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REVISTA EUROPEA. - Ateneo de Madrid · 2007-04-25 · REVISTA EUROPEA. NÚM. 122 25 DE JUNIO DE...

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REVISTA EUROPEA. NÚM. 122 25 DE JUNIO DE 1876. AÑO HI. EL PORTUGAL CONTEMPORÁNEO. iv. • La revolución de 1820 abre, como antes he dicho, el período de las tentativas, de los esbozos, de las luchas, y, en una palabra, de las empresas para lle- gar á una constitución definitiva del pueblo portu- gués, dentro de la ley del tiempo. Pero aquella revo- lución en realidad sólo fue una protesta: la protesta del espíritu independiente lusitano contra la domi- nación, contra la tiranía inglesa. Por esto motivo, por aparecer la antigua realeza, y con ella casi to- dos los elementos políticos tradicionales de aquella sociedad, seriamente comprometidos en la respon- sabilidad del imperio que habían logrado los ingle- ses, gr; eias á la fuga de 4807 y al favor concedido en Rio-Janeiro á Beresford; por el carácter popular que el movimiento del 24 de Agosto de 1820 tenía que revestir, puesto que todos sus factores fueron sacados por el genio de la historia de las clases mo- destas é inferiores del país, ya que las superiores habían abandonado cobardemente la causa de la pa- tria; y últimamente por la influencia de las ideas de la época, en un todo favorable al advenimiento y progreso de las democracias, como lo prueban las revoluciones de España, Grecia é Italia realizadas en aquellos mismos años; por todo esto la revolu- ción de 4820 pecó de vaga, contradictoria y exage- rada, como lo son de ordinario todas las explosio- nes de un nuevo principio de vida social, violento en su exhibición, pavoroso en sus apariencias, in- cierto, agitado y perturbador en sus primeros pasos, hasta encontrar el franco cauce que, ofreciéndole rumbo y seguridad á través de los intrincados bos- ques, por bajo de las colosales montañas, esqui- vando los obstáculos insuperables y afrontando las resistencias ya quebrantadas por los embates del tiempo, le permite correr tranquilo y vigoroso al gran centro de la acción civilizadora, al lugar do cita, de relación y de unidad de las fuerzas directo- ras de las sociedades, después de haber comunicado con su presencia y sus expansiones á todo cuanto en su marcha ha conocido, animación, frescura, belleza y energía. Por tanto, el esfuerzo de los hombres de 4820 Véanse los números 114, 116 y 119, páginas 339 414 y 823. TOMO VII, fue grande, noble, vigoroso, pero también excedió la medida; sus resultados definitivos, sin duda fue- ron de inestimable valía, tanto que, sin los Silveira y los Sepúlveda (éste jefe del movimiento militar de Oporto, y aquél presidente de la junta suprema); los Rezende y los Freiré (el uno promotor de la su- blevación de las tropas de Lisboa, y el otro presi- dente definitivo de la junta revolucionaria nacional), seguramente el régimen liberal en el vecino reino se hubiera retrasado lo indecible; pero no es menos cierto que los efectos inmediatos de la revolución del 20 pecaron y debieron pecar, por la naturaleza misma de las cosas y la lógica de la historia, de atropellados, confusos y pasajeros. Los primeros dias de la revolución se llenaron con los antagonismos de las dos juntas de Oporto y Lisboa, pretenciosa aquella por haber tomado la iniciativa del movimiento, y exigente ésta por residir en la capital de la monarquía. Siguieron luego el motin de Noviembre para expulsar de la junta á los miembros menos avanzados y para ob- tener la proclamación de la Constitución española de 4812, cosa lograda por el momento, pero que ahondó las nacientes diferencias de los partidos revolucionarios. Más tarde vinieron las Cortes, que tardaron dos años mortales en hacer la nueva Cons- titución, basada en la española, y por tanto de un sentido pronunciadamente democrático y con ca- rácte^ 1 exageradamente teórico, y con ella un nú- mero extraordinario de leyes especiales, pero todo en confusión y sin la menor prudencia. A la inquietud que traen aparejadas todas las re- voluciones; á la inexperiencia de sus hombres pues- tos sistemáticamente fuera de juego por los parti- dos reaccionarios; á los abusos é improvisaciones que entraña la política de la fuerza, siquiera ésta se emplee para el triunfo definitivo de la libertad y del derecho; y, en fin, á la oposición de las clases, ó mejor dicho, de los partidos conservadores, pri- mero complacientes con la revolución cuando esta aparecía triunfante y arrogante, enemigos después cuando las divisiones de los revolucionarios, la de- bilidad del gobierno y la retórica y las especulacio- nes de las Cortes demostraron que el peligro había pasado; á todo esto hubo que añadir en Portugal, para la ruina de la situación de 4820, la hostilidad de los gabinetes europeos y el descrédito que so- bre ella arrojó la emancipación del Brasil. Las cosas no ofrecían perspectiva halagüeña. Para 49
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REVISTA EUROPEA.NÚM. 122 25 DE JUNIO DE 1876 . AÑO HI.

EL PORTUGAL CONTEMPORÁNEO.

iv. •

La revolución de 1820 abre, como antes he dicho,el período de las tentativas, de los esbozos, de lasluchas, y, en una palabra, de las empresas para lle-gar á una constitución definitiva del pueblo portu-gués, dentro de la ley del tiempo. Pero aquella revo-lución en realidad sólo fue una protesta: la protestadel espíritu independiente lusitano contra la domi-nación, contra la tiranía inglesa. Por esto motivo,por aparecer la antigua realeza, y con ella casi to-dos los elementos políticos tradicionales de aquellasociedad, seriamente comprometidos en la respon-sabilidad del imperio que habían logrado los ingle-ses, gr; eias á la fuga de 4807 y al favor concedidoen Rio-Janeiro á Beresford; por el carácter popularque el movimiento del 24 de Agosto de 1820 teníaque revestir, puesto que todos sus factores fueronsacados por el genio de la historia de las clases mo-destas é inferiores del país, ya que las superioreshabían abandonado cobardemente la causa de la pa-tria; y últimamente por la influencia de las ideas dela época, en un todo favorable al advenimiento yprogreso de las democracias, como lo prueban lasrevoluciones de España, Grecia é Italia realizadasen aquellos mismos años; por todo esto la revolu-ción de 4820 pecó de vaga, contradictoria y exage-rada, como lo son de ordinario todas las explosio-nes de un nuevo principio de vida social, violentoen su exhibición, pavoroso en sus apariencias, in-cierto, agitado y perturbador en sus primeros pasos,hasta encontrar el franco cauce que, ofreciéndolerumbo y seguridad á través de los intrincados bos-ques, por bajo de las colosales montañas, esqui-vando los obstáculos insuperables y afrontando lasresistencias ya quebrantadas por los embates deltiempo, le permite correr tranquilo y vigoroso algran centro de la acción civilizadora, al lugar docita, de relación y de unidad de las fuerzas directo-ras de las sociedades, después de haber comunicadocon su presencia y sus expansiones á todo cuantoen su marcha ha conocido, animación, frescura,belleza y energía.

Por tanto, el esfuerzo de los hombres de 4820

Véanse los números 114, 116 y 119, páginas 339 414 y 823.

TOMO VII,

fue grande, noble, vigoroso, pero también excedióla medida; sus resultados definitivos, sin duda fue-ron de inestimable valía, tanto que, sin los Silveiray los Sepúlveda (éste jefe del movimiento militar deOporto, y aquél presidente de la junta suprema);los Rezende y los Freiré (el uno promotor de la su-blevación de las tropas de Lisboa, y el otro presi-dente definitivo de la junta revolucionaria nacional),seguramente el régimen liberal en el vecino reinose hubiera retrasado lo indecible; pero no es menoscierto que los efectos inmediatos de la revolucióndel 20 pecaron y debieron pecar, por la naturalezamisma de las cosas y la lógica de la historia, deatropellados, confusos y pasajeros.

Los primeros dias de la revolución se llenaroncon los antagonismos de las dos juntas de Oportoy Lisboa, pretenciosa aquella por haber tomadola iniciativa del movimiento, y exigente ésta porresidir en la capital de la monarquía. Siguieronluego el motin de Noviembre para expulsar de lajunta á los miembros menos avanzados y para ob-tener la proclamación de la Constitución españolade 4812, cosa lograda por el momento, pero queahondó las nacientes diferencias de los partidosrevolucionarios. Más tarde vinieron las Cortes, quetardaron dos años mortales en hacer la nueva Cons-titución, basada en la española, y por tanto de unsentido pronunciadamente democrático y con ca-rácte^1 exageradamente teórico, y con ella un nú-mero extraordinario de leyes especiales, pero todoen confusión y sin la menor prudencia.

A la inquietud que traen aparejadas todas las re-voluciones; á la inexperiencia de sus hombres pues-tos sistemáticamente fuera de juego por los parti-dos reaccionarios; á los abusos é improvisacionesque entraña la política de la fuerza, siquiera éstase emplee para el triunfo definitivo de la libertad ydel derecho; y, en fin, á la oposición de las clases,ó mejor dicho, de los partidos conservadores, pri-mero complacientes con la revolución cuando estaaparecía triunfante y arrogante, enemigos despuéscuando las divisiones de los revolucionarios, la de-bilidad del gobierno y la retórica y las especulacio-nes de las Cortes demostraron que el peligro habíapasado; á todo esto hubo que añadir en Portugal,para la ruina de la situación de 4820, la hostilidadde los gabinetes europeos y el descrédito que so-bre ella arrojó la emancipación del Brasil.

Las cosas no ofrecían perspectiva halagüeña. Para49

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que un nuevo sistema de gobierno dé sus resulta-dos, se necesita tiempo; y tiempo es necesario paraque se calmen las impaciencias, los asombros, loslemores y las inquietudes. El déficit de 1821 y 1822pasó de siete millones de cruzados, y la deuda su-bió á 112 y medio; y este hecho, después de todofacilísimo de explicar, servía para que los reaccio-narios pusiesen el grito en el cielo, y, con la elo-cuencia de los números, pregonaran la maldad de lasituación, exagerando, para rebatirlo con mayorfacilidad, el harto decantado apotegma de los inno-vadores y los revolucionarios de que sus reformasinmediatamente han de producir al país las mayorescomodidades y prodigiosas economías.

Además este era el tiempo de aquella Santa Alianzade los reyes contra los pueblos, esta la ópoca de laintervención de Austria en Ñapóles para restaurarel absolutismo y de la amenaza de una intervenciónanáloga, al fin efectuada, de Francia en España. Deaquí el odio que á la mayor parte de los gabineteseuropeos inspiraron la revolución y la situación li-beral portuguesa, al punto de llegar á una interrup-ción formal de sus relaciones diplomáticas conLisboa, y de tomar un vivo interés en el conflictolusitano-brasileño como medio de hacer daño á losliberales portugueses.

La cuestión del Brasil fue conducida de la peormanera imaginable por las Cortes lusitanas. Lleva-dos del espíritu unitario y hasta centralista de laraza latina al principio, vencidos luego por los pre-juicios y la soberbia del antiguo colonismo, los re-volucionarios del 20 cerraron los ojos á todo lo quedesde el 1808 había sucedido en el Brasil, y pensa-ron locamente en reducir á su antigua inferioridad,bien que bajo otra forma, ala vasta colonia elevadaal nivel de la Metrópoli por el decreto de Juan VIde 16 de Diciembre de 1815. De esta suerte, lasCortes hicieron posible que en su nombre se ha-blase allende el Atlántico de recolonizacion; sedesacreditaron renunciando á la integridad de susprincipios democráticos, que negaban en el Brasilpor fútiles motivos; y lo mismo que las Cortes espa-ñolas en un caso muy parecido—en la époea de lainsurrección de los vireinatos de América—sirvie-ron á maravil'a los intereses reaccionarios, secunda-ron las intrigas de los extranjeros y aceptaron laresponsabilidad de la emancipación del á poco na-cido imperio brasileño. El clamoreo de los enemi-gos de la situación llegó á lo excepcional; y á lasdificultades generales de la situación, á la preocu-pación justísima de la política interior y de laamenaza de la Santa Alianza, se unieron los gravesproblemas coloniales, á cuya sombra los reacciona-rios pudieron perfectamente maniobrar.

Por este camino la ruina de la revolución era se-gura. Todo se conjuró en su daño: la falta de edu-

cación del pueblo, instable, impaciente y facilísimode engañar; los intereses, perjudicados por las Cor-tes en decretos de positiva justicia; la inesperien-cia... y el entusiasmo de los legisladores; la caidadel régimen liberal en Italia y en España; la influen-cia de los Gabinetes extranjeros; la pérdida de laprimera y más preciada joya de la monarquía lusi-tana en el otoño de 1822. Todo se juntó y todo obrócontra un orden de cosas cuyas primeras desventa-jas eran su recientísima aparición en la historia y suoposición acentuadísima á todos los intereses tradi-cionales.

Sin embargo, cualquiera que fuese la suerte de laRevolución del 20, bastaríale para figurar de unmodo brillante y espléndido en la historia lusitana,por una parte, el haber hecho afirmaciones tan ro-tundas como bien inspiradas en el sentido generalde la Edad contemporánea, que negaron de frente yen absoluto todo aquello que la tradición había con-servado con el carácter de indiscutible é inviola-ble; y de otro lado, el haber conseguido dar formaá sus ideas por medio de una Ley, de una Constitu-ción, que en lo sucesivo y por mucho tiempo vino áser la bandera del partido avanzado portugués.

En los países latinos, donde la costumbre valerelativamente tan poco, donde la educación se hahecho sobre el texto de los libros sagrados del Ca-tolicismo y la letra precisa del Derecho romano,donde el poder del sentimiento y la fuerza de lafantasía son tales, que hacen frecuentemente de lavida un alboroto, una aventura ó un delirio, es detodo punto preciso que los partidos y las situacio-nes, si quieren dejar algo tras si y mantener su es-píritu á través de los tiempos, determinen sus ideasy consagren sus intereses en fórmulas claras y po-sitivas, en verdaderas Tablas de la Ley, cuya invo-cación sea fácil en los momentos críticos, y cuyospreceptos dispensen, en la hora de la acción, de dis-cusiones interminables de carácter puramente es-peculativo. En este concepto, los hombres de 1820hicieron un señalado beneficio al partido avanzadode Portugal, por mas de que la Carta de aquellaépoca evidentemente estuviera muy por cima de lainteligencia de los unos y de las necesidades delpueblo para quien entonces se promulgó.

Fuera de esto, las medidas de las Cortes revolu-cionarias entrañaban ó un sentido de justicia impo-sible de negar, ó una pureza de intención que envano intentara rebajar la pasión de partido. Ellasabolieron la Inquisición y la inmunidad real de loseclesiásticos; ellas derogaron las prestaciones quevenían exigiendo de la clase popular las clases pri-vilegiadas, las corbeas y la capitación que pagabanlos campesinos, y su espíritu de noble independen-cia llegó hasta poner mano en los tratados de co-mercio celebrados con Inglaterra en 1810, subiendo

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á 30 por 100 los derechos que habían de pagar lospaños ingleses, beneficiados antes con la rebaja deun -15 que les daba el monopolio del mercado lusi-tano. Ellas afirmaron valientemente el dogma do lasoberanía de los pueblos con la Cámara única y elveto suspensivo del Monarca, y protestaron con todaenergía contra las declaraciones absolutistas deTroppau y de Laybac; y en su deseo de regenerar alpaís, como aquellos revolucionarios decían, de ha-cer su verdadera renovación moral y política, seaprestaron á hacer reformas como la abolición delcelibato de los clérigos, la rebaja de los derechosde estola y pié de altar y la reducción de los diasde fiesta. Pero la bondad misma de algunas de estasreformas y el alcance de todas, eran otros tantosmotivos para que la obra de 1820 se malograse.

Con la vuelta del rey D. Juan del Brasil (acaecidaen el mes de Julio de 1821) nacen las esperanzas delos reaccionarios, que cuentan para sus fines—además del sentido natural de la institución mo-nárquico-absoluta, inconciliable con todo lo quelas Cortes hacían, y á que el Rey se resignaba te-meroso de la reproducción de las escenas francesasdel 93—con la voluntad decidida de la reina doñaCarlota (que se negó francamente á jurar la Cons-titución, y por ello fue desterrada al castillo deRamalbao y privada de sus honores) y del infanteD. Miguel (hijo segundo del Rey); de tal suerte, queen todas las conspiraciones realistas de 1823, y par-ticularmente en la fracasada intentona del condede Amarante, levantado en armas á fines de Febre-ro de aquel año para «poner al Rey en libertad ydevolver al pueblo su felicidad con sus antiguasleyes,» en todas la voz pública asignaba una ciertaparticipación al Palacio de Bolem. El 27 do Mayode 1823 no pudo ya caber la menor duda. El pe-queño cuerpo de ejército acampado en la fronteraespañola para vigilar al emigrado conde de Ama-rante, se rebela contra las Cortes y la Constitv,-cion;]). Miguel corre á ponerse al frente del movi-miento; viene el Príncipe triunfante, mejor dicho,sin la menor resistencia, á Lisboa; las Cortes sondisueltas; quémase la Constitución y es demolidoel monumento levantado á la nueva idea en laplaza de Roni. El conde do Amarante es marquésde Chaves; D. Miguel generalísimo y rehabilitado, yfelicitada calurosamente la Reina. Llueven los reco-nocimientos y cumplidos de las cortos extranjeras,y la reacción omnipotente se lanza á toda especiede desafueros y violencias. Los antiguos diputados ylos funcionarios de 1820 son perseguidos, son mal-tratados con verdadero encarnizamiento. El duquede Loule, que al parecer era hostil á estos excesos,y que gozaba de la intimidad del Rey, es asesinadopúblicamente. Y no satisfechos con esto los demago-gos blancos (que la reacción constantemente ha sido

mucho más rencorosa y más cruel é infinitamentemás insaciable que la revolución más violenta ydesacreditada), fraguan en Mnyo de 1824 una cons-piración, so pretexto de que los masones tratabande asesinar al Rey, y poniendo á la cabeza de losamotinados al infante D. Miguel, amedrentan alcobarde Juan VI y le fuerzan á suscribir á sus in-fames deseos, cuyo éxito hubiera sido seguro á norefugiarse el Rey en un navio inglés, solicitando elapoyo del cuerpo diplomático, que se lo concedióó hizo de modo que su autoridad fuera reconociday depuestos y desterrados ol Príncipe insurrecto,la Reina y el arzobispo de Lisboa. De esta suertetriunfó un cierto sentido conservador que, opuestoá la Revolución do 1820, sin embargo no se mos-

¡ traba propicio al mantenimiento del antiguo absolu-tismo, tanto, que el rey D. Juan insistió en su pro-mesa de una Constitución, quo había anunciadodespués do la victoria de 1823, y contra la qué sealzaron los reaccionarios intransigentes; y decretóla convocatoria de las Cortes de la antigua monar-quía, olvidadas desde mediados del siglo anterior;y, por último, puso enérgicamente término á laspersecuciones de liberales y antiguos revolucio-narios.

Pero la promesa del Roy no pasó de promesa, yla reunión de Corles so prorogó indefinidamente,bien porque así fuera la voluntad regia, en el su-puesto, muy cómodo y muy frecuente en la historiade los gobiernos de concesiones, de que los pueblosse hallaban hartos de libertades y política despuésde 1822, y satisfechos con ol airo paternal de lnnueva administración, que había vuelto á restaurartodos los abusos pasados, poro sin derramamientode sangre, ni aparato, ni estrépito; bien porque lasagitaciones ultra-reaccionarias y el complot abor-tado de Octubre de 1824 para elevar al trono á donMiguel contuviesen los impulsos do D. Juan; bienporque la muerte de éste, acaecida ol 7 de Marzoide 1826, le sorprendiera cuando pensara proceder1

al honrado cumplimiento do su palabra.La muerte de D. Juan franqueó ol solio portugués

á su hijo segundo D. Pedro, convertido en herederopresunto de la Corona lusitana por fallecimiento desu hermano D. Antonio, y ol cual á la sazón se ha-llaba de Regente en el Brasil, de donde fue llamadopor su hermana la infanta doña Isabel María, hechacargo de la Regencia de Portugal por disposiciónde su padre.

El carácter y la significación política de D. Podroha sido objeto de las más encontradas apreciaciones.Píntanle los unos como un ambicioso para quien lamisma autoridad de su padre nunca fue un obstácu-lo; otros como hombre de grandes pasiones débil-mente contenidas por la educación quo debió alP. Antonio de Arribada y a Juan de Rademack, sus

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principales institutores. Celebran éstos la vivacidady resolución de su espíritu; aquellos su afición á losrudos y peligrosos ejercicios de la caza; y no faltanlos que censuran la escasez de su instrucción. Venalgunos en él al campeón de la libertad y al felizobrero de las ideas de su siglo; otros anotan suscontradicciones y violencias, y ponen por causa detodos sus actos su desmedido amor al poder, ó,mejor dicho, á la dominación. Pero sea de esto loque fuere, lo que indudablemente nadie podrá negares que D. Pedro fue un hombre político de excep-cional altura, y que su reinado hace raya en la his-toria lusitana, como los de Juan de Avis, Juan III deiíi'aganza y José I, el Filósofo. Más aún: 61 y Pombalpuede decirse que son la Revolución portuguesa.

Su elevado espíritu comprendió perfectamentela imposibilidad de mantener la unión de Portugaly el Brasil, después de haber residido por espaciode nueve años la corte en Rio-Janeiro, luego depromulgado el decreto de Diciembre de 1815, quelevantó á la categoría de reino á la antigua colonia,dando á la vieja monarquía lusitana, con la aproba-ción del Congreso de Viena, el nombre de Reino-l nido de Portugal, los Algarves y el Brasil; y unavez modificada toda la organización administrativay económica de esta última comarca, de modo queá la acción lenta y por lo común desgraciada ó in-suficiente de la lejana metrópoli se sustituyeran lacompetencia de las localidades para ocurrir á susnecesidades exclusivas y la acción de los poderes es-tablecidos en Rio-Janeiro, esto es, en el mismo con-tinente americano, para aquellos casos cuya gene-ralidad ó cuya importancia exigían una atenciónsuperior. En la situación que las cosas tenían en1820, llamado el Rey I). Juan á Lisboa, acariciadapor los portugueses la idea de reducir la importan-cia del Brasil, y puesta en boga por la malicia, laperfidia ó el recelo la palabra recolonizacion, nosólo la casa de Braganza hubiera perdido el tronode allende el Atlántico, si que hubieran naufragadotodos los intereses que Portugal tenia en aquel re-moto país, á no decidirse D. Pedro por la causa delos brasileños, ferzaudo á su padre para que regre-sara á Europa en Mayo del 21, aceptando él mismoel puesto de Regente y ciñéndose al fin, de acuerdoó no con D. Juan (que esto no se halla averiguado),la corona de Emperador el 12 de Octubre de 1822.

Déla propia suerte, en 1826, D. Pedro dominó lasituación en Portugal, salvando, ó por lo monosadoptando los medios únicos para salvar en Europalos intereses de su casa, el porvenir de la monar-quía lusitana, y con todo esto la causa de la liber-tad y de la civilización. Bajo esta idea, el Empera-dor brasileño comenzó por confirmar en la regenciaa doña Isabel María; concedió casi en el mismo mo-mento una amplia y general amnistía á todos los

portugueses; dio á sus subditos una Carta constitu-cional, que debían jurar inmediatamente los tresórdenes del Estado; mandó convocar Cortes, y, porúltimo, el 2 de Mayo abdicó todos sus derechos ála corona de Portugal en su hija doña María de laGloria, a condición de que ésta no saliera del Bra-sil hasta después de jurada en Europa la Constitu-ción y de celebrado el matrimonio de la misma conel infante D. Miguel. Todo esto se acordó y promul-gó en una semana.

Apenas es necesario explicar el alcance de losdecretos de D. Pedro. Renunciando la corona lusi-tana, la conservaba para su hija, y con ella para sucasa; y haciendo la boda de doña María con el in-quieto y ambicioso D. Miguel, aseguraba á aquellael apoyo del viejo partido realista, al parecer escar-mentado y quebrantadísimo, y por lo menos fuera delpoder desde el fracaso de 1824.—Por otra parle, laConstitución habria de proporcionar á su familia lassimpatías del partido liberal, vencido, atropellado yescarnecido desde 1823, al par que la buena volun-tad de Inglaterra, que por este tiempo ya se mos-traba resistente al espíritu de la Santa Alianza, yvenía desde fines del año 24 aconsejando al rey donJuan la promulgación de una Carla. Además, comoque ésta era dada por él, esto es, otorgada, queda-ban vencidas todas las dificultades que hubieran po-dido oponer los doctores de Laybach y las potenciasabsolutistas intransigentes en punto á reconocer elderecho de los pueblos á darse la Constitución queestimaran justa y conveniente.

Todos los extremos, pues, se hallaban previstos;todos los obstáculos allanados. Inmediatamente losreaccionarios opusieron alguna pequeña resistenciaen varias localidades, esperando sin fruto el apoyode la España de Fernando Vil; en cambio los libe-rales aclamaron con entusiasmo los decretos. LaCarta fue jurada el 31 de Junio, y el 30 de Octubrese abrieron las Cortes. Poco antes, el 29, se habíancelebrado en Viena los esponsales de Doña María dela Gloria y D. Miguel, jurando éste la Constitución ycolocándose en actitud para ser nombrado por donPedro, en vista de la enfermedad de la infanta Isa-bel—que con tanta entereza había llevado á cum-plido efecto los decretos de su hermano y sostenidola causa de la reforma contra las intrigas de Pala-cio, la resistencia de parte de sus consejeros, lainsurrección del marqués de Chaves y la influenciadel Gabinete de Madrid—Regente del Reino, durantela minoría de su esposa y .futura mujer.

