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"La integración regional, instrumento de los monopolios", de Rogelio Frigerio

Date post: 25-Jul-2016
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La tesis más original de Frigerio, expuesta por primera vez en 1967 en Arica, Chile, conserva vigencia como el punto de vista del interés nacional en materia de integración económica y economías de escala: la prioridad política de la integración interna de los países subdesarrollados, a través de la explotación de sus recursos, por sobre la tendencia objetiva a la integración económica internacional.
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LA INTEGRACION R E G 1 O N A L INSTRUMENTO DEL MONOPOLIO Fundación Desarrollo y Política www.desarrollismo.org www.desarrollismo.org
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LA INTEGRACION R E G 1 O N A L INSTRUMENTO DEL MONOPOLIO

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Queda hecho el dep6sito que previene la ley 11.72s @ Rogelio Brigerio mpreso en la Argentina, printed in Argentina

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ROGELIO FRIGERIO

LA INTEGRAClON REGIONAL ; INSTRUMENTO DELMONOPOLIO

EDICIONES CRISOL Buenos Aires

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- PROLOGO

Los trabajos de ~Rogelio Frigerio que hoy se reeditan constituyen uno de sus aportes más originales y sign'lfica= tivos al pensamiento político y económico nacional y la- tinoamericano.

Para miles de argentinos las tesis en eiios sustentadas son hoy verdades autoevidenfes, verdaderas premisas en la estrategia del desarrolio económico y la independencia nacional. Sin embargo, como cualquier tesis económico- social ellas responden a condiciones históricas y debieron ser formuladas por primera vez y por alguien. La priori- dad de la integración nacional sobre la regional y la defi- nición de la estrategia de las grandes corporaciones en el campo de las integraciones regionales podrán aparecer hoy como verdades inconcusas. Sin embargo se las debió de- finir en algún momento y es un dato de la historia de las ideas políticas latinoamericanas que en torno de estas te- sis desarrollistas se trab6 uno de los debates más apasio- nante~ de los últimos años.

Hay que ubicarse en el tiempo. La proposición de la integración latinoamericana fue planteada en sus térmi- nos actuales avanzada la década del cincuenta. En 1957 se ponía en marcha la Comunidad Económica Europea, a la que había precedido la Comunidad del Carbón y del Ace- ro y el Euratom, entre otros ensayos regionalistas significa- tivos. Ese mismo año fue publicado por la CEPAL un ba- bajo bajo la inspiración de Raúl Prebisch que lanzaba la propuesta de un mercado común latinoamericano. Allí se sostenía, por una parte, el agotamiento de los planes de desarrollo fundados en la política de sustitución de impor-

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taciones y, por otra, la insuficiencia de los mercados nado- nales de los países de América Latina para poner las ba- ses de una industria moderna, con adecuadas ecmomías de escala. Las carencias regionales en materia de recursos para la inversión, la insuficiencia de esos recursos con even- tual destino a Latinoamérica en los grandes mercados de capitales y el obvio argumento en contra de la inconvenien- cia de duplicar esfuerzos, completan el arsenal de argu- mentos teóricos. Por otra parte, el impacto sugestivo del Mercado Común Europeo contribuía a poner de moda pla- nes similares a otro nivel de desarrolio.

(El argumento parecía atractivo. Si se integraban en una comunidad económica países industriales de tanto poder como Francia o Alemania Federal; si, en Última ins- tancia, tanto ktados Unidos como la U R S S eran en sí mis- mos mercados comunes; si el mundo socialista bajo b ins- piración de Kmchev intentaba dentro del COMECON re- p~Wucir la división internacional del trabajo, el camino para este continente parecía trazado. ¿Qué cosa más lb@- ca que instalar una sola gran planta de acero para aten- der Los requerimientos de varios países con costos más ba- jos?. ¿Qué más racional que hacer congruentes los planes de desarrollo de la industria automofriz a efectos de asegu- rar niveles de eficiencia y precios incompatibles con un es- quema enclaustrado en las fronteras de mercados peque- ños?. El trabajo de la CEPAL desenvolvía estvs argumen- tos y s ~ ~ i s t r a b a ejemplos de una posible divisibn del trabajo a escala regional. Decia, por ejemplo, que Brasil debería dedicarse a la producción de acero, Chile a la de ce- lulosa y la Argentina a la de aluminio. Esta Última atri- bución resultaba curiosa si se recuerda el grave déficit ener- gético que nuestro país sufría entonces, aunque el prece- dente arroje aIguna luz acerca de como tuvo pasaporte in- ternacional el p l p ALUAR.

Al año siguiente se Snsfalaba en la Argentina el go- bierno ebsmllista. La clara formwlaci6n de prioridades entonces enunciada era, naturaimente, incompatible con cualquier plan de integración regional. La integraci6n na- cional y el desarroiio habían pasado a ser las categorias del pensamiento político oficial en la Argentina y las ta- reas a las que un nuevo grupo de conducción convocaba al pueblo. No hubo, sin embargo, fodavía, debate te6rico con los integracionistas latinoamericanos. Esta idea no había desbordado el plano académico y mando se plasmó la pri- mera iniciativa diplomática dentro de su esquema, ella transitó por otro camino.

Tal iniciativa fue la propuesta de constituir una zona de libre comercio entre cuatro países del cono sur, prohi- jada también por la burocracia continental. Los candida- tos a la futura zona eran la Argentina, Brasil, Chile y Uru- guay, prspuesta que a poco andar incluyó a Bolivia, Para- guay y Perú. La zona de libre comercio fue analizada con iriterés en Buenos Aires ya que constituía una saiida acep- table para la situación que iba a crearse a partir de la de- cisión de multilaterahsir el comercio exterior argentino. La política de desarrolio Ianzatia era incompatible con 1% subsistencia del régimen de convenios bilaterales de comer- cio y pagos que la Argentina mantenía vigentes con bue- na parte de sus vecinos y con algunos países socialistas. Esos tratados habían representado mecanismos de subven- ción para el intercambio de productos primarios que ya carecían de sentido. Pero era evidente que su supresión li- sa y llana podía determinar una caída del comercio regio- nal a niveles peligrosos. La circunstancia de que algunos países latinaamericanos vinculados por t ales convenios fueran entonces miembros del GATT, la de que la Argenti- na se proponía ingresar a esa organismo y el hecho que el GATT prohibía cuaiquier tipo de preferencia de carácter

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biiaterl, no dejaban otro camino abierto para proteger aquel intercambio subregional que acogerse a la excepción en favor de las zonas de libre comercio y los mercados co-

, munes. De allí que la Argentina aceptó la ALAW no co- mo un paso hacia la integración sino eomo un recurso de naturaleza comercial que la experiencia demostró, no lle- gó jamás a ser una zona de libre comercio, sino un simple mecanismo de preferencias de carácter regional.

Sin embargo es evidente que la inauguración de la ALALC estimuló las pretensiones integracionistm . Al lle- gar al poder John Kennedy y al lanzarse el programa de la Alianza para el Progreso, esas tendencias se abrieron camino. Para entonces hacia tiempo que funcionaba el Banco Interamericano de Desarrollo, desde cuya presiden- cia Felipe Herrera iba a constituirse en un vocero conspi- cuo del integracionismo regional. Al distribuirse en todas las capitales latinoamericanos el proyecto del gobierno de Estados Unidos en el que se daba forma al plan de la Alian- za, el capitulo que más interesó en Buenos Aires fue el que proponía la creación de un Comité de Expertos cuya misión consistiría en evaluar los planes nacionales de desarrollo, establecer compatibilidades entre ellos y dictaminar sobre la asignación de recursos externos para el financiamiento de los mismos.

Rogelio Frigerio se encargó en Buenos Aires del estu- dio de1 proyecto y concordó con el presidente Arturo Fron- &zi la estrategia nacional para la Conferencia de Mi&- tros de Economía que había sido convocada en la ciudad de Punta del Este. La propuesta estadounidense fue el pa- so más enérgico hasta entonces dado -tal vez ninguno posterior tuvo ese alcance- para poner las bases materia- les de una integración. Evidentemente, un organismo su- puestamente consultivo de esa índole seria el promotor de hecho de la integración económica continental, el distri-

buidor próictico del trabajo a escala regional de los pueblos del continente. Por esas razones, la delegación argentina a la citada conferencia trabó el centro del debate en el ani- quilamiento de la propuesta. Y queda como una valima experiencia diplomática que a despecho de aspectos tan es- pectaculares como la posición cubana en la reunión, la dis- cusión más áspera y larga, culminada incluso en el acto de la firma del documento final, fue la trabada en turno al propuesto Comité. Los restantes paises del continente, Estados Unidos por supuesto y la totalidad de los grandes funcionarios latinoamericanos encabezados por el doctor Raúl Prebisch presionaron por la aprobación del plan. Pe- ro la Argentina de entonces tenía fuerza suficiente para bloquear una iniciativa contra todo el hemisferio, respalda- da por las instrucciones expresas de acción conjunta que el presidente Janio Quadros dio a la delegación de su pafs en cumplimiento de los Acuerdos de Uruguayana.

Para entonces quedaba en claro el fundamento de una concepción del desarrollo económico que anteponía la ca- tegoría nacional a la regional. Eii los años siguientes esa concepción iba a avanzar en su formulación &rica. Esto era indispensable porque las tesis del integracionismo re- gional avanzaban día a día en agresividad y conquistaban nuevos adeptos. Por una parte, mientras la ALALC evolu- cionaba, quedaba en claro que aunque nunca llegara a con- figurar una genuina zona de libre comercio, servía como marco para acuerdos de complementación en los planes productivos de las grandes compañías multinacionabs que trabajaban en el continente. Por otra parte, paises como Chile bajo la conducción del gobierno del doctor Eduardo Frei, aguzaban sus pretensiones en el sentido de obtener preferencias regionales que compensaran la insaificiencia de sus mercados. Tales preferencias debían ser concedidas, desde luego, por los países de ''mercado suficiente", como

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la Argentina. Entre tanto, en los sectores de la izquierda y del populismo, el integracionismo circulaba con la velo- cidad de desplazamiento de la mala moneda, ya que se lo gresentaba como un excelente mecanismo antiimperialis- t a : la unión de las fuerzas de los dhbiles para combatir el p&xh de las grandes potencias.

En Buenos Aires, los voceros del integracionismo apa- recían por doquiera. Un importante sindicato de la Capi- tal organizaba una conferencia en la que participaban eco- nomistas de distinto signo y matiz (eficientistas, populis- f as, radicales), todos cont estes en la necesidad de la integra- ción regional. Así, mientras por un lado resultaba a todas luces evidente que la integración regional la promovían quienes más se podían beneficiar de ella, a saber las cor- poraciones en situación de trabajar a escala multinacional, la "guerra de guerrillas" en su nombre la libraban quie- nes en el integracionismo veían un camino cierto a la "li- beración". De esa alianza de ejecutivos, burócratas de or- ganismos regionales e intelectuales de izquierda o semiiz- quierda se alimentó el bagaje teórico integracionista hasfa el día de hoy.

En 1967 el debate alcanzaba un punto culminante. Lyndon Johnson habia encuadrado su política latinoame- ricana dentro del marco de la integración. Tal habia sido el tema central de la Reunión de Presidentes de Punta del Este. Para entonces, sin embargo, el gobierno militar ar- gentino había abrazado con decisión ia tesis contraria. Pocas ideas adquirieron tal claridad en las formulaciones de política del presidente Juan Carlos Onganía como la de la prioridad de la integración nacional sobre la regional. Pero, al mismo tiempo, Felipe Hemera definía a su Banco como el Banco de la Integración latinoamericana; resolvía que el BID daría prioridad a los proyectos de alcance re- gional sobre los que interesaran a una sola nación y, desde

Europa, politicólogos y economistas rivalizaban en poner Pnfasis en una doctrina para latinoamericanos que entona- fia himnos a la economía de escala y rezaba el requiem de la soberanía naci'onal. Como suele ocurrir en estos casos, tales esquemas recibían en Buenos Aires el apoyo de algu- nos teóricos del nacionalismo tradicional para quienes, también, la verdadera categoría habia dejado de ser el Es- tado y la real comunidad habia pasado a ser la región.

Rogelio Frigerio era, notoriamente, el vocero princi- pal del "anti-htegracionismon. 0, mejor dicho, ya que su tesis no tenía un sentido negativo, el más coherente for- mulador de la teoría del nacionaiismo y de la tesis de que sólo d Estado nacional puede convertirse en el promotor del desarrollo de un pueblo y de la liquidación efectiva de *sus formas de dependencia. Para F'rigerio era evldente que las tesis del regionalismo lo que se proponían era aco- plar economías básicamente desintegradas; quebrar la po- sibilidad de que en M r i c a Latina surgieran estructuras económicas nacionales autosuficientes en los sectores bá- sicos y, por lo tanto, genuinamente soberanas; dejar así inermes a las nacionalidades del hemisferio frente a la rea- lidad de un mecanismo burocráfico y centralizador, supra- nacional, en manos de las grandes corporaciones y sus de- legados; en úItima instancia, reemplazar el desarrollo y la integración en profundidad de cada país latinoamericano, por un movimiento horizontal en el cual las economias de escala para las grandes corporaciones fueran suministradas por la adición mécanica de los sectores ya emergidos del continente. Esa condición notoria de Frigerio le valió, ines- peradamente, una invitación para el seminario de Arica, donde fueron presentados los trabajos que siguen.

Decimos "inesperadamente", porque la moda de atpel tiempo tanto en los sectores de la derecha liberal coms en los de la izquierda académica, era negar al pensamiento

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d-&i&a &la condición eienfitica. Ei desamoilismo era &@er cosa menos una doct.rlna, se dech. Su principal promo* no sobrepasaba el nivel de un empresario empi- rico, carente de todo contenido teórico. En e1 augusto fem- pIo de hs ''do@trina~ oficiales" no había lugar para el de- wrrollismo, así como en la realidad del continente no lo habia para el desarrollo.

La reünión dé Arica confirmó, en efecto, que los diver- sos voceros del estancamiento no estaban abiertos al de- bate y que sólo planeaban una provocación. A ella alude el propio Frigerio y no cabe reiterar sus detalles. Tampoco va@ la pena hacerlo porque la Mstoria del pensamiento continental y de las realidades nacionales en Ambrica La- tina no registrarán, con seguridad, los nombres de los pro- vocadores. Pero esa reunión sirvió, en cambio, para que el punto de vista de los sectores nacionales alcanzara un gra- do de maduración mucho más acabado y para que, en ade- lante, la teoría del desarrollo económico nacional en Amé- rica Latina consolidara uno de sus puntos teóricos más in- conmoMbIes .

A esta altura de los tiempos parece, tal vez, que gas- tar esfuerzos dialécticos contra el integracionismo latino- americano es dar lanzada en moro muerto. La impoten- cia de la ALALIC, la crisis del Pacto Andíiio, la realidad de las politicas nacionales de países como Brasil y México; la indgerencia que sobre el punto demuestran los Estados Unidos, el rotundo fracaso en la Argentina de las propues- tas eco&micas de los abanderados populistas del integra- cionismo, son algunos de los tantos índices que demuestran el agotamiento de esa vía muerta hacia el desarrollo que fue el regionalismo. Lanzado como teoría después de ias propuestas comercialistas o de control de la natalidad, en

, los últimos años parecen haberlo reemplazado los planes ecológicos y las tesis sobre el agotamiento de las materias

primas que I d el Club de Roma. Pero qería errado creer que el tema está superado. Aunque la estrategia de las grandes corporaciones ha alcanzado en el curso de esta épo- ca nuevas muestras de refinamiento, el integracionismo re- gional sigue reservado como alternativa, al menos para las naciones que no encuentren salida para sus problemas y que se retrasen más de la cuenta en el salto que hay que dar en este ciclo crítico de la historia.

Las tesis de Frigerio, complementadas posteriormente en el trabajo de Arturo Frondizi "América Latina. Una perspectiva política", retienen pues no sólo su validez ori- ginal sino perfecta actualidad política. En eIlas~ se resuel- ve el problema teórico del desarrollo nacional contempla- do, por así decirlo, "del lado de afuera". Por otra parte, en momentos en los que nuestro país necesita por profundas razones políticas una doctrina que defina su misión histó- rica, la comprensión feórica del Estado nacional, su fun- ción y su sentido, constituyen condición indispensable pa- ra unificar tras una bandera coherente y clara a los sectores üirigentes. Hay que recordar que el desviacionismo repre- sentado por las postwlaciones regionalistas sirvió como pre- texto y operación de diversión para el congelamienta y abandono de indispensables programas en sectores bhicos. Y, en última instancia, obstó a una clara f o d a c i ó n es- tratégica para la batalla por el desarrollo lo que a su vea determinó la frustración tanto de un gobierno militar de sólida base como del gobierno popular de más alto consen- so de nuestra historia.

Aunque sólo fuera para dar remate a las tesis desa- rroiüstas descartando una falsa alternativa, el aporte de estos trabajos de Frigerio es decisivo en la doctrina nacio- nal argentina y en los programas de la Revolución Nado- nal .

Oscar Camüión Buenos Aires, 1976.

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NOTA A LA SEGUNDA BI)]IY:IOPS

Para la presente edición se prefirió conservar intactos los textos que se incluyeron en la de 1968. Por un lado, ellos conservan actualidad y no valía la pena reelaborarlos; los comentarios que pueden suscitar los hechos acaecidos des- de esa fecha se incluyen en el prólogo de W a r CamiLiQn que también forma parte de este volumen. Por otro lado, es importante que aquellos textos conserven su carácter de testimonio de los aportes del desarrollismo a la lucha na- cional.

Unicamente se modificaron aigitnas notas y se agre- garon dos o tres nuevas, a fin de ubicar correctamente al lector en la situación existente cuando se realizó el Sefhi- nario de Arica. En algunas notas se suprimieron datos es- tadísticos que resultaba difícil actualizar y que carecían de relevancia. En otras, cuando la importancia del tema lo justificaba, se incluyeron datos actualizados.

De M o s modos, las novedades en las notas son muy pocas. Cabe, sf, mencionar la relacionada con la ley del deterioro de los términos del intercambio. Este tema, natu- ralmente, estaba relacionado con las tesis fundamentales debatidas en Arica; y el interés en actualizarlo provenía de que, con motivo del alza de los productos primarios de los años 1971 y 1972, no faltaron economistas que sostuvie- ran que esa ley económica había sido desmentida por los hechos. Así en la nota 2 se consignó que los países subde-

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sarrollaaos entre 1961 y' 197.2 perdieron un 5,2 por ciento en su relación de intercambio con el mundo subdesarrolla- 4do, según datos de las Naciones Unidas; y que, según la miSma fuente, los precios de los productos industrializados crecieron en un 787% entre 1938 y 1972, mientras que el .incremento de los precios de las materias primas en ese pe- rfodo fue de solo 145%. Es decir, la tendencia secular del .deterioro de los términos del intercambio se mantiene y las alzas de los años 2971 y 1972 fueron un accidente coyuntu- ral. Lo ocurrido en los años posteriores a los de esos datos .de las Naciones Unidas es todavía más netamente confir- matorio del 'deterioro de la relación de intercambio en los paíseki subdesarrollados. Y de que sólo la insuficiencia cien- tífica en el análisis del fenómeno pudo hacer que se con- fundiera una alteración circunstancial con la tendencia de fondo, que no se comprendiera que ese deterioro tiene cau- sas estructurales y que ellm seguirán operando mientras n o se pase del subdesarrollo al desarrollo.

Buenos Aires, mayo 1976.

INTRODUcCIrn

La presente publicación contiene, en Ila, primera parte, el kxto inbegro del documento que presenit6 en d Semina- rio de Arica* y que circuló oportunamente enltre los par- ticipantes, y en ia, segunda, la versión de la exposición oral que hice en la eesión del 2 de febrero de 1968 a manera de resumen para la discusión; en las notas del primero de estos textos &e dan las fuentes de los datos allí mencione dos. MI posición era, pues, conocida ankes de la sesión en que inbrvine como expositor del tema.

Fui invitado a participai' en el Seminario de Arica por el director dd Instituto de Estudios Internacionales de la Universidad de Chile, doctor Claudio Veliz. ~ a b k de an- temano q w estaría solo en la defensa de la tesis nacional, pues conocía la posición regionalista de los demás partici- pantes y el objeto de la reunión, que era el de dar defini- tivo "status" mundial al proyecto de integracih latinoa- mericana auspiciado por el gobierno de Estados Unidos y ya adoptado continentalmente en la conferencia de jefes de Estado americanos celebrada en Punta del Este, Uru- guay, en abril de 1967.

8 &rica es una pequeña ciudad marítima que perteneció al Perú has- ta que, en el siglo p&;~rardo, fue ocupada por los chilenos como consecuen- cia de una exitma aioción militar que desplaz6 el limite de su pais aQU- nus kilómetros al norte de esta poblaci6n, cuyo iestra.tégico emplmasnlen- to geogrhfico es su prinoi.gal caracteristica. Allí, a fines del mes de ene- ro de 1968, fue convocada la mencionada reunión internacional para exa- minar eil problema de la integración y el desarrollo latinomeri.cainos.

Participaron en sus debates econombhs e Investigadores de disci- plinas afines de casi todos lo.¶ p h de América y Europa. Dos tesis y solamente dos, se enfrentaron en la oportunidad. Una, la oficial, que contó con Ia aühesi151-1 expresa o tacita de todos la presentes menos uno. Esta te& ctvnisidera que América Latina es un solo pafs. Por lo tanto, debe constituir un solo mercado, con un gobierno supranacional al que deberhn subosdinarse las soberanías de nuestras repúblicas. Tal gobier- no supranacional aseguraria -según sus partidarios- una conducción uniforme, manejada por grandes intereses económicos que actúan en forma coherente y orgánica y capaz de promover eficazmente el d e t - rroUo, venoiendo las obstáculos que surgen de una acción fragmentada.

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' NO obstante; consideré conveniente correr todos los

riesgos de esta solitaria aventura, convencido de que el de- bate se desarrollaría en el plano que correspondia a la se- riedad de lahs instituciones organizadoras y a la calidad de muchos de los participantes. Aunque mi tesis fuem dese- chada por la unanimidaü menos uno, quedaría registrada para contrastarla con la evolución futura del esquema re- gional que inevitablemente probaría en los hechos su na- turaleza contraria al interés de nuestros pueblos, y sería finalmente abandonado. Por otra parte, me sentía obli- gado a sostener en este foro mu~dia l una posición que, felizmente, es compartida por la gran mayoría de los diri- gentes de mi país, del empresariado nacional, del movi- miento obrero, de la inteligencia y de las Fuerzm Arma- das. Era una oportunidad de exponer una tesis argentina, más que la de un economista aislado.

Mis previsiones se cumplieron en cuanto a la singula- ridad de mi argumento en favor de la inkgración nacional como etapa ineludible de cualquier inbegración regional futura. Toda la eatru<=tum de la conferencia de A r h es- taba preparada para ungir el esquema regionalista en de- trimento del desarrollo e integración de las naciones 1a- $inoamericanas como tales. Ekl cambio, no se confirmó mi

La otra tesis fue sostenid% wlaúnen~te por mf y se puede f~tmular sint&icammt@ asi: la tendencia continen%aJ y mundial a ]Ir inbegradbn, tan objetiva en8 el mundo actual como 10 erra la tendencia aü &islamien- to en la Edad Media, pma necesariamente por el meridiano de 1% in- tegraci6n y el desarrollo de cada país, que 90ai previa. Porque es Wpa- sible integrar nada, ni países ni ninguna otm cosa, sin que sus elemen- M; cons~titutlvas, integrables, estRn antes definidos y raiizados. Ese es judamnmte el caso de nushrcxs paises aubdesamolladas, que por serlo, scm clewnidients de los centres industriales metropollitw,nas, con quienes forman unirlades complemeiitadas dentro del sistema de ia esmializa- .cibn internacional del trabajo.

