Date post: | 31-Mar-2016 |
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La Testadura 2
Coordinación editorial:
Mario Eduardo Ángeles.
Consejo Editorial: Miguel Escamilla, Salvador Huerta, Pedro M. Serrot, Erich Tang, Mo. Eduardo Ángeles,
Jesús Reyes.
Agradecimientos especiales a Roxana Jaramillo, Diana Isabel Enríquez, Cristian Padilla, Tzolquín Montiel,
Enrique Ibarra y David Morales.
Contacto:
México, Febrero 2013.
Los derechos de los textos publicados pertene-cen a sus autores. Cuida el planeta, no desperdi-
cies papel.
La Testadura 5
CONTENIDO
DIEX
Hermano
Carta a un amor terminado y
jamás enterado
Cipactli (I.H.R)
Polyommatus Nivescens
La Testadura 7
Hermano
Y allí estaba nuevamente Daniel,
sentado en el sofá, frente a la ventana,
con su pelota entre sus manos. Miraba
fijamente a la calle.
Era un hermoso día soleado, en
pleno verano, una clase de día que todo
niño desea para poder jugar, fuera de
casa, con su pelota nueva.
Pero Daniel sólo mantenía la mirada
fija, como si estuviera ciego a todo lo que
La Testadura 8
se desarrolla enfrente y al alrededor de
él. Su madre, que se encontraba en la
cocina, le miraba con un aura de triste-
za. Le rompía el corazón que su "bebé",
de apenas 6 años, llevara así un mes,
sin sonreír, sin platicar, parecía que vivía
únicamente para mirar por la ventana,
ya que era todo lo que hacía.
Mamá, finalmente, se "armó de va-
lor" y se dirigió a él, le acarició la cabe-
za, como sólo una madre sabe hacerlo.
-Dani, ya casi llega Papá, la hora de
cenar se acerca, ven, ayúdame a poner
la mesa, hice sopa de letras, tu favorita-
Le dijo Mamá en voz baja, mientras ha-
La Testadura 9
cía ademanes con sus manos, tratando
de incitar a que Daniel le acompañara.
No hubo respuesta hacia Mamá,
quien tenía una expresión triste en el
rostro, caminó nuevamente hacia la
cocina a terminar los preparativos de la
cena.
Daniel abrazó fuertemente su pelota,
recordando aquel día que la tuvo por
primera vez en sus manos. El clima era
idéntico al de hoy, soleado y alegre.
Mamá, Papá, Daniel y Héctor estaban
en el parque, disfrutando del día en fa-
milia; como cualquier sábado en la tar-
de. Dani sonrió un poco al recordar que
La Testadura 10
él y Héctor tuvieron que rogarle a Papá
para que le comprase la pelota más
bonita que vio en la tienda y jugar con
ella en el parque.
Mamá y Papá estaban preparando la
manta y todas las cosas para el
"picnic". Mientras Daniel y Héctor se
fueron a jugar con la pelota nueva. "No
se alejen mucho y no jueguen cerca de
la calle" les dijo Mamá.
Pero eso no era justo, la "portería
perfecta" estaba en un lugar donde
aquellas reglas se tendrían que romper.
El juego estaba muy reñido, Héctor iba
ganando por un sólo gol, era el turno de
La Testadura 12
Dani, para empatar las cosas y que el
partido continuara.
Tomó vuelo, corrió y le pegó a la pe-
lota con el alma y corazón, pero la pelo-
ta se fue elevando más y más. Acababa
de fallar el penal, había perdido el parti-
do. Se hincó sobre el pasto con sus ma-
nos en su rostro, esperando que Héctor
llegase a él festejando en un ligero tono
de burla, como siempre lo hacía. Héctor
no llegaba, entonces Dani alzó su rostro
y pudo ver cómo la pelota caía en la ca-
lle.
-No te preocupes, ahorita la traigo,
Papá no se dará cuenta y no te regañará-
La Testadura 13
Le dijo Héctor, con una sonrisa en su
rostro
Daniel vio como su hermano corría
hacia la calle, directamente hacia la
pelota que botaba sobre el asfalto. Héc-
tor llegó hasta ella, la tomó cuando re-
cién había botado, y la estrechó tan
fuerte como pudo. Un corto rechinar de
llantas y un golpe seco fueron suficien-
tes para que la pelota botara libremente
otra vez.
Aquellos botes resuenan con eco en
la memoria de Dani, quien aún abrazaba
fuertemente su pelota, con grandes lá-
grimas desbordándose de sus ojos se al-
La Testadura 14
canzaron a distinguir algunas palabras
entre sollozos...
