Date post: | 05-Oct-2015 |
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PECCATA MINUTA Cuentos para los amigos por mi cumpleaos
8 DE MARZO DE 2015
Regalo de cumpleaos 8/3/2015
pg. 1
ndice:
1.- De la peregrina historia de Eliseo Aguayo pg. 2
2.- El regicidio de Fernando II pg 51
3.- Pecatta Minuta pg 61
Fin pg 73
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pg. 2
De la peregrina historia de Eliseo
Aguayo
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pg. 3
1.
el traqueteo del vagn leo de hurtadillas el peridico de
ese seor desaliado de enfrente. El seor con una mancha
en la camisa.
Hace aos ese tipo podra haber sido yo. Ahora la higiene
que me he impuesto lo impide, pues ya no leo el peridico
de papel y no pago a sus accionistas ni un chavo.
Avanza el gusano metlico por esta entraa ferrocarrilera
de la ciudad. Tras de los cristales todo lo que se ve son
pasadizos lgubres de una ciudad fantasma y
abandonada, de una de las ciudades selladas del
intramundo donde viven las sombras del pasado. Se dice
que la verdadera ciudad, la que fund tras el diluvio el
propio Tbal, el nieto de Noe, cuya rtula encontr un sabio
por encargo de Felipe II, est ah abajo, en los subsuelos de
la de arriba. Las ratas nos vern pasar como una lucirnaga
feroz y llena de ojos, como un topo enloquecido que
camina a ninguna parte. Como un deplorable ejemplo de
detritus civilizatorio abocado a un sonoro fracaso. Como un
fardo de futura comida.
El seor de enfrente, el de la mancha en la camisa, pelo
largo y gafas redondas, lee el nico peridico de papel a la
vista. Ahora la gente usa ms las tabletas, donde el usuario -
que as nos llaman los carteles admonitorios a quienes
compartimos el trance del viaje circular a ninguna parte-
puede distraer la impaciencia. A hurtadillas, de reojo, leo las
tapas del peridico superviviente. Una esquela. Otra. Otra.
Este Adn se distrae con los obituarios y los anuncios de
venta de cachivaches. Si miro en torno a m, cuntos de
En
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estos resignados viajeros que me circundan no estarn
concernidos por tales necrolgicas; cuntos muertos sin
saberlo siquiera; cuntos ms murindose ahora mismo?
Por extrao que parezca, los muertos siguen teniendo
presencia fsica y tangible por los aos y los siglos y pueden
pasar perfectamente por vivos sin que nadie lo note,
haciendo exactamente la misma rutina que los vivos, a no
ser que hiedan, como este otro que se ha puesto enfrente y
ha hecho salir disparados a los dos muchachos que se
besuqueaban. Todo lo cual nos demuestra la frgil y sutil
frontera que vida y muerte comparten.
A dnde lleva este viaje, acarreados como borregos,
dciles y sumisos, ensimismados en los afanes de cada cual,
vigilndonos unos a otros por si nos roban la cartera o los
preciados smart, o expectantes ante el prximo WhatsApp
con el que alguien conocido, para matar el tiempo, nos
informa de cualquier sandez que pasar por ocurrencia,
ingeniosidad o cotilleo puro y duro?
Me distraigo con un grupo de msicos ambulantes que
acta en el vagn. Hasta los msicos ambulantes no son lo
que eran. Estos traen un carrito en el que han embridado un
amplificador conectado a un telfono mvil, de donde sale
la msica que los msicos interpretan. Tambin se las han
ingeniado para colocar con cinta aislante un vasito de
papel, de esos de tomar caf, donde se supone que se han
de depositar las colaboraciones. El pblico se distingue
entre los que no les hacen ni caso y los que siguen el ritmo
aburridamente con la punta del pie. La unanimidad es
alarmante: nadie saca unas monedas.
Ese seor gordo y arrugado que est en aquel rincn, por
ejemplo, con ese color perlado, ya casi gris, mirando las
piernas de aquella chica desenfadada, no sabe que est
muerto y arrastra sus afanes de forma innecesaria y fatal.
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Piensa que llegar tarde a la cita sin saber que ya nadie le
espera desde hace ms de tres aos.
La vida est hecha de muerte y la muerte de vida, y
muchos otros muertos que se saben tales tampoco asumen
que an colean, y por eso guardan una quietud
exagerada, como pasmarotes, sin saber si despedirse o
llamar a la puerta. En todo caso, siempre engorrosos.
La vida y la muerte se persiguen, se necesitan y se repelen,
como el aceite y el vinagre, indispensables ambos para
hacer una buena vinagreta, con su cebolla y todo, como
Dios manda.
Vagn, vagar, divagar, divergir, digresin Llegada a
nuestro destino.
Ahora los consabidos empujones para salir. Como est
lloviendo a cntaros en la calle, llegar es tan fastidioso
como no hacerlo y en cuanto se abran las puertas del
convoy, recibiremos el bofetn de fro y olor dulzn de la
humedad. Chirran los frenos, se zarandea el ciempis, frena
suavemente la barcarola. Parada. Acumulacin ansiosa de
usuarios que pujamos por salir. Miradas de reojo. Clculos.
Ya se abren las portezuelas de esta represa y el rebao se
abalanza hacia otros vomitorios que nos conducen a no
lugares, a lugares virtuales donde nos afamamos en tareas
intiles y degradadas. Todo el mundo tiene prisa aunque no
vayamos a ningn lugar. Todos estamos caminando deprisa
hacia ningn sitio. Ni siquiera podemos decir que nuestras
vidas son los ros que van a dar a la mar, por buena
metfora que sea. Tal vez acabemos no dando en sitio
alguno.
Otro asalto ms en los pasillos. Unas chicas jvenes se lanzan
a los viajeros con toda la simpata de que son capaces para
pedirles un minuto de su vida para hacerles unas
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preguntitas. Las sorteo como puedo. No me interesa
comprar ninguna tarjeta de mvil, ni conocer la ltima
oferta de crditos prt porter.
La ciudad, las ciudades, tambin estn sonoramente
muertas, como un gran carnero de cachivaches
arrumbados. Slo falta la perspectiva para verlo. Ya ni
siquiera podemos disimularlo. Si no merodean los carroeros
es porque la contaminacin no les deja oler tanto desastre,
o porque tambin los hemos extinguido.
Paso por el recodo de la calle de siempre. Por aqu sola
ponerse Eliseo con su taburete.
Qu fue de Eliseo, el muerto de los muertos?
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2.-
Eliseo Aguayo empez a amoscarse
por su final, era un desorientado ms,
pero ahora debe estar acostumbrado
al duermevela de vivir sin vivir o de haber muerto sin haberlo
hecho del todo. Yo le espiaba por la ventana todos los das
aunque, claro, ya no es como antes.
Comenz a despertar un da como de un sueo sin pausa y
largusimo.
Todo empez por la parte auditiva de su corporeidad,
oyendo a su alrededor rumores y murmullos que no poda
descifrar.
Como nada vea ni poda moverse, su desconcierto fue
tormentoso e intuy su deceso. La jodimos, sinti, ya soy una
sombra entre las sombras.
Que no moviera ni un msculo, por otra parte, haca temer
lo peor a los mdicos de la UCI, todos ellos, dicho sea de
paso, demasiado jvenes y sometidos a la fatalidad, como
corresponde a un hospital pblico a medio desmantelar
para montar un negocio privado mercando con el miedo y
la salud del personal. Movan la cabeza con un poco de
fastidio y ponan mala cara. No daban dos duros por l.
A los das de todo ello, fue el ambiente el que, como si no
quisiera respetar el umbral fronterizo que existe entre el
exterior y la propia entraa de uno, le invadi: senta ahora
fro, calor, humedad, sequedad, angustia Sensaciones
rarsimas si se acompaan de una especie de rigidez
grantica, de un derrumbe de las fronteras que nos
determinan, de un desconcierto y revoltijo por concretar
Cuando
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dnde est lo de arriba y lo de debajo de uno mismo, de
una falta de nocin de dnde acababa uno y empezaba
el mundo, si es que uno y otro seguan existiendo, o al
menos existiendo como siempre los conoci, que se dice
que los muertos son cristalinos y traspasan los espacios fsicos
y mentales por compactos que aquellos sean.
Das despus, y surgiendo de la tiniebla, entreabri los ojos
pesadamente y comenz a ver penumbras y bultos
brumosos en ese pilago de luz tan dolorosa que hiere la
vista cuando pasamos de la oscuridad a la luz o cuando
nos estampan un bofetn en plena vista.
No quera ver, pero no poda evitarlo. Ni respirar, pero era un
fuelle esforzado que no responda a sus deseos.
Ni mearse, pero su vejiga no entendi la orden a tiempo.
Parece, se dijo algo fastidiado, que an estamos an ante
la recta final y no detrs de ella.
Cuando uno que se sospecha muerto empieza a dudar de
su propia fatalidad, abre la perta al purgatorio de la
incertidumbre, temiendo la desventura de vivir o de no vivir
ya, a cual peor noticia. Y como el cuerpo segua sin darle
seales definitivas, ese estar al filo del lmite que en definitiva
somos todos y siempre, se volvi una tortura de doble cara
para el desgraciado, cada vez ms amoscado por su
incomprensible situacin.
Pero el tiempo, sin duda una forma ms -y muy caprichosa
por cierto- del espacio, lo acaba poniendo todo en su sitio
por la obstinacin de la costumbre; y el hecho de escuchar
la radio a todo trapo todas las maanas siguientes, le
confirm al bueno de Eliseo que an no la haba espichado
y que, aunque encallado como una desnortada ballena,
segua vivo y coleando, muy probablemente en un hospital
al lado de un paciente impaciente de noticias, o al menos
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de ruido. Tal vez aqul vecino de cama s estaba
verdaderamente muerto en sentido metafrico y abocado
al ruido y la hojarasca, a la espera de un entierro digno,
definitivo y sobre todo merecido.
Por un tiempo ms an, vivi Eliseo la confusin de
encontrarse en un cuerpo que no reconoca y no responda
tampoco a su voluntad y cuyas extensiones, fueran las que
fueren, no senta como propias ni atisbaba a definir.