Esa fue la piedra del esetindalo y la r&zh del &pbo final de este shpasfo llevado a cabo en el pafs hermano de Chile e iaispIryiñ10 por la Burocraci% internacimaJ.

esperanza de oponer mis razones a las de los demás en un clima de objetividad científica. Me encontré con una in- sólita conjura del grupo dominante en la reunión para evitar qur mi tesis fuera expuesta y examinada serena- mente y juzgada solamente por su contenido. Se articuI6 un frente agresivo destinado a aplastar y sofocar la Única voz disidente, como si se tratarr, de una asamblea política y no de una reunión académica. Comprobé que, efectiva- mente, se trataba de una maniobra política para desacre- ditar la posición nacional que ha asumido la Argentina kn esta materia. Lamentablemente, en este frente antiar- gentino se alistaron algunos profesores emigrados de nues- tro pafs y residentes en Chile, quienes se sienten obligados a transferir su protesta y su resentimiento por las circuns- tancias universitarias que lw impulsaron a exiliase, a una actitud de hostilidad a todo lo que sea argentino. ETsta psi- cosis de exiliado, que transforma al ciudadano de un país en un híbrido internacionalista, fue evidente para mí en mis primeros contactos con ellos. Algunos no son siquiera exiliados, pero se sienten miembros de una familia supe- rior de "sabios" internacionales, sin filiación nacional.

Con ayuda de algunos de estos argentinos pudo orga- nizarse, desde el día de mi arribo a Chile, un "cordón sa- nitario" en torno de mi persona. Quedé totalmente aiSla- do e incomunicado. Mis bicos interlocutores asiduos fue- ran el enviado especial de Clarín Reinaldo Ehndini y el periodista Enrique Alonso, tambiQn enviado por la revista Panorama, quienes me brindaron afectuosa solidaridad y fueron testigos del clima de hostilidad que se había fra- guado para recibirme. Debo lealmente hacer excepción C6n los colegas HeJio Jaguaribe y de Paiva Leite, brasilefios, Enrique Iglesias, presidente del Banco Central del Urugicsay, y Jorge Bravo, decano de b Universidad de Lima, quienes me ratif?caron sentimientos de amistad.

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Persuadido de que el plan cmiatia en provocar mi reacción para que no llegara a exponer mi .tesis en Ia reu- nión, me abstuve de intervenir en debates accesorios para poder arribar así a la sesión en que se debia escucharme en la exposición del tema de fondo, la cud estaba progra- mada para los Últimos días del seminario.

La sesión se abrió con mi disertación, en mi carácter de relator del tema "Los Estados Unidos y la integración de América latina". A medida que avanzaba en el discur- so, en que rebatia los argumentos contrarios a mi tesis, el grupo provocador cambiaba gestos y palabras de disgusto, hacia ostentación de no escuchar al disertante y manifes- taba su desaprobación con exclamaciones que yo no escu- chaba desde mis tiempos de militancia en las tumultuosas asambleas estudiantiles. Ea. clima era cudquier cosa me- nos el clima de una reunión de economistas responsables. Traté de conservar la calma y terminé mi exposición, la que fue seguida de una respetuosa réplica de Helio Jagua- ribe ,que ncrtariamente desentonaba con el ambiente de cu- mité polMco y con el comportamiento de los que le suce- dieron en la tribuna, un argentino que actualmente es profesor de la Universidad Nacional de Chile, y el chileno Andrés Bianchi .

El primero comenzó diciendo que hacía un esfuerzo para ocuparse de un informe, el mio, demostrativo de la "completa ignorancia del autor", y que lo hacía solamente porque yo había ocupado un cargo importante en un go- bierno argentino de "triste memoria". Quien hablaba era, pues, un político de izquierda, opositor al gobierno de Fron- dizi, y no un participante de una conferencia científica; caso típico de la transferencia del complejo de exiliado. En ese tono siguió agraviándome personalmente. Hube de reac- cionar allí mismo, pero me contuve pensando que, al ha-

cerlo, daría lugar a que #e dijera que lo que se debatia e= una querella entre compatriortas. El orador siguiente ya ns, era un argentino, sino un chileno, ciudadano del país hue- ped y allegado a la entidad organizadora, quien tenía obli- gación de hacer honor a ambas calidades. Partió del punto en que habia terminado el anterior orador y pretendió con- tinuar en el mismo tono de agresión personal. Inmediata- mente anuncié que me retiraba para no convalidar un acto de grosera provocación, indigno de una asamblea de hom- bres responsables.

Al llegar a mi hotel recibi la visita del organizador del seminario, doctor Clauciio Veliz, quien reprobó el lamentable comportamiento de los provocadores y me ofreció un de- sagravio público si regresaba a la conferencia. Tuve opor- tunidad de señalarle con toda energía la secuela de actos hostiles que había sufrido desde mi llegada y reprocharle que no nubiera tomado medida alguna para corregir la si- tuación y para prever la provocación que, a todas luces, se preparaba. Me negué a aceptar el desagravio, porque, le dije, no se trataba de un insulto a mi persona sino a mi país y a la conocida posición argentina contraria a la pre- tendida panacea regional del subdesarrollo de nuestros pueblos.

No conservo rencor alguno como consecuencia de este triste episodio. Como militante de un movimiento nuio- nál que desafía poderosos intereses internos y externos ata- dos al atraso y la disgregación de mi patria, estoy amm- do para sobrellevar los riesgos y las heridas de esta lucha nacional. Soporté agravios peores en mi país, cuando a b no tenían uniforme comenso, como lo tienen hoy, la con- ducta y la obra del gobierno presidido por Arturo Frondizi, de las que estoy profundamente orgulloso. Durante a e gobierno, ahora y en el futuro, los hombres de nuestro me

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vimiento atuvimos y estamos &puesta a sufrir Isis pea- diatriba8 y e a l d t k . Pero aromo;s chcientes de qÚe

de!eaidemos ia causa nacionai en la que creen y por k que l u w muchisimus de n u e s h compatrioltas, de todos los sectores sociales.

EZ epLodio de Arica fue uno más en la historia de esta guerra nacional con- el suWwrrrollo y por la fnkgracib espiritual y mabrial de nuestro país, por 6u autodetenni- naci6n y su soiberania. En Arica enfrentamos una gran- de y peligrosa confabulación antinacional, disfrazada de patriotismo latinoamericano. Creo que fue una batalla im- po-te, porque quedó al descubierto la maniobra en la que están comprometidos muy poderosos organisrrios e in- tereses que responden, a sabiendas unos y sin isaberlo otros, a los monopolios apsridas que proyectan, &vamente y sin pausa, áa creación en América latina de una '"tierra de nadie", despojada de sus resguardos soberanos y de sus vocaciones nacionales históricas, para asentar en es- te espacio vacante la hegemonía de los grandes centros económicos que han succionado secularmente el traba- jo, la riqueza y el genio de nuestros pueblos.

Regresé de Arica con la certidumbre y la prueba de es- ta confabulación en marcha. Fue una experiencia muy valiosa, porque contemplé frente a frente y al desnudo el rostro de la antinación . Más valiosa a h porque, al aqui- latar el enorme poder del enemigo, me afirmé en la con- vicción de que está inexorablemente condenado por la his- toria. Lo está porque contraría las tendencias objetivas del desarrolo social de la época de la segunda revolución in- dustrial y de la coexistencia pacifica. Lo está, sobre todo, porque es cada dia más clara, cada día más irreprimible, la conciencia nacional de los pueblos subdesarrollados.

' Las n u m e r m -algunas inesperadas- expresiones

, \

de solidaridad que he recibido y que atribuyo solamente al férreo fundamento nacional de mi tesls, me llenan de ale- grfa, porque demuestiran que ya hemos ganado esa batalla en la Argentina.

Buenos Aires, 1968.

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PFkilORA PARTE

LOS ESTAWS UNIDOS Y LA INTEa-RACION DE ANLERICA LATINA "

1 - Introducción.

El tema que nos proponemos abordar lleva contenido en su enunciado una definición poiítica, cual es la acepta- ción de la integración de Am6rica latina como premisa de futuro.

La integración de América latina comtituye al mismo tiempo una meta y una necesidad del desenvolvimiento de las naciones que la forman; lo es también para el mundo contemporáneo, en virtud de su tendencia a la unidad, que es tan objetiva como lo fue en la Edad Media la tendencia al aislamiento; lo es, finalrnenlte y, sobre todo, para cada una de nuestras naciones, obligadas a robustecer su rela- ción con d mundo de que forman parte.

Sin embargo, en nuestro concepto, la integración regio- nal debe ser precedida por la integración y el desarrollo de cada una de nuwtras naciones, porque Únicamente los es- tados nacionales pueden establecer las condiciones de re- lación con el mundo a partir de la creación y el fortaleci- miento de las bases materiales de su soberanía y de su ca- pacidad para satisfacer las crecientes apetencias de bie- nestar social de sus habitantes.

La condición nacional resulta así insoslayable en el análisis propuesto, y comtituye su punto de partida. Esh . es el tema esencial del trabajo que iniciamos.

* Doaumento pxsatado por ROGELIO ~ ~ ~ 1 0 al Semi?~ario .&obre "Integraoión Politioa y EcOi16mica", orgm~bdo pm el Instltitto de Estudios Internacionales, de la Universidad de Chile, y el Centre d'gtudes de Politique &trangére, de París (Arica, del 24 de enero al 1Q de febrero de 1968).

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Nos proponemos demostrar que, si el interés y el resor- ;te nacional no presiden el desarrollo, el destino de las na- ciones subdesarrolladas se subordina al interés de 1m m- nopolios, cuyo objetivo es la alta tasa de beneficio, no el de- sarrollo y la integración, tendencias éstas que encuentran en aquéllos sus principales obst8culos.

Trataremos pues de dar las pautas que sirven de sos- tén a nuestra tesis:

1) El mundo actual se encuentra dividido en naciones industrializadas y naciones subdeisasrolladas; no hay, pues, un "tercer mundo" distinto del capitalista y del socialista, cuya reunión en un haz compacto pueda ofrecer un tercer camino de desarrollo, distinto al que siguen las grande^ na- ciones capitalistas y socialistas .

2) En el mundo conrtemporáneo no existe la posibili- dad de emerger del subdesarrollo sobre la bme de una es-- tructura económica apoyaaa en la agricultura o la mine- ría. Es indispensable acelerar el proceso de industrializa- ción, cuya primera prioridad es la industria pesada. De es-. ta premisa surgirá otra: la llamada reforma agraria es in- conducente, al efecto de provocar el despegue hacia el de- sarrollo.

3) Los mecanismos comerciales y el comercio mismo- resultan htalmente insuficientes para generar la acumu- lación de capital necwario para el desarrollo. El problema radica en la producción, y su estructura no puede ser cam- biada sino mediante inversiones masivas proporcionadas por la colaboración de las naciones altamente desarrolla- das. De esta premisa surge otra de singular importancia: la relación entre el mundo desarrollado y las naciones PO-- bres tiende a cambiar fundamentalmente, orientándose ha- cia la cooperación internacional con el mundo subdesarro-- llado, en virtud del hecho objetivo de la superproducción que obliga a crear demanda solvente.

La exposición del problema y de las solucbnes que pro- ponemos se encuentra erizada de dificultades. La mayor de ellas es la aparente contradicción entre la tesis de la in- tegración nacional como paso previo a la integración regio- nal y el hecho de que existan claras tendencias hacia la unificación mundial. Parecería contradictorio con estas tendencias el empeño en demorar un tramo unitivo -irYte- $;ración regional- para levantar, en cambio, barreras na- cionales que constituyen, al menos en apariencia, verdade- ras ciudadelas erigidas contra la unificación final. Trata- remos en a t e trabajo de superar &a contradicción que no! existe en la esencia del fenómeno objeto de este análisis,

11 - La Nacióln en el mundo actual.

Antes de ahora hemos definido la nación como una. categmfa que abarca, integra y armoniza en su universa- lidad a todas las regiones, grupos sociales, wtividades eco- nómicas y las corrientes ideológicas o politicas. El esta& nacional es, a su vez, la estructura politica que preside la- unidad y que queda mi expresada. .

Fista definición nos presenta a la nación como tal, pero involucra de hecho y al mismo kiempo una estrategia. Se es naci6n en tanto y cuanto se logra la síntesis allí invo- lucrada. Esta es una larea histórica, un proceso implan- tado en un momento del mundo, en el que la explosi6n de las nacionalidades constituye una de las características m% notorias. De ese mismo mundo que marcha hacia una síntesis ecuménica .

Sostenemos la plena vigencia de la nación en esk cua- dro. Es más, creemos que ella es necesaria y que sin su pre- sencia seria imposible la realización de la sfntesi~ regional y universal.

~estimonia esa vigencia el nacimiento de las naciona-

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lidades en dos vastos continentes, hasta hace muy poco ámbito natural en el que prevaleció el viejo colonialismo. El despertar de las naciones de Africa y Asia se cumple en el cantexto de un mundo que tiende, como ya se ha seña- lado, a la unificación.

¿Es esto contradictorio? ¿El surgir de las nacionalida- des traba el proceso unitivo? Creemos no sólo que no lo tr8- ba sino que, antes bien, la unidad es posible, se acentúa y concreta, a medida que se afirman las naciondicladw. Es- to es así porque son las naciones, sus clases y swtores so- ciales, el Estado nacional, quienes promueven su propio desarrollo material y espiritual y lo hacen en función de la nación y el individuo.

El desarrollo científico y técnico, al alcanzar el alto nivel actual, determina que el hombre se lance a la aven- tura del &tomo y a la exploración del espacio sideral. Este hecho, resultado del progreso material, marca la tenden- cia a la unificación por una doble vía: la imposibilidad de la guerra total, por lo que ella entraña de definitivamente deshctivo y la necesidad de colaboración internacional pa- ra cumplir una etapa, cuyos antecedentes son fruto de la contribución de todos los hombres, m&s all& de los limites nacionales y de todas las naciones. Pero son los hombres y las naciones los protagonistas de la doble competencia que los c6nstriñe a unirse. No hay entidad ante la que abdi- quen las nacionalidades para realizar las hazdas a las que convoca el destino. Su asociación no se cumple sobre la base de debilitar sus respectivas economías, sino en la constante afirmación de las mismas. No hay abdicación .de las patrias, ni la condicih de apátrida constituye un factor favorable en este proceso de transición del mundo

, actual. La tendencia a la unidad se expresa en el plano de las

naciones más altamente desarrolladas. Las otras, cualquie-

ra sea la importancia y significación de la cmtribucih que hayan hecho al desarmllo matqial y espiritual que per- mite el cumplimiento de las grandes hazafia8 científicas y técnicas, quedan marginaüas de la decisión y del proceso mismo en lo que éste *tiene de realización concreta e inme- diata. Si en su territorio se encuentra el lugar geogrhfico óptimo para un lanzamiento o un descenso, prestará la zona para la ereccih de una base; si en su euelo hay ricos yacimientos de uranio, lo proporcionará, pero ni participa- r& en la decisión política de cumplir los pasos materiales del episdo, ni protQgonizará la empresa. Si se opusiera a ese proceso, acusada de contradecir la tendencia his- Mrica a la unificación y soportaría las consecuencia8 de dio. El liderazgo del "mundo uno" por las grandes poten- cias no es resultado de gestos y discunsus, sino que se asien- ta en hechos objetivos.

Sin embargo, una nación es tal, aunque no haya alcan- zado el rango de superpotencia, cuando quedan reunidos los requisitos para su progresiva autodeterrninad6n; es de- cir, cuando desenvuelve su capacidad para adoptar las decisiones fundamentales de su politica interna y externa &n interferencia de faotores extraños. El mundo desamo- llado se encuentra en esta categoría, no así las naciones subdesarr011adas, cuyos rasgos veremos en otro punto.

El mundo de nuestros días, en cuyo marco debemos ver la nación, &&te a la crisis definitiva de las viejas relacio- nes int!emacionales y al crecimiento de otras nuevas, con nuevos caracteres, con distintas protagonistas.

Este mundo evoluciona en medio de tres grandes acon- tecimientos: la ya señalada desco1oniz;ación de dos conti- nentes, Asia y Africa; la creación de un sistema socialista de escala mundial; la revolucih cientffica y tecnológica.

, Ezrlste aiin un cuarto rasgo característico de nuestro tiempo, cual es la concentración y centralización de la eco-

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nomía, tanto en la esfera capitalista como en la so~iam?. Si bien el proceso viene de antiguo, asume hoy aspectos que le dan un peso específico distinto.

1. La liberación de las colonias y posesiones europeas en Asia y Africa modifica sustancialmente la relación de fuerzas de las grandes potencias, incorpora nuevos factores en el comercio mundial y pone en primer plano el tema crucial de nuestro tiempo: la necesidad de las ex colonias de completar su emancipación política con el desarrollo in- ,dependiente de sus economías suFrdesarrolladas. E3 proble- ma configura la gran contradicción histórica de la época: la que opone el tercio adelantado del hemisferio norte al sector subdesarrollado de dos tercios de la población mun- dial. EMán comprendidas en este grupo de naciones tanto las latinoamericanas y algunas afroasiáticas, que conquis- taron antes de ahora su libertad politica, como algunas naciones que integran el sector socialista.

Aunque estas naciones del hemisferio sur registran di- versos grattos de progreso económico, social y cultural, per- tenecen todas al mundo subdesarrollado, es decir al mun- ,do que está incapacitado para financiar el crecimiento sos- tenido de sus fuerzas productivas con el producto de sus exportaciones primarias.

2. El segundo hecho fundamental de nuestra época es el s u r g i u n t o de un sistema mundial de naciones: socialis- tas. El capitalismo ya no es la única forma de producción y alterna en la sociedad universal con un sistema que abar- ca un cuarto de la geografía y un tercio de la población (del mundo. En este sistema socialista existen diferencias enormes entre el grado de desarrollo alcanzado por la Unión Soviética, segunda potencia mundial, y el de paises como Albania, Vietnam o Corea. Pero todos han empren- dido el camino de L industrialización. Forzando el ahorro y canalizando las inversiones los sectores de la industria

pesada y de la infraestructura de cc~municacionea han su- perado las tasas de crecimiento de las economías capitalis- tas. Por otra parte, han rechazado el esquema de la com- plementación y división del trabajo dentro del sistema, y no intentan erigir un régimen cerrado de intercambio que los aislaría del mundo capitalista. Lejos de ello, estimulan el comercio con el sector capitalista, así como las inversiones y préstamos provenientes del mismo, para aliviar las ten- siones internas y acelerar el ritmo de crecimiento.

3 . El tercer elemento de cambio es el prodigioso desa- rrollo de ia ciencia y la técnica, en los terrenos básicos de la energía nuclear, la electrónica, la cibernbtica, la quími- ca y la biología. El carácter dinámico de esta revolución en el campo de la producción y del consumo en masa produ- ce cambios cualitativos en el proceso económico. El mun- do sale de la economía de escasez y se interna en la mono- mía de abundancia. Vemos, así, que se alteran los clásicos ciclos de depresión y recuperación de la economía y que se dispone de elementos materiales y de técnica económica capaces de evitar las profundas crisis del pasado. Eh la Úl-

tima posguerra, el mundo capitalista se desarrolló en for- ma regular y continua. Las dos recesiones que exper2men- t6 la economía norteamericana en 1949 y 1954 no alteraron sustancialmente dicho ritmo de crecimiento; el producto bruto nacional se deprimió en 1% en 1949 y en 0,5 en 1954, para repuntar nuevamente con tasas de crecimiento del 8,4% en 1950, y de1 5,6% en 1955.1

Eslta revolución técnico-científica ha desatado nuevaa

1 mi base a UnitRd Nations, Ststbtical Yembook 1968, cuadro 179, J anuarics ante~iores.

La evolución que wdstró la economia norteame1icona con papteri.01 riüad s la fecha de la primera edición c o n f h e lo aseverado en el tex- to. La guerra de Vietnam y la coyuntura alcista del ipetr61eo obligaron a malizar ajustes, y también siguieron ma.nife&&ndcm problemas &ruo- m e s , pero el aparato &mductivo de Esrtadm Unidas evidenció su aptb

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fuerzas que han multipJicado la repmducci6n de la eccni~. d a , ha incorporado a la producción nuevos y grandes con:

' $ingentes de trabajadores y empresarim y ha efectuado así una formidable expansión del consumo y del mercado in- terno que impide las bruscas fluctuaciones cíclicas del pa- sado. EUo explica, en gran parte, que no haya tenido efec- tos desastrosos pera las economías de Gran Bretaña y de Francia la perdida de sus imperios coloniales. Al contra- rio, en el caso de Francia, ia recuperación económica de posguerra sigui6 a la independencia de sus colonias airl- - - canap y asiáticas.

Naturalmente, como todo proceso histódco, éste que vivimos no ha sido siempre idüico, igual, gradual y recti- líneo. Ha experimentado avances y retrocesos. Ahora mls mo, el problema financiero mundial plantea a la imagina ción de los hombres un serio conflicto, cuya solución úItt- ma no se dar&, estamos Seguros, en la esfera monetaria si- no en la esfera de la producción o, más exactamente, del desarrollo de las fuerzas productivas de toda la sociedad.

)Pero esbs tres sectores o áreas o zonas de la econo- u- -- - mia mundial -mundo subdesarrollado, mundo socialista y mundo capitalista- están separados entre si? ¿Siguen cursos completamente aislados entre sí? ¿Cuáles son los vínculos que se van formando a lo largo del proceso? ~Cuá- les son las perspectivas: la integración o la desintegración

, del mercado mundial? Los interrogantes tienen para nosotros impmtancia vi-

tal; nos están indicando una estrategia en la programa- ción del desarrollo; nos están diciendo hacia dónde dirigir nuestras miradas, puesto que formamos parte de ese mun- do a la vez ímico y diferenciado; nos señalan dónde pueden

tud .para evitar los Wuscos desniveles de actividad que fuf-sía en al pa- sado.

1

estar los aliados del desarrollo y dónde estan sus enemigos. 4. La concentración y la centralización de la econo;

mía constituye también un rasgo esencial de nuestro tiem- po, tanto en la esfera capitalista como en la socialista. La diferencia estriba en que en el mundo socialista esta con- centración y centralizacibn se realiza al nivel del Estado# aunque delegue la realización práctica de aspectos concre- tos a organismos específicos. En el mundo capitalista, cual- quiera sea el grado de centralización y concentración de la activildad económica, ésta se opera a través de los monopo- lios, una de cuyas características esenciales es su condi- ción extranacional.

¿Cuál es la posición que ocupan en este cuadro las na- ciones subdesarrolladas y sus respectivos estados nacion* les? Sean ellos socialistas o capitalistas enfrentan el mismo proceso de concentración y centralización fuera de sus fronteras, presionando dentro de ellas. Veamos cómo ope- ra esta presión en uno y otro caso.

Un pais subdesarrollado X de la esfera capitalista quie- re construir su propia siderurgia. La respuesta del mono- polio es, invariablemente, que él mismo puede cubrir las ne- cesidades de acero de X en términos de mayor economici- dad. O bien que X no debe hacer su siderurgia porque ya Z, otro pais subdesarrollado vecino, tiene un proyecto en marcha que podrá surtir con menor inversión a ambas nst. ciones. En cambio, X podría hacerse cargo de con~truir una gran central eléctrica para abastecer la región.

