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Robert E Howard - Conan El Aventurero

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7/28/2019 Robert E Howard - Conan El Aventurero http://slidepdf.com/reader/full/robert-e-howard-conan-el-aventurero 1/555 CONAN EL AVENTURERO Robert E. Howard
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Introducción

Robert Ervin Howard (1906-1936) nacien Peaster, Texas, y vivió la mayor parte dsu vida en la ciudad de Cross Plains, situad

en la zona central de Texas. A lo largo de sbreve vida escribió y publicó una gracantidad de relatos de ficción menores ddiversos géneros: deportivo, de detectivesdel Oeste, historias de aventuras orientales

así como una serie de cuentos fantásticos. Dtodas las obras de fantasía heroica dHoward, las que han gozado de mayopopularidad han sido las historias de ConanÉstas transcurren en una imaginaria Eda

Hiboria inventada por Howard y situada hacunos doce mil años, entre el hundimiento dAtlantis y los albores de la historia escritconocida por todos. Howard fue un narrado

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nato cuyos relatos no han sido superados ecuanto a interés, intensidad, emoción dinamismo de la acción. Las historias d

Conan son el summum de los cuentos daventuras, con una fuerte dosis de elementosiniestros y sobrenaturales.

Howard escribió unos treinta relatos dConan, cuya extensión oscila entre 3.000 60.000 palabras. De éstos, dieciocho fueropublicados en vida del autor. En los añosiguientes a su muerte, aparecieron entre lopapeles de Howard una gran cantidad dmanuscritos completos, así como bosquejos fragmentos de cuentos. He tenido el gusto dpreparar para su publicación la mayor partde estos relatos, completando los questaban inacabados y rescribiendo algunootros cuentos de Howard, a fin de incluirlo

entre las aventuras legendarias de Conan.

Uno de los cuentos que aparecen en estlibro, «Los tambores de Tombalku», fu

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descubierto por Glenn Lord, el agentliterariode las obras de Howard. Se tratabde un esquema general de la historia y de u

borrador de la primera mitad del relato. Hcompletado el cuento siguiendo estesquema. Los otros tres relatos aparecen tacomo fueron publicados enWeird Talescomienzos de la década del treinta, coexcepción de algunos cambios mínimos cocarácter de corrección.

En la medida en que se puede calculaeste tipo de datos, se supone que Conan vivihace unos doce mil años. En esa épocasegún Howard, la parte oeste del continentprincipal estaba ocupada por los reinohiborios. Éstos eran una constelación dpequeños estados fundados por invasores denorte (es decir, los hiborios) tres mil año

antes, sobre las ruinas del imperio malignde Aquerón. Al sur de los reinos hiborios sencontraban las belicosas ciudades-estado dShem. Más allá de Shem dormitaba e

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Algún tiempo después, Conan tuvo quabandonar Turan como consecuencia de unpelea con un oficial superior. Después de u

intento frustrado de hacerse con un tesoro eZamora y de una breve visita a su Cimmerinatal, se embarca en la carrera de soldadmercenario en los reinos hiborios. Lacircunstancias (violentas, como dcostumbre) lo convierten en pirata de lacostas de Kush, donde los nativos lo llamaAmra el León. Cuando su compañera, lpirata shemita Belit, es asesinada, él sconvierte en jefe de una de las tribus negrasDespués sirvió como mercenario en Shem en los reinos hiborios del sur.

Más tarde, Conan aparece como jefe dlos kozakos, una horda de proscritos quasola las estepas que se encuentran entre la

tierras hiborias y Turan. Se convierte en jefpirata de un grupo de corsarios en el gramar interior de Vilayet y en jefe de lonómadas zuagires de los desiertos de

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sureste. Después de una temporada comcapitán de mercenarios en el ejército del rede Iranistán, llega a los alrededores de lo

montes Himelios, una vasta extensión dtierras inhóspitas que se encuentran entrIranistán, Turan y el reino tropical dVendhia. Aquí es donde comienza este libro.

L.sprague de camp

El pueblo del Círculo Negro

Después de rechazar la oferta de Arshakel sucesor de Kobad Sha, para volver aservicio de Iranistán y defender el reincontra las incursiones del rey Yezdigerd dTuran, Conan cabalga hacia el este, e

dirección a los montes Himelios, situados ela frontera noroeste de Vendhia. Allí sconvierte en jefe de los salvajes afghulis. Ecimmerio tiene ahora unos treinta y tre

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años, está en la cima de su potencia física es conocido en todas partes, tanto en emundo civilizado como en el bárbaro, desd

la tierra de los pictos hasta Khitai.

1. La muerte de un rey

El rey de Vendhia se estaba muriendo. Lnoche era cálida y sentía que la cabezestaba a punto de estallarle. El terrible latidde sus sienes creaba un débil eco en lhabitación de cúpula dorada. El rey BhundChand luchaba contra la muerte en untarima recubierta de terciopelo. Su pieestaba perlada de brillantes gotas de sudo

Sus dedos se crispaban sobre la tela bordadcon hilos de oro en la que descansaba scuerpo. Era joven. Nadie le había lanzado unflecha, ni había vertido veneno en su vino

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Pero sus venas azuladas resaltaban comcuerdas en sus sienes y sus ojos estabadesorbitados ante la proximidad de

muerte. Al pie de la tarima había variatemblorosas esclavas arrodilladas, y a su ladse hallaba su hermana, la Devi Yasminainclinada sobre él, contemplándolo coapasionada intensidad. La acompañaba ewazam, un noble que había envejecido en lcorte del rey.

La joven levantó la cabeza con un gestde ira y desesperación, mientras oía edistante redoble de los tambores.

-¡Esos sacerdotes y su algarabía! exclamó-. ¡No valen más que lasanguijuelas! Mi hermano se está muriendo nadie sabe por qué. Sí, se muere, y aqu

estoy yo, que tampoco sirvo para nada... yoque sería capaz de incendiar toda la ciudad de derramar la sangre de miles de hombrepara salvarlo.

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-Nadie en Ayodhya puede hacer nada poél, Devi -dijo el wazam-. Este veneno...

-¡Te digo que no se trata de veneno! gritó la joven-. Mi hermano estuvo tacelosamente protegido desde que nació quno pudieron llegar hasta él ni los más hábileenvenenadores de Oriente. Los cinco cráneode la Torre de los Cautivos constituyen unclara prueba de los intentos que ha habido eese sentido. Todos fracasaron. Como sabemuy bien, hay diez hombres y diez mujerecuya única obligación consiste en probar scomida y su bebida, y cincuenta guerreroarmados custodian sus aposentos. No, no strata de veneno. Es brujería..., eespantoso..., es magia negra.

La joven guardó silencio y el rey hablóSus pálidos labios apenas se movieron y suojos vidriosos no reconocían a nadie. Pero svoz se alzó en una pavorosa llamada, confus

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rostros de piel oscura y blancos ojos qumiraban hacia arriba. De la multitud partíocasionalmente un lamento que parecía u

canto fúnebre.El hombre se encogió de hombros y s

volvió hacia una habitación llena darabescos. Se trataba de un individuo alto corpulento, lujosamente ataviado.

-El rey aún no ha muerto, pero ya suenalos cantos fúnebres -le dijo a otro hombrque estaba sentado sobre una esterilla, en urincón.

Este último llevaba una túnica de pelo dcamello de color marrón, calzaba sandalias tenía un turbante verde en lacabeza. Sexpresión era tranquila y su mirad

impersonal.

-El pueblo sabe que el rey no verá otramanecer -repuso. El primero le dirigió un

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mirada prolongada e interrogante.

-Lo que no entiendo -dijo- es por qué h

tenido que esperar tanto tiempo hasta qutus maestros atacaran. Si ahora han podidasesinar al rey, ¿por qué no lo hicieron hacmeses?

-También las artes de lo que se llammagia negra están gobernadas por leyecósmicas -respondió el hombre del turbantverde-. Al igual que en otros asuntos, laestrellas rigen estos actos. Ni siquiera mmaestros pueden alterarlo. No podían llevar cabo esta nigromancia hasta que el cielo y laestrellas fueran propicios.

El hombre se detuvo y trazó un diagramde las constelaciones sobre el suelo d

mármol con una larga uña manchada dnegro. Luego dijo:

-La inclinación de la luna presagiab

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males para el rey de Vendhia. Las estrellaestán en desorden, y la Serpiente sencuentra en la Casa del Elefante. Durant

esa yuxtaposición desaparecen los guardianeinvisibles en el espíritu de Bhunda Chand. Sabre un sendero en los reinos ocultos y unvez que se establece un punto de contactose ponen en funcionamiento terriblepoderes.

-¿Punto de contacto? -preguntó el otrhombre-. ¿Te refieres a ese bucle de cabellode Bhunda Chand?

-Sí. Todas las partes desechadas decuerpo humano siguen perteneciendo a éunidas por lazos intangibles. Los sacerdotede Asura tienen vagas nociones acerca desto. Por ello los recortes de uñas, cabellos

algunas partes del cuerpo de la familia real sreducen cuidadosamente a cenizas, que luegse esconden. Pero ante los insistentes ruegode la princesa de Kosala, que amó en vano

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Bhunda Chand, éste le regaló un bucle de sulargos cabellos negros como recuerdoCuando mis maestros decidieron condenarlo

muerte, el bucle, guardado en un estuchdorado incrustado de piedras preciosas, furobado de debajo de su almohada mientraella dormía y sustituido por otro tan parecidal primero que jamás notó la diferenciaLuego, el auténtico bucle viajó en uncaravana de camellos por la larga ruta quconduce a Peshkhauri y después hasta edesfiladero de Zhaibar, hasta llegar a manode los interesados.

-¡Tan sólo un bucle de cabellos! -murmurel noble.

-Por medio del cual un alma se aparta dsu cuerpo para atravesar enormes abismo

siderales -repuso el hombre de la esterilla. Enoble lo miró con curiosidad.

-No sé si eres un demonio o un hombre

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Khemsa -dijo finalmente-. Muy pocos dnosotros somos lo que parecemos. Yo mismoa quien los kshatriyas conocen como Kerim

Sha, príncipe de Iranistán, soy tan falso comla mayor parte de los hombres. Todos sotraidores de una u otra forma, y la mitad dellos no saben a quién sirven. En ese sentidoal menos, yo no tengo dudas porque sirvo arey Yezdigerd de Turan.

-Y yo a los Adivinos Negros de Yimsha dijo Khemsa-, y mis amos son más poderosoque los tuyos, ya que han logrado con suartes lo que Yezdigerd no pudo hacer con ciemil espadas.

Afuera, el lamento de miles de personaparecía ascender hacia las estrellas qutachonaban la calurosa noche vendhia.

Todos los guerreros nobles de Ayodhya shallaban reunidos en el gran palacio o en sualrededores, y en todas las puertas d

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entrada había cincuenta centinelas armadocon arcos. Pero la muerte entró en el palacireal y nadie pudo impedirle el paso.

El rey volvió a gritar desde la tarimasacudido por un terrible espasmo. Se oyó unvez más su voz débil y lejana, y una vez másla Devi se inclinó sobre él, temblando a causde un miedo más oscuro que la muerte.

-¡Yasmina! ¡Ayúdame! ¡Estoy lejos de mcasa mortal! Los brujos se han llevado malma a través de la oscuridad azotada por lovientos. Están intentando cortar el cordón dplata que me une a mi cuerpo moribundo. Mrodean. Sus manos se ciernen sobre mí y suojos son rojos como llamas en la oscuridad¡Sálvame, hermana! ¡Sus dedos de fuego mestán tocando! ¡Destrozarán mi cuerpo

condenarán mi alma! ¿Qué es esto que scierne sobre mí? ¡Ay!

Al oír aquel desesperado grito de terro

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Yasmina se arrojó sollozandconvulsivamente sobre el cuerpo de shermano, impulsada por la angustia. Lo

espasmos se apoderaban del cuerpo del reyDe sus labios surgió una espuma blanca y locrispados dedos del hombre dejaron su huelen los hombros de la joven. Pero en espreciso instante desapareció súbitamente evelo que cubría los ojos del rey y éste levantla cabeza para mirar a su hermana, a quiereconoció.

-¡Hermano! -sollozó la muchachaHermano...

-¡Rápido! -exclamó el rey jadeando, perhablando con claridad-. Ya sé qué es lo qume lleva a la pira. He hecho un largo viaje ahora lo comprendo. He sido embrujado po

los hechiceros himelios. Me arrancaron ealma del cuerpo para llevársela muy lejos, una habitación de piedra. Allí lucharon poromper el cordón plateado de la vida y mete

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mi alma en el cuerpo de un ave nocturna dmal agüero que su hechicería conjuró deinfierno. ¡Ahora siento que tratan d

levantarme! Tu llanto y la presión de tumanos me hicieron regresar, pero me vorápidamente. Mi alma trata de aferrarse acuerpo, pero muy débilmente. ¡Pronto..¡Mátame antes que atrapen mi alma parsiempre!

-¡No puedo!-exclamó la muchachgolpeándose el pecho con los puños.

-¡Pronto, te lo ordeno! -gritó el moribundcon tono imperioso-. Jamás me hadesobedecido... ¡Obedece mi última orden¡Que mi alma parta limpia hacia Asura! ¡Datprisa! De lo contrario, me condenarás a uneternidad tenebrosa. ¡Pronto! ¡Obedece!

Sollozando sin cesar, Yasmina extrajo unenjoyada daga de su vaina y la hundió hastla empuñadura en el pecho de su hermano. E

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rey se agitó y luego permaneció inmóvil, couna sonrisa en sus labios muertos. Yasminprofirió un grito de dolor y se arrojó al suelo

golpeando las alfombras con los puñosAfuera se oían las campanas...

2. El bárbaro de las colinas

Chunder Shan, gobernador de Peshkhaurdejó a un lado su pluma de oro y leycuidadosamente lo que acababa de escribsobre el pergamino que llevaba su seloficial. Gobernaba en Peshkhauri desde hacímucho tiempo, debido a que en todmomento había calculado cada una de su

palabras habladas o escritas. El peligrengendra precaución, y sólo un hombre sagalogra vivir largo tiempo en un país salvaje eel que las ardientes mesetas vendhias s

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encuentran con los riscos de los himelios. una hora de caballo de allí se encuentran lamontañas en las que los hombres vive

según la ley del cuchillo.El gobernador se hallaba solo en s

habitación, sentado ante la mesa de madertallada, con incrustaciones de ébano. Por lventana abierta se veía un pequeño cuadradazul de noche himelia sembrado de grandeestrellas blancas. El parapeto cercano shabía convertido en una línea borrosa, y laalmenas y alféizares apenas se distinguían lo lejos bajo la tenue luz de las estrellas. Lfortaleza del gobernador era muy sólida y sencontraba fuera de las murallas de lciudad. La brisa movía los tapices que habíen las paredes y traía los débiles sonidos dlas calles de Peshkhauri.

El gobernador estaba leyenddetenidamente lo que había escrito, con unmano delante de los ojos para protegerlos d

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la luz de la lámpara de bronce que había ela habitación. Mientras leía, moviendligeramente los labios, oyó el golpe seco d

los cascos de los caballos en el exterior de lbarracana y luego escuchó la voz de locentinelas. El gobernador, profundamentinmerso en la lectura de su carta, apenaprestó atención. La misiva iba dirigida awazam de Vendhia, de la corte de Ayodhyay, después del encabezamiento de protocolodecía:

«Tengo el honor de comunicar a SExcelencia que he cumplido fielmente suinstrucciones. Los siete nativos están biecustodiados en prisión y envíaconstantemente mensajes a las montañapara que su jefe venga personalmente negociar su libertad. Pero éste aún no se h

presentado, si bien ha enviado en respuestotro mensaje en el que declara que a menoque se libere a los prisioneros, incendiarPeshkhauri y cubrirá la silla de su caballo co

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mi pellejo, si Su Excelencia me permite taexpresión. Estoy convencido de que es mucapaz de hacerlo, y por ello he triplicado e

número de lanceros de la guardia. El hombrno es un nativo del Ghulistán. No puedprever cuál será su próximo paso. Perpuesto que ése es el deseo de la Devi...»

Al cabo de un segundo el gobernador slevantó de su silla de marfil y se acercó a lpuerta. Tomó rápidamente la espada curvque se encontraba sobre la mesa, y luego sdetuvo en la entrada de la habitación.

Acababa de entrar una mujer sianunciarse. Vestía una diáfana túnica de gasque dejaba ver la belleza de su cuerpo alto esbelto. Un transparente velo caía sobre specho desde un tocado sujeto a su cabez

por una triple trenza de oro, adornada couna media luna dorada. Sus ojos oscurocontemplaban al asombrado gobernador poencima del velo, y a continuación descubri

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su rostro con un imperioso movimiento de sblanca mano.

-¡Devi!El gobernador se arrodill

inmediatamente. Tanto su sorpresa como sconfusión desmerecieron su digna obedienciaLa Devi le ordenó que se levantara con ugesto de la mano, y el gobernador sapresuró a conducirla hacia la silla de marfihaciendo reverencias sin cesar. Pero suprimeras palabras fueron de reproche.

-¡Majestad, esto es muy poco prudenteHay peligro en la frontera. Los ataques desdlas montañas son constantes. ¿Habéis venidcon un gran séquito?

-Sí, me acompañaron varias personahasta Peshkhauri. Alojé a mi gente allí y vinhasta el fuerte con mi doncella CitaraChunder Shan palideció horrorizado.

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-¡Devi! No acabáis de comprender epeligro que hay en todo esto. A una hora d

caballo de aquí, las colinas hierven dbárbaros profesionales del robo y deasesinato Muchas mujeres han sido raptaday los hombres son acuchillados entre el fuerty la ciudad. Peshkhauri no es como vuestraprovincias del sur...

-Pero me encuentro aquí sana y salva interrumpió la muchacha con un dejo dimpaciencia-. Enseñé mi sortija con el sello acentinela de la entrada y al que está en lpuerta de vuestra habitación, y me dejaroentrar sin anunciarme y sin conocerme, persuponiendo que se trataba de un corresecreto de Ayodhya. No perdamos el tiempo¿No habéis recibido ningún mensaje del jef

de los bárbaros?

-Ninguno, a no ser maldiciones amenazas, Devi. Es un hombre astuto

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desconfiado. Considera que puede ser untrampa, y quizá ello sea comprensible. Lokshatriyas no siempre han cumplido su

promesas con los montañeses.-¡Debe negociar! -exclamó Yasmina co

los puños crispados.

-No lo entiendo -repuso el gobernadomoviendo la cabeza-. Cuando capturé a esosiete hombres informé al wazam, como ecostumbre, y luego, antes que yo pudiesahorcarlos, llegó la orden de que los retuvierpara que se comunicaran con su jefe. Eshice, pero el hombre no ha venido. Estobárbaros pertenecen a la tribu de los afghulispero su jefe es un extranjero de Occidente se llama Conan. Amenacé con ahorcarlomañana al amanecer si no se presenta aquí.

-¡Muy bien! -exclamó la Devi-. Has hechbien. Y ahora te diré por qué he dado esaórdenes. Mi hermano...

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Yasmina se detuvo, ahogada por lemoción, y el gobernador inclinó la cabez

con el acostumbrado gesto de respeto haciun soberano fallecido.

-El rey de Vendhia fue destruido por lmagia -dijo finalmente Yasmina-. Desde esmomento he decidido dedicar mi vida destruir a sus asesinos. Al morir mproporcionó una pista y la he seguido. Hleído elLibro de Skelos y he hablado con usinfín de ermitaños de las cuevas que hadebajo de Jhelai. Ahora sé cómo y quién lo hasesinado. Sus enemigos eran los AdivinoNegros del monte Yimsha.

-¡Por Asura! -exclamó Chunder Shapalideciendo. Los ojos de Yasmina pareciero

atravesarlo, y a continuación preguntó:

-¿Les temes?

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-¿Quién no les teme, Majestad? -repuso egobernador-. Hay diablos negros vagando polas desiertas colinas de más allá del Zhaiba

Pero la leyenda dice que muy rara veintervienen en las vidas de los mortales.

-No sé por qué asesinaron a mi hermano dijo Yasmina-. ¡Pero he jurado ante el altade Asura que los destruiría a todos! necesito la ayuda de un hombre de allende lfrontera. Un ejército kshatriya, sin ayudajamás llegaría a Yimsha.

-Sí -musitó Chunder Shan-. Es ciertoSería preciso luchar a cada paso del camincontra miles de bárbaros, que se descolgaríade cada roca para hacernos frente con sulargos cuchillos. En una ocasión los turaniose abrieron paso entre los montes Himelios

pero ¿cuántos regresaron de Khorusún? Mupocos hombres, que escaparon de laespadas de los kshatriyas después de que erey, vuestro hermano, derrotara a su

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huestes en el río Jhumda, volvieron a veSecunderam.

-Por eso debo conducir a esos hombres través de la frontera -dijo Yasmina-. Tieneque ser individuos que conozcan bien ecamino hacia el monte Yimsha...

-Pero las tribus temen a los AdivinoNegros y evitan la montaña infernal -repusel gobernador.

-Y ese jefe Conan, ¿también les teme?

-Dudo que ese diablo sienta temor ponada -musitó el gobernador.

-Eso me han dicho. Por lo tanto, es ehombre con el que necesito tratar. Él dese

liberar a sus siete guerreros. Muy bien, puesu rescate será... ¡la cabeza de los AdivinoNegros!

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La voz de Yasmina rezumaba odio apronunciar estas palabras. Sus manos scrisparon con fuerza sobre sus caderas

Parecía la imagen de la ira mientras manteníla cabeza erguida y jadeaba intensamente.

El gobernador se arrodilló una vez másSabía que una mujer en ese estademocional era más peligrosa que una cobrciega.

-Se cumplirán vuestros deseos, Majesta-dijo el gobernador. Luego, cuando la mujepareció calmarse, agregó:

-No puedo prever cómo reaccionarConan. Las tribus siempre están en pie dguerra, y tengo razones para creer que loemisarios de los turanios las están incitand

para que ataquen nuestras fronteras. ComVuestra Majestad sabe, los turanios se haestablecido en Secunderam y en otraciudades del norte, aun cuando las tribus d

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las montañas no hayan sido reducidatodavía. El rey Yezdigerd hace tiempo qumira hacia el sur con codicia y es posible qu

busque, mediante la traición, lo que no pudconseguir por la fuerza de las armas. Inclushe pensado que Conan podría ser uno de suespías.

-Lo veremos -repuso Yasmina-. Si sientalgún afecto por sus hombres, sin dudalguna al amanecer estará ante las puertade la ciudad para negociar. Pasaré la nochen la fortaleza. Llegué disfrazada hastPeshkhauri y alojé a mi séquito en unposada en lugar de hacerlo en el palacioAdemás de mi gente, sólo tú sabes que estoaquí.

-Majestad, os escoltaré hasta vuestro

aposentos -dijo el gobernador.

Cuando atravesaron el umbral de lhabitación, el gobernador hizo una señal a

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guerrero que estaba allí de guardia, qusaludó rápidamente, sosteniendo entre sumanos una larga lanza.

La doncella esperaba cubierta con uvelo, al igual que su señora, en el exterior dla habitación. El grupo recorrió un ancho tortuoso pasillo iluminado por humeanteantorchas y finalmente llegó a los aposentoreservados para las visitas importantesgenerales y virreyes, en su mayor parteNunca un miembro de la familia real habíhonrado aquellas habitaciones de la fortalezaChunder Shan tenía la molesta sensación dque aquel lugar no era el más idóneo para upersonaje como la Devi, y aun cuando hizun verdadero esfuerzo por sentirse cómoden su presencia, sintió un gran alivio cuandla Devi lo despidió. Todos los sirvientes de

fuerte recibieron la orden de servir a sinvitada real -aunque no se divulgó sidentidad- y el gobernador colocó un pelotóde lanceros ante sus puertas, entre ellos e

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guerrero que siempre vigilaba la suya. Peroen su preocupación, olvidó reemplazar a scentinela particular.

Hacía poco que el gobernador se habíretirado cuando Yasmina recordó súbitamentque deseaba discutir otro asunto con él. Srefería al pasado de un tal Kerim Sha, unoble de Iranistán que había residido durantcierto tiempo en Peshkhauri antes destablecerse en la corte de Ayodhya. EYasmina se había despertado una vagsospecha respecto a ese hombre al verlo ePeshkhauri aquella misma noche. Spreguntó si la habría seguido desde AyodhyaComo era una Devi de carácter poccorriente, Yasmina no llamó al gobernador sus aposentos, sino que fue a su habitación.

Al entrar en su cuarto, Chunder Shacerró la puerta y se dirigió hacia la mesaTomó la carta que había escrito y la rompien pedazos. En ese preciso instante oyó u

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suave ruido en el parapeto cercano y vio unsilueta recortada contra la luz de las estrellasEl hombre que había allí se dejó caer en e

interior de la habitación. La luz se reflejó euna larga hoja de acero que sostenía en lmano.

-¡Silencio! -advirtió-. ¡Si haces un solruido te enviaré a hacerle compañía al diablo

El gobernador interrumpió el movimientque acababa de iniciar para coger la espadque estaba apoyada sobre la mesa. Percomprendió inmediatamente que se hallaba aalcance del largo cuchillo zhaibar que brillaben la mano del intruso. En seguida se dicuenta de que se trataba de un habitante dlas montañas.

El hombre era alto, fuerte y ágil. Estabvestido como un bárbaro de las montañaspero su rostro oscuro y sus ojos azules nconjugaban con el resto. Chunder Sha

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jamás había visto un hombre como ése. Nse trataba de un oriental, sino más bien dun bárbaro de Occidente. Pero su aspecto er

indomable y feroz como el de los miembrode las tribus que habitaban en las montañade Ghulistán.

-Vienes como un ladrón nocturno -dijcon serenidad el gobernador recuperando scompostura, aun cuando en ese precismomento recordó que en el exterior no habíningún guardia. Pero el intruso no podía estaal tanto de ese detalle.

-Subí por un bastión -gruñó el hombre dlas montañas-. Un centinela asomó la cabezpor una almena, justo a tiempo para qupudiera golpearlo con la empuñadura de mdaga.

-¿Eres Conan?

-¿Qué otro podría ser? Enviaste mensaje

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a las montañas en los que decías que viniesa negociar contigo. ¡Pues ya estoy aquí, poCrom! Apártate de esa mesa si no quiere

que te abra las entrañas.-Simplemente deseo tomar asiento

repuso el gobernador dejándose caer cotodo cuidado sobre su silla de marfil, quinmediatamente apartó de la mesa. Conan smovía delante de él, inquieto, mirando corecelo hacia la puerta y tocando con la yemde un dedo el filo de su cuchillo de un metrde largo. No caminaba como un afghuli actuaba abiertamente, mientras qucualquier oriental lo hubiera hecho con másutileza.

-Tienes a siete de mis hombres -dijo drepente-. Rechazaste el rescate que te ofrec

¿Qué diablos quieres?

-Discutamos las condiciones -repusChunder Shan con calma.

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-¿Condiciones? -preguntó Conan con utono de peligrosa indignación-. ¿Qué quiere

decir? ¿No te he ofrecido oro? Chunder Shase echó a reír.

-¿Oro? Hay más oro en Peshkhauri deque puedas haber visto en toda tu vida.

-"-Eres un embustero -repuso Conan-. Hvisto el mercado de orfebres de Khorusún.

-Bien, pues entonces más que el que haypodido ver en su vida un afghuli -rectificChunder Shan-. Y ésa es solamente una partdel tesoro de Vendhia. ¿Para qué querríamooro? Para nosotros sería mucho máventajoso colgar a esos siete ladrones.

Conan profirió un terrible juramento y llarga hoja de su sable tembló durante usegundo en su mano, al tiempo que todos lomúsculos de sus brazos se ponían en tensión

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-¡Te voy a abrir la cabeza como si fuerun melón maduro! En los ojos de Cona

brillaba la indignación, pero Chunder Shan sencogió de hombros sin dejar de mirar lhoja de acero.

-Puedes matarme fácilmente y luegescapar por ese muro. Pero eso no salvaría lvida de tus siete hombres. Los míoseguramente los ahorcarían. Y esos hombreson jefes de los afghulis.

-Lo sé -repuso Conan-. La tribu no hacmás que vociferar a mis espaldas porque aúno he conseguido su libertad. Dimclaramente lo que deseas, porque, ¡por Cromque si no hay más remedio, conduciré a toduna horda de salvajes hasta las misma

puertas de Peshkhauri!

Chunder Shan miró al hombre que shallaba de pie ante él, sosteniendo el larg

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cuchillo en una mano, al tiempo que lmiraba con expresión salvaje, y no dudó dque sería capaz de cumplir su amenaza. E

gobernador no creía que ninguna horda de lamontañas pudiese conquistar Peshkhaurpero tampoco deseaba que aquellos bárbaroarrasaran la campiña.

-Hay una misión que debes llevar a cabo repuso midiendo escrupulosamente supalabras-. Hay que...

Conan saltó hacia atrás y se dio medivuelta para mirar hacia la puerta, enseñandlos dientes como un animal salvaje. Su finoído había captado un leve ruido de pisadaal otro lado de la puerta. En ese precisinstante ésta se abrió y entrapresuradamente en la habitación una muje

con túnica de seda, que cerró la puerta a suespaldas... Al ver al bárbaro de las montañasse detuvo.

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Chunder Shan se puso en pie de un saltoSu corazón latía aceleradamente.

-¡Devi! -exclamó involuntariamenteperdiendo la calma por un momento.

-¡Devi! -exclamó Conan como si fuera ueco de las palabras del gobernador.

Shan comprendió que Conan se habídado cuenta de todo, y que en sus fogosoojos azules brillaba una chispa maliciosa.

El gobernador gritó con desesperación cogió su espada, pero Conan se movió con lvelocidad de un huracán. Dio un salto derribó a Shan con un golpe salvaje aplicadcon la empuñadura de su cuchillo, asió coviolencia a la Devi por un brazo y luego s

encaramó a la ventana. Chunder Shan luchpor ponerse en pie apresuradamente y vique en el alféizar de la ventana se agitabalos blancos brazos y las faldas de seda de l

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Devi. Luego oyó el grito fiero y desafiante dConan:

-¡Y ahora atrévete a ahorcar a mhombres!

Entonces Conan saltó el muro, sin soltar su presa, y desapareció. Hasta los oídos dShan llegó el grito salvaje del bárbaro de lamontañas.

-¡Guardias! ¡Guardias! -gritó egobernador, que se dirigió hacia la puerttambaleándose. La abrió y salió al amplivestíbulo. Sus gritos resonaron con mil ecopor los corredores, y varios guerreroacudieron corriendo. Quedaron perplejos aver la sangre que manaba de la cabeza degobernador.

-¡Que salgan inmediatamente lolanceros! -bramó-. ¡Acaba de producirse usecuestro!

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Aun en medio de su agitación, de su dolofísico y de su desesperación, el gobernado

tuvo suficiente sentido común como parocultar la verdad. De repente, oyó en eexterior el súbito galope de un caballo, ugrito femenino y un alarido bárbaro dtriunfo.

El gobernador corrió hacia la escaleraseguido por los asustados guardianes. En epatio del fuerte siempre había un pelotón dlanceros junto a sus caballos, dispuestos salir galopando al primer aviso. ChundeShan condujo a su escuadrón de lanceros galope tras el fugitivo, aun cuando tenía quasirse con ambas manos a la silla a causa deterrible dolor que sentía en la cabeza. Ndivulgó la identidad de la víctima. Sólo dij

que la mujer noble que mostraba el sello reahabía sido raptada por el jefe de los afghulisEl secuestrador se había perdido de vistapero no cabían dudas acerca del camino qu

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seguiría: el que conducía directamente a lboca del Zhaibar. No había luna. Bajo la lude las estrellas apenas se distinguían la

cabañas de los campesinos. Pronto quedarotras ellos el tétrico bastión del fuerte y latorres de Peshkhauri. Delante de ellos salzaban los negros muros de los monteHimelios.

3. Khemsa emplea su magia

En medio de la confusión reinante en efuerte mientras la guardia recibía la alertanadie advirtió que la muchacha que habíacompañado a la Devi se deslizaba a travé

de la enorme puerta abovedada y luegdesaparecía en la oscuridad. Corridirectamente hacia la ciudad, recogiéndoslas faldas. No siguió la ruta normal, sino qu

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atravesó los campos y las colinas, eludiendvallas y saltando por encima de los canalede riego con la misma seguridad que si fues

pleno día y con la misma agilidad que uentrenado varón. El ruido de los cascos de locaballos de la guardia ya se había apagado elas montañas antes de que la muchachalcanzara los muros de la ciudad. No sacercó a la puerta de entrada, en la qusiempre había lanceros de guardia. Sigucaminando a lo largo del muro hasta llegar cierto lugar desde el que se divisaba la agujde una torre por encima de las almenasLuego se llevó ambas manos a la boca lanzó un grito gutural que sonextrañamente.

Inmediatamente se asomó una cabeza eel alféizar de la ventana y cayó una sog

desde lo alto. La muchacha colocó un pie eel lazo que había en su extremo y lueglevantó un brazo. En seguida unos fuertebrazos tiraron de la soga y la joven ascendi

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apresuradamente. Un momento después shallaba de pie sobre las almenas y encima dun tejado plano que cubría una cas

construida en el mismo muro. Allí había untrampilla abierta, y junto a ella se encontrabun hombre vestido con una túnica de pelo dcamello, que comenzó a enrollar la larga sogen silencio, sin dar la menor muestra dcansancio después de haber jalado a la mujedesde una altura de diez metros.

-¿Dónde está Kerim Sha? -preguntó lmuchacha, jadeando por el esfuerzo.

-Durmiendo aquí abajo, en la casa. ¿Hanovedades?

-Conan acaba de raptar a la Devi en lfortaleza y se la ha llevado a las montañas

contestó la joven apresuradamente.

El rostro de Khemsa no denotó la menoemoción. Se limitó a asentir con u

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movimiento de la cabeza y dijo con calma:

-A Kerim Sha le alegrará saber eso.

-¡Espera!

La muchacha le rodeó el cuello con subrazos. Jadeaba intensamente, pero no sólpor el esfuerzo realizado. Sus ojos brillabacomo azabaches a la luz de las estrellas. Srostro estaba muy cerca del de Khemsa, peréste, aunque se sometía a su abrazo, no lcorrespondió.

-¡No se lo digas al hirkanio! -dijo ella¡Aprovechemos esto para nosotros! Egobernador se ha ido a las montañas con sujinetes, pero es como si intentara cazar a ufantasma. No ha dicho a nadie que se trat

de la Devi. Sólo nosotros lo sabemos.

-Pero ¿qué beneficio puede reportarnos? preguntó el hombre-. Mis amos me ha

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ordenado que vaya a donde está Kerim Shpara ayudarlo en todo lo que pueda...

-¡Ayúdate a ti mismo! -exclamó la jovefogosamente-. ¡Sacúdete ese yugo dencima!

-¿Quieres decir que... desobedezca a mmaestros? -preguntó asombrado el hombreal tiempo que su cuerpo se congelaba entrlos brazos de la muchacha.

-¡Sí! -repuso la joven mientras le sacudíaimpulsada por la emoción-. ¡Tú también ereun mago! ¿Por qué emplear tus poderes sólpara elevar a otros? ¡Emplea tus artes en tpropio beneficio!

-¡Eso está prohibido! -repuso Khemsa

jadeando y temblando-. No pertenezco aCírculo Negro. Solamente bajo las órdenes dmis amos me atrevería a usar loconocimientos que me han transmitido.

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-¡Sí que puedes hacerlo! -replicó muchacha apasionadamente-. Te lo ruego

Conan se ha llevado a la Devi como rehén polos siete hombres que el gobernador tiene eprisión. Destrúyelos a fin de que ChundeShan no pueda emplearlos para recuperar la Devi. Luego iremos a las montañas y se lquitaremos a los afghulis. Nada podrán hacecon sus cuchillos frente a tu magia. El tesorde los reyes vendhios será nuestro, comrescate... y luego, cuando lo tengamos enuestras manos, podremos engañarlos vender a la Devi al rey de Turan. Seremomás ricos de lo que jamás podríamos soñaEntonces compraremos guerrerostomaremos Khorbhul, expulsaremos a loturanios de las montañas y enviaremonuestras huestes al sur. ¡Seremos reyes d

todo un imperio!

Khemsa temblaba como la hoja de uárbol bajo el viento. Su rostro se había vuelt

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gris bajo la luz de las estrellas y por su frentse deslizaban unas gruesas gotas de sudor.

-¡Te amo! -exclamó la muchachfieramente, apretando su cuerpo contra el dehombre, casi ahogándolo con sus brazos-¡Haré de ti un gran rey! ¡Por tu amor htraicionado a mi señora! ¡Tú debes traicionaa tus maestros por amor a mí! ¿Por qutemer a los Adivinos Negros? ¡Ya has violaduna de sus leyes amándome! ¡Eres tan fuertcomo ellos!

Ni siquiera un hombre de hielo habrípodido soportar el calor de la pasión de ljoven. Khemsa emitió un grito inarticulado la apretó contra sí, luego se inclinó hacia ely cubrió con apasionados besos sus ojos, srostro, sus labios.

-¡Lo haré! -murmuró con voz ronca, atiempo que se tambaleaba como uborracho-. Utilizaré las artes que me ha

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enseñado en mi propio beneficio y no en el dmis maestros. Seremos los dueños demundo.

-¡Entonces, ven...!

La joven se apartó de él, lo cogió de lmano y lo condujo hacia la trampilla abiertaal tiempo que agregaba:

-Primero debemos asegurarnos de que egobernador no cambiará a esos siete afghulpor la Devi.

Khemsa se movía como en un sueñoLuego descendieron por una escalera y lmuchacha se detuvo delante de unhabitación. Kerim Sha yacía sobre un diváninmóvil. La joven le apretó el brazo a Khems

y luego hizo un rápido gesto atravesando spropia garganta. Khemsa levantó una manoLuego, su expresión cambió y dio un pashacia atrás.

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-He comido su pan y su sal -musitóAdemás, no será un obstáculo para nosotros

A continuación, condujo a la muchacha través de una puerta orientada hacia unescalera exterior. Cuando se apagó el sonidde sus pasos volvió a reinar el silencio y ehombre del diván se despertó. Kerim Sha senjugó el sudor que perlaba su frente. No lasustaba el cuchillo, pero temía a Khemsigual que a un reptil venenoso.

-Las personas que conspiran sobre lotejados deberían cuidarse de bajar el tono dvoz -murmuró el hombre-. Pero dado quKhemsa se ha rebelado contra sus maestros puesto que él era mi único contacto con ellosen lo sucesivo no podré contar con la ayud

de aquellos. De ahora en adelante jugaré lpartida a mi manera.

Se puso en pie y se acercó rápidamente

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una mesa, sacó de su cinto una pluma y upergamino y garrapateó unas líneas:

«A Khosru, gobernador de SecunderamConan el cimmerio se ha llevado a la DevYasmina a la aldea de los afghulis. Es unbuena oportunidad para que la Devi caiga enuestras manos, tal como desea el rey desdhace tanto tiempo. Envía de inmediato tremil jinetes. Me reuniré con ellos en el valle dGurashah con guías nativos.»

Firmó la nota con un nombre queevidentemente, no era Kerim Sha.

A continuación extrajo una palommensajera de una jaula dorada y sujetó lnota en forma de pequeño cilindro a una dsus patas, empleando un hilo de oro

Después se acercó a una almena y soltó lpaloma en el aire de la noche. El animarevoloteó intentando orientarse, hasta qufinalmente se alejó como una sombra. Lueg

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Kerim Sha tomó su casco, su espada y scapa, salió apresuradamente de la habitacióy descendió por la escalera exterior.

La prisión de Peshkhauri estaba separaddel resto de la ciudad por medio de un gruesmuro en el que se destacaba una enormpuerta de hierro debajo de un arco. Sobréste ardía una antorcha y junto a la puerthabía un guerrero armado con escudo lanza, sentado en cuclillas, de guardia.

El hombre, que estaba apoyado sobre slanza y bostezaba, se puso en pie de un saltcuando advirtió a su lado la presencia de uhombre al que no había oído llegar. Éstvestía una túnica de pelo de camello y llevabun turbante verde en la cabeza.

-¿Quién eres? -preguntó el centineladelantando su lanza.

El extraño no pareció perturbarse en l

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más mínimo, aun cuando la punta de la lanzestaba apoyada en su pecho. Su miradsostuvo la del guerrero con una extraña

serena intensidad.-¿Cuál es tu obligación? -preguntó a s

vez el recién llegado.

-Vigilar la puerta -repuso el guerrero eforma mecánica, manteniéndose rígido comuna estatua, con los ojos centelleantes.

-¡Mientes! ¡Tu obligación es obedecermeHas mirado a mis ojos y tu alma ya no tpertenece. ¡Abre esa puerta!

Con movimientos mecánicos y el rostrpetrificado, el centinela se dio media vueltaextrajo una enorme llave de su cinto y abri

rápidamente la puerta. Luego se puso firmemirando fijamente al vacío.

De las sombras surgió una mujer qu

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tomó ansiosamente al hipnotizador por ebrazo.

-Ordénale que vaya a buscar caballosKhemsa -musitó.

-No es necesario -repuso el rakhsha.

Luego levantó ligeramente la voz y sdirigió al centinela.

-Ya no te necesito. ¡Mátate!

Como un hombre en trance, el guerrerapoyó el extremo inferior de su lanza contrla base del muro y la punta afilada debajo dsus costillas. Luego se dejó caer lenta imperturbablemente sobre el arma, hasta quésta le salió por la espalda.

La muchacha lo miró fascinada, con unexpresión morbosa, hasta que Khemsa ltomó por un brazo y la condujo a través de l

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puerta. Las antorchas iluminaban un estrechespacio que había entre el muro exterior uno interior más bajo, en el que se veía

unas puertas en forma de arco situadas intervalos. Un guerrero vigilaba el lugar, y aver que la puerta se abría, se acercdespacio, absolutamente seguro de linviolabilidad de la fortaleza, hasta quKhemsa y la muchacha entraron. El rakhshno perdió tiempo en hipnotizar al hombreMientras tanto, la muchacha observó toda lescena atónita, pensando que aquello erpura magia. El centinela bajó su lanzamenazadoramente y abrió la boca para dala alarma que haría salir a numerosoguardias que se encontraban al final depasillo. Khemsa apartó a un lado la lanzcomo si fuera una paja y movió su manderecha como si estuviera acariciando e

cuello del guerrero. Éste cayó hacia adelantsin emitir un solo sonido. Su cabeza sbalanceaba de forma impresionante en ecuello fracturado.

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Khemsa ni siquiera lo miró. Se dirigidirectamente a una de las puertas en form

de arco y apoyó la mano sobre la enormcerradura de bronce. La puerta se abrió coun chirrido siniestro. La muchacha, que ibdetrás de Khemsa, vio que la puerta dmadera se había hecho astillas, que lacerraduras de bronce estaban arrancadas las enormes bisagras rotas y separadas de lomarcos. Un ariete de mil kilos accionado pocuarenta hombres no hubiera podiddestrozarla tan perfectamente. Khemsestaba ebrio de libertad y de poder, sembraba a su alrededor demostraciones dfuerza, al igual que un joven gigante quderrochara un vigor innecesario impulsadpor el orgullo de su poderío.

La destrozada puerta daba a un pequeñpatio iluminado por otra antorcha. Frente a lpuerta había una ancha reja de hierro. Unmano peluda se crispaba sobre los barrotes,

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la oscuridad del fondo constituía un marcidóneo para el fulgor de unos ojos blancos.

Khemsa permaneció inmóvil y en silencipor un momento, mirando las sombrasdesde donde unos ojos le devolvieron lmirada con ardiente intensidad. Entoncebuscó algo debajo de su túnica. De su mansalió una suave nube de finísimo polvo qucubrió todo en un segundo. Un fuego de coloverde iluminó el lugar. Bajo el suave fulgor sdestacaron con nitidez las siluetas de siethombres de pie, inmóviles tras los barrotesSe trataba de individuos altos, peludosvestidos con harapos. No hablaron, pero esus ojos brilló el fuego de la muerte y supeludos dedos se crisparon una vez másobre las rejas.

El fuego se desvaneció, pero permaneciel fulgor verdoso. Era como una bola de coloesmeralda que temblaba a los pies dKhemsa. Los ojos de los guerreros estaba

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fijos en ella. La bola se movía y se alargabaLuego se convirtió en una fina columna dhumo verde, que ascendió suavemente e

espiral. Se agitaba como una sombríserpiente que aumentaba de tamañoadquiriendo constantemente nuevas formasLuego adoptó la forma de una nube seextendió por el suelo, avanzandlentamente hacia los barrotes. Los hombrela miraban con los ojos desorbitados. Larejas temblaron bajo la presión de sumanos. Abrieron la boca, pero eran incapacede emitir un solo sonido. La nube verde lleghasta los barrotes y por un segundo ocultó los siete hombres. Entonces se extendicomo si fuera una espesa niebla y formó umuro impenetrable. Desde el otro lado surgiun sonido ahogado, como el de un hombrque se arroja súbitamente al agua.

Khemsa tocó con suavidad el brazo de lmuchacha, que se hallaba a su ladcontemplando la escena con los ojo

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desorbitados y con la boca abierta por easombro. Se alejó mecánicamente ecompañía de Khemsa, mirando por encima d

su hombro. La verde neblina se estabdesvaneciendo. Cerca de los barrotes viunos pies calzados con sandalias, con lodedos hacia arriba, y luego las borrosasiluetas de otros hombres tendidos en lmisma posición.

Mientras tanto, Khemsa decía:

-Y ahora, iremos en busca del caballo márápido que haya habido jamás en un establoEstaremos en Afghulistán antes deamanecer.

4. Encuentro en el desfiladero

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Yasmina no recordaba claramente lodetalles de su secuestro. Lo inesperado violento de la acción la había aturdido. Sól

tenía la confusa sensación de habeexperimentado un verdadero torbellino dacontecimientos... la fuerza de un poderosbrazo, los ojos brillantes de su raptor y sfogoso aliento, que parecía abrasarle lcarne. Recordaba el salto desde la ventanhasta el parapeto, la loca carrera a través dalmenas y tejados, cuando sintió un temoespantoso de caer, y luego el rápido descenspor una soga hasta otra almena. El hombrhabía bajado por la cuerda con su prisionertendida sobre uno de sus hombros. Luego lsubió a un magnífico corcel que parecía volaTodo esto formaba un caos de recuerdos ela mente de la Devi.

