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R DESAPEGOS DE TODO UNIVERSALISMO INCLUIDO EL DE … · RESEÑA-ENSAYO: DESAPEGOS DE TODO...

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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXVIII, N o 76. Lima-Boston, 2 do semestre de 2012, pp. 471-506 RESEÑA-ENSAYO: DESAPEGOS DE TODO UNIVERSALISMO, INCLUIDO EL DE OCCIDENTE Fernando Gómez Herrero Harvard University • Beverley, John. Latinamericanism after 9/11 (Durham: Duke UP, 2011. 166 pp.). • Rabasa, José. Tell Me the Story of How I Conquered You: Elsewheres and Ethnosuicide in the Colonial Mesoamerican World (Austin: U of Texas P, 2011. 264 pp.). • Mignolo, Walter. The Darker Side of Western Modernity: Global Futures, Decolonial Options (Durham : Duke UP, 2011. 408 pp.). El 2011 nos trajo tres libros importantes que merecen una lectu- ra cuidadosa y su necesaria reflexión. Tenemos coletazos “cultura- les” de colaboraciones y proyectos de estudios subalternos y postco- loniales, ahora llamados “descoloniales”, y constato en los tres un cierto retraimiento del lenguaje de las “postmodernidades”. Estos son libros trabajados en la década pasada en el contexto estadouni- dense, que es la tribuna pública en donde desempeñan sus labores nuestros tres autores. No hay una síntesis total o atadura feliz que los una convincentemente en el mismo nudo del pañuelo: ¿tal vez post-estructuralismo de conocimiento latinoamericanista con un desapego explícito por modalidades universalistas, sean las que sean (el énfasis, claro, en la cercanía de Occidente)? El tema sobresaliente de Beverley es el cuestionamiento de la ra- zón académica dentro de la configuración del campo de estudios llamado “latinoamericanismo”. Rabasa persigue las posibilidades desestabilizadoras de un cierto indigenismo subalternista en el con- texto colonial, concretamente en el siglo XVI, espacio inspirador
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REVISTA DE CRÍTICA LITERARIA LATINOAMERICANA Año XXXVIII, No 76. Lima-Boston, 2do semestre de 2012, pp. 471-506

RESEÑA-ENSAYO: DESAPEGOS DE TODO UNIVERSALISMO,

INCLUIDO EL DE OCCIDENTE

Fernando Gómez Herrero Harvard University

• Beverley, John. Latinamericanism after 9/11 (Durham: Duke UP, 2011. 166 pp.).

• Rabasa, José. Tell Me the Story of How I Conquered You: Elsewheres and Ethnosuicide in the Colonial Mesoamerican World (Austin: U of Texas P, 2011. 264 pp.).

• Mignolo, Walter. The Darker Side of Western Modernity: Global Futures, Decolonial Options (Durham : Duke UP, 2011. 408 pp.).

El 2011 nos trajo tres libros importantes que merecen una lectu-

ra cuidadosa y su necesaria reflexión. Tenemos coletazos “cultura-les” de colaboraciones y proyectos de estudios subalternos y postco-loniales, ahora llamados “descoloniales”, y constato en los tres un cierto retraimiento del lenguaje de las “postmodernidades”. Estos son libros trabajados en la década pasada en el contexto estadouni-dense, que es la tribuna pública en donde desempeñan sus labores nuestros tres autores. No hay una síntesis total o atadura feliz que los una convincentemente en el mismo nudo del pañuelo: ¿tal vez post-estructuralismo de conocimiento latinoamericanista con un desapego explícito por modalidades universalistas, sean las que sean (el énfasis, claro, en la cercanía de Occidente)?

El tema sobresaliente de Beverley es el cuestionamiento de la ra-zón académica dentro de la configuración del campo de estudios llamado “latinoamericanismo”. Rabasa persigue las posibilidades desestabilizadoras de un cierto indigenismo subalternista en el con-texto colonial, concretamente en el siglo XVI, espacio inspirador

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que no soltará; y Mignolo sigue caminando por la escondida senda por donde han ido los pocos que han querido seguir la línea “desco-lonial” de fuga mundial de todo imperialismo, sinónimo de un uni-versalismo, con especial énfasis en el occidental, cuarto oscuro y cuarto con luces en el que habrá que meter a los tres autores, y muy posiblemente, a los posibles lectores de estas páginas. Con brocha gorda: Europa es agujero negro, universalismo imperial y racista, y de lo que se trata es de buscar posibles alternativas epistémicas con-trarias a todos estos adjetivos que provengan de otros espacios y tiempos (lo diverso a lo uno, “minoría” a cualquier formación “ma-yoritaria”, saber contestatario, reivindicativo con respecto al conti-nente hegemónico hasta el día de ayer, etc.). La hegemonía del lega-do intelectual de origen europeo bien puede contemplar a estos tres autores, incluso con la sugerencia de una sonrisa como sugiere fi-namente el mismo Rabasa en un momento (190), sobre todo si uno trivializa la envergadura de la problemática. Constato de entrada la delgada película de la circunstancia inmediata estadounidense, su-puestamente heredera directa, legítima o no, y conservadora anti-cuaria de dicho legado que se busca “provincializar” (el verbo viene de Chakrabarty, autor apreciado por nuestros tres personajes).

Las recreaciones que se incluyen deben enmarcarse en un cono-cimiento personal de los autores desde mis años de formación en la Universidad de Duke, con conversaciones extensas en los últimos años, y con un respeto por mi parte a una longevidad profesional y dedicación cuya autenticidad no pongo en duda. Estos tres libros son trayectorias de madurez de pensamiento crítico en las cercanías de los estudios latinoamericanos/latinoamericanistas, siendo el de Mignolo el que se me antoja más abarcador y díscolo, aunque hay algo de lo mismo en Rabasa y Beverley.

Empiezo por el último libro de Beverley, Latinamericanism after 9/11: contiene ensayos escritos entre 2002 y 2009, y retocados, co-mo él mismo indica. Y se trata de una década, tal vez prodigiosa, de reflexión “humanística”, siempre al lado de la marca “latina” de América. Los tres autores participan de esta “deseuropeización” de los estudios hispánicos al vuelo de grandes transformaciones dentro

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y fuera de las aulas de clase y la calle estadounidense1. Quitando el primer capítulo, se trata de una serie de preocupaciones de tipo po-lítico y de conocimiento “cultural”, con las miras en la dicotomía entre la nación-estado y la condición subalterna. La circunstancia inmediata universitaria es aludida indirectamente, o de pasada, con la dicotomía entre los que desempeñan su labor intelectual en los EEUU y aquellos que lo hacen en América Latina, sobre temas coincidentes y específicos de América Latina, o sobre otros. ¿Qué duda cabe que las extranjerías residentes en los EEUU, o los tránsi-tos más puntuales, suelen desempeñar labores representacionales de conocimiento vinculables a sus nacionalidades respectivas o de sus entornos continentales con escasos márgenes de maniobra y de in-tercambio? Y no es de extrañar que los mejores se quieran rebelar con imposiciones que les vengan de fuera; pero este impulso salu-dable hay que hacerlo relacional y soltarlo a matrices explicativas mayores siempre que sea posible. Esto viene a cuento de cierta de-fensa de la “identidad” o particularidad o especificidad anti-universalista que Beverley aboga (y aquí la solidaridad no falla con Rabasa y con Mignolo). Latinamericanism after 9/11 marca diferencias con Hardt y Negri reivindicando la posibilidad del espacio nacional, también con Moreiras desengañándose de la deconstrucción, y con Moraña y Sarlo a quienes tilda de neo-conservadoras y de neo-arielistas. Del lado afirmativo, Beverley busca reactivar una estética política esperanzadora a propósito del pasado inmediato sandinista, y regenerar el papel del estado con la ocupación de unas formas subalternas, digamos indígenas, en el contexto boliviano (Rabasa es escéptico de este telos estatalista; Mignolo suena más entusiasta, si bien es convencional moral académica no mostrar desalientos o de-sengaños, y la violación de esta norma por parte de Beverley yo la agradezco). La acusación de complicidad de la teoría crítica cosmo-

1 Beverley tiene un lado “hispanista”, antologado recientemente, si bien más

descuidado y peor nutrido, Essays on the Literary Baroque in Spain and Spanish America (Woodbridge, UK: Tamesis, 2008). Los interesados podrán dirigirse a sendas entrevistas con quien firma estas páginas (“Are Golden Age Studies Ob-solete? A Conversation with Fernando Gomez Herrero”, en dicho volumen (149-185), y “About the Subaltern and Other Things: A Conversation with John Beverley”, Dispositio/n: American Journal of Cultural Histories and Theories XXV, 52 (2005): 343-372.

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polita con la lógica de la globalización (léase capitalismo) que impu-ta a la deconstrucción de Moreiras (54ss) puede tocarle también a otros muchos, incluso a él. Poco queda en pie desde el mirador de Beverley, cuya pluma va a muchos lados y a este lector le queda a veces la sensación de butiburrillo: de Hardt y Negri y Zizek (32) y Otto Bauer, Chakrabarty (36ss) y Wendy Brown (40ss), Schoenberg y Stravinsky (91ss) a la estela de Jameson y Marcuse (la bonanza ca-liforniana de juventud y formación de nuestro autor autoidentifica-do como “muchacho de tercera o trans-cultura”, nota 9, 136). El vigor intelectual de sostenida seducción no parece venir con fuerza de América Latina, aun con la paradoja de movimientos sociales a la izquierda del espectro político, a diferencia de los EEUU y de Eu-ropa, y hay mucha zarza que cortar en Latinamericanism after 9/11 pa-ra que vuele este proyecto. Y me pregunto, ¿qué “catedral de cono-cimiento”, el apodo afectuoso del rascacielos en donde se ubica la Universidad de Pittsburgh en la ciudad de los Steelers y de George Romero, queda en pie después de tanto debate? A lo mejor ninguna. E incluso me atrevo a decir que tal vez se trate de que no quede ninguna, de que se derrumben todas, la “cultura” incluida, y que lo que quiere Beverley es que interroguemos los privilegios sociales, históricos, políticos de las prácticas de conocimiento (humanísticos) y que aprendamos a desenvolvernos amorosa y benjaminianamente en las ruinas de un paisaje futurista (los cinéfilos pueden recordar la famosa imagen del final de la película El planeta de los simios [1968] para un cierto tremendismo, y acabaré estas páginas con una nueva imagen fílmica de tipo poético).

