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La vida en ultratumba de Miguel de Cervantes

(1616-2016)

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LA VIDA EN ULTRATUMBADE MIGUEL DE CERVANTES

(1616-2016)

ensayo

colección letras

Leer para lograr en grande

Salvador García Jiménez obtuvo el premio único de ensayo en el Certamen Inter-nacional de Literatura “Sor Juana Inés de la Cruz”, convocado por el Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal, en 2014. El jurado estuvo integrado por Adolfo Castañón, Hernán Bravo Varela y María Luisa Bacarlett Pérez.

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Salvador García Jiménez

LA VIDA EN ULTRATUMBADE MIGUEL DE CERVANTES

(1616-2016)

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Eruviel Ávila VillegasGobernador Constitucional

Simón Iván Villar MartínezSecretario de Educación

Consejo Editorial: José Sergio Manzur Quiroga, Simón Iván Villar Martínez, Joaquín Castillo Torres, Eduardo Gasca Pliego, Raúl Vargas Herrera

Comité Técnico: Alfonso Sánchez Arteche, Félix Suárez, Marco Aurelio Chávez Maya

Secretario Técnico: Ismael Ordóñez Mancilla

La vida en ultratumba de Miguel de Cervantes (1616-2016)© Primera edición. Secretaría de Educación del Gobierno del Estado de México. 2015

DR © Gobierno del Estado de México Palacio del Poder Ejecutivo Lerdo poniente núm. 300, colonia Centro, C.P. 50000, Toluca de Lerdo, Estado de México

© Salvador García Jiménez

ISBN: 978-607-495-405-0

Consejo Editorial de la Administración Pública Estatalwww.edomex.gob.mx/consejoeditorialNúmero de autorización del Consejo Editorial de la Administración Pública EstatalCE: 205/01/33/15

Impreso en México

Queda prohibida la reproducción total o parcial de esta obra, por cualquier medio o proce-dimiento, sin la autorización previa del Gobierno del Estado de México, a través del Consejo Editorial de la Administración Pública Estatal.

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Índice

11 Psicofonías

23 En agonía y fuera del estribo

31 “La chica de Cervantes” (Testigo de una aparición)

41 Reencarnaciones

53 En estatua viviente

69 Movilizado en la Guerra Civil

79 Golpes de Estado

89 Al borde de la sepultura

97 Fantasma y sombras

105 Cuatro días de humor en la eternidad

117 Una jornada en el purgatorio y otra en el infierno

127 Juicio Final

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137 En los éteres con santa Teresa de Jesús y Emiliano Zapata

147 Los huesos más buscados

157 Fantasma en el Congreso de los Diputados

169 Los gemidos de la lengua

179 Despachos del otro mundo

191 Tertulia con William Shakespeare, sor Juana Inés de la Cruz

y el Inca Garcilaso de la Vega

203 Varias resurrecciones

219 En el índice de genios clonados

229 Campos Elíseos

239 Estancia en el paraíso

249 Aniversarios de muerte

259 Diálogos con un reportero, Colón, el ángel y Borges

269 Premio Cervantes

279 Zombi

291 Médiums de espiritismo (1)

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301 Médiums de espiritismo (2)

311 Rescatando sus huesos de ultratumba

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Psicofonías

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Según he podido investigar, uno de los pioneros de la psicofonía, Konstantin Raudive, sostuvo extensos diálogos con Miguel de Cer-vantes. He aquí parte del texto que leí en la revista El Ojo Crítico:

Las afirmaciones de Jürgenson y Raudive resultan tan hilarantes

como difíciles de creer: afirmaban haber obtenido más de 70.000

psicofonías (¡20 psicofonías diarias!) y haber mantenido largos

diálogos con las voces psicofónicas de Hitler, Stalin, Churchill... e

incluso Cervantes.1

Sin embargo, en Breakthrough, su libro de los muertos, lo único que Raudive formula son tres palabras para contactar con Cervantes, sin lograr que le responda ni con un suspiro. “Vai tu Cer-vantes?”, le pregunta en letón, frase cuya traducción es la siguiente: “Are you Cervantes?” (en inglés); “¿Está usted, Cervantes?” (en cas-tellano).

Esta referencia a la voz de Cervantes me animó a proseguir en mi búsqueda de argumentos para demostrar que seguía dando las mejores notas de nuestro idioma desde el más allá. Tras múltiples correos electrónicos enviados a los discípulos que Raudive tiene

1 Antonio Luis Moyano, “Psicofonías: 50 aniversario de un fraude”, en El Ojo Crítico, núm. 62, agosto de 2009.

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hoy en España, contacté con Modesto Mendiola Mencia, uno de los mayores investigadores del fenómeno psicofónico de este país. Él recoge el sonido de sus psicofonías en onda corta entre las emi-soras de fondo en idioma extranjero. Voces de todo tipo, difíciles a veces de interpretar, apagan las voces de fondo, las modulan y luego la emisora continúa transmitiendo en su lengua. Esto mismo puede suceder cuando se emplea como portador el llamado “ruido blanco”. Las frecuencias ideales para grabar en onda corta oscilan entre los 11 y los 18 MHz.

El primer correo electrónico de Modesto, después de expli-carle mi interés en que Cervantes rompiera su gran silencio en el único aniversario de su muerte del que seremos testigos, fue esperan zador:

Como habrá podido escuchar, en las psicofonías transradio hablan

como lo hacemos nosotros, con tono y timbre naturales, y también

observará que son diálogos inteligentes, que contestan con total

coheren cia y lógica. La psicofonía que más me impactó fue la de mi

padre difunto, cuando le pregunté y respondió: SOY YO.

Espero con paciencia llegar a contactar con Cervantes.

Yo le aconsejé ingenuamente, en pos de la espectaculari-dad, que realizara las psicofonías para tratar de captar su voz en el mismo convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, donde está enterrado, o en el Congreso de los Diputados.2 Y le recordé el fantasma de la niña del palacio madrileño de Linares y los del Museo Reina Sofía, que provocaron un revuelo sin prece-dentes. Pero Modesto echó por tierra mi petición y la publicidad que había pensado formar con la noticia de que un cazafantasmas

2 Al parecer, por lo que se expondrá más adelante (pp. 157-167), una parte del alma de Cervantes sobre-vuela el hemiciclo del Congreso de los Diputados, situado frente a su estatua en la plaza de las Cortes, en Madrid.

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15La vida en ultratumba

hubiera solicitado pasar las noches que fueran necesarias en el Congreso de los Diputados para grabar en su magnetófono la voz de Miguel de Cervantes:

Al mencionar usted la posibilidad de hacer dicha psicofonía en

la tumba donde descansan los restos del escritor, le comento mi

experien cia en dicho sentido. A lo largo de los años he realizado

numerosas pruebas psicofónicas en monasterios, iglesias, casas par-

ticulares, etcétera; pero en cementerios, y lo intenté varias veces, no

aparece nada. Mi hipótesis es que ahí, en el campo santo, descansan

los restos pero no se ha producido ningún hecho emocional fuerte.

Con el deseo impaciente de que mi nuevo amigo me hiciese llegar en un archivo la primera palabra pronunciada desde la otra orilla por el autor del Quijote, localicé un texto en alemán que tra-duje para que no dejase de tener la onda corta encendida y los oídos bien abiertos. El autor del libro se refería a Raudive porque gracias a su traducción del Quijote al letón se hizo famoso:

Incansable en rastrear en los textos de Raudive y de sus comen-

taristas alguna otra huella oral de Miguel de Cervantes, he subra-

yado hoy una alusión al Quijote. He aquí la cita exacta, traducida del

alemán: “De las voces paranormales a las que había abrazado desde

1965, lo impresionó sobre todo la grabación muy clara que dice:

Don Quijote, la puerta de embarque. Esta llamada podría significar que

esta traducción abrió la puerta a la literatura mundial, o incluso

que se le concedió su investigación con un destino similar al de

Don Quijote”.3

3 Hildegard Schäfer, Stimmen aus einer anderen Welt, Verlag Hermann Bauer, Alemania, 1978, p. 56.

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16 Salvador García Jiménez

A las pocas horas, la contestación del perito en voces de ultra-tumba reemplazó mi expectación por la incredulidad:

Hola, esta noche he estado experimentando en la radio, en la banda

de onda corta, donde sólo emiten en idiomas extranjeros, y formulé

la siguiente pregunta a Cervantes: “¿Puede dejarme algún mensaje

para el escritor que trata de investigar su biografía en el más allá?”.

Al poco tiempo recibo directamente por la radio esta impresionante

psicofonía: POCO LE ESCRIBÍ.

Se la envío tres veces repetida. Creo que la respuesta es inteligente;

el tono y timbre son de un hombre y parece una sentencia; ade-

más, en cierto modo, si nos paramos a pensar, tiene sentido porque

usted sólo posee alguna psicofonía de Raudive, como queriéndole

decir que poca información le ha suministrado él (Cervantes) para

escribir su futuro libro; es como si nos hablara en una especie de

clave subliminal. Espero que la pueda entender bien. Además, no

me dice “poco te escribí” sino como hablando de usted, en tercera

persona, ya que yo le pido el mensaje para usted, lo que tiene aún

más lógica e inteligencia en la respuesta.

Un saludo; le dejo con la psicofonía muy posiblemente de Cervantes

repetida tres veces: POCO LE ESCRIBÍ.

Otro día seguiré experimentando, parece que vamos por buen

camino.

Sin tardanza, abrí mi correo electrónico para agradecerle de corazón todo cuanto estaba haciendo por mí: “Creo que usted ha superado al maestro Raudive”, tecleé frente a la pantalla del orde-nador para halagarlo. “Tengo la esperanza de que Cervantes se le manifestará con más claridad y duración, para mayor brillantez del capítulo en que expondré de principio a fin su trabajo. Aunque el método de contactar con los muertos tenga muchos detractores, es la única forma de echar un anzuelo a la tormenta de voces donde

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17La vida en ultratumba

habitan los fantasmas”. Con la alegría de haber conseguido un as para mi futura obra, proseguí bañando mis palabras en purpurina: “Que Cervantes le haya hablado por la radio no tiene precedentes. En sus psicofonías, la primera voz del Manco de Lepanto suena a arañazo de garfio en una pizarra. La voz de la más alta pluma en el aniversario de su muerte, que se celebrará en 2016, sería una maravillosa paradoja. Me gustaría seguir aprendiendo de sus expli-caciones”.

A las voces de Hitler, Caryl Chessman, Hermann Göring… que Friedrich Jürgenson habría reproducido en su libro Comuni-caciones radiofónicas con los difuntos, podíamos sumar ahora la de la prima donna de los escritores. Por ello mi interlocutor, corriendo por Madrid tras la garganta astral de Miguel de Cervantes, me envió a través de Hotmail esta otra perla de su caracola:

Hola, amigo, qué gran sorpresa acabo de llevarme. Estaba inten-

tando contactar con Cervantes y le pregunté si alguien había conse-

guido comunicarse con él mediante algún instrumento electrónico,

después de haber fallecido físicamente, y me deja, a través de la

radio, esta psicofonía: USTED. Sinceramente me quedé asombrado.

Se la envío tres veces repetida.

Según mis pesquisas, la primicia de esta psicofonía de Cer-vantes era totalmente cierta. Y con la mosca del turbio sonido en la oreja, le expuse mis dudas ante su dictado de la voz de los muertos: “No sabría, en algunos de los casos que me ha enviado, describir muy bien el sonido: un aullido, un arañazo...”, contrarrestándolas con este elogio: “Hace poco leí en internet una psicofonía posible del asesinato de García Lorca. A este poeta sí que lo llegó a escuchar también Raudive; pero del Príncipe de los Ingenios español nadie había grabado ni su respiración”.

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Hola; referente a mi descripción de los muertos, sobre las psico-

fonías, lo que traté de explicar es que cuando fallecemos dejamos

aquí nuestro cuerpo físico, cuyas cuerdas vocales, materiales, se

descomponen. Nuestro cuerpo post mórtem es etérico, energético,

pero carece de esas cuerdas vocales que en vida física nos daban

nuestro tono y timbre con relación a nuestra voz, para que todo el

mundo pudiera reconocernos. Allí, en ese otro mundo, careciendo,

pues, de dichas cuerdas vocales, tenemos que manejar la energía

electromagnética de las ondas hertzianas de la radio para intentar

crear unas cuerdas de energía con las cuales articular palabras que

se parezcan lo más posible al tono y timbre que teníamos en la vida

física; pero eso debe de ser muy complicado, como les ocurre a las

personas operadas de cáncer de laringe: pierden su tono y timbre

y hablan con voces gangosas y electrónicas. Precisamente, una vez

en ese otro mundo disponemos de escasa energía para hablar, por

lo que los mensajes son cortos en respuesta esencial a nuestras pre-

guntas. Ése es en sí su secreto.

Me quedé impresionado de las características aplicadas a los muertos que le contestaban a través de la onda corta. Entonces, pensé, Cervantes vagará ahora sin cuerdas vocales ni energía, gan-goso… Seguro que el autor de tantas páginas magistrales adoba-das con finísimo humor se reirá de su ventrílocuo psicofonista. Al atardecer recibí este nuevo mensaje que adjuntaba otro brevísimo audio de Cervantes: cuatro joyas verbales emitidas desde su resi-dencia eterna.

Hola, esta psicofonía puede que sea con seguridad de Cervantes.

Resulta que dije en voz alta: “¿Eran de Cervantes las otras dos psico-

fonías?”. Al poco tiempo, una voz de tono parecido a las anteriores ,

pero mucho más nítida y clara, con enfado me contestó: QUE NO

ME CREE.

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19La vida en ultratumba

Se la envío tres veces repetida. Parece que hemos conectado con él.

Compruebe al escucharla cómo se enfada, igual que lo haría antes

de morir. ¡El mundo de la psicofonía es fascinante!

Un cordial saludo.

“Estimado Modesto: ¿Hay algo nuevo?”, le volví a urgir. “El cadáver de Cervantes yace bajo las losas del convento de las Trini-tarias de Madrid; han querido encontrarlo varias veces, sin ningún resultado. Hace unos días hablé con quien trata de hallarlo con un georradar. Yo estoy seguro de que en dicho convento estará reso-nando su voz. Uno de mis proyectos es escribirle a sus monjas para que me digan si han sentido alguna vez la presencia espectral o el tétrico susurro del autor del Quijote”.

Hola de nuevo. Se me ha ocurrido, mientras seguía realizando otra

experiencia en la radio, dirigirme a Cervantes en voz alta: “Gracias,

don Miguel, por haber escuchado mi petición”. La respuesta que

recibí a los cinco segundos fue ésta: Y LE ESCUCHÉ.

Claramente apreciará que el tono y timbre son muy similares a los

de la otra psicofonía, sólo que más claros y con menos ruido de

fondo. Se la envío tres veces repetida. Creo que hemos contactado

con Miguel de Cervantes; las respuestas son totalmente lógicas.

Un saludo,

Modesto

Últimamente, recordando la tartamudez que siempre se le ha achacado a Cervantes, tras la lectura de algunos textos me he pre-guntado si ello tendría alguna repercusión en las psicofonías. Sobre dicha tartamudez, de la que se viene hablando en la prensa desde el siglo XiX, haciendo eco de ella hasta el prestigioso investigador Martín de Riquer, le informé a Modesto Mendiola en un correo electrónico.

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20 Salvador García Jiménez

Parece que Cervantes padeció de tartajeo, como muchos niños, y su torpeza en la pronunciación se demostró en la Epístola a Mateo Vázquez, donde se lee: “mi lengua balbuciente y casi muda, pienso mover en la real presencia”;4 asimismo, en el prólogo de las Novelas ejemplares: “será forzoso valerme por mi pico, que, aunque tartamudo, no lo será para decir verdades”;5 en El trato de Argel con-fesó: “mi lengua balbuciente y casi muda”,6 y en el Viaje del Parnaso dijo: “muéstrase balbuciente y casi muda si le alaba la lengua más experta, de adulación y de mentir desnuda”.7 Cabe hacer hincapié en que su padre, don Rodrigo de Cervantes, era sordo. ¿Fue enton-ces la tartamudez de Miguel una enfermedad crónica, a consecuen-cia de la sordera de su progenitor, o simplemente una deficiencia temporal como la de muchos niños? Sí, quizá conservó una leve tartamudez verbal toda su vida quien tan clara y admirablemente habló con su pluma.

Querido amigo: Ignoraba la tartamudez de Cervantes, pero, aun en

el caso de que hubiera sido cierta y permanente, esto no influye

para nada en el paso a la vida espiritual; no olvidemos que las enfer-

medades son exclusivamente físicas, el espíritu del ser humano es

perfecto y eterno, por lo que al penetrar en otra dimensión y dejar

aquí su cuerpo físico, el cuerpo etéreo carece de cualquier defecto

o enfermedad. Por todo ello él, ahora, puede hablar perfectamente,

sin tartamudear. Todos los médiums han recibido mensajes de per-

sonas fallecidas, ciegas o sordas, que allí ven y oyen.

Si capto más psicofonías se las enviaré.

4 Miguel de Cervantes Saavedra, Epístola a Mateo Vázquez, versos 199-200.5 Miguel de Cervantes Saavedra, “Prólogo” de las Novelas ejemplares.6 Miguel de Cervantes Saavedra, El trato de Argel, jornada primera, verso 417.7 Miguel de Cervantes Saavedra, Viaje del Parnaso, capítulo III, versos 439-441.

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21La vida en ultratumba

Le remití a Modesto mis palabras de gratitud por toda su valiosa información. No pensé que sería tan fácil resolver la posi-ble tartamudez de Cervantes sin un logopeda. José Bonaparte ya fracasó en el empeño de exhumar la calavera cervantina. Por ello, el único recurso, la última intentona era la de rescatar su voz de ultratumba. Modesto era, pues, en el ámbito y en la historia de la psicofonía, el primero que había obtenido una respuesta volviendo a utilizar la pregunta de Raudive.

Hola, amigo, como es evidente, siempre que le adjunto una psicofo-

nía de Cervantes la considero como supuesta, porque no veo quién

la emite; pero por su tono y timbre, forma de expresión y la res-

puesta inteligente a mis comentarios, sospecho que procede de él.

En esta ocasión, tras explicarle que estaban tratando de localizar

sus huesos, pero que había problemas económicos para reali-

zar dicho trabajo, obtuve esta asombrosa psicofonía: ENTIENDO,

como si realmente estuviera viendo y comprendiendo la situación

tan curiosa. Es alta y diáfana, se la adjunto tres veces repetida; tiene

un sonido como si hablara desde el espacio.

Un saludo; con ésta llevamos cinco.

Modesto8

8 Las cinco psicofonías de Miguel de Cervantes que ha recogido Modesto Mendiola, emitidas desde ultratumba con voz de alienígena, se escuchan descargando estos links (cada una de ellas se repite tres veces): “Poco le escribí”, en http://goo.gl/lTk7Vg; “Usted”, en http://goo.gl/bHUs8E; “Que no me cree”, en http://goo.gl/fGplBB; “Y le escuché”, en http://goo.gl/2j3ilp; “Entiendo”, en http://goo.gl/3pyzW1.

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En agonía y fuera del estribo

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En el valioso y digno telefilme sobre su vida, Miguel de Cervantes languidece en su lecho de muerte mientras un joven licenciado, cautivado por sus obras, inicia el trabajo de redactar un memorial, destinado al rey, para conseguir el honor postrero que alivie los últimos días del autor de Don Quijote de la Mancha.1 El tiempo urge; Cervantes cae enfermo de muerte y el memorial está detenido; el joven licenciado da el paso definitivo: acude a Toledo a visitar al cardenal primado de las Españas. Pero su vuelta ilusionada ocurre demasiado tarde. Cuando el primer rayo de luz atravesó los cris-tales de la ventana, el moribundo abrió las aletas de la nariz en busca de aire. La mano de doña Catalina se estremeció. Su esposo había partido hacia la eternidad. El sacerdote Marcilla se acercó a la estancia triste, y lloró junto al cuerpo yerto de su viejo amigo. El día 23 de abril de 1616, al amanecer, le enterraron pobremente, sin pompa ni ceremonia.

Vestido con el hábito de san Francisco y apretando un cruci-fijo con las manos agarrotadas, el cadáver de Cervantes fue llevado por sus hermanos en religión desde la calle del León hasta el con-vento de las Trinitarias Descalzas, en la antigua calle de Cantarranas,

1 Cervantes, TVE, director: Alfonso Ungría, 1981. El guion de esta serie fue obra de Daniel Sueiro, Isaac Montero, Manuel Matjí y Eugenio Martín, con la supervisión de Camilo José Cela.

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en un ataúd descubierto, con el rostro iluminado por las primeras luces de primavera.

El Santo Oficio convocó a un proceso inquisitorial. Todos los amigos y compañeros de Miguel, los artífices con sus recuerdos del memorial, estaban allí como testigos. Las obras del escritor no se consideraban ni edificantes ni ejemplares. El licenciado fue con-denado por desobediencia y unos pesados mazos cayeron sobre la lápida de Miguel de Cervantes.

* * *

Entre los necrófilos que han descrito las angustias y alucinaciones de Cervantes en el mismo filo de su muerte, de donde partimos para iniciar esta apócrifa biografía de ultratumba, destaca por la calidad de su prosa y su creíble interpretación de la hora crepuscu-lar el relato “La agonía de Cervantes”, de Carlos Octavio Bunge.

El único regocijo del Manco de Lepanto con un pie en el estribo, inmerso en la pobreza que siempre le acechó, es su obra escrita. Y estando solo, agonizando —por muerto le habían dejado  en la sórdida guardilla—, en su imaginación febril y de lirante la mayoría de sus recuerdos eran de llanto y amargura. Mojado en sudores fríos, sintió que se abría una puerta y entraban en tropel, como legión de espectros, las conocidísimas figuras sali-das de su pluma. Don Quijote, como jefe de la caterva, acercándose al mísero lecho, lanza en ristre y visera caída, habló primero: “Este es don Miguel de Cervantes Saavedra, el malandrín que nos creara y tuviese cautivos en sus libros, como las alimañas enjauladas que presentan los histriones de la feria, para risa y escarnio del vulgo soez y malicioso”.2

2 Carlos Octavio Bunge, “La agonía de Cervantes”, en Thespis, La Nación, Buenos Aires, 1907, pp. 86-91.

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Y así, uno por uno, los personajes fueron exponiendo sus crueles y destempladas quejas. Llegaron a gritar todos juntos tan desaforadamente que el divino Cervantes se creyó expiando algu-nos pecadillos en las profundidades del purgatorio. El moribundo hizo un esfuerzo para incorporarse, sin conseguirlo. Viendo que, efectivamente, Cervantes era ya casi un cadáver, Sancho Panza exclamó: “Cría cuervos para que te saquen los ojos. El señor don Miguel no es nuestro enemigo, que es nuestro padre”.3

Mientras Sancho, arrodillado, le cubría las manos de lágrimas, don Miguel rindió su alma a Dios en los brazos de don Quijote. En su boca descolorida se acentuaba una sonrisa de infinita ternura, como si dijera a sus dos creaciones más ilustres: “¡Bien sabía que habíais de venir vosotros, hijos míos, a socorrerme en la hora de la muerte!”.4

* * *

Los primeros segundos en que el alma abandona el cuerpo des-pués de expirar, el nacimiento de la muerte de Cervantes en su biografía ultraterrena, fueron recogidos por el escritor norteameri-cano Stephen Marlowe en el capítulo XVII de su novela Vida (y muertes) de Cervantes, titulado “Muerte de Cervantes contada por él mismo”. Aquí describe, en la frontera de la realidad y la ficción, el ahorcamien to que sufrió el novelista en Argel por haber inspira do una intentona de fuga en la cual setenta prisioneros, bajo su mando, tendrían que llevar el barco Tierra de Canaán rumbo al norte, a la otra orilla del Mediterráneo. Una vez conducido al cadalso por jení-zaros, un insignificante hombre de turbante verde empuja un cajón de madera y lo coloca exactamente debajo del dogal que cuelga. “Ha llegado la hora”,5 dice.

3 Idem.4 Idem.5 Stephen Marlowe, Vida (y muertes) de Cervantes, Plaza y Janés, Barcelona, 1993, pp. 279-291.

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Cervantes, con temblor de rodillas y la boca reseca, escucha a la multitud de moros gritar su nombre, enardecidos alrededor del cadalso para presenciar el macabro espectáculo de la muerte. El verdugo pasa el dogal por encima de su cabeza y, poco después, sus dos robustos ayudantes apartan de sendas patadas el cajón en que sus pies se asientan para que quede colgando a media vara del suelo. El cautivo de Argel, al faltarle el aire y experimentar la ago-nía, siente lo mismo que cuando en la batalla naval de Lepanto le hirieron el pecho con bala de arcabuz. Y prosigue contando cómo se desprende en espíritu de su cuerpo para sobrevolar el mar de turbantes que aplauden el desenlace de su vida:

Estoy suspendido un momento, luego floto por encima del verdugo

de aspecto insignificante y abandono el cadalso. Paso justo por

encima del dey Hassán Pachá el Veneciano y, llevado de un impulso

irrefrenable, le doy una patada en la cabeza (no reacciona en modo

alguno, pero se le cae el turbante), luego me precipito experimen-

talmente sobre la multitud […], y finalmente me elevo hasta que

puedo contemplar toda la plaza de las Atrocidades con su multitud

pendiente sobre mí, colgado de la cuerda.6

No hay una luz detrás del túnel en su caso. Cervantes no se siente muerto, sólo incorpóreo. Se deja llevar por una súbita corriente de aire y va tomando altura hacia las montañas. En su vuelo, tras recorrer bastantes leguas, llegará en su descenso a la entrada de una caverna habitada por Cide Hamete, con quien man-tendrá un largo diálogo centrado, mayormente, en el ruego de que con sus poderes mágicos le salve de morir ahorcado. En su forma incorpórea, por más prisa que el escritor se da en regresar a Argel, Cide Hamete le gana en rapidez. De nuevo vuelve al escenario de su

6 Idem.

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trágico final, suspendido de una cuerda sobre el patíbulo. Está muy arriba para poder oír, pero ve que Cide Hamete levanta una mano, como haciendo el gesto de tirar, de bajar algo del cielo en medio de un intenso aguacero que dura sólo quince segundos. El dey libera el látigo de su faja, salta al estrado y da tres latigazos al verdugo, que se apresura a recoger el cajón desplazado para subirse en él y cortar la cuerda del ahorcado con un golpe de cimitarra. “Yo caigo como un saco”,7 nos dice Cervantes:

Es decir, mi cuerpo es el que cae así. Yo sigo en lo alto, mirando

cómo los alabarderos del dey mantienen alejada del cadalso a la

multitud que canta “¡Zjerbante!”, en tanto que la caballería abre

paso a un hombre de aspecto apacible con un crucifijo bajo su bea-

tífica sonrisa.8

Vuelve a llover. Cervantes baja rápidamente al cadalso y reen-tra en sí mismo.

Lo primero de lo que tengo conciencia a continuación es de un

movimiento de balanceo. Me levanto y me tambaleo hacia la luz,

recuperando la estabilidad conforme avanzo […]

Me palpo con los dedos, esperando lo peor (como que mi cabeza se

vaya a desprender), y exploro mi cuello. Está entero. Lo giro y noto

un crujido, pero no para ponerse a gritar.9

El procurador de la Orden Trinitaria, Juan Gil, llega a la plaza de su ejecución con el dinero del rescate, en el momento justo para abortar el nacimiento de su muerte. Éste irrumpe vestido de clérigo exactamente un segundo después de que le dieran la patada al cajón.

7 Idem.8 Idem.9 Idem.

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“La chica de Cervantes” (Testigo de una aparición)

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Sabiendo que sería más fácil hablar por teléfono que frente a las rejas de clausura con la priora del convento de las Trinitarias Descalzas donde está enterrado Cervantes, me puse en comunicación antes de la hora del ángelus con sor Amada de Jesús, una mujer grata y sin-cera. Entre otros asuntos, tratando de despertar su interés humano fuera del cielo por don Miguel de Cervantes, en paralelismo con su ansia de vida eterna, le dije sin preámbulos, esforzándome para que no se me tomara por un ridículo cazafantasmas:

—Para canonizar o beatificar se necesita un milagro. Cervan-tes ha hecho dos, pues gracias a tener el enterramiento en su con-vento no se lo han derribado.1

—Aunque hayamos tenido su protección, tendría que ser un milagro sin intervención humana —respondió ladina.

1 En 1868, la Revolución, que con tanto ahínco se dio a demoler iglesias y conventos, sentenció a derribo el de las Trinitarias. El señor Ramón de Mesonero Romanos hizo presente a la Academia Española que, así como Cervantes había sido rescatado en Argel por obra de la Orden Trinitaria, así ésta debía rescatar su albergue por la intercesión de Cervantes. Al final se consiguió que no se removieran las cenizas del príncipe de nuestros escritores.

En otoño de 1932, la Real Academia Española se dirigió al presidente de la República, don Niceto Alcalá Zamora, con objeto de que intercediera ante el propio gobierno para evitar que fueran adjudi-cadas las cenizas de Cervantes, a causa de un embargo de todo el edificio del convento claustral de las Trinitarias Descalzas en la calle de Cantarranas. Efectivamente, a causa del impago de los impuestos girados por Hacienda, el edificio iba a ser adjudicado en pública subasta al mejor postor, y con el edi-ficio los restos del insigne príncipe de las letras. El gobierno se mostró indiferente, incluido Manuel Azaña, que era paisano de Cervantes. Sólo la intervención in extremis del ministro de Hacienda, Jaume Carner, evitó que el convento y con él los restos de Cervantes fueran subastados y entregados a algún postor poco escrupuloso.

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También le manifesté, tratando de ganarme su interés para que me aportara sus experiencias, que se sentirían orgullosas por tener bajo sus pies (no sé si irán descalzas o no) los restos de una pluma de tal calibre, casi de la misma gloria que los arcángeles.

—Orgullosas, no —me respondió tajante, utilizando a la per-fección en su favor los adjetivos—. Sentimos satisfacción, eso sí.

Temiendo que no fuera a poder arrancarle a través del telé-fono inalámbrico ninguna palabra que iluminara la búsqueda de mi espectro, le conté un caso verídico:

—Un amigo mío vive en el pueblo donde yo nací, en la mitad de una ermita del siglo Xvii que les vendió un cura a sus abuelos para que montaran su fábrica de alpargatas. Su cama de matrimonio está colocada bajo una hermosa cúpula y sobre la sepultura que se cos-tearon al final de dicho siglo unos hidalgos de la villa que tenían el ape-llido Carreño. Siempre critiqué la frialdad de mi amigo… No creo que sean ustedes iguales durmiendo sobre el sueño eterno de Cervantes.

Sor Amada de Jesús no soltaba prenda:—Estamos contentas de que él decidiera sepultarse aquí. Nos

agrada.Una tal María del Carmen Jiménez, que en 1877 tomó el

hábito de monja trinitaria en aquel mismo convento, dejando de colaborar con su pluma en la revista La Cruz, sí que pensó en Cer-vantes al publicar la despedida a su director y a sus lectores:

y trocando la pluma por el breviario, no pensemos más que en

la ventura de amar a Dios, en unión de la amable comunidad de

religiosas trinitarias de Madrid, que, sin mirar mis debilidades ni

mi serias, se digna recibirme en su seno. ¡Vamos, pues, a la calle de

Lope de Vega! ¡Vamos a descansar sobre la tumba de Cervantes! Allí

dejaremos la pluma en manos de la santa obediencia.2

2 María del Carmen Jiménez, “La despedida”, en La Ilustración Popular Económica, Valencia, 1 de marzo de 1877.

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Cuando le hablé de las psicofonías y le expliqué con claridad y sencillez en qué consistían, lanzó una graciosa exclamación recor-dando el mayor de los despropósitos:

—Ah, también querían recoger la voz de Jesucristo.—Pero —insistí agotando mis anzuelos—, siendo el convento,

todo el convento, la “tumba difusa” del más grande escritor que ha dado la historia de la humanidad, ¿ninguna ha dicho sentir su pre-sencia espiritual? ¿No hay quien se maraville de tal convivencia?

—Si lo recordamos es porque llaman por teléfono pregun-tando por la tumba de Cervantes, para visitarla grupos de turis-tas… Nosotras estamos en otra onda —concluyó, evocándome sin pretenderlo las psicofonías de Modesto Mendiola.

Ellas están más pendientes del cielo que de la tierra, por ello les importa poco que bajo sus pies los huesos desparramados de Cervantes esperen articularse para la Resurrección.

Sin querer despedirme definitivamente, la interrogué a la desesperada y con una sonrisa:

—Es imposible que no se haya producido ninguna anécdota relacionada con la sepultura de Cervantes.

—Como muchos turistas entran creyendo que se les va a mostrar, nuestro portero dijo una vez a un grupo de extranjeros: “Ésa es”, señalando cerca del altar. Y los turistas se retrataron… Yo le pedí al portero que no mintiera y les explicara que la tumba era todo el convento.3

Antes de despedirnos, preguntándole por la Guerra Civil, dijo que su convento había sido convertido en cuartel y los milicianos

3 “Vicente, monaguillo que fue hace muchos años en el convento de Trinitarias, y también fraile agus-tino en El Escorial, según nos dice, y que abandonó con una dispensa, nos indica que el sitio donde reposan los restos de Cervantes está en un cementerio interior, a la altura o en la línea de las dos últi-mas ventanas del muro posterior del convento. Es decir, en la calle de las Huertas, en dirección a la plaza del Ángel. El hombre se extiende en explicaciones y pormenores, y lamenta que sus problemas físicos le impidan acompañarnos en un recorrido por la zona y por el interior del convento” (José Guerrero Martín, Por los caminos del Quijote, Junta de Castilla y León, Consejería de Cultura y Turismo, Salamanca, 2004, p. 105).

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lo dejaron hecho una ruina, arrancando puertas, ventanas y parte de la escalera para calentarse. Aunque ellos no supieran ni les importara lo del cadáver… Yo dudo de que en la historia del con-vento ninguna monja haya escuchado un gemido, las cadenas, el reír del autor del Quijote.

Transcurrida una semana, la volví a llamar por teléfono para que no se me quedase en el tintero ninguna de sus relaciones con el cuerpo que estaban velando. Y cuando le pregunté si alguna her-mana había leído el Quijote, me quedé de piedra con su confesión:

—Yo empecé a leerlo, pero me cansé y no lo acabé. Yo soy de escuela rural. Las otras hermanas no lo han leído tampoco, no.

—¿Ha leído entonces alguna otra obra de Cervantes?—Leí La sepultura de Cervantes, del marqués de Molins

— parece que se interesaba más de lo que decía por su ente-rramiento.

Cuando le pregunté si las monjas trinitarias custodiaban las cenizas de Cervantes y si rezaban por él todos los días, sonrió negándolo porque ésta no es su misión.

—No tenemos obligación de rezar por Cervantes; por nues-tros patronos, sí. Sólo lo hacemos el día 23 de abril, en la misa de réquiem que organiza la Academia Española.

Desde luego, no están a la altura de lo que el predicador Fran-cisco Sánchez Juárez proclamó en uno de dichos funerales, hace ya muchos años: “Bajo la nave del modesto templo yacen los huesos del genio sin par de nuestras letras, mejor al amparo de las vírge-nes del Señor que el mismo Shakespeare en su lujoso mausoleo de Westminster”.4

4 Francisco Sánchez Juárez, “Oración fúnebre que en las honras de Miguel de Cervantes Saavedra y demás ingenios españoles pronunció el 23 de abril de 1891 en la iglesia de las monjas trinitarias de Madrid”, en Grandezas del catolicismo y glorias españolas: sermones histórico-apologéticos, panegíricos y ora-ciones fúnebres, Imprenta de la Viuda e Hija de Fuentenebro, Madrid, 1892, p. 479.

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Antes de despedirnos, me preguntó con sospechoso tono de ignorancia si Cervantes “hizo algo malo”. Y tras informarla del posible duelo que investigó Luis Astrana Marín, le expresé todo mi agradecimiento, aunque pensara que no eran dignas estas trini tarias de interrumpir con sus pasos fríos y menudos el sueño eterno de Cervantes en el interior del cenobio.

No dándome por vencido en mi asedio telefónico al con-vento, tras pensar que ninguna de las monjas de la comunidad —formada, según leí en un reportaje de periódico reciente,5 por trece españolas, siete iberoamericanas y dos de Madagascar — me iba a ayudar más con sus palabras que sor Amada de Jesús, logré conectar con la conserja de la iglesia, María José Caeiro. Llevaba sólo catorce años en el cargo, después de sustituir a su marido, que cayó enfermo. Parecía una mujer inteligente, aficionada a la lectura, sincera y amante de la claridad.

Me cuenta que entre los Premios Nobel que han visitado a Cervantes recuerda a Camilo José Cela, porque venía como miem-bro de la Real Academia (por lo visto Vargas Llosa aún no lo ha hecho6). Para ella las monjitas son un encanto, pues aun siendo de clausura habían permitido que entrara la televisión en su iglesia, con motivo de la sensacional y apocalíptica búsqueda de los hue-sos de Cervantes que se había anunciado, utilizando los mismos georradares que emplea la policía para hallar víctimas de asesina-tos enterradas.

—Yo creo que los restos de Cervantes no se encontrarán por la humedad que hay bajo el convento. Hay mucha agua. Por ello la calle se llamaba Cantarranas, y debió ser una laguna. Hay aún varios corrimientos de tierra. El agua ya habrá hecho de las suyas.

5 El País, Madrid, 12 de mayo de 2008.6 Con posterioridad a esta entrevista, el 23 de abril de 2012, el flamante Premio Nobel Mario Vargas

Llosa asistió al funeral que se celebró por Cervantes y los académicos fallecidos durante ese año: Anto-nio Mingote, Eliseo Álvarez y Luis Ángel Rojo.

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El primer convento fue de adobe; el segundo, de piedra; y el tercero, forrado de madera. En la cripta, que está bajo la sacristía, los huesos se deben ya de haber diluido, como comprimidos en vasos de agua.

La leyenda urbana de que las prioras se van pasando de unas a otras y mantienen en secreto dónde está la tumba de Cervan-tes es cierta, porque la refería el antiguo capellán de las mismas Trinitarias. Él decía también que Quevedo irrumpió una vez en el convento, saltando la valla, huyendo, disfrazado de mujer, de un marido celoso, y las monjas lo expulsaron de allí inmediatamente.

Al citar yo la palabra “fantasma” en el resumen de la investi-gación que estaba llevando a cabo, ella me regaló algo inesperado y maravilloso, en rima con mi trabajo:

—Yo tengo una hija que cuando tenía siete años iba contando a las compañeras del colegio que se le aparecía en el convento el fantasma de Cervantes. Yo le dije entonces: “Hija, no asustes a las niñas de esa forma”. Mi hija es muy lista, algo especial. La niña se me adelantó, con esa intuición y visión que sólo tienen las criaturas inocentes. Yo voy a cumplir ahora bastantes años, y he empezado a percibir lo mismo que ella con siete.

Aunque la mujer no cree en los fantasmas ni en las meigas, incluso siendo gallega, con Cervantes como el fondo de nuestra conversación, dice que allí a veces se ven sombras y se tienen sen-saciones de escalofrío; que siente como si hubiera alguien detrás como una misteriosa presencia. Le doy las gracias de corazón por el gran capítulo que me ha revelado.

Dos días después, impulsado por mi desasosiego y exigencia literarios, logré hablar a través de un número de móvil con la hija de María José, Diana Albajara Caeiro, que tiene sólo dieciséis años y estudia bachillerato. La llamé por teléfono con bastante interés y esperanza en que me destapara valientemente al escurridizo fan-tasma de Cervantes; pero fue parca en palabras. He aquí la confe-sión que me hizo la única testigo:

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—Un día soñé con el fantasma de Cervantes. Como vivimos junto a las Trinitarias, en un edificio muy antiguo, impactante, tal vez eso y la iglesia donde he estado muchas veces con mi madre influyeran. Y tras ir al Colegio “Palacio Valdés” y contarle a mis ami-gas mi contacto con el fantasma, las madres de los niños se que-jaron a mi madre de que los estaba asustando. Como mi madre me pidió entonces que no atemorizara a los niños y contara eso, guardé en adelante silencio sobre mis sueños; sueños que yo seguí teniendo desde los siete a los nueve años. No, el fantasma de Cer-vantes no me daba miedo. Lo veía como un dibujo trans parente; un señor con barba y pelo corto blancos. Llevaba una capa roja, larga, adornada con muchas ondas doradas.

Diana es una joven angelical, bondadosa, que lleva con orgullo el haber soñado y hablado con el fantasma de Cervantes. Con su extraordinaria intuición infantil se adelantó durante muchos años a mi descubrimiento. Iba recogiendo sus palabras sobre un folio en blanco, como si fueran esmeraldas:

—Ahora, en primero de bachillerato, estudio a Miguel de Cer-vantes y me hace gracia, porque de niña se me aparecía y no sabía nada de él. También, cuando veo a cualquier actor con la ropa de Cervantes, sonrío evocando mis sueños.

Preguntaba y preguntaba, sin poder obtener más informa-ción…

La visión de la niña ya tuvo un precedente literario, aun-que las monjas trinitarias nieguen, sonriendo, cualquier tipo de ex periencia con el fantasma de Cervantes. Existe un manuscrito poético que da fe de haberse representado en su convento siglos atrás, alrededor de 1784, una mascarada donde el espectro de Cer-vantes tiene especial protagonismo. Con el título “El duende de las Trinitarias Descalzas con las Bodas de Camacho”, la composición se configura cual visión o sueño quevedesco: saliendo de su sepul-tura eclesial, como alma del purgatorio, el mismísimo Miguel de

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Cervantes arremete contra un poeta que había osado maltratar a su querido don Quijote y a su escudero Sancho Panza en una obra teatral recién estrenada sobre las mencionadas bodas. Su aparición a media noche ante las socarronas monjas no tiene desperdicio, entre otras cosas, por el retrato que supone de tan ilustre autor:

Acuden todos, y ven

que del suelo se levanta

un muerto con nariz corva,

malos dientes, frente ancha,

con bigote retorcido,

manco, y cargado de espaldas.

“Yo soy (dixo tartamudo)

Cervantes, que en paz descansa,

aquí me mandé enterrar,

sin que nadie me inquietara:

pero al siglo diez y ocho

reservado se quedaba

perturbar honrados muertos

de mostacho, y luenga fama”.7

Las trinitarias, tras vencer el miedo a los ruidos extraños y escuchar la airada protesta del espíritu atormentado de Cervantes, se enzarzan en una vana discusión: “una monja dice es duende, / otra dice que es fantasma”.8

7 Aurora Egido, “Aldonza en el convento y Cervantes resucitado (de los desafíos teresianos a El duende de las Trinitarias, 1784)”, en Quijote en colecciones aragonesas, Universidad de Zaragoza, España, 2005, pp. 17-32.

8 Idem.

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Reencarnaciones

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Cervantes reencarnó en cuatro ocasiones, seguramente a regaña-dientes, en diferentes cuerpos y por fugaces espacios de tiempo. De estos casos hemos descartado dos, uno por pertenecer a la fic-ción literaria y el otro al espiritismo de un loco, publicados por la prensa del siglo XiX. Adolfo de Castro, en el cuento “Alma en pena”, que fue publicando por entregas en la revista Asta Regia durante todo el mes de junio de 1880, describe la invitación que san Pedro le hace a Cervantes a las puertas del cielo para que goce en el aniversario de su muerte de un día de vida. Y hasta las doce de la noche del 23 de abril le permitió volver a la tierra. Por ello, bajó su espíritu sobre el cementerio de una ciudad famosa para tomar el cuerpo de un inglés de treinta años que había muerto en su posada, recientemente, de una borrachera. “Momen-táneamente vida tomó este cuerpo y allí encerrose el alma de Cer-vantes. Vestido muy elegantemente con las ropas que al inglés le habían servido de mortaja, dirigiose a la ciudad inmediata”.1 En lugar del idioma nativo de aquel hospedero británico, se le permi-tió hablar en el idioma patrio. Tras un recorrido por la ciudad, sus fiestas y sus librerías, el alma de Cervantes salió huyendo de los que lo idolatraban: “Cervantes, en alas de unos espíritus, se fue a escape en dirección de las puertas del cielo, no pudiendo más con

1 Adolfo de Castro, “Alma en pena”, en Asta Regia, núm. 22, Jerez de la Frontera, 6 de junio de 1880, p. 1.

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sus admiradores y sin esperar a que sonara la hora de las doce de la noche”.2

La segunda metempsicosis tuvo mayor resonancia en los medios de comunicación, cuyos lectores la recibirían con humor y perplejidad. El corresponsal de Málaga informaba que en su ciudad un espiritista muy conocido, con síntomas de enajenación mental, había escrito a varias personas respetables, entre otras a dos acadé-micos de la Real Academia de la lengua, dándoles cuenta de la reve-lación que acababa de tener, “según la cual el espíritu de Cervantes se halla actualmente en un pueblo de la provincia de Málaga, encar-nado en el cuerpo de un maestro de escuela, que, según su pro-fecía, en breve se dará a conocer como uno de nuestros mejores hablistas”.3

Otros diarios publicaron una ligera semblanza de dicho espiri tista para denunciar los efectos devastadores que producía su escuela: “Hace días que empezó a dar muestras de enajenación mental, diciendo que le perseguía el espíritu de su abuela, y desde hace tres días se niega a levantarse y a tomar alimentos por temor al susodicho espíritu, pues dice que tiende a metérsele en el cuerpo”.4

Tampoco son destacables los casos de semilocura que Mario Roso de Luna, el más sobresaliente teósofo español, contaba en uno de sus libros al hablar de los pocos individuos que sortean la inevi-table vanidad de siempre creerse ser la reencarnación de grandes hombres, nunca de criminales: “En mi ya larga experiencia de filo-sofía oriental, he conocido dos que se creían a sí mismos Cervantes, tres Alcibíades y varios Dantes y Abelardos, con sus Eloísas”.5

La primera del par de reencarnaciones que consideramos verdaderas la hemos detectado en Ramón María del Valle-Inclán,

2 Ibidem, p. 2.3 La Iberia, Madrid, 19 de septiembre de 1888.4 La Correspondencia de España, Madrid, 11 de octubre de 1887.5 Mario Roso de Luna, Del árbol de las Hespérides, Pueyo, Madrid, 1929, p. 200.

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fantasmagórico escritor que bebió la tinta de Cervantes como un extraño vampiro encapotado para ganarse la inmortalidad. Llegó a tal grado de identificación con él, que fue nombrado por uno de sus comentaristas “el de la manquera cervantina”. Tampoco había nin-guna duda para el prologuista de dos de sus sonatas al afirmar que “Valle-Inclán hacía méritos para convertirse en el segundo gran manco de España”.6 Y Guillermo Díaz Plaja, en su libro Las estéticas de Valle-Inclán, afirmaba que el rastro cervantino permanece a lo largo de su vida y de su obra; “en la vida, por la inolvidable coinci-dencia de su manquedad, y en la obra como temática frecuente”.7

Cierto día de 1906, Valle-Inclán se detuvo frente a la estatua de Cervantes que se levanta en la plazuela de las Cortes, abrió sus piernas y, manteniendo la caña de indias vertical y separada del suelo, se cogió por detrás de la manga vacía para dialogar con su fantasma envuelto en sábana de bronce: “No te envidio —cómo sabe levantar la voz— el haber escrito el Quijote sino la ocasión en que te quedaste manco”.8 Imantado por la vieja y verdosa estatua, volvió a hablar de ella en El ruedo ibérico como si estuviese tan viva como los dos personajes de una de sus novelas cortas, que describe jugando a su alrededor: “Plazuela del Congreso. Jardin cillo muni-cipal. El Manco Divino que cobra perenne alcabala del ruedo man-chego hace un punto de baile en calzas prietas ante el templo de las Leyes. Rinconete y Cortadillo, al pie del pedestal, juegan a la uña alfileres y formillas”.9

El acrisolador del esperpento no cesaba de ajustarse a los huesos el espíritu errante y mutilado de Cervantes, como demos-tró en aquella escena que se produjo en una tertulia de café, poco después de que le amputaran el brazo. Empujado por su fantasía,

6 Ramón del Valle-Inclán, Sonata de otoño; sonata de invierno, Espasa-Calpe, Madrid, 1999, p. 11.7 Guillermo Díaz Plaja, Las estéticas de Valle-Inclán, Gredos, Madrid, 1965, p. 33.8 Corpus Bargas, Las delicias (crónica madrileña de hacia 1906), Alianza Editorial, Madrid, 1979, p. 308.9 Ramón del Valle-Inclán, El ruedo ibérico: Viva mi dueño, Alianza Editorial, Madrid, 1971, p. 127.

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no iba a tardar en explicar que aquel brazo lo había perdido en México, en una gesta heroica. Aquella noche ponderaba tanto y tanto sus obras, que Jacinto Benavente, señalándole el muñón, le dijo: “¡Hombre, Valle, que no fue precisamente en Lepanto!”.10

El periodista Antonio Burgos se había olido el polizón de Lepanto que llevaba el arisco bohemio en su interior, en un artículo irónico y burlón sobre la horrible vestimenta de Pedro Cavadas, el doctor del Sanatorio La Fe, de Valencia, que ha realizado las más imposibles operaciones quirúrgicas: “Y menos más que el doctor Cavadas es de nuestro tiempo. Lo digo en su honor. Porque llega a nacer en el Siglo de Oro y nos quedamos sin Manco de Lepanto. Porque le hubiera trasplantado el brazo sano de Valle-Inclán”.11

* * *

El último cuerpo que tuvo que tomar nuestro fantasma en estos conatos de resurrección fue más por su inclinación bélica. Él siem-pre alardeó de haber sido un soldado que perdió su mano en una de las más gloriosas batallas navales, y con la espada figura en la mayoría de sus estatuas. Por ello no debe extrañar que el espíritu juguetón del escritor se hiciese temporalmente cangrejo ermitaño del general José Millán-Astray.

Aunque según otros historiadores, como Geoffrey Jensen, en Millán-Astray no se habría reencarnado Cervantes sino Ignacio de Loyola, quien tenía que ser un salvador de la civilización católi-ca.12 El único y ligero apoyo a esta nueva tesis lo podríamos encon-trar en el Cuerpo de Caballeros Mutilados, del que fue director por muchos años Millán-Astray, que contaba entre sus miembros a

10 “Ha muerto don Ramón del Valle-Inclán”, en Caras y Caretas, Buenos Aires, 18 de enero de 1936, p. 26.11 Antonio Burgos, “El trasplante de bata de Cavadas”, en ABC, Madrid, 23 de agosto de 2009.12 Geoffrey Jensen, Irrational triumph. Cultural despair, military nationalism and the ideological origins of

Franco’s Spain, University of Nevada Press, Reno, Estados Unidos, 2002, p. 155.

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san Ignacio de Loyola y a Cervantes —el más antiguo en su esca-lafón de honor—. Por ello, en una exposición de obras de autores castrenses celebrada en la Biblioteca Central Militar, Millán-Astray “pronunció elocuentes palabras de recuerdo a Cervantes, a cuyo nombre unió en la glosa los de san Ignacio de Loyola y Camoens”,13 prologando además, con entusiasmo, el libro del jesuita Enrique Ascunce, Íñigo de Loyola, capitán español.