A medida que se fueron aclarando laideas de la joven, sus primeras sensacionefueron de rabia y vergüenza. Estaba atónitaLos gobernantes de los dorados reino

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situados al sur de los montes Himelios eraconsiderados casi divinos, y ella era la Devde Vendhia. El miedo quedó ahogado por l

ira. Gritó con furia y comenzó a luchar. ¡EllaYasmina, transportada sobre el caballo de ujefe de las montañas, como si fuera unramera del mercado! El hombre simplementapretó el brazo de la joven y éstexperimentó, por primera vez en su vida, epoder de una fuerza física superior. Lobrazos del hombre eran como de hierroLuego la miró y sonrió con picardía. Sublancos dientes brillaron bajo la luz de laestrellas. Las riendas colgaban flojas sobre lcrin del fogoso caballo, y todos los músculodel enorme animal se ponían en tensiócuando galopaba haciendo temblar esendero. Pero Conan cabalgaba con totaindiferencia, casi descuidadamente, como u

centauro.

-¡Perro de las montañas! -dijo muchacha jadeando y temblando d

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vergüenza, cólera y desamparo-. ¡Cómo tatreves! ¡Cómo te atreves a...! ¡Pagarás estcon tu vida! ¿Adonde me llevas?

-A las aldeas de Afghulistán -repusConan, mirándola por encima del hombro.

Detrás de ellos comenzaban a encenderslas antorchas en los muros de la fortaleza. Drepente distinguió un fulgor mucho máintenso, lo que significaba que se habíabierto la enorme puerta de entrada. Conalanzó una sonora carcajada y exclamó:

-El gobernador envía a sus jinetes tranosotros. ¡Por Crom que le vamos a dar upoco de trabajo! ¿Qué opinas tú, Dev¿Crees que pagarán siete hombres por unprincesa kshatriya?

-Enviarán a un ejército para ahorcarte a y a tu banda de diablos -repuso la joven coabsoluta convicción.

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Conan se echó a reír y colocó a lmuchacha más cómoda entre sus brazos

Pero la joven consideró aquello como unafrenta más y renovó su lucha inútil, hastque comprendió que sus esfuerzos sóllograban divertir al hombre, y procurtranquilizarse.

Incluso sintió que su ira se desvanecíante el espanto cuando entraron por la bocdel desfiladero, situada en las oscuramurallas que se alzaban como un gigantescbastión que impedía avanzar. Era como si ugigantesco cuchillo hubiera cortado el Zhaibaen la sólida roca. A ambos lados se alzabalas abruptas pendientes a miles de metros daltura, y la boca del desfiladero estabcompletamente oscura. Conan no veía bien

pero conocía el camino a la perfecciónSabiendo que bajo la luz de las estrellacabalgaban tras él varios hombres armadosno refrenó al caballo. El fuerte animal aún n

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-¿Qué sucede, perros? ¿Os acobardáis¡Adelante, malditos, cogedlos!

Conan se movió, miró en la oscuridad gritó:

-¡Yar Afzal! ¿Eres tú?

Se oyó una maldición y la otra vorespondió:

-¿Conan? ¿Eres tú, Conan?

-¡Sí! -respondió el cimmerio echándose reír-. ¡Adelante, viejo perro guerrero! Hmatado a uno de tus hombres.

Hubo un movimiento entre las rocas, un

luz brilló tenuemente y luego Conan viavanzar una llama en dirección a él. Bajo sfulgor se recortó un fiero rostro barbudo. Ehombre levantó la antorcha y alargó el cuell

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para examinar las rocas. En la otra mansostenía una enorme espada curva. Conadio un paso adelante, envainando su cuchillo

y el otro hombre bramó un alegre saludo.-¡Vaya, si es Conan! ¡Salid de vuestr

escondite entre las rocas, perros! ¡Es Conan!

Los demás hombres se apiñaron alrededodel círculo de luz. Eran individuos barbudosde aspecto salvaje, con los ojos de lobo largos cuchillos en la mano. No vieron Yasmina porque estaba oculta detrás devoluminoso cuerpo de Conan. Pero desde sescondite, por primera vez en esa noche, ljoven sintió verdadero terror. Aquellohombres parecían lobos más que serehumanos.

-¿Qué estás cazando por la noche en eZhaibar, Yar Afzal? -preguntó Conan acorpulento jefe, que sonrió como un vampiro

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-¿Quién sabe lo que puede ocurrir en edesfiladero después del anochecer? Lowazulis somos halcones nocturnos. Pero ¿qu

haces tú aquí, Conan?-Tengo una prisionera -repuso e

cimmerio.

Se apartó a un lado y dejó a la joven adescubierto. Luego extendió una mano y lempujó hacia adelante. La muchachtemblaba de pies a cabeza.

El imperioso porte de Yasmina habídesaparecido. Miró tímidamente el círculo drostros barbudos y sintió un profundagradecimiento hacia el brazo que la sosteníposesivamente. La antorcha se acercó más ella y surgió una exclamación de admiració

de los labios de todos los hombres apresentes.

-Es mi prisionera -advirtió Conan mirand

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significativamente al hombre que acababa dmatar y cuyo cadáver era iluminado por la lude la antorcha-. Me la llevaba a Afghulistán

pero ahora habéis matado a mi caballo, y lokshatriyas me están pisando los talones.

-Ven con nosotros a nuestra aldea -sugiriYar Afzal-. Tenemos caballos escondidos en lgarganta de la montaña. No podrán seguirnoen la oscuridad. ¿Dices que te siguen dcerca?

-Tanto que ya oigo el ruido de los cascode sus caballos -repuso Conan con gestlúgubre.

De inmediato, los hombres se pusieron emovimiento. Se apagó la antorcha y laandrajosas figuras se fundieron com

fantasmas en la oscuridad. Conan tomó a lDevi en brazos. La joven no se resistió. Eterreno rocoso le hacía daño en los pies, quiban calzados con finas zapatillas de seda. S

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sentía pequeña y desamparada en aquelterrible oscuridad.

Al notar que la joven temblaba a causdel viento helado que soplaba en lodesfiladeros, Conan arrancó la capa de uguerrero y cubrió a Yasmina con ellaTambién le ordenó en voz baja que no hicierel menor ruido. Yasmina no oía el distantsonido de cascos que alertaba a los hombrede las montañas, pero se sentía demasiadatemorizada como para desobedecer.

No veía nada en absoluto, con excepciódel pálido fulgor de las estrellas, pero se dicuenta de que acababan de entrar en lprofunda garganta montañosa cuandaumentó la oscuridad. Al cabo de un rato soyó el inquieto movimiento de unos caballos

Murmuraron unas palabras y Conan montó eel corcel del hombre al que había matadoColocó a la joven sobre la silla de montadelante de él. El grupo subió silenciosament

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por la sombría garganta. Sólo se oía el ruidde cascos de caballos. Dejaron al animal y ahombre muertos en medio del camino, qu

media hora despuésfueron hallados por lojinetes de la fortaleza. Reconocieron que strataba de un wazuli y llegaron a sus propiaconclusiones.

Yasmina, acurrucada en brazos de sraptor, se estaba durmiendo a pesar suyo. Emovimiento del caballo, aunque era irregulatenía un cierto ritmo que, combinado con llasitud y el agotamiento emocional, limpulsaron al sueño. Había perdido todsentido del tiempo y de la orientación.

Percibió vagamente que habían cesadtodos los ruidos y que luego la levantaron se la llevaron. Después sintió que su cuerp

descansaba sobre unas suaves hojasusurrantes. Colocaron una prenda dobladbajo su cabeza, tal vez una túnica, tendieron la capa que la había envuelt

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durante el viaje sobre su cuerpo. Luego oyreír a Yar Afzal.

-Magnífico premio, Conan. Digno de ujefe de los afghulis

-No es para mí -musitó Conan-. Con estmujer compraremos la vida de mis siethombres, ¡maldita sea su alma!

Fueron las últimas palabras que oyó ljoven antes de sumirse en un profundsueño.

Mientras Yasmina dormía, hombrearmados cabalgaban por las oscuramontañas y se decidía el destino de loreinos. Las estrellas lanzaban destellos sobrsus cascos y espadas.

Una de estas bandas se hallaba en lnegra boca de un desfiladero cuando loveloces cascos se perdieron a lo lejos. S

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jefe, un hombre corpulento que llevaba ucasco sobre la cabeza y una capa bordada eoro sobre los hombros, levantó una mano

permaneció así hasta que los jinetedesaparecieron. Luego se echó a resuavemente.

-¡Han debido perderse! O de lo contrarise han dado cuenta de que Conan llegó a laaldeas de los afghulis. Serán necesariomuchos jinetes para desalojar esa colmenaAl amanecer habrá escuadrones enterocabalgando por el Zhaibar.

-Si hay lucha en las montañasseguramente habrá botín -susurró una vodetrás de él en el dialecto de los irakzai.

-Habrá botín -repuso el hombre del casco

. Pero antes tendremos que alcanzar el vallde Gurashah y esperar a los jinetes qugaloparán hacia el sur, desde Secunderamantes del amanecer.

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El individuo tomó las riendas de su cabally salió del desfiladero. Sus hombres l

siguieron de cerca. Eran treinta fantasmaharapientos bajo la luz de las estrellas.

5.El caballo negro

El sol estaba ya muy alto cuando Yasminse despertó. No se sobresaltó; ni siquierpreguntó dónde estaba. Se despertó copleno conocimiento de todo lo que habíocurrido. Sus esbeltos brazos y piernaestaban entumecidos por el largo viaje, y sfirme carne todavía parecía sentir el contact

del musculoso brazo que la había llevado talejos.

Estaba tendida sobre una piel de cabr

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que había encima de un jergón de hojasecas en el suelo de tierra apisonada. Unchaqueta de piel de cordero le servía d

almohada y una andrajosa capa hacía laveces de manta. La habitación era grandeTenía una enorme puerta de bronce, quseguramente había sido robada en algunciudad de la frontera vendhia. Frente a elhabía una abertura hecha en el muro cerrada con varios barrotes de madera. Aotro lado del enrejado, Yasmina vio umagnífico corcel negro masticando sobre unpila de heno seco. El edificio era fuerte, tenía la vivienda y el establo en una mismpieza.

En el otro extremo de la habitación, unmuchacha ataviada con la túnica y los anchopantalones de las mujeres de las montaña

estaba agachada junto a un pequeño fuegoasando trozos de carne sobre una parrilla dhierro sostenida por unos bloques de piedraLa salida de humo se encontraba a poc

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distancia del suelo y parte de él ascendíhacia allí. El resto flotaba por toda lhabitación.

La muchacha de las montañas miró Yasmina por encima del hombro. Tenía urostro agradable de rasgos muy marcadosLuego siguió cocinando. Se oyeron unavoces en el exterior. La puerta se abriviolentamente, de un puntapié, y por ellentró Conan. Parecía más grande que nunccon el sol de la mañana a sus espaldas, Yasmina notó algunos detalles que habípasado por alto la noche anterior. Las ropaque llevaba Conan estaban limpias y sirasgar. El ancho cinto bakhariota qusostenía la daga de vaina ornamentada erdigna de un príncipe, y bajo su camisa sveía una fina cota de malla turania.

-Tu prisionera está despierta, Conan -dijla muchacha wazuli.

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El cimmerio gruñó algo ininteligible, sacercó al fuego con dos largas zancadas dejó caer los trozos de carne en un plato d

piedra.La joven lo miró y rió con picardía,

Conan sonrió con gesto lobuno. Introdujo upie debajo del vestido de la muchacha y ltiró al suelo. La joven pareció divertirsenormemente con aquella broma ruda, perConan no le prestó más atención. Tomuntrozo de pan y una jarra de vino de urincón de la habitación y se los llevó Yasmina, que acababa de ponerse en pisobre el jergón y lo miraba con expresiódubitativa.

-Un poco ordinario para una Devmuchacha -dijo Conan-, pero es lo mejor qu

tenemos. Al menos, llenará tu estómago.

Dejó el plato en el suelo, y en esmomento Yasmina se dio cuenta de que tení

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la muchacha.

-Tenerte conmigo hasta que Chunde

Shan esté dispuesto a negociar la libertad dmis siete hombres -repuso Conan con ugruñido-. Las mujeres de los wazulis estáhaciendo tinta con hojas de shoki, y dentrde un rato podrás escribir una carta agobernador.

Yasmina se sintió invadida por la cólera apensar en el desastroso resultado de suplanes, entre los que contaba con dominar ahombre que la había hecho prisionera. Dejviolentamente el plato en el suelo y se pusen pie de un salto, presa de la ira.

-¡No escribiré ninguna carta! Si no mdevuelves, colgarán a tus siete hombres y

mil más.

La muchacha wazuli se echó a reirónicamente. Conan dijo algo que la hiz

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callar, y en ese preciso instante se abrió lpuerta y por ella entró Yar Afeal. El jefwazuli era tan alto como Conan y tal vez má

corpulento, pero estaba gordo y fofo ecomparación con la compacta dureza decimmerio.

Miró a la muchacha wazuli al tiempo quse acariciaba la barba. La joven se puso epie y desapareció inmediatamente de lhabitación. Entonces Yar Afeal se volvió hacisu invitado.

-Esta condenada gente murmura, Conan dijo-. Quieren que te mate y me quede con ljoven como rehén. Dicen que cualquierpuede adivinar por sus ropas que se trata duna dama noble. Se preguntan por qué loperros afghulis han de aprovecharse de ell

cuando es esta aldea la que corre el riesgo dtenerla.

-Préstame tu caballo -replicó Conan-. M

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la llevaré de aquí. Yar Afzal soltó una sonorcarcajada y luego dijo:

-¿Crees que no soy capaz de manejar mi gente? Puedo hacerlos bailar en la puntde sus lanzas durante una noche entera si sme antoja. No te quieren... ni a ti ni a ningúotro forastero... pero me salvaste la vida unvez y no lo olvido. Sal un momento, ConanAcaba de regresar uno de mis exploradores.

Conan se ajustó mecánicamente el anchcinto y siguió al jefe hasta el exterioCerraron la puerta a sus espaldas y Yasminatisbo a través de una agujero. Vio una graextensión de terreno llano delante de lcabaña. En el extremo más alejado había ugrupo de cabañas de barro y piedra, junto las cuales vio a unos niños desnudos qu

jugaban entre las rocas y a las bien formadamujeres de las montañas dedicadas a sutareas.

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Frente a la misma puerta de la cabañahabía un grupo de hombres con largamelenas, barbudos y harapientos, formand

un círculo. Estaban todos sentados en esuelo. Conan y Yar Afeal se hallaban de piante la puerta, y entre ellos y el grupo dguerreros había otro hombre sentado con lapiernas cruzadas. Este último hablaba con sjefe con el duro acento wazuli que Yasminapenas entendía, aunque como parte de seducación real le habían enseñado lalenguas de Iranistán y los dialectos afines tribales del Ghulistán.

-Hablé con un dagozai que vio a lojinetes anoche -dijo el explorador-. Shallaba oculto en las cercanías cuando ellollegaron al lugar en el que le tendimos lemboscada a Conan. Escuchó lo que decían

Chunder Shan estaba con ellos. Encontraroel caballo muerto, y uno de los hombrereconoció que era el de Conan. Tambiéhallaron al hombre que mató Conan y s

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dieron cuenta de que se trataba de un wazulPensaron que Conan había muerto y que lowazulis se habían llevado a la mujer, y po

eso abandonaron su propósito de llegar hastel Afghulistán. Pero no sabían de qué aldeera el hombre muerto, y no dejamos ningunhuella que los kshatriyas pudiesen seguir.

»Por ello cabalgaron hasta el pobladwazuli más cercano, el de Jugra, lincendiaron y mataron a mucha gente. Perlos hombres de Khojur los atacaron en loscuridad, mataron a algunos de ellos hirieron al gobernador. Los sobrevivientes sretiraron al Zhaibar en plena oscuridad, antedel amanecer, pero regresaron con refuerzoantes de que saliera el sol y hubescaramuzas y peleas en las colinas duranttoda la mañana. Se asegura que llegará u

gran ejército para barrer las montañas qurodean al Zhaibar. Las tribus afilan sucuchillos y tienden emboscadas en todos lodesfiladeros que hay desde aquí hasta el vall

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conozco desde hace tiempo. Es hirkanio espía de Yezdigerd. Si le pongo las manoencima, colgaré su pellejo de un tamarisco.

-Pero ¿y los kshatriyas? -clamaron lohombres del semicírculo-. ¿Vamos a estaaquí sentados hasta que nos maten a todosAcabarán sabiendo en qué aldea wazuli estla mujer. Los zhaibar no nos quierenAyudarán a los kshatriyas a darnos caza.

-Que vengan -repuso Yar Afzal-. Podemodefender los desfiladeros en honor de uinvitado.

Uno de los hombres se puso en pie de usalto y levantó un puño en dirección a Conan

-¿Hemos de correr todos los riesgo

mientras él cosecha recompensas? -bramó-¿Acaso debemos pelear por él?

En un par de largas zancadas, Conan s

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acercó al lugar que ocupaba el hombre y sinclinó para mirar de cerca su barbudo rostroEl cimmerio no sacó su cuchillo, pero tomó l

vaina que lo guardaba y la adelantó diciendo-Nunca le he pedido a nadie que pelee po

mí. ¡Desenvaina tu cuchillo si te atrevesperro asqueroso!

El wazuli retrocedió gruñendo como ufelino.

-¡Atrévete a tocarme -dijo- y aquí hacincuenta hombres que te harán pedazos!

-¡Cómo! -exclamó Yar Afzal enrojeciendde ira-. ¿Eres tú el jefe de Khurum? ¿Lowazulis reciben órdenes de Yar Afzal o de uperro de baja estofa?

El hombre se encogió ante su invencibljefe, y Yar Afzal se acercó a él, lo cogió por lgarganta y lo sacudió violentamente hast

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que su rostro adquirió un tono cenicientoLuego arrojó al hombre con todas sus fuerzaal suelo y lo miró, al tiempo que se veí

brillar en su mano la hoja curva de su largcuchillo. Entonces preguntó:

-¿Hay alguien más que ponga en duda mautoridad?

Los guerreros agacharon lacabezacuando la belicosa mirada de Yar Afzal barriel semicírculo. Yar Afzal gruñdespreciativamente y envainó el arma coademán insultante. Luego le dio variopuntapiés al hombre caído hasta que arrancó gritos de dolor.

-Ve hasta el valle y habla con los vigías le ordenó-. Luego regresa y dime si han vist

algo.

El hombre se alejó temblando de miedo apretando los dientes con furia.

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entrada del valle entre enormes formacionerocosas.

Cuando tomó la primera curva y perdió dvista la aldea, se detuvo asombrado. Nunchabía creído que un extranjero pudiese entraen el valle de Khurum sin ser localizado dinmediato por los vigías de las alturas, esohombres con ojos de halcón. Aun así, habíun hombre sentado con las piernas cruzadasobre un pequeño rellano de piedra, junto acamino. Estaba vestido con un túnica de pelde camello y llevaba un turbante verde.

El wazuli abrió la boca para lanzar ugrito de alarma, al tiempo que su manderecha aferraba la empuñadura de scuchillo, pero en ese preciso momento suojos se encontraron con los del forastero y e

grito murió en su garganta, a la vez que smano se paralizaba. Permaneció inmóvcomo una estatua, con los ojos brillantes mirando al vacío.

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Durante unos minutos la escena quedcongelada. Luego, el hombre sentado en e

rellano rocoso trazó un símbolo críptico sobrla tierra con el dedo índice. El wazuli no le vicolocar nada dentro del círculo, perinmediatamente observó que algo brillaballí... Era una bola redonda, negra, quparecía azabache pulido. El hombre deturbante verde la tomó con una mano y larrojó hacia el wazuli, que la cogió con gestmecánico.

-Lleva eso a Yar Afzal -dijo el hombre.

El wazuli se dio media vuelta como uautómata y retrocedió por el senderososteniendo la negra bola en su manextendida. Ni siquiera volvió la cabeza ant

los comentarios jocosos de las mujerecuando volvió a pasar al lado de las cabañasNo parecía oír nada.

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El hombre del turbante lo vio alejarse esbozó una sonrisa enigmática. Detrás derellano surgió la cabeza de una joven, que l

miró con admiración, pero con un cierttemor que no había sentido la noche anterior

-¿Por qué has hecho eso? -preguntó.

El hombre acarició los negros rizos de lmuchacha y contestó:

-¿Acaso todavía estás mareada por tviaje en el caballo volador que pones en dudmi sabiduría?

Después de decir esto se echó a reír agregó:

-Mientras Yar Afzal viva, Conan estará

salvo entre los guerreros wazulis. Sucuchillos están muy afilados y son muchosLo que planeo será más seguro, incluso parmí, que matarlo y arrebatar a la Devi de su

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delcambio, delmovimiento, de lavida. Ya nsostenía entre sus manos la brillante esfernegra. No se atrevía a mirar. La lengua se

pegaba al paladar y no podía abrir la manoLos atónitos guerreros vieron que los ojos dsu jefe se dilataban y su rostro se puso lívidoLuego surgió de sus labios un grito de doloSe tambaleó y cayó al suelo boca abajo comderribado por un rayo, y de sus dedoextendidos salió una enorme araña negrahorrible y peluda, que brillaba como eazabache. Los hombres, con un gritoretrocedieron, y el espantoso animal se ocultrápidamente entre unas rocas cercanas

Entonces se produjo una violentagitación entre los guerreros, y por encimdel clamor se alzó una potente voz de mandque nadie supo de dónde provenía. Ningun

de los hombres que quedaron con vida pudexplicarlo, pero todos la habían oído:

-¡Yar Afzal ha muerto! ¡Matad a

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puerta y apoyó su poderosa espalda sobrella. A su alrededor, las afiladas hojaarrancaron astillas de la puerta, pero ést

cedió finalmente bajo el fuerte impacto de scuerpo, abriéndose repentinamente. Conaentró en el interior de la cabañatambaleándose. Un barbudo guerrertambién logró entrar en la habitación, perConan cerró rápidamente la puerta en lamismas narices de los hombres que tratabade entrar. Se oyó el crujido de los huesobajo el impacto, y un segundo después Conacorría los cerrojos y daba media vuelta parenfrentarse con el hombre que sincorporaba del suelo y entraba en acciócomo un poseído.

Yasmina, encogida en un rincóncontemplaba horrorizada cómo luchaban lo

dos hombres, recorriendo la habitación de ulado a otro, hasta el punto de que en más duna ocasión estuvieron a punto de aplastarla

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muchacha lo aferró por un brazo, temblandde pies a cabeza.

-¡Oh, vives! Pensé que... ¡creí questabas muerto! Conan la miró y vio el pálidrostro de la muchacha y sus grandes ojodesorbitados, que lo miraban llenos de terror

-¿Por qué tiemblas? -preguntó Conan-. ¿ti qué puede importarte que yo muera o viva

La joven trató de recuperar scompostura y se retrajo, realizando upenoso esfuerzo por comportarse como lDevi.

-Eres preferible a esos lobos que aúllaahí fuera -repuso señalando la puerta, cuydintel comenzaba a moverse de maner

alarmante.

-No aguantará mucho tiempo -susurrConan dirigiéndose al establo donde s

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encontraba el caballo.

Al ver que Conan apartaba a un lado lo

destrozados barrotes y entraba en el establdonde se hallaba la bestia enloquecidaYasmina enlazó nerviosamente las manos contuvo la respiración. El caballo se puso edos patas, relinchando ferozmente, con loojos brillantes y las orejas echadas haciatrás. Pero Conan saltó a un lado, cogió aanimal por la crin con un increíble derrochde fuerza y logró que el animal se arrodillaraEl caballo resopló y tembló, pero permaneciinmóvil mientras el hombre lo ensillabaechándole sobre el lomo la silla trabajada eoro con los anchos estribos de plata.

Conan obligó a la bestia a dar medivuelta en el establo y llamó rápidamente

Yasmina. La muchacha se acercó temerosa eludió las patas traseras del animal. Conatanteaba el muro con sus manos y hablabapresuradamente.

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-Aquí hay una puerta secreta que nsiquiera los wazulis conocen. Yar Afzal me l

enseñó una vez que estaba borracho. Da a lboca del barranco que hay detrás de lcabaña. ¡Aquí está!

Al hacer presión sobre un saliente, toduna sección de la pared giró sobre sus gozneengrasados. La joven miró a través de labertura y vio un estrecho desfiladero que sabría en un risco cortado a pico, a pocdistancia de la pared posterior de la cabañaEntonces, Conan saltó sobre la silla decaballo y con un solo brazo colocó a lmuchacha delante de él. Detrás de ellos, puerta crujió como una cosa viva y se oyó utremendo alarido simultáneo cuandaparecieron en el hueco de la puerta uno

hombres de rostros barbudos con cuchillos elas manos. De inmediato, el enorme corcedio un tremendo salto hacia adelante, comarrojado por una catapulta, y entró en e

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desfiladero galopando velozmente mientras lespuma de su boca era arrastrada por eviento.

Aquel movimiento fue una verdadersorpresa para los wazulis. Y también parquienes galopaban por el desfiladero. Todsucedió tan rápidamente... Ese ataque decaballo, como si fuera un huracán... Ehombre del turbante verde que había allí ntuvo tiempo de apartarse del camino. Caybajo los cascos del frenético animal, y luegse oyó un grito de mujer. Conan sólo pudverla por una décima de segundo, al pasacomo un vendaval a su lado. Era una jovedelgada, morena, con pantalones de seda una tela bordada con piedras preciosacubriéndole los senos. La muchacha se apretrápidamente contra el muro. Los hombre

que salieron por la puerta secreta dedesfiladero, persiguiéndolos, se encontrarocon aquella pareja, lo que convirtió suaullidos de sed de sangre en penetrante

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gritos de miedo y de muerte.

6.La montaña de los Adivinos Negros

-¿Adonde vamos ahora? -preguntYasmina, intentando mantenerse erguida ela silla y aferrándose desesperadamente a ssecuestrador.

La muchacha advirtió avergonzada que nle resultaba desagradable sentir lopoderosos músculos del hombre bajo sudedos.

-A Afghulistán -contestó el cimmerio-. E

camino es peligroso, pero el caballo noconducirá sin problemas, a menos qutropecemos con algunos de tus amigos o cotribus enemigas mías. Ahora que Yar Afzal h

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por la forma en que Conan levantó la cabezaYasmina pensó que se había nubladmomentáneamente un trozo de cielo, como s

algún objeto invisible se hubiera interpuestentre ella y el firmamento, pero no estabsegura. Tampoco hizo ningún comentariopero Conan aflojó el cuchillo en la vaina.

En ese momento iban por un senderdébilmente marcado, que entraba egargantas tan profundas que el sol jamállegaba al fondo. A trechos se extendía sobrabruptas pendientes cuyo suelo de pizarrsuelta amenazaba desplomarse bajo sus piesy otras veces seguían por el borde dterribles precipicios que se abrían a ambolados.

El sol había sobrepasado el cenit cuand

cruzaron un estrecho sendero quserpenteaba entre grandes formacionerocosas. Conan dirigió su caballo hacia el sucasi en ángulo recto con la dirección qu

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habían seguido hasta ese momento.

-En un extremo de este camino hay un

aldea galzai -explicó-. Sus mujeres caminapor este sendero cuando van al pozo ebusca de agua. Necesitas ropas nuevas.

Yasmina miró su vestido y asintió con umovimiento de la cabeza. Sus zapatillas dseda bordada en oro estaban deshechas y lropa interior de seda no era más que uconjunto de harapos que apenas se manteníen su sitio.

Al llegar a un amplio rincón abierto en lroca, Conan desmontó, ayudó a hacer lmismo a Yasmina y luego se quedó en actitude espera. El cimmerio hizo un movimientcon la cabeza, pero la muchacha no oía nada

-Viene una mujer por el camino -dijConan. Yasmina, presa de pánico, se aferró su brazo.

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Pero Conan, a pesar de todo, no olvidque el peligro seguía rondando. Cuanto má

se alejaran de Zhaibar, había menoposibilidades de que se encontraran cosoldados kshatriyas. Por otro lado, duranttodo el camino había oído ruidos que ladvertían, sin ninguna duda, de que lovengativos wazulis de Khurum le pisaban lotalones.

El bárbaro subió a la Devi a la silla, luegmontó él y dirigió el caballo hacia el oesteDespués, arrojó el paquete de ropa de la Deva un precipicio que seguramente medía milede metros de profundidad.

-¿Por qué has hecho eso? -preguntó ella¿Por qué no le diste esa ropa a la muchacha?

-Los jinetes de Peshkhauri están peinandestas montañas y colinas -replicó ConanSeguramente les tenderán emboscadas y lo

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atacarán en todas las curvas del camino, peren represalia ellos destruirán todas las aldeaque encuentren a su paso. Puede que e

cualquier momento giren hacia el oeste. Sencuentran a una muchacha con tus ropas, ltorturarán hasta hacerla hablar, y en escaso tendrían una buena pista.

 _¿Y qué hará esa joven?

-Regresará a su aldea y le dirá a su gentque la atacó un desconocido. Los hombrenos perseguirán. Pero antes tendrá que ir buscar agua, porque si se atreve presentarse sin ella le darán latigazos hastarrancarle el pellejo. Eso nos dará bastanttiempo. Jamás nos cogerán. Hacia la nochcruzaremos la frontera afghuli.

-En este lugar no hay el menor rastro dviviendas humanas -dijo la Devi-. Esta regióparece especialmente desierta, inclustratándose de los montes Himelios. No hemo

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visto un solo camino desde que dejamoaquel por el que venía la joven.

Como respuesta, Conan señaló hacia enoroeste, donde Yasmina distinguió un picque sobresalía por encima de los enormeriscos.

-Yimsha -dijo Conan con un gruñidoTodas las tribus construyen sus aldeas lo málejos posible de esa montaña. La muchachse fijó con más atención.

-¡Yimsha! -exclamó-. ¡La montaña de loAdivinos Negros!

-Eso dicen. Jamás he estado tan cerca della. Siempre he girado hacia el norte parevitar a los grupos de soldados kshatriya

que vigilaban las montañas. El caminhabitual de Khurum a Afghulistán está más asur. Éste es muy antiguo y está muy poctransitado.

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Cuentan que vieron a unos individuos musilenciosos, vestidos con túnicas negras, asalir el sol y al atardecer.

-¿Tendrías miedo de atacarlos?

-¿Yo?

Ésa era una idea nueva para ConanGuardó silencio durante unos segundos luego dijo:

-Si intentaran atacarme, estarían ejuego mi vida y la suya, pero no tengo ningúinterés en atacarles yo. He venido a estamontañas para reunir a un grupo de hombrey no a luchar contra brujos.

Yasmina no aceptó de inmediato l

respuesta. Miró hacia el pico como si stratara de un enemigo, sintiendo una extrañsensación de cólera en el pecho. En sinterior comenzaba a nacer un nuev

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-¿Qué era eso? -preguntó la muchachapreocupada cuando un gran saliente de rococultó por un momento la montaña; inclus

ese fenómeno natural, a pesar de su bellezaera inquietante.

-Los hombres de las montañas lo llamala Alfombra de Yimsha, aunque no sé qupuede significar eso -repuso Conan-. He vista quinientos hombres corriendo como si lopersiguiera el mismísimo diablo parocultarse en cuevas y grietas de las rocasporque veían flotar esa nube sobre lmontaña. ¿Qué diablos...?

En ese momento avanzaban a través duna estrecha garganta entre altos muros salieron a un amplio rellano flanqueado pouna serie de abruptas pendientes por un lad

y un gigantesco precipicio por el otro. Epequeño sendero seguía el rellano, girabalrededor de una formación rocosa reaparecía a intervalos mucho más abajo

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trataba de un hombre con una túnica de pelde camello y turbante verde. Conan gruñsorprendido cuando reconoció al mism

individuo que había atropellado su caballo asalir disparado de la cabaña por la puertsecreta, en la aldea wazuli.

-¿Quién diablos eres? -preguntó ecimmerio.

El hombre no contestó. Conan vio que suojos estaban desorbitados, que tenía lmirada fija y que ésta mostraba una extrañluminosidad. Los ojos del desconocido lsostuvieron la mirada como si fuesen uimán.

La hechicería de Khemsa se basaba en ehipnotismo, como ocurría con casi toda l

magia oriental. Muchas generaciones habíavivido firmemente convencidas de la realiday el poder del hipnotismo. Su fuerza aumentmediante la práctica y el pensamiento, hast

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expresión maligna que se reflejaba en erostro de la bella muchacha.

Conan se incorporó lentamente, aturdidpor la cruel habilidad de aquel golpe queaplicado con un arte olvidado mucho antedel hundimiento de Atlantis, hubierquebrado como una rama seca el cuello de uhombre más débil que Conan. Khemsa lmiró con cautela, un tanto desconcertado. Erakhsha había hecho frente con éxito a locuchillos de los enloquecidos wazulis en edesfiladero, detrás de la cabaña de KhurumPero la resistencia del cimmerio había minadun poco su confianza en sí mismo. La magisiempre se fortalece con los éxitos y no colos fracasos.

Dio un paso hacia adelante con una man

levantada... y luego se detuvo, comcongelado, con la cabeza echada hacia atráy los ojos desorbitados. A pesar de sí mismoConan siguió la dirección de su mirada y l

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actitud contemplativa. Khemsa temblabcomo un hombre atacado por la malaria. Esudor inundaba su oscuro rostro. Su man

derecha se cerraba sobre algo que habídebajo de su túnica con tal desesperacióque la sangre desapareció de sus dedos éstos se volvieron completamente blancosSu mano izquierda se apoyó sobre un hombrde Gitara y se crispó como en plena agoníacomo la mano de un hombre que se ahogaLa joven no hizo el menor gesto de dolor aucuando aquellos dedos se hundieron comgarras en su carne.

Conan había visto cientos de batallas a llargo de su vida, pero jamás habícontemplado un enfrentamiento como aquéen el cual cuatro voluntades diabólicaintentaban derrotar a otra más débil que l

suya, pero igualmente demoníaca, que se leoponía. El cimmerio percibió lo monstruosde aquella lucha. Con la espalda hacia lpared, cercado por sus antiguos maestros

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ella, tratando de alcanzarla para evitar sdestrucción. Poco antes de que sutemblorosos dedos la tocaran, uno de lo

brujos se echó a reír. La espantosa carcajadresonó como el repicar de una campana deinfierno. La muchacha retrocedió aún más, súbitamente la expresión de inteligencivolvió a sus ojos, que en aquella décima dsegundo reflejaron el más espantoso de lohorrores. Gritó y trató de coger laextendidas manos de su amante, y entoncesincapaz de salvarse, cayó al abismo con uterrible alarido de dolor.

Khemsa llegó hasta el borde y miró haciabajo, moviendo los labios como smurmurara algo para sí. Desde allí se volvió miró a sus verdugos durante un momentocon unos ojos que carecían de toda lu

humana. Y entonces, súbitamente, estallanden un alarido que casi reventó las rocas, slanzó sobre ellos con el cuchillo en la mano.

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camino. Intentar descender hacia el bordque había mas abajo del sendero seríimposible. Sólo un pájaro podría llegar hast

el lecho del río sin romperse el cuello.Espoleó a su animal hasta que llegó a su

oídos el ruido de los cascos de otro caballque venía desde mucho más abajo. Conafrenó a su corcel y se acercó hasta el borddel risco para observar el seco lecho del ríque corría al pie de la montaña. En lgarganta se veía una larga columna djinetes... unos hombres barbudos sobrcaballos semisalvajes. Eran aproximadamentunos quinientos hombres armados. Conalanzó un grito y se inclinó sobre el abismo, cien metros de altura.

Los jinetes se detuvieron y quiniento

rostros barbudos lo miraron. Un repentinclamor llenó el cañón. Conan no malgastpalabras.

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-Supongo que en la prisión degobernador.

Un alarido sanguinario surgió de cientode gargantas. El clamor y el ruido de laarmas fue tan fuerte que Conan no pudcomprender lo que decían.

Entonces el cimmerio gritó con todas sufuerzas:

-¿Qué diablos significa todo esto? ¡Quhable uno solo y así en tenderé lo que querédecir!

Un viejo jefe enjuto, cuya enorme barble llegaba hasta la cintura, agitó su espadcurva en dirección a Conan, como preámbuloy gritó:

-¡No nos dejaste ir a Peshkhauri parrescatar a nuestros hermanos!

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-¡No, estúpidos! -repuso Conaexasperado-. Aun cuando hubierais salvado emuro, lo que es poco probable, los habría

colgado a todos ellos antes de que llegaraallí.

-¡Y tú te fuiste solo para negociar con egobernador! -gritó el afghuli furioso.

-¿Y bien?

-¿Dónde están los siete jefes? -bramó eanciano agitando su espada curva-. ¿Dóndestán? ¡Muertos!

-¡Cómo! ¿Qué dices? -preguntó Conaestupefacto.

-¡Sí, todos muertos! -gritaron a cor

quinientas voces sedientas de sangre. Y eanciano jefe vociferó:

-¡No fueron ahorcados! ¡Un wazuli qu

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sendero.

Impulsado por una misteriosa fuerza

Conan desmontó y contempló durante umomento el horrible cuerpo desfiguradoconsciente de que estaba siendo testigo dalgo milagroso, contrario a las leyes de lnaturaleza. El rakhsha levantó su destrozadcabeza, y sus extraños ojos, que brillaban ddolor ante la cercana muerte, se posaron eConan y lo reconocieron.

-¿Dónde están? -preguntó.

Su voz no era humana. Era una especide gruñido de ultratumba.

-Han regresado a su maldito castillo dYimsha -respondió Conan en voz baja-. S

han llevado con ellos a la Devi.

-¡Iré hacia allí! -murmuró el hombre¡Los seguiré! Mataron a Gitara. ¡Los mataré.

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a los acólitos, a los Cuatro del Círculo Negro al mismo Maestro! ¡Los mataré a todos!

Khemsa intentó arrastrar su mutiladcuerpo un poco más, pero ni siquiera aquellindomable voluntad pudo mover ese amasijde carne y huesos que se mantenía con vida

-¡Síguelos! -susurró Khemsa vomitandsangre-. ¡Síguelos!

-Eso pienso hacer. Fui a buscar a mafghulis, pero se han vuelto contra mí. Iré Yimsha solo. Recuperaré a la Devi aunqutenga que destruir toda esa montaña con mmanos. No pensé que el gobernador satrevería a matar a mis hombres cuando mllevé a la Devi, pero parece que lo hizo. Esle costará la cabeza. Ella ya no me sirv

como rehén, pero...

-¡Que caiga sobre ellos la maldición dYizil! -murmuró el rakhsha-. ¡Vete! Yo.

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desembocó en un sendero un poco máancho. Un coro de alaridos amenazadoreestalló en sus oídos, al tiempo que un braz

que sostenía una cimitarra se disponía a caesobre su cabeza. Conan detuvo el brazlevantado del jinete, mientras que su corcehacía retroceder al caballo del otro.

-¡Kerim Sha! -exclamó Conan con los ojocentelleantes.

El turanio no luchó. Los dos individuos sencontraban sobre los caballos, casi hombrcon hombro. Los dedos de Conan se crisparosobre el brazo armado. Detrás de Kerim Shhabía un grupo de enjutos irakzais a caballoTenían mirada de lobo, pero parecíainseguros a causa de lo estrecho del sendery de la proximidad del precipicio que había

sus espaldas.

-¿Dónde está la Devi? -quiso saber KerimSha.

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anexionar el reino de la Devi a su imperio, tenerla a ella misma en su harén. Yo tconocí cuando eras atamán en las estepa

kozakas, por lo que conozco tus ambicionesQuieres saquear Vendhia y obtener un buerescate por Yasmina. Bien, dejemos de ladde momento nuestro problema personaunamos nuestras fuerzas y tratemos drescatar a la Devi de manos de los AdivinosSi tenemos éxito y vivimos, pelearemos parver quién se queda con ella.

Conan asintió con la cabeza, al tiempque soltaba el brazo del turanio.

-De acuerdo -dijo-. ¿Y tus hombres?

Kerim Sha se volvió hacia los silenciosoirakzais y les habló brevemente:

-Este jefe y yo vamos a Yimsha a luchacontra los brujos. ¿Venís con nosotros u oquedáis aquí para ser exterminados por lo

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afghulis que persiguen a este hombre?

Los guerreros lo miraron y en sus ojos s

reflejó un tremendo fatalismo. Estabacondenados, y lo sabían. Lo sabían desde qulas flechas de sus atacantes dagozai lohabían expulsado del desfiladero de ShalizahEl grupo era demasiado pequeño como parabrirse paso desde las montañas hasta laaldeas de la frontera sin la ayuda del hábturanio. Puesto que ya se considerabaperdidos, respondieron de la única manera eque puede hacerlo un moribundo:

-Iremos contigo y moriremos en Yimsha.

-Entonces partamos ya, en nombre dCrom -gruñó Conan, impacientecontemplando la débil luz del crepúsculo

Hemos perdido un tiempo precioso.

Kerim Sha hizo retroceder su caballsaliendo de donde se encontraba, entre e

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Tenía las manos ocultas en las anchamangas. Llevaba un gorro de terciopelo en lcabeza. Su rostro reflejaba calma y placidez

y sus ojos brillantes eran ligeramentoblicuos. No movió ni un solo músculmientras contemplaba a la joven, y sexpresión no se alteró al ver que Yasminrecobraba el conocimiento.

Yasmina sintió que el terror le helaba lsangre. Se incorporó apoyándose en ambocodos y miró con aprensión al desconocido.

-¿Quién eres? -preguntó, sintiendo que etono de su voz sonaba metálico y extraño.

-Soy el Maestro de Yimsha.

La voz del hombre era pictórica

estridente como el sonido de la campana dun templo.

-¿Para qué me has traído aquí? -pregunt

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Yasmina saltó como un gato de la selvmientras profería un grito feroz, y atac

salvajemente al hombre, con la daga en lmano.

Luego se tambaleó y se deslizó al suelodesde donde miró al hombre de la tarimaÉste no se había movido. La sonrisenigmática no se había borrado de su rostroYasmina, temblando, levantó una mano y lmiró asombrada. La muchacha vio que sudedos no sujetaban una daga, sino un ramde lotos dorados, cuyos aplastados capullocolgaban marchitos del tallo.

Yasmina dejó caer el ramo al suelo comsi se tratara de una serpiente y se alejinmediatamente de donde se encontraba s

verdugo. Regresó a su propia tarima porquconsideró que era más digno de una reincolocarse en aquel lugar que arrastrarse poel suelo ante los pies de un hechicero. L

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Asustada y aturdida, la muchacha sacurrucó en la tarima cubierta de terciopelo

La luz se debilitó y el ambiente adquirió uaspecto más fantasmagórico. El rostro deMaestro se volvió sombrío.

-¡Jamás me someteré a ti! -exclamó ljoven con voz temblorosa, pero resuelta.

-Lo harás -respondió el Maestro, coterrible convicción-. El miedo y el dolor tenseñarán. Te castigaré con una crueldad quhará temblar cada partícula de tu cuerphasta que te conviertas en cera moldeable emis manos. Conocerás una disciplina que nha conocido jamás mujer alguna, hasta qula más trivial de mis órdenes sea para como la inalterable voluntad de los dioses.

en primer lugar, para castigar tu orgulloviajarás a través del tiempo y serás testigde todas aquellas formas por las que hapasado.¡Yil la khosa!

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salvación. Gritó aterrada y asió el terciopelopero sintió que éste se rasgaba entre sudedos. Tuvo la sensación de que l

estabilidad y la cordura la abandonaban pocompleto. Era como un átomo sensiblarrastrado hacia un vacío helado por ufuerte viento que amenazaba extinguir lpoca vida que le quedaba, como si se tratarde una vela apagada bajo la tormenta.

Entonces se mezcló con una miríada dátomos de vida por medio de impulsos movimientos ciegos, y luego volvió a emergecomo individuo consciente, girando en unespiral infinita de diferentes vidas.

En medio de una bruma de terror, revivitodas sus vidas anteriores y volvió encarnarse en todos los cuerpos que había

transportado a su ego a través del tiempo. Svolvió a lastimar los pies en el largo caminde la vida que la llevaba al doloroso pasadinmemorial. Más allá de los albores de

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tiempo Yasmina se encogió, temblando, eselvas primordiales, perseguida por terribleanimales de presa. Se hundió desnuda e

arrozales y pantanos y luchó contra enormeaves acuáticas por capturar el precioso granoTrabajó junto a los bueyes arando la tierra vivió en cabañas primitivas terriblementincómodas.

Vio estallar en llamas ciudadeamuralladas y huyó gritando de los verdugosCaminó desnuda, desangrándose sobre laarenas ardientes, impulsada por el látigo demercader de esclavos, y conoció el contactde manos brutales sobre su carnatormentada. Gritó bajo el restallido delátigo y trató de resistirse, loca de horror, las manos que la forzaban inexorablemente apoyar su cabeza sobre el cepo del cadalso.

Conoció el dolor del nacimiento y lamargura del amor traicionado. Sufrió todalas humillaciones e injusticias que el hombr

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claramente todos los detalles, pero lcapucha, que había sustituido al gorro dterciopelo, despertó en ella una extrañ

inquietud. Al mirar al Maestro se quedhelada de horror. Tenía la sensación de quno era el Maestro quien ocupaba la tarima eesos momentos.

La figura se puso en pie. Se inclinó sobrella y extendió los largos brazos cubiertos polas amplias mangas. Yasmina luchó contresos brazos, incapaz de pronunciar una solpalabra, sorprendida por la dura delgadez daquellos miembros. La cabeza encapuchadtambién se inclinó sobre ella y Yasmina soltun grito de horror. Unos brazos huesudorodearon su hermoso cuerpo. Desde lcapucha se asomaba un rostro muerto desintegrado que la miraba..., un rostro qu

parecía un pergamino podrido adherido a ucráneo destrozado.

Yasmina volvió a gritar, y entonces la

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venido. El turanio buscó en vano algún indicio movimiento que denunciara la presencia dseres humanos en aquellos laberinto

rocosos. Evidentemente, los afghulis habíaperdido el rastro de su jefe durante la noche

-En marcha.

Ataron los caballos e iniciaron el ascenssin más comentarios. No había lugares dondponerse a cubierto. La pendiente estabsembrada de rocas que no erasuficientemente grandes como para ocultar un hombre. Pero, aun así, servían en ciertmodo de protección.