La Regencia obvió todos los inconvenientes quepodían oponerse á D. Miguel para llegar al logro desus criminales deseos; y una vez en el poder el in-fante rebelde, los ultras tuvieron seguro el éxito.

Después de proclamada la Carta, habían estos re-anudado la serie de conspiraciones, motines y le-

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R. M. LABRA.—EL PORTUGAL CONTEMPORÁNEO. 6 io

vantamientos do tropas más ó monos regulares, de-mostrando una vez más que, en esto de apelar ála fuerza, utilizar el abominado derecho de insur-rección y atentar á la disciplina del ejército, losabsolutistas se han distinguido muy particularmen-te, ora como en España, hacia 1814, inaugurando laera de las rebeliones militares, ora como en Portu-gal, abusando del procedimiento con una despre-ocupación y una frecuencia comparables sólo á lafrescura con que una vez conseguido el propósitose oye á aquellos hombres de orden tronar contralos procedimientos revolucionarios. Así, mientrasI). Miguel juraba en Viena, levantábase el marquésde Chaves en Tras-os-montes, y el comandante mi-litar de Villa Real de los Algarbes daba con un re-gimiento el grito de «Gobierno provisional y Re-gencia do D. Miguel», y, en fin, la insurrección,después de muchos fracasos, lograba presentar so-bre 10.000 infantes y 4.500 caballos en 1826, moti-vando la demanda de auxilio hecha por !a Regenteá Inglaterra, que envió á Portugal 6.000 hombrescon el general Clinton, con cuyos recursos los in-surrectos fueron batidos y obligados á buscar elbenévolo refugio de la frontera española.

Pues bien: en estos momentos D. Miguel se hacecargo de la Regencia. Quince días después, el 14 deMarzo de 1828, apenas embarcadas las tropas auxi-liares inglesas de regreso á su país, eran disueltaslas Cortes. El 2S de Abril el municipio de Lisboa seatrevía á proclamar Rey al Regente; el 3 de Mayoeran convocados los antiguos brazos del Reino,prescindiendo de la nueva Constitución; y el 1." deJunio D. Miguel era aclamado por las Cortes anti-guas Rey de Portugal, los Algarbes y sus dominios.

La Caria de D. Pedro, que lleva la fecha de 29 deAbril de 1826 en Rio-Janeiro, se componía de 148artículos, divididos en ocho títulos, cuyos títuloseran los siguientes: «Del reino de Portugal, su ter-ritorio, gobierno, dinastía y religión.—De los ciu-dadanos portugueses.—De los poderes y de la re-presentación nacional.—Del poder legislativo.—DelRey.—Del poder judicial.—De la administración ygobierno de las provincias.—De las disposicionesgenerales y garantías de los derechos civiles y po-líticos de los ciudadanos portugueses.»

Por el art. 1.° se declaraba que «el reino de Por-tugal es la asociación política de todos los ciudada-nos portugueses, los cuales forman una nación ¿tireé independiente.» El 6." afirmaban q,ue la religióncatólica continuaría siendo la religión del reino,pero que á los extranjeros les serían permitidas lassuyas, así como su culto doméstico ó particular encasas destinadas á este fin, pero sin forma algunaexterior de templo. Los poderos reconocidos por laCarta oran cuatro: legislativo, moderador, ejecutivoy judicial. La Representación de la nación portu-

guesa estaba (según el art. 12) en el Rey y las Cor-tes generales. A éstas, con la sanción real, corres-pondía el poder legislativo, y se habían de componerde dos Cámaras, la una de elección popular indirec-ta, con arreglo á un censo de 100.000 reis de rentalíquida anual, y la otra de Pares vitalicios y here-ditarios nombrados por el Rey. Era privativo de laCámara de los Diputados la iniciativa sobre contri-buciones y sobre reemplazo del ejército; y de la delos Pares el conocer de los derechos de la familiareal, ministros, diputados, conocer de la respon-sabilidad de los secretarios y consejeros de Estadoy convocar Cortes en la muerte del Rey para elec-ción de la Regencia—«El poder moderador—diceel art. 71—es la clave de toda la organización polí-tica, y compete privativamente al Rey, como jefesupremo de la nación, para que vele sin cesar sobreel mantenimiento, equilibrio y armonía de los de-más poderes políticos.» Por tanto el Rey nombra losPares y los ministros, convoca Cortes extraordina-rias y disuelve la Cámara popular; concede indul-tos, sanciona las leyes, suspende magistrados, etc.y como jefe del poder ejecutivo , que ejerce pormedio de sus ministros, propone los empleos, diri-ge las relaciones diplomáticas, declara la guerra,convoca Cortos ordinarias, etc., etc. El Rey, antesde ser proclamado, necesitaba jurar la religión y laCarta. La monarquía había de ser hereditaria en elorden regular de primogenitura y representación,prefiriendo siempre la linea anterior á las posterio-res; en la misma línea, el grado más próximo almás remoto; en el mismo grado, el sexo masculinoal femenino; y en el mismo sexo, la persona demás edad á la de menos.—Los ministros eran res-ponsables, sin que les excusase la orden del Rey,verbal ó escrita.—Habría un Consejo de Estado com-puesto de consejeros vitalicios nombrados por elRey.—El servicio de las armas era obligatorio paratodos los portugueses.—El poderjudicial, indepen-diente y compuesto de jueces y jurados, asi en locriminal como en lo civil. Los jueces habían de serperpetuos, y había de existir un Tribunal Supremoencargado de conceder ó negar revistas en las cau-sas, según la ley determinase, juzgar de los delitosy faltas de los jueces y el cuerpo diplomático, y co-cocer y decidir sobre dudas de jurisdicción y com-petencias entre las Audiencias provinciales. En lascausas criminales los interrogatorios de los testi-gos y demás actos del proceso posteriores al suma-rio habían de ser públicos.—El gobierno económicoy municipal de las ciudades y villas corresponderíaá sus ayuntamientos de elección popular.—«Todaslas contribuciones directas, á excepción de las des-tinadas á los intereses y amortización de la Deudapública, se establecerían anualmente por las Cortesgenerales; pero habrían de continuar hasta que se

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publicase su derogación ó se les sustituyesen otras.—La Constitución es reformable á los cuatro añosde jurada. «Las Cortes, al principio de sus sesiones,deberán examinar si había observado exactamentelu Constitución política del Reino, para determinarlo que fuera justo.» La Constitución garantiza la li-bertad, la seguridad individual y la propiedad de losportugueses, y solamente era constitucional lo refe-rente á los límites y atribuciones respectivos de lospoderes políticos y á los derechos políticos ó indivi-duales de los ciudadanos. Todo lo que no era cons-titucional, podían alterarlo las legislaturas ordina-rias, sin formalidades especiales. Las relativas á laenmienda de la Constitución, eran la prevención álos electores para que confiriesen á sus diputadospoderes especiales en la próxima convocatoria doCorles, que luego de resuelta la cuestión de en-mienda continuarían como ordinarias.—Según laCarta, no se podía obligar á un ciudadano á hacercusa alguna ó dejar de hacerla, sino en virtud délaley. Esta nunca tendría efecto retroactivo. Todospodrían comunicar sus pensamientos de palabra ypor escrito, sin dopendencia de censura. Nadie po-dría ser perseguido por motivos de religión. Lacasa del ciudadano es inviolable, y de noche sólopodría entrarse en ella, sin su consentimiento, encaso de reclamación hecha desdo dentro, ó de in-cendio ó inundación. Nadie podría ser preso sincausa formada, y á las veinticuatro horas de dete-nido el preso, el juez habría de hacer constar al reoel motivo de su prisión y los nombres de los acu-sadores. Quedaba garantida la libre locomoción.A excepción del delito infraganti, no se podía eje-cutar la prisión sino en virtud de orden escrita de laautoridad legítima. Nadie sería sentenciado sinopor autoridad competente y en virtud de ley ante-rior y en la forma prescrita por ella. La ley seráigual para todos. Quedaban abolidos el tormento,los azotes, la confiscación y la infamia. Quedabanabolidos todos los privilegios que no estuviesenesencial y enteramente ligados á los cargos por uti-lidad pública. No sería posible la expropiación sinprevio expediente é indemnización. La correspon-dencia sería.inviolable y libre el trabajo. Todo ciu-dadano tendría el derecho de petición y queja. LaConstitución garantizaba los socorros públicos, lainstrucción primaria gratuita y universal, la noblezahereditaria y sus regalías, y los colegios y univer-sidades donde se enseñasen los elementos de lasciencias, bellas letras y artes.—Por último, «sóloen los casos de rebelión ó insurrección de enemi-gos, si la seguridad del Estado exigiese que se dis-pensaran por tiempo determinado algunas de lasformalidades que aseguran la libertad individual, sepodría hacer así por un acto especial del poder le-gislativo.»

Tales eran los preceptos de aquella Constitución,contra la que los reaccionarios portugueses se alza-ron en 1828, y que después tomó por bandera elpartido conservador lusitano, frente al avanzadoque proclamaba la dé 4820.

Sin embargo, como se ha dicho, la conducta deD. Miguel casi no permitió que este Código políticosurtiese su efecto; en cambio, afirmó todo un ordende cosas basado en el perjurio, la crueldad, el atro-pello y el olvido de todos los principios y todas lasprácticas de los pueblos civilizados.

Porque la maldad de la reacción miguelista dejóatrás á todo cuanto en el género se había conocidoen Europa, aun á lo que aconteció en nuestra Es-paña ó hizo Fernando VII. Personas, cosas, institu-ciones, procedimientos, deseos... todo es abomi-nable en aquel período de seis años de tortura, dovergüenza, de infamia. D. Miguel, hombre de bruta-les apetitos, do temperamento ardentísimo, de nin-guna cultura, criado en la vida salvaje de los bos-ques brasileños, y educado por su madre en el odioá toda limitación del poder y en el desprecio do todaregla moral, ofrécese desde el momento en que seexhibe ante la historia acariciando todo género deambiciosos proyectos, hipócrita y pórfido, dotadode cierta audacia, cruel y rencoroso , instrumentode doña Carlota contra su mismo padre Juan VI, yesperanza y orgullo del ultramontanismo portugués.Es frecuente, es lo ordinario, que los escritores ypolíticos reaccionarios se complazcan en pintar conlas más sombrías tintas los retratos de aquelloshombres que en el curso de los tiempos han repre-sentado las nuevas ideas, bien como apóstoles, biencomo revolucionarios, bien como hombres de go-bierno. Estos son siempre tipos de ambición y osa-día; nacidos de todas las concupiscencias, educadosen el seno de aquellas negras y horripilantes logiasdonde se bebía sangre humana en el cráneo deuna de las infinitas víctimas del fanatismo dema-gógico. Otras veces eran bandidos que, en vez dela encrucijada y el camino real, tomaban para teatrode sus fechorías la plaza pública, los estrados de lostribunales, los palacios de los reyes, los Congresos,los palenques de la vida política. Y por de contado,la representación de estas gentes no pasaba de lade unos miserables, sin hogar, sin familia, sin pro-piedad, dispuestos á todo, bajo el imperio del estó-mago, hombres pequeños, sin valor ni pensamiento,capaces de jurar todas las causas y por todos losdioses... ¡Bravos retratos! ¡Soberbios personajes, áquienes la historia llama Danlon, Stein, Washing-ton, Mazzini, Cavour, Mendizábal!...

Pero, en cambio, ¡qué piadosa indulgencia, qué lon-ganimidad tan cristiana para todos aquellos héroesdel oscurantismo, de la intolerancia, de la reacciónpolítica ó religiosa! Y sin embargo, nada es compa-

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rabie en negrura, en perfidia, en crueldad á la mayorparte, á la generalidad de los hombres célebres enla historia del absolutismo y la tiranía, sobre todoen la historia de la intransigencia religiosa, de lasluchas horribles y las persecuciones espantosassostenidas por los verdugos del pensamiento huma-no en nombre y para mayor gloria de Dios!

Ahí está D. Miguel de Braganza. Hijo segundo deJuan VI, no halla obstáculo en capitanear la especiede rebelioa que en Abril de 1824 confinó al Rey enel palacio de Amposta, hasta que, merced al apoyodel cuerpo diplomático, pudo refugiarse en el Wind-sor Castle, recobrando su atropellada autoridad; enser el elegido por los conspiradores de Octubre delmismo año para sustituir á su padre, cuya abdica-ción querían aquellos forzar; en erigirse en legíti-mo heredero del trono portugués, so pretexto deqne su hermano mayor D. Pedro lo había renun-ciado por el mero hecho de aceptar la corona bra-sileña, afirmación de todo punto gratuita; y, final-mente, en sacrificar de un modo incalificable losintereses de su sobrina doña María de la Gloria, conquien había contraído esponsales y en cuyo nom-bre se había hecho cargo de la Ragencia, que uti-lizó tan sólo para usurparle el trono, en el tiempomismo que aquella empleaba para hacer el viajedesde Rio-Janeiro á Portugal. Hó ahí un edificantecuadro de familia.

De otra parte, D. Miguel, cómplice de las intri-gas reaccionarias y maquinaciones ultramontanasde su madre, entre cuyas virtudes no se contabanciertamente ni la modestia, ni la templanza, ni lahonestidad, la abandona en 1822 cuando ésta seniega á reconocer aquella Constitución democrá-tica que el pórfido infante jura con toda solemnidaden Octubre, añadiendo á la fórmula de rigor frasescomo las siguientes: «Y juro con el mayor placer ycon todo mi corazón,» lo cual no obsta para quesiete meses después el piadoso príncipe se alce algrito de «¡Viva el rey absoluto y abajo la Constitu-ción!» Y de igual manera, muerto el rey Juan, y sa-bedor por la regente doña Isabel de las disposicionestestamentarias de aquél, no halla el menor óbice endeclarar desde Viena «que nada más deseaba que elcumplimiento de la última voluntad del rey difunto,que se había dignado proveer tan discretamente albien público, hasta que su legítimo heredero el em-perador del Brasil hubiese tomado la resoluciónque su alto juicio le dictara;» todo lo que, lo mismoque el juramento que en Octubre de 1826 (esto es,cuando ya se habían alzado los miguelistas de losAlgarbes y Tras-os-montes) presta de respeto y ad-hesión á la Carta de D. Pedro, y el nuevo que haceante el patriarca arzobispo de Lisboa, en Enerode 1828, de obedecer y mantener como Regente delReino los decretos del Emperador y las leyes de las

Cortes reunidas á la sazón; todo no sirve para ha-cerle dudar un momento, antes de que trascurriesemedio año, en disolver las Cámaras, convocar losantiguos Estados ó brazos de la monarquía tradicional, abolir la Carta, proclamarse rey legítimo,perseguir á los constitucionales que se resisten enOporto, y lanzarse por el camino de las atrocidadesy venganzas que esmaltaron los once últimos añosdel reinado de nuestro Fernando VIL lié ahí unafortificante enseñanza de rectitud, nobleza y piedad.

Después de la rota de los constitucionales en Ju-nio de 1828, la reacción miguelista imperó á despe-cho de la protesta del cuerpo diplomático extran-jero, del doscontento producido por la agravaciónde los impuestos y el creciente malestar de la Ha-cienda, y del arribo de la reina doña María á Gi-braltar,de donde se trasladó á Inglaterra. D. Miguel,en brazos del ultramontanismo, seguro de la sim-patía del monarca español, y apelando como mediode gobierno al terror, pudo creerse invenciblefrente á los constitucionales, condenados por de-cretos aún más sanguinarios y feroces que los deltan denunciado paroxismo revolucionario de 1793,á horca vil, «debiendo ser sus cabezas cortadas yexpuestas en picas hasta que el tiempo las consu-miera, y sus cuerpos quemados, y sus cenizas es-parcidas ó arrojadas al mar,» amén de la confisca-ción de bienes, etc., etc., como prevenían los ce-lebres-decretos do 21 de Agosto de 1829 contra losPalmella, Villaflor, Saldanha, Satnpayo, Pinto, Pi-zarro, Barrato Feio, Barredü Praca y tantos otrosdevotos del derecho y la legalidad.

Sin embargo, en el terrible naufragio de 1826 so-brenadó una tabla que de salvación sirvió para lacausa constitucional. Las Azores resistieron la usur-pación miguelista, y aun después de reducida la islade Madera, quedó viva ó incontrastable la protestade^Terceira, donde jamás fue reconocido D. Mi-guel. En ella pusieron los ojos los constitucionalesrefugiados en Inglaterra, y el mismo D. Pedro qiue,abdicando la corona del Brasil, vino á Europa á ire-conquistar la de Portugal para su hija, y organiizóla resistencia en 1831, constituyendo un ministeirioy apercibiendo para el combate un cuerpo de 7.0)00hombres y ana escuadra de 22 barcos de todas con-diciones y 65 de trasporte. Desde 1832 á 1834 dmróla lucha de constitucionales y miguelistas, aquelllosdueños de Oporto, y éstos del resto de Portugal;mas al fin, la intervención de la cuádruple Alianiza,formada poco antes para combatir la causa de ctlonCarlos en España y de D. Miguel en el reino hernna-no, puso término á aquella lucha por el tratado deEvora, que aseguró á D. Miguel una pensión de mi-llón y medio de reales al año, fuera de Portugall, yel trono de éste á la princesa doña María de la Grlo-ria. Quizá por sí solos los constitucionales no itiu-

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648 REVISTA EUROPEA. 2 5 DE JUNIO DE 1 8 7 6 . N." 122hieran podido dar al traste con aquel infame régi-men, que en menos de ocho años había sepultadoen los calabozos á más de 26.000 personas, depor-tado á Angola y Cabo-Verde á 16.000, desterradoá -13.000 y hecho morir en el patíbulo á 14.700.Pero las circunstancias exteriores, que siempre hanpesado decisivamente en la suerte del vecino reino,á pesar de sus esfuerzos y aspiraciones, habíancambiado. La Inglaterra de 1834 no era la Ingla-terra de Casllereagh y de Eldon, que con singularmansedumbre había dejado obrar á la Santa Alianza.La política iniciada por Canning, en oposición á laprepotencia de los gabinetes absolutistas, y queprecisamente se había planteado con motivo de lascuestiones portuguesas, había adquirido un vigorosodesarrollo durante la guerra de la Independenciagriega, y bien que contradicha en el período de 1828á 1830 bajóla administración Aberdeen-Wellington,durante la usurpación de D. Miguel de Braganza, alcabo se impone de una manera tan definitiva comofavorable á la causa de la libertad continental en1830 con el advenimiento al poder délos whigs,reforzados por los amigos de Canning, de cuya com-binada acción resultaron la reforma eleétoral, laemancipación de los católicos, la abolición del Cor-poration Act y el Test Act, la generalización delself-government municipal y la abolición definitivado la esclavitud. En Francia,en tanto, había corridola que el ilustre Gervinus apellida la gran semanade Junio, esto es, la revolución de 1830 y la exalta-ción al trono de la casa de Orleans sobre las ruinasde la política de Villele y Polignac; y en Españahabía tenido efecto la muerte del rey Fernando, elmovimiento de la Granja, la promulgación del Esta-tuto Real y la inauguración de la guerra de los sieteaños. Es decir, que todas las influencias que desdeprincipios del siglo venían pesando sobre Portugal,todas habían cambiado en sentido y en alcance.

D. Pedro, al levantar la bandera de la legalidaden las Azores, se halló en una situación crítica. To-dos aquellos elementos tradicionales que había pre-tendido atraer y conciliar con el espíritu de losnuevos tiempos al otorgar la Carta de 1826 y dis-poner el enlace de su hermano con su hija, todosse hallaban al lado del usurpador. De parte de doñaMaría de la Gloria estaban sólo algunos leales ami-gos de su padre, pero principalmente los hombresde 1820. Además, resucitadas por D. Miguel las an-tiguas fórmulas de la monarquía secular, la causade doña María revestía, por la lógica de los aconte-cimientos, un sentido acentuadamente revoluciona-rio, al punto de que su mayor fuerza dependía desu referencia á la soberanía nacional. De aquí lasgravísimas, las trascendentales reformas decretadasen la isla de Terceira por los primeros ministros deaquella extraña restauración: por Palmella, Freiré,

y sobre todo José Mousinho da Silveira, el hombremás ilustre que Portugal ha tenido en todo lo que vade siglo, y cuyo espíritu enérgicamente liberal yprofundamente democrático es sólo comparable á sugran inteligencia y su peregrina cuanto sincera mo-destia. Las leyes de 16 de Mayo^ 30 de Julio y 13de Agosto de 1832 entrañan toda la revolución por-tuguesa, y prueban que los hombres del nuevo ró-gimen habían aprovechado felicísimamente las tris-tes enseñanzas do 1823 y 1826, no limilándose ápromulgar la Carta, dejando intacta la organizacióninterior del país y en pié la mpyor parte de loselementos de la política tradicionalista. La reformadel derecho procesal sobre la base del jurado, laorganización de la administración financiera, lacreación del Tribunal Supremo de Justicia, la sepa-ración de las funciones administrativas de las judi-ciales, la abolición del diezmo, de los foros realesy de las sisas fueron su obra, completada en 183335 y 36 con el Código de Comercio, la ley de des-amortización y el Código administrativo. Nada máspolítico, nada más práctico, nada más lógico quelos decretos de Mousinho dados en la isla de Ter-ceira, con el propósito de que fuesen sólo cumpli-dos una vez triunfante doña María, y con la mira deexcitar el interés y el entusiasmo del país agoni-zante á los pies de I). Miguel. Y sin embargo, losprudentes—ó mejor dicho, los que se dan por ta-les—ya trataron de oponerse al sentido del pre-claro ministro, y hubieran logrado el fracaso delempeño revolucionario á no prestarle todo su apo-yo el perspicaz D. Pedro, á quien no podia ocultár-sele que no eran aquellos momentos de tregua, nisu grande empresa podía utilizar medios de escasafuerza y mermada trascendencia. En todo caso, loselementos tradicionales no podían quejarse. La con-ciliación ofrecida por I). Pedro en'1826, y que losliberales aceptaron de buen grado á pesar de lasviolencias de 1823 y 1824, fue rechazada abierta-mente por los primeros que iniciaron la insensatapolítica del todo ó nada.

Y sin embargo, una vez vencido D. Miguel y res-taurada doña María, brota la oposición al sentidode Mousinho, y se forma un partido con casi todoslos amigos personales de D. Pedro y los elementosmenos acentuados del orden de cosas, vencido enEvora-Monte, cuyo principal apoyo es la corte y lamisma Doña María, proclamada reina á la muerte desu glorioso padre, acaecida, para desgracia del par-tido liberal portugués, el 24 de Setiembre de 1834,tres meses después de embarcado D. Miguel enSines para Genova, y cuando acababa de abrir lasnuevas Cortes.

La falta de D. Pedro- por una parte, el progresode las ideas democráticas en Europa por otra, ymuy singularmente la actitud de la corte, tan pro-

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N." 122 BÉLTRAN. LOS PROGRESOS DE LA GEOGRAFÍA Y DE LA HISTORIA. 649

pieia (como lo fue la de Madrid después de la guerracivil) para sus antiguos enemigos, convertidos enentusiastas servidores cuando su causa ya estabaperdida, llevaron á los elementos más liberales de lanueva situación á extremar su actitud, levantandocomo bandera la Constitución del 20 y el dogma dela soberanía nacional, frente á la Carta do D. Pedro,cuyo origen, que no sus preceptos, le daba un ca-rácter incompatible con las exigencias de la na-ciente democracia.

Y una vez afirmadas estas dos aspiraciones, y crea-dos estos dos partidos, comenzaron las intrigas, lasconspiraciones y las intentonas. De todo ello fueronresultado el movimiento de Setiembre de 1836,que llevó al poder á los liberales (desde entóneosconocidos con el nombre de Setembristas) ó impusola Constitución de 1820, que habían de reformar(como efectivamente reformaron en 1838) las CortesConstituyentes, de modo que se concertara con lade!826; el estéril alzamiento del barón de Leira ydelos generales Saldanha y Terceira en 1837 en favorde la Carta de 1). Pedro (y de aquí el nombre deCarlistas que tuvieron por mucho tiempo los con-servadores); la insurrección de Oporto, en sentidocarlista, bajo la dirección de Costa Cabral, que sehabía servido del Ministerio para preparar el triunfode su causa, vencedora en Febrero de 1842; la in-surrección del Minho en 1846 en sentido setem-brista, sofocada merced á la intervención de fuer-zas españolas al mando del marqués del Duero, yde barcos ingleses á las órdenes de Sir ThomasMaitland; y, por último, el movimiento de 1851dirigido por el general Saldanha, con el apoyo detodas las oposiciones más ó menos liberales delpaís, y que, triunfante, produjo la reforma constitu-cional de 5 de Julio de 1882.

RAFAEL M. DE LABRA.

VIAJES Y DESCUBRIMIENTOS

EFECTUADOS EN LA EDAD MEDIA, EN SÜ RELACIÓN

CON LOS PROCIíESOS DE LA GKOGRAFÍA Y

DE LA HISTORIA.

