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Repensar La Ciencia - LA3pez Moratalla, Natalia (Author)

Date post: 21-Oct-2015
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REPENSAR LA CIENCIA

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REPENSARLA CIENCIA

Natalia López Moratalla

EDICIONES INTERNACIONALES UNIVERSITARIASMADRID

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Primera edición: Enero 2006

© 2006. Natalia López Moratalla© Ediciones Internacionales Universitarias, S.A© Pantoja, 14 bajo • 28002 Madrid© Tfno.: +34 91 519 39 07 • Fax: +34 91 413 68 08© e-mail: [email protected]

Tratamiento: Pretexto. PamplonaISBN: 84-8469-168-3Depósito legal: NA 00-2006Impreso en España por: GraphyCems, S.L. Pol. San Miguel. Villatuerta (Navarra)

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Queda prohibida, salvo excepción prevista en la ley, cualquier forma de reproducción,distribución, comunicación pública y transformación, total o parcial, de esta obra sincontar con autorización escrita de los titulares del Copyright. La infracción de los de-rechos mencionados puede ser constitutiva de delito contra la propiedad intelectual(Artículos 270 y ss. del Código Penal).

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A mi padre, honrado e incansable traba-jador que bebía en las fuentes de las biogra-fías de los grandes.

A Esteban Santiago, que me enseñó a pi-petear y cacharrear con rigor, y se empeñóen que aprendiera a escribir con «sujeto, ver-bo y predicado».

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Índice

Prólogo de Esteban Santiago Calvo ........................................... 11

PENSAR LA CIENCIA

Capitulo 1. El mito de la neutralidad de la ciencia posi-tiva .................................................................................. 19

1. El misterio de lo real y la curiosidad ............................. 21Poetas de la ciencia ......................................................... 25

2. Pesar, medir, contar y calcular: más acá de la precien-cia ..................................................................................... 28Lógicos de la ciencia y la pseudociencia ........................ 34

3. La esfera empírica y lo de más allá que la transciende¿Miente la madre? .......................................................... 38Pensadores de la ciencia ................................................. 42

Capítulo 2. El regalo de los conocimientos verdaderos:encuentros con término ............................................ 47

1. Gafas con cristales de color y el relativismo en la cien-cia ..................................................................................... 49La irresistible atracción por las parcelas del saber ...... 53

2. ¿Cómo se concibe y se gesta una hipótesis? .................. 58La verdad científica ¿existe? ........................................... 60

3. El poder de la mirada creativa y las intuiciones cer-teras ................................................................................. 67

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Saber mirar. Saber preguntar ........................................ 68Saber imaginar. Saber contar ........................................ 71La importancia de lo irregular ....................................... 75

REPENSAR LA CIENCIA

Capítulo 3. Mitos, increencias y creencias del científico 871. El lenguaje universal del mundo natural ..................... 90

El lenguaje limitado de la técnica .................................. 90El lenguaje empobrecido de la ciencia ........................... 92El lenguaje ambiguo de las bioéticas ............................. 97

2. Enriquecer la palabra científica .................................... 102Las ciencias positivas, vasos comunicantes ................... 107Apertura a otros enfoques del conocer ............................ 115

3. La unidad de los saberes y el lenguaje de las convic-ciones religiosas .............................................................. 121Problemas y misterios: la imagen de un universo auto-creado .............................................................................. 125La desconfianza en el conocimiento que aporta la fecristiana ........................................................................... 129

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Prólogo

Pensar. Gran privilegio éste del que gozamos los hombres.Nos permite encontrar la verdad en este mundo en que vivi-mos. Y nos abre el camino para tomar decisiones libres. Cons-truimos nuestro pensar con aquello que sabemos, y ahí inter-calamos lo que no sabemos, pero entrevemos… y así abrimospuertas tras las que en ocasiones se esconde la realidad. A ve-ces, pensar puede llevarnos al error… Nos fiamos a menudo depremisas venidas de personajes extraordinarios, personajesque hicieron avanzar la ciencia, o que destacaron en el deporteo en la filosofía. Personajes que consiguieron una merecida au-toridad. Si nos hablan de lo que saben, bien hacemos en escu-charles… Si extrapolan sus saberes y huyen de aquello que co-nocen, bien haremos si les escuchamos, pero con el filtro de laprudencia…

Natalia López Moratalla ha querido adentrarse en este li-bro en ese mundo del «pensar». Mujer dedicada a la ciencia enque se mezclan moléculas, células y vida. Nacida en Granada,tierra de poetas y de artistas. Y metida entre alumnos a quie-nes gusta enseñar y de quienes gusta aprender. Quizá esto ex-plique que este libro, valiente, sea un tanto autobiográfico. Lalectura de autores que dejaron su poso; conversaciones que en-cendieron un día fogonazos…

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Se lee este libro como un testimonio sincero y real en quela autora nos habla de su captación de la coherencia de la rea-lidad. Lo que se ve directamente, y lo que se conoce tras la pe-sada o la medida deja paso al misterio del mundo natural. Esun surgir de impresiones bajo la sorpresa del entender y laemoción de descubrir, en el que las respuestas aparecen en undespliegue de verdad que crecen desde dentro, sin prejuiciosni pretensiones. Saltan en las líneas escritas preguntas degran calado –acerca de la vida, los orígenes de cada hombreque comienza a vivir, del cuerpo de cada hombre con un titu-lar libre, de lo que dice el código genético– entendidas en elprofundo lenguaje simbólico de la realidad, y contestadas conel rigor del conocimiento científico aunado con conviccionespensadas.

Las respuestas no son dogmáticas como tomadas de ante-mano, ni recetas para aplicar sin pensar, ni soluciones fácilesa grandes cuestiones. No fuerza la verdad para que coincida loque sabe como científica con sus convicciones cristianas. Se veen sus páginas su pasión por la antropología y las ciencias bio-lógicas, y cómo abre lo que ha recibido por tradición y lo queaprende en el diálogo con colegas y en los libros de los grandespensadores, y cómo todo esto le lleva a encontrar el sentidoprofundo de la realidad, el misterio de la vida.

Muestra el libro con claridad el camino de la libertad inte-rior para alcanzar la unidad congruente de su fe, su propia ra-zón y una cultura científica de quien no ha soslayado nunca latarea de un profesor universitario comprometido, por pasiónpor la verdad, en no explicar aquello que no entiende a fondo oen lo que no cree.

El libro refleja recuerdos de preguntas propias o de discí-pulos, de conversaciones vivas en que la autora ha sabido verpistas en el camino hacia saber de la realidad. Se descubre ensus páginas el testimonio agradecido hacia todos aquellos quese enfrentan con los aspectos más hondos de una actividadcientífica creativa y apasionada.

ESTEBAN SANTIAGO CALVO

Catedrático de Bioquímica y Biología Molecular

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Pensar la Ciencia

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Picasso dijo una vez, con cierta brusquedad y en un tonoburlón, «yo no busco, encuentro».

Por la misma época, el gran Filósofo de la ciencia Karl R.Popper había titulado Búsqueda sin término a su biografía in-telectual, en la que describe la lógica de la ciencia: un solo cis-ne negro echa por tierra la hipótesis de que todos los cisnessean blancos; pero millones de cisnes blancos no nos permitendar por seguro que todos los cisnes sean blancos. Popper fuepositivista. Uno de los mayores positivistas de la historia.Quiso seriamente ir más allá del positivismo, pero no lo logró.El positivismo es nuestra atmósfera intelectual; una atmósfe-ra cada vez más contaminada y que deseamos con distintosgrados de intensidad abandonar y así poder respirar más li-bremente. En la mera y absoluta neutralidad no se puede res-pirar. Pero no es muy fácil salir. Popper quedó atrapado, peroel esfuerzo que hace por salir, por ir más allá, es muy intere-sante para aprender.

No mucho más tarde Kuhn, otro filósofo de la ciencia, rom-pía el cerco de la lógica positivista para acentuar el papel quejuega la psicología del científico en las búsquedas y en los en-cuentros. La ciencia como actividad –viene a afirmar– tiene sulógica propia, pero el científico, como persona, tiene su psiquey su mundo. La ciencia queda con él humanizada al poner enel centro de mira la actividad del científico; sin embargo, conél y los que vienen después, la racionalidad científica pasa a

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ser una mera lucha de poderes e intereses. El contenido decerteza de un modelo o paradigma, incluso la irrupción denuevos fenómenos, tienen poco o casi nada que ver con el pro-ceso revolucionario por el que el antiguo modelo estalló en pe-dazos.

Son dos orientaciones muy distintas, tanto del pensamien-to como de la actividad de búsqueda de la verdad: inalcanza-ble y provisional o meramente convencional. ¿Qué hay de au-tenticidad? ¿Cómo dar cuenta de la relatividad sin caer en lagrave enfermedad del pensamiento que es el relativismo?¿Cómo, sin darse de bruces en el dogmatismo, que no es unpensar humano, dar cuenta, en cambio, de algo que es profun-damente humano, como la permanencia y la consistencia de larealidad?

Encontré una respuesta sencilla. Las grandes preguntas, yéstas lo son ya que no sólo se trata de la ciencia sino que hacereferencia al conocimiento en general y a la vida social, tienensiempre respuestas sencillas. Trato de comunicar esa respues-ta sencilla. No es una autobiografía intelectual, ni un libro defilosofía de la ciencia y menos aún de lógica o racionalidad delas ciencias positivas. Es un poco de historia viva de una deu-dora de ideas. Historia de diálogo abierto a lo largo de la vidacon personas con las que he compartido la pasión y el gozo deconocer. Libros releídos y anotados a lápiz en los márgenes, quees otra forma de dialogar con las personas que se han hecho lasmismas preguntas y muestran en sus escritos el camino segui-do hasta alcanzar alguna respuesta. Diálogo que se busca, yque a veces se logra abrir al meterse por las rendijas del pensa-miento que una frase «suelta» –incluso en la sobriedad de unartículo científico– muestra el chispazo de la intuición y la luzdel genio. Es historia de la deuda impagable a quienes, en elmomento oportuno, hacen esas preguntas inevitables pero quepeligran quedarse arrinconadas en el olvido, a menos que al-guien te regale un ¡párate y piensa; y dime qué piensas!

La respuesta sencilla es que toda idea o afirmación es algode lo uno y algo de lo otro y además, algo más. Como aprendíen los escritos de Lewis, cuando los cambios de la mente hu-mana producen suficiente desagrado por el antiguo modelo y

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suficiente anhelo de otro nuevo, los fenómenos que hayan deapoyar al nuevo aparecerán oportunamente. No es que esosnuevos fenómenos sean ilusorios; es sencillamente que la na-turaleza dispone de toda clase de fenómenos almacenados, demisterios, con los que puede satisfacer interrogantes diversos.Ciertamente, en todas las épocas la mente humana se ve pro-fundamente influida por el modelo aceptado del universo.Pero existe un intercambio en las dos direcciones: el modelotambién recibe el influjo de la mentalidad predominante. Lasredes que uno compone para pescar algo de la realidad tienenuna trama definida y se echan en el sitio y dirección elegidos yen cierta medida acordados.

No podemos despachar la dinámica del cambio de un mo-delo por otro como un simple progreso del error a la verdad.Todas las teorías son intentos serios de abarcar todos los fenó-menos conocidos en una época determinada y todos consiguenabarcar un gran número de ellos. Dudley Shapere publicóuna recensión del libro de Kuhn en la que lo calificó de «ata-que sistemático contra la imagen vigente del cambio científicocomo proceso lineal de conocimiento creciente». Ciertamentea pesar de que científicos trabajemos en comunidades defini-das por ideas afines y creencias de fondo compartidas se pue-den descubrir y se descubren autenticas verdades sobre la na-turaleza. Pero al mismo tiempo, no es menos seguro que todoslos modelos reflejan la idiosincrasia predominante de unaépoca, casi tanto como el estado de sus conocimientos. El nue-vo modelo no se establecerá sin pruebas palpables, pero éstassurgirán sólo cuando la necesidad interna de respuesta lleguea ser suficientemente grande para preguntar a la naturaleza.El carácter de las pruebas depende de la forma del interroga-torio, de tal manera que un buen interrogador puede hacermaravillas. La realidad es un testigo honrado y por ello nadieconseguirá sonsacarle falsedades. Ahora bien, en relación conla verdad plena, la calada de la pregunta determina el por-centaje de la verdad que aparecerá y el modelo que podrá sur-gir como respuesta. Somos interrogadores que llevamos gafascon cristales coloreados; pero si lo sabemos siempre podemosajustarlas de manera que sea posible ver la naturaleza en susauténticos colores.

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La vida actual de los hombres de las sociedades occidenta-les muestra hasta qué punto es necesario, para sobrevivir,pensar la ciencia. Poder así hacerse cargo de lo que significa elabandono en la pasividad que acepta, sin pensarlo dos veces,que la ciencia es neutra y, por tanto, la valoración humana yética de la actividad científica sólo comienza cuando la activi-dad experimental ha terminado. Y, con ello y por ello, se llegasistemáticamente tarde al debate sobre la orientación de laciencia y el desarrollo tecnológico que le acompaña. En la basede un vivir humano, ¡incluso de sobrevivir!, está la imperiosanecesidad de conocer algo acerca del sentido último de las co-sas. Los datos experimentales, de los sentidos o de los experi-mentos, son sólo el primer paso. Necesario pero insuficiente.

Pensar la ciencia es alcanzar la posibilidad de contestar alas cuestiones de su mítica neutralidad, su posible dogmatis-mo y su carga de absoluta relatividad. ¿Qué motiva hoy al in-terrogador del mundo natural, del mundo de la vida? ¿Acercade qué, cómo y para qué pregunta?

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Capítulo 1.El mito de la neutralidad

de la ciencia positiva

Entre los científicos modernos, no es el más grande el quepercibe con seguridad que el objeto una vez eliminadas suspropiedades cualitativas y reducido a mera cantidad no es to-talmente real... Las grandes mentes saben muy bien que el ob-jeto, si se manipula de este modo, es una abstracción artificial,porque se han omitido aspectos de su realidad.

Clive Staples Lewis. La abolición del hombre. 1990.

La ciencia positiva ¿es neutra? ¿Alcanzan sus respuestas,aunque sólo sea en parte, la realidad real? ¿La ciencia actualestá a salvo de dogmatismos?

Hay quienes desean a toda costa seguir pensando que laúnica finalidad de la ciencia consiste en la producción de cono-cimiento verdadero acerca del mundo y no tiene relación algu-na con valores, ni responsabilidad alguna en la orientación dela técnica. Una especie de actividad angélica, neutra y neu-tral, apátrida y no ideológica, que acaba cuando se alcanza unconocimiento y empieza su aplicación. Sin embargo, es obvioque desde siempre, los hombres buscan conocer la realidadnatural a través de esta forma de razonar para saber de ella,

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y para poder intervenir en ella de manera sistemática y pro-gramada. Para poder cambiarla, mejorarla y, sobre todo, ma-nipularla en función de la mejora de las condiciones de la vidahumana.

Más aún, hay quienes desean seguir manteniendo que laciencia positiva es un sistema objetivo que maneja hechosneutros sin significado ni sentido propio. Es decir, si los he-chos no son más que hechos, las proposiciones científicas sonobjetivas e indiscutibles. Esta neutralidad es tan preciada quepaga el precio de que queden fuera de su consideración lascuestiones de sentido, éticas o estéticas, las que se denominanvalores. Hasta tal punto la ciencia positiva ha sido capaz deintroducir en nuestra cultura una visión dualista –hechos porun lado y valores por otro–, que el conocimiento científico apa-rece en nuestra mentalidad como el único seguro. Ciertamen-te, se reconoce que valoraciones de ese tipo no pueden desapa-recer del discurso humano, pero sobre ellas no es posible undiscurso estrictamente científico, un discurso objetivo.

La ciencia y la técnica, que de ella derivan, son productosculturales. La ciencia positiva necesita ser redimensionadaporque no es importante sólo en el plano de los descubrimien-tos científicos. Lo es porque, entre otras cosas, cambia la for-ma en la que la gente ve el mundo y vive en el mundo. Porello, ¿puede afirmarse, sin más, que su sitio propio es el centrodel conocimiento humano? ¿Puede afirmarse, sin más, que loshombres de hoy estamos condenados a ir a ciegas en las cues-tiones de sentido en las que nos jugamos la propia vida? Mipadre solía decir que el undécimo mandamiento es no estor-bar. Saber estar donde hay que estar y no fuera de lugar. Esposible que hoy nuestro anhelo más importante sea encon-trarle al conocimiento científico y a la técnica que le acompa-ña el sitio propio.

Para ello habría que repensar la ciencia.

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1. El misterio de lo real y la curiosidad

La poesía nace al hacerse preguntas mirando hacia loalto. Las ciencias naturales también se interrogan, pero lo ha-cen mirando hacia abajo… Siempre he llevado sobre mi narizlas gafas de la curiosidad.

Susana Tamaro. Cada palabra es una semilla. 2004.

Es posible que si no hubiera tenido pasión por los porqués,quizá no me habría encontrado nunca con el mundo de lasciencias de la vida. Quién sabe. Ahora me parece muy difícilque no ocurriera así; y sé que sin esta mi pasión por los por-qués, ahora no tendría el gozo de contemplar ese espectacularviviente, el hombre, capaz de más con menos; capaz de infini-to con su radical pobreza biológica.

Cultivar la ciencia positiva requiere la ambición de com-prender el mundo natural, de conocerlo y dar razón de él. Co-nocer por qué es como es y funciona como funciona. Por quéexiste y de qué manera ha sido hecho. Desde el más simple ydiminuto representante del mundo de la vida a las lejanas einconmensurables galaxias tienen cabida en el marco de losintereses de los que somos de ciencias.

De niña entreví dos historias de inicios que no me hanabandonado. Puede parecer un tópico decirlo, pero lo digo por-que es verdad. Con mi padre busqué fósiles marinos partiendorocas de la colina de la ermita de los Tres Juanes de sierra El-vira, muy cerca de mi Granada natal. Caracolas petrificadasque hace millones de años vivían en los mares antes de quelas cordilleras del sur de Europa emergieran de las aguas. Deahí pasaron a formar parte de la estupenda colección de mine-rales y fósiles que presenté en mi Instituto. Mi abuelo mater-no plantaba, en grandes macetas, semillas de árboles frutalesy, bajo mi mirada atenta, regaba cada día hasta que brotabala planta pequeña a la que poníamos nombres familiares,como el albaricoquero de Consuelito. Según me decía, en unosaños, cuando crecieran un poco más, los llevaríamos a la fincaLa Muela, junto al río, en las sierras áridas de la provincia deAlmería. Estoy segura de que no habría recordado estas histo-

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rias de inicios y orígenes si no me encontrara al final de mi ca-rrera docente impartiendo las asignaturas Evolución y Des-arrollo embrionario.

He indagado por tantos caminos, que no hay una línea rec-ta entre esos tempranos porqués y las explicaciones que hoypuedo debatir con mis alumnos. Sin embargo, reconozco mío eldeseo permanente de comprender la razón de esos inicios.

Hay un método de trabajo para hacer Ciencia y toda unaFilosofía de la ciencia, que traza los límites y los cauces queorientan a alcanzar certezas, verdades parciales, lanzar hipó-tesis y confrontar teorías. Los científicos recorren esos cami-nos buscando la verdad del mundo natural, aunque no estáplenamente dado de antemano por dónde hay necesariamenteque ir. Las rutas se emprenden porque se es curioso, porque sequiere saber. El aspirante a naturalista o posee la inclinaciónnatural a saber la verdad y a descubrir el misterio, o no pasa-rá nunca de aspirante.

La mirada es importante. Para ver la realidad hay que mi-rar y saber lo que está ahí, dónde y para qué. Hay que mirarcon atención lo que existe y no conformarse sólo con el mapaque lo describe. Es importante dejarse interpelar y, para ello,es preciso que el ruido de la rutina no acalle el eco interior delmisterio. Aprendí a mirar y a escuchar mirando y escuchandoa algunas personas que cruzamos caminos en la Universidaden la que he vivido los últimos cuarenta años de mi vida. Loaprendí ante preguntas incisivas. Me parecen preguntas in-evitables que todo el mundo se hace; pero estoy segura de que,al menos para algunas, si no me las hubieran hecho no habríabuscado incansablemente una respuesta.

El misterio está en el fondón del alma y salta como asom-bro y sorpresa. El misterio no se busca, nos toma como cauti-vos con la fuerza cautivante de las eternas preguntas acercadel hecho real. No se trata sólo de que podamos conocer, sinode que tengamos esa capacidad de ver y escuchar y resulteque concuerda con la realidad ¿En qué consiste esa coheren-cia? Es posible que llegar a conocer el mundo real exija ras-trear su coherencia. No sé si hay muchos o pocos caminos. Séque éste es andadero.

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A Einstein le admiraba que el mundo fuera inteligible, quenos pongamos a pensar, no simplemente a observar la reali-dad, y que resulte que realmente sean «así» las cosas. ¿Porqué se da esa consonancia de nuestro conocimiento y la reali-dad? No vale la respuesta de que todo sea materia; es más, dela pura homogeneidad no salta la chispa del conocimiento: loreal encierra misterio. Tampoco es valido que todo eso sea unaccidente feliz, como decía Monod, aunque sólo fuera por serdemasiado feliz para que el accidente se repita con cada hom-bre que irrumpe en el mundo.

Ciertamente, las ciencias positivas están empapadas deldualismo cartesiano y es muy frecuente que los que las culti-van se empeñen en reducir el misterio a mero problema. Dehecho, la modernidad, de la que no terminamos de salir, se ca-racterizó –especialmente con y a partir de Descartes– por subúsqueda de claridad y distinción; y por esto, de la ampliagama de realidades entre el espíritu y la materia, afirmó exclu-sivamente los extremos: todo es o res extensa o res cogitans. Enesta exclusividad el hombre quedó sumido en el dualismo, y elresto de las criaturas del mundo quedaron reducidas a la ma-terialidad opaca y determinista de la res extensa.

Afortunadamente la materia no es mostrenca, aunque lamisma palabra materia nos sugiera necesidad, determinismo,opacidad y mudez. La materia se domina con la manipulaciónpero no pocas veces esa manipulación está transida de violen-cia: le arranca su propio significado para imponerle otro. Loreal participa en mayor o menor medida de esos dos extremoscartesianos. Lo real es material, pero no es puro determinis-mo, ni pura falta de sentido, ni pura cantidad sin significado,sino que es una materia impregnada de sentido. Un significa-do en referencia al hombre, porque sólo las personas son desuyo espirituales y materiales: son espirituales pero no son es-píritus puros, no son libertad incondicionada, ni significadoplenamente transparente, pero el cuerpo humano manifiestaa la persona que es su titular.

El mundo natural es real y habla. Cuenta historias de orí-genes y genealogías; de epopeyas, gestas y tragedias. Pero nogrita. Y queda acallado por el eco repetido, hasta ensordecer-

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nos, de las aventuras de la técnica que domina el espacio, elátomo y la vida.

El lenguaje del mundo natural es simbólico: expresa en loshechos, en las apariencias tangibles, la verdadera realidad.

Poetas de la ciencia

No se nos ha escapado que el emparejamiento de bases…sugiere inmediatamente un posible mecanismo de copia delmaterial genético.

James Watson y Francis Crick. Nature. 1953.

Lo real habla con una coherencia sobrecogedora. El signi-ficado de lo real es escuchable a nuestros oídos y comprensiblea nuestra capacidad de entender. Y es precisamente esa pala-bra escondida la que hace posible vivir las ciencias positivasdejándose poseer por el misterio que encierra la realidad. Esposible aprender y descubrir cómo funciona lo real, ya seainerte o vivo, planteando problemas, resolviéndolos observan-do y experimentando, con y en las realidades concretas, ysiempre al mismo tiempo, sin huir del misterio ni impedir queen todos los problemas aflore en su mayor o menor profundi-dad. La palabra de la ciencia no ha de ser inevitablementemera prosa. Tiene en sí misma la textura de la prosa poética.Sugiere más allá del contenido del texto.

Son muy pocos los hombres de ciencia que acometen tareasinnovadoras y verdaderamente creativas. Y entre ellos son to-davía menos los que tienen puestas las gafas de la auténticacuriosidad ante el misterio. Pocos tienen alma de poeta; perofueron de éstos los que viendo caer una tarde la fruta de unmanzano descubren la ley universal de la fuerza de la grave-dad. El misterio de la coherencia de la atracción de los cuerposque ordena el movimiento de los astros. Son descubridoresprotagonistas que traen al mundo, en ese momento histórico,una autentica epifanía, que ya nunca queda oculta. Se recono-cen con facilidad; cuando uno se encuentra con esa revelación,que ellos han buscado y encontrado, se puede sentir el mismo

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estupor que debieron sentir, a pesar de que sólo para ellos fueplenamente inédito.

El área de la ciencia que cultivo (Bioquímica, Biología mo-lecular y celular) nació, como yo, al filo de la segunda mitaddel siglo XX. He podido conocer a los pioneros y tratar y com-partir afanes con las generaciones que ellos formaron. En lacomunidad científica del mundo de la vida a que pertenezco,como en todas las demás, los investigadores son de varios ti-pos. Hay un tipo que tiene protagonismo y hace historia y otrotipo que aporta resultados. Pero la ciencia progresa esencial-mente por la acción de unos pocos que la piensan. Inteligen-cias audaces, a veces hasta temerarias, que lanzan las redes–las hipótesis– en busca de datos, preguntan y observan y seatreven, en definitiva, a mirar la realidad desde su propiaperspectiva y, sobre todo, con el enfoque desde el que han deci-dido mirar, porque han sabido mirar. Preparan y dibujan losparadigmas, o simplemente aplican a su campo los que otrosproponen; en cualquier caso proporcionan una visión nueva einnovadora de cuestiones ya planteadas, sacando a la palestraotras nuevas.

Saben preguntarse y preguntar a la realidad. Sólo con eltiempo he comprendido que es el asombro rememorado deesos hitos de la ciencia lo que hace a un científico profesor.Hacen sentir la necesidad de que la verdad sea dicha. La co-herencia de lo verdadero es belleza que ata la mirada y permi-te encontrar la palabra adecuada que lo expresa; por eso, esasverdaderas verdades se transmiten con gozo. No cansa repe-tirlas porque se siente la paz que donan las certezas. Es elgozo de la pasión por la verdad.

La búsqueda de la verdad verdadera, la profunda coheren-cia de la realidad, tiene caminos transitables. En una reunióncon antiguos alumnos de Ciencias Biológicas oí esta respuestaa la pregunta de cómo mantener el afán de estudiar y saber ymantenerse al día cuando la actividad profesional aleja delalma mater: «pregunta a tus profesores; muchas veces, no sa-brán darte una solución concreta, pero siempre te mostraranel camino para encontrarla». La daba mi profesor FranciscoPonz y desde ese día gozo de modo especial en mis clases

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cuando realmente no sé dar una respuesta concreta; me voy ala biblioteca a rebuscar si alguien, en algún sitio del mundo laestá buscando; a ver si hay pistas en datos de algún experi-mento ya realizado.

Durante muchos años en mi mundo natural destacaban laperfección y la armonía. El imaginario científico de los años se-senta y setenta estaba ya configurado con la belleza de la doblehélice del DNA. Watson y Crick culminaron en 1953, con el es-clarecimiento de la estructura tridimensional del ácido desoxi-rribonucleico, un corto y gozoso periodo de trabajo imaginativo.La descripción que hicieron de la doble hélice fue, podíamos de-cir, la esencia misma de la estructura. Las proporciones perfec-tas de la armonía, las mismas del Partenón de los griegos,regular, erguida. La estructura real ha resultado tener las «im-perfecciones de lo real»; su conformación espacial es irregular,con zonas donde se ensancha y acorta, con zonas en las quegira hacia la izquierda y no a la derecha. Se pliega irregular-mente y se enrosca, también irregularmente alrededor de nú-cleos de proteínas, como un collar de perlas ensartado de modoartesanal. Y sobre todo, es cambiante como la vida misma.

Estos científicos de la Universidad de Cambridge dieron aconocer sus conclusiones en la revista Nature, en una carta aleditor que ha abierto las puertas al desarrollo fulgurante de labiología molecular en los años que siguen y que les valió elPremio Nobel de Medicina en 1962. En una frase sucinta, su-brayan el futuro prometedor que su descubrimiento iba a po-ner en marcha: «... el emparejamiento específico que plantea-mos, sugiere de inmediato un posible mecanismo que permitegenerar copias del material genético».

Lo extraordinario del DNA es el hecho de que su estructu-ra es tal que permite guardar simultáneamente dos hebrasmoleculares complementarias entre sí. Algo así como si tuvié-semos juntos negativo y positivo de una fotografía. Un sencilloproceso de revelado nos permitiría obtener un nuevo positivodel negativo, y un negativo del positivo. Pues esto es precisa-mente lo que hace la célula al dividirse, al convertirse en doscélulas, cada una fiel remedo de la que les dio origen, aun-que... no siempre del todo. Identidad, sí, pero con una puerta

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abierta a la diversidad y a la asimetría. Generar copias delmaterial genético. En la secuencia de nucleótidos del materialgenético está la información necesaria acerca de la biologíaparticular. En los genes están predispuestos, en clave molecu-lar, detalles de nuestro organismo: el color de los ojos, rasgosdel rostro, predisposición a determinadas enfermedades e in-cluso reacciones temperamentales.

