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NADIE COMO RIPLEY - CVC. Centro Virtual Cervantes · 2019-06-19 · por el cual cada persona llega...

Date post: 27-May-2020
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Patricia Highsmith. NADIE COMO RIPLEY José Luis Pardo ere once was a match by computer A nought was wed to a neuter. Said the neuter to the naught, «I'm not what I ought, But our offspring wi be even mooter». Th. Ripley. Novela crim.nal 66 Q ue ia Hhsmith es una de las más terestes · esctoras ericas vivas no es ningún secreto. Tpoco que, deno de sus novelas, las protagonizadas por Thomas Ripley ocupan un lug muy especial (1). De lo único que pretendo ocupme en este tra- bajo es del modo en que el personaje de Ripley culmina una cierta tradición que podríamos llamar de «Literatura empirista» (que no empirismo lite- rio), una especie de tradición o línea experimen- tal en la escritura cuyo objeto es algo así como la infraestructura de la vida cotidiana, el misterio de la subjetivación y la personalidad, el chocante y extraordinario hecho de ser alguien, con toda la carga de costumbres inconscientes que ello com- porta. La relación del pensamiento empirista con la literatura anglosajona no es, por otra parte, una cuestión desconocida, «porque el empirismo es como la novela inglesa. No se trata de hacer una novela filosófica, ni de introducir la filosoa en la novela. Se trata de hacer filosoa en clave de .novelista, de ser novelista en filosoa... En Hume están las ideas, y las relaciones entre estas ideas, relaciones que pueden viar sin que las ideas cambien, y después las circunstancias, acciones y pasiones, que hacen cambiar esas relaciones» (2), que son los mismos elementos que utiliza Patricia Hismith para escribir sobre Ripley. En cuanto a Tom Ripley, su primer cuarto de sio de existencia estuvo enérgicamente dedicado a la loable tarea de ponerse en condiciones de mandar al diablo a la tacaña y policíaca tía Dottie. Lo intentó todo: desde apuñalarla un mión de veces en sus ntasmas inftiles hasta garse clandestinamente de su lado. Pero incluso cuando consiguió escapar a Nueva York aún seguía de- pendiendo «por control remoto» del cheque r- ito de la vieja, siempre miserable y acompañado de sermones. Grave inconveniente para Ripley, que se sentía cada vez más incap de garse la vida, cada vez más incapaz pa comprender que la vida fuera algo que uno tuviera que ganarse, que merecerse, y además de un modo estúpida- mente letimo, cuando había tantas posibilidades de robar el derecho a vivir. Porque, además, él estaba convencido de poseer la condición más im- portante, la más dificil de entre todas las necesa- rias pa vivir, el bien más preciado y escaso: el talento. ¿ Tento para qué? No para los negocios, desde luego, ya que no pasaba de su «casi molesthabilidad para el cculo matemático; tampoco pa las artes o las letras, de las que simplemente era un candoroso y heterodoxo cionado; y tam- poco, en fin, para ninguna prosión determinada que en el mundo pudiera existir. Oigamos lo que dice de sí mismo: « ...puedo hacer varias cosas ... de mayordomo, cuidar niños, llevar una contabilidad, ...Sé ls- car firmas, pilotar un helicóptero, denderme con los dados en la mano, hacerme pas por práctica- mente cualquier otra persona, cocin, ...y montar
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Patricia Highsmith.

NADIE COMO

RIPLEY

José Luis Pardo

There once was a match by computer A nought was wed to a neuter. Said the neuter to the naught, «I'm not what I ought, But our offspring will be even mooter».

Th. Ripley.