El “Discurso de las armas y las letras” siempre había ejer-cido una poderosa influencia en Millán-Astray, y “encontraba en Cervantes un auténtico compañero —doble calidad de soldado y de mutilado en el campo de batalla—, que planteaba problemas de entonces que ahora se presentaban vivos y latentes”.14 Según su hija, Peregrina Millán-Astray Gasset, con la que hablé por teléfono, su padre tenía como libro de cabecera el Quijote: “Lo había leído ochocientas veces y se lo sabía de memoria”. Cuando le confesé que estaba estudiando el comportamiento de su padre como si fuera una reencarnación de Cervantes, me respondió —seguramente ruborizada—: “Ojalá fuera así; pero en él sólo había amor e interés por Cervantes”.

Muchos escritores lo comenzaron a comparar con Cervan-tes y con Camoens (el Cervantes portugués), por sufrir como este último la pérdida de un ojo: “Millán-Astray, que había perdido en el combate un ojo y un brazo, como Camoens y como Cervantes”.15 La referencia a esta pareja de fantasmas alojados en un mismo cuerpo comenzó a cantarla en 1926 Rafael Sánchez Mazas en el último terceto del soneto “Al coronel Millán-Astray, otra vez herido”: “como una proa inexorable en el huracán, / a ti te vimos ir, manco como Cervantes, / y hoy tuerto avanzas como Camoens,

13 ABC, Madrid, 23 de abril de 1948.14 Carlos de Silva, General Millán-Astray: el legionario, Editorial AHR, Barcelona, 1956, p. 209.15 La Vanguardia, Barcelona, 13 de abril de 1954.

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capitán”.16 Esta manera de adornarse con dos primeros espadas de las letras fue ridiculizada en un medio de comunicación: “Millán-Astray, grotesco personaje al que los ordenanzas que hacen función de periodistas en la España Nacionalista llaman hiperbólicamente el ‘manco sano’, Camoens y Cervantes en una pieza”.17

En la exposición de objetos artísticos construidos en las cárce-les rojas, en enero de 1941, el heroico general Millán-Astray, como director del Cuerpo de Caballeros Mutilados de Guerra, pronun-ció  una conferencia sobre el monstruoso escritor que llevaba dentro como un alien: “Cervantes, caballero legionario, caballero cautivo y caballero mutilado”. Elogió la gran figura de Cervantes, soldado de pura cepa, y dijo que se le debía conceder la Laureada de San Fernando por haber sido el primer caballero español muti-lado.18 Dentro de su desconocida biografía, en la revista Medicina y Cirugía de Guerra publicó de nuevo su obsesión con cambios en el título: “Miguel de Cervantes, caballero mutilado de guerra por la patria”.19

Pero donde Millán-Astray aspiró el alma más próxima a los huesos de Cervantes fue en la iglesia de las Trinitarias, donde se celebraba en el aniversario de su muerte una misa de réquiem aus-piciada por la Real Academia de la lengua. En 1940, con la asisten-cia del general entre los miembros de la presidencia, alrededor del túmulo siete caballeros mutilados dieron guardia de honor.20 En el cuartel de inválidos que dirigía Astray tampoco faltaba el busto de Cervantes, que fue instalado en 1928 por ser su imaginario modelo el primero en la escala de dicho cuerpo; la escultura estaba

16 Blanco y Negro, Madrid, 14 de marzo de 1926.17 Facetas de Actualidad Española, núm. 2, La Habana, julio de 1938.18 ABC, Madrid, 12 de enero de 1941.19 José Millán-Astray, “Miguel de Cervantes, caballero mutilado de guerra por la patria”, en Medicina y

Cirugía de Guerra, núm. 9, Madrid, 1947.20 Labor, Soria, 26 de abril de 1940.

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elaborada en madera policromada de vistosos colores, como una imagen religiosa.21

Cuando Camilo José Cela dio en la Universidad de Alcalá de Henares su primera conferencia, titulada “Universidad e im perio”, sin llevar nada preparado, estuvo divagando hasta que llegó a Cervantes, y cuando le llamó el Manco de Lepanto se levantó de su asiento el general Millán-Astray, en cuya presencia no había reparado , y prorrumpió en un estentóreo “¡Viva España!” que le animó a seguir por el camino que iba. Cela dijo que ambos, el autor del Quijote y el fundador de la Legión Española, habían perdido un brazo en defensa de la patria, y el general le interrumpió diciendo: “¡Poeta, no me abrumes!”.22

Una de las portadas que podrían barajarse para la edición de este libro es el dibujo con que el diario ABC ilustró un poema de Carlos Villena Pérez de Isla, que contenía versos de los vasos comunicantes de ambos personajes, como éstos:

¡Don Miguel de Cervantes Saavedra:

os voy a presentar a un camarada!

“Millán-Astray, el coronel del tercio,

que ha vuelto con la izquierda mutilada.”

¡¡El manco de Fondak y el de Lepanto

se deben abrazar… Lo quiere España…!!23

Narciso Méndez Bringa dibujó a Miguel de Cervantes conde-corando a Millán-Astray entre rosas y laureles, con el fondo de dos cañones. No habrá quizás otra ilustración que presente tan al vivo el espectro de nuestra investigación.

21 Nuevo Mundo, Madrid, 6 de julio de 1928.22 Camilo José Cela, Memorias, entendimientos y voluntades, Espasa-Calpe, Madrid, 2001, p. 487.23 ABC, Madrid, 1 de mayo de 1926.

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* * *

Como caso excepcional de este tipo de reencarnaciones cervantinas, uno de los habitantes de la ciudad murciana de Lorca fue poseído por el espíritu de don Quijote.24 Don Pedro Montiel Reverte, nacido el 12 de febrero de 1787 y muerto el 10 de mayo de 1862, tenía una yegua a la que por antífrasis llamaba Caballa, creyendo así realzarla como don Quijote a Rocinante, de donde provino el conocerlo en Lorca como don Pedro, el de la Caballa. Los poemas manuscritos de escasa calidad que se han conservado de él fueron, según declaró, compuestos por el Caballero Poeta de la Triste Figura.

El único testigo de la palabra que se le hizo carne, Francisco Pelegrín, trató de retratarlo en la senectud tal como lo vio con sus ojos de niño:

Para mí tengo por indudable que este señor no fue comprendido en

su tiempo: la lectura del Quijote desequilibró seguramente aquella

naturaleza. No comprendió el móvil que guiara a Cervantes al crear

a su héroe, pues nuestro Montiel consideró real y positiva la exis-

tencia de don Quijote de la Mancha, produciéndole la lectura de

esta obra un efecto completamente distinto al propósito que tuvo

su autor.25

Con el aire cargado de azúcares, entre las dos confiterías del hijo y del yerno, don Pedro de la Caballa sentiría que le trasplan-taban el corazón del Quijote enamorado de Dulcinea. Cuentan en las revistas locales del siglo XiX que hasta tal punto quiso imitar al héroe manchego, que se separó para siempre de su legítima esposa, Francisca Martínez (diecisiete años menor que él y con cinco hijos),

24 Salvador García Jiménez, El hombre que se volvió loco leyendo El Quijote, Ariel, Barcelona, 1996.25 Francisco Pelegrín, “Don Pedro Montiel Reverte”, en Ateneo de Lorca, núm. 23, Lorca, 10 de agosto de

1896, p. 5.

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para consagrarse a una dama que forjó su fantasía, no desmin-tiendo por ello nunca su moralidad y pureza de costumbres: “Pocos días antes de la enfermedad que le llevó al sepulcro, encontró por casualidad a su esposa, a la que no veía hacía más de veinte años. ‘Vaya usted con Dios, doña Francisca’, le dijo; ‘creí a usted muerta hace mucho tiempo, y me alegro haberme equivocado’”.26

No la vio ya más. Jamás alteró sus costumbres: complaciente con todos, a cualquier hora se le encontraba dispuesto a tomar parte en una velada o reunión familiar, llegando alguna noche a parodiar el desencanto de su dama, simulando descomunal bata-lla con malandrines y endriagos a quienes suponía retener cautiva a la señora de sus pensamientos. Tal vez a su mujer, doña Paquita, la llamara en algunos de sus arrumacos “Dulcinea”, pues en plena juventud ya aludía a ella en sus batallas:

Siendo oficial del ejército, llegó su regimiento a un pueblecillo, y

don Pedro se dirigió a una posada para hospedarse en ella, jinete

en su Caballa. Aunque la puerta del mesón era alta, sin apearse o

sin inclinarse el cuerpo y la cabeza le era imposible entrar; le indi-

caron que así lo hiciese al verlo que se detenía ante tal obstáculo;

pero respondió altanero que Montiel “no descendía de su Caballa,

ni doblaba la cerviz, sino ante su Dios, su rey o su dama”, e inme-

diatamente ordenó que unos albañiles rompieran el marco de la

puerta. Y montado en la Caballa, erguido y magnífico en su altivez,

penetró en la posada entre el asombro y risa de los circunstantes.

Eso sí, don Pedro abonó cuantos gastos se habían originado por su

hermosa extravagancia.27

26 Ibidem, p. 6.27 Francisco Cáceres Pla, “Pedro Montiel Reverte”, en Hijos de Lorca, Lorca, 1913-1914, pp. 122-123.

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También cuentan cómo se reían los socios del casino al con-versar sobre la tarde en que se dirigió a la huerta de su propiedad y principió a dar grandes mandobles a los árboles, dejándolos tan mal parados que tardaron algunos años en dar fruto. Según el archivero municipal de Lorca, que nos ayudó en la investigación, combatía contra las oliveras a mandobles de su espada a los toques de ataque que daba, subido en una de ellas, el corneta del ayuntamiento, a quien llamaban Fernando el Trompeta. Aquel noble hidalgo man-chego, con el juicio arrasado por la caballería novelesca, se encarnó en el lorquino tan fuertemente que lo empujó a emularlo, resul-tando de lienzo tan perfecto una pobre y servil copia.

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En estatua viviente

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1

En 1853 se registró el primer caso insólito de un comediante que representó a la estatua viviente de Cervantes erigida en la plaza madrileña de las Cortes, adelantándose más de un siglo a los artis-tas callejeros que hacen de estatua en nuestras ciudades. El prota-gonista de tal escena nos parece adecuado para demostrar en este capítulo los chispazos de vida que a Cervantes le ha dado su fun-dición en bronce.

La nota de prensa redactada por el corresponsal situaba lo ocurrido en un anónimo pueblo de Galicia, donde al represen-tarse el drama de Cervantes en un teatro de aficionados se vio salir vestido y con la cara y las manos pintadas de verde al que hacía el papel de nuestro inmortal autor. “Como en la sala hubiese perso-nas del mundo, se admiraron de esto y quisieron saber la causa, a lo cual contestó el actor con grande aplomo que vestía de verde porque así representaba a Cervantes la estatua que había visto en Madrid”.1

¡Absolutamente genial! En adelante, sería siempre la estatua de Cervantes la que imitaría a los vivos, cambiando los papeles.

Pocos años después, la misma estatua en que se inspiró el gallego volvería a tomar el rosicler de un rostro joven al ruborizarse

1 La Época, Madrid, 9 de agosto de 1853.

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de vergüenza, tal como recogió la prensa con el exagerado rótulo de “Profanación”: “Al dirigirnos al paseo del Prado el viernes, observa-mos llenos de asombro que se le había puesto encarnado el rostro a la estatua de Cervantes”.2 Este mismo síntoma de vida en el rostro de bronce de Cervantes lo encontraremos sesenta y un años más tarde: “De prolongarse la inactividad [de levantar en la plaza de España el monumento proyectado a don Quijote], es probable que el verde obscuro de la estatua de la plaza de las Cortes se convirtiera en rojo de vergüenza”.3 Y todo porque en la verja de su jardincillo, tantas veces criticada por los álamos que tapaban el monumento o la caseta del guarda que simulaba con sus aspas un vulgar molino, ponían algunos días a secar al sol —¡frente al Congreso de los Diputados nada menos, en el mismo centro de España!— cami-sas, calzoncillos y otras prendas, que veían con disgusto cuantos por allí pasaban, excepto los agentes de policía, que no hacían caso de tales colgajos ni aun al ver que sacaban los co lores a la estatua de Cervantes.

En 1861, el príncipe de las letras españolas comenzó a hablar y a moverse sobre su peana por el maravilloso desfile que tuvo que presenciar al anochecer, con motivo del baile de disfraces organi-zado por los dueños del Palacio de Medinaceli, lujosísima mansión de la que también era vecino. Los duques habían abierto para los convidados más de treinta salones, adornados con un lujo y buen gusto indescriptibles. Millares de luces difundían la claridad del sol y se reflejaban en los espejos, y tres orquestas inundaban todos los salones de deliciosa armonía. Los reporteros consignaban en una larguísima relación los nombres y los trajes de quienes concu-rrieron al baile, entre los que se encontraba una comparsa del inge-nioso hidalgo, con los más altos miembros de la nobleza vestidos

2 El Clamor Público, Madrid, 22 de febrero de 1859.3 Blanco y Negro, Madrid, 15 de febrero de 1920.

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de don Quijote, Sancho Panza, Dorotea, la pastora Marcela, Lucinda, etcétera. Según uno de los cronistas de la fiesta:

era tal el murmullo de las voces, el ir y venir de carruajes y la clari-

dad de las voces, que despertando de su sueño de bronce el Manco

de Lepanto, que está allí alegrándose únicamente de llevar una ropi-

lla que pueda resistir a las injurias del tiempo, le hizo tender su

mirada sobre la inmensa concurrencia y prestar atención a lo que

en sus inmediaciones sucedía.4

Pero lo que más le enorgulleció y animó fue el grupo de per-sonas que acudían al palacio ataviadas como los personajes crea-dos por su ingenio, transformado “su cuello de bronce en tubo de goma elástica”5 para divisarlas. Frente a los invitados que entra-ban al Palacio de Medinaceli vestidos de tantas épocas, Cervantes le preguntó al almirante Colón desde el pedestal: “¿Dónde esta-mos? ¿Entre qué gentes vivimos? ¿Hemos venido por oscilación de esta tierra firme a parar en alguna de las islas no marcadas en tus mapas?”.6 Al final de esta crónica con pretensiones literarias , el  Manco de Lepanto hizo un esfuerzo por reclinar su cabeza sobre el pecho, en ademán de hombre apesadumbrado.

Otro de los textos que hemos desempolvado en las hemero-tecas, firmado con el seudónimo de Ciutti, aprovecha la compañía de los leones del Congreso para crear un germen de intriga. Éstos, más viejos cada día, que miran siempre a la estatua de Cervantes, estaban rodeados de guardias de asalto porque la noche anterior el sereno sorprendió el complot que tramaban y lo denunció a la superioridad. Comentaban los leones la mala gestión del gobierno en 1875, y el sereno oyó que el glorioso Manco les decía:

4 El Mundo Militar, Madrid, 7 de abril de 1861.5 Idem.6 Idem.

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“Yo creo que nos debemos de marchar de aquí, pues ni vosotros ni yo representamos ni pintamos nada”.7 Para evitar esta fuga, que hubiera sido sensacional, se desplegó un aparatoso lujo de precau-ciones policiales en los alrededores del Palacio de las Cortes.

En otra ocasión, a las dos de la madrugada, en la prosa fan-tástica de un colaborador del Madrid Cómico, Cervantes bajó de su pedestal sin gran trabajo, en busca seguramente de un editor para su obra, que sostiene en la mano derecha. Tranquilo se diri-gió después al monumento de Calderón de la Barca; “alzó la cabeza pausada y trabajosamente, como que no tiene su físico articula-ción alguna”,8 y emprendió un diálogo con el primer dramaturgo de nuestra historia. La Fama intervino para sentar a Cervantes en la rodilla izquierda de Calderón. Su tema de conversación inicial fue una crítica a la oratoria del Parlamento:

Calderón. Dispense usted si antes no le he conocido; y aún ahora

mismo dudo sea usted el que dice, pues habla usted pésimamente

la lengua castellana.

Cervantes. ¡Si llevara usted los años que yo junto al Congreso! Aque-

llos oradores me han echado a perder.9

Cervantes suplicó a Calderón, porque le parecía que tenía más influencia que él, su mediación para que lo trasladasen de plaza. Cuando Cervantes volvió a su pedestal ya había amanecido y la gente circulaba por las calles. En el camino se cruzó con varios con-cejales y con miembros de la Sociedad de Escritores y Artistas, que no pusieron atención en su figura. ¡No le reconocieron!

Al atardecer del 2 de mayo de 1891, otro redactor de prensa publicó el diálogo que había escuchado entre los leones del

7 El Siglo Futuro, Madrid, 19 de marzo de 1875.8 Enrique Segovia Rocaberti, “Fantasía”, en Madrid Cómico, Madrid, 29 de mayo de 1881.9 Idem.

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Congreso y la estatua de Cervantes. Tratando de imitar la prosa del Siglo de Oro, describió la escena con los leones echando fuego por los ojos, meneando la cola y rugiendo de ira, dando tremendos zarpazos en los pedestales, cual si quisieran destruirlos, “sin hacer caso al Príncipe de los Ingenios que, fulminando el acero ha de dos siglos ociosos, les gritaba: ‘¡Quietos, quietos!, o de lo contrario dará fin de vosotros el inmortal don Quijote…’”.10 Las fieras rugían furiosas porque, habiendo nacido para cazar y jugarse la vida, les suponía una vergüenza tener aquel empleo. Tras sus lamentacio-nes por ver cómo los “dulcamaras, charlatanes” de los diputados sangraban al pueblo y los consejos de Cervantes para que no aban-donasen el pórtico, con la promesa de un cambio esperanzador, los animales volvieron a sentarse con traza de malas pulgas, ense-ñando los dientes a los pacíficos transeúntes.

También en verso le habló la estatua de Cervantes al poeta Eduardo Bustillo una noche de 1892, cuando, huyendo de las fies-tas que se celebraban en honor de Colón, vino a detener su paseo en la plaza de las Cortes:

Al fulgor de triste luna,

sobre el agostado césped

vi que se animaba el bronce [...]

Cervantes dijo en estatua

estas voces con voz débil.11

En su queja, el autor del Quijote expone algunos de los tópi-cos publicados por los medios de comunicación, tal como la jaula como metáfora de la férrea verja del jardincillo que rodeaba su

10 Nicanor Rey Díaz, “¡Quién sabe!”, en El Imparcial, Madrid, 16 de marzo de 1891.11 Eduardo Bustillo, “Madrid monumental. Lo que dicen las estatuas. La de Cervantes”, en Blanco y Negro,

Madrid, 4 de diciembre de 1892.

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estatua y el escalofrío que le producía el mal uso del idioma que él representa, en el Congreso de los Diputados:

Tras los siglos que pasaron,

en esta jaula me tienen; si verde fui puesto en carne,

todo en el bronce soy verde […]

Mas tiemblo en el duro bronce

cuando oigo hablar a esa gente

que en el vecino Palacio

discute a gritos las leyes

que hablan allí tales lenguas,

que a un tiempo en ellas me ofenden

lo que la patria no gana

y lo que el lenguaje pierde…12

El romance concluye con el silencio de la estatua bajo la luna que perdió sus rayos tenues.

Una de las más notables fugas de Cervantes, anclado como mascarón de proa frente al timón de la nación en el Congreso de los Diputados, se produjo en 1905, con motivo del homenaje al Qui-jote en su centenario. Con el título de “Pedestal sin estatua” se daba como noticia que, en una de sus rondas, los vigilantes observaron con estupor que la estatua de Cervantes había desaparecido. Al principio sospecharon que se trataba de un robo o de una tre-menda broma dada a la nación por unos audaces conjurados, pues la habían sustraído el día en que había de rendirse ante su monu-mento la admiración de españoles y extranjeros.

Un humilde agente de vigilancia, armado con garrote, topó frente a la antigua calle de Francos con un extraño sujeto que ves-tía de forma inverosímil, más propia, según su entender ignorante,

12 Idem.

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de circo o de farsa que de andar por la vía pública como corres-ponde a los ciudadanos; y sin más dudas, lo detuvo y condujo bien atado a la delegación de vigilancia más cercana, donde en el interroga torio policial dijo llamarse Miguel de Cervantes Saavedra, natural de Alcalá de Henares, de profesión actual, estatua, y anti-guamente poeta y soldado. Tras comprobar que su identidad era verdadera, la estatua viviente del inmortal escritor les dijo que:

advertido de la fiesta con que iba a honrársele, no le parecía bien

aceptarla en tan modesto hábito, por ser éste harto pobre y ruin

para la multitud del público reconocimiento; y así se había bajado

de su pedestal, rompiendo los grillos que le sujetaban al mármol,

como un día rompiera los que le ataban en Los baños de Argel.13

A última hora de la madrugada, el bronce humanado, acep-tando los consejos de los políticos subalternos, volvió a ser elevado sobre su pedestal. Durante breves horas, la estatua se había hecho carne.

Un cuarto de siglo después se contará cómo cuatro amigos, después de haber estado en la verbena del Prado, desembocaron de madrugada en el jardincillo de la plaza de las Cortes. Al alzar la cabeza hacia la estatua de Cervantes, sorprendidos por el ademán que mostraba, llamaron al sereno para que levantara el chuzo e iluminara la escultura con su farol. Sobre su pedestal, la efigie del escritor único tenía una rara postura:

Su cuerpo estaba torcido en un escorzo violentísimo del bronce,

hacia la fachada del Palacio de los Constituyentes. Y los brazos,

girados también hacia allí, estaban doblados claramente por la

sangría. En cada una de sus manos todos los dedos se doblaban

13 El Imparcial, Madrid, 8 de mayo de 1905.

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hacia adentro […] todos menos los dos medios, tiesos, agresiva-

mente rígidos.14

El sereno dejó caer el chuzo, aterrado. Por asociación rapidí-sima de ideas, el escritor pensó en todos aquellos parlamen tarios catalanes que dormían a pierna suelta en el hotel, tapizados sus camas y el suelo de periódicos no escritos en castellano. “¡Ah! Cata-lanes, Estatuto, lengua vernácula; dos artículos aprobados (!!) ya por menos de cuatrocientos votos contra los diecinueve millo-nes contrarios de todo el país. ¡Ah, sí! Ahora el gesto de Cervantes resultaba clarísimo”.15

2

Entre todas las estatuas de Madrid que bajaron de sus pedestales para asistir a una asamblea donde se expusieran sus quejas, no podía faltar la de Cervantes. La espectacular sesión se celebró en el Con-greso de los Diputados con “gran concurrencia en las tribunas”.16

El escritor que da fe de ello, José de Laserna, quien titula con humildad su crónica Prosa ligera, tiene el mérito de haberle abierto un grifo de tinta a sus compañeros de pluma.

Al fantástico congreso, presidido por el señor Neptuno, asis-ten “Colón, Cervantes (con el espadín), la Cibeles (guiando), Felipe IV y su antecesor el tercero, ecuestremente; Recaredo, Mendizábal, el Ángel Caído, etc.”.17 Una de sus peticiones principales era que no les cambiasen más de sitio, practicando las autoridades con ellas lo que se conocía en la prensa como “el baile de las estatuas”. En

14 Julio Gómez de la Serna, “En la madrugada última. Un suceso curiosísimo”, en La Correspondencia Militar, Madrid, 26 de junio de 1926.

15 Idem.16 José de Laserna, “El Congreso de las estatuas”, en Prosa ligera, Manuel F. Lasanta, Madrid, 1892, pp.

51-58.17 Idem.

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este parlamento del bronce y de la piedra, Cervantes actúa en tres ocasiones: la primera, tras la intervención de la Cibeles (“Desea-mos, en una palabra, que se nos considere como estatuas vitali-cias o cosas así”18), para corregir su lenguaje: “Su señoría querrá decir estables”;19 la segunda, animado a seguir a Calderón de la Barca en su conversación en verso: “Si es que puede hablarse también en verso, voy a decir unos de pie quebrado”,20 lo cual no le permi-tieron tras contestar con humor una de las estatuas más anónimas: “Que los ortopedice”.21 Y por último, cuando el congreso decide que redacte su informe en éstos o parecidos términos:

La Comisión desea que después de poner en práctica las ordenan-

zas que aconseja la junta de sanidad, de establecer bocas de riego

en todas las calles, y de evitar ciertos olores, no de ámbar, en esta

villa y corte, se piense en el arreglo definitivo del personal arquitec-

tónico y anexos.22

Que todas esas estatuas reunidas son espectros se reconoce en estos versos de don Juan Tenorio, intercalados en un silencio parlamentario, cuando las estatuas del cementerio se mueven y vuelven la cabeza hacia él:

¿Pensáis que este Dios se arredra?

Alzaos, fantasmas vanos,

y os volveré con mis manos

a vuestros lechos de piedra.23

18 Idem.19 Idem.20 Idem.21 Idem.22 Idem.23 Idem.

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Las mismas efigies tornaron a reunirse en asamblea bastantes años más tarde, a principios de septiembre de 1926, según hemos podido leer en un artículo periodístico de Alberto Insúa. El despla-zamiento hacia el Retiro, donde iban a celebrar la reunión, resulta de impresionante dinamismo: “Hace noches hubo en Madrid con-cilio o asamblea de estatuas. Todas bajaron de sus pedestales. Las ecuestres a caballo, y las otras, a pie, se dirigieron al punto de reu-nión, que era la más ancha y extensa avenida del Retiro”.24

El principal problema lo representaban los bustos. ¿Qué hacer con ellos? Con el triunfo de las votaciones, que estaban a su favor, las estatuas corrieron a buscarlos. Consta en las crónicas que dichos bustos fueron colocados en los bancos del paseo y en el regazo de las estatuas, antes de iniciarse la convención. Miguel de Cervantes, inclinándose a favor de que al busto de Mariano José de Larra se le dieran honores de estatua, fue el que mayor tiempo empleó en su turno:

“Fígaro” se ríe un poquito de estas cosas, y sabrá esperar […] ¿No

he esperado yo, estatua mísera, mi estatua monumental sin impa-

ciencia? Nada; recibamos por de pronto al busto de “Fígaro”, que

ya le crecerá el tronco y le saldrán brazos y piernas. Y si no le salen,

a “Fígaro” le habrá de dar lo mismo. Porque, lo sabéis de sobra, la

vanidad no tiene cabida en el pecho de los grandes hombres, y con

estatua o sin ella, “Fígaro” es “Fígaro”. Lo que él agradece no es el

tamaño de su monumento, sino su “dimensión moral”.25

Tras quedar admitida su propuesta, con gran estruendo —chasquidos de piedra y campaneos de bronce—, cada estatua

24 Alberto Insúa, “Asamblea de estatuas (Fantasías)”, en La Voz, Madrid, 7 de septiembre de 1926.25 Idem.

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volvió a ocupar su sitio y cada busto quedó en su columnita o en su soporte.

Transcurrido menos de un año, las estatuas reincidieron en quebrantar su inmovilidad para celebrar otra asamblea en el amplio vestíbulo del Palacio de Bibliotecas y Museos Nacionales, allí donde se abría la teatral escalinata del Archivo Histórico. Cal-cados sus desplazamientos del artículo anterior, las estatuas que adornaban los paseos y jardines de Madrid, sus plazoletas román-ticas y los bulevares, “saliéronse animadas de una extraña vitalidad; y como atentas a una llamada precisa, dispusiéronse a dejar sus pedestales graníticos deseosas de no faltar a la cita”.26

En la plaza de las Cortes, la estantigua de Cervantes, que es como él llamaba en sus novelas a los fantasmas, llegó en una sola y extraña comitiva compuesta por el dios Apolo y las cuatro estacio-nes, Neptuno y Velázquez, doña María Cristina de Borbón, Murillo y don Claudio Moyano, don Pedro Calderón de la Barca y don Juan Álvarez de Mendizábal, el que estaba en la plaza del Progreso. Las estatuas caminaban entre los copos de nieve, y Cervantes fue citado sólo una vez más en el relato, cuando junto con Alfonso X y san Isi-doro, Luis Vives, Nebrija y Lope de Vega recibía ceremoniosamente en el vestíbulo a las demás estatuas que iban llegando.

Tras el turno de varios oradores, como Emilio Castelar y la condesa de Pardo Bazán, aprobaron entregar al presidente del Gobierno un acta en donde se le pidiera que se educase al pueblo ignorante para que no confundiese una estatua con otra y las res-petasen en todo momento, sin hacerles padecer por las insoporta-bles escenas que montaban los vecinos de cada barrio alrededor de sus pedestales. Concluida su asamblea y su marcha para ser reci-bidas por el Ministerio de la Gobernación, “en las altas horas de la

26 Rafael Laínez Alcalá, “La asamblea de las estatuas”, en El Imparcial, Madrid, 24 de junio de 1927.

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madrugada, bajo el claror de la nieve, parecía la procesión aquella como una mascarada fantasmal”.27

Las efigies comenzaron a tomar vida por cuarta vez en 1936, en protesta por los daños que les ocasionaban los bombardeos. Según cuenta Julio Sesto en La sangre de España, primera novela de las diez mil que se publicarían sobre la Guerra Civil, en cuanto cayó en Madrid el primer obús, haciendo destrozos en el Ministerio de la Guerra, la Cibeles empezó a dar gritos al amanecer, llevándose las manos a la nariz, donde le tocara un casco de metralla. Alerta-das por sus llamadas de socorro, las estatuas vecinas de Recoletos y de la Castellana corrieron la voz para convocar a una junta en el Retiro, donde se vería lo que convendría hacer. Mientras la mayor parte de la población estatuaria se agachaba por precaución y tenía cuidado de las bombas, Cascorro y el cabo Noval decidieron coger el fusil para morir de nuevo en defensa de España. En el desfile escultural, camina el Cervantes que hay frente al Congreso junto al don Quijote y el Sancho de la plaza de España. “Y al ver animales, se agregaron también los leones de bronce del pórtico del Congreso, rodando las bolas por si había que tirárselas a alguien”.28

Comenzada la sesión luego del toque de campanilla dado por Alfonso XII, el primero en hablar como guardián del castellano, tras la intervención de la Cibeles, fue Cervantes:

—Perdonen si estoy un poco afónica por el cacharrazo que me

dieron en las narices… —empezó diciendo la Cibeles—; pero, es

el caso, señores, que han empezado a bombardear a Madrid desde el

aire, y como no hay sótanos para refugiarse, si se exceptúan los min-

gitorios públicos, que huelen mal… precisa que tomemos algunas

medidas salvadoras, y por eso se ha convocado a este mitin…

27 Idem.28 Julio Sesto, La sangre de España, Ediciones Botas, México-Madrid, 1937, pp. 133-151.

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—La palabra mitin o “meeting” —dijo Cervantes— huele a angli-

cismo y a república desordenada… Procure la Cibeles emplear tér-

minos más castizos.29

El general Espartero, en uno de los diálogos más acertados de la asamblea, lamentará que su caballo se espante y se niegue a permanecer en el pedestal: “Apenas oye zumbar los aviones de gue-rra, se me encabrita y quiere ir al frente”.30 Igual que en la primera asamblea de estatuas de 1892, Cervantes fue elegido para redactar el acta en buen castellano, respondiendo el burlón de Quevedo a su queja: “Para otra vez… a ver si me traéis una máquina de escribir [...] Y una guapa mecanógrafa”.31

Los oficiales del ejército se acercaron en la sombra para dar-les el tiro de gracia, notando con asombro que aquella gente no se moría. Después de ametrallarles, vieron que uno de sus prisio neros estaba manco y exclamaron: “A éste ya le tumbamos un brazo [...]Ése lo perdí en Lepanto”,32 respondió Cervantes tan tranquilo. Las balas resbalaban en el mármol y en el bronce de los inmortales, sin hacer siquiera mella.

Mas éste no fue el único día de guerra en que el espíritu de Cervantes, sobre un pedestal en la plaza de las Cortes o al borde de su tumba en el convento de las Trinitarias, se estremeció dis-puesto a desenvainar su espada. Su protagonismo en la contienda, sin mezclarse con otras estatuas, lo abordaremos en el capítulo siguiente.

29 Idem.30 Idem.31 Idem.32 Idem.

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Movilizado en la Guerra Civil

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El 1 de mayo de 1931, Cervantes despertó de nuevo, como las ranas que dieron nombre a su calle, para permanecer insomne hasta la Guerra Civil. Aquel día, tras los incendios provocados por los revoltosos en varios templos de Madrid, el convento de las Tri-nitarias fue evacuado en las primeras horas de la tarde por miedo a que también lo redujesen a pavesas. Las religiosas, protegidas por algunos republicanos, iban saliendo del edificio para alojarse en casas particulares.1 Perdido en la oscuridad del templo, a Cervan-tes lo dejaron con su inmortalidad, al borde de caer en un fuego dantesco.

En el tumultuoso inicio de la Guerra Civil, un nutrido grupo de milicianos se acercó a su estatua de la plaza de las Cortes para ponerle una soga al cuello al grito de “¡Fuera los reyes!” (su inten-ción era echarla abajo, como habían hecho con las imágenes reli-giosas o estatuas de la nobleza). Un vecino de la plaza, que vivía en el edificio ocupado ahora por el hotel Villa Real, se enfrentó a ellos diciéndoles que era un rey, sí, pero de las letras, haciéndoles desis-tir de sus intenciones. Tras los primeros momentos de confusión, colocaron en el cuello de la estatua un pañuelo rojo que se man-tuvo hasta que entraron las tropas de Francisco Franco. La historia

1 La Libertad, Madrid, 12 de mayo de 1932; El Sol, Madrid, 12 de mayo de 1931.

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la transmitió un joven en un foro de internet, recordando lo que le había contado su madre.2

También el soldado de bronce que enseñó a hablar a todos los españoles sufrió la peor amenaza cuando un tal Napoleón Ruiz propuso, a comienzos de la contienda, utilizar para material de guerra, fundiéndolas, “las estatuas de todas las figuras y figurones de la España negra que existen en la península”.3 Afortunadamente nadie apoyó su petición. Cervantes quedó a la intemperie, aban-donado, despertando comentarios irónicos por el hecho mismo de permanecer en pie. Los monumentos de mayor importancia (la Cibeles, las fuentes de Apolo y Neptuno, las estatuas ecuestres de Felipe III y Felipe IV) fueron, en cambio, protegidos para evitar que sufrieran daños durante los bombardeos nacionalistas. Cerca estuvo el héroe de Lepanto de quedar convertido en una palmera de metal cuando, en septiembre de 1936, “una de las bombas de los aviones cayó sobre la plaza de las Cortes, junto a un grupo de milicianos, matando a tres e hiriendo a siete”.4 Tal vez las sal-picaduras de sangre llegaran a manchar la gola de Cervantes. En esta misma plaza, dominada por la mirada verdosa del narrador

2 Tras ponerme en contacto con el autor de esta historia inédita, Francisco Díaz Salas, quise saber algo más del salvador de la estatua más antigua y romántica de Cervantes durante la Guerra Civil, y recibí en este correo electrónico una pequeña biografía para el gran homenaje que se merece:

“Mi abuelo se llamaba Gil Manuel Salas Cabrera, era natural de Jabalquinto, en la provincia de Jaén, y vino a Madrid siendo joven. Acompañaba a un título nobiliario (mi madre no recuerda si era mar-qués, conde o duque) que tenía su palacio en el paseo de la Castellana o de Recoletos (mi madre tam-poco se acuerda ahora de la ubicación exacta) y hacía los servicios de mayordomo. Con los años, dejó ese trabajo y probó fortuna abriendo varios negocios, pero como le gustaba mucho apostar jugando a las cartas, no prosperaron. Era un hombre más o menos de derechas, muy poco religioso, que se escribía con José Calvo Sotelo, pero que también tenía cierta relación con personajes como Ramón del Valle-Inclán. Mi madre recuerda haber jugado de pequeña con una de las hijas del escritor.

”En la plaza de las Cortes vivían en la última planta de una casa hoy desaparecida. Era la zona más humilde de la finca, con aseos compartidos. En el edificio vivía gente “pudiente”, como dice mi madre, como Pedro Vindel, hijo del famoso librero Pedro Vindel Álvarez. Mi abuelo murió muchos años antes de que yo naciese, cuando mi madre tenía diecinueve años. Todo esto me lo ha contado mi madre, Francisca Salas Ariete, que, la verdad, hace unos años, cuando nos repetía estas historias no le hacíamos mucho caso y ahora, aunque está bastante bien para su edad, ha olvidado muchos datos y detalles.

3 “¿Por qué no se hacen balas de algunas estatuas?”, en ABC, Madrid, 1 de septiembre de 1936.4 ABC, Sevilla, 20 de septiembre de 1936.

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egregio, también discurrieron periodos de calma, como el que foto-grafió ABC: un grupo de milicianos, que fueron heridos en el frente, aprovechaba las caricias del sol para jugar una partida de cartas junto a los leones del Congreso.5

Tampoco sus huesos reposaron en paz en la sepultura del convento de las Trinitarias porque, en ese maldito año de 1936, “la horda marxista entró en él, amenazando la existencia de su tesoro artístico. A consecuencia del saqueo efectuado desaparecieron algunas obras de arte, y el edificio sufrió serios daños”.6 El espíritu de Cervantes, moviéndose alrededor de su cadáver, no ganaría para sustos, recibiendo el mayor de ellos el día que cayó una bomba alemana sobre el crucero de su iglesia.7 El estallido, la ava-lancha de escombros y los gritos de pánico que entraron desde la calle le sonarían como llamada al Juicio Final. El ABC de Madrid, al servicio del bando republicano, publicó un artículo intitulado “Matadores de muertos”, donde se criticaba duramente: “La última modalidad de los fascistas consiste en bombardear y ametrallar cementerios”,8 citando en párrafo destacado el caso de Cervantes: “Han casi destruido el convento de las Trinitarias, famoso en la historia literaria por haber servido de sepultura a Marcela, la hija de Lope de Vega, a Isabel Saavedra, y a éste, el inmortal autor de El ingenioso hidalgo don Quijote”.9 Uno de los testigos describió lo ocurrido con esta suerte de verso de haikú: “He visto saltar de su tumba las cenizas de Cervantes”.10

5 ABC, Madrid, 9 de febrero de 1937.6 Voluntad, Gijón, 7 de diciembre de 1943.7 Emilio Fornet, “Las bombas alemanas destruyen la casa en que vivió Moratín y las tumbas de Cervan-

tes y de Lope de Vega”, en Estampa, núm. 487, Madrid, 2 de mayo de 1937.8 Roberto Castrovido, “Matadores de muertos”, en ABC, 17 de junio de 1937. El diario Facetas de Actua-

lidad Española (abril, 1938) también hace mención de ello en su lista desoladora: “Sabemos de los monumentos destruidos por los obuses extranjeros; de la tumba de Cervantes bombardeada; del Museo del Prado incendiado; de la estatua de Lope de Vega decapitada; de la Biblioteca Nacional des-truida”.

9 Castrovido, op. cit.10 La Vanguardia, Barcelona, 4 de marzo de 1937.

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Entre la movilización de sombras insignes que proponía un colaborador de prensa también figuraba Miguel de Cervantes, seguro de que brindaría su adhesión incondicional a la España nacional: “En cuanto a Cervantes, sin duda posible se vendría con nosotros, y aunque con la mano estropeada, pediría su puesto entre nuestros soldados, porque él se enorgullecía, más que de nada, de haber sido un soldado leal”.11 Nos imaginamos al escritor ciñéndose apresuradamente la espada para correr a ponerse a las órdenes de Franco.

A Cervantes le dolería que una de sus estatuas, aunque fuese de escayola, saltase rota por los aires en uno de los bombardeos caídos sobre la legación de Egipto: “La visita a este destrozado edi-ficio nos llena de momentánea melancolía. Apenas entrar vemos a la estatua de Cervantes con el Quijote bajo el brazo y el cuerpo ten-dido a lo largo. ‘Le han tumbado los nazis’, dice un señor amable en un español un poco defectuoso”.12

Otro de los nidos de piedra donde se alojaba su espíritu libre, colocado junto a los de otros escritores en la portada de la Biblio-teca Nacional, mirando al poniente, presenció con horror uno de los descalabros de la guerra, cuyas imágenes se harían célebres entre los dos bandos: un obús rebelde había decapitado a Lope de Vega. El Fénix de los Ingenios moría por segunda vez, en su encarnación marmórea. Según el artículo en que denunció tal barbarie Antonio Buero Vallejo: “Quedó su blanco cadáver en pie, y la cabeza, des-pués de rodar por el suelo, permanecía mirando al cielo”.13 Tras llamar a las estatuas “seres de carne y piedra”, el dramaturgo se preguntaba: “¿Quién caerá después? ¿Alfonso el Sabio? ¿Nebrija? ¿Quizás Cervantes?”,14 antes de rematar su brevísima colaboración

11 José María Salaverría, “Movilización de sombras insignes”, en ABC, Madrid, 22 de octubre de 1938.12 El Día, Madrid, 12 de enero de 1937.13 Antonio Buero Vallejo, “Lope de Vega, decapitado”, en Boletín F.U.E., 15 de julio de 1937. Parece el pri-

mer texto publicado por Buero en tiempos de guerra.14 Idem.

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periodística dando por seguro que “todos ellos, desde la firme seguridad de sus estatuas, nos afirman que están con nosotros”.15

Los diarios de Falange aprovecharon aquel suceso en su pro-pio beneficio, afirmando que Lope de Vega había sido decapitado por las hordas marxistas de Madrid. En contestación al folleto edi-tado en francés, Bombas sobre la Biblioteca Nacional de Madrid, donde podía verse una fotografía de la cabeza de Lope, el colaborador de la prensa facciosa desmentía que el Fénix hubiera sido guillotinado por las bombas:

Desgraciadamente para los editores, la fotografía es de una gran

limpieza y permite ver claramente cómo el cuerpo de la estatua,

el muro a que está adosada y los cristales de la puerta vidriera

que existe a su lado, han quedado indemnes. ¿No es sumamente

extraño que de las cuatro estatuas que ornan el edificio solamente

esté destruida la cabeza del Fénix de los Ingenios, perpetuada su efi-

gie en “hábito religioso”? ¿No habrá caído esa cabeza como las de

tantas otras estatuas y las de millares de mártires sacrificados por

la ferocidad de los Sin-Dios?16

En tal ambiente bélico, a la estatua en que se alojaba el espíri tu de Cervantes al regresar del más allá, vecina del hotel Palas en la plaza de las Cortes, le deseaban por su falta de belleza artís-tica lo peor: “Lo que hace falta es que un obús se lleve de una vez la estatua de Cervantes, hecha contra Cervantes”.17 Durante este annus horribilis de su inmortalidad, el creador del “Discurso de las armas y las letras” tuvo que soportar, además del pañuelo rojo, que le colo-caran sobre su cabeza un gorro de papel, según cuenta José María Gironella en su novela Un millón de muertos: “El frente se estabilizó.

15 Idem.16 Imperio, Madrid, 3 de octubre de 1937.17 Estampa, Madrid, 25 de diciembre de 1937.

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Madrid no fue conquistado. El general Mola no bebería todavía café en el Molinero y todas las estatuas de Madrid aparecieron adorna-das con graciosos casquetes de papel”.18

Al muerto de Cervantes ora lo cubrían con el uniforme fan-tasmal de los milicianos, ora con el de los fascistas. Rafael Alberti, en una de las versiones actualizadas de la Numancia, equiparaba la resistencia celtibérica de este pueblo con la defensa de Madrid durante la contienda. Tras representar la obra en el Teatro de la Zar-zuela, bajo la dirección de su esposa, María Teresa León Goyri, la prensa comentó: “Cervantes en nuestra trinchera”.19 En el prólogo que el escritor comunista puso a su obra, leemos que la edición de la Numancia de Cervantes tenía el propósito de representarse en un teatro de Madrid, “a poco más de dos mil metros de los caño-nes facciosos y bajo la continua amenaza de los aviones italianos y alemanes”.20

Con el convento de las Trinitarias bombardeado, la Acade-mia Española de la lengua no pudo celebrar en 1937 ni en 1938 su anual misa de réquiem sobre los huesos de Cervantes. Considera-dos sus miembros numerarios un grupo de fascistas, el día de tal aniversario se conmemoró en Sevilla, hecho criticado desde la zona roja de Madrid, cuyos representantes culturales no pisarían la igle-sia de las Trinitarias para rezar por la resurrección y gloria de los ilustres restos que allí yacían sepultados:

El Día de Cervantes es una cachupinada literaria, ideada por un

escritor mediocre, Ramírez Tomé; algo así como una asamblea

18 José María Gironella, Un millón de muertos, Círculo de Lectores, Barcelona, 1975, p. 286.19 Eduardo de Ontañón, “Cervantes en nuestra trinchera”, en El Sol, Madrid, 9 de diciembre de 1937. En

este artículo también se decía: “Los versos que para actualizar a la Numancia ha añadido Alberti son posiblemente los que Cervantes hubiese escrito en nuestro Madrid de 1937”.

20 Rafael Alberti, Numancia, Ediciones Turner, Madrid, 1975, p. 7. El estreno se produjo el 26 de diciembre de 1937 en el Teatro de la Zarzuela de Madrid (entonces llamado Teatro de Arte y Propaganda), cuya directora era María Teresa León.

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anual de plumíferos reaccionarios, encubierta con el pretexto de la

conmemoración de la muerte del Príncipe de los Ingenios, el día 23

de abril. Este año se ha celebrado en Sevilla, en vez de en Madrid,

donde se verificaba antes del movimiento faccioso.21

Según el articulista, la solemnidad constituía un verdadero agravio a la memoria de Cervantes. En respuesta a los rojos, desde la capital de Andalucía dijeron que no se había celebrado la recor-dación cultural y emocionada de Cervantes en Madrid “porque las gentes que lo sojuzgan tienen poquísimo de Quijotes.22

Entre la espada y la pared, el espíritu predilecto del Parnaso , atrapado en el espejo, se agobiaría ante los actos piadosos en memoria de los caídos que la Asociación de Escritores y Artistas Españoles celebró en el convento de las Trinitarias, al borde de su cripta, el día 22 de mayo de 1939. Funerales de victoria donde se elevaron plegarias por las almas de los cien muertos con que con-taba dicho gremio de creadores. Con la última luz de su aura, en Cervantes aumentaría la confusión al asomarse al recinto. Extraído como un imán del otro mundo con las cadenas y la espada coloca-das sobre su túmulo, cual fantasma se escondería tras la negra cor-tina para evitar que sus quijadas fuesen utilizadas por los cainitas.

Los republicanos desterrados en México acusaban al fas-cismo español de tratar de explotar a su favor la obra del Príncipe de los Ingenios: “Todos los valores que Cervantes defiende y exalta son precisamente los que Franco se esfuerza en destruir y aniqui-lar. Cervantes y los héroes por él creados han sido fusilados cien veces por la diatriba y el servilismo falangista”.23 En la misma línea se situaba un tal Jesús Izcaray al comparar el franquismo con un

21 ABC, Madrid, 12 de mayo de 1937.22 ABC, Sevilla, 24 de abril de 1937.23 España Popular, México, 7 de noviembre de 1947.

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buitre que se había arrojado sobre Cervantes y su obra, añadiendo que “si éste levantara la cabeza no se conocería a sí mismo”.24

En honor a la verdad, ellos también trataron de hacerlo suyo antes de que se reubicara la Numancia en la zona roja de Madrid. Fue en 1932 cuando el poeta y profesor de universidad Antonio Oliver Belmás impartió, con motivo del aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes, una conferencia en la Universidad Popu-lar de Cartagena, con el título “Nuevo rescate de Cervantes (guía izquierdista del Quijote)”.25

Sin embargo, a quien mejor le habló Cervantes para explicar dicha escisión fue a César Vallejo, en estos versos de su “Himno a los voluntarios de la República”, sintiéndose mitad marxista, mitad cristiano: “Consideremos / […] a Cervantes, diciendo: ‘Mi reino es de este mundo, pero / también del otro:’ ¡punta y filo en dos papeles!”.26

24 Jesús Izcaray, “Miguel de Cervantes y Alonso Quijano pertenecen al pueblo, jamás al franquismo”, en Nueva Bandera, núm. 23, diciembre de 1947.

25 La Tierra, Cartagena, 22 de abril de 1932. La breve conferencia fue publicada íntegramente en La Repú-blica, Cartagena, 27 de abril y 6 de mayo de 1932.

26 César Vallejo, España, aparta de mí este cáliz, Ediciones de la Torre, Madrid, 1992, pp. 43-44.

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Golpes de Estado

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En julio de 1856, cuando el general Leopoldo O´Donnell dio un auténtico golpe de Estado contra la mayoría parlamentaria, despla-zando del poder al general Baldomero Espartero y al Partido Pro-gresista, durante la batalla que se entabló en las calles de Madrid la estatua de Cervantes recibió veinte balazos y perdió la espada, desarme que después nadie se preocupó en remediar y que apenas recibió un comentario en verso del novelista Manuel Fernández y González:

¡El soldado!, ¡pese a tal!,

una estatua te erigieron

mezquineja, y la subieron

en mezquino pedestal.

Con ropilla y ferreruelo

y golilla, te aliñaron;

una espada te colgaron

y un día, cayó en el suelo.

En el tabló del bienio

se llevó la pobre espada

una bala disparada

por el orden ¡contra el genio!

¿Creyó la Unión Liberal

(o la Unión de Belcebú),

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mi buen Miguel, que eras tú

miliciano nacional?1

En el combate, un proyectil también partió por medio a uno de los leones, según la referencia tomada de un periódico llamado El Parlamento. Hacía veintiún años que la estatua de Cervantes se había elevado en la plaza de las Cortes, pero quiso la adversa fortuna que una lucha civil, provocada a tambor batiente y banderas desplega-das, apuntase la boca de sus cañones hacia el monumento, y

una bala, respetando la mano manca en Lepanto, arrancó la hoja

de la espada, que seguramente corrió a unirse con el esqueleto de

Cervantes. ¡Triste casualidad! El arma que un soldado salpicó con

su sangre junto al esquife de la galera de la Marquesa, fue hecha

pedazos en lucha fratricida por los cañones.2

Emilio Carrere escribió en uno de sus magníficos artículos de prensa: “La estropeada mano del Príncipe de los Ingenios ha per-manecido durante noventa años apoyada en la empuñadura de una espada sin hoja, o sin ‘hojarasca’”.3 Y en otra de las publicaciones donde se recordaba el suceso, se afirmaba: “entre las víctimas que figuraron se reseña la estatua de Cervantes en la plaza de las Cortes, herida por la metralla. Algunos dicen que se supo sacrificar para que la España isabelina tuviera siquiera un poco de tranquilidad bajo el mando de O’Donnell”.4

El asalto al Congreso de los Diputados en 1973 y la inter-vención de Cervantes tuvieron un claro precedente: el del ge neral Manuel Pavía y la participación mucho más breve y cobarde de

1 Blanco y Negro, Madrid, 6 de octubre de 1935.2 Javier de Ramírez, La caja de Pandora, Librería de Leocadio López, Madrid, 1865, p. 284.3 Emilio Carrere, “A la estatua de Cervantes le hace falta media espada”, en Antología, Castalia, Madrid,

1999, pp. 394-395.4 Nueva España, Huesca, 18 de julio de 1948.

