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Polemicas - Jauretche, Arturo.pdf

Date post: 14-Oct-2015
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  • L

  • JAURETCHE 9 ae",. , r ? P _ l J I -A

    ' U O T E de JULIC

    INTRODUCCIN Y COMENTARIOS

    N O R B E R T O G A L A S S O

    COMISIN NACIONAL PROTECTORA DE BIBLIOTECAS POPULARES

    Secretara de Cultura Presidencia de la Nacin

    ESTE LIBRO NO DEBE VENDERSE

    i Pea Lillo

  • Polmicas

    E Pea Lillo

    ISBN: 978-950-517-039-6

    Jauretche, Arturo Polmicas / Arturo Jauretche ; edicin a cargo de Arturo Pea

    Lillo. - l a ed. - Buenos Aires : A. Pea Lillo Editor, 2007 160 p.; 23x16 cm.

    ISBN 978-950-517-039-5

    1. Historia Argentina. I. Pea Lillo, Arturo, ed. II . Ttulo CDD 982

    2007, D Pea Lilla

    Queda hecho el depsito que marca la ley 11.723.

    Libro de edicin argentina

    Prohibida la reproduccin parcial o total, el almacenamiento, el alquiler, la transmisin o la transformacin de este libro, en cualquier forma o por cualquier medio, sea electrnico o me-cnico, mediante fotocopias, digitalizacin u otros mtodos, sin el permiso previo y escrito del editor. Su infraccin est penada por las leyes 11.723 y 25.446.

  • AMANERA DE PRLOGO

    He aqu otro libro de Jauretche. Dicho con ms propiedad, otra recopilacin del pensamiento de Jauretche, disperso en charlas, confe-rencias, revistas y diarios ms permisivos que ciertos monstruos de la informacin, atentos a las formas y perspicaz observacin del valor conceptual del centmetro de columna. Es as como don Arturo descu-bri la velocidad del mensaje boca a boca, ganando por varios cuerpos a las refinadas emisiones de los intelectuales y crticos adscriptos a la circulacin de las ideas dominantes.

    La presente reedicin, cuya primera data del ao 1981, res-ponde tanto a una necesidad cultural como a una exigencia moral de quien esto suscribe. As retomamos la misin de difundir "lo nacio-nal", expresin dada como antnimo de estilos de vida, hbitos do-msticos, lengua y cultura de las potencias colonizadoras, fundamen-talmente Francia en lo cultural y Gran Bretaa en lo econmico, que infundieron decididamente en la clase dirigente argentina una iden-tidad mulata, desdeosa de su compatriota nativo, sentimentalmente desterrada en su propia patria, que lleg a considerarla territorio de paso venal y provisorio.

    No es de extraar que esta psicologa cultivada por lo que Jau-retche llam la intelligentzia, desrealizara los valores propios de la Nacin incipiente, condicin necesaria para faltarle el respeto a un d-bil Estado, a sus instituciones en formacin y, principalmente, a su ambigua organizacin social, garante del orgullo y dignidad nacional.

    A todo esto, se opone la generacin que llamaramos del 40, j-venes que haban asistido a lo que Jos Luis Torres bautizara con el apelativo de "dcada infame", poca que arrastra las consecuencias del

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  • amotinamiento que derrocara al gobierno radical, encabezado por Hi-plito Yrigoyen, el 6 de septiembre de 1930. Ante esa incorregible con-ducta del pueblo de seguir apoyando a quienes haban elegido con el voto, los golpistas primero y luego las autoridades surgidas de amaa-das elecciones persiguen y encarcelan a los militantes del radicalismo, fundamentalmente al sector yrigoyenista que responda a la consigna del caudillo: la reparacin nacional.

    La historia ha documentado exhaustivamente la mencionada "dcada" aunque algunos historiadores hayan relativizado, cuando no justificado, el fraude "patritico " y el prevaricato en que incurri la Suprema Corte de Justicia, que como afirma Torres en su libro La oligarqua malfica, "fabric en cambio, jurisprudencias arteras en asuntos pequeos, para aplicarlas ms tarde en grandes litigios en que se comprometa gravemente el inters pblico", lo que sumado a la creacin del Banco Central por personeros del Banco de Londres, el sonado negociado de la CADE, y una larga lista de corruptelas menores, cre un clima social que esa dcada mereci con justicia el adjetivo de infame. Ese clima genera, por reaccin, una inteligencia esclarecedora, verbigracia literatura poltica y econmica como el li-bro de los hermanos Julio y Rodolfo Irazusla titulado La Argentina y el imperialismo britnico, al que sigue Historia de los ferro-carriles argentinos y Poltica britnica en el Ro de la Plata de Ral Scalabrini Ortiz, quien, junto a Arturo Jauretche, desde FOR-JA, golpean la conciencia de los argentinos, sobre todo en la juven-tud que inaugura su vida poltica buscando explicaciones a una rea-lidad asfixiante.

    La generacin de los autores citados, es decir, los Irazusta, Sca-labrini Ortiz, Jauretche, coinciden y agotan la investigacin en un punto que es capital para comprender la problemtica nacional: la dependencia de la Argentina de los designios imperialistas del Reino Unido. Las investigaciones de estos autores son el fruto, a su vez, del trabajo de la generacin anterior que echara las bases del revisionis-mo histrico como Adolfo Saldas (1844-1914), conspicuo liberal, mitrista y secretario de Sarmiento que produce la densa Historia de la Confederacin argentina obra que consta de tres tomos (edicin de EUDEBA) de aproximadamente 500 pginas cada uno. Saldas

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  • se anima a desmitificar la leyenda roja que a guisa de sudario en-volvi a la Confederacin y a su mximo exponente don Juan Ma-nuel de Rosas. Julio Irazusta dice en el prlogo de esta edicin, que "[...] no fue el nico entre los hombres de su tiempo que acometieron el estudio de aquella poca, como fruto de una preocupacin similar a la suya. Varios otros descendientes de antirrosistas como l: Manuel Bilbao, Vicente y Ernesto Qjiesada y Samuel Lafone Quevedo evo-lucionaron como el historiador de la Confederacin". Saldas, pre-cursor del revisionismo histrico, colma su objetivo demostrando que el gobierno de la Confederacin no haba ejercido la barbarie sino la lucha por la defensa de la soberana ante la agresin imperialista, principal motivo que moviera a San Martn a solidarizarse con el "tirano".

    La sntesis de esta controversia se resume en la, tesis de los uni-tarios que expresa el progresismo rivadaviano a lo extranjero, enfren-tado a los federales identificados con los dones de la tierra, lo que com-prenda el dilema de Sarmiento: "civilizacin o barbarie". A partir de aqu la historia, argentina se edifica sobre equvocos y malentendidos cuyas disputas entre acadmicos y de los "otros", destila acidas crticas como sutiles ironas, que hacen, en algunos autores, las delicias litera-rias de empinadas polmicas.

    El revisionismo a travs de varias generaciones toma distintos tintes que no fueron ajenos a determinada clase social, que toma par-tido por un nacionalismo clerical y rosista, timbre distintivo de la so-ciedad patricia, distante y antagnica del nacionalismo democrtico, latente en el gaucho Martn Fierro y en las masas que advinieran con el peronismo. En lo que s fueron contestes fundamentalmente en de-terminada poca, de la vida institucional de la Argentina y, haciendo abstraccin de la ideologa poltica fue en el hecho de centrarse en un inters superior: el destino de la Nacin. A partir de la finalizacin de la "dcada infame" se da la coincidencia de propsitos "nacionales" ante los acontecimientos del 4 de junio y las vsperas del 17 de octu-bre. Fascistas desilusionados, nacionalistas mazorqueros, militantes de la Accin Catlica y de la Alianza Libertadora se fundieron con una izquierda, que desembarazada del "marxismo" estalinista, adoptaba el adjetivo de "nacional".

    l

  • Vencer la superestructura que haba creado la dependencia era vista por unos con piadosa y fingida aprobacin; otros apelaban a pon-zoosas acusaciones de chauvinismo, xenofobia y nazismo. El aparato difusor de las ideas del sistema, salvando honrosas excepciones, desco-noci cuando no rebati "las trasnochadas y delirantes propuestas del extravagario nacionalista". El periodismo neg espacio a la crtica de los libros de los Irazusta, Enrique Rivera, Jorge Abelardo Ramos, Rodolfo Puiggrs, a las investigaciones de Ral Scalabrini Ortiz, a los irreverentes libros de Arturo Jauretche como Los profetas del odio y la yapa, cuyo anlisis de la colonizacin pedaggica es todo un trata-do sobre la alienacin, la falta de conciencia ciudadana. Sus libros, tanto El medio pelo en la sociedad argentina como Manual de zonceras argentinas y Poltica nacional y revisionismo histrico, como el lcido ensayo de Juan Jos Hernndez Arregui titulado La formacin de la conciencia nacional libro de iniciacin que des-nuda, definitivamente, la retrica antinacional hubieran ocupado permanentemente la lista de best sellers si no fuera por el insidioso ukase aplicado al pensamiento descolonizador.

    El libro para que "exista" en el universo de la cultura debe ajus-tarse a normas dictadas por usos y costumbres de su distribucin y co-mercializacin. El ejemplar sospechado de ser "edicin del autor" es un libro marginado del circuito, dado que lo desacredita el prejuicio de carecer de sello editorial. Es un hijo natural, valioso, inteligente, pero ilegtimo.

    Ahora bien, darle a una produccin editorial un respaldo de for-malidad (con domicilio impreso, sistematizacin y organizacin de la produccin y distribucin), a partir de una coherencia ideolgica que descarta un fenicio inters comercial, salvo el lucro que ayuda a sub-sistir, y, por sobre todo, seguir engrosando su catlogo, da fe de que existe una voluntad real de ser en el mundo de la cultura.

    La tarea por sobrevivir culturalmente fue ardua, pero promiso-ria. Porque ese ser innominado, ndiferenciado, annimo, que la esta-dstica categoriza de ciudadano, y que en suma conforma el pueblo, va-lido de su inteligente intuicin, consagr a esta empresa en la que, con orgullo, confieso haber participado su gua intelectual, ungien-do al sello como insignia de la bibliografa nacional.

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  • En esa patriada milit en la medida de mis fuerzas, y por esto, me atrevo a desafiar ciertas normas y desde ya ruego clemencia por el grado de atrevimiento en que hubiera incurrido, reapropindome de la esencia jauretcheana para acompaar el presente renacimiento, con la muestra de este botn.