Novela crim ... nal

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Que Patricia Highsmith es una de las más interesantes · escritoras americanas vivas no es ningún secreto. Tampoco que, dentro de sus novelas, las protagonizadas por

Thomas Ripley ocupan un lugar muy especial (1).De lo único que pretendo ocuparme en este tra­bajo es del modo en que el personaje de Ripley culmina una cierta tradición que podríamos llamar de «Literatura empirista» (que no empirismo lite­rario), una especie de tradición o línea experimen­tal en la escritura cuyo objeto es algo así como la infraestructura de la vida cotidiana, el misterio de la subjetivación y la personalidad, el chocante yextraordinario hecho de ser alguien, con toda la carga de costumbres inconscientes que ello com­porta. La relación del pensamiento empirista con la literatura anglosajona no es, por otra parte, una cuestión desconocida, «porque el empirismo es como la novela inglesa. No se trata de hacer una novela filosófica, ni de introducir la filosofía en la novela. Se trata de hacer filosofía en clave de

.novelista, de ser novelista en filosofía ... En Hume están las ideas, y las relaciones entre estas ideas, relaciones que pueden variar sin que las ideas cambien, y después las circunstancias, acciones y pasiones, que hacen cambiar esas relaciones» (2), que son los mismos elementos que utiliza Patricia Highsmith para escribir sobre Ripley.

En cuanto a Tom Ripley, su primer cuarto de siglo de existencia estuvo enérgicamente dedicado a la loable tarea de ponerse en condiciones de mandar al diablo a la tacaña y policíaca tía Dottie. Lo intentó todo: desde apuñalarla un millón de veces en sus fantasmas infantiles hasta fugarse clandestinamente de su lado. Pero incluso cuando consiguió escapar a Nueva York aún seguía de­pendiendo «por control remoto» del cheque for­tuito de la vieja, siempre miserable y acompañado de sermones. Grave inconveniente para Ripley, que se sentía cada vez más incapaz de ganarse la vida, cada vez más incapaz para comprender que la vida fuera algo que uno tuviera que ganarse, que merecerse, y además de un modo estúpida­mente legítimo, cuando había tantas posibilidades de robar el derecho a vivir. Porque, además, él estaba convencido de poseer la condición más im­portante, la más dificil de entre todas las necesa­rias para vivir, el bien más preciado y escaso: el talento.

¿ Talento para qué? No para los negocios, desde luego, ya que no pasaba de su «casi molesta» habilidad para el cálculo matemático; tampoco para las artes o las letras, de las que simplemente era un candoroso y heterodoxo aficionado; y tam­poco, en fin, para ninguna profesión determinada que en el mundo pudiera existir. Oigamos lo que dice de sí mismo:

« ... puedo hacer varias cosas ... de mayordomo, cuidar niños, llevar una contabilidad, ... Sé falsifi­car firmas, pilotar un helicóptero, defenderme con los dados en la mano, hacerme pasar por práctica­mente cualquier otra persona, cocinar, ... y montar

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un espectáculo para mí solo en un club nocturno cuando el animador de la casa está enfermo ... » (3).

Todo parece indicar que el cuerpo de Ripley no fuera sino la materia versátil e indiferenciada de la que puede extraerse cualquier cosa, cualquier formación espiritual. Lo que hace de él un hombre permanentemente ingenioso y fortuitamente genial es su habilidad para fingirse profesional de cual­quier cosa: es la materialización, la encarnación de la célebre «fuerza de trabajo abstracta» des­crita por Marx (¡ otro descubrimiento «inglés»!), está absolutamente disponible, preparado para cualquier cosa en la vida, aunque la vida no esté del todo preparada para él. Y en cuanto tiene ocasión de demostrarlo -es decir, cuando un hombre de negocios le mete en el bolsillo un pa­saje marítimo y una decorosa asignación moneta­ria-, Ripley demuestra que es capaz de dedicarse encarnizada y vehementemente al más indiferen­ciado y alto de los oficios, al que más talento requiere: vivir; Tom Ripley es un profesional de la vida, una disponibilidad pura para ser cualquiera y para hacer cualquier cosa. Y esto está en cone­xión íntima con los axiomas más profundos del empirismo: que el fondo del espíritu sea delirio, azar, indiferencia, disponibilidad, que pensar sea sentir, que la razón sea una especie de senti­miento. Ripley no es alguien, sino cualquiera. Pero «cualquiera» no es éste ni el otro, sino exac­tamente nadie. Una especie de sensibilidad ambu­lante, nómada, ilocalizable, Nadie, haciéndose pasar por Ripley; Ripley haciéndose pasar por Nadie.