-Dios, toma mi pelota nueva, pero;
por favor, devuélveme a mi hermano.
La Testadura 16
Carta a un amor terminado y
jamás enterado
Lo único que atina a hacer, para mi-
tigar su dolor, es tomar una hoja, una
pluma y una botella de vidrio. Sale a
caminar, deseando clarificar sus ideas y
poder encontrar la mejor manera de
expresar su malestar. El invierno está
por terminar, pero el frío pareciera que
va a continuar. Sigue caminando…
“Total, no hay lugar definido, no hay me-
La Testadura 17
ta fija; al menos no por ahora, si es ne-
cesario llegar al fin del mundo, que así
sea”, piensa. La marca del paso de la
humanidad empieza a desvanecerse
lentamente, ahora sólo queda un simple
camino de asfalto, dónde sólo pueden
transitar dos automóviles; uno de ida y
el otro de regreso, y donde la naturaleza
se mostraba con mayor fuerza y frecuen-
cia. Árboles ligeramente cubiertos de
nieve, no se podía esperar menos de
aquellos terrenos.
La misma nieve estaba amontonada
a los costados del asfalto, huellas mar-
caban su lento y largo caminar. El sol ya
La Testadura 18
estaba a la mitad del cielo, y él había
salido antes de que el mismo asomara
si quiera un solo rayo, volteando a su
derecha pudo ver un camino sencillo de
tierra mojada, la nieve no estaba clara-
mente separada del camino “Al parecer
lo único que "lo salva" es el frecuente
paso de automóviles, bueno, creo que
éste es el punto de referencia”.
Tomó aquel camino, va observando
todo lo que hay a su alrededor, hermo-
sos y grandes árboles. Se detiene en-
frente de uno, colocando la palma de su
mano derecha y mira hacia arriba, dón-
de los rayos del sol apenas alcanzan a
La Testadura 19
colarse. Sonríe, y vuelve a caminar hacia
su destino.
No mucho después ve varios troncos
en el suelo y, justo en medio de ellos, un
círculo de piedras, indicando que es allí
donde la fogata se tiene que hacer.
No hay nadie, parece ser que ha lle-
gado antes, bueno, eso era lo que él
buscaba. Se sentó en uno de los tron-
cos, no sin antes retirar la nieve que
estaba colocada encima, mirando direc-
tamente al bosque, empezó a escribir,
escribir y escribir, sacando todo lo que
le lastimaba, no sin derramar lágrimas
que, tímidamente difuminaban algunas
La Testadura 21
letras haciéndolas parecer meros gara-
batos.
[Carta:]
{En la parte de enfrente:}
Remitente: El fondo de mi corazón
Destinatario: (¿)Al fondo del tuyo(?)
{Contenido:}
¿Qué está pasando? ¿Qué hice mal?
Vamos, no me digas que nada, es bas-
tante claro que aquellas sonrisas que te
robaba alguien más las ha estado hur-
tando. No, no lo niegues. ¿Crees que no
me he percatado; que tu corazón, ante
mí, ya no es acelerado? Excusas, excu-
sas. ¡Deja ya de ocultarlo! Que el cora-
La Testadura 22
zón al amor jamás estará acostumbra-
do. ¿Es que acaso las virtudes que en ti
he encontrado (Sin parar de mencionar-
lo) te han abrumado? ¿De verdad crees
que perfección, de ti, sólo he esperado?
¿Por quién me tomas? Que si todo éste
tiempo te he amado no es por lo que te
he encontrado, y mencionado; es más
bien, por lo que me has mostrado. Virtu-
des, defectos, aptitudes, complejos.
Características puras de tu persona.
¿Aún no comprendes? Es que…
¿Dónde te pierdes? Que yo jamás te he
visto como mi todo, como mi vida mis-
ma. No eres otra cosa sino una simple
La Testadura 23
existencia que circula a mí alrededor.
Tan simple, que ha sido, para mí, abru-
mador. Que no quiero reír contigo, no
quiero gozar contigo. No, no es así. Lo
que busco es llorar a tu lado, sufrir a tu
lado. ¡El amor no es cuestión de felici-
dad, es de duplicidad! ¿Tan difícil es de
entender? ¡De tu lado no me quiero mo-
ver! Pero sucedió lo que tenía que suce-
der.
Alguien más ha llegado, y mi lugar en
tu corazón ha ocupado. ¿Ha esto has
esperado? Si desde hacía ya tiempo lo
habías encontrado. ¿No me lo habías
dicho por temor a verme lastimado? ¡No
La Testadura 24
me engañas, si desde siempre te ha
gustado tener algo seguro! Y aun cuan-
do a gritos mi alma y razón me lo habían
advertido, sus voces callé y las dejé en
el olvido. A ti que con fe ciega había
creído. Mi corazón herido te di a guar-
dar. Confiando en que lo sabrías prote-
ger y amar.