VI. 'El pequeño reino de Portugal desenvolvió su his-

toria durante la Edad Media al modo que Castella-nos y Aragoneses, en lucha perpetua con los Musul-manes que iba expulsando á tierras de Andalucía óal continente vecino. Cuando dio fin la Recon-quista, aislado del Mediterráneo, sin más campo á

Véanse los numero» 115, 116, 120 y 121 página» 380, 407, S61y 601.

su actividad que el África y el Océano Atlántico,con reyes afanosos en crearle poderosa marina yen hacer de la navegación y del comercio baseprincipal de su futuro engrandecimiento, no pudomenos de seguir la pendiente general de los tiem-pos y pensar en tierras desconocidas y nuevos ca-minos para Levante. El rey I). Juan, primero de sunombre y de la casa de A vis, desembarcó con suscinco hijos en Marruecos, se apoderó de Ceula, ydesde entonces Portugal se halla en vías do cono-cer el África y las aún ocultas regiones del Orientemejor que ningún otro pueblo de Europa. El ma-rino portugués afrontó ya en el siglo XV los peli-gros de la navegación por alta mar y, sin temor álos fantasmas que la ignorancia ó la supersticióncrearon en las oscuras é inexploradas regiones delmar Tenebroso, puso la proa do sus barcos hacia elEcuador, atravesó la Línea, costeó el África y doblñsu extremidad meridional, descubriendo el caminopor mar para las Indias, que tanto anhelaban loshombres de la Edad Media.

Era además este siglo una época en que los pro-gresos de las ciencias naturales y físicas desterra-ban las antiguas hipótesis geográficas, y las sus-tituían por otra más cercanas á la verdad, con-tribuyendo á facilitar sobremanera los viajes. Laesfericidad del (llobo llegó á ser afirmación gene-ralmente admitida; los marinos que antes sólo po-dían orientarse siguiendo las costas por el día yen las noches despejadas por la luz de las estre-llas, disponen ya de la brújula; una asamblea desabios sugiere la idea de aplicar á la navegación alastrolabio de mar, y ésta, que antes se juzgaba im-posible alrededor de África por su vasta extensión,los calores de la zona tórrida y las mil quimerasque forjó la calenturienta fantasía de los siglos me-dios, i^jscita ahora en Portugal un entusiasmo queraya en frenesí y en delirio, y á ese entusiasmo de-bemos el claro conocimiento de los países del Me-diodía de África.

La idea madre de todas sus expediciones fue lle-gar á la India por los caminos del mar. La ruta deChina é India por Asia menor, Persia y Tartaria eralarga y peligrosa, y tan difíciles y costosos los tras-portes, que el comercio exigía imperiosamente nue-vas vías que satisficieran las necesidades creadaspor una mayor frecuencia de relaciones con lospaíses y pueblos de Asia. Sabíase por escritos árabesque en la extremidad Sur de África el mar quedabalibro hacia el Oriente y llegaba hasta las costas dela India; además, los viajes de Fenicios, Cartagine-ses y Árabes, y la memoria de otros conservadososcura y tradicionalmente en los pueblos marítimosdel Mediterráneo, eran precedentes de no escasaimportancia. En 1281 Vadinoy Guido Vivaldi equi-paron dos galeras en Genova destinadas á marchar

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á la India dando la vuelta por el Occidente deÁfrica; pero desgraciadamente una nave chocó enlos arrecifes de la costa marroquí y tuvo que regre-sar á puerto, y la otra naufragó en la desemboca-dura de un gran rio, que tal vez fuera el Senegal:diez años después Teodosio Doria y Ugolino Vival-di intentaron, también sin éxito, la misma trave-sía; Jaime Ferrer, de Mallorca, traspasó en 1346 lasCanarias en busca del rio del Oro, y finalmente, sedice que comerciantes de Dieppe y de Rouen diri-gieron expediciones á la costa de África y funda-ron colonias y factorías desde cabo Verde hasta laMina. Estas y otras infructuosas tentativas, de quesólo quedaban oscuras reminiscencias, no amen-guan en lo más mínimo los grandes merecimientosde los viajeros portugueses; ellos son los primerosque en el siglo XV revelan á Europa la existenciade mares inmensos que circuyen al África, y quecon olas, tempestades y huracanes han de ser másbreve y seguro camino para el Oriente que la anti-gua ruta de Marco Polo. Además, los tiempos eranmuy otros de lo que habían sido en la antigüedad yen los primeros períodos de la Edad Media: porqueel cetro del mundo pasa de unas razas á otras: en elsiglo XV los pueblos del Oeste y Norte de Europacrecen rápidamente en poderío material y moral, ylos viajes de esta época, á la vez que se cumplencon esperanzas de mejor éxito, merced á los pro-gresos del arte náutico y al carácter nacional quemuestran, semejantes á las expediciones de los an-tiguos Fenicios, descubren una conciencia másclara del fin propuesto y aparecen dirigidos por unainteligencia superior que, consagrada al estudio,señala al viajero rutas, combina planes y prometerecompensas al más audaz ó afortunado.

Inútil es decir que nos referimos al sabio infanteD. Enrique, personificación de la ciencia geográficaen su siglo y alma de los primeros descubrimientosrealizados por los portugueses. De Juan I y de unaprincesa de Inglaterra nació el que había de hacerá Portugal señor de las costas y mares occidentalesde África: quinto hijo de aquel Monarca, guerrero ála par que ilustrado, acompañó á su padre y her-manos á la conquista de Ceuta. Elegido por Juan Ipara gobernar esta plaza, adquirió de moros y ju-díos algunas noticias sobre los pueblos que habita-ban al otro lado del país de los negros y sobre lasminas de oro de Guinea, proyectando ya desde en-tonces llegar por mar á estas tierras. A su regresode la famosa expedición á Tánger, se retiró á Sa-gres, extremidad meridional del reino, cerca delcabo de San Vicente: allí, rodeado, como Alfonso Xy Federico II, de sabios hebreos y musulmanes, es-tudia á Tolomeo y Benjamín de Tudela; allí, frenteá frente de mares desconocidos, medita sus gran-des empresas y funda la célebre escuela de nave-

gantes. Y, sin embargo, los nombres de BartoloméDíaz y Vasco de Gama eclipsan la gloria del infantede Sagres, porque hay en el mundo la fatal inclina-ción de atribuir todo el mérito de una obra á aquelque la ejecuta, olvidando que los hombres que con-ciben la idea y maduran el plan siempre son losverdaderos autores.

Desde 1412 y con los tesoros de la Orden deCristo, instituida para convertir infieles, comenza-ron las expediciones á lo largo de la costa africana,sin que arredraran al Infante el éxito desgraciadode las primeras ni las preocupaciones del pueblo yburlas de anticuados doctores. En breve el cabo Nondejó de ser el último lugar accesible hacia el Me-diodía; mas era preciso vencer rápidas corrientes ytraidores arrecifes para traspasar el Bojador y en-golfarse de lleno en los abismos del Mar impenetra-ble, del Océano tenebroso: esta misión y la de con-tinuar reconociendo tierras hasta el Ecuador fueconfiada en 1418 á dos hidalgos, Trislan Vaz Te-aeira y Juan González Zarco. Su pequeño buque,furiosamente combatido por las olas, les llevó á unaisla desconocida, situada en el meridiano de las Ca-narias, que denominaron Puerto-Santo. Dos añosdespués, y cuando ya habían establecido una colo-nia, en la mencionada isla, descubrieron otra en suscercanías, deshabitada y tan cubierta de bosques,que la llamaron isla de la Madera; la prendieronfuego, y cuando trascurridos siete años se extin-guió el incendio, plantaron sobre las cenizas lacaña de azúcar y las famosas cepas de Borgoña yde Chipre. Sin embargo, es indudable que la isla dela Madera, asi como las Azores, se conocía antesde la época que historiamos: en un pasaje de laVita solitaria de Petrarca, escrito en 1346, se leeque á fines del siglo anterior los Genoveses, tal vezlos Vivaldi, visitaron las Canarias, que tan próximasse hallan de aquellas islas; conocemos también lasnumerosas expediciones efectuadas en aquellos ma-res en el siglo anterior por Normandos, Españolesé Italianos; hay un mapa de 1351, publicado porBaldelli Boni en su edición de Marco Polo (1847),donde, como en algunos de los citados en el capi-tulo anterior, se ven las Canarias, Azores y Madera;y finalmente, asevera las suposiciones la trágicahistoria del escocés Macham y su bella esposa Anade Arfó, que en 1344, arrebatada por las corrientesla nave que los conducía, hallaron en la isla de laMadera refugio y tumba á la vez.

Pero en medio de todo, el cabo Non continuabasiendo el último límite de las expediciones al Surdel Océano Atlántico, y las naves portuguesas aúnno se atrevían á navegar en aguas del Bojador,donde las olas van y vienen y giran con espantosoestruendo, porque los viejos marinos contaban quenadie lo había hecho impunemente. D. Enrique, sin

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embargo, no era hombre capaz de sentir desaliento;«Si no lográis pasar el cabo,—decía á los navegan-tes,—haceos á lo largo y tendréis algún descubri-miento; después virad de bordo, y volveremos áempezar hasta que le hayamos doblado.» Doce expe-diciones envió el Infante, y todas regresaron sincumplir su objeto, hasta que encomendó la empresaá Gil Eannez, quien, en 1433, y ya en un segundoviaje, salvó el terrible cabo, y trajo á D. Enriqueflores cogidas 30 leguas más al Sur del Bojador. En-viado tercera vez con González Baldaya á prose-guir su obra de descubierta, gana 20 leguas sobrelas ya recorridas, deja abierto el camino á nuevosexploradores, y los espíritus meticulosos pudieroncontemplar un mar tranquilo, afortunados climas ydilatadas costas allá en lo que creían región deabismos, tinieblas ó huracanes. Entonces el Infantese creyó en el caso de solicitar del Papa, que lo eraá la sazón Martin, V, la investidura de los descubri-mientos realizados y los que en lo sucesivo hicieraá sus expensas, conforme al derecho público de laépoca, que atribuía al Pontífice el señorío de todaslas islas. Martin V accedió á sus deseos, é hizo do-nación perpetua á Portugal de todos los países quese descubrieran desde el cabo Bojador á las Indias,otorgando además indulgencia plenaria á los quemuriesen en la travesía. De esta manera, al placerde las aventuras se unió otro poderoso estímulo, laReligión, ambos reforzados muy luógo con los ru-mores que empezaron á circular de haberse descu-bierto arenas y guijarros de oro en las feraces pla-yas del continente africano.

Por esta misma época Gonzalo Velho Cabral des-embarcaba en la isla de Santa María, y hasta 1450continúan descubriéndose las demás Azores que alprincipio se tomaron por las Antillas ó islas delan-teras de las Indias, según Marco Polo, Martin Be-haim y los mapas del siglo XIV, que representanislas en la regio» extrema occidental del Globo. Losprimeros colonos portugueses hallaron en las Azoresmonedas cartaginesas y una estatua que figuraba unjinete señalando con la mano hacia Poniente. Seaesto ó no verdad, parócenos verosímil y probableque los Árabes ó los Normandos arribaran .en susviajes á alguna de las Azores, y que después, en-trando en relaciones con pueblos de la Europa me-ridional, les comunicaran su descubrimiento, oscu-ramente conservado por la tradición, recogida á suvez con aplauso por los geógrafos y cosmógrafosde Italia que en ella veían una comprobación de susteorías científicas.

Continuaron las exploraciones allende el caboBojador, pero con lentitud, pues cada jefe de flota,apenas descubría algo, viraba en redondo é iba árecibir instrucciones del Infante: en 1443 ÑuñoTristan dobla cabo Blanco, ve las islas de la bahía

de Arguim y remonta con su compañero AntonioGonzález un brazo de mar, en cuyas playas vivíantribus de negros, que dieron á los Portugueses pol-vos de oro á cambio de prendas de vestir y otrosobjetos: aquel brazo de mar, por esta causa, sollamó Rio dell Oro. Cuando en el reino se supo quelos salvajes africanos pagaban en tan buena moneda,el infante de Sagres fue ensalzado hasta las nubespor sus mismos detractores, desaparecieron dudasy desconfianzas, se juzgó sencillo lo que antes secreía temerario, y de todos los países llegabanaventureros solicitando servir á las órdenes de donEnrique. Diez carabelas, dirigidas por Gil Eannez,se hacen á la mar en busca del precioso polvo; otrasseis, equipadas por varios habitantes de Lagos, ásus expensas y con permiso del Monarca, pretendenexplorar la costa, y se funda una Compañía ó So-ciedad para el comercio y trata de esclavos en lasfértiles y pobladas regiones á la sazón descubier-tas. En 1446 llega Ñuño Tristan al Scnegal, dondevivían los negros idólatras; ve las frondosas selvasde Cabo Verde, y en 1448 Alonso Fernandez al-canza las cercanías de Sierra-Leona, al grado nuevede latitud Norte.

El alemán Van-der-Berg completa el descubri-miento de las Azores, donde el Infante establecióen 1449 varias colonias para que sirvieran como depunto avanzado de la cultura europea y de la domi-nación portuguesa en los mares de Occidente; Anto-nio de Noli, genovés, al servicio del rey de Portu-gal, descubre en 1450 las islas de Cabo Verde, y elveneciano Aloysio de Cadamoslo llega en 4456 á ladesembocadura del Gambia, y reconoce y da nonn-bre á las islas descubiertas por el genovés. Cada-moslo es el único, entre los marinos de Portugal,que escribió una relación de sus viajes, impresa enVice^tia en 1507, abundante en curiosas noticiassobre los usos y costumbres del país explorado yestablecimiento de las primeras colonias. Esto, yreconocer ó descubrir las islas de Cabo Verde, es suúnica gloria, porque no pasa más allá de los luga-res visitados por Tristan y Alonso Fernandez. Y de-cimos reconocer ó descubrir, poniendo en duda siifue una ú otra cosa, porque la cronología de estosviajes, á juzgar por las obras que hemos consultado,es materia difícil en que hay aún mucho por hacery bastantes dudas que aclarar; asi es que mientras!unos anteponen el descubrimiento de Noli al de)Gadamosto, otros, como Vivicn de Saint Martin,,asientan que Gadamosto y Usodimare son los pri-meros que ven las islas de Cabo Verde, y QÜQ Anto-nio de Noli no hizo más que completar el reconoci-miento en 1462. Hubo otro viajero, Juan Fernando,que en 1443 penetró en el interior de África por elrio del Oro, y compuso también una relación des-cribiendo algunas regiones y tribus del Sahara.

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Pedro de Cintra dobla Sierra-Leona y llega hastael Cabo Mesurado en 1462, y desde este momento,la costa africana, replegándose hacia el Oriente, pa-rece señalar la ruta de la India á los marinos, y serecobra la esperanza de dar la vuelta al África, es-peranza que perdían al ver dilatarse constantementesus playas en dirección Sudoeste. El camino estabaya trazado, pero la muerte de D, Enrique y el atrasode los medios de navegación entorpecieron el cursode los descubrimientos, con tanta gloria iniciadospor el infante de Sagres. Sin embargo, el deseo defigurar en grandes empresas hacía afluir á Lisboade diferentes puntos de Europa sabios, comercian-tes y aventureros, y se formaban asociaciones decarácter mercantil para fomentar los descubrimien-tos, no con un fin científico y humano, semejante alque guiaba á D. Enrique, sino con propósitos y am-bición de lucro que creían realizar, adquiriendo elcélebre polvo de oro de la costa de Guinea.

En 1471 se reanudan las exploraciones y se avanzahasta el golfo de Benim, visitado cien años antes,según Estancelin (1), por marinos de Dieppe; peroeste y ot'os viajes del siglo XIV, y algunos del XV,corno el de Juan Cousin á tierras de Américaen 1488 (2), ofrecen notable vaguedad é incerti-dumbre, y ni en lo más mínimo pueden deslustrarios timbres gloriosos de Portugal y de Cristóbal Co-lon. Juan de Santarem y Pedro de Escalona, los ex-ploradores de Guinea, llegan al cabo de Santa Cata-lina; en 1472, navegantes cuyo nombre ignoramos,descubren las islas de Santo Tomás, Príncipe, Anno-bon y la Bella ó Fernando Póo, situadas bajo el Ecua-dor, y Judíos de Portugal, desterrados á Santo To-más , cultivan el azúcar por mano de negros,

(1) Recherchts sur les v^ytges des navigateurs normaitdes enAfr'qne.

(2J M. Gaftarel, en un articulo publicado en la Revue PoiitiqueetLiíteraire, y traducido en la REVISTA E Ü R O P I A , sostiene que Juan Cou-sin, siguiendo la corriente ecuatorial, llego en 1488 á las costas del Bra-sil, esforzándose inútilmente en rebatir las objecionts hechas contra elcitado viaje. En ningún documento oficial se conserva el relato de Con-sin, y la obra donde aparece escrita la tradición, Memori rs cronológicaspira la hislorii de Dieppe, de Desmarquets, carece de espíritu crítico.Ksta objeción la rebate M. GalTarel, presentando la posibilidad de que al-gún (lia se encuentre un .lanuscrilo auténtico que disipe ludas las dudas;pero también es posible que iamás se encuentre, solrre to'Io si el manus-crito no existo. Además, Cnusin emprendía un viaje de circumn ivegacionalrededor de África y debió dirigirse hacia el Sur: cierto, dice Gaffarel,pero las costas ofrecían grin peligro; para evitarlo hizo rumbo al Oeste,halló la corriente y 1» siguió. Pues ¿y cómo los Portugueses, antes y des-pués de Cousin, no necesitaron replegarse tan al Oeste como el marinode Dieppe? Y si buscaba la extremidad meridional de África, ¿por quémudó de propósito, abandonándose á la corriente que le conducía endirección tan opuesta? A la tercera objeción, fundada en que Pedro Des-calicrs, á quien se supone maestro de Couíin, vivió en 1550, contestaque pudo haber dos Descalicrs, ó que el mapa de 1550 seria una copia,donde por inadvertencia se puso el nombre de su primer autor. En ver-dad que con este sistema de hipótesis es muy fácil argumentar, porque sepresta á inOnitas soluciones, sin más que conceder libre vuelo á la fanta-sía para que figure y presuma caíanlo quiera.

reducidos á esclavitud, cuando los Españoles nipensaban aún en la existencia del suelo americano.De manera que en 1481, al terminar el reinado deAlfonso V, los Portugueses conocían toda la costade Guinea hasta el golfo de Biafra, rio Gabon y lasislas ecuatoriales.

El pabellón portugués flota ya en el hemisferioaustral. La confianza aumenta con el buen éxito, lastinieblas del Mar impenetrable se van replegandohacia el Sur, y á la vez crecen y se completan losmedios auxiliares de la navegación, porque DonJuan II, anhelando impulsar de nuevo los descubri-mientos, consultó á la ciencia, y gracias á los es-fuerzos de hombres tan ilustres como Regiomonta-no, Behaim y Toscanelli, al médico Rodrigo y aljudío José, se construyen ó perfeccionan el meteo-róscopo, el astrolabio, las tablas de declinación, labrújula, y los marinos pueden reconocer las latitu-des y guiarse en las soledades del Océano por laaltura del sol. El Roy se intituló señor de Guinea,y aseguradas las conquistas de África mediante unabuena escuadra que envió á aquellos lugares conD. Diego de Azambuga y un fuerte que mandó cons-truir en Mina, dispuso otra expedición, que en 1484,y á las órdenes de Diego Cam, dobla el cabo de SantaCatalina, llega al país del Congo, pasa 1.125 millasmás al Sur de la desembocadura del Zaire y remontala corriente de este rio. Formaba parte de la expe-dición el ya citado cosmógrafo alemán Martin Be-haim, discípulo de Regiomontano, quien de regresoen Nuremberg construyó un globo terrestre deter-minando los lugares visitados por los marinos dePortugal, y por medio de inscripciones, la fecha éhistoria de los descubrimientos del golfoiie Benimy del Congo, descubrimientos que, por desgracia,extendieron el comercio de negros al interior delcontinente; trata severamente perseguida por DonJuan III, mas sólo porque entregaba millares de ne-gros á manos infieles.

En los últimos dias de Agosto;del arlo 1486, tresnaves mandadas por Bartolomé Díaz se hicieron ála vela con rumbo directo al Sur: dejan á la espaldaLoango, Congo, Angola, Benguela, y después deavanzar hasta el 24° de latitud y clavar en las aro-.ñas de la costa una cruz con el escudo de Portu-gal, resuelve Bartolomé Diat aventurarse en el At-lántico, perdiendo de vista la tierra, y con magná-nima audacia, correr derecho hacia el Mediodía. Latripulación, extenuada por falta de provisiones, sesubleva y pretende volverse á Portugal; Diat lesexhorta, navegan aún 25 leguas, y cuando con ávi-dos ojos buscan puerto, sólo ven agua y más agua,inmenso mar que se dilata al Oriente, porque hanllegado á las latitudes donde termina el África,avanzando hasta la bahía de Algoa. Al regresar con-templan la extremidad meridional del mundo afri-

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cano, y entonces, á los pies del imponente promon-torio se encrespan las olas agitadas y convulsas,mugen les vientos, retumba el trueno y rasga lasnegras nubes el fulgor del rayo: es que ante trespequeños barcos y un centenar de marinos audaces,la Naturaleza se estremece y tiembla, vencida ysubyugada por la enérgica voluntad del hombre. Enmemoria déla borrasca, Bartolomé Díaz llamó Cabode las Tormentas á las últimas tierras de África quevan á perderse en el mar; pero Juan II, con másconciencia del hecho y más fe en el porvenir, le diootro nombre, exclamando: «¡No quiera Dios queconserve uno de tan mal agüero!... que se le llameel cabo de Buena Esperanza.»

Procuró también Juan II adquirir algunas noticiasde la India por la rula de tierra y del mar Rojo.Los negros del Zaire dijeron que á una distancia de280 leguas al Este de Benim residía el famoso reyOganes, príncipe invisible al que tributaban profun-do homenaje los reyezuelos del Congo. Creyeron losportugueses que ese monarca podía ser el PresteJuan, y con encargo de averiguar las verdaderasregiones en que gobernaba é inquirir la situaciónexacta de las islas de las Especias, enviaron alOriente al monje franciscano Antonio de Lisboa, ydespués, cuando aún no había regresado Díaz desu expedición al Cabo, á Alfonso de Paiva y Pedrode Covilham. Parten éstos de Lisboa en 1487, yagregándose en Fez á una caravana árabe, lleganal Cairo, penetran en Asia, y por el monte Sinaípasan á Aden, on cuyo puerto se separan, Covilhampara la India, Paiva para Abisinia. Pedro de Covil-ham visitó á Goa, Calicut, las minas de oro de So-fala, y tornó por Aden al Cairo, donde se detuvoesperando á su compañero. Mas recibió cartas deLisboa que le informaron de la muerte de Paiva,asesinado por dos judíos, y entonces, resuelto ábuscar por sí mismo al Preste Juan, marchó á Abi-sinia, y de tal manera se atrajo la voluntad delNegusch, que éste le colmó de honores y riquezasy le conservó á su lado sin permitirle jamás regre-sar á Europa. En 1515 vivía aún, casado y poseedorde vastos dominios.

Antes de partir para Abisinia había escrito Covil-ham al Rey informándole del éxito de sus viajes:decían las cartas que, según los árabes, navios queavanzaran por las costas de África hacia el Sur,llegarían á la extremidad del Continente, desdecuyo punto, y subiendo por el Océano Oriental, sellegaba á Sofala y la isla de Gomar (Mad a gasear).Si enlazamos estos datos con los que adquirió elrey de judíos portugueses que habían residido largotiempo en Ormuz y Calicut y con el descubrimientode Bartolomé Díaz, que revelaba la existencia deun mar al Sur de África, comprenderemos que erallegado el instante de recorrer la última mitad del

camino é inaugurar la Edad moderna de los descu-brimientos geográficos en el mundo oriental con lagloriosa expedición de Vasco de Gama.

Ahora, y gracias á los portugueses, al infanteD. Enrique, a Diaz y Vasco de Gama, comienzanlos grandes triunfos de la Geografía; se traspasanlos límites fabulosos que detuvieron el genio de losantiguos, se redondea el Continente africano, y des-pués de Guinea, el Congo y el Cabo, se llega á lospaíses orientales de África, imperfectamente des-critos por los geógrafos árabes, Cafrería, Sofala yMozambique, la costa de Zanguebar, la isla de Zan-zíbar y Abisinia. Calicut, en la costa de Malabar,recibe los primeros barcos del extremo occidentalde Europa; el furor del viajo se apodera de los ma-rinos portugueses, y en menos de un cuarto desiglo registran toda la parte Sudeste do Asia, lamenos conocida y que más excitaba la curiosidad,Malaca, las islas de las Especias, la costa de Coro-mandel, Bengala, las islas Maldivas, Ceilan, China,Sumatra, Borneo, las Molucas, las Lieu-Kieu y elJapón1.

