha llegó por el Azafranal al punto convenido. Sorprendido Balcarce apenas tuvo tiempo para formar su gente, é hizo funcionar su artillería, descuidando ocupar el morro que por sus costados baña el lago. Goyeneche avanzó bajo el fuego de la artillería patriota y solo cuando pudo ser eficaz el de su infantería, desplegó sus masas.

Entonces cayó sobre ella la caballería patriota que fue repelida por los cuadros realistas.

Durante esta maniobra Tristán, por orden de Goyeneche, se apoderó del morro que está a la izquierda, y para ocultar este movimiento, tuvo el General en jefe que atacar de frente. En este ataque se distinguió mucho el Regimiento de “Granaderos del Cuzco” 1º del Ejército, que con Picoaga a la cabeza, se apoderó de la posición codiciada. Desde ese momento la acción estaba perdida por los patriotas, que fueron completamente flanqueados por el costado izquierdo.

A pesar de todo, la resistencia de Balcarce fue enérgica y vigorosa, sus soldados hicieron prodijios de bravura, pero no pudieron contener el avance de los granaderos, que los amagaban por donde permitía la lengua de tierra que dejaba la laguna. Los patriotas desconcertados se retiraron en desorden, dejando 15 cañones, 280 cajones de munición y 6 botiquines.

Perseguidos de cerca, se replegaron sobre el pueblo de Guaqui, que fue tomado por Goyeneche después de vigorosa resistencia. Allí cayó el resto del parque, almacenes de víveres y el hospital militar.

—————————— La división de Viamont y Díaz Velez acampadas en el fondo de la

quebrada no tuvieron tiempo sino para salir y formar en la pampa de Jesús de Machaca. No habían tomado la precaución de guardar la altura que tan imprudentemente abandonaron.

Viamont sin embargo, conociendo que Balcarce estaba seriamente amagado y que era indispensable concentrar todas las fuerzas sobre ese punto, trató de abrirse paso para comunicarse con el Cuartel General, pero fue rechazado con pérdida de dos piezas de artillería y un batallón de infantería que fue destrozado.

Entre tanto Díaz Veles con dos piezas de artillería, hizo frente a Ramírez y pronto fue auxiliado por Viamont, que rechazado por Goyeneche, voló en su encuentro.

Ramírez avanzó con ímpetu, como tenía de costumbre hacer, pero halló una formidable resistencia y tuvo que cejar para volver a la

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carga con el Batallón que había dejado de reserva, y nuevamente tuvo que perder terreno.

Literalmente Ramírez fue destrozado por los obuses colocados en el centro de la línea patriota. El fuego incesante de la artillería y la lluvia de granadas de mano que le arrojaban los patriotas, lo habrían perdido sin remedio, sino acude a su auxilio oportunamente el General Goyeneche que guiado por el ruido del combate lo protejió por el flanco izquierdo. Viendo los patriotas que nuevas tropas acudían en protección de los realistas, abandonaron el campo, sal-vando alguna parte de su artillería y municiones.

Cuando Ramirez dueño del campo de batalla, empezaba a reorganizar sus destrozados Batallones, se presentó derrepente la Caballería Cochabambina que había sido mandada a tomar la retaguardia del enemigo, Don Francisco del Rivero que se dirijía al río, para pasarlo por el puente nuevo, oyó el estruendo de la Artillería y no dudando que se libraba un combate, tomó campo travieso, di-rijiéndose por Jesús de Machaca, de manera que cayó inopi-nadamente sobre el campo de Ramírez, donde acababa de ganarse por éste una batalla.

La presencia de Rivero en aquel momento fue muy oportuna. Ella cortó la persecución a los dispersos y situándose en una colina inmediata, pudo haciendo fuego de Artillería contener a los vencedores que al ver su aptitud, se replegaron sobre Guaqui.

Como el General Rivero no contaba con Infantería, no pudo continuar el combate, solo logró reunir algunos dispersos, salvar alguna Artillería, y regresar a Jesús de Machaca, sin mas pérdida que un piquete de 50 hombres que se vieron cortados, cayendo en poder de los realistas.

Rivero llegó al pueblo de Viacha el día 22 con su Caballería y los cañones que había salvado. Allí conferenció con Viamont y Díaz Velez, los que se dirijieron al interior por la vía de Calamarca y Rivero sabedor de los excesos y depredaciones a que se entregó el populacho en La Paz, al saber la derrota de Castelli, entró en la ciudad, con objeto de salvar al vecindario. Contuvo el desorden; repuso en su empleo al Gobernador Domingo Tristán y dejándole una guarnición de 100 hombres, para evitar nuevos desbordes de parte de la plebe; regresó con su División a Cochabamba.

Castelli, Balcarce y Viamont, tomaron la ruta del interior, sin saber nada de su ejército casi destruido. De él solo quedó la División de Rivero y cuanta gente pudo reorganizar el Brigadier Diez Velez, con la que marchó a Chuquisaca, con el fin de engrosar sus filas y

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rehacerse de la derrota. ¡Tal fué la memorable Batalla de Guaqui, que afianzo por 14 años más la dominación española en el Alto Perú!

A esta célebre acción de armas los argentinos la denominan “Batalla de Yuraicoragua” ó “Jesús de Machaca”, y los españoles dieron el nombre de “Batalla de Guaqui” en atención a “que ese lugar fue atacado en persona por el General en jefe del ejército real, don José Manuel de Goyeneche y Barreda, a quien Su M. el Rey de España, en premio de esta victoria, le dio el título hereditario de “Conde de Guaqui”

Junio de 1910.

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BATALLA DE AMIRAYA (1A DE SIPESIPE)

13 DE AGOSTO DE 1811

El General don José Manuel de Goyeneche y Barreda, después

del triunfo de Guaqui, se retiró a su Cuartel General de Zepita, proyectando engrosar su Ejército, darle mas disciplina é instrucción, a fin de emprender campaña y sojuzgar nuevamente al dominio español, las provincias unidas del Rio de la Plata.

Para esto contaba con jefes expertos, que en la batalla de Guaqui habían probado su competencia militar; tenía un núcleo de buenas tropas, las que pensaba aumentar con los contingentes que debían darle La Paz, Oruro, Potosí, Cochabamba y Chuquisaca, de manera que al pisar el suelo Argentino tendría un Ejército aguerrido y capaz de emprender la reconquista de las Provincias de Abajo, perdidas ya para España.

Pero el Conde de Guaqui no contaba con que la provincia de Cochabamba se levantase en armas, apoyando y sometiéndose a la Suprema junta de Buenos Aires.

Don Francisco del Rivero con las fuerzas de caballería, que casi intactas se retiraron de Guaqui, regresó a su provincia, en compañía de los caudillos don Estevan Arze y don Bartolomé Guzmán Quitón, quien en el momento se puso a formar y disciplinar nuevos escuadrones.

Cochabamba lejos de amedrentarse con el contraste sufrido en Guaqui y Jesús de Machaca por las armas de la patria, se levantó más altiva y más viril que antes.

Goyeneche furioso comprendió que no podía abrir campaña contra las Provincias del Plata, dejando a su retaguardia una otra Provincia tan guerrera y levantisca como era Cochabamba, y resolvió antes de emprender campaña al Sud, develar la nueva insurrección.

Para el efecto se dirigió con todo su Ejército sobre Oruro, punto elegido para la base de sus operaciones y allí formó su plan de campaña.

La vanguardia del Ejército real la mandaba el General don Juan Ramirez y Orosco, ya famoso por su victoria de Jesús de Machaca; militar acreditado, déspota y rudo, pero muy valiente y de una resolución y actividad extraordinaria.

Este jefe con su división, ocupó el pueblo de Paria, para tomar el camino de Tapacarí, a fin de estar más pronto en su destino.

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En efecto el día 13 de Agosto descendía la larga cuesta de “Las Tres Cruces” y a las 3 de la tarde tomaba posiciones frente a sus adversarios.

A la una de la tarde de ese mismo día, los jefes del Ejército patriota, que en la mañana dejaron Cochabamba, se posesionaban del llano de Sipesipe, cerca del río de Amiraya, sabedores de que los realistas habían tomado la altura de las Tres Cruces para descender, seguramente, por el estribo de la Cordillera real que termina frente a la llanura indicada.

El Ejército patriota sumaba de ocho a nueve mil hombres, pero la mayor parte de estos no contaban con mas armas que aquellas con que vencieron en Aroma; inútiles contra los seis mil soldados, aguerridos y perfectamente armados que regían el Conde de Guaqui y su segunda el General Ramirez.

El verdadero nervio de las fuerzas de la patria estaba en los ochocientos hombres que de Chuquisaca llevó el Brigadier don Eustaquio Díaz Velez, que era todo lo que quedaba del Ejército destrozado en Guaqui.

También los cuerpos de caballería organizados por Guzmán Quitón, podían rivalizar con los escuadrones del Rey, a pesar de que no estaban bien armados como ellos, sin embargo tenían buenas lanzas y eran excelentes sus ginetes.

Cuando llegaron los independientes al lugar citado, se desprendía ya de la cuesta de Sipesipe, un buen trozo de ginetes realistas que exploraban el terreno por donde con más facilidad podía descender el Ejército a la llanura.

Los patriotas apercibiéndose del avance de sus enemigos, se pusieron en movimiento. Las columnas de infantería las dirigieron al pueblo de Sipesipe, posesionándolas en las alturas inmediatas, tras de los vallados y cercos de los huertos y canchones. A los cuerpos que tenían armas de fuego los colocaron en las barrancas del río, donde les servían de parapeto las escarpaduras del terreno, y el trozo mayor de la fuerza, esto es la caballería, formó por columnas de escuadrones en la misma llanura de Amiraya.

Los patriotas habían llevado con ellos de Cochabamba a la Virgen de las Mercedes, patrona de sus armas, la que servía de Palladium y estandarte al Ejército. Esta con una buena escolta fue colocada en una posesión que domina y que esta situada entre Quilla cohollo y Sipesipe.

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Mientras los independientes tomaban las posesiones indicadas, tras de los exploradores descendían la cuesta los batallones del Ejército real, cuyas bayonetas brillaban al sol, dándoles el aspecto de una serpiente de fuego. Era la vanguardia del ejército que se componía del regimiento “Real de Lima” y del regimiento “Pairuru”, una columna de cazadores del Callao y una batería de montaña (seis piezas). Como hemos dicho esta fuerza era mandada por el General Ramírez.

A las tres rompió esa batería sus fuegos sobre las columnas independientes, fuegos que fueron contestados por los cañones de Unzueta, que ya funcionaron con éxito en Aroma y que ahora abrían claros en las columnas realistas:

Cuando la vanguardia trabó combate con los infantes de la patria, empezaban ya a descender la altura las tropas que venían con Goyeneche. A la cabeza de estas avanzaba el famoso regimiento de Granaderos del Cuzco, cuyo jefe era el Coronel Picoaga, que formaba parte de la División del Centro.

El ataque fue muy vigoroso y en menos de tres cuartos de hora las tropas patriotas fueron flanqueadas y desalojadas de sus posesiones, pero estas después de una lucha tenaz consiguieron rehacerse en la colina de Suticollo, mandadas por Rivero y Arze.

La artillería real emplazó sus cañones en la barranca que abandonaron los patriotas, sobre los que rompió vivo y mortífero fuego. Entre tanto los obuses de estaño del Ejército de Cochabamba, eran de poco alcance y el ánima de ellos se destruía a los pocos disparos, ó se inutilizaban reventándose.

La Caballería real avanzaba entretanto por el flanco derecho y los infantes invadían toda la estensión de la playa en espesas guerrillas, protejidas por el fuego de las baterías, mandadas por los comandantes Valdéz y Mujía.

Guzmán Quitón cargó sobre las primeras columnas realistas en la margen izquierda del río, pero fué rechazado y se desbandaron sus escuadrones, consumándose la derrota, a la que contribuyó el rápido avance de Goyeneche en persona que habiendo reunido el resto de sus tropas, las lanzó como un torrente sobre el llano de Amiraya.

Los brigadieres Rivero y Díaz Velez, el valiente Arze y el intrépido Quitón intentaron un supremo esfuerzo; lograron reorganizar algunos escuadrones y con ellos Rivero y Díaz Velez cargaron por la derecha y Arze y Guzmán por la izquierda.

La caballería española a órdenes de los Coroneles Castro y Ballivián, salió a su encuentro por el flanco derecho y después de un

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rudo choque destrozó y dispersó a los independientes, mientras por la izquierda los “Granaderos del Cuzco” a órdenes de Tristán y Picoaga formaban compactos cuadros y hacían retroceder y desbandarse a las tropas regidas por Arze y Guzmán Quitón.

La noche puso fin al combate. Los realistas siguieron persiguiendo y matando sin piedad a los independientes, acosados sin descanso por la caballería española.

La virgen de las Mercedes, que presenció el combate, fué milagrosamente salvada de caer prisionera en poder de los peninsulares. La imagen con algunas balas que la hirieron fué llevada a Cochabamba en brazos por un soldado, Jacinto Gómez, que fué uno de los primeros que llegó a la ciudad, dando la tremenda noticia de la derrota.

Amiraya, a la que los vencedores llamaran batalla de Sipesipe, fué solo el esfuerzo audaz de los valerosos hijos de Cochabamba, los que no pudieron como en Aroma, destrozar las bien disciplinadas huestes peninsulares, sucumbiendo a la táctica militar, disciplina y las armas demasiado superiores a las suyas que tenían los opresores del Alto Perú

Sin embargo de la derrota, el resultado de la batalla de Sipesipe fué proficuo. Suspendió por mucho tiempo el avance de las tropas realistas a las Provincias del río de La Plata, dando lugar a que en ellas se forme aquel ejército que a órdenes del General don Manuel Belgrano, venció en los campos de Tucumán y Salta mostrando al mundo que un pueblo cuando quiere ser libre, lo arrostra todo por llevar adelante la idea redentora.

Tarija, Agosto-1910.

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COMBATE DE NAZARENO

12 DE ENERO DE 1812 Después de las derrotas de Guaqui y Amiraya, el General patriota

don Eustaquio Díaz Velez, con los restos de su Ejército se había replegado a la provincia de Salta. Esa fuerza no pasaba de 800 hombres, los que fueron aumentando merced al tesonero y patriótico esfuerzo de su activo jefe, de manera que al finalizar el año de 1811, contaba ya con unos 1,700 hombres.

El Gobierno de Buenos Aires, ocupado con asuntos de mayor trascendencia y embargado con la política interior del país, no podía atender de inmediato con los auxilios que necesitaba ese ejército para reorganizarse nuevamente, de manera que se limitó a enviar a Salta al General Puyrredón, quien se hizo cargo de una tropa informe, sin instrucción ni disciplina, mal armada, porque no contaba sino con unos 960 fusiles.

Puyrredón fué bien recibido en el Ejército y empezó a organizarlo, cuando tuvo noticia de la segunda revolución de Cochabamba, encabezada por el General don Estéban Arze.

Con la esperanza de contener el avance de los enemigos y dar aliento a la sublevación de Cochabamba, organizó su vanguardia fuerte en 800 hombres de las tres armas, la que fué destacada a YaVi a órdenes de Díaz Velez.

En Tupiza, se instruían constantemente gruesos pelotones de reclutas, para llenar las filas del Ejército real; eran éstos frecuentemente molestados por las guerrillas independientes, con cuyo motivo el General Goyeneche destacó a esa villa una fuerza de vanguardia a órdenes del Coronel Barreda; este jefe ahuyentó a los patriotas hasta Mojo y en su apoyo fué una columna de 1000 hombres, mandados por el Coronel don Francisco Picoaga, quien se situó en el pueblo de Yavi.

Díaz Velez reunió cuanta gente pudo encontrar y con ella el 29 de diciembre de 1811, atacó a Picoaga, el que se retiró en mucho orden hasta que en el camino encontró el resto de su División que iba en su auxilio, entonces hizo alto en la orilla septentrional del río de Suipacha. Díaz Velez que lo seguía, ocupó el Sud de la quebrada de Nazareno, y destacó gruesas guerrillas para empeñarlo al combate, pero Picoaga estudiaba el terreno y no se decidía a una acción de-finitiva, la que por otra parte le impedía la creciente del río que en esa estación del año se pone impasable.

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El día 12 de enero de 1812, cansado el General patriota de esperar a su enemigo, resolvió atacarlo en sus posiciones. Con este propósito avanzó intentando el difícil paso del río, notablemente aumentado por las últimas lluvias, el que ademas de tener fuerte caudal de aguas es excesivamente fangoso, de manera que corría un verdadero peligro al cruzarlo, sin tener perfecto conocimiento de los vados, pero nada arredró al jefe patriota, que al verificar esta operación corría verdaderamente una peligrosa aventura. La caballería fué la primera que empezó a cruzar el río, bajo el nutrido fuego que le hacía la infantería y artillería enemiga, ventajosamente situada en la margen opuesta.

El espectáculo de este atrevido ataque debió ser demasiado imponente; los ginetes con el agua a las ancas de los caballos, pugnando contra la corriente que los arrastraba; sufriendo por otra parte el fuego de frente, que no podían contrarrestar de ninguna manera, ni evitarlo tampoco, y cuando los primeros escuadrones pisaban la orilla, libres para empezar la pelea, una creciente repentina del río, tan frecuente en esa estación, llenó la playa cortándolos con el resto de la columna.

Las turbias aguas bramando de un modo espantoso, derribaban ginetes y caballos, los que perecían ahogados y arrastrados por la corriente. Los que lograron ganar la opuesta orilla quedaron prisioneros.

¡Ambos ejércitos, colocados en las márgenes del río, con-templaban atónitos y aterrados tan imponente espectáculo!

Díaz Velez tuvo que retirarse a sus posiciones dejando 170 soldados ahogados ó prisioneros.

¡Tal fué el desastroso resultado del combate del 12 de enero de 1812!

——————————— Indudablemente la vanguardia patriota hubiera perecido aquel

día, si el jefe realista se decide a atacarla cuando pasó la impetuosa creciente del río que se interpuso entre realistas y patriotas.

Seis días después recién decidió Picoaga tomar la ofensiva, atacando a sus adversarios, para lo que tomó posiciones ventajosas en las márgenes del Suipacha, alistándose para emprender el ataque. En esto llegó al campamento el Mayor General del Ejército real, Brigadier don Pío Tristán, quien ordenó se suspenda el movimiento, hasta que se incorpore el Batallón “Abancay”, que dejó un tanto rezagado y que venía en refuerzo de la vanguardia realista.

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Díaz Velez que conoció ó fué avisado de lo que en el campo enemigo sucedía, aprovechando la noche levantó su campo y no paró hasta llegar a la quebrada de Humahuaca, que esta 48 leguas a retaguardia del lugar donde se desarrollaban estos sucesos.

Así quedaron burladas las intenciones de los jefes realistas y se salvó la vanguardia del Ejército auxiliar del Río de la Plata.

Se dijo que las disposiciones tomadas por Tristán, eran originadas por la rivalidad que empezaba a sentirse entre él y el Coronel Picoaga, cuyo valor lo prestigió mucho en el Ejército, lo que dañaba el crédito del Brigadier Tristán; ambos jefes eran bajo-peruanos y rivalizaban en valor, de modo que el uno hacía sombra al otro, esta circunstancia valió para la salvación de las fuerzas del activo Díaz Velez, que irremediablemente estaba perdido, porque con el último contraste quedó su gente intimidada y en estado de no resistir una agresión de sus enemigos.

A consecuencia de la retirada a Humahuaca, dejó el jefe patriota rezagado el convoy de heridos y enfermos de su Ejército, dicho convoy fué alcanzado y tomado por los soldados de Tristán; este jefe dejó que ese convoy siga tranquilamente su camino, sin ser molestado por nadie, dando cuenta de este hecho al General en jefe. Este contestó desde Potosí, en 29 de enero de 1812: “Ha merecido mi aprobación la política y piadosa resolución de U. S. de dejar continuar su marcha a los 140 heridos alcanzados por nuestras par-tidas, para que sirvan al arribo de sus domicilios, de escarmiento a los que permanescan con el delirio de la revolución.”.

¡Es verdaderamente asombrosa una aprobación semejante, dictada por el tigre arequipeño don José Manuel de Goyeneche y Barreda; por eso la consignamos en este estudio!

Abril 16 de 1912.

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BATALLA DEL QUEÑUAL

24 DE MAYO DE 1812 No podemos dejar sin referir dos episodios muy notables en la

guerra que venimos estudiando, estos son la batalla del Queñual ó Pocona y el combate de San Sebastian. El primero librado entre las fuerzas del General Conde de Guaqui, don José Manuel de Goyeneche y Barreda y los insurgentes cochabambinos, mandados por el ínclito caudillo patriota don Estéban Arze. El segundo es el heroico sacrificio de Cochabamba, inmolada en aras de su acendrado patriotismo y su amor a la causa de la libertad de su patria.

——————————— Goyeneche en su afán de reconquistar las provincias argentinas,

ya perdidas para la monarquía española, había adelantado su vanguardia, mandada por el Brigadier don Pío Tristán, para que ocupe las provincias de Jujuy, Salta y Tucumán. Al mover sus fuerzas en apoyo de las de su lugarteniente, supo que la indomable provincia de Cochabamba, acaudillada por el General don Estéban Arze, se había pronunciado otra vez por la Junta de Buenos Aires.

Furioso el Conde de Guaqui, al conocer este suceso, juró castigar a los insurgentes de una manera ejemplar, pues con su rebelión hacían otra vez fracasar sus planes de conquista, la que no podía llevarse a cabo dejando a sus espaldas enemigos tan audaces y turbulentos como eran los hijos de esa provincia.

Con éste propósito situó al Brigadier Tristán en Tupiza con 2,000 hombres. Mandó al Coronel don Francisco Picoaga pase a Chuquisaca con una División, en la que figuraba el famoso Regimiento de “Granaderos del Cuzco”. El General en jefe se trasladó también a Chuquisaca, para allí acordar una combinación terrible contra la ciudad insurgente, a la que se proponía exterminar.

Una columna debía partir por la provincia de Chayanta, para maniobrar de acuerdo con las fuerzas que de La Paz traía el Coronel Revuelta. La columna mandada por el Coronel Morrón de Lombera seguía la ruta de Tapacarí; la del Coronel Huisi avanzaba de La Laguna por Vallegrande y la del Coronel Alvarez de Sotomayor, tomaba el camino que conduce de Santa Cruz de la Sierra a Cochabamba.

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Se cuenta que el General Goyeneche mandó formar su numeroso Ejército en la plaza principal de Chuquisaca, donde proclamó a cada uno de los cuerpos; todas sus proclamas se redujeron a lo siguiente: “Sois dueños de vidas y haciendas, esterminad a los alzados.”