No, no te preocupes, ahora que todo
me ha quedado totalmente aclarado, sin
poner resistencia, me haré a un lado. Te
pido disculpas por haber estado, todo
éste tiempo, entre tú y tu amado. Para
cuando leas esto ya me habré marchado
(O tal vez éstas líneas jamás las has
La Testadura 25
encontrado; que, finalmente, ese es el
objetivo deseado).
Adiós amor, adiós, como hubiera
deseado que lo nuestro jamás se haya
terminado. Pero las circunstancias de la
vida nos han separado, y no tengo de
otra que no sea vivir, de ti, alejado. La-
mento no haberme despedido como es
debido. Pero mucho me temo que las
lágrimas no las hubiera contenido…
Así es como nuestra historia ha ter-
minado, con un solo enamorado.
Por fin terminó, tomó la hoja, la re-
leyó, mientras con su mano izquierda
limpiaba, calmosamente, sus lágrimas;
La Testadura 26
la dobló con cuatro pliegues y la metió
en la botella. Se hincó, limpió la nieve
de una zona pequeña, para posterior-
mente dedicarse a excavar. Varias veces
intentó colocar la botella en ese hoyo,
en tres ocasiones las dimensiones no
eran las suficientes para que quedara
totalmente cubierta, hasta la cuarta
encajó perfectamente. Colocó el montón
de tierra que sacó encima de la botella,
lo mismo con la nieve. Se paró y miró
hacia atrás.
Allí estaba, Karen, su cómplice. Esta-
ba sentada, justo donde estaba él, hacía
no mucho tiempo. Con sus piernas y
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brazos cruzados, le miraba con un suave
toque de ternura, tristeza y profunda
comprensión. Andrés permaneció estáti-
co, bajó la mirada.
Karen colocó las palmas de sus ma-
nos en sus muslos y se levantó, exten-
diendo sus brazos mientras se dirigía
directamente a Andrés, un cálido abra-
zo. No hubo palabras por un corto mo-
mento, sólo suaves caricias en las es-
paldas de ambos.
-¿Y así terminará?-Preguntó Karen,
queriendo no alargar más el tiempo de
silencio.
-Lo sé, es ridículo ¿No?-Respondió
La Testadura 28
Andrés entre sollozos.
-Vamos- Le golpeó suavemente la
espalda-Sabes muy bien lo que pienso
acerca de las decisiones que toman los
demás.
-Pero eso no le quita la “ridiculez”.
-Bueno, si eso es lo que piensas de
tu propia elección ¿Por qué la tomaste?.
-Porque… porque…-Suspiró suave-
mente, con el típico vapor que pareciera
emanar directamente de la boca en épo-
ca de frío-Soy débil Karen, soy muy débil
-No, no lo eres-Contestó rápidamen-
te Karen-Tú mejor que nadie deberías
argumentar lo contrario, tanto tiempo el
La Testadura 29
andar en tales condiciones…
-Pero, no soy capaz de decírselo cara
a cara.
-Aun así, es lo mejor, tu anterior idea
no me agradó mucho, el que yo imitara
ser ella y tú des-ahogarte simplemente
enfrente de alguien más… No Andrés,
no. Es mejor así, porque ahora sólo tú
sabes lo que querías decir, lo que pen-
sabas, lo que sentías, sin la necesidad
de que terceros se enteren de ello.
-Karen, gracias… de verdad… no sé
qué haría sin ti.
Finalmente se soltaron, limitándose
a sonreírse el uno al otro. Tomando
La Testadura 30
ambos la dirección de regreso. Cami-
nando dándole la espalda al sol. Andrés
trató de no voltear hacia atrás; a partir
de ese momento su vida cambiaría to-
talmente.
-Borrón y cuenta nueva ¿Eh?
-Es la “Idea General”… pero no del
todo.
-¿Cómo?-Karen volteó a verle con
una ligera mueca de extrañeza, que por
cierto no es nada común en ella.
-Sí, la Idea era el “Borrón y cuenta
nueva” pero no seré capaz de olvidar…
al menos no todo…
-¡No empieces! Que mucho te ha
La Testadura 31
lastimado hacer esto…
-No Karen, lo que quiero decir, no
podré olvidar a aquellos que me han
apoyado sin dudarlo en éstos momen-
tos.