La mente no posee «ni simplicidad en un tiempo ni identidad a lo largo de momentos dife­rentes, sea cual sea la inclinación natural que nos lleve a imaginar esa simplicidad y esa identidad» (4). Es precisamente esta carencia de .simplicidad y de identidad lo que ha permitido a Tom sobrevi­vir a sus crímenes y negocios sucios; lo .que per­mite que Dennis Hopper/Ripley defina su «profe­sión» (En «Der Amerikanische Freund», de Wen­ders) diciendo: «Hago viajes, hago dinero», es esa hegemonía del_ sujeto práctico por encima del su­jeto de conocihiiento que le obliga a cqnfesar en otra escena: «Cada vez entiendo menos quién soy yo mismo y quién es cualquier otro».

Evidentemente, de la lista de habilidades men­cionada hace un momento, sólo hay una que real­mente sirva para hacer viajes y dinero: la suplan­tación, la usurpación de personalidad, que es la forma última y más perfecta de allanamiento de morada (en ella se transgrede el más íntimo, re­cóndito y seguro refugio de cada cual: su «yo»). Incluso la falsificación de firmas o el hecho de subir a un escenario a hacer algunas imitaciones son variantes de esa maestría para la suplantación. Y ello sería inconcebible sin esa «indiferencia em­pirista» de la materia espiritual que hace del nom­bre de Ripley la expresión de una disponibilidad no específica para la vida. Se ha hecho pasar por George McAlpin, Richard Greenleaf, Robert

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Fanshaw, Philip Derwatt, Daniel Stevens, Robert Mackay, William Tenyck, ha llegado incluso ha hacer que un cadáver suplante la personalidad de otro cadáver. Algunas de estas falsificaciones no han pasado de una mera firma o una llamada tele­fónica; pero otras han llegado incluso a enfrenta­mientos con colegas y declaraciones a la prensa, y eso sin contar con las innumerables variantes, los innumerables gestos ficticios que pueden llegar a afectar a una de esas personalidades en el curso de la suplantación, incluso todo el gradiente de sensaciones posibles en el papel de Tom Ripley (que no es sino otro más del repertorio, acaso el más sutil), como sus accesos de «cordialidad ma­niática» o sus repentinos ataques de puntillo­sismo o de depresión ( «Quiero morir -dijo casi sin voz»). Variantes que «pasan, vuelven a pasar, se desvanecen y mezclan en una variedad infinita de posturas y situaciones» (5).

Ripley es el suplente nato. Puede suplantar por­que no está bien plantado, porque no tiene sufi­cientes raíces como para asignarse rituales de per­tenencia a tierra alguna: pero puede simular cual­quier ritual, puede falsificar a cualquiera utili­zando sólo pequeños detalles. Ahora mismo puede estar haciéndose pasar por alguno de nosotros.

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«Tom se preguntó cómo no se le había ocurrido comprarse una (gorra) mucho antes. Con una gorra podía hacer el papel de propietario rural, de crimi­nal, de súbdito inglés o francés, o, simplemente, de americano excéntrico; todo dependía del modo en que la llevase puesta» ( 6).

En el curso de ese largo viaje que es su vida, Ripley ha perdido la más pesada carga que cada cual arrastra tras de sí: su propia personalidad. De lo que nos ocuparemos a continuación será de averiguar las razones de la facilidad de Ripley para suplantar «a prácticamente cualquier otra persona» (y ello solo a base de tres o cuatro pe­queños detalles insignificantes y difusos) y de la facilidad de que esa suplantación obtenga inmedia­tamente crédito, la facilidad para el engaño, po­dríamos decir.

Ripley nos asombra porque está en nuestras antípodas; a Ripley le resulta fácil lo que para nosotros es prácticamente imposible («ser otro», Devenir-otro, parecer otro), mientras que Tom está apenas capacitado para lo que constituye nuestra vida cotidiana más elemental («ser noso­tros mismos»).

Hay un célebre argumento freudiano que puede resumirse más o menos como sigue: frecuente­mente nos asombramos del prodigioso y extraño proceso por el cual una persona llega a invertir su sexo; pero cada vez que esto nos ocurre nos olvi­damos de que ese proceso no es ni más ni menos complejo, ni más ni menos prodigioso que aquel por el cual cada persona llega a adquirir su propio sexo, el proceso por el cual cada uno deviene ser sexuado.

