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Mercantilismo1205

Date post: 28-Mar-2016
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Historia Mercantilismo
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MERCANTILISMO FES ARAGON Christhoper Juarez Royal Juan Alberto Duarte Luna Esteban Alejandro Jiménez Campos MERCANTILISMO 2014 1 Grupo 2203
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MERCANTILISMOFES ARAGON

Christhoper Juarez Royal

Juan Alberto Duarte Luna

Esteban Alejandro Jiménez Campos

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Grupo 2203

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INDICE

Introducción

El Estado de Derecho y el Mercantilismo

Definición de Mercantilismo

Historia

Conclusión

Bibliografía

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Introducción

El mercantilismo es el conjunto de ideas económicas que consideran que la prosperidad de una nación-estado depende del capital que pueda tener, y que el volumen global de comercio mundial es inalterable. El capital, que está representado por los metales preciosos que el estado tiene en su poder, se incrementa sobre todo mediante una balanza comercial positiva con otras naciones (o, lo que es lo mismo, que las exportaciones sean superiores a las importaciones). El mercantilismo sugiere que el gobierno dirigente de una nación debería buscar la consecución de esos objetivos mediante una política proteccionista sobre su economía, favoreciendo la exportación y desfavoreciendo la importación, sobre todo mediante la imposición de aranceles. La política económica basada en estas ideas a veces recibe el nombre de sistema mercantilista.

Los pensadores mercantilistas pre-conizan el desarrollo económico

por medio del enriquecimiento de las naciones gracias al comercio ex-terior, lo que permite encontrar sa-lida a los excedentes de la produc-ción. El Estado adquiere un papel primordial en el desarrollo de la ri-queza nacional, al adoptar políticas proteccionistas, y en particular es-tableciendo barreras arancelarias y medidas de apoyo a la exportación.El mercantilismo como tal no es una corriente de pensamiento. Marca el final de la preeminencia de la ideología económica del cris-tianismo (la crematística), inspi-rada en Aristóteles y Platón, que rechazaba la acumulación de ri-quezas y los préstamos con interés (vinculados al pecado de usura). Esta nueva corriente económica surgió en una época en la que las monarquías deseaban disponer del máximo dinero posible para sus cuantiosos gastos. Las teorías mercantilistas buscaban satisfa-cer esa demanda, y desarrollaron una dialéctica basada en el enri-quecimiento. Esta corriente se ba-saba en un sistema de análisis de los flujos económicos muy sim-plificado en el que, por ejemplo, no se tenía en cuenta el papel que desempeñaba el sistema social.

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Fue la teoría predominante a lo lar-go de toda la Edad Moderna (desde el siglo XVI hasta el XVIII), épo-ca que aproximadamente indica el surgimiento de la idea del Estado Nación y la formación económico social conocida como Antiguo Ré-gimen en Europa Occidental. En el ámbito nacional, el mercantilismo llevó a los primeros casos de inter-vención y significativo control gu-bernativo sobre la economía, y fue en este periodo en el que se fue es-tableciendo gran parte del sistema capitalista moderno. Internacional-mente, el mercantilismo sirvió indi-rectamente para impulsar muchas de las guerras europeas del periodo, y sirvió como causa y fundamen-to del imperialismo europeo, dado que las grandes potencias de Euro-pa luchaban por el control de los mercados disponibles en el mundo.

Como agente unificador tendente a la creación de un estado nacional soberano, el mercantilismo tuvo en contra dos fuerzas: Una, más espiri-tual-jurídica que política-económi-ca, fueron los poderes universales: la Iglesia y el Imperio, la otra, de ca-rácter predominantemente econó-mico fue el particularismo local, con la dificultad que produce a las co-municaciones y la pervivencia de la

economía natural (en determinadas zonas los ingresos del estado eran en especie y no en dinero); mien-tras que la pretensión mercantilista es que el mercado cerrado sea susti-tuido por el mercado nacional y las mercancías como medida de valor y medio de cambio sean remplaza-das por el oro. El mercantilismo ve la intervención del estado como el medio más eficaz para el desarrollo económico.

Otra tendencia del mercantilismo era robustecer hacia el exterior el poder del Estado, subordinando la actividad económica hacia ese obje-tivo, e interesándose por la riqueza en cuanto sirva de base para ella. El liberalismo considerará a la rique-za como preciosa para el individuo, y por ende, digna de ser alcanzada como fin en sí misma: si el parti-cular no debe pensar más que en-riquecerse, es un hecho puramente natural e involuntario que la rique-za de los ciudadanos contribuya a aumentar la riqueza del estado. En cambio, para los mercantilistas, la riqueza privada es simplemente un medio, y como tal se subordina al estado y a sus fines de dominio.

A lo largo de este periodo durante el cual las hipótesis evolucionaron,

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aparece una literatura compleja, que da idea de que existe una corriente vagamente unificada. En el Siglo XIX, se extenderá por la mayoría de las naciones europeas, adaptán-dose a las características naciona-les. Entre las escuelas mercanti-listas se distingue: el bullionismo (o «mercantilismo español») que propugna la acumulación de me-tales preciosos; el colbertismo (o «mercantilismo francés») que por su parte se inclina hacia la indus-trialización; y el comercialismo (o «mercantilismo británico») que ve en el comercio exterior la fuente de la riqueza de un país.

A partir de esa época, las cuestio-nes económicas dejan de pertene-cer a los teólogos. La Edad Moder-na marca un giro con la progresiva autonomía de la economía frente a la moral y la religión así como fren-te a la política. Esta enorme ruptura se realizará por medio de conseje-ros de los gobernantes y por los co-merciantes.1 Esta nueva disciplina llegará a ser una verdadera ciencia económica con la fisiocracia. En-tre los muchos autores mercantilis-tas, hay que destacar a Martín de Azpilicueta (1492-1586), Tomás de Mercado (1525-1575), Jean Bodin (1530–1596), Antoine de Mont-

chrétien (1576–1621), o William Petty (1623–1687).

La confianza en el mercantilismo comenzó a decaer a finales del siglo XVIII, momento en el que las teo-rías de Adam Smith y de otros eco-nomistas clásicos fueron ganando favor en el Imperio Británico, y en menor grado en el resto de Europa (con la excepción de Alemania, en donde la Escuela Histórica de Eco-nomía fue la más importante du-rante todo el siglo XIX y comienzos del XX). Adam Smith, que lo criti-ca con dureza en su obra titulada Una investigación sobre la natura-leza y causas de la riqueza de las naciones (conocida comúnmente como La riqueza de las naciones), califica el mercantilismo como una «economía al servicio del Prínci-pe».

Curiosamente, y si bien había sido una antigua colonia británica, los Estados Unidos de América no se adhirieron a la economía clásica, sino al régimen económico que fue llamado «sistema americano» (una forma de neo-mercantilismo) a través de las políticas de Alexander Hamilton, Henry Clay, Abraham Lincoln y por lo que más tarde se-rían las prácticas económicas del

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Partido Republicano, que a su vez se reflejaron en las políticas de los historicistas alemanes y economis-tas como Friedrich List. Esto duró hasta el surgimiento del New Deal tras la crisis de 1929.

Hoy en día la teoría del mercanti-lismo es rechazada por la mayoría de los economistas, si bien algunos de sus elementos en ocasiones son vistos de forma positiva por algu-nos, entre los cuales cabe citar a Ravi Batra, Pat Choate, Eammon Fingleton, o Michael Lind.

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El Estado de De-recho y el mer-cantilismoCuando la política y el poder gubernamental intervienenla economía se produce, lo que Adam Smith había señalado:“El comercio y las manufactu-ras pocas veces pueden florecerdurante mucho tiempo en un estado que no disfrute de unaordenada administración de justicia, donde el pueblo no sesienta seguro de la posesión de sus propiedades, en el que elcumplimiento de los contratos no sea amparado por la ley y en el que su autoridad no se ocupe de forma permanente en obligar a que paguen sus deudas todas aquellas personas que se hallan en condiciones de hacerlo. En pocas palabras, el comercio y las manufacturas pocas veces pueden florecer en un estado donde no haya cierto grado de confianza en la justicia del go-bierno”El estado de derecho sólo exis-

te en la economía de mercado. Es un mecanismo por el cual el derecho limita el poder, creando una esfera en la que cada uno de los individuos goza de determi-nados derechos subjetivos que le permiten desen-volver su per-sonalidad, desarrollar su activi-dad y disfrutar de los beneficios de su trabajo. Esta es la concep-ción básica de la libertad bajo la ley, “la que limita la libertad de cada uno para garantizar la misma libertad de todos”En la economía mercantilista no existe un estado de derecho. Por cierto, se puede decir que en todas partes existe un derecho. Nominalmente sí. Hay leyes, pero un estado de legalidad no es un estado de derecho.Tal y como señala Hayek: “... el Imperio de la ley presu-pone, desde luego completa le-galidad, pero sin que ello sea suficiente. Si una ley concede al gobierno poder ilimitado para actuar a su gusto y sazón, to-das sus acciones serían legales, pero no encajarán ciertamente dentro del estado de derecho. El estado de derecho, por tanto,

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es también más que el consti-tucionalismo y requiere de le-galidad, requiere que todas las leyes se conformen con ciertos principios”El mercantilismo ha sido obje-to de diatriba y reflexión desde el siglo XVIII. Perdices de Blas y Reader explican que para los fisiócratas el mercantilismo fue un sistema regulador; para Adam Smith y la economía clásica, un sistema proteccio-nista; para la Escuela Histórica Alemana, un sistema de poder; para Hecksher y Viner, un en-frentamiento entre poder y ri-queza; para Keynes, una forma de solucionar el desempleo; para Schumpeter, una etapa del ca-pitalismo y para Ekelund y To-llison, un sistema de ventas por el cual se ofertan y demandan privilegios.

Enrique Ghersi

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MERCANTILISMO“El pensamiento mercantilista pa-rece conducir a la deducción de que la producción es superior al consu-mo, que el hombre existe para la ri-queza y no la riqueza para el hom-bre.”JOHN H. FERGUSON

Es frecuente encontrar en diver-sos autores de la historia del pen-samiento económico la idea de que la tendencia mercantilista sustentó como finalidad y razón del Estado la acumulación de metales preciosos, y por tanto “confundió riqueza ma-terial con bienestar económico”. Te-sis un tanto simplista que, en nues-tra opinión, no explica el fenómeno del todo. Lo anterior es cierto sólo en parte, ya que el mercantilismo si bien fue manifestación económica, también lo fue social y política. Se trata de una tendencia que aparece en el siglo XVI, florece en el XVII, se extiende al XVIII y muchas de sus manifestaciones aún perduran en el momento actual.

Ahondando en el vocablo “mer-cantilismo”, pero más aún en lo que encierra su significado, nos encon-tramos que en un principio fue una expresión de oprobio empleada es-

porádicamente por los fisiócratas, y usada con frecuencia por Adam Smith, quien propiamente la acuñó al dedicarle muchas páginas de crí-tica en su obra “La Riqueza de las Naciones”, calificándola como “el sistema comercial o mercantilista” proteccionista y opuesto a su idea de libra Cambio.

El economista alemán Gustavo Schmoller, más de cien años des-pués, expresa que el mercantilis-mo en esencia fue una “política de unidad económica”, independiente de sus tendencias y manifestacio-nes particulares. En realidad fue la oposición al atomismo económico y político de los señores territoria-les, en contra de la situación impe-rante en Europa, principalmente en Alemania y Francia a fines del siglo XIV, que restringía la libertad de tránsito, personas y artículos de una provincia a otra, gravándolas de acuerdo con sus criterios perso-nales. El mercantilismo buscó por tanto la unidad económica y políti-ca del Estado.

El hombre es el medio para el lo-gro de un fin, y el fin es engrandecer al Estado.