Karen ya no dijo nada, simplemente
ocultó su rostro lo más que pudo en la
bufanda café, tratando de no mostrar su
rubor. Andrés no le prestó atención, es-
taba mirando hacia el horizonte, bus-
cando pensar en cómo sería su vida de
ahora en adelante.
Ella, Julie, que se encontraba escon-
dida, salió. Con suaves lágrimas en sus
ojos pudo ver cómo su mejor amiga y
La Testadura 33
aquel hombre que juraba amarla hasta
el fin de los tiempos se alejaban lenta-
mente. No entendía cómo fue que las
cosas terminaron así. Pero había algo
que si tenía claro, la respuesta estaría
en esa botella que él enterró. Se dirigió
hacia aquel punto, retiro la nieve con
una clara desesperación, la tierra con
ira. Habiendo encontrada la botella, la
sacó. Tomó el papel que estaba doblado
y…
La Testadura 34
Cipactli (I.H.R)
Querétaro, 1986
Instrucciones: Rellene los espacios en
blanco.
Lic en_______ gusta de_______.
Da clases de______.
Quiere______ y planea________.
La Testadura 36
POLYOMMATUS NIVESCENS
Amaneció con ellas. Se quedaron
estancadas, todas revoloteando; choca-
ban unas contra otras, algunas se atora-
ban en sus dientes, entre ellas mismas,
y unas cuantas se quedaron pegadas en
las amígdalas. Tenía un tumulto inva-
diendo su boca. Extraño tráfico aéreo en
su garganta. Podía sentirlas desgarran-
do su lengua con uñas aladas.
Intentó gritar pero sólo vio salir a
La Testadura 37
unas pocas amarillas, pequeñas y des-
concertadas. Tosió repetidas veces con
la esperanza de vomitar algunas. Ni el
más grande impulso del vientre logró
sacarlas. Abrió y cerró la boca, intentó
asesinarlas con los molares pero… des-
graciadas. Seguramente no era la pri-
mera vez que se entrometían en un cuer-
po ajeno.
Temerosa, corrió al baño. No podían
quedarse en ella, en algún punto no la
dejarían respirar. No, no podían habi-
tuarse a su cuerpo. Ante el espejo, abrió
la boca. Las vio revoloteando, ninguna
con intención de huir. Al sentirse obser-
La Testadura 38
vadas cada una de ellas se postró quieta
en alguna muela, en la lengua, en el
paladar… ninguna se movió. Las obser-
vo detenidamente. Una movió su pata
sigilosamente, y otra tuvo la osadía de
sacudir el ala con frenesí. Se estaban
burlando de ella. Metió los dedos a su
boca y todas se agitaron. Dio tirones a
varias alas, con suerte a algunas patas.
Pero ellas, tan rígidas, testaduras e in-
solentes sólo lograron lastimarla. Inten-
tó gritar. Nada. Su voz había huido. Todo
alrededor: silencio. Cerró la boca y ellas,
agitadas.
Fue con doctores. En cada consulto-
La Testadura 39
rio entregaba una pequeña nota, inten-
tando explicar lo sucedido. Algunos al
leerlo, sólo rieron y la sacaron; otros la
miraron arqueando la ceja y la empuja-
ron bruscamente hasta la puerta. Ella
por más que se resistía, por más que
abría la boca para mostrarles, por más
que hacía ademanes... nada.
Fue a buscarlo. Ella estaba segura
de que había sido él. Él ignoró las se-
ñas, ignoró las notas debajo de la puer-
ta.
Sucedió que fue la incertidumbre y el
ruidoso batir de alas su única compañía.
Pudo sentir cómo volaban de una
La Testadura 40
mejilla a otra, levantando su lengua,
haciendo fila india para atravesar su
esófago y no perderse. Ella en silencio,
ellas siempre, siempre ajetreadas.
No supo cuántas horas, días o sema-
nas pasaron para permitirse jugar con
ellas. Saltaba por todos lados, subía a
los sillones, bajaba, brincaba, daba
vueltas sobre su propio eje. Aquellas se
mareaban. Le tocó burlarse de su ir y
venir, de sus choques constantes contra
sus vísceras, contra sus dientes, contra
ellas mismas como aquel día que llega-
ron. Otras ocasiones, las amedrentaba
con su lengua, que iba de un lado a otro.
La Testadura 42
Para reír sólo abría la boca, sus dien-
tes sobresalían silenciosamente mien-
tras aquéllas curiosas, se asomaban y
regresaban. Aprendió a reír con y a costa
de ellas. Mientras tanto su cuerpo em-
pequeñecía.