El día 13 de mayo salió de Chuquisaca con 4,000 hombres de la tres armas tomando él con su columna la vía de Mizque y Cliza. Toda esa falange tenía orden de converger en un día fijado, sobre la patriota ciudad de Cochabamba contra la que se desplegaba ese lujo y ostentación de poder y los habitantes de ella no contaban sino pocas armas, sus famosos cañones de estaño, fabricados por ellos con tanto patriótico afán creyendo que con ellos y las hondas y makanas con que vencieron en Aroma, eran bastantes para triunfar de los enemigos de la libertad.

Las hordas que por diferentes caminos se dirigieron a Cochabamba, hicieron atrocidades en el transito; el Coronel Lombera, que salió de Oruro el 18 con cerca de 2,000 hombres, entre los que se contaban 850 indios armados de lanzas, traídos del Cuzco por Pumakagua, no solo mandó matar y robar cuanto encontró, sino que redujo a cenizas los pueblos de Sacaca y Quirquiavi. Lo propio hizo el Coronel don Agustín Huici que incendió el pueblo de Pucara; Huici salió el día 13 de la villa de La Laguna.

Pronto las fuerzas realistas llegaron al pueblo de Pocona, llamado entonces “La villa del Chapín de la Reina”, por el fuerte tributo que pagaban sus moradores para tener el honor de calzar los pies de su graciosa soberana.

La vanguardia del Ejército de Goyeneche fué molestada desde, su salida de Chuquisaca, en todo el trayecto de su marcha, por las guerrillas del ya célebre caudillo don Manuel Ascensio Padilla, el que pugnaba por incorporarse al ejército cochabambino, pero se lo impedía con hábiles maniobras el Coronel Imas, jefe de esa vanguardia.

El General Arze había entretanto salido a Mizque al encuentro de Goyeneche y el día 18 de mayo pasó al Paredón adelantando su vanguardia mandada por el Comandante Lemoine; de allí fué a Sacabamba, donde tuvo noticias exactas de Goyeneche, por lo que partió en el acto el día 23, con la primera luz del día, y caminó durante todo él con mas la noche, para llegar como llegó con su gente rendida de fatiga, al lugar llamado Paredones, situado entre la laguna de Vacas y el Queñual, con el objeto de ganar é impedir el paso de la estrecha garganta y la pendiente cuesta que da cima a Pocona, pero la vanguardia mandada, como hemos dicho, por el

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Coronel Imas, trepando las ásperas serranías de Pocona, logró llegar a la cumbre antes que los independientes.

Cuando Arze salió de Paredones para esperar al enemigo, en las alturas vio a éste desde el Queñual que descendía al llano de Pocona.

La vanguardia realista bajaba la empinada cuesta como una enorme culebra de acero, amenazando envolver a los patriotas que la esperaban formados en batalla. Habían emplazado su artillería de estaño en un pequeño collado para dominar con ella el campo y al pie de él se desplegó en guerrilla, la infantería, armada de malos fusiles y arcabuces. A retaguardia brillaban las sólidas y toscas lanzas de los escuadrones de caballería, mandados por el General en jefe del Ejército independiente.

Rompió el fuego la artillería, pero el pequeño calibre de sus piezas de estaño no tenía potencia ninguna para cruzar el llano con sus proyectiles, además el anima de esas piezas sufría desperfectos y acababa por inutilizarse con la inflamación continua de la pólvora que dañaba el estaño con el calor producido con la continuidad de los disparos, de manera que pronto tuvo que silenciar el fuego de la artillería patriota y solo se oía el silbido de los buenos proyectiles lanzados por los cañones de bronce de la artillería real, que llevaba un espléndido material de guerra acumulado para invadir las pro-vincias argentinas.

Cesó el fuego y los realistas avanzaron; los patriotas los esperaron en sus puestos, firmes como moles de granito. Se siguió un combate rudo, terrible, que hubiera durado más a ser más consistentes las armas de los soldados cochabambinos, la mayor parte de ellas fabricadas en sus improvisadas maestranzas, sin tener el temple ni la consistencia de las excelentes armas de los opresores de la patria.

Más de ochenta hombres tuvo que dejar el heroico caudillo cochabambino al retirarse del campo de batalla, entre muertos y heridos, éstos fueron ultimados por orden del feroz Imas, no se tomaron prisioneros; ¡Imas no acostumbraba tomarlos jamás!

Los cañones de estaño, obra exclusiva del patriotismo de un pueblo, así como algunos fusiles, quedaron en poder del vencedor, que con su rápida persecución no dio tiempo para que los salvaran los patriotas.

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Sin descansar un momento siguió Goyeneche su marcha a Cochabamba y al caer de la tarde del 24 de mayo de 1812, descendía por la cuesta de Arani, donde acampó con su Ejercito.

El día 25 prosiguió su marcha y después de almorzar en Punata, acampó en Cliza. En el trayecto se cometían desacatos mil, por la soldadesca autorizada para todo, y en el pueblo de Muela una partida destacada allí, tales excesos cometieron, que los habitantes los mataron a todos. Muela fué castigada como es de suponerse con inaudita crueldad.

El 26 ingresó en la villa de Tarata, donde se multiplicaron las tropelías, y por orden expresa de Goyeneche, se incendió la casa del General don Estéban Arze, y muchos patriotas, ó tenidos como tales, fueron victimados.

¡Las huellas del feroz arequipeño quedaron en el trayecto marcadas con sangre!

Abril 12 de 1912.

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SAN SEBASTIAN

27 DE MAYO DE 1812 Los realistas acamparon en la Tamborada, en el lugar conocido

con el nombre de Los Trojes. Allí Goyeneche dividió su Ejército en tres fracciones: la primera

tenía que trasmontar la serranía que se levanta a la derecha de Las Trojes, para seguir el camino que baja por Alalay; esta columna estaba encomendada al General don Juan Ramírez. Con la segunda fracción Goyeneche seguía la ruta principal, es decir, la del Ticti. La otra fracción tomaba la izquierda para avanzar por los caminos de Caraza y Quillacollo; ésta estaba dirigida por el Coronel Imas. En un momento dado las tres divisiones debían ocupar la ciudad. Entretanto reinaba en ella la confusión y el desorden. Unos hablaban de rendirse; otros insistían en enviar nuevas comisiones al General vencedor, y porfiaban con el noble y benemérito Gobernador de la ciudad, don Mariano Antezana, quien en vano trataba de encontrar un medio para conjurar la tormenta que amenazaba y salvar de algún modo a su querido pueblo. Con este fin arengaban él, el presbítero Oquendo y otros buenos patriotas, para ver si se aplacaba la cólera del tirano; pero todo fué inútil, el pueblo azuzado por algunos bullangueros exaltados y particularmente por las mujeres que censuraban la conducta de los varones que pensaban con algún juicio, jurando morir antes que rendirse a los tiranos.

Las alturas de San Pedro, Alalay, el Ticti y San Sebastian, fueron coronadas por los defensores de Cochabamba, que impávidos esperaban la hora del sacrificio.

¡Allí estaban fieros, terribles, heroicos, destacándose en ésas alturas llenos de valor y de patriotismo!

Las tropas reales con el polvo que levantaban sus pisadas, no notaron la presencia de sus enemigos. Cuando hiceron alto la nube de tierra se disipó y recién percibieron el ijapapeo de las turbas que lanzando una desdeñosa carcajada al rostro de sus verdugos, esperaban el momento del sacrificio.

Algunas detonaciones partieron del Ticti y de Alalay y se cuenta que el vencedor de Pocona creyó por un momento, que eran salvas en honor de su llegada, pero cuando notó el polvo que levantaban los proyectiles de los cañones de estaño, no pudo contener su indignación; y creció ésta al ver que la mayor parte de esos cañones

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estaban rodeados por las mujeres que enseñaban a los hombres a pelear por la libertad de la patria y lanzaban vítores a ésta desde su cumbre como un reto a sus opresores.

Ardiendo de furor mandó hacer alto a sus columnas, las hizo formar en masa y refrenando su caballo de batalla al frente de ellas les dijo:

“¡Soldados! Sois dueños de las vidas y haciendas de los insurgentes, marchemos a exterminarlos”.

Un hurra a su caudillo resonó en las filas realistas, y los chacales sedientos de sangre y de pillaje, se dirigieron a la ciudad. Luego esas tropas fuertes en más de 5,500 hombres, de las tres armas, formaron en batalla.

En seguida se dispuso que la izquierda de la línea, se apoye en las barrancas del río Rocha y la derecha en el Ticti; luego se mandó marchar al paso de carga, formando lentamente un semicírculo a fin de envolver la colina de San Sebastián donde era mayor el número de los alzados.

En este campo despejado, plano sin obstáculos, podían las tropas peninsulares maniobrar a su agrado, ejecutando el movimiento envolvente como en una parada militar.

En la cumbre ó coronilla del citado cerro, habían los patriotas colocado mayor número de cañones, aprestándose a servirlos hombres, mujeres y niños. Los que tenían fusil, arcabuz, honda ó makana, se alistaban para defender los flancos descubiertos. A retaguardia y al pie del cerro una multitud de mujeres, que con gran algazara, daban vivas a la patria, repetían los japepeos, silbidos y carcajadas, como desafiando a los peninsulares.

Del alto de esa colina partieron los primeros disparos de cañón y de fusil; las tropas reales siguieron avanzando a paso de carga y cuando notaron que sus armas podían ofender, rompieron en nutridas descargas sobre los defensores de la colina.

Un alarido de rabia contestó al fuego y éste se hizo más concentrado y rápido. Los disparos de los cañones patriotas se hacían muy escasos, se calentaron las piezas y faltaron las municiones, de manera que silenciaban los cañones y la multitud que rodeaba el pie de la colina, empezó a alejarse bajo el fuego nutrido y mortífero de los realistas que les hacían mucho daño. Los granaderos estrechaban entretanto el círculo de muerte; la hora de la matanza había llegado, y los disparos de los soldados de la tiranía mezclados con los ayes de las víctimas, atronaban el espacio.

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Cerca de 300 personas habían quedado en la colina, entre hombres, mujeres y niños, resueltos a vender caras sus vidas y al encontrarse dentro de ese círculo de fuego y hierro, hicieron desesperados esfuerzos para defenderse.

Todo fué inútil, empezó la matanza que duró mucho tiempo; cesó el fuego y las bayonetas hicieron su sangriento oficio. No se dio cuartel a nadie, ni a las mujeres ni a los niños, algunos de éstos que pedían perdón de rodillas arrastrándose a los pies de los soldados, eran clavados por éstos contra el suelo.

Cuando acabaron de matar, aquellas fieras ensangrentadas, locas de furor y ansiosas de pillaje, azuzadas por sus jefes y guiados por sus oficiales, se desparramaron por toda la ciudad que les había sido entregada por su General en jefe, quien en persona acosaba y acuchillaba a las turbas indefensas, llegando su furor hasta meterse en el templo de la Matriz a caballo, atropellando a los sacerdotes para herir al doctor Lopez de Andreú de quien tenía un agravio que vengar.

La soldadesca sin disciplina ni moralidad alguna, cometió durante tres días, cuanto crimen puede imaginarse. ¡Nada fué respetado, solo se veía en la ciudad mártir, hogares profanados, comercios saqueados, casas incendiadas, cadáveres insepultos y sangre y desolación por todas partes!

¡Tal fué la espantosa hecatombe del 27 de mayo de 1812! Las mujeres de Cochabamba habían cumplido su deber, con un

heroísmo extraordinario, acompañando a sus esposos y a sus hijos en el martirio por la santa causa de la libertad. Por eso es que en el Ejército auxiliar del Río de la Plata, mandado por el General don Manuel Belgrano, todas las noches a la hora de la lista, en todos los cuerpos del Ejército, un oficial ante la tropa formada preguntaba:

¿Están presentes las mujeres de Cochabamba? y otro oficial respondía:

“Gloria a Dios, todas han muerto por la patria en el campo de honor.”

Abril 15 de I9I2.

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BATALLA DEL TUCUMÁN

24 DE SEPTIEMBRE DE 1812 Hemos visto cómo sucumbió en la batalla de Guaqui el primer

Ejército auxiliar argentino, enviado por el Gobierno de Buenos Aires a reconquistar sus provincias del Alto Perú, indebidamente ocupadas por el Virrey de Lima. Ahora vamos a conocer el avance del segundo Ejército auxiliar de las Provincias Unidas, mandado por el ilustre General don Manuel Belgrano, que llenó de gloria las armas de su patria en las memorables batallas de Tucumán y Salta. Pero como no es nuestro propósito referir la historia de esa época de efervescencia, sino estudiar los mas notables hechos de armas acaecidos en ella vamos a ocuparnos de las jornadas de Tucumán y Salta, porque, aunque ellas no hayan sido libradas en suelo altoperuano, forman parte de esa cadena de combates de la guerra de los 16 años, librados para libertar el Alto Perú, que empezando en el año de 1809 terminaron en el año de 1825.

————————— Alentado el Virrey de Lima con los triunfos obtenidos por sus

armas en los campos de Guaqui, Amiraya y el Queñual; castigada la altiva Cochabamba por el feroz Goyeneche y derrotado el Coronel don Eustaquio Díaz Velez en el combate de Nazareno, dispuso que el Conde de Guaqui, aumentando su aguerrido Ejército, avance sobre las provincias del Río de la Plata, a fin de someterlas nuevamente al dominio español.

Cumpliendo este mandato dispuso el General Goyeneche adelantar un Ejército de vanguardia con objeto de apoderarse de las provincias de Salta y Tucumán, para formar en ellas su centro y base de operaciones y pensar luego en la reconquista de Buenos Aires.

Fundadas esperanzas tenían los realistas de que pronto un poderoso Ejército peninsular, que se alistaba en las costas españolas, para darse a la vela con rumbo a Buenos Aires llegaría allí; por esto el Virrey veía indispensable tener en Tucumán y Córdova un núcleo poderoso de tropas avanzadas hacia la metrópoli argentina, para en su caso caer sobre ella, dando así la mano al Ejército expedicionario español, cuya llegada para el Virrey era cosa de fé.

El General Vigodet, por otra parte, estimulaba al Conde de Guaqui a abrir campaña decididamente contra la metrópoli

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sudamericana, indicando que el Ejército del Perú amague por él frente, prometiendo él auxiliarlo con 2,000 hombres escogidos del Ejército de la banda oriental; con 8,000 portugueses en las costas de Maldonado y en las riberas del Urceguay, cerca del arroyo Chino, con l,000 españoles y el auxilio de una fuerte marina de guerra.

Todo esto era muy halagüeño y la ocasión parecía demasiado propicia para llevar adelante los planes de invasión a las Provincias del Plata, cuya reconquista era el sueño de oro del Marquez de la Concordia, Virrey de Lima y de su lugarteniente el Conde de Guaqui.

Además tenía en cuenta los frecuentes disturbios de Buenos Aires y la multitud de preocupaciones de su Gobierno, que no enviaba los oportunos recursos al Ejército expedicionario al Alto Perú, y si lo hacía era en muy pequeña escala. Con todos estos antecedentes el General Goyeneche cuando regresó a Potosí, después de haber ahogado con sangre el segundo pronunciamiento de Cochabamba, se dedicó a disponer la expedición de su Ejército de vanguardia a las provincias de Salta y Tucumán.

Muy luego marcharon a Suipacha los regimientos de infantería “Real de Lima” y “Cotabamba”, con objeto de engrosar el Ejército de vanguardia, confiado al Brigadier don Pío Tristán; éste con objeto de preparar víveres y movilidad para su Ejército, lo envió de vanguardia al Coronel don Agustín Huisi, con una fuerte columna compuesta de las tres armas.

El General Belgrano, situado en Jujuy, contaba con fuerzas muy diminutas para poderse internar en el Alto Perú, por lo que se limitaba a resguardar y observar los pasos que conducen a él, por lo que situó una vanguardia en el pueblo de Humahuaca a órdenes del Coronel Díaz Velez.

El General patriota no contaba sino con los cuerpos siguientes, él 3 de agosto de 1812: Infantería: 816 hombres; “Pardos y Morenos” 285; caballería: “Dragones de la patria” 248; “Húzares de la patria.” 201; artilleros 44, que sumaban un efectivo de 1,594 soldados, de los que deduciendo enfermos, gente de servicio y en comisión, llegaban apenas a un efectivo disponible dé 1,300 plazas.

La vanguardia patriota situada en Humahuaca, a órdenes de Díaz Velez, viendo que no podía impedir el paso a la realista, se replegó sobre el centro y el General Belgrano, el día 23 de agosto en la tarde, emprendió la retirada por el camino del Tucumán, de manera que la vanguardia, mandada por Díaz Velez, quedó sirviendo de retaguardia al Ejército; ésta fue reforzada con alguna artillería y caballería. El enemigo, que venía picándoles la retaguardia, el 24 de agosto ocupó

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Jujuy. Al abandonar las últimas calles de esa ciudad, cambiaron los independientes las primeras balas con sus enemigos, siendo el Capitán Cornelio Zelaya el primero que las cruzó, haciendo con sus ginetes una brillante maniobra, tanto que salió sin perder un solo soldado, con una serenidad y arrojo admirables.

El coronel Huisi ocupó Jujuy, ciudad que tomó sin resistencia, adelantando sus avanzadas hasta el río Pasaje, dé dónde escribió al Brigadier Tristán, que con su columna solamente, iba a apoderarse del Tucumán.

Entusiasmado Tristán con las ventajas obtenidas por su vanguardia, salió de Suipacha el 1º de agosto de 1812, con cuatro regimientos de infantería, “Real de Lima”, “Paruru”, “Cotabamba” y “Abancay”; 1,200 soldados de caballería y 10 piezas de artillería bien servida. Sin obstáculo alguno cruzó las Provincias de Jujuy y Salta y continuó internandose en el país, manifestando un desprecio absoluto por sus adversarios.

Entretanto la vanguardia realista y la retaguardia independiente sostenían casi diariamente encuentros en los que no siempre llevaban la mejor parte los patriotas, y cada día perdían gente y eran vigorosamente hostigados, tanto es eso qué el 3 de setiembre, Díaz Velez, fue atacado fuertemente por las fuerzas de Huisi y el jefe patriota tuvo que mandar a sus “Dragones” y “Granaderos”, que echando pié a tierra, rechazasen a los realistas, que se retiraron en desorden, mas a poco trecho encontraron 600 hombres que venían en su alcance, mandados por el Coronel Llanos; entonces volvieron caras poniendo en completa dispersión a los patriotas hostigándolos tan de cerca que el mismo Coronel Díaz Velez corrió largo trecho mezclado con sus enemigos.

Noticioso el General Belgrano de lo que pasaba en su retaguardia, hizo alto en las orillas del río de Las Piedras, donde tomó posiciones aprovechando la barranca del río y los espesos bosquecillos que cubren, de trecho en trecho, un terreno bastante accidentado. Tan luego como sintió el galope de los caballos y la algazara de los perseguidores, mandó hacer fuego con dos piezas de cañón para que conociendo los realistas la presencia de otras fuerzas, cesara la persecución; en efecto, así pasó; hicieron alto a una distancia de 300 metros, tendiendo en seguida su línea de guerrilla.

Belgrano destacó al Capitán Carlos Foret con 100 cazadores y dos piezas de cañón por el flanco derecho; al Comandante Miguel

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Araoz con 100 hombres de “Pardos y Morenos”, por la izquierda, colocando al Coronel Juan Ramón Balcarce, Díaz Velez y La Madrid en el centro, con dos escuadrones de caballería, los que al sentir el fuego que rompió Foret se precipitaron sobre los realistas poniéndolos en desordenada fuga, tomándoles 25 prisioneros y persiguiéndolos por mas de media legua.

Este triunfo levantó demasiado el ánimo de los patriotas, desalentados con tantos contrastes, y comprendieron que sus enemigos no eran invencibles.

—————————— Belgrano abandonó en seguida el camino central é inclinandose a

la derecha del río Pasaje, como tomando la vía de Santiago y Córdova, logró burlar la tenaz persecución de su enemigo y pudo dirigirse sin mas inconvenientes al Tucumán, donde decidió esperar al Ejército real invariablemente y a fin de levantar el espíritu patrio de sus moradores, envió allí al Coronel Juan Ramón Balcarce, al que también encomendó la formación de algunas fuerzas de caballería.

Tristán seguía avanzando en pos de su adversario, también con el propósito irremisible de apoderarse del Tucumán. Su vanguardia hizo alto en Yatasto y Metán, veinte leguas antes de la ciudad indicada, con el objeto de esperar recursos y refuerzos.

Había desprendido una División que se apoderó de la ciudad de Salta, donde fue recibida con repiques de campanas y regocijos públicos, notándose entusiasmo por defender la causa del Rey en todos los españoles, europeos y en particular los frailes que allí habían quedado, con todos los que engrosaron las fuerzas peninsulares.

Belgrano manifestó con entereza su plan de esperar al Ejército real en el Tucumán, al Gobierno de Buenos Aires; pero éste no solo desaprobó la idea sino que le ordenó terminantemente se retirase a Córdova, inutilizando armas, quemando víveres y destruyendo cuanto pudiera ser útil en el parque militar al enemigo; pero Belgrano, a pesar de las reiteradas é imperativas órdenes, después de hacer notar las inconveniencias de ellas si llegaba a cumplirlas, resolvió quedarse esperando ser atacado por los opresores de la patria.

Los Tucumanos secundaron con patriotismo los preparativos del héroe americano; el vecindario todo se entusiasmó con la idea de defender su ciudad y prestaron al General Belgrano toda clase de recursos; así fue que el Coronel Balcarce pudo formar un cuerpo de milicianos de caballería de más de 400 ginetes bien montados.

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Este cuerpo fué el origen de aquella famosa caballería gaucha que tanto figuró en esta guerra. Su aspecto mismo era imponente, tenía él algo de aterrador y fantástico; llevaban esos ginetes vestidos amplios de multitud de abigarrados colores, altas botas de cuero con enormes espuelas que sonaban con el trote de los corceles; adelante de la montura llevaban grandes guardamontes de cuero endurecido, las boleadoras y el lazo en las ancas del caballo, completaban su ca-prichoso uniforme, el que les daba un aspecto demasiado particular. Además, estos soldados eran ginetes como no se conocía otros, especie de centauros que a caballo eran invencibles.

Cuando el General Belgrano ingresó en el Tucumán, quedó gratamente impresionado con el aspecto de sus nuevos soldados, a los que felicitó efusivamente, cumplimentando al Coronel Balcarce por el buen éxito de su comisión; éste le anunció que esperaba nuevos contingentes de voluntarios de caballería y Belgrano le hizo saber su inquebrantable resolución de permanecer allí y no retirarse a Córdova, como se lo ordenaba el Gobierno, resolución que fue muy aplaudida por Balcarce.