Fue por tanto un conjunto de ma-

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nifestaciones políticas y eco-nó-micas encaminadas a fortalecer al Estado debilitando a los otros pode-res. Estas tendencias exigían que el poder público controlara de modo substancial la vida económica de su pueblo y de sus colonias reglamen-tando su consumo, producción, tra-bajo, etc. La teoría y la práctica mer-cantilista se basaron en el supuesto de que existía un conflicto esencial e inevitable entre el interés nacional y el particular.

Todo lo anterior, aunado al deseo de los países de acumular metales preciosos y de tener balanzas co-merciales favorables, no constituyó una escuela o doctrina económica, sino que se tradujo en una “tenden-cia” que desarrollaron comercian-tes, banqueros, pensadores y go-bernantes predominantemente del siglo XVII, impulsados por factores como el descubrimiento de Améri-ca con sus ricas minas de oro y pla-ta, el pensamiento de Calvino y Lu-tero, cuyas ideas, más del primero (tesis de la predestinación), que del segundo, se alineaban a la expresión renacentista desligando a la religión del diario quehacer humano.

Las características generales de esta “tendencia” fueron principal-

mente las siguientes:a) Confundir riqueza material

con bienestar económico.b) Acumulación de metales pre-

ciosos.c) Decidido intervencionismo

estatal.d) Reglamentismo.e) Proteccionismof) Poblacionismo.g) Balanza comercial favorable.

h) Rudo celo colonial.i) Estímulo a la industria y al co-

mercio. j) Nacionalismo. k) Bajos salarios.

1) Restricción a la importación deartículos suntuarios. m) El trabajo del hombre es fundamental para el bienestar de los pueblos.

a) Confundir riqueza materialcon bienestar económico. Es la primera llamada ilusión cri-sohedónica, la cual consiste en creer que la riqueza está en los metales preciosos (oro y plata) amoneda-dos o susceptibles de amonedación. Si se considera con un criterio ma-teria-lista que la riqueza de una per-sona está en relación con la cantidad de oro y plata que posee, lo mismo puede considerarse con un Estado; éste será más rico de acuerdo con la mayor cantidad de oro y plata que posea y es precisamente su adquisi-

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ción y su acumulación la finalidad del proceso económico. b) Acumulación de metales pre-ciosos. Si se confundía por parte de los mercantilistas la riqueza material con el bienestar económico, y éste se traducía en la mayor posesión de oro y plata, fácil es deducir que los Estados trataran por todos los me-dios de acumular metales preciosos y de impedir su salida al extranjero mediante enérgicas reglamentacio-nes. c) Decidido intervencionismo estatal. El soberano, de acuerdo con esta tendencia, regulaba y dirigía los es-fuerzos nacionales para conquistar y acrecentar el acopio de metales preciosos mediante ordenanzas y edictos. Esta política se llevó a cabo mayormente en Francia durante la época del primer ministro Juan Bautista Colbert, que sometió a la industria francesa a reglamentos severos por medio de los cuales se especificaba la calidad de las telas, su tamaño, su colorido, etc., impo-niendo fuertes sanciones, que iban desde simples multas hasta prisión, para evitar que se violaran los requi-sitos fijados. Fue tan señalada esta tendencia que el mercantilismo francés fue sinónimo de reglamen-

tismo y éste a la vez de colbertismo. d) Reglamentismo. El mercantilismo fue esencialmen-te reglamentista, ya que para llevar a cabo la unificación del Estado y acabar con las medidas taxativas provinciales, se dictaron a nivel na-cional, ordenanzas y reglamentos sin cuenta, lo mismo para la fabri-cación de artículos que para fijar requisitos a la industria, al comer-cio, al trabajo, etc. La más conocida de estas Ordenanzas fue la llamada Tarifa de 1664, que liberó el tráfico interior de personas y objetos. e) Proteccionismo. Jean Romeuf considera al protec-cionismo como uno de los sistemas de la política de comercio exterior. En realidad es una forma de inter-vención del Estado en la economía, y sólo por un eufemismo convenen-ciero se le niega este carácter, pero desde el momento en que aquél es-tablece barreras a la importación y otorga concesiones a la producción y exportación nacionales, está ac-tuando dentro de un ámbito que se-gún la teoría individualista es ajena al Estado. Sin embargo, si se repa-sa la historia se verá que tan pronto surge en un país una economía or-ganizada, aunque sea rudimentaria, el Estado interviene en favor de sus nacionales. Obviamente no es igual

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el intervencionismo primitivo al proteccionismo como lo hacemos actualmente, que supone una pla-nificación y reconocimiento abierto del mismo. España y Portugal fueron países tradicionalmente proteccionistas, destacando sobremanera el prime-ro por su intransigencia. La forma más elemental de proteccionismo es la exención de impuestos a la indus-tria y al comercio local, sobre todo cuando se dedican a la exportación. El ejemplo típico de proteccionismo es la política colbertiana, que tantos beneficios produjo, máxime que el lugar preponderante que Francia ocupara durante el siglo XVIII lo perdió frente a Inglaterra, por falta de apoyo, por los excesivos impues-tos y por un conjunto de restric-ciones arbitrarias, y así, la obra ini-ciada por Colbert se vio truncada y destruida por financieros menos capaces. f) Poblacionismo. Aunque los mercantilistas nunca abordaron específicamente el pro-blema del valor, es decir por qué valen las cosas, estimaron que entre más aumentaba la población, ma-yor sería el beneficio económico, por consecuencia la producción y el consumo, y sobre todo más artícu-los que vender al extranjero y lograr

por este medio la obtención de me-tales preciosos y el enriquecimiento del Estado. g) Balanza comercial favorable. Así como un individuo debe gastar menos de lo que gana y con la di-ferencia obtener un ahorro que se traduce en un beneficio, el Estado debe igualmente vender más de lo que compra y así, a través de ma-yores ventas que compras, obtener una balanza comercial favorable, aumentando su “stock” de metales preciosos. h) Rudo celo colonial. La tendencia mercantilista se ca-racterizó también por una política de tratamiento severo hacia sus co-lonias por parte de los países euro-peos que las gobernaban. Política conocida por los tratadistas como de “rudo celo colonial”. Se trataba de que el comercio de las colonias sólo se realizara con la metrópoli, y nunca con otros países. Al respecto se dictaron toda clase de leyes y ordenanzas, cuyas violacio-nes eran severamente sancionadas. Explotaban España e Inglaterra y en menor proporción Francia y Holanda, los recursos naturales de sus posesiones, básicamente las minas de oro y de plata donde las había, como antes hemos señalado, o si no sus materias primas, las que

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transformadas en Europa, se ven-dían nuevamente a sus colonias. Los precios de compra y de venta eran fijados según la conveniencia de los países dominantes. Además la metrópoli indicaba qué debería sembrarse o producirse en sus es-tablecimientos, impidiéndoles por tanto el desarrollo de ciertas activi-dades. En México, la política mer-cantilista metropolitana impidió el cultivo de la uva, productos del olivo como la aceituna y el aceite, la seda, etc. Cabe considerar que la independencia de América fue motivada, en gran proporción, por los efectos de tal política eco-nómica.

i) Estímulo a la industria y al co-mercio. Se fomentó en sumo grado la indus-tria (caso de Francia) y el comercio (caso de Inglaterra) con objeto de que los países que no poseían mi-nas de metales preciosos pudieran obtenerlos por medio de estas dos actividades. Se recompensó a los productores, se premió a los inven-tores, se estimuló a los directores de la industria y se suprimieron cargas fiscales para estas actividades. La industria corporativa, que fue de gran utilidad en la Edad Media, fue suplida por los nuevos sistemas de

producción que requería la época, implantando el sistema de trabajo a domicilio. Con la llegada del “motor de va-por” se da inicio a las grandes in-dustrias, que como requerían capi-tales muy fuertes dieron a luz a las sociedades por acciones, que ha-brían de emplear a un gran número de obreros. Estas empresas se cons-tituían bajo un régimen de “Auto-rización Real”, que permitía, con frecuencia, el monopolio, para evi-tar la competencia y así poder pro-gresar más de prisa. Igualmente se crearon las “Manu-facturas del Rey”, que en realidad eran verdaderas empresas de Esta-do dirigidas por empleados reales o por empresas privadas, a las que el Estado compraba toda su produc-ción. j) Nacionalismo. El nacionalismo económico supo-ne una serie de fenómenos sociales que se van dando progresivamen-te a partir del derrumbamiento del sistema feudal, hasta quedar total-mente formado en el siglo XVIII. Debemos distinguir el fenómeno “Racionalismo”, como concepto político. El nacionalismo económico apa-rece registrado por primera vez en el siglo XVIII, pero sus raíces son muy

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anteriores. Podemos decir, que toda nación o ciudad de la antigüedad, que en un momento dado tendie-ra a la realización de una economía de autosuficiencia, caía de manera directa dentro del nacionalismo. Si en muchos casos esto no se lo-gró fue debido únicamente al atra-so técnico, que impedía al hombre lograr sucedáneos de sus principa-les satisfactores, pero la regla es que por razones de auto conservación los pueblos se inclinen de modo na-tural hacia una defensa económica, que va desde Cartago hasta nues-tros días. El nacionalismo entendido des-de el punto de vista económico pre-senta grandes diferencias y hasta contradicciones con el nacionalis-mo como doctrina filosófica, más o menos extendida y practicada en todas las formas por los pueblos del mundo. Sin embargo, uno es com-plemento del otro. Para Seldon y Pénnance, el nacionalismo es, ade-más de una política de autosuficien-cia, una actitud proteccionista hacia la industria y el comercio locales. Podríamos agregar que ese protec-cionismo tendía a frenar las impor-taciones y propiciar las exportacio-nes, estableciendo un saldo siempre favorable para el país de que se trate. Históricamente podemos decir,

que si bien existen ejemplos aisla-dos y remotos de proteccionismo económico, es sólo con Colbert que empieza a tomar la forma de políti-ca definida, como habremos de ver líneas abajo. Sin embargo, cabe hacer observar que si bien las medidas adoptadas por el ministro de Luis XIV, bene-ficiaron a todo el reino, acabaron por hacerlo muy principalmente a la clase burguesa. No pecaremos de exagerados, si decimos que, el nacionalismo económico es un fe-nómeno específicamente burgués, pues nos basta mencionar dos ejem-plos, citados por el propio Voltaire: el comercio en general y el comer-cio marítimo. Aquél se practicaba poco, el otro, simplemente no exis-tía en Francia. Precisamente empe-zó a participar en el gran comercio del Mediterráneo a partir de la épo-ca de Colbert, en un momento en que Inglaterra y los Países Bajos tenían organizada, desde hacía un siglo, su industria en un plano na-cional, aunque no nacionalista, que les permitía que fueran grandes ex-portadores. k) Bajos salarios. Con el objeto de atraer los metales preciosos, aquellos países que no tenían minas trataron por todos los medios de favorecer su entrada e

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inconcusamente de impedir su sa-lida, impulsando el desarrollo de su industria y su comercio, y obte-niendo, a través de la producción y venta de sus productos, una balanza comercial favorable. Pero para llegar a este resultado, y puesto que esta política no podía tener éxito al mismo tiempo en to-das partes, ya que “nadie gana más de lo que otro pierde”, se trató de producir lo más al menor precio, favoreciendo y alentando la tesis de bajos salarios.

El mercantilismo contempló el fenómeno económico desde un punto de vista pragmático, le in-teresaba la conquista de la riqueza material, dejando a un lado toda valoración de contenido ético.

La explotación del hombre por el hombre a través de bajos salarios, se justificaba dentro de la tenden-cia mercantilista no para enrique-cer a determinadas personas, sino como un medio para engrandecer el Estado que era el fin superior.