Y para colmo, nadie le explicaba nada y como no tena
tampoco parientes, nadie se interesaba por l salvo un
servidor desde que me hice confidente de la polica, y las
enfermeras que le martirizaban de vez en cuando con sus
curas, lavatorios y otros cuidados rutinarios.
All tendido sobre una cama de hierro, lleno de tubos que le
entraban y salan por la nariz, por la boca, por quin sabe
cuntos sitios ms, era la prueba evidente de lo poca cosa
que somos, vivos, muertos o en trnsito acelerado.
Con todos esos cables que le conectaban a cachivaches
incomprensibles, con ese ridculo mandil que le dejaba el
culo al aire y con el sentimiento de que iba a romperse por
cualquiera de las muchas costuras con las que le haban
zurcido, Eliseo Aguayo era una presa de la ciencia desde
haca dos meses y, por si fuera poco, no se acordaba para
nada de cmo haba dado en aquel lugar, de qu le haba
pasado o de cmo se llamaba.
Mientras tanto esperaba, como espera todo recluso
aparcado en un hospital, segn le reclamaba el cuerpo, el
momento de comer por la sonda que le conectaba por un
lado, o de desechar lo que sus tripas repelan, con la sonda
que le evacuaba por el otro.
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Al fin y al cabo en esto consiste el tracto de la vida:
comernos el mundo por un orificio voraz y defecarlo por el
otro hasta que nos disolvemos en el abono vegetal para
acabar siendo comidos por otro comensal ms hambriento
o urgido que nosotros mismos.
Porque, queridos, este mundo sobre cualquier otro color con
que queramos pintarlo, es una pura mierda: humus de
defecaciones sucesivas, columnas ftidas de metano
expelido por miles de culos, poros y orificios caprichosos,
capas de mierda y despojos convertida en estratos que dan
testimonio del sucederse de deposiciones, unas fecundas y
otras rotundamente desgraciadas, sobre cuyos restos, antes
de hacerse piedra o disolverse en el agua, bracean otros
seres vivos rebozndose en la mierda constitutiva de la vida.
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3.-
Eliseo Aguayo, antes del sncope que le llev al sanatorio,
todo le haba salido torcido, desde la nariz a la propia vida,
aunque l en el hospital, un andrajo conectado al
cableado de un mquina llena de luces y sujeta a los
rigores de los recortes presupuestarios, no tena memoria de
s mismo.
Lo conoc poco antes en la calle Mayor, subido sobre un
taburete. Inclume, impvido e inamovible como un estilita
griego. Horas y horas con ese disfraz de hombre de hojalata,
portando un hacha en la mano derecha y con un embudo
ladeado tontamente en la cabeza. Miraba desde su
atalaya con sus ojos apagados, con esa sonrisa invertida de
pierrot triste y con el brazo tullido que le acompaaba
desde que cay de la bici cuando era nio.
Yo le miraba de reojo cada da a mi vuelta del trabajo.
Siempre estaba all, en la misma postura. Con el mismo
cansancio acumulado. Como si no hubiera movido una
pestaa en todo el da. Erguido como una aguja de roca al
final de un barranco desgastado. Viendo pasar el mundo
con sus ojos abatidos y fijos en el vaco del horizonte. Inmvil
incluso cuando el perrito aquel le me la latita de donativos.
Puetero chucho incvico.
Reconozco que lo espi varios das. Lo espi porque me
inquietaba. Era como una paradoja de la locura de esta
ciudad cruel. Un hombre disfrazado de estatua de hojalata
pidiendo unas monedas en una ciudad que se empezaba a
herrumbrar y que se iba agotando por el palpitar del
impulso egosta y destructivo de sus alocados habitantes,
cada cual a lo suyo, afanados en esfuerzos y ocupaciones
A
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sin ninguna finalidad ms all de seguir afanndose,
luchando como canes hambrientos todos contra todos, y
deglutiendo la ciudad y el propio futuro con turbadora
inconsciencia, urgentemente y sin el menor remordimiento.
Era el espantapjaros una provocacin de quietud y
desacato en mitad de una de las calles ms transitadas y
abrasadas de dinero contante y sonante. Un pobre diablo
que peda por compasin en un cartelito plagado de faltas
ortogrficas calculadas y a quien nadie haca el menor
caso.
En aquel noviembre, cuando ya era muy de noche y slo se
oa berrear a los borrachos, en lo peor del fro acumulado,
se bajaba de su sillita despacio, recoga las tristes monedas
de su bote, meta todo en su zurrn y caminaba calle arriba,
hasta perderse por la primera bocacalle, silencioso y fugaz,
hasta el siguiente da.
Si tena otra vida fuera de la de hombre de hojalata parado
en su ridculo taburete a la espera de monedas que no
llegaban nunca, queda a la discrecin del respetable. Yo
no lo s. Imagino que una muy triste: dormir lo posible,
malcalentarse de los fros de la jornada, mascullar algo para
disimular el hambre, aferrarse al sueo para evitar las
pesadillas de la noche, levantarse temprano para ser otra
vez el hombre de hojalata parado en mitad de la calle y
vuelta a empezar en el crculo vicioso de una vida de
costumbres y rutinas embrolladas como una madeja de
lana en la que, en medio del desbarajuste, ya no se
recuerda el principio ni el destino.
Sufri al menos tanto como el bueno del prncipe Sidarta
Gautama y tal vez contempl tanto o ms sufrimiento que
aquel desde su mirador de hojalata, pero sin tanta alharaca
espiritual y con mucha ms discrecin e indiferencia que el
santurrn.
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Qu no habr visto pasar ante su taburete?
Yo me senta incmodo al pasar a su lado.
Vindolo all en su sillita le imagin un pasado nefasto:
cuando era pequeo le gustara corretear por las calles
hasta quedar sin resuello. Persegua a los gatos. Saltaba con
las palomas. Jugaba con la pelota. Trasteaba con la
pandilla. Tal vez perda el tiempo en el colegio y peda la
merienda a su madre con glotona insistencia. O lea cuentos
de una vieja coleccin de su abuelo, soando con ser
Simbad, o el gato Cheshire que desaparece a placer, o el
hombre de hojalata que no tena corazn, o el soldadito de
plomo al que le faltaba una pierna, o el propio Merlin que
fascina con sus encantamientos Qu recuerdos de
entonces no le angustiaran aquellos en sus noches fras y
solitarias del presente.
Despus debi romperse la ilusin de su vida de nio y
comenz la mala suerte a golpearle y a hacerle a
trompicones el tipo raro que ahora era.
Tal vez su triste vida empez con la muerte de sus padres en
accidente nunca bien explicado. Y despus, como una
especie de efecto domin haciendo caer hileras de fichas,
se iran agolpando las desgracias: La separacin de su
hermano pequeo, adoptado por una familia de renombre.
La convivencia en ese centro de menores sin familia. La
sorpresiva adolescencia que le lleg temprana y
dolorosamente solitaria. La expulsin del centro cuando
cumpli diez y ocho aos y un da. La vida en la calle y la
intemperie. La necesidad de trabajar para vivir, buscando
cualquier trapicheo para salir adelante a falta de trabajo
decente. Los desengaos de amores y amigos. Conocer la
ntima maldad del corazn humano, el propio y el ajeno,
que para el caso tanto montan. Los tumbos de la vida. El
paso por la droga y por la crcel. Los golpes. La traicin. La
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desolacin. La generosidad y la grandeza, esquivas y
fugaces siempre, pero a veces de cara. El miedo royndole
los pies. Las pequeas rfagas de la caprichosa suerte. El
hambre mordisqueando su estmago. El dolor
retorcindolo. La incomprensin La hostilidad de una
ciudad que le prometa y le ofertaba todo y le permita y
regalaba nada.
SI hacemos caso a los vecinos ms informados, la seora
Angustias y Don Hilario, ambos una especie de memoria
circunstancial y anecdtica del barrio todo, apostados
perennemente donde suceden todas las cosas o tan bien
relacionados que completan los hechos inconexos con
informaciones siempre veraces y oportunas, el hombre de
hojalata vivi en una vieja fbrica cerrada a la que peg
una patada a la puerta y, con otros cuantos de iguales
malas pinta, acondicionaron el lugar como pudieron.
Aprendi con un par de colegas cargados de aos y
alcohol a mendigar. Primero como mendigo de a pe a la
puerta de una iglesia o con la retahla de mentiras bien
adornadas en el metro. Luego, cuando se puso de moda,
pas sucesivamente por malabarista de semforo,
vendedor de pauelitos y deuveds por los bares de mayor
bullicio o, ms tarde, por suvenir en la Plaza Mayor,
enfundado en un disfraz de goma-espuma y haciendo de
Bob Esponja o Patricio Estrella para dejarse fotografiar por
todo tipo de idiotas a la busca de la foto ms hortera de su
paso por la ciudad. Ms tarde, cuando una noche le
detuvieron por andar bebido armando escandalera y le
quitaron el disfraz, y de paso el reloj que haba robado a
una turista japonesa que gritaba como una comadreja
detrs de sus enormes gafas de cristales azules, se pas a su
ltima presencia, la de artista callejero inmvil, como estilita
de lata, menos arriesgado, ms irreconocible y discreto.
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Como su industria era parecer un ridculo mueco para
atraer la compasin de los paseantes o provocar su
admiracin, en ambos casos con la idea de que aquellos
dejaran unas monedas ridculas como bolo, fue
acomodando su compostura al papel impasible de su
personaje, identificndose con l, trabajndose en sus
entraas en perfeccionar su imperturbable papel de
cachivache dejado a su suerte y pudrindose por falta de
engrase.
Notaba cada da cmo se le iban secando y mineralizando
las entraas. Como su cuerpo se iba desprendiendo de su
carnalidad y volvindose metlico. Como su propio aliento
saba a xido y fro. Como se mimetizaba, en una especie
de metamorfosis lenta, en su propio personaje de latn
sufriente. Como el hacha criminal le sajaba un brazo, un
dedo, la punta de la nariz, el corazn dolorido.