Sin embargo, no todo es iconoclasia. No todo es filosofar con un martillo: Beverley no quiere soltar la preocupación disciplinaria, y la arrima desde el prólogo a las prácticas de De la Campa, Moreiras, y Santí. Digamos que la acerca a los EEUU (no veo la misma preo-cupación en Rabasa, y mucho menos en Mignolo, cuya impaciencia foucaultiana por la buena marcha de las disciplinas y la maravilla departamental es marca de la casa). ¿Hay cierto literalismo que iden-tifica “América Latina” en la práctica del “latinoamericanismo”? Puede ser. Pero el libro de Beverley es mucho más inteligente que esta simple identificación simplista que la suele luego aunar al sujeto así identificado con los mismos entrecomillados. No veo que corra a explicitar las presiones más significativas de su circunstancia in-

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mediata por querer construir un saber latinoamericanista que satis-faga el hambre, mucha o poca, del gran público universitario (sigo pensando que las entrevistas conmigo ofrecen algunos ángulos reve-ladores y por eso las menciono aquí). No dudo que sea consciente de esas presiones. Otra cosa es que las ponga por escrito con cierta fuerza que no se quede sólo en los cotos vedados de este campo de estudios o del de más allá. Beverley constata un cierto debilitamien-to de dicho campo disciplinario latinoamericanista a la sombra de presiones geopolíticas, de cierta flaqueza imperial, y de mal disimu-lado recorte a la baja de las humanidades dentro de los espacios universitarios. La paradoja a la que él alude, contra el gran fondo social de la “marea rosada”, es menos si se piensa el espacio univer-sitario como espacio de contención, de mantenimiento de privilegio heredado y de desinteligencia. El neo-conservadurismo y el neo-arielismo se pueden entender como estrategia de repliegue en mo-mentos difíciles donde parece que las apologías del conocimiento humanístico se han esfumado. Comparto con Beverley que la “lite-ratura” –así en el gran singular de nombre abstracto– es territorio perdido hace ya tiempo. La “cultura” hegemónica es más acorde con la visión lipovetskyana de la sociedad neoliberal de consumo rápido de bien cultural (piénsese en la lógica de un fenómeno como la moda por ejemplo)2, y veo a Beverley queriendo entender estos mecanismos y no buscar encerrarse en castillos literarios. Parece, en cualquier caso, que las humanidades extranjeras –que no extranjeri-zantes– van, vamos, a menos…

Beverley quiere desenvolverse en una acuciante contemporanei-dad de polémicas y de distancias cortas, mientras que Rabasa y Mig-

2 Sugiero dos libros recientes traducidos al inglés: The Empire of Fashion: Dressing Modern Democracy (Princeton: Princeton UP, 1994) y Hypermodern Times (Cambridge: Polity, 2005), que a mí al menos me ayudan a entender los meca-nismos sociales con impacto en la mismísima práctica de conocimiento acadé-mico. No encuentro muchas referencias a Gilles Lypovetsky en los EEUU, cu-ya obra está poco traducida al inglés. A la contra, la casa editorial Anagrama (Barcelona) ha traducido la práctica totalidad de sus libros al español. Reco-miendo el reciente: El Occidente globalizado: un debate sobre la cultura planetaria (2011) con una argumentación en esencia anti-mignolesca. El concepto de “cul-tura” que usa Lipovetsky se me antoja muy cercano a lo que Beverley quiere apuntar con el mismo término, al menos descriptivamente, llevándose por de-lante “literatura”, entre otras muchas cosas.

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nolo, aun compartiendo las mismos debates, amigables o no, tienen disposiciones de más largo alcance, o historicistas, si bien desmar-cándose de la historia, típicamente positivista, institucionalista o es-tatalista, defendida tal cual por el gremio de los historiadores. Apelar al buen quehacer de la profesión, al buen uso del español o del in-glés, o a la Historia con mayúsculas, a la maravilla estadounidense o latinoamericana, a los valores nacionales, o a los universalismos in-ternacionales dejará bien fríos a nuestro trío y hay razones intelec-tuales para ello, algunas de las cuales espero aclarar en estas páginas.

Latinamericanism after 9/11 son siete capítulos de autorreflexión disciplinaria de la crítica de conocimientos que se quiere seguir lla-mando latinoamericanista en el sentido huntingtoniano, o civilizato-rio, de afirmación de entidad transnacional diferencial con respecto a otras que se llamarán otra cosa (125). Confieso que este deseo de la diferencia mayúscula a la vera de dicha figura tan problemática me pilla un tanto por sorpresa (Mignolo citará algunos casos de in-terés al lado de la misma figura, 44-63). Dicha “conservación” fuer-temente diferencial se repite al final del libro contra la difuminación tildada de conservadora de Jorge Volpi (13-15) y del posmodernis-mo multitudinario de Hardt y Negri (126), con quienes Beverley di-siente en el capítulo segundo. Hay un desmarque de la deconstruc-ción en relación con otro personaje ya no más vinculado a Duke, Alberto Moreiras (el capítulo tercero es un diálogo con él), y tam-bién de las insuficiencias de un “neo-arielismo” desarrollado en el capítulo quinto, vinculado a su antigua colega Mabel Moraña (19-20) y también con Beatriz Sarlo. La inspiración de dicha imputación de neo-conservadurismo, diferenciado de un neo-liberalismo, tal vez con pinzas, viene de Theodor Adorno con respecto a Schoenberg y Stravinsky, y del postmodernismo de pastiche de Jameson y la con-cepción estética de Marcuse (91ss, 74). Es decir, la “teoría” es pren-da no de proveniencia latinoamericana que, sin embargo, sirve para vestir con todo rigor una inteligencia de crítica latinoamericanista tildada de insuficiente. No es extraño que por lo tanto alguno se re-sienta. No sin afecto lo digo: Beverley peca de un impulso nomoté-tico, tal vez exagerado o excesivo, persiguiendo casi siempre una teoría todo-abarcadora a la manera jamesoniana (piénsese en los trabajos de dos cubanos, como son Fernández Retamar y González Echevarría, con respecto a la teoría de la literatura latinoamericana,

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y algo de esto sigue presente en Beverley desde los 60). Aunque en-cuentro que adolece de una cierta impaciencia con toda pormenori-zada recreación ideográfica, sigue siendo, a pesar de sus condenas, mayormente textualista.

Busca Beverley generalidades, “teorías”, antes que particularis-mos, y aquí salta de una a otra y tal vez se enrede en una y en otra. Hay peores pecados. En general, lo veo como un francotirador que no se casa con ninguna figura permanente, tal vez con cierta ansie-dad por la influencia seductora de Fredric Jameson, y carente de re-sidencia permanente en la tierra de aquí o de allí, lo cual puede ser un plus intelectual. Debo decir seguidamente que noto ciertas rigi-deces en su defensa generalizada de la “identidad”, pongamos bien las comillas3, entendida como cierta particularidad resistente de todo universalismo, pero también como solidaridad o hermanamiento con lo que se da en llamar en los EEUU los sectores “minoritarios” o los “no-blancos”.

Beverley señala una tendencia general de angostamiento de los parcelamientos de estudios de área, el llamado “tercer mundo”, vin-culados siempre a la política exterior estadounidense dentro de for-matos de guerra fría. Vivimos, parece, el momento agridulce de la post-guerra fría con escasa prioridad del mundo “hispano” o “la-tino”, paradójicamente en momentos de hispanización o latiniza-ción de los EEUU, y en contraposición a una prioridad oficialista en los años 60 por una exterioridad latinoamericana peligrosa (Cuba) y una exuberancia de boom literario (Macondo)4. ¿Qué otra apelación se puede invocar para sostener un campo de estudios en el país de la desmemoria? ¿El amor al conocimiento en un contexto fuertemente

3 Incluyo la siguiente referencia orientativa pensando especialmente en aquellos que no se desenvuelven en el contexto estadounidense, con el objetivo de una cierta sensibilización de algunas de sus tensas especificidades que tienen claras repercusiones para los sujetos y objetos de estudio y que no tienen por qué ser aplicables a otros contextos: “Identifying Identity: A Semantic History”, The Journal of American History 69, 4 (1983): 910-931, de Philip Gleason.

4 Véase a este respecto mi artículo: “The U.S. Studies’ Frame of Intelligibili-ty of Latin American Studies” a propósito de un artículo de Rolena Adorno incluido en la antología The Humanities and The Dynamics of Inclusion Since World War II, coordinada por David A. Hollinger (Baltimore: The Johns Hopkins UP, 2006), y auspiciada por la American Academy of Arts and Sciences: www.fernandogomezherrero.com/blog/?p=867

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anti-intelectual, la reconstrucción filológico-historicista cuando tus estudiantes no saben qué pasó hace una o dos décadas, ni saben cómo posicionarse vis-à-vis el Occidente, la afiliación nacional/ista con bordes espacio-temporales difuminados, la profesión de fun-cionario estatal haciendo bien su trabajo, el gerente de empresa pri-vada buscando el beneficio económico a corto plazo, el impulso ci-vilizatorio, la “cultura”, la solidaridad de extranjeros en un país de inmigrantes…? ¿Soltamos definitivamente las amarras del término de “literatura” y remodelamos los nombres de instancias institucio-nales y publicaciones de espacios “humanísticos” por la insoporta-ble levedad del ser adjetivada de “cultural”, con muchas o pocas po-sibilidades de maniobra, asumiendo en el mejor de los casos un ca-riz bilingüe? La respuesta de Beverley: sí. Aun sin acabar de verlo del todo, me fío de Beverley antes que de muchos otros.

Beverley aboga por un nuevo latinoamericanismo que mantenga una especificidad o singular diferencial aunándolo a, pero no con-fundiéndolo con, una instancia estadounidense. Hay unidades de objeto de estudio así como agentes (institucionales) productores de conocimiento, con sus niveles de análisis y sus tendencias nomotéti-cas e ideográficas, y hay diversas perspectivas o ubicaciones. Tam-bién hay grupos o grupúsculos promoviendo esta u otra nomencla-tura y esta línea de investigación, o esta otra. Los espacios de cober-tura distinta de la inmediata estadounidense, la “otredad” del mun-do más ancho y ajeno que no sea esa inmediatez de circunstancia inmediata a todas luces insuficiente, son, somos, bien pocos. Y lo normal es la norma, u horma de política exterior estadounidense con sus presiones de hoy y no de ayer. Con cita inicial de Hegel, el acercamiento entre EEUU y América Latina Beverley lo quiere pen-sar como oposición (17). Se trata de afirmar una capacidad latinoa-mericana contraria, o divergente, a cierta convencionalidad de pri-mera mano estadounidense. ¿La encuentra?

Latinamericanism after 9/11 apunta a levantamientos indigenistas y la “marea rosada”, aun subrayando unas dudas. La dualidad Nor-te/Sur de América se presta a otras: élite/popular (20), el “desde/ sobre” (20). Beverley critica cierto facilismo explicativo dualista que tilda de neo-arielismo “orientalista”, siguiendo el legado Saidiano (21). Yo entiendo aquí “Cultura” como modalidades plurales de comportamiento y creencia en sociedades modernas con distintos

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ritmos, pulsiones, insistencias. “Lo literario” ha perdido el poco te-rreno que tenía en la sociedad global actual, por no obviar la com-plicidad entre poder estatal, grupos de poder y práctica letrada, que el mismo Beverley ha señalado con acierto en libros anteriores (su gesto “contra la literatura” es un gesto de amor literario que cues-tiona la institucionalización de la literatura). Digámoslo así: distintos grupos pelean la significación del signo deseado “América Latina” en un entramado internacional, por supuesto contando con la fuerte impronta estadounidense, normalmente aupada en la lengua inglesa que no duda en servirse de las tretas del débil cuando le conviene. Aquí hay pertenencias, membresías, alianzas, distanciamientos, po-sicionamientos, amistades y enemistades en el campo de conoci-miento humanístico al lado del “español”. Hay un silencio significa-tivo de Beverley con respecto a Mignolo, una de las presencias in-negables del momento de visibilidad de la Universidad de Duke en los años 90. Por algo será. Lo que me interesa es recalcar la crítica de razón académica que ejemplifica Beverley, de quien no hay que dudar una pasión crítica al lado de las marcas tachadas de “literatu-ra” y “cultura”. Todos los tiros, como digo, parecen ir a dar con el dardo en la diana de la “identidad” (5, 28, 29, 32, 40, 110). Por tal hay que entender las políticas de identidad propias de grupos mino-ritarios y de multi- or inter-culturalidad, al lado de maniobras identi-ficatorias de mecanismos institucionales en las encuestas del censo, en las oficinas de empleo universitario y de seguridad federal (lo que se da en llamar “racial profiling” supuestamente de “discriminación positiva”). Esto puede sonar muy extraño, pero es bien real y afecta a los objetos de conocimiento al igual que a los sujetos que impar-ten los conocimientos en planes de estudio universitario.

