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P oesa esp a ola neobarroea:U na resp u esta est tica a una cr isis ep istm ica
A DISSERTATION SUBMITTED TO THE FACULTY OF THE GRADUATE SCHOOL
OF THE UNIVERSITY OF MINNESOTA BY
Luis M artn-E studillo
IN PARTIAL FULFILLMENT OF THE REQUIREMENTS FOR THE DEGREE OF
DOCTOR OF PHILOSOPHY
N iclio las Sp adaccin i & R en Jara, A d visers
M ay 2005
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UMI Number: 3167702
Copyright 2005 by
Martin-Estudillo, Luis
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Luis M artn -E stud illo 2005
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UNIVERSITY OF MINNESOTA
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Luis M artn-Estudillo
and have found th a t it is complete and satisfactory in all respects, and th a t any and all revisions required by the final examining committee have been made.
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N icholas Sp adaccin i and R en, Ja ia A dvisers
S ign atures o f F acu lty A dvisers
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D ate
GRADUATESCHOOL
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Luis Martn-Estudillo 214 words
ABSTRACT
Poesa espaola neobarroca:
Una respuesta esttica a una crisis epistmica
La crisis de las certidum bres asociada a la modernidad ta rd a ha tenido una
expresin esttica en la que el Barroco juega un papel determ inante,
especialm ente en pases como Espaa, donde forma parte esencial de la
categora, afectando tam bin a la creacin potica, que recupera su rica
herencia como una compleja esttica rupturista , escptica y autorreferencial.
Considerando la poesa como un discurso intelectual en interaccin con los
dems de su tiempo, aunque con especificidad esttica, y partiendo de las
sugerentes aproximaciones al Barroco de pensadores como W alter Benjamin,
Christine Buci-Glucksmann, Francisco Ja rau ta y Severo Sarduy, se siguen
aqu las inciertas huellas de Luis de Gngora y de todo un sistem a simblico
generado por la cultura altom oderna en la obra de autores como Guillermo
Carnero, Antonio Carvajal, Jenaro Talens, Felipe Bentez Reyes y otros. Lo
que se percibe es que fenmenos como la desintegracin del sujeto lrico, la
negatividad del discurso potico contemporneo, las relaciones de la lrica con
las artes visuales y la autorreflexividad presente en la obra de tantos de estos
creadores son deudores de una cosmovisin y esttica (neo)barrocas.
tradicin artstica. Las analogas entre las rup tu ras epistmicas del siglo
XVII y las de nuestro tiempo favorecen la reevaluacin y los reciclajes de esta
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n d ice
ndice de ilustraciones ...... . .....................i i
Agradecim ientos... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .i
Nota p relim inar... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . .v
1. Introduccin. La m irada elptica: El trasfondo barroco de la poesa espaola contem pornea..... .............. 1
2. El sujeto (a)lrico neobarroco............................. 28
3. Topografa de la tem poralidad negativa neobarroca. ..... 64
4. Novsimas formas de la kfrasis...................................................... 131
5. El discurso metasimblico neobarrocoy la activacin del lector................. 177
Obras c itadas. .............. 221
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n d ice de ilu stracion es
Giorgione, Tempesta... .......................................................1 6 9
Nerlich, El largo aprend iza je .................................................1 7 0
Nerlich, Fowl play.... . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . 171
Nerlich, Sndrome de impaciencia. ...... ...172
Nerlich, Mirando unas fotografas... ...... 173
Nerlich, La figura en el tapiz... ........ ...........174
Boecklin, La isla de los muertos... ...... 175
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A g ra d ec im ien to s
Veintids aos de escolarizacin ininterrum pida, desde el parvulario Gabriel Mir (que quizs con su homenaje al escritor alicantino ya me condicion hacia los estudios literarios) hasta mi estancia en la Universidad de M innesota, que ya se acerca a su fin, dan para muchos agradecimientos. A buen seguro, esta tesis doctoral es de una u otra forma producto de los muchos buenos m aestros con los que tuve la fortuna de encontrarm e a lo largo de esos aos. Pecar por la omisin de unos cuantos cuando me limito a recordar aqu a los que me tutelaron en la Universidad: en la de Alicante goc del m agisterio y la am istad de Angel L. Prieto de Paula, Francisco Chico Rico, Teresa Gmez, Miguel Angel Prez y Brian Hughes, quien nos dejara tan repentina y tem pranam ente. En la de M innesota encontr dos fabulosos m entores en Ren Jara , continua fuente de ideas e inspiracin, y en Nicholas Spadaccini, quien devuelve a la palabra maestro su m s antigua, profunda y generosa dimensin. Me honra considerarm e su discpulo. Agradezco asimismo a Francisco Ocampo y William Phillips su am abilidad al participar en el tribunal de doctorado. Jenaro Talens y Michal Nerlich dem ostraron ser tan generosos como brillantes intelectuales y a rtistas . Tony Zahareas, principalm ente a distancia, ha sido un agudo com entarista de mis labores; su helnica hospitalidad tam bin me permiti d isfru tar de un estudio privado en la Biblioteca Wilson, en el que perge la mayor parte de este trabajo. El resto fue tecleado sobre un hermoso escritorio de arce que debo a la generosidad de Arnold y Jud ith Brier, amigos y patrones de las artes.
Tambin sera algo trabajoso dejar constancia de mi gratitud a todos los que han apoyado m aterialm ente este proceso (ms all de las mesas): siempre he estudiado en instituciones pblicas y todos sabemos cuntos sufridos contribuyentes son necesarios para que cum plan su misin. Continuam ente me ha asombrado, por o tra parte, que los ciudadanos de M innesota accedan (seguro que sin saberlo y probablem ente contra la voluntad de algunos) a financiar estudios como ste, ta n alejados de su realidad m s inm ediata. En todo caso, su filantropa, canalizada principalm ente a travs del D epartam ento de Espaol y Portugus de la Universidad de Minnesota-Twin Cities, ha sido esencial para llevar este buque a buen puerto. Otro organismo que ha financiado generosa y decisivamente esta tesis ha sido el Program for Cultural Cooperation between Spa in s M inistry o f Culture and United S ta tes Universities, que para m se personific en Holly Zimmermann-LeVoir, cuya sim pata y buena disposicin guardo en la mejor de las estimas.
Entre las muchas personas de las que du ran te los ltimos aos he recibido el cario y la inteligente am istad que n u tren un proyecto de esta clase se cuentan Luis Bagu Qulez, Carm en H ernndez Sam per, Fernando
iii
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Ordez, M ariana Carriquiry, M arisa Kalberm atten, Susan Campbell y la familia Schultz-Matos; afortunadam ente, ninguno de ellos necesita que les diga qu les agradezco, porque sera arduo expresarlo por escrito.
M s difcil an es escribir este ltimo prrafo sin que se extienda hasta ocupar otro volumen de la tesis: mi familia a ambos lados del Atlntico me ha proporcionado los genes, las protenas, los consejos y los momentos de solaz (en tre otras muchas cosas) indispensables para cualquier tarea, y especialm ente las del intelecto. Los Sanan, especialmente Paula y Omer, me han acogido como a un hijo en este nuevo mundo. Mis herm anos, Emilio y Jess, en tendern que no me ponga sentim ental con ellos porque nos une el gusto por la chanza fraternal. A mis padres, Emilio y Carmen, les debo mucho, casi todo. Mi padre me inyect su pasin intelectual (heredera de esa Espaa m achadiana de la maza y de la idea) y mi m adre (la mejor lectora de la familia) su extraordinaria tica de trabajo. Pero lo que m s les agradezco es que siempre me anim aran a llevar a cabo esta aventura propia de un indiano, a sabiendas de la dureza de las distancias y los sacrificios que stas imponen.
En estas ltim as lneas debera empezar a aparecer todo lo que quisiera decirle a Alyssa, si supiera cmo hacerlo.
Minneapolis, 5 de abril de 2005
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N o ta p re l im in a r
Partes de esta tesis han aparecido con variantes en diversas publicaciones o estn a punto de hacerlo. Es el caso del segundo captulo, una versin del cual figurar en el nmero correspondiente al verano de 2005 de Hispanic Review bajo el ttu lo de El sujeto (a)lrico en la poesa espaola contempornea y su trasfondo barroco. Unas porciones del ltimo captulo han sido publicadas por la Revista de Estudios Hispnicos en el nmero 2 de 2003 (Hacia una teora de la metapoesa) y otras aparecern en Revista Hispnica Moderna en el cuerpo de mi artculo El neobarroquismo de Guillermo Carnero, un trabajo que de cierto modo constituye la prehistoria de este ensayo. Agradezco a los editores de esas publicaciones su generosidad al perm itirm e reproducir aqu fragmentos de dichos trabajos.
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Introduccin.La m irada elptica:
El trasfondo barroco de la poesa espa ola contem pornea
Elptico, ca. 1. Perteneciente a la elipse. 2. De figura de elipse o parecido a ella. 3. Perteneciente a la elipsis.Elipse. Curva cerrada con dos centros.Elipsis. Omisin, carencia, supresin.
P erv iven cia s del Barroco
As se entienda como el entram ado simblico de un universo desprovisto de
centro nico y claro, o como el ndice de una carencia insoslayable pero cuyo
objeto ausente es difcilmente determinable, lo Barroco es elptico. Y ante un
mundo que ya no conoce el sosiego porque se ve privado de m uchas de las
certezas centrales que un da lo sustentaron y que ha visto otras siendo
sacudidas y entrando en conflicto con verdades alternativas emergentes, los
poetas se asom an con una m irada elptica tanto a su propio in terior como a lo
que les rodea.