Entonces pas de disfrazado a disfraz y trunc su
personalidad de infeliz por la de hombre de hojalata de
tomo y lomo. Tambin fue cambiando sus piezas de escay,
ms flexibles y cmodas, por verdaderos tramos de latn
cortante y sonante tan rgidos y fros como agujas. Ahora s
que pareca un verdadero espantapjaros de lata, hecho
de retales a medida que perda los miembros o los rganos
de carne y hueso. Y se hizo con un hacha tambin para
acabar de perfeccionar su atuendo.
Era un disfraz pesado y que ayudaba a asegurar la poca
movilidad que se requera del personaje. De hecho la
rigidez, aparentemente una fastidiosa carga, acab siendo
un gran aliado de sus largas jornadas de inmovilidad, pues
le permitan encontrar una postura plcida y anclada en la
que recostarse sobre s mismo, sin tener que cambiar de
postura.
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Se senta cmodo siendo el hombre de hojalata, pues nadie
poda reconocerlo y no necesitaba cruzar palabra con
nadie. Y si se concentraba, ensimismado como estaba en su
personaje, evitaba tener que preocuparse por cualquier
otra cosa, como los famosos lirios del campo que no se
afanan, ni hilan y se visten mejor que el propio Rey Salomn
y toda su corte de modistos y modelos, y le vena al instante
una sensacin de quietud, de silencio completo y de
abandono, e incluso dejaba de tener hambre y fro, todo lo
cual le convertan en un verdadero hesicante, aunque con
menos porte y ms modestia que toda la cohorte de monjes
eremitas enfrascados en sus abluciones espirituales y
disputas ruidosas y piadosamente ridculas.
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vez puede contarse de otras muchas formas la vida de
Eliseo Aguayo antes de caer en manos de los mdicos
componedorres. Al fin y al cabo uno no es nada de nada, o
es muchas cosas a la vez, no demasiado lineales, y su
verdad o mentira propias dependen en ltimo trmino del
color del cristal con que se mira, que deca el poema que
incansable recitaba mi padre. Uno es lo bueno, lo malo, la
mezcla, un error de interpretacin, una manipulacin
parcial, un molde que lo encajona por mucho esfuerzo que
haga por romperlo, una imagen falsa que se ha fraguado
en la propia mente como una verdad inalterable y hasta
que se rompe como un vaso de cristal Tal vez eso sea lo
que dicen los filsofos cuando nos atribuyen una cierta
trascendencia ufana: capacidad de ir ms all del lmite,
mera insumisin, azar, desacato a todo clculo, pulsiones,
pasiones, fragilidad, puro regalo e incertidumbre abierta a
la sorpresa.
Visto as, Eliseo tuvo suerte desde su propio nacimiento y
sorte los infortunios con apreciable optimismo y un cierto
goce de la propia existencia. Naci tullido, porque a su
madre la tuvieron que sacar al pequeo con uno de esos
artilugios obsttricos de fro metal con los que se engancha
la cabeza del feto que se niega a salir por las buenas de su
claustro. Con las palas de esa especie de mordaza
descorchadora agarrndolo de las orejas, le sacaron fuera,
como la profesora sacaba a los nios ms traviesos al pasillo
agarrndolos de las patillas.
Tal
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La mala suerte quiso que al pequeo Eliseo le agarraran mal
y lo sacaron retorcido, y se le dobl la nariz por ello y, tal vez
pinzado en algn lugar sensible de su columna, se le tull un
brazo, que qued rgido e irreparable.
Con todo, Eliseo fue un beb risueo y plcido que degluta
con ansia su bibern y miraba las luces y las sombras de su
alrededor con pasin y curiosidad.
Luego se mostr un nio ms o menos alegre, travieso,
bullicioso, como casi todos los nios del mundo, y tuvo el
cario que su compungida madre le supo dar en sus
incertidumbres y remordimientos, que tampoco las madres
vienen enseadas a cuidar a esos pequeos barullos que un
buen da aparecen y empiezan a reclamar atenciones
inimaginables y cuidados desmedidos.
Tena un hermanillo pequeo, muy salado y bullicioso, y fue
al colegio como todos los nios, con sus zapatitos negros y
sus pantalones cortos y su cartern de cuero donde llevaba
unos lpices y una pizarrita y unos pizarrines y la cartilla. Y
llevaba su bocadillo envuelto en papel de estraza que ola
todo a gloria cuando abra la cartera. Y corra por el patio
alocadamente con los otros tunantes. Y volva con los
zapatos rotos o los pantalones agujereados, y las rodillas
sucias y los calcetines llenos de polvo.
Luego ocurri todo muy confusamente. Sus padres, parece,
cayeron por un terrapln en un viaje loco que hicieron en
un viejo coche por unas montaas del Norte, y all debieron
quedar diseminados entre las rocas y los restos metlicos del
vehculo. De pronto vino una hermana de su madre y se hizo
cargo de los pequeos por unos das en los que todo era
catico y los nios no saban siquiera qu pasaba. Despus
la hermana les dijo que sus paps haban muerto y el
mundo cambi de cara, sin asideros, para los pequeos.
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A los pocos meses, un buen da, nunca record bien las
circunstancias, lleg una ta lejana con olor a perfume y una
larga cadena de perlas y un peinado lacio y solemne y
separ a los nios. Al pequeo lo llev consigo a otra
ciudad y poco a poco fue desapareciendo de su vida
hasta convertirse en un recuerdo tenue, como una neblina
que acab desapareciendo. La hermana de su madre
emigr a otro pas. No haba nadie ms. A l lo dejaron en
un internado de la propia ciudad. All haba otros muchos
nios. Se acostumbr al nuevo sitio y pas de la tristeza a la
rutina y de aquella a la camaradera con los iguales y a
saborear los momentos de alegra y de diversin que son
comunes a la muchachada. Una vez al ao reciba postales
de su ta desde una ciudad nevada y llena de abetos con
carteles escritos en alemn, hasta que dej de recibirlas.
Aprendi, mal que bien, las cuatro reglas y cuando le lleg
la edad adulta, lo metieron sus benefactores de aprendiz
fresador, con un seor que realizaba trabajos para la
industria del automvil, y que en sus ratos libres se dedicaba
a fresados ms artsticos, como hacer cuadros metlicos de
personajes ms o menos reconocibles, o de paisajes e
instrumentos musicales en miniatura metlica.
Pero con su mano tullida se vea venir que su progreso en el
oficio sera nfimo y frustrante. De modo de un buen da
cambi de idea y no volvi por el taller.
Busc otros afanes y se qued sin dinero rpidamente,
porque los quehaceres nunca acuden a la llamada de uno
y los trabajos abundan para quienes no los buscan. Como
no tena a quin acudir, junto con su inexperiencia de
recin adolescente, tuvo que marcharse de la pensin
donde viva con otros aprendices y no supo cmo virar de
rumbo y hasta durmi algunos das en la calle, donde
descubri un nuevo paisaje, asombroso y provocador.
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La calle no es la peor de las escuelas y all encontr tambin
solidaridad del crisol de mundos que viven en ella y se
entrecruzan y fecundan mutuamente. Un mundo poblado
por una plyade de personitas con sus propias historias y
tesoros, recuerdos y chanzas, desconciertos y sorpresas,
pobrezas y riquezas, encuentros y desencuentros,
supersticiones y bulos, verdades y mentiras, que si los
uniramos todos como con un cordn que los encauzara,
daran para toda una filosofa epicrea de tomo y lomo.
Dudo que en Salamanca se aprenda ms ni se saquen
mejores licenciados que en el propio espacio de la calle,
gora de la vida para quien quiera aprender sus lecciones.
Pero en la calle tambin ocurren las cosas que uno no
quiere, y por si fuera poco, las suelen rondar los policas
municipales, seres antipticos donde los haya y siempre
predispuestos a jorobar al paisanaje con su mana por el
orden callejero y arbitrario. Y los policas, en su paroxismo,
son poco amigos de los jvenes, sobre todo si hacen grupos
y se dedican a beber cerveza y mear las paredes , y los
espantan e incordian y provocan sin medida, de modo que
una de las ocupaciones constantes de Eliseo y tantos otros
era desplazarse, con la luz del sol, de plaza en plaza a
medida que los policas aparecan para despejar el asfalto.
Intim con algunos amigos de una plaza abierta y clara que
tena una estatua de un seor pasado de moda. Le
ensearon a vivir de las oportunidades que ofrece la vida
de sobresaltos. Jugaba con un gato y con un perrillo.
Paseaba y se asombraba del jolgorio de los pjaros de la
ciudad, esos desconocidos, sufridos, despreciados,
invisibilizados habitantes que nos alegran las maanas
primaverales con sus cantos y jugueteos, o nos estropean el
sombrero y hasta el propio pelo con sus cagaditas lquidas,
que dicen que trae suerte y en algn lugar tengo ledo que
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no slo nos descargan sus heces, sino que vienen envueltas,
siendo una misma cosa, con sus orines clidos.
Aprendi lo bueno y lo malo que da la calle, como el que
aprende lo bueno y lo malo que da una vida ms formal y
acomodada o el que aprende lo malo y rematadamente
malo que da el hacerse director de un banco o consumidor
empedernido.
Tuvo amigos, amores, decepciones y algn que otro
trompazo y, mal que bien, encontr el modo de sobrevivir.
De modo que su vida, que por fuera pudiera parecer dura y
poco recomendable, le fue tambin suave a su manera y
sus soledades no mayores de las de cualquier persona por
acompaada que se nos muestre.
Con menos soberbia que el gordo de Buda contempl el
dolor humano y todos los simplsimos misterios de la rueda
del Dharma, y con ms discrecin y menos mal humor que
un profeta bblico, ley los signos de los tiempos y se
acomod a la sazn de cada uno de ellos, saboreando los
afanes de cada da y sin hacer demasiado caso a los
necios.
Le gustaba leer y siempre que poda lea cualquier cosa que
cayera en sus manos, que sola ser poca cosa. Le gustaba
dibujar y tena siempre unos cartoncillos donde plasmaba
los rboles medio abatidos de la ciudad sombra, o los
edificios mirados desde perspectivas que los hacan parecer
gigantes amenazantes, o a los viejos que paseaban con las
palomas en su cabeza, o sentados en los bancos, los pocos
bancos que quedaban en la calle, ahora llenos de barreras
pensadas por la idioticia de la autoridad municipal para
que los mendigos no puedan dormir en ellos.