    Arturo Pea Lillo Ituzaing, abril de 2007

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  • INTRODUCCI

    En esta poca donde pululan tantos hombres con su libro extico debajo del brazo y para quienes una idea es tan slo "un divertimen-to" o un motivo de lucimiento personal, la presencia de Arturo Jauret-che signific una permanente irritacin, un vivo escozor capaz de per-turbar la amable tertulia y la solemne conferencia o restar nfulas a la "glorila" del galardn literario. En los ms diversos cenculos des-de el oscuro rincn reaccionario hasta el ncleo ultraizquierdista de confitera cntrica la pequea burguesa "culta" poda disentir abrindose en gama inslita de medioevalistas, pro-nazis, afrancesa-dos, yankfilos, prochinos, rusfilos, cubanistas, etc., pero ese aparen-cial desencuentro no molestaba la santa devocin de unos y otros a los mitos fundamentales que la clase dominante haba cuidadosamente in-suflado durante aos en sus almas. La discusin vocinglera cubra el escenario y de todas las bocas parta la palabra desorientadora y dis-persiva porque las inteligencias trasladaban mecnicamente a la Ar-gentina discursos pronunciados en Nueva York, en Pars, en Londres, en Berln, en Pekn o en Mosc. Entonces llegaba de tanto en tanto, desde un peridico de corta vida o por un rinconcito de la radiotelefo-na o la televisin, la voz ronca, protestona y agresiva de don Arturo Jauretche para llamarlos a la realidad, con verdades simples pero tan enormes como el elefante: "Para qu pierden tiempo en conde-nar a la sociedad de consumo, cuando en la Argentina cada vez se consume menos? Para qu discuten acerca del divorcio si

    * Como c o n v e n c i n , a lo largo de este libro utilizaremos la letra bastardi-lla para los textos y comentarios de Galasso, y la redonda para los de Jauretche. Los pies de p g i n a van todos en redonda y se indica [N. G . j si son de Galasso, y [A. J . ] si son de Jauretche. [N. de E . ]

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  • el gran problema de las multitudes argentinas es casarse y el otro gran problema es el de los hijos con apellido materno? Por qu llaman 'pajuerano' al hombre de las provincias que es, precisamente, del 'interior', es decir 'de adentro' y no 'de ajuera'? Por qu los ms furiosos antirracistas cuando de los judos se trata, resultan entusiastas racistas respecto a nuestros paisanos de provincias a los que califican desdeosamente de 'negros' y 'cabecitas'? Por qu proclaman que Sarmiento no faltaba a clase en los das de lluvia, si muy difcilmente llueve en San Juan en el perodo escolar? No comprenden que ase-sorarse con tcnicos extranjeros o con el Fondo Monetario es lo mismo que ir a comprar al almacn guindose por el ma-nual escrito por el propio almacenero?".

    Alertado de que funciona una superestructura cultural dirigida a impedir que pensemos por nuestra propia cuenta, analicemos nues-tros problemas y busquemos las mejores soluciones para nuestra reali-dad, Jauretche se coloca al margen de la ideologa dominante e influ-ye como pocos en la obra de descolonizacin. Su pasin argentina, enarbolando certezas incontrovertibles, se constituye entonces, como di-ce el poeta espaol, "en un viento que viene / a romper miniaturas y abanicos de encaje". Y toda la cristalera tallada durante aos y aos por los coquetos snobs de la factora, se quiebra estrepitosamente. Los empachados por el liberalismo conservador de las escuelas oficiales, los discpulos de Maurras admiradores del Duce, los embalsamados por la lectura de los manuales de la Academia rusa, los "inteligentes" que han gastado aos leyendo a Sartre directamente del francs y los ms nuevos impregnados de indigestas comilonas de Marcuse, Althuser, Lacan y Barthes, rechazan con desagrado a este paisano brbaro, a es-te impertinente para quien no hay verdades consagradas y toda idea debe bailar previamente en la cuerda floja para ser aceptada. Algunos, los ms jvenes, por ms autnticos y menos "ledos", se convencen de que "hay que desaprender todo lo malo, para poder recin despus empezar a aprender lo bueno", que no hay "ideas for-neas" pero que las ideas nacidas en cualquier parte del mundo no pue-den aplicarse mecnicamente para resolver los problemas argentinos si-no que, a la inversa, hay que analizar previamente esa realidad para

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  • recurrir luego a las ideas que promuevan nuestro progreso histrico. O como sostiene ms sintticamente Jauretche: "No se trata de 'incor-porarnos a la civilizacin', colonialmente, sino de que 'la civili-zacin se incorpore a nosotros' para asimilarla y madurarla con nuestra propia particularidad".

    Al tiempo que sectores de la pequea burguesa culta realizan ese esfuerzo por quitarse de encima llos venenos tan queridos" (la predis-posicin al escepticismo y la irona, el deslumbramiento ante las formas artificiosamente complejas, la idealizacin de "los brumosos y lejanos pases"), las multitudes trabajadoras, en su permanente avance polti-co y cultural, van encontrndose a su vez con este pensamiento nacio-nal en desarrollo. Su experiencia cotidiana las ha llevado a transitar un camino ms provechoso, y si tienen mayor certeza "de lo que no quieren" mientras avizoran con incertidumbre el posible futuro, as tambin incorporan a su bagaje ideolgico conceptos y definiciones fundamentales para el nuevo pas, sin la previa contaminacin con los viejos mitos difundidos por la Academia, la Universidad y la gran prensa. Porque de nuevo se comprueba que, como deca el viejo La-nos "con alpargatas se asciende a las montaas", mientras con los ma-los libros se desciende a los infiernos del pensamiento colonial y se ter-mina en las asesoras de los monopolios extranjeros.

    Pero la resistencia ante los planteos nacionales de los cuales Jau-retche es uno de los principales portavoces durante muchos aos, per-siste por parte de los dinosaurios de la Argentina colonial. Cmo va a aceptar la anciana profesora de geografa que el planisferio pueda ser corregido y que, dado que siempre est girando nuestra redonda Tierra, el centro del mismo pueda ser Argentina y no Europa ? Cmo no provocar escndalo en el estreido profesor de Educacin Demo-crtica la aseveracin de que "democracia es el gobierno del pueblo"y por tanto es democrtico quien obtiene la mayora de votos aunque se trate de un caudillo sonriente y campechano y en cambio, al carecer de apoyo popular, no es democrtico el gobierno "serio" de los hombres de doble apellido ? i Cmo no va a irritarse el profesor de Historia a pun-to de jubilarse cuando le ensean que hubo un segundo combate de San Lorenzo de tanta o mayor envergadura que el que libr San Mar-tn, y en el cual las fuerzas criollas se opusieron a las pretensiones de

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  • las dos potencias mayores del planeta? Cmo no habr de inmutarse en su sarcfago el catedrtico de Letras a quien se le prueba que hay "malditos" en la historia de nuestra literatura, autores de treinta o cuarenta libros como Jos Gabriel o Manuel ligarte, silenciados y des-conocidos en un pas donde integran la comisin de la Sociedad Ar-gentina de Escritores respetables damas que slo tienen en su haber dos o tres composiciones escolares? Ycmo no enrojecer el acadmico de Ciencias Econmicas cuando se le demuestra que Estados Unidos, Ja-pn y Alemania alcanzaron su alto grado de desarrollo econmico por-que abominaron del liberalismo econmico y aplicaron una poltica protectora de sus industrias y creadora del mercado interno, frente a la codiciosa prepotencia de Inglaterra, previamente proteccionista y lue-go librecambista porque ya estaba desarrollada ?

    Por eso les irrita Jauretche y careciendo de respuestas, slo in-tentan desprestigiarlo: "Jauretche no es socilogo, sino alguien que am-bula por los alrededores de la sociologa, es un parasocilogo". El con-testa: "No soy un parasocilogo, sino una 'para socilogo', que viene a aplacar las nfulas acadmicas de los egresados de so-ciologa que como se sabe, no slo carecen de 'estao' sino que sirven fundamentalmente para dar clase a otros jvenes que un da tambin llegarn a ser profesores de sociologa para cumplir, a su vez, idntica misin". Otros acotan entonces: 'Jau-retche tampoco es economista, ni historiador, ni literato". El agrega: "Ni intelectual, apenas un paisano que mira las cosas de su pa-tria con ojos argentinos y desde la vereda de las multitudes, ayer yrigoyenistas, despus peronistas". Y en esa tarea de descali-ficarlo, llega ms de una vez la nota periodstica mezquina, la crtica malvola, el brulote, la deformacin de sus ideas. Algunos, acantona-dos en el medioevalismo, lo denuncian por las implicancias marxistas de sus anlisis. Otros que, como l deca, "se tienen miedo a s mis-mos de tan izquierdistas que son" lo sindican de derechista. Frente a estos ataques, don Arturo no vacila en la respuesta y que "al salir, salga cortando". El no ha jugado a la poltica ni a la revolu-cin en las madrugadas de los cafs de la calle Comentes, sino que ha empuado el revlver en el treinta para oponerse a una manifestacin conservadora que vitupera a don Hiplito y ha tomado "la tartamuda"

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  • en Paso de los Libres en el 33 y ha sacado luego muchas veces su cu-chlito para continuar el debate "por otros medios". De ah su perma-nente actitud polmica, de ah su erizamiento agresivo y las chispas de sus ojos felinos en el momento previo al ataque cuando el pueblo ar-gentino o sus grandes banderas o l mismo como representante de aqullos son objeto del agravio. Entonces cae su palabra, dura co-mo el ltigo: "Vendepatrias! Cipayos! Traidores!". Despus expli-ca: "Me acusan de falta de ecuanimidad, de excesivo apasiona-miento [...] Con una sensibilidad de ptalos de rosa consideran falta de ecuanimidad la menor violencia, as sea verbal, de los oprimidos, del pas oficialmente inexistente, pero sobre e! que carga el peso de todos los sacrificios y responsabilidades. El pa-s debe ser austero, prudente, amoroso, mientras les desborda la grasa a los que colocados en lo ancho del embudo gozan de todos los privilegios, ejercen el monopolio de los derechos c-vicos y sociales y pueden injuriar y calificar duramente a todos, sin comprometer lo que ellos llaman 'la conciliacin de la fa-milia argentina' [...] Ignoran que la multitud no odia, odian las minoras. Porque conquistar derechos provoca alegra, mien-tras perder privilegios provoca rencor".

    Larga resulta la pelea y esas continuas polmicas, esas notas del peridico de vida azarosa, y esos pocos minutos del reportaje luego me-chado por el periodista prudente, van encadenando una larga leccin. Jauretche nada tiene que ver con los "maestros de juventudes" y cuan-do un da, alguien le pregunta si l no ser el Alfredo Palacios del pe-ronismo, slo contesta: "Vayase al carajo!". Por este motivo su do-cencia nacional, consecuente y profunda a travs de dcadas, aflora ms en sus respuestas al enemigo que en sus trabajos ms elaborados. Y porque no afloj un momento en la larga gesta que va del yrigoye-nismo, a travs de FORJA, al peronismo y abre incluso el camino ha-cia nuevas formas de expresin de la voluntad popular que recomen-zarn la Revolucin Nacional, don Arturo fue quien ms discusiones debi afrontar, quien ms consecuentemente tirote has avanzadas ene-migas. Estas polmicas, cuya publicacin iniciamos, llevan su marca tan personal brotando junto al vigor de la idea, la stira punzante, im-pregnadas ambas de una fe inconmovible en el pueblo como creador de

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  • la historia, de un optimismo indemne a todo eventual fracaso porque "nada grande se puede hacer con la tristeza. Desde la ciencia al deporte, desde la creacin de la riqueza a la moral patriti-ca, el tono est dado por el optimismo o por el pesimismo. Nos quieren tristes para que nos sintamos vencidos y los pueblos deprimidos no vencen ni en la cancha de ftbol, ni en el labo-ratorio, ni en el ejemplo moral, ni en las disputas econmicas [...] Por eso venimos a combatir alegremente. Seguros de nues-tro destino y sabindonos vencedores a corto o a largo plazo".

    Pocos das antes de morir, le preguntaron si su tarea de escritor era hobby, divertimento, profesin, obsesin o refugio. Contest como un hombre que lucha por la liberacin de su pueblo: "El fin ha sido la comunicacin, la difusin y el proselitismo"; es decir, el libro como arma de lucha, como herramienta de militancia y polmica. Y otra vez recalc: "No admito ser definido como intelectual. S, en cambio, me basta y estoy cumplido si alguien cree que soy un hombre con ideas nacionales. Entre intelectual y argentino, voto por lo segundo. Y con todo".

