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Más allá de la justicia transicional. ¿Pueden sobrevivirlos derechos humanos?

Date post: 10-Mar-2016
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Este número reúne una serie de seminarios recientes en los que Gearty sostiene, con el vigor y pasión que lo caracterizan, que el concepto de derechos humanos está en una encrucijada. Su utilidad y universalidad están siendo cuestionadas y los días de optimismo en los que parecía posible o significativo para las Naciones Unidas consagrar estos derechos como un supuesto anhelo compartido en una declaración que prometía igualdad y trato equitativo para toda la humanidad parecen muy lejanos.
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Page 1: Más allá de la justicia transicional. ¿Pueden sobrevivirlos derechos humanos?
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Introducing “Can Human Rights Survive?”, by Cath Collins

Presentación: “¿Pueden sobrevivir los derechos humanos?”, por Cath Collins

En el camino

Entrevista a Carlos Cerda

Entrevista a José Miguel Cruz

Entrevista a Cecilia Medina

Reflexiones sobre “La seguridad pública y los derechos humanos”, por Ibán de Rementería

Entrevista a David Tombs

Instrumentos de análisis

“Derechos humanos para todos: de la lucha contra el autoritarismo a la construcción de una democracia inclusiva”, por Martín Abregú

The Bridge (Puente @ Europa in English)

On the Road

Interview with Carlos Cerda

Interview with José Miguel Cruz

Interview with Cecilia Medina

Reflections on “Public Security and Human Rights”, by Ibán de Rementería

Interview with David Tombs

Instruments of Analysis

“Human Rights for All: from the Fight Against Authoritarianism to the Construction of an All Inclusive Democracy”, by Martín Abregú

OBREAL/EULARO in itinere

Quiénes / Who’s who

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En cada sección los autores están ordenados alfabéticamente / Authors are organised by alphabetical order within each section.Nota / Note

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Año V - Número 1 (nueva serie)Vol. V, Issue 1 (new series)Marzo de 2007 / March 2007ISSN 1669-7146

Redacción / Edited at:Rodríguez Peña 1464 (C1021ABF)Ciudad de Buenos Aires ArgentinaTel: (+54-11) 4878-2900Fax: (+54-11) [email protected]

Propietario / Ownership:Universidad de Bolonia, Representación en Buenos AiresUniversity of Bologna, campus of Buenos Aires

Director / Director: Giorgio Alberti

Comisión Europea

European Commission

Esta publicación se ha realizado con la ayuda financiera de la Comunidad Europea. Su contenido es responsabilidad exclusiva de la Universidad de Bolonia, Representación en Buenos Aires, y en modo alguno debe considerarse que refleja la posición de la Unión Europea.

This review has been produced with the financial support of the European Community. Its contents are the sole responsibility of the University of Bologna, campus of Buenos Aires, and do not reflect the views of the European Union.

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Comité Directivo / Executive Board

Giorgio Alberti Susana Czar de ZalduendoArturo O’ConnellJosé ParadisoGianfranco Pasquino Lorenza Sebesta Ramón Torrent

Comité Científico / Scientific Board

Alexandra Barahona (Instituto de Estudos Estratégicos e Internacionais, Portugal)Roberto Bouzas (Universidad de San Andrés, Argentina)Alvaro Camacho Guizado (Universidad de los Andes, Colombia)Julio Cotler (Instituto de Estudios Peruanos, Perú)Isabel Yépez del Castillo (Université Catholique de Louvain, Belgique)

Comité Editorial / Editorial BoardPunto Europa - Buenos Aires, Universidad de Bolonia, Representación en Buenos Aires

Lorenza Sebesta (Directora Ejecutiva / Executive Director)

Emmet Boland (Traducciones / English Translation)Luciana Gil (Asistente Editorial / Editorial Assistant)Gisela Mazzarello (Traducciones / English Translation)Emiliano Montenegro (Diseño Gráfico / Graphic Design)Martín Obaya (Coordinador Editorial / Editorial Coordinator)

Agradecemos a Cath Collins por el planteo intelectual del número, la selección y coordinación de los autores y la elaboración de las entrevistas.

Special thanks to Cath Collins for their intellectual input, the choice and coordination of contributors, and the compiling of the interviews.

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The title of this article is taken from a book by Professor Conor Gearty of the London School of Economics1. The volume

collects together a recent lecture series in which Gearty argues, with characteristic verve and passion, that the concept of human rights has reached a crossroads.

Its utility and universality are certainly under question, and the heady days when it seemed possible or meaningful for the United Nations to enshrine rights as a supposedly common aspiration in a manifesto promising equality and equal value to all humankind seem long ago. It has been suggested that the supposedly universal manifesto may have been fl awed from the beginning, rooted as it was in a Western individualistic philosophy alien to the majority of the world’s cultures2.

But today’s threats to the Western rights edifi ce come not so much from without as from within. Paradoxically, even as formal acceptance of the discourse of rights has spread3, those who elaborated, or fi rst accepted, the principles seem ready to abandon them or treat them as tradeable goods. In the West, particularly the United States, the challenge is to preserve universality. Since the possession of constitutionally-mandated formal rights is a sacred cow, particularly in the United States, weakening has come through introduction of the idea that some groups simply have no rights at all, or can be held to have somehow squandered or abrogated them. Thus Guantánamo Bay has become a rights, and law, free zone administered by a nation which claims strict adherence to the rule of law in regard to its own citizens. The universality of international systems and institutions has likewise been revealed as fi ctional: inasmuch as these become inimical to prevailing defi nitions of national interest they have been negated or swept aside (viz. the United State’s unilateral self-exemption from the jurisdiction of the International Criminal Court).

However, our concern here is principally not with the United States but with Europe and with Latin America. In Europe, challenges to rights discourse have to do in part with the dismantling of the welfare state in the latter half of the 20th century, and the corresponding diminution of state capacity and presence in the areas of economic and social rights. Migration, both within and from outside the Union has also produced a major exception to the principles of free movement which are encouraged and promoted in regard to capital and goods. Finally, and in an echo of the prevailing situation in the United States, the undoubtedly real and present nature of a specifi c terrorist threat has been the trigger for reversals of civil liberties in those countries most closely associated with the United States “war on terror”4.

Security is the major watchword and justifi cation for these reductions in and limitations of civil liberties. It is argued, more or less overtly, that largely free and affl uent populations can afford and must accept a certain chipping away at the edges of the extensive freedoms they have hitherto enjoyed in return for effective protection from attack from without or within. The notion of the “enemy within”, to whom it is dangerous or undesirable to extend the full range of human rights or liberties, is the spectre which haunts this particular feast, and it is a spectre all too familiar to Latin American human rights activists.

The Latin American Human Rights Movement and Democratic Transition

Elsewhere in this edition, Martin Abregú provides a lucid and persuasive account of the origins of the human rights movement in Latin America. He discusses how human rights discourse emerged or became current in the baptism of fi re that was the experience

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El título de este artículo fue tomado de un libro del profesor Conor Gearty de la

London School of Economics1. El volumen reúne una serie de seminarios recientes en los que Gearty sostiene, con el vigor y pa-sión que lo caracterizan, que el concepto de derechos humanos está en una encrucijada.

Su utilidad y universalidad están siendo cuestionadas y los días de optimismo en los que parecía posible o significativo para las Naciones Unidas consagrar estos derechos como un supuesto anhelo compartido en una declaración que prometía igualdad y trato equitativo para toda la humanidad parecen muy lejanos. Se ha sugerido que la declara-ción supuestamente universal era desacerta-da ya desde el inicio, por estar enraizada en una filosofía occidental individualista ajena a la mayoría de las culturas del mundo2.

Pero las actuales amenazas al conjunto de los derechos occidentales provienen no tanto desde afuera sino más bien desde su interior. Paradójicamente, aun cuando la aceptación formal del discurso de los de-rechos se ha extendido3, aquellos que han desarrollado o aceptado en primer término sus principios parecen estar listos para aban-donarlos o tratarlos como posibles objetos de canje. En Occidente, especialmente en Estados Unidos, el desafío es preservar la universalidad. Como la posesión de dere-

chos formales consagrados en la constitu-ción es una “vaca sagrada”, especialmente en Estados Unidos, el debilitamiento se ha producido mediante la introducción de la idea de que algunos grupos simplemente no tienen derechos en absoluto, o de que por alguna razón los han dilapidado o les han sido abolidos. De esta manera, la bahía de Guantánamo se ha vuelto una zona libre de derechos y leyes, administrada por una nación que reivindica una estricta adhesión al estado de derecho con relación a sus propios ciudadanos. El carácter ficticio de la supuesta universalidad de los sistemas e instituciones internacionales también ha sido revelado: en cuanto se volvieron contrarias a las definiciones de interés nacional prevale-cientes han sido desestimadas o desechadas (tal es el caso de la auto-exención de Esta-dos Unidos de la jurisdicción de la Corte Penal Internacional).

Sin embargo, más que Estados Unidos, son Europa y América Latina las regiones que aquí nos conciernen. En Europa, los de-safíos al discurso de los derechos humanos están en parte relacionados con el desman-telamiento del estado de bienestar durante finales del siglo XX y la correspondiente disminución en la capacidad y presencia del estado en el campo de los derechos eco-nómicos y sociales. Las migraciones, tanto

internas como desde fuera de la Unión Euro-pea han generado una importante excepción a los principios de libre movilidad que son fomentados y promovidos en los casos de los capitales y los bienes. Finalmente, y en consonancia con la situación que prevalece en Estados Unidos, el carácter actual e indu-dablemente real de una amenaza terrorista concreta ha dado lugar a un retroceso en las libertades civiles en aquellos países que es-tán más estrechamente vinculados a Estados Unidos en su “guerra contra el terrorismo”4.

La seguridad es la principal consigna y justificación para estas restricciones y reducciones en las libertades civiles. Se argumenta, de manera bastante explícita, que la mayor parte de las sociedades libres y desarrolladas pueden y deben aceptar un progresivo recorte de las amplias libertades que han gozado hasta el momento a cambio de una protección efectiva respecto de un ataque que provenga desde adentro o desde el exterior. La noción de “enemigo interno”, al que es peligroso o arriesgado extender la totalidad de los derechos humanos o las libertades, resulta ser el fantasma que las amenaza, un fantasma que también resulta muy familiar a los activistas de los derechos humanos en América Latina.

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Compiladora/Special Editor

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of massive and widespread state repression. The definition of the “enemy within”, who must be combated, extirpated and finally eliminated, was the ideological motor driving authoritarian regimes to turn against entire sections of their own societies. For those not deemed to be directly involved in supposed “subversion”, restriction or suspension of civil and political rights was justified as a necessary price for the restoration of order.

In such a situation the defence and reassertion of the most basic rights -to life and physical integrity- necessarily became a task of the utmost urgency and a rallying cry for both domestic and international opposition to authoritarianism. Thus the nascent human rights movement often found itself thrust into a position of symbolic and even political prominence well beyond its numbers or even effective capacity to confront or oppose state violence. On political transition, however, these dynamics changed. Generally speaking, human rights movements and organisations within civil society were overtaken, absorbed or sidelined by the re-emergence of the political space “proper” which had been shut down by military regimes5. In a neat mirroring of similar processes taking place in the former Soviet satellite states, rights-based opposition found itself associated with past protesta (protest) rather than present propuesta (proposal), and depending on transitional paths and conditions felt itself condemned to watch from the sidelines as previous opposition politicians re-emerged from clandestinity or exile to take up the reins of power. In a sense, this was as it ought to be: new democracies required both new sets of political leaders and institutions and a vibrant civil society which would remain in the non-state domain and play a role in holding the new institutions to account.

The human rights movement in the region was faced with the task of redefining and repositioning itself for this new, more formally democratic moment. As Abregú points out, the challenge was and is essentially to learn how to relate to the state in a new way. Ceasing to be the undifferentiated enemy, the (re)democratising state needed engagement and partnership if its willingness to prove democratic credentials through signing up to international human rights standards and beginning to implement them was to be stimulated and made the most of. This imperative to befriend the state, or at least to learn to discriminate between more and less amenable parts of the state apparatus, proved a step too far for some of the “old guard” human rights activists, used to operating in an oppositional or even clandestine relationship to the national state. The shift from denouncing state behaviour on the international stage to engagement with processes of national statebuilding required considerable cultural change for human rights groups in a context of shrinking resources. Not all of them made the leap successfully, and the human rights movement in many places entered a period of relative marginalisation despite the fact that even where large scale and flagrant rights abuses by the state lessened or ceased, new rights issues and problems were certainly not absent.

In the justice system, to take only one example, instances of police brutality or a more generalised tendency to deny rights guarantees to the poorest, whether by omission or commission,

often persisted. It quickly became apparent that democratic (re)construction would be a long-term task whose challenges were not exhausted by mere political replacement and some institutional engineering. In some settings, where democratic and/or rights-guaranteeing institutions had been scarce even before periods of authoritarian rule, the task was particularly large and the effectiveness of externally-sponsored tinkering with institutions and constitutions was particularly limited6. Méndez et al. talked about the “(Un)Rule of Law”, a situation in which formal rights guarantees, while not an inconsiderable achievement, remained essentially fictitious for the poor majority which could not actually access or activate these theoretical new guarantees7. In other areas too, it quickly became apparent that the lacunae and “grey” -or “brown”- areas of the democratic state apparatus8 were potential breeding grounds for antidemocratic forces as well as for popular disaffection with the new state-citizen relationship. “Democratic disenchantment”, as reflected in opinion polls showing public nostalgia for authoritarian periods and profound dissatisfaction with the practical achievements of democracy, began to be widely talked about9.

Law as the Grammar of State-Citizen Relations in the Democratic Era

In O’Donnell’s classic formulation, the challenges of (re)democratisation include the transformation of the previous state-subject relationship into one of state-citizen, where citizens individually and collectively accept and “self-police” an elective social contract of rights and responsibilities. In this particular formulation of a rule of law based state -not the only possible form for a democratic polity, certainly, and yet the one which came to be most widely embraced in and for Latin America in the 80s and 90s- law and the legal system become in effect the ‘grammar’ through which state and citizens articulate and mutually enforce their respective claims and duties. Thus the ideal outcome of (re)democratisation would be a rule of law based democratic state in which the judicial branch, particularly, would exercise both a horizontal and a vertical accountability function. While supervising the integrity of other branches of government, the judicial branch simultaneously enforces rule-bound behaviour on the population and guarantees citizens freedom from irrational abuses of power by state authorities. The role of the human rights movement in this scenario is as a civil society entity which empowers and represents the citizens’ voice(s) in this dialogue, where necessary “translating” mutual demands and desires for each side by acquiring the necessary expertise to function in the legal matrix which structures the relationship. Thus Epp, discussing the United States, insists that judges never manage to fully take up an activist, rights-guaranteeing role unless and until a “service sector” of legally-literate organisations is able to link social movements and minority demands into the structures of the state10.

This type of transformation implies a long and potentially difficult process of internal transformation for rights organisations

e shift from denouncing state behaviour on the international stage to engagement with processes of national statebuilding required considerable cultural change for human rights groups [...]. Not all of them made the leap successfully, and the human rights movement in many places entered a period of relative marginalisation despite the fact that even where large scale and flagrant rights abuses by the state lessened or ceased, new rights issues and problems were certainly not absent.

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El movimiento de derechos humanos lati-noamericano y la transición democrática

En este mismo número, Martín Abregú ofre-ce una interpretación lúcida y elocuente so-bre los orígenes del movimiento de derechos humanos en América Latina. Explica cómo surgió o se volvió corriente el discurso de los derechos humanos a partir del bautismo de fuego que significó la experiencia de la re-presión masiva y generalizada por parte del estado. La definición de “enemigo interno”, que debe ser combatido, erradicado y final-mente eliminado, fue el motor ideológico que condujo a los regímenes autoritarios a volverse en contra de sectores enteros de sus respectivas sociedades. Para aquellos que no parecían estar directamente involucrados en la supuesta “subversión”, la restricción o suspensión de los derechos civiles y políticos fueron justificadas como el precio a pagar por el restablecimiento del orden.

En esta situación, la defensa y reafirma-ción de los derechos más básicos -a la vida y a la integridad física- se volvieron obliga-damente una tarea de extrema urgencia y un lema para la oposición, tanto interna como externa, al autoritarismo. De esta manera, el incipiente movimiento de derechos humanos se encontró muchas veces empujado a un protagonismo simbólico e incluso político que iba mucho más allá de su número o aun de su capacidad efectiva para enfrentar u oponerse a la violencia del estado. Durante la transición política, sin embargo, estas dinámicas cambiaron. En términos genera-les, los movimientos y organizaciones de la sociedad civil defensoras de los derechos humanos fueron excedidas, absorbidas o dejadas al margen por el resurgimiento del espacio político como tal, que había sido clausurado por los regímenes militares5. En un claro reflejo de procesos similares que estaban desarrollándose en los ex satélites soviéticos, la oposición que se había forma-do para defender los derechos se encontró vinculada con la “protesta” del pasado más que con la “propuesta” del presente y, según las distintas condiciones y experiencias de transición, se sintió condenada a observar desde afuera cómo los viejos políticos opo-sitores resurgían desde la clandestinidad o el exilio para tomar las riendas del poder. En cierto sentido, sucedió lo que debía suceder: las democracias incipientes necesitaban tanto un nuevo conjunto de líderes políticos e instituciones como una sociedad civil di-námica que permanecería en el ámbito no estatal y jugaría un papel en el control de las nuevas instituciones.

El movimiento de derechos humanos de la región afrontó la tarea de redefinirse y reposicionarse para este nuevo momen-to, formalmente más democrático. Como señala Abregú, el desafío fue y es, esen-cialmente, aprender cómo relacionarse de una nueva forma con el estado. Al dejar de ser un enemigo indiferenciado, el estado

(re)democratizado necesitaba compromiso y cooperación si se quería estimular y aprove-char al máximo su voluntad de mostrar sus credenciales democráticas mediante la firma e implementación de estándares internacio-nales de derechos humanos. Esta necesidad de amigarse con el estado, o al menos de aprender a discriminar aquellos sectores del aparato estatal más receptivos de aquellos que no lo eran, resultó ser un paso dema-siado grande para algunos activistas de los derechos humanos de la “vieja guardia”, acostumbrados a actuar en una relación opo-sitora (o incluso clandestina) con el estado nacional. Pasar de la denuncia de las prácti-cas del estado en la escena internacional al compromiso con su proceso de reconstruc-ción supuso, en un contexto de reducción de los recursos, un cambio cultural considera-ble para los grupos de derechos humanos. No todos pudieron dar exitosamente este salto, y, en muchos lugares, el movimiento de derechos humanos entró en un período de relativa marginalización a pesar de que, aun cuando los abusos flagrantes y a gran esca-la se redujeron o cesaron, iban surgiendo nuevas cuestiones y problemas vinculados a estos derechos.

En el sistema judicial, por tomar solo un ejemplo, a menudo se siguieron registrando casos de brutalidad policial y una tendencia más generalizada a denegar las garantías de los derechos de aquellos más pobres, ya sea por acción o por omisión. Pronto quedó claro que la (re)construcción democrática sería un trabajo de largo plazo cuyos desa-fíos no se agotaban en una mera sustitución política y cierta ingeniería institucional. En algunos escenarios, donde las instituciones democráticas y/o garantes de los derechos habían sido escasas aun antes del período autoritario, la tarea era particularmente gran-de y la efectividad de un retoque promovido desde el exterior mediante instituciones y constituciones fue especialmente limitada6. Méndez et al. hablaron sobre el “Estado de (no)derecho” ((Un) Rule of Law), una situación en la que las garantías formales de derechos, si bien constituyen un logro sig-nificativo, son esencialmente ficticios para la mayoría pobre que, en realidad, no podría acceder o activar estas supuestas nuevas garantías7. También en otros campos, rápi-damente quedó claro que las lagunas y áreas “grises” -o “marrones”- del aparato estatal democrático eran un posible terreno para la

proliferación de fuerzas antidemocráticas así como también de descontento popular con la nueva relación estado-ciudadano8. Como reflejan las encuestas que muestran una nos-talgia popular por los períodos autoritarios y una profunda insatisfacción con los logros concretos de la democracia, se comenzó a hablar en todas partes de “desencanto con la democracia” 9.

El derecho como gramática de las relaciones estado-ciudadano en la era democrática

En la expresión clásica de O’Donnell, los desafíos de la (re)democratización inclu-yen la transformación de la relación previa estado-sujeto en una relación estado-ciuda-dano, en la que los ciudadanos individual y colectivamente acepten y “custodien” un contrato social voluntario de derechos y obligaciones. Esta formulación, basada en una visión del estado fundamentada en el es-tado de derecho, no es la única encarnación posible de la democracia, pero es la que fue adoptada por más países en América Latina durante los años ochenta y noventa. En ella, el derecho y el sistema legal se convierten, de hecho, en la gramática a través de la cual estado y ciudadanos articulan y refuerzan mutuamente sus respectivas demandas y obligaciones. Así, el resultado ideal de la (re)democratización sería un estado demo-crático basado en el imperio de la ley en el que el poder judicial, especialmente, ejer-cería una función de control tanto vertical como horizontal. Al tiempo que fiscaliza la integridad de otros poderes de gobierno, el poder judicial impone a la población un comportamiento conforme a la ley y, simul-táneamente, garantiza la libertad de los ciu-dadanos respecto de los abusos irracionales de poder por parte de las autoridades estata-les. En este escenario, el rol del movimiento de derechos humanos es el de una entidad de la sociedad civil que concientiza y confiere poder a la ciudadanía. El movimiento debe representar o canalizar la voz (o las voces) de los ciudadanos, en un diálogo con el es-tado. Al movimiento le compete “traducir” las mutuas demandas y pretensiones de cada una de las partes, adquiriendo además el co-nocimiento necesario para actuar en la ma-triz legal que estructura la relación. De este modo, Epp, hablando sobre Estados Unidos, insiste en que los jueces nunca logran adop-

Pasar de la denuncia de las prácticas del estado en la escena internacional al compromiso con su proceso de reconstrucción supuso [...] un cambio cultu-ral considerable para los grupos de derechos humanos. No todos pudieron dar exitosamente este salto, y, en muchos lugares, el movimiento de dere-chos humanos entró en un período de relativa marginalización a pesar de que, aun cuando los abusos flagrantes y a gran escala se redujeron o cesaron, iban surgiendo nuevas cuestiones y problemas vinculados a estos derechos.

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used to operating in the much less formal interstices of state power. Some would choose not to embark on such change, preferring to retain a less institutionalised identity more akin to social movement activism, while others would not find access to the resources and training needed to become a semi-professionalised legal interlocutor. This model of the judicialisation of state-civil society relationships also placed a great deal of emphasis on the role of the legal system, in a situation where other transmission belts of state-citizen dialogue, such as political parties, fell quickly into disrepute and a relative decline which has also been experienced in Europe and which shows no real signs of imminent reversal. However, the capacity of Latin American judicial and justice systems to play such a crucial role in a new social dynamic proved to be uneven at best. Some of the problems had to do with specific legacies of authoritarian regimes: compromised and thoroughly docile judiciaries were not the most obvious vehicles for a rights based re-founding of the state-society relationship. Nor was wholesale renewal or purging of anti-democratic practices and individuals necessarily any easier in the justice system than in the military and other areas of the state apparatus. Accommodation and compromise was often the order of the day11. Other difficulties had longer historical roots: in hugely unequal Central American settings the notion that law had ever been or could ever be anything other than a source of further oppression was frankly risible to the majority of the rural poor. Although efforts were made through the 1990s to shore up and reformulate judicial systems, externally-designed judicial reform processes were often opaque, contradictory or poorly understood even by their own architects and funders12. Some national rights organisations participated in these debates, doing their best to obtain a voice in the structuring and restructuring of legal systems, but too often judicial reforms were an exclusive process negotiated between governments and international funding institutions.

Citizens and the (Un)Rule of Law

Moreover, the role of the judge as guarantor of rights presupposed a raft of other measures of operative, effective citizenship-based “belonging” to the new state. Many of these simply cannot be, or at least have not been, widely delivered in democratising societies. Again, a lack of universalism undermines the full delivery of rights; yet this time the selective exclusion is not so much deliberate and ideological as it is structural. In “The (Un)Rule of Law” Méndez et al. clearly exposed the myriad economic, social and culturally-constructed barriers and marginalities which produce an effective

“underclass” of non-citizens. These people have formal civil and political rights, but do not have any of the effective access or resources they need to make their citizenship status real, or to enable it to positively affect their life chances and quality of life. This state of affairs implies a role for human rights organisations somewhat broader than simple legal representation of others’ demands and the monitoring of justice system reform. But stepping into the arena of public policy more broadly, and questions of inequality and access in particular, implies a return to the kind of ideological arena which some groups had chosen to abandon and which a clear separation between political and rights discourse might discourage. Human rights groups could and perhaps should lobby, but ought they to campaign? In fact, such new sources of funding and regulation as did emerge often require rights organisations and other non governmental organisations to abstain from campaigning or other quasi-political activity. In such a climate, how can human rights organisations take up the challenge of positively influencing public policy which Abregú outlines for them?

The Role of Rights: What is to Be Done?

The challenge resides partly in the expansion of the type and nature of rights to be defended. An effective process of “demand inflation” can be perceived in the rights field in general in the past two decades. Once acute threats to basic rights to life diminished, or at least a formal commitment to protect these became more widespread, the human rights movement became active around so-called second or third generation economic, social and cultural rights. The undisputed rightness of these is less universally accepted, and the real diversity in state capacity to deliver can be more acute. It becomes less self-evident, in other words, that all the demands which the rights movement makes in the name of citizens are appropriate, possible or even compatible with one another. The possible clashes between some gender-based rights demands and the desire for self-determination of indigenous populations are one real, although not inevitable, manifestation.

An additional source of complication for the human rights cause is that the threats against which marginalised “quasi-citizens” need to be defended nowadays less often, or less obviously, emanate solely from systematic state repression. Public security problems and high levels of crime, a burgeoning preoccupation of the region’s post-transitional polities, affect the poor more often, in greater numbers, and with more devastating consequences, than they do the middle classes who make most noise about them. Poor people

8 Puente@Europa

[...[ human rights movements and organisations within civil society were overtaken, absorbed or sidelined by the re-emergence of the political space “proper” which had been shut down by military regimes5. In a neat mirroring of similar processes taking place in the former Soviet satellite states, rights-based opposition found itself associated with past protesta (protest) rather than present propuesta (proposal).

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tar completamente un rol de activista, garan-te de derechos, hasta que un “sector de ser-vicios” compuesto por organizaciones que conozcan en profundidad los códigos del derecho sea capaz de vincular las demandas de los movimientos sociales y las minorías con las estructuras del estado10.

Este tipo de transformación conllevó un largo y a veces arduo proceso de transforma-ción interna para las organizaciones de dere-chos humanos acostumbradas a operar en los intercisos mucho menos formales del poder estatal. Algunos optaron por no embarcar-se en un cambio de este tipo, prefiriendo, en cambio, mantener una identidad menos institucionalizada más cercana al activismo de los movimientos sociales, mientras que otros no podían acceder a los recursos y capacitación necesarias para convertirse en interlocutores legales semi-profesionales. Este modelo de judicialización de la relación estado-sociedad civil también puso un énfa-sis significativo en el rol del sistema legal, en una situación en la que otras correas de transmisión del diálogo estado-ciudadano, como los partidos políticos, quedaron rá-pidamente desacreditadas y sufrieron un deterioro que también fue experimentado en Europa y que no muestra signos concretos de cambio inminente. Sin embargo, la capa-cidad de la magistratura y el poder judicial latinoamericanos para jugar este rol tan cru-cial demostró ser, en el mejor de los casos, desparejo. Algunos de los problemas estaban vinculados a legados específicos de los regí-menes autoritarios: magistraturas compro-metidas y absolutamente dóciles no eran el vehículo más adecuado para llevar adelante una refundación de la relación estado-socie-dad que estuviera basada en los derechos. La renovación generalizada o purga de prácticas y personas antidemocráticas no fue necesa-riamente más sencilla en el sistema judicial que en el militar u otras áreas del aparato estatal. Las transigencias y concesiones estu-vieron muchas veces a la orden del día11.

Otras dificultades tenían raíces históri-cas de más larga data: en la inmensamente desigual América Central, la idea de que la ley haya sido o pueda ser alguna vez algo más que una fuente de opresión era francamente risible para la mayoría de la población. A pesar de los esfuerzos realiza-dos durante los años noventa para reforzar y reformular los sistemas judiciales, los procesos de reforma judicial planificados externamente fueron muchas veces opacos, contradictorios o poco comprendidos incluso por sus propios arquitectos y proveedores de financiamiento12. Algunas organizaciones nacionales de derechos humanos participa-ron en estos debates, haciendo lo posible para tener voz en la estructuración y rees-tructuración de los sistemas legales pero, muy a menudo, las reformas judiciales fue-ron un proceso exclusivo negociado entre los gobiernos y las instituciones internacionales que los financiaron.

Ciudadanos y el estado de (no)derecho

El rol del juez como garante de derechos im-plicaba, además, muchas otras medidas para promover la pertenencia de cada ciudadano al nuevo estado, más aun si esta pertenencia iba a ser efectiva y operativa. Muchas de estas medidas sencillamente no pueden ser ejecutadas -o, al menos, no lo han sido hasta el momento- en sociedades en proceso de democratización. Otra vez, la falta de univer-salismo socava el pleno cumplimiento de los derechos; sin embargo, esta vez la exclusión selectiva no es tan deliberada e ideológica, sino más bien estructural. En The (Un) Rule of Law, Méndez et al ponen claramente en evidencia la miríada de barreras económi-cas, sociales y culturales y la marginalidad que tiene como resultado la creación de una “subclase” de no-ciudadanos. Esta gente tie-ne derechos civiles y políticos formales, pero no tiene acceso real a los recursos necesarios para hacer efectivo su estatus de ciudadanos, o para permitir que éste afecte positivamente sus oportunidades y calidad de vida. Esta problemática afecta a las organizaciones de derechos humanos, sugiriéndoles que deben asumir un rol más amplio que la simple re-presentación legal de las demandas de terce-ros y el monitoreo de la reforma del sistema judicial. Pero involucrarse en la arena de las políticas públicas y, en particular, en cuestiones de desigualdad y acceso supone un regreso al campo ideológico que algunos grupos habían elegido abandonar, y que una clara separación entre el discurso político y el de los derechos puede considerar poco aconsejable. Los grupos de derechos hu-manos podrían y, quizás, deberían ejercer presión política, pero ¿deben hacer campa-ña? De hecho, las pocas nuevas fuentes de financiamiento que se han logrado identificar a menudo exigen que los movimientos de derechos humanos y otras organizaciones no gubernamentales se abstengan de hacer campaña o participar de otras formas de actividad cuasi-política. En un contexto como éste, ¿cómo pueden las organizaciones de derechos humanos asumir el desafío que Abregú proyecta para ellas de influir positi-vamente sobre las políticas públicas?

El rol de los derechos: ¿qué queda por hacer?

El desafío radica en parte en la expansión del tipo y la naturaleza de los derechos que deben defenderse. En general, lo que pareció percibirse durante las dos últimas décadas en el campo de los derechos fue un proceso efectivo de “inflación de demandas”. Una vez que las amenazas a los derechos bási-cos a la vida disminuyeron o que al menos se extendió un compromiso formal para protegerlos, una parte del movimiento de derechos humanos se volvió más activo res-pecto a los derechos económicos, sociales y culturales de segunda o tercera generación.

La virtud indiscutible de estos derechos está menos aceptada universalmente, y la dispari-dad efectiva en la capacidad del estado para brindar estos derechos puede ser más gran-de. En otras palabras, es menos evidente que todas las demandas que el movimiento de derechos humanos realiza en nombre de los ciudadanos sean apropiadas, posibles o aun compatibles entre sí. Los posibles conflictos entre algunas demandas vinculadas a cues-tiones de género y al deseo de autodeter-minación de las poblaciones indígenas son algunas de sus manifestaciones concretas aunque no inevitables.

Una fuente adicional de complicación para la causa de los derechos humanos es que las amenazas contra las que deben ser defendidos los “cuasi-ciudadanos” margina-dos ya no provienen, única o exclusivamen-te, de la sistemática represión estatal. Los problemas de seguridad pública y los altos niveles de delito (una creciente preocupación de las sociedades post-transicionales) afec-tan más frecuentemente, en mayor número y con consecuencias más devastadoras a los pobres que a las clases medias, a pesar de que son estas últimas las que más se hacen escuchar en el debate público. En la mayor parte de los centros urbanos latinoamerica-nos, la gente pobre está mucho más expuesta que sus compatriotas más ricos tanto a la criminalidad privada como a la brutalidad policial. Y existen evidencias de que esta grieta en el nuevo modelo de estado demo-crático se está ampliando. Algunas de las respuestas políticas adoptadas en América Central, especialmente en lo que respecta a la seguridad pública, corren el riesgo de revertir algunos de los progresos alcanzados con mucho esfuerzo luego de las devastado-ras guerras civiles y/o el genocidio perpetra-do por el estado (ver, en este mismo número, la entrevista a José Miguel Cruz). Así, en El Salvador, como en la vecina Guatemala, las respuestas vinculadas a la seguridad han incluido el despliegue de unidades militares para funciones internas de policía. En el caso de El Salvador, esto contradice directamente la desmilitarización de la seguridad interna estipulada en los Acuerdos de Paz de 1991 y 1992 que pusieron fin a la guerra civil. Las instituciones estatales que fueron estable-cidas para defender los derechos humanos han perdido relevancia o incluso han sido denigradas, acusadas de complicidad con traficantes o pandillas criminales, por expre-sar su inquietud respecto a las implicancias que para los derechos tienen las políticas de seguridad de “tolerancia cero” o por la cri-minalización de la pertenencia a pandillas13.

¿Cuál es el rol de los movimientos de derechos humanos frente a esta realidad? Parte del desafío post-transicional ha sido precisamente la adopción de una interpreta-ción y una definición operativa más amplias de derechos humanos que van más allá de la preocupación por el derecho a la vida que imperaba durante el período precedente.

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in most of Latin America’s urban centres are many times more likely to be objects of both private criminal activity and police brutality than are their wealthier compatriots. And there is evidence that this particular faultline in the new model of democratic state is widening. Some of the policy responses in Central America, particularly, to public security concerns risk major reversals of advances in rights protection hard won after the devastation of civil war and genocide perpetrated by the state (see the interview with José Miguel Cruz later in this edition). Thus in El Salvador, as in neighbouring Guatemala, policing responses have included the deployment of military units for internal policing functions. In the case of El Salvador, this directly contradicts the demilitarisation of policing stipulated in the 1991/1992 Peace Accords which ended the civil war. State institutions which were set up to defend human rights have been sidelined or even vilified, accused of collusion with traffickers or gang members, for expressing disquiet at the rights implications of “zero tolerance” policing or the criminalisation of gang membership13.

What is the role of the present-day human rights movement in this context? Part of the post-transitional challenge has been precisely to adopt a broader understanding and operational definition of human rights, moving beyond the right-to-life concerns of the early period. As Abregú rightly signals, the record has been mixed. In Peru, a well-co-ordinated and organised network of rights groups was successful in creating a substantial movement, in the later 90s coming to represent virtually the only legitimate domestic interlocutor and critic of the Fujimori regime. El Salvador has been in many ways successful in developing a broad-based movement conscious of the full range of issue areas where rights need to be defended and promoted, but this has come in a context of continuing extreme violence and at the expense of silencing the question of impunity for wartime atrocities. In Chile the situation is almost the inverse: “human rights” is still taken to be largely synonymous with the crimes of the Pinochet regime, and few current issues around labour conditions or even indigenous land questions have been treated as human rights questions or claims. In other countries particular, often pre-existing, issue groups such as indigenous or Afro-Latin communities have proved adept at obtaining leverage through appeal to internationally-defined human rights standards as recognised and incorporated by newly democratising states.

The Judicialisation of Politics: are Rights the New Political Domain?

This process is connected with two additional recent trends: internationalisation and judicialisation14. Keck and Sikkink, and others, have made much of “transnational civil society networks” as supposed conduits through which minority movements build strength and multiply impact via cross-border alliances15. Aside from largely ineffectual moral pressure, however, enforcement of unwelcome actions on a recalcitrant state is most likely to take on a legal guise. In the continuing absence of regional or international mechanisms with genuine enforcement powers, it therefore often falls to national courts to decide on whether a particular minority group is to be allowed to influence government policy through a universalising appeal to human rights standards. Judicialisation comes to mean the exercise of policy influence through the courts, and it is easy to see why it is a particularly attractive strategic alternative for minority groups or causes which have little chance of

persuasion through weight of numbers. Angell, Sieder and Schjolden provide a useful and timely

discussion of the implications of judicialisation for democratic practice, while actors engaged with human rights practice in the region give their own views on the phenomenon in interviews later in this edition16. Not all its implications are negative, certainly, and yet there is a constant danger that the leaking of the essentially political task of public policy formulation into the judicial sphere will, conversely, politicise the judicial branch or, at least, processes of judicial appointment. To return to the view from the movements, however, what are human rights organisations to make of the new scenarios, opportunities and pitfalls with which they are presented? If they are to recognise and evade the potentially anti-democratic dangers of an excessive reliance on litigation they may need, as Abregú suggests, to design more effective ways of engaging ahead of time in the public policy debate: affecting and shaping policy design rather than waiting for a breach of rights to trigger punitive action. It is here that organisations formed in earlier times can find themselves in difficulties, both practical and ideological/ philosophical. Learning to engage constructively with a state which was at one time the undifferentiated enemy is not always easy, and the habit of oppositional, denunciatory discourse is visibly difficult to break for certain groups in some countries. Engagement can mean developing a more nuanced appraisal of the different parts and levels of the state, and the varied possibilities which these can offer for incorporation of desired principles and practices into official behaviour. However, the danger of co-option is also real. This danger is also present in the relationship which human rights groups and movements must begin to construct with political parties and the party system in general. In the case of El Salvador, the wartime relationship between the human rights movement and the guerrilla had been closer than either side was prepared to acknowledge; and the post-war challenge for the movement was accordingly that of learning how to survive its virtual abandonment by the Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) once incorporated into the parliamentary system. In Peru, the relationship of the movement to a notoriously transitory and unstable political party system is necessarily more distant. Is the Focus on the State Outdated? The Rights Challenges of “Uncivil Society”

Other new, or newer, interlocutors for the human rights movement in the region in recent years include a range of non-state actors who are increasingly influential over rights outcomes. Such actors may, indeed, be widely believed to have much more say than do governments of the day over situations in which rights claims can, by their very nature, only be made over the state17. The fact that economic liberalisation accompanied the democratisation process in much of the region leads to the inescapable conclusion that individual states in fact have much less power than they did before to secure rights through the regulation of third party behaviour. Demands for action over labour or environmental standards can clash with concessions granted to attract investment, while labour flexibilisation and a reduction in direct employment by the state have also had an impact. As the arena of issues which can be treated as subject to rights claims expands, it is also legitimate to ask up to what point it really makes sense to continue to treat rights as indivisible. Should consumer rights be regarded as deserving equally

But stepping into the arena of public policy more broadly, and questions of in-equality and access in particular, implies a return to the kind of ideological arena which some groups had chosen to abandon and which a clear separation between political and rights discourse might discourage.

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Como señala correctamente Abregú, hubo distintos resultados. En Perú, una red bien coordinada y organizada de grupos defenso-res de derechos tuvo éxito en la creación de un importante movimiento que a finales de la década del noventa virtualmente represen-taba el único interlocutor legítimo crítico del régimen de Fujimori. El Salvador ha sido exitoso en muchos sentidos al desarrollar un movimiento de amplia base, conciente de todos aquellos temas en los que los derechos debían ser defendidos y promovidos; pero esto ha sucedido en un contexto de violencia extrema continua y a expensas de silenciar la cuestión de la impunidad por las atroci-dades de los tiempos de guerra. En Chile, la situación es casi inversa: los “derechos humanos” son todavía considerados como sinónimos de los crímenes del régimen de Pinochet, y pocos temas actuales vinculados a las condiciones de trabajo o incluso cues-tiones relacionadas con las tierras indígenas han sido tratadas como temas o demandas de derechos humanos. En otros países, grupos -muchas veces pre-existentes- vinculados a temas particulares como las comunidades indígenas o afro-latinas, han demostrado ser muy hábiles en apelar exitosamente a están-dares internacionales en el área de derechos humanos que a su vez han sido reconocidos e incorporados a nivel nacional como parte del proceso de democratización.

La judicialización de la política: ¿son los derechos el nuevo campo político?

Este proceso está vinculado con otras dos tendencias recientes: la internacionalización y la judicialización14. Keck y Sikkink, al igual que otros autores, dan gran importan-cia a las “redes transnacionales de la socie-dad civil” como supuestos canales a través de los cuales los movimientos de minorías se fortalecen y multiplican el impacto a tra-vés de alianzas transfronterizas15. Más allá de la presión moral, que ha demostrado en gran medida ser poco efectiva, la vía legal parece ser la forma más probable para obli-gar a un estado recalcitrante a hacer aquello que le compete. La permanente ausencia de mecanismos regionales o internaciona-les que tengan una capacidad genuina para asegurar su cumplimiento, hace que muchas veces quede en manos de los tribunales na-cionales decidir si a un grupo minoritario particular se le permite influir sobre la polí-tica del gobierno mediante una apelación a estándares de derechos humanos universa-lizantes. En este contexto, la judicialización significaría el ejercicio de la influencia polí-

tica a través de los tribunales, y es fácil ver por qué ésta es una alternativa estratégica atractiva para las minorías o para aquellas causas que tienen pocas chances de persua-sión por la cantidad de gente que involucran.

Angell, Sieder y Schjolden ofrecen una útil y oportuna discusión sobre las impli-cancias de la judicialización para la práctica democrática, mientras que los actores in-volucrados con la práctica de los derechos humanos en América Latina, ofrecen sus propias miradas sobre el fenómeno en las entrevistas incluidas en la sección En el camino de esta revista16. Desde luego, no todas las implicancias de la judicialización son negativas pero, sin embargo, hay un peligro permanente de que el traspaso de la tarea esencialmente política de formu-lación de políticas públicas hacia la esfera judicial termine, en cambio, politizando al poder judicial o, al menos, a los procesos de nombramiento de jueces. Volviendo a consi-derar la perspectiva de las organizaciones de derechos humanos, ¿qué van a hacer frente a los nuevos escenarios, oportunidades y obstáculos que se les presentan? Si han de reconocer y evadir los peligros potencial-mente antidemocráticos de una dependencia excesiva en el litigio, estas organizaciones pueden necesitar idear formas más efectivas de involucrarse con anticipación en el de-bate de las políticas públicas: influyendo y moldeando su diseño antes que esperando el incumplimiento de los derechos para activar una acción punitiva. Es aquí donde las or-ganizaciones nacidas durante períodos an-teriores pueden encontrarse en dificultades, tanto de carácter práctico como ideológico o filosófico. Aprender a participar construc-tivamente con un estado que alguna vez fue un enemigo indiferenciado no siempre es fácil, y el hábito del discurso opositor y de denuncia es evidentemente difícil de quebrar para ciertos grupos en algunos países. Un mayor compromiso puede requerir el desa-rrollo de una evaluación más matizada de las diferentes partes y niveles del estado y las distintas posibilidades que éstas pueden ofrecer para que los principios y prácticas deseadas sean incorporados en la conducta oficial. En el caso de El Salvador, la relación durante la guerra entre el movimiento de derechos humanos y la guerrilla había sido más cercana de lo que cualquiera de las par-tes estaba dispuesta a reconocer; y el desafío de la posguerra para el movimiento fue, por consiguiente, aprender a sobrevivir al virtual abandono por parte del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional (FMLN) una vez que éste fuera incorporado al sis-

tema parlamentario. En Perú, la relación del movimiento con un sistema de partidos claramente transitorio e inestable es necesa-riamente más distante.

