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Lawrence Sterne Viaje Sentimental por Francia e Italia

Date post: 07-Jan-2016
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Crónica de viaje, literatura inglesa
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  • Viaje sentimental

  • Laurence Sterne

    Viaje sentimentalpor Francia e Italia

    Traduccin y postfacio de Juan Max Lacruz Bassols

  • Primera edicin: abril de 2006

    Ttulo original: A Sentimental Journey through France and Italy

    de la traduccin y del postfacio, Max Lacruz Bassols, 2006 de la ilustracin interior, Aifos lvares, 2006

    de la presente edicin: Editorial Funambulista, 2006c/ Alberto Aguilera, 8 20815 Madrid

    www.funambulista.net

    ISBN: 84-96601-06-4Dep. Legal: M-

    Coordinacin editorial y diseo: Enrique Redel

    Motivo de la cubierta: Richter. Paseo en barca a Schreckenstein

    Impresin: EurocolorProduccin gr ca: Procograf

    Impreso en Espaa

    Reservados todos los derechos. No se permite reproducir, almacenar en sistemas de recuperacin de la informacin ni transmitir parte alguna de esta publicacin, cualquiera que sea el medio empleado electrnico, mecnico, fotocopia, grabacin, etc. sin el

    permiso previo por escrito de los titulares del copyright.

  • DRAMATIS PERSON

    orn

    Yorick, el Viajero Sentimental.Padre Lorenzo, monje franciscano.

    El hotelero Dessein. Madame de L.

    La Fleur, criado de Yorick.El dueo del burro muerto.

    La mujer del vendedor de guantes.Un viejo o cial francs.

    Un alemn muy alto.Un enano.

    La marquesita de F.

    La lle de chambre de Madame R.Un caballero de Saint Louis.El marqus de E.El conde de B.Un casero parisiense.Una muchacha que vende encajes.Un mendigo adulador.Maria, una mujer enloquecida.Un campesino francs y su familia.Una dama piamontesa.Su lle de chambre.

    orn

  • Viaje sentimentalpor Francia e Italia

    orn

    escrito por Mr. Yorick

  • 11

    stas cosas dije las tienen mejor organizadas

    en Francia.Ah! ha estado en Francia? pregunt el caballero

    que hablaba conmigo, volvindose al punto con la expresin ms cortsmente triunfal que imaginarse pueda.

    Es curioso observ, mientras iba cavilando que una simple travesa de veintiuna millas, pues no hay ni una ms entre Dover y Calais, pueda otorgar semejantes derechos a un hombre. Es algo que me propongo examinar.

    Abandon en este punto el debate, decidido a compro-barlo por m mismo; corr a casa e hice mi equipaje con me-dia docena de camisas y un par de calzones de seda negra.

    La casaca puede pasar, me dije examinando una de las mangas.

    E

  • 12

    Tom asiento en la diligencia de Dover, el paquebote se hizo a la mar a las nueve de la maana y a las tres de la tarde me hallaba sentado delante de un fricand de pollo, y tan in-discutiblemente en tierras de Francia que si aquella noche me hubiera muerto de indigestin, nada ni nadie en el mundo hubiese podido suspender los efectos del Droit dAubaine,* con arreglo al cual mis camisas, mis calzones de seda negra y, en de nitiva, todo mi equipaje hubiera pasado a manos del rey de Francia, y hasta el pequeo retrato que llevo hace tanto tiempo conmigo que tantas veces te he dicho, Eliza, me acompaar hasta la sepultura me lo hubieran arran-cado del cuello. Qu total falta de generosidad! Apoderarse as de los despojos de un incauto extranjero al que vuestros mismos sbditos han atrado a estas playas es cosa por Dios, Sire! que no est nada bien. Y ciertamente me apena tener que dolerme de ello frente al monarca de un pueblo tan civilizado y corts, as como tan renombrado por su ex-quisita sensibilidad y sus delicados sentimientos.

    Mas apenas puse el pie en vuestros dominios...

    * Todos los efectos de los extranjeros (exceptuados suizos y escoceses) que moran en Francia eran embargados en virtud de esta ley, aunque el heredero se encontrase presente: el bene cio de tales contingencias estaba arrendado y no caba apelacin alguna. (N. del A.) [Todas las notas son del traductor, salvo las del autor, que as se indican.]

  • 13

    Calais

    uando hube terminado de comer, despus de brindar a la salud del rey de Francia dejando as satisfecha mi con-ciencia de no guardarle el ms pequeo resentimiento, pues al contrario, honraba lo humano y afable de su trato, me sent una pulgada ms alto.

    No, la raza de los Borbones no es cruel, pens; podrn equivocarse como todo el mundo, pero lleva la dulzura en la sangre.

    Y, mientras lo deca, senta en las mejillas como un e u-vio ms suave, clido y cordial que el que pudiera haberme producido el Borgoa que acababa de apurar, un vino de por lo menos dos libras la botella.

    Santo Dios! exclam, apartando a un lado la ma-leta de un puntapi. Qu hay en el mundo que pueda

    C

  • 14

    turbar nuestros espritus y causar las crueles divisiones que en todas partes separan a los hombres, incluso a los ms bondadosos de corazn? Cuando el hombre est en paz con el hombre, el ms pesado de los metales es, en su mano, ms leve que una pluma; con ado saca su bolsa, la sostiene abier-ta en la mano, y mira en torno como buscando con quin compartirla.

    Y al pensarlo, senta yo dilatarse las venas, mis arterias latan en acorde gozoso, y todas las potencias sustentadoras de la vida cumplan su misin con tan poco esfuerzo que la ms pragmtica de las prcieuses* de Francia, con todo su materialismo, apenas hubiese podido decir de m que era una mquina.

    Estoy seguro de que trastornara todas sus creencias, me dije.

    Esta nueva idea me exalt hasta el grado mximo. Y si antes ya me senta en paz con el mundo, esto acab de re-conciliarme conmigo mismo.

    Si en este momento fuese yo el rey de Francia ex-clam, qu oportunidad para el hurfano que viniese a rogarme la restitucin del equipaje de su padre!

    * Damas francesa afectadas y falsamente intelectuales del s. xvii

  • 15

    El fraile(Calais)

    penas hube musitado estas palabras cuando un po-bre fraile de la Orden de San Francisco entr en la sala pidiendo limosna para su convento No gusta al hombre que sus virtudes estn sujetas a la contingencia del azar o acaso un hombre es generoso como otro es poderoso, o sed non quoad hanc o sea lo que fuere! Lo cierto es que el ujo y re ujo de nuestro humor no es algo que pueda razonarse: tal vez depende de las mismsimas causas que in uyen en las mareas, y tengo para m que en modo alguno es un desdoro para nosotros... Por mi parte, preferira una ocasin en que se dijera: Ha sufrido in uencia de la luna, en lo cual no hay vergenza ni pecado, a tener que or que ese mismo acto en el cual podra haber mucho de una cosa y de otra se achacaba a mi propia voluntad.