    Norberto Galasso Buenos Aires, marzo de 1981

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  • L A H I S T O R I A C O M O " B I E N D E FAMILIA" Y L A SEORA

    V I C T O R I A PUEYRREDN

    El 22 de junio de 1971, Arturo Jauretche participa en un pro-grama periodstico transmitido por Canal 13 de televisin y all se re-fiere incidentalmente al Dr. Carlos Saavedra Lamas, ministro de Re-uiciones Exteriores y Culto del gobierno del Oral. Justo (1932-38). Posiblemente porque ni el mismo Jauretche recuerda exactamente su crtica a dicho personaje debe haberse referido a la estrecha vincu-lacin del ministro con los intereses ingleses que atizaron la Guerra del Chaco, ms especficamente con la Royal Dutch Shell que operaba des-de el Paraguay e incluso quiz a intereses econmicos personales del ministro en relacin a la empresa Carlos Casado Ltda. sobre lo cual co-rrieron largamente los rumores en Buenos Aires. Esta circunstancia (el proparaguayismo de la Argentina que era, en definitiva, probritanis-mo, frente a la poderosa influencia de la Standard Oil sobre el gobier-no boliviano) debe haber sido resaltada irnicamente por Jauretche en relacin al Premio Nobel de la Paz que se le entreg luego a Saavedra Lamas. Y con motivo de ese programa televisivo, aparece pocos das despus una solicitada en los diarios firmada por Victoria Pueyrredn, en defensa del ministro criticado.

    Victoria Pueyrredn es hija de Carlos Alberto Pueyrredn y Sil-via Saavedra Lamas, de lo cual resulta sobrina del susodicho ministro. De mltiples ocupaciones, ha publicado cuatro libros, uno de ellos en francs (Sentiments, 1940) y es colaboradora dominguera de La Nacin, adems de directora de la Cia. de Seguros "La Rural", miem-bro del Instituto Cultural Rabindranath Tagore y cnsul honorario de la Repblica de Hait desde 1959. En el Diccionario de Mujeres

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  • Argentinas, Lily Sosa de Newton otorga importancia al hecho de que Victoria Pueyrredn sea vicepresidenta de la Fundacin Pro Asisten-cia de Enfermedades Neurolgicas y que algunos de sus cuentos hayan sido traducidos al alemn y al sistema Braille. Por su parte, en el Quin es quin de Kraft se resalta que la seora Pueyrredn fue se-cretaria de una Comisin Investigadora en 1955/56.

    Ofuscada por la crtica de Jauretche a su to, Victoria Pueyrre-dn protesta en su solicitada sosteniendo que "existe un abismo entre la personalidad de Saavedra Lamas y la de Jauretche y es una pena te-ner que aclararlo pblicamente". Y agrega: "Por qu el escritor Jau-retche no se Umita a continuar ocupndose del rosismo, del peronismo y del yrigoyenismo, ya que sas son sus ideas conocidas y ratificadas por la TV en lugar de agraviar la memoria del Primer Premio Nobel que obtuvo la Argentina y que le fuera concedido al Dr. Saavedra Lamas por haber obtenido la Paz del Chaco en 1936?".

    * * #

    En Dinamis, junio de 1971, aparece la contestacin de Jauret-che bajo el ttulo "La historia como bien de familia". Dice as:

    Doa Victoria Ocampo public en Clarn del 22 de abril del corriente, un artculo titulado "El captulo de la Correspon-dencia" donde recuerda que Ortega y Gasset afirmaba que el gnero epistolar es una forma de expresin ms propia para la mujer que para el hombre. Dice: "La carta es algo demasiado de puertas adentro. No le cuadra al hombre, se siente incmodo de sus limitaciones, pues lo pblico y no lo privado, es su oficio. La mujer, en cambio, est a sus anchas en la intimidad". Contina Victoria Ocampo diciendo que se es su caso particular y que sus Testimonios son cartas disfrazadas cosa verificable en su re-ciente Octava entrega-. "Pero, me parece, agrega, que Ortega se dej tentar por una generalizacin equivocada". As debe pen-sarlo, a su vez, doa Victoria Pueyrredn, porque descarga una solicitada que parece es la forma epistolar de su intimismo, que se public en La Nacin del sbado 8 del corriente.

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  • Pero pare de contar, en la analoga, porque no basta ser tocaya y tal vez media pariente de la otra Victoria. Como lo ve-r el que siga, no todas las Victorias tienen alas y a muchas, adems de ser pteras, les falta la cabeza, como a la de Samo-tracia. Y anda mais.

    Segn el criterio de doa Victoria Pueyrredn, los per-sonajes histricos se dividen en dos clases: los que tienen des-cendientes y los que no los tienen, porque los primeros pue-den ser defendidos por un pariente y los segundos, como no tienen parientes, deben pudrirse en su soledad. Pero, adems de tener sobrinos o nietos, el procer debe dejar plata porque las solicitadas cuestan caras.

    Supongo que a esta teora histrica adhera el general Ongana y sus cursillistas al exigir abundante progenie; la se-gunda parte de la exigencia tendra que ser que los gober-nantes se "forrasen" bien, para que sus descendientes pudie-ran publicar solicitadas.

    Hay un tercer sistema: que es dejar un diario para que le cuide la espalda al procer y de paso para publicitar la solicita-da de los parientes de los proceres amigos, tal vez beneficin-dolos con un mdico descuento.

    Se discuten los "Nobeles"? La verdad es que yo no recuerdo haber dicho algo muy

    expreso sobre el doctor Saavedra Lamas, to de la seora Vic-toria Pueyrredn. Me parece que ella tampoco, por la forma ambigua en que lo recoge. Tal vez fue una sonrisa subrayando lo del Premio Nobel y la sonrisa bast para excitar el recuerdo de lo que en su poca se llam el "pirmano bombero". En-tonces todo el mundo saba lo que haca el coronel Schewizer en el Paraguay y con qu carga viajaba la Escuadra de Ro a la Asuncin. Se saba bien que detrs de la "Rosca" boliviana y el general alemn Kund, que haba organizado al ejrcito, estaba la Standard Oil y que del otro lado estaba la Shell Mex que mova la influencia britnica en la Argentina. Despus, los fo-

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  • guistas se ocuparon de hacer la paz y pasaron a ser bomberos y las mismas fuerzas que consiguieron esta transformacin, consiguieron un premio para el jefe de los bomberos. (Entre parntesis, la Argentina contribuy con un pedazo de territo-rio cedido a Bolivia para compensar la parte de la renuncia que Bolivia haca en el Chaco.) Ya se sabe que "el mal que aqueja a la Argentina es la extensin", como dijo Sarmiento y aqu hay siempre pacifistas dispuestos a regalar territorios pro-pios. Propios del pas, no de ellos.

    La solidaridad familiar de la seora Victoria Pueyrredn me impresiona, porque ni el mismo doctor Saavedra Lamas ha dado ejemplo de ella: el doctor Saavedra Lamas era yerno del doctor Roque Senz Pea y se inici en poltica a la sombra de tan democrtico personaje, pero no resulta un ejemplo de co-herencia en la conducta, ni de lealtad al antepasado, al haber sido ministro y Premio Nobel en el gobierno fraudulento del general Justo.

    Tradicin oral e historia Es que la imagen familiar no basta. As es como la otra Victoria, la tocaya, publica en La Ga-

    ceta de Tucumn (4 de marzo de 1971) la "Carta a Arminda D'O-nofrio", su fallecida colaboradora en el texto de Habla el alga-rrobo. Y all le dice: "Usted, Arminda, me ense el lado de esta historia que ignoraba, porque no formaba parte de la crnica casera. Y yo necesitaba ese lado tambin para darle voz al al-garrobo".

    Aprenda de su tocaya; hay que or una historia paralela a la relatada por los labios de las viejas, que la oyeron a su vez de sus abuelas. Entonces la tradicin oral le da el toque de gra-cia vital a los hechos objetivos, animndolos. (Sobre esto de la tradicin oral y la transmisin de abuelo a nieto, lalo a Marc Bloch si es que va a seguir con las solicitadas. Pero ser mejor que no busque, porque el que busca, encuentra.)

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  • Hable con el algarrobo 11 ' o ^ / Y0 S*x 0/.

    Ms bien, para la prxima primavera, vyasira. la quigtr'o , de San Isidro y oiga hablar al algarrobo. Es un rbj^muy dis-creto pero alguna vez me parece que menciona el apem^ef^-g^ Ilechea. Y tal vez ste le despierte curiosidad. Sabr entonces que Tellechea fue fusilado en la conspiracin de Alzaga, con-denado a muerte por Rivadavia, Chiclana y Pueyrredn. Y Pueyrredn se cas con la hija del fusilado qu ttulo para Nene Cascallar! que era casi una nena y as la fortuna de Te-llechea engord la fortuna de Pueyrredn que era flaca. Em-pezando por la quinta famosa.

    Esto es bastante ms gordo que lo de Nelly RivasI1

    E n su Historia de Juan Martn de Pueyrredn, J . C . Raffo de la Reta re-fiere el episodio: "Hay en estos sucesos de 1812 un hecho llamado a tener singular importancia en la vida de P u e y r r e d n . Es la condena de uno de los conspiradores, don Francisco de Tellechea, rico vecino de Buenos Aires y hombre de importancia en la vida de la colonia. Te-llechea c o m p a r t a con Alzaga la p r i m a c a en los c rcu los h i s p n i c o s de Buenos Aires. Vinculado a las familias principales por origen y por fortuna, era casado con d o a Matea Caviedes, hermana del presb te -ro doctor don Domingo Caviedes. H o m b r e e n r g i c o y resuelto, sus empleados le respetaban con s u m i s i n y m s a n sus numerosos es-clavos, a los que dispensaba un trato humano , pero sin transigir en cuanto a disciplina". Agrega Raffo de la Reta que "Tellechea c o n c u r r i con dinero y con gente a la c o n t r a r r e v o l u c i n y que efectuado un ca-reo con sus propios esclavos y a pesar de la obstinada negativa de Tel lechea s tos denuncian su p a r t i c i p a c i n en el golpe reaccionario provocando la d r a m t i c a sentencia" ( p g s . 228/229). Ms adelante Raffo de la Reta escribe: " P u e y r r e d n vuelve en 1815 a Bs. As., cono-ce a una hermosa n ia de clase, virtuosa, alejada del mundo por tem-peramento y e d u c a c i n y se enamora de ella. Pero hay un inconve-niente. E s a n i a es la s eor i ta Mara Cal ixta Tel lechea y Cavides, hija de don Francisco de Tellechea, uno de los implicados en la conspira-c in de Alzaga y a quien el Triunvirato , con la f irma de P u e y r r e d n , Rivadavia y Chic lana , condenara a la pena de muerte. S in embargo la familia no se opone y el 14 de mayo se celebra el casamiento. Ocho d-as d e s p u s , P u e y r r e d n escribe a su inolvidable amigo y confidente el coronel D u p u y y le dice: 'Vi u n a n i a , me a g r a d , nos c o m p r o m e t -

  • Pero la historia sabe que ese mismo Pueyrredn es el de las chacras de Perdriel, el guerrero de Alto Per y el apoyo de San Martin. Es que la historia es as, en el Ro de la Plata, en Grecia y en la corte de Enrique V I I I . Los hombres de la his-toria verdadera son polifacticos. Y si dioses, dioses a la mane-ra de los hombres, como los dioses griegos.

