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LABOA, JUAN MARIA. HISTORIA DE LA IGLESIA CATOLICA V EDAD COMTEMPOREANA.pdf

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1 H I STORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA v EDAD CONTEMPORÁNEA POR JUANMARÍALABOA PROFESOR DE HISTORIA ECLESIÁSTICA EN LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS (MADRID) SEGUNDA EDICIÓN (Reimpresión) BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOS MADRIDMM  HISTORIA DE LA IGLESIA CATÓLICA (5vols.) Vol. 1: EDAD ANTIGUA:  La Iglesia en el mundo gre- corromano, por B. Llorca (7. aed.). Vol. II: EDAD MEDIA: La cristiandad en el mundo europeo y feudal, por R. García-Villoslada (5.a ed.). Vol. III: EDAD NUEVA: La Iglesia en la época del Renacimiento y de la Reforma católica, por R. Gar- cía-Villoslada y B. Llorca (4.a ed.). Vol. IV: EDAD MODERNA: La época del absolutismo monárquico, por R. García-Villoslada y J. M. Laboa (3.a ed.). Vol. V: EDAD CONTEMPORÁNEA, por J. M. Laboa. CAPÍTULO 1  LOS PAPAS DEL SIGLO XIX Durante el siglo xix el pontificado romano fue sometido a vaivenes y cambios importantes, tanto desde instancias externas como desde el interior de la misma Iglesia, que causaron transformaciones de costumbres centenarias y re- plantearon el mismo modo de ejercer esta función'. Entre estos cambios señalamos la desaparición del mile- nario poder temporal, que para muchos católicos resultaba esencial en el ejercicio del pontificado, un nuevo tipo de relaciones con las iglesias nacionales y, sobre todo, un mayor acercamiento al pueblo católico, que por primera vez tuvo un conocimiento y una experiencia directa del significado de la función del papa. Los papas de este siglo sufrieron el exilio en Francia y en el reino de Nápoles, la reclusión voluntaria en su palacio ro- mano a lo largo de medio siglo, vivieron la revolución victo- riosa en sus Estados, el asesinato de su primer ministro, la ocupación de los Estados de la Iglesia, la unidad de Italia. Se proclamó la República romana en 1850 y, en épocas diversas, Roma fue proclamada segunda capital del Imperio napoleóni- co y capital del nuevo Reino de Italia. Es decir, en menos de un siglo la Ciudad Eterna y el conjunto del estado eclesial sufrieron las consecuencias de la convulsión política europea, los influjos de las ideas revolucionarias y la pasión unitaria del pueblo italiano, que no por eso dejó de ser católico.  A lo largo del siglo fueron tres los problemas principales que caracterizaron el desarrollo de las naciones y marcaron la vida de la Iglesia: el nacionalismo, el liberalismo y la cues- tión social. No se puede comprender la actitud de los papas ante el mundo moderno, la revolución industrial, la apari- YVES-MARIE HILAIRE, Histoire de la Papauté (París1996); J.N.D. KELLY, The Oxford dictionary of Popes (Oxford 1986); JOSÉ ORLANDIS, El pontificado romano (Pamplona 1996); BATTISTA MONDIN, Dizionario enciclopedico dei Papi (Roma 1995); PH. LEVILLAIN (dir.), Dizionario storico del papato, 2 vols.  ( Milán 1996). 4 Historia de la Iglesia católica ción de las nuevas nacionalidades y tantos otros aspectos que configuraron el siglo, si olvidamos o no damos la importan- cia debida a estos temas. La sensibilidad de los pontífices ante la ideología liberal y el movimiento obrero influyeron también decisivamente en el modo de enfocar y acercarse a estos problemas, pero, sobre todo, fue la situación político- social de los Estados de la Iglesia la que marcó y determinó de modo decisivo la actitud de los papas ante los movimien- tos ideológicos dominantes en la época contemporánea. PÍO VII (1800-1823). UN PAPA LUCHADOR  Juan Bautista Chiaramonti, de familia aristócrata, nació en 1742 en Cesena; estudió con los jesuitas en Ravena, be- nedictino, es nombrado abad de S. Calixto en Roma, obispo de Tívoli y de Ímola y finalmente creado cardenal. Aus- tero y piadoso, dúctil con el mundo moderno, no se opuso tajantemente a cuanto suponía la Ilustración ni al significado de la Revolución francesa. En una homilía de 1797 afirmó que «la forma democrática no repugna al Evangelio», afir- mación que en aquellos difíciles días podía chocar y escanda- lizar.  Treinta y cinco cardenales dirigidos por Consalvi, secre- tario del cónclave, bajo la protección del emperador austria- co Francisco II, lo eligieron en Venecia, cuando no pocos europeos daban por caducado el papel del papado z. Con i mprevistas dificultades, causadas fundamentalmente por el deseo de los austriacos de que el Papa renunciara a parte de sus estados, llegó a Roma en pleno período de afianzamiento político de Napoleón. La encontró desordenada y abandona- da, y trató de reorganizar la ciudad, sus Estados y la Iglesia en general. El pontificado del primer papa del siglo xix (fue elegido el 14 de marzo de 1800) quedó marcado por la actuación prepotente de Napoleón y por sus consecuencias. Durante los primeros quince años tuvo que soportar, ceder o enfren- tarse a la política napoleónica, mientras que los diez siguien- L. PÁSZTOR, Ercole Consalvi, prosegretario di Venezia. Momenti di storia  pontificia tra il 1799 e il 1800: Arch. della Societá romana di storia patria 83 (1960) 99-188. C. 1.  Los papas del siglo XIX  5 tes fueron dedicados a la reconstrucción de los Estados de la Iglesia y de la Iglesia universal, sobre todo en Europa, donde el vendaval revolucionario la había dañado tan duramente que, en algunos momentos, se había dudado de su capacidad de supervivencia 3 . Fóscolo y De Maistre lo comparan con Gregorio VII cuando se refieren a sus relaciones con Napoleón. Habría que decir que, a pesar del comportamiento del emperador francés, este papa siguió estimando al emperador exiliado, protegió a su familia en la desgracia y recordó en todo mo- mento que gracias a Napoleón fue posible reconstruir la Iglesia francesa. Pío VII se convirtió en uno de los mitos, o de las ideas-fuerza que influyeron en el movimiento filopapal del ochocientos, y que más tarde alimentaría la propaganda temporalista de los católicos ultramontanos e intransigentes. Se trata del «mito Pío VII, defensor y mártir de la libertad de la Iglesia y, también, de la libertad italiana». Pío VII reconoció con el breve del 7 de marzo de 1801 la Compañía de Jesús en Rusia, y tres años más tarde (30 de julio de 1804) en el reino de las Dos Sicilias. Finalmente, en agosto de 1814 aprobó la reconstitución de los jesuitas, cuarenta y un años después de su disolución. Cinco días después prohibía nuevamente a los católicos el pertenecer a la masonería. Todo este período fue caracterizado por el intento de reconstrucción eclesiástica, por la fundación de nuevas congregaciones reli- giosas y por la reagrupación y reorganización de las antiguas. En su intensa dedicación a la vivificación de la vida religiosa y eclesial encontró en los diferentes gobiernos los antiguos há- bitos jurisdiccionales, el intento persistente de los políticos de entrometerse en la organización eclesial y de utilizarla para sus fines. Es verdad, sin embargo, que tampoco en este campo la revolución había sido inútil. La vida religiosa comenzó a flo- recer y los hombres de Iglesia, que habían sufrido en su pro- pia carne las consecuencias de una unión demasiado estrecha a opciones y regímenes políticos determinados, pensaron en la posibilidad de otros planteamientos, de otra manera de estar presente en la sociedad. 3  J. LEFLON, Pie VII. Des abbayes benedictines á la papauté (París 1958); 1 . SPADA, La Rivoluzione francese e il papa (Bolonia 1989); E. VERCESI, Pio VII, Napoleone e la restaurazione  ( Turín 1933); A.F. ARTAUD DE MONTOR, Storia del Papa Pio VII  ( Milán 1837); L.R. ALTAMIRA, El deán Funes y el Papa Pío VII (Córdoba 1952). 6   Historia de la Iglesia calica En 1814 se reunieron en Viena los reyes y los príncipes de Europa con el fin de reestructurar el continente de acuer- do con los principios prerrevolucionarios, pero estos apósto- les de la Restauración pretendían establecer una excepción, los Estados Pontificios. Sólo la capacidad negociadora del cardenal Consalvi, ayudado por el prestigio de Pío VII, hizo posible la reconstitución de los Estados de la Iglesia'. El Papa no se entusiasmó con la Santa Alianza, tratado según el cual los soberanos de Austria, Rusia y Prusia se responsabi- lizaban, en cuanto «delegados» de Dios, a regir sus pueblos según «los preceptos de justicia, caridad y paz». Pío VII protegió con generosidad las artes y la cultura, restauró basílicas e iglesias, abrió al público los museos ro- manos y la Biblioteca Vaticana, reorganizó las universidades y academias, reanudando en la ciudad la tradición cultural y artística perdida durante los movimientos revolucionarios  5 . Resulta, a veces, difícil distinguir su política y sus orien- taciones de las del cardenal Consalvi, probablemente el me- j or Secretario de Estado del siglo. Este se identificó plena- mente con la mentalidad y las cualidades del pontífice, pero no cabe duda de que Pío VII confió a su vez plenamente en los modos y en la manera de actuar de Consalvi  6 . El Secretario de Estado trabajó esforzadamente con el fin de que la Iglesia no quedara al margen de la nueva or- ganización política europea post-napoleónica. Su actuación en el Congreso de Viena le valió la consideración y el res- peto de reyes y ministros, consiguiendo la devolución de todos los territorios pontificios usurpados, especialmente por Austria, menos los enclaves de Aviñón y del condado  Venesino, probablemente demasiado anacrónicos para la nueva situación, que quedaron integrados definitivamente en Francia. El ministro inglés llegó a afirmar de él: «Es el maestro de todos» 7 .  Ambos desarrollaron una paciente política concordato- ria, buscando introducir a la Iglesia en el sistema de equili- ' A. ROVERI, La Missione Consalvi e il congresso di Vienna, 3 vols. (Roma 1970-1973). FRANCESCO WEY,  Musei del Vaticano (Milán 1898) 45-55. G. CASSI, Il cardinale Consalvi ed í primi anni della Restaurazione ponti-  ficia (1815-1819) ( Milán 1931); J.M. ROBINSON, Cardinal Consalvi, 1757-1824 ( Nueva Ybrk 1987). ' CARDENAL WISEMAN,  Rimembranze degli ultimi quattro papi e di Roma al tempi loro ( Milán 1858). C.1.  Los papas del siglo XIX  7 brio conservador surgido en el Congreso de Viena. El 5 de j unio de 1816 se firmaba el concordato de Baviera, en el que se determinaba que la religión católica sería conservada «cum  jis iuribus et praerrogativis quibus frui debet ex Dei ordinatio- nibus et canonicis sanctionibus». Cada diócesis contaría con un seminario sujeto al obispo «pleno liberoque iure». Los eclesiásticos debían jurar ante el rey «no participar en re- uniones contrarias a la tranquilidad pública, y revelar si algo se tramaba contra el Estado». Seis días más tarde se aprobó el concordato francés que nunca se puso en práctica. Este concordato era una manifestación de buena voluntad, una especie de exposición programática gubernativa en relación al conjunto de materias religiosas que, de alguna manera, impregnará la política de la Restauración, pero que, de he- cho, no tenía en cuenta los profundos cambios operados en la sociedad francesa. Se quiso aprobar un nuevo concordato en 1816 porque no estaban dispuestos a admitir los valores del concordato napoleónico. En realidad, el fracaso de este concordato nonato de 1816 señaló los límites del intento restauracionista. En febrero de 1818 quedaba ratificado el nuevo concordato napolitano. El clero del reino se hacía cargo de la enseñanza religiosa, se aumentaba el número de diócesis en Sicilia mientras que disminuían las de la penínsu- la, en un intento de reorganizar la Iglesia del Reino de Nápo- les, y se establecía que la enseñanza pública y privada segui- rían las disposiciones romanas. Como contrapartida, el rey nombraba a los obispos y la Iglesia abandonaba los bienes enajenados a sus nuevos propietarios. En los países alemanes dos personajes conocidos en am- plios círculos alentaron infructuosamente un movimiento de autonomía eclesial frente a Roma. Wessenberg, vicario gene- ral de Constanza, autor de La Iglesia de Alemania y su nueva creación y establecimiento (1815), y su arzobispo Dalberg, con una cierta complicidad de Metternich, soñaban en rea- lidad con reeditar una nueva fórmula de josefinismo. No buscaban tanto la libertad episcopal cuanto el no estar suje- tos a Roma. Una reacción pronta y eficaz dirigida por el redentorista Hofbauer impidió el éxito de la iniciativa 8.  Tal vez el problema inmediato más acuciante y de solu- ción más incierta residía en los Estados de la Iglesia. La 8 G. GOYAU,  L'Allemagne religieuse. Le catolicisme I  (París 1909) 287.
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  • 1HISTORIADE LA

    IGLESIA CATLICA

    vEDAD CONTEMPORNEA

    POR

    JUAN MARA LABOAPROFESOR DE HISTORIA ECLESISTICA

    EN LA UNIVERSIDAD PONTIFICIA COMILLAS (MADRID)

    SEGUNDA EDICIN(Reimpresin)

    BIBLIOTECA DE AUTORES CRISTIANOSMADRID MM

    HISTORIA DE LA IGLESIA CATLICA(5 vols.)

