Los Cuadernos de Viaje
John Frederich Lewis. Vida en el Haren.
ORIENTE, OCCIDENTE Y LADY HESTER STANHOPE
Ignacio Rupérez
D e todos los viajeros por Oriente Medio Lady Stanhope (1776-1839) es quizás el que resulta más patético. Entre los europeos, británicos y franceses en su
mayoría, que entran en contacto con la zona durante el siglo XIX se observan dos actitudes que en realidad son una sola pero con caras diferentes. Están los diplomáticos, los militares y los administradores, convencidos de la superioridad moral y política de Occidente y que, por ello, tratan de dar una forma europea a Oriente Medio. Luego están los viajeros propiamente dichos -arqueólogos, escritores, artistas, misioneros y turistas-, con parecida pasión eurocéntrica pero con más gracia, casi sin excepción también determinados por la política y las realizaciones coloniales de sus compatriotas. Hay viajeros de toda clase, edad y condición, menudean los snobs y el género va mejorando con el tiempo. Si se valora el tránsito del anticuario al arqueó-
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lago, del zascandil al explorador, o de los turistas frívolos y despectivos a los escritores apasionados por el mundo árabe, la conclusión es que en la carrera orientalista con los años han acabado por surgir mejores promociones.
Willian Russell se refirió a los viajeros como gente «ruidosa, extravagante y caprichosa». En este parque zoológico figura un tipo como Chateaubriand, que llega a Oriente Medio en forma de personaje ya construido, de autoridad, no como su propia persona, ansioso de rellenar su almacén de imágenes literarias; Lamartine, rebosante de ideas preconcebidas, de simpatías y reticencias. Capaces ambos de inventarse la realidad pero de hacerlo, eso sí, con una gran dignidad literaria. Lo que hace también Flaubert, a quien Oriente Medio provoca una notable morbosidad sexual. Se encuentran magníficos ara,,bistas para el momento, como Lane y Burton, que hicieron todo lo posible para vivir sobre el terreno, misioneros y místicos, depredadores de objetos valiosos, individuos de imposible catalogación como Thomas Cook y el Kaiser Guillermo, los que al estilo de Byron y Burton pretenden crearse una imagen de éxito o quienes viajaban por consecuencia de una desazón íntima, caso de T. E. Lawrence. Tan grande fue la puerta abierta por la expedición de Bonaparte a Egipto que por ella pasan incluso los viajeros que a Oriente no viajan, viajeros en casa como Shelley, Keats y otros, prefiriendo tomar prestados los relatos sobre el Nilo y las excavaciones.
Es fácil saber por qué van a Oriente Medio diplomáticos, militares y administradores. No tanto por qué lo hacen los demás. Al ser complicado establecer un denominador común en las actitudes de los viajeros se prefiere calificarlos de excéntricos o acumular datos sobre el conjunto y sobre cada persona. Con Lady Hester Stanhope podemos explicarnos de manera acumulativa por qué su vida acabó en tales parajes, en la medida en que alguna vida es explicable. Participa de las motivaciones del turista, el misionero, el arqueólogo, el desazonado, el patriota, el frívolo, y tuvo buen cuidado en relatar sus experiencias por Grecia, Egipto, Siria, Líbano y Palestina, como si necesitara evidenciar que se dedicaba a cosas importantes, que su existencia no era vulgar y que incluso podía ayudar a los intereses británicos. Sin embargo, a diferencia de los demás destaca de esta mujer su decidida voluntad en permanecer vinculada a Oriente Medio, en negarse a volver atrás, ni siquiera para morir mejor. Quizás como Chateaubriand, pero con mucha más sinceridad, era un personaje construido al llegar a su destino, al lugar del que en realidad nunca regresaría, final de trayecto y no aventura pasajera, parada intermedia o filón literario.
En tales casos la sólida personalidad y la condición europea contribuyen a que el viajero cultive en toda su extensión ese conocido estilo de representar un Oriente que no existe en sí mismo sino que reconstruye a través de sus lentes
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Lady Hester Stanhope, dibujos de R. J. Hamerton.
occidentalistas, lo que de paso sirve para redimir penas y saciar la ansiedad. La sobrina del Primer Ministro William Pitt, influyente incluso en el nombramiento de ministros, era una mujer alta y fuerte, aficionada a la caza y la equitación, cabezona desde muy pequeña, orgullosa y dominante. «El ansia de poder la volvía violenta», afirmaría su fiel amigo el Dr. Meyron. Pocas posibilidades debían ofrecer el momento y la sociedad de Londres para una mujer de tales condiciones. Además, a la muerte de su tío Lady Hester se encontró sin las rentas suficientes para llevar una vida original o ser un buen partido. Desaparecido William Pitt de golpe y porrazo se vio convertida en una señorita particular, con pocos ingresos y muchos enemigos. Ni siquiera Londres mantuvo los motivos sentimentales que pudieran haberla retenido. Las muertes de su amigo el general John Moore y de su hermano Charles en la batalla de La Coruña la decidieron emprender el largo viaje.
El 10 de mayo de 1810 dejó para siempre su país, desplazándose cada vez más hacia Oriente en compañía de su hermano James, su criada Elisabeth Williams y un joven estudiante de Oxford, Charles Meyron, que siempre se mantuvo cerca de Lady Hester y escribió libros sobre sus viajes. La actividad de Lady Hester recuerda la caracterización que Edward Said hace del orientalismo como manera de entender Oriente derivada del lugar político y mental que ocupa en la expansión europea. De esta manera Oriente adquiere más valor como signo del poder europeo que como discurso verídico, porque pese a que luego adquieran valor propio, ni los viajes ni la literatura son política e históricamente inocentes. En el caso de esta mujer, al leer las cartas y conocer los lugares, sorprende la irreprimible
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soberbia europea de su actitud, que le llevó a participar en curiosísimas mascaradas. Eso no impide reconocer una vida la mar de original, desde luego más de la que habría tenido quedándose en Londres. Además se las arregló muy bien. Consiguió hacer de los viajes toda una experiencia de salón; con Lord Byron en Atenas, con George Canning, Ministro británico, en Constantinopla, etc.
