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Teoria y Metodo

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relación general entre teoría y método en arqueología Author(s): luis felipe bate Reviewed work(s): Source: Boletín de Antropología Americana, No. 4 (diciembre 1981), pp. 7-54 Published by: Pan American Institute of Geography and History Stable URL: http://www.jstor.org/stable/40976968 . Accessed: 24/01/2013 13:42 Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at . http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp . JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range of content in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new forms of scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected]. . Pan American Institute of Geography and History is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extend access to Boletín de Antropología Americana. http://www.jstor.org This content downloaded on Thu, 24 Jan 2013 13:42:09 PM All use subject to JSTOR Terms and Conditions
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Page 1: Teoria y Metodo

relación general entre teoría y método en arqueologíaAuthor(s): luis felipe bateReviewed work(s):Source: Boletín de Antropología Americana, No. 4 (diciembre 1981), pp. 7-54Published by: Pan American Institute of Geography and HistoryStable URL: http://www.jstor.org/stable/40976968 .

Accessed: 24/01/2013 13:42

Your use of the JSTOR archive indicates your acceptance of the Terms & Conditions of Use, available at .http://www.jstor.org/page/info/about/policies/terms.jsp

.JSTOR is a not-for-profit service that helps scholars, researchers, and students discover, use, and build upon a wide range ofcontent in a trusted digital archive. We use information technology and tools to increase productivity and facilitate new formsof scholarship. For more information about JSTOR, please contact [email protected].

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Pan American Institute of Geography and History is collaborating with JSTOR to digitize, preserve and extendaccess to Boletín de Antropología Americana.

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luis felipe bate

relación general entre teoría y método en arqueología*

1 . Problemas de la "arqueología marxista" latino- americana.

Después de la grandiosa obra de Vere Gordon Chil- de en el campo de la interpretación del pasado his- tórico del Viejo Mundo, apoyado básicamente en la amplia información obtenida por la arqueología, no se ha vuelto a producir una investigación inte- gradora y coherente de tal magnitud. Y hasta los más destacados opositores de la concepción chil- deana no han podido menos que reconocer los mé- ritos de su aporte.

Esto no significa, empero, que la arqueología no haya realizado muchos avances importantes. Sin dudas, la investigación reciente ha abierto dis- cusiones que permiten apreciar lo intrincado de los procesos sociales concretos, apuntando hacia pro- blemas teóricos de mucho mayor complejidad. En esto ha jugado un papel importante la etnología, que cuenta con la ventaja de conocer los fenóme- nos sociales "en vivo" y por lo tanto, a través de un mayor volumen de información adquirido de manera más directa. Desde otro ángulo, los grandes adelantos en las técnicas de obtención y procesa- miento de datos, posibilitan hoy una crítica de la confiabilidad de la información en que se han apo- yado las interpretaciones precedentes, lo que debería conducir a cambios espectaculares en este sentido.

* Ponencia presentada al Primer Encuentro de Antropo- logía Americana. El autor es Profesor-Investigador de la Escuela Nacional de Antropología e Historia de México.

En el continente americano, por su parte, sur- ge en los años sesentas la preocupación por los problemas teóricos y metodológicos, señalando una nueva etapa en el desarrollo de la disciplina. En los Estados Unidos de Norteamérica, los apor- tes más significativos provienen de la arqueología procesual, que conforma una fecunda corriente de investigación interesada en la formalización explícita de la metodología. Esta corriente, que se levanta en oposición a la concepción particula- rista histórica -como ellos la califican- que predominaba, configuró la llamada "nueva arqueo- logía norteamericana", cuyo apoyo teórico funda- mental proviene del neopositivismo lógico.

En la América Latina, las repercusiones de esta escuela son débiles y atrasadas. La agudización de las contradicciones sociales y el auge de los movi- mientos populares, en cambio, dan fuerza a una corriente de investigadores que ponen énfasis en el caracter ideológico y político de la ciencia social, oponiéndose a la situación socioeconómica domi- nante, lo que en la arqueología vendrá a manifes- tarse como una preocupación preferencial por los problemas teóricos. En este proceso hay una con- vergencia de los investigadores más destacados en torno a la teoría materialista de la historia, en cuya vertiente específicamente arqueológica se encuen- tra la influencia prominente de la obra de Childe. Y durante buena parte de la década de los setentas se leyó y escuchó en los medios académicos la pro- clama del materialismo histórico como una alterna- tiva científica de amplias posibilidades teórico- metodológicas para los estudios arqueológicos de de la historia precolombina.

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Pero aún cuando los autores que adoptan una

posición materialista histórica han comenzado a producir obras relevantes en lo que es su contexto de la arqueología contemporánea, el desarrollo de las declaradas posibilidades teóricas y metodoló-

gicas de esta concepción no ha mostrado la cele- ridad que parecía posible esperar y recién co- mienza a configurarse. Y creemos que, ante la creciente multiplicación de las investigaciones y las posibilidades operacionales que ofrece la "arqueo- logía de modelos" -como algunos llaman también a la "nueva arqueología norteamericana "- es nece- sario arriesgar y consolidar proposiciones, so pena de perder la vanguardia científica que en parte se ha ganado, frustrando las espectativas creadas. Más aún cuando tal frustración se ve fuertemente favo- recida por el recrudecimiento brutal de la repre- sión política en muchos de los países latinoameri- canos.

¿Cuáles han sido los factores, además del políti- co, que han contribuido a trabar el impulso de las

proposiciones metodológicas por parte de los mar-

xistas, que es el campo en que la "nueva arqueolo- gía" más ha adelantado?

Ciertamente, los investigadores que han asumi- do una posición marxista no son la mayoría y sus

planteamientos son heterogéneos en calidad y mag- nitud. Pero podría decirse lo mismo de los "nuevos

arqueólogos" en la propia Norteamérica. Pues no han escapado al oportunismo en torno a la moda ni el marxismo ni la "nueva arqueología".

Tampoco se puede argüir una limitación de la cientificad debida al caracter ideológico-político del "paradigma" marxista. Muy por el contrario. La inconsciencia política, o la explícita separación de la ciencia y política solo son una evidencia de la alienación del conocimiento científico, respon- diendo claramente a una concepción ideológica a través de la sumisión a una estructura social que implementa la enajenación. Así, el estudioso que demuestra la relación entre presiones demográ- ficas y crisis de la estructura social, puede dormir tranquilo si es que llega a enterarse por la prensa acerca de la intervención de las instituciones de su país en la esterilización masiva de las mujeres de los países su bdesarrol lados, en contra de su volun- tad. Él nunca lo ha propuesto, su universidad nada tiene que ver, ni se trata de su propia mujer. Tal vez se le ocurra pensar que corresponde a una me- dida humanitaria en contra de la proliferación de la miseria.

Para el marxista, la transformación de la socie- dad actual, extraordinariamente compleja, requiere

del más desarrollado conocimiento de las estructu- ras y causas del desarrollo social, convirtiéndose la motivación política en una exigencia de creciente cientificidad. Es más, si su concepción científica de la sociedad es incapaz de superar las parcialida- des y tergiversaciones de los paradigmas "burgue- ses", difícilmente le permitirá implementar cons- cientemente una práctica política que conduzca a derrotar a la burguesía como clase dominante en la sociedad real. De allí que el desafío científico y la necesidad de generar proposiciones no están siendo condicionados simplemente por un afán de

competencia por el prestigio y el mercado intelec-

tual, sino precisamente por su carácter esencial- mente político, es decir, orientado a la acción transformadora de la sociedad.

Podemos constatar que la mayor parte de los

arqueólogos que hacemos nuestra la concepción ma- terialista histórica, no la hemos recibido como formación académica sistematizada, dado que las instituciones en que estudiamos pertenecen a una sociedad capitalista dominada por una clase social interesada en combatir al marxismo, sea excluyén- dolo de los programas, o propiciando su tergiversa- ción cuando se hace imposible desconocerlo con

argumentos o con la fuerza. Esto nos permite par- cialmente una explicación, pero no puede ser una excusa. Las obras más importantes del marxismo se han escrito al margen de las instituciones acadé- micas. El mismo Childe no solo no adquirió su

posición marxista en la academia oficial, sino tam- poco su formación como arqueólogo*.

Nuestros problemas fundamentales obedecen, con todo, a cuestiones de formación: a sus caren- cias y a sus contenidos ideológicos. Y en esto ha incidido principalmente la generalizada concepción positivista y neopositivista, a la cual nos opone- mos explícitamente y nos subordinamos incons- cientemente.

En nuestra opinión, el defecto principal ha con-

sistido, si no por principio, al menos de hecho, en considerar separadamente la dialéctica materialis- ta del materialismo histórico. Damos por sobre- entendido que existe tal relación y la afirmamos de manera expresa. Pero en los hechos, jamás nos detenemos a reflexionar más allá de unas pocas im- plicaciones inmediatas de tal afirmación, confor- mándonos con un manejo superficial de algunas de

* Véase José Antonio Pérez: "Vere Gordon Childe, vida y obra". Boleti'n de Antropología Americana, número 1. México Junio de 1980.

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. . . 9

Kapto ae mujeres

las cuestiones más elementales del materialismo dialéctico.

Sabemos, en general, que la teoría de la socie- dad no está desligada de los problemas que tradi- cionalmente han ocupado a la filosofía. Pero en lo concretamente relativo a nuestra disciplina no sa- bemos muy bien por qué. Y como nuestras obliga- ciones más inmediatas nos requieren como arqueó- logos y no como 'filósofos', seguimos arrastrando un vacío que es, en nuestra opinión, justamente lo que nos limita para avanzar con solidez en lo que se refiere a teoría y método. Desde luego que lo mismo sucede con la formación de la gran mayoría de los arqueólogos, en general. Pero si prestamos atención sobre quiénes son, por ejemplo, los "nue- vos arqueólogos" que han llegado a formular proposiciones importantes, observaremos que son los pocos que, mirando algo más allá que la reja de su jardín, se han preocupado de leer a los lla- mados "filósofos de la ciencia". E independiente- mente de cuál sea su posición, es ello lo que les ha permitido ampliar la perspectiva, incidiendo en avances significativos en la especificidad de la investigación arqueológica.

No pretendemos que sea nuestro deber conver- tirnos en filósofos y estamos bastante lejos de

llegar a hacerlo. Lo que deseamos apuntar es que

los problemas generales de teoría del conocimien- to, de la ontologia como teoría de la realidad o de lógica, así como de las relaciones entre ellas, no pueden sernos ajenos como especialistas en el conocimiento de un nivel particular de existencia de la realidad. Así como ningún filósofo ha realiza- do aportes importantes sin conocer con cierta cla- ridad el quehacer y los resultados de algunas ciencias particulares. Sucede del mismo modo que cuando hacemos investigación arqueológica: la acumulación, análisis e integración de la informa- ción empírica a través de diversos procesos de inferencias permiten llegar a estructurar interpre- taciones más coherentes. Y sólo éstas posibilitan luego la definición más precisa de los procedimien- tos inferenciales, el análisis y la sistematización de la nueva búsqueda de información. En la filosofía, hoy en día, se han resumido, confrontado, siste- matizado y avanzado hipótesis de caracter general sobre cuestiones de teoría de la realidad y lógica, recogiendo la experiencia históricamente acumula- da por muchas ciencias bastante más avanzadas que nuestra arqueología. Y no dudamos que, si lo particular comparte regularidades esenciales gene- rales, nuestra disciplina específica podría benefi- ciarse al discutir y replantear su particularidad a la luz de las hipótesis que derivan de las generali- zaciones de la filosofía. En nuestro caso, de las generalizaciones teóricas del materialismo dialéc- tico.

Señalaremos algunos puntos en que, a nuestro juicio, han incidido nuestras deficiencias en el ma- nejo de la dialéctica materialista.

En primer lugar, en un manejo pobre y meca- nicista de las categorías del materialismo histórico, con todas sus consecuencias. Frecuentes son los casos en que la comprensión de su relación con la dialéctica materialista no va mucho más allá, como materialismo, de la afirmación del caracter esencial de la base económica y su papel determinante del conjunto de las relaciones sociales, institucionales e ideológicas. Y como dialéctica, de su reducción a la comprensión de que la historia tiene como fun- damento causal el desarrollo de contradicciones, esencialmente entre relaciones de producción y fuerzas productivas, conduciendo el incremento cuantitativo de éstas al salto cualitativo de aquellas. En los casos más meritorios, las grandes carencias a este nivel han quedado soslayadas provisionalmen- te gracias a una riqueza del conocimiento docu- mental -producto, claro está, de un considerable trabajo de investigación- o a la capacidad de argüir citas de los clásicos del marxismo. Es este el tipo

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de procedimientos un tanto escolásticos que se ha

seguido, por ejemplo, en las discusiones en torno a si el modo de producción incluye o no a la super- estructura, para apoyar diferentes opiniones acerca de la "coexistencia" de modos de producción, o sobre el caracter "concreto" o abstracto de las ca-

tegorías de modo de producción y formación eco- nómico social.

Un poco más de claridad en el conocimiento de la dialéctica materialista, además de permitir un enfrentamiento más adecuado de estas cuestiones, mostraría sin duda que los problemas teóricos que implican las categorías del materialismo histórico y sus interrelaciones presentan mucho mayor rique- za y complejidad, asi como la necesidad de crear soluciones y precisar conceptos relativos a aspectos de la realidad social que hasta ahora no han sido tratados con la necesaria profundidad.

Aceptamos que el materialismo histórico es la concepción dialéctica del particular nivel de exis- tencia y desarrollo de los procesos sociales. Si es así, debería entenderse que los conceptos, cate- gorías y teoría del materialismo histórico compar- ten, como aspectos esenciales de su connotación, el reflejo de las regularidades generales conceptua- das como categorías filosóficas. Debiendo ser aún más ricas que éstas, en tanto su particularidad im- plica un reflejo más aproximado a la complejidad de determinaciones específicas de la concreción real. Sin embargo, al des-onocer precisamente los aspectos generales y esenciales de los conceptos y categorías particulares de las ciencias sociales, así como las interrelaciones que implican, simple- mente estamos vaciando teóricamente al materia- lismo histórico.

Así, todo el "discurso" marxista pierde su ca- racter y capacidad explicativa, reduciéndose de hecho a un simple sistema terminológico descrip- tivo de las regularidades empíricas, situándonos de lleno en el positivismo. Y la pretensión de conver- tir, sin mediaciones, las generalizaciones empíricas en explicaciones teóricas, no pasa de ser una pre- tensión típicamente positivista.

Pero con la gran desventaja, respecto ai positi- vista explícito y consecuente, de la incapacidad para derivar creativamente, a partir de la teoría, las definiciones operacionales que requieren nuestros específicos trabajos de investigación, que permi- tieran integrar congruentemente el manejo de la empiria en la generación validación y verificación de hipótesis. Y ello porque, si desconocemos las mediaciones lógicas y bases gnoseológicas del proceso de "destrucción de la seudoconcreción"

empírica* que lleva a la formulación teórica que supuestamente manejamos, carecemos de los ele- mentos de juicio necesarios para implementar esos procedimientos investigativos en el contexto de una metodología consistente.

Esto nos lleva a un vicio que no resistiría la más fácil y justa crítica que puede argumentar cualquier "nuevo arqueólogo", cual es la superposición de categorías e interpretaciones históricas presentadas como resultados de investigación y que no se si- guen lógicamente de los procesos de investigación realmente efectuados. Es decir, consideramos como resultados de investigación lo que sólo con- forma el conjunto de hipótesis que deberían orien- tar las búsquedas de conocimientos válidos y verificables, sin siquiera haber demostrado su validez.

En segundo lugar, las deficiencias de manejo del materialismo dialéctico condicionan la incapacidad de negar dialécticamente las categorías de la llama- da antropología "tradicional burguesa". O, como se ha puesto de moda decir, con una expresión que patentiza la subordinación inconsciente al neo-

positivismo, de generar una "ruptura epistemoló- gica" respecto a esa antropología tradicional.

Esta limitación implica que el enfrentamiento crítico de las concepciones antropológicas diferen- tes a nuestra teoría del desarrollo social nos condu-

ce, y aún en los casos de éxito, a posturas incon-

gruentes con el marxismo. Principalmente con el

principio materialista fundamental del mismo. En algunos casos, y dicho sintéticamente, la

discusión se aborda en términos de demostrar la in-

compatibilidad lógica de aquellos paradigmas con el nuestro, concluyendo de manera dogmática que, como éste es verdadero, los demás son erróneos, ideológicamente tergiversadores de la verdad, etc. Sin embargo, este procedimiento no sale de los límites de la subjetividad lógica al no considerar, como criterio primordial de la crítica, la existencia

objetiva de los procesos que condicionan prima- riamente las concepciones interpretativas que pueden ser, parcial o totalmente, reflejos verdade- ros o erróneos de aquellos. Procedimiento corres- pondiente a una concepción errónea del marxis- mo y que, con todo, se ve fácilmente reforzado por el hecho de que, también en el campo lógico, el marxismo posee una más amplia potencialidad explicativa.

* Usamos la termo noi ogía de K. Kosik: "Dialéctica de lo concreto". Ed. Grijalbo, México, 1 967.

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Otras veces, con no menos dogmatismo, se pre- tende resolver esta cuestión por la vía fácil de un

practicismo ciego -tras la careta oportunista del

radicalismo-, descartando sin mediaciones todo lo que suene a antropología o a las categorías acuña- das por ella. Y planteando la sustitución del en- frentamiento teórico por el enfrentamiento político "práctico" de los problemas sociales im-

plicados en la discusión. Posición que, desde lue-

go, es del todo ajena a la concepción marxista de la praxis y que deriva de una grosera y miope ter-

giversación de la onceava tesis sobre Feuerbach. La cual se interpreta más o menos como "ya no interesa conocer la realidad, sino transformarla".

Por otro lado, cuando se trata de autores cuya experiencia de investigación es respetable, ésta ha permitido ver que, aún cuando la arqueología tra- dicional se equivoca pretendiendo elevar al rango de teoría a los conocimientos de determinadas regularidades empíricas o a las categorías que los designan, no es posible precipitarse a desecharlos con ligereza. Sobre todo, porque nos han resultado "útiles" en nuestra actividad investigativa, al me- nos al nivel de la descripción y la comunicación. Curiosamente a partir de esta perspectiva, clara- mente más favorable, se han generado los intentos de solución más desatrosos.

Tal ha sucedido, por ejemplo, con la categoría de "cultura". Y queremos poner énfasis en ella, dada la principal relevancia que ha adquirido al ha- berse considerado reiteradamente como la catego- ría central que designa al "ojbeto" de la antropo- logía. Y, por derivación, de la arqueología, bajo el supuesto de que ésta sería una "rama" de aque- lla. Sin embargo, en la medida que para el marxis- ta es claro que las categorías teóricas explicativas fundamentales de todo proceso social -por lo tan- to, también de los que estudia la arqueología- son las de modo de producción y formación económico-social, la contradicción se hace evi- dente e insoslayable.

Y en lugar de intentarse una negación dialéc- tica de tal concepto, como debía esperarse del marxismo, se ha seguido el absurdo camino de la conciliación ecléctica, procediendo más o menos como sigue: primero, se constata que la formula- ción de la categoría de "cultura" obedece a una lógica de paradigmas ajenos al marxismo, respon- diendo a concepciones que sirven a intereses de clases sociales que requieren de una tergiversación u ocultamiento ideológico de las leyes fundamen- tales que rigen en la realidad social. Luego se ob- serva que, dada la gran diversidad de significados

y definiciones que las "antropologías" tradiciona- les han otorgado al término, su uso no puede me- nos que tener una connotación confusa y, por lo tanto, completamente ambigua. A pesar de ello, se acepta, ha facilitado el avance de las investigacio- nes y ha permitido establecer la comunicación científica. Conclusión: la categoría de "cultura" no puede tener un caracter teórico como categoría del materialismo histórico. No obstante, podría emplearse como categoría "instrumental" u "ope- racional" en el método de investigación.

Desde luego, nunca se advirtió las implicaciones de semejante aseveración. En primer lugar, implica una disociación de la lógica del método respecto a la ontologia, del todo antidialéctica. Y esto jus- tamente impide establecer una unidad orgánica entre la teoría materialista histórica de la realidad social y la lógica del método de conocimiento de esa realidad, que sea consecuente con su teoriza- ción. En segundo lugar y consecuentemente con lo anterior, la consideración de la categoría de cultu- ra como concepto "instrumental" nos lleva a una posición del todo incompatible no solo con la dialéctica, sino también con el materialismo. Vea- mos: la categoría de "cultura" no tiene un conte- nido teórico objetivo*, sino solo un carácter "ope- racional", o sea, es nada más que un instrumento de la lógica de la investigación que, como sistema de formas del pensamiento, es subjetiva. En conse- cuencia, el resultado de la investigación será una interpretación teórica (como tal, subjetiva) gene- rada a partir de premisas subjetivas y a través de procedimientos (lógicos) necesariamente subjeti- vos, cuya correspondencia con la realidad objetiva no se puede establecer ni demostrar. En otras pala- bras, el conocimiento de la realidad no está de- terminado por sus propiedades reales, objetiva- mente existentes con independencia de nuestra conciencia, sino exclusivamente por condiciones, constructos y procesos subjetivos. Tal postura no se distingue, en el mejor de los casos, del kantismo, progenitor de la mayoría de las concepciones po- sitivistas de este siglo: la suposición materialista de la existencia objetiva de la realidad no pasa de ser una profesión de fé, pero la concepción de la lógica (entendida, además, como generadora de la teoría) es, de cualquier modo, indiscutiblemen- te idealista. ¿Qué lugar pasa a ocupar entonces el "marco teórico" del materialismo histórico, si no

* Decir contenido "objetivo" del conocimiento -teó- rico o empi'rico- significa que el conocimiento es un reflejo subjetivo de propiedades que existen objetiva- mente fuera de la conciencia.

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es el de un sistema de juicios apriorísticos? Pues, como hemos visto, es así precisamente como ter- mina operando en el proceso investigativo.

Sin embargo, para no tergiversar al kantismo, hay que decir que esta alternativa "marxista"

guarda claras diferencias con él, aunque no signi- fiquen, ni mucho menos, su superación. La dife- rencia principal está en que, en tanto se acepta el manejo metodológico "instrumental" de la cate-

goría de "cultura" a pesar de toda su ambigüedad y polivalencia, la validez lógica de la relación entre la empiria y las conclusiones apriorísticas de que nos provee el "marco teórico" es imposible de de- finir o demostrar. Sin duda, si tratásemos de defi- nir un rigor lógico, otorgando valor metodológico a la categoría de cultura tomada en cualquiera de sus diversos y ambiguos significados "tradiciona-

les", la investigación nos conducirá a resultados

incompatibles con el "marco teórico", a menos

que hayamos realizado una obra maestra de eclec-

ticismo, ajeno al marxismo. Es decir, la diferencia más evidente de tal postura respecto a la lógica kantiana es más de forma que de contenido y consiste en la imposibilidad de congruencia lógica. Aquí reside el fundamental obstáculo a la posibi- lidad de desarrollar, con mínima claridad, una proposición metodológica.

Pero esto no para aquí, pues en la ilusión de im- punidad del subjetivismo, un disparate puede ser multiplicado indefinidamente. Y así hay algunos colegas que, al margen de las discusiones sobre ca- tegorías como "cultura", han venido a mostrarnos el camino más llano para descubrir América, al alero teórico de Olmedo, uno de los "filósofos mar- xistas" de moda en el mercado local. Para empezar, se parte del supuesto (erróneo, desde luego) de que planteamientos como el que hemos comentado, corresponden a una concepción marxista, que hay que corregir. Es decir, se parte de una concepción idealista del marxismo. Luego, el argumento es más o menos el siguiente: toda concepción, como relación general entre método y teoría, responde ideológicamente a los intereses de una clase de in- dividuos*. Esta clase define subjetivamente y de acuerdo a sus intereses, las reglas del método a tra- vés del cual "produce" su teoría. El resultado de este procedimiento, obviamente, será tautológico, pues está originalmente contenido en las alterna- tivas finitas que permite el funcionamiento correc-

* Lo que no quiere decir necesariamente clase social. Puede tratarse, por ejemplo, de una "clase" burocrá- tica.

Entierro de un patagón

to de la "máquina" metodológica que lo genera. Además, como las premisas lógicas del método res- ponden ideológicamente al interés de "clase" y cada clase ha definido sus propias reglas para de- mostrar su propia verdad, no existe posibilidad alguna de definir un criterio objetivo de verdad. Conclusión genial: este procedimiento tautológi- co obedece, en el fondo, a una concepción idealis- ta. Esta misma es un excelente ejemplo de cómo opera la "máquina tautológica": primero, se asienta sobre premisas idealistas una versión ter- giversada de lo que debe suponerse es el marxismo. Y luego se llega a la insólita y magistral conclusión de que tal planteamiento ¡es idealista!. Pero lo verdaderamente sorprendente es la solución que nuestros colegas derivan de tal argumento: en tan- to la elaboración teórica es un producto tautológi- co del recurso ideológico del método, la correcta alternativa que debe adoptar un "marxista" es aca- bar con las absurdas preocupaciones por el mate- rialismo dialéctico como generalización teórico- metodológica, para hacer de la "práctica arqueoló- gica" el dispositivo que opere el milagro mecanicista de "desconectar la máquina tautológica" (sic) ha- ciendo de la arqueología una ciencia que "produz- ca su propio instrumental metodológico y técnico"

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. ..13

para generar conocimientos! Parecería absurdo

imponerse la necesidad de fundamentar a través de tan sesudo discurrir, el novísimo descubrimiento de que la metodología arqueológica debe tener una

particularidad acorde con la especificidad de la

investigación arqueológica. A menos que de lo que se tratase fuera precisamente de desembarazar a la "arqueología marxista" de la concepción teóri-

co-metodológica del materialismo dialéctico, como ha sucedido luego de este acto de presti digitación intelectual. Y de paso, liberarse de la responsabili- dad científica de asumir la fatigosa tarea de estu- diar la dialéctica materialista para poderla manejar creativamente, de un modo tal que, a la vez, per- mita seguirse presentando como vendedores de marxismo a bajos costos, lo cual siempre será un éxito en un mercado en que la moda lo reclama.