Basta cambiar, en el párrafo anterior «sexo» por «yo» o «identidad personal» para obtener nuestro argumento: devenir-otro es exactamente igual de difícil que devenir-uno-mismo, cambiar de identidad es tan trabajoso como adquirirla. Si normalmente pasamos por alto este hecho se debe a que estamos demasiado acostumbrados a ser nosotros, porque el esfuerzo permanente que ha­cemos para mantenernos en nuestra identidad per­sonal es por completo inconsciente.

No hace falta decir que a Ripley le sucede jus­tamente al revés. Dado que está continuamente suplantando a alguien, falsificando a alguien (aun­que sea a «sí mismo»), tiene que ser plena y forzosamente consciente de cada pequeño gesto, cada detalle insignificante, cada percepción dis­persa, cada reflejo particular de su sonrisa.

La cotidianidad de nuestra morada en el interior de la identidad personal de que disfrutamos es aburrida, monótona, banal, irrelevante, pesada y estúpida. Sin embargo, pensad por un mo,mento que intentáis haceros pasar por alguien: inmedia-

. tamente tomaréis conciencia de cada pequeña par­tícula que conforme vuestra integridad personal, cada una de esas infinitas combinaciones de situa­ciones espirituales, llevar una gorra, dar los bue­nos días o beber un vaso de agua se convierten en

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auténticos acontecimientos cruciales, experiencias trascendentales, únicas e irrepetibles, todas las pequeñas cosas que forman la vida cotidiana se vuelven mágicas y extrañamente singulares, una brisa al atardecer que acaricia el rostro, una gota de lluvia, un día de la semana, un instante de una hora, una sonrisa en un café de París. Eso le ocurre a Tom ... «Le resultaba imposible sentirse sólo o aburrido mientras fuese Dickie Greenleaf». Magia de tomar conciencia de que nuestra perso­nalidad y nuestra vida cotidiana están formadas por pequeñas gotas, cada una singular e irreducti­ble, y todas ellas intotalizables en una unidad sin­tética real. .. el arte de la suplantación nos muestra que «todas nuestras percepciones distintas son existencias distintas y el espíritu nunca advierte conexión real alguna entre existencias distintas» (7).

Ocurre que precisamente el proceso de «llegar a ser sí mismo» consiste en devenir otro.

Y ello no porque el sujeto sea una unidad sinté­tica perpetuamente en proyecto y corrección mo­ral hacia el futuro, ni mucho menos, sino sola­mente porque subjetividad no quiere decir otra cosa que flujo de lo sensible, caudal de percepcio­nes, colección de impresiones e imágenes, desa­rrollo, mediación ilimitada, infmito devenir-otro que en nada justifica las conclusiones «personoló­gicas» de nuestras inferencias, revuelo de singula­ridades sin ley y sin identidad, sin mismidad ni simplicidad. Para encarnar este principio no ha habido nadie como Ripley.

Basta observar la manera en que Tom Ripley encarna a sus personalidades: no al modo de las películas de espías, en que se observa minuciosa­mente la vida y costumbres de la víctima y final­mente se acude a la cirugía estética y a las graba­ciones. La cirugía y las grabaciones de Ripley son en plena carne, en pleno alma. No hace falta imi­tar a Dickie Greenleaf, sino sólo trabajar en el propio devenir-otro: hay que parecer Dickie (ha­cerse pasar por él), no que creer en él (no preten­der sostener que hay en el mundo una unidad real que responda a ese nombre); Tom sabe que las personas no existen. No se disfraza realmente, o no es en el disfraz donde reside la potencia de impostura. Para dar «el efecto Greenleaf», la im­presión-Greenleaf, basta un ligero reflejo en los cabellos y «una sonrisa peligrosamente acoge­dora» en las terrazas parisinas.