    Vol. 1: EDAD ANTIGUA: La Iglesia en el mundo gre-corromano, por B. Llorca (7. a ed.).

    Vol. II: EDAD MEDIA: La cristiandad en el mundoeuropeo y feudal, por R. Garca-Villoslada (5.a ed.).Vol. III: EDAD NUEVA: La Iglesia en la poca delRenacimiento y de la Reforma catlica, por R. Gar-ca-Villoslada y B. Llorca (4.a ed.).Vol. IV: EDAD MODERNA: La poca del absolutismo

    monrquico, por R. Garca-Villoslada y J. M. Laboa(3. a ed.).Vol. V: EDAD CONTEMPORNEA, por J. M. Laboa.

  • CAPTULO 1

    LOS PAPAS DEL SIGLO XIX

    Durante el siglo xix el pontificado romano fue sometidoa vaivenes y cambios importantes, tanto desde instanciasexternas como desde el interior de la misma Iglesia, quecausaron transformaciones de costumbres centenarias y re-plantearon el mismo modo de ejercer esta funcin'.Entre estos cambios sealamos la desaparicin del mile-nario poder temporal, que para muchos catlicos resultabaesencial en el ejercicio del pontificado, un nuevo tipo derelaciones con las iglesias nacionales y, sobre todo, un mayoracercamiento al pueblo catlico, que por primera vez tuvoun conocimiento y una experiencia directa del significado dela funcin del papa.Los papas de este siglo sufrieron el exilio en Francia y enel reino de Npoles, la reclusin voluntaria en su palacio ro-mano a lo largo de medio siglo, vivieron la revolucin victo-riosa en sus Estados, el asesinato de su primer ministro, laocupacin de los Estados de la Iglesia, la unidad de Italia. Seproclam la Repblica romana en 1850 y, en pocas diversas,Roma fue proclamada segunda capital del Imperio napoleni-co y capital del nuevo Reino de Italia. Es decir, en menos deun siglo la Ciudad Eterna y el conjunto del estado eclesialsufrieron las consecuencias de la convulsin poltica europea,los influjos de las ideas revolucionarias y la pasin unitaria delpueblo italiano, que no por eso dej de ser catlico.A lo largo del siglo fueron tres los problemas principalesque caracterizaron el desarrollo de las naciones y marcaronla vida de la Iglesia: el nacionalismo, el liberalismo y la cues-tin social. No se puede comprender la actitud de los papasante el mundo moderno, la revolucin industrial, la apari-YVES-MARIE HILAIRE, Histoire de la Papaut (Pars 1996); J.N.D. KELLY,The Oxford dictionary of Popes (Oxford 1986); JOS ORLANDIS, El pontificadoromano (Pamplona 1996); BATTISTA MONDIN, Dizionario enciclopedico dei Papi

    (Roma 1995); PH. LEVILLAIN (dir.), Dizionario storico del papato, 2 vols. ( Miln1996).

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    Historia de la Iglesia catlicacin de las nuevas nacionalidades y tantos otros aspectos queconfiguraron el siglo, si olvidamos o no damos la importan-cia debida a estos temas. La sensibilidad de los pontficesante la ideologa liberal y el movimiento obrero influyerontambin decisivamente en el modo de enfocar y acercarse aestos problemas, pero, sobre todo, fue la situacin poltico-social de los Estados de la Iglesia la que marc y determinde modo decisivo la actitud de los papas ante los movimien-tos ideolgicos dominantes en la poca contempornea.

    PO VII (1800-1823).UN PAPA LUCHADOR

    Juan Bautista Chiaramonti, de familia aristcrata, nacien 1742 en Cesena; estudi con los jesuitas en Ravena, be-nedictino, es nombrado abad de S. Calixto en Roma, obispode Tvoli y de mola y finalmente creado cardenal. Aus-tero y piadoso, dctil con el mundo moderno, no se opusotajantemente a cuanto supona la Ilustracin ni al significadode la Revolucin francesa. En una homila de 1797 afirmque la forma democrtica no repugna al Evangelio, afir-macin que en aquellos difciles das poda chocar y escanda-lizar.Treinta y cinco cardenales dirigidos por Consalvi, secre-tario del cnclave, bajo la proteccin del emperador austria-co Francisco II, lo eligieron en Venecia, cuando no pocoseuropeos daban por caducado el papel del papado z . Conimprevistas dificultades, causadas fundamentalmente por eldeseo de los austriacos de que el Papa renunciara a parte desus estados, lleg a Roma en pleno perodo de afianzamientopoltico de Napolen. La encontr desordenada y abandona-da, y trat de reorganizar la ciudad, sus Estados y la Iglesiaen general.El pontificado del primer papa del siglo xix (fue elegidoel 14 de marzo de 1800) qued marcado por la actuacinprepotente de Napolen y por sus consecuencias. Durantelos primeros quince aos tuvo que soportar, ceder o enfren-tarse a la poltica napolenica, mientras que los diez siguien-2 L. PSZTOR, Ercole Consalvi, prosegretario di Venezia. Momenti di storiapontificia tra il 1799 e il 1800: Arch. della Societ romana di storia patria 83(1960) 99-188.

    C. 1. Los papas del siglo XIX

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    tes fueron dedicados a la reconstruccin de los Estados de laIglesia y de la Iglesia universal, sobre todo en Europa, dondeel vendaval revolucionario la haba daado tan duramenteque, en algunos momentos, se haba dudado de su capacidadde supervivencia 3 .Fscolo y De Maistre lo comparan con Gregorio VIIcuando se refieren a sus relaciones con Napolen. Habraque decir que, a pesar del comportamiento del emperadorfrancs, este papa sigui estimando al emperador exiliado,protegi a su familia en la desgracia y record en todo mo-mento que gracias a Napolen fue posible reconstruir laIglesia francesa. Po VII se convirti en uno de los mitos, ode las ideas-fuerza que influyeron en el movimiento filopapaldel ochocientos, y que ms tarde alimentara la propagandatemporalista de los catlicos ultramontanos e intransigentes.Se trata del mito Po VII, defensor y mrtir de la libertadde la Iglesia y, tambin, de la libertad italiana.Po VII reconoci con el breve del 7 de marzo de 1801 laCompaa de Jess en Rusia, y tres aos ms tarde (30 de juliode 1804) en el reino de las Dos Sicilias. Finalmente, en agostode 1814 aprob la reconstitucin de los jesuitas, cuarenta y unaos despus de su disolucin. Cinco das despus prohibanuevamente a los catlicos el pertenecer a la masonera. Todoeste perodo fue caracterizado por el intento de reconstruccineclesistica, por la fundacin de nuevas congregaciones reli-giosas y por la reagrupacin y reorganizacin de las antiguas.En su intensa dedicacin a la vivificacin de la vida religiosa yeclesial encontr en los diferentes gobiernos los antiguos h-bitos jurisdiccionales, el intento persistente de los polticos deentrometerse en la organizacin eclesial y de utilizarla para susfines. Es verdad, sin embargo, que tampoco en este campo larevolucin haba sido intil. La vida religiosa comenz a flo-recer y los hombres de Iglesia, que haban sufrido en su pro-pia carne las consecuencias de una unin demasiado estrechaa opciones y regmenes polticos determinados, pensaron en laposibilidad de otros planteamientos, de otra manera de estarpresente en la sociedad.3 J. LEFLON, Pie VII. Des abbayes benedictines la papaut ( Pars 1958);1. SPADA, La Rivoluzione francese e il papa (Bolonia 1989); E. VERCESI, Pio VII,Napoleone e la restaurazione ( Turn 1933); A.F. ARTAUD DE MONTOR, Storia delPapa Pio VII ( Miln 1837); L.R. ALTAMIRA, El den Funes y el Papa Po VII(Crdoba 1952).

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    Historia de la Iglesia catlica

    En 1814 se reunieron en Viena los reyes y los prncipesde Europa con el fin de reestructurar el continente de acuer-do con los principios prerrevolucionarios, pero estos apsto-les de la Restauracin pretendan establecer una excepcin,los Estados Pontificios. Slo la capacidad negociadora delcardenal Consalvi, ayudado por el prestigio de Po VII, hizoposible la reconstitucin de los Estados de la Iglesia'. ElPapa no se entusiasm con la Santa Alianza, tratado segn elcual los soberanos de Austria, Rusia y Prusia se responsabi-lizaban, en cuanto delegados de Dios, a regir sus pueblossegn los preceptos de justicia, caridad y paz.Po VII protegi con generosidad las artes y la cultura,restaur baslicas e iglesias, abri al pblico los museos ro-manos y la Biblioteca Vaticana, reorganiz las universidadesy academias, reanudando en la ciudad la tradicin cultural yartstica perdida durante los movimientos revolucionarios 5 .Resulta, a veces, difcil distinguir su poltica y sus orien-taciones de las del cardenal Consalvi, probablemente el me-jor Secretario de Estado del siglo. Este se identific plena-mente con la mentalidad y las cualidades del pontfice, perono cabe duda de que Po VII confi a su vez plenamente enlos modos y en la manera de actuar de Consalvi 6 .El Secretario de Estado trabaj esforzadamente con elfin de que la Iglesia no quedara al margen de la nueva or-ganizacin poltica europea post-napolenica. Su actuacinen el Congreso de Viena le vali la consideracin y el res-peto de reyes y ministros, consiguiendo la devolucin detodos los territorios pontificios usurpados, especialmentepor Austria, menos los enclaves de Avin y del condadoVenesino, probablemente demasiado anacrnicos para lanueva situacin, que quedaron integrados definitivamenteen Francia. El ministro ingls lleg a afirmar de l: Es elmaestro de todos 7 .Ambos desarrollaron una paciente poltica concordato-ria, buscando introducir a la Iglesia en el sistema de equili-' A. ROVERI, La Missione Consalvi e il congresso di Vienna, 3 vols. (Roma

    1970-1973).FRANCESCO WEY, Musei del Vaticano (Miln 1898) 45-55.

    6 G. CASSI, Il cardinale Consalvi ed primi anni della Restaurazione ponti-ficia (1815-1819) ( Miln 1931); J. M. ROBINSON, Cardinal Consalvi, 1757-1824( Nueva Ybrk 1987).

    ' CARDENAL WISEMAN, Rimembranze degli ultimi quattro papi e di Roma altempi loro ( Miln 1858).