A lo largo de los años 90 he comprendido lo que significaese orden natural que hace posible que el ritmo de una se-cuencia de elementos se traduzca en una ordenación con fun-ción propia y ésta pueda a su vez, guardando el mismo tras-fondo de coherencia, asociase más y más en una unidad que esvida del viviente. Pero hubo un momento en que empecé a an-dar el camino. Fue a finales de abril de 1967, en un clásico li-bro de texto de Bioquímica, el Karlson, miraba absorta unsencillo esquema de la replicación de la doble hélice del DNAque acababa de escuchar con sobresalto del alma en clase deAmpliación de Química Orgánica, al final de mi licenciaturaque no contemplaba aún la asignatura de Bioquímica. Ahorasabía la profunda raíz de la transmisión de la vida por la quelos hijos se parecen a los padres. Me decidí por la Biología mo-lecular para siempre.

En el imaginario de una niña de 7 años en ese histórico añopara las ciencias de la vida, 1953, existía la cigüeña, con susmisteriosos viajes con bebés en el pico. Era factible en esa épo-ca que preguntas reiteradamente hechas, del tipo del porquéde los parecidos físicos al padre no encontraran respuesta sa-tisfactoria ni siquiera a nivel precientífico. Era, por tanto, lógi-camente factible, una gama de explicaciones míticas desde laspremisas que podían constar como hechos evidentes y verda-deras constataciones empíricas indudablemente ciertas: los ni-ños muy pequeños son muy de las madres, las madres sonmuy buenas, aman a los padres de sus hijos… Luego el BuenDios premia su bondad dándoles ese padre que tiene el mismoapellido que sus hijos y, por si faltaba algo, varios de los her-manos son clavados a él en el físico y hasta en los gestos.

Es precisamente la confianza en la coherencia del mundo,para mí connatural porque desde siempre sembraron en

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abundancia en mi alma la semilla que da ese fruto, la quehace posible salvarse del positivismo que ha asfixiado, y asfi-xia, a tantos cultivadores de la ciencia positiva.

2. Pesar, medir, contar y calcular:más acá de la preciencia

Einstein buscaba experimentos cruciales, cuyo acuerdocon sus predicciones en modo alguno establecería su teoría;mientras que un desacuerdo, como él mismo fue el primero enseñalar, mostraría que su teoría era insostenible. Esta, pensé,era la verdadera actitud científica.

Karl Popper. Búsqueda sin término. 1974.

¿Es así la ciencia? Realmente ¿mil cisnes blancos no sirvenpara afirmar que los cisnes son blancos y sin embargo bastaun solo cisne negro para negar que el cisne sea blanco? No; laactividad científica tiene límites menos estrechos. Incluso elpropio Popper se da cuenta de que hay una cierta relación en-tre ciencia y sabiduría natural. Afirma en el prefacio de suobra de 1958 La lógica de la investigación científica, que el co-nocimiento científico es el resultado del aumento del sentidocomún… algo así como el conocimiento de sentido común engrande.

Hubo un tiempo en que a la realidad se le sonsacaba sumisterio a base de mirarla atentamente. Se observaba como adistancia, sin casi atreverse a tocarla. Se hacían grandes pre-guntas, las eternas, que todo hombre se ha hecho. Desde queel hombre es hombre ha querido saber los por qués y los cómoy los quién. Las perennes cuestiones acerca de quién somos,de dónde venimos y a dónde vamos. Y con la potencia creado-ra de la capacidad de contemplación silenciosa los hombreshan iniciado respuestas. A veces fantásticas, otras veces muyingeniosas y acertadas y siempre con un trasfondo de verdadque posteriormente la experimentación científica ha precisa-do. Siempre ha habido teorías que no aprueban el examen en

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primera convocatoria. Los resultados negativos no significantodo. No es preciso cambiar de paradigma automáticamente.El fallo de los experimentos puede significar sólo que la verdadsigue flotando en el aire y que con el tiempo la ciencia acabarádando con ella. Todo científico, incluso el que posee un talantefilosófico y escéptico, trabaja día a día convencido de que sutrabajo acabará brindándole la verdad sobre la naturaleza, nouna historia adventicia, una mera hipótesis radicalmente pro-visional, o una interpretación tan ligera como su contraria.Los buenos científicos no son «humildicos». Yo he visto esa am-bición por alcanzar verdades muy pequeñas pero verdades. Eldía a día de la investigación está marcado de esa humildad ab-negada que quien no pestañea en pasar meses y meses prepa-rando un material (doscientos hígados de rata) para un experi-mento que se juega en los pocos segundos de una medida.Aunque a veces hay quienes plantean propuestas que son algoestrambóticas; como por ejemplo, llevar a cabo un experimen-to que no costaría menos de veinte millones de dólares pararesponder a la simple pregunta acerca de si llegan los neutri-nos desde el Sol hasta la Tierra.

Más tarde los hombres perdieron paciencia, dejaron de vi-vir en sabia espera y vino la prisa. Aprendieron a pinchar a larealidad para deshacerla en partes y poder medir y pesar loque chillaba; se crearon artefactos para hacer ruido de mane-ra que la realidad al despertar soltara sus secretos. Ahora,muchas veces, se presiona y violenta con fuerza para que ha-ble, pero cuando despierta y dice su palabra no se la escucha.No interesa lo que revela de sí misma, sino la receta de conqué confecciona sus ingredientes. La formula mágica que otor-ga poderes técnicos. Pero en todas las épocas hay científicoscon pulso que vuelven a las grandes cuestiones también contecnologías nuevas.

¿Quién no ha sentido curiosidad por saber cómo la semillao el huevo saben encerrar tal potencialidad y saben explayar-la en árbol o en águila? Y además en ese proceso de desarrollode todos los organismos, desde el más simple al más complejo,cada cosa está en su sitio y hay un sitio para cada cosa: cora-zón, hígado, pulmones, o flores y raíces. ¿Cómo se establece la

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arquitectura básica de un embrión y permanece después en eladulto? ¿Por qué los riñones están más hacia abajo que lospulmones y los dedos forman parte de la mano y no del codo?¿Por qué tenemos la cabeza encima de los hombros?

Hace mucho tiempo, unos siglos, se pensó y creyó que losrecién engendrados eran una bola y la forma corporal se ladaba la madre a base de lamerles. Un dibujo del siglo XVIpresenta una osa que con sus lamidos da forma a sus hijos,que surgen de una bola informe. Parece una idea pintorescapero ilustra algo importante de lo que nuestros antepasadospensaban. Los osos, decían, se aparean en invierno, despuésla hembra se retira a una cueva para parir y, pasados variosmeses, aparecen tres o cuatro oseznos. En el momento del na-cimiento, éstos sólo tienen desarrolladas las garras. Todo lodemás tiene que conseguirlo la madre a base de lamidos.

Hace unos pocos decenios hemos sabido que existen genesque son morfogenes y homeogenes; es decir, que se expresanatendiendo a señales que aparecen de forma regulada en elespacio corporal y en el tiempo preciso del desarrollo y produ-cen señales, que son como las etiquetas que tienen las célulaspara saber cuál es su sitio propio y con ellos su función propiaen la unidad del organismo. A fuerza de brillantes y laboriososexperimentos con mutantes de la mosca más científica delUniverso –la Drosofila melanogaster, la mosca del vinagre– seha sabido que esa información genética de la forma surgióhace millones de años en la evolución y su lógica se mantieney se va perfeccionando con el tiempo a medida que las especiesson de individuos más complejos. Se lo debemos a Edward B.Lewis, Christiane Nüsslein-Volhard y Eric Wieschaus que porestos estudios, recibieron conjuntamente el Premio Nobel deMedicina de 1995. Fue necesario crear mutantes de ratones,introducir homeogenes de unos animales en otros, averiguarla secuencia de nucleótidos de los diferentes genes, comparar-las entre sí, estudiar su regulación, etc. para llegar a conocercon precisión las bases moleculares de la adquisición de la for-ma corporal propia de los individuos de cada especie, de algu-nas de las malformaciones que ocurren en las primeras etapasdel desarrollo, y también de los impresionantes cambios deforma en el proceso evolutivo.

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Se habla de los ejes hacia el cielo y hacia la tierra de lasplantas; y se habla de los ejes cabeza-cola, dorsoventral y de-recha-izquierda de los animales. Y se describen las etiquetasmoleculares de las células según esas coordenadas. Conoce-mos muchos detalles del plan maestro, según el cual el cigotose transforma en individuo adulto, precisamente sujeto al con-trol de los homeogenes, entre otros procesos. Las células guar-dan memoria del sitio que ocuparon en ese momento en formade proteínas codificadas por los homeogenes, que les dan unetiquetado concreto. En cada punto preciso del organismo endesarrollo, y en un momento concreto, las células que consti-tuyen esa zona, segmento o región, se han expresado comouna combinación única de homeoproteínas y a unas concen-traciones únicas y concretas. Es esa batería de proteínas laque indica a las células que ocupan una posición cercana a lacabeza qué hacer para convertirse en pulmón; mientras queotras células más alejadas acabarán, gracias a las instruccio-nes que contienen, convirtiéndose en riñón. Y esas instruccio-nes determinarán también el tamaño que deben alcanzar.

Y esto es verdad: los seres vivos poseen una informaciónposicional, una estructura arquitectónica –más o menos sim-ple o más o menos compleja– sin la cual no es un organismovivo, o se ha malformado o se ha desintegrado.

La expresión «programa de desarrollo», que se suele emple-ar para referirse al desarrollo embrionario, indujo a algunos aequiparar el proceso de construcción de un ser vivo con un rígi-do programa de ordenador, algo así como si todo estuviera de-cidido de antemano. El planteamiento de una imagen más cer-cana a la realidad, como es la dinámica temporal del procesode desarrollo ha mostrado que la realidad biológica es bien di-ferente. El proceso recibe de continuo nuevos datos. Factoresendógenos de la madre y del propio embrión y factores exóge-nos como la altitud, las condiciones climáticas, la dieta, o inge-rir alcohol se alían con la dotación genética para determinarmuchas características de los individuos, como puede ser, porejemplo, la talla. Al considerar un ser vivo hay que pensar másen la imagen de una construcción artesanal que en el productofinal de una cadena de montaje. Y en una construcción artesa-nal que es plástica y autodidacta: que posee una información

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suya y propia en los elementos de partida, recibe continuamen-te otras informaciones y las procesa e integra en la unidad vi-tal propia de tal viviente. Más aún el cerebro, en el caso del serhumano, tiene un proceso de desarrollo que no se completahasta pasados bastantes años de vida. Y si no se hace uso de laestimulación adecuada, uno quedaría mermado en el desarro-llo de sus capacidades intelectuales.

Es verdad que la vida conlleva ser más que la suma de lospropios componentes. Más aún, se empieza a comprendercómo cada ser humano es más con menos genética.

El conocimiento de los eventos moleculares de la primeradivisión del cigoto, que ocurre dentro del primer día tras elinicio de la fecundación, ha permitido conocer que los ejes ca-beza-cola y dorso-ventral presentes en el blastocisto estabanincoados desde el momento de la concepción. El cigoto se esta-blece como célula polarizada, y por ello, su primera división serealiza según el plano fijado por el polo heredado del óvulo y elpunto de entrada del espermio. En efecto, se ha podido demos-trar la existencia de un polo, en el huevo fecundado, ya que elsegundo corpúsculo polar permanece adherido a la superficiedel embrión en una posición establecida que determina unpolo del cigoto.

Fue Zernica-Goetz quien sospechó que el acto mismo de lafecundación era la clave para que se fijara un segundo polo, yefectivamente encontró que se trataba del punto por dondehabía penetrado el espermio. En experimentos posterioresmarcaron las dos primeras células de diferente color, usandotinturas disueltas en aceite de oliva, y rastrearon sus descen-dientes en el blastocisto. Una célula generalmente da origen ala región de la masa celular interna y la otra a la región desti-nada principalmente a formar la placenta y otros tejidos deapoyo. La conclusión de Zernicka-Goetz es que la primera di-visión del huevo influye en el destino de cada célula, y por úl-timo, en todos los tejidos del cuerpo. En efecto, la organizacióndel embrión está creada antes de la implantación, como yasospechara Gardner.

Esto está suponiendo un cambio profundo en nuestra ideadel embrión. Hace unos pocos años nadie se hubiera atrevido a

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afirmar que sólo 24 horas después de la fusión de los gametosexiste ya un mapa de destinos en el cigoto. Hoy, sin embargo,es difícil poder dejar a un lado esa afirmación. La autoorgani-zación asimétrica heredada de la madre (el óvulo es una célu-la polarizada) y amplificada por el padre, se mantiene a lo lar-go del desarrollo preimplantatorio implicando interaccionesespecíficas intercelulares, y con ello, expresión de genes dife-rentes en las células en función de la posición que ocupan en elembrión temprano. La autoorganización del ser vivo es un cre-cimiento acompañado de diferenciación desde su mismo inicio.

Y ese crecimiento orgánico es la función vital unitaria quehace de ese conjunto celular un organismo. Las células dialo-gan entre sí, y de esas interacciones entre ellas emerge infor-mación para autoconstituirse en una conformación del todo,con realidad propia. Y el embrión dialoga con la madre, antesde anidar, mientras recorre el camino desde el sitio donde seha originado hasta su primera habitación en el mundo, el úte-ro materno, que cantan los poetas. Es más, la madre guardaen su cuerpo la memoria de los hijos gestados, de cada uno delos hijos que la han habitado porque células del hijo pasan asu sangre.

De este modo, apoyándose en la sabiduría precientífica yen las observaciones y datos anteriores, los conocimientos seperfeccionan de forma helicoidal. Los resultados se contrastancon nuevos experimentos, y así, se ajustan las teorías y se di-señan los modelos que describen lo que se sabe de la realidad.Pocas veces ocurre que las conclusiones rigurosas que se deri-van de algunos datos también rigurosos echen por tierra algúnplanteamiento anterior; y tal vez nunca debería hacerse radi-calmente. Antes de ello, a un solo cisne negro hay que buscar-le explicación. Y esperar y encontrársela, como se esperó pa-cientemente a sacar la deducción de que los cisnes son blancos.

Entre el conocimiento precientífico y el conocimiento cien-tífico se da una continuidad muy interesante, muy natural. Yes que en ambos niveles se constituyen a sí mismos el conoci-miento por igual procedimiento, y ambos progresan de igualforma. Precisamente por «ensayo y error». Bien cañas de pes-car sencillas o bien redes sofisticadas, que se lanzan al mundo

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real en un intento de atrapar de alguna forma algo que nos co-munique algo. Modelos que se piensan y constituyen y que selanzan a recoger las palabras del mundo real natural. No sa-bemos de forma definitiva si han dado plenamente en la reali-dad, si es todo el mensaje. Por eso en el nivel científico se bus-ca consciente y concienzudamente detectar los errores, sediscute el modelo y vuelta a empezar el lanzamiento de nuevode las redes. En la actividad científica buscamos consciente-mente nuestros errores no por un extraño y sofisticado maso-quismo, sino porque en esto consiste la lógica del descubri-miento, o de la investigación científica.

Hay diferencia entre los dos niveles, pero también conti-nuidad. Y es que el mundo natural también ha progresado enel tiempo de lo más simple y primitivo hacia lo más complejo yreciente con una cierta dosis de ensayo y errores. Así hoy en-tendemos más certeramente aquel grabado de la osa madre yel osezno. Ahora, Magdalena Zernica-Goetz puede describirese dar la madre forma al cuerpo del hijo con palabras ajusta-das: «cada uno de nosotros guarda memoria de su primer díade vida». Y sabemos que de aquellos «lamidos», del dialogo mo-lecular con el hijo, guarda memoria el cuerpo de cada madre.

Lógicos de la ciencia y la pseudociencia

Me impresionó –dice Popper– la clara afirmación del pro-pio Einstein de que consideraría a su teoría como insostenible sino resistía ciertas pruebas.

Nadie como Popper ha hecho de forma tan radical un tra-tamiento puramente lógico de la ciencia, desentendiéndose deconsideraciones psicológicas y sociológicas del propio científicoy de la sociedad y el ambiente cultural en que vive. Trata sólode la relación entre enunciados, a pesar de que justamente elpunto de arranque de toda su teoría es una observación de ca-rácter psicológico; una observación que fue decantándose pro-gresivamente con los años. Y es la contraposición y contrasteque creyó observar entre lo que él llama la pretenciosa sabidu-

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ría de los filósofos Marx y Freud (y sobre todo de los seguido-res de ambos), su dogmatismo y su increíble arrogancia inte-lectual por una parte, y la actitud realista y razonable de loscientíficos, por otra.

Einstein buscaba experiencias cruciales cuyo acuerdo consus predicciones en modo alguno establecerían su teoría,mientras que un desacuerdo, como él mismo fue el primero enseñalar, mostraría que su teoría era insostenible. Y Popper,aferrado a la idea de la ciencia como búsqueda sin término, lle-ga a la conclusión de que la actitud científica era la actitud crí-tica que no buscaba justificaciones satisfactorias, sino contras-taciones cruciales que podrían refutar la teoría contrastada,aunque nunca podría establecerlas; siempre sin acabar. Mien-tras la actitud dogmática busca proteger la teoría frente a lasposibles dificultades en la experiencia, busca hacerla invulne-rable, la actitud científica es la crítica. Consiste en no dar nun-ca valor definitivo a nuestro conocimiento de la realidad y abuscar siempre la manera de refutar los conocimientos adqui-ridos como medio de ir adelante.

Es decir, para Popper el único medio que tiene la cienciade progresar es refutando los conocimientos adquiridos. Esbuscando sin término como aumenta el conocimiento del mun-do real. La verdadera actitud científica es la que procede porensayo y eliminación progresiva de errores. Las teorías son obien falseadas o sólo establecidas provisionalmente. La cien-cia, como conocimiento garantizado y de fiar, porque ha pasa-do determinadas pruebas, permite que se pueda distinguir delo que no lo es. Por ello el objetivo primordial de la lógica de laciencia es demarcar.

Con el nivel precientífico no se presentan problemas. Laciencia puede continuarlo precisamente al someterse a la con-trastación rigurosa de las hipótesis y teorías. El nivel precien-tífico, el conocimiento vulgar, ordinario, espontáneo, funcionapor ensayo y error. En este nivel no se buscan directamente oconscientemente los errores. Se los encuentran casualmente osencillamente se los dicen otros, a diferencia del nivel científi-co en el que buscamos los errores para rechazarlos. No ocurreasí con la pseudociencia, que no sólo es un conocimiento falso,

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sino que cierra el camino a un conocimiento verdadero. ParaPopper la filosofía dogmática de su tiempo son las propuestasde Freud y Marx: sistemas que no se limitan a dar explicacio-nes acerca de la realidad como meras hipótesis, o como espe-culaciones, sino que pretenden dar y establecer leyes científi-cas acerca de problemas sociales o psicológicos, sin sometersea las exigencias de la ciencia.

En el libro La Sociedad abierta y sus enemigos escrito en1945, Popper trata de demostrar que la actitud crítica no sóloes la auténtica en el plano del conocimiento y de la teoría de laciencia positiva, sino que también es la auténtica y recomen-dable en el plano del mundo social y del mundo de la acción yla práctica, hasta el punto de que su contraria es ilegítima. Ensu planteamiento la sociedad abierta es lo mismo que el cono-cimiento: no pueden alcanzarse verdades definitivas. No se es-tablecen, sólo se refutan negativamente.

¿Qué distingue la actitud crítica de la dogmática? Popperdice que la aceptación o rechazo de la falsabilidad como piedrade toque. Las científicas son teorías de las que pueden deducir-se conclusiones que pueden ser contrastadas con la experien-cia. Desde el punto de vista de la lógica, si las conclusiones noestán de acuerdo con los experimentos la teoría queda rechaza-da, pero si lo están, no por ello queda establecida. Es definiti-vamente provisional. Por el contrario, en la pseudociencia nose admite que haya errores: las teorías son invulnerables. Enconcreto, pretenden conocer leyes necesarias, leyes científicas,del desarrollo de la historia. Casi de modo irónico dice Popperreferido a Freud: «esto es lo que pasa con el psicoanálisis, tecuras y la teoría queda confirmada. No te curas, entonces esque has puesto tanta resistencia que la teoría queda confirma-da también». Es invulnerable.

La actitud dogmática consiste en eso, en proteger las teo-rías de las dificultades que le presentan los hechos. Es famosala objeción de Kierkegaard a Hegel: «profesor, eso que usteddice contradice manifiestamente los hechos», y la respuesta deHegel: «peor para los hechos». Hay filósofos, como Aristóteles,que nunca hubieran dado una respuesta semejante. Otros sí.Es una experiencia repetida en la historia. Los intelectuales

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críticos, que juzgan todo pero ellos mismos no se someten a jui-cio, caen fácilmente en la pseudociencia. Es una de las ironíasde la lógica: el crítico por principio resulta que es dogmático.

Esa actitud se da en la vida cotidiana. Es fácil buscarse,consciente o inconscientemente, justificaciones complacientesy, en vez de buscar contrastaciones cruciales, presentar lasconjeturas como dogmas. En cierta medida es una cosa com-prensible desde el punto de vista psicológico; cuando uno creauna teoría tiende a creérsela. Se cuenta de Juan Belmonteque cuando salía el toro a la plaza inmediatamente conjetura-ba que ese toro derrotaba por aquí o por allí; y si el toro se en-caminaba al lado contrario, afirmaba «este toro se ha equivo-cado». Esto es sumamente problemático desde el punto devista de la lógica del conocimiento, sin embargo, es esto lo quehace el pseudocientífico.

Es aquí donde Popper se encierra y enreda sin poder salirdel positivismo. Intenta demarcar la ciencia de la pseudocien-cia y lo hace; pero no admite que se puedan encontrar nuncaargumentos concluyentes a favor de ningún conocimiento; encontra sí. Nunca una verdad definitiva, una verdad irrefuta-ble en ningún orden de conocimientos. Pero ¿todas las afirma-ciones humanas, todas, incluida esta misma, son conjeturasrefutables? ¿No podemos alcanzar nunca, en ningún nivel, niuna sola certeza? Pero no es poco lo que sabemos, y lo que sa-bemos con firme certeza, acerca del mundo del hombre y de larealidad en general

¿No tendríamos que decir eso también? Aunque, en efecto,no esté a nuestro alcance la definición que capte de forma ple-na la realidad, lo que habría que afirmar, precisamente conAristóteles, es que las definiciones son siempre definicionesabiertas. Más abiertas cuanto más alcance de realidad encie-rren. Justamente el conocimiento de las grandes cuestiones, lametaciencia, nunca ha querido hacerse pasar por ciencia, poreso no es pseudociencia. Y Popper no lo niega, aunque manten-ga una cierta reserva. Su duda es si tiene, o no, valor como co-nocimiento. Y esa duda le condena al encierro en el positivismo.

La ciencia positiva no es neutra, ni es un conocimiento ob-jetivo cerrado en sí mismo, ni una búsqueda sin término, por-

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que los hechos naturales tienen un sentido y un significadopropio, previo a que el hombre lo busque y lo encuentre. Laciencia, como modo de conocimiento, tiene que dar cuenta desus certezas no sólo ante el tribunal de la lógica, sino ante eltribunal de la coherencia de lo real. Podemos afirmar que laciencia positiva continúa el conocimiento precientífico y se dis-tingue y demarca del conocimiento pseudocientífico o dogmá-tico. Y más aún, podemos afirmar que el conocimiento científi-co es el único conocimiento garantizado. Hay un modo deconocimiento metacientífico que no está encerrado en los es-trechos límites del positivismo, justamente porque se abre desuyo a ese más allá del hecho empírico.

3. La esfera empírica y lo de más alláque la transciende. ¿Miente la madre?

Dice el poeta latino: «Vincat fons sitim tuam, non sitisfontem vincat». (Que la fuente venza tu sed, tu sed nunca ven-cerá a la fuente).

Es posible que de forma espontánea uno pueda sentir elgozo de las ideas, de los pensamientos, pero pensar lo que sen-timos suele requerir aprendizaje. Allá por febrero o abril de1981 aprendí a poder pensar la vivencia interior que conllevala actividad de científico. Día a día bebes de ahí, de los datosy las conjeturas refutables que manan de la fuente. Pero elmundo real está más allá, es la fuente misma y siempre es in-adecuado, o más bien inacabado, nuestro verdadero conoci-miento de la realidad. ¿Dónde acaba la esfera de lo empírico ydónde empieza lo que le envuelve y le transciende?

La formulación de la cuestión, y con ello el camino de larespuesta, vino de la mano de cinco seminarios-conversacio-nes con José María Martínez-Doral, jurista y sacerdote, com-pañero de claustro en esa época. Se trata de una mente a laque debo en buena parte la configuración de la mía, por la ca-pacidad de hacerte la pregunta certera cuando estás en ese es-

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tado de ánimo, de quien no sabe pensar los sentimientos pro-fundos que persiguen y persiguen. ¿Miente la madre que tran-quiliza al niño que acaba de salir de una pesadilla con un «noocurre nada, todo está en orden»?

Transcribo algunas de mis notas de aquellos meses, que heconservado estos veinticinco años y han ido adquiriendo ese sa-bor especial que da a las letras el papel amarillento. Relatabaél lo que dijo en 1748 Hume: «las impresiones son intensas, vi-vaces, inmediatas. Las ideas, por el contrario, son representa-ciones débiles, mortecinas, pálidas. La metafísica se hace conideas y solo la ciencia se hace con impresiones, con experien-cias». Desde entonces se puso en marcha una poderosa corrien-te de afirmación creciente de la esfera empírica y correlativa-mente la negación de cualquier otra esfera supra-empírica. Siun libro no contiene razonamientos experimentales sobre cues-tiones de hecho no puede haber ahí más que sofismas y enga-ños, ante lo cual, para Hume, lo mejor sería quemarlo. Y «quéeficazmente se aligerarían así nuestras bibliotecas». Durantemucho tiempo y con pocas excepciones, la lógica de la cienciaha consistido en afirmar cada vez más el predominio, hasta lle-gar a hacerlo absoluto, de la esfera empírica, y a negar con ma-yor determinación la esfera transcendente.

Tomemos un ejemplo sacado de la tercera de las Elegías deDuino de Rainer Maria Rilke. Un niño pequeño se despiertaen mitad de la noche con una espantosa pesadilla. Es algo tri-vial que ocurre en la esfera empírica: un hecho constatable.Hay oscuridad y se siente solo y acosado. Llama a su madre.Él no sabe que lo que le está pasando es que los contornos dela realidad, los contornos de su realidad familiar, se le han he-cho borrosos. Ella le acuna (es el gesto eterno de dar tranqui-lidad), da una luz cálida, canta al niño o le habla muy suave-mente y le dice: no tengas miedo, todo está en orden, todo estábien. El niño se tranquiliza, es decir recupera la confianza enla realidad, aunque tampoco sepa qué es esto lo que hace.

«Con tu figura esbelta atajabas el caos bullente. Mucho asíle escondías; el cuarto, sospechoso de noche, lo hiciste inofen-sivo. De tu corazón lleno de amparo, sacaste espacio más hu-mano para mezclar a su espacio nocturno. No en las tinieblas,

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no, sino en tu existir más próximo has puesto la candela, quelucía como por amistad. Nunca un crujido que no explicasessonriendo, como si hace mucho supieras cuándo el entarimadose porta así».

Es la formula básica de tranquilizar: «todo está en orden,no ocurre nada…». No se está aludiendo a una angustia con-creta, determinada, que tenga también un remedio determi-nado, sino que es una fórmula de alcance universal, cósmico.¿Miente la madre?

Si toda la realidad se extiende sin solución de continuidadal mundo que la razón empírica puede manejar y controlar,esta madre miente aunque sin saberlo. Demasiado bien cono-cemos que en este mundo de la razón empírica no todo está enorden, no todo está bien: el mundo en el que decimos al niñoque confíe es el mismo que le matará, si no existe nada más.De modo que la verdad final no será como sugieren esas pala-bras tranquilizadoras del amor, sino el terror. No será la luzsino la oscuridad. No será la seguridad pasajera del orden,sino la pesadilla del caos.

Miente la madre, a no ser que exista otro mundo, otra rea-lidad además de la oscuridad y el caos de la carencia total desentido.

¿Realmente esto puede ser así? ¿No habría que decir másbien que la madre no miente y que en la clara tendencia delser humano a una realidad ordenada se puede descubrir unimpulso intrínseco de alcance total? Un impulso que indicaque al orden humano le corresponde un orden transcendenteque no se quiebra sin más, y que éste orden transcendente esde tal carácter que el hombre puede confiar en él. Más aún,puede confiarle su destino y hacerlo con absoluta tranquili-dad. Si esto es verdad, en este contexto el mundo natural, elmundo empírico, el mundo de la ciencia, este mundo en el quehacemos ciencia, y lógica de la ciencia, no puede ser el únicomundo existente. Tiene que ser la antesala de otro en el que elamor no venga aniquilado por la muerte, y en el que hallarájustificación la confianza en el poder del amor para hacer des-aparecer el caos. Si no fuera así, la madre mentiría, y hay algoirreductible en nosotros que nos dice que la madre no miente.

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Podría decirse que esto es una experiencia científica, peroes mucho más que eso. Es fundamentalmente una experienciahumana accesible al común de los hombres, prototípicamentehumana y, por tanto, válida para todos. Hay muchos de estosgestos humanos que se dan en la esfera empírica; allí es dondeaparecen y se comprueban, pero cuyo significado no se desvelaplenamente, sino que se desvela desde el punto de vista de latranscendencia y precisamente como una señal de ella, remi-tiendo a ella. Lo importante no es sólo la solución a esta cues-tión. Lo decisivo, el problema, es que el análisis de estos gestosprototípicos cuestiona cada vez más y con mayor fuerza lo quese ha llamado «el predominio absoluto de lo empírico».