El grupo aún no había dado cincuentpasos cuando una silueta que gruñía furiossaltó desde una roca. Era uno de los delgado

perros salvajes que infestaban las aldeas dlas montañas. El animal tenía los ojos rojos las mandíbulas llenas de espuma. Conaavanzaba delante del grupo, pero el anima

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órdenes a su seguidores

Los acólitos habían evacuado su primer

línea de defensa. Cuando Conan finalmentrodeó la torre, vio sus verdes túnicas flotandal viento en la montaña. Inició la cazajadeando con sed de sangre, mientras KerimSha y los irakzais lo seguían.

La torre se alzaba en el borde inferior duna estrecha planicie cuya inclinación apenaera perceptible. A unos cientos de metros ddistancia, la planicie terminaba abruptamenten un precipicio que no se veía desde la partbaja de la montaña. Los acólitos habíasaltado al interior de aquel abismo sin reducaparentemente la velocidad de su carreraSus perseguidores vieron flotar las verdetúnicas, que desaparecieron rápidamente e

aquel lugar.

Pocos minutos después, Conan, KerimSha y los irakzais se hallaban sobre el bord

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-¡Oh! -repuso el cimmerio haciendo unmueca-. Esos acólitos son seres humanos. S

la bruma no los ha matado a ellos, tampocme matará a mí.

Se ajustó el cinturón y sus manos tocaroel que le había dado Khemsa. Conan esbozuna sonrisa. Había olvidado ese cinto. Siembargo, la muerte había pasado tres vecea su lado y tocado finalmente a otra persona

Los acólitos ya habían alcanzado la pareopuesta y subían por ella como enormemoscas verdes. Conan comenzó a descendecautelosamente por la rampa, apoyando upie en el primer escalón. La nube rosada tocsus tobillos y fue ascendiendo a medida quél bajaba. La bruma le llegó a las rodillas

muslos y cintura. Conan la sentía como fuera la pesada niebla de una noche cargadde humedad. Al tocar su barbilla, dudó, luego siguió descendiendo. Su respiració

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rápidamente sin esperar a ver si lobedecían.

Kerim Sha envainó su espada sin hacer emenor comentario y lo siguió. Los irakzaisque tenían más miedo de quedarse solos qude los horrores que pudieran encontrar aabajo, también fueron detrás de su jefeTodos los hombres siguieron la veta doradatal como había hecho el cimmerio.

Una vez en el fondo del barrancoavanzaron sobre un terreno nivelado brillante, siempre siguiendo la veta doradaEra como si caminaran por un túnel invisibleSentían que la muerte se cernía sobre ellodesde arriba y desde los lados, pero no lotocaba.

La veta dorada ascendía por una rampsimilar que había en la pared por la quhabían desaparecido los acólitos, y actseguido Conan y su grupo los siguieron co

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todos los nervios en tensión, sin saber qules esperaba entre los salientes rocosos qumarcaban el borde del precipicio.

Allí los esperaban los acólitos vestidos dverde con cuchillos en las manos. Tal vehabían alcanzado los límites a los cualepodían retirarse. Quizá el cinto estigio qurodeaba la cintura de Conan fuera la causa dque la magia de aquellas gentes hubierfracasado tan estrepitosamente. O tal vefuera también el conocimiento de una muertimposible lo que los había hecho saltar desdlas rocas con los ojos brillantes y los cuchilloen la mano, recurriendo, en sdesesperación, a armas materiales.

Allí, entre los colmillos rocosos del borddel precipicio, no se libraba una lucha contr

la magia. Era una batalla de acero, en la cuaéste hería y se derramaba sangre de verdad.

Un irakzai murió desangrado entre la

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rocas, pero todos los acólitos cayerondecapitados o con las entrañas al aire, asuelo plateado que brillaba a sus pies.

Entonces los conquistadores se sacudierola sangre y el sudor que les cubría los ojos, se miraron unos a otros. Conan y Kerim Shse mantenían en pie, junto con cuatrirakzais.

Estaban entre las rocas que formaban eserrado borde del precipicio, y desde apartía un sendero en suave declive hacia unancha escalera formada por media docena descalones, situada a treinta metros ddistancia y fabricada con un extraño materiade color verde jade. Los escalones, a su vezconducían a una especie de galería sin techconstruida con la misma piedra, y sobre est

galería se alzaba el castillo de los AdivinoNegros. Parecía estar tallado en la mismroca de la montaña. La arquitectura erimpecable,pero carecía de adornos. Su

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ventanas enrejadas estaban encubiertas pocortinas desde dentro. Allí no había la menoseñal de vida.

Ascendieron cautelosamente por esendero, como si estuvieran pisando guarida de una serpiente. Los irakzais iban esilencio, convencidos de que se encaminabaa una muerte segura. Incluso Kerim Shmantenía un absoluto mutismo. Sólo Conano parecía advertir que aquella invasiósignificaba una monstruosa violación de todalas tradiciones de ese lugar sagrado. Él nera oriental y pertenecía a una estirpe quluchaba contra diablos y hechiceros con lmisma furia que contra enemigos humanos.

Conan subió rápidamente las brillanteescaleras, atravesó la galería y se dirigi

directamente hacia la enorme puerta de teccon herrajes dorados que tenía delante. Echuna rápida mirada a la pirámide que salzaba por encima de él. Luego extendió un

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golpear los paneles de teca. Golpeó una otra vez, astillando la pulida madera arrancando las bandas de metal. A través d

la destrozada madera miró hacia el interioalerta y cauteloso como un lobo. Vio unamplia habitación con pulidos muros dpiedra sin tapices y un suelo de mosaico sialfombras. El mobiliario consistía en unasillas de ébano y una enorme tarima dpiedra. No había nadie en la habitación. Afondo de la sala se veía otra puerta.

-Deja a un centinela en el exterior -dijConan con un gruñido-. Yo voy a entrar.

Kerim Sha nombró a un guerrero parque ocupara el puesto, y los demás hombreretrocedieron hasta el centro de la galería cosus arcos preparados. Conan entró en e

castillo, seguido del turanio y de los otrotres irakzais. El hombre que había quedadde centinela escupió al suelo y gruñó algininteligible. De repente sintió un sobresalt

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al escuchar una carcajada burlona que llegó sus oídos.

Levantó la cabeza y vio una ventanencima de él, en la que había una siluetalta, vestida de negro, cuya cabezdescubierta asentía ligeramente al mirarloTodo en ese hombre sugería burla malevolencia. Rápido como un rayo, el irakzatensó su arco y disparó. La flecha ascendió se clavó en el pecho cubierto por la túnicnegra. La sonrisa burlona no se borró de srostro. El Adivino se arrancó el dardo depecho y lo arrojó en dirección al arquero, ncomo agresión sino con un gesto ddesprecio. El irakzai se agachinstintivamente y levantó un brazo. Sudedos se cerraron sobre la flecha.

Entonces soltó un alarido. El dardo sretorció en su mano. Se volvió flexible comsi fundiera con ella. Trató de soltarlo, perera demasiado tarde. Su mano sostenía un

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que ni siquiera la legendaria espada curva dAmir Khurum hubiera podido destrozaaquella cortina invisible. Le explicó en poca

palabras al turanio lo que sucedía, y KerimSha se encogió de hombros, diciendo:

-Bien, si tenemos la salida bloqueadadebemos encontrar otra. Mientras tantonuestro objetivo está por delante, ¿no es así

El cimmerio gruñó algo y cruzó lhabitación dirigiéndose hacia la otra puertacon la sensación de estar caminando hacia eumbral de la muerte. Al levantar su cuchillpara destrozar la puerta, ésta se abrisilenciosamente como si lo hiciera por sí solaEntró en un enorme salón flanqueado poaltas y brillantes columnas. A unos treintmetros de distancia de la puerta estaban lo

anchos escalones de color verde jade de unescalera que parecía el lado de una pirámidePero entre él y el comienzo de la escalerhabía un curioso altar brillante de colo

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negro. Cuatro enormes serpientes doradaenroscaban sus colas alrededor del altar, colas cabezas en el aire orientadas hacia lo

cuatro puntos cardinales como si fueraguardianes de un fabuloso tesoro. Pero en ealtar, entre los curvados cuellos de loanimales, solamente había un globo de cristalleno de una extraña sustancia que parecíhumo, en la que flotaban cuatro granadadoradas.

Al ver aquello, Conan recordó algo. Luegse detuvo, porque en los escalones inferiorevio cuatro figuras vestidas de negro. No lohabía visto venir. Eran altos y enjutos, y sucabezas de buitre se movían al unísono.

Uno de ellos levantó su brazo derecho y lmanga se deslizó dejando al descubierto l

mano..., pero no era una mano. Conan sdetuvo, pese a su deseo de seguir adelanteAcababa de tropezar contra una fuerza mudiferente de la magia de Khemsa y no podí

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dar un solo paso, aunque comprobó que, si ldeseaba, podía retroceder. Sus compañerotambién se detuvieron y parecían aún má

desamparados que él, incapaces de moversen ninguna dirección. El Adivino que habílevantado el brazo hizo una seña a uno de loirakzai, y el hombre avanzó hacia él como etrance, con los ojos fijos y sostenienddébilmente la espada en la mano. Al pasajunto a Conan, éste extendió un brazo y ltocó el pecho para impedir que avanzarmás. Conan era mucho más fuerte que eirakzai, hasta el punto de que ecircunstancias normales le hubiera resultadmuy sencillo partirle el espinazo como fuese una rama. Pero en ese momento emusculoso brazo del cimmerio fue apartado un lado con toda facilidad, y el irakzai siguiavanzando rígida y mecánicamente. Lleg

hasta los escalones, se arrodilló y entregó sespada con una inclinación de la cabeza. Emonje tomó el arma. La hoja brilló como urelámpago. Un segundo después, la cabez

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del irakzai cayó al suelo de mármol en medide un charco de sangre.

La deforme mano volvió a moverse en eaire, y otro irakzai avanzó rígidamente hacisu muerte.

Cuando el tercer irakzai pasó junto Conan en su camino hacia la muerte, ecimmerio, con las venas de las sienes a puntde estallar por el esfuerzo de romper linvisible barrera que lo retenía, advirtió drepente la presencia de invisibles fuerzaaliadas, que cobraban vida en su interior. Eruna revelación inesperada, pero tan poderosque Conan no dudó de su instinto. Su manizquierda se deslizó involuntariamente bajsu cinto bakhariota y aferró el cinturóestigio. Al hacerlo, sintió que una nuev

fuerza invadía todo su cuerpo. El ansia dvivir latía intensamente en él, acompañadde una cólera sin precedentes.

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El tercer irakzai ya se había convertido eun cadáver decapitado, y el dedo del hombrvestido de negro se levantaba una vez má

cuando Conan sintió que se rompía la barrerinvisible. Un grito involuntario y feroz surgide sus labios al saltar hacia adelante cofuria. Su mano izquierda asió el cinturón debrujo de la misma manera que un hombre saferra a un madero para no ahogarse. En smano derecha brilló la hoja de acero del largcuchillo. Los hombres que estaban en loescalones no se movieron. Contemplaban eespectáculo con una expresión cínica. Ssentían alguna sorpresa, no la exteriorizabaen absoluto. En ese momento, Conan no spermitió el lujo de pensar en lo que podrísuceder si se pusiera al alcance de sucuchillos. La sangre latía en sus sienes y unnube de color carmesí le oscurecía la vista

Sentía unas ansias terribles de matar, dhundir su cuchillo en la carne y en los huesode sus enemigos.

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Unos pasos más, y llegaría a los escaloneen los que se hallaban de pie aquellodemonios. Respiró profundamente y su furi

aumentó, al igual que la velocidad de sataque. Ya estaba a punto de pasar junto aaltar de las serpientes doradas cuandsúbitamente cobraron vida en su cerebro lapalabras pronunciadas por Khemsa: «¡Rompla bola de cristal!».

Su reacción fue casi involuntaria. Lejecución siguió al impulso de modo taespontáneo que el mago más grande de lépoca no habría tenido tiempo de leer supensamientos o de evitar su acción. Girsobre sus talones como un felino y dejó caesu cuchillo sobre el cristal. De inmediato, eaire vibró con un espantoso clamor, aunquConan no alcanzó a darse cuenta si procedí

de las escaleras, del cristal o del altar. Unoterribles siseos llenaron sus oídos cuando laserpientes doradas cobraron vida, sretorcieron y atacaron. Pero Conan actuó co

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la rapidez y la cólera de un tigre enfurecidoUn formidable remolino de acero cayó sobrlos abominables animales que se movían a s

alrededor, y golpeó el globo de cristal una otra vez; la esfera estalló con un ruidtremendo, esparciendo por el suelo dmármol miles de trozos diminutos de vidrioAl mismo tiempo las granadas doradas, comliberadas de su cautiverio, se elevaron haciel cielorraso y desaparecieron.

En el enorme salón se oyeron alaridobestiales. Sobre los escalones se retorcíacuatro figuras vestidas de negro, sacudidapor espantosas convulsiones, y unasquerosa espuma colgaba de sus pálidabocas. Entonces, con un formidabcrescendo de aullidoshumanos, las figuras sfueron inmovilizando hasta exhalar un últim

estertor. Estaban muertos. Conan miró haciel altar y vio trozos de cristal. Cuatrserpientes doradas sin cabeza se hallabajunto a aquél, pero en el brillante metal ya n

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había vida.

Kerim Sha se incorporó lentamente. Un

fuerza invisible lo había arrojado al sueloMovió la cabeza para aclarar sus ideas.

-¿Has oído ese ruido cuando se rompió ecristal? -preguntó-. Fue como si hubieraestallado mil paneles de vidrio en todo ecastillo. ¿Serían las almas de los brujos laque estaban aprisionadas dentro de esabolas doradas? ¡Cuidado!

Conan se dio la vuelta rápidamente Kerim Sha desenvainó su espada.

Otra figura se hallaba de pie en la partalta de la escalera. Su túnica también ernegra, pero de terciopelo lujosament

bordado, y llevaba un gorro del mismmaterial. Su rostro expresaba una gracalma, y no era del todo desagradable.

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-¿Quién diablos eres? -preguntó Conanmirándolo, con el cuchillo en la mano.

-¡Soy el Maestro de Yimsha!La voz del hombre sonaba como l

campana de un templo, aun cuando en ella spercibía cierto tono de crueldad.

-¿Dónde está Yasmina? -quiso sabeKerim Sha.

El Maestro se echó a reír mirándolfijamente a la cara.

-¿Y a ti qué te importa, cadáver? ¿Acashas olvidado ya mi fuerza, la que una vez tenseñé, que vienes a mí armado, pobrestúpido? ¡Creo que te arrancaré el corazón

Kerim Sha!

Extendió su mano como para recibir algoy el turanio profirió un grito agudo, como e

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de un hombre agonizando. Retroceditambaleándose como un borracho y scorazón, rasgando su pecho, fue a parar a l

mano extendida del Maestro, como si fuerun trozo de hierro deslizándose hacia uimán. El turanio cayó al suelo, dondpermaneció inmóvil, y el Maestro se echó reír, arrojando el corazón a los pies decimmerio.

Conan soltó un rugido y una maldición avanzó en dirección a la escalera. El cinturóde Khemsa le daba fuerza y se sentíinvadido por un odio mortal hacia aquellterrible emanación de poder que senfrentaba a él. El aire se llenó de una brumacerada a la que Conan se arrojó de cabezacon el brazo izquierdo protegiéndole el rostry empuñando el formidable cuchillo en l

mano derecha. Sus ojos medio ciegomiraron por encima de su codo, y vio lodiada figura del Adivino. La silueta daquella negra figura se movía delante de é

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como si se tratara de un reflejo sobre aguaagitadas.

Se sentía vapuleado y torturado pofuerzas que escapaban a su comprensiónpero a pesar del poder del brujo y de spropio dolor se sentía impulsado haciadelante por una fuerza inexorable.

Ya había alcanzado la parte superior dlas escaleras, y el rostro del Maestro seguíflotando entre la oscura bruma que habídelante de sus ojos. Sin embargo, en aquelloojos inescrutables se reflejaba un extrañtemor. Conan atravesó la bruma y su cuchilse levantó velozmente, como si tuviera vidaLa afilada punta rasgó la túnica del Maestren el momento en que éste saltaba hacatrás con un grito. Luego, el mag

desapareció ante los ojos de Conan.simplemente se esfumó como una voluta dhumo, y una cosa larga y ondulante ascendirápidamente por las escaleras más pequeña

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que partían a derecha e izquierda desde erellano.

Conan corrió tras esa cosa, en dirección la escalera de la izquierda, sin estar museguro de qué se trataba.

Entró en un ancho pasillo cuyo suelo paredes desnudas eran de jade pulido. Lcosa alargada se deslizó rápidamente delantde él por el corredor y entró por una puertcubierta por una cortina. Del interior daquella habitación surgió un grito espantosde terror. El grito prestó alas a los pies dConan, que en un par de formidables saltoentró en la sala.

Entonces sus ojos contemplaron unescena terrible. Yasmina, encogida en e

extremo más alejado de una tarima cubiertde terciopelo negro, gritaba aterradaprotegiéndose el rostro con el antebrazomientras que delante de ella se balanceaba l

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usar los colmillos, empleaba otra forma dataque.

El brazo izquierdo de Conan estaba sujetentre los potentes anillos del animal, pero lquedaba libre el derecho. Separando los piepara conservar mejor el equilibrio, extendió lmano, que aferró la empuñadura del largcuchillo, y con un fuerte tirón lo sacó decuello de la serpiente, empapándose el brazde sangre. Como si adivinara sus intencionecon algo más que una inteligencia animal, lserpiente se retorció, tratando de atrapaentre sus anillos el brazo derecho de ConanPero el largo cuchillo subió y bajó con lvelocidad de la luz y cortó en dos el troncdel repugnante animal

Antes que pudiera atacar de nuevo, lo

grandes anillos se aflojaron sobre el brazo dConan y el monstruo se arrastró por el sueldejando un reguero de sangre. Conan salthacia adelante con el cuchillo levantado, per

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su golpe cortó el aire cuando la serpiente salejó de él y su cabeza chocó contra un panede madera de sándalo. El panel giró haci

adentro y el semidestrozado cuerpo deanimal desapareció por la abertura

Conan atacó instantáneamente el panel lo deshizo con unos cuantos golpes. Luegmiró hacia la alcoba tenuemente iluminadque había más allá. No se veía ningunserpiente. Había sangre en el suelo dmármol y las huellas llegaban hasta unpuerta en forma de arco. Pero las huellas dsangre pertenecían a unos pies humanodescalzos.. .

-¡Conan!

El cimmerio corrió hacia la habitación par

recibir en sus brazos a la Devi de Vendhia. Lmuchacha cruzó corriendo la sala y rodeó ecuello de Conan con sus brazos, medihistérica de terror, gratitud y alivio.

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A Conan le hervía la sangre por todo lsucedido. Apretó a la muchacha contra s

cuerpo en un abrazo que la hubiera hechgemir de dolor en otras circunstancias, apretó sus labios contra los de la jovenYasmina no opuso la menor resistencia. Cerrlos ojos y bebió sus besos fieros y ardientecon todo el abandono de su pasión.

-Sabía que vendrías a buscarme -susurrella-. Estaba segura de que no mabandonarías en esta guarida de diablos.

Ante las palabras de la muchacha, Conapareció recordar súbitamente todo lo que lorodeaba. Levantó la cabeza y escuchó coatención. Un silencio amenazador reinaba eel castillo de Yimsha Se sentía un peligr

invisible agazapado en todos los rincones.

-Será mejor que nos vayamos de aqumientras podamos hacerlo -dijo Conan-. Esa

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heridas habrían sido más que suficientes parmatar a una bestia corriente... o a uhombre..., pero los brujos tienen una docen

de vidas. Hieres a uno de ellos inmediatamente se aleja como una serpientpara obtener veneno fresco de alguna fuentmágica.

Cogió a la joven en brazos como si fueruna niña, salió al corredor de jade brillante bajó las escaleras con todos los nervios etensión, alerta ante cualquier sonido o señal.

-Me encontré con el Maestro -murmuró ljoven, temblando y apretando más el cuelldel cimmerio con sus brazos-. Trató ddoblegar mi voluntad empleando su magiaPero lo más terrible fue un cuerpmonstruoso que me tomó entre sus brazos..

entonces me desmayé y estuve muchtiempo como muerta. Poco después recobrel sentido y oí ruidos de pelea que llegabadesde abajo, después gritos, y luego es

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serpiente se deslizó bajo los tapices. Sabíque no se trataba de una ilusión, sino que erde verdad una serpiente que intentab

matarme.-Al menos no era una sombra -repus

Conan enigmáticamente-. Sabía que estabderrotado y pensó en matarte antes qualguien te rescatara.

-¿A quién te refieres? -preguntó lmuchacha, inquieta.

Luego se acurrucó contra Conasollozando y olvidando su pregunta. Habívisto los cadáveres al pie de las escaleras. Nresultaba nada agradable ver los cuerpomuertos de los Adivinos. Retorcidos, con lopies y manos al descubierto, constituían u

espectáculo verdaderamente repugnanteYasmina se puso lívida y ocultó su rostro eel poderoso hombro de Conan.

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10. Yasmina y Conan

Conan atravesó rápidamente el vestíbuly la habitación exterior y se acercó a lpuerta que daba a la galería. Entonces vio esuelo sembrado de diminutos trozos dvidrio. El panel de cristal que cubría el umbrase había hecho pedazos, y recordó el fuertruido que había acompañado al estallido deglobo de cristal. Conan pensó que todas lapiezas de vidrio que había en el castillo shabrían roto, y el instinto le sugirió la verdade la monstruosa relación existente entre loSeñores del Círculo Negro y las granadadoradas. Sintió que se le erizaba el cabello

trató de no pensar más en el asunto.

Respiró profundamente aliviado cuandsalió a la galería de jade verde. Todavía tení

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que cruzar la garganta del desfiladero, peral menos veía brillar los picos de la montañbajo el sol y las laderas de la colina que s

perdían a lo lejos entre las azuladas brumas.Los irakzais yacían en el suelo en e

mismo lugar en el que habían caídoformando un desagradable montón dcadáveres sobre la pulida superficie. Mientradescendía por el serpenteante camino, Conase sorprendió al ver que el sol aún no habírebasado el cenit. El cimmerio tenía lsensación de que habían transcurrido muchahoras desde que entrara en el castillo de loAdivinos Negros.

Sintió que debía darse prisa, no sólo poel pánico que sentía, sino por la sensación dque acechaba el peligro. No le dijo nada

Yasmina. La muchacha parecía contenta segura en sus brazos de hierro, con smorena cabeza apoyada en el amplio pechdel cimmerio. Conan se detuvo un instante a

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borde del precipicio con el ceño fruncido. Lbruma que había antes en la estrechgarganta del desfiladero ya no tenía aque

tono rosáceo y brillante. Ahora era más biegris, sutil, fantasmagórica. Conan pensó quen cierta forma la magia de los brujos debíde haber cambiado el paisaje.

Pero allí abajo el suelo brillaba como lplata y la veta de oro seguía resplandeciendoConan cargó a Yasmina sobre un hombro. Ljoven se dejó llevar dócilmente. El cimmeridescendió deprisa por la rampa, y continuación atravesó el fondo a todvelocidad. Tenía la convicción de que estabaluchando contra el tiempo, de que suposibilidades de salvación dependían dcruzar pronto aquella garganta de horroresantes de que el herido Maestro del castill

recuperase fuerzas para lanzar sobre elloalguna nueva maldición.

Cuando por fin Conan ascendió la rampa

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llegó a la cima, respiró hondo y dejó Yasmina de pie sobre el suelo.

-Hay que caminar desde aquí -dijo Conancolina abajo sin parar.

La muchacha lanzó una mirada hacia brillante pirámide que se alzaba al otro laddel precipicio. El extraño castillo se recortabcontra la nevada ladera de la montaña comuna ciudadela de silencio y de mal eterno.

-¿Acaso eres un mago? ¿Cómo havencido a los Adivinos Negros de Yimsha? preguntó la joven al descender por esendero, mientras Conan rodeaba la frágcintura con su musculoso brazo.

-Fue el cinto que me entregó Khems

antes de morir -repuso Conan-. Sí, lencontré en el sendero. Se trata de un cintmuy extraño que te enseñaré cuando tengtiempo. Era ineficaz contra algunas práctica

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el negro corcel y colocó a Yasmina delante dél. Los demás animales los siguieron corenovadas fuerzas gracias al descanso qu

habían tenido.-¿Y ahora qué? -preguntó la muchacha

¿A Afghulistán?

-¡Todavía no! -replicó Conan con unextraña sonrisa-. Alguien, quizá egobernador, mató a mis siete hombres. Esoestúpidos que me siguen creen que yo htenido algo que ver con ello, y a menos qupueda convencerlos de lo contrario, me darácaza como a un chacal herido.

-¿Y qué será de mí? Si los jefes hamuerto ya no te sirvo como rehén. ¿Mmatarás para vengarte?

Conan miró a la Devi con ojos brillantes se echó a reír.

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-Entonces cabalguemos hacia la frontera dijo ella-. Allí estarás a salvo de los afghulis.

-Sí, para caer en una trampa vendhia.-Soy la reina de Vendhia -le recordó l

joven con su antiguo orgullo-. Me has salvadla vida y recibirás una recompensa por ello.

La muchacha no había tenido intención ddarle ese tono a sus palabras, pero Conagruñó algo ininteligible, un poco indignado.

-¡Guarda tus tesoros para tus perrosprincesa! ¡Si tú eres la reina de los llanos, ysoy el jefe de las montañas, y no daré ni usolo paso más para llevarte a la frontera!

-Pero estarías a salvo... -comenzó a dec

Yasmina, perpleja.

-Y tú serías de nuevo la Devi -linterrumpió Conan-. No, muchacha, t

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prefiero como eres ahora: una mujer dcarne y hueso cabalgando junto a mí sobreste caballo.

-¡Pero no me puedes retener! -exclamó lDevi-. No puedes...

-¡Espera y lo verás!

-Te daré una buena recompensa...

-¡Que el diablo se lleve tu recompensa! repuso Conan bruscamente.

Luego la apretó con más fuerza contra scuerpo y agregó:

-El reino de Vendhia no podría darmnada que desee tanto como a ti. Arriesgué m

vida por salvarte. Si tus cortesanos quiererecuperarte, que vengan a Zhaibar y qupeleen por ti.

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-¡Pero ahora no tienes partidarios! protestó la joven-. ¡Te persiguen! ¿Cómpuedes defender tu vida, y mucho menos l

mía?-Todavía tengo amigos en las montañas

repuso-. Hay un jefe khurakzai que te cuidarmientras yo discuto con los afghulis. Si nquieren saber nada de mí, ¡por Cromcabalgaré hacia el norte contigo, hasta laestepas de los kozakos. Fui jefe de loCompañeros Libres antes de venir al sur. ¡Tharé reina del río Zaporoska!

-¡Pero no puedo! -protestó la muchachaNo debes retenerme...

-Si la idea te resulta tan repulsiva -dijConan-, ¿por qué me has besado con tant

pasión?

-Una reina también es un ser humano repuso Yasmina ruborizándose-. Pero m

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obligación es pensar en mi reino, ¡ Ven Vendhia conmigo!

-¿Me harías tu rey? -preguntó Conairónicamente.

-Bueno, hay costumbres... -tartamudeó lmuchacha. Conan soltó una sonora carcajada

-Sí, costumbres civilizadas que no tpermitirían hacer lo que deseas. Te casarácon algún rey decrépito de las llanuras, y ytendría que seguir mi camino con el recuerdde algunos besos robados a tus labios.

-¡No!

-¡Debo regresar a mi reino! -repitió ljoven.

-¿Para qué? -preguntó Conan furioso¿Para apoyar las nalgas sobre tronos de oro escuchar los aplausos de unos estúpido

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vestidos de terciopelo? ¿Para qué? EscuchaYo nací en las montañas cimmerias, dondtodos son bárbaros. He sido soldad

mercenario, corsario, kozako y otras ciecosas más. ¿Qué rey ha viajado por tantopaíses, peleado en tantas batallas, amado tantas mujeres y conquistado la fama que ytengo?

Conan hizo una pausa y luego agregó:

-He venido a Ghulistán para conseguhombres y conquistar los reinos del sur.entre ellos el tuyo. Ser jefe de los afghulera sólo un comienzo. Si puedo convencerlosdentro de un año contaré con una docena dtribus. De lo contrario, regresaré a laestepas y saquearé las fronteras turanias colos kozakos. Y tú me acompañarás. ¡Al diab

con tu reino! Sus habitantes se las arreglabaperfectamente bien antes de que tú nacieras

La muchacha estaba en sus brazos

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mirándolo. En su interior, sentía algo que limpulsaba hacia ese hombre. Pero mgeneraciones de soberanía pesaban sobr

ella.-¡No puedo! -exclamó-. ¡No puedo!

-No te queda otra alternativa -afirmConan-. Tú... ¿Pero qué diablos?

Habían dejado Yimsha muy atrás avanzaban a lo largo de un elevado risco quseparaba dos profundos valles. Sencontraban en una cima desde la que podíadivisar perfectamente el valle que había a lderecha. Allí abajo se libraba una batallaSoplaba un fuerte viento que les impedía obien, pese a lo cual percibían el sonido demetal y de los cascos de los caballos.

Vieron el reflejo del sol sobre la punta dlas lanzas y de los cascos en espiral. Tres mguerreros protegidos por cotas de mal

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en las aldeas de las montañas. Sabía quexistía la posibilidad de que ni él ni suhombres volvieran jamás a Secunderam, y

que en ese momento las tribus de lamontañas los perseguirían, pero estabfirmemente decidido a cumplir las órdeneque había recibido. Éstas consistían earrebatar a la Devi Yasmina de manos de loafghulis y llevarla prisionera a Secunderam osi esto era absolutamente imposible, cortarlla cabeza antes que él mismo, jefe de todaaquellas tropas, muriese.

Por supuesto, los que contemplaban eespectáculo desde la cima del risco no sabíanada de esto. Pero Conan jugueteó con lariendas de su caballo con cierto nerviosismo.

-¿Por qué diablos se habrán dejad

atrapar de esa manera? -preguntó en voalta-. Sé lo que estaban haciendo aquí. ¡Esoperros intentaban atraparme! Se metieron etodos los valles hasta que los han encerrad

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en éste. ¡Estúpidos! Por el momentaguantan en esa garganta, pero no podráhacerlo por mucho tiempo. Cuando lo

turanios los hagan entrar en ese callejón sisalida, no quedará un solo afghuli vivo.

El fragor de la batalla aumentó dintensidad. En la boca de la estrechgarganta los afghulis resistíadesesperadamente contra los armados protegidos turanios que no se decidían lanzarse contra ellos con todas sus fuerzas.

Conan frunció el ceño, se movió inquietacariciando la empuñadura de su cuchillo dijo:

-Devi, tengo que bajar junto a esohombres. Encontraré un lugar para que t

escondas hasta que regrese. Hablaste de treino... bien, no pretendo cuidar de esodiablos peludos corno si fueran mis hijospero después de todo son mis hombres. U

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jefe jamás debe abandonar a sus seguidoresaun cuando ellos hayan desertado primeroCreen que tuvieron razón al expulsarme.

¡Diablos, no lo permitiré! Todavía soy el jefde los afghulis y lo demostraré. Puedo bajar pie hasta la garganta.

-¿Y qué será de mí? -se quejó la jovenMe apartaste a la fuerza de mi pueblo. ahora me dejas morir sola en las montañamientras tú bajas ahí para sacrificartinútilmente.

Las venas de Conan estaban a punto destallar por el conflicto de sus emociones.

-Es cierto -murmuró el cimmerio-. Cromsabe lo que yo puedo hacer.

La muchacha volvió la cabezligeramente, con una extraña expresión en sbello rostro, y luego dijo:

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-¡Escucha! ¡Escucha!

Hasta los oídos de ambos llegó un fuert

sonido de trompetas. Miraron hacia eprofundo valle de la izquierda y en sextremo más alejado distinguieron el brilldel acero. Una larga línea de lanzas y dpulidos cascos avanzaba por el vallebrillando bajo la luz del sol.

-¡Los jinetes de Vendhia! -exclamó ljoven, contenta.

-¡Son miles! -dijo Conan-. Hace muchomucho tiempo que un kshatriya no hentrado en estas montañas.

-¡Me están buscando! ¡Dame tu caballo¡Me uniré a mis guerreros! Este risco no e

tan abrupto en la ladera izquierda y puedllegar con facilidad al fondo del valle. Tpuedes ir con tus hombres y hacer quresistan un poco más, y yo conduciré a m

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jinetes hasta el valle por el otro extremopara atacar a los turanios. Los aplastaremoen un abrir y cerrar de ojos. ¡Rápido, Conan

¿Serías capaz de sacrificar a tus hombres earas de tus deseos?

La ardiente pasión de las estepas y de lodensos bosques brilló en los ojos del hombrepero negó violentamente con la cabeza atiempo que desmontaba y entregaba lariendas del caballo a la joven.

-¡Tú ganas! ¡Corre como el mismísimdiablo!

Yasmina descendió por la ladera izquierdy Conan corrió a lo largo del risco hasta qullegó a la entrada de la garganta en cuyextremo se libraba la batalla. Bajó por l

pared como un mono, aferrándose a grietas salientes, para caer al fin de pie en medio decombate, cuyos ecos llenaban cada resquicide las montañas.

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Al poner pie en tierra gritó como un lobocogió un caballo por sus riendas bordadas e

oro y, esquivando el terrible golpe de uncimitarra, atacó con su cuchillo hacia arribaen dirección a las entrañas de un jinete. Usegundo después se encontraba sobre la sildel caballo impartiendo órdenes a loafghulis. Por un momento, todos lo miraroestúpidamente. Después, al ver la brecha qusu acero estaba abriendo entre el enemigose pusieron de nuevo a su lado, aceptándolsin hacer un solo comentario. En aqueinfierno de espadas y sangre no había tiemppara hacer preguntas ni para contestarlas.

Los jinetes, con sus cascos y sus cotas dmalla bordadas en oro, se apiñaban en lentrada de la garganta. El desfiladero estab

abarrotado de caballos y de hombres, y loguerreros luchaban a brazo partido, atacandmortalmente cuando había tiempo suficientpara emplear las espadas. Cuando un hombr

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caía, ya no podía levantarse porque lpisoteaban los cascos de los caballos. Limportancia de la fuerza era decisiva, y e

jefe de los afghulis realizaba la labor de diezEn momentos como ése la costumbre une los hombres, y los guerreros, que estabahabituados a ver a Conan en la vanguardiaredoblaron sus esfuerzos a pesar de segudesconfiando de él.

Pero también contaba el número. Lpresión de los hombres de retaguardia hizque los jinetes turanios penetraran más más en la garganta. Poco a poco los afghulfueron retrocediendo, dejando el suelo dedesfiladero cubierto de cadáveres. Mientrasu cuchillo hacía estragos, Conan no dejabde pensar y de preguntarse si Yasmincumpliría su promesa. Si se unía a su

guerreros y giraba hacia el sur, él y suafghulis serían aniquilados.

Pero finalmente, cuando los minutos d

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batalla transcurridos parecían siglos, sescuchó otro clamor fuera del valle, que salzó por encima del choque del acero y de lo

gritos de dolor. Y entonces, con un sonido dtrompetas que hizo temblar los muros dpiedra, cinco mil jinetes de Vendhia atacaroa las huestes de Secunderam.

El repentino ataque dividió a los turaniosy al cabo de un rato los hombres sdispersaban por el valle, destrozados, y sprodujo un choque caótico en el que smezclaron la sangre, los gritos y el relinchade los caballos. El emir cayó con el pechatravesado por una lanza, y los jinetes dcasco en espiral espolearon furiosamente sus caballos buscando la manera de salir devalle entre los vendhios. A medida que sdispersaban, los perseguidores seguía

acosándolos, y ambos grupos llenaron evalle, las laderas de las montañas y las cimade los riscos. Los afghulis que aún quedabaa caballo salieron de la garganta y se uniero

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a sus enemigos, aceptando la inesperadalianza, al igual que habían aceptado eregreso de su repudiado jefe.

El sol se ocultaba ya detrás de los lejanopicos cuando Conan, con sus ropadestrozadas y la cota de malla manchada dsangre, caminó cuchillo en mano sobre esuelo lleno de cadáveres hasta donde sencontraba Yasmina en su caballo, entre sunobles, cerca de un profundo precipicio.

-¡Has cumplido tu promesa, Devi! exclamó-. ¡Por Crom! Aunque pasé algunomalos momentos en esa garganta.¡Cuidado!

En ese preciso instante un gigantescbuitre descendió del cielo batiendo sus alas

derribó a varios hombres de sus caballos.

El pico del ave, en forma de cimitarra, sdirigió hacia la garganta de la Devi, per

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Conan fue más rápido... Echó una cortcarrera, dio un salto de tigre y le clavsalvajemente el cuchillo. El buitre soltó u

terrible aullido y acto seguido cayó rodandpor la pendiente del risco en dirección al ríque pasaba trescientos metros más abajoMientras caía, sus negras alas azotaron eaire, y al descender adoptó aspecto humany extendió sus brazos y piernas.

Conan se volvió hacia Yasmina, con ecuchillo manchado de sangre en la mano. Sufogosos ojos azules brillaban con un terriblfulgor, y de las heridas de sus musculosobrazos y piernas manaba abundante sangre.

-Eres otra vez la Devi -dijo.

Sonrió fieramente mientras contemplab

la túnica bordada en oro que la muchacha shabía echado sobre el vestido de montañesasin mostrar el menor asombro por el brillantcortejo de nobles que la rodeaban. Lueg

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agregó:

-Tengo que darte las gracias por habe

salvado la vida a mis trescientos cincuenthombres, que finalmente se han convencidde que no los había traicionado. Has puestmis manos una vez más sobre las riendas dla conquista.

-Todavía te debo mi recompensa -dijYasmina mirándolo con los ojos brillantes pola emoción-. Te pagaré diez mil piezas doro.

-Recibiré tu recompensa a mi maneracuando llegue el momento. La cobraré en tpalacio de Ayodhya e iré hasta allí cocincuenta mil hombres para asegurarme dque la balanza esté equilibrada.

La joven se echó a reír, cogió las riendadel caballo y replicó:

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-¡Te recibiré a orillas del Jhumda con ciemil hombres!

Los ojos de Conan brillaron coadmiración cuando retrocedió y levantó lmano en un gesto de aceptación, al tiempque indicaba a la joven que tenía el caminlibre.

La sombra deslizante

Después del fracaso de sus planes parunir a las tribus de las montañas en un solejército, Conan regresa a Hirkania y a Turanevitando las patrullas del rey Yezdigerd compartiendo las tiendas de sus antiguocompañeros kozakos. En Occidente se libra

grandes batallas, por lo que Conan regresa los reinos hiborios en busca de pastos máverdes y mejor botín. Almuric, príncipe dKoth, se ha rebelado contra el rey Strabonus

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Éste crea un formidable ejército y Conan sune a él. Los vecinos de Strabonus tambiéacuden en su ayuda. La causa rebelde fracas

y el ejército de Almuric tiene que retirarse asur. Pasan por las tierras de Shem y cruzan lfrontera de Estigia hasta llegar a las praderade Kush. Allí, el ejército es derrotado por lafuerzas negras y estigias unidas, que lohacen retroceder al desierto que se encuentral sur. Conan es uno de los pocosobrevivientes.

El desierto brillaba bajo las oleadas dcalor. Conan el cimmerio miró a su alrededoy contempló el formidable yermo; luego spasó involuntariamente el dorso de la manpor su labios ennegrecidos. Estaba de pi

sobre la arena, como una estatua de bronceaparentemente inmune al sol abrasadoaunque sólo llevaba un taparrabos de sedasujeto por un ancho cinturón con hebilla d

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oro, del que colgaban un sable y una daga dhoja ancha. En sus músculos y piernas habíhuellas de heridas mal cicatrizadas.

A sus pies descansaba una muchachabrazada a sus rodillas, sobre las quapoyaba su rubia cabellera. Su blanca piecontrastaba con las piernas bronceadas dConan. La joven vestía una túnica de sedescotada y sin mangas y llevaba un cinturóque ponía aún más de relieve su hermoscuerpo.

Conan movió la cabeza, parpadeando. Efuerte brillo del sol casi lo cegaba. Tomó unpequeña cantimplora de su cinto y la agitpara comprobar el agua que quedaba.

La muchacha se movió inquieta y dijo e

tono de queja:

-¡Oh, Conan, moriremos aquí! ¡Tengmucha sed!

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El cimmerio gruñó algo ininteligiblmirando con gesto lúgubre a su alrededo

Adelantó la mandíbula y sus ojos azuleardieron con un brillo salvaje bajo la rebeldmelena negra, como si el desierto fuese uenemigo tangible.

Luego se inclinó y acercó la cantimplora los labios de la joven.

-Bebe agua hasta que yo te diga, Natala ordenó.

La muchacha bebió a grandes sorbospero Conan no la detuvo. Sólo cuando lcantimplora estuvo vacía, ella se dio cuentde que Conan le había permitiddeliberadamente beber la poca agua qu

quedaba. Las lágrimas acudieron a sus ojos.

-¡Oh, Conan! -exclamó retorciéndose lamanos-, ¿por qué me has dejado beber tod

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el agua? Yo no sabía..., ¡y ahora no quednada para ti!

-¡Calla! -ordenó el cimmerio-. Nmalgastes tus fuerzas llorando. -Se incorpory arrojó la cantimplora lejos.

-¿Por qué has hecho eso! -preguntó lmuchacha.

Conan no respondió. Permaneció inmóvicon los dedos crispados sobre la empuñadurdel sable. No miraba a la joven. Sus ojofieros parecían taladrar la misteriosa brumde color púrpura que se veía a lo lejos.

Dotado de un salvaje amor a la vida y deinstinto de conservación de los bárbarosConan el cimmerio sabía, no obstante, que e

ese momento había llegado al final de scamino. Todavía no había alcanzado el límitde su resistencia, pero tenía consciencia dque otro día en aquel desierto interminable

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bajo ese sol terrible, acabaría con él.

En cuanto a la muchacha, ya había sufrid

bastante. Sería mucho mejor un rápidsablazo que la espantosa agonía que lesperaba. Por el momento, la sed de la joveestaba saciada. Era falsa compasión dejarlsufrir hasta que el delirio y la muerte lbrindaran el alivio deseado. Desenvainlentamente el sable.

De repente se detuvo, y todos lomúsculos de su cuerpo se pusieron etensión. A lo lejos, hacia el sur, algresplandecía entre las terribles oleadas dcalor.

Al principio pensó que se trataba de uespejismo que se burlaba de él en aque

maldito desierto. Haciéndose sombra sobrlos ojos con una mano distinguió torres minaretes rodeados de blancas murallasNatala había dejado de llorar. Se puso d

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rodillas con dificultad y luego siguió la miraddel cimmerio.

-¿Es una ciudad, Conan? -musitódemasiado amedrentada como para teneesperanzas-. ¿O sólo un espejismo?

El bárbaro permaneció en silencio durantunos segundos. Luego, cerró y abrió los ojovarias veces. Después miró en otra direccióy volvió sus ojos hacia la ciudad.

Ésta continuaba en el mismo sitio.

-Sólo el diablo lo sabe -dijo con ugruñido-. Bueno, de todos modos vale lpena probar.

Envainó la espada. Se inclinó y levantó

Natala en brazos como si se tratara de unniña. La muchacha se resistió débilmente.

-No desperdicies tus fuerzas de est

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manera, Conan -dijo-. Puedo caminar.

-El terreno es mucho más rocoso aquí

explicó el cimmerio-. Tus sandalias prontquedarían destrozadas. Además, si hemos dllegar a la ciudad, debemos hacerlrápidamente. Así puedo caminar más deprisa

La posibilidad de seguir viviendo habíinyectado nuevas fuerzas a los miembros dacero del cimmerio. Comenzó a caminasobre la abrasadora arena como si acabarde comenzar la jornada. Conan, bárbarentre los bárbaros, tenía una resistencia física toda prueba, que le permitía sobrevivir econdiciones que hubieran acabado cocualquier hombre civilizado.

Él y la joven eran los único

sobrevivientes del ejército del príncipAlmuric, aquella horda que, siguiendo aderrotado príncipe de Koth, barría las tierrade Shem como una terrible tormenta d

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arena y anegaba en sangre las fronteras dEstigia. Los estigios lo seguían de cerca, y aatravesar el reino negro de Kush se encontr

con el camino bloqueado. Su única alternativera entrar en el peligroso desierto. Conan sdirigió entonces hacia el sur, hasta que drepente se encontró con el desierto. Locuerpos de sus hombres -mercenariosproscritos y todo tipo de delincuentes- yacíadestrozados a lo largo de las tierras altas dKoth, hasta las dunas del desierto.

Después de aquella masacre final, cuandlos estigios y los kushitas atacaron a lohombres acorralados que aún quedaban epie, Conan logró huir con la muchachmontado en un camello. Detrás de ellos, ltierra estaba plagada de enemigos. El úniccamino posible era el desierto al sur. Y a

habían penetrado en aquella inmensa abrasadora desolación.

La joven era una brithunia que Cona

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había encontrado en el mercado de esclavode una arrasada ciudad shemita, de la cual sapropió. No cabía duda de que su nuev

situación era mejor que la de cualquier mujede un harén shemita, y en consecuencia laceptó agradecida. Después, habícompartido las aventuras de las hordas dAlmuric.

Avanzaron durante varios días por edesierto, perseguidos por los jinetes estigiosLuego, al cesar la persecución, Conan y lmuchacha no se atrevieron a retrocedeContinuaron avanzando y buscando aguhasta que el camello murió. Despuésiguieron a pie. Los últimos días, susufrimientos habían sido atroces. Conaprotegió a Natala en todo lo que pudo. Ldura vida del campamento había desarrollad

en la joven una fuerza superior a la quposeía una mujer corriente. Pero aun así, lmuchacha no estaba muy lejos deagotamiento total.

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El sol golpeaba con fuerza sobre la cabezde Conan. Sentía conatos de mareo

náuseas, pero apretó los dientes y siguicaminando. Estaba convencido de que lciudad era una realidad y no un espejismoSin embargo, no tenía la menor idea de lque encontrarían allí. Los habitantes podíamostrarse hostiles. Pero al menos, allí habíposibilidad de lucha, y eso era todo cuantpodía pedir Conan.