Lo que fastidia a Ripley es que hay demasiada gente que aún no ha digerido la ecuación ser =apariencia, que no comprende que el ser de lo falso es tan verdadero como el de lo más verda­dero, que no se atreve a pasar por encima de la verdad, que carece de la suficiente arrogancia par.a reconocer que todas las personas y todas sus obras son falsificaciones de sí mismas, con su mismidad ficticia y su unidad imaginaria. Tom desprecia la verdad, y es por eso que puede enga­ñar. Una de sus víctimas, el coleccionista de arte Thomas Murchison, es conducido a la muerte por

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su pasión ciega por la verdad, por la obra no-falsi­ficada.

«Me cuesta comprender -dice Murchison a Ripley, que se siente muy contento con sus cuadros falsos­su total aislamiento de la «verdad» de las cosas. El estilo de un artista es su verdad, su honradez ... »

(8).

Pero Ripley es la prueba fehaciente de lo contra­rio: su estilo son sus falsificaciones, sus negocios sucios, su única verdad es burlarse de la verdad, de la verdad de las obras auténticas o las personas idénticas. Ripley se sirve continuamente de un descubrimiento profundamente empirista: porque él ha experimentado, ha observado empírica­mente, en sus suplantaciones, que la idea de ver­dad y la idea de identidad se apoyan justamente en la falsedad y la suplantación, en la diversidad y la indiferencia del espíritu. Es mérito de Hume haber puesto de manifiesto este hecho de forma precisa y magistral. Hume habla de un paso de la imagi­nación, tan suave, tan imperceptible, que nos lleva a confundir nada menos que la diversidad (sucesión de objetos distintos relacionados) con la identidad (ficción de un único objeto completo y continuo), sólo por cuestión de semejanza, «es esta semejanza la que nos lleva a colocar la noción de identidad en el lugar de la de objetos relaciona­dos» (9).

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Y una vez más hay que decir que Tom Ripley sabe que los demás seres son suplantaciones de sí mismos, ficciones imaginativas, porque sabe que él mismo lo es, que Tom Ripley es un estado del espíritu, una transición en el pensamiento, y ello no precisamente porque sea una «entidad litera­ria».

El enorme mérito de Patricia Highsmith estriba precisamente en haber mostrado, mediante Ri­pley, que la potencia de cada cual para hacer creer a los demás que sigue siendo idéntico a sí mismo no es más que un sutil juego de percepciones, una maestría, un talento artístico en el manejo de las sensaciones e impresiones más diversas y singula­res, cuestión en la cual consiste por completo todo e/juego de Ripley.

En cuanto al problema que aparece conexo con este tema, el de la posiblidad de devenir-otro (y no ya de hacerse pasar por otro ante otros), se deriva de otro de los grandes temas del pensamiento em­pirista, de la literatura empirista, de la filosofía de los novelistas, a saber, la simpatía.

Sólo este hecho bastaría para hacer a Ripley completa e irreconciliablemente distinto de los protagonistas de las historias de la Serie Negra con los que frecuentemente se le compara. Los detetives -y tanto más cuanto menos «sucio» es su trabajo- tienden a ejercer una sanción moral sobre los casos de que se ocupan, la sanción que una policía corrupta es incapaz de ejecutar, tien­den a ocupar el lugar del juez-administrador de justicia que reparte el botín de acuerdo a la bon­dad o maldad de cada personaje; cuando Philip Marlowe descarga un tiro sobre Terry Lennox ( en The Long Goodbye, de Chandler), lo hace porque Lennox es malo, a pesar de que a él le cae bien. La Ley se impone a la simpatía. Lo mismo ocurre cuando Archer, el detective de las novelas de Ross MacDonald, reflexiona sobre la educación de los hijos y el lacrimógeno y neurótico desgra­namiento de la familia estadounidense preferible­mente rica (Es curioso como los detectives de la Serie Negra americana comienzan por la vía trá­gica, resolviendo a plena sangre historias de trá­fico clandestino y complots políticos y terminan en el muro neurótico, la pequeña mansión familiar con los hijos inadaptados y los padres frustrados, las mareas negras y los bosques quemados). Los detectives son hombres de deber, juzgan contra sus gustos, condenan contra sus inclinaciones, ejecutan sacrificando sus tendencias. Ripley es todo lo contrario: sus asesinatos son movimientos forzados en una situación de extraña morbosidad. Las gentes son malas porque no le caen bien o dejan de otorgarle su amistad.