L) Restricción a la importación de artículos suntuarios. Podría destacarse como otra carac-terística mercantilista digna de co-mentario, la restricción de artículos

suntuarios. Es obvio que el concepto “artícu-lo suntuario o de lujo” es relativo y presenta una alta dosis de subjetivi-dad. Varía en el tiempo y en el espa-cio, pues lo que en un determinado país y en una determinada época es un artículo superfluo, porque no se orienta a satisfacer alguna de las necesidades que en el contexto so-cial se tienen por fundamentales, en otro país, o en el mismo, pero en diferente época, puede tenerse por artículo de primera necesidad.

Sin embargo, el mercantilismo consideró que un Estado no podía permitir la libre importación de artículos suntuarios, pues ello se traducía en una peligrosa fuga de metales preciosos, y por ende, en empobrecimiento.

Esta idea mercantilista se com-plementa con la pretensión de fundar industrias nacionales que fabricaran artículos suntuarios, no para consumo interno sino para ser ofrecidos a mercados ex-teriores. Así, podemos encontrar el origen de algunas de las industrias más apreciadas en la actualidad como los perfumes, la porcelana y el cristal cortado.

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m) El trabajo del hombre es fun-damental para el bienestar de los pueblos.

Como habremos de darnos cuenta durante todo el recorrido del pen-samiento económico algunos cri-terios fundamentales modernos encuentran su raíz en tiempos pa-sados. Así podemos apreciar que ya el mercantilismo, que en modo al-guno puede ser considerado como una verdadera escuela en sentido estricto, sostiene la idea, moderna-mente aceptada, de que el trabajo del hombre tiene mucho que ver con el bienestar económico de los países. Cierto que la riqueza de un Estado depende, en relación direc-ta, de que posea metales preciosos en gran cantidad, pero cierto tam-bién que es necesario que estos me-tales preciosos se complementen con la capacidad de trabajo de los hombres del Estado.

Como muestra histórica de que un país no puede descuidar su ca-pacidad de trabajo para sólo ate-sorar oro y plata, basta mencionar los trastabillados económicos de España por confiar demasiado en la generosidad de sus minas ame-ricanas.

A este respecto puede decirse, con bastante certeza, que la deca-dencia española no se debió tanto a la derrota naval de Felipe II, con su Armada Invencible, a manos de Drake y Enrique VIII, sino bási-camente a que, precisamente por el gran acopio de metales preciosos provenientes de América, descuidó la tesis de que el trabajo del hombre es fundamental para el bienestar de los pueblos y esto trajo consigo un descuido absoluto de su industria, de su comercio y de su agricultura.

El llamado “Banquete de Améri-ca”, que parecía un gran beneficio, siguiendo con el caso de España, en el fondo fue el principio de su de-cadencia: le pasó lo que sucede con el individuo que, por un golpe de suerte, se vuelve de un día para el otro rico, y una vez que satisface sus necesidades más ingentes y poste-riormente sus gustos, hasta los más extravagantes, deja de trabajar, ya que la idea del trabajo para obtener un beneficio y con él satisfacer sus necesidades, pierde sentido, puesto que ya se tiene el dinero sin necesi-dad de hacerlo.

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España se deslumbró con esta te-sis al extremo de ver perdida su ca-pacidad productiva y, al paso del tiempo, hasta sus metales precio-sos, que tuvo que utilizar para fi-nanciar lo que necesitaba y no pro-ducía.

En nuestros días se ha reconocido el imperativo de impulsar la tecno-logía, lo que los norteamericanos conocen como “Know How”. A tal grado ha llegado el reconocimien-to de estas ideas mercantilistas, que consideran los estudiosos que es muy importante elevar el nivel edu-cativo, técnico y cultural de toda la población para que crezca la. Pro-ductividad de la economía. El Japón es la experiencia más digna de ser seguida cuando se recuerda que en poco más de un siglo y sólo gracias a la laboriosidad de sus ciudada-nos y pese a la carencia de recur-sos naturales, ha llegado a ser uno de los cuatro países más poderosos económicamente.

Además de las características ge-nerales que hemos apuntado y que en mayor o menor intensidad se ob-servan en todas las manifestaciones nacionales de esta tendencia, el pro-fesor Jesús Silva Herzog agrega la lucha en contra de la ociosidad y la

subestimación de la agricultura. Los mercantilistas se oponían a las personas que no trabajaban, pues todas deberían de colaborar en el engrandecimiento del Estado y su desprecio por la agricultura se en-tiende porque consideraban que no aportaba mayores elementos para la integración de una balanza comer-cial favorable.

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HISTORIA I. MERCANTILISMO ESPAÑOL “El oro es excelentísimo: del oro se hace tesoro y con él, quien lo tie-ne, hace cuanto quiere en el mundo y llega a que echa las ánimas al Pa-raíso...”

FERNANDO EL CATÓLICO

El mercantilismo español se ca-racterizó fundamentalmente por ser acumulativo y defensivo de los metales preciosos provenientes de las minas de América, en otras pa-labras, fue bullonista durante los si-glos XVI y XVII, lo que implicaba una “idea de defensa directa y vi-gilante, por procedimientos auto-ritarios de reglamentación del pre-cioso metal extraído de las Indias Occidentales” (Rene Gonnard). Es la llamada época de oro de Es-paña. Sus conquistadores, grandes capitanes y misioneros, han inva-dido más de medio mundo con su espada y con su fe. En la penínsu-la, excepcionales literatos (Lope de Vega, Cervantes, Quevedo) y grandes teólogos surgen por todas partes, el ideal católico es defendido igualmente por monarcas que por plebeyos contra el golpe tremendo que ha recibido con la reforma lu-terana.

En lo económico, la idea era im-pedir la salida de los metales pre-ciosos provenientes de América, prohibiendo la exportación de ma-terias primas y la entrada de mer-cancías extranjeras. Se falsificó la moneda, es decir se redujo el conte-nido de metal fino de cada pieza, se les dio mayor valor a las foráneas para atraerlas. Se recomendó esti-mular las manufacturas reales, lo mismo que las fábricas internas, y se intentó retener el oro y la plata reglamentando su cotización.

Todas estas medidas fracasa-ron. Al finalizar el siglo XVII Es-paña llegaba a una situación de gran pobreza. Su población había disminuido, carecía de industria, agricultura y ganadería, el comer-cio estaba en manos de extranjeros, el hambre era casi general, y aun las clases acomodadas tenían que vivir con limitaciones. Consecuencia de todo esto era la lotería que Espa-ña se había sacado con las minas de oro y plata de América. Se enri-queció súbitamente abandonando el trabajo como fuente de riqueza y la creación interna de fuentes de prosperidad económica. En cierta forma la leyenda del Rey Midas se trasplantó a la realidad española.

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1. JUAN DE MARIANA “Dos valores tiene la moneda, él uno intrínseco natural que será según la calidad del metal y según el peso que tiene, a que se llegará él cuño. El segundo valor se puede llamar legal y extrínseco, que es él que él príncipe le pone por su ley.”

JUAN DE MARIANA

Jesuita. Nace en Talavera en 1537 y fallece en Toledo en 1623. Sin duda alguna el más notable de los mercantilistas españoles, aunque hay autores, entre otros Lucas de Beltrán, que no lo consideran como tal, sin embargo fue un historiador notable, humanista de primera y fi-lósofo de rango superior. Dentro de lo económico, su obra “Tratado y

Discurso sobre la Moneda de Ve-llón”, escrita originalmente en latín bajo el título de “De monetae Mu-tatione Disputatio” (1609), puede ser considerada como excepcional, y más todavía su libro “Del Rey y de la Institución Real”. Propone restricciones a los gastos de la Corte, en las mercedes conce-didas por el Rey. Está contra la gue-rra, contra los artículos suntuarios, y a favor de la moralización de los funcionarios públicos al decir: “cuan triste es para la República y cuan odioso para los buenos ver entrar a muchos en la administra-ción de las rentas públicas, pobres, sin renta alguna y verlos a los po-cos años felices y opulentos. Porque se les había de exigir que diesen una cuenta exacta de su riqueza, quitándoles cuantas no tuviesen un origen justo y manifiesto”.

Pero lo realmente importante en el campo económico es la distinción que hace entre el valor intrínseco y extrínseco de la moneda, manifes-tando que ambos deben coincidir, pues de lo contrario rebajar la ley de la moneda es tanto como establecer un impuesto por el Rey sin autori-zación de sus súbditos. Dos valores tienen la moneda, el uno intrínse-co natural, que será según la calidad del metal y según el peso que tiene.

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El segundo valor que se puede lla-mar legal y extrínseco, que es el que el Príncipe le pone por su ley, que se puede tasar como el de las demás mercaderías. El verdadero uso de la moneda y lo que en las Repúblicas bien ordenadas se ha siempre pre-tendido y practicado, es que estos valores se vayan ajustando, porque sería tan injusto como que las mer-caderías que valen ciento se tasen por diez.

Recomienda igualmente este au-tor que el Estado se encargue de los pobres y menesterosos, y que se aboque a la tarea de ser impulsor de la vida económica de la nación, en especial en el campo de la agricultu-ra. (Antecesor en esto del interven-cionismo estatal y de la planeación económica, alejado de la tendencia mercantilista aunque justificada su tesis para España, en cuanto al fo-mento agrícola.) En cuanto a su obra Del Rey y de la Institución Real, Mariana, en su prólogo dirigido al Rey Felipe III, explica la disposición diciendo “he dividido, pues, mi obra... en tres libros, y cada libro en capítulos para evitar el fastidio que natural-mente produce todo asunto tratado sin que estén compartidas sus dife-rentes partes... Trato en el primer libro del origen de la potestad real,

de la utilidad relativa de esta for-ma de gobierno, del derecho here-ditario entre agnados y cognados, de la diferencia que media entre la benignidad del rey y la crueldad del tirano, de la gloria que se puede al-canzar matando al príncipe que se atreva a violar las leyes del Estado, por más que sea esto de sentir pro-fundamente... Señalados ya los tér-minos de la potestad real, consagro el libro segundo, a la manera como han de ser educados e instruidos los príncipes desde sus primeros años... trato, por fin, en el tercer li-bro, de las obligaciones de los reyes, para lo cual he sacado, de la más profunda filosofía y del ejemplo de los varones más ilustres, los precep-tos que se deben dar al príncipe al llegar a la mayor edad para que no caiga en error por ignorancia o por descuido.” En “El Tratado y Discurso sobre la Moneda de Vellón que al presen-te se labra en Castilla y de algunos desórdenes y abusos” dice, abor-dando uno de los problemas mone-tarios de mayor envergadura, que: “dos cosas son ciertas: la primera, que el Rey puede mudar la moneda cuanto a la forma y cuños, con tal que no la empeore de como antes corría, y así entiendo yo, la opinión de los juristas que dice que puede el Príncipe mudar la moneda. Las

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casas de la moneda son del Rey, y en ellas tiene libre administración y en el capítulo Regalía, entre los otros provechos del Rey, se cuen-ta la moneda; por lo cual, como sea sin daño de sus vasallos, podrá dar la tasa que por bien tuviere. La segunda, que si aprieta alguna necesidad como de guerra o cer-co, la podrá por su voluntad bajar con dos condiciones; la una que sea por poco tiempo, cuanto durare el aprieto; la segunda, que pasado el tal aprieto, restituya los daños a los interesados.” Para Mariana, un Rey no puede al-terar el contenido de metal precioso de una moneda con toda libertad, pues se dañan los intereses de los súbditos. El soberano sólo tendrá la posibilidad de alterar esa cantidad en caso grave y temporal, y siempre y cuando una vez desaparecida la situación anómala, se restituyan los daños a los agraviados. Sucede que para Mariana el valor intrínseco y el valor extrínseco de la moneda deben coincidir. En su Tra-tado y Discurso dice:

“dos valores tiene la moneda, el uno intrínseco natural, que será se-gún la calidad del metal y según el peso que tiene, a que se llegará el cuño, que todavía vale alguna cosa el trabajo que se pone en forjarla, el

segundo valor se puede llamar legal y extrínseco, que es el que el Prín-cipe le pone por su ley, que puede tasar el de la moneda como el de las demás mercaderías. El verda-dero uso de la moneda y lo que en las repúblicas bien ordenadas se ha siempre pretendido y practicado, es que estos valores vayan ajustados, porque como sería injusto en las demás mercadurías que lo que vale ciento se tase por diez, así en la mo-neda”. Es así que para Mariana no esca-pó que la moneda es una mercan-cía, una mercancía de mercancías y que no le pueden aplicar cambios arbitrarios entre el valor nominal y el valor intrínseco, que disocien los dos tipos de valores. En el campo político justifica el ti-ranicidio al expresar que cuando un gobernante absoluto degenera en tirano al actuar contrariamente a la voluntad popular, suprimiendo por la fuerza las libertades de que goza la nación, el tiranicidio es el medio revolucionario para derrocar al go-bierno. Antes que Rousseau, dice que el gobierno es sólo un fenómeno his-tórico, pero no en sí mismo una ne-cesidad. En términos actuales el pensa-miento de Mariana, como mani-fiesta Silva Herzog, puede consi-

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derarse como socialismo cristiano o humanitarismo socializante.