¿Es todavía útil concentrarse en el estado? Los desafíos de la “sociedad incivil” en materia de derechos

Otro de los nuevos -o de los más recien-tes- interlocutores para el movimiento de derechos humanos en la región durante los últimos años es un grupo de actores no estatales que tiene cada vez más influencia sobre los resultados obtenidos en términos de derechos. En realidad, podría considerarse que estos actores tienen más influencia real que los actuales gobiernos, a pesar de que los reclamos por derechos humanos, debido a su naturaleza, solo pueden hacerse al estado17. El hecho de que la liberalización económica haya acompañado el proceso de democrati-zación en gran parte de la región lleva a la inevitable conclusión de que los estados indi-vidualmente tienen, de hecho, mucho menos poder del que tenían para velar por los dere-chos a través de la regulación de la conducta de terceros. Reivindicaciones vinculadas a los estándares laborales o ambientales pueden entrar en conflicto con concesiones otorgadas para atraer inversiones, al tiempo que la flexibilización laboral y una reducción en el empleo público también han tenido su impacto. A medida que el conjunto de temas que pueden ser sujeto de reclamos se expande, es también legítimo preguntar hasta qué punto tiene realmente sentido seguir considerando los derechos como indivisibles. ¿Debería considerarse que los derechos del consumidor merecen ser atendidos con la misma urgencia que el derecho a la vida? O ¿es útil reclamar que un estado que en térmi-nos económicos -o quizás también políticos- se encuentra en grandes dificultades brinde el derecho a vacaciones pagas para una “elite de trabajadores” formalmente empleados?

Estas cuestiones vinculadas al incre-mento de demandas y la conveniencia de contener, o al menos adaptar, los reclamos y demandas por derechos a las posibilidades también se plantean en relación a reclamos o demandas incompatibles entre distintos gru-pos. La reciente fascinación por la sociedad civil como fuente de capital social o de mu-chos de los bienes que el estado ya no pro-vee, muchas veces pasa por alto la posibili-dad de que grupos de la “sociedad incivil” inflijan daños sobre el estado mismo o sobre la capacidad de grupos más escrupulosos o menos poderosos de satisfacer sus necesi-

Pero involucrarse en la arena de las políticas públicas y, en particular, en cuestio-nes de desigualdad y acceso supone un regreso al campo ideológico que algunos grupos habían elegido abandonar, y que una clara separación entre el discurso político y el de los derechos puede considerar poco aconsejable.

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urgent attention as the right to life; or is it practical to demand that an economically and perhaps politically struggling state deliver the right to paid holidays for what is effectively the “worker elite” of the formally-employed?

These issues related to demand inflation and the desirability of curbing, or at least tailoring, rights claims and demands to the context of the possible also arise in relation to competing and irreconcilable claims or demands between groups. The recent fascination for civil society, as a source of social capital or of many of the goods which the state no longer delivers, often overlooks the potential for “uncivil society” groups to inflict damage on the state itself or on the capacity of more scrupulous or less powerful groups to meet their needs. The litigation model of state-society relations can, just like the might-based model which often preceded it, result in the race going always to the swiftest, or the best equipped, or best resourced. Human rights organisations drawn to bet on the courts because the courts are, suddenly and perhaps unpredictably, producing results to their liking must therefore pause to consider whether what they are seeing is the genuine emergence of a stable, rule-bound framework for adjudication which is taking seriously its rights guaranteeing role. If this is not so, then judicial preferences are likely to be both patchy and susceptible to reversal once affected interests themselves learn to play the litigation game more seriously, and with more investment.

We should also ask what kind of rights movement is developing in particular settings, and what its internal power relationships are. Is there a hierarchy of groups, determined by access to resources or information, which negatively affects the chances of less institutionalised groups making successful claims? Is the kind of legal “service sector” which is effectively needed in order for rights claims to be successfully transmitted to, and yet somewhat insulated from, the court system in place?18 What are the costs, and risks, of access to that sector? What happens when rights claims compete or cut across one another? Both David Tombs and Carlos Cerda, in interviews in this edition also mention the role that churches could play in spearheading or transmitting a positive culture of rights, perhaps pointing up the need for the human rights movement to do more to conscientise and recruit allies amongst other social actors, rather than concentrating exclusively on state and justice system oriented activity.

All the interviews featured here give a view from the coalface, presenting the voices of various individuals deeply involved in the region’s present day rights debates. We hear from them as to what they feel the major changes and challenges have been, and it is clear that while all agree that obstacles remain, in general there is optimism that the human rights movement may be entering a new and vibrant phase in the region. There may be much to be learned in Europe from the dogged persistence and determination of a Latin American movement which was born in times of great peril and is coming to maturity in a perhaps more complex national and international world.

Notes

1 Conor Gearty, Can Human Rights Survive?, Cambridge, Cambridge University Press, 2006.2 Abdullahi Ahmed An-Na’im, Human Rights in Cross-Cultural Perspectives: A Quest for Consensus, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1992.3 See Thomas Risse, Stephen Ropp and Kathryn Sikkink, The Power of Human Rights, Cambridge, Cambridge University Press, 1999, for an account of how the concept gained currency on the international stage, such that governments prefer to obfuscate or hide non-compliance rather than rejecting outright the validity of the rights discourse.4 Thus in the United Kingdom, anti-terror legislation has led to the arrest of peace activists for reading out the names of the Iraqi war dead in Whitehall, while it is now illegal for two or more

people to gather with a common purpose in the square opposite the Mother of All Parliaments. The anti-terror sweep has also led to the introduction of a compulsory identity card system for the United Kingdom, a major departure for a culture which previously prided itself on a certain individualistic and anti-bureaucratic streak suspicious of state intrusion into personal life. 5 See Manuel Antonio Garretón, “Human Rights in Processes of Democratisation”, in Journal of Latin American Studies, Vol. 26, n. 1, February, 1994; Luis Roniger and Mario Sznajder, The Legacy of Human Rights Violations, Oxford, Oxford University Press on the Southern Cone, 1999. Margaret Popkin, Peace Without Justice, Philadelphia, Penn State Press on El Salvador, 2000. Piotr Kaczynski and Jaroslaw Cwiek-Karpowicz, Assisted Negotiated Transition to Democracy, Warszawa, Institute of Public Affairs, 2006, suggest that a similar dynamic worked in post-transitional Poland.6 M. Popkin, op. cit. See also Ricardo Córdova Macías et al. (eds.), Pasos hacia una nueva convivencia, San Salvador, Fundaungo, 2001.7 Juan Méndez et al. (eds.), The (Un)Rule of Law and the Underprivileged in Latin America, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1999.8 Guillermo O’Donnell, “Illusions about Consolidation”, in Journal of Democracy, Vol. 7, n. 2, April 1996, pp. 34-51. See also Andreas Schedler et al. (eds.), The Self-Restraining State, Boulder, Lynne Rienner, 1999.9 See Latinobarómetro polls from the period, and the United Nation’s 2005 report on attitudes to democracy in Peru -where, it should be remembered, Fujimori’s effective self-coup and dissolution of Congress in 1995 had met with widespread popular approval. Again, there are evident parallels with the former Soviet states, some of which saw a resurgence of the political fortunes of former Communist leaders some years after the fall of the Berlin Wall. 10 Charles Epp, The Rights Revolution, Chicago, University of Chicago, 1998.11 See Neil Kritz (ed.), Transitional Justice, Washington D.C., United States Institute of Peace Press, 1995, for accounts of similar exceptionalism for pragmatic reasons in both post-Nazi and post-Soviet Europe.12 Pilar Domingo and Rachel Sieder, Rule of Law in Latin America: The International Promotion of Judicial Reform, London, University of London, 1999.13 In interviews carried out by this author, leaders of grassroots human rights groups and relatives’ associations founded during the civil war expressed profound preoccupation at present-day official tendencies to replicate the “enemy within” discourse of previous repression, designating whole categories of the population as criminal on the basis not of individual lawbreaking behaviour but rather on the possession of some visible characteristic such as the tattooing characteristic of gang membership. See also the interview with Ibán de Rementeria in this edition, in which he describes how, as a result, such groups become genuinely collective actors, prompted to “defend their rights” from a state which is seen as wanting to eliminate the social space in which they choose to exist.14 On this concept, see Puente @ Europa, Vol III, Issue 1, March, 2005.15 Margaret E. Keck and Kathryn Sikkink, Activists Beyond Borders: Advocacy Networks in International Politics, Ithaca, Cornell University Press, 1998.16 Rachel Sieder, Line Schjolden y Alan Angell, The Judicialization of Politics in Latin America, New York, Palgrave MacMillan, 2005.17 The interview with David Tombs in this edition shows one limitation of the legally-framed rights discourse in the fraught paramilitary situation of Northern Ireland: in highlighting the responsibilities of the state rather than other armed actors, human rights language is viewed with innate suspicion by some who fear that atrocities committed by the latter will be overlooked or downplayed.18 See C. Epp, op. cit.

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dades. El modelo de litigio de las relaciones estado-sociedad puede derivar, tal como el modelo basado en la fuerza que lo precedió, en una carrera que siempre favorece al más rápido, al más capaz o al que cuenta con más recursos. Las organizaciones de dere-chos humanos que optan por recurrir a las cortes porque las mismas están, repentina y, quizás, sorprendentemente, dando los resul-tados que las organizaciones quisieran, de-ben, por lo tanto, detenerse a considerar si lo que están viendo es el surgimiento genuino de un marco estable y determinado por re-glas claras que está tomando en serio su rol como garante de derechos. Si no es así, es probable que las preferencias judiciales sean incompletas y susceptibles de ser revertidas una vez que los intereses afectados también aprendan a entrar en el juego del litigio más seriamente y con mayores inversiones.

Deberíamos también preguntarnos qué clase de movimientos se está desarrollando en determinados contextos, y cuáles son sus relaciones de fuerza internas. ¿Existe una jerarquía de grupos determinada por el acceso a los recursos o a la información que afecta negativamente las posibilidades de que los grupos menos institucionalizados tengan éxito en sus reclamos? ¿Es un “sec-tor de servicios” legales lo que de hecho se necesita para que los reclamos sean transmi-tidos con éxito al sistema judicial?18 ¿Cuáles son los costos y riesgos de acceder a este sistema? ¿Qué sucede cuando reclamos por derechos compiten o se contradicen entre sí?

Las entrevistas publicadas en este nú-mero ofrecen una visión desde el campo de acción, presentando las voces de distintas personas profundamente involucradas en los debates actuales de ambas regiones. Ellos comparten con nosotros, de acuerdo al cami-no recorrido, cuáles han sido los principales cambios y desafíos. Está claro que, mientras que todos coinciden que aun existen obs-táculos, en general hay optimismo y una creencia de que el movimiento de derechos humanos en la región está entrando en una nueva y dinámica etapa. Europa tiene mucho que aprender de la tenaz persistencia y de-terminación de un movimiento que nació en tiempos de grandes peligros y que está al-canzado la madurez en un escenario que sea quizás todavía más complejo tanto a nivel local como internacional.

Notas

1 Conor Gearty, Can Human Rights Survive?, Cambridge, Cambridge University Press, 2006.2 Abdullahi Ahmed An-Na’im, Human Rights in Cross-Cultural Perspectives: A Quest for Consensus, Philadelphia, University of Pennsylvania Press, 1992.3 Para un informe sobre cómo el concepto se extendió en el escenario internacional, al punto de que los gobiernos prefieren esconder su incumplimiento antes que re-chazar rotundamente la validez del discur-so de los derechos humanos, ver Thomas Risse, Stephen Ropp and Kathryn Sikkink, The Power of Human Rights, Cambridge, Cambridge University Press, 1999.4 Así, en el Reino Unido, la legislación anti-terrorismo ha llevado al arresto de activistas pacifistas por leer en voz alta en Whitehall los nombres de los muertos en la guerra de Irak, mientras que actualmente es ilegal que dos o más personas se reúnan con un pro-pósito común en la plaza que se encuentra frente al Mother of all Parliaments. La ope-ración anti-terrorista ha llevado por primera vez a la introducción de un documento de identidad obligatorio en el Reino Unido, una gran novedad para una cultura que estaba orgullosa de cierta veta individualista y anti-burocrática sospechosa de la intromisión estatal en la vida personal.5 Ver Manuel Antonio Garretón, “Human Rights in Processes of Democratisation”, in Journal of Latin American Studies, Vol. 26, n. 1, febrero de 1994; Luis Roniger and Mario Sznajder, The Legacy of Human Rights Violations, Oxford, Oxford University Press on the Southern Cone, 1999; Margaret Popkin, Peace Without Justice, Philadelphia, Penn State Press on El Salvador, 2000. Kaczynski y Cwiek-Karpowicz sugieren la existencia de una dinámica similar lograda en la Polonia post-transicional, ver Piotr Kaczynski y Jaroslaw Cwiek-Karpowicz, Assisted Negotiated Transition to Democracy, Warszawa, Institute of Public Affairs, 2006.6 M. Popkin, op. cit. Ver también Ricardo Córdova Macías et al. (eds.), Pasos hacia una nueva convivencia, San Salvador, Fun-daungo, 2001.7 Juan Méndez et al. (eds), The (Un)Rule of Law and the Underprivileged in Latin America, Notre Dame, University of Notre Dame Press, 1999.8 Guillermo O’Donnell, “Illusions about Consolidation”, en Journal of Democracy, Vol. 7, n. 2, abril de 1996, pp. 34-51. Ver también Andreas Schedler et al. (eds.), The Self-Restraining State, Boulder, Lynne Rienner, 1999.9 Ver las encuestas del Latinobarómetro correspondientes a este período y el infor-me de Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo sobre la democracia en Perú (www.pnud.org.pe/n_Democracia_Peru_

vol1.asp), donde, debe recordarse, el auto-golpe efectivo de Fujimori y la disolución del Congreso encontraron un amplio apoyo popular. Una vez más, existen paralelos evidentes con los ex países soviéticos, algu-nos de los cuales asistieron al resurgimiento político de ex líderes comunistas algunos años después de la caída del muro de Berlín.10 Charles Epp, The Rights Revolution, Chicago, University of Chicago, 1998.11 Para referencias sobre un excepcionalismo similar, por razones pragmáticas, en la Euro-pa pos-nazista y pos-soviética, ver Neil Kritz (ed.), Transitional Justice, Washington D.C., United States Institute of Peace Press, 1995.12 Pilar Domingo y Rachel Sieder, Rule of Law in Latin America: The International Promotion of Judicial Reform, London, University of London, 1999.13 En algunas entrevistas realizadas por la presente autora en el marco de un estudio académico que se encuentra en curso, algu-nos líderes de grupos de derechos humanos de base y asociaciones de familiares funda-das durante la guerra civil en El Salvador expresaron una profunda preocupación por las tendencias actuales para replicar el dis-curso del “enemigo interno”, característico de los pasados períodos autoritarios, que se-ñala como criminales a categorías enteras de la población a partir, no de violaciones indi-viduales de la ley, sino más bien de la pose-sión de algunas características visibles como los tatuajes que indican la pertenencia a una pandilla. Se recomienda, también, la lectura de la entrevista a Ibán de Rementería, en la que se describe cómo dichos grupos, en consecuencia, se convierten en actores co-lectivos genuinos, impulsados a “defender sus derechos” respecto de un estado que es visto como responsable de querer eliminar el espacio social en el que ellos eligen existir.14 Sobre este concepto ver Puente @ Euro-pa, Año III, n. 1, marzo de 2005.15 Margaret E. Keck y Kathryn Sikkink, Activistas sin frontera. Redes de defensa en política internacional, México D.F., Siglo XXI, 2000 (ed. orig. 1998).16 Rachel Sieder, Line Schjolden y Alan Angell, The Judicialization of Politics in Latin America, New York, Palgrave MacMillan, 2005.17 La entrevista a David Tombs en este nú-mero muestra una limitación del discurso de los derechos humanos basado en el derecho en el caso de la peligrosa situación para-militar en Irlanda del Norte: al destacar las responsabilidades del estado antes que la de otros actores armados, el “idioma” de los derechos humanos es visto con natural sos-pecha por algunos que temen que las atroci-dades perpetradas por estos últimos se pase por alto o minimizados.18 Ver C. Epp, op. cit.

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En esta sección se recogen testimonios de quienes, tanto en América Latina como en Europa, participan como actores de los procesos políticos, económicos, sociales y culturales que son objeto de interés de la revista.

Es en carácter de actores de la arena política (en el sentido etimológico de polis) que pediremos la intervención de nuestros invitados, aun sabiendo que muchos de ellos practi-can, al mismo tiempo, la actividad académica.

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Puente @ Europa (P@E): ¿Cuáles son los más grandes desafíos en materia de derechos humanos que enfrenta actualmente la región latinoamericana? ¿Cuáles serían producto de la nueva coyuntura y cuáles responderían a temas históricos que queda-ron sin resolver?

La permanente actualización del concepto de derechos humanos y de las violaciones de estos derechos. Estos conceptos deberían tener un ayer, un hoy y un mañana. La ley tiene origen en la naturaleza y en los problemas humanos y está siempre determinada por su historia: no se trata solo de lo que está escrito en los códigos. Estos son el producto de problemas pasados, y por ello son tan importantes, pero debe existir una sensibilidad renovada por los problemas del presen-te. Ahora, el jurista debe estar atento a lo que la sociedad le presenta como temas actuales.

América Latina ha estado tan concentrada en sí misma, en sus problemas y en sus necesidades, que las nuevas generaciones no han logrado ni siquiera dar una respuesta adecuada a las cuestiones de verdad y justicia del pasado. Chile es un caso paradigmático. En nuestros países, los derechos humanos se han enfocado en el proce-samiento de los dictadores de los últimos diez o veinte años, lo que produjo una suerte de mirada estrecha o ceguera frente a las deman-das adicionales referidas a los derechos humanos.

En su fase “adulta”, en Europa, los derechos humanos están más asociados a los económicos, sociales y culturales y, ahora con menos urgencia, a los derechos civiles esenciales y al derecho a la vida. En Chile, en la actualidad no hablamos del derecho humano a un salario justo, al acceso al trabajo, a una vivienda digna, etc. Estos

son vistos como temas “políticos”, “gubernamentales”, y no los pen-samos como derechos que deben ser exigidos al estado. En Chile, nadie trabaja sobre estos temas de este modo. Debemos ocuparnos de los asuntos del pasado, pero también demostrar a las nuevas ge-neraciones que estos temas son parte de la cuestión de los derechos humanos. Éstas no comprenden plenamente las viejas cuestiones por no haberlas vivido directamente. Temas tales como el de la fle-xibilización laboral son vitales en este momento. Los empresarios y profesionales de la generación de mis hijos dicen “las cosas van muy mal, necesito despedir a diez trabajadores; y si luego los contrato nuevamente, no lo haré mediante un contrato adecuado para evitar tener que pagarles una indemnización”. Alguien tiene que decirles: “¿y si fueras vos? ¿Te gustaría vivir con una familia que alimentar y sin seguridad laboral?”

P@E: ¿Qué se necesitaría para crear una conciencia de este tipo: acciones de la sociedad civil, cambios legislativos o ambos?

Se trata de una cuestión cultural que se vincula con la interiorización y transmisión de valores de padres a hijos, con la clase de civili-zación que estamos creando y en la que estamos viviendo. Luego de la caída del bloque soviético, hemos tenido quince años de una “cultura única” que cree que el progreso depende de la absoluta li-bertad del capital. Esta libertad puede tener aspectos positivos, pero necesitamos ser críticos sobre si debería ser la única ley o motor del universo. Incluso China y la ex Unión Soviética tuvieron que asi-milar esto, tuvieron que aceptarlo: es un nuevo tipo de civilización construida sobre el capital y el poder del dinero y el individualismo.

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América Latina ha estado tan concentrada en sí misma, en sus problemas y en sus necesidades que las nuevas generaciones no han logrado ni siquiera dar una respuesta adecuada a las cuestiones de verdad y justicia del pasado. [...] En nuestros países, los derechos humanos se han enfocado en el procesamiento de los dictadores de los últimos diez o veinte años, lo que produjo una suerte de mirada estrecha o ceguera frente a las demandas adicionales referidas a los derechos humanos. [...] En su fase “adulta”, en Europa, los derechos humanos están más asociados a los económicos, sociales y culturales y, ahora con menos urgencia, a los derechos civiles esenciales y al derecho a la vida.

Si los padres consideran que tener bienes y consumir son cosas ma-ravillosas, transmitirán esto a sus hijos. Por lo tanto, a nivel cultural, es necesario transmitir la idea de que estas cosas no ofrecen felicidad automática a toda la humanidad.

En América Latina, incluyendo a Chile, las iglesias tienen ma-yor presencia que en Europa. A comienzos de la década del sesenta, la iglesia adoptó la teoría de la liberación. Entendió que su compro-miso debía ser con el pueblo, sin exclusión, y que esto implicaba estar presente para la mayoría: en nuestro caso, los pobres. Hoy las cosas han cambiado: no solo la iglesia no confronta, sino que apoya positivamente la idea de no involucrarse, no criticar, de retirarse a la esfera privada. En América Latina, las iglesias fueron la principal guía espiritual hasta hace cinco o diez años atrás, y si están perdien-do terreno es porque parecen haberse vuelto indiferentes ante estos temas, ante los asuntos importantes de la vida corriente. La iglesia debería ser la gran protagonista de este cambio cultural.

Otro canal es la educación cívica: aquí, uno de los legados de la dictadura es que culpamos a la “política” o a las personalidades pú-blicas por todo lo malo. El estado, incluyendo a los jueces, es acusa-do por todo aquello que marcha mal. Debemos desmantelar el mito post-dictatorial de que la política es inherentemente pervertida y de que solo hace daño y persigue sus propios intereses. Debemos enten-der que el país no solo está hecho por sus políticos, sino por todo el pueblo, que cada uno de nosotros tiene un rol que cumplir.

Uno de los peligros de la ley, la judicialización de la política, es que puede consolidar o perpetuar la idea de que todo se trata de lo que “ellos” deben “darme”.

P@E: ¿Cuál debería ser el rol del juez en el marco de una rela-ción más adulta entre el ciudadano y el estado? ¿El juez debería ser un creador o simplemente un vehículo de transmisión de esta nueva dinámica de derechos y responsabilidades?

El rol del poder judicial es en parte educativo: cada decisión tiene un potencial rol formativo al mostrar que este poder se identifica con los asuntos -nacionales e internacionales- esenciales del momento. De-bemos demostrar que el estado está para promover y defender ciertos temas y valores; y que nosotros tenemos también un rol que desempe-ñar en la regulación de otras partes del estado.

P@E: ¿Cuáles son los temas esenciales? ¿Qué temas le gustaría que le fueran presentados para poder tomar este tipo de decisio-nes trascendentales?

Hasta hace tres o cinco años atrás, la justicia chilena había sido tan vaga y opaca con respecto a estos temas del pasado que había crea-do una especie de niebla permanente. Ahora, finalmente, hay una especie de reconocimiento organizado y una respuesta a la cuestión del pasado, todo el sistema judicial necesita involucrarse. En Chile, se produjo un cambio concreto a partir de la entrada de magistra-dos más jóvenes y de nuevos fiscales, como consecuencia de las recientes reformas judiciales1. Se trata de gente que día a día está sembrando la semilla del respeto a la dignidad, por ejemplo en temas de género y otras cuestiones. No necesitamos esperar que nos traigan “los grandes temas” de la actualidad; podemos hacerlo explícito en cada decisión que nos toque tomar. Lo que uno hace como juez en los casos de un niño abandonado o de una mujer que ha sufrido un abuso doméstico es parte de ese cambio. Los jueces y los fiscales más nuevos entienden que su rol es ser garantes, protagonistas. Hay algunos signos positivos y creo que en diez o quince años esto habrá avanzado significativamente. Aquellos jueces más jóvenes habrán ascendido a las cortes más altas y el poder judicial será identificado con esta noción más amplia de derechos.

P@E: ¿Qué fue lo que hizo posible estos cambios?

En parte se debe a los jóvenes jueces, que han sido formados en una nueva escuela judicial que tiene una mejor comprensión de estos temas. Además, el poder judicial empezó a prestar atención a la nueva realidad de la sociedad chilena, en parte, precisamente, como consecuencia del resurgimiento de los temas de las violaciones del pasado a las que hacía referencia anteriormente. Los sectores “ad-ministrativos” del estado -la comisión Rettig y la comisión Valech2- habían hecho esto mucho antes que el sector judicial, cosa que ahora ha comenzado a revertirse.

Sólo una década atrás, un colega y yo teníamos que ocupar el tiempo libre y nuestro propio dinero encontrando, traduciendo y transcribiendo legislación internacional, precisamente para que algu-nos jueces de aquí tuvieran alguna idea… Pero ahora ellos saben que no solo se trata de códigos nacionales que tienen el estatus de ley: la Constitución y todas nuestras obligaciones internacionales son refe-rencias obligatorias.

P@E: ¿Han logrado las instancias regionales como la Corte In-teramericana de Derechos Humanos aportar a un mejor asenta-miento de los principios de respeto de estos derechos entre los go-biernos de la región? ¿Cómo podría aumentarse el peso que sus recomendaciones y fallos tienen sobre las autoridades estatales?

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No, no todavía, al menos en Chile. Aquí, la cuestión de las violacio-nes de los derechos humanos en el pasado fue entregada a un grupo particular de jueces, a quienes fueron asignados específicamente los casos vinculados a estos derechos. Estos jueces se convirtieron en la voz del poder judicial sobre estas cuestiones y tuvieron que apren-der y cargar con ciertos asuntos. Pero los otros jueces no han tenido las mismas experiencias de aprendizaje. Además, aquellos que han trabajado en estos casos necesitan crear más y mejores vínculos con otros temas.

Precisamente ayer3, hubo un gran alboroto en los medios de comunicación por un caso muy conocido: uno de los jueces de ga-rantía otorgó el beneficio de la libertad provisional a una persona acusada de atacar y asesinar a un ciclista con un bate de baseball por una discusión en la calle. A nadie le ha gustado este resultado, pero esto es parte del funcionamiento del nuevo sistema. Es necesario que sea explicado adecuadamente al público, que necesita saber qué es lo que las cortes están haciendo en este momento y por qué. De otro modo, la acción del garante se identificará como perjudicial para la seguridad pública.

Si el proceso judicial empieza a ser mal utilizado o denigrado por el discurso de la seguridad pública se verá amenazado el proceso de desarrollo positivo de protección de los derechos. El proceso judicial no es un instrumento de seguridad pública y las cortes deben resistirse a ser cooptadas e instrumentalizadas con fines políticos una vez más. Esto es difícil, porque en el poder judicial todavía no está bien estable-cida la idea de que tenemos que responder a los medios y hacer un uso inteligente de los mismos. Pero la gente tiene derecho a saber lo que estamos haciendo y por qué decidimos de una cierta manera.

P@E: ¿Estamos siendo testigos de una dinámica de “secuencia” en Chile, donde la cuestión de las violaciones a los derechos hu-manos en el pasado está siendo abordada en soledad, con esfuer-zos desparejos por parte del poder judicial para tratar aspectos vinculados a otros derechos? ¿Tendremos que esperar hasta que el tema del “pasado” haya sido resuelto antes de que podamos adoptar una cultura de derechos más integral o ambas cosas pueden suceder simultáneamente?

Bien, en primer lugar, creo que la cuestión del pasado nunca se re-solverá completamente. Siempre habrá cosas pendientes. Pero aun durante esta etapa, el poder judicial debería haber trabajado en estos casos. Ha habido una obstrucción de la justicia. Aun durante la dicta-dura, los jueces podrían haber hecho más. Nunca me encontré frente a una presión insuperable o a obstáculos en las cosas que intenté

hacer desde el poder judicial. Y si los jueces realmente no podían actuar, tendrían que haberlo dejado claro. Deberíamos haber cerrado las puertas de la justicia entre todos, decir al mundo que no había justicia en Chile. Si hubiéramos hecho debidamente nuestro trabajo durante aquel período, quizás hubiéramos sido frenados por el go-bierno, lo que hubiera sido preferible.

También en el presente, la fase de investigación de muchos de los casos activos de derechos humanos debería haber sido cerrada. Esto debe hacerse de manera más expeditiva, y una vez hecho el trabajo, necesitamos estar a disposición del público para responder a nuevos temas y desafíos vinculados a los derechos humanos, en lugar de regresar a como estábamos antes. Por supuesto, en esto los jueces no deberían empezar a verse a ellos mismos como los guardianes o salvadores de la sociedad, pero deberíamos atacar y eliminar los residuos institucionales de la dictadura. Ésta es la gente que intenta presentar las demandas de justicia de la sociedad como cosas que deben ser rechazadas o contenidas, cuando en realidad se trata de demandas por derechos legítimos. Creo que aun corremos el peligro de retroceder en esta área.

Notas

Nota del Coordinador Editorial: las notas han sido redactadas por el Coordinador Editorial; cualquier error u omisión queda bajo su exclusiva responsabilidad.

1 Chile ha experimentado recientemente un proceso de reforma judi-cial que se orienta hacia un sistema de juicios orales con un rol más importante de la fiscalía pública y en el cual el rol del juez es garanti-zar la integridad del proceso y de los derechos de todas las partes.2 La comisión Rettig fue la comisión de verdad oficial chilena, creada el 25 de abril de 1990 por el Presidente Patricio Aylwin Azócar me-diante el decreto supremo n. 355, con el objeto de esclarecer “la ver-dad sobre las graves violaciones a los derechos humanos cometidas en el país entre el 11 de septiembre de 1973 y el 11 de marzo de 1990”.La Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura -conocida tam-bién como Comisión Valech- fue creada a través del decreto supremo n. 1040 de 2003. Su objeto fue “determinar, de acuerdo a los antece-dentes que se presenten, quiénes son las personas que sufrieron priva-ción de libertad y torturas por razones políticas, por actos de agentes del estado o de personas a su servicio, en el período comprendido entre el 11 de septiembre de 1973 y el 10 de marzo de 1990”. Más información en www.comisiontortura.cl/index.htm.

[...] creo que la cuestión del pasado nunca se resolverá completamente. Siempre habrá cosas pendientes. Pero aun durante esta etapa, el poder judicial debería haber trabajado en estos casos. Ha habido una obstrucción de la justicia. Aun durante la dictadura, los jueces podrían haber hecho más. Nunca me encontré frente a una presión insuperable o a obstáculos en las cosas que intenté hacer desde el poder judicial. Y si los jueces realmente no podían actuar, tendrían que haberlo dejado claro. Deberíamos haber cerrado las puertas de la justicia entre todos, decir al mundo que no había justicia en Chile. Si hubiéramos hecho debidamente nuestro trabajo durante aquel período, quizás hubiéramos sido frenados por el gobierno, lo que hubiera sido preferible.

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Puente @ Europa (P@E): ¿Cuáles son los más grandes desafíos en materia de derechos humanos que enfrenta actualmente la región centroamericana? ¿En qué medida serían el producto de nuevas coyunturas y en qué medida consecuencia de cuestiones históricas que quedaron sin resolver?

Me parece que aún falta mucho por hacer en las diversas áreas de respeto de los derechos humanos en Centroamérica. A juzgar por el estado de las cosas en los países centroamericanos, sobre todo desde Guatemala a Nicaragua, el mayor desafío sigue siendo el respeto por la vida, el derecho más básico de todos. Los centroamericanos se ven ahora constantemente amenazados por la violencia común y la criminalidad. Aunque esta amenaza ya no surge directamente como producto de las acciones de estados autoritarios como en el pasado, sí surge como producto de la negligencia de los mismos para desarrollar condiciones de seguridad y de acceso a la justicia pronta y eficaz.

P@E: ¿Existe o, al menos, está desarrollando la región la capaci-dad y la voluntad estatal necesarias para garantizar y promover derechos?

Los gobiernos centroamericanos han tenido más bien una posición ambigua y, muchas veces, incoherente, en términos de la voluntad expresada para garantizar y promover los derechos de las personas. Por un lado, han crecido los discursos que incorporan elementos de derechos humanos, que abogan por la protección de los derechos fundamentales, que cuidan el lenguaje en cuanto a los principios de libertad, igualdad y solidaridad en los enunciados y documentos oficiales. Pero en la práctica hacen muy poco o lo opuesto a la hora de poner en marcha mecanismos para garantizar esos derechos.

Por ejemplo, las leyes de mano dura y de tolerancia cero recien-

temente aprobadas en varios de los países centroamericanos ejem-plifican hasta qué punto los gobiernos están coartando libertades básicas bajo la excusa de mantener la seguridad pública.

P@E: ¿Se podría decir que la agenda de seguridad pública está retrasando u obstaculizando una mejor garantía de los derechos básicos en la región centroamericana? De ser así, ¿cuáles han sido algunas de las manifestaciones de esta dinámica?

La agenda de seguridad no sólo está retrasando una mejor garantía de los derechos humanos en Centroamérica, sino que además los está obstaculizando y, en algunos casos, está desmontando los meca-nismos para garantizarlos. Como ya he mencionado, las políticas de mano dura y de tolerancia cero han supuesto una regresión al respeto de ciertas libertades, a los mecanismos de control de las autoridades y al principio del debido proceso en la administración de justicia.

Pero además, la agenda de seguridad está reforzando un discur-so en las elites políticas y en los medios, según el cual los derechos humanos son un problema para el mantenimiento de la seguridad en la región. Este discurso no solo legitima la renuncia del estado para hacer valer y garantizar los derechos humanos, sino que además pone las bases para que los mismos ciudadanos se alejen de las ins-tituciones encargadas de proveer justicia para buscarla ellos mismos. En otras palabras, se trata de la propagación de un discurso contrario a los derechos humanos que no solo deslegitima sus principios, sino que también debilita las instituciones encargadas de garantizarlos y hacerlos valer.

P@E: ¿Se trata de un proceso ineludible o existen alternativas en la política pública que podrían ser más idóneas en términos de respeto de los derechos? Si es que las hay, ¿serían, a su pa-

Entrevista a José Miguel Cruz

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recer, más o menos eficaces que las actuales a la hora de tratar de “contener” o frenar los fenómenos de violencia social o del crimen organizado?

Estoy convencido que pueden haber alternativas en la política públi-ca más idóneas en términos de respetar los derechos. Sin embargo, en la práctica, no se han intentado y lo que ha prevalecido es una visión de seguridad que privilegia el uso de la fuerza y la negación de algunos derechos.

Las políticas públicas deberían seguir fundamentalmente dos caminos. En primer lugar, un énfasis en las medidas de prevención social. Esto significa atender las causas fundamentales de la violen-cia y la criminalidad en el país por medio de políticas sociales que disminuyan el impacto de la exclusión social y la marginación de amplios sectores de la población. Estas políticas, por lo general, han estado ausentes de los programas de los gobiernos centroamericanos, que han estado más concentrados en cumplir con los programas de ajuste estructural que en cuidar de los derechos sociales y económi-cos de la población. En segundo lugar, las políticas deben concen-trarse en el fortalecimiento de las instituciones de justicia y seguri-dad, las cuales, por el contrario, han sido debilitadas y socavadas por las visiones autoritarias de seguridad, por la falta de transparencia y por los procesos de desmantelamiento de las estructuras estatales bajo los programas de ajuste estructural. El fortalecimiento insti-tucional implica, sobre todo, el establecimiento de mecanismos de rendición de cuentas y de control permanente de los agentes guber-namentales, con el propósito de evitar que los mismos deterioren aún más los ya débiles vínculos entre el estado y los ciudadanos.

P@E: ¿Existen movimientos sociales y/o organizaciones de los derechos humanos en la región con un amplio entendimiento de

estos derechos y propuestas aptas para los nuevos desafíos?

En general, creo que hay organizaciones que están preparadas para los nuevos desafíos de los derechos humanos, que se están replan-teando cómo enfrentar las amenazas a la vida, a las libertades y a los derechos. Sin embargo, este desarrollo no es uniforme. En algunos países, las organizaciones de derechos humanos tienen dificultades para encontrar resonancia entre la población dada su incapacidad de conectar con las nuevas preocupaciones ciudada-nas; así, su trabajo termina siendo visto con indiferencia y extrañe-za por la misma población.

P@E: ¿Que faltaría para crear movimientos u organizaciones más eficaces, por ejemplo recursos, conciencia social, mejor pen-samiento estratégico, mayor formación o asesoría legal, mejor actitud del estado?

En mi opinión, lo que falta es más pensamiento estratégico. Sobre todo a la hora de traducir todas las demandas de la población por más seguridad pública, seguridad económica, por más seguridad social, en demandas que refieren al desafío fundamental de los dere-chos humanos: el derecho a la vida, a la libertad y a la igualdad en condiciones de justicia. El hecho de que los estados centroameri-canos ya no sean los violadores sistemáticos de derechos humanos que fueron en el pasado, no quiere decir que éstos no puedan ser responsabilizados y no puedan ser emplazados por la falta de garan-tías para el ejercicio de esos derechos. Las organizaciones necesitan nuevas estrategias para involucrar a los ciudadanos en los movimien-tos sociales que buscan replantear la necesidad de los derechos fun-damentales de la población, sobre todo de aquella más vulnerable.

La agenda de seguridad no sólo está retrasando una mejor garantía de los derechos humanos en Centroamérica, sino que además los está obstaculizando y, en algunos casos, está desmontando los mecanismos para garantizarlos. [...] las políticas de mano dura y de tolerancia cero han supuesto una regresión al respeto de ciertas libertades, a los mecanismos de control de las autoridades y al principio del debido proceso en la administración de justicia.

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Puente @ Europa (P@E): ¿Cuáles son los más grandes desafíos en materia de derechos humanos que enfrenta actualmente la región latinoamericana? ¿Cuáles serían producto de la nueva coyuntura y cuáles responderían a temas históricos que queda-ron sin resolver?

Creo que hay dos temas que son recurrentes en nuestra región. Uno es el de la discriminación. El hecho de tener una sociedad altamente estratificada en lo social y en lo económico y de haber sufrido prácti-camente todos nuestros países dictaduras de distinta intensidad ha de-jado una cultura de autoritarismo y de exclusión sumamente notoria. Se discrimina a las mujeres, a los indígenas, a los pobres, a los disca-pacitados. El otro tema es el del órgano judicial y su dificultad para entender que su papel central es garantizar los derechos humanos.

P@E: ¿Existe o, al menos, está desarrollando la región la capaci-dad y la voluntad estatal necesarias para garantizar y promover derechos?

Los estados, en general, no progresan en la garantía de los derechos sino cuando las personas comienzan a exigirlos. Siendo esto así, habrá siempre derechos que pueden ser garantizados más fácilmente por el estado, porque afectan a sectores con influencia frente a éste y frente a la opinión pública. Desde ese punto de vista, la libertad de expresión es un ejemplo de derecho que posiblemente se garantizará más rápidamente, en particular, el derecho a acceder a la informa-ción que controla el estado. Hay empeño por parte de muchos en enfrentar los temas de corrupción y falta de transparencia y ambos requieren una garantía eficiente de la libertad de expresión. La dis-criminación, por el contrario, es un desafío mayor ya que requiere un cambio cultural de proporciones, difícil de ser todavía aceptado, aun teóricamente, por parte de nuestras sociedades y, por lo tanto, difícil de lograr en el corto o mediano plazo.

P@E: ¿Existe o estará naciendo la capacidad y voluntad judicial necesarias para garantizar los derechos y/o fiscalizar a los otros poderes del estado?

Me parece que efectivamente está naciendo la capacidad y voluntad del órgano judicial para garantizar los derechos humanos. El desafío en esto es quizás menor que el de la lucha contra la discriminación: hay conciencia de que el cambio es necesario y se está haciendo un esfuerzo intenso en toda la región para capacitar a los miembros del poder judicial para esta tarea y para reformar las normas legales que no son conducentes para ese objetivo.

P@E: ¿Existen movimientos sociales y/o organizaciones de los derechos humanos en la región con un amplio entendimiento de estos derechos y propuestas aptas para los nuevos desafíos?

Tengo la impresión de que es difícil hablar de toda la región de manera homogénea en este aspecto. Hay países en los que las or-ganizaciones sociales y/o las organizaciones de derechos humanos han ampliado su campo de trabajo -que invariablemente se reducía hasta no hace mucho tiempo a enfrentar los problemas gravísimos surgidos por la represión política. Otros, por el contrario, no han avanzado mucho. Creo que uno de los movimientos más poderosos a través de la región es el de las mujeres, que están utilizando la unión de fuerzas para tener más impacto y que se están preparando en el manejo de los instrumentos internacionales para el éxito de su lucha.

P@E: ¿Qué faltaría para crear movimientos u organizaciones más eficaces, por ejemplo recursos, conciencia social, mejor pen-samiento estratégico, mayor formación o asesoría legal, mejor actitud del estado?

Pienso que a las organizaciones de derechos humanos les ha costado

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hacer el cambio de enfoque de la lucha contra la represión hacia la lucha por más democracia debido al enorme desconocimiento acerca del desarrollo del derecho internacional de los derechos humanos en las épocas en las que fueron creadas. Les hace falta mucho más conocimiento y también un cambio cultural, ya que la cultura autori-taria no es necesariamente ajena a estas organizaciones. Un ejemplo claro es la gran reticencia de las organizaciones no gubernamentales de derechos humanos a trabajar por la igualdad de las mujeres, tal como se ha visto claramente en la región. P@E: ¿Se ha logrado instalar y hacer justiciable en la región el derecho internacional de los derechos humanos?

Hay algunos estados en los que el respeto por el derecho internacio-nal de los derechos humanos es claro: Argentina, por ejemplo, a tra-vés de su Corte Suprema; Colombia, a través de su Corte Constitu-cional. Lo positivo de esto es que resulta más fácil convencer a otros países con ejemplos de la región que pedirles que emulen a ciertos países europeos. Ésta no ha sido una tarea sencilla por la actitud de los órganos judiciales de nuestros países, pero creo que actualmente se están produciendo cambios significativos que auguran una mejora sustancial en un tiempo no lejano.

P@E: ¿Han logrado las instancias regionales, como la Corte In-teramericana de Derechos Humanos, aportar a un mejor asenta-miento de los principios de respeto de estos derechos entre los go-biernos de la región? ¿Cómo podría aumentarse el peso que sus recomendaciones y fallos tienen sobre las autoridades estatales?

Creo que la Corte Interamericana ha sido un factor importante para este asentamiento. Sus fallos son jurídicamente vinculantes y a nin-gún estado le es fácil ignorarlos. También la sociedad civil ha em-pezado a hacer uso de estas decisiones en sus argumentaciones en el ámbito nacional y ello obviamente ha ayudado. No creo posible que sólo algún cambio de normas legales sea útil para que las decisiones de la Corte tengan más peso y sean cumplidas a cabalidad. El pro-blema está en el órgano político de la Organización de Estados Ame-ricanos (OEA) -donde están representados todos los Estados miem-bros de la OEA, muchos de los cuales son parte de la Convención Americana- que no cumple hasta ahora su función de otorgarles más peso a los fallos de la Corte por la vía de considerar que el incum-plimiento de los mismos es una infracción grave a las obligaciones internacionales. No tengo hasta ahora sugerencias para lidiar con ese problema. Pienso que sólo el esfuerzo mancomunado de la comuni-dad internacional de la región podría hacer la diferencia si pudieran presionar a cada uno de sus estados a cambiar de actitud.

P@E: Se percibe en la actualidad una mayor tendencia a “glo-balizar” o “transnacionalizar” las campañas y movimientos de los derechos humanos a través de redes internacionales e incluso de los sistemas judiciales de terceros países. ¿Esta tendencia demuestra una creciente conciencia estratégica por parte de los movimientos regionales o es más bien un síntoma de la débil receptividad a nivel nacional?