Pero entre el viaje de Bartolomé Diaz al cabo deBuena Esperanza y la expedición de Vasco de Ga-ma en torno de África para arribar á Calicut, mediaun periodo de diez años, célebre en la historia de laGeografía , porque en él acontece el memorabledescubrimiento de América. Los marinos y geógra-fos del siglo XV afirmaban que al Occidente de Eu-ropa había tierras, islas, prolongación de las últi-mas regiones de Asia, á donde era imposible ó muydifícil llegar siguiendo la vías comunmente usadas.De aquí, como ya sabemos, el empeño que abriga-ban los hombres de la Edad Media de explorar losmares africanos para descubrir un paso que les per-mitiera avistar las feraces playas de la Arabia y dela In$a. Cristóbal Colon creyó más sencillo, puestoque el mundo era redondo, cortar los meridianos ycaer en línea recta sobre las tierras citadas por losviajeros y exploradores de Asia: no pensaba que)existiera un nuevo continente; como los geógrafosde su época, suponía que Groenlandia, Vinlandia,,Bercil, las Antillas, la costa del Labrador—adondearribó Sebastian €abót en 1487—eran prolongacio-nes de tierras europeas y asiáticas; y el único flmy propósito que le guió al dirigirse á Occidente fue:llegar á las extremas regiones Orientales del anti-guo mundo. Por esto se ha dicho (1) que si Vascode Gama hubiera precedido á Colon, el descubri-miento de América se hubiera retardado siglos; hi-pótesis que no creemos fundada, porque ya en 1492Bartolomé Diaz había doblado el cabo de las Tor-mentas, convenciendo á los incrédulos de que poraquellos sitios el mar quedaba libre, y sin más que

(1) Jules Verne: L'i dccoiivc le de !a terre,

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audacia para entregarse á los peligros de una largay penosa navegación, era posible llegar á las últi-mas regiones de Asia. Por otra parte, la Antilla delos Fenicios, la Atlántida de Platón, los escritos deAristóteles, Plinio, Sóneca y Alfergani, los paísespoblados por los colonos de Islandia y las islas queaparecían inscritas en mapas y planisferios de lossiglos XIV y XV, eran estímulos poderosos que mo-vían á explorar en breve los confines occidentalesdel mundo, y el hecho mismo de navegar Vasco deGama centenares de leguas obteniendo un éxitoque coronara dignamente sus esfuerzos, creemosque hubiera inspirado mayor confianza á los monar-cas que tan desdeñosamente negaron su patrocinioal marino genovés.

Mas prescindiendo ahora de lo que pudo aconte-cer, para fijarnos tan sólo en lo que la historia dice,hallamos que Cristóbal Colon, buscando en los con-fines de Occidente las últimas regiones de Asia visi-tadas ó descritas por Marco Polo, los países deQuinsay, Zailun, Mango y Zipango, descubre medioinundo, el mundo de la Edad moderna; y Vasco deGama, Cabral, Alburquerque, Segueira, Andrade,Pérez y Mota, costeando el África, llegan a! Asia yhacen renacer aquel viejo mundo entre las ruinas yescombros de la civilización oriental. Los Portu-gueses fundan colonias en la India: ya no son laguerra ni la misión religiosa ó política los mediosde que Europa se vale para extender su influjo enAsia; la colonización empieza, y los viajeros tam-poco serán errantes peregrinos como en las pasa-das centurias, sino hidalgos, militares, aventurerosy comerciantes que van á gobernar ó defender lasnuevas colonias y á explotar sus riquezas, vírgenescasi de la avidez europea. Las costumbres, la cul-tura, el genio, la vida entera de Occidente invadeel Asia; y á la atonia sucede el movimiento, á losterribles combates de religión y de raza, las guerrasdel coloso invasor. La sed de oro y el ambicioso afánde extender los dominios de la patria al otro ladode los mares; hé aquí los móviles que impulsan lafundación de las colonias, porque el orgullo y lasoberbia y la codicia y todas las pasiones juegangran papel en la historia cuando se determina unprogreso en la vida social humana.

Los Turcos hancaido sobre Europa, abaten ala an-tigua Byzancio, y el fatalismo musulmán y las mue-lles costumbres del Oriente completan la obra deFocio, esterilizando la vida y la inteligencia en aque-llos lugares que inmortalizaron los héroes, los poe-tas, los pensadores de Grecia y los guerreros de Ma-cedonia. Pero aún no ha concluido el siglo de Maho-met, y ya los Portugueses, oriundos de las tierrasextremas de Occidente—que en los últimos dias dela Edad Media y en los albores de la moderna son pa •tria ó alberguo de los grandes genios que exploran el

cielo, la tierra y los mares, despiertan de su letargoal arte y reproducen las glorias militares de Césary Alejandro — desembarcan en la India, establecenfactorías, levantan fortalezas y ciudades, y constru-yen los primeros cimientos de la dominación.euro-pea en la Península central de Asia que, asentadaentre la China y la Turquía, y en manos de un pue-blo frió y calculador, se hallará pronta á hacerseabrir á cañonazos las puertas del Celeste Imperioy á secundar la política de los colosos de Europacuando les plazca invadir por mar y por tierra lasferaces regiones de Siria y del Asia menor.

Concretándonos á nuestro primordial asunto—progresos de la Geografía y de la Historia en los úl-timos dias de la Edad Media,—observaremos que alterminar el siglo XV gana la Geografía portentosasconquistas en las esferas del hecho y de la idea,popularizándose conceptos y nociones que en laspasadas edades fueron patrimonio exclusivo deaquel á quien la voz general, con más ó menos fun-damento, apellidaba sabio, astrólogo ó nigromán-tico. Colon y Vasco de Gama cumplen sus gloriososdescubrimientos en nombre de un pueblo, y nobles,rústicos y letrados saben que hay un muudo al Oc-cidente, y al Mediodía un camino para el Asia; caende un golpe los arbitrarios sistemas de Tolomeo,Strabon y demás geógrafos de la antigüedad, y laflota de Magallanes, dando la vuelta al Globo, aca-bará de persuadir á la muchedumbre de que laTierra es redonda.

Difícil y confusa se presentaba la historia deOriente en la Edad Media, y era desconocida la deaquellos países que en lo antiguo lograron sus-traerse á la influencia romana; nada se sabía de laIndia ni de China, porque sus pueblos vivieronapartados del resto de los^hombres, y si hoy es po-sible empezar á reconstituir su historia, graciassean dadas á Portugal, que á través de los maresencadenó al Asia con Europa, y á Inglaterra, queconsolida y afianza después los lazos que unían yaá ambos continentes. Algunos siglos antes de Jesu-cristo penetraron en Grecia ligeras nociones sobrolos pueblos indios, conservadas por Herodoto y Cte-sias, lo que unido al tráfico que mantenían los co-merciantes del Asia Occidental con los mercaderesde India, sirvió de única fuente á los antiguos pararecoger escasas y no importantes noticias sobreeste país, limitándose á describir prodigios de laNaturaleza, extravagantes usos y fabulosas ciuda-des. Los viajero? de la Edad Media no profundizarontampoco gran cosa la Geografía y la Historia de lasregiones situadas al otro lado del Indo; mas cuandollega el siglo XV y los portugueses se establecen enla India y fundan misiones y colonias, o,yen hablarde castas y mitología Brahmmánica, rectifican desdeluego algunos pormenores geográficos, y llama su

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atención la grande idea que de sí misino tenía for-mada el pueblo indio. Pero en realidad, las ligerísi-mas nociones que hoy tenemos acerca de la histo-ria india, y más de la historia moral que de lahistoria política, sólo empiezan á adquirirse desdeque los establecimientos ingleses tomaron allí ma-yor consistencia. Es estudio que pertenece ya á laEdad Moderna, y si de él hacemos mención, es por-que su base y origen se encuentra en el siglo XV,y vamos tras las consecuencias que derivan inme-diata ó mediatamente de los descubrimientos portu-gueses. Se convenció Inglaterra de que la poblaciónque dominaba no era una población salvaje, como lade América, ni bárbara y nómada, como la de Tar-taria, y descubrió restos de construcciones gigan-tescas y antiquísimos libros escritos en una lenguamuerta que encerraban preciosos tesoros en reli-gión, filosofía y literatura, fehaciente prueba de ex-traordinario saber en remotas edades. El sistemareligioso de los Vedas, la mitología, las escuelasfilosóficas ó Dhersana, las leyes, las prácticas civi-les, la astronomía, las matemáticas, la medicina, lageografía física, natural y política; en suma, todaslas ciencias y doctrinas de la India, fueron expues-tas con más ó menos claridad; paro desgraciada-mente la Historia y la cronología han quedado rele-gadas al último lugar por la división infinita que deltiempo hacen los sacerdotes indios, la incertidum-bre de las fechas y el desconocimiento de la mayorparte de los textos originales.

De las comarcas orientales de Asia, Griegos y Ro-manos tuvieron alguna que otra y muy vaga noticia;pero cuando verdaderamente empieza Europa á co-nocer el célebre Imperio chino es en la Edad Media,después de las Cruzadas, por los escritos y relacio-nes de viajeros árabes y de los misioneros que enel siglo XIII penetraron en Tartaria. Mareo Polodescribe ya con gran copia de datos sus extensasregiones, la organización política y administrativadel Imperio, los productos de su industria, y el ge-nio, carácter y costumbres de sus habitantes; y unavez en la India los Portugueses, salvan el estrechode Malaca y se encuentran en los mares de la China,y desde entonces Portugueses, Holandeses é Ingle-ses procuran con tenaz empeño establecer factoríasen territorio chino y convertir su población á la fede Cristo. Así empezó á conocerse la larga y monó-tona historia de China. Los indios buscan su porve-nir en los cielos, en Brahm, y desprecian el pasadoy el presente; el chino se entrega en cuerpo y almaal presente, se recrea en lo pasado y jamás piensaen el porvenir: por esto los chinos tienen historia,y no hay ninguna nación que más cuidado y esmeroponga en escribir y conservar sus anales, depósitodonde se contienen los sucesos todos del reinado dede cada Emperador, recopilados por cronistas que

muestran un noble y varonil espíritu de indepen-dencia.

Así, y no de otro modo, se acaudala la historiade la Humanidad. Primero es saber que existen ra-zas y pueblos, imperios y naciones; después cono-cer sus orígenes, su vida, su aptitud especial, parahacerles entrar luego en la corriente general delmundo civilizado, que en tanto puede llamarse cultoy civilizado el hombre, en cuanto tiene el almapreñada de ideales, motores del progreso indefi-nido, ideales que se conciben, engendran y realizanen el trato, comunicación y ayuntamiento de todoslos individuos de la gran familia humana.

Resumiendo. Árabes y Normandos inician nuevay fecunda edad en la historia de la Geografía; lastribus guerreras que llenan los vacíos que dejó elimperio de los Césares, electrizadas por la idea re-ligiosa, van á descargar el rayo de su venganza yde sus iras sobre las gentes que con soberbia y al-tivez profanan los lugares que el Hijo de María con-sagró con santa vida y afrentosa muerte; el monjeatraviesa los desiertos de Asia y se interna en remo-tos é ignorados países; el mercader afanoso caminacentenares de leguas para aumentar su fortuna, yel marino se entrega á merced de las olas, y audaz,temerario, deja á su espalda las últimas tierras deAsia ó de Europa y surca mares que la tradiciónsupone tenebrosos é impenetrables. Como conse-cuencia inmediata, el continente Asiático y los pue-blos que en él viven entran en relaciones con elEuropeo, y el contacto de la civilización arábigacon la cultura cristiana introduce notables progre-sos en el Mediodía de Europa; aficiónase á las espe-cias, aromas y otros deliciosos productos de Orien-te; nace el comercio ó extiende su esfera de acción,y de átfui la rápida y brillante fortuna de las Repú-blicas italianas, á la vez que los viajes por tierradilatan el horizonte y círculo de conocimientos, yla perfección del arte náutico y ciencias afines faci-litan los grandes viajes marítimos.

De este modo llegará Italia á ser el punto centraldel comercio con Asia, ya por la ruta de Alejandríay el mar Rojo, ya por la de los mares Azof y Cas-pio, y será también el foco adonde afluyan todaslas ideas y conocimientos adquiridos ó conservadospor la civilización oriental musulmana. Escritoresitalianos, en mapas ó en libros, nos mostrarán elresultado de propias investigaciones ó de largosaños de estudios, se formularán nuevas teorías cien-tíficas sobre la forma y divisiones del Mundo, mul-titud de pueblos estrecharán sus lazos sociales, éirán alejándose de cada vez más lo extraordinarioy lo fabuloso, logrando la Historia mayor grandezaen la concepción, majestad y galanura en la forma,riqueza, colorido y verdad en el detalle.

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656 RKV1STA EUROPEA. 2 5 DK JUNIO DE 1 8 7 6 . N.° 1!

Al terminar el siglo XV, el viaje y el descubri-miento entran ya en los caminos de la ciencia: noes un Justino, un Inocencio III, un San Luis, quienlos impulsa y dirige; es un infante D. Enrique: noes un Zeinmarh, un Carpino, un Rnbruquís, quienlos lleva á cabo; es un Bartolomé Diaz, un Colon,un Vasco de Gama. Porque en eso que llaman Rena-cimiento clásica hay una explosión de genios quehacen pobre y pequeño el mundo de Roma y deAtenas; porque ese mundo clásico que renace,crece y se desarrolla y se levanta al calor de hom-bres y de ideas que son nuevos y que crean uninundo nuevo también, el mundo de la Edad mo-derna. Los geógrafos del Renacimiento clásico des-lierran para siempre las hipótesis y los sistemas delos clásicos; los viajeros van á hollar con su plantalos últimos rincones del Planeta, y los marinos pre-sienten el dia en que sus barcos podrán girar entorno del Globo, porque ya no les cabe duda deque la Tierra es un globo.

Pero las Repúblicas de Italia, las reinas del Me-diterráneo, al sentir el frió de la muerte, se hanconvertido de señoras en esclavas, y los antiguososados marinos de Venecia y de Genova, si reali-zan atrevidas expediciones, es al amparo de pabe-llón extranjero. Portugal recoge el estro de losruares, diseña con la estela de sus barcos los perfi-les de África, avanza hasta las costas de la India y,descubriendo la ruta del Cabo, facilita las comuni-caciones con Oriente y, por lo tanto, el comercioy los viajes de exploración en las regiones del Me-diodía de Asia. Un italiano, un genovés, quiereadelantarse á Portugal, y como la linea recta es lanías corta y el mundo redondo, en carabelas deEspaña navega hacia el Oeste en busca de tierrasorientales. Islas que no son de Asia, sino de otromundo, de América, le detienen: el genio del pro-greso, á través de los mares, ha encontrado tierrasvírgenes donde arrojar las semillas de la culturahumana.

España y Portugal abren gloriosamente la Edadmoderna en la historia de la Geografía; España yPortugal darán vida á hombres de acción, á geniosemprendedores que de año en año descubren, con-quistan y colonizan más y más tierras, ya en Amé-rica, ya en los mares de la India y de la China; es-pañoles y portugueses, holandeses é inglesesrecorrerán en todas direcciones el Océano, y elmundo irá ensanchando, la humanidad creciendo,con islas y continentes, razas y pueblos, porqueColon y Vasco de Gama dejarán tras sí largo séquitodo viajeros ilustres, Cabral, Nuñez Ralboa, Magalla-nes, Elcano, Almagro, Mendaña, Drack, Davis, Tas-man, Uríes, Rugainville, Coock y tantos otros que,perseverando en una misma idea, han logrado com-pletar el mundo en que vivimos y han hecho posi-

ble que la Geografía en nuestros tiempos estudiepalmo á palmo la Tierra, deteniéndose sólo ante losPolos, porque un círculo de hielo los envuelve, yante algunos países centrales de África y Occeanfa,tal vez porque no hay un mar que los circunde.

RICARDO BELTRAN Y RÓZPIDE.

FILOSOFÍA NOVÍSIMA.

EL UNIVERSALISMO DE A. PEZZANI.

i.

Algunas palabras tienen dos significados: el pro-pio ó filológico y el convencional, que suele san.cionarel uso. Sólo en este último sentido ha podidollamarse Filosofía.novísima á la que es, sin duda,la más antigua, en el fondo considerada, de cuantaslos anales históricos conservan noticia.

En los Vedas, ese fósil que la moderna cienciaindianista nos da á conocer, esa fuente donde hanbebido todos los legisladores religiosos y todas lascivilizaciones conocidas; en los Vedas se hallan losprincipios fundamentales de esta Filosofía novísi-ma, que hoy cultivan unos pocos pensadores, ypropaga una escuela á la que no dio aún carta denaturaleza la ciencia oficial.

Esta digresión preliminar nos permitirá entrar enmateria.

Las dos grandes corrientes qute han impulsado ála filosofía, el empirismo y el idealismo, moldes dela escuela positivista y la escuela espiritualista ac-tuales, fundaron los sistemas que han compartido,siempre con tendencias exclusivistas, el imperiofilosófico.

En nuestros dias parece que se renueva con en-carnizado propósito la lucha perenne de aquellasescuelas, encastillada la una en el punto de vistafisiológico, y la otra en el terreno puramente psico-lógico.

El positivismo lleva la mejor parte en lo que esobra* de destrucción. Oigamos, si no, los clamoresrepetidos de nuestros actuales pensadores:

«La escuela espiritualista, dice Paul Janet (1), hasufrido de algunos años acá uno de los más rudosgolpes. Ya no es la señora de la opinión: de todaspartes objeciones, críticas, imputaciones justas óinjustas, pero muy acreditadas, se levantan contraella; atraviesa, en fin, una crisis espantosa. Des-pués de todo, si sólo se tratase de una escuela, po-dríamos consolarnos; ninguna escuela es eterna niabsolutamente necesaria; pero hay aquí más queuna escuela, hay una idea, la idea espiritualista,

( 1) L¡ Crlse pliilo.ophique.—Inlioduetion

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N." A. TOBRES—SOLANOT. EL UNIVERSALISMO DE A. PEZZANI. 657

cuyos destinos se ven hoy amenazados por el com-bate más formidable que ha sufrido desde la Enci-clopedia, y que arrastraría consigo, si debieran su-cumbir, la libertad y la dignidad del espíritu hu-mano.»

Otro filósofo, M. Caro (i), ocupándose del porve-nir y los destinos del espiritualismo moderno, es-cribe: «La prueba cruel que la filosofía espiritua-lista está pasando hace algunos años, y que con-tinúa, debe advertirla para estar prevenida respectoal porvenir, y no dormirse, como hasta ahora, en laseguridad engañosa de una especie de escolásticarenaciente, mientras que alrededor de ella todo serenovaba, crítica histórica, crítica religiosa, cien-cias físicas y naturales...» «En fin, se aislaba cadavez más del movimiento de las ciencias físicas, na-turales, históricas, que tocan por tantos puntos ála ciencia filosófica.»

Exclama últimamente el profesor Laveleye (2):«El ateísmo inconsciente y la fria indiferencia, másmortal que la hostilidad declarada, ganan terrenode dia en dia. Parece que si este movimiento con-tinúa, toda religión desaparecerá.»

Inútil es aumentar citas para dar más valor ánuestras apreciaciones. La crisis que el espiritua-lismo, y por ende la idea religiosa, atraviesan esun hecho, y así ha podido predominar el positi-vismo, dando plaza al materialismo, con sus conce-siones y su negación absoluta de la metafísica, puestanto vale rehusar ocuparse de ella, sin la cual noes posible una filosofía de la naturaleza. Así se hapodido llegar á la proclamación de la cultura ateacomo ideal (3); y así se ha podido ensalzar el ateís-mo, en los siguientes términos: «El despotismo yel teísmo se han dado siempre la mano para opri-mir á los pueblos; estos han bajado la cabeza, hanbuscado la dicha en el otro mundo, sin intentar re-clamarla en este, y todos los tiranos les han explo-tado. Con el último teista desaparecerá el ultimoesclavo. El porvenir debe pertenecer al ateísmo. Alateísmo deberán los hombres su manumisión y sudicha, tanto tiempo sacrificadas por una ilu-sión (4).»

Afortunadamente, estos sueños, opuestos á la na-turaleza misma de las cosas, no prevalecerán; por-que á los tiempos críticos se oponen los tiemposorgánicos, como al análisis sigue la síntesis; poreso la ciencia y el arte, la política y la religión,plantean el problema del porvenir, que sólo un sin-tetismo elevado sobre las exclusivistas escuelaspuede resolver. Por eso renace en nuestros Uias el

(1) ihid. La philosopliie ¿e M. Vacherot, págs. 174 y 175.

(2) VAvenir rcligieux des peuplvt civUit.t, pág. 12.

(5) Manifiesto de los sucialútas alemanes.—Further demokrutUchc

WoChenblall, núm. SI.

(4) Dr. A. Held.—Dic deutsche Arbeitei pyesse der Gegeiucart.

TOMO Vil ,

universalismo, sustentando la creencia en Dios yen la inmortalidad del alma, aspirando á resolver elcomplicado problema filosófico, y enseñando: «quese ha perdido de vista el encadenamiento y el fin delos destinos humanos; que se ha querido aislar alhombre del conjunto de las creaciones, sin ver en suestado presente la consecuencia de un pasado indu-bitable, á pesar de su oscuridad; y que ha resultadode aquí, que el hombre se ha hecho centro, y ha ol-vidado á la vez su origen, su misión y su fin.»

Debemos reconocer que al pensador imparcialque hoy se propone los problemas «¿De dóndevengo?» ¿Qué soy?» «¿A dónde voy?» no pueden sa-tisfacerle las respuestas, sin demostración, de laescuela espiritualista, ni menos las peregrinas aser-ciones de la fe dogmática, y que es natural que, li-mitando sus miras al planeta que le sirve de asiento(pequeño globo entre los infinitos que pueblan elespacio, para el desarrollo sucesivo del espíritu),deseche las cuestiones de la metafísica y se atengaá los enunciados del positivismo.

II.

Nosotros seríamos también materialistas si nopensáramos como Pezzani, y como él nos explicá-semos los seres, las fuerzas, las leyes, el movi-miento; en una palabra, si no admitiésemos el uni-versalismo, fié aquí sumariamente expuestos susprincipios y teorías (i):

«Todo ser está determinado de cierta mane/a quele hace él, y le distingue de los otros.

La determinación produce la forma en su mani-festación contingente. La forma es la fuerza de es-pansion de la sustancia, tomando los materialesapropiados de las mónadas en estado latente, no delos elementos inertes. Cuando esos elementos estáncondensados, macizos, y lo están tanto más, cuantoimenor es la fuerza de espansion, se llaman elemen-tos sensibles, materia, tangible y perceptible paranuestros órganos corporales; cuando los elementosdéla forma son muy sutiles y etéreos para caerbajo nuestros sentidos, podemos llamarlos inmate-riales. Pero bien se ve que esas expresiones ma-teria ó inmaterial son nada más relativas á nuestroplaneta y á nuestra constitución orgánica, siendo loinmaterial para nosotros muy material para senti-dos más delicados y para seres más elevados. Lamateria en sí, y lo inmaterial en sí, son, pues, can-tidades vacias que no existen más que como sim-ples relaciones.

Nuestro cuerpo verdadero, nuestra forma esen-cial no se ve ni se toca; nos sigue siempre en lo quellamamos vida como en la muerte, depurándose,

(1) Novisiima veibi; oti Derníer» pentétt i'vrt philosophe, par

Amlré Pezzani.

50

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658 REVISTA EUROPEA. 2 5 DE JUNIO DE 1 8 7 6 . N.a422modificándose á cada progreso. Una escuela moder-na le ha llamado Periespíritu (1), palabra nacienteé impropia; sólo es visible, bajo forma de vapor,para ciertos sensitivos (sonámbulos, médiums) ypara algunos animales.

No hay en el universo más que mónadas dotadasde fuerza. En el estado caótico y mineral, esperanelaborando en su envoltura. Vegetales, entran enuna especie de asociación. Animales, forman unasociedad más estrecha. Aquí es preciso distinguirentre los invertebrados y los vertebrados.

En los invertebrados, el lazo puede romperse, yel animal, aun disociado, puede vivir, resultandotantos animales distintos cuantos centros nerviososhay. Esto es elpoHuoismo.

En los vertebrados, sobre todo los superiores, laasociación es tal, que cuando muere la mónada di-rectriz de las mónadas inferiores, arrastra consigoú las demás para continuar nuevas existencias consu organismo invisible. Esto es el polipsiquismo. Enel hombre sucede así con mayor razón. Las móna-das inferiores están en una indisoluble solidaridadcon el yo su jefe supremo; ascienden ó desciendenó permanecen estacionarias con él (2).

1.a filosofía y la ciencia del porvenir deberán ypodrán insistir sobre esto para establecer la inmor-talidad de la persona, fundada en la imperecederaagregación de las fuerzas psíquicas, una vez quehan llegado á formar un centro de inteligencia y depensamiento, una unidad personal. Todo tiende &demostrar esta tesis científicamente, aunque apenasempieza á abrirse el campo de descubrimientos eneste terreno.

Todo agregado de lo que se llama materia, esuna reunión de partes que supone una fuerza mo-triz. Ahí es donde se forma la primera asociaciónde las mónadas; más instable aún que en el vegetaly el invertebrado, cambia siempre que nuestrosquímicos le presentan otra sociedad con la cualtiene más afinidades. Ese es el primer ensayo de lasmónadas, elevándose del estado de involución y dereposo á la vida vegetal y animal inferior, despuésá la superior, y d? esta á la hominalidad.

Acontece en estas combinaciones algo muy nota-ble en favor de los seres, ley universal del cosmos;y es, que las combinaciones que prevalecen gene-ralmente entre los elementos químicos, y respectoá las cuales la afinidad se desplega con más com-placencia y preferentemente, son aquellas que tien-den hacia los cuatro ó cinco productos que consti-tuyen los vegetales y animales, y son el carbono,el ázoe, el hidrógeno, el oxígeno y el fósforo. Ahí

(1) ESIJ cuerpo fiuldico ha recibido también los nombres de pre-es-piritu y inetn-etpiíitu.— TS.