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Cervantes ante los cañones que rodeaban el palacio de las leyes. Si el de Antonio Tejero fue televisado, el de Pavía fue magistralmente dibujado, como demuestran los artísticos grabados con que ama-necieron los periódicos de su época. “La estatua de Cervantes, al ver la negra boca de seis cañones puestos en batería junto al palacio de Medinaceli, se ha escapado del pedestal, temiendo ser barrida por el airado soplo de aquellas columnas del orden”.5

En el interior del Congreso, al verse frente a frente con las bayonetas, algunos diputados invocaban los fueros de la Asamblea y gritaban: “¡Atrás, atrás!”. Pero los jefes de aquella fuerza armada los tranquilizaban diciéndoles que no temiesen, porque no se pro-ponían hacer daño a nadie, sino desocupar el edificio. Silenciosa-mente había quedado rodeado de tropas el Congreso; varias piezas de artillería se instalaron en el jardincillo frontero al palacio, junto a la estatua de Cervantes, y la carrera de San Jerónimo quedó acor-donada por los soldados. Según noticias publicadas al día siguiente de ocurrir el asalto, “en los techos del Congreso hay clavados ocho proyectiles de otros tantos disparos que, para dispersar a los dipu-tados, hicieron los cazadores de Mérida”.6

Miguel de Cervantes también tomó parte en las conversa-ciones que se celebraban en la plaza de las Cortes el 23 de febrero de 1973, mientras un numeroso grupo de guardias civiles, a cuyo mando se encontraba el teniente coronel de la Guardia Civil Antonio Tejero, asaltaba el Congreso de los Diputados. En aquella tertulia improvisada que se formó alrededor de la estatua parlante intervinieron periodistas, guardias civiles, un ateneísta, vende-dores de churros y un biznieto de Mariano José de Larra. La par-ticipación de Miguel de Cervantes con sus comentarios en aquel fallido golpe de Estado fue descrita por Ramón J. Sender en su obra

5 El Americano, París, 18 de enero de 1874.6 La Discusión, Madrid, 4 de enero de 1874.

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Chandrío en la plaza de las Cortes, en que concede al juego lingüís-tico un papel fundamental. Ello se apunta ya en el título, donde el aragonesismo “chandrío” anuncia enredo, lío, broma embarullada y más bien pesada.

Ramón J. Sender hace resonar como un sonajero los disparos que se produjeron en el hemiciclo, ampliando a lo largo de la novela su número y sus armas, dentro y fuera del Congreso. En su crónica exagerada ni siquiera cita la violenta entrada del teniente coronel Tejero en el recinto donde se hallaban votando los diputa-dos, seguido por un enjambre de guardias civiles que disparaban sus metralletas al techo. En las primeras páginas de la narración, un periodista de El Siglo Futuro nos cuenta la experiencia que ha comenzado a vivir en la plaza de las Cortes, impresionado por la suma de detonaciones: “En aquel momento se oían dentro y fuera del Congreso disparos de rifle y metralleta. Los disparos de dentro eran más resonantes, por la oquedad de la cúpula. Los de la calle parecían secos y —diríamos— deportivos. Cientos de disparos, miles de disparos”.7

Entre la improvisada tertulia que se fue forjando bajo la esta-tua de Cervantes, los tiros iban imponiendo varios silencios. Tras los proyectiles “se oían vidrieras rotas y cristales cayendo en los alrededores”.8 En esta caricatura de los artefactos que hicieron estallar los golpistas figuran hasta dos granadas de mano. Como música de fondo, in crescendo, “se oían disparos aislados dentro del Congreso”;9 “aquí y allá volvían a oírse disparos de rifle o de pistola”;10 “se limitaban a disparar al aire”.11 Según el narrador, “el sargento disparó su arma dos veces contra el friso del Congreso”,12

7 Ramón J. Sender, Chandrío en la plaza de las Cortes, Destino, Barcelona, 1981, p. 11.8 Ibidem, p. 14.9 Ibidem, p. 15.10 Ibidem, p. 36.11 Ibidem, p. 37. 12 Ibidem, pp. 41-42.

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y en otro de los momentos “se recrudeció el fuego dentro y fuera del Congreso. Tiraban las metralletas peines enteros, apuntando como siempre a los ventanales, a las lámparas”.13 Los comentarios irónicos sobre este inútil fusilamiento del aire y de las bóvedas se extienden a lo largo de la obra. Para los contertulios era un simu-lacro heroico por no producir bajas. La batalla de la plaza de las Cortes carecía de sentido porque a pesar del crepitar de las ametra-lladoras no se veían muertos por ninguna parte. Y en la televisión, cuando había tiroteos había muertos. La voz de Cervantes se hacía oír por encima de tal baraúnda.

La verdad es que una vez dentro del Congreso no disparan sino

contra el techo y contra las paredes y las lámparas. Pero hay vidrios

rotos y alguien tiene que pagarlos. Es más que natural. En todo

caso no matan. […] Los sublevados llevan armas adquiridas con

el dinero del pueblo. Armas fabricadas por el pueblo también, en

Éibar o no importa dónde. Para la defensa de la patria y de la ley.

No matan porque están impregnados de ese humanitarismo que

nadie sabe lo que es ni en qué consiste, pero que las cortes popu-

lares tratan de hacer cristalizar en leyes desde los tiempos de Pelayo

en Asturias y de Ramiro en Aragón.14

Cervantes habla en varias ocasiones desde su imagen esta-tuaria en alta y sonora voz, destacando entre los temas de sus inter-venciones el comentario al “Discurso de las armas y las letras” que puso en boca del más amado de sus personajes. También los acontecimientos le evocan todas las batallas antiguas en las que to maron parte los soldados de España, subrayando especialmente, por su participación, la de Lepanto:

13 Ibidem, p. 45.14 Ibidem, p. 92.

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Gravelinas, Lepanto y San Quintín sucedieron en los términos de

mi vida. El pueblo decoraba con su sangre los laureles. Y no exigía

nada. A veces su desnudez era tanta que un coleto acuchillado le

servía al mismo tiempo de gala y de camisa. […] Enfermo estaba

yo en Lepanto y en las bodegas de la galera me había recluido, pero

pude conseguir que me dejaran subir a la cubierta y formar parte de

las fuerzas de abordaje.15

Insiste en que los vencedores de dichas batallas memorables acababan con frecuencia lisiados y esperando la sopa en la puerta de los conventos. En el permanente juego de palabras predomina el de los churros o tejeringos, que se vendían en los puestos ambu-lantes de la plaza de las Cortes, para llamar a los guardias civiles por seguir las órdenes del teniente coronel Tejero. Cervantes, en su constante evocación, dice que “en Argel hacían también esos pastelitos y otros manjares menos sabrosos con harina y aceite de oliva”.16 A veces nada tenían que ver las conversaciones del grupo con lo que allí estaba ocurriendo. En un par de ocasiones, sonó la voz de don Quijote desde la plaza de España para elogiar y presen-tarse como ejemplo de las palabras decisivas de su autor sobre la preeminencia de las armas. En algunos momentos, la estatua de Cervantes adquiere movimiento, cansada del olor de los churros: “Los efluvios seguían invadiéndolo todo. Parece que a don Miguel no le convencían porque se llevó el dorso de la única mano que tenía al labio superior”.17

A lo largo del texto, tras una insistente burla del grito de gue-rra “Santiago y cierra, España”, Cervantes critica ante su audi torio las irregularidades que durante varios siglos fueron cometidas en el Camino de Santiago, frecuentado por todos los profesionales

15 Ibidem, p. 21.16 Ibidem, p. 25.17 Ibidem, p. 34.

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del hurto: “Muchos sacerdotes tonsurados, cuando confesaban a algún cristiano en sus parroquias situadas dentro del camino de Compostela, vendían después los secretos del confesionario a los pícaros”.18 Para el soldado de Lepanto y más grande escritor que dio España, los curas transferían los secretos del confesio nario a aquellos granujas que luego descubrían y revelaban sus vidas secretas a los mismos que recibieron confesión, declarando que tenían poderes de adivinación. Con estas cualidades, todos estos romeros vivían de engañar a las familias ricas.

En boca de Cervantes, Ramón J. Sender hace vibrar su denun-cia irónica y los recursos del esperpento para desacreditar a los gol-pistas, sin que en ninguna de las páginas del texto aparezca rastro de sus identidades:

Estos hombres que se sublevan contra la democracia española son

débiles en el sentido clásico y tratan de identificarse en ese mismo

sentido que todavía usan en Grecia. Son imbéciles y su debilidad se

manifiesta en muchas y diversas direcciones. Por ejemplo la de ese

jefe tejeringo que siendo consultado sobre la posibilidad del fracaso

de su intentona le dicen que puede salvarse abordando un avión

y saliendo de España y responde que no, porque se marea en los

aviones. Si las alturas le gustan y pueden salvarlo, la verdad es que

se marea y esa triste circunstancia le impide elevarse.19

Para el escritor del Siglo de Oro retroceden en la historia, y lo mejor de todo fue la actitud del rey: “No hay duda de que se gana su reinado por las buenas, como debe ganárselo un rey cada día de su importante vida. El pueblo español le debe gratitud”.20

18 Ibidem, p. 7019 Ibidem, p. 90.20 Ibidem, p. 93.

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Entre las armas de un grupo reducido de soldados y la re tórica disuasoria de otra inmensa mayoría de españoles que apostaban por la democracia, Miguel de Cervantes, inmortalizado en bronce frente al Congreso de los Diputados, afirma que la aspira-ción a toda posible felicidad en esta vida estaría representada meta-fóricamente por doña Dulcinea del Toboso: “Ésa era la imagen de la patria para don Quijote. Y para mí. Y debe serlo para ustedes […]. Porque la patria y lo mismo Dulcinea son nuestro ideal de bondad, de belleza y de verdad inefable”.21 El texto concluye sin ningún des-enlace: “Dentro del Congreso seguía el tiroteo y en la plazuela de las Cortes el chandrío alcanzaba el nivel del mejor desempeño o la culminación y cumbre activa de algún desarrollo para bien o para mal”.22 Para Sender, tal vez ese chandrío consolidara alguna forma de democracia por la ley de provocación y los opuestos semejantes.

21 Ibidem, p. 99.22 Ibidem, p. 110.

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Al borde de la sepultura

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La descripción del entierro de Cervantes, que acaba con su cuerpo al borde de la huesa, ha sido recreada en varios artículos y novelas, bebiendo todos sus autores en la fuente del marqués de Molins que puede encontrarse en su irrepetible y magnífico libro de inves-tigación La sepultura de Miguel de Cervantes,1 escrito, aunque fuese un encargo de la Real Academia Española, con devotísima pasión. Inspirado por todos los documentos que habían pasado por su mano, nos ofrece esta discreta entrada del autor del Quijote en ultratumba.

El sábado 23 de abril de 1616 se abrían las puertas de la igle-sia de las Trinitarias para que pasase un féretro que traían en hom-bros cuatro hermanos de la Orden Tercera. El cuerpo que en él venía estaba amortajado con el mismo sayal, llevaba descubierto el rostro y no tenía cruzadas las manos sobre el pecho, como era uso; sólo con la diestra empuñaba una cruz a guisa de espada. Apenas los hermanos terceros pusieron el ataúd en el suelo, se agolparon las religiosas a la celosía de un cuarto inmediato, que servía de coro; pero la capucha de san Francisco cubría la frente lisa y desembara-zada; estaban cerrados los alegres ojos; las barbas de plata, creci-das durante la larga enfermedad, y la hinchazón de la hidropesía

1 Mariano Roca de Togores, marqués de Molins, La sepultura de Miguel de Cervantes (memoria escrita por encargo de la Academia Española), Imprenta M. Rivadeneyra, Madrid, 1870.

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desfiguraban el rostro aguileño. Pocos le acompañaban aunque llenaran el reducido oratorio.

Al día siguiente, domingo 24, los frailes trinitarios salieron al altar, y habiendo redimido ellos aquel cuerpo de las mazmorras de Argel, se adelantaban ahora a ofrecer por su alma inapreciable res-cate. Oficiaron en el coro las religiosas, con más acompañamiento de lágrimas que de música, y de vez en cuando se percibían de lejos, en un rincón, suspiros ahogados, sollozos mal comprimidos.

Terminado el oficio, dieron sepultura al cuerpo. Quizás ben-dijeran y estrenaran el recién comprado solar, inaugurando así la fábrica del nuevo templo; más probablemente cavarían una sepul-tura, levantando el pavimento mismo de la estrecha capilla.

Hay bastantes testimonios en el periodismo literario de que Cervantes ha salido de la tumba con el laurel sobre la calavera. El cadáver del autor del Quijote ha viajado por un instante o pocas horas desde ultratumba al frío enlosado de la iglesia de las Trini-tarias. La primera vez que lo hizo fue en noviembre de 1805, según se publica en el Diario de Madrid con escalofriantes descripciones:

Yacía tranquilo en su sepulcro el célebre autor del Quixote, cuando la

feroz Discordia, que lleva serpientes enroscadas por cabellos, acer-

cándose a la losa que le cubre, le llama de este modo: “Salid, ilus-

tre escritor, del recinto de los muertos para venir a defender entre

los vivos vuestra causa, pues nadie la podrá justificar como vos

mismo”. A la espantosa voz de aquella furia se aparece al momento

la sombra de Cervantes, y le dice: “Marcha de ahí, fiero monstruo,

parto del infierno, y deja en paz los manes de un autor que jamás te

rindió culto”. Al oír estas palabras desaparece la Discordia.2

2 “La sombra de Cervantes”, en Diario de Madrid, Madrid, 6 de noviembre de 1805.

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Luego se presenta en el inframundo un muerto anónimo que acababa de llegar de nuestro planeta, para darle a Cervantes noticia de la suerte que corría su Quijote en manos de los críticos, después de haber descansado tantos años en paz con sus ceni-zas. El escritor le responde que “una crítica fundada y hecha con modera ción no sólo merece contestación de parte del autor cen-surado, sino también a veces su gratitud, las frívolas y ridículas úni-camente son acreedoras del desprecio”.3 “‘Eso está ya desterrado del mundo’ (dijo el otro sonriéndose, que también hay muertos de buen humor)”.4 Tras la extensa intervención del difunto anónimo en contra de los malos juicios literarios, Cervantes se adhirió a su opinión. “Con esto desaparecieron todos, y las cosas volvieron a su antiguo estado”.5

En 1863, el tercer año que la Real Academia Española celebró sus honras fúnebres en la iglesia de las monjas trinitarias de Madrid, sobre la tierra que envolvía sus despojos el obispo de Sigüenza pro-clamó en su extenso discurso que Miguel de Cervantes, por la fe, hablaba todavía, aun estando muerto: “Os invito sin más tardanza a fijar vuestra atención en ese sarcófago venerado”,6 le dijo a la con-currencia. “Una voz misteriosa resuena desde su fondo para ins-truirnos, diciendo: Et per illam defunctus adhuc loquitur”.7

Sin embargo, será en la noche del Día de los Difuntos de 1871 cuando Cervantes salga de su fosa y permanezca por más tiempo fuera de ella, siguiendo al poeta que entró en la iglesia de las Trinitarias para rezarle (“No bien salgo de la iglesia, / a pocos pasos, muy pocos, / siento que una mano amiga / me toca blanda

3 Idem.4 Idem.5 “La sombra de Cervantes (conclusión)”, en Diario de Madrid, Madrid, 7 de noviembre de 1805.6 Oración fúnebre, que por encargo de la Real Academia Española, y en las honras de Miguel de Cervantes y demás

ingenios españoles, pronunció en la iglesia de monjas trinitarias de Madrid, el día 23 de abril de 1863, el Ilmo. Sr. D. Francisco de Paula Benavides y Navarrete, Imprenta Nacional, Madrid, 1863, p. 6.

7 Idem.

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en el hombro. / Vuelvo, lector, la cabeza, / y atónitos ven mis ojos  / un hombre, tan parecido, / como lo es un huevo a otro, / al buen Manco de Lepanto…”8). A lo largo de la composición dará cuenta dantesca de dónde fueron a parar las almas de algunos escritores . Después de abandonar el templo, a muy pocos pasos, el autor de los versos cuenta en el romance cómo siente una mano amiga que le toca en el hombro, viendo atónitos sus ojos al buen Manco de Lepanto. Tras saludarle Cervantes con un “Dios os guarde, buen hermano”, le comentará al poeta —para que rece, por ser sacer-dote— las penas que han sufrido en el otro mundo muchos com-pañeros de pluma, situando en el purgatorio al Arcipreste de Hita, José Cadalso, José Iglesias, Juan Meléndez Valdés, Juan Arolas, Alberto Lista y Félix José Reinoso; y en el infierno a Voltaire úni-camente. El romance concluirá con la llegada del espectro de Cer-vantes y del sacerdote fatigado hasta la plaza de las Cortes, para sentarse ambos ante la estatua del autor del Quijote.

En otro romance escatológico titulado “Entre muertos inmor-tales”, a Miguel de Cervantes le pusieron a su lado los restos espe-luznantes de Quevedo, según éste le comenta en unos versos que

8 Gaspar Bono Serrano, “Cervantes y la noche de difuntos”, en El Café, Madrid, 15 de noviembre; 15 y 30 de diciembre de 1871. Entre la legión de poetas que, carentes de talento y originalidad, se arrodillaron para hilvanar sus versos frente a la tumba de Cervantes, hay uno que creía que ésta se hallaba en un cementerio (Manuel Pinos, “En la tumba de Cervantes”, en El Correo Español, México, 26 de mayo de 1905). Se trata de un versificador que nos habla en sus redondillas de un misterioso hombre que camina en una noche tempestuosa, desafiando la lluvia y los rayos, hacia el camposanto donde se encuentra enterrado el Shakespeare español. Tras detenerse en el sagrado recinto ante una losa que dice: “Yace en paz aquí Miguel de Cervantes Saavedra”, el macabro visitante reclina su frente sobre la tumba para llamarlo por su nombre:

Ábrese la sepulturay aparece la figuradel autor de Don Quijote.—¿Quién hasta aquí y a tal horaimprudente osa llegar,atreviéndose a turbarmi paz dulce y bienhechora?

El presentarse el hombre allí para decir sobre la losa que no había Quijotes en el mundo hizo que la luna se ocultase, por no reírse, y que Cervantes volviese a morir.

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se abren sin ninguna introducción, a modo de conversación mono-logal con el ilustre y turístico cadáver de las Trinitarias:

Embozado en mi sudario

para mitigar el frío

que los desdenes del mundo

en mis huesos han metido,

reunión de calaveras

hoy quiero tener contigo;

recoge, pues, tus despojos

y hazme en tu sepulcro sitio.

Reparo que están tus huesos

peor aún que los míos…9

Sin dejar a Cervantes pronunciar ni una palabra en el angosto espacio de la sepultura, Quevedo le ensalza que haya provocado la risa del vulgo con sus libros, antes de compararse con él (“Tú fuiste manco, y yo cojo”10) y lamentar que la fama de Calderón les supere. Concluida su irónica intervención, el escritor de Las tres musas últi-mas castellanas tornaría a su residencia funeraria, calificando su retumbante actuación y la de su oyente de sendas apariciones: “Pero pues ya viene el día / ahuyentando aparecidos, / quédate con Dios, hermano, / que yo me vuelvo a mi nicho”.11

En la visita que en 1905 hizo otro periodista a la sepultura de Cervantes, tan saturado se hallaba el edificio de las Trinitarias de la atmósfera poética de nuestro Siglo de Oro, que al penetrar en su templo y escuchar dentro del claustro el susurro de las oraciones elevadas al Altísimo por las monjas arrodilladas en el coro, “pare-cen como surgir en el presbiterio, atraídas por mágicas evocaciones,

9 “Entre muertos inmortales”, en El Motín, Madrid, 29 de mayo de 1881.10 Idem.11 Idem.

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las figuras de Cervantes y de Lope de Vega”.12 Clara alusión a enti-dades espirituales, fantasmas en definitiva, que no cesa de sentir el cervantista: “En la soledad de aquellas naves blancas y frías flotan el espíritu del gran prosista y las dulces canciones de sor Marcela de San Félix”.13

Otro comentarista ha llegado a considerar el cuerpo ente-rrado del célebre español como un “faraón de las letras”. Frente a la tumba ignorada bajo la vetusta mole del convento, se ha atrevido a pensar en un cambio colosal:

¡Quién sabe si el cadáver de Cervantes se ha momificado conser-

vando sus rasgos personales y algún día, glorioso para la patria, es

hallado y colocado, no en un panteón de reyes (como Shakespeare

en Westminster y Camoens en los Jerónimos de Lisboa, porque la

podredumbre de la realeza es mala compañera de la del genio), sino

en un monumento tan artísticamente grande como la obra escrita

por el muerto inmortal!14

12 José de la Corte, “La sepultura de Cervantes”, en La Correspondencia de España, Madrid, 10 de mayo de 1905.

13 Idem.14 La Nación Militar, Madrid, 28 de agosto de 1909.

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Fantasma y sombras

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Cuenta otro autor, bajo el seudónimo de El Corresponsal de los Muertos, que estando una noche dormido el señor don Fermín Caballero, el ruido ocasionado por el fantasma de Cervantes lo des-pertó. Tras reconocer de quién se trataba, don Fermín se presentó como geógrafo, cuyo libro recién publicado se titulaba Pericia geo-gráfica de Miguel de Cervantes, demostrada con la historia de don Qui-jote de la Mancha. Ignorando que el número uno de los escritores acababa de llegar desde el otro mundo para echarle en cara sus dis-paratados elogios, don Fermín le rogó que encendiera un fósforo para verlo y enseñarle la portada de su flamante obra; pero el espec-tro, que ya tenía noticia de ella por la Gaceta Literaria con que uno de los últimos difuntos se presentó en su morada ultraterrena, le respondió malhumorado: “Debo decirte que, ya sea por ensalzar mi fama o bien por tu propia utilidad, has conseguido turbar mi sepul-cral reposo, haciéndome venir al mundo con objeto de re parar, si ser puede, el agravio que me acabas de hacer en esa insensata pro-ducción de tu talento”.1

Cervantes no había comprendido que cuando escribió el Quijote también se refería a tipos lunáticos como él, con el cerebro extraviado por “esas geógrafo-maniacas creaciones”. El fantasma,

1 El Corresponsal de los Muertos, Aparición nocturna de Miguel de Cervantes a don Fermín Caballero, Imprenta Pita, Madrid, 1841, p. 8.

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informado por los recién llegados al ultramundo de la vida y mila-gros de don Fermín Caballero, se burló del paralelismo que guar-daba con su personaje: “Ver en todas partes signos del zodiaco, meridianos y otros círculos, y en una palabra, geografizarlo todo, amigo Caballero, es una locura igual a la de mi andante caballero cuya historia escribí ad perpetuam rei memoriam”.2

Después de confundir los ojos del aparecido con los de un gato y de que Cervantes encendiese una linterna para mostrarle la portada del periódico que llevaba en la mano, el dormitorio volvió a quedar en oscuridad y silencio. Cervantes regresó a su gloria eter-nal y don Fermín Caballero quedó temblando de frío tras la visión.

* * *

En este biográfico descensus ad inferos, José Fernández Bremón nos relata cómo un amigo suyo, el sabio anticuario don Lesmes de los Fósiles, que se dedica a atrapar las sombras de los muertos con cazamariposas, había conseguido coger la de Miguel de Cervantes. Según don Lesmes, todos los eruditos poseían una red de pillar sombras, y salían a altas horas de la noche en busca de personajes de otros tiempos para interrogarlos. José Fernández Bremón tomó nota del diálogo que sostuvo con el insólito cazador después de sentarse junto a la fuente de Neptuno:

—¡Cómo! ¿Sabe usted dónde se halla la sombra de Cervantes?

—¡Ya lo creo!, la tengo encerrada en mi despacho; por fin cayó en

mis redes, y no la suelto hasta dejar en claro la vida, vicisitudes y las

más ocultas intenciones del autor del Quijote.

—¿Y no habrá huido?

2 Ibidem, pp. 9-10.

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—Imposible: está rodeada de un círculo de luces y reducida por su

gran elasticidad al tamaño de un huevo de paloma.

—¿Dentro de un magnífico estuche?

—Dentro de una primera edición del Quijote; 1605, sin la fecha

repetida; auténtica e impresa en Madrid por Juan de la Cuesta.3

Experto el sabio anticuario en cinegética y hábitos de las negras siluetas que deambulaban por las ciudades, prosiguió expli-cándole al corresponsal del Almanaque Literario que únicamente salían por las noches las que habían sido expulsadas de sus tum-bas, porque cada iglesia y cada palacio derribados lanzaban de sus sepulcros artistas, guerreros, monjes y una legión de sombras, esparciendo por el viento cenizas y recuerdos. Como ejemplo de ello le señalaba para que viera, confundidas con la oscuridad, las sombras de Velázquez y de Lope de Vega.

Bremón acompañó al enigmático historiador hasta su casa para que le mostrara la sombra de Cervantes. Y en el centro de la mesa de su despacho contempló un libro prensado bajo una losa mortuoria, arrancada de algún sombrío claustro. “¿Está ahí?”, pre-guntó a don Lesmes en voz baja, quitándose el sombrero.

—Sí, y en estos legajos todas mis notas relativas a Cervantes.

Era un archivo completo.

El sabio se acercó a la mesa sin respeto, apartó la piedra, abrió el

libro y dio un grito.

—¡Mi ejemplar! —exclamó con espanto—. ¡Manchado de tinta mi

ejemplar!

3 José Fernández Bremón, “La sombra de Cervantes”, en Almanaque de la Ilustración para el año de 1895, Establecimiento Tipográfico Sucesores de Rivadeneyra, Madrid, 1894, p. 133.

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El sabio, por aclarar a Cervantes, le había estrujado y oprimido y

prensado hasta convertirlo en un borrón.4

* * *

En la novela WA Últimos días de Warla Alkman, ésta entabla una larga charla con la Sombra del Hombre Desconocido, que es Miguel de Cervantes, en la Isla de Redonda, cerca de Estambul, cuyo rey escri-tor busca el manuscrito inédito y póstumo de Graham Greene. Tras quejarse Cervantes de que aquella joven lo hubiese despertado (“¿Es que ni muerto puede descansar uno?”5), ambos interlocu-tores hablaron sobre el teatro de las sombras otomano para el que Cervantes, mientras estuvo cautivo, escribió varios guiones. Frente a las figuritas de Hazivaz y Karagöz, títeres protagonistas del teatro popular turco de sombras, que había comprado Warla en el Gran Bazar de Estambul, el Manco de Lepanto reconoció que le sirvieron para crear a don Quijote y a Sancho.

Sombra del Hombre Desconocido. ¡Qué disparate juntar a esos dos

locos! Me divertí inventando sus conversaciones, ¡mira que habla-

ban! Hablando se entiende la gente, ¿no? Me temo que, leídas, sus

aventuras no llegaron a ser tan divertidas. Pero en sombras…

Sombra de Warla Alkman. Sí lo fueron, sí. Lo son aún.

Sombra del Hombre Desconocido. ¿Ha pasado mucho tiempo?

Sombra de Warla Alkman. Mucho.

Sombra del Hombre Desconocido. Entonces ya me habrán olvidado,

hice mucho el ridículo, escribí poco, pero escribí de más. El olvido

me deja tranquilo.

Sombra de Warla Alkman. No ha sido olvidado.6

4 Ibidem, p. 135.5 Irene Zoe Alameda, WA Últimos días de Warla Alkman, Edhasa, Barcelona, 2013, pp. 307-324.6 Idem.

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103La vida en ultratumba

Durante su diálogo con la sombra de la misteriosa escritora recién llegada a su ínsula, Cervantes no dejaba de pescar peces muertos que llegaban a la orilla, para soltarlos después. Decía ser muy pobre y estar allí “emprestado”. Con Warla Alkman había venido una gata que al autor de El coloquio de los perros le pareció un buen animal de compañía: “¿Me la dejarás? Podría ser una exten-sión de mi alma y estaría menos solo”.7 El encuentro del personaje de esta novela experimental con el clásico autor se va convirtiendo en una tertu lia literaria con abundantes comentarios sobre la escri-tura y los libros:

Sombra del Hombre Desconocido. […] Todos los días veo mi vida, la

recuerdo, me entran unas ganas irrefrenables de escribir lo que he

visto, y cuando tomo la pluma, me dedico a escribir lo que ya escribí.

Sombra de Warla Alkman. Eso es un infierno. ¿No tiene libros

para leer?

Sombra del Hombre Desconocido. Ya los he leído todos. Siento unos

deseos irreprimibles de leer, abro un libro y entonces me despierto

recordando que ya lo he leído.8

El muerto que se nos describe con parálisis del brazo zurdo, asegurando con mucha dificultad su caña de pescar bajo una pie-dra, parecía disfrutar tanto como la gata del hedor putrefacto que despedía el pescado hacinado en los alrededores de la isla.

7 Idem.8 Idem.

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Cuatro días de humor en la eternidad

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1

En honor a Luciano de Samosata, que fue el primero en componer con su aguda pluma un Diálogo de los muertos, Andrew Becket nos ofrece una escena entre las almas que han alcanzado la dichosa inmortalidad en el Hades de los Campos Elíseos, donde inter-vienen los escritores que más sobresalieron en el humor univer-sal: François Rabelais, Miguel de Cervantes y Laurence Sterne. Este último, muerto de tuberculosis en Londres, en 1768, tuvo la inmensa fortuna de encontrarse en ultratumba con sus dos máxi-mos ídolos literarios:

Sterne. ¡Mi querido Rabelais! ¡Y mi Cervantes caro! Contento estoy

de veros.

Rabelais. ¿Está usted habituado a este tono? Él se dirige a nosotros

muy familiarmente. No recuerdo haberlo visto antes.

Cervantes. Tis Sterne, o Shandy o Yorick; él está recién llegado aquí;

pero, sin duda, lo conoce de manera suficiente por nombre.

Rabelais. ¡Sterne! Un nombre distinguido de hecho: bienvenido a

los Campos Elíseos [...]

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Sterne. Muchas gracias a ti. Mi primer deseo, al llegar aquí, era

encontrar a los hombres cuyos escritos me habían concedido dicho

exquisito placer en la tierra.1

Cervantes, interesado en saber qué estaba pasando en el “mundo de arriba”, le preguntó a su compañero Sterne, amante de la broma, por los sucesores del ingenio y el humor que habían quedado vivos. El inglés respondió decepcionado de que el ingenio degenerase en juego de palabras y el humor en bufonería.

Se abrió la polémica cuando Rabelais comentó que los ingle-ses nunca fueron notables en la burla refinada, siendo ésta más ade-cuada al estilo de los franceses, y Sterne le replicó inmediatamente, herido en su amor propio, que el inglés es tan capaz de ello como cualquier otro pueblo, demostrando con muchas de sus obras un gran éxito en tal campo. Rabelais se reafirmó con tono crítico en que deberían desprenderse de la sátira brutal e intemperan te a la que son tan aficionados. Al escuchar las palabras que pronunció el autor de Gargantúa y Pantagruel, Cervantes intervino para afearle su cinismo: “¿Es Rabelais quien habla? Rabelais, cuyo ingenio, aunque grande, era grosero y poco delicado en alto grado”.2 Todos

1 Andrew Becket, “Lucianus redivivus: or dialogues concerning men and manners”, en Dramatic and prose miscellanies, vol. II, George Virtue, Londres, 1838, p. 82.

Uno de los primeros escritores que sitúa a Cervantes en el otro mundo, en diálogo con Plauto, es Joseph de La Porte. En un extenso comentario de crítica literaria, se imagina la aparición de dos sombras junto a él, en la pradera donde se encuentra, para tomar nota de su breve diálogo. Plauto se dedica a alabar al autor del Quijote, ingenioso fantasma, hijo de su mente, con esa agradable mezcla de sentido común y extravagancia: “Usted es el príncipe de los novelistas”, por lo que lamenta que hubiese muerto en la miseria. Cervantes también se compadece de la injusticia y el hambre que tuvo que sufrir el escritor romano para triunfar, sin venderse al público ni a los mecenas. Dice Plauto: “En nada me ha privado la pobreza de mi alegría. Quien sabe vivir con poco es muy rico. […] No puedo encontrar nada más bajo que la alabanza del montón”.

Cervantes desprecia a los autores comerciales que buscan una fama fácil, y su compañero confiesa la conmoción que le produjo su espíritu: “Lejos de ofenderse abatido por la pobreza, ha brillado más que mil gracias en el corazón de la propia pobreza, y llevó su renuncia a la alegría. Es aquí el estallido de la verdadera grandeza de alma”. Y compara su humildad y su penuria con la pompa ridícula y la opulencia del duque de Lerma (Joseph de La Porte, Voyage en l’autre monde ou nouvelles littéraires de celui-cy, Londres-París, 1752, pp. 116-121).

2 Becket, op. cit., p. 83.

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coincidieron en que cualquier intento de refinamiento en los escri-tos de Rabelais sería absurdo, aunque el autor del Quijote admitiese que su ingenio era exquisito, casi igual al de Luciano de Samosata.

El diálogo de esta escena gira, a continuación, en torno a las incomparables cualidades de Cervantes para provocar la risa con sus palabras. Sterne, después de considerar que supera en ingenio a Rabelais y a Luciano, halaga el ardor natural de su temperamento en la prisión de Argel: “Una prueba de la grandeza y la nobleza de la mente: un hombre común se habría hundido bajo de las calami-dades que aguantó Cervantes”.3

El trío de escritores se detuvo a analizar los defectos y las vir-tudes de sus obras, huyendo Rabelais de cualquier actitud mora-lizante, sin arrepentimiento para borrar una línea: “Los que sean aprensivos pueden tirar mi libro”,4 invitación al lector con que Cer-vantes estaba de acuerdo: “Con una página o dos se determina si el libro es digno de una lectura atenta”.5 En cuanto al plagio y la originalidad de los escritores, nuevo tema de conversación en esta escena, todos reconocieron haber partido de modelos anteriores.

Cervantes. Un compatriota de Sterne ha señalado, muy justamente,

que “mientras el mundo literario puede presumir de imitadores

como Virgilio y Tasso, Boileau y Pope, no tiene gran razón para

lamentar la escasez de escritores originales” […]

Sterne. Se dice que Virgilio ha sido acusado, incluso durante su vida,

de tomar prestado todo lo que es valioso en su Eneida de Homero [...]

Cervantes. Se ha observado más lejos, y, creo, muy elegantemente:

“El imitador de un estilo debe esforzarse por ser como el original,

no con la misma exactitud que una imagen es como la persona

3 Ibidem, pp. 83-84.4 Ibidem, p. 86.5 Idem.

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representada, sino como un niño se asemeja a las características de

su padre: similem esse te volo quomodo jiliam, imaginem nonquomodo”.6

Concluyó esta escena de ultratumba cuando Cervantes dijo percibir las sombras de dos o tres filósofos que se movían hacia ellos: una raza de seres no muy amable al ingenio.

2

Cervantes, cuyos tinteros rebosaban de comicidad, gozaría de lo lindo cada vez que viera recibir en el reino de Dios a uno de su gremio. La llegada que le conmovió hasta el fondo de su glorioso espíritu fue la del actor y cómico mexicano Mario Moreno, Cantin-flas, que interpretó en una película el papel de Sancho Panza. En un artículo firmado en “el cielo” por el periodista colombiano Óscar Domínguez, se da cuenta de lo sucedido el día en que murió Can-tinflas y pisó el azul del otro mundo: “El cielo, 20 de abril, 1993. En un vuelo directo, sin la forzosa y caliente escala en el purgatorio, llegó hoy al cielo don Mario Moreno, Cantinflas, a quien Dios reci-bió con una cierta sonrisa. San Pedro se hizo el de la vista gorda y no exigió visa”.7

Cervantes fue testigo de cómo Mario se ubicó a la diestra de Dios Padre en un asiento que le tenía reservado Charles Chaplin. Éste le informó, a continuación, que tenía derecho a cama en el pabellón de los humoristas, adonde la corte celestial en pleno acu-día a sacudirse el estrés que producía toda una eternidad gozosa. Después aparecieron para saludarle e intercambiar algunas pala-bras con él Oscar Wilde, Stan Laurel y Oliver Hardy (el Gordo y el Flaco), los hermanos Marx, sus paisanos Resortes y Clavillazo, y

6 Ibidem, pp. 87-88.7 Óscar Domínguez, “El día que murió Cantinflas”, en Prensa Latina, Cuba, 20 de abril de 1993.

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111La vida en ultratumba

Buster Keaton. En la tertulia que se formó, todos coincidieron en que estaban allí porque con su arte habían sido la voz de los que no tenían voz y el editorial de quienes carecían de periódico.

No faltaron chistes por la muerte de Cantinflas en pleno mes del

idioma. Don Miguel de Cervantes Saavedra, el papá y decano de

todos los humoris tas, anunció que intrigaría para que la expresión

“cantinflesco” sea adicionada en la próxima edición del diccionario

con el sinónimo propuesto por William Shakespeare.8

3

Sin proponérselo, Ricardo Lechuga escribió una obra humorís-tica al narrarnos el fin del mundo, la resurrección de los muertos y el Juicio Universal de un grupo de personajes reunidos por azar, tan dispares como Miguel de Cervantes, Hernán Cortés, Francisco Franco, Dolores Ibárruri y Pepe, una voz popular de Andalucía.

La presentación en el saludo de cada uno al resto del grupo parecía insuficiente, por lo que propusieron contar sus vidas com-pletas para conocerse mejor. Cervantes aconsejó que dos de los cuatro actuasen entonces de defensor y de acusador, ofreciéndose él mismo como abogado de la Pasionaria.

A lo largo de una aburrida exposición de luchas sociales, Dolores Ibárruri fue interrumpida en contados momentos por el escritor, que declaraba su ignorancia en política y en historia de un siglo desconocido: “Poco entiendo de reivindicaciones y lucha de partidos, pues aunque muchas facciones y grupos había, e injus-ticias se sufrían por incomprensión, en mi época no conocíamos ese lenguaje ni ese sistema de gobierno”.9 Al hilo de sus interven-

8 Idem.9 Ricardo Lechuga, Diálogos en el más allá, Ediciones Acervo, Barcelona, 1980, p. 61.

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ciones, reconocería que la líder comunista fue una mujer sufrida y sacrificada por sus ideales, declarando ante el fiscal andaluz, cuyas intromisiones plagiaban el estilo de Sancho Panza: “Si en mis tiem-pos hubiera existido eso que llamáis ‘comunismo’ os aseguro que no me hubiera sido causa de desazón, pues siendo buen cristiano me basta, que, aunque distinto en la forma, en el fondo otros lo habían predicado ya”.10

En segundo orden, Cervantes, director del diálogo y abogado defensor de todos cuantos intervenían en él, decidió que relatase los hechos de su vida Hernán Cortés, luchador y conquistador nato desde que arribó con sus naves al Nuevo Mundo. Cuando hablaba de los indios que abatió en sus guerras, Pepe, el acusador, le reprendió: “Mucha lucha y aventuras tuvo don Hernán pero ¡por la Virgen del Rosío! [sic] ¿No creen ustés que fue cruel al matá tan-tos indios?, pues los pobres en su tierra estaban y, se diga lo que se diga, la verdá, don Hernán Cortés y sus hombre no los trataron mu bien”.11

Acabada su extensa intervención, el Manco de Lepanto, que estando vivo lo citó una vez en El licenciado Vidriera, le otorgará un sobresaliente como nota a sus merecimientos mientras aguar-daban que las trompetas les convocasen a Juicio Universal: “Si se ignora el paradero de sus cenizas o si éstas fueron aventadas, no le importe a vuesa merced, pues su fama es tan grande que da igual el lugar donde se hallen sus restos. Hoy está aquí, con nosotros, y aguarda resucitado el juicio de Dios”.12

Llegado el turno de Francisco Franco, como dispuso Cer-vantes, la Pasionaria pidió inmediatamente el papel de acusa-dora e interrumpió en varios puntos las memorias del dictador para hacerlo culpable de rebelarse contra un gobierno legalmente

10 Ibidem, p. 69.11 Ibidem, p. 83.12 Ibidem, p. 121.

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establecido, del angustioso exilio de miles de españoles, de las sen-tencias de muerte firmadas con su mano, de pisotear los derechos humanos… En contestación a tan graves cargos, el espíritu que tanto sirvió a las armas, las letras y la religión durante su estan-cia en la tierra, dedicó al Caudillo un rosario de ditirambos, conver-tido en su ferviente adulador, hasta llegar a afirmar que Franco se rebeló contra los abusos de autoridad, no quedándole otra opción que la de la guerra; “todo el mundo lo ha tenido por patriota y siempre ha querido el bien de su nación”.13 El abogado de la gor-guera puso punto final a la autobiografía expuesta por el Genera-lísimo Franco, subido al cielo desde el Valle de los Caídos, para indignación de la que fuera destacada militante del Partido Comu-nista, con un sonoro aplauso.

En el último de los Diálogos en el más allá, será Miguel de Cer-vantes el encargado de hacer recuento de sus pasos por todas las realidades y los escenarios del Siglo de Oro, hechos que Hernán Cortés escuchará con mayor placer y atención dentro de la tertulia, en la antesala del verdadero y único Tribunal Supremo.

4

En otros Encuentros en el Más Allá, el humorista Miguel Gila des-cribe el alboroto y las conversaciones que se produjeron en tan altas y desconocidas estancias con la llegada de Francisco Franco después de su muerte. Sus fieles servidores —Luis Carrero Blanco, el general José Moscardó, Gonzalo Queipo de Llano…— se ofre-cieron con diligencia para presentarle a las grandes personalidades de la historia. En el Lugar de los Encuentros se escuchaban las más inesperadas presentaciones. La primera vez que apareció Miguel de Cervantes entre los cientos de habitantes del Más Allá fue en la

13 Ibidem, p. 125.

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fiesta que se celebró para conmemorar el Día de la Hispanidad el 12 de octubre de 1976, presidida por los Reyes Católicos, Colón, Hernán Cortés, Fernando de Magallanes, Vasco Núñez de Balboa y los hermanos Pinzón. En distintos lugares se agrupaba la gente que tenía algo en común:

Por supuesto, estaban Quevedo y Miguel de Cervantes —este

último ya como antes de la batalla de Lepanto: con sus dos bra-

zos—, y también grandes hombres de la historia de España.

Cuando aparecieron los Reyes Católicos todos se pusieron en pie

y celebraron su llegada con un fuerte aplauso. Los reyes se sen-

taron en un par de nubes sólidas. Cuando el rey Fernando levantó

su brazo derecho, sonaron las largas trompetas de la guardia real y

empezó la fiesta.14

En el capítulo que Miguel Gila le dedica a Cervantes, éste se hallaba platicando con el grupo formado por Francisco Franco, Luis Carrero Blanco y José María Pemán. A quien fuera caudillo de España le avergonzaba que le presentaran a Cervantes porque nunca había leído el Quijote, por lo que Carrero Blanco, convencido de que el escritor prefería la espada a la pluma, le aconsejó que le hablase más de lo militar que de lo literario.

Cuando Cervantes llegó a la altura de Franco, éste le saludó.

—Perdone: ¿usted no es Miguel de Cervantes?

—Sí, soy yo.

—Yo soy Francisco Franco, Caudillo de España por la Gracia de Dios,

mejor dicho, lo era, pero como me morí, ya no […].

—¿Y en qué puedo serle útil?

14 Miguel Gila, Encuentros en el Más Allá, Ediciones Temas de Hoy, Madrid, 1999, p. 150.

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—Nos gustaría mucho que nos contara usted lo de la batalla de

Lepanto .15

Mientras Cervantes le narraba los desastres del combate naval que tantos sufrimientos le causaron, Franco le interrumpió en dos ocasiones, tratando de contarle lo que le sucedió una mañana que había salido de pesca en el yate Azor. Miguel Gila extrae de la escasa cultura de Franco su máxima comicidad en este encuentro:

—Bueno, eso no fue todo, porque aquí, don Miguel, perdió un

brazo en esa batalla —comentó Franco.

—Sí, el brazo izquierdo, que afortunadamente he recuperado en el

Más Allá, pero que me hubiera sido muy útil como escritor.

—Sabe usted —dijo Franco— qué es una de las cosas que siempre

me he preguntado: ¿cómo se las arreglaría este hombre para escribir

el Quijote? Porque, muy bien, con la mano derecha escribía, ¿pero

con qué mano sujetaba el papel?

—Colocando un ladrillo como pisapapeles encima de la hoja.16

15 Ibidem, pp. 172-173.16 Ibidem, pp. 177-178.

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Una jornada en el purgatorio y otra en el infierno

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Partiendo de la tesis de Azorín, que consideraba a Alonso Quijano un ser real, nacido en 1587, en cuyo físico y costumbres se basó Cervantes para crear a su personaje don Quijote, Miguel Romera-Navarro escenifica el encuentro de aquellos dos en las “vastas sole-dades” del purgatorio, cuando caminaban con los ojos puestos en el lejano confín donde se percibían los efluvios de una luz celestial y estaba la bienaventuranza.

El escritor alcalaíno — con rostro aguileño, frente despe-jada, nariz corva y barbas blancas— se alegrará de haber hallado al bueno de don Alonso, porque iba ya temeroso de no alcanzar jamás el bien que tanto se busca y se desea, y juntos en el reco-rrido, quien sirvió de modelo al hidalgo acusará a su autor de los defectos y taras que le achacó en su libro para que todos se mofaran de él.

—Mala jugada me habéis hecho en vida, señor Miguel, tornán-

dome en el hazmerreír de las gentes. Pero bien sabe el cielo que

os perdono.

—¿Por qué lo decís?

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—Dígolo, buen hermano, porque hicisteis de mí pintura no muy

justa y amable. Ya había anticipado vuesa merced que, aunque

pareciera padre, padrastro era de don Quijote.1

En el coloquio que ambos entablaron, don Alonso fue enu-merando las pinceladas de su retrato que más le desagradaban, para que el autor se defendiera en cada caso, considerándolas en cambio virtuosas. Por ello, a que lo sacara “de triste figura”, con-testó con un “mas fresco y risueño de corazón”; “hambriento”, con “pero más hambriento de ideal”; “seco de cerebro”, con “mas de lozanísima imaginación”, etcétera. En tono de ironía, tras escu-char el rosario de bondades que le había dedicado Cervantes a su semblanza, el humilde Quijano le respondió: “Me habéis pintado en verdad, buen hermano, como único caballero andante a quien no verá Dante entre los condenados”.2

Miguel Romera-Navarro, profesor de la Universidad de Pen-silvania, profundo y riguroso conocedor de la obra cervantina, con un sobrio decorado del purgatorio imaginó este diálogo entre el personaje y su creador, que tanto cultivarían después algunos famosos escritores, como Unamuno con su personaje ficticio en Niebla, del que se extrae la honda queja de la criatura literaria y la ternura de quien le dio la tinta de sus venas al tratar de explicarle el amor y las cualidades que dejó en su pintura.

En este intercambio de opiniones en el purgatorio, cada uno de los dos acabará reconociendo que le debe su gloria terrenal al otro, en un alarde de galantería.

1 Miguel Romera-Navarro, “Del sabroso coloquio que tuvo Cervantes con D. Alonso Quijano en el purgatorio”, en Hispania, California, 1919, pp. 275-285.

2 Idem.

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—Que el Señor nos depare pronto la única gloria que ahora cuenta,

la que buscamos, que si ella encontramos felicísimo triunfo habrá

sido nuestra muerte.

—¡Pluguiera el cielo, hermano, que así fuera!

Con esto, cesó por entonces la larga y dulce plática y, con la mirada

siempre fija en la lejana y celestial claridad, continuaron los dos

hidalgos avanzando.3

* * *

Cervantes, muerto hacía trescientos años, se encontraba esta vez en el infierno, a la sombra de un árbol azul de los Campos Elíseos, cuando el diablo le dio un golpecito en el hombro, deseando invi-tarlo a un espectáculo maravilloso: las tres cabalgadas. Para asistir a ellas como espectadores, ambos viajaron en un Rolls-Royce con-ducido por el demonio en dirección al Tártaro, en una de cuyas orillas había un vasto arenal. Escasos datos, pues, para el paisaje donde se iba a producir la estruendosa marcha de unas tropas que, según el maligno, dependían del mandato divino:

El viejo Jehová, impresionado por los ataques dirigidos diaria-

mente contra su poder por algunos filósofos demasiado auda-

ces, ha resuelto movilizar los antiguos héroes de las Cruzadas, de

los torneos reales, de los combates judiciarios y de la caballería

andante, y reforzar con ellos sus guardias celestiales. Cuando las

trompetas del Juicio Final atruenen los aires las tres cabalgadas

pasarán refulgentes a galope por el arenal interminable, y el hom-

bre que en las páginas del Ingenioso Hidalgo supo reírse de la

inmortal caballería, tendrá el placer de ver desfilar ante él, sobre

3 Idem.

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caballos enormes bordados de hierro, todos los gloriosos antepa-

sados de su don Quijote.4

Acompañado por Cervantes, este diablo feo como gárgola de catedral, caprino, risueño, con monóculo y reloj de pulsera, no cesaba de fumar, encendiendo el cigarrillo en la brasa de uno de sus calcañares para arrojar después por las narices grandes boca-nadas de humo.

En oposición al encuentro de Cervantes con un habitante del averno evocamos, en la lectura de otro autor hispanoameri-cano, su conversación amistosa con un ángel.5 Por la mirada ano-nadada de quien más se burló de los nobles jinetes desfilarían, con un estilo narrativo de las miniaturas medievales de Torneos del rey Renato o de Castellano de Coucy, tres maravillosos alardes de la caballería.

Julio Dantas, con excepcional calidad de prosa, convertirá el desierto infernal en un hipódromo. La primera de las cabalgadas será anunciada con un clamor lejano de trompetas vibrando en el aire y el silencio de las ranas. Pasados algunos momentos, en la gran planicie extendida a un lado del Tártaro, Cervantes vería a lo lejos una pequeña polvareda que chispeaba y refulgía, avanzando vertiginosamente. Eran los caballeros que se habían batido por Dios, marchando en una floresta de lanzas, de cruces, de bácu-los, de pendones, como los guerreros de la tapicería de Bayeux. El creador del Quijote distinguió cuando pasaron frente a él algunas figuras conocidas entre los terribles místicos, los templarios y los iluminados del Santo Grial.

4 Julio Dantas, “Tres cabalgadas”, en El Gráfico, núm. 698, Bogotá, pp. 2323-2325.5 Véase la nota 7 de la página 265.

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Una nube de cuervos los seguía graznando. La polvareda se levan-

taba, en el cielo rojo, como el humo de una floresta que ardiese.

Cuando iba ya lejos, Cervantes, conmovido, deslumbrado, miró a

su acompañante.

—¿De qué te ríes, amigo?

—¡Ilusión! ¡Ilusión!

—Ilusión, ¿por qué?

—¿Los viste cómo van enloqueciendo? ¡Todos ellos mataron y

murieron por un Dios distinto del de los demás, y Dios, al fin y al

cabo, es uno solo!6

De nuevo sonaron las trompetas y avanzó la cabalgada de los nobles que guerrearon por la patria. En medio de las columnas de polvo —la gloriosa polvareda, aureola de los caballeros com-batientes— brillaban las coronas, las tiaras, los cetros imperiales , las pesadas armaduras, las opulentas dalmáticas de Chipre y de Bizancio, recamadas de oro… “Pasaba por el arenal inmenso, ver-tiginosamente, como una cabalgata de ‘cinema’”.7

—¿Qué me dices ahora, amigo? —preguntó Cervantes.

