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Thomas Kate - Un Angel Misterioso

Date post: 10-Dec-2015
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Un ángel Un ángel misterioso misterioso Kate Thomas Un ángel misterioso (2000) Título Original: Texas bride Editorial: Harlequin Ibérica Sello / Colección: Julia 1084 Género: Contemporáneo Protagonistas: Josh Walker y Dani Caldwell Argumento: Lo último que Josh Walker esperaba ver, tras su accidente, era a una mujer embarazada. ¡Y menos una a punto de dar a luz! El caballeroso abogado no tuvo más remedio que ayudar a traer al
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Un ángel misteriosoUn ángel misteriosoKate Thomas

Un ángel misterioso (2000)Título Original: Texas brideEditorial: Harlequin IbéricaSello / Colección: Julia 1084Género: ContemporáneoProtagonistas: Josh Walker y Dani Caldwell

Argumento:

Lo último que Josh Walker esperaba ver, tras su accidente, era a una mujer embarazada. ¡Y menos una a punto de dar a luz! El caballeroso abogado no tuvo más remedio que ayudar a traer al mundo al bebé y cuidar de aquel exquisito ángel que lo había rescatado y de su recién nacido.Dani Caldwell no quería que su corazón volviera a romperse otra vez, pero no tuvo más remedio que confiar en Josh. Sus fuertes brazos estaban dispuestos a defenderla y a protegerla, y eran capaces de sostener a su hijo con ternura. Eso hizo que la madre soltera, que no quería

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depender de nadie, soñara con convertirse en la mujer de Josh Walker para siempre.

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Capítulo 1Josh Walker frunció el ceño y metió otro CD en el reproductor del

coche. No quería admitirlo, pero se había perdido. Perdido en medio de la más enorme nada que jamás hubiera visto: ni árboles, ni casas, ni tráfico. Aparte de unas cuantas florecillas silvestres en la cuneta, en el oeste de Texas no había nada salvo cactus y rocas.

Y mal tiempo. Las nubes grisáceas que habían comenzado a desparramarse por el horizonte una hora antes estaban llenando todo el cielo. Josh juró. Sólo había contado una intersección desde el momento de dejar la autopista interestatal. Debía de haberse equivocado entonces, pensó. Tendría que haber llegado ya a San Ángelo.

Tampoco importaba demasiado. El caso de Midland se había resuelto inesperadamente al aceptar su cliente una nueva oferta aquella misma mañana. Josh había llamado a su oficina de Virginia y había comprobado que no había nada urgente. Así pues había metido el traje y la corbata en la maleta, había sacado los vaqueros, la camisa y las botas, y se había preparado para disfrutar de uno de sus grandes placeres: un largo y solitario viaje por carretera.

Por lo general los kilómetros en soledad conseguían relajarlo, desvanecer su estrés, pero en aquella ocasión la táctica no estaba funcionando. En aquellos días nada parecía funcionarle. El trabajo ya no lo absorbía, la casa no era sino una inversión, y el sexo… Aquella última relación lo había dejado completamente frío. Vacío, comprendió.

Pero eso tampoco estaba dispuesto a admitirlo. Al fin y al cabo sólo tenía veintinueve años, su vida no estaba vacía. Todo le iba bien, se dijo tratando de convencerse. Josh contempló las flores silvestres de aquel mes de abril. Quizá su vida fuera estéril, rutinaria… pero no solitaria. Si estaba solo era porque así lo había elegido.

Porque ésa era la única opción, pensó. Había aprendido la lección seis años antes, cuando su novia desapareció inesperadamente un fin de semana para deshacerse del hijo de los dos. Sin ni siquiera preguntar, sin molestarse en mencionarlo. Si no hubiera sido por aquella bocazas amiga suya, Josh nunca se hubiera enterado. Al final había descubierto la verdad, y la angustia y la ira se habían apoderado de él.

Sin embargo luego se había repuesto. Y había decidido ignorar para siempre todo sentimiento, mantenerse ocupado. Aquello había funcionado. Había conseguido poner en marcha el gabinete legal, había tenido éxito y nunca más le había vuelto a herir ninguna mujer. Por eso, aunque últimamente estuviera algo inquieto, su vida era perfecta, razonó.

Por supuesto otras personas podían no estar de acuerdo. Marletta, su secretaria, lo amenazaba con retirarse y su cuñada… Josh refunfuñó al recordar la forma en que había reaccionado al escuchar el repaso que él mismo le había dado a su vida cuando fue de visita a Montana. Cuando su hermano pequeño, Dan, apareció con Mei Li, su nueva novia asiática,

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Annie le había tomado el pelo diciéndole que era el último de los Walker soltero. Y le había advertido que más le valía espabilar. Él le había respondido que jamás volvería a relacionarse con ninguna mujer, Annie había corrido tras él y le había preguntado cuándo iba a dejar de compadecerse de sí mismo. No era cierto que se compadeciera de sí mismo, le había respondido él. Sólo había puesto en práctica una sabiduría y prudencia aprendidas a base de duras lecciones en la vida.

Josh sacudió la cabeza y giró el volante en una curva.

—Tú no eres el único que sufre, Josh —le había respondido Annie—. Todo el mundo sufre, es parte de la vida. Si quieres seguir así adelante, la elección es tuya. Pero si quieres ponerle fin deja de lamentarte de ti mismo. La mejor forma de hacerlo es encontrar a alguien que esté peor que tú y ayudarlo.

Tonterías, había respondido Josh. Sin embargo no había podido borrar de su mente las palabras de Annie. Aún en aquel momento, semanas después, era incapaz de olvidarlas. No obstante tampoco terminaba de comprender lo que Annie había querido decir: ¿se trataba de buscar la satisfacción ayudando a los demás o de comprender lo bien que estaba uno en comparación con ellos?, se preguntó.

No conocía a nadie que estuviera peor que él.

Dani Caldwell llevó el camión a la cuneta al llegar a la señal de stop. Quizá se equivocara, pero creía que se le había roto una varilla, lo cual significaba que… Dani tragó tratando de ignorar el pánico que la atenazaba. El miedo no servía de nada. El desastre ya se había producido, de modo que sólo le restaba calmarse y seguir adelante.

—Debería de tener práctica en esto —musitó para sí misma mientras recogía la bolsa de la compra en la que había gastado sus últimos dólares y salía del camión—. Quizá incluso me dedique a dar seminarios sobre cómo salir adelante en situaciones difíciles cuando el bebé haya nacido.

Dani continuó reflexionando sobre aquella estúpida idea mientras caminaba por la estrecha y poco frecuentada carretera estatal hacia la cabaña que se había convertido en su refugio y prisión. De ese modo evitaba pensar en sus verdaderos problemas: el calor de aquella tarde, sus desastrosas finanzas, el camión definitivamente inservible…

—Comenzaré por dar unas cuantas lecciones gratis a los grupos parroquiales, y luego daré clases en hoteles. Cobrando, por supuesto. Me convertiré en la reina de la supervivencia. Tendré vendedores propios, libros, vídeos…

Dani tropezó con una piedra y se tambaleó. Aquello hubiera podido ser el final. Cambió de mano la bolsa de la compra y continuó andando. Hasta el momento había logrado sobrellevar todas las dificultades, pero en medio de aquel desierto del oeste de Texas, de aquella nada, con un tobillo roto… Era razón suficiente para rendirse.

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Sin embargo no se había roto el tobillo. Era joven, fuerte y resuelta, aunque también estuviera desgarrada, viuda, embarazada y sin empleo. El bebé pataleó en su vientre.

—Éste ha sido tu primer comentario en el día de hoy —dijo en voz alta sonriendo y poniendo una mano sobre su vientre—. Ya veo que estás bien, tigre. Nada de compadecerse de uno mismo, encontraremos una solución. Además, casi estamos llegando a casa.

Justo antes de llegar al cauce seco del río, Dani giró rodeando el árbol que marcaba el inicio de un estrecho sendero de piedras. Aquel camino seguía recto durante unos cuantos metros para girar después delante de una enorme piedra y llegar por fin a su escondite, una cabaña de una sola habitación que pertenecía al tío de una compañera de clase.

Dani tuvo que pararse a descansar en aquella gran piedra, pero según los libros era normal que se cansara estando tan cerca el momento del parto.

—Sólo un par de semanas más, cariño —le susurró a la preciosa carga que llevaba dentro—. Luego comenzaremos una nueva vida juntos.