    A

  • 16

    En cualquier caso, tan pronto me j en el fraile, decid no darle un miserable sou y, de acuerdo con tal decisin, guard mi bolsa en el bolsillo, me abroch, me enderec, rehice mi compostura y avanc hacia l con gravedad. Temo ahora, es cierto, que en mi actitud hubiera algo de repulsivo. Me parece estar viendo la cara del pobre fraile, y creo que se mereca mejor recibimiento.

    A juzgar por los ralos cabellos que cruzaban el crculo de su tonsura escasos y blanquecinos en las sienes, y los nicos que le quedaban, el monje deba de tener seten-ta aos... Aunque atendiendo al fuego de su mirada ms templada, al parecer, por la cortesa que por la edad, bien podra tener sesenta. O acaso la verdad estara en el justo medio? S, sin duda, deba de tener sesenta y cinco, y su aspecto general as pareca con rmarlo a pesar de las prema-turas arrugas que alguna causa oculta haba grabado en su rostro.

    Era un rostro de aquellos que Guido pintara tantas veces plido, suave, penetrante, ajeno a las ideas vulgares y lugares comunes propios de la ignorancia satisfecha, mirando siempre hacia el suelo. El suyo miraba ante s, como si viese algo, ms all de este mundo... Cmo es posible que aquella cabeza fuera a parar a un individuo de su Orden es algo que slo sabe el Cielo, que la puso sobre sus hombros; hubiera correspondido perfectamente a la de un brahmn de la India,

  • 17

    y si yo la hubiera encontrado en las llanuras indostnicas, la hubiese reverenciado sin duda alguna.

    El resto de su gura puede pintarse con dos o tres pince-ladas, y est al alcance de cualquiera, pues no era elegante ni tena otra cosa de notable ms que el carcter y la expresin. Era una gura esbelta, de estatura algo ms elevada de lo ha-bitual, y a la que cierta inclinacin hacia delante aunque sta sea la actitud natural en quien mendigue le quitaba distincin. Ahora que le tengo presente en la imaginacin, esa actitud le hace ganar ms que perder ante mis ojos.

    Avanz tres pasos por la sala, se detuvo y se llev la mano izquierda al pecho. En la mano derecha llevaba un bastoncillo blanco, su bordn de viaje. Una vez ante m, y al irme a acercar yo a l, se me present con la consabida historia de las necesidades de su convento y de la pobreza de su Orden; todo esto con una graciosa sencillez y con un aire tan suplicante en la actitud, el rostro y la persona que ni embrujado hubiera podido resistirme...

    Pero yo tena una razn mejor para ello: mi anterior propsito de no darle ni un miserable sou.

  • 19

    El fraile(Calais)

    ien cierto es dije contestando a la mirada diri-gida al cielo con que termin su discurso, es verdad, quiera el cielo ser amparo de los que no cuentan con otra cosa ms que con la caridad de este mundo... que temo no sea su cien-te para las muchas y grandes peticiones que se le hacen a todas horas.

    Al pronunciar yo las palabras grandes peticiones, el fraile lanz una rpida mirada a la manga de su hbito, y yo entend en toda su elocuencia la muda indicacin.

    Entiendo perfectamente le dije que un hbito tan basto y slo cada tres aos, y una comida exigua no sean grandes exigencias; pero lo que en verdad causa pena es que pudiendo ganarse todo eso en el mundo con tan poco esfuerzo, vuestra Orden tenga que procurrselo echando

    B

  • 20

    mano de un fondo que, en realidad, es propiedad del cojo, del ciego, del anciano, del enfermo y, sobre todo, del cautivo que yace en su mazmorra contando, da tras da, las horas de su a iccin, y que languidece esperando su parte con la que poder pagar el rescate. Si al menos fuera de la Orden de la Merced en vez de la Orden de San Francisco, yo, a pesar de mi pobreza continu, sealando mi maleta, abrira de buena gana mi bolsa para contribuir al rescate de esos desdichados.

    El fraile se inclin en una reverencia.En cuanto a los otros desdichados segu dicien-

    do, considero que los pobres de nuestro propio pas deben ser, indudablemente, los primeros, y yo he dejado muchos miles de pobres en nuestras playas de Inglaterra...

    El fraile movi cordialmente la cabeza como si qui-siera decir: No hay duda de que hasta en el ltimo rin-cn del mundo hay mucha miseria, tanta como en nuestro convento.

    Pero hay que distinguir dije, poniendo la mano sobre la manga de su hbito en respuesta a su mirada, hay que distinguir, Padre, entre los que slo desean comer el pan ganado con su propio trabajo y los que desean comerse el pan ganado con el trabajo ajeno, sin otro objetivo que el de abrirse camino en la vida arrastrndose entre la ignorancia y la mendicidad... por el amor de Dios.

  • 21

    El pobre franciscano no contest; sbitamente se le arrebolaron las mejillas, pero el color no tard en desvane-cerse. La naturaleza le haba hecho, por lo visto, inepto para el resentimiento, pues no mostr el ms mnimo; dej caer su bordn entre los brazos, cruz las manos con resignacin sobre el pecho, y se retir.

  • 23

    El fraile(Calais)

    n el mismo instante en que cerr la puerta se me en-cogi el corazn.

    Bah! dije con indiferencia tres veces seguidas. Pero de nada me sirvi. Una y otra vez volvan a mi ima-

    ginacin cada una de las slabas de las poco amables palabras que acababa de pronunciar. Me dije que el nico derecho que tena ante el pobre franciscano era negarle mi limosna, y que bastante era el castigo de esta negativa para sostener la necesidad de aadirle adems unas palabras tan poco ama-bles. Record sus cabellos grises, su gura corts, me pareca como si volviese a entrar, preguntndome gentilmente qu dao me haba hecho para que le tratase as... Hubiese dado veinte libras por tener a mano un intercesor para mi causa.

    Qu mal me he portado! me deca una y otra

    E

  • 24

    vez; no he hecho ms que empezar mis viajes, y en el cur-so de ellos he de ir aprendiendo mejores modales.

  • 25

    La dsobligeante(Calais)

    El que un hombre est descontento consigo tiene, al me-nos, una ventaja: hallarse en muy excelente disposicin para lograr un buen trato. As pues, y dado que no hay manera de viajar por Francia e Italia sin una silla de pos-tas, y como la naturaleza nos conduce, por lo general, ha-cia aquello que ms nos conviene, baj al patio de carruajes para comprar o alquilar el que necesitaba. En el rincn ms alejado del patio vi una vieja dsobligeante,* con la que me encaprich a primera vista; me sub a ella al punto, y halln-dola en tolerable armona con mi estado de nimo, orden al criado que llamase a Monsieur Dessein, el dueo de la

    * Carruaje estrecho con una nica banqueta. Dsobligeante, esto es, descorts por su estrechez y supuesta incomodidad.