Y el Diablo, riendo a carcajadas, exclamó enseguida:

—¡Ilusión! ¡Ilusión!

—Pero, ¿por qué llamas ilusión a este espectáculo sublime?

—Todos esos locos que acabas de ver mataron y murieron para

crear una patria mejor que las otras, y al fin y al cabo —¡inge-

nuos!— solo hay una patria, que es el mundo entero.8

La tercera cabalgata, que se desplazaba más lentamente por la llanura, envuelta por una dorada niebla, era la de los campeones,

6 Idem.7 Idem.8 Idem.

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de los caballeros andantes, de los místicos del “tercer amor”, de los hombres de las justas y de los torneos, de los que se batieron por la mujer bella e indefensa. Cervantes se avergonzó de haberse reído tanto de ellos en vida. El diablo se carcajeó estrepitosa-mente, apretándose la barriga, y cuando Cervantes le preguntó por qué lo hacía, respondió hiriente y vengativo: “Lo mismo que tú hiciste en el Quijote. Me río de ellos”.9

Al anochecer, iluminados por los relámpagos, abandonaron montados en el automóvil la laguna Estigia. Con el diablo al volante, Cervantes suspiraba, lamentando no poder ya quemar todos los ejemplares del libro que le dio fama, porque las tres cabalgadas que había visto pasar eran la expresión inmortal de los tres ideales eternos. Quien los tocara —reconocía tarde— haría pedazos el mundo. Pero el maligno le prometió un recam-bio de su utopía:

—¿Temes que el mundo se desquicie? No tengas miedo. Con tres

ideales nuevos yo haré un nuevo mundo.

—Pero, ¿serás capaz de crear tres ideales tan bellos como esos?

El Diablo no respondió; las ranas se pusieron a croar, y el Rolls-

Royce partió camino de los Campos Elíseos.10

En vida, gracias a su imaginación y a través de su personaje (todo gran personaje es copia de su autor), Miguel de Cervan-tes ya descendió al purgatorio y al infierno, paseándose por sus oscuridades y dialogando con algunos de sus extraños habitan-tes. El lugar más dantesco del Quijote se encuentra en el relato de la bajada del caballero andante a las profundidades de la cueva

9 Idem.10 Idem.

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de Montesinos, donde el tiempo transcurre sin correspondencia con la temporalidad humana.11

11 Sobre la visita a la cueva de Montesinos y la visión de nuestro caballero, la bibliografía es ingente. Destacables son en describir este viaje a ultratumba que realizó Miguel de Cervantes, péñola en mano, imaginándose lo que le ocurriría después de la muerte, Carlos Alvar, con “Don Quijote y el Más Allá” (en El Quijote: letras, armas, vida, Trivium/Sial Ediciones, Madrid, 2009, pp. 123-141); Fernando Car-mona Fernández, con “El viaje caballeresco al más allá de don Quijote” (en Libros de viaje y viajeros en la literatura y en la historia, Universidad de Murcia, España, 2006, pp. 71-93) y William T. Avery, con “Elementos dantescos del Quijote”, primera y segunda partes (Anales Cervantinos, 9, 1961/1962; 13, 1974/1975).

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Juicio Final

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No hay duda de que Cervantes aprovechó sus años de residencia en Roma al servicio de un cardenal para contemplar rendido de admiración el mural El Juicio Final, de Miguel Ángel, en la Capilla Sixtina. Experiencia con la que podría imaginar cuál sería el pai-saje que le aguardaría tras su muerte. El hispanista Jean Canava-ggio nos lo muestra, bajo las bóvedas de la Sixtina, alzando los ojos hacia La creación del mundo y El Juicio Final,1 y Frederick A. de Armas supone con toda probabilidad que Cervantes estuvo en contacto con las obras maestras del Renacimiento italiano. En la década de 1560, justo antes de que luchara en Lepanto, el joven Cervan-tes, como chambelán del cardenal Giulio Acquaviva en la Ciudad Eterna, habría podido admirar obras de Rafael, Miguel Ángel, Luca Cambiaso y Tiziano, y ser testigo de sus colores relativamente fres-cos en las paredes y los techos del Vaticano. Aunque casi no hay documentación de estas visitas, es difícil imaginar que Cervantes hubiera podido mantenerse alejado de las nuevas formas de arte que atrajeron a visitantes de toda Europa. El punto culminante de la investigación de De Armas es una écfrasis de la Capilla Sixtina y El Juicio Final en las proyecciones mentales de don Quijote.2

1 Jean Canavaggio, Cervantes, Espasa-Calpe, Madrid, 1997, p. 96.2 Frederick A. de Armas, Quixotic frescoes: Cervantes and the italian renaissance art, University of Toronto

Press, Canadá, 2006.

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Los huesos de Miguel de Cervantes fueron convocados a Jui-cio Final por sones más gratos que las trompetas en una de las honras fúnebres que aún se siguen celebrando para conmemorar el aniversario de su muerte. Fue el 23 de abril de 1863 cuando el profesor Asenjo Barbieri, desenterrando la música de los siglos Xv y Xvii que se cantó en el entierro de Felipe II, trató de producir un efecto admirable en los oyentes. Cervantes despertaría con el himno latino Dies irae, en que el poeta describe el día del Juicio Final, con la última trompeta llamando a los muertos ante el trono divino, donde los elegidos se salvan y los condenados son arroja-dos a las llamas eternas. Según el emocionado cronista del acto,

cuarenta voces escogidas, sin instrumento alguno, obedeciendo a la

batuta del hábil maestro, llenaban el templo de armonías tan suaves

y majestuosas, que pocas veces o nunca nos ha hecho un efecto tan

penetrante el eco del Dies irae, canto mortuorio que envidiarían a la

liturgia eclesiástica todas las literaturas del mundo.3

Pieza predilecta del Romanticismo, como si el escritor estu-viese de cuerpo presente, resonaba sublimizando el espacio y ate-rrorizando conciencias.

José Zorrilla, en su poema “A la estatua de Cervantes”, pidió algo casi imposible en homenaje al poeta de Viaje del Parnaso: que otro notable escritor actuase de telonero cuando la humanidad se reuniera en el Valle de Josafat para pedir silencio ante la aparición de Miguel de Cervantes sobre el escenario celestial, rodeado de pavoroso estruendo:

Cuando al eco atronador

de la funeral trompeta

3 La España, Madrid, 24 de abril de 1863.

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se junte el mando en un valle,

mándale al mundo que calle,

y dile que era un poeta.4

Por haber sido un auténtico escritor, también se libraría en tan terrorífico paisaje de que algún arcángel lo anotase en el libro de los culpados. Dos prestigiosos narradores rusos le avalarían portando en su presentación ante el alto tribunal el Quijote bajo el brazo, su buena obra. Dostoyevsky pretendía que todo resuci-tado acudiese con el volumen en alto: “Ese libro, el más triste de todos, no olvidará el hombre llevarlo consigo el día del Juicio Final, y denunciará el más hondo, terrible misterio del hombre y de la humanidad en el contenido”.5 Y Tolstói contó en una carta que, el día del Juicio Final, Dios llamó a los hombres para demandarles qué habían hecho por la humanidad. Fueron desfilando y desfi-lando genios, eminencias, filántropos… Y Dios mostraba, cada vez más, tedio e impaciencia. De pronto, descubrió a un hombrecillo enjuto, algo encorvado, barba que un día fuera rubia y una sonrisa triste y profundamente humana, allá en un rincón, gola al cuello y una espada tan averiada como su mano izquierda, que le ayudaba a sostener un libro… Miguel se lo ofreció: Don Quijote. Dios comenzó a leerlo. Y, de pronto, a llorar. Y a abrazar a Cervantes en silencio. “Después de mí, tú eres el que más ha hecho por todos esos hom-bres… Y por ese libro tuyo, les perdono a todos”.6

Cervantes se reiría recién llegado al Valle de Josafat, lugar en que Santiago de la Vorágine dio por sentado que se celebraría el

4 José Zorrilla, “A la estatua de Cervantes”, en Biblioteca portátil española, o colección de las mejores poesías, novelas, dramas etc. de los escritores españoles del siglo XiX hasta nuestros días, t. I, Leibrock, Brunsvico, 1841, pp. 338-344.

5 Roberto Monforte Dupret, Las andanzas del Quijote por la literatura rusa, Huerga y Fierro, Madrid, 2007, p. 169.

6 Ernesto Giménez Caballero, “Lo cuenta Tolstói”, en Memorias de un dictador, Planeta, Barcelona, p. 311. Seguramente confundió a Tolstói con Dostoyevsky.

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día del Juicio Final,7 al recordar los comentarios con que Cristóbal Suárez de Figueroa ridiculizó su fracaso para llevar sus comedias al teatro. En las antípodas de las alabanzas de los escritores rusos, dijo que sus comedias, en el último caso, sólo podrían tener oyen-tes en el escatológico escenario de Josafat.8 En el Quijote, el Juicio Final recibió el nombre, en una de las muchas veces que fue men-cionado, de “residencia universal”.

* * *

De pronto, con la humanidad extinguida tras impactar en la tierra un meteorito, Miguel de Cervantes aparecerá en el desierto del Sahara luego de ser convocado junto con los demás muertos a prestar testimonio ante el Padre Eterno, presidente del tribunal del Juicio Final que se acababa de montar alrededor de 2012. En una novela de humor irreverente, Giudizio Universale, dará cuenta de ello el escritor, actor y comediante italiano Paolo Villaggio. He aquí, según la respuesta del Todopoderoso a su Paloma del Espíritu Santo, que actúa de secretaria, por qué se decide organizar el esca-tológico acontecimiento del cristianismo en dicha zona:

—¿Y dónde lo hacemos?

—En la parte de la tierra donde se encuentra el desierto del Sahara.

—Pero debe tener mucho espacio. Habrá un montón de gente.

¿Cuánta más o menos?

7 “El Juez se presentará en el Valle de Josafat y juzgará tanto a los buenos como a los malos. A los buenos colocarálos a su derecha y a los malos a su izquierda. Probablemente él se situará en un lugar alto para que pueda ser visto de todos. No es necesario creer que toda la humanidad vaya a caber en la pequeña área del referido valle […]. En la superficie de ese valle estarán los que quepan; el resto se situará en lugares adyacentes […]. Además, si fuese necesario, los bienaventurados, debido a la agilidad de que ya gozarán sus cuerpos, podrían estar suspendidos, como flotando en el aire” (Santiago de la Vorágine, La leyenda dorada, t. I, Alianza Editorial, Madrid, 1984, p. 27).

8 Cristóbal Suárez de Figueroa (ed. María Isabel Bascuñana López), El pasajero, vol. 1, PPU, Barcelona, 1988, p. 233.

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—¿Qué preguntas haces? Muchos... sumando todos los que van en

pensiones...9

La principal necesidad de quienes hacían colas entre las dunas para ser juzgados era el agua, derramada en este cómic literario en que Paolo Villaggio ha convertido El Juicio Final de Miguel Ángel. Los judíos vendían el litro por un dólar frente a un Jesús escanda-lizado y el intento frustrado de un ángel de comprar una botella a crédito. Cervantes prestará declaración después de que lo hicieran brevemente los compañeros del grupo cristiano: Dante, Homero, Lucrecia Borgia y Shakespeare. Tras intervenir ante el divino tribu-nal, el escritor deja espacios en blanco y líneas de puntos suspen-sivos, sin que sepamos dónde irá a parar con sus huesos:

Se oye una risa española: “Yo soy Miguel de Cervantes. En primer

lugar se muestra que he perdido el uso de la mano izquierda el 7 de

octubre de 1571, en la batalla de Lepanto contra los turcos. Mientras

que aquí, entre estos poetas veo un montón de vagos. En mi novela

Don Quijote de la Mancha he contado cómo creer en los valores del

pasado debe ser considerada auténtica locura y que la falta de cul-

tura del escudero Sancho Panza es realmente una gran sabiduría”.

Don Quijote y Sancho Panza son conocidos como Laurel y Hardy,

pero ninguno de nosotros ha leído la novela.10

9 Paolo Villaggio, Giudizio universale, Milano, Feltrinelli, 2011, p. 11. Como un cronista apasionado y curioso, el autor describe el Juicio Universal, concentrándose en los personajes más notables de la his-toria: María Antonieta, Hitler, Leonardo da Vinci, Cristóbal Colón, el papa Wojtyla, Zinedine Zidane…Tras impactar un meteorito en la tierra y extinguirse la humanidad, se hace un loco retrato de ella al presentarse ante el Tribunal de Dios. Con grotesca e irreverente ironía, Paolo Villaggio hace desfilar ante el Padre Eterno, afectado de Alzheimer, el más variopinto elenco de personajes de todas las épo-cas, creando un fresco audaz en el que dichas figuras se turnan para dar su testimonio.

10 Ibidem, pp. 60-61.

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* * *

Cervantes acabará subiendo a la barca de Caronte, como si hubiera caído del cielo de El Juicio Final de Miguel Ángel al ángulo más tenebroso. Francisco Gomes de Amorim, tras embarcarlo en su obra dramática Figados de tigre, escrita para el carnaval de 1857, jus-tifica en sus aclaraciones este paseo de Cervantes por la laguna Esti-gia: “Miguel de Cervantes Saavedra, autor del famoso Don Quijote, fue puesto por mí en el infierno, entre los personajes de Grecia y de Roma paganas, con la misma libertad usada por Dante en su infierno”.11

Caronte, que hace girar el barco hacia el lado del infierno, aviva el fuego de la fragua, las ruedas se mueven lentamente, y des-pués de cantar una ridícula canción le habla de su bote a Cervantes. Los ingleses se habían deshecho de él porque estaba podrido, y él lo compró por seiscientos mil reales. Cervantes, al ver salir de la caseta al perro Cerbero, se extraña de su aspecto:

Cervantes. Pero yo siempre he oído decir que Cerbero tenía tres cabe-

zas. Can tricéfalo, lo llaman los poetas.

Caronte. Es cierto, pero el paso del tiempo ha modificado mucho

las cosas y los individuos. El perro, teniendo tres cabezas, tenía

consecuentemente tres bocas, y no sé si por eso debía tener tres

11 Francisco Gomes de Amorim, Figados de tigre, Typ. Universal de Thomaz Quintino Antunes, Lisboa, 1869, p. 273. Se trata, como indica el subtítulo, de una “parodia de melodramas”, una extraña carica-tura de la caricatura. En la escena 2 del cuarto acto hay un diálogo entre Caronte y Cervantes que unas veces habla en castellano y otras en portugués (pp. 120-123); en la escena 3 prosiguen la conversación entre las sombras y los gritos de los condenados (pp. 123-133). En la 4 reaparece don Quijote cantando uno de los poemas que se incorporan intencionadamente en la obra con versos de ínfima e irrisoria calidad (p. 134). En las escenas 5 y 6 figuran Caronte y Cervantes (pp. 134-141). En la 7 sale otra vez el hidalgo de la Mancha, hablando y cantando en portugués (pp. 142-147). Después no intervienen más ni el amante de Dulcinea ni su ilustre autor. Las acotaciones indican constantemente la reproducción de extractos de óperas famosas (Rigoletto, Fausto, A pega ladra, Lucía de Lamermoor, Safo y La traviata), una estrategia de pastiche que tiene su paralelo en el mundo literario por las apariciones de don Qui-jote, Cervantes, Macbeth, Otelo y Tito Andrónico, entre otros. Con esta pieza, Gomes de Amorim se adelantó en su tiempo al teatro del absurdo.

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135La vida en ultratumba

estómagos; lo cierto es que, dada la carestía de los géneros y las

décimas y economías, que ahora están de moda para desplumar

todo el mundo a diestro y siniestro, se decidió que el perro Cerbero

era igual con una que con tres cabezas, y le fueron suprimidas las

otros dos.12

Caronte concluirá el tema del diálogo con esta nota de absurdo humor: “Todo hoy está muy cambiado. Cerbero ha decaído con la edad, ya no ladra, ni muerde. Y hubo que poner aquellos culos de botella a la muralla para evitar que nadie venga nadando a meterse dentro del infierno”.13

El escritor español, ignorando su destino en aquel reino de Hades, sólo supo, tras preguntar al famoso barquero, que lo ten-drían que decidir los jueces, extrañándose de que también los hubiera en el infierno. Navega sin conocer su rumbo entre los gri-tos de los condenados, encerrados en prisión con paredes de dia-mante hechas así por puro lujo. Como para Caronte los hombres de bien de “allá arriba” estaban mal vistos en su reino y eran casti-gados con una chinela vieja, el célebre Miguel de Cervantes se teme la peor suerte:

Cervantes. ¡En este caso estoy bien arreglado! No sólo me parece que

seré condenado a la chinela vieja sino que creo que me arrancarán

la piel… ¡si todavía tuviera!

Caronte. Poetas, novelistas, dramaturgos, literatos, también son tra-

tados aquí de acuerdo con sus méritos... ¡de predicadores de mala

muerte!

Cervantes. ¡Oh diablo!14

12 Idem.13 Idem.14 Idem.

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Caronte le dice que no se asuste porque tiene un buen padrino: don Quijote. Cervantes no da crédito; cree que se está bur-lando de él. ¿Cómo puede haber caído un personaje de su imagina-ción en tan horrible lugar? Y cuando aparece don Quijote vestido con su armadura, con la lanza en ristre y un barril de aguador sobre la espalda, cantando música española, su autor exclama extrañado: “¡Es él! ¡Confieso que no lo entiendo!... ¿Fui yo quien lo hice?”.15 “Aquello que llaman fantasía no es otra cosa que el velo más o menos transparente que separa el espíritu de los hombres de la inmortalidad”,16 es la respuesta inteligente que le da Caronte.

En sus diferentes opiniones sobre la existencia de la política en el infierno, Caronte, considerando al escritor un inocente, le ase-gura que el país que no respete a sus payasos políticos no podrá nunca hacer fortuna y será siempre un país de cangrejos. Ante tan absurdas conversaciones, Cervantes se queja: “Si todos por aquí pensáis de esta manera, no llegaré a los Campos Elíseos sin perder la cabeza”.17

El barco se acerca al muelle y Cervantes desembarca. Apare ce Plutón y lo saluda tras la presentación que Caronte hace de él, comunicándole su intención de organizar un baile para recibir la llegada de una nueva alma, la del malvado Figado de Tigre. Acabada la intervención de Cervantes en escena, don Quijote se queja a Plu-tón de que hacía quinientos años que esperaba a una tal Dulcinea y aún no había comparecido.

15 Idem.16 Idem.17 Idem.

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En los éteres con santa Teresa de Jesús y Emiliano Zapata

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En uno de los textos de Zapata rose in 1992 and other tales (Zapata se levantó en 1992 y otros cuentos), concretamente el que da título al libro, Gary D. Keller utiliza un humor absurdo para explorar la raza y el conflicto de clases en la vida mexicana-estadounidense, y trata de mezclar con fluidez el lenguaje de la calle y de la cultura, en español, inglés y spanglish. En dicho relato, el más irreverente e insólito de los que han contado del trasmundo de don Miguel de Cervantes, éste aparece en los éteres de la ciudad de México junto a Emiliano Zapata y santa Teresa de Jesús, en espera de que suceda el Juicio Final. El insólito trío trata de descubrir el espíritu revolu-cionario de México en las postrimerías del siglo XX. Según Anne Tyler, en su crítica literaria, Keller manifiesta una fértil imaginación en esta historia, pero a menudo es incapaz de mantener el control de su narración. Los lectores se pierden en la avalancha de concep-tos y en los cambios constantes del pensamiento y de la escena, abrumados por el juego de palabras caleidoscópicas. “La intención de Keller es asentar en su montaña rusa literaria al lector y que se agarre fuerte”.1

Más cerca de los éteres que de la tierra, en algún lugar inde-finido, Miguel de Cervantes y santa Teresa de Jesús se encuentran intercambiando sus opiniones sobre Jesucristo, y en una de sus

1 Anne Tyler, “Book review”, en The New York Times, Estados Unidos, 29 de noviembre de 1992.

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acotaciones el narrador describe cómo ocurrió la muerte del escri-tor y el espacio en donde los situaba. Cervantes, muerto en 1616 por complicaciones derivadas de la diabetes, “solía decir que ni con toda el agua del Guadalquivir podría saciar su sed”.2 Y el lugar, frente a Teresa de Jesús, “entre éteres y la tierra”, seguía siendo seco para su sedienta garganta:

Un punto de convergencia que los entusiastas de 1992 podrían lla-

mar un agujero de gusano en el universo, pero que preferían ver

como la delgada cintura del reloj de arena, cortando transversal-

mente las dos gruesas mitades de la vida y la muerte o la vida y

otherlife.3

De pronto viene hacia ellos el ánima de Miliano (Emiliano Zapata), vestida con pijama blanca de campesinos. Miguel de Cer-vantes se lo hace notar a Tere (así le llama a la monja y escritora canonizada): “¡Dios mío, mira, mullido y chulo, uno de los días de los cráneos muertos del azúcar pura de caña! ¿Y qué es lo que sabe en nuestro 1992 del efecto que ha causado en el mundo desde 1919? ¡Es una pregunta interesante!”.4

Cervantes le comenta al revolucionario mexicano que pare-cía un caso de prestidigitación estar “tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos”: “Nunca fuiste un haragán, ¿verdad, Miliano? Es por eso que usted se encuentra en compañía de chiflados como nosotros”.5 “Pobrecito enamorado —le dijo Teresa al recién lle-gado—. A Miguel le da una migraña. Él es fiel a su esencia del siglo

2 Gary D. Keller, Zapata rose in 1992 and other tales, Maize Press/Bilingual Press, Hispanic Research Center, Arizona State University, Tempe, 1992, pp. 243-326.

3 Idem.4 Idem.5 Idem.

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Xvii, ya sabes. Cuando se lo llevaron estaba haciendo los últimos retoques en el Persiles y Segismunda. Estos masculinistas…”.6

“Mi querido revolucionario, no me conoce tan bien. Después de todo, yo soy trescientos años mayor que usted”,7 manifiesta y lamenta el novelista que ni él ni su país hubieran leído el Quijote.

El dúo español, dejando averiguar a Zapata que “estaba allí para ‘Apocalypse Now’, día del juicio, o simplemente ‘Armageddon’”,8 entra en disputa sobre el lenguaje que utilizaban, y Cervantes le desvela al mexicano: “Teresa tiene la teoría propia de que se realizará en sus huesos. Ella cree que su renacimiento tiene algo que ver con la evolución del espíritu en el planeta”.9 A lo que la santa responde que no vulgaricen sus encendidos versos. Cervantes vuelve a meter el dedo en su llaga: “Todos ustedes, los místicos, quieren esponsales en el aquí y ahora. ¡Todos quieren a Dios, la carne roja y la sopa de ajo en el mismo mundanal plato!”.10

El episodio más irreverente es el del éxtasis que le hace tener Teresa de Jesús a Emiliano Zapata frente los irónicos comentarios del autor de Don Quijote. La fundadora de las Carmelitas Descalzas se coloca delante del revolucionario herido, con toda su naturali-dad. De repente él se siente bañado en una luz purísima; “el poder del amor entró a través de sus ojos, su nariz, su boca y los orificios auditivos, penetrando en su interior”.11 Desde lejos, Miguel de Cer-vantes le dice con voz de gringo: “¡Ponte chango, vato!”.12 Emiliano Zapata, de pura mexicanidad instintiva, cae embelesado ante sus rodillas como el indio Juan Diego, el 12 de diciembre de 1531, ante la presencia divina de la virgen de Guadalupe.

6 Idem.7 Idem.8 Idem.9 Idem.10 Idem.11 Idem.12 Idem.

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“¡Todo está hecho con humo y espejos, Emiliano!”. Le advierte

Miguel de Cervantes. “Cuidado con el espectáculo del espéculo. ¡Es

holográfico! Usted no tiene ni idea sobre el tipo de cosas que se

pueden hacer en este tiempo. La realidad virtual. A decir verdad,

Teresa es una mujer muy solitaria. Su cadáver ha sido desgarrado en

porciones de pequeños pedazos, como Osiris mismo, para amantes

de la aventura cristiana. ¡En cualquier iglesia de la cristiandad se

encuentra un pedazo de ella!”.13

Zapata se desmaya en los brazos de su amada Teresa y ella lo levanta sin esfuerzo con la mano puesta en su mandíbula. “Él era masilla en sus brazos, pero embelesada masilla; sus extremidades se elevan por encima de la tierra al igual que su sexo masculino”.14 “¡En verdad, he resucitado de nuevo!”,15 exclama el mexicano.

La flecha de la santa sale de su cuerpo y Zapata ve la llama bri-llante en la punta ardiente. Teresa la empuja para que atraviese su corazón y su virilidad. Zapata experimenta un dolor tan delicioso y un tormento tan exquisito que nada en la vida le proporcionaría mayor placer. La autora de Las moradas responde al compañero en conformidad con sus palabras:

Lo que dijiste antes es esencialmente cierto. Soy una mujer solitaria.

Al igual que Osiris, han alquilado mi cadáver en pedazos, esparcidos

y echados en relicarios por todo el mundo. Mi cuerpo es un medio,

una moneda común de voyeurs cristianos que comercian con recor-

tes de uña y hebras de cabello.16

13 Idem.14 Idem.15 Idem.16 Idem.

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Mientras Emiliano siente el fuego del serafín de Dios en el corazón, presionado por el de santa Teresa, le promete, seducido, que la ayudará a reunir su cuerpo troceado.17

Tras resumir como recuerdo una extensa autobiografía, la monja de la Orden del Carmelo se dirige a su compatriota:

—No diga tonterías, Miguel. Usted sabe que los tres estamos atra-

pados aquí por razones personales. ¿Por qué otra cosa podríamos

colgar detrás del cielo?

Cervantes mira amablemente a Zapata para explicarle:

—No sabemos nada más acerca de los problemas finales, sólo la

señal de los éteres y, aunque estamos muertos, vivimos en tanto

como lo hicimos antes. No hay cielo ni infierno en nuestro limbo.18

Teresa toma la mano de Zapata. “Usted lucha con el corazón y las extremidades, y Cervantes con su pluma y su lengua. Elegire-mos nuestros puestos de combate; lo pasaremos bien, querido. Usted debe saber que Miguel y yo vivimos en una era indecente”.19

Ella les explica que cuando tuvo sus visiones, no eran para los gustos de la época. Su Cristo no estaba atado a la columna y coro-nado de espinas, ni doblegado por el peso de su cruz camino del Gólgota. “Lo vi con la corona de oro de su victoria sobre la muerte, real y radiante: ¡un Rey!”.20 Y repite que, después de su canoni-zación, todo buen cristiano quería tener un pedacito de ella para ganar la salvación. Cuando Zapata les pregunta de nuevo por qué

17 Para enriquecer este encuentro que los tres grandes personajes de distintas épocas y países celebran en ultratumba, el autor del relato debía haber pintado sus cráneos en la descripción con el mismo arte que los mexicanos desarrollan en su cultura popular de culto a la muerte. Y además le faltó aumentar el grupo con Frida Kahlo, cuyos huesos rotos hubieran encontrado en el cuerpo desmembrado de santa Teresa una buena compañera de vida eterna.

18 Idem.19 Idem.20 Idem.

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había despertado allí, en 1992, Cervantes le contesta en tono bur-lón. “Porque Dios es un pícaro igual que tú y que yo”.21

En un desplazamiento fulgurante desde los éteres, los tres personajes descienden sobre el puente del Guadalquivir para asis-tir a la exposición universal que en 1992 se estaba celebrando en Sevilla con motivo del quinto centenario del descubrimiento de Améri ca. Cervantes grita con entusiasmo que aquélla era su Sevilla, abrazando con el alma su imponente catedral, su infame cárcel, su Giralda, la escuela donde fueron instruidos Rinconete y Cortadillo, y hasta el tiempo que le tocó vivir en ella.

A la entrada del templo, una madre gitana se acerca hasta Mi liano y pone una rosa roja de sangre en sus manos. “¡Para usted!”.22 Un niño de la misma raza, de no más de ocho años, mira con tristeza al campesino y le tira de la manga. Al ver la gitana que no le entregaba ningún dinero, se enfurece y corre hacia el forastero para arrancarle la rosa de sus manos. “¡Usted, ladrón!”,23 le increpa. De repente, con fuerte energía, el niño casi arranca la bolsa de viaje que Miliano llevaba colgada del hombro. “¿Quién sabe qué pertrechos son transportados por los muertos vivientes?”.24 Miguel le da unas palmaditas en la espalda a su compañero: “¡Ah, los gita-nos! Algunas cosas en España son eternas”.25

Los tres viajeros, “apariciones del otro mundo”, hacen cola para entrar a la catedral mientras escuchan voces que recriminan lo que le ocurrió a Zapata con la vendedora de flores gitana:

Los turistas extranjeros de mierda que tratan de estafar a una pobre

y humilde madre. ¡Mira que uno vestido de blanco! ¡Parece payaso!

Y el otro con barba de chivo, que parece que salió de un museo.

21 Idem.22 Idem.23 Idem.24 Idem.25 Idem.

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¿Quién te crees que eres, el gran Lope de Vega? Y esa pendeja ves-

tida con manto que los acompaña, claramente una alcahueta, que

no debería permitirse en un lugar santo.26

La policía española, con sombreros de tres picos, se dirige hacia los extraños turistas para disculparse con una especie de orgu-llo nacional. “Lo siento. Estos gitanos españoles, los peores de Europa, son verdaderamente incorregibles”.27 Nada más poner los pies en la nave eclesial, uno de los guías turísticos se les aproxima para ofrecer su servicio. Teresa lo rechaza: “No necesitamos un guía. Somos españoles”.28 Y con una actitud de indiferencia, ocultando su ansiedad, le pregunta a continuación: “¿Tiene usted alguna reli-quia de Santa Teresa?”.29 “Por supuesto que tenemos”.30 Y tras dar relación, con una sonrisa socarrona, de todos los miembros huma-nos que guardan, la santa descalza siente náuseas.

Rápidamente, en otro viaje astral, se trasladan a la plaza Roja de Moscú para conversar como tres espectadores más del Día de la Primavera y el Trabajo, que se celebra el 1 de mayo, entre los comu-nistas acérrimos y carteles de protesta.

Cervantes hace un aparte con Zapata. “¡Esto es una locura! Una inmensa mezcolanza. Habrá que esperar una década para que las cosas tengan un sentido, y volver en 2002. Para entonces los vie-jos comunistas habrán entrado en la fase de nostalgia”.31 Zapata se muestra cada vez más irritado con Cervantes porque lo trata como a un ingenuo iletrado.

En la tercera de sus travesías relámpago en busca del joven Eddie Zapata, recorren la ciudad de Los Ángeles para enfrentarse

26 Idem.27 Idem.28 Idem.29 Idem.30 Idem.31 Idem.

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con otro gran problema: las protestas de un barrio miserable. La gente que los ve caminar se ríe de sus antiquísimos atuendos:

—¡Ustedes, tíos! Usted con la barba… ¡Usted, vestida toda de

blanco como un hindú en un funeral! ¿Qué sois? ¿Desempleados?

¿Actores?

—Abran paso —les ruega Cervantes—. Estamos buscando a Eddie

Zapata.32

Tras varios incidentes con la violenta juventud chicana, Emi-liano descubre a Eddie, su nieto, y cuando trata de darle ánimos para que continúe con su lucha por la igualdad de todos los ciuda-danos, las palabras de quien heredó su sangre le duelen y ofenden en lo más hondo: “Olvídese de la Revolución, hombre. Llegados a este punto, necesito un techo sobre mi cabeza y algunos pañales y leche para la nenita”.33

De súbito, Teresa desaparece y vuelve con un galón de leche y varios comestibles. Eddie, sin distinguir sus cuerpos, exclama que aquello era un milagro. Posteriormente, viajando como ánimas en pena, Cervantes no participará más en el diálogo con sus dos com-pañeros de peregrinación otherlife.

32 Idem.33 Idem.

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Los huesos más buscados

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El rey José Napoleón, protector de las ciencias y de los sabios, por decreto del 21 de junio de 1810, mandó trasladar los monumentos sepulcrales de los grandes literatos y artistas desde los conventos suprimidos a las iglesias principales; el artículo 2 decía: “En esta capital las cenizas de Miguel de Cervantes que yacen en el con-vento de las Trinitarias […] se trasladarán a San Isidro el Real”.1 Bonaparte mandó al corregidor de Madrid, Dámaso de la Torre, que, acompañado de un arquitecto del municipio y de un médico tan docto como Ignacio Ruiz de Luzuriaga, buscaran el cadáver o esqueleto de Cervantes; y así lo hicieron, proporcionando señas y señales muy minuciosas. En el comienzo de su misión exhumaron algunos huesos que no eran del Manco de Lepanto y sí acaso de algunos capellanes de la comunidad, que por devoción o gra-titud fueron enterrados en la bóveda de la sacristía. Cuando más engolfados estaban en la tarea se alborotó Madrid contra el usurpa-dor, y recogiendo todos los huesos se volvieron a sepultar unidos.2

Desde Cádiz, en la Gazeta de la Regencia, criticaron el tétrico proyecto del invasor francés:

1 Prontuario de las leyes y decretos del Rey N.S. Don José Napoleón I del año 1810, t. II, Imprenta Real, Madrid, p. 174.

2 Manuel Carbonero y Sol, “Cervantes y el convento de religiosas trinitarias de Madrid”, en La Cruz, Madrid, 19 de mayo de 1905.

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El gobierno intruso, continuando su sistema de alucinar a los

incautos con proyectos pomposos que nunca se trata de realizar,

ha expedido un decreto mandando que se desentierren los huesos

de Cervantes, Solís, Cortés y otros españoles célebres que yacen en

esta capital y fuera de ella, y se trasladen con aparato y ostentación

a la iglesia de San Isidro el Real.3

Tarea imposible porque, además de ignorarse el sepulcro individual de dichos héroes de la pluma y de la espada, aunque se supieran las iglesias en que se inhumaron, también se descono-cía de dónde habían de salir los caudales necesarios para la ejecu-ción de tal proyecto, cuando no se pagaba a nadie y faltaba dinero para lo más preciso.

En 1837, por decreto de las Cortes Constituyentes, se mandó destinar para panteón nacional la iglesia de San Francisco el Grande, adonde se trasladarían con la mayor pompa posible los restos de los españoles ilustres. En 1841 se reanudó el interés sobre el mismo asunto4 y en 1869 decidieron los hombres de la Revolu-ción poner, por fin, en práctica aquella idea. Se buscaron por todas partes cenizas gloriosas, sin encontrar las de Cervantes, Tirso, Lope, Velázquez… Otros restos se sacaron de las iglesias donde yacían y se formó una solemne comitiva para conducir a San Francisco los restos de Juan de Mena, Garcilaso, el Gran Capitán (Gonzalo Fernández de Córdoba), Quevedo, Calderón de la Barca… En San Francisco quedaron depositados, pero el panteón no se hizo. Luego fueron devueltos algunos de ellos a los lugares de donde proce-dían, y de otros no se supo lo que había sido.5 En una de las críti-cas a la macabra peregrinación que se llevó a cabo se leía: “Cuánto

3 Gazeta de la Regencia de España e Indias, vol. 3, Cádiz, 10 de noviembre de 1810, p. 892.4 Ventura Ruiz Aguilera, Españoles ilustres cuyos restos han de ser trasladados al Panteón Nacional en el

solemne día de su inauguración, 13 de junio de 1869, Imprenta de Carlos Frontaura, Madrid, 1869, p. 5.5 Pedro de Répide, “Los cementerios de Madrid”, en La Ilustración Española y Americana, 30 de octubre

de 1915.

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habría dado el gobierno revolucionario de 1869, fundador del Pan-teón Nacional, por encontrar las cenizas auténticas de Cervantes”.6

Gustavo Adolfo Bécquer, tan aficionado a perseguir fantasmas para encerrarlos en sus leyendas, ante las diligencias que se habían practicado a fin de conocer el preciso lugar del enterramien to de Cervantes, es el primero en proponer que, supuesto se tiene certi-dumbre de que yace en las bóvedas de la iglesia de las Trinitarias, se considere “el templo todo como tumba apenas bastante para contener tan inmensa gloria”.7 Años más tarde, en coincidencia con el autor del Libro de los gorriones, Antonio Maura, con su habitual fuerza de expresión, llamaría “tumba difusa” de Cervantes a la igle-sia de las Trinitarias.

Cuando en 1883 Javier Fuentes y Ponte se disponía a trasladar desde la iglesia de San Isidro de Madrid a la catedral de Murcia los despojos que se conservaban de Diego Saavedra Fajardo, le expli-caron que la calavera y los dos fémures “fueron tenidos como de Cervantes por algunos servidores de la Colegiata, y aún había tra-dición de haberles hecho honras”.8 Pasaron durante muchos años por ser de Miguel de Cervantes, debido al apellido “Sabedra” que se leía en el hueso frontal de la calavera, mal escrito por algún lego de la Colegiata.

6 Madrid Cómico, Madrid, 29 de marzo de 1885. Con motivo de la fundación del Panteón Nacional, Ángel Fernández de los Ríos ofreció una esperanza de que pudiesen hallarse los restos de Cervantes, propo-niendo a los cervantistas: “Que se forme una asociación dedicada a apurar todos los medios de hallar los restos de Cervantes; que esa asociación acuda al gobierno pidiendo el derribo de las Trinitarias; que los asociados se dividan en comisiones que estén constantemente al cuidado del derribo; que se levante un acta de todo lo que en él ocurra para hacer constar ante Europa que, si hubo tiempos en que los españoles dejaron perder la tumba de Cervantes, han llegado otros en que han movido para encon-trarla hasta la última piedra y el más leve polvo del edificio donde podría hallarse” (Ángel Fernández de los Ríos, “Cervantes y el Quijote. Droapiana del año 1869”, en La Época, Madrid, 17 de diciembre de 1870).

7 Gustavo Adolfo Bécquer, “A la memoria de Miguel de Cervantes”, en La Ilustración de Madrid, núm. 2, Madrid, 27 de enero de 1870.

8 Javier Fuentes y Ponte, Sumario del descubrimiento de los restos de D. Diego Saavedra Fajardo, Imprenta de El Diario, Murcia, 1883, p. 11.

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El único texto en que se describe la investigación llevada a cabo en los subterráneos del convento de las Trinitarias, en pos del esqueleto de Miguel de Cervantes, fue publicado por José Ortega Munilla, comisionado por la Real Academia junto a otros dos de sus miembros en 1905, año del tercer centenario de Don Quijote. El obispo de Madrid-Alcalá les dio todo género de facilidades para la exploración en que fueron guiados por un arquitecto. Con emo-ción inenarrable, tal vez esperarían tocar el cráneo en que se fra-guó la armadura de don Quijote; tal vez la mano, ya sin carne, que lo escribió:

Anduvimos por aquellos lugares negros, en que nos alumbraba

una lámpara de acetileno […] No dimos con la huesa […] Es que

en el templo y en el recinto conventual se han operado a través de

los años muchas reformas, y los yacimientos sepulcrales han cam-

biado de sitio; prescindiendo de que no haya intervenido una mano

osada, criminal y salvaje que reuniera en cualquier rincón lo que

estaba depositado en varias sepulturas.9

Otro de los intentos frustrados en esta valdeslealesca exposi-ción se produjo en 1914, cuando la Liga Cervantina, animada por el centenario de Cervantes, nombró una comisión compuesta por tres de sus consejeros para que visitasen al presidente del Consejo de Ministros “con el fin de recabar el apoyo del gobierno para llevar a efecto una investigación científica, encaminada a identificar los res-tos de Cervantes”.10 Proyecto que quedaría en papel mojado, pues en ningún diario ni documento de la época se encuentra después de esta nota más información sobre ello.

9 José Ortega Munilla, “En homenaje de Cervantes”, en El Día, Madrid, 26 de abril de 1917.10 El Heraldo de Madrid, Madrid, 21 de mayo de 1914. Esto fue publicado también, del 21 al 25 de mayo,

por los diarios madrileños La Época, El Imparcial, El País y La Correspondencia de España.

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Al momento de escribir estas líneas, la última operación que se había puesto en marcha para liberar los restos del mayor escri-tor español aún no había podido realizarse. La noticia de que el historiador Fernando Prado Pardo había organizado la búsqueda arqueológica de Cervantes tuvo repercusión nacional e internacio-nal durante la segunda mitad de 2011. Con un georradar y rayos infrarrojos, el mismo medio utilizado por el FBi para localizar víc-timas de asesinatos, se barrería el subsuelo del templo. Después, un equipo de arqueólogos procedería a la exhumación y selección de los restos, y el catedrático de antropología legal Francisco Etxe-barría Gabilondo habría de:

identificar los restos de un individuo varón, en torno a setenta años

de edad, con una lesión ósea característica en el brazo izquierdo

producto de la invalidez de este miembro por herida de combate y

con muestras de haber recibido, por lo menos, otra herida por arma

de fuego en el pecho.11

Comprobada la identificación del individuo más allá de toda duda se procedería al estudio y a una reconstrucción facial (no existe ningún retrato fiel de Cervantes, todos los que se cono-cen fueron pintados después de su muerte). A pesar de contar con el aval del Arzobispado de Madrid, la Real Academia Española y el Ministerio de Defensa, el proyecto de investigación tardó en arran-car. Todos los organismos le negaron la subvención que solicitaba por la crisis económica que sufre el país. Por ello, en la primavera de 2012 Fernando Prado lanzó la última tentativa de recabar fondos que ayudaran a desenterrar el cuerpo de Cervantes mediante una

11 Rafael Fraguas, “En busca de los huesos de Miguel de Cervantes”, en El País, Madrid, 25 de julio de 2011.

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subvención popular, soñando con hacerle un funeral de Estado “al español más universal de toda la historia”.12

Desde Manhattan, el escritor y profesor Kristopher Jansma comentó que quizás Prado hubiera visto demasiadas películas de Indiana Jones y leído un poco de Dan Brown, comparándolo con el mismo don Quijote, que se embarcó en su propio viaje después de haber leído muchos libros de caballería.13

Como apéndice de este capítulo tendríamos que hablar del brazo de Cervantes, porque hay aún quien cree que se enterró lejos de su cuerpo. La investigadora Alicia Villar Lecumberri, par-tiendo de la frase que ha dado pie a no pocos equívocos, “Cervantes fue herido y perdió su brazo en la batalla de Lepanto (1571)”, nos cuenta una experiencia que resulta increíble:

Me viene a la mente la preocupación de un corfiota, quien me pre-

guntó a ver si en alguna parte se decía o se insinuaba dónde se

encontraba el brazo que perdió Cervantes en la Batalla de Lepanto.

Decía el buen hombre que en la Iglesia Católica de la Anunciación,

en Corfú, hay una tumba en la que se sabe que fueron enterradas

víctimas de la Batalla de Lepanto. ¿No estaría el brazo de Cervantes

entre aquellos restos? De ser así habría que darlo a conocer.14

12 Fernando Prado Pardo Manuel de Villena, “Muerte y enterramiento de don Miguel de Cervantes. Pro-yecto de localización e identificación de sus restos”, en Anuario de Estudios Cervantinos, núm. 9, Mirabel Editorial, Pontevedra, 2013, pp. 323-335.

13 Kristopher Jansma, “Literary artifacts: The quixotic search for Cervantes’s bones”, en Electric Literature, sitio web http://goo.gl/H1t9vy [consultado el 8 de mayo de 2015].

14 Alicia Villar Lecumberri, “La presencia de Cervantes en los manuales griegos”, en Volver a Cervantes. Actas del IV Congreso Internacional de la Asociación de Cervantistas, vol. I, 1-8 de octubre de 2000, Univer-sitat de les Iles Balears, Palma, 2001, p. 86.

El error de mostrar a Cervantes mutilado se extendió fuera de España. En la edición inglesa de las Novelas ejemplares, impresa en 1742, la imagen grabada del Manco de Lepanto aparece sin su mano izquierda, que es sustituida por un evidente muñón (Gran enciclopedia cervantina, Castalia, Madrid, 2005, p. 4904).

A punto de inaugurar en México la Biblioteca Cervantes, quien fuera rector de la Universidad Nacio-nal Autónoma de México y secretario de Educación Pública, José Vasconcelos, se enteró de un graví-simo error que estuvo a punto de cometer. Francisco de Icaza le advirtió que a la estatua de Cervantes le faltaba un brazo. “Era manco, pero no porque le faltase el brazo, sino porque lo tenía tullido”. A

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Ante la imposibilidad de alcanzar la fosa donde se hallan los restos de Cervantes, un escritor americano, cuyo nombre ha per-manecido oculto, propuso a uno de los miembros de la Sociedad Cervantina este atrevido razonamiento:

Decid al capellán de las Trinitarias que os deje exhumar unos res-

tos, los que sean, y anunciad a bombo y platillo que esos y no otros

son los restos de Cervantes [...] Pero, hombre, eso es un engaño, un

fraude […] Pero, ¡qué más dan unos huesos que otros!... Razonad:

en aquel tiempo se llevaban los cuerpos en parihuelas o en un cajón

sin tapa, y se enterraban sin nada que los aislara de la tierra. Por

consiguiente, al poco tiempo los restos quedaban fundidos hasta

que se convertían en polvo. Así, pues, no es nada fácil que queden

restos de aquellas épocas.15

Y añadió con bastante socarronería:

Si vosotros reunís unos restos y decís que son los de Cervantes,

aunque no sea así, aunque sean sólo los de un español ignorado,

nadie va a contradeciros. Y figuraos el revuelto que armaríais… La

Real Academia, nuestros pueblos de América, vuestra propia Socie-

dad Cervantina… Y al transcurso de unos años, aquellos huesos

acabarían definitivamente por ser los de Cervantes.16

Manuel Azaña se imaginó una vez lo que sucedería si el esqueleto del Manco apareciese: “¡Qué embriaguez! ¡Cuántas

lo que el secretario de Educación contestó: “De la que nos hemos librado […]; bien se iban a reír de nosotros los eruditos […]; aquí el ignorante he sido yo, junto con el escultor y los ingenieros […]; en seguida correré el aviso de que le pongan a ese Cervantes un brazo tieso […] ¡Ja, ja, ja!; muchas gra-cias, don Francisco” (José Vasconcelos, Memorias II. El desastre, Fondo de Cultura Económica, México, 1982, p. 243).

15 Federico Torres Yagües, Medio siglo entre escritores, Gráficas Yagües, Madrid, 1972, p. 74.16 Idem.

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procesiones y carrozas, qué profusión de reliquias, cómo nos revol-caríamos en la fosa abierta, poseídos de furia patriótica sepulcral!”.17 Por ello, para Luis Astrana Marín, el mayor biógrafo cervantino, más vale que sus restos “duerman en paz, modestamente ignora-dos, que no en soberbios sepulcros de mármoles, oros y bronces, propicios a la profanación”.18

17 Manuel Azaña, “Quintana, en la infausta remoción de sus huesos”, en Plumas y palabras, Editorial Crí-tica, Barcelona, 2002, p. 160.

18 Luis Astrana Marín, “La muerte de Cervantes”, en ABC, Madrid, 23 de abril de 1940.

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Fantasma en el Congreso de los Diputados

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El oratorio donde Miguel de Cervantes fue a comulgar durante las postrimerías de su vida siempre atrajo a sus admiradores, como si en dicho ámbito se produjera un extraño magnetismo para invocar su presencia fantasmal desde el otro mundo. Allí donde se celebró la última comunión de Cervantes fue donde por primera vez elevó oraciones y quemó incienso por su alma un grupo de escritores. Aunque, como veremos más adelante, se equivocaron de lugar.

El día 10 de octubre de 1856, a las diez de la mañana, se ofició una misa fúnebre por el alma de don Miguel de Cervantes Saavedra en el oratorio de la calle del Olivar, a cuya Congregación del San-tísimo Sacramento perteneció. Como consecuencia del acto, sur-gió en algunos jóvenes asistentes la idea de trabajar para que se celebrase todos los años un aniversario en honor de los literatos españoles difuntos, y que este aniversario tuviese lugar el 23 de abril, fecha en que dejó de existir el inolvidable Manco de Lepanto.1 Noticia desconocida u olvidada por la Real Academia Española, que presume de celebrar por vez primera, el martes 23 de abril de 1861, el aniversario de la muerte de Cervantes con una función religiosa en la iglesia de las Trinitarias.

Demuestra José Fernández Bremón en su investigación que se desviaron al suponer que Cervantes visitó el oratorio del Olivar,

1 La Discusión, Madrid, 12 de octubre de 1856.

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que no existía en vida del escritor, en vez de consignar el hecho curioso de que veló de rodillas al Santísimo, y acaso encomendó su alma a Dios con la certeza de la muerte, en el solar que hoy ocupa el Congreso de los Diputados:

Cervantes perteneció a la cofradía de Esclavos del Santísimo Sacra-

mento, que todavía se conserva, según creo, en el oratorio del Olivar,

pero había muerto antes que la Congregación ocupase ese oratorio;

en donde cumplió sus rezos y velas de cofrade fue en la iglesia de la

plaza de Jesús de Trinitarios Descalzos, y los últimos en la iglesia del

Espíritu Santo, según las traslaciones que se citan en el historial de

la citada cofradía: en dicha iglesia veló Cervantes el Santísimo por

última vez. ¿Y dónde estuvo esa iglesia? Es lo que hoy es palacio del

Congreso: si hoy sobre el mismo solar se legisla, allí dobló las rodi-

llas Cervantes, enfermo y viejo y próximo a la sepultura.2

Un día de otoño de 1970, el director del semanario Tirabeque publica en verso la noticia de que Cervantes ha llegado hasta las puertas del Congreso decidido a entrar en la Cámara de los Dipu-tados. Al exigir el portero, antes de permitirle el paso, que dejase la espada y dijese su nombre, el fantasma responde que es alférez y que vertió su sangre en Lepanto, por lo que estima tanto su acero que no puede entrar sin él. Tras ser amenazado por el guardián con entregarle a un policía para que no estorbe, Cervantes se presenta como el espectro que habita en la estatua que se levantó frente al Congreso:

2 José Fernández Bremón, “Crónica general”, en La Ilustración Española y Americana, Madrid, 8 de febrero de 1903. En el mismo lugar que ocupa hoy el Congreso se levantaba, desde su construcción en 1594, el convento del Espíritu Santo. Un gran incendio lo consumió en su totalidad y causó algunos daños en el templo a fines de marzo de 1823, mientras se hallaban en él oyendo misa el duque de Angulema al frente de todo su Estado Mayor y un regimiento de la Guardia que llenaba la nave. Se retiraron los clérigos a otra de las casas de su orden y la iglesia de la carrera de San Jerónimo quedó cerrada, en aban-dono y en creciente ruina, hasta que, once años después, en 1834, al instalarse de nuevo las Cortes, se dispuso el aprovechamiento de ella para celebrar las sesiones del Estamento de Procuradores.

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—Soy esa criatura sombría

que habrás visto en el espacio,

frente a frente a este palacio,

un día tras otro día.

Y en mi negra frente calva,

veo surgir hora tras hora

la roja luz de la aurora

y la amarilla del alba.

—¡Jesucristo! ¿Sois de piedra?

—No hay que asustarse, buen hombre.

—Entonces…

—Llevo por nombre

Miguel de Cervantes Saavedra.

Soy, y no te cause espanto,

puesto que hoy un nombre es mote,

el autor de Don Quijote.