(2) En la traducción sacrificamos algo n\ estilo por conservar másfielmente rl pensamiento del autor.—T-S.

hay un hecho de finalidad intrínseca, que denota elmovimiento de progresión á que todas las cosas es-tán sujetas.

Es preciso comprender esto:Un doble movimiento, 1.° de la tierra, interior;

2." exterior, del cosmos que corresponde armónica-mente.

La tierra tiene su huevo cósmico encerrando to-das las formas que aquella producirá sucesiva é in-definidamente en un porvenir perpetuo. Todos losplanetas y todos los mundos habitados están en elmismo caso.

Pero como la tierra ha venido muy tarde al des-arrollo de las cosas, ha sido precedida por un naci-miento, una germinación indefinidos de sus congé-neres, que han tenido habitantes de toda especie yde todo grado, antes que nuestro planeta hubiesepodido recibirlos. Por tal razón, todas esas mónadasanteriores y preexistentes no vinieron á aprisionarseen la matriz terrestre sino cuando las formas visi-bles fueron armónicas á su estado. Hay en el Uni-verso un vaivén eterno, no según una razón vagaé indeterminada, inconsciente, sino según una idea,una razón absolutamente determinada y marchandosiempre al progreso de un modo consciente (i).

III.

Hay en el cosmos un constante processus de losseres, que no es desordenado, como pretendenciertos filósofos, ni circular, como sostiene Hegeldesdichadamente, porque estos processus diversosno serían progresos, sino uaprocessus hacia el bien,la conveniencia y la armonía, hacia lo verdadero ylo bello. Al principio, y mientras las mónadas nohan alcanzado por sí mismas la conciencia, perma-necen confundidas (obscurement enveloppées) tra-bajando, no obstante, en pro del orden universal, envirtud de lo que los estoicos llamaban la razón se-minal de las cosas, para nosotros más bien razóndeterminada é ideal.

Pero cuando estas mónadas, homogéneas todasy de la misma raza, llegan por la asociación indi-soluble con sus hermanas á la individualidad ó á lapersonalidad, desaparece la necesidad fatal para darlugar á la necesidad moral, á una libertad apenasindicada en su comienzo, pero que se va manifes-tando cada vez más independiente y más responsa-ble. En los primeros momentos, y aun en nuestrostristes mundos, esta libertad turba con rebelionesel orden, pero este recobra siempre su equilibriopor una reacción que recae sobre el culpable; mástarde, en fin, y en los mundos luminosos la libertad

(1) Esta teoría, que puede llegara un extremo al parecer utópico,pero racional, la ha expuesto el docter Huelbcs Temprano en varios dis-cursos en las «Controversias públicas» que sostiene la Sociedad Espiri-tista Española. - T - S .

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puede definirse, obediencia voluntaria á las leyesgenerales y respeto cumplido del orden moral.

Se ve, pues, que en nuestra teoría, dentro de lasideas universalistas, lo que se llama materia noexiste, ni el espíritu tampoco; la materia no es másque un ser inferior, y el espíritu un ser más avan-zado que ascendió de sus primeras y rudimentariasmanifestaciones al polizoismo y al polipsiquismopor la asociación. Y esto siempre relativamente, detal modo que la materia, es decir, el elemento sen-sible en Júpiter y sobre todo en el Sol, donde lapesantez es enorme, constituiría para nosotros en-tidades intangibles y espirituales (i).

Lo mismo sucede, ya lo hemos dicho, respecto alcuerpo verdadero del ser que es invisible para nos-otros, y no se muestra, según parece desprendersede ciertos hechos, más que á algunos animales y álos videntes estáticos.

Añadamos á demostraciones tan completas y tanindubitables algunas citas de un gran filósofo, deLeibnitz, que participa completamente de nuestramanera de ver, aunque no la ha desarrollado contanta claridad:

«No hay seres puramente espirituales (entended-»lo, candidos espiritualistas), como no los hay pu-«ramente materiales: todos los sores son un com-«puesto de alma y cuerpo.—La materia no existe»por sí misma, ni tampoco el espíritu.—Son expre-nsiones limitadas y relativas, que es preciso guar-»darse de convertirlas en sustancias (2).»

Debo tratar á los materialistas con menos severi-dad que á los espiritualistas, porque los primerosson más lógicos. Con sus ideas, considerando á latierra aislada, sin lazos con lo universal que tal vezsólo existe en nuestra imaginación, sin solidaridadentre seres quiméricos de mundos también quimé-ricos y nuestro isundo,que es el elemento sensible yperceptible á nuestros órganos,—han podido negartodo lo que nosotros llamamos lo extrahu'mano,lo sobrehumano, lo suprasensible, porque no erademostrable por ninguna experimentación y no caiabajo nuestros sentidos. Los positivistas no nieganabsolutamente, pero rehusan ocuparse de ello. Es unmodo de ver las cosas incompleto, fragmentario,que nunca llegará á la integralidad; pero este errorse explica. Lo que no nos explicamos es la candi-dez de los que creen en el alma separada del cuer-po, y afirman la inmortalidad de la persona humana,sin pensar en darlo las necesarias condiciones, y ol-vidando los principios del gran Leibnitz contenidosen estas memorables palabras:

«En la serie continua de las metamorfosis y evo-«luciones del sor, un doble principio permanece

(1) V4a»« Pltiloiophie de ¡'avenir et Pltilosophie nouvelte, pági-nas xv y siguientes de la Introducción,—A. PejLzani,

(2) UoimOologie, píg. 439 y «i(f.

«idéntico é inmutable; siempre es la misma alma,«siempre es el mismo cuerpo. El nacimiento y la«muerte no son más que distintas fases de un des-«arrollo progresivo. El, individuo preexiste al uno«y sobrevive á la otra en la doble identidad de su«alma y de su cuerpo.»

Leibnitz va más lejos, entrando de lleno en la filo-sofía del porvenir:

«Los cuerpos inorgánicos, dice, son simples«agregados de mónadas yuxtapuestas, sin lato real»que les dé una verdadera unidad. Los cuerpos or-«ganizados, al contrario, se componen de cierto nú-«mero de entelequias íntimamente agrupadas alre-vdedor de una mónada central que sirve de alma y»mantiene una unidad permanente.

«Los cuerpos son máquinas vivientes, cada una«de cuyas parles es una máquina á su vez. Cada«miembro de un animal es un animal también, y«encierra lodo un mundo do seres vivos, los pua-«les contienen otros, y así hasta el infinito. Hay allí«una trasformacion incesante; es un flujo constante«de mónadas secundarias sucediéndose sin descan-«so en torno de la mónada dominante y central;«pero esta mónada (que llega al zoismo ó al psi-«quismo con sus asociadas) permanece siempre la«misma, á través do trasformaciones sucesivas, en«todos los nacimientos, las vidas, y lo que se llama«las muertes (I).»

En cuanto á mi, ¡10 creería en la inmortalidad de lapersona imposible de reconstituir después de la se-paración llamada muerte, y sería franca y resuelta-mente materialista, no dando fa más que al ele-mento sensible, y no preocupándome más que de loque cae bajo mis sentidos, si no creyese que el seres á la vez esencia, for a y vida; que no puede se-pararse de su organismo vital, indivisamente unidoá éí, siempre, en todos los mundos á donde va &aprisionarse temporalmente; que por consecuenciael ser individual ó personal preexiste á su desarro-llo en la matriz planetaria, adaptado por una leyarmónica al huevo cósmico de cada globo y á lasformas engendradas. Pero soy universalista, porquesé y creo en la preexistencia y ¡a continuación pro-gresiva de la vida en el orden eterno y en las leyesconstitutivas de los seres. Jamás me persuadiría deque el organismo grosero y terrestre es el cuerpo)verdadero de mi ser, y que este ser no se compo-ne más que de un alma creada expresamente poirun DeviS ex Machina para animar mi grosera arma-zón, y que esa alma sólo será sometida á una prue-ba para recibir recompensas ó sufrir castigos irre-vocables. En vez de afirmar estos desvarios, valemás ser materialista, y yo lo sería si no tuviese laife antes expuesta.

(i) Manadototie, pátf. S67 y »¡j.

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IV.

En resumen, hé aqui las proposiciones que seránaceptadas por la filosofía futura:

1.° Las mónadas (seres eritelequias) son todas dela misma raza y la misma línea, pero "en diferentegrado de desarrollo, comenzando por el estado doinvolución, de incoación y de reposo relativo. Es-tas se hallan destinadas en todos los mundos á for-mar los minerales, los vegetales, los animales in-feriores é invertebrados. Aquí no hay más que unsimple agregado por YUXTAPOSICIÓN', y á la muertono hay derecho á la inmortalidad, porque no se haconstituido aún la unidad del ser.

2." Las mismas mónadas van formando poco &poco una sociedad más perfecta y llegan á anima-les superiores ó á hombres, por una unidad ya in-dividual, ya personal, bajo la dirección de una mó-nada central. Desde este momento la ASOCIACIÓN esindisoluble, persiste á la muerte y preexiste á to-das sus trasmigraciones, que sólo entonces puedentener lugar; aquella es inmortal también en el por-venir, y las mónadas asociadas, formando un indi-viduo ó una persona, pueden marcharse más ó me-nos del planeta en que han vivido. Si son pesadas yvulgares aún, entran en su esfera de atracción; sino, se separan y pueden ir a otra parte.

3.° Pero las mónadas vulgares trabajan siemprepara preparar un organismo armónica ó idéntica-mente adaptable al estada de cada una de esas mó-nadas zóicas ó anímicas que vienen aún á aprisio-narse allí para su progreso ó para el bien de la hu-manidad de que se trata.

4.° Nuestra persona humana depende de la aso-ciación y de la agregación indisoluble; así, pues,para que aquella subsista es necesario que la aso-ciación y la agregación se conserven, y esto nopuede tener lugar más que reconociendo (pronto lohará la ciencia) un organismo virtual constitutivode la mónada y que se adapte por una correlaciónadecuada al organismo grosero. Es necesario quelas mónadas en estado latente produzcan las formas,correspondiendo exactamente á las mónadas másavanzadas, ya zóicas ó psíquicas. Es necesario, entérminos más ciares y comprensibles, que cada cen-tro nervioso del organismo formal esté preparado árecibir cada centro psíquica del organismo virtual,y que haya entre esos dos organismos, visible eluno é invisible el otro, paralelismo por adaptaciónadecuada. Esta hipótesis nada tiene de imposible, ycreemos que lejos de ser desmentida será confir-mada por la ciencia.

Son una misma cosa preexistencia y persistencia;no puede sostenerse la una sin la otra.

Si no se cree en la preexistencia, no puedecreerse en la inmortalidad; y no queda más recurso

que hacerse positivista, es decir, no dar fe más queal elemento sensible; hacerse ateo, es decir, no re-conocer leyes generales, nada más que el acaso. El.conjunto entero del cosmos entra en el caos; nohay método posible, no hay universalización. Peroque dirija el hombre su vista hacia el cielo estre-llado, que no se sienta aislado sino unido á la seriede los seres, y entonces desaparecerán todas lasfalsas creencias.

«La solidaridad humana no es más que una parte«de .la verdad. Todos nosotros, seres dotados de in-teligencia y de razón, sea cualquiera el grado de la«escala en que nos encontremos, miembros de la«humanidad terrestre ó de otra humanidad; todos«estamos unidos por una cadena inmensa, todos«marchamos á un fin común, hacia el divino tipo«que nos atrae, y el espectáculo de la creación^proclama por todas partes la solidaridad univer-í>sal.n (i)

«El hombre al dejar esta vida llega á una estación«correspondiente á su grado de iniciación; va, como«dice la cosmogonía india, al mundo de sus obras;«adquiere la condición que ha merecido, y reviste la«forma (envoltura) más armónica con el estado de sunmónada; lleva en esa otra existencia, no sólo lo«que los espiritualistas llaman su alma, sino tam-«bien su ser completo, es decir, también el cuerpo«á que indisolublemente está unido y le sigue siem-«pre. Nada cambia en él más que la forma planeta-otaria á la cual se incorpora; pero esta forma, hasta«tanto que se haya depurado más, comprime el re-«cuerdo, sin abolir la identidad.

«¿Cuál es, de una manera precisa, la ley de«estos renacimientos y ele estas trasformaciones? Es«uno de los misterios de la Providencia, que aquí«abajo no nos es dado penetrar. Pero puede inten-«tarse formar un concepto vago, lo único que en«esta tierra le es permitido al espíritu humano.«Cuando el alma abandona la envoltura terrestre, ó«cuando para venir aquí ha dejado las envolturas«que le sirvieron de organismos en otros mundos,«se encuentra en cierto estado de mérito ó de de-«mérito, bajo el doble punto de vista de la inteligen-«y la moralidad. Ese estado sirve de base de partida«para la vida futura; la mónada no solamente va al«mundo de sus obras, sino que en ese mundo se re-«une al organismo con el cual tiene más afinidades.«En el orden físico (sensible, de las formas visibles)«la ley de atracción universal une todos los cuer-«pos, todos los seres materiales (que caen bajo«nuestros groseros sentidos); ¿por qué esta ley no«había de tener equivalente en el orden moral? Ese«equivalente le llamamos ley de armonía. En virtud»de esta ley la mónada va precisamente á animar

(i) Cotmogonie de Foitrier, por A. Pezzoni.

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«la forma más ó menos grosera, más ó menos ele-«vada ya, que corresponde al grado de su adelanto«y de sus pensamientos.

»Así la mónada que llega á nuestro globo y re-«viste la forma humana, tiene en su pasado la doble«razón de su existencia terrestre, de su parentesco«y posición y de su unión con determinado orga-nismo (organismo terrestre que refleja >la heren-«cia fisiológica y la herencia psíquica).

«En cuanto á los niños que mueren en la cuna ó»de corta edad, debe pensarse que no han mere-«cido desde luego pasar á un mundo superior, ni«tampoco los sufrimientos de la tierra, y después de«cierto tiempo de reposo y de envoltura, la muerte«les libra del grado terrestre de iniciación (4).»

Comprender la solidaridad y la penetración de to-dos los seres y de todos los mundos; rechazar laexistencia positiva de la materia y el espíritu pu-ros, separada del ser entero; admitir la progresióny el desarrollo sucesivos de todas las mónadas en elseno de lo universal: esta será la filosofía del por-venir.

V.

Un doble movimiento mantiene en equilibrio cons-tante á la tierra y al universo; 1.°, el movimientointerior de las formas cósmicas terrestres; 2.°, elmovimiento exterior de las mónadas que vienen yade mundos inferiores, ya de mundos superiores, yse armonizan plenamente á la matriz de las formasactuales del planeta, adaptándose á ellas.

No hay absolutamente en el universo más que elSor y seres, principios de fuerzas, que son por símismos fuerzas sometidas á las leyes simples y me-cánicas del movimiento equilibrante ó equilibrado,con una doble polarización, atrayéndose por los con-trarios, rechazándose por los semejantes y encon-trando la armonía y el reposo por su neutralización.Hé aquí la verdad, tal cual resulta de las leyes uni-versales, funcionando y siempre vivas en el cosmos.-.

El Sor, el yo divino, consciente del universo,tiene una determinación absoluta, un organismo in-finito, que le hace sentir lo que pasa en todos loslugares y en todos los seres.

Los sores contingentes tienen una determinaciónrelativa, proporcional á su expansión y á su irradia-ción ya adquiridas, aproximándose más ó menos alorganismo del Sor, según sea mayor ó menor aqueldesarrollo.

El organismo del Ser posee todos los nombres,tiene todas las faces, se presta á todas las formas,es su brazo único, que sirve de lazo y de solidari-dad entre lodos los seres. Es lo que, á falta do otronombre mejor, llamamos el agente universal.

(1) Natiii'e el destínation dea astrvs, paga. 162 y 163.—Pezzani.

En la tierra, cuyos pobres habitantes tienen unpequeño número de órganos diforenciadores, sellama sucesivamente calórico, electricidad, magne-tismo, luz, fluido sónico, atracción, afinidad, perosiempre es el mismo agente, porque los fenómenosde una categoría son reductibles en la otra, estánregidos idénticamente por las mismas leyes, y seresumen todos en el movimiento.

En los mundos superiores, el agente universaltoma mil nombres diversos, siempre según el nú-mero indefinido y creciente de órganos maravillo-sos y radiantes de los seres que los recorren en to-dos sentidos. Podemos llegar por la universalizacióná esta verdad incontestable, pero intentar definirlos esplendores y las bellezas de osas moradas lu-minosas, balbucear los nombres del agente univer-sal, es imposible al lenguaje humano é inútil paranosotros. Aquí es cuando conviene permanecer po-sitivista.

Ballanche, ese universalista incomparable, haemitido un gran pensamiento: «Hay hombres en«nuestra tierra (que, con justo título, califica de in~njierno, de mundo inferior) que tienen ya un pié en«la vida futura.» Esto es verdad, intelectual y físi-camente; pues aquí abajo hay hombres dotados delas facultades de clarovidencia, previsión, éxtasis,profetas (los sonámbulos, los videntes). La cienciaoficial ha negado estos hechos, que deben existir,si la armonía y la solidaridad no son una palabravana, porque es preciso que cada esfera tenga sutransición más ó monos marcada, y que cada creci-miento de poder se dibuje progresivamente. Sí, hayhombres que, en cierto estado y en cierta comuni-cación con el agente universal, ven á cualquier dis-tancia, preven y profetizan; y no hablamos de liasvisiones, de las apariciones, que son también pane-eidáfe maneras de utilizar el agente universal, por-que nos expondríamos al ridículo terrestre y al re-proche de no haber escrito más que una novel:a,cuando lo que precede es serio, muy serio.

En suma; el deterninismo, el hecho irresistible,como le llama Strada, para el elemento material, ysegún nosotros sensible, no puede aplicarse másque al agente universal y á las leyes del movimientoque rigen en todo el cosmos. De ahí la verdad ab-soluta de la'cosmología.

VI.

Hablemos do Darwin. Su sistema no es nuevo),pues ha tenido predecesores en la antigüedad y einlos tiempos modernos, y h'ay que reconocer, á pe¡-sar de sus detractores, que es el más racional, e lmás respetuoso para el Dios creador, y el más coni-forme al orden de las cosas. Tal vez las hipótesi»de Darwin sean insuficientes para explicar el he-cho completo de la evolución, pero añadidles la in-

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fluencia de los medios (Lamarck), las fuerzas cós-micas (Robinet), los gérmenes latentes (Maillet), yla energía de las mónadas y del movimiento exte-rior (Pezzani). De todos modos, ¿por qué se ha dereprochar á un sabio el haber supuesto que la crea-ción pueda haber comenzado por seres ínfimos, desencilla y rudimentaria organización, lo cuales mo-dificándose, perfeccionándose de mil maneras bajola influencia de diversas causas, hayan dado naci-miento á generaciones de especies nuevas, organi-zaciones más y más complicadas, que. han desapa-recido muchas y otras llegaron hasta la época geo-lógica actual?

Hiere nuestro orgullo, se dice, pensar que el hom-bre puede ser el producto último de esa grande ygigantesca evolución de los seres vivientes, y pro-ceder, por vía de trasformacion, de alguna especieinferior análoga, por ejemplo, de los grandes monosantropomorfos que aun hoy se encuentran en elAsia y el África tropical. El crimen de Darvvin eshaber tornado por punió de partida do sus investi-gaciones esa hipótesis que le pareció más racionaly más plausible que la de las creaciones especificas(que antes de él habían aceptado hombres tan emi-nentes como el naturalista Lamarck y otros) y ha-ber ensayado determinar las causas inmediatas dela trasformacion de las especies. Esto es lo que hahecho primero de una manera general en su librodel Origen de las especies, y aplicando después alhombre en particular su teoría, en la obra titulada:La descendencia del hombre y la selección en sus re-laciones con los sexos.

Un meta físico, concienzudo espiritualista,M. Char-les Leveque, se ha expresado así en la Academiafrancesa de Ciencias políticas y morales, respectoal naturalista inglés:

«A la creencia en una multitud de creaciones si-«multáneas ó sucesivas, Darwin opone la hipótesis«de una creación primitiva, única, sirviendo de punto»de partida á todas las evoluciones ulteriores de la«vida, y ]astruggle f'or Ufe, la selección, la heren-«cia son, en su pensamiento, los medios de que la«divinidad se sirve para el cumplimiento de esas«evoluciones. No nay ahí ni acaso, ni fatalidad; hay«un plan providencial que Darwin entiende y ex-«plica á su manera, y no solamente no rechaza,«como se cree ó se ha querido hacer creer, la idea«de finalidad, sino que la afirma siempre.»

Lo que Darwin llama la selección natural, es unaley universal del cosmos, que se encuentra en todo;es nuestra teoría respecto al doble movimiento: in-terno, limitado á la tierra, de todas las formas en-cerradas en su huevo cósmico; externo y perpetuode las mónadas preparadas en otra parte (mundosque han precedido á nuestro pobre y joven planeta),que han venido á incorporarse á los organismos

terrestres para elaborar nuestro humilde globo yhacer avanzar su humanidad. El olvido de estasgrandes verdades ha dado lugar á errores, barrerascontra la solución trasformista, la única de ordengeneral y verídico.

Si no adoptáis la creación de seres de toda espe-cie, de parejas ya formadas, y queréis ser lógicos,hay que reconocer un sencillo hecho sobre el cualno se ha reflexionado bastante, á saber: que la in-fancia del rey de la creación, más delicada, másexpuesta que cualquiera otra á mil accidentes, hadebido ser protegida por una madre, que esta ma-dre desconocida ha debido llevar en su seno al pri-mer hombre, amamantarlo y cuidarlo siquiera en suprimera edad. Y ya que rechazáis la intervención dede un creador milagroso, es de toda necesidad su-poner que las cosas han sucedido naturalmente,como acabamos de decir; pudiendo añadir, paratranquilidad de las almas timoratas, que en esta hi-pótesis la madre del primer hombre pudo llevar le-gítimamente el nombre de mujer.

El transformismo de la especie intermediaria, an-tropoide, ó primate, perdida ó aún existente despuésde numerosos siglos, ha tenido lugar insensible-mente y no de un golpe, y así cuando la forma hu-mana ha aparecido por primera vez, sus padres to-caban ya al límite de la humanidad.

Con nuestra teoría, que será consagrada en elporvenir, y que ya mil pruebas diversas tienden áestablecerla, cada Jorma nueva llama %ria mónadadel mismo orden para que la anime, y nc hay por quéindignarse contra el origen simiano ó animal delhombre, que proviene no sólo del mono, sino pri-mitivamente de la monera, del barro de la tierra yde lo que hemos llamado el huevo cósmico. Puesqué, todos los embriones y los fetos de los anima^les y del hombre, ¿no pasan desde la forma del zoo-nilo y del renacuajo, por todas las formas interme-dias y superiores, hasta el animal que se ha dereproducir? Esta gran prueba de la embriogenia, ¿noes concluyente y luminosa? ¿En qué puede afectar ála dignidad humana? Cuando se trata de un reptil, lamónada del reptil viene á animarlo, al mono la delmono, al elefante la del elefante; en fin, cuandodespués de trasformaciones sucesivas, la forma deun antropoido desconocido se ha convertido enforma humana, una mónada humana es la que á ellase asocia.

Darwin, lo mismo que todos sus discípulos y quesus adversarios, sólo se han preocupado de las for-mas, sin hacer caso de los centros dinámicos ó psí-quicos, mónadas más ó monos elevadas que tesaniman. Se pueden, pues, aceptar los trabajos deDarwin, sin comprometer en modo alguno la ver-dadera concepción del universo, y sin que nuestroorgullo sufra por eso. Y no hay término medio: ó la

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creación permanente y el milagro, ó el trasformis-mo, como hemos demostrado sumariamente en tér-minos tan precisos y tan poco científicos, que unniño podría comprendernos.

No se trata de saber, pues, si la mónada del monopasa de repente al estado de mónada humana (cree-mos más bien que las mónadas humanas, en nuestroglobo, proceden de los hombres de planetas infe-riores); se trata de saber si la forma humana pro-viene, lo cual es muy distinto, por vía de trasfor-maciones sucesivas, de un antropoide desconocido,primate, mono, como parece confirmarlo la anato-mía comparada.

Lo que debía ser la forma humana, lo repetimos,ha pasado, como la organogenia lo prueba, •para elembrión, de la forma primitiva del zoonito, del pez,del reptil, del ave, del invertebrado y vertebrado,mamífero inferior y superior, hasta el hombre; y espositivo que la forma del mono parece ser transito-ria á la forma del hombre, nada más que á la forma.¿En qué puede herirnos esto?

Olvidamos con demasiada frecuencia, y es unpunto que recomiendo á los filósofos del porvenir,que todas las mónadas llegadas a) psiquismo, cen-tros dinámicos ó inteligentes, de todos grados en eluniverso, están en comunicación permanente concada mundo, por medio del agente universal, y,como ya hemos dicho, cada forma nueva solicitauna mónada del mismo orden, adecuada al organis-mo, para que tome la dirección y sirva así á la ela-boración del globo y de su humanidad.

VII.