  • 26

    hospedera; pero Monsieur Dessein se haba ido a vsperas y, no atrevindome a enfrentarme de nuevo con el franciscano, al que vi al otro lado del patio en animada conversacin con una dama recin llegada a la hospedera, corr la cortinilla de tafetn entre ellos y yo; y habiendo decidido describir mi viaje, saqu pluma y tintero y redact el prefacio en la dsobligeante.

  • 27

    Prefacio en la dsobligeante

    s de un lsofo peripattico debe de haber observado que la Naturaleza, con su propia e indiscutible autoridad, ha puesto ciertos lmites y barreras al descontento de los hom-bres; y ha realizado este propsito del modo ms sencillo: imponindole al hombre la ineludible obligacin de trabajar para ganarse el sustento y de aguantar los reveses de fortuna en su propia patria. Slo en esta ltima le ha otorgado los objetos adecuados para participar de su dicha o para ayudarle a soportar el peso de la desgracia, que, en todos los tiempos y pases, ha sido un fardo demasiado pesado para un solo par de hombros. Cierto es que tambin hemos sido dotados de una imperfecta facultad para repartir algunas veces nuestra dicha ms all de los limites de nuestra patria, pero es indu-dable que el desconocimiento de los idiomas, la falta de rela-

    M

  • 28

    ciones, las diferencias de educacin, costumbres, hbitos nos ponen tantas di cultades para expresar nuestras sensaciones fuera de nuestra propia esfera que, a veces, ese don queda anulado por completo.

    De ah que la balanza del comercio sentimental resulte siempre contraria al aventurero expatriado, pues ste tie-ne que comprar cosas que apenas necesita al precio que le piden; pocas veces su conversacin se acepta a cambio de la de los dems sin un notable descuento y, muchas veces ello le obliga a buscar interlocutores ms equitativos para la pobre conversacin de que dispone. No se requieren, en n, grandes dotes de adivinacin para comprender su malestar...

    Y esto me lleva a mi propsito, que es escribir (si el ba-lanceo de la dsobligeante me lo permite) acerca de las causas e cientes y de las causas nales de los viajes.

    Los ociosos que dejan su pas natal para ir al extranjero tienen su razn (o sus razones), que se derivan todas de una de estas causas generales:

    In rmidad del cuerpo.Imbecilidad de la mente oNecesidad inevitable.Las dos primeras abarcan a todos cuantos viajan por mar

    o por tierra, movidos por la curiosidad, la vanidad o el spleen, subdivididos y combinados ad in nitum.

  • 29

    La tercera categora comprende todo el ejrcito de los peregrinos mrtires, y muy especialmente a los que viajan con bene cio de clereca; a los delincuentes, que viajan bajo la direccin de los gobernadores y encomendados por los magistrados... y a los jvenes gentileshombres, a quienes tras-lada al exilio la crueldad de padres o tutores y que viajan bajo la vigilancia de ayos recomendados por Oxford, Aberdeen o Glasgow.

    Hay todava una cuarta categora de viajero, pero su nmero es tan escaso que no merecera mencionarse salvo si en una obra de la naturaleza de sta fuese imprescindible observar la mayor precisin y minuciosidad, a n de evitar confusiones entre los caracteres. Me re ero a los hombres que cruzan los mares y van a establecerse en tierras extraas con intencin de ahorrar dinero, por varias razones y con varia-dos pretextos; ahora bien, seguramente se hubieran ahorrado y hubieran evitado a los dems muchas molestias innecesarias quedndose a ahorrar el dinero en su pas, y como sus moti-vos de viajar son menos complejos que los de las otras clases de viajeros, designar a estos caballeros con el nombre de:

    Viajeros simples.As, el ciclo completo de los viajeros puede reducirse a

    las siguientes categoras:Viajeros ociosos.Viajeros curiosos.

  • 30

    Viajeros mentirosos.Viajeros orgullosos.Viajeros vanidosos.Viajeros melanclicos.Siguen a stos los viajeros por necesidad.Viajeros delincuentes y felones.Viajeros desgraciados e inocentes.El viajero simple y por ltimo (con vuestro permiso),

    el viajero sentimental (es decir, yo mismo), que ha viajado segn ahora voy a relatar tanto por imperiosa ncessit como por besoin de voyager,* ni ms ni menos que cualquiera de los de esta categora.

    No se me oculta, al mismo tiempo, que siendo mis via-jes y mis observaciones de estilo diferente a las de todos mis predecesores, bien poda haberme clasi cado en una distinta y nica categora; mas ello sera ciertamente meterme en el terreno del viajero vanidoso, empendome en llamar la aten-cin sobre mi persona, sin mayor mrito que la nouveaut de mon vhicule.**

    Si el lector ha viajado alguna vez, le bastar un poco de estudio y re exin para determinar cules son su puesto y categora en el catlogo, y esto supondr algo de avance en el

    * Necesidad de viajar.** La novedad de mi vehculo.

  • 31

    camino del propio conocimiento, si es que conserva todava algn matiz o semejanza de lo adquirido o asimilado en sus viajes.

    El hombre que transport la primera cepa de Borgoa al Cabo de Buena Esperanza (es de notar que era un holan-ds) no so jams beber en el Cabo el mismo vino que la misma cepa produca en las colinas de Francia era, para ello, demasiado emtico, pero sin duda esperaba beber alguna clase de licor vinoso; malo, bueno, o regular, el ho-lands conoca demasiado el mundo para saber que esto no dependa de su voluntad y que, en general, lo que llamamos azar decidira de su xito. Sin embargo, esper lo mejor, y, en esta esperanza, por una ilimitada con anza en la solidez de su cabeza y en la profundidad de su prudencia, Mynheer perdi probablemente una y otra cosa en su nueva via, y al descu-brir su desnudez, fue objeto de las burlas de su propia gente.

    Lo mismo puede ocurrir al pobre viajero que, por tierra o por mar, recorre los reinos ms civilizados del globo, en busca de sabidura y provecho.

    Sabidura y provecho pueden, sin duda, adquirirse re-corriendo mares y tierras; mas que el conocimiento resulte til y el provecho sea verdadero, es ya una lotera y, aun cuando el aventurero sea en ella afortunado, ha de usar el capital adquirido con precaucin y sobriedad, para sacar la correspondiente ventaja.