Un país subdesarrollado X del mundo socialista quie- re construir una gran central hidroelbtrica. La respuesta de la potencia líder será dictada igualmente en función de la economicidad que suscita la centralización que preside y, en consecuencia, dicha central se construirá allí donde la nación financiadora considere más conveniente para la región en su conjunto y no en el territorio de la nación promabra .

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En uno y otro 4x80 e9 confiicto m el miamo. El procer8 ajetivo de ia centralización señala un camino económiw, que es rechazado por la necesidad de ser de la naci6n. U. conclusión teórica que surge de este conflicto consistiria en afirmar que el proceso nacional se constituye en un faotor da atraso, puesto que se niega a acogerse a los beneficia que la concentración económica y técnica proporciona.

¿Por qué no es mi? Simplemente porque la nación existe y constituye en nuestra época un hecho político so- d a 1 vigente como lo es la familia misma y no el clan o la mmunidad primitiva.

En el intercambio, los centros industriales obtienen aistemáiticarnente ventajas sobre lm pueblos productores de materias primas, al punto de determinar su ruina. Los precios de las manufacturas subieron en relación a una base de 100 en el año 1954 a 112 en 1965, mientras que la productos primarios bajaron de 100 a 91 en el mismo p e riodo. Refiriéndonos al a;ño base mencionado, en el comer- eio internacional los países isubdesarroiiados hoy entregan 100 y reciben 87, en función del deterioro de su relación de precios.2

El proceso de ascenso de los grandes centros industria- les se operó al influjo de la política nacional agresiva re* iizada por las naciones que luego resultaron ser las gran-

2 En base e United Natians, op. cit. La eleccih de 1954 como año base se hizo en raz6n de qW a

üe esa fecha las tendenlcias del comercio mundial se manifiestan con cla- xidad, luego de superadas las circunstanicia.1~ dbtorsiones de la pague- ,

m. Pero para la Argentina el fndice seria mucho m8s desfavorable si Se mara como año base de la serie a alguno de principios de siglo.

Con posterioridad rs la primera edición de este libro, desde fines de 1971 y dwante 1972, se produjo una coyuntura alcista pma las materias primas. Eso luego se vería como un simple accidente en l a curva; sin embargo, algunos e6onomkbas, evidenciando runa incomprensión teórica QeP Ben6men0, sacaron la fa.Lsa conolusián de qub habfa cambiado la ten-

des potencias. Tal ocurrió con Inglaterra, Alemania, Esta- dos Unidos, Japón, etc.

Si en el momento del despegue hacia el cambio de es- tructura se los inhibiera de recorrer igual camino -por S U ~ U ~ S ~ O en las inéditas condiciones de nuestro mundo en transición- ¿qué ocurriría con aquellos países que por mo- tivos obvios no fueran elegidos como polos del desarrollW Dvntro, por ejemplo, de América latina, ¿quiénes serían los que cambiarían 100 por 87 y quiénes los beneficiarios que cambiarfan 87 por 100?

A la Patagonia argentina, semidesértica y por tanto sin mercado actual, ¿cuándo le ,tocarla su cuota de electri- ficación, siderurgia, industrialización en generad? ¿Y el nordeste de Brasil? ¿Quién promovería ese cuasi continen- te segregado del mercado capitalista, sin capacidad presen- fre de consumo?

En los dos ejemplos extraídos al azar, la integración y el desarrollo de ambas zonas sólo pueden ser abordados por sus sendos estados nacionales. Ninguna otra instancia puede salvarlos de su actual estado de atraso e indefen- sión y, justamente por razones naciomdes, de solidaridad nacida en la historia, en el idioma, en el territorio, en la cultura comunes. Todas las razones de econornicidad in- mediata y de plazo medio determinan llevar esos factorea de desarrollo a los sectores donde actualmente existe pobla- ,

ción solvente y, en consecuencia, mercado.

ciencia secular al deterioro de los térmlnos del intercambio. Lo ocurri- do desde 1973 en adelante, así como una elaboración m& completa de Bas series, probó que esa opinión era simplemente producto de un op- timismo acientifico.

Los datos suministrados por la misma fuente citada, que se utilbd en la Primera edición, indican ahora que los Dafses subclesarrollados entre 1961 y 1972 perdieron un 5,2% en su relacib de intercambio con el mun- do dt?sarrollado. Y la misma firente dice que entre 1938 y 1972 las Dre- aos de Jag exportaciones de productas manufacturadw crecie~on en un

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Todavia habría que responder a este interrogante que entraña una objeción: ¿Por qué se es menos nación cuan- do se imp&ta acero, celulosa o petroqufmica, que cuando se elaboran estos productos y elementos en el propio terri- torio nacional? Por una doble razón. Por una parte, está la cuestión fundamental de la autodeterminación que aca- bamos da examinar, cuyas bases naateriales residen precisa- mente en la capacidad de disponer, sin limitaciones im- puestas desde fuera, de aquellos elementos reproductivos de riqueza idóneos para promover el crecimiento económico a ritmo adecuado. Por otra parte, el proceso económico, cuan- to más complejo y completo es, engendra a su vez una máJ ritpida evolución de la técnica y de la ciencia; es decir, eleva la condición de los habitantes y de todas las regiones del pah de que se trate. Los integra y desarrolla en función del inte- rés nacional que es distinto y casi siempre opuesto, tanto a la alta tasa de benefici,~ de los monopolios como al prin- cipio de la economicidad erigido en contra de la experien- cia histórica del desarrollo económico (en el capitalismo y en el socialismo).

Prestemos ahora atención a la contradicción principal que se destaca en ese panorama que intentamos compen- diar: la que existe entre los sistemas capitalista y socialis- ta. Esta contradicción, lejos de conducir a la guerra, con- duce objetivamente a la cooperación. En efecto, el poder

7ST%, mienti'as que las exportaciones de aliinentos y materias primas s6- 10 lo hicieron en un 145%. Obviamente es necesario eszar dotaido de Un conocimiento teórico de los problemas para no sacar falsas conclusiones de los fenómenos coyunturales; el deterioro de los términos del inter- cambio ?e ori=ina en la insuficiencia de la estnictura productiva de la pafses subdesarrollados, que no tienen aptitua para producii. bienes con un nivel de valor agregado semejank al de los paises altamente indus- ;trializados que si estan en condiciones de aumentar la productividad det trabajo humano, Única causa del valor de las bienes.

destructivo acumulado en ambos polos de la contradicci6n ha llegado a ser de tal dcance, que ha quedado eliminada la posibilidad de una guerra, so pena de precipitar el mun- do en la destrucción total. Descartada la guerra, surge la noción del mundo como unidad y la noeih del progreso como aspiración y meta del mundo-uno. La contradicción se resuelve entonces en competencia, y la competencia Be objetiva en el campo eeonómico, en relación a la mayor ca- pacidad de producir más a menor costo y de crear en la periferia del área subdesarrollada una mayor demanda sol- vente.

Esto significa que los dos sistemas competitivos están obligados a crecer vertical y horizontalmente, utilizando la totalidad de su capacidad productiva y proyectando y en- sanchando sus mercados en escala mundial. Por eso, la cooperación internacional orientada al desarrollo de las re- giones periféiieas es objetivamente necesaria para los dos grupos de países -desarrollados y subdesarrollados- en la

ntitiva se medida en que el desarme y la convivencia comp, resuelvan en el crecimiento vertiginoso de la produccibn para el consumo pacífico.

Ubicados en este cuadro de competencia económica, los pafses subdesarrollados no pueden ser mercados solventes mientras se acentúe el deterioro de los términos de su in- tercambio. Deben entregar más excedentes a cambio de menor cantidad de productos industriales, en tanto su de- manda interna se ensancha por el crecimiento de la pobla- ción y por la demanda de los aectores del trabajo organizados en los movimientos sindicales. Para que se constituyan en mercados solventes, para que puedan entrar en la esfera de los intercambios de alto nivel prcductiyo, para que pue- dan expandir los sectores tradicionales de sus exportaciones y crear un número mayor de productos exportables no tra- dicionales, necesitan algo más que un "justo precio" para

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sus productos, algo más que una "rebaja de aran~eles'~. Necesitan desarrollarse en extensión y profundidad. O sea, de nuevo: ser Nación. Nación de economfa integrada que, dentro del marco del comercio mundial, significa ser mer- cado solvente.

111 - Países en desarrollo o subdesarrollados.

Necesitamos ponernos de acuerdo sobre algunas defi- niciones. No se vea en ello ni un afán literario, ni filológi- c2, ni samántico. Es que a esta altura del debate sobre el tema del desarrollo económico, las definiciones, a fuer de sutiles, significan siempre algo, y algo muy importante. Por ejemplo, la expresiirn que se va imponiendo insensible- mente en los organismos de las Naciones Unidas y en loa grandes encuentros internacionales para definir nuestros pafses: la de paises en desarrollo.

Pues bien, esta definición induce a confusión; indica que el pafs de qu$ se trata está en vías de desarrollo, mar- cha hacia él; que, por lo tanto, está ya aplicando una po- lftica de desarrollo, lo cual implica una masa de inversio- nes, unos objetivos, un ritmo determinado.

Existe aquí una confusión entre calidad y cantidad. No se trata tanto de cuánto se produce, sino, esencialmen- te, de qué es lo producido.

En la redidad, sin embargo, nos hallamos ante un cuadro bien definido: nos hallamos, tratando siempre de ese país determinado, ante un estancamiento o retroceso de la producción industrial; esa producción industrial -1i- mitada siempre al sector de las industrias livianas- pro- duce m agravamiento de la balanza comercial, pues de- manda nuevas y nuevas lineas de importación de mate- rias primas, productos intermedios, maquinarias, combw '

1 tibles; nos hallamos, siempre, ante una cafda del valor de

m exportaciones; nos hallamos, en fin, ante una infraes- tructura de transportes obsoleta. Estamos, pues, ante una estructura económica atrasada y en crisis.

Puede ese pafs tener un ingreso per capita más alto que otros, como por ejemplo, Venezuela, Argentina y Uru- guay, frente a Haití, Bolivia, Ecuador. Pero, ¿qué hay de común entre Argentina, Venezuela, Bolivia y Ecuador? Lo que hay de común es la incapacidad de todos estos países de financiar su crecimiento económico sostenido e integra- do con el producto de su comercio exterior.

¿Qué se entiende por crecimiento integrado? Se en- tiende un proceso que se desarrolla en extensión y en pro- fundidad. En profundidad, o mejor, en calidad, en cuanto ise propone colmar los vacíos que ostentan esas estructuras económicas, especialmente en lo que se refiere a la indus- tria pesada (siderurgia, energía, quimica pesada, indus- tria de maquinarias), celulosa, papel, estructura de los transportes. En extensión, es decir, en proyección geográ- fica, en cuanto se propone colmar los grandes hinterlands desérticos o agrarios muy atrasados, aislados de los gran- des centros civilizados. El crecimiento, en tales condicio- nes, significa colmar la etapa de la formación de la nacio- nalidad, de la integración nacional de todas sus regiones y sus clases sociales.

Pero que un país sea subdesarr011B.ado o en desarroUe tiene otro significado que llamaría polftico, si admitimos que la del idesarrollo es una política,

Se trata de lo siguiente: si aceptamos que este o aquel pafs s5 encuentra en desarrollo o en vías de desarr0110, la política aconsejable es la de acelerar el prbceso en que se halla; sin cambiar el esquema, la estructura. En cambio, si admitimos que este o aquel pais es subdesarroUado la política aconsejable es otra, es la que tratamos en este tra- bajo: la de una industrialización integral e integrada en

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cuanto A los rubros básicos que son condición del debarrollo, y en cuanto a su proyección geográfica; es decir, el cambio radical de estructura. Hacer de un país agro-minero-h- portador, un pds de economía integrada.

'

Se ha quebrado la tradicional división internacional del trabajo, en cuyo marco se desenvolvieron precariamen- te los pueblos que cultivaban el suelo y lo abrían para ex- traer sus riquezas minerales. Por ello no hay otra pauta científica para definir el subdesarrollo sino ésta que se re- fiere a su carácter estructui'al. Algunos de los paises de este grupo pueden ofrecer al observador adecuados nive- les de desarrollo social y cultural, bajas tasas de morbili- dad y hasta aceptables índices de ingreso bruto nacional por hzbitante en virtud de que producen minerales como el petróleo y los minerales críticos, de gran valor de mer- cado. Pero siguen siendo subdesarrolls~dos porque sus es- tructuras productivas están reducidas a la explotación de la tierra y del subsuelo. Solamente la integración del agro, la minería y la industria al nivel de la moderna tecnología permitirá a estas naciones incorporarse al mundo desarro- llado y multiplicar su participación en el intercambio mun- dial. En esta época, los países incrementan y diversifican su comercio exterior a partir del emplazamiento de su in- dustria pesada.

La progresiva pauperización de nuestros pueblos se agrava a despecho de todos los pronunciamientos y esfuer- eosrealizados. hasta ahora por las instituciones internacio- nales y las grandes potencias.

A más de veintidós años de la firma de la Carta de San Frapcisco, a similar lapso de la Conferencia de Bretton Woods, de la creación del Fondo Monetario Internacional y del Banco Internacional de Reconstrucción y Fomento, de la superposición de otros organismos de ayuda, a seis años de la proclamación de la Alianza para el Progreso, a casi tres

años de la primera reunión de la Conferencia de la$ Nacio- nes Unidas sobre Comercio y Desarrollo, nos hallamos ante la realidad de que la cooperación reaimente no se ha produ- cido o no ha sido suficiente o se ha canalizado mal. 3

La crisis universal de los paises de producción prima- ria es progresiva por varias razones:

a ) Porque el crecimiento demográfico interno recla- ma para el consumo gran parte de los saldos exportables de que se disponía en el pasado;

b) porque es imposible incrementar la producción sin una base industrial que provea al agro y a la mineria los insumos de capital y de tecnología indispensables para ele- var la productividad;

c) porque las naciones industriales han volcado sobre su propio suelo los excedentes de la economfa industrial y se autoabastecen de gran parte de los productos naturales que antes importaban, o los sustituyen con materiales sin- téticos. Para proteger a sus productores, están objetivamen- te obligados a reducir importaciones provenientes de nues- tros países.

IV - Historia: Estados Unidos y América latina.

Las relaciones entre Estados Unidos y la América lati- na estuvieron siempre presididas por el valor marginal y subsidiario que los dirigentes del país del Norte asignaron a las ex colonias lusohispanas en la esfera de sus intereses económicos y geopolíticos mundiales.

En la fase "paternalista" encarnada en la Doctrina Monroe y en la política de Teodoro Roosevelt, Estados Unidos proyectó en América latina su nacionalismo y ais- lacionismo vis se vis de las potencias europeas. Era la aplica-

3 Han transcurrido ocho años más, luego de la primera edicibn, y el gainorama no se ha modificado.

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ción de la famosa advertencia del discurso de despedida de George Washington en el que se inspiró el aislacionismo cl&- sico de la nueva gran potencia transatlántica . Respecto de América latina, ella actuaba como el gran "pater fami- liae" que protegía la independencia de las nuevas naciona- lidades latinoamericanas, al punto de ejercer una tutela que se prolongó hasta bien comenzado el siglo XX. Los go- biernos de Viashington consideraron un derecho y un de- ber intervenir en el desarrollo político de estas repúblicas, con las alternativas de violencia que son bien conocidas.

En materia dz relación económica, esa época se carac- terizó por una importante corriente de inversiones limita- das a la explotación de minerales, productos a,gricolas y servicios públicos.

Dentro de este esquema se desenvolvieron, al finalizar el siglo anterior, las dos primeras conferencias panameri- canas con las que Estados Unidos procuraba extender su "'destino manifiesto" a nuestra propia frontera latinoameri- cana. La dTctrina Monroe tuvo este sentido Último. Para entonces se pensó ya en una Unión Aduanera a la que se spusieron los representantes argentinos, señalando con 1Ú- cida precisión los riesgos de una integración entre paises de desarrollo incompleto y por tanto vulnerables. -

Coincidiendo con el estallido de la Segunda Guerra Mundial y los cuatro períodos de gobierno de Franklin De- lano Roosevelt, se clausura esa etapa paternalista e inter- vencionista en América latina. Coincide también con el fin del aislacionismo mundial de Estados Unidos y con el comienzo de una era totalmente opuesta: la asunción de una nueva responsabilidad universal que se concreta en la asistencia económica masiva para la reconstrucción euru- pea (Plan Marshall) y en la jefatura de la alianza antico- munista que se expresa en el Pacto del Atlántico y en aná- logos tratados que trasladan la esfera geopolitica de Este

dos Unidoii hasta los confines meridionales del Mano Pa- cifico.

América latina ocupa una posición residual en esta gran estrategia norteamericana. Geográficamente ale ja- da de las zonas conflictivas de Europa y Asia, su valor es- tratégico en la guerra fría disminuye rápidamente en la medida en que los océanos y las rutas marítimas pierden significado militar en esta parte del mundo con relación al presunto enemigo ubicado en el hinterland euroasiático y con relación a las nuevas armas y las nuevas estrategias globales .

En la esfera económica, la etapa de la guerra fria obli- ga a Estados Unidos a concentrar su asistencia y sus invefi siones en kiropa y en Asia.

América latina queda relegada ante la urgencia de es- tas obligaciones norteamericanas. Máxime cuando el go- bierno de Washington no puede dudar de la lealtad de Bsta su retaguardia hernisférica, natural e históricamen- te afiliada a la causa de Occidente. Ea excepción cu- bana no altera el panorama general mientras se reduce a un fenómeno puramente local. Cuando el episoüio de, los cohetes rusos -en 1962- elevó su proyección a nivel mundial, prontramente se redujo el peligro.

Hasta aquí hemos registrado la evolución pasada. Corresponde ahora verificar si los cambios sustanciales pro- ducidos en la coyuntura mundial modifican ya, o rnodifi- carán en el futuro, la situación de ese aliado tácito y ese asociado marginal de Estad& Unidos, para transformarlo en una región con intereses mundiales propios, con irrepri- mible~ tendencias a un desarrollo independiente de cada una de sus nacionalidades y una de las áreas subdesarroiia- das del mundo que alcanzará más pronto que otras las me- tas de la modernidad.

Si debemos responder afirmativamente a estos interro-

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gantes, no hay duda de que las relaciones panamericanas deberán experimentar cambios fundamentales. En la pro- ducción de estos cambios, la responsabilidad ser6 comparti- da por los pueblos latinoamericanos y el pueblo de Estados Unidos. Deberán consagrarse a una honda revisión auto- critica de sus recíprocas posiciones, a un penetrante escla- recimfento de objetivos y estrategias y, previamente, a aventar prejuicios y errores -tanto conceptuales como ope- rativos- que no condicen con las infinitas perspectivas abiertas en el mundo de nuestros días.

Desde el momento en que se inicia la nueva era del panamericanismo del Buen Vecino (Roosevelt), de la me- ración Panamericana (Kubitschek) y de la Alianza para el Progreso (Kennedy), surgen las confusiones, las tergiver- saciones, los preconceptos y los falsos enfoques que pertur- ban y frustran la cooperación ambicionada por aquellos es- tadistas y cunden en ambos extremos de la ecuación Esta- dos ~nictos-~atinoarnérica: Generalmente adoptan la for- ma ideológica y doctrinaria, aunque muchas veces respon- ben a intereses concretos.

Comencemos con nuestras '%ulpas" latinoamericanas. Dos vertientes ideológicas principales confunden el cuadro. La primera es la corriente "nacionalista", de extrema iz- -

quierda y de extrema derecha, que denuncia toda suerte de relación con Estados Unidos en los términos del "antiimpe- rialismo" de la década del 20. La segunda es la del- "re- gionalismo", cuya tesis consiste en oponer una hipotética "patria latinoamericana" al poder de Estados Unidos. Esta formulación, ariginaria del trotskismo latinoamericano, es ahora compartida por grupos de derecha y del nacionalis- mo reaccionario, del liberalismo y del neoliberalismo.

Dentro de estas dos tenaencias se observan infinitos matices. -ha discusión gira siempre en torno de cuestiones aid jetivas y formales. Unos rechazan todo aporte financie-

ro, técnico o simplemente cultural, de Estados Unidos. Otros distinguen entre la cooperación de organismos pú- blicos y las inversiones directas de capital privado. Otros preferirían que Washington canalizara su colaboración a través de entidades internacionales. Otros discriminan las inversiones conforme a su aplicación en el sector público o en'el privado, en el de los servicios esenciales o en el de la producción corriente.

La futilidad de estos distingos es patente a la luz de 1s ciencia económica, pues ya se sabe que la economía es u m y que la conveniencia del aporte de capital exterior se mi- de no tanto por su fuente de origen como por los sectores hacia donde se lo canaliza, sea hacia la industria pesada y la infraestructura de los transportes, o hacia la vieja es- tructura agro-minera .

Dcl lado norteamericano no son menos graves las dis- torsiones. Los grupos francamente enemigos de toda coo- peración internacional que no se destine a reforzar la segu- ridad militar de Estados Unidos están bien identificadas y no ocultan su filosofía. Representan en aquel país una fracción minoritaria, pero muy influyente todavía.

Paradójicamente, más graves son las consecuencias de la posición de los partidarios de la ayuda económica exte- rior. Se dividen en dos grupos principales, aunque coin- cidentes en la apreciación genérica del problema del sub- desarro110 y de la cooperación para remediarlo. La coinci- dencia estriba en que ambos grupos aceptan como irreversi- ble la condición de productores primarios de nuestros paf- ses, al menos en el futuro inmediato. Uno de estos secto- res propicia la asistencia financiera y técnica para moder- nizar nuestras explotaciones agromineras y para aumentar y diversificar nuestras exportaciones en esos rubros. El otro propone que la ayuda se concentre primordialmente en pro- yectos de vivienda, sanidad y educacien, entendiendo que es

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menester empezar por elevar los niveles de lrlenwtar social y de cultura de nuestros pueblos como prerrequljsito para el desarrollo.

En los atirnos tiempos ha surgido una corriente, que es doctrina oficial del gobierno de Washington, propiciando la aplicación casi exclusiva de los fondos de ayuda al fo- mento de la integración económica latinoamericana y a la formación de un mercado común que abarque todas nues- tras naciones. 2% olvida así lo que la historia económica prueba hasta el hartazgo: que una planta industrial pro- mueve en esta época, por su sola presencia, la aparición de Za escuela, el hospital y las viviendas, pero que ni el hospi- tal, ni la escuela, ni las viviendas promueven de por sí el de- sarrollo industrial. Conviene insistir en el principio de eco- nomia politica que establece la prelación de la producción sobre el consumo.

De todas estas concepciones está ausente la noción del desarrollo e integración nacionales, o se los contempla co- mo subprcrductos eventuales de la previa integración hemis- férica y de la modernización de las estructuras agromi- neras .

Los prejuicios ideológicos y morales juegan asimismo un papel en la posición de nuestros amigos norteamerica- nos. Los sectores llamados ''liberales" pretenden calificar la asistencia económica, vedándola a los paises que carecen de regfmenes democráticos y representativos, o que gas- tan demasiado en armamentos o que están controlados por "oligarqufas corrompidas". La ayuda estaría, asi, con- dicionada al cumplimiento de pautas éticas de comporta- miento polftico, lo que significa otra distorsión e inversión , de factores, ya que el subdesarrollo no es resultado del atra- so político e institucional, sino al revés: la inestabilidad, las violaciones al sistema democrático, los gobiernos oligár- quicos y la corrupción administrativa reflejan el atraso económico-social .