Recurso ideológico bastante sui generis en la fundamentación de las premisas para un método

que responde muy satisfactoriamente a los intere- ses de "clase" de cierta clase de arqueólogos. Pero el pretendido impacto estelar de tal postura se

desdibuja pronto a la hora de las proposiciones, en la incoherencia del planteamiento de las relaciones entre lo particular y lo general en el método, en la

superficialidad del uso no fundamentado de las metáforas ("desconectar la máquina tautológica"), en el retorno mediocre a postular como novedad

precisamente lo que se ha criticado, etc. Y en esto de esquivar la discusión de los proble-

mas de fondo, a través de diversos pretextos, ha sucedido algo similar en la controversia en torno a la categoría de "cultura". Una de las posturas más baratas adoptadas al descubrir que ninguna de las alternativas seguidas conduce a la buscada solu- ción de los problemas teórico-metodológicos: fi-

nalmente, podemos prescindir del concepto de cultura. Lo cual significa abandonar el enfrenta- miento teórico con la "antropología tradicional" sin dar respuesta a los problemas que ha planteado, derrotados precisamente en un terreno en que ésta ha puesto de relieve ciertas características de la realidad objetiva de cuya consideración no pode- mos prescindir como investigadores.

Del mismo orden son los únicos comentarios que hemos recibido de los compañeros marxistas cuando hemos intentado precisar teóricamente las complejas relaciones categoriales objetivas entre el "fenómeno cultural" y las regularidades esenciales de la sociedad expresadas en la categoría de "for- mación económico social"*. La fraternal crítica se

* Bate: "Sociedad, formación economico social y cul- tura", México, 1978.

ha reducido a cuestionar la mantención del térmi- no "cultura", en tanto se trata de un contenido conceptual radicalmente diferente al que le otorga la antropología "tradicional". Lo que se estima claramente inconveniente, dado el caracter polise- màntico y ambiguo de la palabra y, sobre todo, por las contaminaciones ideológicas que se supone implicaría casi necesariamente su empleo.

Es ciertamente algo razonable. Tanto como pre- guntarse por qué no se cuestiona a Marx el haber mantenido un término como "valor", acuñado por la economía política burguesa, con distintas inter-

pretaciones del mismo, auque coincidiendo en la

tergiversación de la realidad al ocultar ideológica- mente la esencia de la explotación en el sistema ca-

pitalista. Sin embargo, Marx conservó el mismo término para referirse al problema fundamental en la explicación científica de la esencia de la socie- dad burguesa, desde su teoría materialista de la historia que, sin duda, es radicalmente diferente. Lo mismo puede decirse de muchos de los térmi- nos usados por Marx y Engels, como "clase social", "ideología", "ser social", "sociedad civil", etc. Desde lut^o que no pretendemos que el criterio de autoridad sea un argumento que justifique nues- tro proceder. Pero a veces no hay otra forma de hacer reflexionar a los ¡conodulos que nunca lle-

garon a entender realmente el sentido y la magni- tud de la negación dialéctica de la teoría social

burguesa realizada por los clásicos del marxismo. Desde luego que, en vez de hablar de "cultura",

podríamos decir "conjunto fenoménico de singu- laridades formales de la sociedad" o algo así. Lo cual podría parecer mucho más radical, sobre todo si le agregásemos el toque de moda escribiéndolo con alguna sigla como "CFSFS", para explicar su relación con la "FES". Pero ello no ayudaría en nada a la real comprensión del problema, que es lo único que nos interesa. La experiencia de las dis- cusiones contemporáneas nos muestra, por el con-

trario, que fácilmente se cae en el engaño de susti- tuir el entendimiento por la ilusión de novedad, justamente a través de la creación terminológica. ¿No demostró Lenin cómo muchos de los machis- tas rusos (y entre ellos algún revolucionario conse-

cuente, como Bogdánov) se dejaron engañar fácilmente por el "descubrimiento" de los "ele- mentos del mundo", realizado por los empirio- criticistas, pretendiendo "superar launilateralidad" de materialismo e idealismo? ¿No se dejan engañar igualmente muchos de nuestros sofisticados "mar- xistas" actuales con la sustitución de la "vieja" teoría del conocimentopor la, ahora si, "moderna"

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epistemología, poniendo el énfasis fundamental en combatir los "debilitamientos de la dialéctica" por parte del "idealismo = racionalismo" y del "mate- rialismo = empirismo"?

Una palabra puede corresponder a diferentes

conceptos, es decir, a diferentes propiedades ob-

jetivas de la realidad reflejadas en él, correcta o

equivocadamente. Su función referencial adquiere significado singular en el contexto específico del discurso que, a su vez, responde a un sistema con- ceptual. Pero un concepto -que también puede asociarse a distintas palabras para efectos de la comunicación- solo responde como reflejo deter- minado a determinadas propiedades de la realidad. Y lo que hemos intentado es la negación dialéctica del concepto de cultura, a través de su formula- ción más o menos precisa, dentro del contexto es- pecífico de la teoría materialista histórica. Si nues- tro lector esperaba la novedad en la terminología, sin duda se vio frustrado. Y si las "contaminacio- nes ideológicas" del término "cultura" lo llevan a

confusión, es porque no entiende para nada el contexto teórico en que se formula, aunque co- nozca perfectamente la terminología utilizada. Pero lamentablemente nuestra intención ha sido tratar de avanzar, por lo que debimos dar por su-

puesto que la teoría materialista histórica y las discusiones que implica son materia conocida, al menos para quienes se presumen marxistas.

No obstante, como la experiencia está mostrando que no es así, en muchos casos será necesario expli- citar algunos de los principios fundamentales en

que debería apoyarse una alternativa materialista histórica para la arqueología. Pasamos a exponer pues, de una manera más o menos sumaria, los pro- blemas básicos en torno a los cuales se define la estructura orgánica general de la opción teórico- metodológica particular que proponemos, buscan- do la derivación de procedimientos investigativos que den consistencia científica a una arqueología consecuente con el materialismo histórico.

2. Dialéctica materialista, fundamento de una proposición materialista histórica.

Kant lleva la lógica a uno de sus más importantes desarrollos, bajo la concepción tradicional de la filosofía que mantiene la separación de la lógica respecto a la ontologia y la gnoseologia, entendi- das como teorías independientes entre sí. Para él, aunque la realidad (la "cosa en sí") exista indepen- dientemente de la conciencia humana, no es acce- sible al conocimiento racional. Es una cuestión de

razón práctica o de fé y no un problema lógico o de razón pura. Por lo tanto, la lógica prescinde del todo -en cuanto a estructura de procedimientos cognitivos y su verificación- de una supuestamen- te incognoscible exterioridad al sujeto consciente. Resultando así que, desde el punto de vista de las cuestiones fundamentales de teoría del conoci-

miento, la lógica kantiana solo puede ser congruen- te con el idalismo.

Es Hegel el primero en resolver la ¡nsuperada contradicción de tal concepción metafísica (en el sentido de ahistoricidad y reduccionismo) que permite diversas lógicas que, asentadas sobre prin- cipios diferentes, pueden generar resultados

incompatibles entre sí. A ello llega en uno de sus

geniales aportes, argumentando la imposibilidad de estructurar una lógica independientemente de una

ontologia que considere el movimiento contradic- torio del pensamiento real. Pero además, una lógica entendida como proceso histórico e indisociable de la ontologia, solo se puede formular desde una

posición clara en torno a los problemas fundamen- tales de la gnoseologia, respecto a los cuales Hegel se define consistentemente como idealista objetivo.

En relación a este punto medular se establece una de las diferencias esenciales entre el neopositi- vismo y el marxismo y, en consecuencia, entre los que dentro de la "nueva arqueología" adoptan la

posición hempeliana y cualquiera proposición materialista histórica para la arqueología. El neo- positivismo en sus diversas formas (empiriocriti- cismo, positivismo lógico, neoempirismo, etc.) deriva directamente de la posición kantiana, pa- sando de lado como si no hubiera existido, por la

negación dialéctica del kantismo y los muchos otros aportes relevantes que hace Hegel, una de las cumbres del pensamiento filosófico y la más eleva- da expresión del idealismo. El marxismo asimila y niega a la vez la concepción hegeliana.

Y nos parece importante hacer una disgresión en este punto para mostrar que cualquier intento de conciliación del materialismo (aún materialismo mecanicista o vulgar) y el positivismo lógico (en este caso, hempeliano), sólo podría conducir a una incongruencia ecléctica más, carente de auto- ridad para reclamar consistencia explícita a la ciencia arqueológica. Esto, porque se ha difundido la ¡dea de que la "nueva arqueología" asumiría una posición materialista*. Idea que se apoya en

* Como ha supuesto Gándara, en una tesis que marca un hito en la arqueología mexicana, a pesar de haber sido ya ampliamente superada por su autor: "Si es posible hacer de nuestra disciplina una ciencia, hay que empe-

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Patagonia

el hecho de que autores como Binford han atacado sólidamente el caracter idealista de los conceptos normativos de la "cultura" y en el de que los "nue- vos arqueólogos" que adoptan a Hempel "suponen que hay un mundo real, ordenado y cognoscible"*. Pero el reconocimiento de la existencia de una rea- lidad y la posibilidad de conocerla no permite, en teoría del conocimiento, distinguir ni el blanco del

negro. Para todas las variedades de idealismo o ma-

terialismo existe la realidad y ésta es cognoscible dentro de ciertos límites.

En primer lugar, los planteamientos en torno al llamado problema cardinal de la filosofía en teoría del conocimiento son posiciones y no suposiciones. Y la diferencia entre las dos posiciones fundamen-

tales, materialismo e idealismo, no se establece al

aceptar o no la realidad como existente, sino al de- finir qué se entiende por realidad y qué relación

guarda ésta respecto al sujeto de conocimiento. Para el materialismo, la realidad objetiva es la

materia, cognoscible para el hombre desde que afecta los órganos sensoriales generando sensacio-

nes, pero que existe independientemente de ellas

y, en general, de la conciencia. El principio de ob-

jetividad implica el reconocimiento de la existen- cia material entendida así.

Para el idealismo no existe nada independiente- mente de una conciencia que la conozca y la reali- dad es, está contenida o su existencia depende de ese mundo de las percepciones, ideas y pensamien- tos del sujeto que conoce. Por ello es que de las

posiciones intermedias del agnosticismo no puede sino derivarse una lógica que sea consecuente con el idealismo.

Veamos en qué consisten las posiciones del po- sitivismo lógico en que se incluye Hempel:

a. En desestimar, al menos de hecho, el proble- ma esencial de la relación entre el ser y el pensa- miento, entre la realidad y la conciencia.

b. A través del recurso de desplazar dicho pro- blema como tal, se centra toda preocupación filo- sófica en la cuestión de la rigurosidad lógica del

proceso de conocimiento*. Y así se reedita la tantas veces proclamada "su-

peración de la unilateralidad" de materialismo e

idealismo, lo que sigue siendo, como ayer, ilusio- nismo para incautos. De hecho, en la medida que todo el problema se reduce a la cuestión lógica, es

decir, a la relación entre experiencia sensible y el

pensamiento del sujeto, en este caso el pensamien- to teórico del científico, todas las consecuencias

metodológicas así como la teoría de la realidad

que parten de tal cuestión "crucial", correspon- derán necesariamente a una posición idealista

subjetiva. ¡Pero cómo! ¡Si Hempel habla de realidad ob-

jetiva, de contrastación objetiva, etc.! Veamos

pues, cómo entiende Hempel la objetividad: ". . . la ciencia. . ., se ocupa de desarrollar una

concepción del mundo que tenga una relación clara y lógica con nuestra experiencia y sea, por tanto, susceptible de contrastabilidad objetiva"** (subrayados míos)

zar por ubicarla claramente dentro del paradigma global de la ciencia, y este paradigma es, por definición, materialista: ..." y a los dos puntos sigue una cita de Hempel: ". . . El supuesto básico de toda ciencia es que hay un mundo real que puede ser conocido. El comportamiento empíricamente observable de las entidades componentes del mundo real sigue un cierto orden que cabe predecir y explicar" (ver Gán- dara, 1977, pp. 47-48).

* Watson, Le Blanc y Redman, 1974, pág. 26.

* Como señalan Watson et al (op. cit, pag. 26) "Las cuestiones cruciales son epistemológicas, es decir, tienen que ver con cómo conocemos y cómo conoce- mos que conocemos; conciernen tradicionalmente a los filósofos de la ciencia, entre los cuales uno de los más prestigiados y mejor conocidos es Carl G. Hem- pel".

** C. G. Hempel, 1976 "Filosofía de la Ciencia Natural", pág. 77.

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Hempel muestra entender perfectamente qué quiere decir "por tanto", unos párrafos más ade- lante del citado. Sería ocioso aclarar que la ciencia como "concepción del mundo" es teorización del sujeto que teoriza y que cuando se dice "nuestra experiencia" se dice inequívocamente experiencia sensible que, llamémosle como queramos, es ex- periencia subjetiva.

Para Hempel pues, ía "objetividad" es la posibi- lidad determinada por una clara y lógica relación del pensamiento del sujeto y su subjetiva experien- cia sensible: esto es exactamente idealismo subjeti- vo!

Así pues, toda una corriente de la "nueva ar-

queología, ávida de "objetividad científica", cen- tra el problema fundamental de la ciencia en demostrar que la relación lógica entre la teoría o la "ley cobertora" y nuestras sensaciones es diá- fanamente clara. Y podrá designarse con los términos que se quiera a nuestras sensaciones, sean "hechos empíricamente observables", "da- tos", "información", "eventos reales", "átomos de realidad", "entidades componentes del mundo real", etcétera y no por ello dejará de tratarse de nuestras subjetivas sensaciones.

Planteadas las cosas en sus términos exactos, "uno de los más prestigiados y mejor conocidos filósofos de la ciencia", podría sentirse autoriza- do, desde su posición idealista subjetiva, para calificar irónicamente a sus seguidores que se con- sideren materialistas de "realistas ingenuos" o "metafísicos". Cierto es que "el materialismo asienta conscientemente su teoría del conocimien- to en la convicción 'ingenua' de la humanidad"*. Pero si hemos de suponer que realmente la de los "nuevos arqueólogos" es "una postura autocons- cientc"**, tal "ingenuidad" no puede ser más que inconsistencia teórica.

No creemos que todos los "nuevos arqueólogos" se consideren materialistas ni pretendemos respon- sabilizar a los que lo hacen de haber postulado intencionadamente una posición que Engels ha- bría calificado de "bazofia ecléctica". Tendemos más bien a pensar que ello obedece a que en rea- lidad no se han planteado cabalmente el problema, con la misma campaneada claridad lógica explícita que están exigiendo a la ciencia arqueológica y que constituye la principal "novedad" de la "nue- va arqueología".

Solo a esta confusa noción intuitiva de las cues-

tiones esenciales de teoría del conocimiento puede obedecer la creencia de que basta con admirar a White para ser materialista. O planteamientos co- mo el de Binford, cuando escribe: "Los argumen- tos de White se convirtieron en claras, lógicas viñetas. La cultura no era alguna fuerza etérea, era un sistema material de partes interrelacionadas, comprensibles como una organización que podía ser recuperada del pasado, tomando el lenguaje que uno podía aprender de Spaulding. Estábamos a la búsqueda de leyes. Las leyes son atemporales y aespaciales, . . . "*.Tal aseveración sobre una de las cuestiones tan importantes como lo que se en- tiende por leyes, cuya búsqueda es considerada como el objetivo explícitamente primordial de la arqueología en cuanto ciencia, nada tiene de mate- rialista. Para el materialismo, el tiempo y el espacio son propiedades objetivas de la materia y en ese sentido las leyes sólo pueden ser más o menos con- cretamente generales. Si se supone que las leyes son aespaciales y atemporales, ello implica que no son reales (materiales), sino producto de la cate- gorización subjetiva, al estilo kantiano. Y si más encima, se pretendiera que dichas leyes rigen a la realidad, quiere decir que ésta está regida por la conciencia. ¿Puede haber un aserto más claramente idealista? En este contexto, el uso del término "sistema material" sólo podría ser aceptado con la

indulgencia del obispo Berkeley, que concede al vulgo ¡letrado la posibilidad de hablar de "materia" para referirse a la realidad, en tanto no es la refle- xión teórica una de las virtudes ni tareas.**

Pero volvamos a nuestro problema central, pues nuestras diferencias respecto al neopositivismo, de- rivadas de la incompatibilidad gnoseológica, son múltiples y no es nuestra intención el explicitarias ampliamente, aunque haremos algunas referencias a ellas.

Señalábamos que Hegel formula con bastante solidez una respuesta general única a los problemas gnoseológicos, lógicos y ontológicos. Es también quien formula las leyes fundamentales y categorías de la dialéctica, como leyes que rigen el método (la lógica) en su movimiento permanente y eterno. Dada su posición idealista, ha transformado leyes objetivas generales en leyes del proceso consciente. Su sistema, en cambio, es finito, supone la exis- tencia original de la Idea Absoluta (explícitamente Dios) desdoblada en la unidad contradictoria es- píritu-naturaleza. Para él, esta contradicción funda-

* V. I. Lenin: "Materialismo y empiriocriticismo". ** Watson et al, op. cit.

* Bintord, 1972. Citado y traducido por Gándara (1980). ** G. Berkeley: tratado sobre los principios del conoci-

miento humano.

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mental encuentra su solución final y fusión en el estado monárquico prusiano de Federico Guiller- mo III, al ser develada por la conciencia humana

(precisamente por la filosofía hegeliana) la razón universal: se alcanza el conocimiento absoluto de la verdad absoluta. Pero esta finitud del sistema era

incompatible con el caracter eterno que, por prin- cipio, otorga a las leyes de la lógica que rigen en el

proceso histórico. No obstante, la historia real siguió su curso y

las contradicciones sociales, lejos de resolverse, se profundizaron, a pesar de haber sido declaradas como resueltas por el sistema hegeliano. Y junto con ello se agudizaron las contradicciones entre sus discípulos: por un lado, los conservadores afe- rrados al sistema de Hegel y, por otro, los jóvenes izquierdistas, apoyados en el carácter revoluciona- rio de su método, la dialéctica. El hecho indiscutible de que tales contradicciones no sólo persistieran, sino que se agudizaran, en contra del pensamiento de Hegel, cuyo sistema culminaba con su resolu-

ción e identificación, sólo podía explicarse de una manera: que esa realidad existe independientemen- te de la conciencia, incluida la de Hegel. Y es esta la premisa fundamental del materialismo filosófico. Es Feuerbach quien pone en evidencia el hecho de

que la inconsistencia fundamental de Hegel obe- decía al error de haber adoptado una posición idealista.

Sin embargo, como recordará posteriormente Engels, después de ello "la escuela hegeliana se ha- bía deshecho, pero la filosofía hegeliana no había sido críticamente superada"*. Esta es la tarea que, entre otras, emprenden precisamente Marx y Engels y que, por razones sociohistóricas aún vigentes, se cntinúa hasta hoy por investigadores de todo el mundo.

Entre los distintos autores que se han preocupa- do del desarrollo de la dialéctica como lógica y entre las distintas orientaciones que ellos han

adoptado, P. V. Kopnin explicita con cierta ampli- tud una proposición fundamental que otorga al materialismo dialéctico un punto central de co- herencia como unidad orgánica. Esto se deriva de la interpretación de unos escasos apuntes de Lenin al margen de la "Lógica" de Hegel*. Kopnin de- sarrolla así el principio de coincidencia entre la solución materialista a los problemas de teoría del

conocimiento, la dialéctica objetiva y la dialéctica

subjetiva o lógica.

concluyente en la refutación del conocimiento fal- so, elevando las probabilidades de que el conoci- miento que queda en pié sea verdadero. Por ello es que el desarrollo del conocimiento verdadero es relativo a la realidad objetiva y se hace más am- plio y preciso en la medida que se diversifica y profundiza históricamente el desarrollo de la prac- tica social.

Este principio supone la unidad del ser como existencia material, lo que implica una respuesta teórica única en cuanto a las regularidades esencia- les y generales que rigen a la realidad, comprendida en ella la conciencia humana como entidad mate- rial. No obstante, en la específica re/ación de co- nocimiento entre la realidad como objeto y la conciencia del sujeto, el conocimiento de la realidad no es condición para su existencia y, en este senti-

do, el objeto real existe independientemente de la conciencia.

El propósito fundamental de la lógica es siste- matizar los procedimientos cognitivos que permitan obtener conocimientos verdaderos, es decir, refle-

jos de la realidad que correspondan a las propie- dades objetivas de ésta. Pero el conocimiento de la realidad y la realidad material no son idénticos y es el hecho de que sean diferentes lo que posibilita el

error, que la lógica busca descartar o minimizar. El conocimiento es solo un reflejo consciente de las

propiedades materiales, materialmente comunica- ble bajo la forma del lenguaje. Sin embargo, la

objetividad científica y la veracidad, en términos

materialistas, no se reducen a una convención in-

tersubjetiva sino, esencialmente, implica la corres-

pondencia del conocimiento con la realidad exis- tente independientemente de los sujetos.

De lo que se desprende que validez y verdad no son sinónimos. Un conocimiento válido es resulta- do de la correcta aplicación de los principios y procedimientos lógicos. Pero como se trata de pro- cedimientos subjetivos, el resultado puede ser ver- dadero o falso. Un conocimiento verdadero es el

que corresponde correctamente a determinadas

propiedades de la realidad objetiva y debe poderse formular con validez lógica*. De aquí que la dia- léctica materialista introduzca la práctica como criterio de verdad, en tanto ésta es la forma de intervención activa y material del sujeto en la rea- lidad objetiva a la que pertenece y que posibilita la contrastación de sus conocimientos subjetivos con aquella. Es la única vía que permite que, si

* Federico Engels: "Ludwig Feuerbach y el fin de la fi- losofía clásica alemana".

* V. I. Lenin: "Cuadernos filosóficos".

* En este sentido es correcto aseverar que "todo lo real es racional", pero no que todo lo racional sea real.

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el conocimiento fuera falso, entre en contradicción con la realidad. La práctica, al menos, puede ser concluyente en la refutación del conocimiento fal- so, elevando las probabilidades de que el conoci- miento que queda en pie sea verdadero. Por ello es que el desarrollo del conocimiento verdadero es re- lativo a la realidad objetiva y se hace más amplio y preciso en la medida que se diversifica y profundiza históricamente el desarrollo de la práctica social.

Una de las consecuencias básicas de este plantea- miento es la de que la metodología (lógica) no puede formularse independientemente de la teoría acerca de la realidad que nos interesa conocer. Es decir, cuando planificamos el cómo investigar de- terminados aspectos de la realidad -y lo que carac- teriza a la ciencia es la planificación sistematizada de los procedimientos ¡nvestigativos- debemos partir de algunas ideas más o menos claras acerca de cómo es aquella realidad. En otras palabras, si el conocimiento es reflejo de la realidad condicio- nado en tanto proceso y en tanto resultado por el hecho de la existencia material, primaria respecto a la conciencia, no podemos explicar ni sistematizar racionalmente un determinado procedimiento co- rrecto de conocimiento al margen de lo que lo determina.

Ciertamente, si exponemos esto prescindiendo

de su comprensión como proceso práctico-cogni- tivo real (es decir, dialéctico), se prestaría a supo- ner la paradoja de que para definir el cómo conocer la realidad, ya hay que conocerla, lo que podría interpretarse como una tautología al revés de la que supone la posición "antimétodo". Pero sucede que el proceso real de conocimiento es histórico y siempre arranca de dos puntos de partida: por una parte, el todo más desarrollado que conforma nuestra teoría general o particular acerca de la realidad que queremos conocer y, por otra, la in- formación empírica que proporciona la realidad singular que investigamos.

Varias decenas de siglos de historia de la investi- gación nos demuestran que una de las formas en que el pensamiento puede evitar extraviarse en su intento cognitivo es apoyándose en lo conocido para acceder a lo desconocido. Así, la teoría de la rea- lidad en un determinado momento de su desarrollo generaliza el conocimiento de propiedades y rela- ciones comunes a muchos fenómenos singulares ya conocidos. Luego, podemos suponer que el fenó- meno desconocido que se convierte en nuevo objeto de estudio compa.:: algunas regularidades similares a las de aquellos procesos conocidos. A partir de ello, podemos sistematizar los procedi- mientos que nos permitan comprobar si tales supo-

Cacería con boleadoras en Patagonia

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siciones son verdadras. Si no es así, tenemos al menos los puntos de referencia respecto a los cua- les evaluar las diferencias que nuestro objeto pre- senta en relación a la teoría en sus niveles generales, con lo cual contribuimos a definir los límites de validez y veracidad de aquella generalización teórica.