    Con intencin peyorativa, doa Victoria Pueyrredn entiende que debo limitarme a seguir ocupndome del rosis-mo, peronismo e yrigoyenismo. Tal vez lo haga por ser lgi-ca con su criterio histrico: ni Rosas, ni Yrigoyen, ni Pern han dejado sobrinitos para publicar solicitadas. Eso tambin le pasa a San Martn. Con el fro que hace en la inmortalidad, me considera el mrito de arrimarles un ponchito? Espe-cialmente a Pern, por cuya incorporacin a la inmortalidad se hace tanta fuerza en los crculos que doa Victoria Puey-r redn frecuenta.

    Historia: "Bien de familia" Porque aqu est el quid de la cuestin, la pretensin de

    ver la historia como bien de familia es hija de considerar al pa-s como bien de familia. Por eso su solicitada ms que un test sobre su capacidad intelectual es un test sobre la concepcin poltica de la oligarqua.

    Nadie debe alterar la imagen de don Carlos Saavedra Lamas, con su amplia cadera, su amplio cuello duro y su du-ro peinado rococ, con el diploma de Premio Nobel en la mano, caminando hacia la inmortalidad, como nadie debe alterar la imagen del pas, propiedad de un grupo de fami-lias donde cargosean veinticinco millones de intrusos des-cendientes de gauchos y de gringos que estaran de ms si no

    mos y hoy hace ocho das que me cas con d o a Mariquita Tellechea y Caviedes, joven que a n no cuenta catorce aos . . . '" (pg . 244). Rafo de la Reta explica que "el amor todo lo puede" pero admite que al-guien comenta: "Por q u se casa con ella? Por i n t e r s de su fortuna" (pg . 244). [N. G . ]

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  • hiera que trabajar. Y servir para soldados si hay alguna erra. 2

    Don Agus t n R o d r g u e z Araya me informa que tiene amplia documen-tacin sobre lo que el Ministerio de Relaciones Exteriores (presidido por Saavedra Lamas) gast en telegramas y flores a todos los d i p l o m -ticos del mundo para conseguir el apoyo en la adjudicac in del Premio Nobel. A su vez, La Fronda en su caracterst ico estilo humor s t i co repro-dujo en primera pgina las increbles instrucciones que al respecto dio el Ministerio ejercido por el propio Dr. Saavedra Lamas. Y no se puede creer que don Pancho U r i b u r u era un opositor neto a ese gobierno. Las "autoridades" que cito son ms bien del otro lado, que del m o . [A. J . ]

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  • "NOSOTROS NO SOMOS JUECES, SOMOS FISCALES"

    La Nacin, La Prensa y el Dr. Flix Luna

    En los primeros meses de 1972, La Nacin y La Prensa mos-traron una viva irritacin con motivo del estreno de la pelcula Juan Manuel de Rosas. Desde la revista Dinamis (N 43) de abril de ese ao, Arturo Jauretche coment cidamente la reaccin de los matutinos:

    El estreno de la pelcula Juan Manuel de Rosas ha dado oportunidad para actualizar las palabras de Alberdi ("Los libe-rales han establecido un despotismo turco en la historia en nombre de la libertad") mostrando crudamente la posicin de los rganos ms representativos de ese liberalismo: La Nacin y La Prensa. Esta ltima, en su crtica cinematogrfica nos dice que "eso que se ha dado en llamar revisionismo histrico, acen-tuado en este caso, consiste en falsear hechos y caracteres [...] Porque para quien venera el espritu de Mayo que nace con Moreno, se hace alado en Echeverra, se recupera en el tre-mendo resplandor de Caseros, se consolida en Las Bases de Al -berdi, el batallar de Sarmiento, Mitre y tantos y se retempla en setiembre del 55, podra ser chocante, agresivo, blasfemo, este intento de reivindicar la siniestra figura del primer tirano, sm-bolo de opresin, negacin de libertad, negacin de Mayo; pe-ro lo que se ha realizado es tan falso como historia, tan pueril como alegato, tan inconsistente como mensaje, tan torpe en la injuria al adversario, al unitario y tan deficiente como cine, que la posible indignacin se esfuma ante la fracasada intentona".

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  • Poco espacio dedica esta crtica cinematogrfica a la pelcula en s y el que le dedica est subordinado al objetivo persegui-do al escribir lo transcripto: calificar todo intento de revisin en la forma que ya nos haba advertido Juan B. Alberdi, rati-ficando la existencia de "un Alcorn que es de ley aceptar, creer, profesar, so pena de excomunin por el crimen de bar-barie o caudillaje". En sntesis, establecer "un despotismo tur-co en nombre de la libertad". Esta vez en el cine; es el que la historia falsificada se ha establecido en la gran prensa y en la enseanza hasta llegar de Grosso chico a la clase de "educa-cin democrtica".

    A su vez, La Nacin del 23 de marzo se ocupa de la pel-cula pero esta vez, nada menos que en su editorial y bajo el t-tulo: "La antienseanza de la historia": "Hay algo ms grave: la niez y la juventud pueden quedar confundidas por largo tiempo y es difcil despejar errores introducidos por estos me-dios llevndolos a la lectura seria, al estudio detenido, al es-fuerzo racional". "Esfuerzo racional" le llama a la repeticin de la historia falsificada.

    Ya sabemos que La Nacin segn dijo Mitre y va escri-to como copete, precisamente en la pgina de los editoriales ser una "tribuna de doctrina". Y cul es la doctrina en este caso? Precisamente la que seala Alberdi: todo intento de re-visin histrica es un crimen contra la libertad. La divulgacin popular de sus resultados, ahora por el cine, un crimen mayor. Este crimen se agrava por las proyecciones actuales y as dice La Nacin: "Lo sucedido recientemente, al estrenarse la pelcu-la dedicada a exaltar la memoria de Rosas, demuestra clara-mente cmo suele explotarse el ayer para intereses del presen-te. En esta ocasin, participaron agitadores que no titubearon en mezclar los nombres ms gloriosos de nuestra independen-cia con los del dictador que jams sinti simpata por la causa de Mayo y aadieron los 'slogans' de un presente conflictuado por consignas de sectarismo partidario".

    Aqu La Nacin cae en su propia trampa mostrando una cosa cierta y es que los hechos histricos influyen en el pensa-

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  • miento del presente. En Poltica Nacional y Revisionismo histrico he dicho que la falsificacin del pasado es una "poltica de la historia". El revisionismo, tambin.

    Le es necesario al pas actual conocer su propia historia, como le es necesario a los que quieren detenerlo en el pasado, impedir que la conozca. Los falsificadores no fueron individuos aislados sino los instrumentos de una sistemtica del conoci-miento histrico destinada a servir la poltica de la oligarqua y la dependencia econmica del pas; de ah su posicin actual y esta referencia al presente, pues saben que la modificacin en el juicio histrico facilitar la comprensin de la tarea a realizar. Por eso, lo que le preocupa a La Nacin no es la investigacin histrica de gabinete sino la difusin de los resultados que sa-len de esas investigaciones. Su poltica necesita que Grosso sea eterno como los laureles del himno y que la historia construida para uso de los escolares sea la nica historia argentina vlida. As el ataque de La Nacin no es contra la pelcula en s sino por lo que significa su exhibicin ante las multitudes, es decir, la di-fusin de una historia que no es la suya.

    * * *

    En esos mismos das, en su editorial de la revista, l odo es his-toria (N 60), su director Flix Luna abord el tema de la pelcula re-cientemente estrenada. Despus de considerar un "paso positivo" que la cinematografa argentina rompa con el tab que pesa sobre el Res-taurador, Luna critica el tratamiento dado al tema pues "el mismo pri-mitivismo con que la Historia de Grosso divida a los argentinos en buenos y malos es el que campea en esta pelcula. La diferencia con-siste agrega Luna en que los malos de Grosso son los buenos de Antn y viceversa. Todo el que no es rosista es implacablemente carica-turizado (salvo Lavalle) con un esquematismo que tiende a superarse cada vez ms en la historiografa actual pero que aqu revive con el ms elemental maniquesmo" [...] "Retornar a la exageracin revisio-nista es tan negativo como volver a la mendacidad liberal sostiene Luna es un retroceso del espritu con que estn pensando de nuevo nuestra historia los sectores ms lcidos del pas. Para los responsables

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  • de esta pelcula nada hay en los adversarios de Rosas que merezca res-catarse. Todos fueron malos, traidores, inferiores, venales". Y conclu-ye: "Pero bien sabemos que en la historia, como en la vida, rara vez se da lo malo absoluto [...] La pelcula de Antn aprueba tcitamente es-ta tremenda alternativa. En esto radica la negatividad de una obra que, por muchos otros conceptos, es digna de aplauso".

    * * *

    En el N 44 de mayo de 1972 de la revista Dinamis, Jauretche vuelve sobre el tema en el siguiente artculo que titula "Revisionismo y ecuanimidad".

    En el nmero anterior, la pelcula Juan Manuel de Rosas me sirvi de pretexto para comentar la poltica de la historia. Record all que esta expresin poltica de la historia la empleo en Poltica Nacional y Revisionismo histrico, para sealar que la falsificacin de la historia es una poltica. En efecto, la falsificacin de la historia ha sido una sistematizacin sin con-tradicciones, perfectamente dirigida. Y agrego: "Ha habido una sistemtica de la historia concebida despus de Caseros y que no puede explicarse por la simple coincidencia de histo-riadores y difusores [...].

    "Una escuela histrica no puede organizar todo un me-canismo de la prensa, del libro, de la ctedra, de la escuela, de todos los medios de formacin del pensamiento, simplemente obedeciendo al capricho del fundador. Tampoco puede repri-mir y silenciar las contradicciones que se originan en su seno y menos las versiones opuestas y que surgen de los que de-mandan la revisin [...] No es, pues, un problema de la histo-riografa sino de poltica y as lo que se nos ha presentado co-mo historia es una poltica de la historia, en que sta es slo un instrumento de planes ms vastos destinados precisamente a impedir que la historia, la historia verdadera, contribuya a la formacin de una conciencia histrica que es la base necesaria de toda poltica de la nacin.

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  • Prcticamente no se puede aislar la falsificacin de la his-toria de la creacin y existencia del aparato que ha construido la superestructura cultural del pas. El se preocup de la his-toria como se preocup de difundir determinadas ideas eco-nmicas y el prestigio de los hombres, desde la poltica a las ciencias y las artes, que se manifestaban dciles para seguir las directivas de la colonizacin porque ste es el quid de la cues-tin: la falsificacin de la historia forma parte de la coloniza-cin pedaggica.