Beverley nos dice que la misma práctica cultural latinoamerica-nista es también esto, y que identidad es también la realidad estatal-nacional, que Beverley quiere defender como la más prometedora modalidad para el vislumbramiento de un horizonte de creciente igualdad social (llámese de izquierdas) frente a un desorden o difu-minación globalista, que como el río revuelto, puede ser la ganancia de los que tienen ya la cesta con muchos peces. “Identidad” parece ser como la luz del sol bienhechor que está para todos los girasoles por todas partes. Hay tal vez maraña de demasiados hilos aquí de sujeto y objeto de estudio, de referencialidad en relación con una

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ubicación espacio-temporal, llamémosla “América Latina”, que se quiere fuerte y singular y de una negatividad radical que interrumpa la buena marcha del contexto ideológico mayoritario estadouniden-se dentro del capital global. El concepto de muchedumbre de Hardt/Negri, el sujeto subalterno de Gramsci, la crítica de Wendy Brown y de Zizek a un multiculturalismo liberal, cómplice con cier-to capitalismo global e Imperio (27ss, 40ss): todo esto lo registra Beverley marcando diferencias que se desdibujan desde cierta pers-pectiva de mainstream de aula y calle estadounidense.

Veo a Beverley con más gusto enzarzándose en peleas herme-néuticas con intelectuales de peso del espectro de la izquierda boreal que aupando a un intelectual individual digno que venga de América Latina. ¿Y por qué habría de hacerlo?, se puede uno preguntar. De aquí viene la apuesta por el abigarramiento indígena que se quiere imaginar como contrapartida “positiva” a la “negativa” convencio-nalidad inmediata (Rabasa y Mignolo estarían de acuerdo sin mu-chas complicaciones). ¿Cierta rigidez dicotómica de EEUU y Amé-rica Latina que no quiere soltar de los dedos en posible dialéctica que mueva y remueva ambas dimensiones enormes? Beverley se la juega con la propuesta en abstracto de un multiculturalismo radical y propone la posibilidad de la “marea rosada” en América Latina a la contra del conservadurismo político estadounidense y europeo. Parecería que Beverley quiere por un lado sujetar cierta melancolía de pérdida de grupo intelectual y que por el otro busca una respira-ción más ancha en la equiparación abstracta de “identidad” mutua-mente transformadora de América Latina y Estados Unidos, de re-cuperación de la valencia del estado, y de la reactivación de la na-ción-estado en concreto, por no decir de cierta “violencia” (episté-mica) de la disciplina del Latinoamericanismo atrapada entre la afirmación regional/ista dentro de una plataforma de significación creciente, o global (118). ¿Y qué hacer, y no hacer, con Hegel?

* * * * *

Tell me the Story of How I Conquered You: Elsewheres and Ethnosuicide

in the Colonial Mesoamerican World de José Rabasa sigue la ladera indí-gena del empeño imperial/ista trabajado en su The Historiography of Sixteenth-Century New Mexico and Florida and the Legacy of Conquest de

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hace una década5. Su último libro busca profundizar las implicacio-nes para la construcción de conocimiento de esta línea subal-tern/ist/a, indígen/ist/a tipificada en el tlacuilo, “la pintora”, en el fol. 30r del Codex Telleriano-Remensis. Este tlacuilo es dimensión “in-calculable, indeterminada, incomparable, indecible” (191), de mente “inaprehensible” (193), “irreductible a la apropiación por las formas que proyectamos” (194), incluso “lugar indeterminado, si no vacío de características positivas” (195).

Es este tlacuilo femenino (falso) espejo oscuro que se mofa de la equiparación representacional de realidad y lenguaje unívocos donde se mira un aparato bibliográfico ambicioso de representantes dignos de la tradición filosófica europea. A éstos Rabasa les quiere presen-tar un abismo interpretativo, otro lugar que el hegemónico del Oc-cidente (5, 205). ¿Es cajón de sastre Tell me the Story? ¿Libro insisten-te y repetitivo y carente de estructura? Esta modalidad post-estruc-turalista de conocimiento anti-universalista, anti-fundacionalista, an-ti-positivista (4, 7) diría sinceramente que sí, que muy bien, que de eso se trata, pero que este regalo de demasía no sólo atañe a estos hombres sabios del primer mundo filosófico, sino también a todos los más modestos lectores de Tell me the Story. Acercarse a la especi-ficidad dificultosa de la iconografía colonial mesoamericana quiere decir provincializar todo universalismo, o en lenguaje morse y en grueso: Europa (ya he mencionado a Chakrabarty, autor respetado por nuestros tres latinoamericanistas en cuestión). Una pincelada de lenguaje más fina diría que todo esto podría ir del lado de la reivin-dicación del saber complejo y tentativo que Wallerstein defiende en un autor como Ilya Prigogine en el campo de las ciencias duras. En las blandas, ¿vale todo? Repito la pregunta: ¿vale todo con tal de au-par las formas subalternas? (9). Puede ser. ¿Nos alivian? ¿Nos sal-van? Tell me the Story no contesta. Tira la respuesta al aire como se puede tirar una moneda. ¿Cara o cruz? Tell me the Story es un trabajo de reverso, más ambicioso, más trabajado, más complejo, más insis-

5 He escrito una extensa valoración de The Historiography… (Durham: Duke UP, 2000) en Anuario de Estudios Americanos LX-1 (2003): 313-319. Hay también una muestra complementaria de una entrevista conmigo, que es una parte de una conversación mayor (Diálogo Crítico. Foreign Sensibilities, III), en “Avatares de la Inteligencia Histórica con/tra sus Circunstancias Inmediatas: Entrevista con José Rabasa”, Revista de Estudios Hispánicos 39 (2005): 273-296.

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tente y “desordenado” que el anterior. Se aboga por el desorden epistémico de todo marco hegemónico o dominante, con hincapié en el occidental/ista, o la tradición “Greco-Abrahámica” como Ra-basa la llama siguiendo a Derrida. Dos conceptos hay que subrayar: “los otros lados/mundos” (elsewheres) y el etnosuicidio constitutivo de la producción indígena del citado Codex. La escritura pictográfica mesoamericana es nuestro hecho histórico, o fetiche (42), que reta todas las afirmaciones de “nosotros, los modernos” (42). Anverso, reverso, “alfabetismo salvaje” (wild literacy), anamorfosis, o escorzo pronunciado que deforma toda la larga ristra de logros de mundo intelectual que Rabasa incluye (Descartes, 43, Durero, Panofsky y Cassirer, 25, Latour, 42, Bourdieu, Schmitt, los misioneros del XVI, Francisco de Vitoria, Las Casas, Freud, 107, Jameson, 132, Derrida, 177, Heidegger, Gadamer y Dilthey, 165, Kant y Spivak, 167ss, Adorno, 173, Jean Luc Nancy, 178ss, Wittgenstein y alguno seguro que se me habrá olvidado). Contra todos puede nuestra tlacuila en el contexto colonial de otro mundo, no necesariamente utópico o deseable, y de hermenéutica imposible propia de una situación de supuesto etnosuicidio. Alguien diría que Rabasa descorre la cortina epistémica para que aparezca el personaje de cómic Xena, the Warrior y derrote a tanto varón que se ponga por delante. Esta ligereza apunta a cierto argumento “místico” ad absurdum, relevante en rela-ción con la disposición subalternista manifiesta en Tell me the Story, que veo repetida en otros trabajos.

Así, el corazón colonial de Tell me the Story relativiza toda genera-lidad que uno quiera echarle a la cara de la tlacuila. Y enfatizo lo de relativizar. El mismo uso transcultural de “imperialismo” Rabasa lo rechaza. No parece haber manera de pasar de un contexto cultural a otro. Y me pregunto: ¿y el aparato filosófico de primer mundo al que se le abren brechas? Rabasa se imagina la situación de la inver-sión de dicho imperativo incluido en el título del libro puesto en boca de la tlacuila (“sí, y yo también te observo a ti también, y a tu comunidad que entiendo de cierto modo, con el afán de asimilarme y colonizarnos, y lanzo las cosas a otro lado”, 50). Tell me the Story llama a la alerta de cualquier modalidad occidental/ista bien o mal aprendida (54), con sus violencias epistémicas de sometimiento de mundos disímiles, empezando por los mismos supuestos de eso que se da en llamar el antes y el después de la “historia” (136). La “his-

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toria” hay que desmontarla del caballo, ponerla de patitas narrativas en el suelo de la pradera, pluralizarla (historias, “story” en inglés en contraposición a “history”), quitarle el rifle y el sable, la cincha al caballo y darle en el lomo para que corra hacia paisajes al otro lado, el oscuro de la montaña que se vislumbra allá lejos. A relativizar to-da esencia nominal en forma radical singular: el corazón de relati-vismo cultural que late en Tell me the Story. Se busca lo “no-moderno” evitando la teleología asumida como naturalidad: el pro-greso de la modernidad (144). Hay retraimiento del lenguaje postco-lonial en Rabasa, que no usa lo “decolonial” y, como he menciona-do, escaso lenguaje postmodernista. La “relatividad cultural” se afianza, se radicaliza, si no se absolutiza (196, 199, 203). El enemigo es todo afán de incorporación, toda homogeneización, todo univer-salismo, venga de donde venga. Rabasa defiende la morada plural (plural dwelling, 196, 199) contra toda pretensión infundada, sem-blanza o espejismo de mundo único. Me recuerda el concepto de “morada vital” de Américo Castro en el entrecruce de los tres mo-noteísmos en conflicto peninsular. Rabasa quiere apretar este acele-rador de diferenciar, relativizar, pluralizar. Mignolo y Beverley no objetarían en lo esencial esta predilección epistémica, que es cierta convención humanística post-estructuralista escéptica de cualquier dirección contraria sintética, aglutinante. El enemigo: la exclusividad de la presunta excepcionalidad de la lógica de la modernidad que se quiere siempre debilitar (151), lo que se da en llamar “mondialisa-tion” en francés y “globalization” en el inglés estadounidense (eu-femismos para el sistema capitalista mundial). El valor de Rabasa: interculturalidad. Al igual que Mignolo, no duda en apelar a la ética (175), a diferencia de Beverley.

No veo construcción de ontología, indigenista u otra, que le permita montar la tramoya de dicha invocación. Tal vez me diría que no la necesita. Que el quehacer consiste, de momento, en el va-ciamiento de cualquier hermenéutica totalizante. Que de lo que se trata es de suspenderla, de ponerla en vilo, sin llegar a envilecerla, pero sin ponerla en un sitio más restringido geopolítico, histórico, social… Tell me the Story quiere cortarle las alas a todo vuelo de pája-ro universal e invoca para ello un mundo colonial del pasado y de posible futuro. ¿Se acepta este gesto metafísico? ¿Lo llamamos mís-tico? ¿Lo secularizamos llamándolo fenomenológico si bien mar-

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cando la negativa de lo transcendental? Si la filosofía de la gran tra-dición occidental se preocupa de querer dominar la naturaleza, y Rabasa se escuda en el pensamiento de Theodor Adorno, entonces suspendemos todo concepto de naturaleza, y abrimos las ventanas de la casa del conocimiento a la luz sorprendente que tiene que ve-nir por muchos lados, ángulos, y nos ilumine un campo hasta ahora ignorado. En caso de duda: la ética asumida como propia relativiza que algo bueno quedará (196, 199, 203).