El sol estaba a punto de ocultarse cuandllegaron frente a la enorme puerta y ssintieron protegidos a su sombra. Conan deja Natala de pie sobre la arena y distendió lomúsculos de sus doloridos brazos. Por encimde ellos veían las torres de unos diez metrode altura, construidas con un material suav

y verdoso casi como el cristal. Conan mirhacia los parapetos, temiendo lo peor, perno vio a nadie. Gritó y golpeó con impaciencila puerta con la empuñadura de la espada

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pero sólo le contestaron unos ecos burlonesNatala se acercó más a Conan, atemorizadpor el silencio. La puerta se abrió sola y e

cimmerio retrocedió, desenvainando espada. Natala ahogó un grito.

-¡Oh, Conan, mira!

En el interior, cerca de la puerta, había ucuerpo humano tendido en el suelo. Conan lcontempló fijamente y luego miró en todadirecciones. Entonces vio una gran extensióde terreno, como si fuera un patio, rodeadpor las arcadas de las casas, que estabaconstruidas con el mismo material verdoso dlas murallas. Estos edificios eran altos impresionantes y estaban coronados pobrillantes cúpulas y minaretes. Allí no habíseñales de vida. En el centro del patio habí

un pozo. Su presencia excitó a Conan, qutenía la boca pegada a causa del fino polvilldel desierto. Tomó a Natala por una muñecy cerró la puerta.

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-¿Está muerto? -preguntó la joven en vobaja, señalando al hombre que se hallab

tendido junto a la puerta. El cuerpo deindividuo era grande y fuerte, de pieamarillenta y ojos ligeramente rasgadosDifería del tipo hiborio. Llevaba sandalias cocorreas atadas a las pantorrillas y vestía untúnica de seda roja. De su cinto colgaba unespada con una vaina de tela bordada en oroConan lo tocó y notó que estaba frío. Ecuerpo no mostraba el menor indicio de vida

-No tiene ni una sola herida -gruñó ecimmerio-. Pero está tan muerto comAlmuric, atravesado por cuarenta flechaestigias. ¡En nombre de Crom! Veamos epozo. Si hay agua en él, beberemos, comuertos o sin muertos.

En el pozo había agua, pero no podíabeber. El nivel de agua se hallaba a unoquince metros de profundidad y no tenían co

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qué extraerla. Conan gruñó una maldición aver el líquido que estaba fuera de su alcancey comenzó a buscar algún medio d

obtenerlo. Entonces oyó el grito de Natala se volvió.

En ese momento, el hombre quaparentemente estaba muerto se abalanzsobre él. Sus ojos brillaban con auténtica vidy su corta espada centelleaba en su manoConan profirió otra maldición, pero no perditiempo en hacer conjeturas. Se enfrentó apeligroso atacante con un formidable golpde su sable, que le atravesó la carne y lohuesos. El cuerpo se tambaleó y despuécayó al suelo pesadamente.

Conan lo contempló murmurando para sLuego dijo:

-Este individuo no está más muerto ahorque hace unos minutos. ¿En qué casa dlocos nos hemos metido?

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Natala, que se había tapado los ojos colas manos, pero que miraba por entre lo

dedos, exclamó:-¡Oh, Conan! ¿No nos matará la gente d

la ciudad a causa de esto?

-Bueno -gruñó Conan-, este individuo nohabría matado si no le arranco la cabeza.

El cimmerio miró hacia las arcadas quabrían sus bocas oscuras desde las verdemurallas que había encima de ellos. No viningún movimiento ni oyó ningún ruido.

-No creo que nadie nos haya visto musitó-. Ocultaré esto... Levantó el cadávepor el cinturón con una mano, con la otr

cogióla cabezapor los pelos y llevó ambapartes del cuerpo hasta el pozo.

-Puesto que no podemos beber de est

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agua -masculló vengativamente el cimmerioimpediré que nadie mas disfrute de ella¡Maldito pozo!

Levantó el cuerpo hasta el brocal y lo dejcaer dentro del pozo, arrojando luego lcabeza. Desde el fondo llegó el ruido decadáver al caer en el agua.

-Hay sangre en las piedras -murmurNatala.

-Y habrá más, a menos que encuentragua pronto -repuso el cimmerio, cuypaciencia estaba llegando al límite.

La muchacha casi se había olvidado de lsed y del hambre a causa del temor, perConan no.

-Entraremos por una de esas puertas dijo-. Seguramente encontraremos a alguien

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-¡Oh, Conan! -exclamó la joveapretándose con fuerza contra él-. ¡Tengmiedo! ¡Ésta es una ciudad de fantasmas

de muertos! ¡Regresemos al desierto! ¡Sermejor morir allí que pasar por todos estohorrores!

-Iremos al desierto cuando nos echede aquí -respondió el cimmerio con ugruñido-. En algún lugar de esta ciudad haagua, y la encontraré aunque tenga qumatar a todos los hombres que vivan eella. -Pero... ¿y si resucitan?

-¡Entonces los volveré a matar hastque no resuciten más!

Miró a su alrededor y agregsúbitamente:

-¡Vamos! Esa puerta que hay allí es tapropicia como cualquier otra. Camina detráde mí, pero no corras a menos que yo te l

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diga.

La joven asintió con la cabeza y lo sigui

tan de cerca que tropezó con los talones debárbaro, el cual se puso furioso. Acababa Mcaer el crepúsculo, que colmó la extrañciudad de numerosas sombras de colopúrpura. Atravesaron el umbral de la puerta se encontraron en una amplia habitacióncuyas paredes estaban cubiertas de tapicebordados con extraños dibujos. El suelo, laparedes y el cielorraso estaban construidocon piedra de color verde brillante y lomuros estaban decorados con frisos doradosEl suelo estaba cubierto de cojines dterciopelo y seda. Había varias puertas quconducían a otras estancias. Conan y lmuchacha pasaron por otras habitacionecasi iguales a la primera. No vieron a nadie

pero el cimmerio gruñó, sospechando algo.

-Alguien ha estado aquí hace muy poctiempo. Este diván todavía está tibio por e

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contacto con un cuerpo humano. Ese cojín dseda tiene huellas de caderas y hay un ligerperfume en el aire.

La atmósfera del lugar era fantástica extraña..., parecía irreal. Entrar en aquepalacio silencioso era como sumirse en usueño provocado por el opio. Conan y ljoven evitaron algunas habitaciones niluminadas. Otras estaban alumbradas pouna tenue luz que parecía proceder de lajoyas incrustadas en las paredes, quformaban extraños diseños. De repentecuando entraban en una de aquellahabitaciones, Natala soltó un grito y aferró su acompañante por un brazo. Conan maldijen voz alta y se dio media vuelta, buscando un enemigo. Se asombró de no ver a nadiallí.

-¿Qué sucede? -preguntó-. Si vuelves cogerme así por el brazo, te arrancaré epellejo. ¿Por qué gritaste?

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-Mira eso.

Conan gruñó. Sobre una mesa de ébanpulido había unos recipientes dorados quaparentemente contenían comida y bebidaLa habitación estaba desierta.

-Bueno, fuera quien fuese la persona quiba a gozar de todo esto, ya puede buscaotro lugar para disfrutar esta noche.

-¿Podemos comer eso, Conan? -aventurla joven nerviosamente-. Podría llegar alguiey...

-¡Lir an mannanam mac lir!-bramó Conancogiendo a la joven por la nuca y obligándola tomar asiento en una silla dorada situad

en un extremo de la mesa-. ¡Estamomuertos de hambre y te atreves a haceobjeciones! ¡Come!

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El cimmerio se sentó en el otro extremde la mesa y tomó una jarra de jade verdeque vació de un trago. Contenía un líquid

parecido al vino, de sabor extraño, peragradable, desconocido para él, aunque parsu reseco gaznate era como néctar. Una vesaciada su sed, atacó con fruición la comidque tenía delante. El sabor de ésta también lresultó extraño. Había frutas exóticas carnes desconocidas. Los platos eran de unartesanía exquisita, y los cuchillos tenedores eran de oro. Conan ignoró locubiertos, comió con las manos y trinchó lcarne con los dientes. Los modales decimmerio eran bastante rudos. Su civilizadacompañante comía con más elegancia, percon la misma fruición. Conan pensó que lcomida podía estar envenenada, pero esidea no disminuyó su apetito. Prefería perece

envenenado que morirse de hambre.

Una vez satisfecho su apetito, Conan sechó hacia atrás en su silla exhalando u

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profundo suspiro de alivio. A juzgar poaquella comida fresca, era evidente que habíseres humanos en la silenciosa ciudad,

quizá un enemigo agazapado en cada rincónPero Conan no sentía la menor aprensióante tal idea, ya que tenía una enormconfianza en su habilidad para luchaComenzó a sentirse somnoliento y pensó eecharse a descansar un rato sobre un diván.

Natala ya no tenía hambre ni sed, pero nsentía deseos de dormir. Sus maravillosoojos miraban tímidamente en dirección a lapuertas, fronteras de lo desconocido. Esilencio y el misterio del extraño lugar abrumaban. La habitación parecía mágrande y la mesa mucho más larga que aprincipio, y tuvo la sensación de que estabdemasiado lejos de su protector. Se levant

rápidamente, se acercó a él y se sentó en surodillas. Luego volvió a mirar con inquietuhacia las puertas en forma de arco. Algunade ellas estaban iluminadas y otras no, per

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Un histérico gorgoteo surgió de lgarganta de Natala. Conan la sacudienérgicamente. Sin embargo, el cimmeri

sintió que la sangre se le helaba en las venasNo temía a los enemigos humanos, ni tenímiedo a nada que pudiera entender, poespantoso que fuera. Pero aquello rebasabtodos los límites.

Al cabo de un rato, no obstante, lcuriosidad prevaleció sobre su inquietud volvió a entrar en la habitación iluminadadispuesto a cualquier cosa. Miró en direccióa la otra habitación y vio que estaba vacía. Ltarima estaba en el mismo sitio, pero allí nhabía ningún ser humano. Sólo una gota dsangre, que parecía una gema de colocarmesí, sobre la cubierta de seda. Natala lvio y soltó un grito. Esta vez, Conan no l

castigó. El cimmerio sintió la mano helada dehorror. Sobre aquella tarima, hacía unomomentos, había un hombre. Alguien habíentrado en la habitación y se lo había llevado

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Conan no entendía lo que ocurría, pero uaura de horror sobrenatural se cernía sobr

aquellas habitaciones mal iluminadas.Estaba dispuesto a irse. Tomó a Natala d

la mano y se dio media vuelta. De repentdudó. Desde algún lugar de las habitacioneque habían atravesado llegó un ruido dpasos. Un pie humano descalzo o con algúcalzado ligero había producido aquel sonidoy Conan, con la cautela de un lobo, se volvirápidamente a un lado. Pensaba que podrívolver fácilmente al patio exterior e inclusevitar la habitación de la que había partidaquel sonido extraño.

Pero no habían cruzado la primerhabitación, cuando de repente les llamó l

atención el murmullo de un tapiz de sedaDelante de una alcoba cuya entrada estabcubierta por una cortina, había un hombre dpie, mirándolos fijamente.

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Era exactamente igual a los otros quhabía visto antes. Era alto y corpulento

vestía ropas de color azul y llevaba un cintadornado con piedras preciosas. En sus ojoambarinos no se reflejaba sorpresa nhostilidad. Se trataba simplemente de lmirada onírica de un comedor de lotoTampoco desenvainó la espada que lcolgaba del cinto. Después de un momentde tensión, habló con tono soñador, lejanoen una lengua que Conan no entendía.

Conan dijo algo en estigio, y edesconocido le repuso en la misma lengua.

-¿Quién eres?

-Soy Conan de Cimmeria -contestó e

bárbaro-. Ésta es Natala, de Brithunia. ¿Quciudad es ésta?

El hombre no respondió. Su mirad

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sensual y soñadora se fijó en Natala, y dijo:

-¡Ésta es la visión más extraña que h

tenido jamás! ¡Oh, muchacha de doradocabellos! ¿De qué tierra de ensueño vienes¿De Andana, Tothra o Koth?

-¿Qué locura es ésta? -preguntó Conan.

El desconocido no le prestó la menoatención.

-He soñado con bellezas máextraordinarias -musitó-, con hermosamujeres de cabellos negros como la noche ojos llenos de misterio. Pero tu piel es blanccomo la leche y tus ojos claros como el albaTienes la frescura y la dulzura de la mie¡Ven a mi diván, muchacha de ensueño!

El hombreavanzó hacia la joven con unmano extendida, pero Conan la apartó couna fuerza que hubiese fracturado el brazo d

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cualquiera. El desconocido retrocedió con loojos entornados, frotándose la mandolorida.

-¿Qué rebelión de fantasmas es ésta? musitó-. ¡Bárbaro, te ordeno que te vayas..¡Desvanécete! ¡Esfúmate! ¡Vete de aquí!

-¡Te haré desaparecer la cabeza! exclamó Conan, furioso, empuñando ssable- ¿Es ésta la bienvenida que das a loforasteros? ¡Por Crom! ¡Empaparé todoestos tapices de sangre!

La ensoñación había desaparecido de loojos del desconocido, dando paso a unmirada de asombro.

-¡Thog! -exclamó en voz alta-. ¡Eres rea

¿ De dónde vienes? ¿Quién eres? ¿Qué haceen Xuthal?

-Venimos del desierto -respondió Cona

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con un gruñido-. Entramos en la ciudad aatardecer, muertos de hambre. Encontramouna mesa servida para alguien y comimos

No tengo dinero para pagar la comida. En mpaís no le niegan alimentos a un hombrhambriento, pero vosotros, los civilizadossiempre deseáis cobrarlo todo, si eres comtodos los que he conocido hasta ahora. Nhemos hecho daño a nadie y ya nos íbamode aquí. ¡Por Crom! ¡No me gusta nada estlugar donde los muertos resucitan y lodormidos se esfuman en las sombras!

El hombre se sobresaltó ante las últimapalabras de Conan y su rostro amarillento spuso lívido.

-¿Qué dices? ¿Sombras?

-Bueno -repuso el cimmericautelosamente-, sombras... o lo que sea esque se lleva a un hombre dormido de starima y sólo deja en su lugar una gota d

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sangre.

-¿Lo has visto?

El hombre temblaba como una hoja. Etono de su voz se volvió más agudoEntonces, Conan dijo:

-No vi más que a un hombre dormidsobre una tarima, y después una sombra quse lo llevó misteriosamente.

El efecto de estas últimas palabras futerrorífico. El hombre se volvió con un alaridespantoso y salió corriendo de la habitaciónConan lo miró sorprendido, con el ceñfruncido. La joven se aferró temblando a sbrazo. No veían al hombre que huía, perseguían oyendo sus terribles alaridos a l

lejos, cuyo eco repetían las habitacioneabovedadas. De repente se oyó un grito máfuerte que los demás, y a continuación reinel silencio.

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-¡Por Crom! -exclamó Conanenjugándose el sudor que le perlaba la frent

con una mano que le temblaba ligeramente¡Ésta es una ciudad de locos! ¡Vámonos daquí, antes que nos encontremos con otrdemente!

-¡Es una pesadilla! -gimió Natala¡Estamos muertos y condenados! Hemomuerto en el desierto y estamos en einfierno. Somos espíritus incorpóreos... ¡Oh!

La joven se quejó por la fuerte palmadque Conan acababa de darle.

-No serás ningún espíritu, si chillas así dijo sonriendo el cimmerio, que a menuddaba muestras de humor en los momento

más inoportunos. Luego agregó:

-Estamos vivos, aunque no por muchtiempo si nos quedamos en esta casa d

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locos. ¡Vamos!

Atravesaron una habitación y s

detuvieron. Algo o alguien se acercaba. Svolvieron hacia el umbral de donde proveníalos ruidos, en espera de lo desconocidoEntonces apareció una silueta en la puertaConan maldijo entre dientes, al tiempo qusu fino olfato percibía el mismo perfume quhabía olido antes. Natala abrió la bocasombrada.

Allí había una mujer que los mirabsorprendida. Era alta, esbelta, tenía el cuerpde una diosa y vestía una túnica bordada copiedras preciosas. Una cascada de cabellonegros como la noche hacía destacar lblancura de su cuerpo marfileño. Los ojooscuros, de largas pestañas, tenían u

extraordinario misterio sensual. Conacontuvo la respiración ante semejantbelleza, y Natala la miró con los ojodesorbitados. El cimmerio jamás había vist

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una mujer como ésa. Sus rasgos eraestigios, pero su tez no. Sus brazos y piernaparecían de alabastro.

Pero cuando habló, con un tono profundorico y musical, lo hizo en estigio:

-¿Quién eres? ¿Qué haces en Xutha¿Quién es esta joven?

-¿Y tú quién eres? -preguntó a su veConan, a quien no le gustaba que le hicierapreguntas.

-Soy Thalis, la estigia -repuso ella-. Debeestar loco para atreverte a venir aquí.

-Creo que lo estoy -dijo el cimmerio coun gruñido-. ¡Por Crom, si estuviera cuerd

estaría fuera de lugar porque aquí estátodos locos! Llegamos del desierthambrientos y sedientos, y nos encontramocon un hombre muerto que luego intent

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apuñalarme por la espalda. Entramos en upalacio rico y lujoso, aparentementdeshabitado. Encontramos una mesa bie

servida, pero sin comensales. Después vimouna sombra que devoró a un hombrdormido...

Conan notó que el rostro de la mujecambiaba de color al oír sus últimas palabrasLuego agregó:

-¿Y bien...?

-Bien, ¿qué? -preguntó la mujedominándose perfectamente.

-Pues que esperaba que salieras corriendy aullando como una salvaje. Eso hizo ehombre al que le conté lo de la sombra. L

mujer se encogió de hombros.

-Entonces, ésos fueron los gritos quescuché. Cada hombre tiene su destin

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marcado y es inútil chillar como una rataCuando Thog me desee, vendrá a buscarme.

-¿Quién es Thog? -preguntó Conan corecelo. La mujer lo miró, estudiándolo darriba abajo en forma tal que hizo ruborizar Natala.

-Toma asiento en ese diván y te lo diréPero primero decidme vuestros nombres.

-Yo soy Conan el cimmerio y ésta eNatala, de Brithunia. Somos refugiados de uejército derrotado en las fronteras de Kush. no deseo sentarme de espaldas a lasombras.

La mujer tomó asiento en el diván couna risa musical, y extendió sus grácile

mientras con un felino abandono.

-Tranquilo -murmuró-. Si Thog te deseate llevará consigo, estés donde estés. E

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hombre que mencionaste, el que salicorriendo y gritando... ¿No le oíste soltar utremendo alarido y luego calla

repentinamente? En su frenesí debió dencontrar su propia muerte, una muerte de lque deseaba huir. Ningún hombre puedescapar a su destino.

Conan gruñó y tomó asiento en el borddel diván, con el sable cruzado sobre larodillas y mirando a su alrededor codesconfianza. Natala se sentó a su lado y sacurrucó en sus brazos. Miraba a la extrañmujer con recelo y resentimiento. Se sentípequeña e insignificante ante aquelextraordinaria belleza. No se equivocó avalorar las ávidas miradas que los enormeojos negros de ella lanzaban al gigantesccimmerio.

-¿Qué es este lugar y quiénes son estagentes? -preguntó Conan.

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-Esta ciudad se llama Xuthal. Es muantigua. Se construyó en un oasis quhallaron los fundadores de Xuthal en s

constante vagar por estas tierras. Llegarodel este hace tanto tiempo que ni siquiera sudescendientes recuerdan cuándo fue.

-Seguramente no habrá muchos. Estopalacios parecen vacíos.

-No. Hay mucha más gente de lo qusupones. La ciudad es en realidad un enormpalacio. Todos los edificios están dentro duna muralla y se comunican unos con otrosPodrías caminar a través de estahabitaciones durante horas sin ver a nadiePero hay momentos en los que podríaencontrar a cientos de personas.

-¿Cómo se entiende esto? -inquirió Conan

-Esta gente duerme durante la mayoparte del tiempo. El sueño es para ellos ta

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importante y tan real como su vida de vigilia¿Has oído hablar alguna vez del loto negroCrece en algunos lugares de la ciudad. Lo ha

cultivado durante muchos años y lograroque su jugo, en lugar de producir la muerteproporcione sueños agradables y fantásticosLa gente se pasa la mayor parte del tiempsoñando. Sus vidas son vagas, impredecibley carecen de objeto. Sueñan, despiertanbeben, aman, comen y vuelven a soñar. Rarvez terminan lo que comienzan porquinmediatamente vuelven a sumirse en esueño del loto negro. La comida quencontrasteis... seguramente era de algúhombre que la preparó cuando estabdespierto porque tenía hambre. Luego lolvidó y se volvió a dormir.

-¿Dónde consiguen su comida? -pregunt

Conan-. No he visto campos ni viñedos fuerde la ciudad. ¿Acaso hay huertos y establodentro de estos muros?

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La mujer negó con un movimiento de lcabeza.

-Se manufacturan sus propios alimentocon materias primas. Cuando no estádrogados, son todos grandes científicos. Suantepasados fueron verdaderos genios, aunque la raza cayó esclava de sus propiapasiones, todavía prevalecen algunos de suextraordinarios conocimientos. ¿No te hapreguntado aún cómo se consiguen estaluces? Pues son joyas fundidas con radio. Sfrotan con el pulgar para hacerlas brillar y svuelven a frotar, pero en sentido contrariopara apagarlas. Éste es sólo un ejemplo de ssabiduría. Sin embargo, han olvidado muchacosas. Tienen muy poco interés epermanecer despiertos.

-Entonces el hombre muerto que estaben la puerta...

-Seguramente, dormía profundamente

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Los soñadores del loto están como muertosCarecen de todo movimiento. Es imposibldetectar en ellos la menor señal de vida. E

espíritu ha abandonado el cuerpo y vaga placer por otros mundos exóticos. El hombrde la entrada era un buen ejemplo de lirresponsabilidad de esta gente. Estaba dguardia en la puerta, ya que la costumbrexige la presencia de un centinela aucuando jamás haya venido ningún enemigdel desierto. En otros lugares de la ciudaencontraras otros guardianes durmiendo taprofundamente como el que has visto en lentrada.

Conan guardó silencio un rato. Luegpreguntó:

-¿Dónde están todos ahora?

-Dispersos en diferentes lugares de lciudad. Tendidos en divanes, sobre lechos, ealcobas con cojines, sobre tarimas tapizada

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una presa. Por lo tanto, nadie está seguro.

Natala gimió de horror y rodeó e

cuello de Conan con los brazos, como stratara de impedir que la apartaran de sprotector.

-¡Por Crom! -exclamó el cimmeriasombrado-. ¿Quieres decir que toda estgente duerme tranquilamente pese a lamenaza que constituye ese demonio?

-Sólo en algunas ocasiones siente hambr-repuso la mujer-. Un dios debe recibsacrificios. En Estigia, cuando yo era niña, epueblo vivía bajo la sombra de un sacerdoteNadie sabía cuándo sería arrastrado hacia ealtar. Entonces, ¿qué diferencia hay entre sevíctima de los dioses por intermedio de u

sacerdote o que el mismo dios acuda ebusca de su presa?

-En mi pueblo no existe esa costumbre

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dijo Conan-, y tampoco en el de Natala. Lohiborios no sacrifican seres humanos a sdios Mitra, y en cuanto a mi pueblo, ¡po

Crom!, me gustaría ver a un sacerdotarrastrando a un cimmerio al altar. Sderramaría mucha sangre, pero no según lodeseos del sacerdote.

-Tú eres un bárbaro -dijo Thalis riendoThog es muy viejo y muy terrible.

-Estos individuos deben de ser tontos héroes -murmuró Conan- para echarse soñar sus imbéciles sueños sabiendo qupueden despertar en el vientre de ese dios.

La mujer volvió a reír.

-No conocen otra cosa. Desde hac

muchas generaciones, Thog se ha alimentadde ellos. Ésta es una de las razones por laque su número se ha reducido de varios milea unos pocos cientos. Se extinguirán dentr

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»Sin embargo -prosiguió-, todos elloprocuran aferrarse a la vida y temen al dio

al que adoran. Si ahora mismo estuvieradespiertos y se enterasen de que Thog andpor aquí, saldrían corriendo desesperados.

-¡Oh, Conan! -exclamó Natala¡Vayámonos de aquí en seguida!

-Todo a su tiempo, muchacha -musitConan, clavando los ojos en las esbeltapiernas de la mujer-. ¿Y qué hace una estigiaquí?

-Vine cuando era muy joven -repusThalis con calma mientras se tendía sobre ediván de terciopelo y cruzaba las manodebajo de la nuca-. Soy la hija de un rey y n

una mujer corriente, como habrás podidobservar por el color de mi piel, que es tablanca como la de esa joven que estcontigo. Fui raptada por un príncipe rebeld

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que fue hacia el sur con un ejército darqueros para conquistar nuevas tierras. Él sus guerreros perecieron en el desierto, per

antes de morir uno de ellos me colocó sobrun camello y caminó a mi lado hasta que npudo más y cayó muerto. El animal vagó dun lado a otro y finalmente perdí econocimiento a causa de la sed y el hambrehasta que desperté algún tiempo después eesta ciudad. Me dijeron -agregó la joven- qume habían visto al amanecer desde lamurallas, sin sentido, junto al camellmuerto. Me ayudaron a recuperar fuerzas coel vino dorado. Sólo el hecho de tratarse duna mujer los impulsó a aventurarse tan lejode las murallas. Por supuesto que sinteresaban por las mujeres, especialmentlos hombres. Puesto que yo no sabía hablasu idioma, aprendieron el mío. Tienen un

enorme capacidad intelectual y entendieromi lengua mucho antes que yo la suya. Perse sentían mucho más atraídos por mí qupor mi idioma. He sido y soy la única cosa po

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la que alguno de estos hombres olvida susueños de loto durante algún espacio dtiempo.

La mujer se echó a reír, fijando su miradprovocativa en Conan.

-Naturalmente, las demás mujeres tienecelos de mí -continuó diciendo cotranquilidad-. A su manera, y con su pieamarillenta, son bastante atractivas, pero tasoñadoras e inseguras como los hombres, y éstos les gusto no por mi belleza sino por mrealidad. ¡Yo no soy un sueño! Aunqualgunas veces he estado bajo los efectos deloto, soy una mujer normal, con emociones deseos terrenales.

«Creo que sería mejor que le cortaras e

cuello a esta joven con tu espada, antes qulos hombres de Xuthal despierten y la raptenDe lo contrario, la harán pasar por cosas colas que jamás ha soñado. Es una muchach

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demasiado débil para soportar todo lo que yhe aguantado. Soy hija de Luxur, y antes dcumplir quince años me condujeron a lo

templos de Derketo, la oscura diosa, para seiniciada en los misterios. ¡Y no es que mprimeros años aquí hayan estado exentos dnuevos placeres! Los hombres y las mujerede Xuthal poseen, en ese terrenoconocimientos que ignoran las sacerdotisade Derketo. Sólo viven para sus placeresensuales. Soñando o despiertos, sus vidaestán llenas de éxtasis exóticos, musuperiores a los del resto de los hombres.

-¡Malditos degenerados! -exclamó Conan

-Es cuestión de opiniones -repuso Thalcon ironía.

-Bueno -murmuró el cimmerio-, creo questamos perdiendo el tiempo. Veo que éstno es un lugar adecuado para simplemortales. Nos iremos antes que tu

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degenerados despierten o Thog nos devoreSospecho que el desierto es un lugar muchmás acogedor.

Natala, cuya sangre hervía en las venaante las últimas palabras de Thalis, asinticon un movimiento de la cabeza. Hablaba mael estigio, pero lo entendía a la perfecciónConan se puso en pie y ayudó a la joven hacer lo mismo.

-Si nos enseñas el camino más corto parsalir de esta ciudad -dijo-, nos iremos ahormismo.

Sin embargo, sus ojos no se apartaban dlos esbeltos miembros marfileños de lestigia.

La mujer lo notó y sonrienigmáticamente al ponerse en pie como ungata perezosa.

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-Sígueme -murmuró, segura de que lmirada del gigantesco cimmerio seguíclavada en su cuerpo.

No tomó el camino por el que habíallegado, pero antes de que Conan sospecharalgo, la mujer se detuvo en una amplihabitación en cuyo centro había una pequeñfuente, sobre un suelo de marfil.

-¿No quieres lavarte la cara, niña? -lpreguntó a Natala-. Está llena de polvo, aigual que tus cabellos.

Natala enrojeció de odio y resentimientante la malicia de las palabras de la estigiapero aun así aceptó la sugerencipreguntándose si el sol y el polvo del desiertle habrían estropeado la piel, que todas la

mujeres de su raza cuidaban especialmenteSe arrodilló junto a la fuente, echó haciatrás sus cabellos, se bajó la túnica hasta lcintura y comenzó a lavar no sólo su rostr

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sino también sus blancos brazos y hombros.

-¡Por Crom! -exclamó Conan-. La

mujeres se detienen a pensar en su bellezaunque el mismísimo diablo les esté pisandlos talones. Date prisa, muchacha. Estaráotra vez llena de polvo antes de qusalgamos de esta ciudad. Thalis, tagradecería mucho que nos proporcionaraun poco de comida y bebida.

Como respuesta, Thalis se apretujó contrsu cuerpo y pasó su blanco brazo por lobronceados hombros. Conan percibiinmediatamente el perfume de los cabellos dla mujer.

-¿Por qué partir hacia el desierto? murmuró Thalis en voz baja-. ¡Quédate aqu

Te enseñaré cómo se vive en Xuthal. Tprotegeré. ¡Te amaré! Eres un hombre dverdad. Estoy harta de esos idiotas qusueñan y despiertan, y luego vuelven

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dormirse una vez más. Deseo la pasión limpy recia de un hombre de la tierra. El fuego dtus ojos me hace latir aceleradamente e

corazón y el contacto de tu brazo de hierrme enloquece. ¡Quédate aquí! ¡Te haré rede Xuthal! ¡Te enseñaré todos los antiguomisterios y los más exóticos caminos deplacer! Yo...

La mujer le había rodeado el cuello coambos brazos y se había puesto de puntillapara apretujar su cuerpo vibrante contra ede Conan. Al mirar por encima del hombro dla mujer, el cimmerio vio a Natala y notó qula muchacha, al echar atrás sus mojadocabellos, se detenía a mirarlo, y abrió la bocy los ojos con un gesto de profundo asombroConan murmuró algo ininteligible y sdeshizo de Thalis, apartándola con una mano

La joven miró a la muchacha brithunia sonrió enigmáticamente, mientras parecíestar asintiendo de manera misteriosa con umovimiento de su espléndida cabeza.

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Natala se incorporó y se ajustó la túnicaSus ojos brillaban de indignación y en s

rostro se reflejaba una mueca de doloConan maldijo entre dientes. No era mámonógamo que cualquier aventurero, pero eél había una decencia innata que constituía lmejor protección para Natala.

Thalis no insistió más. Les hizo una señcon la mano para que la siguieran, luego svolvió y atravesó la habitación. Se detuvcerca de la pared cubierta de tapicesMientras la miraba, Conan se preguntó si nestaría oyendo los sonidos producidos por emonstruo que se paseaba furtivamente por epalacio. El cimmerio sintió un escalofrío antesa posibilidad.

-¿Qué estás escuchando? -quiso sabeConan.

-Estoy mirando esa puerta -respondi

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Thalis, señalando con una mano hacia otrlado.

Conan se dio media vuelta con la espaden la mano, pero no vio nada. De inmediatoyó un ruido a sus espaldas y giró sobre sutalones. Thalis y Natala habían desaparecidoEn ese preciso momento, el tapiz caía dnuevo sobre la pared como si alguien lhubiera levantado un segundo antesMientras el cimmerio contemplaba la paredasombrado, desde el otro lado del muro soyó el grito ahogado de la muchachbrithunia.

Cuando Conan se volvió para mirar hacila puerta que le señalaba Thalis, Natala shallaba exactamente detrás de él y a un ladde la estigia. En el mismo momento en que e

cimmerio les volvió la espalda, Thalis cubricon una mano la boca de Natala con lrapidez de una pantera, ahogando el grito dla muchacha. Simultáneamente, el otro braz

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de la estigia rodeó la estrecha cintura de ljoven y la empujó contra la pared, que cedicuando un hombro de Thalis presionó sobr

ella. Una sección del muro giró hacia adentroy Thalis se deslizó con la prisionera a travéde una abertura del tapiz, en el momento eque Conan se volvía.

Al cerrarse la puerta secreta, reinó la maabsoluta oscuridad. Thalis se detuvo por uinstante para palpar el panel y correr ucerrojo, y cuando apartó la mano de la bocde Natala, la brithunia comenzó a gritar cotodas sus fuerzas. La carcajada de Thalis fucomo miel envenenada en la oscuridad.

-Grita todo lo que quieras, pequeñestúpida. Lo único que conseguirás seracortar tu vida.

Natala guardó silencio. Todo su cuerptemblaba.

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-¿Por qué has hecho esto? -preguntó¿Qué te propones?

-Recorreremos una corta distancia través de este corredor y te dejaré allí paralguien que vendrá a buscarte tarde temprano.

-¡Ooooh! -sollozó Natala aterrada-. ¿Poqué quieres hacerme daño? ¡Yo no te hhecho nada!

-Quiero a tu guerrero. Y tú te interponeen mi camino. Él me desea; lo leí en sus ojosDe no ser por ti, hubiera aceptado quedarse ser mi rey. Cuando tú desaparezcas, él mseguirá.

-Te cortará el cuello -aseguró Natala co

convicción, ya que conocía a Conan mejoque Thalis.

-Lo veremos -agregó la estigia con l

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de dolor y furia. Retrocedió unos pasos Natala se liberó de sus brazos y cayó sobre epulido suelo de piedra. Se puso en pie, corri

hacia la pared más cercana y se quedó alltemblando. No veía a Thalis, pero la oía.

Evidentemente la estigia no estabmuerta. Maldecía sin cesar, y su furia era taterrible que Natala sintió que se le helaba lsangre en las venas.

-¿Dónde estás, pequeño diablo? -preguntThalis jadeando-. Deja que ponga mis manosobre ti de nuevo y te...

La brithunia se estremeció de espantante la descripción del daño que pensabhacerle su rival. El lenguaje de la estigihubiera avergonzado al ciudadano má

ordinario de Aquilonia.

Natala oyó que la estigia andaba a tientaen la oscuridad, y a continuación se encendi

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una luz. Evidentemente, el miedo que Thalpudiera sentir en aquel oscuro pasillquedaba ahogado por la cólera. La lu

procedía de una de las gemas con radio quadornaban los muros de Xuthal. Thalis habífrotado una de ellas y en ese momento lestigia estaba iluminada por su resplandorojizo, diferente a la luz que tenían lademás. Se apretaba un costado con unmano y la sangre se deslizaba entre sudedos. Pero a pesar de ello no parecídebilitada. Era evidente que no estaba heridde gravedad. Sus ojos relampagueaban cofuria. El poco valor que le quedaba a Natalse esfumó cuando vio a la estigia de pie bajaquel extraño resplandor, con su bello rostrdeformado por un odio verdaderamentinfernal. Thalis avanzó con paso de panterasacudiendo con impaciencia la sangre de su

dedos. Natala vio que no había herido dgravedad a su rival. La hoja de acero habíresbalado por el enjoyado cinturón de Thalisy luego arañó superficialmente su piel, l

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suficiente como para aumentar todavía mála cólera de la estigia.

-¡Dame esa daga, estúpida! -mascullóavanzando hacia la asustada joven.

Natala sabía que era preciso luchamientras pudiera hacerlo, pero se sentíabsolutamente incapaz de reunir las fuerzas el valor necesarios. Su falta de espíritcombativo, la oscuridad, la violencia y ehorror de su aventura la habían dejadinerme física y mentalmente. Thalis arrancla daga de sus manos y la arrojó a un ladcon ademán despreciativo.

-¡Pequeña zorra! -murmuró entre dientesabofeteando furiosamente a la joven-, ¡Antede arrastrarte por el pasillo para arrojarte

las fauces de Thog, te haré sangrar un poco¡Has osado herirme! ¡Pagarás cara taudacia!

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Thalis cogió a la joven por los pelos y larrastró a través del corredor, hasta el borddel círculo de luz. En la pared había u

grueso anillo de metal situado a la altura dla cabeza. De él colgaba una soga de sedaComo en una pesadilla, Natala sintió que larrancaban la túnica y un segundo despuéThalis ataba sus muñecas al anillo de lpared, del que quedó colgadacompletamente desnuda. Sus pies apenatocaban el suelo. Natala volvió la cabeza y vique Thalis descolgaba de la pared un látigcon el mango enjoyado. Estaba formado posiete sogas de seda, redondas y mucho máduras que el cuero.

Thalis lanzó un grito de venganza atiempo que levantaba el brazo, y Natala soltun alarido cuando el látigo golpeó su

caderas. La joven se retorcidesesperadamente, con la impresión de quen pocos segundos su cuerpo iba a quedacompletamente destrozado. Cada golpe d

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látigo arrancaba de sus labios alaridos dangustia.

Cuando Natala giró su cabeza parsuplicar a Thalis que se apiadara de ella, algcongeló sus gritos en la garganta. El dolor dipaso a un tremendo horror que se reflejó esus bellos ojos.

Sorprendida por la expresión de su rostroThalis detuvo su mano levantada y se dimedia vuelta con la agilidad de un felino¡Demasiado tarde! Un terrible grito surgió dsus labios cuando se tambaleó hacia atráslevantando los brazos. Natala la vio durantun segundo; era una blanca silueta presa dpánico, recortada contra una enorme masnegra que se abalanzaba sobre ella. Luego lfigura blanca dejó de tocar el suelo con lo

pies, la sombra retrocedió con ella y Natalquedó sola en el círculo de tenue luz, medidesmayada de horror.

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Desde las negras sombras llegaron hastella unos sonidos incomprensibles que lhelaron la sangre. Oyó la voz de Thal

suplicando desesperadamente, pero nadirespondió. No se oía otro sonido que el de lvoz aterrada de la estigia, que de repentestalló en alaridos de dolor y después ecarcajadas histéricas mezcladas con sollozosAl cabo de unos segundos, Natala oyó ujadeo convulsivo. Luego cesaron los ruidos reinó un terrible silencio en el pasillo secreto

Natala sintió náuseas a causa del horror hizo un esfuerzo por volverse a mirar hacia elugar por el que había desaparecido la negrsombra de Thalis. No vio nada, pero tuvo lsensación de un peligro latente, de unamenaza que no acababa de comprendeLuchó contra la histeria que empezaba

apoderarse de ella. El dolor de sus muñecaheridas y de su cuerpo torturado quedrelegado ante la proximidad de aquellamenaza que no sólo ponía en peligro s

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cuerpo, sino también su alma.

Aguzó la vista para intentar ver más all

del círculo de luz, con todos los nervios etensión por temor a lo que pudiera ocurriAhogó un grito. La oscuridad estaba tomandforma. Algo enorme y abultado surgía denegro vacío. Vio una cabeza deforme gigantesca que entraba en el círculluminoso. Al menos eso le pareció a Natalaaunque no era la cabeza de un ser normaVio un enorme rostro parecido al de un sapocuyos rasgos eran tan borrosos como los dun espectro visto en un espejo de pesadillaVio unos grandes haces luminosos que podíaser unos ojos que parpadeaban y la mirabany entonces la joven tembló ante la lujuricósmica que se reflejaba en ellos. No podíver el cuerpo de la criatura. Su siluet

parecía alterarse y difuminarse sutilmentcada vez que lo miraba. Sin embargo, lsustancia de que estaba hecho parecía sebastante sólida. No había nada de nebuloso n

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fantasmagórico en él.

Cuando se acercó más a ella, Natala n

pudo ver si se arrastraba, caminaba o flotaben el aire. Su forma de locomoción erincomprensible para ella. Y cuando salió pocompleto de las sombras, Natala todavía nestaba completamente segura de qué strataba. La luz de la gema no lo iluminabcomo podría haberlo hecho con una criaturnormal, porque por imposible que parecieraquel ser era inmune a la luz. Sus rasgoseguían siendo oscuros e imprecisos, a pesade haberse detenido tan cerca de ella qucasi podía tocarlo. Sólo el enorme rostro dsapo parecía tener cierta claridad. Lo demáera un borrón, una negra sombra que la lunormal no iluminaría ni disiparía.

Natala pensó que se había vuelto locporque no podía decir si aquella cosa lmiraba desde arriba o desde abajo. Erincapaz de distinguir si el repugnante rostr

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la contemplaba desde las sombras que había sus pies, o la observaba desde una enormaltura. Pero si su vista la había convencido d

que, fueran cuales fuesen sus cualidadesestaba hecho de sustancia sólida, su sentiddel tacto confirmó ese hecho. Un miembrque parecía un oscuro tentáculo se deslizalrededor de su cuerpo y Natala gritó cuandsintió ese contacto en su carne desnuda. Nera frío ni caliente, ni áspero ni suave. Jamála había tocado una cosa semejante. Y en esinstante supo que, fuera cual fuese la formde vida que representaba aquello, no strataba de un animal.

Comenzó a gritar sin control mientras emonstruo tiraba de ella como si quisierarrancarla brutalmente de sus ligaduras. entonces algo sonó sobre sus cabezas, y un

forma humana cruzó el aire y cayó sobre esuelo de piedra.

Cuando Conan se dio media vuelta

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alcanzó a ver que el tapiz volvía a su lugar oyó el ahogado grito de Natala. Entonces sarrojó contra la pared, rugiendo como u

león. Al retroceder por el potente impactoque hubiera fracturado los huesos de uhombre normal, arrancó el tapiz dejando adescubierto lo que parecía ser una pared lisaDominado por una furia terrible levantó epesado sable para golpear el mármol, perentonces otro ruido lo hizo girar sobre sutalones.

Delante de él había un grupo dindividuos amarillentos, con túnicas azules espadas cortas en la mano. Al volverse, lohombres se abalanzaron sobre él profiriendgritos hostiles. Enloquecido por ldesaparición de la muchacha, el bárbarcontraatacó.

Al saltar hacia adelante sintió una terriblsed de sangre, y entonces el primer atacantecuya espada saltó por los aires al chocar co

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su sable, cayó pesadamente al suelo. Conadetuvo un brazo que descendía sobre él, y lmano que sostenía la otra espada saltó lejo

chorreando sangre. Pero el cimmerio no sdetenía ni dudaba. Con otro movimiento dpantera acorralada eludió el ataque de dohombres, y la espada de uno de ellos, afallar su objetivo, se hundió en el pecho deotro.

De las otras gargantas surgió un clamode sorpresa, y Conan se permitió entoncesoltar una carcajada al derribar a otro de lohombres de Xuthal, que rodó por el suelo colas entrañas al aire.

Los guerreros de Xuthal aullaban comlobos enloquecidos. Poco habituados a llucha, eran ridículamente lentos y torpe

comparados con el bárbaro, cuyomovimientos eran de una rapidez sólo posiblpara alguien perfectamente entrenado para lbatalla. Los hombres tropezaban entre sí

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atacaban demasiado pronto o con excesivlentitud, y de esta manera sus golpes sperdían en el aire.

Sin embargo, y a pesar de sus defectoevidentes, los hombres de Xuthal no carecíade valor. Lo rodeaban gritando y atacando, surgían más y más individuos por las puertacercanas, despertados por el clamor de lbatalla.

Conan, sangrando por una herida qutenía en la frente, despejó el campo por umomento con un giro mortal de sable, luego echó una rápida mirada a su alrededobuscando una salida. En ese momento vique el tapiz que había en una de las paredehabía sido corrido y dejaba al descubierto unestrecha escalera. En esta última se hallab

un hombre lujosamente ataviadoparpadeando perezosamente, como acabara de despertar. La visión y la acción dConan fueron simultáneas.

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Saltó como un tigre por encima decerrado círculo de espadas sin que lo tocaran

y luego corrió hacia la escalera con los demáhombres detrás de él. Tres de ellos senfrentaron con él en los primeros escalonede mármol y Conan los atacó con la furia dun león. Hubo un momento en que las hojade acero relampaguearon como rayos en untormenta de verano. Luego el grupo sdeshizo y Conan subió a toda velocidad por lescalera. Los demás hombres lo persiguieronsaltando por encima de tres cuerpos que sretorcían en el suelo.

Cuando Conan subía por la escalera dmármol, el hombre que se hallaba en la partsuperior de ésta pareció despertar pocompleto de su estupor y desenvainó un

espada, que resplandeció con un brillo heladbajo la luz de radio. Extendió la hoja haciabajo, pero Conan la esquivó con rapidez, la punta le rozó la espalda. El cimmerio s

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desesperadamente de encontrar a Natala, yque estaba seguro de que la muchachnecesitaba ayuda con urgencia. Pero en eso

momentos, perseguido por los guerreros dXuthal, lo único que podía hacer era correconfiando a la suerte la posibilidad deludirlos y de hallar a la joven. Entre aquellaestancias mal iluminadas pronto perdió todsentido de la orientación, y no resultó extrañque entrara en una habitación en la que eese preciso momento también entraban suenemigos.

Al verlo, gritaron vengativamente y sabalanzaron sobre él. Conan soltó un gruñidy se dio media vuelta para huir en otrdirección, por el mismo camino que habírecorrido antes. Al menos, eso era lo que ésuponía. Pero cuando entró en una habitació

ocupada, se dio cuenta de su equivocaciónTodas las habitaciones que había atravesaddespués de subir las escaleras estabavacías. En aquella última había alguien que a

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verlo entrar se puso en pie gritando.

Conan vio a una mujer de pie

amarillenta, cubierta de joyas, que lo mirabcon los ojos desorbitados. La mujer extendiuna mano con rapidez y tiró de una soga dseda que colgaba de la pared. El suelo cedibajo los pies de Conan y ni siquiera sformidable instinto pudo librarlo de caer en lnegra boca que se abrió debajo de él.

Conan cayó como un gato sobre sus piey sobre una mano, y apoyó instintivamente lotra en la empuñadura de su sable. Un gritfamiliar llegó hasta sus oídos cuando se dimedia vuelta como un lince acorralado quenseña sus colmillos en actitud amenazadoraConan, mirando por debajo de su largmelena, vio el blanco cuerpo de Natala que s

retorcía entre el abrazo lascivo de una formnegra de pesadilla que sólo podía habenacido en las mismísimas fosas del infierno.