Dani contempló el paisaje duro y desértico, tan distinto a Piney Woods, al este de Texas, donde había nacido. Una ola de añoranza la embargó. Hubiera deseado que todo hubiera sido diferente. Por ejemplo poder dar a luz en Lufkin, su ciudad natal, y que su hijo conociera a su padre.

Cerró los ojos. Durante los últimos seis meses el dolor por la muerte de Jimmy había dado paso a la aceptación. Jimmy se había peleado en una refriega en un bar, y al día siguiente, cuando el médico certificó su muerte, todas sus esperanzas e ilusiones se marcharon con él.

¡Y había tenido tantas!, recordó. Se había enamorado a primera vista, nada más tropezar con Jimmy Caldwell en la cafetería del instituto. En cuestión de semanas salían juntos y cuatro años más tarde, el día de su dieciocho cumpleaños, se habían casado para vivir felices para siempre.

—Para siempre —repitió Dani en voz alta suspirando.

Aquel para siempre había durado cinco años, y la parte feliz, bueno… fueron felices durante un tiempo, recordó. Sin embargo, Jimmy había cambiado mucho, sobre todo durante los dos últimos años. Para cuando la historia tocó a su fin el chico al que había amado se había convertido en un completo extraño.

—Pero no te preocupes, cariño, no volveré a cometer el mismo error —dijo Dani.

No tenía tiempo, un niño estaba de camino. Y por supuesto Dani no era tan inocente como para no darse cuenta de que sacarlo adelante ella sola iba a ser difícil. Sin embargo no tenía elección, de modo que aquello resolvía la cuestión.

No tenía elección, se repitió en silencio pasándose la mano por el vientre. Sus padres habían muerto en un accidente de tráfico semanas

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después de la boda, y los padres de Jimmy… Dani los hacía responsables de la infelicidad y del comportamiento autodestructivo de su marido. Habían ejercido una presión incansable sobre él alentándolo a ser el mejor, el primero. Cuando Jimmy comprendió que era incapaz de dar la talla se dio a la bebida en lugar de tratar de buscar el consuelo en su mujer.

Pero sus suegros no iban a tener la oportunidad de hacer lo mismo con su hijo, se dijo Dani. Por desgracia pensaban de un modo muy distinto a ella, y tenían dinero y contactos por todo el estado de Texas. No vacilarían en usar todos los medios a su alcance hasta conseguir lo que quisieran.

Y lo que querían, muerto su hijo, era la custodia legal de su nieto. Dani se negaba a separarse del bebé, pero no tenía medios para luchar contra ellos. Por eso había huido. Una y otra vez.

Había planeado esperar al bebé en aquella cabaña hasta el último momento y dirigirse luego a una ciudad grande para dar a luz. Pagaría un par de noches en un motel y a una niñera para que cuidara del recién nacido con sus escasos ahorros, y después limpiaría casas o cuidaría de niños mientras buscaba un modo serio de ganarse la vida.

—¡Bravo por los planes! —exclamó al comprender que el camión estropeado se los había echado a perder—. ¿Y ahora qué?

Un fuerte rugido la hizo mirar para arriba. Nubes negras llenaban el cielo lanzando rayos sobre el desierto.

—Gracias —continuó en voz alta—. Estaba a punto de perder el tiempo preocupándome, como si eso fuera a arreglar la situación —las primeras gotas de lluvia cayeron sobre su cabeza—. Tengo un techo bajo el que cobijarme —añadió dirigiéndose al niño y recogiendo la bolsa de la compra—, y será mejor que me apresure a hacerlo.

Dani se encaminó hacia la cabaña antes de que la lluvia arreciara. Deseaba seguir pensando de un modo positivo, pero no sabía cuánto tiempo más iba a poder resistir. Sin coche, sin trabajo, sin dinero, sola y con un bebé en camino…

—Vamos, deja de lamentarte —se ordenó a sí misma en voz alta—. Hay mucha gente que está peor que tú. No sé cómo, pero nos las arreglaremos —le prometió al bebé acariciándose el vientre—. No me rendiré, pase lo que pase.

Dani se mantuvo ocupada haciendo pan de maíz mientras el temporal arreciaba.

Josh reprimió un juramento y agarró el volante con fuerza mientras caían rayos del cielo. Las gotas de lluvia chocaban como piedras contra el coche en un diluvio amenazador. Pisó el acelerador, deseoso de salir de aquella tormenta y encontrar un pueblo y un motel en el que hospedarse. Estaba cansado, harto del desierto. Harto de dar vueltas perdido.

Cuando la lluvia se hizo más intensa formándose una cortina de agua redujo la velocidad.

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La carretera estaba llena de charcos que desviaban a un lado u otro la dirección. El coche los pasaba salpicando, y de inmediato Josh volvía a retomar el control.

De pronto vio una sombra oscura delante de él y torció el volante para evitarla. Era un camión, comprendió nada más verlo desaparecer en la oscuridad. Algún idiota había dejado el vehículo en medio de la carretera, pero al menos eso significaba que no estaba solo, pensó aliviado incrementando la velocidad.

Justo delante una corriente de agua atravesaba la calzada de lado a lado. Josh no la había visto y había acelerado, y fue a parar directo al infierno.

Primero se escuchó el ruido del golpe del coche contra la corriente de agua e, instantes después, el vehículo fue arrastrado por el torrente antes de que él pudiera pisar el freno. La fuerte corriente arrastró el coche sacándolo de la calzada y haciéndolo girar una, dos, tres veces. Josh se dio con la cabeza contra la puerta. Un impacto más y por fin el vehículo se paró.

Josh consiguió desabrocharse el cinturón, pero el agua le impedía abrir la puerta a pesar de los esfuerzos. El sistema electrónico de apertura no funcionaba. Trató de abrir la puerta del copiloto, pero también estaba cerrada.

Antes de que tuviera tiempo de pensar, un montón de rocas entraron en el coche golpeándolo todo. El impacto sobre su cabeza volvió a mandarlo contra la puerta. Josh vio las estrellas con los ojos cerrados.

Entonces, a pesar del dolor y de la desorientación, Josh notó que entraba agua en el coche y que comenzaba a inundarlo todo. Iba a ahogarse allí, reflexionó saboreando de pronto el arrepentimiento. En aquel barro, en aquella agua pantanosa, recapacitó perdiendo la conciencia a pesar de sus esfuerzos por mantenerse alerta. Quizá su vida estuviera vacía, pero no sentía deseos de morir.

El calor y el humo del horno cociendo el pan amenazaban con cocer también a Dani, de modo que salió al porche a tomar el aire. Estaba a punto de volver a entrar cuando escuchó un ruido. Le llevó un buen rato reconocerlo. Corrió a por una chaqueta, una linterna y una vieja cuerda. Era todo lo que tenía.

—Ese golpe ha sonado como a metal, cariño, como a coche. Si hay alguien en peligro tenemos que ayudarlo, no debemos darle la espalda —dijo en voz alta—. ¡Aguanta! —añadió dando unos golpecitos al bebé en el vientre en medio de la neblina.

Gracias a Dios la lluvia parecía estar cediendo. Dani corrió cautelosa por el sendero hasta llegar a la enorme piedra y sacar la cabeza para asomarse. Era un coche en medio del riachuelo desbordado. Estaba detenido, de momento, en medio de la corriente, bloqueado por una piedra. Pero el agua tiraba de él con fuerza, amenazando con llevárselo río abajo. Tenía que actuar deprisa si quería rescatar a los pasajeros.

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Aunque quizá no hubiera nadie dentro, recapacitó Dani. Quizá todos hubieran salido. Quizá el vehículo se hubiera estropeado y su dueño lo hubiera dejado abandonado en medio de la carretera, como ella el camión. Quizá no necesitara arriesgar a su bebé.

Dani se mordió el labio y dirigió la luz de la linterna hacia el interior del coche. La sombra de una figura se recortaba detrás del volante.

—Bueno, entonces decidido —musitó guardándose la linterna en el bolsillo.

Ató un cabo de la cuerda al árbol y el otro bajo su pecho. Respiró hondo y se internó en la corriente. Dejó que ésta la arrastrara hacia el coche y se agarró a un picacho que sobresalía en medio de las aguas. Palmo a palmo luchó por subirse a aquella piedra que sobresalía justo delante del coche, rezando y rogando a Dios en voz alta.

