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ORIENTE, OCCIDENTE Y LADY HESTER · 2019-06-28 · Los Cuadernos de Viaje John Frederich Lewis....

Date post: 07-Jul-2020
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Los Cuadernos de Viaje hn ederich Lewis. da en el Haren. ORIENTE, OCCIDENTE Y LADY HESTER STANHOPE Ignao Rupérez D e todos los viajeros por Oriente Medio Lady Stanhope (1776-1839) es quizás el que resulta más patético. Entre los eu- ropeos, británicos y anceses en su mayoría, que entran en contacto con la zona du- rante el siglo XIX se observan dos actitudes que en realidad son una sola pero con caras diren- tes. Están los diplomáticos, los militares y los administradores, convencidos de la superioridad moral y política de Occidente y que, por ello, tratan de dar una rma europea a Oriente Me- dio. Luego están los viajeros propiamente di- chos -arqueólogos, escritores, artistas, misione- ros y turistas-, con parecida pasión eurocéntrica pero con más gracia, casi sin excepción también determinados por la política y las realizaciones coloniales de sus compatriotas. Hay vieros de toda clase, edad y condición, menudean los snobs y el género va mejorando con el tiempo. Si se valora el tránsito del anticuario al arqueó- 96 lago, del zascandil al explorador, o de los turis- tas ívolos y despectivos a los escritores apasio- nados por el mundo árabe, la conclusión es que en la carrera orientalista con los años han acaba- do por surgir mejores promociones. Willian Russell se refirió a los viajeros como gente «ruidosa, extravagante y caprichosa». En este parque zoológico figura un tipo como Cha- teaubriand, que llega a Oriente Medio en rma de personaje ya construido, de autoridad, no co- mo su propia persona, ansioso de rellenar su al- macén de imágenes literarias; Lamartine, rebo- sante de ideas preconcebidas, de simpatías y re- ticencias. Capaces ambos de inventarse la reali- dad pero de hacerlo, eso sí, con una gran digni- dad literaria. Lo que hace también Flaubert, a quien Oriente Medio provoca una notable mor- bosidad sexual. Se encuentran magníficos ara- bistas para el momento, como Lane y Burton, que hicieron todo lo posible para vivir sobre el terreno, misioneros y místicos, depredadores de objetos valiosos, individuos de imposible catalo- gación como Thomas Cook y el Kaiser Guiller- mo, los que al estilo de Byron y Burton preten- den crearse una imagen de éxito o quienes viaja- ban por consecuencia de una desazón íntima, caso de T. E. Lawrence. Tan grande e la puer- ta abierta por la expedición de Bonaparte a Egip- to que por ella pasan incluso los viajeros que a Oriente no viajan, viajeros en casa como She- lley, Keats y otros, prefiriendo tomar prestados los relatos sobre el Nilo y las excavaciones. Es cil saber por qué van a Oriente Medio di- plomáticos, militares y administradores. No tan- to por qué lo hacen los demás. Al ser complica- do establecer un denominador común en las ac- titudes de los viajeros se prefiere calificarlos de excéntricos o acumular datos sobre el conjunto y sobre cada persona. Con Lady Hester Stanho- pe podemos explicarnos de manera acumulativa por qué su vida acabó en tales parajes, en la me- dida en que alguna vida es explicable. Participa de las motivaciones del turista, el misionero, el arqueólogo, el desazonado, el patriota, el ívo- lo, y tuvo buen cuidado en relatar sus experien- cias por Grecia, Egipto, Siria, Líbano y Palesti- na, como si necesitara evidenciar que se dedica- ba a cosas importantes, que su existencia no era vulgar y que incluso podía ayudar a los intereses británicos. Sin embargo, a direncia de los de- más destaca de esta mujer su decidida voluntad en permanecer vinculada a Oriente Medio, en negarse a volver atrás, ni siquiera para morir me- jor. Quizás como Chateaubriand, pero con mucha más sinceridad, era un personaje construido al lle- gar a su destino, al lugar del que en realidad nunca regresaría, final de trayecto y no aventura pasajera, parada intermedia o filón literario. En tales casos la sólida personalidad y la con- dición europea contribuyen a que el viajero cul- tive en toda su extensión ese conocido estilo de representar un Oriente que no existe en sí mis- mo sino que reconstruye a través de sus lentes
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Los Cuadernos de Viaje

John Frederich Lewis. Vida en el Haren.