¡Paso al Manco de Lepanto!3

Tras los puntos suspensivos con los que se da a entender que el escritor de piedra ha entrado en el hemiciclo para escuchar los discursos políticos desde cualquier asiento, éste se lamenta sobre las cosas que oyó respecto a los mártires de Villalar y comienzan a llorar sus ojos.

Cervantes, en uno de los capítulos que dedica Carlos Coello a su vida en “El nuevo Lázaro”, después de resucitar por medios científicos se presentará como diputado y, obteniendo los votos suficientes, ocupará un escaño de aquel Parlamento. Todos espera-ban con expectación el día de su primer discurso; diputados y sena-dores ocuparon todos los escaños del Congreso, y las tribunas se

3 Ángel Gamayo, “A las puertas del Congreso”, en Tirabeque, Madrid, 20 de noviembre de 1870. El autor confunde o no le importa cambiar el bronce de la estatua de Cervantes, existente desde 1835 en la plaza de las Cortes, por la piedra.

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engalanaron con las mujeres más lindas de Madrid. Tras la invi-tación del presidente de la Cámara (“El señor Cervantes tiene la palabra”,4 dijo), el novelista que mejor dominaba el castellano no acertaba a hablar:

En aquel solemne momento, la emoción que le embargaba el

ánimo, la falta de costumbre de hablar delante de tanta gente, los

nervios, que siempre nos meten en atolladeros de donde no nos

saben sacar, obligaron a hacer a Cervantes una figura más triste que

la de don Quijote, atropellado por la torada.

Aun después de reponerse un poco, apenas acertó a decir cosa a

derechas, y sentose entre el silencio más respetuoso y glacial del

mundo, y sin otra felicitación que la que el gobierno debió dirigirse

a sí mismo.5

Tan estrepitoso fue el fracaso parlamentario del que ya comenzaban a llamar “el pobre Cervantes”, que en los teatros imi-taban su discurso entre las risas y el aplauso del público. Desterrado tiempo después en París por participar en una revuelta, pronto fue llamado por Antonio Cánovas, que comenzaba a chochear a sus setenta años. Como no podía ser ministro con su ridícula oratoria, le nombraron consejero de Estado; pero pronto cayó el ministerio y él quedó cesante.

Cervantes también ha formado parte de la procesión de fantasmas que viene apareciendo en la iglesia desacralizada del Congreso. José Antonio Primo de Rivera, en uno de sus artículos políticos publicados en 1934, da fe de ello como testigo de excep-ción. Fue cuando se suspendieron las sesiones tras la crisis del gobierno del señor Alejandro Lerroux, y José Antonio penetró con

4 Carlos Coello, “El nuevo Lázaro”, en Cuentos inverosímiles, Biblioteca Perojo, Madrid-París, 1878, pp. 543-545.

5 Idem.

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sus compañeros en el salón de sesiones que imaginaban desierto. Sólo estaba iluminado por la claraboya y las ventanas de arriba. Parecía mayor que de costumbre, en aquella silenciosa semios-curidad.

Cuando he aquí que por todas las puertas empezaron a aparecer

hileras de fantasmas. Al principio sentimos algún sobrecogimiento;

pero pronto los identificamos como fantasmas conocidos […]

Los fantasmas fueron ocupando todos los asientos. Trece fantasmas

se apretaron en el banco azul. Un grave fantasma se encaramó a la

presidencia. Este dijo:

—Se abre la sesión.

De la cabecera del banco azul salió una voz extraterrena:

—Pido la palabra…6

Fantasmas que pronunciaban todos los tópicos parlamen-tarios, que resonaban como ecos de muerto, cuyo verbo no era otra cosa que enunciación de su esencia misma. Cuando hubo ano-checido del todo quedó el recinto en pura tiniebla. “¡Qué bien se estaba allí a aquella hora, sin fantasmas y sin diputados!”.7

Al hallar en 2009, durante las obras de saneamiento y rehabi-litación que se estaban llevando a cabo en los sótanos del Congreso de los Diputados, restos humanos, dos cráneos, tibias y peronés, los periodistas comenzaron a buscarle de nuevo compañeros noc-turnos al alma en pena de Cervantes:

El palacio del Congreso de los Diputados tiene sus fantasmas, como

todo edificio antiguo y con solera de Madrid que se precie. Algunos

aseguran que los han visto o sentido. Que se lo pregunten a los que

6 José Antonio Primo de Rivera, “Defunción (el Parlamento visto de perfil)”, en Falange Española, núm. 9, 8 de marzo de 1934.

7 Idem.

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tienen que hacer turno por la noche. El hallazgo de restos huma-

nos en el sótano del viejo Palacio, siempre rodeado de misterio al

estar cerrado su acceso, ha añadido al Parlamento un hálito del otro

mundo. ¿Cómo se sentirán ahora sus señorías, en plena refriega

parlamentaria, cuando piensen que bajo sus pies hay un cementerio

del antiguo convento?8

* * *

Años más tarde, en 1905, entraría en el Congreso el personaje al que el alcalaíno dio vida, acompañado de su inseparable escudero. Un periodista de El Globo, Carlos Rodríguez Díaz, comienza así su crónica: “Don Quijote de la Mancha, con objeto de presenciar los festejos que para conmemorar la publicación de sus hazañas por Cervantes se preparan en la villa y corte, bajó a ésta desde las alturas donde goza de la bienaventuranza”.9 Y tras recorrer algunos paseos de Madrid a lomos de Rocinante, sorprendido por los automóvi-les y tranvías, encandilado por las luces, dio con su cuerpo en la plaza de las Cortes, sentándose en el banco de un jardincillo frente a la escultura de Cervantes. Allí, con gran alegría, encontró en uno de los relieves de pedestal a Sancho, que se levantó como por encantamiento para seguirle:

Impulsados por el barullo, también entraron don Quijote y San-

cho en el Congreso; subieron las escaleras que en otro tiempo le

hu bieran parecido al hidalgo de un alcázar imperial, y penetraron

en la tribuna pública.

Al ver la sala con el trono y los cuadros y el decorado espléndido,

y, sobre todo, al ver en ella a los maceros con sus rojas dalmáticas,

8 Mariano Calleja, “Hallan restos humanos en los sótanos del Congreso de los Diputados”, en ABC, Madrid, 3 de febrero de 2009.

9 Carlos Rodríguez Díaz, “Don Quijote en el Congreso”, en El Globo, Madrid, 8 de abril de 1905.

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Sancho tembló por la salud de don Alonso, que con tales impresio-

nes podía volver a las andadas.10

Habían entrado muchos señores en la sala para sentarse en los escaños, desde donde, tras pedir la palabra y serles conce-dida, “hablaban de cosas que el bueno de don Alonso no enten-día, y todo marchaba como una seda”;11 pero la aglomeración de gente, aquel ambiente caldeado por las estufas y más aún por las pasiones, y la oratoria de algunos diputados impresionaron a don Alonso de manera que, unido todo esto al sueño y cansancio, le hicieron volver a su locura.

Éste es el día, ¡oh, Sancho!, en el cual se ha de ver el bien que me tiene

guardado mi suerte y el valor de mi brazo. ¿Ves ese movimien to y

oyes ese clamoreo del hemiciclo, que no es otra cosa que un campo

de batalla donde lucha un denodado ejército?

A esa cuenta, no es un ejército sólo —respondiole Sancho—; pero,

paréceme, señor, que no son ejércitos, y que pasará aquí lo que con

aquellos rebaños, de tan triste recordación”.12

Después de nombrar a muchos diputados de uno y otro grupo como si fuesen caballeros, con nombres parodiados de los que figuraban en la obra de Cervantes, el lunático hidalgo habló más de lo necesario y se produjo un gran murmullo en las tribu-nas. El presidente llamó al orden a los alborotadores y don Quijote y Sancho fueron sacados por dos ujieres a los pasillos y enseguida expulsados del edificio.

En 1995, a través de la prosa de Luis de Ahumada Gual, un escritor desconocido, don Quijote ocupa la tribuna de oradores del

10 Idem.11 Idem.12 Idem.

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Congreso de los Diputados para pronunciar su extenso y sorpren-dente discurso:

Señor presidente, señorías:

Sin previo anuncio, como caído de las nubes, comparezco en esta

tribuna de oradores. Y al observar el asombro en vuestros rostros

y en los ojos la incredulidad, debo confirmarles que yo soy el que

parece ser. Es decir, don Quijote de la Mancha, bien conocido por

aventuras y desventuras en todo lo redondo de la tierra.13

Dicen que los encantadores, con su poder de acortar leguas en el espacio y adelantar o retrasar años en el tiempo, desde la cam-paña al aire libre que se hallaba realizando con su escudero Sancho lo llevaron allí de súbito.

Sus señorías permanecen encerrados en el suntuoso edifi-cio, arrellanados en cómodas poltronas, inclinados a la placentera lectura y al reconfortante sesteo. El hidalgo venido de otros tiem-pos les acusa en el templo de la ley: apenas veinticuatro diputados dejan oír sus voces en defensa de sus pareceres mientras los tres-cientos y pico restantes permanecen invariablemente mudos. Todo el discurso de don Quijote es una crítica contra ellos, culpándoles de la mayoría de males que sufría el país. Los denuncia por recibir obsequios a cambio de otros favores, por indolencia e insensibili-dad ante los serios problemas que a finales del siglo XX abrumaban al pueblo español. Y tras dar múltiples consejos con el ejemplo de algunas de sus hazañas para que conduzcan a España por el mejor camino, se despide así:

13 Luis de Ahumada Gual, “De la insólita presencia y discurso de don Quijote de la Mancha en una ima-ginaria sesión del Congreso de los Diputados”, en Quijotaciones, Editorial Ribera & Rius, Alcoletge (Lérida), 1995, pp. 407-440.

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167La vida en ultratumba

Yo vuelvo de donde he venido, con el mismo medio con el que aquí

llegué sin su apercibimiento. Recuerden Sus Señorías que un día

de tantos, de palique con Sancho Panza, le di a conocer cómo hay

sabios nigromantes que cogen a un caballero andante durmiendo

en su cama y, sin saber cómo y en qué manera, amanece otro día a

más de mil leguas de donde anocheció.14

A renglón seguido, ante el estupor de los diputados, a don Quijote lo envuelve una nube y desaparece.

14 Idem.

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Los gemidos de la lengua

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La colocación de la estatua de Cervantes a pocos pasos del Con-greso de los Diputados convirtió al fantasma del escritor en censor y víctima de los discursos parlamentarios, utilizándose su presen-cia en bronce como implacable crítica contra el mal uso de nues-tro idioma por parte de los máximos representantes del pueblo. A lo largo de los años, y en bastantes ocasiones, los periodistas han aireado los enfados de Cervantes en la plaza de las Cortes por la inculta algarabía de sus ilustrísimos vecinos. En 1838, cerca de la fecha del enclave de la estatua, el diario Nosotros dijo que ésta se había colocado en un paraje donde podía reírse de las sandeces de los diputados que celebraban sus sesiones allí cerca,1 dando por sentado que tenía un oído especial para escuchar las voces flojas, a través de los recios muros, de los oradores que participaban en debates. Un colaborador de prensa, con la sensación de hallarse frente a una estatua animada, recogió estas impresiones después de asistir a otra de las sesiones de la Cámara:

¡Cervantes!... Horror causa el mirar la estatua del sabio ilustre,

que volviéndole el costado izquierdo al palacio de las puertas de

oro, mohíno y taciturno tiene el gesto, como si enojado estuviera.

Y con razón, que en estatua tornara por su gusto a convertirse, si

1 Citado por El Eco del Comercio, Madrid, 19 de julio de 1838.

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por media docena de horas a pestañear volviera y a oír llegara los

gemidos con que la lengua se queja del martirio a que hoy la tienen

entregada los castellanos de Castilla.2

Más contundente en sugerir con su sinestesia del bronce que Cervantes tuviera una vida especial se mostraba otro perió-dico en enero de 1855. El alma de Cervantes, cercana al cuerpo que lo abando nó, habría encontrado su nido monumental en el pequeño jardincillo sembrado de flores y de cedros, abriéndose paso a través de la prosa de sus defensores. Del pestañear en una hipotética segunda existencia había pasado ahora a temblar con toda su figura esculpida: “Y otras locuciones tan castizas como éstas, que hacían temblar de ira a la estatua de Cervantes, ese infeliz manco condenado a oír diariamente en su cercanía tantas atrocidades”.3

Como termómetro de la pésima oratoria de algún diputado en particular, a la estatua viviente de Cervantes la vieron o imagi-naron temblando por segunda vez de miedo, por lo que muchos parlamentarios provincianos le guardarían bastante odio, en silen-cio, al ser ridiculizados con sus inevitables comparaciones. En cruel descalificación a Pedro José Pidal y Carniado, marqués de Pidal, que fue ministro y ostentó varias distinciones, se encuentran en los diarios de 1857 las siguientes andanadas:

Él es académico de la lengua, y la estatua de Cervantes, vecina del

Congreso, se ha estremecido de horror siempre que S. S. ha hablado

en aquel augusto recinto. Su clientela le llama orador, y es la pro-

nunciación más áspera, el entendimiento más tardo, la personifi-

cación más acabada de la inconveniencia que pudiera imaginarse.4

2 El Enano, Madrid, 2 de diciembre de 1851.3 La Época, Madrid, 13 de enero de 1855.4 La Discusión, Madrid, 4 de diciembre de 1857.

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173La vida en ultratumba

Con la pólvora de la ironía, otro de los diputados de la nobleza, el conde-duque de Olivares, Gaspar de Guzmán y Pimentel, fue también avergonzado con la mención al guardián de todos los discursos pronunciados en el Palacio de las Cortes por los procura dores del pueblo. Éste acobardaba más que los leones a los diputados, como si con su espada les fuese a cortar la len-gua. “Los discursos del conde-duque”, publicó La Discusión, “los ha resistido el Congreso de los Diputados porque está hecho a prueba de bomba, como lo demostró el año 56, no permitiendo entrar los cascos de granada, que querían tomar también parte en el debate, sino por los cristales de la ventana”,5 y en la oración final se alude a la dureza del autor del Quijote: “En cuanto a la estatua de Cervantes, nada aquí hay que decir: es de bronce, y además, los discursos del conde-duque solo hieren de rechazo”.6

Una de las más ingeniosas y atinadas distinciones entre el genio de Miguel de Cervantes y la estulticia de los diputados, refle-jada en el Diario de sesiones, fue publicada en El Museo Universal del día 10 de octubre de 1869: “Ahí tenemos por último las obras de Cervantes junto a un tomo del Diario de sesiones. En resumen, las mismas letras puede tener una oración que una blasfemia”.7

Los periodistas se vengarían de las soporíferas horas que tenían que pasar en las tribunas del Congreso utilizando a Cervantes como el gran legislador, el césar imperator de nuestra lengua castellana. Por ello seguramente rogaron al Ayuntamiento de Madrid que hiciera la caridad de trasladar a otro sitio su estatua, “pues la pobre pasa muy malos ratos desde que las Cortes reanu-daron sus sesiones”.8 Según la breve información, el bronce se animó como si fuese envoltura o “carne” de fantasma: “Sabemos

5 La Discusión, Madrid, 21 de noviembre de 1862.6 Idem.7 El Museo Universal, Madrid, 10 de octubre de 1869.8 El Garbanzo, Madrid, 30 de enero de 1873.

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de buena tinta que el oxidado metal que la forma se animó, no ha muchas tardes, al oír decir a un diputado que se declaraba nula-mente incompetente, dejando escapar un ¡ay! lastimero, que hizo ponerse coloradas a las páginas de Don Quijote”.9

Como si el Manco de Lepanto sobre su pedestal tuviera varios soplos de vida, en otro “a vuela pluma” de prensa se pedía que lo trasladasen de plaza para que no sufriera más el alborotado len-guaje de verdulera de un alto cargo del gobierno:

Si la oratoria del ministro de la Gobernación ha de seguir privando

en el banco azul, será cosa de quitar la estatua de Cervantes de la

plaza de las Cortes y llevarla a la plaza de la Cebada… Allí, por lo

menos, no tendrá tantos motivos para avergonzarse el símbolo de

la cultura española.10

A principios del siglo XX, la mirada del periodista que cubría la información del Parlamento no había cambiado. A la entrada y salida del célebre auditorio del Congreso, el tropiezo con el ruise-ñor de nuestras letras les hacía renegar del canto de sus señorías. Sintiéndose cerca del patrón literario del pueblo, lo citaban sólo por el nombre: “El Miguel que está frente al Congreso, hecho una estatua de bronce, viendo en la casa frontera lo que degenera el idioma”.11

En un diario de 1905 hemos escuchado otro aldabonazo con el bronce de este orfebre inmortal de la prosa a las puertas del Con-greso, para que sus ocupantes dejen de maltratar la belleza de nues-tra lengua: “Cervantes tenía su estatua frente a un local donde unas veces se afiligrana el idioma y las más se le pegan coscorrones”.12

9 Idem.10 El Liberal, Madrid, 24 de marzo de 1885.11 El Siglo Futuro, Madrid, 8 de enero de 1903.12 La Ilustración Artística, Barcelona, 30 de enero de 1905.

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175La vida en ultratumba

La tendencia romántica a percibir en la estatua de Cervantes sínto-mas de vida, a vislumbrar sus gestos de enojo y sus ganas de des-aparecer, iba convirtiendo en espectro al autor de los personajes inmortales. Incluso los leones del Congreso lo tuvieron en cuenta en alguno de sus diálogos:

—Hemos pensado en huir —dijo [uno de los leones]—. Queremos

un poco de libertad…

—¿Hacia dónde piensan marchar?

—Hacia las selvas… Hacia las selvas de África…

Señalando la estatua de Cervantes y con tono confidencial agregó:

—Es posible que en nuestra huida nos acompañe Miguel.13

Dichosos aquellos que lo pudieron ver reencarnado en el verde metal, con los oídos rechinándole por el griterío parlamen-tario. Sí, porque en 1926 el pobre Cervantes seguía muriéndose “de risa y de fastidio en su plazuela, frente al Congreso, oyendo la baraúnda de inocuos vociferadores”.14

El diputado en Cortes Antonio Aparisi Guijarro, intérprete de varios discursos parlamentarios que después se publicarían, lanzaba piedras contra su propio tejado al exclamar con dolorosa ironía mientras contemplaba el Congreso y la estatua “minúscu la e inexpresiva” de Cervantes: “¡Qué gran teatro para tan malos actores! ¡Qué pequeño pedestal para tan gran hombre!”.15 Como ya le habían explicado, tuteándole en repetidas conversaciones, con su bronce intentaron reproducir la desconocida figura del gran legis-lador del habla castellana: la mirada baja, vestido con la gorguera, el jubón y los greguescos.

13 Javier Sánchez Ocaña, “Los melancólicos leones del Congreso piensan huir hacia las selvas”, en Diario de Alicante, Alicante, 23 de noviembre de 1926.

14 La Voz, Madrid, 25 de marzo de 1926.15 La Lectura Dominical, Madrid, 25 de junio de 1927.

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176 Salvador García Jiménez

El orador del Congreso de los Diputados contra el que más veces se empleó el arma arrojadiza de Cervantes fue Pedro José Pidal, conocido con el graciosísimo sobrenombre de Ministro de las Reinas Hembras.16 Cervantes, frente a tal gerundio, se do blaría de risa. El señor Pidal traía, como los payasos, un aire fresco para la tribuna de la Cámara donde los periodistas se dormían de aburrimien to. Desde que obtuvo su acta de diputado fue visto como un bufón, aunque ello no le impidió sentarse en el banco azul como ministro. A lo largo de su carrera, Cervantes arrastraría sus cadenas por el fondo empedrado de sus pesadillas. He aquí la brevísima parodia del inicio de una supuesta comedia famosa inventada por El Clamor Público:

Acto primero

Plaza del Congreso

Escena única

Personajes: una voz, Cervantes y yo

Una voz que sale del Congreso. Lo que pasó, voto a tal, he apuntado

en mis apuntes.

La estatua de Cervantes. ¿Señor, quién habla tan mal?

Yo. Don Pedro José Pidal, y otra vez no lo preguntes.17

Ante la noticia de que el señor Pidal, diputado por Asturias, se proponía ocupar de nuevo su asiento en el Congreso, dejando su cargo de embajador en Roma, la misma publicación volvió a reco-ger la “mala noticia para la oratoria”, poniendo en boca de Cervan-tes la más amarga de las lamentaciones:

16 El ridículo apodo que empañaría la fama del marqués de Pidal se originó en la sesión del Congreso del día 9 de enero de 1846, copiado de unas palabras desafortunadas que salieron de sus mismos labios. En el calor del debate, se le escapó decir que había una reina hembra, epíteto que le censuraron sus enemigos de partido en son de burla. Pedro José Pidal salió de aquella sesión con un alias que llevaría hasta su muerte: el Ministro de las Reinas Hembras.

17 El Clamor Público, Madrid, 30 de enero de 1858.

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177La vida en ultratumba

Al escuchar la estatua de Cervantes

de la venida de Pidal la nueva,

diz que exclamó con dolorido acento:

“¡Ay, qué será de ti, querida lengua!...”.18

No le perdonaban al señor Pidal la megalomanía con que lle-naba su pecho de condecoraciones, ingresaba en varias academias y ocupaba los puestos codiciados de la Corona. Sus desmesura-das ansias de gloria, de cargos y de reconocimientos no pasaron desapercibidas para el pueblo, como se desprende de este otro ácido comentario: “El Sr. D. Pedro José Pidal, marqués de Pidal, cien veces caballero de cien diferentes cruces, adornado con cien condecoraciones, individuo de todas las sociedades científicas del universo, académico de todas las academias, ministro de todos los ministerios...”.19

El señor Pidal fue un pésimo orador porque le faltaba la entonación, la elegancia, la dignidad y la pureza de estilo que son indispensables al que se dedica a la carrera parlamentaria. Los crí-ticos cargaban las tintas sobre sus continuos tartamudeos y los despropósitos que se le había oído decir: las reinas hembras, las hordas fortuitas, los centros centrales… “Por supuesto que también tiene algunos resabios provinciales de muy mal efecto, como por ejemplo: maixeme, conceupto, gravismo, cosas todas que son con-trarias a las dotes oratorias”.20 Sus adversarios, localizando en sus intervenciones otros graves deslices, acabarían calificándolo como “enemigo mortal de la gramática”.21 Las críticas contra este maltra-tador del idioma de Cervantes arreciaban por ser nada menos que

18 El Clamor Público, Madrid, 15 de abril de 1858.19 La Discusión, Madrid, 30 de octubre de 1857.20 El Clamor Público, Madrid, 25 de febrero de 1847.21 El Clamor Público, Madrid, 9 de abril de 1861.

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académico de la lengua, como demuestran estos gazapos salidos de su boca que subraya un periodista sarcástico:

El lenguaje del señor Pidal es una prueba irrecusable de que no

necesita saber el castellano para ser académico de la lengua. Basta

con revivir vivo en el lecho de espinas para defender las reinas hem-

bras y atacar las hordas fortuitas, después de haberse proponido plan-

tear la mansa ley de imprenta.22

22 La Discusión, Madrid, 12 de julio de 1857.

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Despachos del otro mundo

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Con el título de “Despachos del otro mundo”, Mariano de Cavia publicó durante años una sección en la que hacía a famosos per-sonajes fallecidos dar su opinión sobre sucesos de actualidad. El maestro del periodismo, a través del misterioso cable de la telefo-nía, logró comunicar el más allá con este bajo mundo. Dentro de la larga lista de personajes que acudieron dócilmente a su conjuro, Cervantes fue quien mejor se desahogó por ocupar más artículos con la transcripción de su voz. Generalmente, Cavia les hacía llamar para que dieran su opinión sobre cualquier pequeño o gran acon-tecimiento que hubiera ocurrido en España o en otro país.

El primero de los despachos del otro mundo en que se mani-festó Cervantes estaba firmado por uno de sus personajes, Angulo el Malo, en “los Elíseos Campos, a veinticuatro de abril del año 280 de la entrada de mi padre y señor en la inmortalidad”.1 Angulo el Malo emite dos mensajes desde los Campos Elíseos para hacer saber en Madrid que mientras Shakespeare le ha dicho que está agrade-cido por la representación que acababa de realizar, en lengua tos-cana, un actor italiano de Taming of the shrew (La fierecilla domada) en me moria de su muerte, Cervantes anda mohíno por no haber logrado un recuerdo semejante en los corrales de la villa y corte donde cursó sus primeras letras y dejó su maltrecha vestidura carnal.

1 El Imparcial, Madrid, 24 de abril de 1869.

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182 Salvador García Jiménez

¿En tan poco (le he escuchado decir) tienen hogaño mis comedias

y entremeses? ¿En tan poco, aquella Numancia con aquellas rela-

ciones que debería de saberse de coro todo español amante de su

patria? ¿En tan poco las donosas y agudas obras de vario linaje que

más tarde han consagrado a mi nombre y mis desdichas otros inge-

nios castellanos? ¡Voto va (y lo echó redondo) que anda, según se

ve, harto menesterosa de lecciones y ejemplos extranjeros la farán-

dula y la carátula en español!2

Acabadas en abril de 1905 las exposiciones conmemorati-vas, fiestas brillantes, conferencias, desfiles incesantes frente a la estatua de Cervantes, coronas de laurel, batallas de flores donde las carrozas representaban diferentes obras cervantinas con que se había celebrado el tercer centenario del Quijote, Cervantes trans-mite desde el más allá su alabanza y su crítica para aquellos que con toda pompa y boato hicieron revivir las figuras engendradas por su fantasía, sin que al pueblo llegase ni el olor de tales festines de la poesía. “Desta dijo mi Ingenioso Hidalgo, platicando con el Caba-llero del Verde Gabán, que ‘no quería tal doncella ser manoseada, ni traída por las calles, ni publicada por las esquinas de las plazas’, con todo lo demás que a mi parecer sabéis de coro”.3 Con un voto a Dios se lamenta irónicamente de que se cumplan aquellos precep-tos muy al pie de la letra. Mucho de gozar de sus poéticas ficciones “bajo dorados techos y para entre cuarenta privilegiados; pero nada de hacérselas conocer y disfrutar a la mísera muchedumbre espa-ñola, al vulgo ignorante y ruin, trayendo mi Musa por las calles, ni publicando mi ingenio por las esquinas de las plazas”.4

Sólo dos meses después, Cervantes volvió a utilizar el cable de Mariano de Cavia como si fuera un corresponsal de ultratumba

2 Idem.3 El Imparcial, Madrid, 11 de mayo de 1905.4 Idem.

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183La vida en ultratumba

para el diario El Imparcial. Esta vez habló de la muerte, sin comen-tar con su estilo chispeante e instructivo ninguna noticia. Lla-mándola metafóricamente “señora” y “la descarnada”, aconsejó a sus hermanos de la villa y corte que no había que fiarse de ella, pues “lo mismo come cordero que carnero” y con igual pie pisa las altas torres de los reyes que las humildes chozas de los pobres. Con la experiencia de haber sufrido ya en sus carnes la dentellada de la parca, Cervantes nos adoctrina con una sarta de frases de ser-món barroco:

No es segadora que duerme las siestas, que a todas horas siega y

corta, así la seca como la verde yerba, y no parece que masca, sino

que engulle y traga cuanto se le pone por delante, porque tiene

hambre canina, que nunca se harta, y aunque no tiene barriga, da a

entender que está hidrópica y sedienta de beber todas las vidas de

cuantos viven, como quien se bebe un jarro de agua fría…5

El 20 de octubre de 1905, Cervantes volvió a manifestarse desde el misterioso reino que le acogió después de morir. Sus palabras llegaron a través de Federico Gravina, su ilustre vecino que había participado en la batalla de Trafalgar: “La sombra de un soldado español herido en Lepanto se me acerca, y me saluda efusivamente”.6 Reconoce a Miguel de Cervantes y le besa la mano rota en la más alta ocasión que vieron los siglos. En contestación a su queja porque España olvidó a los que sucumbieron en el com-bate de Trafalgar, Cervantes le contesta:

No os apuréis, general (ha dicho el soldado), que así como lo mejor

que España puede y sabe hacer en honra y gloria de mi Quijote,

5 El Imparcial, Madrid, 16 de julio de 1905.6 El Imparcial, Madrid, 21 de octubre de 1905.

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ha quedado para el IV centenario de la aparición de mi héroe en el

mundo, así también en la era de 2005 años, España os sabrá tribu-

tar a vosotros generosísimo homenaje de veneración y de justicia.

Aquella futura generación hará lo que ha dejado de hacer la pre-

sente.7

Tras quejarse Gravina del larguísimo plazo que el ingenio burlón le había dado, éste pondrá fin al despacho con su irónico consejo: “Inmortales somos los dos, Gravina, ¿qué nos importa aguardar cien años más? Eso para vos y para mí dura poco más que el estampido de un tiro de artillería”.8

Tres años después, el terremoto que destruyó Mesina y sepultó bajo sus ruinas a sesenta mil personas con dantescas esce-nas descritas por los corresponsales de prensa, como la de la cár-cel hundida cuyos presos asesinaban a los heridos para robarles, rompió el silencio del escritor que tanto amó en sus viajes las ciu-dades italianas. Abiertas las suscripciones para ayudar a recons-truir los pueblos y sanar a sus heridos, Cervantes recuerda con gozo los pasos que dio en este paisaje castigado por el sismo: “Dando la vuelta hacia Nápoles desde el golfo de Lepanto, y después de la ocasión mayor que vieron los siglos, hube de parar nell’ospedale di Mesina con una mano perdida y lo demás del cuerpo nada bien hallado”.9 Agradecido porque allí le curaran y le dieran ánimo algunos de los ascendientes de los que ahora, quizás, cuatro siglos después, habían visto cómo dicho monstruo de la naturaleza se tra-gaba su tierra y su mar, ruega a los españoles que sean genero sos con su ayuda: “Cuando no lo hagáis por vosotros mismos, hacedlo por el que salió de Mesina con vida y con aliento para componer la

7 Idem.8 Idem.9 El Imparcial, Madrid, 1 de enero de 1909.

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historia de don Quijote de la Mancha”,10 concluye hablando de sí mismo en tercera persona.

En 1911, durante la última semana del mes florido, se celebró en Madrid el XXII Congreso Eucarístico Internacional, con gran-diosas procesiones, comuniones masivas y discurso del rey en la ceremonia de clausura. Las visitas al sagrario y las meditaciones ante la inmensidad de su misterio, le evocaron de nuevo al cató-lico Príncipe de los Ingenios, igual que le ocurriera con su paso por Mesina y el terremoto, su profesión en la Congregación de Esclavos del Santísimo Sacramento. Con declarado egocentrismo e inmo-destia, apuesta a que habría poquísimos creyentes entre los que acudieron a las funciones eucarísticas que recordasen que él fue de los suyos:

Que corra entre los ignorantes y los olvidadizos ésta que para ellos

será gran novedad, a ver si su cristiana gratitud y su buena volun-

tad hacen que, después de haber dado en 1911 testimonio público

y aparatoso de su fe, sepan atestiguar en 1916, tercer centenario de

mi salida de aquese valle de lágrimas, otro tanto de amor a lo más

puro, más duradero y más extendido por el mundo, de las honradas

cosas españolas.11

El suceso que en diciembre de 1912 ocurrió en la villa grana-dina de Montefrío, donde fallecieron Rafael Moragas y su esposa por la impresión que les produjo el embargo de un cerdo, lo único que tenían para vender y atender a sus necesidades, practicado para cobrar un débito de veintisiete pesetas, provocó que Cervan-tes enviara un comunicado más desde el otro mundo, comenzando a enumerar el terror que algunos jueces a finales del siglo Xvi

10 Idem.11 El Imparcial, Madrid, 1 de julio de 1911.

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causaban en el pueblo. Él conoció a los más crueles: uno que lle-vaba víboras en el seno, pistoletes en la cinta y rayos en las manos para destruir todo lo que alcanzase su comisión; otro que daba sen-tencias tan exorbitantes que excedían en muchos quilates a la culpa de los delincuentes. Si en el siglo XX ocurriera lo que él vitupera ba en el Xvi, a la diosa de la justicia, Astrea, “le habría sucedido algo peor de lo que sucedió a Dulcinea, por obra y arte del malicioso Sancho. No se habría trocado Astrea en una zafia labradora del Toboso, sino en la malhadada Maritornes”.12

El mismo 23 de abril de 1916, Cervantes, enfadado por recibir en el tercer centenario de su muerte el único homenaje de tedeum, misas, rezos y plegarias, escribió unos versos a su gran amigo Mariano de Cavia desde los Campos Elíseos, para que los españo-les rezasen por ellos y dejasen quieta su alma:

Nací, sufrí, gané la gloria,

y por todo tributo a mi memoria

me cantáis cuatro cantos funerales,

sin soltar para más cuatro reales...13

Cervantes dice que merecía algo más que funerales, y contra los que invocaban al cielo para sacarlo del purgatorio después de trescientos años, dudando de la fe que tuvo en vida y de su gran-deza moral, afirma rotundamente en sus endecasílabos que Dios lo mantenía y en su regazo estaba.

El último despacho que Mariano de Cavia recibió del tras-mundo de Miguel de Cervantes, en la primavera de 1918, iba diri-gido contra quienes se oponían a que Ciudad Real hubiera puesto el nombre de Cervantes a la calle Esparto. Después de alabar a los

12 El Imparcial, Madrid, 12 de diciembre de 1912.13 El Imparcial, Madrid, 26 de abril de 1916.

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regidores manchegos por su propuesta, considerándolos más dis-cretos que aquellos otros de la aventura del rebuzno que publicó en el Quijote, increpa a sus detractores:

¿Cómo tratan a esta lengua que en ambos mundos, colmándose

de gloria, se ha dado en llamar la lengua de Cervantes, los infinitos

malandrines que la truecan en jerga despreciable y rahez? Trátanla

lo mismo que al esparto ruin los que con él urden sogas de las más

bastas y esteras de las más toscas [...]. Mudan la seda y oro de que

está entretejida mi habla por el esparto grosero en quien toda villa-

nía y toda bellaquería tiene su tejido natural.14

Crítica ultramundana que no impediría que la céntrica calle del Esparto siguiese luciendo su popular nombre, según la noti-cia publicada en un diario de Ciudad Real al día siguiente, donde se consideraba la permuta como un “imperdonable desafuero municipal”.15

Como epílogo a todos estos despachos del otro mundo, una vez muerto Mariano de Cavia, pluma magistral del periodismo de aquella época, Miguel de Cervantes envía otra comunicación en 1928. Quien recoge esta especie de botella de náufrago procedente del Leteo la llamará “Carta desde el otro mundo”. En ella da cuenta de que allí se paseaba hablando de cosas del lenguaje con su gran amigo don Mariano de Cavia. En su diálogo, al ser informado por el periodista de que en Guadalajara acababan de poner una calle con su nombre, él le pregunta cómo les podría dar las gracias a sus favorecedores: “Don Mariano ofreciome para ello un cable que diz tendió de un mundo para otro cuando él vivía sobre la tierra y ambos a dos convinimos en que yo comunicaría así con los señores

14 El Sol, Madrid, 17 de mayo de 1918.15 El Pueblo Manchego, Ciudad Real, 18 de mayo de 1918.

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concejales y periodistas que tan buen ánimo han mostrado recor-dándome de esta manera”.16

Firma la carta Miguel de Cervantes Saavedra; y por la trans-cripción, J.G.M. Seguramente ya no volvería a utilizar más el cable tendido por Mariano de Cavia.

* * *

A Cervantes, en 1869, también le haría hablar como a otros muer-tos, para publicar su voz en unos Diálogos políticos y literarios, Anto-nio Cavanilles, académico de las Reales Academias de la Historia y de Ciencias Morales y Políticas. El coloquio comienza sin intro-ducción:

—Señor Miguel de Cervantes Saavedra, ¿estáis visible?

—Sí lo estoy.

—Pues venid, que nuevas del otro mundo os aguardan. Habéis

dejado un libro de caballerías que hará eterna vuestra memoria.

—¡Tanto gusta el loco manchego! Yo prefería el Persiles.

—Pues os equivocasteis grandemente.17

El entrevistador le informa que tampoco los pastores y pas-toras de La Galatea estaban de moda aquel año. La mayor parte de la conversación gira en torno a la fama alcanzada por el ingenioso hidalgo de la Mancha, sus ediciones y seguidores, como prólogo a dos buenas nuevas que recibiría del mundo de los vivos: la pri-mera, que le habían levantado una estatua en la plaza de las Cortes; y la segunda, que habían mandado hacer sufragios por su alma en

16 Flores y Abejas, Guadalajara, 12 de septiembre de 1926.17 Antonio Cavanilles, “Cervantes”, en Diálogos políticos y literarios y discursos académicos, Librería de Sán-

chez, Madrid, 1859, pp. 29-35.

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la capilla del oratorio del Olivar.18 “Dadles gracias en mi nombre”, responde Cervantes, “y decidles que en el lugar donde resido huele mejor el aroma del incienso que el humo de las alabanzas”.19

18 Los sufragios se celebraron en 1856, como ya dimos cuenta en la página 159.19 Idem.

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Tertulia con William Shakespeare, sor Juana Inés de la Cruz y el Inca

Garcilaso de la Vega

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En el año 1838, el Príncipe de los Ingenios rompería nuevamente su silencio de ultratumba para mantener una elevada conversa-ción con William Shakespeare y la eminente poetisa mexicana sor Juana Inés de la Cruz. Cervantes inicia el diálogo lamentándose de no haber conocido al escritor inglés en el tiempo que les corres-pondió vivir:

Lástima ha sido por cierto, señor inglés, que no nos conociésemos

ni tratásemos allí en el mundo. Lástima que las alas de la imprenta

fuesen de tan corto vuelo todavía en nuestro siglo, que no pudie-

sen traerme vuestros escritos, como ni probablemente llevarían los

míos a vuestra noticia.1

Transcurridos doscientos cuarenta años de su muerte, aún no es tiempo, le dice Shakespeare, para que puedan juzgar sin par-cialidad sus escritos. Cervantes replica que con él también ocurrirá lo mismo, “pues que en un mismo día fue cortado, según dicen, el hilo de nuestras vidas; y es una de las muchas circunstancias en que nos asemejamos”.2 “¡Mi prosa vale tanto como vuestros

1 José Somoza, “Una conversación del otro mundo entre el español Cervantes y el inglés Shakespeare, en que intervienen otros personajes, y se da una idea de nuestra poesía lírica en el siglo Xvii”, en Obras de D. José Somoza. Artículos en prosa, Imprenta Nacional, Madrid, 1842, pp. 137-157 (el mismo artículo fue publicado en el Semanario Pintoresco Español, Madrid, 9 de septiembre de 1938).

2 Idem.

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versos!”,3 exclama orgulloso el castellano. Shakespeare, tras hacerle notar que son diferentes, responde airado: “Vos hacíais reír y yo llorar; yo logré con mis versos la inmortalidad, y vos no acertasteis a escribir sino en prosa”.4 Así, llevado el diálogo a un tono tan alto y descompuesto, acudió otro difunto a poner paz, el escritor de sai-netes don Ramón de la Cruz, autor de la primera traducción de Shakespeare en España: “Miren ustedes —les dijo— el sitio en que nos hallamos y que a la eternidad no se viene a dar ruido”.5 Des-pués de presentarse y darles un discurso, les confesó que los dos habían alcanzado el máximo reconocimiento en el mundo, mien-tras a él se lo negaron sus contemporáneos. En la última parte de la tertulia, “otros dos difuntos que habían escuchado, aunque de lejos, la conversación, comenzaron otra también literaria. Y eran la poetisa monja americana Sor Juana de la Cruz, y el maestro León Marchante, comisario del Santo Oficio, racionero y también poeta en Alcalá”.6

En presencia de Miguel de Cervantes, ambos escritores se enzarzan en una polémica sobre la calidad de los sainetes de Ramón de la Cruz y de sus obras respectivas. Manuel de León Mar-chante, que se cree mejor autor de loas y comedias que su com-pañera religiosa, no pareciéndole que las de ella tengan mayor mérito que las suyas, recibe una lúcida contestación del espíritu más luchador y feminista que pudiera morar en el Hades:

Sor Juana Inés de la Cruz. Hay diferencia: yo era una mujer, una pobre

americana a quien no dieran educación científica. Si a la edad de tres

años aprendí a leer y a escribir, fue sin licencia. Si en veinte leccio-

nes aprendí el latín, fue a escondidas. Si quise que me permitiesen

3 Idem.4 Idem.5 Idem.6 Idem.

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algunos momentos, alguna independencia para entregarme al estu-

dio, tuve que meterme a monja. Tuvo otro obstáculo grande que

vencer mi entendimiento, que fue el del amor propio que debía ins-

pirarme mi hermosura, y el del amor ajeno que se empeñaban en

inspirarme los que la miraban. Porque una muchacha pobre con

buena cara es en una fachada nueva en un sitio excusado, sobre la

cual no hay necio ni atrevido que no venga a estampar el borrón

torpe y sucio de su mano y pluma. Ya veis que era preciso gran

talento y magnanimidad de corazón en tales circunstancias para no

entorpecerme, apasionarme y desvanecerme. Diez y seis años tenía

yo cuando me comparaba el Virrey de Méjico, en su estilo marino,

a una fragata de la Real Armada perseguida de infinitas chalupas y

que se defiende de todas ellas sola.7

El mediocre representante de aquella legión de poetas que Cervantes citó en su Viaje del Parnaso le afea a la monja que se hubiera dedicado imprudentemente a las aburridas letras sagra-das. Ella le hace saber que las escribió por obediencia: “No usé de la teología voluntariamente sino para mi gobierno, y sobre todo no abusé como vos de ella en jácaras y coplas de villancicos que se can-taban al órgano de las catedrales”.8 Después de tal reproche, arre-mete contra los soberbios varones que menospreciaban las letras cultivadas en el Nuevo Mundo:

Sor Juana Inés de la Cruz. Los españoles más doctos en aquel tiempo

estabais en la íntima persuasión de que el entendimiento de los

americanos era inferior al vuestro incomparablemente: y así el jui-

cioso Feijoo empleó muchas páginas y razones en persuadirnos que

7 Idem.8 Idem.

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del mar allá podía haber algunos vislumbres de racionalidad, y en

verdad que no cambio la poca que Dios me ha dado por la vuestra.9

Sor Juana Inés se desplazaba reposadamente por la morada de los muertos, hablando bajo los arcos de los templos celestes con plumíferos del Siglo de Oro que ponían en duda su valía porque los americanos no tenían tantas escuelas, universidades y maes-tros como los españoles. Tras el agravio recibido por la falta de cul-tivo de su entendimiento, ella replicó con el furioso temperamento femenino que la caracterizaba:

Sor Juana Inés de la Cruz. Si las escuelas, universidades y maestros

formaban semejantes escritores, desde luego se puede asegurar lo

que decía un discreto, “que un majadero sin grados no era comple-

tamente majadero”. Confieso la utilidad de ciertos establecimientos

científicos, y aun convendré en la necesidad de vuestras universida-

des para los talentos medianos, que como los bajeles defectuosos,

no pueden navegar sino en conserva; ¿pero juzgáis que Homero

hubiera sido Homero en la Universidad de Salamanca?10

Como hizo en varias ocasiones Miguel de Cervantes, en marzo de 1913 se presentó el espíritu de sor Juana Inés en una de las sesiones espiritistas realizadas en casa de la médium escri-biente Josefina O’Brein, ubicada en la colonia Juárez, en la ciudad de México, para dictarle un poema dedicado a Francisco I. Madero, que había sido asesinado una semana antes.

9 Idem.10 Idem.

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* * *

A la zaga de Cervantes y de Shakespeare, camino del otro mundo, se fue el Inca Garcilaso de la Vega, plagando las conversaciones de nostalgias peruanas y ensoñaciones cordobesas. Tres serán siem-pre los personajes que intervengan en estas escenas de vida eterna, a pesar de que al mestizo no lo recuerdan ni en el Día Mundial del Libro, proclamado por la Unesco el 23 de abril de 1996, para celebrar que un luctuoso azar los uniera en la muerte. Uno de sus comentaristas cree que “desde la tumba que comparten Shakes-peare, Cervantes y el Inca Garcilaso seguirán brotando para noso-tros las rosas de su poesía y su pensamiento”.11 Otro alude a su entrada en la gloria como cabeza de una carrera olímpica: “Con una diferencia de horas —un día o dos, lo más— también exhala-ban el último suspiro los Reyes de las Letras: Miguel de Cervantes y William Shakespeare. ¡Un Inca, primogénito del Nuevo Mundo, los acompañó a la gloria!”.12 Y no falta quien los haya ubicado en el Olimpo, para formar un grupo aparte en medio de los dioses paga-nos, libando con sus copas de vino por el cumpleaños del idioma español.13

Por ello, a “Una conversación del otro mundo entre el espa-ñol Cervantes y el inglés Shakespeare” le faltaba la intervención del Príncipe de los Escritores del Nuevo Mundo. Su autor, descono-ciendo quizás la fatídica coincidencia de sus defunciones, sustituyó su presencia en la segunda parte del coloquio por sor Juana Inés de la Cruz. Aunque más imperdonable aún fue que en el año 2000 no lo hicieran resucitar junto a Cervantes y Shakespeare en Barcelona, para que pasease como cualquier mortal por sus calles, dispuesto

11 Iván Carvajal, “El dragón y la rosa”, en El Comercio, sitio web http://www.elcomercio.com/columnistas/dragon-rosa [consultado el 1 de enero de 2014].

12 Ricardo González Vigil, Comentemos al Inca Garcilaso, Banco Central de Reserva del Perú, Lima, 1989, p. 47.13 “Cónclave en el Olimpo”, en Cátedra, Universidad Peruana de Ciencias e Informática, núm. 1, abril,

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a comprobar la difusión de sus obras. El escritor Francisco Casave-lla, aprovechando que el día 23 de abril de dicho año coincidía con el Domingo de Pascua, deja en el tintero el fenómeno que narra la aparición del cuzqueño. Éste hubiera llorado al saber de la bajísima venta de sus libros.

Miguel de Cervantes, tras ser informado por el Inca de lo ocurrido con sus huesos, se alegraría de que nadie hubiera dado aún con los suyos. Según el cónsul de Perú en España, que atra-vesó el bosque de columnas de la mezquita de Córdoba para lle-gar a la capilla donde el Inca estaba enterrado, cuando abrieron la losa y descendieron con la luz de una lámpara eléctrica a la cripta funeraria, en la cabecera del recinto, había un ataúd que conser-vaba toda su cubierta: “Cuando lo abrimos, apareció ante noso-tros la ‘sombra de Garcilaso’. Porque era solamente una sombra de esqueleto, cuya huella se apercibía apenas entre el polvo, con la particularidad de tener las piernas cruzadas”.14

—Lo peor vino después —le contaría al autor del Persiles en uno de esos diálogos en blanco que han dejado los seguidores de Dante Alighieri—. En 1978, una parte de mis cenizas fue llevada a Perú por los reyes de España, en contra de mi voluntad, como bien señaló la Junta de Andalucía.

Cervantes cambiaría el rumbo de la conversación para hablar de lo que les unía:

—No solamente tuvimos muertes paralelas. Los dos comba-timos juntos bajo las órdenes de don Juan de Austria, recibiendo de él mismo cartas elogiosas de recomendación para Felipe II. Yo, después de la batalla de Lepanto, y vos, por la actuación en la cam-paña contra los moriscos de las Alpujarras.

14 ABC, Sevilla, 15 de noviembre de 1978.

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* * *

A Cervantes atribuyen también haber contactado en vida con sus dos convecinos de ultratumba. El británico Anthony Burgess, en su relato “Encuentro en Valladolid”,15 supuestamente con ocasión de un tratado de paz entre Inglaterra y España,16 hace coincidir a Cervantes y a Shakespeare en un festival artístico. La compañía del inglés pone en escena varias de sus obras ante un Cervantes que observa despreciativo. Cuando los dos se encuentran después de la representación, crece la rivalidad hasta el punto de acusarse mutua-mente de plagiarios. Un intérprete llamado don Manuel del Pulgar Garganta es quien, finalmente, dirime la cuestión y falla a favor de Cervantes.

En otro artículo, el hispanista Barry Ife17 habla de la obra tea-tral que Tom Stoppard tiene todavía que escribir sobre la intere-sante conversación entre Shakespeare y Cervantes, dando por cierto que el primero formaba parte de la delegación inglesa que en 1605 estuvo en España. De producirse tal encuentro, Shakes-peare habría evitado prudentemente mencionar a Lope de Vega. La celebridad de Lope fue una constante causa de disgusto para Cer-vantes, cuyos primeros textos teatrales no alcanzaron éxito popu-lar ni crítico. Para Barry Ife, en la discusión imaginaria que podría haber tenido lugar en Somerset House, dos puntos especialmente interesantes hubieran surgido: el primero, que aunque la prosa de

15 Anthony Burgess, “A meeting in Valladolid”, en The devil's mode, Hutchinson, Londres, 1989, pp. 5-21.16 Luis Astrana Marín ya se refirió a ello antes de que Anthony Burgess escribiera su relato: “desde que

asenté la conjetura, muchos años antes expuesta por mí en diversos libros, de la posibilidad de haber llegado William Shakespeare a Valladolid (mayo de 1605) con el séquito del embajador inglés Lord Charles Howard of Effingham, conde de Nottingham, y de haber sido algunos de sus caballeros los primeros en llevar ejemplares del Quijote a Inglaterra, ha crecido el entusiasmo entre las gentes doctas de todos los países por ver resuelta esta cuestión, que, en caso favorable, podría conducirnos a la reso-nante jornada de una entrevista Cervantes-Shakespeare” (Luis Astrana Marín, Vida ejemplar y heroica de Miguel de Cervantes Saavedra, vol. 7, Instituto Editorial Reus, Madrid, 1958, p. 768).

17 Barry Ife, “Spain and the Renaissance: re-centring the subject”, en Bulletin of the Society for Renaissance Studies, XXII, núm. 1, octubre 2004, pp. 1-7.

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ficción española fue una fuente importante para el drama jacobino, no había equivalente importación de drama inglés en España; y el segundo, que de los dos escritores uno era novelista y dramaturgo el otro.

Dos encuentros hipotéticos con Shakespeare y sólo uno con el Inca Garcilaso de la Vega. El psicoanalista peruano Max Her-nández arbitra un diálogo entre el fantasma de Cervantes y el Inca Garcilaso, valiéndose de las nulas posibilidades de que se cono-cieran en la villa cordobesa de Montilla, donde vivió en su retiro el peruano cuando Cervantes viajó al pueblo en diciembre de 1591 para sacar trigo con destino a las reales galeras de su majestad. Sin ningún documento que pruebe tal entrevista —probablemente Garcilaso se encontraba ya en Córdoba—, el ejercicio de imagina-ción permite reunir a dos eximios representantes de mundos que no son sino uno.

Para Max Hernández, los dos hombres de ingenio habrían tenido mucho de qué hablar. El de Lepanto era dado a departir, según se refleja en las tertulias y coloquios de sus libros, mientras el mestizo tal vez hubiera preferido escuchar, como lo hizo con quien le contó su participación en la conquista del Perú. En la edad madura, dado a frecuentar a “ingenios”, clérigos y anticuarios, a Garcilaso no le vendría mal la idea de charlar con Miguel de Cervan-tes. Los ecos de los hechos de armas y los Diálogos de amor debieron resonar en su reunión.