    Nada sobre este particular es ms significativo que el ca-so de los polticos e intelectuales que se dicen marxistas. Ellos, durante ms de cincuenta aos, para el juicio histrico sobre el pas, prescindieron en absoluto de los dogmas cientficos que tienen para interpretarlo y que, sin embargo, utilizan pa-ra el menor episodio cotidiano y que ahora creo hasta apro-vechan para calcular los resultados del Prode. Ellos tienen una frmula que les da la interpretacin materialista de la his-toria y que les permite comprender tanto la pasada como la venidera. Y sin embargo, hasta muy recientemente, cuando ya no pudieron cerrar los ojos al hecho histrico del peronis-mo, comulgaron con las ruedas de molino de la historia ofi-cial y as el Dogma Socialista de Echeverra les resulta socialista porque emplea el nombre y todos los hechos de nuestro pa-sado carecan de interpretacin por lo social o lo econmico desde que aceptaron como cierto que la historia argentina era el conflicto entre la Civilizacin y la Barbarie. sta represen-taba lo autntico, lo espaol, lo catlico, lo tradicional que ha-ba que destruir y la Civilizacin, la europeizacin violenta, aun a costa del pueblo, porque eso era la libertad y todos los valores institucionales que prestigiaban la colonizacin peda-ggica del pueblo.

    Para la mayora de los argentinos ya la historia oficial es-t derrotada. Pragmticamente, como se construy el peronis-mo a exigencias de la realidad y sta, pragmticamente, va modelando una doctrina, la justicialista, pragmticamente ca-si ms que nada como resultado de su propia experiencia

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  • histrica el pueblo argentino ha ido diferenciando su verda-dera historia de la falsificada. El revisionismo ha hecho su la-bor de investigacin tan encomiable y ha difundido su verdad pero no nos engaemos: el eco popular, la adhesin multitu-dinaria ha venido como efecto de una experiencia histrica paralela a la revisin que cre las condiciones para la com-prensin popular. En este terreno, la batalla est ganada y esa victoria viene a complementar un ngulo del pensamiento jus-ticialista que en los momentos iniciales ofreca una brecha a la penetracin del adversario.

    Pero esa victoria del revisionismo es actual y puede no consolidarse si descuidamos la prdica. El aparato de la su-perestructura cultural es poderoso y persiste tenaz, mientras las generaciones se suceden actuando sobre los nietos de los nietos como actuaron sobre los abuelos de aqullos. Que el revisionismo est triunfante en el estado de opinin de hoy, no quiere decir que su verdad deje de estar en peligro mientras la falsificacin sea d u e a del aparato y est en con-diciones de perturbar el pensamiento de las generaciones que siguen.

    Me lleva a estas reflexiones el editorial con que don Flix Luna en Todo es historia comenta la pelcula sobre Rosas que yo haba comentado en un artculo anterior. Don Flix Luna ha trado importantes aportes a la interpretacin de nuestro pa-sado y especialmente el prximo, pero contina en esa posi-cin de "bendigo a tutti" que desde un pulpito neutral le per-mite distribuir justicia mitad por mitad, eclcticamente.

    Acusa al revisionismo y a su expresin en esa pelcu-la de que ocurre lo mismo que en la historia de Grosso, di-vidiendo a los argentinos en malos y en buenos slo que los malos son los buenos de Grosso y los buenos, los malos de aqul. Concluye as en que la exageracin del revisionismo es tan negativa como la mendacidad liberal.

    En una palabra, le molesta el carcter combativo y de parcialidad del revisionismo y le molesta en sntesis porque el revisionismo no es ecunime. Pareciera que Luna ignorase

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  • \ \ que todava tiene el revisionismo mucho que combatir, y Q ^ g ^ / . bien l, como historiador, puede haber llegado a l ^ ^ u a n f f t ^ '* | dad, no son ecunimes los modos objetivos de formaPminin.

    La historia falsificada tiene a su favor todas las estatf^^^ r a i x

    todos los retratos en todas las plazas y en todas las escuelas y en todos los Rotary Club y Leones y en todos los diarios y en todas las revistas (raras son las excepciones como Dinamis y To-do es historia) y la historia tal como se ensea en la escuela, lo que dicen los textos y las ctedras desde las secundarias a las universitarias. Conoce el seor Luna la ctedra de educacin democrtica?

    Cree el seor Luna que en esas condiciones ha llegado para el revisionismo el momento de abandonar el tono com-bativo y polmico para dedicarse a la bsqueda de una mayor ecuanimidad? No! Estamos en la guerra y si la guerra es la guerra, no es el revisionismo el que lo dice.

    Saqense los falsos santos de los nichos, cmbiense los programas escolares, dense vacaciones a los falsos proceres instalados en lo alto de las paredes para nominar las calles, desocpense la mayora de los pedestales y bjense los retra-tos, mrmoles, yesos, bronces y recin habr llegado el mo-mento de la ecuanimidad.

    Iguala y corremos...! Es el desafo de las carreras cua-dreras. Aqu tambin. No es cuestin de no querer ser ecuni-me y creemos serlo. Es simplemente no confundir la desigual-dad con la igualdad. Para revisar el revisionismo y limar sus conclusiones polmicas tiene que haber igualdad de condicio-nes en la polmica. El revisionismo ha superado en el plano de la inteligencia y de la documentacin a los falsificadores, pero si abandona las armas combativas, en poco tiempo, sera aplas-tado por el aparato de la superestructura cultural que persiste y persistir mientras no se haya integrado en el Estado el pro-ceso de revisin que desde 1945 se opera en todo lo argentino.

    * * *

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  • En el nmero siguiente de Dinamis -junio de 1972 apare-ce la contestacin de Flix Luna. "Y sin embargo, yo creo en la ecua-nimidad sostiene el director de Todo es historia-. Para m, ecua-nimidad significa ponerse en el lugar del adversario y examinar honradamente si no hay nada rescatable en su posicin. O lo que es igual, hacer un examen de conciencia profundo y establecer honrada-mente si uno est en la verdad tanto como supone7'. En este tono mo-derado discurre Luna, aunque su viejo antiperonismo le brota en se-guida y quiebra su ecuanimidad pues imprevistamente lanza un dardo contra Pern por una frase que ste us en momentos de dura pelea. Dice Luna: "No soy de los que postulan al enemigo, ni justicia'". Nie-ga el historiador hallarse ubicado "en un pulpito neutral ni tampoco 'bendigo a tutu"' y pregunta: "Los unitarios, eran tan absolutamen-te canallas que no pueda rescatarse su ideario? Y si el revisionismo ha triunfado en el plano de la opinin pblica como usted dice y yo tam-bin creo, es lgico que siga aplicando mtodos de lucha tan agresivos como si estuviera en la Dcada del 40 peleando contra la Academia de Levene?". Luego agrega con una ternura humanstica que encubre apenas la actitud conciliacionista: "El pas lo han hecho todos, con sus errores y con sus aciertos y usted mismo, le guste o no, est viviendo en un pas estructurado por los hombres que detesta. Podr intentar mo-dificarlo pero no puede renunciar a l ni puede pretender que el pas se desprenda de toda una mitad de su historia para asumir solamente la otra mitad [...]". Finalmente concluye sosteniendo que si la verdad de Jauretche debi defenderse "combativa y polmicamente", la de l, Luna, "la que deriva de la ecuanimidad y se funda en la posible sn-tesis de las mejores contribuciones, debe difundirse en otro tono. Un to-no que no debe confundirse con la neutralidad cmoda. Porque en estos tiempos, don Arturo, tenga usted la seguridad que para ser ecunime hay que ser muy valiente".

    * * *

    Dinamis, N 46, en julio de 1972, publica la contestacin de Jauretche. Se trata de la siguiente nota titulada "Ecuanimidad y eclec-ticismo".

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  • Como don Flix Luna tiene una muy estimable labor de divulgacin histrica, a la que se agrega la capacidad que ha tenido para dotarla de instrumentos eficaces para el contacto con el gran pblico, me es cmodo contestarle su publicacin del ltimo nmero de Dinamis a ese nivel: el de divulgador, porque historiador no lo soy, ni lo pretendo.

    El amigo Luna se convierte en campen de la "ecuani-midad" y por ella rompe su lanza y porque la rompe afirma que "en estos tiempos, para ser ecunime, hay que ser muy valiente".

    Es que el doctor Luna supone que la posicin revisionis-ta en que estamos es una posicin de jueces. El se coloca en juez, puede ser ecunime; nosotros no somos jueces, somos FISCALES. Estamos construyendo el proceso a la falsificacin de la historia y develando cmo se la falsific, por qu se la fal-sific y qu objeto actual y futuro tiene esa falsificacin.

    Nosotros no somos jueces porque la historia falsificada no est sentada en el banquillo de los acusados para que nos-otros la juzguemos. Lo que queremos es sentarla en ese ban-quillo para acusarla ante los jueces, que son las generaciones que vendrn. No le negamos el derecho a tener defensores a nuestra acusada, pero no somos zonzos para creernos jueces y en funcin de la justicia distribuir ecunimemente lo que no puede ser ecunime hasta que no est demolido el edificio de la mentira.

    Le pregunto al doctor Luna: Qu estatuas estn sobre los pedestales? Qu retratos presiden todos los salones de las escuelas y de los edificios pblicos de la Repblica? Qu he-chos se rememoran oficialmente y cules se silencian? Qu di-cen ios programas escolares secundarios y hasta universita-rios? Qu ensean los maestros? Qu ensean los libros de texto desde primer grado? Quines estn en las academias? Qu dicen los grandes diarios?

    Que me conteste con su habitual ecuanimidad don Flix Luna.

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  • No, Luna, no. "Iguala y largamos..." como dice el jinete que se apresta a correr una carrera con otro. No es todava el tiempo de la ecuanimidad porque para eso hace falta que todos hayan sido hombres y hechos medidos con la misma vara y que las oportunidades sean para todos iguales. No se ha da-do cuenta usted, Luna, que la Plaza 11 de Septiembre recuer-da un episodio indignante y es una de las plazas ms impor-tantes de Buenos Aires? Y vaya calle por calle, lugar por lugar, de Buenos Aires y de Jujuy y de Tierra del Fuego y de Misio-nes y de Mendoza y ver lo mismo.

    Si todo eso que le he enumerado y mucho ms no exis-tiera y los puntos de partida de la tesis revisionista y las otras tesis fueran parejos, las mismas sus posibilidades de divulga-cin y de prestigio, habra llegado la hora de pesar los mritos de los hombres y los hechos que ahora detractamos para en-contrarles la parte positiva que indudablemente tienen.

    Un historiador riojano, De la Vega, escribi un libro que le hace muchos aos cuyo tema era Mitre y El Chacho. Creo que es la primera reivindicacin impresa de Pealoza que se hizo en este siglo. Al terminar, el riojano De la Vega quiso ser ecunime y no hall mejor recurso que mandarlos a Mitre y a Pealoza a los Campos Elseos para que all, en ese Paraso, se reconciliaran. No s si lo hicieron, pero imagino que Mitre lo abrazara al Cha-cho con las dos manos, mientras El Chacho no podra pasar por la cintura de don Bartolo ms que un solo brazo: el otro estara ocupado sosteniendo su propia cabeza. No! Para ser ecunime hay primero que ponerle la cabeza al Chacho.

    Pero vaya y pase esto en los Campos Elseos. Pero esta-mos aqu, hoy, sobre esta Argentina concreta, cuyas lites diri-gentes y cuyos hombres de gobierno ignoran poltica interna-cional porque en la escuela y en la Universidad se les ha enseado la de la traicin al pas, y tampoco pueden com-prender el patriotismo sino como una idea crematstica en la que el hombre no juega como tal sino como cifra.

    Vea, Luna: yo he escritos dos brulotes sobre un mismo te-ma. Uno contra el Dr. Hueyo, ex ministro de Hacienda, que

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  • en un editorial de La Prensa dijo que la Argentina no deba te-ner ms poblacin que la necesaria para su produccin agro-pecuaria y que el resto deba emigrar. Otro, contra el seor Fa-no, presidente de la Sociedad Rural, cuando sostuvo, en una comida de la prensa extranjera, que el ideal de la poblacin ar-gentina era cuatro vacunos por persona.