Sin embargo, Tell me the Story se reconoce dentro de la tradición occidental y apuesta por la posibilidad de la traición de su manifies-to universalismo (Rabasa cita a O’Gorman y qué duda cabe que este gran historiador, virtualmente arrinconado por los historiadores an-gloparlantes convencionales, es punto de referencia de muchas co-sas deseables). Así estamos por lo tanto todos en el provocado des-orden temporal, geográfico, de perspectiva, de periodicidad, de sa-ber “positivo”, de suspensión de toda teleología lineal con final culminante, apoteósico y feliz (veo a Rabasa más cercano a Mignolo en esta profesión de fe relativista que tiene que sospechar de cual-quier afiliación salvífica o mesiánica, mientras que Beverley se pre-gunta, en el contexto imperial de Negri y Hardt, ¿quiénes serían hoy los cristianos?, o el elemento “rompedor”). De nuevo: Tell me the Story habita el malestar occidental dentro de una universalidad histó-rica que se quiere relativizar de puertas para adentro. Y ahí está el mérito: esta es una labor consigo mismo y no lanzada a unos terce-ros. Esta es una ética laica para con nosotros mismos que se abre a las prácticas del folclore, de la religión, etc., si vienen de instancias subordinadas. La cosa difícil está en que todos nosotros participa-mos del marco de longevidad envidiable que se logró imponer, es-tamos más cerca del mundo de Hernán Cortés que del tlacuilo del fol. 30r del Codex Telleriano-Remensis. Tell me the Story se me antoja una especie de devotio moderna, pero laica, que se abre a la posibilidad de una comunidad tipificada en el tlacuilo que hay que entender contra-ria a la inmediatez o la cotidianeidad. ¿Platonismo a fin de cuentas apuntando a nuestras luces y tinieblas terrestres y la posibilidad de salirse de la caverna de la historia? Dicho de otra manera: los lecto-res de Tell me the Story estamos más cercanos al lado “victorioso” y conquistador con su lengua, sus categorías espacio-temporales, sus prácticas escriturales, sus metafísicas, pragmatismos, estéticas, etc.

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Rabasa no se pone a la manera de un nuevo Cabeza de Vaca que vaya de indígena y proclame una otredad post-occidentalista con to-das sus plumas (su uso de “nosotros” interpela a sus lectores dentro del mundo académico del primer mundo, y hay cierto sermo humilis en el “yo” narrador, al igual que en Mignolo). Pero sí quiere quedar-se en el dintel de la puerta abierta a la posibilidad de otra cosa den-tro de una casa occidental que no se celebra.

La sospecha es cualquier fuerza mayor que aúne una pluralidad de fenómenos, cualquier “mundo” que arrolle otros “mundos”. Cualquier “uno” se quiere hacer deleznable: cualquier monoteísmo es peligroso, ronda el círculo de la violencia del universalismo o el imperio. El saber al que apunta Rabasa es, a la contra, más cercano a la incertidumbre, la conjetura, la apertura, la posibilidad de la com-plejidad y tolerancia de un habitar plural. Recuerde el lector las ne-gativas de todos los adjetivos anteriores a nuestra arquetípica tlacuila (inaccesible, inagotable, inaprehensible, inabarcable, inencontrable, etc.). Tell me the Story es sugerencia de virtuosa via negativa que quiere ir en pos de esa otra cosa, digamos “no imperial”, con todas sus di-ficultades, que no son pocas. Rabasa cita la inspiración en la retórica del particularismo de su colega Doris Sommer, una estrategia de su-jeto “minoritario”, o marginal, que invita solidaridades de grupos afines, o que manifiesta velada o explícitamente repudios de apro-piaciones de lectores pertenecientes a dominios hegemónicos u hos-tiles (3, 185). Esto es lo que nuestro autor quiere ver en “la pintora”, consigo mismo y con nosotros. ¿Aceptamos las condiciones de esta cierta modestia hermenéutica? Hay una singularización y un particu-larismo que se quiere extrapolar a una situación arquetípica de vio-lencia histórica que pone al sujeto colonial en cuestión, el tlacuilo, al borde del abismo de la destrucción de su mundo.

Tell me the Story tiene un tema fundamental añadido que es la re-sistencia a la apropiación de mundos, pero como imperativo ético lanzado a sus lectores, que somos nosotros. El supuesto operativo es las políticas de identidad de solidaridad con grupos llamados de “minorías” en los EEUU, no la identidad hegeliana de síntesis de supuestos contrarios, ni la identidad de una ontología universalista que nos diga de manera unívoca que “esto es esto” (185), y se acabó la discusión. Precisamente se critica el concepto de “representación” o de “espejo” de discurso de realidad y verdad y de mundo o vida

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(38ss), y alguien como Richard Rorty o Mignolo estarían de acuerdo con los supuestos metodológicos de este postestructuralismo (Mig-nolo le imputaría al filósofo pragmático estadounidense que está ciego para con la diferencia [de-]colonial). Esta claridad de ser y ra-zón sería precisamente lo imperial, y por lo tanto lo repudiable, no sólo en el siglo XVI allí lejos en las Indias Occidentales mesoameri-canas que habría que auscultar con un buen telescopio desde los mi-radores de Boston, Pittsburgh, Durham, o Hong Kong. Tell me the Story nos pone, con acierto, la herencia histórica de todas estas cosas que recalan, como no puede ser menos, en el XXI en donde esta-mos todos. Este es el dilema de “nosotros, los intelectuales metro-politanos” con respecto al “conocimiento indígena” o situado o au-tóctono, o particular o dominado (186-187). El llamado es a “des-aprender privilegio” social e histórico (186): una retórica de la auto-contención epistémica ya que toda singularidad de mundo e historia es, como ya dije, indicio vehemente de arrogancia imperial (187). Tell me the Story descree de la “Historia” en singular y con todas sus mayúsculas. Hablamos mejor de micro-narraciones lyotardianas, o mejor aun, de fragmentos de narraciones, de narraciones parciales, interrumpidas, de titubeos proto-narrativos, de deseos de sentido mejor o peor localizado, esquivo y reacio. Digámoslo así: donde se para mentalmente el buen trabajo de un Gruzinski en sus libros primeros de “colonización del imaginario”, antes de su universaliza-ción mestiza, ahí es donde quiere detenerse sin prisas, prosas y pau-sas Rabasa. Es éste un historicismo subalterno/ista que mira estruc-turas estatales con profunda desconfianza, que no se acomoda en formatos nacionalistas y que yuxtapone figuras intelectuales de pen-samiento filosófico europeo de primera envergadura a dicha figura emblemática del tlacuilo femenino. Hay que constatar un cierto atre-vimiento en dicha insistencia por traer tanta filosofía “continental” a mirarse al espejo del abismo mesoamericano colonizado… hasta cierto punto invisible con posible proyección de supervivencia y fu-turo. Rabasa busca y encuentra materiales sin aparente respeto por los cotos vedados. Hay cierto “desorden” de espacio-tiempo que el lector tendrá que decidir si le parece laudatorio o reprochable.

¿Y el viaje? La noción de “cualquier otro lugar” (elsewheres) me recuerda a la heterotopía foucaultiana, que no utopía. ¡Este viaje va a ninguna parte en concreto y Tell me the Story defendería la significa-

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ción de esta “incoherencia”! ¡Ahí no llevamos maletas ni mapas car-tográficos fiables! Hay algo de querer empezar de nuevo en Tell me the Story, de “renacimiento” de formas subalternas cuando las orto-doxas o convencionales parece que no nos sirven del todo. “Lo in-dígena” surge como esa otredad, imposible en el caso del tlacuilo en su horizonte del siglo XVI, de irrupción posible dentro de lo dado, o sea el mundo occidental. Hay una cierta reticencia a abrazar la sal-vación “postcolonial” al menos con convicción. Hay también una repulsión digamos “anárquica” por lo represivo, lo normativo, y una atracción por lo no institucional, lo no estatal, de solidaridad con los sectores olvidados por la historia oficial. Tell me the Story quiere hacer algo parecido con respecto al saber oficial, o el saber del amo.

Se le puede tal vez reprochar a Rabasa que cae en ciertos subjeti-vismos y particularismos en el sentido de que toma la parte por el todo, un aspecto de un folio de un codex por ejemplo, y que no tiene en cuenta la labor paleográfica y diplomática, que cita una selección de un texto de un autor prestigioso sin afán de mayor contextualiza-ción de dicha obra de dicho autor en relación con sus propias pro-blemáticas. A lo mejor a Rabasa no le preocupan estos “desórde-nes”, sino todo lo contrario. El acercamiento al Codex Telleriano-Remensis es muy especial relegando los trabajos de Quiñones Keber a una nota sin encararse con ellos. ¿Por qué este codex y no otro? ¿Por qué este folio y no otro? ¿Por qué esa generalización del tlacui-lo? ¿No hay aquí cierta mistificación? A la manera derridiana, a Ra-basa le preocupa el realce de la dimensión subalterna que tiene que ser significativa por ser subalterna y no porque nos vaya a traer bo-nanzas ni utopías de verdad ni conocimiento. Rabasa quiere que su lector contemple esa imposibilidad de apertura incierta sin saber bien lo que va a llegar, si es que algo va a llegar.

Tell me the Story se construye sobre esta habitación imposible en el imaginario colonial de una invitación al etnosuicidio. ¿Por cuánto tiempo podemos permanecer en dicha situación imaginada? Este el reto que veo que nos pone delante. Y los “malos de la película”, di-gámoslo así, no son sólo los franciscanos y los dominicos en el Mé-xico colonial (el capítulo cuarto es una cierta reconstrucción por-menorizada). El enemigo es cualquier universalismo, venga de don-de venga. Y el que le viene a Rabasa, y muy posiblemente al lector, es el occidental, que nos incluye a todos, y que se desea relativizar,

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achicar y provincializar. ¿Cómo no? Es más fácil decirlo que hacer-lo, como no esconde nuestro autor, especialmente dentro de los formatos universitarios inmediatos, sobre los que no se insiste. La institucionalidad de conocimientos subalternos queda obviada.