Esto quiere decir que la teoría que explica los aspectos generales del nivel de realidad al que per- tenece el fenómeno a conocer, permite derivar los procedimientos lógicos para llevar a cabo su inves- tigación. Desde ese momento, hasta las leyes y conceptos más sólidamente demostrados se con- vierten, por principio, en un sistema de hipótesis. Lo que implica que una de las exigencias que debe cumplir la lógica del método así derivado es la de permitir, a la vez, tanto la comprobación de su ve- racidad relativa, cuando se trate de conocimientos verdaderos, como su refutación si es que aquellos fueran falsos, al menos para el nuevo caso investi- gado. De otro modo se cerraría la posibilidad de corregir una teoría que fuera parcial o totalmente falsa.

Pero la investigación no se reduce a la contrasta- ción de la teoría general, tal como se presenta en su momento inicial. Ni la explicación científica se reduce a la inclusión del fenómeno signular bajo una ley general, de la cual aquél sólo constituya un ejemplo. En lo que también nuestra posición difiere de aquella de la "nueva arqueología" en su versión de "la ley y el orden", que incurre en el re- duccionismo de pasar de lo general abstracto a lo singular abstracto. Ello es una condición necesaria pero no suficiente para llegar a conocer la realidad concreta, que es lo que nos interesa. Y esto también por razones prácticas: saber, por ejemplo, que un determinado país está esencialmente regi- do por la contradicción capital-trabajo, es nece- sario, pero del todo insuficiente para implementar políticas concretas que conduzcan finalmente a su transformación real. Por esto es que la investi- gación de un nuevo caso singular debe mostrar, además de las regularidades esenciales que este proceso comparte con otros, cuáles son las propie- dades y características que lo distinguen de aque- llos y lo individualizan. Al comparar estas propie- dades con las de otros fenómenos del mismo género, podría resultar que algunas de las regulari- dades no planteadas por la teoría general hasta ese momento, sean igualmente esenciales o gene- rales.

De este modo, la nueva investigación, cuyos procedimientos metodológicos derivan de la

teoría en su punto de partida, permite el conoci- miento nuevo de un fenómeno concreto y abre las posibilidades de modificar la teoría inicial por la vía del enriquecimiento o de la corrección. Esta, a su vez, permitirá derivar procedimientos nuevos o, por lo menos, más precisos.

Lo mismo sucede con el conocimiento en que se apoya la práctica social, dado que la conciencia de las relaciones que rigen a la realidad es una con- dición para su transformación objetiva. Prevemos los resultados posibles de nuestra acción al inter- venir materialmente en una realidad que con- tribuímos a crear, pero que desconocemos en tanto aún no existe*. Y para ello nos servimos del conocimiento de las regularidades que han regido a la historia encadenando un pasado que ya existió con la realidad que hoy existe. Si la libertad es la conciencia de la necesidad, el conocimiento de las leyes de la historia es una condición que nos per- mite definir opciones prácticas en la creación del futuro que deseamos. En este sentido, la arqueolo- gía y la historia tienen un papel que jugar, que po- dría considerarse modesto, pero de ninguna mane- ra despreciable.

¿A qué va todo este discurrir tan aparentemen- te ajeno a nuestros intereses más inmediatos como arqueólogos? A que, si estas relaciones son válidas para entender congruentemente los problemas de las vinculaciones entre teoría, método y práctica en general, deben serlo igualmente para plan ear de manera adecuada, al menos, las relacione* entre nuestra teoría de la realidad y el método de inves- tigación en arqueología. No es el propósito de este trabajo plantear las cuesiones políticas que de aquí pueden derivarse, ya que se trata de opciones prác-

* En este sentido, la práctica social (o, como la llama Kräder en un intento de contribución a la moda ter- minológica, "la historia que hacemos") no es teleoló- gica, entendida la teleología como una concepción de la causalidad orientada a fines prexistentes. La previ- sión de resultados que orienta la acción práctica a determinados fines es actua/: forma parte de la causa- lidad en que la acción humana es una condición nece- saria. Lo subjetivamente previsto en la conciencia como resultado no es el resultado; existe antes que él y sólo imagina un efecto posible de la práctica. Pero el fin real no preexiste y, cuando surge, no siempre ni necesariamente coincide con la previsión subjetiva ini- cial. La previsión del fin posible no es el fin y, por lo tanto no puede considerarse como una "causa final" que, simplemente, aún no existe. El socia- lismo real, por ejemplo, no coincide precisamente con las previsiones originales de sus creadores. Y acla- ramos que esto no nos sitúa en la posición de renuncia a la búsqueda de nuevas formas de socialismo real como propósito práctico fundamental.

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ticas que han sido asumidas de distintas maneras por los investigadores a través de la adopción de posiciones en el terreno de la lucha social.

Desde el punto de vista de la actividad científi- ca, en cambio, estimamos que ha sido la falta de una perspectiva más amplia respecto a cuestiones elementales como las apuntadas, lo que nos ha li- mitado en la proposición de alternativas teórico- metodológicas más consistentes.

De lo arriba expuesto podemos tomar algunas conclusiones que se convertirán en premisas gene- rales de nuestra proposición:

a) El materialismo histórico es la concepción particular del materialismo dialéctico que expresa la forma específica de interrelación de las regu- laridades generales del movimiento en el desarrollo histórico propio del nivel de integración de los procesos sociales. No puede, por tanto, entenderse la teoría materialista de la historia si desconocemos el contenido conceptual esencial de los principios, leyes y categorías de la dialéctica expresadas en conceptos y categorías que reflejan y explican su particular forma de existencia en la historia de las sociedades.

b) La adopción de una posición materialista consistente, debe implicar la consecuente funda- mentación tanto de la teoría de la realidad social (materialismo histórico) como de la metodología de investigación de esa realidad.

c) En consecuencia, si la realidad objetiva es primaria en relación a la conciencia, como principio lógico la teoría de la realidad social será primaria en la determinación de los procedimientos investi- gativos adecuados para conocer esa realidad. Más precisamente, la coincidencia entre dialéctica ob- jetiva y lógica implica que los mismos principios, leyes y categorías generales que conforman la teo- ría materialista histórica constituyen las formu- laciones lógicas fundamentales del sistema parti- cular de procedimientos metodológicos para investigar la realidad social. Esto quiere decir que si no formulamos con suficiente claridad los su- puestos teóricos acerca de nuestro objeto de es- tudio, no podremos implementar proposiciones metodológicas más o menos consistentes. Para este efecto, las formulaciones teóricas adoptan las funciones lógicas de un sistema de hipótesis.

d) El hecho de que la particularidad del mé- todo deba corresponderse con la particularidad de los fenómenos objetivos expresados en la teoría general nos lleva a preguntarnos, primero que nada, si bajo una concepción materialista dialéc- tica hay una especificidad de la arqueología.

3. ¿Qué es la arqueología? Una de las preocupaciones surgidas entre quienes plantean desde el materialismo histórico una al- ternativa científica para la arqueología ha sido la de definir lo específico de esta proposición, con el fin de distinguirla respecto a las muchas otras que se han propuesto y desarrollado de hecho en la investigación arqueológica. Las respuestas ensa- yadas han generado una discusión en el sentido de si esta especificidad se da en el nivel de la teoría, en el de la metodología o el de las técnicas.

Algunos opinan que, en tanto el materialismo histórico es una teoría global de la sociedad que permite interpretaciones coherentes de los pro- cesos sociales, que se distinguen de las demás interpretaciones generalmente sesgadas por ideolo- gías de clase diferentes, la especificidad de la ar- queología marxista se daría en el plano de la teoría. Además, ello sería suficiente para distinguirla de gran parte de las investigaciones arqueológicas que tradicionalmente se han realizado careciendo de planteamientos teóricos conscientes o explícitos.

Otros se han inclinado a pensar que lo distin- tivo de una arqueología materialista histórica sería la adopción del método dialéctico, lo cual no deja de presentar características un tanto míticas. Pues se presume que habría un "Método Dialéctico", entidad lógica que rompería con la lógica formal, sobre la cual se supone la existencia de un consen- so indiscutible de que existe, pero pocos se arriega- rían a sostener que lo conocen en persona*. Se trataría de un nuevo y riguroso método científico capaz de generar conocimientos científicos críti- cos, objetivos y revolucionarios. Se subentiende que sería el mismo que emplearon Marx y Engels, aún cuando no habrían alcanzado a escribir una obra específica sobre lógica. Por último, hay quienes aseguran que lo básico sería la rigurosidad de las técnicas de obtención de datos, habiéndose llegado hasta a discutir cuestiones como las carac- terísticas que debería tener una "excavación mate- rialista histórica".

Desde luego, caricaturizamos algunos de los ex- tremos de la polémica pues, de hecho, ninguna po- sición unilateral ha podido sostenerse. La posición marxista implica una concepción totalizadora que, a poco andar, ha mostrado las limitaciones deunadefi- nición parcial. La especificidad de una arqueología enfocada desde el materialismo histórico solo pue- de consistir en su unidad orgánica, en que la teo-

* La critica de Olmedo en "El antimétodo. . . " es, en este aspecto, correcta.

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ría ría -tanto -tanto ría ría -tanto -tanto ría ría -tanto -tanto el materialismo histórico como la dialéctica materialista-, la lógica de los procedi- mientos metodológicos y la planificación de téc- nicas de obtención rigurosa de datos se integren coherentemente como distintos momentos de un

proceso global. El proceso de investigación debe estructurarse así como un sistema total, dinámico y abierto.

Otro problema, y al que nos interesa referirnos como cuestión central de este punto, es el de si

bajo una concepción materialista histórica la

arqueología es una disciplina científica específica y distinta de las demás ciencias sociales. ¿Es la

arqueología una ciencia distinta de la sociología, la economía, la antropología o la sicología social? Al respecto queremos anotar lo siguiente:

a) La arqueología no se distingue de otras dis-

ciplinas de la ciencia social ni por su objeto ni por su método. Estos criterios positivistas para definir la diferencia entre las ciencias tienen su origen en el quehacer inicialmente parcializado de las inves-

tigaciones sociales que respondía a necesidades

prácticas que cobraron importancia especialmente con el auge del sistema capitalista. Luego se ha tratado de justificar y consolidar las diferencias

obedeciendo más bien a las fomas capitalistas de

regulación de la competencia en el mercado pro- fesional, intentando delimitaciones de determi- nados territorios de propiedad privada intelectual. Sin embargo, Ja unificación internacional de las relaciones económicas, sociales y políticas como una compleja totalidad, el acelerado desarrollo de las comunicaciones y la necesidad de implementar medidas que repercuten en diversos aspectos y ni- veles del sistema social, han ido haciendo cada vez más evidente el caracter unitario delobjeto de las ciencias sociales. De manera que, ni desde los enfo-

ques que responden a los intereses de la burguesía, se pueden sostener hoy con cierta firmeza tales distinciones y más bien se ha dejado de intentarlo

poniéndose el énfasis ya en la necesidad de los es- tudios multidisciplinarios.

Pero también es cierto que la profundización del conocimiento de los distintos aspectos del fe- nómeno social ha llevado necesariamente a la es-

pecialización. Con todo, el análiis de problemas económicos no puede prescindir de sus implicacio- nes sociológicas, el estudio de políticas educacio- nales no puede desestimar sus repercusiones ideológicas, ni la investigación de la sicología social

puede dejar de considerar sus fundamentos econó-

micos, aspectos antropológicos o tradiciones históricas.

Del mismo modo, ¿qué quedaría de la arqueo- logía si dejara de lado, por considerarlos objetos de otras disciplinas, los problemas del desarrollo

tecnológico, de las relaciones de propiedad y pro- ducción, la lucha de clases o de las formas ideo-

lógicas? ¿Debería descartar el estudio de textos escritos por sacerdotes sumerios o escribas egip- cios por ser un tipo de documentos que procesan los procedimientos metodológicos propios de

la historia? ¿No es la arqueología historia: de la

economía, de las relaciones sociales, de la política, de la ideología o de la cultura? Si así fuera, no

quedaría nada que pudiera considerarse como

objeto de estudio propiamente arqueológico. De manera que el objeto de estudio de la ar-

queología es el mismo de todas las disciplinas sociales: la sociedad como un proceso total, cuya historia está regida por leyes generales que adquieren particularidades en cada etapa de su

desarrrollo, presentándose como la unidad de la

multiplicidad de singularidades en cada caso y momento concreto.

Tampoco se distingue la arqueología de las de- más disciplinas de la ciencia social por el empleo de un método propio, es decir, de procedimientos

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lógicos diferentes. La concepción dialéctica de Ia lógica plantea los mismos principios, categorías, procedimientos inferenciales, problemas de de- mostración y verificación para el conocimiento de cualquier aspecto del fenómeno social e, incluso, de los fenómenos naturales. Pero, como es obvia- mente necesario, no sólo para cada disciplina sino para cada clase de problemas aún dentro de una misma disciplina, es necesario adecuar dichos pro- cedimientos generales a las características especí- ficas de la investigación de problemas también específicos.

b) De lo anterior se desprende que no tiene sen- tido plantear una "teoría arqueológica", puesto que la teoría general de la realidad social que inves- tiga la arqueología es el materialismo histórico. Claro está que tales formulaciones generales deben desarrollarse para explicar las particularidades de la sociedad en los distintos aspectos o momentos históricos en que se centra cada investigación. Pero ello no implica la elaboración de una teoría dife- rente.

c) La arqueología, como disciplina particular, se caracteriza por su forma de aproximación al objeto, en dos sentidos:

1) El arqueólogo accede al conocimiento de la historia de los procesos sociales a través de una clase de información -los datos arqueológicos- que tiene características particulares. Es decir, el acceso a la interpretación y explicación teó- rica de los procesos estudiados, está condicionado por la naturaleza de la información empírica que obtiene la arqueología y que presenta algunas pe- culiaridades que la diferencian básicamente de la clase de informaciones empíricas que manejan habitualmente otras disciplinas sociales.

2) Las características específicas de la infor- mación empírica que obtiene la arqueología con- dicionan la particularidad de los procedimientos investigativos que permiten procesarla, para rea- lizar las inferencias de las relaciones fundamenta- les que nos interesa conocer con el fin de alcanzar una explicación de los procesos estudiados.

Sin embargo, la explicación teórica de los aspec- tos concreto-sensibles que se convierten en nuestra información empírica básica, así como las particu- laridades de los procedimientos metodológicos condicionados por aquellos, deben satisfacer nece- sariamente la exigencia de compatibilidad lógica con la teoría y el método general, común a todas las ciencias sociales.

d) La relación del arqueólogo con su objeto real y las posibilidades de su conocimiento científico

explicativo, están sujetas, en lo general, a una do- ble mediación:

1) En primer lugar, hay que considerar las rela- ciones que hay entre el dato arqueológico actual, que obtiene el investigador y las características de dichos datos culturales en su contexto social ori-

ginal, es decir, como manifestaciones de una so- ciedad viva.

Ha sido Binford uno de los autores que ha hecho resaltar la observación de que el dato arqueológico es actual. Esto quiere decir que, desde que los

objetos y transformaciones materiales que generó una sociedad viva dejan de pertenecer a ella como sistema, en tanto ésta se ha transformado desapa- reciendo los hombres que la conformaban, dichos efectos materiales de la acción humana participan de nuevas y complejas interacciones causales de las cuales el contexto arqueológico actual es un con- junto de efectos.

De manera que la posibilidad de considerar al dato cultural como información empírica que per- mite inferencias sobre la historia de determinadas sociedades, está condicionada al conocimiento de la cadena de causalidades en que participó original- mente la acción del hombre como "creador de cultura" y de dichos "datos", transformados en lo que conocemos actualmente como contexto ar- queológico.

Además, en la misma historia del desarrollo del contexto sociocultural original en contexto

arqueológico, se van generando muchos otros efec- tos que no son propiamente "objetos arqueoló- gicos" y que, sin embargo, permiten también la inferencia de los componentes de la "causa origi- nal", de la que participó la sociedad estudiada. Por lo que el arqueólogo debe recurrir, en cada caso, a los conocimientos que pueden proporcio- nar diversos especialistas en las llamadas "cien- cias auxiliares" de la arqueología, lo que hace cada vez más necesaria la planificación de las investi- gaciones en un equipo multidisciplinario.

Parte de los problemas del manejo de los "da- tos culturales" como información empírica en que se fundan las inferencias de los procesos sociales, reside en las operaciones que los mismos arqueó- logos realizan. Estas comienzan en la transforma- ción del contexto arqueológico -que la mayoría de las veces debe ser destruído o "desarmado" y luego es sujeto a registro, transporte, almacena- miento o análisis de laboratorio- y concluye en la generación de los "datos" reportados en las pu- blicaciones.

Todos estos procesos que sufren los "elemen-

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tos culturales" deben ser sometidos a especial es- tudio orientado a formular de manera explícita las regularidades generales que en ellos operan, con el fin de poder ponderar la confiabilidad de los "datos" que pueden ser objeto de distintas inter- pretaciones, permitiendo así la evaluación crítica de la consistencia de cada una de ellas. Al menos en lo que se refiere a su apoyo empírico.

Si bien es este un problema importante y ya hay conciencia entre los investigadores de la nece- sidad de enfrentar la búsqueda de soluciones al respecto, no centraremos en él la atención de este artículo.

2) En segundo lugar, entre el fenómeno cultural de la sociedad viva -que la arqueología recupera parcialmente como "datos culturales"- y el siste- ma de regularidades y leyes objetivas esenciales

que rigieron los procesos históricos bajo estudio, se establece otro complejo sistema de mediaciones.

Si la arqueología pretende alcanzar una explica- ción científica de la sociedad, debe ser capaz de conocer esas regularidades esenciales -leyes objeti- vas- que han operado en su desarrollo. En el mate- rialismo histórico, el sistema de regularidades y le-

yes fundamentales que rigen la estructura y causa- lidad de los procesos sociales está formulada teóri- camente en la categoría de formación económico- social.

La información de datos culturales empíricos que obtiene la arqueología no permite por sí mis- ma la explicación de los procesos sociales sino, a lo más, la descripción de sus características aparen- tes. Sin embargo, es a partir de los datos arqueoló- gicos de los cuales debe arrancar necesariamente la inferencia de las relaciones fundamentales que ex- presa la categoría de formación económico-social, tal como se dieron en una sociedad concreta. Las formas reales de existencia de dichas relaciones fundamentales no se deducen de la teoría general. Si así fuera, podríamos olvidarnos de todos los problemas de la arqueología de campo y de labora- torio: serían supérfluos. Podríamos sentarnos fren- te al papel a inventar la realidad. De la teoría gene- ral solo podemos derivar por deducción algunas de las hipótesis a investigar a través de los datos.

La condición para poder organizar el sistema de

procedimientos para realizar tales inferencias es a

partir de una teoría que formule cómo, en la reali- dad objetiva, están determinadamente relacionados los aspectos culturales de la sociedad con las regu- laridades fundamentales de la misma.

Sólo a través de tal planteamiento teórico que nos explique cuáles son las determinadas re/aciones constantes entre las expresiones culturales de la so- ciedad y la estructura y causalidad esenciales de su formación económico social, podremos definir los procedimientos lógicos adecuados para inferir ésta a partir de aquellos. Veamos en un ejemplo simple el por qué es esto necesario, ya que debe quedar suficientemente claro. Si nosotros sabemos que en la realidad siempre el fenómeno A es causa de B y que siempre el fenómeno B es efecto sólo del fenó- meno A (y entendemos que la relación causa-efec- to es genética, histórica y necesaria), puede ser que sólo dispongamos como dato de investigación de la información directa de que existió B. Aunque no podamos observar empíricamente A, podemos inferir que necesariamente existió A y que ese fe- nómeno antecedió a B. Pero ello sólo porque hemos definido con claridad teórica la relación que existe entre A y B.

Acá es donde se ha presentado el problema principal -no siempre visualizado ni comprendido como tal- para elaborar una proposición metodo- lógica congruente con el materialismo histórico para la arqueología: ni Marx, ni Engels, ni Lenin formularon tal teoría. De manera más llana, sólo nos quedan dos caminos: o nos echamos a llorar desconsoladamente por tal limitación y nos dedi- camos a otra cosa o enfrentamos la tarea y los ries- gos de intentar tal formulación, la que no podrá conformarse de una articulación de citas más o menos pertinentes de los "clásicos", sino investi- gando por nuestra cuenta en la unidad real y objetiva de las sociedades las relaciones entre am- bos aspectos de la misma. La congruencia de su formulación con el materialismo histórico depen- derá de que nos apoyemos en los mismos principios, leyes y categorías objetivas en que se fundó la formulación de esa teoría, como instrumentos ló- gicos. Eso por una parte y, por otra, de que tanto las formulaciones ya existentes de la categoría de formación económico-social, como nuestras inves- tigaciones de su relación con los aspectos cultura- les, reflejen correctamente esa unidad real -mate- rial- de la sociedad.

Así, en relación al punto c) de las conclusiones del parágrafo anterior, podemos precisar que es esta teoría de la unidad real de la formación eco- nómico social y la cultura la que nos permitirá derivar una proposición metodológica congruente para la investigación, en nuestro caso, de las socie- dades pasadas.

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4. Proposición teórica: relaciones entre Cultura

y Formación Económico-Social.

No es nuestra intención extendernos acá sobre esta proposición, tarea que hemos desarrollado más ampliamente en el citado libro sobre "Socie- dad, formación económico-social y cultura". Lo que nos interesa en este artículo es hacer explícita la relación necesaria que hay entre dicho plantea- miento y las proposiciones metodológicas genera- les formuladas sintéticamente en otro trabajo*. Por lo que extractaremos acá lo planteado en tales publicaciones, destacando los aspectos pertinentes al objetivo específico señalado en el título de esta ponencia.

Algunos de los puntos que derivamos como conclusiones de la investigación sobre la categoría de cultura -a los que agregaremos otros- pueden ser tomados ahora, de acuerdo a lo previamente expuesto, como premisas para esta formulación:

1 ) La categoría de cultura es relativa a la de for- mación económico-social, de acuerdo a como ha sido formulada. Quiere esto decir que su plantea- miento teórico refleja las relaciones que los llama- dos fenómenos culturales guardan específicamente con las regularidades reales connotadas en la cate- goría de formación social. Todas las relaciones ex- presadas a través de las categorías generales de la dialéctica -a través de las cuales precisamos las re- laciones entre ambos aspectos de la sociedad- son objetivamente relativas a determinados niveles de integridad de los procesos reales. Quiere decir esto que las categorías no son relativas a la arbitraria atribución subjetiva de dichas relaciones a la inter- pretación de la realidad. Un aspecto o elemento dentro de un sistema guarda, en la realidad misma, diversos tipos de relaciones simultánea y sucesiva- mente con otros múltiples aspectos o elementos del mismo o de otros sistemas. Cuando hacemos una formulación teórica sobre determinados aspec- tos o procesos objetivos estamos, por lo tanto, obligados a delimitar cuáles son los niveles de la realidad objetiva que nuestra formulación refleja o qué relaciones determinadas estamos conside- rando.

Así, por ejemplo, si consideramos la relación entre fuerzas productivas y relaciones de produc- ción, podemos decir que éstas son las formas que adquiere el contenido de aquellas. En este nivel de realidad, las relaciones de producción consti- tuyen la forma esencial del modo de producción. * L. F. Bate: "Arqueología y materialismo histórico",

Sin embargo, si consideramos la vinculación que, en un nivel más amplio, las relaciones de produc- ción guardan con la conciencia social simultánea- mente, observaremos que aquellas son el aspecto esencial del contenido reflejado en las formas de la conciencia social. Esto no porque consideremos arbitrariamente a las relaciones de producción como forma o como contenido, sino porque obje- tivamente, en la realidad social misma, el sistema de relaciones de producción es forma en relación al contenido de las fuerzas productivas y conteni- do en relación a las formas de la conciencia social.

De este mismo modo es que nuestra formulación de la categoría de cultura es relativa a la de forma- ción social. Las diversas relaciones categoriales dia- lécticas que nos permiten caracterizar y explicar Ip que entendemos por cultura, se expresan específica- mente en términos de su unidad y relación dinámi- ca con la estructura y movimiento de las relaciones sociales fundamentales expresadas en la categoría de formación económico-social. Si hubiéramos teo- rizado lo cultural como aspecto social opuesto a la naturaleza, las relaciones categoriales determinantes de lo cultural serían distintas que aquellas que ex- presan su relación con la formación social. En nues- tro planteamiento, las características de la cultura en relación a la naturaleza se consideran como el conjunto de expresiones culturales que resultan del enfrentamiento de la sociedad como totalidad res- pecto a la naturaleza.

2) Consideramos que cultura y formación eco- nómico-social son dos aspectos de un proceso único que es la sociedad. Podemos abstraer las diferencias objetivas entre ambos aspectos, pero ellos no existen sino como una unidad indisoluble. Y no se trata en todo caso de una unidad de partes sino, como hemos dicho, de aspectos de un todo. Así, la categoría de sociedad es la que expresa la unidad de formación social y cultura como totali- dad concreta mu Indeterminada.