Escuchad cómo describe a Frederick Miles mu­chas páginas antes de saber que tendría que ma­tarle:

«A Tom le pareció horrible. No soportaba el pelo rojo, y el de Freddie era de color rojo zanahoria. Además, tenía el cutis blanco y pecoso. Sus ojos eran grandes y color castaño rojizo, daban la im-

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pres10n de moverse constantemente de un lado para otro, corno los de un bizco, aunque tal vez se trataba simplemente de una de esas personas que jamás miran directamente a su interlocutor. Por si fuera poco, también estaba demasiado gordo» (10).

Nadie duda que aquí el deseo determina el juicio, según la célebre máxima spinoziana. «No inferi­mos que un carácter sea virtuoso por el hecho de agradar, pero al sentir que agrada de esa particular manera sentimos que, efectivamente, es vir­tuoso». «Toda cualidad mental es denominada vir­tuosa cuando su mera contemplación causa pla­cer, y que toda cualidad que ocasiona dolor es considerada viciosa» (11).

A primera vista puede parecer demasiado terri­ble, demasiado aterrador, el hecho de que la sim­patía de Ripley le conduzca frecuentemente al asesinato, la falsificación, el crimen. Pero no es extraño cuando el juicio está regido por el deseo, cuando la razón es esclava de las pasiones, el delirio se convierte demasiado fácilmente en deli­rio mortífero ... «No es contrario a la razón prefe­rir la destrucción del mundo a un rasguño en uno de mis dedos» (12).

Además, es propio de la simpatía el presentarse como una inclinación fortuita e irrenunciable que nos empuja hacia ese tipo de amistades imposibles («Me gustaría ser tu amigo; pero, afortunada­mente, la amistad es imposible ... ») o amistades inconvenientes, que constituyen el objeto cons­tante de la literatura de Patricia Highsmith (13). Caemos irremediablemente en esa peligrosa fasci­nación «sin cuidamos de si quienes muestran esas cualidades son conocidos o extraños, compatrio­tas o extranjeros ... este principio de simpatía tiene una naturaleza tan poderosa y seductora que in­terviene en la mayoría de nuestros sentimientos y pasiones y a menudo se manifiesta bajo la apa­riencia de su contrario» (14). Es lo que ocurre con la mezcla de sentimientos y pasiones que bullen en el espíritu de Ripley a la hora de concebir el asesinato de Dickie Greenleaf.

«Clavó su mirada en los párpados de Dickie, sin­tiendo que en su interior hervía una mezcla de odio, afecto, impaciencia y frustración».

Es también el caso de la amistad de Ripley con el artesano Zimmerman (del cual se convierte en el mejor amigo y a la vez el verdugo definitivo), o de sus relaciones con el atormentado pintor Bernard Tufts (a quien prácticamente presiona hasta el sui­cidio).

Y es que la simpatía, la seducción, no es sola­mente el principio secreto de la vida criminal de Ripley, sino también el principio mágico de su capacidad para el transformismo. El devenir-otro de Tom Ripley se produce en ese extraño juego por el cual él es capaz de raptar la personalidad de otros y de ser raptado por ella hasta arrastrarse hasta las más ciegas imprudencias y los mayores peligros. Cuando se suplanta una personalidad (y también en el devenir-otro que se encuentra impli­cado en el proceso de llegar-a-ser-uno-mismo y

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permanecer en ese papel), lo que se produce es un doble rapto, un doble secuestro por el cual (1) la personalidad del suplantado es secuestrada por el suplantador, y (2) la personalidad «verdadera» del suplantador queda hipotecada a la del suplantado. El arte de la impostura encierra tanto el poder para raptar la apariencia de otro (esto es, su ver­dadero ser) como la facultad para dejarse seducir por esa apariencia que se falsifica.

Lo que aquí se implica es el problema de la comunicación de las simpatías, de la intercone­xión de los inconscientes: no cabe duda, nuestra subjetividad prefijada está continuamente compli­cada en un devenir-otro sólo por el hecho de estar en presencia de ese otro, conversar con él o in­cluso leer una carta suya. «Tan cercana e íntima es la correspondencia de las mentes humanas, que no bien se me ha acercado una persona, cuando ya difunde sobre mí todas sus opiniones e influye en mi juicio y... pocas veces es tan débil que no perturbe el curso ordinario de mis sentimientos» (15).