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Por un tiempo vivi en una okupa ecologista, donde tenan
un comedor social y actividades que le permitieron
comprender el mundo de modo diferente a la de su
aparente y apabullante mscara, rete t de toda la orden
franciscana y sus reglas y modo de vida. Aprendi a coser y
hacer punto, muy necesario para los fros inviernos, y a
cocinar platos exticos y por algn recndito misterio
tediosamente repetitivos entre las gentes que se dicen
alternativas, como son los falafeles bien mezclados con
hierbabuena y cilantro, los tofs, los saitanes con cebolla
caramelizada y unas pueteras ensaladas llenas de brotes y
germinados de sabor nada apetecible. Tambin aprendi
teatro, y reciclaje, y a hacer papel y compost, a poner un
tabique a plomada y hasta terapia Reiki y a mirarse el
ombligo con eso de la Gelstalt y otras modas, junto con
otras muchas cosas inverosmiles que no caben en este
papel.
Quera marcharse a vivir a una aldea donde otros tantos
como l apostaban por una comunidad viva con una vida
sencilla y justa. Pero hasta para estos sueos se necesitaba
claudicar a la hidra del dinero, al menos para comprar el
material con que construir ese palenque de vida cimarrona,
y por eso tuvo que ganarse unas perrillas como mejor y ms
rpido pudo: haciendo malabares en plazas concurridas o
chiflando con una flauta de pico con ms pasin que tino.
Despus se construy un disfraz amarillo con gomaespuma.
De Bob Esponja dijo, con el que paseaba por las calles ms
concurridas y se dejaba fotografiar con los turistas, seres
siempre bastante excntricos y llenos de ufana vanagloria,
que son capaces de soltar cuatro monedas por hacerse
una fotografa la mar de hortera con el nico propsito de
demostrar sus hazaas de viajes exclusivos a los idiotas
capaces de creerlas.
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Fue detenido un da, cuando estaba durmiendo, porque
una bandada de policas malcarados y embozados en
capuchas fantasmagricas invadi la okupa donde viva y
detuvo y apale, como marca el protocolo, a los once que
all estaban desprevenidos.
Cuando salieron del calabozo no quedaba piedra sobre
piedra del edificio. Ahora en vez de actividades culturales y
contacto humano, all estn poniendo de nuevo ladrillos
para unas viviendas que piensa vender un fondo de
inversin en el que tienen puestos sus ahorros varios
diputados de todos los partidos y de la nica ideologa
diputadil existente en el mundo entero.
Luego vino el cambio de personaje. Bob Esponja haba
agotado su yacimiento de monedas, pues ahora eran
muchos los que se dedicaban al mismo negocio y la
competencia por las migajas suele dar como resultado las
peleas, la rufiandad y el desastre de todos por saturacin de
la oferta y agotamiento del mercado. Y como en la propia
economa ortodoxa, una especie de capo mafioso hizo un
oligopolio del negocio y expuls bastardamente a la
competencia.
Se cambi entonces a espantapjaros de hojalata, porque
record un cuento ledo en su niez, donde un leador fue
perdiendo sus miembros por el corte el hacha encantada
que, en un sortilegio del hada mala, le iba cercenando
para impedir su amor por una tierna moza; amor tan radical
que el empeado leador cambiaba sus miembros sajados
por piezas de hojalata para seguir en pie, hasta quedar el
pobre convertido en un oxidado espantapjaros olvidado
de todos y arrumbado en mitad del campo vaco.
Espantapjaros triste y sin corazn. Todo ello muy en
consonancia con su estado de nimo del momento y con el
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gusto que le cogi a tener tiempo de introspeccin sin otra
preocupacin que la de respirar.
Luego vino el accidente, cuando le arroll aquel coche
despavorido y perdi por completo la memoria.
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5.-
ocurri lo del accidente de Eliseo
Aguayo yo acababa de perder el
trabajo.
Fue de una forma tonta lo de mi cese. Me refiero a que
sencillamente la cacata de secretaria del dueo de la
imprenta vino hasta la mquina donde yo estaba cortando
las resmas de papel y me dijo que Manolo, que es el
nombre del tipo que manda all, necesitaba hablar
conmigo antes del bocadillo.
El bocadillo en la imprenta es algo semi sagrado, una
especie de comunin de la grey all reunida. Tal vez una
conquista social. Cuando yo entr ya exista la mstica del
bocadillo. El momento de cese de toda actividad. El
momento de ruptura de todo el nivel de trabajo. La
confraternizacin que nos reuna una vez al da. Ya poda
estar pendiente cualquier encargo por urgente que fuera,
que llegado el momento del bocadillo, todo se paraba y
salamos al patio, cada cual desde su covacha, para comer
en comn el bocadillo y echar unas risas en comunin.
Cada uno el suyo. Hablbamos las trivialidades que son
menester en este rito tan repetitivo y luego volvamos a la
faena.
De modo que si me llamaban antes del bocadillo, supuse, la
urgencia del asunto era extrema y Manolo no quera que se
quedara la cosa a medias tintas.
Sub la escalerita que da a la oficina, un cuartucho
pequeo y todo lleno de papeles amontonados con una
Cuando
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cierta sensacin de desbarajuste. All estaba Manolo
haciendo tiempo.
Debo aclarar que Manolo, como todo jefe que se precie,
estaba especializado en hacer tiempo, en matar el tiempo,
como quien dice, para evitar el aburrimiento comn a los
jefes de no tener nada real que hacer la mayora de su
jornada. Si todo va sobre ruedas en la cadena de
produccin, en realidad un jefe tiene poco que hacer en
general y puede pasar desapercibido sin que nadie lo note.
Y esta mxima, pienso yo, sirve para un jefe de pequeo
negocio de medio pelo y hasta para todo un presidente de
estado, por poner un caso extremo. En realidad un jefe
hace falta en pocas ocasiones y aun as a menudo sobra o
es recomendable que delegue en alguien. Con todo ello su
capacidad de tomar decisiones se ve reducida en una
porcin considerable, pues la verdad es que la rutina
ordinaria de cualquier trabajo minimiza los casos en que se
requieren decisiones trascendentes, supuesta razn de ser
de los jefes y de su superioridad jerrquica sobre el resto de
los mortales. Ello adems, en buena lgica, debera
minimizar las posibilidades de pifiarla connatural a los jefes: si
tienen poco que hacer y hacen lo poco que tienen, o
incluso dejndolo sin hacer, las cosas pueden ir
razonablemente bien, o todo lo razonablemente bien que
pueden ir las cosas segn sea el negocio en s de que se
trate. Pero una extraa fatalidad nos dice que el diablo
cuando se aburre mata moscas con el rabo, lo que en este
caso se interpreta como que el jefe que se precie suele
cagarla a la mnima oportunidad que se presente y con
absoluto desprecio a su propia ignorancia, creciente sta
en proporcin al grado de poder que haya sido capaz de
acumular el individuo en s.
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Y Manolo era un jefe moderno y arquetpico, de esos que
aparentan un buen rollo pleno y mendigan el cario de sus
sbditos, pero por dentro estn hechos de la misma burricie
e incompetencia de los jefes de toda la vida, la punta de
lanza de la lite que nos ha de liderar segn cualquier
manual de buenos modos al uso y una de las explicaciones
de por qu aqu todo es un desastre.
En estas entr en el despacho y Manolo, educado como
era, me dio una palmada en el hombro.
Sintate hombre, que tenemos que hablar.
Yo, obediente y desprevenido, me sent y esper con ms
sorpresa que sospecha. El silencio debe ser incmodo
cuando uno tiene que improvisar una justificacin para
decirle a otro a la cara que le va a despedir. Manolo no
saba por dnde empezar y dio varios rodeos sobre un caso
y otro de esos que son primeras pginas de los peridicos.
Asombroso lo que pasa por ah. Siempre lo mismo. No s
cmo nos sigue sorprendiendo.
Manolo acababa de separarse, de modo que mi temor
mayor era que me usara para confidente, pao de
lgrimas, amigo del alma. En fin, esas cosas paliza que
hacen los hombres cuando sienten una cierta patada en el
culo de su ego. Pero no. De repente baj la voz, y comenz
la perorata. Las cosas van mal. No s si llegaremos a finales
de ao. Yo mismo estoy en el disparadero, en la cuerda
floja. De modo que hemos decidido prescindir de ti de
momento. Ntese, y esta es una caracterstica apreciable
de los jefes, que cuando van a hacer una cabronada
diluyen su decisin en un plural que no existe, como era este
caso, donde el hemos se refera al capullo de Manolo en
exclusiva, por mucho que ste pretendiera emboscarse en
otros hipotticos responsables del despido, pues no tena
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socios ni, ahora que su seora le haba dado el finiquito e l,
compaa en que escudarse.
Sigui Manolo con su rollo. Yo ya un tanto tenso y
calculando los siguientes golpes. Tal vez algn da me lo
agradezcas, porque no estamos seguros de poder
garantizar una indemnizacin a los dems. Esto lo hacemos
por ti tambin. Desde luego que me tienes para lo que
haga falta. Si quieres una carta de recomendacin tendrs
las mejores referencias de esta empresa. No podemos hacer
otra cosa. Ms me duele a m que a ti
A partir de ese momento mi cabeza empez a dar vueltas a
gran velocidad y por extrao que parezca, una especie de
frialdad se apoder de m, de forma que lo se atisbaba
como un drama se convirti, ms o menos, en una
comedia, dando pbulo al ego de Manolo para rerme a su
propia cara de su cinismo.
Por un momento sent pena de Manolo. Pareca que el
despedido era l, que as saben camuflar sus sentimientos y
fingir el papel que se requiera. Pero en seguida me recuper
y le v tal cual era.
Bueno Manolo, que va a llegar la hora del bocadillo y se te
va a indigestar. Dame los papeles y me largo. Gracias por
todo lo que has hecho por m. Ya me hago cargo. Te firmo
el finiquito a ti o hay que ir a otra parte? Ah te dejo el
bocadillo. Yo ya no lo necesito. Que te aproveche.