3) La categoría de cultura es una categoría bási- camente objetiva, es decir, constituye la formula- ción teórica de propiedades reales de la sociedad. Sólo por ello, en virtud del fundamento materialista del principio de coincidencia entre dialéctica obje- tiva y lógica, puede convertirse en una categoría metodológica. No es pues una categoría primaria- mente -ni mucho menos exclusivamente- ins- trumental. Su caracter lógico "operacional" o "instrumental" solo puede aceptarse a condición de que ella refleje aspectos de la dialéctica objetiva de la sociedad y a consecuencia de ello. Es por este caracter condicional del método -condicionado al

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. . . 25

supuesto de la objetividad de la teoría- que, al

operar como instrumento de sistematización de

procedimientos para obtener conocimientos nuevos* debe considerarse la formulación teórica de la ca-

tegoría de cultura y de cualquier categoría, como un sistema de hipótesis.

4) La categoría de cultura está formulada como

categoría general del materialismo histórico, que expresa propiedades y relaciones existentes en cual-

quier sociedad. No puede formularse como cate-

goría "arqueológica" o propia de una teoría parti- cular de esta disciplina.

Ciertamente, cada sociedad posee una cultura

propia y distinta de la de otras sociedades. Pero lo mismo ocurre con las características concretas de su modo de producción y de la formación social toda. Y eso sucede con cualquier sociedad, sea que la estudie un arqueólogo, un economista o un his- toriador del arte. Sin embargo, cuando se formula de manera general la categoría de "modo de pro- ducción", este refleja el hecho objetivo de que en todas y cada una de las sociedades existen procesos de producción material que involucran necesaria- mente una relación entre fuerza de trabajo y me- dios de producción, la cual está medidada por rela- ciones de propiedad sobre esos elementos confi-

gurando un sistema de relaciones de producción, el cual se corresponde con un determinado grado de desarrollo de las fuerzas productivas. Y estas rela- ciones son objetivamente reales, aún cuando en cada sociedad varíen las características de la fuerza de trabajo, las calidades y productividad de los me- dios de producción, los tipos de relaciones de pro- piedad y producción o la cantidad del nivel de desarrollo de las fuerzas productivas. De la misma

manera, la categoría de cultura expresa relaciones

generales entre los que consideramos fenómenos culturales y las regularidades fundamentales de la formación social existentes en cualquier sociedad, aún cuando éstas posean una singularidad concreta en cada una de las sociedades reales y la singularidad sea precisamente lo característico de la cultura.

Pretender elaborar una "teoría arqueológica" fundada en la relación cultura-formación social, sería subordinarse al interés positivista de definir una ciencia por su objeto y por su método propios, haciendo retroceder a la ciencia social a concepcio- nes estrechas y limitadas, cuando el desarrollo del materialismo histórico ha avanzado mucho más allá en el descubrimiento de regularidades generales que rigen la historia de la humanidad.

Si pretendemos que es posible inferir algunas características de la formación económico-social

incaica a través de las vasijas cerámicas en forma de aríbalos, de sus diversos tipos de tejidos, del sistema He ensamblaje de piedras en la construcción de diversos tipos de recintos y de la distribución es- pacial de los mismos, etcétera, es porque supone- mos que entre esos productos del trabajo y la orga- nización social incaica hay alguna relación análoga en lo general y diferente en lo singular, a los nexos que hay entre las botellas de coca-cola, los estilos y técnicas constructivas o la planificación urbana de una sociedad actual y en carácter capitalista en fase imperialista de su modo de producción, por poner un ejemplo.

Cierto es también que la arqueología actual- mente sólo rescata algunos aspectos parciales de lo que fue la cultura de las sociedades que estudia. Pero eso es una limitación histórica de las técnicas arqueológicas de obtención de datos y no de la existencia objetiva de esas sociedades. Pero no por ello nos sentiremos jus4 ficados de reducir la con- cepción teórica de la cuLura a "los datos que en- cuentra el arqueólogo". Más bien, por el contrario, la formulación teórica de las características gene- rales de la cultura de las sociedades deberá incen- tivar el desarrollo de los procedimientos de obten- ción de datos por parte de los especialistas en ello.

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Por lo mismo, considereamosque cualquier intento de formular una "teoría arqueológica" o una cate-

goría de "cultura arqueológica" es limitante de la actividad investigativa y teòricamente empobrece- dor.

5) La categoria de cultura no debe entenderse de ninguna manera como categoría explicativa cen- tral de ninguna disciplina de la ciencia social, por cuanto no es reflejo de las leyes ni regularidades fundamentales que rigen a los procesos sociales.

Las propiedades esenciales de la sociedad están expresadas en la categoría de formación económi- co-soG¡al, en la que se incluye el concepto de modo de producción y el cual implica las contradicciones internas fundamentales del sistema social, así co- mo de las interacciones de éste con otros sistemas sociales o con la naturaleza. Una categoría que, como la de cultura, expresa las singularidades fenoménicas de la sociedad, malamente podría explicar por si misma ningún proceso sociohis- tórico.

6) Sin embargo, la formulación teórica de la categoría de cultura es imprescindible para la in- vestigación de las sociedades reales, por lo menos en la arqueología. Su consideración se hace necesa- ria en dos momentos del proceso investigativo. En primer lugar, como hemos señalado, en el momen- to de inferir abstrayendo las características de la formación social a partir de datos culturales. Kosik, entre otros, ha remarcad- el hecho de que el fenó- meno (cultural, en este caso) oculta la esencia, pe- ro es a la vez el único camino metodológico de acceso a ella. En segundo lugar cuando, hechas las abstracciones de las relaciones esenciales de la for- mación social, el conocimiento avanza partiendo de aquellas hacia la explicación de la concreción histórica real, como un concreto pensado.

Además, sólo un conocimiento de la sociedad actual que considere su concreción cultural real, teóricamente explicable a través de sus regularida- des esenciales, puede permitir una práctica que lleve a su transformación consciente (reflexiva). Esto no niega -y la historia de las revoluciones lo demuestra- el que se pueda transformar la socie- dad a través de un conocimiento empírico o intiui- tivo de estos aspectos. Pero ello hace que muchas de las consecuencias de la práctica así conducida resulten imprevisibles y que, incluso, lleguen a ge- nerar nuevos problemas bastante serios, que habrían sido evitables.

Pues bien, pasaremos a reseñar lo que entende- mos

por cultura, manteniendo el orden de la exposición que seguimos en el texto en que

desarrollamos su formulación. Al hacerlo, apunta- remos algunas de sus implicaciones metodológicas básicas, derivables hacia la investigación arqueoló- gica.

De paso, queremos hacer un par de aclaraciones sobre la estructura y características del método y la forma seguidos en la exposición. En la Introduc- ción al "Anti-Dühring", Engels señala dos aspectos que diferencian en general a las formas metafísica y dialéctica del pensamiento.* El pensamiento me- tafísico corresponde a un período histórico del desarrollo del conocimiento humano en que, a tra- vés de la abstracción, se busca conocer leyes uni- versales. De este modo, la abstracción se orienta a descubrir las relaciones más permanantes y estables. Al detenerse en este logro, el pensamiento metafí- sico tiende a generar concepciones estáticas de la realidad. Por otro lado, la abstracción buscando el conocimiento de las relaciones o leyes más simples como meta, tiende al planteamiento de concepcio- nes simplificadoras o reduccionistas de la realidad. En este contexto, la concepción dialéctica de la realidad representa un avance histórico importante en cuanto a uno de los objetivos fundamentales de la ciencia: acercarse al conocimiento de la realidad como es. Y se parte del hecho insoslayable de que la realidad no es simple ni es estática. De acá deri- van dos de los principios fundamentales de la dia- léctica: concatenación universal (o unidad material del mundo) y movimiento universal. Estos, unidos al principio materialista de objetividad de la reali- dad, constituyen los principios generales del mate- rialismo dialéctico. Así, el materialismo dialéctico reconoce el proceso de abstracción como condición necesaria para el conocimiento científico y la ex- plicación de la realidad. Pero no considera que este sea el objeto final del conocimiento, sino una con- dición para la explicación teórica de la realidad his- tórica concreta, que es compleja y dinámica. Como

* En esta connotación, el término "metafísica" es dife- rente del contenido que le otorgan los idealistas sub- jetivos. Para éstos, la "metafísica" implica la acepta- ción de la existencia de una realidad exterior o inde- pendiente de las sensaciones. El razonamiento a que responde este concepto puede seguirse en la postula- ción empiriocriticista de la existencia de dos series de fenómenos: a) las series "físicas", que expresan las conexiones de las sensaciones entre sí y, b) las series "psíquicas", que expresan las relaciones de las sensa- ciones con el Yo o término central del conocimiento. Desde luego, las series "físicas" no son independien- tes del Yo. Para ellos, cualquier suposición de que existe algo "más allá" o independientemente de las "series físicas", es "metafísica". Para el idealismo subjetivo, en general, el materialismo es "metafísica".

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observa Engels, "La dialéctica . . . concibe las cosas y sus reflejos conceptuales esencialmente en su co- nexión, en su encadenamiento, su movimiento, su origen y su perecer. . .

" Se advertirá que la distin- ción entre pensamiento metafísico y dialéctico, aunque se hayan dado reiterados casos históricos de coincidencia, no se corresponde necesariamente con la distinción entre idealismo y materialismo. El materialismo vulgar o mecanicista, por ejemplo, es en este sentido metafísico, mientras que el idea- lismo de Hegel es dialéctico.

De acuerdo con esto, en los tres primeros pun- tos de la exposición (a. Relación tricategorial bási- ca; b. La cultura como sistema? y c. El orden de las formas culturales) abstraemos y formalizamos las características que nos permiten distinguir lo

que entendemos por cultura, así como sus princi- pales conexiones y encadenamientos con los diver- sos aspectos de la formación social. En los últimos dos puntos (d. Causalidad social y singularidad cultural y, d. La "dinámica de la cultura") anali- zamos las causas explicativas y características de las formas de la cultura que esta adquiere como ex-

presión del permanente proceso de movimiento histórico de la sociedad.

Por otra parte, se nos ha criticado que la expo- sición es demasiado complicada. Es cierto y, tal vez, una experiencia más larga en su manejo teóri- co y metodológico, nos enseñará la manera de hacer más accesible y clara la comunicación de es- tos conceptos. Pero ello tiene un límite que no dependerá de la capacidad expositiva. La realidad social y el fenómeno cultural son objetivamente bastante complejos y reducir su formulación a fór- mulas simplificadas de recetario no enriquecerá su comprensión sino, por el contrario, empobrecería su conocimiento y no es esa nuestra tarea. Como observara Gramsci, respondiendo a esta misma crí- tica "un concepto difícil en sí mismo no puede dar en fácil por la expresión sin convertirse en tor-

pe caricatura. Y, por lo demás, fingir que la aguada torpeza sigue siendo el concepto es propio de bajos demagogos, de tramposos de la lógica y de la pro- paganda"*. Aunque me temo que en las dificulta- des de lectura juegue otro factor: el conocimiento superficial del contenido e implicaciones concep- tuales de las leyes y categorías de la dialéctica (si es que lo hay), pueden crear la ilusión de que el texto es innecesariamente complicado. Y si no se conocen, desde luego que daría lo mismo que leer- lo en japonés, por claro que fuese. También nos

* A. Gramsci: "Cultura y lucha de clase", 25-V-1918.

preguntaríamos con Gramsci "¿Y tendríamos que atenernos siempre a las geórgicas, al socialismo agreste e idílico? ¿Tendríamos que repetir siem- pre, con monótona insistencia, el abecedario, pues- to que siempre hay alguien que no conoce el abe- cedario?" (ibidem.). Sería muy pedante^considerar que las dificultades de lectura sean, ni mucho me- nos, un mérito del que escribe. Constituye más bien un obstáculo a resolver, en que una parte de la tarea corresponde al lector. Vamos pues, al tema:

a) La relación tricategorial básica.- Las carac- terísticas básicas de los aspectos que configuran la cultura de una sociedad -distinguibles de aquellos que no consideramos culturales- pueden precisar- se conceptualmente a través de tres tipos de rela- ciones categoriales que aquellos guardan respecto a las regularidades expresadas en la categoría de for- mación económico-social. Así, entendemos a la cultura como el conjunto de formas fenoménicas singulares que manifiesta históricamente cada socie- dad concreta. Cada sociedad concreta está regida y determinada por el sistema de leyes y regularida- des de su formación económico-social que, respec- to a su expresión cultural, constituye un sistema de contenidos esenciales generales.

Si bien es posible considerar analíticamente los distintos aspectos de esta relación tricategorial, debe tenerse en cuenta que sólo como unidad in- disoluble de aquellos se puede precisar con claridad el aspecto cultural de la sociedad. Lo que quiere decir que no cualquier forma de la sociedad es cul- tural, sino sólo las formas fenoménico singulares. Tampoco cualquier singularidad social es cultural, sino sólo las singularidades formales y aparentes. Hay, por ejemplo, singularidades de las relaciones de producción que, si bien pueden ser secundarias respecto a la contradicción fundamental de la so- ciedad, se trata de formas del contenido, del modo de producción y, por lo tanto, de formas esenciales respecto a la cultura que no son aparentes como fenómeno inmediatamente perceptible. Además, son singularidades del contenido que tienen caracter general y son lo común a las muy diversas expresiones culturales en que se manifiestan con- cretamente. De manera que cuando hablemos de formas, o fenómenos, o singularidades culturales, siempre estaremos implicando la unidad tricate- gorial de las relaciones que guarda con la formación social.

Cabe aclarar que la singularidad cultural no se entiende como la individualidad irreductible de cada elemento ni de cada clase o "tipo" de elemen- tos o rasgos de una sociedad. Cierto es que hay

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algunos "tipos" de elementos, rasgos o patrones culturales que son suficientemente distintivos de un grupo social respecto a otros y pueden servir como indicadores diagnósticos útiles para su iden- tificación. Pero lo que nos interesa es destacar a la cultura como la configuración singular resultan- te de todo el conjunto de formas fenoménicas de la sociedad, muchas de las cuales, tomadas por se- parado, pueden presentarse como componentes de diversas culturas.

Un punto en el que deseamos poner especial énfasis, es que no restringimos el concepto de cul- tura a la designación de los aspectos superestructu- rales de la conciencia social. Más aún, la cultura está básicamente fundada en su materialidad. Son culturales todas las formas fenoménicas singulares que adquieren la participación de los seres huma- nos en los diversos procesos y relaciones económi- cas, así como los productos de la producción o las diversas relaciones humanas materiales que se esta- blecen en la esfera del género de vida. Es decir, son culturales todas las singularidades fenoménico for- males de la materialidad del ser social en sus diver- sas formas y niveles de práctica. Como reflejo de ello, las formas de la conciencia social adquieren singularidades culturales, tanto como las formas de existencia y ejercicio de la institucionalidad. Las formas culturales de la superestructura están con- dicionados en su peculiaridad, por las cualidades culturales del conjunto de la vida material. En sín- tesis, la cultura es la expresión fenoménica de la existencia concreta de todos los aspectos de la for- mación económico-social, vale decir, de la totalidad social.

Una de las implicaciones fundamentales del ca- rácter fenoménico de la cultura, es que se presenta de manera aparente a la percepción sensible. En- tendemos que todo lo fenoménico guarda relación, a través de más o menos mediaciones, con lo esen- cial y que no hay regularidades esenciales que no se expresen de alguna manera en distintas mani- festaciones del fenómeno que integran. Lo cual significa que, a partir de las expresiones culturales aparentes, es posible el conocimiento de las carac- terísticas esenciales y generales de la formación so- cioeconómica de las sociedades cuya singular configuración concreta es lo que podemos obtener como "datos arqueológicos" Y es claro que la pro- fundidad, amplitud y confiabilidad de los cono- cimientos que se pueden obtener a partir de los datos culturales depende del monto y la calidad de éstos como información empírica disponible.

El primer paso en ese proceso inferencial es la

descomposición analítica de la totalidad concreta- sensible o fenoménica, procedimiento que en la investigación arqueológica es inicialmente parte de la clasificación tipológica. Uno de los objetivos de la tipología es el conocimiento del contenido fun- cional a que corresponden las formas culturales. No existiría la posibilidad de inferir la funcionalidad o los "tipos funcionales" a partir de los "tipos cul- turales" si no fuera porque entre la forma (cultu- ral) y el contenido (funcional) existe una relación necesaria de correspondencia. De hecho, es en la comprensión elemental de este principio en lo que se basan todas las aplicaciones del "criterio de fun- cionalidad" en los diversos "métodos tipológicos" que se manejan en la arqueología. Pero sólo el hecho de conocer de manera precisa todas las diversas implicaciones de la relación categorial forma-contenido -y que no se limita a la corres- pondencia necesaria- puede permitir una explica- ción sistemática de las posibilidades y limitaciones de la clasificación tipológica.

Una de las implicaciones de la correspondencia entre contenido y forma es que su caracter necesa- rio se establece en relación al aspecto principal de la forma. Pero en los aspectos secundarios, sean de la forma general o de los componentes particu- lares de la misma, existe un muy amplio rango de alternativas de variación. Y es precisamente en este rango de variabilidad posible en el que se da la sin- gularidad que permite la distinción de la cultura de una sociedad respecto a la de otras. Ahora, la posi- bilidad de distinguir, desde el conjunto de la infor- mación empírica, qué es lo que perteneció a una sociedad en un momento de su historia de lo que no le perteneció, es una condición indispensable para iniciar cualquier inferencia acerca de los con- tenidos de su formación social. Si no hubiera posi- bilidad de establecer tal distinción y quisiéramos, por ejemplo, inferir el grado de desarrollo de las fuerzas productivas de una determinada sociedad no podríamos descartar la inclusión de productos y tecnologías de otras sociedades, o de la misma en momentos demasiado distantes en el tiempo. Con lo cual lo único que conseguiríamos sería una gro- sera distorsión de las características de las fuerzas productivas de todas las sociedades cuyos elemen- tos se involucraran en el análisis. Lo mismo suce- dería con la inferencia de cualquier aspecto de la formación socio-económica. Es precisamente el caracter singular distintivo de la cultura el criterio básico para la distinción metodológica de los ele- mentos pertenecientes a una determinada sociedad y a partir de los cuales podrá iniciarse cualquier

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análisis de los contenidos sociales de la misma. Cla- ro está que la pertenencia cronológico-cultural de diversos elementos parciales a un mismo conjunto social debe ser primariamente establecida y perma- nentemente corroborada a través de asociaciones contextúales y procedimientos adecuados de data- ción.

b) La cultura como sistema? Ante la cuestión de si la cultura debe considerarse como sistema en

sí, es decir, como una relación entre todo y partes comprensible por si misma, nos hemos planteado negativamente. No porque no sea posible ni válida la abstracción de un sistema de formas, como las de la cultura. Sino porque ello nos limitaría al ni- vel descriptivo, sin acceso a su explicación. El movimiento de todos los fenómenos reales implica contradicciones de forma y contenido. Si consi- derásemos a la cultura en sí, como un sistema for- mal fenoménico, sin tomar en cuenta su unidad necesaria con el sistema de contenidos a que co-

rresponde, estaríamos imposibilitados de explicar su desarrollo histórico y su coherencia estructural. Es lo que sucede al estructuralismo que, aún cuan- do supuestamente busca las estructuras como sis- temas de formas esenciales (o elementales), al no considerar la relación de las formas con los con- tenidos que corresponden y con los cuales guar- dan una unidad contradictoria, se ve limitado a una concepción unilateralmente ahistórica.

Consideramos a la cultura como la configura- ción de formas fenoménicas cuya integridad or-

gánica como sistema se da en los niveles esenciales del contenido, del cual constituyen una manifesta- ción. La distinción entre las partes componentes del todo social deben buscarse en las distintas for- mas del ser social de la formación socioeconómica.

Así, hablaremos de cultura global o total para re- ferirnos al conjunto de manifestaciones culturales de la totalidad social y mantendremos el término de subculturas para designar a las expresiones cul- turales de los diferentes grupos sociales que forman parte de la totalidad de la estructura social.

Los criterios con base en los cuales distinguire- mos los diversos grupos sociales -"partes" de la

totalidad-, y cuyas manifestaciones fenoménicas conforman subculturas de la cultura total, serán tomados del sistema de relaciones materiales que definen distintas características del ser social. Estas relaciones que integran a los grupos humanos a la estructura total de la formación social, se dan en diversos niveles de esencialidad y no son excluyen- tes entre sí. Indicaremos sólo los criterios que, en orden de esencialidad, consideramos como más re-

levantes en la distinción de partes de la estructura social y que se expresan como modalidades sub- cultu rales:

1) La posición en el sistema de relaciones co- cíales de producción.

2) Posición en la división social del trabajo. Este es, en realidad, un criterio secundario de la definición de clases o sectores sociales, pero que- remos hacerlo explícito.

3) Origen histórico-geográfico particular. La unidad del todo se establece fundamental-

mente como la unidad orgánica del sistema de rela- ciones sociales de producción. Cuando se trata de sociedades divididas en clases, lo que unifica al todo es precisamente lo que diferencia a sus partes. De tal modo que la cultura gíobal es la expresión de la unidad de lo diverso y en ella se muestran a la vez tanto los rasgos comunes como los que dife- rencian a las partes de la sociedad.

Las subculturas, como expresiones parciales de la cultura total de una sociedad, se caracterizan en nuestro concepto, porque:

1) Constituyen el conjunto de manifestaciones culturales que corresponden a los diversos grupos sociales que pueden distinguirse como partes de la formación económico-social.

2) El criterio básico de distinción de los grupos sociales que se expresan fenoménicamente como su beul tu rales, lo encontramos en la base material del ser social (participación en el modo de produc- ción y género de vida), pero incluye tanto las manifestaciones materiales de sus vínculos sociales y de los objetos con los cuales se relacionan, como las expresiones superestructurales de su vida social, tanto de su conciencia social como de su participa- ción institucional. En sentido figurado, la distin- ción de partes de la formación económico-social, establece divisiones "verticales", que arrancan de la base material del ser social hacia los aspectos su-

perestructurales. Estas divisiones nunca podrán ser tajantes porque, en principio, uno de los principa- les aspectos distintivos de cada grupo social es el que se refiere a sus específicas formas de relación con los demás y de integración a la totalidad social.

3) Cada subcultura presenta singularidades que la diferencian de las demás componentes de la mis- ma sociedad, pero a la vez comparte con aquellas diversas formas culturales comunes.

Mencionaremos al menos una implicación rele- vante de este punto. Y se refiere a que la explica- ción del movimiento de todo proceso se encuentra en la existencia de contradicciones en su seno. No toda diferencia implica contradicciones, pero sí

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toda contradicción implica la diferencia de las par- tes, aspectos o elementos que traban tal relación, es d^cir, la diferencia de los contrarios. Si buena parte del desarrollo histórico de la humanidad ha obedecido a la existencia de contradicciones entre grupos sociales, sea entre clases, entre sectores, grupos étnicos, facciones religiosas, etcétera, es una cuestión crucial para la arqueología poder conocer la existencia de estas diferencias sociales, cuando las hubo. El hecho de que todas las dife- rencias de grupos sociales se presenten como mo- dalidades diferenciales en el interior de una cultura, es la condición básica para realizar tales inferencias. Si no fuera así, sería considerablemen- te difícil, si no imposible, conocer, por ejemplo, la existencia de clases sociales.

Es muy importante tener presente que la exis- tencia de modalidades subculturales no nos da cuenta por si misma de cuáles son las causas a que obedecen o, mejor dicho, de cuál es la natura- leza esencial de las diferencias de contenido social a que corresponden. Es tarea de la investigación buscar las explicaciones de las características más o menos esenciales de los grupos sociales cuyas di- ferencias se ven expresadas como subculturas. La observación empírica de diferencias subculturales

no nos autoriza a afirmar sin demostración, que se trataba de distintas clases, de la presencia de "invasores", de "comerciantes" de etnias diferen- tes u otras interpretaciones muchas veces tan an- tojadizas como infundadas. Pero cualquier hipótesis acerca de tales tipos de diferencias sociales que oriente el proceso ¡nferencial de las mismas, de- berá apoyarse necesariamente en las diferencias que empíricamente pueden ser descritas como sub- culturas.

c) El orden de las formas culturales.- Dado que la cultura es la configuración fenoménica de la totalidad social, ésta se presenta a la observación como una masa aparentemente caótica, compuesta por una multiplicidad de rasgos o elementos per- ceptualmente diferenciables.

De aquí arrancan los problemas básicos del mé- todo tipológico, como proceso analítico orientado hacia la ordenación sintética de la información cul- tural y en torno al cual surgen las más diversas proposiciones. Estas dependen de cómo se concibe a la realidad, de las posiciones respecto a su cognos- cibilidad y las finalidades que se atribuyen a la investigación arqueológica. Por ahora, solo nos referiremos a los supuestos teóricos en que se apo- yan nuestras proposiciones sobre este problema.