Había muchos asuntos para desmadejar. Cervantes querría saber

“de algunos señalados varones que [...] viven [...] en las apartadas

Indias”, y tal vez le habría preguntado si eran correctos los topóni-

mos de raigambre quechua: Huánuco, Arequipa, etc., asociados los

nombres de cepa española de los once poetas peruanos que había

hecho constar en La Galatea. Por su parte, Garcilaso pudo haberle

comentado cuánto significó para él poner por título a su libro La

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traducción del Indio de los Tres diálogos de amor de León Hebreo, hecha

de italiano en español por Garcilaso Inca de la Vega, natural de la gran

ciudad del Cuzco, cabeza de los reinos y provincias del Perú; así aludía

a su condición de indio, señalaba su prosapia inca y subrayaba su

linaje castellano.18

Más cerca el uno del otro que en Montilla, que en las tumbas elegidas para celebrar el Día del Libro, se hallan hoy Miguel de Cer-vantes y el Inca Garcilaso en los jardines de la Villa Borghese de Roma, convertidos en busto y en estatua de mármol, respectiva-mente, dialogando como dos fantasmas entre todos los dioses del Olimpo.

* * *

Otro remarcable vis a vis que tendría Cervantes en esta intermina-ble biografía sería con Jorge Luis Borges. Si a sor Juana Inés de la Cruz la había escuchado durante su conversación de ultratumba con Shakespeare, y al Inca lo había visitado en las mismas coorde-nadas de sus espacios y de sus tiempos, a Borges lo hace regresar al siglo Xvi para desatar contra él toda su furia. El novelista argentino Federico Jeanmaire, en su Miguel: phantasmata speculari, una fic-ción autobiográfica de Miguel de Cervantes, sintiendo la presencia literaria de Borges como algo muy fuerte no puede resistir la tenta-ción —y el riesgo— de “contaminar” la autobiografía del máximo clásico castellano con la prosa del creador de Pierre Menard. Con la máscara de Cervantes, Jeanmaire incluye entre los pocos personajes apócrifos a “un tal Jorge de Borges”, un chulo, “dueño y señor de Isabel, el amor de los veinte años de Miguel”.19 En un duelo en los

18 Max Hernández, “Dicen que ocurrió en Montilla”, en Letras Libres, año 11, núm. 127, 2009, pp. 70-74.19 Federico Jeanmaire, Miguel: phantasmata speculari, Anagrama, Barcelona, 1990, p. 71.

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alrededores de la ciudad, Borges y Cervantes se enfrentan dispután-dose a la mujer. El episodio es narrado con enunciados extraídos del “Hombre de la esquina rosada”:

De puro atolondrado me le fui encima y le encajé la zurda en la

facha, mientras con la derecha sacaba el cuchillo filoso que cargaba

en la sisa del chaleco, junto al sobaco izquierdo. Poco iba a durarme

la atropellada. El hombre, para afirmarse, estiró los brazos y me hizo

a un lado, como despidiéndose de un estorbo.[…] La tarde era una

bendición de tan fresca […] y estaba como nueva, inocente y no

quedaba ni un rastrito de sangre. Volví a cargar el cuchillo en el

chaleco, junto al sobaco...20

Duelo entre el viejo y casi ciego Borges y el joven Cervan-tes. Aunque éste venza, Jorge de Borges lo perseguirá y acosará veinte años después, provocando su huida (“volvió a hacer de las suyas”21). El personaje de Jeanmaire explica en la autoficción que su repentina partida a Italia, en 1569, obedeció a una cuestión de honor mortal que implicaba a una prostituta y a un hombre, lla-mado Jorge de Borges, un “chulo profesional”. ¡Miguel de Cervan-tes mata a Borges!

20 Idem.21 Idem.

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Varias resurrecciones

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Cervantes tuvo más resurrecciones de las que las Sagradas Escri-turas nos cuentan. Como una mariposa de la seda salía transfor-mado en los periódicos, cuentos o novelas, cada escaso periodo. Por ello, seguramente, en la primera y más completa que le hicieron pasar, a mitad del siglo XiX, le llamaron Lázaro. Él mismo había pronosticado su resurrección al decir en el prólogo del Persiles a sus amigos: “Yo me voy muriendo y deseando veros presto contentos en la otra vida”.1

Carlos Coello, en 1878, publicó “El nuevo Lázaro”, “cuento de colo sales proporciones con honores de novela”,2 donde don Cucu-fate Miralpux y Ribelles, farmacéutico de Reus, conocedor de todos los principios fundamentales de la química y descubridor de un bálsamo que resucitaba a los muertos, calculando que el éxito de su empresa dependía de la fama que tuviese el muerto elegido, apenas se fijó en el nombre de Cervantes que traía un periódico por el con-greso cervántico que se celebraba en Madrid, abandonó todas las demás candidaturas y tomó el tren para asistir a la primera sesión de dicho evento con el deliberado propósito de anunciar allí su bál-samo prodigioso. Tras escuchar toda clase de discursos y asistir a la cena cuyos platos se sacaban de la cocina del Quijote, brindó con

1 Miguel de Cervantes Saavedra, Los trabajos de Persiles y Sigismunda [1617], ed. Carlos Romero Muñoz, Cátedra, Madrid, 2002, pp. 123-124.

2 El Globo, Madrid, 22 de enero de 1879.

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champaña por la resurrección de Cervantes. Con risas de burla, los diputados del Congreso lo acompañaron al monasterio de las Tri-nitarias, en la calle de Cantarranas, donde estaba enterrado su ídolo. Casi todos borrachos, dando tumbos, penetraron en el recinto sagrado aterrorizando a las monjas.

En el último rincón del jardín, con una piqueta, turnándose el farmacéutico y los ridículos cervantistas, extrajeron de la tierra el cadáver bien conservado del rey del Parnaso. Aún tenían adheri-das las carnes el sayal de la Orden Tercera y empuñaba la diestra la tosca cruz de palo. Cerca del amanecer, “don Cucufate envolvió cuidadosamente el cuerpo de Cervantes en la funda de una lám-para que encontró a propósito; se lo echó al hombro con la gallar-día de quien carga con su fortuna, y salió seguido de los señores diputados”.3

Cerca de la mesa del banquete habían colocado un baño de cinc que contenía agua de color amarillento, varias redomas lle-nas de líquidos de diferentes colores y una caja con instrumentos quirúrgicos. “Cogió bonitamente el Sr. D. Cucufate el cadáver del Príncipe de los Ingenios españoles y extranjeros, le quitó la funda y anunció al concurso que iba a devolver su elasticidad a los teji-dos de aquel cuerpo por completo momificado y apergaminado”.4 A continuación lo zambulló en el baño y, pasados algunos minu-tos, al ponerlo en un diván, todos observaron que la masa de carne se iba volviendo flexible a los movimientos a que el boticario la sometía. Obtenido este resultado, Miralpux hizo notar a la asam-blea que el cadáver de Cervantes estaba del mismo modo que en el momento de morir. “Ya sólo era menester introducir en sus venas la sangre de una persona viva, sangre que don Cucufate traía en una de las botellas, preparada y combinada con los elementos que

3 Carlos Coello, op. cit.4 Idem.

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constituían su precioso secreto”.5 Algo que nos recuerda el bálsamo de Fierabrás citado en el Quijote, al que se le atribuye nada menos que la virtud de resucitar a un cuerpo partido en dos.

Con el bisturí hizo una incisión en la arteria femoral de Cervantes para transfundir allí la cantidad de sangre necesaria, y después aplicó a sus labios el bálsamo de otra redoma capaz de devolverle su torrente circulatorio. La amarillez fue desapareciendo rapidísimamente, la momia comenzó a esponjarse, abrió los ojos y hasta hizo un movimiento corporal. “Cervantes estaba más que vivo; estaba hasta joven: el cabello y las barbas de plata iban tomando poco a poco el color de oro, y toda aquella fisonomía abierta y simpática, en aquel cuerpo noble y gallardo, anunciaba la fuerza y la salud”.6

El escritor de fama universal es objeto de agasajos y feste-jos momentáneos; pero pronto empezarán los eruditos a discu-tirle el valor y sentido de su obra. En el desarrollo del texto, alterna con políticos de aquella época, figura en las sociedades literarias y publica en los periódicos. Pasa por el duro trance de que la crí-tica le censure su discurso de ingreso a la Real Academia Española, aunque trate sobre su propia obra, y al final tiene que escribir al servicio de otros para ganarse la vida de manera triste y miserable. Cuando muere por segunda vez, ya en su entierro, los cervantistas de ocasión vuelven a hacer de las suyas enalteciendo al fallecido escritor que habían despreciado en vida y volviendo a reinterpre-tar el sentido de una novela a la que poco antes calificaban de mero divertimento para hacer reír al público menos cultivado. Como bro-che a todo este rosario de situaciones grotescas, “el nuevo Lázaro” alcanzará la canonización después de su muerte:

5 Idem.6 Idem.

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Planteábase al fin la canonización de Cervantes y un Papa ilustrado

y benigno, conocedor de cuanto había sufrido el autor del Quijote en

su segunda vida, dejaba decir a todos los calendarios:

9 DE OCTUBRE. SAN MIGUEL DE CERVANTES, POETA Y MÁRTIR .7

* * *

Eduardo Barriobero y Herrán, el primer traductor español de Rabe-lais, en el año cervantino de 1905 tuvo la brava y peregrina idea de traer a principios de su prosaico siglo al Príncipe de los Ingenios españoles, despojándole de sus gentiles vestimentas y embutién-dole en una ridícula levita de diputado provincial. El caballero viaja a la corte con un cartapacio bajo el brazo para ofrecérselo a los edi-tores, y a los dos días de su arribo, “en la tertulia de media noche de un café céntrico, se ríe la ocurrencia de que el alcabalero de Arga-masilla haya llegado con propósito de conquistar Madrid sin otras armas que un novelón en seis u ocho mil cuartillas titulado Don Quijote de la Mancha”.8

Un librero le aconseja que lo imprima a su costa; otro que escriba de quiromancia o cualquier otra rama de las ciencias ocul-tas; un tercero que introduzca en la novela adulterios, violaciones y otros quebrantamientos de orden moral para atraer al público. Agotada su paciencia, se dispone a quemar el manuscrito cuando un amigo le habla de otro editor, mecenas de las letras. Le envía una carta y al cabo de unos días recibe en contestación que se dedi-que a escribir sobre cuestiones de actualidad y olvide el pasado.9

7 Idem.8 Eduardo Barriobero y Herrán, Cervantes de levita. Nuestros libros de caballería. Dos ensayos de crítica,

Vicente Balmaseda, Madrid, 1905, pp. 14-15.9 Una década después, la prensa retomó esta crítica social de Barriobero: “Si hoy resucitara Cervantes

sería despedido por latoso de las redacciones y no encontraría quien le publicara La gitanilla” (La Van-guardia, Barcelona, 12 de mayo de 1915).

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Cruzan por su mente la emigración, reducir su obra a cenizas, el suicidio, antes de pensar en Barcelona, donde abundan los editores . Escribe a cuatro de ellos y, tras muchas semanas de impaciencias y desvelos, logra reunir sus insospechadas respuestas: en la primera le sugieren la reducción de páginas de su obra; en la segunda, un cambio de título (La camisa transparente, Las medias grises o La cama redonda), además de que convierta a Sancho en homosexual, con objeto de atraer a los lectores con descripciones escandalosas; en la tercera le informan que solamente cultivan el mercado de América, y allí sólo tienen salida las traducciones; y en la última le ofrecen cien pesetas por el original, sin prometerle su edición.

Nuevamente, el bueno de don Miguel intentará llamar a las puertas de los periódicos donde publicaban folletines y obtiene desalentadores rechazos. Tras su árida peregrinación por las gace-tas de Madrid, donde se burlaban y lo zaherían, y por las covachas de los editores, especie de guarida de ladrones, donde intentaban profanar su obra o desmembrarla y motejarla con bellacos títu-los, cebo para el pésimo gusto y lasciva curiosidad de adolescentes impuros y senadores sicalípticos, de los que soñaban con jóvenes desnudas mientras sesteaban en la alta cámara, Cervantes morirá sin lograr que nadie le hubiera publicado el Quijote, frente a este grafiti que había grabado en las paredes de su zaquizamí: “Si yo volviera a nacer y pudiera elegir entre ser analfabeto o ser literato, sin dudar elegiría lo primero”.10

En el mismo año de 1905, un periodista de La Vanguardia, Juan Buscón, escribe un magnífico artículo de fondo, suponiendo que fuera posible impetrar de la Divina Providencia un auto de resurrección de Miguel de Cervantes Saavedra y un permiso en regla para que pudiese descender en cuerpo y alma a este mundo, pasarse unos siete u ocho días en Madrid y presenciar los festejos

10 Barriobero, op. cit., p. 43.

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preparados en loor y conmemoración de su famoso libro. Se atreve a imaginar el director del diario que al Manco de Lepanto le hubiera agradado el imponente espectáculo organizado en su honor:

Estoy seguro de que el mismo rey de España iría a recibirle en per-

sona a la estación… o donde fuese, convirtiéndose de esta suerte en

reparador y desfacedor de las injusticias y de los agravios con que

predecesores suyos en el trono lastimaron el alma y amargaron la

vida del más sublime de sus súbditos…11

En aquella ocasión inolvidable, el Madrid por el cual arrastró su vejez sin que nadie tuviese compasión de sus penas ni de su pobreza, lo rehabilitaría tras doscientos noventa años de terrena defunción. Pero pronto flaquearía su voluntad al cabo de resistir tres días de insoportable garrulería, huyendo temeroso y espan-tado de tantos discursos. También le abrumarían las invitacio-nes a sesenta banquetes: a quien pasó tanta hambre en vida, se le revolvería ahora el estómago con la suculenta comida. Y le costaría librarse de la pegajosa erudición de los cervantistas y de los repor-teros nacionales y extranjeros que acudirían como moscones a entrevistarlo. Finalmente, cómo iba a contestar a los doscientos mil telegramas de felicitación que recibiría de todas las partes del mundo. Por ello, según el cronista de este supuesto retorno, Cer-vantes exclamaría más fastidiado aún que agradecido: “Señor: lláma me por segunda vez, y cuanto antes mejor, a tu santo seno”.12

11 Juan Buscón, “Divagaciones”, en La Vanguardia, Barcelona, 7 de mayo de 1905.12 Idem.

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* * *

Diego Cervera Cañizares, autor de La resurrección de Cervantes, uno de los libros más disparatados que se puedan haber leído, con la pretensión de que lleven a la pantalla cinematográfica sus pere-grinas escenas, donde Cervantes contemplará cómo don Quijote y Sancho desfacen entuertos de la vida moderna en 1923, describe así el retorno del escritor al mundo:

El hacer la resurrección de Cervantes las Hadas y Sirenas ha sido con

el gran fin, entre otros fines trascendentales, para que él mismo sea

quien la dirija y nos la presente en pantalla, o sea quien lance a sus

originales personajes a realizar sus tan desdichadas, a la vez que

sabrosas, aventuras, por la propia ruta por él trazada de la Mancha.13

Estando Cervera Cañizares ante el folio en blanco, lamen-tando la imposibilidad de plasmar la resurrección del Manco de Lepanto, se preguntó cómo conseguiría unir sus cenizas. Y entrando a deshora a inspirarle las Hadas y Sirenas, lo mismo que a nuestro insigne Cervantes le aconteció al escribir su prólogo, le animaron a llevar a cabo su maravillosa obra: “¡Adelante!... ¡Siem-pre adelante, excelente español, que a eso venimos nosotras, a ayu-darte y alentarte, para que llevar puedas a cabo tu noble y redentora empresa!”.14

En el cuadro 94 de la cinta segunda, se lee que va

a deleitar al espectador del cine, a causa de las originalísimas

admira ciones que Cervantes llega a realizar en su interesante diá-

logo con el autor, a efecto a venir Cervantes al mundo de los vivos

13 Diego Cervera Cañizares, La resurrección de Cervantes, el Príncipe de los Ingenios, s.e., Madrid, 1923, p. 46.14 Ibidem, p. 34.

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al cabo de tres siglos, y venir atraído por el casto amor de las hechi-

ceras Hadas y Sirenas, que, como ya se ha dicho visto [sic], son quie-

nes logran resucitarle con su maravilloso talismán.15

A consecuencia de ser resucitado así, el Príncipe de los Inge-nios se convierte, tras una serie de manifestaciones volcánicas de fuego amoroso, en una especie de Tenorio.

Y, por consecuencia de venir Cervantes al cabo de tanto tiempo,

y encontrarse ahora muchos, pero muchos más vivos que en sus

tiempos existían, porque hay que ver cuánto ha progresado… el

número, por haber progresado el mundo de entonces acá una bar-

baridad, que a Cervantes le hará seguramente exclamar así: “Jamás

pude concebir encontrarme tal progreso”.16

La diferencia entre los tiempos de Cervantes y los del año 1923 dejarán suspenso y confuso al Príncipe de los Ingenios, que preferirá no haber salido de ultratumba. El lector de esta resurrec-ción para el celuloide sonríe ante las ridículas situaciones a que el autor somete a Miguel de Cervantes, como ésta que se describe con torpeza de estilo casi al final del libro:

Como que es tanto lo que Cervantes llegará a remediar con su

venida, que hasta a lograr va el que nuestro bello sexo deje de sufrir

la denigrante leyenda u ofensiva fama, que tan esparcida y arraigada

se encuentra por el extranjero, de creer que tiene la fea costumbre

y mal gusto de llevar navaja en la liga y de fumar… a lo cafre, como

creen fuma.

15 Ibidem, p. 59.16 Ibidem, p. 67.

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213La vida en ultratumba

Precisamente, al tener noticia Cervantes de esta otra tan deni-

grante fama que viene pesando sobre nuestro bello sexo, y com-

probar y apreciar ser lo más sano que existe entre nosotros, que

lleno de indignación llega a exclamar, solemne y sonoramente, en

la siguiente forma:

“¡Voto a tal!... ¡Yo no puedo consentir que tal ofensa se le haga a mis

amadas compatriotas!”.17

El narrador Juan Aparicio Fernández, en el cuento “Los inmortales”, de 1975, describe un intento fallido de resucitar a Cer-vantes. Para los profesores canadienses Mok y Woodward, la vía de la resurrección sería la siguiente:

La carne descompuesta y desmoronada se ha convertido en ener-

gía, que a su vez se ha confundido con los demás elementos cós-

micos. Pero en cierto lugar del esqueleto, en determinada región

misteriosa del hueso, en una especie de cofrecillo hermético, una

sustancia permanece. Esta sustancia ha sido segregada por lo que

los profesores llaman “el mecanismo de eternidad”, o sea el deseo,

por parte de quien un día fue propietario de los huesos y hombre

de genio, de su perduración eterna.18

Tras ser declarados en Grecia personas no gratas por reducir a cenizas los restos de varias tumbas, dichos científicos se dispo-nen a realizar en Inglaterra por fin su proyecto interrumpido de devolverles la vida a los Siete Sabios de Grecia. Para ello consiguen todos los permisos de levantar en la iglesia de la Santísima Tri-nidad, en Stratford-upon-Avon, la lápida de la tumba de Shakes-peare. Cuando limpiaron y limaron sus huesos hasta dejarlos como

17 Ibidem, p. 105.18 Juan Aparicio Fernández, “Los inmortales”, en El origen del mono y otros relatos, Akal, Madrid, 1975,

p. 119.

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colmillos de elefante, una vez sacados del enterramiento, se tras-ladaron a Londres para incinerarlos en una conocida funeraria. Y después de depositar las cenizas en un laboratorio para comenzar las operaciones que habían de producir el milagro, comprobaron al final del largo proceso su error: en la funeraria de Londres habían confundido las cenizas con otras.

En España, por encargo secreto del Ministerio de Información y Turismo, el hombre a revivir sería Cervantes. Los profesores reco-nocieron en su viaje que no habían leído el Quijote. El laboratorio fue instalado en medio de Madrid, en la calle San Mateo. En los pisos altos pusieron la plancha, la cápsula, las campanas de hidró-geno y oxígeno y un pequeño reactor atómico. El autor, sin decir dónde recogió los restos de Cervantes, da cuenta de que sus hue-sos entristecían aún más que los de Shakespeare: “Ni las ropas le quedaban. Sólo destacaba de aquellos despojos su mano izquierda cortada a la mitad, la huella de la herida de Lepanto —dijo Mook—, un cordón a la cintura, un frailuno cordón y unos dientes largos con una boca desmesuradamente abierta”.19 Después de limpiar los huesos, los enviaron en una vasija a Inglaterra para que los inci neraran. Los profesores aplicaron de nuevo el proyecto al que habían dedicado la mitad de sus vidas; pero también fracasaron al pretender resucitar en el laboratorio de Madrid al autor del Quijote: “Volvieron a cerrar la plancha. Insuflaron el hidrógeno y el oxígeno y esperaron. Mook ni siquiera se levantó de la silla. Woodward hizo elevar la tapa y la plancha metálica quedó al descubierto. Sobre ella, unas cenizas, unas miserables cenizas”.20 La emoción por el fallo de tal experimento le provocó a Mook un ataque al corazón.

Francisco Casavella, aprovechando que el día 13 de abril del año 2000 era Domingo de Resurrección, coincidencia poco habitual

19 Ibidem, p. 129.20 Ibidem, p. 134.

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215La vida en ultratumba

en los calendarios perpetuos, narró en el ABC Cultural una festiva resurrección de Shakespeare y Cervantes en Barcelona, ubicando el fenómeno en la cabina de un peep-show. En la crónica que nos deja de la jornada, los dos escritores salen de sus garitas con patente gesto de asombro. “Se observan mutuamente el babero de puntilla bajo el mentón y, tras reconocerse colegas y hermanos, se internan en la vorágine del concurrido punto de la ciudad donde han ido a parar”.21 Ambos deambulan entre gran cantidad de gente que lleva un libro en una mano y una rosa en la otra. En la vía pública se parecen a una estatua humana. Tras cruzarse con pintorescos indi-viduos, los detiene alguien que dice ser el editor, presentándoles al distribuidor y al librero. Aquél ruega a la excelente pareja que se dedique a firmar libros. “El señor Shakespeare, como su nombre indica, puede ir al Corte Inglés con el distribuidor. Y Cervantes, a la librería de autor con su dueño”.22 Tras informarle cómo se celebra el Día de Sant Jordi, lo deposita en una mesa junto a un delgado escritor que llega hasta a tacharlo de cursi y mariquita en su con-versación.

Entretanto, en otra parte de la ciudad, Cervantes se complace en saber que Lope no figura entre los escritores más vendidos. En su lugar se halla una mujer hermosa que sale mucho en algo lla-mado televisión. Frente a ella hay una larga fila de admiradores en busca de su autógrafo. Tras un breve diálogo donde Cervantes le cuenta a la escritora cómo perdió la mano (“en la más alta oca-sión que vieron los siglos pasados, los presentes, ni esperan ver los venideros, no estaba enrolado en una onG cuando le dieron el arcabuzazo”23), ella le llama imperialista, machista y racista. Cervan-tes se retira y recoge a Shakespeare, deseando su tumba entre un paisaje de rosas pisadas.

21 Francisco Casavella, “Festiva resurrección”, en ABC Cultural, Madrid, 15 de abril de 2000.22 Idem.23 Idem.

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216 Salvador García Jiménez

* * *

Fenómenos paralelos también se le hacen experimentar a don Quijote, como si fuese un personaje de carne y hueso. Entre los abundantes retornos desde la muerte que hemos encontrado, podríamos seleccionar La resurrección de don Quijote, donde Josep Burgas, bajo el seudónimo de Padre Valbuena, saca a don Quijote de la fosa en la España de comienzos del siglo XX para enfrentarlo en sus viajes por Madrid y Barcelona, principalmente —desconoce-dor del tren, la electricidad, el automovilismo…—, con mil lances, pues, según confiesa el autor en el prólogo: “Desentierro tranqui-lamente a mi hombre y a su escudero Sancho, les doy una inyec-ción de vivificante suero marca Fierabrás y los llevo y los traigo de la mano por donde en gana me viene”.24

En 1946, Higinio Suárez Pedreira, en La resurrección de don Quijote de la Mancha,25 finge ser el editor del manuscrito que le entrega “el Caballero Desconocido”, interno del manicomio gallego de Conxo. En esta obra que ve la luz podemos leer las aventuras que protagonizan don Quijote y Sancho Panza trescientos cuarenta años después de su muerte. Si en resurrecciones anteriores cono-cíamos con detalle las circunstancias de la vuelta de los protago-nistas al mundo de los vivos, ahora las ignoramos y hemos de conformarnos con verlos reaparecer en el lugar de la costa coru-ñesa en el que transcurrió en su día la batalla de Elvira, para vivir nuevas aventuras singularizadas por el asombro de don Quijote y Sancho Panza ante los avances técnicos del pasado siglo. Sirva como ejemplo el combate que mantiene nuestro héroe, que ahora se hace llamar Caballero del Amor, contra un barco de vapor al que había confundido con una serpiente marina.

24 Padre Valbuena, La resurrección de don Quijote, Imprenta de Antonio López, Barcelona, 1905, p. 6.25 Higinio Suárez Pedreira, La resurrección de don Quijote de la Mancha, Editorial Moret, La Coruña, 1946,

p. 75.

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217La vida en ultratumba

En el cuento “The resurrection of Alonso Quijana”,26 el escri-tor estadounidense de ciencia ficción Marcos Donnelly presenta lo que es, supuestamente, una serie de seis suplementos al capítulo final del Quijote, donde se explica cómo Alonso Quijano sueña que se encuentra en la Arabia Saudí en el año 1981, durante la guerra del Golfo, y lo que le pasó allá.

Por último, y como luminoso ejemplo de esta antología de resurrecciones que hemos apuntado, elegimos el microrrelato del escritor chileno Diego Muñoz Valenzuela, publicado en su libro de cuentos Breviario mínimo con el título “Don Quijote 2005”:

Don Quijote resucita para celebrar sus cuatrocientos años. Recorre

el mundo dando conferencias que coronan los múltiples homena-

jes del mundo hispanoamericano. No sabe qué hacer con tantos

viáticos y honorarios, y los acumula en los bolsillos de su traje de

lino beige. Aburrido del constante acoso de admiradores y estudio-

sos, escapa por la puerta de servicio del lujoso hotel de turno y entra

a una hamburguesería. Con tantos cócteles y cenas de celebración

ha engordado visiblemente. Han tenido que confeccionarle suce-

sivas armaduras que se adapten a la creciente barriga. Con un fajo

de dólares apretado entre sus dedos, se ubica en la fila más corta,

evaluando doblar las raciones de queso y papas fritas. “La que se

ha perdido Sancho por no acompañarme”, murmura y comienza a

engullir su italiana especial.27

26 Marcos Donnelly, “The resurrection of Alonso Quijana”, en The Magazine of Fantasy and Science Fiction, marzo de 1992, Publisher Mercury Press Inc., Canadá, pp. 31-46.

27 Diego Muñoz Valenzuela, Breviario mínimo, Simplemente Editores, Santiago de Chile, 2011, p. 32.

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En el índice de genios clonados

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El libro donde se da cuenta de la clonación de Miguel de Cervantes y su resurrección científica junto a la especie de genios a que perte-nece, se presenta a sus lectores de cualquier lugar del mundo como “alto secreto”. Su autor nos descubre un programa de la cia para clonar genios históricos, todos con la edad de veinte años, diciendo ignorar cuándo comenzó la experimentación. A los genios se les ha dado un rostro diferente del que tuvieron en vida, desconocen su verdadera identidad y, aunque viven en aislamiento, se les permite relacionarse con sus compañeros, contando además con profesores particulares.

Aunque la cia no haya divulgado la forma en que recogió los restos de algunos de los genios, muertos hace muchísimo tiempo y enterrados en lugares desconocidos, sí reconoce haber extraído de los museos, tumbas sagradas e instituciones científicas, hue-sos, cabellos, uñas, etcétera, del sujeto elegido para su clonación, gracias al buen número de arqueólogos brillantes que han llevado a cabo excavaciones secretas para extraer el adn de dichos cerebros del pasado.

Algunos de los pocos que habían leído Cloned geniuses speak comentaron la imposibilidad de conseguir el adn de Cervan-tes, sin descendientes y cuyo cadáver aún no había sido locali-zado en las criptas de la iglesia de las Trinitarias de Madrid; otros su girieron que los genios no son lo que se dice que son, sino otras

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personas a quienes la cia ha lavado el cerebro para pensar como lo hacen. “Una clara evidencia de que les han lavado el cerebro es que muchos dicen los mismos tipos de cosas”.1 Tom Ball confiesa en su prólogo no tener ni idea de cuál es la verdad sobre eso, aunque cree que las grandes mentes piensan igual.

Cerca de Washington, cautivo de nuevo, en una residencia de estudiantes notables vigilada y mantenida en secreto por la cia, Cervantes dialogaría en inglés con Ben Franklin, Casanova, Genghis Kan, Galileo, Sócrates, Aldolf Hitler, Cleopatra, Nietzsche, Van Gogh, Julio Verne, Picasso, Egdar Allan Poe, Napoleón, Leonardo da Vinci, John Lennon, Augustus Caesar, etcétera, todos uniformados con chaqueta y corbata. Clonado como una cobaya, obligándole a tener una segunda biografía, siempre hubiera preferido la del Siglo de Oro a ésta del XXi, en que nació en flor de la edad.

Al término del prólogo, Tom Ball se presenta como un perio-dista deseoso de entrevistar a todos los genios que se pusieran a su disposición, y Cervantes aceptó contestar brevemente a sus incó-modas preguntas. Éste, en el inicio de la interviú, cree que todos estamos engañados de muchas maneras, pero nuestras ilusiones nos hacen nobles. Por ello, don Quijote ve lo que quiere ver para escapar de la monótona y desalada realidad. En respuesta a otras interrogantes planteadas por el periodista, el escritor, vigilado en su tiempo por la Inquisición, afirma que “los grandes espíritus siempre se enfrentan a las autoridades”.2

Periodista. ¿Por qué ni en España ni en los numerosos países de

habla hispana se escriben más buenos libros como los tuyos?

1 Tom Ball, Cloned geniuses speak, Xlibris Corporation, Estados Unidos, 2007, pp. 9-10.2 Ibidem, pp. 193-194.

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Cervantes. Creo que los españoles son grandes en vivir y en disfrutar

de la vida. Rechazan la lectura porque no pueden llegar a sentir en

el mundo irreal de los libros […]

Periodista. Pero, ¿cómo te sientes acerca de la vida nocturna moderna?

Cervantes. Bueno, es genial para bailar y divertirse haciéndolo. Pero

creo que la gente debería concentrarse más en las conversaciones

con personas nuevas y viejos amigos. Me gustan los bares donde

todo el mundo está de pie y es fácil mezclarse con los demás. Si

hay mesas, actúan como una barrera para las relaciones sociales…3

En sus preferencias por los avances del mundo en que había sido clonado destaca internet, por las facilidades que ofrece para escuchar música y chatear con gente de cualquier país. Dentro de este campo, le gustaría crear un famoso sitio web para internau-tas que fuesen exigentes en la conversación. Otra de sus aspiracio-nes sería fundar una colonia de escritores, con miles de ellos que vivieran allí. Él los visitaría para alentar su inspiración y compro-bar cómo las plumas consagradas enseñaban a las noveles, propo-niendo el ejemplo de Edison y sus ayudantes.

Clonado ya, a Miguel de Cervantes le ocurriría en el año 2000 lo mismo que en 1590. Entonces, en un memorial dirigido al rey, fracasó al pedir ser servido de un oficio en las Indias, de los tres o cuatro que estaban vacantes: la contaduría del Nuevo Reino de Gra-nada, la gobernación de Soconusco en Guatemala, contador de las galeras de Cartagena o corregidor de La Paz, en Bolivia. Decepción que volvería a sufrir en este segundo milenio si se le ocurriera soli-citar un puesto de funcionario en cualquiera de los cincuenta y tres centros del Instituto Cervantes repartidos por el mundo.

3 Idem.

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* * *

En una fecha más reciente, un corresponsal de prensa en Tokio difundió la sorprendente noticia de la clonación de Miguel de Cer-vantes en un tono humorístico, mostrando su incredulidad ante tan atrevido desafío de la genética. Con la historia del hallazgo de sus restos, de donde se extrajo el adn, se podría haber escrito una novela o el guion de una película. Tras estas dos resurrecciones de laboratorio con sólo siete años de diferencia, cabe esperar que a lo largo de los ochenta restantes del siglo XXi haya, por estadís-tica, quince clones del autor del Quijote repartidos por el mundo. Seguramente ninguno de ellos será elegido académico de la lengua española, ni galardonado con el Premio Cervantes. Causa horror imaginarse al pobre escritor viviendo simultáneamente en todas las etapas de su vida, a un Cervantes que tendría que pagar a una de las muchas editoriales que se dedican ya a ello para ver publica-das sus obras. Y qué vértigo cuando alguno de sus clones leyera en el periódico los trabajos que se estaban llevando a cabo en la igle-sia de las Trinitarias de Madrid, con un georradar y varios forenses, para desenterrar su cadáver. Dos miserables maneras de arrancarlo de ultratumba para traerlo a esta vida.

1/8/14, Gurb. Tokio; de nuestro corresponsal Arturo Pérez Acobro-

Revertido. Biotecnólogos del Instituto Pokemon de Tokio, con el

profesor Tamagochi Manga a la cabeza, han conseguido clonar a

Miguel de Cervantes Saavedra después de 40 años de investigacio-

nes secretas, según informa el rotativo japonés, y de mayor tirada

del mundo, Yomiuri Shimbun. La clonación ha sido posible, afirma

el profesor T. Manga, gracias al buen estado de conservación de

los restos del insigne escritor que fueron recuperados en secreto

de una iglesia española, hace 76 años, por el III Reich. Los nazis,

según el citado diario, enviaron parte de los restos a sus aliados

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225La vida en ultratumba

japoneses con el fin de dotar al Eje de un arma eficaz para con-

trolar Hispanoamérica a través de la lengua de Cervantes, y, a su

vez, presionar a Franco en la entrevista que mantuvo con Hitler, en

Hendaya. El rotativo nipón anticipa que el autor del Quijote ofre-

cerá una conferen cia en el Instituto Cervantes, de Tokio, acerca de

“Todo lo que siempre quiso saber sobre el Quijote y nunca se atre-

vió a preguntar”. Los medios de comunicación del país han aco-

gido la increíble noticia con gran cautela y escepticismo y no cesan

de especular sobre lo que podría ser la noticia del siglo, cuando

no de la historia de la humanidad. De momento, la embajada espa-

ñola en Japón guarda silencio.4

Tres días después, el 4 de agosto, otro corresponsal infor-maba de la rueda de prensa que ofreció el recién clonado en el salón de actos del instituto que llevaba su nombre. El autor apare-ció ante las cámaras de televisión ataviado con capa, jubón, calzas, medias, zapatos de punta y cuello de valona; tomó asiento y, con voz fina y pausada por el reposo de los siglos, inició sus escanda-losas declara ciones en perfecto castellano del Siglo de Oro: “Com-parezco hoy ante vuestras mercedes para confesar que no fui yo el autor del llamado Quixote, como hasta ahora se ha tenido por cierto; sino que vengo a convenir en mi descargo, y para consuelo de mi alma, que solo fui su amanuense”.5 Ante el desencanto y pasmo de los medios informativos, confesó que la novela le fue dic-tada por Alonso Fernández de Avellaneda, bajo cuyo disfraz se ocul-taba Lope de Vega. Su biografía forjada por los historia dores se vino abajo al explicar, además, que su manquedad no fue fruto de la batalla de Lepanto, sino del martillazo que le arreó un ventero de Toledo por irse de su negocio sin pagar.

4 Francisco Cisterna, “Y el verbo se hizo hombre”, en Revista Gurb, sitio web http://www.gurbrevista.com/tag/benengeli/ [consultado el 14 de abril de 2014].

5 Idem.

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226 Salvador García Jiménez

Para tranquilidad de los cervantistas, el corresponsal intuyó el fraude del experimento al observar sagazmente que don Miguel fue herido en la mano izquierda y no en la derecha, con la que tomaba notas de las preguntas en dicha rueda de prensa. Por ello, tras su denuncia, la embajada española no descartaba tomar acciones lega-les por la falsa clonación de quien fuera “regocijo de las musas”.

* * *

Al parecer, como en otros pasajes ya hemos expuesto, los dos per-sonajes más célebres de Miguel de Cervantes que fueron tomando para el lector carne y hueso tampoco escaparon de ser clonados en una extensa novela, escrita en prosaico romance como los artícu-los que Jaime Campmany publicaba en el diario ABC. El autor de El romance de los clonados, Miguel de María Luque, describe en cortos capítulos cómo descubre en la biblioteca de los frailes del convento de Infantes el documento donde se aseguraba dicho experimento:

Burruchaga, un alquimista eximio de aquellos tiempos, para el que

la oveja Dolly fuera un mero pasatiempo, clonó al ingenioso hidalgo

y, de paso, a su escudero, oliéndose, me imagino, que en el tiempo

venidero revivir a don Quijote y, al mismo tiempo, al labriego era

un chollo para el mundo y su reconocimiento.

Clonó Burruchaga a Sancho, por precaución, el primero, y lo congeló

en un tubo especial de mármol negro que, después de preparado,

ocultó en un monasterio, cuyo nombre, por prudencia, de momento

me reservo, pues en asunto tan grave la competencia no quiero.

Una vez que comprobara que el método era certero, clonó al inge-

nioso hidalgo don Quijote, aquel manchego que recorrió sus cami-

nos para enderezar entuertos…6

6 Miguel de María Luque, El romance de los clonados, Biblioteca Nueva, Madrid, 2002, pp. 1-2.

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227La vida en ultratumba

Siguiendo las instrucciones del documento, el narrador buscó en los anaqueles de la biblioteca del convento y halló la lla-vecita de una cerradura. Entonces abrió un compartimiento por el que accedió a una sala secreta, donde vio dos sarcófagos de már-mol negro. Venciendo el miedo, se aproximó al más cercano y tem-bló al contemplar dentro la figura desnuda del escudero, como si estuviera dormido, esperando que alguien lo despertase. Llegado ante el catafalco de don Quijote, pudo comprobar que estaba vacío: “Alguien robó al caballero mientras que pasó por alto a su escu-dero Sancho”.7 Tras esta primera inspección regresó a su casa para traerle ropa al labriego antes de extraerlo de la cápsula. El docu-mento daba instrucciones de cómo debía descongelarse su cuerpo, ignorando la ciencia el medio que el alquimista que lo clonó utili-zara para producir tamaño frío.

Siendo llegado el momento de descongelar, bastaba girar con la

misma llave que en el libro me encontrara toda una vuelta com-

pleta, y aquella luz se apagaba. Contando desde ese instante, quince

minutos bastaban para abrir el catafalco, pues vuelto a la vida estaba

el cuerpo ultracongelado.8

El narrador y Sancho buscarán a don Quijote, cuyas aventuras aparecidas en los periódicos darán con sus huesos en el manico-mio. A partir de estos primeros capítulos, el hidalgo se enfrentará a los magrebíes que llegan a las costas de España en patera, se comu-nicará por móvil y realizará sus compras en El Corte Inglés; Sancho consumirá Viagra tras hallar a la mujer de sus sueños... Enfrenta-mientos con los avances de la ciencia y la sociedad del año 2000, ya tratados por otros escritores en distintos países.

7 Ibidem, p. 4.8 Ibidem, p. 6.

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Campos Elíseos

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A través de don Quijote, su alter ego, Cervantes sueña con los admira bles Campos Elíseos de la andante caballería. Él estuvo en tal paraíso pagano, donde vio a Dulcinea encantada. En la cueva de Montesinos, éste le mostró tres labradoras que por aquellos ame-nísimos campos iban saltando y brincando como cabras, y ape-nas las hubo visto, distinguió entre ellas a la sin par Dulcinea del Toboso. “Habléla”, dijo, “pero no me respondió palabra; antes me volvió las espaldas, y se fue huyendo con tanta priesa, que no la alcanzara una jara”.1 Allí estaban otras muchas señoras de los pasa-dos y presentes siglos, encantadas en diferentes y extrañas figuras, entre las cuales conocía él a la reina Ginebra y su dueña Quinta-ñona, escanciando el vino a Lanzarote.

No faltan los críticos que describan el viaje y la estancia de Cervantes en los prados de asfódelos, considerados como ante-sala de los Campos Elíseos. Para Vidal Ferreyra Videla, Cervantes se encontraba “puesto ya el pie en el estribo”2 “para emprender la marcha hacia los prados silenciosos de los asfódelos”.3 Y Luis Moreno Nieto representó

1 Miguel de Cervantes Saavedra, El ingenioso hidalgo don Quijote de la Mancha, Edaf, Madrid, 1999, p. 498.2 Miguel de Cervantes Saavedra, Los trabajos de Persiles y Sigismunda, Imp. de Narciso Ramírez, Barcelona,

1859, p. VII.3 Vidal Ferreyra Videla, Andanzas de don Quijote y Fierro, Editorial Dolmen, Buenos Aires, 1953, p. 163.

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al divino Cervantes sentado en su sitial en el prado de asfódelos,

tranquilamente, al lado de sus colegas inmortales, tal que el no

menos divino Guillermo [Shakespeare], oyendo en la lejanía las

ondas sonoras del mundo terreno que le transmiten los ecos de su

inmortalidad”.4

Ortega y Gasset fue con su observación más allá, situando al inalcanzable escritor al término de su llegada: “¡Cervantes — un paciente hidalgo que escribió un libro— se halla sentado en los elíseos prados hace tres siglos, y aguarda, repartiendo en derredor melancólicas miradas, a que le nazca un nieto capaz de entenderle!”.5

Entre los diálogos mantenidos en esta morada de los bien-aventurados, destacan por su frecuencia los que mantuvo con Fran-cisco de Quevedo, pues ya en 1871 se publicó en La Ilustración de Madrid una extensísima charla entre ellos, titulada “Los Quijotes y los Sanchos. Diálogo de ultratumba”, con la siguiente acotación ubicadora: “La escena es en el Elíseo, lugar habitado por los más grandes genios que han enaltecido la humanidad. Verdes y melan-cólicas praderas en las que conversan animadamente las sombras. Llega Cervantes, y dirigiéndose hacia él Quevedo, entablan ambos el diálogo”.6

Cervantes le explica a su compañero que acaba de regresar de la tierra por culpa de la secta de espiritistas, que no lo dejan reposar ni un momento; hacía poco que tuvieron el capricho de evocarlo, y él bajó para decir en España cuatro sandeces que les pusieran en ridículo, aprovechando la ocasión para pasearse por Madrid. Con este motivo, vio su raquítica estatua, oxidada frente al Congreso

4 Luis Moreno Nieto, Cervantes en Toledo y Esquivias, Azacanes, Toledo, 2002, p. 155.5 José Ortega y Gasset, Meditaciones del Quijote, Residencia de Estudiantes, Madrid, 1914, p. 58.6 Ahriman, “Los Quijotes y los Sanchos. Diálogos de ultratumba”, en La Ilustración de Madrid, núms.

41-42, 1891.

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233La vida en ultratumba

de los Diputados, y escuchó además del entusiasmo por su Qui-jote, las barbaridades que decían de él. Quevedo le responde que no se asuste, porque de él decían tres cuartos de lo mismo. Final-mente, los interlocutores retratan satíricamente a las dos únicas razas de Quijotes y Sanchos que pueblan la tierra:

Quevedo. […] Volved los ojos hacia la tierra, aprovechad esta admira-

ble propiedad de la doble vista de que los espíritus nos hallamos

dotados, penetrad, mediante ella, en la conciencia de los hombres, y

ved qué variada procesión de Quijotes y Sanchos va desfilando ante

vuestros asombrados ojos.

Cervantes. Por cierto que son muchos y de muy diferentes clases y

cataduras. A lo que veo, apenas hay en todas las condiciones y cate-

gorías hombre que no sea Quijote o Sancho, o lo que es más extraño,

ambas cosas a la vez. ¡Maravilloso espectáculo, por vida mía!7

En la clasificación, Quevedo menciona a los Quijotes de la cien-cia, enamorados de la verdad: el filósofo, moralista o economista dispuesto a salvar a la humanidad con sus doctrinas; el natura-lista, más inocente, ansioso por descubrir con gran peligro alguna nueva especie de insecto que tiene una pata más que las restantes; y el erudito, presto a determinar con certeza la verdadera causa de faltar una coma.

Cervantes, en su respuesta, califica a los Sanchos de la ciencia de ladinos y truhanes, pues conociendo las locuras de sus señores cuidan de no contrariarles. En vano sus amos les hablan del deber y de la conciencia; pero ellos los miran socarronamente o conspiran en secreto para conseguir su ruina.

Quevedo le indica a su compañero que repare en los últi-mos poetas que forman un grupo casi imperceptible de mancebos

7 Idem.

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234 Salvador García Jiménez

melenudos y ojerosos: “Son los esparcidos restos de la raza, próxima a extinguirse, de los Quijotes artísticos y literarios”.8 Los Sanchos del mismo género comprenden mejor sus intereses; el arte es para ellos sólo un escalón para acceder a puestos elevados.

Llegado el turno de hablar de los Quijotes de la religión, Cer-vantes observa que apenas existe uno solo de ellos. En cambio, para Quevedo, abundan los Sanchos de la misma clase. Perdida la fe, la religión está en manos de los Sanchos disfrazados con frecuencia de Quijotes; es un medio facilísimo de cumplir en breves momen-tos con Dios para después solazarse libremente con el diablo.

Quevedo. El creciente enaltecimiento de la virgen coincide con la

desaparición cada vez más rápida de la virginidad. Creedme, Cer-

vantes, y no veáis en esto una blasfemia.

Cervantes. Ni en la eternidad conseguiréis refrenar vuestra lengua

mordaz, señor don Francisco.9

La enumeración prosigue con los Quijotes de la política, que se apresuran por imponer al mundo los estatutos de su orden de caballería, y Quevedo pone punto final a la sabrosa conversación admitiendo que el problema del individuo y de la sociedad estriba en unir en lazo indisoluble y armónico al eterno Quijote y al eterno Sancho que todos llevamos en la conciencia.

Luis Astrana Marín publicará, en 1932, el segundo diálogo que Cervantes y Quevedo sostienen en torno a la reiterativa aspira-ción catalana de separarse de España. Ambos tertulianos intercam-bian sus impresiones con un fondo de paisaje elíseo, tal como se desprende de sus palabras:

8 Idem.9 Idem.

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235La vida en ultratumba

Don Francisco. Si desde la otra vida se pudiera sentir indignación,

¿qué merecerían estos que atentan contra el idioma que con tanto

esfuerzo les dimos? […]

Miguel. Apresuraos, apresuraos. Ha llegado el instante de restituir-

nos a los Campos Elíseos de la Muerte. No hay tiempo que perder.10

Para Quevedo, los catalanes odian España y nadie quiere en su ciudad el castellano de Cervantes, polémica que aún hoy, en el siglo XXi, sigue candente. Ya le vaticinaba don Francisco desde lo alto, como un diablo cojuelo, a don Miguel: “No habrá desde ahora escuela, colegio, liceo, seminario, instituto y universidad de donde no se os desplace o, mejor decir, se nos desplace”.11 El Príncipe de los Ingenios responde que con su ojeriza quiere entibiar el cariño que él le tiene a Cataluña, y el poeta fallecido en Villanueva de los Infantes replica: “No se os lee en Cataluña, Miguel. Dentro de poco, ni se os sabrá leer”.12 Prosigue el uno asegurando rotundo que los catalanes “se han vuelto imperialistas”;13 y el otro, defendiéndo-los: “Yo os prometo que conozco a los catalanes, y, o mucho han cambiado, o serán no sólo buenos españoles, sino los mejores españoles”.14 Ambos reconocen que el catalán del Siglo de Oro ha desaparecido en este primer tercio del XX. Según Quevedo, han fal-sificado una lengua, arrancando de ella toda raíz y voz castellana: “El francés, el portugués, el italiano son para cualquier español más fáciles de entender hoy que el catalán”.15 Cervantes, con ganas de llorar, no sabe qué decirle.

Dos años después, Azorín, en una de sus ensoñaciones crí-ticas, se imaginará a Cervantes en los Campos Elíseos con sus dos

10 Luis Astrana Marín, Gobernará Lerroux, Gráficas Universal, Madrid, 1932, pp. 46-49.11 Idem.12 Idem.13 Idem.14 Idem.15 Idem.

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236 Salvador García Jiménez

compañeros, Luis de Granada y Garcilaso, porque los tres son los escritores clásicos que más hondo han sentido. Al saber Cervan-tes que en Alcalá de Henares iba a celebrar una sesión la Sociedad Cervantista para hablar exclusivamente sobre él y su obra, decidió presenciarla, ante el asombro de sus amigos:

—¿Vas a hacer una asomada por el Mundo? —preguntó fray Luis.

—¿Y en qué forma te vas a presentar? —interrogó Garcilaso.

Y Miguel, sonriendo, contestó:

—Tenemos los moradores de los Campos Elíseos, bien lo sabéis,

la facultad de poder visitar la tierra. Podemos hacernos visibles y

podemos, invisibles, pasar inadvertidos. Haré yo las dos cosas; me

verán y no me verán. Seré visible y seré invisible…16

Cuando los cervantistas marcharon a Alcalá de Henares para celebrar la sesión en una venta, frente a la chimenea con leña encen-dida, su presidente y poeta Francisco Helices les pidió: “Fi guraos que Miguel ha dado un paseo por la campiña y ha entrado aquí para reposar un poco”,17 ignorando que el célebre alcalaíno se encontraba realmente junto a ellos, sentado en una silla de pino con asiento de esparto. El poeta no cesó de preguntarles a los cer-vantistas cuál sería la actitud del escritor si lo tuvieran en la venta: ¿estaría amargado?, ¿decepcionado?; ¿sería joven o viejo?, ¿sarcás-tico o irónico?...

Francisco Helices no supo reconocer al recién fugado de los Campos Elíseos cuando éste se le acercó para conversar. El encuen-tro ocurrió durante el viaje que el poeta Helices hizo a Madrid para regresar al anochecer a Alcalá de Henares, dispuesto a proseguir su sesión y contar la situación misteriosa que había vivido:

16 Azorín, “Su actitud verdadera”, en La Libertad, Madrid, 3 de enero de 1934.17 Idem.

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237La vida en ultratumba

He visto en un rincón del coche en que yo viajaba, coche de tercera,

un tipo de señor de pueblo que me ha impresionado. Era como el

mismo Miguel de Cervantes. La frente ancha, los bigotes gruesos

y caídos, las barbas de plata, los ojos serenos, los dientes grandes y

helgados... ¡Qué profundo reposo en su actitud! Habíamos estado

toda la tarde discutiendo sobre la actitud verdadera de Miguel, y,

lo que son las cosas, de pronto, sin esperarlo, se me presenta un

caso de analogía tal, de tal parecido, que yo no podía apartar la vista

de ese señor.18

El hombre vestía un humilde y desgastado traje negro, con sombrero de labrador. No decía nada notable. Eran cosas como las que se le ocurrían a todo el mundo. Lo singular era la manera de decirlas; un tono de sosiego y de encanto que hacía que las pala-bras más sencillas adquirieran un valor asombroso.

