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mago de oz 100 h

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    El Mago de Oz

    L. Frank Baum

    A mi buena amiga y camarada, mi mujer.

    Introducción

    El folclore, las leyendas, los mitos y los cuentos de hadas han acompañado lainfancia a lo largo de los siglos, pues todo niño sano siente una edificante einstintiva atracción por las historias fantásticas, maravillosas y manifiestamenteirreales. Las hadas aladas de Grimm y de Andersen han llevado más felicidad a loscorazones infantiles que todas las demás creaciones humanas.

    Sin embargo, el viejo cuento de hadas, que ha servido durante generaciones,podría ahora ser clasificado de “histórico” dentro de la biblioteca infantil, pues hallegado la hora de una nueva serie de “cuentos de maravillas” donde ya noaparezcan los estereotipados genios, enanos y hadas, con todas las horripilantesperipecias inventadas por los autores para transformar cada relato en unaespantosa moraleja. La educación moderna incluye la moral; por lo tanto, el niñomoderno sólo busca entretenimiento en sus cuentos de maravillas y renuncia debuena gana a todos los detalles desagradables.

    Con esa idea en mente, la historia del “maravilloso Mago de Oz” ha sido escrita sólopara dar placer a los niños de hoy. Aspira a ser un cuento de hadas modernizado,que conserva las maravillas y la alegría y prescinde de las angustias y laspesadillas.

    L. Frank BaumChicago, abril de 1900

    Capítulo 1

    El ciclón

    Dorothy vivía en medio de las grandes praderas de Kansas con tío Henry, que eragranjero, y con tía Em, que era la mujer del granjero. Su casa era pequeña porque

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    para construirla habían tenido que transportar la madera en una carreta desde unadistancia de muchos kilómetros. Había cuatro paredes, un piso y un techo, quecompletaban una habitación; y en esa habitación había una oxidada cocina dehierro, una alacena para los platos, una mesa, tres o cuatro sillas y las camas. TíoHenry y tía Em tenían una grande en un rincón, y Dorothy tenía una pequeña enotro rincón. No había buhardilla ni sótano, sólo un agujero cavado en el suelo,llamado “el sótano de los ciclones”, donde podría refugiarse la familia si selevantara uno de esos potentes remolinos que se llevan las casas a su paso. Seentraba al agujero –un agujero pequeño y oscuro– por una trampa situada en elcentro del piso, de la que descendía una escalera.

    Cuando Dorothy salía a la puerta y miraba alrededor no veía otra cosa que lainmensa pradera gris. No había un solo árbol o casa que alterase la ancha llanuraque se extendía hasta el borde del cielo en cualquier dirección. El sol había

    calcinado la tierra arada, que era ahora una masa gris surcada por pequeñasgrietas. Ni siquiera la hierba era verde, pues el sol había quemado las puntas de laslargas briznas hasta dejarlas del mismo color que todo lo demás. En otra época lacasa había estado pintada, pero el sol y la lluvia se habían llevado esa pintura yahora era tan deslucida y gris como el resto de la llanura.

    Cuando tía Em fue a vivir a ese sitio era una mujer joven y bonita. A ella también lahabían cambiado el viento y el sol. Le habían arrebatado el brillo de los ojos, queahora eran de un gris apagado; le habían arrebatado el color de las mejillas y los

    labios, que también eran grises. Ahora era una mujer delgada que no sonreíanunca. Cuando Dorothy, que era huérfana, fue a vivir con ellos, tía Em sesobresaltaba tanto cada vez que llegaba a sus oídos la risa alegre de la niña quelanzaba un grito y se llevaba una mano al corazón; y todavía se maravillaba de quela niña encontrase cosas de que reírse.

    Tío Henry no se reía nunca. Trabajaba duro de sol a sol y no conocía la alegría. Éltambién era gris, desde la larga barba hasta las toscas botas; tenía expresiónsevera y solemne y casi nunca hablaba.

    Quien hacía reír a Dorothy y la salvaba de volverse tan gris como todos los que larodeaban era Totó . Totó no era gris; era un perrito negro, de pelo largo y sedoso ypequeños ojos negros que centelleaban con alegría a ambos lados de la divertida ydiminuta nariz. Totó jugaba todo el tiempo, y Dorothy jugaba con él y lo quería conpasión.

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    Pero ese día no jugaban. Tío Henry estaba sentado en el escalón de la puerta ymiraba preocupado hacia el cielo, que era aún más gris que de costumbre. En lapuerta, con Totó en brazos, Dorothy también miraba el cielo. Tía Em lavaba losplatos.

    Desde el lejano norte llegaba el gemido sordo del viento, y tío Henry y Dorothyveían cómo las largas hierbas se inclinaban en oleadas anunciando la llegada de latormenta. De pronto el aire trajo un silbido agudo desde el sur y, al volverse,vieron que la hierba también se rizaba por ese lado.

    Tío Henry se levantó.

    —Em, viene un ciclón —dijo a su mujer—; voy a ocuparme del ganado.

    Después corrió hacia los cobertizos donde tenían las vacas y los caballos.

    Tía Em dejó lo que estaba haciendo y fue hasta la puerta. Le bastó con mirar unasola vez el cielo para darse cuenta del peligro que se acercaba.

    —¡Rápido, Dorothy! —gritó—. ¡Corre al sótano!

    Totó saltó de los brazos de Dorothy y se escondió debajo de la cama, y la niñacorrió detrás de él. Tía Em, muy asustada, abrió la trampa del suelo y bajó por laescalera al agujero pequeño y oscuro. Dorothy logró por fin atrapar a Totó , y

    empezó a caminar hacia donde había ido su tía. Al llegar al centro del cuarto huboun fuerte ruido y la casa se sacudió con tanta fuerza que Dorothy perdió elequilibrio y cayó sentada en el suelo.

    Entonces ocurrió algo extraño.

    La casa giró dos o tres veces sobre sí misma y se elevó lentamente en el aire.Dorothy se sintió como si anduviera en globo.

    Los vientos del norte y del sur chocaban en el sitio donde estaba la casa, haciendo

    de ella el centro exacto del ciclón. En el centro de un ciclón el aire está por logeneral en calma, pero la inmensa presión del viento sobre cada una de las paredesde la casa la fue alzando cada vez más hasta llevarla a la misma cima del ciclón; yallí siguió mientras era arrastrada kilómetros y kilómetros, como quien lleva unapluma.

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    Estaba muy oscuro, y el viento lanzaba unos aullidos horribles, pero Dorothy sesentía bastante cómoda. Después de los primeros remolinos, y del momento en quela casa se inclinó peligrosamente hacia un lado, sintió que la mecían con suavidad,como a un bebé en la cuna.

    A Totó no le gustaba. Corría de un lado a otro en el cuarto, ladrando con fuerza;pero Dorothy estaba sentada en el suelo, muy quieta, esperando a ver qué pasaba.

    En un momento Totó se acercó demasiado a la trampa abierta y cayó por ella. Alprincipio la niña pensó que lo había perdido, pero pronto vio que una de las orejasasomaba por el agujero, pues la presión del aire era tan fuerte que no lo dejabacaer. Dorothy gateó hasta el agujero, sujetó a Totó por la oreja y lo arrastró devuelta a la habitación; luego cerró la trampa para que no hubiera más accidentes.

    Pasaron las horas y poco a poco Dorothy fue perdiendo el miedo. Pero se sentíamuy sola, y el viento aullaba a su alrededor con tanta fuerza que casi la ensordecía.Al principio había pensado que, cuando cayera la casa, ella se haría pedazos, perocomo pasaban las horas y no sucedía nada terrible, dejó de preocuparse y decidióesperar con calma a ver qué le deparaba el futuro. Por fin se arrastró sobre el suelomovedizo, subió a la cama y se tendió en ella; y Totó la siguió y se tendió a sulado.

    A pesar de que la casa se movía y de que el viento rugía, Dorothy cerró los ojos yse quedó profundamente dormida.

    Capítulo 2 La reunión con los munchkins

    La despertó un golpe tan fuerte que, si no hubiera estado acostada en la camablanda, se podría haber lastimado. Dorothy contuvo la respiración y se preguntóqué había pasado. Totó le apoyó en la cara la pequeña y fría nariz y gimió,asustado. Dorothy se incorporó y notó que la casa no se movía; tampoco estabaoscuro, pues el sol entraba por la ventana, inundando la pequeña habitación. Se

    levantó de un salto y, con Totó pegado a los talones, corrió a abrir la puerta.

    La niña lanzó un grito de asombro y miró alrededor. Los ojos se le agrandaron alver aquellas maravillosas imágenes.

    El ciclón había depositado la casa con mucha suavidad —para un ciclón— en elcentro de un país de asombrosa belleza. Por todas partes había exquisitos retazos

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    Pero era evidente que la mujercita esperaba una respuesta.

    —Eres muy amable —dijo Dorothy con voz vacilante—, pero debe de haber algúnerror. Yo no he matado nada.

    —Bueno, lo hizo tu casa —respondió la viejecita con una carcajada—, y en el fondoes lo mismo. ¡Mira! —dijo, señalando la esquina de la casa—; allí están los dos pies,asomando todavía por debajo del tronco.

    Dorothy miró y lanzó un pequeño grito de terror. Efectivamente, por debajo de lamadera que sostenía el peso de la casa, asomaban dos pies enfundados en zapatosde plata terminados en punta.

    —¡Dios mío! ¡Dios mío! —gritó Dorothy, apretándose las manos, aterrada—, la casadebe de haberle caído encima. ¿Qué podemos hacer?

    —Nada podemos hacer —dijo la mujercita con voz calma.

    —Pero ¿quién era? —preguntó Dorothy.

    —Era la Bruja Mala del Este, como ya dije —respondió la viejecita—. Ha tenido atodos los munchkins en cautiverio durante muchos años, haciendo que la sirvierancomo esclavos día y noche. Ahora todos son libres y te están agradecidos por elfavor.

    —¿Quiénes son los munchkins? —inquirió Dorothy.

    —Es la gente que vive en esta tierra del Este, donde reinaba la Bruja Mala.

    —¿Tú eres una munchkin? —preguntó Dorothy.

    —No, pero soy amiga de ellos, aunque vivo en la tierra del Norte. Cuando vieronque la Bruja del Este estaba muerta, los munchkins me enviaron un velozmensajero, y yo acudí enseguida. Soy la Bruja del Norte.

    —¿De veras? —exclamó Dorothy—. ¿Eres una bruja de verdad?

    —Claro que sí —le respondió la mujercita—. Pero soy una bruja buena, y la genteme quiere. No soy tan poderosa como la Bruja Mala que reinaba aquí; de locontrario, yo misma habría liberado a este pueblo.

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    —Pero yo pensaba que todas las brujas eran malas —dijo la niña, que se sentía unpoco asustada ante una bruja de verdad.

    —Ah, no; eso es un gran error. Hay sólo cuatro brujas en todo el País de Oz, y dosde ellas, las que viven en el Norte y en el Sur, son brujas buenas. Sé que es

    verdad, porque yo soy una de ellas y no me puedo equivocar. Las que vivían en elEste y el Oeste eran verdaderamente malas, pero ahora que has matado a una,sólo queda una Bruja Mala en todo el País de Oz: la que vive en el Oeste.