Se puede decir que la elección del tlacuilo femenino peca un tanto de corrección política (¿o excepcionalidad maravillosa?), dentro de un mundo mayoritariamente masculino de fuentes de información intelectual. Además del sermo humilis anteriormente aludido, hay algo de de captatio benevolentiae en el gesto que singulariza dicha otredad de indígena femenino de otro mundo que nos debería poner en duda todo lo dado. Y lamento los latines anteriores en este contexto, pero encuentro que vienen al caso porque el argumento principal es no querer dominar ni conquistar. Por lo tanto, se asume una cierta hu-mildad epistémica que se congracie con un lector humanístico que quiera pasar discretamente por los campos de tulipanes sin remo-verlos mucho, o que se vea que no se atreve a romper los huevos hermenéuticos para freír la tortilla política (estoy recreando, claro, una frase originalmente de Brecht). ¿Se le podría haber exigido al autor un tipo de conocimiento más beligerante? A veces hay que tirar huevos a la cabeza de alguno. Se le buscan las cosquillas a los colegas prestigiosos, por ejemplo a Jameson, pero el gesto es señalar con el dedo la salida del edificio en caso de fuego. Las maneras y los estados de ánimo de Tell me the Story: comedidos, correctos, bien educados. ¿Demasiado bien educados? Se buscan grietas y huecos, se atisban diferencias, sin polémicas ruidosas. Rabasa no hace de-magogia de indigenismos contra españolismos colgados ahí en un espacio no ubicado o no relacionado con la circunstancia inmediata, lo cual ciertamente es de agradecer. El enemigo es mucho más grande: el impulso totalizador, universalista proveniente de estructu-ras sociales de poder o privilegio histórico tal y como sobrevive de unas estructuras a otras. Es así que se puede afirmar con todo rigor “que los españoles del siglo XVI son caso paradigmático del impe-rialismo filosófico denunciado por Lacan como el discurso del amo” (202). Aquí pueden hacer el corro nuestros tres autores: en las sospechas de todos los discursos universales/istas (201). A alguien le puede molestar esto, sea español o chino mandarín, pero la cohe-rencia de la línea de investigación es irreprochable. Otra cosa es la manera en que cada uno de nuestros autores se encara con dicha

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problemática dentro y fuera de campos de estudio, llámense lati-noamericanistas o de otra manera. El acercamiento de Rabasa al mundo nahua hay que entenderlo en el sentido relacional de un tipo de conocimiento, otra filosofía de conocimiento y vida si se quiere, que se aúna a la lucha del Occidente consigo mismo (205). Y ésta es la acertada frase final que encierra algunos de los dilemas de su pro-yecto que no necesita tener un final feliz, al igual que no tuvo un origen unívoco y tampoco lo quiso tener. No cae por lo tanto Raba-sa en cierto facilismo explicativo binarista a la manera hollywoo-diense que nos ponga una mala y fea Europa ahí fuera a la que mi-ramos desde una bonanza hermosamente identificable (latino)ame-ricana de este lado, y mucho menos desde la excepcional diferencia estadounidense de este otro lado. “Europa” somos nosotros y la lu-cha es con nosotros mismos para relativizar y pluralizar dicho lega-do intelectual digno, complejo y ciertamente difícil. Hay solidarida-des con Mignolo, y también con Aníbal Quijano y Enrique Dussel entre otros, a quienes incluye en el aparato bibliográfico con dife-rencias que pueden ser más o menos significativas.

* * * * *

The Darker Side of Western Modernity: Global Futures, Decolonial Op-

tions de Walter Mignolo sigue la línea “futurista” de libros posterio-res a The Darker Side of the Renaissance: Literacy, Territoriality and Coloni-zation (1995), que tal vez siga siendo el libro más definitorio y reve-lador, el más trabajado e importante, el que marca un antes y un después de historicismo postestructuralista cuestionador de la mis-ma escritura de la historia por parte del que es, sin duda (todavía lo creo), un intelectual imprescindible de nuestra circunstancia esta-dounidense.

Pero las flores no vienen sin sus espinas. Casi dos décadas han pasado desde este logro, también desde nuestra coincidencia en tie-rras de Carolina del Norte, y este último libro tira del mismo carro de otros como Local Histories/Global Designs: Coloniality, Subaltern Knowledges and Border Thinking (2000), y The Idea of Latin America

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(2005)6. Hay artículos sueltos, versiones en español, y alguna antolo-gía sobre la leyenda negra, pero en esencia estos son libros mencio-nados, de una línea panorámica y ambiciosa, tal vez excesiva, tal vez incluso desorbitada, casi me atrevería a decir, con cierta simpatía, “profética”. No hay que tomarse a Mignolo con un literalismo chato y al pie de la letra, puesto que su escritura cuenta con numerosas correcciones por parte de tlacuilas correctoras nativas de la dicción estadounidense, sino que el lector inteligente tendrá que invocar al espíritu del mejor oráculo que nos dé una idea de lo que pueda estar en juego intelectual cuando se apuesta por un conocimiento que aun siendo fielmente textualista es anti-positivista, iconoclasta, díscolo y beligerante para con el marco occidental/ista. Sigo pensando que las mejores páginas de Mignolo se encuentran en esa primera oscuridad del Renacimiento, y que después ofrece más de lo mismo, es decir, el occidentalismo universalizante desde el XVI hasta nuestros días de incierta gloria de neoliberalismo estadounidense en bancarrota, siguiendo la titubeante luz de rosados dedos de la aurora post- o descolonial. La estrategia fundamental es un vaciamiento de una tradición imponente, marcarle unos límites, e identificar líneas de fuga de “color”, exclusivamente “indígenas” e “indigenizantes” para el contexto latinoamericano, uno entre los muchos que le interesan a Mignolo. Añádase el epílogo del Writing without Words: Alternative Literacies in Mesoamerica and the Andes (1994), recopilación conjunta con Elizabeth Hill Boone, y ésta es la esencia de Mignolo, me atrevo a decir, la línea semiótica de cuestionamiento de procesos de enun-ciación, y de denuncia, de lo imperial-universal, venga de donde venga.

Lo bueno de estos libros de mediados de los 90 es una cuidadosa textura de reconstrucción ideográfica de problemáticas de textos co-loniales lanzadas a cuestiones hermenéuticas que no pueden por menos que poner en suspenso una serie de supuestos sobre por qué y para qué leer, escribir, saber, etc. El mejor Mignolo es el que gol-pea una y otra vez la valla del corral institucional más cercano. Esa

6 Véase la extensa conversación conmigo que puede servir de buen telón de fondo de esta reseña: “Sobre la diferencia colonial, o acerca de la emergencia de un pensamiento que no ha sido considerado como tal. Entrevista con Walter D. Mignolo”, Ciberletras (diciembre 2002): www.lehman.cuny.edu/ciberletras/ v08/gomez.html

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incomodidad de “morada vital” hay que conservarla todo lo que se pueda porque es signo de vigor de vida intelectual. Esto se lleva a cabo al calor de una sensibilidad para formas plurales de conoci-miento subordinado al que se intenta avivar, se busca el renacimien-to de las formas subalternas, y Mignolo permanece en su último li-bro eminentemente textualista en relación con figuras individuales, aisladas, contextualizadas someramente sólo en la medida en que sirven de comparación y contraste entre un primer mundo y un ter-cer mundo iluminado por las luces y sombras de la estela colonial, llamada “postcolonial” hasta hace poco, y ahora “decolonial”. Pién-sese en una filología historicista nacionalista y eurocéntrica que nos formó a algunos de nosotros, e imagínese la “provocación” de ir de postoccidentalista poniendo a la poesía chicana de Anzaldúa como el nuevo Descartes, y señalando al altiplano boliviano como buena idea para viaje de fin de curso de estudiantes, y tenemos algo reve-lador del quehacer de Mignolo.

Se me excusará cierta ligereza inicial en el tono generalmente apreciativo. Hay saludable inquietud intelectual, por el mecanismo (académico) que reifica el pensamiento y la lengua, los etiqueta, los domestica y los vende al mejor postor en el mercado de las ideas dóciles. Hay algo en The Darker Side of Western Modernity de ambicio-sa aventura intelectual y de innegable cuestionamiento de formatos dados, y esto lo ha habido siempre, y lo digo no sin cierto afecto por mi antiguo director de tesis doctoral. Pero también hay una cier-ta gigantomaquia y una cierta pérdida de humanismo ideográfico de lectura atenta y cuidadosa que saque a la luz los autores particulares en sus contextos originales con sus tradiciones críticas específicas. El Mignolo más futurista tiende más a adelgazar la descripción ideo-gráfica pormenorizada que a todo lo contrario (piénsese en la “des-cripción gruesa” de Clifford Geertz como propia de cierto buen quehacer “cultural”). Cae por ello, me atrevo a decir, en un cierto facilismo de yuxtaposición de parejas de intelectuales que suele co-locar el sambenito a cierto pensador europeo al lado de los desa-cuerdos, desplantes o aspavientos de una figura de “color” en otro contexto y en otra temporalidad. Mignolo es el “manager” que bus-ca dar expresividad a la yuxtaposición en desmérito del primero y en premio del segundo. El gesto es ya reconocible y predecible desde mediados de los 90, que fue el boom de la Universidad de Duke en

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las humanidades “díscolas” en el desapacible descampado estadou-nidense. La escritura, filtrada por las fuertes correcciones antes alu-didas, aúna descripción y desiderata de mejor tiempo futuro dentro de unos supuestos de conocimiento postestructuralista, de inspira-ción originalmente foucaultiana, que persigue insistentemente la di-ferencia significativa que relativice cualquier intento imperialista de ayer y de hoy (el lenguaje en Morse pone aquí el binarismo de “Eu-ropa” y allí, lo que no es totalmente europeo y díscolo, especialmen-te lo “no-blanco” y para América Latina, lo ”indígena” entendido como dimensión vivificante; hay que hacer constatar que lo esta-dounidense queda relegado en líneas generales a un discretísimo se-gundo plano, insulso decorado o insípido trasfondo, excepto cierta inclusión puntual de voz “diferente” o “minoritaria”).

Al igual que Rabasa, Mignolo apunta con el dedo a un “más allá” del gremio disciplinar dentro del cerco institucional, a su vez dentro de un apresamiento nacional/ista, y sugiere la posibilidad de una escapatoria, o incluso de una huida, y no sólo eso, sino que quiere la complicidad de su lector dentro o fuera de la misma cir-cunstancia inmediata, considerada a todas luces insuficiente, sino nociva, racista, criminal, o “imperial”. El gesto de Mignolo en estos libros más recientes, de los finales de los 90 para acá, y The Darker Side of Western Modernity es el más sólido de esta línea que he dado en llamar “futurista”. Es por lo tanto excéntrico, en sentido etimológi-co y literal, excesivo y desaforado, iconoclasta en el mejor de los sentidos, ya que persigue el rompimiento de señaladas vasijas presti-giosas ubicadas en el gran museo ilustrado, cosmopolita y occidental para admiración universal de propios y extraños. No hay respetos a la trayectoria de las disciplinas, a la coherencia de los autores indivi-duales, a la reconstrucción minuciosa de sus contextos originales, a las nociones singulares de “verdad” y de “historia” que se hayan construido en otras épocas; no hay alabanza posible a la belleza ex-presiva de las lenguas imperiales, entre las que se encuentra la que uso en estas páginas. Mignolo pasa la aspiradora rápidamente por el cuarto de la civilización occidental y poco o nada hay que quede graciosamente en pie: este Kant termina un tanto ladeado, este Horkheimer queda insuficiente, este Descartes ya aparece con los pelos sueltos, esta estatua de Vitoria mírala manchada por las palo-mas de la ética imperial enfrente de San Esteban en Salamanca, etc.,

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para no hablar mucho de Carl Schmitt. Mignolo pone al viejo señor Antonio y la alcaldesa Ana María, así sin apellidos, en el Lacandón zapoteco (220, 225) al lado de la “fealdad” occidentalista del laca-nismo marxista de Zizek (223), y “tu Grecia original con mi atlánti-co del siglo XVI” (244), y junta a los kurdos y japoneses, a los aus-tralianos y los chicanos con los catalanes (235). Hay momentos de Mignolo de disparatadas naciones desunidas de no se sabe bien qué, si de desobediencia epistémica, de dignidad descolonial o generali-dad de nación no hegemónica con poco candelero en la plataforma mundial (la diferencia de clase social se suele enfatizar mucho me-nos). Esta “diversidad” le gustará a algún decano por eso de contar con una amplia gama de extranjerías. Pero no hay que asustarse. La idea es la defensa de la “diversalidad” en contra de la “universali-dad”. ¿Se quita un universal para poner otro? ¿Se puede pensar sin universales? Ahí está el reto, ya que la negación del universalismo es otro universal. Y este es tal vez el corazón temático de The Darker Side of Western Modernity. Es el mismo que los libros anteriores.