Belgrano emprendió con el mayor esmero la ardua tarea de instruir el Ejército dándole una severa disciplina; para nadie era un secreto que el Tucumán iba a ser el teatro de grandes acontecimientos; que allí la libertad iba a jugar su suerte desafiando el poder de la tiranía, y todos veían al General Belgrano como al salvador de la naciente nacionalidad argentina, así como a todos los que lo acompañaban en tan magna obra.

———————— Mientras el héroe argentino se preparaba a la defensa del

Tucumán, avanzaba lentamente el Ejército real, fuerte en 6,000 hombres veteranos y aguerridos, con cuerpos acostumbrados a la victoria, entre los que descollaban los regimientos de infantería “Real de Lima”, “Paruru”, “Cotabamba” y “Abancay”; además contaba con diez cañones de montaña bien servidos y con 1,200 ginetes de no muy buena calidad y que eran los cuerpos peor organizados del Ejército del General Tristán.

Su vanguardia se movió de Metán, y el jefe de ella Coronel Agustín Huisi, se adelantó con dos ayudantes hasta el pueblo de Las Trancas, donde fue tomado prisionero por una partida de paisanos armados, puestos allí de observación.

La pérdida de su jefe de vanguardia contrarió tanto al General Tristán, que dirigió un oficio al General Belgrano amenazándolo con

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que los prisioneros patriotas que tenía en su poder serían tratados conforme se tratase al Coronel Huisi. El oficio estaba firmado el 15 de setiembre de 1812, en “El Campamento del Ejército Grande”. Añadió a este oficio 50 onzas de oro, para que fueran entregadas al Coronel Huici; el General Belgrano devolvió la suma remitida, obligandose a entregar igual cantidad al jefe de la vanguardia española que estaba en su poder, con tal que la suma devuelta fuese repartida entre los prisioneros patriotas existentes en los reales del General Tristán. El oficio de Belgrano estaba fechado el 17 de setiembre de 1812 en “El Cuartel General del Ejército Chico”.

Levantó Tristán su campamento de Las Trancas, y acelerando su marcha acampó en los Nogales, el 23 de setiembre, a un cuarto de legua de la ciudad del Tucumán.

El General Mitre, en su magistral obra “Historia de la Independencia Argentina”, dice que el plan del General realista era: “Llamar la atención de los patriotas por el camino de los Nogales, aproximarse a la ciudad, para descubrir sus intenciones, hacerlos caer en el error de que aquel era el punto elegido para el ataque; dejar en esta dirección una fuerte columna; dirigir oportunamente el grueso de las fuerzas sobre su derecha: ocupar el camino de Tucumán a Santiago, cortándoles su retirada natural y tomar a las tropas de Belgrano entre dos fuegos si se atreven a salir; ó en caso contrario, hacer rendir la plaza por el hambre ó a la “ fuerza de las armas”.

Tucumán, situada sobre una espaciosa meseta cruzada por todas partes por acequias de regadío, las que toman sus aguas en algunos arroyos que cruzan por esa hermosa llanura cubierta de bosques de naranjeros, mirtos y laureles, era apropiada para las evoluciones de la caballería, por esto el General Belgrano había resuelto apoyar la retaguardia de su Ejército en la ciudad cubriendo sus alas con la caballería, de manera que lanzándose a la bayoneta sobre el enemigo y envolviéndolo al mismo tiempo con sus escuadrones, podía obtener sobre él un éxito completo.

Como creía Belgrano ser atacado por el Norte, pero jamas por la espalda, hizo sus reconocimientos por donde esperaba verlo llegar, y cuando el día 23 supo que el enemigo avanzaba por los Nogales, ya a la vista de sus avanzadas que se le aproximaron, formó su línea dando frente al Norte. En la noche se replegó sobre la ciudad, regresando con el día sobre la misma posición, creyendo que luego sería atacado en ella.

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El General Tristán avanzaba resuelto a llevar el plan de ataque que tenía meditado, suponiendo a Belgrano cerrado en la plaza, juzgándolo incapaz de tomar la ofensiva. Así, pues, el 24 descampó en la mañana, dirigiéndose con el grueso de sus fuerzas a Tucumán, dejando a la izquierda el camino que había traído, por el que destacó una columna de preferencia a fin de llamar por esa parte la atención de los independientes y cortarles la retirada al Sud. La marcha de su Ejército no era en son de combate, sino en columna de camino, llevando al costado 13 piezas de artillería de montaña a lomo; luego se inclinó mas a la derecha, como evitando la ciudad, para salvar los pantanos producidos por los arroyos, a fin de pasar por un puentecillo que allí existía en el lugar llamado “Ojo de Agua”. Se refiere que en ese lugar sus exploradores tomaron un aguador que llenaba su pipa en una vertiente; presentado a Tristán, le regaló una onza de oro, encomendándole le llevase algunas pipas de agua a la mejor casa de la ciudad, porque esa tarde pensaba darse un baño en su alojamiento.

Para verificar su marcha de flanco, tuvo que aproximarse a la altura que forma la falda de la sierra y fué visto por todos, de manera que su plan fué conocido, quedando inútiles las maniobras por él ejecutadas. A las 8 de la mañana sus columnas descendían por la arboleda de las Tunas, bajando de allí al “Campo de las carreras”, dejando por consiguiente el Sud a su retaguardia. Entonces fué que descubrió sobre su flanco, una línea de infantería tendida en batalla, con mas una pequeña reserva. No se divisaba caballería ninguna, lo que le hizo suponer que los independientes no contaban con esta arma. Como no estaba aprestado para el combate, se asombró de la audacia de sus enemigos a los que miraba con menosprecio, y en el momento impartió sus órdenes para dar la batalla.

Entretanto, el General argentino tendió su línea dividiendo su infantería en cuatro columnas, formadas en línea de masas, quedando otra de reserva. Las dirigían: el Capitán Carlos Foret, el Comandante Ignacio Warnes y el Comandante José Superi. La reserva estaba a cargo del Teniente Coronel Dorrego.

La artillería que constaba de cuatro piezas, ocupaba los claros de las columnas, formación anti-táctica introducida por el Barón de Holemberg que la mandaba.

La caballería desplegó en batalla por ambos flancos de la infantería, formando dos Divisiones, la de la derecha, mandada por el Coronel Balcarce, y la de la izquierda, por el Comandante Bernaldes

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Palledo. Una columna de esta arma quedó de reserva, a órdenes del Sargento Mayor Diego Gonzalez Balcarce.

A una distancia conveniente mandó el General Belgrano desplegar las masas de su infantería, que marchó con denuedo contra el enemigo, apoyados sus flancos por la caballería, en momentos en que el Ejército real se disponía al ataque, pero al ver el arrojo y precipitación de los independientes, se embarullaron dándose apenas tiempo para montar dos piezas de artillería.

Con toda presteza rompieron sus fuegos los patriotas, y con tan buena suerte, que los primeros disparos de cañón arrastraron varias filas de los batallones “Cotabamba” y “Abancay”. La artillería real que rompió sus fuegos silenció con los disparos de los cañones patriotas, los que a estar concentrados en una sola posición, habrían destrozado por completo las columnas realistas.

Exasperado el Coronel Barreda, primer Comandante del “Abancay”, con el destrozo de sus primeras líneas, mandó calar bayonetas y cargó con bravura contra la infantería independiente, pero con gran desorden, sin llevar la carga en masa, con esa cohesión y solidez que entonces requería esa clase de ataque; al contrario, tomó el orden disperso, como acostumbraban cargar contra las tropas irregulares, que generalmente iban muy mal armadas. Belgrano que observó el desorden producido en la línea enemiga, mandó al Coronel Balcarce que con la caballería de la derecha cargase sobre la izquierda realista, y que la infantería calando bayonetas se lanzase a paso de carga, sin contestar los fuegos de los enemigos, hasta estar sobre ellos.

El momento fué bien escogido y la orden debidamente ejecutada, y la infantería, a pesar de que no tenía toda ella bayonetas, ejecutó el movimiento, porque los que carecían de esa arma, llevaban grandes cuchillos de monte.

La artillería suspendió sus fuegos por no agredir a los batallones en su impetuoso avance, pues, a causa de su defectuoso emplazamiento, podían ofender con ellos a las columnas de infantería.

Al hablar de la carga de la caballería Tucumana, hace el General Mitre una interesante relación de ella, que no queremos dejar de consignar en este estudio. Dice el citado General: “La caballería Tucumana, armada en su mayor parte de lanzas y cuchillos enastados en palos, y muchos sin mas que lanzas, puñales y bolas, presentaban un aspecto verdaderamente salvaje. Caprichosamente vestidos, con ponchos de todos colores y cubiertas las piernas con

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anchos guardamontes de cuero, sus fisonomías acentuadas, hacían conocer una raza enérgica cuya ocupación, desenvolviendo las fuerzas del cuerpo, inoculaba el espíritu del valor del soldado. Esta caballería semibarbara, apoyaba su flanco descubierto sobre una sección de “Dragones” veteranos, regularmente disciplinados y que contrastaban con el resto de la línea.”—“Historia de Belgrano”.

Cuando se oyó la señal de carga en la línea patriota, los batallones del “Real de Lima”, rodilla en tierra, rompieron un nutrido fuego contra la caballería independiente, a cuya cabeza cargaba el Coronel Balcarce; el jefe argentino se corrió un tanto a la derecha para evitar el nutrido fuego de tres en fondo con que lo acribillaban los realistas. Esto impacientó demasiado al General Belgrano y ordenó al Capitán Antonio Rodríguez que cargue de frente con la caballería de reserva que tenía a sus órdenes, apoyando la carga a la bayoneta que había ordenado a la infantería. Rodríguez cumplió con denuedo lo ordenado, cayendo como un rayo con sus ginetes sobre la izquierda del enemigo, defendida por la caballería tarijeña, la que huyó despavorida al empuje de los ginetes argentinos, que penetraron a carrera tendida por el claro que dejaron los tarijeños.

Los alaridos que daban los gauchos animando a sus caballos, el ruido de los guardamontes golpeados por los ginetes, las boleadoras y lazos que cruzaban por todas partes y la agilidad y arrogancia de estos centauros, produjo tal pánico en los realistas que los infantes corrían dispersos por toda la llanura, acuchillados sin piedad por los ginetes patriotas que les tomaron el flanco y la retaguardia. El desorden fué completo y la reserva que acudió muy oportunamente, completó la victoria, la que se llevó adelante aunque en completo desorden.

No sucedió lo mismo en el costado derecho del Ejército real. Allí los regimientos “Cotabamba” y “Paururu”, habían derrotado a la columna mandada por el Comandante Superi, habiendo sido completamente arrollada la caballería, de manera que pudieron formar un ángulo para atacar a los independientes que triunfaban en otras partes del vasto campo de batalla.

Pero el Ejército real estaba vencido; derrotada completamente su izquierda, hundido el centro y todo él en desorden hacía que las ventajas obtenidas en la derecha no pudieran utilizarse, a pesar de los desesperados esfuerzos del General Tristán y de sus jefes principales por recobrar lo perdido. El desorden causado por la

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derrota del centro y la izquierda, muy pronto se dejó sentir-en la derecha y todo esfuerzo era ya inútil.

La confusión era espantosa é indescriptible; los independientes derrotados en la derecha derrepente se encontraron con que eran vencedores en el centro y la izquierda, hallando multitud de prisioneros que abandonados por los realistas volvieron a la pelea. La infantería del centro, mandada por Warnes, perseguía a los dispersos, con algún desorden, y la caballería Tucumana se ocupaba de lancear a los fugitivos y saquear los ricos equipajes de los jefes realistas abandonados en ese lugar. El polvo que levantaban los caballos en su rápida carrera era muy denso, y hacía imposible poder distinguirse nada en ese laberinto, aumentado por una compacta nube de langostas que cruzaba en ese momento por el campo de batalla.

Cuando llegó el General Belgrano, ignoraba completamente la suerte de su Ejército, hasta que encontró al Coronel Moldes, que le aseguró estaban cortados por la izquierda; con este jefe siguieron caminando al frente en busca de la caballería, cuando fueron alcanzados por el Coronel Balcarce, quien les aseguró que habían vencido al enemigo, felicitando al General y presentándole algunas armas tomadas por él.

Todos los que encontraban al General le participaban la victoria, felicitándolo por ella. Encontró en el campo mucho armamento y municiones abandonadas y los dos cañones perdidos por ellos en el río de las Piedras. Su incertidumbre era horrible, no encontraba su infantería, sin saberse la suerte de ella. En los arrabales de la ciudad vio un grupo de infantes con alguna caballería; luego esa fuerza le hizo fuego de cañón, sacándolo de la duda de que los que tenían al frente eran enemigos.

De acuerdo con los jefes superiores que estaban con él resolvió retirarse al lugar llamado “El Rincón”, distante tres leguas de la ciudad, para desde allí averiguar asertivamente por la suerte de su Ejército.

Lo que sucedió fué que la infantería en su impetuoso avance, había hecho retroceder al enemigo, que se retiró abandonando su artillería. El General Tristán envuelto en la derrota por la avalancha de los fugitivos, envano hizo desesperados esfuerzos por contenerlos; al fin tropezó con la columna que había destacado para cortar el paso del enemigo, la que había quedado sin combatir; con ese núcleo repuso sus fuerzas y volvió a intentar el ataque, trabando un ligero tiroteo sin resultado ninguno.

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Las fuerzas de infantería argentina, mandadas por Díaz Velez, Dorrego y Foret, comprendiendo que podían comprometer la victoria del día, conociendo la superioridad de las fuerzas realistas, además ignoraban cual fué la suerte del General en Jefe y de la caballería y por esto resolvieron replegarse sobre la ciudad, llevándose muchos prisioneros, seis cañones tomados al enemigo, todo el parque de éste y las banderas de los regimientos “Real de Lima” y “Cotabamba”, así como la del “Abancay”, dejando el campo cubierto de muertos y heridos. Al momento se fortificaron en la ciudad, resueltos a defenderla hasta sucumbir en la demanda. Tristán los siguió de cerca, posesionándose de los arrabales del Oeste, quedando así dueño del campo de batalla.

Entonces intimó rendición a la plaza del Tucumán, conminando a los jefes de la guarnición que: “Si en el perentorio término de dos horas no rendían la plaza entregándose incondicionalmente al General realista, pegaría él fuego a la ciudad por sus cuatro costados”. Díaz Velez que estaba bien fortificado y tenía ya conocimiento de que el General en jefe batía la campaña con su caballería, contestó con arrogancia: “Que si incendiaba un solo rancho de la ciudad, mandaría pasar a degüello a todos los prisioneros realistas que tenía en su poder”.

El General Belgrano con una fuerte columna de 200 caballos y gran número de prisioneros tomados en su recorrido, se presentó al frente del Ejército real, habiendo antes entablado comunicaciones con la plaza por la parte del Sud. Inmediatamente intimó rendición al General Tristán, llamandolo a un avenimiento en nombre de la fraternidad americana; pero el General realista “contestó que el Ejército del Perú no admitiría jamás proposiciones deshonrosas, mientras tenga soldados leales al Rey en sus filas, prefiriendo la muerte a la ignominia”.

Belgrano, conociendo que la masa del Ejército real era igual ó mayor que a la de su Ejército, no atacó a su adversario esperando rehacerse en ese día para batirlo al siguiente, ocupando durante la noche el arroyo “Manantiales”, a fin de cortarle la retirada y tomarlo entre dos fuegos. Pero mientras Belgrano ejecutaba este movimiento, Tristán levantó su campo con el mayor silencio y burlando a su enemigo tomó esa misma noche (del 25 al 26) el camino de Salta.

Tristán vio destrozado su brillante Ejército, perdió en su mayor parte los batallones de los regimientos de infantería, además su

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parque, ocho cañones y todo su equipaje, dejando prisioneros a los Coroneles don Agustín Huici, don Pedro Barreda, don Mariano Peralta, don Antonio Suárez y don José Antonio Alvarez de Sotomayor, con otros muchos jefes y oficiales.

El General Belgrano destacó una columna de 2,000 hombres de infantería y caballería a órdenes del Coronel Díaz Velez, que fue picando la retaguardia al enemigo.

Esta gloriosa acción salvó las provincias del río de la Plata de la invasión que la amenazaba, conjurando el inminente peligro a que se veía expuesta su nacionalidad; llenó de gloria al General Belgrano y a sus compañeros de sacrificio, quedando Tucumán con el nombre de SEPULCRO DE LA TIRANÍA.

Tarija, mayo 15 de 1912.

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BATALLA DE SALTA

20 DE FEBRERO DE 1813 Después de la retirada del General Tristán, con dirección a la

ciudad de Salta, el General Belgrano se ocupó de la instrucción y disciplina de su Ejército, para luego proseguir la campaña al interior del país. Para ello contaba con buenos colaboradores de valor y competencia reconocida, así fué que cuando recibió refuerzos de Buenos Aires, contaba ya con los cuerpos siguientes:

Batallón 1. º, 523 plazas; id 2. º, 202; “Cazadores de infantería”, 276; 6º, 796; “Pardos y Morenos”, 313; Caballería: “Húzares Patricios”, 318; “Dragones de la Patria”, 344; Artillería volante, 124; que sumaban 2,896 combatientes.

Estos cuerpos estaban comandados por Dorrego, Superi, Beldón, Foret, Pico, Balcarce (Diego González), González Palledo y otros buenos oficiales. Su Mayor General era el Coronel Díaz Velez, y como hombre de guerra y de consejo lo acompañaba en esta campaña el Coronel José Antonio Alvarez de Arenales, siendo su Secretario el doctor Tomas Manuel Anchorena.

Todo el material y caudales estaban debidamente provistos, de manera que el General Belgrano, resolvió abrir la campaña, pero antes de hacerlo mandó se hicieran solemnes funerales para los muertos de ambos ejércitos en la batalla del Tucumán.

———————— El 2 de enero de 1813, emprendió la marcha sobre Salta la

primera División del Ejército independiente, compuesta de los batallones Nº 2 “Cazadores” y los “Húzares Patricios”. El 13, siguieron los batallones Nº 1, “Pardos y Morenos”, los “Dragones de la Patria”, con mas el tren de carretones donde iban los víveres y el parque de municiones.

El 14, siguieron las milicias del Tucumán y demás fuerzas que habían aumentado hasta el número de 3,000 hombres. El punto de reunión para todo el Ejército, designado por el General en jefe, era el río Pasaje.

Temiéndose las fuertes crecientes de éste, en la estación en que estaban, llevaron un puente formado de balsas construidas con barriles alquitranados, del que no hubieron menester.

Reunido el Ejército independiente el 9 de febrero, empezó la difícil operación de vadear el río, lo que se verificó sin las dificultades que se temían, quedando el día 11 del citado mes, todo el Ejército en

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la opuesta orilla. Ya no había valla para seguir la marcha sobre Salta y el General en Jefe tomó resueltamente la ofensiva.

Antes de hacerlo dispuso el General Belgrano una ceremonia demasiado significativa para levantar el espíritu de los soldados y darles más ánimo y vigor en la campaña comenzada. Para el efecto el día 13 de febrero, formó todo el Ejército, un gran cuadro en la margen del río. El General, después de revistarlo, le anunció iba a prestar el juramento de fidelidad a la bandera de la Patria y al mismo tiempo obediencia al Gobierno y a la Asamblea Nacional.

Luego se presentó el Mayor General del Ejército, Coronel don Eustaquio Díaz Velez, llevando una bandera “Azul y Blanca”, al son de una banda de música militar y escoltada por una compañía de granaderos. Era esa la bandera que el General Belgrano iba a consagrar en ese momento para que en lo sucesivo fuera la enseña de la patria argentina.

El General desenvainó su espada y dijo al Ejército, señalándole la bandera: “Este será el color de la nueva divisa con que marcharan al combate los defensores de la patria.” Luego el General prestó el juramento a la nueva bandera; lo prestaron en seguida los jefes y oficiales y después la tropa, besando la cruz que formó con su espada y el asta de la bandera, el bizarro jefe argentino.

Después se grabó en un gigantesco árbol que allí existía, esta inscripción: “Río del juramento”, nombre que desde entonces ha tomado el río Pasaje.

Ese mismo día continuó su avance el Ejército argentino, sin dejarse sentir por el enemigo. Su marcha era atrevida y estratégica; la estación lluviosa la entorpecía, sin embargo las tropas de la patria seguían avanzando sin que su marcha fuera sospechada, ni conocidos sus movimientos, hasta que el 14 en el lugar llamado “Cobos”, distante 20 leguas de Salta, su vanguardia sorprendió una avanzada del Ejército realista; ésta huyó dejando algunos muertos y prisioneros en poder de los independientes.

Los fugitivos que llegaron a Salta, no daban razón si era el Ejército del Tucumán ó alguna partida de caballería gaucha la que los había sorprendido, y el General realista juzgaba imposible que Belgrano emprendiese campaña en semejante estación, porque suponía que solo a nado se podía pasar el río Pasaje para llegar a sorprender en Cobos a su vanguardia. Juzgaba lo ocurrido un hecho aislado, un asalto de montoneras, al que no podía dársele importancia ninguna.

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Confiados en la estación demasiado lluviosa y sin que pueda darse una explicación al respecto, hacemos notar que los realistas permanecían en Salta en un desorden é inacción completa y un descuido injustificable; la disciplina se relajó por completo y todos se entregaron a los placeres y a las diversiones, instigados por las bellezas salteñas, que con doble propósito los hacían olvidar sus deberes y obligaciones militares, y cuando se decía algo respecto del avance del Ejército independiente, no creían en él, suponiendo que todo provenía de las montoneras formadas por los insurgentes.

Goyeneche había reforzado el Ejército de Tristán con los batallones “Azangaro” y “Paucartambo”, seis cañones bien dotados y algunos escuadrones de caballería, auxilio oportuno que podía muy bien reemplazar las bajas sufridas por los realistas en la derrota del Tucumán y la retirada a Salta, pero lejos de cohesionar, unificar é instruir sus tropas, el General realista lo abandonó todo, haciéndose sorprender en su inacción por su activo y atrevido adversario.

Belgrano encontró su vanguardia situada en Cobos, y de allí se internó en la sierra, dentro de la que esta situada la ciudad de Salta. Continuó su marcha por el pueblo de Ramadas, remontando un arroyo, que con las frecuentes lluvias aumentó mucho su caudal de aguas dificultándole su marcha.