Sacó la linterna y enfocó la sombra humana. La luz apenas dejaba adivinar los detalles: cabellos rubios, mandíbula firme, hombros anchos y fuertes, indudablemente masculinos… Tenía los ojos cerrados pero… Dani trató de mirar a través de las gotas de lluvia del parabrisas. Sí, aquel pecho se movía. Estaba inconsciente, pero vivo.

El suspiro de alivio de Dani se convirtió de pronto en un grito al darse cuenta de otro problema: había agua en el interior del vehículo, de hecho cubría ya hasta el salpicadero. Aquel hombre iba a morir a mentís que ella hiciera algo. Y pronto.

Había piedras sobre la enorme roca a la que estaba subida. Dani tomó la más grande y la arrojó contra el parabrisas, repitiendo el proceso hasta romper el cristal en un estallido de pequeños trozos. Entonces se inclinó y miró por el agujero que había hecho.

Un intenso calor erótico la recorrió. Aquella excitación era completamente inadecuada dadas las circunstancias, pero era innegable. A pesar de la urgencia, Dani no pudo evitar contemplar a aquel hombre durante unos instantes. Era increíblemente masculino, y terriblemente atractivo. Incluso inconsciente emanaba de él un poder salvaje, pensó.

Tenía que sacarlo del coche antes de que se ahogara. ¿Pero cómo? Parecía alto, fuerte y pesado, y ella estaba embarazada de más de ocho meses. Ni siquiera se sentía capaz de alargar el brazo lo suficiente como para tocarlo.

Dani se mordió el labio inferior de nuevo. Luego, respirando hondo, hizo lo único que se le ocurrió: gritar.

El arrepentimiento seguía ahí, en su conciencia, al comenzar a despertar lentamente. Así que aquello era lo que se sentía cuando se estaba muerto, reflexionó Josh. ¿Pero qué era aquel ruido infernal?

—¡Maldita sea, despierta! ¡Vamos, hombre, abre los ojos!

Josh gimió y obedeció. ¿Dónde…? ¿Aún estaba en el coche?, se preguntó. El parabrisas parecía la tela de una araña excepto por el agujero que había en el centro. A través de aquella abertura, Josh pudo mirar.

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Había oído hablar de aquella experiencia. Se suponía que tenía que seguir la luz.

De pronto apareció un rostro con una sensual, lasciva boca y unos enormes ojos verdes. Aquel rostro estaba rodeado de un halo místico. Era un ángel, un ángel sacado de un cuadro de Della Robbia, pensó.

—Eso es, despierta.

Josh parpadeó. Lo veía todo borroso, no estaba muy seguro de si había uno o dos ángeles. Los límites de las siluetas se confundían mientras el ángel gesticulaba frenético. Cerró los ojos. De ese modo se sentía mejor.

—¿Estás herido? —preguntó el ángel. Un cúmulo de sensaciones apareció entonces en la conciencia de Josh. Tenía frío, estaba mojado y todo le dolía. Sobretodo la cabeza—. ¡Contéstame! —gritó de nuevo el ángel asustado. Pero los ángeles no se asustaban, ¿no?, se preguntó Josh—. ¿Puedes moverte?

Aquel ángel, desde luego, lo estaba. Resultaba palpable.

—Sí, señorita… —dijo Josh levantando una mano para demostrarlo.

—Bueno, entonces venga, no hay tiempo que perder. Sal por el parabrisas.

No, se dijo Josh. La cabeza le estallaría en cuanto se moviera. Era mejor quedarse muy quieto.

—No quiero —musitó Josh.

—No te he preguntado si quieres o no, te he dicho que te muevas. ¡Ahora mismo!

Maldito ángel mandón, pensó Josh comenzando a escalar por encima del volante ante su insistencia y apretando los dientes de miedo.

Una eternidad más tarde, Josh consiguió sacar la cabeza fuera del parabrisas. Una pequeña mano angelical agarró su camisa aunando sus esfuerzos a los de él. Por fin salió del coche para tumbarse sobre una roca, dura y mojada. Su salvadora estaba sentada a su lado, respirando con fuerza.

Respirando, recapacitó de pronto. Pero entonces no podía ser un ángel ni él podía estar muerto. Sí, pensó. De pronto todo le parecía obvio. Seguía vivo. Porque el cuerpo le dolía demasiado como para estar muerto.

Josh abrió los ojos brevemente y se quedó mirando un tobillo, preguntándose de quién sería. No lograba enfocarlo correctamente, no lograba concentrarse en nada excepto en que tenía que darle las gracias.

—Gracias —dijo mientras sus párpados volvían a cerrarse y esperaba a que se le pasara el mareo y la desorientación.

—No me lo agradezcas todavía —respondió una voz llena de preocupación con un leve acento sureño.

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—¿Por qué no? —consiguió preguntar Josh a pesar de que las palabras le daban vueltas en la cabeza—. Me has sacado del coche, me has salvado la vida.

—Aún no.

—Casi —añadió Josh con los ojos cerrados, presionando contento la mejilla contra la piedra. Aquella escasa lluvia apenas lo molestaba. Se echaría un sueñecito y luego…

De pronto una fragancia a flores y a mujer lo alertó. Aquellas manos de ángel acariciaban suavemente sus sienes. Su corazón, no obstante, debía de ser de hierro, y las palabras que dijo entonces se lo demostraron:

—Estás calado, y esto es el desierto. La noche y la oscuridad caerán muy pronto. ¿Has oído alguna vez hablar de la hipotermia? ¡Vamos, arriba!

Maldita mujer, reflexionó Josh. Le debía la vida, pero… Josh consiguió ponerse de rodillas. Y entonces comenzó a vomitar.

—Lo siento —se disculpó en cuanto su estómago lo dejó tranquilo.

—Calma, creo que yo también tengo parte de culpa —contestó ella con voz amable y cálida en aquella ocasión.

Josh no captó la broma, pero no importó. Un segundo más tarde el escuadrón de salvamento consiguió que se pusiera en pie y lo arrastró a través de la tormenta forzándolo a caminar monte arriba durante lo que le parecieron siglos. Vomitó una segunda vez, pero conquistó una alta cima. Cruzó un suelo de madera que crujía a su paso y se preguntó por qué el cielo olía a pan de maíz. Entonces recordó que aún estaba en Texas.

Y de pronto se sintió arropado y cálido, seco, tumbado sobre algo blando y suave. Escuchó a su salvadora en la distancia decirle que no se durmiera, pero cada vez que abría los ojos la habitación comenzaba a dar vueltas. La oscuridad, espesa, lo acurrucaba.

Sin embargo estaba vivo. Se le había concedido una segunda oportunidad, recapacitó curvando los labios en una sonrisa. Bien, tenía que admitirlo, su vida estaba vacía. Pero podía cambiar. Cambiaría, se prometió. Porque se le había concedido una segunda oportunidad, podría llenar ese vacío.

—Gracias, gracias otra vez —susurró Josh suspirando y dejando que la oscuridad se apoderara de él.

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Capítulo 2Dani sintió que el codo se le escurría del brazo del sillón. Abrió los

ojos. El sol entraba a través de la ventana que había sobre el fregadero. La última vez que había echado un vistazo a su inesperado invitado era de noche. Se levantó del sillón y cruzó en silencio la estrecha habitación para volver a observar al hombre que dormía en su cama.

Aquella inmensa excitación volvió a invadirla otra vez. Era ridículo, pero la sombra de barba que cubría su mentón resultaba aún más atractiva por la mañana que la noche anterior al desnudarlo, pensó.

El calor se hizo más agudo, un estremecimiento la recorrió.

Aún recordaba el tacto de sus músculos y de su piel al desnudarlo, aún podía ver sus anchos hombros, su estómago plano, sus estrechas caderas. Los dedos de las manos todavía le temblaban al recordar el cosquilleo que le causaba el vello de su pecho y piernas.

Dani trató de parar aquel recital de sensaciones que la habían embargado. Había desnudado a Jimmy muchas veces al comenzar él a volver borracho a casa. Desnudar a un hombre no era un problema.

Bueno, a aquel sí…

Tenía que asegurarse de que no estuviera en coma. Dani le levantó un párpado y luego el otro. Sus pupilas reaccionaron a la luz de la mañana.

No era justo, se lamentó. Aquel hombre tenía un cuerpo magnífico, unos inequívocos rasgos masculinos, y un coche que, aunque estropeado, valía más que su camión. Y además tenía los ojos más preciosos que jamás hubiera visto. Eran profundos, vibrantes y de color turquesa, del color del mar Caribe de los anuncios, pensó.