Elud el abrazo final, o mejor dicho, le dej con l iniciado.
En fin, el resto no merece la pena. Manolo se qued con la
boca abierta y seguramente pensando que era un
incomprendido, mientras yo bajaba a recoger mis cosas
para largarme.
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La cacata se haba encargado de difundir la noticia al
resto de la plantilla, al menos a los que de forma
confidencial y privada no haban sido informados das antes
por el bueno y lloroso de Manolo, todo un caso. Se vea en
sus caras. De modo que no sent especial necesidad de
despedirme de nadie en aquel trance.
Luego divagu por la calle dejndome llevar por mis
zapatos. Ellos guiaban el timn y yo me dejaba llevar
mecido por su capricho. La ciudad, cuando uno la pisa
despacio, no ruge tanto, por ms que los restantes
viandantes protesten por las constantes interrupciones de su
marcha que supone un caminante que pasea y no aspira a
llegar pronto a ningn lugar.
Por otra parte, las calles de lo que podemos llamar el centro
estn llenas de sorpresas. Por ejemplo, que en su cielo se
ven rapaces que lo sobrevuelan como era el caso de unos
buitres que planeaban en crculo, o que en algunas azoteas
hay rboles y otras invasiones de las plantas, emboscadas
para acabar de colonizar la ciudad entera cuando sta se
derrumbe del todo. O que los rboles de las aceras son el
puro maltrato de la ciudad y ms que ornato le dan
presagios negativos. O que algunas tiendas, puro
escndalo, venden zapatos por ms de doscientos o
trescientos euros, el sueldo de ms de un empobrecido por
la crisis, o que la ciudad pone en venta en innumerables
escaparates colocados con un tcnico mal gusto evidente
por unos seores que se llaman escaparatistas las cosas ms
absurdas y despreciables que cabe imaginar.
La ciudad para el despedido es una fuente de reclamos y
mentiras. Uno los descubre cuando los ve de lejos, cuando
se sabe en el rechazo o la intemperie y comienza a abjurar
de su inconsciencia pasada.
Pero el ruido ensordecedor todo lo cubre.
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De pronto me vi con sorpresa camino de vuelta a mi casa.
All estaba el hombre de hojalata. Quieto como siempre.
Esperando con su latita de monedas. Actuando en su
tancredismo escnico como si fuera un poltico al uso.
Me qued mirando sorprendido. En realidad no tena nada
mejor que hacer. El hombre de hojalata era ahora un reto,
una profeca que me preguntaba y ahora qu, de que vas
a vivir t.
La gente pasaba despistadamente de largo. En general la
gente siempre est de paso y no suele fijarse en nada, por
provocador que sea, si no viene convenientemente
anunciado en televisin o en las redes sociales, el nuevo
vanguardismo de los snobs urbanos.
Slo una chica se acerc a la lata. Era una chica que vesta
un tanto estrafalariamente, con ropa rada y algo sucia. Iba
medio tambalendose, como si hubiera bebido, y miraba
con inquietud a los lados, como si temiese algo. Se acerc a
la latita y all meti algo. No eran monedas. Pareca ms
bien un reloj, o una pulsera. Es la primera vez que vea al
hombre de hojalata bajar de su silla rpidamente y coger el
bolo de su feligresa.
Un autobs chirri de repente. Creo que perdi una rueda,
o la revent, o vaya usted a saber: Un coche que iba
demasiado deprisa vio cmo el autobs se le vena encima
y maniobr para evitar el choque y salt la acera, aullando
en sus ruidos con estridencia y comindose los bolardos
primero y la silla y el hombre de hojalata despus.
Se arremolin la gente. Lleg la ambulancia. Sacaron al
hombre de hojalata y a la conductora del coche de entre
los restos del choque.
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6.-
hombre de hojalata sigui por un tiempo arrumbado en el
hospital.
Mucho se habl de su caso entre los vecinos. Como yo
estaba en paro y me dedicaba a la vida de paseante y
solcito vecino, no perd oportunidad de meterme en los
corrillos de los mentideros vecinales, con sus bulos y sus
premoniciones. . Don Hilario traa noticias frescas y Angustias
no se quedaba atrs.
Como presenci el incidente del atropello y en el amasijo
del coche apareci droga ingeniosamente envuelta en
papel adhesivo de embalar y camuflada en un estuche de
los de guardar los tringulos de emergencia, tuve que ir a
declarar a la comisara y aprovech para hacerme
confidente del oficial encargado del atestado, un
empedernido consumidor de chupitos de orujo que,
necesariamente, le costeaba yo en sus das libres.
Por eso durante todo el tiempo que dur la estancia
hospitalaria de Aguayo, tuve informaciones de primera
mano sobre la evolucin del caso. El hombre de hojalata,
Eliseo Aguayo segn su documentacin, no recordaba
nada de su pasado, o tal vez lo finga, y los protocolos de la
polica son rgidos, abigarrados de faltas de ortografa e
insensibles a las minucias, y obligaba a la declaracin del
accidentado para avanzar o cerrar el caso, lo que impona
adems un puntual y minucioso conocimiento de la
evolucin de la cabeza del tipo. Al menos hasta que se
certifique definitivamente si va a perder la memoria para
siempre o la recuperar para cantar en el papeleo policial.
Segn el comisario, la droga perteneca con seguridad a la
El
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conductora del vehculo, conclusin sensata si se tiene en
cuenta que apareci en el portaequipajes trasero del
mismo; pero un informe policial debe concluirse, deca, con
todas las lneas cerradas y quiere la polica saber si el
accidente fue accidental, como quien dice, o un ajuste de
cuentas, pues el tal Eliseo estaba siendo observado por
policas disfrazados de personas, y dado que la conductora
no sobrevivi para contarlo, no quedaba ms remedio que
escuchar al espantapjaros y comprobar si canta. Segn la
investigacin policial Eliseo no tiene familia. El lugar de su
empadronamiento era una calle donde hubo un centro
social ocupado y ahora se construye un edificio
multifuncional y moderno. Las fichas policiales refieren que
fue detenido en la calle tal y cual en una intervencin
policial que tuvo lugar en una usurpacin de vivienda y sus
otros compaeros de hazaas, que podran haber dado
noticia del mismo, seran, igual y comprensiblemente,
ilocalizables o poco colaborativos.
Para mi propia suerte, la polica me hizo depositario de una
serie de dibujos que le pertenecan a Aguayo. Yo dije
conocerlo en el atestado y, a falta de mejor custodio, me
hicieron entrega de la carpeta hasta nueva orden. Tena mis
propias razones para esperar a devolvrselas.
Como supuesto conocido de referencia, me dedique a
visitar a Aguayo una vez por semana. Mi intriga fue
creciendo a medida que los progresos mdicos iban
incorporando ms rarezas al caso, como el hecho de haber
contado en sueos el desgraciado que pensaba plantar
una casa de madera en un lugar que me result familiar, en
el que fue el pueblo de mi madre, y en un paraje de aquel
que me despert de inmediato recuerdos difusos y tiernos
de la infancia, donde me vea con mi hermano y mi madre
merendando alrededor de un mantel de cuadros y un
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alboroto abrumador de cantares de pjaros y ptalos de los
frutales volando en torno a nosotros, todo lo cual me haca
sentir cierta curiosidad por el personaje de memoria
intermitente e incordiante.
Desde que empec a visitarle, Eliseo ha ido cambiado
mucho tanto fsica como emocionalmente.
Pas primero una etapa conectado a un montn de
cachivaches por medio de un cableado que le haca
semejarse a un aparato electrnico al que se le saca la
carcasa. Tubos de diferentes colores le entraban por la nariz
y por la boca. Otros le prendan de los brazos y las piernas.
Unos ms pequeos y amarillos le haban prendido de la
cabeza y hasta tena uno en el dedo gordo de un pie.
Despus de estabilizarle, cuando an pensaban que no
vivira para contarlo, empezaron a realizar las labores de
remiendo de Eliseo Aguayo y este, en su sueo casi
permanente, pareca responder agradecido a las diversas
muestras de inters que daban enfermeras y mdicos. Hasta
me dijeron que pareca percibir la presencia de otros y que
se notaba su cambio de humor al instante.
Luego vino el incordio del vecino de habitacin, una vez lo
bajaron a planta, que comparta su soledad y su angustia
con una radio a todo trapo y molestaba a Eliseo. En este
tiempo nos dejaron ya visitarlo. Hola amigo, te acuerdas
de m? Eliseo abra los ojos con gran sorpresa y dudaba.
Pero acab resignndose y agradeciendo la visita y, segn
decan los galenos, la esperaba inquieto.
Su pierna derecha era irrecuperable. Tuvieron que cortarla y
deshacerse de ella. An no estaba lo suficientemente fuerte
para evaluar el impacto de la noticia. Eliseo entr en una
especie de triste ensimismamiento que le dur mucho ms.
Por otra parte, a m me toc la parte dura de esta poda.
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Una pierna desgajada de su emplazamiento no puede ser
desechada sin ms, como si fuera un despojo insignificante.
En el pas que venera los jamones, las reliquias y a los
pcaros, desprenderse de un miembro desgajado e intil
requiere un trato diferenciado, tal vez para asegurarse de
que algn desaprensivo no la quiera hacer pasar por lo que
no es. Enterrar una pierna se convierte entonces en una
labor que tal vez pasa desapercibida para la frentica
actividad de una ciudad enloquecida, empeada en
destruirse a s misma en su fragor. Una farragosa normativa
impone una cierta pompa y obliga a su entierro o
desaparicin cadavrica. Existe hasta un reglamento
mortuorio que requiere cumplir un papeleo insufrible y tal
vez pensado para titanes. Afortunadamente, el hombre de
hojalata no estaba en condiciones para responsabilizarse
de todo el protocolo de entierro de su extremidad y no pas
por el calvario de explicaciones, relleno de papeles,
especialmente ilgico cuando, como es el caso, nada o
casi nada se conoce del dueo de la amputacin. Todo
ello se vuelve incomprensible, ilgico, tedioso, absurdo,
incluyendo el trato delicadamente cuidadoso que el
funcionario de las pompas fnebres dispensa al
desgraciado al que le corresponde cumplimentar los
trmites, en este caso mi persona por ese empeo de
protagonismo que me hizo fingirme nico amigo del pobre
desgraciado.