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Si nos atenemos a la repetida, experiencia del enfoque norteamericano del problema, del subdesarrollo de Améri- ea latina y de otras zonas, debemos concluir que \ que es claro para nosotros no lo es para ellos. O que no se trk- ta de una cuestión de comprensión, sino de la influencia de intereses de ciertos sectores internos que estiman con- veniente -por lo menos a corto plazo- la subsistencia del atraso de nuestras economías.

Así se explica que la innovación que significó en el ma- nejo de los objetivos externos de la politica norteamerica- na el advenimiento de Roosevelt y de Kennedy a la presi- dencia y la considerable corriente de investigación de la problemática latinoamericana en las universidades y los or- ganismos oficiales de Estados Unidos no hayan logrado encauzar correctamente la filosofia de la cooperación eco- nómica con nuestros países.

Para limitarnos a dos expresiones concretas de ese pen- samiento, nos referiremos a la doctrina de la Alianza para el Progreso y a la sustentada por el presidente Johnson en la conferencia de jefes de Estado del continente, que se efectuó en Punta del Este en abril de 1967.

El 13 de marzo de 1961, el presidente John F. Kenne- dy proclamó la Alianza para el Progreso, la que poco des- pués serfa institucionalizada por el sistema interamerica- no en la llamada Carta de Pmta del Este, de agosto de 1961.

La intención era loable. Consagraba un principio jus- to: el deber de Estados Unidos y de todas las grandes poten- cias de cooperar con el desarrollo de los pafses rezagados. Partia del reconocimiento de una realidad innegable comb era la situación de pobreza, analfabetismo, enfermedad y mala nutrición de grandes masas humanas que represen- taban casi dos tercios de la población mundial. Mitigar esta miseria constituía una obligación moral, pero tam- bién involucraba una operación política vinculada a la de-

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fensa contra la infiltracion extremista. m caso de Cuba habfli ejemplificado este riesgo en nuestro hemisferio.

Sin embargo, los objetivos del programa no apuntaban al fondo del problema, sino a sus exteriorizaciones sociales. En efecto, la pobreza, la ignorancia y la enfermedad no son fenómenos nalurales ni el fruto de la desidia o la negligen- cia de las clases dominantes; son la manifestación social de una estructura económica deficitaria. La Alianza y la Car- ta de Punta del Este aspiran a corregir el fenómeno social sin atacar la estructura que lo produce. Sus programas de acción y sus inversiones ponen el acento en obras de salu- briciad, de vivienda, de instrucción y en el suministro de ali- mentos a través de las donaciones *de los excedentes agrí- colas de Estados Unidos, conforme al Plan de Alimentos pa- ra la Paz.

No hay duda de que tales programas, si alcanzaran el vigor suficiente, mejorarím el cuadro de extrema indigen- cia de algunos pueblos y quizá darían respuesta transito- ria a las tensiones explosivas que tal condición determina. Pero jamás resolverían en forma definitiva el problema de la pobreza. Crearían la obligación continua del socorro hu- manitario que no puede ser un objetivo histórico. Además, perpetuarían en los pueblos beneficiados el sentimiento de inferioridad y frustración que sucede al goce de la dádiva.

En los pueblos subdesarrollados hay hambre, enferme- dad e ignorancia porque sus estructuras socioeconómicas de base son incapaces de proveer ocupación plena y esta- ble, salarios dignos, servicios públicos de sanidad y educa- ción. Es la estructura de producción la que determina la po- breza, no el egoísmo o la indiferencia de los círculos domi- narites. Las propias oligarquías locales subsisten en la me- dida en que son los únicos factores que controlan el proce- ao económjco . La industrialización, al transformar la estruc- tura agrominera, reduce la gravitación de la oligarqufa te-

rrateniente en el proceso sociopolítico, crea nuevas fuerzas tanto en el sector empresario cuanto en el sector obrero. La expansión de las fuerzas productivas, en virtud de la acumulación del ahorro y la política de inversiones en-los sectores básicos del desarrollo, abre fuentes de trabajo, ase- gura el pleno empleo, eleva el salario, capitaliza la socie- dad, da recursos al Estado y permite financiar los servicios sociales indispensables. Consideramos obvio insistir en este razonamiento que está corroborado por la experiencia uni- forme de la humanidad.

En razón de esta experiencia objetamos desde un prin- cipio la filosofía de la Alianza en cuanto se concentra en los aspectos de la ayuda humanitaria. El presidente de la Argentina, Arturo Frondizi, escribió al presidente Kenne- dy el 3 de abril de 1961, menos de tres semanas después del lanzamiento de la Alianza. Aplaudía la visión de Kenne- dy, pero hacía en su carta la siguiente reflexión:

"Por ello creo que es necesario concentrar el impulso inicial en el establecimiento y expansión estratégica de las industrias y servicios básicos que permitirán, a su vez, ace- lerar la industrialización, tecnificar la agricultura y de es- te modo elevar Apidamente la productividad de nuestras economias. "

El ex presidente argentino reiteró y amplió estos con- ceptos en artículos periodísticos que publicó -después de su derrocamiento por un golpe de estado y, en memorandum que dirigió a Alberto Lleras Camargo en junio de 1965, con motivo de la realización del simposio Siglo XX en Li- ma, insistió que la Alianza fracasaría si sus recursos no se dedicaban a promover los cambios estructurales que con- virtieran a nuestros paises en naciones industriales mo- dernas y capaces de solventar un sostenido desarrollo so- cial y cultural.

La práctica de la Alianza, la exigüidad de los fondos

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asignados y su errdnea aplicaci6n han contribu3do a fm- arar un esfuerzo más y a propagar un escepticismo que eonspira contra las buenas relaciones de nuestros pueblos eon Estados Unidos, en lugar de favorecerlas.

Asimilado a la doctrina de la Alianza para el Progre- so corre otro concepto muy difundido en Estados Unidos, especialmente en los sectores más liberales: el concepto de que la ayuda norteamericana debe estar condicionada a un previo proceso de democratización y de reformas so- ciales vinculadas con la distribución ,equitativa del ingre- so. Se dice que el pueblo de Estados Unidos no debe coo- purar con las oligarquías y las tiranias criollas y que se debe exigir a los gobiernos la previa ejecución de planer de reforma agraria y del régimen impositivo. Generalmen- te se identifica la reforma agraria con la redistribución de la propiedad rural entre los campesinos sin tierra.

A pesar de que reconocemos la justeza de dichas criti- cas al privilegio y la corru@ción que imperan en algunos de nuestros paises, no podemos aceptar sus conclusiones. Es pura ilusión suponer que sea posible imponer desde afue- ra correctivos que sólo pueden surgir del proceso histórico y del desarrollo material de la sociedad. Así como los "pio- neros del progreso'' mez&lados con toda suerte de gangs- ters, politicastros y especuladores inmobiliarios, dominaron la escena norteamericana en la transición que preparó el surgimiento de la. gran sociedad industrial en Estados Uni- dos, nuestros sectores oligárquicos y nuestros políticos co- rrupto~ son resabios de la sociedad tradicional en crisis. Su poder se desvanece en la medida en que evoluciona y progresa la estructura socioeconómica. Sus enemigos son las plantas de energía, las fábricas, el empresariado indus- trial, los trabajadores urbanos, la inteligencia surgida de las universidades. Y todos estos correctivos dinámicos son, a su vez, fruto de la mUdernizwi6n de lis estructuras pro-

ductivas. No se derrota la mala polftica ni se remedia la injusticia distributiva con subjetividades y menos con im- posiciones exógenas. Son barridas por el progreso, por la acción depuradora de las fuerzas sociales internas desata- das por el desarrollo.

La democracia lealmente sentida y cumplida es tam- bién un proceso determinado por el progreso material de los pueblos. No Se cumple en la formalidad de la ley ni en en la estabilidad aparente de las instituciones. Es el resul- tado de la interacción de muchos factores sociales, cuya ri- queza, fluidez y capacidad reproductiva dependen .dc?l avan- ce de la comunidad hacia formas sociales superiores de pro- ducción y de cambio. Sentemos las bases de esta translor- mación y fortaleceremos ia democracia y la justicia social.

En-nuestros países hemos avanzado a través de peri- pecias políticas, revoluciones y golpes de eshado, tiranías, g~biernos seudodemocráticos y autbnticos regirnenes re- presentativos. Este proceso es impuro, contradictorio y muchas veces violento. Pero se incurre en mero formalis- mo cuando se lo juzga con las pautas ideales elaboradas por las culturas avanzadas. América latina atraviesa hoy la misma etapa de transición que recorrió el pueblo nor- teamericano en su momento formativo. Nuchos de los mo- vimientos revolucionarios que jalonan esta transición es- tán teñidos de violencia y de demagogia. Pero expresan una tendencia nacional transformadora y apoyada en ge-. nuinas bases populares: los campesinos, los trabajadores, los militares, la Iglesia, los empresarios de la incipiente in- dustria nativa. No hay que confundir estos movimientos populares con el trasplante intelectual, operado general- mente por minorias cultas, de ideologías y métodos impor- tados. Generalmente son estos brotes "guerrilleros", mi- núsculos y aislados del pueblo, los que provocan el recelo y la alarma en el exterior, Muchas veces actúan como r e

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vulsivo para desatar la reacción interna e internacional contra los legítimos movimientos nacionales, que son esen- cialmente movimientos unitarios de toda la comunidad.

Se equivocan los norteamericanos y los latinoame~icac nos carentes de experiencia histórica cuando toman el efecto por la causa y creen que nuestros pueblos alcanza- rán sus objetivos de desarrollo poniendo en penitencia a los malos políticos o condenando verbalmente las oligar- quías, las dictaduras y los golpes militares.

Todo lo que acabamos de señalar demuestra que no debemos computar seriamente las objeciones y recomenda- ciones de tipo ideológico y moral que encubren -en los sectores reaccionarios y en los sectores progresistas de Es- tados Unidos- el desconocimiento de la realidad mundial contemporánea o la negativa a asumir el papel que esa rea- lidad impone al pueblo y al gobierno norteamericanos.

Debemos reconocer que a esa confusión contribuyen muchos e importantes sectores seudo nacionalistas y seudo democráticos de nuestros propios países, igualmente en- frascados en la retórica perfeccionista, en el estéril enfren- tamiento ideológico que ignora el dinamismo y la turbu- lencia lógica de nuestros procesos nacíonales. Perdemos la visión de nuestro horizonte histórico cuando nos enfrenta- mos entre civilistas y militares, entre proletarios y capita- listas, entre demócratas y totalitarios, entre "nacionalistas" y "entreguistas", cuando debiéramos unirnos para cons- truir el patrimonio común, el Único del que podemos par- tir hacia el bienestar y la independencia: la idea nacional, el hecho nacional.

V - ~ e s a r r ~ ~ o regional versus iaitegracih naciond . Hemos definido nuestro concepto de la nación y su ubi-

cación en el mundo moderno Se trata ahora de saber si la

reaiización de ia nación se desenvuelve o se traba en aS cuadro de la integración regional.

La doctrina oficial norteamericana -secuiidada por buena parte de los gobieriios latinoamericanos- parece ser la que obtuvo consenso mayoritario en la reunión presiden- cial de Punta del Este, en abril de 1967. En términos ge- nerales se expresaría así:

La identidad histórica y cultural de los pueblos de América latina, reunidos en una geografís continua, los señala como especialmente aptos para constituir un gran espacio económico en el cual se complementarían y con- fundirían las economías nacionales en un paso previo pa- ra una ulterior unidad política más estrecha.

Esta unidad económica tendría la ventaja de utilizas más racionalmente los escasos recursos financieros del área y los que aporte la comunidad internacional para realizar una, integración que combine esfuerzos tendientes al de- sarrollo global de la región.

Dicha integración a nivel regional tendría este corola- rio: podría convenirse una división regional del trabajo en- tre las naciones miembros, repartiéndose entre ellas los rubros de producción conforme a pautas de economicidad y financiando proyectos multilaterales en sectores de la infraestructura de energía, comunicaciones y transportes.

Estados Unidos vería enormemente facilitada su tarea de cooperación financiera y técnica al concentrar la ayuda en la promoción de la comunidad en lugar de dispersarla en naciones individuales. Con menos fondos se obtendrían mejores resultados globales en la región.

El esquema se compadece perfectamente con la ten- dencia a la concentración, que es característica de la ma- croeconomía de los monopolios. No se descarta la posibi- lidad de que los monopolios norteamericanos radicados en nuestros países sean los que actúen como polos primarios .

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de este proceso de concentración y racionalización. De w- te modo, EDstaüos Unidos armonizarfa las necesidades de mecimiento de 18 zona con los objetivos de expansión de ciertos grupos financiero-industriales yanquis.

Es comprensible que la idea seduzca a los economistas puros. A los de Estados Unidos, por razones no solamente técnicas, sino -como queda dicho- por las de favorecer el interés de algunos de sus grupos monopalicos; a los de América latina, porque suponen que ésta es la forma m6s expedita y fácil de programar el desarrollo y obtener e in- vertir los recursos externos. En ellos estaría ausente, sin embargo, la consideración nacional, que se la reemplaza por la vocación ecuménica de la patria latinoamericana.

El movimiento ha alcanzado enorme despliegue teórico y trata de concretarse en la práctica, en algunos proyectos y tratados que vigorizarían las hasta ahora endebles estruc- turas de los mercados comunes latinoamericanos. E'ventuall mente, se acaricia la idea de un mercado común que incluye a Estados Unidos. El acta final de Punta del Este recornien- da la tesis de la integración regional y el presidente John- son la considera punto clave de su politica panamericana.

En cuanto a los proyectos multilaterales, constituyen ellos una moda diffcilmente justificable desde el punto de vista económico. Dar prioridad a los proyectos multina- cionales sobre los naciones es una actitud política y no económica. En el caso de América latina, la mayoría de los proyectos multinacianales existentes son obras muy costosas, casi farabnicas y de bien dudosa prioridad pa- ra los intereses concretos del desarrollo nacional. No es que en algunos casos no merezcan estudiarse y pro- moverse, pero lo que parece discutible es la preferen- cia acordada en principio. Si se tomara en serio dicha preferencia, la mayor parte de los recursos de organis- mos como el BID -sino su totalidad- quedarían afectados

- a tales programas. Además, dada la geografia de los pai- ses latinoamericanos, ellos muchas veces deben construir- ae en regiones remotas y casi inaccesibles, lo que a veces puede tener sus ventajas geopolíticas, pero sin que necesa- riamente tenga ello que ser asf.

La tesis de la complementación -división del trabajo en la región- se apoya en el criterio de economicidad. Se sostiene que es más económico instalar una planta de gran dimesión que sirva a los consumidores de varias naciones que empeñarse en duplicar las mismas plantas en escala nacional y con dimensiones más reducidas. También se es- grime el argumento de la dimensión del mercado.

El manido concepto de la economicidad se invoca ca- da vez que un país subdesarrollado erige y ampara sus in- dustrias locales. La objeción de economicidad so aplica ex- clusivamente a l a industria. No se repara que el sector más antieconómico de nuestras economías es el agrario. Produ- eimos carne, cereales y productos de la tierra en gelieral con tasas de productividad realmente primitivas. Mientras el agro norteamericano -análogamente el de las potencias europeas- pmdlrce 87,O kg. de maíz por hombre y por ho- ra, Ecuador produce 1,2 kg. En la Argentina, en las zona8 de praderas más ricas, todavía se cría menos de una vaca por hectárea. 4

No se ha propuesto jamás que los latinoamericanos de- jemos de producir granos para adquirir estos product~a más baratos, importando los grandes excedentes de Nor-

.

teamérica. En cambio, se argumenta que sería más eco- nómico que nuestros países se redujeran a seguir con sw producciones primarias e importaran acero, celulosa, pro- ductos químicos primarios e intermedios y manufacturar

4 Fuente: CEPAL. Boletin Económico de América Latina, Vol. VI, 2, 1961, 16Proáucti~idaü de Ia agricultura ecuatoriana".

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de los grandes centros industriales. Esta concepción colonialista de la economfa -ampara-

da en un supuesto teórico de econornicidad- se intenta trasladar ahora a las relaciones entre nuestras repúblicas. El "espacio" económico regional se dividirfa en diferentes "centros" o "polos" de produceión, conforme a la regia de la econoihicidad. Cada país o cada zorra produciría solamen- ite_aquellos productos que fueran más accesibles y más eco- nómicamente explotables. Habría zonas de producción agropecuaria y minera y "centros" de industria pesada y de manufacturas, todos ellos para proveer un solo mercado regional.

El continente quedarfa fragmentado en grandes regio- nes agromineras y centros industriales repartidos racie nalmente . No habría integraciones naciondes, sino una sola gran integración hernisférica .

Pero el progreso social estaría condicionado por esta división de la producción. En torno de los centros indus- triales se desarrollaría la civilización inherente a este nivel

1 productor: una clase obrera de alta capacidad adquisitiva, ciudades modernas, servicios, etc. El resto estaría consti- tuido por grandes lagunas campesinas y mineras, con los niveles de vida y de cultura propios de la producción pri- maria.

De este modo, los argentinos seriamos los grandes p r e veedores de alimentos, que producimos en abundancia en nuestra pampa húmeda, y renunciaríamos a explotar nues- tras reservas de petróleo, suficientes para atender nuestro consumo durante medio siglo, pues sería más económico importarlo de Venezuela. Nos abstendríamos de extraer nuestro petróleo y nuestro gas para alimentar nuestras pro- pias industrias petroquímicas, las más avanzadas en cual- quier economía moderna. Renunciaríamos a fabricar celu- losa y papel, a pesar de que nuestros árboles admiten cor-

tes mucho más tempranos que los del resto de América y de cualquier país del hemisferio norte; a pesar, también, de? que constituimos un mercado'extraordinariamente amplio para esta producción.

Al respecto cabe señalar que la Argentina es ya 3 b j ~ to de discriminación en este rubro, puesto que no ha logra- do que se le adjudique préstamo alguno de parte de los or- ganismos internacionales, a pesar de las circunstancias tk- nico-económicas apuntadas .

Adquiriríamos acero brasileño o norteamericano, ma- quinaria y vehículos de Brasil y México, celulosa y papel de Chile y Brasil y así sucesivamente. En última síntesis podría decirse que en este programa de integración regio- nal el papel de la Argentina debería limitarse a poner el mer- cado. El mismo problema en mayor o menor medida se plantearfa en las otras naciones hermanas. La división in- ternacional del trabajo sería replanteada en América en términos de una verdadera recolonización. Y esto en ple- na era de fortalecimiento de las nacionalidades y de difw- sibn sin precedentes de la técnica y de la automatización. En realidad, las naciones latinoamericanas que acabo de mencionar no serían las genuinas beneficiarias en este pro- ceso; ellas serfan apenas un pied-á-terre de los monopolias inbernacionales, ya que, como lo demuestra el curso del Mercado Común Europeo, la política tarifaria es la bre- cha por la cual penetran las grandes corporaciones econó- mico-financieras yanquis, accediendo al control de los prin- cipales rubros de la economfa europea.

Nuestra decidida oposición a esta integración regio- nal no se refiere, naturalmente, a la idea de la cooperación entre nuestras repúblicas, a las medidas comunes que pue- ,dan articularse para favorecer el intercambio entre ellas, ni a todo lo realizado y por realizarse en el marco de 108

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mercados comunes m cuanto mn diqwitiva que estima- . lan el comercio.

Nuestra objeción fundamental, como ya lo hemos se- ñalado en el capitulo sobre la nación, está referida a la idea de una integración latinoamericana o panamericana que sustituya el proceso previo e ineludible de la integración nacional y soberana de cada uno de nuestros pueblos.

Nada tiene que ver nuestra posición con el nacionalia- mo retórico. Al contrario, hemos denunciado reiteradamen- te este tipo caduco y vacío de nacionalismo formal, de iz- quierda o de derecha, que en la práctica traba y posterga el desarrollo independiente de nuestras naciones al que- rer aislarlas de la cooperación internacional a, titulo de combatir el "colonialismo" o el "imperialismo".

Consideramos indispensable esta cooperación externa para acelerar el ritmo del desarrollo nacional. El ahorro interno es insuficiente para financiar inversiones en los sectores básicos, que son lbs de mayor reproductividad pe- ro de enorme significación financiera y de larga amortiza- ción. La alternativa al aflujo de capital externo es el ah* rro forzado en lo interno, posibilidad que excluimos en ge- neral porque nuestras comunidades no están en condicio- nes de soportar tensiones de tal magnitud y porque serfa injusto reclamar este sacrificio del pueblo cuando se pue-

. de obtener el aporte complementario del capital interna- cional, público y privado. Este es el punto de mayor con- tradicción entre nuestra tesis y la de los nacionalistas for- males y sobre él volveremos más adelante.

Nosotros queremos la ayuda externa para impulsar dl desarrollo nacional, no para apuntalar una hipotética co- munidad regional que sería la suma de naciones desinte- gradas y débiles. Negamos que el desarrollo y la moderni- zación de América latina pueden venir por el camino de esta supuesta integración hemisférica . 81 renunciáramosr

a la condición naciond, esa comunidad diñtsa, por mucho que exhiba rasgos de progreso global, sería predio de otros, intereses que no son los de nuestros pueblos. La unión, en estas condiciones, no consolida nuestra autodetennina- dón sino que la anularía.

El ejemplo del Mercado Común Europeo, que suele traerse a colación para mostrar a nuestros paises un cami- no ya hecho, es inapropiado. Su hito inicial es la Comuni- dad del Carbón y del Acero, resultado de largas tratativas. Esta comunidad fue fruto de un acuerdo a nivel de gran- des monopolios, protegidos por estados nacionales plena- mente desarróllados. El M.C.E. es una comunidad de na- ciones desarrolladas, ninguna de las cuales ha renunciado a fomentar un solo renglón de su economía interna en beneficio de los otros socios.

Lo mismo ocurre con la comunidad económica de las naciones socialistas, el COlWECON. Originariamente fue una concepción soviética para racionalizar la ayuda a sus aliados de Europa Oriental y coordinar sus producciones. Pero las naciones pequeñas presionaron en el COMECON y desde las ciudadelas de sus propias estrategias nacionales para abolir todas las restricciones emanadas del esquema de complementación . Yugoslavia y Rumania marcaron la primera disidencia y actualmente se observa un comporta- miento análogo en las restantes naciones del sistema. Es- ta resistencia continúa en el presente y se considera que el porvenir del COMECON será el de un simple tratado dk comercio, que también actuará para incrementar sus in- tercambios con Occidente.

Este mundo socialista, al igual que las nuevas nacio- nalidades afroasiáticas que evalucionan bajo signo capita- lista unas y socialistas otras, considera el internacionalis- mo como fuente de cooperación y solidaridad para su de- sarrollo nacional independiente y nunca como sustituto de

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su propia afirmación nacional. Fracasaron todos los inten- tos de convertir el COMECON en un "espacio económico" supranacional y absorbente del desarrollo individual de estados miembros.

La economía mundial de las grandes potencias -capi- talistas y socialistas- tiende a romper los compartimien- tos estanccs y a crear un mercado Único. Pero este merca-

, do único será la suma de naciones plenamente integradas y soberanas, que luchan por emularse recíprocamente en materia de progreso y bienestar social y cultural de sus poblaciones. Ninguna acepta congelar el nivel de atraso de sus regiones agromineras en aras de una absurda com- plementación regional. Italia y España -las dos naciones predominantemente agrarias del sistema europeo occiden- tal- hacen extraordinarios avances en su proceso de in- dustrialización.

YH - El problema agrario.