Vera, ese discípulo demasiado fiel de Hegel, atacacon ardor al darwinismo, pero sin comprenderle ypor tanto sin hacerle daño (1). Atribuye á Darwinun indeterminismo contra el cual este grande hom-bre ha protestado en todas las páginas de sus libros,y pretende que ese indeterminismo lleva á unaretrogradacion, ó cuando menos al caos y al aca-so. Precisamente resalta todo lo contrario de ladoctrina de la evolución. Una forma sucede á otra,porque es más perfecta, y debe servir de orga-nismo á seres más perfectos. Pregunta Vera á Dar-win por qué los monos viven aún al lado de loshombres, si la forma simiana es la antecesora de laforma humana. Los evolucionistas no han preten-dido que una especie debía desaparecer desde elmomento en que se diera á luz la especie inmediata.Los monos continúan viviendo en los medios queles son apropiados, y al mismo tiempo que soste-nemos que el mono es un antropoide degeneradoque ha vuelto al atavismo, afirmamos que hay pro-gresión constante en el desarrollo de las formas en-

gendradas por la matriz planetaria. Por eso hemosanunciado, y el porvenir confirmará nuestras previ-siones, que el hombre, el rey actualmente de latierra, daría nacimiento por trasformacion á unaespecie superior, que distará de el tanto como laraza humana dista de la simiana. Hé aquí lo quehace tiempo habíamos escrito:

«El desarrollo futuro del huevo cósmico de la«tierra, ¿no irá avanzando más, no producirá formas«superiores á la humanidad, contenidas en estado«latente en el gormen humano? Pensamos que sí.«Bastaría para esto un cambio en los medios am-«bientes, en las influencias climatéricas, en el es-«fuerzo del feto que irá insensiblemente más lejos«cada dia (4). Aparición lenta y progresiva de nue-«vas formas, formación por una evolución de siglos«de una nueva especie superior. Todo se halla en el«límite de lo posible, de lo probable, pero no de lo«cierto.»

El orden universal del cosmos resuelve la cues-tión en favor de la certidumbre.

Escribía las anteriores líneas en 1873 y en plenodarwinismo; pero antes, al dar á luz mi pensamien-to filosófico en 4838, había publicado lo que sigue:

«¿No podrá servir la tierra de morada á seres naás«avanzados en la gerarquía universal? Esto puede«ser, es muy probable. El pasado de nuestro pla-«neta aclara su porvenir. Lo mismo que á los vege-«tales y á los infusorios de la primera época han«sucedido reptiles y peces más adelantados en or-«ganizacion; á los reptiles y á los peces, aves y ma-«míferos de un grado creciente; lo mismo á nues-«tra especie, dotada de inteligencia y de razón,«pero muy sometida aquí abajo á los lazos de la ma-•nteria, podrá suceder otra especie superior, cuando«la estación terrestre en su estado actual no com-«ve^iga á la armonía de Jas pruebas. Esta transfor-»macioti que presentamos, que juzgamos excesiwa-«mente probable, se comprende bien que no puetde«determinarse claramente; y por otra parte, tal dle-«terminacion, si fuese posible, ofrecería para nros-«otros poco interés, porque la especie que donni-»nará entonces sobre la tierra no será la kumami-»dad (2).»

Véase cómo un pobre y oscuro pensador adiwi-naba las disputas que después tuvieron lugar sobirelas teorías de la evolución, y resolvía decididla-mente en favor de lo universal y de la progresiónde los seres.

(1) Philotofhie de ln nature, Vera.

(1) Nuestra corta experiencia nos ha permitido notar dos hechtos:

Casi todos los niños nacen hoy con los ojos abiertos, siendo regla geme-

ral lo que antes era excepción: con la precocidad en el desarrollo flsiico,

coincide también la precocidad de desarrollo intelectual. Estos dos ttie-

chos, que responden á la ley del progreso, vienen en apoyo de la hipóHe-

sis universalista T-S.

(S) Avenir de ¡a Ierre, páginas 1ST y 188.— P a t u n i .

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No se puede negar que Darwin, aunque limitadoala tierra en apariencia, es un universalista porsu teoría de la evolución progresiva del gran todo,y por la parte exigua é incompleta de las leyes queha descrito respecto á nuestro planeta para explicaresa evolución. Añadamos á ellas nuestros puntos devista más grandiosos, más elevados, porque son máscompletos, pero hagámosle al menos la justicia quemerece.

Paralelamente á esa escuela del transformismo,que tantos servicios ha prestado para seguir losdesarrollos del ser en todos los mundos, se levantaotra no monos pujante, que ha demostrado científi-camente la antigüedad del hombre, haciéndole as-cender primero á cuarenta mil años (edades glacia-rias y preglaciarias), y después, por nuevos descu-brimientos, á ochenta ó cien mil años (plioceno ymioceno superior). Es un hecho hoy indudable quelas cosmogonías antiguas, sea que fijasen en seismil ó en diez mil años et nacimiento del hombre,no han relatado más que consejas, paparruchas, fá-bulas, mitos. El hombre apareció simultáneamenteen todos los puntos del globo donde las condicio-nes fueron propicias, y no irradió de un solo punto,al menos el hombre primitivo, que necesitó muchosaños para civilizarse y para crear el lenguaje pri-mero de interjección, de gritos y monosilábico. Elhombre ha sido contemporáneo de animales quehan desaparecido, según las pruebas recogidas endiversos países, pruebas que se multiplicarán en elporvenir. La fecha de la aparición del hombre so-bre la tierra debe remontarse á ochenta mil años,si no es más.

Numerosos trabajos recientemente publicadosdan luz sobre estos puntos, contribuyendo á escla-recerlos la multitud de universalistas que hoy seconsagran á ese estudio. Debe mencionarse en es-pecial á Camilo Flammarion, que dichosamente llegacuando yo me dispongo á partir.

VIH.

Camilo Flammarion, inspirándose en la tradiciónde las verdades iniciadas, en la creencia de todoslos pueblos cuya nistoria ha trazado [Mundos ima-ginarios y mundos reales), trata la cuestión de lahabitabilidad de todos los globos del universo, ypuede decirse que después de él nada hay que ha-cer: la cuestión está resuelta. Nosotros hemos in-tentado llegar al mismo resultado en lo que se re-fiere á la pluralidad de las existencias, sin gloriar-nos de haber conseguido el objeto tan bien comoaquel sabio escritor. Pero, en todo caso, los doshemos trabajado por el universalismo y por la evo-lución.

Eesumiendo la ciencia astronómica de sus prede-cesores, ha demostrado que aun en nuestro pobre

torbellino solar había planetas más felizmente dota-dos y constituidos que la tierra, para la dicha desus habitantes. Léanse los admirables tratados deCamilo Flammarion, Pluralidad de los mundos habi-tados, Los mundos reales, Dios en la naturaleza.Los últimos dias de un filósofo, Lumen, Las mara-villas celestes, Contemplaciones científicas, Historiadel cielo; y si después de esto se duda de una ver-dad tan positiva, tan general, tan fundada como esla habitación de los astros, única que nos da la so-lidaridad del cosmos y la noción del gran todo, tó-mese la pena de leer las obras menos autorizadas,pero sin embargo concluyentes, del autor del pre-sente escrito, Exposéd'itn nouveau systéme ; Dieu,Thome, l'humanité et ses proffre's; Essai sur lesmysldres anciens; Passim; Principes de la moral,coronadas por el Instituto de Francia; Pluralilé desexistences de Vame (1); Nature et destinatioñ desastres, y habrá que convenir en que no hay nadamás probado, más cierto matemática é indubitable-mente.

Nuestros fisiólogos, nuestros psicólogos no hanapercibido más que el movimiento terrestre, man-teniéndose fuera de lo universal; por eso sus reco-mendables trabajos bajo el solo punto de vista dela tierra no han llegado más que al movimiento pla-netario, sin elevarse al conjunto, y sin poder, porconsiguiente, afirmar ninguna ley general.

Casi todos nuestros sabios profesan el odio santorespecto al extra-humanismo. Concedo que se pros-criba como tenebrosa y absurda la expresión desupernaturalismo, porque nada hay en el cosmosque esté fuera de la naturaleza del ser ó de los so-res. Admitir especialmente lo sobrenatural respectoá la gran mónada, al Eterno, al Padre celeste, esuna contradicción, un despropósito; es afirmar lanada, pues equivale á decir sobredivino y sobreuni-versal. De la'misma manera, servirse de la palabrasobrenatural respecto á los diversos seres de lacreación, es entrar en una logomaquia sin fin, pueshabrá entonces un sobrenatural para lodo lo quepasa más allá de las especies variadas de seres. Lanaturaleza del mono sería sobrenatural para la delpez, la del perro para la del reptil, para el hombrola de las humanidades superiores, y para todos la deDios; pero no, la expresión sería también falsa,porque hay entre los seres y Dios las relaciones na-turales y determinadas que deben existir.

Comprendo muy bien, por el contrario, que cadamónada, desarrollándose progresivamente, alcancepoco á poco diversos grados de las categorías delos seres; comprendo que para todos los sores con-tingentes que habitan el Universo haya seres infe-riores ó superiores ó iguales que no son ellos. Por

(1) Traducida al español.

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esoyo llamaría extra-humano, in/ra-humano, sobre-humano á los otros habitantes del cosmos, según sugrado respecto á la humanidad terrestre; y comocreo en la penetración de todos los globos, en suinfluencia recíproca, en la solidaridad general, ad-mito que, en ciertas circunstancias, hay interven-ciones extra-humanas.

Kn mi última obra (Philosophie nouvelle) consa-gro á este asunto un capítulo que invito á leer y me-ditar (i). Mucho se ha atacado al espiritismo, sin ra-zón por los principios universalistas., sin razón tam-bién por sus tendencias extrahumanistas; pero conrazón y con buen sentido, contra el charlatanismo,las supersticiones místicas y el fanatismo que, ápesar de la cordura de sus escritores más autoriza-dos, hubieran podido invadirle. Ahora bien, teme-mos sobre todo al fanatismo y á la superstición, pormás verdadera que, en algunos de sus puntos devista, nos parezca Una doctrina.

Nuestro siglo, que tiene el gran defecto de que-rer aislar á la tierra en el orden universal, de noconsiderar más que el elemento sensible, ha so-ñado, sin embargo, en un pensamiento de uniónde los mundos, pero ha soñado experimentalmente.Algunos astrónomos, sea ilusión do su parle, searealidad, han creido apercibir, en muchos planetasvecinos, puntos luminosos que parecen artificiales,puntos de mira, puntos de interrogación singulares,como si denotasen que sus habitantes nos buscan,nos llaman, se inquietan por nosotros y quieren es-tablecer señales comunicativas. Las corporacionessabias han hablado de ello en el extranjero como enFrancia. No sabemos lo que resultará de esas in-vestigaciones, curiosas seguramente, y que demues-tran las creencias del público. Para nosotros notendrá más valor el hecho porque se atestigüe sen-siblemente y con experiencias visibles, pero al me-nos no podrá ser negado por las gentes vulgares ymateriales.

Estoy convencido de que estas últimas palabrasque dirijo al público encierran la verdad; que laplaga de la humanidad actual consiste en el aisla-miento en que se ha colocado. Si nos hubiera sidoposible abordar el orden religioso, el político, elsocial, habríamos demostrado que el gran mal es elegoísmo, que da origen á la salud individual, espe-cial y privilegiada por cuya conquista Brahmanis-tas, Budhistas, Parsistas, Mosaístas, etc., etc. seanatematizan recíprocamente y quieren permaneceren sus iglesias respectivas, en lugar de compren-der que la salud, es decir, el progreso, no puederealizarse más que por la unión: en el orden políticotendremos, siguiendo así, eternamente el crimen dela guerra, que sólo puede ser conjurada por la fe-

(1) Introducción, pagines xa fl cu.

deracion de los pueblos; en el orden social, todaslas dificultades quo perjudican á la producción, elconsumo y la repartición de las riquezas; y todo ellopor olvidar la ley universal que concurre á la ar-monía de los mundos.

¿Pensáis que siguiendo siempre los mismos pasosde desprecio hacia lo que os rodea no os exponéisá los mayores peligros, que confinándoos en elateísmo y el materialismo grosero, que resultarántarde ó temprano de vuestro aislamiento, no incur-rís en un gran mal?

Volvamos la vista á lo universal, y pensemos queegoístas, solitarios, no seremos nada cuando pode-mos aspirar á tan altos destinos.»

IX.

Reasumiendo.«A nuestros ojos la verdadera filosofía es el uni-

versalismo.El cosmos, es decir, el conjunto de todo lo que

existe, está unido por un lazo solidario desde sudesarrollo. De un lado, mundo de las formas, orga-nismos en las diversas estaciones del cielo, globosvariados hasta lo indefinido y constituyendo unmismo todo unido por reacciones recíprocas; deotro lado todos los seres, comunicando los unos conlos otros mediata ó inmediatamente, sin disconti-nuidad, sin cesar y sin espera.

La característica primaria de la filosofía es eluniversalismo.

La característica secundaria es el evolucionismo,es decir, el desarrollo por el doble movimiento delas mónadas en estado de incoación trabajando enel mundo de las formas sobre los diversos planetas,y de las mónadas zóicas y anímicas que- vienem áelaborarlo. Respecto á la primera evolución, para-lelará la segunda, os preciso escuchar a Darwin ysus discípulos, en lo tocante á la evolución terres-tre; á Camilo Flammarion en lo que concierne á laevolución cosmológica. Respecto á la segunda evo-lución, es preciso seguirá Duponl Nemours, B!a-Uanche, Juan Reynaud y al autor de este escritlo.Todos son evolucionistas y universalistas, carmi-nando por vías y medios diferentes hacia las miis-mas conclusiones en cuestiones que sólo son diver-sas aparentemente, y proclamando todos la solidla-ridad del cosmos y la progresión continua de líosseres. Darwin para las formas de la tierra, Flaim-marion para las del cielo, y nosotros para los senesque vienen á animarlas.

Nuestros pensamientos son verdades de todaeternidad, porque expresan el orden moral, univeir-sal, las leyes generales, el conjunto y el lazo de t<o-das las cosas. Sólo ellas son compatibles con la mia-jestad del SER, del ordenador supremo.

En efecto, rechazamos la emanación que por dis-

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minuciones continuas y degradaciones de esenciaconduce al nihilismo, á la nada y á la muerte, comohan enseñado Schopenhauer y Hartmann.

Rechazamos el procesas circular de Hegel, queno admite el progreso.

Lo mismo es la detención completa del desar-rollo del cosmos, en un tiempo arbitrario; y poruna parto la parada de algunos sores en el bien, locual seria estúpido, porque mus allá del bien haysiempre lo mejor; por otra parte, la parada de cier-tos seres en el mal, que sería más estúpido aún,porque las leyes universales, el orden moral y ra-cional han colocado la reparación al lado de la fal-ta, la rehabilitación al lado de las caklas. Con locual claramente se ve la superioridad incontestablede la ley evolucionista y progresiva de todo lo queexiste. Todo cuanto se haga por destruir esta gran-de y eterna verdad, serán esfuerzos impotentes.

¿Quiere decir esto que nada se 'puede criticar ennuestra filosofía, que nada se puede añadir ni qui-tar? Sería absurdo pensarlo así; sería blasfemarcontra el progreso. Darwin, viniendo después desus precursores en la antigüedad, y entre los mo-dernos después de Robinet, Telliamed, Lamarck,Oken, Kant, Goethe, Vallace, sólo tiene el mérito dehaber llamado la atención sobre el gran hecho dela concurrencia vital, de la selección natural y dela selección seaual. Flammarion también debe mu-cho á sus predecesores Giordano Bruno, Campane-lla, Nicolás de Cusa, Copérnico, Galileo, Fonte-nelle, Bonnet, Ballanche y Juan Reynaud; Yo hetomado de los sistemas que .me han precedido, pur-gándoles de lo que he creido sus errores; mi mé-rito, si le hay, es haber concebido la unidad deraza de todos los seres, de las formas lo mismo quede las mónadas zóicas y anímicas; haber compren-dido la identidad de pensamientos y esfuerzos detodos los universalistas, para los que el evolucio-nismo debe ser el elemento común. He desarrolladola teoría del doble movimiento y su equilibrio quelo regula todo; el agente universal que domina to-das sus manifestaciones, ese grande Océano queenvuelve á todos los seres y les sirve de comuni-cación en el cosmos infinito. He añadido á Darvyin,como la causa más eficaz.del transformismo, laenergía y la acción de las mónadas sobre las formascósmicas que vienen á mover.

El verdadero universalista jamás se inquieta porlos primeros orígenes, sino por los segundos sola-mente; reconoce siempre al gran Creador.

Darwinistas, evolucionistas de las formas de latierra; Flammarionistas, evolucionistas de las for-mas del cielo; Pezzanistas, evolucionistas de losseres psíquicos; todos conspiramos á un mismo fin.

Desde 1837 predico la evolución de las almas;predico el universalismo, el pan-monadismo y el

pan-psiquismo; predico el extrahumanismo, la pe-netración de todos los mundos, la solidaridad detodos los sores; todos mis escritos van á eseobjeto.

Después, dos eminentes pensadores, Darwin yFlammarion, han venido á probar: el primero, que laevolución era la ley general para los organismosterrestres; el segundo, para los organismos cósmi-cos; es la misma doctrina aplicada á diferentespuntos de vista, convergentes todos á idéntico re-tultado. Confinarse en el aislamiento, es protestarcontra las leyes eternas, contra el Padre celeste,contra todos nuestros hermanos que pueblan elcosmos. Dirigid las miradas al cielo, que las huma-nidades hermanas tienden los brazos desde todoslos mundos estelares que habitan; entrad en la fra-ternidad y la solidaridad, cuyo lazo común es nues-tro Padre, ese gran desconocido que nos preside.Es una locura culpable creerse las únicas criaturasprivilegiadas; no podemos elevarnos más que porel conjunto, no se puede progresar más que por elamor universal.»

X.

Hasta aquí Pezzani, cuyos «últimos pensamientos»hemos trascrito. Es necesario, dice él mismo, releery meditar muchas de las páginas de su obra, conque se podrían escribir volúmenes; pero el extractoque damos á conocer por primera vez en España,basta para demostrar que si la filosofía espiritualistay la religión no han de perecer á los embates de lasescuelas materialistas y del escepticismo, precisoes edificar la creencia del porvenir sobre las teo-rías universalistas, preparando así la gran transfor-mación social que ha de verificarse por la renova-ción religiosa.

Se acusa de ineficacia á la escuela moderna que,fundada en los principios expuestos, viene á reali-zar el sintetismo de la ciencia humana; podrán serprematuras sus afirmaciones; tendrá que completarsus demostraciones, con los progresos de las cien-cias particulares; necesitará, tal vez, combatir losmismos principios que se propone salvar; pero se-guros estamos de que no se nos opondrá hoy otromás alto ideal.

El dia que se nos presentara, seríamos los prime-ros en admitirlo. Nunca es intransigente el desinte-resado amor á la verdad.

EL VIZCONDE DE TORRES-SOLANOT.

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Z.—GUERRA DE LOS VICUÑAS. 667

DISPUTA

ENTRE UN BURGALÉS Y UN VIZCAÍNO,

SOBRE LA LEALTAD, HONRA, HIDALGUÍA Y LIMPIEZA

DE CASTELLANOS Y VASCONGADOS.

VI. *

Las declaraciones del corregidor Sarmiento enfavor de los vicuñas introdujeron la confusión en elpartido vascongado, cuyas filas abandonaron cuan-tos previan las desdichas que los defensores de sucausa iban á sufrir, huyendo unos con sus familias éintereses á varias poblaciones, y retirándose otrosá las inmediatas casas de campo, en tanto que losmás decididos, queriendo suplir el número con lafiereza de la desesperación, se jugaban el todo porel todo, jurando antes morir que ser vencidos. Y esque en las luchas civiles fácilmente llega á imperarel absurdo, cuando los representantes de la autori-dad legítima carecen de las dotes necesarias ó fo-mentan con actos inconvenientes las pasiones quetienen el deber de calmar.

De la escasa aptitud gubernativa de Sarmiento yde la situación desesperada de los vascongados na-cieron pronto nuevos, numerosos y gravísimos con-flictos. A los dos dias del incendio de una parte dela casa de Oyanumo (26 de Agosto), fue esta asalta-da otra vez por 80 vicuñas, quienes, venciendo lavalerosa resistencia de los vascos, obligaron a OJít-nume, al Veinticuatro Berasátegui y á los pocos quepudieron seguirles, á abandonar la población, des-pués de ver morir heroicamente al capitán Santia-go de Azpeitia y á 46 más de los suyos. Ensoberbe-cidos los vicuñas por la victoria, se atrevieron áejecutar la más grave de cuantas demostracionescontra la autoridad habían hecho hasta entonces,presentándose al dia siguiente en la plaza del Gato,y quitando del rollo las cabezas de D. Alonso Yañez,del alférez Florez y de los otros que cuatro añosantes (1617) hizo ajusticiar Hortiz de Sotomayor, áinstancias, según se dijo, de los vascongados; encuyo sitio pusieron un rótulo expresando «que men-»tía cualquiera que dijese que estaban allí por trai-«dores al Rey, y que en su lugar pondrían ciento de«sus enemigos como constantes inquietadores de la«república.»—Oyanume al salir de Potosí tomó elcamino de Tarapaya, seguido de 200 vicuñas, quie-nes, no hallándole en su finca, escalaron la casa, ma-táronle los caballos y cometieron otros desafueros;aunque nada le llevaron en aquella ocasión y síunos dias después, en que los malvados, que á la

Véanse los números 117, 118,140 y 131, püg». 441, 497,1

y 611.

sombra de las revueltas vivían, le robaron algunosmiles de marcos de plata.

Displicentes los vicuñas al otro dia de estos atro-pellos por no tener con quien pelear, la empren-dieron entre ellos mismos, por no conformar las vo-luntades en un mismo candidato, al verificarse laelección de su capitán general; muriendo en el en-cuentro hasta 30 hombres, y resultando 40 heridos.Pero al siguiente (30 de Agosto), habiendo visto en-trar al capitán Oyanume en la casa del Factor de laReal Hacienda D. Bartolomé Astete, á cuya mujeriba á visitar, unidos fueron ya en busca de su con-trario; derribaron las puertas é invadieron los apo-sentos, después de huir los que dentro estaban; ysuponiendo que Oyanume se retirase otra vez á Ta-rapaya, allá se dirigieron algunos de los más va-lientes vicuñas, capitaneados por el pastor andaluzAndrés Sarco, quien volvió luego con su gente ála villa, disgustado por no haber tenido ocasión dereñir la batalla con que pretendía concluir el mesde Agosto.

Apelando á las súplicas, ya que los medios enér-gicos no los podía emplear Sarmiento, rogó á Oya-nume que para disminuir los conflictos que su pre-sencia en Potosí producía se marchara á Chuqui-saca; lo cual hizo el caudillo vascongado el primerdia de aquel mes de Setiembre que tan tristes re-cuerdos dejó en los habitantes de la imperial villa.Y en efecto, aquel mismo dia, advertidos los vicu-ñas de la determinación del capitán vasco, salieroná los caminos para detener á cuantos fueran á jun-társele, y mataron á Sancho Burquera y otro víz-caino. Al dia siguiente, queriendo vengar estasmuertes, San Juan de Vidaurre asaltó con los suyosla casa del pastor Andrés Sarco, y mató á los seisvicuñas que en ella estaban. El 4 hubo también re-friega, pero entre los propios vicuñas, por habercortado unos criollos la cara al secretario Triania,lo cual lanzó á los andaluces sus compatriotas,, yaun á los extremeños y castellanos contra aquello>s,moviéndose tal confusión en la villa, que hubo nie-cesidad de tocar á rebato y de salir á la calle el pne-sidente I). Diego de Portugal y el general Sarmienltocoa la gente de su guarda para cortar las diferem-cias, que no concluyeron hasta que los contendien-tes se cansaron; pues el Corregidor no consiguiómás que oir en sus propias barbas, «que él tenía laculpa de aquellos alborotos,» ni pudo hacer menosque soltar los presos cogidos con las ensangrenta-das armas en las manos. El 8 tuvieron cuatro re-encuentros los de este mismo bando, y con tan bár-bara saña que, sin respetar amistad ni parentesco ymovidos solamente de la pasión y de su espíritu deprovincialismo, se mataban unos con otros, resal-tando este dia 63 hombres muertos entre ambaspartes. El 7 mataron los vicuñas á un sastre y sus

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oficiales porque, habiéndoles antes prevenido que nocosiesen obra para los vascongados «hallaron en sutienda unos jubones estofados para ellos.» El 8 die-ron otro asalto á la casa de Oyanume, defendida porVidaurre y por el mozo Pedro, hijo natural del cau-dillo vascongado, que se dio á conocer por primeravez en este dia, arrojando la cuerda encendida desu arcabuz sobre un saco do pólvora que había enel almacén de la plata de su padre, donde estabanlos vicuñas, de los cuales mató la explosión algu-nos. Otro combate se riñó el 12 en el cerro deMunay-Pata entre vicuñas y vascongados, con re-sultas también de muchos muertos y heridos; ytanto menudearon las pendencias, y tanto se en-cendieron los odios y la sed de sangre, que desdeeste dia 12 hasta el último de! mes se riñeron 52combates. Verdad es que no excedía en mucho laproporción de lo que correspondió á los otros me-ses del año, si se tiene en cuenta que durante todoel de 1622 se riñeron en Potosí y sus arrabales seisencuentros de poder á poder entre los dos bandos,que bien podían llamarse batallas sangrientas, y 560pendencias entre cuadrillas y particulares, en laáque murieron 732 hombres de varias naciones óprovincias de España, y más de 500 entre mestizos,indios, negros y mulatos. ¡Tristes cifras sacrificadasá las pasiones que la prosperidad engendra, y origi-nadas por debilidades de gobernantes ineptos!