    —Pero —dijo Dorothy, después de pensarlo un momento—, tía Em me ha dicho quetodas las brujas murieron… hace muchos, muchos años.

    —¿Quién es tía Em? —quiso saber la viejecita.

    —Es mi tía, que vive en Kansas, el sitio de donde he venido.

    La Bruja del Norte hizo como si pensara un momento, la cabeza ladeada y mirandoel suelo. Luego alzó la mirada y dijo:

    —No sé dónde está Kansas, porque nunca he oído hablar de ese país. Dime, ¿es unpaís civilizado?

    —Claro que sí —respondió Dorothy.

    —Eso lo explica todo. Tengo entendido que no quedan brujas en los paísescivilizados; ni magos ni hechiceros. Pero el País de Oz nunca ha sido civilizado, puesestamos aislados del resto del mundo. Por lo tanto hay todavía entre nosotrosbrujas y magos.

    —¿Quiénes son los magos? —preguntó Dorothy.

    —El propio Oz es el Gran Mago —respondió la Bruja en un susurro—. Es máspoderoso que todos los demás juntos. Vive en la Ciudad Esmeralda.

    Dorothy iba a hacer otra pregunta, pero en ese instante los munchkins, que habíanpermanecido callados, lanzaron un potente grito y señalaron la esquina de la casaque había aplastado a la Bruja Mala.

    —¿Qué pasa? —preguntó la viejecita. Miró hacia la casa y se echó a reír. Los piesde la Bruja muerta habían desaparecido por completo, y sólo quedaban los zapatosde plata.

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    —Era tan vieja —explicó la Bruja del Norte— que se secó rápidamente al sol. Ya noqueda nada. Pero los zapatos son tuyos y podrás usarlos.

    Se inclinó y recogió los zapatos, y después de sacudirlos para sacarles el polvo selos entregó a Dorothy.

    —La Bruja del Este estaba orgullosa de esos zapatos de plata —dijo uno de losmunchkins—, y hay en ellos un cierto poder mágico, aunque nunca supimos en quéconsistía.

    Dorothy llevó los zapatos dentro de la casa y los puso sobre la mesa. Luego volvióafuera, junto a los munchkins, y dijo:

    —Estoy ansiosa por regresar junto a mi tía y a mi tío, porque seguramente seestarán preocupando. ¿Me podéis ayudar a encontrar el camino a Kansas?

    Los munchkins y la Bruja se miraron primero unos a otros, y después a Dorothy yfinalmente sacudieron la cabeza.

    —Al este, no lejos de aquí —dijo uno—, hay un gran desierto, y nadie alcanzaría acruzarlo.

    —Lo mismo ocurre al sur —dijo otro—, pues yo he estado allí y lo he visto. El sur esel País de los Quadlings.

    —Me han dicho —intervino el tercer hombre— que lo mismo pasa en el oeste. Y esepaís, donde viven los winkies, está gobernado por la Bruja Mala del Oeste, que teconvertiría en su esclava si pasaras por su tierra.

    —El norte es mi hogar —dijo la vieja—, y en su extremo aparece el mismo grandesierto que rodea este País de Oz. Mucho me temo, querida, que tendrás que vivircon nosotros.

    Dorothy comenzó a sollozar; se sentía muy sola entre todas esas personas

    extrañas. Sus lágrimas parecieron ablandar también a los bonachones munchkins,que enseguida sacaron los pañuelos y rompieron a llorar. La viejecita, en cambio,se quitó el gorro y apoyó el pico en la punta de la nariz, haciendo equilibrio,mientras cantaba “uno, dos, tres” con voz solemne. De pronto el gorro setransformó en una pizarra, en la que se leía, escrito con tiza en grandes caracteres:

    “QUE DOROTHY VAYA A LA CIUDAD ESMERALDA”

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    más se puso a ladrar con fuerza; en su presencia ni siquiera se había atrevido agruñir.

    Pero Dorothy, al saber que era una bruja, había esperado que desapareciera de esemodo, y no se sorprendió.

    Capítulo 3

    Dorothy salva al Espantapájaros

    Al quedar sola, Dorothy comenzó a sentir hambre. Fue a la despensa y cortó untrozo de pan que luego untó con manteca. Le dio una parte a Totó . Sacó un baldede un estante, lo llevó hasta el pequeño arroyo y lo llenó de agua transparente ycristalina. Totó corrió hasta los árboles y comenzó a ladrar a los pájaros. Dorothy lofue a buscar y vio frutos tan deliciosos colgando de las ramas que recogió algunos,

    segura de que era precisamente eso lo que quería para completar el desayuno.

    Luego regresó a la casa, y después de tomar ella y Totó unos buenos tragos deagua fresca y transparente se empezó a preparar para el viaje a la CiudadEsmeralda.

    Dorothy sólo tenía otro vestido, pero estaba limpio y colgado de una percha junto ala cama. Era de algodón a cuadros blancos y azules; y aunque el azul estaba unpoco desvaído de tantos lavados, todavía era una buena prenda. La niña se lavócuidadosamente, se puso el vestido limpio y se ató la cofia rosa a la cabeza. Buscóuna pequeña cesta, la llenó de pan que sacó de la alacena y la cubrió con unmantel blanco. Luego se miró los pies y vio lo viejos y gastados que tenía loszapatos.

    —Seguramente no resistirán un largo viaje, Totó —dijo. YTotó la miró a la cara conaquellos ojitos negros y movió la cola para demostrarle que entendía.

    En ese momento Dorothy vio, sobre la mesa, los zapatos de plata que habíanpertenecido a la Bruja Mala del Este.

    —No sé si me servirán —le dijo a Totó —. Sin duda serían los zapatos másadecuados para un largo viaje, pues no podrían gastarse.

    Se quitó los viejos zapatos de cuero y se probó los de plata, que le quedaron tanbien como si hubieran sido hechos especialmente para ella.

    Por último, recogió la cesta.

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    —Porque llevas zapatos de plata y has matado a la Bruja Mala. Además tienes colorblanco en el vestido, y sólo las brujas y las hechiceras usan el color blanco.

    —Mi vestido tiene cuadros blancos y azules —dijo Dorothy, alisándose las arrugas.

    —Eres muy amable al usar esos colores —dijo Boq—. El azul es el color de losmunchkins y el blanco es el color de las brujas; así sabemos que eres una brujaamistosa.

    Dorothy no sabía qué decir, pues todos parecían creer que era una bruja, y ellasabía muy bien que sólo era una niña común que por obra de un ciclón habíallegado a un país extraño.

    Cuando se cansó de mirar la danza, Boq la llevó dentro de la casa, donde le ofrecióuna habitación con una cama muy bonita. Las sábanas eran de tela azul, y Dorothydurmió profundamente en ellas hasta la mañana, con Totó acurrucado en laalfombra azul, a su lado.

    Tomó un abundante desayuno y miró cómo un bebé munchkin jugaba con Totó y letiraba de la cola y cacareaba y reía de un modo muy divertido. Totó era unaverdadera curiosidad para todos, ya que nunca habían visto un perro.

    —¿Cuánto falta para la Ciudad Esmeralda? —preguntó la niña.

    —No lo sé —respondió Boq, con voz grave—, porque nunca he estado allí. No esconveniente acercarse a Oz si no es por cuestión de negocios. Pero hay una grandistancia hasta la Ciudad Esmeralda, y tardarás muchos días en recorrerla. Estazona es rica y agradable, pero tendrás que atravesar sitios difíciles y peligrososantes de finalizar el viaje.

    Eso preocupó un poco a Dorothy, pero como sabía que sólo el gran Oz la podíaayudar a regresar a Kansas, decidió valientemente seguir adelante.

    Dijo adiós a sus amigos y echó otra vez a andar por el camino de ladrillos amarillos.Después de caminar varios kilómetros pensó que debía descansar; trepó a la cercaque bordeaba el camino y se sentó. Detrás de la cerca había un inmenso maizal, ya poca distancia vio un Espantapájaros colocado en lo alto de una vara para que lospájaros no se comieran el maíz maduro.

    Dorothy apoyó la barbilla en la mano y, pensativa, miró al Espantapájaros. Lacabeza del Espantapájaros era una bolsa rellena de paja, sobre la que habían

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    —Me llamo Dorothy —dijo la niña—, y voy a la Ciudad Esmeralda, a pedir al granOz que me mande de vuelta a Kansas.

    —¿Dónde está la Ciudad Esmeralda? —preguntó el Espantapájaros—; y ¿quién esOz?

    —¡Cómo! ¿No lo sabes? —dijo Dorothy, sorprendida.

    —No, de veras no lo sé; no sé nada. Como ves, estoy relleno de paja, así que notengo cerebro —respondió con tristeza el Espantapájaros.

    —Ah —dijo Dorothy—. Lo siento mucho.

    —¿Crees —preguntó el Espantapájaros— que si yo fuera contigo a la CiudadEsmeralda el gran Oz me daría un cerebro?

    —No te lo puedo asegurar —dijo la niña—, pero me puedes acompañar si quieres.Aunque Oz no te dé un cerebro, no estarás peor que ahora.

    —Es verdad —dijo el Espantapájaros—. Sabes —prosiguió en tono confidencial—,no me importa tener las piernas y los brazos y el cuerpo rellenos, porque así no melastimo. Si alguien me pisa los dedos de un pie o me clava un alfiler, no importa,porque no lo siento. Pero no quiero que la gente me llame tonto, y si en mi cabezasigue habiendo paja en vez de cerebro, ¿cómo voy a poder aprender cosas?

    —Sé muy bien cómo te sientes —dijo la niña, que estaba de veras apenada—. Sivienes conmigo le pediré a Oz que haga todo lo posible por ti.

    —Gracias —respondió el Espantapájaros.

    Volvieron hacia el camino, y Dorothy lo ayudó a pasar por encima de la cerca, yecharon a andar por los ladrillos amarillos hacia la Ciudad Esmeralda.

    Al principio a Totó no le gustó el nuevo miembro de la expedición. Olfateaba

    alrededor del hombre de paja como si sospechara que podía albergar un nido deratas, y a menudo le gruñía de un modo nada amistoso.

    —No te preocupes por Totó —le dijo Dorothy al nuevo amigo—. Nunca muerde.

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    —Ah, no tengo miedo —respondió el Espantapájaros—; no me puede hacer daño enla paja. Déjame llevar la cesta porque no me canso. Te diré un secreto —prosiguió,mientras caminaban—. Sólo hay una cosa en el mundo que yo temo.

    —¿Qué es? —preguntó Dorothy—. ¿El granjero munchkin que te hizo?

    —No —respondió el Espantapájaros—, un fósforo encendido.

    Capítulo 4

    El camino en el bosque

    Después de unas pocas horas el sendero se empezó a volver escabroso, y resultabatan difícil caminar que el Espantapájaros tropezaba a menudo en los ladrillosamarillos, que estaban puestos de modo muy irregular. A veces simplementefaltaban o estaban rotos, y en su sitio había agujeros sobre los que Totó saltaba yque Dorothy esquivaba. En cuanto al Espantapájaros, como no tenía cerebrocaminaba en línea recta y pisaba los agujeros y caía cuan largo era sobre los durosladrillos. Sin embargo, nunca se lastimaba, y Dorothy lo ayudaba a levantarsemientras el Espantapájaros se reía alegremente de su propia torpeza.