La experiencia intelectual de Popper es de gran interés;para mí lo ha sido. Fue un positivista que quería salir de susbarreras y polemizó a lo largo de su vida de hecho con el Círcu-lo de Viena; una corriente positivista, posiblemente la más ra-dical, para la que la metafísica era una enfermedad del pensa-miento. Para él la metaciencia es, al menos, la pretensión noempírica, pero sí con sentido y significación. Sin embargo,nunca llegó a liberarse de los estrechos márgenes a que estabasujeto con su criterio de demarcación y de la contrastabilidadexperimental. Ciertamente, dice Popper, la metaciencia tienesentido pero sus enunciados no se pueden contrastar con la ex-periencia. Si uno afirma por ejemplo «el derecho a la vida esun derecho absoluto», está diciendo una frase metacientíficaporque no se puede contrastar con la experiencia. Y para élesta frase tiene validez en un discurso indirecto del tipo: «losoccidentales del siglo XX dicen que el derecho…». Puede no serverdad pero tiene sentido para los occidentales, y es más, tieneun sentido profundísimo porque quién sabe si justamente seroccidental en ese tiempo consiste en hacer esa afirmación.

Para Popper esto es muy importante, pero es demasiadoprecario para poder admitir que sólo es eso la capacidad hu-mana de conocer. En efecto, si una cosa no es verdad, por mu-cha significación que tenga para alguien o para una culturaentera, no vale. No basta que sea verificable para que sea me-tafísico. El conocimiento metacientífico es verdadero conoci-miento racional, legítimo y garantizado de lo que es de suyo

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inverificable. Las cuestiones de sentido, de significado, estánmás allá de lo contrastable empíricamente. El hombre nuncahabía pretendido hacer pasar por ciencia positiva las posiblesrespuestas a estas preguntas sobre el significado de la reali-dad. Incluso, es posible que sólo desde la perspectiva del sen-tido natural de los hechos pueda hacerse una ciencia positivaque pueda mantenerse a salvo de falsificaciones intenciona-das. Y pueda evitarse que los resultados estén predetermina-dos por la aceptación de una determinada convicción, o quecualquier grupo social o económico pueda apropiarse y mani-pular los resultados en su propio interés.

Pensadores de la ciencia

Popper dice citando a Holderlin:Quien piensa lo más profundo, piensa lo más real, lo más

vivo.

¿Miente la madre? Cuando la madre dice que todo está enorden, sin saberlo, se está refiriendo a un orden transcenden-te que no puede fracasar; que da la garantía de que el caos notriunfa. Ahora bien ¿no es más que una señal, un signo? Algoplenamente convincente desde el punto de vista subjetivo,apto para convencer a alguien ¿pero eso es suficiente objetiva-mente? ¿puede no estar fundada en rigor?

La risa es una experiencia fundamental. Es un fenómenomuy profundo. Los que la han investigado coinciden en que esla percepción de la discrepancia. Cuanto mayor es la incon-gruencia, mayor es la risa que provoca. Todas las discrepan-cias dependen de una que es la verdaderamente fundamental,y que es la discrepancia hombre-mundo o espíritu-mundo. Elaparente, o incongruente, es el aparente aprisionamiento delhombre, en el mundo. Es la discrepancia de una libertad queaparece incidiendo en el automatismo de los hechos o procesosbiológicos en los que el hombre puede o no quedar aprisiona-do. Esto puede percibirse trágicamente, y de hecho muchos loperciben como la fuente de la tragedia. Y puede ser también la

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fuente de la risa, la fuente de lo cómico. Es la percepción deque todas las imposiciones fácticas y todas las necesidades delmundo, por más que sean firmes y duras como rocas son pre-carias y pasajeras, y hasta en lo terrible del poder hay un ele-mento irrisorio.

¿Qué significa esa percepción cuando se tiene hondamente?De nuevo significa que somos capaces de percibir que estemundo fáctico no es lo último. Si fuera lo último entonces nece-sariamente lo tendríamos que percibir trágicamente, y no reírnunca ante lo dispar. Si somos capaces de reír de lo disparata-do con verdad, con legitimidad, con derecho, quiere decir queéste mundo no es lo último, que hay otro ámbito de realidad enel que el espíritu no está aprisionado, sino que vive libre.

Se dan en el mundo empírico, pero ¿son pruebas? Y, si loson, ¿de qué son prueba o signo?

En torno a esta cuestión se dan unas tres líneas de pensa-miento. De una parte los que se refieren al pretendido carác-ter absoluto de la conciencia moderna. Para ellos la transcen-dencia es una noción que se ha hecho imposible… «Quizá enotras épocas, con otros presupuestos diferentes…, pero paranosotros se ha hecho imposible, aunque quisiéramos pensaren la transcendencia, incluso aunque nos propusiéramos cons-truirla». Es posible, quizá, que en esto consista la concienciamoderna: ser incapaz de concebir nada supra-empírico, meta-científico. Pero la cuestión persiste y reaparece con mayoragudeza cada vez.

Otros ponen en tela de juicio la interpretación de la trans-cendencia como proyección hacia fuera de la conciencia «anti-gua». No es la conciencia moderna quien no concibe la trans-cendencia sino que niegan el espíritu como transcendente a lamateria (es el caso de Freud), o (como para Marx) el espíritusería como algo no real. No son realidad, son ideas producidaspor la conciencia humana: las más nobles ideas –dicen congran unción– pero tan sólo eso.

Pero eso no es sólo eso. ¿En virtud de qué, la proyecciónempírica no puede ser reflejo de la realidad transcendente?Porque lo que percibimos en las experiencias humanas es «em-

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píricamente contrastable», existe. Se contrastan con la reali-dad: coinciden con ella. Las matemáticas se hacen aislándosede la realidad; son una ciencia formal y no empírica. Se creanecuaciones, universos matemáticos que brotan de la mentecomo si fueran puras creaciones suyas, y luego ocurre que en lanaturaleza física o biológica tienen como textura relacionesmatemáticas y sorprendentemente ambas cosas coinciden. Loque el hombre proyecta fuera de su conciencia corresponde auna realidad externa que él refleja con su proyección. No debe-ría ser extraño, puesto que el hombre forma parte de la reali-dad; es de esperar que tenga afinidad con la estructura de suconciencia del mundo empírico. Lo sorprendente sería justo locontrario. Lo normal es que entre el mundo empírico y la es-tructura subjetiva de la conciencia haya correspondencia y afi-nidad; es decir, que proyección y reflejo son dos movimientoscomplementarios de una realidad que envuelve los hechos em-píricos. La realidad es coherente. Por lo que se refiere a las ma-temáticas eso es claro e indiscutible.

Pues bien, trasladando la cuestión a nuestro problemacabe plantear si no habría que decir también que las proyec-ciones humanas, lo que encontramos, son indicadores, signoso señales de una realidad verdaderamente otra, objetivamen-te reflejada por la imaginación metafísica del hombre. Es unapregunta inevitable. ¿Qué es lo real? ¿Qué ocurre realmentecuando una persona muere? Estas cuestiones no se puedeneludir o soslayar. Siempre se las han hecho de un modo u otro.Es inevitable una reflexión sobre la verdadera naturaleza dela realidad, sobre el sentido último del todo. Sobre la verdad yla coherencia de lo real.

¿Es posible encontrar en la experiencia, en la esfera empíri-ca, verdaderas pruebas de la transcendencia y no sólo simplesindicios, o señales, o presiones para seguir pensando? Esas ex-periencias no terminan de desvelar plenamente su significadosino desde el punto de vista de la transcendencia. Están remi-tiendo constantemente a ella, por lo menos como indicios o se-ñales. Pero ¿son pruebas también? Pienso que todas no, peroquizá sí orientan nuestra atención si se investiga con honradez,y sobre todo impiden dar por cerrado el tema de la transcenden-

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cia. Y además invitan, casi con seguridad de poder encontrar-las, a buscar auténticas conexiones causales, es decir, verdade-ras pruebas en la experiencia de esta transcendencia.

Es aquí, más o menos, donde dejó Popper la cuestión de lametaciencia. La metaciencia no es pseudociencia, pero quedaun interrogante: ¿se trata de un conocimiento garantizado, oincluso imprescindible, dada la índole de las preguntas que seplantea? Él no llegó a saber cómo puede llevarse a cabo todoesto, pero estuvo convencido de que una sustanciosa amplia-ción y profundización de la experiencia científica es la necesi-dad más importante, y quién sabe si la aspiración más o menosconsciente del pensamiento científico actual. Por eso su expe-riencia es iluminadora; con su exigencia para admitir la ver-dad «definitiva» ayuda al rigor para aprender cosas duraderas.

En efecto, aprendemos cosas nuevas. Las teorías antiguasno siempre quedan plenamente desbancadas, sino que des-arrollamos leyes más fuertes, leyes que unifican principios ynos dan descripciones más exactas de los fenómenos reales.Con frecuencia, más que equivocadas, las teorías antiguas sim-plemente estaban incompletas. Las creencias religiosas, políti-cas y metacientíficas pueden interferir en el pensamiento delcientífico, ya que los datos experimentales son una mitad y laotra mitad de la imagen del mundo real es el conocimiento acu-mulado que produce la experiencia. Aun cuando llevemos gafascon cristales coloreados siempre hay muchas cosas que relucenintactas a través de ellos. Los colores del mundo real puedenteñirse según el color de los cristales, pero las formas, los ta-maños, las texturas y otras cualidades nos llegan tal como son.La visión de la realidad puede venirnos coloreada, pero lo queno pueden hacer unas gafas es crear esa visión.

La ciencia moderna es el resultado de aprender a com-prender la naturaleza. Hay que aprender a aprender. Y eseaprendizaje tiene una calificación que es ética.

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Capítulo 2.El regalo de los conocimientos verdaderos:

encuentros con término

«A nuevas metas llega sólo el que sabe que no ha llegado aencontrar todavía lo que busca, porque hay dos formas de nosaber, una es ignorar y la otra es creer que se sabe ya».

En efecto, creer que se sabe ya todo es peor que ignorar,como escribió Goethe refiriéndose al comportamiento ordina-rio de la gente. Y es que en la actividad científica, incluso enla conversación corriente, aparecen continuamente dos postu-ras muy diferentes. La de quien, a toda costa, quiere protegersu modelo y teoría de las dificultades de la experiencia y ha-cerlo invulnerable; esto es, ni más ni menos, el sectarismo; esdecir, una perfecta ficción dentro de la actividad científica. Ola de quien no sólo reconoce los errores, sino que los utilizacomo medio de progreso en el conocimiento.

En la historia de la ciencia ha habido esfuerzos espectacu-lares con resultados que abren panoramas insospechados. In-cluso los autores de tales descubrimientos hacen prediccionesde extraordinaria clarividencia que a veces quedan, sin em-bargo, relegadas durante largos años al olvido y reaparecenen el momento oportuno.

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Hay problemas científicos –que Schumacher denomina pro-blemas cerrados– cuya resolución ofrece un aumento de la ca-pacidad de percepción de la realidad en facetas muy concretas,y fundamentalmente en los aspectos que hacen referencia a es-tructuras, composición, interacciones e interferencias mutuasentre diversos componentes, etc. En este nivel descriptivo lainvestigación no sólo permite, sino que de suyo exige limitarsea los aspectos meramente cuantitativos de la realidad, y que seresuelven «buscando más datos» que permitan confrontar laspropuestas o plantear otras hipótesis. El plano de verificaciónde estos juicios es la realidad sensible como tal: los procesos ex-plicables a través de mecanismos causa-efecto. Las solucionesson comunicables de suyo, y por ello cuando se resuelven losproblemas la solución pasa al acervo común de la ciencia.

Ese es el mundo de los especialistas y expertos que funda-mentalmente describen y cuantifican en modelos matemáti-cos. La actividad teórica se limita prácticamente al estableci-miento de marcos mínimos, leyes que permitan unificar oexpresar y ordenar los resultados. Los marcos conceptuales oteorías unificadoras, el nivel propiamente teórico, está ausen-te en la mayor parte de los grandes laboratorios y grupos deinvestigación. La labor se limita a constatar si los experimen-tales, obtenidos de la cada vez más sofisticada experimenta-ción, son coherentes con los planteamientos teóricos genera-les. Si no es así, los datos obtenidos se rechazan como inútiles.

La actividad investigadora requiere focos de interés y tra-bajo comunes que hagan posible que cada parcela dilate sushorizontes. Son focos vivos donde la amistad y el respeto porla autonomía de los diversos métodos hacen posible superarlos obstáculos de un trabajo intelectual en común. Con fre-cuencia la competitividad de los centros de investigación, don-de el tópico del «publica o perece» lleva a tantos a definir alcientífico como «esa gente seria que no pierde el tiempo con-templando el universo o tratando de conocerse», mata la crea-tividad del pensamiento convirtiendo la investigación en meraexperimentación acumulativa de datos.

Ciertamente para añadir algo innovador que descubra loque otros no han visto aún es necesaria una aceptación crítica

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de los conocimientos anteriores, que permita salirse en ciertamedida de aquellos supuestos que no están firmemente funda-mentados, aunque sean ideas establecidas en la comunidadcientífica. La labor interdisciplinar dentro del margen de lasciencias positivas o del marco general de las diversas cienciasque tienen algo que decir ante una cuestión exige estudio, di-latación del ámbito de interés, dedicación de tiempo a profun-dizar en aspectos que van más allá del puñado de datos que serequieren para redactar un trabajo científico en un área obli-gatoriamente especializada.

Esta labor de teorización de la ciencia es necesariamenteun trabajo de intercambio interdisciplinar; de colaboración en-tre cultivadores de diversas disciplinas que permitan profun-dizar desde los diversos aspectos con enfoques diferentes, y to-dos ellos rigurosos –con el rigor propio de la disciplina que secultiva. Sólo cuando se ahonda, los principios comienzan aconverger hasta unificarse en síntesis capaces de iluminar losvariados enfoques desde los que se puede mirar la realidad.Para eso hay que querer separarse un poco del microscopiopara ampliar el ángulo de mira.

1. Gafas con cristales de colory el relativismo en la ciencia

Me fue necesario aprender a pensar en cierta medidacomo si fuera un aristotélico.

Thomas S. Kuhn

En todas las épocas ha habido pensadores originales capa-ces de enfocar. Tienen la capacidad innata de ver la realidad ysaber mirarla. Desde esa perspectiva aportan un enfoque teó-rico con la potencialidad de poner en marcha miles de laborio-sos y miles de eficaces investigadores que diseñan experimen-tos, perfeccionan y amplían el alcance de las tecnologías enboga; pesan, miden, calculan y resuelven problemas; diseñanmodelos y dan explicaciones que interpretan la realidad teñi-

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da del color del cristal de ese pensador. Son explicaciones su-puestamente cada vez más verdaderas aunque, al mismotiempo, provisionales, o más bien ampliables y matizables.

La mayor parte de los científicos, tanto de los experimen-talistas como de los líderes que dictan los paradigmas y lasmodas, se despreocupan por completo de repensar la ciencia.No atienden a la cuestión esencial acerca de si su actividad lespone o no en contacto con la realidad, con la verdad de las co-sas que tratan de conocer. Están ausentes las preguntas deltipo ¿a dónde lleva en definitiva todo ese cálculo, ese pesar ymedir y simular y teorizar y tratar de unificar teorías en unaúnica que abarque y explique todo? La pregunta sobre la cien-cia positiva misma, como modo de conocimiento, no inquieta ala mayoría de sus cultivadores. Y generalmente esa preguntase disgrega de los cometidos propios de las ciencias positivasaproximándose a la filosofía de la ciencia, donde constituyeuna cuestión permanentemente candente.

La despreocupación por la cuestión sobre si la ciencia posi-tiva nos dice o no, o nos puede llegar a decir la verdad sobre lascosas ha recibido justificación teórica en los postulados del co-nocido filósofo de la ciencia Thomas Kuhn. Como reacción alpositivismo del Círculo de Viena hay diversos intentos de daruna explicación del método y del progreso de las ciencias sobrela base de factores primordial o exclusivamente psicológicos.N.R. Hanson atacó la distinción drástica que desde tal plantea-miento se hace de la observación y la teoría: «las observacionescientíficas están siempre interpretadas teóricamente, carga-das de teoría». De ahí que centre su atención en el descubri-miento y sostiene que al igual que se da una lógica de la refu-tación, hay también una «lógica del descubrimiento».

En la década de 1960 las ideas de Hanson fueron desarro-lladas por Thomas Kuhn, de la Universidad de Princenton.Los científicos, según Kuhn, comparten puntos de vista sobresus disciplinas y sobre el mundo en general. Estos puntos devista compartidos, los paradigmas, no son ni verdaderos nifalsos, y unos desplazan a otros –así sucede en las revolucio-nes científicas– por motivos mucho más subjetivos que el gra-do de verdad que contienen: modas, acuerdos, capacidad de

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arrastre de quienes los proponen, etc. Esta visión ha «humani-zado» la ciencia. Ésta no es vista como un cúmulo de conoci-mientos, sino que fija la atención en la persona del científico,en los hombres que ejercen la actividad científica. La comuni-dad científica de forma paradójica parece haber aceptado, sinmás profundización, estos postulados. Es contrario a la activi-dad investigadora misma que la ciencia positiva no ofrezca laverdad sino solamente una sucesión de interpretaciones, unasmejores que otras para los objetivos específicos y prácticos quedictan las modas. Pero de ninguna de ellas puede decirse quees verdad en el sentido estricto del término.

El propio Kuhn refiere una experiencia personal que leconfirmó en el relativismo de la verdad. Llevaba tiempo en-frentándose a la Física de Aristóteles, desconcertado por losfunestos errores que percibía. Sin embargo, un día cambió susgafas por las de Aristóteles y desaparecieron sus perplejida-des. Es decir, el paradigma especifica lo que se puede y lo queno se puede aceptar como teoría, y de esta manera determinala forma y el contenido de la ciencia. Esta experiencia podríahaberle proporcionado la consideración de que necesitamosanalizar y revisar el bagaje intelectual con que se mira la rea-lidad a fin de alcanzarla más directamente, con menos interfe-rencias; sin embargo, sus propios prejuicios le llevaron a laafirmación de que lo que se ve está en función de la cantidadde equipaje utilizado en el acto de mirar, y no en función de loque realmente se está mirando.

Lo que realmente cuenta no son los factores racionales,sino el contexto histórico y psicológico del científico. Por ello,divide el desarrollo de la ciencia en dos tiempos: los periodosde ciencia «normal» o pacíficos y las violentas «revolucionesintelectuales». Durante los primeros, los científicos se agru-pan en torno a unos planes de exploración y van resolviendo elrompecabezas de datos e ignorando los resultados que no en-cajan. Pero la tranquilidad no dura, ni las contradicciones sepueden ignorar indefinidamente y, además, aparecen noveda-des. En medio de fuertes polémicas se proponen nuevos pla-nes o paradigmas; y casi siempre, dice, «por hombres muy jó-venes o muy nuevos en esos campos» y se establece una lucha

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que es la esencia misma de la ciencia. «La competencia entreparadigmas no es una batalla que se resuelva con pruebas…es una experiencia de conversión que no puede ser forzada».

La lógica y los experimentos no son suficientes, sino que elsoporte de la conversión reside en factores individuales de es-tética o de la confianza que el nuevo paradigma presentacomo capacidad de resolver las nuevas anomalías que apare-cen. El cambio de una visión por otra no produce en absolutoun crecimiento lineal del conocimiento de la realidad. Los pa-radigmas son despóticos; la comunidad científica se basa enagrupaciones que aceptan mirar la realidad desde el mismoparadigma, lo que implica ponerse las gafas de determinadocolor y aceptar por tanto que lo que se ve no es la realidad. Loque cabe afirmar de la realidad no está en función de la reali-dad misma, sino de los presupuestos, prejuicios, el color delcristal con que se mira. «Nada es verdad o es mentira, sino se-gún el color del cristal con que se mira», parece decir.

Esta descripción de la actividad científica que expresa larenuncia a conocer o alcanzar, aunque sea muy parcialmente,algo de la verdad, resulta muy desconcertante. La tarea de laciencia positiva es encontrar verdades, parciales o de aspectosconcretos de la realidad, pero verdades al fin. Serán por pro-pia naturaleza verdades penúltimas, ya que no se refieren alos aspectos últimos de la realidad, pero sí que se buscan cer-tezas. Verdades inscritas en la realidad y que están a la espe-ra de ser encontradas. ¿Cómo puede realizarse esa tarea si separte de la negación de que la realidad tenga algo cierto quemostrarnos? De hecho, el científico utiliza constantementeideas que proceden del conocimiento natural espontáneo; de laobservación directa.

Es obvio que cuando queremos saber algo empezamos porobservar y ver si se repite lo que vemos; pero hasta la más ele-mental de las observaciones está guiada ya por una teoría,está enfocada por hipótesis, esbozos de hipótesis, incluso hipó-tesis inconscientes. Sabemos que lo típico de las ciencias sonesos enunciados de alto contenido informativo, que son hipóte-sis audaces, redes que van siempre más allá de los datos dis-ponibles. Intuiciones posibles porque captamos texturas de la

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realidad. Luego vienen los enunciados más contrastadores; yde esas hipótesis se deducen teorías que de nuevo van a sercontrastadas con la experiencia. Y, aunque siempre matiza-bles y ampliables, son encuentros con término y algunos degran calado real.

Ciertamente hay muchos elementos que desempeñan unpapel crucial en la elaboración de una teoría. Como muestra lahistoria de las ciencias, los grandes avances científicos no hansido precedidos simplemente de una acumulación de datos delos cuales deducir, ni tampoco sólo de la aparición de nuevastecnologías e instrumentos; sino más bien de una intuición ba-sada en la propia filosofía, en analogías, etc. Es más, a veces elmismo autor de una teoría no es capaz de explicar cómo llegó aformularla. También la historia muestra que los prejuicios eintereses personales desempeñan un papel –secundario, desdeluego– en la rapidez con que una teoría es aceptada por la co-munidad científica o por los obstáculos que se ponen a esaaceptación. Forma parte de la historia de las ciencias pero noes elemento intrínseco del método científico.

Si no hubiera una realidad objetiva –o si habiéndola no esposible verla por la interferencia que suponen las ideas pre-concebidas aceptadas, los paradigmas, las visiones comparti-das en la cultura dominante en un lugar y en un tiempo–, laciencia no sería un modo de conocer humano, un camino haciala verdad. La indiferencia ante esta cuestión manifiesta unacrisis profunda que hace urgente encontrar modos de repensarla ciencia y poder así situarla en su lugar propio en el conocerdel hombre.

La irresistible atracción por las parcelas del saber

Einstein ejemplificó la miopía de los intelectuales con in-tereses demasiado parciales.

La superespecialización del conocimiento ha dado lugar auna nueva torre de Babel tan enorme que nos sentimos inca-paces de recorrerla. Cada vez con más intensidad los cultiva-dores de un área se afincan en las zonas que resultan más fa-

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miliares, y el lenguaje se convierte en una jerga de iniciadosdifícilmente compartible. En todas las épocas ha habido gen-tes que se han conformado con un saber microscópico, cómo-damente asentados en su microespecialización. Más aún, dadoque existen conflictos de competencias, las barreras que sepa-ran las materias constituyen un sistema de defensa contra po-sibles depredadores.

Muy pocos trabajan, de hecho, seriamente, en pro de la co-municación de las ciencias positivas entre sí, y menos aún enpro de su comunicación con las humanidades. Los plantea-mientos interdisciplinares se aceptan, en general, como unadorno intelectual. Muy pocos, excesivamente pocos estaríandispuestos a considerarlo en serio, y no como un mero lujo delque se pueda y deba prescindir en los tiempos que corren.

Muy pocos equipos pueden publicar resultados propiamen-te negativos que cuestionen dogmas establecidos en una par-cela del saber. Recuerdo el comentario, no libre de un cierto ci-nismo, de Peter Mitchel al conocer datos que podrían poner enduda la teoría por la que le habían galardonado meses antescon el Premio Nobel tras muchos años de rechazo de sus pos-tulados: «antes de que sea posible que tales datos se difundany sean aceptados yo me habré ido a la tumba con una carcaja-da». Ocurrió en Toronto, en el Congreso mundial de Socieda-des de Bioquímica allá a finales de los años setenta. En esemomento se daba por «aceptada al fin» la hipótesis quimios-mótica, una de las tres hipótesis que pugnaban entre sí porconvertirse en la «verdadera». El problema del mecanismo ín-timo por el que la energía del transporte de electrones se con-vierte en la moneda energética, la molécula ATP, que la alma-cena en sus enlaces fosfodiester ricos en energía, ocupaba enese tiempo mi pasión por la investigación.

En 1968 me había iniciado en la investigación precisamen-te con las mitocondrias, la central energética de la célula, dela mano de mi jefe Esteban Santiago, del pequeño grupo de lospioneros de la Bioquímica en España. Como le ocurre a todoprincipiante, yo tenía el sueño de descubrir, y él puso a prue-ba, por entonces me pareció que largamente, mi capacidad decacharrear en el laboratorio con precisión, orden, rigor, cons-

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tancia, exigente pulcritud y alguna otra virtud más. Por el sis-tema de oposiciones tuvo que marcharse unas semanas des-pués de que me incorporara a su equipo de investigación. Medejo tres tareas hasta su regreso:

Una, analizar hasta conocer la composición exacta de cadauna de las substancias contenidas en cinco frascos pequeñosnumerados del uno al cinco, como toda referencia. Dos, repetirun artículo reciente que empleaba técnicas novedosas paraver la actividad de las enzimas que componen la cadena quetransporta electrones en la membrana interna de las mitocon-drias. Era la primera vez que tocaba/leía y tomaba nota de unescrito publicado en una revista científica. Llegué a sabérme-lo al pie de la letra y reproduje los datos, incluso introduje al-guna que otra ocurrencia. Y tres, me dio a leer Consideracio-nes sobre la investigación científica, de José María Albareda,que fue mi libro durante años.

Y como le había bastado la primera entrevista para com-probar que yo era una química apasionada por la Bioquímica,sin saber sobre qué versaba la vida, me pindió que me matri-culara y cursara una serie de materias de la licenciatura deBiológicas; y dar las clases prácticas de una asignatura, laBioquímica, que yo obviamente ni conocía, ni había cursado.Cuando al cabo de bastantes meses volvimos a hablar, respon-dió a una pregunta mía acerca de qué había aprendido de susmaestros, con un «a valérmelas por mí mismo». No he llegadoa saber si era una justificación por su abandono a mil kilóme-tros de distancia en una época sin comunicación aérea, ni mó-vil, ni e-mail, ni siquiera fax.

Me dio un problema y el camino. Quién sabe si hubierasido de otra forma si me las hubiera ingeniado para aprenderque en la actividad científica las dificultades no son más queobstáculos a superar deportivamente, estímulos divertidos. Miprimer obstáculo llegó pronto, y refería, como era de esperar,al experimento mismo que había planteado. La pregunta enrealidad era muy clara ¿cuál es la localización de los compo-nentes de la cadena? ¿es uniforme, o se concentran exclusiva-mente en las regiones de la membrana mitocondrial que sepliegan para aumentar así la superficie bajo la otra capa, la

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membrana externa. Preparaba y afinaba la caña para pescarel secreto a la mitocrondria. Sabía que no podía haber algo enlas redes, ningún artefacto que se interpusiera en la respues-ta que arrancara.

Y percibí uno. Un ácido, el ascórbico, que debía añadir enel proceso de partir las membranas en partículas submitocon-driales bien definidas, me estorbaría en las medidas de la ac-tividad específica del flujo de electrones que debería medir.Los datos deben ser limpios de adherencias extrañas. Aquellalimpieza, realizada con la adición de la enzima ascórbico-oxi-dasa me costó conseguir esta proteína: que me sembraran uncampo de calabazas, traer al laboratorio las que salieron deaquella cosecha, de un considerable tamaño (casual e irónica-mente en pleno mes de septiembre, ante la broma generaliza-da de los estudiantes), quitarles la dura corteza y triturarla ycomenzar a extraer paso a paso unos pocos gramos de la pro-teína de kilos y kilos de cascara. Salió bien el experimento ysupe que el esfuerzo había sido válido por la confianza que medaban aquellas medidas.

Muchas veces he pensado que me gustaría repetir esos pri-meros trabajos con la metodología de ahora, como ha hecho al-gún profesional al jubilarse comenzando la licenciatura desdeel primer curso. Las posibilidades actuales son muchas y aho-ra sería muy sencillo. Había heredado la tecnología de romperla membrana interna de la mitocondría en esos fragmentos he-terogéneos en estructura microscópica y en composición y se-parar los de un tipo de los de otros, de los que habían iniciadoel proyecto, unos pocos años antes. Pero nunca tuve la posibili-dad de comprobar si el método que empleábamos para diseccio-nar la membrana suponía en sí mismo un artefacto, antes deque se me enganchara la mirada en el mecanismo que acoplaese flujo de electrones, que podía ver, con la síntesis de la mo-neda energética en que se guardaba la energía de ese flujo.