    Ahora voy a ser ecunime como a usted le gusta: que me perdonen Hueyo y Fano si fui demasiado agresivo; no saba yo que eso se lo haban enseado de uno de los sagrados maes-tros que tiene la Repblica. En efecto, Domingo Faustino Sar-miento dijo en 1855: "El Estado de Buenos Aires no est pues destinado, por la cra de ganado, a poblarse de hombres sino en cierta medida y en cuanto baste a las necesidades de la crianza".

    Mientras esa tesis est en pie, de qu ecuanimidad me habla?

    Reconozco que no soy muy estudioso, que puedo ser ha-ragn, todo lo que usted quiera, pero es increble que a esta al-tura del partido no conociera ese pensamiento de Sarmiento, habiendo gran parte de mi vida tenido predileccin por el es-tudio del personaje nuestro ms grande prosista (ya ve si soy ecunime!, cosa que parece dejo de ser si digo que era un gran macaneador). Todos nuestros marinos creen que Sar-miento fue un propulsor de la Marina porque fund la Escue-la Naval, pero al mismo tiempo afirmaba que no debamos te-ner flota de mar, porque el mar est reservado a las grandes potencias, que nuestro destino est exclusivamente en nues-tros ros y que (textualmente) a Baha Blanca slo podamos ir a buscar "unos huevos y unas plumas de avestruz". Esa es la cara de Sarmiento que no conocen los marinos. Por qu? Por-que la historia se falsific para que los marinos y los ingenie-ros, y los generales y los diplomticos y los peones y los docto-res no tuvieran puntos de apoyo en una historia autntica donde se dieran sus rutas y su destino.

    No confunda, doctor Luna, ecuanimidad con encubri-miento. Y no crea que el revisionismo consiste en desnudar a un

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  • santo para vestir a otro. No. Los santos que nosotros defende-mos hace rato que estn desnudos y lo que queremos es que los otros se saquen los ropones con que los han disfrazado hom-bres y hechos para empezar desde all, entonces s, una histo-ria con ecuanimidad. La falsificacin de la historia es una polti-ca de la historia. La revisin tambin es una poltica de la historia y debe ser una poltica combatiente, por lo menos para nosotros. Usted es ecunime porque se siente juez y nosotros somos mu-cho ms modestos, porque slo queremos crear las condiciones en que se pueda ser ecunime. Hay quien gusta de la cerveza negra y quien de la cerveza blanca; el que quiere ser ecunime antes que las condiciones sean las que correspondan, toma cer-veza half and half, mitad y mitad. Y hace bien si le gusta. Pero no sirve al pas en la poltica de la historia que necesita.

    Es u n error frecuente confundir ecuanimidad con eclec-ticismo. Es lo que le pasa a ese desarrollismo hecho sobre la ba-se de las palabras, puestas por el pas y los hechos, puestos por el extranjero, que slo es una variante de la visin crematsti-ca liberal que impera en el pas despus de Caseros: hacer un pas es hacer cifras. Nosotros creemos que hacer un pas es ha-cer hombres para que, a su vez, los hombres hagan el pas.

    r

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  • HUMILDAD NACIONAL Y SOBERBIA FUBISTA

    Polmica con los que todava se hacen pip en la cama

    Entre 1955 y 1960 se produce una interesante reorientacin eoltica en amplios sectores de la clase media argentina, especialmen-te en la juventud, proceso estrechamente ligado a la experiencia reac-cionaria del gobierno Aramburu-Rojas, a la frustracin frondizista y

    triunfo de la Revolucin Cubana. Derrotas y triunfos, desmitifica-es y nuevos dolos generan diversas crisis en los viejos y ya peri-

    cos partidos de izquierda. La juventud socialista formada en el nbejustismorepudia a Amrico Ghioldi para embanderarse de-de Jos Luis Romero, pasando muy rpidamente a encarnar sus elos de renovacin en Palacios, Muiz y Tieffemberg. En muchos

    isos se trata simplemente de abandonar el reformismo de izquierda -oligrquica para adherir a los planteos de otra izquierda tambin -oligrquica, que cree hallar la solucin en una confluencia entre n B. Justo y un marxismo abstracto aprendido en los manuales de

    Academia de la URSS. Pero, sin embargo, en algunos de los gru-disidentes se gesta una revalorizacin del peronismo y un come-

    nte acercamiento a esa cuestin nacional que el maestro Repetto no cansaba de repudiar. En algunas revistas de esta tendencia crece el

    onformismo respecto a las ideas econmicas imperantes hasta en-es en el partido: librecambio, moneda sana, Estado mal adminis-or. En otros casos, se intenta hablar un lenguaje latinoamerica-Pero la autocrtica respecto a toda la tradicin del socialismo

    ormista en la Argentina es dolorosa y la realizan slo a medias. Por v lado, el momificado aparato del Partido Comunista dirigido por

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  • Codovilla los presiona desde una supuesta posicin ms izquierdista y los espera con su abrazo fatal. Cuba, a su vez, les da una bandera, pero al mismo tiempo se les ofrece como una nueva forma de evasin y muchos jvenes en tren de nacionalizarse, terminan solamente por tornarse "cubanofilos".

    Uno de esos grupos de fervientes admiradores de Fidel Castro en los cuales parece encontrarse latente la posibilidad de entender la cues-tin nacional y pasar a una concepcin poltica de izquierda nacional, es el que edita la revista Che. Arturo Jauretche observa con atencin y simpata ese posible salto cualitativo para favorecer el cual se presta a un reportaje de la revista y entra finalmente en una polmica con ellos.

    * * *

    En el N 3, del 18 de octubre de 1960, la revista Che, dirigida por ese grupo de jvenes socialistas, afirma, en una nota referida a las prximas elecciones de senador por la Capital Federal:

    "Otra candidatura sorpresiva sera la de Arturo Jauretche, con el apoyo de algunos sectores del nacionalismo y otros de la ultra iz-quierda; total ya nadie se acuerda, despus del ao en Europa, que Jauretche jug sin retaceos su apoyo a Frondizi durante las elecciones del 58. Por lo visto, para todos los polticos descarriados hay siempre un Jordn".

    En el nmero siguiente 25/10/60 un lector que firma L . Cordone solicita que aclaren la posicin de Jauretche respecto alfron-dizismo pues "si Jauretche persisti en su apoyo despus del brusco cambio de timn del gobierno, eso resultara lapidario para l" y "en cambio, si solamente existi ese apoyo hasta el I o de mayo de 1958, entonces la situacin cambia porque acaso Pern no apoy a Fron-dizi? El pueblo debe saber de lo que se trata y pido esta aclaracin porque siempre lo cre a Jauretche ubicado en una posicin autnti-camente nacional".

    Con la firma J. Maciel, la revista Che contesta: "Jauretche, en efecto, acompa a los grupos ms o menos inde-

    pendientes que en su momento coincidieron en promover la candidatu-

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  • ra de Arturo Frondizi para la presidencia de la Nacin. La adhesin de Jauretche a esta candidatura fue anterior a la decisin de Pern. La persistencia de su apoyo a Frondizi despus del frondizazo' no fue, en efecto, tan visible ya que poco despus del I o de mayo de 1958 y frustrada por obra de Frigerio su aspiracin a la presidencia del Ban-co Central, Jauretche parti para Espaa donde permaneci un ao. Y el nico dato que nos permite ubicar su posicin durante ese lapso es su condicin de colaborador de El Nacional, diario que fue, en cierto modo, la vanguardia ideolgica del golpe de timn frondizista. Por otra parte, fuerza es reconocer que tambin el apoyo de Pern acom-pa al nuevo gobierno durante un lapso de tiempo bastante ms lar-go del que tard Frondizi en evidenciar su alejamiento del programa electoral que le haba valido la conquista del poder. Es un hecho que la liquidacin de Dinie y la suscripcin de los contratos petroleros no per-turbaron la actitud colaboracionista observada por Pern en los pri-meros tiempos, si bien se haca visible una creciente inquietud en la ma-sa peronista. Y fue probablemente la actitud de las masas lo que a la postre decidi la tarda conversin de Pern a posiciones opositoras frente al gobierno de Frondizi'9.

    En ese mismo nmero se refieren al peligro que entraa la in-versin de veinte millones de dlares que efectuaran los jesutas en la Argentina, cuestin a la que alude tambin Jauretche en su respuesta.

    * * *

    En el 5 de Che, del 1/11/60, aparece la contestacin de don Arturo:

    Seor Director de Che

    Muy seor mo:

    Dicen que no hay comedido que salga bien y parece que se es mi caso. Ocurre que nacionalistas y peronistas me ata-can porque estimulo las posibilidades de un encuentro con lo nacional de ios que a s mismos se llaman izquierda, sobre to-do los jvenes que no se han encanallecido en el paralelismo

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  • tradicional de la izquierda marxista o liberal y la derecha ol i-garca. (Empleo esta terminologa de izquierda y derecha en-tre nosotros los lmites de una y otra son bastante confusos y se penetran porque para la comprens in inmediata de los que recin llegan a la posicin nacional, hay que emplear es-tos transplantes de la posicin poltica importada.)

    Su revista se ha particularizado conmigo en el ataque rei-terado. Tambin veo que la investigacin del Banco de la Pro-vincia le da tema para particularizarse con los jesutas, por al-go que se supone quisieron hacer, sin que les haya dado material la misma investigacin para ocuparse de los genera-les y almirantes gorilas que actuaban desde los directorios de las sociedades annimas , quienes emplearon esta nueva tcni-ca de los factores de presin (me refiero a Vernengo Lima, Bonnecarrere y Osorio Arana) con olvido de las incompatibili-dades entre Marte y Mercurio. Esto de alarmarse porque los jesuitas pueden traer veinte millones de dlares y no alarmar-se porque los protestantes o los de la sinagoga hagan dlares con los pesos de nuestros bancos sacados del ahorro argentino revela que no estn enterados de cmo funciona el mecanismo imperialista de que hablan y que consiste precisamente en ese cuento: hacer capital extranjero con la plata nuestra a travs de los depsitos bancarios. Si hubieran estudiado el Banco Central de Pern, por lo menos como lo es tudi Mndes Fran-ce que parece que sabe de aqu ms que ustedes, hubieran pos-tergado la cuestin religiosa a la cuestin econmica y finan-ciera y se hubieran ocupado en el caso concreto del Banco de la Provincia de Buenos Aires que se refiere a SEGBA, Ford y General Motors. Pero eso les ocurre porque su antiimperialis-mo es de impor tac in , como su imperialismo, y porque hasta su atesmo es atesmo con respecto al catolicismo que t e n d r n que convenir conmigo es una costumbre en el pas. Esos son arrastres "repettunos y juanbejustistas" que estn en el sub-consciente y que con paciencia y buena letra se i rn corrigien-do. Y crame, Sr. Director, todo esto se lo digo con una buena leche.