  • 32

    Sucede, sin embargo, que abundan en tal medida las probabilidades en contra tanto respecto a la adquisicin como a la aplicacin que, por mi parte, creo que obrar sabiamente quien pueda contentarse con vivir sin sabiduras ni provechos extranjeros, sobre todo si vive en un pas donde no tenga absoluta necesidad ni de una ni de otra cosa. Pues, en verdad, me ha apenado observar la cantidad de pasos que el viajero curioso ha de dar para ver cosas y hacer descubri-mientos, que, como deca Sancho Panza a Don Quijote, hu-biera podido ver y descubrir sin moverse de casa. Estamos en un siglo de tantas luces que no existe un pas ni un rincn en Europa cuyos rayos luminosos no se entrecrucen y se inter-cambien con los de los dems. La sabidura, en sus diferentes mbitos y aspectos, es como la msica en las calles italianas: puede disfrutarse de ella sin pagar nada. Con todo, no hay nacin ninguna bajo el Sol y sea Dios testigo (Dios, ante cuyo tribunal he de comparecer algn da para dar cuenta de esta obra) de que lo digo sin intencin de vanagloria, no hay nacin en el mundo que, como la nuestra, abunde tanto en variedad de conocimientos; donde las ciencias sean mas fructferamente cultivadas ni ms seguramente conquistadas; donde el arte est mejor protegido ni pueda elevarse a cimas ms altas; donde la naturaleza (observndola en su conjunto) deje menos que desear, y, para concluir, donde haya ms inge-nio ni ms variedad de caracteres con que nutrir el espritu.

  • 33

    Adnde van, pues, queridos compatriotas?Mirbamos simplemente la silla de postas me con-

    testaron.Soy su ms humilde servidor contest, saltando

    del vehculo y quitndome el sombrero.Nos preguntbamos dijo uno de ellos, en quien

    reconoc a un viajero curioso qu cosa podra causar su movimiento.

    La agitacin natural dije con frialdad de estar escribiendo un prefacio.

    Jams o hablar apunt el otro, que deba ser un viajero simple de un prefacio escrito en una dsobligeante.

    Mejor hubiera resultado en un vis--vis contest yo. Y como un ingls no viaja para ver ingleses, me retir a

    mis aposentos.

  • 35

    Calais

    l encaminarme a mi habitacin, advert que algo ms que mi propio cuerpo oscureca el corredor; era, en efecto, Monsieur Dessein, el dueo de la hospedera que volva de vsperas y que, con el sombrero bajo el brazo, me segua, complaciente, para recordarme que le haba mandado lla-mar. Escribir en el coche me haba desilusionado un poco de la dsobligeante, y Monsieur Dessein, al hablar de ella, se encogi de hombros como para indicar que no me conve-na, lo cual me hizo inmediatamente imaginar que el coche deba pertenecer a algn viajero inocente, que, al regresar a su patria, se lo haba con ado de buena fe a Monsieur Dessein para que sacara de l lo que pudiera. Cuatro meses haban transcurrido desde que terminada su carrera por Europa fue-ra a dar en un rincn del patio de la posada de Monsieur

    A

  • 36

    Dessein; antes de salir, ya haban tenido que remendarla, y, aunque por dos veces se haba hecho trizas en Mount-Cenis, la verdad era que no haba aprovechado gran cosa de sus aventuras y que stas le haban sentado bastante mal, espe-cialmente la despiadada permanencia de varios meses en el rincn del patio de Monsieur Dessein.

    Resultaba evidente que no poda decirse mucho en su favor, aunque s algo, y como unas cuantas palabras podan remediar un poco su desdicha, me pareci odioso escati-mrselas.

    Si yo fuera dueo de este hotel dije, apoyando la punta del dedo ndice en el pecho de Monsieur Dessein tendra a gala deshacerme de esta desdichada dsobligeante; no le parecen acaso su balanceo un reproche cada vez que pasa a su lado?

    Mon Dieu! exclam Monsieur Dessein. Yo no tengo ningn inters...

    Salvo el inters repliqu que tienen los hom-bres de cierta sensibilidad, Monsieur Dessein, en sus pro-pias sensaciones. Estoy convencido de que para un hombre que siente el sufrimiento ajeno como si fuera propio, cada noche de lluvia por mucho que trate de disimularlo debe oprimirle el corazn. Usted, entonces, Monsieur Des-sein, padece tanto como esta carroza.

    He podido observar que ante un cumplido en el que hay

  • 37

    tanto de dulce como de amargo, un ingls se queda siempre indeciso, sin saber si tomarlo o dejarlo; pero un francs no se desconcierta jams. Monsieur Dessein me hizo una pro-funda reverencia:

    Cest bien vrai* dijo, pero, en este caso, yo no hara sino cambiar una preocupacin por otra, y encima sal-dra perdiendo. Porque, estimado seor, imagine que le doy una silla de postas que puede hacerse trizas antes de llegar a la mitad del camino a Pars... Imagine lo que yo sufrira pensando en la mala opinin que de m se hara un hom-bre de honor, y ponindome cmo me debera poner a merced del castigo de un homme desprit.**

    Era la exacta dosis correspondiente a mi propia receta; no poda por menos que tragrmela. Devolv a Monsieur Dessein su reverencia y, sin ms casustica, nos encamina-mos a la cochera para examinar los vehculos disponibles que haba en el almacn.

    * Bien cierto es.** Un hombre ingenioso.

  • 39

    En la calle(Calais)

    a de ser nuestro mundo bien hostil por naturaleza para que un comprador, aunque no lo sea sino de una triste silla de postas, no puede salir a la calle para concluir el trato con su vendedor sin que ambos se encuentren, al punto, en el mismo estado de nimo y se miren el uno al otro con los mismos fu-riosos ojos como si fueran a batirse en duelo en una esquina perdida de Hyde Park. Por mi parte, como soy mal espada-chn e indigno de medir mis fuerzas con Monsieur Dessein, sent dentro de m todo el torbellino de impulsos propio de la situacin; mir a Monsieur Dessein una y otra vez; le mir mientras caminaba, de per l...; despus le mir de face...,* y

    H

    * De cara

  • 40

    advert que tena cara de judo; despus, de turco; me disgus-t su peluca... Y acab maldicindolo, mandndolo al diablo.

    Y todo esto ha de encendrseme en el corazn por una miserable suma de tres o cuatro luises de oro, como mucho, que es en lo ms que poda engaarme?

    Baja pasin! dije, volvindome de pronto como hombre que, sbitamente, ha cambiado de idea. Baja y cruel pasin! Tu mano se alza contra todos los hombres, y las manos de todos los hombres se alzan contra ti...

    Dios no lo quiera! dijo ella, llevndose la mano a la frente.

    Pues al volverme, di de bruces con la dama a quien mo-mentos antes haba visto conversar con el fraile, y que, sin que nos disemos cuenta, nos haba seguido.

    Dios no lo quiera, en efecto! asent, ofrecindole la mano.

    Llevaba unos guantes de seda negra con los pulgares y los ndices abiertos. Acept mi mano sin reservas y la condu-je frente a la puerta de la cochera.

    Monsieur Dessein acab por enviar al diablo la llave, pues slo tras darle cincuenta vueltas advirti que haba tomado una por otra. La dama y yo estbamos tan impa-cientes como l por ver la puerta abierta, y tan atentos al obstculo que, casi sin darme cuenta, yo segua sosteniendo la mano de la dama cuando Monsieur Dessein anunci que

  • 41

    antes de cinco minutos estara de vuelta, y nos dej solos y juntos, con las manos cogidas y de cara a la puerta de la cochera.