Se encontró con Lamartine, Richard Burton, William Kinglake, Burckhardt, Buckingham, Wilkinson y Gertrude Bell, fue recibida por Mohamed Aly en El Cairo, Solimán Pacha le cedió su caballo en Acre y, para colmo de homenajes y marchas triunfales ise coronó en Palmira! Cuesta trabajo imaginar tal farsa si no es por las maravillas de la autosugestión y la ayuda financiera del padre de su compañero, Michael Bruce, lo que también dice mucho de su habilidad. Al llegar a Damasco se rumoreó que Lady Hester descendía de los turcos y que su presencia en Siria tenía algo que ver con el proyecto británico de conquistar el país. Desde el primer momento pensó en seguir viaje a Palmira, donde la Reina Zenobia fue coronada en el año 267. Se dirigió a la ciudad al frente de una impresionante caravana de soldados del Pachá de Damasco, siendo recibida como la Gran Reina Blanca entre guirnaldas, coronada bajo un arco triunfal. También se la aclamó como Reina en Hamah. Nunca olvidaría creerse la Reina de los Arabes, la Reina de los Beduínos, en una especie de locura orientalista muy propia de europeos, por lo general sin tanto exceso, que hasta el fin de sus días subsistió en Lady Hester.
Una persona en realidad marginada de la sociedad británica se imaginó la grandeza en la periferia. La redención del Pueblo Elegido, la llegada del Mahdi con una mujer que compartiría
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Georg Emmanuel Opiz.-El Emir Bechir JI, el gran enemigo de Lady Hester Stanhope en Líbano, rinde homenaje a lbrahim Pacha, Comandante en Jefe del Ejército expedicionario egipcio, en San Juan de Acre, en diciembre de 1831.
su misión, calmaban las ansias de profecías de Lady Hester en su carrera imparable hacia el drama. En 1817 se fue a vivir a Djoun, cerca de Sidón, en el corazón de la tierra de los drusos. Su casa supuso un lugar de refugio para quienes se hallaban desprotegidos en el que permanecía aislada, rodeada de servidores y esclavos, ejerciendo o creyendo que ejercía el poder en tan estrecho círculo, como una especie de Sultana, con la idea de servir a la política británica y de constituir un enlace entre Oriente y Occidente. A lo mejor Lady Hester no pudo darse cuenta todavía del volcán que por entonces y sin que parezca extinguirse se estaba activando en Siria, Líbano y Palestina, con Rusia, Francia y Gran Bretaña defendiendo sus clientelas respectivas -griegos ortodoxos, maronitas y católicos, drusos-, frente a los egipcios de Ibrahim Pacha. Porejemplo, Richard W ood fue enviado desdeConstantinopla a Beirut para soliviantar a losdrusos. Su amistad le valió después; como Cónsul en Damasco contribuyó al éxito de la expedición a Beirut de austríacos y británicos paragarantizar el abandono egipcio de Siria.
Unos veinte años después serían los drusos quienes se dedicaran a matar maronitas y así sucesivamente hasta hoy, configurándose la tragedia libanesa como algo tan antiguo y tan fuerte que no merecería entresacarse del triste espectáculo una grotesca figura individual. Sin embargo en Lady Hester se pueden identificar los méritos que aunque dudosos surjen a veces de la excentricidad entendida como protesta, por muy prerrevolucionaria y muy poco elaborada que ésta sea, del chillido que sólo puede lanzar una mujer liberada de aquel tiempo y sin saberlo, interesante en definitiva y condenada al fra-
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caso pero no a la mediocridad de las otras, de quienes nada sabemos en absoluto. El resto de los viajeros notables disfrutó de la aventura y volvió a casa, y a los viajeros que no volvieron el viaje les hizo célebres. Lady Hester ni regresó ni acabó bien, diferencias de las que cabría deducir, por ese descenso asumido hacia el final lamentable y abandonado -tan distinto del Byron, tan poco épico-, una expresión de sinceridad suprema o una infinita muestra de cariño hacia el particular Oriente que hizo suyo, incorporando como mártir del orientalismo todas las deformaciones en la visión de las cosas.
Realmente no ganó nada persistiendo hasta el término del viaje en el laberinto de una vida atormentada y de un país en guerra. La sobrina de Pitt, la amiga de John Moore, según cuentan sus propios amigos viajó las últimas jornadas más estrafalaria y más endeudada que nunca, medio ciega, fumando y tosiendo constantemente, víctima de la grandeza perdida, hipocondríaca, dramáticamente sola, etc. No se daba cuenta de que los criados la robaban, ni de que por los techos se filtraba la lluvia y estaban hundiéndose. Poco después de morir la casa fue desvalijada. El entierro de quien se creyó la Reina de Palmira fue presidido por el Cónsul británico en Beirut, con el servicio religioso de un misionero norteamericano, W. M. Thompson. Esto fue el 23 de junio de 1839. Al día siguiente el Cónsul y el misionero examinaron los bienes que quedaban en la vivienda de Lady Hester Stanhope en Djoun. Nada. Las treinta y cinco habitaciones guardaban basura, ningún objeto de valor. Los caballos, muy viejos, fue- �ron vendidos, entregándose el dinero a ·�las dos mujeres que la amortajaron. �