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  • Si estuvieran desde hace tiempo en el mc4|mieHjti nal habr an conocido a travs de los trabajos de dalmente de Scalabrini Ortiz, cul es la tcnica fbleada' de el primer "emprst i to", el de Baring, y la funda* mismo Banco. Sabran que Bunge 8c Born vino aqu coi mano atrs y otra adelante, con un aval de la casa en Pars y que con los ahorros de los argentinos, a travs del Banco de la Na-cin, hizo la bicicleta (en trminos bancarios) comprando las co-sechas con nuestro dinero y repitiendo anualmente la opera-cin: renovaba para la cosecha siguiente, en el momento de

    encerse la obligacin anterior. Como ramos nazis entonces y ustedes estaban ocupados en defender las sabias instituciones de la Consti tucin del 53, parece que no se enteraron. Tampo-co, porque estaban estudiando el socialismo en el Himalaya, pudieron comprender la diferencia que haba entre la misma Constitucin redactada por una poderosa plutocracia, el na-ciente capitalismo americano, para ser aplicada por l, y su re-produccin por unos cuantos abogadillos y literatos iluministas eme como no tenan intereses capitalistas propios que defender, crearon las condiciones para el capitalismo ajeno, que no es el capitalismo, sino la tpica forma colonial del capitalismo de im-portacin. Hubieran sabido entonces que Caseros sirvi para extinguir en lo geogrfico y en lo humano, las posibilidades de un gran pas y en el orden econmico, las balbuceantes formas

    capitalistas que obstaculizaban el desarrollo imperialista. En fin. Demasiado ilustrados para simplificar las lneas de lo na-cional y lo otro, se enredaron en las piolas y por no encontrar-se con Pern, se encontraron con Braden y Aramburu.

    No se los digo como cargo, pero s como advertencia, que no es cuestin de que se pongan a ensear le al padre

    a hacer hijos, cuando todava tienen los dientes de leche en es-10 de lo nacional, y han mamado leche de Braden y con Ghiol-

  • M i amigo Vias me recuerda en un libro que acaba de publicar que he sido conservador los 18 aos. Yo amablemen-te le he contestado que eso lo he pagado con 40 aos de vida al servicio de mi pueblo, siempre en la posicin nacional. De todos modos me queda la originalidad y creo que exclusiva, de haber subido al caballo por la derecha y bajado por la izquier-da (siempre la absurda terminologa) en un pas donde todos los polticos montan por la izquierda y bajan por la derecha.

    Y ahora vamos al grano: en el N 3 de su revista, me ha-cen el cargo de haber apoyado la candidatura de Frondizi, im-putacin que despus se extiende a Pern y a cuatro millones y medio ms de argentinos. Y ustedes a quin votaron? Por Balbn? Por Palacios, el embajador de Aramburu en Uru-guay? Qu hicieron ustedes para que el pueblo argentino no fuera sometido a una opcin forzosa? C o m p r e n d e r usted, se-or Director, que una imputacin de esa clase slo me la pue-den hacer los que votaron en blanco. Y an tengo que agregar que si Frondizi no hubiera triunfado por decisin de los ex-cluidos del derecho cvico, lo que est haciendo Frondizi, lo es-tara haciendo Balbn, lo que no tendra importancia. Pero con una aprobacin electoral expresa y con la ratificacin expresa, hecha por la mayora, de lo actuado por el gorilismo, desde el Plan Prebisch hasta los fusilamientos y la exclusin de la ma-yora del pueblo de sus derechos.

    Quiere usted decirme lo que significara que Balbn hi-ciera lo que hace Frondizi, pero con un programa votado por la mayora? Que Frondizi no haya cumplido su programa, es cosa de l y de su partido. No de los que por honradez creye-ron en su palabra. En el N 4 de Che, el Sr. H . Cordone ha pe-dido una aclaracin que ustedes hacen, con la firma de un se-or J. Maciel, personaje que me parece imaginario y se declara "autor" de la pequea historia en cuestin.

    Pero la aclaracin no aclara nada. Miente e insina ca-lumniosamente. Como el lector le preguntaba a la revista si yo lo apoy a Frondizi con posterioridad a la desviacin de su pro-grama, despus del I o de mayo, el seor Maciel o quien sea,

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  • muy suelto de cuerpo, dice que yo part para Espaa despus del 10 de mayo, pero agrega por su cuenta que esto ocurri porque no me dieron la Presidencia del Banco Central por obra de Frigerio. Solamente con una finalidad calumniosa se puede decir eso: En qu testimonio, en qu hecho se apoya es-te sujeto para hacer esta afirmacin? Ms. Si este sujeto es pe-riodista, no puede ignorar el violento choque que tuve con Fri-gerio, con el que romp relaciones precisamente porque fue el autor del pacto con Pern y del pacto con Aramburu, doble operacin en que se frustr la salida que para el Ejrcito y Pue-blo pudo significar el 23 de febrero. Porque el primer pacto le sirvi a Aramburu para hacerse de nuevo fuerte en el ejrcito y negociar la entrega del gobierno y no del poder con Frondi-zi, quien no tuvo agallas ni para tomarlo ni para renunciarlo, resultando de los dos pactos y del acceso al gobierno en esas condiciones, el que quedara sin pueblo ni ejrcito a merced de los usureros internacionales en lo que llaman Plan de Desarro-llo. Por un lado, me imputa haber apoyado esa salida poltica y por el otro, con una mentira infame, pretende desvirtuar el sentido de mi alejamiento del pas, que slo prueba que yo no quera ni esperaba sacar fruto de mi accin poltica y que, para cualquiera que no fuese un calumniador, resultara la prueba de un desinters no habitual en nuestro medio. Tan calumnio-sa es la intencin que no pudiendo decir que colabor con Frondizi despus del I o de mayo, agrega que mi colaboracin no fue "tan visible". Y para terminar, tambin me hace cargo, por una serie de notas contratadas con El Nacional que llevan mi firma y fueron escritas desde Europa en 1958. Lo curioso es que los redactores de Che, periodistas como yo, escriben en los diarios de la oligarqua, al mismo tiempo que en esta revista, como profesionales que son de la pluma, y supongo que este supuesto Maciel no pone en lo que escribe, lo que l piensa, si-no lo que le mandan a escribir. No lo critico como tampoco puedo hacerle cargo al obrero que pone tornillos en una m-quina de la Standard Oil. Pero por esa razn ese cargo no pue-de hacrseme a m, adems porque yo firmo y si tiene algn cargo que hacerme, es por lo que he dicho bajo mi firma. Con

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  • todo, terminado mi convenio con El Nacional, que respet to-talmente mis textos, no quise renovarlo.

    Tal vez esta carta tenga una extensin inusitada. Estoy habituado a los ataques y a las infamias y las paso por alto. No he querido hacerlo ahora en atencin a los dientes de leche que todava tienen ustedes en lo nacional y para recordarles que la recproca indulgencia que tal vez sea necesaria entre los distintos sectores de lo nacional, no puede significar que los recin llegados a su conocimiento, lo hagan con la soberbia de quien no se ha equivocado nunca, cuando todava andan co-mo el m a m n con la leche de Braden en los labios.

    Mientras los hombres del movimiento de 1945 andamos haciendo el inventario de nuestros aciertos y nuestros errores y yo s lo que me cuesta sealar estos lt imos ustedes echan el pasado a la espalda y ac tan con la misma petulancia de antes, olvidando que fue esa soberbia de intelectuales la que los pe rd i y les hizo agarrar caballo equivocado.

    Usted nunca intent agarrar caballo de noche y a cam-po abierto? Yo lo he hecho muchas veces en esto de la poltica y da la casualidad que hasta cuando "he errao el pingo", mi error ha sido compartido con todos los paisanos.

    Los saluda fraternalmente.

    Arturo Jauretche

    * * *

    La contestacin de los jvenes de Che aparece en el mismo n-mero y reitera precisamente esa soberbia que les critica Jauretche. En lo fundamental afirman:

    a) "Conocemos cul es la funcin del imperialismo en los pases subdesarroliados. Aparte de FORJA y de Scalabrini Ortiz hay algu-nas fuentes ms que nosotros tambin hemos consultado. Y mientras FORJA actuaba nosotros no estbamos ocupados en defender las sa-bias instituciones de la Constitucin del 53' sino fundamentalmente, en hacernos pip en la cama o los ms aventajados enjugar a la rayuela."

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  • b) "No pretendemos ensear al padre a hacer hijos. Aunque, con una mano en el corazn, seor padre, todos los hijos que la genera-cin de ustedes procre, sirven? Procrearon bien?"

    c) "Che no es rgano de ningn partido poltico [...] Error el suyo de creernos sucursal de grupos polticos y no limpia empresa ju-venil, con dientes de leche pero tan incisivos que mordemos a aquel jo-ven que a los 18 aos fue conservador, subi a un caballo por la de-recha, baj por la izquierda y ahora quiere subir nuevamente. Por dnde, seor Jauretche, por ambos lados, por la cabeza? Y aqu ter-mina nuestra respuesta. No es usted nuestro enemigo ni nos dedicare-mos a perseguirlo. Acepte, s, la realidad evidente de tantos hijos que negamos a nuestros padres aunque entre ellos se encuentre usted. Lo hacemos con soberbia y con insolencia. Hay demasiadas muestras de humildad jesutica y de obsecuencia militante como para que esa soberbia e insolencia no sean, a la postre, bondades que respetar."

    * * *

    El 17 de noviembre de 1960Jauretche contraataca en una no-ta de El Popular, donde aprovecha para contestar otras recriminacio-nes de dos jvenes, un tal Rocha, que enfatiza con las torturas aplica-das durante el peronismo, y otro, Morozzani, que ya intenta darle directivas, publicadas ambas en nmeros anteriores de El Popular. La contestacin lleva por ttulo "Del Reformatorio Cvico de mayores al reformatorio ideolgico de menores", y en lo esencial afirma:

    ltimamente me han agarrado de "punto" algunos cola-boradores regulares y otros espontneos que saltan al ruedo en "Cartas de lectores". Se trata, generalmente, de jvenes provenientes de la izquierda.

    Nosotros, los nacionales, estamos encantados de llevarlos en ancas, mientras aprenden a montar, pero no es cosa de que manoteen las riendas [...] para enterrarnos en las vizcacheras a donde fueron a parar antes. Estos nuevos jinetes, que nos ha-blan con el tono de los que han acertado todas, cuando les pe-gamos en la matadura, salen con que eran muy chiquititos y

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  • estaban haciendo pip cuando se equivocaron. Me parece que se siguen meando en la cama.

    As hay un joven Rocha, que me parece conocido, que nos habla de las terribles torturas y persecuciones del rgimen peronista. Pero que, con seguridad, admira a Castro. Se olvida de que en iguales circunstancias que sta o ms difciles (por-que a la agresin y bloqueo occidental unnime y no slo el norteamericano, como en el caso de Cuba se una la agre-sin de los soviticos en la conjuracin de las izquierdas y de-rechas armonizadas con el pretexto del nazismo para bloquear toda poltica nacional) los entonces jvenes de izquierda fue-ron "los idiotas tiles" de la oligarqua y el imperialismo, y el saldo positivo de su hostilidad es esto que tenemos delante que, les guste o no, ellos ayudaron a construir. Ese es el hecho positivo, lo hayan hecho de vivos o de zonzos.

    Si he acusado al nacionalismo de irresponsabilidad por-que no comprend i que no haba otra alternativa que aguan-tar al peronismo con todos sus defectos o entregar el poder a la oligarqua, debo ser mucho ms severo en mi juicio para estos fubistas que tampoco vieron la alternativa y todava se dan corte con alguna leve encerrona que tuvieron, por andar macaneando contra el pas y el pueblo argentino, cuando de-bieran, de estar ya en lo nacional, avergonzarse de haber he-cho de idiotas tiles y estar muy agradecidos a que el "tirano sangriento" no fuera Castro, como pretenden ahora, caso en el que habr an ido al pa redn , no interesa averiguar si por picaros o por zonzos, con lo que no habran tenido oportu-nidad de conocer esto de Castro que ahora proponen como modelo.