    Ahora bien, un coloquio de cinco minutos en tal situa-cin equivale a una conversacin de varios siglos mirando a la calle. En este ltimo caso, los objetos y hechos del exterior son motivo para la charla; cuando se tienen, en cambio, los ojos jos mirando al vaco, la conversacin ha de salir de dentro... Un solo momento de silencio, despus de habernos dejado Monsieur Dessein, hubiera sido fatal para la situa-cin; la dama, a ciencia cierta, se hubiese dado la vuelta. Inici pues la charla, sin ms prdida de tiempo.

    Y cules fueron las tentacines que experiment (pues no escribo para disculpar las debilidades de mi corazn, sino para dar cuenta de ellas) es lo que ahora voy a describir, con la misma sencillez con que las sent entonces.

  • 43

    La puerta de la cochera(Calais)

    uando le dije al lector que no quise salir de la dsobli-geante, por haber visto al fraile en animada conversacin pri-vada con una seora que acababa de llegar a la hospedera, le dije la pura verdad, pues es cierto que me impresionaron el aire y la gura de la dama con quien el fraile hablaba. Una sospecha me asalt. Supuse que estara l contndole lo que le haba ocurrido conmigo; un no se qu interior me lo de-ca... y dese que el fraile se fuera a su convento.

    Cuando el corazn vuela ms all del entendimiento, le ahorra al entendimiento in nitas penas. Estaba yo se-guro de que la dama perteneca a una categora de seres superiores; sin embargo, dej de pensar en ella y continu escribiendo mi prefacio.

    Volv a sentir la misma impresin al hallarla en la calle;

    C

  • 44

    la franqueza circunspecta con que me dio la mano mos-traba, a mi entender, su excelente educacin y su sentido comn; y, mientras la acompaaba, not como una placen-tera suavidad a su alrededor, que irradiaba calma sobre mi agitado espritu.

    Dios mo! Qu grato sera dar la vuelta al mundo en compaa de esta criatura!

    An no le haba visto el rostro, pero no importaba; ins-tantneamente lo esboc, y antes de llegar a la puerta de la cochera, mi fantasa haba trazado toda la cabeza, compla-cida en hacer de ella nada menos que una autntica diosa, acabada de surgir de las aguas del Tber... Mas t eres, oh fantasa!, una maga siempre seductora y siempre seducida, y aunque nos engaes siete veces al da con tus imgenes y pinturas, pones en ello tal encanto y revistes a tus monstruos de tales anglicas y luminosas formas que sera ms que do-loroso romper contigo.

    Cuando hubimos llegado a la puerta de la cochera, la dama apart la mano de su frente y me dej contemplar el original de mi retrato, un rostro de unos veintisis aos, de un moreno claro, transparente, arreglado con naturalidad, sin polvos ni colorete, acaso no de una belleza perfecta desde el punto de vista crtico, pero s dotado de algo que, en el estado de nimo en que yo me encontraba, me atraa mucho ms: un rostro interesante.

  • 45

    Volv a fantasear, dicindome que sus rasgos eran los de una viuda que hubiese ya remontado el primer paroxis-mo del dolor y empezara, suavemente, a reconciliarse con la prdida del esposo... Si bien otras mil penas podan haber dejado iguales huellas. Dese vivamente conocer sus pesares, y hasta me dispona a preguntarle (si el bon ton de la charla lo hubiese permitido, como en tiempos de Esdras): Qu vos a ige e Por que sois agitada? e Qu es lo que as conturba vuestro nimo?.* En una palabra: sent hacia ella una gran inclinacin y resolv ofrecerle, fuera como fuere, mi cortesa, cuando no mis servicios.

    Tales fueron mis tentaciones. Y dispuesto as a ceder ante ellas, me qued solo con la dama: su mano en la ma y los rostros de ambos mirando a la puerta de la cochera, y ms cerca de ella de lo absolutamente preciso.

    * Citas de los dos primeros libros de Esdras: escritos apcrifos del Antiguo Testamento.

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    La puerta de la cochera(Calais)

    iertamente ha de ser ste, bella dama empe-c diciendo mientras levantaba un poco su mano, un raro capricho de la Fortuna; tomar de la mano a dos extraos, de diferente sexo, acaso procedentes de dos rincones distintos del globo, y, en un instante, colocarlos juntos en una situacin tan cordial como la misma amistad apenas hubiera podido conse-guir despus de intentarlo durante un mes largo.

    Su re exin muestra, Monsieur, hasta qu punto le confunde la aventura dijo la dama. Y la verdad es que cuando una ocasin es tal como la hubiramos soa-do, nada es tan inoportuno como aludir a las circunstan-cias que a ella concurren. Usted da gracias a la fortuna continu, y tiene usted razn. El corazn lo saba y estaba satisfecho, mas quin que no fuese un lsofo

    C

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    ingls hubiera mandado aviso al cerebro para revocar la sen-tencia?

    Y al decir esto desprendi su mano de la ma, lanzndo-me, al mismo tiempo una mirada que me pareca ms que su ciente comentario al texto.

    Sin duda doy una pobre imagen de la aqueza de mi co-razn al confesar que sent una pena que no habra sentido por ms dignas causas. Me doli perder el contacto de su mano, y la forma en que la haba perdido no pona, cier-tamente, blsamo de aceite ni de vino sobre mi herida. En toda mi vida haba sentido el dolor de tal manera y semejan-te inferioridad.

    Mas un corazn dotado de verdadera ternura femenina no se amilana si no es momentneamente ante semejan-te derrotas. A los pocos segundos, la dama apoy su mano en mi brazo, como si fuera a terminar su respuesta; y as, Dios sabe cmo, me encontr de nuevo en mi posicin anterior.

    Pero la dama no tuvo nada que aadir a lo dicho.Entonces me dispuse a darle un giro distinto a la con-

    versacin, suponiendo tanto por la espiritualidad de su splica como por la moraleja desprendida del incidente re-ferido que me haba equivocado al prejuzgar el carcter de la dama. Mas, cuando volvi el rostro hacia m, vi cmo la malicia que animara su respuesta se haba desvanecido; los msculos de su rostro se haban a ojado y de nuevo me

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    hallaba ante la expresin de tristeza y desamparo que, en un principio, despert tanto mi inters. Oh, melancola! Al ver tanta vida presa del dolor, la compadec con toda el alma; y, aunque ello pueda parecer ridculo a los corazones endureci-dos, sent impulsos de tomarla en mis brazos, de acariciarla y consolarla sin el ms leve rubor, all, en mitad de la calle.

    La palpitacin de las arterias hasta la punta de mis de-dos, que estrechaban los suyos, debi de decirle lo que por m pasaba; baj los ojos... y sigui un breve silencio.