    Las granjas no estaban tan cuidadas como las que quedaban atrás. Había menoscasas y menos árboles frutales, y cuanto más avanzaban más triste y solitario sevolvía el paisaje.

    Al mediodía se sentaron en el borde del camino, cerca de un pequeño arroyo, yDorothy abrió la cesta y sacó un poco de pan. Ofreció un pedazo al Espantapájaros,que no lo aceptó.

    —Nunca tengo hambre —dijo—, lo cual es una gran ventaja, porque mi boca sóloestá pintada. Si tuviera que hacerle un agujero para comer, por ahí saldría la pajacon la cual estoy relleno, y eso arruinaría la forma de mi cabeza.

    Dorothy entendió instantáneamente que eso era cierto. Asintió y siguió comiendo el

    pan.

    —Cuéntame algo de ti, y del país de donde vienes —dijo el Espantapájaros, cuandoella terminó de comer. Dorothy entonces le habló de Kansas, y de lo gris que eraallí todo, y cómo el ciclón la había llevado a ese extraño País de Oz.

    El Espantapájaros la escuchó con atención y después dijo:

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    —No entiendo por qué quieres irte de este hermoso país y volver al sitio seco y grisque llamas Kansas.

    —No lo entiendes porque no tienes cerebro —respondió la niña—. Por muy tristes ygrises que sean nuestras casas, nosotros, las personas de carne y hueso,

    preferimos vivir allí antes que en otro país, por muy hermoso que sea. No hayningún sitio como el hogar de uno.

    El Espantapájaros suspiró.

    —Claro que no lo puedo entender —dijo—. Si vuestras cabezas estuvieran llenas depaja, como la mía, tal vez viviríais en sitios hermosos, y no quedaría nadie enKansas. Para Kansas es una suerte que tengáis cerebro.

    —¿Por qué no me cuentas una historia mientras descansamos? —le pidió la niña.

    El Espantapájaros la miró arrugando el entrecejo y respondió:

    —Mi vida ha sido tan corta que en realidad no sé nada. Me fabricaron hace sólo dosdías. Lo que sucedió en el mundo hasta ese momento lo desconozco. Por fortuna,cuando el granjero me hizo la cabeza, una de las primeras cosas de las que seocupó fue de pintarme las orejas, así que oí todo lo que pasaba. Estaba con él otromunchkin, y lo primero que oí fue la voz del granjero diciendo:

    ”—¿Qué te parecen estas orejas?

    ”—No son rectas —respondió el otro.

    ”—No importa —dijo el granjero—. Igualmente son orejas. —Lo cual era verdad.

    ”—Ahora le haré los ojos —dijo el granjero. Y me pintó el ojo derecho, y en cuantoestuvo terminado descubrí que yo miraba al granjero y todo lo que había alrededorcon gran curiosidad, porque ésa era mi primera imagen del mundo.

    ”—Un ojo bastante bonito —comentó el munchkin que miraba al granjero—. Lapintura azul es la más adecuada para los ojos.

    ”—Me parece que el otro lo voy a hacer un poco más grande —dijo el granjero; ycuando estuvo terminado el segundo ojo vi mucho mejor que antes. Luego me hizola nariz y la boca.

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    ”Pero no hablé porque en ese momento no sabía para qué servía la boca. Me divertíviendo cómo me hacían el cuerpo y los brazos y las piernas y, cuando al fin mecolocaron la cabeza, me sentí muy orgulloso, porque pensé que era un hombre tanbueno como cualquiera.

    ”—Este sujeto espantará muy rápido a los pájaros —dijo el granjero—. Parece unhombre.

    ”—Pero si es un hombre —dijo el otro, y yo estuve totalmente de acuerdo. Elgranjero me llevó bajo el brazo hasta el maizal y me clavó en la punta de un paloalto, donde me encontraste. El granjero y su amigo pronto se fueron, dejándomesolo.

    ”No me gustó que me abandonasen de esa manera, y traté de seguirlos, pero no

    podía tocar el suelo con los pies y me vi forzado a quedarme en el palo. Era unavida solitaria, porque no tenía nada en qué pensar, al haber sido creado hacía tanpoco tiempo. Muchos cuervos y otros pájaros iban a posarse al maizal, pero encuanto me veían se volvían a ir, pensando que yo era un munchkin; eso meagradaba, y me hacía sentir una persona importante. Un cuervo voló durante unrato a mi alrededor y, después de examinarme con atención, se me posó en unhombro y dijo:

    ”—No sé si ese granjero habrá pensado que me iba a engañar de una manera tanburda. Cualquier cuervo con un poco de sentido común se daría cuenta de que sóloestás rellenado con paja.

    ”Luego saltó a mis pies y comió todo el maíz que quiso. Los otros pájaros, al verque yo no le hacía daño, vinieron también a comer maíz, y en un instante me virodeado por una gran bandada.

    ”Eso me entristeció, porque me demostraba que, después de todo, yo no era tanbuen espantapájaros; pero el viejo cuervo me consoló diciendo: “Si tuvierascerebro en la cabeza, serías tan buen hombre como cualquiera, y mejor que

    algunos. El cerebro es la única cosa que vale la pena tener en este mundo, sea unocuervo u hombre”.

    ”Cuando se fueron los cuervos pensé detenidamente en el asunto, y decidí hacertodos los esfuerzos necesarios para conseguir un cerebro. Por fortuna apareciste túy me sacaste de la estaca, y por lo que dices estoy seguro de que el gran Oz medará un cerebro en cuanto lleguemos a la Ciudad Esmeralda.

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    —Eso espero —dijo Dorothy con fervor—. Pareces tan ansioso.

    —Sí, estoy ansioso —respondió el Espantapájaros—. Es tan incómoda la sensaciónde saber que uno es tonto. —Bueno —dijo la niña—, en marcha. Y entregó la cestaal Espantapájaros.

    Ahora no había cercas a los lados del camino, y la tierra estaba totalmentedescuidada. Hacia el anochecer llegaron a un gran bosque, donde los árboles erantan altos y apretados que las ramas se tocaban por encima del camino de ladrillosamarillos. Bajo esos árboles apenas había luz, pues las ramas casi ocultaban el sol;pero los viajeros no se detuvieron y se internaron en el bosque.

    —Si este camino entra en el bosque, en algún momento debe salir —dijo elEspantapájaros—, y como la Ciudad Esmeralda está en el otro extremo, debemos

    seguirlo.

    —Eso lo sabe cualquiera —dijo Dorothy.

    —Sí, claro; por algo lo sé yo —respondió el Espantapájaros—. Si para darme cuentanecesitara un cerebro, nunca lo habría mencionado.

    Al cabo de una hora se fue la luz, y se encontraron tropezando en la oscuridad.Dorothy no veía nada, pero Totó sí, porque algunos perros ven bien en laoscuridad; y el Espantapájaros declaró que veía tan bien como de día. Dorothy,

    entonces, lo tomó del brazo y pudo caminar bastante bien.

    —Si ves una casa o cualquier sitio donde podamos pasar la noche —dijo—, debesanunciármelo, pues es muy incómodo caminar en la oscuridad.

    Un momento más tarde el Espantapájaros se detuvo.

    —Veo una casita a nuestra derecha —dijo—, hecha con troncos y ramas. ¿Entramosen ella?

    —Sí, por supuesto —respondió la niña—. Estoy muy cansada.

    El Espantapájaros la guió entre los árboles hasta que llegaron a la casita, y Dorothyentró y encontró una cama de hojas secas en un rincón. Se acostó enseguida, y conTotó a su lado pronto se quedó profundamente dormida. El Espantapájaros, quenunca se cansaba, se quedó en otro rincón y esperó pacientemente a que llegara lamañana.

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    Capítulo 5

    El rescate del Leñador de Hojalata

    Cuando Dorothy despertó el sol brillaba entre los árboles y Totó hacía rato quehabía salido a perseguir pájaros y ardillas. Dorothy se levantó y miró a su

    alrededor. Allí estaba el Espantapájaros, esperando todavía pacientemente en elrincón.

    —Tenemos que ir a buscar agua —dijo la niña.

    —¿Para qué quieres el agua? —preguntó el Espantapájaros.

    —Para lavarme la cara después de haber andado entre el polvo del camino, y parabeber, así el pan no se me pega a la garganta.

    —Debe de ser incómodo estar hecho de carne y hueso —dijo el Espantapájaros,pensativo—, porque entonces uno tiene que dormir y comer. Sin embargo, vosotrostenéis cerebro, y poco importan las incomodidades si uno puede pensaradecuadamente.

    Salieron de la casita y caminaron entre los árboles hasta que encontraron unapequeña fuente de agua transparente, donde Dorothy bebió y se lavó y desayunó.Vio que no quedaba mucho pan en la cesta, y se alegró de que el Espantapájarosno tuviera que comer, pues lo que había apenas les alcanzaría a ella y a Totó para

    el resto del día.

    Al terminar de comer, y cuando iba a regresar al camino de ladrillos amarillos, sesobresaltó al oír un gemido ronco.

    —¿Qué ha sido eso? —preguntó con timidez.

    —No tengo la menor idea —respondió el Espantapájaros—, pero podemos ir a ver.

    En ese momento oyeron otro gemido; aparentemente venía de atrás. Dieron media

    vuelta y caminaron por el bosque unos pocos pasos, hasta que Dorothy descubrióalgo que brillaba, reflejando un rayo de sol que caía entre los árboles. Corrió haciaese sitio, y de pronto se detuvo, lanzando un grito de sorpresa.

    El tronco de uno de aquellos grandes árboles había sido parcialmente cortado, y asu lado, de pie, blandiendo un hacha, había un hombre hecho totalmente de

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    hojalata. Tenía la cabeza, los brazos y las piernas unidos al cuerpo, pero parecíacompletamente inmóvil, como si no pudiera hacer el menor movimiento.

    Dorothy lo miró asombrada, lo mismo que el Espantapájaros, mientras Totó ladrabafurioso y le mordía una pierna de hojalata, lastimándose los dientes.

    —¿Has gemido? —preguntó Dorothy.

    —Sí —respondió el hombre de lata—, he gemido. Hace más de un año que gimo, yhasta ahora nadie me había oído ni acudido a socorrerme.

    —¿En qué puedo ayudarte? —preguntó la niña, con dulzura, muy conmovida por lavoz triste del hombre.

    —Trae una aceitera y acéitame las articulaciones —respondió el hombre—. Están

    tan oxidadas que no puedo hacer el menor movimiento; si estuviera bien engrasadopronto me podría mover como antes. Encontrarás una aceitera en un estante de micasa.

    Dorothy corrió enseguida a la casa, encontró la aceitera y volvió. Preocupada,preguntó:

    —¿Dónde tienes las articulaciones?

    —Acéitame primero el cuello —respondió el Leñador de Hojalata.

    Dorothy obedeció, y como estaba tan oxidada, el Espantapájaros sostuvo la cabezade lata y la movió con suavidad de un lado a otro hasta que funcionó con totalsoltura y el hombre la pudo mover sin ayuda.