De un lugar llamado “El ojo de agua”, de donde se bifurca el camino, envió su vanguardia por la izquierda, que es el camino real y única entrada directa a Salta, de manera que fué a resultar a los Pozuelos, al Este de la ciudad. Entretanto, el General Belgrano, con el grueso de su Ejército, siguió el camino de la derecha, llegando a Lagunillas, donde acampó el 18 de febrero, a las tres leguas de Salta, sin ser sentido por su enemigo.

Al fin se convenció el General Tristán de que el Ejército argentino iba íntegro contra él; personalmente, con su Estado Mayor, fué a estudiar el terreno, esperando, como era de suponerse, el ataque por el camino de los Pozuelos, confirmandose mas en su creencia cuando tuvo conocimiento de la aparición de la vanguardia patriota por esa vía. Tristán se propuso permanecer de un modo absoluto a la defensiva, de manera que mandó artillar y fortificar los Pozuelos, reconoció los lugares inmediatos y esperó obligar a los indepen-dientes a dar allí la batalla, cerrándoles el paso en ese lugar, para poder desde la altura barrer las columnas patriotas con su artillería.

En Higuerillas encontró la vanguardia patriota a la realista; ambas desplegaron sus guerrillas, cambiando algunos disparos; el enemigo se había posesionado del sanjón llamado de Sosa, que corta la vía y

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los patriotas después de hacer una ligera resistencia, al atardecer, simularon una retirada, que fué protegida por las sombras de la noche brumosa y acompañada de lluvia.

El Capitán José Apolinar Saravia, había informado al General Belgrano de la existencia de una senda oculta hacia el Norte. El jefe de Estado Mayor reconoció la áspera y angosta quebrada de Chachapoyas, y encontrándola practicable para el paso del Ejército, emprendieron la marcha por ella. Esta quebrada la forman las dos serranías que circundan la ciudad de Salta, que, como hemos dicho, es muy accidentada y cuando el Ejército independiente caminaba por ella, caía una fuerte lluvia, lo que obstaculizaba su marcha, porque tenían que rellenar profundas zanjas para el paso de los cañones y demás impedimenta.

Caminaron por ella todo el día y el 19 al amanecer se hallaban en la hacienda de Castañares, donde a poco se le reunió su vanguardia, después de distraer al enemigo, mientras el Ejército efectuaba su marcha de circunvalación, caminando en la noche se unió a éste.

De manera que el Ejército argentino, sin ser sentido, el día 19 de febrero en la mañana, estaba a retaguardia del Ejército peruano, a distancia de una legua de él, cortándole la retirada a Jujuy y el camino al Alto Perú.

Al saber esta noticia no quiso creerla el General Tristán, exclamando: “¡Sólo que fueran pájaros!”, porque él ignoraba la existencia de la quebrada de Chachapoyas. En el acto cambió de posición trasladando su Ejército a la falda del cerro de San Bernardo, estableciendo allí su frente de batalla con dirección al Norte, protegido por las sinuosidades del terreno.

Luego formó su Ejército en dos líneas; colocó tres batallones apoyando su flanco en el cerro inmediato (San Bernardo) y cubriendo el otro con 500 caballos en ala. La artillería la colocó a vanguardia de la línea que en la derecha estaba mandada por el Coronel don Felipe de la Hera y en la izquierda por el Coronel don Indalecio González de Socaza. Los otros dos batallones obedecían las órdenes del Coronel don Manuel de Ochoa, y formaban la segunda línea, además se formó una reserva mandada por el Coronel don Marcos Llano que ocupó la retaguardia. La caballería la mandaba el Teniente Coronel don Juan Tomas Moscoso y la artillería el Teniente Coronel don Juan Bautista Estreller; el centro de ambas líneas lo dirigía el General Tristán en persona.

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El Ejército independiente formó en cinco columnas paralelas de infantería, en línea de masas, con ocho piezas de artillería divididas en secciones; dos alas de caballería en la prolongación de la línea y una columna de las tres armas formando la reserva.

El mando de la primera columna la tenía el Teniente Coronel don Manuel Dorrego y por orden de formación el de las otras columnas: don José Superi, don Francisco Pico, don Carlos Foret y Alvarez Palledo. El Teniente Coronel don Cornelio Zelaya, mandaba la caballería de la derecha, y el Mayor don Antonio Rodríguez, la de la izquierda. La reserva estaba encargada al Teniente Coronel don Gregorio Perdiel, y la caballería al Mayor don Diego González Balcarce.

La artillería de la derecha la dirigía el Teniente Antonio Gíles; la del centro, el de igual clase Juan Pedro Luna, y la de la izquierda, el Capitán Francisco Villanueva; la de la reserva, el igual Benito Martinez, con el Teniente de Dragones don José María Paz, que fué después uno de los mas notables Generales del Ejército argentino.

La derecha de la línea la mandaba el Coronel don Eustaquio Díaz Velez; la izquierda, el Coronel Martín Rodríguez; el centro, el Coronel Juan Antonio Álvarez de Arenales; y la reserva, el General Belgrano, llevando la bandera azul y blanca, que iba a recibir su bautismo de fuego y de sangre.

En este orden permanecieron la noche del 19, replegándose las grandes guardias, y quedando un competente servicio de seguridad para precautelar cualesquier ataque nocturno.

La lluvia era copiosa, los soldados de uno y otro bando más se ocupaban de cubrir sus armas y municiones, que de los estragos que hacía en ellos el agua, que cayendo en abundancia, les remojaba los uniformes.

————————— El 20 de febrero amaneció nublado, con ligera llovizna; pero poco

a poco se fué despejando la atmósfera y pronto apareció en un azulado cielo, el astro rey de la creación, en todo su explendor. Este fué saludado con aclamaciones de júbilo en ambos campamentos, que gozaban del calor de sus rayos para secar sus empapados uniformes.

En el campamento patriota circulaba un rumor alarmante; el General en jefe no podía montar a caballo porque al amanecer fué acometido por fuertes vómitos de sangre que lo pusieron en una postración completa, ya había hecho preparar una carretilla arrastrada por un caballo para ser llevado de un lugar a otro de la

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línea de su Ejército, porque no podía sufrir la idea de no mandar la batalla, cuando mejoró de su dolencia y mas restablecido tomó el mando de la línea.

La tropa hizo un ligero almuerzo y emprendió la marcha sobre el enemigo.

A distancia de unos 400 metros de éste hicieron alto y desplegando con gallardía sus masas, tendieron su línea, ade-lantando sus flanqueadores; solo la reserva conservó su formación concentrada.

No supieron los realistas aprovechar este momento, porque si en él hacen jugar su artillería, las columnas patriotas hubiesen sido diezmadas en su formación en masa.

El General Belgrano mandó a Dorrego que, con dos compañías en orden disperso, ataque la derecha del enemigo, que era la mas fuerte. Roto el fuego de fusilería Dorrego arremetió con el brío que le era peculiar, pero su débil guerrilla fué rechazada al momento y si no acude en su auxilio el Teniente Coronel Zelaya con su caballería, tal vez hubiese sucumbido toda. Díaz Velez que voló a informarse de lo que pasaba, fué herido de un balazo de bastante gravedad y como arrojase mucha sangre tuvo que retirarse de su puesto.

Los fuegos de fusilería de una columna realista, situada en la falda del cerro de San Bernardo, hacían mucho daño a la izquierda patriota; Belgrano destacó contra ella una fracción de la reserva, a órdenes del Mayor don Silvestre Alvarez, con orden de apoderarse de la citada posición y dirigiéndose al escape a la derecha, cuando acababa de caer Díaz Velez, se acercó a Dorrego, diciéndole: “Comandante, avance usted y llévese adelante al enemigo, pero no interrumpa el fuego de nuestros cañones”.

Dorrego, apoyado por la caballería de Zelaya y la artillería que le facilitaba el camino, recuperó el terreno perdido, dando una carga tan impetuosa é irresistible que se llevó por delante a los realistas, desbaratando completamente el costado izquierdo de éste, que se replegó en desorden en la ciudad, dejando en descubierto todo el claro que ocupaba.

Tristán con valor y calma, hizo cubrir ese claro con los batallones de reserva “Abancay” y “Cotabamba”. El fuego se hizo general en la línea toda, pero esos batallones completamente desmoralizados, temiendo verse como en la batalla de Tucumán, envueltos por la caballería y lanceados por retaguardia, tomaron también la fuga

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hacia la ciudad. El avance de la línea argentina era más impetuosa en este momento y tenía más segura la victoria.

En el centro los realistas resistieron con bravura, pero estaban desmoralizados, y a pesar de que la artillería jugó con mucho acierto, tuvo que ceder el campo al empuje de los soldados de Superi y Foret, que los destrozaban a bayonetazos.

La fuga de éstos fué en desbandada, dejando en el campo la mayor parte de su artillería, una bandera, su parque de municiones y el campo sembrado de muertos y heridos, a mas de muchos que se ahogaron en el Tagarete.

El centro arrastró en su derrota a la reserva, y por este movimiento retrógrado quedó cortada y envuelta la derecha realista, compuesta de los batallones “Real de Lima” y “Paucartambo”. Solo la columna de reserva, posesionada en el cerro de San Bernardo, hizo una defensa heroica. Acudió allí Belgrano con su reserva y bajo los fuegos cruzados de fusilería de ésta y los del ala izquierda, se dispersaron aquellos valientes soldados, últimos restos de la vanguardia del Ejército real del Perú, mandada por el General Tristán, siendo los más tomados prisioneros.

Mientras esto pasaba en el campo de batalla, un vivísimo fuego se sentía en la ciudad, donde la derecha patriota vencedora, salvando el obstáculo del Tagarete, se precipitó como un torrente en la población en pos de los fugitivos, llevando al frente a Dorrego, Pico, Foret, Superi y Zelaya, apoyados por los cañones del Teniente Luna. Los “Dragones” de Zelaya habían echado pié a tierra y hacían fuego con sus carabinas a la par que los infantes.

La plaza estaba atrincherada con fuertes palizadas y los independientes llegaron a situarse a unos 200 metros de ellas y a fin de dominar las trincheras, se apoderaron de la torre de la iglesia de la Merced, donde enarbolaron un poncho con los colores de la Argentina, que les sirvió de bandera. Hacía tres horas que duraba el fuego y en la ciudad reinaba el desorden y la confusión más espantosa, siendo la desorganización de los realistas completa. Tristán que hacía esfuerzos inauditos para poner orden en sus diezmados batallones, no era obedecido y la soldadesca apiñada en la iglesia Catedral no quería salir de ella. Al fin conoció el jefe realista que sus esfuerzos, para hacer cualesquier clase de resistencia, eran inútiles y mandó al Coronel don Felipe de la Hera con el siguiente mensaje, escrito al General Belgrano:

“El Comandante General del Ejército nacional del Perú, en unión de su Consejo de Guerra, compuesto de los oficiales que abajo van

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firmados, dan su poder al Coronel don Felipe de la Hera, para tratar con el Señor Jeneral del Ejército de Buenos Ayres, don Manuel Belgrano, segun las instrucciones verbales que lleva, lo que será por nuestra parte exactamente cumplido despues de ratificado, a cuyo fin lo acompaña el señor Teniente Coronel don Juan Bautista Esteller; es dado en el Cuartel General de Salta y 20 de febrero de 1813.—Pío Tristán, Pablo Astete, Marcos Llano, Juan Bautista Esteller, Juan Tomas Moscoso, Manuel de Ochoa, Francisco de Paula González, José Marquez de la Plata, Gobernador, Francisco Calero”.

El General Belgrano, recibió con gravedad y benevolencia al parlamentario y después de un ligero acuerdo, se firmó la capitulación siguiente, por la que el Ejército real se rindió al jefe patriota:

“Artículo 1º. —El Ejercito del Perú saldrá mañana a las diez del día de la plaza de Salta, con todos los honores de la guerra, quedando ahora en las posiciones que ocupan las tropas del Rio de la Plata. A las tres cuadras rendiran las armas, que se entregaran con cuenta y razon, como igualmente la artilleria y municiones.”

“Art. 2º. —El General, Jefes y demas oficiales y tropa, prestaran por sí y a nombre de todos los soldados del Ejército (a quienes les concede el señor General Belgrano que puedan restituirse a sus casas) de no volver a tomar las armas contra las Provincias del Rio de la Plata, en las que se comprenden Charcas, Potosí, Cochabamba y la Paz.”

“Art. 3º. —Se conviene con el General Belgrano en que se restituyan los oficiales y soldados prisioneros que hai en las plazas y territorios que se evacuase, y pide que el General Tristán estimule a su Jeneral en jefe para el canje de los prisioneros, hechos en las diferentes acciones de guerra, desde el Desaguadero inclusive.”

“Art. 4º. —Seran respetadas las propiedades, así las de los individuos del Ejército como de los vecinos y a nadie se molestará por sus opiniones políticas, en que se incluyen los oficiales y vecinos de cualesquiera otro pueblo.”

“Art. 5º. —Los caudales públicos quedaran en Tesoreria bajo cuenta y razon que deberá presentarse a los Ministros de Hacienda.

“Art. 6º. —El cuerpo de tropas que se halla en Jujuy deberá retirarse llevando sus armas y sin causar perjuicio en su tráncito al interior.”

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“Art. 7º. —El General Belgrano consiente en que el General Tristán, haga un espreso a su Jeneral en jefe, remitiéndole copia de este tratado.”

“I para mayor validacion lo firmamos en La Tablada de Salta a 20 de febrero de 1813. —Manuel Belgrano. —Felipe de la Hera.”

“Ratificado por mí y el Consejo de Guerra con los Oficiales de graduacion de Teniente Coronel inclusive arriba, en la noche del mismo día 20 de febrero de 1813.—Pio Tristán.—Indalecio González de Socaza.—Pablo Astete.—Marcos Llano.—Juan Bautista Esteller.—Juan Tomás Moscoso.—José Marquez de la Plata, etc., etc.”

Después de firmadas estas capitulaciones, ambos ejércitos guardaron sus posiciones con la mas estricta disciplina y orden.

No podemos resistir a copiar lo que un testigo presencial, el ilustre General don José María Paz, dice al respecto en sus “Memorias Póstumas”: “En la mañana del 21, los dos ejércitos estaban sobre las armas. El uno para desocupar la plaza, el otro para entrar en ella; el uno para entregar las armas, el otro para recibirlas. El tiempo era lluvioso. Serían las nueve cuando el Ejército realista salió formado en columna, llevando los batallones los jefes a su cabeza, batiendo marcha los tambores y sus banderas desplegadas. Las tropas nuestras que estaban fuera, las recibieron con los ho-nores correspondientes. A cierta distancia su columna hizo alto. Desplegando en línea el Batallón que llevaba a la cabeza, empezó a desfilar por delante de los jefes y hombres que estaban apostados para recibir el armamento, que iba entregando hombre por hombre, juntamente con su cartuchera y correaje. Los tambores hicieron lo mismo con sus cajas, los pífanos con sus instrumentos y el abanderado entregó finalmente la insignia real, que simbolizaba la conquista y un vasallaje de 300 años.”

La caballería echó pié a tierra y entregó espadas y carabinas y la artillería sus cañones y carros de munición. Todo fué depositado al pié de esa bandera que había sido jurada en el río Pasaje y que el 21 de febrero veía rendirse ante ella 2,786 hombres del orgulloso Ejército real del Perú, de General a tambor.

La escena fué sublime, sin orgullo por parte de los vencedores que respetaron la desgracia de los vencidos. El General Belgrano dispensó al General Tristán la vergüenza de entregarle su espada y más bien lo abrazó en presencia de vencedores y vencidos.

Los trofeos de esta memorable victoria fueron 17 jefes prisioneros en el campo de batalla, 482 muertos y 140 heridos, con mas 2,776

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rendidos, inclusos 5 Oficiales Generales, 93 de la clase de Capitán a Subteniente, en todo 3,398 hombres que componía el Ejército de Tristán, sin escapar ni uno solo.

Además, 10 piezas de artillería, 2,188 fusiles y 200 espadas y carabinas con multitud de lanzas y pistolas.

La pérdida de los independientes alcanzó a 103 muertos, 483 heridos y 12 contusos: total 598 hombres. Los muertos de ambos ejércitos, fueron enterrados en el campo de Castañares, que fué donde se dio la batalla, en una fosa común, en la que se puso como en el campo de batalla del Tucumán:

¡Aquí yacen vencedores y vencidos, el 20 de febrero de 1813!

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BATALLA DE VILCAPUGYU

1.º OCTUBRE DE 1813 Después de las gloriosas batallas de Tucumán y Salta, ganadas

por el General don Manuel Belgrano, General en jefe del Ejército auxiliar del Río de la Plata, sobre la vanguardia realista mandada por el Brigadier don Pío Tristán, éste comunicó sus desastres al General del Ejército del Rey don José Manuel de Goyeneche, situado entonces en la ciudad de Potosí.

Goyeneche, probablemente impresionado é intimidado con los descalabros sufridos por su Ejército de vanguardia, levantó el campo, abandonó Potosí y marchó a situarse en Oruro, movimiento que fué calificado de inconveniente é innecesario.

Una vez en Oruro, verificó una asamblea general de sus tropas y vio que contaba con un Ejército de más de 4,000 combatientes y en seguida convocó una junta de Guerra, a fin de ver si convendría volver a ocupar Potosí.

Algunos jefes apoyaron esta idea, pero los más opinaron por elevar el Ejército al número de 6,000 plazas, a fin de tener igual número que el de los independientes. La Junta votó por esta medida y en consecuencia se empezó a engrosar las filas del Ejército real.

Entretanto Goyeneche, apesadumbrado y decepcionado con las derrotas de Tucumán y Salta, presentó varias veces al Virrey de Lima la dimisión de su cargo, lo que no le fué de pronto concedido. Mas después el Virrey mandó a Goyeneche separar de su lado al Brigadier Tristán y a su Secretario íntimo el doctor Pedro Vicente Cañete, Fiscal de la Real Audiencia de Charcas; esta orden debió parecer insoportable al General en jefe, porque a pesar de las representaciones de los jefes y del Ejército todo, para que continuara en el mando, renunció a él con insistencia y mientras llegaba su sucesor, lo entregó al Brigadier don Juan Ramírez.

Algunos motines de tropa se ocasionaron con esta medida y en Oruro trataron de defeccionarse los célebres “Granaderos del Cuzco” y le costó trabajo contenerlos y reducirlos al orden al mismo Conde de Guaqui.

Entretanto, se nombró en Lima General en jefe del Ejército del Alto Perú, al Teniente General don Juan de Henostroza, segundo Cabo y Subinspector de las tropas del Virreinato.

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El General Henostroza pidió dinero y tropas, y además puso otras muchas condiciones; que no pudo aceptar el Virrey y en su lugar nombró al Brigadier Subinspector de artillería de Lima, don Joaquín de la Pezuela, quien aceptó el cargo y con un auxilio de 300 hombres, emprendió marcha a Oruro el 22 de mayo del año que nos ocupa. Goyeneche así que supo la marcha de Pezuela, proclamó a las tropas, exhortándolas a la obediencia y recomendándoles a sus compañeros de armas las relevantes prendas del Brigadier Pezuela, se fué a Arequipa, su país natal.

——————————— Entretanto, el General Díaz Velez, con la vanguardia del Ejército

auxiliar, había ocupado la ciudad de Potosí, y empezó a moverse sobre Oruro.

Otra vez los jefes peninsulares reunidos en junta de Guerra, trataron de la conveniencia de ocupar nuevamente la Villa Imperial. El Brigadier Ramírez, jefe en extremo animoso, bravo como pocos, de quien ha dicho el ilustre autor de “Juan de la Rosa”: “Puede decirse de él que era al mismo tiempo león, águila y rinoceronte”, porque su actividad se hizo proverbial, no podía conformarse con permanecer a la expectativa y era su deseo marchar sobre Potosí y recuperar lo perdido.

Lo secundaban en su propósito Picoaga, Olañeta, Estévez, Lombera y Alvarez; pero opinaban de un modo distinto y optaban por esperar a Pezuela, el Brigadier Tacón, Valdez (don Casimiro) y Mendizabal, de manera que Ramírez estaba indeciso. Sin embargo, el Regimiento de “Granaderos del Cuzco”, mandado por Picoaga, la caballería de “Chumbivilcas” y la de “Tinta”, a órdenes de Morrón de Lombera y el Batallón “Centro”, mandado por Estévez, pasaron hasta el pueblo de Poopó.

En esto se tuvo noticia de que se insurreccionó de nuevo la valerosa ciudad de Cochabamba, encabezada por el intrépido caudillo don Estéban Arze, quien se apoderó del Gobernador Intendente y del Arzobispo de Charcas, que se hallaba en esa capital.

Con este motivo se reunió todo el Ejército real en Challapata: el 30 pasó a Condo-Condo y avanzó hasta la posta de Villcapugyu, de donde se replegó nuevamente a Challapata; allí el 7 de agosto se incorporó el General en jefe, Brigadier de artillería don Joaquín de la Pezuela, con 300 hombres del “Regimiento Real de Lima” y 18 cañones.

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El nuevo jefe hizo muchas reformas en el Ejército; reunió en un solo Regimiento los cuerpos de caballería “Tinta” y “Chumbivilcas”, creó un Escuadrón de Dragones que lo llamó “Partidarios” y dividió la artillería en cuatro brigadas. Luego trasladó el Ejército a los campos de Vilcapugyu, donde permaneció acantonado hasta el 13 de setiembre, en que se regresó a Condo-Condo, poniendo su Ejército en número de 4,000 hombres.

Entretanto, el General Belgrano había entrado en Potosí y destacado a Díaz Velez con la vanguardia del Ejército en busca del enemigo; había enviado a Cochabamba al Coronel don Cornelio Zelaya, con un Escuadrón de caballería, para que sobre esa base organice una fuerte División de esa arma, ordenándole se le incorpore en un tiempo señalado. Igual orden dio al cabecilla Cárdenas, que tenía a sus órdenes una montonera de mas de 2,000 indios armados de honda y makana.

Belgrano salió de Potosí el día 5 de setiembre, con 3,600 hombres y 14 piezas de artillería, sin contar con las fuerzas de Zelaya y Cárdenas.

El 27 llegó a Vilcapugyu; allí estableció su campamento de Norte a Sud, apoyando la espalda en las montañas que lo separaban de Chayanta y dando frente al Oeste. El 28 corrió mas su derecha, apoyando mejor sus flancos en el terreno accidentado; el 29 rectificó su posición y se entretuvo en hacer maniobrar su Ejército, adiestrándolo muy especialmente en el pliegue y despliegue de las columnas y en los cambios de frente.