Esa pregunta acerca del mecanismo de la traducción de laenergía me surgió con la docencia. Sentía un cierto temor cadacurso cuando, siguiendo el programa, correspondía tratar eltema y había que relatar las tres hipótesis en boga. De una, laquímica, no se había conseguido obtener datos que la contras-

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taran afirmativamente, pero tampoco existían resultados quela contradijeran. La segunda, la del cambio conformacional,explicaba poco. La tercera, la que ganó, basada en la forma-ción de un gradiente de protones era muy satisfactoria comoexplicación de cómo se usa la moneda energética para pagar eltransporte de diversos compuestos a través de las membranas.

En esta ocasión, el cambio de paradigmas no era, sin más,una lucha de poder entre tres grandes figuras de la ciencia ysus equipos de colaboradores. Ciertamente no siempre las re-vistas de «gran impacto» tienen revisores de las revistas cien-tíficas que aceptan los artículos con límpida honradez, sinprejuicios ni amiguismos; no hay generalmente igual acceso atales foros se viva donde se viva y se produzca la ciencia. Aveces, es solamente falta de mirada a largo alcance. Y es estecaso, hubo un factor determinante: al poner el acento del«acuerdo», entre las teorías en pugna, en la hipótesis qui-miosmótica, se daba paso al nacimiento a la ciencia de unanueva rama, la Biofísica, con un punto de mira muy centradoen las membranas celulares. Y este nacimiento era deseadopor muchos.

¿Porqué abandonar ya una teoría que ha mostrado su tem-ple? No había resultados negativos; solamente no habían llega-do a tiempo los resultados que la afirmaran. Pasó de moda elproblema y con ello la consecuencia nefasta para los anticua-dos: el asunto desapareció del listado de temas de prioritariosen las convocatorias de ayudas a proyectos de investigaciónPor entonces tenía la intuición de que era posible que los tresllevaran razón: cambio de conformación, enlace químico y gra-diente de protones en la membrana son perspectivas de unmismo edificio. Una sola fachada no es todo lo que encierrauna catedral.

Fue la primera vez que recuerdo haber pensado que com-prender cualquier realidad rica requiere un continuo esfuerzode sumar lo que observamos desde diversas perspectivas. Aveces, aunque la naturaleza no esconde sino que ofrece sus se-cretos, quedan ocultos envueltos en un papel de regalo pocoatractivo, hasta otro momento.

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2. ¿Cómo se concibe y se gesta una hipótesis?

Dice Einstein que la suprema tarea del científico es buscaraquellas leyes sumamente universales a partir de las cuales sepuede construir una imagen del mundo por pura deducción.

Para Einstein de ahí surgen las hipótesis tanto en el ejer-cicio genial de la ciencia como en el ejercicio diario y corriente,que aunque sea otro nivel de ciencia, es exactamente igualdesde el punto de vista lógico. Para llegar a esas leyes no hayuna senda sumamente universal; no hay un camino lógico queencamine a esas ideas. No se sabe bien cómo aparecen en lamente del científico. ¿Intuición, es decir, anticipación apoyadaen la introspección de los objetos de la experiencia? ¿Sólo sededuce en la actividad científica o también se induce?

En la actividad científica encontramos, tanto por observa-ción como por experimentación, regularidades, uniformidades,comportamientos constantes, leyes... y la cuestión problemáti-ca es: ¿cómo accedemos desde enunciados singulares a teoríasuniversales? ¿cómo decimos que lo que es válido para los casosexperimentados, será valido también para los no experimen-tados? Es decir ¿cómo pasamos de algunos a todos?

Para los seguidores de Popper el máximo logro de sumaestro es haber resuelto el problema de la inducción. «Estánintentando resolver un problema que en realidad tiene queser disuelto. No se trata de encontrar una resolución a eseproblema sino de ponerse de acuerdo sobre su disolución».Popper arremete con el peculiar modo de concebir la inducciónen los filósofos del Círculo de Viena, según el cual se accede aleyes necesarias sólo a base de definir objetos según las pro-piedades singulares que se van observando. Por ejemplo, sedescubre algo en los genes de los cisnes blancos que nos mues-tra que hasta ahora los cisnes han sido blancos y se deduceque lo que no es blanco no es cisne; esto es, se establece unauniformidad y una definición que recoge la correlación entreel cisne y el blanco. Pero esto no es válido, porque no se puedeadmitir que lo que ha valido hasta ahora valga en el futuro.

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De ahí que Popper tome posición en contra de este tipo deinductismo en el proceso lógico de la investigación científica yafirme que es preciso descartar la inducción como método en laciencia y sustituirla en toda su extensión por hipótesis y de-ducciones. Las teorías universales no son inferencias a partirde enunciados singulares: «ningún conjunto de enunciadoscontrastados como verdaderos podrá justificar la pretensión deque una teoría universal es verdadera». En efecto, desde un po-sitivismo anti-metacientífico, que sólo mira la lógica interna delos enunciados de las ciencias positivas, sólo la experienciapuede decidir acerca de la verdad o falsedad de los enunciados.Sólo cabe la deducción, contrastar después: la hipótesis sólopuede ser contrastada tras ser formulada, no antes.

Sin embargo, y afortunadamente, los caminos del científicohacia el conocimiento no están de hecho ni de derecho atrapa-dos en los estrechos límites de un positivismo radical. En efec-to, poder hacer ciencia presupone que, al menos en alguna me-dida, el mundo natural que se trata de conocer tiene unacoherencia racional. Como el propio Popper apunta es posibleun tipo de inducción que no es ésta, sino la que ya formulóAristóteles: la inducción esencial. Ciertamente no se puede pa-sar de uno a todos por generalización, pero sí por inducciónesencial; esto es, por determinación de una estructura natural.Esto es muy distinto. La proposición universal, la ley necesa-ria o teoría general no enuncia la suma de individuos, sinouna esencia siempre imperfectamente conocida. Se trata portanto de buscar definiciones abiertas que son captaciones deestructuras, capaces de aproximarse a la realidad.

Esta captación de realidades ha sido y es el pensamientohumano. Existe una cuestión que los filósofos de la religión es-tudian con gran minuciosidad; es el hecho de que en todos loscultos primitivos se da la coincidencia de ofrecer sacrificiosdiarios al sol. Hay muchas razones para que sea así, pero paralos investigadores del tema la principal razón es que los hom-bres primitivos no estaban seguros de que el sol fuera a salirel día siguiente. Más tarde, cuando avanzó el conocimiento ysurgió la astronomía, los hombres supieron las leyes que rigenel movimiento de los astros y la coherencia racional del uni-

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verso, el sol se desmitificó, y el hombre ganó en confianza ensu propio mundo.

En el fondo, y en última instancia, el problema del relati-vismo actual respecto a la verdad y la ciencia es el problemade la salida del sol. El sol ha salido ya durante millones deaños, por lo tanto hay un elemento de juicio para decir concierta tranquilidad que saldrá también mañana. Pero ¿tene-mos absolutamente todos los elementos de juicio para afir-marlo con certeza? Todos no, si no puede haber certeza. Todosno, si la ciencia, una búsqueda sin término ni encuentros per-manentes, fuese el único conocimiento garantizado.

Esa doble actitud popperiana es muy actual. De una parte,una fuerte desazón frente al positivismo y sus métodos, y porotra una íntima reticencia a lo que está más allá del positivis-mo. Adivinan y están convencidos de la necesidad de la meta-ciencia, y sin embargo temen que la metafísica no sea más quearbitrariedad o dogmatismo, es decir, pseudociencia; una espe-culación inverificable por no ser contrastable por hechos experi-mentales, o una especulación presuntuosamente dogmática. «Sino hay un orden, que es la naturaleza, es posible que el univer-so de mañana se comporte de una manera que refute las máscomprobadas generalizaciones de hoy. No estamos seguros deque haya ese orden ni de que sea continuo, es decir que se ex-tienda del pasado al futuro». Pero si lo hay, entonces la induc-ción esencial toma de ahí su fuerza y sería básicamente la fun-damentación del método de ensayo y error, hipotético deductivo.

Dicho de otra forma: la coherencia racional del mundo, suconsistencia interna son datos metacientíficos que están y es-tarán siempre en el origen interno de la ciencia.

La verdad científica ¿existe?

Albert Einstein escribió en 1931 que la creencia en unmundo independiente, exterior al sujeto que lo percibe, es labase de toda ciencia natural.

En todas sus intervenciones, Einstein se inclinó por unametafísica realista; denunció el positivismo y expresó su creen-

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cia en la objetividad de la realidad física. Hacer ciencia, parecedecir, es exponer las propias teorías a la aventura de la refuta-ción, y mucho más. Hay certezas, parece decir, que impidencaer en la certeza de que no hay ninguna clase de certidumbre,de que no hay conocimiento absolutamente seguro y demostra-ble. No todo enunciado científico, parece decir, es igualmenteprovisional para siempre, definitivamente provisional.

En marzo de 1980 el profesor de Filosofía de la CienciaStanley L. Jaki daba un seminario de profesores que me abrióun profundo interés hacia las cuestiones de la relatividad deEinstein. Los filósofos del Círculo de Viena (Frank, Carnap,Reichenbarg) de los años cincuenta y sesenta habrían queridoponer bajo la fotografía de este sabio «todo es relativo», talcomo acababa de aparecer en una revista bien conocida. Peroel relativismo no tiene por padre a Albert Einstein.

Su principal objetivo fue colaborar para alcanzar una in-terpretación cósmica en la que la realidad fuese una totalidadde cosas consistentemente interaccionadas. Una visión abso-luta, en el sentido de que su existencia no fuera relativa a losespectadores que la observaran; la interpretación de una rea-lidad cósmica, totalmente coherente, unificada y simple queexistiera independientemente del observador. Una realidad norelativa al interrogador que desvelara sus secretos en la medi-da en que la fórmula matemática con la que era investigadaincorporara, al mismo tiempo, poder y simplicidad. Una inter-pretación también absoluta en el sentido de que si el conoci-miento de los observadores de la realidad, esto es, su ciencia,o mejor aún, la formulación de las leyes científicas era correc-ta o científica, la ley en cuestión tenía que permanecer inva-riable, al igual que el universo es invariable.

Según él mismo, nunca se separó completamente del hu-milde reconocimiento de que la última palabra en la cienciapertenece a los hechos, es decir, a la verificación por observa-ción de las teorías. Además ya había dicho, alrededor de1920,que bastaba con que una de las tres pruebas clásicas de suteoría de la Relatividad General fuera rechazada para quetoda la teoría se convirtiera en «simple polvo y cenizas». Pien-so que puede afirmarse, y creo que de la mano de Einstein,

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que la explicación «absoluta» de un universo racional y cohe-rente no es falseable con experimentos, aún cuando lo sean to-das y cada una de las leyes particulares. Esto es, la cuestiónde la verdad científica hay que contestarla con otra preguntaacerca del nivel desde el que se pregunta y se busca respues-ta. Tal vez por ello resulta tan difícil que un científico contestea esa pregunta.

En general, y como mucho, dirá que se distingue al menosentre afirmaciones verdaderas y falsas. Admitirá, si es uncientífico «realista», que busca bajo qué condiciones es sosteni-ble su teoría, tanto, al menos, como bajo qué condiciones es in-sostenible. Busca proposiciones; es decir, descripciones del es-tado de cosas reales o hechos del mundo. Una proposicióntiene significado cognoscitivo si es verificable empíricamenteen esas condiciones concretas y específicas. Si lo son así, en eseestado concreto, son verdaderas, y la totalidad de las proposi-ciones verdaderas constituye la ciencia natural. En el mundotodo es como es y sucede como sucede. En la mayor parte delos científicos sólo hay una sensibilidad epistemológica intere-sada por la justificación de los enunciados, por la lógica inter-na. Con el positivismo se pierde la sensibilidad ontológica quese pregunta por la verdad misma de las proposiciones. Pero laciencia como camino de conocimiento verdadero no sólo ha deresponder ante el tribunal de su consistencia interna, sinoante el tribunal del mundo, de su consistencia con respecto ala realidad.

Ahora bien, la ciencia tomada como mero ejercicio de reso-lución de problemas de lógica, como quien resuelve un cruci-grama, entretiene, descansa y divierte, y justamente puedeser un medio que distrae de las cuestiones esenciales de lavida humana del científico; cuestiones que son problemasabiertos que agotan. Steve Weinberg, en la última página desu libro Los tres primeros minutos del universo, describe ma-gistralmente esa postura, inconsciente unas veces, premedita-da otras, y frecuente entre los científicos. Y aunque resulte unpoco largo, lo transcribo porque es muy indicativo: «Algunoscosmólogos se sienten filosóficamente atraídos por el modelode las oscilaciones, especialmente porque, como el modelo del

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Estado estable, evita bien el problema del Génesis. Pero plan-tea una seria dificultad teórica… Sin embargo todos estos pro-blemas pueden resolverlo, y sea cual fuere el modelo cosmoló-gico correcto, no podemos hallar mucho consuelo en ningunode ellos. Para los seres humanos es casi irresistible creer quetenemos alguna relación especial con el Universo, que la vidahumana no es solamente el resultado más o menos absurdo deuna cadena de accidentes que se remonta a los tres primerosminutos, sino que de algún modo formábamos desde el co-mienzo parte de él… Es difícil darse cuenta de que todo estoes sólo una minúscula parte de un Universo abrumadoramen-te hostil… Cuanto más comprensible parece el Universo, tan-to más sin sentido parece también… Pero si no hay alivio enlos frutos de nuestra investigación, hay al menos algún con-suelo en la investigación misma. Los hombres no se contentancon consolarse mediante cuentos de dioses y gigantes, o limi-tando sus pensamientos a los asuntos cotidianos de la vida.También construyen telescopios, satélites y aceleradores, y sesientan en sus respectivos escritorios durante horas intermi-nables tratando de discernir el significado de los datos quereúnen. El esfuerzo para comprender el Universo es una delas pocas cosas que eleva la vida humana sobre el nivel de lafarsa y le imprime algo de la elevación de la tragedia».

¿Hasta qué punto es válido o no fiarse de un conocimientoque no es un registro directo de la realidad, sino que los regis-tros provenientes de los sentidos se han convertido en cons-trucciones mentales?

A esta cuestión, que es en definitiva aquélla acerca de laverdad verdadera y objetiva alcanzable a través de cualquierforma de conocimiento humano, se han dado respuestas biendiferentes. En la versión de los empiristas (Hobbes, Hume oLocke) para quienes la experiencia y la asociación de ideas eslo esencial, la mente sería algo así como una «tábula rasa» so-bre la que la experiencia escribe. Por el contrario, para inma-nentistas (Descartes, Kant), la mente humana posee ideas in-natas acerca de la forma, el tamaño y otras propiedades de losobjetos. Para los partidarios de la Gestalt (forma) el mundo yase presenta organizado previamente, en virtud de leyes inna-

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tas que contribuyen a estructurar el campo visual. Es un pro-ceso integral estructuralmente organizado por el que las cosasse organizan como unidades o formas por motivos profundos;en concreto, por la existencia de un isomorfismo entre el cam-po cerebral y la organización de los estímulos. De ahí que laforma sea algo que se reconoce al captar una estructura. Laforma se destaca del fondo, y hay leyes de agrupación, proxi-midad, igualdad, cerramiento, destino común, movimiento co-mún; es decir, la forma se caracteriza por ser aislable, desta-cable, cerrada y estructurada.

Como punto de partida para responder a la cuestión de laverdad científica habría que, razonablemente, abandonar lastesis del absolutismo fenomenológico –para las que el mundoes como aparece y aparece para todos igual–, aunque sólo fue-ra porque la historia nos muestra a diario que miramos lasmismas cosas y no todos vemos «lo mismo». Esto es bien claroporque los fenómenos naturales no son absolutamente neu-tros. Tienen un significado propio, y cuanto más rico es el he-cho natural objeto de nuestra atención, más dimensiones tie-ne, y la mirada se fija más en una o alguna de las dimensionesque posee que en otras. Recoge datos acercándose mucho, o seretira para tener una perspectiva más global desde la que al-canzar la unidad de sentido. También, razonablemente, comopunto de partida para responder a la cuestión de la verdadcientífica es necesario abandonar el extremo opuesto, el etno-centrismo que plantea que la capacidad para tratar de repre-sentarse mentalmente lo que se percibe está condicionada encada cultura sólo en función de su particular sistema de valo-res, y no de la realidad misma.

No se trata aquí de exponer y discutir teorías acerca de lapercepción, ni mucho menos discutir diversas teorías del cono-cimiento. Se trata únicamente de señalar que la actividadcientífica no se desarrolla sencillamente por acumulación dedatos obtenidos de la simple observación de hechos naturales.Observar es ver, mirar y saber lo que está ahí, dónde y paraqué. La experiencia no es algo pasivo, no consiste en una meraacumulación de impresiones o datos sensoriales. Al contrario,es activa, y el observador la enriquece desde el principio; la re-

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cogida de sensaciones externas es selectiva. No todos los quehan visto un fenómeno lo describen igual, aunque compartanuna misma cultura. Y es que tanto el lenguaje como la percep-ción visual tienen en común un aspecto temporal, que consis-te en la capacidad de ordenar las secuencia de imágenes conarreglo a un orden temporal y espacial. El «input» sensorialentra en contraste con la experiencia pasada, las expectativas,intereses y la actitud mental del sujeto.

La capacidad observadora del científico, como la de cual-quier persona, nace y se hace. Es una forma de pensamiento,porque el modo en que una persona mira el mundo dependetanto de su conocimiento del mismo como de la pregunta cuyarespuesta busca. Es el «output» final de un procesamiento deinformación. El hecho es el mismo y lo mismo; la observaciónpuede ser reiterada por otros muchos. Pueden añadirse expe-rimentos que corroboren que la manzana cae hacia el suelo.Pero tras cada hecho natural científicamente comprendidohay un Newton que lo describe captando su ser y su operar;captando el orden natural por el que se rige. Cuanto mayores la densidad de contenido informativo de un enunciado, acuanta más profundidad describa la realidad que se manifies-ta en ese y otros hechos naturales, mayor es la posibilidad deque se acerque certeramente a la realidad; y, sin embargo,puede ser menor la probabilidad de que sea contrastado por laexperimentación debido al gran numero de maneras en que serequeriría falsificarlo.

Cada parcela de las ciencias positivas espera sus «momen-tos estelares», en que se describe la realidad con certeza. Esosenunciados de alto contenido informativo: verdaderos. Verda-deros pero parciales. Encuentros con la realidad y siempreampliables. Más tarde, esas descripciones tendrán que com-pletarse desde otros ángulos porque la realidad es muy rica.

Pero la posibilidad de distorsión o ambigüedad no radicaen los hechos sino en su descripción. El conocimiento científi-co de la realidad natural opera a muy diversos niveles y la ex-perimentación contrastadora conlleva de nuevo posibilidad dedistorsión o ambigüedad y de error. Experimentar es interro-gar y no sólo preguntarse; es manipular la realidad y oír su

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respuesta al ver y observar lo que le acaece como consecuenciade la interferencia a que se le somete. Aquí, en la experimen-tación que de suyo es más y más distorsionadora, invasiva ysofisticada, de nuevo se necesita la mirada del observador queenfoca la realidad sin perderse en las señales de los artefactosque produce la propia injerencia en el hecho natural.

Contemplé esa mirada en Alberto Sols. Era el año 1970, yasistíamos un nutrido grupo de españoles a un Congreso delas Sociedades Europeas de Bioquímica que se celebró en Es-tocolmo. Tras una conferencia que presidió el entonces prínci-pe Gustavo Adolfo de Suecia, el matrimonio Sols nos invitó acenar. El bioquímico explicaba entusiasmado, a una investiga-dora en ciernes que aún no había defendido su Tesis doctoral,su abordaje a la enzimología desde el in situ. Las propiedadescinéticas y la capacidad de ser regulada la actividad catalíticade tales proteínas no podía estudiarse en las condiciones idea-les del tubo de ensayo, sino en las condiciones reales de la cé-lula. Todo lo comprendido hasta entonces debía ser repetido ycorroborado en las condiciones fisiológicas. Me pareció una ta-rea ingente lo que se proponía, pero lo que no he olvidado essu gozo íntimo al comentar con sencillez: «¡al fin hemos abier-to un portillo por el que asomarnos a la vida real de la célula!»

La actividad científica no es mera acumulación de datos,sino suma armónica de campos visuales y de ventanas por lasque asomarse. Presente y pasado, futuro como proyecto, ex-pectativas, deseos e intenciones más o menos conscientes,todo viene a configurar el plan perceptivo del campo de aten-ción. La herencia con la que se trabaja se genera en un entor-no cultural que plantea una serie de problemas que se quierenresolver. Es el mundo visual de la mirada del científico. Comotodo mundo visual es ilimitado, descentrado y estable. Mien-tras el campo visual es limitado, orientado en relación con susimágenes en una dirección que es susceptible de cambio, pue-de fijar la mirada, en una escena, en una perspectiva o enotra; puede darle a las formas un ángulo de profundidad y de-formarlas incluso. Todos sabemos que una filmación tiene es-corzos que hablan de suyo, y basta el sentido común para dar-se cuenta de que lo que se cuenta en las diferentes tomas

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tiene sentido de hilo conductor de la historia narrada. La cien-cia quiere narrar lo más plenamente posible, y desde su inicio,la historia del mundo natural, sus «cómo funciona» y sus «por-qué lo hace como lo hace».

3. El poder de la mirada creativay las intuiciones certeras

Los científicos formulan sus hipótesis para disparar susexperimentos y comprobar sus hipótesis, durante toda esta ac-tividad está claro que tratan con una naturaleza hipotética.

Hannah Arendt. La condición humana. 1953.

En efecto, con el método científico se produce una ciertaseparación de la realidad. Al entrar en el entramado de losmodelos que representan esa realidad hay un distanciamien-to, un enfocar un plano de los muchos que presenta la reali-dad, dejando a oscuras otros muchos aspectos tanto o más im-portantes que el enfocado. Y a ese enfoque de la realidad leaporta un apoyo experimental del que carece la mera observa-ción en la que se basa el conocimiento precientífico.

Hannah Arendt en su obra La condición humana, describemuy certeramente la relación de continuidad en la ciencia po-sitiva: «Lo que Galileo hizo, y que nadie había hecho antes,fue emplear el telescopio de tal manera que los secretos deluniverso se entregaban a la cognición humana –con la certezade la percepción de los sentidos–, es decir, puso al alcance dela criatura atada a la Tierra y de su cuerpo sujeto a los sen-tidos lo que siempre había parecido estar más allá de sus po-sibilidades, abierto a lo sumo a las inseguridades de la espe-culación e imaginación… Al “confirmar” a sus predecesoresGalileo estableció un hecho demostrable donde antes huboinspiradas especulaciones».

Pienso que la labor del científico no se agota en ser capazde establecer hechos demostrables donde sólo hay especula-ción. La ciencia tiene en su haber, y es su gloria, la capacidadde mirar lo que no se ve sin más, y mirando, ser capaz de pre-

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guntar y preguntarse el porqué. El arte de confeccionar unateoría tiene algo del arte de la literatura, del oficio de contarhistorias. Como para el oficio de escribir, no se necesita habervivido algo increíble, sino una mirada atenta a nuestro alrede-dor, haciendo propia la realidad, sabiendo meterse dentro y noimponerle nada desde fuera. En una buena teoría, como enuna buena historia, no es tan importante lo que se cuenta; loque importa es que quien lo reciba se dé cuenta de que sin eseenfoque él se hubiera perdido una mirada al mundo distintade la suya.

Saber mirar. Saber preguntar

La sensibilidad es saber ver no sólo con nuestros ojos sinocon todo nuestro ser, con todos los sentidos y los afectos y con elespíritu.

Teresa Imízcoz. Manual para cuentistas. El arte y el oficiode contar historias. 1999.

Un acontecimiento importante para el nacimiento de laBioquímica tuvo lugar en 1868. Friedrich Miescher un granquímico del siglo XIX descubrió los ácidos nucléicos en los núcle-os de las células del pus, e inició una serie de trabajos relativosa la distribución y propiedades de estos compuestos. El propioMiescher escribió en 1871: «No puedo dejar de pensar que aquíse encuentra el papel fisiológico más esencial del fósforo en elorganismo. Viene a mi mente el notable y bien conocido hechode que en las plantas, el fósforo se acumula principalmente, ocasi exclusivamente, en las partes en crecimiento... Un conoci-miento de las relaciones entre las sustancias del núcleo, proteí-nas y sus productos inmediatos de metabolismo ayudará demodo gradual a levantar la cortina que en el presente vela porcompleto los procesos íntimos del crecimiento celular».

Estaba tocando las bases moleculares del material genéti-co, estaba intuyendo el metabolismo y una de las funcionesmás esenciales de la célula: la obtención de la energía que senecesita para crecer, mantenerse en pie, moverse, vivir, en una

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palabra. Sus premoniciones empiezan a cumplirse años des-pués: la participación del fósforo en las estructuras de los áci-dos nucléicos; la formación y uso de los enlaces ricos en energíacomo base de la coordinación y acoplamiento de las reaccionesde síntesis y las reacciones de degradación que constituyen elmetabolismo y que hacen posible que el viviente se adapte alas más variadas circunstancias fisiológicas del momento, confina precisión y el orden sorprendente de la vida.

La semilla hacia la comprensión del mundo de la vida es-taba echada; y para entonces además, la química de los com-puestos naturales había descrito muchas de las moléculas dela vida, y la fisiología había dado con datos importantes acer-ca de los procesos vitales. Sin embargo, para que naciera laBioquímica era imprescindible la pregunta clave que marca elenfoque propio desde el que mirar. La pregunta nos la regalóel joven doctorando A.H. Krebs, más tarde uno de los mayoresPremios Nobel: ¿Para qué sirve? ¿Qué finalidad tiene en lavida de la célula la serie de ácidos tricarboxílicos intercambia-bles entre sí en reacciones catalizadas por enzimas? La res-puesta enormemente sencilla y certera fue describir la funcióncentral en la vida de la célula del ciclo de reacciones que llevasu nombre. No fue cuestión de suerte o azar, como el propioKrebs dice. Martius y Knoop habían hecho el estudio de la de-gradación del citrato a oxalacetato y conocían que los interme-diarios eran isocitrato, succinato y malato. Entonces ¿por quéestos investigadores no llegaron a la formulación del ciclo delos ácidos tricarboxílicos?… Hasta que no se formuló la pre-gunta correcta –¿cuál es el papel fisiológico de este paso meta-bólico?–, el hecho conocido no pudo ser integrado dentro deuna teoría consistente.

Krebs se preguntó por la función y pudo así tener la res-puesta de la naturaleza viva. La mejor explicación que uno es-pera cuando se pregunta por un órgano o un proceso relacio-nado con la vida es que se le diga para qué sirve o a quéobjetivo se ordena dentro del proyecto que lo engloba. Sea cualsea la explicación que busquemos, para que valga por tal tieneque representar una función de unidad. No se enredó de ante-mano en los prejuicios acerca de si la finalidad inmanente es,

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o no, una cuestión científica. Era una mente libre, liberada delencierro que supone la pretensión de evitar el uso de catego-rías metafísicas en las explicaciones biológicas.

Efectivamente la finalidad no es una noción científica, perosí una propiedad esencial de los seres vivos, y por ello unaperspectiva sin la cual no se estaría mirando para conocer elmundo de la vida. Para ser biólogo hay que tener tanto la mi-rada del científico como la del filósofo de la vida. Es preciso mi-rar los procesos vitales concretos preguntándose por el fin quepersigue tal proceso en la unidad de función y proyecto que escada ser vivo. Es la lección y el regalo que nos aportó este hu-milde y cordial padre de la Bioquímica. Las respuestas nacenepistemológicamente de la formulación «como si persiguiera unfin». El foco de atención es el intento de comprender cómo seconstituye y «funciona» esa unidad de elementos materialesque permiten al más simple ser vivo tener un proyecto intrín-seco: vivir y transmitir la vida. Después, una vez hallada laexplicación podrá olvidarse cómo se construyó, pero no podránegarse que exista esa unidad vital que proyecta al viviente ní-tidamente a la meta de vivir y transmitir la vida.

En abril de 1969 asistí en Madrid a mi primer Congresomundial de Bioquímica. La juventud de esta ciencia hacía posi-ble reunir a la familia al completo; los padres, como Krebs, hijosy nietos. Asistió en medio de una gran expectación el ruso Opa-rin. Trabajaba en los orígenes de la vida en la tierra desde ma-teriales inertes. Era creativo e ingenioso, en sus famosos expe-rimentos sobre simulaciones con coarcervados de lo que pudoser un paso hacia la organización de la membrana celular. Tro-pezaba una y otra vez con reacciones catalizadas por enzimasque se ordenaban naturalmente en secuencia precisas. Sin em-bargo, su mente permanecía en perenne conflicto porque la ide-ología soviética no le permitía aceptar el orden lógico del mun-do natural: la secuencia de reacciones ordenadas hacia un fin.

Krebs era menudo y de ojos vivaces; Oparin era alto yfuerte y de mirada impenetrable, tal vez por su sensación deinseguridad ante el permiso excepcional de una salida al mun-do occidental. Conseguí una fotografía de los dos, y a la vueltaa casa tuve esas fotos durante tiempo delante de mi mesa de

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trabajo. En la de Oparin había dibujado con lápiz rojo sobre sufrente una gran interrogación. ¿Percibía realmente la eviden-cia de ese orden y debía, simplemente, guardar silencio? Si yono hubiera tenido una formación de raíces cristianas ¿veríaevidente que los procesos vitales persiguen un fin?