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En otro momento, ver aquellmonstruosidad le habría helado la sangre elas venas a Conan. Pero al ver a su amiga e

aquella situación dramática, sintió que efuror lo cegaba y atacó al monstruo. Éstsoltó a la muchacha para ocuparse de satacante. El enloquecido sable de Conan cortel aire con la velocidad del rayo y atravesó eenorme bulto negro, esa masa extrañamentviscosa, para golpear después el suelo dpiedra, del que arrancó una miríada dchispas. Conan cayó de rodillas al suelo por eimpacto del golpe. No había encontrado lresistencia que esperaba. Cuando sincorporó, el monstruo ya estaba encima dél.

Se cernía sobre su cabeza como una nubnegra y viscosa. Parecía flotar a su alrededo

en hilos casi líquidos, envolviéndolo ahogándolo. El sable golpeó una y otra vez, Conan sintió el contacto de un líquido espessemejante a la sangre. Aun así, no cejó en s

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furia.

Conan no podía asegurar si estab

cercenando los brazos del monstruo o estaba hundiendo el arma en su cuerpo. Egigantesco cimmerio salió despedido a ulado y a otro por la violencia de la batallacon la impresión de que no estaba luchandcon un solo ser vivo, sino contra un ejércitoAquella cosa mordía, arañaba, aplastaba golpeaba, todo al mismo tiempo. Sintió quunos colmillos y unas uñas largas se clavabaen su carne. Le pareció que unos tentáculocomo cables de acero ceñían sus miembros su torso y, lo que era peor aún, que unespecie de látigo formado por escorpionecaía una y otra vez sobre sus hombros y specho, arrancándole la piel y llenando suvenas con un veneno que era como fueg

líquido.

En medio del torbellino de la batalla, lodos rodaron de un lado a otro del pasillo

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cada vez más lejos. El cerebro de Conan snubló por el castigo que estaba recibiendo, su respiración se hizo dificultosa. De repente

por encima de su cabeza, vio un rostrparecido al de un sapo, iluminado por untenue luz que parecía emanar de él mismoLanzando un alarido que en realidad era unmaldición, Conan saltó y atacó con todas sufuerzas. El sable se hundió hasta lempuñadura en algún lugar debajo de aquerostro espantoso, tal vez en el cuello, inmediatamente un temblor convulsivo agitla masa negra que envolvía al cimmerio. Coun estallido volcánico de contracciones expansiones, la cosa se tambaleó, retrocediy rodó con fantástica velocidad por el pasilloConan lo persiguió, sin dejar de atacainvencible, apretándose contra el monstrucomo un perro de presa, sin soltar l

empuñadura del sable, que no lograbarrancar de la masa viscosa.

En ese momento, la cosa brilló con u

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resplandor fosforescente que cegó a Conan, la vez que sentía que la enorme masa negrse separaba de él dejando su sable e

libertad. El arma y la mano que la sostenígolpearon en el vacío por última vez. Ebrillante cuerpo del monstruo cayó como umeteoro y Conan, completamente aturdidonotó que se hallaba al borde de un pozo dboca muy ancha, de una superficiresbaladiza. El cimmerio se quedó apoyadsobre éste durante un momentocontemplando cómo la cosa brillantdesaparecía en el fondo hasta tocar unsuperficie resplandeciente, que durante usegundo pareció ascender casi hasta emismo borde del pozo. El fantástico brillduró unos segundos, hasta que desaparecitotalmente. Conan miró por última vez haciel negro abismo en el que reinaba el má

absoluto silencio.

Luchando en vano por librarse de suligaduras de seda, Natala trató de taladrar

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oscuridad con sus ojos, mucho más allá decírculo de luz que la rodeaba. Su lenguparecía estar pegada al paladar. Había vist

que Conan desaparecía en las sombras, en ucombate mortal con el demonio desconocidoy los únicos sonidos que llegaron a sus oídohabían sido los terribles jadeos del bárbaroel impacto de los cuerpos que luchaban y losalvajes golpes que se daban en la oscuridadDe repente todo cesó; Natala se balanceaben sus ligaduras casi sin conocimiento.

El ruido de unos pasos la sustrajo de sapatía y vio a Conan, que surgía de lapenumbras. La joven reconoció su propia voen un grito que se repitió en cien ecos a llargo del túnel. Resultaba penoso contemplael castigo físico que había recibido ecimmerio.

-¡Oh, Conan! -sollozó la joven-. ¿Qué hsucedido?

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El cimmerio no tenía fuerzas ni parhablar, pero sus labios lacerados esbozarouna leve sonrisa al acercarse a la muchacha

Su pecho peludo, brillante por el sudor y lsangre, jadeaba intensamente. Levantó lobrazos con gran esfuerzo y cortó las ligaduraque mantenían atada a la joven en la paredLuego cayó de espaldas contra ésta, con latemblorosas piernas separadas, que ya no lsostenían por más tiempo. La joven sincorporó de donde había caído y lo abrazsollozando histéricamente.

-¡Oh, Conan, estás gravemente herido¡Oh! ¿Qué haremos?

-No se puede luchar contra un demonide los infiernos y salir bien librado de la luch-dijo el cimmerio jadeando.

-¿Dónde está? -musitó Natala-. ¿Lmataste?

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-No lo sé. Cayó en un pozo. Estaba hechpedazos sanguinolentos, pero no puedasegurar que el acero lo haya matado.

-¡Oh, tu pobre espalda!

-Me dio una infinidad de latigazos con unde sus tentáculos -dijo Conan, maldiciendentre dientes al moverse-. Cortaba como sfuera un alambre y quemaba como el venenoPero lo que más daño me hizo fue la fuerzcon la que me aplastó. Era peor que unserpiente pitón. Me parece que tengo la mitade las tripas fuera de su sitio.

-¿Qué haremos?

Conan la miró. La trampilla del techestaba cerrada. Hasta ellos no llegaba ningú

ruido.

-No podemos retroceder por la puertsecreta -murmuró el cimmerio-. Es

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habitación está llena de hombres muertos seguramente habrá guerreros vigilando allDeben de haber creído que mi destino estab

sellado cuando caí por esa trampilla, porqude lo contrario me hubieran seguido hastaquí. Ahora coge esa gema con radio de lpared... Cuando venía hacia aquí, vi algunaarcadas que daban paso a otros túnelesEntraremos por el primero que veamosQuizá conduzca a alguna fosa exterior o aaire libre. Tenemos que guiarnos por el azaNo podemos pudrirnos aquí dentro.

Natala obedeció y Conan, sosteniendo epequeño punto de luz en la mano izquierda el sable ensangrentado en la derechacomenzó a caminar por el pasillo. Lo hizlenta y rígidamente, puesto que lo único qulo sostenía en pie era su vitalidad animal. E

sus ojos inyectados en sangre había unexpresión vacía. Natala vio que el cimmerise pasaba la lengua de vez en cuando por lolabios heridos. Sabía que sus sufrimiento

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eran terribles. Pero Conan, con el estoicismpropio de los bárbaros, no profirió ni una solqueja.

Al cabo de un rato la tenue luz iluminuna negra arcada, y Conan penetró en unuevo túnel. Natala se estremeció ante idea de lo que podría esperarles allí, pero lluz puso de relieve la presencia de un túnecasi igual al que habían dejado.

La joven no tenía la menor idea decamino que había recorrido hasta llegar a unpuerta de piedra con un cerrojo dorado.

Miró a Conan dubitativa. El bárbaro stambaleaba y la luz, inestable en sus manosproducía sombras fantásticas en las paredey en el suelo.

-Abre esa puerta, muchacha -murmurcon voz cansada-. Nos estarán esperando lohombres de Xuthal y no los decepcionaré

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humedeciendo sus labios resecos con llengua-. Beberemos antes de morir.

Parecía estar ciego. Natala lo tomó pouna mano y lo condujo con cuidadocaminando de puntillas y esperando vesurgir de un momento a otro, bajo laarcadas, a muchos hombres de pieamarillenta.

-Bebe tú mientras yo vigilo -dijo Conan evoz baja.

-No, yo no tengo sed. Tiéndete junto a lfuente para lavarte las heridas.

-¿Dónde están las espadas de Xuthal?

Conan se pasaba constantemente e

antebrazo por los ojos, como tratando daclarar su visión.

-No oigo nada. Todo está en silencio.

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Conan se puso de rodillas junto a lfuente, hundió el rostro en el amplio cuenc

de cristal y bebió como jamás lo había hechen toda su vida. Cuando levantó la cabezasus ojos tenían una expresión más normal. Ecimmerio se tendió en el suelo tal como lhabía sugerido la joven, aunque sin soltar esable que sostenía en la mano ni apartar suojos de las arcadas. Natala lavó la pielaceradade Conan y luego vendó sus heridamás profundas empleando para ello uncortina de seda.

Al terminar su tarea, Natala se quedhelada por la sorpresa. Debajo de unotapices que cubrían parcialmente la entradde una alcoba, acababa de ver una mano dpiel amarillenta.

Sin decirle nada a Conan, la joven sincorporó y cruzó la habitación con calmaaferrando la empuñadura de la daga de

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cimmerio. El corazón le latía aceleradamentcuando apartó la cortina con sumo cuidadoSobre la tarima dormía una joven desnuda d

piel amarilla, aparentemente muerta. Junto su mano había una jarra de jade casi llena dun extraño líquido del elixir descrito poThalis, que proporcionaba vigor y vitalidad la degenerada Xuthal. Se inclinó sobre ecuerpo de la joven y se apoderó de la jarraal tiempo que apoyaba la punta de su dagsobre el pecho de la muchacha. Pero ésta nse despertó.

Natala dudó. Pensó que sería muchmejor matar a aquella joven y eliminar así epeligro de que despertara y gritara. Pero nse decidía a hundir el puñal del cimmerio eaquel pecho inmóvil. Por último, corrió lcortina y regresó junto a Conan.

Se inclinó sobre él y apoyó el borde de ljarra en sus labios. El cimmerio bebió, aprincipio mecánicamente, y luego con avidez

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Ante el asombro de Natala, Conan se sentó tomó la jarra de sus manos. Cuando levantel rostro, el cimmerio tenía los ojos claros

una expresión normal. Gran parte del enormcansancio físico había desaparecido de scara, su voz era firme y ya no deliraba.

-¡Por Crom! ¿Dónde conseguiste esto?

La muchacha señaló con una mano respondió:

-En esa alcoba en la que hay una joveamarilla durmiendo. Una vez más, Conabebió el dorado líquido.

-¡Por Crom! -exclamó exhalando uprofundo suspiro-. Siento que por mis venacorre nueva vida y una fuerza semejante a

fuego. ¡Debe ser el elixir de la vida!

Se puso en pie y recogió su sable desuelo.

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-Será mejor que volvamos al corredor sugirió Natala nerviosamente-. Si no

quedamos aquí mucho tiempo, nodescubrirán. Podemos escondernos allí hastque curen tus heridas...

-¡Yo no! -gritó el cimmerio-. No somoratas que se escondan en la oscuridad. Ahormismo abandonaremos esta endiabladciudad y no permitiremos que nadie nodetenga.

-¡Pero tus heridas...! -se quejó la joven.

-No las siento. Puede ser que este elixme haya proporcionado una fuerza falsa, perte juro que no siento dolor ni debilidad. Cosúbita decisión, Conan cruzó la habitación

se dirigió a una ventana que la joven nhabía visto. Natala miró hacia el exterior poencima del hombro del cimmerio. Una frescbrisa agitó unos rizos que le caían sobre l

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frente. Más arriba se veía el firmamento, quparecía de terciopelo negro sembrado destrellas. Debajo de ellos se extendía lo qu

parecía ser el desierto.-Thalis dijo que la ciudad era un enorm

palacio -musitó Conan-. Evidentementealgunas de las habitaciones están construidacomo torres en las murallas. Ésta es una dellas. La casualidad nos ha guiado bien.

-¿Qué quieres decir? -preguntó Natalmirando con aprensión por encima de shombro.

-Hay una jarra de cristal sobre esa mesde marfil. Llénala de agua y ata a su cuelluna tira de seda para hacer un asa mientrayo rasgo este otro tapiz.

La joven obedeció sin hacer ningúcomentario, y cuando terminó su tarea vique Conan unía con rapidez largas tiras d

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seda para hacer una soga, uno de cuyoextremos sujetó a una pata de la enormmesa de marfil.

-Probaremos de nuevo en el desierto -dijConan-. Thalis habló de un oasis que había un día de marcha hacia el sur, y de verdepraderas. Si llegamos a ese oasis, podremodescansar hasta que se curen mis heridasEste vino es magia pura. Hace poco estabcasi muerto, y ahora estoy preparado parcualquier cosa. Aquí queda suficiente sedcomo para que te hagas un vestido.

Natala había olvidado su desnudez. Ehecho en sí no la preocupaba en absolutopero su delicada piel necesitaba protecciócontra el sol del desierto. Mientras la jovesujetaba una pieza de seda a su cuerpo

Conan se dio media vuelta y con un gestdesdeñoso separó los frágiles barrotes de orde la ventana. Luego rodeó la cintura dNatala con el extremo suelto de la soga y l

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dijo que se sujetara a ella con ambas manosEntonces la subió hasta la ventana y le hizdescender los diez metros que los separaba

del suelo. Una vez en tierra, Natala se liberde la soga, que Conan recogió. Después tomlas jarras de agua y vino para enviárselos a ljoven y descendió rápidamente.

Cuando el cimmerio llegó a su ladoNatala exhaló un suspiro de alivioPermanecieron inmóviles al pie de la gramuralla durante unos instantes, con lapálidas estrellas sobre su cabeza y el desnuddesierto delante de ellos. Natala ignoraba lopeligros que aún les esperaban, pero estabcontenta de hallarse fuera de aquella ciudairreal y fantasmagórica.

-Puede que encuentren la soga -gruñ

Conan cargándose las jarras sobre lohombros, que encogió ligeramente cuandéstas tocaron sus heridas-. Incluso puedeperseguirnos, pero a juzgar por lo que dij

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Thalis, lo dudo. Por aquí se va hacia el suPor lo tanto, en algún lugar en esa direccióestá el oasis. ¡Vamos!

Tomando a la joven de la mano con uncortesía poco habitual en él, Conan comenza caminar sobre la arena, ajustando su ritmal paso corto y breve de la muchacha. No svolvió a mirar la silenciosa ciudad ququedaba a sus espaldas sumida en el sueño.

-Conan -murmuró Natala finalmentecuando regresaste por el pasillo después dluchar con el monstruo... ¿viste a ThalisConan negó con la cabeza y dijo:

-El pasillo estaba muy oscuro, pertambién vacío. Natala se estremeció.

-Me torturó..., pero la compadezco.

-Fue una calurosa bienvenida la que nodieron en esa maldita ciudad -gruñó Conan

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recuperando su buen humor natural-. Buenorecordarán nuestra visita durante muchtiempo. Hay sangre para limpiar durante días

y si su dios no ha muerto, seguramenttendrá más heridas que yo. Después de todohemos salido bien librados. Tenemos vino agua, y también buenas posibilidades dllegar a un país habitable, aunque yo parezchaber pasado por la piedra de un molino y ttambién...

-Todo fue culpa tuya -interrumpió NatalaSi no hubieras mirado tanto y con tantadmiración a esa gata estigia...

-¡Por Crom y todos sus diablos! -exclamConan-. Aun cuando los océanos inunden ltierra, las mujeres encontrarán tiempo parponerse celosas. ¿Acaso yo le pedí a es

estigia que se enamorara de mí? ¡Después dtodo, era humana!

Los tambores de Tombalku

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Con el tiempo, Conan regresa a las tierrahiborias. Busca otro empleo y termina pounirse a un ejército mercenario que uzingario, el príncipe Zapayo de Kova, estformando para Argos. Argos y Koth están eguerra con Estigia. El plan consiste en quKoth invada Estigia por el norte mientras quel ejército de Argos entra en ese reino por esur y por el mar. Sin embargo, Koth firmuna paz por separado con el enemigo, y eejército mercenario es atrapado en el sur dEstigia entre dos fuerzas hostiles. Una vemás, Conan se encuentra entre los pocosobrevivientes. Mientras huye a través dedesierto en compañía de un joven soldadaquilonio llamado Amalric, es capturado po

los nómadas del desierto. Su compañerAmalric logra escapar.

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Había tres hombres sentados junto apozo de agua bajo el sol del atardecer, qu

teñía el desierto de color oro viejo y carmesUno de ellos era blanco y se llamaba AmalricLos otros dos eran ghanatas. Sus túnicaharapientas apenas cubrían sus cuerponegros y enjutos. Se llamaban Gobir y Saiduy tenían aspecto de buitres.

Cerca de allí, dos cansados caballorumiaban ruidosamente y olisqueaban evano la desnuda arena. Los hombres comíadátiles secos. Los negros sólo estabaatentos al trabajo de sus mandíbulasmientras que el blanco miraba de vez ecuando hacia el cielo rojizo o hacia emonótono desierto en el que sprofundizaban las sombras. Fue el primero e

ver al jinete, que llegó a su lado galopandvelozmente y frenó con tanta fuerza a scaballo que éste se alzó sobre dos patas.

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El jinete era un gigante cuya piel, mánegra que la de los otros dos, así como sugruesos labios y su ancha nariz, indicaban e

predominio de la sangre negra. Sus anchopantalones de seda, atados a los desnudotobillos, estaban sujetos a la cintura por unancha faja que daba varias vueltas sobre senorme vientre. La faja también sostenía uncimitarra que muy pocos hombres hubierapodido manejar con una sola mano. Coaquella cimitarra, el hombre había adquiridfama entre los hijos del desierto. Era Tilutanel orgullo de Ghanata.

Atravesado sobre la silla vacía, o más biecolgando, un cuerpo inerte. Los ghanatasilbaron al ver su piel blanca. Se trataba duna muchacha que iba acostada boca abajsobre la silla de Tilutan. Sus cabellos caían e

negra cascada sobre uno de los estribos.

El gigantesco negro sonrió enseñando sblanquísima dentadura mientras depositaba

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su prisionera sobre la arena con gestindiferente. Gobir y Saidu se volvieroinstintivamente hacia Amalric, mientra

Tilutan lo miraba fijamente desde su caballoTres negros contra un blanco. La presencia dla mujer había producido un cambio sutil eel ambiente.

Aparentemente, Amalric era el único quno se daba cuenta de la tensión que reinaben la atmósfera. Echó hacia atrás sus rubiorizos con gesto mecánico, y miró coabsoluta indiferencia la inerte figura de lmujer. Si hubo en sus ojos grises un brilmomentáneo, los demás no sedieron cuenta.

Tilutan bajó del caballo y tendió lariendas con desdén a Amalric.

-Cuida mi caballo -dijo-. ¡Por Jhil que nencontré un antílope en el desierto, pero sí esta potranca! Caminaba por la arena y scayó cuando yo llegaba a su lado. Creo qu

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perdió el conocimiento a causa del cansanciy la sed. Largaos de aquí, chacales, dejadme que le dé de beber.

El enorme negro acostó a la joven junto apozo de agua, comenzó a lavarse el rostro las muñecas, y luego dejó caer unas cuantagotas de agua entre sus labios resecos. Acabo de un rato la muchacha soltó un gemidy se movió. Gobir y Saidu, en cuclillas, colas manos apoyadas sobre las rodillasmiraban a la joven por encima de los fornidohombros de Tilutan. Amalric estaba un pocapartado del grupo y su actitud denotaba unabsoluta displicencia.

-Está recobrando el conocimiento anunció Gobir.

Saidu no dijo nada, pero humedeció sugruesos labios con la punta de la lengua.

Los ojos de Amalric se posaron co

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indiferencia en la postrada figura y lrecorrieron de arriba abajo, desde ladestrozadas sandalias hasta la magnífic

mata de negros cabellos. La joven llevaba potoda vestimenta una breve túnica de sedsujeta a la cintura. Dejaba sus brazos, cuelly parte de sus senos al desnudo, y la faldterminaba varios centímetros por encima dlas rodillas.

Amalric se encogió de hombros.

-Después de Tilutan, ¿quién? -preguntcon tono indiferente.

Ante esta pregunta, dos delgadas cabezase volvieron y unos ojos inyectados en sangrse posaron sobre él. Luego los negros smiraron. De repente, estalló una eléctric

rivalidad entre ellos.

-No os peleéis -dijo Amalric-. Que decidalos dados.

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Introdujo una mano entre los pliegues dsu rasgada túnica y extrajo un par de dado

que arrojó delante de los hombres. Una manen forma de garra se apoderó de ellos.

-¡De acuerdo! -dijo Gobir-. ¡Los dadodirán... a quién le toca después de Tilutan!

Amalric lanzó una mirada hacia el negrgigante que todavía estaba inclinado sobre sprisionera, ayudándola a reanimarse. En esmomento se levantaron las largas pestañade la joven. Unos ojos profundos de colovioleta miraron con espanto el cercano rostrdel hombre negro. De los gruesos labios dTilutan escapó una exclamación de placeExtrajo un frasco de su faja y lo llevó a lolabios de la muchacha. Ésta bebió el vino co

gesto mecánico. Amalric evitó su mirada. Erun hombre blanco contra tres negros... todotan fuertes como él.

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Gobir y Saidu se inclinaron sobre lodados. Saidu los colocó en su mano derechasopló sobre ésta conjurando a la suerte, lo

agitó y los lanzó. Dos cabezas de buitre sinclinaron sobre los pequeños dados, qurodaron bajo la tenue luz del atardecer. Coun rápido movimiento, Amalric desenvainó sespada y atacó. La hoja de acero atravesó edelgado cuello y le cortó la yugular. Gobicon la cabeza colgando de un tendón, cayencima de los dados en medio de un charcde sangre.

Simultáneamente, Saidu, con ldesesperada rapidez de un hombre dedesierto, se puso en pie, desenvainó su sably atacó con ferocidad al hombre blancoAmalric apenas tuvo tiempo de parar el golpcon la espada levantada. La cimitarra choc

con la espada del blanco y le hiztambalearse, al tiempo que el arma saltabfuera de su alcance. Amalric se recuperó extendió los brazos en dirección a Saidu par

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luchar con él a brazo partido. El delgadcuerpo del hombre del desierto era durcomo el acero.

Tilutan comprendió inmediatamente lque ocurría. Dejó a la muchacha y sincorporó con un rugido. Corrió hacia los dohombres como un toro enfurecidoempuñando su enorme cimitarra. Amalric lvio llegar y la sangre se le heló en las venasSaidu se retorcía y trataba de girar, pero lcimitarra que en vano intentaba volver hacisu enemigo entorpecía sus movimientos. Lopies de ambos luchadores estabafirmemente apoyados en la arena mientratrataban de derribarse mutuamente. Amalraplastó violentamente el empeine del pie deghanata con el talón de su sandalia, y sintique los huesos del hombre crujían. Said

soltó un grito de dolor y redobló la violencide su ataque. En ese preciso momento atactambién Tilutan, haciendo girar la cimitarrcon un impulso de sus poderosos hombros

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Amalric sintió que el acero se deslizaba por parte baja de su brazo y luego se hundía eel cuerpo de Saidu. Éste lanzó un grito d

agonía y soltó el brazo de Amalric.Tilutan profirió un juramento y tiró de

sable para liberarlo del cuerpo inerte. Perantes que pudiese atacar de nuevo, Amalricaterrado al ver la enorme hoja de acero, saltsobre él.

La desesperación hizo presa de Amalrcuando sintió la fuerza del negro. Tilutan ermucho más prudente que Saidu. Dejó caer lcimitarra y cogió a Amalric por la gargantcon ambas manos, al tiempo que lanzaba ugrito. Los enormes dedos del negro scerraron como tenazas de hierro. Amalricque luchaba en vano por librarse de él, cay

al suelo, inmovilizado por el peso deghanata. El hombre más pequeño fusacudido como una rata entre las mandíbulade un perro. Su cabeza fue golpeada con un

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violencia terrible sobre la arena. Sus ojoscubiertos por una nube roja, vieron el rostrferoz del negro y los gruesos labios qu

esbozaban una sonrisa de odio.-¡La quieres para ti, perro blanco! -gruñ

el ghanata enloquecido por la ira y la lujuria¡Te romperé el cuello! ¡Te voy a abrir lgarganta! ¡Te cortaré la cabeza y haré quesa potra te la bese!

Después de golpear la cabeza de Amalrcontra la arena, Tilutan, obedeciendo a spasión asesina, levantó a medias a scontrincante y luego lo dejó caer una vez másobre la arena con una fuerza terrible. Enegro corrió hacia donde estaba su cimitarraEl arma parecía una brillante media luna dacero sobre la arena. Con un furioso alarido

el negro se volvió y atacó nuevamentempuñando el arma. Amalric, aunque todavíaturdido y extenuado por el castigo quacababa de recibir, tuvo fuerzas par

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levantarse y hacerle frente.

La faja de Tilutan se había soltad

durante la pelea y uno de sus extremos, quarrastraba por la arena, se lió con sus piesTropezó, se tambaleó y cayó de bruces colos brazos extendidos. La cimitarra voló dsus manos.

Amalric tomó la cimitarra con ambamanos y dio un paso hacia atrás. Veía mumal, pero aun así distinguió delante de él erostro de Tilutan, descompuesto por lpremonición de la muerte. Abrió la boca pargritar. El negro se quedó inmóvil, apoyadsobre una rodilla y una mano, como si fuerincapaz de realizar ningún movimientoEntonces la cimitarra cayó sobre él. Amalrvio vagamente un rostro negro dividido po

una ancha línea roja que luego se desvanecíen las sombras. Después lo invadió unoscuridad total.

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Algo frío y suave acariciaba el rostro dAmalric con delicadeza. Tanteó a ciegas sintió una cosa firme, cálida y suave. Cuand

su vista se aclaró, vio un rostro de rasgodelicados, enmarcados por una brillantcabellera negra. Miró sin pronunciar una solpalabra, como hechizado, devorando caddetalle de los labios llenos y rojos, de los ojocolor violeta y del cuello de alabastro. Ssobresaltó al advertir que la visión hablabcon una voz suave y armoniosa. Las palabraeran extrañas, pero aun así raramentfamiliares. Una mano pequeña y blanca qusostenía un húmedo trozo de seda acariciabsuavemente su rostro y su dolorida cabezaTodavía aturdido, Amalric se incorporó y ssentó sobre la arena.

Había caído la noche y el cielo estab

sembrado de estrellas. El camello rumiabpacientemente. Un caballo relinchabinquieto. Cerca de allí se veía un enormcuerpo con la cabeza abierta en medio de u

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charco de sangre.

Amalric miró a la joven que estab

arrodillada junto a él y le hablaba con acentsuave en una lengua desconocida. Poco poco comenzó a entenderla. Al recordalenguas semiolvidadas que había aprendiden otras épocas, Amalric se dio cuenta quésa era la lengua empleada por la clase culten una provincia del sur de Koth.

-¿Quién eres, muchacha? -preguntlentamente, con dificultad, al tiempo qutomaba entre sus dedos una mano de ljoven.

-Me llamo Lissa -respondió la muchachcon un tono armonioso que a Amalric le soncomo el canto de un arroyo cristalino-. M

alegra que hayas recuperado el conocimientoTemía que estuvieras muerto.

-Me salvé por poco -musitó Amalr

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mirando el siniestro bulto de carne y huesoque había sido Tilutan.

La joven se estremeció y se resistió seguir la mirada de Amalric. Su mano temblóy el hombre creyó oír los latidos de scorazón.

-Fue horrible -murmuró la joven-. Comuna terrible pesadilla. Cólera..., golpes..sangre.

-Pudo haber sido peor.

La joven parecía sensible a cualquiecambio en la inflexión de la voz o en lactitud del hombre. Su mano libre tomtímidamente la de Amalric.

-No quería ofenderte. Has sido muvaliente al arriesgar tu vida por undesconocida. Eres noble como los caballerodel norte, sobre quienes he leído tanta

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cosas.

Amalric la miró. Los claros ojos de l

muchacha miraban fijamente los suyos, y eellos se reflejaba un sentimiento dadmiración. Comenzó a hablar, pero luegcambió de idea y dijo otra cosa:

-¿Qué haces en el desierto?

-Vengo de Gazal -repuso la muchachaYo... huía. Ya no soportaba más. Pero hacímucho calor, estaba sola y lo único que veíera arena y más arena... y un cielabrasador. La arena quemaba mis pies y msandalias estaban casi destrozadas. Tenímucha sed. Mi cantimplora se vació eseguida. Entonces quise regresar a Gazapero no sabía qué camino tomar porqu

todos me parecían iguales. Estabterriblemente asustada y comencé a caminahacia donde suponía que se hallaba GazaDespués no me acuerdo de casi nada. Sól

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que corrí hasta que no pude más.

»Debí de permanecer acostada en l

arena durante algún tiempo -prosiguióporque no recuerdo haberme levantado haber seguido caminando. Finalmente creescuchar un grito y vi un caballo qugalopaba hacia mí. Entonces ya no supe nadmás, hasta que desperté con la cabezapoyada sobre las rodillas de ese hombre qume dio de beber. Luego hubo una pelea gritos... y cuando todo terminó, me arrastrhasta donde te encontrabas tú como muertoe intenté que recobraras el sentido.

-¿Por qué? -preguntó Amalric.

La joven vaciló, como si no supiera qucontestar.

-¿Por qué? -murmuró-. ¿Por qué...Porque estabas herido y creo... que es lo quhubiera hecho cualquier otra persona

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Además, me di cuenta de que peleaste parprotegerme de esos negros. La gente dGazal siempre ha dicho que los negros so

malvados y que hacen daño a las personaindefensas.

-Ésa no es una característica exclusiva dlos negros -musitó Amalric-. ¿Dónde estGazal?

-No puede estar lejos. Caminé durante udía entero... y luego no sé qué distancia mhizo recorrer el negro desde que mencontró. Pero debió de encontrarme aatardecer; por eso digo que Gazal no puedestar muy lejos.

-¿En qué dirección?

-No lo sé. Cuando abandoné la ciudadcaminé hacia el este.

-¿Ciudad? -susurró Amalric-. ¿A un día d

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viaje de aquí? Creí que sólo había arena emil leguas a la redonda.

-Gazal está en el desierto -dijo lmuchacha-. Está construida entre lapalmeras de un oasis.

Amalric apartó a la joven y se puso en pimaldiciendo entre dientes, al tiempo que stocaba la garganta, cuya piel estaba lacerady herida en varios lugares. Examinó a lonegros uno por uno y comprobó que estabamuertos. Luego los arrastró uno a uno málejos. En algún lugar aullaban los chacalesRegresó al pozo de agua en el que sencontraba la muchacha, y maldijnuevamente al comprobar que no disponímas que del negro caballo de Tilutan y decamello. Los otros caballos habían roto su

ataduras y habían huido durante la pelea.

Regresó junto a la joven y le entregó upuñado de dátiles secos. Ella comió co

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avidez, mientras Amalric la contemplabimpaciente.

-¿Por qué te escapaste? -preguntsúbitamente-. ¿Acaso eres una esclava?

-En Gazal no hay esclavos. ¡Oh, estabmuy aburrida! Mi vida era una eternmonotonía. Quería conocer el mundexterior. Dime, ¿de dónde vienes tú?

-Nací en las montañas occidentales dAquilonia. La joven aplaudió como una niñcontenta.

-¡Sé dónde está eso! Lo he visto en lomapas. Es el país hiborio que se encuentrmás al oeste, y su rey es Epeus eEspadachín.

Amalric dio un respingo. Levantó lcabeza y miró a la muchacha.

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músculos de su cuerpo en tensión, preparadpara contrarrestar la resistencia que ellseguramente ofrecería. Pero no encontró l

menor resistencia. El suave cuerpo de lmuchacha estaba tendido sobre sus rodillas ella lo miró con sorpresa, pero sin temor. Eese momento era como una niña que sentregaba a una nueva clase de juego. Smirada directa y franca desconcertó Amalric. Si la muchacha hubiera lloradogritado, luchado o sonreído, habría sabidcómo tratarla.

-Pero, ¡en nombre de Mitra! ¿Quiédiablos eres, muchacha? -preguntbruscamente-. No estás loca, ni juegaconmigo. Tu forma de hablar demuestra quno eres una simple campesina inocente ignorante. Y sin embargo, no sabes nad

acerca del mundo y de sus costumbres.

-Soy de Gazal -repuso la joven con tonde desamparo-. Si conocieras Gazal, quizá l

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comprenderías.

Amalric levantó a la muchacha en brazo

y la sentó sobre la arena. Luego fue en buscde una manta que había en la silla de montay la extendió para que ella se acostarencima.

-Duerme un poco, Lissa -dijo con un tonáspero a causa de los sentimientocontradictorios que lo embargaban-. Mañanpienso conocer Gazal.

Al amanecer partieron hacia el oesteAmalric había colocado a Lissa en el camello le había enseñado a mantener el equilibrioLa joven se aferraba al asiento con ambamanos, dando la sensación de que jamáhabía visto un camello. Esto sorprendió a

joven aquilonio. Era increíble que una jovecriada en el desierto jamás hubiera visto unde esos animales, y que hasta la nochanterior tampoco hubiera montado a caballo.

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Amalric había hecho una especie de cappara ella. La joven se la puso sin hace

ninguna pregunta y sin averiguar de dóndprocedía... Amalric no le dijo que la seda qula protegía en esos momentos del sol habícubierto el negro pellejo de su raptor.

Mientras cabalgaban, la muchacha le roguna vez más que le contara algo acerca demundo, como si fuera una niña pidiendo qule contaran un cuento.

-Sé que Aquilonia está lejos de estdesierto -dijo-. Estigia, las tierras de Shem otros países están en el centro. ¿Por questás aquí, tan lejos de tu patria?

Amalric siguió cabalgando en silencio, co

una mano sobre las riendas del camelloLuego dijo abruptamente:

-Argos y Estigia están en guerra. Kot

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complicó las cosas. Los kothios convencieroa Argos para realizar una invasión simultánede Estigia. Argos organizó un ejército d

mercenarios que navegaron hacia el sur, a llargo de la costa. Al mismo tiempo, uejército kothio debía invadir Estigia por tierraYo era uno de los mercenarios del ejército dArgos. Nos encontramos con la flota estigia, la que derrotamos e hicimos retroceder hastKhemi. Teníamos que haber desembarcadosaqueado la ciudad y avanzado más tarde lo largo del río Styx, pero nuestro almirantera un hombre cauteloso. Nuestro jefe era epríncipe Zapayo de Kova, un zingario.

»Seguimos avanzando hacia el sur hastque alcanzamos las costas selváticas de Kus-prosiguió-. Allí desembarcamos y los buqueanclaron mientras el ejército avanzaba haci

el este, por la frontera estigia, saqueando incendiando todo lo que encontrábamos nuestro paso. Nuestra intención era girahacia el norte en cierto lugar y atacar desd

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allí a Estigia, con el objeto de unirnos con lokothios que bajaban del norte.

»Entonces nos enteramos de quhabíamos sido traicionados -siguió diciendoKoth había firmado un tratado de paz poseparado con los estigios. Un ejército estigiavanzaba hacia el sur para cortarnos ecamino, mientras que otro ya nos lo habíbloqueado en la costa.

»E1 príncipe Zapayo, impulsado por ldesesperación -continuó-, concibió la locidea de marchar hacia el este y bordear lfrontera estigia para llegar hasta las tierraorientales de Shem. Pero el ejército del nortnos atacó. Dimos media vuelta y peleamos.

»Luchamos durante todo el día

conseguimos hacerlos retroceder hasta scampamento -agregó-. Pero al día siguienteel otro ejército que nos perseguía nos atacdesde el oeste. Cogido entre dos fuegos

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amigos -dijo el hombre-. En cuantestuvimos a tiro, cayó sobre nosotros unlluvia de flechas. Hirieron al caballo de Cona

y el animal se encabritó furiosamentearrojando a sudueño de la silla. Su cuelldebió de quebrarse como una rama, porquse quedó inmóvil. Huí como pude en loscuridad, aunque mi caballo también murióVi vagamente a nuestros atacantes..., eraaltos, delgados, con atuendos bárbaros.

"Vagué a pie a través del desierto y caí emedio de esos buitres que viste ayer concluyó-. Eran chacales... ghanatasmiembros de una tribu de ladrones cosangre mezclada: negra y sabe Mitra quotras. La única razón por la que no masesinaron fue que no tenía nada que ellodesearan. Durante un mes estuve vagand

de un lado a otro y robando junto con ellosporque no podía hacer otra cosa.

-No sabía que la realidad fuera así -musit

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la joven-. Decían que había guerras crueldad en el mundo, y a mí todo eso mparecía como un sueño lejano. Pero ahora, a

oírte hablar de traiciones y batallas, mparece que lo estoy viendo.

-¿Gazal no tiene enemigos? ¿Nunchabéis sido atacados? -preguntó Amalric.

La joven movió la cabeza negativamente.

-Los hombres no se acercan a GazaAlgunas veces he visto siluetas negramoviéndose en el horizonte, y los ancianodecían que eran ejércitos que iban a lguerra, pero jamás se acercaron a Gazal.

Amalric sintió que lo invadía una extrañinquietud. Por ese desierto sin vid

merodeaban las tribus más feroces de ltierra: los ghanatas, que llegaban hasta mulejos por el este; los enmascarados tibus, quhabitaban más al sur, y, en algún lugar lejan

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al suroeste, el casi mítico imperio dTombalku, gobernado por una raza salvaje bárbara. Era extraño que una ciudad situad

en medio de aquella tierra salvaje estuviertan aislada, hasta el punto de que uno de suhabitantes ni siquiera conocía el significadde la guerra.

Mientras miraba en otra dirección, lasaltaron ideas extrañas ¿Acaso aquellmuchacha había enloquecido a causa del so¿Sería un demonio en forma de mujer llegadal desierto para conducirlo a la muerteAmalric la miró y la vio aferrada como unniña a la silla del camello. En seguiddesechó tales pensamientos. Al cabo de urato lo volvió a asaltar la duda. ¿Acasestaría embrujado? ¿Lo habría hechizadaquella joven?

Siguieron avanzando hacia el oeste y sólse detuvieron para comer dátiles y bebeagua a mediodía. Amalric hizo una especie d

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tienda de campaña con su espada, la vaina las mantas para proteger a la joven deintenso sol. La muchacha tenía el cuerp

entumecido por el movimiento del camellopor lo que Amalric tuvo que cogerla ebrazos. Cuando sintió una vez más lvoluptuosa dulzura de su cuerpo, lo invadiuna ola de pasión. Permaneció inmóvdurante unos segundos, como intoxicado pola proximidad de la joven, y luego la acostó la sombra de la precaria tienda.

Amalric sintió que lo invadía la cólercuando la mirada ingenua de la muchacha sencontró con la suya, y sintió la docilidad coque abandonaba su cuerpo joven entre subrazos. Parecía ignorar todo aquello qupudiera dañarla. Se sentía terriblementavergonzado por la inocencia de la muje

que despertaba en su interior una irincontenible.

Amalric no probó los dátiles. Sus ojo

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ardían al contemplar con avidez cada detaldel esbelto cuerpo de la joven. Sin embargoella era inocente e inconsciente como un

niña. Cuando la volvió a levantar parsentarla sobre la silla del camello, los brazode la muchacha rodearon instintivamente scuello, y Amalric tembló de la cabeza a lopies. Haciendo un terrible esfuerzo pocontenerse, Amalric la depositó en la silla continuaron el viaje.

Poco antes de la puesta del sol, Lissseñaló con una mano y gritó:

-¡Mira! ¡Las torres de Gazal!

Amalric vio algunas torres y minaretes eel horizonte que se alzaban creando uconjunto de color verde jade contra el azu

del cielo. A no ser por la muchacha, hubierpensado que se trataba de un espejismoMiró a Lissa con curiosidad. Ésta ndemostraba la alegría natural del retorno

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Sólo suspiró hondo y sus esbeltos hombros sinclinaron levemente.

A medida que se acercaban, veían lciudad con más nitidez. Desde la mismarena del desierto se alzaba la muralla qurodeaba las torres. Amalric vio que aquéllestaba semiderruida, al igual que las torresLos tejados estaban rotos, las troneras de ladefensas demasiado abiertas por la erosión las agujas de las torres inclinadas. Lo invadiel pánico. ¿Se trataría de una ciudad dmuertos hacia la cual cabalgaba conducidpor un vampiro?

Miró a la muchacha y se tranquilizó. Npodía haber ningún demonio en ese cuerpdivinamente moldeado. Ella también lo mirópero en sus ojos profundos había un

expresión interrogante. Luego fijó la vista eel desierto y a continuación exhaló uprofundo suspiro y echó una mirada a lciudad, como si se sintiera atrapada por l

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fatalidad y la desesperación.

A través de las brechas abiertas en la

murallas, Amalric vio unas figuras que smovían dentro de la ciudad. Nadie los detuvni los saludó cuando entraron por unabertura de la derruida muralla y siguieron scamino por una calle ancha. Desde mácerca, bajo el sol poniente, la decadencia ermás evidente. La hierba crecía en las calleabriéndose paso entre las grietas depavimento. También crecía libremente en lapequeñas plazas. Las calles y los patioestaban llenos de escombros. En algunolugares se habían limpiado los restos de lacasas derruidas y el lugar había sidconvertido en un huerto o un jardín. Lacúpulas de la ciudad estaban descoloridas agrietadas. Los portales no tenían puertas

Por todas partes se veían ruinas.

Amalric vio una torre en perfecto estadque brillaba entre las ruinas. Era cilíndrica

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se alzaba en el extremo sureste de la ciudadEl hombre señaló en esa dirección preguntó:

-¿Por qué esa torre está en mejorecondiciones que las demás? Lissa palideciótembló y aferró una de sus manoconvulsivamente.

-¡No hables de ella! -musitó-. No lmires... ¡Ni siquiera pienses en ella!

Amalric frunció el ceño. Las palabras de lmuchacha y lo que ellas implicaban habíacambiado de alguna manera el aspecto de lmisteriosa torre. Ahora parecía la cabeza duna serpiente que se alzaba entre las ruinas la desolación. Un conjunto de diminutamotas negras, como murciélagos alados, sali

de una de sus oscuras aberturas.

El joven aquilonio miró a su alrededor corecelo. Después de todo, no tenía ningun

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seguridad de que el pueblo de Gazal lrecibiera amistosamente. Vio gente quavanzaba por las calles con una •extrañ

calma. Cuando se detenían a mirarlo, Amalric se le erizaba el cabello. Eran hombrey mujeres con rostro amable y sus miradaeran suaves. Pero su interés parecía taligero, tan vago e impersonal... No hicieron emenor movimiento por acercarse a él hablarle. Parecía la cosa más normal demundo que un jinete armado entrara en lciudad procedente del desierto. Sin embargoAmalric sabía que éste no era el caso, y lindiferencia con la que lo recibía la gente dGazal le producía un extraño desasosiego.

Lissa habló con algunas personaseñalando a Amalric y tomando su manocomo una niña afectuosa.

-Éste es Amalric de Aquilonia, que mrescató de los negros y me ha traído a casa.

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Un cortés murmullo de bienvenida partide los labios de la gente, y varias personas sacercaron para darle la mano. Amalric

pensó que jamás había visto rostros taamables, pero tan indiferentes, casi carentede expresión. Parecían los ojos de genteenvueltas en sueños.

La mirada de esos individuos le transmitíuna sensación de irrealidad. Apenas prestabatención a lo que decían. Su mente estabocupada en pensamientos extraños. ¿Estaríamoviéndose en el ilusorio paraíso del lotoEsa siniestra torre roja era perturbadora.

Uno de los hombres de rostro suave cabellos plateados preguntó:

-¿Aquilonia? El rey Bragorus de Nemedihabía atacado ese país. ¿Cómo terminó lguerra?

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-Fue derrotado -repuso Amalric con uescalofrío.

Eso había ocurrido hacía novecientoaños.

El hombre no preguntó más y se alejóLissa le cogió la mano. Amalric se dio medivuelta y la miró con deleite. En ese mundo dilusión y de ensueño, su cuerpo suave y firmera como un ancla. Ella no era un sueño; erreal; su cuerpo era tangible, y dulce como lmiel.

-Ven -dijo la muchacha-. Vamos comer y a descansar. -¿Y esta gente? ¿Npiensas contarles tus experiencias?

-Sólo prestarían atención durante u

minuto. Escucharían un rato y despuépensarían en otra cosa. Casi no se haenterado de que me he ido de aquí. ¡Ven!

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Amalric condujo el camello y el caballhasta un patio cercano donde crecía lhierba, y el agua manaba de una fuente rot

y caía en un cuenco de mármol. Allí ató a loanimales. Luego siguió a Lissa. La joven ltomó de una mano y lo llevó a través depatio hasta una puerta en forma de arcoHabía caído la noche y las estrellas titilaban lo lejos.

Lissa atravesó una serie de oscurahabitaciones, moviéndose con seguridadAmalric caminaba detrás de ella, tomado dsu pequeña mano. La ventura no le resultabplacentera. En aquella espesa oscuridad habíolor a polvo y a decadencia. Sus pies pisabaquebradas losas y desgastadas alfombras. Smano libre tocó unos puros desconchados. través de un techo roto brillaban las estrella

y pudo ver un salón, en el que colgaban unotapices podridos

que se agitaban bajo la suave brisa.

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-¿Qué clase de lugar es éste? -preguntAmalric-. Tú eres como ellos, y al mism

tiempo diferente.-Dicen que soy como nuestro

antepasados -repuso Lissa-. Llegaron hacmucho tiempo al desierto y construyeron estciudad en medio de un enorme oasis en eque había varios manantiales. Utilizaron lapiedras de unas ruinas de otra ciudad muchmás antigua... sólo la Torre Roja...

Al decir estas últimas palabras, la jovebajó la voz y miró inquieta hacia la ventanaLuego agregó:

-Era lo único que había quedado en pieEstaba vacía...

Nuestros antepasados, los ghazalis continuó-, vivieron en otra época al sur dKoth. Eran conocidos por su sabiduría. Per

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intentaron reavivar el culto a Mitra que lokothios habían abandonado hacía muchtiempo, y el rey los expulsó de sus dominios

Entonces vinieron al sur en compañía de suesclavos shemitas. Muchos de ellos erasacerdotes, eruditos, profesores y científicos

»Construyeron Gazal -prosiguió la jovenpero los esclavos se rebelaron en cuantestuvo construida la ciudad, y huyeron parmezclarse más tarde con las tribus dedesierto. No los trataban mal, pero oyerouna vez en la noche... una palabra que loimpulsó a abandonar la ciudaapresuradamente.