La crítica irá no tanto por las maneras en que dicho contenido ideal se plasma en el quehacer intelectual, y espero que esta diferen-cia merezca la pena: Mignolo pasa la aspiradora muy rápidamente, por lo menos desde 1995 en adelante, por ejemplo en relación con una figura como Kant, a quien ventila en pocas páginas. El gesto es muy parecido al de Buck Morss en su libro sobre Hegel7: yo creo que lo que Mignolo ataca son los ensalzamientos que algunos de sus coetáneos hagan del pensador alemán más que lo que pudo haber representado Kant en su tiempo. Es la “excentricidad” de Kant la que le preocupa. En otras palabras, es más una preocupación por la proyección de futuro de Kant que por el historicismo de Kant en relación con la bibliografía kantiana dentro y fuera de su tradición original en alemán y en otras lenguas. Póngase otro nombre euro-peo y se repite la misma operación. Le tira el vaso de agua a la cara del pensador ya difunto de la Europa blanca en la medida en que es todavía puesto por otros, alemanes o no, como representante de un imperialismo epistémico colonizador del resto del mundo. A la vez, Mignolo le tira el vaso de agua a los coetáneos que encumbran la contemporaneidad de dicho pensador de la Europa blanca ya difun-

7 Hegel, Haiti, and Universal History (Pittsburgh: U of Pittsburgh P, 2009).

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to, etc. (se me ocurren dos claros ejemplos en campos distintos no tratados por Mignolo: la política exterior estadounidense, el neo-wilsonianismo princetoniano de Anne Marie Slaughter8, y la direc-ción de mega-museos por parte de James Cuno, ambos al arrimo de la sombra alargada kantiana, y no hay que perder la “ironía” de la recuperación estadounidense del pensador alemán nacido y fallecido en Konigsberg entre 1724 y 1804). Lo que se ataca son por lo tanto las pretensiones universalistas kantianas.

La cosa primordial no está tanto en la frase feliz de un racismo epistémico, sino en ver cómo esa estructura social e histórica se au-nó con una estructura de conocimiento histórico, y cómo nosotros hoy podemos reproducir lo mismo, o no. Habrá lectores que sin duda preferirían presenciar un cierto comedimiento espacial y tem-poral y unas lecturas más sosegadas que Mignolo ya no quiere dar-les. Encuentro que hay un cierto apresuramiento explicativo que se ha vuelto predecible. Hay un cierto generalismo, pedagógico si se quiere, que desatiende de las grasas y gorduras ideográficas que un buen remansado historicismo nos ayudaría a entender mejor. Mig-nolo salta muy rápidamente de un espacio-tiempo a otro y en el cur-so de cuatrocientas páginas hay muchos espacios-tiempos sobrevo-lados siempre con la mira en la raya imperial/colonial apuntando al horizonte descolonial. The Darker Side of Western Modernity pone mu-chas cosas en el tapete, tal vez demasiadas: la idea de conocimiento positivo, las falacias de todos los universalismos, los intereses mez-quinos de los gremios disciplinares, la concepción benévola y nece-saria de la historia a la que uno no tiene por qué apegarse, la misma práctica académica cómplice de desigualdades y, sí, de racismos epistémicos. No son desde luego malos temas.

The Darker Side of Western Modernity son siete capítulos con una introducción y un epílogo. Es un libro repetitivo. Y el autor habla de estructura espiral e insistente para contrarrestar seguramente una posible crítica a cierta insistencia repetitiva. Su argumentación no es histórica ni sociológica, sino teórica (22), dice, “y la teoría está en todas partes y en ninguna” (251). Recuerdo este tipo de anécdotas

8 He escrito algo al respecto. Consúltese: “Sobre la crisis oficial de la políti-

ca exterior estadounidense en las primeras décadas del nuevo siglo” (Nuevo Tex-to Crítico XXIII, 45-46 [2010]: 361-386).

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en las aulas de Duke cuando se defendía lo de “teoría” como si fue-ra la verdad de la vida que siempre venía de cierta Europa según ciertos portavoces estadounidenses de cierto color de piel. El gesto de Mignolo tenía y tiene mérito, claro: abrir el ángulo de visión del telescopio para no ver siempre las mismas estrellas en el firmamento occidental de una Europa de origen en el Imperio de Carlo Magno, que diría Leopoldo Zea. The Darker Side of Western Modernity se cons-truye por lo tanto contra los universalismos, de los que descree (230, 234), mientras se afirma el principio universal de diversidad o lo “diversal” (230-234). Se repudia la apelación universal (“el hom-bre es…”, 241-242), llamada humanitas, se expresa un escepticismo por los derechos humanos, calificado de proyecto imperial (236), y se defiende el anthropos fanoniano de las mayorías malditas y deshe-redadas (82, 90-91, 99, 119ss, 190ss), en nombre de la “dignidad humana” en boca de una joven indígena del Lacandón (216). Se tumba a Descartes y se encumbra la poesía de la chicana tejana les-biana de clase trabajadora… ¿Esencialismo estratégico con algo de gesto políticamente correcto éste que trae una “otredad” al espacio hegemónico académico? “Identity politics” es diferente de “politics of identity”, nos dice, y el cosmopolitismo supuestamente bienin-tencionado de tipo liberal se contrapone al “localismo cosmopolita” de las muchedumbres “morenas” en el capítulo siete. Parece que hay universalismos “buenos” y universalismos “malos” y el post-estructuralismo de principios del XXI lo solucionaría coyuntural-mente viendo las situaciones concretas y los sujetos y objetos de conocimientos de una manera relacional y tensa. El postestructura-lismo de Mignolo no duda sin embargo en apelar a la ética, a la vía espiritual, a la dignidad humana, a los sentimientos que acompañan al pensamiento, a la herida colonial. El “yo” narrador busca solida-ridades con esos sujetos “minoritarios” o “de color”, o intelectuales más o menos blancos, o migrantes, o no blancos, en las periferias occidentales en el mundo (latino)americano, africano, islámico y asiático. Por ejemplo: Kusch, Fanon, Shari’ati y Mahbubani sobre el (latino)americanismo de independencia intelectual de Zea y O’Gorman, y ahora podemos añadir a Quijano e incluso Dussel, de quien parece haberse apartado algo en The Darker Side of Western Mo-dernity.

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Mignolo va de aquí a allí, de Carolina del Norte a la Paz pasando por Alemania y Hong Kong sin grandes problemas: la división que cuenta es la imperial/colonial. Este es el centro epistémico que le permite mover el mundo con la predilección por el corazón inmóvil del siglo XVI que dejó de trabajar con dedicación exclusiva hace ya unos quince años. Los peores momentos de The Darker Side of Wes-tern Modernity son de puestas en escena sin minuciosidad y sin gran aparato bibliográfico, de supuestos buenos y malos, de figuras de cartón-piedra por donde no circula la sangre. Hay momentos bue-nos, claro. Mi favorito sea tal vez el capítulo quinto, sobre Kant, ri-val sin duda digno, a quien le da un empujón. Los peores capítulos sean tal vez los dos últimos porque no se sabe adónde va la voz profética, ¿a nuevos giros de frase que se las vean con las nuevas modas académicas de las que descree?, ya que los asideros historicis-tas los hemos visto en libros anteriores. La escritura a veces suena a sumario de tratado de geopolítica, a artículo periodístico, a semióti-ca de apreciación lingüística de la enunciación individual, a antropo-logía cultural de tipo lingüístico de un aspecto de lengua indígena que apunta a la ausencia de alteridad, a debate académico diferencial que tira de las orejas a este o al otro, por ejemplo a Zizek, en cierto espacio cosmopolita global. Hay escasísimas referencias, y las en-cuentro fallidas, a una cultura popular estadounidense, y no digamos a otras. Hay algunas gotas autobiográficas, pero son pocas y pudo-rosas (57, 109, 225, 274), y los que conocemos al autor nos imagi-namos cómo juega a las identificaciones: estratégicamente y de for-ma siempre relacional.

Lo relevante para Mignolo es que la escritura lleve el particula-rismo individual al cielo estrellado “decolonial”. Hay algo de prede-cible labor representacional tanto de grupos de “mayorías” como de “minorías”, otra partición que parece haberse consolidado en Mig-nolo, siempre dentro del espacio hegemónico académico, como él mismo menciona en The Darker Side of Western Modernity. Aunque se defiende el concepto fanoniano de sociogénesis, Mignolo se en-cuentra más a gusto con autores individuales a los que hace repre-sentantes de su dicotomía favorita de imperial/decolonial, que con enredos colectivos. Si se me permite, salta de lo individual-repre-sentacional a lo macro, lo geopolítico dentro del sistema de mundo wallersteiniano colocando una pareja para dicha dicotomía. Esta es

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la cancha mundial a la que supedita el mismo concepto de capita-lismo. Hay muchos autores que ya han sido vistos en libros anterio-res. Los sumarios suelen ser los mismos. Hay poco o nada de nove-doso en The Darker Side of Western Modernity. Lo que se dice de Kutsch, de Guaman Poma de Ayala, de Vitoria, de Fanon, etc. ya se ha dicho antes. Este libro marca una serie de límite de pensamiento de Mignolo, límite que ya está presente en sus libros anteriores: el acrecentamiento de una solidaridad de intelectual “descolonial” con-tra un “imperialismo” universalista eurocéntrico que parece que se está desmoronando no por méritos intelectuales propios o ajenos, sino por la misma trayectoria de sistema-mundo capitalista de cam-biantes centros y periferias del gusto hermenéutico wallesteiniano. El reto es nuestro: ¿y quién se atreve a correr la pelota del conoci-miento con Mignolo en este espacio de historia del mundo en la lí-nea divisoria del Occidente, ancho y ajeno, y el resto del mundo, más ancho y tal vez más ajeno?

La virulencia de esta iconoclasia post-occidentalista la encuentro suavizada en un libro que se pensó titular “Breaking the Western Code” (xvii): romper en pedazos más que descifrar todos los su-puestos misterios del código de conocimiento occidental. Pero no tiene que haber dudas. Hay una referencia (imaginada) a cómo Guaman Poma de Ayala da un tortazo a los cristianos europeos, y cómo Ottobah Cugoano contesta al racismo epistémico kantiano (134ss). Algo de este envés o golpe de reverso es muy mignolesco y tremendamente significativo para la práctica totalidad de sus libros desde el laureado The Darker Side of the Renaissance. Se habla de des-vincularse, de distanciarse de matrices imperialistas, aun cuando se diga que la cosa no está en salirse (“get out”, 205) de ningún sitio, sino en tener muchas conversaciones y proyectos plurales para la buena marcha del mundo, que hay que pensarlo como plural radical: mundos. Mundialice el lector el desorden personalidad múltiple, y esto es la utopía de The Darker Side of Western Modernity, al abominar de toda singularidad.