Dejándose arrastrar por la tentación, Dani despejó la frente de aquel hombre retirando un mechón de cabellos espesos y dorados, del color de la miel. El rompecorazones que tenía en su cama despedía sensualidad y masculinidad incluso dormido, pensó. Las mujeres debían de rendirse automáticamente a sus pies.

¿Cuántos corazones había roto aquel tal Joshua Michael Walker?, se preguntó recordando el nombre que había leído en el permiso de circulación concedido en Virginia. Había hurgado en su cartera en busca de información por si acaso.

Michael, reflexionó. Precisamente había considerado la posibilidad de ponerle ese nombre a su hijo. Y si era niña Emily. Tenía tiempo para decidir hasta que llegara el momento, se dijo ausente dirigiéndose hacia el baño. Se lavaría y desayunaría antes de despertar a su invitado.

Como era habitual, la falta de agua caliente la obligó a apresurarse. Se puso ropa limpia y se anudó la camisa bajo el abdomen. El bebé aún no había dado señales de vida esa mañana, reflexionó.

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Pero al menos se le había pasado el dolor de espalda. Quizá el resto de sus problemas desaparecieran con igual facilidad. Sacó un cazo del armario y, llenándolo de agua, lo puso a cocer. Luego, mientras el agua se calentaba, pensó en la forma de deshacerse de su invitado antes de que comenzara a hacer preguntas molestas.

Dani se pasó la mano por el vientre, pero no estaba inspirada. La reina de la supervivencia tenía la mente en blanco aquel día. La tapa del cazo comenzó a vibrar. Dani echó la avena en el agua hirviendo y se rascó la espalda.

El dolor cedió cuando el desayuno estuvo listo, pero el bebé seguía sin rechistar. Dani se mordió el labio y añadió condimentos al cereal. Si algo iba mal, si le ocurría algo al bebé…

Josh comenzó a recordar antes incluso de que escuchara aquellos suaves ruidos o de que oliera esa fragancia levemente familiar. Lo recordó todo. El torrente de agua, la forma en que éste le había llevado como a una pelota de tenis de un lado a otro, el ángel que le había ordenado que saliera del coche, la sensación de estar mojado y frío y después seco y caliente.

Había tenido suerte pero, ¿qué hacer?

En parte deseaba olvidar aquella experiencia tan cercana a la muerte y volver a su rutina habitual, pero por otro lado algo en él lo llevaba a recordar lo que había descubierto: que su vida estaba vacía, que le faltaba algo. Sin embargo… Josh miró al techo indeciso.

Sin embargo nada, continuó reflexionando en silencio. Sólo un tonto echaba a perder su segunda oportunidad, cualquiera sabría cómo llenar ese vacío interior.

—Demonios —susurró.

Seguía deseando un bebé, pero la biología no había cambiado nada durante los últimos seis años: para ser padre seguía necesitando la ayuda de una mujer. Y, tras lo de Carrie, nunca volvería a confiar en una mujer lo suficiente como para compartir con ella aquella íntima unión.

Lo cual significaba que Josh nunca tendría un bebé. Pero había otras cosas en la vida. Encontrar a alguien en dificultades, ayudarlo… El consejo de su cuñada volvió a surgir en su mente. En cuanto volviera a casa apadrinaría a un niño pobre.

—Bien, por fin te has despertado.

Josh miró para arriba curvando ligeramente los labios en una sonrisa. Y de pronto toda su sensatez se evaporó al sentir una excitación explosiva y masculina más fuerte y repentina de lo que jamás hubiera experimentado.

El ángel del día anterior estaba de pie, delante de él, con sus sensuales y generosos labios dulces y sonrientes. Hubiera deseado poder recorrer aquella boca con un dedo, con los labios, explorar aquella humedad, aquellas profundidades con la lengua…

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Atónito ante la intensidad de su deseo, Josh parpadeó. Y volvió a parpadear una vez más al observar la espesa coleta de aquel ángel deslizarse por encima del hombro para acercarse a escasos centímetros de su rostro. Aquel pelo brillaba lustroso, su mano sentía la necesidad de tocar el sedoso mechón.

—¿Cómo te encuentras? —preguntó ella con los ojos verdes nublados de preocupación.

«Muy vivo, muy masculino, y preparado para demostrártelo», hubiera querido responder. Josh trató de calmar su pulso acelerado y respiró hondo su fragancia: olía dulce, a jabón, a… mujer, comprendió. Aquella excitación era tan aguda que casi le dolía. Josh giró y se puso de lado en la cama para ocultar su reacción física.

—Bien, señora… lo siento, no sé su nombre —musitó luchando desesperadamente por recobrar el control.

Aquello no podía estar ocurriéndole a él, pensó. Pero le estaba ocurriendo.

—Dani Caldwell —contestó la mujer mordiéndose el labio—. No, por favor, olvídate de ese nombre.

—Lo que tú digas, Dani. Has salvado mi vida. Las palabras parecen inútiles en un caso como éste pero,… gracias.

No podía dejar de preguntarse si aquella piel sería tan suave como parecía. Josh se incorporó y se apoyó en un codo alargando una mano hacia su salvadora. La mujer dio un paso atrás. Bien, si ella se alejaba quizá él pudiera comenzar a pensar con claridad, recapacitó apartando los ojos de su rostro angelical para mirarla de arriba abajo.

—¡Estás embarazada!

—Creo que sí —contestó ella sonriendo e invitándolo a compartir su felicidad.

—¿Pero qué diablos estabas pensando anoche, criatura? —exigió saber él sentándose sobre la cama y cerrando los puños con fuerza entre las sábanas—. ¡Podrías haber perdido al bebé! ¿Dónde diablos está tu marido? ¿Qué clase de loco deja que su mujer arriesgue su vida y la de un bebé que aún no ha nacido metiéndose en una corriente? Debería de haber…

—No puede, está muerto —lo interrumpió Dani.

Josh se quedó mirándola sin poder pronunciar palabra. Había pasado años compadeciéndose de sí mismo por no haber podido abrazar a su hijo. Bajo aquella máscara de abogado frío y calculador, Josh se lamentaba inútilmente por la traición de Carrie. Aquella mujer, sin embargo, llevaba en su seno a un niño que nunca conocería el abrazo protector de un padre.

—Lo siento, lo siento mucho —susurró.

Dani se quedó mirándolo unos instantes, con ojos oscuros y distantes, mientras se rascaba la espalda con una mano.

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—Bueno, lamentarse nunca ha servido para cambiar las cosas, pero…. gracias. Supongo que ya está seca. Toma, vístete —añadió tomando un montón de ropa de los pies de la cama y lanzándosela al regazo.

—Gracias.

Dani se dio la vuelta mientras él buscaba por el revoltijo de ropa. La coleta le llegaba casi a la cintura, observó Josh comenzando a fantasear que tenía a aquella mujer encima de él y que su cabello, suelto y revuelto, le caía por encima de… Pero Dani era una afligida viuda, pensó cortando de raíz sus imágenes y comprendiendo que ella llevaba en el vientre la prueba viviente de su amor. Josh se puso los vaqueros.

—El desayuno está listo. Espero que te guste la avena.

Aquella mujer no parecía demasiado afligida, pero tenía derecho a sobrellevar su pesar como mejor quisiera. Además hablar sobre los problemas nunca había servido para resolverlos.

—¿Avena? Preferiría huevos fritos con bacon. Y galletas con miel.

—Y yo también —rió Dani provocando con su risa femenina un hambre en Josh que no era de comida.

—¿Cuántos años tienes? —preguntó él desesperado por controlar su impulsiva respuesta hacia aquella mujer.

—Veintitrés.

Parecía más joven, y le hacía sentirse mayor a él.

—¿Y cuánto tiempo hace que tu…?

—Seis meses. Y ahora, volviendo al tema del desayuno, señor Walker…

—Llámame Josh —dijo él soñando con escuchar su nombre pronunciado por aquellos lujuriosos labios—. ¿Cómo es que…?

—Miré en tu cartera —lo interrumpió ella volviéndose aprisa—, pero todo sigue en su sitio.

—Estoy seguro —contestó Josh saliendo de la cama y abrochándose la camisa y el pantalón.

Aquella mujer le había salvado la vida, de modo que podía quedarse con su cartera si quería. Y así se lo dijo.