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Si bien el fenómeno social se presenta aparen- temente como una miscelánea caótica de formas culturales, ellas responden a un orden objetivo. No obstante, por no ser aparentes, las regularidades que subyacen a la multifascética manifestación fenoménica de la cultura, han sido abstraídas y generalizadas a través de procesos racionales. El orden objetivo propio de los fenómenos culturales responde a regularidades que se dan en dos dimen- siones de la existencia social:

1 ) En primer lugar, las formas fenoménicas de la

cultura, como manifestación aparente de la concre- ción social, se corresponden con el orden de los contenidos de la formación económico social. Co- mo la formación socioeconómica es un sistema

dinámico, los elementos y procesos que lo integran adquieren, como contenidos, diversas calidades de acuerdo a las diversas relaciones que simultánea- mente mantienen con los demás componentes del

sistema, o según las diversas posiciones que van ocu-

pando dentro del mismo a través del movimiento. No habrá así un casillero único asignable a cada elemento o rasgo cultural, como resultado de la clasificación tipológica.

2) El hecho de que el orden de las formas cul- turales se corresponda con el orden de los conteni- dos de un sistema en movimiento y cambio, nos

obliga a considerar al menos las variables generales con que se correlaciona el cambio.

Y es el grado de desarrollo de las fuerzas pro- ductivas la magnitud fundamental del desarrollo

social, a la que se corresponde la calidad esencial del sistema de relaciones de producción. La acu- mulación cuantitativa de cambios en las fuerzas

productivas lleva consigo la necesidad de cambios de diversos alcances en el modo de producción y la formación social -cualificada por el sistema de re- laciones de producción- incluyendo la transforma- ción cualitativa revolucionaria del mismo. Con los cambios cualitativos esenciales de la formación so- cial se producen las más importantes modificaciones del orden específico de los contenidos sociales a

que corresponden las formas culturales. Del primer punto surge el problema de la defi-

nición de unidades de análisis, lo que ha generado discusiones en torno a cuál es la extensión óptima de tales unidades en la arqueología. Estimamos que no tiene mayor sentido intentar la definición en abstracto de la extensión teóricamente más ade- cuada de las unidades de análisis. Ello depende de los objetivos específicos que se plantee cada inves-

tigación. Si se estudian las marcas de uso de los

instrumentos, la unidad de análisis de los "rasgos"

observables no necesita sobrepasar en mucho la

amplitud de los bordes que recorre el objetivo de un microscopio, mientras que si interesan los pa- trones de asentamiento, ello no tendría sentido y la extensión minima de la unidad de análisis deberá abarcar el tamaño de cada recinto de un sitio, si no el de todo el sitio. Si interesa diferenciar las moda- lidades técnicas de la talla de puntas, las unidades de análisis no necesita ser mayor que la extensión de los múltiples rasgos culturales y técnicos que se observan en cada punta. Pero si interesa conocer las modalidades de los procesos de apropiación de recursos naturales, eso sería del todo insuficiente y las unidades de análisis deberán comprender el

conjunto unitario de conductas y objetos involucra- dos en cada proceso de trabajo, como la caza de cada especie, la recolección de vegetales, o la ob- tención de materias primas minerales. Lo que im-

porta es que cada investigación defina adecuada- mente sus unidades de análisis en relación a los niveles de integridad social para los cuales pretende generalizar conclusiones.

En realidad, todo "rasgo" o "elemento" cultu-

ral, cualquiera sea su extensión, puede considerarse como compuesto por rasgos o elementos menores

y componente a la vez de otros mayores, que sólo

adquieren su cualidad como conjunto. Siempre es

posible distinguir aspectos objetivamente discretos de la cultura, pero en cada caso, como todo fenó-

meno, conforma una unidad mayor materialmente concatenada.

Cabría anotar el hecho de que, por lo general, las discusiones sobre la extensión de las unidades de análisis se han referido a la dimensión espacial de las mismas. Sin embargo, es necesario conside- rar que la dimensión temporal es inseparable de

aquella. Por lo demás, la categoría dialéctica de forma se refiere no solo a la organización espacial de los elementos componentes del contenido, sino también a su interacción dinámica como una es- tructura secuencial que no puede entenderse al

margen de su dimensión temporal como proceso objetivo.

Otro problema que se presenta junto con es-

te, es el de la sistematización global de los criterios

analíticos, que permite dar coherencia integral al

proceso de ordenación de la información. La orde- nación analítica puede diversificarse ampliamente en relación a las peculiaridades de la información

empírica y al nivel de particularidad en que opera cada investigador. Pero es necesario poder incluir los resultados de los diversos trabajos particulares de análisis y ordenación en un marco sistemático

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general que permita otorgar integridad orgánica al

conjunto de procesos analíticos. Como hemos visto, la categoría de formación so-

cial refleja el caracter orgánico del sistema social como proceso y, por lo tanto, nos proporciona un sistema referencial total en que los diversos conjun- tos ordenados de información cultural se pueden integrar, correspondiéndose al orden objetivo de sus contenidos. Lo cual, por tratarse de una tota- lidad en que la relación entre los elementos que integran los procesos constituyentes del contenido, es una relación dinámica, presenta no pocas com-

plejidades metodológicas. Por ello es que no se puede dejar de lado la consideración del grado de desarrollo de las fuerzas productivas, como una de las regularidades fundamentales a que corres- ponde la historicidad cualitativa de los procesos sociales y la organización particular de los elemen- tos integrantes de la formación socioeconómica en cada momento del desarrollo. A dicha magnitud no solo se corresponden los cambios secundarios del orden de los contenidos de la formación social, sino también sus saltos cualitativos revoluciona- rios, que modifican las relaciones esenciales de la sociedad. El problema principal que de aquí deriva es que, al realizar la ordenación tipológica de las formas culturales, en una investigación concreta, aún no conocemos el orden específico de los conte- nidos -la calidad esencial del modo de producción y toda la formación social- a que dichas formas corresponden. En esc momento del proceso inves- tigativo, el conocimiento de las calidades esenciales específicas de las sociedades bajo estudio, solo pue- de tener la forma de hipótesis, con un juego de alternativas abiertas aún a la comprobación. Lo cual abre diversas posibilidades metodológicas no excluyentes entre sí. Pero creemos que una opción económica es la de ordenar las formas culturales de acuerdo a los criterios que derivan de las relaciones objetivas y teóricas más generales existentes entre los contenidos esenciales de cualquier formación económico-social. Luego, conocidas a través de la contrastación de hipótesis las determinaciones esenciales de cada sociedad concreta, se podrá replantear el orden singular de los contenidos a

que deben corresponder las formas culturales, pero bajo la forma de una explicación. Lo cual

podrá manejarse, definiendo adecuadamente los instrumentos lógicos para ello, como una instancia de evaluación de la compatibilidad de la abstracción racional con la información cultural empírica.

d) Causalidad social y singularidad cultural. Ba- jo la categoría de cultura estamos reflejando la

objetiva singularidad fenoménico formal que dis-

tingue a la existencia de cada sociedad o grupo humano concreto. Esta singularidad se da en todas y cada una de las sociedades reales y tiene, por lo

tanto, un caracter general. No tendría mucho sentido teórico entonces la

constatación de la singularidad cultural si esta no pudiera ser explicada. Pues tampoco avanzaríamos mucho en las proposiciones metodológicas que pudieran derivarse de una definición teórica

que no explicara la relación entre la singularidad empirica y el carácter general de las leyes que rigen a los procesos sociales, si lo que pretendemos es precisamente inferir éstas a partir de aquella.

Entendemos que tal explicación de la singulari- dad fenoménica formal de la cultura nos lleva necesariamente a buscar el conocimiento de su de- terminación causal, que siempre es históricamente mu Indeterminada. Sin embargo, para la explicación teórica de la singularidad cultural en general, pode- mos hacer mención a los factores que intervienen en la causalidad histórica configurando de manera general la singularidad social concreta, pues ello nos auxiliará en la orientación de la investigación de la misma. Nos basamos para ello en el hecho de que lo general es concreto, es decir, que solo existe objetivamente unido a lo singular.

Consideramos dos factores estrechamente liga- dos entre sí, que intervienen en la singularización de las formas culturales y, por lo tanto, deben te- nerse en cuenta para su explicación.

1 ) Singularidad de los contenidos sociales. Los contenidos de la formación social son esenciales y generales en relación a la multiplicidad concreta de sus manifestaciones culturales. Sin embargo, guar- dan entre sí diversos niveles de esencialidad y rela- ciones de determinación, configurando también un sistema singular de relaciones esenciales. La singu- laridad fenoménica de las formas culturales obede- ce, en parte, a esta singularidad de los contenidos socioeconómicos.

Estas singularidades se dan aún en el sistema de relaciones sociales de producción y, por lo tanto, se despliegan en la determinación o condiciona- mientos de una mayor diversidad de aspectos orgánicos de la formación social en todas sus es- feras. Pero esta singularidad de contenidos solo se comprende en el contexto de la causalidad del desarrollo histórico de cada sociedad. En parte, la singularidad estructural de la formación social pue- de corresponder a los condicionantes del medio geográfico, con el cual ¡nteractúa necesariamente toda sociedad y cuyas características operarán de

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manera más importante en la configuración de los

aspectos orgánicos de la estructura social mientras menor sea el njvel de desarrollo de esta, por ser menor el nivel de su acción transformadora de la naturaleza. Pero también hay aspectos internos de la causalidad social que van configurando la

singularidad de contenidos de la sociedad. De

hecho, los diversos cambios revolucionarios que operan en distintos momentos históricos de una formación social, implican la negación dialéctica de viejos contenidos y formas sociales, estructu- rándose como una totalidad cada vez más comple- ja. Mientras más amplio y diversificado es el sistema de contenidos de una formación socioeconómica

que ha negado cualitativamente a otras, mayor es la incidencia de las formas del cambio y de las ca- racterísticas de las sociedades negadas en la con- formación de singularidades del nuevo sistema de contenidos socioeconómicos, que se expresarán de manera mucho más amplia en los muy variados aspectos fenoménicos de la cultura. Si considerára- mos tan solo las singularidades que la negación dialéctica del sistema de relaciones sociales de pro- ducción implica, al conformarse como relaciones esenciales de una nueva totalidad orgánica, serían ya diversos los factores a tomar en cuenta. A este

respecto, por ejemplo, deberemos considerar las "vias" del salto cualitativo del modo de producción, ya que los aspectos secundarios del nuevo sistema de relaciones sociales de producción (secundarios respecto a su contradicción principal, pero esencia- les respecto a sus expresiones culturales) adquirirán diferencias si se trata de un proceso revolucionario

autogenerado o de un desarrollo derivado de la interacción con alguna sociedad diferente que im-

pone su dominación e introduce los cambios, o de la relación con sociedades de las cuales se adquieren e incorporan elementos que desarrollan las fuerzas productivas generando el cambio. Por otro lado, las características de las sociedades antes indepen- dientes en una nueva totalidad, condicionarán la conformación de las singularidades de ésta.

2) Contigencia y causalidad social. La contin-

gencia es un componente indisociable de la causa- lidad y consideramos que determina de la manera más importante la singularidad cultural, que se da en los niveles más aparentes del fenómeno social.

Al analizar dialécticamente la causalidad obje- tiva, deberemos considerarla como causalidad com- pleta. La causa completa comprende no solo la causa esencial y las condiciones necesarias, conjunto de fenómenos cuya concurrencia es suficiente para dar cuenta de la generación de un efecto específico

en sus propiedades esenciales. Incluye además a las condiciones contingentes que, dada la concatena- ción universal, son el conjunto de fenómenos que siempre están presentes y en relación con la causa- lidad esencial que incluye las condiciones necesa- rias. Se distinguen las condiciones contingentes de las necesarias, porque las primeras no pueden mo- dificar las características esenciales del efecto ni puede su ausencia anular la generación del efecto específico contenido como posibilidad en la causa esencial. No obstante, la concreta configuración de condiciones contingentes -que se integran siempre a una causa completa concreta y que pue- den variar ampliamente- si bien no puede modifi- car las características esenciales del efecto, sídeter- minan con carácter necesario la singularidad feno- ménica de los aspectos secundarios del mismo.

Para entender esto deberemos tener presente la concepción dialéctica de la relación entre lo nece- sario y lo contingente, categorías que reflejan dos aspectos de la realidad indisolublemente unidos, compelementarios y objetivamente relativos lo uno a lo otro. Lo necesario es aquello que, en de- terminadas condiciones, ocurre inevitablemente.

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La necesidad es una de las propiedades de las re-

gularidades esenciales que rigen la relación históri-

co-genética entre causa y efecto. Por ello es que, si tal relación tiene carácter necesario, cuando concurren de manera determinada los fenómenos que conforman la causa esencial y las condiciones necesarias, el surgimiento del fenómeno contenido en ellos como posibilidad (efecto), no puede dejar de ocurrir. Y se transforma de posible en real, in- dependientemente de cuáles sean las condiciones contingentes que intervengan constituyendo la unidad de la causa completa. Lo contigente está conformado por la multiplicidad de fenómenos concretos en que ocurre y se realiza lo necesario. Y este conjunto de fenómenos que configuran la contingencia son los que coyunturalmente se unen a lo necesario, a las leyes que rigen las relaciones causales esenciales, siendo aspectos que integran su existencia real. La configuración de fenómenos que conforman las condiciones contigentes puede variar ampliamente sin que ello afecte a las relacio- nes esenciales necesarias. Pero como lo accidental tiene capacidad de determinar los aspectos secun- darios de los efectos esenciales, la específica con- figuración de condiciones contingentes o casuales determinará siempre la singularidad fenoménica del efecto. En tanto las condiciones contingentes siempre existen y, aunque no afecta a la causalidad esencial necesaria el que se configuren de una o de otra manera, ésta discurrirá necesariamente conca- tenada a lo casual. Lo cual implica que todo efecto estará también determinado necesariamente en su singularidad.

La afirmación de que lo contingente determina necesariamente la singularidad fenoménica, requie- re una ampliación. ¿Cómo es que, lo que en determinadas relaciones es contingente, puede considerarse simultáneamente como necesario? Ello obedece al carácter recíprocamente relativo de lo necesario y lo casual en la realidad objetiva. Un fe- nómeno, regularidad o ley puede conformar en una determinada relación con otros fenómenos o en determinados niveles de la realidad una condi- ción o causa necesaria, mientras que en relación a otros fenómenos u otros niveles de la misma realidad, puede ser contingente. La calidad de necesarias o de contingentes que adquiere una regularidad o ley que rige las relaciones entre los distintos fenómenos o procesos reales, depende de su nivel de acción. Consideramos el nivel de acción de una regularidad o ley como los límites de la dimensión tiempo-espacio o el nivel de integridad de la realidad, dentro de los cuales

aquellas determinan relaciones o efectos con carácter necesario.

La sociedad como totalidad concreta es un sistema complejamente multideterminado. Pero la infinitud de regularidades o determinaciones que la integran no operan con los mismos nive- les de acción. Es decir, hay una jerarquía de las relaciones causales que se corresponde con el nivel de acción de las regularidades que rigen los víncu- los entre los distintos elementos, partes o aspectos de la totalidad. Así, hay diversos fenómenos o factores que no tienen un nivel de acción sufi- ciente como para modificar la estructura y orien- tación del desarrollo del modo de producción de una sociedad, pero sí pueden determinar con ca- rácter necesario diversos aspectos fenoménicos bajo los cuales se expresa la existencia concreta de aquellas regularidades esenciales.

Esta es solo una de las implicaciones de la con- cepción dialéctica de la causalidad y de cómo ope- ran en ella lo necesario y lo accidental, que hemos explicitado porque nos permite entender al fenó- meno cultural como un aspecto de la realidad social científicamente explicable. En que, además, se puede apreciar que lo cultural no es solo una serie de manifestaciones fenoménicas descriptiblescomo si ocurrieran paralelamente al desarrollo de las con- tradicciones y estructura fundamentales de la for- mación socioeconómica, sino que conforma una indisoluble unidad orgánica y determinada con éstas, sin las cuales no existe ni puede ser explicada. De hecho, puede apreciarse claramente en el fenó- meno social que lo esencial no existe independien- temente del fenómeno, sino que lo integra. Que, por lo mismo, el fenómeno es mucho más rico en determinaciones que la esencia. Y en esta mullide- terminación las regularidades contingentes o no esenciales intervienen determinando -en su nivel de acción- las singularidades fenoménicas de la totalidad concreta que, en el caso de la totalidad social, conceptuamos precisamente como su cali- dad cultural distintiva.

Esta concepción de la causalidad tiene muchas otras implicaciones que no expondremos acá por razones de espacio y no porque carezcan de im- portancia. Otras categorías que debemos manejar para este análisis son las de posibilidad y realidad.

Solo señalaremos que su importancia para el estudio del curso objetivo de la historia reside en que la orientación del desarrollo está señalada por los puntos de mayor convergencia entre lo nece- sario y lo posible. Lo cual nos lleva a entender la tendencia general del desarrollo como resultado

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de coyunturas históricas que se dan en su propia existencia en cada momento y no como una ten- dencia orientada a estados, calidades o fines exte- riores a ella ni predeterminados. El desarrollo de la nueva realidad social, en cada momento es resul- tado de una lucha entre diversas alternativas con- tenidas como posibilidades en la causalidad del

proceso. Pero aquella que se transforma en realidad está siendo determinada en sus aspectos generales y singulares en cada coyuntura concreta.

Innumerables son las implicaciones metodoló-

gicas derivables de la conceptualización de la cultura como conjunto de efectos generados por el des- arrollo de la causalidad total de la sociedad. Solo queremos insistir en un planteamiento general que se vincula con esto. Y es en lo referente a que, solo en la medida en que es posible formalizar con cierta precisión las relaciones existentes entre la estructura y causalidad esenciales de la formación económico-social y el fenómeno cultural, tendre- mos bases objetivas y teóricas para apoyar una

metodología organizada como un sistema de pro- cedimientos lógicos para inferir aquellas a partir de los datos culturaes. Por muy complejas que sean

-y lo son- la existencia de determinaciones cau- sales de distintos niveles de acción que se encadenan en una unidad orgánica, permiten orientar las in- ferencias de lo más necesario y esencial a partir de lo secundario y contingente, precisamente poique el fenómeno cultural representa un efecto necesario de la causalidad total.

Sin embargo, como la cultura es la configuración multifascética de efectos contingentes, en relación al carácter necesario de efectos contingentes, en relación al carácter necesario de las regularidades esenciales y generales de la sociedad, quiere decir

que el descubrimiento de las variables, regularida- des o leyes necesarias en su determinación solo puede conocerse a través del análisis histórico con- creto. Y este debe distinguir entre las múltiples alternativas posibles del desarrollo de la contingen- cia, cuáles fueron y por qué fueron tales y no otros los fenómenos que conformaron la accidentalidad histórica que determinó la singular composición fenoménica de la cultura en cada sociedad.

Es decir que de la teoría general podemos de- ducir los principios metodológicos que orientarán el proceso investigativo de la historia concreta. Pero de la teoría general no se puede deducir el cono- cimiento de la historia real, en tanto la investigación nos obliga al manejo empírico de una información concreta nueva que, como tal, no puede estar con- tenida en la teoría.

Como veremos enseguida, las categorías y prin- cipios de la causalidad no reflejan todos los aspectos del encadenamiento entre formación social y cul- tura, pues hay otras categorías que reflejan otros aspectos de este eslabonamiento de mediaciones. Lo cual, si bien hace aún más compleja la com- prensión e investigación de estas relaciones, ofrece también aún más amplias alternativas de análisis y posibilidades de inferencias.

e) La "dinámica" de la cultura. * En este punto se enfoca otra fasceta de la relación entre las formas culturales y los contenidos de la formación social que, como todos los demás aspectos analiza- dos, reflejan una situación de movimiento histó- rico. Se busca explicar el carácter flexible y no sincrónico de los cambios cualitativos de los diver- sos aspectos de la configuración cultural de una sociedad con respecto al salto revolucionario de las relaciones fundamentales del modo de produc- ción y, por ende, de toda la formación social. El análisis de la correspondencia no mecánica entre las formas culturales y sus contenidos sociales se apoya en la investigación de cómo operan en dicha relación particular las leyes fundamentales del movimiento, o leyes generales de la dialéctica: co- rrespondencia de calidad y magnitud, contradicción y negación dialéctica.

El proceso de desarrollo social, como totalidad concreta, es una unidad dinámica en que no todos los cambios revolucionarios del modo de produc- ción se expresan en el salto cualitativo de todos los aspectos de la cultura. Por otro lado, suelen darse, en la historia de las sociedades, cambios bastante radicales de la configuración cultural que no se co- rresponden necesariamente con el salto cualitativo del modo de producción. Entender este hecho re- quiere de conocer el complejo sistema de múltiples mediaciones o "eslabons intermedios" que se establecen entre lo fenoménico y lo esencial en la sociedad real, conformando la diferencia entre la singularidad de la cultura y el carácter general que, en relación a ella, poseen los contenidos de la for- mación socioeconómica. Orientamos el análisis de este problema centrando la atención en el aspecto forma-contenido de la relación tricategorial básica entre ambos. Las diferencias que genera el desarro- llo desigual de formas y contenidos se convierten

* Titulamos así al capítulo correspondiente en la obra citada (Bate, 1978) parafraseando a Herskowits, pues se inicia con una breve discusión y reinterpretación de los fenómenos de difusión y transculturación, el último de los cuales, para el mencionado autor, tiene carácter explicativo de lo que llama "dinámica de la cultura".

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Armas de Tierra del l-uego

en un sistema de contradicciones de distintos nive- les de acción que da cuenta de la causalidad del proceso social. De tal manera se establece un en- cadenamiento dinámico de los elementos que con- forman la estructura social concreta en diversos niveles de esencialidad, como una articulación fle- xible de mediaciones que configuran la explicación de la independencia relativa entre la manifestación cultural fenoménica y las leyes esenciales de la so- ciedad.

1) En primer lugar, veremos las mediaciones a través de las cuales se da la correspondencia entre calidad y magnitud, que es la relación esencial im- plícita en la "ley de transformación de los cambios cuantitativos en cualitativos y viceversa". Siguien- do las articulaciones en que coinciden las calidades formales y las magnitudes de los contenidos a que corresponden las formas, se puede apreciar que la expresión fenoménica de la cultura manifiesta in- directamente la contradicción social fundamental entre la calidad esencial del sistema de relaciones sociales de producción y el contenido de las fuerzas productivas.

Puede decirse, en síntesis, que la calidad princi- pal del fenómeno cultural es su singularidad, la cual corresponde en lo general y a través de una

serie de mediaciones, a la magnitud del grado de desarrollo de las fuerzas productivas.

Mientras mayor es el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, más compleja es su compo- sición, lo cual se manifiesta primeramente en un mayor grado de desarrollo de la división del traba- jo.* A esta magnitud esencial se corresponden no solo la variedad de productos materiales del traba- jo humano, sino también el grado de diversificación de todas las actividades del ser social, sus corres- pondientes expresiones en la superestructura de la conciencia social y de la institucionalidad, a las cuales determina necesariamente en parte y, en otros casos, condiciona como posibilidad.

Todas las actividades sociales u objetos materia- les que los hombres producen y con los cuales se relacionan, como elementos o aspectos del conteni- do social de la cultura, posee una forma necesaria.

* "Hasta dónde se han desarrollado las fuerzas productivas de una nación lo indica del modo más palpable el grado hasta el cual se ha desarrollado en ella la división del tra- bajo. Toda nueva fuerza productiva, cuando no se trata de una simple extensión cuantitativa de fuerzas productivas ya conocida con anterioridad (como ocurre, por ejemplo, con la roturación de tierras), trae como consecuencia un nuevo desarrollo de la división del trabajo". Marx, K. y F. Engels: "La ideología alemana".

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. . . 37

Sin embargo, el aspecto principal necesario de la forma es solo aquel que define la calidad de cada actividad humana u objeto material en su corres- pondencia y articulación con el sistema de conte- nidos. Pero los aspectos secundarios de las formas presentan un amplio rango de variabilidad inesen- cial que configura la singularidad cualitativa co- rrespondiente a las magnitudes inmediatas de los componentes concretos del contenido de cada fe- nómeno social. Por ello es que, en general, cada vez que se incrementa el desarrollo de las fuerzas productivas, diversificándose las actividades hu- manas cualitativamente, lo mismo que los objetos materiales producidos (los cuales aumentan como número de fenómenos cualitativamente diferentes) es mucho más amplia la posibilidad de que la com- binatoria de cualidades fenoménicas configuren una cada vez más compleja singularidad cultural.

Por lo dicho, es necesario distinguir dos aspectos de la calidad de las formas culturales: por una par- te, las calidades directamente sensibles y, por otra, la calidad específica de la correspondencia con sus contenidos inmediatos, la cual está determinada

por su función como elemento integrante de diver- sos procesos de una totalidad orgánica. Como la

singularidad de la cultura es la resultante del con-

junto global de formas fenoménicas de la sociedad, esto significa que algunas de estas formas serán sin-

gulares tanto en su expresión sensible como en el

tipo de correspondencia inmediata con los conte- nidos que definen su calidad en el sistema social, otras serán singulares solo en uno de estos aspectos y, por último, habrá formas fenoménicas que en ambos aspectos sean comunes a diversas sociedades.