    Temo haber hecho durante esos instantes algn ligero esfuerzo por oprimir ms su mano, pues una sensacin su-tilsima roz la palma de la ma; no precisamente como si ella fuera a liberar la suya, sino ms bien como si pensara hacerlo... As que, infaliblemente, la hubiera perdido una segunda vez, si el instinto ms que la razn no me hubiese dictado el ltimo recurso para peligros de esa ndole: a ojar yo la presin, como si a cada instante fuese a dejarla de buen grado. Entonces ella sigui con su mano en la ma, hasta que Monsieur Dessein regres con la llave. Entretanto di en pensar cmo podra deshacer la mala impresin que en mi contra debi de causar la historia del pobre fraile en su nimo, caso de que l se la hubiera contado.

  • 51

    La tabaquera(Calais)

    uando esta idea cruz mi mente, el buen fraile esta-ba a unos seis pasos de nosotros y avanzaba un poco de lado, como si dudara de la conveniencia de acercarse. Al fin se detuvo, al llegar a nuestro lado, con aire decidido; tena en la mano una tabaquera de asta, que me ofreci, abierta.

    Pruebe usted del mo dije yo, sacando mi taba-quera (pequea y de concha) y ponindosela en la mano.

    Es excelente dijo el fraile.Hgame entonces el favor contest de aceptar

    la tabaquera y su contenido, y cuando tome un polvo de ella recuerde que es la ofrenda de paz de alguien que, si bien una vez le trat con dureza, no lo hizo con mala idea.

    El pobre fraile se sonroj hasta el escarlata.

    C

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    Mon Dieu! exclam, juntando las manos. Usted nunca me ha tratado con dureza.

    No le creo capaz de semejante cosa dijo la dama.Me sonroj a mi vez; y a la comprensin de los que

    saben sentir dejo el entender en virtud de qu emociones ocurri tal cosa.

    Dispnseme, Madame repliqu; es verdad que le he tratado duramente y sin la menor provocacin de su parte.

    Es imposible reiter la dama.Dios mo! exclam el fraile, con un calor que pa-

    reca impropio de l. La culpa fue ma, de mi indiscrecin y mi exceso de celo.

    La dama se opuso, y yo me un a ella para sostener que era imposible que un espritu tan equilibrado como el del fraile pudiera ofender a nadie.

    Nunca se me haba ocurrido que una discusin pudiera resultar cosa tan dulce y agradable para los nervios. As lo sent entonces. Despus guardamos silencio, pero sin la menor sen-sacin de ese absurdo malestar que, en tales casos, se apodera de las gentes cuando pasan diez minutos mirndose a la cara los unos a los otros, sin decir palabra. Entretanto, el fraile frotaba su tabaquera de asta contra la manga del hbito; y apenas le hubo arrancado cierto brillo, hizo una profunda reverencia y declar que era demasiado tarde para detenerse

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    a dilucidar si la debilidad o la bondad de nuestros caracte-res era lo que nos haba enzarzado en la disputa, pero que fuera lo que fuese me rogaba que intercambisemos las tabaqueras. Al decir esto me ofreci la suya, con una mano, mientras con la otra tomaba la ma; la llev a los labios y con un raudal de bondad asomndole a los ojos se la guard en el hbito y se fue.

    Conservo todava aquella tabaquera con el respeto con que guardara los objetos rituales de mi religin para que ayu-dase a mi alma a elevarse y hacerse mejor. Rara vez salgo sin ella; y muchas son las veces en que he evocado la pondera-cin de espritu de su antiguo dueo, su ejemplo que seguir por entre las batallas de la vida. No faltaron en su vida ta-les batallas, segn supe al conocer su historia, hasta que, al llegar a los cuarenta y cinco aos, mal recompensado por sus servicios militares, y hallndose a la vez desengaado en cuanto a la ms tierna de las pasiones, abandon a un tiem-po la espada y el bello sexo, y se refugi en el santuario no tanto del convento como de su propio corazn.

    Siento una gran pesadumbre al tener que aadir que durante mi ltima estancia en Calais, al preguntar por el Padre Lorenzo me dijeron que haca cerca de tres meses ha-ba muerto, y que, de acuerdo con sus deseos, no le haban enterrado en su convento, sino en un pequeo cementerio perteneciente a ste, a unas dos leguas de distancia. Sent

  • 54

    vivo deseo de contemplar el sitio donde reposaba; sentado junto a su tumba, saqu la tabaquera de asta, arranqu dos o tres ortigas que por all crecan sin razn alguna... y todo ello me conmovi tan profunda y violentamente que romp en un verdadero torrente de lgrimas. Pues soy, en verdad, tan dbil como una mujer, y ruego al mundo que no sonra, sino que me compadezca.

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    La puerta de la cochera(Calais)

    todo esto, yo no haba soltado la mano de la dama; y, despus de retenerla tanto rato, hubiera sido incorrecto dejarla sin antes llevarla a mis labios. As lo hice, y la sangre y la vitalidad que se haban desvanecido de su rostro a u-yeron de nuevo.

    En este momento crtico, los dos viajeros que me ha-ban hablado antes en el patio pasaron junto a nosotros, y a juzgar por nuestras expansiones se les meti sin duda en la cabeza que debamos ser, por lo menos, marido y mujer. Se detuvieron al llegar ante la puerta de la cochera, y uno de ellos el identi cado como viajero curioso nos pregunt si saldramos para Pars a la maana siguiente.

    Dije que slo poda contestar por m; y la dama aadi que ella iba a Amiens.

    A

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    Ayer cenamos all dijo el viajero simple.Si va usted a Pars dijo el otro tiene que pasar

    por esa ciudad.Iba a darle un millar de gracias por su revelacin de que

    Amiens estaba en el camino de Pars, mas habiendo sacado la humilde tabaquera de asta del fraile para tomar un polvo de rap, me content con hacerles una muda reverencia y de-searles un buen viaje a Dover. Y nos dejaron solos otra vez.

    Qu mal habra ahora, me dije, en rogar a esta dama que aceptase la mitad de mi coche, ni qu contratiempo po-dra ello ocasionar?

    Mas, ante tal proposicin, todas las ruines pasiones y las bajas tendencias de mi temperamento se alarmaron.

    El contratiempo de necesitar un tercer caballo me dijo la Avaricia por el que habras de desembolsar por lo menos veinte libras...

    No sabes ni siquiera quin es la dama insinu la Cautela...

    Ni qu complicaciones puede acarrearte aadi la Cobarda.

    Ten cuidado, Yorick! grit la Discrecin; no diga la gente que has huido con una amante y que Calais ha sido el punto de reunin.

    Nunca despus murmur la Hipocresa, muy baji-to podras mirar al mundo cara a cara.

  • 57

    Ni medrar en la Iglesia apunt la Mezquindad. Ni ser en ella ms que un msero prebendado con-

    cluy el Orgullo.Mas... es un acto de cortesa dije yo.Y como suelo obrar en virtud de mi primer impulso,

    y rara vez presto odos a tales cbalas que por otra parte, bien lo s, no sirven sino para encerrar el corazn en un diamante, me volv de pronto a la dama...