En la tesis norteamericana -coincidente con la de la CEPAL- sobre el desarrollo de América latina, la llamada "cuestión agraria" desempeña un papel principalísimo. De pronto se ha generalizado un movimiento ideológico teni- do hasta ayer por revolucionario, a favor de la "reforma agraria". Ya no son los agitadores sociales quienes postu- lan y difunden el conocido lema de "la tierra para quien la trabaja"; ahora esto se ha convertido en una suerte de dogma aceptado por los teóricos de la integración latino- americana, como medio para emerger del subdesarrollo,

Sin embargo, no es verdad que el problema del atraso de América latina resida principalmente en la cuestión de la mala distribución de la tierra. E3 atraso se debe a la escasa producti~ida~d de la tierra y esto no depende de que la posean pocos o muchos individuas. Depende de la rela-

ei6n capital-hombre ocupado en esa zona de la produccibn, Fraccionar los latifundios no equivale a multiplicar la pro- ductividad; muchas veces equivale a disminuirla. Hacer propietario de la tierra a un peón sin capital ni medios para labrarla, no mejora su condición socio-económica ni beneficia a la comunidad. Regresar a la expIotación "fami- liar" del minifundio es regresar al Medioevo. Solamente la incorporación masiva de capital y de insumos tecnológicos convierte un agro atrasado en una economía rural alta- mente productiva y retributiva para los hombres -propie- tarios, arrendatarios o asalariados- que participan de la producción. En este aspecto, la agricultura se comporta como cualquier otro sector de la economía.

Mientras la Argentina dispone de un tractor por ca- da 202 hectáreas, Estados Unidos dispone de uno cada 42,T hectáreas. Estados Unidos consume 172 kilogramos de fer- tilizantes por cada hectárea cultivada; la Argentina con- sume 5 kilogramos. He aquí una muestra del origen real de la mayor producción y productividad. 5

La reforma agraria postulada en el marco de la inte- graci6n latinoamericana opera fundamentalmente bajo la presión de una sola preocupación: ubicar mano de obra de una población que crece a ritmo acelerado y no encuentra trabajo en la actividad industrial. El temor a la "presión demográfica" que asumirá caracteres de catástrofe social se registra en los textos de Myrdall, Rostow y otros econo- mistas, pero también en los de no pocos economistas y es- tadistas del sur del continente. Para aliviar esta presión, se postula un desarrollo a partir de la actividad agraria y minera, extendida a las industrias que utilizan sus produc-

5 <YBC%I, Argentina económica y financiera, 1966, pitgs. 115 y 116. Durante la iiltima d6cada aumentó la desproporción señalada, en-

do aikn m&s marcado el retroceso con relación a nuestro país.

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t o ~ como materia prima. Ocurre, sin embargo, que la W nificación es enemiga de la abundancia de mano de obra en el agro; ya que cuanto más capital se incorpora, tanto menos mano de obra se requiere y tanto más se eleva la productividad y la producción. Entre 1950 y 1966 la propor- ción de población r u r ~ l de didistintos pafses ha disminuido del 48 al 32% en la URSS, del 41 al 25% en Italia, del 27 al 17% en Francia, del 23 al 9% en Canadá y del 12 al 5% nada más, en los Estados Unidos.6 En este mismo período el promedio de rendimiento de los principales cultivos ha pasa60 en los Estados Unidos de 1.700 a 2.900 kilos por hectárea. 7

De lo que se trata es de integrar el agro, la rninerfa, y la industria en un solo aparato productivo, con capitales, con equipos y con materiales requeridos por el proceso mo- derno de la producción. Hace más por el ascenso del sec- tor agrario la disponibilidad de fondos y de máquinas e in- sumos qufrnicos, que sólo puede suministrar una eslructu- r s industrial, basada en la siderurgia, la energía y en lér petroquimica, que todos los planes de reparto de la tierra en una economía substancialrnente atrasada y deficitaria. De esto no es necesario hablar a los norteamericanos. Ello8 saben que ha sido la industria la que ha subvencionado, sostenido y modernizado su agro, al punto de borrar lis antigua3 diferencias abismales entre las condiciones iite producción de un novillo, un par de zapatos o un utensi- lio cualquiera. La única diferencia esta en la materia so-

8 FAO. AnuWon de Producci6n. Lo3 porcentajes indicados se refieren a la población ocupada es Btb

agricqltura, respe&o al total de población econ&mics activa. Los data más lrecitmks muestran una profundbci6n de la tendencia señalada.

7 En base a World Agricultura1 Statktics y Trade Statktic mpb, citados por Italcmsult, ~roductividad de la agricultm argentina, infor- me inédito.

bre la cual se aplica la tecnología, que es cada vez más uni- versal. De ahi que el margen de aleatoriedard en la agri- cultura --calidad natural del suelo, clima, régimen de llu- vias, etc.- se reduzca en la misma medida en que la mo! derna empresa rural avanza sobre las explotaciones tradi- cionales.

Por otra parte, la expxiencia nos enseña que el au- mento de la producción agropecuaria no sólo no coincide necesariamente con el aumento de propietarios, sino que suele ocurrir exactamente lo contrario. Así ha pasado en Estados Unidos y así ocurre en la Argentina, donde entre 1888 y 1937 el porcentaje de propietarios en las explotacio- nes rurales descendió del 80% al 40% . Ese descenso se correspondió con un aumento continuo del área sembrada y de la producción. Inversamente, el posterior incremento de la proporción de propietarios rurales, que en 1960 alcan- zó a un 50%, coincidió con producción y áreas sembradas decrecientes. 8

Finalmente, basta repasar la historia de lo ocurrido con los grandes movimientos de reforma agraria en nues- tro continente -incluyendo por supuesto el magnífico pro- ceso nacional mexicano- para corroborar este criterio ge- neral.

8 Argentina. Porcentaje propietarZos en las explotaciones agropecuarfas:

1888 77% 1895 61% 1914 51% 1937 38% 1947 37% 1952 40% 1960 50%

Fuente: Revista de economfa argentina, junio de 1943, phgina 274. Censos nacion&les argentinos. United Staks Department of Agriculture,

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VI1 - ~nfiación y desarrollo.

Así como la ksis de la reforma agraria es sostenida por los'teóricos del desarrollo basado en la producción pri- maria, los responsables de proporcionar recursos para los programas de integración regional recomiendan y exigen que se frene la inflación como condición indispensable pa- ra obtener ayuda y ubicarse en la plataforma del despegue económico . Una y otra formulación constituyen verdade- ros pesos muertos que contradicen el interés real de nues- tros pueblos.

Las naciones latinoamericanas, en general, están afec- tadas por procesos inflacionarios de distinto ritmo y carác-

1 ter, pero las mayores tasas de inflación no coinci&en nece- seriamente con períodos de estancamiento.

Desde una base 100 en 1955, los índices de inflación para la Argentina, Méjico y Brasil ascendieron a 1.437, 146 y 3.432, respectivamente, 'en 1965. Eintre tanto, el crecirnien- to económicu de los tres países siguió ritmos muy diferen- tes. Así, con base 100 en 1958, la producción industrial manufacturera en la Argentina aumentó a 120 en 1965, la de Méjico a 193 en 1966, y la de Brasil a 148 en 1962.9 - -

Agricultu~al Statistics. Citados por Giberti, Horacio, El desarrollo agrario argenttno, pagina 77. Productividad por 'hectárea en la región pampeana argentina

(indice base 1935/39 = 100) 1935/39 100 1940/44 114 1945/49 103 1950/54 93 1955/57 108

Fuente: CEPAL. El desarrollo económico en la Argentina, citado por GibeFti, Horacio, op. cit. phginia 71.

9 Fuente: United Nations, Monthly Bulletin of Statistics, octubre

1967 (.para Argentina Y México) ; United Nations, Statistical Yearbook, 1966, p&gin,a 156 (para Brasil).

No podrían darse cifras más contradictorias, por lo que de- bemos descartar toda posibiliaad de inferir de ellas una ley, o siquiera una tendencia. En efecto, Méjico creció sin inflación, Brasil lo hizo en medio de un fabuloso proceso inflacionario y la Argentin~ quedó casi estancada, can un ritmo intermedio de inflación. En los mismos años, Nica- ragua logró fortalecer su moneda hasta el punto de que su valor actual es mayor que el de hace una década. No po- dríamos deducir por ello que ese hermano país haya ini- ciado el despegue o se acerque a ese punto.

Igualmente, la acumulación de reservas de oro y divi- sas amme los caracteres de una justa deportiva. Solamen- te así se justifica la nerviosa expectativa con que se siguen las fluctuaciones de ltales tenencias en cada uno de nues- tras paises y la reverencia con que se saludan los saldo6 favorables de las balanzas comerciales, aunque ellos se pro- ducen en períodos muy cortos por cierto.

Por nuestra parte, no propiciamos la inflación como un recurso que debe aplicarse al proceso de desarrollo. Nuestra crítica a la ortodoxia monetarista consiste en ne- gar que las medidas de saneamiento financiero, que son siempre necesarias, sean condición suficiente para poner en marcha un proceso de desarrollo o que tengan que pre- cederlo.

En la base de los fenómenos monetarios están los fe- nómenos de la producción; tratar los primeros aisladamen- te de los segundos equivale a girar en el vacío.

El aumento de la circulación monetaria depende de tres factores, por lo menos: a ) el aumento de la produc- ción, que exige una mayor cantidad de circulación; b) la escasez y carestía de la producción que eleva los precios y por ende exige también mayor cantidad de medios de pa- go; C) la rapidez o lentitud lde la circulación.

De modo que es fácil deducir que los fenómenos mo-

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netarios corresponden siempre a los fenómenos de la pro- ducción. Y en tal condici6n deben ser tratados por la NO-

nomía política. Espontáneamente, la moneda no sigue el curso exacto de la producción; lo refleja tendencialmente.

En épocas de transformación revolucionaria y de cri- sis de estructuras como las que vivimos, la inflación -y no la estabilidad- es el signo mhs caracterbtico. La sufren economías altamente desarrolladas y la sufren economías subdesarrolladas como la nuestra. Han alcanzado la es- tabilidad economías desarrolladas como la de Francia, despubs de una serie de años de inflación; la mantu- vieron economías subdesarrolladas como las de Haití y Guatemala; estabilidad al nivel de la miseria. La in- flación en los paises subdesa.rrollados tiene una fuente principal y varias fuentes secundarias. La principal es el deterioro de los términos de intercambio, es decir, el défi- cit de la balanza comercipl, al que sigue el d6ficit en la ba- lanza de pagos. Se trata, pues, de un fenómeno de carác- ter estructural, y como tal debe ser tratado.

El remedio a esta inflación de fuente estructural no es la estabilidad monetaria, sino el desarrollo que transfor- me esa estructura. Estabilidad al nivel actual equivale al intento de estabilizar la actual estructura, lo que es, obje- tivamente, un contrasentido histórico.

De manera que la politica monetaria debe subordinar- se a la política económica, asl como el hecho financiero se subordina objetivamente al hecho económico.

En el curso de un desarrollo prioritario y acelerado, es necesario y posible ir introduciendo progresivamente suce- sivos reajustes monetarios hasta que producción y circu- lación monetaria se armonicen. Entonces, el valor de la moneda reflejar6 el grado de desarrollo de la riqueza social y no se medir& por la cantidad de pesos con que se adquie-

re un dólar, sino por la cantidad de productos que se ad- quieren con una cantidad determinada de pesos.

VI11 - Inversión - Acumulación.

Las condiciones objetivas del proceso económico por el que atravesamos no son susceptibles de corrección política. Para invertir la tendencia es menester aplicar soluciones económicas, las mismas que determinaron el progreso de las naciones adelantadas: la acumulación y las inversio- nes en los rubros reproductivos. Ahorro nacional y ahorro externo canalizados en la erección de la economía integra- da, a partir de la industria pesada.

Las cifras )del intercambio mundial demuestran que es cada vez menor la participación de las exportaciones de los países subdesarrollados en relación con el constante crecimiento de las que provienen de los paises industria- les. En 1953 las de los primeros representaban el 26,8% de las exportaciones mundiales; en 1965 esa participación había descendido al 19,5%. En el mismo periodo, en cam- bio, las naciones industriales incrementaron su significa- ción relativa de 63,2% a 68,9% del total mundial.10

Por otra parte, el índice de valor unitario de esas ex- portaciones con base 100 en 1958, fue en 1966 de 98 para

+ los países subdesarrollados y de 106 para las potencias in- dustriales. 11

Este abismo que se va profundizando progresivamen- te entre países desarrollados y países isubdesarrollados se advierte con m8a relieve cuando se compara la capacidad aüquisitiva de las productos de unos y otros. Asf, por ejem-

10 United Nations, Statfstical Yearbook, 1966, cuadro 151. Los datos ~mteriores a .la primera edición confirman la tendencia,

Pese a los accicientes coyun$urales (ver nota 2). 11 United N'ations, op. cit., cuadro 150.

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plo, para adquirir un tractor en Estados Unidos se nece- sitan, por cada H .P., 168 kilogramos de ganado vacuno en pie, en tanto que en la Argentina se requieren 500. De1 mismo modo, la incorporación de fertilizantes, por ejem- plo nitrogenados, representa en la Argentina 2.500 kilo- gramos de ganado vacuno por cada tonelada de nitrógeno, y sólo 520 kilogramos en Estados Unidos. 12

Los mismos profundos desniveles se comprueban en el ingreso red por habitante. El de la Argentina, que es uno de los más altos del continente, representaba en 1936 casi el 75% del norteamericano; en 1966 este porcentaje habla descendido a s61o el 12% . En 1964 el habitante de los Esltados Unidos gastaba el 18,5% de la renta disponible en alimentación; en la Argentina ese porcentaje era del 59% .1'3

C

Veamos en este mismo orden de disparidades, la ten- dencia de oro y divisas. En 1956 los paises industriales dis- ponían de 45.000 millones de dólares contra 11.100 de los países subdesarrollados. En 1965 las cifras fueron de 59.000 miliones para los primeros y solamente 10.700 millones para los segundos. 14

Las dos grandes pautas para medir el desarrollo de los pueblos son el consumo de energía y de acero por habi- tanik. El consumo de energia -en kilogramos de carb6n equivalente por habitante y por año- era de 4.895 kilo- gramos en los paises desarrollados y de 320 en los países atrasados. El consumo de acero era de 402 y 24 kilogramos respectivamente (año 1963) .15

12 Schaefer, W. y Kennet, D., Precios Agrícolas, informe inédito pre- parado para el BID.

Esta desproporción se ha wy.dkado bruscamente en los Últimos afios. 13 OIT, Anuarios Estadfsbicos. 14 unihd Nations, op. cit ., ouaid~o 186.

15 En base a United Nations, Sbatistical Yeaxbook, 1964.

Otro inciice elocuente es el deterioro de la relación de intercambio. Entre 1954 y 1965, la relación de precios en- tre productos primarios y productos manufacturados se redujo en 19%. 16 Raúl Prebisch alcula que, de mantener- se la actual tasa de crecimiento de nuestros países, el d6- ficit en el initercambio de los mismos alcanzará en 1970 a 20.000 millones de dólares anuales. El mismo economista predice que, de proseguir el actual ritmo de crecimiento demográfico y suponiendo que nuestras naciones alcanza- ran una tasa estable de desarrollo del 5% anual, los paí- ses menos subdesarrollados tardarían unos 80 años en al- canzar el ingreso medio por habitante de la Europa Occi- den'tal; los pafses más atrasados necesitarían 200 años.

Corresponde preguntarse si la prolongación de esta situación afecta solamente el destino de los pueblos sub- desarrollados. Podría responderse ingenuamente diciendo que si la relación entre el vasto mundo subdesarrollado y las potencias industriales se mantuvo inalterable durante siglos, nada justifica la prisa en rectificarla drásticamen- te; la evolución natural de la civilización produciría gra- dual y espontáneamente los cambios adecuados.

La tesis sería razonable, si el mundo de este fin de si- glo fuera el mismo que el mundo de fines del siglo pasado. Ya hemos visto los cambios cualitativos que distinguen a nuestro tiempo de todos los precedentes. Pero, desde el ángulo del interés de las naciones adelantadas, hay otra consideración, estrictamente pragmá*ica, que las obliga a repensar el problema y a abandonar toda complacencia.

El mundo subdesarrollado cumplió en el pasado una función que se integraba racional y prácticamente con la estructura global de la producción y del comercio interna-

16 En base r United Nations, Sbatistical Yearbook, 1966, cuadro 151. Véase nota 2.

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cionales. Las economías de la era del capitalismo clhsic@ operaban coherentemente sobre la base. de canjear manu- facturas por productos primarios. Las primeras encontra- ban mercado suficiente en sus propias fronteras y sólo se exportaba lo necesario para la subsistencia de lo pueblos que provefan los alimentos y las materias primas.

Este esquema ya no es suficiente. Las grandes poten- cias tienden a la autarqufa en materia de alimentos y en cuanto a las maiterias primas, con el progreso de la cien- cia y de la técnica se encaminan cada vez más a su susti- tución por productos sintéticos. Por otra parte, producen bienes en exceso de sus necesidades y no encuentran mer- cado para los productos de su alta técnica en las naciones subdesarrolladas. Con la creciente gravitación de los ex- cedentes de las economias socialistas, será imperativa la creación de demanda solvente y la conquista de nuevos mercados. Si examinarpos someramente la composición de las exportaciones en la actualidad, así como su distribu- ción en el mundo, advertimos fácilmente dos rasgos: en di- cho intercambio, la participación de las exportaciones de bienes industriales es infinitamente mayor que la partici- pación de bienes primarios; en cuanto a la circulación, se canalizan en su casi totalidad en los mercados de las na- ciones más desarrolladas.

El mundo subdesarrollado está doblemente excluido: como productor, porque sus exportaciones declinan y no hallan fácil colocación en paises que fueron sus clientes tradicionales; como consumidor, porque sus importaciones tropiezan con el tope de poder adquisitivo que se origina en su declinante capacidad exportadora.

De esto surge meridianamente la urgencia -que se acentuará en cuanto la producción de guerra deba recon- vertirse- de incorporar a dos tercios de la población del mundo al circuito de la economia de producción y consu-

mo en masa que es la de nuestra época y que nada tiene de común con' la economía industrial autosuficiente del si- glo pasado.

Crea.r mercado, multilateralizar el intercambio, expan- dir el consumo a niveles universales, significa elevar el po- der adquisitivo de los sectores hoy marginados del proce- so económico de abundancia.

La experiencia contemporánea demuestra que este po- der adquisitivo sólo lo tienen las naciones que producen bienes industriales. Los norteamericanos producen mBs automóviles que el resto del mundo; pero compran millo- nes de autos de fabricación europea. El proceso selectivo de la demanda y la creación de nuevos estimulos del con- sumo son caracteres exclusivos de las sociedades adelan- tadas. La economía mundial se acerca vertiginosamente a una era de forzosa expansión cuantitativa y cualitativa del consumo.

La experiencia de Estados Unidos como pafs exporta- fdor se refleja en el hecho de que en 1964 exportó por valor de 26.438 millones de dólares (incluidas reexportaciones), de los cuales participó Canadá con 4.898 millones, Europa occidental con 9.073 millones, América latina con 3.814 millones y otras áreas con 8.653 millones. Canadh y las naciones adelantadas de Europa occidental insumieron el 58% de las exportaciones norteamericanas. Las veinte re- públicas latinoamericanas representaron alred, cdor del 14% .17

Deberfa ,ser claro para los dirigentes norteamericanos que los mejores clientes de los productos de su economía

17 En bsue a U . S . Departament of Commerce, Statfstical Abstract of %he UnlM States, 1968.

PUede acotarse que en el Bño de b primera edici6n (1968) las expor- tmiones c~nadienses eran 4 veces mayores que 1% argentinas mientras que ahora su superioridad es del orden de 10 veces.

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son los países que producen bienes industriales similares a ioa suyos, y que son pobrs. ,clientAs los paises que tradicio- nalmente han producido carne y granas, petróleo, frutas y café.

Debería ser claro también para los dirigentes de los países subdesarrollados que SU política debe tomar en cuenta los elementos que les proporciona la actual coyuntu- ra mundial y que ya hemos enumerado quizá con excesiva reiteración.

No se aprovecha esta coyuntura cuando los países de economía liberal se aferran a fútiles ortodoxias moneta- ristas. O cuando los países de economfa socialista se en- cierran detrás de muros ideológicos de pura retórica mar- xista. Tal es el caso de Cuba, cuyos dirgientes económicos proclaman la vuelta al campo para incrementar las ex- portaciones de azúcar y tabaco y financiar por este medio el desarrollo, o el caso de China, que rechaza la coopera- ción soviética, trastorna'el proceso de la producción llevan- do a los trabajadores a la agitación ideológica de la "revo- lucion cultural" y recoge el siguiente resultado: la produc- ción de acero que era de 18 millones de toneladas en 1960, bajó en 1965 a 10 millones, la producción de energía disrni- nuyó de 58 millones de kilovatios a 33 millones. 18 O cuan- do ciertos elementos de izquierda en América latina sxal- tan las guerrillas y no interpretan el profundo significado histórico de la muerte-suicidio del Che Guevara, víctima de su soledad doctrinaria en un mundo inmune a las soli- citaciones de la violencia social como reemplazante de la lucha nacional masiva por el desarrollo.

Uno de los principales y más contundentes argumen- tos que se oponen a una política demasiado audaz de coo-

18 Fuente: Rinascika, octubre de 1967. Cuando China modificó su política de aislamiento y de agitación in-

terna cambió la tendencia consignada en el texto.

pwación internacional -objetivada, es claro, en una inten- sa corriente de inversiones- es que ella acarreara inrne- diatamente, primero un aumento del endeudamiento ex- terior de nuestros países, endeudamiento ya grave en la actualidad, y segundo, un mayor desequilibrio en la ba- lanza comercial por el aumento de las importaciones a que siempre dará lugar el desarrollo, e igual o mayor desequi- librio en la balanza de pagos.

Pero no se tiene en cuenta al formular este argumen- to -cuyo razonamiento es lógicamente exacto- que el proceso de endeudamiento crece a medida que se prolon- ga el estado de subdesarrollo desde que nuestras produccio- nes no alcanzan en general a. proveernos de los recursos necesarios para mantener el ritmo de las importaciones. Este es un estado de cosas inevitable en las condiciones del subdes~rrollo; es el endeudamiento endémico.

En cambio el otro, el que brota inevitablemente de un curso de desarrollo acelerado, y que tan graves repercusio- nes se supone que tendrá en el ejercicio comercial y de pa- gos, tiene ya otro sjgno y otro contenido. Una cosa es en- deudarse para importar petróleo, hierro, celuIosa, química, y otra cosa es endeudarse para adquirir las maquinarias con las cuales extraer petróleo, fabricar hierro, celulosa, productos químicos y maquinarias. Este endeudamiento indica un curso de desarrollo, el otro indica un estado de estancamiento en el subdesarrollo. La diferencia es cuali- tativamente abismá tica .

Estados Unidos ha perdido en los íiitimos veinte años 12.000 millones de dólares de sus reservas de oro, y el dé- ficit anual de su balanza de pagos totaliza 2.000 millones de dólares aproximadamente.10 Sin embargo, los últimos

19 Fuente: U.S. D-p. of C m e r c e , op. cit.

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años son los de un crecimiento extraordinario de eu *tivi- dad económica. No incursionamos en los factores funda- mentales del boom norteamericano; anotamos solamente el hecho de que se opera a pesar de ese drenaje de sus re-- servas de oro y con ese kremendo déficit que ya se ha he-. cho crónico. 20

Todo esto significa que la riqueza de una nación no se mide por su deuda sino por el grado de su desarrollo, y la deuda no se mide por su cantidad sino por su calidad.