No puedo cerrar este texto sin declarar la im­presión estupefaciente de haber empleado dema­siadas palabras para sacar una conclusión de vela­torio: que no somos nadie. Impresión que sólo se mitiga al puntualizar que más bien es lo contrario: que somos Nadie, Cualquiera, Ripley, fuerza

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tránsfuga o devenir puro; que nada nos es· más cercano que lo que nos parece imposible, que la suplantación, el devenirsotro, es justamente el contenido de lo que inferimos como nuestro yo fijo e invariable, y que, a pesar de todo, es aún posible fugarse de esa última morada, operación sutil del deseo en la cual sería posible dar la vuelta a nuestra identidad personal como a un guante, viajar a nuestro más íntimo extranjero en esas singularidades ingrávidas, imperceptibles, de la diversidad que nos pierde, nos domina y nos cons­tituye; y todo ello con la aspiración de no sucum­bir a las dulces tentaciones de la muerte, de la culpa, de la paranoia.

Pero en todo ello no hemos hecho más que servir de mediadores al homenaje intem- o pestivo y póstumo que David Hume rinde una vez más a la literatura empirista.

NOTAS

(1) - The Talented Mr. RipleyAparte de una edición antigua de la editorial Noguer, hoy

agotada, y de la versión de Ed. Carroggio (A Pleno sol) que cito en el texto, hay que añadir la traducción reciente de Ed. Anagrama: A pleno sol (El talento de Ripley). - Ripley under groundAdemás de la edición de Carroggio citada en el artículo, se

añade la de Ed. Anagrama: La máscara de Ripley (El título en la traducción de Carroggio es «Bajo la oscura tierra»). - Ripley' s gameTrad. cast. de Ed. Anagrama: El Amigo Americano (El juego

de Ripley). (La Ed. Anagrama tiene anunciada la publicación de la

cuarta novela de Ripley que aún falta en la bibliografía en castellano de P. Highsmith: The hoy who followed Ripley).

De este modo, las novelas de Patricia Highsmith sobre Ri­pley traducidas, hasta el momento, al castellano son:

1. The Talented Mr. Ripley (Ed. Carroggio y Ed. Ana-grama).

2. Ripley under ground (Ed. Carroggio y Ed. Anagrama).3. Ripley's game (Ed. Anagrama).Al margen de Ripley la bibliografía de Patricia Highsmith en

castellano incluye los siguientes títulos _prin�i_pal_c;s: En Editorial Carroggio: El juego de los vivos, Extraños en

un tren; en Editorial Noguer: El grito de la lechuza; en Edito­rial Bruguera: El cuchillo, Mar de Fondo; en Editorial Allanza: Ese dulce mal, La celda de cristal; en Editorial Anagrama: Extraños en un tren, Crímenes imaginarios, El juego del es­condite (Anunciado: El fabulador); y en Editorial Alfaguara: El diario de Edith.

(2) Gilles Deleuze-Claire Pamet, Dialogues, Ed. Flamma­rion, 1977. Cfr. también la monografía de Deleuze sobre Hume, Empirismo y Subjetividad, P.V.F., 1953.

(3) P. Highsmith, The Talented Mr. Ripley.(4) Esta y todas las restantes citas de Hume corresponden

a su Tratado de la Naturaleza Humana. (5) Hume, {bid.(6) Highsmith, The Talented Mr. Ripley.(7) Hume, 1'bid.(8) Highsmith, Ripley under ground.(9) Hume, 1'bid.(10) Highsmith, The Talented Mr. Ripley.(11) Hume, 1'bid.(12) Hume, 1'bid.(13) Esta idea sólo aparece explícita en un relato de Patri­

cia Highsmith, The Blunderer (trad. cast. Ed. Bruguera, 1981),en el que el protagonista lleva un fichero de estas amistades inconvenientes que acabará siendo la causa de sus desgracias.

(14) Hume, 1'bid.(15) Hume, 1'bid.


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