    —Ahora acéitame las articulaciones de los brazos —dijo. Y Dorothy se las aceitó y elEspantapájaros se los dobló con cuidado hasta que se libraron del óxido y quedaroncomo nuevos.

    El Leñador de Hojalata lanzó un suspiro de satisfacción, bajó el hacha y la apoyócontra el árbol.

    —Es un gran alivio —dijo—. He estado sosteniendo esa hacha en el aire desde queme oxidé, y me alegro de poder apoyarla al fin. Ahora, si me aceitas lasarticulaciones de las piernas, volveré a ser el de antes.

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    Le aceitaron las piernas hasta que las pudo mover con libertad; el Leñador deHojalata les agradeció varias veces que lo hubieran liberado. Parecía una criaturamuy amable.

    —Podría haberme quedado aquí para siempre si vosotros no hubierais pasado por

    este sitio —dijo—, así que sin duda me habéis salvado la vida. ¿Cómo llegasteisaquí?

    —Vamos hacia la Ciudad Esmeralda, a ver al gran Oz —respondió la niña—, y nosdetuvimos en tu casita a pasar la noche.

    —¿Para qué queréis ver a Oz? —preguntó.

    —Yo quiero que me envíe de vuelta a Kansas; y el Espantapájaros quiere que leponga un cerebro dentro de la cabeza —respondió Dorothy.

    Durante un momento el Leñador de Hojalata pareció muy pensativo. Luego dijo:

    —¿Creéis que Oz me daría un corazón?

    —Sí, supongo que sí —respondió Dorothy—; sería tan fácil como dar un cerebro alEspantapájaros.

    —Es cierto —dijo el Leñador de Hojalata—. Entonces, si puedo acompañaros, irétambién a la Ciudad Esmeralda a pedir ayuda a Oz.

    —Adelante —dijo el Espantapájaros, con la mayor cordialidad; y Dorothy agregóque le agradaría contar con su compañía. Entonces el Leñador de Hojalata se pusoel hacha al hombro y atravesaron el bosque hasta llegar al camino pavimentadocon ladrillos amarillos.

    El Leñador de Hojalata había pedido a Dorothy que pusiera la aceitera en la cesta.

    —Porque —explicó— si me sorprendiera la lluvia y volviera a oxidarme la

    necesitaría.

    La aparición de ese nuevo compañero significó para ellos una gran suerte, pues alreanudar el viaje llegaron a un sitio donde los árboles y las ramas eran tan densossobre el camino que los viajeros no podían pasar. Pero el Leñador de Hojalata sepuso a trabajar con el hacha y cortó tan bien todo que pronto abrió paso al grupo.

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    Dorothy iba tan pensativa mientras caminaban que no se dio cuenta cuando elEspantapájaros tropezó en un agujero y rodó hacia el borde del camino. La verdades que se vio obligado a llamarla para que lo ayudase a levantarse.

    —¿Por qué no bordeaste el agujero? —preguntó el Leñador de Hojalata.

    —No sé todas las cosas que hay que saber —respondió contento elEspantapájaros—. Tengo la cabeza rellena de paja, sabes, y por eso voy a pedir aOz que me dé un cerebro.

    —Ah, ya entiendo —dijo el Leñador de Hojalata—. Pero, después de todo, el cerebrono es la mejor cosa del mundo.

    —¿Tú tienes? —quiso saber el Espantapájaros.

    —No, mi cabeza es hueca —respondió el Leñador—, pero tuve una vez cerebro, ytambién corazón. Después de haber probado las dos cosas, desearía mucho mástener corazón.

    —¿Y por qué? —le preguntó el Espantapájaros.

    —Te contaré mi historia, y entonces comprenderás.

    Y mientras caminaban por el bosque el Leñador de Hojalata contó esta historia:

    —Soy hijo de un leñador que cortaba árboles en el bosque y que vivía de la ventade madera. Cuando crecí también yo me hice leñador, y después de la muerte demi padre me hice cargo de mi anciana madre mientras vivió. Entonces decidí queen vez de vivir solo me casaría, para no sufrir la soledad.

    ”Había una muchacha munchkin tan bonita que pronto me enamoré perdidamentede ella. La muchacha, por su parte, prometió que se casaría conmigo cuando yoganara dinero suficiente para construir una casa mejor, así que me puse a trabajarmás que nunca. Pero la muchacha vivía con una vieja que no quería que ella se

    casara con nadie; era tan perezosa que quería que la muchacha se quedara con ellapara cocinarle y hacer todas las tareas de la casa. La vieja, entonces, acudió a laBruja Mala del Este y le prometió dos ovejas y una vaca si impedía el casamiento.La Bruja Mala, por ese motivo, me encantó el hacha, y un día, mientras cortabaárboles con el mayor entusiasmo, ansioso por tener casa nueva y esposa lo antesposible, el hacha me resbaló de las manos y me cortó la pierna izquierda.

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    ”Al principio vi eso como una gran desgracia, porque sabía que para un hombre conuna sola pierna no era nada fácil cortar árboles. Fui entonces a un hojalatero y lepedí que me hiciera una pierna de lata. La pierna funcionó muy bien después queme acostumbré a ella, pero ese hecho enfureció a la Bruja Mala del Este, que habíaprometido a la vieja que yo no me casaría con la hermosa muchacha munchkin.Mientras estaba otra vez trabajando, el hacha se me resbaló y me cortó la piernaderecha. Volví de nuevo al hojalatero, y de nuevo me hizo una pierna de lata.Después el hacha encantada me cortó un brazo y luego el otro; pero, sindesanimarme, los reemplacé por brazos de lata. La Bruja Mala hizo entonces que elhacha resbalara y me cortara la cabeza, y al principio pensé que eso era el fin. Peroen ese momento pasaba por allí el hojalatero y me hizo una nueva cabeza de lata.

    ”Pensé entonces que había vencido a la Bruja Mala, y trabajé con más ahínco quenunca; pero no sabía hasta qué grado de crueldad podía llegar mi enemiga. La

    Bruja ideó una nueva manera de matar mi amor por la hermosa dama munchkin ehizo que el hacha se me volviera a escapar de las manos y me cortase el cuerpo endos. Acudió otra vez en mi ayuda el hojalatero, que me hizo un cuerpo de lata y leunió los brazos y las piernas mediante articulaciones para que pudiera movermecomo siempre. Pero como no tenía corazón perdí todo el amor que sentía por lamuchacha munchkin, y dejó de importarme la idea de casarme con ella. Supongoque todavía estará viviendo con la vieja, esperando que yo la vaya a buscar.

    ”Mi cuerpo brillaba tanto al sol que me sentía muy orgulloso de él, y ahora no me

    importaba que el hacha me resbalase, porque no me podía cortar. Existía un solopeligro: que se me oxidaran las articulaciones. Pero tenía una aceitera en la casitay me aceitaba cuando lo necesitaba. Sin embargo, llegó un día en que me olvidé dehacerlo, sin pensar en el peligro que eso representaba y, sorprendido por unafuerte tormenta en el bosque, me oxidé, y allí quedé, inmóvil, hasta que llegasteisvosotros a socorrerme. Fue una experiencia terrible, pero durante el año que paséallí tuve tiempo para pensar que la pérdida que más sentía era la del corazón.Mientras estuve enamorado fui el hombre más feliz de la tierra; pero como esimposible amar sin corazón, estoy decidido a pedirle a Oz que me dé uno. Si me lo

    da, volveré junto a la dama munchkin y me casaré.

    Dorothy y el Espantapájaros habían escuchado con gran interés la historia delLeñador de Hojalata, y ahora sabían por qué deseaba tanto conseguir un nuevocorazón.

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    —Yo, de todos modos —dijo el Espantapájaros—, pediré un cerebro y no uncorazón, pues un tonto no sabría qué hacer con un corazón, si lo tuviera.

    —Yo me quedo con el corazón —respondió el Leñador de Hojalata, pues el cerebrono da felicidad, y la felicidad es la mejor cosa del mundo.

    Dorothy no dijo nada; le intrigaba saber cuál de los dos amigos tenía razón, ydecidió que, si podía volver a Kansas junto a tía Em, le daría lo mismo que elEspantapájaros no tuviera cerebro y el Leñador no tuviera corazón, o que cada cualtuviera lo que quisiera.

    Lo que más le preocupaba era que el pan casi se había acabado, y que con otracomida ella y Totó vaciarían la cesta. Claro que ni el Leñador ni el Espantapájaroscomían, pero ella no estaba hecha de lata ni de paja, y no podía vivir sin

    alimentarse.

    Capítulo 6

    El León Cobarde

    Todo ese tiempo Dorothy y sus compañeros habían caminado por el espeso bosque.El camino seguía estando pavimentado con ladrillos amarillos, pero ahora sobreesos ladrillos había muchas ramas secas y hojas muertas, y no resultaba nada fácilcaminar.

    Había pocos pájaros en esa parte del bosque, porque los pájaros prefieren sitiosabiertos, donde hay mucho sol; pero de vez en cuando les llegaba el gruñido dealgún animal oculto entre los árboles. Esos sonidos sobresaltaban el corazón deDorothy, que no sabía qué era lo que los producía; Totó sí lo sabía, y caminabapegado a Dorothy, y ni siquiera les respondía con un ladrido.

    —¿Cuánto tardaremos en salir del bosque? —preguntó la niña al Leñador deHojalata.

    —No te lo puedo decir —explicó el Leñador—, porque nunca he estado en la CiudadEsmeralda. Pero mi padre fue allá una vez, cuando yo era niño, y dijo que setrataba de un viaje largo a través de lugares peligrosos, aunque cerca de la ciudaddonde vive Oz el sitio es hermoso. Pero yo no tengo miedo mientras ande con laaceitera, y nada puede dañar al Espantapájaros, y tú llevas en la frente la marcadel beso de la Bruja Buena, que te protegerá.

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    —¡Pero Totó ! —dijo la niña, preocupada—. ¿Qué protegerá a Totó ?

    —Lo deberemos proteger nosotros mismos, si aparece algún peligro —respondió elLeñador de Hojalata.

    Mientras hablaba el Leñador, un rugido terrible retumbó en el bosque, y un enormeleón saltó al camino. De un zarpazo lanzó a un lado al Espantapájaros, que cayórodando, y luego golpeó al Leñador con las afiladas garras. Pero, para sorpresa delleón, no consiguió hacer ninguna marca en la lata, aunque el Leñador cayó al sueloy quedó inmóvil.

    El pequeño Totó , ahora que tenía un enemigo al que enfrentarse, corrió ladrandohacia el león. La enorme bestia abrió la boca para morder al perro, y entoncesDorothy, temiendo que muriera Totó , y sin pensar en el peligro, saltó hacia delante

    y abofeteó al león en la nariz con todas sus fuerzas, mientras gritaba:

    —¡No te atrevas a morder a Totó ! ¡Deberías avergonzarte, una bestia tan grande ytratando de morder a un perrito!

    —¡No lo he mordido! —dijo el León, mientras se frotaba la nariz con la garra, en elsitio donde le había pegado Dorothy.

    —No, pero lo intentaste —respondió la niña—. No eres más que un gran cobarde.