Belgrano consideraba a Pezuela incapaz de hacer un movimiento ofensivo y se limitó a observar los desfiladeros por donde podía el Ejército realista bajar de Condo-Condo, esperando tranquilo la incorporación de Zelaya y Cárdenas, creyendo así poder reunir 5,000 hombres, resuelto a no comprometer batalla entretanto.

Cárdenas, obediente al mandato de Belgrano, llegó al pueblecillo de Pequereque, donde el Coronel realista don Saturnino Castro, se encontraba situado con el Escuadrón “Partidarios”, guardando el camino que conduce a Oruro y observando la salida de los desfiladeros de Cochabamba y Chayanta.

Castro cayó como un rayo sobre la informe hueste de Cárdenas, é hizo un horrible destrozo en ella, tomó todos los papeles de Cárdenas, entre los que se hallaba la correspondencia del General Belgrano, donde le explicaba su plan y le impartía sus instrucciones.

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La sorpresa de Pequereque frustró completamente todo el éxito de la campaña, pues por la toma de esas comunicaciones se informó Pezuela, de la terrible combinación que contra él había dispuesto el inteligente General argentino.

Era, en efecto, muy difícil la situación de Pezuela. Sin comunicación próxima con su línea de operaciones (el Des-aguadero), a una distancia de 80 leguas, con tropa nada moralizada, desde la retirada de Goyeneche, sin poder retirarse por falta de cabalgaduras y sin víveres para la subsistencia, le era indispensable dar una batalla.

Conocedor por los papeles de Cárdenas y por los avisos que le dio el indio maestro de posta de Vilcapugyu, Mamani, muy adicto a la causa del Rey, resolvió aventurar una batalla antes que Zelaya se uniese con Belgrano.

El 28 se hizo practicar un reconocimiento militar de las posiciones enemigas por el Coronel ingeniero Mendizábal, quien regresó el 29 y formó un plan de sorpresa y de ataque para el día siguiente, el que fué aprobado por Pezuela, pero no tomó medida alguna.

El 30 ordenó al Coronel Castro, que se hallaba en Ancacato, que el día 1º se le incorpore en el campo de batalla y él emprendió marcha con su Ejército a las 12 del día, “desfilando los cuerpos con consoladora alegría, dando vítores al Rey, lo que alimentó la confianza del triunfo”, dice en sus notables. “Memorias” el Brigadier García Camba.

Pezuela se adelantó a sus tropas y personalmente, desde una altura próxima a Vilcapugyú, observó las maniobras que el Ejército patriota hacía en la vasta y desolada llanura de ese nombre.

Al caer la tarde ya el Ejército real ocupaba las alturas próximas a Vilcapugyu, sin ser sentido por su enemigo. A las 12 de la noche aun no se le incorporó toda su artillería, a causa del mal estado en que se encontraba el ganado, mas como no podía diferirse el proyecto, continuó la marcha con resolución de combatir a cualquier hora.

La noche era oscura, fría y tenebrosa, y a las dos y media de la mañana el Ejército empezó a descender la áspera pendiente que conduce a la llanura, débilmente iluminada por las fogatas del campamento patriota.

La marcha del Ejército del Rey, debió verdaderamente ser una marcha fantástica y la aparición de los primeros soldados de este Ejército sobre la elevada cumbre de la cuesta que domina el llano, parecería a las centinelas avanzadas de los patriotas, un grupo de fantasmas que en el mayor silencio descendían a la llanura.

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Cuando empezó a asomar la luz del día, las avanzadas se convencieron de que los realistas se dirigían sobre ellos y en el acto dieron aviso al General Belgrano, el que no quiso creerlo y hasta reconvino al oficial que le llevó la noticia; así que se convenció de la verdad, mandó incendiar los ranchos ó pequeños caseríos de la posta, para a favor del humo, ocultando su movimiento al enemigo, correrse sobre su izquierda, a fin de apoyar los extremos de su línea en los cerros y pantanos inmediatos.

En este momento la siempre sombría y melancólica llanura de Vilcapugyu, debió presentar un espectáculo de animación y movimiento inusitado en ella. El toque de generala, el son de las músicas militares, la precipitada marcha de las tropas, el relincho de los caballos y el rodar de las piezas de artillería, animado todo por el brillo de las armas y la multitud de colores de los uniformes de dos grandes ejércitos, debió dar al panorama un aspecto imponente y solemne. Suponemos sería uno de esos grandes espectáculos militares que solo pueden reproducirse en la ardiente imaginación de quien ha estado en ellos.

La formación de batalla del Ejército del General Belgrano, fué la siguiente:

Ocupaba la derecha de la línea de batalla un cuerpo de “Cazadores”, mandado por su comandante el Mayor don Ramón Echeverría, don Carlos Foret y don Miguel Araoz, con los batallones 1º y 2º del Nº 6, ocupaban el centro; a éstos seguía el cuerpo del Coronel Superi, denominado “Pardos y Morenos”.

Formaban la izquierda los soldados del Regimiento Nº 8, mandado por el Coronel don Benito Alvarez y su segundo don Patricio Beldón. La formación de estos cuerpos era la de columnas concentradas en línea, tendidas de N. a S., dando frente al O. E.

Cubrían los flancos de esta línea dos alas de caballería, situadas a retaguardia y escalonadas con la línea general de batalla. El Coronel don Diego Balcarce, con el Mayor don Máximo Zamudio, mandaban el ala derecha y el ala izquierda los Comandantes Bernaldes y Arévalo. A retaguardia del Nº 8 y como a 50 metros de distancia, a la izquierda, la reserva; ésta la formaba el Regimiento Nº 1, mandado por su jefe el Coronel don Gregorio Perdiel. Los indios arrastraban la artillería a falta de acémilas, la que estaba distribuida por secciones en los intervalos de cuerpo a cuerpo.

El General Mitre, hablando de esta formación, dice: “Esta formación, que no era en general mal calculada con relación al

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terreno, adolecía sin embargo de tres defectos graves. El primero era la subdivisión de la caballería que no pasando de 500 hombres, se presentaba débil en todos los puntos, y comprobaba con esta desventaja notable la conveniencia que resultaba de cubrir los flancos de la línea. El segundo era la subdivisión de la artillería, cuyo vicio se ha hecho notar ya en las batallas de Tucumán y Salta. El tercero, finalmente, era la inmediación de la reserva a la línea de batalla y alcance del tiro de fusil, lo que debía dar por resultado que participase de todas las viscisitudes de la batalla, como en efecto sucedió.”

“A la espalda de la línea patriota y a manera de decoración, se veían los altos cerros que la cubrían, coronados por mas de dos mil indios desarmados, que se habían incorporado el día anterior, juntamente con un Escuadrón de Dragones, que estaba destacado en Chayanta. Aquellos pobres indios, dice el General Paz, gozaron como Scipión, del grandioso espectáculo de una batalla, sin correr los riesgos.” (“Historia de Belgrano”).

Al descender al llano el General Pezuela, formó su línea de batalla en el orden siguiente:

La derecha estaba mandada por el Brigadier don Juan Ramírez, quien tenía a su cargo los cuerpos siguientes: Batallón “Cazadores”, a las órdenes del Coronel don Pedro Antonio de Olañeta. El primer Regimiento “Granaderos del Cuzco”, a las órdenes del Brigadier don Francisco Picoaga; un Escuadrón de caballería, mandado por don Jorge Ballivián; dos piquetes de honor, al mando respectivamente de sus comandantes don Nicolás Picoaga y don Francisco Tapia; más cuatro piezas de artillería, a las órdenes del Teniente Coronel don Miguel Mujía.

El centro lo mandaba el General Pezuela en persona, y allí formaban los dos batallones del Regimiento Nº 2, que mandaba el Coronel don Germán Lombera; el Batallón “Centro”, al mando del Teniente Coronel don José Estévez: un Escuadrón de caballería, a órdenes del Mayor don José Zavala; y cuatro piezas, dirigidas por el Alférez Ignacio Pedroza.

La izquierda estaba mandada por el Brigadier don Miguel Tacón, y allí formaban los “Partidarios”, Batallón mandado por el Coronel don Felipe de La Hera; un Escuadrón y cuatro piezas, mandadas por el Capitán Narciso Martinez.

Además, un Batallón provisional, todo de reclutas, mandado por don Manuel Choqueguanca.

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Una vez que Pezuela reconoció la formación del Ejército independiente, formó sus tropas en columnas paralelas y marchó en este orden ganando terreno por la derecha, hasta colocarse al frente de los batallones independientes; entonces volvió a tomar la formación en batalla, colocando su artillería en los intervalos de cuerpo a cuerpo, dejando de reserva el Batallón provisional con alguna artillería y caballería.

Mas de cuatro millas tiene el campo de Vilcapugyu desde el pié de la cuesta, por la que descendió el Ejército real, hasta el manantial de agua que da nombre al lugar y donde Belgrano formó su Ejército en columnas paralelas, con una proporcionada reserva y colocados sobre los flancos, un poco a retaguardia, los cuerpos de caballería.

El Ejército español desplegó en batalla, y en ese orden su jefe lo mandó marchar de frente al son de la marcha granadera, ejecutada pausadamente por los tambores. La marcha no era uniforme, ni la formación correcta; cada momento la línea se quebraba por las ondulaciones del terreno, pero así marchó como una media legua hasta ponerse a tiro de cañón del enemigo. Belgrano mandó también formar en batalla y unos y otros rompieron el fuego. Los patriotas tuvieron que hacer un cambio de frente para no dejar cortada su co-municación con Potosí, que era su línea principal de operaciones; al replegarse las guardias avanzadas sobre la línea, formaron sobre el extremo de ésta, causando algún desorden.

El General Paz, en sus Memorias, dice: “no puede negarse que hubo precipitación y la confusión, que es consiguiente”, a una sorpresa, debía agregar el ilustre General.

Belgrano mandó romper el fuego y ordenó que toda su línea cargase a la bayoneta. La derecha, compuesta del Batallón “Cazadores”, cargo bizarramente y chocó con el Batallón “Partidarios”, mandado por La Hera, que formaba el extremo de la izquierda realista y se siguió una lucha encarnizada. El Coronel La Hera, tres Capitanes y cien soldados, quedaron muertos en esta vigorosa acometida y los restantes retrocedieron cediendo el campo al enemigo, dejando en su poder tres piezas de artillería, y muchos heridos.

El Coronel Lombera acudió en su auxilio con el segundo Regimiento, mas como cayese herido su jefe se dispersó completamente. Igual suerte tuvo el Batallón “Centro”, que perdió a su Comandante Zavala; de manera que la izquierda quedó por los independientes, que tomaron cuatro piezas abandonadas por sus

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sirvientes. En esta terrible arremetida perdieron los patriotas a su mejor jefe, el Comandante Foret, que cayó gravemente herido.

Pezuela y Ramírez acudieron a contener el desorden, y sujetar a los dispersos, pero como la reserva también había huído sin dar un tiro, sus esfuerzos fueron inútiles; mientras tanto, la masa realista desordenada se dirigía a Condo-Condo; los vencedores la perseguían activamente, y el Comandante Bernaldes, de la caballería de la derecha patriota, deshizo un trozo de ginetes realistas que pretendían disputarle el paso; Bernaldes y dos Capitanes que lo reemplazaron en estas cargas, cayeron en el combate.

Se cuenta que cuando estaba en este estado el combate Pezuela y Ramírez hacían esfuerzos desesperados para restablecerlo, y Belgrano se esforzaba en completar su triunfo, se oyó a retaguardia del ejército argentino tocar llamada, lo que detuvo a los soldados en su persecución y aun se atribuye que esta orden de llamada la dio el mayor Ramón Echeverría. Esto desalentó a los soldados, y el pánico se apoderó de ellos y emprendieron una desordenada retirada gritando; “al cerro, al cerro”. De este incidente aprovechó Pezuela, reunió sus dispersos y volvió al combate, la que le valió el éxito de la acción.

Pero en la derecha realista Olañeta y Picoaga triunfaron y destrozaron al 6º regimiento, envano don Benito Alvarez su jefe se puso a la cabeza para conducirlo de nuevo a la carga, un balazo lo derribó del caballo quedando mal herido. Acudió en su lugar el mayor Beldón, pero otra bala lo derribó muerto; el Capitán Villegas tomó el mando del cuerpo y Villegas cayó muerto; a este lo reemplazó Saravia y cayó también con el pecho traspasado, en este momento se oyó el toque de retirada y la tropa sin orden alguna, se retiró con precipitación.

Pero la verdadera causa de la derrota de los patriotas fué la siguiente: Quedó en Ancacato un escuadrón de Dragones a la orden del coronel don Saturnino Castro, con advertencia de estar el día 1º. de octubre al amanecer, en Vilcapugyu. Castro cumplió la orden, pero como al rayar el día no notó movimiento alguno en el indicado campo, al que se aproximó sin ser sentido, regresó otra vez a Ancacato, creyendo que Pezuela había hallado algún inconveniente para dar la batalla. Mas tarde escuchó él ruido del combate y guiado por el, a pesar de que su escuadrón hacia veinte horas estaban a caballo, acudió al campo de batalla llegando allí en lo mas crítico de la acción, cuando el coronel La Hera caía muerto, y el centro y la izquierda española huían arrastrando sus reservas.

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Castro era demasiado valiente, no se detuvo, cargó con bravura por retaguardia dando con su presencia ánimo a Picoaga y Olañeta, que resistían tenazmente. Los patriotas al sentirse acuchillados por retaguardia, abandonaron el campo en medio de la victoria.

Olañeta y Picoaga lo arrollaron todo, protegidos por los fuegos que hacía la artillería de la derecha, hábilmente dirigida por el Teniente coronel D. Miguel Mugía, lo que en gran parte contribuyó a la victoria de las armas reales.

Belgrano tomó el estandarte argentino, hizo tocar reunión con los tambores y con una pequeña fuerza pudo subir a una de las alturas, que tenía a su espalda, consiguiendo reunir algunos dispersos, que pasarían de 200 y además logró salvar una pieza de artillería. Dos veces intentó reorganizar el combate descendiendo al llano, siendo nuevamente rechazado. Finalmente los realistas dueños de toda su artillería, empezaron a bombardear las posiciones que ocupaba, haciendo comprender al General argentino que estaba perdido sin remedio. Entonces emprendió la retirada por el camino de Cochabamba a fin de reunirse con el coronel Zelaya y dispuso que su segundo el General Díaz Velez se retirase por la vía de Potosí, para reunir y reorganizar los dispersos que tomaron la fuga por esa ruta.

¡A las tres de la tarde había concluido todo! Las armas de la patria estaban destrosadas por completo y el

heróico General argentino en completa derrota. El ejército independiente tuvo más de 900 muertos y 1,000

heridos, muchísimos prisioneros, con 33 jefes y oficiales. Perdió además 14 cañones, gran número de fusiles, su parque y equipajes.

Las pérdidas del ejército realista fueron 153 muertos, 266 heridos y 62 dispersos.

——————————— En esta memorable función de armas se ha criticado y con razón,

la marcha en batalla del ejército español, al frente del enemigo por una extensión de dos kilómetros y medio, cuando menos, por un terreno naturalmente ondulado y exponiendo a su línea a ser envuelta por la caballería. La marcha en batalla resultó naturalmente defectuosa y sucedió que la izquierda que halló el camino más llano, chocó con la derecha patriota, antes que el centro y la derecha, sufriendo una derrota de la que la casualidad la salvó.

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Otro error notable en ambos ejércitos, es la interpolación de las caballerías y artillería entre la línea de los infantes, lo que significa el descuido mas completo de las prescripciones tácticas.

Se elogia mucho el despliegue que mandó hacer el General Belgrano de sus columnas paralelas al frente del enemigo, valiéndose del incendio de las chozas de la posta, realmente la concepción fué atrevida y si ese despliegue lo verifica sobre uno de los flancos con la formación concentrada que adoptó, el éxito hubiera coronado los esfuerzos del héroe americano.

Se nota poco ó ningún cuidado en el servicio de seguridad en el campo patriota; ya que se cometió el error de hacer campamento tan cerca del enemigo, debería haberse tomado todas las precauciones de seguridad para resguardar el campo y estar a cubierto de una sorpresa como sucedió la mañana del 1º de octubre de 1813.

La marcha de Pezuela venciendo los múltiples inconvenientes que lo rodeaban, hacen ver en este jefe mucha audacia y calculo pronto, como hemos visto en el curso de la narración de esa memorable batalla, cuyo inmediato resultado fué retardar diez años más la independencia del Alto Perú, del dominio de la metrópoli.

Octubre de 1895.

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BATALLA DE AYUHUMA Ó CHARAGUAITU

14 DE NOVIEMBRE DE 1813. Después de la derrota de Vilcapugyu el General Belgrano tomó el

camino de Chayanta con los restos de su destrozado ejército a fin de encontrar al coronel Zelaya que llevaba los cuerpos de caballería que formó en Cochabamba. Por su parte el General Díaz Velez, que había como se dijo, tomado el camino de Potosí, donde arribó con las tropas que pudo reunir en su marcha, encontrando en Yocalla con el coronel Araoz, que había reunido algunas fuerzas, ambas reunidas alcanzaron a formar 600 hombres.

El General Pezuela, que había ascendido al grado de Mariscal de Campo, por su triunfo de Vilcapugyu, se limitó a enviar en pos de Díaz Velez al coronel Castro con su escuadrón de Dragones, los que llegaron hasta Yocalla, de donde se replegaron nuevamente sobre Condo Condo, lugar donde situó su cuartel general el nuevo Mariscal de Campo.

El coronel don Saturnino Castro tuvo una ocurrencia demasiado caballeresca ya para aquellos tiempos. Desde el pueblo de Yocalla envió un emisario al general Díaz Velez, desafiándolo a él y a toda su división, solo con 100 dragones de su regimiento, dándole además la elección del campo del combate. Díaz Velez respondió a este arrogante reto, diciendo: “que Castro era un perjuro, porque en la capitulación de Salta juró no tomar armas contra la causa de la li-bertad”, y que su sola contestación era: “que lo ahorcaría como a un perjuro si caía a sus manos”.

El coronel Olañeta que fué destacado con el cuerpo de Cazadores en pos de Belgrano, por el camino de Chayanta, se replegó igualmente a Condo Condo donde Pezuela emprendió con empeño el arreglo de su ejército.

Macha, pueblo perteneciente al departamento de Potosí, situado en la provincia de Chayanta, fué el lugar escojido por el general Belgrano para reparar su derrota y reorganizar su ejército. Próximo a Chuquisaca, Potosí y Cochabamba, Chayanta es una provincia rica, está en el centro de los departamentos citados, sus hijos desde el primer momento de la guerra de la emancipación, habían luchado por ella, de manera que Macha era el punto mas adecuado para el objeto que el general argentino se proponía. Expidió órdenes exijiendo a los Gobernadores continjentes, de armas, municiones, vestuario, hombres y caballos para la defensa de la patria.

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Todos respondieron con celo patriótico a su llamamiento. El Presidente de Charcas, coronel don Francisco Antonio Ortiz de

Ocampo, fué el más entusiasta y el primero que envió al campamento de Macha, un lucido contingente de hombres, dinero, armas y municiones. Entre otras cosas remitió dos cañones y 200 caballos escogidos todos de pesebre, obsequio del vecindario de Chuquisaca al General Belgrano; con ellos pudo remontar expléndidamente su caballería.

El General Arenales, Gobernador de Cochabamba, auxilió al ejército con dinero, armas, y soldados, alentando al pueblo con enérgicas proclamas.

El coronel Warnes gobernador de Santa Cruz de la Sierra, hizo por su parte valiosos donativos y con todos estos elementos el ejército se organizaba rápidamente.

La provincia de Chayanta, habitada casi en su mayor parte por indígenas, dio pruebas de gran patriotismo. Artículos de guerra, víveres, ganado, cabalgaduras, forraje, todo, todo, lo proporcionaban con la mayor espontaneidad y dice un notable historiador, que hasta artículos de lujo llevaban para los oficiales.

El General Díaz Velez, dejando en Potosí una guarnición de 250 hombres, se incorporó al Cuartel General con 500 soldados de línea, perfectamente equipados y organizados. Este fué indudablemente el mejor refuerzo que tuvo el ejército. También de Valle-Grande se recibió un contingente de hombres, la mayor parte a caballo, todos armados de chuzos, y sin instrucción ni disciplina alguna.

Los jefes de montoneras independientes, a los que se daba el nombre de “Guerrilleros”, como Lanza, Padilla, Camargo, Cárdenas, Zarate y otros revolucionaban por todos los caminos, haciendo el servicio de seguridad al campamento patriota, donde llevaban avisos de cuanto pasaba en el campo enemigo; puede decirse que el Cuartel General de Macha, estaba rodeado de una red de guerrilleros.

¡Los hijos del Alto Perú hacían cuanto estaba a su alcance para procurarse patria independiente!

En esta época comenzó a distinguirse el Teniente de Dragones don Gregorio Araoz de La Madrid. Una noche sorprendió en Yocalla una avanzada de las tropas de Castro, y como los soldados que la componían pertenecían a los juramentados de Salta, fueron ahorcados y sus cabezas colgadas en unas picas sobre el camino real, con un letrero que decía: “POR PERJUROS”. En otra ocasión

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en la quebrada de Tinquipaya, rindió con solo tres hombres, una avanzada de once soldados, que se llevó prisioneros, batiéndose con sus tres soldados con el resto de la compañía; a estos tres valientes Belgrano los ascendió a Sargentos, y llevaron la denominación de “Sargentos de tambo nuevo” nombre con que fueron conocidos en el ejército de la patria.

El Coronel Zelaya que sabedor de la derrota de Vilcapugyu, se replegó sobre Cochabamba, se unió a Belgrano, trayendo a Macha mas de 300 hombres de caballería; todas estas fuerzas reunidas formaron un total de 3,400 hombres, de los que 1,000 eran veteranos y apenas 2,000 podían considerarse de pelea.

Esta admirable y rápida organización del ejército patriota, se debió a la energía, actividad, constancia y talento del héroe argentino, que a la vez que formaba ejércitos y los disciplinaba de un modo brillante, sabía con sus escritos atraerse la voluntad de los pueblos, haciendo simpática su causa. En quince días de permanencia en Macha, pudo formar un ejército con el que inspiró a todos la seguridad de la victoria.

Entre tanto si lisonjera se presentaba la suerte al jefe argentino, sañuda y amenazadora era la que esperaba al General español. Falto de medios de movilidad, hostilizado frecuentemente por los montoneros que lo rodeaban por todas partes, sin víveres ni forrajes, en fin lleno de inconvenientes, le era menester de una vez decidir su situación por medio de las armas.