VII.

Convencido el infortunado Sarmiento, de que noeran sus fuerzas suficientes para seguir desempe-ñando en semejantes circunstancias un cargo quetanto le hacía padecer, manifestó más de una vez alVirey sus deseos de ser relevado; y mientras el an-helado reemplazo llegaba, cuidadoso sólo de esca-par con vida de Potosí, todo lo intentó, sin perdo-nar medio, para contener las demasías y sosegar losánimos de sus subditos. Creyó que el mejor modopara conseguirlo era divertirles, y al efecto dispusoque se hiciesen fiestas por el advenimiento al tronodel rey D. Felipe IV, y se celebrasen á continuaciónde las que anualmente á su patrona la Purísima Con-cepción dedicaba la rica villa. Con verdadera ale-gría se recibió la nueva; y aquel pueblo, que ni unmomento podía estarse quieto, suspendiendo lasluchas con el mismo calor que las emprendía, de-dicó toda su actividad á prevenir galas, libreas ycaballos para competir en la que al cabo venía á sernueva guerra, aunque de vanidad y ostentación.

Con fiesta de iglesia, cual era costumbre y lo estodavía en nuestros pueblos católicos, comenzaronlos regocijos, en los que, según acuerdo del Ca-bildo, debían, entre otras diversiones, correrse to-ros y jugarse cañas. Pidieron para este juego losvicuñas al Cabildo que una de las cuadrillas la diese

á los vascongados; mas esto negaron prudente-mente las autoridades, temiendo, y con razón, queel regocijo se ensangrentase con actos de ven-ganza, y eligieron para dirigir las dos cuadrillas áD. Pedro de Andrade, caballero gallego y fomenta-dor oculto de los vicuñas, y al contador AlonsoMartínez Pastrana.

Suponiendo que al lector no desagradará conocerlas formas de festejar usadas por los habitantes dePotosí en el siglo XVII, ni le pesará tampoco sabercómo entonces se corrían los toros, voy á trascri-bir algunos párrafos de los que sobre aquellas fies-tas escribieron los historiadores mencionados.

«A los quince dias de Diciembre, dice Arranz deUrsua, se vieron hechos en la plaza del Regocijomuchos tablados y andamios, y trajeron sesenta to-ros de los más bravos que se crían en las provin-cias del Tucuman. A las noticias de aquel contentovino mucha gente de los lugares circunvecinos,creyendo que no habría ya guerras, pues se hacíantan ricas fiestas. Estando el primer dia metidos lostoros en el coso que tenían hecho á la entrada dola plaza, y siendo las dos de la tarde cuando que-rían comenzarlos á jugar, llegó de Chuquisaca elPresidente D. Diego de Portugal con mucha gentede guarda que, temiendo no fuese ocasión aquellasfiestas de la total pérdida de Potosí, había camina-do á la posta para hallarse en ellas y evitar algúndaño si pudiese. Alborotóse la plaza por entenderera alguna traza de rompimiento contra los caste-lisfinos vicuñas; los cuales, creyéndolo así, se arro-jaron de los tablados y todos corrieron á sus casasá tomar sus arcabuces; y estando ya juntos y arma-dos, les dijeron la buena intención del Presidente,con que todos se sosegaron y volvieron á sus tabla-dos y miradores.»

«Estando ya todo en quietud y el Presidente, Cor-regidor y Cabildo puestos en sus señalados mirado-res, serían las tres de la tarde, cuando se comenza-ron á correr los toros; y habiéndose ya jugado hastaseis, soltaron al más feroz que había, el cual diovuelta á la plaza derribando ó hiriendo á cuantostopaba, y después do haber muerto dos hombres yherido á otros nueve, entró á la plaza D. FranciscoCastillo, natural de esta villa, sobre un caballobrioso; era chileno, color castaño; la silla era de fili-grana de plata, y los estribos de lo mismo.' Traíavestida este caballero una rica ropilla toda bordadade lazos de oro, y cubierta de aljófar; parecía estarsobre tela do plata la obra; por bajo de la ropilla semostraba un buen coleto de ante amarillo, sobre elcual traía una tela de plata azul, que se veía porlos menudos resquicios de una acerada cota; estavenía guarnecida los cabos en cerco con ricas per-las: cubría su cabeza un rico sombrero negro; elplumaje era negro; el penacho del caballo también

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N.° 122 Z. GUERRA DE LOS VICUÑAS. 6 6 9

negro. Traía en la diestra mano una gruesa lanza yen la izquierda una rodela; en ella estaba pintadoel Cerro con las armas de Potosí, y en círculo elnon plus ultra con letras de oro lino; á un lado delCerro estaba de buena pintura un castillo con unaletra que decía: Yo le guardo. Entró tan brioso queá todos dio gusto, y á sus contrarios temor.»

«Acompañábanle doce alabarderos todos bien ar-mados, y sobre las armas unas vestiduras de telanácar, los sombreros de vicuña, y los plumajes ro-jos, y venían seis por cada venida. Dieron vuelta aplaza y llegaron á los miradores del Presidente yCabildo; se inclinó cuanto pudo, y pidió licenciapara lancear al bravo toro. Diéronsela, y picando elcaballo, partió como una saeta; paróse en medio dela plaza y aguardó al fiero toro, el cual llegó des-pués de haber volteado dos alabarderos: salióle alencuentro el valeroso Castillo, con determinaciónde derribarlo de la primera lanzada; pero aun antesque la pusiese á punto del acierto, llegó el toro contal presteza, que no tuvo más tiempo que picar congran fuerza su caballo, de suerte que le hizo darun gran salto en el aire. Con esta diligencia pudodesviarse un tantico, que á no Jiacerlo así, lo hu-biera herido; mas con todo eso fuó tan á raíz delestribo derecho el cuerno del toro, que llegó á lacincha, y sin herir al caballo la rompió y quedó endos pedazos. Viendo el fuerte mozo malogrado suintento, no haciendo caso de ver descinchada lasilla, revolvió furioso el caballo porque segundavez le acometía el toro, y aunque todos le dieronvoces dejase la peligrosa suerte, no hizo caso,antes detuvo el caballo y esperó al toro, que desdetrecho largo*venía con la cabeza baja para ejecu-tar su golpe, y llegando al caballo le dio Castillotan fiera lanzada en la nuca qué le derribó en elsuelo, y á un mismo tiempo cayó el mozo con lasilla sin soltar la rienda. Paróse un momento, y re-volviendo con ligereza, saltó en el caballo y cor-rió hacia les miradores del Presidente, dejando lasilla en el suelo y al bravo toro muerto. Hizo suacatamiento al Presidente y Corregidor, y todosquedaron admirados de su buena suerte. Trajéronleotro caballo, y dando vuelta á la plaza, se salió deella dejándola muy alegre; prosiguiendo el diverti-miento en ver los bravos toros, \quella noche pu-sieron fuego algunos vicuñas al tablado que teníanhecho los vascongados y navarros; los cuales se-cundaron y fueron contra una cuadrilla de vicuñasque estaba en la plaza: riñeron muy bien con lasespadas y mataron dos vicuñas y un vizcaíno, áquien el siguiente dia hallaron sin cabeza.»

El segundo dia de fiestas, después de habersecorrido algunos toros, entraron gallardamente ves-tidos en la plaza (je seis en seis los andaluces, cas-tellanos, portugueses y extremeños, á jugar alcan-

cías. El tercer dia, después de corridos algunostoros, fue el juego de cañas; precediendo á éste laentrada de 50 indios ricamente vestidos á su usan-za, llevando una inmensa fuente de plata llena decolación para obsequiar á las autoridades y á lasdamas, seguidos do 12 negros atabaleros vestidosde raso verde y encarnado, montando briosas mu-las, y de 100 arcabuceros con vestidos de paño deLondres guarnecidos de oro; y entraron por fin lascuadrillas, capitaneadas por Alonso Martínez Pas-trana, quien llevaba pendoncillo rojo en su doradalanza, y pintada en la adarga una espada de cuyapunta ensangrentada se destilaban gotas de sangrey unas letras que decían: «Por la expulsión se der-rama.»' Jugaron alcancías, en tanto que los arca-buceros disparaban, y salieron de la plaza despuésde hacer un diestro caracol. Retirados los justado-res, se presentó la Fama sobre un ligerísimo ca-ballo con rica corona en la cabeza y alas de visto-sas plumas, dio una vuelta á la plaza y salió tambiénsin parar; entrando luego los naturales indios icónmuchos instrumentos hechos de cañas huecas y ca-labazos plateados, cuyo sonido, si no enfadoso, gus-taba menos que el de los armónicos órganos llarma-dos ariches; cuyos indios, con sus caciques &\ lacabeza, luciendo vistosas galas y riquísimos llaiitusde perlas y piedras preciosas, formaron en medialuna esperando la cuadrilla del capitán D. Pedro deAndrade, quien venía riquísimamente vestido, lle-vando pintado en su adarga el Cerro de Potosí, y enél unas cabezas de hombres que desde la cima vol-teaban cerro abajo, con una inscripción que deteía:«Si se alzaron, ya cayeron;»yúllimamente, siguiemdoá este fiero enemigo de la nación vascongada,, sepresentó movido por artificio el Gran cerro de ÍPo-tosí todo de plata, eon listas esmaltadas que mios-tráfcan sus ventas y desmontes, el cual por ¡susfuentes despedía chorros de olorísimas aguas qquellenaban el aire de fragancia. De pronto abriióseaquella inmensa mole, y saliendo de su seno 40 imi-neros, fingieron una escaramuza bajando del ce?rroá la plaza, montaron en los caballos ya dispuestosy jugaron cañas con las gentes que D. Pedro de ¿An-drade capitaneaba.

Bramando de cólera estaban los vascongados ensu tablado, puesto debajo de los miradores del Pre-sidente y del Corregidor, al ver los enigmas y le-treros contra su nación, cuya cólera manifestarontan pronto como las fiestas y el año de 1622 con-cluyeron, prosiguiendo las contiendas con mayorensañamiento.

En los primeros dias de 1623, San Juan de Vi-daurre y otros vascongados encontraron cerca deGuaina al Contador Alonso Martínez Pastrana , yechándole en cara la pintura de la espada ensan-grentada que en su adarga presentó, arremetieron

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con él, dejándole muy mal herido. Otros varios en-cuentros ocurridos en Enero, demoraron hasta elsiguiente mes la entrega de varas á los Alcaldesordinarios, cuyos cargos pretendían los vasconga-dos para el mismo capitán San Juan de Vidaurre ySancho de Madariaga, mientras el pueblo, vicuñaen su mayoría, presentaba candidatos á Pedro deAndrade y Alonso Martínez Pastrana. Cortó el Vireyesta discusión, mandando al Presidente de las Char-cas que nombrase dos hombies desapasionados yprudentes (siéndolo Juan Ortiz de Medina y D. Die-go de Toledo, que entrambos tenían más de sesentaaños), y previniendo á S. E. que remediase los da- ¡ños de Potosí en tanto que llegaba el Corregidor1). Felipe Manrique, que acababa de ser nombradopara reemplazar á Sarmiento.

Conocida esta elección por los vascongados, em-prendieron la fuga muchos, dirigiéndose desde Po-losí á las Chichas y Chuqüisaca, dondo Oyanume ylierasátegui continuaban, para acordar con estos loque respecto del nuevo Corregidor convenia hacer.Entre tanto, los vicuñas, temiendo las influenciasque cerca de Manrique movieran sus adversarios,estrecharon la persecución y tiranía, hasta el puntode entrar en las iglesias á perquerir si entre losque á la misa asistían había algún vascongado, comolo hizo el pastor Andrés Sarco, armado de su arca-buz y con el sombrero calado, con gran escándalode los fieles é indignación del sacerdote, que pro-mmpió al verle: «Ya ese hombre está sin Dios, puesaun en su sagrada casa entra en busca de sus ene-migos;» por lo cual el pastor fue aquella noche ábuscarle, y no queriéndole el portero abrir, le dioesto encargo: «Dile al predicador de esta tarde,que si tú me abrieras, yo le hiciera que no se seña-lara en público con mi persona.»

Atropellos de este género se cometían á cadapaso, sin que Sarmiento tratara ya de corregirlos,y mucho monos desde que supo que el 25 de Fe-brero había entrado en la ciudad de la Plata su su-cesor el general I). Felipe Manrique, quien al reci-bir los más cariñosos parabienes de Francisco Oya-nume y sus vascongados, y ser enterado minuciosa-mente, aunque cor cierta pasión, de las atrocidadesde los vicuñas, que les habían obligado á huir dePotosí, les prometió que pronto volverían á la villay casligaría duramsnte á aquellos vicuñas. Prontosupieron éstos lo tratado entre el nuevo Corregidory los vascos, y determinaron no dejar entrar en Po-tosí á sus enemigos y matar al Corregidor si se em-peñaba en defenderlos. Así las cosas, huyeron de 1.avilla los vascongados que quedaban, quienes, al pre-sentarse en la Plata,- excitaron con sus relacioneshasta tal punto el ánimo de Manrique, que conside-rándolas exageradas, envió allá á su sobrino donFrancisco Esquivel para que minuciosamente se in-

formase de la actitud de los vicuñas, á la vez que,con el apoyo de la Audiencia de la Plata, reuníanumerosas fuerzas para ir á tomar posesión delcargo.

A punto esluvo Esquivel de ser asesinado, y losque erraron el golpe, temerosos de lo que pudieraoeurrirles, abandonaron la población, retirándosecon otros vicuñas á los caseríos y fincas inmediatasá esperar la marcha de los sucesos.

VIII.

El lunes i." de Mayo de 1623 entró en la impe-rial villa el general D. Felipe Manrique, decimo-cuarto Corregidor de Potosí, acompañado de 300hombres bien armados, de los que 130 eran vascon-gados y navarros y procedían de los refugiados enChuquiabo, Oruro, Chuqüisaca y otros pueblos; noyendo entre ellos el capitán Oyanume, ni el Veinti-cuatro Berasátegui, por haberles mandado Manriquequedar en la Plata hasta que les avisase.

En cumplimiento de las órdenes comunicadas porpor el virey D. Diego Fernandez de Córdoba, mar-qués de Guadalcázar, salieron todos los vecinosdesinteresados en ,Jas luchas civiles á recibir alnuevo Corregidor, y el saliente D. Francisco Sar-miento le envió un rico obsequio. No quiso aceptar-lo, y como en respuesta á tal fineza mandó que enel primer Cabildo celebrado diese su residencia, lacual le tomó con tanta pasión, que, lastimado suhijo D. Agustín Sarmiento se aunó con los vicuñaspara destruir á los vascongados que al nuevo Cor-regidor inspiraban.

Este, que dio principio á su gobierno con actosde justicia, prendicndo.al pastor Andrés Sarco yotros de los vicuñas más turbulentos y mandándo-los abocar, manifestó bien pronto el peor de los fla-cos que en mandos alejados de la metrópoli puedeuna autoridad descubrir, cual fue la codicia; y tantoera la que á Manrique cegaba, que, sin miramientosni consideración al estado y turbaciones del país,acaparó los mantenimientos para venderlos por sucuenta cuando más escaseaban, lo cual y el mono-polio en la venta de la coca, artículo indispensablepara aquellos habitantes, hizo que los vicuñas au-sentes se concitaran y dispusieran á nuevas luchas.Pero en el entre tanto, para obrar sobre seguro yahorrar derramamiento de sangre, echaron cercade Manrique á un Antonio Vázquez, criollo, muyrico, quien á fuerza de dádivas supo amansarleapartándole del fervor con que había entrado en elgobierno, y conseguido sin mucho esfuerzo, avisóá .sus correligionarios para que cuando más descui-dado estuviese el general, viniesen sobre él y le hi-ciesen experimentar su poder. Al notar los vascon-gados el cambio verificado tan de repente en Manri-que, supusieron si sus enemigos le habrían dado

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yerbas para atontarlo, sin pararse en que no hay tó-sigo que tanto enveneno como el oro mal adquirido;y enterados de que los vicuñas tenían ya reunidascuatro compañías para entrar en Potosí y extermi-narles, clamaron cerca de la autoridad, y aun sepermitieron convidarles á una pelea, de la que, sa-liendo derrotados, sólo consiguieron Hoyar el es-panto á Potosí.

Advertido Manrique por los vascongados de lasmalas intenciones que contra su persona tenían losvicuñas, los declaró traidores por medio de pregón,ofreciendo premio de quinientos pesos por cada unoque se le matase, ó en cambio, el perdón al que tu-viese crímenes, aunque fuesen de lesa majestad.Segidamente dispuso el Corregidor las visitas domi-ciliarias, alguna de las cuales él mismo practicó,acompañado de un escuadrón de vascongados, pren-diendo á cuantos imaginaba ser parciales, deudos óamigos de los vicuñas, ó poseían armas ó cuchillos,cuyos atropellos obligaron á la defensa aun á losvecinos ajenos á las pasiones de los bandos.

Envalentonados los vascos con este decididoapoyo del Corregidor, y consiguiendo toda su con-fianza, se vengaron duramente de las demasías ejecu-tadas antes por los vicuñas vencedores, y las muer-tes que hasta allí sólo á espaldas de la autoridadse cometían entre los bandos, ahora las autorizabacon su presencia, llevando su parcialidad al extre-mo de prender por mera fórmula á los vascongadoscuando se les imputaba algún grave delito y de-jarles luego libres y sin castigo ninguno.

Todo esto respondía á haber superado á las deAntonio Vázquez las dádivas y sobornos con que losvascongados trataban de saciar la codicia del Cor-regidor Manrique, quien no era á la sazón sino uninstrumento de venganza de sus agravios persona-les, de cuyo abuso no podía menos de originarse,como se originó, la ruina de Potosí. Creyendo losvicuñas insostenible su situación é insufribles tandespiadadas persecuciones, determinaron en elpoblado de Ultí, donde en gran número se reunían,matar al Corregidor y seguidamente á todos losvizcaínos de la villa, eligiendo al efecto doce caba-lleros de los más valerosos para entrar en ella apo-yados por buen número de infantes.

Enterado el Corregidor de esta resolución, nohizo ningún caso, y aun contestó á los que le acon-sejaban se previniese para lo que pudiera ocurrir,que «ante D. Felipe Manrique temblaba toda latierra,» alardeando tanto de su valor, que la nochemisma del seis de Setiembre, en que aquella docenade hombres decididos entraron en la villa, al mandode D. Francisco Castillo, teniendo en poco á talesenemigos y hablando de ellos sólo en tono demofa, se puso á jugar con sus soldados á los naipel!.Sabiéndolo los conjurados,' aunque enardecidos por

ila irritación que los desprecios les produjeron,acercáronse cautelosamente á media noche, arma-dos de arcabuces y con las cuerdas encendidas, á lamorada del Corregidor, donde tropezaron con uncentinela avanzado, que al distinguirles gritó: «Se-ñor, señor, aquí están los valientes.» Un tanto lescontrarió esto; pero muerto el centinela de un ba-lazo, con grandes voces fingió Castillo que dabaórdenes á fuerza muy numerosa, lo cual amedrentóya á D. Felipe, quien cerrando la puerta de la sala,se metió en la recámara para armarse, acompañadode algunos vascongados, que para mayor seguridadatrancaron la puerta con baúles y trastos que allíestaban.

Los ocho vicuñas, únicos que á Castillo quedabandespués de haber puesto centinelas en las boca-callos, entraron en busca del general, y creyendoser muchos los que le guardaban, dieron fuego á lacasa y trataron de intimidarles con vivas al Rey ymueras al codicioso y mal Corregidor; y mientrasla casa ardía, rompieron las puertas de la sala, ar-rollaron á los que, espada en mano, les recibieron,y no pudiendo hacer lo mismo con los de la recá-mara por resistirse la puerta á su empuje, trataronde retirarse. En tanto, Manrique, creyéndose per-dido, se arrojó por la ventanilla que daba á un cai-llejon, y por ser herido en un muslo, aunque no d<egravedad, por bala de arcabuz vicuña, fue á entrarpor la misma ventanilla, recibiendo al verificarlootro balazo que le arrojó dentro de la recámara.Al oírle los conjurados gritar que le habían muerto»,se dirigieron á la puerta de la calle, teniendo quepasar sobre el cadáver del sobrino del gejieral doinFrancisco Esquivel, que allí les esperaba para diss-putarles la salida.

Alborotado el vecindario, más que por los tiros ¡áque,4»n acostumbrado estaba, al ver las amenaza-doras llamas del incendio, echó á vuelo las camparnas, y acudieron diligentes á apagar el fuego hastialos mismos vicuñas, que, escondiendo los arcabui-ees, se acercaron á presenciar el fin del desastneque habían promovido. El herido general fue sacad<ode la recámara, y los que con él estaban, entre elloisSancho Madariaga que de muy valiente presumía,quien, al oir allí mismo decir á un indio qae los vi-cuñas invadían la villa en formidable escuadrom,echó á huir desalado á refugiarse en un convento',por lo cual el poeta historiador Juan Sobrino hecantó estos versos:

«Huye Sancho Madariaga;Renuncia á su omnipotencia;No busca huecas razones,Sino el hueco de una celda.»

En medio de aquella confusión, y en tanto queunos eclesiásticos con ciertos vecinos recogían al

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Corregidor de entre unos colchones, donde se habíaescondido por consejo de Madariaga, los vicuñasesparcidos en los grupos iban preguntando si habia«caido el hacho,» creyendo que Manrique hubiesemuerto; pero á poco salieron de su error viéndolel^asladar á las Cajas Reales, donde á toda prisa sehabía instalado una guardia formada por los seño-res azogueros. Allí fue á curar al Corregidor el clé-rigo y doctor D. Diego Iparre, quien, como le oyeseexpresar con gran despecho y rabia al resistir quele curasen, tuvo que encargarle mirase por su alma,que estaba en riesgo de perderse, cuya exhortaciónrefiere el poeta Sobrino en estos términos:

«Conviértase al CriadorY haga larga penitencia,Mire que son aldabadasDe Dios las balas que lleva.Tenia al coco del infiernoY más coca no despenda.Porque esta coca ante DiosEn su tribunal desflema.»

En un desmayo cayó D. Felipe cuando el doctorIparre le reconocía, y repuesto á los pocos momen-tos, se puso en pié, y dirigiéndose al público mani-festó que sólo per sosegar la inquieta villa habíaseguido aquella política tan mal correspondida. Ycontinuó asi: «Bien podéis de aquí en adelante ma-taros y comeros á bocados unos á otros, que yo mealegraré si lo veo, pues por guardaros justicia mehan muerto, y sin culpa ninguna han hecho lo mismode los que con mi persona estaban: muerto es misobrino, que en nada ofendió á ninguno: ved querigor...» Al llegar aquí se le trabó la lengua y des-mayóse de nuevo; y alborotada la gente al oir aldesdichado Corregidor, prorumpió en mueras á losvicuñas, mientras los eclesiásticos, tomando enbrazos al herido, le subían á la sala del Ayunta-miento y le acomodaban en la cama, donde fuecurado con esperanza de mejoría.

Presenciada por los vicuñas la manifestación po-pular, y sabido que había sido avisado á TarapayaD. Diego de Portugal para que se encargase del go-bierno, salieron de Potosí disfrazados; y montandoen los caballos que les esperaban fuera de la po-blación, bajaron a Contumarca, riñendo de paso uncombate con los vascongados que había en el inge-nio de Juan Domingo, del que resultaron muertosAzcoilia y Vergara.

D. Diego de Portugal salió de Tarapaya con las, dos compañías que pudo reunir, y temiendo quev los vicuñas acometieran á Potosí, se fue á Chuqui-

saca, dejando la villa sin una cabeza que con pru-dencia y valor la defendiese. El Cabildo reclamó en-tonces del Virey y de la Audiencia de la Plata lapresencia del Presidente, el cual se negó rotunda-mente, pues, según decia,-amaba mucho su vida y

no quería perderla entre bárbaros; por cuyo motivola Audiencia despachó en su lugar al Oidor D. DiegoMuñoz de Cuellar. Enterados de esto los vicuñasque permanecían en UHi, y que el Oidor prego-naba que haría gran justicia con los de su nación,determinaron pasar á Chuquisaca con 50 caballos y400 infantes, dando al efecto órdenes á los suyosque estaban en Porco y en Chichas, para que cuan-tos allí se hallasen acometiesen á Potosí. Volandorápidamente la fama de esta novedad, alborotó aaquella ciudad y esta villa; y temiendo ya por sí elOidor Muñoz de Cuellar, despidió la compañía desoldados que había de acompañarle, y disfrazadose fue á la imperial villa para no alborotar á los vi-cuñas con el aparato de la fuerza. Inmediatamentede posesionarse del mando, dispuso que al Corregi-dor, que se veía muy malo y cercado de enemigos,se le trasladase al local de las Cajas Reales; y ha-biéndose encontrado fijados en las esquinas pasqui-nes en que, ridiculizándole, se le amenazaba, reforzólas guardias y tomó otras disposiciones para segu-ridad de las autoridades.