Ni siquiera el Barroco puede ya convertirse en el solo centro de estudio
alguno que quiera considerar el fenmeno en sus diversas m anifestaciones:
parece condenado a presentarse en (elptica) escena acompaado siempre, en
mayor o menor medida, por su progenie posmoderna: el Neobarroco primero y
principalmente, m as tam bin el Neobarroso, el U ltrabarroco, y, quizs, otros
constructos recientes cuyos lazos con el Barroco histrico pueden gozar de
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diferentes grados de justificacin pero de cuya irrupcin en el mundo de las
ideas no es posible hacer caso omiso. Desde los provocadores y lcidos
ensayos en torno a la cuestin de la pervivencia del Barroco que escribieran
Eugenio DOrs, Jos Lezama Lima o Severo Sarduy, por c itar slo algunos de
los ms prom inentes y tempranos, el tem a ha venido generando una
bibliografa ya considerable, especialmente en aquellas regiones en las que el
Barroco histrico haba dejado una im pronta m s notable. Creo que no es
casualidad que el debate se haya concentrado especialm ente en Espaa,
Italia y Latinoamrica: es all donde ha existido histricam ente una
conciencia esttica barroca que ha favorecido la expresin artstica de las
tensiones de esa cultura de crisis que caracteriza nuestra m odernidad tard a
m ediante el reciclaje y la conjugacin de elementos de aquellas soberbias
prcticas de representacin que el conflictivo siglo XVII nos dej como
legado.1
La poesa contempornea no ha sido ajena a esta pa lp itan te presencia
de lo barroco en sus fundamentos. En este estudio pretendo acercarm e a
algunos fenmenos que caracterizan parte de este gnero en E spaa y que
tienen en comn su conexin con el Barroco, un concepto que durante los
ltimos siglos ha desatado pasionesa favor y en contray, sobre todo, que
ha sido un extraordinario generador de ideas y formas artsticas tanto en la
nacin ibrica como en otras con las que est relacionada m ediante estrechos
lazos. La fantstica envergadura de la produccin lrica en el pas hace
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imposible siquiera in ten tar ser del todo abarcadores; de ah que piense que
haciendo u n a serie de cortes tangenciales me acercar ms a mi objetivo de
superar la ya considerable cantidad de valiosos estudios que desde una
orientacin generacional o individual se han interesado por la lrica espaola
de las cuatro ltim as dcadas (o, al menos, de hacer algo distinto y
sugerente). En un campo tan abierto y necesariam ente polifnico como la
poesa producida a lo largo de ms de trein ta aos se pueden encontrar voces
que contradigan mucho de lo que aqu se expone. E st claro que un proyecto
como el que ofrezco slo abre una cata de muchas posibles; no aspiro a agotar
tan rica m ina. En el mejor de los casos, servir de marco interpretativo
parcial p a ra acercarse a la obra de algunos de los num erossimos autores que
no he abordado. Los autores que aparecen en las siguientes pginas han sido
seleccionados por su representatividad y, ante todo, porque en su obra se
problem atizan algunas de las direcciones m s in teresan tes de los debates que
han caracterizado la vida intelectual reciente, en conjuncin con un rigor
esttico indudable. Trato la poesa, pues, como un discurso intelectual ms,
aunque sea uno con una doble vertiente en tan to que capta y desarrolla
discursivam ente tensiones propias de nuestro tiem po expresndolas con un
alto grado de exigencia esttica, con lo cual sita en el lugar central de tales
tensiones el papel del a rte en nuestras sociedades.
Aunque desde el momento de su concepcin he querido dar a este
estudio un alcance transgeneracional, los propios textos me han conducido
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una y o tra vez a la obra de los autores que se han venido clasificando, entre
otros, bajo los m arbetes de novsimos, poetas de los setenta y generacin del
68. La conclusin que de la presencia de esta fuerza centrfuga se puede sacar
es, al menos, doble. Por un lado, vemos que, efectivamente, parece existir
cierta consonancia esttica y, sobre todo, epistmica entre poetas que se ven
sometidos a vaivenes histricos comunes y que com parten una formacin
sem ejante. Aun as, he considerado inevitable tocar los espacios lim inares de
la promocin predominante: el lector se encontrar con num erosas alusiones
a autores precedentes y a otros ms jvenes. Por otro lado, no es menos cierto
que todo ensayo de interpretacin impone al observador cierta lente a travs
de la cual contempla el objeto de estudio (la ma bien puede haber sido la de
unos barrocos quevedos); de ah que al asom arm e a la reciente produccin
potica espaola haya llevado a cabo un consciente ejercicio de cribado que ha
dejado una buena porcin de la misma fuera del marco del estudio. Con todo,
debe quedar claro que ste no es un esfuerzo por disear otro -ismo o escuela
potica, un empeo pedaggicamente loable pero que vendra a reafirm ar la
arraigada costumbre de la crtica nacional de querer fijar grupos
compartimentados desde los cuales explicar voces poticas m s dinm icas de
lo que tales clasificaciones perm iten entrever. Todava en menor medida ha
de tomarse este trabajo como un intento de explicacin de toda la poesa
espaola desde finales de los sesenta: lo que he hecho ha sido ra s trea r la
fuerte y poliforme presencia del Barroco en el corpus tex tual, una presencia
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que, como no poda ser de otra manera, se solapa con otras muchas.
Asimismo, pretendo llevar a cabo esta lectura desde el Barroco, porque, como
verem os m s adelante, ste tam bin constituye una red de conceptos que nos
perm ite llegar a cierto entendimiento de fenmenos culturales especficos,
como dem ostrara, de forma diferente, Ornar Calabrese en su ya clsico La
edad neobarroca.
Es posible p lantear una lectura barroca de un corpus de poesa
contem pornea? Como se ha sealado en ms de una ocasin (Jarau ta y Buci-
G lucksm ann, Moser y Goyer, Spadaccini y M artn-Estudillo), no estamos ante
una vuelta al Barroco, sino de su regreso, paradjicam ente rejuvenecido con
el paso de los siglos. Ya a mediados de los ochenta Guy Scarpetta propona
reapropiarse del Barroco a travs del presente: m irar a Rubens con el filtro
del Picasso tardo o el De Kooning de la dcada de los sesenta, por ejemplo, o
leer a Gngora no como a un precursor, sino como a nuestro estricto
contemporneo (361). En definitiva, subvertir la h isto ria o abogar por una que
sea absolutam ente ridicula (preposterous history), un proceso creativo y no
linealcomo sugiere Mieke Bal en Quoting Caravaggio, aceptando as las
ricas posibilidades que presenta lo que es en principio anacrnico. El Barroco
acta, entonces, desde la figura fantasm al y polimorfa, presente pero
omitidaelpticade una memoria esttica err tica en el tiempo, la cual se
ha intentado silenciar cuando lo preceptivo clsico ha dominado el
panoram a artstico, momentos en los que lo barroco parecera am enazar las
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bases de la cultura racionalista, convirtindose al fin y al cabo en el reverso
sombro de la Modernidad. El desafo es doble: por un lado, el de lidiar con un
concepto que es intrnsecam ente plurvoco; por otro, el de reconectar ambos
Barrocos sin lim itarse a una m era identificacin de trazos formales o
alusiones transhistricas presentes en obras del presente que hagan
referencia directa a la produccin simblica del siglo XVII. Es para ello
imprescindible historizarlos, es decir, dar cuenta de la especificidad histrica
de sus dos apariciones mayores (en la M odernidad tem prana y en nuestra
M odernidad tarda) para as comprender que no estam os ante una esencia
inm utable, como querra el Alejo Carpentier de Lo barroco y lo real
maravilloso, sino ante un fenmeno definido originalm ente en torno al
Seiscientos y que resurge en determ inados contextos de crisis. Una
resurgencia que, como indica Moser, necesariam ente implica transform acin
(26). La dificultad estribara en poner ciertos lm ites que perm itieran hacer
del concepto algo til para el anlisis cultural, ya que la extraordinaria
productividad que su naturaleza polimrfica facilita ha propiciado
acercamientos al mismo que lo difum inan sobrem anera. Un ejemplo de ello es
el trabajo de Pedro Aulln de Haro, quien organiz una sugerente exposicin
en torno al Barroco apoyada tericam ente desde un enjundioso volumen en el
que se hallan trabajos que conectan el Barroco con realidades en principio tan
alejadas de la semilla del Seiscientos como el a rte chino o el jazz.
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Am plia y justam ente, la categorizacin de barroco posee una tal fuerza
y especificidad de expresin, incluso en general de configuracin de la
cu ltu ra y hasta de concepcin de la naturaleza, que excede
grandem ente m ediante la comparacin e interpretacin analgica
tan to la segmentacin circunscrita de un cierto perodo del
pensam iento y el arte (por m s que ste, a no dudarlo, defina su centro
en la medida en que revela la ms propicia y extensa adecuacin de su
rgim en de impulsos en un momento histrico determinado) como la
entidad sustancial de su contenido esttico en tan to que estilo de
poca (Aulln de Haro 22)
Este entusiasm o por un universo simblico que duran te siglos mereci
poco ms que el desprecio generalizado de los crticos debe ser visto como el
resultado de una larga y hasta penosa vindicacin que se dio duran te todo el
siglo XX, con distintos focos de intensidad. A este respecto, vale la pena
destacar el papel de varios literatos latinoam ericanos, con los cubanos Jos
Lezama Lima y Severo Sarduy a la cabeza, que supieron hacer del Barroco
tanto un concepto fundacional de la cultura hbrida de la regin (ese nuestro
seor barroco, un arte de la contraconquista [Lezama Lim a 47]) como una
fuente de inspiracin para sus respectivas obras de ficcin. Tambin en
Amrica, y ms especficamente en el espacio fronterizo entre los Estados
Unidos y Mxico, se ha trabajado en torno a un nuevo concepto derivado del
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Barroco: el Ultrabarroco, entendido como un hbrido consciente (e
intencionadam ente juguetn) que [. . .] sugiere una cultura visual
contempornea, postmoderna y exuberante, con relaciones inextricables a un
periodo histrico, un estilo y una narrativa. Dialoga con la obra del escritor
cubano Alejo Carpentier sobre un Barroco del nuevo mundo (Armstrong 3).