Véase nuevamente el ejemplo de este pafs, Estados Unidos: una economía que ha soportado tal drenaje de oro y tal idéficit en su balanza de pagos, ha aumentado SUS ex- po~miones de 16.000 millones en 1958 a 26.000 millones en 1965, y ha aumentado sus importaciones de 14.000 mi- llones en 1958 a más de 21 .O00 millones en 1965 -21 Es de- cir, ha creado y ha absorbido una gigantesca riqueza.

Volviendo a nuestros paises, no debemos esperar que, dado un curso de desarmllo acelerado, este panorama de. nuestro intercambio exterior cambiará en lo que hace a su desequilibrio comercial y financiero. De ninguna ma- nera. Es una ley económica que, en tiempos de expansión económica, las importaciones tienden a crecer m&s rápido que la producción interna, de modo que el déficit podrá mantenerse y prolongarse por mucho tiempo. Pero habrá cambiado de esencia. Aumentarán las importaciones pero habrá mudado su calidad; el intercambio se desplazará a otro nivel, al nivel de la alta técnica, que es lo que inter- cambian fundamentalmente los países desarrollados.

20 Lo ocurrido con posterioridad a la primera edición, espwial- mente la apti%ud de Estados Unidos para unponer m criterios y su inte- rés al resto de los spa-Ises capitalistas en materia de ajustes monetarios prueba la afirmación del texto, en el sentido de que la variable determi- nante es !la oapacidad de su aparato productivo.

21 U.S. Dep. of. Commerce, op. cit.

IX - Prioridad: ;Agricultura, minería o industria pesada?

No están solos los teóricos del mundo capitalista en el a f h de mostrar que el desarrolo de nuestros paises recono- ce como punto de partid,a, ya la producción agropecuaria, ya la minera, ya ambas simultáneamente. El reputado pro- fesor marxista norteamericano, Paul Baran, sostiene la misma tesis en su libro "La economfa politica del creci- miento", donde dice:

"En numerosos países, como por ejemplo los produc- tores de petrbleo en el Medio Oriente o las regiones que producen minerales en Africa o en la América latina, el monto d d excedente económico que la revolución social co- loca en manos de la sociedad puede ser tan grande que aun cuando se use una parte de éste para el incremento inme- diato del consumo masivo, quedará bastante para que el gobierno pueda iniciar un ambicioso programa de inversio- nes productivas. En otras partes, alli donde el grueso de la producción (por consiguiente, del excedente econ6mico) , se obtiene de la agricultura, y éste ha sido absorbido des- pués de la revolución por los pequeños y medianos campe- sinos, la movilización de este excedente representa la con- dición indispensable para cualquier intento de desarrollo".

En el mismo error incurre el ministro Rodríguez, 'de Cuba, cuando dice que su país financiará el desarrollo in- dustrial sobre la base de incrementar la productividad del agro, o sea de los rubros tradicionales del azúcar y el ta- baco.

Como vemos, en esto, la izquierda coincide con las ideas de los economistas liberales de la derecha, quienes siguen aferrados al esquema de la división internacional del trabajo y sostienen que nuestros países alcanzarán gra- dualmente el estado industrial siempre que fortalezcan y

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expandan la estructura básica agrominera, única fuente genuina de recursos para el desarrollo.

Tal concepción implica negar la estructura del inter- cambio internacional en nuestros tiempos, que ya hemos analizado. Esta posición no reconoce la vigencia de la ley económica del deterioro de la relación de intercambio que, a su v a , está relacionado con otra ley económica: la del desarrollo asincrónico de las naciones en el marco de una economía mundial dominada por los monopolios.

Es en virtud de estas leyes y de e s t a circunstancias que no hay posibilidad de emerger del subdesarrollo a par- tir (de la estructura agrominera, aun cuando se trate de complementarla con la incorporación de industria liviana que derive de ella.

El deterioro de la relación de intercambio en perjuicio de las economías primarias es una tendencia universal irreversible, que obedece a las siguientes causas principales:

1) La tendencia natural que sustenta esa estructura y que consiste en que en la formación de los precios de los productos industriales intervienen factores de costo que determinan su alza, es decir los insumos tecnológicos y de mano de obra calificada, mientras se mantienen invaria- bles los factores que intervienen en el costo de 'los produc- tos primarios o se elevan muy lentamente.

2) La estructura monopólica de los precios mundia- les, que se traduce en la depresión constante de los precios de los productos primarios y el alza constante de los pre- cios de los productos industriales.

3) La tendencia al consumo creciente de la producción agropecuaria en el mercado int.erno, por aumento vegeta- tivo de la población y por aumento de la población urbana con mayor capacidad de compra. Esta ikndencia se refle- ja en la r2ducción de los saldos exportables.

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4) La ltendencia de los paises in~dustriales -compra- dores tradicionales de nuestra producción- al autoabaste- cimiento alimenticio y a la sustitución de materias primas naturales -caucho, madera, metales, fibras, cueros- por productos sintéticos originados en la revolución producida por la petroquimica.

Todos estos factores contribuyen a deprimir la posi- ción de las economías primarias y a producir una transfe- rencia irreprimible de recursos hacia los centros industria- les. Transferimos trabajo, capital y esfuerzos de nuestros pueblos hacia el mundo desarrollado. Cuanto mayor es el volumen de nuestras exportaciones, mayor es la magnitud de este traslado. Así se explica que nuestras reservas de oro y divisas se estanquen o retrocedan, mientras se acu- mulan rápidamente en las naciones industriales. Asi se explica que en el tercio desarrollado del mundo se produz- ca le1 90% de la energía y del acero, mientras en los dos ter- cios rezagados se distribuya el 10% restante.

Repetimos que esta tendencia es progresiva e irrever- sible y se acentúa en la medida en que nos empeñamos en exportar mayores volúmenes de productos de nuestros paí- ses, al revés de lo que sostienen los economistas comercia- listas. De ahí la inutilidad de mejorar esta posición me- diante apelaciones a la buena voluntad de los países de- sarrollados para con nuestras exportaciones. Todas las tentativas de los organismos mundiales de las Naciones Unidas o del sistema interamericano han fracasado.

El doctor Raúl Prebisch, fundador de la CEPAL, ha pro- puesto en uno de sus informes que las naciones desarrolladas transfieran a las nuestras parte de la "ganancia adicional" que obtienen al comprar barato nuestros productos y ven- dernos caros los suyas. Esta expresión de "ganancia adicio- nal" es solamente un eufemismo para referirse a la tenden- cia irreversible de deterioro dle la relación de intercambio. No

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podemos esperar que se renuncie graciosamente a esa "ga- nancia adicional" que está en la entraña de la estructura monopólica de los precios internacionales. Lo que debemos hacer es empeñarnos en modificar radicalmente nuestra posición de inferioridad en dicha relación. Para ello, no hay otro camino que convertirnos en naciones plenamente in- ;tegradas, plenamente industrializadas.

La tentativa de corregir esta tendencia mediante la industrialización circunscripta a la producción de bienes de consumo elaborados a partir de la materia prima de nuestros paises está condenada al fracaso. En realidad, en lugar de liberamos nos hace más dependientes. La tesis regionalista acepta este hecho cuando supone que seremos provistos de acero y productos petroquimicos por las gran- des potencias, a las que abasteceremos de alimentos y pro- ductos industriales baratos.

Algunos economistas latinoamericanos adhieren a es- te orden ,de prioridades (producción agropecuaria-industria liviana) aunque por razones teóricas distintas. Creen ellos que antes de avanzar a la industria de base hay que crear el mercado. Así justifica su política económica el peronis- mo, que gobernó a la Argentina entre 1946 y 1955 l l e v a d ese criterio hasta sus últimas consecuencias.

Fuera del principio y del hecho cierto de que es la pro- ducci6n la que crea el mercado, los límites de esa política están en la balanza comercial. Ella genera un creciente endeudamiento, agravado a medida que se profundiza la ejecución de esa política.

En cambio, todo endeudamiento destinado a instalar industrias básicas y por tanto multiplicadoras de riqueza dnerg ia , siderurgia, industria de maquinarias, celulosa, petroquírnica- por excesivo que parezca, comporta la fá- cil y rápida posibilidad de su solventación.

X - El desarrollo y la paz.

Retornamos ahora a la circunstancia mundial, para desentrfiar el sentido histórico del proceso en que re im- planta la relación entre el mundo desarrollado, o más es- pecificamente para nuestro caso Estados Unidos y el área subdesarrollada latinoamericana.

Tal como ya hemos visto, después de la segunda gue- rra mundial se hace presente y se agudiza la concentra- ción de la riqueza, de la ciencia y de la técnica en el polo de las naciones industriales y la correlativa pauperización de las naciones rezagadas. Justamente en esta coyuntura de máxima tensión y de creciente desigualdad, sucumbe la relación política colonial, eclosiona el movimiento de li- beración nacional, el antiguo poderío imperialista ya no puede dictar su ley a los pueblos de ultramar, y la presen- cia del rival socialista, poseedor de similar capacidad mi- litar, determina la quiebra de las antiguas aventuras ex- pansionistas y colonialistas. Se difunde universalmente un irreprimible sentimiento en favor de la, paz y en apoyo de los pueblos que luchan por su soberanía y autodetermina- ción. En las grandes potencias occidentales entran en co- lisión los intereses nutridos en la economía de guerra y aquellos otros que buscan su expansión en el consumo ci- vil y en la8 inversiones exteriores basadas en el principio del trato igualitario y en la aceptación de la reglas de jue- go internacionales. Mientras los primeros echan leña a la hoguera de los postreros enfrentamientos internacionales, los segundos reclaman la abolición de las barreras ideoló-

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gicas en el comercio con e1 mundo socialista. Grandes mo- nopolios de la industria metalúrgica, electrónica, química y del automotor compiten en todo el mundo por las adju- dicaciones de obras y la instalación de plantas en Rusia, Polonia, Rumania, Yugoslavia, etc . En naciones del grupo

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llamado "no comprometido'' como la India, Afganistán, Egipto, Angelia, Ghana, Nigeria y muchas otras, se reci- be isimultáneamente la cooperación financiera y técnica de potencias capitalistas y socialistas para las obras de desa- rrollo.

Be produce así el progresivo desgaste de los rígidos es- quemas ideológicos y políticos que tuvieron vigencia en la era de la expansión colonial y que se prolongaron hasta la época de la "guerra fría". Sucumben, inclusive, las estra- tegias nacidas en los albores de la era nuclear; la de "con- tención", de "represalia automática", de "respuesta flexi- ble", para dar paso, con vacilaciones y cautela, a la noción ecuménica de la coexistencia pacífica, que llega hasta con- cretos intentos de coparticipación en la conquista del espa- cia ultraterrestre.

No nos sentimos inclinados a imaginarnos ya un mun- do sin armas y sin ejércitos; el desideratum del desarme universal y total será proqucto de un proceso, no exento, como se está probando hoy, de accidentes graves que a ve- ces parecen comprometer todo lo alcanzado hasta ahora en materia de coexistencia pacífica.

Pero los gastos de guerra han adquirido tales dimen- siones en Estados Unidos y en la Unión Soviética que cual- quier paso que significara un alivio en la tensión internacio- nal liberaría sumas ingentes que se pondrfan casi espon- táneamente al servicio del desarrollo. Piénsese que los gas- tos militares de Estados Unidos se redujeron de 88,6 mil millones de dólares en 1944 a 13,3 mil millones en 1947, para ascender luego a 51,5 mil millones en 1953, a raíz del conflicto de Corea, y descender luego, al año siguiente, a 43 mil millones. 22

22 Shigetu Tsuru. ¿Ha cambiado el capitalismo?, en el sinposiurn internacional titulado: ¿Adónde va el capitalismo?, Ediciones de Occi- dente, Barcelona, 1964.

Para 1960, estos gastos del Estado para la defensa en Estados Unidos, constituían el 10,2 %. del gasto nacional bruto, suma superior a la formación bruta del capital pri- vado (6,8% ) . Lo cierto es que el presupuesto de defensa norteamericano para el año 1967 ha alcanzado la fabulosa suma de 70.000 millones de dólares. 23

Tal vez interese agregar que en 1947, cuando los gas- tos militares constituían solamente el 676 del producto na- cional bruto, las inversiones netas en el exterior llegaron casi al 4%, porcentaje jamás sobrepasado antes o después de la segunda guerra, al paso que en 1951, empeñado ya el conflicto de Corea, las inversiones en el exterior caen par debajo del 1 % del producto nacional bruto. 24 Véase allí la incidencia del problema en el conjunto 'de la economía y en la corriente de los capitales.

Por eso me atrevo a afirmar que una política de de- sarrollo económico será siempre una política de paz, de la misma manera que una política de paz en esta época de- semboca casi espontáneamente en una de desarrollo econó- mico. Naturalmente; el poder de decisión no está total- mente en nuestras manos; está, en gran parte, en manos de las dos grandes potencias que más acabadamente expre- san el poderío de ambos sistemas económicos.

Por ello, estimo que ningún problema debe desalojar nuestra atención del tema del desarrollo económico. Por- que a veces sucede que asuntos artificiales, creados o inven- t d o s o de una importancia real secundaria, desplazan de la atención de los círculos dirigentes y gobernantes de nuestra América el problema del subdesarrollo. Creo que no es necesario decir que nos estamos refiriendo al proble- ma planteado por Cuba y todas sus derivaciones.

23 Bhigetu Tsuru, op. cit. 24 Shigetu 'BUTU, op. cit.

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En este cuadro de hondo dinamismo y de creciente fluidez de las relaciones internacionales -perturbadas por episodios lamentados por la opinión un&nirne del mundo, como el de la guerra de Vietnam- se sitúa el problema cru- cial de la contradicción entre naciones ricas y naciones po- bres. En presencia de este hecho se plantea la opción en- tre persistir en la práctica de una politica cuya caducidad es manifiesta o iniciar una nueva e imaginativa política de cooperación internacional para resdver, sin dilaciones, la Última causa de tensión, fraccionamiento y encono que se opone a la tendencia universal de paz.

Tan flagrante es esta contradicción, que ha llegado a situarse en el centro de preocupación de la más antigua e influyente de las instituciones universales: la Iglesia Ca- tólica. En efecto, a partir del inolvidable apostolado de S .S. Juan XXIII, la Iglesia ha consagrado a este proble- ma sus más penetrantes pronunciamientos papales y la parte sustancial de las resoluciones politicas del Concilio Vaticano 11. Creemo- innecesario recordar aquf esos docu- mentos. Pero consideramos que es digno de señalarse el enfoque rigurosamente cientifico y realista de la nueva doctrina social de la Iglesia, tal como se la expone en las encíclicas matar et Magistra y Popuiorum Progressio y en las principales constituciones conciliares.

La Xglesia no se limita a pedir justicia para los pue- blos atrasados. Define con precisión la raíz económica e histórica del proceso de pauperización. Paulo VI, en Po- puloium Progressio, dice:

"Las naciones altamente industrializadas exportan so- bre todo productos elaborados, mientras que las econo- mías poco desarrolladas no tienen para vender más que productos agricolas y materias primas. Gracias al progre-

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so técnico, los primeros aumentan rápidamente de valor y encuentran mficiente mercado. Por el contrario, los pro- ductos primarios que provienen de los países subdesarro- llados, sufren amplias y bruscas variaciones de precio, muy lejos de esa plusvalía progresiva. De ahí provienen para las naciones poco industrializadas grandes dificultaides cuando han de contar con sus exportaciones para equili- brar su economía y realizar su plan de desarrollo. Los pue- blos pobres permanecen siempre pobres, y los ricos se ha- cen cada vez m&s ricos. "

"Es decir que la regla del libre cambio no puede seguir rigiendo ella sola las relaciones internacionales. Sus ven- tajas son ciertamente evidentes cuando las partes no se en- cuentran en condiciones demasiado desiguales de potencia económica: es un estimulo del progreso y recompensa el esfuerzo. Por eso los paises industrialmente desarrollados ven en ello una ley de justicia. Pero ya no es lo mismo cuando las condiciones son demasiado desiguales de país a pais: los precios que se forman "libremente" en el merca- do pueden llevar consigo resultados no equitativos. Es por consiguiente el principio fundamental del liberalismo co- mo regla de los intercambios comerciales, el que está aquf .

en litigio. " No puede ser más clara la posición de la Iglesia. La

definición del subdesarrollo coincide con la más rigurosa caracterización científica.

La causa del empobrecimiento está en el deterioro de la relación de intercambio y en la incapacidad de las na- ciones de producción primaria de financiar su desarrollo con el producto de sus exportaciones. De esta premisa, los documentos de la Iglesia sacan la única conclusión lógi- ca: las naciones ricas deben cooperar rápidamente para acelerar el proceso de industrialización integral de las na- naciones pobres.

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XI - Conclusiones

1 . El desarrollo pleno de las economías nacionales y el rechazo de cualquier esquema que contradiga este obje- tivo se basa en la noción científica de que la nación es el resultado de un proceso histórico múltiple, dentro del cual el desarrollo de las fuerzas productivas constituye el fun- damento material.

La nación no es para nosotros un concepto retórico. Es el ámbito histórico y cultural capaz de nutrir el ascen- so material y espiritual de los hombres. La nación no es una factoría. Podríamos convertir a América latina en un admirable ejemplo de racionalización empresaria, con sus magníficos "polos" zonales de crecimiento. Pero este "es- pacio económico" no sería una nación, sino una factoría. Las naciones que aceptaran el esquema serían los socios pobres de esa factoría, pero dejarían de ser naciones.

Queremos desenvolver en cada una de nuestras nacio- nes, lo antes posible y en el mayor grado de integración, todas las fuerzas de la sociedad moderna. Levantar chi- meneas en nuestros desiertos y praderas significa prop* gar en todo el territorio nacional los bienes materiales y culturales que crea la civilización industrial. Significa dar empleo a nuestros obreros en trabajos que reditúen sala- rios cada vez más altos. Significa impedir la concentración y la promiscuidad de la población campesina que se ve obligadá a emigrar a unas pocas ciudades. Significa agre- gar salario nacional a nuestra producción en lugar de pa- gar salario a quienes producen en el extranjero el produc- to que importamos. Significa sustituir importaciones y li- berarnos de los estrangulamientos crecientes de la balan- za de pagos. Significa elevar la capitalización interna, pa- ra crear excedentes que aplicaremos a la prestación de ser- vicios sociales de eanidad y educación, sin necesidad de de- ,

pender de la dádiva internacional. Significa fortalecer nuestra soberania política y nuestra autodeterminación nacional. Significa liquidar los resabios del caudillismo oli- gárquico. Significa vigorizar el Estado nacional como ins- trumento político de soberanía. Significa dar educación, cultura y horizontes de progreso a nuestra juventud y evi- tar que emigre a los centros adelantados de l3uropa y Nor- teamérica.

2. El intercambio de América latina, entre sus nacio- nes y con el resto del mundo, se mantiene en los bajos ni- veles propios del comercio de materias primas y alimen- tos y escasas manufacturas. Ya hemos visto la tendencia decreciente de la participación de los países subdesarrolla- dos en el comercio internacional, así como la participa- ción reducida de América latina en el comercio exterior de Estados Unidos. El intercambio mundial se concentra hoy en los bienes industriales.

Aspiramos a que la comunidad latinoamericana se ex- panda a través de la industrialización intensiva de cada una de sus repúblicas, para que pueda incrementar su aporte al comercio mundial y sus 230 millones de habitan- tes -que a fin de siglo serán el doble- integren un fosmi- dable mercado de gran poder adquisitivo.

Nada ganan los verdaderos intereses permanenbes y a largo plazo de la economía estadounidense con estimular una integración latinoamericana que se basa en el conge- larniento del subdesarrollo. Tampoco ganan con proponer que esta integración se haga con inclusión de Estados Uni- dos, pues al menos advertido no puede escapar la conside- ración de que concertar franquicias arancelarias entre, nuestros países y Estados Unidos sólo favorecería la absor- ción de nuestras economías por los monopolios nosteame- ricanos, ya que es utópico pensar que Estados Unidos acor- daría graciosamente exenciones arancelarias a nuestros

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productos sin reclamar reciprocidad. No lo ha hecho en las negociaciones de la rueda Kennedy.

3. has relaciones de Eistados Unidos con América lati- na atraviesan una época de extrema confusión. Del lado norteamericano se mezclan los intereses neocolonialistas, que están en retirada en todo el mundo, con 1w quimeras librrales que oscilan entre los "integracionistas" a toda costa y los "puritanos" que condicionan la cooperación de su país con nuestro desarrollo a la "reforma" de nuestras instituciones, de nuestras prácticas políticas y de nuestras decisiones soberanas de defensa. América latina cumplirá el proceso natural de modernización social y política en la medida en que se vayan transformando las estructuras socio-económicas nacionales atrasadas, del mismo modo ,que se operó la depuración de la civilización norteameri- cana.

4. La revolución científica y tecnológica, la emanci- pación del mundo colonial y la competencia de un vasto sistema socialista, imponen al mundo de nuestros días ca- racteres ineditos en la historia. En la imposibilidad de de- satar una guerra de exterminio, la rivalidad se traslada al campo económico. El sector capitalista y el sector socia- lista rivalizarán en la cooperación con los países subdesa- rrollados para integrarlos en el circuito de la producción y de cambio del mundo de la abundancia.

5. La única gran contradicción que traba el proceso hacia la paz, la coexistencia y la unidad del mundo, es la que separa los países ricos de los países pobres. El abis- mo entre ellos se ensancha en lugar de estrecharse. Para liquidar este resabio, es indispensable la cooperación de tor de los pueblos subdesarrollados. Durante un tiempo se las grandes potencias para el desarrollo de los pueblos re- zagados. No se trata de un deber humanitario, sino de la conveniencia de las propias naciones industriales, imperio-

samente obligadas a crear demanda solvente para sus cre- cientes excedentes de producción. ,

6. Estos cambios cualitativos de la historia exigen de los estadistas y de las clases dirigentes un máximo esfuer- zo de imaginación para superar prejuicios y falsos esque- mas ideológicos y económicos. Esto es verdad tanto para los dirigentes del sector desarrollado cuanto para los di- rigentes del sector subdesarrollado.

7. No hay otra solución valedera que la cooperación para el desarrollo nacional de los pueblos sub desarrollad^. Nuestra época es una de enorme riqueza y expansión de las relaciones pacíficas entre todas las naciones, pero par- tiendo del reconocimiento y vigorizaci6n de la condición - nacional.

8. Se confunde y distorsiona la responsabilidad de las grandes potencias en la promoción del desarrollo mun- dial cuando se proponen esquemas de integración regional sustitutivos del desarrollo independiente de las naciones. La "integración" latinoamericana que se proyecta sobre la base de resucitar la división internacional del trabajo en la región es un plan neocolonialista, que sólo favorece tran- sitoriamente los intereses del monopolio internacional y perjudica el progreso de América latina y los propios in- tereses bien entendidos de los empresarios, productores y pueblo norteamericanos.

9. El desarrollo pleno e integral de las naciones lati- noamericanas es un objetivo irrenunciable de nuestros pue- blos y la Única garantía de bienestar y justicia distdbuti- va para ellos. Solamente la expansión de las fuerzas pro- ductivas, tanto en la ciudad como en el campo -donde es estéril al efecto el fraccionamiento de la tierra-, asegu- rará la afirmación de la nacionalidad, el progreso hornoK géneo de.cada pueblo y el ascenso cuali-cuantitativo de in- tercambios zonales y mundiales. La integración al nivel del ,

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subdesarrollo es una falacia y un obstáculo al progreso de América latina y del mundo en su conjunto.