Una tarde la tomaron por sorpresa y
sintió cómo se iban formando, integrán-
dose con su cuerpo para empezar a mo-
ver sus alas rítmicamente, todas en sin-
cronía: hacia arriba, hacia abajo, hacia
arriba, hacia abajo. Le causó placer y
cerró los ojos. Sintió la levedad de su
propio cuerpo. Al abrir los ojos, sus pies
estaban flotando muy por encima del
La Testadura 43
suelo. La delgadez les permitió llevarla a
la cocina, al cuarto, a la sala y de la
sala al baño… El sórdido aleteo se con-
virtió en melodía. Fue dichosa con ellas.
Por la noche el vértigo de la caída le
hizo abrir los ojos tempestivamente. El
azulejo se clavó en sus costillas y su
nariz sangró con el azotar. Adolorida,
con una mano tapando su nariz y en
completa confusión se levantó cuidado-
samente. No escuchó el batir de alas.
Con todo derecho comenzó a reclamar-
les…enmudeció. Su voz había vuelto.
Corrió al espejo del baño. Ninguna ala
se burló, ni saludo. Fue testigo de la
La Testadura 44
quietud y de su nuevo silencio. Metió el
dedo. Tocó dientes, amígdalas, muelas,
lengua y paladar. Escupió repetidas
veces con la esperanza de verlas salir.
Buscó por toda la casa. Encendió cada
foco y abrió puertas. Temió que hubieran
escapado, o aún peor, que ella las hu-
biera matado mientras dormía. Golpeó
su estómago estrepitosamente y ellas
no salieron. Se sentó. Miró cómo los
cinco minutos reglamentarios de toda
espera se cumplían. Después diez, vein-
te y treinta cinco; una, dos o cuatro no-
ches, tal vez.
Llegaron los escalofríos y tos. Con la
La Testadura 45
tos, pizcas de sangre se dibujaban en la
pared. Por último, el vómito nacarado
sobre el piso. Tuvo horror. No podía per-
mitir que murieran dentro de ella, o que
estuvieran perdidas en el esófago o qui-
zá en el intestino.
El pánico se apoderó de ella cuando
se percató de un olor fétido. Aún lim-
piándolo todo, la casa comenzó a tener
un sabor maloliente.
La piel comenzó a arder. Sus uñas se
restregaban en cada poro. El salpullido
apareció en las piernas, brazos, vientre,
y entre sus pechos, diminutas llagas.
Descubrió la procedencia de la peste.
La Testadura 46
Era ella ¿o ellas?
Comenzó a bañarse en frecuentes
ocasiones durante el día, pero el escurrir
del agua hacía caer descomunales pe-
dazos de piel, todos provenientes de las
llagas. Entonces decidió limpiarlas con
trapos húmedos y movimientos suaves
pero la escoriación secretaba un extraño
líquido color tornasolado. La pestilencia
invadió los rincones, impregnándose en
las telas, en la madera, en el azulejo, en
los vidrios.
La llaga creció. Se hizo grande y den-
sa entre sus insignificantes pechos. Esa
noche comenzó a sentir pellizcos entre
La Testadura 47
la mucosidad flotando entre sus senos.
Advirtió diminutos pero forzados movi-
mientos. Tocó la herida blanda con sus
dedos y la examinó. Un nido de mi-
núsculos parásitos se arrastraban entre
el tejido necrosado, haciéndose paso,
enroscándose entre la carne suelta.
Se desnudó y entró a la regadera.
Extasiada tomó un paño. Restregó entre
los pechos; la sangre se deslizaba sobre
el ombligo. Mientras tanto, un pedazo
de piel, enrojecido, caminaba por el
abdomen. Vio cómo aquellos pequeños
gusanos caían sin ton ni son en la cola-
dera. Aprisionó uno con sus huesudos
La Testadura 48
dedos. Éste se retorció delicadamente
entre sus yemas.
Sí ¡eran ellas!
Sus uñas tallaron con más ahínco los
bordes de la llaga. No fue suficiente.
Corrió desnuda a la cocina. Un grito cris-
pado estalló en las paredes.
La delató el olor. Se horrorizaron al
ver la escena en la cocina. Parásitos
encima del cuerpo descarnado. Se la
comían y se comían unas a otras. Frag-
mentos de piel y carne putrefacta sobre
el suelo. Sangre seca, nacarada, mirada
hacia el techo y el ceño fruncido. Se
encontraron ante un cadáver con rostro
La Testadura 50
iracundo.
Antes de morir, antes de darle el
último tirón de su piel, supo el porqué
de su llegada. Lo entendió a la par del
último grito desaforado.
Fue aquella noche. Él las capturó y
las embutió en su boca justo después de
besarla.