Al igual que sucede con el concepto de Carpentier del que dice partir, el gran
problem a del Ultrabarroco ta l y como lo entienden Arm strong y sus
colaboradores es su muy difusa historizacin y la cada en esencialismos
difcilmente defendibles.2
A pesar de que fuera en Amrica donde la conciencia del valor y la
vigencia del Barroco tuvieran una presencia m s activa y el trm ino
Neobarroco surgiera con m s mpetu, no hay que olvidar que el proceso de
revalorizacin del Barroco conoci en Espaa uno de sus mayores empujes
con la conmemoracin, en 1927, del tercer centenario de la m uerte de Luis de
Gngora. El celebrrimo grupo de poetas que festej la fecha al m argen del
generalizado desdn acadmico culmin con su propia obra la etapa ms
valiosa de creacin literaria conocida en Espaa desde el siglo XVII. Estos
aos dorados deben su esplendor en parte a la recuperacin de la obra del
defenestrado poeta cordobs, quien habra de subir de nuevo a los a ltares
(algo que ya hiciera durante el Seiscientos en las colonias espaolas de
ultram ar, donde se portaba su efigie en procesin), pero esta vez los del canon
de las letras hispanas, y casi al mismo tiempo que sus propios apologistas. La
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influencia gangolina sobre alguno de estos poetas fue ta l que se ha llegado a
hablar de neogongorismo. Ejemplares en este sentido son los casos de Rafael
Alberti (con su Cal y canto, de 1929), Gerardo Diego (Fbula de Equis y Zeda;
1926-1929, pero publicado por prim era vez en 1932) y Miguel Hernndez
(autor de Perito en lunas, 1932). Las dos ltim as obras son los casos ms
m anifiestos de homenaje a Gngora. La imitacin hernandiana es tan
exquisita que resu lta difcil, incluso para el lector avisado, distinguir entre
los pastiches que el oriolano compuso a la m anera de don Luis y los originales
del genial cordobs. El poema de Diego, por su parte, es una ldica recreacin
del rico lenguaje potico e intrincado estilo de las Soledades, como puede
apreciarse en los siguientes extractos:
Era el mes que aplicaba sus teoras
cada vez que un amor naca en torno
cediendo dcil peso y caloras (395)
[...]
Piedad de asfalto atardecer de lona
sollozo sin pistola abandonado
En mi ciudad trasciende una persona
a imn entre violetas olvidado
Todo el paisaje est si lo sacudes
9
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dulcem ente podrido de lades
Es el juicio final de los lebreles
deliberado al ras de la garganta
Por el plano elegante en desniveles
la bicicleta inmvil gira y canta
Oh cielo es para ti su rueda y rueda
Equis canta la una la otra zeda (401)
Los ecos del poema de Gngora se perciben fcilmente desde el prim er verso,
que alude a la obertura de las Soledades (Era del ao la estacin florida...).
Mas el homenaje de Gerardo Diego va, por supuesto, mucho ms all de las
m eras resonancias. Como su amigo Dmaso Alonso demostr con brillantez,
en gran parte de su obra Gngora us una hbil combinacin de cultismos y
lenguaje cotidiano (.Poesa espaola 271-2). Fbula de Equis y Zeda presenta,
por su parte, una inusual mezcolanza de sustantivos extrados de la m s
aristocrtica tradicin de la poesa espaola (lades, lebreles) y otras
palabras en principio carentes de reputacin potica pero am pliam ente
utilizadas en la lengua ordinaria, como teoras, caloras, pistola y
bicicleta. Un tipo de lxico que slo sera incorporado al repertorio usual del
lenguaje lrico tra s las provocadoras renovaciones que tra je ran el movimiento
F u turista y su descendencia creativa. A bundancia de hiprbatos e imgenes
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de prodigiosa asociacin (como dira Alonso refirindose a las del Polifemo
[Poesa espaola 269]), tales como atardecer de lona, son otros de los
principales medios empleados por Diego para lograr el distintivo sabor
gongorino de su pieza3.
La recuperacin del defenestrado poeta barroco andaluz no responda a
un mero capricho de los autores que conocemos como Generacin del 27.
Como supo ver Octavio Paz en Los hijos del limo, fue la percepcin de la
ausencia de un movimiento romntico fuerte lo que hizo que la Vanguardia
espaola volviera la vista an m s atrs, hasta el Barroco, para hallar en l
un discurso rompedor y revindicarlo como su principal antecesor espiritual. Si
la m odernidad de la voz potica alem ana naci con Goethe y Novalis y la de la
lrica francesa lo hizo con Rimbaud, M allarm y Baudelaire, los creadores de
una m anera nueva de entender y practicar la poesa en espaol encontraron
(y, hasta cierto punto, inventaron) sus propias races en la poesa barroca
m s arriesgada, cuyo mximo representante era Gngora. As, aunque es
bien sabido que uno de los signos de identidad m s definitorios de la
Vanguardia europea fue su rechazo de la tradicin cultural occidental, en este
caso es preciso notar que el oscuro Gngora y el a rte barroco en general
tenan un lugar muy problemtico en ta l tradicin. La revitalizacin de este
legado en parte m arginal fue otra m anifestacin del radical
antiacademicismo y espritu innovador de los jvenes creadores que
despreciaban la corrupta cultura de sus mayores.
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El aspecto esencial de la obra de Gngora que m s atrajo a aquellas
jvenes sensibilidades debi de ser lo que Ortega y Gasset llam
deshumanizacin cuando se refera, precisamente, a la caracterstica
fundam ental del a rte de la gente nueva. El filsofo madrileo, que public
La deshumanizacin del arte (su conocido ensayo sobre la nueva esttica) en
1925, atribuy a M allarm el papel de liberador de la lrica moderna del
patetism o humano. En torno a esa misma fecha, crticos extranjeros como
M ilner y Petriconi notaron conexiones formales entre el poeta francs y
Gngora, apreciaciones que el tiempo ha demostrado poco afortunadas4. Pero
los poetas que promovieron el homenaje de 1927 al gran cordobs fueron los
que mejor captaron las consonancias entre el escritor barroco y el arte
moderno, hallando as un modelo anterior a M allarm y, lo que es ms
im portante, en su propia lengua.
Esta nueva forma de comprender el proyecto potico de Gngora goz
de una recepcin menos obvia pero quizs m s profunda con la poesa de los
autores de la llam ada generacin de 1968 o de los setenta, tam bin
conocidos como novsimos, los cuales fueron responsables de una radical
renovacin del lenguaje potico espaol duran te el perodo de transicin y
estabilizacin de la democracia. Tras una poca de predom inancia de una
poesa abiertam ente comprometida, cuyos proponentes la vean como un
instrum ento de cambio poltico y que estaba elaborada partiendo de un
lenguaje muy accesible y referentes inm ediatos p a ra la m ayora del pblico,
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jvenes poetas como Pere Gimferrer y Guillermo Carnero defendieron y
practicaron con intensidad y grandes logros estticos una lrica ms
autnom a, en la cual el signo sera, en prim er lugar, un fin en s mismo, y no
slo el medio para hacer referencia a una realidad extralingstica. El
culteranismo gongorino y el culturalismo novsimo se solapan: ambos ponen
al lector la condicin tcita de poseer ciertos conocimientos previos,
m ayorm ente lingsticos y de a lta cultura, para que pueda llegar a entender
y d isfru tar del poema. El placer llega una vez que las dificultadas de
comprensin han sido superadas o aceptadas como parte del empeo.
E sta actitud ante las relaciones entre productor, m ensaje y receptor es
indisociable de los proyectos de la Vanguardia. Pero la V anguardia de
posguerra se caracteriz en un prim er momento por su rechazo de la H istoria
que se concret en una fuerte reticencia a retom ar los m ateriales del pasado.
Umberto Eco (Postcript) haca notar con su usual brillantez que hacia los
aos sesenta del siglo pasado, un momento en el que la vanguardia
an tipasatista haba llegado a un callejn sin salida (el silencio en msica, el
lienzo monocromo, la pgina en blanco...), la nica solucin viable pareca
estar en la reconciliacin con el pasado, con un regreso a la tradicin. Un
regreso que, obviamente, no va a ser ingenuo, sino interesado y altam ente
selectivo. Los poetas espaoles que em piezan a publicar por aquel entonces
eran conscientes de ello. Uno de los efectos que tuvo la en trada en escena de
los novsimos, segn el poeta y estudioso Jaim e Siles, fue el de la asuncin
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de tradiciones varias, reunidas en una sola, que acaso era la misma: la de la
tradicin como ruptura, la de la rup tu ra como tradicin (9). Siles, quien ha
estudiado la poesa barroca de una m anera sistem tica, no andaba
descaminado: aunque la relevancia de la esttica del XVII no fuera
reivindicada de forma tan abierta como lo hicieran los neogongoristas de los
aos veinte, su huella queda patente tanto en la prctica potica como en
diversas manifestaciones de ndole terico-crtica, como se aprecia en las
siguientes declaraciones de Pere Gimferrer a Vctor Garca de la Concha, en
las que el autor cataln recuerda sus lecturas juveniles:
[Garca de la Concha:] En tu poesa castellana se advierte una gran
carga barroca, tanto en su fondo como en la tcnica.