Creo que la tendencia a globalizar es producto de una creciente con-ciencia estratégica muy positiva. Por supuesto que la debilidad de la receptividad nacional es la que impulsa esta globalización, pero ello es solamente un dato a tener en consideración. La universalidad de los derechos requiere globalización.

P@E: ¿Existe una tendencia hacia la “judicialización” del tema de los derechos humanos que puede entenderse como una mayor orientación de grupos de la sociedad civil a recurrir a litigio o a querellas para influir en las políticas públicas vinculadas con el tema? En caso de que así sea, ¿qué consecuencias tendría esta tendencia sobre la democracia?

Efectivamente, se advierte una tendencia hacia la “judicialización” y esto puede eventualmente tener consecuencias negativas por dos razones: una es que el ideal en una democracia es que las cosas se discutan y que como resultado del debate emerjan reglas generales para regular los problemas. No seguir ese camino puede dar un po-der a los tribunales que vaya más allá de lo conveniente. La otra es que, enfrentados con tribunales que no estén inclinados a extender sus facultades, ya sea porque estiman que eso excedería su compe-tencia o porque honestamente piensan que no están en condiciones de tomar una decisión sensata sobre un tema, las demandas de la población se nieguen y eso conduzca a la frustración y al retraso del progreso. Desgraciadamente, nadie puede controlar el flujo de de-mandas y a menudo, en la desesperación, todo se intenta.

P@E: América Latina -en particular en el Cono Sur, algunas áreas de la región andina y América Central- ha tenido en el pasado reciente fuertes experiencias de organización desde la sociedad civil para resistir y rechazar represión estatal y otros ti-pos de violencia interna. ¿En qué casos estos movimientos se han quedado estancados y cuáles han logrado convertirse en actores relevantes en la actualidad? ¿Cuál es en su opinión el origen de estas diferencias?

Si se me pide que nombre un caso específico, creo que Argentina ha sido un país en el que la sociedad civil se ha transformado en un actor relevante en materia de derechos humanos. Las organizaciones argentinas empezaron de un modo sistemático a utilizar el derecho internacional de los derechos humanos, primero frente a los órganos regionales de supervisión, no sólo para solicitar justicia y reparacio-nes por las graves violaciones a los derechos humanos de las dicta-duras sino también para problemas de derechos económicos, sociales y culturales, y posteriormente dentro del ámbito nacional. No es sorprendente el avance que se observa en la Corte Suprema argen-tina en este campo y el grado de sofisticación que se ha alcanzado -comparado con las defensas básicas de los primeros tiempos. Chile, por el contrario, se ha demorado bastante más. No pretendo siquiera empezar a explicar por qué ha sido así. Constato sólo el hecho. Otros países han tenido que enfrentar situaciones políticas todavía con-flictivas, de modo que es arriesgado hablar de estancamiento de los movimientos sociales.

Creo que hay dos temas que son recurrentes en nuestra región. Uno es el de la discriminación. El hecho de tener una sociedad altamente estratificada en lo social y en lo económico y de haber sufrido prácticamente todos nuestros países dictaduras de distinta intensidad ha dejado una cultura de autoritarismo y de exclusión sumamente notoria. Se discrimina a las mujeres, a los indígenas, a los pobres, a los discapacitados. El otro tema es el del órgano judicial y su dificultad para entender que su papel central es garantizar los derechos humanos.

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Puente @ Europa (P@E): En primer lugar, ¿cuáles son, en su opinión, los cambios estructurales que afectan el surgimiento de una forma de reivindicación de los derechos de tipo delincuencial?

Los problemas de la mala distribución del ingreso -con sus secuelas: la marginalidad social y la exclusión cultural- se hacen cada vez más descarnados en este mundo global; lo cierto es que, al mismo tiem-po, el planeta es cada vez más rico y la riqueza está peor distribuida1. Si bien sectores crecientes de la población han logrado satisfacer sus necesidades básicas, la gran mayoría, sobre todo los más jóvenes, no tiene acceso a la satisfacción o gratificación de sus deseos que son constitutivos de la cultura globalizada en tiempo real por los medios de comunicación.

Cierto es que múltiples carencias sociales, educativas, afectivas, culturales, etc. pueden ser determinantes de la conducta delictiva,

pero las carencias económicas están en la base de todos ellos o en la imposibilidad de satisfacerlas. Como bien lo ha dicho recientemente el premio Nobel de economía Gary Becker: “El crimen hace explo-sión en países con alto desempleo y bajas oportunidades de trabajo […]. Es fundamental mejorar la remuneración de los empleos forma-les, especialmente para los más pobres. El crimen se dispara cuando el desempleo es alto y escasean los puestos de trabajo”2. Esto lo está diciendo el autor de aquella teoría que atribuye el crecimiento del delito a que el costo económico de delinquir, debido a la impunidad, es más bajo que el de no delinquir.

Otros factores tienen que ver con la debilidad del movimiento social y la cooptación de la representación de la sociedad civil (en particular de las organizaciones no gubernamentales) por el estado3, en lo social, así como con la erosión de las instituciones públicas, en lo político.

En este número de Puente @ Europa prestamos particular atención a las actividades de aquellas organizaciones no gubernamentales que, nacidas para combatir las violaciones a los derechos humanos durante la última ola de dictaduras militares que sufrió América Latina, en esta nueva etapa democrática han extendido su campo de acción para favorecer el cumplimiento no solo ya de los derechos humanos en un sentido estrecho, sino de derechos sociales, económicos, culturales, etc.

Sin embargo, en el contexto contemporáneo de debilidad institucional de las nuevas democracias y de alta exclusión social, se perfi-la un nuevo tipo de actor colectivo que lucha a su modo para defender sus propios derechos básicos que se ven amenazados por una serie de cambios estructurales. Ibán de Rementería, quien cuenta con una extensa trayectoria como experto en temas de seguridad ciudadana y tráfico de drogas, reflexiona sobre las condiciones que favorecen este fenómeno y sobre sus consecuencias sobre el respeto a los derechos humanos.

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Reflexiones sobre “La seguridad pública y los derechos humanos”por Ibán de Rementería

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P@E: ¿Cómo han influido estos cambios estructurales sobre las formas de reivindicación de los derechos básicos?

La exclusión cultural es el perfeccionamiento total de este ser puesto por fuera, ya que implica, para quien la padece, la imposibilidad de asumir las normas que rigen las relaciones en la sociedad, generando la necesidad de establecer conjuntos normativos ad hoc a la exclu-sión, las sub culturas, y generar formas de organización social para ejercerlas y, así, defenderse pasiva y activamente de las agresiones. Todo lo cual perfecciona la condición de exclusión de sus miembros, la autoexclusión.

La delincuencia común, constituida en movimiento social, demanda ante todo el reconocimiento, el respeto y la defensa de sus derechos.

P@E: ¿Podría darnos algunos ejemplos para el caso de América Latina?

Estas organizaciones son de naturaleza distinta. Por ejemplo, las ma-ras4 en Centroamérica, tienen como fin defenderse de las fuerzas del orden y eventualmente de bandas rivales. En cambio, en los casos de las “movilizaciones vandálicas” del Primer Comando de San Pablo y de los sucesos de Río de Janeiro a finales de 2006, el objetivo princi-pal es negociar nuevos tratos policiales, procesales o penitenciarios con las autoridades.

En este último caso murieron una veintena de personas, tres policías, siete atacantes y nueve civiles, siete de ellos quemados en un bus. Las proporciones de las víctimas son claras. El Presidente Lula da Silva calificó esos hechos vandálicos de “terroristas”. Pero una autoridad carcelaria tiene otra opinión, ya que “atribuyó el ata-que a una violenta represión contra las ‘milicias’ de ex policías que expulsan a los narcotraficantes de las favelas y luego venden ‘protec-ción’ a los vecinos”. Es de destacarse que en Brasil, en proporción a su población, mueren más jóvenes en actos de violencia que en cualquier otro país con un conflicto interno declarado; además, la policía tiene fama de “gatillo fácil”. Al comenzar el año, el Presiden-te Lula da Silva despachó a Río la Fuerza Nacional de Seguridad, conformada por 8.000 hombres seleccionados entre todas las fuerzas policiales y militares especialmente escogidos y entrenados para este tipo de lucha.

Otro es el caso de las maras que se originan en Estados Unidos como organizaciones de jóvenes emigrantes, o sus descendientes, para defenderse de otros grupos marginales y de las fuerzas del orden. Ellos y sus familias habían huido de Centroamérica -en parti-cular de El Salvador, de allí el nombre de “salvatruchas”- durante las guerras civiles de Guatemala, Nicaragua y El Salvador en los años ochenta. Con la llegada de la paz en Centroamérica los miembros de las maras fueron expulsados a sus países de origen o regresaron por diversas razones, extendiéndose por todo el istmo y México. Hoy su presencia ya se hace sentir en España y otros lugares de Europa.

Las maras son formas extremas de identidades colectivas singula-rizadas5; se entiende como tales a una diversidad de agrupamientos en torno a diversas singularidades identitarias, ya sean de tipo territoriales -por barrios, calles, pasajes, recintos habitacionales, etc.-, de origen geográfico -sureño, norteño, huaso o campesino, cholo, indio, etc.-, de origen étnico -mapuche, pehuenche, atacameño, quechua, pascuense, turco, bachicha6, gringo, etc.- sean asociaciones de profesionales, em-presarios, trabajadores -corporaciones y sindicatos-, partidos políticos y movimientos sociales, clubes y barras deportivas -“garra blanca”, “los de abajo”-, ideológicas -neonazi, antifascistas, etc.-, grupos reli-giosos y místicos -católicos carismáticos, budistas, judíos observantes, protestantes metodistas, etc.-, grupos de jóvenes por estilos expresivos culturales –góticos, hiphoperos, emos, etc.-, comportamentales de clase social -cuicos, flaites7, etc.-, u originados por alguna experiencia pasada en común -ex combatientes, ex alumnos, etc.

Estas identidades culturales muchas veces se originan en for-mas de exclusión y estigmatización por parte de la sociedad mayor

en contra de diversos grupos sociales empobrecidos y marginados -flaites, cumas, pobladores de la Pintana o de la Legua8, o simple-mente “jóvenes pobres”, etc. Agrupamientos cuyos miembros, en la búsqueda de diferenciación, identidades, pertenencia y protección, realizan prácticas de conocimiento y reconocimiento de otros –alte-ridad-, solidaridad, tolerancia, intercambio, compartimiento, apren-dizaje social, auto-cuidado, jerarquización, etc. Estos agrupamientos pueden ir desde un inocente grupo juvenil barrial o caleta de niños en la calle, pasando por una barra brava o pandillas de pequeños delincuentes, hasta complejas y peligrosas formas de agrupamiento y auto defensa como las maras de Centroamérica.

P@E: ¿Cómo se explican entonces los vínculos de estos grupos con la delincuencia criminal?

Las maras, por ejemplo, además de ser formas de identidad y auto de-fensa son una fuerza de reserva para el trabajo delictivo que un gene-ralizado sistema de contratación -outsourcing- permite que el crimen organizado o quien lo necesite contrate sus servicios. Así, El Univer-sal de México informó recientemente que tiene una copia de un docu-mento denominado “Las maras como fenómeno multidimensional de seguridad”, donde se indica que los miembros de estas pandillas:

Se vuelven un instrumento del narco, para la venta al menudeo micro y para el transporte de droga; pero son el escalón inferior del problema […]. Pero ahora, por primera vez, la Procuraduría General de la República ubica a integrantes de las maras como posibles operadores de los cárteles del narcotráfico, realizando funciones de sicariato, ya que no se descarta que sean autores del secuestro y decapitación de tres policías y un civil, perpetra-do esta semana en Tijuana, Baja California9.

P@E: ¿Cómo se configura la respuesta estatal al multiplicarse la conflictividad interna?

Por lo general, las autoridades públicas rehuyen los conflictos que se producen por la diversidad de intereses que se dan al interior de las comunidades o que son instalados allí, por ejemplo, los conflic-tos por el uso del suelo o los recursos naturales -conflictos urbanos y ecológicos- argumentando que son “conflictos entre privados”, cuya “judicialización” tiene altos costos para los más débiles, pocas posibilidades de ser bien representados y muchas posibilidades de que sus derechos sean desconocidos. Los viejos conflictos por la tierra entre latifundistas y campesinos fueron violentos y causa de muchas revoluciones -desde la francesa hasta la cubana, pasando por la rusa y mexicana-, debido a la lenidad de las autoridades en el cumplimiento de sus funciones de arbitrar justicia, función esencial y fundante del estado. El actual conflicto por los recursos naturales, el medio ambiente, la propiedad del suelo y los recursos urbanos van por el mismo camino de violencia.

Así es como el primer rasgo de la erosión de las instituciones políticas es la incapacidad del estado y el gobierno de asumir y re-solver los conflictos sociales que sus políticas públicas generan -eco-nómica, educativa, sanitaria, provisional, urbana, etc.- criminalizan-do sus consecuencias -lo que Wacquant llama “criminalización de la pobreza”10-, para luego, en un proceso de ascenso a los extremos, al no poder controlar estos conflictos con el sistema penal, procede a la militarización de sus propias acciones: guerra contra el crimen, guerra contra la droga, guerra contra la “piratería” editorial, guerra al contrabando, etc.

No es necesario repetir cómo, en este mundo inexorablemente globalizado, es recurrente el recurso a la violencia para resolver cualquier conflicto interno o externo de repercusiones internaciona-les como el caso de Palestina, Afganistán o Irak, por nombrar los ca-sos más presentes en la prensa y que más preocupan a la opinión y a la economía internacional por su relación con la oferta y precios del petróleo. Ejercicio de la violencia que aparece como perfectamente

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legítimo a las partes en conflicto, y en el que cada una se asegura la mayor legitimidad posible para ejercerlo, ya sea mediante la vía jurí-dica, simbólica o moral, pero, sobre todo, mediante el prestigio que otorgan las vías de hecho, como sucede en estos días entre chiitas y sunníes en Irak, partidarios de Al Fatah y Hamas en Palestina.

El instrumento conceptual y jurídico para controlar la violen-cia es el reduccionismo de su uso al terrorismo, o para decirlo de manera criminológica y penal, su reducción al tipo penal de terro-rismo. La tendencia es a tipificar como terrorismo toda conducta en contra del estado.

No obstante lo anterior, el ex Secretario General de las Naciones Unidas, Kofi Annan, en un documento titulado “Un concepto más amplio de la libertad: desarrollo, seguridad y derechos humanos para todos”, hizo un llamamiento para que se adoptara con urgencia una definición de terrorismo en la cual se especifica que “ningún motivo o agravio puede justificar o legitimar que se ataque o dé muerte de-liberadamente a civiles y no combatientes” y que “toda acción cuyo objetivo sea causar la muerte o graves daños físicos a civiles o no combatientes, cuando dicha acción tenga, por su índole o contexto, el propósito de intimidar a la población u obligar a un gobierno o una organización internacional a hacer o no hacer algo, no puede justificarse por ningún motivo y constituye un acto de terrorismo”. Esta definición, según información disponible a la fecha11 en Na-ciones Unidas, no ha sido aprobada y resulta difícil que lo sea, por que en ella caben perfectamente las acciones militares de las fuerzas estadounidenses y sus aliados en Afganistán e Irak, así como de las fuerzas del orden en Colombia en contra de la población civil.

P@E: Esta situación implicaría un riesgo: que la violencia y la restricción de las libertades individuales se vuelvan condiciones normales del ejercicio del poder. ¿Implicaría esto un nuevo balan-ce entre seguridad pública y libertad individual -que se volcaría cada vez más a favor del primero de estos factores y que, a su vez, afectaría fuertemente el significado de los derechos humanos?

Así como en el control de los conflictos actuales se produce un desplazamiento de la política social a la política criminal, de igual manera, el primer rasgo de la voluntad expresa de un estado de no respetar los derechos humanos es la paramilitarización de la guerra interna, es decir, de sustraer a las fuerzas del orden -militares o poli-ciales- las tareas de investigación, persecución, captura y ejecución de los opositores políticos o militares, delincuencia organizada o común, minorías étnicas o conductuales, etc., las que se ejecutarán sin que se cumplan las leyes y normas establecidas, es decir, por fuera del estado de derecho. Esta guerra total sólo es posible si el otro es negado como igual a uno mismo o perteneciente a la misma comunidad, o simplemente como ser humano. Como ya se dijo, la exclusión cultural se perfecciona en la autoexclusión, en el intento de la víctima de recuperar su identidad y así su dignidad como ser humano12, lo cual incluye su pertenencia a un sistema de valores, es

decir, de aquello que es lo bueno, el bien.Reclamar la guerra como modalidad de control social reposa en

la voluntad expresa de irrespetar los derechos humanos, pues la guerra misma en tanto forma organizada o racional de emplear la violencia supone la necesidad intrínseca de irrespetarlos, ya que la violencia es el uso del dolor para doblegar la voluntad del otro. Y causar dolor deli-beradamente es el máximo irrespeto a la integridad del ser humano.

Notas

1 En esto, Chile es un paradigma, ya que ha triplicado su riqueza en los últimos dieciseis años y tiene una de las diez peores distribucio-nes del ingreso del planeta: según la información publicada por la Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), el 20% más pobre de su población se queda con el 3,7% del ingreso nacional mientras que el 20% más rico obtiene el 60,4% del mismo, es decir, 16 veces más que el anterior. CEPAL, Anuario estadístico de América Latina y el Caribe, 2005 (http://websie.eclac.cl/anuario_estadistico/anuario_2005/default.asp). 2 Gary Becker, “América Latina, epidemia delictiva”, El Mercurio, jueves 16 de noviembre 2006, p. 2.3 Ver Puente @ Europa, Año IV, n. 1, marzo de 2006.4 En Centroamérica se conoce como “maras” a las agrupaciones juveniles principalmente, ya sean de tipo delictivo, de crimen orga-nizado o simples reuniones de vecinos jóvenes con algo en común. Probablemente el nombre mara provenga de marabunta, una plaga masiva de hormigas que todo lo arrasa.5 Si bien los estudios sobre las contra culturas juveniles contemporá-neas instalaron el concepto de “tribus urbanas”, las diversas formas de asociatividad que practican la diferenciación y la pertenencia siempre han existido, en la antigüedad tenemos el demos, la fratría y la banda entre los griegos, romanos y germanos, las hermandades, cofradías y gildas en la edad media, los clubes sociales y asociacio-nes de beneficencia a terceros o de socorros mutuos entre sus miem-bros en los tiempos modernos, etc.6 Apodo con el que se designa al inmigrante italiano.7 Ricos y pobres, respectivamente, en lenguaje popular chileno.8 Barrios pobres y marginales de Santiago, a los cuales se atribuye ser centros de distribución de drogas, como los conocidos “morros” y sus favelas de Brasil.9 Informe de Seguridad Pública revela presencia en México de cinco mil “maras”, El Universal, 24/06/2006.10 Loïc Wacquant, Las Cárceles de la Miseria, Buenos Aires, Ed. Manantial, 2000 y Id., Parias Urbanos, Buenos Aires, Ed. Manan-tial, 2001.11 La entrevista fue realizada el 7 de febrero de 2007.12 Eso fue seguramente lo que quisieron rescatar los jóvenes judíos que se rebelaron militarmente en el gueto de Varsovia, por lo cual las autoridades nazis procedieron a su aniquilamiento total.

La exclusión cultural es el perfeccionamiento total de este ser puesto por fuera, ya que implica, para quien la padece, la imposibilidad de asumir las normas que rigen las relaciones en la sociedad, generando la necesidad de establecer conjuntos normativos ad hoc a la exclusión, las sub culturas, y generar formas de organización social para ejercerlas y, así, defenderse pasiva y activamente de las agresiones.

La delincuencia común, constituida en movimiento social, demanda ante todo el reconocimiento, el respeto y la defensa de sus derechos.

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Puente @ Europa (P@E): ¿Cuáles son los principales desafíos que enfrenta actualmente Irlanda del Norte con relación a los derechos humanos y las libertades civiles?

Muchas veces, en Irlanda del Norte, las opiniones sobre temas de derechos humanos reflejan y refuerzan divisiones sociales entre na-cionalistas y unionistas. Como consecuencia del conflicto político en curso1, los derechos humanos muchas veces llegan a ser un tema politizado según afiliaciones sectarias. Tiende a existir mucho me-nos dominio del lenguaje de los derechos humanos y de la igualdad en los círculos unionistas, donde existe la preocupación o temor de que éste sea usado sólo para criticar a los organismos del estado y no en contra de actores no-estatales. Es necesario un compromiso más inclusivo con los derechos humanos y las libertades civiles, y el deseo de crear una “cultura de derechos humanos” en la que estos derechos sean entendidos como aplicables a cada persona y, a la vez, sean valorados por cada persona.

P@E: ¿Estas son cuestiones exclusivas de Irlanda del Norte, o más bien reflejan los desafíos que afectan a ciertas regiones de los Estados miembros de la Unión Europea?

La naturaleza del conflicto en Irlanda del Norte hace que la situación de los derechos humanos en este país sea diferente a la del resto de los países de la Unión Europea, al menos por dos razones. En pri-mer lugar, el conflicto crea divisiones y reduce la confianza. Si bien actualmente el conflicto en Irlanda del Norte y en torno a él ya no es de carácter armado, sino casi enteramente político, la sociedad sigue estando profundamente dividida y, en consecuencia, cuestiones tales como los derechos humanos se politizan y son impugnadas en for-mas que no se observan en ningún otro país de la Unión Europea. En

segundo lugar, el hecho de que una parte significativa del conflicto haya sido sobre la identidad nacional y la legitimidad del estado tie-ne implicancias particulares para los temas vinculados a los derechos humanos que otros conflictos políticos quizás no generen. Como los derechos humanos son entendidos como derechos exigibles frente al estado, pueden ser fácilmente politizados, para favorecer a una de las partes del conflicto.

P@E: ¿Existen en Irlanda del Norte movimientos de la sociedad civil u organizaciones de derechos humanos que estén abor-dando con éxito estas cuestiones? ¿Cuál es su naturaleza? Por ejemplo, ¿tienden a estar asociadas con un movimiento político o religioso en particular o se trata, principalmente, de asociaciones de familiares?

Existe una amplia gama de organizaciones que están trabajando so-bre la cuestión de los derechos humanos. Se ha establecido por ley la Comisión de Derechos Humanos de Irlanda del Norte (Northern Ireland Human Rights Commission) y hay grupos independientes tales como el Comité para la Administración de Justicia (Committee for the Administration of Justice), el British Irish Human Rights Watch, el Pat Finucane Centre, etc. Existe, además, una gran varie-dad de grupos de familiares, por ejemplo, Familiares por la Justicia (Relatives for Justice), el WAVE Trauma Centre y muchos otros. En general, las iglesias han mantenido un bajo perfil.

P@E: ¿Qué ayudaría a que estos grupos ganen más voz o in-fluencia en el incipiente proceso de paz? Por ejemplo, ¿una mejor coordinación estratégica, más conexiones a nivel de base, mejor disposición por parte de las autoridades competentes?

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Como he señalado, creo que para el trabajo en el ámbito de los de-rechos humanos es necesario fortalecer una base comunitaria que trascienda las divisiones entre nacionalistas y unionistas. Las iglesias podrían tener un rol importante, y sería muy favorable para la co-munidad unionista que las iglesias protestantes tomasen una postura más clara. Pero, hasta el momento, han dado pocas señales.

P@E: ¿Hay una evaluación o expectativa positiva por parte de es-tos grupos respecto a la fase actual del incipiente proceso de paz?

Parece percibirse un lento progreso positivo pero también cierta cau-tela sobre si las divisiones del pasado pueden realmente ser dejadas atrás. El Acuerdo de San Andrés2 está avanzado poco a poco, y si el Partido Democrático Unionista (Democratic Unionist Party) y Sinn Féin realmente logran alcanzar un acuerdo, sería un paso muy signi-fi cativo, aunque no necesariamente duradero3.

P@E: ¿Cuál es el estado del debate sobre la posibilidad de crear una comisión de verdad o una ley de amnistía en Irlanda del Norte? ¿Cuáles son las fuentes de controversia o desacuerdo?

Hay un debate persistente, aunque generalmente de baja intensidad, sobre una comisión de verdad, pero con pocas expectativas de que alguna vez haya un proceso ofi cial. Las contribuciones más impor-tantes a este debate han tenido origen en la organización comunitaria transversal Healing Through Remembering4, aunque otras organi-zaciones también han hecho aportes signifi cativos5. El debate sobre una posible ley de amnistía se ha apagado en los últimos tiempos, luego del retiro de algunas propuestas que fueron puestas en la mesa para resolver el estatus de las personas en condición de fuga (los así llamados “on the runs”). Dado que se acordó un programa de excar-celación bajo licencia como parte de los acuerdos de Belfast/Viernes Santo de 19986, en Irlanda del Norte el tema de la amnistía ya no es tan apremiante como en otros tiempos.

P@E: ¿Se conoce en Irlanda del Norte la experiencia latinoame-ricana de justicia transicional? ¿Qué otros referentes existen?

La experiencia más conocida es la de Sudáfrica, y es muy probable que cualquier discusión sobre un proceso de comisión de verdad esté fuertemente infl uida por este caso. Quienes están más activamente involucrados en el debate también saben que existieron comisiones en otros contextos, aunque con un bajo nivel de detalle. Sin embar-go, el caso de Guatemala es conocido por algunos grupos a partir del contacto con Frank La Rue7 y otros.

P@E: En su opinión, ¿podría Irlanda del Norte aprender algu-nas lecciones de las experiencias Latinoamericanas?

Las experiencias latinoamericanas tienen mucho que ofrecer, mos-trando los distintos enfoques que pueden ser adoptados respecto a la justicia transicional y la variedad de contribuciones que puede hacer una comisión de verdad. Por ejemplo, las comisiones latinoamerica-nas demuestran que el vínculo entre verdad y reconciliación puede

adoptar distintas formas y que un proceso de amnistía al estilo del sudafricano no necesita ser parte de una comisión de verdad.

P@E: En ese caso, ¿cuáles serían los principales elementos de estas experiencias que tendrían resonancia en la situación actual de Irlanda del Norte?

Las experiencias de América Latina tienen algo muy poderoso para decir sobre la cultura de la negación de la existencia de violaciones a los derechos, el silencio y la necesidad de romper con esto. El “digas lo que digas, no digas nada” está profundamente arraigado en Irlanda del Norte. Tener un proceso público y una declaración ofi cial sobre cuestiones que generan divisiones podría ayudar a abrir un debate pú-blico constructivo. Para mucha gente, esto sería más bien un proceso para asumir la verdad antes que un descubrimiento de la verdad por primera vez, pero, de todos modos, podría ser muy valioso.

Notas

1 La entrevista fue realizada durante el mes de enero de 2007.2 El Acuerdo de San Andrés, anunciado el 13 de octubre de 2006 por el Primer Ministro británico, Tony Blair, y el Taoiseach irlandés, Bertie Ahern, establece un calendario que conduciría al eventual res-tablecimiento de la Asamblea de Irlanda del Norte. Más información en www.standrewsagreement.org.3 Un paso signifi cativo en esta dirección fue la reunión realizada el 26 de marzo de 2007 en Belfast (Irlanda del Norte) entre Ian Paisley, representante del Partido Unionista Democrático, y el líder del Sinn Féin, Gerry Adams. En este encuentro, el líder unionista se compro-metió a formar un gobierno con Sinn Féin y otros dos grandes parti-dos el próximo 8 de mayo.4 Ver, especialmente, su excelente Making Peace with the Past: Options for Truth Recovery Regarding the Confl ict in and about Northern Ireland, octubre de 2006 (disponible en www.healingthroughremembering.org/pdf/Making%20Peace%20with%20the%20Past.pdf). 5 Ver, por ejemplo, Eolas Project, Consultation paper on Truth and Justice, septiembre de 2003.6 El acuerdo Belfast/Viernes Santo fue alcanzado el 10 de abril de 1998 entre los gobiernos británico e irlandés. Entre sus disposiciones más importantes se encuentran: el principio de que el futuro cons-titucional de Irlanda del Norte sea determinado por el deseo demo-crático de su población; un compromiso con la paz de los partidos políticos de la región; el establecimiento de una Asamblea Legislati-va de Irlanda del Norte; el establecimiento de un Consejo Británico-Irlandés con representantes de todas las partes de las islas británicas; el desarme de los grupos paramilitares; la liberación de los presos paramilitares pertenecientes a las organizaciones que respeten el alto el fuego.7 Frank La Rue es un reconocido defensor de los derechos humanos en Guatemala. En 1990, fue fundador del Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos y actualmente es Presidente de la Comisión Presidencial de los Derechos Humanos de Guatemala (Copredeh).

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Las experiencias latinoamericanas tienen mucho que ofrecer, mostrando los distintos enfoques que pueden ser adoptados respecto a la justicia transicional [...]. Por ejemplo, las comisiones latinoamericanas demuestran que el vínculo entre verdad y reconciliación puede adoptar distintas formas y que un proceso de amnistía al estilo del sudafricano no necesita ser parte de una comisión de verdad.

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Esta sección incluye reflexiones teóricas y análisis empíri-cos originales que nutran el diálogo entre América Latina y Europa y que ofrezcan una base enriquecedora común para la elaboración de políticas eficaces.

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El movimiento de derechos humanos ha sido un actor clave en los procesos de consolidación democrática que han tenido lugar en la Re-gión Andina y el Cono Sur durante las últimas dos décadas. En el Cono Sur, el reclamo de las víctimas de violaciones a los derechos

humanos por lograr verdad y justicia constituyó uno de los ejes alrededor del cual giraron las transiciones post-dictatoriales; en la Región An-dina, el papel de las organizaciones de la sociedad civil que denunciaron los crímenes atroces perpetrados o avalados por agentes del estado también ha sido un componente central de la agenda política de esta región. A partir de esos primeros pasos, las organizaciones de derechos humanos fueron extendiendo su ámbito de influencia original, participando en forma activa en temas tan diversos y actuales como la lucha contra la pobreza y la corrupción.

Tal protagonismo ha estado acompañado por una transformación de las organizaciones dedicadas a la protección de los derechos, que dejaron de ocuparse fundamentalmente de la denuncia de patrones de violaciones sistemáticas y aberrantes para conformar un movimiento mucho más diverso en su composición y fines. Durante sus primeros años, el movimiento de derechos humanos estuvo constituido funda-mentalmente por organizaciones de víctimas y familiares -especialmente en los países del Cono Sur- y por organizaciones de abogados que apoyaban las demandas de estos grupos -con mayor desarrollo en la Región Andina. Así, mientras en Chile y Argentina, respectivamente, se creaban en los años setenta la Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos y las Madres de Plaza de Mayo, en Perú y Colombia se formaron la Comisión Andina de Juristas y el Instituto de Defensa Legal y, más tarde, la Comisión Colombiana de Juristas.

A partir de la reinstauración de la democracia en los países del Cono Sur y con los procesos de mayor conocimiento de los derechos que

por Martín Abregú

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se desarrollan en la mayoría de los países del continente, especial-mente desde los años noventa en adelante, el universo de institucio-nes de la sociedad civil que se organizan en demanda de los derechos fundamentales ha ido expandiéndose en distintas direcciones2. Por un lado, se empiezan a organizar movimientos cívicos que apuntan no solo al resguardo de los derechos a la vida y la integridad física, sino que también aspiran a la consolidación de un sistema democrá-tico que asegure la participación en la agenda pública de las grandes mayorías. Instituciones tales como Poder Ciudadano, en Argentina, y Corporación Participa, en Chile, creadas ambas hacia finales de la década de los ochenta, son ejemplos de este proceso. Al mismo tiempo, las organizaciones que defienden los derechos de algún gru-po en particular, tales como las que reúnen a las mujeres, pueblos indígenas, personas con discapacidades, minorías étnicas, raciales o religiosas, así como minorías sexuales, entre otras, alcanzan un nuevo nivel de desarrollo. Muchas de estas organizaciones forman parte de movimientos sociales que, en muchos casos, son anteriores a la formación de los grupos de defensa de los derechos humanos (tales como aquellos vinculados a los pueblos originarios); sin embargo, lo nuevo de estas organizaciones durante las últimas décadas es que asu-men también en sus principios y acción una perspectiva de derechos.

Paralelamente al proceso de diversificación que va modificando el mapa de las organizaciones de la sociedad civil, el reconocimiento de los derechos humanos en las nuevas coyunturas post-dictatoriales y, en general, en todos los países de la región, ha ido acompañado de una creciente “oficialización” de este trabajo: los propios gobiernos, antes enemigos declarados de los derechos humanos, empiezan lenta pero sistemáticamente a promover la defensa de estos principios3. Si bien en muchos casos esta promoción es fundamentalmente retórica, es indudable que esta nueva situación resulta en sí misma un avance y que ha obligado a las organizaciones de la sociedad civil a modi-ficar sus estrategias de modo de ir más allá de la sola defensa de un valor (que aparece ahora como socialmente compartido). En este escenario, las organizaciones de derechos humanos debieron revisar su tradicional paradigma de trabajo diseñado para enfrentar crímenes atroces y aberrantes patrocinados por agentes del estado que repri-mían a los enemigos políticos de los gobiernos autoritarios. Debe destacarse, en todo caso, que esta crisis del paradigma tradicional que ha orientado el trabajo en derechos humanos no es un fenómeno limitado a América Latina sino que, por el contrario, asume en esta geografía las particularidades propias de la región pero responde a una coyuntura a nivel global. Esta situación, que ha sido calificada como una “crisis de mediana edad”4, refleja los importantes desafíos que debe enfrentar el movimiento de derechos humanos para preser-var los niveles de incidencia y relevancia que tuvo en el pasado.

Una de las consecuencias más importantes de esta apropiación del discurso de los derechos humanos por parte de los gobiernos democráticos ha sido abrir la oportunidad de trabajar por la inclusión de la perspectiva de derechos en la formulación, diseño y aplicación de políticas públicas. Esta tarea, sin embargo, no está exenta de difi-cultades. Una coyuntura compleja y en algunos casos contradictoria enfrenta a las organizaciones con una realidad en la que coexisten altos niveles de pobreza y exclusión social, la fragilidad de la insti-tucionalidad democrática y el creciente protagonismo de diferentes actores sociales que toman las calles para hacer política. Además, cuestiones de índole interna, vinculadas con la propia historia y la si-tuación actual de las organizaciones de la sociedad civil, representan también importantes retos para alcanzar el logro de sus objetivos y han impulsado un proceso de reflexión sobre los objetivos, priorida-des y responsabilidades de las organizaciones de derechos humanos en la Región Andina y el Cono Sur iniciaron, que dé cuenta de este nuevo escenario5.

En esa misma línea, en este artículo se identificarán algunos de los desafíos centrales que deben enfrentar las organizaciones de derechos humanos y ciudadanía6, como la cuestión de la represen-tatividad de estas organizaciones, su relación con el estado, la cons-trucción de alianzas con otros actores nacionales e internacionales, el desarrollo de una renovada estrategia de comunicación y la nece-sidad de diseñar indicadores de impacto que permitan dar cuenta de los logros alcanzados.

Para abordar estas materias, el artículo ha sido estructurado en cuatro partes -además de esta introducción- dedicadas a: el estado de la democracia y la situación de los derechos humanos en la región, el trabajo de las organizaciones de derechos humanos y ciudadanía en políticas públicas, los desafíos que las organizaciones deben enfren-tar para la realización de estas tareas, y, finalmente, la revisión cinco casos que permiten extraer algunas lecciones aprendidas.

El estado de la democracia y la situación de los derechos huma-nos en la Región Andina y el Cono Sur

Existe consenso acerca de que la situación de la democracia y los derechos humanos en América Latina es paradójica. Por una parte, la democracia como régimen gobierna la región y las crisis institu-cionales, otrora antecedentes inmediatos de golpes militares, en la actualidad se resuelven por caminos más o menos institucionales7. Por otra, la elección periódica de autoridades mediante el voto popu-lar no ha estado acompañada por una mejoría en las condiciones de vida de las grandes mayorías; por el contrario, en muchos casos los regímenes democráticos consolidaron un sistema de exclusión social que postergó a grandes sectores de la población y los llevó a una

Muchas [de las organizaciones que defienden los derechos de algun grupo en particular]

forman parte de movimientos sociales que, en muchos casos, son anteriores a la formación de los grupos de defensa de los derechos humanos (tales como aquellos vinculados a los pueblos

originarios); sin embargo, lo nuevo de estas organizaciones durante las últimas décadas es

que asumen también en sus principios y acción una perspectiva de derechos.

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situación de mayor pobreza e, incluso, de indigencia8.Frente a esta situación, son coincidentes las opiniones acerca

de que la principal asignatura pendiente de las democracias en esta región es la reducción de la pobreza. El informe La democracia en América Latina, publicado por el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD)9, más allá del debate generado alrede-dor de algunas de sus cifras y conclusiones10, refleja el estado de la reflexión sobre la democracia en la región al plantear la necesidad de buscar reaseguros para la gobernabilidad, a partir de políticas de inclusión social. Es importante destacar, en todo caso, que la con-vivencia de sistemas democráticos con altos niveles de exclusión social, es un fenómeno de larga data en América Latina. La historia de la región está signada por la escasa participación en los frutos del crecimiento económico de una gran proporción de la población, que es posible verificar en la mayoría de los países durante casi toda su historia -con la excepción de algunos períodos de tiempo en los que el deterioro social ha sido más pronunciado, los niveles de pobreza en América Latina se han mantenido relativamente estables a lo lar-go de su historia reciente11.

Más allá de las particularidades nacionales, una diferencia sensible entre este estudio reciente del PNUD y otros similares realizados en décadas anteriores es la incorporación de la perspectiva de los derechos como un elemento central del análisis de la situación en la región. En efecto, una de las manifestaciones de la creciente im-portancia del discurso de los derechos humanos es su carácter de termómetro del estado de la democracia, algo que habría sido inima-ginable a principios de la década del setenta.

El concepto de ciudadanía aparece como la necesaria otra cara de la moneda del discurso de los derechos humanos12. Probablemen-te el tema que refleja mejor que ningún otro esta caracterización de la institucionalidad democrática en la región es el derecho a la iden-tidad. En los países de la Región Andina y el Cono Sur se observa un número todavía incierto pero sin duda elevado de personas que carecen de un documento nacional de identidad. Este número inclu-ye desde campesinos peruanos (en su mayoría de origen indígena)13 hasta indigentes urbanos en capitales de provincia de la Argentina14 y es la muestra más cabal de la exclusión social, ya que la falta de un documento de identidad significa que la persona no existe para los registros estatales y que tendrá un obstáculo formal y la mayoría de las veces insalvable para el ejercicio de sus derechos. Las y los mi-grantes pobres y sus hijos engrosan estos números15.

Avances normativos tales como la aprobación de textos consti-tucionales que reconocen y tutelan un completo y complejo sistema de derechos (tales como la Constitución de Colombia de 1991) o la incorporación de tratados internacionales de derechos humanos como parte fundamental de la legislación interna de los países (como es el caso de la Constitución Argentina de 1994), no se han visto necesariamente acompañados por una mayor protección efectiva de esos derechos. Incluso, hay quienes sostienen que en muchos casos se ha ampliado la brecha entre la regulación legal de los derechos y su aplicación práctica16.

La situación de determinados grupos raciales que han sido y aún son hoy sistemáticamente discriminados es quizá el ejemplo más representativo de este escenario. Por un lado, no cabe duda que grupos tales como los pueblos indígenas y afro-descendientes son las principales víctimas de la exclusión social. Las investigaciones que se han realizado sobre la situación de estos pueblos demuestran una directa relación entre raza y pobreza, que los relega a una ciudadanía de segunda clase17. Por otro, más allá de que todavía se trata de un proceso lento e incompleto, se han sancionado legislaciones especia-les que reglamentan los derechos especiales de estos pueblos tales como la Ley Indígena N° 19.253 (1991) de Chile, e indudablemente el mejor ejemplo de todos, la Ley N° 70 (1993) de Colombia que protege los derechos especiales de los pueblos afro-descendientes. Sin embargo, estas legislaciones han sido muy raramente aplicadas en todo su alcance y son graves y sistemáticas las violaciones a esa

normativa18. De hecho, el agravamiento de la situación de las y los afro-colombianos en el marco del conflicto armado -víctimas espe-cialmente vulnerables a la violencia de todas las bandas ilegales- así como la creciente conflictividad de la cuestión mapuche en el sur de Chile, son ejemplos de retrocesos en esta área.

En este contexto, el principal desafío para el trabajo en derechos humanos ya no está vinculado con la necesidad de su reconoci-miento legal sino, por el contrario, con la posibilidad de asegurar el acceso a esos derechos19. Aunque los estados democráticos asuman la defensa de los derechos humanos y exista un marco legal que los reconozca, una importante franja de la población sigue relacionán-dose con el estado solo por malas razones, esto es, por haber sido agredidos o abusados por la policía, por ser víctimas o acusados de un delito y por haber sido detenidos (arbitrariamente o no). Por el contrario, la posibilidad de demandar el cumplimiento de la ley o de contar con el estado al enfrentar un problema es impensable para muchos de estos sectores20. Esto refleja que el problema de las de-mocracias de la región no es tanto un problema de calidad, sino de la cantidad de personas que (no) acceden a ella.

El trabajo de las organizaciones de derechos humanos y ciuda-danía en políticas públicas

Las organizaciones de derechos humanos y ciudadanía han venido trabajando en forma cada vez más sistemática en torno a la incor-poración de la perspectiva de derechos en las políticas públicas, conscientes de que solo este tipo de acciones permitirá maximizar los resultados de su esfuerzo para alcanzar a un universo más amplio y más diverso de la sociedad. En algunos casos este trabajo puede tener un objetivo cuantitativo: conseguir que los avances alcanzados para un sector minoritario o en casos individuales lleguen a una parte importante de la sociedad (que algunos han llamado “el desafío de la cantidad”). En otros, en cambio, se busca que grupos minoritarios históricamente postergados accedan a los beneficios de la mayoría.

En procura de estos objetivos, las instituciones de la sociedad civil han organizado su trabajo en torno a cuatro metas:

- dejar sin validez una ley o política pública: tradicionalmente el movimiento de derechos humanos ha intentado detener al estado en el diseño y aplicación de políticas, prácticas o leyes que tienen como resultado directo la violación de derechos fundamentales. La herra-mienta fundamental para este tipo de acción es el litigio, alegando la inconstitucionalidad de las leyes o de las prácticas. En Colombia, por ejemplo, las organizaciones de derechos humanos han sido reite-radamente exitosas al cuestionar la legalidad de leyes fundamentales tales como la que regía el estado de sitio y la que diseñó una cuestio-nada política de “seguridad democrática”21. Otro caso paradigmático es el de las leyes de impunidad que muchos gobiernos de la región sancionaron (o decidieron respetar) durante las transiciones post-dictatoriales, que tenían por consecuencia la no punición de los de-litos aberrantes cometidos en el pasado. También hubo en este caso diversas acciones sobre los congresos para que dejaran sin efecto esta normativa, en algunos casos con resultados positivos (como la derogación y posterior anulación de las leyes de Punto Final y Obe-diencia Debida en el Congreso de Argentina).

- contribuir en el diseño de una política pública: en otros casos, las organizaciones de la sociedad civil son convocadas por el Eje-cutivo o el Legislativo para participar en el diseño de una política referida a temas de derechos humanos. Los casos de la reforma procesal penal en Chile, la creación de la Comisión de la Verdad y Reconciliación en Perú y la aplicación de un nuevo mecanismo para la designación y remoción de jueces de la Corte Suprema de Justicia en Argentina, son ejemplos ilustrativos de estas acciones. En estos casos podría decirse que las organizaciones ayudan a crear la voluntad política necesaria para la formulación de una política pú-blica, pero el diseño en sí de esa política constituye necesariamente

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una tarea conjunta (cuando las autoridades se deciden a convocar a quienes impulsaron el tema). Una situación parcialmente distinta se da cuando las organizaciones promueven la aprobación de un tratado internacional de derechos humanos, como es el caso, entre otros, de la campaña que puso en marcha el Comité de América Latina y el Caribe para la Defensa de los Derechos de la Mujer (CLADEM) con el propósito de lograr la sanción de una Convención Interameri-cana sobre Derechos Sexuales y Reproductivos. En estos casos, las organizaciones contribuyen en el diseño de una norma internacional que eventualmente se deberá implementar como una política interna de los estados. El trabajo que la Corporación Humanas ha venido realizando recientemente en Chile para la implementación del Es-tatuto de la Corte Penal Internacional es un ejemplo interesante de cómo se cierra el ciclo.