    C.1. Los papas del siglo XIX

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    brio conservador surgido en el Congreso de Viena. El 5 dejunio de 1816 se firmaba el concordato de Baviera, en el quese determinaba que la religin catlica sera conservada cumjis iuribus et praerrogativis quibus frui debet ex Dei ordinatio-nibus et canonicis sanctionibus. Cada dicesis contara conun seminario sujeto al obispo pleno liberoque iure. Loseclesisticos deban jurar ante el rey no participar en re-uniones contrarias a la tranquilidad pblica, y revelar si algose tramaba contra el Estado. Seis das ms tarde se aprobel concordato francs que nunca se puso en prctica. Esteconcordato era una manifestacin de buena voluntad, unaespecie de exposicin programtica gubernativa en relacinal conjunto de materias religiosas que, de alguna manera,impregnar la poltica de la Restauracin, pero que, de he-cho, no tena en cuenta los profundos cambios operados enla sociedad francesa. Se quiso aprobar un nuevo concordatoen 1816 porque no estaban dispuestos a admitir los valoresdel concordato napolenico. En realidad, el fracaso de esteconcordato nonato de 1816 seal los lmites del intentorestauracionista. En febrero de 1818 quedaba ratificado elnuevo concordato napolitano. El clero del reino se hacacargo de la enseanza religiosa, se aumentaba el nmero dedicesis en Sicilia mientras que disminuan las de la pennsu-la, en un intento de reorganizar la Iglesia del Reino de Npo-les, y se estableca que la enseanza pblica y privada segui-ran las disposiciones romanas. Como contrapartida, el reynombraba a los obispos y la Iglesia abandonaba los bienesenajenados a sus nuevos propietarios.En los pases alemanes dos personajes conocidos en am-plios crculos alentaron infructuosamente un movimiento deautonoma eclesial frente a Roma. Wessenberg, vicario gene-ral de Constanza, autor de La Iglesia de Alemania y su nuevacreacin y establecimiento (1815), y su arzobispo Dalberg,con una cierta complicidad de Metternich, soaban en rea-lidad con reeditar una nueva frmula de josefinismo. Nobuscaban tanto la libertad episcopal cuanto el no estar suje-tos a Roma. Una reaccin pronta y eficaz dirigida por elredentorista Hofbauer impidi el xito de la iniciativa 8 .Tal vez el problema inmediato ms acuciante y de solu-cin ms incierta resida en los Estados de la Iglesia. La8

    G. GOYAU, L'Allemagne religieuse. Le catolicisme I (Pars 1909) 287.

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    Historia de la Iglesia catlica

    administracin y legislacin napolenica haba representadoen muchos sentidos una modernizacin y una mejora real. Elclericalismo absorbente presente en la concepcin de la jus-ticia, de las penas, de los privilegios, propio del AntiguoRgimen, resultaba ya insoportable para la mayora de losciudadanos, que deseaban la modernizacin y la seculariza-cin de la administracin. Para muchos cardenales y clrigos,sin embargo, la vuelta de Po VII tena que suponer la des-aparicin de todas las reformas francesas. Consalvi, con unasensibilidad y una conciencia muy ntida de que muchos cam-bios eran irreversibles, luch a lo largo del pontificado pormodernizar la administracin, la justicia y la organizacingeneral, ganndosela animadversin del sector ms conser-vador. Desde estos das encontramos en las principales ciu-dades del Estado pontificio la presencia de los carbonarios,es decir, sociedades secretas imbuidas del espritu de la Ilus-tracin y del entusiasmo libertario de la Revolucin, quepretendan liberar el poder poltico del predominio clericaly coseguir la unidad de Italia. La fuerza y el influjo de estassociedades polticas, sobre todo en Italia, fue enorme ycondicionaron no pocas de las reacciones polticas de lospontfices sucesivos 9 .Po VII tuvo dos ideas que, desigualmente, pudo llevaradelante a lo largo de su pontificado: recrear el contacto conlas masas catlicas, a pesar de los recelos de los prncipes,suscitando una atmsfera espiritual unitaria que pudieseoponerse a la propaganda anticlerical y a la poltica antiecle-sistica de los liberales, y afirmar la autoridad del Estadofrente a la actitud disgregadora de las sectas y de las organi-zaciones secretas polticas.La edad napolenica represent de hecho el ocaso deuna larga poca durante la cual la Iglesia haba mantenidolos atributos de sociedad privilegiada de derecho pblico, yel comienzo de otra en la cual la Iglesia se vio reducida almbito de derecho comn, inicindose el perodo de los con-cordatos que se prolongar hasta nuestros das. Po VII fueel papa prototipo de este perodo de transicin que, en rea-lidad, se prolong a lo largo del siglo.9 D. SPADONI, Sette, cospirazioni e cospiratori nello Stato pontificio

    all'indoman della restaurazione (Turn-Roma 1904); A. PIERANTONI, I Carbo-nar' dello Stato Pontificio ricercati dalle Inquisizioni austriache nel Regno Lom-bardo-veneto (1817-1825) ( Miln 1910).

    C. 1. Los papas del siglo XIX

    9

    Este papa supo transformar en bazas favorables para elcatolicismo las humillaciones y persecuciones infligidas porNapolen 10 , supo hacer amable y querida la figura del pon-tfice y procur establecer puentes entre una Iglesia todavademasiado anclada en el pasado y una sociedad que mirabaal futuro y buscaba el cambio y el progreso.LEN XII (1823-1829).

    LA VICTORIA CONSERVADORA

    Po VII muri el 6 de julio de 1823. El cnclave, quedur 25 das, se celebr en Roma por primera vez despusde medio siglo, inicindose sus reuniones el 2 de septiembre,en un ambiente enrarecido, tenso y enfrentado. Los cardena-les zelanti (conservadores e intransigentes, reaccionarios enpoltica interior, suspicaces en relacin a Austria y Francia)se oponan con decisin a la poltica de los politicanti (pro-gresistas), cuyo representante ms insigne era Consalvi. Paralos conservadores, Consalvi era el que haba pactado conNapolen y quien estaba dispuesto a establecer puentes conel liberalismo.Le acusaban de haber ejercido un poder demasiado per-sonal, ser en exceso reformista y liberal, hasta el punto detraicionar los principios eclesiales, de haber mantenido envigor las reformas napolenicas y el personal administrativoque lo haba apoyado, y de haber realizado excesivas conce-siones en sus relaciones con los gobiernos. Su candidato,decididamente conservador, era el cardenal Severoli. Por otraparte, las medidas reformistas adoptadas por Consalvi ha-ban contrariado intereses y creado descontentos: la noblezano le perdonaba la supresin de los derechos feudales, loscuriales, la introduccin de laicos en los puestos oficiales, yalgunas ciudades el que se hubieran anulado sus privilegios.Francia, Austria, Espaa, Npoles y Cerdea deseabanun papa ms bien poltico y conciliador que no crease nue-vos problemas, pero no fueron capaces de defender hasta el10

    El perodo napolenico vio a la vez la decadencia y el renacimiento delpapado, la extrema capitulacin ante el cesarismo democrtico y la supremareaccin contra el estatalismo absolutista, que amenazaba todas las posicionesideales y polticas de la Iglesia de Roma. Po PASCHINI, I Papi nella storia,vol. 2. (Roma 1961), 883.

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    Historia de la Iglesia catlicafinal la candidatura de Consalvi, al que consideraban comoel nico capaz de mantener la paz y la concordia en Europay en la pennsula 11 . Austria vet al cardenal Severoli el daen que estaba a punto de conseguir los votos necesarios. El21 de septiembre, fue elegido con 34 votos de los 49 posiblesel cardenal Annibale della Genga, de frgil salud, de 67 aos,antiguo nuncio en Colonia y Mnich 12 , que tomar el nom-bre de Len que ningn papa haba elegido desde 1605 13 , enmemoria de S. Len Magno 14 . Sus relaciones personales conConsalvi no haban sido buenas, pero Po VII le cre carde-nal en su primer consistorio y desde 1820 fue el cardenal-vicario de Roma.El programa de restauracin religiosa del nuevo papaaparece delineado en su primera encclica, Ubi primum (3de mayo de 1824), en la que se marcaban las lneas maes-tras de su poltica y donde resplandeca el talante del grupode cardenales que lo haban elegido. Entre los puntos prin-cipales, se sealaba la obligacin de la residencia de losobispos, la necesidad de un clero virtuoso y preparado, laobligacin de luchar contra las teoras que amenazaban lafe y sus principios, la condena de las sectas, del indiferen-tismo y de la tolerancia: Doctrina que ensea que Dios hadado al hombre una completa libertad, de manera quepuede, sin peligro para su salvacin, abrazar y adoptar lasecta y la opinin que le convengan segn su propio jui-cio. En una palabra, era un programa que buscaba larestauracin de la religin, a la que consideraba amenazaday poco protegida, a pesar de que, insista en el documento,los prncipes seculares defienden su propia causa cuandodefienden la autoridad de la Iglesia. A finales del mismomes, con la bula Cum primum, convoca una visita apost-lica a su dicesis de Roma, visita pastoral que no ser repe-tida en esta dicesis hasta febrero de 1904, cuando Po Xdecida renovar la pastoral de Roma, donde no siempre la

    11 CH. TERLINDEN, Le conclave de Lon XII: Revue d'Histoire ecclsiastique(1913) 271. Luis XVIII aconsej al cnclave que eligieran una persona queconduzca los asuntos de la Iglesia con espritu de conciliacin, de justicia, deseguridad, que debe ser la herencia del padre comn de los fieles.12Z R. CoLAPIETRA, La formazione diplomatica di Leone XII (Roma 1966)." R. COLAPIETRA, Il diario Brunelli del conclave de 1823: Archivio storicoitaliano 120 (1962) 76-146.14 C. TERLINDEN, Le conclave de Lon XII (2-28 septembre 1823): RHEXIV (1913).

    C.1. Los papas del siglo XIX

    11abundancia de clero ha significado inters pastoral, y ofre-cer a las otras Iglesias un ejemplo a seguir 1sEl nuevo Secretario de Estado, Somaglia, tena 84 aos yno posea ni la talla ni la salud requerida para tal cargo. Loszelanti consiguieron, tambin, del nuevo papa la creacin deuna Congregacin de Estado compuesta por cardenales ele-gidos de los tres rdenes, cardenales intransigentes y enemi-gos de la poltica seguida por Consalvi, y que pretenda di-rigir los asuntos de la Iglesia. Poco a poco el nuevo papa fuedesprendindose de su influjo, aunque, obviamente, esto nosignific cambio de talante. En 1827 fue nombrado Secreta-rio de Estado el cardenal Bernetti, ms dctil y conocedor dela situacin real europea 16Como era de prever, la sustitucin de Consalvi estabaimplcita en el triunfo de los zelantes, y tambin el deseoy el propsito de acabar con la poltica anterior. Consalviqued, de hecho, relegado y pudo comprobar cmo se ac-tuaba en contra de los grandes principios que haban inspi-rado su poltica y, de hecho, la del papa anterior. Len XIIera, ciertamente, conservador, pero ms prudente que susconsejeros, y se neg a aceptar sin ms todos los deseosy proyectos de la reaccin, por lo que quiso conocer direc-tamente la opinin de Consalvi acerca de la situacin realde la sociedad y sobre los grandes objetivos pendientes.A raz de una entrevista del papa con el antiguo Secretariode Estado celebrada algunos meses despus de su eleccin,parece que se produjo un cierto despegue de Len XII dela excesiva tutela de los zelanti. Una de sus decisiones eneste sentido fue la limitacin de los poderes de la Congre-gacin de Estado. Consalvi muri pocos das despus de laentrevista, no sin aconsejar al nuevo pontfice las grandeslneas que convena seguir: apoyarse en Francia, desconfiarde Rusia, luchar decididamente contra los carbonarios, pro-teger a los catlicos de Amrica, preparar el terreno parala emancipacin de los catlicos ingleses, mantener en lasrelaciones con Austria una prudente reserva y proclamar unJubileo 17 .

    5 F. LOZZELLI, Roma religiosa all'inizio del novecento ( Roma 1985) 49-51.16 P. UGOLINI, La politica estera del Card. Tommaso Bernetti Segretario diStato di Leone XII (1828-1829): Archivio della Societ romana di storia patria112 (1969) 213-320.17 ARTAND DE MONTEA, Storia di Leone XII (Miln 1843) 130-133.