[Gimferrer:] Bueno, en aquel momento la lite ra tu ra del Barroco era mi
lite ra tu ra preferida. Le mucho a Gngora [...] y al Conde de
Villamediana. Hubo otro libro que tuvo gran influencia en m, los dos
volmenes, publicados por Alberti en la A rgentina, de glogas y
fbulas castellanas, donde estaban m uestras de Carrillo de Sotomayor,
Juan de Juregui, etc. Claro que, sobre todo, me im portaba Gngora.
[...] (28)
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Las relaciones in tra literarias son im portantes y deben ser tenidas en cuenta,
pero no nos bastarn para llegar a una comprensin global de esa vuelta del
Barroco apun tada antes5. Existe una dimensin contextual en la cual las
concomitancias entre nuestro tiempo y la m odernidad tem prana como
perodos de crisis adquieren especial relevancia; abordndola nos
acercaremos ms a una explicacin satisfactoria del fenmeno y su
lite ra tu ra6.
C ulturas de crisis
Es ya bien conocido el argum ento de Jos Antonio M aravall referente a la
cultura del Barroco como respuesta a una sociedad en crisis. Tambin los
momentos hacia los que gravita este estudio son tiempos convulsos en Europa
y Espaa (mayo del 68, transicin a la democracia), y el mismo M aravall
reconoca por aquel entonces (1972) cierta sem ejanza que existe entre
nuestra situacin presente y la de aquella centuria repleta de conflictos
(Teatro 93). Otro notable estudioso del Barroco, Fernando R. de la Flor,
sealaba tres dcadas despus de M aravall la existencia de sim ilares puntos
de contacto entre ambas pocas:
La decadencia, el desengao y todos los sinnimos que se quiera
colocar detrs, y que tan relacionados estn con la h istoria del arte, la
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lite ra tu ra y las ideas peninsulares, se apodera [sic] de la escena de
representacindel espacio simblico de la (contra)reforma,
adelantando en trescientos aos las mismas dudas y la misma energa
autodestructiva que hoy se extiende tam bin sobre la produccin
simblica de nuestro propio tiempo, que vive as su revival barroco, su
neobarroco. (.Pennsula 14)
Un aspecto fundam ental y comn a los contextos del Barroco y el Neobarroco
es su condicin de momentos de rup tu ra en diversos rdenes, pero sobre todo
en la m anera de entendery, por ende, de rep resen tarel mundo. De
m anera anloga a los apuros epistemolgicos que sacudieron las m entes del
Seiscientos en forma de intensos debates institucionales, religiosos y hasta
cosmolgicos, la razn contempornea se ha visto cuestionada y, al menos
desde ciertas perspectivas, se afirm a dbil, modesta, alejada del podero
incontestable con que se la quiso definir en la M odernidad. D urante la
segunda m itad del siglo XX algunas de las aportaciones m s relevantes (o, al
menos, ms sonadas) del pensam iento occidental han sido aquellas que han
hecho aicos sus propios principios: Thomas Kuhn y Michel Foucault
historizaron la idea de verdad, Jacques D errida desmont las bases de la
metafsica demostrando que sta se susten ta sobre pares dicotmicos
fuertem ente desequilibrados, y Richard Rorty denunci la ilusin que supone
in ten tar fundar la razn en supuestos slidos (Delacampagne 261).
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La crisis epistmica a la que vengo haciendo referencia se ha definido
de varias m aneras, identificndose en num erosas ocasiones con la
postmodernidad, concepto que tam bin ha generado una abundante
bibliografa cuya revisin no ha lugar aqu si no es en relacin al Barroco y,
muy especialmente, al Neobarroco. Quisiera llam ar la atencin sobre dos
acercam ientos a la posible conexin entre lo postmoderno y lo (neo)barroco.
Uno atribuye al retorno al Barroco llevado a cabo por parte de algunos
postm odernistas o a rtis tas que han sido percibidos como tales por la crtica
(como el cineasta Federico Fellini) unas cualidades positivas frente a los
ingredientes menos apreciados de la produccin cultural postmoderna: In
the m iasm a of the worst kind of postm odernist paraphernalia , there is still
something positive to be said about the hum an m ind and its power to
remember, to create, to make, to be dynamic, to m ake things move, in other
words, to be neo-baroque (Degli-Esposti 160). Otro sera el que el que
considera que el Barroco supuso (junto a lo Sublime y lo nietzscheano, segn
Wollen [13]) una de las fuentes de legitimacin del postmodernismo como
movimiento intelectual, el cual, al justificarse a travs de aqul, contribuy al
mismo tiempo a su reivindicacin y revitalizacin. Lo paradjico es que una
de las grandes afirmaciones del postmodernismo es la que sostiene que las
narrativas m aestras en las que se apoyaba la cu ltu ra occidental han
desaparecido (Lyotard); se convertira as el Barroco en la narra tiva de este
vaco de certidumbres?
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L as luces de la certeza se apagan dejando paso a las sombras de la
incertidum bre, pero stas no determ inan una ceguera, sino que engendran
contrastes que subrayan presencias antes ignoradas o dejadas de lado: En la
m edida que el hombre contemporneo abdica de ciertas ilusiones
epistemolgicas y recorre la lnea de sombra del escepticismo se ve obligado a
derivar u n a parte im portante de su experiencia hacia esta nueva forma de
representacin tan prxima de las formas barrocas (Ja rau ta 70). U na forma
de representacin que servir para confrontar estticam ente los desafos que
presenta el nuevo paisaje epistmico, pero tam bin una forma de
pensam iento deudor de determ inada concepcin del Barroco.
[El Barroco] ta it irrationnel et ractionnaire quand la raison tait
subversive. Mais la raison, institutionnalise et dguise en
Despotisme clair, en Positivisme, en Technocratie ou Science de
l tat, devient son tour to talitaire et ractionnaire. Elle appelle alors
le renversem ent de perspective, baroque, et cest alors lirrationel,
linsens, la dissidence, qui deviennent subversifs. (Cit. en Moser 33)
Esta concepcin de Benito Pelegrn, con todo, se basa en una visin del
Barroco que tiende a identificarlo exclusivamente con fuerzas reaccionarias,
principalm ente las de la Contrarreform a. Sin excluir este im portante aspecto,
hay que considerar tam bin los estudios que hacen referencia a un Barroco
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liberador, una dimensin especialmente patente para los que se han
acercado a ciertas manifestaciones del Barroco de Indias, y que sirvi como
caldo de cultivo para reconsiderar aspectos del entram ado simblico y
epistmico barroco que contestan los discursos dom inantes. La posibilidad de
una razn barroca est asociada a la vindicacin de motivos
tradicionalm ente ajenos a las corrientes centrales de la racionalidad (o que la
transgreden) ta l y como sta queda constituida en la Ilustracin, algo que
percibira tem pranam ente W alter Benjamin. La prehistoria de lo moderno
que es el Barroco alberga en su seno formulaciones de una razn p lural en la
que caben lo femenino, lo carnal, lo hiperblico, lo autorreferencial, lo
incoherente, lo teatral, lo abyecto, lo impuro, lo imperfecto (en tan to que no
acabado, en proceso de ser). Probablemente, la filsofa francesa Christne
Buci-Glucksmann ha sido quien, partiendo de la obra de Benjamin
particularm ente de su Ursprung des deustchen Trauerspiels, ha sabido
sistem atizar ms claram ente los complejos entram ados de lo que es para ella
una esttica barroca de la precariedad ontolgica (La folie du uoir 119).
As pues, m s que negarse, la Razn se transform a, descartndose el antiguo
centro nico p ara dar cabida a elementos excntricos: no vivimos en un
espacio epistmico esfrico, sino en uno elptico, y el Barroco se ha convertido
en una fuerza crtica notable a travs del cual es posible acercarse al mismo.
Ello supone una llam ativa inversin de su tem prana funcin ideolgica
principal; y digo principal porque ya ha quedado claro que ni siquiera en lo
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tocante al siglo XVII podemos considerarlo como un fenmeno
hom ogneam ente conservador, ni aun en el caso de sujetos particulares
(vanse, a l respecto, los estudios de Mariscal, Ordez y Spadaccini y M artn-
Estudillo).
U na de las aportaciones m s sugerentes de esa m anera de pensar el (y
desde el) Barroco, al menos en lo concerniente al estudio de la poesa, es la
que nos ayuda a comprender los cambios en la fisonoma y el emplazamiento
del sujeto lrico, como expongo en el captulo El sujeto (a)lrico neobarroco,
en el que propongo una genealoga y unas categoras analticas para el yo
descentrado ta l y como se hace presente en parte de la produccin potica
contempornea. Hace bien en notar Aulln de Haro que la paradoja del
Barroco histrico se encuentra en la propia asuncin de un racionalismo
filosfico junto a una tendencia al irracionalismo y al anticlasicismo (26).