Hemos visto que el Mariscal de Campo Pezuela, era militar inteligente, valeroso y de prontas combinaciones, que contaba con jefes de la talla de Ramírez, Olañeta, Picoaga, Tacón y otros que eran el alma del ejército real, así pues no es estraño que se decidiese a jugar el todo por el todo.

El Cura de Coroma, que se declaró por la causa del Rey, proporcionó a Pezuela 600 burros y llamas de carga, con esas acémilas halló como mover su parque y el 29 de octubre levantó su campo de Condo Condo, acampando el 4 de noviembre en Ancacato, de allí tomó el camino de Anco Cruz, el de los altos de Livichuco, yendo el 8 de ese mes (noviembre) a situarse en la costa de Callampayaní, donde descansó tres días, a fin de que se le incorporase el parque que como iba en burros y llamas no pudo siquiera seguir las cortas jornadas del ejército que en diez días solo había podido avanzar 15 leguas.

Penosa por demás fué la marcha del ejército real. La artillería iba conducida a brazo por los indios de Coroma, acaudillados por el

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Párroco de ese lugar y la caballería marchaba siempre a pié para no fatigar mas a sus cabalgaduras.

En el trayecto de Condo Condo a Ancacato, fué atacado audazmente por los caudillos Lanza y Cárdenas, los que Capitaneaban numerosa indiada, los que fueron mandados por el jefe argentino para cortar la comunicación de los realistas con el Bajo Perú. Los montoneros atacados con vigor por fuerzas de línea y bien armadas, fueron completamente batidos, dejando en poder del vencedor un buen número de prisioneros y algunas armas.

El día 12 amaneció nevando de un modo atroz y a pesar de la nieve, de la lluvia y del granizo, siguió Pezuela su marcha hasta detenerse en los altos de Taquiri, desde donde descubrió a los independientes, que ocupaban los altozanos de Ayohuma, al frente del río y como a dos leguas de distancia.

El 12 reconoció el general español las posiciones enemigas y con el auxilio de un buen anteojo, pudo estudiarlas a su antojo, dictando en consecuencia las medidas precisas para poder librar una batalla al día siguiente.

El día antes de la batalla de Ayohuma no halló víveres que consumir el ejército real y permaneció sin ración ninguna.

A las 6 de la mañana del día 14 desfilaba el ejército peninsular delante de su caudillo, quien a cada cuerpo recomendaba valor y entereza en el próximo combate. Los soldados vitoreaban con frenético entusiasmo al Rey de España y a su lugar teniente el General Pezuela, “manifestando en sus semblantes, tanto los oficiales como la tropa, aquella animosa alegría que suele ser precursora de la victoria”, dice el General García Camba, en sus interesantes Memorias.

El Ejército real descendió la áspera y larga cuesta que baja de Taquiri a la playa del río de Ayohuma y que se llama la Cuesta Blanca, notable por su áspera pendiente y estrechura. Al pié de dicha cuesta formó el ejército real en columnas paralelas, a fin de evitar cualquier repelón de la caballería patriota, situando su numerosa artillería en los montículos que dominan todo el llano, protegiendo su izquierda con alguna caballería.

————————— Veamos lo que había sucedido en el ejército independiente

durante el avance de las tropas reales.

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En el campamento de Macha había disidencia entre los jefes patriotas; los unos querían dar el combate a todo trance y los otros opinaban por la retirada.

El General Díaz Velez sostenía por la conveniencia de retirarse sobre Potosí, plaza fortificada, donde podía esperarse al enemigo con ventaja. El Coronel Perdiel opinaba no esperar a los realistas, y mas bien evitando el combate que buscaban correrse por el flanco derecho, atravesar de S. a N. la provincia de Chayanta y penetrar en las pampas de Oruro tomar por asalto a esa Villa, base de operaciones del ejército del Rey, y replegándose en caso necesario sobre la ciudad de La Paz. El plan era audaz y no carecía de mérito y al escucharlo los jefes a quienes fué comunicado lo hicieron conocer al General Belgrano, el que convocó a una junta de guerra.

Allí Perdial desarrolló su plan en presencia de todos los jefes del ejército. El General Belgrano opuso la mala estación, los malos caminos, los inconvenientes de la marcha, la deserción y desnudez de la tropa, demostrando las ventajas de dar una batalla creyéndose seguro de la victoria; se votó: computados los votos resultó que la minoría estaba porque se diese la batalla y la mayoría por la retirada a Potosí; algunos apoyaron la idea del Coronel Perdiel.

Después de escuchar a todos el General, dijo con tono que no admitía réplica: “Yo respondo a la nación, con mi cabeza, del éxito de la batalla”. Y en el momento impartió sus órdenes para que todo estuviese listo para la primera orden; en la noche se emprendió la marcha y el día 9 al amanecer el ejército estaba acampado en la pampa de Ayohuma a tres leguas de Macha.

La pampa de Ayohuma es una meseta formada por la montaña del mismo nombre, dominada por los altos de Taquiri a cuyo pié corre el río de Ayohuma y paralelamente a él se prolonga una lomada larga y angosta que forma una especie de lomo, que esta flanqueado por el río indicado y el riachuelo de Salinas. En el barranco del río hay un camino, en el pueden ocultarse hasta 3,000 hombres, sin subir al llano.

Montículos y cerros de poca altura se alzan en toda la llanura que cruzan los caminos de Macha y Potosí y algunos hondos barrancos siguen la inclinación del terreno. Hacía a la parte del camino a Potosí y como a media legua de los montículos indicados, limitando la pampa al S. O. se alzan algunas lomas muy pedregosas a cuyo pié corre un riachuelo de poco caudal.

El ejército patriota se situó en medio de la pampa, dejando las lomas a espaldas de su izquierda, dando frente al río y a los altos de

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Taquiri, cerrando el camino de Macha y ocupando parte de los montículos, apoyando su derecha en la estremidad avanzada de un cerro que cubría diagonalmente su retaguardia. Otro cerro elevado, pero desligado de este, quedaba a retaguardia de la línea.

Del cerro en que se apoyaba la derecha de la línea bajaba un barranco en el que se practicaron lijeras cortaduras a guisa de fortificaciones.

Para llegar hasta la línea de Belgrano, Pezuela tenía que descender la angosta y escabrosa cuesta Blanca, pasar el río salvar la loma que forma el lomo ya descrito y penetrando a la llanura, salvar allí el barranco que era el mas formidable obstáculo que podía oponérsele a. su frente. Belgrano fiaba demasiado en su posición con la cual creía atraer al enemigo, que este vendría de frente y se detendría en el barranco, en tanto que sería envuelto por ambos flancos. En consecuencia desde el día 12 ocupaba estas posiciones.

Pezuela militar científico y entendido en el arte de la guerra, en el acto que examinó las posiciones de su enemigo descubrió su plan, de manera que varió el plan de ataque haciéndolo de un modo muy distinto al que se había imaginado Belgrano, quien al esperarlo en posiciones le reveló su propósito y por su imprudencia le dio la victoria.

El ejército patriota constaba poco más ó menos de 3,200 hombres, siendo su caballería muy superior a la realista, su infantería era inferior a la del Rey, y solo contaba con 8 cañones de 1 y 2 que no alcanzaban a cruzar la llanura.

El ejército español se componía de 3.500 hombres, de los cuales 3,000 eran de infantería; 300 de a caballo y el resto de artillería, la que contaba con 18 piezas del calibre de 4 y 5.

El orden de batalla del ejército independiente era como sigue: La derecha, que estaba cubierta por el barranco y apoyada en el cerro, se componía del regimiento “Dragones” y de los batallones de “Pardos y Morenos”, mandado el primero por el Coronel Diego Balcarce y los segundos por el Mayor Cano y el Coronel Superi. Seguían los batallones Nº 6 y Nº 1, mandados por el Mayor Benito Martinez y el Coronel Perdiel y a la izquierda la caballería cochabam-bina: armada de lanzas a órdenes del Coronel Zelaya. La artillería se colocó en un montículo de poco acceso, entre los batallones1º y 6º.

La reserva se componía de tropa mal armada y de mala calidad, la caballería de reserva casi en su totalidad, armada de picas y montada en mulas.

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El ejército del Rey se formó en el orden siguiente: A la derecha del batallón de Cazadores y en seguida los batallones del regimiento de Granaderos del Cuzco, mandados respectivamente por sus jefes Olañeta y Picoaga, mas un escuadrón de lanceros mandado por don Jorge Ballivián.

El centro lo formaban el 2º regimiento, el batallón “Centro” mandado por Estevez, y un escuadrón a órdenes del Mayor Zavala. La izquierda la formaba el batallón “Partidarios” y un escuadrón.

El ala derecha estaba mandada por el General Ramírez y la izquierda por el Brigadier Tacón, el centro lo dirijía Pezuela en persona. La artillería situada a retaguardia de los extremos de ambos flancos, estaba encomendada a los Tenientes Coroneles Valdez y Mujía.

De cada uno de los mencionados batallones se separaron 30 hombres con un oficial y desplegaron en guerrilla cubriendo y protejiendo la izquierda española y amagando la derecha de los patriotas. Estas guerrillas las mandaba el Teniente Coronel Manuel Valle, y estaban protejidas por el batallón “Partidarios”.

Repetimos que la demasiada confianza perdió en Ayohuma a Belgrano, como vamos a manifestarlo.

El ejército real empezó a descender la empinada y escabrosa cuesta Blanca el día 14 en la mañana; la tropa la bajaba en desfilada y cada ginete a pié conducía por la brida su caballo. La artillería no podía bajar la cuesta sino a lomo de mulo, de otro modo era imposible hacerlo, de manera que no podía ser más peligrosa ni comprometida la situación de los realistas. Desde el campamento patriota se distinguía perfectamente el descenso del ejército real, que como brillante culebra serpenteaba por todas las sinuosidades y vericuetos de la cuesta Blanca. El sendero por donde bajaban era tan estrecho, que en él apenas podían caber dos hombres de frente. Un ataque en este momento era la segura derrota del ejército del Rey.

Cuando vio esto el valeroso La Madrid se acercó al General en jefe diciéndole: “Mi General, el enemigo ya va a pisar el llano y ocupa con todos sus cuerpos la cuesta, lancémonos sobre el y obtendremos un triunfo completo, déme usted un escuadrón y le respondo de la victoria”. Belgrano aferrado en su plan de combate le contestó: “No se aflija mi Teniente, deje que bajen todos para que no escape ninguno, el triunfo es nuestro”.

Mientras tanto el ejército real llegó al llano, atravezó el río formado en columnas paralelas detrás de la lomada que

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paralelamente a el se prolongaba, ocultando así sus movimientos a los patriotas.

Estos entre tanto habían levantado un altar en el centro mismo del campamento y devotamente arrodillados, oían la santa misa, pidiendo al Dios de las batallas el triunfo para sus armas.

Sigilosamente aprovechando este descuido, Pezuela hizo una maniobra con la que no había soñado siquiera Belgrano; en lugar de presentarse de frente y remontar la loma que lo cubría, como pensaba el jefe argentino, se corrió por la izquierda y apareció amagando la derecha de los independientes: por el lugar llamado Charaguaitu, del que también ha tomado nombre la batalla.

Sería algo mas de las 10 de la mañana cuando la artillería española se avanzó un tanto sobre su línea y rompió un vivo fuego que los patriotas lo aguantaron con firmeza, cerca de media hora, contestándolo con algunos disparos.

Sorprendido Belgrano, al verse atacado por donde menos pensaba, tuvo que hacer un cambio de frente, retirando su derecha y adelantando su izquierda, con este motivo quedó dando frente a su enemigo y con su derecha apoyada en el cerro que antes tenía a su espalda, con el barranco interpuesto entre ambas líneas y sin espacio para hacer maniobrar su caballería.

Al mismo tiempo Pezuela ordenó al Coronel Valle que con sus guerrillas y el batallón “Patriotas”, tome el cerro en que los patriotas tenían apoyada su derecha. Valle cumplió lo mandado y tomó la posición, que en lugar de disputarla Belgrano y trabar allí el combate, se limitó a ocupar con su caballería otro cerro que carecía de toda importancia militar.

Los 18 cañones de la artillería real, dirijidos con notable acierto por los jefes Mujía y Valdés, habían roto un fuego nutrido con bala raza, abriendo claros en los batallones patriotas que no podían contrarrestarlos, pues los artilleros españoles, en menos de media hora, les lanzaron más de 400 proyectiles.

A pesar de todas estas desventajas la línea patriota se hizo objeto de la admiración de sus mismos enemigos, tanto que en el parte que de esta acción pasa Pezuela al Virrey de Lima dice: “ella soportó valerosamente el cañoneo que barría sus hileras, manteniéndose con tanta firmeza, como si hubiese criado raíces en el lugar que ocupaba” .

En la notable historia del General Belgrano refiere el General Mitre: “que durante el cañoneo, fué admirada por todos una mujer del

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pueblo, conocida en el campamento patriota con el nombre de “madre de la Patria” la que acompañada de sus dos hijas, con los cantaros en la cabeza, proveían de agua a los soldados”.

La infantería patriota caló bayoneta y avanzó con mucho denuedo, pero no muy ordenada, a causa del barranco que tuvo que salvar. A medio tiro de fusil rompió el fuego con una desición y una viveza que algunos momentos hizo creer en la victoria.

Simultáneamente con este avance ordenó Belgrano a Zelaya cargase con la caballería de la izquierda, la que se lanzó con el ímpetu del huracán, lanza en ristre y firme en los estribos, aunque con algún desorden proveniente del terreno sinuoso, Pezuela que temía este ataque, concentró toda su caballería sobre la izquierda, hasta su propia escolta, pero como esto no era bastante, para contener la carga de 400 caballos, dispuso que ese flanco fuese reforzado por dos batallones y 10 piezas de artillería. Zelaya se estrelló contra esa maza, sufriendo los fuegos cruzados de los dos batallones y como 150 cañones que a metralla le dispararon las baterías de cañones que mandaba el Teniente Coronel Mujía, haciéndolo retroceder en desorden. La infantería patriota que avanzaba a la bayoneta, fué detenida por una descarga que sonó a su espalda; eran los flanqueadores realistas que posesionados del cerro, como dijimos antes, la tomaban entre dos fuegos, obligándola a ponerse en desordenada fuga. El Nº 6 que estaba al centro, tuvo que sufrir igual suerte y arrastró en su dispersión a sus demás compañeros.

Entre tanto la izquierda realista se lanzó sobre los dispersos, destrozándolos por completo y haciendo gran número de prisioneros. El Coronel Superi jefe de “Pardos y Morenos”, así como el Mayor Cano, comandante de los Cazadores, quedaron muertos al frente de sus cuerpos.

El Nº 1 que formaba la izquierda, tuvo que retirarse en precipitada fuga y este cuerpo como toda la infantería patriota hubiese perecido en el barranco, si el valeroso Coronel Zelaya no hubiese en aquel momento reorganizado sus dispersos ginetes y cargado nuevamente paralizando la acción del enemigo.

El Coronel Zelaya y sus ginetes cochabambinos, merecen una especial mención. Belgrano le ordenó proteja los derrotados y Zelaya cumplió su orden con toda puntualidad. Hizo desmontar sus ginetes y situándolos en el lecho del arroyo, parapetados en la barranca y en las tapias de un próximo corralón que allí había. Allí resistió el fuego de la infantería enemiga con una bravura increíble, él a caballo sufrió

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un fuego continuado, iba de una parte a otra animando a sus soldados, contestando el fuego del enemigo con las tercerolas de sus dragones. Gracias a tanto valor la infantería patriota estuvo en salvo. Luego hizo montar a sus soldados y con estos contuvo las cargas de la caballería enemiga que los acosaba por retaguardia.

En el ardor de la persecución el Coronel realista Castro llegó a dar voces a Zelaya retándolo a un duelo particular, lo que aceptado por Zelaya no se lo permitieron sus compañeros. Así pues este bravo jefe acompañado de los Capitanes Arébalo y José María Paz, fueron los últimos en retirarse del campo de batalla, al ponerse el sol, cuando cesó la persecución, satisfechos del deber cumplido.

Hay que notar que el Mayor Máximo Zamudio, se trasladó con la caballería de la derecha que estaba a su cargo, donde operaba Zelaya con la suya, a fin de ayudarle a salvar los restos del ejército patriota.

La batalla estaba perdida y Belgrano auxiliado por Díaz Velez, corrieron grandes peligros, reuniendo muchos dispersos al abrigo del barranco y retirándose a unas lomadas muy pedregosas que se hallan como a media legua del campo de batalla. Allá Belgrano desplegó la bandera de la patria, mandando tocar reunión a vista del enemigo. Este cansado y rendido con tres horas de lucha consecutiva, dio tiempo para que el jefe argentino reuniese 400 infantes y 80 caballos y con ellos tomase la ruta de Potosí.

Pezuela tomó 60 oficiales y 800 soldados prisioneros, 8 piezas de artillería, 1,500 fusiles, una mediana provisión y hasta los papeles de los jefes independientes.

Más de 400 muertos y 600 heridos patriotas quedaron en el campo de Charaguaitu; los realistas tuvieron 500 hombres fuera de

combate de los cuales 200 quedaron muertos y 300 heridos. Se cree generalmente que esta batalla fué más sangrienta que la de Vilcapugyu, y una de las más desastrosas en la guerra del Alto Perú.

Su pérdida en gran parte se debió a la demasiada confianza del General Belgrano y a la disciplina é instrucción de las tropas reales, veteranas, engreídas con sus repetidas victorias y mandadas por jefes expertos y valientes y que tenían al frente tropas visoñas, poco disciplinadas aunque de gran valor y extraordinario patriotismo.

Las consecuencias de esta notable acción de armas, fueron demasiado notables para la emancipación americana.

Noviembre de 1896.

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COMBATES DE SAN PEDRILLO Y DE LA ANGOSTURA

4 DE FEBRERO Y 10 DE ABRIL DE 1814

El Coronel patriota don José Antonio Alvarez de Arenales,

después de la derrota del ejército independiente en Ayuhuma el 14 de noviembre de 1813, donde concurrió con el contingente de tropas que llevó de Cochabamba y Valle-Grande, se replegó a ese pueblo con el objeto de unir sus fuerzas a las del Coronel don Ignacio Warnes, que a la sazon gobernaba la provincia de Santa Cruz de la Sierra.

Con las fuerzas que pudo reunir, todas procedentes de Cochabamba y de Valle-Grande, el Coronel Arenales derrotó en Chilón a las tropas que iban en su persecución y continuó, con más calma, sus operaciones tendientes a restablecer la comunicación entre Santa Cruz y las provincias del interior, cortadas por la vigilancia de las partidas realistas.

Se le incorporaron en el Valle-Grande algunas montoneras, logrando formar un buen batallón de infantería con 150 plazas, armados de fusiles y dos escuadrones de caballería. Organizó también las partidas sueltas que merodeaban en el país, cuyos caudillos se pusieron a sus órdenes. Hay que hacer constar que el que más le ayudó en estos trabajos, fué el patriota guerrillero don Manuel Cárdenas que se le incorporó con las grandes partidas de indígenas con que contaba.

Cuando el General en Jefe realista don Joaquin de la Pezuela, se enteró de lo que en el oriente Alto-Peruano ocurría, temiendo las consecuencias de esta creciente insurrección, destacó allí una división de su ejército, compuesta de 600 veteranos escogidos de las guarniciones de Chuquisaca, Cochabamba y Oruro, a la que dotó de una sección de 4 cañones de montaña, y el comando de ella lo confió al activo y muy acreditado jefe Coronel don José Joaquin Blanco, recomendándole evite el acrecentamiento de las fuerzas del Coronel Arenales, cuya actividad y prestigios temía.

Blanco marchó sin detenerse y encontró las fuerzas de Arenales el 4 de febrero de 1814, en el lugar llamado San Pedrillo.

Arenales tomó posiciones en un sitio montuoso y accidentado a fin de utilizar debidamente las pocas armas de que disponía, porque los montoneros de Cárdenas, si bien eran numerosos, carecían de armas de fuego.

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Blanco con arrojo, asaltó dos veces las posiciones de las que fué rechazado, pero al tercer asalto huyeron los montoneros que arrastraron a los demás en su fuga. Las tropas de Arenales se batieron tres horas consecutivas y se rehicieron no lejos del lugar de la acción, retirándose con relativo orden.

Los independientes dejaron en el campo de batalla 100 muertos, muchos heridos y 23 prisioneros, los que así como los heridos fueron fusilados en el momento; y a 3 jefes patriotas tomados, se les cortó la cabeza en señal de triunfo, las colocaron en largos postes en los caminos principales. Con esto la guerra a muerte y sin cuartel fué declarada entre los adversarios beligerantes.

———————— Arenales tuvo pérdidas lamentables, muchas armas y pertrechos

de guerra con mas la artillería cochabambina, que quedó en poder de los realistas, los que tuvieron también bajas de consideración.

El jefe patriota, con el resto de su gente, se retiró por el río de Pulquina y atravesando la cadena occidental de los Andes comunicó con los principales centros de insurrección en las fronteras del Chaco, donde se puso al habla con el caudillo Humaña y en el Azero y Tomina, donde tenía su comando el indomable guerrillero don Manuel Ascencio Padilla.

El Gobernador de Santa Cruz Coronel don Ignacio Warnes, auxilió a Arenales, pero no quiso someterse a su autoridad, a pesar que era nombrado Gobernador de esas provincias, cargo que el General Belgrano le confirió después de la derrota de Ayuhuma.

El Coronel Arenales tuvo que disciplinar las montoneras que engrosaban frecuentemente su comando, porque los caudillos que conocían los méritos y condiciones militares de este distinguido jefe, comprendían que era deber de ellos ayudarlo en sus empresas. Padilla fué el qué mas se distinguió en este.

Arenales hizo su Cuartel General en el pueblecillo de Abapó, situado sobre la margen del río Grande ó Guapay y allí, al mismo tiempo que vigilaba los desfiladeros que surcan la cordillera, pudo reunir su partida que llegó a alcanzar al número de 204 infantes, armados y dos piezas de artillería del calibre de 1 y de 2, con mas algunos ginetes, fuerza con la que se proponía disputar a Blanco su paso a Santa Cruz de la Sierra.

Allí Warnes había formado una división de 1,000 hombres de las tres armas, situándose en la hacienda de Horcas, a 90 kilómetros de Santa Cruz, vigilando los pasos de Herraduras y Petacas.

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Blanco vencedor en San Pedrillo, se dirigió a la ciudad, internándose en la sierra, logrando trasmontarla a pesar de los pantanos y otros mil obstáculos que hay que vencer para efectuar tan difícil travesía.