2. LUIS ORTIZ

“Los extranjeros compran mate-rias primas de España y de Améri-ca, especialmente lana, seda, hie-rro y cochinilla- y nos venden las manufacturas elaboradas con las mismas; de esta manera lo que nos compraron por un ducado, nos lo venden por diez o cien.”

LUIS ORTIZ

Luis Ortiz, con sus obras “Memo-rial al Rey para que no salga Di-nero de estos reinos de España” y “Memorial al Rey para prohibir las salidas de oro”, aporta ideas clara-mente mercantilistas. Ambas apare-

cen en 1558 y fueron presentadas a Felipe II el Prudente. Sustentó la tesis de que eran ab-surdas las medidas tomadas con el propósito de impedir la salida de los metales preciosos de España, ya que los extranjeros adquirían las mate-rias primas propias y las de las co-lonias, como seda, lino, cochinilla, etc., las transformaban manufactu-rándolas y las vendían nuevamente a España, a precios muy superiores a los comprados. Debería, por tanto, gravarse con muy altos impuestos la ex-porta-ción de dichas materias y prohibir-se la entrada de las mercaderías ex-tranjeras. A lo que debería tenderse era a obtener por todos los medios una balanza comercial favorable. Con ello se lograría, según este au-tor, la fuga del oro y de la plata y la elevación de los precios de los artí-culos. “Así no sólo no saldría más dinero, sino de otros reinos vendrá a éstos, y forzosamente han de ba-jar las cosas de los excesivos pre-cios.” 3. DAMIÁN DE OLIVARES

“Señor, entre nosotros han entra-do polillas, que nos van royendo nuestra misma ropa, y sanguijue-las que nos chupan la sangre sin sentir hasta que estamos muertos. La permisión de las mercaderías

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extranjeras es la raíz de donde di-mana destrucción tan lamentable.”

DAMIÁN DE OLIVARES

En 1620 este autor presenta a Feli-pe III un “Memorial sobre la fábri-ca de Toledo”, y en 1621 el “Memo-rial para prohibir la entrada de los géneros extranjeros”. En ellos sustenta el criterio de que la decadencia de las fábricas de lana y seda de Segovia, Toledo y La Mancha, se debe a la impor-tación de mercancías similares de otros países. En extremo naciona-lista considera que las manufacturas españolas son muy superiores a las extranjeras. Tesis que va bien con su condición de importante hombre de negocios toledano. Muy católico, afirma que apoyar esta religión es ayudar a la grandeza y prosperidad de España. Cabe aquí recordar que,

en ese tiempo, Estado español y re-ligión católica eran una sola unidad que a menudo trataron de destruir otros países europeos. 4. JERÓNIMO DE UZTARIZ

“Es un mercantilista nato, él más destacado de los españoles. Para él la economía no es un fin, sino un medio: está como las armas, al ser-vicio del poder político del Prínci-pe.” LUCAS BELTRÁN

JERONIMO DE UZTARIZ

Economista español de la prime-ra mitad de siglo XVIII, encargado de las dependencias de Guerra y Hacienda y de Marina, fue también miembro del Consejo de su Majes-tad y de la Real Junta Del Comercio y de la Moneda, Secretario del Rey en el Consejo y támara de Indias y Caballero de la Orden de Santiago. Se le conoce fundamentalmente por su obra “Teoría y Práctica del Co-mercio”, en la que sostiene que es

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menester impedir la fuga de oro, mediante una balanza comercial fa-vorable, dada la importancia capital que tiene éste metal precioso para la economía española. Conviene este pensador en que los derechos de aduana deberían ser al-tos para la importación de manu-facturas y exportación de materias primas, y bajos para la importación de éstas y exportación de aquéllas. Por otra parte reconoce que Espa-ña no podría embarnecer su pode-río económico si no desaparecen la herencia feudal de las aduanas inte-riores que, además de sus prejuicios políticos, impiden la fluidez del co-mercio; las alcabalas también deben ser combatidas jorque encarecen progresivamente las mercancías, ya que cada vez que un bien es vendi-do paga impuesto, cuyo precio es cada vez más elevado, haciendo así difícil la competencia con produc-tos extranjeros que no lo pagan. La alcabala, en su opinión, es respon-sable en gran parte de la decadencia industrial española. España es el país europeo que más tiempo tardó en salir del feu-dalismo, como consecuencia del poderío de los señores feudales, lúe se resistieran a ceder sus pre-rrogativas al rey. Cada señor feu-dal imponía su gobierno y su ley

en sus respectivos reinos y, en ma-teria económica, esto se tradujo en alcabalas, derechos de peaje; dabas en general al libre tránsito de personas y bienes, con la conse-cuencia de hacer poco fácil y cos-tosa la actividad comercial.

II. MERCANTILISMO

FRANCÉS

“El carácter francés no es de tal condición que baste el cebo de la ganancia para arrastrarlo hacia la producción en grande. Necesita él impulso estatista.”

DUPONT WHITE

Aunque todas las manifestaciones nacionales presentan las ca-racte-rísticas generales del mercantilis-mo, también cada una de ellas posee notas propias que la individualizan del resto. El mercantilismo francés difiere del español en virtud de que Fran-cia no poseía minas de oro y plata.

España, que es el más claro ejem-plo de bullonismo mercantilis-ta, poseía generosas minas en los virreinatos de Nueva España y Perú, mientras que Francia deseo-sa de acoger los metales preciosos que eran el substrato del bienestar

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económico, consideró que podría atraer el del extranjero mediante la exportación de mercancías de ma-nufactura nacional. De manera particular los exporta-dores galos se fijaron en el merca-do español que ofrecía condiciones muy favorables por su exceso de metales preciosos y su decaimiento productivo, en ocasión de la emi-gración de sus mejores hombres y cierto despego de las actividades in-dustriales y comerciales. Francia, en pleno siglo XVI, es-tableció importantes factorías con fines de exportación. Para esto se proveyó de minuciosos instrumen-tos jurídicos en cuanto a normas de calidad, incentivos fiscales y fi-nancieros y demás medidas que le permitieron auspiciar determina-das actividades económicas. De es-tas épocas se remontan los mejo-res productos franceses de carácter suntuario. La actitud aduanera del mer-cantilismo francés se orientaba a impedir la salida de materias pri-mas y estimular la exportación de manufacturas, de productos ya con valor agregado. De manera com-plementaria el Estado, que en su manifestación francesa es notable-mente intervencionista, procuraba atraer materias primas del exterior susceptibles de ser elaboradas.

Las industrias suntuarias, como lo hace notar Gonnard, al no encon-trar un clima económico y político propicio en los Países Bajos, se es-tablecieron en Francia, que estaba pasando por un período inusitada-mente propicio para la actividad in-dustrial en Lyon, Marsella, Tolosa y Rúan, que fueron los grandes polos de desarrollo industrial y comercial del siglo. Antes de iniciarnos en las ideas medulares de algunos de los más importantes exponentes de esta co-rriente, hay que contemplarla en el contexto político, económico y so-cial de Francia para entenderla en toda su significación, recordando que coincide con la eclosión del ca-pitalismo, con la superación de la economía feudal basada en la pro-tección artesanal. Para esto Francia establecía las lla-madas “manufacturas reales” que adoptaba una figura jurídica, que ya sugiere algunas razones de lo que sería la empresa de participación estatal o la empresa privada de inte-rés social. El Estado interviene en la econo-mía con el fin de mover a los parti-culares para que ellos directamente actúen, a diferencia del Estado mo-derno, quien por sí mismo se atri-buye el cultivo de múltiples activi-dades.

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1. JUAN BODINO

“Los hombres que viven en un suelo fértil y fecundo son con fre-cuencia afeminados y cobardes. En tanto que, por el contrario, la este-rilidad de un país ha hecho a los hombres sobrios por necesidad, y como consecuencia vigilantes, cui-dadosos e industriosos.”

JUAN BODINO

Nace en 1530 y muere en 1596. Bodino debe su renombre más que a sus investigaciones económicas a “La República”, una obra de inusi-tada trascendencia para la historia del pensamiento. En “La Repúbli-ca” Bodino aportó los argumentos políticos y religiosos de la sobera-nía real, que sería la base del Esta-do-nación.

La soberanía, sin ignorar el ropa-je polémico que tradicional-mente la cubre, puede expresarse dicien-do que es la característica del poder que hace que no haya otro igual en el interior del Estado, ni otro supe-rior en el exterior del mismo. Aunque no abordó todos los pro-blemas que entraña la economía, para nuestros efectos nos interesa sus ideas sobre la moneda en sus “Respuestas a las Paradojas del Señor de Malestroit Acerca de las Monedas y del Encarecimiento de Todo”. Bodino escribe con el propósito de refutar al libro de Malestroit, que expresaba que debido a la fuer-te cantidad de metales preciosos provenientes de América, el costo de la vida se había elevado sustan-cialmente en Francia, por lo que tratando de encontrar la causa afir-ma que ello se debía, fundamental-mente, a la reducción del metal fino contenido en cada pieza monetaria, y que el encarecimiento no era efec-tivo sino nominal. Bodino contesta a esto que la elevación del costo de la vida se debía, entre otras causas, a la abundancia de oro y plata, a los monopolios y a los gastos del Rey y su corte, por lo que el enriqueci-miento era real y no ficticio. For-mula de paso la teoría cuantitativa

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de la moneda, al relacionar el pre-cio de los objetos con la cantidad de numerario circulante.

2. ANTONIO DE MONT-CHRETIEN

“El hombre ha nacido para vivir en continuo ejercicio y ocupación.”

ANTONIO DE MONTCHRE-TIEN

Nacido en Normandía en 1576, Montchretien fue un personaje pe-culiar, poeta, duelista, aventurero, rebelde, todo un prototipo de nove-la. Muere en 1621. Expone su pensamiento económi-co en la obra “Tratado de Econo-mía Política”, bautizando de paso a nuestra ciencia. La obra, aunque poco, se parecía a un estudio seme-jante que se hiciera en la actualidad, tiene muchos méritos pues trata con mucho éxito los espinosos pro-

blemas del valor en cambio y el va-lor en uso, la teoría cuantitativa del dinero, la moneda, la producción, la competencia. Se dispone la obra en cuatro libros intitulados “De las Manufacturas”, “Del Comercio”, “De la Navegación” y “De los Cui-dados del Príncipe”. Montchretien visualiza con un criterio todavía vigente uno de los problemas que han preocupado al observador contemporáneo: el principio de especialización pro-ductiva es valedero exclusivamente desde un punto de vista nacional, pues desde el internacional no pue-de esperarse que a una nación se le adjudique el papel de producir una gama limitada de bienes, para com-prar los demás en otros países. Es necesario remarcar que a pesar de que se inclina por la actividad manufacturera, este autor pondera las bondades de la agri-cultura en forma tal que ya preludia a la fisio-cracia y al liberalismo. Aunque no deja de responder a una viva fe crisohedónica sostiene que nada serían los metales precio-sos si la población francesa no se aplicara al trabajo con laboriosidad.