Ese racionalismo filosfico no podra entenderse sin tener en cuenta la obra
fundacional de Ren Descartes, en la cual se enfatiza el papel del yo
autorreflexivo como agente centrado y unificado de conocimiento, que tendra
un paralelo lrico en el yo de la tradicin petrarquista . Casi al mismo tiempo,
Luis de Gngora se adentra por nuevos caminos al deconstruir dicha
tradicin, proponiendo especialmente en sus poemas mayores otra m anera de
entender la voz poemtica m ediante un lugar de enunciacin
extraordinariam ente elusivo. El modelo gongorino ser determ inante para
diversos desarrollos poticos del siglo XX, como es bien sabido. Aqu in ten tar
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m ostrar, empero, que no se tra ta tan slo de una cuestin de influencias
lite rarias directas, sino tam bin de los efectos de la trascendencia de una
m irada barroca la cual, segn Buci-Glucksmann, instituye el ser al mismo
tiempo que contribuye a su desintegracin, dando pie a un yo inestable,
plural, barroco, al que hay que asociar una locura de la visin por la cual el
sujeto, lejos de poder ordenar el mundo a travs de sus ojos, se enfrenta a la
inestabilidad m anifiesta de la representacin extrem ada. Lo lrico como
intensam ente subjetivo deja paso a una serie de voces de emplazamiento
fluido.
El siguiente captulo, Novsimas formas de la kfrasis, retoma
precisam ente la nocin de una m irada barroca p ara ilum inar las distintas
m aneras en las que ciertos autores han creado su poesa en conexin con
obras de arte visual. El historiador de las ideas M artin Jay ha elaborado una
sugerente teora en torno a lo que l entiende como distintos regmenes
escpicos, entre los cuales se cuenta el que califica de barroco. A diferencia
de los otrosprincipalm ente el cartesiano, este rgim en no pretende
lograr una divisin tajan te entre observador y observado, ni entre texto e
imagen. Tampoco privilegia un nico punto de vista, al tiempo que deja
constancia del trabajo de mediacin o la presencia del mediador. El artificio y
la historicidad de la accin de m irar, pues, quedan expuestos, lo cual produce
consonancias con los proyectos metasimblicos que cultivaron algunos de
estos poetas.
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El captulo que lleva por ttulo Topografa de la tem poralidad negativa
neobarroca est dedicado al estudio de la representacin potica de la visin
melanclica de la poca de crisis multifactica a la que antes haca referencia.
Una negatividad que, de m anera anloga a la que se daba en el Barroco
histrico, est asociada a imprecisos sentim ientos de vrtigo ante las
im parables mutaciones de un mundo cada vez ms ambiguo e inaprehensible,
carente de certezas a las que asirse. Como afirm a Sarduy, [e] 1 barroco
actual, el neobarroco, refleja estructuralm ente la inarm ona, la rup tu ra de la
homogeneidad, del logos en tanto que absoluto, la carencia que constituye
nuestro fundam ento epistmico (1403). Ante tal situacin, la poesa servir
en parte para tra ta r de otorgar sentido a una realidad que parece haberlo
perdido y, de m anera no menos im portante, para dejar constancia de la
situacin crtica generada por ta l desmoronamiento de los supuestos sobre los
que se haba apoyado el mundo. El captulo se centra en el anlisis de
algunos tpicos principales ordenados en torno al eje dicotmico ausencia /
presencia y la gradacin presente entre ambos, delatando en la obra de estos
poetas una fascinacin con la decadencia, la m utabilidad de las cosas y su
inevitable final, que se traduce en varias figuraciones de la vanitas. El
trasfondo de esta persistente im aginera es la ya tpica prdida de confianza
en el mito del progreso. La radical discontinuidad con los modos de
comprensin del mundo que ha trado consigo el pensam iento
postestructuralista se ve reflejada en esta poesa en form as contem porneas
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del tan barroco desengao. A otro nivel, constato que el discurso sobre la
m uerte difiere en estos discursos poticos claram ente del predom inante en
nuestra sociedad, la cual ha tendido a cubrir este aspecto de la existencia bajo
un m anto de olvido; estos poetas pretenden restitu ir la im portancia que tiene
para la plenitud vital el asum ir el trnsito del tiempo por medio de la
consideracin de la m uerte como una presencia constante.
En el ltimo captulo (El discurso metasimblico neobarroco y la
activacin del lector) abordo de m anera ms directa las intersecciones entre
esta poesa y su contexto socio-poltico, tomando como punto de partida la
prctica que ha venido llamndose metapoesa. Ante el oscuro panoram a
que el momento presentaba en rdenes fundam entales, los intelectuales se
vieron an te la disyuntiva de actuar para cam biar la realidad o, en su defecto,
in ten tar comprenderla. En el caso que nos ocupa, fue la segunda opcin la
que predomin una vez que los discursos sociales presentados desde la poesa
dem ostraron sus escassimas posibilidades de a lte ra r el mundo. La mayor
parte de la produccin lrica de nuestro pas aparecida desde mediados de los
sesenta podra calificarse de posrevolucionaria, en el sentido de que ha
perdido la fe en poder llegar a indicar un camino p ara el cambio poltico,
incluso a pesar de que la sociedad especfica en la que se diola espaola
ha vivido durante las tres ltim as dcadas una serie de cambios vertiginosos
y profundos, sin parangn quizs en el contexto de la Europa occidental (ms
all de las estentreas declaraciones de algn poltico del momento acerca de
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una nacin que habra de quedar irreconocible hasta para la m adre que la
pari). Aunque no sea una lite ra tu ra que propicie o abogue directam ente por
la disrupcin del s ta tu quo, s se puede percibir en ella una resistencia a los
discursos del mismo. Resistencia que se da no en los trm inos de un
revolucionarismo ms o menos exaltado, como el de las poticas sociales
prevalecientes durante los aos cincuenta, sino en los de un mensaje no
menos social (aunque puede que ms sofisticado), que tra ta de llam ar la
atencin del lector acerca de las construcciones simblico-ideolgicas de los
discursos dom inantes. Huelga decir, con todo, que sera excesivamente
simplificador calificar un corpus tan extenso de conservador o progresista.
En cualquier caso, lo que queda claro es que los reciclajes del Barroco
partent moins en guerre contre ce rationalism e sclros quils ne constatent,
non sans angoisse, sa crise, la crise de ses catgories, de ses codes, de ses
ordres (Gurin en Moser 33).
Esta dimensin metasimblica adquiere incluso mayor relieve si
tenemos en cuenta que vivimos en una poca de sem anticidad hipertrofiada,
es decir, rodeados de estmulos en forma de om nipresentes m ensajes de todo
signo: comerciales, polticos, ldicos...y, en funcin de stos, expuestos a la
consiguiente alienacin del sujeto que Guy Debord denunciara en su
influyente libro sobre la sociedad del espectculo. Los paralelism os con el tipo
de produccin simblica propiciada por el estado absolutista altomoderno, esa
cultura tam bin caracterizada por el protagonismo del espectculo segn el
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anlisis de M aravall, son difciles de ignorar. Lo metasimblico, con todo, no
debe identificarse nicamente con el discurso metapotico; tam bin las
prcticas ekfrsticas asociadas al rgimen escpico barroco a las que antes
haca referencia participan de los procesos de interrogacin de esa relacin
social en tre la gente mediada por imgenes, el espectculo (Debord 12).
El triunfo final del Barroco tras siglos de desprestigio ha resultado
menos notorio pero de ms calado que el que se pudiera haber intuido en las
celebraciones del aniversario gongorino de 1927. La recuperacin de la obra
de Gngora y el impulso creativo que gener tuvieron una im portancia
decisiva para la en trada definitiva de la poesa espaola en la Modernidad,
pero su influjo fue sobre todo epidrmico. La V anguardia fue un movimiento
abrum adoram ente an tipasatista que en algunas de sus m anifestaciones vio
en el porvenir la clave para un mundo mejor. La produccin simblica
postmoderna, por el contrario, considera que el futuro no solucionar nada
por s mismo, ni est abierto a primicias sustanciales en el mbito esttico.
En un momento en el que la innovacin se ha vuelto imposible (ya que se
acepta que cualquier cosa puede ser considerada arte), la nica a lternativa es
la de m irar a trs. El retorno a tem as y formas del Barroco, el regreso del
propio Barroco, es la manifestacin cultural de un m undo en crisis a travs
del cual la poesa espaola contempornea conjuga el discurso de la
postmodernidad.
O, quizs, es la postm odernidad la que conjuga el discurso del Barroco.
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N otas
1 Lo cual no quita importancia a los pioneros trabajos de estudiosos centroeuropeos como Burckhardt y Wolfflin. En realidad, la obra que ms decisivamente contribuy a un cambio radical en la consideracin crtica y la comprensin del Barroco fue Renaissance und Barock (Renacimiento y Barroco, 1888), de Heinrich Wolfflin, un alumno de Burckhardt que defenda la idea de estilo como materializacin del espritu de una poca. Para Wolfflin, el Barroco era un estilo cuya paternidad adjudicaba a Miguel Angel y que no supona una degeneracin del Renacimiento, sino un estilo autnomo de ste y con igual validez. El crtico suizo situaba su origen especficamente en la Roma de la Contrarreforma y consideraba que su caracterstica principal era su pictoricidad, cualidad opuesta a la linealidad renacentista. Ms tarde, en Kunstgeschichtliche Grundbegriffe (Principios de Historia del Arte, 1915), Wolfflin propuso cinco pares dicotmicos que han sido ampliamente utilizados despus para distinguir entre las artes barroca y clsica: adems del ya citado pictoricidad / linealidad, apunta los de profundidad / plano, forma abierta / forma cerrada, unidad / multiplicidad y opacidad / claridad.