- promover la revisión o corrección de una ley o práctica: tal vez la mayor parte de las acciones de las organizaciones de la sociedad civil alrededor de las políticas públicas puedan ser incluidas dentro de este rubro. Se trata de aquellos casos en que una política pública no es per se violatoria de los derechos humanos o la ciudadanía (como puede ser el caso de las leyes de impunidad). Al enfrentar problemas de esta índole, las acciones de la sociedad civil suelen ser muy variadas, por ejemplo llevando adelante una campaña co-municacional que obligue al estado a revisar una ley, o a través de la recolección de información que demuestre las consecuencias de una determinada práctica. Las decisiones de organismos supranacio-nales de protección de los derechos humanos (tales como el Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas o la Comisión y la Corte Interamericana de Derechos Humanos de la Organización de los Estados Americanos) también pueden desempeñar un papel fundamental para lograr este tipo de modificaciones. En el caso del litigio, es interesante constatar que no solo se observan ejemplo en los que una decisión judicial obliga a revisar una ley o una práctica,

sino que algunos tribunales superiores están tomando la iniciativa de promover “mesas de concertación” entre la sociedad civil y el estado a partir de la constatación de un “estado de cosas inconstitucional”. Es el caso, por ejemplo, de la decisión de la Corte Constitucional de Colombia sobre la situación de los desplazados22 o la reciente decisión de la Corte Suprema de Argentina sobre la situación de los detenidos en comisarías en la provincia de Buenos Aires.23

- participar en la implementación de una política: en algunos casos agencias del estado convocan a organizaciones de la sociedad civil para participar en la aplicación de una determinada política pública. En estas circunstancias, puede ocurrir que la convocatoria sea para llevar adelante tareas de tipo más operativas como, por ejemplo, colaborar en la distribución de un plan alimentario de modo de asegurar que llegue a la mayor cantidad posible de necesitados. Sin embargo, en muchos otros casos la convocatoria no es para reali-zar acciones de carácter operativo sino otras que tendrán un impacto directo en la forma en que las políticas serán puestas en práctica. Por ejemplo, las actividades de capacitación de los funcionarios que es-tarán obligados a cumplir una determinada ley sin duda repercutirán directamente en la forma definitiva que adquirirá una política públi-ca. Cuando una institución es convocada para realizar el seguimiento de una determinada acción del estado también contribuye a asegurar la protección los derechos fundamentales. Un ejemplo interesante de este tipo es la labor desarrollada por las organizaciones de mujeres en el Perú para el establecimiento desde 1988 de comisarías especia-lizadas en asuntos de violencia de género24.

Para alcanzar estas metas, las organizaciones de la sociedad civil llevan adelante distintas acciones y estrategias de “incidencia”, como cabildeo, litigio y asistencia legal, abogacía internacional, ca-pacitación y educación, producción de información, organización de alianzas y comunicación25. Otras labores fundamentales que realizan estas organizaciones, tales como la asistencia sicológica de víctimas

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en los casos de tortura o agresiones sexuales, no se han incluido en esta descripción dado que no aspiran (al menos en lo inmediato) a modificar las políticas públicas sino a la reparación (aunque sea par-cial) del daño causado26.

Desafíos del trabajo en derechos humanos sobre las políticas públicas

En la medida que la actividad en derechos humanos y ciudadanía se aleja de la defensa humanitaria para dedicarse al litigio estratégico y avanza desde las iniciativas por una mayor participación de la ciuda-danía a un diseño más democrático de las políticas públicas, las or-ganizaciones de la sociedad civil deben enfrentar una serie de nuevos problemas asociados a este renovado protagonismo.

La cuestión de la representatividad y la legitimidad

En este contexto, una pregunta aparece con frecuencia: ¿a quién representan esas organizaciones? y, vinculada con la anterior, ¿qué legitimidad tienen para realizar ese tipo de labores?27. En sus inicios, las organizaciones de derechos humanos no tuvieron que enfrentar este tipo de cuestionamientos. El hecho de que en muchos casos se tratara de organizaciones de víctimas o de quienes las representaban era suficiente para otorgarles una legitimidad de “origen”, en el sen-tido de que representaban a un colectivo del que formaban parte. No obstante, el transcurso del tiempo y sobre todo la ampliación de la agenda han provocado necesariamente una fisura en esa legitimidad histórica, por ejemplo, en la medida que las organizaciones empie-zan a trabajar en la defensa de los derechos de las trabajadoras y los trabajadores migrantes. Especialmente desde sectores más cercanos a los partidos políticos, suele alegarse que, mientras diputados o se-nadoras son representantes legítimos de los intereses de quienes han votado por ellos, las organizaciones de la sociedad civil defienden intereses sectoriales de las minorías, contrarios a los de las mayorías. Especialmente en algunos países, el hecho de que las organizaciones de la sociedad civil se financien principalmente con aportes de la co-munidad internacional agrega a estos cuestionamientos una supuesta defensa de intereses ajenos28.

Al respecto, en primer lugar es necesario destacar que si bien la legitimidad y la representatividad de las organizaciones están a me-nudo estrechamente vinculadas, se trata de dos cuestiones que deben ser diferenciadas. En este sentido, el cuestionamiento relacionado con la falta de un electorado que brinde un soporte pareciera recla-mar que la única legitimidad posible para los actores públicos es una legitimidad democrática, esto es, por el voto. Frente a este tipo de críticas, las organizaciones suelen insistir en la especial naturaleza de las posiciones que defienden -a favor de los derechos humanos y la ciudadanía-, no necesariamente requieren contar con el apoyo de las mayorías de la sociedad, y, en general, se trata de valores que deben ser protegidos especialmente de las mayorías o sus represen-tantes, que justamente son quienes pueden ponerlos en riesgo. En otros términos, no es necesario representar a alguien para condenar la tortura, ya que aún cuando toda la sociedad estuviera de acuerdo con apoyar el maltrato de los detenidos, un solo hecho de este tipo sería contrario a la dignidad de las personas. De hecho, la Declara-ción Universal de los Derechos Humanos constituye justamente una proclamación de estos valores contra las mayorías y, por tanto, su promoción no requiere de ningún tipo de representatividad.

Asociado con lo anterior, otra posible respuesta al cuestiona-miento sobre la legitimidad está relacionada con la capacidad de las organizaciones y su demostrado conocimiento en las materias en las que intervienen. En este sentido, se trataría de una legitimidad “ad-quirida” justamente por el valor de sus intervenciones.

Una cuestión asociada con su legitimidad y que ha venido gene-rando una creciente preocupación en años recientes es la rendición de cuentas de estas instituciones. Desde hace algunos años, las orga-nizaciones de la sociedad civil disponen de un espacio privilegiado

en la arena pública y, en consecuencia, resulta natural que surjan demandas por mejores mecanismos de control y que respondan ante ciertos sectores determinados. Esto no significa que dichos mecanismos deban ser similares a los que fiscalizan a los organis-mos oficiales o que los trabajadores de estas organizaciones tengan que ser tratados como funcionarios públicos, pero resulta evidente que la cuestión de la responsabilidad de estas organizaciones (o su accountability, para utilizar un término inglés sin traducción literal en castellano) ha venido adquiriendo una importancia directamente proporcional al crecimiento de su influencia, y se convierte en un asunto central cuando se trata de su participación en la gestación de políticas públicas (una tarea que radica fundamentalmente en manos de los representantes del pueblo)29.

La relación con el estado

El trabajo en derechos humanos se inicia en esta región para poner freno a los crímenes aberrantes que, durante las décadas de los se-tenta y ochenta, patrocinaban los estados (dictatoriales en el Cono Sur y más o menos democráticos en la Región Andina). En este escenario, especialmente en los países del Cono Sur, el concepto de estado con el que se trabaja durante los primeros años es, sin duda, el de estado-enemigo30.

El reestablecimiento de la democracia en el Cono Sur reabrió una oportunidad para repensar esta relación; sin embargo, el proceso no fue sencillo ni estuvo exento de tensiones. Por un lado, el enfren-tamiento entre los nuevos gobiernos y las organizaciones de dere-chos humanos que se produjo en forma casi inmediata a partir de las políticas de verdad y justicia fue un obstáculo insalvable para el acercamiento de posiciones. Las políticas oficiales de reparación en general no satisficieron las demandas de las víctimas y las organiza-ciones que las representaban, provocando que los cambios en la per-cepción mutua se postergaran durante más tiempo que el esperado. Muchas de las organizaciones más tradicionales de derechos huma-nos continuaron trabajando con un concepto de estado-enemigo aún en el contexto de administraciones democráticamente elegidas.31

Al mismo tiempo, la naturaleza misma de la acción política supo-ne una labor de construcción de acuerdos y compromisos mutuos que fue muchas veces resistida por las organizaciones de la sociedad civil, provocando una desconfianza hacia el sector público que en algunos casos persiste hasta el presente. La transición chilena a la democracia resulta muy interesante también desde esta perspectiva, ya que en el movimiento de derechos humanos hubo una división de aguas entre quienes, proviniendo de organizaciones de derechos humanos pasa-ron a formar parte de los cuadros de la administración de gobierno y negociaron políticamente la naturaleza de las transformaciones democráticas y quienes optaron por seguir en las organizaciones de la sociedad civil y auto-relegarse de estas conversaciones. Es necesario destacar que muchos de quienes trabajaron con el movimiento de de-rechos humanos durante la dictadura ya habían tenido una formación política previa antes del golpe militar de 1973 y durante la dictadura “hicieron política” desde estas organizaciones de modo que con la reinstauración de la democracia su participación en la coalición de partidos de gobierno aparecía como una continuidad natural32.

Por otra parte, la reconfiguración de los estados de la región, especialmente a partir de la década de los noventa (aunque en al-gunos casos, como Chile, empieza antes, durante la dictadura del general Augusto Pinochet), también provoca una sensible modifica-ción del escenario. Con los procesos de privatizaciones, la reducción de la influencia y presencia del estado en numerosos sectores y la globalización, el aparato burocrático ha perdido terreno como actor excluyente y, en cambio, comienza a ser percibido muchas veces como un ente regulador que ya no debe preocuparse solamente por la legalidad de sus propias acciones, sino también por controlar a terceros cada vez más poderosos. Este es el caso, por ejemplo, del papel del estado como controlador de las agencias de seguridad privada o de la protección de los derechos de los menos favorecidos

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en el abastecimiento de servicios públicos esenciales (como el agua potable). Otros actores tales como empresas transnacionales e insti-tuciones financieras internacionales, adquieren creciente importan-cia y el dedo acusador de las organizaciones de derechos humanos ya no tiene un único destinatario. Al mismo tiempo, otros sectores empiezan a hacer cuestionamientos sistémicos al estado, en tanto se plantea que este no necesariamente responde a los intereses de la sociedad en general, sino que está controlado por un determinado grupo que no representa a los excluidos. Movimientos reivindica-tivos de tradiciones ancestrales indígenas, desde el Zapatismo en México hasta las movilizaciones en Ecuador y Bolivia, ponen en cuestión el estado-nación tal como se conocía en América Latina. El caso de los “piqueteros” en Argentina, especialmente en sus sectores más radicales en el peor momento de la crisis durante 2002, también transita hacia este tipo de planteamientos a partir de una práctica que aspira a independizarse de las políticas oficiales y construir su propia comunidad -que incluye sus propias escuelas, hospitales, política de distribución de ingresos, etc. En el ámbito rural, tal vez el caso más notorio es el del Movimiento de los Sin Tierra en Brasil.

Durante los últimos años, las crisis por la que atraviesan nume-rosos gobiernos de la región, que incluyeron la salida anticipada de presidentes elegidos democráticamente en varios de esos países, han terminado de dibujar un nuevo panorama, en el que las organizacio-nes de derechos humanos y ciudadanía se han visto obligadas a com-prometerse más fuertemente con el fortalecimiento de la democracia. En este sentido, ya son pocos los que reniegan de la necesidad de trabajar articuladamente con el estado, al mismo tiempo que muchos de esos gobiernos, dadas sus debilidades, producto entre otras razo-nes de una crisis de representatividad33, han comenzado a convocar a estas organizaciones para la formulación y puesta en marcha de polí-ticas públicas en forma bastante más sistemática que en el pasado.

Un desafío capital para la colaboración entre los gobiernos y la sociedad civil en torno a la construcción de un estado protector de los derechos humanos es la ineficacia de muchas de las administra-ciones de la región. Existen reiterados casos de administraciones con un incuestionable compromiso con los derechos humanos (al menos en algunas materias) que, sin embargo, han sido incapaces de des-terrar prácticas aberrantes. El caso de las torturas en comisarías es probablemente uno de los ejemplos más notorios de estos fracasos, ya que muchos gobiernos, especialmente a nivel nacional (y federal,

en los casos que corresponde) han hecho esfuerzos por erradicar esta práctica, pero la voluntad política es insuficiente para desarmar burocracias entrenadas en soportar este tipo de embates aislados34. En el mismo sentido, administraciones (o agencias gubernamentales) que se propusieron enfrentar la corrupción fueron en la mayoría de los casos superados por esas mismas burocracias o, incluso, por las estructuras de sus propios partidos políticos.

Tal vez las dos formas de cooperación que han dado mejores frutos son el seguimiento y la participación en procesos de reformas insti-tucionales. En el primero de estos casos, han existido variados ejem-plos de organizaciones de la sociedad civil que monitorean a alguna agencia del estado, asegurando que la puesta en marcha de una determinada política pública proteja los derechos y la ciudadanía. Esta práctica ha tomado distintas formas, desde una participación más amplia, por ejemplo, en planes sociales35 hasta el envío de can-didatos a cargos estatales en consulta a organizaciones de derechos humanos para determinar si estas enfrentan impugnaciones.

Por ejemplo, en Argentina, a partir de la impugnación que las organizaciones de derechos humanos empezaron a hacer de militares acusados de graves violaciones a los derechos humanos durante la dictadura militar que eran propuestos al Senado para la aprobación de su ascenso, se ha desarrollado una práctica mediante la cual la Comisión de Acuerdos de ese cuerpo suele enviar en consulta a las organizaciones de derechos humanos los nombres de los militares propuestos por el Ejecutivo. Más recientemente, y a partir de la pro-puesta de la alianza Una Corte para la Democracia también se han empezado a enviar a las instituciones relevantes los antecedentes de las personas nominadas para la Corte Suprema de Justicia.

Una colaboración de “segundo grado” es la que se ha observa-do en algunos procesos de reforma institucional, especialmente en materia de justicia. El ejemplo que ya se ha mencionado es la activa participación de la sociedad civil en la reforma procesal penal en Chile, en la que instituciones no gubernamentales y universidades colaboraron en la producción de información y conocimiento, de-sarrollaron propuestas legislativas y colaboraron activamente en el diseño de su puesta en marcha36. En los últimos años, algunas de esas mismas instituciones se han concentrado en el seguimiento de su ejecución37. La reforma judicial -no solamente procesal penal- es probablemente el área donde las organizaciones de la sociedad civil

Una de las consecuencias más importantes de esta apropiación

del discurso de los derechos humanos por parte de los gobiernos

democráticos ha sido abrir la oportunidad de trabajar por la inclusión de la perspectiva de

derechos en la formulación, diseño y aplicación de políticas públicas.

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han alcanzado los mayores niveles de participación en los procesos de fortalecimiento institucional -probablemente debido a que el for-talecimiento del Poder Judicial es la forma más directa de proteger los derechos fundamentales. Por esta razón, los ambiguos resultados que se reconocen en la evaluación general de esos procesos resultan particularmente ilustrativos del camino que aún resta por recorrer38.

La articulación con otros actores Si se analizan las distintas actividades y estrategias descritas más arriba puede concluirse que las organizaciones de derechos humanos hacen hoy más o menos lo mismo que hacían en sus orígenes: tratar de incidir en el gobierno, litigar, recolectar información y difundirla, y movilizar a la comunidad internacional para que “rebote” en el ámbito interno. La diferencia en sus tareas no parece estribar enton-ces en la naturaleza misma de las acciones que realizan sino en la forma como se llevan a cabo.

Una de las diferencias en la forma como se desarrollan esas actividades es la posibilidad de construir alianzas con otros actores sociales. El trabajo en derechos humanos comenzó como una acción aislada para enfrentar gobiernos autoritarios, de modo tal que su discurso estaba destinado a una marginalidad inevitable. Pero el paso del tiempo, los cambios en la coyuntura política y la creciente legiti-midad que han logrado las organizaciones de derechos humanos han provocado que la situación varíe sensiblemente.

Sin embargo, el aislamiento forzoso de los orígenes ha tenido consecuencias hasta el presente: el movimiento de derechos huma-nos se constituyó alrededor de un núcleo de organizaciones históri-cas orgullosas de su trabajo, que constituyen un grupo selecto al que resulta difícil ingresar39. Ese hermetismo de las organizaciones tam-bién funciona hacia el interior del movimiento, que a menudo pierde de vista otros actores y se concentra demasiado en sus propias vicisi-tudes40 cayendo, en los peores ejemplos, en una suerte de “autismo”.

Las organizaciones que promueven la participación ciudadana, que no sufrieron el mismo aislamiento que las organizaciones de de-rechos humanos más tradicionales, desde sus inicios se propusieron trabajar con un universo de actores más diversos. Sin embargo, salvo algunas excepciones, es posible verificar que incluso en estos casos la articulación con otros protagonistas es limitada. En estos casos, se observa que las organizaciones tienen una mayor capacidad para articularse entre ellas y trabajar conjuntamente; pero estas relaciones continúan siendo en alguna medida endogámicas, en el sentido de que se limitan a otras organizaciones de la sociedad civil con carac-terísticas similares.

En este sentido, si las organizaciones de derechos humanos y ciudadanía aspiran a participar más activamente en la formulación y ejecución de políticas públicas, resulta necesario desarrollar alian-zas estratégicas con, al menos, tres sectores41: movimientos sociales y organizaciones de base, universidades y centros de estudio y par-tidos políticos.

Otra de las alianzas claves que las organizaciones de derechos hu-manos construyeron desde el momento mismo de su creación fue con las organizaciones internacionales y organismos supranacionales de protección de derechos humanos. Esta sociedad continúa siendo fundamental para las organizaciones locales.

Durante las décadas del setenta y ochenta las organizaciones de derechos humanos que trabajaban a nivel nacional recolectaban información que las organizaciones no gubernamentales interna-cionales utilizaban para hacer incidencia en las organizaciones gubernamentales internacionales (tales como Naciones Unidas o la Organización de los Estados Americanos) y ante los gobiernos de otros países que defendían las causas de derechos humanos, quie-nes oportunamente ejercían presión sobre el gobierno cuestionado. Este sistema aún es utilizado en muchos casos y, especialmente, en relación con algunos (pocos) gobiernos de la región que todavía hoy ignoran las demandas de derechos humanos a nivel local, pero sí

escuchan con más atención los cuestionamientos desde la comuni-dad internacional. En este sentido, tal forma de interacción no solo todavía está vigente sino que a veces sigue siendo muy eficaz. Sin embargo, si se observa la naturaleza actual de las relaciones entre las organizaciones de derechos humanos nacionales e internacionales, es posible apreciar que este tipo de interacción está muy lejos de ser la única forma de trabajo de colaboración entre ambas.

Las relaciones entre los organismos nacionales e interna-cionales de derechos humanos son mucho más intrincadas en la actualidad. La relación entre las organizaciones internacionales y las nacionales es en el presente bidereccional. Esto significa que, incluso cuando en algunos casos las organizaciones que trabajan a nivel nacional continúan proveyendo información a las organizacio-nes internacionales, existen también otros tipos de intercambios, en los que, por ejemplo, las organizaciones nacionales proporcionarán también conocimiento, intentarán diseñar conjuntamente las estrate-gias de incidencia e, inclusive, aspirarán a influir en las agendas de las organizaciones internacionales.

La relación entre las organizaciones nacionales y las internacio-nales se está acercando mucho más a un intercambio entre “iguales” -aún cuando algunas organizaciones internacionales todavía no han advertido la situación. Si bien es cierto que aún hay enormes dife-rencias entre las organizaciones nacionales e internacionales (entre ellas, una significativa son los niveles de financiamiento), al menos entre algunas organizaciones que realizan labores similares existe una relación mucho más equilibrada. Una de las razones para esta nivelación es que las organizaciones nacionales con frecuencia ya no requieren de las organizaciones internacionales para ser escuchadas por sus propios gobiernos. Tal como se ha examinado, las organiza-ciones de derechos humanos que trabajan a nivel local han logrado durante el último decenio un nivel de exposición e influencia inédita que hace que sus gobiernos no puedan (o no quieran) seguir ignoran-do sus demandas.

Del otro lado, algunas veces las organizaciones no guberna-mentales que trabajan a nivel global tampoco necesitan de las or-ganizaciones nacionales ni de las organizaciones gubernamentales internacionales para influir en determinados países. Para citar solo un ejemplo, el protagonismo que Human Rights Watch o Amnistía Internacional han logrado en Colombia como actores en el proceso interno es cualitativamente distinto al papel tradicional de las orga-nizaciones internacionales como “procesadoras” de la información recolectada por terceros.

Otra característica relevante del nuevo esquema de relaciones entre organizaciones nacionales e internacionales es la aparición de otros actores, como por ejemplo, los movimiento antiglobalización.

Entre estas nuevas posibles alianzas se registran especialmente ciertas formas de colaboración Sur-Sur, en las que organizaciones que trabajan a nivel nacional se asocian con sus propios gobiernos para impulsar iniciativas que a menudo son resistidas por gobiernos históricamente amigos de las organizaciones de derechos humanos (e incluso por algunas organizaciones no gubernamentales internacio-nales). Esta es la situación que se ha observado, por ejemplo, en las negociaciones alrededor de la Organización Mundial de Comercio (OMC), en las que organizaciones de derechos humanos y gobiernos del Sur promovieron una agenda común en materias tales como las barreras comerciales y los derechos de propiedad intelectual.

La comunicación estratégica42

Comunicar el mensaje a favor del respeto y vigencia de los derechos humanos ha sido uno de los objetivos centrales de este movimien-to. En la medida en que hacer visible una violación a los derechos humanos es el primer paso para remediarla, las organizaciones de la sociedad civil han concentrado gran parte de su esfuerzo en esta dirección. De hecho, la fórmula “naming and shaming”43 fue y conti-núa siendo una de las herramientas más poderosas para el trabajo en derechos humanos.

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Sin embargo, en la medida que las acciones en defensa de los derechos humanos se tornan más complejas, la sola identificación de responsabilidades es insuficiente para lograr los nuevos objetivos ya que en muchos casos actuales de violaciones estructurales a los derechos humanos la forma de revertir esta situación no es sencilla. Si cuando fue creada Amnistía Internacional era obvio que el pro-blema de los presos de conciencia se terminaba con la liberación del detenido, la medida necesaria para remediar la falta de acceso a la salud o, incluso, la brutalidad policial, es bastante más compleja, en el sentido que las responsabilidades son más difusas, las injusticias habitualmente tienen un origen endémico y la solución implica nu-merosas variables.

En este contexto, aunque la tarea de las organizaciones de reali-zar un seguimiento a la situación de los derechos humanos y exponer las violaciones más graves, por ejemplo, en informes anuales, es to-davía una actividad fundamental, existe un marcado consenso acerca de que no permite alcanzar el objetivo de revertir la situación. A pesar de ese reconocimiento, la atención que el movimiento de dere-chos humanos ha dispensado a este problema es todavía despareja44. Mientras algunas de estas instituciones realizan un excelente trabajo en este área y han logrado posicionarse muy fuertemente en los me-dios de comunicación masivos o, como en el caso del Instituto de Defensa Legal en Perú, han desarrollado muy exitosas herramientas propias de difusión, muchas otras tienen hoy mayores dificultades para hacer llegar su mensaje que el que tenían en coyunturas bastan-te adversas bajo las dictaduras o gobiernos autoritarios.

Sin embargo, es posible verificar que las organizaciones de la sociedad civil están en general lejos de un esquema de trabajo simi-lar al propuesto. La estrategia en esta área de muchas organizaciones de la sociedad civil depende en gran medida de voluntades indivi-duales e intuiciones personales de algunos de sus miembros.

La medición del impacto

“Hay pocas tareas más importantes, y pocas más difíciles, que medir adecuadamente los avances en el campo de los derechos humanos y evaluar el impacto de las organizaciones de derechos humanos”45. El carácter humanitario del trabajo en derechos humanos en muchos casos significa que el resultado puede ser medido en el número de vidas salvadas. Sin embargo, este tipo de indicadores resulta insufi-ciente para evaluar la situación general de los derechos humanos en el contexto de las actuales democracias en América Latina.

Pero, además, la necesidad de diseñar mecanismos apropiados para medir los avances en la situación de derechos humanos es tam-bién fundamental para evaluar el impacto de las organizaciones de la sociedad civil. Una de las respuestas posible para los crecientes cuestionamientos está vinculada con la calidad del trabajo realizado. En este sentido, contar con herramientas para la medición de resul-tados es sin duda de gran ayuda para ratificar la importancia de la labor desarrollada por estas organizaciones46.

Una las razones que esgrimen las organizaciones de derechos humanos y ciudadanía para explicar las dificultades que deben en-frentar para efectuar estas mediciones es que una coyuntura muy cambiante impide llevar adelante profundos procesos de planifi-cación que, para el momento en que se terminan, ya han quedado desactualizados. Este constituye, sin duda, un gran desafío para las organizaciones de la sociedad civil, especialmente en el contexto de inestabilidad política que persiste en la región. Una planificación muy prolija, por ejemplo, podría conspirar con el aprovechamiento de oportunidades inesperadas, que son a menudo la única forma que tienen las organizaciones de participar en el proceso de definición de políticas. La coyuntura cambiante y la falta de una discusión racio-nal entre los actores involucrados, que pueden tomar sus decisiones motivados por presiones sectoriales o frente a la necesidad de dar respuestas rápidas, provoca que el diseño de las políticas públicas sea un proceso a veces aleatorio y a veces heterónomo47. En este

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contexto, se argumenta, la identificación de metas e indicadores pue-de resultar más una desventaja que una herramienta.

De manera parcialmente contradictoria con lo anterior, otro de los obstáculos reiteradamente señalados para una adecuada medición de impacto es que el resultado del trabajo en derechos humanos solo puede observarse en el largo plazo y que aspirar a indicadores de éxito en un par de años puede ser contraproducente porque obliga a buscar logros inmediatos que por su naturaleza son más difíciles de sostener en el tiempo. En esa línea de argumentación, el trabajo en derechos humanos y ciudadanía aspira en última instancia a un cambio cultural que, como tal, requiere de varias generaciones para alcanzarse. Los avances en el corto plazo solo deben ser entendidos como pequeños pasos en un camino más largo y, por lo tanto, su impacto inmediato debe ser relativizado.

Sólo en la medida que las oportunidades esporádicas sean apro-vechadas para avanzar en objetivos a largo plazo podrán obtenerse resultados que perduren en el tiempo48. Tal vez el proceso que mejor ejemplifica un trabajo sobre la coyuntura combinado con la bús-queda de objetivos de largo plazo es la labor de las organizaciones históricas de derechos humanos en la búsqueda de verdad y justicia por las violaciones a los derechos humanos cometidas durante las dictaduras militares. En este caso, las organizaciones de derechos humanos aprovecharon cada oportunidad que les dio la coyuntura, incluso en el contexto adverso de los regímenes militares, no solo para salvar la vida de personas en riesgo sino también para evitar que se consolidara la impunidad por estos graves crímenes. A lo largo de treinta años de lucha, al mismo tiempo que se perseguían resultados inmediatos (con frecuencia para responder a problemas urgentes), se diseñaron estrategias que no necesariamente iban a provocar avances en el corto plazo, tales como los procesos judiciales iniciados duran-te las dictaduras y que debían ser resueltos por jueces en la mayoría de los casos asociados a los regímenes de facto (y que en muchos casos recién hoy empiezan a dar sus frutos)49.

Otro desafío adicional para la evaluación del trabajo en dere-

chos humanos y ciudadanía es la falta de indicadores confiables, que no solo dificulta la medición de los resultados sino que también puede ser un obstáculo adicional para evaluar la situación de los derechos humanos. Al ampliar el trabajo a áreas tales como los dere-chos sociales, las organizaciones requieren de otros instrumentos de medición ya que la descripción de la situación sobre la base de casos testigos no es siempre la mejor fórmula.

Para analizar el papel de las organizaciones en el diseño de polí-ticas públicas, la medición del impacto puede efectuarse en dos ni-veles: por un lado, evaluar si la participación de estas organizaciones logró o no cambiar una determinada política pública (en cualquiera de las cuatro formas descritas anteriormente: dejar sin validez una ley o política pública, contribuir al diseño de una política, promover la revisión de una ley o práctica y participar en la puesta en vigor); y, por otro, demostrar los efectos que estas transformaciones tuvieron en el nivel de protección de los derechos. Debe destacarse en todo caso que el cambio de una política puede significar un avance en sí mismo para la protección de los derechos. Esta sería la situación, por ejemplo, de una ley que reconozca mecanismos para el ejercicio del derecho de acceso a la información. Más allá de los eventuales pro-blemas que puedan existir en la aplicación de dicha norma, su sola sanción implica un avance.

Cinco buenos ejemplos y algunas lecciones aprendidas

En toda la región, en distintas áreas y con las más diversas estrate-gias y acciones, las organizaciones de derechos humanos y ciuda-danía han venido enfrentando, a veces con éxito, el desafío de con-vertirse en actores del diseño y la formulación de políticas públicas. Repasar algunos de esos ejemplos es un buen ejercicio para aprender sus lecciones.

En Perú, la Coordinadora Nacional y otras organizaciones líde-res de derechos humanos habían venido sosteniendo la necesidad de una investigación a fondo de los crímenes y las masacres cometidas

[...] las organizaciones suelen insistir en la especial naturaleza de las posiciones que

defienden -a favor de los derechos humanos y la ciudadanía-, no necesariamente requieren

contar con el apoyo de las mayorías de la sociedad, y, en general, se trata de valores

que deben ser protegidos especialmente de las mayorías o sus representantes, que justamente

son quienes pueden ponerlos en riesgo.

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desde 1980, en el marco del conflicto armado interno y, posterior-mente, durante el régimen autoritario de Fujimori. Aprovechando el momento posterior a la implosión del régimen y la alta credibilidad del movimiento de derechos humanos después de años de trabajo denunciando las arbitrariedades cometidos por los gobiernos ante-riores, la Coordinadora participó activamente de la Mesa de Diálogo convocada por la Organización de Estados Americanos y, a través de esta y otras instancias de incidencia, consiguió el apoyo, primero, del Presidente Interino Valentín Paniagua y, posteriormente, la rati-ficación del Presidente Alejandro Toledo para el establecimiento de la Comisión de la Verdad y Reconciliación. La Coordinadora no solo demandó la creación de la CVR sino que también participó acti-vamente en su diseño y la elección de sus miembros, entre los que destacó la participación de una ex Secretaria Ejecutiva de la propia Coordinadora, Sofía Macher.

La alianza Una Corte para la Democracia en Argentina es otro interesante caso: entre las numerosas peculiaridades de la crisis ins-titucional que golpeó a la Argentina hacia fines de 2001 y durante 2002, una significativa fue la demanda social por la remoción de la Corte Suprema de Justicia, fuertemente asociada al gobierno anterior del Presidente Carlos Menem y cuestionada por casos de corrupción y falta de independencia. En este contexto en el que las manifesta-ciones públicas se sucedían frente al Palacio de Justicia demandando “que se vayan todos” -en este caso asociado a los miembros de la Corte Suprema y otros jueces federales-, un grupo de organizaciones de derechos humanos y ciudadanía50 se unió para elaborar una serie de documentos motivados por la necesidad de construir una nueva legitimidad para la Corte Suprema. Los documentos, que recogieron las experiencias complementarias de organizaciones con intereses comunes y perspectivas parcialmente diferentes, propusieron un nuevo procedimiento para la remoción y la designación de los miem-bros del más alto tribunal, de modo de asegurar una mayor transpa-rencia y participación de la sociedad civil en ambos procesos. Estas propuestas tuvieron un gran impacto comunicacional al momento de su difusión y, eventualmente, fueron recogidas por el Presidente Néstor Kirchner, electo en mayo de 2003, como la política oficial del gobierno, que reglamentó el nuevo sistema de designación de jueces de la Suprema a través del decreto 222. La designación de nuevos miembros de la Corte Suprema desde esa nueva reglamentación ha sido altamente superior a la de los gobiernos anteriores.

Una labor de otro tenor pero similar relevancia e impacto fue la que llevaron a cabo las organizaciones de la sociedad civil en Colom-bia para concitar la atención sobre la situación de los desplazados. El drama de los desplazados internos en este país es sin duda una de las más graves crisis humanitarias a nivel mundial51. A pesar de la persistencia y gravedad del problema, la atención que los sucesivos gobiernos prestaron a este asunto fue históricamente escasa. Una serie de organizaciones de la sociedad civil que trabajan tanto en el nivel local como nacional iniciaron una campaña de creación de conciencia sobre la situación de estas víctimas del conflicto armado interno. Esta red de actores diversos que incluyó organizaciones es-pecializadas como la Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento, de derechos humanos como la CCJ, de base como la Liga de Mujeres Desplazadas de Simón Bolívar y articulaciones que trabajan a nivel nacional como la Confederación Colombiana de Organizaciones no Gubernamentales, fue paulatinamente instalan-do el tema en la agenda nacional e internacional. Entre las distintas acciones llevadas a cabo por estos grupos se destaco un número significativo de acciones de tutela y otras iniciativas judiciales para proteger los derechos fundamentales de las y los desplazados52. Fren-te a esta situación, la Corte Constitucional de Colombia tomó una decisión histórica al reunir algunos de estos casos y declarar un “Es-tado de casos inconstitucional” en la situación de los desplazados53. Además, la Corte, reconociendo el fundamental papel que habían desarrollado las organizaciones de la sociedad civil para documentar y exponer esta situación, diseñó un modelo pionero para la puesta en vigor de su resolución, que incluyó la activa participación de algunas

de estas organizaciones en el seguimiento de la respuesta oficial a sus recomendaciones54.

Como sostienen Trivelli y Hernández55, el caso de Vivo Positivo en Chile “da cuenta de una experiencia que adquiere capacidad sufi-ciente para influir significativamente en el diseño de políticas públi-cas en el sector salud. Su presencia como actor en este proceso su-pone un giro significativo en las políticas chilenas referidas al VIH/SIDA”. Vivo Positivo es una red de organizaciones sociales integrada por personas portadoras de VIH/SIDA, que se unieron en 1997 para luchar por el derecho a una atención médica de calidad. Con ese objetivo, esta red ha desarrollado una estrategia amplia que apunta a instalar con fuerza su problemática en la escena nacional chilena a través de acciones en el campo político y legal. Entre 1999 y 2001, en alianza con otras organizaciones de la sociedad civil, se presentan ante los tribunales más de una treintena de recursos de protección que contribuyen a generar debate y hacer visible su situación. Para-lelamente, se realizan una serie de demostraciones públicas y tareas de cabildeo que complementan las acciones judiciales. Esta acción bidimensional fue fundamental para lograr la aprobación de la Ley de Prevención del VIH/SIDA en 2001, que asegura un acceso exten-dido a la terapia antiretroviral. Para hacer efectivos estos cambios legales, Vivo Positivo establece además una serie de alianzas con diversas instituciones involucradas en la gestión de la salud pública a nivel local. Otro campo de actuación a nivel micro fueron los hos-pitales públicos, donde se trabaja con el personal médico. La acción desplegada por Vivo Positivo durante estos años ha sido fundamental para lograr, en alianza con el estado, una mayor y mejor cobertura de salud para las personas viviendo con VIH/SIDA.

A nivel regional, un ejemplo particularmente interesante es el de la Alianza Estratégica de Organizaciones Afro Latinoamericanas y Caribeñas en el marco del proceso hacia la Pre Conferencia con-tra el Racismo y la Xenofobia y la puesta en marcha de su plan de acción. En diciembre de 2000, se llevó a cabo en Santiago (Chile) la Pre Conferencia para el continente americano preparatoria de la Conferencia Mundial contra el Racismo, la Discriminación, la Xe-nofobia y otras Formas de Intolerancia Conexas, que se desarrolló en Durbán (Sudáfrica), entre agosto y septiembre de 200156. El proceso preparatorio de esa conferencia regional, así como la posterior pues-ta en vigor de su Plan de Acción, tuvo como protagonista central al movimiento de afro-latinos. Esta comunidad se organizó regional-mente para promover una agenda que reconociera sus derechos y, a través de la articulación de instituciones y líderes afro de todo el continente en la Alianza obtuvo logros inéditos en su histórica lucha contra la discriminación racial. La situación de los afro-latinos es extensamente ignorada en toda la región y, a pesar de que numerosos estudios indican que la cantidad de descendientes afro en esta región es de 150 millones de personas, la discriminación estructural hacia este sector ha permanecido invisible hasta hace poco tiempo. La Alianza se propuso generar conciencia de esta situación y durante este proceso logró exitosamente llamar la atención de oficinas gu-bernamentales, instituciones internacionales y organizaciones de la sociedad civil sobre la exclusión de la que han sido históricamente víctimas. Entre los avances que es posible identificar en estos años, puede destacarse la creación de instancias gubernamentales espe-cializadas en estas materias como el Ministerio Asuntos Raciales en Brasil, la Comisión Nacional Afro-Indígena en Perú y la Oficina de Asuntos Afro de la Municipalidad de Montevideo; la incorporación de la perspectiva racial en los programas de la Asociación Panameri-cana de la Salud y el Banco Mundial; y el creciente trabajo conjunto que se ha venido desarrollando con organizaciones de derechos hu-manos en toda la región.

Estos cinco casos, así como muchos otros, demuestran que la participación de las organizaciones de la sociedad civil en la formu-lación y puesta en práctica de políticas públicas en derechos huma-nos, no solo es deseable sino que es posible y puede dar excelentes resultados. Su revisión permite, además, extraer algunas lecciones.

Un primer elemento a destacar en todos los casos es que la

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formación de alianzas -más o menos estables- fue fundamental para el logro de los objetivos buscados. En el caso de la Coordinadora, se trata de una alianza formal de más de 60 organizaciones que han trabajado juntas durante décadas. En el caso de Una Corte para la Democracia, cinco organizaciones decidieron unirse tras una meta específica -proponer una nueva forma de designación y remoción de jueces de la Corte Suprema- y esa unión eventualmente se transfor-ma en una marca propia, que supera la mera suma de cada una de las partes involucradas. Vivo Positivo surge como una red y es pro-bablemente esta naturaleza convocante la que facilita su permanente trabajo en forma articulada con otras organizaciones de la sociedad civil, oficinas gubernamentales y los prestadores de servicios médi-cos. Finalmente, en el caso de la Alianza Estratégica es justamente la unión de los distintos grupos operando a nivel nacional la que permite el salto cualitativo de la participación afro-latina en el proce-so hacia las conferencias de Santiago y Durbán. Tal vez el caso de la sociedad civil colombiana trabajando en asuntos de desplazamiento sea el único caso en el que no existe una alianza orgánica entre los distintos actores involucrados, pero justamente por la misma razón es interesante analizar cómo esta acción colectiva de alguna manera necesitó de una innovadora decisión de la Corte Constitucional para poder concentrar sus esfuerzos en la formulación de una política pública que garantice los derechos de las y los desplazados.

Relacionado con el párrafo anterior, también emerge de los ejemplos examinados que la mayor o menor diversidad de los ac-tores involucrados constituye un aspecto central en estas articula-ciones. Dos de estas experiencias se refieren a agrupaciones de los directamente afectados: Vivo Positivo y la Alianza Estratégica. En ambos casos, la asociación de distintas organizaciones que ya venían trabajando en la materia fue el punto de partida para una expansión de su actividad. Es interesante señalar como, a diferencia de las or-ganizaciones históricas de derechos humanos -que involucraban a las víctimas del terrorismo de estado y que fueron marginadas por importantes sectores de la sociedad-, en estos casos la articulación en una red fue el camino que facilitó las alianzas y los acuerdos con sectores más amplios. En los casos de la Coordinadora y de Una Corte para la Democracia, ambas alianzas buscan convocar a orga-nizaciones que trabajan en un tema en común (derechos humanos en el caso peruano, reforma de la justicia en Argentina); sin embargo, la Coordinadora agrupa a organizaciones mucho más diversas, inclu-yendo grupos que trabajan a nivel nacional y local, organizaciones de base e incidencia, etc. Tal diversidad le confiere una gran legi-timidad a la Coordinadora como representante del movimiento de derechos humanos. En el caso de Una Corte para la Democracia, las organizaciones que se autoconvocan aspiran a una cierta homo-geneidad vinculada con la capacidad técnica necesaria para hacer propuestas en un asunto muy complejo; sin embargo, aún dentro de estas limitaciones, sí existe una preocupación expresa de identificar a los distintos sectores involucrados: organizaciones de derechos, expertos en justicia, organizaciones que promueven la transparencia y usuarios y consumidores.

Otro elemento de relevancia para el éxito de estas experiencias es el apropiado uso y manejo de información y conocimientos. Por ejemplo, en el caso de las organizaciones trabajando en temas de desplazamiento en Colombia, fue fundamental la labor realizada durante años para documentar la situación de estas personas, poder instalar el tema en la agenda pública y motivar la decisión de la Corte Constitucional. Ese mismo conocimiento, producto tanto de la elaboración de informes de denuncia sobre la situación, así como del trabajo cotidiano con las personas desplazadas, fue también el que justificó su inclusión en el mecanismo de seguimiento a su resolu-ción diseñado por la Corte. Otro caso en el que el manejo del cono-cimiento fue fundamental es el de Argentina, donde las instituciones desarrollaron una propuesta experta y de alta calidad técnica en un asunto política y socialmente complicado. También es interesante señalar que el conocimiento no siempre debe ser un producto del trabajo de quién hace la propuesta. Por ejemplo, la Coordinadora de

Derechos Humanos en Perú basó muchas de sus sugerencias en la experiencia internacional acumulada, y aprovechó las extensas co-nexiones internacionales desarrolladas durante años para hacer llegar a su audiencia la opinión experta de organismos internacionales.

La articulación con distintos actores de la comunidad interna-cional también es una práctica que aparece en varios de los ejemplos descritos. En el caso de la creación de la CVR, la comunidad interna-cional desempeñó un papel clave, ya que los aspectos fundamentales de la política de verdad y justicia se acuerdan en el marco de la Mesa de Diálogo de la Organización de Estados Americanos. Además, como ya se mencionó, en todo el proceso fue fundamental la interacción con organizaciones internacionales gubernamentales y no guberna-mentales para acercar a la sociedad peruana las experiencias de otros países (por ejemplo, la contribución del Centro Internacional para la Justicia Transicional fue muy importante en este caso). En el caso de la Alianza Estratégica, ésta se conforma y constituye en el marco de un proceso hacia una conferencia mundial de las Naciones Unidas. En este contexto, esa reunión internacional es la que constituye al mismo tiempo el motor y la meta de su tarea. Finalmente, en el caso sobre desplazamiento forzado en Colombia, la comunidad internacional fue crucial para informar a la opinión pública mundial sobre la crisis hu-manitaria que sufría este país, al mismo tiempo que promovió la par-ticipación más activa de los organismos internacionales de derechos humanos en el seguimiento de la situación -lo que eventualmente sir-vió como un factor desencadenante para una mayor y mejor respuesta por parte del Estado, incluyendo la Corte Constitucional.