—Yo no te salvé la vida, Josh, sólo… —hizo un gesto impaciente—… rompí tu parabrisas. Por favor, tómate el desayuno y márchate.

Mala suerte, pensó. Sin embargo, Josh Walker siempre pagaba sus deudas, y acababa de contraer una con Dani Caldwell. Y aunque no deseara discutir…

—Está bien.

Josh se dirigió hacia la mesa y observó a Dani dar un paso atrás.

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—No me tendrás miedo, ¿verdad? Te juro que nunca le he hecho daño a una mujer.

—Estoy segura pero… —contestó Dani con ojos distantes.

Las palabras de Dani sonaban demasiado maduras, demasiado resignadas como para proceder de una mujer tan joven, sin apenas experiencia.

—Puedes confiar en mí, Dani —la voz profunda de Josh parecía acariciar la piel de Dani como si fuera de terciopelo. Él parecía llenar toda la habitación con su cuerpo, con su masculinidad—. ¿Tienes algún problema? Déjame que te ayude.

—No necesito ayuda —lo rechazó Dani a pesar de sentirse tentada.

En realidad estaba hablando para sí misma. ¿Acaso el matrimonio no le había enseñado nada?, se preguntó. Apoyarse en alguien sólo servía para sentir la fuerza de la desilusión cuando fallaba.

—En ese caso me voy —contestó él tenso—. ¿Podría usar tu teléfono para llamar a una grúa?

—Lo siento, no hay teléfono —sacudió ella la cabeza.

—Entonces, ¿puedes llevarme a la ciudad?

—Tampoco tengo coche —confesó Dani sonriendo.

—¿Quieres decir que estás aquí, atrapada? ¿En tu estado? —preguntó Josh sin saber si quedarse sencillamente estupefacto o ponerse furioso—. ¿Pero es que estás loca, mujer?

—Sólo tengo un poco de mala suerte, eso es todo —respondió Dani tratando de creer en sus propias palabras.

La espalda le seguía doliendo, y el bebé continuaba sin dar señales de vida. ¿Sería posible que algo fuera mal?, se preguntó Dani.

—¿Un poco de mala suerte? —repitió Josh abriendo aquellos hermosos ojos enormemente, lleno de incredulidad.

Entonces escucharon golpes en la puerta.

—¿Quién es? —preguntó Dani.

—El sheriff del condado —contestó alguien desde el otro lado con acento tejano.

El pánico se apoderó de Dani, que se volvió hacia Josh.

—Por favor, por favor, dile al sheriff que estás conmigo. Dile… cualquier cosa, excepto mi nombre.

Durante unos segundos, Josh se quedó mirándola con el ceño fruncido y una mirada glacial. Luego sacudió la cabeza despectivo y curvó los labios ligeramente.

—Nunca supe hacer las preguntas adecuadas en el momento adecuado.

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Dani cerró los ojos y trató de reunir coraje. Iba a necesitarlo. Se oyeron más golpes en la puerta.

—¡Un momento! —gritó Josh bajando después la voz—. Te debo la vida, Dani, pero soy abogado. Ocultar a un criminal puede llevarme a prisión.

—Yo no he cometido ningún crimen —contestó ella rascándose la espalda.

—Entonces dime por qué te escondes.

Dani se mordió el labio inferior. No tenía elección. Sabía de qué lado iba a ponerse el sheriff si descubría su identidad, y aquel extraño era su única oportunidad. Tenía que confiar en él. Así de sencillo, y así de aterrador. No había vuelto a confiar en nadie desde que Jimmy… Y había hecho mal confiando en Jimmy. Dani respiró hondo y contestó:

—Mi marido murió en una pelea en un bar. En realidad era como su segunda casa, se pasaba la vida allí. Sus padres me culparon por su falta de ambición, por la elección de amigos… hasta por su muerte. Y ahora quieren la custodia de su nieto. Yo me negué en rotundo, pero tienen dinero y contactos por todo el estado de Texas. Y es evidente que ahora mismo me sería imposible encontrar un empleo…

—Ellos podrían darle a tu hijo mucho más de lo que puedes darle tú —la interrumpió Josh poniéndose delante con las manos en las caderas.

—No voy a darles a mi hijo —replicó Dani con los puños cerrados—. ¡No me importa cuántas cosas puedan comprarle, el bebé es mío!

Aquellos ojos turquesa parecieron brillar de pronto con un azul ardiente. Josh rozó la mejilla de Dani suavemente con un dedo. Ella pudo sentir aquella caricia en toda la piel de su cuerpo.

—Está bien, cariño, está bien —la calmó Josh apartando la mano—. Supongo que por esta vez puedo cometer perjurio —añadió cruzando la estancia para dirigirse hacia la puerta.

Josh abrió y se apoyó contra el dintel saludando al sheriff.

—Buenos días, sheriff.

—Sí, hace un buen día —contestó el oficial metiendo el dedo pulgar por dentro del cinturón. Parecía lento, medio dormido, pensó Josh—. Me llamo López —añadió guardándose las gafas de sol en el bolsillo de la camisa—. ¿Y ustedes son?

—Josh Walker y… esposa.

Tras una ojeada breve y curiosa, el sheriff López continuó:

—Buena tormenta ayer noche, ¿eh? He estado dando vueltas desde el amanecer, buscando posibles damnificados por el temporal. ¿Es su coche el que está medio hundido en la corriente?

—Sí, mi mujer y yo apenas tuvimos tiempo de salir, así que nos refugiamos aquí anoche —contestó Josh con gesto duro y mandíbula de granito—. Espero que no sea un problema, oficial.

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—No, el problema va a ser sacar el maldito coche de ahí —contestó el agente con acento tejano—. No sé si Vern va a poder acercarse con la grúa…

Dani ni siquiera pudo escuchar el resto. Un dolor agudo en la espalda seguido de una sensación húmeda entre las piernas se lo impidió. Sus rodillas parecían incapaces de sostenerla. Sin pensar, buscó el apoyo de Josh. El brazo de él la sujetó instantáneamente, envolviéndola por entero.

—¿Qué… qué ocurre, Dani? ¿Qué pasa?

Antes de que ella pudiera contestar, López rió.

—Como padre de cinco hijos yo diría que la señora acaba de romper aguas. ¿Tiene usted dolores, señora?

Dani consiguió asentir.

—Supongo que… que he estado teniéndolos desde que me levanté esta mañana, pero… —se mordió el labio inferior.

—¿Pero qué? —quiso saber Josh.

El brazo de él seguía sujetándola. Dani no se resistió, necesitaba su ayuda. Deseaba tener a aquel niño con locura, pero…

—¡Es que no me duele donde debe!

El sheriff sacó las gafas de sol del bolsillo, dio un golpe de muñeca para abrirlas y se las puso. Su aspecto de dormido desapareció de inmediato, reemplazado por una fría eficacia.

—Hay una clínica en No Lake. Avisaré al médico por radio, usted lleve a su esposa al coche.

El sheriff se dio media vuelta y desapareció, y Josh se volvió hacia Dani.

—¿Qué quieres decir con eso de que no te duele donde debe? —preguntó abrazándola aún, con la mirada de un azul intenso.

—Lo que me duele es la espalda, no el vientre —explicó Dani.

—Mi cuñada también tuvo los dolores de parto en la espalda —dijo entonces Josh—. Dos veces. Y los dos bebés nacieron perfectamente.

De modo que aquello era normal, pensó Dani sintiendo que su miedo se desvanecía. Entonces, sin pensarlo, se inclinó para darle un beso en la mejilla, al mismo tiempo que Josh volvía la cabeza y las bocas de ambos se encontraron: la una cálida y suave, la otra firme y fría. Tras un momento de vacilación, uno de los dos profundizó en aquel beso. Y todas las estrellas explotaron. Los volcanes erupcionaron, la tierra vibró, y todos los dolores y bebés se olvidaron durante unos segundos eternos mientras la excitación y la pasión consumían a Dani. Uno de los dos gimió. Fue un sonido profundo y ronco. Dani enredó los dedos en el espeso y sedoso cabello de Josh. Él jugó con su coleta envolviéndosela en la muñeca.

Pero la realidad se entrometió. Estaba a punto de tener un bebé, el bebé de Jimmy, pensó Dani.

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—Lo… lo siento —susurró ella apartándose—. Sólo quería…. darte las gracias.

—Encantado, señorita, cuando gustes —rió Josh pasándose una mano por el pelo con dedos temblorosos—. Excepto ahora, claro. Tenemos que marcharnos.