2 Como se ve, el acercamiento al Barroco de Alejo Carpentier es ms problemtico que el de sus compatriotas Lezama y Sarduy. Su visin esencialista del Barroco, que lo asocia a la ontologa americana incluso retroactivamente (antes de la llegada de los conquistadores europeos) hizo que Sarduy calificara al autor de Los pasos perdidos de neogtico. El siguiente extracto sintetiza bien la visin de Carpentier.
Nuestro mundo es barroco por la arquitecturaeso no hay que demostrarlopor el enrevesamiento y la complejidad de su naturaleza y su vegetacin, por la policroma de cuanto nos circunda, por la pulsin telrica de los fenmenos a que estamos todava sometidos [. . .] Y si nuestro deber es el revelar este mundo, debemos mostrar, interpretar las cosas nuestras. Y esas cosas se presentan como cosas nuevas a nuestros ojos. La descripcin es ineludible, y la descripcin de un mundo barroco ha de ser necesariamente barroca, es decir, el qu y el cmo en este caso se compaginan ante una realidad barroca. (123-24)
Con todo, esta concepcin ha tenido influencia en ciertos crculos: los organizadores de la exposicin Ultrabaroque: Aspects of Post Latin American Art usaron los argumentos de Carpentier en su teorizacin de la muestra (vase Armstrong y, para una crtica ms elaborada, Spadaccini y Martn- Estudillo, The Baroque and the Cultures of Crises). Sea dicho de paso que en el catlogo de la exposicin no se reconoce el papel del historiador Manuel Toussajnt y del pintor mexicano Dr Atl en la invencin del trmino Ultrabarroco (que Wollen s registra [11]).
3 El propio Gerardo Diego sera uno de los impulsores del trmino neobarroquismo como herramienta crtica, aunque usndolo para denotar algo muy distinto a lo propuesto desde estas pginas (vase, al respecto, el artculo de Fuentes Vzquez).
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4 Curiosamente, Giles Deleuze tambin relacion a Mallarm explcitamente con el Barroco en su libro El pliegue. Leibniz y el Barroco: El pliegue es sin duda la nocin ms importante de Mallarm, no slo la nocin, sino tambin la operacin, el acto operatorio que lo convierte en un gran poeta barroco (45).
5 Al menos un crtico ms se ha ocupado de las conexiones textuales entre las producciones poticas barroca y neobarroca. Se trata de Roberto Echevarren, observador de la lrica latinoamericana, para quien stas
no comparten necesariamente los mismos procedimientos, aunque ciertos rasgos pueden ser considerados, por sus efectos, equivalentes. Lo que comparten es una tendencia al concepto singular, no general, la admisin de la duda y de una necesidad de ir ms all de las adecuaciones preconcebidas entre el lenguaje del poema y las expectativas supuestas del lector, el despliegue de las experiencias ms all de cualquier lmite. (149)
Desafortunadamente, su pionero estudio es tan breve que no puede evitar que se echen en falta una problematizacin de los conceptos principales sobre los cuales fundamenta sus calificaciones, sobre todo en lo que respecta a lo neobarroco, adems de una contextualizacin socio-histrica y epistmica menos ambigua del corpus estudiado.
6 Y es ms: tambin de nuestro tiempo en general, ya que, como nota Peter Wollen, understanding the social, political and ideological humus which nourished the Baroque can help us to understand the context within which the neo-Baroque (and the post-modern) are flourishing today (13).
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2
El sujeto (a)lrico neobarroco
Uno de los puntos de convergencia entre la mayora de los intrpretes de la
poesa espaola de los ltimos tiempos es el reconocimiento de ciertos
cambios en la fisonoma y el emplazamiento del sujeto lrico1. De una m anera
anloga a la indeterm inacin que observamos en la obra de Gngora, en
buena parte de la lrica producida en Espaa duran te las ltim as dcadas el
yo potico queda diluido o difuminado, fenmeno que la crtica ha explicado
como un esfuerzo por evitar caer en un confesionalismo que estos autores
denuestan porque consideran que la tradicional presencia del sujeto
hablantesiempre m s o menos ficticioresu lta excesiva y puede hacer caer
el poema en el sentim entalism o pattico. Fue la generacin llam ada
novsima o del 68 la que abog con ms mpetu, desde mediados de los
sesenta, por una esttica que se alejara del protagonismo que el yo haba
adquirido en las dos promociones poticas anteriores, las cuales haban
basado su rehum anizacin del discurso lrico (tras las ru p tu ras estticas de
las vanguardias y el colapso ocasionado por la guerra) en la exhibicin
palm aria de un sujeto poemtico bien definido que se enfrentaba a la
injusticia social o a la sordera divina. La difuminacin del mismo con la que
responden los novsimos y sus epgonos hace m uchas veces difcil determ inar
la posible identidad de ese sujeto potico o su lugar de enunciacin. Por otro
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lado, en poemas en los que el yo lrico parece tener una presencia ms
definida, el sujeto no hace sino preguntarse por la naturaleza de su propia
constitucin como tal. Esta incertidum bre y la disipacin de la voz en el
poema p lan tean varios desafos al lector y tiene diversas implicaciones de
carcter no slo esttico, sino tam bin epistmico, como veremos ms
adelante. Por ello, lim itarse a explicar el fenmeno de la despersonalizacin
como una m anera de evitar el introspeccionismo de corte romntico resulta
un acercamiento aceptable pero incompleto. En las pginas que siguen se
ver que el fenmeno de despersonalizacin no consiste slo en disfrazar u
ocultar la voz del poeta, sino que tam bin pone de manifiesto que esa voz no
es ni puede ser la de un yo ntegro; es la de un ser que se expone por medio de
estos recursos como un sujeto dividido, escindido, descentrado, a menudo
consciente de que su identidad es quebradiza y slo se entiende como un
proceso en el que participan diversas fuerzas. Es precisam ente en ese locus y
articulacin problemticos donde radica la identidad de este yo lrico. Ser
necesario, entonces, investigar m ediante qu estrategias y convenciones
textuales y por qu razones ms all de las puram ente estticas el yo potico
cuestiona su existencia, se contrae o se dispersa hasta casi desaparecer; hasta
hacerse, por tanto, menos lrico.
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E m e rg e n c ia y d ec live d e l yo lr ic o tra d ic io n a l
Junto a diversas manifestaciones del nosce teipsum m aterializadas en el auge
de biografas, autobiografas, cartas, retratos y ensayos como los de
Montaigne, la poesa lrica del Renacimiento fue uno de los discursos que
contribuyeron ms decisivamente al desarrollo de la naciente subjetividad
moderna, un fenmeno que se ha venido historizando desde las ciencias
sociales duran te las ltim as dcadas. El caso arquetpico del gnero sera el
del Canzoniere de Petrarca, en cuyos poemas vida y lite ra tu ra quedan
indisolublemente unidas constituyendo la imagen de un hombre moderno en
la conciencia de s mismo2 (Mann 26). Es bien conocido h asta qu punto la
obra de Petrarca condicion la produccin lrica de los que habran de seguirle
y cmo se cultiva en ella, de una m anera determ inante, la ficcin
(enfaticemos esto) de la presencia del poeta de carne y hueso tra s el yo del
verso.
Con todo, se ha tardado siglos en percibir la relacin entre el yo del
poema y el autorial en trm inos de ficcionalidad. La tradicin del narcisismo
petrarquista, que vincula el lirismo con la experiencia vivida, se consolid con
las formulaciones de los romnticos alemanes acerca del carcter subjetivo de
la lrica. A.-W. Schlegel primero y Hegel despus ratificaron la canonizacin
terica de la interioridad del sujeto, explorada por medio de la introspeccin
meditativa, como el contenido propio del discurso lrico.
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Rebasando el terreno de la poesa, no es posible desarrollar una
discusin en torno al problema del yo moderno sin trae r a colacin la obra de
Ren D escartes, en la cual se enfatiza el papel del yo autorreflexivo como
agente de conocimiento, rompiendo as con la tradicin escolstica
precedente, en la que el yo sirve slo como sujeto im personal para la
argum entacin o la exgesis textual (R. Sm ith 51). Con el filsofo francs se
llega en el siglo XVII a una intensificacin sin precedentes de las
preocupaciones por el problema de la subjetividad. El concepto de yo queda
entonces definido en Occidente como a bounded, unique, more or less
integrated motivational and cognitive universe, a dynamic center of
awareness, emotion, judgm ent and action, organized into a distinctive whole
and set contrastively against other such wholes and against a social and
natu ra l background, conformando una nocin histrica y peculiar en el
contexto m undial (Geertz en Rose 225).
Precisam ente durante la poca en la que triun fa la constitucin de tal
sujeto como centro ntegro y coherente, un poeta como Luis de Gngora
deeonstruye y reinventa la tradicin petrarquista , proponiendo otra m anera
de entender la voz poemtica m ediante un yo extrem adam ente elusivo (vid.