El aprovechamiento de una coyuntura determinada es también un aspecto determinante para el logro de los objetivos. En el caso del trabajo sobre la Corte Suprema en Argentina, las organizaciones fueron muy hábiles para transformar una demanda social en una propuesta de política pública. En un contexto de gran convulsión social, en el que una sociedad movilizada reclamaba la remoción de todos los jueces de la Corte, estas organizaciones supieron canalizar esa demanda y construir a partir de ella una propuesta de política pública que, junto con representar la demanda en las calles, impul-saba una reforma del máximo tribunal que había estado en la agenda de algunas de estas organizaciones durante muchos años. En Perú, el movimiento de derechos humanos también aprovechó la coyuntura de la implosión del régimen de Fujimori para volver a poner sobre la mesa de negociación sus demandas históricas de verdad y justicia -no solo referidas al gobierno inmediatamente anterior sino que des-de 1980. En este sentido, se aprovecha el protagonismo en el orden interno de la comunidad internacional y una transición que obliga a replegarse a los actores políticos tradicionales, para asegurar una política acorde con los estándares de derechos humanos. Por último, en el caso de la Alianza, es una coyuntura internacional (el proceso preparatorio de la III Conferencia Mundial contra el Racismo) el que permite dar un salto cualitativo a su trabajo.

Finalmente, en todos los casos las organizaciones llevaron ade-lante una estrategia multidimensional. La Coordinadora llevó ade-lante una campaña de comunicación a nivel masivo, negoció en el marco de una mesa de diálogo, movilizó a la comunidad internacio-nal a favor de sus demandas, etc. En Argentina, la alianza por Una Corte para la Democracia llevó adelante una estrategia para instalar sus propuestas en los medios de comunicación social, primero, y entre los decidores de política después; realizó acciones de cabildeo e involucró a los expertos en la materia. Vivo Positivo litigó casos, promovió la necesidad de una nueva legislación, instaló el tema en la opinión pública y negoció con todos los involucrados. En Colombia, las organizaciones de la sociedad civil que trabajan con desplazados documentaron la situación, movilizaron a la comunidad internacio-nal y presentaron acciones judiciales. La Alianza Estratégica buscó alianzas con organizaciones de derechos humanos, trabajó junto a los gobiernos en la preparación de las conferencias, difundió infor-mación sobre la situación de los afro-latinos y capacitó a sus miem-bros para la participación en instancias internacionales y locales.

En ninguno de estos casos habría bastado con una sola estra-

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Notas

1 Este artículo está basado en una versión más extensa publicada en el libro de Augusto Varas, Martín Abregú et al., La Propuesta ciu-dadana: una nueva relación sociedad civil-Estado, Santiago, Fun-dación Ford/ Catalonia, 2006, editada, bajo la supervisión del autor, por el Comité Editorial.2 Roberto Saba, “El movimiento de derechos humanos, las organiza-ciones de participación ciudadana y el proceso de construcción de la sociedad civil y el estado de derecho en Argentina”, en Aldo Panfichi (coord.), Sociedad civil, esfera pública y democratización en Amé-rica Latina: Andes y Cono Sur, México D.F., Pontificia Universidad Católica del Perú, Fondo de Cultura Económica, 2002.3 Michael Ignatieff, “Human Rights: the Midlife Crisis”, en The New York Review of Books, 20 de mayo, 1999.4 Ibidem.5 Algunas de las conclusiones de esas reflexiones pueden leerse en Carlos Basombrío, ¿… Y ahora qué? Desafíos para el trabajo por los derechos humanos en América Latina, Lima, Diakonía Acción Ecuménica Sueca, 1996; José Zalaquett, (coord.), Temas de derechos humanos en debate. Grupo de reflexión regional, Lima, Instituto de defensa Legal, Centro de Derechos Humanos, Facultad de De-recho, Universidad de Chile, 2004; y Alicia Yamin, Facing the 21st Century: Challenges and Strategies for the Latin American Human Rights Community, informe del relator basado en una conferencia or-ganizada por The Washington Office on Latin America y el Instituto de Defensa Legal, julio de 1999. 6 Varias personas que leyeron una versión preliminar de este texto insistieron en la necesidad de destacar que las organizaciones de derechos humanos y las organizaciones de ciudadanía “no son lo mismo”. En efecto, al menos en la Región Andina y el Cono Sur existe una fuerte línea divisoria entre las identidades de estos grupos. Tal como se ha destacado en el texto principal, las organizaciones de derechos humanos se crearon con anterioridad, están lideradas por las víctimas o sus representantes, suelen ser más intransigentes y concentran sus esfuerzos en la denuncia de los abusos estatales. En cambio, las organizaciones de ciudadanía tienen una mirada más amplia sobre el interés público, pueden tener un mayor conoci-miento técnico o profesional, se crearon en el contexto de gobiernos democráticos y apuestan más a la propuesta que a la denuncia. Sin embargo, la división entre ambos grupos continúa siendo un tanto caprichosa. Por un lado, es probable que ninguna organización de derechos humanos o de ciudadanía se sienta enteramente cómoda con la descripción hecha en estas líneas y probablemente reprocharía que “hacen un poco de ambos”; por otro, esta distinción que parece tan “obvia” en esta región, resulta difícilmente comprensible en otras partes del mundo. En este artículo no se niega la existencia de dife-rencias importantes entre las organizaciones de derechos humanos y las de ciudadanía; sin embargo, las similitudes entre ambas son también considerables, especialmente en lo que se refiere a su parti-cipación en la formulación de políticas públicas, y, en consecuencia, unas y otras pueden ser asimiladas en el análisis. 7 La forma en que se resolvieron las crisis institucionales en Argenti-na, Ecuador y Bolivia, si bien generaron serias inquietudes respecto a las tramas ocultas que generaron la renuncia o remoción de presi-dentes democráticamente elegidos, en todos los casos siguieron los carriles institucionales previstos para la sucesión presidencial.8 Ver Puente @ Europa, Vol. IV, n. 3, septiembre de 2006 (Nota del

tegia. De hecho, tal vez el elemento central que al mismo tiempo demuestra los avances y los consolida, es la participación activa de las organizaciones de la sociedad civil en la puesta en práctica de las políticas públicas que promovieron: la Coordinadora trabajó muy cercanamente a la CVR y lo sigue haciendo, ahora por la aplicación de sus recomendaciones; las organizaciones argentinas que promo-vieron los cambios en la Corte Suprema trabajaron junto al nuevo gobierno en la formulación del decreto reglamentario y, posterior-mente, hicieron el seguimiento de su aplicación. Vivo Positivo ha venido acompañando el proceso de puesta en marcha y cumplimien-to de la nueva ley de VIH/SIDA, mediante el seguimiento de su efec-tividad y entrenando a sus operadores. Las organizaciones colombia-nas han participado activamente de la aplicación de la decisión de la Corte Constitucional. La Alianza Estratégica ha trabajado con varios gobiernos para la creación de instancias nacionales especializadas en la cuestión de la discriminación racial.

Los desafíos, en todos estos casos, fueron diversos y complejos, pero un profundo conocimiento de la situación con la que estaban lidiando y la correcta lectura de la realidad y sus posibilidades fue-ron fundamentales para avanzar hacia el logro de sus objetivos. La paciencia fue otro factor clave, ya que ninguno de estos avances fue inmediato y en varios ejemplos constituyó el resultado de décadas de trabajo. En síntesis, una acertada combinación de capacidad, perseverancia, apego a los principios, pragmatismo y oportunismo permitió en estos casos avanzar hacia una mejor protección de los derechos humanos.

En este trabajo hemos tratado de explicar porqué completar esta ecuación no es una tarea sencilla, pero estos casos demuestran que los resultados justifican el esfuerzo.

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Coordinador Editorial, N.C.E.).9 PNUD, La democracia en América Latina. Hacia una democracia de ciudadanas y ciudadanos, Buenos Aires, Aguilar/Altea/Taurus/Alfaguara, 2004.10 Diálogo Inter-Americano y PNUD, Scrutinizing Democracy in Latin America. A Discussion of the UNDP’s Report on Democracy in Latin America, Inter-American Dialogue y United Nations Deve-lopment Programme, Regional Bureau for Latin America and The Caribbean, junio de 2005.11 En 1980, un 40,5% de la población de América Latina tenía ingresos bajo la línea de pobreza; en 1990, era un 48,3%; en 2000, un 42,5% y proyecciones para 2004 indican que es un 42,9%. Ver CEPAL, Panorama Social de América Latina 2005, CEPAL, Santiago, 2005. Sin embargo, estas afirmaciones no deben generar la impresión de que todos los procesos nacionales son similares. En Chile, por ejemplo, la democracia estuvo acompañada de mejoras en las condiciones de vida de las grandes mayorías, al punto de reducir sensiblemente los niveles de pobreza e indigencia hasta niveles históricamente inéditos. También el caso colombiano es único, ya que en este país han convivido durante décadas gobiernos libremente elegidos con una situación de conflicto armado interno que ha provocado incluso que grandes áreas del territorio nacional hayan quedado bajo la custodia de grupos armados ilegales (ya sean insurgentes o paramilitares).12 Cath Collins, Post-Transitional Justice: Legal Strategies and Accountability in Chile and El Salvador, tesis para el grado de doc-tor en Filosofía, Institute of Latin American Studies, Institute for the Study of the Americas, University of London, 2005.13 Tesania Velázquez, Vivencias diferentes: la indocumentación entre las mujeres rurales del Perú, Lima, DEMUS-OXFAM-DFID, 2004.14 Universidad Nacional de Tucumán, Clínica Jurídica de Derecho de Interés Público, Horco Molle. El caso DNI: litigio sistémico, Do-cumento de Trabajo, Clínica Jurídica de Derecho de Interés Público, Facultad de Derecho y Ciencias Sociales, Universidad Nacional de Tucumán, 2005.15 Organización Internacional del Trabajo, “Migraciones internacio-nales, remesas y mercado laboral: la situación en América Latina y el Caribe”, en Oficina Internacional del Trabajo, Oficina Regional para América Latina y el Caribe, Panorama Laboral 2005. América Latina y el Caribe, Lima, OIT, 2005.16 Por ejemplo, el profesor Julio Maier, en su clase magistral al reti-rarse de la docencia activa como titular de Derecho penal y procesal penal de la Universidad de Buenos Aires en 2005, caracterizó al sis-tema penal actual como mucho más violento que aquel que él cono-ció al comenzar su carrera profesional en esta área, planteando que a pesar de algunos avances legislativos, en la práctica éste desconoce de forma más sistemática y grave los derechos fundamentales de las personas. Si bien la descripción que hace Maier de la situación actual del sistema penal no parece suscitar mayores divergencias, tal vez valdría la pena preguntarse en qué medida la mayor violen-cia ejercida por el sistema penal está directamente asociada con la creciente canalización de la violencia estatal a través de las institu-ciones oficiales del estado tales como el sistema penal, vis à vis, la utilización de estructuras paramilitares o escuadrones de la muerte que dominaron en otras épocas.17 Álvaro Bello y Marta Rangel, Etnicidad, “raza” y equidad en América Latina y el Caribe, Santiago, Comisión Económica para América Latina y el Caribe (CEPAL), 2000; Martín Hopenhayn y A. Bello, Discriminación étnico-racial y xenofobia en América Latina y el Caribe, Serie Políticas Sociales 47, Santiago, División de Desa-rrollo Social, CEPAL, mayo de 2001.18 Instituto de Estudios Indígenas, Universidad de La Frontera, Los derechos de los pueblos indígenas en Chile. Informe del Programa de Derechos Indígenas, Santiago, LOM Ediciones, Ciencias Huma-nas, 2003.19 Es importante señalar que el acceso a los derechos humanos no debe confundirse con el acceso a la justicia, especialmente en el sen-

tido restrictivo de acceso a los tribunales. Por el contrario, el acceso a los derechos humanos involucra a todos los poderes del estado e incluye demandas de diversas índoles, como reclamos sobre los dere-chos del consumidor frente a organismos oficiales de control, la aten-ción en comisarías y las denuncias por violencia intrafamiliar. Incluso cuestiones tales como los canales de representación entre gobernantes y gobernados, y ciudadanos y partidos políticos, también pueden ser incluidas dentro del marco genérico del acceso a los derechos.20 Hugo Frühling señala que “el carácter militarizado de las policías hace que las personas solo acudan a ellas cuando es absolutamente necesario (delitos graves)”. Ver Hugo Frühling, “La reforma poli-cial y el proceso de democratización en América Latina”, Santiago, CED, Área Seguridad Ciudadana, 2001, p. 9.21 Para una descripción de la política de seguridad democrática y los debates en torno a ella, pueden verse en: Fundación Social y FESCOL, “Seguridad y derechos humanos en el conflicto armado. Conflicto y seguridad democrática en Colombia. Temas críticos y propuestas”, en Policy Paper 4, Bogotá, Fundación Social y Frie-drich Ebert Stiftung en Colombia, enero de 2004; Eduardo Pizarro Leongómez, “A New Approach: Álvaro Uribe’s Democratic Secu-rity Project”, Working Paper, Washington, D.C., Inter-American Dialogue, julio de 2003; Federación Internacional de los Derechos Humanos (FIDH), “Colombia. Las detenciones masivas, arbitrarias e indiscriminadas: estrategia de la seguridad democrática”, en Infor-me N° 392/3, FIDH, mayo de 2004; Id. “Colombia. ‘La seguridad democrática’: desconoce los derechos humanos y socava las bases del Estado de derecho”, en Informe N° 393/3, FIDH, mayo de 2004; Latin America Working Group Education Fund (LAWGEF), The Wrong Road. Colombia’s National Security Policy, Washington D.C., LAWGEF, , julio de 2003.22 Véase Sentencia de Tutela T-025 de 2004. Magistrado Ponente de la Corte Constitucional de Colombia: Manuel José Cepeda Espinoza.23 Sentencia del 3 de mayo de 2005, caso Horacio Verbitsky sobre amparo, Corte Suprema de Justicia de la Nación (Argentina). Recur-so de hecho V. 856. XXXVIII.24 Para algunos ejemplos concretos de este tipo de intervención pue-de verse Iniciativas para el Fortalecimiento Democrático y Social, Experiencias de fortalecimiento democrático y social, Buenos Aires, Centro de Estudios Legales y Sociales, Universidad de San Andrés y Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, Sede Académi-ca de Argentina, 2005. Más información sobre el caso de Perú en www.flora.org.pe/comisaria.htm. Ver Julieta Estremadoyro, Vio-lencia en la pareja. Comisarías de Mujeres en el Perú, Lima, Flora Tristán, 1993.25 Ver Oficina en Washington para Asuntos Latinoamericanos (WOLA) y Centro para el Desarrollo de Actividades de Población (CEDPA), Manual para la facilitación de procesos de incidencia política, WOLA y CEDPA, marzo de 2005, p. 21 (www.wola.org/publications/atp_manual_para_facilitacion_jun_05.pdf).26 Para una descripción de muchas otras valiosísimas actividades que realizan y realizaron cotidianamente las organizaciones de derechos humanos, véase Mario Garcés y Nancy Nicholls, Para una Historia de los DD.HH. en Chile. Historia Institucional de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas FASIC 1975-1991, Santiago, LOM Ediciones, Ciencias Humanas, 2005.27 Enrique Peruzzotti ha escrito un muy interesante análisis sobre la relevancia pero también los malos entendidos que explican muchos de estos cuestionamientos. Ver Enrique Peruzzotti, “Civil Society, Representation and Accountability: Restating Current Debates on the Representativeness and Accountability of Civic Associations”, en Lisa Jordan y Peter Van Tuijl (eds.), NGOs Rights and Responsabili-tes, London, Earthscan, en prensa.28 Ver Puente @ Europa, Vol. IV, n. 1, marzo de 2006 (N.C.E.).29 Ver E. Peruzzotti, op. cit.30 Sofía Tiscornia, “Límites al poder de policía. El activismo inter-nacional de los derechos humanos y el caso Walter Bulacio ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos”, en Sofía Tiscornia y

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María Victoria Pita (eds.), Derechos humanos, tribunales y policías en Argentina y Brasil, Buenos Aires, Estudios de Antropología Ju-rídica, Colección de Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, 2006.31 Para una experiencia de las dificultades que enfrentaban las or-ganizaciones tradicionales de derechos humanos para modificar su relación con el estado todavía a mediados de los años 90, véase Mar-tín Abregú, “Democratizando la lucha por los derechos humanos”, mimeo, presentación en LASA 1996.32 Domingo Namuncura, “Hacer derechos humanos desde la socie-dad civil y desde el estado. Reflexiones sobre semejanzas y diferen-cias”, en Carlos Basombrío (ed.), Activistas e intelectuales de socie-dad civil en la función pública en América Latina, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2005; Andrés Domínguez, “De cómo la alianza entre los derechos humanos y la policía produce justicia y seguri-dad”, en C. Basombrío (ed.), op. cit.33 Sobre este punto, ver Puente@ Europa, Año. 3, n. 3, septiembre de 2005 (N.C.E.).34 Luiz Eduardo Soares, “La experiencia de la inadecuación: contra-dicciones y complementariedad entre academia, activismo cívico y militancia política”, en Carlos I. Basombrío, op. cit.35 Como ejemplo de este trabajo, puede leerse en el capítulo VI in-cluido en el libro al que también pertenece la versión original de este artículo la experiencia de Vivo Positivo y su trabajo con el Fondo global contra el SIDA, Augusto Varas, Martín Abregú et al., op. cit.36 Centro de Estudios de Justicia de las Américas (CEJA), Justicia y Sociedad Civil. El papel de la sociedad civil en la reforma judicial: estudio de casos en Argentina, Chile, Colombia y Perú, Buenos Ai-res, Centro de Estudios de Justicia de las Américas, 2003.37 Patricio Valdivieso y Juan Enrique Vargas, “Cambios en el sistema de justicia y sociedad civil en Chile (1990-2002)”, en CEJA, op. cit.38 Para una revisión de estas experiencias en Colombia, Perú, Chile y Argentina véase CEJA, Ibidem y la evaluación de Luis Pásara en el prólogo, “Cambios en el sistema de justicia y sociedad civil”, en CEJA, Ibidem.39 Durante muchos años fue habitual entre las organizaciones históri-cas de derechos humanos interpelar a otras organizaciones de la so-ciedad civil con la consigna: “¿Y dónde estaban ustedes durante los años difíciles?” Esta es una pregunta que se repite sistemáticamente incluso en el presente en los intentos de diálogos entre el movimien-to de derechos humanos y el movimiento feminista en el Perú; ver R. Vásquez, op. cit.. La relación entre las organizaciones de derechos humanos y las organizaciones que se han denominado en este artí-culo “de ciudadanía” también estuvo signada en sus inicios por este tipo de cuestionamientos.40 M. Ignatieff, “Human Rights and the Measurement Revolution”, documento de trabajo presentado en la conferencia “Measuring Pro-gress, Assessing Impact”, Cambridge, Mass., mayo de 2005.41 Existen muchos otros actores con quienes estas organizaciones deberían formalizar alianzas más estables, como por ejemplo el sector empresarial; sin embargo, se ha preferido en estas páginas destacar a tres posibles aliados que resultan fundamentales para la participación en políticas públicas.42 Agradezco especialmente a Alex Wilde por sus incisivos comen-tarios a una primera versión de esta sección, sin perjuicio de que el texto es de la exclusiva responsabilidad del autor.43 Esta expresión, que literalmente significa “nombrando y avergon-zando”, se utiliza para referirse a la estrategia de las organizaciones de derechos humanos de identificar al país o individuo violador de los derechos humanos y exponerlo ante la opinión pública para obli-garlo a modificar su accionar. 44 Por ejemplo, hace varios años una organización internacional promovió una reflexión y discusión en materia de comunicación en derechos humanos. La conversación giraba alrededor de un texto de Stanley Cohen titulado Human Rights Violations:Communicating The Information. Algunos años después, en una entrevista que el autor de esta iniciativa tuvo con el profesor Cohen, al consultarle so-

bre los resultados de ese trabajo, respondió que el trabajo había sido víctima de lo que denunciaba: no había tenido una buena comunica-ción y, por tanto, no logró provocar el esperado debate. Ver Stanley Cohen, Human Rights Violations: Communicating the Information, Discussion Paper From an International Workshop Oxford 1995 and related papers, London, 2005.45 M. Ignatieff, “Human Rights: the Midlife Crisis”, cit., p. 1.46 F. Raine, op. cit.47 Existen muy pocos trabajos que analizan el contexto en el que las organizaciones de la sociedad civil intentan incidir en políticas públicas. Un reciente estudio sobre el trabajo de los “centros de pensamiento” (think tanks) a nivel regional da cierta luz al respecto; sin embargo, se trata aún de información insuficiente y que aborda esta cuestión de manera incidental y no central. Lamentablemente, este artículo adolece del mismo déficit. Ver Miguel Braun, Mariana Chudnovsky, Nicolás Ducoté y Vanesa Weyrauch, A Comparative Study of Thinks Tanks in Latin America, Asia and Africa, Working Paper de la segunda fase del proyecto Global Development Network’s Bridging Research and Policy, Centro de Implementación de Políticas Públicas para la Equidad y el Crecimiento, 2005.48 Aryeh Neier sostiene que los principales avances en material de derechos humanos se lograron en los peores contextos frente a gobiernos no amigos, porque fue en esas coyunturas que se pudo establecer hasta dónde ya no fue posible retroceder. Ver Aryeh Neier, Taking Liberties. Four Decades in the Struggle for Rights, New York, Public Affairs, 2003.49 M. Abregú, “Apostillas a un fallo histórico”, en Cuadernos de Jurisprudencia y Doctrina, Año IX, N. 16, 2003, p. 39 y ss.50 Las organizaciones que participaron en esta iniciativa fueron (en orden alfabético): Asociación por los Derechos Civiles (ADC), Centro de Estudios Legales y Sociales, Fundación Ambiente y Recursos Natu-rales, Fundación Poder Ciudadano, Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales y Unión de Usuarios y Consumidores.51 PNUD, El conflicto, callejón con salida. Informe Nacional de Desarrollo Humano para Colombia-2003. Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2003 (http://indh.pnud.org.co/infor-me2003_.plx?pga=CO3tablaContenido&f=1144945886).52 Víctor Abramovich, “Líneas de trabajo en derechos económicos, sociales y culturales: herramientas y aliados”, en José Zalaquett (coord.), Temas de derechos humanos en debate. Grupo de reflexión regional, Instituto de defensa Legal, Centro de Derechos Humanos, Facultad de Derecho, Universidad de Chile, 2004.53 Sentencia de Tutela T-025 de 2004. Magistrado Ponente de la Corte Constitucional de Colombia: Manuel José Cepeda Espinoza.54 Ver Entrevista con Diana Britto sobre la experiencia de la justicia restaurativa en Colombia, Puente @ Europa, Año IV, n. 1, marzo de 2006 (N.C.E.).55 Ver A. Varas, M. Abregú et al., op. cit., cap. VI.56 Los protagonistas y participantes coinciden en que la Pre-Confe-rencia de Santiago fue la mejor reunión en todo el proceso prepara-torio hacia el encuentro de Durbán no solamente por la posibilidad que tuvieron muchos grupos históricamente excluidos de hacer oír su voz sino también por el hecho de haber incluido a todos los grupos discriminados sin exclusión ni agresión. La Conferencia de Durbán, en cambio, estuvo trágicamente atravesada por el conflicto árabe-israelí y fueron lamentables las reiteradas actitudes antisemi-tas de algunos de los participantes. En América Latina, son varios los grupos provenientes de la comunidad judía que se involucraron activamente en el proceso hasta Santiago +5, como una forma de “rescatar el espíritu de esa reunión, después traicionado en Durbán”, según señalaban.

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Puente @ Europa in English

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Puente @ Europa (P@E): What are the greatest challenges facing Latin America today in the field of human rights? Are they products of new contingencies or results of yet unsolved legacies of the past?

The constant updating of the concepts of human rights and the violation of human rights. These concepts should have a yesterday, a today and a tomorrow.

Law grows out of human nature and human problems, and is always determined by its history: it is not just what is written down in the codes. Codes are the product of past problems, and so they are important, but there has to be a constantly renewed responsiveness to the problems of the moment. The jurist today has to be attentive to what society is presenting to him or her as the issues of the day.

Latin America has been so absorbed in itself, its problems and what it was lacking that new generations haven’t yet managed even to give an adequate response to the issues of truth and justice from yesterday. Chile is a paradigmatic case. In our countries human rights has been focused on justice for the violations perpetrated during the dictatorships of the past; which has produced a kind of tunnel vision or blindness to the additional human rights demands of the moment.

Human rights in its “adult” phase, in Europe, is associated more with economic, social and cultural rights and less urgently now with the essential civil rights and right to life. Today in Chile we don’t talk about the human rights to a fair wage, access to work, decent housing and so on. These are seen as “political”, “government” themes and we don’t think of them as rights to be demanded from the state. No-one in Chile works on these issues in that way. We have to work on the historical theme, but also demonstrate to the new generations that the new themes are also human rights issues. They don’t understand the older issues fully, as they didn’t live them directly. Issues such as labour flexibilisation are the vital ones of the moment. Business people and professionals of my childrens’ generation say “Things are going badly, I need to get rid of ten workers; and if I re-hire them later I won’t do it on a proper contract because that way I’ll avoid having to pay them indemnization”. Someone needs to say to them: “What if that was you? How would you like to live with a family to feed and no job security?”

P@E: What would be needed in order to create this kind of conscience -action from civil society, legislative changes or both?

This is a cultural issue, it has to do with the internalization and transmission of values from parents to children, with the kind of

civilization we are now creating and living in. After the fall of the Soviet bloc, we have had fifteen years of a “monoculture” which believes that progress depends on the absolute freedom for capital. That freedom can have its positive side, but we need to be critical about whether this should really be the only law or motor of our universe. Even China and the former Soviet Union have had to assimilate this, they have had to bow down to it: it is a new kind of civilization, one built on capital and the power of money and individualism. If parents believe in the marvels of possessing, owning and consuming they pass this on to their children. So the job that needs doing at a cultural level is to transmit some consciousness that this doesn’t provide automatic happiness for all humanity.

In Latin America, including in Chile, the churches have a stronger social presence than in Europe. At the beginning of the 60s the Church took on board liberation theology. It realized that its commitment had to be to the people, without exclusions, and that this meant the need to be present to the majority; in our case, the poor. Today things have changed: not only does the Church not confront, it positively supports the idea of not getting involved, of not criticizing, of retiring to a private sphere. The churches were the great cultural guide in Latin America until perhaps five or ten years ago, and if they are losing ground it is perhaps because they seem to have become indifferent to these issues, to the important subjects of common life. If there is to be a great protagonist of this kind of cultural change, the Church ought to be it.

Another channel is civic education: one legacy of the dictatorship here is that we blame “politics” or public personalities for everything bad. The state, including judges, is to blame for everything that goes wrong. We need to dismantle the post-dictatorship myth that politics is inherently depraved and only does wrong, only ever pursues its own interests. We have to understand that the country is made not only by its politicians but by all its people, that each of us has a role to play.

One pitfall of the law, of judicialisation of politics, is that it can reinforce or perpetuate this idea that it is all about what “they” have to deliver to “me”. P@E: What is the role of the judge in this new, ideally more “adult” relationship of the citizen with his or her state? Should the judge be a creator or just a transmission belt in this new dynamic of rights and responsibilities?

The role of the judiciary is partly educational: every judicial decision has a potentially educative role in showing that the judicial branch identifies with the essential themes of the moment, both national

Interview with Carlos Cerda

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and international. We have to demonstrate that the state is here to promote and defend certain issues and values; and we also have a role to play in regulating the other parts of the state.

P@E: What are those essential themes? What issues would you like to see brought to your door so that you could make these kinds of transcendental decisions?

Chilean justice has been so vague and opaque with regard to the themes of the past, up until three or five years ago at least, that it has created a kind of permanent fog. Now there is finally some kind of organized recognition of and response to the issue of the past, the whole justice system needs to get on board. In Chile there has been a very specific change with the entry of a younger judiciary and of new public prosecutors, produced by the recent justice reforms1. These are the people who day to day are sowing the seeds of respect for dignity, in gender matters and others. We don’t need to wait for the “big issues” of the day to be brought to us explicitly; in every decision we have to make they can be made explicit. What you do as a judge in the case of a neglected child or a woman who has suffered domestic abuse is part of that shift. The newer judges, and the new public prosecutors, do understand that their role is to be guarantors, to be protagonists. There are some positive signs, and I think that in ten or fifteen years’ time this will have advanced significantly here. Those younger judges will have progressed to the higher courts, and the judicial branch will be identified with this broader understanding of rights.

P@E: What has made these changes possible?

Some of it is down to young judges, who have been formed in a new academic system with a better understanding of many judicial issues. Also, the judicial branch began to take note of the new realities of Chilean society, in part precisely because of the re-emergence of the issues of past violations that we have talked about. The “administrative” parts of the state -the Rettig Commission and the Valech commission2- took note of all of this much earlier than the judicial parts, but this is now being reversed.

P@E: Has international human rights law established itself in the region and managed to make itself legally effective? Why? Categorically, yes. Only a decade ago a colleague and I were having to spend our spare time and our own money finding, translating and copying bits of international law just so that other judges here would have some kind of idea… But now they know that it’s not only national codes that have the status of law: the Constitution and all our international obligations are also obligatory referents.

P@E: Have regional organisations like the Inter-American Court of Human Rights succeeded in reinforcing respect for human rights among the governments of the region? How can their recommendations and judgements be made more effective vis-à-vis state authorities?

No, not yet, at least in Chile. Here, the issue of human rights violations from the past was handed over to a particular group of judges, who were specifically assigned these human rights cases. Those judges became the voice of the judicial branch in these issues, and they had to learn and take on board certain things. But the other judges haven’t had the same learning experiences and, moreover, the judges who have worked these cases need to make more and better links between these cases and other issues. Just yesterday3 there was a big fuss in the media over a well-known case where someone accused of attacking and killing a cyclist with a baseball bat because of an argument in the street was given provisional liberty by one of the new supervisory judges. Now, no-one liked that outcome but this

is part of the functioning of the new system. It needs to be properly explained to the public, they need to know what the courts are doing in these instances and why. Otherwise the role of guarantor will be identified as working against public safety. If the judicial process starts to be misused or vilified by a public security discourse, this will undermine the process of positive development towards the securing of rights. The judicial process is not an instrument of public security, and the courts have to resist being once again co-opted and instrumentalised for political ends. It’s difficult, because the notion that we have to respond to and make intelligent use of the media is still not well established within the judicial branch. But people have a right to know what we are doing and why we decide cases in a certain way.

P@E: Are we seeing a dynamic of “sequencing” in Chile, where the issue of past human rights violations is being dealt with in isolation, without similar efforts by the judiciary to address other rights issues? Are we going to have to wait until the “past” theme has been dealt with before we can move to a more holistic rights culture, or can these things happen all together?

Well, first of all I think the issue of the past will never be completely resolved, there will always be elements left to address. But also, by this stage, the judiciary ought to have had its work done on these cases. There has been obstruction of justice. Even during the dictatorship, judges could have done more. I never found myself up against insuperable pressure or barriers in the things I tried to do from within the judicial branch. And if judges really couldn’t operate, they should have made that clear. We should have shut the doors of the courts altogether, made it clear to the world that there was no justice in Chile. If we had done our job properly in that period, we might have been shut down by the government, but that would have been preferable.

In the present day too, the investigative phase of many of the active human rights cases ought to have been finished by now. It needs to be done more expeditiously, and once it’s done we need to be at the disposition of the public to respond to new themes and challenges in human rights, instead of just going back to how we were. Of course judges shouldn’t either start to see themselves as the guardians or saviours of society in this, but we have to get at and eliminate the institutional leftovers of the dictatorship. These are the people who try to portray demands from society for justice as things which ought to be rejected or repressed, when in fact these are demands for legitimate rights. I think we are even in danger of going backwards in this area.

Notes

1 Chile has recently undergone a process of judicial reforms which works towards a system of oral trials in which a more prominent role is given to the public prosecutor and the part of the judge is to guarantee both the integrity of the process and the rights of all those involved.2 The Rettig Commission was the official Chilean truth commission, set up on 25th April, 1990 by President Patricio Aylwin Azócar using decreto supremo No. 355 with the aim of shedding light on “the truth surrounding the serious human rights violations committed in the country between 11th September, 1973 and 11th March, 1990”.The National Commission on Political Imprisonment and Torture (Comisión Nacional de Prisión Política y Tortura), also known as the Valech Commission, was created using decreto supremo No. 1040 of 2003. Its aim was to “determine, according to the evidence presented, who was deprived of their liberty and underwent torture due to the actions of agents of the State or persons in their service in the period between 11th September, 1973 and 10th March, 1990”. Additional information can be found at www.comisiontortura.cl/index.htm.

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Puente @ Europa (P@E): What are the greatest challenges facing Latin America today in the field of human rights? Are they products of new contingencies or results of yet unsolved legacies of the past?

Much is left to be done in various areas concerning human rights in Central America. The greatest challenge of all, in countries such as Guatemala and Nicaragua, is still the respect for life, the most basic universal right. People here see themselves under the constant threat of everyday violence and criminality. Even if that threat is no longer the direct result of authoritarian states’ behaviour, as in the past, it does emerge as a consequence of their negligence in not developing the necessary security and access to rapid and effective justice.

P@E: Have states the necessary ability and willingness to guarantee and promote rights? Are they working towards this end?

Central American governments have held an ambiguous and, very often, incoherent position when it comes to the express will to guarantee and promote individuals’ rights. On the one hand, elements of human rights tend to be incorporated more and more public speeches. Official documents and communications champion the protection of basic rights and care for wording related to the respect of principles of liberty, equality and solidarity. However, when it comes to the implementation of mechanisms designed to guarantee these rights, these same governments do very little, or, worse, contravene them.

For example, the “firm hand” and “zero tolerance” laws which have recently been approved in several Central American countries are a good example of how far governments are prepared to restrict basic human rights in the name of maintaining public security.

P@E: The public security agenda is apparently interfering with the granting of greater guarantees in the field of human rights. What are the dynamics of this interference as far as Central America goes?

The security agenda is not only delaying greater guarantees in the field of human rights, but it goes against them and, in some cases, is leading to the dismantling of the very mechanisms that should secure those rights. As I have already mentioned, the “firm hand” and “zero tolerance” policies have meant a step backwards with respect to certain liberties, to the control mechanisms of the authorities and to the principle of due process in the administration of justice.

What’s more, however, the security agenda is strengthening the “discourse” held by the political elite and the media on the danger of human rights policies for the maintenance of security in the region. This “discourse” not only legitimizes the withdrawal of the state from the field of the implementation of human rights, but also lays the foundations for citizens’ backing off from institutions responsible for the provision of justice towards self-justice. In other words, this discourse not only strips human rights’ principles of their legitimacy, but also weakens the institutions called to guarantee and implement them.

P@E: Is this an unavoidable state of affairs or, rather, are there alternatives which could turn out to be more suitable in terms

of respect for rights? Would these public policies be more or less effective than current policy in attempting to “contain” or stop the phenomena of social violence and organised crime?

I am convinced that more suitable public policy alternatives exist in terms of respecting rights. However, in practice they have not been tried out and a security policy which gives preference to the use of force and the denial of some rights has prevailed.

Basically, public policy should follow two paths. Firstly, emphasis should be put on social prevention measures, meaning that the fundamental causes of violence and criminality in the country must be addressed by means of social policies which reduce the impact of social exclusion and the marginalisation of large sectors of the population. This type of policy has been largely absent from the programmes of Central American governments who have been more concerned with complying with structural reform programmes than safeguarding the social and economic rights of the population. Secondly, government policy should focus on the strengthening of the institutions of justice and security which have, on the contrary, been undermined and weakened by an authoritarian perspective of security, a lack of transparency, and by the dismantling of state structures in accordance with structural adjustment programmes. The strengthening of institutions implies, above all, the setting up of mechanisms which ensure accountability and the permanent control of governmental bodies with the aim of avoiding a situation where these same bodies worsen the already frail ties between the state and the people.

P@E: Are there any social movements and/or human rights organisations in the region which have a greater understanding of these rights and which come up with suitable proposals to confront the new challenges?

In general terms, I think that there are some organisations which are prepared for the new human rights challenges and that are rethinking the way in which they should confront threats to life, liberties and rights. However, it is a somewhat uneven process. In some countries, human rights organisations find it difficult to link up with the population, due to their inability to connect with their new worries. Thus, their work ends up being regarded with indifference and incomprehension by the general population.

P@E: How can movements and organisations become more effective? Do they need resources, social awareness, improved strategic planning, greater legal training or counselling, increased state willingness?

In my opinion, more strategic planning is needed. This is especially true when it comes to translating the population’s demands for more public security, economic security, for more social security into demands which take into consideration the fundamental human rights challenge: the right to life, to liberty and equal access to justice. The fact that the countries of Central America are no longer systematic violators of human rights as they used to be does not imply that they can shirk their responsibilities and can not be accused for lack of guarantees offered in this field. Organisations need new strategies to involve citizens in social movements in order to rethink basic rights for the people and, above all, for the most vulnerable among them.

Interview with José Miguel Cruz

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Puente @ Europa (P@E): What are the greatest challenges facing Latin America today in the field of human rights? Are they products of new contingencies or results of yet unsolved legacies of the past?

There are two recurrent problems in our region. One is discrimination: the existence of a highly divided society from a social and economic point of view, and the fact that nearly all countries here in Latin America have suffered dictatorships of various levels of intensity, has resulted in a noticeable culture of authoritarianism and exclusion. Women, indigenous peoples, the poor and the disabled are the most discriminated against. The other problem relates to the judicial system and its difficulty in appreciating the critical importance of its own role in the protection of human rights.

P@E: Have states the necessary ability and willingness to guarantee and promote rights? Are they working towards this end?

States, in general, do not make progress in guaranteeing rights unless urged by citizens. When that happens, there will always be rights that are more easily guaranteed by the state because they affect certain influential sectors and public opinion at large. From this point of view, freedom of expression is an example of a right that may be achieved more quickly -and this is especially true for the right to access information which is under the state’s control. There is a willingness on the part of many to tackle corruption and the lack of transparency and both of these require an effective guarantee of freedom of expression. Discrimination, on the other hand, is a greater challenge since it calls for a significant cultural change which is not easily accepted by our societies, even theoretically. This is why results will be difficult to achieve in the short to medium term.

P@E: Have judges the capacity, or willingness, to guarantee rights and/or oversee the other branches of the state?

It seems to me that the capacity and willingness of the judicial system to guarantee human rights is starting to come about. The challenge in this case is not as great as the struggle against discrimination: people are aware that it is a necessary change and a great effort is being made throughout the region to train the judiciary for this task and to reform legal norms that are counterproductive to this objective.

P@E: Are there any social movements and/or human rights organisations that fully understand the new challenges and who are putting forward suitable proposals so as to adapt to these?

It would seem to be difficult to talk about the region as a homogenous whole in this respect. There are countries in which social movements and/or human rights organisations have increased their areas of activity which, until not long ago, were invariably limited to dealing with the severe problems related to political repression. Others, however, have not progressed much. I think that the women’s movement is one of the most powerful across the region; they are uniting their forces so as to have greater impact and are training themselves in the use of international mechanisms to achieve success in their struggle.

P@E: How can movements and organisations become more effective? Do they need resources, social awareness, improved strategic planning, greater legal training or counselling, increased state willingness?

I think that human rights organisations have found it difficult to switch focus from the struggle against oppression to one which calls for more democracy due to their severe lack of information about international human rights laws at the time when they were born. Not only do they need to increase their knowledge, but to change their political culture, which is not exempt, in some cases, from authoritarianism. Take, for example, the reluctance of many non-governmental human rights organisations to work for the equality of women.

Interview with Cecilia Medina

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P@E: Has international human rights law been established in the region and is it legally effective?

No doubt about the respect for international human rights law in countries such as Argentina, with the help of its Supreme Court and Columbia, with its Constitutional Court. As a result, it is easier to convince other Latin American countries because examples are given from their region, rather than asking them to emulate certain European countries. It has not been an easy task due to the stance taken by the judicial systems in our countries, but I believe that significant changes have taken place which point to a substantial improvement in the situation in the not too distant future.

P@E: Have regional organisations like the Inter-American Court of Human Rights succeeded in reinforcing respect for human rights among the governments of the region? How can their recommendations and judgements be made more effective vis-à-vis state authorities?

The Inter-American Court seems to me to have been an important factor in this respect. Its judgements are legally binding and no state will find it easy to ignore them. Moreover, civil society has started to make use of these decisions in debates in the national arena and this has obviously helped. I don’t believe that a simple modification of legal norms would cause an increase in the effectiveness of the Court’s decisions and force states to a more accurate compliance. The problem lies more in the political body of the Organisation of American States -where all member states are represented, many of them being party to the American Convention on Human Rights- which has yet to fulfil its function of lending more weight to the judgements of the Court considering that non compliance with the same is a serious breach of international obligations. I do not as yet have any suggestions for tackling this problem. I believe that a joint effort by the region’s community could make a difference if it were to exert an efficient pressure on each of the states.

P@E: Human rights campaigns are being more and more "globalised" or "transnationalised" through international networks and third countries’ judicial systems. Does this trend indicate a growing strategic awareness on the part of regional movements, or is it just a symptom of lukewarm receptiveness at a national level?

I would say that the trend to globalisation is a product of a highly positive growing strategic awareness. Of course the lukewarm response at a national level is what caused the globalisation at first,

but that is nothing more than a piece of data to keep in mind. The universal nature of rights necessitates that very globalisation.P@E: Is there a trend towards the judicialisation of human rights issues which could be understood as coming from a greater willingness on the part of civil society groups to turn to litigation or to take legal action so as to exert greater influence on public policy in this area? If this is the case, what are the consequences of this trend for democracy?

There is definitely a trend towards judicialisation and this could possibly have adverse affects for two reasons. On the one hand, in a democracy, ideally, issues should be discussed and, as a result, solved through the adoption of general rules. Not to follow this path of action could give more power to the courts than is advisable. On the other hand, faced with courts which are not inclined to extend their authority -whether they consider that this would exceed their powers, or because they honestly feel that are not in a position to take a sufficiently sensible decision on the matter- public demands risk being rejected and this could lead to frustration and, finally, to a general setback. Unfortunately, nobody is able to stem the flow of lawsuits and often anything and everything is tried out of desperation.

P@E: Latin America -and especially in the Southern Cone, some areas of the Andes and Central America- has had strong civil society organisational experiences in recent years aimed at resisting and rejecting state repression and other kinds of violence within the country. In which of these cases have the movements hit a dead end and which have succeeded in becoming relevant players today? In your opinion, what is the reason for these differences?

If I have to name a specific case, I think that in Argentina civil society has transformed itself into a relevant actor with regards to human rights. Argentine organisations started to use international human rights law in a systematic manner, first with regional supervisory bodies -not only to demand justice and redress for serious violations of human rights during the dictatorships, but also for economic, social and cultural problems- and then within the country itself. It is not surprising to see the progress made by the Argentine Supreme Court in this field and the degree of sophistication that has been reached, especially when compared with its initial attempts. Chile, on the contrary, has been much slower to change. I won’t even begin to try to explain why. I’m simply stating the fact. Other countries still face political situations which are conflictive, in such a way as it is not wise to talk about the stagnation of social movements.