La rapidez con que Josh había reaccionado fue suficiente para que Dani comprendiera que aquel beso no lo había afectado. Al menos no lo había afectado como a ella. Un fuerte dolor en la espalda, no obstante, la obligó a ignorar el deseo que recorría sus venas.

—Tengo que recoger las cosas del bebé.

—¿Dónde están?

Dani señaló una bolsa amarilla, y él la recogió. Luego la tomó en brazos y la sacó del refugio caminando a lo largo del sendero a grandes pasos hasta dejarla en el coche del sheriff. Sin embargo, cuando éste le dijo que entrara, Josh dio un paso atrás.

—Escuche, yo no… llévela a la clínica, ¿de acuerdo? Yo… esperaré aquí.

—Usted es la causa de que ella se encuentre en ese estado, hijo —soltó el sheriff—. Creo que debería de terminar lo que comenzó.

Josh gruñó. Dani no era su mujer, no era culpa suya que se encontrara en ese estado. Carrie nunca le había ofrecido la oportunidad de terminar lo que en ese caso sí que había comenzado, aunque hubiera sido de un modo accidental. Dani gritó de dolor. Instantáneamente Josh subió al coche a su lado.

—¿Otra contracción? —preguntó él.

Dani asintió. Su rostro se tensó mientras apretaba los labios, Josh no podía hacer nada excepto tratar de calmarla:

—Shh —murmuró atrayéndola hacia su regazo—. Estoy aquí, Dani. No te abandonaré —añadió tomándola en sus brazos y estrechándola contra su pecho.

Aquello le hacía sentirse bien. Tan bien como el beso que acababan de compartir, pero era un error. Era imposible que estuviera reaccionando de ese modo ante una mujer, ante ninguna mujer. Y menos aún ante una mujer que estaba a punto de dar a luz al bebé de otro hombre, reflexionó Josh.

—Gracias por no abandonarme —susurró Dani mientras el sheriff arrancaba el coche y lo llevaba hasta la carretera—. Te debo una.

Josh no hizo caso de aquella tontería, pero sus brazos, sin quererlo, estrecharon a Dani con más fuerza.

—No pretendo decirle lo que tiene que hacer, López —comentó Josh—, pero tenemos prisa. ¡Esta mujer está a punto de dar a luz!

—No tengo licencia para volar, hijo. Pero tranquilo, llegaremos —contestó el sheriff aminorando la velocidad para tomar una curva.

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Por fin llegaron a la ciudad. El sheriff detuvo el coche justo delante de la clínica.

—Aquí es —anunció—. Ésta es la clínica de No Lake. Le dije que llegaríamos a tiempo.

—Gracias, sheriff —contestó Josh abriendo la puerta—.Yo… eh…

—Disculpas aceptadas, hijo —rió López—. Y ahora lleve adentro a su mujer. El médico se encargará de todo. Y buena suerte.

Josh ayudó a Dani a salir del coche y la tomó en brazos para subir las escaleras del edificio. El lugar estaba desierto. Sólo había un hombre bajito con bata blanca y aspecto de extranjero.

—Buenos días —dijo enseñándoles el camino hacia una sala en la que iba a explorar a Dani. Josh dejó a ésta sobre una camilla—. Soy el doctor Ravjani.

—Josh Walker. Ella es Dani.

Josh observó a Dani. Tenía los ojos cerrados. Indudablemente estaba sufriendo otra contracción.

—Me alegro de conocerlos —sonrió Ravjani tomándole la presión sanguínea a Dani—. Es su primer bebé, ¿verdad?

—Sí —respondió ella—, pero no salgo de cuentas hasta dentro de dos semanas.

—Bueno, los primerizos son famosos por no seguir nunca el calendario —respondió el médico de buen humor.

Cuando Dani trató de sonreír en respuesta, Josh se dio media vuelta y comenzó a caminar hacia la salida.

—¡Buena idea! —dijo Ravjani tomando a Josh del brazo—. Yo ayudaré a su esposa a ponerse el camisón estéril mientras usted va lavándose las manos hasta los codos —Josh se vio empujado desde la sala exploratoria hasta el pasillo—. La examinaré mientras usted la reconforta.

Josh sacudió la cabeza y trató de liberarse, pero el hombre lo agarró con más fuerza y continuó:

—No era una pregunta, Josh Walker. Mi enfermera está en el campo, de barbacoa, así que necesito su ayuda —dijo mostrándole un lavabo—. Su mujer está bastante atemorizada, no sabe lo que le va a ocurrir, y yo soy un médico excelente, pero mi inglés… Es muy probable que no sepa transmitirle la tranquilidad que necesita, que no sepa apartar su mente del dolor. Y se lo digo en serio, pensar en el dolor no sirve más que para contribuir a que el parto sea más difícil. Debe ayudarme, por el bien del niño.

Y, tras decir aquello, Ravjani desapareció.

Josh juró y tomó la pastilla de jabón. Ayudar a Dani a dar a luz le brindaba la oportunidad de participar en algo que Carrie le había negado, pensó de pronto. Además tenía una deuda con Dani Caldwell. Ella le había

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salvado la vida. Y, de todos modos, abandonar a una mujer en aquel estado era miserable.

Josh agarró unas toallas de papel y se secó las manos, apresurándose a volver a la sala. Dani sonrió al verlo, pero el miedo era evidente en sus luminosos ojos verdes. Josh tomó su mano y la estrechó, tratando de respaldarla y de reconfortarla en aquella situación.

Tras examinar a Dani, Ravjani les aseguró que todo iba bien.

—Descanse entre contracción y contracción —recomendó—. Esto lleva tiempo. No se ponga usted nerviosa —añadió mirando a Josh significativamente y comenzando a escribir en unos papeles.

Una lágrima resbaló por la mejilla de Dani hasta llegar a los labios. Josh recordó la suavidad de su boca, lo dulce y cálido que le había sabido el beso.

—¡Maldita sea, Dani, por favor, no llores!

Por fin encontraba una distracción, pensó Dani. A pesar de su ansiedad era consciente de la irritación de Josh al verla llorar. Los hombres no soportaban la parte sentimental de la vida. Jimmy nunca había podido soportar verla llorar. Además, ¿para qué servían las lágrimas?, se preguntó. Nunca habían podido cambiar la realidad.

—No hace falta que te quedes, mi marido se hubiera ido ya hace tiempo —comentó con naturalidad.

—Todo hombre debería de estar presente en el nacimiento de su hijo —declaró Josh firme.

—Tú y tu mujer… —comenzó a decir Dani, viéndose interrumpida por otra contracción.

—No estoy casado —soltó él. La firmeza en su tono de voz no podía ocultar la cruda angustia y el dolor que escondía la declaración. Dani se preguntó por la causa de esos sentimientos—. No malgastes tu esfuerzo, no voy a abandonarte.

Aquellas palabras, pronunciadas con voz tranquila y profunda, resultaron de gran apoyo para Dani. Eran como un par de fuertes manos que la sustentaran. Tenía que admitirlo, no quería pasar sola por aquel trago. ¿Pero se atrevería a aceptar la ayuda de un extraño?

Dani sintió que la contracción cedía y contempló los preciosos ojos azules de Josh. Había miedo en ellos, pero también determinación. Josh era todo un hombre. Su alma tenía heridas aún abiertas, pero ésa era precisamente la causa de su fortaleza. Igual que la desilusión le había enseñado a ella a dejar de soñar. Dani tuvo una nueva contracción.

—Entonces trata de ser útil —dijo con voz entrecortada—. Cuéntame algo, lo que sea. Simplemente… habla.

Durante largas y desesperantes horas y oleadas de dolorosas contracciones, Dani se agarró a la mano de Josh y escuchó su voz profunda y suave contarle su infancia en Montana y hacer preguntas sobre

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Lufkin. Luego, al final de la tarde, las contracciones cambiaron. Dani gimió tratando de controlar su necesidad de empujar.

—¡Iré a por Ravjani! —exclamó Josh.

—No hace falta —contestó el médico entrando en la sala y quedándose de pie entre las piernas de Dani—. Ya estoy aquí, justo a tiempo —anunció Ravjani con seguridad—. Señora Walker, su hijo está de camino.