    Pero ella se haba escabullido, mientras en mi interior se argumentaban los pros y contras, sin que yo lo advirtiera, y cuando llegu a la decisin, ya se haba alejado diez o doce pasos por la calle. La segu, pues, a grandes zancadas, para hacerle la proposicin con toda la elocuencia de que soy ca-paz; mas, al verla avanzar con la mejilla medio apoyada en la palma de la mano, con el breve y mesurado andar de la indecisin, y como segua avanzando pasito a pasito, los ojos jos en el suelo, se me ocurri que ella deba, en su interior, juzgar la misma causa. Dios la ayude!, me dije. Tal vez tiene alguna suegra o alguna ta beata, alguna vieja imbcil, en n, a quien consultar sobre el caso... Y no que-riendo interrumpir el proceso, y parecindome ms galante abordarla por conviccin que por sorpresa, me volv y em-pec a dar breves paseos por delante de la cochera, mientras ella, por su lado, tambin paseaba, soadora...

  • 59

    En la calle(Calais)

    l ver a la dama por primera vez, haba yo decidido, en mi fantasa, que se trataba de un ser perteneciente a una categora superior; como segundo axioma no menos indiscutible que el primero, decid que era viuda y que lle-vaba sobre s el peso de alguna a iccin. No fui ms lejos; tena su ciente base para una situacin que me agradaba, y aunque la dama hubiese permanecido a mi lado hasta me-dianoche, yo habra sido el a mi primera hiptesis, consi-derndola segn la idea que de ella me formara.

    Mas, apenas se haba alejado veinte pasos de m cuan-do algo en mi interior reclam nuevos y ms detallados datos acerca de ella. Tal vez fue la idea de una prxima y ms larga separacin... O la posibilidad de no volver jams a verla. Pues el corazn se aferra a salvar lo que puede, y yo

    A

  • 60

    deseaba algn indicio que pudiera conducirme hasta ella, en el caso de que no la volviera a encontrar. Quera, en una palabra, conocer su nombre el de su familia, su situacin; y puesto que ya saba a dnde iba, me interesaba ahora conocer de dnde vena. Pero no poda en absoluto llegar a tal conocimiento. Me cerraban el paso cien peque-os escrpulos. Trac un montn de planes distintos; no era cosa, desde luego, de preguntrselo a ella directamen-te... No, no; eso era imposible.

    Un afable capitancillo francs, que vena danzando por la calle, me mostr que lo que tanto me preocupaba era la cosa ms sencilla de este mundo, pues irrumpiendo entre nosotros dos en el preciso instante en que la dama volva a la puerta de la cochera, se me present solo, y, antes de acabar de hacerlo, me rog le presentara a la seora. Yo no le haba sido presentado a ella, por lo que, volvindose a ella con la mayor desenvoltura, se las arregl a las mil maravillas y le pregunt si vena de Pars. No, ahora iba en aquella direccin, dijo ella.

    Vous ntes pas de Londres?Replic ella que no.Entonces, Madame..., debe venir de Flandes...

    Apparemment, vous tes ammande?... dijo el capitan francs.

    La dama respondi que lo era, en efecto.

  • 61

    Peut-tre de Lille?* aadi l.Y ella dijo que no era de Lille.Ni de Arras?... Ni de Cambray?... Ni de Gante ?...

    Ni de Bruselas?Al n la dama contest que era de Bruselas.El capitn dijo que haba tenido el honor de hallarse en

    el bombardeo de Bruselas durante la ltima guerra; que la ciudad estaba admirablemente situada pour cela,** y se haba mostrado llena de nobleza cuando los imperiales fueron dis-persados por los franceses... La dama se inclin, levemente, y despus de relatar brevemente el hecho de armas y la parte que haba tomado en l, el pequeo capitn solicit el honor de conocer el nombre de la dama, y se inclin, a su vez, en una reverencia.

    Et Madame a son mari?*** dijo, volvindose, des-pus de haber andado dos pasos.

    Y sin aguardar respuesta, se alej, danzarn, calle abajo.Ni aun despus de siete aos de aprendizaje de los bue-

    nos modales, me hubiese yo sentido capaz de otro tanto.

    * Es usted de Londres?... [...] Al parecer, es usted amenca?...Tal vez de Lille?

    ** Para ello.*** La seora est con su marido?

  • 63

    La cochera(Calais)

    penas nos haba dejado el capitancillo francs, apare-ci, por n, Monsieur Dessein, con la llave de la puerta de la cochera en la mano, y nos hizo entrar en su almacn de carruajes.

    El primer objeto que llam mi atencin al abrir Mon-sieur Dessein la puerta de la cochera fue otra vieja y destartala-da dsobligeante; y aun cuando era el imagen de la que haca apenas una hora me haba atrado en el patio de la posada, su sola visin despert en m una sensacin desagradable; pen-s que slo a un monstruo poda habrsele ocurrido por vez primera la construccin de semejante armatoste; y no me hice una idea ms benvola de a quin se le ocurrira utilizarlo.

    Observ que la dama pareca tan poco entusiasmada como yo; as, Monsieur Dessein nos ense otros dos co-

    A

  • 64

    ches, colocados uno al lado del otro, y que estaban arrinco-nados, dicindonos, como gran recomendacin, que haban sido adquiridos por Milord A y B para hacer el grand tour, pero que no haban pasado de Pars, por lo cual, en muchos aspectos, poda decirse que eran nuevos. Eran demasiado buenos, por lo que pas a examinar un tercero, que estaba detrs, y empec a regatear.

    Pero... si a duras penas caben dos personas dije, abriendo la puerta y metindome en l.

    Tenga usted la bondad de subir, Madame dijo Monsieur Dessein, ofreciendo su brazo a la dama.

    Y como en aquel preciso momento el criado de Mon-sieur Dessein hiciera a su amo sea de que quera hablarle, el posadero cerr la portezuela y nos dej all.

  • 65

    La cochera(Calais)

    est bien comique! Es divertido... dijo la dama, sonriendo al pensar que era la segunda vez que nos hallba-mos juntos y solos, debido a un montn de absurdas casua-lidades. Cest bien comique! repiti.

    Slo faltara, para que lo fuese del todo dije yo, seguir las cmicas costumbres galantes propias de los france-ses: en el primer momento hacer la corte, y en el segundo, el ofrecimiento de su persona...

    S; se es su fuerte replic la dama.Por lo menos as se supone continu, y no se

    cmo se ha llegado a esa creencia, pero lo cierto es que los franceses gozan de la fama ser ms entendidos en cuestiones de amor y de saber enamorar mejor que ningn otro pueblo de la tierra; por mi parte, los encuentro torpes en extremo

    C

  • 66

    y me parecen los peores arqueros que jams hayan puesto a prueba la paciencia de Cupido.