    —Lo sé —dijo el León, agachando la cabeza, avergonzado—. Siempre lo he sabido.Pero ¿qué puedo hacer?

    —No lo sé, no estoy segura. ¡Pensar que golpeaste a un hombre de paja, como elpobre Espantapájaros!

    —¿Es de paja? —preguntó el León, sorprendido, mientras miraba cómo Dorothtylevantaba al Espantapájaros, lo ponía de pie y lo palmeaba dándole la formaperdida.

    —Claro que es de paja —dijo la niña, que todavía estaba enojada.

    —Por eso cayó tan fácilmente —comentó el León—. Me asombró verlo girar de esamanera. ¿El otro también es de paja?

    —No —dijo Dorothy—, es de hojalata.

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    Y ayudó a levantarse al Leñador de Hojalata.

    —Por eso casi me desafiló las garras —dijo el León—. Cuando arañaron la hojalatasentí que un temblor me bajaba por la espalda. ¿Qué es ese animal por el quesientes tanta ternura?

    —Es mi perro, Totó —dijo Dorothy.

    —¿Es de paja o de hojalata? —preguntó el León.

    —De ninguna de las dos cosas. Es de carne —dijo la niña.

    —Ah. Es un animal curioso, y ahora que lo veo bien, parece muy pequeño. Sólo aun cobarde como yo se le ocurriría morder una cosa tan pequeña —prosiguió elLeón, con voz triste.

    —¿Por qué eres cobarde? —preguntó Dorothy, mirando con curiosidad a la enormebestia, que era casi tan grande como un caballo.

    —Es un misterio —respondió el León—. Supongo que nací así. Todos los otrosanimales del bosque piensan, por supuesto, que soy valiente, porque el león esconsiderado en todas partes el Rey de los Animales. Aprendí que, si rugía muyfuerte, todo ser viviente se asustaba y se apartaba de mi camino. Cada vez que meencontraba con un hombre, me asustaba mucho; pero le rugía y el hombre echaba

    a correr a la mayor velocidad posible. Si los elefantes, los tigres y los osos hubierantratado de atacarme, yo habría huido. Así soy de cobarde. Pero en cuanto oyen mirugido tratan de alejarse y yo, naturalmente, los dejo ir.

    —Pero eso no es correcto. El Rey de los Animales no debería ser un cobarde —dijoel Espantapájaros.

    —Ya lo sé —le respondió el León, enjugándose una lágrima con la punta de lacola—; es mi mayor aflicción y me hace muy desdichado. Pero en cuanto aparece elpeligro, el corazón me empieza a latir con mayor rapidez.

    —Tal vez estés enfermo del corazón —dijo el Leñador de Hojalata.

    —Tal vez —dijo el León.

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    —Si lo estás —prosiguió el Leñador de Hojalata—, deberías alegrarte, porque esoprueba que tienes corazón. Yo no lo tengo, así que no puedo sufrir esa clase deenfermedad.

    —Quizá —dijo el León, pensativo— si no tuviera corazón no sería cobarde.

    —¿Tienes cerebro? —preguntó el Espantapájaros.

    —Supongo que sí. Nunca me he fijado si lo tenía —respondió el León.

    —Yo voy al gran Oz a pedirle que me dé uno —comenzó el Espantapájaros—,porque tengo la cabeza rellena de paja.

    —Y yo voy a pedirle que me ponga un corazón —dijo el Leñador.

    —Y yo voy a pedirle que nos mande a Totó y a mí de vuelta a Kansas —agregóDorothy.

    —¿Creen que Oz me podría dar coraje? —preguntó el León Cobarde.

    —Sería lo mismo que darme a mí un cerebro —dijo el Espantapájaros.

    —O a mí un corazón —dijo el Leñador de Hojalata.

    —O mandarme a mí de vuelta a Kansas —dijo Dorothy.

    —Entonces, si no os importa, iré con vosotros —dijo el León—, porque mi vida esinsoportable sin un poco de coraje.

    —Serás muy bienvenido —le contestó Dorothy—, porque nos ayudarás a espantarlos otros animales salvajes. Me parece que deben de ser más cobardes que tú si sedejan asustar por ti tan fácilmente.

    —Lo son, de veras —dijo el León—; pero eso no me hace más valiente, y mientrassepa que soy cobarde, seré desdichado.

    Otra vez se puso en marcha el pequeño grupo, el León caminando con pasomajestuoso al lado de Dorothy. Al principio, Totó no aprobó ese nuevo compañero,pues no lograba olvidar lo poco que había faltado para ser aplastado entre lasenormes fauces del León; pero después de un tiempo se tranquilizó, y él y el LeónCobarde terminaron siendo buenos amigos.

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    —¡No! ¡No, por favor! —suplicó el Leñador de Hojalata—. Si mataras a un pobreciervo yo lloraría sin ninguna duda, y las mandíbulas se me volverían a oxidar.

    Pero el León se internó en el bosque y se procuró una cena, aunque nadie pudosaber en qué había consistido, porque no lo mencionó. Y el Espantapájaros

    encontró un árbol cargado de nueces y le llenó la cesta a Dorothy para que nopasase hambre durante mucho tiempo. La niña pensó que el Espantapájaros eramuy amable y muy bondadoso, pero se rió de buena gana al ver con cuántatorpeza recogía las nueces la pobre criatura. Las manos rellenas de paja eran tanpoco hábiles y las nueces tan pequeñas que casi se le caían tantas como las queponía en la cesta. Pero al Espantapájaros no le importaba el tiempo dedicado allenar la cesta, pues eso le permitía evitar el fuego: una chispa bastaría paraincendiarlo. Así que se mantuvo a buena distancia de las llamas, y sólo se acercópara tapar a Dorothy con hojas cuando ella se acostó. Esas hojas le dieron calor y

    protección, y durmió profundamente hasta la mañana.

    Al salir el sol la niña se lavó la cara en un pequeño arroyo y enseguida echarontodos a andar hacia la Ciudad Esmeralda.

    Ése iba a ser un día repleto de acontecimientos para los viajeros. Apenas habíancaminado por espacio de una hora cuando se encontraron con una enorme zanjaque atravesaba el camino y dividía el bosque hacia ambos lados hasta dondealcanzaba la vista. Era una zanja muy ancha. Se asomaron al borde y vieron que

    también era muy profunda y que había muchas piedras grandes y ásperas en elfondo. Los lados eran tan abruptos que ninguno de ellos podría descender, y por unmomento les pareció que allí debía terminar el viaje.

    —¿Qué hacemos? —preguntó Dorothy, desesperada.

    —No tengo la menor idea —dijo el Leñador; y el León meneó la abundante melena,pensativo. Pero el Espantapájaros dijo:

    —No volamos, eso es verdad; tampoco podemos descender a esta zanja. Por lo

    tanto, si no podemos saltar por encima deberemos detenernos aquí.

    —Yo pienso que podría saltar —dijo el León Cobarde, después de medirmentalmente la distancia.

    —Entonces no hay ningún problema —respondió el Espantapájaros—, porque nospodrás llevar a caballo, uno cada vez.

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    —Bueno, lo intentaré —dijo el León—. ¿Quién será el primero?

    —Yo —declaró el Espantapájaros—, porque si se descubriera que no puedes llegaral otro lado de la zanja, Dorothy se mataría, y el Leñador de abollaría mucho en laspiedras del fondo. Pero si el que va en tu lomo soy yo, no importará tanto, porque

    a mí la caída no me haría ningún daño.

    —Yo mismo tengo un miedo terrible de caer —dijo el León Cobarde—, pero supongoque no hay otra solución. Monta en mi lomo y haremos la prueba.

    El Espantapájaros montó en el lomo del León, y la enorme bestia caminó hasta elborde del abismo y se agachó.

    —¿Por qué no corres y saltas? —preguntó el Espantapájaros.

    —Porque los leones lo hacen de otro modo —respondió. Luego, de un gran salto, seelevó en el aire y aterrizó sin ningún peligro del otro lado. Todos quedaron muycontentos de la facilidad con que lo había hecho, y una vez el Espantapájaros hubobajado del lomo el León volvió a cruzar la zanja.

    Dorothy sería la siguiente: agarró a Totó en brazos y subió al lomo del León,sosteniéndose de la melena con una mano. Enseguida sintió como si estuvieravolando por el aire, y antes de tener tiempo para pensarlo estaba del otro lado,sana y salva. El León saltó una vez más la zanja, para recoger al Leñador de

    Hojalata, y después todos se sentaron un momento para que la bestia pudieradescansar, pues aquellos enormes saltos le habían quitado el aliento, y ahora

    jadeaba como un perro grande que ha corrido demasiado.

    Descubrieron que de ese lado el bosque era muy denso, misterioso y sombrío.Después que el León hubo descansado, siguieron viaje por el camino de ladrillosamarillos, cada uno con la secreta duda de si llegarían alguna vez al final delbosque y verían de nuevo la brillante luz del sol. Para mayor preocupación, prontooyeron extraños ruidos en las profundidades del bosque, y el León les susurró que

    era en esa parte del país donde vivían los kalidahs.

    —¿Qué son los kalidahs? —preguntó la niña.

    —Son animales monstruosos con cuerpo de oso y cabeza de tigre —respondió elLeón—, y con garras tan largas y afiladas que me podrían cortar en dos con lamisma facilidad que yo a Totó . Tengo mucho miedo a los kalidahs.

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    —No me extraña —dijo Dorothy—. Deben de ser animales horribles.

    El León iba a responder cuando llegaron a otra zanja en el camino; pero ésta eratan ancha y tan profunda que el León supo inmediatamente que no podríaatravesarla de un salto. Se sentaron a pensar en el problema, y tras profundas

    reflexiones el Espantapájaros dijo:

    —Hay ahí un árbol grande, junto a la zanja. Si el Leñador de Hojalata lo puedecortar y hacerlo caer por encima del hueco, llegaremos con facilidad al otro ladocaminando.

    —Muy buena idea —dijo el León—. Uno casi se atrevería a pensar que tienes uncerebro en la cabeza, en vez de paja.

    El Leñador se puso a trabajar de inmediato, y tan afilada estaba el hacha quepronto llegó casi al otro lado del tronco. Entonces el León apoyó las poderosaspatas delanteras en el árbol y empujó con todas sus fuerzas. Poco a poco el árbolempezó a ceder y cayó pesadamente sobre la zanja, apoyando las ramas más altasdel otro lado.

    Apenas habían empezado a atravesar ese extraño puente cuando un penetrantechillido les hizo alzar la mirada, y horrorizados vieron cómo dos grandes bestias concuerpo de oso y cabeza de tigre se acercaban corriendo.

    —Son los kalidahs —dijo el León cobarde, empezando a temblar.

    —¡Rápido! —gritó el Espantapájaros—, crucemos el puente.

    Dorothy fue la primera, sosteniendo a Totó en brazos; la siguió el Leñador deHojalata, y luego el Espantapájaros. El León, aunque asustado, sin duda, se volviópara enfrentar a los kalidahs y lanzó un rugido tan fuerte y tan terrible que Dorothygritó y el Espantapájaros se cayó de espaldas; hasta las feroces bestias sedetuvieron y lo miraron, sorprendidas.