»Mi pueblo vivió aquí y aprendió producir su comida y su bebida con los pocorecursos de que disponían -agregó-. S

sabiduría era extraordinaria. Cuando huyerolos esclavos se llevaron todos los camellosasnos y caballos que había en la ciudadDesde ese momento se suprimió tod

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comunicación con el mundo exterior. EGazal hay muchas habitaciones llenas dmapas, libros y escritos, pero todos tiene

por lo menos novecientos años dantigüedad, que es el tiempo que transcurridesde que mi gente huyó de Koth. Desdentonces ningún hombre de fuera ha pisadGazal. El pueblo está destinado a extinguirseSe han convertido en seres tan soñadoreque incluso han perdido sus pasiones apetitos humanos. La ciudad se desmorona se convierte en una ruina y nadie hace nadpor repararla. Horror... cuando el horror llega ellos no pudieron huir ni luchar.

-¿Qué quieres decir? -preguntó Amalric evoz baja, sintiendo un escalofrío.

El siniestro murmullo que producían lo

tapices al moverse despertaba en su almoscuros terrores.

La joven movió la cabeza y se puso e

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pie. Se acercó a Amalric y apoyó sus manosobre los hombros del aquilonio. Los ojos dla muchacha estaban húmedos y brillaban d

espanto, al tiempo que ahogaba un grito esu garganta. Amalric le rodeó instintivamentla cintura con un brazo y sintió que Lisstemblaba.

-¡Abrázame! -exclamó la joven-, ¡Tengmiedo! ¡Oh, he soñado tanto con un hombrcomo tú! No soy como mi pueblo. Somuertos que caminan por calles olvidadaspero yo estoy viva. Soy cálida y tengsentimientos. Tengo hambre y sed y amo lvida. No puedo vivir entre calles silenciosashabitaciones en ruinas y gentes como las dGazal, aunque nunca haya conocido otrcosa. Es por eso que escapé. Deseo vivir...

Lissa sollozaba incontroladamente entrsus brazos. Los negros cabellos caían esuave cascada sobre su rostro y su perfumlo mareaba. El firme cuerpo de la jove

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estrechaba el suyo. Estaba sentada sobre surodillas, rodeándole el cuello con sus brazosAmalric la apretó más contra su pecho y l

besó apasionadamente en la boca, ojoslabios, mejillas, cabellos, garganta... El joveaquilonio llenó todo su cuerpo con besoardientes, hasta que los sollozos de la jovecesaron. En la pasión de Amalric no habíviolencia. La pasión que latía en la joveestalló súbitamente como una ola. El globdorado que los alumbraba, empujado por lodedos temblorosos de Amalric, cayó al suely se apagó. Sólo la luz de las estrellas sfiltraba a través de las ventanas.

Tendida sobre el diván cubierto de seden brazos de Amalric, Lissa abrió su corazóy le contó susurrando sus sueños, esperanzay aspiraciones... infantiles, patéticas

terribles.

-Te llevaré lejos de aquí -murmurAmalric en su oído-. Mañana. Tienes razón

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Gazal es una ciudad de muertos. Buscaremola vida en el mundo exterior. Es violentoduro, brutal, pero es mejor que esta muert

en vida.Un espantoso grito de dolor, horror

desesperación rompió el silencio de la nocheLa piel de Amalric se cubrió de un sudor fríoComenzó a incorporarse en el diván, perLissa se apretó a él con desesperación.

-¡No, no! -suplicó-. ¡No vayas! ¡Quédate!

-¡Están asesinando a alguien! -exclamAmalric buscando su espada.

Los gritos parecían llegar desde un patiexterior. Mezclado con éstos se oyó un ruidindescriptible y desgarrador. Los grito

crecieron hasta hacerse intolerables y luegse convirtieron en un largo sollozo convulsivo

-He oído gritar así a hombres que moría

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en el patíbulo -dijo Amalric estremeciéndose¿Qué diablos significa esto?

Lissa temblaba violentamente, en uataque de terror. Amalric podía oír los fuertelatidos de su pecho.

-¡Es el horror del que te hablé! El horroque habita en la Torre Roja. Vino hace muchtiempo. Algunos dicen que vivió allí durantlos años perdidos y que regresó después dla construcción de Gazal. Devora serehumanos. Nadie sabe qué es, puesto qunadie lo ha visto, y si lo vio, no vivió parcontarlo. Es un dios o un demonio. Ésa fue lrazón por la cual huyeron los esclavos y lgente del desierto abandonó Gazal. Muchode nosotros han ido a parar a su vientre. Coel tiempo todos terminaremos allí, y luego e

monstruo gobernará sobre una ciudadesierta, como dicen que gobernó en otrotiempos sobre las ruinas de la ciudad anterioa ésta.

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-¿Por qué la gente se quedó aquí sabiendque sería devorada?

-No lo sé. Sueñan...

-Hipnosis -dijo Amalric-, hipnosis decadencia. Lo vi en sus ojos. Este demonilos ha hipnotizado. ¡Por Mitra, qué secretmás terrible!

Lissa apoyó la cabeza sobre su pecho y labrazó con fuerza.

-Pero, ¿qué vamos a hacer nosotros? preguntó Amalric.

-No hay nada que hacer. Tu espada nserviría de nada. Quizá no nos haga daño

Esta noche ya se ha llevado una víctimaDebemos esperar como corderos en ematadero.

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-¡Que el diablo me condene si lo hago! exclamó Amalric indignado-. No esperaremohasta mañana. Nos iremos esta noche

Prepara un paquete con comida y bebida. Ira buscar el camello y el caballo y los traerhasta el patio que hay ahí fuera. ¡Te esperarallí!

Puesto que el monstruo desconocido yhabía atacado, Amalric pensó que no serípeligroso dejar a la muchacha sola durantunos minutos. Sin embargo, al atravesar eoscuro pasillo y las derruidas habitaciones elas que colgaban los viejos y susurrantetapices, sintió un escalofrío de terroEncontró a los dos animales moviéndosnerviosamente en el patio en el que los habídejado. El caballo relinchó al oler su llegadacomo si presintiera algún peligro en l

quietud de la noche.

Amalric ensilló y preparó a los animalesLuego los condujo hasta la calle. Poc

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después se encontraba en el patio iluminadpor la luz de las estrellas. Al entrar en él, squedó helado por un grito terrible que cort

como un cuchillo el silencio de la nocheProcedía de la habitación en la que habídejado a Lissa.

Amalric respondió al alarido con un gritsalvaje. Desenvainó la espada, atravesrápidamente el patio y saltó por la ventanabierta al interior de la habitación. El globdorado brillaba de nuevo, produciendsombras negras en los misteriosos rinconesHabía sedas desparramadas por el suelo. Etaburete de mármol estaba volcado. Pero lhabitación estaba vacía.

Amalric sintió que se mareaba y se apoysobre la mesa de mármol. Sus ojo

distinguían vagamente la luz que habídelante de él. Al cabo de unos segundos ssintió invadido por una furia incontenible. ¡LTorre Roja! ¡El monstruo llevaba a su

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víctimas allí!

Volvió a cruzar corriendo el patio

atravesó las calles y se dirigió corriendo hacila torre, que brillaba con una luz infernal bajlas estrellas. Las calles no eran rectas. En ecamino se vio obligado a cruzar silenciosoedificios negros y patios cuyas plantas smecían bajo la suave brisa nocturna.

Delante de él, apiñadas alrededor de lTorre Roja, se alzaba una montaña de ruinadonde la decadencia era más patética que eel resto de la ciudad. Aparentemente nadivivía en ellas. Se trataba de una masa descombros que se mantenía en pimilagrosamente, y en medio de ellas salzaba la Torre Roja, como una flor venenosque crece entre los desperdicios.

Para llegar hasta la torre se veía obligada atravesar aquellas ruinas. Poseído por lcólera, Amalric buscó la puerta entre la mas

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negra. La encontró y entró en el interior cola espada desenvainada. Entonces vio uespectáculo de pesadilla.

Delante de él había un largo corredotenuemente iluminado. De sus negraparedes colgaban extraños tapices codibujos fantásticos. Al fondo vio una figurque se alejaba... era una figura blanca encorvada que arrastraba algo. Al verloAmalric quedó empapado en sudor. Entoncela aparición se esfumó y con ella la poca luque había allí. El joven aquilonio permaneciinmóvil en la oscuridad, sin ver ni oír nadapensando solamente en aquella figura blancy encorvada que arrastraba un cuerphumano por el largo y oscuro corredor.

Mientras avanzaba casi a tientas, un vag

recuerdo acudió a su mente: el de unterrible leyenda que le había contado ubrujo negro en la puerta de su cabaña, junta una hoguera... Era la leyenda de un dio

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que habitaba en una casa de color carmesí duna ciudad en ruinas.., un dios adorado elas selvas y en las riberas de los río

mediante cultos esotéricos. Y en esmomento recordó también la palabra mágicque el brujo había murmurado aquella nocha su oído, mientras él contenía la respiraciónlos leones dejaban de rugir a lo largo del río las hojas de los árboles se quedabainmóviles en las ramas.

"Ollam-onga",susurró un oscuro viento eel oscuro pasillo "Ollam-onga",murmurtambién el polvo que hollaban sus pies Esudor le cubrió el cuerpo y la espada temblen su mano. Acababa de entrar en la casa dun dios, y el miedo se había apoderado dél.La casa del dios... se sintió abrumado poel terror. Lo invadieron todos los miedo

ancestrales evocados por su memoria raciaSe sintió asqueado por un horror cósmico.inhumano. Estaba aterrado por la consciencide su débil humanidad Siguió avanzando e

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la oscuridad, horrorizado, por la casa dedios.

A su alrededor brillaba una luz tan tenuque apenas se percibía. Sabía que se estabacercando a la torre. Al cabo de un ratatravesó una puerta en forma de arco tropezó con unos anchos escaloneirregulares. Los subió lentamente, y mientraiba ascendiendo, la terrible furia quconstituye la última defensa de la humanidacontra lo diabólico y contra las fuerzahostiles del universo volvió a surgir en éOlvidó por completo su pánico. Subiardiendo de impaciencia en la oscuridadhasta que llegó a una habitación iluminadpor un extraño resplandor dorado.

En el extremo más alejado de l

habitación había un corto tramo de escaleraque conducía a una especie de tarima plataforma sobre la cual había algunoobjetos de piedra. Encima de la tarima s

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hallaban los restos de la víctima, uno dcuyos brazos colgaba sobre los escalones dmármol, manchados de sangre reseca

salpicados de gotas frescas, húmedas brillantes.

Delante de Amalric, al pie de aquelloescalones, había una figura blanca desnuda. El joven se detuvo con la lengupegada al paladar. Se trataba de un hombrblanco que lo miraba fijamente, con supoderosos brazos cruzados sobre un pecho dalabastro. Sus ojos eran como bolas de fuegen los que Amalric vio sombras siniestras infernales. Después, la forma comenzó difuminarse y a perder su contorno. Haciendun esfuerzo titánico, el aquilonio rompió laligaduras del silencio y pronunció en voz altla palabra mágica. Cuando la temible palabr

rompió el silencio, el gigante blanco sdetuvo... paralizado. Su contorno se volvimás visible y nítido contra el fondo de ludorada.

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-¡Ahora cae, maldito! -gritó Amalrhistérico-. ¡Te ordeno que vuelvas a tu form

humana! ¡El brujo negro dijo la verdad! ¡Mdio la palabra clave! ¡Cae, Ollam-onga¡Hasta que se rompa tu envoltura diabólica¡Eres un hombre como yo!

Con un rugido que resonó como unráfaga de viento, la extraña criatura atacóAmalric saltó hacia un lado apartándose de ltenaza de aquellas manos, cuya fuerza ersuperior a la de un tifón. Sin embargo, unmano del monstruo logró rasgar su túnicaque se convirtió en un harapo. Pero Amalricparadójicamente, redobló su rapidez, girsobre sus talones y le clavó el sable en lespalda, que le atravesó el pecho.

Un alarido de dolor sacudió la torre. Emonstruo se revolvió para atacar a Amalricpero el joven volvió a saltar a un lado y subivelozmente las escaleras que conducían a l

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plataforma. Una vez allí cogió una silla dmármol, se volvió y la arrojó sobre la cosque subía por las escaleras. La pesada sill

golpeó al monstruo en la cara y lo tirescaleras abajo. Luego se levantó. Saspecto era más terrible aún que antesChorreando sangre por todas partes, trató dsubir nuevamente las escaleras. Amalrlevantó un banco de jade realizando uesfuerzo increíble y lo arrojó con las pocafuerzas que le quedaban.

Ollam-onga cayó hacia atrás bajo eimpacto y quedó tendido entre fragmentos dmármol empapados en sangre. Haciendo uúltimo esfuerzo desesperado, logró ponersde rodillas, con los ojos vidriosos y, echandhacia atrás la cabeza, lanzó un gritespantoso.

Amalric se estremeció al oír ese alaridoque fue contestado. Desde algún punto deaire, por encima de la torre, descendió u

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clamor de gritos extraños que vibraron comil ecos. Entonces la figura blanca caydefinitivamente entre los mármole

manchados de sangre, y Amalric supo quhabía desaparecido uno de los dioses dKush. Al darse cuenta de ello, lo invadió uterror ciego e irracional.

Bajó los escalones de la tarima presa dpánico y se alejó de la cosa que yacía en esuelo y que parecía mirarlo con los ojodesorbitados. Tuvo la sensación de que lnoche gritaba contra él por el sacrilegicometido, y sintió un horror cósmico. Cuandllegó al final de la escalera se detuvrepentinamente. Lissa corría hacia él desde loscuridad, con los brazos extendidos y unexpresión de espanto en los ojos.

-¡Amalric! -gritó ella arrojándose en subrazos-. ¡Lo vi! -musito-. Lo vi arrastrando un hombre muerto por el pasillo. Grité y huEntonces, cuando regresé, te oí gritar y sup

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que habías ido a buscarme a la Torre Roja.

-Y ahora has venido a compartir m

destino -repuso Amalric con una voz apenaaudible.

A continuación, cuando la joven trató dmirar, fascinada, lo que había detrás de éAmalric le tapó los ojos con una mano y lhizo dar media vuelta. Era mejor que ncontemplara lo que había en el suelo. Cogisu rasgada túnica, pero no se atrevió a tocasu espada. Cuando conducía a Lissa por laoscuras escaleras, una mirada hacia atrás lconvenció de que entre los fragmentos dmármol ensangrentado ya no yacía ldesnuda figura blanca. La palabra mágichabía hecho que Ollam-onga adoptara sforma humana en vida, pero no habí

muerto! Una momentánea ceguera ofuscó Amalric, y luego, acuciado por una repentinprisa, obligó a la joven a bajar rápidamentpor las escaleras que daban a las ruinas de

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exterior.

Amalric no redujo la velocidad de s

marcha hasta que los dos alcanzaron la calledonde los esperaban el camello y el caballoColocó rápidamente a la joven sobre ecamello y saltó sobre la silla de su negrcorcel. Tomó las riendas y se dirigió hacia lderruida muralla. Después respiró hondo. Eaire puro del desierto le refrescó la sangreque se había librado del aroma de decadenciy de espantosa antigüedad que había entrlas ruinas.

De su silla colgaba un pequeño pellejo dagua. No tenían comida, y su espada habíquedado en la habitación de la Torre Roja. Senfrentaban al desierto sin comida y siarmas, pero los peligros de éste les parecía

menos terribles que el horror de la ciudaque dejaban.

Cabalgaron hacia el sur, sin pronuncia

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una sola palabra. En esa dirección, en algúpunto ignorado, había un pozo de agua. Aamanecer, cuando remontaban una duna d

arena, Amalric miró hacia atrás en dirección Gazal, que tenía un aspecto irreal bajo lrosada luz del alba. El joven tensó todos lomúsculos de su cuerpo y Lissa lanzó un gritoPor una ancha abertura de las murallas salíasiete jinetes. Sus caballos eran negros y lohombres estaban vestidos de negro de lcabeza a los pies. En Gazal no había caballosEl horror se apoderó de Amalric. Se volvió espoleó a los animales.

El sol se volvió rojo, más tarde se colorede oro viejo y finalmente se convirtió en unbola de fuego casi blanca. Los fugitivocontinuaron avanzando, luchando contra ecansancio y el calor, cegados por el reflej

del sol sobre la arena. Y detrás de ellosavanzando constantemente, cabalgaban lasiete manchas negras.

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Poco a poco fue cayendo la tarde. El sovolvió a enrojecer y comenzó a descendehacia el horizonte.

Amalric se sintió desasosegado. Lojinetes se aproximaban.

A medida que se acercaba la oscuridadtambién se acercaban los perseguidoresAmalric miró a Lissa y ahogó unexclamación al ver que su caballo stambaleaba y se caía de rodillas. El sol shabía puesto y la luna quedó súbitamentoculta por una sombra con forma dmurciélago. Las estrellas brillaban con tonorojizos en la oscuridad, y Amalric oyó ufuerte susurro detrás de ellos, como de uviento terrible. Unas alas negras como lnoche y un pico ganchudo sobre el qu

brillaban dos puntos fosforescentes sacercaron tanto que Amalric le gritó codesesperación a la muchacha:

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-¡Sigue, Lissa! ¡Continúa! ¡Sálvate! ¡Es mí a quien quieren capturar!

Como respuesta, la muchacha se deslizó tierra desde el lomo del camello y lo rodecon sus brazos.

-¡Moriré contigo!

Siete sombras se recortaron contra ecielo estrellado, cabalgando como el vientoBajo sus capuchas centelleaban las chispade un fuego infernal. Sus mandíbulas sicarne golpeaban siniestramente.

Entonces hubo una interrupción. Ucaballo pasó como una exhalación junto Amalric, como una forma sin sombra eaquella extraña oscuridad. Sonó un fuert

impacto cuando el animal atacó a lasombras que se acercaban. Un caballrelinchó frenéticamente y una voz quparecía un bramido de toro gritó en un

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lengua extraña. Desde algún lugar replicó uclamor de alaridos.

Algo estaba ocurriendo. Los cascos de locaballos sonaban estrepitosamente sobre larena. Hubo un ruido de golpes salvajes, y lmisma voz de antes maldijo repetidas vecesEntonces, súbitamente salió la luna e iluminuna escena fantástica.

Un hombre montado encima de ugigantesco caballo luchaba frenéticamenteasestando terribles mandoblesaparentemente al aire. Desde otra direccióllegó una salvaje horda de jinetes cuyaespadas curvas brillaban a la luz de la lunaMás lejos, sobre la cima de una duna, sdesvanecían siete figuras negras con sucapas flotando al viento, como si fueran ala

de murciélago.

Amalric fue rodeado de inmediato pounos hombres de aspecto salvaje qu

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saltaron de sus caballos y se acercaron a éVarios brazos lo pusieron en pie, sujetándolfirmemente. Unos rostros de halcón s

acercaron al suyo. Lissa gritó.Entonces, los atacantes se apartaron

derecha e izquierda para dar paso al hombrque montaba el enorme caballo. Éste sinclinó un poco desde la silla para mirar Amalric.

-¡Diablos! -bramó-. ¡Amalric, el aquilonio

-¡Conan! -exclamó a su vez Amalricterriblemente asombrado-¡Conan! ¡Vivo!

-Mas vivo que tú -repuso el cimmerio¡Por Crom, amigo! Tienes el aspecto de habesido perseguido durante toda la noche por lo

diablos de este desierto. ¿Quiénes eran esotipos que te perseguían? Estaba cabalgandpor los alrededores del campamento qumontaron mis hombres para comprobar qu

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no había enemigos por aquí, cuando dpronto salió la luna y oí los cascos de locaballos. Corrí hacia ellos, y ¡por Macha!, m

encontré entre esos demonios casi sin darmcuenta. Tenía la espada en la mano y empeca atacar a diestra y siniestra... ¡Por Cromsus ojos brillaban como el fuego del infiernoSé que mi espada los hirió, pero luego la lunse volvió a ocultar y desaparecieron comuna ráfaga de viento. ¿Eran hombres diablos?

-Demonios enviados por el infierno repuso Amalric con un estremecimiento-. Nme preguntes, hay cosas de las que no sdebe hablar.

Conan no hizo más preguntas. No parecíincrédulo. Entre sus creencias se incluía

diablos, fantasmas, gnomos y toda clase dbrujerías.

-Veo que has encontrado una muje

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incluso en pleno desierto -dijo el cimmerimirando a Lissa.

La joven se había acercadapresuradamente a Amalric y se apretujtemerosa contra él.

-¡Vino! -bramó Conan-. ¡Traed vino!

Tomó uno de los pellejos de cuero quacababan de arrojarle y se lo entregó Amalric.

-Dale un trago a la muchacha y bebe ttambién -aconsejó-. Luego os colocaremosobre los caballos y os llevaremos acampamento. Es evidente que necesitácomer, descansar y dormir.

Trajeron un caballo lujosamentenjaezado. Varias manos levantaron Amalric sobre la silla e hicieron lo mismo cola joven. Luego avanzaron hacia el su

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rodeados por los peludos y oscuros jineteataviados de manera pintoresca. Muchos dellos llevaban pañuelos en la cabeza, con lo

que cubrían sus rostros hasta la altura de loojos

-¿Quién es ese hombre? -preguntó Lissrodeando con sus brazos el cuello de samante, que la sostenía en la silla delante dél.

-Conan el cimmerio -musitó Amalric-. Ehombre con el cual erré por el desiertdespués de la derrota de los mercenarios. Loque lo acompañan son los que lo abatieronLo dejé medio muerto por las flechas y ahorlo encontramos al mando de estas gentesque al parecer lo respetan mucho.

-Es un hombre terrible -murmuró ljoven. Amalric sonrió.

-Supongo que jamás has visto a u

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bárbaro blanco. Es vagabundo y guerrero ponaturaleza. Además, es un hombre que sciñe a un particularísimo código moral. N

creo que tengamos nada que temer de él.Sin embargo, en su interior, Amalric n

estaba demasiado seguro de esto último. Ecierto sentido se podía decir que él habítraicionado a Conan al irse, dejando acimmerio sin sentido sobre la arena. Perentonces ignoraba que Conan aún vivía. Lduda asaltó a Amalric. Salvajemente leal sus compañeros, el primitivo cimmerio nveía ninguna razón por la cual el resto demundo no debiera ser saqueado. Vivía segúla ley de la espada. Amalric sintió uescalofrío al pensar en lo que podía suceder Conan deseaba a Lissa.

Más tarde, después de comer y beber eel campamento de los jinetes, Amalric tomasiento junto al fuego delante de la tienda dConan. Lissa, cubierta con una capa de seda

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apoyaba su cabeza sobre las rodillas de samante. Frente a éste, la luz del fuegarrojaba sombras sobre el rostro de

gigantesco cimmerio.-¿Quiénes son esos hombres? -pregunt

el joven aquilonio.

-Los jinetes de Tombalku -contestó ecimmerio.

-¡Tombalku! -exclamó Amalric-. ¡Entonceno es ningún mito!

-¡No! -dijo Conan-. Cuando cayó mmaldito caballo, perdí el conocimiento, y arecobrar el sentido vi que estos diablos mhabían atado de pies y manos. Me pusfurioso y rompí varias de las sogas con la

que me habían atado, pero estos hombrevolvían a atarme con la misma rapidez con lque yo me liberaba, hasta el punto de que eningún momento tuve una mano libre. Si

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embargo, mi fuerza física les parecirealmente extraordinaria...

Amalric miró a Conan sin pronunciar unsola palabra. El cimmerio era tan alto y fuertcomo Tilutan, pero no gordo, como éste. Ncabía ninguna duda de que Conan podríhaberle partido el cuello al ghanata con lamanos.

-Decidieron llevarme a su ciudad en lugade matarme en el acto -dijo ConanCreyeron que un hombre como yo debímorir torturado lentamente, para que sdivirtieran. Entonces me ataron a un caballsin silla y nos dirigimos a Tombalku.

-Hay dos reyes en Tombalku -prosiguió ecimmerio-. Me llevaron ante ellos..., un tip

delgado y negro como la piel del diablllamado Zehbeh y otro negro gordo qudormitaba en su trono de marfil. Zehbeh lpreguntó a un sacerdote negro llamado Daur

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qué hacer conmigo, y éste lanzó unos dadohechos con huesos decordero y dijo qudebían despellejarme vivo ante el altar de Jh

Entonces todos gritaron de alegría, y el renegro se despertó.

"Escupí y maldije a Daura y a los reyes agregó-. Les dije que si pensabadespellejarme vivo, ¡por Crom!, antes queríbeberme un trago de vino, y que los maldecípor ladrones, cobardes e hijos de perra.

Entonces se incorporó el rey negro y mmiró. «¡Amra!», gritó. Lo reconocí dinmediato. Era Sakumbe, un suba de la CostNegra, un gordo aventurero al que conocí emis épocas de pirata por esas costas. Ebribón traficaba con marfil, polvo de oro esclavos, y era muy capaz de engañar a

mismísimo diablo si se lo proponía. Cuandse dio cuenta de quién era yo, el viejo diabldescendió del trono, me abrazó con alegría después él mismo me quitó las ligaduras.

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continuación anunció pomposamente que yera Amra el León, amigo suyo y que, por ltanto, nadie me podía hacer daño.

"Después hubo tremendas discusionesporque Zehbeh y Daura querían mi pellejo continuó Conan-. Pero Sakumbe llamó gritos a su brujo, Askia, que se presentrápidamente lleno de plumas, campanillas pieles de serpiente. Se trataba de un brujo dla Costa Negra y un hijo del diablo comhabía pocos.

»Askia inició sus danzas y encantamientoy anunció que Sakumbe era el elegido dAjujo el Oscuro y que lo que él decía era lúnica verdad -prosiguió el cimmerio-. Todolos negros de Tombalku lo vitorearon Zehbeh se desdijo.

«Los negros de Tombalku representan ael auténtico poder -dijo Conan-. Hace variosiglos los aphakis, un pueblo shemita

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avanzaron hasta el desierto del sur establecieron el reino de Tombalku. Smezclaron con los negros y el resultado fu

una raza morena de cabellos lisos, máblanca que negra, que domina en TombalkuPero son minoría, y siempre hay un rey dpura sangre ocupando el trono junto agobernante aphaki.

»Los aphakis conquistaron a los nómadadel desierto suroeste y a las tribus negras dlas estepas que habitan más al sur -prosiguiel bárbaro-. La mayor parte de estos jinetespor ejemplo, son tibus, gente de sangrmezclada de estigios y negros. Otros sobigharmas, mindangas y bornis.

»Sakumbe, a través de Askia, es everdadero gobernante de Tombalku -continu

diciendo el cimmerio-. Los aphakis adoran Jhil, pero los negros veneran a Ajujo eOscuro. Askia llegó a Tombalku con Sakumby reivindicó la adoración de Ajujo, que estab

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desapareciendo por culpa de los sacerdoteaphakis. Sakumbe también tiene un cultprivado, y adora a quién sabe qué diose

abominables. Askia se dedicaba a la maginegra y por medio de ellas derrotó a loaphakis. Los negros lo aclamaron comprofeta enviado por los dioses de piel oscuraSakumbe y Askia están prosperando ganando la estima de todos, mientras quZehbeh y Daura pierden poder.

«Como soy amigo de Sakumbe y Askihabló en mi favor, los negros me recibierocon grandes aplausos -agregó-. Sakumbhizo envenenar a Kordofo, el general de caballería, y me concedió su puesto, lo quagradó a los negros y exasperó a los aphakis

»¡Te gustará Tombalku! -concluyó e

cimmerio-. Es una ciudad hecha parhombres como tú y yo. Hay una medidocena de grupos poderosos que intrigaunos contra otros. Se producen constante

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peleas en las tabernas y en las callesasesinatos secretos, mutilaciones ejecuciones. Y hay mujeres, oro, vino... ¡

todo cuanto un mercenario puede desea¡Además, yo disfruto de favores y de pode¡Por Crom, Amalric, no podías haber llegaden mejor momento! Pero, ¡cómo!, ¿qué tpasa? No pareces tan entusiasmado con estacosas como antes.

-Perdón, Conan -dijo Amalric-. No es quno tenga interés, pero el cansancio y la faltde sueño me vencen.

Sin embargo, no era en el oro, lamujeres y la intriga en lo que estabpensando el aquilonio, sino en la muchachque dormitaba sobre sus rodillas. No ernada agradable la idea de meterla e

semejante red de intrigas y sangre como lque describía Conan. Amalric había cambiadsutilmente, hasta el punto de que ni él mismse daba cuenta de ello. Agregó con sum

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cuidado:

-Acabas de salvarnos la vida, por lo qu

te estoy muy agradecido. Pero no tengningún derecho a tu generosidad, puesto quhuí a caballo y dejé que te capturaran loaphakis. En realidad, creí que habías muerty...

Conan echó atrás la cabeza y soltó unsonora carcajada. Luego le dio una palmaden la espalda al joven, con tanta fuerza qucasi lo hizo rodar por el suelo.

-¡Olvida eso! Por supuesto que en esomomentos tenía que estar más que muerto, ten en cuenta que los aphakis te habríaatravesado como una rana si hubieraintentado rescatarme. Ven a Tombalku co

nosotros. Allí serás útil. Mandaste una tropde jinetes zapayos, ¿verdad?

-Sí.

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-Bien, yo necesito un ayudante quinstruya a mis muchachos. Luchan com

fieras si llega la ocasión, pero lo hacen caduno por su cuenta. Entre nosotros, Amalriccreo que podremos convertirlos en buenosoldados. ¡Más vino!

Transcurrieron tres días desde quencontraron a Amalric hasta que los jinetede Tombalku se acercaron a la capital. Ejoven aquilonio cabalgaba delante de lcolumna junto a Conan, y Lissa viajaba sobruna yegua, detrás de Amalric. Tras ellotrotaba la compañía formada en doble fila. Lmayor parte de los jinetes eran tibus, pertambién había contingentes de otras tribudel desierto. Las blancas túnicas de lojinetes flotaban al viento, mientras el sol de

atardecer arrojaba destellos rojizos sobre lapuntas de sus lanzas.

Todos hablaban, además de sus dialecto

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locales, el simplificado dialecto shemita quservía de lengua común a los pueblos de pieoscura desde Kush hasta Zimbabwe y desd

Estigia hasta el reino casi mítico de loatlaianos, situado bastante más al suMuchos siglos antes, los comercianteshemitas habían unido aquella vasta zonmediante sus rutas comerciales y tambiéhabían difundido su lengua y sus productosAmalric conocía lo suficiente bien el shemitcomo para poder comunicarse con los fieroguerreros de aquellas tierras.

Cuando el sol se ocultó en el horizontcomo una enorme gota de sangreaparecieron ante los ojos de los jinetes unopuntos luminosos. El terreno se inclinabsuavemente delante de ellos y luego se volvía nivelar. Sobre la llanura sealzaba una gra

ciudad con casas bajas. Estaban construidacon ladrillos de color ocre, por lo que lprimera impresión que recibió Amalric fuque el enorme conjunto de viviendas era un

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formación natural de tierra y de rocas..., uconjunto de cañadas y desfiladeros... y nuna ciudad.

Al pie de la suave colina se alzaba ungruesa muralla de ladrillo sobre la quasomaban algunas casas. Las luces brillabaen un espacio abierto en el centro de lciudad, desde la que llegaba un extrañclamor debilitado por la distancia.

-Tombalku -dijo Conan inclinando lcabeza a un lado para escuchar con atención. ¡Por Crom! Algo ocurre. Será mejor que nodemos prisa.

El cimmerio espoleó a su caballo, Lcolumna emprendió inmediatamente egalope detrás de él.

Tombalku estaba situada sobre un riscen forma de cuña, entre huertos de palmeray mimosas. El risco daba a la curva de un rí

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de poco caudal, donde se reflejaba el oscurazul del cielo del atardecer. Más allá del ríola tierra se extendía como un verde manto d

hierba.-¿Qué río es ése? -preguntó Amalric.

-El Jeluba -repuso Conan-. Desde aqufluye hacia el este. Algunos dicen quatraviesa Darfar y Keshan para unirse al ríStyx, y otros aseguran que gira hacia el sur desemboca en el Zarkheba. Tal vez algún dísiga su curso para saber la verdad.

Las enormes puertas de maderpermanecieron abiertas mientras la columnentró en la ciudad. En el interior, algunohombres vestidos de blanco se movían polas estrechas calles. Detrás de los hombre

blancos, los demás jinetes saludaban en voalta a conocidos y amigos, y se jactaban dsus hazañas.

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Conan se volvió sobre" su silla y dio unorden a un guerrero de piel oscura, quinmediatamente condujo la columna haci

sus cuarteles. El cimmerio, seguido dAmalric y de Lissa, se dirigió al trote a lplaza central.

Tombalku despertaba de su siesta. Potodas partes se veían hombres de piel oscurvestidos de blanco, caminando sobre la arenque cubría las calles. Amalric se sorprendidel tamaño de aquella metrópoli del desiertoasí como por la incongruente mezcla dcivilización y barbarie que se observaba potodas partes. En los espaciosos patios de lotemplos danzaban y sacudían sus sagradohuesos unos brujos pintados y adornados coplumas, mientras que unos lúgubresacerdotes entonaban los cantos de su raza

y en otros lugares oscuros filósofos discutíaacerca de la naturaleza del hombre y de lodioses.

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Al acercarse a la plaza central, los trejinetes se encontraron con muchas mápersonas que corrían en la misma dirección

Cuando la calle se llenó de gente, Conacomenzó a bramar órdenes para que cedierapaso a los caballos.

Desmontaron en la plaza, y Conaentregó las riendas de los caballos a uhombre que eligió entre la multitud. Luego ecimmerio se abrió paso hacia los tronos quse alzaban en el extremo más alejado de lplaza. Lissa cogió a Amalric por el brazo siguieron a Conan de cerca.

Alrededor de la plaza había regimientode lanceros negros formando un cuadrado. Efuego iluminaba las esquinas de la plaza, y sdorada luz se reflejaba en los escudo

ovalados hechos con piel de elefante, en lahojas de acero de las lanzas y en las plumade avestruz de sus tocados. Los ojos de lohombres centelleaban y sus blanca

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colores, cuyos brazos estaban hechos cocolmillos de elefante enteros. Los tronos shallaban encima de una tarima a la que s

subía por unos cuantos escalones. En el questaba a la derecha de Amalric había uenorme individuo negro. El hombre vestíuna larga túnica blanca y en su cabezllevaba un extraño y complicado tocado covarias plumas de avestruz y un cráneo dleón.

El trono de al lado estaba vacío, pero ehombre que debía ocuparlo estaba de pjunto al otro. Se trataba de un individudelgado, con rostro de halcón y piel oscuratambién vestía una túnica blanca, pero en scabeza llevaba un turbante lleno de piedrapreciosas. El hombre delgado agitaba upuño ante las narices del gordo, al tiemp

que gritaba, mientras que un grupo dguardias reales contemplaba contrariado ldiscusión de sus dos reyes.

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Cuando Amalric, que seguía a Conan, sacercó más, oyó lo que decía el rey mádelgado:

-¡Mientes! El mismo Askia envió esregalo de serpientes, como tú lo llamas, coel fin de darle una excusa para asesinar Daura. Si no detienes esta bufonada, habrguerra. ¡Te asesinaremos poco a poco, negrsalvaje!

Hubo un breve silencio y el hombrdelgado agregó, levantando el tono de svoz:

-¡Haz lo que te digo! Detén a Askia o de lcontrario te juro por Jhill el Cruel...

El hombre se llevó una mano a l

cimitarra. Los guardias del trono levantarosus lanzas. Pero el rey negro se echó a reante el encolerizado rostro que se inclinabsobre él.

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Conan, después de haber apartado a lolanceros, subió los escalones de ladrillo de l

tarima y se colocó entre los dos monarcas.-Será mejor que apartes la mano de es

espada, Zehbeh -dijo con un gruñido, atiempo que se volvía hacia el otro-. ¿Qusucede, Sakumbe?

El rey negro sonrió irónicamente.

-Daura quiere deshacerse de mí y menvió unas serpientes de regalo. ¡Vaya! Habívíboras en mi cama, entre mis ropas, y otrase dejaban caer de las vigas del techo. Trede mis mujeres murieron a

causa de las mordeduras, además d

varios esclavos y ayudantes. Askia se enterpor adivinación de que el culpable era Dauray mis hombres lo sorprendieron en medio dsus rituales mágicos. Mira hacia allí, genera

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Conan: Askia acaba de sacrificar la cabraSus demonios llegarán de un momento otro.

Amalric siguió la mirada de Conan y volvisus ojos en dirección a la víctima atada aposte, frente a la cual expiraba la cabraAskia estaba muy cercano al clímax de smagia. Su voz adquirió un tono agudo cuandcomenzó a dar saltos y a hacer sonar suhuesos. El humo del trípode creció y formuna retorcida columna, hasta que de prontcomenzó a brillar con un resplandor propio.

Ya era noche cerrada. Las estrellas quhabían comenzado a brillar en el aire puro dedesierto se tornaron opacas y rojizas; un velde color carmesí parecía ocultar la faz de lluna. Los fuegos ardían débilmente. Desd

arriba llegaba un rumor de palabradesconocidas para los humanos. Luego soyó un sonido similar al batir de unas alas.

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Askia permaneció rígido e inmóvil, coambos brazos extendidos y la cabezemplumada echada hacia atrás, mientra

pronunciaba palabras mágicas y extrañonombres. A Amalric se le erizó el cabello, yque entre aquel chorro de sílabaincoherentes oyó tres veces el nombre dOllam-onga.

Entonces, Daura gritó con tanta fuerzque silenció las palabras de Askia. Debido a loscilante luz del fuego, Amalric no podía vecon claridad. Algo parecía estarle sucedienda Daura, que luchaba y gritabdesesperadamente.

Alrededor de la base del poste al questaba atado el brujo, se vio de repente ucharco de sangre que se agrandaba. En e

cuerpo del hombre aparecieron unatremendas heridas, aunque era imposibladvertir qué era lo que las provocaba. Logritos de Daura se convirtieron en un déb

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sollozo y por último cesaron del todo, pero ehombre seguía moviéndose en el poste comsi alguna presencia invisible tirara de él co

fuerza. Luego apareció un débil resplandoblanco en la negra masa que había sidDaura. Luego hubo otro, y otro más. Amalrse dio cuenta con horror de que aquellapinceladas blancas eran huesos...

La luna recobró su habitual esplendor dplata. Las estrellas brillaron una vez mácomo piedras preciosas. Los fuegoencendidos en el centro del cuadradformado por las tropas brillaron máintensamente. La luz iluminó el esqueletatado al poste, en medio de un charco dsangre. El rey habló en voz alta, con tonarmonioso.

-Ese bribón de Daura ya ha pagado. Y ecuanto a Zehbeh... ¡Por las narices de Ajujo¿Dónde se ha metido ese villano?

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Zehbeh había desaparecido mientratodos contemplaban aquella dramáticescena.

-Conan -dijo Sakumbe-, será mejor qullames a los regimientos, pues no creo que mhermano rey desaproveche la oportunidaesta noche.

Conan empujó a Amalric delante de sí dijo:

-Rey Sakumbe, éste es Amalric, eaquilonio, que en otra época fue mcompañero de armas. Lo necesito comayudante. Amalric, será mejor que tú y tmujer os quedéis con el rey, ya que nconocéis la ciudad y probablemente omatarían si tratarais de mezclaros en la luch

que va a estallar.

-Me alegra mucho conocer a un amigo depoderoso Amra -dijo Sakumbe-. Que figur

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en la nómina, Conan, y que entrene a loguerreros... ¡por Derketo, ese bribón no hperdido el tiempo! ¡Mira!

En ese momento se oyó un clamor en eextremo más alejado de la plaza. Conan saltal suelo desde la tarima y comenzó a daórdenes a los jefes de los regimientos negrosA lo lejos se oía el redoble de los tamboresPor una esquina de la plaza apareció ugrupo de jinetes vestidos de blanco quatacaron con lanzas y cimitarras a los negroque había delante de ellos. Ante el repentinataque, las líneas de lanceros rompieron filay se convirtieron en grupos desorganizadosUno tras otro fueron cayendo bajo el aceroLa guardia real de Sakumbe rodeó la tarimde los tronos, uno vacío y el otro ocupado poel enorme cuerpo del rey negro.

Lissa, temblando, estrujó el brazo dAmalric.

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-¿Quién pelea contra quién? -preguntatemorizada.

-Ésos son los aphakis de Zehbeh -repusAmalric-, que tratan de asesinar a este renegro para que Zehbeh sea el únicgobernante.

-¿Podrán llegar hasta el trono? -volvió preguntar la joven señalando con una manla masa de figuras negras que luchaban aotro lado de la plaza.

Amalric se encogió de hombros y miró Sakumbe. El rey negro seguía sentado en strono, sin preocuparse demasiado por lo quocurría. Se llevó una copa de oro a los labioy bebió un sorbo de vino. Luego entregó Amalric una copa parecida a la suya.

-Debes de tener sed, hombre blancodespués de hacer un viaje tan largo, sitiempo para lavarte o descansar. ¡Bebe u

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trago!

Amalric compartió la bebida con Lissa

Desde el lugar más lejano de la plaza llegabhasta ellos el clamor de la lucha ferozLevantando la voz para que lo oyeran bienAmalric dijo:

-Su Majestad debe de ser muy valientpara estar tan poco preocupado, o de lcontrario muy...

Amalric se interrumpió sin poder terminala frase.

-O muy estúpido, quieres decir, ¿verdadEl rey se echó a reír y agregó:

-No, soy simplemente realista. Esto

demasiado gordo para correr. Además, corro, mi gente creerá que todo está perdidy huirá, dejando que me capturen mperseguidores. Mientras que si me qued

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aquí, hay una buena oportunidad de... ¡Ahahí llegan!

En ese momento llegaban más guerreronegros, que se incorporaban a la batalla. Lfuerza montada aphaki comenzó a ceder. Locaballos se encabritaban y derribaban a sujinetes, y éstos eran arrancados de sus sillapor fuertes brazos negros o derribados de sucaballos por el certero impacto de lajabalinas. De repente sonó una trompeta. Lorestantes aphakis hicieron dar vuelta a sucaballos y salieron de la plaza a todo galopeLa lucha fue calmándose.

Entonces reinó el silencio, sólo alteradpor los lamentos de los heridos, cuyocuerpos cubrían casi todo el suelo de la plazaMuchas mujeres negras comenzaron a sal

de las calles laterales para buscar a suhombres entre los caídos, atenderlos si aúvivían, y llorar por ellos si habían muerto.

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Sakumbe siguió sentado plácidamente esu trono, bebiendo, hasta que Conan, con lespada ensangrentada en la mano y seguid

por un grupo de oficiales negros, cruzó lplaza.

-Zehbeh y la mayor parte de sus aphakhan huido -dijo-. Tuve que matar a algunode tus muchachos para evitar que asesinaraa niños y mujeres aphakis. Los podremonecesitar como rehenes.

-Está bien -musitó Sakumbe-. Bebe utrago.

-Buena idea -repuso Conan respirandhondo. Luego miró hacia el trono vacío. El renegro siguió su mirada y sonrió.

-Bien -dijo Conan-. ¿Qué te parece? ¿Locupo? Sakumbe rió entre dientes y contestó

-Siempre lo mismo, Conan. ¡Golpea

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mientras el hierro está caliente! No hacambiado nada.

Entonces el rey habló en una lengua quAmalric no entendió. Conan gruñó unrespuesta y luego hubo un intercambio dpalabras. Askia subió los escalones quconducían a la tarima e intervino en lconversación. Hablaba con vehemenciadirigiendo miradas de desconfianza a Conan a Amalric.

Por último Sakumbe silenció al brujo couna palabra y se puso en pie con graesfuerzo.

-¡Pueblo de Tombalku! -gritó.

Todos los que se encontraban en la plaz

volvieron sus ojos hacia la tarima reaSakumbe continuó:

-Puesto que el falso traidor de Zehbe

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huyó de la ciudad, uno de los dos tronos dTombalku está vacante. Habéis podidcomprobar que Conan es un poderos

guerrero. ¿Lo aceptáis como rey?Tras un momento de silencio, se oyero

unos cuantos gritos de aprobación. Amalrnotó que los hombres que gritaban parecíaser los jinetes tibus a los cuales habíconducido Conan personalmente. Luego logritos se convirtieron en un clamor general daprobación. Sakumbe empujó a Conan haciel trono vacío. Un fuerte alarido de alegríresonó en todo el lugar. En la plaza, questaba siendo desalojada de cadáveres heridos, se encendieron nuevamente lahogueras. Se volvió a oír el redoble de lotambores, pero ya no en son de guerra, sinpara celebrar la coronación del nuevo re

durante toda la noche.

Horas más tarde, aturdido por la bebida el cansancio, Amalric caminaba junto a Liss

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por las calles de Tombalku. Conan los guiabhacia la modesta casa que les habíadestinado. Antes de separarse, Amalric l

preguntó a Conan:-¿Qué dijo Sakumbe, en esa lengu

desconocida, antes de entregarte el trono?

Conan rió de buena gana y respondió:

-Hablamos en un dialecto de la costa questas gentes no entienden. Sakumbe mestaba diciendo que todo irá bien siempre cuando yo no olvide el color de mi piel.

-¿Qué quiso decir con eso?

-Que no sería nada beneficioso para mintentar arrebatarle el poder porque aquí l

mayoría está compuesta de negros y jamáobedecerían a un rey blanco.

-¿Por qué no?

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-Porque han sido asesinados perseguidos por los hombres blancos d

Estigia y de Shem demasiadas veces.-¿Y el brujo Askia? ¿Qué le decía

Sakumbe?

-Le advertía que tuviera cuidado conosotros. Aseguraba que sus dioseparticulares le habían dicho que nosotroseremos la causa del infortunio y de ldestrucción de esta ciudad. Pero Sakumbe lhizo callar diciéndole que me conocía muchmejor que él y que confiaba más en mí quen cualquier hechicero.

Conan bostezó como un león somnoliento

-Llévate a tu pequeña a la cama anteque caiga dormida a tus pies.

-¿Y tú?

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-¿Yo? Regreso a mi puesto. ¡Apenas hacomenzado las fiestas!

Un mes más tarde, Amalric, cubierto dsudor y de polvo, contemplaba atentamentdesde la silla de su caballo cómo suescuadrones pasaban delante de él a todgalope, desplegados para un gran ataqueTodos los días, por la mañana, instruía a lojinetes en las tácticas empleadas por lcaballería civilizada: «¡Al paso! ¡Al trote!«¡Alto!» «¡A la carga!» «¡Retirada!», y asucesivamente.