10. Los dirigentes latinoamericanos son responsables de gran parte cle estas distorsiones. Es urgente concertar una política común frente al mundo desarrollado. Las po- líticas ejecutadas hasta hoy no son adecuadas ni realistas. Es utópico reclamar la indefensión de los productores nor- teamericanos y europeos para que entren libremente nues- tros productos en sus mercados. La economía no conoce reglas extrañas a sus procesos. Se vende y se compra en la medida en que se producen bienes para vender al menor costo y en la medida en que existe creciente capacidad de consumo y de compra. Solamente la industrialización del mundo subdesarrollado aumentará la capacidad de pro- ducir, de vender y comprar, como 10 revela la uniforme experiencia histórica mundial. Igualmente oblícua y en- gañosa es la política de ld integración y complementación de economías atrasadas que proponen los dirigentes latino- americanos partidarios de concentrar los esfuerzos de nuestros pueblos en esta dirección. De buena fe, colabo- ran con los intereses del monopolio internacional y actúan en contra de la autodeterminación y el bienestar de sus pueblos.

11. La cooperación financiera y técnica de las nacio- nes desarrolladas para acelerar el "despegue" del sector subtiesarrollado debe ser estimulada -en los países expor- tpdores de capital y en los países receptores- con medi- das fiscales, desgravaciones, garantías recíprocas, exencio- nes impositivas y toda otra medida de fomento de los prés- tamos e inversiones directas, públicas y privadas.

SEGUNDA PARTE

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LOS ESSTADOB UNIDOS Y LA INTEGRACION

DE AMERICA LATINA *

1 - Introducción.

El tema lleva implícita una definición política, cual es la aceptación de la integración de América latina como proyecto .

La integración es una tendencia universal y objetiva, del mismo modo que fue una realidad objetiva el aisla- miento en la Edad Media. Responde a la concepción del mundo uno, en las condiciones actuales de extraordinario desarrollo de la ciencia, la técnica, las comunicaciones y la información y de la proscripción de la guerra en escala mundial.

No obstante, sostenemos que la integración de Amé- rica latina -con el alcance amplisimo y orgánico que tie- ne el esquema regional que se propone -debe estar prece- dida por la integración y el desarrollo de cada una de nues- tras naciones. Afirmamos que es previa la consolidación de la nación y del Estado nacional, porque solamente en el marco de naciones fuertes, plenamente integradas y so- beranas pueden desenvolverse las bases socio-económicas de la activa participación de América latina en los inter- cambios internacionales y en el fortalecimiento de una gran comunidad mundial pacifica y en constante expan- sión.

Objetamos el proyecto de forzar la integración regio- nal al nivel del subdesarrollo y desintegración social de las

* Exposicibn oral de la tesis contenida en el trabajo presentado al Seminario de Arica, Chile, organizado BOr el Instituto de Esúudios Inter- nacionales de la Universidad Nacional de Chile y el Centre d'Etudes de Poliitique IZtrangére, de Parfs. La presente es una versih de la inter- vención de Frigerio en la sesi6n del 2 de febrero de 1968.'

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naciones que formarían parte de esta comunidad. El "es- pacio" económico político que resultaría de la suma de uni- dades atrasadas y no integradas sería dominado por "po- los" de crecimiento regional que serían puntos de pene- tración y fijación de intereses monopolistas internaciona- les, extraños y hostiles al desenvolvimiento individual de nuestras naciones y opuestos al ejercicio de nuestras sobe- raní~as y a nuestra autodeterminación nacional.

Esta es nuestra tesis, que desarrollaremos en seguida. Asignamos importancia vital a esta discusión, en vista del general consenso que ha logrado Últimamente la tesis in- tegracionista como substituto de la lucha nacional de nues- tras pueblos por su crecimiento económico-social y su au- todeterminación política. Somos irreductibles en esta po- sición porque creemos que la elección que hagan los diri- gentes de las repúblicas latinoamericanas señalará la di- ferencia entre un porvenir de grandeza y liberación y uno de medianía y sujeción. Está en juego el proyecto nacio- nal -que consideramos irrenunciable- en oposición a l proyecto regional, que significa renunciar al primero.

2 - La coyuntura mundial.

La última gran contradicción del mundo moderno es la que divide la humanidad en dos partes: el sector de las naciones industriales, plenamente desarrolladas, y el sec- tor de los pueblos subdesarrollados. Durante un tiempo se habló de un "tercer mundo", pero ésta era una definición política insertada en el ambiente de la "guerra fría".

Actualmente no puede hablarse sino de dos mundos: el de las naciones desarrolladas del sector capitalista y del sector socialista, y el de los países subdesarrollados, de eco- nomía capitalista unos y de economía socialista otros.

En la perspectiva de la coexistencia pacifica, que viene a reemplazar a la hipótesis de la irreductible enemistad en-

tre Oriente y Occidente, se esfuma la noción del "tercer mundo''. La hipótesis de trabajo que se plantea en 1968 se refiere a los esfuerzos y medidas que son menester para que las naciones atrasadas (capitalistas y socialistas) se integren a la sociedad mundial de las naciones adelanta- das (capitalistas y sdcialistas) . El problema que debe re- solver urgentemente la humanidad es el de cuándo y cómo se efectuará dicha ascensión del sector sumergido a los niveles cada día más altos de que goza el tercio desarolla- do del mundo.

En una economía mundial presidida por la técnica, la cibernética y la automatización, el mundo subdesarrollado no puede emerger de su condición si mantiene sus estruc- turas de producción primaria. La economía mundial -en su casi totalidad- produce y cambia bienes indus- triales. Inclusive aquellos bienes que antes eran produc- to natural y casi espontáneo de la tierra, ahora son pro- ducto de la capitalización, la mecanización y la tecnifica- ción del agro y de la minería o se fabrican artificialmente en los laboratorios de la petroquímica y de la genética. Por consiguiente, la única manera que tienen los pueblos atrasados de incorporarse a la economía rnundid es ace- lerando su propia industrialización, en la forma en que lo hicieron las grandes potencias, esto es, sobre la base de la industria pesada y de la infraestructura de energía, trans- portes y comunicaciones.

Las cifras del comercio internacional demuestran, en progresión creciente, la participación abrumadora que tie- nen en dicho tráfico las exportaciones de las naciones in- dustriales y la correlativa disminución relativa de las ex- portaciones de los países subdesarrollados. El hecho, tam- bi6n progresivo, de que los mercados de la región adelan- tada se autoabastecen de materias primas y alimentos pro- ducidos en su propia esfera, torna inexorable la tendencia

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que acabamos de apuntar. A plazo no muy largo, nuestros países se quedarán substancialmente ,desalo jados de sus mercados tradicionales y deberán buscar nuevos mercados.

Consecuencia de esta tendencia es que la fuente de financiación del desarrollo industrial de nuestros países ya no puede ser la que surge del comercio exterior de nuestros productos. No solamente por su disminución relativa en la masa de las exportaciones mundiales, sino porque la re- lación de precios entre lo que exportamos y lo que impor- tamos es crecientemente desfavorable para nuestras ba- lanzas comerciales. El deterioro de la relación de inter- cambio ha sido abundantemente computado en las esta- dísticas de la ONU y de su organismo regional, la CEPAL.

Es anticientifica la aspiración de corregir esta tenden- cia apelando a la buena voluntad de las potencias indus- triales para que concedan franquicias y subsidios a nues- tras exportaciones en de~medro de las ventas de sus pro- pios productores. Jamás las leyes económicas del merca-

1 do han sido derogadas por razones políticas o humanita- i , rias. Ni siquiera la Unión Soviética comercia con las na-

1 ciones socialistas en otros términos que no sean los pura-

1 mente económicos, a pesar de las especiales razones poli- I ticas (del llamado "cerco capitalista") que podrían haber- I I la impulsado a otorgar privilegios a sus aliadas.

1 En cambio, podemos apelar a la cooperación de las

l grandes potencias para que financien nuestro desarrollo.

11 en todas las formas clásicas de la economía: préstamos, in- versiones directas y reinversiones. No necesitamos invocar razones políticas ni humanitarias. Les ofrecemos ganan- cias para sus inversiones y la creación de demanda sol- vente para sus exportaciones. Las ofrecemos expandir el mercado mundial para sus excedentes de producción y de capital. Lo hacemos dentro de la más pura ortodoxia eco- n6mica: la solvencia de un mercado depende de su exis-

tencia como tal, que sólo surge a impulsos de la industria- lizadón, de la üiversificación de la producción del pais comprador, dd ascenso de la capacidad adquisitiva de sus empresarios y de sus poblaciones. Estados Unidos tiene en Canadá, país desarrollado, más mercado que en toda Amé- rica latina en con junto.

Así como no existe posibilidad alguna de convencer ti las grandes potencias de que renuncien a la protección que están obligadas a dar a sus agricultores y mineros pa- ra abrir en cambio las puertas a nuestras exportaciones, existe sin embargo la posibilidad de obtener de ellas prés- tamos e inversiones para financiar nuestro desarrollo in- dustrial.

Naturalmente, este vuelco no se producirá espontá- neamente, al menos por ahora. Nuestros pueblos deben adoptar al respecto toda una estrategia que, inclusive, pue- de y debe concertarse colectivamente. Esta estrategia con- siste en considerar concretamente, específicamente, la es- tructura de poder en Estados Unidos y en las naciones eu- ropeas. Debemos partir del hecho de que en las grandes potencias existe una contradicción entre los intereses mo- nopolistas que lucran con el armamentismo y con el man- tenimiento de las tensiones internacionales y los intereses que promueven la distensión bélica porque les conviene abrir nuevos mercados, inclusive en las naciones socialis- tas, para su producción civil. Con motivo ,de la guerra de Vietnam, esta discrepancia es visible en Estados Unidos en la distinta actitud de intereses y grupos de presión en eI Congreso y en los medios informativos. Unos reclaman

. la intensificación de la guerra, otros piden se negocie con el enemigo.

En la coyuntura mundial, que enfrenta a diversos in- tereses y que ampara -por el hecho del equilibrio atómi- co y de la competencia pacifica entre Oriente y Occiden-

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te- la autodetemíinac'ión de los pueblos (no hay ya im- punidad de uno y otro bando para avasallar a los peque- ños países) depende de nuestra estrategia, en gran medi- da, la obtención de los recursos que necesitamos para ace- lerar nuestro "despegue" económico.

Debemos comenzar por purgarnos nosotros mismos

del infantilismo nacionalista de derecha y de izquierda, que abomina de la cooperación financiera de las grandes potencias con argumentos trasnochados del "anti imperia- lismo" siglo XIX. El capital externo que obtenemos para edificar nuestra infraestructura y para levantas plantas energéticas, siderúrgicas y petroquímicas, nos ayuda a li- berarnos del estrangulamiento externo de nuestras econo- mías primarias y del deterioro de la relación de intercam- bio. A la inversa, el capital que podemos obtener para me- jorar las estructuras agromineras o para financiar las ope- raciones de una integración regional al nivel del atraso, es un capital neocolonialista y antinacional. No es el origen del capital el que importa, sino su aplicación. Si el Estado nacional y la comunidad nacional son suficientemente fuer- tes y conscientes para determinar un programa de priori- dades y para planificar sobre este programa el desarrollo independiente de la economia, el aporte externo será asi- milado en beneficio de la comunidad. De ahí la enorme importancia que asignamos a la consolidación de esta con- ciencia nacional y de los instrumentos políticos nacionales que la preserven y la defiendan. Reputamos fútil en esta reunión de hombres de gran experiencia, recordar en de- talle el papel liberador de la cooperación internacional en naciones como la India, Egipto, Argelia, Ghana, Pakistán y los países socinlistas de Europa, comenzando por la URSS que contrata la instalación de plantas modernas con Fran- cia, Italia, Gran Bretaña y Japón, para acelerar su produc- ción de bienes de alta técnica y de consumo calificado.

Tanto la izquierda como la extrema derecha naciona- Hsta, en nuestros países se oponen a los préstamos de or- ganismos internacionales como el F.M.I., el Banco Mundial o el B.I.D., así como a las inversiones directas, lo que slgni- fica desconocer que estos fondos disponibles han sido acu- mulados por las grandes potencias a través del secular pro- ceso de la explotación de los países primarios. Negarse al reintegro de este "beneficio adicional" según el eufemismo

- --.-- emplea'do por Raúl Prebisch, equivale a rep:tir y justificar el despojo.

Necesitamos esta cooperación internacional, no sola- mente para integrar verticalmente nuestros procesos pro- ductivos, sino para difundir horizontalmente, a lo largo de todos nuestros territorios nacionales, los beneficios mate- riales y culturales de la civilización industrial. Compete otra vez al Estado nacional la determinación de esta lo- calización geográfica de las obras de desarrollo, de modo de asegurar el ascenso homogéneo de las regiones y pro- vincias y erradicar los conos de miseria y aislamiento que existen en todos nuestros países. Este es otro cometido na- cional, que no se satisface en ningún esquema regionalista y que, por e1 contrario, se niega o se soslaya en tales es- quemas. Es la programación nacional del desarrollo de las fuerzas productivas, opuesto al planeamiento monopolista de la integración regional.

3 - Nación y región.

El mundo de nuestros días, en cuyo marco debemos situar a la nación, asiste a las crisis definitiva de las viejas

, , relaciones internacionales y a la aparición de otras nuevas, con nuevos caracteres, con distintos protagonistas.

Este mundo evoluciona en medio de tres grandes acon- tecimientos:

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a ) la descoIonizaciÓn de dos continentes, Asia y Africa;

b) la consolidación de un sistema socialista de esca- la mundial;

c ) la revolución científica y tecnológica. Estos hechos históricos cambian cualitativamente la

relación de fuerzas mundiales, ponen una valla a la agre- sión contra la independencia de las nuevas nacionalidades y las de las naciones pequeñas como las de América latina y crean las condiciones de la competencia pacífica y de la evolución hacia la unidad de la sociedad universal para el goce de una civilización de abundancia y de bienestar so- cial.

Aparentemente, estas tendencias unificadoras se con- tradicen con la vigencia de la nación, como unidad indes- tructible. En efecto, parecería incompatible con dichas tendencias el empeño eh subordinar la integración regio- nal a la previa integración nacional de cada uno de nues- tros pueblos. La contradicción es, sin embargo, meramen- te formal. Sostenemos que la afirmación de las nacionali- dades no solamente no se opone al fortalecimiento de la comunidad universal sino que es el Único punto de arran- que que puede dar contenido y vigor a este proceso unifi- cador.

Para nosotros, la nación es una categoria que abarca, integra y armoniza en su universalidad a todas las regio- nes del país y a todos sus grupos sociales, actividades eco- nómicas y corrientes ideológicas y políticas. El Estado na- cional es la estructura jurídico-política que preside y pre- serva esta unidad nacional.

Frente a la existencia y desarrollo de la nación, se ope- ra otro fenómeno que también es rasgo fundamental de nuestro tiempo, aunque tiene antigua raíz. Es el fenóme- no de la concentración y centralización de la economía,

tanto del sector capitalista como del sector socialista. ¿QUE! posición ocupan en este cuadro las naciones sub-

,desarroliadas y sus respectivos estados nacionales? La historia reciente nos enseña que, sean ellas capi-

talistas o socialistas, resisten la presión que se origina en el referido proceso de concentración externa.

U proceso objetivo de la concentración es una eta- pa inherente al progreso técnico y a la expansión de las fuerzas productivas. Tiene todas las ventajas de la econo- micidad y de la racionalización . Podríamos concluir erró- neamente que la tesis nacionalista es una rémora, un obs- táculo, en el curso de este proceso racional, puesto que se negaria a recibir sus innegables beneficios. Pero ocurre que a la nación no la inventamos nosotros. Existe, cons- tituye un hecho politico-social, una realidad con vida pro- pia e intransferible, como lo es la familia y no lo es actual- mente el clan, o la tribu. Es un fenómeno histórico que sa- tisface necesidades y anhelos tan objetivos e incontenibles como los que abonan la concentración económica en los grandes centros. La actitud que debemos adoptar frente a esta contradicción de dos hechos igualmente necesarios consiste, primero, en reconocer el conflicto y luego consi- derar los factores que hacen perfectamente posible su su- peración. Lo irracional y empírico es alegar, sin funda- mento alguno, la caducidad del fenómeno nacional cuan- do la experiencia demuestra exactamente lo contrario.

En efecto, tanto en el mundo capitalista como en el mundo socialista, los grupos de poder de las potencias do- minantes tienden uniformemente a ccracionalizar" sobre la base de imponer sus intereses a los intereses del desarrollo nacional independiente de los países de su esfera. El evi- dente desnivel de fuerzas indicaría, estáticamente, la im- posibilidad de estos dltimos de resistir la absorción de los grandes centros. Sin embargo, resisten, porque la conse-

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cuencia de tal predominio es la de perpetuar el atraso de los pdíses aubdesarrollados y ahondar el foso que los sepa- ra del mundo adelantado. Esta resistencia es posible hoy -liquidado el colonialismo y en presencia del equilibrio militar-atómico- en la coyuntura de la coexistencia pací- fica. Ninguna gran potencia puede comportarse con la impunidad del viejo imperialismo siglo XIX .

Esta resistencia nacional a las presiones externas es notoria en todo el mundo, inclusive en las formaciones re- gionales de posguerra, el M.C.E. el COMECON y la ALALC. Ni siquiera la conformación ideológica monolitica del blo- que socialista fue capaz de abatir los proyectos nacionales de los paises del COMECON, ejemplificados en la resisten- cia de Rumania originalmente y hoy extendida a los otros miembros. Los países del M.C.E. revisan y discuten cons- tantemente sus posiciones nacionales en el seno de la co- munidad y no han prosperado aún los esquemas de gobier- no supranacional. En cuanto a la ALALC son conocidas las dificultades que surgen inclusive en la confección de las listas de desgravación tarifaria. Esto no se debe a fallas formales del mecanismo sino a la posición de las naciones que lo integran en el sentido de evitar que una prematura eliminación de aranceles perjudique el desarrollo de sus in- dustrias, muchas de ellas incipientes y necesitadas de fuer- te protección aduanera. Si bien es cierto que en el proceso de integración el mercado no es todo, en su etapa inicial

rro interno, deterioro creciente de la relación de intercam- bio. Resulta evidente el absurdo de sostener que esta debi- lidad estructural, que es la causa de nuestra extrema vul- nerabilidad externa, puede superarse allanando aún más nuestras soberanías nacionales en lugar de luchar por vi- gorizarlas para realizar la transformación de las estruc- turas del atraso. Menos aun se comprende que sea bvne- ficioso para nuestros pueblos reemplazar el aparato del Estado nacional (con ~rofundas y fuertes raíces en la his- toria, en el territorio, en la población, en la economía y en la cultura) por un difuso mecanismo supranacional montado sobre la perención de las unidades nacionales. A todas luces, éste es un camino que conduce al dominio creciente de las mismas fuerzas del monopolio internacio- nal que nos han sometido a la relación dependiente que surge de la división internacional del trabajo, causa di- recta de nuestro atraso. Por este camino no iríamos a la integración y al desarrollo sino a la desintegración y al subdesarrollo.

El deterioro de la relación de precios se refleja en un mecanismo de succión de nuestros recursos que empobre- ce y arruina a nuestras naciones y enriquece correlativa-

# mente a los centros industriales. Esta tendencia es pro- gresiva y no puede ser corregida si se mantiene la actual estructura de producción de los países rezagados que ocu- pan el extremo inferior de la división internacional del trabajo. Por eso resulta ocioso enfrascarse en el estudio pormenorizado de modelos monetarios y financieros. Los problemas que afligen a nuestros países y que hemos des- cripto (inflación, endeudamiento, bajas tasas de capitaliza- ción) resultan de la estructura deficitaria de nuestras eco- nomías agromineras. No puede sostenerse, a la luz de la ciencia económica, que por el solo hecho de unificar nues- tros mercados, sin una previa transformación de esas es-

es el instrumento fundamental. Los paises subdesarrollados enfrentan el proceso de

concentración en los grandes centros y la tentativa de és- tos a controlar sus economías, en momentos en que se agrava la crisis estructural que soportan y que ha llegado : % ,

a sus puntos críticos: balanza de pagos crónicamente defi- .

citaria, alto índice de endeudamiento externo, fuertes ta- sas de inflación, insuficientes tasas de formación de aho-

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l tructuras primitivas, dencia de que ahora da en que &enu&ramos o elimináramos las defensas adua- neras, destruiríamos irremisiblemente nuestras incipientes industrias y retrocederíamos a la condidón de productores primarios en el cuadro de una economa mundial que, co- mo hemos visto, es netamente desfavorable para tal con- dición. Habría un solo beneficiario, el monopolio interna- cional, que no hallaría trabas a su penetración colonialis- ta, ya que estaria inserto en forma de polos regionales de crecimiento regional, en vez de tener que revalidar su ver- dadero carácter foráneo ante cada una de las aduanas na- cionales, manejadas por los respectivos Estados nacionales en función de sus sendas políticas de desarrollo.

4 - Las tesis de Estados Unidos sobre integración y la cooperación internacional.

La doctrina oficial estadounidense -secundada por buena parte de los gobiernos de las naciones latinoameri- canas- parece ser la que obtuvo consenso mayoritario'en la reunión presidencial de Punta del Bte, Uruguay, de abril de 1967.

En tbrminos generales, esa doctrina se expresa así: 19) La identidad histórica y cultural de los pueblas

de América latina, reunidos en una geografía continua, los hace especialmente aptos para constituir un gran espacio económico con vistas a la unidad política.

2Q) Esta unidad económica tendría la ventaja de uti- lizar más racionalmente los escasos recursos financieros de la regi6n y los que 8e obtuvieren de la cooperación interna- cional, para programar un desarrollo global regional.

39) Dicha integración regional tendría el lógico coro- lario de un reparto de funciones económicas y de ejecu-

I y comunicaciones. 4 9 La cooperación económica de Estados Unidos se

concentraría en estos proyectos regionales en lugar de dis- persarse en aportes a cada pais. Se evitaria la duplica- ,ción de inversiones y con menos fondos se obtendrfan me- jores resultados globaies para toda la región.

El esquema se compadece perfectamente con la ten- dencia a la concentración que caracteriza a la macroeco- nomía de los monopolios. Puede presumirse fundadamen- . te que los monopolios norteamericanos radicados en nues- tros países actúen como polos primarios de irradiación. De este modo, mtados Unidos armonizaría las necesidades de crecimiento de la región con los objetivos de expansión de ciertos grupos financiero-industriales del pais del Norte.

Es comprensible que la idea seduzca a los economistas puros. A los de Estados Unidos, por razones no solamente técnicas sino por las de favorecer Ios intereses de sus con- sorcios. A los economistas de América latina, porque supon- drían que así se facilitaria la programación de desarrollo y la obtención de recursos externos.

- En el esquema, sin embargo, estarfa ausente la consi- .deración de la preservación y vigorización d.e las naciona- lidades, reemplazadas por la vocación ecuménica de la lla- -mada patria latinoamericana..

La tesis de la complementación -de la división del trabajo en la región- se apoya en el concepto de econo- -mieldad, por el cual resultarfa más económico, tanto desde - .el ángulo de la inversión como de la dimensión del merca- do, instalar una planta cuya magnitud permita satisfacer la demanda de varios países que instalar plantas de me- nor tamaño en cada pais.