El comandante don José Manuel Mercado, segundo de Warnes, fortificó el lugar de Angostura ó Barandilla, y en ese sitio inespugnable, construyó parapetos y otras obras de defensa; de manera que era imposible pasar el río Piray que corre allí por el fondo de la quebrada. Ayudado por el oficial Cuellar, derrumbaron las laderas que bordean los desfiladeros, haciéndose impasable el paso del río, cuyos vados son en ese lugar muy angostos y profundos y demasiado peligrosos. Además desmontó todo el frente de las fortificaciones, que era muy amplio para poder desde lejos divisar los movimientos del enemigo estableciendo de este modo un buen campo de tiro descubierto, de manera que por esa parte estaba completamente impedido el paso de los realistas.

Apersibióse Blanco de los trabajos de fortificación que allí se ejecutaban y tomando otra vía mas escarpada y penosa que la real, venció los innumerables obstáculos que se opusieron a su marcha y para engañar al enemigo hizo manifestaciones por el frente fortificado, con artillería y caballería, y él entretanto, tomando la ruta de los Espejos casi impracticable, descendió al llano, y vadeando el río Piray en el Taruma, se presentó por retaguardia de los patriotas que mandaba el comandante Salazar, los que sorprendidos al ver que las columnas realistas avanzaban por la margen izquierda del río, que estaba por ellos ocupada comprendieron que todas sus obras de defensa quedaron inutilizadas, pero con todo hicieron frente a los realistas y después de un porfiado combate se replegaron a Horcas. Allí los siguió Blanco, de manera que tuvieron que retirarse a Santa Cruz dejando su artillería.

Warnes que sabía que su fuerza era inferior a la de Blanco, en número y en calidad, abandonó Santa Cruz, saliendo por el camino que conduce al Pary, como para buscar al enemigo, pero repentinamente tomó el de la cordillera para ir a incorporarse con el Coronel Arenales.

Blanco ocupó la ciudad el mismo día, y después de algunos días de descanso siguió el mismo camino que había tomado el coronel Warnes, resuelto a acabar con la facción del oriente y no descansar hasta encontrarse con Arenales y Warnes, que comprendió se hallaban ya reunidos.

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Guarneciendo Santa Cruz, para resguardarla de cualesquier ataque de parte de los independientes, dejó allí al Comandante Udaeta con 300 infantes y 100 hombres de caballería.

El resultado de esta campaña lo conocerán nuestros lectores, en la relación que hacemos de la memorable batalla de “La Florida”.

1912.

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COMBATES DE TARVITA

4 Y 19 DE MARZO DE 1814 Corría el mes de marzo de 1814, cuando el Comandante español

don Benito López que guarnecía el pueblo de La Laguna con 50 veteranos y las milicias del lugar, supo que andaba por las inmediaciones del pueblo de Tarvita, la montonera mandada por el guerrillero don Manuel Ascencio Padilla.

El Comandante López era valiente y se resolvió sorprender al jefe insurgente, que de día en día aumentaba en prestijio y audacia y su nombre era respetado en ese partido. Padilla no era hombre que se dejaba sorprender tan impunemente y se anticipó al Comandante López en sorpresa, de manera que el día 4 de marzo, lo encontró en las inmediaciones de Tarvita.

El combate fué recio y obstinado, López contaba con soldados de línea, bien armados y municionados, en tanto que los infantes y húzares de Padilla eran reclutas inespertos y estaban armados de cualquier modo.

Después de dos horas y media de encarnizada pelea, se vio el jefe español arrollado por los insurgentes, los que por un costado, a órdenes de Zarate y por el otro a las de doña Juana Azurduy de Padilla, los envolvieron completamente; entonces el Comandante López tuvo que retirarse al pueblo de Tarvita, dejando muchos muertos y heridos en el lugar del combate.

Ocupó en el pueblo la casa del Cura, que era espaciosa y bien construida; en un momento la fortificaron con barro y adobes, formando sólidas aspilleras en las ventanas de un espacioso granero, donde se parapetaron, sólidamente, para esperar a los guerrilleros, los que no tardaron mucho en presentarse, siendo recibidos con un fuego terrible.

Padilla cercó la casa, tratando de incendiar el granero, pero este no ardía porque los techos estaban cubiertos de barro y no era fácil incendiarlos a causa de que los sitiados lo impedían con sus certeros disparos.

Exasperado Padilla al ver sus tentativas frustradas, concibió una idea propia de su carácter audaz y su práctica en esta clase de guerras.

Cogió una larga escala de madera y después de colocarla en uno de los ángulos de la pared del granero, a fin de evitar las buenas punterías de sus enemigos, con admirable audacia trepó sobre el

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techo; provisto de una barreta practicó un agujero en la cumbre del edificio, exponiéndose a los disparos que podían hacerle de adentro del galpón: una vez agujereado el techo pidió un cesto de ají, el que convenientemente sujeto al cañón de su fusil, con correas de cuero mojado, fué encendido é introducido por el agujero practicado en el centro de la habitación, de manera que quedó el cesto pendiente como una lámpara.

El humo que se produce por ají se sabe que es asfixciante, y que no hay ser humano que pueda resistirlo; así es que los realistas medio ahogados, y cegados con el humo, se rindieron a discreción, saliendo del granero con la imagen de la Virgen del Carmen que ponían de su intercesora.

Padilla nada podía negar a su patrona y su victoria no fué manchada con sangre, todos fueron perdonados.

Zarate que había permanecido en la reserva durante la refriega, sin tomar parte en ella, porque tenía a su cargo a los prisioneros tomados días antes en Tapala y los que tomaron ese día en Tarvita, fué quien recibió a los prisioneros incluso al Comandante López, estos no podían reponerse de la asfixia que les produjo el humazo que les dio el Coronel Padilla.

———————— Pocos días después de esta gloriosa jornada, las avanzadas de

Padilla, tomaron una carta que de Chuquisaca dirijía el Subdelegado don Manuel Sánchez de Velasco, al Comandante Benito López, en ella le participaba su marcha con 110 hombres de línea, gente veterana, con objeto de dar fin con la gavilla del insurgente Padilla, previniéndole que no diera combate ninguno en tanto que no se reuniera con él, limitándose a entretener con escaramuzas a los montoneros.

Al momento que tuvo Padilla conocimiento de estas ins-trucciones, se aprestó para el combate; su fuerza había aumentado en número y estaba mejor armada y municionada con el botín de guerra cojido en Tarvita, así pues el día 19 se puso en marcha al encuentro de los realistas y los avistó a una legua del pueblo.

Una vez descubierto el enemigo arremetió con el furor é ímpetu irresistible. Sánchez de Velasco que no era militar, ni estaba acostumbrado a estos percances, cuando vio como cargaban los patriotas, escapó a uña de caballo del lugar del combate. Padilla que lo vio fugar, rápido como el viento corrió tras él logrando como a una legua de aquel sitio tomarlo prisionero.

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Sánchez de Velasco y demás prisioneros fueron enviados a la Angostura, lugar donde Padilla tenía su residencia ordinaria y estaba allí establecido su Cuartel General.

En este combate fué herido don Francisco López de Quiroga, hijo de don Benito López, perdiendo un ojo en él. Este bizarro oficial militó con éxito en el ejército real, después se hizo patriota, llegando a ser General de Brigada en el ejército boliviano y tuvo el honor de salvar la vida al General Antonio José de Sucre, Gran Mariscal de Ayacucho, herido en Chuquisaca en el nefando motín promovido por algunos malos colombianos, en el cuartel de San Francisco, el día 18 de abril del año 1828.

Agosto 28 de 1912.

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BATALLA DE LA FLORIDA

25 DE MAYO DE 1814. I

Después del desastre de San Pedrillo, (4 de febrero de 1814)

donde el Coronel realista D. José Joaquín Blanco, derrotó al Coronel patriota D. José Antonio de Arenales, éste se retiró al pueblecillo de Abapó, situado sobre el río Guapay en el departamento de Santa Cruz de la Sierra

Vamos a referir uno de los hechos de guerra mas heroicos e interesantes, tanto por la importancia de él, cuanto porque la batalla de la Florida se libró el 25 de mayo de 1814, como conmemorando el gran día en el que el Coronel Arenales a la cabeza del viril pueblo de Chuquisaca, cinco años antes de los sucesos que narramos, dio el primer grito de independencia en la América del Sur.

Arenales de Chuquisaca al lado de los Monteagudo, Le moine, Zudañes, La Iglesia, Mercado, Anívarro y otros prohombres, fué la figura mas culminante de aquel gran suceso.

Arenales arrancó los cimientos de la monarquía española en Chuquisaca y afianzó su obra en la Florida, en Cerro de Pasco, en su admirable campaña de los cuarenta días de donde se puso en relieve la figura del General Arenales, siendo el único General que con San Martín y Lord Cochrane comparte la gloria de ella.

Arenales era español, pero su alma era americana. Por eso abrazó la bandera de la patria regándola más de una vez con su sangre generosa. Por eso su figura es digna de la inmortalidad.

Hablando de él un eminente historiógrafo americano dice: “Era austero, estoico, adusto, tan precavido como audaz en sus concepciones militares como metódico y tenaz en su ejecución, reunía a un carácter recto un sentimiento profundo de la justicia y el deber. Era duro en el mando con sus subordinados y todos le temían y respetaban, pero cuando cometía una injusticia se apresuraba a darles una satisfacción. Cuidaba de los intereses públicos más que de los suyos.

No tenía más escolta que un ordenanza para su servicio y custodia, ni más tren que un caballo de batalla y una mula de marcha en que llevaba su lijero equipaje. El mismo ensillaba su cabalgadura sin consentir que ninguno lo hiciera. Sabía herrar como un herrador

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de oficio, el mismo remendaba sus botas y su uniforme. Cuidaba muy poco de su vestido y San Martín tenía cuidado de preguntar a uno de sus hijos en que estado se hallaba el guarda ropa de su padre, para hacerlo reponer sin que él lo notara; no recibió regalos ni obsequios, jamás de nadie ni siquiera un ramo de flores. El mismo conducía su provisión en una alforja, que se reducía a queso, pan y un pedazo de carne fría. San Martín le llamada compañero y respetaba mucho sus opiniones, permitiéndole franquezas que no toleraba a ninguno de sus subordinados (“Mitre, S. Martín”). Tal es el retrato del Jefe de armas de Chuquisaca en la primera revolución del año de 1809, y que cinco años después venció en la Florida, como vamos a referirlo.

II.

Como dijimos antes, Arenales a fin de tomar la revancha de San

Pedrillo, se reorganizó en el pueblo de Abapó contando con un buen contingente de patriotas con los que formó una división de ejército compuesta de la siguiente manera:

1ª DIVISIÓN DE INFANTERÍA. Comandante Diego de la Riva, Teniente Francisco López,

Subteniente Juan Ramón Loría. 2ª DIVISIÓN.

Comandante José Martínez de Hinojosa, Teniente Francisco Zeballos, Subteniente Rafael Morales.

3ª DIVISIÓN. Comandante Juan Coronel, Teniente Juan Carmelo, Subteniente

Angel Gutiérrez. ARTILLERÍA.

Comandante Manuel Belzu, Teniente Pedro Guzmán, Subtenientes Juan Córman y Patricio Duran.

PLANA MAYOR. Ayudante Mayor Jacinto Garavito, Abanderado Antonio Quiroga,

Ayudante de Campo Juan Pablo López, Capitán agregado Toribio Maldonado. Todas estas tropas que obedecían al Coronel Arenales, fueron naturales de Cochabamba y del Valle Grande.

Los cañones con que contaba el ejército patriota eran cuatro, dos del calibre de uno y dos del de a cuatro.

Arenales contaba con una fuerza de 800 combatientes. El 11 de mayo tuvo noticia de que el Coronel D. Ignacio Warnes,

evitando medir sus escasas fuerzas con las del Coronel Blanco, que le tomó la retaguardia, venía a incorporársele. Salió Arenales en su

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protección y lo encontró a las nueve leguas, con la división cruceña compuesta de 300 plazas, que unidas a las de Arenales sumaba escasamente un total de 1,100 combatientes.

Las fuerzas del Coronel Warnes estaban organizadas de esta manera:

Una columna de fusileros mestizos mandados por el Comandante Salazar, dos compañías de “Pardos y Morenos” comandados por Pedraza y un Escuadrón de caballería a órdenes del Comandante José Manuel Mercado.

Todas estas fuerzas se componían de naturales de Santa Cruz y obedecían las órdenes del Coronel Warnes.

Era D. Ignacio Warnes, hijo de Buenos Aires, donde inició su carrera en el cuerpo Blandengues de Montevideo, figuró el 25 de mayo de 1810, hizo la guerra del Paraguay y vino al Alto-Perú con el General Belgrano quien lo envió de Potosí como Gobernador Intendente a Santa Cruz de la Sierra.

Warnes era alto, bien formado, de aire natural y altanero, muy sencillo en el vestir y de un carácter audaz y sumamente autoritario. Activo, emprendedor y valiente hasta la temeridad.

Tales son los jefes patriotas que en oriente esperaban la invasión de los soldados del General Joaquín de la Pezuela; que venían comandados por el Coronel D. José Joaquín Blanco, según el decir de entonces, el más bravo y audaz de los jefes del Ejército del Rey.

III

Una vez reunidos ambos caudillos, Warnes, reconociendo la

superioridad militar de Arenales, se sometió a su autoridad, y ambos de común acuerdo, buscaron un lugar estratégico para esperar al enemigo y hacerle sentir el peso de su poderosa indignación.

Entretanto el Coronel Blanco dejando en Santa Cruz al Comandante Udaeta con 80 hombres, se fué en busca de Arenales con una fuerza igual a la suya, pero superior en armas, organización y disciplina. Blanco llevaba fuerzas veteranas acostumbradas a vencer y le esperaban tropas visoñas pero llenas de valor y patriotismo.

Arenales, cuyos conocimientos militares eran por todos reconocidos, formó un admirable plan, al que se sometió en todo el Coronel Warnes.

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Se hallaban los patriotas en un lugar en que se dividen las aguas, formando los grandes sistemas hidrográficos del Amazonas y del Plata.

Se hallaban colocados en el divorcie aquarum de los ríos Pilcomayo y Guapay. Uno de sus flancos lo resguardaba completamente la cordillera; marchaban por una inmensa llanura cubierta de espesísima selva, y de esta manera sus movimientos estaban completamente cubiertos y podían preveer los caminos que podía tomar el enemigo, teniendo la libertad de detenerlo y obligarlo a aceptar batalla en el terreno que juzgue conveniente.

El 24 de mayo avistaron a las tropas de Blanco, acampadas en Pozuelos. Arenales que ocupaba la boca de un desfiladero, continuó su marcha por él, dejando allí al Comandante Mercado con un destacamento de observación en la entrada de éste.

El 25 de mayo al amanecer, llegaron los patriotas al pueblecillo llamado “La Florida” situado en el río Piray de Cordillera. (No se confunda este río con el Piray que pasa por Santa Cruz).

Este pequeño río unido al otro seco, toma el nombre de río de la Florida. Este lugar fué el elejido por Arenales para esperar a su terrible rival.

Allí se levanta una barranca como de dos metros de elevación. En la margen derecha y al pié de ella, corre el río. Al frente se estiende una especie de llanura; por derecha é izquierda bordeaban el barranco dos cejas de bosque que lo coronan y al frente se ve un gran descampe de terreno, que termina al sud con el pueblecillo de “La Florida”.

Arenales emplazó su artillería en el lugar escampado, situando la caballería en ambos flancos.

El mando del ala derecha la tomó el Coronel Warnes y el de la izquierda el Comandante Diego de la Riva, con Warnes estaban los cruceños y con Riva los cochabambinos y vallegrandinos. Al pié del barranco se construyó una trinchera abrigo, cubierta con ramas y arena, en ella se emboscó la infantería, rodilla en tierra, formada en ala y esperando la voz de Arenales, que después de disponerlo todo, colocado en el centro esperaba el momento oportuno del ataque.

A las 11 y media del día se percibió un nutrido tiroteo; era el Comandante Mercado que desde larga distancia se retiraba tiroteando al enemigo y contrarrestando sus cargas de caballería.

En cuanto lo divisó el Coronel Blanco se fué sobre Mercado y este después de una porfiada resistencia tomó la fuga para replegarse sobre su línea y atraer allí a Blanco con esta estratagema.

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Un cuarto de hora después asomó la cabeza de la columna realista y al momento empezaron a desplegarse sus guerrillas.

La fuerza de Blanco se componía de 600 infantes, 500 caballos y dos piezas de artillería del calibre de 4. Los infantes tenían buenos fusiles y los ginetes lanzas, sable y carabinas.

Ya en el llano desplegó Blanco su línea de batalla lanzando guerrillas por ambos flancos, apoyadas por fuertes trozos de caballería a fin de envolver el flanco de los patriotas. Al mismo tiempo empezó un nutrido fuego de cañón y en el momento la infantería rompió un vivo fuego sobre toda la línea de batalla. El combate estaba empeñado. ¡Eran las 12 del glorioso 25 de mayo!

La artillería patriota dirigida por Belzu, contestó el fuego, disparando por sobre su oculta infantería, que permanecía inmóvil con las armas preparadas.

Blanco, sin hacer caso del fuego de cañón avanzó sobre los patriotas.

Ya las primeras guerrillas realistas empezaban a pasar el río, cuando la infantería patriota, a una orden de Arenales, hizo una descarga cerrada sobre las guerrillas realistas y repentinamente puesta de pié, se lanzó a paso de ataque, para lo que la artillería dejó de hacer fuego. “El avance fué tan rápido, tan uniforme y bien ejecutado que quedó envuelta el ala izquierda enemiga la que se puso en retirada”. (General Mitre).

Warnes al mismo tiempo y con el ímpetu del rayo cayó sobre los realistas por el opuesto costado, nada pudo resistir su empuje, desordenó la caballería real persiguiéndola hasta el pueblo de La Florida.

Pero Blanco era un adversario digno de el, se rehizo en las calles del pueblo y allí se trabó un rudo combate a sable, lanza y bayoneta; la sangre de los realistas mezclada con la de los patriotas corría por las calles y los peninsulares eran rechazados en toda la línea. En ese mismo momento el valeroso jefe español cayó muerto de un balazo y sin su presencia sus huestes se dispersaron por todas partes.

(Mitre-García Camba). Algún cronista refiere, que el Coronel Warnes, vio al Coronel

Blanco y lo llamó a voces, ambos caudillos lucharon con extraordinaria bravura, hasta que Blanco cayó atravesado de una estocada. No nos atrevemos a afirmar este hecho que no es imposible ni inverosímil, dado el valor de ambos jefes pero no esta consignado en los partes oficiales de la batalla, que tenemos a la

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vista, ni esta apoyado ni consignado por los autores que hemos consultado para escribir este artículo.

Arenales entusiasmado con la pelea emprendió la persecución de un grupo numeroso de caballería y con demasiada imprudencia se alejó del teatro de la acción.

Los enemigos cuando lo vieron solo volvieron caras. Eran once y lo rodearon por todas partes, pudo desembarazarse de tres, pero al fin fué derribado del caballo y acribillado de heridas; sus contrarios creyéndolo muerto, continuaron la fuga.

¡El valeroso Coronel tenía catorce heridas de lanza, tres de ellas le cruzaban el rostro!

Cuando sus soldados llegaron fué encontrado entre montones de cadáveres y lo condujeron hasta la orilla del Piray, allí acudió el Capellán y médico del ejército, el venerable patriota Fray Justo Zarmiento, quien lo trasladó al campamento, donde sin exhalar una queja, convaleció el heroico caudillo, merced a la solicitud del médico Zarmiento, y el cuidado de sus camaradas, los que el primer día de su convalesencia le presentaron dos banderas, dos cañones y noventa y nueve prisioneros.

Tuvieron los patriotas muchos muertos y heridos y los realistas cien muertos, noventa y nueve prisioneros y numerosos heridos.

Al día siguiente de esta gloriosa batalla el Coronel D. Ignacio Warnes tornó a Santa Cruz abandonando a sus compañeros de gloria y lo que es peor dejando moribundo al ilustre Jefe que lo había recibido con muestras de sincero afecto. La conducta de Warnes fué muy censurada por los patriotas y aun por los extraños.

IV

La batalla de La Florida aseguró por algunos años, el dominio de

los patriotas en el oriente del Alto-Perú, sirviendo demasiado a los intereses de la revolución.

El Gobierno de Buenos Aires celebró con entusiasmo tan espléndida victoria. Un grado efectivo fué acordado a los oficiales que concurrieron a la batalla, y el Coronel Arenales promovido a la clase de General.

También se decretó un escudo de honor cuyo fondo era blanco, con vivos azules. Lo rodeaban una inscripción que decía: “La Patria a los defensores de La Florida”, y hasta hoy una de las mejores calles de Buenos Aires, lleva el nombre de “Calle Florida” en recuerdo de tan glorioso triunfo.

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Tal fué la notable jornada con la que el General Arenales celebró el aniversario del primer grito de la emancipación americana que él había acaudillado en Chuquisaca el 25 de mayo de 1809.

En ambas gloriosas fechas la historia ha grabado con caracteres de oro, el nombre del ilustre guerrero, del austero soldado, que tanto hizo en pro de la emancipación de un mundo, haciendo suya la causa de la libertad Sud-Americana.

Tarija, mayo 25 de 1911.

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1ª BATALLA DE CARRETAS

2 DE MAYO DE 1814. El notable caudillo patriota don Manuel Ascencio Padilla, en

combinación con los guerrilleros Umaña y Suárez, consiguió reunir un buen número de fuerzas en el partido de La Laguna y afuer de combinaciones estratéjicas, marchas y evoluciones logró que los realistas que ocupaban esa zona, se apartasen de ella.

Estos en su retirada incendiaron los pueblos de Barbechos, Capactala y San José. Luego pasaron al Villar y acosados por los montoneros, pasando por La Laguna y Tomina, continuaron su retirada a la ciudad de La Plata, seguidos por Padilla que fué tras de ellos hasta el pueblo de Yamparaez. De allí regresó al pueblo de Tarabuco, donde esperó el desarrollo de los sucesos, entre tanto Umaña esperaba en La Laguna, sin avanzar ni retroceder, órdenes del Coronel Padilla.

—————————— El General en jefe del ejército real don Joaquín de la Pezuela,

veía con desagrado el incremento que tomaban las montoneras del partido de La Laguna, Tomina y Azero, merced al constante y poderoso influjo que les daba Padilla. La audacia de este no tenía límites, asaltaba las partidas realistas, se apoderaba de las poblaciones, alejaba los ganados y acémilas, quemaba el forraje, se llevaba los víveres, en fin hacía todo cuanto fuera hostil y lesivo a los opresores de su patria. Los pueblos de esa región idolatraban a su caudillo, de manera que sus órdenes se cumplían sin dilación y todos los movimientos del enemigo, por insignificantes que fuesen, los sabía en el momento.