En las últimas dos situaciones, las similitudes de

algunas de las formas culturales con las de otras sociedades pueden obedecer a paralelismo (o con-

vergencia) o a difusión (o transculturación). La

convergencia debe explicarse como la intervención de diversas contingencias en la causalidad que, concatenadas a las regularidades necesarias del desarrollo social inciden generando efectos simila- res. Cuando la similitud cultural se refiere a la calidad de la correspondencia con los contenidos

inmediatos, es más probable que la incidencia de las regularidades más necesarias haya sido más de- terminante de esos efectos. En el caso de la difusión o transculturación, trátese de "transmisión cultu- ral adquirida" o de "transmisión cultural en mar-

cha", con las diferencias y precisiones que hace Herskowits sobre el particular, debe tenerse en cuenta que cualquier expresión de contactos entre distintas sociedades manifiesta en la adquisición de

rasgos culturales comunes, por el hecho de ser sólo

expresiones fenoménicas, no constituyen en sí mismas una explicación del contenido social de las relaciones que se expresan bajo la similitud cultu- ral. Por lo que de ninguna manera la difusión ni la transculturación pueden tener carácter explica- tivo de la "dinámica de la cultura", sino son sólo las manifestaciones empíricas de la existencia de

algún tipo de vínculos sociales cuyo contenido debe ser investigado.

2) El carácter esencialmente dinámico y flexible del complicado encadenamiento de las regularida- des que median entre los contenidos fundamentales

generales de la formación económico-social y las formas singulares de la cultura, encuentran su ex-

plicación más relevalente en el complejo sistema de contradicciones de diverso nivel de acción que une

y mueve diferencialmente a ambos aspectos de la totalidad social.

Se puede plantear, como generalización, que la calidad singular del multifascético fenómeno cul- tural obedece a la contradictoria correspondencia de sus formas con el sistema de contenidos esencia- les generales de la formación social.

Pero tal generalización solo se comprende en el análisis de los diversos tipos de contradicciones par- ticulares que operan en esa relación, recordando

que, en cada nivel de accción de la realidad, las contradicciones constituyen la causa principal del movimiento. Manteniendo la atención del análisis en el aspecto forma-contenido de los eslabones in- termedios entre el fenómeno cultural y la forma- ción social, recordamos también que toda relación forma-contenido es justamente una relación contra- dictoria cuya unidad de contrarios se da como ne- cesaria correspondencia de la forma respecto al contenido y en que la lucha de los mismos se ma- nifiesta en los extremos polares de armonía y des- armonía de ambos aspectos de la relación.

En la relación forma-contenido se puede distin-

guir la forma general, que integran todos los ele- mentos en interacción dinámica componentes del

contenido, así como la forma particular de cada uno de ellos, de su relación con los demás y de su orden de sucesiones en la dimensión temporal. Toda forma presenta, además, aspectos principales, que son aquellos en torno a los cuales se establece el carácter necesario de su correspondencia con el con- tenido general, así como aspectos secundarios o inesenciales que pueden presentar amplios rangos de variación. En el proceso social, se puede apreciar que el aspecto principal o esencial de la forma ge- neral es la formación económico-social, como es-

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tructura dinámica que resulta de la integración de sus contenidos fundamentales y a los cuales se corresponden. Luego se pueden distinguir, más en detalle, las formas necesarias que adquiere cada una de las actividades y objetos componentes de los procesos integrantes de aquel contenido general, hasta llegar al nivel de la variabilidad singular de las formas secundarias y fenoménicas de cada uno de los elementos y procesos concretos de la sociedad total. El caracter contradictorio de las múltiples ar- ticulaciones de formas-contenidos en los diversos niveles de integridad de la totalidad social concreta, implica la existencia de saltos cualitativos de diversa amplitud que cambian aspectos parciales de la ma- nifestación fenoménica de la sociedad, lo que expli- ca la posibilidad de permanentes cambios de la singular configuración cultural y que no correspon- den necesariamente a la resolución por salto cuali- tativo de las contradicciones fundamentales de la sociedad.

Se puede entender por qué la configuración cul- tural guarda una relativa independencia respecto a las regularidades esenciales de la formación social -en que lo fenoménico llega a ocultar dichas regula- ridades a la observación empírica- si se piensa que el complejo sistema de mediaciones entre ambos as-

pectos de la totalidad social está constituido por una infinidad de contradicciones que no solo rigen en distintos niveles de acción, sino que además, cada una puede encadenar elementos de diversas posiciones relativas dentro del sistema social o entre éste y la naturaleza, puede representar luchas de contrarios de distinta intensidad, puede resolverse de manera antagónica o no-antagónica y, en cada momento, pueden encontrarse en diversas fases de desarrollo.

3) Por último, creemos importante analizar al menos el proceso de negación dialéctica de lo viejo por lo nuevo en la sociedad, para entender la persis- tencia de formas culturales aún cuando ocurren cambios cualitativos importantes en la formación social. Una negación dialéctica implica la destruc- ción de la calidad de lo viejo, al generarse nuevas calidades esenciales. Pero este proceso no debe entenderse algo así como la destrucción de todos

los elementos y procesos que componían la vieja totalidad, haciéndola desaparecer para dar paso a un nuevo acto de creación desde la nada. Ni tam- poco significa esto que los elementos o calidades secundarias componentes de lo viejo, del fenómeno negado, coexistan con lo nuevo. Los elementos, procesos y algunas calidades de lo viejo, se transfor-

man incorporándose a una nueva totalidad, cuyas contradicciones y calidad fundamental son dife- rentes. Por este solo hecho, cualquier elemento que se ha recreado o incorporado a la nueva tota- lidad, adquiere nuevas calidades, al menos en su relación con las nuevas regularidades esenciales. Pe- ro ello significa que muchos de los rasgos cultura- les de la vieja totalidad social, pueden seguirse dan- do, o recrearse, manteniendo la singularidad feno- ménica que los distingue a nivel sensible, aunque su calidad determinada por las relaciones que guar- dan en el contexto sistémico de la nueva totalidad sean diferentes, ya que este hecho no se percibe sensorialmente sino que será puesto en evidencia solo por la inferencia racional.

Es la recreación persistente de un conjunto de rasgos culturales un fenómeno que se ha llamado "tradición" cultural y es de uso corriente entre los arqueólogos. De hecho, la existencia de los fenóme- nos culturales "tradicionales" es un buen indicador de las vinculaciones genéticas entre los distintos momentos del desarrollo histórico de una sociedad, por lo que ha prestado un valioso punto de apoyo metodológico. Pero también deberá tenerse en cuenta que es posible que ocurran radicales cam- bios culturales que no corresponden a un cambio revolucionario de la totalidad, particularmente en las sociedades menos desarrolladas, sin que la discontinuidad de la "tradición" deba interpre- tarse como desaparición de la sociedad o síntoma de una revolución social.

f) La sociedad como totalidad concreta. En las líneas precedentes hemos reseñado de manera más o menos enumerativa los diversos tipos de relacio- nes que guardan los distintos aspectos de la sociedad, que han sido teorizadas y designadas bajo el con- cepto de formación económico-social. Pero, a la vez, habremos podido apreciar que en cada tipo de relación que distingue a ambos aspectos de la so- ciedad, se manifiesta la necesaria e indisoluble unidad de los mismos.

Para comprender los diversos vínculos y regula- ridades de determinación, diferencia y unidad, es- tructura y secuencia causal, que operan en el proceso social objetivo, es necesario descomponerlo analí- ticamente a través de la abstracción en sus relacio- nes más simples. Solo a partir de ello podemos acce- der a la comprensión de la complejidad real y unitaria de la sociedad. Del mismo modo, la expo- sición de los resultados de tal investigación solo pue- de hacerse comprensible y comunicable formulando de manera sucesiva las diversas abstracciones reali- zadas en el análisis. Y así hemos procedido, viendo

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. . . 39

primero las relaciones más simples: forma-conteni-

do, singular-universal, fenómeno-esencia, todo-par- tes, causa-efecto, necesidad-contingencia, posibili- dad-realidad, contradicción, calidad-magnitud, negación, etcétera. Luego, se pueden apreciar los vínculos que se entretejen entre estos distintos tipos de relaciones.

Sin embargo, la sociedad, como cualquier pro- ceso real, es una totalidad concreta. Objetivamente, esta categoría se refiere al hecho de que ninguna de las diversas y múltiples relaciones que conoce- mos por abstracción y de manera analítica, existe independientemente de las demás. Todas ellas con- forman un sistema de regularidades objetivamente unitario. Eso es lo que refleja el principio de la unidad material del mundo o de concatenación universal, que son en realidad las dos caras de la misma moneda. Materialmente, la categoría de totalidad concreta significa que todas las relaciones

que podemos abstraer y formular como categorías o leyes generales -es decir, que operan en todos y cada uno de los procesos reales- se encadenan de una manera específica en cada proceso real y en cada momento histórico. Por ello, la realidad social concreta es un proceso unitario y único y debe llegar a conocerse como tal.

Metodológicamente, por otra parte, la categoría de totalidad concreta obliga a considerar la unidad real, altamente compleja y dinámica del proceso histórico. Pero no quiere decir que este conoci- miento deba constituirse en la sumatoria de todos los aspectos observables de la realidad. La realidad misma es infinita en su complejidad de manera que imponerse tal tarea sería pretender un absurdo o, más bien, un imposible. Como señala Kosik: "La totalidad no significa todos los hechos. Totalidad significa: realidad como un todo estructurado y dialéctico, en el cual puede ser comprendido ra- cionalmente cualquier hecho (clase de hechos, con- junto de hechos). Reunir todos los hechos no signi- fica aún conocer la realidad, y todos los hechos

(juntos) no constituyen aún la totalidad" (Kosik, op. cit)

En nuestro caso, entendemos que la categoría de sociedad debe entenderse como una totalidad concreta en que la unidad entre la estructura y leyes fundamentales del movimiento de la forma- ción económico-social y su expresión cultural, tal como se han formulado, no da cuenta de todos los hechos sociales acaecidos y por ocurrir, pero refleja aspectos inseparables de la realidad que descubren y explican algunas de las características comunes a cualquier hecho social.

5. Hacia una proposición metodológica

Muchas han sido las expectativas generadas entre estudiantes y no pocos investigadores de la arqueo- logía a raíz de la proliferación de las discusiones "interparadigmáticas" en torno a los problemas de teoría y método que prometen las soluciones que, por fin, harán de la arqueología realmente una ciencia. En Norteamérica ha sido la alternativa de la "Nueva Arqueología" una esperanza promisoria. Como ha comentado Gándara: "La introducción de la arqueología procesual como 'Nueva Arqueo- logía', como un producto novedoso, permite de inmediato una dicotomía en que la otra mitad del par resulta, ipso facto, obsoleta ('arqueología tradicional'). Y pocas cosas hay en la cultura nor- teamericana que produzcan tal temor como el hecho de ser catalogado de 'viejo' o de 'obsoleto'. El tono de algunos de los artículos polémicos de final de los sesentas recuerda a las técnicas publicitarias de la televisión estadounidense: 'conozca la nueva, mejorada arqueología procesual, con mayor poder explicativo y constante acción científica' ". (Gán- dara, 1980). En América Latina, aparte de quienes tienden a deslumhrarse por "lo gringo" y han intentado transplantar en versiones subdesarrolla- das las discusiones traídas por la "Nueva Arqueo- logía", ha sido la proclama de la "arqueología marxista" la que ha jugado tal papel. Se trata tam- bién de una alternativa frente a la "arqueología tradicional" a la que, en este caso, debe sumarse el adjetivo de "burguesa". Alternativa poseedora del verdadero método científico y desprovisto de ideo- logías falsificadoras, que confiere a quien lo acepta como tal (no a quien lo maneje realmente, pues ello está pendiente de que alguien lo explicite), el honorable título de revolucionario.

Creemos no equivocarnos al opinar que, en una buena parte de los casos, lo que se espera es en realidad que alguien se encargue de estandarizar procedimientos metodológicos cuya aplicación más o menos mecánica vendrá a resolver todos los pro- blemas de la investigación, garantizándose así que, si se introduce la información que cada cual obtie- ne en el campo y se opera correctamente el proce- dimiento, obtendremos como resultado un cuerpo verdaderamente científico de conocimientos nue- vos. Tal concepción del método, caricaturizando un poeto, supone que se trata de algo así como el reglamento del tránsito o un recetario de cocina, pero "marxista".

Se trata pues, de una esperanza completamente vana, asociada a una confusa noción del método

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científico con un profundo desconocimiento de la concepción científica del marxismo, mas que me- canicista e idealista, del todo ilusa y destinada ine- vitablemente a la frustración*. No habrá ningún formulario metodológico que libere al investiga- dor de estudiar y asimilar con su propio trabajo y en su propio tiempo los problemas teóricos que exige el método, que le permita eludir el esfuerzo creativo o asumir el riesgo de la adopción de pro- cedimientos y alternativas metodológicas, respon- sabilidades que debe asumir necesariamente cada

investigación de problemas o realidades nuevas: "Lo que natura no da, Salamanca no lo presta".

Una proposición metodológica puede definir

principios generales y especificarlos en su significa- ción para una disciplina particular pero también, respecto a ella, de manera general; puede sugerir las orientaciones básica y proporcionar una visión de totalidad del sistema de procedimientos genera- les más adecuados, más económicos o más precisos; puede señalar opciones, advertir las posibilidades que conducen al error y las formas de evitarlas. Tal vez permita ahorrar algún trabajo en el estudio de los contenidos de teoría y método necesarios para emprender una investigación, por el hecho de pro- porcionar una guia racional para realizarlo de ma- nera sistemática, evitando en parte el ensayo y error aleatorio que tal esfuerzo suele significar. Pero no puede eximir a nadie del estudio de las fuentes originales y las discusiones actuales sobre teoría y método ni resolverá los problemas singu- lares de adecuación de los procedimientos generales a la investigación concreta, que es precisamente lo que caracteriza al trabajo de investigación. "En la ciencia no hay calzadas reales, y quien aspire a remontar sus luminosas cumbres, tiene que estar dispuesto a escalar la montaña por senderos esca-

* Aunque no faltan algunos astutos que, comenzando a hacerse viejos a la espera de que alguna autoridad reco- nocible como tal asuma esa tarea y, en la necesidad de sobrevivir de hacer arqueología, han descubierto que su esperanza es vana. Incapaces de enfrentar un trabajo creativo y bajando ya un tanto el tono de voz, divulgan la opinión de que es absurdo esperar proposiciones meto- dológicas generales, afirmando que el arqueólogo marxista se hace "en la práctica": práctica de hacer hoyos, práctica de clasificar y describir y arte de etiquetar resultados de un proceder del todo tradicional con rótulos de "modo de producción tal". Lo cual es una nueva versión de la de- finición de la Arqueología como "lo que hacen los ar- queólogos". Arqueología Marxista viene siendo "lo que hacen en la práctica los arqueólogos que se dicen marxis- tas" o que usan a conveniencia el vocabulario difundido por esta corriente.

brosos".* Y esto es así, porque la totalidad concreta es la multideterminación singular, la forma singular del encadenamiento histórico de las regularidades generales en cada caso individual. La teoría y el método solo pueden sistematizar las leyes, cate- gorías y conceptos que reflejan dichas regularidades objetivas generales y los procedimientos adecuados a la clase de información a procesar. Pensar de otra manera implica suponer que el conocimiento de la realidad histórico concreta esdeduciblede la teoría general y que además es simple y réductible a lo conocido. Significa suponer que la teoría conoce ya todas las leyes generales y, por lo tanto, no que- da nada mayormente importante por descubrir.

En este apartado nos limitaremos a explicitar escuetamente los fundamentos de la estructura ge- neral de la proposición que hemos esbozado en el trabajo citado (Bate, 1977). De cualquier modo solo se trata del esqueleto general que permite ar- ticular un conjunto orgánico de proposiciones particulares, que deberán considerar mucho más detalladamente diversos problemas de investiga- ción que pueden ser bastante complejos. Esti- mamos ventajoso partir de la estructura general de procedimientos, pues pensamos que desde una visión de la totalidad será posible desarrollar pro- posiciones más específicas que lleguen a conformar un cuerpo de conocimientos compatibles y que sean racionalmente integrables. Es decir que las experiencias acumuladas en el quehacer de las in- vestigaciones arqueológicas, son sintetizabas en un nuevo punto de partida que se despliegue desde la totalidad hacia el detalle. Pero ya no como una desordenada y relativamente aleatoria multiplicidad de proposiciones puntuales de metodologías, de cuya aplicación resulte un conjunto de conocimien- tos difícilmente integrables con coherencia, como sucede hasta ahora. Muy grandes suelen ser las dificultades que enfrentamos actualmente para realizar interpretaciones de síntesis cuando intenta- mos, por ejemplo, generalizar algunas conclusiones a través de comparar materiales, aún de la misma clase (litica, cerámica, funebria, etc.), cuyas publi- caciones son el resultado de diversas metodologías tipológicas, cuyos presupuestos pocas veces son explicitados, que manejan distintos criterios de ordenación y no siempre en el mismo orden y en que los objetivos de la clasificación pocas veces están definidos. Por ello, una proposición de es- tructura general de procedimientos, que proporcio- ne una concepción de la totalidad de los problemas

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. . . 41

ratagoma. uacena

metodológicos, que explicite las bases teóricas de las que deriva y que defina sus objetivos, puede permitir una cierta economía de esfuerzos, que conduzcan a formular de manera más precisa y racionalmente sistematizada la multiplicidad de

trabajos de investigación particulares. Esto, por lo menos para quienes compartimos una misma

posición teórica frente al quehacer científico, lo cual ya sería un gran avance, pues todavía no sucede así. Y aún en este caso, debe plantearse la proposición con gran flexibilidad, pues compartir una posición teórica en general, no quiere decir

que haya acuerdos y compatibilidad absoluta. Plan- tearse una proposición general única compatible para distintas posiciones no es nuestra intención

y sería un intento inútil por imposible. De cualquier modo, queremos hacer primero algunas precisiones básicas para no dar la impresión de que pretende- mos crear una estructura única y cerrada.

a) Un par de apuntes generales. Pocas veces se han discutido abierta y argumentadamente las cues- tiones básicas sobre método entre los colegas que nos inclinamos por una posición materialista histó- rica en arqueología. Por lo cual son muy comunes una serie de mitos que responden a las confusas nociones que predominan al respecto y que se mantienen así, precisamente porque no se discuten. Estimamos que resultará preferible explicitar nues- tras modestas opiniones aún a riesgo de aseverar unos cuantos disparates, pues de otra manera no habrá cómo generar las discusiones que nos lleven a hacer claridad, corregir y precisar estos conceptos. Pues de alguna manera se ha venido creando la

falsa imagen de que se trataría de una sabiduría críptica de la cual no se puede hablar sino entre

iniciados, a través de nuestras prudentes absten- ciones que tal vez solo sirven para ocultar nuestras

ignorancias. Entre los mitos que circulan se cuentan

aquellos que suponen que la lógica dialéctica sería

incompatible con la lógica formal y todo aquel que intente formalizar procedimientos desde una

posición materialista histórica corre el riesgo de ser

peyorativamente calificado por algún audaz igno- rante de "formalista" y "antidialéctico". çe supone que "El Método Dialéctico" sería un nuevo siste- ma lógico, único y excluyente de otros métodos

que. si no responden al marxismo, es seguro que falsifican ideológicamente la concepción de la realidad. Que la esencia del verdadero "método correcto" del marxismo es lo que se plantea en la "Introducción. . . de 1 «57" y otros mitos más.

1) La lógica dialéctica no es un método exclu-

yente de la lógica formal, que la sustituya. En pri- mer lugar, hay una relación histórica entre ambas. La lógica formal no ha estado, desde luego, al mar-

gen de las influencias de las diversas posiciones fi- losóficas predominantes en cada época, pero repre- senta fundamentalmente un prolongado período histórico en la sistematización de las formas del

pensamiento de acuerdo a las reglas de relaciones entre juicios que se supone rigen a las operaciones correctas de la razón. Sin embargo, con el gigantes- co desarrollo de la transformación del mundo que ha ¡do alcanzando la práctica social, la realidad ha ido mostrando las extraordinarias complejidades de su existencia. Lo cual ha requerido que las for-

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mas del conocimiento de esa realidad se desarrollen a un nivel de complejidad que permitan avanzar en su conocimiento. Este hecho, como hemos apunta- do, puso de manifiesto las insuficiencias de la lógica concebida al margen de los problemas de teoría del conocimiento y teoría de la realidad. La concepción de la lógica como un sistema cerrado e internamen- te coherente, cuya correcta operación (validez) otorga veracidad a los resultados del discurso, em- pezó a ser incapaz de superar diversas contradic- ciones que se generaban en el proceso real de cono- cimiento y su comprensión como forma particular de existencia de la materia en relación al resto de la realidad. Considera además el proceso de cono- cimiento en el contexto sociohistóricoen que se da.

Aún hoy la lógica formal debe ser considerada como una ciencia particular que estudia las formas en que un juicio deriva de otros, la estructura ra- cional del conocimiento ya formado y su validez con respecto a determinados principios básicos. Pero prescinde del contenido objetivo de los con- ceptos y juicios, no se preocupa de cómo ni en que condiciones se genera el conocimiento que consti- tuye las premisas y se limita a calificar los juicios ya formados de acuerdo a la dicotomía verdad/fal- sedad, como supuestos que condicionan la correc- ción de las operaciones racionales. La dialéctica, como lógica, se plantea como problema fundamen- tal el del contenido objetivo de los conceptos y jui- cios, se plantea el problt:na de las formas reales del pensamiento en el que los diversos procesos inferen- ciales constituyen una unidad; entiende que el pen- samiento real se desarrolla a través de la contradic- ción entre verdad y error, como reflejos de la rela- ción indisoluble entre conocimiento y práctica. El objetivo de la lógica dialéctica es conocer las diversas formas particulares que adquieren las leyes genera- les de la dialéctica en el proceso del conocimiento que busca acercarse al reflejo cada vez más preciso de la verdad objetiva. Pero como la objetividad de los contenidos del conocimiento depende de su correspondencia con una realidad que es exterior a la subjetividad de los procesos lógicos y la prác- tica, como única forma de relación real con dicha realidad también excede el campo restringido de la forma de los procesos racionales, la lógica dialéctica se formula un problema mas amplio y complejo que el de la lógica formal y es en lo que difiere de ésta. Sin embargo, de ninguna manera la excluye. Como aclara Kopnin: "la filosofía marxista presu- pone la existencia de una buena lógica formal, cu- yos resultados le interesan del mismo modo que los resultados de todas las demás ciencias especia-

les" y agrega después que "los resultados positivos, que alcanzó la lógica formal en el sentido filosófico, pasaron a formar parte, en su apecto esencial, de la lógica dialéctica y fueron elaborados por ella.11*

Por otro lado, es un absurdo pensar que la lógica dialéctica es ajena a toda formalización. Por el con- trario, su problema es descubrir, en el desarrollo del pensamiento real como proceso histórico, nuevas posibilidades de formalización que permitan siste- matizar de manera rigurosa las nuevas complejida- des de la realidad dinámica, que día a día va po- niendo al descubierto la práctica social. Superar los límites históricos de la lógica formal no significa sustituirla simplemente por una crítica formalmente anárquica que, desde los distintos enfoques que la motivan, con frecuencia posee una buena dosis de oportunismo y, en algunos casos, pareciera resultar muy cómoda a quienes desean aparecer como hé- roes de una revolución científica sin hacer demasia- dos esfuerzos mentales.

No cabe duda que buena parte de las innovacio- nes de la ciencia surgieron inicialmente bajo la for- ma de una crítica poco estructurada y de creativi- dad desordenadamente espontánea. Ello es parte de las formas del pensamiento científico real. Pero las ideas de promisoria genialidad que solo llegaron hasta ese punto, la gran mayoría de las veces han muerto en el camino sin mayores consecuencias. La posibilidad de creación de conocimientos que sirvan a una práctica consciente requiere de la sistematización y. por lo tanto, de la formaliza- ción lógica.

2) El método debe ser un sistema abierto y es un error concebirlo como un sistema formal ya completo y, por lo tanto, cerrado, aún bajo el su- puesto de su elevada perfección. No es poco común esa imagen del hipotético, por ignoto, "método dia- léctico", visto como una "caja negra". Se presume que si se le alimenta con datos rigurosamente obte- nidos, producirá conocimientos verdaderamente científicos, en el entendido de que, por correspon- der a la doctrina de mayor grado de cientificidad, es innecesario pensar en que sea superable. Pero de hecho, todavía se ignora qué es lo que sucede den- tro de esa caja negra.

Por de pronto, cada vez que se descubren nuevas propiedades de la realidad, su reflejo pasaa integrar nuevos aspectos de la teoría -aún suponiendo que no obligaran a su reestructuración significativa- lo que lleva a la necesidad de derivar de la misma nue-

* P. V. Kopnin: "Lógica dialéctica", pp. 63 y 85, res-

pectivamente.

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. . . 43

vos procedimientos metodológicos que harán más amplio y más preciso el conocimiento ulterior de la realidad, al considerar una diversidad creciente de variables. Esto significa que la concepción del método no puede ser la de un sistema limitado de recetas generales, ya que siempre hay la posibilidad de enriquecer y replantear el sistema de procedi- mientos lógicos. Si aceptamos el movimiento como una caracters'itica propia de toda la existencia real, incluyendo a la lógica como sistematización del

reflejo subjetivo del movimiento real, resulta del todo absurdo pensar que el método científico haya alcanzado ya, como lógica dialéctica, sus máximas posibilidades de desarrollo. Entender el método como un sistema cerrado, completo, implica negar su carácter histórico y el carácter histórico del co- nocimiento. Significa negar la dialéctica misma del conocimiento y la realidad.