ORIENTE, OCCIDENTE Y LADY HESTER STANHOPE

Ignacio Rupérez

D e todos los viajeros por Oriente Medio Lady Stanhope (1776-1839) es quizás el que resulta más patético. Entre los eu­ropeos, británicos y franceses en su

mayoría, que entran en contacto con la zona du­rante el siglo XIX se observan dos actitudes que en realidad son una sola pero con caras diferen­tes. Están los diplomáticos, los militares y los administradores, convencidos de la superioridad moral y política de Occidente y que, por ello, tratan de dar una forma europea a Oriente Me­dio. Luego están los viajeros propiamente di­chos -arqueólogos, escritores, artistas, misione­ros y turistas-, con parecida pasión eurocéntrica pero con más gracia, casi sin excepción también determinados por la política y las realizaciones coloniales de sus compatriotas. Hay viajeros de toda clase, edad y condición, menudean los snobs y el género va mejorando con el tiempo. Si se valora el tránsito del anticuario al arqueó-

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lago, del zascandil al explorador, o de los turis­tas frívolos y despectivos a los escritores apasio­nados por el mundo árabe, la conclusión es que en la carrera orientalista con los años han acaba­do por surgir mejores promociones.

Willian Russell se refirió a los viajeros como gente «ruidosa, extravagante y caprichosa». En este parque zoológico figura un tipo como Cha­teaubriand, que llega a Oriente Medio en forma de personaje ya construido, de autoridad, no co­mo su propia persona, ansioso de rellenar su al­macén de imágenes literarias; Lamartine, rebo­sante de ideas preconcebidas, de simpatías y re­ticencias. Capaces ambos de inventarse la reali­dad pero de hacerlo, eso sí, con una gran digni­dad literaria. Lo que hace también Flaubert, a quien Oriente Medio provoca una notable mor­bosidad sexual. Se encuentran magníficos ara,,­bistas para el momento, como Lane y Burton, que hicieron todo lo posible para vivir sobre el terreno, misioneros y místicos, depredadores de objetos valiosos, individuos de imposible catalo­gación como Thomas Cook y el Kaiser Guiller­mo, los que al estilo de Byron y Burton preten­den crearse una imagen de éxito o quienes viaja­ban por consecuencia de una desazón íntima, caso de T. E. Lawrence. Tan grande fue la puer­ta abierta por la expedición de Bonaparte a Egip­to que por ella pasan incluso los viajeros que a Oriente no viajan, viajeros en casa como She­lley, Keats y otros, prefiriendo tomar prestados los relatos sobre el Nilo y las excavaciones.

Es fácil saber por qué van a Oriente Medio di­plomáticos, militares y administradores. No tan­to por qué lo hacen los demás. Al ser complica­do establecer un denominador común en las ac­titudes de los viajeros se prefiere calificarlos de excéntricos o acumular datos sobre el conjunto y sobre cada persona. Con Lady Hester Stanho­pe podemos explicarnos de manera acumulativa por qué su vida acabó en tales parajes, en la me­dida en que alguna vida es explicable. Participa de las motivaciones del turista, el misionero, el arqueólogo, el desazonado, el patriota, el frívo­lo, y tuvo buen cuidado en relatar sus experien­cias por Grecia, Egipto, Siria, Líbano y Palesti­na, como si necesitara evidenciar que se dedica­ba a cosas importantes, que su existencia no era vulgar y que incluso podía ayudar a los intereses británicos. Sin embargo, a diferencia de los de­más destaca de esta mujer su decidida voluntad en permanecer vinculada a Oriente Medio, en negarse a volver atrás, ni siquiera para morir me­jor. Quizás como Chateaubriand, pero con mucha más sinceridad, era un personaje construido al lle­gar a su destino, al lugar del que en realidad nunca regresaría, final de trayecto y no aventura pasajera, parada intermedia o filón literario.