Dani pataleó tumbada en la camilla, comprendiendo que sólo faltaban unos minutos, y observó a Josh asomar la cabeza reticente por encima del hombro del médico. Su rostro se puso pálido a pesar del moreno de su tez. Su expresión era una mezcla de disgusto y desmayo. Alarmada, Dani gritó:

—¡Josh!, ¿qué ocurre?

—El bebé está sacando la cabeza, eso es todo —contestó Ravjani—. Quizá su marido sea uno de esos hombretones que se desmayan al ver los milagros de la naturaleza.

—Es… es demasiado… no puedes… ¡haga algo, maldita sea!

Ravjani rió.

—No soy yo el que tiene de hacer algo ahora, es su mujer la que tiene que comenzar a empujar a la criatura para sacarla del confortable lecho en el que se encuentra. Y usted tiene que seguir animándola, señor Walker.

¿Comenzar a empujar? ¿Pero qué diablos creía aquel médico que había estado haciendo Dani?, se preguntó Josh indignado. Durante horas. ¿Sería posible que aún faltara más?

—Señor Walker, si le pido una bandeja es porque la necesito —gruñó Ravjani señalando una llena de instrumentos quirúrgicos sobre una mesa—. Ya.

Josh sintió que se le nublaba la vista, que todo estaba negro. Pero entonces, al igual que el día anterior, la voz de Dani, tranquila y ansiosa a un tiempo, lo arrancó de la oscuridad:

—Josh, todo irá bien. Las mujeres han tenido niños durante siglos. Tranquilo, ven aquí y dame la mano.

Y, al igual que el día anterior, Josh obedeció aquella voz. Después, siguiendo las instrucciones de Ravjani, se colocó a la cabecera de la camilla y sostuvo a Dani, que apoyaba la espalda contra su pecho. Nada más tocarla, nada más apartar su coleta a un lado y tomar sus manos, la oscuridad de su mente se disipó. Dani lo había rescatado una vez más.

—Empuje en cuanto esté preparada —dijo el doctor.

—¡Aauuuggghh! —gritó ella rígida por el esfuerzo.

Sin embargo no ocurrió nada. De pronto, Dani se quedó flácida.

—Otra vez.

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Dani hizo otro magnífico esfuerzo. Tenía la barbilla contra el pecho y los dientes apretados. Pero siguió sin ocurrir nada, excepto que Ravjani volvió a ordenar:

—Otra vez.

Dani sacudió la cabeza e hizo una pausa. Su rostro estaba pálido por el esfuerzo.

—Una vez más, por favor.

—¡Uuuhh…. aaahhh!

—Es un niño —anunció Ravjani contento levantando una «cosa» roja y blanca y dejándola sobre el estómago de Dani.

El bebé arrugó el rostro y lloró.

—Oh, ¿no es precioso? —preguntó Dani respirando entrecortadamente.

Tras la fatiga de Dani se escondía un enorme júbilo, una inmensa felicidad y asombro. En cambio Josh estaba desilusionado. ¿Era «eso» el resultado de tanto esfuerzo? Nunca había visto nada tan feo.

—Oh, Dani, cuánto lo siento.

Ravjani se llevó al bebé. Josh apretó la cabeza de Dani contra su pecho tratando de buscar las palabras que pudieran reconfortarla, pero se distrajo acariciando su piel y los rizos húmedos y sedosos de su cabello.

—Ya está presentable —anunció Ravjani dejando un bulto húmedo y bien envuelto en brazos de Josh—. Señor Walker, salude a su hijito.

Josh bajó la vista vacilante.

—¡Oh, Dani, tenías razón! —respiró excitado, apenas capaz de pronunciar palabra. Estaba enamorándose loca, irremediable y delirantemente del bebé—. Es precioso —añadió. Y además tenía talento. Simplemente con estar ahí, sin hacer nada, aquella diminuta cosa era capaz de llenar el corazón de un hombre. Era asombroso, un milagro, pensó—. Gracias, oh, Dani, gracias.

La emoción lo embargaba, sentía la necesidad de agradecerle a Dani el que le hubiera dado aquel bebé, de besar aquellos lascivos labios. Sin embargo se conformó con un beso en la frente.

—Demuéstrele su gratitud haciendo las labores de la casa —sugirió Ravjani quitándole la preciosa carga de los brazos, que Josh inmediatamente echó de menos—. Y ahora saluda a tu mamá —añadió ofreciéndole el niño a Dani.

Dani sonrió radiante… a su hijo. Pero era suyo también, pensó Josh.

Quizá no lo fuera técnicamente, en el sentido legal o biológico, pero… Entonces Josh tomó una decisión inflexible en su interior. Tras años de angustia e ira por el destino que le había tocado en suerte por fin tenía un bebé. No lo iba a dejar escapar. Al menos por el momento. Sólo los tontos echaban a perder una segunda oportunidad.

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Cuando Ravjani le ordenó que saliera mientras él curaba a la madre, Josh se marchó. Pero no se alejó más allá de la sala de espera. Allí se sentó sobre una silla de plástico y comenzó a pensar en un plan de acción.

Lo primero era expresarle su gratitud a Dani Caldwell por salvar su vida y proporcionarle la experiencia más increíble y feliz de su vida. Pero lo más importante de todo era planear cómo volver a ponerle las manos encima a aquel bebé. ¿Qué posibilidades tenía de convencer a Dani de que le dejara llevárselo a Virginia? Por supuesto la madre los acompañaría. Durante unos segundos, Josh sintió de nuevo los labios cálidos y suaves de Dani bajo los suyos y se preguntó si no estaría jugando con fuego.

No, no volvería a cometer la estupidez de besarla. Tenía la suficiente experiencia como para evitar quemarse. Y de todos modos, ¿qué importaba lo tentador y abrasador que resultara un beso cuando a cambio podía sostener al niño en sus brazos?, se preguntó.

Un rato después, Ravjani le dio a Josh una lista con las cosas que necesitaban Dani y el bebé. También se especificaba qué debían hacer y qué evitar.

—Si quiere ser un buen padre siga estas instrucciones al pie de la letra —advirtió.

Josh echó un vistazo rápido y sonrió.

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Capítulo 3Dani abrió el grifo de la ducha del motel y se metió debajo. Se apoyó

contra la pared y dejó que el agua caliente se deslizara por su cuerpo.

—Esto es ridículo —murmuró.

Había tenido al bebé hacía tres días. ¿Cómo era posible que siguiera tan cansada? ¿Y qué habría hecho sin Josh Walker? Sin su reconfortante consuelo al decirle que su cuñada había tenido los dolores en la espalda, sin su apoyo durante el parto, sin su voz profunda alentándola a seguir empujando, ¿qué habría sido de ella? Y después, cuando todo había pasado y apenas tenía fuerzas para nada…

Dani se volvió para que el agua le cayera sobre la cabeza.

Josh había vuelto a la sala entonces y le había ordenado que dejara de morderse el labio. Después prácticamente le había exigido al doctor que los llevara al motel, había llamado por teléfono a la farmacia de la ciudad y había pedido, a pesar de ser domingo por la noche, que le llevaran todos los artículos de la lista de Ravjani a la habitación. Y por último, al llegar al único motel de la ciudad, había continuado dando órdenes como si todo el mundo formara parte de su ejército. Había exigido una cuna para el bebé y más almohadas, comida y pañales, hasta un camisón para ella.

Aquello era, verdaderamente, una demostración del antiguo poder masculino en acción. Sin embargo en aquel momento, el peor de los momentos, era exactamente lo que Dani necesitaba.

Al protestar Dani diciendo que no quería resultar una molestia, Josh había musitado algo sobre su papel como marido, algo sobre que el engaño debía continuar. Dani parpadeó y trató de contener las lágrimas. Jimmy había sido un novio perfecto, el chico ideal para intercambiar anillos y cartas de amor pero, ¿había sido un buen marido, un marido en el que confiar? No, pensó sacudiendo la cabeza con tristeza.

Josh Walker, en cambio, podía dar lecciones. Aquel primer día la había ayudado a salir y a meterse en la cama con tanta delicadeza como si fuera de porcelana. Le había llevado la comida de la cafetería de enfrente y había recogido todas sus pertenencias del refugio. Incluso la había ayudado con el bebé, recordó. Un bebé al que Jimmy ni siquiera había deseado.

Las lágrimas volvieron a inundar sus ojos. Dani recordó la primera vez en que Josh insistió en cambiarle el pañal. Sus grandes manos habían arrancado la tira adhesiva de golpe. Al segundo intento el pañal se había escurrido de la cinturita del niño al levantarlo él para enseñar su hazaña.