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    Historia de la Iglesia catlica

    A pesar de todo, no cabe duda de que la poltica de estepapa estuvo demasiado dominada por el partido ultraconser-vador y por la mentalidad que haba caracterizado al AntiguoRgimen. En poltica interior, su actuacin mantuvo unaspautas esencialmente reaccionarias. En el motu proprio del 5de octubre de 1824 por el que reformaba los tribunales delEstado, el cdigo y la prctica judicial, se daba marcha atrsa las reformas de su predecesor: los laicos tuvieron que aban-donar los puestos pblicos que tan trabajosamente habanconseguido, se favoreca desconsideradamente a los nobles,se suprimieron las instituciones de tendencia liberal: tribuna-les, cdigo civil, procedimiento judicial..., y se luch contrala libertad de prensa. En el campo religioso, las diversasactuaciones iban encaminadas a defender la prctica catlicay la renovacin religiosa, pero con el convencimiento de queesto poda lograrse slo si mantenan la secular alianza entretrono y altar, aspiracin fundamental de la poltica de laRestauracin.La Restauracin signific, para Len XII y los cardenalesque le apoyaban, restaurar todos los privilegios, prohibicio-nes y abusos del Antiguo Rgimen, es decir, el rgimen feu-dal. Y siendo de carcter autoritario, quiso aplicar rgida-mente los principios del absolutismo en los que encontrabala salvacin de la situacin existente. En sus Estados tuvoque enfrentarse a la actividad creciente de las sociedadessecretas, sobre todo los carbonarios, que desarrollaban suactividad poltica subversiva con xito creciente amparadosen el apoyo de buena parte de la poblacin. La accin suma-ria del cardenal Rivarola en Ravena y Romaa, que llev acondenar a muerte a siete de los juzgados, a trabajos forza-dos a trece y seis a cadena perpetua, slo consigui la indig-nacin general 18 . La poltica de este papa demostr la inca-pacidad de gobernar el Estado recurriendo a expedientesmezquinos e intiles: la delacin, la obligacin de llevar lin-ternas durante la noche o el formalismo. En Faenza, un jovenque no obedeci a la recomendacin de la polica de des-cubrirse ante el Sacramento fue condenado a ocho das deejercicios espirituales y a un ao de detencin con la obliga-cin de ayunar a pan y agua todos los jueves en honor del`s R. COLAPIETRA, La chiesa tra Lamennais e Metternich. Il pontificato di

    Leone XII ( Brescia 1963).

    C.1. Los papas del siglo XIX

    13

    Santsimo 19 . Una vez ms, se pretenda ocultar con un for-malismo forzado y exterior el cambio de mentalidad y laausencia de formacin profunda en la mayora del pueblo y,seguramente, del clero.Len XII aconsej al clero que confiara en el apoyo delos soberanos, a quienes, pensaba, deba resultar espontneoel defender a la Iglesia, dado que sta era el sostn msseguro de sus estados. La represin contra los carbonarios,verdaderos enemigos de la situacin vigente, iba acompaa-da de sermones en las plazas pblicas en los que los predi-cadores exhortaban a los culpables a la penitencia, sin con-seguir, aparentemente, grandes resultados.Durante este pontificado se plante el problema de laprovisin de dicesis en aquellos pases que haban formadoparte de la Amrica'Espaola. Fernando VII y su Gobiernopretendieron continuar con el privilegio de presentacin,mientras que las nuevas naciones se consideraban herede-ras de tales derechos y no estaban dispuestas a aceptar obis-pos presentados por el monarca espaol. En 1823 envi aChile una misin diplomtica compuesta por Mons. Muzi ypor Mons. Masta, futuro Po IX, y otra misin a Colombia.Len XII, ante el descontento y la indignacin del rey espa-ol, nombr directamente a los obispos, a menudo elegidosentre las listas presentadas por los gobiernos americanos. Aspromovi jerarquas eclesisticas autnomas en Colombia yen Brasil y numerosos vicariatos apostlicos en diferentespases. De esta manera, no se produjo ninguna ruptura conmotivo de la independencia, y las relaciones con la SantaSede fueron suficientemente normales desde el primer mo-mento. Por su parte, Espaa dio a entender que rompera lasrelaciones diplomticas, pero, al poco tiempo, acept la rea-lidad 20 .Dedic especial atencin a los estudios, promulgando unnuevo Reglamento en 1824, la bula Quod divina Sapientia, yreorganizando los programas y mtodos de las universidades.Todas las instituciones de enseanza quedaban bajo la direc-cin de una nueva Congregacin de estudios, que tena lafinalidad de mejorarlos y de controlarlos. La bula estableca

    19 ASV-SS Interni rbrica 26, sobre 524.20 PEDRO DE LETURIA, La emancipacin hispanoamericana en los informes

    episcopales a Po VII (Buenos Aires 1935); ID., Bolvar y Len XII (Caracas1931).

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    Historia de la Iglesia catlica

    dos universidades primarias (Roma y Bolonia) con 35 cte-dras cada una y cinco secundarias (Peruggia, Ferrara, Came-rino, Macerata y Fermo) con 17 ctedras cada una. Resultintempestiva la declaracin de que el arte, las ciencias y lasletras se reducan a ser siervas de la religin. En septiembrede 1824 devolvi a los jesuitas el Colegio Romano. Uno delos recuerdos estticos ms importantes de su pontificadofue sin duda a reconstruccin segn el modelo precedente dela baslica de San Pablo, destruida por un incendio pocoantes de la muerte de su predecesor.En 1825 convoc y celebr el Ao Santo con la bula deindiccin Quod hoc ineunte saeculo, el nico celebrado du-rante este siglo, en unas condiciones precarias que demostra-ban la difcil y confusa situacin existente. Anunci que sufinalidad era la de restaurar todas las cosas en Cristo e invita los fieles del mundo a acudir a Roma, la sede de SanPedro, donde encontraran abundantes socorros de recon-ciliacin y gracia. Ante la masiva propagacin de las ideasliberales, los Estados italianos, gobernados por regmenesabsolutistas, teman el trasiego de peregrinos de un pas aotro, y el mismo Secretario de Estado fue consciente delpeligro de que conspiradores polticos y miembros de socie-dades secretas se mezclasen con los piadosos peregrinos. Paraalgunos -y sta es la primera vez en que encontramos estejuicio- lo que se preparaba en Roma era una triste comedia.Es decir, aparece ya la contestacin en el interior de la Iglesiaa una venerable y antiqusima tradicin, nfluida en granparte por las ideas y el talante propios de la Ilustracin y porel deseo de una religin ms interiorizada y menos formalis-ta. De hecho, apenas participaron un millar de extranjerosde entre los 150.000 peregrinos. El papa quera que Roma seconvirtiese en ciudad autnticamente santa, pero su celo eraestrecho e intransigente, por lo que sus logros resultaron de-cepcionantes.En la encclica de su entronizacin, Ubi primum (3 demayo 1824), adverta Len XII a los obispos que se mantu-vieran sobre aviso contra los peligros de los filsofos que,bajo capa de filantropa y liberalidad, esparcan numerososerrores y minaban el bienestar del pueblo; les prevena con-tra el indiferentismo que, exaltando los bienes de tolerancia,arruinaba la fe; les pona en guardia contra las sectas protes-tantes bblicas, que con sus traducciones de la Biblia propa-

    C. 1. Los papas del siglo XIX

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    gaban varios errores perniciosos. Al hablar del indiferentis-mo, afirma que se trata de la doctrina que ensea que Diosha dado al hombre una completa libertad, de manera quepuede, sin peligro para su salvacin, abrazar y adoptar lasecta y la opinin que le convengan segn su propio juicio.En esta encclica record a los obispos la grave obligacin dela visita pastoral y de la residencia, les exhort a velar por elestado de los seminarios, a proceder a las ordenaciones conprudencia, y a contar con los gobiernos que defendiesen laautoridad de la Iglesia as como con el sucesor de Pedro. Ensus escritos y en sus acciones manifest su propsito de pro-ceder a una restauracin intransigente de la disciplina y latradicin eclesistica.Un edicto de noviembre de 1826 agrav la reclusin delos judos en los guetos, para que no se produjesen revueltas,al tiempo que pretendi despertar en el pueblo romano elsentido del pecado fomentando un clima de vuelta a la pie-dad tradicional, para lo cual lo someti a un rgimen inten-sivo de procesiones y sermones e, incluso, de detalles sobrelos vestidos y otras normas de conducta.Persigui de palabra y obra a los masones. Fue ms libe-ral en su poltica econmica, impulsando el comercio a basede prstamos, favoreciendo las industrias de la lana, algodn,lino y seda, y reduciendo impuestos, pero no consigui unamejora sustancial de la economa, a causa de la mala gestiny de los abusos y corrupciones existentes. En general, fuems independiente del parecer de los cardenales de lo questos hubieran deseado, pero acab siendo mal visto por unosy otros. El embajador francs escribi a su ministro: Porotra parte, nada ms evidente que su impopularidad 21 . Noexageraba demasiado, al describir la sensacin general, elepigrama romano: T nos has causado tres decepciones, oh Santo Padre!: aceptar el papado, vivir tanto tiempo,morirte el martes de carnaval. Es demasiado para que seasllorado 22 .Durante este pontificado, el galicanismo poltico y reli-gioso mantuvo su influjo en Francia a pesar de los escritos de

    21 Arch. Af. Estr. (Roma 963), fol. 215-218.22 J. SCHMIDLIN, Lon XII, Pie VIII et Grgoire XVI (Pars 1938) 135;

    E. PARATORE, Due papi nei sonetti; G. GIAC14INo BELLI (1791-1863), Miscella-nea per il centenario. A cura di L. Pallotino e R. Vighi: Palatino 7 (1963),32-43.

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    Historia de la Iglesia catlicaDe Maistre y de Lamennais, a quien Len XII estim sobre-manera. Llevado tal vez por las teoras de estos autores, estepapa tuvo un imprudente encontronazo con Luis XVIII, aquien escribi una carta desconsiderada. El rey francs lecontest con viveza y acritud, imponiendo al papa una revi-sin de sus actitudes polticas. La Iglesia francesa aumentllamativamente sus efectivos y las congregaciones religiosasextendieron su presencia en las obras educativas y en lascaritativas, pero en el reinado de Carlos X la fuerza polticay social del liberalismo pareca evidente. Hubiera resultadonecesaria una equilibrada capacidad de dilogo y conviven-cia entre una religin todava mayoritaria y un sentimientoliberal compartido por intelectuales y burgueses. No fueposible, y esta incapacidad marc la sociedad francesa y, derebote, la europea.Con los distintos Estados y ciudades alemanas las relacio-nes fueron fluidas, pero casi siempre marcadas por las pre-tensiones regalistas tradicionales. En Prusia, los catlicos noaceptaban la decisin gubernativa de que en los matrimoniosmixtos los hijos fueran bautizados en la religin del padre,problema que se prolongar a lo largo del siglo. En el impe-rio austriaco, Francisco I aliger con diversas disposicionesel severo control jurisdiccionalista que impeda a la Iglesiaactuar con autonoma.En junio de 1827, tras una larga y dursima negociacin,se firm un concordato entre la Santa Sede y Guillermo 1 deHolanda por el que se distribua el territorio de los PasesBajos, que inclua Blgica, en ocho dicesis, entre las cualeslas restablecidas de Brujas, Bois-le-Duc y Amsterdam.En marzo de 1829, el Parlamento ingls aprob el Romancatholic relief act, por el que se concedan a los catlicos susderechos electorales activos y pasivos, y la posibilidad de seradmitidos a los puestos estatales, aunque seguan prohibidasla ereccin de conventos y la presencia de religiosos en elreino. Jorge IV aprob esta ley el 13 de abril, a pesar de suaversin a los catlicos. En realidad, los catlicos irlandesesmantenan, todava, muy limitados sus derechos, ya que lapropiedad de las tierras segua en manos de los protestantes,y los catlicos seguan pagando un impuesto al clero protes-tante.

    C. 1. Los papas del siglo XIX

    17PO VIII (31 MARZO 1829 - 20 NOVIEMBRE 1830).