3) Alternatividad metodológica. Aún partiendo de la misma concepción teórica de la realidad en

general y del materialismo histórico como teoría particular de los procesos sociales (y suponiendo que todos entendiésemos y formuláramos esta teo- ría de la misma manera, lo cual no es cierto), no existe un método único ni creemos que sea de- seable que lo haya. Es erróneo suponer que el "mé- todo dialéctico" sea o deba ser una secuencia estan- darizada de procedimientos lógicos que, una vez

probada su eficiencia científica superiora cualquier otro método, sea aplicable indefinidamente a la in

vestigación de cualquier problema. ¿Por qué debe- ríamos suponer que no hay más que un solo siste- ma de procedimientos válidos que nos conduzca a obtener conocimientos potencialmente verdaderos? Si el método es un camino para llegar a esos cono-

cimientos, ¿no es preferible tener la posibilidad de optar por caminos diversos?

Desde luego que toda proposición de secuencia de procedimientos y operaciones lógicas destinadas a obtener nuevos conocimientos se adecuará a de- terminados objetivos. Puede intentar, por ejemplo, encontrar las vías más simples pero, a la vez, que optimicen el grado de precisión en el acercamiento a la realidad. Como la realidad es muy compleja, no siempre serán los procedimientos más simples los que nos garanticen la mayor precisión. Esto no

quiere decir, en principio que, si el objetivo es ob- tener determinados conocimientos, sólo sea correc- to o válido el método que asegure la máxima preci- sión y simplicidad. Serán correctos todos los proce- dimientos que conduzcan a generar conocimientos

verdaderos, así no sean los mas simples. Pero, por otra parte, solo si ensayamos sistemáticamente dis-

tintas alternativas podremos estructurar una secuen- cia de operaciones lógicas que responda de la mane- ra más adecuada a esas u otras exigencias e, incluso, inventar nuevas formas de operar. Por lo demás, buena parte de los conocimientos erróneos son con- secuencia de deficiencias o sesgos del método y, si concibiéramos el método como un sistema único, sería mucho más difícil llegar a ponerlos en eviden-

cia, ya que el manejo persistente de los mismos métodos puede seguir conduciendo a la comisión de los mismos errores que aparecerían "confirma- do" a los anteriores.

Por esto, creemos que una característica de la

concepción del método que derivemos de la teoría

general de la sociedad, adecuándolo a la especifici- dad de la arqueología, debe ser su alternatividad. Es decir, la posibilidad de combinar de diversas maneras los procedimientos lógicos de la investiga- ción. La condición para ello es que, cualquier pro- posición metodológica sea congruente con los prin- cipios y condiciones teóricas generales que hemos ido apuntando y que sus resultados sean compati- bles entre sí. La posibilidad de alternativas lógicas diferentes que conduzcan a resultados compatibles entre sí, está dada por el principio de unidad material del mundo: la realidad existe con indepen- dencia de cada sujeto (y de cada proceder metodo-

lógico) y es una sola y la misma. Si el conocimien- to verdadero es aquel que, como reflejo de la reali-

dad, se correlaciona correctamente con sus propie- dades objetivas y, si los resultados de distintos pro- cesos de conocer nuevos aspectos de la realidad ge- neran conocimientos verdaderos, cualquiera sea el camino seguido por cada uno, estos deberán ser

compatibles lógicamente entre si. Lo cual supone

que, además de ser verdaderos, cumplen con la

exigencia de validez lógica y son. por ello, compa- tibles e intercambiables.

Una proposición general de método para la ar-

queología debe permitir, en su interior, la alterna- tividad lógica de los procedimientos particulares con la máxima flexibilidad posible, lo cual es con- dición para adecuarlo a situaciones diferentes. Pero, además, una proposición general de metodología, como la que hacemos, es también una alternativa. No es el único método correcto posible. De modo

que pueden elaborarse otras proposiciones genera- les distintas, aunque compatibles, a partir de la mis- ma teoría materialista de la historia. Y sería desea- ble que ocurriera.

b) El ciclo de investigación. Todo proceso de

conocimiento se da en una doble relación entre

sujeto y objeto. El objeto es la realidad material

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que impresiona los órganos sensoriales generando la experiencia sensible, que ya es un proceso subje- tivo. La experiencia es el reflejo subjetivo inmedia- to de la práctica y solo se genera en ese contexto. De manera que, en la actividad investigativa, la obten- ción directa de los datos empíricos implica diversas modalidades de intervención práctica en la realidad. Pero no puede considerarse como "práctica arqueo- lógica" a todo el proceso de investigación.* A partir de la experiencia se realiza una serie de procesos inferenciales orientados a generar explicaciones científicas acerca de la realidad concreta estudiada.

No obstante, el efecto sensorial que genera la realidad material en el sujeto no se da, por así decirlo, en una especie de vacío mental aséptico. De hecho, hasta la experiencia sensible más ele- mental se integra en un sistema de referencias con que el sujeto se enfrenta activamente a la realidad para su conocimiento, hasta en lo que se refiere a la selección de las situaciones prácticas en que se generará su experiencia sensorial.

Cuando hablamos del ciclo de investigación ha- cemos una distinción lógica del doble movimiento que se establece entre el sujeto y la realidad. Abs- traemos, como momentos del ciclo, al movimiento activo del sujeto hacia la realidad -desde el sujeto "hacia afuera"- y al movimiento subjetivo que se da a partir de la experiencia, "desde afuera hacia adentro", hasta los niveles más complejos de la in- terpretación.

Cuando el sujeto investigador organiza su enfren- tamiento cognitivo a una determinada realidad, posee ya un sistema básico de referencias acerca de cómo puede ser dicho fenómeno real. Este sistema conceptual de referencias puede ser más o menos ambiguo e incluso estar en gran medida constituido por prejuicios asimilados acriticamente y no explí- citamente conscientes. En el caso de un investigador

* Lo mencionamos porque sigue manejándose el concep- to de "práctica teórica" puesto de moda por Althusser, y que constituye una versión completamente idealista de la práctica. Considera como "práctica" a la transformación de nociones precien tíficas (subjetivas), a través del Método Dialéctico (sistema lógico, por ende, subjetivo) en concep- tos científicos (que, por muy científicos, no dejan de ser subjetivos). Es decir, se trata de una "práctica" que hace revoluciones en la cabeza, al estilo de la filosofia alemana criticada por Marx y Engels, que nunca llega a modificar en nada la materialidad real de la sociedad alemana. La diferencia radical entre idealismo y materialismo respecto a la práctica, es que para éste la práctica es la transforma- ción consciente de la realidad objetiva. Por si cupiese duda alguna, para Althusser la verificación de la práctica teórica, no requiere de prácticas "exteriores". Véase Sánchez Vázquez, "Filosofía de la Praxis",

preparado en una disciplina científica desarrollada, el sistema subjetivo de referencias es una concepción teórica, explícitamente consciente y relativamente bien precisada, de acuerdo al grado de desarrollo de la ciencia misma.

Llamamos proceso de planificación de la in-

vestigación al movimiento de organización de la

metodología de enfrentamiento cognitivo de la

realidad, desde el sistema conceptual teórico del

sujeto. Al conjunto de actividades subjetivas que realiza el investigador, a partir de la información empírica y hasta la contrastación de su teoría e

interpretación explicativa del proceso objetivo es-

tiduado, le llamaremos proceso de inferencias} el

que se realiza de acuerdo a la planificación siste- mática previa.

El ciclo de investigación es entonces el movi- miento permanente de planificación sistemática del proceso de conocimiento, intervención práctica que genera la experiencia sensible (información) y la serie de procesos inferenciales que lleva desde ésta hasta las interpretaciones teóricas. Si bien en términos lógicos podemos distinguir los dos mo- mentos separadamente, de hecho en realidad de la investigación ese doble movimiento se da per- manentemente. El investigador planifica, obtiene determinados datos, su planificación puede mos- trarse insuficiente, debe corregir o complementar la planificación, vuelve a realizar inferencias de acuerdo a ella, las inferencias descubren nuevas va- riables y debe decidirse con nuevos datos y hay que retornar a su búsqueda, etcétera. Vista la inves- tigación como proceso general y aún haciendo abstracción de las viscisitudes de su realización, se planifica a partir de un determinado momento del desarrollo de la teoría, se regresa a la realidad

y, a través de un sistema de procesos inferenciales, los nuevos resultados comprueban, corrigen o enri-

quecen la teoría y se generan nuevos conocimientos concretos. Y esto representa un nuevo punto de

partida en el ciclo permanente de la investigación. Sin embargo, sintetizando los momentos del des- arrollo del proceso real de investigación, se puede decir, como señalábamos arriba, que toda investi-

gación de una realidad concreta tiene hoy dos

puntos de partida: el todo más desarrollado de la teoría en su momento actual y el conjunto de in- formación empírica acerca de la realidad concreta

y determinada que se investiga. La proposición general de método que hemos

esbozado constituye la planificación general del

proceso global de inferencias, que puede orientar las investigaciones arqueológicas de un proceso

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. . . 45

histórico como una totalidad determinada, o servir como sistema de referencias metodológica en el cual pueden inscribirse investigaciones parciales.

c) Las instancias metodológicas. Cierto es que cada ciclo de investigación arranca -o debería hacerlo- de una teoría en su mayor grado de des- arrollo. Pero el conjunto de procesos inferenciales en la investigación de una realidad histórica concre- ta sigue una secuencia lógica que va de lo concreto sensible a lo concreto de pensamiento, pasando por la abstracción. Se inicia el proceso de inferen- cias enfrentando a la realidad concreta como una concreción sensible, es decir, como la presentación fenoménicamente multifascética y singular de la realidad. La apariencia del fenómeno real es acce- sible al conocimiento humano a través de las formas sensoriales de la conciencia. El conocimiento sen- sible de la apariencia fenoménica de la realidad se muestra como una totalidad compleja y singular en la representación inmediata de la percepción. Pero se trata de una totalidad constituida por la masa aparentemente caótica de la existencia fenoménica. Sin embargo, el reflejo empírico de la percepción inmediata no contiene una explicación de la tota- lidad concreta objetiva. Son necesarias diversas mediaciones racionales del pensamiento para llegar a conocer los nexos internos del fenómeno que se entretejen conformando las regularidades que lo

rigen. Luego de habernos compenetrado en detalle de la materia concreta objeto de nuestra investiga- ción, buscamos, a través de la abstracción, conocer las relaciones estructurales y causales esenciales del proceso, aquellas de mayor nivel de acción en su determinación y las de carácter más general en re- lación a la multiplicidad de aspectos aparentes del fenómeno. Realizar el proceso de abstracción de lo esencial requiere de la "destrucción" de la aparien- cia unitaria del fenómeno, descomponiendo su

representación inmediata por medio del análisis.

Luego, es posible inferir sus conexiones internas, investigar aquellas que se dan de manera más general y ponen en evidencia, a través de sus múltiples in-

teracciones, sus diversos niveles de acción. Solo a través de la abstracción podemos conocer las deter- minantes esenciales del proceso estudiado y ella se realiza a través de las formas racionales del pensa- miento, pues no se reflejan en la percepción sensi- ble inmediata, aunque estén contenidas en ella. Pero el proceso de conocimiento no se detiene allí. No se reduce a la abstracción de las leyes esenciales generales, sino que, conocidas estas, busca explicar el proceso real en su multideterminación concreta, singular y dinámica. Hay pues, una substancial di-

ferencia cualitativa entre la representación concreta sensible y la explicación histórico-concreta, en la

que se demuestra cuáles y cómo se imbrican en cada caso las múltiples determinaciones o regularidades que rigen al proceso real y por qué este se distingue de otros de su mismo género esencial. Esta fase del desarrollo del reflejo cognitivo del proceso históri- co-real es el concreto de pensamiento o concreto mental. En él se ha vuelto a la singularidad de la

riqueza de manifestaciones de lo concreto real, en un nivel de conocimiento que no es la simple re-

presentación sensible, sino la explicación esencial de la totalidad. En ese proceso del pensamiento se

puede apreciar que la abstracción constituye una

negación dialéctica de lo concreto sensible al des-

componer la riqueza de la totalidad representada, para separar de ella solo lo general esencial. Lo cual es, en cierta manera, un conocimiento "em-

pobrecido" de esa totalidad, pues lo esencial es menos que la totalidad inicial. Aunque es una fase fundamental en la investigación, como condición

para llegar realmente a una explicación. Al negar dialécticamente la fase de abstracción, lo concreto mental se convierte en la negación de la negación de lo concreto sensible, pues recupera la riqueza de la totalidad percibida, reflejo directo del mundo

objetivo, aunque esta vez el reflejo de la totalidad concreta está enriquecido por la comprensión ra- cional de sus diversas manifestaciones.

Las instancias metodológicas generales que he- mos propuesto para el desarrollo de una investiga- ción arqueológica global, responden precisamente a la estructura lógica de la secuencia del método de investigación que pasa de lo concreto sensible a lo abstracto y de lo abstracto a lo concreto. Así, se suceden las instancias de: 1) definición de con-

juntos culturales, 2) inferencia de las formaciones económico-sociales y 3) desarrollo histórico con- creto.

1 ) La definición de conjuntos culturales. Corres-

ponde, de manera general, a la instancia de análisis de los aspectos culturales, considerados como manifestación fenoménica de la sociedad. Ello no

significa que en este momento no se realicen ope- raciones racionales. Pero aún el análisis de las diver- sas expresiones empíricas y su síntesis no permiten la explicación de los fenómenos sociales. Solo es la condición inicial para ello.

Entendemos un conjunto cultural, en el caso de la información obtenida por la arqueología, como el conjunto de elementos vinculados entre sí, que corresponden a la transformación material efectua- da por un mismo grupo social en una misma fase

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de su desarrollo histórico.* Desde luego que las solas similitudes culturales no permiten definir un conjunto cultural y los vínculos objetivos de los diversos componentes del conjunto deben ser de- mostrados en el terreno a través de las diversas combinaciones de asociaciones contextúales, del uso de procedimientos de control cronológico confiables, etcétera.

Esta instancia de agrupación de la información empírica que conduce a la delimitación de secuen- cias cronológico-culturales, parece haber sido la meta del conocimiento arqueológico para la gran mayoría de las investigaciones "tradicionales". En parte, el desarrollo de las investigaciones y las limi- taciones de los datos no han permitido hasta ahora avances muy substanciales en el intento de explica- ción del desarrollo social, lo que explica el carácter casi descriptivo de gran parte de los resultados al- canzados. Pero fundamentalmente sucede que la mayoría de los arqueólogos no se ha planteado co- mo problema avanzar mucho más en las explicacio- nes. El conocimiento de la historia cultural es una fase necesaria en el desarrollo de la investigación, pero es necesario avanzar en la búsqueda de sus explicaciones. En este sentido, una concepción materialista histórica debe plantearse la tarea de superar a buena parte de la arqueología "tradicio- nal". Aún desde puntos de vista bastante diferentes, la "Nueva Arqueología" norteamericana se ha pro- puesto avanzar hacia la abstracción de las leyes que rigen a los procesos sociales. En los casos en que se reduce la explicación científica al descubrimiento de leyes generales, de las cuales cada caso singular es solo un ejemplo, su meta solo llega hasta el se- gundo momento del proceso investigativo. Nuestro problema y nuestro propósito, es alcanzar a la ex- plicación de lo concreto.

2) Inferencia de las formaciones económico-so- ciales. En esta instancia, debe realizarse separada- mente el proceso de abstracciones a partir de cada conjunto cultural y, por lo mismo, la instancia de definición de los conjuntos culturales debe preceder necesariamente a ésta. Supongamos que se intenta, por ejemplo, inferir la organización del proceso productivo y la división social del trabajo de una determinada sociedad. Para ello es necesario dis- tinguir y analizar separadamente lo que resultó de las transformaciones que realizó esa sociedad en un

* Con el término de fase no implicamos un concepto teó- tico, sino la delimitación empírica, relativamente arbitra- ria, de un determinado rango temporal. No coincide con un modo de producción ni otros conceptos teóricos.

determinado momento. Pues si mezcláramos mate- riales ajenos a ese conjunto cultural, podríamos distorsionar groseramente su realidad al inferir ese tipo de relaciones y abstraeríamos erróneamente las características de cada sociedad cuyos materiales sirvieran de documentación para esas inferencias.

En esta instancia, la información empírica es analizada para cada conjunto cultural, prescindien- do de su singularidad culturalmente distintiva y se debe manejar como información de contenido social. Para lo cual, los datos reunidos y agrupados de acuerdo a su vinculación cultural deben servir, en un primer momento, de base para la inferencia de sus contenidos más inmediatos, partiendo de las características generales y esenciales que corres- ponden a sus formas fenoménico singulares, que es como se presentan a la percepción directa. El cri- terio central para dicha inferencia es el carácter necesario de la correspondencia de la forma respec- to al contenido, si bien es necesario formular y descartar las distintas alternativas funcionales o de contenido inferibles a partir de una misma forma. Esto requiere de la consideración de las relaciones contextúales de cada elemento. Como veremos, es posible realizar parcialmente este proceso junto con la clasificación tipológico-cultural. En este mo- mento, por ejemplo, una vasija de cerámica no interesa por su tipo cultural, sino como producto de un proceso de trabajo, de una posible división social del trabajo, como utensilio de cocina, de 'almacenamiento de granos o como ofrenda ritual; una pirámide no interesará por su "estilo" arqui- tectónico, sino como evidencia de un volumen de fuerza de trabajo invertido en su construcción, por los conocimientos objetivos y técnicas requeridas,

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como centro ritual de control político-ideológico, etcétera.

Luego, las categorías teóricas sintetizadas en la categoría de formación económico-social se mane- jan como categorías lógicas de análisis, ordenación y síntesis de los contenidos sociales que permitirán la inferencia de las calidades y relaciones esenciales de la formación socioeconómica de cada sociedad para cada una de las fases reunidas como conjuntos culturales. El problema fundamental en esta instancia será llegar a inferir las características del sistema de relaciones sociales de producción y su correspondencia con el grado de desarrollo de las fuerzas productivas, por ser éstas la síntesis de las contradicciones fundamentales internas de la sociedad, o de la relación de la sociedad como un todo respecto a la naturaleza. Son, por lo tanto, las relaciones que interpenetran y explican la relación esencial de cada uno de los demás aspectos com- ponentes de la totalidad de la formación social. La posibilidad de inferir este tipo de relaciones está sujeta a diversas mediaciones, relativamente más complejas que otras, ya que aún a través del mane- jo directo de la información de datos de contenido no se muestran en forma aparente e inmediata. Solo como un ejemplo, veamos la factibilidad de inferir la existencia de clases sociales, cuestión que por obvias razones es tema de permanente discusión.

La existencia de clases sociales supone la pro- ducción excedentaria. Salvo en algunos procesos de transición de la comunidad primitiva, la produc- ción sistemática de plusproducto conduce necesa- riamente a la explotación clasista. En algunos casos, es arqueológicamente evidente la existencia de excedentes, como cuando nos encontramos frente a la pirámide del sol de Moche o de Teotihuacan. No cabe duda de que su construcción no puede ser resultado de una producción meramente subsisten- cial, sino altamente excedentaria y que con la ma- yor probabilidad requirió de una división social del trabajo que seguramente se correspondió con una apropiación diferencial de los productos del traba- jo. En tales casos, las probabilidades de pensar acertadamente de que se trataba de sociedades cla- sistas son elevadas. Pero no se trata de saber solo eso, sino de descubrir qué es lo que caracterizó a las clases sociales y cuáles fueron las contradiccio- nes específicias que se establecieron entre ellas.

Primero, hay una posibilidad teórica general de realizar tal inferencia. Podemos aceptar como hipó- tesis que: 1) rige en la sociedad la ley de corres- pondencia entre calidad y magnitud; 2) de acuerdo a Marx, esta ley opera particularmente en la socie-

dad como ley de necesaria correspondencia de las relaciones sociales de producción con las fuerzas productivas, 3) siendo así, a determinadas medidas del grado de desarrollo de las fuerzas productivas -que pueden tener rangos relativamente amplios de variabilidad según las diferentes condiciones concretas de cada sociedad- deben corresponderse determinadas calidades esenciales del sistema de relaciones sociales de producción. Si esto es así, lo cual requeriría de comprobación, quiere decir que si podemos realizar una cuantificación aproximada del grado de desarrollo de las fuerzas productivas, podríamos inferir con base en el carácter necesario de la correspondencia, cuál será al menos la contra- dicción fundamental de clases o, mejor dicho, entre que clases se establece la contradicción principal. En el estado actual de la arqueología es muy difícil operar con estas variables, porque: 1) Si bien es posible llegar a cuantificar las fuerzas productivas materiales gracias a los vestigios de la transforma- ción productiva material,* hoy en día es muy difícil su realización operacional en tanto los in- dicadores necesarios para ello -que sí pueden obtenerse a través de las técnicas arqueológicas- no se han buscado sistemáticamente debido a que el problema teórico no había sido planteado; 2) para operar según lo hemos apuntado, sería nece- sario haber realizado esta cuantificación para muchos casos y haber delimitado los rangos apro- ximados de las medidas a que corresponderían determinadas relaciones fundamentales de pro- ducción; 3) de cualquier manera, aún bajo la con- tradicción esencial de las clases fundamentales de una sociedad, su existencia concreta adquiere di- versas composiciones secundarias particulares que sería necesario conocer para explicar la sociedad singular. En todo caso, nos interesa subrayar que, una vez planteado el problema, esta es una alter- nativa lógica de inferencia teóricamente posible y, además, arqueológicamente realizable a condi- ción de que la mencionada ley de la dialéctica rija verdaderamente en la historia social.

Por lo pronto, la investigación debe buscar ca- minos alternativos. Creemos que la manera más consistente de inferir las características del sistema de relaciones sociales de producción es a través del análisis de las relaciones entre los distintos proce- sos económicos que integran el modo de produc-

* L. f. Bate: "Hacia la cuantificación de las fuer/as pro- ductivas en arqueología". Fnese breve artículo planteamos este problema y corregimos una fórmula publicada como ejemplo de las posibilidades de cuantificación en el folleto de 1977.

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ción, es decir, entre producción, distribución, cam- bio y consumo. Si la calidad esencial de la sociedad está dada precisamente por la calidad de las rela- ciones de producción, ello significa que, a través de más o menos mediaciones, éstas determinan las características de los demás procesos y relaciones sociales. Si podemos llegar, con los datos arqueoló- gicos, a la reconstrucción de los procesos y relacio- nes económicas mencionados, dispondremos del conocimiento de los aspectos más directamente determinados por las relaciones esenciales de pro- ducción dentro de la formación social. En este caso, disponiendo de la información empírica ade- cuada y suficiente, el procedimiento ¡nferencial resultará bastante más viable, en plazos más breves y, por cierto, con mayor precisión.

En principio, hemos señalado que es posible distinguir los grupos humanos componentes de una formación social, aunque a nivel cultural no poda- mos determinar qué es lo que los hace diferentes. Lo cual puede precisarse al considerarlos en su participación en los procesos económicos. Meto- dológicamente, es relativamente simple la recons- trucción del proceso productivo como un sistema orgánico de múltiples procesos de trabajo. Para ello se puede proceder considerando entre los procesos de consumo aquellos que reincorporan los produc- tos al proceso productivo, articulándose con nuevos procesos de trabajo. Reconstruido el proceso pro- ductivo es posible inferir las principales formas de división doméstica o social del trabajo. En cuanto a la distribución, proceso en que se objetivan las relaciones de propiedad a través de la apropiación de la producción, es posible su conocimiento por la vía de comparar la diferencia entre el trabajo aportado a la producción y el trabajo objetivado en productos o servicios que consume cada grupo social. Con ello se puede establecer la diferencia entre una posición de clase explotadora o explota- da. Por otra parte, es posible conocer el grado de desarrollo y ciertas formas del intercambio al com- parar cualitativamente lo que cada unidad produc- tiva produce con: a) lo que consume como medios de producción y b) lo que consume cada grupo so- cial que participa de esa unidad de producción. Además, vistas estas relaciones en su aspecto cua- litativo se puede apreciar si existen relaciones de enajenación mediadas socialmente por el inter- cambio. También el desarrollo del intercambio es un buen indicador del grado de división del trabajo, ya que ésta es precisamente la que lo hace necesario y hay, por tanto, una estrecha relación entre ambos. En relación al consumo, puede apre-

ciarse si hay o no un consumo diferencial tanto en lo cuantitativo como en lo cualitativo, en lo que se refiere a los productos cuyo consumo se realiza en la esfera del género de vida, retirándose de la producción. Por otro lado, importaría ver quiénes y cómo controlan la distribución de los productos que se consumen reincorporándose al proceso pro- ductivo o en la realización de funciones, superes- tructurales.