Los vicuñas, do quienes se acababan de separarlos andaluces por haber reñido con criollos y ex-tremeños, reunieron sus gentes, y en número de200 bien armados se dirigieron á Chaquilla con elpropósito de asaltar una noche á Potosí, de lo cualdesistieron por el pronto y se contentaron con en-viar á la villa á los mismos que hirieron al general,á fin de desazonar al Oidor ó al Garnacha, según leapellidaban. Temeroso éste, aun después de pasadoslos apuros en que se vio hasta que aquellos osadosvicuñas se retiraron, mandó que se alistasen for-mando compañías por barrios todos los vecinos dela villa y los indios de los suburbios, armándose porconsecuencia 4.000 españoles para defenderla y8.000 naturales para guardar los campos y las en-tradas del poblado; y para interesar á los alistadosles señaló 30 pesos al mes, haciendo para el efectouso de la plata de la Real Hacienda. Entraron ade-más en la villa para defenderla 600 soldados que loscorregidores de Cochabamba, Paria, Oruro y Cha-yanta enviaron á instancias de la Audiencia de laPlata, y 100 hombres que en auxilio de D. Felipe re-unió por su cuenta en Chuquisaca el capitán Oya-nume.

Atentos los vicuñas al desarrollo de tanto aparato,reuniéronse para resolver lo que más les convenía,y acordaron invadir á Chuquisaca por contar monosfuerzas que Potosí, é introducirse al mismo tiempo50 de ellos en la villa para promover un escándalo.Esto lo ejecutaron desde luego, 'consiguiendo en elcombate que aquella tenebrosa noche sostuvieronherir al Veinticuatro Pedro Berasátegui, que desdekt-Plata había ida á visitar al enfermo Corregidor, ymatar algunos soldados de la guardia de las Cajas

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N.° 422 F. M01GNO. LOS MOVIMIENTOS DE LA TJEHRA. 673

Reales. Ejecutado este golpe de osadía, burlando 30vicuñas la vigilancia del general Moneada, penetra-ron en la ciudad de la Plata, cuyos vecinos, llenosde confusión ante tal arrojo, apenas supieron defen-derse; mas los invasores se retiraron después dehaber cometido algunos atropellos en gente viz-eaina.

Cansada ya la Audiencia de la Plata de la cons-tante perturbación en que al país tenían los inquie-tos vicuñas, prometió premios á tod'o el que mata-se alguno de estos, y ellos, por vengarse, hasta loverificaron en mujeres que dependían de los vas-congados. El Virey á su vez envió provisiones,condenando á los que hicieron el estrago en la casadel corregidor Manrique, y llamando á Lima al con-tador Alonso Martínez Pastrana, que se contaba en-tre los principales agitadores. Pero los vicuñas entanto, ni manifeslaban intimidarles aquellos manda-tos, ni cesaban de invadir la villa por la noche paramover alborotos. Raro era el día también que nohubiera entradas en la población ó sangrientos com-bates en sus alrededores, terminados los cualesretirábanse los vicuñas á Ulti para refrescarse.

En uno de estos descansos penetraron en la po-blación algunos de ellos con su capitán el criolloFrancisco Castillo, y sorprendidos en casa de unamujer de la plazuela del Rayo, fueron presos porel maestre de campo Juan Romero en uno de losúltimos días de Diciembre de este año 1623, des-pués de un rudo choque en que todos los vicuñassalieron heridos. A pesar de estarlo Castillo, trata-ron las autoridades de matarlo en seguida, y conte-nidas por las constantes amenazas de los que en Ultiy otros pueblos estaban destacados, dieron tiempo áqueCastillose curase; mas salieron burlados, porqueproveído éste de cuchillos en su misma prisión,atropello á l&s centinelas y conquistó su libertad.

Con esto empezó el año 1624, y los vicuñas, quepor faltarles Pastrana, y durante la prisión de Cas-tillo, habían adelantado poco por falta de dirección,amenazaron otra vez el poder del Corregidor, quemiedoso desde que un soldado estuvo apunto de qui-tarle la vida, empezó á transigir y á inclinar hacialos vicuñas el favor que hasta allí había concedidoá los vascongados.

De ésta transacion sobrevinieron las paces que,rotas á poco, hicieron víctima del rompimiento algeneral Moneada, y demostraron que !a antigua sañano estaba extinguida en la sangrienta batalla de queel campo de San Martin fue teatro. Tan horrorosofue este suceso, que una orden Real dispuso lacompleta destrucción de los vicuñas; cosa no tanfácil de ejecutar, porque decididos éstos á la defen-sa á todo trance, juraron morir antes que humillarse,y declarando la guerra á todo el Perú, si era preci-so, estrechaban sus filas en los momentos en que el

TOMO VI!.

autor de la disputa y diferencia entre el castellanode Surges y el vascongado terminaba su manus-crito.

Algún tiempo después de lo que acaba de referir-se, se desposó el general D. Felipe Manrique yse dispuso á dejar la villa de Potosí, donde tantossinsabores había sufrido; y queriendo dejarla unbuen recuerdo, trató de hacer paces definitivasentre vicuñas y vascongados, á lo cual se opusieronalgunos, moviendo para evitarlo nuevos alborotos.Pero si entonces no pudo conseguirse este bien,se disfrutó al marcharse í>. Felipe á Lima llevándosemuchos vascongados dueños de ingenios, que paraausentarse los vendieron, á aquellos que eran azo-gueros y por su riqueza tenían gran influencia, y álos que desempeñaban oficios y tenían mando por elRey. Con esto y castigando á los pobres alborotado-res de oficio y concediendo un perdón Real, por elcual se hicieron grandes fiestas, acabaron despuésde cerca de un siglo las inquietudes en la villa y lasinsolencias en los campos, que constituyeron aque-llas memorables guerras.

Z\ . .

LOS MOVIMIENTOS DE LA TIERRAY EL MILAGRO DE JOSUÉ.

Varios de mis lectores de estos últimos tiemjposme han suplicado que explique el milagro de Jossuébajo el punto de vista de la ciencia moderna. Ac-cedo á esta petición, y someto estas axplicaciornescon toda humildad al exámjsn de los maestros, dlis-puesto á retractarme de ellas si parecen demasiaidohumanas.

«Entonces Josué habló al Señor... y dijo: Sol, noa**ices hacia Gabaoii; luna, no avances háciai elvalle de Ajalon. Y el sol y la luna se detuvieronhasta que la nación fue vengada de sus enemigeos.¿No está así escrito en el libro de los Justos??...Porque el sol se detuvo en su carrera. Obedeciendoel Señor la voz de un hombre y combatiendo piorIsrael, no hubo ni antes ni después un dia tan lair-go.» IJosué, cap. x, vers. 12 y siguientes.)

Este hecho, á la vez histórico y milagroso, refe-rido con tanta sencillez en algunas líneas, es evi-dentemente que al mandato de Josué y después qiueel ilustre jefe de los israelitas hubo invocado al Se-ñor, el sol y la luna se detuvieron de repente en elcielo y dejaron de descender en el horizonte, unoen dirección de Gabaon y la otra en dirección ¡alvalle de Ajalon. Tratábase de prolongar la duracióndel dia, de detener la aproximación de la noche,que hubiera impedido la persecución de los enemi-gos de IsraeJ.

La detención un dia entero del sol y de la luna seexplica perfectamente admitiendo que al mandatode Josué la tierra cesó durante veinticuatro horasde dar vuelta alrededor de su eje, suspendiendo sumovimiento de rotación, pero sin dejar de seguirrecorriendo la órbita que describe alrededor del

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sol. Trátase, pues, simplemente de la suspensióndel movimiento de rotación de la tierra, sin que lasposiciones absolutas ó relativas de los cuerpos ce-iestes que dependen esencialmente de la sucesiónde los años, ó de los movimientos en las órbitas,hubiesen sido modificadas en manera alguna. Admi-timos, pues, que al mandato de Josué: Párate sol, elsol se detuvo durante un tiempo que parece habersido un dia entero, y que la luna hizo lo mismo, almenos en cuanto á su movimiento aparente, quecesó durante veinticuatro horas; poro en realidad elmandato de Josué se dirigía a la tierra, á la cual or-denaba que cesara en su rotación durante veinti-cuatro horas. Hablando como habló, ¿Josué come-tió un contrasentido ó un error? ¿Creía que la tierrano daba vueltas sobre su eje, sino el sol el quehacía alrededor de ella su revolución diurna?

Con gran sentimiento nuestro, la mayor parte delos apologistas de la revelación y de los intérpretesde los libros sagrados están dispuestos á admitiresa creencia. Y en este punto repiten con el abateGlaire:

«En la Biblia los objetos que se relacionan conlas ciencias físicas están siempre expresados en ellenguaje consagrado por el vulgo y según lo queparece á nuestros sentidos. Así sucede con relaciónal sol. Pareciendo que este astro se mueve sobrenuestras cabezas y la tierra se halla fija bajo nues-tras plantas, la Biblia le compara á un esposo quesale de la cama nupcial, á un gigante que se lanzaá recorrer su carrera; le representa levantándose yponiéndose y volviendo al sitio de donde partió;mientras pinta á la tierra inmóvil y descansandosobre cimientos, sobre bases, sobre columnas...»

Francisco Arago, discutiendo esta misma obje-ción, había hecho menos concesiones. Dice, enelecto, en su Astronomía popular: «Josué, se pre-tendía en tiempos de ignorancia, no hubiera man-dado al sol que se detuviera si este astro no se mo-viera! Razonando de la misma manera, se podríaafirmar que. los astrónomos de hoy no creen en elmovimiento de la tierra, puesto que dicen general-mente y sin excepción: «El so! sale; el sol pasa porel meridiano; el sol se pone.»

«Podríase añadir que lo que dicen del sol todoslos astrónomos lo dicen de los planetas, de los co-metas, de las estrellas, de las nebulosas, de todoslos cuerpos celestes.»

Tenemos, pues, el derecho de afirmar que al de-cir: el sol se paró, la Sagrada Escritura no ha con-firmado el error de la inmovilidad de la tierra y dela movilidad del sol. Habla el único lenguaje posi-ble, la lengua del pueblo y de los sabios á la vez.«Si, añade Arago, Josué hubiera exclamado: Tierra,párate, no solamente no le hubieran comprendidolos soldados de su ejército, sino que se habría ex-presado en an lenguaje imposible y anticientífico.»

Nadie todavía ha invocado al tratar esta cuestión,y es lástima que así sea, la ley del movimiento re-lativo, la más fundamental, ó, por lo menos, unade las más fundamentales de la mecánica, puestoque de ella se deducen todas las demás. No tene-mos ninguna sensacion^ningun sentimiento, ningu-na conciencia del movimiento ó de los movimientos,rotación ó traslación, del sistema á que pertenece-mos y del cual formamos parte. Relacionamos fataly necesariamente los movimientos que experimen-tamos con los cuerpos situados fuera de nuestrosistema. Los ferro-carriles, si estuviésemos másatentos y razonáramos mejor los hechos que suce-

den alrededor de nosotros, nos harían familiareslos fenómenos y las leyes del movimiento relativoque nos ponen sin cesar ante nuestra vista. Cuandoun tren pasa al lado en sentido contrario al quenos conduce y con la misma velocidad, tenemosinsensiblemente la sensación de doble velocidad;cuando el tren que encontrarnos marcha en el mis-mo sentido que el nuestro y con la misma veloci-dad, tenemos necesariamente la sensación de unainmovilidad absoluta; y cuando, por último, otrotren marcha en el mismo sentido que el nuestro,pero con mayor velocidad, experimentamos infali-blemente la sensación del retroceso.

Esta ley del movimiento relativo forma de algunamanera parte esencial de nuestro ser y la experi-mentamos pasiva y científicamente, puesto que esuna ley de la mecánica general. Aunque Josué hu-biera sabido de un modo cierto que la tierra girabasobre su eje y en el espacio alrededor del sol; aun-que hubiese visto como Francisco Arago y como yoá la tierra girar sobre sí misma en la lente del gi-roscopio de León Foucault, no habría dejado deatribuir al sol el movimiento diurno de la tierra; yqueriendo hacerle cesar en interés del ejército quemandaba, para que éste pudiese alcanzar y perse-guir á sus enemigos, se habría siempre, referido alsol, como todos los sabios del siglo XIX lo hacenhoy en la expresión de los fenómenos que produceel movimiento diurno. Hay más: el lenguaje de Jo-sué es tan natural y científico, que la ciencia másatrevida no osaría buscar ni podría inventar otro,de modo que se vería obligada de buen ó de malgrado á hablar el mismo hasta la consumación delos siglos. Hó aquí á Josué y á la Sagrada Escrituranoblemente vengados.

Pero entremos más en el fondo de esta gravecuestión. Comprende tres fenómenos: 1.", la redon-dez de la tierra; 1°, la rotación de la tierra alrede-dor de su eje; 3.°, la traslación de la tierra en suórbita alrededor del sol. No tenemos la pretensiónde afirmar y demostrar que la Sagrada Biblia en-seña y enuncia estos fenómenos; pero sostenemosy queremos probar no sólo que no los niegan los li-bros sagrados, sino que más bien los afirman.

Job ha dicho muy claramente refiriéndose á Dios:«Suspendió la tierra sobre la nada.» (Cap. xxvi,v. 7.) «¿Y tú, cogiendo la tierra por sus extremida-des (por sus polos) la sacudiste violentamente paraquitar los impíos de su superficie?» (Cap. xxxvm,v. 43.) Estos dos textos figuran admirablemente unglobo suspendido en el espacio. Cuando yo encuen-

' tro en la Biblia expresiones tan formales como es-tas: «Todavía no había dado á la tierra sus goz-nes.» (Prov., cap. viii, v. 25.) «Quien toma ensus tres dedos la masa de la tierra y la coloca enuna balanza para pesarla.» (Isaías, cap. xi, v. 12.)«Quien se sentó sobre la redondez (el globo) de latierra.» (v. 22.) «Quien creó la tier.'a y le dio suforma redondeándola» (Cap. XLV, V. 18), etc., etc.;no dudo en decir que la redondez de la tierra estámás bien afirmada que negada en los libros santos,y que los términos en que hablan del sol, de la lunay de las estrellas afirman igualmente los movimien-tos de rotación y de traslación de los cuerpos ce-lestes, y por consiguiente de la tierra.

¿Quién más elocuente intérprete de la Santa Bi-blia, y de la tradición de su tiempo, que Rafael,muerto en 1502, ciento veintidós años antes que Ga-lileo? Pues en sus inmortales frescos del Vaticano,Rafael siempre pintó la tierra ó el mundo como un

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lobo redondo que la creación bendice y fecunda. !,n su admirable pintura del descanso del último jia, el gran artista representa el Padre Eterno sen* jado en su trono, con los pies colocados sobro unequeño globo que representa la tierra. Es la ex-iresion pintoresca de la gran palabra de Isaías:•Se sentó sobre la redondez de la tierra.»

La redondez de la tierra supone ó envuelve süDovimiento ó sus movimientos. Un globo está na-uralmente llamado á girar y á rodar. La redondezr la rotación eran, pues, familiares á Rafael, y Ga-ileo no las inventó.

Por otra parte, el genio de Hafael que pinta la,ierra redonda, pinta también sus dos grandes lu-minares, el sol y la luna, como cuerpos redondoslite el Padre eterno lanza en el espacio. He aquí,propiamente hablando, la tradición cristiana antesde que fuese oscurecida por los sofismas de losperipatéticos.

Volvamos á Josué y á su relato. Se le hacen dosobjeciones en apariencia muy graves: la primera,sacada de las leyes do la mecánica; la segunda, delos anales de la historia. «¿Cómo, si se detuvo sú-bitamente el movimiento de rotación do la tierraalrededor de su eje, no fueron arrojados violenta-menteen el espacio, en virtud de la velocidad ad-quirida, todos los objetos colocados en la superficiede la tierra?» La objeción es candida, y conlicío quecuando la oí por primera vez hace 50 años en bocade un joven profesor de matemáticas, que despuésha llegado á ser célebre, M. Sturm, no pude menosde reírme. Conceder á Dios el poder de extinguiren un instante la, cantidad enorme de movimientode la tierra y negarle el poder de extinguir en ioscuerpos colocados en su superficie la velocidad ad-quirida, ó mantenerlos en su lugar, es una contra-dicción flagrante y ridicula. El que detiene unamesa en movimiento, puede con mayor razón man-tener en su lugar el candelero que está encima. Losgeómetras están obligados, para dar una base á susteorías, á concebir que la potencia creadora ha po-dido imprimir á los cuerpos celestes un movimientotangencial considerable. Para dar, en efecto, la ex-plicación de las leyes de Keplero, suponen que elcuerdo atraído, viniendo al infinito por la accióndel cuerpo que atrae, liega á cierta distancia delcentro de atracción, y animado de cierta velocidadadquirida, recibe entonces una impulsión lateral;así, pues, establecen que, según que la veloeidadimpresa en esta impulsión, comparada con la velo-cidad adquirida, es mayor, más pequeña ó la mitad,y en una dirección normal, la órbita recorrida porel cuerpo atraído es una elipse, una hipérbole, unaparábola ó un círculo. Evidentemente esta impul-sión lateral no puede dársela á sí mismo el cuerpoatraído, ni tampoco recibirla del cuerpo que atrae;debe, pues, proceder de fuera, y los geómetras tie-nen que concebir además que esta combinación óesta lucha de dos velocidades ó impulsiones, cen-tral y lateral, se verifica sin desagrcgraeion y sinproyección de fragmentos del cuerpo atraído, abso-lutamente como en la detención de la tierra pororden de Josué. Se ve que la ciencia tiene sus mis-terios como la revelación.

En cuanto á la segunda objeción, «al efecto queun acontecimiento Tan extraordinario como un diade veinticuatro horas, hubiera debido producir enel mundo entero, y al profundo recuerdo que ha-bría dejado por todas partes,» haremos observar:•1.°, que, como hemos probado, esta prolongación

del día por la detención del movimiento de rotaciónde la tierra se hizo sin las perturbaciones y tras-tornos que suponen los adversarios de la revela-ción; 2.', que los antiguos escritores profanos, delos cuales han quedado obras enteras ó simplesfragmentos, son de vat'ios siglos posterioros á Jo-sué; 3.°, que en el caso de que el hecho hubieseentrado más tarde en ia historia, ha podido ser des-figurado y envuelto en ficciones fabulosas que noshacen no poder reconocerle; 4.°, que las excavacio-nes asirías no están todavía bastante adelantadas, yque los monumentos egipcios no han sido todavíabastantemente interrogados para que se pueda ase-gurar que no sucederá con el milagro de Josué loque con el Diluvio, cuyo relato casi entero ha en-contrado Mr. Jorge Schmidt en inscripciones cunei-formes; y 5.°. que la tradición no ha permanecidocompletamente extraña á este hecho milagroso. Ci-temos en primer lugar al historiador Josefo:

«Nunca se ha conocido tan claramente como eneste combate que Dios asistía á su pueblo, porque,además de la tormenta, los rayos y una lluvia ex-traordinaria de piedras, se vio por un prodigio ex-traño prolongarse el dia, contra el orden de la na-turaleza, para impedir que las tinieblas de la nochequitasen á los hebreos una parte de su victoria. Elaumento que tuvo este dia se ve por lo que está es-crito en los libros sagrados-que se han conservadoen el templo.»

Es una circunstancia notable que, para dar á sutestimonio mayor autoridad, Josefo se refiere á losarchivos del templo, donde se conservaba el librode los Justos, el Jusohar. Este misino libro es se-ñalado por los historiadores antiguos como una delas memorias originales. Theodoredo, en sn Comen-tario sobre Josué', y Procopio en su Historia secreta,parecen indicar que esta Memoria existía todavíaen su tiempo. Citemos, por último, el recuerdo cu-rioso de las tradiciones que los mahometanos ha-bían recibido sin duda de los antiguos árabes:

«josehova libró batalla á los gigantes un viernespor la larde. La noche se aproximaba, y Josehovano quería combatir el sábado. Imploró el tiempo ne-cesario para concluir la lucha y exterminar al ene-migo; fue escuchado, y por lo tanto el sol perma-neció sobro el horizonte hora y media más que deordinai"io.^ij¡Turük Montekcb, citado por Herbelot,Diccionario turco, en la palabra Josehova.)

Extrañaráse quizá que para explicar más -fácil-mente el milagro de Josué, yo no haya recurrido álas combinaciones que algunos casi sabios han so-ñado. ¿No es posible que dejando al sol y á la lunaproseguir su carrera diurna y regular, Dios los hayacubierto con un velo que los hiciese invisibles, almismo tiempo que hacía brillar en su lugar un sol yuna luna accidentales, ó al monos las aparienciasluminosos de eslos dos astros? En mi intimo pensa-miento, estos escamoteos son indignos de Dios, yno dejarían de constituir también un milagro; así,pues, milagro por milagro, prefiero infinitamente elmilagro sencillo y grandioso del sol y de la lunadeteniéndose en apariencia en su carrera, es decir,de la tierra cesando momentáneamente de girar so-bre su eje. lista es la interpretación natural de lascélebres palabras de Josué, y sería temerario sepa-rarse de ella.

Bien considerado todo, los milagros de Josué yde Isaías, el sol y la luna inmóviles en el espacio, yla aguja retrogradando sobre el cuadrante de Achab,pueden explicarse humana y antropológicamente

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(esta es la palabra inventada por los enemigos dela revelación y que no es ofensiva para Dios sino ensu imaginación) por la detención ó el trastorno delmovimiento de rotación de la tierra alrededor desu eje.

Alganos sabios, para dar más fuerza á la objecióny confirmar la pretendida imposibilidad del hechomilagroso, fingen confundir la detención del movi-miento de rotación de la tierra con la detención desu movimiento de traslación sobre su órbita alre-dedor del sol.

Esta velocidad de traslación (30,4 kilómetros porsegundo) es muy grande relativamente á la veloci-dad de rotación (0,345 kilómetros). En virtud de laprimera, la cantidad de movimiento de que la tierraestá animada y su fuerza viva son tan enormes, quesi, por una detención súbita, ese movimiento demasa se convirtiera en movimiento molecular óatómico, es decir, en calor, este calor sería bastantegrande probablemente para fundir su masa entera,reducirla á vapor y disiparla en el espacio. Podemosconcebir razonablemente que Dios, que ha creado latierra y la ha lanzado en el espacio por un acto desu omnipotente voluntad, pudo animar simultánea-mente cada molécula ó cada átomo de un movi-miento igual, pero en sentido contrario al que re-sultaría para ese átomo ó molécula de la extincióninstantánea del movimiento de traslación de la tier-ra, y por este medio impedir el desprendimiento decalor molecular ó atómico, conjurando las terriblesconsecuencias de la detención súbita del globo ter-restre sobre su órbita: la objeción quedaría asideshecha.

Además, si por la aplicación de frenos mecánicos,el freno de aire, por ejemplo, ó por la sola compre-sión del aire en el seno de un espacio cerrado,nuestros ingenieros han podido extinguir sin peli-gro la enorme cantidad de movimiento de un trenlanzado á toda velocidad, ¿cómo había de ser impo-sible á Dios extinguir por mil medios, en su infinitopoder, la velocidad de la tierra y hacerla insensiblehasta á la detención súbita de su movimiento detraslación? Nada hay, por otra parte, que exija queesta detención haya sido instantánea; se puede con-cebir que la extinción se haya verificado sucesiva-mente en un tiempo bastante corto.

Pero, lo repetimos: en los dos milagros de lasSagradas Escrituras no se trata del movimiento detraslación de la masa entera de la tierra, de la ex-

tinción de su cantidad de movimiento ó de su fuerzaviva, sino de suspender su movimiento de rotaciónsobre su eje, y anular el efecto de la fuerza centrí-fuga, fuerza que en el Ecuador, ó en su máximun deintensidad, se expresa por la pequeña fracción de0m,00346, es decir, que haría recorrer á un móvilque formase parte de la superficie de la tierra unpoco más de tres centímetros por segundo. Estatendencia al movimiento que se ejercería si la tierracesase súbitamente de girar, es, pues, relativa-mente pequeña; y concibiéndose que cada objeto enla superficie de lá tierra esté animado de una ten-dencia igual en sentido contrario, el equilibrio semantendría asegurando la inmovilidad.

Pero me avergüenzo de discutir bajo un punto devista humano la omnipotencia del que con una pa-labra todo lo ha hecho y todo lo ha creado. Cuandose trata de Dios, hablar más ó menos de pequeño yde grande es una blasfemia. Y la comparación delmodo de acción de Dios cori el modo de acción delhombre, es tan contrasentido como la comparacióndel ser contingente y limitado del hombre con elser necesario é infinito de Dios. No tenemos el ses<\timientode esta gran verdad revelada por Sa^*blo: Tn ipso vivimus, movemur et sumus: Somos enél, vivimos en él, nos movemos en él. El movimien-to, que es para nosotros algo á la vez relativo yabsoluto, no existe para Dios. Se hace en él y paraél; ¿cómo no ha de ser el moderador absoluto? To-das las energías actuales, virtuales, potenciales delmundo material, no son más que manifestacionesde lá energía infinita del Ser necesario. El granprincipio de la conservación de la energía, del cualestá tan orgullosa ¡a ciencia moderna, pero del queno posee el secreto, tiene su razón de ser en Dios,primer motor, principio á la vez del ser, del movi-miento y de la vida. Millares de seres y de mundospueden salir de la nada ó entrar en la nada sin al-terar el dogma de la conservación de la energía;porque, después de la creación, no hay más ni me-nos energía que antes de la creación; lo que hayson más seres participando de la energía. Peroacabo de levantar una punta del velo que nos ocultala majestad infinita de Dios, y me siento anonadadopor su gloria: Qui scruíatur majestatem opprimeturi gloria. Me callo, pues, y adoro.

F. MOIGNO.

(Les Mondes.)

' FIN DEL TOMO SÉTIMO.


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