En tales casos la sólida personalidad y la con­dición europea contribuyen a que el viajero cul­tive en toda su extensión ese conocido estilo de representar un Oriente que no existe en sí mis­mo sino que reconstruye a través de sus lentes

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Los Cuadernos de Viaje

Lady Hester Stanhope, dibujos de R. J. Hamerton.

occidentalistas, lo que de paso sirve para redimir penas y saciar la ansiedad. La sobrina del Primer Ministro William Pitt, influyente incluso en el nombramiento de ministros, era una mujer alta y fuerte, aficionada a la caza y la equitación, ca­bezona desde muy pequeña, orgullosa y domi­nante. «El ansia de poder la volvía violenta», afirmaría su fiel amigo el Dr. Meyron. Pocas po­sibilidades debían ofrecer el momento y la so­ciedad de Londres para una mujer de tales con­diciones. Además, a la muerte de su tío Lady Hester se encontró sin las rentas suficientes pa­ra llevar una vida original o ser un buen partido. Desaparecido William Pitt de golpe y porrazo se vio convertida en una señorita particular, con pocos ingresos y muchos enemigos. Ni siquiera Londres mantuvo los motivos sentimentales que pudieran haberla retenido. Las muertes de su amigo el general John Moore y de su herma­no Charles en la batalla de La Coruña la decidie­ron emprender el largo viaje.

El 10 de mayo de 1810 dejó para siempre su país, desplazándose cada vez más hacia Oriente en compañía de su hermano James, su criada Elisabeth Williams y un joven estudiante de Ox­ford, Charles Meyron, que siempre se mantuvo cerca de Lady Hester y escribió libros sobre sus viajes. La actividad de Lady Hester recuerda la caracterización que Edward Said hace del orien­talismo como manera de entender Oriente deri­vada del lugar político y mental que ocupa en la expansión europea. De esta manera Oriente ad­quiere más valor como signo del poder europeo que como discurso verídico, porque pese a que luego adquieran valor propio, ni los viajes ni la literatura son política e históricamente inocen­tes. En el caso de esta mujer, al leer las cartas y conocer los lugares, sorprende la irreprimible

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soberbia europea de su actitud, que le llevó a participar en curiosísimas mascaradas. Eso no impide reconocer una vida la mar de original, desde luego más de la que habría tenido que­dándose en Londres. Además se las arregló muy bien. Consiguió hacer de los viajes toda una ex­periencia de salón; con Lord Byron en Atenas, con George Canning, Ministro británico, en Constantinopla, etc.

Se encontró con Lamartine, Richard Burton, William Kinglake, Burckhardt, Buckingham, Wilkinson y Gertrude Bell, fue recibida por Mo­hamed Aly en El Cairo, Solimán Pacha le cedió su caballo en Acre y, para colmo de homenajes y marchas triunfales ise coronó en Palmira! Cues­ta trabajo imaginar tal farsa si no es por las ma­ravillas de la autosugestión y la ayuda financiera del padre de su compañero, Michael Bruce, lo que también dice mucho de su habilidad. Al lle­gar a Damasco se rumoreó que Lady Hester des­cendía de los turcos y que su presencia en Siria tenía algo que ver con el proyecto británico de conquistar el país. Desde el primer momento pensó en seguir viaje a Palmira, donde la Reina Zenobia fue coronada en el año 267. Se dirigió a la ciudad al frente de una impresionante caravana de soldados del Pachá de Damasco, siendo recibida como la Gran Reina Blanca entre guirnaldas, coro­nada bajo un arco triunfal. También se la aclamó como Reina en Hamah. Nunca olvidaría creerse la Reina de los Arabes, la Reina de los Beduínos, en una especie de locura orientalista muy propia de europeos, por lo general sin tanto exceso, que has­ta el fin de sus días subsistió en Lady Hester.