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This issue of Puente @ Europa explores the activities of those non-governmental organisations which, set up to fight human rights

violations during the last series of military dictatorships in Latin America, have now extended their areas of activity so as to push

for compliance by new democracies not only with human rights in the most basic sense (to life and physical integrity), but also in their

social, economic and cultural dimension. However, within the current context of institutional

instability and high level of social exclusion, new collective players have appeared which work in their own specific way to defend their

basic rights, being threatened by a series of structural changes. Ibán de Rementería, who has worked for many years in

the fields of citizen security and drug trafficking, reflects on the conditions in which the phenomenon is rooted and the consequences

with respect to human rights.

Puente @ Europa (P@E): Firstly, what are, in your opinion, the structural changes leading nowadays to cases in which rights claim and criminal behaviour become intermingled?

Problems created by the unequal distribution of incomes (and their consequences: social marginalisation and cultural exclusion) are becoming more and more severe in this globalised context. As the planet is growing richer and richer, wealth is becoming less evenly distributed1. Even if a growing number of people in society have managed to fulfil their basic needs, the great majority, and above all young people, have not gained access to the satisfaction or gratification of those desires deeply embedded in the globalised culture of today, as played out in real time in the media.

Even if a wide series of shortcomings in the social, educational, affective, and cultural fields can be singled out as causes of criminal conduct, it is economic deficiencies that are at the root of all of these, or in the impossibility of satisfying them. As the Nobel Prize winner for Economics, Gary Baker, recently put it: “Crime soars in countries with high unemployment and low work opportunities [....] It is essential to improve pay in formal jobs, especially for the poorest in society”2. And this is said by the man who put forward the theory that attributes the growth in crime to the fact that committing crime has a lower cost than not committing it, as a result of impunity.

Other explanations point to the weaknesses of social movements and the co-opting of the representation of civil society (especially of non-governmental organisations) by the state 3 in the social field, as well as the erosion of public institutions in the political one.

P@E: How have these structural changes influenced the ways in which basic rights are fought for?

Cultural exclusion represents the complete perfection of this “being outside”, as it implies, for those who suffer from it, the impossibility of fulfilling the norms which rule relationships in society, thus creating the need to establish ad hoc normative structures ruling exclusion -the sub-cultures- and to create social organizations to exert them and, therefore, defend themselves from aggression both

passively and actively. All of this has the effect of perfecting the condition of exclusion of its members, that is, self-exclusion.

Common criminals, taking the form of a social movement, demands first and foremost recognition, respect and the defence of their rights.

P@E: Could you elaborate on the various kinds of demands for recognition and defence of rights?

The organisations I’m refering to are quite different in nature. For example, there are the maras4 in Central America whose objective is to defend themselves from the security forces and also from other gangs. On the other hand, in the cases of the Primer Comando “vandalic mobilisations” in San Pablo and the events in Rio de Janeiro towards the end of 2006, the main aim was an attempt to negotiate new deals with the authorities on policing, trials or terms of imprisonment.

In the latter case, about twenty people died: three policemen, six attackers and nine civilians, seven of whom were burnt alive on a bus. The percentages speak for themselves. President Lula da Silva described this vandalism as “terrorism”, but one prison chief had a different opinion and attributed “the attack to a violent repression of the ‘militias’ by ex-policemen who run the drug dealers out of the favelas and then sell ‘protection’ to the locals.” It should be pointed out that in Brazil, as a proportion of the population, more young people die due to violence than in any other country with a declared internal conflict and, what’s more, the police have a reputation for being “trigger happy”. At the start of the year, President Lula da Silva sent the National Security Force to Rio and this force was made up of 8,000 men specially chosen from the police and military forces and trained for this type of conflict.

The case of the maras in the United States is different. They are made up of young immigrants (or the descendents of immigrants) to defend themselves from other groups of marginalised people and the forces of law and order. They and their families fled Central America (especially El Salvador, hence the name “salvatruchas”) during the civil wars of the 80s in Guatemala, Nicaragua and El Salvador. With

Reflections on “Public Security and Human Rights”

by Ibán de Rementería

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the return of peace to Central America, the members of the maras were repatriated or just returned for various reasons and spread out over all the isthmus of Panama and Mexico. Today, their presence can also be felt in Spain and other places in Europe.

The maras are an extreme form of particularised collective identities (identidades colectivas singularizadas)5. These are groups gathering around specificities of identity, which can be territorial (such as neighbourhoods, streets, laneways, housing estates, etc.), geographic origin (Southener, Northener, huaso, or redneck, peasant, Indian, etc.), ethnic origin (Mapuche, Pehuenche, Atacameño, Quechua, Pascuense, Turk, Bachicha6, Gringo, etc.), professional, business, or workers associations (companies and unions), political parties and social movements, sports clubs and fans (the “Garra Blanca” and “Los de abajo” football fans in Chile, for example), ideology (Neonazi, anti-Fascist, etc.), religious and mystic groups (Catholics, Charismatics, Buddists, practicing Jews, Methodists, etc.), groups of young people defined along the lines of styles of cultural expression (Goths, followers of Hip-hop, or Emo, etc.), class manners (cuicos and flaites7, etc.), or those which experienced a same collective past (ex-combatants, alumni, etc.).

These cultural identities often originate from exclusion and stigmatisation by the majority of society against different poor and marginalised social groups (flaites and cumas, both monikers for poor people in Chile, and the inhabitants of La Pintana or La Legua8, or simply “poor young people”, etc.). Groups whose members, in an effort to differentiate themselves and secure identity, belonging and protection, put in place practices to group and exclude (otherness), of solidarity, tolerance, interchange, sharing, social learning, self-protection, hierarchy, etc. These groups vary from innocent groups of young people in neighborhoods and gangs of street kids to complex and dangerous forms of grouping and self-defense like the maras of Central America, passing through mobs of hooligans and gangs of petty criminals.

P@E: How does the link between these groups and criminal activity work?

The maras are, for example, not only a form of identity and self defence, but also a reserve army for criminal activities. A generalised system of contracting -outsourcing- allows those involved in organised crime, or whoever needs such labour, to hire their services. Thus, El Universal, the Mexican newspaper, reported recently to have get hold of a document entitled “Las maras como fenómeno multidimensional de seguridad” (“The maras: a multidimensional security phenomenon”) where members of these gangs are said to:

[…] have become an instrument of drug dealers, for the sale

and delivery of drugs, but they are just the ground troops of the problem [….]. However, for the first time, the Attorney General’s Office now thinks that members of the maras are possibly working for the drug cartels, in the role of killers and they believe that there is a possibility that it was maras members who were responsible for the kidnapping and decapitation of three policemen and a civilian in Tijuana, Baja California, this week9.

P@E: How do states react to this rising state of conflict?

In general, the authorities tend to avoid conflicts which stem from conflicting interests which take place within communities or those which involve them, for example turf wars or conflicts over the use of natural resources (urban and ecological conflicts), arguing that these are “disputes between privates” which, if taken to court, can result in high costs for the weakest in society who have little chance of being well represented and few chances of having their rights recognised altogether. In the old days, conflicts over land between estate owners and peasants were violent and caused many revolutions (from the French to the Cuban, passing through the Russian and Mexican on the way), owing to the slowness of the authorities in meting out justice, a role which is an essential function and a corner stone of the state. The present conflicts over natural resources, the environment, the riches of the soil and urban resources are going down the same road to violence.

Therefore, the erosion of political institutions goes in two steps: first, the inability of the state or the government to take on and solve social conflicts generated by their public policies (economic, educational, health, pension, urban, etc.) leads to the criminalisation of the consequences (what Wacquant calls the “criminalisation of poverty”10). Then, not being able to control these conflicts within the frame of the penal system, and in a process of going to extremes, the governments militarize their own actions: a war on crime, a war on drugs, a war on publishing piracy, a war on smuggling, etc.

Needless to say, in this inexorably globalised world, resorting to violence is a very frequent way of solving internal or external conflicts which carry with them international repercussions -such as in the cases of Palestine, Afghanistan or Iraq, just to mention those which come up most frequently in the media and which most preoccupy international opinion and the global economy because of their relation with the supply and price of oil. This violence appears perfectly legitimate to its perpetrators and each party reaches for the greatest possible legitimacy for its use, whether through judicial, symbolic or moral channels or, above all, through the prestige offered by the very use of that violence as is happening these days between Shias and Sunnis in Iraq and followers of Al Fatah and Hamas in Palestine.

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The conceptual and legal tool for the control of violence is reductionism: to portray it as terrorism or, to put it in a criminological and penal way, reduction to a penal type of terrorism. The trend is to categorise all forms of activity against the state as terrorism.

In spite of all that, the ex-Secretary General of the United Nations, Kofi Annan, in a document entitled “In Larger Freedom: Towards Development, Security and Human Rights for All”, called for the immediate adoption of a definition of terrorism in which it would be specified that “no cause or grievance, no matter how legitimate, justifies the targeting and deliberate killing of civilians and non-combatants” and that “any action that is intended to cause death or serious bodily harm to civilians or non-combatants, when the purpose of such an act, by its nature and context, is to intimidate a population or to compel a government or international organisation to do or to abstain from doing any act, constitutes an act of terrorism”. This definition, according to the most recent11 United Nations information, has yet to be approved, and it would seem that this is unlikely because it fits perfectly with the military actions of the United States armed forces and their allies in Afghanistan and Iraq, as well as those of the security forces in Colombia against the civilian population.

P@E: This situation seems to imply the risk that violence and the restriction of individual liberties will turn into the normal conditions for the use of power. Would this point to a new balance between public security and individual freedom which would favour more and more the former and that, in turn, would strongly affect the meaning of human rights?

As social policy is progressively replaced by criminal policy in the management of current conflicts, the use of paramilitary forces during a civil war is a first sign of the express intention of a state not to respect human rights. Using paramilitary forces means removing security forces (the police and the armed forces) from the jobs of investigating, locating, capturing and executing members of political or military opposition, organised or common criminals, minorities of ethnicity or behaviour, etc. and giving these powers to those who will carry them out without abiding to established laws and norms, that is to say outside the rule of law. Such a total war is only possible when the other actor is not recognised as an equal, as belonging to the same community or, simply, as a human being. As has been said, cultural exclusion is perfected in self-exclusion and in the attempt of the victim to recover his/her identity and, therefore, dignity as a human being12, which includes belonging to a system of values that defines what is good.

Resorting to war as a mechanism of social control clearly signals the intention not to respect human rights, as war itself as an organised

and rational way to use violence supposes the intrinsic necessity not to respect them - violence being but the use of pain to break the will of another person. And the deliberate causing of pain is the ultimate sign of disrespect of the integrity of another human being.

Notes

1 In this sense, Chile is a paradigm: it has tripled its wealth in the last sixteen years but has one of ten worst income distribution rates on the planet. According to information published by the Economic Commission for Latin America and the Caribbean (ECLAC), the poorest 20% of the population has 3.7% of national wealth while the top 20% has 60.4%, that is to say sixteen times more that the former. ECLAC, Statistical Yearbook for Latin America and the Caribbean (http://websie.eclac.cl/anuario_estadistico/anuario_2005/default.asp). 2 Gary Becker, “América Latina, epidemia delictiva”, El Mercurio, Thursday, 16th November, 2006, p. 2.3 See Puente @ Europa, Vol. IV, n. 1, March 2006.4 Maras are groups, mainly of young men, which can be gangs of petty criminals, organised crime groups, or just straightforward neighbourhood groups of young people who have something in common. It is probable that the name “mara” comes from the word “marabunta” meaning a huge plague of ants which devastates everything in its path.5 Even if studies of contemporary youth counter-cultures invented the concept of the tribus urbanas, associativity through differentiation and belonging have always existed, such as the demoi, phratries, Greek, Roman and Germanic gangs, brotherhoods, cofradías, Medieval guilds, social clubs and charity associations or self-help groups in the present day, etc.6 The nickname by which Italian immigrants are known.7 Rich and poor, respectively, in colloquial Spanish in Chile.8 Poor and marginalised neighbourhoods in Santiago de Chile, which are considered to be centres of drug distribution, similar to the morros and their favelas in Brazil.9 A Public Security report in Mexico revealed the existence of five thousand maras in the country, El Universal, 24/06/2006.10 Loïc Wacquant, Las Cárceles de la Miseria, Buenos Aires, Manantial publishers, 2000 and Id., Parias Urbanos, Buenos Aires, Manantial publishers, 2001.11 Interview carried out 7th February, 2007.12 This was undoubtedly what the young Jews of the Warsaw ghetto were seeking to recover when they rebelled militarily and it was for this reason that the Nazi authorities proceeded with their plan for total annihilation.

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Interview with David Tombs

that do not happen elsewhere in the European Union. Second, because a significant part of the conflict in Northern Ireland has been about national identity and the legitimacy of the state, there are particular implications for human rights issues that other political conflicts might not generate. Since human rights are understood as enforceable against the state, they are readily politicized as favouring one side of the conflict.

P@E: Are there civil society movements or human rights organisations in Northern Ireland which are successfully addressing these issues? What is their nature (e.g. do they tend to be associated with particular political or religious movements, are they primarily relatives’ associations, etc.?)?

There is a wide range of organizations working on human rights. There is the statutory Northern Ireland Human Rights Commission as well as independent groups like the Committee for the Administration of Justice, British Irish Human Rights Watch, Pat Finucane Centre, etc. In addition, there are a wide range of relatives groups, e.g. Relatives for Justice, WAVE and many others. On the whole, the churches have taken a low profile on this.

P@E: Are there particular characteristics or elements of the Northern Ireland experience which have made it difficult for these groups to gain a space? If so, what is the nature of these?

Puente @ Europa (P@E): What are the main human rights or civil liberties challenges facing Northern Ireland in the present day?

Human rights issues in Northern Ireland often reflect and reinforce social divisions between nationalists and unionists. Given the ongoing political conflict1, human rights are readily politicized along sectarian lines. There tends to be much less ownership of the language of human rights and equality in unionist circles and a wariness that they are exclusively used to hold state bodies accountable rather than non-state organizations. There is need for a more inclusive commitment to human rights and civil liberties and a desire for a “culture of human rights” in which human rights are seen as applying to all people and are valued by all people.

P@E: To what extent are these issues specific to Northern Ireland, and to what extent can they be considered symptomatic of regional challenges affecting the European Union countries ?

The nature of the conflict in Northern Ireland makes the human rights situation in Northern Ireland different to other European Union countries for at least two reasons. First, conflict creates division and damages trust. Although the conflict in and about Northern Ireland is now an almost exclusively political conflict rather than armed conflict society remains deeply divided and because of this issues like human rights become politicized and contested in ways

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There probably are but I am not sufficiently familiar with them to comment. On the whole I think the challenge is more to find a shared space than just finding a space.

P@E: What would help these groups to gain more of a voice or influence over the shape of the incipient peace process (e.g. better strategic co-ordination, more grassroots connection, a better disposition on the part of the relevant authorities, etc.)?

As indicated above, I think there needs to be stronger cross-community base to human rights work. The churches could give an important lead on this and clearer support from the Protestant churches might be very helpful for the Unionist community, though at present there is little sign of this.

P@E: Is there a positive evaluation or expectation on the part of these groups towards the present phase of the incipient peace process?

There seems to be a sense of positive progress happening in small steps but also a wariness about whether past divisions can really be left behind. The St Andrew’s Agreement2 is creeping slowly forward and if the Democratic Unionist Party and Sinn Fein can reach agreement it would be very significant, though not necessarily very long-lasting3.

P@E: What is the status of the debate about a possible truth commission and or amnesty law for Northern Ireland? What are the sources of controversy or disagreement?

There is a persistent but generally low-intensity debate about a truth commission with little expectation that there will ever be an official process. Major contributions to this debate have come from the cross-community organization Healing Through Remembering4 but other organizations have also made significant contributions (e.g. Eolas, Truth and Justice, September 2003)5. The amnesty issue has gone quiet recently after the withdrawal of proposals for dealing with the so-called “on the runs”. Given the early licence release scheme agreed in the 1998 Belfast/Good Friday agreement6 the amnesty issue is not as pressing in Northern Ireland as it would otherwise have been.

P@E: Is there awareness in Northern Ireland of the Latin America experiences of transitional justice? What other referents exist?

The dominant awareness is of the South African experience and any discussion of a truth commission process is likely to be heavily influenced by this. There is also awareness amongst those who are more actively involved in the debate that there have been other commissions in other contexts but very little detailed knowledge, though the Guatemalan experience would be known to some groups through contact with Frank La Rue7 and others.

P@E: In your opinion, are there lessons that could be learned in Northern Ireland from these Latin and Central American experiences?

The Latin American experiences have much to offer in illustrating the different approaches that might be taken to transitional justice and the variety of contributions a truth commission could make. For example, the Latin American commissions illustrate that the link between truth and reconciliation can take different forms and that a South African style amnesty process does not need to be part of a truth commission.

P@E: If so, what would be the main elements of these experiences which would have resonance for Northern Ireland in its present situation?

Latin American experiences have something powerful to say about cultures of denial and silence and the need to break with this. The “whatever you say, say nothing” instinct is deeply entrenched in Northern Ireland. Having a public process and an authoritative statement on divisive issues could help open up a constructive public debate. For many people this would be more a process of confronting the truth than simply discovering the truth, but it could be very valuable nonetheless.

Notes

1 The interview was carried out in January 2007.2 The St Andrew’s Agreement, announced on 13th October, 2006 by the British Prime Minister, Tony Blair, and the Irish Taoiseach, Bertie Ahern, set out a timetable for the eventual reopening of the Northern Irish Assembly. More information at www.standrewsagreement.org3 A significant step in that direction was the meeting held on 26th March this year in Belfast between Ian Paisley, leader of the Democratic Unionist Party, and the leader of Sinn Féin, Gerry Adams, by which the former committed to setting up a government with Sinn Fein and the other two big parties on 8th May.4 See, especially, his excellent Making Peace with the Past: Options for Truth Recovery Regarding the Conflict in and about Northern Ireland, October, 2006 (available at www.healingthroughremembering.org/pdf/Making%20Peace%20with%20the%20Past.pdf).5 See, for instance, Eolas Project, Consultation paper on Truth and Justice, September 2003.6 The Belfast/Good Friday Agreement was reached on 10th April, 1998 between the governments of Britain and the Republic of Ireland. Among its most important provisions are: the principle that the constitutional future of Northern Ireland should be determined by the democratic will of its population; a commitment to peace on the part of the political parties of the region; the establishment of a legislative body, the Northern Ireland Assembly; the establishment of the British-Irish Council with representatives from all parts of the British Isles; the disarming of paramilitary groups; the release of paramilitary prisoners belonging to organisations which respect a ceasefire.7 Frank La Rue is a well-known defender of human rights in Guatemala. In 1990, he set up the Centre for Legal Action on Human Rights (Centro para la Acción Legal en Derechos Humanos) and is currently the president of the Presidential Commission for Human Rights in Guatemala (Comisión Presidencial de los Derechos Humanos de Guatemala, Copredeh).

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The human rights movement has been a key player in the consolidation process undertaken by democracies in the Andean

Region and Southern Cone over the last two decades. Indeed, in the Southern Cone, truths revealed by the complaints of the victims of human rights abuses and their satisfied call for justice became one of the axes of post-dictatorship transitions. In the Andean Region, the role of civil society organisations in reporting the atrocious crimes committed or condoned by agents of the state has also been a central element of the region’s political agenda. Starting off from these first steps, human rights organisations have spread their original sphere of influence, actively participating in areas as diverse and current as the fight against poverty and corruption.

This central role has gone hand-in-hand with a transformation in those organisations focused on the protection of rights, as they stopped working solely on the systematic and grave violations to give way to a much more diverse movement in structure and aims. In the initial stage, the human rights movement was basically made up of victims and relatives organisations (especially in the Southern Cone countries) and by lawyers organisations that supported these groups’ demands, mainly in the Andean Region. Thus, while in Chile and Argentina respectively the Association of Relatives of the Disappeared Detained (Agrupación de Familiares de Detenidos Desaparecidos) and the Mothers of the Plaza de Mayo (Madres de Plaza de Mayo) were formed, in Peru and Columbia the Andean Jurists’ Commission (Comisión Andina de Juristas) and the Legal Defence Institute (Instituto de Defensa Legal) were set up and these were later followed by the Colombian Jurists’ Commission (Comisión Colombiana de Juristas).

Since the restauration of democracy in the Southern Cone countries (especially since the nineties), and with an improvement in the awareness of rights which developed in most of the countries on the continent, the scope of civil society institutions which were originally organised to press for fundamental rights has spread in

various directions1. Civic movements were organised not only to defend the right to life and physical safety, but also to work for the consolidation of a democratic system which guaranteed that the demands of most of the people could find their way onto the public agenda. Institutions such as Citizen Power (Poder Ciudadano) in Argentina and Participate Corporation (Corporación Participa) in Chile, both set up towards the end of the eighties, are examples of this process. At the same time, organisations which defend the rights of specific groups -for example, women’s' groups, indigenous peoples, the disabled, ethnic, racial or religious minorities, and also gender minorities- have reached a new level of sophistication. Many of these organisations form part of social movements which often predated the groups for the defence of human rights (such as those linked to indigenous peoples). However, what has changed in the last few decades is that they have learned to incorporate a rights element in their principles and actions.

The process of diversification which was changing the nature of civil society organisations and the awareness of human rights in the new post-dictatorship contexts (and, in general, in all the countries of the region) was simultaneously accompanied by a growing "officialisation" of this work: those very governments which previously had been the sworn enemies of human rights started slowly, but systematically, to promote the defence of these principles2. This new situation is an advance in itself and it has obliged civil society organisations to modify their strategies in order to expand beyond the defence of a single value (which has become embedded in the public domain). In this context, human rights organisations had to review their traditional plan of action for confronting atrocious and exceptional crimes sponsored by agents of the state aimed at repressing the political enemies of authoritarian governments. We should note that, in any case, this crisis in the traditional modus operandi of human rights organisations is not a phenomenon which is limited to Latin America but, rather, that it

Human Rights for All: From the Fight Against Authoritarianism to the Construction of an Inclusive Democracy*

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by Martín Abregú

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reflects the global context. This situation, which has been described as a "midlife crisis"3 for the organisations, highlights the important challenges that the human rights movement must face up to in order to keep up with their good records in terms of impact and relevance.

One of the most important outcomes of the appropriation of the human rights agenda by the democratic governments has been the inclusion of the principle of rights in the conception, design and implementation of public policies. This task, however, is far from simple.

More and more, these organisations face a reality which merges high levels of poverty and social exclusion, fragility of democratic structures and the growing involvement of different social groups which take to the streets to secure political aims. Furthermore, internal matters, connected with the history and current reality of civil society organisations, also represent important challenges to achieving their aims and have prompted a process of re-consideration of the objectives, priorities and responsibilities of human rights organisations in the Andean Region and Southern Cone countries, forcing them to encompass this new political landscape4.

Some of the main challenges which must be faced by human rights organisations and citizens groups5 are identified in this article, such as the issue of representation of these organisations, their relationship with the state, the forging of alliances with other national and international players, the development of an improved communications strategy and the necessity to create impact indicators which would help to keep track of their achievements..

In an attempt to tackle these issues, this article has been divided into an introduction and four parts: the state, democracy and the human rights situation in the region; the work of human rights organisations and citizens groups in the area of public policy; the challenges faced by human rights organisations carrying out these tasks; and, finally, an examination of five test-cases and the lessons drawn from them.

The State of Democracy and the Human Rights Situation in the Andean Region and Southern Cone Countries

A consensus exists that the state of democracy and human rights in Latin America is paradoxical. On the one hand, the region enjoys democratic systems and institutional crises, formerly the immediate trigger for military coups, are now resolved by more or less institutional means6. On the other hand, the election of leaders by popular vote has not been accompanied by an improvement in the living conditions of the vast majority; on the contrary, democratic regimes have, in many cases, reinforced a system of social exclusion which has seen large sectors of the population left outside the main frame and led to a situation of greater poverty, or even extreme poverty for many7.

Faced with such a situation, the reduction of poverty is unanimously considered the most important change to be made. The report published by the United Nations Development Programme (UNDP) entitled Democracy in Latin America8 (beyond any consideration on the figures and conclusions offered 9), reflects the state of opinion on democracy in the region, stressing the necessity to find further assurances of governability, starting with social inclusion. It is important to note that Latin America has a long record of high levels of social exclusion coupled with democratic systems. Traditionally, economic development has benefited but a small sector of the population, This is a widespread phenomenon affecting most of the countries of the region during a large part of their histories; except for certain periods of time when deterioration of social conditions was evident, levels of poverty in Latin America have been relatively stable in recent times10.

The reference to human rights as a central focus of the analysis stands as a marked difference between the recent UNDP study and other similar studies carried out in the past. Transforming the respect

of human rights into a ‘barometer’ of the state of democracy would have seemed unimaginable in the early seventies.

The concept of citizenship has emerged as the inevitable other side of the coin to the human rights debate11. The right to identity is probably the specific topic which best reflects the characterisation of democracy as an institution in the region. There is an as yet unknown, but surely relevant, number of people who lack a national identity card in the countries of the Andean region and the Southern Cone. Groups ranging from Peruvian peasants (mostly of indigenous origin)12 to the urban poor in the provincial capitals of Argentina13 are included in this figure. This is a most obvious example of social exclusion, since the lack of an identity card means the absence from state records and this, in turn, implies all sorts of formal obstacles -insurmountable in the main- to exercising the rights normally associated to citizenship. These figures are swollen by poor immigrants14.

Constitutional advances such as the recognition and protection of a complete and complex system of rights (for example, the Constitution of Colombia of 1991) or the incorporation of international treaties on human rights as a fundamental part of national legislation in the countries of the region (as is the case with the Constitution of Argentina of 1994) have not necessarily been accompanied by greater effective protection of those rights. Some observers maintain that, paradoxically, in many cases, the gap between the legal regulation of rights and their practical application has become wider15. The discrimination endured by certain racial groups is paradigmatic in this respect.

On the one hand, there can be no doubt that groups such as the indigenous peoples and the peoples of African descent in the region are the principal victims of social exclusion. Research which has been carried out into these groups shows a direct link between race and poverty which relegates them to a position of second class citizens16. On the other had, even if it is as yet a slow and incomplete process, special legislation has been passed which governs the special rights of these peoples such as the Indigenous Peoples Act, No. 19.253 (1991) in Chile, and Law No. 70 (1993) in Colombia, which is undoubtedly the best example of all in that it protects the special rights of the peoples of African descent. However, these laws have seldom been fully enforced and they have been the object of serious and systematic violations17. In fact, the worsening of the situation of Colombians of African origin within the context of the armed conflict (as they are especially vulnerable to the violence of the illegal gangs) as well as the increasingly conflictive nature of the Mapuche Indian question in the south of Chile are examples of setbacks in this area.

In this context, the main challenge in the field of human rights work is no longer linked to the necessity to achieve legal recognition, but rather, on the contrary, to the possibility of guaranteeing access to those rights18. Even though democratic states have taken up the defence of human rights and a legal context exists to recognise these rights, a large segment of the population continues to associate the state with human rights in a negative sense, such as having been assaulted by the police, having been either victims of or accused of a crime, or having been detained (arbitrarily or not). Therefore, the possibility of ensuring the implementation the law or relying on the state to confront whatever problem may arise is simply unimaginable for many members of these groups19. All this points to the fact that the problem of democracies in the region is not one of quality, but rather a problem of the quantity of people being granted access to it.

The Work of Human Rights Organisations and Citizens Groups in the Field of Public Policy

Human rights organisations and citizens groups have been working more and more systematically in relation to the inclusion of human rights in the field of public policy, in order to maximise the benefits accrued from their efforts to achieve a wider and more differentiated

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reach across society. In some cases, this work has a quantitative objective: it is hoped that advances gained for a minority or in individual cases can be extended to a greater part of society (this is normally referred to as "the quantity challenge"). In other instances, the objective is to allow historically marginalised minority groups to gain access to the benefits enjoyed by the majority.

So as to achieve these objectives, the institutions of civil society have organised their work into four target areas:

- the abolition of laws or public policy: in the past, the human rights movement tried to block the drafting and application of policies, practices, or laws that resulted in the violation of fundamental rights. The basic legal tool for this type of action is litigation, arguing the unconstitutional nature of the laws or practices. For example, in Colombia, human rights organisations have been successful on many occasions in challenging the legality of crucial laws such as those governing curfews and setting in place the much criticised policy of ‘democratic security’20. Another paradigmatic example relates to the impunity laws approved (or simply applied) by a number of the region's governments during the post-dictatorship transition period, which resulted in many exceptional crimes committed in the past going unpunished. Pressure has also been put on national congresses to abolish these laws and, in some cases, a positive result has been achieved (like the repeal and, later, abolition of the "Full Stop Law" and the "Law of Due Obedience" (the Punto Final and Obediencia Debida Laws, respectively) in Argentina.

- the approval of public policy: in other cases, civil society organisations are brought together by the executive or legislative powers to participate in the drawing up of policies concerning human rights. Penal process reform in Chile, the creation in of the Truth and Reconciliation Committee in Peru and the implementation of a new mechanism for the appointment and removal of Supreme Court judges in Argentina are clear examples of this. In these cases, it could be said that the organisations helped to create the necessary political will for the drawing up of a public policy, but the drafting of this policy in itself is necessarily a joint task (when the authorities decide to invite those who proposed the change to contribute in the drafting process). A slightly different situation emerges when the organisations encourage the approval of an international human

rights treaty as was the case, for example, in the campaign that the Latin American and Caribbean Committee for the Defence of Women’s Rights (CLADEM in Spanish) launched with the aim of seeing an Inter-American Convention on Sexual and Reproductive Rights passed into legislation. In those cases, the organisations contribute to the drafting of an international norm that should eventually be implemented as national policy in individual states. The work that Corporación Humanas has been carrying out in the last few years in Chile for the implementation of the Statutes of the International Criminal Court is an interesting example of how the cycle can come to a conclusion.

- to campaign for the revision or amendment of a law or a practice: this category encompasses, perhaps, the greater part of the activities of civil society organisations in the sphere of public policy. It refers to those cases in which a public policy does not per se violate human or citizen rights (as in the case of laws of impunity). When confronting this type of problem, the actions of civil society are usually quite varied, for example conducting a information campaign which obliges the state to review a law, or through the gathering of information that shows the consequences of a specific practice. The resolutions of international organisations for the protection of human rights (such as the United Nations Human Rights Committee or the Organisation of American States’ Inter-American Commission and Court on Human Rights) can also play a central role in bringing about of this type of change. In the case of legal action, not only we assist to cases where a judicial decision results in the revision of a law or a practice, but also to those where supreme tribunals are taking the initiative to promote round table discussions between civil society and the state starting with an agreement on "the state of institutional matters". This is the case, for example, with the ruling of the Constitutional Court of Colombia on the situation of the displaced21, or the recent decision of the Supreme Court of Argentina on detainees in police stations in the Province of Buenos Aires22.

- to participate in the implementation of policy: state agencies sometimes invite civil society organisations to participate in the implementation of a specific public policy. Under these circumstances, the invitation may be to carry out more operational tasks such as collaborating in the distribution of food for a feeding

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programme so that the help gets to the greatest quantity of people in need possible. However, in many other cases the invitation does not mean just to carry out material tasks, but rather to participate to the policy-making process. For example, the training activities offered to officials obliged to comply with certain laws, will undoubtedly have a direct effect on the way a public policy is ultimately achieved. When an institution is asked to join in the monitoring of a specific state action, it also makes a contribution to the protection of fundamental rights. One interesting example of this is the work carried out by Peruvian women’s groups since 1988 in establishing specialised police stations to deal with violence against women23.

In order to achieve these goals, civil society organisations have carried out various actions and "high-impact" strategies such as lobbying, litigation and legal aid, international legal advice, training and education, provision of information, organisation of alliances and communication24. Other fundamental tasks performed by these organisations such as psychological help for the victims of torture or sexual aggression have not been included in this description as they do not (at least in the short term) aim to modify public policy, but rather to repair (if only partially) damage caused25.

Challenges Faced by Human Rights Organisations when Working on Public Policy

To the extent that human rights organisations and citizens groups have moved away from a humanitarian defence so as to dedicate themselves to strategic litigation and are, based on these initiatives, moving towards the greater participation of citizens in a more democratic drafting of public policy, civil society organisations have been obliged to confront a series of new problems associated with this new role of protagonist.

Representation and Legitimacy

Here comes a recurring question in this context: who do these organisations represent and where their legitimation come from26? At the beginning, human rights organisations didn’t have to undergo this type of questioning. The fact that, in many cases, they were victims’ organisations or the representatives of victims was enough to give them a "natural" legitimacy, in the sense that they represented a group that they were actually part of. However, the passing of

time and the widening of the agenda has necessarily caused a fissure in this historic legitimacy. This happened, for example, when these organisations started working for the defence of the rights of immigrant workers. Sectors closest to political parties claim that, while deputies and senators are the legitimate representatives of those who voted for them, civil society organisations defend the sectorial interests of minorities in competition with the interests of the majority. Especially in those countries where civil society organisations are mainly financed by the international community, a further question rises: do they defend the interests of others27?

Despite the linkage between representation and legitimacy, it is necessary to differentiate between these two attributes. The objection related to the lack of an electorate as a crucial element for legitimation seems to suggest that the only legitimacy available to actors in the political arena is a democratic one, that is to say, by vote. Faced with this type of criticism, these organisations point at the special universal nature of the issues they stand for – for example, human rights or inclusive citizenship. Or, alternatively, they point to the impossibility of being backed by the greater part of society as it is precisely from the will of the majority, of that of its representatives, that the values they call for must be protected. To put it another way, you do not need to represent someone in order to condemn torture since, even when the whole of society agreed with the maltreatment of those who had been detained, a single act of that nature would be seen to go against human dignity as a whole. In fact, the Universal Declaration of Human Rights is precisely a proclamation of those values against the majority and, therefore, in this context, representation is not a pre-requisite to its promotion.

Another possible critique could rise in relation with the ability of these organisations to function and their knowledge of the field in which they operate. In this sense, their legitimacy can be the outcome of the accumulated value of their activities.

Finally, the question of accountability, a matter closely associated with legitimacy, has caused growing concern in recent years. For some time now civil society organisations have held a privileged position within the public arena and, as a consequence, it is natural that there should be more demands for better mechanisms of control and responsiveness to certain specific sectors. This does not imply that the said mechanisms should be similar to those which govern official bodies, or that the workers of these organisations should be treated as civil servants, but it is clear that the question of

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the accountability of these organisations has acquired an importance which is directly proportional to the growth of their influence and the issue has become a central one while dealing with their participation in the drawing up of public policy (a task that is, fundamentally, in the hands of public representatives)28.

Relations with the State

Human rights groups were born in Latin America in the attempt to put an end to the horrendous state-sponsored crimes carried out during the seventies and eighties (by states which were dictatorships in the Southern Cone and more or less democratic in the Andean region). In this sense, and especially in the countries of the Southern Cone, the state was seen by these organisations as an enemy29.

The return of democracy in the Southern Cone provided an opportunity to reconsider this relationship. However, it was not a straightforward process and neither was it without tension. On the one hand, the clash between new governments and human rights organisations came to the forefront when the official policies of "truth and justice" were implemented. The generic amendments secured by these policies did not satisfy the demands of the victims and the organisations that represented them, widening the gap between the two sides and leading to the postponement of the change in mutual perception for longer than was expected. Many of the most traditional human rights organisations kept on working in the old framework, looking at the state as an enemy-state, albeit in the new context of democratically elected administrations30.

At the same time, the very nature of political activity implies the necessity to reach compromises and agreements that civil society organisations often resisted, thus leading to a lack of confidence on their part in the public sector which, in some cases, survives to this day. The transition to democracy in Chile is very interesting in this respect in that there was a schism between those who, having come from human rights organisations, then became part of government boards and joined in the political negotiation on the nature of democratic transition and, on the other hand, others who chose to remain in civil society organisations and, therefore, didn’t take part in those discussions. It is important to highlight that many people who worked in the human rights movement during the dictatorship had already had political training previous to the military coup in

1973 and during the dictatorship they kept ‘participating in politics’ from within those organisations. With the restoration of democracy, their participation in the coalition government took on the character of a natural extension of their activity31.

On the other hand, structural reforms, especially since the 90’s (although in some cases, such as Chile, they started before, during the dictatorship of general Augusto Pinochet), also lead to notable changes in Latin America. With privatisations, the reduction in the influence and presence of the state in various sectors and globalisation, the bureaucratic apparatus lost ground as the sole player and, simultaneously started frequently to be seen mostly as a regulatory body that now should not only be concerned with the legality of its own actions, but was also called to supervise third parties who were becoming more and more powerful. Hence, the peculiar role assured by the state as regulator of private security agencies or protector of the rights of the weaker sections of society -referred to as the right to essential public services (such as drinking water). Other players like transnational companies and international financial institutions gained growing importance and the accusatory finger of human rights organisations no longer had a single target.

At the same time, other sectors started to systematically question the fact that the state does not respond to the interests of society in general, but rather is controlled by a certain group which does not represent those who are excluded. Movements focusing on the rights of indigenous, ancestral traditions -from Zapatism in Mexico to the mass protests of Ecuador and Bolivia- called into question the traditional concept of the nation state. Others, such as the picketers (piqueteros) in Argentina, and especially their most radical wings in the darkest moments of the 2002 crisis, tried to reach an autonomous status within the political arena, building up separate communities, including their own schools, hospitals and income distribution policy, etc. In the rural context, perhaps the most well-known example is the Landless Workers Movement (Movimento dos Trabalhadores Rurais Sem Terra) in Brazil.

In recent years, the crises which several governments in the region have experienced -including the early removal of democratically elected presidents in various countries- resulted in a new political landscape in which the human rights and citizen organisations have felt compelled to commit themselves more strongly to the strengthening of democracy. In this case, there

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are now few who refuse to work systematically with the state, while at the same time many of these governments, because of their weakness, which is, to some extent, a product of the crisis of representation32, have started to invite these organisations to join in the drafting and implementation of public policies in a much more systematic way than in the past.

The inefficiency of many administrations stands in the way of a much closer government-civil society cooperation in relation the protection of human rights. Many administrations all over Latin America are nowadays undoubtedly committed to human rights (or at least in some areas), but have been unable to get rid themselves of hideous practices. Torture in police stations is probably one of the most well-known cases in point, since many governments, especially at a national level (and a federal level in some cases), have tried to eradicate the practice, but political will is not enough to dismantle bureaucracies trained to put up with this type of isolated beating33. Similarly, administrations, or government agencies, which promised to face up to corruption were, in most cases, defeated by those same bureaucracies, or even by their own political parties.

Perhaps the two forms of cooperation which have born most fruit are monitoring and participation in institutional reform processes. In the former, there have been several examples of civil society organisations monitoring a state agency to ensure that the implementation of a certain public policy would protect rights and people. This practice has taken on various forms that run, for example, from widening participation in social assistance projects34 to passing the names of prospective candidates for public positions to human rights organisations for their records to be checked. .

An example of this is in Argentina where, by means of appeals submitted by human rights organisations, military officers whose promotion was being submitted for approval to the Senate, ended up being accused of serious violations of human rights during the military dictatorship. This strategy brought about the development of a practice by which the Senate committees in charge often send the names of members of the armed forces who have been put forward by the President to human rights organisations to be checked. More recently, and following a proposal by the alliance called "A Court for Democracy" (Una Corte para la Democracia), background information on those nominated to the Supreme Court has started to be sent to the relevant institutions.

"Second level" cooperation has been observed in some institutional reform processes, especially in the field of justice. An example that has already been mentioned is the active participation of civil society in penal process reform in Chile where non-governmental institutions and universities collaborated in the gathering and provision of information, developed legislative proposals and actively cooperated in the planning of its implementation35. In recent years, some of these institutions have focused on the monitoring of its operations36. Judicial reform, and not only penal process reform, is probably the area in which civil society organisations have achieved the highest levels of participation in processes of strengthening institutions. This is probably due to the fact that the strengthening of judicial power is the most direct way to protect fundamental rights. Therefore, the ambiguous outcomes of the general evaluation of these processes clearly show what still remains to be done37.

Working with Other Players

We could therefore come to the conclusion that human rights organisations are doing today just about the same as they did when they were set up: attempting to influence governments, litigation, the gathering and spreading of information, working within the international community to then create a "resonance" in the national context. The difference in work doesn’t appear to lie in the exact nature of the actions that are carried out, but rather in the way in which they are carried out.

One of the many differences in this context seems to be the possibility of establishing alliances with other social players. Human rights activities started in isolation, confronting authoritarian governments. This inevitably meant that their messages would be marginalised. However, with the passing of time, changes in the political landscape and the growing legitimacy of these organisations things have been substantially changing. But the initial isolation still weighs: human rights organisations have carried out their work with pride, in isolation and adopting a rather selective attitude as far as admission was concerned38. This brought an inward-looking outlook, meaning that the movements often lost sight of other players and focused too much on their own vicissitudes39 resulting, in the worst cases, in a type of "autism".

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Organisations which promote citizen participation have not suffered the same sort of isolation as that experienced by more traditional human rights organisations and have, since the beginning, worked with a wider range of players. However, with few exceptions, even in these cases communication with other actors has been limited. These organisations have a greater capacity to communicate with each other and work together, but their relationships continue to some extent being endogamic in that they limit themselves to relationships with other civil society organisations with similar characteristics. In this sense, if human rights and citizens organisations want to have a greater participation in the drafting and implementation of public policy, it is necessary to develop strategic alliances in at least three sectors40: social movements and grass roots organisations, universities and centres of study, and political parties.

On the other hand, one of the key alliances that human rights organisations built from the very moment of their creation was with international organisations and supranational bodies for the protection of human rights. This partnership remains fundamental for local organisations.

During the seventies and eighties, human rights organisations that worked on a national basis collected information for international non-governmental organisations to be used to create an impact in international governmental organisations (such as the United Nations and the Organisation of American States). This information was also forwarded to governments of other countries which defended human rights causes and who would put timely pressure on the government under criticism. This system is still being used in many places and especially in relation to some (few) governments of the region which still ignore demands for human rights at a local level while paying more attention to the criticism of the international community. In this sense, this type of interaction is not only still being used, but also continues to be effective. However, this type of interaction is far from being the only form of collaboration between the two.

Current relations between national and international human rights organisations are a much more complicated matter: the relationship between them today is a bidirectional one. This means that not only organisations working on a national level continue providing information to international organisations, but, in some instances, their collaboration encompasses other areas, managing to

influence the agenda of the international organisations as such.The relationship between national and international

organisations is becoming much more one of interchange between "equals", even when some international organisations have yet to realise that this is the case. Even though it is obvious that there are still enormous differences between national and international organisations (a significant difference in levels of funding, for example), at least between some organisations which carry out similar work there is a much more balanced relationship. One of the reasons for this balancing out is that the local organisations no longer need the international ones to make themselves heard by their own governments. Human rights organisations that work at a national level have achieved, over the last ten years, a level of exposure and influence never before seen which makes it impossible for their governments to continue ignoring their demands, even if they wish to do so.

Furthermore, it is sometimes possible for non-governmental organisations which work at a global level to gain influence in individual countries without the express cooperation of either national organisations or international governmental organisations. One example is offered by the central role gained by Human Rights Watch and Amnesty International in the internal process of Colombia, which is qualitatively different from the traditional role of international organisations as "processors" of information gathered by third parties.

Another relevant characteristic of the new scheme of relationships between national and international organisations is the appearance of new players, such as the anti-globalisation movement, to name but one.

Among these possible new alliances we can highlight certain types of South-South collaboration as the organisations that work at a national level team up with their own governments to start initiatives that often face resistance from governments which are historically on the side of human rights organisations (and even from some international non-governmental organisations). This situation arose, for example, during the negotiations which took place around the World Trade Organisation in which human rights organisations and Southern Hemisphere governments put forward a common agenda in matters such as trade barriers and intellectual property rights.