Así como en el pensamiento de Montchretien hay mucho de Juan Bodino, habría que decir que las

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ideas de List muchos años. Después, no serían del todo nove-dosas en la historia de las doctrinas económicas merced a la obra del “Tratado de Economía Política”.

3. JUAN BAUTISTA COLBERT “Dejad que obre el deseo natural que tienen los hombres de ganar algo y vivir con desahogo.”

JUAN BAUTISTA COLBERT

Nace en 1619 y muere en 1683. Col-bert, más que un escritor acucioso, afecto a las disquisiciones doctri-nales, fue un hombre de acción, un eficaz realizador de las ideas mer-cantilistas al frente de la Hacienda Pública. Con el propósito de que la trascendencia de esta figura se jus-tiprecie, es conveniente repasar un poco su marco histórico. La Francia de Luis XIV es una na-ción agotada por guerras desafortu-

nadas y por el dispendio sin medida del monarca y de su Corte.20 Aun-que el proceso integrador de la na-ción francesa ya lleva buen trecho recorrido, la supervivencia de prác-ticas feudales originan que todavía carezca de unión total. Las alcaba-las y los derechos de peaje, hacen de las provincias francesas verdaderos compartimientos estancos. Colbert, que llega a dirigir las fi-nanzas públicas por sugerencia del Cardenal Mazarino, pretende ha-cer de su patria una potencia colo-sal en lo político y en lo económico. El economista francés ha sido ata-cado rudamente de que des-cuidó la actividad agrícola, por lo que nos vemos precisados a traer el pensa-miento de Jacques Necker, uno de los franceses más distinguidos de su tiempo, que dice: “... ¿qué habrá que decir de esos reproches de que es objeto Colbert y que se repiten de algún tiempo a esta parte? “Se dice que perjudicó a la agri-cultura, al favorecer las manufac-turas, que confundió las ramas con el tronco, los efectos con las cau-sas. Por mi parte, no puedo creer incurriera en un error grosero un gran hombre y por eso apelo de una sentencia destructiva de su gloria. Instruidos por sus acciones, guia-

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dos por sus principios, percibimos al contrario que el cuidado de la tierra, de las manufacturas y del comercio no son funciones rivales, sino que se entreayudan mutua-mente y concurren al mismo” Al coincidir con los demás mer-cantilistas que Francia no tiene mi-nas, pero debe conseguir metales preciosos a través del comercio ex-terior, decide que el Estado impul-se el establecimiento de empresas manufactureras y más aún, que en ocasiones, lo haga reservándose la propiedad de las mismas. El Estado, al otorgar incentivos a la apertura de instalaciones industria-les, impone severas y hasta exagera-das sanciones a los que infrinjan las disposiciones de calidad. Colbert se convierte en un verdadero ena-morado de la producción, en forma tal, que ya sugiere a los tecnócratas de la Europa socialista de nuestros días. Aunque Colbert insiste en que no es posible que haya bienestar eco-nómico en un país si se descuida el sector agropecuario, su afán de desarrollar la industria, le ocasiona graves trastornos. Esto sucede de manera muy clara cuando insiste en la necesidad que tiene la indus-tria de adquirir la materia prima y los alimentos a precios muy bajos,

ya que de otra forma subiría el cos-to de la producción y, por tanto, los precios dejarían de ser competitivos en el extranjero. A este respecto es oportuno ponderar que en la actua-lidad la mayor parte de los países de América Latina, deslumbrados por los beneficios de la industria, han descuidado la producción agrícola haciendo descansar en este sector todo el peso del proceso de indus-trialización. Con el propósito de que las gran-des empresas tuvieran posibilidades de exportar en otro rasgo que coin-cide con las actitudes de las nacio-nes en desarrollo de nuestros días que sacrifican el factor trabajo do-minaron a las corporaciones en su beneficio. Colbert, a semejanza de España, estableció las compañías de las In-dias Occidentales y de las Indias Orientales, que se encargaban de comerciar con las colonias. Se trata de verdaderos monopolios que im-piden a las colonias tener cualquier clase de tráfico de mercaderías con países distintos a la metrópoli. La política aduanera colbertista, fiel aplicación de las ideas mercantilis-tas, chocó a menudo con Inglaterra cuya Acta de Navegación sintoma-tiza que se trata también de una na-ción celosamente mercantilista y las

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demás naciones del Continente. Como muestra de que comprendía que el país no llegaría a ser poderoso si no se unía físicamente, impulsó la creación de toda una gama de obras públicas de carácter infraestructu-ral. Además, con una ordenanza es-pecial, sentó las bases de la marina mercante francesa que hasta el mo-mento era casi inexistente. Colbert fue un puntual partida-rio del poblacionismo, a tal gra-do que a los jóvenes que contraían nupcias a los 20 años les otorgaba una generosa exención de impues-tos hasta por 5 años y a los padres de 10 hijos o más, se les relevaba a perpetuidad de toda carga fiscal. Colbert fue, como lo reconoce John Fred Bell, un verdadero dic-tador económico, que prefería res-tringir las libertades a que decayera la producción. Puede apreciarse en la historia política de los pueblos un cierto movimiento cíclico que los impulsa a buscar un gobierno pa-ternalista, aun con menoscabo de la libertad si a cambio se les ofrece se-guridad, para pasar después a pug-nar por fórmulas públicas, que aun en desmedro de la seguridad, respe-ten a la libertad de manera exagera-da. Podremos conocer la verdade-ra talla histórica de Juan Bautista

Colbert si repasamos las líneas que le dedicara en su monumental obra César Cantú, cuando dice: “...hombre que se elevó por sus so-los méritos, y recomendado al Rey por Mazarino como el mejor regalo que podía hacerle. Era severo, tar-do para concebir, de obstinada vo-luntad, gruñón, brutal, impasible, destruía todo lo que se oponía a sus intentos; daba de palos a su propio hijo, y sin embargo, aparentaba buenos sentimientos y costumbres patriarcales. No puede olvidarse que se sirvió de muy bajos medios para perder a Fouquet, ni1 su ma-nía de hacer noble a toda su fami-lia; que casó a sus hijas con per-sonas de alta alcurnia, que colocó a sus hijos en pingües empleos, ni que dejó una hacienda que él mis-mo valúa en diez millones. Pero es indecible lo que escribió de su puño como secretario de Estado, porque todo lo hacía por sí mismo, llevan-do un orden admirable. No dejó holgar ningún elemento de la pros-peridad francesa... Colbert hacía consistir la economía, no en gastar poco, sino en gastar a tiempo.”

Su valor para reconvenir los exce-sos del Rey llama la atención, pues contrasta con el comportamiento de los colaboradores de todos los

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gobernantes. Así, Cantú intercala una opinión de Luis XIV diciendo: “Fui bastante dueño de mí mis-mo para ocultaros la pena que me causaba oír que un hombre como vos colmado por mí de beneficios, me hablaba como lo habéis hecho. Mucho os quise y lo ha demostra-do lo que hice. Todavía os quiero y creo daros de ello una prueba sufi-ciente, diciéndoos que me contuve un momento por ser vos. No os ex-pongáis de nuevo provocándome, porque después” que he oído vues-tras palabras y la de vuestros com-pañeros, y después de haber resuel-to sobre vuestras pre-tensiones, no quiero volver a oír hablar de ello.” La labor reorganizadora de Col-bert se centró principalmente en los problemas comerciales y de ma-rina, respecto de los cuales emitió ordenanzas que han alcanzado la celebridad. Con dichas ordenanzas Colbert buscó reunir material sufi-ciente y los operarios capacitados, inclusive importándolos de países extranjeros. Impulsó la construc-ción de naves y la formación de ofi-ciales y hombres de mar. La política intervencionista de Colbert no busca destruir la pro-piedad privada, sino favorecerla. Esa política colbertista en cuanto a comercio exterior se movía por

tres pautas principales: no deben importarse géneros que Francia ya puede vender y que de los demás se llevasen los menos posibles o se comprasen por cambio con otros para evitar que saliese dinero del reino. Exportar lo superfluo y mo-ver a los extranjeros a comprarlo a fin de recuperar los capitales y es-tablecer al efecto muchas fábricas y darles impulso, no por medio de privilegios, sino disminuyendo los derechos de entrada sobre las pri-meras materias, facilitar y asegurar las comunicaciones, suministrar ca-pitales del fondo público a los par-ticulares, perfeccionar las fábricas y buscar negocios mercantiles. Se trataba de una política de fomento industrial y a la exportación que en muy poco se diferencia de las actua-les políticas de fomento.

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MERCANTILISMO INGLES ¿Qué es el Imperio? El comercio pero también la navegación.

CHAMBERLAIN Daniel Villey apropiadamente dice: “los mercantilistas ingleses quie-ren importar mucho a condición de exportar más, y sobre todo, trans-portar lo más posible.”

Esta frase da la cabal esencia del mercantilismo inglés; en él resul-ta también cierto, como en ningún otro mercantilismo, la sentencia: el hombre es un medio para el logro de un fin, y el fin es engrandecer al Estado. Es éste un mercantilismo del hombre común pero severo y rudo. Sus autores hablan con frecuencia el lenguaje y poseen la mística del ten-dero, del transportista, del comisio-nista, del mercader, por otra parte la tendencia y la postura son esen-cialmente nacionalistas. Es, en fin, el mercantilismo inglés un canto, una aleluya al comercio y a la navegación. El mejor sistema para la obtención de los metales precio-sos, es a través de una balanza co-mercial favorable; es ésta la óptima fórmula británica para engrandecer al reino, el cetro de la economía no

proviene de América, como en Es-paña, ni de una población numero-sa como en Italia, ni en el desarrollo industrial como en Francia, sino del comercio y del mar. Podemos decir que es un mercantilismo que sin sa-berlo, ya lleva la semilla del libera-lismo. Inglaterra es un país que llega tar-de a la modernidad, el siglo XV in-glés en poco se parece al de Francia. Francia, gracias a la intervención del Estado, cuenta con fábricas po-derosas que le permiten, si se quiere, hasta un lujo excesivo en la Corte, que Inglaterra hubiera sido incapaz de ostentar. La nación inglesa ha es-tado dedicándose por siglos al pas-toreo y a la industria textil de paños de bajísima calidad. El cambio modernizador de Ingla-terra cobró impulso con la derrama de artesanos, comerciantes y fabri-cantes que abandonaron Francia por razones de tipo religioso y con el traslado del Estatudor holandés como rey británico, lo que originó también que un buen número de laboriosos holandeses conocedores de las materias comercial y finan-ciera, se radicaran en ella. Holan-da, que también es un notable polo mercantilista, se había convertido en poderoso país gracias a su po-derío transportista y financiero.