Aunque todavía eran algo inexpertos, looscuros halcones del desierto comenzaban hacer progresos. Al principio habíaprotestado y dirigían miradas de odio haci

aquel extranjero que pretendía enseñarles luchar. Pero Amalric, apoyado por Conanhabía doblegado su resistencia mediante uncombinación de absoluta justicia y dur

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disciplina. El joven aquilonio estaba lograndformar una extraordinaria fuerza de combate

-Toca formación en columna de a cuatro ordenó al trompeta que se hallaba a su lado.

Cuando sonó el instrumento, los jinetes sdetuvieron y formaron correctamente ecolumna, entre maldiciones y juramentosTrotaron hacia las murallas de Tombalkupasando junto a los campos donde las negracampesinas desnudas interrumpían su labopara contemplar a los guerreros.

De regreso en Tombalku, Amalric llevó scaballo a los establos y se dirigió a su casaAl acercarse a ella se sorprendió de ver Askia, el brujo, de pie frente a la casa hablando con Lissa. La sirvienta de ésta, un

mujer suba, estaba en la puerta, escuchando

-¿Qué ocurre, Askia? -preguntó Amalracercándose, con tono poco amistoso-. ¿Qu

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haces aquí?

-Me preocupo por el bienestar d

Tombalku. Y para lograrlo, tengo que hacepreguntas.

-No me gusta que hombres extrañointerroguen a mi esposa en mi ausencia.

Askia sonrió con una mueca siniestra.

-El destino de la ciudad es mucho máimportante que lo que pueda agradarte a ti no, hombre blanco. ¡Hasta la vista!

El brujo se alejó y Amalric, frunciendo eceño, entró con Lissa en la casa.

-¿Qué te estaba preguntando?

-¡Oh!, acerca de mi vida en Gazal y cómte había conocido.

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-¿Qué le dijiste?

-Le dije que eras un héroe y le cont

cómo habías matado al dios de la Torre RojaAmalric reflexionó durante un momento.

-Hubiera preferido que no le revelaraeso. No sé por qué, pero estoy seguro de qutrata de hacernos daño de alguna maneraDebo ir a ver a Conan ahora mismo... ¡Lissaestás llorando!

-¡Yo... soy tan feliz!

-Bueno, pero ¿a qué se debe esto?

-¡Me has reconocido como tu esposa!

Al pronunciar estas últimas palabras, ljoven rodeó el cuello de Amalric con subrazos y luego susurró a su oído palabracariñosas.

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-Bueno, está bien -dijo el aquilonio-, teníque haber pensado antes en ese detalle.

-¡Esta noche tenemos que celebrar unfiesta de bodas!

-¡Desde luego! Pero ahora tengo que ir ver a Conan...

-¡Oh, eso puede esperar! Además, estásucio y cansado. Come, bebe y descansantes de enfrentarte con esos hombreterribles.

El buen criterio de Amalric le aconsejabir a ver a Conan de inmediato. Pero sentícierto rechazo ante aquella reunión. Aucuando estaba seguro de que Askia planeab

algo sucio, en realidad no tenía un motivjustificado para acusarlo. Finalmente se dejconvencer por Lissa. Comieron, bebieronhicieron el amor y luego descansaron. El so

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ya estaba muy bajo cuando Amalric partió edirección al palacio.

El palacio del rey Sakumbe era un gracomplejo construido con ladrillos de coloocre, al igual que toda la ciudad dTombalku, y estaba ubicado cerca de la plazcentral. Los guardias reales, que conocían Amalric, lo dejaron entrar. En el interior habífinas láminas de oro que cubrían las paredey reflejaban la rojiza luz del sol ponienteAmalric cruzó un amplio patio abarrotado dgente en el que se encontraban las esposadel rey y sus numerosos hijos, y despuéentró en las habitaciones privadas desoberano.

Encontró a los dos reyes de Tombalku, eblanco y el negro, tendidos sobre montaña

de cojines dispuestos encima de una graalfombra bakhariota que cubría un suelo dmosaicos. Frente a cada uno de los reyehabía una gran pila de monedas de oro d

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diferentes países y a su lado una gran copde vino. Un esclavo se encargaba de llenalas copas cada vez que éstas se vaciaban.

Los dos hombres tenían los ojoinyectados en sangre a causa del alcohol. Erevidente que llevaban muchas horabebiendo. Sobre la alfombra, entre amboshabía un par de dados.

Amalric se inclinó solemnemente.

-Señores...

Conan lo miró, aturdido por el alcohoLlevaba un turbante cubierto de piedrapreciosas, que había pertenecido a Zehbeh.

-¡Amalric! Recuéstate sobre estos cojine

y juega con nosotros. Tu suerte no podrá sepeor que la mía esta noche.

-Señor, realmente no puedo permitirme..

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-¡Oh, al diablo con esos modales! Te haguna apuesta.

Conan tomó un puñado de monedas de spila y las depositó sobre la alfombra. MientraAmalric se inclinaba para tomar asientoConan, como si acabara de ocurrírselrepentinamente una idea, miró fijamente Sakumbe.

-Te diré una cosa, hermano reyTiraremos los dados una vez cada uno. Sgano, ordenarás que el ejército marchcontra el rey de Kush.

-¿Y si gano yo? -preguntó Sakumbe.

-Entonces se hará lo que tú quieras.

Sakumbe movió la cabeza negativamenteal tiempo que reía socarronamente.

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-No, hermano rey, a mí no se me pilla cotanta facilidad. Partiremos sólo cuandestemos preparados, no antes. Conan golpe

sobre la alfombra con un puño.-¿Qué diablos te pasa, Sakumbe? Ya n

eres el hombre de otros tiempos. Anteestabas siempre dispuesto a cualquieaventura. Ahora lo único que te importa es lcomida, el vino y las mujeres. ¿Qué es lo qute ha cambiado?

Sakumbe hipó y dijo:

-En aquellos tiempos, hermano, yo queríser rey, con muchos hombres a mis órdenesabundante vino, mujeres y comida. Ahortengo todas esas cosas. ¿Por qué he darriesgarlas en aventuras innecesarias?

-Debemos extender nuestras fronterahacia el océano occidental para dominar larutas comerciales que parten de la costa

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Sabes tan bien como yo que la riqueza dTombalku depende de eso.

-Y cuando hayamos conquistado el reinde Kush y llegado hasta el mar, ¿quharemos?

-Entonces avanzaremos con nuestroejércitos hacia el este para conquistar a todalas tribus ghanatas e impedir sus incursiones

-Y después, sin duda, querrás atacar poel norte o por el sur y así constantementeDime, amigo, supongamos que hemoconquistado todas las naciones que sencuentran dentro de un radio de mil leguade Tombalku y que poseemos riquezamucho más grandes que las de los reyes dEstigia, ¿qué haríamos entonces?

Conan bostezó y se estiró perezosamenteLuego dijo:

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-Pues gozar de la vida, supongo. Gozar dnuestro oro, cazar todos los días, beber hacer el amor durante toda la noche. Y d

vez en cuando nos podemos contamutuamente mentiras sobre nuestraaventuras.

Sakumbe volvió a reír.

-Si eso es todo lo que deseas, estamodisfrutando de ello ahora mismo. Si quieremás oro o comida, vino o mujeres, pídemely lo tendrás al instante.

Conan sacudió la cabeza, gruñó alginaudible y frunció el entrecejo, desorientadoSakumbe se volvió hacia Amalric y agregó:

-Y tú, mi joven amigo, ¿has venido

decirnos algo?

-Señor, vine para rogar a Conan quvisite mi casa y confirme mi matrimonio co

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mi esposa. Después me gustaría que mhiciera el honor de quedarse allí a comer algcon nosotros.

-¿Comer algo? -preguntó Sakumbe¡Nada de eso, por las narices de AjujoCelebraremos una gran fiesta. Habrá bueyeasados enteros, ríos de vino, tambores bailarinas. ¿Qué dices a eso, hermano rey?

Conan eructó y sonrió.

-Estoy de acuerdo contigo, hermano reyCelebraremos tal fiesta de bodas en honor dAmalric que no podrá levantarse en tres días

-Había otro asunto -dijo Amalric un pocatemorizado ante la perspectiva de otrfestejo como los que solían hacer aquello

reyes bárbaros, pero sin saber cómo negarseActo seguido relató como Askia habíinterrogado a Lissa.

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Cuando terminó, los dos reyes fruncieroel ceño y Sakumbe dijo:

-No temas a Askia, Amalric. Todos lobrujos necesitan ser vigilados, pero éste eun valioso sirviente. Y en cuanto se refiere su magia...

Sakumbe miró hacia la puerta y bajó etono de voz:

-¿Qué pensáis?

Un guerrero que estaba de centinela en lpuerta dijo:

-¡Oh, reyes! Un explorador de los jinetetibus quiere hablar con vosotros.

-Que pase -dijo Conan.

Un negro enjuto vestido con una blanctúnica desgarrada entró en la habitación y s

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prosternó. Al tenderse en el suelo sobre svientre, se levantó una nube de polvo de suropas.

-¡Mis señores! -exclamó jadeando¡Zehbeh y los aphakis avanzan hacia aquLos vi ayer en el oasis de Kidessa y hcabalgado toda la noche para traeros lnoticia.

Tanto Conan como Sakumbe, súbitamentsobrios, se pusieron en pie. Conan dijo:

-Hermano rey, esto significa que Zehbepodría estar aquí mañana. Ordena que lotambores toquen sones de guerra.

Mientras Sakumbe llamaba a un oficial le daba órdenes, Conan se volvió haci

Amalric.

-¿Crees que podrías sorprender a loaphakis en su camino hacia aquí y aplastarlo

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con tus jinetes?

-Tal vez lo consiga -repuso Amalric co

cautela-. Serán más numerosos qunosotros, pero en el norte hay algunacañadas profundas, excelentes para tendeuna emboscada...

Una hora más tarde, cuando el sol sponía tras las murallas de Tombalku, Conan Sakumbe subieron a los tronos que había ela tarima de la plaza. Cuando sonaron lotambores en son de guerra, todos los negroen edad militar acudieron a la plaza. Sencendieron hogueras. Oficiales emplumadodieron órdenes para que los guerreroformaran en línea, y pasaron revista a lapuntas de sus lanzas para asegurarse de qutodas estaban bien afiladas.

Amalric cruzó la plaza para informar a loreyes de que sus jinetes estarían preparadopara salir a medianoche. Su mente herví

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pensando en planes tácticos y estratagemasEn caso de que los aphakis resistieran eprimer ataque, él suspendería el asalto y s

retiraría, para volver a atacar cuando loaphakis se hubieran dispersado desmontado de sus caballos a fin de atacalas murallas de Tombalku...

Subió los escalones y llegó hasta donde sencontraban los reyes, rodeados de oficialenegros, a quienes impartían órdenes.

-Señores... -comenzó a decir.

Una exclamación lo interrumpió. Askiapareció junto al trono señalado a Amalric gritando a los reyes.

-¡Ahí está! -gritó-. ¡El hombre que mató

un dios! ¡El hombre que mató a uno de mdioses!

Los negros que rodeaban los trono

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volvieron sus rostros sorprendidos edirección a Amalric. En sus caras se reflejabel temor y el asombro. Evidentemente, le

resultaba inconcebible que un hombrpudiera matar a un dios. El que lo hicierdebía de ser, por lo tanto, otro dios.

-¿Qué castigo sería suficiente para tablasfemia? -siguió diciendo Asida-. ¡Exijo quel asesino de Ollamonga y su mujer me seaentregados para torturarlos! ¡Dioses, van recibir el castigo más grande que haysufrido jamás un ser humano...!

-¡Cállate! -bramó Conan-. Si Amalric matal bribón de Gazal, el mundo ha ganado algoAhora vete de aquí y deja de molestarnosEstamos muy ocupados.

-Pero Conan... -murmuró Sakumbe.

-Estos diablos de piel blanca siempre sayudan unos a otros -agregó Askia-. ¿Acas

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no sigues siendo el rey, Sakumbe? ¡Si aún leres, ordena que los detengan y los aten! Sno sabes qué hacer con ellos ..

-Bueno -dijo Sakumbe.

-¡Escucha! -exclamó Conan-. Si Gazal yno está acosada por ese llamado diospodremos conquistar la ciudad, poner trabajar a sus habitantes y conseguir que noenseñen su ciencia. Pero primero ordena este brujo que se largue de aquí antes qupruebe el filo de mi espada en él.

-¡Pido...! -gritó Askia.

-¡Ordénale que se vaya! -bramó ecimmerio apoyando una mano en lempuñadura de su espada-. ¡Por Crom

¿Crees que yo abandonaría a un viejo amigcomo Amalric en manos de un hechiceradorador del diablo?

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Finalmente Sakumbe se puso en pie ordenó:

-¡Vete, Askia! Amalric es un bueguerrero y no le harás daño. Debes empleatu magia para derrotar a Zehbeh.

-Pero yo...

-¡Vete! -repitió Sakumbe.

Askia, furioso, murmuró entre dientealgo ininteligible y luego dijo:

-Muy bien, me voy, ¡pero vosotros dotendréis pronto noticias mías!

Después de pronunciar su últimamenaza, el hechicero se retir

apresuradamente.

Amalric presentó su informe sobre lojinetes tibus. Entre el constante ir y venir d

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mensajeros y de oficiales que informabasobre las fuerzas a su mando, pasó algútiempo antes de que Amalric pudiera explica

su plan al rey. Conan hizo unas cuantasugerencias y a continuación dijo:

-A mí me parece bien; ¿tú que piensasSakumbe?

-Si a ti te gusta, hermano rey, debe dser bueno. Vete, Amalric, y reúne a lojinetes... ¡Ohhhh!

Un grito terrible surgió de los labios dSakumbe, cuyos ojos parecían saltársele dlas órbitas. Se puso en pie y se tambaleóaferrándose la garganta.

-¡Estoy ardiendo! ¡Estoy ardiendo

¡Salvadme!

En el cuerpo de Sakumbe se estabproduciendo un terrible fenómeno. Aunque n

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se veía fuego por ningún lado, ni emanabcalor de él, era evidente que el hombre ardícomo si lo hubieran atado a una pir

encendida. Su piel se cuarteó, se abrió luego se chamuscó, llenando el aire de olor carne quemada.

-¡ Verted agua sobre él -gritó Amalric-. ¡vino! ¡Lo que tengáis más a mano!

El rey negro gritaba desesperadamenteAlguien vertió sobre él un cubo lleno dlíquido. Hubo un siseo y una nube de vapopero los gritos de dolor continuaron.

-¡Por Crom e Ishtar! -exclamó Conanmirando con furia a su alrededor-. Debí habematado a ese brujo cuando lo tuve a malcance.

Los gritos cesaron poco a poco. Los restodel rey..., una cosa negruzca, informe, siningún parecido con lo que había sid

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Sakumbe... yacían sobre la superficie de ltarima en medio de un oscuro charco dgrasa humana. Algunos oficiales emplumado

salieron corriendo presa del pánico; otros sprosternaron y tocaron el suelo con sufrentes, invocando a sus dioses.

Conan tomó a Amalric por una muñeca le dijo en voz baja y con tono tenso:

-Tenemos que salir de aquinmediatamente. ¡Vamos!

Amalric sabía que el cimmerio erconsciente de los peligros que debíaenfrentar. Siguió a Conan y bajó loescalones de la tarima. En la plaza todo erconfusión. Los emplumados guerreros iban dun lado a otro gritando y gesticulando. Entr

ellos acababan de estallar algunas peleas.

-¡Muere, asesino de Kordofo! -gritó unvoz desde la tarima.

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Justo enfrente de Conan, a muy pocdistancia, un hombre alto levantó el braz

para arrojar una jabalina. Sólo su instintsalvaje pudo salvar al cimmerio. El bárbarse dio media vuelta y se agachó. La largjabalina pasó a dos centímetros de la cabezde Amalric y se hundió en el pecho de otrguerrero.

El agresor movió el brazo para lanzar otrjabalina, pero antes que pudiera arrojarlaConan desenvainó su espada. Ésta reflejó udestello de color escarlata a la luz del fuego dio en el blanco.

El hombre de Tombalku cayó al suelo coel sable clavado en el pecho.

-¡Corre! -gritó Conan.

Amalric obedeció, abriéndose paso entrla multitud que llenaba la plaza. Los hombre

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gritaron y lo señalaron. Algunos corrieron traél.

Amalric corrió, haciendo un tremendesfuerzo con las piernas y los pulmones, entró por una callejuela detrás de Conan. sus espaldas gritaban sus perseguidores. Lcalle se estrechaba y trazaba una curvaConan desapareció delante de Amalric.

-¡Aquí, rápido! -exclamó el cimmerio, quse había ocultado en el espacio estrecho ququedaba entre dos casas de adobe.

Amalric se introdujo en ese sitio quapenas mediría un metro y se quedó esilencio, tratando de respirar mácómodamente, mientras que los hombres qulos perseguían pasaban de largo.

-Quizá sean parientes de Kordofo -dijConan en voz baja-. Han estado afilando sucuchillos para matarme desde que Sakumb

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se deshizo de Kordofo.

-¿Qué haremos ahora? -preguntó e

aquilonio. Conan volvió la cabeza hacia lestrecha franja de cielo estrellado que srecortaba encima de ellos y respondió:

-Creo que podré trepar a esos tejados.

-¿Cómo?

-De la misma manera que solía ascendepor una grieta en las rocas cuando era májoven, allá en Cimmeria. Verás. Quédate umomento con esto.

Conan le dio a Amalric una jabalina, éste se dio cuenta de que pertenecía ahombre que había matado el cimmerio. E

arma tenía una cabeza afilada de hierro qumedía un metro de largo, con forma dsierra. Un poco más abajo del asa, un pesde hierro equilibraba el de la cabeza.

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Conan soltó un gruñido, apoyó la espaldcontra un muro y los pies contra el otro,

comenzó a subir en esa extraña posición. Eseguida se convirtió en una negra silueta quse recortaba contra las estrellas, y luegdesapareció. Al cabo de unos segundos dijdesde arriba:

-Alcánzame esa jabalina y sube.

Amalric le dio el arma y luego subió de lmisma forma que Conan. Los tejados estabahechos con una espesa capa de hojas dpalmera, y sobre ellas otra de dura arcillaAlgunas veces, la arcilla cedía bajo sus pies oían el crujido de las hojas secas que habídebajo.

Amalric siguió a Conan y cruzó variotejados, saltando los espacios que habíentre ellos. Por último llegaron a un edificibastante grande situado casi en el mism

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borde de la plaza.

-Tengo que sacar a Lissa de aquí -dij

Amalric con ansiedad.-Cada cosa a su tiempo -repuso Conan-

Antes tenemos que saber lo que estocurriendo.

La confusión en la plaza había disminuidoLos oficiales hacían formar filas a suhombres. Sobre la tarima de los tronos, aotro lado del cuadrado, se hallaba Askia epie con sus adornos de hechicero, hablando gesticulando. Aunque Amalric no podía oír lque decía, era evidente que el brujo tratabde convencer a los hombres de Tombalku dsus cualidades de sabio gobernante.

Un ruido a la izquierda del lugar en el quse encontraban llamó su atención. Al principifue un murmullo parecido al sonido de lmultitud, pero luego se convirtió en clamo

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Un hombre llegó corriendo a la plaza y le dija Askia:

-¡Los aphakis atacan la muralla este!Entonces estalló el caos. Sonaron lo

tambores de guerra. Askia dio órdenes derecha e izquierda. Un regimiento dlanceros negros comenzó a desfilar edirección al lugar de la batalla. EntonceConan dijo:

-Será mejor que nos vayamos dTombalku. Sea cual sea el bando que ganequerrán nuestro pellejo. Sakumbe tenírazón: estas gentes jamás obedecerán a uhombre blanco. Vete a tu casa y saca de allí la muchacha. Procurad ensuciaros la cara las manos con el hollín de la chimenea, y a

pasaréis desapercibidos por las callesProcura coger todo el dinero que puedas. Yte esperaré allí con los caballos. Si nos damoprisa, podremos salir por la puerta oest

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antes que la cierren o ataque ZéhbehAunque antes de irme tengo algo que hacer.

Conan observó a Askia, que se hallabmás allá de las filas de guerreros negros. Ebrujo gritaba sus oraciones sobre la tarimaConan levantó la jabalina.

-Hay mucha distancia, pero creo qupodré lograrlo -musitó.

El cimmerio retrocedió hasta el extremopuesto del tejado y luego corrió haciadelante, en dirección a la plaza. Poco antede llegar al borde del tejado, alzó el arma coun fuerte impulso del brazo y de su enormtorso. Amalric perdió de vista la jabalindebido a la oscuridad que los rodeabaDurante unos segundos se preguntó adond

habría ido a parar.

Súbitamente Askia gritó y se tambaleó, atiempo que la jabalina, que sobresalía por s

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espalda, vibraba con fuerza. El brujo se agiten violentas convulsiones y luego cayó sobrla tarima. Entonces, Conan gruñó:

-¡Vámonos!

Amalric saltó velozmente de tejado etejado. Hacia el este aumentaba el ruido de lbatalla, en el que se confundían gritos dguerra, el redoble de los tambores, llamadade trompeta, alaridos y el inconfundiblsonido metálico de las armas.

Aún no era medianoche cuando AmalricLissa y Conan frenaron sus caballos en unloma arenosa situada a una legua ddistancia de Tombalku. Miraron hacia atrás vieron a lo lejos el fragor de la batallaCuando los aphakis atacaron la mural

oriental y se enfrentaron con los lanceronegros en plena calle, estallaron incendiopor todas partes. Aunque los negros eramás numerosos, la falta de jefes suponía un

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desventaja que su valor bárbaro no podícompensar. Los aphakis fueron penetrandmás y más en la ciudad, mientras lo

incendios parecían convertir la metrópoli dedesierto en un auténtico holocausto.

El clamor de la batalla llegaba hasta lotres fugitivos como un murmullo. EntonceConan dijo:

-¡Al diablo con Tombalku! Gane quiegane, tendremos que buscarnos la vida eotro lugar. Yo me iré a la costa de Kushdonde tengo amigos, y también enemigos, donde puedo tomar un barco para Argos. vosotros, ¿qué haréis?

-Aún no lo he pensado -dijo Amalric.

-Tienes contigo a una hermosa potranca exclamó Conan sonriendo.

Hubo un prolongado silencio y el cimmeri

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agregó:

-No puedes arrastrarla detrás de ti

través del mundo.Amalric se sobresaltó por el tono de la

palabras de Conan. Se acercó más a Lissa pasó un brazo por su cintura, con gestprotector, al tiempo que apoyaba su manlibre en la empuñadura de la espada. Conasonrió.

-No temas -dijo-. Jamás me han gustadlas mujeres de mis amigos. Si venís conmigopodréis regresar a Aquilonia.

-No puedo volver a Aquilonia -repusAmalric.

-¿Por qué?

-Mi padre fue asesinado durante undisputa con el conde Terentius, favorito de

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rey Vilerus. Por esta razón, toda mi familituvo que huir de allí. De lo contrario, loagentes de Terentius nos hubieran matado.

-¿Pero no lo sabías? -preguntó ConanVilerus murió hace seis meses. El actual rees un sobrino. Dicen que todos los parásitoque rodeaban al viejo rey han siddestituidos, y que todos los exiliados havuelto. Supe todo esto por un comerciantshemita. Yo, en tu lugar, me iría corriendo casa. El nuevo rey encontrara un buen puestpara ti. Llévate a tu pequeña Lissa conviértela en condesa o algo por el estilo. Ecuanto a mí, ya lo sabes, me largo a Kush al mar azul.

Amalric miró nuevamente en dirección aresplandor rojo que procedía de Tombalku.

-Conan -dijo-, ¿por qué Askia mató Sakumbe si en realidad tenía más motivopara acabar con nosotros? Conan se encogi

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de hombros.

-Quizá tenía problemas más graves co

Sakumbe y por ello empleó la magia contrél. Nunca he entendido la mentalidad de lobrujos.

-¿Y por qué te molestaste en matar Askia? Conan lo miró fijamente antes dresponder:

-¿Es que quieres mofarte de mí, Amalric¿Yo, dejar sin vengar a un amigo? Sakumbe¡maldito sea su negro pellejo!, era amigmío. Aun cuando en estos últimos añoengordó y se volvió perezoso, era muchmejor que la mayoría de los hombres blancoque he conocido.

El cimmerio suspiró hondo y movió lcabeza como un león agitando la melenaLuego agregó:

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-Bueno, él ha muerto y nosotros estamovivos. Pero si queremos seguir viviendo, sermejor que nos larguemos de aquí antes qu

Zehbeh envíe una patrulla en busca dnosotros. ¡Vámonos!

Los tres jinetes avanzaron por la laderoccidental de la loma arenosa y continuación cabalgaron al trote hacia eoeste.

El estanque del negro

Conan atraviesa las praderas del sur dlos reinos negros. Allí lo conocen desde hacmucho tiempo, y por eso Amra el León nencuentra dificultades para dirigirse a la cost

que asoló junto con Belit en el pasado. Perahora Belit es sólo un recuerdo en la CostNegra. El barco que se aleja de tierra, en eque viaja Conan afilando su espada, est

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tripulado por piratas de las islas Barachasque se encuentran cerca de la costa dZingara. Ellos también han oído hablar d

Conan y le dan la bienvenida porque apreciasu experiencia y su destreza con la espada. Ecimmerio tiene unos treinta y cinco años dedad cuando se une a los piratas barachanosa quienes acompaña durante bastanttiempo. Sin embargo, a Conan, acostumbrada los ejércitos perfectamente ordenados dlos reyes hiborios, la organización de logrupos barachanos le resulta tan endeble quve muy pocas posibilidades de alcanzar ljefatura y sus beneficios. En Tortage logrescapar de una situación realmente difíciconsecuencia de una contienda entre piratasy entiende que para salvar el pellejo lo mejoes cruzar a nado el Océano Occidental, lo qulleva a cabo con absoluta confianza y perfect

aplomo.

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Desde la creación del mundo

los barcos navegaron hacia el occidente

desconocido para el hombre.

Leed, si os atrevéis, lo que escribió Skelo

tocando su levita de seda con manoinertes,

y seguid a los barcos a través de ltormenta...

Seguid a los barcos que no regresarájamás.

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Sancha, nativa de Kordava, bostezdelicadamente, estiró perezosamente sugráciles miembros y luego se acomodó mejo

en el lecho de piel de armiño y seda montaden la cubierta de popa. Sabía perfectamentque la tripulación la miraba con avidez también sabía que la cortísima túnica qullevaba, típica de su país, dejaba adescubierto gran parte de su cuerpo Siembargo, sonrió con insolencia y se dispuso dormitar un rato antes de que el sol, que yestaba asomando sobre el océano, le hirierlos ojos.

Pero en ese momento llegó a sus oídos uruido muy diferente del que producía ecrujido de los maderos y cordajes, o laembestidas de las olas contra la embarcaciónSe incorporó y clavó su mirada en la borda

por la que en ese momento trepaba uhombre chorreando agua. Sus negros ojos sabrieron con asombro y tuvo que hacer uesfuerzo para ahogar una exclamación d

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sorpresa. El intruso era un perfectdesconocido para ella. El agua le chorreabdesde los hombros a lo largo de su

musculosos brazos. Su simple vestimentaunos pantalones de seda roja, estabempapada, al igual que el ancho cinturón cohebilla de oro y la vaina con la espada qucolgaban de éste. Cuando se puso en psobre la borda, el sol naciente dibujó ssilueta; parecía una estatua de bronce. Spasó la mano por los cabellos empapados sus ojos azules se iluminaron cuando vio a lmuchacha.

-¿Quién eres? -preguntó ella-. ¿De dóndvienes? El hombre señaló hacia el vastocéano, sin apartar los ojos de ella.

-¿Acaso eres un dios que surge de la

olas? -preguntó nuevamente la jovenconfundida por la franqueza de su mirada, pesar de que estaba acostumbrada a que ladmiraran.

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Antes que el hombre pudiera respondesonaron unos pasos rápidos sobre la cubiert

y se detuvieron junto a él. El capitán de lnave miró al extraño, al tiempo que apoyabla mano en la empuñadura de su espada.

-¿Quién diablos eres? -preguntó con vode pocos amigos.

-Soy Conan -repuso el recién llegado coserenidad. Sancha prestó más atenciónJamás había oído hablar el zingario con esacento.

-¿Y cómo has llegado a bordo de mbarco? -preguntó nuevamente codesconfianza.

-Nadando.

-¡Nadando! -exclamó el capitáindignado-. ¡Perro! ¿Te estás burlando de m

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Estamos muy lejos de tierra, ni siquiera sdivisa la costa. ¿De dónde vienes?

Conan señaló con una mano hacia el este-Vengo de las islas.

-¡Oh!

El capitán lo miró con interés. Frunció eceño y adelantó la mandíbula con gesto poccomplaciente.

-Así que tú eres uno de esos perrobarachanos. Los labios de Conan esbozarouna leve sonrisa.

-¿Sabes quién soy? -preguntó el capitán.

-Este barco es elHolgazán. De modo qutú debes de ser Zaporavo.

-¡Sí!

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El patrón del barco se sintió halagado esu vanidad al ver que el hombre sabía quié

era. Se trataba de un hombre tan alto comConan, aunque mucho más delgado y menocorpulento. Bajo el morrión de acero, srostro oscuro de rasgos aguileños teníaspecto saturnino, por lo que lo llamaban eHalcón. Su lujosa vestimenta estaba a toncon la moda y con los hábitos zingarios. Smano nunca se apartaba demasiado de lempuñadura de la espada.

El capitán observaba a Conan con gestde pocos amigos, pues los renegadozingarios y los proscritos que infestaban lacostas del sur de Zingara, cerca de las islaBarachas, no se estimaban demasiado. Lmayoría de los proscritos eran marineros d

Argos mezclados con hombres de otranacionalidades. Atacaban los barcos asolaban la costa zingaria y sus ciudades, aigual que lo hacían los piratas zingarios, per

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éstos despreciaban a los bucanerobarachanos y dignificaban su profesióllamándose a sí mismos filibusteros, palabr

mucho más honorable, y calificando a lobarachanos de piratas. No eran los primeroni los últimos que darían prestigio a lpalabra ladrones.

Estos pensamientos pasaron por la mentde Zaporavo mientras su mano jugueteabcon la empuñadura de la espada y observabcon el ceño fruncido a su entrometidhuésped. En ese momento Conan nexteriorizó en absoluto sus pensamientosPermaneció en pie, inmóvil, con los brazocruzados sobre el pecho, tan tranquilo comsi se hallara en su propio barco. Sonreía, y esus ojos se reflejaba una extraña expresióde calma.

-¿Qué haces aquí? -preguntó Zaporavsúbitamente.

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-Consideré necesario abandonar mi cargen Tortage ayer por la noche, antes de qusaliera la luna -repuso Conan-. Partí en un

lancha vieja y remé hasta el amaneceEntonces vi las velas superiores de tu barco dejé que se hundiera la miserabembarcación en la que viajaba, porqunadando iba a avanzar más rápidamente.

-Hay tiburones en estas aguas -dijZaporavo.

El hombre se sintió vagamente irritadcuando Conan, por toda respuesta, sencogió de hombros. Dirigió una mirada a lcubierta inferior y vio un conjunto de rostroansiosos que miraban hacia arriba. Una solpalabra haría subir a todos aquellos hombresque con sus espadas sofocarían en el act

cualquier acometida de un buen luchadocomo parecía ser el recién llegado.

-¿Por qué he de cargar con tod

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vagabundo vomitado por el mar? -bramZaporavo, con una mirada y un tono máinsultantes que sus palabras.

-Un capitán siempre puede dar empleo un buen marinero -repuso Conan siresentimiento.

Zaporavo frunció el ceño y guardsilencio. Sabía que eso era verdad. Tuvo umomento de duda que más tarde le costaríel barco, el mando, la muchacha y la vidaPero no podía adivinar el futuro, y para éConan no era más que otro bribón vomitadocomo había dicho, por el mar. No le gustabnada ese hombre, pese a que no lo habíprovocado en absoluto. Sus modales no erainsolentes, pero a Zaporavo le molestaba smanifiesta seguridad en sí mismo.

-Trabajarás para mantenerte -dijfinalmente el Halcón-. ¡Y fuera de estcubierta! Recuerda que aquí mi voluntad e

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ley.

Conan esbozó una amplia sonrisa. Si

pausa, pero sin prisa, se dio media vuelta descendió a la cubierta inferior No se volvipara mirar a Sancha, que durante la brevconversación lo miró con avidez.

Cuando llegó a la cubierta inferior, lrodeó la tripulación... Eran todos zingariosmedio desnudos, con sus escasas ropas dseda sucias de alquitrán, y brillantes joyas elas orejas y en las empuñaduras de sudagas. Todos los hombres estaban ansiosopor la diversión que prometía el tradiciona«bautizo» del forastero. Allí lo pondrían prueba y se decidiría su futura posición entrla tripulación. En la cubierta superioZaporavo parecía haber olvidado po

completo la existencia de Conan, pero Sanchvigilaba con sumo interés. Estabacostumbrada a presenciar tales escenas, sabía que el célebre «bautizo» podía se

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brutal y probablemente sangriento.

Pero su familiaridad con tales situacione

era mucho menor que la de Conan. Éstesbozó una suave sonrisa cuando llegó a lcubierta inferior y vio las figuras que lrodeaban amenazadoramente Se detuvo examinó a los hombres sin alterar su posturen lo más mínimo. En esas situaciones regíun código determinado. Si Conan hubieratacado al capitán, toda la tripulación shabría abalanzado sobre él, pero le daríacarta blanca contra el que habíaseleccionado para iniciar la lucha.

El hombre elegido para esa tarea avanzdos pasos. Se trataba de un individucorpulento y peludo, que llevaba una faja dcolor carmesí enrollada en la cabeza a mod

de turbante. Había adelantado la mandíbulinferior en un gesto de desafío. Tenía erostro lleno de cicatrices y parecía lencarnación del mal. Cada uno de su

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movimientos y miradas fue en esomomentos una verdadera afrenta. Su manerde iniciar el «bautizo» fue primitiva y crue

como él mismo.-Barachano, ¿eh? -dijo en tono de burla

Allí es donde se crían perros en lugar dhombres. Nosotros, los Camaradasescupimos sobre ellos... ¡así!

El rufián escupió en el rostro de Conan luego se llevó una mano a la espada.

El movimiento de Conan fue demasiadrápido como para que lo pudiera captar lmirada humana. Su enorme puño chocó coterrible fuerza contra la mandíbula de scontrincante, y el zingario salió catapultadpor los aires hasta caer hecho un guiñap

junto a la borda.

Conan se volvió hacia los demás. Exceptun suave brillo que se reflejaba en sus ojos

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su compostura y serenidad eran las mismade antes.

Pero el «bautizo» había terminado con lmisma rapidez con la que había comenzadoLos marineros levantaron a su compañero. Sfracturada mandíbula colgaba fláccida y scabeza oscilaba de forma poco natural.

-¡Por Mitra..., tiene el cuello roto! exclamó un pirata de barba negra.

-Vosotros, los filibusteros, sois gente mufloja -dijo Conan con una sonrisa-. Lobarachanos no tomamos en cuenta a tipocomo vosotros. ¿Queréis jugar a las espadaconmigo? ¿No? Entonces todo está bien somos amigos, ¿verdad?

La mayoría de los hombres asintieronUnos brazos bronceados arrojaron por lborda el cadáver del hombre, y cuando ecuerpo desapareció bajo las aguas se viero

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varias aletas negras y brillantes, acercándosrápidamente. Conan se echó a reír y extendisus brazos como un tigre perezoso. Lueg

echó una mirada a la cubierta superioSancha, apoyada en la barandilla, tenía lboca abierta de asombro. En sus ojos habíun brillo especial. El sol que la iluminaba pola espalda delineaba su esbelto cuerpo, quse transparentaba a través de la ligera túnicque llevaba. En ese momento apareció detráde ella la sombra de Zaporavo y su pesadmano se apoyó en el hombro de la muchachcon ademán posesivo. Le dirigió una miradamenazadora al gigante, a la que Conarespondió con una sonrisa.

Zaporavo cometió un error habitual entrlos autócratas. Solitario en la sombrígrandeza de la cubierta superior, subestim

al hombre que estaba a sus órdenesAbstraído en sus propios pensamientos, habídejado pasar la oportunidad de matar Conan. No concebía que los perros que s

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hallaban a sus pies pudieran constituir unamenaza para él. Había ocupado duranttanto tiempo puestos importantes y habí

pisoteado a tantos enemigos queinconscientemente, se sentía muy por encimde toda maquinación de rivales inferiores.

Conan no lo provocó en absoluto. El piratse mezclaba con la tripulación y vivía taalegremente como los demás. Demostró seun excelente marinero y, por supuesto, emás fuerte de todos. Hacía el trabajo de trehombres y siempre era el primero enrealizalas tareas más pesadas y peligrosas. Ndiscutía con sus compañeros, que a su vez scuidaban mucho de no hacerlo con él. Cuandjugaba con ellos, apostaba su cinturón y svaina, les ganaba el dinero y las armas luego les devolvía todo lo que habían perdido

con una carcajada. La tripulación lconsideraba, instintivamente, como el jefe dla segunda cubierta. Conan jamás les contpor qué había abandonado a los pirata

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barachanos, pero la posibilidad de que spudiera deber a un hecho sangrientaumentaba el respeto que sentían hacia é

Había adoptado una actituimperturbablemente cortés tanto haciZaporavo como hacia sus compañeros, nunca tenía un gesto insolente ni servil.

Hasta el marinero más torpe se sentíimpresionado por el contraste entre etaciturno, áspero y pensativo capitán y epirata que reía estrepitosamente, entonabcanciones en una docena de idiomas, bebípor diez y, aparentemente, no se preocupaben absoluto del futuro.

Si Zaporavo se hubiera enterado daquellas comparaciones, probablemente shabría quedado mudo de cólera. Pero e

capitán estaba siempre enfrascado en supropios pensamientos, que se hacían málúgubres a medida que iban pasando loaños, y gozaba

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con sus vagos sueños de grandeza y cola muchacha, cuya posesión era un place

amargo, al igual que todos sus placeres.La joven miraba con creciente interés a

gigante de negra cabellera, que superaba sus compañeros tanto en el trabajo como elos juegos Jamás había hablado con ella, perera evidente la naturalidad que se reflejaben la mirada del hombre. La muchacha no sequivocaba en ese sentido, y se preguntabsi sería peligroso permitirle que se acercara.

Hacía poco tiempo que había dejado lopalacios de Kordava, pero le parecía que umundo entero la separaba de la vida quhabía llevado antes de que Zaporavo larrancara de la carabela en llamas que su

lobos habían abordado. Ella, que había sido hija mimada del duque de Kordava, prontaprendió lo que significaba ser un juguete dplacer en manos de un bucanero. Puesto qu

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era una mujer de gran fortaleza, seguíviviendo en una situación en la que otramujeres habrían muerto y, dado que er

joven y estaba llena de vida, había logradhallar placer en su existencia.

La vida era incierta como un sueño, coagudos contrastes de batallas, pillajesasesinatos y huidas, y las rojas visiones dZaporavo la hacían más incierta aún que lde los demás filibusteros. Nadie sabía dantemano lo que el capitán planeaba. En esodías habían dejado atrás todas las costas qufiguraban en los mapas y avanzaban hacia ldesconocido, hacia aquellos lugares por locuales se habían aventurado muchos barcopara perderse definitivamente. Todas latierras conocidas quedaban atrás, y día tradía seguían teniendo ante sus ojos l

inmensa soledad del mar. Allí no habíningún botín, ninguna ciudad que saquear nbarcos que incendiar. Los hombremurmuraban, aunque no permitían que su

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murmuraciones llegaran a oídos de simplacable capitán, que se pasaba los días las noches paseando por el castillo de proa,

inclinado sobre antiguos mapas y cartas dnavegación amarillentos por el tiempo, leyendo pergaminos casi devorados por logusanos. A veces hablaba con Sancha eforma demencial acerca de continenteperdidos y de islas fabulosas que había emedio de golfos desconocidos, donde lodragones cuidaban los tesoros reunidos poreyes prehumanos hacía mucho, muchtiempo.

Sancha lo escuchaba sin comprendeabstraída en sus propios pensamientos, quse centraban siempre en el gigante de bronccuyas carcajadas eran tan estrepitosas elementales como el viento del mar.

Al cabo de varias semanas divisaron tierrhacia el oeste, y al amanecer arrojaron eancla en una bahía poco profunda. Vieron un

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playa que parecía una franja blanca qubordeaba una gran extensión de hierbadonde crecían numerosos árboles. El vient

traía consigo el aroma a plantas y a especiasSancha aplaudió con gesto infantil ante lperspectiva de pisar tierra. Pero su ansia sconvirtió en amargura cuando Zaporavo lordenó que permaneciera a bordo hasta quél la llamara. Zaporavo nunca dabexplicaciones acerca de sus órdenes, pertenía la sensación de que muchas veces tenípor objeto hacerle daño sin motivo alguno.

Entonces la muchacha se tendiperezosamente en el castillo de proa contempló cómo los hombres remaban hacitierra sobre las serenas aguas, que parecíajade líquido bajo el sol de la mañana. Los vireunirse en la playa, alertas, con las arma

preparadas, mientras algunos de ellos sinternaban entre los árboles que bordeabala playa. Notó que entre estos últimos shallaba Conan. No podía equivocarse, viend

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la alta y bronceada silueta que caminabcomo una pantera. Los hombres de ltripulación decían que no era un hombr

civilizado, sino un cimmerio, un miembro dlas tribus salvajes que vivían en las grisemontañas del norte y que sembraban eterror entre sus vecinos cada vez quatacaban. Ella sabía que había algo especiaen él, que tenía una supervitalidad o unbarbarie que lo distinguía de sus rudocompañeros.

Sonaron fuertes voces en la playa y esilencio que reinó a continuación tranquilizó los bucaneros. Luego los hombres sdispersaron en busca de frutas. Sancha lovio trepar a los árboles y sintió que el apetitla consumía. Se puso en pie y maldijo couna habilidad adquirida en el trato diario co

sus blasfemos compañeros.

Los hombres de la playa habíaencontrado frutas y las comían con deleite

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Se trataba de una variedad desconocida, dpiel brillante y dorada, especialmentsabrosa. Pero Zaporavo se mostrab

indiferente ante el hallazgo. Al enterarse dque sus exploradores no habían encontradnada que indicara la presencia de hombres animales, permaneció inmóvil mirando haciel interior de la isla, en dirección a lapendientes cubiertas de hierbas y de árbolesLuego dio una orden, se ajustó el anchcinturón que sostenía su espada y comenzó internarse entre los árboles. Su ayudantmás cercano le aconsejó que no fuera solo como recompensa recibió un fuerte golpe ela boca. Zaporavo tenía sus razones pardesear ir solo. Quena saber si ésa era la islque se mencionaba en el misteriosoLibro dSkelos, en la que había unos monstruoextraños que cuidaban celosamente cripta

llenas de oro. Y si lo que pensaba era verdadno le interesaba compartir su secreto conadie, y muchísimo menos con su tripulación

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también la tentaba el misterio de aquellamaniobras de Zaporavo y de Conan.

Sancha conocía perfectamente bien ecastigo que le aplicaba su implacable amcada vez que lo desobedecía, y por ello squedó un rato sentada, indecisa. Por últimodecidió que valía la pena soportar unoazotes de Zaporavo y, sin pensarlo más, squitó las sandalias de cuero, la falda corta la blusa Trepó sobre la borda, descendió polas cadenas del ancla, se tiró al agua y nadhacia tierra. Permaneció un momento en playa sintiendo el cosquilleo de la arena elas plantas de los pies, mientras buscaba cola mirada a la tripulación. Vio sólo a unocuantos hombres a poca distancia, quparecían dormir bajo los árboles. En sumanos había restos de aquel extraño frut

dorado. La joven se preguntó por qudormirían tan profundamente a aquelltemprana hora del día.

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Nadie la detuvo cuando cruzó la blancfranja de arena y penetró en las sombras quproyectaban los árboles. Notó que ésto

estaban distribuidos en grupos irregulares que entre ellos había pequeñas y grandeextensiones de hierba verde en terreninclinado. Al continuar en la misma direccióque había tomado Zaporavo, la muchacha sasombró por el maravilloso paisaje que veíaHabía suaves colinas verdes con árboles reinaba un silencio onírico, como encantado.

Al cabo de un rato llegó a la cima de uncolina rodeada de altos árboles, y entonceaquella maravillosa sensación de paz encanto que antes la había embargado sdesvaneció súbitamente por culpa de lo quacababa de ver sobre la hierba pisoteada manchada de sangre Sancha lanzó un grit

involuntario y retrocedió Luego avanzó colos ojos desorbitados y temblando de pies cabeza.

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Zaporavo yacía sobre la pradera, mirandfijamente hacia el cielo con una enormherida en el pecho Cerca de su mano inert

estaba su espada. El Halcón había realizadsu último vuelo.

Sancha contempló el cadáver de su amcon cierta emoción. No tenía motivos paramarlo, y sin embargo sentía lo mismo quhabría experimentado cualquier joven acontemplar el cuerpo del hombre que la habíposeído por primera vez. No lloró ni sintió lnecesidad de hacerlo, pero su cuerpcomenzó a temblar convulsivamente y se lheló la sangre en las venas. No obstantelogró sobreponerse y resistir la ola de histerique estaba a punto de invadirla.

Miró a su alrededor, esperando ver a

hombre en quien estaba pensando en esmomento. Pero sólo vio el círculo de árbolegigantescos y las azuladas laderas de lmontaña que se alzaban más allá. ¿Acas

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Zaporavo se habría arrastrado hasta eslugar mortalmente herido? Pero alrededor decadáver no se veía ninguna huella de sangre

Sancha vagó desorientada entre loárboles, tensando todos los músculos de scuerpo cada vez que oía el susurro de lahojas que de cuando en cuando agitaba lbrisa.

-¿Conan? -preguntó con extraño tono dvoz, debilitada por el terrible silencio que drepente se había vuelto tenso.

Un pánico inesperado hizo presa de ella sus rodillas comenzaron a temblar.

-¡Conan! -gritó desesperadamente-. Soyo... ¡Sancha! ¿Dónde estás? Por favo

Conan...

Su voz se ahogó en su garganta. Literror increíble le dilató los ojos. Entreabri

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sus rojos labios para gritar. Una extrañparálisis se apoderó de todos sus miembrocuando más necesidad tenía de huir. N

podía moverse. Lo único que lograba haceera gritar sin que surgiera un solo sonido dsu garganta atenazada.