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Strategic Communication41

One of the central objectives of this movement has been to communicate the message promoting respect for and the relevance of human rights. To the extent that exposing a human rights violation is the first step to correcting it, civil society organisations have concentrated much of their energy on this point. In fact, the formula "naming and shaming"42 was and continues to be one of the most powerful tools in human rights work.

However, the modern transformation in the activities of human rights organizations means that the mere identification of responsibility is not enough to achieve the new objectives, since in many current cases of structural violations of human rights, transforming the situation is a long and difficult task.. When Amnesty International was founded, it was obvious that the problems of a prisoner of conscience came to an end when the prisoner was released, but the necessary measures to solve the lack of access to healthcare, or to fight police brutality, are much more complicated to enforce, as the responsibilities for these are no longer concentrated in one source but are, rather, endemic. Not one but many variables are implied in the solution.

In this context, even if the task of the organisations is to monitor the human rights situation and expose its most serious violations (this is still the basic task of annual reports), everyone agrees that this is not enough to bring about a solution as such. In spite of acknowledging this, the human rights movement has yet to give the proper importance to this problem43.

While many of these institutions carry out an excellent job in this area and have managed to position themselves very well in the mass media or, as in the case of the Legal Defence Institute (Instituto de Defensa Legal) in Peru, they have developed their own very successful communication tools, many others are experiencing greater difficulties today in getting their message across than they did under circumstances which were markedly worse during dictatorships or authoritarian governments.

It is possible to show, however, that civil society organisations are now operating, in general, in a way far from that originally proposed. The strategy used by many civil society organisations in this area depends to a great extent on the individual will and personal insight of some of their members.

Measuring the Impact

"There are few tasks which are more important, or more difficult, than measuring properly the gains in the field of human rights and evaluating the impact of human rights organisations"44. The humanitarian nature of human rights work often means that the result can be measured in the number of lives saved. However, this type of indicator turns out to be insufficient to evaluate the general human rights situation in the context of current democracies in Latin America.

Appropriate mechanisms to measure achievements in the field of human rights are essential in the evaluation of the impact of the activities undertaken by human rights and groups and citizens organizations. One of the most important questions referring to the legitimacy of these kind of groups, relates precisely to the possible answers to the growing questioning of the quality of the work done by them45.

One of the arguments put forward by human rights and citizen organisations to justify their difficulties in applying these systems of measurement is the volatile context in which they operate. Articulate plans developed to this end risk becoming obsolete before they can be implemented. Without doubt, this constitutes a great challenge for civil society organisations, especially in the politically unstable context of the region. Making use of unexpected opportunities (often the only way for them to get involved in the process of the drawing up of policy) could be combined with thorough planning . The volatile context and the lack of rational debate between the players involved, whose decisions may be due to sectorial pressure or to the necessity to provide quick answers, sometimes makes the drawing up of public policy a disorderly and heteronomous process46. In this context, it is argued that the identification of aims and indicators could turn out to be more of a disadvantage than the reverse.

Paradoxically, another of the obstacles frequently mentioned to a correct impact measurement is that the result in human rights work can only be observed in the long term. Indeed, looking for signs of success in the short term can be counterproductive, as immediate achievements sometimes happen to be more difficult to maintain over time. In the long term, work in human rights and citizenship aims at a cultural change which, as such, can only be achieved over several generations. Short term gains should only be understood to be small steps on a longer path and, therefore, their immediate impact is relative.

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Only when advantage is taken of occasional opportunities to advance towards long-term goals will they be able to obtain long-lasting results47. Perhaps the activity which best exemplifies this concept is the work of historic human rights organisations in their struggle for truth and justice during the military dictatorships. Here, these groups made use of every opportunity offered by the situation, including in the hostile context of military regimes, not only to save the lives of people at risk, but also to prevent impunity being granted for those same crimes. During the thirty years of struggle, the pursuing of short-term goals (often to respond to urgent problems) has not prevented the drawing up of strategy not necessarily oriented towards short-term gains. This is the case of legal action undertaken during the dictatorships: court cases, once stopped by judges who, in the main, were linked to the de facto government, has only today begun to bear fruit48.

Yet another challenge for the evaluation of human rights and citizenship work is the lack of reliable "markers"; this not only makes the measurement of results difficult, but can also become an additional obstacle in the evaluation of the human rights situation. Expanding the work done into areas such as social rights has meant that the organisations are in need of other measurement tools as the description of a situation based on witness accounts is not always the best formula.

In order to analyse the role of the organisations in the drafting of public policy, impact measurement can be carried out at two levels: evaluating whether these organisations have been able to change a specific public policy through their participation, or not (in any of the four ways described above: to nullify a law or public policy, to contribute to the creation of public policy, to campaign for the revision or correction of a law or practice, to participate in the implementation of policy); and showing the effects that these transformations had at the level of rights protection. It should also be pointed out that a change of policy may signify an achievement in itself in the protection of rights. It is what happens, for example, when a law includes mechanisms for the exercising of the right to access of information. Notwithstanding the problems which could eventually arise in the implementation of this norm, its mere approval implies an achievement.

Five Good Examples and Lessons Learnt

Throughout the region, in different areas and with the widest range of strategies, human rights groups and citizens organisations have been confronting the challenge of converting themselves into players in processes leading to the drawing up of public policies. They sometimes succeeded and sometime not. Many lessons can be learnt from their experiences.

In Peru, Coordinadora Nacional and other leading human rights organizations had been calling for a thorough investigation into crimes and massacres committed since 1980, during the internal armed conflict and, later, during President Fujimori’s authoritarian regime. Taking advantage of the period after the implosion of the regime and the high levels of credibility enjoyed by the human rights movement after years of work reporting the arbitrary acts perpetrated by previous governments, Coordinadora Nacional actively participated in round table talks organized by the Organization of American States and, by this and other examples of involvement, they received the support of the Interim President, Valentín Paniagua and, later, of President Alejandro Toledo to set up the Commission for Truth and Reconciliation (CTR). Coordinadora Nacional not only fought for the establishment of the CTR, but also actively participated in designing its structure and the choosing of its members, among which should be noted the participation of a former Executive Secretary of the Coordinadora Nacional itself, Sofía Macher.

The alliance called Una Corte para la Democracia, in Argentina, is another interesting case. A striking feature of the

institutional crisis which struck Argentina towards the end of 2001 and during 2002 was the request, emerging from society, for removal of the Supreme Court. Strongly linked to the previous government of President Carlos Menem, the Court was criticised for corruption and a lack of independence. While public demonstrations took place outside the Supreme Court demanding "Leave, all of you!" ("Que se vayan todos") -referring to members of the Supreme Court and other federal judges- a group of human rights and citizens organisations49 met to draw up a series of proposals dealing with the question of how to re-legitimize the Supreme Court. The group, which brought together the relevant experiences of organisations which shared common interests although from slightly different perspectives, proposed new procedures for the removal and appointment of members of the highest court in order to ensure greater transparency and participation of civil society in both processes. Those proposals had a great communicational impact when released to the public, and, eventually, they were granted the status of official policy by President Néstor Kirchner, elected to office in 2003, and were used to rule on the new appointments of judges to the Supreme Court by means of decree 222. The new system has been considered as a great improvement in comparison to the previous one.

A different type of work, but of similar relevance and impact, was carried out by civil society organisations in Colombia with the aim of attracting attention on the situation of the displaced persons. Signalled out as one of the most serious crises at a world level50, the question has received but scant attention from successive governments. A group of civil society organisations that work both at a local and a national level set up an awareness campaign to highlight the situation of the victims of the internal armed conflict. This network of diverse players included specialised organisations like the Human Rights and Displacement Counselling Organisation (Consultoría para los Derechos Humanos y el Desplazamiento), human rights organisations such as the Colombian Jurists Commission, grass roots organisations like the Simón Bolívar Displaced Women’s League (Liga de Mujeres Desplazadas de Simón Bolívar) and groups which work at a national level such as the Colombian Non-Governmental Organisation Confederation (Confederación Colombiana de Organizaciones no Gubernamentales). They slowly managed to put the issue onto the national and international agenda. Amongst their vast array of activities, a significant number aimed at protecting the basic rights of the displaced51. The Constitutional Court of Colombia, faced with this situation, took a historic decision to bring together some of these cases and defined the situation as such (estado de cosas) as "unconstitutional"52. Moreover, the Court, recognising the central role played by civil society organisations in documenting the situation and then bringing it to light, drew up a pioneering model to implement the resolution which included the active participation of some of these organisations in the monitoring of the Court’s recommendations53.

As stated by Trivelli and Hernández54, the case of Vivo Positivo in Chile illustrates how to influence the drafting of public policy in the health sector. Its participation in the process produced a turnaround in Chilean HIV / AIDS policy. Vivo Positivo is a network of social organisations which is made up of carriers of HIV / AIDS who came together in 1997 to fight for the right to quality healthcare. To this end, they have developed a wide strategy that aims to put their grievances on the Chilean national stage through activity in the political and legal fields. Between 1999 and 2001, in alliance with other civil society organisations, they presented to the courts more than thirty appeals for legal protection. At the same time, a series of public demonstrations and lobbying were also carried out. This two-pronged approach contributed to the generation of public awareness and was fundamental in passing of the HIV/AIDS Prevention Law in 2001, which guaranteed extended antiretroviral treatment. To put these legal changes into practice, Vivo Positivo also established a series of alliances with diverse institutions involved in the public

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health management at a local level. Another area of activity at a local level was public hospitals where they worked with medical staff. The work carried out by Vivo Positivo during this time has been fundamental in achieving, together with the state, greater and better health cover for people living with HIV/AIDS.

At a regional level, a particularly interesting example is the Strategic Alliance of Afro Latin American and Caribbean Organisations (Alianza Estratégica de Organizaciones Afro Latinoamericanas y Caribeñas) and their activity within the framework of the run-up to the Pre-Conference against Racism and Xenophobia and the implementation of their Plan of Action. In December 2000, the Pre-Conference for the Americas was held in Santiago, Chile, in preparation for the World Conference against Racism, Racial Discrimination, Xenophobia and Related Intolerance which was held in Durban, South Africa in August and September of 200155. The Afro-Latino movement was at the core of the preparatory process for this regional conference as well as of the implementation of the Plan of Action. They worked at regional level to promote an agenda which would recognise their rights and, through the joint work in the Alliance of the Afro institutions and leaders throughout the continent, they achieved successes never before seen in their historic struggle against racial discrimination. The situation of Afro-Latinos is widely ignored in the region and, in spite of the fact that many studies indicate that the number of people of African origin in this region is 150 million, structural discrimination against them is still widespread. The strategy of the Alliance has been to raise public awareness and make government departments, international institutions and civil society organisations aware of their long-lasting exclusion. Among their most outstanding achievements, let’s remember at least: the creation of specialised government bodies such as the Ministry of Racial Affairs in Brazil, the National Afro-Indigenous Commission in Peru and the Montevideo City Council Office for Afro Affairs; the inclusion of racial issues on the agendas of the Pan-American Health Association and the World Bank; and the increasing work that they have carried out together with human rights organisations throughout the region.

These five cases, together with many others, show that the participation of civil society organisations in the drawing up and implementation of public policy on human rights is not only desirable, but possible, and can produce excellent results.

Many lessons can be learnt from them. The first is that the striking of alliances, whether more or less stable, was fundamental in achieving the objectives sought. In the case of Coordinadora Nacional, it was a formal alliance of more than 60 organisations that had worked together for decades while, in the case of Una Corte para la Democracia, five organisations decided to join together to achieve a specific goal -the proposal of a new system of removal and appointment of Supreme Court judges- and that meeting eventually led to the creation of a separate organisation, with its own agenda, which was greater than the sum of its parts. Vivo Positivo started out as a network and probably it is this characteristic of bringing people together that has facilitated its constant work in conjunction with other civil society organisations, government departments and healthcare providers. Finally, in the case of Alianza Estratégica, the capacity to increase Afro-Latino participation in public life stemmed out of the coming together of different groups operating at a national level in the process running up to the Santiago and Durban conferences. Colombian civil society working on the displacement issue is maybe the only case where no organic alliance among the different actors involved in the process was struck. This is why it is so interesting to analyse why that collective action had to wait for an innovative judgement by the Constitutional Court to focus efforts in the drafting of a public policy which guarantees the rights of the displaced.

It is also important to remember that diversity within the group plays an important role. Two of the experiences above-mentioned concern groups of people directly affected: Vivo Positivo and

Alianza Estratégica. In both cases, the coming together of different organisations that had been working in the field was the starting point for the expansion of their activities. It is interesting to note that, as opposed to the historic human rights organisations (which included victims of state terror and were marginalised by important sectors of society), being organised in a network was, in these cases, the way to facilitate alliances and agreements with wider sectors of society. In the cases of Coordinadora Nacional and Una Corte para la Democracia, both organisations worked to bring together groups which worked on the same issue (human rights in the Peruvian case and law reform in Argentina). However, the organisations brought together by Coordinadora Nacional were much more diverse in nature, including groups which worked at a national and local level, grass roots organisations, pressure groups, etc. Because of the variety of its components, Coordinadora Nacional was granted a strong legitimacy as a representative of the human rights movements. In the case of Una Corte para la Democracia, the members aimed at certain homogeneity linked to the technical skills necessary to make submissions on such a complex issue. However, even with these limitations, there is an obvious concern to identify the different sectors involved: rights organisations, legal experts, organisations which promote transparency and consumers.

Another decisive element for success is the appropriate use and management of information and "know-how". In the case of organisations working on the displacement issue in Colombia, the work carried out for years documenting the situation of these people was of utmost importance in helping to get the topic onto the public agenda and prompting the Constitutional Court judgement. The knowledge gained with research publicized in critical reports and day-to-day work with displaced people, also justified their inclusion in the monitoring of the Court’s recommendations.

Argentina offers yet another example of the importance of knowledge gleaned in politically and socially complex matters. It is also of interest to point out that the knowledge used does not always have to be the product of work done by those who make the submission. For example, the Human Rights Coodinator (Coordinadora de Derechos Humanos) in Peru based many suggestions on gathered international experiences and made use of the extensive international connections developed over the years to communicate the expert opinion of international bodies to its audience.

Links with various players in the international community is also a widespread practice. In the case of the creation of the CTR, the international community played a key role since fundamental aspects of the truth and justice policy were in accordance with the framework of Organization of American States round table discussions. Moreover, as has already been mentioned, interaction with international governmental and non-governmental organisations was of great importance during the whole process to expose Peruvian society to the experiences of other countries (for example, the contribution made by the International Court for Transitional Justice). In the case of Alianza Estratégica, this came about in the framework of the process towards a United Nations world conference. In this context, this international meeting was at the same time the origin and the aim of the work. Finally, in the case of forced displacement in Colombia, the international community played a crucial role in informing public opinion about the humanitarian crisis this country was suffering while, at the same time, encouraging the most active participation of international human rights organisations in the monitoring of the situation. This eventually served as a determining factor for a greater and better response on the part of the state, including the Constitutional Court.

Taking advantage of a given context is also a crucial factor in the achieving of objectives. In the case of the work concerning the Supreme Court of Argentina, the organisations were very skilful in turning social protest into public policy. In the context of great social upheaval, where a society took to the streets to demand the removal of all the judges of the Court, those organisations were

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Notes

* This paper is based on a broader version published in Augusto Varas, Martín Abregú et al., La Propuesta ciudadana: una nueva relación sociedad civil-Estado, Santiago, Fundación Ford/ Catalonia, 2006, which was edited, under the supervision of the Author, by the Editorial Board.1 Roberto Saba, "El movimiento de derechos humanos, las organizaciones de participación ciudadana y el proceso de construcción de la sociedad civil y el estado de derecho en Argentina", in Aldo Panfichi (coord.), Sociedad civil, esfera pública y democratización en América Latina: Andes y Cono Sur, México D.F., Pontificia Universidad Católica del Perú-Fondo de Cultura Económica, 2002.2 Michael Ignatieff, “Human Rights: the Midlife Crisis”, in The New York Review of Books, May 20, 1999.3 Ibid.4 Some of the conclusions of these lines of thought are to be found in Carlos Basombrío, ¿… Y ahora qué? Desafíos para el trabajo por los derechos humanos en América Latina, Lima, Diakonía Acción Ecuménica Sueca, 1996; José Zalaquett (coord.), Temas de derechos humanos en debate. Grupo de reflexión regional, Instituto de Defensa Legal, Centre for Human Rights, Law Faculty, Universidad de Chile, 2004; and Alicia Yamin, Facing the 21st Century: Challenges and Strategies for the Latin American Human Rigths Community, a paper based on a conference organised by The Washington Office on Latin America and the Instituto de Defensa Legal, July 1999. 5 Several people who read the preliminary version of this text insisted on the need to highlight the fact that human rights organisations and citizens groups “are not the same”. At least in the Andean Region and the Southern Cone, there is actually a marked difference between these two groups. As highlighted in the main text, human rights organisations were already in existence, they are lead by victims or their representatives, they tend to be more intransigent, and they focus on state abuse of power. On the other hand, citizens groups have a wider perspective on matters of public interest, may have greater technical or professional knowledge, were set up when democratic governments were in power, and their works tends to focus on proposing changes rather than on reporting crimes. However, the differences between the two groups are still more fanciful than not. Firstly, it is probable that there is no human rights organisation or citizens group that would be entirely satisfied with the description given above and the two would probably claim that “they do a bit of both”. Moreover, this difference, which seems so “obvious” in this region, is barely recognisable in other parts of the world. The existence of great differences between human rights organisations and citizens groups is not denied in this article, but the similarities between the two are also significant, especially when it comes to their respective participation in the drawing up of public policy and, consequently, they may be analysed together in this context.6 The way to solve institutional crises in Argentina, Ecuador and Bolivia have thrown up serious reservations concerning hidden plots behind the resignation or removal of democratically elected presidents. However, in all cases, the institutional “steps” for presidential succession were followed. 7 See Puente @ Europa, Vol. IV, n. 3, September 2006 (Editorial Coordinator’s Note, E.C.N.).8 UNDP, Democracy in Latin America: Towards a Citizens’ Democracy, Buenos Aires, Aguilar/Altea/Taurus/Alfaguara, 2004.9 Inter-American Dialogue and UNDP, Scrutinizing Democracy in Latin America. A Discussion of the UNDP’s Report on Democracy in Latin America, Inter-American Dialogue and United Nations Development Programme, Regional Bureau for Latin America and The Caribbean, June 2005.10 In 1980, the incomes of 40.5% of the population of Latin America

able to channel this protest and draw from it a policy proposal which, together with the demonstrations on the streets, prompted reforms in the highest court which had been on the agenda of these organisations for many years. In Peru, human rights organisations also took advantage of the downfall of President Fujimori’s regime to put their historic demands for truth and justice back on the negotiating table - not only concerning the most recent government, but looking back to 1980. In this sense, they took advantage of the important internal role held by the international community and by a transition process that forced traditional political figures to withdraw from the arena and adopt policies in accordance with human rights standards. Finally, in the case of the Alianza, the improvement in the qualitative nature of their work was made possible by their participation on an international stage (the preparatory process of the III World Conference against Racism).

Finally, in all cases, the organisations made use of a multidimensional strategy. The Coordinadora Nacional carried out a massive communication campaign, negotiated in the context of a round table discussion, persuaded the international community to become involved in favour of its demands, etc. In Argentina, the Una Corte para la Democracia alliance devised a strategy to have their proposals discussed in the media first and, then, by the policy-makers; this strategy included lobbying and calling in experts in the field. Vivo Positivo, meanwhile, took legal action, pushed for new legislation, tried to influence public opinion, and dealt with all relevant figures. In Colombia, civil society organisations that work with the displaced documented events, got the international community involved and took legal action. Finally, Alianza Estratégica sought to create alliances with human rights organisations, worked jointly with governments in the organisation of conferences, provided information on the situation of Afro-Latinos and trained its members for participation in local and international events.

One single strategy was not enough in any of those cases. Active participation in the implementation of public policies which they have campaigned for is very important. Coordinadora Nacional worked in close association with the CTR and continues to do so, but now for the implementation of its recommendations; the Argentine organisations which fought for changes in the Supreme Court worked together with the new government in the drafting of the regulatory decree and, later, monitored its implementation; Vivo Positivo has been involved in the implementation and enforcement of the new HIV/AIDS law through the monitoring of its effectiveness and the training of those who enforce it; Colombian organisations have actively taken part in the implementation of the Constitutional Court’s decision; Alianza Estratégica has worked with consecutive governments in the creation of a national authority working in the field of racial discrimination.

In all the aforementioned cases, a deep knowledge and correct reading of the situation were essential in achieving their objectives. Patience was another key factor since nothing was achieved in the short term and, in a number of cases, decades of work were necessary. To summarise, a balanced combination of training, perseverance, adherence to principles, pragmatism and opportunism allowed for advances for better protection of human rights. Efforts by human rights groups and citizens organizations, never a straightforward task, seem to have been justified, retrospectively, by the results achieved.

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were below the poverty line; in 1990, this was 48.3%; in 2000, 42.5% and projections for 2004 indicate a figure of 42.9%. See Economic Commission for Latin America and the Caribbean, Social Panorama of Latin America 2005, ECLAC, Santiago, 2005. However, these figures should not lead to think that all national processes are similar. For instance, in Chile democracy was accompanied by improvements in the living conditions of the great majority, to such an extent that levels of poverty and extreme poverty were significantly reduced, reaching levels which were historically unheard of. The Colombian situation is also unique in that for decades freely elected governments have coexisted with a situation of internal armed conflict which has even led to large areas of national territory coming under control of illegal armed groups (whether insurgents or paramilitaries).11 Cath Collins, Post-Transitional Justice: Legal Strategies and Accountability in Chile and El Salvador, Ph.D. thesis in Philosophy, Institute of Latin American Studies, Institute for the Study of the Americas, University of London, 2005.12 Tesania Velázquez, Vivencias diferentes: La indocumentación entre las mujeres rurales del Perú, Lima, DEMUS-OXFAM-DFID, 2004.13 Universidad Nacional de Tucumán, Legal Workshop on Public Interests Law, Horco Molle. El caso DNI: litigio sistémico, Documento de Trabajo, Clínica Jurídica de Derecho de Interés Público, Faculty of Law and Social Studies, Universidad Nacional de Tucumán, 2005.14 International Labour Organisation, “Migraciones internacionales, remesas y mercado laboral: la situación en América Latina y el Caribe”, in the International Labour Office, Regional Office for Latin America and the Caribbean, Panorama Laboral 2005. América Latina y el Caribe, Lima, ILO, 2005.15 For example, Julio Maier, in his final class as an active academic as the Head of Penal Law and Processes at the University of Buenos Aires in 2005, described the current penal system as being much more violent than that which existed when he started his professional career in this area, stating that, in spite of some legislative advances, in practice fundamental individual rights are ignored in a more systematic and serious way. Even if Maiers’s description does not raise major objections, it could be worthwhile questioning to what extent the greater part of the violence carried out by the penal system nowadays has a direct link to the situation where an increasing amount of state violence is channelled through state institutions such as the penal system, when compared with the use of paramilitary structures or death squads which predominated in other times.16 Álvaro Bello and Marta Rangel, Etnicidad, “raza” y equidad en América Latina y el Caribe, Santiago, ECLAC, 2000; Martín Hopenhayn and A. Bello, Discriminación étnico-racial y xenofobia en América Latina y el Caribe, Serie Políticas Sociales 47, Santiago, División de Desarrollo Social, ECLAC, mayo, 2001.17 Instituto de Estudios Indígenas, Universidad de La Frontera, Los derechos de los pueblos indígenas en Chile. Informe del Programa de Derechos Indígenas, Santiago, LOM Ediciones, Ciencias Humanas, 2003.18 It is important to note that access to human rights must not be confused with access to justice, especially in the restricted sense of access to the courts. On the contrary, access to human rights involves all sectors of state power and includes several types of demand, such as consumer rights, complaints to official regulatory authorities, service in police stations and accusations of domestic violence. Even questions such as the channels of communication between those who are governed and those who govern, citizens and political parties may be included within the generic framework of access to rights.19 Hugo Frühling states that “the militarised nature of the police makes people turn to them only when it is absolutely necessary (serious crimes)”. See Hugo Frühling, “La reforma policial y el proceso de democratización en América Latina”, Santiago, CED, Área Seguridad Ciudadana, 2001, p. 9.

20 For a description of the politics of the democratic security and the related debate, see: Fundación Social y FESCOL, “Seguridad y derechos humanos en el conflicto armado. Conflicto y seguridad democrática en Colombia. Temas críticos y propuestas”, in Policy Paper 4, Bogotá, Fundación Social y Friedrich Ebert Stiftung in Colombia, January, 2004; Eduardo Pizarro Leongómez, “A New Approach: Álvaro Uribe’s Democratic Security Project”, Working Paper, Inter-American Dialogue, Washington, D.C., July, 2003; Federación Internacional de los Derechos Humanos (FIDH), “Colombia. Las detenciones masivas, arbitrarias e indiscriminadas: estrategia de la seguridad democrática”, in Informe N° 392/3, FIDH, May 2004; Id. “Colombia. ‘La seguridad democrática’: desconoce los derechos humanos y socava las bases del Estado de derecho”, in Informe N° 393/3, FIDH, May, 2004; Latin America Working Group Education Fund (LAWGEF), The Wrong Road. Colombia’s National Security Policy, Washington, D.C., LAWGEF, July, 2003.21 See Protection Ruling T-025 of 2004. Judge Rapporteur of the Constitutional Court of Colombia: Manuel José Cepeda Espinoza.22 Ruling of 3rd May, 2005, the case of Horacio Verbitsky on appeal, Supreme Court of the Nation (Argentina). Appeal V. 856. XXXVIII.23 Some concrete examples of this type of involvement may be found in Centre for Legal and Social Studies (CELS in Spanish), "Iniciativas para el Fortalecimiento Democrático y Social, Experiencias de fortalecimiento democrático y social", Buenos Aires, Universidad de San Andrés and the Latin American Faculty of Social Sciences, Argentina Academic Campus, 2005. Additional information on the Peruvian case at: www.flora.org.pe/comisaria.htm. See Julieta Estremadoyro, Violencia en la pareja. Comisarías de Mujeres en el Perú, Lima, Flora Tristán, 1993.24 See Washington Office on Latin America and Centre for Development and Population Activities, Manual para la facilitación de procesos de incidencia política, WOLA and CEDPA, March 2005, p. 21 (www.wola.org/publications/atp_manual_para_facilitacion_jun_05.pdf).25 For a description of many other very valuable activities that have been carried out and are carried out day to day by human rights organisations, see Mario Garcés y Nancy Nicholls, Para una historia de los DD.HH. en Chile. Historia Institucional de la Fundación de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas FASIC 1975-1991, Santiago, LOM Publishers, Social Sciences, 2005.26 Enrique Peruzzotti has written a very interesting analysis about the relevance of this question, and the misunderstandings surrounding it. See Enrique Peruzzotti, “Civil Society, Representation and Accountability: Restating Current Debates on the Representativeness and Accountability of Civic Associations”, in Lisa Jordan and Peter Van Tuijl (eds.), NGOs Rights and Responsibilities, London, Earthscan, to be published.27 See Puente @ Europa, Vol. IV, no. 1, March 2006 (E.C.N.).28 Ver E. Peruzzotti, op. cit.29 Sofía Tiscornia, "Límites al poder de policía. El activismo internacional de los derechos humanos y el caso Walter Bulacio ante la Corte Interamericana de Derechos Humanos", in Sofía Tiscornia and María Victoria Pita (eds.), Derechos humanos, tribunales y policías en Argentina y Brasil, Buenos Aires, Studies in Legal Anthropology, Social Anthropology Collection, Faculty of Philosophy and Arts, 2006.30 For an account of the difficulties experienced by traditional human rights organisations in modifying their relationship with the state well into the 90’s, see Martín Abregú, "Democratizando la lucha por los derechos humanos", mimeo, presentation at LASA 1996.31 Domingo Namuncura, “Hacer derechos humanos desde la sociedad civil y desde el estado. Reflexiones sobre semejanzas y diferencias”, in Carlos Basombrío (ed.), Activistas e intelectuales de sociedad civil en la función pública en América Latina, Lima, Instituto de Estudios Peruanos, 2005; Andrés Domínguez, “De cómo la alianza entre los derechos humanos y la policía produce justicia y seguridad”, in C. Basombrío (ed.), op. cit.

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32 See Puente @ Europa, Vol. III, n. 3, September 2005.33 Luiz Eduardo Soares, “La experiencia de la inadecuación: contradicciones y complementariedad entre academia, activismo cívico y militancia política, in C. I. Basombrío (ed.), op. cit.34 The experience of Vivo Positivo and its work with the Global Fund against AIDS can be found in Chapter VI of A. Varas, M. Abregú et al., op. cit., cap. VI.35 Justice Studies Center of the Americas (JSCA), Justicia y Sociedad Civil. El papel de la sociedad civil en la reforma judicial: estudio de casos en Argentina, Chile, Colombia y Perú, Buenos Aires, Justice Studies Center of the Americas, 2003.36 Patricio Valdivieso and Juan Enrique Vargas, "Cambios en el sistema de justicia y sociedad civil en Chile (1990-2002)", in JSCA, op. cit.37 For a review of these experiences in Colombia, Peru, Chile and Argentina see JSCA, op. cit. and the opinion of Luis Pásara in the prologue to Luis Pásara, "Cambios en el sistema de justicia y sociedad civil", in JSCA, Ibidem.38 It was usual for many years for historic human rights organisations to question other civil society organisations with the mantra: “And where were you in the hard times?”. This question is repeated systematically even in present day Peru in the attempts at dialogue between the human rights movement and the feminist movement; see R. Vásquez, op. cit. The relationship between human rights organisations and those named “citizen organisations” in this article was also established at the beginning by this type of questioning.39 M. Ignatieff, “Human Rights and the Measurement Revolution”, work paper presented at the “Measuring Progress, Assessing Impact” conference, Cambridge, Mass., May 2005.40 There are many other players that these organisations should form more stable alliances with, such as the business sector; however, preference here has been given to the highlighting of three possible allies which are fundamental for participation in public politics.41 I would like to thank especially Alex Wilde for his incisive comments on a first version of this section, even though the author retains full responsibility for the text.42 This expression is used to refer to the strategy of human rights organisations to identify the country or individual who has violated human rights and expose it/him to public scrutiny so as to oblige it/him to modify its/his actions.43 For example, several years ago an international organisation promoted analysis and debate on communication in the human rights field. The discussion turned around a text by Stanley Cohen entitled Human Rights Violations: Communicating the Information. Some years later, in an interview given by Professor Cohen, when asked about the results of this work, he replied that the work had been a victim of that which it criticised: because of a lack of communication, it did not provoke the debate it had hoped to. See Stanley Cohen, Human Rights Violations: Communicating the Information, Discussion Paper From an International Workshop Oxford 1995 and Related Papers, London, 2005.44 M. Ignatieff, “Human Rights: the Midlife Crisis”, cit., p. 1.45 F. Raine, op. cit.46 There are few works which analyse the context in which civil society organisations tried to influence public policy. The work of think tanks at a regional level has been shown to some extent in a recent study, however there is still not enough information and the information that does exist skirts round the topic in an way which makes it incidental and not central. Unfortunately, this article suffers the same failing. See Miguel Braun, Mariana Chudnovsky, Nicolás Ducoté y Vanesa Weyrauch, A Comparative Study of Thinks Tanks in Latin America, Asia and Africa, Working Paper of the second phase of the Global Development Network’s Bridging Research and Policy project, Center for the Implementation of Public Policies Promoting Equality and Growth (CIPPEC), 2005.47 Aryeh Neier states that the greatest results in the human rights field have been achieved in the worst conditions when faced with

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unfriendly governments because it was in that context that it was possible to establish the point of no return. See Aryeh Neier, Taking Liberties. Four Decades in the Struggle for Rigths, New York, Public Affairs, 2003.48 M. Abregú, “Apostillas a un fallo histórico”, en Cuadernos de Jurisprudencia y Doctrina, Año IX, N. 16, 2003, p. 39 ff.49 The members of the initiative were (in alphabetical order): the Asociación por los Derechos Civiles (Civil Rights Association), the Centro de Estudios Legales y Sociales (Center for Legal and Social Studies), the Fundación Ambiente y Recursos Naturales ( Environment and Natural Resources Foundation), the Fundación Poder Ciudadano (Citizen’s Power Foundation), the Instituto de Estudios Comparados en Ciencias Penales y Sociales (Institute for Comparative Studies in Penal and Social Sciences) and the Unión de Usuarios y Consumidores (Consumers Organisation).50 PNUD, El conflicto, callejón con salida. Informe Nacional de Desarrollo Humano para Colombia-2003, Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo, 2003 (http://indh.pnud.org.co/informe2003_.plx?pga=CO3tablaContenido&f=1144945886).51 Víctor Abramovich, "Líneas de trabajo en derechos económicos, sociales y culturales: herramientas y aliados", in José Zalaquett (coord.), Temas de derechos humanos en debate. Grupo de reflexión regional, Instituto de defensa Legal, Centro de Derechos Humanos, Facultad de Derecho, Universidad de Chile, 2004.52 Protection Ruling T-025 of 2004. Judge Rapporteur of the Constitutional Court of Colombia: Manuel José Cepeda Espinoza.53 See the interview by Diana Britto on Puente @ Europa, vol. IV, n.1, March 2006 (E.C.N.).54 See A. Varas, M. Abregú et al., op. cit., cap. VI.55 The protagonists and participants of the Santiago Pre-Conference agreed that it was the best meeting in the whole preparatory process towards Durban, because it gave the possibility to many historically excluded groups to have their voice heard, without exclusion or aggression. The Durban conference was tragically carried out in the shadow of the Arab-Israeli conflict and the repeated anti-Semitic declarations heard were undoubtedly an element of discredit. In Latin America, a number of groups from the Jewish community were actively involved in the process until Santiago +5 as a way, it was said, of “rescuing the spirit of that meeting which was later betrayed in Durban”.

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OBREAL/EULARO es una red integrada por 23 instituciones académicas y centros de investigación de la Unión Europea y América Latina que cuenta con el apoyo fi nanciero de la Comisión Europea.

Como ha destacado la Comisión en la convocatoria correspondiente, durante los últimos años hemos asistido a la intensifi cación de las relaciones entre Europa y América Latina en todos los ámbitos. Desde el diálogo político birregional (cumbres de Río de Janeiro 1999, Madrid 2002, Guadalajara 2004 y Viena 2006), a la cooperación; desde las relaciones comerciales al fortalecimiento de las redes de la sociedad civil. Sin embargo, el tejido de relaciones entre instituciones y organizaciones pertenecientes a Europa y América Latina está disperso, falto de coordinación y no tiene una difusión adecuada.

En este contexto, OBREAL/EULARO, presente en la estrategia de cooperación regional para América Latina 2002-2006 de la Comisión Europea, se propone como objetivo principal “identifi car y desarrollar todas las posibilidades de asociación entre ambas regiones a fi n de lograr una mejor comprensión de la problemática regional y sectorial que condiciona la confi guración de las políticas”.

Para alcanzar su objetivo principal, OBREAL/EULARO no cuenta solo con el trabajo de sus miembros, sino que pretende también servir de plataforma de promoción y lugar de encuentro de las actividades de difusión e investigación que sobre estos temas son llevadas a cabo en ambas regiones. Al mismo tiempo, pretende crear sinergias entre formuladores y decisores de política, investigadores y actores de la sociedad civil, para alcanzar una masa crítica que pueda dar respuesta a las problemáticas identifi cadas.

El enfoque adoptado por OBREAL/EULARO está orientado a la formulación de políticas públicas y sus acciones están dirigidas tanto a la comunidad de investigación, como a actores políticos, económicos y sociales.

Para una mejor división del trabajo que haga énfasis en las especialidades de los distintos miembros de la red, la investigación y las publicaciones se han organizado en cinco grupos temáticos:

- Relaciones comerciales y fi nacieras e integración regional;

- Democracia, derechos humanos y estado de derecho;

- Cooperación social y para el desarrollo;

- Gobernabilidad global y multi-regionalismo;

- Sociedad civil y construcción institucional.

Además, se han establecido temas de carácter horizontal, que abar-carán “transversalmente” las investigaciones de la red: género, dere-chos humanos, minorías, medio ambiente, sociedad civil, pobreza e impacto de la ampliación de la Unión Europea.

OBREAL/EULARO is a network of 23 academic institutions and research centres in Europe and Latin America. It was established with the fi nancial support of the European Commission.

As the Commission noted in its founding document, the relationship between the EU and Latin America has become closer in every sphere over the last few years. Links exist in areas ranging from co-operation to biregional political dialogue (such as the summits in Rio de Janeiro 1999, Madrid 2002, Guadalajara 2004 and Vienna 2006), from trade relations to the strengthening of civil society networks. Nonetheless, relationships between European and Latin American institutions and organisations remain dispersed, un co-ordinated and relatively unknown.

In keeping with the European Commission’s regional co-operation strategy for Latin America 2002-2006, OBREAL/EULARO therefore aims to “to identify and develop all the opportunities offered by the partnership between the two regions to create a better understanding of the regional and sectoral problems which shape policymaking”.

For this purpose OBREAL/EULARO aims to complement and extend the existing work of its member organisations by providing a venue and platform for promotional and research activities taking place in each region. It also aims to create synergies between policymakers, decisionmakers, researchers and civil society actors, providing a ‘critical mass’ of actors able to respond to challenges which may arise .

OBREAL/EULARO’s focus is on public policy making, and it aims to have an impact on the research community itself as well as on relevant social, economic and political actors.

To ensure an optimal division of labour, taking full advantage of each organisation’s expertise, research and publications have been organised thematically into fi ve working groups:

- Trade and fi nancial relations and regional integration

- Democracy, human rights and the rule of law

- Social and development cooperation

- Global governance and multi-regionalism

- Civil society and institution building

The following cross-cutting issues have also been identifi ed, to be considered across each of the network’s research projects: human rights, the environment, minority groups, civil society, poverty and the impact of European Union enlargement.

in itinere

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Royal Institute of International Affairs - Chatham House, London, United Kingdom www.riia.org

Instytut Spraw Publicznych, Warszawa, Polska www.isp.org.pl

Lateinamerika-Institut, Freie Universität Berlin, Berlin, Deutschland www.fu-berlin.de/lai

Comparative Regional Integration Studies, United Nations University, Bruges, Belgique www.cris.unu.edu

Groupe de Recherches Interdisciplinaires sur l’Amerique Latine, Institut d`Etudes du Développement, Université Catholique de Louvain, Louvain-La-Neuve, Belgique

www.dvlp.ucl.ac.be/GRIAL/default.htm

Chaire Mercosur, Sciences Po, Paris, France chairemercosur.sciences-po.fr

Istituto di Studi Latino-Americani e dei Paesi in Transizione, Università Bocconi, Milano, Italia www.isla.unibocconi.it

Università degli Studi di Bologna, Bologna, Italia www.unibo.it

Universidad de Deusto, Bilbao, España www.deusto.es

Universitat de Barcelona, Barcelona, España www.ub.es

Universidad Autónoma de Madrid, Madrid, España www.uam.es

Universidad Pablo de Olavide de Sevilla, Sevilla, España www.upo.es Centro de Investigação e Estudos de Sociologia, Lisboa, Portugal www.cies.iscte.pt

Instituto de Estudos Estratégicos e Internacionais, Lisboa, Portugal www.ieei.pt

Centro de Investigación y Docencia Económicas, México D.F., México www.cide.edu

Universidad de los Andes, Bogotá, Colombia www.uniandes.edu.co

Instituto de Estudios Peruanos, Lima, Perú www.iep.org.pe

Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales, FLACSO www.flacso.org

Secretaría General, San José de Costa Rica, Costa RicaSede Académica Costa Rica

Sede Académica MéxicoPrograma Académico República Dominicana

Sede Académica GuatemalaPrograma Académico Cuba

Programa Académico El SalvadorSede Académica Ecuador

Sede Académica BrasilSede Académica Chile

Sede Académica Argentina

Instituto de Estudos do Trabalho e Sociedade, Rio de Janeiro, Brasil www.iets.org.br

Fundação Centro de Estudos do Comércio Exterior, Rio de Janeiro, Brasil www.funcex.com.br

Instituto de Estudos Econômicos e Internacionais, São Paulo, Brasil www.ieei.com.br

Università degli Studi di Bologna, Representación en Buenos Aires, Argentina www.unibo.edu.ar

Universidad de San Andrés, Buenos Aires, Argentina www.udesa.edu.ar

Universidad Torcuato di Tella, Buenos Aires, Argentina www.utdt.edu

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Comparative Regional Integration Studies, United Nations University, Bruges, Belgique www.cris.unu.edu

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Istituto di Studi Latino-Americani e dei Paesi in Transizione, Università Bocconi, Milano, Italia www.isla.unibocconi.it

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Letter from the Coordinator

Last February 28th, a seminar on “Perspectives for the V Latin America and the Caribbean-European Union Summit” was organized in Lima by EULARO with the collaboration of the government of Peru, the government of the Federal Republic of Germany -the current holder of the rotating Presidency of the Council of the European Union- and the International Studies Institute of the Pontificia Universidad Católica de Perú1. One of its highlights was the meeting of officials who are monitoring Latin America and the Caribbean-European Union Summit processes, which was followed by work sessions on the two following days.

During the successful event, crucial issues were discussed, such as poverty, inequity, social cohesion, trade, integration and the environment. Moreover the seminar was an occasion to reflect on bi-regional summits, as seen from perspectives of the two regions. Under the consensual and loaded language typically used on such occasions, it seemed to me that broad differences surfaced between the respective viewpoints in terms of the contents of and results expected from the next summit (even if this is still fifteen months away).

As a matter of fact, as far as contents are concerned, it is all too clear that a summit that brings together governments from a wide political spectrum will only be able to deal with those topics on which a wide consensus can be reached (as such, very few). A difference stands out, however: while Latin American states are, at least in theory, not prepared to exclude any issue from the political agenda and they will arrive to the summit with a whole possible range of policies for discussion, this does not seem to be the case as far as the European Union is concerned -that is, either the Community or the Member States. Every one seems to have its own special issue to be kept away from the negotiating table. The reasons for this are more legal/institutional than political: as a result of the division of power between the Community and the Member States, as well as that in the procedures for their implementation, both the former (represented by the Commission) and the latter try to retain certain matters as unilateral decisions or, at most, for bilateral negotiations. As any of the participants wants to exclude certain issues from the discussions, a quite significant cumulative effect could occur.

In relation to the expected results, the difference is even more marked. The Latin America-Caribbean side is expecting, or nearly demanding, that the next summit should take “decisions” about a “working agenda” which contains “concrete issues” and by “decisions” they don’t mean declarations about a future programme but, rather, about real actions with concrete results. On the European side, the concept is completely different (or so it seems to me). The role of the summits as a “meeting point”, a “forum for high-level political dialogue” and a mechanism to create “political initiatives” is emphasised, but not because of its possible role in the decision making process around concrete issues. What’s more, it is said that such decisions should not, or cannot, be taken at summits.

If my analysis is correct and the attitude of the European Union does not change, there is a risk of failure of the summit, both in terms of contents and results, in spite of the exemplary way in which the Peruvian government is taking care of its preparation. And a failure would generate frustration and resentment in Latin America and the Caribbean. All this considered, we should be not surprised if presidents will not reach any concrete results.

I hope to be wrong in my analysis.

Ramón Torrent, OBREAL/EULARO Coordinator

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Note

1 For more information, see the section Reseñas in this issue and www.obreal.unibo.it/News.aspx?Action=Data&IdNews=252&Actual=False.