    Pero al ver que eran más grandes que el León, y recordar que ellos eran dos y elLeón uno, los kalidahs volvieron a arremeter, y el León corrió por el árbol y girópara ver qué hacían. Sin detenerse un instante, las feroces bestias tambiéncomenzaron a atravesar el puente. El León le dijo a Dorothy:

    —Estamos perdidos, porque seguramente nos destrozarán con esas garras. Peroquédate aquí atrás. Yo me enfrentaré a ellos mientras viva.

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    —¡Un minuto! —gritó el Espantapájaros. Había estado pensando en la solución másconveniente, y le pidió al Leñador que cortase la punta del árbol que se apoyaba enese lado de la zanja. El Leñador de Hojalata empezó a usar el hacha enseguida, ycuando ya casi estaban llegando los kalidahs el árbol cayó con un crujido al abismo,arrastrando las feas y gruñentes bestias, que se despedazaron contra las afiladaspiedras del fondo.

    —Bueno —dijo el León Cobarde, con un suspiro de alivio—, veo que vamos a seguirviviendo un poco más, y me alegro, porque debe de ser muy incómodo no estarvivo. Esas criaturas me asustaron tanto que todavía me late el corazón.

    —Ah —dijo con tristeza el Leñador de Hojalata—. Ojalá yo tuviera un corazón queme latiese.

    Esa aventura hizo que los viajeros deseasen más que nunca salir del bosque, ycaminaban tan rápido que Dorothy se cansó y tuvo que ir montada en el León. Conalegría vieron que los árboles estaban cada vez más separados y por la tardefueron repentinamente detenidos por un ancho río de aguas rápidas. Del otro ladode la corriente vieron el camino de ladrillos amarillos atravesando un hermosopaisaje de prados verdes salpicados de flores brillantes, bordeado por árbolescolmados de deliciosos frutos. Se alegraron mucho de tener ante ellos esemaravilloso paisaje.

    —¿Cómo haremos para atravesar el río? —preguntó Dorothy.

    —Eso es fácil —respondió el Espantapájaros—. El Leñador de Hojalata deberáfabricar una balsa, en la que iremos flotando hasta el otro lado.

    El Leñador tomó entonces el hacha y se puso a cortar pequeños árboles paraconstruir una balsa, y mientras hacía eso el Espantapájaros encontró en la orilla unárbol cargado de apetitosos frutos. Eso le agradó mucho a Dorothy, que no habíaprobado más que nueces todo el día, y comió una buena cantidad de fruta madura.

    Pero lleva tiempo hacer una balsa, incluso a una persona diligente e incansablecomo el Leñador de Hojalata, y cuando llegó la noche el trabajo no estabaconcluido. Buscaron un sitio adecuado bajo los árboles y allí durmieron hasta bienentrada la mañana; y Dorothy soñó con la Ciudad Esmeralda, y con el buen Magode Oz, que pronto la enviaría de vuelta a su casa.

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    Capítulo 8

    El mortífero campo de amapolas

    Nuestro pequeño grupo de viajeros despertó a la mañana siguiente refrescado ycolmado de esperanzas, y Dorothy desayunó como una princesa con melocotones y

    ciruelas que recogió de los árboles a orillas del río. Atrás quedaba el oscuro bosqueque habían logrado atravesar sanos y salvos, aunque sufriendo muchasdesilusiones; pero allí delante se extendía una hermosa y soleada comarca queparecía invitarlos a la Ciudad Esmeralda.

    El río, naturalmente, los separaba de ese bello país; pero la balsa estaba casi lista,y después de cortar unos pocos troncos más y asegurarlos unos a otros con clavijasde madera, estuvieron en condiciones de iniciar la travesía. Dorothy se sentó en elcentro de la balsa y tomó a Totó en brazos. Cuando saltó encima el León Cobarde,

    la balsa se inclinó peligrosamente, porque era un animal muy grande y pesado;pero el Espantapájaros y el Leñador de Hojalata se pusieron en el otro extremopara equilibrar el peso, y llevaban en la mano largas pértigas para empujar la balsasobre el agua.

    Al principio les fue bastante bien, pero cuando llegaron al medio del río la rápidacorriente empezó a arrastrar la balsa y a alejarla del camino de ladrillos amarillos;y el agua era ahora tan profunda que las largas pértigas no lograban tocar el fondo.

    —Esto es malo —dijo el Leñador—, porque si no podemos llegar a tierra el río nosllevará al país de la Bruja Mala del Oeste, que nos encantará y nos hará susesclavos.

    —Y yo entonces no conseguiría un cerebro —dijo el Espantapájaros.

    —Ni yo coraje —dijo el León Cobarde.

    —Ni yo un corazón —dijo el Leñador de Hojalata.

    —Y yo no podría volver nunca a Kansas —dijo Dorothy.

    —Debemos tratar de llegar a la Ciudad Esmeralda —prosiguió el Espantapájaros, yempujó tan fuerte con la pértiga que se le clavó en el barro del fondo del río, yantes de que pudiera sacarla o soltarla las aguas se llevaron la balsa y el pobreEspantapájaros quedó aferrado a la pértiga en el medio del río.

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    —¡Adiós! —les gritó, y todos se entristecieron. El Leñador de Hojalata empezóincluso a llorar, pero por fortuna recordó que se podía oxidar, y se enjugó laslágrimas en el delantal de Dorothy.

    Naturalmente, el Espantapájaros se encontraba en muy mala situación.

    —Ahora estoy peor que cuando conocí a Dorothy —pensó—. Entonces estabaclavado en un palo en un maizal, donde podía convencerme al menos de queespantaba los pájaros; pero seguramente no existe ninguna función para unEspantapájaros encaramado en una pértiga en el medio de un río. Me temo que,después de todo, no llegaré nunca a tener cerebro. La balsa flotaba río abajo, y elpobre Espantapájaros iba quedando allá atrás. Habló el León:

    —Algo tenemos que hacer para salvarnos. Pienso que puedo nadar hasta la orilla y

    arrastrar la balsa si me aferráis con fuerza la punta de la cola.

    Y saltó al agua. El Leñador de Hojalata le agarró con fuerza la cola y el Leónempezó a nadar con todas sus fuerzas hacia la orilla. Le resultaba difícil, a pesar desu tamaño; pero poco a poco fueron saliendo de la corriente, y entonces Dorothytomó la pértiga del Leñador y ayudó a empujar la balsa hacia tierra.

    Estaban todos cansados cuando llegaron por fin a la orilla y saltaron al hermosocésped verde, y también sabían que la corriente los había alejado mucho delcamino de ladrillos amarillos que llevaba a la Ciudad Esmeralda.

    —Y ahora ¿qué haremos? —preguntó el Leñador de Hojalata mientras el León setendía en el césped a secarse al sol.

    —Debemos volver de algún modo al camino —dijo Dorothy.

    —El mejor plan será ir por la orilla del río hasta que lleguemos otra vez al camino —señaló el León.

    Así, después de descansar todos, Dorothy recogió la cesta y echaron a andar por laherbosa orilla hacia el camino del que los había apartado el río. Era un lugar alegrey maravilloso, cubierto de flores, árboles frutales y sol, y si no sintieran tantalástima por el pobre Espantapájaros seguramente serían muy felices.

    Caminaban con la mayor rapidez posible, y Dorothy sólo se detenía de vez encuando a recoger una flor bonita; al cabo de un rato el Leñador de Hojalata gritó:

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    —¡Mirad!

    Todos miraron hacia el río, y vieron al Espantapájaros subido a la pértiga en elmedio de las aguas; parecía muy triste y muy solo.

    —¿Qué podemos hacer para salvarlo? —preguntó Dorothy.

    El León y el Leñador menearon la cabeza, pues no se les ocurría nada. Entonces sesentaron en la orilla y miraron pensativos al Espantapájaros hasta que pasó por allívolando una cigüeña que, al verlos, se detuvo a descansar en el borde del agua.

    —¿Quiénes sois y adónde vais? —preguntó la Cigüeña.

    —Yo soy Dorothy —respondió la niña—, y éstos son mis amigos, el Leñador deHojalata y el León Corbarde; y vamos a la Ciudad Esmeralda.

    —No es éste el camino —dijo la Cigüeña, torciendo el largo pescuezo para mirar alextraño grupo.

    —Lo sé —respondió Dorothy—, pero hemos perdido al Espantapájaros, y estamospensando cómo rescatarlo.

    —¿Dónde está? —preguntó la Cigüeña.

    —Allá en el río —dijo la niña.

    —Si no fuera tan grande y tan pesado, iría a buscarlo —señaló la Cigüeña.

    —No es nada pesado —dijo Dorothy, entusiasmada—, porque está relleno de paja,y si nos lo traes te estaremos para siempre agradecidos.

    —Bueno, probaré —dijo la Cigüeña—; pero si descubro que es demasiado pesadotendré que volver a dejarlo caer en el río.

    Y el enorme pájaro echó a volar por encima del agua hasta que llegó al sitio dondeestaba el Espantapájaros subido a la pértiga. Entonces, con las enormes garras,tomó al Espantapájaros de un brazo y lo llevó por los aires hasta la orilla, dondeesperaban Dorothy, el León, el Leñador de Hojalata y Totó .

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    Cuando el Espantapájaros se vio otra vez entre sus amigos se sintió tan feliz quelos abrazó a todos, incluso al León y a Totó ; y mientras caminaban iba cantando,tan contento se sentía.

    —Tuve miedo de quedarme para siempre en el río —dijo—, pero la bondadosa

    Cigüeña me salvó, y si alguna vez tengo cerebro la iré a buscar y le pagaré conalguna otra buena acción.

    —Está bien —dijo la Cigüeña, que volaba acompañando al grupo—. Siempre megusta ayudar a los que están en dificultades. Pero ahora debo irme, pues meesperan los bebés en el nido. Ojalá encontréis la Ciudad Esmeralda y ojalá Oz osayude.

    —Gracias —dijo Dorothy, y entonces la Cigüeña bondadosa levantó el vuelo y se

    perdió enseguida de vista.

    Caminaban escuchando el canto de los pájaros multicolores y mirando las bonitasflores que ahora parecían una alfombra, tan apretadas estaban. Había grandespétalos amarillos, blancos, azules y púrpura, además de largas extensiones deamapolas escarlata, tan brillantes que casi cegaban a Dorothy.

    —¿No son hermosas? —preguntó la niña, mientras aspiraba el potente aroma de lasflores.

    —Supongo que sí —respondió el Espantapájaros—. Cuando tenga cerebro quizá megusten más.

    —Si yo tuviera corazón, las amaría —agregó el Leñador de Hojalata.

    —A mí siempre me gustaron las flores —dijo el León—; parecen frágiles ydesvalidas. Pero en el bosque no hay ninguna tan brillante como éstas.

    Ahora había más y más amapolas escarlata y menos y menos de las otras flores; ypronto se encontraron en medio de un enorme campo de amapolas. Y es biensabido que cuando hay muchas de esas flores juntas su olor es tan poderoso quequien lo huele se duerme, y si no llevan al durmiente fuera del alcance del olor,continúa durmiendo para siempre. Pero Dorothy no sabía eso, ni podía salir delcampo de brillantes flores que la rodeaba por todas partes, y pronto le empezarona pesar los párpados y sintió que debía sentarse a descansar y a dormir.