Han pasado casi cuarenta años. Ahora la respuesta a eseinterrogante es nítida. La Bioquímica ha avanzado mucho ydesde hace unos años explico el proceso evolutivo que dio ori-gen al ciclo de los ácidos tricarboxílicos. No necesitó un largoproceso de optimización, como le ha ocurrido a otras vías me-tabólicas. El ciclo que descubriera Krebs casi de un plumazo,lo inventó, también de un plumazo, la naturaleza: era la for-ma mejor y más oportuna de cumplir la función clave y nucle-ar del conjunto de miles de reacciones que integran el metabo-lismo.

Saber imaginar. Saber contar

Siendo la naturaleza maravilla de encantos y prodigios,es explicable que los científicos que tratan de explorar sus sen-deros ocultos y revelar sus misterios gusten a menudo, sin olvi-dar la seriedad y el rigor que la Ciencia exige, de soñar y ensa-yar representaciones artísticas menos graves y más bellas eilustrativas.

Manuel Losada. Luz, materia y vida. 1965.

Otros grandes descubrimientos han salido gracias a laimaginación para comunicar con la realidad. Esto es, ser ca-paces de perjeñar la respuesta sobre la analogía con una acti-vidad nuestra, una imagen de lo que los hombres hacemos.Puede que esta afirmación sea consecuencia de la deformaciónde profesor y divulgador de la ciencia: para explicarla se recu-rre a ejemplos que son imágenes conocidas. Pero no es sólo esadeformación; entendí la explicación de Manuel Losada acercade la transferencia de electrones cuesta arriba y cuesta abajoen la fotosíntesis con la imagen del ascensor; y esta imagenestuvo en la génesis de la teoría de «El ciclo redox de la ATPa-sa», que compartí con Esteban Santiago.

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¿Cómo se extrae de los genes su rico contenido informati-vo? De una manera muy ingeniosa, Jacob y Monod tuvieronuna gran intuición, que les valió el Premio Nobel de Medicinade 1965 y representó otro de los grandes hitos en el desarrollode la Biología molecular. Propusieron un modelo de regulaciónde la actividad de los genes que venía a explicar cómo se des-pierta un gen dormido, o cómo se duerme un gen despierto.Una proteína reconoce un pequeño fragmento de DNA, al quese une y permite que se abran o se cierren las puertas del gencolocado a su vera. Jacob y Monod describieron este mecanis-mo de control para las bacterias, pero pronto se vio que esasregiones reguladoras se encontraban también en los genes detodas las células. Por este camino los genes que se abren per-miten que una de sus hebras sirva de molde, y se genere asíun nuevo tipo de ácido nucleico, ligeramente distinto: el RNA,que lleva el plano para la construcción inmediata de las prote-ínas. Dormir y despertar con un toque; callar o decir su men-saje…

¿Dónde y cómo se pasa del idioma en que están escritas lasinstrucciones que lleva el RNA al lenguaje de las proteínas?

Hoy sabemos que las estructuras celulares a las que llama-mos ribosomas se encargan de realizar este trabajo. Una au-téntica obra de artesanía en la que se ensartan uno tras otrolos distintos aminoácidos hasta que queda completa la proteí-na que se necesita en cada momento. Las proteínas están es-critas con aminoácidos, mientras que los ácidos nucléicos lo es-tán con nucleótidos. El proceso mediante el cual se produce elsalto de la información contenida en los planos de RNA a lamolécula de una proteína es bastante complejo, aunque la ideasubyacente es de una notable simplicidad. Cada aminoácidoque ha de ir a parar a la proteína está codificado por tres nu-cleótidos, elegidos entre los cuatro posibles, en el hilo molecu-lar del RNA. Y la tabla según la cual se hace la traducción es loque se conoce como clave genética o código genético. Har Go-bind Khorana y Marshall W. Nirenberg pusieron las bases quepermitieron esclarecer este código según el cual se pasa de unaa otra lectura. Por su trabajo, que marca una etapa fundamen-tal en el desarrollo de la biología, estos tres investigadores re-

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cibieron el Premio Nobel de Medicina de 1968. Traducir unmensaje desde los alfabetos de los nativos o los jeroglíficos conque se expresaron los hombres de algunas culturas…

Los avances de la ciencia positiva casi nunca pueden perso-nalizarse plenamente en un solo científico, ni se deben a unsolo equipo de investigación. Se parte de algo iniciado y llegany salen de cada laboratorio ideas y datos que permiten que aveces salte la chispa que convertirá ese trabajo en un auténticoeslabón de la cadena de descubrimientos. El establecimientodel código genético no hubiera llegado a término sin la posibili-dad de sintetizar en el laboratorio ácidos nucléicos. A Kornbergdebemos la síntesis del DNA, y a Severo Ochoa la del RNA.

A mitad de la década de los cincuenta Ochoa está investi-gando la enzimología metabólica. Le interesa el acoplamientoenergético y trabaja en reacciones, catalizadas por enzimas, enlas que se da lugar a la incorporación de fosfato. Como comen-ta uno de sus discípulos y biógrafos, Marino Gómez-Santos,«en el desarrollo de los hallazgos y de los resultados dentro deesta línea de trabajo –con la perspectiva que nos puede dar elapreciarlo en este momento–, encontramos la formulación deuna hipótesis científica bien planteada y acorde con la inves-tigación más avanzada del momento, la obtención de unos re-sultados aparentemente difíciles de interpretar y, por tanto,desalentadores; un análisis minucioso de los mismos, que fi-nalmente permitió a los investigadores darse cuenta de que enrealidad habían logrado un descubrimiento importante, por-que nunca hasta entonces se había obtenido ácido ribonucleicoen un tubo de ensayo… A partir de este momento, el laborato-rio de Ochoa se centra activamente en una elaboración minu-ciosa de esta línea de trabajo cuyo desarrollo marcaría el naci-miento de lo que iba a denominarse Biología Molecular». Unnacimiento alumbrado conjuntamente con la descripción queWatson y Crick habían hecho poco antes de la doble hélice delDNA.

La enzima con la que trabaja, la polinucleótido fosforilasa,no es importante para la vida. Es un residuo evolutivo presen-te sólo en bacterias, pero en sus manos se ha convertido en laclave para descifrar el código genético universal de la vida. Y,

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paradojas de la vida, el primer artículo sobre esta enzima sepublica en el verano de 1955 en forma de una carta a los edi-tores en la revista Journal of the American Chemical Society,«no obstante críticas adversas de un asesor». Pero en octubrede 1959, Ochoa recibe el Premio Nobel por la síntesis delRNA. Se inicia así el desciframiento del código que completa-rían conjuntamente con él Khorana y Nirenberg; éste últimosu gran rival.

Parece que la ciencia de hoy tiene el empeño de reducirtodo misterio a problema. Sin embargo, los secretos se siguenofreciendo a los que tienen alma de poeta, capaces de leer lasmetáforas de la vida. De alguna forma, dan un impulso a laciencia al poner en contacto lo común establecido con nuevasideas. Durante años y con ingeniosos experimentos la Inmu-nología ha nacido y crecido sobre la imagen del reconocimien-to y respeto hacia lo propio y el reconocimiento y rechazo a loextraño al organismo. El sistema inmunitario es visto como unperfecto sistema de defensa con señales de aviso, presentado-res del agente extraño y problemático, agentes defensores,efectivos atacantes y algún que otro controlador para que elsistema no caiga en excesos de violencia.

En ese esquema se hacía difícil comprender y encajar unfenómeno real: la tolerancia a ciertas realidades extrañas. Pe-ro Matziger ha generado recientemente, con un golpe genialde intuición, un nuevo giro en el desarrollo helicoidal de la In-munología: la tolerancia no es una excepción del sistema dedefensa. Lo que ocurre es que el sistema de defensa englobaun sistema de inteligencia capaz de reconocer no sólo lo extra-ño y lo propio del organismo, sino las señales de peligro queambos podrían conllevar. Un servicio de inteligencia que per-mite simbiosis productivas de propio y extraño, como es el casode la vida intrauterina del embrión en diálogo molecular con-fiado con la madre. Pero este servicio no tiene espionaje; y porello algo propio puede presentarse con señales de peligro,mientras algo extraño puede aparecer sin ellas. Son errorespor los que el organismo paga un alto precio: una enfermedadautoinmune en el primer caso y un débil rechazo de las célu-las de un tumor en el segundo.

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La importancia de lo irregular

¿Qué es lo que no hace pensar? ¿Dónde hay caminos queno sirvan para andar? Para el que sabe leer, el libro del mun-do siempre tiene algo que decir.

José María Albareda. Consideraciones sobre la investiga-ción científica. 1951.

También ha habido científicos inconformistas que han sidocapaces de entrever y descubrir las irregularidades de lo natu-ral, en un universo de regularidades. Ciertamente existen; na-die las había negado, pero eran irregularidades. En un mundoregular aunque cambiante, regularmente cambiante con eltiempo, sencillamente no se les daba importancia. Antes deque los físicos hubieran descrito la dinámica de los procesoscaóticos, incluso antes de que los termodinámicos hubierandescubierto el orden por fluctuación de los procesos alejadosdel equilibrio, Barbara Mc Clintock en los años cuarenta ob-servaba las manchas irregulares de los granos de las mazorcasde maíz que ella misma sembraba con gran cuidado. Se pre-guntó el porqué de esos caprichosos contornos coloreados y susobservaciones, que comprobaba una y otra vez y siempre aler-ta para percibir todo aquello que se salía de lo ordinario, le lle-varon a la conclusión de que existían en esta planta elementosgenéticos móviles regulados por un sistema de control basadoen la capacidad de saltar de un sitio a otro del genoma.

La existencia de genes saltarines, que llevaban funcionesde control, chocaba de frente con las ideas establecidas quesuponían la estabilidad del genoma y el cromosoma como uni-dad básica de la herencia. Esta idea de control de unos genespor otros se adelanta a lo que años después proponen Jacob yMonod. Los genetistas se resistían a admitir los hechos. Comomucho, algunos los aceptaban como una curiosidad peculiarde esta planta. El material de trabajo sobre el que hizo susdescubrimientos, publicados en los años cincuenta, fue funda-mentalmente el maíz... pero Barbara Mc Clintock se habíaadelantado a los tiempos y sus conclusiones quedaron relega-das al baúl de los recuerdos. A finales de los años sesenta Pe-

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ter Starlinger y Jim Shapiro, en trabajos independientes, des-cubrieron que también en las bacterias existen elementos ge-néticos transponibles, que se apartan de las leyes que rigen larecombinación genética normal y enlazan segmentos de DNAno relacionados entre sí, y que son precisamente los responsa-bles de conferir resistencia a los antibióticos.

En 1983 la comunidad científica recibió con alegría y satis-facción la noticia de que el Premio Nobel de Medicina de eseaño se hubiera concedido a Barbara Mc Clintock, el más ilus-tre personaje de entre todos los que se han dedicado al cultivodel maíz, que acababa de cumplir entonces 81 años. La Comi-sión del Nobel no sólo rindió homenaje a la doctora Mc Clin-tock por su descubrimiento, sino que además subrayó con ellootro hecho, y es que incluso de la observación atenta de losgranos de una mazorca de maíz pueden derivarse, aún sinpretenderlo, grandes servicios a la Medicina. Algunos no deja-rán de ver en esta historia, como en tantas otras, una fina in-vitación –a los responsables de encauzar y fomentar con susdecisiones la investigación biomédica– a mantener siempreuna actitud abierta y generosa para no agostar trabajos al pa-recer alejados de los problemas que consideran el centro desus intereses.

Es la coherencia de la naturaleza lo que hace posible apren-der lo complejo en lo simple.

Ciertamente la ciencia positiva es un saber construido, ylos modelos y teorías son representaciones de la realidad através de las que la inteligencia humana puede formarse unaidea verdadera de la realidad. Existe la verdad científica, quees la correspondencia entre el mundo natural y los enunciadosque explican cómo es, aunque hay quien niega que se puedanalcanzar verdades y reduce los conocimientos científicos a me-ras conjeturas, sin posibilidad alguna de establecer con segu-ridad si hay, o no, conexión entre los enunciados y la realidad.Incluso para otros la verdad científica no es verdadera sinomeramente convencional, y por tanto todo es relativo. Másaún, para otros la ciencia positiva es sólo un medio de poderpor la capacidad de dominio técnico del mundo que de formainherente engendran los conocimientos científicos.

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Mis simpatías por el esfuerzo intelectual de Popper parazafarse de los estrechos límites del positivismo, me llevan aconcluir con el cambio respecto a la lógica de la ciencia comobúsqueda sin término que manifiesta el Post Scriptum a la ló-gica de la investigación científica. Si bien, efectivamente,nuestras teorías no reconstruyen la realidad sí pueden llegar aencontrar puntos nodales de su comportamiento. Esa probabi-lidad es físicamente real, es una propensión, una tendenciaque está en las cosas –como están las fuerzas newtonianas– yque descubrimos en nuestros experimentos. Esas propensio-nes del mundo físico permiten una cierta correlación entre elconocimiento y la realidad. Esta afirmación supone por prime-ra vez en la trayectoria de su pensamiento la aceptación, aun-que aceptación tímida, de que la verdad puede ser en ciertamedida alcanzable. La verdad científica existe porque el pen-samiento humano es captación de realidades; es capaz de en-contrar los puntos nodales, si hay coherencia en el mundo real:si existen realmente esos puntos nodales.

Es posible la inducción esencial que lleva de algunos a to-dos, pasando por ese nódulo del todo. Sólo los buenos científi-cos alcanzan el arte de saber pasar por «el todo» para llegar atodos.

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Repensar la Ciencia

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¿Cómo dar cuenta de la relatividad, no ser dogmáti-cos, sin caer en el relativismo?

En el fondo es un dogma que el mundo está ahí; la afirma-ción está ahí no es una conjetura, ni es refutable. Precisamen-te toda la actividad científica empieza por ésas, las induccio-nes primeras. El mundo existe, cada cosa es lo que es y nootra cosa. No son mera apariencia. Los seres vienen de los se-res. Hay causas de diverso calado… Toda respuesta dependeradicalmente de algo que no se puede demostrar, que es abso-lutamente indemostrable. Que el mundo está ahí no es unaconclusión o deducción de nada. Tampoco es un postulado. Esuna evidencia o un principio, y de ahí parten la ciencia y todaforma de conocimiento de la realidad natural.

Desde que el hombre es hombre no ha podido resistirse ala pregunta acerca del porqué el mundo está ahí. La metafísi-ca del pensar, con su mundo feliz subjetivo sin falsabilidad in-quietante en los hechos, puede ser muy gratificante, pero dejaal científico descorazonado ante la realidad que le circunda.No le aporta más que relativismo, o una concepción del mun-do y de la vida cargada de nihilismo existencialista. El cientí-fico por serlo, y por la época en que vive, se resiste a ser dog-mático, pero desearía ser escéptico; algo muy difícil porquenos encontramos inmersos en el relativismo de más dura tex-tura. Como hombre, no puede sustraerse a las preguntas ele-

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mentales que todos nos hacemos acerca del sentido de todo yespecialmente del sentido de nuestra propia existencia; y elpeligro más real es convertirse en un agnóstico convencido. Elescepticismo no va a la zaga del deseo de descubrir, de la cu-riosidad profunda que lleva la tarea investigadora más allá dela contrastación empírica de unos enunciados poco ambiciososde pregunta y respuesta.

Pero el hombre de ciencia se alía con gran facilidad con elpoder de la técnica. Posiblemente la tentación de renunciar aconocer la realidad obedece en buena medida a la presión debuscar el conocer para poder. El conocimiento científico es muyfácilmente reducible a técnica, convertible en un saber paramanipular y doblegar lo conocido, precisamente porque su ob-jetivo es conocer los aspectos materiales cuantitativos y mecá-nicos. De ahí la tentación de valorar sólo la tecnología deriva-da de la aplicación de los conocimientos. La técnica de suyo esprogresiva, innovadora e imparable. El desarrollo tecnológicoasegura una sociedad de progreso material, consumo y bienes-tar. Asegura, o al menos promete, salud y calidad de vida, sinatender al precio a pagar. El poderío de la técnica no admitelímites cuando proviene de la renuncia expresa a la verdad.No hay frontera alguna si se desconfía de que algo sea comoes, y no como se quiera que sea, para que funcione al serviciode intereses.

El precio a pagar ha resultado ser excesivamente alto: seha llegado a la desconfianza acerca de lo que no es producto dela acción humana. Nada significa nada de suyo, sino sólo enfunción del significado que se le otorgue, en cada situación y encada momento, y siempre en función del progreso técnico y dela opinión mayoritaria. Son pocos los que confían plenamenteen las soluciones técnicas del tipo de lograr la energía de la fu-sión atómica para solucionar el hambre del mundo. La tecnolo-gía misma, en sus aplicaciones destructivas o sus imprevistosincontrolables, ha generado un miedo real. La fe en la omnipo-tencia del hombre moderno ha ido perdiendo fuerza, incluso enáreas como la biotecnología aplicada a la agricultura y a la in-dustria alimentaria. Los alimentos transgénicos, por ejemplo,provocan un rechazo generalizado porque se considera que el

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riesgo supera los beneficios que aportan. En cambio, el auge dela confianza en la técnica se centra en el área de la salud, lascondiciones de calidad de vida y la llamada medicina del deseo.

Aunque el precio a pagar ha sido alto, ha venido compen-sado por el relieve del puesto en la sociedad que se le otorga alcientífico. Si la ciencia positiva no es conocer para saber, sinosólo para poder, los científicos no deberían tener nada que de-cir respecto a los límites éticos, a la bondad o malicia de susorientaciones prácticas. Y, paradójicamente, los científicos, yprecisamente en cuanto científicos, son los nuevos sabios a losque se convoca para dar respuesta no ya de los límites éticosde la tecnología, sino de las eternas cuestiones esencialesacerca de «de dónde venimos, quiénes somos y adónde vamos».

Parece insólito que un científico o un técnico, sólo porquetrabaja en un laboratorio, sin más estudio, pase a convertirseen un reconocido filósofo capaz de afirmaciones rotundas acer-ca de la naturaleza humana, la existencia del alma o el origeny destino del universo. No se le exige rigor, ni se le examinaacerca de su bagaje filosófico. El reconocimiento como pensa-dor: se le otorga credibilidad per se; por ser científico. Unacosa es reconocer el valor que la ciencia tiene en cuanto es ca-paz de predecir fenómenos, y otra, caer en el peligro que con-lleva otorgarle el prestigio de sabiduría: «La ciencia dice». Es,ciertamente, excesivo aceptar que las personas afronten a cie-gas, sin otra forma de conocer que la científica, las cuestionesfundamentales de la vida; pero aunque dispongan de otras re-ferencias sólo consideran segura a la ciencia.

Es aún más paradójico cuando en los debates de cualquiertipo se ve a científicos afirmar lo contrario acerca del mismohecho y en nombre de la misma ciencia. Y es que el relativis-mo, el desprecio a la verdad verdadera ha tomado tal fuerzaque el auge es para la verdad convencional: lo que la realidadsea carece de importa; sólo importa lo que seamos capaces deconfeccionar manipulándola. El artefacto hechura de mues-tras manos es la realidad más real y a la que debemos ajustarla otra, la natural.

Se hace sentir con urgencia la necesidad de rescatar lacontemplación de lo real de la mera experimentación y cons-

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trucción de artefactos, más o menos sofisticados y más o me-nos «mostrencos». Hacen sentir la necesidad de repensar laciencia los trágicos sinsentidos de la manipulación sin nortede la vida humana.

¿Cómo hacer para salir del escepticismo sin ser undogmático o un fundamentalista?

Encontré una respuesta sencilla: lo que existe y no es he-chura humana, ese mundo natural previo a la intervencióndel hombre, tiene un significado en sí mismo y un valor, másallá de la mera utilidad de las diversas formas de vida de lahumanidad. Buscar el significado del hecho natural mismo eshacer ciencia positiva; buscar el sentido propio de esa realidadconcreta y su sitio propio en la unidad del mundo natural, delmundo que está ahí. Su significado propio con relación a esetodo que es el Universo real, en el que también cada uno delos hombres tenemos sitio propio.

He deseado desde siempre entender el sentido de las co-sas. Más adelante he soñado con una ciencia abierta, humanay humanizadora. Se me hizo evidente la irrenunciabilidad detal deseo cuando leí el texto de una conferencia de mi admira-do Niels Borh, fundador de la teoría atómica. Por este científi-co yo había iniciado la licenciatura en Químicas. La maneraen que él entendió la estructura del átomo –que conocí en1964 en una clase magistral del profesor Fermín Capitán enla Universidad de Granada– me hacía intuir un nuevo modode mirar el mundo. Un verdadero sistema solar de partículassubatómicas en la miniatura de un átomo de cualquiera de loselementos químicos. Una nueva concepción científica del uni-verso más próxima al mundo de la vida que yo buscaba. Comotantos de su generación, Borh se dedicó a la ciencia por laciencia y no se detuvo a considerar el significado de ese poten-cial energético ni las consecuencias posibles de la aplicaciónde los conocimientos que descubrían aquellos insólitos experi-mentos. Supuso, como tantos otros, que la energía atómicasólo aportaría bienes a la Humanidad y, como tantos otros,despertó por los acontecimientos mundiales. «Incluso quienesdisfrutaban de un sueño más profundo hubieron de despertar

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cuando en agosto de 1945, se arrojaron sobre ciudades japone-sas las primeras bombas atómicas».

No me refiero ahora a la pendiente resbaladiza en la quese hallaban muchos de los científicos de su generación; esaprogresiva deshumanización de la técnica donde lo decisivo noes el hombre y la vida, sino la superioridad técnica, la poten-cia industrial, etc… Él ya había entendido que «en la guerramoderna no marca la pauta el heroísmo, sino la técnica… Deno establecer un límite de lo permitido pronto sería todo líci-to». Lo que me impresionó de las palabras de Borh es que apesar de esa conciencia clara del límite ético de la técnica,«sólo después, tras Hiroshima, empezó a ver claro… de no ha-ber sido así, la conciencia de la responsabilidad del científicose hubiera filtrado en mis actividades docentes, y quizás no sehubiesen prestado tantos de mis discípulos a colaborar en labomba atómica». Desde entonces he querido pensar la cienciaque hago y la ciencia que transmito y explico.

Para mí supuso un punto de inflexión en la comprensiónde la Biología, especialmente de la Biología humana, encon-trar un camino transitable: apertura, sin reticencias, a lasotras formas del saber que tienen algo que decir sobre el mun-do que está ahí. Quién sabe si pueda servir a otros; con el de-seo de que así sea, he puesto por escrito este relato.

Alcanzar el sentido de la realidad es una búsqueda sin tér-mino de la humanidad mientras los hombres vivan; y esto nosólo porque la riqueza es tanta que al contarla resultan histo-rias interminables, sino porque ese mundo que está ahí, estáhumanizado por los hombres.

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Capítulo 3.Mitos, increencias y creencias

del científico

No se puede evitar que los mitos, por ejemplo, los escatoló-gicos, por citar algunos referidos a Platón, signifiquen algocompletamente distinto para el intérprete moderno, si éste estáconvencido de que en verdad existe algo como un juicio des-pués de la muerte, o si considera absurda semejante convic-ción.

Josef Pieper. Sobre los mitos platónicos. 1984.

La ciencia positiva, como camino de búsqueda de verdad,exige a sus cultivadores la capacidad de liberarse de aquellasataduras intelectuales que suponen un verdadero obstáculopara alcanzar una imagen coherente del mundo y del hombre;una unidad interior en la que los conocimientos especializadosno sean compartimentos estancos en contradicción, y en elmejor de los casos sin comunicación posible, con sus creencias,su forma de entender la propia vida y hasta sus más íntimas yprofundas aspiraciones. La actividad científica no es un proce-so autónomo con respecto al contexto intelectual, ni social, nisiquiera al de las modas.

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¿Es posible hacer que el científico de hoy piense, al menosuna vez, si en el mundo existe un orden de alguna manera je-rárquico? Más aún ¿existe algún tipo de embate intelectual omoral que le haga replantearse la convicción de que lo que tie-ne valor y sentido es sólo lo que es obra del poder omnipotentede la técnica?

La cuestión nuclear de nuestra época es aquélla acerca dela autonomía del hombre: la firme resistencia a admitir que lamedida de la racionalidad del universo no es la inteligenciahumana y menos aún la racionalidad técnica, empobrecida asu vez al reducirse a lo que es demostrable por medio de la ex-perimentación científica. Se hace difícil superar, debido al mí-tico prestigio concedido a la ciencia en razón de la técnica de-rivada de ella, la actitud de poner la confianza exclusivamenteen esta forma de raciocinio que tiene necesariamente que des-componer la realidad para analizarla y después componer lodiseccionado. Es, precisamente, en ese volver a componer don-de cabe el peligro de reformular el proyecto original, cambiarel sentido propio, es decir, vaciarlo de sentido. Y esto es lo queuna y otra vez se lleva a cabo; y una gran mayoría parece que-rer que así se haga.

Se han hecho muy comunes afirmaciones a favor del abor-to, de la eutanasia, de la creación y destrucción de embrioneshumanos, etc., que muestran la pasión del hombre autónomo,de dominar «técnicamente» el mundo, la vida y la muerte. Laraíz del afán de autoafirmación que le caracteriza es la rebel-día contra el hecho de deberle a alguien la existencia, de sercriatura, de ser hijo. Desde esa perspectiva el mundo naturales un mundo irracional, sin significados y sin sentido. Los de-rechos humanos universales, arraigados en la naturaleza hu-mana y que dicen algo importante y esencial sobre la vida ver-dadera de todos y cada uno de los hombres, dejaron de existirrecientemente, por decisión de la mayoría. Una decisión ma-yoritaria parece ser la única verdad en que se pueda confiar.

El individuo autónomo crea su propia ética; y esa ética de-cidió que aquello que la tecnología científica fuera capaz de ha-cer para «otorgar felicidad» no sólo era de suyo lícito, sino queteníamos obligación de hacerlo. Y esta suprarresponsabilidad

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va conduciendo nuevas obligaciones morales de investigar, acualquier precio, para futuros mundos felices o para crear pa-raísos biotecnológicos. La intervención es siempre ambivalen-te. Más aún, la mentalidad intervencionista trata continua-mente de aumentar la distancia entre lo naturalmente dado ylo artificialmente realizable. Toda la carga moral recae así enel fin de la acción, en la intención, pero no en lo que se hace; y,con ello, la moral se reduce a la técnica. La racionalidad técni-ca sobrepone, o impone, los propios fines sin reconocer el ca-rácter y significado propio del hecho natural, previo a la pro-pia intencionalidad. Así, la aventura del espíritu que culminaen la civilización técnica pretende una ética no limitada en susjuicios por alguna finalidad, sentido o significado natural.

En cierta medida, se percibe que este deseo del hombre deconvertirse en dador de sentido a la realidad creada es un fac-tor clave de la violencia de la cultura de la muerte. En efecto,al hombre, creado a imagen de Dios, no le viene dado en formade instintos cómo vivir. Si pierde su instinto específico, la leynatural, que es luz de la inteligencia para entender cómo sonlas cosas, y por tanto de cómo vivir, degenera realmente y seconvierte en fuerza destructora ciega.

El camino de superación del callejón sin salida de ese ra-cionalismo en el que no parece darse más que, o bien la «afir-mación científica», o bien la pura fantasía, está en reconocerque hay una tercera realidad: la esfera del sentido propio delmundo natural. La tarea cultural, en la que el científico estáinvolucrado y comprometido, es no dar por terminado el cono-cimiento de las ciencias positivas antes de tiempo. Sin dejarde lado su saber natural, logrado por el esfuerzo, acerca delmundo y del hombre, se requiere tomarse en serio la empresade saber qué hay de verdad en los conocimientos transmitidospor tradición de quienes nos han precedido. Qué hay de ropajedefectuoso y qué de verdad expresada en un lenguaje que hade ser necesariamente simbólico; esa esfera del significado na-tural tiene su propio lenguaje; el verdadero contenido, al nopoder ser objeto de la experiencia empírica, tiene que expre-sarse con múltiples imágenes, ninguna de las cuales pretendede suyo una descripción literal.

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1. El lenguaje universal del mundo natural

El lenguaje limitado de la técnica

Aristóteles decía que para saber qué hacer, hay que hacerlo que se quiere saber.

Estaba expresando claramente la imposibilidad de separarla investigación pura de las ciencias positivas de la investiga-ción aplicada. Una buena parte de la actividad científica pre-cisa ponerse a experimentar, echar las redes lejos para saberqué se alcanza y hasta qué punto es alcanzable lo que se per-sigue. El lenguaje de la técnica parte del principio de «conocerpara poder». La ciencia es capaz de conocer los aspectos mate-riales cuantitativos y mecánicos de la realidad y puede hacer-lo, lo hace con frecuencia, sin atender a lo que la realidad dicede suyo. Es más, puede empeñarse en imponerle un proyectopropio. De ahí que la ciencia positiva sea, muy fácilmente, re-ducible a técnica, convertible en un saber para manipular ydoblegar lo conocido.