Pero las secuelas del atropello fueron ms graves. El cuerpo
de Eliseo nunca recuperara la movilidad y segn nos dijo un
extenso y jeroglfico dictamen mdico, es probable que
tampoco la memoria. En reemplazo de la amputada pierna
se baraj una pierna binica que, enseguida fue
desechada cuando comprendieron que el resto del cuerpo,
de la cadera para abajo, no responda a estmulos y
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probablemente no tendra nunca movilidad, ni el bueno de
Eliseo dineros con que sufragar el artilugio.
No merece la pena detallar otros fallos funcionales que
convirtieron a Eliseo, en boca del vecindario, en un futuro
vegetal al que cabra regar para que no se desecara del
todo, pues finalmente pareca que no iba a espicharla.
Cuando Eliseo ya estaba razonablemente reparado, se
mostraba receptivo y reconoca a algunas personas, y nos
muestra afecto e inquietud de muchas maneras, pero su
absoluta inmovilidad de cadera para abajo y su
desmemoria le tenan sumido en una especie de
resignacin o idioticia infantil que le hace vivir nicamente
el instante. Segn los mdicos, la lesin cerebral le haba
privado de una gran parte de las funciones cognitivas. Su
lenguaje era pobre y le costaba horrores hablar, aunque al
parecer esto debera ir poco a poco mejorando y tendra a
la larga arreglo. De hecho jugaba al ajedrez a la
perfeccin, cosa incomprensible e incompatible con el
augurio lesivo de los mdicos.
Cuando no estaba concentrado en el ajedrez,
principalmente responda a estmulos muy bsicos, de
afectos y desafectos, o respuestas primarias de fro, calor,
ira, alegra, tristeza y poco ms. Se fue convertido en un ser
emocional en grado superior, casi como un perrillo.
Los vecinos habamos acordado adoptarlo como un
empeo propio y un signo de que an no estbamos
perdidos para la causa humana. Lo cuidaramos como un
propsito compartido hasta que el cuerpo aguantara.
Casi al final de su convalecencia nos anunciaron que
deban operarle tambin el corazn. Deban sustituirle el
msculo fatigado por un cachivache trado ex profeso de
un pas que no recuerdo, donde los fabrican ms fiables y
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baratos que las propias vsceras que se usan en los
trasplantes.
Con el corazn de plstico, la pierna tranca, la otra
ortopdica, el brazo tullido, la nariz doblada, los ojos cada
vez ms vacos y estrbicos, su cuerpo desarbolado e
inmvil de cadera para abajo, sus recuerdos evaporados
en la niebla, una cierta estulticia y la previsible necesidad
de constantes reparaciones, el pobre de Eliseo Aguayo era
una especie de mecano, un vegetal, como haban dicho
los vecinos, que tendramos que apadrinar y regar para que
no acabara de agostarse.
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7.-
el da el da del alta hospitalaria a Eliseo Aguayo.
Como los recortes crecientes de la sanidad no le
permitieron acceder a la ortopedia recomendable, las
famosas piernas mioelctricas que son el ltimo grito en el
mercado del cojeo, o al menos las bioelctricas, en ambos
casos hbilmente contorneadas y reactivas, como indica
cualquier catlogo que se precie, para mejorar la
plasticidad, movilidad y esttica adecuadas del patitranco;
o, para economas ms limitadas, las piernas mecnicas y
articuladas, que en todos los casos pueden ser adquiridas
en diversidad de materiales ms o menos nobles, desde la
fibra de carbono o la de vidrio, pasando por diversidad de
siliconas y metales ligeros o aligerados, cauchos, polmeros,
resinas, as como otros inverosmiles nombres y
composiciones igualmente sorprendentes; tuvo que
resignarse a la tradicional y funcional pierna de palo de
avellano, inalterable al cambio de temperatura, en este
caso sujeta con correajes y mordiscos de los de toda la
vida, con su suficiente austeridad y simpleza de una pierna
que no tena excesiva funcin andariega, dado el estado
general de inmovilidad del paciente.
Tambin consigui, a cargo del erario pblico, una silla
mecnica de traccin manual por medio de acompaante
(deca el catlogo de montaje y uso), pero no un scotter
mecnico o una silla elctrica, de las que tambin hay un
amplio y escandalosamente variado catlogo, con las que
el desgraciado pueda mantener una cierta autonoma.
Lleg
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Entre los vecinos iniciamos una cuestacin para poder
hacernos con una de esas sillas con palanquitas y altavoz,
como la del cientfico cabezn ese que sale en la tele y
habla de nueces y polvo de estrellas. Nos pareca todo un
gesto el hacer algo por alguien y la idea de iniciar una
accin solidaria, como si furamos cantantes en promocin,
nos result idnea, excitante y todo un estmulo para
romper la monotona ciudadanesca en la que nos
encontrbamos sumidos y sumisos.
Pero no llegamos muy lejos en nuestras buenas intenciones
y, salvo unas pocas, en realidad muy pocas, perras de los
promotores de la iniciativa, la realidad es que no tuvimos
para llevar adelante nuestro propsito.
Con la mejor de las intenciones intentamos tambin un
maratn, muy de moda por entonces, por esta buena
causa. Los ms insospechados promotores nos prestaron su
desinteresada colaboracin: Coca-Cola o Pepsi Cola, no
recuerdo bien, o tal vez ambas, pona un arcn con sus
productos de forma gratuita, aunque inasumible para
nosotros porque haba que poner una fianza y pagar unos
pequeos gastos de portes; otra empresa de otra bebida
famosa haca lo propio. Una tercera nos dejaba a inmdico
precio todo un sistema de sonido para el caso y una cuarta
dejaba a precio de verdadero escndalo de saldo las
camisetas y los petos de los participantes del evento. Hasta
un grupo de cine universitario se prestaba a realizarnos la
publicidad y gestin de la imagen con una serie de
pequeas comisiones incomprensibles por tramos y por
impactos en medios, o algo as, no logr enterarme del
asunto.
Hicimos nuestras cuentas y tanta gratuidad no nos valdra
menos de cinco mil euros de velln, sin contar con el gasto
telefnico de tanto trajn, que corra por nuestra cuenta y el
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tiempo y fotocopias empleados para las gestiones diversas.
La gratuidad al parecer tampoco es tan poco lucrativa
como a primera vista parece y yo me apostara a que ms
de uno encuentra la manera de hacer negocio con las
bellas palabras y los simplsimos sentimientos pro bono de la
gente corriente, que hay que joderse con la malfica y
pestilente tinta de calamar del idolatrado mercado y sus
escenarios de oportunidad en poca de crisis.
El caso es que, entre unas y otras cosas, no conseguimos
cuadrar el maratn y acabamos, como tantos otros,
acudiendo a Caritas para que las seoras del ropero
proveyeran de lo mnimo al desgraciado y, ahora que la
banca haba dado a Caritas y Cruz Roja un paquete de sus
viviendas vacas gracias a los desahucios practicados a
otros infelices, para pedir las recomendaciones del curato
parroquial a fin de que una de esas viviendas, fruto del
latrocinio bancario y posterior cesin expiatoria a la Iglesia
que lava los pecados, recayera sobre el desgraciado,
pobre entre los pobres, con quien practicar todo tipo de
piedades, caridades y virtudes y a quien poder luego sacar
fotografiado en una memoria del banco y vaya usted a
saber qu otras ideas para cosificar su valor de persona y
hacerlo dinero, pues pecunia non olet, como dijo ese
emperador que gan tanta pasta con la corrupcin y la
mierda en la antigua Roma.
Se da el caso de que el detritus civilizatorio en el que nos
vamos sumergiendo, del que la mal llamada crisis actual no
es sino un prolegmeno, un estertor muy inicial, una
contraccin ruda pero an arrtmica y liminal, no slo est
produciendo en cortocircuito del curso de la vidas de la
gente, ni tampoco provocando diversas miserias, dolores y
males, sino que adems es la semilla del propio derrumbe
por colapso de lo conocido y, de su mano, el motor de la
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acentuada insolidaridad de los poderosos, cada vez ms
vidos de ventajismo y ms cabrones, slvese quien pueda,
que acabarn imponiendo su santa voluntad por la fuerza.
Y, por si fuera poco, la mquina con la que se va
fabricando y engrosando el tremendo stock de los
desechados, cada vez ms y ms insondables. Y junto a
todo ello, la reaparicin de toda una plyade de
especialidades y aplicaciones cataplsmicas hacia los
cados en desgracia y sus innumerables pobrezas, como
ocurri en otras situaciones histricas similares, con el
consiguiente florecimiento de una especie de negocio
soterrado de la solidaridad oportunista, bienintencionada o
paliativa: grandes instituciones que acaparan un ingente
caudal de recursos para realizar titnicas labores de micro
ayuda y compasin de baja intensidad que, sin embargo,
dan con una mano lo que se quita con la otra, dejan
complacientes a unos pocos, justifica a otros ms que no
miran en su raz los problemas que nos aquejan y se
conforman con cerrar los ojos al desastre, y, en suma no
generan rupturas, ni siquiera fisuras, a un orden de despojo
que nos mete cada vez ms en la espiral del desastre
civilizatorio en que andamos sumidos.
Tras de todo nuestro esfuerzo, result el bueno de Eliseo
provisto de silla de ruedas, pata de palo, casa compartida
con otros cuatro pobres ms, ropa decente y comida
puntual gracias a las Caritas, ltimo baluarte de los que han
pasado por todos los dems y ya han sido muy apaleados
por la vida, y un turno rotatorio de vecinos voluntarios para
tirar del carro una vez al da cada uno y llevar al hombre de
hojalata, nombre con el que nos referamos a l antes de su
metamorfosis, al parque a pasear.
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8.-
primer paseo con Elieso Aguayo en su silla de ruedas fue
para m toda una sorpresa y no s an bien cmo referirme
a todo ello.