    LA FUERZA TRANQUILANaci Francisco Javier Castiglioni en Cingoli, provinciade Ancona, el 20 de noviembre de 1761, de familia pertene-ciente a la nobleza provinciana del estado eclesistico. Nom-brado a los 38 aos obispo de Montalto, donde permanecidurante 16 aos, en 1808 rechaz la pretensin de Napolende imponerle el juramento de fidelidad, por lo que fue con-finado en Miln y en Mantua. Apenas Po VII volvi a Roma,premi su gesto nombrndole cardenal y obispo de Cesenaprimero, y de Frascati despus. Trasladado a la Curia roma-na, fue nombrado penitenciario y prefecto de la Congrega-cin del ndice 23 .La eleccin del cardenal Castiglioni, de la escuela de Con-salvi, candidato de Metternich y de Chateaubriand, embaja-dor francs en Roma, pareci indicar el deseo de los carde-nales de volver a una poltica de moderacin y supuso eltriunfo de la corriente de los cardenales polticos, que enbuena parte no eran italianos, y en general fue acogida consatisfaccin por el pueblo romano. Sus electores pensaronque era necesario que el nuevo papa buscase los aspectospositivos de la sociedad contempornea 24 , aunque, natural-mente, no todos estaban de acuerdo en los modos y en lasprioridades. De hecho, el embajador espaol, Labrador, pi-di en su discurso oficial la continuacin de la polticaconservadora y autoritaria. El espritu que dirigi su brevegobierno consisti en reafirmar los principios fundamentalesde la Iglesia y practicar en la solucin de los problemas y enlas relaciones poltica con los Estados una prudente modera-cin 25 .Po VIII tena 67 aos y sufra de un herpes en el cuelloque le obligaba a mantener permanentemente la cabeza incli-nada y sufra dolores constantes: ...pareca estar y estabaefectivamente en un estado de sufrimiento continuo produ-

    23 O. Fusi-PECCi, La vita del Papa Pio VIII (Roma 1965); F. HAYWARD, Ledernier sicle de la Rome Pontifical II (Pars 1928); A. PENNACCHIONI, Il PapaPio VIII, Francesco Saverio Castiglioni (Cingoli 1994).24 Chateaubriand, embajador de Francia en Roma, pidi a los cardenalesun jefe que, poderoso por la doctrina y la autoridad del pasado, conociesetambin las necesidades presentes y futuras.25 R. BELVEDERI, Il papato di fronte alfa Rivoluzione (Bolonia 1965) 139.

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    Historia de la Iglesia catlicacindole una cierta irritacin que se manifestaba a veces ensu tono y en sus expresiones 26. Fue cautamente innovadory prudentemente liberal, demostrando en su corto pontifica-do haber captado el sentido de la poca. Intransigente enmateria dogmtica, reafirm los principios fundamentales dela Iglesia y practic una poltica moderada en las relacionespolticas con los Estados.Eligi al cardenal Albani (1750-1834), hombre de con-fianza de Austria como su Secretario de Estado. Po VIIIser un papa sereno y equilibrado, que buscar el puntomedio en sus relaciones con los Estados, aunque la polticaexterior fue llevada con bastante autonoma por Albani.La primera encclica programtica, Traditi humilitatenostrae (24 mayo 1829), trata del indiferentismo, del subje-tivismo y de las sociedades secretas, pero insiste en que suprincipal objetivo era la educacin. En esta encclica, su plan-teamiento doctrinal y eclesiolgico se sita en la lnea intran-sigente de su predecesor. Conden con energa las socieda-des bblicas y el indiferentismo religioso: Los sofistas deeste siglo, que pretenden que el puerto de la salvacin estabierto a todas las religiones, conceden las mismas alabanzasa la verdad y al error, al vicio y a la virtud, a la honradez ya la perversin. Sealaba, tambin, su preocupacin por lamultiplicacin de las publicaciones perversas y de las socie-dades secretas siempre peligrosas, y animaba a los obispos apreocuparse por las escuelas y los seminarios de sus dicesis.En 1830 Francia vivi una nueva revolucin que destro-n a Carlos X, hermano de los dos reyes anteriores, y acabdefinitivamente con la dinasta borbnica. La identificacinde la Iglesia con la monarqua durante los ltimos quinceaos favoreci la manifestacin de un anticlericalismo viru-lento. La masa popular saque el arzobispado de Pars, elnoviciado de los jesuitas y la casa de las Misiones de Pars.El arzobispo De Quelen tuvo que huir y los sacerdotes nopodan salir a la calle con sotana. La prensa y numerosospanfletos manifestaron el anticlericalismo dominante. Algu-nos obispos, aterrorizados, cruzaron la frontera. Po VIIIoscil en su poltica exterior entre la firmeza de principios ylas concesiones prcticas, entr en relaciones con el nuevogobierno francs y pidi a los obispos que exhortasen a los

    2e Ach. Af. Etr. Roma, 957, fol. 237-247.

    C. 1. Los papas del siglo XIX

    19fieles a la obediencia y la bsqueda de la pacificacin nacio-na1 27 .El papa estaba convencido de que el cambio social ypoltico era inevitable. Pensaba que era ms conveniente quela Iglesia llegase a un acuerdo con el nuevo rgimen queexponerse a una revolucin ms radical y peligrosa, que podasuponer la vuelta a la dramtica situacin de 1793. De he-cho, esta revolucin dio como resultado una constitucinmuy moderada. Po VIII aconsej al clero francs la neutra-lidad poltica y, por su parte, procur no atarse a ningnpartido ni a ningn rgimen concreto, consagrando la pol-tica de establecer relaciones con los poderes constituidos,independientemente de su legitimidad. Concedi al nuevorey, Luis Felipe, el ttulo de Rey Cristiansimo.Ms difcil resultaba favorecer e impulsar el desarrollo yla manifestacin de una cultura catlica capaz de nutrir lavida intelectual de los creyentes y de contrarrestar las mani-festaciones de un anticlericalismo a menudo virulento. HenriHeine escribi en estos das: La vieja religin est radical-mente muerta, est disuelta; la mayora de los franceses noquieren or hablar ms de este cadver y se echan el paueloa la nariz cuando se trata de la Iglesia 28 . La expresin eraobviamente exagerada, pero no cabe duda de que un buenaparte de los representantes ms significativos de la culturadel momento pensaban y sentan as.El papa no favoreci ni aprob los movimientos indepen-dentistas de tres pases catlicos que se encontraban domina-dos por naciones de otras confesiones: Irlanda, Blgica yPolonia, probablemente influido por el Secretario de Estado,cardenal Albani, amigo de Austria y defensor de los princi-pios legitimistas del Congreso de Viena. Sin embargo, en1830, los catlicos belgas unidos a los liberales, irritados porel despotismo y la poltica religiosa poco inteligente de Gui-llermo I de Holanda, consiguieron la libertad religiosa, lalibertad de prensa y de reunin y, finalmente, la independen-cia. Roma vio con disgusto la alianza de catlicos y liberalesbelgas, pero no pudo hacer nada para impedirla.En 1830 se reunieron en Frankfurt los representantes devarios estados alemanes y aprobaron una declaracin en la

    27 Arch. Af. Estr. Roma, 967, fol. 184-185.28 A. DANSETTE, Histoire religieuse de la France contemporaine, 337.

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    Historia de la Iglesia catlica

    que encontramos los siguientes puntos: la Iglesia catlica eslibre de profesar su creencia, pero se exige el placet guber-namental a todos los documentos eclesisticos; las, bulaspontificias deben ser sometidas a la aprobacin del Estado;fuera de la provincia eclesistica no deben discutirse susasuntos; se someten a la aprobacin estatal las resoluciones delos snodos; los seminaristas deben pasar unos exmenes antelas autoridades civiles y denunciar los abusos eclesisticos.Finalmente, los nmeros 14, 15 y 16 regulaban la eleccinepiscopal y exigan el juramento de fidelidad al soberano.Obviamente, se trataba de un nuevo y desfasado jurisdic-cionalismo que chocaba sorprendentemente con la mentali-dad liberal de los participantes y que fue rechazado tajante-mente por el pontfice, dispuesto a defender por todos losmedios la libertad de la Iglesia. Su firmeza en los principioshaba aparecido ya en la cuestin de los matrimonios mixtos,al rechazar la ley del gobierno prusiano que impona la rel-gn del padre en estos matrimonios, y se renov con motivode la pragmtica eclesistica de Frankfurt. Po VIII no sloprotest por estas medidas ante los estados alemanes que sehaban reunido en la ciudad alemana para coordinar suspolticas, sino que, sobre todo, record a los obispos que laIglesia es libre por institucin divina y que ellos tenan laresponsabilidad de contrarrestar los ataques y defender losprincipios. En efecto, a lo largo de la primera mitad del siglo,buena parte del episcopado germano mantuvo una actitudpasiva y sumisa ante las intromisiones de los poderes pbli-cos a pesar de que la mayora del clero bajo reaccion convalenta y decisin.En 1830, el Santo Oficio abandon la tradicional conde-nacin del prstamo con inters. El rechazo de la usura cediel paso a una moral ms atenta a la realidad cambiante y alas conciencias.Po VIII gobern la Iglesia ms con la voluntad que conlas fuerzas fsicas, cada da ms dbiles. Tuvo la satisfaccinde ver cmo la Iglesia norteamericana se desarrollaba con pu-janza. El 4 de octubre de 1829 se reuni el primer concilio deBaltimore en el que se discutieron algunos de los temas mscandentes de entonces: los poderes de los obispos, las conse-cuencias de la promesa de obediencia realizada en la ordena-cin, los medios de propaganda religiosa, la polmica con losprotestantes, la lectura de la Biblia en lengua vulgar, y de los

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    escritos de los herejes, la organizacin de una prensa catlica,las condiciones de existencia de las congregaciones religiosasy el papel de los consejos de laicos. El papa sigui con aten-cin la evolucin de esta Iglesia y la anim en sus dificultades,inevitables en un momento de crecimiento rpid0 21 .El 30 de noviembre de 1830, y al cabo de veinte mesesde pontificado, muri este papa que, de haber vivido ms,hubiera podido imprimir en la Iglesia una actitud de apertu-ra, de serenidad y de dilogo con los principios dominantesen la sociedad moderna que hubieran resultado muy positi-vos para la historia eclesistica de este siglo.GREGORIO XVI (2 FEBRERO 1831-1846).

    FRENTE A LA MODERNIDAD

    A pesar de las crticas condiciones sociales y polticas enlas que se encontraban los Estados de la Iglesia, el cnclaveen el que sali elegido el monje camaldulense Mario Cappel-lari dur cincuenta das, mientras la revolucin amenazabaRoma y su entorno, circunstancia que demuestra la dificultadque encontraban las tendencias conservadora y moderada deentablar un dilogo constructivo dada su relacin de fuerzas,y que manifiesta una vez ms que la historia de los cnclavesha sido, a veces, la historia de las pasiones humanas y de losintereses bastardos. En efecto, los diferentes candidatos nose distinguan generalmente por diversos grados de espiritua-lidad o de sentido eclesial -todos eran dignos y amaban ala Iglesia-, sino por su psicologa y formacin, por sus plan-teamientos polticos y su apertura mental, pero, de nuevo,confundan los intereses y actitudes particulares con el biende la Iglesia. En esto eran ms claros los embajadores de lasnaciones, que favorecan o no a un candidato en funcin delos intereses estatales. Complic la situacin el veto puestopor el embajador espaol Labrador en nombre de Fernan-do VII al cardenal Gustiniani, antiguo nuncio en Madrid.Gregorio XVI naci el 7 de septiembre de 1765 en Be-Huno. Entr a los dieciocho aos en la orden de los camal-dulenses, de la que lleg a ser abad general. Ms tarde fuenombrado cardenal y Prefecto de Propaganda Fide, pero no29 J. HENNESEY, I cattolici degli Stati Uniti. Dalla scoperta dell'America alnostri giorni (Miln 1985) 137-153.

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    Historia de la Iglesia catlica

    era obispo, por lo que tuvo que ser ordenado antes de sucoronacin. Se dedic con intensidad a los estudios. En 1799,ao aciago en el que Po VI estuvo prisionero y las armasfrancesas dominaron Italia, public en Venecia la obra que ledara a conocer en Europa; Triunfo de la Santa Jede y de laIglesia contra los asaltos de los novatori, rechazados y comba-tidos con sus mismas armas, con la que pretendi contrarres-tar las tesis del obispo jansenista Scipione Ricci y las delsnodo de Pistoya (1786), obra que le convirti en defensordel pontificado, al demostrar con numerosos argumentos yfuentes histricas la constitucin monrquica de la Iglesia yla soberana e infalibilidad del pontfice romano. Esta obrainfluy de manera decisiva en el desarrollo del ultramonta-nismo. Rudo en sus modales y en sus facciones, frugal en susnecesidades, culto en el sentido humanista de la palabra, bienformado en la teologa tradicional y en derecho cannico, deinflexible rigor teolgico, ntegro y trabajador, este papa haquedado en la historia como modelo de actitud reaccionariay de incapacidad de dilogo. En realidad, para una visinms completa y equilibrada, tendramos que tener en cuenta,por una parte, los continuos y despiadados ataques a la Igle-sia por parte de los polticos e intelectuales liberales, quetanto han influido en una historiografa exageradamente dis-torsionada sobre este papa, y, por otra, la miopa y cerraznde los integristas que le rodeaban 30 .Apenas elegido, el mismo da de su coronacin, tuvo queenfrentarse con una insurreccin generalizada en los EstadosPontificios, que contaban en aquel momento con 2.700.000habitantes. Esta revolucin estaba provocada por causasobjetivas y de difcil solucin: la crisis econmica, la caresta,y el rechazo generalizado de la poblacin a la restauracin delos antiguos privilegios del clero. El descontento de la pobla-cin por la ineficacia y los abusos de la administracin papal,las necesidades no satisfechas de las provincias, el burdoclericalismo imperante y la aspiracin a la independencianacional italiana azuzada por los supervivientes de la pocanapolenica y por no pocos ciudadanos que aspiraban a unrgimen democrtico y a una nacin italiana unida, erancausas ms que suficientes del malestar y de la rebelin. Lasituacin resultaba insostenible en las Legaciones, el norte30 Gregorio XVI, Miscellanea Commemorativa, 2 vols. (Roma 1948).