    Pretender que el amor se hace con sentiments! Sera como pretender que un vestido nuevo puede ha-

    cerse con los remiendos de otro viejo... Y eso de declararse, plof!, a primera vista, es someter el ofrecimiento y el propio ser al fro examen de una persona desapasionada, capaz to-dava de pesar y medir los pours y los contres...

    La dama pareca aguardar que yo continuara.Considere usted, Madame prosegu, poniendo

    mi mano sobre la suya que la gente seria odia hasta el mismo nombre del amor; los egostas por amor a s mis-mos... Los hipcritas por amor de Dios... Y todos, jve-nes o viejos, vivimos diez veces ms asustados que heridos por el verdadero amor... Qu falta de experiencia en esta rama del comercio demuestra pues el hombre que deja salir de sus labios la palabra Amor sin que haya transcurrido siquiera una hora o dos desde el momento en que el si-lencio empez a torturarlo! Una serie de pequeas y dis-cretas atenciones, no tan directas que puedan alarmar, ni tan vagas que pasen inadvertidas, acompaadas de alguna tierna mirada de cuando en cuando; y apenas una palabra escasa, o ninguna palabra en absoluto sobre el caso, dejan a la Naturaleza duea y seora, y as puede disponer de la enamorada a su antojo.

  • 67

    Entonces, yo declaro solemnemente dijo la dama, sonrojndose que desde el momento en que nos encon-tramos est usted cortejndome.

  • 69

    La cochera(Calais)

    egres Monsieur Dessein a sacarnos del coche y a in-formar a la dama de que su hermano, el conde de L., aca-baba de llegar al hotel. A pesar de mis buenos deseos para con la dama, no puedo decir que mi corazn se regocijara, ni pude evitar el decrselo:

    Puesto que la noticia, Madame expliqu, es fatal para una proposicin que iba yo a hacerle...

    No necesita usted decirme cul me interrumpi, poniendo su mano sobre las mas; rara vez, amigo mo, piensa un hombre hacer una proposicin amable a una mu-jer, sin que ella, momentos antes lo haya presentido.

    La Naturaleza le ha concedido esa arma, sin duda dije yo, para protegerla del peligro inmediato.

    Mas yo creo dijo, mirndome a la cara que nada

    R

  • 70

    tengo que temer, y si he de ser franca con usted, le con eso que haba decidido aceptar. Y si hubiera aceptado (aqu se detuvo un instante), creo que sus bondades me hubiesen inclinado a contarle una historia tal que, despus de escu-charla, la compasin hubiera sido el nico peligro del viaje.

    Dicho esto, me permiti que besara por dos veces su mano, y, con una mirada de ternura mezclada con cierta ansiedad, salt del coche y me dijo adis.

  • 71

    En la calle(Calais)

    n toda mi vida he despachado tan deprisa un negocio de doce guineas; desde el momento en que perd a la dama, el tiempo se me haca pesado, y comprendiendo que cada minuto equivaldra a dos hasta que me pusiera en marcha, ped enseguida los caballos de posta y me encamin a la posada.

    Dios mo! dije al or que el reloj de la ciudad daba las cuatro. Pensar que haca apenas poco ms de una hora que me encontraba en Calais!

    Qu gran volumen de aventuras puede captar en tan breve espacio de vida el que se interesa en todas las cosas, y con los ojos bien abiertos a lo que tiempo y azar siempre le ofrecen, no desperdicia en su viaje nada de lo que sus manos pueden asir honradamente!

    E

  • 72

    Si esta obra ma no resultara, otra resultar. Y ello, qu ms da? Es un ensayo sobre la naturaleza humana, y si ob-tengo por mis penas mi trabajo, qu ms quiero?; el placer de la experiencia agudiza mis sentidos y despierta lo mejor de mi sangre, dejando dormido lo ms turbio.

    Compadezco al hombre que viajando de Dan a Bersha-b* exclama: Todo es estril!. Pues indudablemente lo es. Pero tambin lo es toda la Tierra para quien no sepa cultivar los frutos que sta ofrece. Yo declaro, me dije, casi palmo-teando de gozo, que, aun hallndome en un desierto, encon-trara algo que despertara mis afectos. A falta de otra cosa mejor, el dulce mirto y el melanclico ciprs bastaran para hacer vibrar mis sentimientos; alabara su sombra y les dara gracias por su amable proteccin; grabara mi nombre en su corteza y les jurara que eran los rboles ms encantadores del desierto; aprendera a entristecerme con ellos al caer sus hojas secas y a regocijarme con ellos tambin...

    El sabio Smelfungus** viaj de Bolonia a Pars, de Pars a Roma y as sucesivamente, mas como padeca melancola e ictericia, todo lo que vea le pareca descolorido y des gu-rado. Escribi un relato de su viaje; pero no result sino el relato de sus miserables sentimientos.

    * Ciudades que estaban situadas a ambos extremos de Judea.** Se trata de Tobias Smollett, autor de Viajes por Italia y Francia (1766)

  • 73

    Encontr a Smelfungus en el gran prtico del Panthon. Acababa de salir y me dijo:

    Esto no es sino una gran plaza para peleas de gallos.Le deseo que no haya tratado peor a la Venus de

    Mdicis repliqu, pues al pasar por Florencia, que se haba indignado con la diosa tratndola peor que a una vulgar ramera, sin que de parte de la diosa mediara provo-cacin alguna.

    Me top con Smelfungus otra vez en Turn; regresaba a la patria y me hizo un deplorable recuento de sus es-pantosas aventuras: Accidentes de viaje, por tierra y mar, canbales que se devoraban unos a otros: los antropfagos, etc.. En cada lugar donde se haba detenido, le haban desollado vivo, le haban torturado y martirizado ms que a San Bartolom.

    Se lo contar al mundo! gritaba.Har usted mejor le contest en contrselo a su

    mdico.Mundungus, dueo de una inmensa fortuna, dio la

    vuelta completa, y fue de Roma a Npoles... de Npoles a Venecia..., de Venecia a Viena..., y a Dresde, y a Berln..., sin tener una sola impresin generosa, una sola ancdota agradable que referir. Haba viajado en lnea recta, sin mirar a derecha ni izquierda, no fuera que el Amor o la Piedad lo desviaran con sus encantos del camino trazado.

  • 74

    La paz los acompae, si la encuentran; pues con tales caracteres, ni el mismsimo Cielo podra proporcionrse-la... Y aunque los ms gentiles espritus volando en alas del amor celebraran su llegada, aunque las almas de Smelfungus y Mundungus no oyeran ms que nuevas antfonas de gozo, nuevos transportes de amor, nuevos plcemes por su comn felicidad, yo les compadezco de corazn, pues no poseen aptitudes para gozar de tales dichas. Y aunque la ms feliz mansin de los cielos se concediese a Smelfungus y Mun-dungus, lejos de ser all felices, las almas de Smelfungus y Mundungus penaran en ella por toda la eternidad!


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