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En la minúscula Holanda se ha-bían asentado desde hacía muchos años, judíos que fueron el inicio de los emporios financieros, ya que las prohibiciones de la Iglesia Católica en torno a la imposibilidad para un creyente de realizar operaciones de crédito con beneficio, en nada les afectaban. Inglaterra, que por muchos años tuviera una flota mucho más débil que la de Francia y España, como consecuencia del arraigo de las ideas mercantilistas llegó a poseer un poco más de un siglo el poderío naviero más grande que hubiera conocido la época. En realidad la armada inglesa se originó en virtud de la expansión de su flota mercante. Los barcos de guerra y su bien entrenada oficia-lía naval cobraron sentido en función de proteger a la flota mercan te, que era el instrumento más eficaz para que el país se enriqueciera. En la armada inglesa destacan los corsarios respaldados por la coro-na. Los corsarios, como es de todo conocido, se adueñaban de los me-tales preciosos que las colonias mandaban a la metrópoli, aparte de que violaban el monopolio que les impedía traficar con otras naciones que no fueran dichas metrópolis. El mercantilismo inglés es esen-

cialmente comercial y marino. Es decir, que se basa más en la labor de intermediación que en la de tratar de producir todos los satisfactores que las naciones demandaban. Es importante subrayar que des-de el inicio de su industrialización, Inglaterra basó sus calidades com-petitivas en pagar a los obreros sa-larios bajos, con el fin de que el cos-to productivo también fuera bajo. Quizá en ningún otro país esta ca-racterística haya sido tan viva y tan prolongada, pues todavía en la se-gunda mitad del siglo XIX la situa-ción de los trabajadores era por lo demás aflictiva. Habría que recor-dar el movimiento sindicalista ori-ginado por las jornadas excesivas e insalubres en las minas que afecta-ban tanto a los hombres como a las mujeres y a los niños. 1. THOMAS MUN “El comercio exterior es: La gran renta del Rey, la honra del reino, la noble profesión del comerciante, la escuela de nuestros oficios, el abas-tecimiento de nuestras necesida-des, el empleo de nuestros pobres, el mejoramiento de nuestras tie-rras, la manutención de nuestros marineros, las murallas de los rei-nos, los recursos de nuestro tesoro, el nervio de nuestras guerras y el terror de nuestros enemigos”

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THOMAS MUN

Nació en 1571 y murió en 1641. Fue Director durante mucho tiem-po de la Compañía de las Indias Orientales, sobre la cual escribiera “Discurso acerca del Comercio de Inglaterra con las Indias Orienta-les”. Este ensayo no es más que una apología de valor científico limitado con la que busca demostrar que la política de la Compañía era la más benéfica para el país. Su Discurso, que tan duramente ha sido atacado, es una obra polé-mica, pues trata de demostrar algu-nas prácticas muy objetadas de su época: la necesidad del uso de las drogas, especias, índigo, seda cruda y percales. Que el comercio exterior no consume riqueza sino que au-menta el acervo general y el tesoro del reino; que La Compañía de las Indias Orientales es un magnífico

instrumento de comercio exterior y que no encarece las vituallas; que la misma práctica de comerciar con las Indias Orientales descarga al rei-no de mucha gente de baja condi-ción y no ha afectado el comercio con otras zonas además de haber incrementado el ahorro nacional en 75,000 libras esterlinas; el comercio con las Indias Orientales tampoco entorpece el trabajo de las casas de monedas y que; “la proposición de abandonar el Comercio con las Indias Orientales se basa en informes impertinentes y falsos, que tiende a producir gran-des males al Rey y a sus súbditos.”

En 1664 fue publicado, más de 20 años después de su muerte, su libro “La Riqueza de Inglaterra por el Comercio Exterior”, que ?s la obra duradera del mercantilismo comer-cial. Para entender el propósito de Mun al escribir “La Riqueza de In-glaterra por el Comercio Exterior”, nada mejor que traer a coación el mensaje de su hijo John, al Conde de South-Hampton, jord Tesorero de Inglaterra y uno de los más in-fluyentes Consejéris Privados del Rey, en las primeras páginas de su obra: “Señor,

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Presento a Vuestra Excelencia el siguiente Tratado, como a su más adecuado patrono; a quien, por virtud de su gran integridad (sin duda alguna la más grande de este Reino) se ha confiado la adminis-tración del tesoro de Su Majestad y el mejoramiento de sus rentas. “El título del Tratado (La Riqueza de Inglaterra por el Comercio Ex-terior), habla por sí solo, el tema (de naturaleza tan conocida), pue-de incitarnos a su lectura; pero el asunto por sí mismo merecerá, así lo espero, la protección de vuestra Excelencia. Este tratado me fue de-jado por mi padre como un legado, motivo por el cual no puedo menos de estimarlo como a una de mis más valiosas pertenencias y como tal lo dedico a vuestra Excelencia.” En esta obra, Mun hace gala de proteccionismo cuando dice que es preciso restringir el consumo de ar-tículos importados a la par e impul-sar las exportaciones. Son interesantes las ideas de Mun cuando afirma que la política con-cerniente a los precios de importa-ción deberá variar según Inglaterra tenga o no el monopolio del artícu-lo que se pone a la venta. En el primer caso, recomienda nuestro autor que se venda al pre-cio más alto que sea posible mien-

tras haya quienes lo paguen, y en el segundo, el precio deberá fijarse en función de que sea competitivo. Mun recoge la idea que mueve a la “Acta de Navegación” cuando señala que el comercio se haga en buques ingleses, pues además del beneficio de venta que se obtenga, se recibirá dinero por concepto de transporte. Hace de la balanza comercial fa-vorable el único medio que tiene un país para ser rico. Aun si se tienen minas de metales preciosos, es necesario que las ex-portaciones superen a las impor-taciones, pues de no ser así. como efectivamente sucedió en España, el oro y la plata se fugarán por concep-to de importaciones, por otra parte, si no se tienen minas, los metales preciosos se captarán si las exporta-ciones superan a las importaciones. Los argumentos de Mun cobran vi-gencia a la luz de la experiencia de nuestros países, si se advierte que en el decenio de los sesentas su défi-cit comercial ha llegado a un límite peligroso. No debe llamar la atención su afir-mación de que la moneda adulte-rada cuyo valor no coincide con su propio patrón, ocasiona injusto en-riquecimiento de unos y empobre-

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cimiento de otros. Se opone tam-bién a que se exija a los proveedores de Inglaterra que le compren en el mismo nivel que ésta lo hace. Tiene una elevada concepción de la importancia del comerciante cuando dice que “el amor y el servicio de nuestra patria, consiste, no tanto en el cono-cimiento de aquellas funciones que deben desempeñar otros, como en la diestra ejecución de aquello que hacemos nosotros y, en consecuen-cia (hijo mío), ahora es oportuno que te diga algo acerca del comer-ciante, que espero que a su tiem-po será tu profesión. Sin embargo, aquí expongo mis pensamientos despojados de toda ambición, aun-que te coloco en un lugar de tan alta estimación, porque el comerciante es justamente llamado el adminis-trador del patrimonio del reino, por medio del comercio con otras naciones; obra de no menor repu-tación que confianza, y que debe ser desempeñada con gran destre-za y conciencia, para que el prove-cho privado pueda siempre acom-pañarse con él bien público, y a fin de que la nobleza de esta profesión pueda mejor despertar tus deseos y esfuerzos para obtener aquellas habilidades que puedan hacer más eficaz su práctica, expondré breve-

mente las cualidades sobresalien-tes que se requieren en un perfecto comerciante.” El Parlamento, según afirma Roll, indicó al Ministerio de Comercio averiguara por qué la balanza co-mercial con algunas naciones era desfavorable y que señalara los mé-todos correctivos para que dejara de serlo. Pronto la balanza comer-cial no sólo fue el medio para atraer metales, sino que en coincidencia a ideas contemporáneas muy arraiga-das, se vio en la exportación un me-dio factible de crear fuentes de tra-bajo y fomentar industrias con fines de autoabastecimiento nacional. Preocupado Mun por lograr una balanza comercial favorable dismi-nuyendo las importaciones, apun-ta algunos remedios que no pier-den su frescura al paso del tiempo y que puede ser de utilidad repasar en nuestro país: Primero, ponien-do las tierras ociosas en empleos tales que de ninguna manera estor-ben la renta actual de otras tierras abonadas, sino que de esta mane-ra nos abasteceremos y evitaremos las importaciones del cáñamo, lino, cordelería y tabaco. Segundo, re-frenando el consumo excesivo de efectos extranjeros. Tercero, en las exportaciones se deben observar no sólo lo sobrante, sino también las

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necesidades de los vecinos, por lo que se refiere a los efectos que no quieran recibir o de que no puedan ser provistos de ninguna otra parte. Cuarto, el valor de las exportacio-nes puede subir mucho, igualmente cuando se lleven a cabo en barcos nacionales, porque entonces tam-bién se ganará el precio del flete. Quinto, el gasto frugal de la rique-za nacional puede aumentar mucho anualmente lo que es susceptible de exportarse. Sexto, la pesca en los mares ingleses es riqueza natural y únicamente costará trabajo, que los holandeses emplean de buen gra-do, obteniendo un gran provecho anual por sí mismos y abasteciendo a muchos otros países. Séptimo, un mercado o almacén para maíz, añil, especias, seda o cualquier otro ar-tículo de cualquier clase que se im-porte, y exportándolos de nuevo a donde sean solicitados, aumentará la navegación, el comercio, la rique-za y los derechos aduanales del Rey. Octavo, debe fomentarse también el tráfico que se tiene con países re-motos o distantes, puesto que ade-más del aumento que trae en la na-vegación y en marineros, también los efectos enviados allá y recibidos de ellos son mucho más producti-vos para el reino que nuestro tráfico cercano y a la mano. Noveno, será

muy provechoso exportar dinero tanto como mercancías. Décimo, también será provechoso permitir que las manufacturas fabricadas con materiales extranjeros sean expor-tadas libres de impuestos aduanales. Décimo primero, es conveniente no gravar a los artículos nacionales con impuestos al comercio exterior demasiado altos con el propósito de que encareciéndolos para el consu-mo extranjero, no se vaya a estorbar su venta, y decimosegundo, en to-das las cosas debe tratarse de sacar las más ventajas posibles, ya se trate de cosas naturales o artificiales.

2. WILLIAM PETTY

“William Petty es el fundador de la moderna economía política. Su genio y su originalidad son incon-testables.” Carlos Marx

WILLIAM PETTY

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Nace en 1623 y muere en 1687. El pensamiento fundamental de este autor se encuentra en su libro “Aritmética y Política” que viera su primera luz en 1690. Utiliza en sus investigaciones, el Banco, ese nove-doso método del número, del peso y de la medida, que lo hace más que todo el fundador de la estadística. . Por primera vez un autor destaca con tanta intensidad la relevancia del trabajo, puesto que valdrá una cosa más o menos que otra. Según el tiempo invertido para hacerla. Estas consideraciones vienen a ser un rudimento significativo de la teoría del valor a la que: cejarían de referir “inextenso” Smith,, Ricardo y Marx, para citar sólo a unos cuan-tos. Petty pondera las ventajas de la división del trabajo tanto en el nivel nacional como en el internacional, pues considera que sus resultados son óptimos. Aunque reconoce que del trabajo deriva el valor de las cosas, curiosa-mente tiene una pobre opinión so-bre los trabajadores a quienes con-sidera dados a la indolencia. Indica que la tasa de interés debe ser fijada por el libre movimiento de las leyes de la oferta y la demanda y no por el Estado. De manera contraria, las teorías económicas afirman que la tasa del interés si bien debiera tomar

en cuenta a las fuerzas del mercado, tendría que ser fijada por el Estado a efecto de evitar situaciones inver-sionarias y de nociva especulación. Aparte de su posición de pionero de la estadística, Petty es brillante precursor de los estudios impositi-vos con su “Tratado de Impuestos y Contribuciones”. Merece la pena recoger, por ser operantes en la ac-tualidad, algunas de las razones que aduce Petty en esta obra, por los que, los contribuyentes no se sien-ten obligados a pagar sus impuestos con entera puntualidad y método:“...el pueblo opina que el soberano pide más de lo que necesita... lo que molesta más a los contribuyentes es que se les impongan gravámenes más elevados que a sus vecinos... se quejan mucho, si piensan que el di-nero que les ha sido quitado se gas-te en diversiones, representaciones o arcos triunfales... el pueblo se queja de que los reyes dediquen a sus favoritos el dinero que quitan al pueblo.”Una preocupación que nos demues-tra que este autor británico percibía los más delicados problemas fisca-les, como el de la doble tributación, se refleja cuando escribe que:“la ignorancia del número de ha-bitantes, el comercio y la riqueza del pueblo, es a menudo la razón