Justamente, el nacimiento de la ética como ciencia de lomoralmente factible o no factible en la Antigüedad clásica, sedebió al carácter radicalmente ambivalente de la razón: a suapertura tanto al bien como al mal. La pura razón no es guíasuprema y esto se hace especialmente patente en la técnica.La técnica de suyo es progresiva, innovadora e imparable, y elidioma del desarrollo tecnológico es el de asegurar una socie-dad de progreso material, consumo y bienestar. Asegura, o almenos promete, salud y calidad de vida, sin atender al precioa pagar. No hay frontera alguna si se desconfía en que algosea como es, y no como se quiera que sea, para que funcione alservicio de intereses. El precio a pagar ha resultado ser exce-sivamente alto: se ha llegado a la desconfianza acerca de loque no es producto de la acción humana.

¿Es posible afirmar que nada significa nada de suyo, sinosólo en función del significado que se le otorgue, en cada situa-ción y en cada momento, y siempre en función del progreso

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técnico, y de la opinión mayoritaria? ¿Es posible aceptar lapretensión de que nadie, ni por nada, se ponga un límite in-trínseco a la investigación científica?

Este parece ser el lenguaje propio de la arrogancia: deslum-bra, atrae y ata. Entra en la intimidad del pensamiento y suplela palabra humana. Es capaz de reinventar todo posible proyec-to original del que no se es autor. Pero esto es demasiado con-fiar; sería una confianza temeraria. Es obvio que lo naturalestá ahí –determinado y finalizado en una dirección– de formaprevia a cualquier acción humana. Los hombres podemos al-bergar la duda de que si es racional, hermoso y bien proyecta-do, se deba, precisamente, a que responde al proyecto de unCreador bueno y todopoderoso que lo diseña. De lo que no cabeduda es de que el mundo natural no es hechura del hombre.

Ahora bien, existen pensamientos del hombre que sontambién proyectos, y existen artefactos realizados según esosproyectos. La adecuación entre el proyecto humano y lo reali-zado es la verdad de lo artificial pero, esto no tiene, de suyo,una garantía radical. Como ha desarrollado ampliamente ensus escritos Robert Spaemann, justamente lo característico dela racionalidad técnica frente a la práxis moral es desacoplarmedios y fin. Es sobreponer o imponer los propios fines sin re-conocer el carácter y significado propio del hecho natural, pre-vio a la propia intencionalidad.

Así, la aventura del espíritu que culmina en la civilizacióntécnica pretende que la autonomía del hombre dicte un modode ética que no acepta la valoración de las realidades en juego,como si el mundo natural fuese un mundo irracional, sin signi-ficados y sin sentido. Sólo dispondríamos de acuerdos conven-cionales sobre la oportunidad o no de llevar a cabo un proyecto.

El miedo al poder tiránico de una técnica sin norte, comoha mostrado ser la actual, ¿no es suficiente para pensar en al-gún modo de revertir el proceso?

No son pocos los que perciben esa alarma íntimamente li-gada al poder tecnológico y que amenaza al hombre en el fon-do de su humanidad. Entre ellos, muchos cultivadores de esasmismas ciencias. Por varias razones aparece como empresaimposible, o al menos algo quijotesca, intentar salir de la cri-

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sis en la que se ha sumido la ciencia positiva, al menos lasciencias de la vida, por su alianza con el poder de la técnica.Son el ámbito en que, en estos últimos decenios, se ha dado unenorme progreso ligado en cierta medida a una biotecnologíacreciente que la autoalimenta, y que trae consigo un desarro-llo, verdaderamente espectacular, de las aplicaciones de losconocimientos adquiridos. Las expectativas que ofrecen de uti-lización práctica de los resultados son verdaderamente altas.

Además, la comunidad científica «de los de la vida», comotal, tiene un continuo intercambio con la sociedad. Es ciertoque prácticamente se limita a dar a conocer –y así obtener eleco a través de los medios de comunicación– algunos experi-mentos audaces o simplemente temerarios. A cambio la socie-dad ofrece al científico un sucedáneo de la libertad de investi-gación: la consideración de tema prioritario que lleva consigofondos disponibles.

El lenguaje empobrecido de la ciencia

Nuestra cultura de la técnica y del bienestar se basa en laconvicción de que, en el fondo, todo es factible… Lo que no esobra nuestra, no existe.

Joseph Ratzinger. Dios y el mundo. 2002.

La racionalidad propia de la ciencia pierde la palabra enesta alianza con el poder técnico. Es uno de los fracasos con-temporáneos de la razón, porque de suyo la ciencia es autóno-ma, aunque nunca autosuficiente. La vida intelectual de las co-munidades científicas especializadas es, generalmente, muypobre, y suele estar dominada por unos pocos. Se limita, casipor completo, a algún que otro acuerdo que permita defender elcampo específico de depredadores, y a reuniones en las que almenos se conocen todos o casi todos. La reciente historia mues-tra que los valores prácticos moralmente dominantes acabanrepercutiendo en los métodos y hasta en los contenidos mismosde la ciencia. Hasta la aceptación de los resultados científicospasa por las ideas en boga en la cultura dominante.

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Los deseos de una sociedad de dominar la vida y conseguircondiciones consideradas necesarias, o simplemente conve-nientes para una vida con calidad acaban contribuyendo a se-leccionar los objetivos prioritarios de la investigación, los me-dios materiales necesarios para llevarla a cabo, e incluso asuplantar la elección de temas y métodos en el proceso de re-solución de los debates científicos. Quizás la prueba más pa-tente, y patética, del fracaso de la racionalidad científica es eldebate aún caliente sobre el tipo y el modo de uso de las célu-las madre en la Terapia celular, campo en el que estoy seria-mente implicada. La problemática planteada en esta áreaestá cargada de fuertes tensiones por la posibilidad fáctica deutilizar embriones humanos precoces como fuente de célulastroncales embrionarias, que parecieron poseer un gran poten-cial para la investigación y una gran aplicación terapéutica.

Muchos perciben que la centralidad del hombre como suje-to-objeto y beneficiario de esas investigaciones, y de las aplica-ciones terapéuticas, otorgan al trabajo científico en este campouna evidente connotación ética. No se trata de frenar o no labúsqueda de conocimientos; se trata de que la forma de obte-nerlos, y sus aplicaciones, suponen de partida destruir, mutilaro dañar vidas humanas. Este no es un asunto de neutralidad dela ciencia. Que un método de trabajo conlleve, o no, destrucciónde la vida de un ser humano vivo es la línea roja que califica laactividad humana científica, médica, o de política científica.

La ponderación del valor de una vida humana, en una si-tuación objetivamente precaria como es la de los embrionessobrantes crioconservados durante largos periodos de tiempo,frente al valor de un estudio científico, todo lo plenamente ri-guroso posible, remite a la cuestión del valor en sí mismo deun ser humano en su fase previa a la implantación en el úteromaterno. Ciertamente el trazado de esa línea «ser humanovivo» puede hacerse delgado o grueso, según creencias, incre-encias e ideologías. De ahí la responsabilidad de la comunidadcientífica de apertura y profundización del conocimiento comocondición de objetividad.

Importa, y mucho, mantener la ciencia a salvo de falsifica-ciones por cualquier tipo de motivos, y evitar que la interpre-

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tación y discusión de unos datos sean manipulados por convic-ciones. Ahora bien, no se trata de imponer silencio en nombrede la neutralidad de la ciencia. De acuerdo con lo que señalaJavier Rodríguez Alcazar, «cuando un científico opta por ate-nerse a lo que honestamente considera una mejor descripciónde la realidad, enfrentándose a otros colegas, que prefieren ig-norar datos incómodos, no está practicando una ciencia librede valores; está más bien permitiendo que su práxis científicasea orientada por unos valores mejores que los de sus colegas.Y la adhesión a esos valores no sólo no es una amenaza parala objetividad científica sino que más bien abre la posibilidadde avanzar hacia esa objetividad… El problema es entoncesexplicar en qué sentido unos valores son mejores que otros ycomo justificar nuestras afirmaciones…».

¿Puede la racionalidad de la ciencia dar cuenta de la obje-tividad de las valoraciones que ha de hacer en su propio terre-no? Obviamente sí. Y justamente porque la terapia celular ola regenerativa, aunque no sean la panacea universal, tampo-co son una simple promesa y aparecen como un potencial realy de interés, se exige, por tanto, un riguroso uso de la raciona-lidad científica para encauzarlas sin ambivalencias, ni técni-cas, ni éticas.

Como siempre ocurre, la racionalidad científica exige unconocimiento actualizado, es decir liberado de dogmatismosque se establecieron en el pasado –y que por reciente que pa-rezca en la ciencia biológica el pasado se mide por décadas–;riguroso, esto es, liberado de prejuicios, creencias o increen-cias, que pretendan hacer decir a la ciencia lo que la ciencia nopuede decir, ni desdecir; y honesto, liberado de intereses que,pudiendo ser en sí mismos legítimos, dejan de serlo al ocultar-se tras el interés proclamado. Es más, el estudio y la divulga-ción se hacen particularmente exigentes en este caso, por elhecho de que algunas revistas científicas, de prestigio e impac-to, han tomado una postura previa acerca del posible potencialterapéutico de algunos de los tipos de células troncales.

La primera orientación viene dada por los conocimientoscientíficos que se tienen. En este caso existen dos grandesáreas de conocimientos adquiridos y ratificados en los últimos

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años, y apoyados en ellos se puede orientar la investigación.En primer lugar, el descubrimiento de que los tejidos y órga-nos del cuerpo humano tienen capacidad, por sí mismos, parareparar los daños y regenerarse. El organismo guarda reser-vas de células troncales cuya maduración se induce de formamuy estricta y también diferente según su naturaleza y el tipocelular al que de forma natural deben sustituir y recambiar.Por ello, la función propia de los diferentes tipos de célulastroncales del organismo ya formado (en nomenclatura habi-tual, células troncales de adulto), y los factores que inducen sumultiplicación y su maduración a células especializadas en elorganismo in vivo, son conocimientos necesarios y previos parauna terapia regenerativa racionalmente planteada.

En segundo lugar, conocemos actualmente lo que es un em-brión humano de pocas células, y lo que es un simple conjuntode células, organizado en diversas estructuras multicelulares,sin constituir un organismo. La masa celular interna del em-brión de unos cinco días son células troncales embrionarias delas que parten todos los sistemas, tejidos y órganos de un indi-viduo. Precisamente porque se conoce la información que apor-ta a cada célula, o tipo celular, el estar formando parte de esaunidad que es un cuerpo vivo en sus diferentes fases tempora-les, existe la posibilidad fáctica de cambiarles su trayectoriafuncional para producir diversos tipos celulares que sustitu-yan la función de células dañadas por la enfermedad.

El significado biológico y función natural de unas y otras deesas células, las de adulto o las de embriones, es bien diferentey, por tanto, las terapias que se puedan derivar del uso de unasu otras no es simplemente opcional desde el punto de vista téc-nico. En el caso de las de adulto se trataría de inducir y poten-ciar in vivo la función que ya naturalmente poseen. El posibleuso terapéutico de las células madre que proceden de embrio-nes supondrá siempre sacarlas de su contexto natural –un em-brión en desarrollo– crecerlas, madurarlas y transferirlas alenfermo. Incluso si se pudieran obviar los graves problemaséticos de producción y uso de embriones como mero medio enprocesos terapéuticos, la agresividad en sí de tales procesos loshace insolventes médicamente por desproporción de los ries-

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gos. No son, por tanto, opciones paralelas; las células proceden-tes de los embriones no son, sin más, una alternativa terapéu-tica a las procedentes del organismo adulto, o a la inversa.

La naturaleza no es homogéneamente neutra. El mundonatural no es un catálogo de seres sin relación y referenciasentre sí y con el hombre. Menos aún son homogéneos y neu-tros los procesos de la biología humana. Por ello, la valoraciónde la intervención técnica en la biología humana exige poderdar cuenta del hecho claro de que el actuar humano no es sim-plemente instintivo o automático, sino libre. La corporalidadhumana tiene en todos sus aspectos una indeterminación delo puramente automático que hace que el cuerpo del hombresea siempre un cuerpo humano, nunca un cuerpo «a secas».Para el hombre no vale como referencia simplemente la ley dela naturaleza, si ésta es considerada al modo de las determi-naciones que observamos en los animales como «racionalidadinconsciente». El cuerpo humano ni es pura biología ni es ma-terialidad conducida por el espíritu. La afirmación de la uni-dad del compuesto humano encuentra una manifestación ex-perimental en la deficiencia que tiene el hombre en el campoinstintivo y, en general, en la debilidad biológica del hombre.Esta debilidad es compensada por la razón, un elemento radi-calmente novedoso en el mundo de la vida.

Al lenguaje de la ciencia positiva no le basta la gramáticapropia de las descripciones de los hechos, precisamente porquelos hechos no son neutros. Todos estamos de acuerdo en que loscientíficos han de hacer lo posible por evitar que los resultadosde sus investigaciones estén predeterminados por su aceptaciónde una determinada convicción moral, ideológica o religiosa.Más aún en que han de evitar que ocurran intencionadas falsi-ficaciones en función de los intereses personales de algunos.

En algunas ocasiones, y sobre todo en ciencias «maduras»es posible alcanzar acuerdos consensuados en relación con lasposibles aplicaciones de aquellos conocimientos con los que setiene un cierto nivel de seguridad. Las investigaciones biológi-cas tienen claros ejemplos de uso racional del conocimiento,en el campo de las manipulaciones genéticas de microorganis-mos, o del desarrollo de organismos transgénicos, etc. El nivel

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de los valores morales, la seguridad de la población y el respe-to al entorno natural salen al paso como un criterio sano quees el que debe orientar la adopción de decisiones sensatas.

El lenguaje ambiguo de las bioéticas

La pelota, después de algunos rebotes por los dominios dela epistemología de la ciencia, acaba inevitablemente en el te-jado de la teoría ética.

Javier Rodríguez Alcázar. Esencialismo y neutralidadcientíficas. 1997.

En lo que es muy difícil alcanzar consenso es en el intentode explicar en qué sentido unos valores son mejores que otrosy cómo es posible justificar nuestras afirmaciones respecto alos valores. Y sin embargo, dar cuenta de la racionalidad mis-ma de la ciencia acaba exigiendo un respuesta a cuestiones re-lativas a la justificación de los juicios éticos. O mejor dicho, laracionalidad científica forma parte de una racionalidad huma-na más amplia. Una racionalidad de la que se desconfía pro-fundamente, quizás entre otros factores por la cantidad deapellidos que tiene: consecuencialista, ponderativa, realista…

El problema de fondo, que se presenta de manera cada vezmás acuciante, es si el modo científico de saber es también, ono, una instancia ética, de manera que todo lo que con la bio-tecnología pueda conseguirse deba hacerse, o al menos seajusto hacerlo. Más aún, para algunos evitar que se frene elprogresivo desarrollo del poder tecnológico implicaría que todolo que pueda técnicamente hacerse, debe obligatoriamente ha-cerse; o si por el contrario, las ciencias de la vida no son la ins-tancia última sino un instrumento que puede ser bien o malutilizado y que requiere una referencia cierta.

Sin demasiadas reflexiones previas, casi todo el mundo ad-mite estas dos proposiciones complementarias: la primera,que por muy deseables o convenientes que se presenten, parala propia economía por ejemplo, determinadas conductas, co-mo apropiarse de lo ajeno, no deben seguirse. Hay imperati-

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vos éticos que las prohiben. Uno puede mentir a un amigo, ex-plotar inicuamente a otro, prender fuego a un bosque… perono debe hacerlo. La segunda es también muy clara. Por muyexigente y costoso que parezca seguir determinados comporta-mientos, es preciso cuando un deber ético así lo prescribe. Haycosas que se podrían dejar de hacer y, sin embargo, deben ha-cerse. ¿Es justo reaccionar de igual modo ante un escaparateque ante los heridos de un accidente? En ambos casos unopuede pasar de largo con indiferencia y despreocupación; en elprimer caso no importa que lo haga; en el segundo, no debehacerlo.

Hay planteamientos en que no aparece tan nítido el límiteentre poder y deber. Pero lo que se discute, incluso cuando loslimites no son del todo borrosos, es una cuestión previa y másfundamental que desde hace decenios en el ámbito de nuestracultura se presenta sumamente confusa: la cuestión de cuál esel criterio –si es que lo hay– de acuerdo con el que podemospermitirnos practicar honradamente aquella distinción. ¿Quécosas son las que no deben hacerse y cuáles las que deben rea-lizarse? Y sobre todo ¿por qué razón hay cosas que han de ha-cerse y otras que han de omitirse?

Hay un cierto deseo de encontrar una objetividad dondepoder asentar de alguna forma las valoraciones éticas; uncierto deseo de superar la absurda abdicación de la razón queimplica el relativismo ético: sostener que dos morales contra-dictorias son equivalentes. Es un fracaso de la razón sostenerque en ética todo es cuestión de preferencias subjetivas oacuerdos mayoritarios, ya que en el terreno de la ética no ca-ben afirmaciones objetivamente válidas. ¿Estamos condena-dos a creer que la elección entre libertad y esclavitud, entresolidaridad u odio, entre verdad y mentira es sólo resultado depreferencias subjetivas?

¿Estamos abocados a pensar que el hombre es incapaz dediscernir y formular juicios morales tan valiosos como los res-tantes juicios de la razón?

Siempre he pensado que no; es más, intuía que la cienciabiológica podría ayudar a solucionar este otro fracaso de la ra-zón que supone el profundo relativismo moral. A comienzos del

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año 1976, iniciado ya el curso académico, me planteé entrarlede frente a la cuestión de la Deontología biológica: ¿dónde en-contrar esa instancia, esa referencia firme que nos permita dis-tinguir radicalmente y de modo inequívoco lo justo de lo injus-to. Entonces era corriente entre algunos biólogos y entre otrasmuchas personas, a causa del extendido prestigio de las cien-cias de la vida, la afirmación de que ese criterio objetivo es pre-cisamente la ciencia biológica. Si el hombre es lo que la biologíaconstata, o más bien, lo que la biología llegará a conseguir quesea, no hay ninguna instancia que sea anterior o superior a laciencia y a la biotecnología. Hay una verdad objetiva –se podíaafirmar en aquella época– acerca del mundo y el hombre, y estaverdad es la propia ciencia quien la determina.

Tuve un profundo diálogo con José María Martínez-Doral.Quizás no habría inconveniente en admitir una respuesta deeste tipo si, efectivamente, la ciencia biológica fuera capaz deconstatar y de configurar una imagen verdadera del mundo dela vida y del hombre. Es obvio que no; que con los métodos dela biología no somos capaces de dar cuenta cabal de todo lo quehay en cada ser humano; de su inteligencia, sus sentimientos,su aspiración de inmortalidad, su búsqueda irrenunciable desentido. Pero la biología sí puede darnos una imagen, aunqueparcial, cada vez más exacta. Se trataba por tanto, me decía miinstinto, no ya de no hacer pasar por plenaria y total esa ima-gen parcial, sino de buscar la plenitud abriéndose a las otrasformas de conocimiento. Él se había interesado años atrás pormi Tesis; y le di a leer el capítulo de Materiales y Métodos queacaba de escribir. Se quedó en las primeras líneas, en las quedescribía con todo lujo de detalles cómo obtenía el hígado delas ratas macho Wistar de donde sacaba las mitocondrias, paraconseguir las partículas submitondriales en las que localizaríalos componentes de la cadena transportadora de electrones,como rezaba el largo título de la Memoria del trabajo experi-mental que defendí en 1972. Al devolverme los folios y pregun-tarle por su tema me respondió: «Yo me pregunto por quién esel hombre». En el fondo esa era también mi pregunta.

Si mi biología atendiera a la verdad de la realidad misma,si buscara el sentido propio del hecho natural y su sentido enla unidad de sentido que es cada vida, se me haría un modo de

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conocer capaz, tal vez, de abrirse a otras formas de conoci-miento y comprender la realidad sobre uno mismo y, por ello,conocer la verdad acerca de qué comportamientos son acordesy cuáles por el contrario se tornan inhumanos. Ahora sé quetoda argumentación bioética exige descubrir el significado na-tural del hecho biológico y para ello el valor de esa realidad enrelación con el hombre, que es la referencia por ser la personahumana un valor en sí mismo y por sí mismo. Exige descubrirel significado natural de los hechos biológicos humanos y susentido pleno en relación con el carácter personal de todo hom-bre. Exige ser capaces de superar la tentación de verlo como unhecho aislado y encerrado en sí mismo, como material neutro,o como mero proceso fisiológico del cuerpo del hombre, sin otrosentido que el que el hombre quiera darle en cada momentohistórico.

La «fuerza» propia de la biología humana puede detectarseprecisamente por la ciencia biológica.

Aprendí, allá por los años ochenta, del profesor FernandoInciarte lo que el llamó, al menos en aquella conferencia en miUniversidad, «la transcendencia del hecho empírico». Recuer-do bien que estaba considerando la diferencia «de hecho» en-tre la manipulación genética que introduce un material coninformación genética que no corresponde a los individuos de laespecie (por ejemplo el gen que codifica la insulina en una bac-teria para hacer de ella una fábrica de producción de la hor-mona), de la ingeniería genética que introduce un gen huma-no en un enfermo que carece de ese gen que le correspondíatener y que le funcionara bien; esto es, una terapia genética.

No se trata de que la intención sea buena o mala; lo funda-mental es que no es lo mismo de hecho cambiar la informacióngenética que constituye un viviente, que arreglarle un gen queno es capaz de expresar una información necesaria para suconstitución plena y su desarrollo natural normal. Después heaprendido que esta palabra de la ciencia acerca de qué es, enqué consiste, qué sentido fisiológico tiene un determinado he-cho es transcendental para hacer ciencia y para juzgar acercade la aplicación de los conocimientos. Tal vez no se requieramás que eso. Lo que esta afirmación no implica, de ninguna

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manera, es que la ciencia en cuanto tal sea autónoma plena-mente para alcanzar las cuestiones de sentido. Su sitio propioen el camino hacia el conocimiento verdadero requiere laapertura a otras palabras humanas. Sin esto la ciencia no esmás que el balbuceo de un niño.

Durante más de diez años explique Deontología biológicacomo materia de la licenciatura de Ciencias. Empecé haciendopreguntas a mis colegas, principalmente de la Facultad de Fi-losofía, y a pedirles que me las fueran respondiendo ante losalumnos, en un dialogo abierto acerca de las posiciones con-temporáneas que se han ido enfrentando con los problemas delas referencias morales, fundamentos de la Antropología, elconocimiento científico, la fiabilidad y el sentido de las cien-cias de la vida... Mientras, yo misma iba planteando una seriede cuestiones concretas –experimentación científica en elhombre, ingeniería genética, tecnología de la generación, eco-logía, eugenesia, armas biológicas…–, que plantean de mane-ra apremiante muchas veces el insoslayable problema de larelación ciencia-conciencia.

Al año siguiente el profesor era yo y el diálogo continuó sin«el público»; pero ellos, los alumnos, siguieron siendo la piedrade toque de nuestro crecimiento vital en la búsqueda de la ver-dad. Sólo si era capaz de ponerme delante de la mesa y noatrincherarme detrás de ella, si era capaz de pasear y dejarque las respuestas fueran saliendo como respuesta a auténti-cas preguntas, sin atarme al papel que contenía el guión, y sinprovocar tampoco ese tipo de desconcierto entre los estudian-tes que reflejó uno de ellos cuando me interrumpió una vezpara quejarse: «¿por qué ha cambiado de idioma?, se le entien-de mejor cuando explica bioquímica». Entonces y sólo entonces,sabía, y sabíamos, que el dialogo interdisciplinar estaba produ-ciéndose y dando frutos reales. De aquella experiencia surgióel libro de texto que lleva ese nombre y de autores varios.

Sólo después de años de tal convivencia, me di cuenta undía de que podía adueñarme de estas bellas palabras de Ro-mano Guardini porque lo que reflejan también estaba siendomi propia experiencia de profesor universitario de ciencias:«Seguí mi instinto, planteé los problemas y busqué las solucio-

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nes, leí los textos, aclaré las cuestiones que surgían de ellos yesbocé lo mejor que pude la figura espiritual que contenían.La confianza en mí mismo me llevó incluso más lejos. En elfondo yo no me había planteado qué objetivos se atribuían ami cátedra, qué era lo que los que me escuchaban deseabansaber, sino que decía lo que decía convencido de que lo quepara mí era importante también debía serlo para los demás.Siempre tuve la certeza, quizás presuntuosa pero en todo casoviva, y nunca cuestionada después de que valía la pena decirlas cosas que me interesaban, ya que afectaban a todos…siempre me he puesto a escribir sólo porque me veía impulsa-do desde dentro. Lo mismo hice con mis clases dejándomeguiar exclusivamente por mi intuición. Abordaba el objeto queen cada momento me interesaba y leía lo estrictamente nece-sario de literatura crítica para estar informado y por lo demásdecía lo que me parecía importante».

Es obvio que no tengo la pretensión de compararme con unmaestro como Guardini; pienso que es obvio. Pero sí afirmoque lo que para él fue tarea y ganancia en solitario, por la tra-yectoria que la vida le deparó, yo lo he tenido como don, recibi-do en la convivencia de una Universidad que, a decir de suFundador, caracteriza a los maestros que «no se han dejadoarrastrar por ambientes superficiales, ni se han engañado porel espejismo de la fácil novedad».

2. Enriquecer la palabra científica

Es inútil intentar «ver a través» de los principios últimos.Si uno trata de ver todo entonces todo es transparente. Pero unmundo totalmente transparente es un mundo invisible. «Ver através» de todas las cosa es lo mismo que no ver nada.

Clive Staples Lewis. La abolición del hombre. 1990.

Como comenta C.S. Lewis en su libro La abolición delhombre, «uno no puede estar justificándose continuamente. Sellegaría a justificar la propia justificación. No se puede ver através de las cosas permanentemente... Es bueno que la ven-

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tana sea transparente porque la calle o el parque que se ven através de ella son opacos ¿Qué pasaría si el parque tambiénfuera transparente?».

La biología humana puede mostrarnos, dejarnos ver, queel hombre no es un mero producto de la naturaleza; a travésde la biología humana podemos ver lo que podíamos llamarlos presupuestos biológicos de la libertad, aquello que permiteque el titular de un cuerpo humano no quede encerrado en elautomatismo de los procesos fisiológicos. Lo que no puede per-mitirnos es dar razón de por qué es libre, ni del origen de esacapacidad de liberarse de lo puramente automático. Intentardar este último paso a través de la biología es exactamentedeshacer el trabajo del camino recorrido: no ver nada.

Pero, ¿no es ilusorio pensar que el homo faber, enganchadoen el poder de la técnica, pueda aceptar un mundo previo ple-no de significado? ¿Y no es más ilusorio aún pensar que puedahacerlo el hombre autónomo, atado a su poder donador desentidos?

Quien se define a sí mismo plenamente autónomo de cual-quier relación radical es muy difícil que acepte la posibilidadde un diseño inteligente en el mundo real. Desde luego no esasunto fácil. Y puede no serlo particularmente para los cultiva-dores de las ciencias de la vida. Las biológicas son ciencias des-arrolladas después de los inicios de otras ciencias positivas,cuyo nacimiento tuvo una clara y potente vinculación con laconcepción cristiana del mundo. La biología actual, especial-mente la biología humana, no ha tenido tal vinculación. Podía-mos decir que a lo largo de su historia la biología ha ido alcan-zando su teorización específica y estableciendo las condicionesde una cierta objetividad científica inmersa, y tomando parteactiva en lo que Juan Pablo II –en la Encíclica Fides et Ratio–ha llamado «el drama de la separación entre fe y razón».

Acabar con este drama requiere ser capaz de ver y mostraraquello que las cosas son en relación con el plan de Dios. Laley universal escrita en el corazón de los seres humanos esprecisamente este tipo de gramática que necesitamos, puestoque sin la luz que arroja el conocimiento del proyecto originales muy difícil extraer una conclusión de un razonamiento

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científico y fundamentar la bioética. La ciencia positiva ha par-ticipado en tal drama en cuanto configuradora de una mentali-dad que olvida cualquier relación con el conocimiento filosófi-co, con la visión metafísica y moral. La consecuencia de esteolvido es que algunos científicos pierden el punto de mira delverdadero interés y arrastran consigo la posibilidad de alcan-zar un poder técnico sin límites éticos. El drama no es sólouna técnica ambivalente y sin norte, sino una racionalidadcientífica condenada a padecer oscuridad.

A veces se perciben síntomas de cansancio ante el desen-canto de esa técnica sin norte y, más claramente, de una visióndel mundo y del hombre tan radicalmente empobrecida. Todapersona es capaz de percibir el misterio de la vida que bulle enla tierra y, sobre todo, el misterio mismo del hombre: la despro-porción entre el hecho fisiológico de la fusión de los gametos desus progenitores y el fruto, que es nada menos que un hombredotado de inteligencia, libertad, capacidad de amar, de relacio-nes personales, de heroísmo y miseria. Ciertamente, la percep-ción de la grandeza del hombre está en muchos anestesiada porla llamada «medicina del deseo» con sus pretensiones de des-montar la vida y montarla de nuevo. No obstante, hace faltauna buena dosis de ceguera para traspasar la última frontera yquerer hacerse a sí mismo dueño de la vida y de la muerte.

Por ello el proceso no es irreversible y tal vez sea posiblerevertirlo. Es posible volver a una ciencia no cerrada en símisma sino abierta a lo que la realidad dice. Es posible darcuenta de la dimensión propiamente humana del cuerpo, quees justamente una dimensión inalcanzable por la considera-ción meramente científico-positiva.