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    del Estado Pontificio, donde Bolonia, Ferrara, Ravena y Forlcontaban con una burguesa culta y econmicamente estable.El gobierno provisional revolucionario de Bolonia proclamque el dominio temporal pontificio sobre aquella ciudad ysobre el pas era contra naturam. Los diversos levantamientospopulares fueron sofocados con dureza con la ayuda de lastropas austriacas y francesas. La ayuda extranjera debilit,paradjicamente, la autoridad del nuevo papa. Convieneconocer y recordar este contexto para apreciar la primeraintervencin de Metternich ante Gregorio XVI contra La-mennais, en diciembre de 1831.En realidad, Gregorio XVI era un monje que haba vivi-do la mayor parte de su vida al margen de los problemaspolticos y sociales del mundo moderno, justo durante losaos en que el movimiento de ideas que deba asegurar eltriunfo del Risorgimento estaba en pleno auge y expansin.Mazzini, Gioberti, Cesare Balbo, Massimo d'Azzeglio, colo-cndose en posturas y desde puntos de vista esencialmentedistintos, trabajaban ardorosamente por la emancipacin delos estados itlicos, reclamaban la supresin definitiva delopresor austriaco y preconizaban un orden nuevo incompa-tible en todo momento con la organizacin poltica existenteen los estados italianos, tal como los tratados de 1815 y elarbitrio de los soberanos la haban configurado. Era evidenteque, en estas condiciones, la cuestin romana haba de estara la orden del da 31 . Resulta adems contradictorio y distor-sionante en esta situacin el que el papa slo pudiese man-tener el ejercicio de su soberana si Francia y Austria le pro-tegan con sus tropas, proteccin siempre interesada y, amenudo, provocada por el deseo de que no fuese slo la otrapotencia la que acuartelase su ejrcito en el centro de Italia.Los espritus ms capaces se dieron cuenta de que lanica solucin realista consista en un amplio programa deseras reformas polticas, judiciales, administrativas y econ-micas, pero ni Roma ni los Estados limtrofes, que ejercanun indudable influjo en su poltica interna, estaban dispues-tos a realizarlas.A finales de febrero de 1831, el cardenal Bernetti, pro-Secretario de Estado, pidi de nuevo a Austria ayuda militarpara vencer una insurreccin iniciada en Mdena. El papa31

    EMILIA MORELLI, La politica estera di Tommaso Bernetti ( Roma 1953).

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    Historia de la Iglesia catlica

    tuvo que prometer reformas, disminuy los impuestos y libe-r a los detenidos polticos, pero, en realidad, desde esosprimeros das el divorcio entre el pontfice y su pueblo erageneral, a pesar de todos sus esfuerzos por cambiar la situa-cin. Los tiempos exigan otras actitudes, y las grandes aspi-raciones de los pueblos slo podan ser comprendidas conotra sensibilidad y con otro comportamiento poltico. Desdeeste momento hasta 1870, el papado necesitar ayuda extran-jera para mantener su independencia. Es decir, se considera-ban necesarios los Estados Pontificios para asegurar la inde-pendencia pontificia, pero, por otra parte, no podanmantener esta independencia sin la ayuda militar de otrosEstados y, por consiguiente, sin algn grado de dependenciay sujecin a esos mismos gobiernos. En 1836 tuvo que sacri-ficar al cardenal Bernetti, su Secretario de Estado, a causa delas presiones austriacas, y as perdi a uno de sus colabora-dores ms valiosos 32 .El 21 de mayo del mismo ao se reunieron en Roma losrepresentantes de Austria, Francia, Rusia, Inglaterra y Cerde-a con el fin de estudiar un plan de reformas del EstadoPontificio que pretendan presentar al papa. Redactaron unmemorndum cuyo cumplimiento por parte del gobiernopontificio consideraban necesario si se quera conseguir lapacificacin del Estado. Exigan la laicizacin del Estado, esdecir, la admisin de laicos en las funciones administrativasy judiciales; pedan un conjunto de reformas en el mbitolocal y provincial, creando, incluso, nuevas instituciones po-lticas capaces de favorecer una mayor democratizacin yparticipacin ciudadana, y demostraron la urgente necesidadde una adecuada reforma de las instituciones judiciales. Fi-nalmente, todos se mostraron de acuerdo en la convenienciade conceder una amplia amnista para los delitos polticos.A pesar de su sensatez, este memorndum permaneci enletra muerta: los intransigentes no estaban dispuestos a cedery transformar el gobierno papal de eclesistico en laico, deabsoluto en consultivo, y, por otra parte, no estaban dispues-tos a que otras naciones impusieran sus normas y decisiones,como si el papa hubiese abdicado de su autonoma y poder.El papa realiz algunas reformas de orden administrativo,judicial y econmico; no fue, como se ha repetido a menudo,

    32S. BORTOLOTTI, Metternich e l'Italia del 1846 (Turn 1945) 114-119.

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    hostil al ferrocarril, e introdujo algunas novedades como losbarcos a vapor, el sistema mtrico decimal, la vacuna y losseguros, permitiendo, tambin, la implantacin de bancos decrdito y de cmaras de comercio. Resultaba ms difcil,porque no se trataba slo de voluntad y leyes, conseguir unamejor administracin del Estado y las finanzas, en una situa-cin catica y sin deseo de cambios.El papa se convirti para los patriotas italianos en elenemigo y el opresor, el obstculo que se opona a sus pre-tensiones, y para los liberales en la razn del mantenimientode un gobierno teocrtico y absoluto. No debemos olvidar elpartido radical Giovane Italia, fundado en 1831 por Mazzini,que una a su espritu fundamentalmente revolucionario sucarcter fuertemente anticlerical. En una palabra, la revolu-cin francesa de 1830 haba tenido eco, pero no xito nitraduccin prctica en los Estados Pontificios, a pesar de laintromisin de los gobiernos europeos, a causa de la firmezainconmovible del papa y del egosmo impenetrable de la ad-ministracin pontificia.Gregorio XVI reaccion con dureza, y el nuevo Secreta-rio de Estado Lambruschini (1793-1854), de tendencia abso-lutista y poco dispuesto a concesiones y medidas de progre-so, congel las reformas pendientes y persigui a los liberalesy a los mazinianos 33 . Este mtodo, que nicamente confiabaen la represin como mtodo adecuado para solucionar losproblemas, envenen an ms a la oposicin, convencindo-les de la inutilidad de cualquier trato con el Gobierno pon-tificio. La poltica italiana de Gregorio XVI contribuy adesacreditar las peticiones legtimas de los conservadores y aahondar el abismo existente entre el papado y las fuerzasnacionales y liberales.Es verdad que toda la Europa absolutista se encontraba en

    plena crisis, pero, obviamente, las contradicciones y los incon-venientes del poder temporal aparecan slo en los EstadosPontificios. En realidad, las estructuras polticas de la Restau-racin se hundan en todas partes bajo la presin de las ideasdemocrticas y liberales, y la Iglesia no se hubiera escapado delproceso histrico decimonnico aunque hubiese realizado re-formas ms valientes. Por el contrario, probablemente, hubie-se sucedido ya en 1831 lo que sucedi ms tarde, en 1848.

    33 L. MANzINI, Il cardinale Luigi Lambruschini (Vaticano 1960).

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    En el terreno econmico, el gobierno pontificio no fuetan retrgrado como habitualmente se ha afirmado. Desarro-ll el comercio y la industria, fund una oficina de estadsticay extendi el uso de las vacunas. A pesar de todo, se puedeafirmar que el inmovilismo de la administracin paralizabacualquier posibilidad de cambio y de progreso.Para Gregorio XVI, el liberalismo era ante todo laicismo,que implicaba la destruccin del poder temporal, pero, tam-bin, racionalismo, materialismo e indiferencia ante los pro-blemas del espritu. Para l los liberales eran peligrosos, peroconsider an ms peligrosos a los catlicos liberales, a losque conden sin contemplaciones.Esta defensa a ultranza del absolutismo y del orden esta-blecido coloc a Gregorio XVI en una situacin difcil cuan-do belgas, polacos e irlandeses, que en 1830 se haban levan-tado contra quienes los opriman, pidieron que el papa losapoyara en su lucha en favor de la libertad religiosa y de laindependencia nacional. Tengamos en cuenta que para loscatlicos demcratas belgas, polacos o irlandeses, la Iglesia yel catolicismo constituan una fuerza liberadora de los pue-blos oprimidos por el absolutismo poltico de los estadosluteranos y anglicanos. Estos, por su parte, consideraban alos catlicos demcratas como peligrosos revolucionarios.Qu poda hacer Gregorio XVI, escucharles y ayudarles ocondenarles permaneciendo fiel a los principios del absolu-tismo y, en el fondo, a sus mtodos personales de gobierno?No cabe duda de que si reconoca la legitimidad de estosmovimientos estimulaba otros nuevos, comenzando por losde su propio Estado. En Blgica, bajo la influencia de lasideas de Lamennais, catlicos y liberales consiguieron unirsecon el fin de lograr las libertades y la libertad de su pas. Ensus instrucciones del 15 de agosto de 1829, el cardenal Alba-ni defini este acuerdo como una alianza monstruosa, perola intolerable actitud de Guillermo 1 y la concordancia deintereses consigui que la confederacin patritica consi-guiera sus objetivos. Esas mismas razones llevaron al papa acondenar la insurreccin polaca, a pesar de que no tendraque resultar difcil comprender que las circunstancias erandiversas. Se encontr, en realidad, en una situacin sin apa-rente salida lgica. De hecho conden a los insurgentes po-lacos, no favoreci en absoluto las aspiraciones de los irlan-deses y acept la independencia de Blgica lograda gracias a

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    la colaboracin de catlicos y liberales sin entusiasmo y comoun mal menor. Esta actitud de Gregorio XVI tuvo gravesconsecuencias, porque someti la poltica de la Santa Sede aunas consideraciones e intereses reaccionarios, mortific afuerzas vivas catlicas leales y aument la confusin entrepoltica y religin saEn agosto de 1831 public la bula Sollicitudo Ecclesia-rum, en la que determinaba que, en caso de cambio de go-bierno, los pontfices entraran en relacin con quienes dehecho obtuviesen el poder, con el fin de proteger a las igle-sias de estos pases y especialmente para lograr el nombra-miento de los obispos; pero quedaba sobreentendido que alactuar as la Santa Sede no pretenda ni confirmarlos en sudignidad ni conferirles nuevos derechos. En la prctica noresultaba una praxis nueva, pero fue la primera vez quequed explicitada en un documento solemne.El lema de los polacos era: Amamos la libertad ms quecualquier otra cosa en el mundo, y la religin catlica msque la libertad. Exigan que se respetase su fe y que semantuvieran las libertades prometidas en los tratados que losdespojaron de su nacionalidad. Pero los rusos, que se habanerigido en defensores de los principios de tradicin y legiti-midad, pidieron al papa, protector nato del orden social, suapoyo frente al espritu de revuelta y revolucin polaca.Gregorio XVI cedi ante el gobierno ruso, que de hecho leenga con noticias falsas, y escribi al clero polaco unacarta encclica el 9 de junio de 1832 donde repeta las mxi-mas tradicionales sobre la sumisin a los poderes temporales.Tomando como buenas las insinuaciones interesadas delministro de Rusia en Roma, les deca: Hemos sabido quelas grandes calamidades que han desolado vuestro Reinohan tenido como causa slo las maniobras de algunos fabri-cantes de mentiras, que, bajo pretexto de religin, en nuestradesventurada poca, elevan la cabeza contra la potencia delos prncipes legtimos, y precipitan a la patria en un abismode males, al tiempo que destruyen todos los lazos de la su-misin legal, y les recordaba que la sumisin al poder es-tablecido por Dios es un principio inmutable, que no se

    " R. LEFVRE, La S. Sede e la Russia e i colloqui dello Zar Nicola I neidocumenti vaticani (1843-1846): Gregorio XVI, Miscellanea Historiae Ponti-ficiae, vol. XIV, 163.