2

Cuando Conan vio que Zaporavo sinternaba solo en el bosque, pensó quacababa de presentarse la ocasión que tantesperaba. No había comido fruta nparticipado en los juegos de sus compañerosToda su atención se centraba en vigilar al jef

pirata. Habituados a las costumbres dZaporavo, sus hombres no se asombraron dque el capitán partiera solo a explorar unisla desconocida y probablemente hostil. S

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dedicaron, pues, a divertirse, y no se dierocuenta de que Conan se deslizaba tras el jefcomo una pantera al acecho.

Conan no dudaba de la influencia quejercía sobre la tripulación, pero no se habíganado el derecho, mediante la lucha o lprovocación, de retar a un duelo a muerte acapitán. En aquellos desiertos mares no teníla oportunidad de probarse a sí mismo, segúla ley que imperaba entre los filibusteros. Ltripulación apoyaría a su jefe en caso de quConan lo matara abiertamente. Pero sabíque si mataba al capitán sin que sus hombrese enteraran, aquella tripulación sin jefe npermanecería fiel a la memoria de un hombrmuerto. Para aquella manada de lobos, sólcontaban los vivos.

Siguió ansioso a Zaporavo con la espaddesenvainada hasta llegar a una cimrodeada de árboles. Por entre dos troncodivisó el verde paisaje de las colinas, qu

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parecían confundirse en la distancia. AllZaporavo, intuyendo la persecución, se volvicon la espada desenvainada en la mano.

El pirata profirió una maldición y luegpreguntó:

-¿Por qué me sigues, perro?

-¿Y cómo se te ocurre hacer esa estúpidpregunta? -repuso Conan echándose a reír avanzando rápidamente hacia su jefe.

A continuación sonrió. Sus ojos azulecentelleaban con un brillo salvaje.

Zaporavo espetó un juramento, y sespada chocó contra el sable de Conacuando el barachano atacó. La ancha hoja er

como una llama azul encima de su cabeza.

Zaporavo era veterano de mil combateen tierra y mar. No había un hombre en e

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mundo más versado que él en el manejo dla espada. Pero jamás había cruzado su acercontra el de un hombre casi primitivo y criad

más allá de los confines de la civilización. Sformidable maestría en el terreno de laarmas se enfrentaba con una velocidad y unfuerza física inconcebibles en un hombrcivilizado. La forma de luchar de Conan ercompletamente heterodoxa, pero instintiva natural como la de un lobo salvaje. Lasutiles complejidades de la esgrima eran tainútiles contra su primitiva furia como lhabilidad de un boxeador contra los ataquede una pantera.

Peleó como jamás lo había hecho en svida, e hizo esfuerzos desesperados podetener la hoja que centelleaba sobre scabeza como un relámpago. Pero de repent

la espada de Conan golpeó la empuñadura dsu sable, y sintió que su brazo se quedabparalizado por el terrible impacto. El golpfue seguido instantáneamente por un

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embestida tan fuerte que la hoja de aceratravesó su cota de malla y sus costillacomo si fueran de papel, y después se clav

en su corazón. Los labios de Zaporavo sretorcieron durante su breve agonía, personrió hasta el final; de su garganta nsurgió ni una sola queja. Antes de que scuerpo quedara tendido sobre la pisoteadhierba, donde las gotas de sangre brillabacomo rubíes bajo el sol, ya estaba muerto.

Conan sacudió la sangre que manchabsu espada, sonrió satisfecho y se estirperezosamente... De repente, tensó todos lomúsculos de su cuerpo. La expresión dsatisfacción que se reflejaba en su rostro dipaso a una mirada de asombro. Permaneciinmóvil como una estatua durante algunosegundos, con la espada extendida a media

hacia adelante.

Al apartar la mirada de su vencidenemigo, la fijó en los árboles que l

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rodeaban y en el paisaje que resplandecía lo lejos. Y entonces vio una cosa fantástica..algo increíble e inexplicable. Sobre la lader

de una distante colina se recortaba una altfigura negra que cargaba a otra figura blancsobre un hombro. La aparición se desvanecicon la misma rapidez con la que se habípresentado, dejando a Conan con la bocabierta por la sorpresa.

El pirata miró a su alrededor, luegobservó inquieto el camino que habírecorrido momentos antes y soltó unmaldición. Se sentía profundamente molestodesasosegado, si es que ese término podíaplicarse a un ser como él, con nervios dacero. En medio de un paisaje real fantástico a un tiempo, se había introduciduna imagen de pesadilla. Conan no dudab

de su vista ni de su cordura. Pero acababa dver algo extraño e increíble, estaba seguro dello. Una figura negra que se deslizabrápidamente cargando una cautiva blanca y

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era motivo de sorpresa, pero aquella figurnegra era asombrosamente alta.

Movió la cabeza con incredulidad y sdirigió rápidamente hacia el lugar dondhabía visto aquello. No cuestionaba lprudencia de su acto. Estaba tentado por lcuriosidad y sentía el impulso irresistible dobedecer a sus instintos.

Cruzó una colina tras otra, cada una dellas con sus gigantescos árboles. El caminera ascendente, aunque a veces, comonótona regularidad, también tenía levedescensos. La asombrosa disposición dpequeñas cimas y declives parecíinterminable. Pero finalmente Conan alcanzlo que creía que era la cima más alta de isla y se detuvo al ver unas brillante

murallas verdes y unas torres del mismcolor, que hasta ese momento se habíaconfundido tan perfectamente con el paisajque el cimmerio no las había divisado a pesa

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de su vista de águila.

Conan dudó, acarició la empuñadura d

su espada y luego siguió adelante impulsadpor la curiosidad. No vio a nadie alacercarse una alta arcada que había en la muralla sipuertas Atisbando por entre unas grietapercibió lo que parecía ser un amplio patiabierto, tapizado de hierba y rodeado por umuro circular de una sustancia verdsemitransparente. En él había varios arcosAvanzando de puntillas y con la espadpreparada, entró por una de aquellas arcaday salió a otro patio similar. Por encima dotra muralla interior vio asomar los pináculode unas extrañas estructuras que parecíatorres. Una de estas torres estaba construiden parte en el patio en el que él sencontraba. Una ancha escalera conducía

ella Conan subió, preguntándose si todaquello era real o si seria un sueño provocadpor el loto negro.

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Al final de la escalera se encontró en urellano amurallado o quizá en un balcón. Nestaba seguro. En ese momento distinguí

más detalles de las torres, pero carecían dsignificado para él. Se dio cuenta con ciertinquietud de que no podían haber sidconstruidas por manos humanas. Habísimetría en su arquitectura, pero era unsimetría demencial; se trataba de un sistemajeno a la mente humana. En cuanto al plande la ciudad, castillo o lo que fuera, veía lsuficiente como para pensar que había ugran número de patios, en su mayor partcirculares, y cada uno de ellos estabrodeado por un muro y conectado con lodemás por medio de arcadas abiertas. Todel conjunto parecía estar agrupado alrededode las fantásticas torres del centro.

Al volverse para mirar hacia otro ladoConan tuvo una terrible sorpresa y se agachrápidamente detrás del parapeto del balcóncon la mirada fija enfrente y la boca abiert

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de asombro.

El balcón o rellano era más alto que e

muro de enfrente, y en ese momento Conaveía por encima de esa pared otro patio. Lcurva interior del muro de aquel patio diferíde las que había visto en que, en lugar de secontinua, parecía tener largas filas danaqueles abarrotados de pequeños objetocuya naturaleza Conan no pudo determinar.

Sin embargo, en ese momento prestmuy poca atención a la muralla Su curiosidase centraba en el grupo de seres que sencontraban agachados alrededor de uestanque verde que había en medio del patioSe trataba de unos individuos negros quepese a tener apariencia humana, eragigantes comparados con el alto pirata. Era

tipos más bien delgados, pero bien formadossin rastros de deformidad, excepto su talanormal. Pero incluso a distancia Conapercibió lo diabólico de sus rostros.

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En el centro se hallaba, temblando, umuchacho al que Conan reconoció como e

marinero más joven delHolgazáSeguramente era el prisionero que ecimmerio vio que llevaban por la ladera de lcolina. Conan no había oído ruido de pelea no veía heridas ni manchas de sangre en lodelgados miembros de ébano de los gigantesEvidentemente el joven se había internaddesde la playa, alejándose de sucompañeros, y había sido capturado en unemboscada tendida por un negro. Conan supinstintivamente que aquellos tipogigantescos y oscuros no eran hombres.

A sus oídos no llegaba ningún ruido. Lonegros asentían con movimientos de cabeza hacían gestos, pero no hablaban. Uno d

ellos, agachado delante del muchachosostenía un objeto parecido a una gaita en lmano. Se lo llevó a los labios y al parecesopló, aunque Conan no oyó ningún sonido

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Pero el joven zingario oyó o sintió algoTembló y se retorció como si estuvieragonizando; había una cierta regularidad y u

ritmo en la convulsión de sus miembros. Laconvulsiones dieron paso a violentasacudidas y luego a movimientos regularesEl joven comenzó a bailar de la misma formen que lo hacían las cobras bajo la flauta defaquir. En la extraña danza había un ciertabandono carente de gozo y desagradable la vista. Era como si la muda melodía de lainvisibles gaitas tocara el fondo del alma dejoven con dedos lascivos y le arrancara todexpresión involuntaria de su secreta pasiópor medio de una tortura brutal. Era comcontemplar un alma completamente desnudcon todos sus oscuros y vergonzosos secretoal descubierto.

Conan siguió observando la escena corepulsión. Aun cuando era tan elementacomo un lobo salvaje, no ignoraba loperversos secretos de las civilizacione

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decadentes. En su vagar por las ciudades dZamora había conocido a las mujeres dShadizar la Maldita. Pero en ese moment

percibía una vileza cósmica que trascendía lsimple degeneración humana... Era una ramperversa del Árbol de la Vida, que se habídesarrollado fuera de toda comprensióhumana. No sentía asombro por lacontorsiones agónicas ni por las posturas dejoven, sino más bien por la obscenidacósmica de aquellos seres que hacían ponede manifiesto los secretos insondableyacentes en los entresijos del alma humanay hallaban placer en aquellas voluptuosidadepropias de una pesadilla.

De repente el torturador negro dejó sinstrumento en tierra y se puso en pielevantándose por encima de la retorcid

figura blanca. Aferró brutalmente amuchacho por el cuello y las caderas, y lintrodujo la cabeza en el estanque verdeConan distinguió el brillo de su blanco cuerp

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en el agua verdosa, mientras el gigante negrlo retenía bajo la superficie del agua. Lueghubo un movimiento de inquietud entre lo

demás negros, y Conan se agachrápidamente bajo el parapeto, sin atreverse levantar la cabeza.

Al cabo de un rato la curiosidad lo venciy volvió a mirar con suma cautela. Los negrosalían en fila de una arcada y se dirigían otro patio. Uno de ellos colocó algo sobre uanaquel que había en el muro más alejadoConan vio que era precisamente el que habítorturado al joven. Era más alto que lodemás y llevaba un turbante cubierto dpiedras preciosas. No había rastros demuchacho torturado. El gigante siguió luego sus compañeros, y al cabo de unomomentos Conan los vio salir por la arcada

través de la cual él mismo había entrado eel castillo del horror. Segundos después pudobservar que se encaminaban a las verdeladeras, por donde él había llegado. N

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llevaban armas, y sin embargo Conapresentía que planeaban un ataque contra eresto de la tripulación.

Pero antes de partir para avisar a lofilibusteros, deseaba averiguar cuál habísido el destino del joven. El silencio erimpresionante. El pirata pensaba que tanten los patios como en las torres no habínadie, salvo él. Bajó deprisa por laescaleras, cruzó el patio y atravesó unarcada para entrar en otro patioprecisamente el que acababan de abandonalos gigantes negros. Fue entonces cuando vila muralla estriada. Tenía varias filas destrechos anaqueles en los que había milede diminutas figuras, en su mayor parte dcolor grisáceo. Estas figuras, que no eramás grandes que una mano humana

representaban hombres y estaban realizadacon una perfección tal que Conan pudreconocer las características raciales ddiferentes pueblos: los rasgos típicos de lo

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zingarios, argoseos, ofireos y corsariokushitas. Estos últimos eran de color negroal igual que sus modelos reales. Conan sinti

un cierto desasosiego al contemplar aquellafiguras mudas y sin ojos. En todas se percibíun toque de realidad que resultsorprendente y a la vez perturbadoTampoco podía discernir de qué clase dmaterial estaban hechas, aunque parecían dhueso petrificado. Pero no entendía cómpodía existir en aquel lugar tal cantidad dsustancia petrificada como para hacer tantaimágenes.

Notó que algunas imágenerepresentaban tipos humanos que él conocíapero éstas ocupaban los anaqueles más altosLos más bajos estaban llenos de figuracuyos rasgos le resultaban desconocidos

Quizá fueran producto de la imaginación dalgún artista o tal vez representaban razadesaparecidas y olvidadas.

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Conan sacudió la cabeza con impacienciy se volvió hacia el estanque. En el paticircular no había dónde ocultarse, y puest

que no se veía el cuerpo del joven por ningúlado, lo más lógico era que aún estuviera eel fondo del estanque.

Se acercó al sereno círculo verde observó la brillante superficie. Era commirar a través de un grueso cristal, nítidopero a la vez extrañamente ilusorio. Eestanque, que no tenía grandes dimensionesera redondo como un pozo y estaba rodeadpor un brocal de verde jade. Miró hacia abajy vio el fondo, también redondo, pero npudo calcular su profundidad, aunque daba limpresión de ser increíblemente hondo, yque le produjo el mismo vértigo que hubierexperimentado al contemplar el fondo de u

abismo.

Se sintió desconcertado cuando se dicuenta de que podía ver el fondo, pero a

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estaba, debajo de sus ojos, remoto, ilusoriosombrío, pero visible. Por un momento lpareció ver una rara luminosidad en el fondo

aunque no estaba muy seguro de ello. Pero lque podía asegurar era que el pozo estabvacío, excepto el agua brillante que contenía

Entonces, ¿dónde podría estar emuchacho que él había visto ahogar tabrutalmente en aquellas aguas? Conan sincorporó, acarició la empuñadura de sespada y observó nuevamente el patio. Smirada se fijó en un punto situado en uno dlos anaqueles más altos. Había visto agigante colocando algo allí... y en el acto usudor frío cubrió la piel morena de Conan.

Dudando, pero como arrastrado por uimán gigantesco, el pirata se acercó a l

brillante pared. Aturdido por la sospechademasiado monstruosa como para atreversa expresarla siquiera en su mente, miró lúltima figura colocada en aquel estante. E

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seguida se hizo evidente la espantosfamiliaridad. El rostro pétreo, inmóvidiminuto, pero inequívocamente suyo, de

muchacho zingario, lo miraba fijamenteConan retrocedió, profundamente conmovidoLa espada tembló en su mano al mirar haciarriba, con la boca abierta, aturdido por unrealidad demasiado abismal y espantoscomo para que la mente pudieraprehenderla.

Pero el hecho era evidente. Quedabrevelado el secreto de las imágenediminutas, aunque detrás de éste yacía emisterio más oscuro y complejo de sexistencia.

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Conan nunca supo el tiempo qupermaneció inmóvil, aturdido por aquelespantosa visión. Un ruido lo sobresaltó. Er

unavoz femenina que gritaba como si lmujer estuviera acercándose Conan reconocila voz, y su parálisis desapareció en el acto.

Dio un tremendo salto hasta los anaquelemás altos, a los que se aferró con ambamanos, y apartó las pequeñas figuras con lopies para poder apoyarse. De otro salto llegen unos segundos al borde del muro, y mirpor encima de éste. Se trataba de unmuralla exterior desde la que se veía lenorme pradera que rodeaba el castillo.

Un gigante negro atravesaba en esmomento la enorme extensión de hierballevando bajo un brazo, sin ningún esfuerzo

a la prisionera que se agitaba violentamententre sus brazos. Se trataba de Sanchacuyos negros cabellos caían en cascada. Spiel aceitunada contrastaba con el negr

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pellejo de su raptor. El gigantesco individuno hacía el menor caso de sus gritos movimientos desesperados por liberars

mientras se encaminaba hacia la arcadexterior.

Al desaparecer en el interior, Conan sacercó de un salto al arco que daba al patioAgazapado allí, vio entrar al gigante en epatio del estanque, cargando todavía a sfuriosa prisionera. En ese momento, Conapudo distinguir claramente los detalles daquella extraña criatura.

La soberbia simetría de su cuerpo y dsus extremidades era mucho máimpresionante de cerca. Bajo la piel de ébanbrillante se movían unos músculotremendamente desarrollados. Conan n

tenía la menor duda de que ese individuseria capaz de destrozar a cualquier hombreLas uñas de sus dedos constituían un armaya que eran largas como las garras de u

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animal salvaje. Sus ojos brillaban con reflejodorados. El rostro era una especie dmáscara de ébano, de rasgos absolutament

inhumanos. Cada línea de su cara estabteñida de una extraña expresión de maldadque trascendía toda maldad humana. No strataba de un ser humano... Era una creacióblasfema..., una perversión de la naturaleza.

El gigante arrojó a Sancha a tierra, y lmuchacha se encogió, gritando aterrada. Enegro miró a su alrededor como si no ssintiera seguro y entornó los ojos acontemplar las figuras volcadas y derribadade los anaqueles. Entonces aferró a scautiva por el cuello y la ingle y caminó coella directamente hacia el estanque. Pero eese preciso momento Conan salió de larcada y atravesó el patio como si fuera un

ráfaga de viento infernal.

El gigante se dio media vuelta y sus ojocentellearon al ver que el vengador s

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acercaba. El negro aflojó por un instante lpresión que ejercía sobre su víctima a causde la sorpresa, y Sancha se retorci

violentamente entre sus brazos y cayó sobrla hierba del patio. El gigantesco individuextendió sus manos terminadas en garrahacia adelante, pero Conan las esquivagachándose con la velocidad de un tigre, atacó con la espada la ingle del gigante. Enegro cayó como un árbol cortado de raíz, Conan sintió que Sancha lo rodeaba con subrazos, aterrada.

Conan maldijo entre dientes. Su enemighabía muerto. Los ojos del gigante estabavidriosos y los movimientos espasmódicos dsus largos miembros de ébano habíacesado.

-¡Oh, Conan! -dijo Sancha sollozando aferrándose con fuerza a su salvador-. ¿Quva a ser de nosotros? ¿Quiénes son estomonstruos? ¡Oh, seguramente esto es e

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infierno y ese negro era el diablo!

-Entonces el infierno tendrá necesidad d

un nuevo diablo -dijo él sonriendfieramente-. Pero, ¿cómo te capturó? ¿Acasse han apoderado del barco?

-No lo sé -dijo la muchacha tratando denjugar sus lágrimas-. Yo nadé hasta lplaya. Vi que seguías a Zaporavo y os seguí los dos. Luego encontré a Zaporavo... estaba... ¿Fuiste tú quien lo hizo?

-¿Qué otro podría ser? -gruñó ConanContinúa.

-Percibí algo que se movía entre loárboles y creí que eras tú. Te llamé... después vi a esa cosa negra agazapada com

un mono entre las ramas, mirándome. Fucomo una pesadilla. Me sentía incapaz dcorrer. No pude hacer otra cosa que gritaEntonces se dejó caer desde el árbol y m

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cogió... ¡Oh..., oh!

La muchacha ocultó el rostro entre la

manos y se puso a temblar al recordar lohorrores pasados.

-Tenemos que salir de aquí -gruñó Conantomando a la muchacha por una muñecaVamos, debemos volver a donde sencuentra la tripulación...

-La mayor parte de los hombres estabadormidos en la playa cuando me interné en ebosque.

-¿Dormidos? ¡Por Crom! ¿A qué diabloobedece todo esto...?

-¡Escucha!

La joven quedó paralizada como unmuda imagen del horror.

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-¡Lo oí! ¡Es una queja! ¡Espera!

Conan corrió de nuevo hacia lo

anaqueles. Miró una vez más hacia el exterioy maldijo con tanta furia concentrada quhasta Sancha se sorprendió. Los negroregresaban, pero no venían solos ni con lamanos vacías. Cada uno de ellos cargaba coun cuerpo inerte. Algunos llevaban dos. Suprisioneros eran los filibusteros delHolgazánColgaban fláccidamente de los brazos de sucaptores y, a no ser por algún vagmovimiento de sus cuerpos, Conanhabrípensado que estaban muertos. Los habíadesarmado, pero todavía conservaban suropas. Uno de los negros llevaba las espadade brillante acero. De cuando en cuando unde los marineros gritaba débilmente como uborracho llamando a alguien en sueños.

Conan miró a su alrededor como un lobacorralado. Tres de las arcadas conducían aexterior del patio del estanque. Los negro

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habían abandonado el patio por las arcadadel este, y seguramente entrarían de nuevpor allí. Sin embargo, Conan había entrad

por el arco que daba al sur. Se ocultó en larcada oeste y no tuvo tiempo de observar lque había más allá. A pesar de ignoracompletamente el plano del castillo, se viobligado a tomar una rápida decisión.

Saltó a tierra desde la pared y volvió colocar rápidamente las imágenes en su sitioLuego arrastró el cadáver del negro hacia eestanque y lo arrojó al agua. El cuerpo shundió de inmediato, y Conan vio claramentque el cadáver se contraía de un modextraño, luego se encogía y se endurecíaConan sintió un escalofrío y se dio medivuelta. Luego tomó a su acompañante por ubrazo y la condujo hacia la arcada su

mientras la joven suplicaba que le explicarlo que ocurría.

-Han atrapado a la tripulación -dijo e

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cimmerio-. No tengo ningún plan, pero noesconderemos en algún lugar y vigilaremosSi no miran hacia el estanque, tal vez n

sospechen nuestra presencia.-¡Pero verán la sangre que hay sobre l

hierba!

-Es probable que piensen que la vertiuno de sus propios diablos -repuso-. De todomodos, tendremos que correr ese riesgo.

Se encontraban en el patio, desde dondConan había contemplado la tortura demuchacho. El pirata condujo rápidamente a ljoven hasta la escalera que subía por lmuralla sur, y allí la obligó a agacharse trala balaustrada del balcón. El escondite no erbueno, pero no tenían otro mejor.

Apenas habían ocupado su sitio cuandlos negros entraron en el patio. Hubo uruido al pie de las escaleras, y Conan se pus

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en tensión, empuñando la espada. Pero lonegros pasaron de largo a través de unarcada situada en el lado suroeste.

continuación se oyeron una serie de lamentoy quejidos. Los gigantes estaban dejandcaer a sus víctimas al suelo. Un sollozhistérico se ahogó en la garganta de Sanchen el momento en que Conan le tapó la boccon la mano para evitar que el ruido lodelatara.

Al cabo de un rato oyeron las pisadas dmuchos hombres sobre la hierba, y luegreinó el silencio. Conan miró por encima de lmuralla. El patio estaba desierto. Los negrose encontraban una vez más reunidoalrededor del estanque, en el patio cercanosentados sobre sus talones. No prestaban lmenor atención a las enormes manchas d

sangre que había tanto sobre la hierba comsobre el brocal del pozo. Evidentemente, lamanchas de sangre no debían de ser alganormal allí. Tampoco miraron hacia e

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estanque. Estaban enfrascados en un extrañcónclave. El negro alto estaba tocando lgaita dorada y sus compañeros escuchaba

inmóviles como estatuas de ébano.Conan tomó a Sancha por una mano

bajó rápidamente por las escalerasagachándose para que su cabeza nsobresaliera por encima de la muralla. Lmuchacha lo siguió con dificultad, mirandaterrada hacia la arcada que daba al patio deestanque, pero desde ese ángulo no se veíel estanque, ni los extraños individuos. Al pide las escaleras se encontraban las espadade los zingarios. El ruido que habían oídmomentos antes se debía a las armas que enegro había dejado caer al suelo.

Conan condujo a Sancha hacia la arcad

suroeste, cruzaron en silencio la extensión dhierba y entraron en el patio que sencontraba un poco más lejos. Allí estabalos miembros de la tripulación en un montó

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informe. Algunos se movían o gruñían entrdientes. Conan se inclinó sobre ellos Sancha se arrodilló a su lado.

-¿Qué será ese aroma tan dulce? preguntó-. Se percibe en el aliento de todos.

-Es de esa maldita fruta que estabacomiendo -repuso Conan en voz bajaRecuerdo perfectamente su olor. Debe de sealgo parecido al loto negro, que hace dorma los hombres. ¡Por Crom! Están comenzanda despertar..., pero no tienen armas, y estoseguro de que esos diablos negros ntardarán mucho en aplicar su magia sobrellos. ¿Qué posible salida habrá para estomuchachos desarmados y drogados?

Conan quedó profundamente sumido e

sus pensamientos por un instante. Luegapoyó una mano sobre el blanco hombro dSancha, con tanta brusquedad que la jovese sobresaltó.

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-¡Escucha! Me llevaré a esos cerdonegros hacia otro lugar del castillo y allí lo

tendré ocupados durante un rato. Mientratanto, tú despertarás a estos estúpidos y letraerás sus armas... Es una oportunidad dsalvarse. ¿Podrás hacerlo?

-No lo sé -repuso Sancha, sacudiendaterrada la cabeza, casi sin saber lo qudecía.

Conan cogió a la joven por los cabellomientras soltaba un juramento, y la sacudihasta que Sancha sintió que las muralladaban vueltas a su alrededor.

-¡Tienes que hacerlo! -dijo el pirata-. ¡Enuestra única posibilidad!

-¡Haré lo que pueda! -musitó Sancha.

Conan se alejó gruñendo algo ininteligibl

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y dando una palmada de aliento a la joven ela espalda, que casi la hizo rodar por el suelo

Poco después se encontraba agazapaden la arcada que daba al patio del estanquemirando a sus enemigos Todavía estabasentados tal como los había visto antes, perempezaban a mostrar una malignimpaciencia. Conan oyó gruñidos maldiciones, mezclados con palabraincoherentes provenientes del patio en el quse encontraban los hombres. El cimmeritensó todos los músculos de su cuerpo y sagachó un poco más, como una panterdispuesta a atacar.

El enjoyado gigante se puso en piapartando la extraña gaita de sus labios... en ese preciso instante, Conan, con u

fantástico salto de tigre, cayó entre ellos atacó como una fiera salvaje. Su espadcentelleó tres veces como un relámpagantes que los sorprendidos negros tuviera

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tiempo de levantar una mano pardefenderse. Luego se alejó y corrivelozmente por el patio. Detrás de é

quedaban tres gigantescas figuras negras.Pero aunque su inesperada furia habí

tomado por sorpresa a los gigantes, losobrevivientes se recuperaron de inmediatoCuando Conan atravesó la arcada oeste, lonegros ya lo estaban persiguiendo de cerccon una velocidad de vértigo. Sin embargoConan tenía una gran confianza en sí mismen lo tocante a vencerlos en cualquier carrera pie. Aun así, ésa no era su intención. Spropósito era arrastrarlos a una larga carrercon el fin de darle tiempo a Sancha ddespertar a los zingarios.

Cuando Conan corrió hacia el patio qu

había más allá de la arcada oeste profirió ujuramento. Este patio era diferente de lodemás porque no era redondo, sinoctogonal, y el arco por el que había entrad

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era a su vez la única salida.

Conan se dio media vuelta y vio que l

estaban siguiendo todo el grupo de gigantesAlgunos de ellos obstruían la arcada y el restse había desplegado en una amplia línea aacercarse a él. El cimmerio les hizo frente atiempo que retrocedía lentamente hacia lmuralla norte Entonces, la línea de negroformó un semicírculo a fin de acorralarloConan siguió retrocediendo, cada vez málentamente, adviniendo que se ensanchabalos espacios que había entre los gigantesTemían que su presa huyera por un extremdel semicírculo, y por ello se extendían todlo posible.

Conan observaba todos los detalles con latención de un lobo acorralado y, cuand

atacó, lo hizo con la devastadora rapidez dun huracán... en el mismo centro desemicírculo. El gigante que le impedía el pascayó con el pecho abierto y el pirata s

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encontró fuera del círculo que se cerrabantes que los negros pudieran acudir eayuda de su camarada. El grupo que s

encontraba en la arcada se preparó parrecibir su agresión, pero Conan no atacó. Shabía dado media vuelta y contemplaba a superseguidores sin ninguna emoción ni temor.

Esta vez no se desplegaron en líneaHabían aprendido que era fatal dividir sufuerzas contra semejante encarnación de lfuria. Formaron una masa compacta avanzaron hacia él lentamente, manteniendsu formación.

Conan sabía que si llegaba a ser presa daquella masa de garras, músculos y huesono tendría ninguna posibilidad de salvarse. Slograban arrastrarlo hacia un lugar en el qu

pudieran emplear el peso de sus cuerpos comayor ventaja, ni siquiera la primitivferocidad del pirata serviría de nada.

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Miró hacia la pared y vio un saliente en urincón. No sabía qué era, pero le serviríaComenzó a retroceder hacia aquella esquina

los gigantes avanzaron con más rapidez. Erevidente que pensaban que muy pronto lacorralarían, y Conan tenía la certeza de quaquellos individuos lo considerabamentalmente inferior a ellos. Tanto mejor. Nhabía nada más desastroso que subestimar un enemigo.

Cuando se encontraba a pocos metros ddistancia de la muralla, los negrocomenzaron a acercarse más deprisa, con lintención de cercarlo antes que pudiera darscuenta de su situación. El grupo de la entradhabía abandonado sus puestos y corría unirse a sus compañeros. Los giganteavanzaban agachados, con los ojos brillante

como un fuego infernal y los dienteresplandecientes, y extendían sus manoprovistas de garras como si trataran dimpedir un ataque. Esperaban un golp

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repentino y violento por parte de su presapero cuando éste se produjo, los volvió coger desprevenidos.

Conan levantó la espada, avanzó haciellos y luego se dio media vuelta y corrió edirección a la muralla. Con un increíblesfuerzo de sus músculos de acero saltó en eaire y extendió un brazo, logrando aferrar cosus dedos el saliente. En seguida se oyó ucrujido y todo el saliente de la muralla cedió hizo que el pirata cayera al patio.

Conan cayó de espaldas. A no ser por ltupida hierba que cubría la tierra, en la qurebotó como un gato, se hubiera fracturado lcolumna vertebral, a pesar de la formidablmusculatura que protegía sus huesosEntonces se dispuso a enfrentarse con su

enemigos. De sus ojos había desaparecidtoda expresión de calma o cautela. Ahorbrillaban como los de una fiera salvaje, enseñaba los dientes a través de sus labio

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abiertos. En un instante la situación habícambiado y había dejado de ser un simpljuego para convertirse en una batalla de vid

o muerte. Entonces, Conan respondió cotoda la furia salvaje de los bárbaros.

Los negros, que se habían detenido poun momento ante la rapidez de loacontecimientos, iniciaron su avance parabalanzarse sobre él, pero en ese precisinstante un grito rasgó el silencio. Logigantescos negros se dieron media vuelta vieron que por la entrada del patio aparecíun grupo de hombres de aspecto horrible. Lopiratas se tambaleaban como borrachos gritaban maldiciones incoherentes. Parecíaatemorizados, pero sostenían con fuerza suespadas y avanzaban con una ferocidad qurevelaba que sabían lo que estab

ocurriendo.

Los negros los miraron asombrados Conan lanzó un grito atronador al tiempo qu

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atacaba con la velocidad del rayo. Los negrocomenzaron a caer como frutos maduros bajsu espada, mientras los zingarios, gritand

con una furia terrible, atravesaron corriendel patio y cayeron sobre sus enemigos coodio bestial. Los hombres de la tripulacióseguían aturdidos. Habían sentido laviolentas sacudidas que les propinó Sanchpara obligarlos a empuñar las espadas habían oído las palabras que les incitaban entrar en acción. No lograron entender todlo que les decía, pero la vista de extraños y ederramamiento de sangre era un acicate qujamás fallaba en ellos.

En un segundo, el patio se convirtió en ucampo de batalla que pronto tuvo el aspectde un matadero. Los zingarios stambaleaban, pero manejaban la espada co

firmeza y seguridad, ignorando por completsus heridas, excepto las que eran fatalesEran mucho más numerosos que los negrospero éstos tenían una fuerza increíble. Su

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hombros y sus cabezas sobresalían poencima de sus enemigos y sembraban lmuerte con manos y dientes, mordiendo la

gargantas de los hombres y dando golpes coel puño cerrado sobre los cráneos, ququedaban aplastados en un santiaménMezclados en aquella barahúnda, lobucaneros no podían usar su mayor agilidaen su ventaja y muchos de ellos todavía sencontraban bajo los efectos de la droga, no podían esquivar a tiempo los golpes qurecibían. Luchaban con una ferocidad ciegademasiado familiarizados con la muerte compara evitarla. El ruido de las espadas ersemejante al del hacha de un carnicero. Loalaridos y los gritos de dolor resultabaestremecedores.

Sancha, agazapada en la arcada del patio

estaba aturdida por el ruido de la batalla, tenía la impresión de estar contemplando ucuadro dantesco en el que aparecían desaparecían rostros contorsionados, brazo

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levantados, espadas manchadas de sangre cuerpos que parecían bailar undanza ,demencial.

Todos estos detalles se veían mubrevemente, como pinceladas sobre un fondde sangre. Sancha vio a un marinero zingarique, ciego de furia, apoyaba los pies en esuelo y hundía la espada en un negro vientreLa muchacha oyó claramente el salvajgruñido del marinero al atacar. El negrmoribundo aferró la hoja con sus manos y emarinero se tambaleó. Una mano negra sposó con una fuerza titánica sobre la cabezdel zingario y acto seguido éste sintió unrodilla sobre la espalda. La cabeza demarinero fue echada hacia atrás y se quebrcomo la rama de un árbol. El negro arrojó asuelo el cuerpo de su víctima... y al hacerlo

algo parecido a un rayo de luz azul brilló sus espaldas, de derecha a izquierda. Luegse tambaleó y cayó pesadamente al suelo.

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Sancha sintió náuseas. Hizo un esfuerzpor huir de aquel espectáculo, pero lapiernas no la obedecieron. Tampoco pud

cerrar los ojos. Incluso los abrió más. Estabcompletamente asqueada, pero sentía, pese todo, la fascinación que siemprexperimentaba al ver sangre. Por otro ladojamás había presenciado una luchsemejante entre seres humanos, ni siquieren los ataques de los piratas a ciudades puertos de la costa, ni en las batallas en emar. Entonces vio a Conan.

Separado de sus compañeros por eenemigo, el cimmerio se había visto envuelten una negra ola de brazos y cuerpos, y lhabían zarandeado de un lado a otro a pesade sus esfuerzos titánicos. Se había caído asuelo, donde seguramente lo hubiera

matado, pero había arrastrado consigo a unde los gigantescos negros que en esomomentos lo protegía. Los demás negrointentaron pisotearlo y apartar a s

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compañero, pero Conan mantenía sus dienteclavados en la garganta del gigante, aferraddesesperadamente a su escudo de carne

hueso.La carnicería que llevaban a cabo lo

zingarios contuvo el ataque de los enemigospor lo que Conan arrojó a un lado el cuerpdel negro y se puso en pie, cubierto dsangre, con un aspecto lamentable. Logigantes se alzaban encima de él comsombras negras y daban golpes terribles eel aire. Era tan difícil capturar o golpear apirata como a una pantera enfurecida, y cada golpe de su espada saltaba la sangre su alrededor. Conan había recibido golpecapaces de matar a tres hombres, pero svitalidad de toro lo mantenía en pie.

Su grito de guerra se oyó por encima defragor de la batalla, y los furiosos zingarioredoblaron su ataque hasta que el sonidahogado de la carne que se rasgaba y de lo

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huesos que se fracturaban casi ahogó loalaridos de dolor y de cólera.

Los negros vacilaron y corrieron hacia lsalida. Sancha gritó al verlos llegar, y sapartó rápidamente de su camino. Logigantes se apelotonaron desordenadamenten la salida y los furiosos zingarios loatacaron por la espalda con golpes mortalesLa salida al patio se convirtió en un mataderantes de que los pocos sobrevivientes negrohuyeran cada uno por su lado.

La batalla se convirtió en una persecuciónLos gigantes huían por los patios, por labrillantes escaleras, por encima de lotejados de las fantásticas torres, e incluso polos anchos bordes de las murallas, vertiendsangre a cada paso y perseguidos por lo

marineros. Al verse cercados, muchos dellos daban media vuelta y mataban a algúzingario. Pero el resultado final era siempre emismo: un enorme cuerpo negr

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retorciéndose sobre la hierba, en loparapetos o en un tejado.

Sancha se había refugiado en el patio deestanque, donde se agazapó temblando dhorror. En el exterior resonaban alaridoferoces. Entonces oyó unos pasos pesados vio entrar en el patio, a través de la arcada, una figura inmensa; se trataba del negro deturbante enjoyado. Un marinero lo perseguíde cerca, y el negro se volvió en el mismborde del estanque. Allí recogió una espadque había perdido algún zingario, y cuando emarinero que lo perseguía se acercó más, latacó con ese arma poco familiar para él. Ebucanero cayó al suelo con el cráneaplastado. Pero el golpe había sido aplicadcon tanta fuerza y torpeza que la hoja de lespada se quebró.

El gigante arrojó la empuñadura a loindividuos que en ese momento atravesabala arcada, y luego corrió hacia el estanqu

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con una terrible expresión de odio reflejaden el rostro. Conan se abrió paso entre lohombres y corrió sobre la espesa hierba de

patio.Entonces el gigante extendió los brazos

ambos lados, y de sus labios surgió un gritinhumano..., el único sonido emitido por unegro durante toda la batalla. Parecía gritaal cielo todo su odio. Era como una voz qubramara desde los fosos del infierno. Al oaquel grito fantástico, los zingarios dudaron se quedaron inmóviles. Pero Conan no sdetuvo. Avanzó silenciosamente, con unexpresión siniestra en el rostro, en direccióa la figura de ébano que estaba de pie juntal brocal del pozo.

Pero cuando su espada centelleó en e

aire, el negro se dio media vuelta y saltóDurante una décima de segundo lo vierodetenerse en el aire, por encima deestanque. Luego lanzó un bramido qu

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sacudió la tierra. Las aguas verdes slevantaron para recibirlo y lo envolvierocomo un volcán de color esmeralda.

Conan retrocedió a tiempo para no caeen el estanque, empujando a sus hombrehacia atrás con sus poderosos brazos.

El rugido del agua parecía haber anuladlas facultades de los marineros Sanchestaba completamente paralizada, mirandcon ojos desorbitados en dirección a lcolumna de agua. Conan la obligó retroceder con un grito que a la vez la hizreaccionar. La muchacha se abalanzó sobre écon los brazos extendidos. El cimmerio ltomó por un brazo y corridesesperadamente hacia la salida.

En el patio que se abría al mundexterior, se habían reunido losobrevivientes, desarrapados, heridosextenuados y manchados de sangre. Todo

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miraban hacia la enorme columna de aguverdosa que se elevaba hacia el azul decielo. El tronco de la columna parecía pintad

de blanco, y la espuma de su corona formabuna circunferencia tres veces más grande qula de su base. Daba la impresión de que ecualquier momento la imponente columna dagua iba a estallar en un formidable torrentey sin embargo continuaba ascendiendo.

La mirada de Conan recorrió el grupensangrentado y extenuado, y al ver que sóluno de los marineros estaba algo menoherido y magullado que los demás gritó unmaldición. Lo cogió por el cuello y lo sacudicon fuerza.

-«Dónde están los demás hombres? preguntó el cimmerio levantando la voz po

encima del ruido del agua.

-¡No quedamos más aquí que los questamos! -exclamó el individuo-. Eso

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malditos negros los han matado a todos...

-¡Entonces sal de aquí! -bramó Conan

empujándolo con tanta violencia que emarinero salió catapultado por la arcada dsalida-. Esa fuente va a reventar de umomento a otro.

-¡Nos ahogaremos todos! -se lamentó otrmarinero que se dirigía cojeando hacia lsalida.

-¡Nos ahogaremos en el infierno! -gritConan-. ¡Nos convertiremos en huesopetrificados! ¡Fuera de aquí, imbécil!

Conan corrió hacia la salida del patiomirando a la vez la enorme columna de aguverdosa y a los hombres. Aturdidos por l

reciente pelea y por el ruido ensordecedor deagua, algunos zingarios se movían como estuvieran en trance. Conan los animó con umétodo muy simple. Aferraba a los rezagado

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por el cuello y losempujaba violentamenthacia la salida, aumentando el impulso copuntapiés en las nalgas, al tiempo qu

maldecía a toda la familia del rezagadoSancha trató de permanecer a su lado, perConan se deshizo de sus brazos blasfemandcon furia y luego le dio una palmada en laposaderas con tanta fuerza que la muchachse encontró en el exterior de la arcada casin darse cuenta.

Conan no abandonó el patio hasta questuvo seguro de que todos los hombres quseguían vivos habían salido del castillo. Svolvió para mirar la enorme columna de aguque empequeñecía las torres del extrañlugar, y huyó de aquel castillo del horror.

Los zingarios ya habían cruzado el bord

de la llanura y bajaban por las laderas de lmontaña. Sancha esperó a Conan en la cimde la primera colina, que se alzaba un pocmás allá. El cimmerio se detuvo junto a ell

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para mirar por última vez en dirección acastillo. Parecía que una gigantesca flor verdcon bordes blancos cubriera las torres, a

tiempo que el rugido del agua llenaba el aireEntonces la columna se rompió, produciendun ruido semejante al de un poderoso truenoy las murallas y torres quedaron cubiertapor un torrente atronador.

Conan tomó a la muchacha de la mano huyó. Delante de ellos se alzaban numerosacolinas y detrás se oían las aguas de un ríoEchó una mirada por encima de su hombro vio una ancha cinta verde que subía y bajaben su recorrido a través de las colinas. Etorrente no se había extendido ni disipadoFluía como una gigantesca serpiente poencima de los declives y las redondeadacimas. Mantenía un curso constante... y lo

estaba siguiendo.

Cuando se dio cuenta de lo que estabsucediendo, Conan se sintió invadido por un

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fuerza sobrenatural. Sancha tropezó y cayde rodillas, gritando de desesperación agotamiento. Conan la cogió en brazos, l

cargó sobre uno de sus hombros y echó correr a toda velocidad. Su pecho parecía punto de estallar y sus rodillas temblabanApretó las mandíbulas y vio que lomarineros corrían delante de él, impulsadopor el mismo horror.

De repente apareció ante sus ojos eocéano. En sus aguas tranquilas flotabelHolgazán, intacto. Los hombres corrieroatropelladamente hacia los botes. Sancha scayó al fondo de uno de ellos y permaneciinmóvil allí. Conan, aunque la sangre lzumbaba en los oídos y veía el mundo través de una nube roja, tomó un remo parayudar a sus jadeantes marineros.

Remaron todos juntos en dirección abarco, a punto de estallar por el agotamientoEl río verde surgía entre los árboles y ésto

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caían como si fueran arrancados de cuajopara desaparecer luego bajo el líquido dcolor jade. Las aguas verdosas inundaron l

playa y tocaron el océano. Las suaves olas déste adquirieron un matiz más profundo, ucolor verde más oscuro y siniestro.

Los piratas seguían corriendo, sin pensaanimados por un miedo instintivo, quimpulsaba a sus agotados cuerpos a realizaun esfuerzo supremo. En realidad no sabíaqué temían, pero intuían que aquella terriblfranja verde encerraba una amenaza para ecuerpo y para el alma. Conan también lintuyó, y cuando vio que la franja verdsurcaba las aguas del océano y se dirigíhacia ellos sin alterar su curso, recurrió a suúltimas fuerzas físicas con tanta fiereza quel remo se rompió en sus manos.

Por fin las proas de los botes tocaron ecasco delHolgazán. Los marineros dejaron lobotes a la deriva y subieron rápidamente po

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las cadenas del ancla. Sancha, cargada sobrun hombro de Conan, inerte como ucadáver, fue arrojada sobre la cubierta si

ceremonias, y el pirata se puso al timón comenzó a dar órdenes a la diezmadtripulación. Conan se hizo cargo del mando nadie se lo discutió. Los hombres lo seguíainstintivamente. Manejaron como borracholas maromas y las brazas. Se levaron anclay se hincharon las velas. ElHolgazán temblunos segundos y luego se dirigimajestuosamente hacia el mar abiertoConan miró en dirección a la playa. La franjverdosa brillaba sobre el agua como unllama de color esmeralda, a un remo ddistancia de la quilla delHolgazán. No avanzmás. Desde ese extremo de la franja, los ojode Conan fueron recorriendo poco a poctoda su extensión hasta que llegó a la playa

luego a las colinas, y finalmente desaparecia lo lejos.

El pirata, recuperando su buen humo

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sonrió a la jadeante tripulación. Sancha sencontraba cerca de él. Por sus mejillas sdeslizaban unas lágrimas de histeria. Lo

pantalones de Conan colgaban como haraposucios manchados de sangre. El cinturón y lvaina de su espada habían desaparecido. Esable, que había arrojado a bordo desde ebote, estaba mellado y cubierto de sangreSus brazos, piernas, pecho y hombroparecían haber sufrido las mordeduras de unpantera. Pero el pirata sonrió, al tiempo quseparaba sus poderosas piernas y hacía girala rueda del timón exhibiendo su fantásticmusculatura.

-¿Y ahora qué? -preguntó la muchacha evoz baja.

-¡El lobo de los mares! -exclamó Cona

lanzando una carcajada-. Con una escastripulación hecha pedazos. Pero bueno, lohombres aún pueden trabajar a bordo, siempre se pueden encontrar más marineros

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Ven aquí, muchacha, y dame un beso.

-¿Un beso? -gritó Sancha histéricamente

¿Cómo puedes pensar en besos en umomento como éste?

Las carcajadas de Conan ahogaron eruido de las velas al tomar viento Lueglevantó a la joven con un solo brazo y apretcon fiereza sus labios contra los de ella.

-¡Sólo pienso en la vida! -bramó-. ¡Lomuertos, muertos están, y lo que ha pasadoya no existe! Tengo un barco, hombres qusaben pelear y una muchacha cuyos labioson como la miel. Eso es todo lo que deseahora. ¡Lamed vuestras heridas, muchachos¡Y abrid una barrica de vino! Vais a trabajaen este barco como jamás lo habéis hecho

¡Malditos, bailad y cantad hasta que npodáis más! ¡Al diablo con los maredesiertos! ¡Navegaremos rumbo a lugaredonde haya puertos y barcos mercantes qu

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abordar!

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