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de que dicho pueblo sea molesta-do innecesariamente a saber: con la doble carga o gravamen de dos o muchos im-puestos cuando uno podría haber sido suficiente.”Por otra parte, Petty comprendía por renta agraria la parte de pro-ducto de la agricultura, o de dinero que queda, una vez descontado del producto o del dinero total, el coste de producción. El coste de produc-ción del trigo estaba integrado para él por los gastos en simiente y en obreros (es decir, en salarios).Pero además la renta agraria se ma-nifestaba, según él, en dos formas: renta del suelo y renta monetaria (interés). Esta última la deducía de la primera.La renta agraria constituía para Petty no sólo un plus que obtenía el empresario por encima del tiempo de trabajo necesario, sino un plus del trabajo suplementario del pro-ducto, por encima del salario re-cibido, y una compensación de su propio capital.El valor del trigo lo determina por el tiempo de trabajo que encierra. Para Petty, la renta agraria es lo que queda del producto total, después de haber descontado de él el salario y las semillas, con lo cual la renta equivale al producto suplementa-rio. Incluye el Beneficio que aún no

ha sido separado de la renta agraria.Por eso, se puede decir que la teoría de la renta agraria de Petty consti-tuye su teoría de la ganancia. Pero es falso afirmar jue no ofrece una teoría de la renta agraria.William Petty es, a nuestro modo de enjuiciar, pensador de transi-ción, pues aunque es mercantilista por ser nacionalista, poblacionísta, intervencionista y Crisohedonis-ta, al referirse a la moneda dice de ella: “que no es más que la grasa del cuerpo político”, que o fundamen-tal es “el trabajo que es el padre de la riqueza, cuya madre es la tierra.”El análisis numérico, su afán estadís-tico, lo llega a manifestar asumiendo una postura diametralmente opues-ta a Mun, que los: comerciantes re-presentan el papel que las venas y las arterias para atribuir en un mo-vimiento circulatorio la sangre de la savia nutritiva del cuerpo político, pero no producen por sí fruto algu-no. Igual • parecida dice de los fun-cionarios públicos, del clero, ahóga-lo y médico que, según él, reciben excesivas ganancias por muy pocos servicios prestados al público.

3. JOSIAH CHILD

“Bajas tasas de interés son la causa de la prosperidad nacional.”

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JOSIAH CHILD

Nace en 1630 y muere en 1699. Child fue un comerciante colosal-mente rico y financiero, de gran influencia en la Inglaterra del siglo XVII. El clásico ejemplo del hom-bre de negocios recio, audaz y has-ta despiadado, que hace las delicias del lector de novelas biográficas.Fue director y gobernador de la Compañía de las Indias Orienta-les. Su obra más destacada fue “El Nuevo Discurso de Comercio”, que escribiera en diferentes etapas de su vida. El primer apunte fue sus “Bre-ves Observaciones acerca del Co-mercio y del Interés del Dinero”. En 1669 agregó diez capítulos más a sus primeros escritos hasta comple-tar el “Discurso sobre Comercio”.Es interesante sobre todo la expo-sición que hace de las catorce razo-

nes que explican la prosperidad de Holanda. En las cuales podríamos remarcar la de que la baja tasa de interés coadyuva a la prosperidad nacional.Aunque Child es partidario acérri-mo de que Inglaterra tenga un vasto imperio colonial, hace la adverten-cia de que es necesario atajar la emi-gración de ingleses a las posesiones. Se percibe que este autor es tan po-blacionista como el que más, pues parece temer que la escasez de fuer-za de trabajo mengüe la producción y por lo tanto la exportación.Por lo demás, en forma optimista reconoce Child que los ingleses de espíritu aventurero o simplemente inquieto, aun si no existieran las co-lonias habrían abandonado la patria para dirigirse a otras naciones de Europa, además de que la deman-da de satisfactores británicos crece a una tasa razonable, dado que los ingleses utilizaban en las colonias a grandes masas de indígenas.Child es un buen exponente de la ideología colonialista de la Gran Bretaña: las colonias son buenos mercados para las manu-facturas metropolitanas a la vez que excelen-tes proveedores de materias primas.Más que haber hecho una bien siste-matizada teoría económica, expuso la mentalidad propia del hombre de

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negocios del siglo que le tocó vivir.

IV. MERCANTILISMO ITALIANO

“El mercantilismo no fue una doc-trina, sino una tendencia económi-ca por medio de la cual la mayor parte de los países europeos du-rante los siglos XVI, XVII y XVIII, trataron de acumular los metales preciosos provenientes de América, cayendo en el engaño de confun-dir riqueza material con bienestar económico.”MANUEL R. PALACIOS

La Italia de los siglos XVI y XVII estaba fraccionada en numerosas unidades políticas y económicas que no permiten que se le considere como una sola entidad y que origina que cualquier generalización pueda resultar arbitraria.Italia estaba animada por el espí-ritu renacentista: las concepciones teológicas propias de la Edad Media que habían quedado atrás, el peca-do de usura que impidiera la expan-sión del mundo de os negocios ya no atemorizaba al italiano de la época. En fin, todo m panorama propicio al surgimiento de nuevas ideas de tipo económico. El mercantilismo italiano, que es la manifestación económica del renacimiento, se ca-racterizó por ser poblacionista, in-

dustrialista e intermediario.En términos generales, se creyó que la riqueza de un país dependía de que tuviera una generosa pobla-ción, laboriosa y diligente. Para ello se recomendaron los más variados procedimientos de diento.En cuanto al industrialismo del que hicieron gala los mercantilistas ita-lianos, se explica porque Italia no tenía minas, es decir, 10 tenía las fuentes naturales de metales precio-sos y como la fortaleza económica de un país dependía de que tuvie-ra oro y plata,era necesario que se captaran a través de la exportación de artículos industriales. Con este propósito se buscó atraer industrias del; extranjero y capacitar a artesa-nos italianos.Las exportaciones italianas llegaron a ser tan cuantiosas que en la misma Inglaterra, nación preponderante-mente comercialmente advertía al pueblo que evitara recibir las bara-tijas ítalas, a las que eran tan afectos los británicos, pues redundaba en una peligrosa descapitalización.Entre los numerosos mercantilistas italianos destacan por su importan-cia Serra, Botero, Scaruffi, Davanza-tti, De Santis, Piazzoli, siblia y Tur-bólo, para mencionar unos cuantos.

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1. ANTONIO SERRA

“Se necesita una garantía política para la prosperidad de un país.”

ANTONIO SERRA

Aunque los perfiles biográficos más definidos de Serra no son cono-cidos con exactitud, sabemos que fue un monje calabrés, que recibie-ra su inmortalización en el devenir del pensamiento económico por su obra “Breve trattato dele cause que fanno ahondare i requri d’oro e d’argento dove non son miniere”.El único substrato del bienestar eco-nómico es la abundancia de nume-rario. Para lograrlo se puede hacer uso de los medios naturales, como las minas de metales preciosos, o de los accidentales. Entre éstos se

pueden numerar la exportación de artículos de producción nacional, la coyuntura geográfica, la buena administración de los príncipes. Formula Serra con precisión téc-nica que podría ser la envidia del economista contemporáneo más estricto: la ley de los rendimientos menos que proporcionales. La agri-cultura, y por eso la observa Serra con un dejo desdeñoso, está regida por la ley de rendimientos menos que proporcionales, mientras que la industria por la de más que propor-cionales.Serra aconseja, y tal parece que Ho-landa y Gran Bretaña lo siguieron a pie juntillas, que no sólo se trate de comerciar con los productos na-cionales, sino que también se par-ticipe en el tráfico comercial de las otras naciones, a través de los trans-portes.Nos convencemos que muchas de las tesis económicas en boga no son novedosas cuando Antonio Serra critica que las autoridades moneta-rias de los Estados traten de man-tener artificialmente, con medios legislativos, un tipo bajo. El valor de la moneda nacional depende del metal fino que contiene y no de que el Estado arbitrariamente fije el tipo de cambio.Una de las aportaciones más genui-

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nas de Serra es su análisis de la ba-lanza de pagos.Mientras que los demás mercanti-listas estudiaron tan sólo la balanza comercial, centrándose en los ren-glones de importación y exporta-ción, Serra se adelantó en intrinca-das cuestiones como los pagos por concepto de industrias nacionales que operaban en el exterior. La ba-lanza de pagos, sigue diciendo Se-rra, tendrá un nivel razonable si se logra un crecimiento dinámico en la exportación de bienes y servicios.Ataca a De Santis porque dice que hay escasez de numerario en Nápo-les, dado su alto tipo de cambio, en vez de recibir efectivo por sus ex-portaciones sólo recibe otras mer-cancías en forma de trueque. Así nos dice Serra que a“causa de la ganancia obtenida con este tipo elevado, todo el mun-do giraría por cambio y no entra-ría numerario en el reino por las mercaderías que van a ser expor-tadas; porque el dinero debe haber entrado previamente o tendrá que entrar.”Se opone Serra a que los Estados prohíban la libre transferencia de dinero, porque fuera de no redun-dar en abundancia de metales pre-ciosos, desemboca en graves perjui-cios, a menos que sea una medida

transitoria porque se esté pasando por circunstancias especiales. Esto último se justifica tratándose de inversiones extranjeras, uno de los problemas que varios siglos después tiene notable relevancia:“Pero la razón por la cual la expor-tación causa daño en nuestro reino es el desorden que se ha permitido producirse, dejando a los extran-jeros tener aquí sus ingresos tan grandes y tener en sus manos to-das las industrias del reino; razo-nes por las cuales, si se permitiera la exportación, el dinero sacado no regresaría más al reino.”