El historicismo de Mignolo, nunca de historiador hecho y dere-cho, quiere ser futurismo descolonial de suspensión de procesos de colonización de hermenéuticas verticales y de vaciado de contenidos concretos que apuntalen tales desigualdades. Lo indígena interesa en la medida en que es una dimensión subalterna que se quiere pensar

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contestataria y rebelde (lo blanco latinoamericano, lo criollo, lo mes-tizo, etc. parece haberse caído al fondo de todos los océanos y no veo a Mignolo sacándolo a flote). Es este indigenismo, por lo tanto, un pronunciado escorzo de alusión y denuncia social que se piensa no tanto como la modalidad de imposibilidad de Rabasa, sino como una cierta desacostumbrada extremosidad en espacios académicos hegemónicos estadounidenses y cosmopolitas. Se busca provocar un cierto malestar (“te pongo a la niña indígena lacandona hablando de dignidad a ver qué dices”). El otro lado, la “colonialidad” es el secreto y la vergüenza de la familia (xxi). Y Mignolo invita la pre-sencia “minoritaria” a que se siente a la hora académica de la cena familiar y a ver qué pasa.

Mignolo repite este gesto retrayéndose al siglo XVI cuantas ve-ces sean necesarias, siquiera para avergonzar las agonías de histori-cidad de una contemporaneidad de cada grupo generacional que só-lo quiere contemplarse en el espejo más cercano de una o dos déca-das para adelante o para atrás. Salvo lo siguiente: mucho de lo mejor del latinoamericanismo –me atrevo a decir– está aquí presente en The Darker Side of Western Modernity en tanto que emergencia de una construcción de conocimiento subalterno dentro de las estructuras académicas. No sé si todo el libro funciona bien como tal. Algunos puñados de páginas desde luego que sí. Por ejemplo, las referentes al llamado a la desobediencia epistémica que se dice que se tiene que dejar acompañar de la desobediencia civil (116, 139). Estas son pa-labras mayores, más si cabe para espacios tan frágiles como los hu-manísticos de extranjerías históricas al lado incómodo de la lengua que estoy usando en estos momentos. Pero hay más.

Mignolo propone cinco posibles opciones para el orden global (33ss): desoccidentalización, re-occidentalización, reorientaciones de la izquierda, opciones descoloniales y opciones espirituales. The Darker Side of Western Modernity defiende el concepto singular de “co-lonialidad” que viene, por supuesto, de Aníbal Quijano, como lo reconoce de entrada. Uno puede pensar la historia de ideas de Zea y de O’Gorman, con la preocupación de pensamiento independiente americanista, heredera del existencialismo historicista orteguiano, se le añade el énfasis en dimensiones sociales subordinadas desde el siglo XVI, en el espíritu de la Conferencia de los no-alineados de Bandung (1955), y uno juega con la cronología y la cartografía bus-

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cando paralelos diferenciales del primer mundo, y del tercer mundo, y aquí, creo yo, tenemos mucho del quehacer de Mignolo.

The Darker Side of Western Modernity comienza, tal vez de manera sorprendente, con un sumario insuficiente de Carl Schmitt en rela-ción con su monumental obra Nomos of the Earth (1974). La norma-tividad jurídico-historicista del intelectual alemán de complicada tra-yectoria le viene bien a Mignolo para presentar un eurocentrismo globalizante en bancarrota. De ahí, Mignolo se imagina el mundo hacia 1500: un mundo policéntrico y no-capitalista. Esto es lo que parece imaginar Mignolo en relación con nuestro siglo. Alguien co-mo Wallerstein alumbra sistemas de mundo agrupándose y desagru-pándose dependiendo de las vicisitudes capitalistas. Veo a Mignolo acompañándolo, señalando con el dedo lo “post-“ o “descolonial”, saltando del primer mundo al tercer mundo, de lo imperial a lo co-lonial. Para nada la reconstrucción ideográfica de antropólogo cultu-ral de una comunidad subalterna, aun con la utopía del ayllu desarro-llado rápidamente en algún momento. Lo descriptivo y lo desidera-tivo se anudan: Mignolo nos advierte que está hablando dentro de una retórica de la modernidad, una lógica de la colonialidad y una gramática de la descolonialidad (85). El lector bien pertrechado no tiene por qué asustarse: lo que se quiere es vaciar a la moderni-dad/colonialidad y abrir otros espacios. El historicismo remarca la división imperial/colonial. El futuro se quiere descolonial.

Pero alguno caerá en donde no debe caer: dicho a la manera geográfica, en un cierto binarismo que tache de racista una otredad externalizada (Europa) que no son los EEUU ni otros continentes. Factores como tiempo y maneras de conocimiento complican esta simpleza y Mignolo lo indica perfectamente. La rapidez de la escri-tura en un contexto de descripción delgada a-la-Geertz puede pro-piciar estas caídas, salvo que uno tenga una idea de conjunto de la obra de Mignolo, que sigo defendiendo como imprescindible. Que se entiendan por lo tanto bien mis comentarios. Me cuelgo las gafas y veo alrededor pocos dignos de una ambición intelectual equipara-ble de humanidades desestabilizadoras e incómodas. El gesto es, por lo tanto, bueno: de amplitud histórica a la estrechez de miras contemporáneas. Sin embargo, se denuncia la “Historia” con ma-yúsculas. La tarea del intelectual descolonial consiste en “deshacer la diferencia colonial… [e] implica aceptar… que la Historia es la na-

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rrativa plana de dominio imperial que pretende capturar el flujo de la realidad” (174). Se reconstruye, se deconstruye, se vacía lo dado, se sugiere una “otredad”, “otras maneras” (el libro está dentro de la serie “Latin American otherwise” por él dirigida). La disputa ya está montada con cualquier tendencia nomotética totalizante, abréviese con el nombre individual de René Descartes o Immanuel Kant, Francisco de Vitoria o Carl Schmitt. Stephen Hawking representaría la victoria final de la suma colonialidad (nota 37, p. 350). Sorpren-dente coincidencia de Mignolo con un autor tan dispar como Paul Virilio con quien comparte la predilección por el biologismo de un autor como Humberto Marturana (174)9. No hay lugar a dudas. To-do universalismo es pernicioso. Toda singularidad es peligrosa (sea Dios, Verdad, Razón, Mundo, etc.). The Darker Side of Western Mo-dernity quiere que uno empiece a ponerle minúsculas a todos estos sustantivos en singular, que los pluralice y que los ponga dentro de la matriz geopolítica que les corresponda dentro del amplio marco de espacio-tiempo desde el XVI Atlántico para acá. Mignolo apues-ta por la desoccidentalización, el postoccidentalismo de Zea y de O’Gorman (¿no es su hermenéutica pluritópica una hija legítima del existencialismo historicista orteguiano?). Y no duda en hablarnos de tendencias en Turquía, Indonesia, Irán, Argelia, en donde sea. Pero, ¿de qué tipo de quehacer intelectual de pasado y de futuro estamos hablando cuando se nos dice que la desoccidentalización no “cues-tiona el capitalismo” (50)?

Como he dicho, la opción de Mignolo es la descolonial, no nece-sariamente antagónica al capitalismo, tercera opción (53), y hay ma-yor distancia del otro lado, el legado comunista. De hecho The Dar-ker Side of Western Modernity critica bastante los errores cometidos por parte de cierto marxismo salvífico poniendo por ejemplo a Sen-dero Luminoso y a Alberto Fujimori en el mismo horizonte de pro-greso modernizador (igual hizo Wallerstein con la fe soviética en la electricidad del progreso colectivo y el coetáneo liberalismo esta-dounidense enfrentados más tarde en la guerra fría; ahora parece que la electricidad nos ilumina la oscuridad de la idea de progreso). Y esto nos pone en terrenos de comentarios de política internacio-

9 He escrito al respecto. Consúltese: “University of Disaster according to

Paul Virilio”: www.fernandogomezherrero.com/blog/?p=322

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nal, en donde Mignolo no duda en aventurarse. De una manera un tanto “mística”, Mignolo nos habla de la opción “espiritual” y nos recuerda que Fetullah Gulen es el líder musulmán más influyente hoy (64-65) y que Kishore Mahbubani les da Huntington a los hun-tingtonianos con un cierto sabor de venganza civilizacional (44ss). No sé por dónde va esto, salvo que cualquier creencia parece ser buena siempre y cuando nos aleje momentáneamente de la vía única romana al coliseo imperial. ¿Dónde nos lleva Mignolo? A la objeti-vidad “con paréntesis” inspirada en la fenomenología biologicista de Maturana, al lado de las empresas de los Zapatistas, lanzadas a las insuficientes denuncias lascasianas (hay que constatar el menor aga-rre de siglos posteriores, del XVII al XIX digamos, tanto en Migno-lo como en Rabasa). Se critica la ontología de sujeto transcendental cartesiana y horkheimeriana. Y Mignolo no duda en ofrecer la suya (“yo soy el lugar en donde hago cosas” [“I am where I do”, con tra-ducción deliberadamente torpe de inspiración indigenista, en el ca-pítulo segundo]). No se sabe bien si la crítica es directamente a lo que quiso hacer Descartes o a lo que representa o a lo que han he-cho de él los siglos posteriores (100ss), y ésta es la culpa de los aca-démicos (algo parecido se puede decir de la fórmula de mercado del “realismo mágico” que no es achacable a García Márquez). No me queda claro cómo se pasa de las individualidades incluidas en The Darker Side of Western Modernity u otros libros a la labor representa-cional de colectividades diferenciales, sin pasar por las articulaciones de grupos sociales que Mignolo suele o pintar con colores rápidos aludiendo a diferencias raciales, con inspiración proveniente de Qui-jano, o más a menudo obviar o incluso desatender. Es ahí cuando la dicotomía fundamental imperial/colonial corta diferencias.

En contra de un universalismo cartesiano, o el vitoriano, o el kantiano, o el schmittiano, Mignolo aboga por una generalización de habitabilidad identificable, o “morada vital”, digamos, la andina co-lonial de Guaman Poma de Ayala, sin ninguna posibilidad de apelar a un trasfondo neutro de modernidad o tradición o naturaleza o humanidad o lo que sea que le venga a la mente despierta. La baraja reparte algunos de los contextos favoritos de Mignolo tipificados por una genealogía descolonial: la Argentina norteña de Kusch. O la Argelia ocupada por los franceses de Fanon. O el Caribe de Glis-sant. O el Singapur de Mahbubani. O el Irán revolucionario de Ali

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Shari’ati. Pónganse en el oscuro lado de un agujero negro “euro-peo”. El imperialismo sería ese malhadado nombre, incluso maldito, esa univocidad de espacio y tiempo que se vuelve normatividad y violencia (el relativismo cultural radical de Rabasa le prohíbe incluso usar dicho sustantivo unificador de contextos disímiles). En Migno-lo, la historia de las ideas, e historia intelectual, si se quiere descolo-nial, duda menos al servirse de conceptos en singular y busca singu-laridades intelectuales que le ayuden a pensar espacios y tiempos amplios a la contra de cotos vedados occidentalistas. El mecanismo subordinador es piedra de toque de una rebeldía imprescindible, por ejemplo, de unas dimensiones latinoamericanas hispanohablantes con respecto a cierta construcción occidentalista, pero sólo hasta cierto punto relacional, claro (de hecho veo a Mignolo agudizando esos mecanismos occidentalizantes al adoptar una postura indigenis-ta que no puede menos que cuestionar cierta superioridad hispa-nohablante con respecto a otras). El mundo es haz pan-relacional sin transcendentalismos ni ontologías definitivas. La visión de Mig-nolo es inmanente, eminentemente contingente, colgada del mejor futuro con todos sus historicismos inspiradores, su genealogía des-colonial. Tengo siempre la sensación con él de que la marcha histó-rica tiene más magnetismo negativo, más fuerza que utopías de otra cosa, o sea que la positividad que él encuentra entre tanta oscuridad de la modernidad consiste en brechas, fracturas, indicios, interrup-ciones, saeteras de luz de otra cosa desde alguna perspectiva alta más o menos insospechada. Schmitt pone a Vitoria en el horizonte del XVI y estas son dos envergaduras intelectuales aupadas por la geopolítica de su tiempo.