Gaylord, P.J. Smith). El hablante potico de las Soledades y de muchos de los
sonetos se nos escapa a causa de la in trincada sintaxis latinizante, las
contorsiones de su mtrica y la buscada extenuacin de los recursos
plurisignificativos del texto. La indefinicin que en este sentido caracteriza a
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la poesa gongorina ya llam la atencin y provoc el estupor y la
incomodidad de sus contemporneos, como puede apreciarse en el siguiente
comentario referido a uno de sus poemas mayores:
Sale un mancebito, la principal figura que Vm. introduce [en las
Soledades], y no le da nombre. ste fue al m ar y vino de el m ar, sin que
sepis ni cmo ni para qu; l no sirve sino de mirn, y no dice cosa
buena ni mala, ni despega su boca... Tampoco dice Vm. jam s en qu
Pas o Provincia pasaba el caso: todo lo cual es contra razn. (Cit. en
P .J. Sm ith 87)
La belleza de los versos de Gngora resu lta a menudo en un asombro
de la inteligencia del lector, pero no tan to de sus emociones. A diferencia de lo
convencional en la poesa lrica, no escuchamos en ellos un eco de nuestra
propia hum anidad, ni podemos situarnos en el lugar emocionalni fsico,
como apunta el com entarista arriba citadodesde el cual se nos habla,
porque la del cordobs es una poesa deshum anizada, como nos hara ver
Ortega y Gasset al tra ta r la de sus adm iradores vanguardistas.
Sera difcil determ inar una genealoga de la deshumanizacin o,
para ser m s exactos, despersonalizacin de la poesa m oderna en espaol
sin tener en cuenta las implicaciones del proyecto gongorino, al mismo tiempo
que sera poco apropiado asignar la patern idad de esa prctica a un solo
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creador: las influencias que determ inan los desarrollos de la creatividad son
m ltiples y su complejidad no cabe en argum entos de carcter puram ente
historiogrfico. En el mbito germnico se ha sealado el papel determ inante
de Nietzsche, quien ya en su obra El nacimiento de la tragedia, de 1872,
entenda que la subjetividad presente en el poema es pura quimera, nocin
que ejerci una enorme influencia sobre el crculo de Stefan George, desde el
que se entablaron fuertes polmicas acerca de la distancia entre el yo
emprico y el yo poemtico (Combe 130-136). Explorando las relaciones entre
lrica y modernidad, Paul de M an entabla un ilum inador dilogo con Hugo
Friedrich, un heredero precisamente de esas teoras lricas de la Alemania de
principios del siglo XX quien sostiene que la causa de la oscuridad achacable
a la poesa m oderna se debe a una prdida de la funcin representacional de
la misma que va de la mano de una prdida del sentido de identidad, del yo
(de M an 172). De M an critica el acercamiento historicista de Friedrich y su
insistencia en a tribu ir la gnesis de esa tendencia hacia una poesa sin un yo
a Charles Baudelaire, un poeta que no sera sino un enigmatic stranger tha t
la ter poets tried to ignore by tak ing from him only the superficial them es and
devices which they could ra th e r easily go beyond (184). Los paralelismos
con Gngora sa ltan a la vista; y, a pesar de las precauciones que de Man
expresa, no se puede negar que la recuperacin del proyecto potico del
cordobs abre apasionantes interrogantes acerca de la condicin del sujeto de
la poesa moderna, adem s de caminos para la innovacin en la praxis lrica
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que participan as de una indeterm inacin caracterstica del gusto
neobarroco ta l y como lo entiende Calabrese: El universo de lo impreciso,
de lo indefinido, de lo vago se m uestra por todas partes rico en seduccin para
la m entalidad contempornea (172).
La m anera en la que esa prdida de identidad se m anifiesta en la
poesa neobarroca es m s compleja que el simple abandono del sujeto en
prim era persona o su enm ascaram iento para evitar el sentim entalism o. Se
abren paso aqu nociones que se han asociado con una determ inada
interpretacin del Barroco, como son las de inestabilidad, hibridez y
pluralidad del yo. Como afirma Buci-Glucksmann, lide est que le Moi est
pluriel, quil est instable [...] Cette unit plurale et plurielle du Moi, cest la
grande figure du baroque parce que cest la figure de la mtamorphose,
Daphn transform e en laurier, Prote qui prend des apparences... {Orlan
43). La identidad ha dejado de ser entendida desde ideas de unicidad. El yo
de la poesa que aqu abordamos participa de este fenmeno que desestabiliza
la tradicional percepcin del sujeto como una entidad slida y cerrada,
poniendo al descubierto las tensiones presentes en la construccin de la
subjetividad postmoderna. En un contexto in telectual m s amplio que el de
los estudios y la prctica de la poesa, el motivo del sujeto descentrado ha
reaparecido con fuerza hasta convertirse en el p ilar central del debate en
torno a las formas de identidad que ha trado consigo la postm odernidad. La
provocadora tesis de la autodisolucin del hombre, propugnada
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especialmente desde el campo psicoanaltico y filosfico francs (en gran
medida debido a la poderosa influencia de las ideas de Jacques Lacan), ha
term inado permeando los sustratos m s recnditos de nuestro pensar. El
concepto de sujeto como organizador y garante del sentido de la experiencia
ha sufrido una revisin radical que afecta tam bin a la creacin potica y de
la que sta, cmo no, participa. Entendemos ahora que la generacin de
subjetividad es un proceso activo, constante y autorreflexivo caracterstico de
la modernidad y exacerbado en la postm odernidad (vid. Giddens, quien habla
empero de la alta modernidad). La esttica barroca es una esttica de la
precariedad ontolgica (Buci- Glucksm ann La folie du voir 118) y el discurso
lrico neobarroco es una clara m uestra de ello: en el poema se crea un yo que
no busca la homogeneidad, sino que refleja la m ultiplicidad de opciones
identitarias disponibles en ese marco y la dificultad p ara hablar de o desde
un sujeto unvoco. Esto no quiere decir que estem os ante un discurso
desordenado o irracional; la poesa tiene un orden sui generis, cuya lgica
debe ser explicada puntualm ente.
Al abordar la poesa neobarroca nos enfrentam os a un sujeto que no
est radicado con firmeza en ninguna parte. Dicho de otra m anera: no se
puede localizar usando los mismos instrum entos crticos con los que nos
acercamos a la lrica de corte renacentista o romntico. P a ra acercamos a un
entendim iento m s pleno de la disolucin del sujeto potico neobarroco es
preciso partir de la base de que este yo lrico no se m anifiesta en trm inos
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identitarios, sino que se expande hacia lo Otro: la alteridad dentro del propio
yo, o un yo que se busca y reinventa en espacios ajenos a s mismo. M ediante
una experiencia vivida (e inventada) a travs de unos ojos otros, llegamos a
una versin d istin ta de la realidad, que la poesa neobarroca busca explorar
por medio de varias estrategias. En el fondo, este impulso por romper el
cascarn de ensimismamiento que ha caracterizado a la lrica tradicional
acciona en la prctica artstica ideas que Em m anuel L vinas ha
sistem atizado en el discurso filosfico. El pensador francs sostiene que hay
formas de verdad ajenas al yo y que stas no pueden hallarse en tan
restringido mbito, pero que con su poderosa apelacin requieren el abandono
de los territorios que conforman la uniformidad y lo conocido para
aventurarse en la alteridad (Godzich xvi). La cuestin del Otro no es sino el
reverso de la cuestin del sujeto. En poesa, esto se traducir en los nuevos
desarrollos del sujeto potico, que adem s de conseguir cierto efecto esttico
al evitar caer en la exhibicin m s o menos pattica del yo, sobrepasan los
lm ites del yo lrico tradicional, desvelando as una m anera nueva de observar
la realidad y entender la construccin de la subjetividad. Asimismo, esta
poesa parece ser consciente de que la imagen que tenem os de nuestra propia
identidad como un yo autnomo, cohesivo, discreto e idntico a s mismo,
cuyas interioridades son reveladas por discursos como la propia lite ra tu ra o
la psiquiatra, no es m s que m era apariencia. Muy al contrario, el discurso
potico neobarroco apunta al hecho de que, como seala Nikolas Rose, we
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are assem bled selves, in which all the prvate effects of psychological
in teriority are constituted by our linkage into public languages, practices,
techniques and artifacts (226).
Con todo, no se puede concebir la construccin de la subjetividad como
un proceso unidireccional que moldea al individuo desde fuera. La agencia del
sujeto se canaliza en la autorreflexividad con que en tra en juego en la
produccin de la identidad, aunque sta est m ediatizada por los discursos
antes aludidos, fuera de los cuales no somos capaces de pensarnos. Giddens
otorga una im portancia especial a este aspecto:
[I]n the context of a post-traditional order, the self becomes a reflexive
project. Transitions in individuis lives have always demanded psychic
reorganization, something which was often ritualized in traditional
cultures in the shapes of rites of passage. But in such cultures, where
things stayed more or less the same from generation to generation on
the level of the collectivity, the changed identity was clearly staked out
as when an individual moved from adolescence to adulthood. In the
settings of modernity, by contrast, the altered self has to be explored
and constructed as part of a reflexive process of connecting personal
and social change. (32-33)
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La poesa que estudiamos explora estas complejas formas de
construccin de la subjetividad m ediante estrategias que resu ltan ms
comprensibles cuando las abordamos con la ayuda de ciertas nociones
poderosam ente sugerentes extradas de una concepcin abierta del Barroco.
La m irad a barroca y el su je to (a)lrico
El sujeto centrado (centrado en s mismoautorreferencialal mismo tiempo
que situado en el centro de su mundo) se caracteriza y en buena parte se
constituye por una forma de m irar que nace con l en el Renacimiento y que
ha resultado hegemnica a lo largo de la Modernidad. Se tra ta de un modelo
visual identificable con la perspectiva albertiana en las bellas artes y con el
paradigm a cartesiano de subjetividad racionalista en filosofa (cf. Jay Forc
Fields 115-120). D urante mucho tiempo se ha asumido que sta era la
m anera m s natural y objetiva de ordenar la experiencia visual, al igual
que el yo potico petrarquista-rom ntico se alz con la m onarqua lrica, por
ponerlo en trm inos cervantinos. Frente a esta construccin del sujeto
unificado asociado a dicha modalidad visual, el Barroco aparece como la
alternativa m s poderosa, ofreciendo un rgim en escpico propio que ha sido
brillantem ente conceptualizado por la filsofa Christine Buci-Glucksmann y
el historiador de las ideas M artin Jay siguiendo, en buena parte, ideas de
Maurice Merleau-Ponty.