Pienso que, quizás, el aspecto más grave de la reduccióndel sentido del mundo natural y del hombre a lo que el des-arrollo de los conocimientos científicos permita llegar a domi-nar, es la incapacidad de discernir entre lo que es de suyo y loque queremos que sea. Acostumbrados al dominio técnico, a lasolución técnica de cualquier problema humano, los límites delo real y lo artificial se borran. El peligro, obviamente, no estáen el uso de la técnica sino en incapacitarse para percibir quésupone una determinada manipulación.

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El caso más paradigmático de este error es la aceptación–como un beneficio aportado por la ciencia, un bien impagablea los científicos–, de la práctica de la fecundación artificial; laaceptación de reducir la generación, con todo el significado an-tropológico de la transmisión de la vida humana, a mera pro-ducción. De ser un remedio de excepción, y mientras no sesepa combatir la esterilidad, el acceder a esta técnica se haconvertido en obligación: si no es posible engendrar, y la cien-cia médica puede aportar la felicidad de la paternidad, no hayargumentos que oponer. La realidad, en este caso la fecundi-dad procreadora, equivale sólo a hechos y a procesos –se afir-ma–. No hay misterio alguno, ni significado alguno más alláde un proceso biológico, eso sí cargado de una emotividad irra-cional. Ni siquiera en el origen mismo de la persona del hijoexiste más misterio que el misterio de la reproducción animal.Oponer razones profundamente humanas que muestran lagravedad de reducir la procreación a mera reproducción, o ladefensa de la dignidad de la procreación, o el derecho del hijoa ser engendrado en el amor de los padres, se ve como una for-ma de insensibilidad o incluso de crueldad. Como un «funda-mentalismo» paralizador del progreso y limitante de una op-ción, que ofrece el poder de la ciencia. Se tiene derecho a optarpor una forma u otra de conseguir un hijo sin que exista nece-sariamente un problema de esterilidad o de infecundidad. Másaun, negarse a proporcionarlas es una injusticia con aquél oaquélla que desea y necesita ser padre o madre.

Se ha llegado a plantear que toda convicción, incluso la re-ligiosa, tiene que estar disponible y rendirse ante los benefi-cios del poder técnico. Desde esa perspectiva, no merece aten-ción quien mantenga decididamente que hay convicciones queno están disponibles ilimitadamente. Son los prejuicios reli-giosos los que se enfrentan a los beneficios que ofrece la cien-cia. De ahí que el relativismo llegue a verse como presupuestonecesario para la tolerancia. Es inhumano, se añade respectoa la práctica de la fecundación artificial, denunciar que la lógi-ca del sistema de producción de seres humanos tenga unacara amarga. No se puede responsabilizar a nadie de que losembriones tengan necesariamente que ser producidos en exce-so para seleccionar, y destruir, o usar para otros fines, los pro-

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ductos subóptimos. En este sistema sobran los hijos más en-fermos, más débiles, o sencillamente excesivos para un proyec-to procreador controlado por la técnica y no dejado al albur dela naturaleza. Abandonarlos sin oportunidad de continuar lavida recién comenzada no es más que un efecto no deseable,en principio, pero necesario para la eficacia del proceso. Inclu-so para quienes la dignidad del hombre supone un límite in-trínseco a la investigación médica y científica, la idea de queexistan límites a la investigación suena como un error oscu-rantista.

Dando un paso más, podemos decir que hay una percep-ción humana, de sentido común, de que hay cosas que sólo in-tentar conseguirlas por medio de la técnica es sencillamenterepugnante. De alguna manera, hasta el más acérrimo relati-vista reconoce que algunas pretensiones no son razonables.No está siendo fácil encontrar razones creíbles, por más quealguno lo intente, para optar por originar seres humanos co-piando un trozo de otro, por clonación de otro. Ha sido de he-cho fácil llegar a acuerdos mundiales para prohibir la búsque-da y aplicación de la tecnología de transferencia de núcleos decélulas somáticas a óvulos con el fin de generar asexualmente,y que nazcan, hombres que no son hijos de nadie, sino que hantenido su comienzo en una copia del material genético de unacélula de uno o de una; una especie de injerto que se vuelve aplantar.

En este caso ya no se trata sólo de reducir la transmisiónde la vida humana a un mero proceso de reproducción sino dereinventar la reproducción, yendo en la dirección opuesta a laforma natural de la generación propia de los animales mamí-feros. Sin embargo el relativismo muestra su indigencia cuan-do está dispuesto a aceptar la clonación humana con algunascondiciones: siempre y cuando se destruya el ser humano cló-nico incipiente; siempre y cuando se realice en aras de la in-vestigación.

Es obvio que no tengo la «fórmula mágica» de la solución.Pero sí tengo la experiencia de que hay un camino andadero,al menos uno, hacia esos puntos de confluencia del pensamien-to humano de todas las épocas que permiten mirar la realidad

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sin necesitar tantas gafas «a través de las que mirar». La ex-periencia de que en una cultura empapada de relativismo ycon una fuerte dosis de confianza en la autónoma autosufi-ciencia del conocimiento científico, cabe un diálogo humanoverdadero, siempre y cuando se esté dispuesto a aceptar queel mundo natural y cada hombre tienen en sí mismos un valorque no nos corresponde imponer, sino reconocer.

Las ciencias positivas, vasos comunicantes

Decía Étienne Gilson a los alumnos de Harvard que esimportante que existan mentes abiertas a toda verdad sea éstavieja o sea nueva.

Existió una vez la superstición de que todo lo viejo era ver-dad, pero ahora sufrimos la contraria y no menos peligrosa su-perstición de que todo lo viejo es falso y todo lo nuevo es ver-dad. Pero el paso del tiempo no tiene nada que ver con laverdad. Como dice Étienne Gilson, «una verdad nueva puedey debe reemplazar viejos errores, pero no puede reemplazarviejas verdades. Mentes abiertas a toda verdad, sea ésta viejao sea nueva».

De hecho, es posible reconocer una cierta continuidad enla ciencia desde Aristóteles a nuestros días en el sentido gene-alógico, puesto que hay una forma extraordinariamente certe-ra de hacerse con algunas de las estructuras reales más pro-fundas del mundo natural. Ciertamente, y como es lógico, supalabra meramente biológica, los enunciados de la biología desu época distan mucho de los enunciados que ahora comparti-mos y aceptamos, incluso más o menos provisionalmente. Lapalabra de la ciencia es así: empieza siendo un balbuceo y pro-gresa en vocabulario, dicción y gramática. Es lo propio del mé-todo de conocimiento científico-experimental.

En cada rama de las ciencias positivas hay una lenta laborde modelización. Una tarea encaminada a llegar a alcanzar laforma propia de esa disciplina de mirar al mundo. Son las coor-denadas que señalan el sitio del observador. Las ciencias positi-

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vas comparten una misma forma de mirar a la realidad, el mé-todo científico. Miran un mismo fenómeno y cada una aporta ala respuesta un enfoque diferente: como diferentes fachadas deun mismo edificio. En este sentido son vasos comunicantes. Laluz que una arroja sobre la realidad que se mira puede ser reco-gida para mejorar el enfoque desde otro ángulo, tal vez con unaperspectiva que capta más del interior o de la altura, etc.

Unas pocas coordenadas permiten enfocar el mundo de lavida con las característica que tiene en la actualidad y que co-mienzan a denominarse como una «nueva Biología» que tienecomo núcleo el dinamismo temporal, el fluir del tiempo. Tradi-cionalmente, en los libros de Ciencias Naturales aparecíancomo definitorio de los seres vivos nacer, crecer, reproducirse ymorir. Se añadió evolucionar y también que son complejos.Evolución y desarrollo individual se unifican en su más purosignificado: cambio en el tiempo con una flecha del tiempo ha-cia un aumento de la complejidad; es decir, el cambio evoluti-vo en la vida de las especies o del individuo lleva a los siste-mas vivos desde un menor a un mayor grado de organización.En términos biológicos, la evolución en sentido contrario no sedenomina como tal, sino que se conoce como degradación. Portanto, en el proceso general de modelización biológica es indis-pensable contar con dichos aspectos: evolución que conduce aun comportamiento complejo y dinámico en el tiempo y en elespacio. La Termodinámica de los sistemas abiertos y alejadosdel equilibrio y el orden por fluctuación han permitido a laBiología pasar de describir la naturaleza y clasificar y ordenarlos diversos seres vivos a dar una explicación de la vida.

En segundo lugar, la comprensión de la biología requierepasar de un pensamiento analítico a un pensamiento sintéticoque nos hace comprender la realidad viva como totalidadesinteractuantes, en las que el todo es más que la suma de laspartes y la interacción con el medio permite auto-organiza-ción. Emerge así la Biología de sistemas y con ella se puedeconsiderar terminado el mecanicismo como sistema de expli-cación de los seres vivos. No es la simple descripción de unefecto dado una causa; se trata de predecir su comportamien-to interno. Se trata de entender los procesos biológicos en su

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contexto y predecir el comportamiento de los componentes entoda su complejidad, en el sistema vivo como unidad funcionaly no de manera aislada; el comportamiento interno.

Un gran influjo en la comprensión de los fenómenos vita-les ha tenido la «nueva revolución» en la Física, con el descu-brimiento y reciente formalización del Caos; un comporta-miento dinámico complejo. Hasta hace tres décadas existía uncódigo implícito entre los científicos: algo así como que los sis-temas sencillos se comportan siempre de modo sencillo, elcomportamiento complejo implica causas complejas y siste-mas diferentes se comportan de modo diferente. Sin embargo,esto no siempre es así. La Naturaleza presenta tipos de es-tructuras y comportamientos complejos que no siempre sur-gen de causas complejas y son guiados por las leyes generalesde la Física. Y lo más importante, las leyes de la complejidadson universales, sin reflejar en absoluto los detalles de laspartes que constituyen el sistema.

En palabras de Gleick, «en los últimos veinte años, físicos,matemáticos, biólogos, astrónomos, etc., han visto crecer uncredo diferente». El caos es un fenómeno dinámico muy exten-dido del que hasta hace poco nadie había caído en la cuenta desu existencia; en parte debido a su confusión con fenómenosaleatorios producidos por fluctuaciones, y en parte tambiénporque no encaja fácilmente en los esquemas causa-efecto tra-dicionales. Un ejemplo clásico del mundo del caos es un grifogoteando; cuando el peso de una gota de agua supera su ten-sión superficial se desprende y cae. Si abrimos muy poco el gri-fo, las gotas de agua caen rítmicamente, a intervalos periódicosde tiempo. Si se va abriendo poco a poco el grifo, el goteo seacelera, aunque sigue siendo rítmico. Pero llega una aperturacrítica del grifo a partir de la cual el goteo pierde su regulari-dad y las gotas van cayendo sin un ritmo fijo y resulta imposi-ble predecir con exactitud cuándo va a caer la próxima gota.En ese momento estamos observando un proceso caótico.

No deja de ser llamativo el hecho de que, detrás de estos fe-nómenos, y de muchos otros aparentemente azarosos, se escon-da un orden preestablecido y unas reglas fijas que producenesa apariencia desorganizada. Este es uno de los atractivos

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que la fenomenología del caos ha despertado entre no pocoscientíficos, aunque no es el único. El impacto producido por elconocimiento del caos radica principalmente en su plantea-miento como disciplina que permite abordar, interpretar y darsolución a no pocos problemas planteados por sistemas dinámi-cos complejos. Desde que la ciencia se ha preguntado acerca delas leyes que gobiernan la Naturaleza, los científicos han teni-do una especial ignorancia por problemas tales como el desor-den de la atmósfera, las turbulencias del mar, las fluctuacionesde poblaciones animales, los ritmos del corazón y del cerebro,etc. El lado irregular de la Naturaleza se veía exclusivamentecomo excepción, como un conjunto de problemas sin solución.

El estudio del caos se ofrece como perspectiva y como herra-mienta matemática con las cuales es posible llegar a entenderesta complejidad del mundo. Por caos se entiende el comporta-miento dinámico aperiódico –es decir, oscilaciones irregulares,que no se repiten nunca, de período infinito–, que aparece bajocondiciones totalmente deterministas –existe un orden dentrodel caos– y que presenta gran sensibilidad a las condiciones ini-ciales. Por ello, es un fenómeno impredecible: la más mínimaperturbación se amplifica exponencialmente. La dinámica na-tural de un caos determinista echa por tierra el viejo sueño deLaplace, que pretendía que si se pudieran conocer con suficien-te exactitud las variables, las reglas y los parámetros que con-trolan un sistema determinista se podría predecir su comporta-miento futuro. Numerosos científicos coinciden en destacar laimportancia que este hecho ha tenido en la ciencia moderna. Esuna nueva revolución de la Física del siglo XX. El caos ha eli-minado la predicción determinista, de forma semejante a comola teoría cuántica eliminó el sueño newtoniano de poder contro-lar con exactitud los procesos de medida, y la relatividad elimi-nó la ilusión newtoniana de espacio y tiempo absolutos.

Sin embargo, como en todas las ciencias positivas, en lasbiológicas permanecen palabras «torpes», explicaciones insufi-cientes de un proceso que quedan durante largo tiempo sin «re-visar» al ser aceptadas como verdades y que pueden llegar aestorbar la comprensión de fenómenos vitales profundos. Ge-neralmente, la explicación se modifica con la aparición de nue-

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vos datos; pero, a veces, no es suficiente. Puede ocurrir que senecesite la emergencia de nuevos paradigmas en áreas más omenos cercanas. Puede ocurrir que se necesiten revoluciones.

Repensar la ciencia que se cultiva y transmite, permite ex-perimentar esas emergencias y vivir el nacimiento de nuevasideas.

Con pocas cosas se disfruta más en la actividad científicaque cuando la luz que proviene de otros campos de la cienciailumina aspectos poco comprendidos de la que uno cultiva. Elproceso de constitución de un nuevo individuo desde el mate-rial genético heredado de los progenitores ocupa mi interésdesde hace algunos años. La termodinámica de los procesosirreversibles y la dinámica del caos me llevaban a entenderque «el fenotipo no es deducible del genotipo». La acción deelementos del medio intra o extra-celular sobre los genes de-termina su expresión, pero el medio es cambiante y tambiénel estado del genoma. El resultado, el fenotipo, no sólo depen-de de los genes, ni sólo del medio. No hay determinismo gené-tico sino «predisposiciones»: la expresión de cada uno de losgenes concretos con su información determinada está abiertaa procesos de cambio ordenados.

¿No será una palabra «torpe» la que afirma que el meca-nismo natural por el que se generan dos hermanos gemelosidénticos, que comparten igual patrimonio genético, es la par-tición en dos de un embrión de pocos días? Urge repensar estacuestión. El argumento de la aparición de gemelos idénticospor fisión de un cúmulo de células procedentes de una fecun-dación pondría en tela de juicio el carácter de individuo delembrión de pocos días.

Desde hace un siglo se había dado por supuesto un posibley único mecanismo: la separación de algunas células, que sereagrupan de nuevo para dar una nueva unidad de multipli-cación celular, generaría dos embriones, que anidarían por se-parado y originarían dos hermanos gemelos monocigóticos.Esa visión llevó a considerar la gemelación espontánea comoun fenómeno causado por falta de organización unitaria delembrión en su estado preimplantatorio. De forma más o me-nos radical, la posibilidad de división parecía indicar que el

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embrión careciera en sus primeras fases de un auténtico ca-rácter individual: la posibilidad de «uno poder ser dos», signi-ficaría que la vida humana sería aún insuficiente para poderasumir que posee el carácter personal propio de todo indivi-duo de la especie humana, y con la consecuencia inmediata decarecer de la dignidad propia de los hombres

¿Podría suponer sencillamente que una parte de un indivi-duo, por estar en el inicio de la emisión del mensaje, constitu-yera una nueva unidad de emisión? Sí; pero a condición decomprender que la expresión de los genes es un proceso diná-mico y abierto, en diálogo molecular genes y medio. A condi-ción de comprender que el fenotipo cigoto es un ser viviente ensu fase unicelular y no una simple célula resultado de la fu-sión de los gametos. Una sugerencia de Elisabeth Anscombede que los científicos podríamos estar confundiendo «lo carac-terístico con lo constituyente» me permitió entender que la ca-pacidad de gemelación no se opone a la individualidad. Enefecto, los cromosomas y genes que determinan muchas de lascaracterísticas del ser humano no son lo que le hacen ser unser humano. Eso no es más –ni tampoco menos– que lo quedetermina las características de un ser. Lo que le constituye enviviente, en individuo de la especie, es el arranque del progra-ma, el inicio de la emisión de tal programa. Y por ello, de unacuantitativamente «misma materia» pueden constituirse dosindividuos al arrancar dos nuevos principios vitales.

Es muy difícil pensar cómo de forma natural un embriónse pueda partir en dos, ahora que sabemos que no es unamasa informe de células y que el cigoto del que se ha ido des-arrollando el embrión no es una célula uniforme, simétrica yhomogénea, que se divida a dos iguales entre sí, e iguales aella. En efecto, los ejes corporales dorsoventral y cabeza–colaestán incoados desde el inicio mismo de la vida de un indivi-duo. El óvulo maduro es una célula polar debido a la existen-cia de un «polo animal» (marcado por el lugar de expulsión delprimer corpúsculo polar); tal polaridad aumenta con la fecun-dación y se configura plenamente al fijarse una zona en elpunto de entrada del espermio que será la zona embriónica, eldorso del embrión. En cigoto está configurado como realidad

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unicelular asimétrica y polarizada: tiene trazado un planopara la primera división celular que pasa por el polo animaldesde el punto de entrada del espermio. La primera división aembrión bicelular da lugar a una unidad de dos desiguales en-tre sí y diferentes al cigoto: el mismo individuo cigoto, quetras unas horas se ha desarrollado a embrión de dos células, yque después lo hará a embrión de tres, cuatro, ocho, etc.

La primera división de un individuo pluricelular no es lomismo que la multiplicación de un individuo unicelular, unabacteria por ejemplo; una bacteria desaparece al dar paso a laformación de dos «hijas», ninguna de las cuales mantiene laidentidad de la primera. No es válida la comparación que a ve-ces se esgrime a favor de la individualidad del embrión preim-plantatorio de que una bacteria no deja de ser un individuo yse reproduce dividiéndose en dos. En efecto, los microorganis-mos tienen ese modo de reproducción en que uno desaparececomo tal para dar paso a dos «microorganismos hijos». Con lareproducción sexual los progenitores no desaparecen al trans-mitir la vida a un cigoto, ni éste desaparece al dividirse y darpaso a dos gemelos.

Es evidente ahora que el patrón estructural del embrióntemprano se establece en la fecundación; este proceso originala organización individualizada del embrión ya en la etapa decigoto. El nuevo enfoque de la embriología, basada en datosabundantes y precisos, permite plantear un nuevo escenario ala gemelación natural a partir de una única fecundación. Nose trata de describir en este momento con detalle los mecanis-mos por los que de una fecundación se originan, a veces, dosindividuos cigotos, en vez de uno sólo. Sólo se trata de señalarque es factible que una sola fecundación dé origen a dos cigo-tos que se desarrollan independientemente, bajo la misma cu-bierta –la zona pelúcida del óvulo fecundado–, y que seránhermanos gemelos.

Conocemos que la difusión de iones calcio, desde el puntode entrada del espermio en la fecundación, desempeña unafunción clave en la adquisición del fenotipo cigoto: sincronizalos eventos que le llevan a adquirir el carácter asimétrico ypolarizado, con el establecimiento del plano de asimetría de la

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primera división del cigoto a embrión de dos células. Estanueva visión de la dinámica del proceso de fecundación supo-ne un cambio del punto de referencia que resitúa la gemelari-dad: la aparición de dos cigotos al completarse la fecundaciónpuede entenderse como una irregularidad «natural» causadapor una ligera modificación del flujo de calcio desde la zona deentrada del espermio al óvulo. Es decir, una ligera irregulari-dad en la difusión del ion calcio alteraría la sincronización dedos procesos habitualmente sincronizados: división celular yorganización intracelular polarizada que culminan con la ad-quisición del fenotipo cigoto. De esta forma, si la célula, pro-ducto de la fusión de los gametos, se dividiera antes de haber-se polarizado plenamente, las dos células resultantes no sondos células desiguales que constituyen un embrión bicelular;por el contrario, son dos células iguales derivadas de la célulahíbrida, producto de la fusión de los gametos, y capaces de darlugar a dos cigotos idénticos.

Tal irregularidad podría ser inducida por factores mater-nos en el tiempo de la fecundación que origine dos cigotos odos embriones desde el material heredado en periodo de cons-titución. En este caso esa irregularidad natural sería provoca-da por el estado materno: un efecto impredecible debido a lasensibilidad del proceso a las condiciones iniciales. En cual-quier caso la gemelación natural habla de procesos irregularesen el orden determinista: no desdice en absoluto del carácterindividual del embrión antes de la implantación en el útero.

Es más, la sensibilidad a las condiciones de partida del pro-ceso de fusión de los gametos y constitución de un individuoexplica las dificultades inherentes a la manipulación, o artifi-cialización, de las prácticas de la fecundación in vitro. Una pro-porción alta de las fecundaciones acaba en un cigoto mal cons-tituido, enfermo, sin plena polarización, por una deficientedifusión de los iones calcio. Por ello, es más frecuente en el ini-cio del desarrollo embriones formados por células con interac-ciones débiles, con tendencia a desintegrarse e incluso a sepa-rarse en dos organizaciones cuando inicien la implantación enel útero. La racionalidad científica lleva a considerar la falta deorganización unitaria plena de estos embriones como una con-secuencia del déficit del proceso de constitución individual de

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un nuevo ser, por carencia de las condiciones naturales de lageneración. Es falta de racionalidad científica extrapolar estedéficit de integridad unitaria de muchos de los embriones gene-rados in vitro a las condiciones in vivo de la generación natural.

No todas las imitaciones artificiales de un proceso vitaltienen como resultado una realidad idéntica a la que de suyoproduce la naturaleza. Podemos añadir a este respecto que esposible conseguir una gemelación artificial, incluso a pesar dela falta de eficacia real. Se trataría de sacar una o varias célu-las de un embrión precoz, situarlas en otra zona pelúcida deun óvulo, y cultivarlas en condiciones adecuadas a fin de quepudieran programar su organización celular a un nuevo siste-ma unitario y constituirse en un nuevo embrión; al tiempoque el embrión «donante de parte de sus células» pueda repro-gramar su desarrollo recuperando con flexibilidad las célulasperdidas y manteniendo su configuración. Que esto pueda lo-grarse por manipulación artificial no significa que los gemelosmonocigóticos naturales provengan necesariamente de la fi-sión de un individuo, y mucho menos significa que el embriónprecoz carezca de unidad individual.

El conocimiento del «lado irregular de la naturaleza» nosestá permitiendo explicar procesos hasta ahora supuestoscomo excepciones sin explicación; o incluso como en este casocomentado, explicados desde un determinismo inexistente.Ahora bien, no podemos dejar de pensar que el lado irregularde la naturaleza nos exige abandonar el sueño de un dominiopleno del mundo natural. Hay una resistencia natural a laviolencia dominadora de la técnica en la impredictibilidad delos fenómenos caóticos que se dan en la naturaleza.

Apertura a otros enfoques del conocer

Sin salir a mitad del camino, como dice Newman, no sepuede aprender, «haciendo propio lo que se oye, extendiendo lamano para agarrarlo y apropiárselo».

La palabra humana no mejora sólo con el paso del tiempo.Sólo quién es capaz de pensar, dialogar, leer y posee la liber-

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tad de espíritu de salir al encuentro de otras palabras tienemucho, profundo y rico, que decir. Enriquecer la propia pala-bra –la personal y la personal especializada por el cultivo deuna ciencia especializada– exige crearse un espacio vital de li-bertad intelectual. Una atadura mental, por sutil que sea, nonos permite salir hasta la mitad del camino a recibir lo queviene de fuera.

Durante un tiempo creí que los caminos de la interdiscipli-nariedad eran paralelos. Hice un gran esfuerzo en lo que sesuele llamar «tender puentes» de una disciplina a otra: de lametafísica, de la teoría del conocimiento y la antropología alas ciencias de la vida, y a la inversa. Hubo algún que otro«diálogo de sordos», pero sobre todo hubo atención puesta entraducir los conceptos, postulados o premisas de las discipli-nas a unos mismos esquemas teóricos basados en la lógica na-tural y mucho interés en conocer qué quería decir para unos yotros un mismo término.

Los temas giraban alrededor de las ciencias «de moda»,como la biología molecular, la física de partículas, la cosmolo-gía, las neurociencias, la ecología o las ciencias de la compleji-dad; pero las cuestiones eran las «eternas»: los orígenes, la fi-nalidad, las causas, la relación entre materia y espíritu, deforma directa o bajo la relación entre el funcionamiento del ce-rebro y el mundo de la mente, referencia al hombre de los di-versos seres, y un largo etcétera. Era, es, diálogo, a tempora-das con la formalidad de seminarios o conferencias y, confrecuencia, con la informalidad natural de una conversaciónde amigos. A veces aparentemente interrumpidos, pero reto-mados con el tiempo, con nuevos o viejos interlocutores y nue-vas preguntas en los mismos temas.

Me inquietó un tiempo la reticencia que algunos mostra-ban hacia esa tarea. No es que dudasen de la honradez inte-lectual, ni tampoco de que faltase el esfuerzo, arduo pero apa-sionante, por distinguir lo falso de lo verdadero, la parte deltodo, o el instrumento del fin. Era más bien recelo ante lo queparecía una constante por parte de los científicos: sostenerque la reconstrucción de la unidad del saber tiene que reali-zarse a partir y alrededor de la disciplina particular que ellos

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mismos cultivan. Algunos veían con escepticismo el intento dediálogo; algo así como si pensaran que no se estaba dispuestoa ceder sobre el punto preciso en que debe situarse el centrodel sistema de coordenadas intelectuales.

Percibí, con temor, que con ese prejuicio el diálogo avanza-ría únicamente por caminos que de suyo son paralelos y portanto «nunca llegan a encontrarse». Los puentes que se tien-den para elegir un punto de encuentro y terreno común ten-drían que llevar la discusión al plano ontológico; esto me in-quietaba aún más. Había un efecto positivo sin duda: «los deciencias» aprendíamos filosofía y los filósofos, especialmentelos cultivadores de la Antropología, aprendían algo de Biologíahumana. Pero esto era a costa de ser bueno en su terreno y unamateur en el otro campo. Un baño de cultura podía ser «algo»,sobre todo para aquellos a quienes resultan estrechos los lími-tes de los conocimientos especializados, siempre excesivamen-te parciales e instrumentales. Pero no era suficiente.

Me di cuenta de que mis inquietudes iban en la línea deencontrar respuestas a cuestiones que no son únicamente«científicas». Que tenía la pregunta y buscaba formularla demanera que, desde el rigor de las perspectivas de los otros án-gulos, la respuesta fuera ambiciosamente profunda. Mi pro-yecto no tenía el propósito de hacer un trabajo interdisciplinar«en frío», es decir un deseo de utilizar esta metodología «mo-derna», y luego ponerse a buscar un «tema» que permitiera«trabajar juntas» a todas las personas que quieran participaren este trabajo. Y, como es natural, me interesaban más cues-tiones de la vida, especialmente de la vida humana, que lascuestiones de cosmología.

Durante muchos años, y aún ahora, tengo la necesidad decomprender «algo» acerca de la eterna cuestión de la íntimarelación mente-cerebro. En distintos periodos he organizadoy mantenido seminarios para tratar este complejo tema. Se-siones y sesiones que sólo lograron un poco de cultura en losparticipantes. No había una pregunta planteada. Por eso, losmédicos, fisiólogos y otros cultivadores de las ciencias positi-vas sólo se esforzaban por contestar «sobre cómo funcionanlas neuronas». Hubo un giro esencial en mi pensamiento

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cuando alguien me dijo que lo que trataba de preguntar es«¿dónde está o en qué reside la indeterminación del funciona-miento de las neuronas?». No es el momento adecuado pararelatar la historia que siguió a ese día. Lo que destaco ahoraes que aprendí que un proyecto interdisciplinar, de aperturaa otros saberes, surge porque se ha individuado un problemainteresante, se ha formulado la cuestión y entonces es el mis-mo problema el que indica de manera natural cuáles son lasdisciplinas que pueden y deben ser convocadas a contribuirverdaderamente a iluminarlo.

Más aún, personalmente, tenía bastante rechazo intelec-tual a algunos falsos maridajes ciencia-filosofía con los que mehabía encontrado. Esto es, las pretensiones de unidad del sa-ber que no respetan el rigor propio de cada uno de los nivelesde conocimientos que deben ser convocados para dar con res-puesta. Obviamente, el saber científico es siempre, de suyo, pe-núltimo; pero la mente del científico no está incapacitada paraalcanzar el sentido último, la verdad final de lo que conoce porla ciencia positiva. Sí puede –dice Étienne Gilson– a condiciónde que acepte filosofar. A condición de que acepte que hay otraforma de conocer rigurosa y segura cuyo cultivo le exige almenos el mismo rigor que la investigación científica; de quesupere la desconfianza en la contemplación como modo de co-nocer la realidad a un nivel más último que los saberes siem-pre penúltimos de la ciencia positiva. Y de que esté dispuesto aconsiderar que está objetivamente fundamentada la percep-ción de la realidad que no es demostrable en un laboratorio.

¿Es posible la apertura del conocimiento científico contras-table por la experiencia al conocimiento metacientífico de lascuestiones de significado sin caer en esa enfermedad de la ra-zón que pretende hacer pasar por ciencia lo que no es ciencia,ni se somete a los criterios de la racionalidad metacientífica?