Acudimos a un pequeo y recogido parque que, al
parecer, le gustaba mucho. El mismo estaba rodeado de
una verja de metal y ladrillo visto de inicios del siglo XX, que
cercaba y salvaba el parque del resto de la ciudad y
creaba una especie de espacio ajeno a su vorgine. Un
pequeo claro de bosque en medio de la locura de asfalto,
zanjas callejeras, altos edificios de acero y cristal y
escaparates agresivos con sus reclamos de consumo y
oropel.
La sombra y el frescor de los rboles del parque eran toda
una barrera y un remanso de calma, fragancia y frescor,
porque a diferencia de las calles de una ciudad, los
parques, por poca cosa que sean, huelen a tierra hmeda y
al dulzn y acre sahumerio de las plantas y la tierra.
Haba en el parque una pequea fuente de piedra que
soltaba un chorrillo cadencioso por un pitorro y que
marcaba la pauta relajante del ruido del agua cayendo
sobre su cisterna. Tambin unos tristes bancos de madera no
muy cuidada y unos alcorques de los que salan varas de
rosales y otras plantas similares. Y tambin un barrendero de
mentira. Quiero decir, una estatua de esas que con
discutible gusto han situado por toda la ciudad para mayor
ornato de los concejales de cultura que las encargan de
catlogo y sin tener la menor idea del arte y, si se nos apura,
tampoco del ornato o del buen gusto. En este caso era un
barrendero con gorra de plato y un escobn que simulaba
Mi
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recoger las hojas cadas. Un par de ardillas correteaban por
entre dos altos fresnos que sobresalan del resto de arbolado
y que parecan muy antiguos.
Con todo ello, el pequeo parque daba la impresin de un
lugar anacrnicamente perdido en medio de la ciudad, un
espacio para perder adrede el tiempo quienes no tenamos
tiempo que ganar en el frentico quehacer de la ciudad.
Enseguida que nos instalamos en un rincn del parque, junto
a la pequea fuente, las palomas se vinieron a los pies de
Eliseo. Algunas ms atrevidas se suban en la silla o en su
mano tullida y all jugueteaban.
Ni que decir tiene que Eliseo se las haba apaado para
llevar una bolsita con pan duro, que esparca ante la
voracidad de los pjaros. Cuando estos se suban en su silla
de ruedas, la cara de Eliseo cambiaba por completo y se
volva ms expresiva, ms brillante y concentrada.
Yo me senta un poco desplazado de aquel espectculo y
no las tena todas conmigo, pues me horrorizaba que las
palomas se me subieran encima, pero era hermoso ver a
Eliseo convertido en una especie de pajarera hogarea y
acogedora del cantaleo de las palomas.
Otros ruidos pajariles, como gorjeos, trisados, trinos,
gorgoritos, arrullos y hasta graznidos, completaban el
soniquete del parque y si uno se dejaba sugestionar por
todo ello, eran puertas francas para un ensimismamiento
plcido y prolongado.
Eliseo habl poco, absorto como estaba y cerr los ojos.
Creo que incluso logr dormirse con los pjaros medrando
en torno a s. As y todo me pidi que le leyera un libro que
traa ya empezado, y que al parecer le bamos leyendo los
diferentes ayudantes que tirbamos de su sillita.
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Yo empec por el captulo cinco, donde la protagonista, la
tal Dorothy Gale, se sobresaltaba por un extrao gemido en
el medio de un bosque lleno de encantamientos y un
extrao y oxidado mueco de hojalata, inmvil porque
haca la tira que nadie le engrasaba sus goznes y rtulas, se
fastidiaba inmvil anclado al suelo, igual que un mueble
viejo o un espantapjaros y peda a gritos que alguien le
lubricara. Y tras el favor de la doncella, preguntaba a sta y
a su extraa compaa si en la ciudad Esmeralda podran
darle un corazn de verdad, pues el suyo, como el resto de
su cuerpo, lo haba perdido por los tajos de la vida y, dado
su empeo en no dejarse morir, sustituido por piezas talladas
de madera y de hojalata que un carpintero de su pueblo le
haba ido confeccionando.
Por el cambio de la sombra que proyectaba el sol sobre los
rboles, supimos que haban pasado varias horas. Tal vez
tres. Solamente dos o tres personas pasearon por el parque
en este tiempo. Entre ellas un chiflado que segua la moda
de abrazar a los rboles siguiendo los consejos de un tal
Matthew Silverstone en un libro en ingls llamado Blinded by
Science y que iba de ac para all con un estrafalario gorro
y un amasijo de collares con amuletos.
Cuando salimos del remanso, el rumor del parque
contrastaba con el ruido exterior, del amenazante exterior
que circundaba, que sitiaba el pequeo parque de las
palomas.
Eliseo sali del parque excitado, hablador, lleno de palabras
que se atropellaban. No interesa reproducirlas todas. De
hecho la mayora de las palabras no merece la pena
siquiera escucharlas. Ya lo dijo el poeta aquel, que es mejor
ser rey de tus silencios que esclavo de tus palabras. Es por
eso que tampoco aqu vamos a reproducir el dilogo, pues
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los dilogos sobran en general en los textos y deberan estar
prohibidos tanto para escritores como para lectores.
Vayamos al meollo: Yo tampoco tengo corazn, dijo Eliseo
Aguayo. Yo me sorprend de la similitud, de la paradoja, del
propio Eliseo y del cuento ledo. Sorpresas te da la vida.
Casualidades que parecen juegos malabares que algn
capullo poder sobrenatural se dedica a amaar para
divertirse.
Otros das que acud con el bueno de Eliseo tuve idntica
sensacin de remansado y calmoso beneficio del lugar
sobre Eliseo y sobre mi. Gracias a Eliseo, por un tiempo tuve
este lugar de bondad como un refugio en el que sentirme
renovado.
A su tiempo acabamos de leer el libro, y luego vino otro y
otro, porque Eliseo resplandeca cuando se dormitaba con
las palomas alrededor y escuchaba cuentos que l mismo
sugera.
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9.-
buen da nos lleg la noticia de la desaparicin de Eliseo
Aguayo. Nadie en su casa compartida poda dar razn de
l, lo cual tampoco debe sorprender, dado que la
comunidad forzosa no siempre genera lazos estables ni
amistosos entre los comuneros, por muy buena intencin
que pongan los fundadores de los proyectos comunitarios.
La bsqueda fue frentica pero infructuosa. Sencillamente
desapareci sin dejar rastro que poder seguir, ni pista por
medio de la que ir desenmadejando el rosario de
casualidades aparentes que acaban dando un sentido
lineal a las pesquisas y facilitando el hallazgo pretendido
que la motiva.
Visitamos sus lugares preferidos de paseo. Preguntamos en
comisaras, hoteles y hospitales. Incordiamos en servicios
sociales y otros recintos donde suelen ir de vez en cuando
los desgraciados, y hasta la polica revis los mltiples
sistemas de espionaje y vigilancia urbana con los que nos
tienen constantemente vigilados a todos, sin lograr la ms
mnima noticia ni tumor del paradero de Aguayo.
Los mentideros barriales, siempre de guardia y bien
dispuestos a la noticia, tampoco se pronunciaron
definitivamente.
No nos qued otra posibilidad que asumir la desaparicin
de Eliseo sin saber si achacarla a la desintegracin de la
materia, la aduccin de los extraterrestres o una fuga,
dificultosa e inexplicable en este caso dadas las
condiciones fsicas del desaparecido.
Un
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Pas el tiempo y Eliseo se fue borrando del apresurado
sucederse de actualidades que enseguida se envejecen y
que nos asola a quienes vivimos en cualquier ciudad.
Yo segu visitando por un breve tiempo el viejo parque,
donde me senta recogido y notaba la amabilidad de aquel
claro en el bosque urbano de ladrillos.
Despus de esto volv a encontrar trabajo en otra imprenta
y poco a poco Eliseo Aguayo se fue disolviendo de mis
pensamientos y el parquecillo desapareci de mi vida casi
por completo.
Un buen da, ya pasados varios aos de instalacin en el
fragor ciudadano, recib una postal annima desde una
direccin inverosmil: Ciudad Esmeralda. Un hombre de
hojalata sonrea desde el anverso en un jardn de simetras
algo pasadas de moda.
La misma postal les lleg a otros vecinos del barrio. La
sorpresa aliment las habladuras y las conjeturas. Era una
broma de cualquiera de nosotros?, tena que ver con
Eliseo Aguayo?, el inicio de alguna campaa de
publicidad para vendernos apartamentos idlicos en
cualquier isla paradisiaca? Nada concluyente, pero todo
suficientemente perturbador.
De repente Eliseo Aguayo, desaparecido y rematado en
nuestros recuerdos, reapareci con todo el cmulo de
sensaciones ya olvidadas.
Volv al parque donde gracias al paraltico haba
experimentado ese remanso de calma antiguamente. No
sabra cmo explicarlo, pero tuve la sensacin de que
Aguayo segua presente en el ambiente.
Actos habituales, como comprar el pan, meterme en la
cama, hablar con los vecinos, recibir la brisa del viento, el
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ladrido de un perro o la lluvia primaveral, actualizaban el
recuerdo de Aguayo.
Qu sera de Eliseo Aguayo, nos empezamos a preguntar
sin respuestas?
Otro da recibimos una segunda seal inconfundible. Cada
uno de nosotros recibi un dibujo de Eliseo Aguayo metido
en su sobre. Lo compar con los que tena en la carpeta
que mantena de l desde su accidente. No caba duda,
pero que se tratara de dibujos de Aguayo no resolva el
problema final. Quin los haba enviado?, Cmo habra
dado con nuestras direcciones? Por qu aquella entrega?
Ya ven, Aguayo desaparecido, o alguien en su nombre, se
las haba ingeniado para mantener viva la llama de su
recuerdo. ste recobraba actualidad y presencia de nuevo
entre nosotros.
Y a la segunda sigui una tercera entrega. En esta ocasin
una invitacin a acudir al parquecillo un da determinado a
una hora precisa, escrita de parte de Eliseo Aguayo.
Cuando acudimos al parquecillo, este pareca suspendido
en el tiempo, como si nada hubiera cambiado en l. La
fuente, los rboles, la sonoridad sorda de sus pequeos
habitantes, los aromas y frescura, la falta de visitantes
All nos encontramos seis personas esperando no sabemos
bien qu.