Una persona en realidad marginada de la so­ciedad británica se imaginó la grandeza en la pe­riferia. La redención del Pueblo Elegido, la lle­gada del Mahdi con una mujer que compartiría

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Los Cuadernos de Viaje

Georg Emmanuel Opiz.-El Emir Bechir JI, el gran enemigo de Lady Hester Stanhope en Líbano, rinde homenaje a lbrahim Pacha, Comandante en Jefe del Ejército expedicionario egipcio, en San Juan de Acre, en diciembre de 1831.

su misión, calmaban las ansias de profecías de Lady Hester en su carrera imparable hacia el drama. En 1817 se fue a vivir a Djoun, cerca de Sidón, en el corazón de la tierra de los drusos. Su casa supuso un lugar de refugio para quienes se hallaban desprotegidos en el que permanecía aislada, rodeada de servidores y esclavos, ejer­ciendo o creyendo que ejercía el poder en tan estrecho círculo, como una especie de Sultana, con la idea de servir a la política británica y de constituir un enlace entre Oriente y Occidente. A lo mejor Lady Hester no pudo darse cuenta todavía del volcán que por entonces y sin que parezca extinguirse se estaba activando en Siria, Líbano y Palestina, con Rusia, Francia y Gran Bretaña defendiendo sus clientelas respectivas -griegos ortodoxos, maronitas y católicos, dru­sos-, frente a los egipcios de Ibrahim Pacha. Porejemplo, Richard W ood fue enviado desdeConstantinopla a Beirut para soliviantar a losdrusos. Su amistad le valió después; como Cón­sul en Damasco contribuyó al éxito de la expe­dición a Beirut de austríacos y británicos paragarantizar el abandono egipcio de Siria.

Unos veinte años después serían los drusos quienes se dedicaran a matar maronitas y así su­cesivamente hasta hoy, configurándose la trage­dia libanesa como algo tan antiguo y tan fuerte que no merecería entresacarse del triste espec­táculo una grotesca figura individual. Sin em­bargo en Lady Hester se pueden identificar los méritos que aunque dudosos surjen a veces de la excentricidad entendida como protesta, por muy prerrevolucionaria y muy poco elaborada que ésta sea, del chillido que sólo puede lanzar una mujer liberada de aquel tiempo y sin saber­lo, interesante en definitiva y condenada al fra-

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caso pero no a la mediocridad de las otras, de quienes nada sabemos en absoluto. El resto de los viajeros notables disfrutó de la aventura y volvió a casa, y a los viajeros que no volvieron el viaje les hizo célebres. Lady Hester ni regresó ni acabó bien, diferencias de las que cabría dedu­cir, por ese descenso asumido hacia el final la­mentable y abandonado -tan distinto del Byron, tan poco épico-, una expresión de sinceridad suprema o una infinita muestra de cariño hacia el particular Oriente que hizo suyo, incorporan­do como mártir del orientalismo todas las defor­maciones en la visión de las cosas.

Realmente no ganó nada persistiendo hasta el término del viaje en el laberinto de una vida atormentada y de un país en guerra. La sobrina de Pitt, la amiga de John Moore, según cuentan sus propios amigos viajó las últimas jornadas más estrafalaria y más endeudada que nunca, medio ciega, fumando y tosiendo constante­mente, víctima de la grandeza perdida, hipocon­dríaca, dramáticamente sola, etc. No se daba cuenta de que los criados la robaban, ni de que por los techos se filtraba la lluvia y estaban hun­diéndose. Poco después de morir la casa fue desvalijada. El entierro de quien se creyó la Rei­na de Palmira fue presidido por el Cónsul britá­nico en Beirut, con el servicio religioso de un misionero norteamericano, W. M. Thompson. Esto fue el 23 de junio de 1839. Al día siguiente el Cónsul y el misionero examinaron los bienes que quedaban en la vivienda de Lady Hester Stanhope en Djoun. Nada. Las treinta y cinco habitaciones guardaban basura, ningún objeto de valor. Los caballos, muy viejos, fue- �ron vendidos, entregándose el dinero a ·�las dos mujeres que la amortajaron. �


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