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Debo señalar que este criterio de economicidad se in- voca solamente contra la decisión nacional de erigir y pro- teger industrias locales. No se lo opone aJ desenvolvirnien- to de las economias agrarias, a pesar de que el sector más antieconómico de nuestras economías es el agrario. Pro- ducimos carne, cereales y productos de la tierra en gene- ral con tasas de productividad realmente primitivas. Mien- tras el agro norteamericano (e1 europeo en forma análo- ga) produce 125 kilogramos de trigo -por hombre-hora, Ecuador produce 1,9 kilogramos y la Argentina 47. En la zona pampeana más rica de la Argentina todavía se cría menos de una vaca por hectárea. En el supuesto de la li- beralización del mercado latinoamericano, la Argentina, por ejemplo, vendería sus productos a Ecuador. Aparentemen- te se vería afectado Ecuador, porque la importación de ecos productos argentinos desalojaría a los productos naciona- les; pero también perdésía la Argentina porque las ven- tajas que obtuviera la inclinaría a seguir dependiendo de su estructura agropecuaria -que de ese modo se vería es- timulada- y a postergar su desarrollo industrial. Los Úni- cos beneficiarios de este intercambio al nivel de la produc- ción primaria serían nuevamente los monopolios cuyo in- terés consiste en hacer prevalecer nuestra condición de mercado comprador de sus productos.

Conforme a la tesis de la complementación, el "espa- cio" económico regional se dividiría -por las aludidas ra- zones de "economicidad"- en diferentes "centros" o "po- los" de producción. Cada país o cada zona produciria sila- mente aquellos productos que fueran más accesibles y más económicamenle explotab!es . Habría zonas de prodn2ción agropecuaria y minera y "cenlros" de indusirin pesada y de manufactura. Todos ellos para provzer un solo merca- do regional. El continente quedaría fragmentado en gran- des regiones agromineras y unos pocos centros industria-

les repartidos racionalmente. No habría integración nacio- nal, sino una gran integración hemisférica.

Este esquema seudocientifico no tiene en cuenta el he- cho fundamental de que el progreso social estaría condicio- nado por esta división en zonas productivas. En torno de los centros industriales se desarrollaría la civilización in- herente a este nivel de producción, o sea una clase obrera de alta capacidad adquisitiva, ciudades modernas, servicios, etc. El resto estaría constituido por grandes lagunas cam- pminas y mineras, con los niveles de vida y de cultura pro- pios de la. producción primaria. Esta descripción corres- ponde a las tendencias irreprimibles de la concentración, si no se las corrige con el aparato nacional.

Cuando la tesis regionalista auspicia la abolición de la - protección aduanera debemos poner en tela de juicio la sinceridad de la prescripción. La historia económica mun- dial no registra un solo caso de un pais que haya realiza- do su proceso de acumulación de capital en forma espon- tánea y liberal. Inglaterra se capitalizó mediante la apli- cación de politicas que no sólo no fueron espontáneas sino que ni siquiera fueron pacfficas. Con medidas estatales coadyuvó a la ruina de los campesinos y a la liquidación de los artesanos a quienes compelió a ingresar al ejército del proletariado industrial. Practicó el tráfico de esclavos y la piratería en los mares y erigió drásticas barreras pro- teccionistas contra las importaciones que pudierrn compe- tir con la producción local. Alemania, bajo la conducción de Bismarck, pasó en menos de una década, de la fragmen- tación territorial feudal a la férrea unificación asentada sobre las barreras aduaneras establecidas por la unión de los 38 estados germánicos en el Zollverein. Estados Unidos y Japón siguieron el camino de sus antecesores europeos.

Si en esas épocas, cuando el avance tecnológico era más lento (entre 1750 y 1800, en plena revolución indus-

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trial, la producción siderhgica inglesa creció apenm en 100.000 toneladas) y cuando, consecuentemenh, el proce- so de capitalización podfa acompasarse con las lentas mo- dificaciones tecnológicas, esas grandes potencias tuvieron que recurrir a tales arbitrios, ahora, en la época del auge del capital monopolista, de la revolución tecnológica y de los vuelos espaciales, con lo que ello importa para acen- tuar los desniveles económicos entre las naciones, no es concebible que se pretenda que las incipientes industrias de las naciones subdesarrolladas evolucionen espontánea- mente, sin protección y orientadas por los centros mundia- les de poder monopolista.

Unificar mercados e integrar economías subdesarrolla- das no significa avanzar un centimetro en el camino del desarrollo. Si el origen de nuestro empobrecimiento es la estructura de producción que, a su vez, determina la acu- mulación de recursos en el sector adelantado y el retroce- so del sector rezagado, 'esa relación no cambiará porque cambie su ámbito y se repita en nuestra América. La ex- plotación de nuestros pueblos seguirá teniendo el mismo carácter y la misma violencia. La Única diferencia, en con- tra de nuestros intereses, seria que la propuesta integra- ción hemisférica habría sacrificado la fuerza y la indepen- dencia de nuestros estados nacionales, que son los únicos que tienen recursos y decisión suficientes para resistir la presión externa y para corregir aquella desigual relación de precios. La presión se ejerce sistemáticamente a favor de los grandes centros de poder (que ni siquiera coinciden con las fronteras nacionales de las grandes potencias, puesto que son apátridas) y en contra del sector periférico subde- sarrollado como tal y no contra sus paises en particular.

El problema, desde el punto de vista de nuestros pue- blos, consiste concretamente en que los factores externos, poderosos y agresivos, en vez de tener que tropezar con la

valla defensiva de las decisiones nacionales en materia de tarifas y de tratamiento y canalización de sus inversiones, actuarfan desde dentro de nuestros paises, en forma acep- tada y legalizada, libres de toda sujeción al potíer nacio- nal o sometidos te6ricamente a las formas ambiguas de un poder supranacional regional mucho más alejado de los pueblos y mucho más cercano a sus antagonistas.

Por eso, la campaña por la integración aparece obje- tivamente como la tentativa de esos intereses externos a nuestros pafses, para desviar el movimiento de los pueblos hacia la autodeterminación. Necesitan someterlos por vía del mercado regional a la explotación indiscriminada de grandes áreas económicas. De ahi que las instituciones ju- ridicas y políticas que se proponen para este esquema re- gionalista -aunque representen el generoso propósito de legislar el progreso de nuestros pueblos- conducen, po- tencialmente, a la consagración de un verdadero estatuto del subdesarrolio latinoamericano.

Quienes combatimos este tipo de integración no nos oponemos, naturalmente, a la idea de la cooperación entre nuestras repúblicas ni a las medidas comunes que puedan articularse para favorecer el intercambio zonal, ni a todo lo realizado o por realizarse en el marco de los mercados comunes en cuanto son dispositivos tendientes a promo- ver el comercio sin perjudicar el desarrollo de las indus- trias nacionales.

Objetamos, en cambio, la idea de una integración la- tinoamericana que sustituya el proceso previo e ineludible de la integración nacional y soberana de cada una de nues- tras naciones. Esta integración nacionai no tiene solamen- te significado económico. Es un imperativo político e his- tórico y aspira a la integración geoeconómica plena de ca- da país, a la erradicación de sus zonas aisladas y misérri- mas, al ascenso homogéneo del nivel de vida material y

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espiritual de sus poblaciones. El esquema regionalista equivale a congelar la situa-

ción de vastas zonas d~primidas de nuestros países, conde- nadas a la producción primaria más primitiva. Significa dcsampzrar a grandes sectores del empresariado pequeño, mcdisno y aun grande que, corno resultado de la abolición d-f aranceles, sucumbiría a la competencia exterior. En síntesis, :e alimentarían tremendas presiones sociales, que incluirían a todos los sectores de la producción, a la cla- se media y a las propias fuerzas armadas que, en ese esque- ma, dejarían de ser el brazo armado de la soberanía para convertirse en gendarmes de una fuerza interamericana de represión. Todo ello engendraría una verdadera lucha por la liberación nacional.

Si se intentase impedir a nuestros países recorres el camino seguido en el pasado por las actuales grandes po- tencias -por supuesto, en las condiciones excepcionales que hoy ofrece la coyuntura mundial- ¿qué ocurriría con las naciones a las que la división del trabajo regional no les asignara la función de "polos" de desarrollo? Dentro de América latina, ¿qué países exportarían productos prima- rios y qué países tendrían el privilegio de proveerles bienes industriales y situarse en el extremo positivo del intercam- bio mundial?

¿Cuándo le tocaría a la Patagonia argentina, semide- sértica y por tanto sin mercado actual, su cuota de electri- ficación y de industrialización? ¿Quién promovería el de- sarrollo del nordeste brasileño, ese cuasi continente segre- gado del mercado capitalista, sin capacidad presente de consumo?

1

En ambos ejemplos, que podrían repetirse en toda

1 América latina, la integración nacional y el desarrollo de esas zonas deprimidas sólo pueden promoverse en un gran

1 plan nacional, orientado por el Estado nacional, obligado

-por razones de solidaridad histórica- a estimular el de- sarrollo igual de todas las regiones y provincim del país. En el esquema regionalista, en cambio, las razones de eco- nomicidad y racionalidad aconse jarían postergar aquellas regiones deprimidas y concentrar el esfuerzo en los cen- tros ya desarrollados; en los ejemplos citados, el gran Bue- nos Aires y el litoral brasileño.

Se alega que el modelo del plan regionalista es el Mer- cado Común Europeo, iniciativa exitosa y en plena evolu- ción. Aquí también la analogía es simplemente formal, pues el M.C.E. nació de l a Comunidad del Carbón y del Acero, fruto del acuerdo de los grandes monopolios side- rúrgicos de la cuenta del Ruhr y amparada por naciones plenamente integradas y desarrolladas. Ninguna de estas naciones ha renunciado a desenvolver rubro alguiio de su economía; al contrario, el mercado común es un mecanis- mo de intercambio y de protección de economías nacion9.- les en constante ascenso. Ya hemos visto que tampoco abdicaron su personalidad nacional los países miembros de la comunidad socialista, el COMECON, en el que originaria- mente fue factor hegemónico la Unión Soviética. No pros- peraron en su seno los proyectos de división internacional del trabajo y cada nación socialista sigue ahora la línea de su propio desarrollo integral.

Tanto esta comunidad socialista como las nuevas na- cionalidades de Asia y Africa consideran al internaciana- lismo como fuente de cooperación y ayuda para el desarro- llo independiente de sus economías.

Por otra parte, la tendencia es a romper los cornparbi- mientos estancos de los bloques económicos. Tanto h.; 11-i-

ciones occidentales congregadas en el M.C.E. y en la As+ ciación de Libre Comercio, como las socialistas del Este de Europa, tratan de expandir sus intercambios, atravesando barreras políticas e ideológicas. Se marcha hacia la consti-

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tución de un gran mercado universal de naciones sobe- ranas.

Finalmente, en lo que se refiere a otros falsos enfo- ques observables en los círculos dirigentes estadounidenses, podemos señalar la actitud de los sectores liberales que pretendan "calificar" la cooperación con el mundo subd5- arrollado. Proponen que se niegue ayuda a paises que no tienen gobiernos democráticos elegidos o que gastan déma- siado en armamentos o que están controlados por "oligar- quías corromp:das". Sería absurdo negar la existencia de coriuptelas en los procesos nacionales de los paises reza- gados. Pero el atraso de estos países no es consecuencia de ellas, sino al revés: la inestabilidad institucional, las vio- laciones de la legalidad democrática, los gobiernos oligár- quicos y corrompidos reflejan el atraso económico, social y cultural, son consecuencia del subdesarrollo. La historia primitiva de las que hoy son grandes potencias está reco- rrida 'de sangre, violenc'ia, corrupción y fraude, que fue- ron desapareciendo a medida que se alcanzaban altos nive- les de actividad económica, ascenso social y cultural.

5 - Conclusiones.

1. - La integración regional no crea por sí sola las condiciones del "despegue" económico de los países subde- sarrollados. La adición de naciones débiles y de economías primitivas en un "espacio" económico continental sólo ser- viría para acentuar la vulnerabilidad de nuestras naciones y para facilitar el control "global" de nuestras economias por los monopolios internacionales.

2. - El proyecto regionalista es, objetivamente y con prescindencia de la buena fe de algunos de sus propugna- dores, una manera de postergar e1 esfuerzo nacional por el desenvolvimiento de economias integradas; el esquema

de gobierno supranacional sirve para debilitar las sobera- nias naciondes y el papel rector del Estado nacional, úni- co instrumento apto para sacudir los vvinculos colonialis- tas y pzra prcgramar las prioridades del desarrollo nacio- nal.

3 . - La nación no es una categoría formal ni inventa- da. EJ un fenómeno histórico que, lejos de estar en declina- ción, florece en cientos de nuevas nacionalidsdes de Asia y Africa.

4. - La integración nacional, como paso previo de la integración regional y mundial, no es solamente el cami- no que señala la experiencia de la historia económica. Es un imperativo político- social, porque solamente la inte- gración económica en profundidad y en extensión hacia todas las regiones y provincias de un país crea las bases de la autodeterminación y asegura niveles de creciente bie- nestar y cultura a toda la comunidad nacional.

5. - Es urgente denunciar y rechazar todas las te- sis que, con uno u otro pretexto, niegan la posibilidad de que cada una de nuestras naciones ejerza su poder de de- cisión, programe su desarroiio y obtenga cooperación in- ternacional para sentar las bases de dicho desarrollo: la infraestructura energética y de comunicaciones y trans- portes y la industria pesada.

6. - Esta integración nacional plena y no el conglo- merado regional de naciones mediatizadas y estancadas o fragmentadas en "polos" regionales y "racionalizadas" conforme a planes extraños a su autodeterminación, es el único camino que asegurará la creciente participación de América latina en los intercambios mundiales y creará de- manda solvente para- los excedentes de capital y de pro- ducción de las potencias adeIantadas de Norteamérica y Europa. Sólo son mercados de alta capacidad adquisitiva las naciones industriales e integradas.

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6 - Estrategia nacional.

Hace faita una reflexión final. Se refiere a la estrate- gia nacional de desarrollo, pues éste no es algo que ha de producirse espontáneamente y sin lucha.

La sociedad industrial brotó del seno del feudalismo y se desenvolvió al amparo de las leyes del mercado. En su fase superior engendra el monopolio, que se ha afirmado y crecido en el Último cuarto del siglo XIX, con los caracte- res agresivos que todos conocemos.

La concentrac'lón es la tendencia esencial de la eco- nomía regida por el monopolio. Los econoinistas estamos obligados a examinar las leyes que presiden este fenómeno, en lugar de cohdenarlo o de pretender modificarlo con le- yes y reglamentos o apelaciones a la generosidad de los paí- ses en que ocurre esta formidable concentración. Las leyes económicas son, como se ha dicho aquí, tendenciales, pero absolutamente objetivas. Una vez identificadas y reconoci- dos sus efectos, podemos controlarlas y dominarlas para que sirvan a la comunidad.

El monopolio concentra el nivel de la ciencia, de la técnica, de la economía y de las finanzas. Pero allí no se detiene su acción, porque le falta aún el estudio de rnerca- dos, bajar los costos, eliminar la competencia, aumentar la tasa de beneficio, dominar con sus empresas el mercado. Esta es la pstrategia del monopolio, que se cumple median- te rigurosa planificación sostenida por los factores de po- drr . A través de éstos, controla los inecanismos politicos, la ecluczción, la prcpaga-ilda, los rnedios de difusión. Zn- fluye sobre las institucioiles, psne y saca gcbiernos, hace 1s guerra, O 1& ~1.2, empr~bl-ece a cicr t-ts regioncx y pueblos me- diante el con'iro! de los precios inlernacionalcc. Un insos- pechado testigo de este poder monopólico, el ex presidente de Estados Unidos, general Eisenhower, puso en guardia a

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su pueblo contra el creciente poder del "complejo militar- industrial" que influye en las decisiones más graves del Es- tado.

El peso de monopolio es cuantitativam~nte enorme y sus alcances son internacionales y sin filiación nacional. No hay sino una manera de neutralizar este poder y de anu- lar sus efectos negativos, aprovechando los aspectos positi- vos. Consiste en oponer a la estrategia del monopolio la estrategia nacional. Al peso cuantitativo de la influencia rnonopólica hay que oponer la suporioridzd cualitativa (conciencia nacional, raíces hi~tóricas, solidaridad y deci- sión política) de los pueblos que luchan por afirmar su li- beración. A la programación apátrida del monopolio, debe responderse con la programación del desarrollo nacional prioritario. De este modo, los efectos positivos de Ea concen- tración, en cuanto a progreso técnico, investigación, recur- sos financieros, racionalización de la producción, etc . , re- dundarían en beneficio del progreso genera1 de la humani- dad. La unión de nuestros pueblos para preservar la per- sonalidad de cada uno y para atraer y garantizar las in- versiones y préstamos externos, neutralizará la acción an- tisocial del monopolio. El instrumento insustituible para esta acción defensiva y agresiva a la vez, en el sentido de la promoción nacional, es el Estado, expresión de la sobe- ranía. Si por un imperdonable error histórico, aceptáramos reemplazar este instrumento por órganos supranacionales y por esquemas de ilusoria eficacia técnica, perderíamos la oportunidad de aprovechar la coyuntura mundial y los enormes recursos que quedarian liberados tan pronto se alivien las tensiones mundiales.

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Acero, consumo en países subdesarrollados, pág. 70. Acumulación, 69. AgricialtuTa, productividad (estadistica), 57, 64, 65, 105. - productividad por hectárea en la región pampeana (estadís-

tica), 66. - propietarios (%) en las explotaciones agropecuarias (estadis-

tica), 65. ALALC, resistencia nacional a las presiones externa&, 102. Alianza Para el Progreso, causas dea fracaso, 50. AJimentos, tendencia a la autarquia, 72, 79. Amkrica latina, corriente "nacionalista" en, 46. - corriente "regionalista" en, 46. - EE.UU. y, 43 y ss. - valor estratégico para EE.UU., p&. 45.

Balanza de pagos de EE.UU. <estadística), .75.

Capital foráneo, aplicación del, 98. Capitalismo, crisis ciclicas, 33, 34. CircuRiacih monetaria, factores de la, 67. Coexistencia pacífica, motivaciones, 82 y SS.

COM'ECON, origen, 61. - resistencias nacionales en el, 102, 111.

Comercio, internacional del mundo subdesarrollado (estaciistica), 37, 38, 39.

- mundial, intel'pretación de sus cifras, 95. Compleinentación regional, 57, 105. Coyuntura mundial, 94 y SS.

- caracteres distintivos, 100. Crecimiento económico e inftación, 66 y SS.

- Integrado, 41.

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China, resultados de la 'revolución cultural", 74.

:Desasrollo, ,acumulacih de caplbal para el, 28. - aslncróniw de las naciones, 78. - estrategia naci!onal del, 114 y SS.

- inflación y, 65, 66, 67. - integrado, 41. - nacEon.a.1, capital forhneo para el, 60, 98. - paz y, 81 y SS. - reforma agraria y, 28.

.Econmicidad, "centros" o "polo$' de producción, 58. - comprlementación regional y, 57, 105. - integración nacional y, 38. - inter6.s nacional y, 38.

Endeudamiento, tipos de, 76, 80. Znergia, consumo en paises subdesarrollados, 70. Estado nacional, 29 y ss . , 99 y SS.

.Estados Unidos, América latina y los, 43 y SS. - balanzas de pago (estadística), 75. - cooperación internaicima;l, doctrina de los, 104. - doctrina Monroe, 43. - filasofía de las Yibera;les" para Am6rica latina, 48, 52, 88, 111. - gastas de guerra, 83. - integración latinomericma y los 55, 93, 104. - país emortador, 73, 74. - reoesfones en, 34.

Tenómsenos monetarios, producción y, 67, 68. :FkrtUzantes, consumas en Argentina y m . U U . , 63, 70. :Frondizi, -crfticm a la Alianza para el Progreso, 61.

Gastos de guerra, 83. Guerrillas, como sustituto de .la lucha por el desarrollo, 74.

%le&, liberalissino ewn6mico y la, 84, 85. Lnddustrialización, de bhes de c<m;munOS, 80. - mundo socl&lista e, 32 y m.

Inflaci6n mecimiiento econ6mim e, 66 y SS.

- subdesarrollo e, 66. Ingresa3 reales, en Angentina y en EE.UU., 70. In3kgración latinoamericana, 54 y S., 88, 93. - mpiementaci6n regional, 85, 104, 105. - doctrina de EE.UU., 104. - inflaci6n e, 66. - premisa de futuro, 27. - reforma, &grada e, 63.

Integraoi6n nacional, ewnamicidad e, 38. - previa o la regional, 27, 29, 60, 93. Intercambio, deterioro de la relación de, 70, 78, 84, 85, 96. InveIrrlaies, 69 y SS.

LiberaiHsmo económico, Iglesia y el, 84, 85.

Manufacturas y productos primarios, precios de lsis, 36, 37. Materias primas, sustitución por sintética, 72. Mercado Com6n Europeo, origen, 61, 111. - msktencias naicionales en d, 102. M o n ~ l o s , estrategia de los, 114, 115. - mundo subdesarrollado y, 35. - objetivas de los, 28, 114, 115.

Mundo subüesarro1.1ad0, deterioro de los términos del intercambio, 39, 70, '78, M, 85, 98.

Nación, definición, 29, 31, 86, 100. - estrategia de la, 29. - región y, 86.

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Oro y divisas, tenencias de, 70. Ortodoxia inonetarista, crítica a la, 53, 67.

Paises subdesarrollados, consumo de acero en los, 70. - cagacidad adquisitiva, 69, 70. - causas de su crisis, 43. - cifras de su intercambio, 69. - energía, consumo en, 70. - exportaciones, 72. - paises en desarrollo o, p. 40, 41.

Paz, desarrolllo y, 01. Peronismo, politica económica del, 80. Poblacibn rural, tecnificación del campo y, 64. PolMca monetaria y política económica, 68. "Polos" de crecimiento regional, 94. Precios mundiales estructura monopólica de los 76, 78. Prioridad agrominera, teórica de la, 77, 78. Prioridades, 77. "Presión demograf ica", mundo &bdesarrollado y, 63. Produ,ctividad del campo, propiedad y 65, 66.

Reforma agraxia, 62 y as. - integración llatinoamerica.na y, 63 y SS.

Subdesarrollo, cuadro del, 40, 41. - ccundici&n paya emerger del, 28. - definición, 32, 40, 41.

estructura del, 41. - mundo sociailista, en el, 32.

Tractores, en Argentina y en EE.UU., 63, 70. Tercer mundo, el llamado, 28, 32.

TJni6n Soviética, gastos de guerra, 83.

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............ Segunda Parte ............................... ... 91

Los Estaüos Un.ldos y la integración de AmBrica Latina (texto de la explicación de la tesis contenida en la primera parte, que fue lefdo en el seminario de Arica el 2 de febrero de 1968)

1 - Introducci6n. 2 - Coyuntura mundial. 3 - Región y na- ción. 4 - Las tesis de Estados Unidos sobre integraci6n y la cooperación internacional. 5 - Conclusiones. 6 - Estr&kgia nacional.

....... lndice de temas ................................. ...... 117

............................. -Nota a la segunda edición ... .... 17

................................................... Introducción 19

................................................. Primera parte 27

Los Estados Unidos y la integración de América Latina. 1 - Introducción. 11 - La nación en el mundo actual. 111 - Pafses en desarrollo o subdes&rrollados. I V - Historia: Esta- ,dos Unidos y América latina. V - Desarrollo regional versus in- tegración nacional. VI - El problema agrario. VI1 - Infla- eión y desarrollo. VI11 - Inversión - Acumulación. IX - Prio- ridad: Agricultura, minería o industria pesada?. X - El desa- rrollo y la paz. XI - Conclusiones.

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ESTE LIBRO de ROGELIO FRIGERIO, con un tiraje de 3000 ejemplares en su segunda edición, se teminó de irnprimil. en la primera quincena de agosto de 1976 en los Talleres de EDICIONES CRISOG, Rivadavia 1255 - Bs. Aires - Argentina.

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