    Pero el Leñador de Hojalata no quería que hiciera eso.

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    —Debemos darnos prisa y llegar al camino de ladrillos amarillos antes de queoscurezca —dijo, y el Espantapájaros estuvo de acuerdo.

    Siguieron entonces caminando hasta que Dorothy no pudo resistir más. Los ojos sele cerraron a pesar de todos sus esfuerzos, se olvidó de dónde estaba y cayó entre

    las amapolas, profundamente dormida.

    —¿Qué hacemos? —preguntó el Leñador de Hojalata.

    —Si la dejamos aquí, morirá —dijo el León—. El aroma de las flores nos estámatando a todos. Yo apenas consigo mantener abiertos los ojos, y el perro ya se hadormido.

    Era cierto. Totó había caído junto a su ama. Pero al Espantapájaros y al Leñador deHojalata, que no eran de carne, no los afectaba el aroma de las flores.

    —Corre rápido —le dijo el Espantapájaros al León—, y sal de este mortífero jardínlo antes posible. Nosotros llevaremos a la niña pero tú eres demasiado grande y site durmieras no podríamos moverte.

    El León hizo entonces un esfuerzo y echó a correr a la mayor velocidad posible. Enun instante se perdió de vista.

    —Hagamos una silla con las manos para transportarla —dijo el Espantapájaros.

    Recogieron a Totó y lo pusieron en la falda de la niña, y con las manos hicieron lasilla y empezaron a llevarlos entre las flores.

    Caminaron y caminaron, parecía que la alfombra de flores que los rodeaba no iba aterminar nunca. Siguieron la curva del río y al fin encontraron a su amigo el Leónprofundamente dormido entre las amapolas. Las flores habían sido demasiadofuertes para la enorme bestia, que al fin se había rendido a corta distancia dedonde concluían las amapolas y comenzaban los hermosos y verdes campos decésped.

    —No podemos hacer nada por él —dijo el Leñador de Hojalata, triste—, porque esdemasiado pesado. Tendremos que dejarlo aquí durmiendo para siempre. Tal vezsueñe que por fin ha encontrado el coraje.

    —Lo siento mucho —dijo el Espantapájaros—; a pesar de ser tan cobarde, el Leónera un buen compañero. Pero sigamos.

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    Llevaron a la niña dormida hasta un sitio muy bonito junto al río, a suficientedistancia del campo de amapolas para que no respirase el veneno de las flores, ladepositaron con suavidad en el césped y esperaron a que la brisa fresca ladespertase.

    Capítulo 9La Reina de los Ratones del Campo

    —Ahora no podemos estar lejos del camino de ladrillos amarillos —señaló elEspantapájaros, mientras esperaba junto a la niña—, pues hemos andado casi tantadistancia como la que nos llevó el río.

    El Leñador de Hojalata iba a decir algo cuando oyó un gruñido y, al volver la cabeza(que giraba muy bien sobre goznes) vio un extraño animal que se acercaba

    saltando por el césped. Era nada menos que un enorme y amarillo gato montés, yel Leñador pensó que debía de estar cazando algo, pues tenía las orejas pegadas ala cabeza y la boca abierta, en la que se veían dos hileras de horribles dientes,mientras que los ojos —de un vivo color rojo— le brillaban como bolas de fuego.Cuando se acercó más, el Leñador de Hojalata vio que delante de la bestia corría unpequeño ratón gris de campo, y aunque no tenía corazón supo que no estaba bienque el gato salvaje tratase de matar a una criatura tan bonita e inofensiva.

    Así que el Leñador levantó el hacha y cuando el gato pasaba por delante ledescargó un fuerte golpe que lo partió en dos, separándole la cabeza del cuerpo, elcual rodó en dos pedazos hasta detenerse a sus pies.

    El ratón campestre, ahora que había sido liberado del enemigo, se detuvo, yacercándose despacio al Leñador dijo con una vocecita chillona:

    —¡Muchas gracias! Muchas gracias por haberme salvado la vida.

    —No es nada —respondió el Leñador—. No tengo corazón, sabes, y entonces tratode ayudar a los que necesitan un amigo, aunque sólo sea un ratón.

    —¡Sólo un ratón! —gritó el animalito, indignado—. ¡Si yo soy una reina… la Reinade todos los Ratones del Campo!

    —Ah, ¿de veras? —dijo el Leñador, haciéndole una reverencia.

    —Por lo tanto has realizado una gran hazaña, y has sido muy valiente al salvar mivida —agregó la Reina. En ese momento aparecieron varios ratones corriendo a

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    toda la velocidad que les permitían las patitas, y cuando vieron a la Reinaexclamaron:

    —¡Ah, majestad, pensamos que estaríais muerta! ¿Cómo lograsteis escapar delenorme gato salvaje? —Y se inclinaron tanto hacia la pequeña Reina que casi se le

    apoyaron en la cabeza.

    —Este curioso hombre de hojalata —respondió ella— mató al Gato Salvaje y mesalvó la vida. Por lo tanto, desde este momento deberéis servirlo todos, y obedecerhasta sus más mínimos deseos.

    —¡Lo haremos! —chillaron los ratones, a coro. Y de pronto se esparcieron en todasdirecciones, porque Totó acababa de despertar y, al ver todos esos ratonesalrededor, había lanzado un ladrido de deleite y saltado al centro del grupo. A Totó

    siempre le había gustado cazar ratones cuando vivía en Kansas, y no veía en esonada malo.

    Pero el Leñador de Hojalata levantó al perro en brazos y lo sostuvo con fuerzamientras llamaba a los ratones.

    —¡Volved! ¡Volved!Totó no os hará daño.

    La Reina de los Ratones asomó la cabeza entre las hierbas y preguntó, con voztímida:

    —¿Estás seguro de que no nos morderá?

    —Yo no lo dejaré —dijo el Leñador—, así que no tengáis miedo.

    Uno por uno, cautelosamente, los ratones empezaron a volver, pero Totó no ladrómás, aunque trataba de saltar de los brazos del Leñador y le habría mordido si nosupiera muy bien que era de hojalata. Finalmente habló uno de los ratones másgrandes:

    —¿Hay algo que nosotros podamos hacer para recompensarte por haber salvado lavida de nuestra reina? —preguntó.

    —Nada, que yo sepa —respondió el Leñador; pero el Espantapájaros, que en vanohabía estado tratando de pensar, porque en la cabeza no tenía más que paja, dijorápidamente:

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    —Ah, sí; podéis salvar a nuestro amigo el León Cobarde, que está dormido entrelas amapolas.

    —¡Un león! —gritó la pequeña Reina—. Pero si nos comería a todos.

    —Oh, no —declaró el Espantapájaros—. Ese león es cobarde.

    —¿De veras?

    —Él mismo lo dice —respondió el Espantapájaros—, y nunca haría daño a nadie quefuera amigo nuestro. Si nos ayudáis a salvarlo, os prometo que os tratará conbondad.

    —Muy bien —dijo la Reina—, confiaremos en ti. Pero ¿qué debemos hacer?

    —¿Hay muchos de estos ratones que te llaman reina y que están dispuestos aobedecerte?

    —Ah, sí; hay miles —respondió la Reina.

    —Entonces pídeles a todos que vengan lo antes posible, y que cada uno traiga untrozo largo de hilo.

    La Reina se volvió hacia los ratones que la acompañaban y les pidió que fueraninmediatamente a buscar a todos los demás. En cuanto oyeron la orden, los ratonesecharon a correr a la mayor velocidad posible en todas direcciones.

    —Ahora —dijo el Espantapájaros al Leñador de Hojalata— tú tendrás que ir hastaesos árboles de la orilla y hacer un carro para transportar el León.

    Y el Leñador fue enseguida al sitio de los árboles y se puso a trabajar y pronto hizoun carro con los troncos, a los que sacó las ramas y el follaje. Unió todo con piezasde madera y fabricó las ruedas con rebanadas de un tronco grande. Tan rápido ytan bien hizo el trabajo que cuando los ratones empezaron a llegar el carro estaba

    listo.

    Venían de todas partes, y había miles: ratones grandes, ratones pequeños yratones medianos; y cada uno llevaba un trozo de hilo en la boca. Fue en esemomento cuando Dorothy despertó del sueño y abrió los ojos. Se asombró muchode encontrarse tendida en el césped, rodeada por miles de ratones que la miraban

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    con timidez. Pero el Espantapájaros le contó todo, y volviéndose hacia la augusta ypequeña soberana, dijo:

    —Permíteme que te presente a su majestad, la Reina.

    Dorothy asintió con solemnidad y la Reina le hizo una reverencia, y desde esemomento se hizo muy amiga de la niña.

    El Espantapájaros y el Leñador comenzaron a atar los ratones al carro, usando loshilos que habían traído. Sujetaban un extremo al pescuezo de cada ratón y el otroal carro. Naturalmente, el carro era mil veces más grande que cualquiera de losratones que lo iban a arrastrar; pero cuando todos los ratones estuvieronenjaezados lo pudieron mover con facilidad. Hasta el Espantapájaros y el Leñadorde Hojalata se pudieron sentar encima, y fueron rápidamente llevados por esos

    extraños caballitos al sitio donde dormía el León.

    Después de mucho trabajo, porque el León era pesado, consiguieron ponerlo sobreel carro. Entonces la reina ordenó enseguida a su pueblo que iniciase la marcha,pues temía que si los ratones se quedaban demasiado tiempo entre las amapolastambién se durmieran.

    Al principio las pequeñas criaturas, a pesar de su elevado número, apenas pudieronmover el pesado carro; pero el Leñador y el Espantapájaros empujaron por detrás,y así fue más fácil. Pronto sacaron al León a los verdes campos, donde podríarespirar otra vez el fresco y dulce aire y no el venenoso aroma de las flores.

    Dorothy fue a esperarlos y agradeció calurosamente a los pequeños ratones porhaber salvado de la muerte a su compañero. Se había encariñado tanto con elenorme León que se alegraba de haberlo rescatado.

    Luego sacaron los hilos a los ratones, que se escabulleron por el césped hacia suscasas. La Reina de los Ratones fue la última en irse.

    —Si alguna vez nos volvéis a necesitar —dijo—, salid al campo y gritad. Nosotros osoiremos y acudiremos en vuestra ayuda. ¡Adiós!

    —¡Adiós! —gritaron todos, y allá se fue la reina, corriendo, mientras Dorothysostenía con firmeza a Totó para que no la persiguiera y la asustara.

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    —Éste debe de ser el País de Oz —dijo Dorothy—, y sin duda nos estamosacercando a la Ciudad Esmeralda.

    —Sí —respondió el Espantapájaros—, aquí todo es verde, mientras que en el paísde los munchkins el color favorito era el azul. Pero la gente no parece tan amistosa

    como los munchkins, y no sé si podremos encontrar un sitio para pasar la noche.

    —Me gustaría comer algo que no fuera fruta —dijo la niña—, y sé que Totó debe deestar medio muerto de hambre. Detengámonos en la próxima casa y hablemos conellos.