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El pasado 28 de febrero, OBREAL organizó en Lima, juntamente con el gobierno de Perú, el gobierno de la Repúbli-ca Federal de Alemania, en tanto que Presidencia rotativa del Consejo de la Unión Europea, y el Instituto de Estudios Internacionales de la Pontificia Universidad Católica de Perú el seminario “Perspectivas para la V Cumbre ALC-UE de Lima”1. El seminario tuvo un gran éxito de participación, entre la que se destacaba, muy en particular, la de fun-cionarios que siguen el proceso de cumbres Unión Europea-América Latina y el Caribe y que celebraban una sesión de trabajo los dos días siguientes.

Más allá del interés de los temas debatidos (pobreza, desigualdad y cohesión social; comercio, integración y temas conexos, medio ambiente), el seminario permitió apreciar la visión que se tiene de las cumbres en las dos regiones. Y, a mí personalmente, me pareció detectar, por debajo del lenguaje consensual y cargado de buena voluntad que siempre se utiliza en estos casos, sobre todo cuando la próxima cumbre todavía está a quince meses de distancia, una profunda diferencia entre la visión europea y la latinoamericana-caribeña, en cuanto al contenido y los resultados esperados de la cumbre.

Por lo que se refiere al contenido, es evidente que una cumbre que reúne a gobiernos de muy distinto signo político sólo podrá tocar de manera efectiva temas capaces de generar amplios consensos (y que, por lo tanto, quizá deban ser escasos). La diferencia radica en que los estados latinoamericanos no excluyen por principio ningún tema de la agen-da política de las cumbres; van a ellas con todo el abanico de sus políticas. No sucede así, al menos en mi percep-ción, por el lado europeo, ni por el lado de la Comunidad ni por el lado de los Estados miembros. Todos ellos tienen temas de sus respectivas competencias que no quieren ver tratados en las cumbres de ninguna manera. La razón para excluirlos no es tanto política cuanto jurídico-institucional: como resultado de la división de competencias entre la Comunidad y los Estados miembros, así como de los procedimientos para su ejercicio, tanto la primera (representada por la Comisión) como los segundos quieren reservar algunas cuestiones para sus decisiones unilaterales o, como máximo, para sus relaciones bilaterales. Los temas a excluir del marco de las cumbres variarán para cada actor, con lo cual el efecto excluyente acumulado puede ser muy grande.

Por lo que se refiere a los resultados esperados, la diferencia me parece aún más clara. Por el lado latinoamerica-no-caribeño se espera, casi se exige, que la próxima cumbre tome “decisiones” sobre una “agenda de trabajo” que contenga “temas concretos”; y cuando se habla de “decisiones” no se piensa en declaraciones programáticas sino en verdaderos actos con efectos operativos. Por el lado europeo, la visión es radicalmente distinta (o así me parece). Se enfatiza el papel de las cumbres como “lugar de encuentro”, “foro de alto diálogo político” y mecanismo para dar “impulsos políticos”, pero no su posible rol en la toma de decisiones sobre cuestiones concretas. Más bien se sostiene que tales decisiones no pueden o no deben ser tomadas en las cumbres.

Si el análisis que acabo de sintetizar es correcto y la visión desde la Unión Europea no cambia, se corre el riesgo de que la próxima cumbre sea un fracaso, en cuanto a contenido y en cuanto a resultados, a pesar de la manera modélica en que el gobierno peruano está abordando su preparación. Y si es un fracaso engendrará una gran frustración y re-sentimiento en América Latina y el Caribe. A partir de ésto, no nos puede sorprender que los presidentes no puedan tomar decisiones sobre temas concretos.

Ojalá me equivoque en el análisis.

Ramón Torrent, Coordiandor OBREAL/EULARO

Carta del Coordinador

Nota

1 Para más información, ver en este mismo número la sección “Reseña” y www.obreal.unibo.it/News.aspx?Action=Data&IdNews=252&Actual=False.

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The OBREAL/EULARO Newsletter started its publication in Spanish in April 2005, as an ongoing tool to update past and future activities for its members and all those who are interested in integration processes and relations between Europe and Latin America. We also included press reviews with the latest news on integration processes (both in Europe and Latin America) with special reference to the main themes of the network. You will find below a short review of the information covered in the last six issues of the newsletter, published from January to the middle of March.

Latin America

In the last few years, Latin American integration processes have been frequently blamed by the media for their lack of progress and endless hindrances. Thus, for example, at the XXXI Meeting of the Common Market Council (newsletter n. 40), press coverage focused on the well-publicised opposing stances of Argentina and Uruguay over the construction of a cellulose plant on the banks of the river which marks their border, on the likely signature by Uruguay of a free trade agreement with the United States, and on the criticisms voiced by the region's smaller countries concerning the unbalance which characterize the bloc’s economies.

Not everything is gloomy, though, and small steps in the direction of further integration were registered at that very same meeting. One of these was the approval of the Mercosur Structural Convergence Fund budget, a proof of the common willingness to finance projects aimed at the promotion of competitiveness and social cohesion, a step directed to move on from a purely liberal vision to one which combines both liberalism and solidarism at a regional level. The first pilot projects within the fund were approved during the Mercosur presidential summit (n. 42) in January. At the same time, representatives from Brazil -which has been accused of not properly assuming its role as a regional leader- put forward proposals aimed at smoothing those same economic unbalances, an issue which was also touched upon during the visit of President Luiz Inácio Lula da Silva to Uruguay, one of the main items of February South American news (n. 44).

European Union

The German presidency of the Council of the European Union (n. 41) formally kicked off in January, although a foretaste was offered at the meeting of the European Council (n. 40) in December of 2006. At that summit, Germany assembled results of investigations carried out by the outgoing president, Finland, to help to draw up a report on future ways out to the constitutional impasse. In debates on that same issue, European citizens concerns about the social question keep on being prominent and this is why we dedicated one entire press summary to the latest initiatives on the social question and employment in the European Union (n. 44), where we highlighted strategies conceived at regional level with the intention of influencing the domestic policy in each country. Swimming somewhat against the current, but showing the mutual influence exerted between inner and outer concerns, the elections in Serbia and the problems of minorities (n. 42) depicted the different stances adopted by European countries in relation to the situation in Kosovo, where each position reflected the problems faced on the minority issue within their own national boundaries.

Lastly, the common energy policy has been one of the priorities of the German presidency (n. 34) and has come up time and time again at official meetings. The related plan of action was passed at the spring European Council (n. 45) and included a series of issues sharing the same rationale: the protection of the environment. At that meeting, despite criticisms and obstacles, the European Union revealed its readiness to take on a global leadership in the field.

Biregional relations

This move to global leadership by the EU became more evident after the publication of the findings of the Intergovernmental Panel on Climate Change (IPCC) became known in January, underlining the importance of the protection of the environment on the international agenda (n. 43). Even if some opposing views on the steps needed became apparent -certain interests have already shown themselves to be affected by clauses referring to the environment and by the new concept of the "green market" in environmental technology and alternative energy- there is a certain amount of common ground for EU and Latin America to work together.

Another issue of common concern and perspectives emerges from the press reviews: at the start of February, representatives from Europe and Latin America actively participated in a number of initiatives on human rights (n. 43), such as the Convention on the Protection of All Persons from Forced Disappearance and the Paris Principles on the prevention of the recruitment of children in armed conflict.

Even though these issues are not strictly biregional, a common perspective is a starting point for future joint actions on the global scene, which could eventually reinforce biregional relations. Such seems to be the case for the continuing common support for regional integration as a response to the challenges of globalisation. This support is one of the characteristics of the European strategy towards Latin America and has been highlighted time and again in the EU-LA news (n. 41), which included information on the visits of leaders to either region dealing with EU-Andean Community of Nations (CAN) and EU-Mercosur negotiations and preparations being made for the next EU-LAC heads of state and government summit ("Preparing the Next EU-LA meetings", n. 44, and "Relations with Europe and Latin American Integration", n. 45).

Luciana Gil, Editor OBREAL/EULARO Newsletter

* Registration for this Newsletter is free; please check our website: www.obreal.org.

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Desde abril de 2005 publicamos el OBREAL/EULARO Newsletter con la idea de que fuera una herramienta de constante actualización de las actividades pasadas y futuras de la red, tanto para sus miembros como para todos los interesados en los procesos de integración y en las relaciones entre Europa y América Latina. También elaboramos quincenalmente resúmenes de prensa sobre los últimos acontecimientos relacionados a las temáticas principales de la red e intentamos mantener un hilo conductor con hechos anteriores. A continuación presenta-mos una breve reseña sobre la información abordada en los últimos seis números, publicados desde enero hasta mediados de marzo.

América Latina

Durante los últimos años, las referencias a los procesos de integración latinoamericana han destacado el escaso avance y los continuos obstá-culos que éstos enfrentan. Pese a esto, lentamente comienzan a observarse decisiones que implican aportes positivos a aquellos procesos. Así, las repercusiones periodísticas de la XXXI Reunión del Consejo del Mercado Común (newsletter n. 40) se concentraron en las conocidas posiciones encontradas entre Argentina y Uruguay por la instalación de una planta de celulosa a orillas de un río limítrofe, en las posibilida-des de que Uruguay firmase un tratado de libre comercio individualmente con Estados Unidos y en las denuncias de los países más chicos sobre las asimetrías existentes entre las economías del bloque; pero en la misma reunión se trató de avanzar en algunos senderos que pueden favorecer la integración. Entre ellos, la aprobación del presupuesto del Fondo de Convergencia Estructural del Mercosur mostró la voluntad de los países de financiar proyectos orientados a la promoción de la competitividad y la cohesión social, intentando avanzar de una visión puramente liberalista a una que conjuga liberalismo y solidarismo a nivel regional; sus primeros proyectos pilotos fueron aprobados durante la cumbre presidencial del Mercosur (n. 42) de enero. A la vez, los representantes de Brasil -país al que se ha responsabilizado de no asu-mir su liderazgo regional- presentaron propuestas para reducir las asimetrías mencionadas, que fueron tratadas también durante la visita del Presidente Luiz Inácio Lula da Silva a Uruguay, una de las noticias sudamericanas (n. 44) destacadas de febrero.

Unión Europea

En enero comenzó formalmente la presidencia de alemana de la Unión Europea (n. 41), que se hizo especialmente visible desde el Con-sejo Europeo (n. 40) de diciembre de 2006. En dicho encuentro, Alemania recogió los resultados de las indagaciones realizadas por la presidencia saliente, de Finlandia, para la elaboración de un informe sobre las futuras posibilidades en relación al Tratado constitucional. En los debates sobre este tema, la preocupación de los ciudadanos europeos por la cuestión social sigue ocupando un lugar central, motivo por el cual dedicamos un resumen de prensa a las últimas iniciativas sobre la cuestión social y el empleo en la Unión Europea (n. 44), donde destacamos las estrategias que surgen a nivel regional para incidir en asuntos de política doméstica. En el sentido inverso, pero corroborando la influencia mutua de los dos ámbitos, las elecciones en Serbia y el problema de las minorías (n. 42) hicieron visibles las diversas posturas que los países europeos adoptaron respecto a la situación de Kosovo, relacionándose sus posiciones con los problemas que cada uno enfrenta con las minorías en su propio territorio nacional.

Por último, la política común de energía fue uno de los temas que forma parte de las prioridades de Alemania (n. 34) y que figuró recurrente-mente en las reuniones oficiales. Su plan de acción fue aprobado en el Consejo Europeo de primavera (n. 45), adoptando rasgos compati-bles con el cuidado del medio ambiente. Durante este último encuentro, la Unión Europea se mostró dispuesta a asumir el liderazgo mundial en esta materia, un liderazgo que no está exento de críticas ni obstáculos.

Relaciones birregionales

Esta búsqueda de liderazgo global por parte de la UE se mostró con más fuerza al conocerse la información divulgada en enero por el Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático, que renovó la importancia del cuidado del medio ambiente en la agenda inter-nacional (n. 43). Si bien surgen algunas posturas encontradas sobre los pasos a seguir -ya determinados intereses se ven afectados por las cláusulas ambientales y por las perspectivas del nuevo “mercado verde” de las tecnologías medioambientales y la energía alternativa- éste es un tema en el que pueden identificarse posiciones comunes con América Latina (AL).

Otro tema en el que ambas regiones comparten una visión común ha figurado en los resúmenes de prensa: a principios de febrero, represen-tantes europeos y latinoamericanos participaron activamente de distintas iniciativas por los derechos humanos (n. 43), como fueron la Con-vención para la protección de las personas frente a la desaparición forzosa y “los principios de París”, que buscan evitar el reclutamiento de niños en conflictos armados.

Aunque estas cuestiones no sean estrictamente de orden birregional, las coincidencias son un punto de partida para su tratamiento a nivel glo-bal en base a ciertos consensos alcanzados. Entre los consensos que se busca promover de manera conjunta se encuentra también el continuo apoyo a los procesos integración regional como respuesta a los desafíos que acarrea la globalización. Este apoyo es una de las características del enfoque con el que la UE se acerca a la región latinoamericana y fue destacado de manera recurrente en las noticias UE-AL (n. 41), que incluyeron referencias a diversas visitas de líderes a una y otra región en las que se trataron las negociaciones UE-Comunidad Andina de Naciones y UE-Mercosur y las preparaciones para la próxima cumbre de jefes de estado y de gobierno UE-ALC (“Preparando nuevas re-uniones UE-AL”, n. 44 y “Relaciones con Europa e integración latinoamericana”, n. 45).

Luciana Gil, Editora OBREAL/EULARO Newsletter

* Si desea recibir quincenalmente el newsletter puede suscribirse a través del sitio web www.obreal.org.

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V Congreso Europeo CEISAL de latinoamericanistas: “Las relaciones triangulares entre Europa y las Américas en el siglo XXI”

Bruselas y Lovaina (Bélgica), 11 al 14 de abril de 2007.

Institución de referencia: - Consejo Europeo de Investigaciones Sociales de América Latina (CEISAL).

Institución europea asociada:- Red Europea de Información y Documentación sobre América Latina (REDIAL).

Institución organizadora:- Centre d’Étude des Relations entre l’Union Européenne et l’Amérique Latine de la Universidad Libre de Bruselas -CERCAL (Bélgica).

* Due to a shortage of space, translations in this section have been hereby omitted (Editorial Coordinator’s Note).* Debido a la escasez de espacio, se han omitido las traducciones de esta sección (Nota del Coordinador Editorial).

1 Para más información sobre el congreso, ver www.ulb.ac.be/soco/cercal/segunda_circular.html.

Este V Congreso Europeo CEISAL tiene por objetivo principal constituir una plataforma europea de estudio y debates, un foro aca-démico y un instrumento de integración del movimiento latinoameri-canista europeo.

Asimismo, tiene por finalidad renovar el movimiento latinoame-ricanista europeo, haciendo un amplio llamado a los jóvenes investi-gadores latinoamericanos, y permitir el contacto entre el CEISAL y

los representantes de la Unión Europea encargados de las relaciones con América Latina y el Caribe para establecer lazos de conocimien-to mutuo y de cooperación.

En el marco de este congreso, OBREAL tendrá una participa-ción especial en las dos actividades cuyos programas provisionales se incluyen en la página siguiente1.

Universidades belgas anfitrionas: - Universidad Libre de Bruselas;- Universidad Católica de Lovaina.

Co-organizadores: - Observatorio de las Relaciones Unión Europea América Latina (OBREAL);- Latinoamericanistas de Bélgica (LABEL);- Centre de Sociologie Politique de la Universidad Libre de Bruselas.- Groupe de Recherches Interdisciplinaires sur l’Amerique Latine de la Universidad Católica de Lovaina.

Objetivos

En el tema “Las relaciones triangulares entre Europa y las Américas en el siglo XXI” cabe distinguir dos grandes realidades.

I. “Las relaciones intercontinentales y continentales propiamente dichas”

Se examinarán tres aspectos:

1) “Las actuales relaciones de la Unión Europea con América Latina y el Caribe”

Caracterizadas por una voluntad de apertura, las relaciones Unión Europea - América Latina y el Caribe apelan a nuevas fases de co-operación y desarrollo. Se debería conceder mayor importancia a los temas de cooperación científica y pedagógica, así como a las políticas y a las acciones conjuntas en favor de la justicia social y del medio ambiente. No deberían olvidarse las letras, ya que el conocimiento de Latinoamérica en Europa les debe mucho a los escritores y poetas que transmitieron una imagen y crearon un interés por la región.

2) “Las relaciones entre los Estados Unidos y América Latina y el Caribe”

El proyecto del Área de Libre Comercio de las Américas (ALCA), en particular, ha suscitado un gran debate entre los actores sociales y políticos, enfrentando a los partidarios y a los adversarios del capita-lismo liberal y del modelo de sociedad, de ser y de pensar, que éste

conlleva.

3) “La relación triangular Estados Unidos, Unión Europea y América Latina-Caribe” Deberán debatirse los intereses y objetivos económicos y geopolíti-cos perseguidos por Estados Unidos y Europa. Asimismo, se deberán contrastar los distintos modelos que ofrecen.

II. “La realidad específica de América Latina y el Caribe”

Esta región enfrenta los desafíos de la integración regional y de la apertura al mundo con las consecuencias que de ellas se derivan, es decir, economías poco industrializadas, problemas en la redistri-bución del ingreso y en la protección social, sistemas de educación obsoletos.

Pero, también, enfrenta los desafíos de una dinámica positiva en el campo político, que quizás permita en el futuro la emergencia de modelos económicos y sociales modernos y más democráticos. Dado el enfoque multi, inter y transdisciplinario, el programa acadé-mico incluirá cuatro grandes disciplinas:

- ciencias políticas, sociales y económicas;- ciencias humanas; - ciencias de la materia, de la vida y del espacio; - ciencias de la educación.

El contenido

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Apertura

Palabras de bienvenida de la Comisaria europea de Relaciones Exteriores y Política de Vecindad, Benita Ferrero Waldner

Inauguración del Congreso

Jean-Jacques Droesbeke, Presidente del CERCAL Andrzej Dembicz, Presidente del CEISAL

Conferencia magistral

Introducción a cargo de Ramón Torrent, Coordinador de OBREALGerhard Drekonja, Universidad de Viena (Austria)

Mesas redondas

“El proceso de Bolonia: ¿un desafío para las universidades latinoamericanas?”

Presidente: Pierre de Maret, Universidad Libre de Bruselas (Bélgica)Representante de la Comisión EuropeaPaulo de Albuquerque, Universidad Rio Grande do Sul (Brasil)Michel Molitor, Universidad Católica de Lovaina (Bélgica)

“Los programas de movilidad y la construcción de la cooperación académica”

Presidente: Isabel Yépez del Castillo, Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), OBREALRepresentante de la Comisión EuropeaLeopoldo Munera, Universidad Nacional de ColombiaJosé Antonio Sanahuja, Universidad Complutense de Madrid (España)

“El espacio de investigación: sostén a los polos de excelencia UE-ALC”

Presidente: Ramón Torrent, OBREALRepresentante de la Comisión EuropeaChristian Parker, Universidad de ChileMartti Parssinen, Universidad de Helsinki (Finlandia)Ricardo Salas, Universidad Católica de Chile

Programa tentativo

“Las relaciones triangulares entre Europa y las Américas en el siglo XXI: expectativas y desafíos”Universidad Católica de Lovaina (Bélgica), 14 de abril de 2007.

“La cooperación científica entre Europa y América Latina en el ámbito de las ciencias sociales”

Presidente: Bérengère Marques Pereira, Universidad Libre de Bruselas (Bélgica)Juan Ansión, Pontificia Universidad Católica del PerúGuy Bajoit, Universidad Católica de Lovaina (Bélgica)Heriberto Cairo, Universidad Complutense de Madrid (España) Christiane Daem, CERCALBarbara Göbel, Instituto Iberoamericano de Berlín (Alemania)

“Medio ambiente, Amazonía y cambios globales: miradas cruzadas Europa - América Latina”

Presidente: Philippe de Lombaerde, United Nations University-Comparative Regional Integration Studies (Bélgica)/OBREALSergio Costa, Universidad de Flensburg (Alemania) y OBREALMarie Nagy, Parlamento belga Marcos Reigota, Universidad de Sorocaba (Brasil)Martin Von Hildebrand, Fundación Gaia Amazonas (Colombia)

“Transnacionalismo, migración e identidades sociales”

Presidente: Isabel Yépez del Castillo, Universidad Católica de Lovaina, OBREALMariane Braig, Universidad Libre de Berlín (Alemania), OBREALElizabeth Jelin, Universidad de Texas (Estados Unidos)Susana Sassone, Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Argentina)Annelies Zoomers, Centro de Estudios y Documentación Latinoamericanos (Holanda)

Conferencia central de François Houtart, Centre Tricontinental, Universidad Católica de Lovaina (Bélgica)

Clausura a cargo del Vice-rector honorario de la Universidad Católica de Lovaina, Michel Molitor

Programa tentativo

“El espacio UE-ALC de la educación superior y de la investigación”

V Congreso Europeo CEISAL de latinoamericanistas: “Las relaciones triangulares entre Europa y las Américas en el siglo XXI”

Comisión Europea, 11 de abril de 2007.

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Eventos organizados y/o auspiciados por los miembros de OBREAL

Barcelona (España), 29 y 30 de enero de 2007.

Los días 29 y 30 de enero tuvo lugar en Barcelona (España) el seminario internacional: “La nueva agenda de las relaciones comer-ciales internacionales tras el fin de la Ronda de Doha”, organizado conjuntamente por OBREAL y la Cátedra Internacional OMC/Integración Regional, con la colaboración de destacadas organiza-ciones internacionales1.

Durante la sesión inaugural, las palabras de bienvenida estu-vieron a cargo del Ministro de Industria, Turismo y Comercio del gobierno español, Joan Clos y del Presidente de la Cámara de Co-mercio de Barcelona, Miquel Valls. Ambas autoridades resaltaron la importancia del seminario reiterando el apoyo a actividades de este tipo. Bajo la coordinación de Ramón Torrent, el seminario se desa-rrolló en distintas secciones; a continuación, las principales conclu-siones del encuentro.

En agricultura, donde, desde un punto de vista político, se concentra la mayor importancia, se destacaron los logros sustanciales con res-pecto a los objetivos planteados en la Declaración de Doha. Sin em-bargo, se reconocieron las importantes diferencias que aun existen en las áreas de acceso al mercado y de ayuda interna. En el primer caso, los problemas más importantes residen en el tamaño de la re-ducción y las dificultades para limitar la concentración de la ayuda permitida para algunos productos; en el segundo, la fórmula de reducción de tarifas que debe aplicarse en los casos de los países en desarrollo y los países desarrollados. Asimismo, están aun pendien-tes los niveles de flexibilidad que han sido definidos para realizar el recorte de tarifas, y la cuestión de los productos sensibles, donde las discusiones han abordado no solo el número de productos que po-drían ser definidos como sensibles, sino también qué trato recibirán.

En los últimos meses, se ha reforzado el proceso de re-flexión y reconstrucción de las negociaciones bilaterales entre los países más importantes, contexto conocido tambien como “quite diplomacy”. Parece existir una serie de oportunidades antes que la administración de Estados Unidos pierda su autoridad de Promoción del Comercio (Trade Promotion Authority) hacia finales de junio. En este sentido, la reunión de ministros realizada en Davos en enero de este año permitió discutir las oportunidades presentes y un plan de acción. Un acuerdo entre la Unión Europea y Estados Unidos será necesario para concluir estas negociaciones, pero no es un elemento suficiente para lograr un acuerdo y, por lo tanto, se destacó en este sentido el rol clave de los países en desarrollo.

En el caso de las negociaciones de los bienes no agrícolas (NAMA), la clave del problema es elegir un criterio para definir cuáles son los países en vías en desarrollo. Contrariamente al caso de agricultura, donde se puede diseñar un mapa de acuerdo al perfil productivo de los países, en el caso de los bienes no agrícolas existe una amplia

1 Más información relativa al seminario puede encontrarse en www.obreal.unibo.it/News.aspx?Action=Data&IdNews=143&Actual=False.

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constelación de perfiles.El mandato de Doha en este sentido es muy específico, estable-

ce que se terminen los picos tarifarios, las escaladas y las tarifas muy altas, añadiendo que, a priori, no deberían excluirse productos. El área de las barreras no arancelarias e impuestos a las exportaciones se presentan como dos prioridades para la UE.

Respecto al mandato en el área de reglas, se destacó la necesi-dad de clarificar y mejorar las disciplinas anti-dumpimg y subsidios. Se advirtió también que no es aconsejable que los negociadores deleguen al órgano de solución de controversias la función de resol-ver aquellos problemas que podrían resolverse mediante un acuerdo entre países.

En el sector de servicios, por un lado, algunos expositores realizaron evaluaciones no muy positivas, alegando que las propuestas en este sector no son muy ambiciosas dado que no se registran nuevos acce-sos al mercado. Por otro lado, se sostuvo que, en lo que concierne al sector de servicios, las expectativas son a veces un tanto excesivas si se tiene en cuenta el contexto de las negociaciones a nivel multilate-ral y bilateral. En este sentido, el mejor escenario sería una consoli-dación del status quo. Finalmente, en una evaluación general de la Ronda de Doha, se ha llamado la atención sobre la indiferencia con la que los gobiernos y la clase política en general han recibido la suspensión de la misma. En la opinión de los panelistas, fue el predominio de consideraciones políticas de corto plazo el que llevó a esta situación.

Sin embargo, se recordó una vez más que los acuerdos bilatera-les no pueden ser considerados como una alternativa a la liberaliza-ción multilateral, sino más bien como un complemento. Lo mismo sucede con los subsidios a la agricultura, que solo pueden ser resuel-tos en este ámbito.

Nos encontramos entonces en un momento en que el re-ajuste de las expectativas de los distintos grupos a nivel nacional y la tarea de comunicación para ayudar a mejorar la comprensión sobre los desafíos y oportunidades que abre la ronda de Doha se convierten en elementos claves para destrabar las negociaciones.

Seminario Internacional: “La nueva agenda de las relaciones comerciales internacionales tras el fin de la Ronda de Doha”

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Seminario: “Perspectivas para la V Cumbre América Latina y el Caribe - Unión Europea de Lima”

Lima (Perú), 28 de febrero de 2007.

Las ideas que aquí se recogen toman como base las exposiciones realizadas por Christian Freres y André Urani. Las mismas han sido sintetizadas por Francisco Sagasti, quien actuó como moderador de esta mesa, y la colaboración de María Eugenia Echevarría.

1) Una aproximación a la materia debe tomar en cuenta algunas con-sideraciones, entre las cuales llama la atención que: − La pobreza y exclusión en América Latina y el Caribe revisten un carácter muy complejo, pues no están referidas necesariamente a diferencias en los niveles de ingresos. En estos ámbitos, se aprecian situaciones heterogéneas y bastante disímiles a nivel de la región.

− El tema principal para América Latina y el Caribe es el de la des-igualdad, dado que ésta crece muy rápidamente en tiempos de crisis y baja muy lentamente en épocas de auge.

− Se vislumbran oportunidades para la cooperación entre América Latina y el Caribe y la Unión Europea a partir de:

• la reducción de la pobreza; • el mantenimiento del crecimiento económico; • la conciencia de los países de América Latina y el Caribe en torno al problema de la desigualdad y la necesidad de superar es-collos políticos que impiden avanzar en el desarrollo de reformas.

− No hay un solo modelo de desarrollo. Son medulares, entonces, tanto el estado como el mercado y la sociedad civil, debiéndose bus-car las mejores fórmulas para un trabajo conjunto. 2) En la perspectiva de la Cumbre de Lima, de mayo de 2008, se propone un Pacto Birregional por la inclusión. El mismo tendría que considerar:

- La renovación del diálogo político, haciendo hincapié en dos ele-mentos centrales:

• el cumplimiento por la Unión Europea de los compromisos previstos en las Declaraciones de Monterrey y de París sobre eficacia de la ayuda al desarrollo; • la firme voluntad de América Latina y el Caribe por avanzar en el cumplimiento de los objetivos de desarrollo del milenio.

- Impulsar las relaciones económicas, incidiendo en:

• concretar acuerdos de asociación, en cuyas negociaciones se atribuya mayor peso al tema de la pobreza y se introduzcan mecanismos similares a los contemplados en los acuerdos Áfri-ca, Caribe, Pacífico; • realizar foros empresariales, de cara a abordar el tema de la pobreza y promover la responsabilidad social.

- Tener en cuenta el enorme espacio que se abre para diversas inicia-

1 Más información relativa al seminario puede encontrarse en www.obreal.unibo.it/News.aspx?Action=Data&IdNews=252&Actual=False.

tivas cuando, desde una perspectiva más amplia, se replantea de ma-nera sustantiva el concepto de cooperación y la división clásica entre donantes y receptores.

• Resulta importante considerar que, si bien la pobreza en Áfri-ca es mayor que en América Latina y el Caribe, hay zonas de pobreza extrema en esta región con índices similares a los afri-canos; ello justifica orientar flujos de ayuda oficial al desarrollo hacia tales zonas. Existen realidades diferenciadas en América Latina y el Caribe, al haber países con bajos niveles de ingresos y gran desigualdad, junto a otros donde las líneas de ingresos y de distribución de los mismos no son paralelas a causa de gran-des desigualdades en materia de distribución; hay zonas, incluso en estos últimos, con muy bajos niveles de ingreso e insuficiente nivel de presencia y articulación del estado. • Debe procurarse un mejor uso de los recursos de la coopera-ción, vinculando más ésta a otros instrumentos y buscando la complementariedad. • Se sugiere explorar la propuesta para establecer un Fondo Birregional de Solidaridad, con una fórmula conveniente de co-financiación entre las dos regiones. • Ha de promoverse y apoyarse la cooperación Sur-Sur. • Habría que vincular las remesas a la creación de bienes públi-cos locales, usando, por ejemplo, estos fondos como contrapar-tida para la construcción de escuelas y obras de saneamiento. • Resulta prioritario impulsar la sociedad del conocimiento, en términos de ligar ciencia, tecnología e innovación a la mejora de la calidad de vida. En este plano, la colaboración puede ser en ambas direcciones, pues cada región puede aportar elementos y experiencias útiles a la otra. • Conviene estimular y apoyar el desarrollo de industrias crea-tivas, con fuerte contenido simbólico, en América Latina y el Caribe; ello contribuirá a dar más valor a la capacidad creativa y al acervo cultural y artístico de la región. En ese horizonte, debe pensarse en comercializar bienes culturales y generar cadenas de valor a través de dichas industrias. • Por último, han de considerarse ideas europeas que hayan dado resultados positivos y puedan reinterpretarse, haciendo abstracción de su origen, en América Latina y el Caribe. Se trata de “tropicalizar”, es decir, de llevar a la práctica en el contexto regional latinoamericano y caribeño experiencias exitosas de países de la Unión Europea respecto a diversos ámbitos; un ejemplo en esta línea estaría dado por las fórmulas empleadas para revitalizar grandes urbes y evitar que masas de nuevos po-bres bloqueen el avance de importantes reformas. A su vez, ha-bría que adoptar prácticas de seguimiento y evaluación para los programas de transferencias condicionadas, así como intensifi-car la colaboración europea en el diseño de políticas públicas y los esfuerzos dirigidos a la construcción y reforzamiento de una presencia del estado donde fuere necesario (state-building) o a la reforma del mismo donde no esté funcionando eficientemente (state-shaping).

El seminario ha constituido una iniciativa académica que no ha buscado condicionar el debate, sino, más bien, contribuir al mismo con reflexiones de expertos de ambas regiones. En ese sentido, cabe destacar la coincidencia en torno a las ventajas que tendría asignar atención prioritaria a determinados temas en la Cumbre de Lima del próximo año, así como plantear objetivos concretos y mecanismos

eficaces para su aplicación y seguimiento. Ello daría mayor impulso a las relaciones entre América Latina y el Caribe y la Unión Eu-ropea, de un lado, y, al mismo tiempo, redundaría favorablemente en la percepción de aquellas por parte de las sociedades civiles. A continuación presentamos las principales conclusiones y propuestas surgidas del seminario, redactadas por Juan José Ruda Santolaria1.

Tema 1: “Lucha contra la pobreza, la inequidad y la exclusión”

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Tema 2: “Comercio e inversiones”

Las ideas que se recogen a continuación toman como base las expo-siciones de Pierre Defraigne y Osvaldo Rosales; las mismas incorpo-ran también comentarios de Pablo Bustamante, quien prestó su apo-yo como moderador de la mesa. Eduardo Pérez del Solar, entretanto, realizó fundamentalmente la tarea de síntesis.

- El actual contexto económico y político internacional ofrece po-sibilidades a los países de América Latina y el Caribe, ya sea por el enorme impulso en el comercio de materias primas (commodities) como por la prioridad que cada país asigna a los temas relacionados con la exclusión y las desigualdades sociales. Estos asuntos han sido identificados como el principal obstáculo para el desarrollo sostenible de las economías y sociedades de la región.

- En ese escenario, los acuerdos de asociación con la Unión Europea son una gran oportunidad para el desarrollo sustentable y equitativo de los países de América Latina y el Caribe.

- Un análisis comparativo de los niveles de comercio birregional en las últimas décadas, especialmente respecto a ciertos países o grupos de éstos, permite constatar que ha habido una sensible disminución, aunque, más recientemente, se aprecian señales de recuperación. En el plano de la inversión extranjera directa, el panorama es distinto, a raíz de la significativa presencia de capitales de la Unión Europea en América Latina y el Caribe. En ese sentido, la perspectiva de acuerdos de asociación entre ambas regiones abre oportunidades para un gran espacio armonizado latinoamericano y caribeño en materias como reglamentos técnicos, normas sanitarias y fitosanitarias, aduanas, solu-ción de controversias, compras públicas, y servicios.

- Otro elemento a considerar es el impacto positivo que los acuerdos de asociación con la Unión Europea pueden tener en los procesos de integración regional y subregional de América Latina y el Caribe, a través de la permanente actualización y ampliación de la cobertura de temas tratados y armonizados en dichos procesos. La asociación estratégica birregional no pasa por el deterioro de los procesos de integración existentes en América Latina y el Caribe; por el contra-rio, la calidad de los acuerdos se verá fortalecida en la medida que

los procesos de integración subregional se profundicen y generen cadenas productivas capaces de incorporar eficientemente a las eco-nomías latinoamericanas y caribeñas a la economía mundial. Ha de tenerse siempre en cuenta que, en última instancia, está de por medio la forma en que la región acabe insertándose en la economía global; a tal efecto, resulta muy importante dar valor agregado a las materias primas (commodities) y generar mercados integrados que funcionen como cadenas regionales de valor.

- Los acuerdos de asociación con la Unión Europea tienen singula-ridades que deben ser convenientemente apreciadas por los países de América Latina y el Caribe. Entre estas notas particulares, reviste especial significación:

• que los acuerdos de asociación manejan una perspectiva in-tegral de las relaciones, en la medida que a los temas tradicio-nalmente recogidos en los tratados de libre comercio se suman otros dos pilares, como los mecanismos de diálogo político y de cooperación reforzada; • que la Unión Europea reconozca explícitamente la existencia de asimetrías, tanto en sus relaciones con los grupos subregionales de América Latina y el Caribe como al interior de dichos grupos.

- Finalmente, dos aspectos que quedan para la reflexión y evaluación política de los diferentes actores son:

• la existencia de asimetrías políticas en América Latina y el Ca-ribe y su impacto en la viabilidad de los acuerdos de asociación con la Unión Europea. En este escenario, será necesario ver cuál es el límite del formato de negociaciones bloque a bloque y cuál es límite de la geometría variable; • la falta de viabilidad para América Latina y el Caribe si es que no se atienden los problemas estructurales de pobreza, exclusión y desigualdad. Resulta prioritario, entonces, enfocar los acuer-dos de asociación para que, no siendo fines en sí mismos, sean herramientas útiles de cara a revertir esa hipoteca social con los pueblos de la región.

Tema 3: “Medioambiente, cambio climático y biodiversidad”

Las ideas que figuran a continuación toman como base las exposiciones de Bárbara Göbel y Mariano Castro, así como los aportes de Jorge Caillaux que prestó su colaboración como moderador de la mesa. La síntesis ha sido básicamente realizada por éste, el propio Mariano Castro y Pedro Bravo.

- Resulta necesario reforzar la integración de la temática ambiental con las otras materias de cooperación en las relaciones entre Améri-ca Latina y el Caribe y la Unión Europea. Es fundamental conjugar la agenda científica ambiental con la agenda científica para el desa-rrollo, en la perspectiva de mejorar la articulación, coordinación y visibilidad de los esfuerzos existentes.

- Debe procurarse una aproximación multidisciplinar a la temática ambiental que tenga correlato práctico en el diseño y ejecución de políticas públicas. Al mismo tiempo, y de manera prioritaria, ha de propiciarse la cooperación científica transfronteriza en los niveles subregional, regional y de ambas regiones. Es indispensable plantear acciones nacionales, regionales y birregionales dirigidas a:

• impulsar la creación de centros de información en América La-tina y el Caribe en relación al cambio climático. Ello se sustenta en la necesidad de fortalecer las capacidades científicas locales de la región respecto a la adaptación y vulnerabilidad frente a los efectos del cambio climático; • consensuar posiciones comunes entre ambas regiones para

asegurar el cumplimiento del Protocolo de Kyoto y encarar el segundo período de compromisos del mismo; • evaluar los impactos y sinergias frente a nuevas inversiones y tendencias en el campo de la energía y el ambien-te, considerando especialmente las posibilidades de un cambio en la matriz energética, a nivel de la producción, la conserva-ción y el consumo; • apuntar al fortalecimiento de capacidades científicas y tecnoló-gicas locales para el desarrollo y aplicación de estrategias regio-nales y subregionales en materia de biodiversidad;• impulsar la cooperación, en el campo de la bioseguridad, con vistas a la aplicación de mecanismos efectivos de prevención de riesgos en materia alimentaria y otras cuestiones de importancia; • alentar el apoyo de la cooperación para un mayor conoci-miento de los recursos genéticos, especialmente en lo relativo a la taxonomía, caracterización y conservación de zonas de alta biodiversidad; • proteger los conocimientos tradicionales, dándoles valor agre-gado y favoreciendo su integración con el conocimiento científi-co y tecnológico moderno; • fortalecer los centros de investigación públicos y privados.

- Tiene también particular importancia evaluar el desarrollo de la iniciativa del agua para América Latina y el Caribe, especialmente respecto a los países de la región con mayor estrés hídrico.

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Martín AbregúLicenciado en Derecho (Universidad de Buenos Aires, Argentina), con maestría en Derecho Internacional (The American University, Estados Unidos). Fue profesor en la Universidad de Palermo, en la Universidad del Salvador y en la Universidad de Buenos Aires (todas en Argentina). Entre 1991 y 1994 fue miembro fundador y editor de la revista No hay Derecho y del boletín Human Rights Brief, así como editor de The American University Journal of International Law and Policy. Desde 1994, se desempeñó como director ejecutivo del Centro de Estudios Legales y Sociales (Argentina) y, a partir de 1995, como representante en Argentina del Centro para la Justicia y el Derecho Internacional (Estados Unidos), cargos que desempeñó hasta 2000. Entre este año y 2006, fue oficial de programa de Derechos Humanos y Ciudadanía de la oficina para la Región Andina y el Cono Sur de la Fundación Ford, de la que actualmente es representante. Es especialista en derechos humanos y ciudadanía.

Carlos CerdaLicenciado en Derecho (Universidad Católica de Chile), con doctorado especial en Derecho (Universidad Católica de Lovaina, Bélgica), doctorado de tercer ciclo (Universidad de París II-Pantheón-Assas) y con estudios de posgrado en la Escuela Nacional de la Magistratura de París (Francia) y en la Escuela Judicial de Barcelona (España). Ha sido académico visitante en la Universidad de Harvard (Estados Unidos). Tiene una extensa trayectoria en el poder judicial de Chile, siendo, desde 1982, Ministro de la Corte de Apelaciones de Santiago y, desde 2002, Presidente de dicho órgano.

Cath CollinsLicenciada en Ciencias Políticas y Sociales (Universidad de Cambridge, Reino Unido), con maestría y doctorado en Política Latinoamericana (ambos en la Universidad de Londres, Reino Unido). Se ha desempeñado como profesora en la Universidad de Surrey (Reino Unido) y en la Universidad de Londres. Fue investigadora en la oficina para México y América Central de Amnistía Internacional entre 2000 y

2002. Actualmente es investigadora asociada en temas de América Latina en el Royal Institute for International Affairs-Chatham House (Reino Unido).Es especialista en comisiones de verdad y amnistías durante las transiciones políticas, en política de derechos humanos y memoria y en política latinoamericana.

José Miguel CruzLicenciado en Psicología, con posgrados en Ciencias Políticas (ambos en la Universidad Centroamericana de El Salvador) y en Salud Mental Pública (Universidad de El Salvador), con maestría en Políticas Públicas en América Latina (Universidad de Oxford). Actualmente cursa estudios de doctorado en Ciencias Políticas (Universidad de Vanderbilt, Estados Unidos). Se ha desempeñado como profesor e investigador en la Universidad de El Salvador y en la Universidad Centroamericana, donde fue Director del Instituto Universitario de Opinión Pública entre 1994 y 2006. Tiene una extensa trayectoria como investigador, entre otras instituciones, en la Facultad Latinoamericana de Ciencias Sociales (FLACSO)-Programa El Salvador, en el Banco Mundial, el Banco Interamericano de Desarrollo, y la Fundación Ford. Es especialista sobre temas de seguridad y violencia, especialmente en la región centroamericana.

Cecilia MedinaLicenciada en Ciencias Jurídicas y Sociales (Universidad de Chile) con doctorado en Derecho (Universidad de Utrecht, Holanda). Entre otras instituciones, se ha desempeñado como profesora en la Universidad de Lund (Suecia), en el Instituto Internacional de Derechos Humanos de Estrasburgo (Francia), en el Instituto de Estudios Sociales de Ámsterdam (Holanda), en la Universidad de Harvard (Estados Unidos) y en la Universidad de Utrecht. Hasta 1973 se desempeñó como pro-secretaria y relatora del Tribunal Constitucional de Chile. Durante ocho años fue miembro del Comité de Derechos Humanos de las Naciones Unidas, del que fue Presidenta entre 1999 y 2000. Desde enero de 2004 es jueza de la Corte Interamericana de Derechos Humanos.Es especialista en derechos humanos.

Ibán de RementeríaLicenciado en Filosofía (Universidad de Chile) y en Ciencias Políticas (Universidad de los Andes, Colombia). Fue profesor en la Universidad de Chile, en la Universidad Nacional de Colombia, en la Universidad de Valparaíso (Chile) y en la Universidad de los Andes (Colombia). Tiene una extensa trayectoria como asesor y consultor en distintos organismos internacionales, como las Naciones Unidas y la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, el Instituto Interamericano de Cooperación para la Agricultura, la Comisión Europea y en distintos niveles de gobierno de Chile y Colombia. Ha sido coordinador del Proyecto sobre Pequeño Delito del Centro de Estudios en Seguridad Ciudadana de la Universidad de Chile.Es especialista en narcotráfico y en desarrollo alternativo y sustentable.

David TombsMagíster en Teología y Filosofía (Universidad de Oxford, Reino Unido), en Teología Sagrada (Union Theological Seminary, Estados Unidos), en Filosofía de la Educación (Universidad de Londres), con estudios de posgrado en Educación Religiosa (Universidad de Birmingham) y doctorado en Teología Sistemática (Universidad de Londres, todas en el Reino Unido). Entre otras instituciones, ha sido profesor en la Universidad de Roehampton (Reino Unido) y en el Trinity College de Dublín (Irlanda).Es especialista en teologías cristianas políticas y contextuales, especialmente las teologías de la liberación y de la reconciliación, y en procesos de reconciliación en sociedades que han sufrido conflictos.

Nota del Coordinador Editorial: los breves curricula incluidos en esta sección han sido sintetizados y redactados por el Coordinador Editorial. Cualquier error u omisión, queda exclusivamente bajo su responsabilidad.

* Due to a shortage of space, translations in this section have been omitted.

Quiénes

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