* * *

En un artículo sobre la paridad de Cervantes y don Quijote, el poeta y diplomático argentino Francisco Luis Bernárdez coloca al autor y a su personaje en el mismo nivel en los Campos Elíseos. Después de escuchar algunas exageradas interpretaciones de don Alonso Quijano, al tiempo de enlazar cierto episodio quijotesco con el asunto de la explotación del cinabrio en Almadén, el argentino la califica de puro disparate: “Un disparate que también divertirá, en los Campos Elíseos, al Caballero de la Triste Figura y a quien para siempre lo engendró”. 19

18 Idem.19 Francisco Luis Bernárdez, “Paridad de Cervantes y don Quijote”, en Boletín de la Academia Argentina de

Letras, t. XXIII, núm. 90, Buenos Aires, oct.-dic., 1958, pp. 525-528.

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Estancia en el paraíso

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Conversación con los muertos Goethe, Molière, Aristófanes…

Hasta al reino de los beatos había llegado el aviso de que en todos los sitios de la tierra se celebraba el mes en el que hacía trescientos años salió a la luz el libro para Dios y los hombres, el Quijote de don Miguel de Cervantes.1 En la sala del cielo donde se encontraban, los poetas clásicos bromeaban sobre el digno homenaje que los humanos pudieran hacerle. Cervantes permanecía al margen de la discusión porque estaba leyendo en un antiguo libro las aventuras bélicas de don Juan de Austria.

Goethe propuso que se le erigiera un monumento, pero que fuera pequeño para que nadie pusiese ningún impedimento; Shakespeare, que se enterrasen sus huesos en El Escorial, la necró-polis de los reyes españoles, igual que muchos poetas ingleses habían sido enterrados en la abadía de Westminster; Molière, que fuese nombrado miembro de la Academia Española, y Dante, que se le declarase noble.

Cervantes levantó la vista de su libro para desaprobar esta última sugerencia: “Provengo de una antigua familia noble de la

1 Haciéndose eco del tercer centenario del Quijote en 1905, el director del periódico Berliner Tageblatt, Fritz Mauthner, escribió un ingenioso texto, “Diálogo de los muertos”, donde Miguel de Cervantes participaba en su día honorífico. Mauthner describe la estancia y conversación de Cervantes en el cielo con algunos de los clásicos escritores fallecidos, san Pedro, los ángeles y el mismo Dios. Agradecemos a Sarah Henter la ayuda que nos ha prestado con su traducción al castellano de este texto alemán.

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242 Salvador García Jiménez

actual provincia de Galicia. Ni siquiera cuando vivía, mi escudo me salvó de la lucha contra el hambre. ¡Extraño! El hambre es el ene-migo más cruel de todos, pero sin embargo la lucha contra ella se considera la más deshonrada”.2 “Pues entonces no queda otra cosa”, dijo Aristófanes,

que, según la costumbre antigua griega, proscribir y desterrarlo por

su fama. Por acuerdo mayoritario. Si incluso la Iglesia a veces dejó

quemar a la gente después de su muerte. Ludibrio y destierro, sin

embargo, parecen haber sido desde siempre la prueba más segura

de verdadera grandeza.3

Finalmente, los camaradas en su gloria se dieron cuenta de que no podían inventar un homenaje tan descomunal que pudiera compensar la miseria enorme que había sufrido el noble Cervan-tes en vida.

Entonces irrumpió Pedro de improviso, con su desasosiego y urgencia habituales. “¡Uno de los señores me tiene que prestar una gramática española! ¡Y un diccionario español!”.4 Dijo que Dios Santo estaba aprendiendo español; que toda la corte celestial tenía que participar en esta novedad y aprender español en una noche. Una tarea difícil para la cabeza vieja de Pedro, aprenderse vocabu-lario y reglas.

A los ángeles, estos mocosos, se lo ponen fácil. Cazan el olor de una

flor española, humedecen los labios con una gota de vino español

y ya se saben todo lo que les hace falta para su oficio hoy en día:

2 Fritz Mauthner, “Der Ehrentag des Cervantes” [El gran día de Cervantes], en Berliner Tageblatt, Berlín, 10 de abril de 1905.

3 Idem.4 Idem.

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243La vida en ultratumba

canciones españolas y bailes españoles. ¡Pobre de mí, que soy el

portero del cielo!5

A la pregunta de Aristófanes, ansioso por saber el método con que Dios Santo aprendía una nueva lengua, Pedro le contestó a regañadientes: “Para Él todo está preparado cómodamente. Sólo le echa un pequeño trozo de su amor eterno a un hijo de la tierra y en seguida entiende y habla su idioma. Le echa su amor a un ale-mán y habla alemán. Le echa su amor a una española o un español y habla español”.6

Pedro había revuelto la biblioteca lamentando: “¡Tonterías! ¡Nada más que poesía y cosas de éstas! Necesito un diccionario hebreo-español. Será difícil encontrarlo. Tengo que aprender espa-ñol en una noche. ¡Pobre de mí, que soy el portero ajetreado del cielo!”.7

Cervantes prosiguió su lectura de las estrategias bélicas de don Juan de Austria, evitando que se le notase cómo le había alterado la noticia: Dios Santo aprendiendo español. ¿Y por qué no? ¿Por qué Dios Santo no iba a tener el deseo de hablar con un hidalgo en su idioma materno?

De repente se escuchó un sonido maravilloso en el cielo claro. El mismo sonido que normalmente sólo se escuchaba cada año cuando el sol se ponía en el signo de la primavera. Fuera de tiempo tronó, pues, este insondable júbilo por las salas. Y el hermoso ángel favorito de Dios apareció en la sala de los escritores elegidos para la gloria y habló a Cervantes:

A Dios Santo le encanta tu Don Quijote. Se rió. Lo habéis escuchado

reír. En un momento estará aquí. Sabéis que no lee como leen los

5 Idem.6 Idem.7 Idem.

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244 Salvador García Jiménez

humanos, línea por línea. Cien angelitos pequeños le pasan las

hojas en el vuelo y delante de sus ojos quietos pasa la historia, tal

como tú la viste en su día. Prepárate para la efigie de Dios.8

Cervantes se había levantado. Estaba temblando. Pero dijo: “Soy un español noble. Que venga”.9 Y con el muñón de su mano izquierda puso su espada contra el suelo para recibirlo en postura. Fuera, el ruido aumentaba cada vez más. Todo hacía suponer que se acercaba un desfile infinito. Baladas españolas antiguas pare-cían llamar al baile; canciones moras destacaban de manera extraña entre ellas. Mil sonidos de guitarras. Dios Santo entró en la sala. Los literatos afamados bajaron la cabeza, las manos cruzadas encima del pecho. Únicamente Cervantes permaneció firme. Sus ojos miraron como aquella vez cuando en la batalla de Lepanto su ber-gantina recibió la señal de ataque. Así de valiente se mantenía ahora ante su Dios. Sacó la espada y saludó. Sólo que en este momento sus mejillas de color de cuero se humedecían y un suspiro leve escapó, contra su voluntad, de entre sus labios fijamente cerrados. Un sollozo de alegría. “Así que tú eres quien ha escrito esto. Es bueno. Estoy contento”.10 Y se dirigió a su ángel favorito: “Siem-pre te quejas de los malos y estúpidos humanos. Pero entonces, en algún siglo que otro, aparece un muchacho como éste. Míralo y reconcíliate riendo con mi creación”.11 Y de nuevo a Cervantes: “Me has alegrado, así que puedes pedir una gracia”.12 Cervantes respiró tres veces, profunda y largamente. Entonces dijo que, si lo quería recompensar por lo mucho que había sufrido, abriese las cadenas del infierno y perdonase a los pecadores y a los locos que le habían insultado. Dios Santo sonreía. “Yo no tengo infierno, no

8 Idem.9 Idem.10 Idem.11 Idem.12 Idem.

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245La vida en ultratumba

tengo cárcel. Sólo los hombres en la tierra saben algo de venganza y castigo [...]. ¡Pídeme otra gracia distinta!”.13 Cervantes solicitó entonces que le concediese volver a ver en realidad a sus dos som-bras imaginarias, don Quijote y Sancho. Y Dios Santo respondió:

¡Tú, humano! ¿De modo que no lo sabes, que fuiste un creador,

que has pisado mi terreno? Con la seriedad de un creador los has

hecho vivos a estos dos hombres y los has puesto en sus pies, inde-

pendientes de Dios y del mundo. Bueno, no del todo sin mi ayuda

secreta. Tu gracia está concedida. El hidalgo de la Mancha y su San-

cho viven y se han reproducido allí abajo.14

El ángel favorito abrió un poco el muro de la sala y Cervan-tes miró hacia abajo, a la tierra de los humanos. Vio el hormiguero del pueblo. Nada había cambiado desde hacía trescientos años. El hormiguero solamente se había vuelto más rápido. Durante mucho tiempo, Cervantes no pudo distinguir en el tumulto humanos que se parecieran a sus dos creaturas. Pero entonces las imágenes se volvieron cada vez más claras y reposadas. Dispersos entre la masa, dispersos en todos los países, vio miles y miles de hijos de la tierra que obviamente habían sido engendrados, los unos, por don Qui-jote y, los otros, por Sancho Panza. No eran los peores trabajadores los que habían provenido de la estirpe del escudero, ni los peores héroes de la acción o del pensamiento los que pertenecían a la familia del hidalgo.

Al final, Cervantes, tras encontrarse con el propio Quijote enloquecido y flaco, gritó y tapó sus dos ojos con la mano derecha; se arrodilló y en el bajo del ropaje de Dios Santo escondió su cabeza y sus lágrimas.

13 Idem.14 Idem.

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246 Salvador García Jiménez

Conversación telefónica con Gabriel García Márquez

El diálogo telefónico entre Miguel de Cervantes y Gabriel Gar-cía Márquez se produjo en el año 2010, antes de que el escritor colombiano muriera. En 2016, cuarto centenario de la muerte de Cervantes, ambos ya estarán conversando en el cielo. El coloquio, salpicado de colombianismos, se inició con la enigmática llamada:

Cervantes. ¡Aló! ¿Con García Márquez? Mira, mijo, habla Cervantes,

el de las letras castellanas. He querido comunicarme contigo por un

problema de la posmodernidad.

G. Márquez. ¿Usted me está mamando gallo?

Cervantes. Pues fíjate que no, y te estoy llamando del mismísimo

cielo.

G. Márquez. ¿Cómo obtuvo este número?

Cervantes. Pues hombre, Márquez, acá, en tierra de Dios, todo se

sabe.15

Ante la insistencia del Premio Nobel de que su interlocutor se identificase, Cervantes le asegura que le está llamando desde la morada eterna con la idea de darle un pasaje para que vaya a visi-tarlo. Ante los recelos de García Márquez, el autor del Quijote reac-ciona enfadado:

Yo te hablo desde el paraíso y esto acá es de lo mejor. Mil pares

de veces mejor que esas rumbas vallenatas en chiva que hacen allá

en tu tierra. ¡Es el cielo, viejo Gabo! Además, escucha bien lo que

te digo, es la única oportunidad que vas a tener en la vida y sólo

por pocos días. No vas a tener otra. Si supieras qué trabajo me ha

15 Carlos Ramírez Quintero, Coloquio cervantinogarciamarquiano, 2000, farsa representada en varios tea-tros para el público estudiantil. Agradecemos al autor colombiano que nos proporcionara el texto inédito de su obra.

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247La vida en ultratumba

costado convencer a Papadiós. Te ha concedido visa sólo por unos

días porque tú dizque estás lleno de pecados.16

Gabo exige que le garantice que no se va a aburrir con tanta cosa celestial, y que se le permita llevar como equipaje unas maracas , un redoblante y un clarinete para garantizar la parranda si le cortan la energía al cielo, añadiendo, como en casi todas sus intervenciones, unas gotas de humor teológico: “y unas guaya beras de esas que llaman liqui-liqui para regalárselas a Papadiós”.17

El escritor del Siglo de Oro, antes de comentarle el motivo de tal invitación, le confiesa que, “como cosa paranormal”, se está refrescando con un whiskisito sin tener whisky. El problema era que estaba llegando al cielo una gran cantidad de alborotadores, incultos y detractores que cuestionaban la posición que con tanto esfuerzo se ganó Cervantes en la tierra, echando a rodar por los tro-nos celestiales el rumor de que Gabriel García Márquez era mejor que él. A partir de tal comparación, la conversación fue subiendo de tono y los interlocutores se arrancaron sus plumas como galli-tos de corral.

García Márquez augura que sus Cien años de soledad le van a tumbar del pedestal. Y Cervantes le cita el caso de su vecino en el paraíso, Juan Rulfo, cuya obra no le llega ni al tobillo a la suya. “Yo lo que quiero es que vengas al cielo para discutir este asunto personalmente”,18 terminará por confesarle a Gabo antes de expli-car cómo debe de efectuar el viaje:

Búscate una espiritista que te sirva de médium y pregúntale a cual-

quiera que haya muerto. Te tengo listo el pasaporte con visa para el

23 de abril y reserva para pocos días. No hay mucho tiempo porque

16 Idem.17 Idem.18 Idem.

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248 Salvador García Jiménez

a ti te miran con malos ojos los ángeles del cielo y hasta Papadiós.

Debes tomar el túnel de segunda, y no te vayas a molestar porque

el de primera está reservado sólo a los santos. Pero todos los cami-

nos son buenos. Recuerda, el tuyo es el de la luz brillante al final.19

19 Idem.

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Aniversarios de muerte

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251

Si Cervantes estuvo en una ocasión arrodillado ante el túmulo de un rey, por el suyo han pasado rezando después bajo el laurel de su corona dos monarcas y un príncipe. Por ello, en 1598 escribió el soneto “Al túmulo del rey Felipe II en Sevilla”, donde aludía a la residencia del muerto en la bienaventuranza en este terceto: “Apos-taré que el ánima del muerto / por gozar este sitio hoy ha dejado /la gloria donde vive eternamente”.1

A las honras fúnebres de Cervantes, celebradas en las Trini-tarias en 1876, asistió su majestad el rey y su alteza la princesa de Asturias. Su majestad, junto al presidente del Consejo de Ministros y el presidente de la Academia, encabezó el duelo.2 Al año siguiente, Alfonso XII volvió a presentarse por sorpresa en el templo, arran-cando elogios de los concurrentes y de la prensa:

Un rey joven, que profesa a las letras un amor que raya en pasión,

y una pasión más profunda a todo lo que es gloria de España, no

podía dejar pasar este día sin demostrar de una manera evidente

cómo sabe asociarse a todos los sucesos que se dirigen a honrar

memorias nacionales.3

1 Miguel de Cervantes Saavedra, Obras completas, t. I, ed. de Ángel Valbuena Prat, Aguilar, Madrid, 1970, p. 53.2 Gaceta de Madrid, núm. 116, Madrid, 25 de abril de 1876, p. 272.3 La Época, Madrid, 23 de abril de 1877.

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252 Salvador García Jiménez

En 1919, aprovechando la piadosa y tradicional costumbre, el rey de España, don Alfonso XIII, acudió a los funerales de Cervan-tes en la recoleta iglesia de las monjas trinitarias. Bajo palio con-ducido por varios académicos y a los acordes de la Marcha real que ejecutaba el órgano, entró en el templo y fue a ocupar un sitial en el presbiterio, frontero al del obispo. José Ortega Munilla ponderó así esta visita:

Las viejas monjas trinitarias, que viven en la más triste de las

humildades, que acaso sufran escasez muchos días, conservarán

el recuerdo eterno de la visita del Rey. El gentil caballero que sabe

interpretar los sentimientos de su raza, entró en el claustro de las

venerables, y allí dejó una memoria dilatadísima. No creo que haya

hecho nunca un Rey de España obra tan admirable como ésta, que

parece tan sencilla: oír una misa de Réquiem, conversar con las

monjitas, y poner en la humilde calle el relumbre de la Majestad.4

En el aniversario fúnebre de 1961 asistió a las exequias el príncipe don Juan Carlos de Borbón,5 quien ocupó a la derecha del presbiterio un reclinatorio para rezar durante la misa por la salva-ción del alma de Cervantes, gloria de las letras hispanas. En cambio, para otros, como el jesuita Félix Restrepo, se desconocía su para-dero post mórtem:

Año tras año la Academia Española se reúne devotamente en la igle-

sia de las Trinitarias el 23 de abril, y ofrece un sencillo funeral por

el Manco de Lepanto. Porque, aunque es de esperar que él esté ya

gozando del premio de su fe y de sus virtudes, pero nadie lo sabe

con certeza, y en asunto de tanta significación vale más que sobre

4 José Ortega Munilla, “El Rey en las Trinitarias”, en El Debate, Madrid, 12 de mayo de 1919.5 ABC, Madrid, 23 de abril de 1961.

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253La vida en ultratumba

que no que falte. Cuanto más que ninguna de las oraciones, nin-

guno de los sufragios que a Dios presentan los hombres queda sin

provecho.6

Restrepo, después de visitar la tumba de Shakespeare en la abadía de Westminster y la de Cervantes en el convento de las Trinitarias, confiesa que ante la primera sintió frío, como si allí pudiera afirmarse que el dramaturgo no estaba; en cambio, en la humilde iglesia de Madrid parece que escuchó: Aquí está Cervantes. “Y es que, según la doctrina protestante, hay un abismo infran-queable entre los vivos y los muertos; cuando la doctrina católica tiende sobre ese abismo un puente y nos consuela con el dogma de la comunión de los santos”.7

No solamente han atraído reyes, presidentes del Gobierno, académicos y escritores estas misas de réquiem. A finales del siglo XiX, los actores más aplaudidos y famosos de la escena española rodeaban el túmulo de terciopelo negro, galoneado de oro, sobre el que se había colocado un almohadón con el Quijote. Al pie del túmulo refulgía una corona de laurel y hojas de plata que el actor italiano Ermete Novelli, intérprete trágico de Shakespeare, depositó en la ofrenda.8

De todos los oradores fúnebres que desde 1861 hasta hoy les ha encomendado la Real Academia Española pronunciar la oración fúnebre de Cervantes, destaca el primero que inauguró el púlpito, el presbítero cubano don Tristán de Jesús Medina. Ríos de tinta han corrido acerca de esta intervención. Cada uno de sus cobis-tas o denostadores ha mencionado su presencia, aquella mañana del 23 de abril de 1861, en el convento madrileño, ante la tumba

6 Félix Restrepo, “Diálogo de Cervantes”, en Diálogos en otros mundos, Editorial Zapata, Manizales, 1936, pp. 81-102.

7 Idem.8 La Iberia, Madrid, 23 de abril de 1888.

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254 Salvador García Jiménez

del prodigioso creador literario.9 El orador, mientras se proponía demostrar la influencia de Dios en la formación de nuestra lengua, echaría de menos como fondo musical el Réquiem de Mozart, al que había aludido con ambiciosa prosa:

Aquella música abría sepulcros y cielos, desataba ligaduras enojo-

sas, rizaba el plumaje de muchas alas, despertaba ecos en las altas

concavidades, marcaba curvas de vuelos gigantescos que abarcaban

miradas de soles, disipaba nubes para dar más espacio a perfumes

visibles en columnillas de humo azul celeste, y descubría maravillas

sin nombre y sin palabras, que ningún sentido humano percibió

jamás desde nuestro valle de sombras.10

En 1865 la vida de Tristán Medina sufrió un vuelco al serle retiradas las licencias para predicar a causa de un sermón en el que impugnó el dogma de la eternidad de penas. Luego regresó al púlpi to con apariencias de arrepentido, pero pronto su ligereza mundana y su perverso gusto oratorio le hicieron volver a claudi-car en materia grave, deslizándosele tanto la lengua al ponderar en un sermón la hermosura corporal de Nuestra Señora, que escan-dalizó los oídos de los fieles y movió al vicario a retirarle de nuevo de los púlpitos. Atizado por el demonio de la apostasía, se hizo bautizar por los protestantes para regresar años más tarde al catoli-cismo. El 8 de julio de 1876, la policía lo condujo esposado a la cár-cel de Lausanne, acusado de haber abusado de una niña de nueve años. No era la primera vez que se le adjudicaban delitos de esa índole: a mediados de 1875, en Schaffhausen, ya lo habían seña-lado por hacer “proposiciones deshonestas a unas niñas”.11 Al final,

9 Jorge Ferrer, Tristán de Jesús Medina. Retrato de apóstata con fondo canónico, Editorial Colibrí, Madrid, 2004.

10 Tristán de Jesús Medina, Mozart ensayando su Réquiem (1881), Red Ediciones, Barcelona, 2012, p. 47.11 Jorge Ferrer, op. cit., p. 34.

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255La vida en ultratumba

trasladaron a este pájaro de pico de oro a un manicomio de Zúrich. Con sus oraciones, ni resucitado hubiera ascendido Cervantes dos palmos de su tumba.

El lúgubre recordatorio del día que expiró Cervantes fue can-tado en 1878 por el modesto poeta Fernando Araujo, con versos siniestros que ponían el vello de punta. Era la primera vez que el escritor más deslumbrante del Siglo de Oro se levantaba como zombi de su sepultura, causando hasta la estampida de las musas que estaban inspirando al autor elegiaco:

Parece que el sepulcro se derrumba

do tus cenizas ya reposan frías.

Y te veo con miedo de la tumba

alzarte cual espectro pavoroso

y en tus cóncavas fosas y vacías

brillo imponente aún ostentar brioso

y revolviendo en torno la mirada

del anchuroso mundo

sumergirte de nuevo en el profundo

soltando una siniestra carcajada!!...12

Según Eduardo Marquina, miembro numerario de la Real Academia Española, en el aniversario de la muerte de Miguel de Cervantes de 1940, “con el bendito nombre de Jesús en los labios, vio Cervantes llegarse a él, en la otra vida, un hombre español”:13 Ramiro de Maeztu, académico caído por Dios y por España, por quien también se susurraban las oraciones de dicha liturgia. Para igualarse con el soldado manco, el falangista le mostraba su pecho y hombros atravesados por las balas. En diálogo con el escritor

12 Fernando Araujo, “A Cervantes. Elegía”, en El Eco del Tormes, 28 de abril de 1878.13 Eduardo Marquina, “Letras españolas”, en La Vanguardia, Barcelona, 23 de abril de 1940.

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que había resucitado entre la huesa y el túmulo, le contó que había dado su vida alegremente para salvar a España.

Tras los funerales de 1965, también se habló del efecto que produjo en el cadáver del escritor la oración pronunciada por el obispo Leopoldo Eijo y Garay: “La recompensa de aquel discurso, que debió conmover los huesos del Manco de Lepanto enterrados en la propia iglesia, fue la propuesta del doctor Eijo y Garay para su ingreso en la Real Academia”.14

La mañana del 23 de abril de 1905, quien se presentó en las Trinitarias para visitar el sepulcro fue don Quijote, según nos relata en una crónica Alfonso Pérez Nieva. Éste se hallaba en el templo, a mitad de la misa, cuando cerca de la pila del agua bendita, entre la tenue luz, escuchó el rumor de un hombre alto, seco y amojamado. Rápidamente reconoció a don Alonso Quijano, que movía su arma-zón de hierro para acercarse y preguntarle si aquélla era la iglesia de Madrid en que yacía su autor. Tras responderle afirmativamente, el ingenioso hidalgo explicó:

Me place de no haber hecho caso de ese bellaco de mi escudero,

empeñado en que los restos de don Miguel de Cervantes no podían

descansar en esta pobre casa del Señor, como tal siempre honrosa,

sino bajo mármoles de Italia. […] Así hubiera querido yo su sepul-

cro; pero no es de desdeñar una capilla humilde para las cenizas de

un cristiano viejo. Ese Sancho, siempre zafio y sólo pagado del oro-

pel, iba ya a pasar de largo.15

A continuación le pidió al periodista que le señalase dónde se encontraba la tumba con los restos de don Miguel, para verla y rezar ante ella un Pater noster. El hombre, sin atreverse a revelar la

14 Voluntad, Gijón, 24 de abril de 1965.15 Alfonso Pérez Nieva, “El Padre Nuestro de don Quijote”, en La Lectura Dominical, Madrid, 6 de mayo de

1905.

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verdad, le aconsejó que le preguntara en la sacristía al capellán. No tardó mucho en reaparecer su doliente figura en el templo, seguida del cura. Dos lágrimas silenciosas resbalaban por el rostro de don Quijote cuando comenzó a desahogarse contra los ingratos espa-ñoles que no habían señalado los restos de Cervantes de algún modo para que se distinguieran de los demás. De pronto calló, “arrancóse bruscamente a su éxtasis y salió a escape de la iglesia”.16

16 Idem.

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Diálogos con un reportero, Colón, el ángel y Borges

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El escritor y académico de la Academia Colombiana de la Historia, Martín Restrepo Mejía, en el cuento titulado “Un reportaje”, publicó una de las más inquietantes entrevistas que se le han hecho a Cervan-tes, trescientos años después de su muerte. El relato comienza con una lúgubre descripción de la vuelta de Cervantes al mundo madrileño:

Un día de éstos de guerra universal en que vivimos, levantóse len-

tamente, por arte de ocultos encantamientos, la losa que en la

humilde iglesita de las Trinitarias de Madrid cubre el sepulcro de

don Miguel de Cervantes Saavedra.

Apoyándose en la única mano que le dejó el turco en Lepanto, el

ilustre autor del Quijote se incorporó y dejó correr una mirada de

asombro por las desiertas naves.

¿Era sueño o realidad?... ¡Quién sabrá decirlo! Como sin advertencia

de lo que pasaba, Cervantes dejó vagar la vista por la amada capillita de

sus redentores, y luego volvió a caer desvanecido en la fúnebre caja.

Cuando despertó a la del alba del día siguiente, hallóse acostado

en dorado catre de bronce, entre sábanas de Holanda y mullidos

colchones. Era un lujoso departamento del Gran Hotel, que en la

Puerta del Sol hace las delicias de todo Madrid.1

1 Martín Restrepo Mejía, “Un reportaje”, en Revista del Colegio Mayor de Nuestra Señora del Rosario, vol. XII, núm. 113, Bogotá, abril de 1916, pp. 145-160.

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Cervantes se enfrentará, sin salir de su habitación, a todos los cambios de la vida moderna: el mecanismo de la lámpara, los rui-dos de coches y tranvías, las prendas de vestir, etcétera. Sentado en el sofá, recibió al criado que le puso junto a la mesa el desayuno y los diarios de la mañana, en los que no faltaba ni siquiera la noti-cia de que en el Gran Hotel de la Puerta del Sol se había alojado un caballero que decía llamarse Miguel de Cervantes Saavedra: “En nuestra edición de la tarde diremos si se trata de una simple coin-cidencia de nombres, de un timo o de un loco”.2

Enseguida, Nemesio Soldevilla, reportero del diario El Siglo, se presentó en su habitación para hacerle una interviú y tratar de convencerlo de que había resucitado en otro siglo diferente al que él creía.

—¿Qué recuerdos tiene usted del tiempo transcurrido entre su

muerte y su resurrección?

Cervantes, con muestras de una emoción muy honda, contestó:

—Ningunos…

—¿Qué propósitos tiene usted para su nueva vida?

—Como siempre, trabajar, escribir, servir a la patria en mi calidad

de soldado.

—¿Cómo juzga usted la actual situación del mundo?

—Si es verdad que he resucitado trescientos años después de muerto,

no soy capaz aún de juzgar esa situación, pues no la conozco.3

El periodista, para sacarlo de dudas, le mostró un fósforo, que no se usaba en su tiempo, el timbre eléctrico, un fonógrafo que mandó traer al criado, una pianola, libros y revistas, y por último lo hizo comunicarse mediante el teléfono con el director de su diario.

2 Idem.3 Idem.

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263La vida en ultratumba

Posteriormente hablaron de la guerra, hasta que Cervantes le rogó al reportero que se retirase: “Amigo mío, estoy cansado, abrumado de emociones y noticias y necesito estar solo. Si usted quiere, con-tinuaremos mañana esta conversación”.4

El periodista y su director aguardaron con expectación la cita, pero cuando al día siguiente se presentaron temprano en el hotel, el portero les aseguró que allí no estaba alojado ningún sujeto que respondiese al nombre de Miguel de Cervantes Saavedra. Cre-yendo el director que Soldevilla le había gastado una broma feliz y divertida, le iba a conceder un mes de vacaciones cuando en la mesa de la habitación que acogió a Cervantes hallaron unas cuar-tillas de papel, escritas con tinta morada, en las cuales leyeron con asombro el plan de la obra de unas “Aventuras del hábil negociante Sancho Panza”. Soldevilla negó finalmente la acusación de que las hubiese escrito él mismo por sugestión.

Además existe otra curiosa entrevista entre Cristóbal Colón y Miguel de Cervantes, ocurrida en Palos de la Frontera, inicio de nuestra aventura de Indias y, por tanto, de nuestra política mun-dial, transcrita por el hispanista estadounidense Waldo Frank en su obra España virgen. En esta escena del drama espiritual de un gran pueblo, ambos visten a la usanza gentil de su tiempo, con prendas raídas. Es un diálogo de muertos que han regresado a la tierra, con más poder que los vivos por la capacidad de que goza Cervantes al poder divisar desde el sur de Andalucía las torres de Nueva York. Cuando Colón le ruega que mire al otro lado del mar, Cervantes le describe la urbe que ha visto con sus ojos: “Una ciudad de torres blancas veo. Los hombres que la habitan son átomos invisibles casi, pero ellos son los que alzan esas torres, blandiendo un arma de oro que les hace dueños del mundo”.5

4 Idem.5 Waldo Frank, “El puerto de Colón”, en España virgen, Aguilar, Madrid, 1989, pp. 301-307.

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264 Salvador García Jiménez

En esta conversación, publicada en 1926, ya se profetizaba la caída de las Torres Gemelas de Nueva York, ocurrida el 11 de sep-tiembre de 2001:

(Cervantes mira en silencio hacia el poniente, mientras los ojos can-

sados de Colón observan. De pronto, Cervantes se ase del brazo del

marino.)

Cervantes. ¡Mirad! ¿No veis? ¡Dios mío! ¡Las torres se derrumban!

Colón. ¡Gloria a Jehová! Se pudrirá la semilla…

Cervantes. Son el torbellino revuelto de un ciego desvarío. Como sus

almas, arena movediza, ha venido a ser el mundo de estos hombres.

¡El fulgor altivo de las torres se desvaneció!

Colón. Ahora nacerá el mundo que yo descubrí.6

Los dos personajes más representativos de la historia de España hablan sobre el significado del descubrimiento de América, la polí-tica colonialista española y la profecía del Nuevo Mundo. Mediante la parábola, Colón afirma que España se ha podrido al fin en la tumba que llaman “América”. Cervantes, cansado de parábolas y de con-sejos, le responde al descubridor del Nuevo Mundo que, siendo un marinero sin bienes ni fortuna, se aprovechó de España también. El diálogo concluye con la insistencia de Colón para que su amigo com-pruebe de nuevo si las blancas torres de América han desaparecido. Tras la confirmación de Cervantes, los dos miran en silencio: el escri-tor ve; el almirante comprende. Entre tanto, el sol se hunde en el mar. Hacia el oriente, sobre los hombros de los dos espectros, el cielo se enciende de pronto con un resplandor de amanecer.

6 Idem.

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265La vida en ultratumba

* * *

En su destierro de España tras la Guerra Civil, José Ramón Arana narra en “El último sueño de Cervantes” (1950) la evocación de la niñez de éste y el estremecimiento ante el misterio de la muerte. Estando en agonía, en la raya de la vida y de la muerte, un poco antes de la salida del alma, camino ya del cielo, dialoga con su ángel custodio:

—Demasiado apego a la vida, Miguel. Tú ya no eres de ese mundo.

—Entonces… ¡estoy muerto! ¡Era verdad la muerte!

—Esa pequeña muerte.

—No lo entiendo.

—Ya entenderás. Sígueme.7

El ángel tiene prisa y se queja de los miles y miles de difun-tos que ha de recoger aún. Llega el momento de rendir cuentas y Miguel obedece a su interlocutor cuando le comunica que el Señor le aguarda. Ambos aceleran el paso y el escritor, mientras la caja con sus restos discurre a hombros de cuatro amigos por la calle de Can-tarranas, cavila que el ángel pueda ser un alguacil celeste… Y éste le contesta: “¡Qué tonterías piensas! Soy un ángel. ¿No ves que soy un ángel?”.8 En el cielo nadie puede huir de sí mismo. En la charla, el mensajero de Dios niega ante una de las preguntas del escritor fallecido que haya infierno. Miguel respira más tranquilo, como si lo hubieran librado de algún peso tremendo. El ángel, con una son-risa bondadosa, lo acusa de socarrón, y él se llena de angustia, con la sensación de ir desmenuzándose en medio del vacío. “Duerme

7 José Ramón Arana, “El último sueño de Cervantes”, en El cura de Almuniaced, Aquelarre, México, 1950. Utilizamos la antología en que lo reproduce Rafael Conte, Narraciones de la España desterrada, Edhasa, Barcelona, 1970, pp. 83-101.

8 Idem.

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266 Salvador García Jiménez

un poco, Miguel”, le recomienda su alado guardián. “Mañana te dejaré en el gran camino que lleva a la salida. Anda, duerme…”.9

* * *

El escritor argentino Marcelo Galliano, en una brevísima obra de teatro leído, recoge otro “Diálogo entre Borges y Cervantes”, cele-brado en un lugar indefinido del cielo, tras acabar ambos de trope-zarse entre el ir y venir de los bienaventurados:

Miguel de Cervantes Saavedra. Maestro, qué sorpresa; es la primera

vez que lo veo por aquí.

Jorge Luis Borges. Disculpe, no quisiera ser grosero, pero no sé quién

me está hablando.

Miguel de Cervantes Saavedra. No, por favor, el que me tiene que dis-

culpar es usted, sigo siendo un español anticuado que piensa que

los ciegos tienen el don de la adivinación.10

Como Borges sigue sin reconocer a quien tanto le había cau-tivado con su obra, éste al final se presenta, disculpándolo porque hacía solamente un par de décadas (desde el año de su muerte al 2010, en que confluyen) que andaba despistado por el paraíso. Bor-ges le halaga confesando que ha logrado más inmortalidad que Lope y Quevedo, grandes técnicos de la lengua, y ambos coinciden en que dicha “inmortalidad es lo peor que le puede suceder a un hombre”.11 Sus actitudes en el diálogo provocan la paradoja y la inversión de sus respectivas épocas:

9 Idem.10 Marcelo Galliano, “Diálogo entre Borges y Cervantes”, obra ganadora del Premio Conquistémonos

Bicentenario 2010, de la Sociedad General de Autores de la Argentina (Argentores), y estrenada en el Auditorio “Gregorio de Laferrère” con la dirección de Julio Baccaro. El texto, inédito, nos lo envió amablemente su autor.

11 Idem.

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267La vida en ultratumba

Miguel de Cervantes Saavedra. No lo digo en broma; ningún escritor

en su Argentina puede despegarse del mito Borges. Mi caso es pare-

cido; parafraseándolo a usted diría que lo plagié con cuatro siglos

de anticipación. Fíjese la pedantería de la que algunos críticos me

han hecho cargo, que han llegado a decir que no se puede ser escri-

tor sin antes leer mi Quijote. ¡Tonterías!

Jorge Luis Borges. Es una obra maravillosa, yo la he leído con fe poé-

tica, como a Dante, como a Shakespeare.12

En este debatir predominan la ironía y una de las caracterís-ticas más conocidas de Argentina, donde el psicólogo y la psicolo-gía ocupan, en la vida cultural, un lugar incomparable respecto al que tienen en otras partes del mundo, en el marco de una posición hegemónica del psicoanálisis. Sobre todo cuando Cervantes le dice a Borges: “no se me ponga freudiano, como buen argentino”,13 y éste le contesta con humor: “Veo que le han llegado noticias del psicoanálisis. Pero, para que se quede tranquilo, le diré que Freud siempre me pareció un viejo chismoso. Además, por culpa de él todos los libros son autobiográficos”.14 Antes de acabar con el for-tuito encuentro, Cervantes le muestra a Borges lo que ha descu-bierto por aquellos lares: el aleph, ese punto maravilloso donde converge todo el universo y que el argentino imaginó en su mag-nífico cuento…

Jorge Luis Borges. Don Miguel, ¿podré ver también a su Ilustre Hidalgo?

Miguel de Cervantes Saavedra. Bueno… para verlo a él hay que

estar un poco loco, y ya le dije que la locura es el privilegio de una

mi noría. Pero creo que sí, creo que usted lo va a poder ver.15

12 Idem.13 Idem.14 Idem.15 Idem.

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Premio Cervantes

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Cuando en 1988 entregaron oficialmente el Premio Cervantes de literatura al novelista mexicano Carlos Fuentes, el escritor argen-tino que fue invitado por ello a la fiesta celebrada en el Palacio de Oriente, Daniel Moyano, se impresionó muchísimo y se sin-tió extraño y marginado entre los cuatrocientos invitados, “Un sudaca en la corte”, que es como titularía el relato de su agridulce experiencia. Nunca había estado cerca de un rey ni había hablado con un rey, y la idea que tenían los sudamericanos de los reyes era de leyenda. En la carta de la Casa Real le decían que tenía que ir de traje oscuro, y el humilde sudaca se compró uno barato para asis-tir, así como zapatos y calcetines finos que luego le ocasionarían un sinfín de problemas. Ajeno al grupo de poetas y prosistas que le rodeaban, el escritor se sintió incómodo y comenzó a deambu-lar por los pasillos del palacio hasta encontrarse con otra recepción paralela y espectral, donde entablaría conversación con don Miguel de Cervantes.

Daniel Moyano dejó la copa al pie de una estatuilla y, cuando estaba llegando a las caballerizas, le entraron ganas de volver al salón, pero los pasos que dio para hacerlo le llevaron en dirección contraria, hacia la base de una columna rota donde estaba sen-tado un hombre entrado en años que hacía rayas en el suelo con la punta de un dedo. Alzó la cabeza cuando el sudaca se acercó y le miró sin curiosidad:

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272 Salvador García Jiménez

Aunque no llevaba gola como en los retratos conocidos, e iba ves-

tido de paisano con un pantalón y una blusa descolorida, estaba

más que claro que se trataba de Cervantes.

—Sí, soy yo —me dijo adivinando mis percepciones. Era la primera

vez que conseguía venir a España para su cumpleaños. Vivía en el

centro de una ciudad redonda rodeada de carreteras que salían en

forma de rayos de estrella, cada una correspondía a un país y a un

tiempo diferente, pero como no tenían letreros indicativos él se

equivocaba y siempre para este día aparecía en otro país y en otro

siglo. Ahora por fin había acertado.

No sé lo que tartamudeé, no era capaz de decir nada. Su voz, que

no tenía nada que ver con la que les había oído a los del sótano, me

llegó un tanto ansiosa:

—¿Me leen?

—Todo el planeta.

—¿Los trabajos de Persiles?

—No. El Quijote.

—Ya.1

Cervantes agachó la cabeza y siguió trazando rayas en el suelo. Y cuando el humilde invitado, sin saber qué decir ni hacer, pre-guntó por qué se quedaba en las caballerizas y no se presentaba en palacio, él le respondió: “Hombre, porque no tengo traje oscuro”.2

* * *

En el discurso de recepción del Premio Cervantes 1997, para huir de la solemnidad habitual de este tipo de actos, Guillermo Cabrera

1 Daniel Moyano, “Un sudaca en la corte”, en El País, Madrid, 20 de mayo de 1988. El relato fue publi-cado como crónica de la ceremonia de concesión del Premio Cervantes. Posteriormente, su autor lo reformaría y ampliaría hasta convertirlo en novela corta.

2 Idem.

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273La vida en ultratumba

Infante acudió al artificio del diálogo para desarrollar su interven-ción. Según declaró el escritor a los periodistas, la entrevista se le ocurrió al propio Cervantes, en cuyo domicilio, en la madrileña calle de Lope de Vega, tuvo lugar el encuentro, ya que el autor del Quijote lo invitó a cenar el mismo día de su muerte, como si desde el 23 de abril de 1998 el premiado hubiera regresado al pasado del 22 de abril de 1616.

Ahora estamos sentados a la mesa en medio del comedor […].

La casa es la de la antigua calle del León, hoy llamada, para mayor

in juria, calle de Lope de Vega.

Afortunadamente, ya tarde en su vida, Cervantes cena temprano.

El día de su muerte apenas come. A veces tartamudea un poco y se

transparenta en su modestia.

—¿Vino?

De poco acostumbrado a beber, creí que me preguntaba si había

venido. A tiempo pude decirle:

—No, gracias. No bebo. Nunca bebo vino. Bebo sólo agua.

—Como yo, que bebo océanos y ríos de agua. Me dicen que es la

hidropesía.3

Con una mezcla de humor y de tristeza, ingredientes muy del gusto de los dos interlocutores, el cubano le dice que, aunque no se le considere un gran poeta, en La Galatea ha espigado versos muy bellos. Llegada la cena, les sirvieron una gran cantidad de platos que Cervantes rechazó inapetente.

—Estoy con un pie ya en el estribo.

—Pero apenas es el día 23 de abril.

3 Guillermo Cabrera Infante, “Cervantes, mi contemporáneo”, en Vuelta, núm. 259, México, junio de 1998, pp. 10-12.

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274 Salvador García Jiménez

—Rendí mi alma al creador el día 22.

Cervantes solía ser muy preciso con sus fechas. Insistí:

—En todas partes se dice que fue el 23.

—Son los coincidentes de siempre. Quieren que mi muerte coin-

cida con la de un tal Chepri.

—¡Shakespeare!4

Lope de Vega es el destinatario de uno de los dardos enve-nenados de Cabrera Infante, quien lo acusa de estar detrás de la edición del Quijote apócrifo de Avellaneda. Sólo la envidia hizo que cayera tan bajo con sus insultos. Otro de los temas tratados en la larga sobremesa es el de la música, dándole información el cubano de la comedia musical que se había compuesto, El hombre de la Mancha, cuyos protagonistas eran don Quijote y Cervantes. A continuación barajan la posibilidad de haber conseguido éste un puesto en América donde escribiría Don Quijote de las Indias, acom-pañado de Sancho Pampa, a lo que el anfitrión responde negativa-mente. Poco a poco la conversación se torna amigable entrevista, y tras hacer a Cervantes partícipe de los comentarios favorables y adversos que se han hecho en los últimos años sobre el Quijote, el maestro y el aprendiz se desvanecen en el mismo texto del dis-curso de recepción del premio, considerado el Nobel de las letras hispánicas: “Cervantes dejaba de ser un mero mortal para pasar a la inmortalidad. Aquí debe acabar mi discurso”.5

Envuelto en velos de monja, incorrupto o con huesos de vidrio como los de Tomás Rodaja, Cervantes tuvo que abandonar varias noches, mientras las monjas dormían, su sepulcro, para asis-tir al paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, donde el rey entregó el premio que lleva su nombre, según el testimonio

4 Idem.5 Idem.

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275La vida en ultratumba

que dio en su intervención el escritor uruguayo Juan Carlos Onetti. Sin vacilar, rotundo, dijo: “El fantasma de aquel manco desvalido, preso por deudas, vigila y sabe que no miento, que he dicho la ver-dad, honestamente”.6 También fue sorprendido en otra entrega de su galardón por un corresponsal de prensa de ABC: “Ayer, el es píritu de Cervantes, vestido de gala, deambulaba por el Aula Magna sin saber ni dónde sentarse. Estaba claro que no quería per-derse el acto de entrega de su propio premio a la merecidísima obra de José Jiménez Lozano”.7

A la luz de la ceremonia de entrega del Premio Cervan-tes 2009, celebrada bajo la presidencia de los reyes de España en el paraninfo de la Universidad de Alcalá de Henares, la presen-cia espectral de Cervantes se deslizó nuevamente. Fue cuando el poeta mexicano José Emilio Pacheco dijo en su discurso de recep-ción, como si hubiera viajado en el tiempo para estrechar la mano sana del Manco de Lepanto: “Me gustaría que el Premio Cervantes hubiera sido para Cervantes. Cómo hubiera aliviado sus últimos años el recibirlo. Se sabe que el inmenso éxito de su libro en poco o nada remedió su penuria”.8

Aprovechando que en diciembre de 2011 acababan de con-cederle el Premio Cervantes al poeta chileno Nicanor Parra, un redactor de La Gaceta de los Negocios pensó que podría hacerle una entrevista al ilustre escritor que daba nombre al galardón, con-vencido de que aún vivía en su antigua casa madrileña de la calle León, para llevarle las últimas noticias del mundo exterior. Estaba

6 Sonia Mattalia, Onetti: una ética de la angustia, Publicaciones de la Universidad de Valencia, España, 2012, p. 37.

7 ABC, Sevilla, 24 de abril de 2003.8 ABC, Madrid, 23 de abril de 2010. Bastantes años antes, Rafael Alberti, al recibir también este galardón,

se expresó en términos parecidos: “Cervantes fue un soldado que hizo la guerra, fue un hombre de campo de concentración y fue pobre. Este premio le hubiera resuelto mucho más que a mí. Si nos viéra mos en una taberna me pediría que le regalase algo del premio” (Hoja del Lunes de Madrid, Madrid, 21 de noviembre de 1983).

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el viejo novelista sentado ante su escritorio de roble, entre libros pol vorientos, como si el tiempo se hubiera detenido:

—Lo primero, señor, ha de ser preguntarle si ha leído algo de ese

Nicanor Parra al que acaban de honrar con su nombre y de camino

con una señalada porción de buenos euros, que cursan hoy como

los reales de vellón que vuestra merced recaudaba por esta España,

si bien se rumorea que no por mucho tiempo...

—Algo he oído del riguroso trance en que se halla ese tal euro, y

de los desvelos de una teutona y un gabacho potentados por ver de

enderezarlo. En cuanto al tal Parra, confieso aquí mismo que ni una

palabra leí de él; pero ni yo, ni el cura, ni el barbero que en otro

donoso escrutinio rebuscaran sus manuscritos. Ahora, que bien

puede darle vuestra merced mi enhorabuena al afortunado.9

A las preguntas del joven entrevistador sobre la opinión que le merece al autor de Don Quijote la actual vida política, éste le con-fiesa que sólo ha oído comentar los disparates cometidos por un tal Zapatero que en buena hora abandonó “el trono de la ínsula Barataria en donde creyó que gobernaba como si del mismo San-cho Panza se tratara”.10 En la conversación también se menciona al nuevo presidente de Gobierno, Mariano Rajoy, el escaso prestigio de que goza la Casa Real y el alarmante porcentaje de españoles que no encuentran trabajo. Para terminar, el reportero le pregunta sobre el futbol:

—Ha de saber que no sólo soy aficionado al fútbol, sino que no me

perdería una rueda de prensa de ese mal encarado y astuto portu-

gués [Mourinho] por todos los luises de Francia. ¡Voto a bríos que

9 Jorge Bustos, “Entrevista con Cervantes”, en La Gaceta de los Negocios, Madrid, 3 de diciembre de 2011.10 Idem.

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me divierte el personaje! Menor inclinación siento por Guardiola,

pero no cabe desdeñar la largueza de sus madrugadores méritos.

Me despedí de don Miguel deseándole buena salud y prometí lle-

varle, en una ulterior visita, uno de esos turrones almendrados que

tanto le gustan.11

11 Idem.

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Zombi

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281

Cervantes se convierte en un muerto viviente

Tres veces murió Cervantes, según las fantásticas biografías que hemos consultado. Las dos menos conocidas ocurrieron en los momentos más difíciles por los que pasó: la batalla de Lepanto y la prisión de Argel. Quien se ocupa de la primera, Házael González, relata la participación de Cervantes en la refriega naval. El escri-tor cuenta con un entrañable amigo de navegación, un judío con-verso llamado Isaac, que le revela el más increíble de sus secretos: la historia transmitida por su maestro sobre la real existencia de los zombis originados en África y el alcance de sus efectos locali-zados en Portugal. Isaac, tras confesar al soldado Cervantes que en épocas pasadas hubo poderosos y crueles individuos que preten-dieron utilizar a los zombis como soldados invencibles, teme que el náufrago recién rescatado sea un muerto viviente enviado por los turcos como avanzadilla. Intrigado queda Cervantes por el fan-tástico relato del judío, y cuando visita al forastero recién rescatado del mar, Diego de Mendoza, éste lo muerde en el brazo provocán-dole fiebres y delirios:

Cervantes ni siquiera tuvo tiempo de reaccionar… porque lo

siguiente que sintió en su cuerpo, y eso sí fue algo que sintió con

toda claridad, fue un fuerte mordisco en el antebrazo izquierdo.

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282 Salvador García Jiménez

—¡Me ha mordido! ¡Ese hijo de Satanás, ese engendro diabólico,

me ha mordido!1

En su enloquecida huida se tropezó con Isaac, que trataba de ayudarle. Miguel de Cervantes apenas podía moverse; la sangre manaba de su antebrazo igual que el agua de un arroyo. “Hay que extraer la ponzoña”,2 decía Isaac preocupado. Cervantes cayó en un profundo desmayo, hasta que le despertó el estampido de un caño-nazo. Su cabeza estaba embotada y no era capaz de pensar.

La mayor preocupación de quien acababa de ser bautizado como el Manco de Lepanto fue que la dentellada del náufrago lo hubiera zombificado, por lo que le preguntó desesperadamente al amigo:

—¡Por Cristo Nuestro Señor, dímelo! ¿Estoy... muerto?

—No, maese Cervantes. Es evidente que, muerto, no lo estáis.

—¡Por todos los demonios de todos los infiernos, judío bellaco

comedor de tocino! —poseído por una rabia tan gigantesca como

nunca antes había sentido, el soldado Cervantes agarró por la solapa

a su amigo y lo zarandeó como si fuese un muñeco de trapo—.

¡Contéstame ahora mismo, o te arrojo al fondo del mar! ¿Estoy o

no estoy condenado? ¡Dímelo ya mismo, maldita sea!

—[…] Maese Cervantes, oídme bien: vos mismo habéis vivido lo

que os ha sucedido, y yo mismo os he curado y os he extraído la

ponzoña de vuestro cuerpo lo mejor que he podido… pero sé bien

que el proceso de… conversión… es algo lento…

—¡Maldita sea la madre de Jesús! —un nuevo ataque de furia,

acrecentado por la fiebre, hizo que comenzase a temblar de pies a

cabeza—. ¿Habéis podido curarme de esa… conversión, o no?

1 Házael González, Quijote Z, Dolmen Editorial, Palma de Mallorca, 2010, edición Kindle. Nos referimos aquí a la primera parte de que consta el libro, titulada “Luna de sangre en Lepanto”.