Esperamos un buen rato sin que pasara nada diferente a
unas personas paseando por un pequeo parque.
En uno de los recios fresnos, encontramos al viejo loco que
segua las teoras del tal Silverstone, que estaba, como en
tantas ocasiones, arrodillado reverente frente al tronco del
rbol. Tampoco pareca una novedad excesiva, fuera de
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comprobar que aquel hombre que abrazaba los rboles
segua vivo.
De pronto, como en una especie de esclarecimiento, vimos
como un laurel enorme se poblaba de palomas, cientos de
palomas, todas las palomas ciudadanas que all se
concitaron.
El viejo loco se dirigi a nosotros. Os conozco, dijo. Vosotros
venais por aqu hace tres aos y traais al hombre de las
palomas en una silla de ruedas. Luego dejasteis de venir.
Sed bienvenidos en mi nombre y en el de este recinto
sagrado.
Nos miramos algo incmodos y asombrados por el rbol de
las palomas.
Os sorprende? Es un espectculo que se ha hecho
habitual en este parque. Lstima que por aqu nicamente
pasee yo para verlo. Es todo un privilegio para todos los
sentidos.
Soy yo quien os ha trado hasta aqu. Veis el laurel? Es un
rbol sagrado. Hubo una ninfa, de nombre Dafne o
Defenisa, a la que amaba el Dios Apolo. Apolo haba
escarniado a Eros y ste tram su venganza lanzando sus
dardos para ello: uno incendiado de pasin hacia el Dios, el
otro inflamado de pavor hacia la ninfa: La ninfa hua de
Apolo y sta la persegua ciego de pasin incontenible. La
ninfa rez a su madre, la Diosa Gea, que se la tragara para
que el perseguidor no la diera alcance. As fue. Y Dafne fue
engullida, y convertida en este rbol, el laurel, que el Dios
hizo inmortal para as poder amarla siempre.
Veis esos fresnos de enfrente? Sobre el padre de ellos, el
gran fresno yggdrasil se construyeron los nueve mundos, el
nuestro, Mirgard, entre ellos, regidos por Odn y su saga de
hijos. Mundos acogidos por el rbol descomunal que les da
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cobijo, y alimento, y seguridad, y vida. De l nos nutrimos y
por l vivimos y somos.
Veis las acacias del fondo? De ellas se hizo el arca de la
alianza y el propio tabernculo de los judos, y la madre de
todas ellas est en medio del desierto del Sahara y alimenta
a los habitantes de todo el mundo con su esfuerzo y antigua
sabidura.
Veis esa higuera? Se dice que bajo una de ellas se
iluminaba el propio Budha.
Veis esa pequea palmera que se encuentra all sola? Es
Kiskan, el rbol del bien y del mal que se encuentra en el
centro del mundo que proclamaron los babilonios, donde
habita el conocimiento de las artes y la agricultura y la
escritura y el conducirse con rectitud.
Los rboles son la vida Y ahora la puerta por la que
vuestro amigo ingres en la Ciudad esmeralda. Ese rbol
lleno de Palomas que ahora os asombra es el rbol de
vuestro amigo. El vino aqu un da. Estaba solo. No sabra
precisar cmo lleg, creo que alguien que viva con l lo
acarre hasta aqu. Todo era extrao. Vena vestido con un
ridculo traje de hojalata y me pregunt por los rboles.
Yo le cont viejas historias, cuentos tal vez, sobre todos ellos.
Le entusiasm todo esto.
Quiso abrazarse al laurel, porque le gust la historia de
Dafne. Yo no tengo corazn, dijo, pero tal vez pueda
encontrarlo al otro lado, como el hombre de hojalata que
persegua al mago.
Se fundi con el rbol. All se qued un largo rato. Las
palomas entonces acudieron a sus ramas.
Luego yo me march y l segua all ensimismado.
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No puedo deciros cmo acab todo, pero yo s que la
puerta de entrada a su ciudad esmeralda fue esta, que l
habita aqu de algn modo misterioso. Con l me comunico
oyendo el susurro de la savia del rbol. l me ha informado
de vosotros. l me ha pedido que os rena. Ahora estis
aqu porque yo os llam.
Y ahora os dejo solos. Debo seguir con mi recorrido.
No supimos qu pensar. Toda una historia increble.
Imposible.
Yo abrac aquel laurel, a pesar del miedo de las palomas.
Los rboles tienen una cierta sensibilidad. No sabra precisar.
Tal vez Eliseo Aguayo se march de all, o muri sin pena ni
gloria y lo enterraron sin gloria ni pena. Nada fijo s.
Pero el bosque algo me ha dicho que no quiero olvidar en
el fragor de esta loca ciudad, de esta loca civilizacin que
se precipita inconsciente. Debajo de todo este carnero de
hojalata est la tierra y los rboles esperando para
recuperar sus dominios.
Ahora mis ojos ven el mundo de otro modo. Observo
pacientemente cmo la ciudad se va muriendo y
agostando en su locura y cmo discretamente, de forma
sorda, se preparan los rboles sanadores para recuperar su
espacio y purificar este enorme campo de exterminio.
El parquecillo no es un reducto, sino la avanzadilla para
quien quiera ver la realidad.
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El regicidio de Fernando II
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si no me engaa la memoria, para los finales del
ao, y por el da de Sant Ambrs, ya que fuimos a
prepararlo todo a la Seo de Santa Eulalia para no
levantar sospechas y all escuchamos misa en la capilla de
Sant Pre, ante el retablo del obispo, Y nos conjuramos a la
luz del milagro de las abejas que salan de su elocuente
boca. Vena un fro cortante y seco del norte, de la
montaa, y por eso bamos bien embozados en nuestras
guasazas de lana. La ciudad toda estaba llena de
urgencias y peligros, de ah que los conspirados nos
juntsemos en la Seo para no levantar advertencias ni
sospechas, pues los muchos espas del Rey tirano y los de sus
enemigos, y los de los enemigos de los enemigos del rey, y
los espas trados por los legados del rey de los franceses
Carlos, escudriaban todo, y estaban todos emboscados y
se acechaban los unos a los otros por conseguir ventaja en
las negociaciones por la anunciada guerra de los francos
en Npoles y los otros territorios de Italia, cuya negociacin
benefici despus a Fernando, que consigui del francs la
devolucin de los feudos de Cerdea y el despojado
territorio del Rosell a cambio de una neutralidad que
rompi luego ms pronto que tarde.
Aos llevo guardando con terror este silencio que tanto me
pesa ya y que ahora, cuando estoy presto a dar mi bolo al
barquero y presentarme con las manos manchadas de
muchos pecados ante el propio San Pedro, quiero liberarlo
de la crcel de mi boca. Quiero hacerlo, ya que no es
posible descargar la conciencia y la vergenza del fracaso
nuestro de entonces, y porque as reivindico el resto de mi
vida ingrata, exiliado entre los exiliados que luchan por la
causa de los hombres libres, ya que de nada me arrepiento,
dejando testimonio escrito por el que se haga la claridad y
sirva de ejemplo a futuros remenses, que siempre
quedaremos pobres y avasallados en el mundo cruel
dispuestos a sublevarnos. Que no han de fiar los futuros de
Sera,
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los nuestros la humillada libertad suya a reyes ni nobles que
se la otorguen ni prometan, sino tomarla por la propia mano
como cosa que a ellos solo incumbe y pertenece.
Mucho hemos sufrido los remenses de ahora y el resto de los
siervos sometidos de las humillaciones de los Seores, que
nos tomaban como siervos y nos avasallaban y disponan
de nuestra suerte y de la propia vida, y hasta las mujeres
nuestras las tenan derecho de pernar en el lecho antes del
desposorio con nosotros, y nos afligan con trabajos y robos y
latrocinios y estafas, y nos llevaban los hijos a las estpidas
guerras que hacan y tenan derechos sobre todos nosotros
como si furamos simples animales de su cabaa y nos
maltrataban de mil maneras por el solo placer de hacerlo y
vivan a nuestra costa en una vida de risas y desenfado.
El miedo de muchos de nosotros ha ocultado hasta el
momento todo lo sucedido en aquel Diciembre que
debiera ser celebrado, dejando prevalecer la idea de que
Joan de Canyamares, el ejecutor del rey, era un simple
orate perdido en sus delirios y desatinos. Aunque dudo que
al prfido tirano logrramos engaarlo ni amansarlo, que si
no nos persigui ha de ser porque calcul que el miedo nos
dara grandes alas para escapar del reino y nunca volver
por el miedo a su autoridad o porque aquel intento le
devolvi la simpata de los nobles, que veran en ste un mal
menor frente al riego de una revuelta popular.
El dicho da de San Ambrs obispo, nos juramentamos en el
tiranicidio por ejecutar y pusimos a Dios de testigo de
nuestro sacrificio, e hicimos voto de llevarlo de nuestra
propia mano cuando el rey celebrara audiencia en el
palacio, donde estaba celebrando audiencias desde varios
das antes.
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Fracasamos en nuestro afn y perdimos con ello al mejor de
todos nosotros, a Joan, a quien los traidores que nos hicieron
alevosa acuchillaron, y luego torturaron por encargo del
rey, y despus supliciaron ante el pueblo entero para su
escarnio y el de todos nosotros.
Y gracias que logramos salir algunos vivos y marchar a tierras
de los enemigos de Fernando, donde seguir nuestra causa
aunque en la desgracia, pues los seores enemigos de
Fernando tan liberticidas eran como este con sus sbditos e
igual merecen ser depuestos del gobierno de la res pblica.
El desgraciado de Joan, natural de Dosrius, soldado de
resmensas contra los malos seores de Catalunya durante la
pasada guerra, asest la venganza por su brazo humilde. Se
abalanz al rey cuando este ms desprevenido pareca,
mientras que aquel bajaba las escaleras del palacio con sus
varios consejeros y criados, y le asest un tajo certero, de
varios palmos, con el terciado que ocultaba en su saya. De
oreja a hombro le taj al rey por su mano para aplicarle la
justicia merecida, pero quiso su mala suerte que el rey,
malherido, salv