    Cuando llegaron a una gran casa de campo, Dorothy caminó resueltamente hasta lapuerta y llamó. Abrió una mujer, sólo lo suficiente para ver quién estaba afuera, ydijo:

    —¿Qué quieres, niña, y por qué está contigo ese enorme León?

    —Quisiéramos pasar aquí la noche, si nos lo permites —respondió Dorothy—; elLeón es mi amigo y compañero, y no te haría daño por nada del mundo.

    —¿Es manso? —preguntó la mujer, abriendo un poco más la puerta.

    —Claro que sí —dijo la niña—, y además es muy cobarde. Te tendrá más miedo él ati que tú a él.

    —Bueno —dijo la mujer, después de pensarlo detenidamente y de lanzarle otramirada al León—, si es así podéis entrar, y os prepararé una cena y un sitio paradormir.

    Entonces entraron todos en la casa, donde, además de la mujer, había dos niños yun hombre. El hombre se había lastimado una pierna y estaba acostado en un sofá,en un rincón. Parecían muy sorprendidos de ver a tan extraño grupo, y mientras lamujer ponía la mesa el hombre preguntó:

    —¿Adónde vais?

    —A la Ciudad Esmeralda —dijo Dorothy— a ver al Gran Oz.

    —¿De veras? —exclamó el hombre—. ¿Y estáis seguros de que Oz os recibirá?

    —¿Por qué no? —preguntó Dorothy.

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    —Es muy probable. Bueno, Oz puede hacer cualquier cosa, así que sabrá dóndequeda Kansas, supongo. Pero primero tendréis que llegar a él, lo cual no es tareafácil, pues el Gran Mago no quiere ver a nadie, y por lo general lo consigue. Y tú,¿qué quieres? —continuó, dirigiéndose a Totó . Totó se limitó a mover la cola, pues,por extraño que parezca, no hablaba.

    La mujer los llamó diciendo que la cena estaba lista; se reunieron alrededor de lamesa, y Dorothy comió un delicioso potaje y un plato de huevos revueltos,acompañados por pan blanco; una cena deliciosa. El León comió un poco del potaje,pero no le gustó, y lo dejó diciendo que estaba hecho con avena y que la avena lacomían los caballos y no los leones. El Espantapájaros y el Leñador de Hojalata nocomieron nada. Totó comió un poco de todo, muy contento de volver a probar unabuena cena.

    La mujer le preparó a Dorothy una cama para dormir, y Totó se acostó a su lado,mientras el León montaba guardia en la puerta del dormitorio para que nadie fueraa molestarla. El Espantapájaros y el Leñador de Hojalata se quedaron quietos en unrincón toda la noche aunque, naturalmente, no durmieron.

    A la mañana siguiente, al salir el sol, reiniciaron el viaje, y pronto vieron alláadelante, en el cielo, un hermoso resplandor verde.

    —Eso debe de ser la Ciudad Esmeralda —dijo Dorothy.

    A medida que avanzaban crecía el resplandor… y todo indicaba que se acercaba elfin del viaje. Sin embargo, no llegaron a la gran muralla que rodeaba la ciudadhasta el atardecer. La muralla era alta y ancha, de un resplandeciente color verde.

    Delante de ellos, y al final del camino de ladrillos amarillos, había una puertagrande, tachonada de esmeraldas que brillaban tanto al sol que cegaron hasta losojos pintados del Espantapájaros.

    Había un timbre junto a la puerta, y Dorothy apretó el botón y oyó que del otro

    lado resonaba un tintineo de plata. Entonces, muy despacio, la enorme puerta seempezó a abrir; pasaron todos y se encontraron en una sala alta y abovedada, deparedes en las que resplandecían incontables esmeraldas.

    Delante de ellos había un hombrecito más o menos del tamaño de los munchkins.Estaba todo vestido de verde, de la cabeza a los pies, y hasta en la piel tenía untinte verdoso. A su lado había una enorme caja verde.

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    Al ver a Dorothy y sus compañeros, el hombre preguntó:

    —¿Qué buscáis en la Ciudad Esmeralda?

    —Venimos a ver al Gran Oz —dijo Dorothy.

    Esa respuesta sorprendió tanto al hombre que se sentó a pensar.

    —Hace muchos años que nadie me pide ver a Oz —dijo, meneando la cabeza,perplejo—. Es poderoso y terrible, y si venís por diversión o por alguna tontería amolestar las sabias reflexiones del Gran Mago, se enfurecerá y os destruirá a todosen un instante.

    —Pero no es diversión, ni una tontería —replicó el Espantapájaros—; es algoimportante. Y nos han dicho que Oz es un buen Mago.

    —Lo es —dijo el hombre verde—, y gobierna bien y con sabiduría la CiudadEsmeralda. Pero para los que no son sinceros, o se acercan a él por curiosidad, essumamente terrible, y pocos se han atrevido a querer verle la cara. Yo soy elGuardián de las Puertas, y como me pedís ver al Gran Oz, deberé llevaros alpalacio. Pero antes tendréis que poneros estas gafas.

    —¿Por qué? —preguntó Dorothy.

    —Porque sin gafas el brillo y la gloria de la Ciudad Esmeralda te cegarían. Hasta losque viven en la ciudad deben usar gafas día y noche. Todas están guardadas bajollave, pues así lo ordenó Oz cuando fue construida la ciudad, y yo tengo la únicallave que permite llegar a ellas.

    El hombre levantó la tapa de una caja grande, y Dorothy vio que estaba colmadade gafas de todas las formas y tamaños. Todas tenían cristales verdes. El Guardiánde las Puertas encontró unas apropiadas para Dorothy y se las puso sobre los ojos.Tenían unas bandas doradas que el Guardián pasó por detrás de la cabeza deDorothy, donde las sujetó y las cerró con una llavecita que le colgaba de unacadena que llevaba al pescuezo. Después que las tuvo puestas, Dorothy no se lashabría podido sacar aunque quisiera pero, por supuesto, no quería que elresplandor de la Ciudad Esmeralda la cegase, así que no dijo nada.

    Después el hombre verde puso gafas al Espantapájaros y al Leñador de Hojalata yal León, y hasta al pequeño Totó ; todas las aseguró con la llave.

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    Entraron entonces por las puertas del palacio y fueron llevados a una gran sala conalfombras verdes y maravillosos muebles verdes con incrustaciones de esmeraldas.El soldado les hizo limpiarse los pies en un felpudo verde antes de entrar en aquellasala.

    —Por favor poneos cómodos —les dijo, con mucha amabilidad, cuando estuvieronsentados—, mientras voy a la puerta de la Sala del Trono a decirle a Oz que estáisaquí.

    Tuvieron que esperar mucho hasta que regresó el soldado.

    —¿Has visto a Oz? —le preguntó Dorothy, cuando el soldado estuvo otra vez conellos.

    —Oh, no —respondió el soldado—, nunca lo he visto. Pero le he hablado y él me haescuchado desde su trono, detrás del biombo, y le di el mensaje. Dice que osconcederá una audiencia, si así lo deseáis, pero cada uno tendrá que comparecerante su presencia solo, y no admitirá más que uno por día. Por lo tanto, comodeberéis permanecer en el palacio varios días, os instalaré en habitaciones dondepodréis descansar con comodidad después del viaje.

    —Gracias —dijo la niña—; Oz es muy bondadoso.

    El soldado hizo sonar un silbato verde e inmediatamente entró en la sala una niña

    con un bonito vestido de seda verde. Tenía el pelo y los ojos de un maravillosocolor verde. Se inclinó hacia Dorothy y dijo:

    —Ven conmigo. Te mostraré tu habitación.

    Dorothy se despidió de todos sus amigos, menos de Totó , y alzando al perro enbrazos siguió a la niña verde por siete corredores y por tres tramos de escalerashasta que llegaron a una habitación enfrente del palacio. Era el cuarto más dulcedel mundo, con una cama suave y cómoda que tenía sábanas de seda verde y una

    cortina de terciopelo verde. Había una pequeña fuente en el centro de la habitación,que lanzaba al aire una espuma verde y perfumada que caía sobre un pilón demármol verde, maravillosamente tallado. Había hermosas flores verdes en lasventanas, y había un estante con una hilera de pequeños libros verdes. CuandoDorothy tuvo tiempo de abrir esos libros los encontró repletos de extraños dibujosverdes, tan divertidos que la hicieron reír.

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    En un guardarropa había muchos vestidos verdes de seda y raso y terciopelo, todoshechos exactamente a la medida de Dorothy.

    —Ponte cómoda —le dijo la niña verde—, y si quieres algo toca el timbre. Oz temandará a buscar mañana por la mañana.

    Dejó sola a Dorothy y volvió junto a los otros. Los llevó a diferentes habitaciones, ytodos se sintieron muy cómodos, alojados en sitios muy agradables del palacio.Naturalmente, ese grado de amabilidad no tenía ningún sentido en el caso delEspantapájaros, que al verse solo en su cuarto fue a un rincón, detrás de la puerta,y allí se quedó a esperar estúpidamente el amanecer. Acostarse no era para él undescanso, y no podía cerrar los ojos, así que pasó toda la noche mirando unaarañita que tejía una telaraña en un rincón, como si no estuviera en una de lashabitaciones más maravillosas del mundo. El Leñador de Hojalata se acostó en la

    cama, por la fuerza de la costumbre, pues recordaba eso de cuando había sido unhombre de carne; pero como no podía dormir, pasó la noche moviendo los gozneshacia arriba y hacia abajo para asegurarse de que estaban en buen estado. El Leónhabría preferido una cama de hojas secas en el bosque, y no le gustaba estarencerrado en un cuarto, pero era demasiado sensato para permitir que eso lepreocupase, así que saltó a la cama, se enroscó como un gato y se quedó dormidoen un instante.

    A la mañana siguiente, después del desayuno, la niña verde fue a buscar a

    Dorothy, y le puso un vestido de raso bordado, uno de los más bonitos. Dorothy lepuso a Totó un delantal de seda verde y le ató una cinta verde alrededor delpescuezo, y así fueron a la Sala del Trono del Gran Oz.

    Primero llegaron a un gran vestíbulo, donde había muchas damas y caballeros de lacorte, todos vestidos con lujosas ropas. Esas personas no tenían otra cosa quehacer que hablar unas con otras, pero iban a esperar junto a la Sala del Tronotodas las mañanas, aunque nunca se les permitía ver a Oz.

    —¿De veras vas a ver a Oz el Terrible? —suspiró uno de ellos, cuando entrabaDorothy.

    —Naturalmente —respondió la niña—, si es que él me quiere ver a mí.

    —Ah, te verá —dijo el soldado que había llevado el mensaje al Mago—, aunque nole gusta que la gente pida verlo. La verdad es que al principio se puso furioso y dijoque os llevase de vuelta al sitio de donde habíais venido. Luego me preguntó qué

  • 8/18/2019 mago de oz 100 h

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    aspecto teníais, y cuando le mencioné tus zapatos de plata se interesó mucho. Alfin le hablé de la marca que llevas en la frente, y decidió recibirte.

    En ese momento sonó una campana, y la niña verde le dijo a Dorothy:

    —Ésa es la señal. Debes entrar sola en la Sala del Trono.

    La niña verde abrió una pequeña puerta, y Dorothy entró por ella muy res


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