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C elebrating the dazzling, disorienting, ecstatic surplus of images in
baroque visual experience, she [Buci-Glucksmann] emphasizes its
rejection of the monocular geometricalization of the C artesian
tradition, with its illusion of homogeneous three-dim ensional space
seen w ith a Gods eye view from afar. She also tacitly contrasts the
D utch a rt of describing, w ith its belief in legible surfaces and faith in
the m aterial solidity of the world its paintings map, w ith the baroque
fascination for opacity, unreadability, and the undecipherability of the
reality it depicts. (Jay 122)
El Barroco presenta una nueva m anera de ver que rompe con la perspectiva
endiosada, desafecta y centralista del sujeto cartesiano. En el rgimen
escpico barroco, el sujeto que observa se constituye por medio de su m irada
al mismo tiempo que se disuelve como tal: se funde con el objeto y pierde su
autonomay, con ella, parte de su identidaden el proceso. Es lo que Buci-
Glucksmann llam a la locura del ver:
La folie du voir, ga veut dire la fois que le regard institue ltre, et
quen mme tem ps il y a dans le regard une perdition ou une
dperdition du soi. [...] le baroque est une pulsin scopique, une sorte
de regard double, anam orphique et rflexif, en tre voir e t ne pas voir. Si
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b ien que 1oeil est divis et le regard du baroque est lceil du fantasm e
(Buci-Glucksmann, Orlan 11).
La m irada juega un papel esencial en la constitucin de la subjetividad. Su
im portancia puede apreciarse mejor por medio de un anlisis del smbolo del
espejo como objeto en el que el sujeto del poema se enfrenta a la problemtica
configuracin de su identidad, desposeyndose m ediante la propia m irada
de su coherencia como unidad ms que confirmndola3. Hagmoslo por medio
de unos ejemplos, empezando por un poema del granadino Antonio Carvajal.
SIESTA EN EL MIRADOR
Mi rostro era un tormento.
Nube. Gajos de sol. Romp el espejo.
Un rostro fragmentado. Y todo el cielo.
Dormir. Pasar. No desear. Deseos,
ya para qu! Mis labios. Y el silencio.
Dormido entre los muros de este huerto.
Pas un pjaro blanco, alegre, extenso.
Sus alas. Su gorjeo.
Es burla ver los pjaros en vuelo?
Pero yo no estoy preso.
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Los bosques, crepitando. Los destellos.
M s all no hay jardines. No los quiero.
Pjaros, bosques, mares, el esplndido
rela to de inconstantes y viajeros.
ngeles, no de llamas, s de yeso.
L atir. Urgente azul. Estoy despierto.
Mi torre tiene un m irador y espejos.
Desde aqu miro y toco y gozo y siento.
Su voz no am Narciso. Amaba el eco.
(De Siesta en el mirador, 1979; en Ayuso)
El poema se abre en prim era persona y nos presen ta una realidad
fragm entada asociada a un estado onrico. El ltim o verso, empero, abre las
posibilidades de significacin. A quin pertenece esa voz? Se tra ta del
mismo sujeto del resto del poema? Precisam ente ese verso final sostiene que
Narciso no am su voz, sino el eco de la misma, que es su voz reflejada: voz
propia y ajena al tiempo. Al am arse a s mismo, Narciso am a a otro porque,
como sentenciara Rimbaud, je est un autre. Al incluir a esta figura
mitolgica, las referencias a los espejos (versos 2 y 17) y a la m irada como
elementos que conforman la identidad adquieren si cabe m ayor relevancia. El
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sujeto poemtico rompe el prim er espejo y el reflejo le devuelve un rostro
fragmentado. Lo que el poema no explicita es la relacin entre el primer
verso (Mi rostro era un tormento) y el acto aparentem ente gratuito de
rom per el espejo; obviamente, la percepcin negativa del rostro propio slo
puede haberse dado m ediante un reflejo. El sueo term ina en el verso 16, en
los que el sujeto abre los ojos, enfrentndose sbitam ente al urgente azul
del cielo, que le lleva a afirmar: Estoy despierto. Su torreel propio
cuerpoes el espacio desde el que se configura la existencia, en la cual la
vista es el sentido privilegiado, que relaciona al sujeto con el mundo (a travs
del mirador) y el propio yo (mediante los espejos), aunque sta sea una
relacin que se revela turbadora. M irar tam bin es la prim era de las acciones
que conforman los cuatro puntos cardinales de la vida: miro y toco y gozo y
siento. Con los reflejos multiplicados que suponen el espejo fragm entado y la
voz repetida por el eco, el poema adquiere una calidad, m s que onrica, de
espejismom irada reflexiva y fantasm al al mismo tiempo, como esa pulsin
escpica que segn Buci-Glucksmann caracteriza el Barrocoen el que se
aprecia vivamente la incertidum bre y la conflictividad que protagonizan la
relacin del sujeto con el mundo y consigo mismo.
Unas preocupaciones sim ilares protagonizan el libro Espejo de gran
niebla (2002), de Guillermo Carnero, reflexin potica en cinco partes acerca
de la problemtica constitucin de la identidad propia4. La imposibilidad de
certezas epistmicas asociadas a la desconfianza en los sentidos y la
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insuficiencia de la memoria, la tensin entre el recuerdo (no siempre fiable) y
el olvido y la conviccin de que, a falta de poder establecer quines somos
realm ente, estamos perm anentem ente representando un papel en el gran
teatro del mundo son algunos de los argum entos centrales del volumen, cuyo
prim er epgrafe es una cita de Ju a n Ramn Jim nez que se refiere
precisam ente al tem a de la identidad: Quiero ser, en mi espacio, solo y otro.
Lo que confirma Espejo de gran niebla es que, m s que una voluntad o una
opcin, ser solo y otro es una condicin inevitable, ya que, por no poderse
cim entar la subjetividad en fundam entos dignos de confianza, estamos
condenados a ser parte de un mero teatro de sombras. D urante buena parte
del poema asistimos a un dilogo que el yo m antiene con la memoria propia,
ese mecanismo esencial para la forja de una identidad consistente, que aqu
se desvela inevitablem ente ineficaz:
[...] Acudir a tu juego es ver cubrirse
las aguas del espejo de gran niebla:
un reducido nmero de estam pas
indecisas, que pierden
densidad y volumen, como el humo;
el gua que me burla y llega siempre
a desaparecer tras los recodos,
escurridizo, artero, suplantndose
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sin que nunca le pueda ver el rostro,
que es el mo: palabras
en u n espejo escrito y aplazado,
en las apariciones de una sombra
que se esconde detrs de la cortina,
confunde su papel y olvida el gesto
o impone su evidencia m entirosa
de actor de cine mudo que ha pasado
con dem asiadas muecas al sonoro;
un texto que se pierde en el reverso,
el espesor y el m argen del papel,
que nace con las dudas
de su sentido y de su desaliento,
parntesis inscrito en una historia en blanco.
{Espejo de gran niebla 18-19)
A lo largo del extenso poema se reflexiona sobre una realidad cuya
construccin depende de unos sentidos que no tienen fundamento donde
anclarse, por lo que flota sin rumbo ni certeza (13). As, slo se llega a
conocer de m anera superficial y efmera, porque al in stan te se pierde en el
pozo negro del olvido:
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[...] Realidad abolida
que insiste, confirmada en su vaco,
y en que tuvo colores, su perl incoloro;
s que estuve en su entraa, fui en ella
y no la conoc. Me entretena
sin detencin la gracia de su aroma,
el don de su presencia tan colmada
que no supe aferrarm e
al dudoso temblor de su espejismo;
se adentraba en el tiempo y me arrastr
a la memoria donde pereca,
dejndome sin rostro
ni pa tria ni destino en la frontera.
(24)
El ejercicio de la escrituraque aqu es otra forma de espejotampoco otorga
la certidum bre de que el yo que la mano escribe sobre el papel tenga una
correspondencia externa coherente. Como sostiene Lacan, [i] 1 ne sagit pas de
savoir si je parle de moi de fagon conforme a ce que je suis, m ais si, quand je
parle, je suis le mme que celui dont je parle (crits 517). El discurso lrico
se identifica con la m irada reflexiva, en la que debera em plazarse el
principio de autoconocimiento, con la salvedad de que en la ltim a parte de
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Espejo de gran niebla se tra ta de esa m irada que para Buci-Glucksmann
instituye el ser, pero que, al mismo tiempo, contribuye a su desintegracin.
La escritu ra no solidifica la ficcin de la identidad, sino que devuelve la
imagen de alguien que slo guarda cierta sem blanza con uno mismo: se
tra ta de u n yo inestable, plural, barroco.
Escribo para nadie y poco, siempre
para saber de m, y algunas veces
el papel me devuelve esa m irada
imn, rumbo y objeto de s misma
que conoc y recuerdo vagamente,
alguien que se podra parecer a mi retrato.
(53-54)
Una tensin anloga entre la pgina y el espejo como mediadores del
esfuerzo por definirse est presente en el poema Folio atlntico, aparecido