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    Historia de la Iglesia catlica

    puede abandonar en tanto que este poder no viole las leyesde la Iglesia.El efecto de la encclica en Polonia fue deplorable. Porparte rusa, continuaron y aumentaron las persecuciones a loscatlicos, sobre todo en el caso de los hijos de matrimoniosmixtos y contra los uniatas. Gregorio XVI, por su parte, sequej ms tarde amargamente y achac su encclica a enga-os, a presiones y a amenazas. Cuando en 1845 recibi lavisita del zar Nicols 1, le ech en cara con valenta y lucidezla persecucin de los catlicos, y las leyes anticatlicas exis-tentes en el pas. El zar prometi cambiarlas, pero, de hecho,la situacin permaneci invariable 35 .En 1833, a peticin de Fernando VII, en el inicio delcomplicado y deplorable conflicto carlista, escribi a losobispos espaoles una carta encclica en la que aconsejaba alclero alejarse del espritu de partido y de discusiones polti-cas y predicar al pueblo la obediencia y la paz 36 . En 1840protest vivamente por las leyes anticlericales promulgadaspor el gobierno de Espartero, pero a partir de 1844 mejora-ron las relaciones y en 1845 comenzaron los dilogos con elfin de conseguir la firma de un concordato, aunque Narvezno se atrevi a dar el paso por la oposicin de los liberales.Siendo cardenal haba dirigido con xito la Congregacin

    de Propaganda Fide, y durante su pontificado continu favo-reciendo el desarrollo de las misiones. De hecho, el nmerode dicesis y vicariatos apostlicos aument considerable-mente, y durante estos aos se multiplic el nmero de con-gregaciones religiosas que iniciaron su presencia evangeliza-dora, sobre todo, en el continente africano 37 .Su pontificado fue rico en iniciativas importantes en elcampo de la cultura. Los Museos Vaticanos le deben algunasde las colecciones ms valiosas y la fundacin de dos nuevassecciones, la etrusca y la egipcia; promovi la restauracin noslo de iglesias y baslicas, entre las que no debemos olvidarla de San Pablo, sino de numerosos monumentos romanos,

    35 RENATO LEFVRE, Santa Sede e Russia e i colloqui dello zar Nicola I neidocumenti vaticani (1843-1846): Miscellanea Historiae Pontificie, vol. XIV( Roma 1948); A. BouDOU, La Saint Siege et la Russie. Leur relations diploma-tiques au XIX` sicle, 1814-1847 (Pars 1927).

    ;6 VICENTE CRCEL ORTI, Gregorio XVI y Espaa: Archivum HistoriaePontificiae 12 (1974) 250-251.

    37 J. SCHMIDLIN, Histoire des Papes de l'poque contemporaine ( Pars 1940),t.1, 377-393.

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    y dio nueva vida a la academia cientfica de los Nuevos Lin-ce, precedente de la actual Academia Pontificia. En su tiem-po se descubrieron nuevas catacumbas y favoreci los estu-dios de arqueologa, importante especialidad que a lo largodel siglo tanto iba a desarrollarse con descubrimientos sor-prendentes 38 . En estos aos inici su labor Juan Bautista deRossi, el arquelogo ms importante del siglo.Gracias al inters de este papa, los Acta Sanctorum de losbolandistas, interrumpidos en 1794, y el gran Bullario Roma-no, que no se publicaba desde 1758, volvieron a publicarse,y la ingente obra de Migne y el Diccionario de erudicin ecle-sistica, de Moroni, iniciaron sus primeros pasos. Al juzgareste pontificado, debemos distinguir netamente entre su ac-cin poltica y su gobierno eclesial. El segundo, ciertamente,tuvo aspectos positivos en muchos campos, mientras queresulta ms difcil no ser negativos con sus planteamientospolticos, aun siendo conscientes de las dificultades objetivasencontradas en su camino.Los ltimos aos de este pontificado estuvieron domina-

    dos por levantamientos y tumultos polticos permanentes. Elenfrentamiento, en realidad, era desigual. Por una parte, loscarbonarios, sociedades secretas, jvenes seguidores de Mazzi-ni, que acababa de publicar en Pars el panfleto incendiarioItalia, Austria y el papa, y espritus inquietos buscaban, con laesperanza de un cambio utpico, levantar al pueblo, crear ma-lestar, oponerse a lo que consideraban situacin anacrnica einjusta. Por otra, un pontfice que no acababa de comprenderlos motivos del malestar generalizado y que los atribua consimplismo sorprendente a la actuacin de espritus malignos yantirreligiosos. En realidad, la mayora de los problemas de losEstados de la Iglesia no eran atribuibles a Gregorio XVI o aotro pontfice concreto, sino al sistema en s mismo s9 .

    Gregorio XVI muri de repente el 1 de junio de 1846. Alreunrselos cardenales en cnclave, uno de ellos confiarque el prximo papa no deba ser un fraile ni forastero, esdecir, deba ser oriundo de los Estados Pontificios 40 .

    38 ROMANO FAUSTI, Gregorio XVI e l'archeologia cristiana: MiscellaneaHistoriae Pontificiae, vol. XIII (Roma 1948), 405-456.

    39 Mejor que muchos libros de historia, describe la situacin la novela deR. BACHELLI Il mulino del Po.

    40 Por su parte, el embajador napolitano escriba a su ministro: Nuestrosesfuerzos deben dirigirse a conseguir un Pontfice moderado y prudente, tal

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    Historia de la Iglesia catlica

    PO IX.UNA IGLESIA MS PURA Y MS ENSIMISMADA

    A mediados de siglo la Iglesia se encontraba con dosproblemas de desigual importancia objetiva, pero que marca-ron de manera decisiva su desarrollo y su pastoral: las causasde la progresiva descristianizacin y la llamada cuestin ro-mana, es decir, la pervivencia o no de los Estados eclesis-ticos.Goethe afirm que el tema propio, nico y ms profun-do de la historia del mundo y de la humanidad, al que sesubordinan todos los dems, sigue siendo el conflicto entreincredulidad y fe 41 . No todos estaran de acuerdo con estejucio, pero no cabe duda de que, de una manera u otra, estehecho estuvo muy presente en la historia europea del siglo,y, obviamente, caracterizar de forma determinante la histo-ria eclesistica.La formacin del reino de Italia y la progresiva desinte-gracin del territorio que durante un milenio fue gobernadopor los pontfices constituyen el otro punto central de lahistoria eclesistica durante la segunda mitad del siglo.El papa que de alguna manera representa esta poca,participa activamente en la problemtica existente e influyedecisivamente en la marcha de la Iglesia como pocas vecesantes lo haba conseguido ningn pontfice, fue Po IX, ele-gido en el cnclave de 1846, en el que se reunieron 50 de los62 cardenales existentes. En este cnclave se confrontaronde nuevo las dos tendencias, la ms conservadora, cuyo can-didato era Lambruschini, y la ms posibilista, que defendila candidatura de Mastai Ferrett. Este ltimo tena de suparte la ventaja de que, al haber vivido alejado de Roma, nohaba participado en las equivocaciones del gobierno ante-rior. El cnclave dur dos das.Naci en Senigallia, de familia noble, el 13 de mayo de1792. Realiz una carrera eclesistica fulgurante: una brevemisin diplomtica en Chile, arzobispo de Spoleto y despusde Imola, obteniendo en 1840 la prpura cardenalicia. Tenacomo lo exigen los tiempos. E. CIPOLLETTA, Memorie politiche su conclavi daPio VII a Pio IX (Miln 1863), 229; D. DEMARCO, Il tramonto dello StatoPontificio. Il Papato di Gregorio XVI (Turn 1948).

    41 W. GOETHE, West-Ostliche Diwan, Israel in der Wste (S.W. Stoccarda,1868) 194.

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    fama de hombre virtuoso y de tendencias liberales, era queri-do y no provoc rechazos durante esta primera etapa. A lo lar-go de su juventud sufri de epilepsia, enfermedad que no slono ocult, sino que en ms de una ocasin utiliz como argu-mento para rechazar cargos y honores, pero que dej sealespermanentes en su personalidad: una emotividad muy fuerte,una sensibilidad a flor de piel, difcil de controlar, un ciertoestado de ansiedad y, al mismo tiempo, una cordialidad viva yun humorismo presente hasta el final de su vida 42 . Como esfcil de comprender, esta enfermedad, evidentemente impor-tante, ha sido utilizada como argumento negativo o, al menos,explicativo por no pocos historiadores que achacarn a estaenfermedad buena parte de su actuacin posterior.Su formacin teolgica fue muy somera, tal como lo

    admiti l mismo, y este hecho s pudo resultar determinanteen un pontificado que tuvo que habrselas con debates ydecisiones de claro contenido teolgico 43 .Po IX fue recibido con inmenso entusiasmo por sussbditos y por los europeos en general, convencidos de quesus principios liberales facilitaran la apertura de una nuevapoca. De hecho, las primeras decisiones parecieron confir-mar las expectativas: amnista, reformas administrativas, laconcesin de un Estatuto Fundamental, una especie de cons-titucin que pretenda dar respuesta a la exigencia de liber-tad de los grupos sociales ms inquietos de los territorios dela Santa Sede, y otra serie de medidas polticas y econmicasque fue concediendo a lo largo de los primeros meses. Seprodujo en Europa una especie de delirio colectivo de laopinin pblica que concentr en el nuevo papa sus ilusio-nes y deseos ms variados. Pareca que estaba a punto deproducirse la esperada convergencia entre catolicismo y li-bertad. A lo largo de este prolongado pontificado van a re-producirse los encuentros y desencuentros de Po IX y laopinin pblica, de un papa intensamente amado y odiado y

    42 CAR o FALCONI, Il giovane Mastai ( Miln 1981), 101-126; G.G. FRANCO,Appunti storici sopra l Concilio Vaticano, publicado por G. MARTINA ( Roma1979) 38-40.

    43 G. MARTINA, Po IX (1867-1878) (Roma 1990), 113-115.Metternich escribi que Po IX era de corazn caliente y de concepcin

    dbil. Lord Pinto, enviado por Palmerston a Roma, qued agradablementesorprendido por el carcter amable y abierto del pontfice, pero desconcertadopor su escasa experiencia poltica. G. MARTINA, Po IX (1846-1850) (Roma1974).