Ciertamente, hay científicos, algunos muy buenos científi-cos, que son muy malos filósofos. Como bioquímica no puedomenos que ser ferviente admiradora de Jacob y Monod por sumodelo de regulación de la expresión de los genes, que supusoun paradigma sin el que esta parcela de la ciencia no habríapodido avanzar. La visión de Monod de la realidad como un sin-

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sentido, fruto de la casualidad, es de hecho contradictoria conla precisión determinista con que, según el modelo insuperableque creó junto a Jacob, se reconocen mutua y específicamenteregulador y gen. Su ciencia dice exactamente lo contrario a suafirmación de que «el Universo no estaba preñado de vida, ni labiosfera del hombre. Nuestro número salió en el juego de Mon-tecarlo ¿Qué hay de extraño en que igual que el que acaba deganar mil millones sintamos la rareza de nuestra condición?Hijos de la casualidad, no deberíamos a nadie agradecimientou obediencia, seríamos completamente independientes, aunquetuviéramos que pagar por ello el precio de la orfandad... Uni-verso sordo a su música, indiferente a sus esperanzas, a sus su-frimientos y a sus crímenes». La filosofía de Monod no estaba ala altura de su ciencia. No se trata por tanto de sospechar de suciencia, y menos aún del saber filosófico, que él no llegaba a ca-lar. Sencillamente su síntesis no era coherente.

Se puede ser ateo y se puede ser científico. Lo que no sepuede es afirmar que las increencias personales son el resul-tado lógico de la ciencia que cultiva. Abrir la ciencia positiva aotros niveles de conocer no es hacerle a la ciencia preguntasque puede contestar. Es preciso saber bien cuáles son las pre-guntas que contesta y cuáles no. Es preciso saber bien quécontesta y en nombre de quién y de qué.

La capacidad de predecir de las teorías científicas, y laexactitud de las predicciones, son deslumbrantes; pero con de-masiada frecuencia se acompañan de una gran oscuridad enlas cuestiones de fondo, que en definitiva son las únicas quenos permiten un vivir personal. Pienso que es una equivoca-ción grave, aunque se da con cierta frecuencia, concebir laapertura a la interdisciplinaridad como lo que en realidad esprecisamente su opuesto: un rechazo del estudio «disciplinar»de las materias que entran en juego en el análisis de la cues-tión. De alguna forma hay un menosprecio por las otras for-mas de conocer que lleva a no profundizar en nociones que ha-brían requerido un conocimiento serio y a veces laborioso desus contenidos. Es una forma de pereza mental que cierra lamente al conocimiento. La actitud de apertura a la verdad,venga de donde venga, es siempre una actitud personal.

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Obviamente, esta exigencia de apertura no es uniformepara todo tipo de cuestiones. Hay preguntas que de suyo son«penúltimas» y se responden con conocimientos especializa-dos. Pero como en toda actividad humana, también en el cono-cimiento, surgen cuestiones complejas que no se resuelven su-mando datos, o traduciendo términos, sino que han de hacersecomunicables entre sí. Convertidas en vasos comunicantesgracias a un esfuerzo que permita hacer confluir el «todo» enun programa de solución para dicho problema. Es un esfuerzode armonización dirigido a la comprensión y solución de unproblema. Un esfuerzo por captar, aunque sea parcialmente,la coherencia de la realidad que se manifiesta en los diversosplanos de esa realidad.

Es difícil que quien investiga en el campo de las neuro-ciencias escape a la pregunta acerca de la relación existenteentre el funcionamiento neuronal y la mente. Diversas disci-plinas, que han alcanzado un considerable desarrollo en losúltimos años, cuyos bagajes cubren el espectro de la física, laquímica, la fisiología o la anatomía, concurren con la neurolo-gía, la psicología o la psiquiatría.

Para muchos es evidente que la filosofía, al menos en algu-nas de sus ramas como la Antropología o la Teoría del conoci-miento, tiene un papel importante, e incluso imprescindible,en el intento de elucidar tal relación. Pero aún así, para ellos–y expresándolo en palabras del Premio Nobel Francis Crick–«un neurobiólogo moderno no ve necesidad alguna de tener unconcepto religioso del alma para explicar el comportamientode los humanos y de otros animales... puesto que los hombrescon sus alegrías y sus penas, sus recuerdos y sus ambiciones,su propio sentido de la identidad personal y su libre voluntad,no son más que el comportamiento de un vasto conjunto de cé-lulas nerviosas y de moléculas asociadas».

Para otros, la existencia del alma inmortal no se ve ex-puesta a negación sólo porque se descubran qué neuronas enconcreto funcionan cuando, por ejemplo, se toma librementeuna decisión, aunque tampoco traten de dar razón de ello. Esmanifestación de ese cómodo fideísmo derivado de los presu-puestos de Descartes.

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Otros sienten temor de que alguien demuestre, con la des-cripción de algunos sofisticados circuitos neuronales, que elalma espiritual no es más que un mito de épocas pasadas.

Es, para todos ellos, esa radical desconfianza en todo loque no puede ser contrastable empíricamente. Es esta la ra-zón que presenta la urgencia de repensar la ciencia, convocan-do a todas las formas del conocer humano que tengan algo quedecir al respecto sin encerrarse en la propia pobreza de la su-per-especialización. Cuando la mirada se queda concentradaen un solo punto, sin perspectiva de conjunto, puede fácilmen-te confundir los componentes de algo con aquello que lo cons-tituye. Y así se confunde el funcionamiento de los circuitosneuronales con la libertad propia y característica de la con-ducta del hombre.

3. La unidad de los saberes y el lenguajede las convicciones religiosas

La dificultad más seria para el estudio interdisciplinar noconsiste en el hecho de tener que «albergar en una sola cabeza»muchos conocimientos diferentes, sino en el esfuerzo de com-prender el sentido especial de ciertos conceptos, de acostum-brarse a ciertos tipos de «racionalidad» particulares.

Evandro Aggazi. Lo que la interdisciplinariedad no es.2002.

En el mes de marzo del año 2002, Aggazi impartía un se-minario de profesores sobre lo que es y no es la interdiscipli-nariedad. Al escucharle tuve la experiencia que suelo percibircon las novelas de Carmen Martín Gaite: ayudan a reconocery expresar sentimientos que uno no acierta a pensar. «La in-terdisciplinaridad –decía el profesor conferenciante– ofrece uncamino para superar aquella fragmentación del saber que laespecialización parece hacer inevitable, permitiéndonos reali-zar una cierta unidad del saber, no como una «reducción a laidentidad» sino como toma de conciencia de la complejidad delas realidades que nos rodean, la cual requiere que el verdade-

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ro entender esta complejidad consista en tomar en cuenta lasdiferencias y al mismo tiempo comprender las razones y elsentido de su estar juntas y relacionadas». En efecto, se tratade comprender las razones y el sentido de su estar juntas y re-lacionadas. La coherencia de las realidades naturales.

El problema de unificar saberes no es que la necesaria es-pecialización sea un mal en tanto que la cantidad de nocionesque constituyen el patrimonio actual no pueden «caber dentrode una sola cabeza». «En efecto –destaca Agazzi– cada discipli-na científica (sea una ciencia natural o una humana) se carac-teriza por considerar el mundo de las “cosas” desde un únicopunto de vista particular, concentrando su enfoque sobre unospocos “atributos” de las cosas y dejando fuera de su campo deinvestigación todos los demás atributos (propiedades y rela-ciones) de cada cosa... El verdadero desafío de un estudio in-terdisciplinar consiste, por un lado, en el tomar como punto departida las diferentes disciplinas, respetando su especificidadde conceptos, métodos y lógicas y, por otro lado, trabajar paraque todo ello no resulte una “barrera” para la comunicación».

¿Es posible que los saberes sean vasos comunicantes? ¿Esposible una comunicación con garantías de racionalidad? Larespuesta es sencilla. Sí; es posible con una condición: si seacepta que la realidad natural tenga de suyo coherencia racio-nal. Una unidad de sentido. Si es así el conocimiento, comosíntesis, no es una empresa vana. Es una actitud personal. Siuno trata de estudiar «a fondo» la catedral de Burgos, buscaqué materiales fueron utilizados, el diseño de cada fachada, laperspectiva aérea, etc. Se acerca hasta mirar la piedra con mi-croscopio y se aleja hasta ver su conjunto desde una colinacercana con prismáticos. Observa las pinturas, describe lasimágenes de las vidrieras… Pero todo ello es insuficiente. Pre-gunta a historiadores del arte, a expertos en la cultura deltiempo en que se hizo; escucha la narración de las biografíasque se cuentan y lo que significaban para los hombres deaquel tiempo las escenas que se contienen en los pórticos. Conel rigor de la competencia de los expertos en cada perspectivaalcanza a conocer el sentido con que se diseñó, la finalidad y elporqué se hizo como se hizo.

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Cada disciplina ve el problema «desde su punto de vista» o«dentro de su propia óptica». Para comprender el mundo natu-ral lo consideramos bajo un cierto punto de vista, luego cuandomuestra su insuficiencia nos abrimos a otro, lo delimitamos olo abrimos a lo que son diferentes aspectos de la misma reali-dad… a partir de una exigencia unitaria de comprensión. «Unaverdadera visión interdisciplinar ocurre cuando dentro de cadadisciplina se despierta una reflexión filosófica que le lleva apercibir una exigencia de unidad, es decir a considerar su pro-pio discurso no como un discurso cerrado y autónomo, sinocomo una voz específica dentro de un concierto», dice Agazzi.

¿Es preciso que toquen el concierto todos los instrumentos?¿Apertura a todos los puntos de vista? No es probable que unamisma persona se encuentre «siempre» en condiciones de reali-zar con sus solas fuerzas esta síntesis, al menos en el caso derealidades complejas. No es que haya conocimientos prohibi-dos, sino que la búsqueda de la verdad siempre es una empre-sa inacabada, lo que no impide reconocer que ciertos resulta-dos estén bien establecidos en su parcialidad. Y la síntesis esmás bien el resultado de la honradez intelectual que encuentrea los diferentes elementos su lugar y su sentido y que no exclu-ye de antemano, por prejuicio o conveniencias, ninguno de losimplicados. Sin esa libertad interior, la unidad del universo nogarantiza por sí misma la unidad de su conocimiento.

Los estudios actuales en el yacimiento de Atapuerca, des-cubierto recientemente en España, con una riqueza única derestos de nuestros antepasados más remotos que alcanzaronlas tierras de Europa, merecerían un análisis más amplio delque cabe aquí. Me detengo brevemente en dos aspectos. Poruna parte, aparece la pretensión frecuente entre los cultivado-res de una disciplina de que la perspectiva propia, la colora-ción de sus gafas, es la que mejor deja ver la realidad. Preten-sión que oscurece el hecho de que, con esas gafas, se estánobservando aspectos muy concretos y diferentes de otros quetambién forman parte del objeto común a mirar. En efecto, porsu propia naturaleza la Paleontología mira objetos culturales,piedras talladas, y mide el tiempo con un instrumento concre-to mediante la descomposición de isótopos. La Biología mole-

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cular mira los genes y mide el tiempo transcurrido en térmi-nos de mutaciones en el material genético.

La lógica del método científico llevaría a complementar; aque los datos de unos arrojen luz sobre los otros y así cada dis-ciplina, con su propio rigor, avance apoyada en otras que tie-nen derecho a ser convocadas en la búsqueda del saber acercade nuestros orígenes. La condición humana puede ser explica-ción de la dificultad de un autentico trabajo interdisciplinar,aunque se acepte que problemas complejos, como sin duda eséste, requieren que se convoque más de una disciplina. ¿A to-das las que invocan tener algo decir sobre la cuestión? Curiosa-mente no; declaran que la Antropología con fundamentacióncristiana, o la Teología católica, no tienen nada que decir. Dehecho, desde que las excavaciones tuvieron como fruto un buenfósil de gran antigüedad, la divulgación de los datos se acom-pañaba de un mensaje nítidamente desmitificador: «no somosuna especie elegida, no somos más que barro de la tierra».

Convocar «todos» los saberes implicados en una cuestiónes diferente de los intentos de unificar las ciencias positivas.¿Puede haber una teoría científica unificada del universo, unafórmula matemática que describa el todo?

La Relatividad General de Einstein supuso el primer trata-miento sólido científico del universo como totalidad de las enti-dades interactivas gravitacionales. Como ocurre a la mayoríade las mortales no soy capaz de comprender la fórmula que en-cierra el todo. Me basta con la confirmación «empírica» de quees posible el conocimiento científico del Universo; que las cien-cias positivas son vasos comunicantes o diversos enfoques de larealidad y que con ellas se puede captar la raíz de la unidaddel Universo. A Einstein le reafirmó en su instintiva conviccióninicial de que el universo era real y totalmente racional. Él cre-yó por dos veces haber logrado la unificación, aunque si hubie-ra acertado sólo habría unido la gravitación y el electromagne-tismo y esto sólo a escala microscópica. Pero con esta teoríarealizó una aportación enormemente valiosa: la demostraciónen el seno de los terrenos teóricos –matemática y filosofía– deque el universo entero, desde los átomos hasta las galaxias,sólo puede ser lo que son y nada más. Einstein soñó con una

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teoría unificada tan simple que incluso el mismo buen Dios nohubiera podido imaginarse el mundo de ninguna otra forma.

Esta es una de las causas por las que rechazó la filosofíade Kant, para quien la noción de universo no era mas que unproducto bastardo del anhelo metafísico del intelecto. Y así,para Kant, si la totalidad del universo se convertía en algo to-talmente falto de veracidad, podía afirmar que era imposiblellevar a cabo el paso desde el Universo a su Creador buscandola razón última. Por el contrario, si la concepción del universose justificaba plenamente por la Relatividad General, su críti-ca total y radical de la teología natural perdía cualquier credi-bilidad que pudiera haber tenido. Einstein era el más cons-ciente de la fuerza de esta importante consecuencia. Para élno fue posible, de hecho, ir desde el Universo a su Creador: nollegó a creer en un Dios personal. Pero siempre consideró queera inevitable que su cosmología constituyera para otros unavía de acceso al Creador, aunque él no lo pensara así. Esto noes una incongruencia radical o un fracaso de la razón huma-na. Einstein no fue un ateo que pretendiera justificar en laciencia su falta de creencias. Fue un creyente que no alcanzó aconocer a Dios personalmente. Volviendo a la imagen de la ca-tedral de Burgos, podemos afirmar que la describió, con unaprofundidad inusitada pero sin interés por conocer y compren-der a la persona del arquitecto que la diseñó.

Problemas y misterios: la imagende un universo autocreado

Jacques Monod afirmó como postulado base del métodocientífico que la Naturaleza es «objetiva» y no «proyectiva».

Ciertamente mantener el prestigio de la ciencia positivacomo único saber seguro, requiere desmitificar la realidad: re-ducir el misterio a simple problema. Las imágenes que viertehoy la ciencia experimental son de una identificación casi ple-na de la realidad con los meros procesos cuantitativos y mecá-nicos. Y es precisamente esa acumulación de datos lo que hace

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que muchos sólo puedan seguir pensando en el plano de lo fác-tico, sin capacidad para dar el salto al misterio. Cuestionescomo la finalidad, el valor de los diferentes seres, etc., hasta elsentido de la existencia misma del mundo natural se alojadentro de paréntesis en los que hay que colocar todo aquelloque no es accesible al conocimiento sólo pesando y midiendo.

Con gran frecuencia y reiteración se intenta identificar losconceptos humanos fundamentales, o las situaciones antropoló-gicas, con los procesos materiales, de los que habla la cienciacon sus observaciones. Las experiencias humanas se interpre-tan sólo en términos de reacciones bioquímicas, y en esta medi-da se induce una perspectiva del mundo y del hombre reducidaa las dimensiones manipulables: el amor a química, la agresivi-dad a genes… En efecto, el intento de dar explicación total in-cluso de la conciencia humana desde la materia, la cosmovisióncientífica evolucionista radicalmente creadora ha pasado de seruna teoría científica a constituirse en una verdadera piedra detoque que discrimina entre la visión considerada progresistacientífica –esto es, ilustrada, materialista e inmanente– y la vi-sión creacionista, calificada de oscurantista y transcendente.

En el mundo natural alejado de la vida y por tanto de lavida humana, como es el mundo de las ciencias físicas contem-poráneas, las cuestiones más debatidas se centran fundamen-talmente en la verdad alcanzable con el método científico sobrelos orígenes más lejanos del cosmos: si el universo ha sido crea-do o se ha autocreado. Weinberg y Hawking, entre otros, inten-tan alcanzar el objetivo de una teoría científica definitiva quedescriba un universo autosuficiente. Pero es intrínsecamenteimposible una contraprueba de la contingencia del universo: nila física, ni ninguna ciencia positiva sabe investigar la «causaprimera» dando así una explicación completa del universo.

En la divulgación de los postulados de Paul Davies y Ste-phen Hawking que mantienen que el universo se podría haberformado espontáneamente, no se reducen a aquello que laciencia pueda afirmar, o negar, sobre la existencia o no deDios. Lo que aparece es toda una visión del mundo apoyadaen la confianza en la ciencia y la desconfianza en la fe. La vi-sión cientifista condena a reducir la necesidad de Dios, que

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todo hombre experimenta, a un motivo emotivo e irracional.La contingencia del universo no es un hecho agradable paraese humanismo científico que proclama que el hombre no esmás que un accidente y que de ningún modo se encuentra su-jeto a algo transcendente del universo entero.

El misterio mismo del origen de cada persona o de los orí-genes de la humanidad es paradigmático de este proceso dereducción de una realidad profunda y rica a nuestro conoci-miento sobre ella. ¿Cómo consentir el fundamentalismo dequienes mantienen la unidad de sentido humano de la procre-ación? Por ello se plantea que una cosa es el hecho biológiconecesario –el inicio de un nuevo individuo de la especie huma-na– y otra el desarrollo temporal suficiente para alcanzar elcarácter de persona.

En el último decenio se ha llevado a cabo una ingente laborde análisis, con los proyectos genoma humano, genoma delarroz, del chimpancé, etc., que de suyo suponen desmontar laspiezas una a una para secuenciar los genes, alejándose de lacomprensión del funcionamiento como un todo del mensaje es-crito en el material de la herencia. Es indudable el valor paraslas ciencias de la vida de esta tarea, e incluso el desarrollo bio-tecnológico que ha propiciado. Y sin embargo, con un nivel depretensión que raya en el ridículo, muchos creen que a partirde ahora conoceremos, con el rigor propio y la seguridad delmétodo científico, el genoma que nos dará a conocer qué es elhombre, de forma que después de la lectura del mensaje ya noquede nada por decir sobre él y sobre su presencia en el mundo.

Una vez más, el conocimiento científico se queda encerra-do en sí mismo en esta pretensión de «no hay más que». Cabeignorar que datos aportados por la ciencia no pueden darcuenta de los aspectos más profundos, los cualitativos, de larealidad y, mucho menos, dar cuenta de lo que nosotros sabe-mos que somos. Tras esta postura está una «falsa modestia» yel germen de una perspectiva que es ateleológica y materialis-ta. Se ha olvidado todo aquello de la realidad que se puso en-tre paréntesis para poder acceder a ella pesando y midiendo.

Estos y otros endebles embates desde la mentalidad cien-tifista de algunos cultivadores de la ciencia a la idea de un

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universo creado, de la existencia de un proyecto divino en lanaturaleza y a la del alma humana transcendente, son para-digmáticos de la situación actual. Una de las reacciones a lapresión de estas ideologías en la mentalidad contemporáneaes el movimiento denominado «Diseño Inteligente». MichaelBehe, uno de sus promotores, parte de la existencia, empírica-mente contrastable, de sistemas bioquímicos que poseen undiseño de una complejidad irreductible a la combinación desus partes. Ciertamente conocer los mecanismos mediante loscuales dichas piezas se relacionan entre sí sosteniendo las dis-tintas funciones nos permite avanzar hacia la cuestión decómo se ha originado tal diseño e inferir de ahí la coherenciade los procesos originantes del mundo de la vida.

Ahora bien, ¿es posible saltar de la existencia y descrip-ción de los sistemas bioquímicos complejos a la negación deque estos sistemas hayan podido surgir como consecuencia deleyes naturales que contando con el tiempo, hayan dado lugara esos organismos? Pienso que no. Una cosa es que el origende estos sistemas, las vías metabólicas por ejemplo muestrenuna coherencia que no sea explicable simplemente desde elcambio gradual y la selección natural, que plantea el neodar-winismo; y otra, muy diferente, es afirmar que «descubrir quéhay en el interior de la caja negra de Darwin, equivalga a laevidencia de Diseño inteligente “en sentido fuerte”. Esto es, laafirmación de que «el diseñador ha actuado creando estructu-ras que no son explicables desde las leyes naturales … Es ob-viamente necesaria la intervención de un agente capaz de ma-terializar dicho diseño».

La pregunta está mal formulada y por ello el razonamien-to no guarda el rigor que exige una respuesta interdisciplinar.La pregunta acerca de cómo descubrir que en la naturalezaexiste diseño y que por tanto no todo se reduce a azar y necesi-dad, tiene implícitos de diferente nivel de conocimiento.

En primer término la afirmación de que no todo se reduce a«azar y necesidad» es una cuestión de carácter científico. El ne-odarwinismo, no como explicación total del proceso evolutivo,pero sí como explicación de aspectos concretos del proceso talescomo la adaptación y optimización por selección natural de lo

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aparecido, es una cuestión resuelta en el ámbito de la cienciapositiva: el azar y la necesidad no se contraponen sino que coo-peran en la dinámica del cambio evolutivo. El relojero no esciego.

En segundo lugar, la afirmación de que en el origen de losprocesos con diseño complejo no están las «leyes naturales»–como se afirma desde el Diseño inteligente– es un filosofis-mo. Se perciben en ello unos presupuestos intelectuales exce-sivamente mecanicistas, al modo del diseño de los artefactos.En efecto, el diseño coherente de un artificio sí exige de suyoun constructor-diseñador que actúe «directamente» como úni-ca causa. Pero el mundo natural de la vida no es un artefactorealizado por un relojero inteligente y vidente. Es mucho másprofunda su racionalidad: los mismos materiales de partidapara la constitución de lo vivo y de los diferentes procesos vi-tales llevan en sí mismos la información necesaria para orga-nizarse y funcionar en orden al fin de vivir: es «ley natural»poseer tal información. El mundo natural no tiene un artíficeque engarza las piezas; el mundo natural surge de la nadaobediente a la palabra creadora.

Y en tercer lugar, que la ciencia no pueda de suyo dar ra-zón de las «causas primeras», no significa que al demiurgosólo le quede optar por una realidad sin sentido, que sólo fun-ciona ante la ley de acción y reacción. La máxima, tan expresi-va de santo Tomás de Aquino, «no hay hoja que no caiga sinque Dios lo quiera, pero esto no quiere decir que Dios no hayadado a la hoja todo lo necesario para caer» indica que diseñarel universo significa también dotarle de todo lo necesario paradesarrollarse, incluidas las leyes científicas.

La desconfianza en el conocimientoque aporta la fe cristiana

Algún día toda la Humanidad llegará a aceptar que laidea del alma y la promesa de una vida eterna han sido un en-gaño, de la misma manera que ahora acepta que la Tierra noes plana… Estoy convencido de que la ciencia conseguirá esta-blecer que el cerebro no es más que algo puramente material,

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descartando por completo la posibilidad de que exista eso quesuele denominarse espíritu o alma.

Francis Crik. La búsqueda científica del alma. 1994.

Francis Crik pasa de un descubrimiento de funciones neu-ronales a la confirmación de destruir «los principios fundamen-tales de las religiones, como la supuesta existencia del alma».Para algunos este paso es un gran triunfo de la ciencia sobre lareligión, ya que para él la aparente incapacidad de la ciencia,previa a sus descubrimientos, para explicar de dónde provieneel sentido del yo de los humanos ha sido interpretado por algu-nos líderes religiosos como una prueba de la existencia delalma eterna. Con esta radicalidad aparece, con cierta frecuen-cia, el postulado del cientifismo, derivado de la pretensión deser el único conocimiento seguro, de presentar la ciencia y lasnuevas tecnologías como las únicas fuentes capaces de guiar latoma de decisiones, sin tabúes ni dogmatismo religiosos.

Al fomento de tal desconfianza no es del todo ajeno el es-fuerzo, bien intencionado pero erróneo, de quienes parecenempeñados en introducir el misterio por la puerta trasera. Sepercibe actualmente una cierta inquietud ante las posiblesconsecuencias filosóficas de determinadas teorías científicas.De hecho, en más de una ocasión se han presentado logroscientíficos como destructores de la fe o contrapruebas de doc-trinas reveladas. Con el tiempo se ha visto que no han sido nitan rigurosos, ni tan nocivos, pero rara vez se hace referenciaa ello. Ocurre que la desconfianza, en lo que de suyo es no «ac-cesible» desde la ciencia positiva, va unida a un cierto déficiten la inculturación de la fe cristiana en la sociedad tecnológi-ca actual. Y así, la ciencia positiva se ha convertido en culturapública; una cultura tecno-científica que impone como explica-ción de la realidad unos criterios capaces, de hecho, de despla-zar los valores tradicionales judeocristianos.

Lo propio de la fe cristiana, en el panorama de las religio-nes, es que sostiene que nos dice la verdad sobre Dios, el mun-do y el hombre, y que se sabe la religión de la verdad. Son larevelación y la fe cristiana, en definitiva, las que miden la ver-dad alcanzable y alcanzada por las ciencias. En realidad el co-

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nocimiento de la doctrina de la revelación judeocristiana esuna condición indispensable para conocer nuestro mundo ynuestra tradición, es decir, para conocernos a nosotros mismos.

En el fondo de la actitud de los intelectuales que rechazanel discurso religioso, y que suele presentarse como una actitudde sobriedad y de humildad cognoscitiva, late una fuerte re-sistencia a admitir que la medida de la racionalidad del uni-verso no es la inteligencia humana: ésta más bien debe dejar-se llenar por los significados de las cosas, de modo que sólopuede ser medida de las cosas artificiales. Esto empobreceenormemente, pues se induce una postura intelectual que sóloadmite como verdadero lo que es demostrado rigurosamentepor un raciocinio que tiene como condición de posibilidad ladescomposición de la realidad.

Recuperar la confianza en el esfuerzo de la razón por al-canzar la verdad del mundo natural requiere resituar el cono-cimiento científico: cultivar toda ciencia con espíritu de uni-versalidad, es decir con la conciencia de que cada una, aunquediversa, está tan ligada a las demás que no es posible dejarlafuera del contexto, al menos intencional, de todas las demásformas de acceso al saber. Todas y cada una de las ciencias–incluidas la filosofía y la teología– son enfoques o modos decaptar la unidad compleja de la verdad dentro de un entrama-do de saberes abiertos y complementarios.

Recuperar la confianza en la revelación requiere armoni-zar, en síntesis vitales y personales, ciencia, filosofía y fe.Ciertamente, no se trata simplemente de que algunos científi-cos de prestigio se declaren fervientes creyentes; tampoco setrata de que científicos creyentes hagan declaraciones de queno encuentran problemas entre su actividad científica y su fevivida. Lograr una unidad real armoniosa exige no dejar cadauna de las partes en una independencia completa, ni tampocoque se confundan. Esto es, que el conocimiento científico se si-túe en el lugar propio, dentro del conjunto del conocimientohumano y no se produzca una invasión indebida de la fe en elámbito de la razón.

No se trata de buscar «concordancias», buscar la traduc-ción directa de las palabras de la Biblia a las de la biología y a

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la inversa. La Biblia, ciertamente, no es un libro de biologíapero dice mucho acerca del mundo natural cuyo conocimientopersigue la ciencia. Los conocimientos ofrecidos por la revela-ción iluminan sólo y cuando se reciben y se usan en su fuerzasignificativa propia, cuando se hacen significativos por su con-tenido intelectual. Forman parte y son un verdadero enrique-cimiento de la racionalidad humana cuando son pensados. Enel caso de la fe cristiana lo más importante, ciertamente, es elfundamento en la veracidad de Dios que no puede engañarseni engañarnos; pero esto no debe hacernos olvidar la riquezade contenido propiamente cognoscitivo que se encuentra en lafe. De ahí que deba necesariamente ser hecha cultura, ser fepensada para que muestre la riqueza de su contenido, porquesólo así se trata de una fe que ha sido acogida como verdaderoconocimiento.

En síntesis, las cosas son cognoscibles por estar creadaspero al tiempo, por no ser hechura humana, las cosas son in-sondables en plenitud al conocimiento humano. Son las dosfacetas de la verdad de que habla Pieper. Podemos, sí, conocerlas cosas, pero no formalmente su verdad; conocemos la ima-gen que tienen, no su conformidad con el modelo original idea-do por Dios. Esta conformidad que primariamente constituyela verdad de las cosas se sustrae a nuestro conocimiento.

Esto, lejos de identificar la realidad con las posibilidadesconstructivas de la humanidad, significa que «la verdad de lascosas es aquella luminosidad de la naturaleza –luminosidaddescubierta con admiración– merced a la cual la naturalezamisma se hace accesible a nuestro conocer…». Significa que laclaridad y luminosidad les viene de la inteligencia creadora.Una luz que puede hacerse patente a todo hombre que use sinprejuicios y sin prisas excesivas su facultad intelectual.

Esa luz se llama creación. Una luz que puede liberar laverdad científica de sus esclavos encierros.

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