2. JUAN BOTERO“Y si España es tenida por provin-cia estéril, no es por defecto de la tierra, sino de la falta de gente.”

JUAN BOTERONace en 1540 y muere en 1617. Este autor, como máximo sostén del po-blacionismo, sugiere algunos de los asuntos que, en pleno inicio de los

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setentas, se siguen cuestionando: el problema demográfico y el choque sectorial entre industria y agricul-tura.Botero contempla el problema po-blacional con optimismo, tanto que pese a los siglos de diferencia coin-cide con la posición adoptada por los Papas de nuestros días.Afirma Botero que si bien el creci-miento demográfico está limitado por la falta de medios de subsisten-cia, la solución no es reducir la tasa natal, sino acrecentar la capacidad productiva de los Estados. La tesis malthusiana vendría a ser el rever-so de la medalla, la reducción del ritmo demográfico so pena de una desgracia mundial.Botero no desdeña a la agricultura, pero prefiere a la industria como la herramienta más eficiente para au-mentar la potencialidad nutritiva de las naciones. La industria es su-perior a la agricultura porque crea satisfactores más rápidamente y de mayor valor para embarnecer a la industria italiana según dice en “La Razón del Estado” por lo que es ne-cesario conjugar toda una serie de estímulos de la índole más diversa: otorgamiento de primas a vende-dores y fabricantes, importaciones de técnicos y expertos, en reafirma-ción de lo que sugería Botero, con-

sideran que la industria es el medio más idóneo para observar los exce-dentes de población.Si por alguna razón la población italiana crece en un grado más allá, de lo razonable, queda, a juicio de este mercantilista, el escape de que el excedente emigre a otras tierras.Aunque considera Botero que los metales preciosos constituyen la ri-queza de un país, expresa que para alcanzar una riqueza mayor, necesi-ta de grandes núcleos de población. A mayor número de seres humanos, mayor beneficio económico.“Botero, a quien hasta cierto punto puede clasificarse como un segui-dor de Bodin, hizo una mucho más importante contribución al análisis económico que será mencionada en un capítulo subsecuente sobre po-blación. Aquí, otra advertencia es sugerida por sí sola. El Tratado de Botero, especialmente considerado en conexión con sus otros trabajos, exhibe una notable inclinación a la realidad. Fue un analista capaz. Pero el volumen de sus obras fue hacia la colección, coordinación e interpretación de hechos pasados y contemporáneos -económicos, so-ciales, políticos. En esto él no fue la excepción. Hemos visto que los doc-tores escolásticos del siglo xvi fue-ron ávidos buscadores de hechos y

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que ellos razonaban mucho más de la observación y mucho menos de las premisas abstractas que lo que uno pudiera suponer. Esto fue, sin embargo, aún más el caso con la li-teratura ahora bajo discusión, cuya mayor parte así como su valor pri-mordial puede decirse que consis-tía en investigaciones ‘verdaderas’: entonces como siempre, a través de la historia de la economía política, los descubrimientos de hechos era el interés capital de la abrumadora mayoría de los economistas. Apar-te de la teoría de población de Bo-tero, Italia produjo durante, el si-glo xvi algunos otros trabajos que son mucho más importantes que la literatura sistemática que estamos examinando, especialmente en el campo de dinero.”

3. GASPARO SCARUFFI“Deplora el desorden monetario, más chocante en Italia que en otros sitios, a causa del fraccionamiento político.” RENNÉ GONNARD

GASPARO SCARUFFI

Nace en 1519 y muere en 1584. Ade-más de haber sido Scaruffi destaca-do comerciante y banquero, desem-peñó con regular fortuna diversos puestos públicos.Escribió “La Luz Verdadera”, que es quizá el más feliz de los libros ita-lianos de la época, que versan sobre el dinero, pese a su poca sistemati-zación y a su escaso encuadramien-to teórico.Para Scaruffi el dinero no es otra cosa que la medida del valor y el medio más adecuado para el cam-bio. Se adelanta a su tiempo nuestro autor cuando afirma que la proble-mática monetaria no debiera estar regimentada unilateralmente por las naciones, sino por el contrario, debería haber una regulación inter-nacional uniforme. Cada moneda debería expresar su valor, su conte-nido de metal fino y su peso, de tal manera que objetivamente, sin ne-cesidad de realizar ninguna opera-ción, pudiera saberse su valor real. A fin de sanear el desbaratado sis-tema monetario internacional, opi-na Scaruffi que debiera establecerse una relación objetiva entre el oro y la plata, que sería del 1 a 12.

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CONCLUSION EL MERCANTILISMO EN NUESTROS DÍAS“La política económica mercan-tilista se asemeja mucho más con la política económica de nuestros días, que la del liberalismo econó-mico de Adam Smith o de un Jean Baptiste Soy. Hoy se habla de una batanea de pagos favorable, de la industrialización, de intervención del Estado, y en algunos países del aumento de la población.”JESÚS SILVA HERZOG

Algunas de las tendencias económi-cas que solventan al estado renacen-tista, conquistador y colonialista, han venido perpetuándose en for-ma inadvertida y con más o menos intermitencia hasta nuestros días.El intervencionismo estatal, una

de las características distintivas del mercantilismo, lo encontramos en mayor o menor intensidad, en la actualidad casi sin discusión. Aun en los Estados Unidos, el centro gravitacional del sistema démolibe-ral, el estado interfiere en el juego económico, que ya no se basa en los dictados espontáneos de la ley de la oferta y la demanda. Esa interven-ción estatal se manifiesta a través de medidas como la redistribución del ingreso por medio de los impuestos y de los servicios públicos, el con-trol de los precios de determinadas mercancías, las limitaciones de la li-bre competencia, etcétera.El reglamentismo, corolario natu-ral de la intervención del Estado en materia económica, también se ha arraigado en los sistemas económi-cos de nuestros días. Una intrincada madeja de normas jurídicas, de ran-go y alcance muy diversos, se entre-mezclan en la actividad económica. A mayor abundamiento, la prolife-ración normativa surge en ocasión de que el poder ejecutivo en todas las naciones modernas, por tener la posibilidad de tomar decisiones rá-pidamente y por su mayor dotación de recursos, es quien inmediata-mente conduce los asuntos econó-micos del Estado.En cuanto al poblacionismo, dis-

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cutidos economistas y demógrafos han coincidido en que de seguir cre-ciendo la humanidad a la tasa actual del tercer mundo, los resultados po-drían ser catastróficos. Robert Mac Namara, presidente del influyente Banco Mundial, ha expresado, sin la menor reticencia, la necesidad de que las naciones subdesarrolladas restrinjan su rit-mo natal, so riesgo de que no pue-dan superar su fase de atraso. Se ha percibido que el mundo moderno rechaza la idea mercantilista de que desde un punto de vista económico es conveniente que la población de un país sea cada día más grande. Sin embargo, no puede más que men-cionarse que hay expertos que pien-san que las naciones subdesarrolla-das deben preocuparse por lograr altas tasas de crecimiento y no por reducir las demográficas, puesto que el desarrollo precisa de grandes mercados.Se admite por los economistas que, transitoriamente, los países puedan presentar una balanza mercantil desfavorable si se tiene la posibili-dad de que haya transferencia de capital por concepto de inversiones extranjeras directas y empréstitos públicos que atenúen el desequi-librio. Sin embargo, como lo reco-noció la Comisión Económica para América Latina, esta medida debe

ser temporal pues“como se sabe, la afluencia de re-cursos extraños no mantiene su rit-mo ni se acrecienta a la par con su propio servicio global, con lo que se llega a un punto en que su aporte es negativo.”En términos generales se sigue acep-tando la tesis mercantilista de que las ventas deben exceder a las com-pras. En cuanto al proteccionismo habría que decir que la preferencia por esta actitud o por la libre-cam-bista ha sido pendular a largo de la historia. En la actualidad ambas fi-guras modales de la política de co-mercio exterior se entremezclan en el panorama mundial. La integración económica es una modalidad peculiar, pues se esta-blecen firmes barras proteccionistas respecto de países no participantes en las figuras integrativas, mientras que se adopta el pluralismo tratán-dose de los asociados. El proteccionismo la posición de derechos aduanales y trabazones administrativas a importación ha revivido en los Estados Unidos con inusitada intensidad, como lo reveló el proyecto de Ley Mills, que tanto resto ocasionara, y la crisis moneta-ria de 1971. Las políticas proteccio-nistas de las naciones latinoameri-canas y a menudo han ocasionado, al impedirse la adquisición de bie-

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nes extranjeros que ya se producen en el interior, que los empresarios eleven los precios y descuiden la ca-lidad. El proceso de sustitución de impor-taciones, ensamblado a la mentali-dad proteccionista deliberada, ha motivado que no se haya arraiga-do la industrializa-n en el subcon-tinente tras poco más o menos tres decenios. En el proceso proteccio-nista, pese a la diferencia de tres si-glos que depara del proteccionismo mercantilista, juega importante pa-pel la prohibición de importar artí-culos suntuarios pues, al igual que decía la corriente que estamos estu-diando, se traduce en fuga divisas.El nacionalismo económico que propugnaban los pensadores mer-cantilistas sigue aún muy arraigado a pesar de que se vive, al actual de Wolfgang y Friedman, la época del derecho de la corporativo interna-cional. Los roces que han surgido entre Es-tados Unidos y la Comunidad Eco-nómica Europea vienen a demos-trar que el nacionalismo, quien ha superado en algunos casos los lími-tes fronterizos estatales para exten-derse a agrupaciones transnaciona-les, sigue subyaciendo. Aun en los esquemas de integración económi-ca, como en el tratado Común y en el Mercado Común Centroamerica-

no, puede asociarse que existen re-sabios nacionalistas en las actitudes adoptadas con harta frecuencia por Francia y Honduras respectivamen-te Inclusive en la Asociación Lati-noamericana de Libre Comercio, y no es más que una figura poco evo-lucionada, Brasil, Argentina nuestro propio país han adoptado reciente-mente actitudes que lesionan la bue-na marcha del proceso integrador. Es decir, que ante la disyuntiva de sacrificar el interés regional, ya no digamos el internacional, o sacrifi-car el interés nacional, los Estados se inclinan por la primera alterna-tiva.El argumento de los bajos salarios que fuera uno de los puntalesMercantilistas para aumentar las calidades competitivas de losProductos en el mercado interna-cional, no ha perdido su fuerza enEl mundo actual. Hay que recordar que Japón, por pagar salariosMuy bajos a sus trabajadores, goza de una holgura competitivaInternacional que le permite tomar ventaja respecto de Inglaterra,Cuyo costo de producción es suma-mente elevado en virtud de suDerecho del trabajo y de su régimen de seguridad social extraordinaria-mente evolucionados.

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En México se aprecia qué núcleos obreros significa-tivos han obtenido verda-deras conquistas salaria-les, sobre todo a través de la revisión de los contratos colectivos.

Los metales preciosos, no han deja-do de tener importancia a pesar de los derechos especiales de giro, pues aún la firmeza de la moneda de un país depende del monto de sus re-servas en oro y el sistema monetario internacional aún se sigue encua-drando dentro del marco del patrón oro. En la última reunión del Fondo Mo-netario Internacional se insistió en la conveniencia de los derechos es-peciales de giro.No obstante la importancia del me-tal precioso como indicador de la salud económica de una nación, puede convenirse que hay países que poseen muy elevadas reservas de dicho metal y sin embargo su economía acusa rasgos patológicos que sistematizan su subdesarrollo. Así habría que observar que Vene-zuela posee la más crecida reserva de metales preciosos de América Latina y su economía es mucho más

endeble que la de otros países que tienen reservas mucho menores.En cuanto a lo que hemos denomi-nado “rudo celo colonial”, hay que convenir en que el colonialismo en su sentido original ha desapa-recido, entre otras cosas porque la Carta de la Organización de las Naciones Unidas lo prohíbe expre-samente. Sin embargo, no sería válido que dejáramos de apuntar que notables estudiosos concluyen en que la exis-tencia de los llamados países subde-sarrollados, periféricos o pobres, es un resultado imperialista consubs-tancial del sistema capitalista.40 Se dice que el colonialismo actual ha adoptado sutiles formas financie-ras y comerciales. Aun en el mismo sector socialista se advierte la sateli-zación de muchas naciones.Los mercantilistas, por otra parte, insisten en que el Estado debe im-pulsar la industria y el comercio a fin de exportar y allegarse Metales preciosos o, por el contrario, con el propósito de que los me-, les precio-sos obtenidos de las minas naciona-les no se fugaran en la importación.

En el México posrevolucionario, como en todos los países modernos, se ha visto la ventaja de utilizar los diversos mecanismos de carácter fiscal y financiero de aliento para

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algunas ramas industriales y co-merciales.

En nuestro libro “Mercantilismo. Biografía de una Tendencia”,” el profesor Mario Mel-gar señala: “las políticas vigentes. Este siglo sobre nacionalismo, autosuficiencia, comer-cio exterior, rifas arancelares y expansión de la oferta monetaria, junto con las tesis po-blacionistas, el rudo celo colonial y el acopio de riquezas la busca del oro y la plata son también signo económico del nacimiento y el sostén de los incipientes estados euro-peos”.

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