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    Historia de la Iglesia catlica

    una opinin no pocas veces manipulada por intereses polti-cos o sociales.El 9 de noviembre de 1846 public su primera encclica,Qui pluribus, donde conden el racionalismo, el indiferentis-mo, la teora del progreso de la revelacin, y donde afirmaque la regla inmediata de la fe es el magisterio vivo e infalibledel papa. Tiene un talante pesimista y negativo con relacina la situacin del momento. En realidad, en el planteamientoeclesial, esta encclica no supona ningn cambio con rela-cin a los planteamientos de anteriores pontfices.Conviene tener en cuenta que el sentimiento nacionalistase haba extendido a lo largo de la pennsula. Pareca quetodos soaban con una Italia unida aunque no se vea cmoeste deseo podra convertirse en realidad. Entre los autoresy las obras ms conocidos destaca Gioberti, autor de un libroque entusiasmar a muchos aunque dejar perplejos a nopocos. En su Del primato morale e civile degli italiani escribeque Italia, por su capacidad creativa y por su unin al pa-pado, goza de un autntico primado intelectual y prcticosobre las otras naciones: Italia les dio el germen de la civili-zacin moderna, que en ella se conserva intacta, mientrasen las dems se ha alterado en forma desigual. Por consi-guiente, era lgico que Italia resurgiese y retomase su antiguamisin civilizadora. El primer paso hacia esta meta consis-ta, segn Gioberti, en la creacin de una unidad polticaentre los diversos estados de la pennsula, que slo poda serfederal.El pontificado se presentaba como el nico lazo de uninentre los diversos estados de la pennsula porque haba con-tribuido ms que ningn otro elemento a crear en Italia unaconciencia nacional. Esta haba sido santificada por la reli-gin y no era contraria al carcter espiritual del papa, porquese poda realizar de un modo pacfico, mediante una liga delos diversos estados italianos, de quienes el papa sera elmoderador y el rey de Cerdea el defensor armado.Esta tesis quera demostrar cmo podan conciliarse prin-cipios que parecan contradictorios o, al menos, de difcilarmonizacin: fe y libertad, unidad y respeto a los derechosde los prncipes, renovacin y conservacin de las propiasposiciones.Se trataba, en realidad, de una emanacin del neogelfis-mo muy presente en ese momento en los estados italianos,

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    que trataba de armonizar conceptos que entonces se presen-taban como antagnicos: el ciudadano y el catlico, el estadoy la Iglesia, la unidad y el mantenimiento de la autonomapontificia. El gran mrito de Gioberti consisti en intuir quela ideologa catlico-liberal poda servir para una accinpoltica de gran amplitud.A Gioberti se le puede achacar, probablemente, el habernstrumentalizado la religin, exaltando su funcin social ypoltica hasta casi reducirla a stas, o, al menos, poniendo enla sombra su carcter trascendente, superior a las contingen-cias polticas del momento; pero no cabe duda de que, porotra parte, esta obra sugestiva pareci tranquilizar las con-ciencias de no pocos patriotas catlicos.Ms tarde, en sus obras el Gesuita Moderno y la Rifor-

    ma Cattolica, aparece con mayor claridad cmo Giobertireduca, de hecho, el cristianismo a una cierta manifestacinde la civilizacin. No obstante, su influjo fue importante yduradero, sobre todo en los primeros aos de este pontifi-cado aaEntre quienes comenzaban a soar con una Italia unida,el mito de un Po IX liberal y antiaustriaco goz de inmedia-ta aunque pasajera adhesin. Fue el mito que recorri Euro-pa y entusiasm a cuantos sufran con la idea de una Iglesiaalejada de las aspiraciones modernas.El 13 de marzo de 1848 se produjo la revolucin austriaca,con amplia repercusin en Italia, sobre todo en los territoriosgobernados por el Imperio austriaco, es decir, el Vneto y laLombarda. El pueblo se lanz a las calles en una impresionan-te manifestacin de furor antiaustriaco, explotando con espon-taneidad la insurreccin de Lombarda. Este levantamientocontra el brbaro del norte cont con la ayuda de otros so-beranos italianos, tales como Carlos Alberto, rey del Piamon-te, el duque de Parma, el rey Fernando de Npoles.Po IX fue presionado por su pueblo y por los clubsrevolucionarios para que declarase la guerra a Austria, unaguerra popular y con aureola romntica. Pero el 29 de abril,el papa dijo claramente que no poda declarar la guerra a unanacin catlica, ya que abrazaba con igual amor paterno atodos los pueblos:

    ^' R. RINALDI, Gioberti e il problema religioso del Risorgimento (Florencia1929); U. PADOVANI, Vincenzo Gioberti e il cattolicismo (Miln 1927).

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  • C.1. Los papas del siglo XIX

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    Po IX haba claramente elegido esta ltima, y tena quepagar las consecuencias. Su largo pontificado, traumtico,aparentemente contradictorio, religiosamente esplndido, vaa estar marcado en lo bueno y en lo negativo por esta opcin,y por la contradiccin que, de hecho, va a suponer decidirsepor una apuesta sin aceptar lo que ella implicaba.Uno de los papas que ms ha tenido que batallar concuestiones polticas, era, en realidad, muy poco poltico; decarcter emotivo, muy religioso 4y, con una formacin teol-gica muy sumaria, insensible al mensaje de los grandes escri-tores y pensadores de su tiempo, estaba dotado de un senti-do providencialista absoluto. Fue profundamente indecisoen los temas polticos, pero decidido en los problemas msdifciles y complejos, los religiosos y eclesiales. Esta actitud lellev en el campo poltico a actuar a salto de mata, dandosaltos hacia adelante, pero con permanentes retrocesos, condisposiciones contradictorias, influido por los humores de lamasa popular, por los contradictorios juicios de sus colabo-radores, por la incertidumbre ante las medidas que habaque tomar. Por el contrario, en el campo eclesistico actums siguiendo sus intuiciones, sin tener en cuenta la opininde los obispos. El fracaso en los temas polticos facilit sumayor dedicacin a los temas eclesisticos a los que espon-tneamente se volcaba con mayor determinacin. Mantuvohasta el final su confianza en un milagro de la Providenciaque le restituyese cuanto le haban despojado, convencimien-to que explica su rechazo de cuantos compromisos le ofre-cieron las potencias catlicas. Despus del exilio en Gaetacon motivo de la revolucin y la proclamacin de la Repbli-ca romana 50 , mostrar un rechazo neto de los principiosfundamentales del liberalismo poltico 51 . Estaba absoluta-49 Segn CAVOUR, el papa tena une conviction religieuse profonde. Si

    jamais il se dcide ceder, ne fera qu'aprs avoir acquis la conviction quenon seulement il peut le faire sans manquer sa conscience et aux devoirs deson ministre sacr, mais que sa renonciation au pouvoir temporel serait utile 1'glise et servirait aux interets vritables de la Religion: La QuestioneRomana negli anni 1860-1861, 1 ( Bolonia 1929), 141-142, n.10.su G. PELCZAR, Pio IX e il suo pontificato, vol. 1 (Turn 1909) 420-432. JEANLEFLON, La Mission de Claude de Corcelle auprs de Pie IX aprs la meurtre duministre Rossi: Archivum Historiae Pontificiae 1 (1963) 385-412.

    s ' Segn Po IX, los remedios para la triste situacin de Italia eran lalibertad de la Iglesia, el odio a la libertad de prensa, fragello principale dellaumana societ, la promocin material de los sbditos, el rechazo del sistemaparlamentario, ya que la liberta della tribuna non una felicit, ma un secon-

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    Historia de la Iglesia catlica

    Poich alcuni desiderano che no pure con gli altri popoli eprincipi d'Italia imprendiamo la guerra contro i Germani, sti-mammo alla fine essere nostro debito di professare qui chiara-mente e palesemente in questa solenne vostra adunanza esseretal cosa affato lontana dal nostro pensiero... non possiamo aste-nerci al cospetto di tutte le genti di rigettare gl'ingannevoli con-sigli manifestati per mezzo di giornali e di vari scritti da coloro iquali vorrebbero fare il romano pontefice presidente di una cer-ta nuova repubblica da costituirse con tutti i popoli d'Italia 4s

    En Italia la alocucin rompi el hechizo del nuevoyont-fice y aniquil una potencia que pareca inconcusa' . Ros-mini pensaba lo mismo: Si el mundo llegara a creer que elPapa nunca puede sostener una guerra porque es el Padrecomn, tambin creera que la soberana temporal y el ponti-ficado son inconciliables. Si el mundo creyese esto, los Esta-dos Pontificios estaran perdidos y Po IX, por el contrario,ha jurado mantenerlos para la Iglesia y transmitirlos ntegros asus sucesores 47 . Pocos das ms tarde escriba de nuevo:En toda Italia hay un solo pensamiento, una sola voz: que el

    Papa tiene que ser despojado de sus Estados si rehsa hacercausa comn con Italia; que es inconciliable el dominio tempo-ral con el espiritual, si ste impide al Papa tomar parte en unaguerra tan importante, en el que se trata de dar vida a la nacinitaliana, perdida una ocasin esperada desde tantos siglos y quequiz no volver a presentarse durante otros... 48 .

    Rosmini hubiera deseado que el papa luchara contraAustria y que hubiera defendido las nacionalidades italiana yalemana para demostrar que el sacerdocio catlico no impi-de la perfeccin del prncipe, pero, en realidad, el mismoRosmini haba ofrecido el argumento, entonces difcil deaceptar, pero que constitua la esencia insoluble del proble-ma: en pleno siglo XIX, no eran conciliables en una solapersona una soberana temporal que no fuese meramentetestimonial y una autoridad moral y religiosa universal cualcorresponda al pontificado.45 ARTURO CARLO JEMOLO, Chiesa e Stato in Italia negli ultimi cento anni(Turn 1963), 43-45.46 CARLO RUSCONI, La repblica romana del 1849 (Turn 1850), vol. 1, 40.

    Metternich declar: que el Papa abandonaba la conspiracin a la que, dehecho, haba concedido la paternidad.4' Epstola a Gilardi, 9 de mayo de 1848, en GAN-FRANCO RAoICL, Po IXe Antonio Rosmini (Ciudad del Vaticano 1974) 39-40.48 Epstola a Castracane, 25 de mayo de 1848. Ibid., 45.

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    Historia de la Iglesia catlica

    mente convencido de la sacralidad de su funcin y se mos-traba dispuesto a defenderla contra toda contaminacin ylimitacin, actitud que le llev a un aislamiento que no eraexclusivamente poltico 52 , aunque, por otra parte, favorecila concentracin de energas en su funcin universal de cen-tro de comunin, es decir, una introspeccin ms exclusiva-mente religiosa y eclesistica de la funcin del papado.Apoy la aparicin de la revista La Civilt Cattolica, fun-dada por los jesuitas, que se convertir en el rgano oficiosodel pontificado 53 ; cre colegios nacionales en Roma, dondevivan seminaristas de los diversos pases que estudiaban enla Universidad Gregoriana; cre el Patriarcado latino de Je-rusaln; ayud eficazmente a Juan Bautista Rossi, el mejorarquelogo romano del siglo, en su tarea de bsqueda, estu-dio y restauracin de monumentos de la Antigedad, tantoreligiosos como profanos. La ereccin en Roma de los cole-gios nacionales favoreci la poltica ultramontana de reforzarlos vnculos de la periferia con el centro, de las iglesias loca-les con la Santa Sede, preocupada por oponer al laicismo unaIglesia compacta y ms unida al papa. Exigi mayor severi-dad en la admisin a las rdenes sagradas y mayor seleccinentre los postulantes, con el fin de impedir el acceso al sacer-docio a personas que pedan las rdenes por razones diversasde las pastorales.Pero Po IX ha quedado en la Historia de la Iglesia comoel fundador del papado moderno. A causa de su intransigen-cia, de su confianza en la futura derrota de los enemigos deCristo, del rechazo de la Ley de las Garantas, de sus impo-nentes protestas contra las sucesivas violaciones de los concor-datos, el papado lleg a imponerse y a penetrar en la concien-cia de los pueblos en funcin de su capacidad espiritual, ypoco a poco, en medio de contradicciones y dificultades, seerigi en una instancia moral admirada y respetada 54. Sindo fragello della stessa societ: Pio IX a Mara de Toscana, 16 de abril de1860, en G. MARTINA, Pio IX e Leopoldo II (Roma 1967) 512-513.

    52 Po IX sigui manifestando su ya orgnica inadaptabilidad a las condi-ciones reales de las cosas, por lo que, una vez encerrado en su justa intransi-gencia doctrinal de la verdad de la tesis, no era capaz de salir mediante lahiptesis en busca de un necesario acomodo con ellas, permaneciendo en lanica alternativa de pereat mundus si no se haca cristiano: D. MASSE, Pio IX,Papa e Principe italiano (Turn 1957) 234.

    G. MARTINA, Po IX (1846-1850) (Roma 1974) 423-434.4 P. PRODI, Il sovrano pontefice ( Bolonia 1982).

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    embargo, la Iglesia catlica continuaba siendo una comunidadfundamentalmente latina, aunque es en estos aos cuandocomienza a desarrollarse con ms intensidad su universalidad.En 1860, de una poblacin de 1.324 millones de habitantes,210 millones eran catlicos, de los cuales unos 60 millones noeran latinos. De las 845 dicesis existentes, 538 se encontra-ban en los pases latinos, 293 en Italia con una poblacin de26 millones. En 1903, el nmero de dicesis ha subido a 998,de las cuales 559 se encontraban en pases latinos y 439 enpases con otras culturas.Tal como ha sucedido en ms de una ocasin, sobre todoen la poca contempornea, este papa tuvo una concienciaviva de la presencia del diablo y de la gracia en la historiaactual, aunque, a menudo, da la impresin d


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