    Otro de estos "espontneos" que se llama Morozzani o cosa parecida, tiene la indulgencia de reconocerme acierto en cuanto consider inevitable ya la cada de Pern en 1954, pa-ra acusarme en seguida de superficialidad anecdtica, porque intento demostrar que la cada obedeci precisamente a haber olvidado el carcter social integrador, vertical, de los sectores sociales, en el movimiento nacional y perdido el control y la

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  • adhesin de sus sectores de clase media y burguesa en ascen-so, ligados al desarrollo que el proceso representaba.

    La mentalidad de este mozo es tpicamente fubista. Se trataba y se trata, segn l, de "darle a la Marsellesa y an me-jor a la Internacional, cadencia de vidala". Y esto es sainete, puro cocoliche! Una lucha nacional es cuestin de ponerle a la msica internacional de las izquierdas extranjerizantes dos o tres ritmos criollos que le puede proporcionar Atahualpa Yu-panqui y adelante con los faroles!

    La realizacin nacional para esta mozada no consiste en hacer lo posible en el momento que es posible y en funcin de la realidad autntica, sino en conformar el esquema previo, encaje o no en el pas, porque el pueblo argentino es un cone-j o de laboratorio con el que cualquier empachado con cuatro libritos de quiosco se puede meter a hacer experiencias dra-mticas. Y este mocito no se para aqu sino que ya empieza a clasificarnos a los que de lejos venimos por la huella nacional, diciendo ste sirve y ste no sirve y eligiendo como el indio con la lanza entre Albrieu, Cooke, Cardozo, Vandor, Osella Mu-oz, etc. No les digo que quieren agarrar las riendas? Menu-do lo que tenemos los nacionales para aclarar nuestras cosas para que vengan las visitas y en cuanto se les sirve un mate, empiecen a decir ste toma y ste no toma!

    [...] S que estos jvenes ni siquiera me van a agradecer que me ocupe de ellos. La verdad es que ninguno de los "maestros" a que estn habituados, les hubiera dado "bolilla" contestndoles. Pero en esto tambin los nacionales nos dife-renciamos de esos "proceres" de papel pintado. Porque lo l-gico es que antes de polemizar les diga como en las carreras cuadreras: "Iguala y largamos". Lo hacen hasta los boxeado-res que exigen ttulos y antecedentes para concertar la pelea. Pero es cosa de humildad el contestarles; humildad que es lo primero que tienen que aprender los infatuados de la intelli-genlzia, as sean pichones. Y sta es la primera enseanza que deban sacar de sus errores an recientes, que no los conde-nan, pero los obligan a prudenciar y comprender que la cues-

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  • t in no es ponerle "unos acentos de vidala" a la mala msica que practicaban antes, la Marsellesa y la Internacional con bastante "God save the King" y la bandera de las franjas y las estrellas .

    [...] En una ocasin el doctor Juan P. Ramos, penalista fa-moso y que era director de la Penitenciara Nacional de la que acababan de escaparse catorce penados, visit la crcel de Sierra Chica, a c o m p a a n d o a un grupo de penalistas ex-tranjeros. A medida que recor r an el establecimiento, el doctor Ramos contestaba a las preguntas tcnicas de los visitantes con reflexiones despectivas sobre el manejo del mismo. El director de la crcel, que era u n modesto paisano de Olavarra , iba j u n -tando rabia y as fue que ante uno de los juicios de Ramos, ex-plot diciendo:

    "Vea, seor; aqu no sabremos mucho de esa ciencia que usted sabe, pero los presos no se me escapan de a catorce como le ha pasado a usted!"

    Y ste es el caso. Lo que nosotros hemos hecho no es per-fecto, pero es mucho. Y lo tuvimos que hacer contra ellos y contra los otros. Ahora parece que estn de vuelta. Pero no es-tn de vuelta de su soberbia intelectual, que tampoco sabemos de d n d e ha salido, como no sea de una coleccin de calco-manas que quieren poner sobre el pas, sin averiguar prime-ro cmo es el pas y qu es lo que el pas quiere.

    Y le pongo punto a este parntesis . Tenemos bastante con las pelculas de televisin, dobladas con el espaol del Ca-ribe, para que nos "doblen" tambin de ese modo las solucio-nes nuestras, propias de este clima, este lugar y estos hombres. Porque lo que me temo es que este sector izquierdista encuen-tre en Cuba la forma de fugarse de la realidad nacional, a la que pareca aproximarse, y as el amor a Cuba no ser el que i merece, sino un modo de evasin intelectual.

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  • G U I L L E R M O DE T O R R E , ALICIA JURADO Y E L ESTABLISHMENT

    PIDEN LA CENSURA

    En La Gaceta de Tucumn, del 30/8/70, Guillermo de Torre publica un artculo titulado 'Argentina: anlisis y autoanlisis" del profesor yanqui Ernest Lewald.

    De Torre crtico espaol, residente hace muchos aos en Ar-gentina, casado con la pintora Norah Borges y por tanto, cuado de Jorge Luis sostiene en esa nota que "recin ahora los argentinos es-tamos en condiciones de recibir, sin protestas, juicios crticos sobre nos-otros mismos" Elogia De Torre a los autores seleccionados en esa an-tologa (Borges, Canal Feijo, Anderson mbert, Sabato, Murena, etc.) aunque afirma que "faltan autores no menos significativos que han escrito pginas sustanciales sobre su pas argentino: Victoria Ocampo, Eduardo Mollea, Francisco Romero, Fryda Schultz de Mantovani, Francisco Luis Bernrdez y otros que yo mencion hace aos en una pgina de mis Claves de la literatura hispanoameri-cana". En especial, de Torre analiza el aporte de Enrique Anderson Imbert, y afirma: "La visin concreta de la Argentina que nos da An-derson Imbert, desde su voluntario destierro, en una universidad de Estados Unidos, sin dejar de ser justa, aplicada al plano poltico, re-sulta sobremanera spera, pero indudablemente sincera. As, en su abominacin del peronismo, al que califica de caos', 'la gran cloaca', 'la gran estafa', 'demagogia, no democracia'. Tal aspereza ms razo-nada, sin ninguna implicacin poltica, se reencuentra en un par de pginas de Borges. En ellas, con su agudeza proverbial, satiriza la falsificacin oficialista de la historia argentina, el espritu imitativo, la falta de imaginacin".

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  • Esta nota de Guillermo de Torre constituye una de las tantas ma-nifestaciones de la intelligentzia que se complace en denigrar a los ar-gentinos. Del mismo modo, el alboroto con que comenta que "no tene-mos la hipersensibilidad de los pueblos jvenes" que se enojan ante cualquier juicio crtico que se lance sobre ellos, integra esa poltica di-fusor a del complejo de inferioridad argentina, que esa misma intelec-tualidad cultiva con esmero. Esa "hipersensibilidad", as como el res-cate de la verdadera historia o la exhumacin del viejo folklore, resultan obstculos para la accin imperialista y en este sentido, son vi-tuperados por la lite en la que milita de Torre, lite desdeosa e indi-ferente respecto a los mseros problemas cotidianos, pero que baja pre-surosa a la lisa, blandiendo solicitadas de gran calibre, en cuanto el pueblo se pone en movimiento.

    * * *

    Arturo Jauretche, que ha entablado una lucha a muerte con esa superestructura ideolgica de la Argentina semicolonial, le contesta en La Gaceta de Tucumn, del 20/9/70, en una nota titulada "El colo-nialismo mental y la imagen del pas". All afirma:

    En su n m e r o del 30 de agosto del corriente, La Gace-la trae una nota de Guil lermo de Torre, titulada "Argentina: au toanl i s i s" en la que comenta un l ibro de autor norteame-ricano donde se recopilan opiniones de argentinos sobre el pas .

    C o m e n z a r por decir que el recopilador puede ser nor-teamericano, pero el que dio la lista de opinantes es de aqu y del selecto grupo vinculado a la superestructura cultural del coloniaje; as las opiniones que mencionan son las de Mart nez Estrada, Jorge Luis Borges, Canal Feijo, Anderson Imbert , Ernesto Sabato y H . Murena, es decir, de un mismo dios con varias personas diferentes, con exclusin de todo argentino que se halle e m p e a d o en la tarea de serlo. Tal vez Sabato sea una excepcin pero la culpa es de l si aparece con malas j u n -tas, por deformar su personalidad autnt ica en el afn de fi-

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  • gurar en todas las listas y correr la promoci) ques. Que no se queje si lo usan.

    De Torre cree que al yanqui se le han qu< genios en el tintero. Y as al pasar peina los noml toria Ocampo, Eduardo Mallea, Francisco Romero, de Mantovani, Francisco Luis Bernrdez y otros pejes de la misma palangana.

    Desde luego que aprovecha la oportunidad para recordar a los que "nos interpretaron" el trasfondo psicolgico como Keyserling entre dos tazas de t con Victoria Ocampo, una noche dormida en una estancia, otra en una quinta y dos en un gran hotel y que confunden al "fanfa" porteo con el ms bien introvertido provinciano y a un hijo de italiano de Mendoza con un guaran puro de Corrientes, para colgarles la actitud del hombre acomplejado "a la defensiva" o "la tristeza criolla".

    He transcripto la enumeracin mostrando cmo el auto-bombo y recproco apoyo consiste en sealarse los unos a los otros como genios y en excluir de toda mencin el pensa-miento argentino que no responde a las directivas de la "pe-dagoga colonialista".

    Quiere la prueba el lector? La mencin de Borges, in-evitable en el sistema como obligacin impuesta por el apara-to, est excluida de sentido para mencionarlo como conoce-dor de los argentinos. De Torre es cuado de Borges, as que no necesita que le cuenten que Borges no ve a un metro de distancia y ha vivido en unos pocos metros de Buenos Aires, no tiene idea de lo que pasa en el interior del pas y, si me apura, hasta hay que informarle que todos los argentinos no son del mismo sexo. Aqu no se trata de discutir sus consa-gradas e indiscutidas dotes de escritor sino la posesin de los medios elementales para conocer un pueblo, sus modos, su estilo y su sensibilidad. Qu digo de un pueblo! De un rodeo de vacas.

    En cambio, estn excluidos de la referencia Scalabrini Ortiz, Sebrelli, Jos M . Rosa, E. Palacio, Irazusta, Ramn Dol, Hernndez Arregui no digo yo, por modestia, Rubn F.

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  • Mayer; es decir, todos los que han ahondado en la tentativa de conocer al hombre argentino apar tndose de las consignas im-puestas por la colonizacin pedaggica. 1

    Parece mucho ms corta esta ltima lista que la que pro-porciona la colonizacin pedaggica. Y lo es efectivamente, porque la uniforme poltica del aparato, de la prensa a la uni-versidad y de la enseanza elemental a las Academias, ha im-pedido el conocimiento, la divulgacin y la permanencia en la memoria general de los nombres de aquellos que disintieron o lo enfrentaron.

    Esto se logra por el simple sistema de repicar sobre unos nombres y silenciar los otros.

    A l caso. Qu me dicen de El hombre que est solo y espera, la indagacin ms completa


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