Pezuela decretó el exterminio de Padilla, para lo que dispuso que el Coronel don Sebastián Benavente con el aguerrido cuerpo que tenía a sus órdenes, pase del partido de Cinti que guarnecía, al de Tomina y diese fin con Padilla y su partida de montoneros. Al mismo tiempo acordó que el Comandante Ponferrada, al que nombró Gobernador de La Laguna, marche a su destino con una fuerte columna de caballería.

Cuando estas fuerzas llegaron a su destino, Padilla es-caramuzeaba contra el uno y el otro, sin comprometer con ellos combate alguno de carácter serio y solo con el objeto de descubrir el número y la pujanza de sus adversarios. En efecto se convenció que

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tenía que habérsela con 350 infantes y 250 ginetes toda gente veterana, de línea, bien equipada y municionada.

Pero Padilla era demasiado impetuoso, carecía de prudencia y jamás veía el peligro y se afrontaba a cualesquier enemigo por superior que fuese su fuerza a la suya, de ahí la mayor parte de los desastres y su total perdición como hemos de ver en otra parte.

Cerca del pueblo de Pomabamba encontró a los realistas y sin poderse contener los atacó rudamente, siendo destrozada su partida en un momento.

Los realistas tomaron Pomabamba y con inaudita crueldad, después de saquearla y entregarla al pillaje, la incendiaron completamente el 29 de marzo de 1814.

A pesar de este contraste Padilla auxiliado por Umaña, volvió a atacar a los realistas cerca de Tarvita, y derrotado nuevamente fugó con los restos de su partida hasta la Angostura. Los realistas después de incendiar los pueblos de Tarvita y Uliuli, y viendo que el lugar de refujio de Padilla era inaccesible, tornaron a La Plata cargados de un gran botín.

Poco después, como llevamos dicho, Padilla salió de la Angostura, dejó a Umaña en La Laguna y emprendió campaña sobre Chuquisaca, llegando a Tarabuco en los últimos días de julio del citado año.

Con nuevos refuerzos salió de Chuquisaca el 1º de agosto el Coronel Benavente, en alcance del guerrillero, quien el día 2 lo esperaba posicionado en el cerro de “Carretas” serranía que esta situada entre los pueblos de Tarabuco y Yamparaez, muy accidentada y que en la guerra de la independencia, era el núcleo de las montoneras que operaban entre La Plata y los partidos de Tomina y el Azero.

Benavente se presentó el día 2, al pié de las posiciones elegidas por Padilla, que eran verdaderamente inespugnables y aunque el asalto fué demasiado vigoroso, mas lo fué la resistencia. De repente el cerro se llenaba de polvo y parecía iba a desquiciarse, enormes piedras arrancadas de su base é impelidas por los guerrilleros, aplastaban a los asaltadores, que caían deshechos al abismo. Después del estampido de los fusiles y de la artillería, el ruido de las hondas y el desapacible sonido de los pututus, formaban un estruendo infernal y confundían a los peninsulares, que después de repetir los asaltos sin obtener resultado ninguno se retiraron a su campamento.

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En la noche recibió Padilla algunos refuerzos; su comando que había sufrido algo en el ataque, fué engrosado con 1,900 honderos que le trajo Juan Guallparrimachi, de manera que permaneció en su posición.

Al día siguiente se renovó el ataque. ¡Cuatro días de admirable lucha! Los realistas recibían refuerzos de Chuquisaca, los que se estrellaban contra las fuertes y bien construidas trincheras de los insurgentes y a pesar de sus esfuerzos no podían desalojarlos de ellas.

El día 6 se suspendió el combate y ambos contendientes permanecieron en sus campamentos. Benavente en este intervalo consiguió seducir al indígena Pedro Altamachi, quien le enseñó un desfiladero por el que sin ser sentido, podía flanquear sorpresivamente las posiciones de los patriotas.

El ataque se reanudó el 7 en la noche. Todo reposaba en calma en el campo de los guerrilleros, cuando los realistas a pié y con la mayor cautela, treparon por el tortuoso y angosto desfiladero que les enseñó el traidor, y sorpresivamente asaltaron el campamento, por el sitio que estaba ocupado por la división de doña Juana Azurduy. Esta sorprendida, resistió bizarramente el ataque, auxiliada por los hon-deros de Guallparrimachi, que en lo más recio del combate cayó muerto de un balazo.

Padilla acudió al lugar del peligro y resistió con denuedo pero como estaba completamente flanqueada su posición y amenazada su retaguardia, tuvo que retirarse del campo de batalla, pero fué matando muchos enemigos y tomándoles dos Falconetes y una espigarda de tres varas de largo y algunos fusiles.

La pérdida de los patriotas fué de poca consideración y se lloró mucho en el campamento la muerte de Guallparrimachi, que era muy querido, por su valor y prendas personales; Padilla y su esposa lo amaban como a su hijo y el los reconocía como a sus padres, puesto que jamás conoció otros, de manera que en mucho tiempo no se consolaron de su pérdida.

El doctor Manuel Sánchez de Velasco, en su notable obra “Memorias para la historia de Bolivia, desde el año de 1808”, libro que existe manuscrito en el rico Archivo de la “Sociedad Geográfica Sucre”, en la ciudad de ese nombre, al ocuparse de este hecho de armas dice lo que sigue: “La mujer del Comandante Padilla desplegó tan varonil animo que asistía en los ataques y servía en ellos aun dirijiendo un cañón de artillería sin miramiento a su gravidez, así es que fué titulada Coronel y aun recibe premio del Estado”.

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Tal fué la primera batalla de Carretas, que duró siete días; esta acción es una de las mas notables libradas por los guerrilleros, los que se retiraron sin ser perseguidos, porque los vencedores quedaron mas destrozados que los vencidos.

Junio de 1912.

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ASALTO DE LA PAZ

14 DE SEPTIEMBRE DE 1814. Gobernaba despóticamente la Provincia de La Paz don Gregorio

Hoyos, Marquez de Valde-Hoyos, hombre duro, injusto y sanguinario, que permitía que los secuaces del Rey de España, ejerciesen todo género de hostilidades y depredaciones en las personas y bienes de los habitantes de esa comarca, que tenían el pecado de ser calificados como patriotas, para esto no había mas ley que el capricho del Gobernador. El 22 de septiembre de 1814, se recibió en La Paz una alarmante noticia; los insurgentes de Puno comandados por el Cura don Hildefonso Muñecas y el Coronel don Vicente Pinelo, se dirijían a marchas forzadas sobre la ciudad de La Paz.

Valde-Hoyos reunió un Consejo de Guerra y en él se propusieron dos puntos concretos: O retirarse con las fuerzas que guarnecían la plaza a la ciudad de Oruro, donde estaba a la sazón con su ejército, el General realista don Juan Ramírez y Orosco, o fortificarse en la ciudad y sucumbir en la demanda. Esta última proposición fué aceptada por la mayoría del Consejo y desde ese momento empezaron a hacerse trabajos de defensa para precaver cualesquier asalto o golpe de mano de parte de los guerrilleros.

Estos se presentaron el día 22 en los altos de la ciudad, descendiendo hasta el lugar llamado “Munaipata”, donde es-tablecieron su campamento. Ese día y el siguiente abrió Muñecas negociaciones con los patriotas de la ciudad, a fin de que procurasen que el pueblo se pronuncie por la santa causa de la independencia invocada por ellos, pero era tanta la vigilancia que el Gobernador y su policía desplegaron, que poco ó nada pudo conseguirse en ese orden, a pesar de que varios patriotas habían logrado salir de la ciudad escalando las trincheras para ponerse al habla con los independientes.

Los realistas redoblaban su vijilancia y fortificaban sus parapetos, esperando de un momento a otro la llegada del auxilio que habían solicitado del General Ramírez.

El 24 a las 6 de la mañana rompió Pinelo los fuegos de artillería: avanzando los infantes, y los ginetes, que echaron pie a tierra, por diferentes direcciones a fin de dar un asalto general a las trincheras. Pronto se generalizó el combate y era aterrador el estruendo de las descargas de artillería y fusilería, mezclado con el toque de arrebato en todos los campanarios de la ciudad, los hayes de los heridos, el

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desapacible sonido de los pututus de los indios, que entraron con Pinelo y los gritos de los combatientes. A pesar de su corto número desplegaron un valor inaudito que lograron los guerrilleros desalojar de algunas trincheras a los defensores de ellas, los que se replegaron a la plaza mayor, donde el combate tomó un aspecto indescriptible. Al fin los cholos acudieron en auxilio de los soldados patriotas, y los parapetos y las trincheras fueron entonces desechas como si un ciclón hubiese pasado por allí. Un puñado de bravos soldados realistas resistió haciendo heroicos esfuerzos hasta las tres de la tarde, hora en que tuvieron que asilarse en la iglesia Catedral y la plaza fué ocupada por los independientes.

La victoria fué completa y en la heroica ciudad de Murillo resonaron los vítores a la patria, en aquella misma plaza regada con la sangre de los protomártires de la libertad, siete años antes. Los realistas asilados en la iglesia se rindieron al fin, y para salir de ella a la prisión que les estaba destinada, tuvieron que pasar entre los grupos del pueblo, el que se indignó al ver a Valde-Hoyos, al que odiaban a muerte. Un cholo le descargó un garrotazo en la cabeza, y brotó la sangre de la herida, la que fué destreñida con un pañuelo que aplicó en ella el bravo y generoso cura Muñecas que lo llevaba del brazo, y sin más inconveniente llegó el odiado marqués a su prisión. Todos los que combatieron por el Rey en clase de tropa, fueron puestos en libertad, quedando en prisión solo los jefes.

Con el placer de la victoria el populacho se embriagó y recordando recientes agravios, manchó su victoria saqueando las casas de los principales realistas. El saqueo solo duró dos horas y Muñecas, Pinelo y los demás patriotas, con dificultad pudieron contenerlo.

Después de este triunfo se sucedieron muchos desórdenes, con lo que sufrió bastante la población, pero este relato no nos corresponde hacer, porque no esta comprendido en nuestro programa, que es solo estudiar las diferentes acciones de guerra de esta épica lucha por la independencia patria. Así pues concluiremos este relato diciendo que Pinelo y Muñecas hallaron conveniente abandonar la ciudad, pretextando la aproximación del ejército del General Ramírez, que en efecto poco tiempo después ocupó La Paz en nombre del Rey de España.

Agosto 27 de 1912.

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ACCIÓN DE ACHOCALLA

2 DE NOVIEMBRE DE 1814 Pinelo y Muñecas salieron de La Paz y se situaron en el

inmediato pueblo de Achocalla, con objeto de observar los movimientos de la división del General Ramírez, quien venía de Oruro en socorro de La Paz.

A la aproximación de este jefe, sus audaces enemigos resolvieron presentarle batalla y el 2 de noviembre de 1814, se situaron en las inmediaciones de Achocalla, resueltos a disputarle el paso a la ciudad.

La formación de batalla adoptada por los patriotas era la de un cuadro muy irregular. La izquierda la apoyaban en el barranco de la quebrada que baja al río de La Paz, su retaguardia la protejia el cerro de Chacaltaya y a la derecha, en la extensa llanura, diseminaron partidas de guerrillas a pié y a caballo, que mandaban Monroy, Carri y Carreón, siendo Pinelo y Muñecas los encargados del mando del mas fuerte trozo del ejército, que había sido engrosado con un buen número de voluntarios que con ellos salieron de La Paz.

Ramírez dividió su ejército en dos fuertes columnas de ataque, poniéndose él a la cabeza de una de ellas y confiando el mando de la otra al Coronel González de Socasa.

En este orden avanzaron contra los patriotas. Estos rompieron el fuego de su artillería, que no causó gran daño en las filas realistas, los que contestaron también con un nutrido fuego de artillería con sus cañones de a 4, y en seguida acometieron los infantes con tan terrible furia que no pudieron resistir los guerrilleros y la victoria se pronunció por las armas realistas.

El General Ramírez tomó 148 fusiles, toda la artillería y la bandera revolucionaria que trajeron del Cuzco.

Muchos fueron los prisioneros tomados en esta acción de guerra, de estos algunos fueron pasados por las armas en el mismo campo de batalla, y los mas fueron ejecutados en La Paz, que ese mismo día ocupó el General vencedor.

Agosto 28 de 1912.

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2ª BATALLA DE CARRETAS

4 DE ABRIL DE 1815 El primer día de abril de 1815, la agitación y el terror reinaban en

la ciudad de Chuquisaca. Por todas partes se veían aprestos militares, reclutamientos

forzosos, de hombres y de caballos, impuestos de dinero, arrestos y persecuciones de los calificados por patriotas, y en fin todo aquello que se siente cuando esta próximo a verificarse algún acontecimiento notable.

Era el caso que desde los últimos días de marzo, se recibían frecuentes avisos de que el insurgente Padilla, con un considerable número de fuerzas, se aprestaba para asaltar Chuquisaca, y que el 30 de marzo ocupó Tarabuco y al siguiente día Yamparaez.

Presidente de la Real Audiencia de Charcas era entonces el Brigadier don Miguel Tacón, el que no tenia ni espíritu ni ánimo suficiente, ni tampoco ejército numeroso como para poder afrontarse a su terrible rival, de manera que su acción se limitaba a engrosar su guarnición, formar cuerpos de cívicos y hacerse de los recursos precisos para un caso que él temía; permaneciendo entre tanto, en una estricta defensiva.

Pero fué el caso que el 31 recibió, casi juntamente con la noticia del avance de Padilla, un oficio del Coronel realista don Pedro Antonio Rolando, que noche antes había ingresado en el pueblo de Yotala, con una fuerte división que conducía a Potosí, en el que le anunciaba la aproximación de Padilla a la capital y que en vista de su apurada situación, le ofrecía su apoyo contra el terrible insurgente.

Tacón lleno de jubilo aceptó en el acto la cooperación del Coronel Rolando, decidiéndose por la ofensiva resueltamente, y dando órdenes a Rolando de que sin entrar en la ciudad, fuese a esperarlo en un lugar llamado Lloke-kasa, donde él se le incorporaría con las fuerzas de su mando.

Este sencillo episodio que apuntamos en nuestro estudio militar, es uno de los mas curiosos de la época; el pinta el carácter de ella, haciendo ver por una parte el fanatismo y por otra el espíritu liberal del pueblo; ya empezaron esa lucha que aun vive latente entre nosotros.

El pueblo, es decir esa masa proletaria, que vive de su trabajo y con su trabajo, que ve siempre para él un porvenir sin mirajes ni

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perspectivas risueñas, era patriota; como estaba oprimido veía en la emancipación del dominio de la metrópoli, una esperanza; por eso simpatizaba con los guerrilleros y los amaba porque eran hombres de su clase y de sus mismas condiciones sociales: ellos habían salido de su seno.

La juventud que se instruía en los claustros de la Universidad Mayor de San Francisco Xavier, era patriota. Su altivo carácter no admitía un señor absoluto, no quería ser gobernada por un monarca de quien la separaba un Océano y en nombre del que sus satélites cometían toda clase de abusos y depredaciones. Amaba la libertad como se ama a la lumbre del sol que alumbra y vigoriza la creación y como al aire que se respira. Pero toda esa gente que se decía noble y tenía en sus manos la fortuna del país, envuelta entre viejos pergaminos, era goda, así como los mas furibundos realistas eran los sacerdotes del Altísimo, que veían en el Rey la imagen de Dios en la tierra, cubierto siempre de aquel poder absoluto emanado del cielo; de aquel derecho divino en cuyo nombre hacían barbaridades y abominaciones sin cuento, indignas de su ministerio.

Pero en honor de la justicia diremos que en el clero de esa época han existido eminentes republicanos, ardientes patriotas y sabios eclesiásticos, llenos de virtudes evangélicas a los que debe mucho la revolución redentora.

Decidido Tacón a salir contra los insurgentes contando con apoyo tan poderoso como el de Rolando, encomendó el gobierno de la ciudad, al Oidor de la Real Audiencia doctor Manuel José de Reyes, dejando una guarnición de 25 escopeteros al mando del Teniente Coronel Manuel Boza.

El ejército del Brigadier Tacón, se componía de los siguientes cuerpos: Escuadrón “Dragones”, mandados por el Teniente Coronel don Pedro Echeverría; Escuadrón “Lanceros”, a las órdenes del Teniente Coronel don Francisco Ostria; las primeras compañías del batallón de “Fernando VII” y las de “Pardos” formaban un buen cuerpo de infantería, mandado por el Coronel don Francisco Maruri. Más dos piezas de artillería del calibre de uno. Todas estas unidades las formaban soldados veteranos de línea.

Por otra parte: El escuadrón de “Voluntarios distinguidos,” compuesto de jóvenes é individuos particulares adictos a la causa del Rey y mandados por el Alguacil Mayor de la Real Audiencia de Charcas y Coronel de milicias don Manuel Antonio Tardío y Agorreta. Un escuadrón de “Lanceros Urbanos”, formado de comerciantes, artesanos, y gente tomada de la guardia urbana ó de milicias,

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mandado por don Pedro Cárdenas. A estos cuerpos podemos llamarles la división civil.

Pero aun contaba Tacón con otro cuerpo especial de tropas al que podemos llamar eclesiásticas y eran las siguientes:

Un escuadrón de “Caballería lijera”, comandada por el Provisor Eclesiástico y cura propio del beneficio de Miculpaya doctor Felipe Antonio Iriarte; Cuatro escuadrones, mandados respectivamente por los curas; don Claudio Alba de Quila-Quila; don Gregorio Arzabe, de Yotala; don Mariano Huerta de Yamparaez, y don Juan Manuel Manzano de la Palca de Copavillque.

Era de ver, dice un cronista, marchar esos escuadrones con sus curas al frente los que estaban bajo el mando inmediato del más bravo y caracterizado de ellos, que lo era el Provisor Iriarte.

Tal era la formidable falange militar, civil y eclesiástica, que a las órdenes del Brigadier Tacón y su Mayor General, Coronel don Manuel Valle, iba a desplomarse sobre los bravos guerrilleros del Coronel Padilla.

Al amanecer del 2 de abril de 1815, todas estas fuerzas formadas en la plaza principal de Chuquisaca, fueron revistadas y proclamadas por su General en jefe, desfilando luego por el camino que conduce a Yamparaez. En Lloke-kasa los esperaba el Coronel Rolando, y en el mismo día a horas 12 llegó la fuerza realista al pueblo de Yamparaez, de donde se retiraron los patriotas lentamente, perdiendo terreno palmo a palmo y escaramuceando sus guerrillas de caballería, con las de los “Lijeros” del cura Iriarte, que iba a la vanguardia2.

Tacón descansó el día 3 en Yamparaez, formando su plan de operaciones y el 4 a la madrugada salió en busca de los patriotas que lo esperaban posesionados en el ya famoso cerro de Carretas.

El ejército de Padilla, si tal nombre puede darse a su montonera se componía de: Un Escuadrón de “Caballería lijera”, mandada por el Comandante don Jacinto Cueto; el batallón “Leales” mandado por doña Juana Azurduy; el famoso batallón “Cazadores de Infantería”, tan temible en el combate por lo certero de sus disparos, mandado por el Capitán Torres y un cañón de a cuatro, manejado por Berdeja.

2 Todas las noticias referentes a la formación de las fuerzas del ejército de Tacón, estan tomadas del parte oficial pasado por este al General Pezuela de este hecho de armas y se encuentran en el archivo de la “Sociedad Geografica Sucre,” en las Memorias de Odriózola.

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Luego las columnas mal armadas de Miranda, Serna y Zalazar, y las montoneras de indios armados de chuzos, hondas y makanas, comandadas por Carrillo y Callisaya, que mas servían para hacer bulto engañando al enemigo en el momento del combate.

El 4 a las 10 de la mañana, Tacón movió su campo y se detuvo en la finca de Ichupampa, situada al pié de la serranía de Carretas, con objeto de arreglar su plan de batalla, y estudiar las posiciones de los patriotas: notó que en el camino real llamado de la abra, se habían formado dos líneas cortas de infantería, con objeto sin duda de resguardar el paso del desfiladero, cubierto de montoneros y muy abundarte en galgas. Por este lugar podían los independientes tomar la retaguardia de los realistas y Tacón confió la defensa de este importante punto, al Provisor Iriarte, el que se colocó allí con su escuadrón, el del Coronel Tardío y Agorreta, el del cura Manzano y 50 fusileros de infantería mandados por el Capitán Agustín Rivas.

En el último cerro de la izquierda se formó la línea realista en batalla, porque en la cumbre de esta eminencia y subsiguientes, bullían los montoneros. Rolando a la derecha, Ostria al centro y Maruri a la izquierda de la línea, la dirijían, y la sostenían en las extremidades de ambas alas, los “Lanceros” y los “Dragones”.

Empezó el combate que fué porfiado y sostenido con vigor por una y otra parte, tres asaltos consecutivos fueron rechazados por los guerrilleros, que en medio de un griterío infernal y un certero fuego de infantería, empujaban enormes pedrones que parecía que el cerro se venía abajo, tal era el ruido que producían las galgas que destrozaban a los soldados de Tacón y Rolando. Al fin después de cinco horas de un continuado combate, la división de Rolando, nervio principal del ataque, acompañada de los cuerpos de Ostria y Matuti, lograron tomar el flanco derecho, asaltando las posiciones y parapetos de los guerrilleros y combatiendo con ellos cuerpo a cuerpo, los que se retiraban de un lugar para dominar otro. Al fin los soldados de Ostria con su jefe a la cabeza, lograron dominar por completo las posiciones enemigas, llegando a la cumbre de ellas.

Los guerrilleros se retiraron en buen orden hasta el pueblo de Tarabuco, pasando de allí a Soropaya, en cuyas fuertes posiciones Padilla se detuvo esperando a sus adversarios, que no pasaron de Tarabuco.

Al fin Padilla cansado de esperarlos, se retiró al pueblo de Tacopaya donde encontró al Coronel Arenales, que procedente de Valle Grande lo esperaba en ese lugar, y ambos caudillos sin ser molestados, siguieron su viaje a La Laguna.

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Rolando de Yamparaez regresó a Potosí con su división destrozada y Tacón a Chuquisaca, donde mandó habilitar algunas casas para que sirvan de hospital de sangre, por haberse llenado con los heridos del combate de Carretas, el hospital de San Juan de Dios.

La 2ª batalla de “Carretas” hizo temblar a los tiranos y dio más renombre y fama al valeroso y popular caudillo Coronel don Manuel Ascencio Padilla.

Junio de 1912.


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