Mignolo está de acuerdo con estas panorámicas de orden mun-dial, si bien las tilda de contingentes e insuficientes y tiene que po-ner alguna figura al lado que le permita a él imaginar otras perspec-tivas. La estrategia: la yuxtaposición del representante del primer y del tercer mundo en una marcha de centro hegemónico a centro hegemónico con sus periferias. Por ejemplo, Schmitt es coetáneo de O’Gorman (29, 56): dos mundos intelectuales dispares que permiten cábalas de posibilidades e imposibilidades con respecto a la geopolí-tica del conocimiento historicista y la deseabilidad del derecho in-ternacional, cómplice ordinariamente de ordenamientos imperiales. Ya tiene, creo yo, mi lector la idea fundamental: el representante de

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lo universal indeseable, por méritos propios, o por trayectoria occi-dentalista de construcción hegemónica que lo ha encumbrado, por ejemplo Descartes, y el emparejamiento con un representante inte-lectualmente digno de lo diverso contestatario y díscolo, por ejem-plo Evelyne Trouillot (xvi), o Cugoano (204), o Hountondji (128ss), o los zapatistas, o los indígenas bolivianos, iluminados con la cande-la de Fanon (127). Y la resolución, lanzada al futuro, depende, nos dice, de nuestras conversaciones y tal vez de nuestras desobedien-cias, con lo cual el prejuicio es intelectualista y discursivo, con abun-dante eufemismo, atenuando la dimensión política de confrontación explícita. Se dice buscar una democratización epistémica (89). Y el centro imaginario propuesto de pivote mundial es la “historia colo-nial, centro no reconocido en la construcción de la Europa moder-na” (140). Es este un descentramiento de todos los centros conven-cionales. Si el enemigo viene de muchos lados en los últimos qui-nientos años, la inspiración no puede ser menos y también viene de muchos lados. Una inspiración primeriza: la inevitable politización de la construcción de conocimiento de Mangabeira Unger (xvii). Explicítese esto y hay mucho Mignolo aquí desde 1995 hasta hoy en día, con el silencio constatable de la circunstancia inmediata a la que mira de soslayo y con cautelas. Poco hay digno de encomio por es-tos desiertos estadounidenses y algunas de sus críticas tienen que ser implícitas (por ejemplo, a su colega de programa de literatura y de-partamento, Jameson).

Este es su centro argumental: lanzar la política del conocimiento a un contexto amplio, incluso mundial, atendiendo siempre a los in-tereses políticos de gran impacto de esas enunciaciones de lo uni-versal (41). El énfasis de Mignolo en la “enunciación” de conoci-mientos se me antoja resabio semiótico. Por ejemplo, sigue acu-diendo a Benveniste, como si buscase refugio en momentos com-plicados (124ss, 190ss, 227). Hay retraimientos de análisis de recep-ciones comunitarias, de entrecruces de sociologías de conocimiento, de manipulaciones situacionales de grupos concretos, y finalmente de falta de recreaciones pormenorizadas en contextos hermosamen-te explorados. No veo que Mignolo pueda tener un lugar único, predilecto, u oasis, en donde vaya a renovar el vigor.

El Capítulo Dos trata de la territorialización imperial del mundo, siguiendo la estela de Schmitt sin encararse con este pensamiento de

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peligrosa proximidad al nacional-socialismo alemán. Da la sensación que ha leído sólo la primera parte de Nomos of the Earth y yuxtapone Vitoria a Bennabi, Kusch y Wynter (92ss). ¿No es esto un anacro-nismo con mayúsculas? Lo que hace Mignolo es traer la exterioridad creada por el límite imperial a la mesa hermenéutica de nuestro le-gado histórico para que no caigamos en los mismos repudios y en las mismas cegueras, pero la pulcritud historicista schmittiana en momento de derrota épica usando las fuentes de derecho interna-cional del enemigo no cabe para nada en The Darker Side of Western Modernity. La conciencia migrante de Mignolo va de aquí a allí, y vuelta atrás, y para adelante, con la sugerencia de que hay otras par-tes no alumbradas por la electricidad ni necesariamente aceleradas por la velocidad de la modernidad occidental.

El Capítulo Tres desarrolla la diferencia entre “nuestra” moder-nidad y la “suya”, y no hay que defender a muerte el concepto “pro-gresista”. También hay aquí, al igual que en Rabasa y en Beverley, un perceptible retroceso del lenguaje de la postmodernidad. Y se puede decir que la misma virtud de plasticidad de esta inteligencia foucaultiana postestructuralista es su carencia: ¿adónde va cuando ya la deseabilidad descolonial se ha anunciado páginas atrás y no se trata nunca de apuntalar los hechos históricos con fe positivista? Si no hay origen cierto ni concertado final, se puede ir a todas partes y a ninguna. The Darker Side of Western Modernity nos lleva a muchas partes y a muchos autores, y a ninguno en particular. Parece que una vez que se marca esta raya en la arena de la playa, la imperial de este lado y la descolonial de este otro, lo que resta es una recreación plástica foucaultiana, de historicismos portátiles, de genealogías ad hoc, no quedándose colgando de las taxidermias propias y las axiolo-gías ajenas. Mignolo ni quiere ni puede crear apologías de buen ser-vicio de museo cosmopolita de cara al público multiétnico estadou-nidense como hace James Cuno, y éste se sirve de fuentes postcolo-niales de buena o de mala fe. Todo esto que se pone sobre la mesa es negociable, flexible, mudable, elástico, transferible, un tanto de cartón piedra. Mignolo no nos habla de arquitectura, pintura, ima-gen fílmica, de vida cotidiana, etc. Su mundo es escrupulosamente textualista, normalmente proveniente de individualidad intelectual de periferia colonial encarándose con un occidente metropolitano. Digamos la Algeria de Fanon y la Francia de Descartes, los Andes

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guamanpomescos y la Salamanca vitoriana, la crítica social horkhei-meriana con su sujeto cartesiano en un exilio neoyorkino y la posibi-lidad de “scientia decolonial” enunciada con toda dignidad e indig-nación desde la selva lacandona o el altiplano boliviano (insisto: los Estados Unidos son mayúsculo desierto baudrillardesco, también para Mignolo, excepto la promesa de ciertas voces “minoritarias”). Frente al modelo de conocimiento Kantiano-Humboldtiano, y la distinción Diltheana de lo nomotético-ideográfico, todavía en pie, Mignolo aboga por un desorden del mapa de primer mundo y el resto del mundo hasta cierto punto, y pongo el énfasis en la cláusula adverbial final. Cierta solidaridad con “minorías” y extranjerías de piel morena le resuelven el hermanamiento inicial y la alianza con-tingente y puntual, pero, de nuevo, sólo hasta cierto punto. Pone a Pletsch al lado de Hountondiji (128ss) al servicio de una amplitud del Sur y de un énfasis en la recogida en el cesto de la fragmentación de todos los impulsos hacia los universalismos imperiales/istas: lo intelectual tiene que re-engancharse con lo ético, lo sensible, lo sen-sual, lo espiritual… Pero ¿cómo tirar de esta summa theologica fuera de una coherencia individual más o menos lograda? The Darker Side of Western Modernity nunca nos da una descripción pormenorizada de energías sociales enredadas en luchas políticas. Se nos ubican perso-najes, se les dan brochazos rápidos, se les coloca a ambos lados de la raya y se apunta a la posibilidad de una “scientia descolonial”. ¿Será esto la siguiente fase que responda a la crisis anunciada por Husserl hace ya un siglo?

El Capítulo Cuatro trata del tiempo. Se busca romper un entra-mado lineal de ley universal, o “imperial”. Recrea aquí, de manera somera, el concepto andino de pacha (157-158). Y reconstruye con-ceptuaciones indígenas de espacio (sagrado) y de lugar comunitario. Quien esté interesado, que vaya a otros libros porque The Darker Si-de of Western Modernity se construye siempre rápidamente a la contra. No se trata de creerse lo de pacha, sino de abrir la pulpa occidentalis-ta con ello. Mignolo no va a escribir un libro de cuatrocientas pági-nas sobre pacha. Ni va a “ir de indígena”. Repito: “lo indígena” im-porta en la medida que “es” dimensión subalterna contestataria de imposiciones hegemónicas. La apuesta es por la diferencia cultural y por el relativismo cultural, a semejanza de Rabasa, o la “identidad” de Beverley. El universalismo de los tres, más o menos reconocido:

Page 36: R DESAPEGOS DE TODO UNIVERSALISMO INCLUIDO EL DE … · RESEÑA-ENSAYO: DESAPEGOS DE TODO UNIVERSALISMO 473 y fuera de las aulas de clase y la calle estadounidense1. Quitando el primer

FERNANDO GÓMEZ HERRERO

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la teoría de la relatividad (cultural), contra todo universalismo, el oc-cidental incluido.

Y termino con un preciosismo fílmico: los tres autores en cues-tión me recuerdan en algunos aspectos a los tres personajes de la gran película Stalker de Andrei Tarkovski: el guía, el escritor y el profesor. Nos los podemos imaginar sentados en el suelo sucio del cuarto desapacible dándose la espalda al borde del sitio en donde supuestamente se cumplen todos los deseos de los que se aventuran a entrar. Eso nos dice el guía del que se supone que nos tenemos que fiar. El cuarto está en la zona prohibida, no del gusto de las au-toridades que restringen el acceso. Aquí tenemos obras de madurez de una marcha de vida intelectual insistiendo en la crítica de razón académica con especial interés en el área de estudios llamada lati-noamericanismo; se nos habla de un afuera, un mundo tal vez ente-ramente inaccesible e imposible representado por un tlacuilo feme-nino arquetípico.

He aludido a los conceptos de “punk” en la cultura popular, e incluso el de “trolling” en las redes virtuales. Podemos recordar el graffiti de alguien como Banksy y añadirlo a la habitación sugerida en esta hermosísima película no exenta de cierta “espiritualidad”, reivindicada al menos por dos de nuestros autores. ¿Se cumplirán estos deseos de ruptura de todos los universalismos occidentales, con o sin la marca de “América Latina”, y de apertura radical a otras cosas más hermosas? Ahí dejamos a nuestros tres autores al final de la película. Puedo pensar en peores compañías, rodeados de charcos de agua en la zona prohibida en un paisaje poco amigable en un im-perio en presunto declive cuyos habitantes no saben con certeza si el occidente son ellos o los otros, si lo latino es occidental o no, si todo lo imperial es deleznable y todo lo postcolonial deseable, y si las próximas décadas traerán claridad o todo lo contrario.


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