2 Idem.

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283La vida en ultratumba

—Es lo que intento explicaros, maese Cervantes: no sabremos nada

con certeza hasta dentro de un día, por lo menos. Yo confío en mis

ciencias, pero…

—Un día…3

Más de un día vivió como un auténtico zombi, pues seguía experimentando en su corazón aquel vendaval de furia incontro-lable que llegaba hasta él desde algún lugar más allá del enten-dimiento, tal vez incluso desde el mismísimo infierno. Y combatía con una tenacidad desorbitada, impropia de cualquier ser humano, “como si efectivamente una negra ponzoña se hubiese colado en el interior de su alma y estuviese invadiéndola”.4 Cervantes, con veinticuatro años, se enfrentaba a su destino más trágico, sin cesar de preguntarse angustiado, entre las velas rotas y una neblina de pólvora, si había navegado por aquellos mares embravecidos y peleado en todas aquellas gestas, sólo para ser mordido por un compa ñero de armas que lo condenaba a vagar por la tierra como un maldito muerto andante. Cervantes repetía: “¡Ya estoy muerto, maldita sea mi propia sangre, y juro por Dios Nuestro Señor que voy a llevarme a todos esos demonios por delante!”.5 Y así, tam-baleándose sobre la cubierta, pidió un arcabuz para arrancarle la cabeza a cada uno de los malnacidos sarracenos. Todos los tripu-lantes lo vitorearon por sus ganas de pelear estando enfermo.

A ras de agua, el espectáculo era verdaderamente aterrador.

Al confundido y mareado soldado Cervantes, que se mostraba bien

erguido en la proa del frágil esquife blandiendo su espada contra

enemigos que de momento eran invisibles, no le costó nada ver que

todos aquellos que se arrojaban sobre él eran sin duda los muertos

3 Idem.4 Idem.5 Idem.

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andantes que estaban al servicio de Satanás, y cuya única misión

en la tierra era la de ir a comerse a sus hermanos cristianos. A voz en

grito, les preguntaba a los otomanos, convencido de que tras el

bocado del zombi era ya otro muerto andante: “¿Tenéis miedo de

mí, porque sabéis que soy uno de vosotros, eh? ¡Maldecidos seáis

ciento y mil veces, espectros de los abismos, comedores de carne

humana, muertos andantes y podridos, engendros de corruptos

humores!”.6

En el delirio, Cervantes se embarcó en un frágil esquife con otros doce compañeros a los que debía conducir a la primera línea de fuego. Él tomaba la pólvora de los cañones y arcabuces que ya habían comenzado a empañar el aire con vapores exhalados por el mismo Lucifer; las naves desarboladas se transformaban en acan-tilados del Tártaro. Cervantes les ordenaba que bogaran para salir de aquel averno victoriosos. Una sorda detonación le ensordeció, impactando de lleno en su pecho e impidiéndole continuar su arenga. Sin poder evitarlo, cayó de espaldas en medio de los afligi-dos soldados, quienes dejaron sus remos y acudieron a socorrerle de inmediato…; pero, ante la sorpresa general, el soldado Cervan-tes les apartó de un manotazo, y con el pecho reventado y manán-dole sangre, volvió a colocarse de pie en la proa, gritando aún con más fuerza que antes:

¡Maldita carroña sin honor! ¡Ya os he dicho que no vais a matarme,

porque yo ya estoy muerto! ¿Me oís, hatajo de criminales sin entra-

ñas? ¡Yo estoy muerto! ¡Pero todos vosotros vais a estar mucho más

muertos dentro de muy poco, porque voy a ser yo mismo el que…!7

6 Idem.7 Idem.

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285La vida en ultratumba

Un segundo tiro de arcabuz impactó contra su pecho, derri-bándole de nuevo. Y entonces, entre la niebla, apareció un esquife cargado de sarracenos que comenzaron a vociferar y a intentar abordar. Antes de que lo consiguieran, Cervantes ensartó a uno de ellos con su espada…

La alegría de los soldados cristianos al ver a aquel hombre levantarse una vez más fue indescriptible. Todos soltaron sus remos para arremeter contra los invasores. “Cervantes se vio a sí mismo como el barquero de Caronte, quien atravesaba con su barca las aguas de la laguna Estigia para llegar hasta las costas del Mundo de los Muertos, contra los que tenía que pelear a brazo partido”.8

Cervantes estaba al límite de sus capacidades sobre un mar teñido de sangre, cuando uno de los marineros avisó con todas las fuerzas de sus pulmones que la Real, la galera de don Juan de Austria, se hallaba combatiendo con la del turco. Después de con-templar por unos instantes su bandera, se desvaneció, hasta abrir los ojos de nuevo, mucho más tarde, frente a la mirada angelical de una monja que le curaba las heridas. En el diálogo que sostuvo con ella, afloró de nuevo su preocupación:

—Me alegra que despertéis, soldado —su voz le llegó lejana, como

si realmente estuviese hablando desde las alturas—: ¿Os encontráis

mejor ya?

—Me… —tosió, y descubrió que hablar no era tan fácil como él

había creído siempre—. Me alegro… de estar muerto.

—¿Qué cosas decís? —su risa le resultó cantarina como la de un

ángel—. ¡No estáis muerto, soldado, sino en el mundo de los vivos,

gracias a Dios Nuestro Señor! Muchos son los que dicen que peleas-

teis con valor en la batalla…9

8 Idem.9 Idem.

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286 Salvador García Jiménez

Sus ojos se enfrentaron con los de Isaac, que estaba junto al lecho aguardando su recuperación. Aunque le negara que había peleado con los muertos andantes, él no lo creyó. Aquellos seres contra los que había combatido no eran falsos. Cervantes los había visto con los ojos sin vida, con aquellos dientes pútridos deseosos de desgarrar las carnes de los vivos. Él había luchado en la misma boca del Tártaro contra los demonios, no muertos arrastrando los pies sobre las aguas rojas, zombis que deseaban succionarle la vida con aquellas bocas abiertas y aquellos gemidos siseantes pronun-ciados en una lengua tan extraña. Isaac le explica que de las heridas del pecho sanará, pero no de las del brazo.

Oh, las hermanas piensan que ha sido un trozo de metal, claro…

— sonrió alegremente, como si ese pensamiento le divirtiese de

verdad—. Yo os extraje la ponzoña lo mejor que pude, maese Cer-

vantes… pero la dentellada de un no muerto es el peor de los vene-

nos que hay en el mundo. Sin embargo, puedo deciros que habéis

tenido mucha suerte, porque nada he tenido que cortaros, aunque

mucho me temo que vuestra pobre mano izquierda haya quedado

marchita y seca para siempre. Creedme que lo lamento mucho.10

Ante la visita de don Juan de Austria, que desea felicitarlo como héroe de Lepanto, Isaac se retira. El relato concluye con la conversación que quedaba pendiente entre los dos amigos, pues Cervantes aún seguía dudando de que el náufrago zombi no le hubiera contagiado su enfermedad el día que le mordió el brazo.

Esta experiencia de Lepanto impulsaría a González a escribir años más tarde un Quijote en versión zombi, Don Quijote Z,11 insólita transformación del clásico donde la locura de don Quijote consiste

10 Idem.11 Ibidem, segunda parte.

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287La vida en ultratumba

en creer que la Mancha ha sido invadida por muertos vivientes. El ingenioso hidalgo de Házael González está convencido, por ejemplo, de que el labrador que azota al joven mozo Andrés por su incompetencia es un cadáver resucitado. Cambiando los caballeros por los “muertos andantes”, adopta el sobrenombre de Cazador de No-Muertos, y su biblioteca se compone de volúmenes alusivos a ellos. La obra contiene una selección de los capítulos de la primera parte. Don Quijote tiene el seso sorbido por la lectura de historias de zombis, y sale a buscar batallas contra cadáveres vivientes que sólo existen en su imaginación calenturienta.

Cervantes y Lope, únicos zombis en Madrid

Una joven, sentada en el Parque del Retiro de Madrid, contem-pla entretenida mientras come pipas cómo dos muertos vivien-tes empiezan a pelearse encarnizadamente. La muchacha, por los retratos que había visto en sus libros del colegio, los reconoce: son Lope y Cervantes. No hay más zombis que ellos, según confesaron a la adolescente. Los dos habían vuelto de ultratumba, convertidos en muertos vivientes, por la misma razón: cuando Cervantes falle-ció fue enterrado en el convento de las Trinitarias Descalzas de San Ildefonso, pero en una reforma se trasladó su ataúd y se perdió. Lope, que murió más tarde, fue sepultado en la fosa común.

Mucho tiempo después se buscaron sus cuerpos para ponerlos

en el Panteón de los Hombres Ilustres de Madrid, que por aquel

entonces era la Basílica de San Francisco el Grande. [...] Y hoy, un

soleado sábado coincidente con el día de los difuntos, salieron de

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entre los gusanos, cargados de razones para ser enterrados en el

sitio que se merecían.12

Ellos se oponían, en principio, a ser enterrados juntos, con ayuda de la chica, en el Panteón de los Hombres Ilustres de Ato-cha, que estaba vacío, por lo cual fueron caminando, sin cesar de pelearse durante todo el trayecto (Parque del Retiro, Puerta de Alcalá, Cibeles, Puerta del Sol, barrio de las Letras y calle de Ato-cha). La narradora los describe, acompañados por la estudiante de bachillerato, con estas macabras pinceladas:

... no sólo sus cuerpos estaban fatales, sino que sus cerebros ahora

eran arenisca.

... se trataba de dos zombis y en general estaban putrefactos, a Lope

le colgaba una oreja y se le veía el cráneo por detrás, a Cervantes le

faltaban los labios y no podía doblar las rodillas.

… Llamaba la atención la ropa zarrapastrosa de hace cuatro siglos.

Se olía su aliento a cuatro manzanas.13

Mientras desfilaban los dos muertos enemistados y mas-ticaban como caníbales los trozos de carne que se arrancaban en cada mordisco, la gente les aplaudía creyendo que era publicidad de un maquillaje o para un nuevo musical que se celebraría en Gran

12 Deniz Ustundag Fernández, “El panteón de los zombis ilustres”, en Aventuras en el Madrid literario, Editorial Verbum, Madrid, 2013, pp. 21-30. Las películas de zombis han inspirado esta literatura donde aparece Cervantes salido de su cripta del convento de las Trinitarias, para pasearse por Madrid con su horripilante figura. Dentro de la amplia cinematografía existente sobre el género, citaremos como ejemplo un cortometraje donde predomina, como en el cuento de Deniz Ustundag, el humor zombi: Fist of Jesus [Levántate y anda] (2013), dirigido por David Muñoz y Adrián Cardona. En él, Jesucristo, en su misión de evangelizar al pueblo de Jerusalén, se enfrenta al reto de resucitar a Lázaro. Acompañado de su inseparable amigo Judas, realiza el milagro; pero no todo sale como él tenía pensado, ya que el joven Lázaro vuelve a la vida reencarnado en un sanguinario zombi que infectará a todo el pueblo. A partir de este momento el cortometraje se convierte en un enloquecido festival de gore, vísceras y humor.

13 Idem.

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289La vida en ultratumba

Vía. La joven Julia, que actuaba de lazarillo, compró una “barba postiza para tapar la falta de labios de Cervantes”14 y lo empapó con un “kilo de colonia barata”.15 Después comieron un perrito caliente (que contenía la chicha preferida por los zombis: sesos y tripas) y, tras visitar sus antiguas casas, regresaron para enterrarse dignamente en el panteón de Atocha, bajo la atenta mirada de su narradora. Lope y Cervantes excavaron con una pala sendas sepul-turas para introducirse en sus hoyos y quedar inertes. Cuando estaban bien enterrados, Julia Pérez colocó las macetas que había prepara do: “Sobre la tumba de Lope puse pensamientos azules y sobre la de Cervantes pensamientos amarillos”.16

* * *

Cervantes, estando vivo, creó la misma atmósfera en que ahora una escritora joven le pone a respirar a él. Fue en su drama El cerco de Numancia, donde el hechicero Marquino resucita a un soldado muerto, a fin de preguntarle sobre el fin de la guerra. Y éste, como un zombi, al anunciarle la ruina que amenazaría a la ciudad, se arroja junto al hechicero desesperado a la sepultura. La pluma de Cervantes describe en sus versos cómo se produjo la salida del cuerpo enterrado: “Rocía con el agua la sepultura y ábrese. / ¡Oh mal logrado mozo!, sal ya fuera / y vuelve a ver el sol claro y sereno; / deja aquella región do no se espera / en ella un día sosegado y bueno”,17 y da más detalles en esta acotación escé-nica: “Sale el cuerpo amortajado, con un rostro de máscara desco-lorido, como de muerto, y va saliendo poco a poco, y, en saliendo, déjase caer en el teatro, sin mover pie ni mano hasta su tiempo”.18

14 Idem.15 Idem.16 Idem.17 Miguel de Cervantes, La destrucción de Numancia, ed. de A. Hermenegildo, Castalia, Madrid, 1994, p. 116.18 Idem.

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Tampoco falta, en este germen aurisecular de la literatura zombi, la intervención en el diálogo del cuerpo viviente, con un oscuro fondo de referencias a los míticos paisajes y personajes de ultratumba.

El canibalismo ostensible en la Numancia de Cervantes refuerza el esbozo de este terrorífico cuadro de zombis tan exten-dido durante el último medio siglo, pues, según los especialis-tas del género, el zombi y el caníbal tienen puntos en común: “la misma dieta, solo se desplazan en manada y carecen del don de la lógica”.19 Los numantinos, idealizados como héroes, no se comen los cadáveres de sus compañeros, pero sí los de los roma-nos. Teógenes, uno de aquéllos, dice lo siguiente:

Y para entretener por algún hora

el hambre que ya roe nuestros güesos

haréis descuartizar luego a la hora

esos tristes romanos que están presos,

y sin del chico al grande hacer mejora,

repártase entre todos, que con esos

será nuestra comida celebrada

por España, cruel, necesitada.20

19 Pussy Galore, “Género caníbal”, sitio web http://bastadebastas.blogspot.com.es/2005_11_01_archive.html [consultado el 23 de diciembre de 2014].

20 Cervantes, La destrucción de Numancia, op. cit.

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Médiums de espiritismo (1)

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Desde 1858, gracias a Victorien Sardou, aplaudido autor dramático francés que poseía el don del espiritismo, se sabe el planeta y la ciu-dad donde habita el espíritu reencarnado de Miguel de Cervantes. Habiendo evocado Sardou la sombra de Mozart, ésta dio un salto complaciente desde Júpiter a la mesa del médium, y respondió a la pregunta de quiénes eran sus vecinos: “Más arriba y más abajo, dos espíritus que tú no conoces; pero a la derecha no estoy separado sino por una pradera del jardín de Miguel de Cervantes”.1

A través de sus contactos con el espíritu de Bernard Palissy, Sardou pudo averiguar que sus cuerpos se ofrecen bajo la aparien-cia de un vapor brillante y sensible, especialmente los contornos de la cara y de la cabeza, como si de ello se tradujese la aureola de los santos. Viven en una gran ciudad llamada Jullius, establecida en las márgenes de un encantador lago; “es una ciudad anfibia, un poco como Venecia”.2 Los julianos gozan de jardines, teatros, conciertos y criados que son animales virtuosos de nuestro mundo a quienes se concede después de la muerte la resurrección en aquel sitio pri-vilegiado bajo una forma semihumana. Para burlarse de este feliz más allá que le descubrieron los muertos a Sardou, se añadió a su texto: “El espíritu de Cervantes, que mora a dos pasos de Palissy,

1 Victorien Sardou, “Las viviendas del planeta Júpiter”, en Revista Espírita, V, agosto de 1858.2 Idem.

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y que tiene la manía de montar a caballo, acaba de contratar, hace poco tiempo, a un león del Atlas, como mozo de cuadra”.3

Desde las primeras manifestaciones del espiritismo en España, en 1970, los médiums lograron que Miguel de Cervantes hablara después de comunicarse con su espíritu. Las palabras que desde ultratumba les dictaba a los miembros de algunos grupos espiri-tistas fueron recogidas en varias sesiones donde los médiums se aislaban en un gabinete oscuro para invocar a los espíritus frente a la única luz de una bujía. A veces se oían varios ruidos y algo pare-cido al roce de un vestido por el suelo.

En Marietta, la obra de madurez del movimiento espiritista español, se afirma que ni la existencia ni el trabajo ni el dolor con-cluyen donde empieza un sepulcro. El espíritu que parece desva-necido tras el último latido de la arteria “debe desplegar después facultades y aptitudes tantas, tan infinitas y varias, como varias e infinitas son las combinaciones del elemento físico sobre el cual vive y trabaja”.4

El médium Daniel Suárez, empleado de la Diputación de Zaragoza, a quien los espíritus de dos mujeres, Marietta y Estrella, dictaron la famosa novela Marietta, poco después de editada ésta tuvo visitas de Marietta y de Cervantes, y de tal colaboración nació el texto Ventajas del espiritismo por los espíritus de Marietta y Cervan-tes. Cervantes habla en los tres breves capítulos finales con un estilo muy distinto e inferior al de sus obras, plagado de anáforas y redu-plicaciones. Inicia su colaboración con el médium describiendo como en una letanía los inmensos poderes del hombre, centra-dos en la corazonada del más allá de un mundo infinito, lleno de luz y armonía. En la segunda parte trata de menospreciar todas las

3 Manuel del Palacio y Luis Rivera, Museo cómico o Tesoro de los chistes, Librería de Miguel Guijarro, Madrid, 1864, p. 162.

4 Daniel Suárez Artazu, Marietta: página de dos existencias: obra emanada de los elevados espíritus Marietta y Estrella, Calixto Ariño, Zaragoza, 1870, disponible en http://www.espiritismo.cc/Descargas/libros/marietta.pdf.

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orientaciones religiosas frente a las verdades que propone la doc-trina de Allan Kardec: “Todas las creencias han dicho: Dios está allí; ha llegado el momento en que basta decir: por aquí se va a Dios. ¿Y quién lo dice? El espiritismo”.5 Como colofón a tal palabrería, Cer-vantes se despide declarando en el último párrafo cómo ha sido la participación de su espíritu junto al de Marietta: “Adiós. No me propuse herir la inteligencia; es imposible; sólo intento moverla con la razón, ya que Marietta lo supo hacer tan admirablemente con el sentimiento. Cervantes”.6

A la Sociedad Espiritista de Zaragoza, dirigida por el espíritu de Cervantes, se le criticaba y ridiculizaba, como vino a recoger años después Marcelino Menéndez Pelayo: “Sociedad Espiritista hay (creo que es la de Huesca), que tiene su reglamento redactado nada menos que por el espíritu de Miguel de Cervantes Saavedra, que, sin duda, se ha dejado olvidada por aquellos mundos la len-gua castellana”.7 El presidente del Centro General del Espiritismo en España, el vizconde de Torres-Solanot, contestaba a los críticos copiando algunos de los famosos consejos dictados por el espíritu de Miguel de Cervantes a la mencionada Sociedad de Zaragoza:

Atended, dice el espíritu, a lo que os decimos y dejad a un lado el

estilo, que con tal que lo uno sea bueno, poco importa que el otro

sea mediano; y si queréis seguir la corriente de estos tiempos de

pureza, que tan a menudo se corrompe, atended primero, como

dicho queda, a lo que se os dice, y después criticad el lenguaje, pues

5 Daniel Suárez Artazu, Ventajas del espiritismo por los espíritus de Marietta y Cervantes, Casa Editorial Maucci, Barcelona, 1900 (folleto de propaganda espiritista).

6 Idem.7 Marcelino Menéndez Pelayo, Historia de los heterodoxos españoles, II, csic, Madrid, 1992, p. 1406. La

Sociedad Espiritista no es de Huesca sino de Zaragoza, error que han repetido otros muchos escritores al recoger la cita de Menéndez Pelayo, como se confirma en el folleto que publicó la Sociedad Progreso-Espiritista de Zaragoza: “Existía en Zaragoza una sociedad anónima y de escaso número de perso-nas, dedicadas al espiritismo; llenos de gran fe, los pocos individuos que la componían alcanzaron la inmensa suerte de ser ayudados por elevados espíritus, como los de Cervantes, Juan de Austria, Marietta, etc.” (César Bassols, Tratado de educación para los pueblos, Calixto Ariño, Zaragoza, 1870).

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nos importa un bledo que esto no os agrade, con tal que el dicho

os entre.

… Si ansias de morder acuden, muérdase cada cual a sí propio, que

bastante tiene en dónde, si ha de corregir sus defectos, que por des-

gracia abundan.

Andaos con mucho tiento si os dan ganas de criticar obras de otro

ingenio, por pobres que os parezcan; pues he visto a muchos críti-

cos, entre tantos como sobran, que por meterse en honduras con

las luces apagadas, han tropezado y caído precisamente en aquello

que creían pinchar y morder con más furia, saliendo de su empeño

alguno con las narices descalabradas, por no usarlas bastante largas

para olfatear lo bueno.

Y a los que aseguren que no escribimos con el mismo estilo que

un tiempo usamos, aseguradles también que, así como ahí se dice,

donde estuvimos haz como vieres, es costumbre aquí decir, do te

llamaren di como hablen, porque tenemos la gran facultad de poder

hablar en todas las lenguas y de todos los modos que vengan a pelo,

aun cuando el decir del pensamiento no deje de tener sus maneras

propias.8

Charles H. Foster, el médium espiritual más dotado y notable después de Emanuel Swedenborg, en una de sus sesiones celebra-das en Filadelfia, tras haberse comunicado con el espíritu de Virgi-lio, lo hizo con el de Cervantes, mostrando en el antebrazo, como solía, las letras iniciales de ambos nombres. Como los reporteros y editores que asistían a sus invocaciones publicaban las experien-cias en los periódicos, sabemos que la noche del 4 de abril de 1873, acompañado de todos ellos, se dirigió al hotel Continental, dis-puesto a hacerlos salir de su incredulidad.

8 Antonio Torres-Solanot y Casas, La médium de las flores, Edición de la Biblioteca Espiritista, Barcelona, 1899, disponible en http://www.espiritismo.cc/Descargas/libros/La_medium_de_las_flores.pdf.

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En la biografía de Foster, escrita con entusiasmo por George C. Bartlett, se cuenta que para demostrar que podía mantener un intercambio con los espíritus antiguos, sin que él lo supiera los asistentes escribieron en un pedazo de papel Virgilio, don Pedro Cal-derón de la Barca, Félix Lope de Vega, don Miguel de Cervantes y tam-bién el nombre de un muerto menos célebre. Muy pronto, Foster les entregó una nota que llevaba el nombre del autor del Quijote. Y así se mencionó en el diario Evening Day lo que había ocurrido:

ENTREVISTA A CERVANTES,

a quien le pedimos que nos diera las líneas finales a la pieza de

la poesía en el segundo capítulo de Don Quijote de la Mancha, que

dice: “Nunca fuera caballero”, etc. Inmediatamente fueron escritos

sus otros versos: “De damas tan bien servido como fuera Lanzarote

cuando de Bretano vino”. Otras pruebas-preguntas se le hicieron a

Cervantes, quien les respondió con prontitud.9

La fama que alcanzó Foster no se limitó a América, pues viajó intensamente, visitó Australia y Gran Bretaña, e incluso fue citado por Arthur Conan Doyle en su Historia del espiritismo:

Había varios puntos en la mediumnidad de Foster que sugerían la

existencia de una vasta personalidad medianímica, mejor que la de

una sola inteligencia exterior. Por ejemplo, es francamente increí-

ble que los espíritus de los grandes desaparecidos como Virgilio,

Camoens y Cervantes estuvieran esperando la llegada de aquel

iletrado ciudadano de Nueva Inglaterra para romper su silencio,

y no obstante tenemos la autoridad de Bartlett a favor del hecho,

ilustrado con varias citas, de que mantuvo conversación con tales

9 George C. Bartlett, The Salem seer: reminiscences of Charles H. Foster, United States Book Company, Nueva York, 1891, p.19.

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entidades, las cuales se hallaron prontas a dictarle pasajes escogidos

de sus numerosas obras.10

La Sociedad Espiritista, que en 1872 tenía su sede en la madri-leña calle de Cervantes, evocó el espíritu del Manco de Lepanto en una de sus sesiones para investigar cuestiones abstrusas, según contó el escritor Ramón León Máinez, quien declaró, después de haber leído las palabras enviadas por Miguel de Cervantes desde el otro mundo, que su contestación suponía un cambio absoluto y desventajoso entre lo que era su espíritu y lo que fue cuando estaba encarnado, por lo que se resistió a admitirlo. Poco después, sin darle tregua, la misma agrupación volvió a emplazar al autor de El coloquio de los perros para que expusiese su opinión sobre la justicia. Ya se la dio a Sancho en las instrucciones para el gobierno de la ínsula Barataria, pero la sociedad quiso refrescar las ideas, publicando su rápida contestación en la revista mensual El Criterio Espiritista:

MÉDIUM D.S.

Justicia

Nada produce tanta justicia como la idea justamente adherida al

juicio exacto formado por la inteligencia cultivada, y se reproduce

a pesar de que la justicia lo llena todo: el infinito es ella: lo exacto

nació de lo absolutamente justo, y al crearse la igual manifestación

de las cosas y de la ciencia, de ellos se creó todo lo justo […]

Una comparación, para poneros de manifiesto la idea de justicia a

mi manera. Dios es perfecto, y en sus relaciones con los seres crea-

dos, esa perfección se manifiesta en la justicia infinita y absoluta,

10 Arthur Conan Doyle, The history of spiritualism, II, Book Tree, Estados Unidos, 2007, pp. 31-32.

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dando a cada ser idéntica participación futura en el bien, y los mis-

mos medios para alcanzarle.11

La comunicación prosigue con una aburrida charlatanería tras cuyo punto final destaca la firma en mayúsculas de Cervantes, como si en los Campos Elíseos, Júpiter, la laguna Estigia, el Valle de Josafat, el cielo o donde se hallara hubiera perdido la inspiración y el estilo que llegaron a perdurar en su novela póstuma Los trabajos de Persiles y Sigismunda.

El espíritu de don Quijote parece que también acudió en este contexto del espiritismo a la llamada de sus médiums, pues Mariano de Cavia, en 1904, estaba completamente persuadido de que el Caballero de la Triste Figura no era una ideal invención de Miguel de Cervantes, sino que fue un hombre de carne y hueso. Todas sus dudas se disiparon cuando supo que en una reunión espiritista celebrada en París, al ser invocado Cervantes compare-ció don Quijote:

Hace muy pocas noches, en un cenáculo espiritista de París, quiso

echárselas de guasón uno de los asistentes y pidió que se evocase

el espíritu de don Quijote de la Mancha.

Hízose así; y efectivamente, ni corto ni perezoso, el sin par hidalgo

acudió al llamamiento.

¿Se quiere prueba más fehaciente, demostración más terminante de

que ha existido un sujeto, que allá en el otro mundo, y al cabo

de tantos años, recuerda que Cervantes le retrató, y acude inconti-

nenti al solo reclamo de su apodo?12

11 Ramón León Máinez, Crónica de los Cervantistas, Tipografía La Mercantil, Cádiz, 1872, p. 141.12 Mariano de Cavia, “¿Existió don Quijote?”, en El Imparcial, Madrid, 15 de octubre de 1904.

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Las gacetas parisienses, al recoger la noticia de esta inusitada comparecencia, suprimieron lo más interesante: las respuestas de don Quijote en dicha interviú de ultratumba.

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Médiums de espiritismo (2)

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Dentro del espiritismo son un caso de excepción las trece comuni-caciones de Miguel de Cervantes que hemos localizado en uno de los foros abiertos en internet, emitidas desde 1999 hasta 2012, dos firmadas en Encarnación (Paraguay) y once en Buenos Aires. Con sus mensajes emitidos desde ultratumba podrían editarse unas memorias galácticas de treinta y cinco páginas, como si el médium argentino se hubiera apropiado del copyright de su voz. Apretán-dole el cuello, como un cisne resucitado más que moribundo, el Príncipe de los Ingenios canta y canta con la prosa desafinada. Tras haber logrado establecer contacto mediante correo electrónico con Iván David Castillo, responsable del foro y guía seguramente del médium Miguel Ángel Canziani Mestre, a mis preguntas me resu-mió la intención del comunicante y la clave de una de sus mayores repeticiones a través de sus enlaces con este mundo:

Como adelanto le comento que en vista de sus largos años en

cautiverio, Miguel de Cervantes siempre hacía referencia cuando

se comunicaba de aquellas experiencias [...] en el sentido de ins-

pirarnos por vernos nosotros mismos inmersos en nuestras propias

cárceles psicológicas, y de materia en lo referente a las limitacio-

nes o sacrificios materiales por los que hemos tenido que pasar...

pero que aun así la luz del espíritu no lo abandonaba y le permi-

tió desarrollar poco a poco las ideas que luego fueron plasmadas

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en su gigantesca obra. Era algo así como el discurso de un general

que arenga a sus valientes antes de entrar en la batalla, y siendo un

hombre de letras sabe lo necesarias que son las palabras del espíritu

cuando la letra se ha quedado sin encantos...

El médium se sienta en una silla; en otra, quien dirige la cáte-dra; y alrededor de ellos, los asistentes. Primero se lee algún capí-tulo de uno de los muchos libros que publicó Joaquín Trinca do, fundador de la primitiva escuela de espiritismo, hasta que el médium anuncia con una señal que el espíritu ha tomado pose-sión de su cuerpo y va a hablar a través de sus cuerdas vocales.

Durante el tiempo que dura la comunicación, Miguel Ángel Canziani, el médium de Cervantes, permanece en dos lugares al mismo tiempo: en la habitación donde está sentado en su silla, con los presentes, y en el “otro mundo” a donde lo ha llevado el espíritu (Marte, la Atlántida o Gomelia, por ejemplo). Los espíritus tienen en cuenta la duración de la cinta y quieren dejar esa impre-sión magnética en ella.

Si Victorien Sardou, que hemos mencionado en el anterior capítulo, aloja a Cervantes en el planeta Júpiter, como vecino de Mozart, en las comunicaciones parlantes localizadas en Buenos Aires el escritor habla de otros mundos diferentes:

… y me tengo que retirar, hijos, porque tengo que ir al otro mundo

adonde también la Cábala está con otro desarrollo, por el amor de la

Comuna en otro mundo. Y este hermano vuelve del mundo Marte

adonde se le mostraron cuestiones, y también en Gomelia ayu-

dando a los misioneros, al que ha encarnado, y a otros científicos.1

1 “Comunicante: Miguel de Cervantes”, en Escuela Nueva del Universo de la Conciencia Cósmica de la Verdad, Buenos Aires, Argentina, 18 de noviembre de 1999, sitio web http://espiritismolyv.forosacti-vos.net/search?search_keywords=cervantes.

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… que vengo a la Tierra en justicia, de otros mundos, viajando tam-

bién a veces de mundo en mundo para ver en la Tierra lo que hacen

los supremáticos.2

… volveré a redimir su error en otras existencias en distintos pun-

tos de la Galaxia como Gomelia y otros.3

En el libro Buscando a Dios, de Joaquín Trincado Mateo, que en 1911 fundó en Buenos Aires la escuela espiritista donde se educó el médium Canziani, hemos encontrado más información sobre el mundo de Gomelia habitado por Cervantes.4 En el viaje astral que Trincado realiza acompañado por un vidente, nos lo describe per-teneciente al sistema de Orión, con montañas, valles, ríos y bravíos mares; vegetación, arquitectura, hechos y costumbres más atrasa-dos, como los que tendría nuestra tierra en el siglo Xvii. Destacable fue para él que los hombres jugaran con fichas parecidas a las del dominó español.

En una de las comunicaciones del foro, en total oposición a la recogida por el dramaturgo y espiritista francés, Mozart declara que vive en Estados Unidos, encarnado en el cuerpo de la niña prodigio Emily Bear. Uno de los vecinos de Cervantes en Gomelia es Franklin D. Roosevelt, cuya misión fue trasladar hasta allí el progreso de la astronomía al llevar, como si fuera un Galileo Galilei de nuestro mundo, el telescopio.

La profecía más temida por los espiritistas es el Armagedón, en que las fuerzas del bien y del mal establecen un escenario apoca-líptico. Los seguidores de Dios, sin sufrir ni una baja, derro tarán al ejército de Satanás. Cervantes hace varias premociones del futuro, acercándose con ellas más a Nostradamus que a su generación literaria del Siglo de Oro:

2 Ibidem, Encarnación, Paraguay, 6 de diciembre de 2000.3 Ibidem, Buenos Aires, Argentina, 17 de agosto de 2010.4 Joaquín Trincado, Buscando a Dios y asiento del Dios Amor, Gasperini, Buenos Aires, 1931, pp. 365-366.

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Vosotros, hermanos, estáis siendo protegidos de estos males que

pronto afectarán al mundo en el Armagedón de las creencias anta-

gónicas.5

El mundo se va al Armagedón, a la caída, a la enfermedad.6

El Cristo con el oro de Judá y Levy intentará esclavizar la Tierra. Los

espíritus elementales y el Chipilín sacudirán la Tierra para quitarse

de su superficie estos males, y luego los asteroides para liberar la

Tierra y parir otra Luna. Los acontecimientos finales han comen-

zado a gestarse. Ya lo observaréis a partir de ahora.7

Vosotros, hermanos, en el lugar del mundo en que os encontréis

estaréis protegidos y seréis avisados de cuestiones del mundo

como en el caso de los meteoros y aerolitos que se encuentran en

la órbita del planeta Marte, y que llegarán a la Tierra produciendo

avistamientos de éstos y algunos choques en distintos lugares, pero

aún falta para esto.8

El estilo de su lengua también ha cambiado muchísimo. Uti-liza palabras extrañas como supremático (no figura en el diccio-nario; se supone que significa gobernante supremo, jefe superior; sustantivo más repetido en las comunicaciones), desencarnación (fallecimiento, en el léxico espiritista), decidimos sesionar (“celebrar una sesión”), fluidizados, homeopáticamente (utilizado en lugar de la expresión “poco a poco”), deambular sonambúlico, Chipilín (espíritu maestro encargado del mundo Tierra), etcétera. En cuanto al fra-seo, parece que recurriera a la variedad argentina del castellano, cuya característica primordial consiste en romper con la síntesis del español.

5 “Comunicante: Miguel de Cervantes”, en op. cit., Buenos Aires, Argentina, 6 de junio de 2010.6 Ibidem, 3 de febrero de 2000.7 Ibidem, 6 de junio de 2010.8 Ibidem, 31 de diciembre de 2010.

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307La vida en ultratumba

Resulta igualmente difícil admitir el cambio tan radical que ha sufrido el espíritu de Cervantes cuando se manifiesta contra el cristianismo, especialmente en sus frases heréticas contra Jesús. ¿Cómo se produciría su conversión al espiritismo, después de las abundantes profesiones de fe y religiosidad que pone en labios de los personajes del Quijote? He aquí algunos ejemplos de sus comu-nicaciones parlantes, teñidas de surrealismo:

La verdadera sabiduría está en la riqueza del hombre al comprender

la verdad en la serenidad del espíritu que es libre de las ataduras y los

ruidos del mundo generado por el Cristo que gobierna y esclaviza.9

No existe peor cárcel que la esclavitud a una creencia, a una creencia

religiosa. Pues en la relegación al dogma de fe ciega y la postración

al ídolo el hombre olvida su propia libertad y su albedrío, como con-

secuencia deambula en su propia incertidumbre y en el sueño de la

materia. El sueño lo sepulta en una realidad que lo esclaviza en su

propia incertidumbre y lo sepulta en el sueño del Dragón y el Cristo.

Como el Cristo gobierna con sus ruidos y amalgamas diversas los

durmientes se entretienen en su deambular sonambúlico con las

manifestaciones escénicas de la baja tecnología y sus derroteros se

distraen con fantasías generadas por éste.10

La literatura baja de los soberbios lleva a sus rebaños (las greyes

fanáticas del Cristo) a enfrentarse en el antagonismo de las pasio-

nes no saciadas justificando esto con la religión que pregonan, arro-

dillándose ante sus ídolos para sentirse seguros con sus derroteros

hacia la debacle.11

Para Iván David, el responsable del foro, el espiritismo que ellos practican no es una religión ni una secta, sino una filosofía:

9 Ibidem, 4 de octubre de 2010.10 Ibidem, 31 de diciembre de 2010.11 Ibidem, 7 de junio de 2011.

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“El espíritu de Cervantes del siglo XXi no es el de 1600; ha progre-sado”. En el envés de estos mensajes, Carlos Rojas escribe en su novela El sueño de Sarajevo que “cuando Víctor Hugo vivía deste-rrado en Guernesey asistió a una función de espiritismo, donde se le apareció Cristo para decirle que estaba leyendo Don Quijote muy complacido”.12

En estas informaciones que nos transmite, alude a una experien cia habitual en el espiritismo: la ubicuidad, por la que puede estar en varios mundos a la vez gracias a la salida del alma de su cuerpo físico (aunque siga conectado a él), siempre en el mismo contexto de espacio-tiempo: “Hermanas, hermanos en des-doblamiento, yo retorno al lugar adonde estoy, en otro lugar de la Galaxia en otro mundo, y vosotros continuáis en este mundo”.13 Podemos hacernos una idea de la distancia a que se encuentra el espíritu de Cervantes de nuestro planeta leyendo la comunicación que hizo Napoleón Bonaparte: “Yo vengo de un mundo que está a 25 años luz de la Tierra”.14

En una de las nubes de internet, Iván David guardó un archivo con la voz de Cervantes, el único existente al que hemos podido acce-der gracias al link que nos ofreció el médium de Buenos Aires.15 Allí, contra la piratería, mejor protegido que el oro en la cámara acora-zada de un banco, está el discurso del autor del Quijote con una con-siderable duración de tiempo. Comienza a hablar como si se acabara

12 Carlos Rojas, El sueño de Sarajevo, Destino, Barcelona, 1982, p. 215.13 “Comunicante: Miguel de Cervantes”, en op. cit., Buenos Aires, Argentina, 28 de marzo de 2000.14 “Comunicante: Napoleón Bonaparte”, en ibidem.15 En http://www.mediafire.com/?228zt2jcvaoosh3. Posteriormente, en respuesta a mis peticiones, Iván

David también guardó el archivo con la voz de Cervantes en otras siete comunicaciones de las que sólo se había dado a conocer la escritura, como ya hemos comentado. He aquí la fecha en que se produjeron y el tiempo de duración de cada una: 12 de enero de 2008 (9’15); 21 de febrero de 2008 (4’41); 27 de febrero de 2008 (8’25); 26 de junio de 2009 (6’58); 8 de agosto de 2009 (7’32); 4 de enero de 2011 (9’11); 25 de mayo de 2012 (13’13).

En total, el Príncipe de los Ingenios, aprovechando las cuerdas vocales de Miguel Ángel Canziani Mestre, nos habla durante cincuenta y ocho minutos y treinta y cinco segundos (http://www.media-fire.com/?todulfamix9clir).

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de despertar, con suave retumbancia. Su voz floja y recortada irá subiendo de tono hasta volverse firme y contundente. Durante toda la grabación se escucha de fondo en su intervención un canto de grillos. El maestro Cervantes, convertido por lo visto al espiritismo, se dirige a sus “hermanos y hermanas” con tono de predicador. Este hallazgo ha rebasado todas las expectativas de mi investigación, demostrando que Argentina puede dar aún personajes más deslum-brantes que aquel Pierre Menard que se inventó Borges para hacerle un homenaje al Quijote. Jamás hasta ahora había dado el Príncipe de los Ingenios, a tumba abierta, una lección en la Escuela Nueva del Universo de la Conciencia Cósmica de la Verdad. Lo que más nos hace dudar de la verdadera identidad de su espíritu es el acento y los dejes argentinos, por lo que seguramente se habría valido del médium Miguel Ángel Canziani Mestre como canal.

El foro recoge comunicaciones parlantes o escritas (inspira-das por el espíritu al oído para que el médium tome nota) de famosos difuntos. He aquí el apabullante desfile de firmas de tales mensajes del ultramundo: Moisés, Benjamín Franklin, Confucio, Julio Verne, Sócrates, William Shakespeare, René Descartes, Ale-jandro Volta, Allan Kardec, Dante Alighieri, Guillermo Marconi, Marie Curie, Confucio, Albert Einstein, Paracelso, Platón, Abraham Lincoln, Napoleón Bonaparte, Kepler, Juana de Arco, Luis Pasteur, Santiago Ramón y Cajal, Isaac Asimov, Leonardo da Vinci, etcétera. Miguel de Cervantes, por el tiempo empleado y las páginas que ocupan sus dictados, resultaría el más charlatán de todos.

Como cuenta Iván David Castillo, el médium Miguel Ángel Canziani Mestre ya daba en su infancia muestras de sus videncias y comunicaciones con los espíritus de celebridades de todas las ciencias y las artes:

Un día me levanté de la cama en dirección a la cocina, pero nunca

llegué a ella (jeje); lo siguiente que recuerdo a ello es a mi padre

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levantándome en brazos del suelo. Cuando fuimos al médico,

luego de los análisis descubrieron un principio de anemia, al que

el médico prescribió un complejo vitamínico. A todo esto, por aque-

llos días recuerdo también otro fenómeno que nos contó Miguel,

estando sentados con mi familia merendando; a Miguel se le pre-

senta el hermano Paracelso, con algas en su mano, y con la otra

señalándome a mí, dando a entender que era lo que yo necesitaba.

Puesto que las algas son ricas en proteínas y minerales.16

También hemos sospechado del trabajo que a Dante Alighieri le asigna en la Galaxia el director de este foro en una de sus aclara-ciones preliminares, como si fuese un acomodador de cine abrién-dose paso en la inmensa oscuridad con su linterna: “Dante Alighieri, espíritu que en los espacios tiene mucho trabajo puesto que a él le toca ubicar a los espíritus en las moradas que les corresponden”.17

Una vez, el espíritu de Hitler, nada más tomar posesión del cuerpo de Miguel Ángel Canziani, dijo: “¡Encuádrense ante mí!”. Parece que no era totalmente consciente de que su existencia había finalizado y su espíritu vivía en un mundo tribal. Otra de las cho-cantes revelaciones fue la de Julio Verne, encarnado como Neil Armstrong: el escritor que profetizó la llegada a la luna fue preci-samente el mismo espíritu que al final puso el primer pie en nues-tro satélite.

16 “Comunicante: Platón”, en op. cit., Buenos Aires, Argentina, 12 de octubre de 1999, sitio web espiritis-molyv.foroactivos.net/t55-comunicante-platon-bs-as-argentina.

17  “Comunicante: Dante Alighieri”, en op. cit., Buenos Aires, Argentina, 19 de noviembre de 2006, sitio web espiritismolyv.foroactivos.net/t179-comunicante-dante-alighieri-bs-as-argentina.

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Rescatando sus huesos de ultratumba

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Si en el siglo Xvi los trinitarios lo liberaron de su cautiverio en Argel, en el siglo XXi el historiador Fernando Prado busca un che-que de cien mil euros para rescatar su cuerpo de ultratumba y ponerlo a descansar definitivamente en la capilla lateral izquierda del altar de las Trinitarias.

Con el hallazgo de los maltratados huesos de Cervantes, en la prensa podremos leer dentro de pocos meses el último capítulo de esta biografía, pues algunos diarios nos ofrecen ya como adelanto su título: “Sacando a don Miguel de su tumba”.1 Con sensibles georradares y cámaras termográficas, los mismos instrumentos que se utilizaron en Egipto para localizar la tumba de Ramsés II, al príncipe de las letras lo desenterrarán como a un faraón. Así ten-dremos la máxima reliquia para rendirle culto en el centenario de su muerte, cuando las campanas resonarán en el universo y en las bóvedas del Juicio Final.

El Ayuntamiento de Madrid ha costeado el precio exigido por los desenterradores, pensando en el turismo que atraerían los restos sepultados dignamente y la repercusión internacional de la noticia.

En el año 2016 se hablará más de la tumba de Miguel de Cervantes que de la peregrinación de Santiago de Compostela.

1 El Mundo, Madrid, 23 de febrero de 2014.

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Se formarán grandes colas para fotografiarse junto a los verda-deros huesos del soldado de Lepanto y autor del Quijote, des-pués de ser visitados por los reyes de España y el presidente de Gobierno.

Cuando hallen el cuerpo desmembrado de Miguel de Cervan-tes, por fin la hija de la conserja de las Trinitarias sabrá la distancia exacta que la separó de dormir junto a él a lo largo de dieciocho años. Los nuevos escritores que no encuentran editor para sus obras querrán tener el privilegio de retratarse junto a su cráneo, y hasta de hacerse una selfie pegados a su sien si la vigilancia lo permitiera. ¡Qué revuelo de tocas trinitarias, qué alborozo, con el negro y ateo porvenir asegurado, tocada la cristiandad del ala; con la Comunidad de Madrid volcada en convertir en suntuoso mau-soleo su humilde iglesia!

Los cervantistas descansarán en paz, como las familias que encontraron los cuerpos de sus hijos estrellados en un avión, aho-gados en naufragios o asesinados por sujetos que merecerían morir a garrote vil sobre un patíbulo, después de ofrecerle sus coro-nas de rosas blancas, lágrimas amargas y funerales de postín. Los cincuenta y tres centros del Instituto Cervantes repartidos por el mundo deberían poner un crespón negro en la bandera española que ondea en sus balcones.

El forense tratará de recomponer el esqueleto con los hue-sos de su rompecabezas, y nos dirá la altura exacta para que nos imaginemos cómo se desplazaba su sombra por ultratumba.2 Tal

2 En enero de 2015 se va a proseguir con la cata de las tumbas. Los expertos tienen claro cómo saber si los restos que extraerán son los de Cervantes. Las partes claves del cuerpo para su identificación defi-nitiva serán la nariz, los dientes y, sobre todo, las heridas de guerra del Manco de Lepanto. Según los documentos, el autor del Quijote tenía una “gran nariz” y sólo le quedaban seis dientes antes de morir. Además, dos arcabuzazos le dejaron inútil la mano izquierda, y otro le impactó en los huesos del tórax.

Lo primero que tendrán que hacer es mirar en la cripta, de cinco metros de alto por seis de ancho y unos quince metros de largo. Allí el georradar ha “visualizado” entre treinta y treinta y tres nichos. Para saber si hay restos humanos se introducirá una microcámara. Si las imágenes son positivas, se perforará el muro que los tapa, retirarán los ladrillos y sacarán los restos para analizarlos y descubrir si entre ellos se encuentran los del autor de Don Quijote de la Mancha.

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vez algún psicofonista le ponga un micrófono en la boca para arrancarle más de cerca la voz que nosotros le grabamos como introducción a esta biografía. Y alguien propondrá que sus res-tos, igual que se hizo con los de Alfonso X el Sabio, se repartan a modo de reliquias literarias entre las ciudades que más amó: Madrid, Alcalá de Henares y algún lugar de la Mancha.

No sería extraño que lo exhumasen hasta con la lanza de don Quijote, por lo que se parecería al arcángel del día de su santo, recién sacado de la otherlife cuando se hallara ensartando demo-nios, dragones, serpientes y basiliscos. Yo rogaría a las monjas del convento madrileño de las Trinitarias que si apareciese así en su cripta, aunque no conste que sus huesos obraran prodigios como los de san Juan de la Cruz, lo comuniquen al Vaticano y propongan que se inicie un proceso de beatificación. San Miguel Arcángel, con plumas doradas, le colocaría entonces, para cerrar esta biografía de ultratumba, su nimbo de santidad.

Al terminar el mes de febrero de 2015, en un nicho de la cripta debajo del altar de la iglesia de las Trinitarias, los cientí-ficos que buscaban a Miguel de Cervantes, vestidos de blanco, con guantes, mascarilla y cofia, encontraron un féretro con las iniciales M.C. marcadas con tachuelas. En el interior había restos óseos asociados al enterramiento.

El que podría ser uno de los hallazgos más importantes de España no sacó de su rutina a las monjas del madrileño con-vento. Rodeado por cámaras de televisión, fotógrafos y turistas, el equipo de desenterradores, tras una primera explosión de júbilo, con el corazón encogido, comprobó mediante diferentes análisis que dichos restos no pertenecían al escritor, y siguió buscando otros huesos en donde se pudiera hallar el plomo de Lepanto.

Entre los periodistas que esperaban dar cuenta de la acer-tada exhumación, sólo Bel Carrasco, asomada a su dantesca entrada de ultratumba, pudo arrancarle una breve entrevista al

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espíritu de Cervantes. Y ésta fue una de las preguntas que le for-muló, al verlo algo alterado por el revuelo que se había montado con su persecución necrofílica:

—¿Cómo se ha enterado de que un equipo de investigadores

intentan localizar sus restos en el convento de las Trinitarias de

Madrid?

—¡¿Cómo no me voy a enterar?! Se pasan todo el día trajinando

por ahí arriba dando golpes y manejando extrañas máquinas.

Estoy muerto pero no sordo. Me prometieron descanso eterno,

pero aquí no hay un minuto de sosiego. A ver si nos dejan en paz

de una vez a mí, a mis vecinos difuntos y a las pobres monjitas

que necesitan silencio para rezar. Esto es un sinvivir, o mejor decir

un sin morir.3

La corresponsal del diario El Mundo logró que el renom-brado difunto le confesase qué parte del proyecto no le agradaba: “¿Acaso pretenden dar lustre a mi desdentada calavera y exhi-birla en una urna como esas reliquias que los cruzados traían de tierras de moros? No soy santo, ni mártir, ni menos aún virgen, por fortuna. Sólo un escritor y un soldado”.4 También aseguró no ambicionar una tumba como la que ocupan en la Holy Tri-nity Church de Stratford-upon-Avon los despojos de su colega Shakespeare: “Ni por asomo. Pero sí envidio que sus paisanos lean más que los míos. Es una ignominia que en este país gran parte de la población afirme sin recato no tener ningún interés por los libros”.5

3 Bel Carrasco, “Entrevista con Cervantes”, en El Mundo, sitio web http://www.elmundo.es/blogs/elmundo/zoocity/2015/02/02/entrevista-con-cervantes.html.

4 Idem.5 Idem.

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En cuanto a las ideas que pudiera proponer para celebrar el cuarto centenario de su muerte el día 23 de abril de 2016, con-testó con el humor que lo caracterizaba que estaba pensando en manifestar su aura espectral en el programa de televisión Cuarto Milenio.6

6 El 17 de marzo de 2015 se produjo el desenlace de esta historia. Los investigadores no pudieron confir-mar que los escasos restos hallados fueran los de Cervantes: sólo tres huesos de un señor mayor en una fosa del convento de las Trinitarias. El equipo de doctos desenterradores manifestó que podían pertene-cer al autor del Quijote, mezclados con los de otras dieciséis personas, pero que era imposible identificar-los con exactitud al no poder hacerse una prueba de adn. La prensa divulgó la noticia con la negrita de la decepción, denunciando el costo que ha ocasionado la búsqueda de tan reducido esqueleto y la falta de seguridad en que Cervantes hubiera sacado la barbilla de entre un montón de polvo desde ultratumba.

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La vida en ultratumba

de Miguel de Cervantes (1616-2016),

de Salvador García Jiménez, se terminó de

imprimir en enero de 2016, en los talleres gráficos de

Jano, S.A. de C.V., ubicados en Ernesto Monroy Cárdenas núm.

109, manzana 2, lote 7, colonia Parque Industrial Exportec II, C.P.

50200, en Toluca, Estado de México. El tiraje consta de 2 mil ejemplares .

Para su formación se usó la familia tipográfica Borges, de Alejandro Lo

Celso, de la fundidora PampaType. Concepto editorial: Félix Suárez ,

Hugo Ortíz, Juan Carlos Cué y Lucero Estrada. Formación y por-

tada: Juan Carlos Cué. Supervisión en imprenta: Adriana

Juárez Manríquez. Cuidado de la edición: Laura Zúñiga

Orta, Delfina Careaga y el autor. Editor

responsable: Félix Suárez.

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