Apuntamos todas estas posibilidades porque, si lo que queremos inferir son las relaciones sociales de producción, cuya delimitación esencial se esta- blece como propiedad objetiva sobre los elementos del proceso productivo, pero estas no constituyen datos arqueológicos directos, sí es posible en cam- bio inferirlas por las formas de participación de los grupos sociales en los procesos de producción, distribución cambio y consumo que las condicio- nan y a las cuales determinan como una totalidad orgánica. Esto supone que, si teóricamente pode- mos postular hipótesis acerca de las ¡nterrelaciones causales que se establecen en una determinada je- rarquía de niveles de acción entre las características de la participación de los grupos sociales en los procesos económicos que integran el modo de producción, aquellos aspectos que no se presentan como datos (relaciones de propiedad objetiva y de producción) pueden ser inferidos por las calidades que, en la interacción con éstas, adquieren los as- pectos que sí son accesibles como información arqueológica. Ello debe tomar en cuenta el hecho de que en la determinación causal opera el principio de la diversidad y acción mutua que, si bien hace más complejo el proceso inferencial (el plantea- miento de hipótesis alternativas y su contrastación), abre más caminos posibles a su conocimiento. Cabe hacer notar que, en esta instancia, los datos arqueo- lógicos aportan principalmente información acerca de los contenidos de los procesos económicos y es a partir de estos que hay que inferir las formas ne- cesarias y esenciales que se les corresponden. El ca- mino seguido ha sido, entonces, el inferir lo* contenidos sociales inmediatos a partir de las formas fenoménicas de la cultura y luego, inferir las formas esenciales de la formación económico- social partiendo del contenido de los procesos sociales que éstas integran orgánicamente.

De esta forma, se busca llegar a conocer las de- terminantes y relaciones fundamentales entre el ser social -unidad de modo de producción y gé- nero de vida- y la superestructura, tanto en lo referente a la conciencia social como a la insti- tucionalidad.

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. . . 49

3) El desarrollo histórico concreto. El análisis realizado en las instancias precedentes ha sido resumido en la definición de conjuntos culturales

y el conocimiento de las calidades de las forma- ciones socioeconómicas inferido a partir de cada

conjunto. Pero todavía tenemos un conocimiento

desagregado: por una parte, el fenómeno cultural

y, por otra, los contenidos de la formación social, manteniéndose separados, además, los distintos momentos del desarrollo comprendidos en las "fa- ses" que distingue cada conjunto.

En esta instancia debe llegarse a la integración del conocimiento que refleje la unicidad estructu- ral e histórica de los procesos sociales. Debe llegarse a la explicación de la singularidad cultural a través de las condiciones determinadas del desarrollo de las formaciones económico-sociales, lo cual permi- ta entender la historia de las sociedades como el

proceso de desarrollo de totalidades concretas. En primer lugar, deben establecerse nueva-

mente las secuencias históricas a través de las vin- culaciones genéticas demostrables entre los distintos

conjuntos socio-culturales, así como los diversos

tipos de vínculos entre las distintas sociedades

que pudieron coexistir y relacionarse en algunos momentos de su historia. Luego viene el problema de entender dichas secuencias y vínculos como manifestaciones de la existencia real de un proceso histórico unitario, centrando el análisis en el segui- miento de las transformaciones generales sujetas a

leyes y derivando de ellas la explicación de la con- creción histórica en su articulación con las condi- ciones histórico-geográficas determinadas de su desarrollo.

d) Niveles de integración del conocimiento. A medida que avanza el proceso de investigación, los conocimientos que resultan de cada procedimiento se integran a niveles cada vez más complejos y están sujetos a nuevos procesos de elaboración. En lo más general, podemos distinguir tres niveles de

integridad que son relativos entre sí: 1 ) En primer lugar está la obtención y registro

de la información, en que se dispone de un inven- tario de los datos que serán procesados a través de los procedimientos inferenciales. La confiabilidad en la objetividad del registro de sus propiedades, sean de observación directa, sean resultado de in- ferencias previas, es el requisito básico para garan- tizar al menos la validez de todas las operaciones lógicas que le suceden.

2) Luego, el conjunto de información es some- tido a procesos de análisis y ordenación. El análisis

permite conocer detalladamente las características

comunes y distintivas de los datos y de qué manera estas propiedades se relacionan entre sí. Ello per- mite su ordenación para el manejo de clases de información cuyas calidades y proporciones están

ya bien definidas en unidades sintéticas de descrip- ción, así como resultan definidas las relaciones simples entre éstas.

3) El nivel áegenera/ización-singu/arización con- siste en el descubrimiento y formulación de las re-

gularidades de carácter general y leyes que rigen a los fenómenos investigados y se apoya en el análisis

precedente. En este nivel, las regularidades generales que se descubren en el fenómeno, se separan por abstracción de aquellas propiedades que distinguen su singularidad. Es decir, el hecho mismo de descu- brir y abstraer lo general, pone de manifiesto lo

singular. Estos tres niveles de integridad del conocimiento

son relativos entre si y, como proceso general, son relativos al universo formulado como objeto de estudio. Podemos, por lo tanto, distinguirlos en cada una de las instancias metodológicas. Así, en la definición de conjuntos culturales, los diversos

procedimientos de clasificación tipológica para cada clase de materiales, constituyen el nivel de análisis y ordenación de la información obtenida en el terreno y la definición sintética de los conjun- tos culturales representan el nivel de general ización-

singularización respecto a aquellos. Sin embargo, cuando nos planteamos la inferencia de las forma- ciones socioeconómicas, los conjuntos culturales constituyen en sí la masa de información de la cual arranca el mismo proceso en un nivel más desarro- llado del conocimiento. La información sintetizada en conjuntos culturales, es nuevamente analiza- da para determinar sus propiedades como datos de contenido social. Y los criterios con que se reordena esta información son diferentes de aquellos que llevan a su tipología cultural, permitiendo ahora inferir sistemas orgánicos más complejos (proceso productivo, formas y niveles de consumo, aparato de represión militar, etcétera). La abstracción de la calidad esencial del modo de producción y su ca- rácter determinante de la estructura general de la formación social, constituye el nivel de generaliza- ción de esta instancia, con lo cual ponemos al des- cubierto las singularidades esenciales (respecto a la cultura, no al modo de producción) que distinguen la estructura socioeconómica de esta sociedad res- pecto a la de otras, aún cuando compartiera con ellas las mismas contradicciones fundamentales. A su vez, tanto las secuencias cronológicas culturales que resultan del nivel de generalización de la prime-

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ra instancia metodológica, como las conclusiones

que generalizan los resultados de la inferencia de las formaciones económico-sociales, vienen a con- formar la información de la instancia de explicación del desarrollo histórico concreto, cuyo análisis or- dena la secuencia de relaciones contradictorias del proceso histórico general y sintetiza las caracterís- ticas de las vinculaciones de las distintas sociedades en cada momento, para llevar a la generalización que explica el desarrollo de esas sociedades en su

singularidad histórica y cultural, como una forma concreta de ocurrencia de procesos regidos por re- gularidades de mayor generalidad objetiva.

Este es -el desarrollo histórico concreto de las sociedades como totalidad- el objeto general de conocimiento que la arqueología, como disciplina de la ciencia social, se plantea como universo a es- tudiar. Ello no quiere decir, por cierto, que toda investigación particular deba plantearse esta meta, pero debería considerarla como la perspectiva ge- neral en que se inscribe su proyecto específico.

Esto, porque los problemas metodológicos pro- pios de cada nivel del desarrollo del proceso de inferencias, solo pueden ser formulados con cierta claridad y coherencia si son comprendidos como unos eslabones del encadenamiento global de pro- cedimientos metodológicos y en el contexto de los objetivos generales de la investigación histórica. Los procedimientos más adecuados para resolver los pro- blemas de los niveles de integración más simples de la investigación, serán definidos con mayor clari- dad y adecuación desde la perspectiva del proceso total de la misma. En otras palabras, la planificación de las alternativas metodológicas particulares, ad- quiere congruencia si son vistas en el contexto del proceso general de inferencias.

Así, por ejemplo, si sãbemospara qué se clasifica tipológicamente el material -lo cual deriva de la posición teórica general acerca del objeto de estu-

dio-, podemos plantear coherentemente: primero, qué características y requisitos debe cumplir el método tipológico y, luego, consecuentemente con ello, qué criterios se aplicarán y cómo debe operar la clasificación en el laboratorio. Y así, aunque di- cho procedimiento está destinado primariamente a contribuir al diagnóstico cultural, para lo cual bas- taría con aplicar al análisis criterios morfológicos, se puede en parte abreviar racionalmente el proceso general manejando simultáneamente los criterios de funcionalidad que proporcionarán información de contenido utilizable ya desde el nivel de orde- nación en la instancia de definición de conjuntos culturales. Pues, si de hecho en ese momento es

necesario efectuar un análisis formal para reconocer la singularidad cultural de este aspecto de los ma-

teriales, estas se identificaran como modalidades secundarias de la forma principal general, en torno a la cual se establece la correspondencia con los contenidos funcionales. Por lo que puede ahorrar- se parte de los procedimientos de obtención de dicha información a la segunda instancia metodo-

lógica. Incluso en la fase primaria de obtención y regis-

tro de materiales e información en el terreno, es de

primordial importancia una concepción teórica clara y una visión global de la metodología. La obtención de datos exige adoptar decisiones entre varias opciones alternativas y en ello intervienen diversos factores, uno de los cuales tiene que ver con los objetivos de la investigación. Pero además es necesario hacer consideraciones que van desde los aspectos éticos y posibilidades reales de inver- sión económica de recursos sociales -lo que inclu-

ye el tiempo que el investigador dedica a su traba- jo-, las finalidades teórico-científicas e ideológico- políticas de la investigación, la adecuación de los procedimientos metodológicos generales respecto a la naturaleza de los datos potenciales, hasta los problemas de ética profesional en el cumplimiento de los estándares históricos de rigurosidad exigida a las técnicas de obtención y registro de información

que puede no interesar a los fines específicos o in- mediatos de nuestros proyectos. El problema objetivo de base es que la realidad misma posee infinitas propiedades y los recursos materiales para su obtención y registro son siempre limitados. Es un mito que pueda registrarse toda la información potencialmente útil. Antes de que se inventaran las técnicas de cronometría radiocarbónica, nadie se preocupaba de obtener escrupulosamente muestras no contaminadas de carbón, como hoy lo hacemos. Hacerlo entonces, habría sign ¡ficado un gasto inútil de tiempo. Hoy ignoramos si es que en el futuro

alguien inventará un método para reproducir la voz humana que pudiera haber dejado registros rescatables en algún tipo de materiales bajo con- diciones especiales. Si existieran esas condiciones en algunos de los millares de sitios que se excavan actualmente, lo más probable es que las informa- ciones contextúales que pudieran resultar necesarias para ello, nadie las esté registrando en sus libretas de campo. De allí que, lo mínimo que podemos hacer, es saber cuál es la clase de información que debemos buscar, para programar cómo obtenerla y registrarla, intentando optimizar la satisfacción de los diversos requisitos mencionados. Pero la se-

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lección de la información que necesitamos y de los procedimientos técnicos para hacerlo, sólo puede decidirse de acuerdo a las preguntas que, desde la teoría general, se hace a la realidad y conociendo la capacidad general de los procedimientos inferen- ciales para procesar la información. Pretender que la objetividad del registro está garantizada solo por las decisiones que se pueden tomar ante la sorpre- siva inmediatez del enfrentamiento a los datos en el terreno es, por decir lo menos, una completa ingenuidad.

e) Sobre el método de exposición. El objetivo inmediato de la investigación científica es generar nuevos conocimientos, lo cual exige la materializa- ción de sus resultados en formas objetivas de comu- nicación. Entre éstas, lade mayor uso convencional y que permite expresar de manera más precisa su estructura lógico científica, es el lenguaje escrito. Como objetivo mediato, el conocimiento científico

(como toda forma de conocimiento) está destinado a ser la condición subjetiva básica de la transforma- ción objetiva de la realidad material.

Ninguno de estos objetivos puede alcanzarse si los resultados de las investigaciones no son ade- cuadamente expuestos para su comunicación, por lo que el problema de la lógica de la exposición no tiene menos importancia que la lógica de la investigación. Ambos problemas están estrecha- mente ligados. Si no se realiza una investigación adecuadamente estructurada y que genere resul- tados, no tiene ningún sentido plantearse cómo exponer una mateira uqe no existe. Por el otre lado, una investigación que no expone ni comuni- ca resultados carece de sentido y, como tal, tam- poco posee un valor social. En tal caso podrá considerarse a la del investigador como una forma de actividad e inserción improductiva en la estruc- tura socioeconómica, pero su calidad distintiva como investigación científica no se realiza.

Estimamos pertinente hacer un par de observa- ciones elementales sobre la cuestión del método de exposición porque, a propósito de las mencio- nadas discusiones en torno al "método correcto" del marxismo, basadas en la cita sin contexto o en la lectura superficial del punto 3 de la "Introduc- ción de 1857", ponderada con una fase del Post- facio de la segunda edición de "El Capital" (tomo I), se han generado algunas confusiones al respecto. Es decir, aclarado el hecho deque debe distinguirse entre el método de investigación y el método de

exposición ("Postfacio. . ."), se interpreta la frase en que Marx se refiere a la corrección metodológica de pasar de lo abstracto a lo concreto de pensa-

miento en la "Introducción del 57" como el mé- todo correcto de exposición del marxismo.

Sobre el particular, creemos que la exposición puede optar por distintas alternativas, siendo lo importante que quien exponga resultados de in- vestigaciones como el que lea la comunicación sepa distinguir el método adoptado y su relación con las fases o instancias del proceso de inves- tigación. En primer lugar, consideraremos la exposición que comunica los resultados de una

investigación completa, en que el proceso de infe- rencias se ha efectuado siguiendo la secuencia de lo concreto representado (o sensible), lo abstracto y lo concreto de pensamiento. Al respecto, caben las siguientes posibilidades:

a) Método lógico: arranca de la abstracción de las categorías más generales y esenciales tal como se presentan en la totalidad concreta histórica- mente más desarrollada, que ha sido el objeto de la investigación. En tanto abstracción, las cate-

gorías más generales se presentan como las más simples, pero al ser además las más esenciales, per- miten ver la ¡nterrelación y conexiones con todas las regularidades que integran la estructura y cau- salidad fundamental de los procesos sociales estu- diados. A partir de estas abstracciones, se puede explicar el desarrollo histórico de las regularidades abstraídas, desde sus particulares formas de exis- tencia en las sociedades más simples hasta su manifestación en las sociedades complejas más desarrolladas. Por otra parte, a partir de dichas abstracciones de puede proceder a explicar la ar- ticulación compleja y multideterminada de la totalidad histórica concreta que se ha investigado. Este método de exposición sigue la secuencia de

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Io abstracto a lo concreto de pegamiento y se presenta con un énfasis en la lógica interna de los procesos. Es el método seguido por Marx en la "contribución a la crítica de la economía polí- tica" y en "El Capital" y es por ello que se discute en los "Grundrisse", si bien debe tenerse presente que el mismo autor no destinó ese manuscrito a la imprenta. Lo cual debería considerarse, por lo menos, para no generalizar dichos apuntes como La Biblia del método marxista.

2) Método histórico: procede directamente a la explicación de lo histórico concreto, como concre- to de pensamiento. Es decir, se expresan los resul- tados finales de una investigación y presupone la realización de las inferencias a partir de lo concre- to representado y el conocimiento abstracto de las determinaciones esenciales y generales del proceso. Como dice Marx: "Solo después de coronada esta labor, puede el investigador proceder a exponer adecuadamente el movimiento real", advirtiendo inmediatamente que "si sabe hacerlo y consigue reflejar idealmente en la exposición la vida de la materia, cabe siempre la posibilidad de que se tenga la impresión de estar ante una construcción a priori" ("Postfacio . . . "). De allí la importancia de que el lector se asegure de que la exposición es realmente el resultado de una investigación y no precisamente un constructo aprioristico. Ejemplos de este tipo de exposición son "El dieciocho de Brumário de Luis Bonaparte" de Marx o "Las guerras campe- sinas en Alemania" de Engels.

3) Exposición del proceso de inferencias. La arqueología como disciplina científica está inten- tando recién la superación de la inmediatez empí- rica, en la búsqueda de formulaciones teóricas y metodológicas. En esta circunstancia -que en parte se debe precisamente a la concepción particularista histórica, acertadamente criticada y en contra de la cual se eleva la "nueva arqueología" norteame- ricana-, la mayoría de las obras de síntesis no sobrepasan la instancia de lo que llamamos "defi- nición de conjuntos culturales", es decir, de la proposición de secuencias cronológico-culturales. Y las alternativas teórico metodológicas que pre- tenden convertirse en opciones de desarrollo cien- tífico para la disciplina se ven obligadas a demostrar su capacidad de coherencia interpretativa arrancan- do lógicamente de la base misma de la información para no aparecer como un sombrero sobre los datos. Esta situación de relativa inmadurez de la arqueo- logía como ciencia y la necesidad de demostrar competencia en cuanto a rigor lógico por parte de los diferentes paradigmas en pugna que, en lo más

general, responden a ideologías clasistas opuestas, hace aún necesaria la explicitación de todo el pro- ceso de inferencias. Particularmente, exige la demostración no sólo de que las abstracciones de las relaciones fundamentales de la teoría son capa- ces de dar cuenta explicativa de los datos particu- lares (lo cual, para el efecto, debería bastar), sino también de cómo dichas abstracciones ,se realizan apoyadas en la información concreta. Para una proposición materialista histórica al menos, aún cuando la exposición de tipo lógico pueda presen- tarse bajo la forma de demostración deductiva, se hace necesario mostrar la relación recíproca entre inducción y deducción en el proceso cognitivo mis- mo, así como el papel de la transducción como el nexo mediador entre dichos procesos complemen- tarios.

Si unimos a esto el hecho de que aún es necesario en una buena parte de los casos, comenzar la inves-

tigación por el análisis de la confiabilidad de los datos que llevan a la definición de los conjuntos culturales, veremos que hay situaciones en que resulta imprescindible la explicitación de la secuen- cia completa del proceso de inferencias, arrancando desde el concreto sensible inicial. De tal manera, la exposición debería iniciarse con la definición de

conjuntos culturales y, pasando por la inferencia de las formaciones socioeconómicas, llegar a la explicación del desarrollo histórico concreto. Y es previsible que, en un comienzo, sean muy pocas las conclusiones sólidas a que se podrá llegar en este último nivel de integridad del conocimiento por las deficiencias de la información que es requerida para responder a las preguntas que hace a los datos una concepción teórica que no ha orientado hasta aho- ra el mayor volumen de las investigaciones que aportan la información existente. Sin embargo, es deseable intentar avanzar en el proceso de inferen- cias hasta donde los datos permitan llegar a conclu- siones, pues al menos en el curso de la investigación se precisarán las carencias empíricas de informa- ción y los problemas metodológicos a resolver. Es- tas conclusiones negativas deben convertirse en las condiciones para la planificación de un nuevo ciclo de investigación que defina tareas precisas a cum-

plir. Es decir, permitirán una planificación racio- nal de las nuevas investigaciones.

Hasta aquí hemos supuesto la realización de investigaciones globales que cubren todo el pro- ceso de inferencias. Pero Kay que considerar que no todo proyecto de investigación se propone el estudio completo de una sociedad en un periodo histórico, ni necesariamente abarcar el proceso

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RELACIÓN GENERAL ENTRE TEORIA Y METODO. . . 53

completo de la investigación de un determinado

aspecto de la sociedad. Y aunque este fuera el ob-

jetivo, puede resultar conveniente la comunicación de los resultados parciales que va alcanzando cada fase de la investigación. Lo importante en este caso es que el investigador que comunica resultados sepa situar los conocimientos que expone en el lugar que ocupa dentro del contexto de la investigación completa de una totalidad social. O, por lo menos, que el lector que se informa de los resultados que comunica otro investigador sepa hacer esta evalua- ción y determinar qué de aquello sirve y en qué nivel contextual global. La crítica de los aportes de los demás científicos no puede reducirse a la des- calificación total, porque carezca de concepción teórica explícita, porque las conclusiones sean ina- decuadas o porque los datos sean parciales. Debe consistir en evaluar lo que sirve (lo que correspon- de a la realidad o los procedimientos que se mues- tren adecuados) y lo que no sirve, por ser erróneo, sabiendo ubicar el nivel e instancia de la investiga- ción en que los aportes ajenos son rescatables. Del otro lado, tampoco se puede justificar un proyecto de investigación o la publicación de sus resultados

conlossocorridosargumentosdeque "es la primera vez que se encuentra tal cosa", "es lo más antiguo" o simplemente, "nadie lo ha hecho antes".

Respecto a los resultados parciales, puede ser de

importancia, por ejemplo, comunicar una investi-

gación que sólo llega a la definición de los conjuntos culturales, particularmente cuando muchas veces éstos suelen estar formulados sin las bases cronoló-

gicas o contextúales que les otorguen un mmimo de confiabilidad. Tal aporte es la condición nece- saria para delimitar la validez de cualquier inferen- cia sobre los procesos sociales que generaron ese

conjunto de manifestaciones culturales procesadas como información.

En otra situación, cuando ya se ha traducido la información cultural en información de contenidos

sociales, puede procederse a la formulación teórica de hipótesis para inferir las características de la formación social, las cuales quedan condicionadas a su contrástación. Por lo general, la contrastación de esas hipótesis, podrá requerir de muchos datos aún no obtenidos y estar sujeta a largos procesos de búsqueda. En ese caso resulta casi indispensable exponer las hipótesis, con el fin de motivar la bús-

queda de los datos necesarios (favorables o contra- rios a ellas), tanto como la crítica de las hipótesis particulares derivadas, por una parte, de la teoría

y, por otra, de las orientaciones sugeridas por la información concreta ya existente. Se han publi-

cado varios trabajos con un enfoque materialista histórico que, de hecho, corresponden a este mo- mento del proceso inferencial. Pero pierden crédito por estar presentados como si fueran resultados fi- nales de una investigación careciendo aún de com-

probaciones sólidas, aún cuando sean las hipótesis más coherentes para explicar determinados proce- sos. Como éstas, son muchas las posibilidades de la exposición que refleja resultados de estudios parciales en el contexto del ciclo general de la in- vestigación. Queremos hacer notar que sólo nos hemos referido al problema de la forma general de la exposición en su relación con las fases del mé- todo de investigación. Pero también habrá que ocuparse -no lo haremos acá- de los problemas de la estructura lógica interna del discurso.*

Por último, un par de líneas para llamar la aten- ción sobre otro aspecto de la comunicación de los conocimientos producidos por la investigación en relación a qué lectores está destinada. Hay una forma del lenguaje y convenciones terminológicas que permiten la comunicación entre especialistas que se enfrentan a la tarea de avanzar y profundi- zar en la tarea de generar nuevos conocimientos. Este tipo de discurso maneja casi necesariamente una terminología de difícil acceso a un público amplio, pero a veces no puede ser del todo susti- tuto I e por un lenguaje simple sin extenderse exce- sivamente o sin caer en la superficialidad. Por ello, es necesario que, además, se redacten publicaciones destinadas a llegar a grupos sociales más amplios, contribuyendo a enriquecer los contenidos de la conciencia social. No son muchos los investigadores que poseen esta aptitud, de manera que a veces será necesario organizar una división del trabajo de ma- nera que quienes tienen un adecuado nivel de com-

prensión del lenguaje y la estructura de la ciencia y poseen a la vez la capacitación para hacer la comu- nicación accesible sin distorsionar los contenidos de las investigaciones, realicen, por así decirlo, tra- ducciones destinadas a la popularización. Por otro

lado, sería deseable que las organizaciones políticas de vanguardia no redujeran su organización de cuadros a una burocracia que, aunque pudiera ser eficiente en relación al manejo empírico-práctico de la realidad sociopolítica, sean incapaces de apro- vechar los resultados de la investigación social más avanzada. Por lo mismo, sería indispensable contar con cuadros capacitados para traducir la experiencia y el conocimiento teórico de la complejidad de

* Sugerimos consultar los trabajos de Eli de Gortari so- bre este tema.

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leyes que configuran la multideterminación real de la historia, más allá de la "teoría" planfletaria con- vertida en cetro ideológico, en líneas de acción política eficiente con capacidad de prever sus efec- tos generales a plazos más largos que la inmediatez coyuntural.

Resumen

Creemos que en la arqueología latinoamericana, la alternativa materialista histórica recién se está configurando. De la poca producción existente en relación a los problemas teórico metodológicos, hemos realizado una crítica que busca corregir' los errores iniciales, no sin proponer opciones de solución. Desde luego que la crítica ha recaído sobre quienes se han dado el trabajo de formular y responsabilizarse públicamente de sus proposi- ciones. Lo cual tiene mucho mayor mérito que el de la mayoría de sus críticos, que son invulne- rables porque jamás han propuesto nada y se con- forman con intentar algunos lauros académicos por su agudeza, aunque ello no sobrepase el ám- bito de algunas salas de clases.

Nuestra crítica se resume en la opinión de que

las limitaciones e incapacidades demostradas hasta ahora para responder a las expectativas creadas en torno al materialismo histórico como una alterna- tiva para la arqueología, responden principalmente a las deficiencias en el conocimiento y manejo y manejo del materialismo dialéctico por parte de quienes están, por su vasta experiencia como ar- queólogos y por sus posiciones ideológico polí- ticas, en condiciones de enfrentar la tarea de bus- car soluciones en esta línea.

Sostenemos que el materialismo histórico con- tiene amplias posibilidades de convertirse en una opción de desarrollo científico para la disciplina arqueológica como ciencia social. Consideramos que el punto de partida debe ser la formulación correcta del problema, estableciendo adecuada y claramente las relaciones orgánicas entre teoría y método. El punto central de este trabajo ha sido el intento de explicitar esta relación mostrando la vinculación coherente entre una proposición teórica para responder al problema de la cultura desde una posición materialista histórica y los ras- gos generales de una proposición de estructura metodológica.

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