Jimmy se habría dado por vencido entonces, reflexionó Dani. Habría sido incapaz de volver a intentarlo. Josh, sin embargo, había sonreído, había comentado algo de que «a la tercera va la vencida» y había buscado

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otro pañal. Segundos más tarde, con una sonrisa triunfal, le había tendido al bebé con el pañal limpio y bien puesto.

Dani suspiró. Todos los niños debían de tener un padre. Aunque no supieran ponerles pañales. El suyo, sin embargo, sólo tendría a una madre que lo amaría de corazón, a una madre en la que siempre se podría apoyar.

—Tampoco está tan mal, ¿no, Michael? —susurró bajo el agua.

Michael James Caldwell. Era un buen nombre para un bebé, para un niño sano y fuerte. Para el hombre que llegaría a ser, si es que hacía bien su trabajo.

—Basta ya —se dijo en voz alta a sí misma tomando el jabón, enjugando las lágrimas—. Sobrevivir, no lamentarse, ¿no era en eso en lo que habíamos quedado?

Los objetivos de Dani para el futuro inmediato eran muy sencillos: recuperar las fuerzas, cuidar de Michael y encontrar un empleo. Y pagarle su deuda a Josh Walker. Dani se lavó el pelo y calculó que, además de la deuda no material, le debía a Josh bastante más de lo que tenía ahorrado.

Así de simple, aunque no le fuera a resultar nada sencillo. En absoluto sencillo. Dani se secó y vistió, se anudó el pelo en una coleta y observó a su hijo dormido. No pudo evitar acariciarlo hipnotizada, pero tenía que recoger la habitación antes de que llegara Josh con la comida.

Lo cierto era que era a Josh a quien quería impresionar, tenía que confesárselo. Era casi mediodía, y eso significaba que el hombre que ocupaba la habitación de al lado llegaría de un momento a otro con el menú de la cafetería. Y si Michael se despertaba seguiría las órdenes de Josh y comería mientras él cuidaba de su hijo.

Ver a su hijo en brazos de aquel hombre le hacía estremecerse. Entonces recordó el beso que habían compartido y deseó…

Dani cruzó la habitación y comenzó a hacer la cama y a organizar las cosas del niño. No perdería el tiempo soñando imposibles. Aunque, en realidad, no eran sueños tan imposibles. Sólo deseaba un hogar, una familia. ¿Por qué los habría abandonado Jimmy?, se preguntó.

Dani se dejó caer sobre la cama estrujando la camisita del niño en sus manos. Sabía que no había respuestas a sus preguntas, estaba cansada. Además aquellos eran sus sueños, no los de Josh. Sin embargo dejó que sus ojos se cerraran ensoñadores en contra de su voluntad.

Josh cerró la puerta con la cadera y dejó los pañales y la bolsa de la comida sobre la cómoda. Tiró la camisa del día anterior al suelo y se dejó caer sobre la cama. Luego se colocó las almohadas bajo la cabeza, alcanzó el mando a distancia de la televisión y trató de interesarse por el tema del debate. Pero no pudo. No le preocupaba ni lo más mínimo.

Sólo quería estar con su bebé, justo al otro lado de la puerta. Ladeó la cabeza y miró el despertador sobre la mesilla. Enseguida sería mediodía. En cuestión de minutos llamaría a la puerta de la habitación de al lado y

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asomaría la cabeza. Y mientras le preguntaba a Dani si tenía hambre le echaría un vistazo a Michael.

Josh miró el televisor. Con un poco de suerte, Dani estaría durmiendo o en el baño. Entonces se acercaría de puntillas hasta la cuna y dispondría de unos segundos para contemplar detalladamente los fascinantes rasgos de su precioso niño. Quizá incluso pudiera acariciar aquella increíble y suave piel.

En la televisión seguían discutiendo. Josh cerró los puños con fuerza.

El domingo, mientras el encargado del motel conseguía la cuna y Ravjani ponía a Dani sobre la cama, había gozado de veinte minutos con Michael en sus brazos. Y había podido maravillarse de sus increíbles y diminutos dedos y manos, de sus pies. Desde entonces, sin embargo, la situación se había deteriorado gravemente. El día anterior, Dani había dicho algo de que no había ninguna necesidad de que los estuviera rondando.

¿Rondando? Apenas había podido ver al niño, sólo lo había sostenido en sus brazos un par de veces, y no le había cambiado los pañales más que en unas ocho o nueve ocasiones. Sólo una vez le había puesto la camisita, sólo una.

Josh se quitó las botas y las dejó caer al suelo. Necesitaba pasar más tiempo con Michael. Los espectadores del programa de televisión comenzaron a aplaudir. Josh gruñó y buscó otro canal. Tenía que convencer a Dani para que lo dejara llevarse al bebé a Virginia. ¿Pero cómo? ¿Mediante la persuasión? ¿El soborno? ¿La seducción?

Demasiado peligroso, pensó. Con aquellos luminosos ojos color jade, con aquella increíble cabellera sedosa y aquella piel cremosa, Dani Caldwell despertaba en él todos los instintos masculinos de protección y posesión. Y eso lo hacía vulnerable.

Josh volvió a cambiar de canal. Se negaba a que una mujer volviera a hacerle daño. Entonces escuchó un llanto suave. Se puso en pie instantáneamente y corrió a la habitación de al lado.

Y la escena que vieron sus ojos fue… su peor pesadilla.

Michael estaba en la cuna, de espaldas, dando patadas con sus preciosas piernecitas, y Dani estaba sentada en la cama, con una coleta y un montón de mechones de pelo sueltos y esparcidos alrededor de sus sonrosadas mejillas. Sus ojos brillaban como esmeraldas. El deseo lo embargó de inmediato, como un fuego ardiente.

Josh apretó los dientes y trató de concentrarse en el desastre que se le avecinaba: Dani estaba metiendo todas las cosas del bebé en aquella odiosa bolsa amarilla.

—¿Qué diablos crees que estás haciendo? —exigió saber calmándose después—. Lo siento, quería decir… ¿estás segura de que haces bien en levantarte? El médico ha dicho que necesitas mucho descanso.

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—Ya he descansado —sonrió ella con aquellos lujuriosos labios mientras se peinaba la coleta con los dedos.

Los ojos de Josh se dirigieron directos a los pechos de Dani. Debería de haber pensado en la leche materna y en Michael, pero en lugar de ello un deseo masculino puramente lujurioso lo invadió. Deseaba que fuera su boca la que succionara aquella dulce carne femenina.

—¿Josh?

—Sí, ah… entonces es que te encuentras mejor ya, ¿no?

Dani hizo una mueca. Bonita indirecta, pensó. Sin embargo no podía culpar a Josh. Era imposible que deseara seguir jugando a las niñeras y perdiendo el tiempo con una sencilla madre de Lufkin.

—Ss… sí —contestó mirando de lleno aquellos ojos azul turquesa.

Aquello era más seguro que contemplar el resto de su persona que era, exactamente, lo que deseaba hacer. Tenía que confesárselo. Josh Walker le había parecido terriblemente sexy con aquellos vaqueros mojados la primera vez que lo vio. Después, desnudo, se le había antojado un dios, pero aquello…

La camisa blanca le sentaba a su piel morena como los diamantes a una princesa. Se había remangado las mangas hasta los codos, lo que intensificaba más aún el contraste entre la prenda y el color de su piel. Y aquel oscuro vello que asomaba por el escote… Dani conocía bien la forma en que se le rizaba a lo largo de su musculoso pecho para estrecharse hasta llegar a…

Tenía que controlarse, se ordenó suspirando. Aquel hombre irradiaba virilidad, madurez y sofisticación, pero no podía desear relacionarse con ella. No tenía dinero, medio de transporte, ni lugar a donde ir, pero sí orgullo.

—Puedo… puedo estar lista en veinte minutos. Te agradezco mucho todo lo que has hecho por mí, Josh. Y por Michael. Si me das tu dirección te mandaré el dinero que te debo…

—¡No! —gritó Josh pasándose los elegantes dedos por la dorada cabeza. Luego hizo una pausa y bajó la voz—. Maldita sea, Dani, aún no estás bien, no puedes ir a ninguna parte. Y puedes olvidarte del dinero que me debes. Quiero que tú…. déjame que…

Dani se dio la vuelta. Aquella voz aterciopelada la hacía desear aceptar su ayuda, rendirse y apoyarse en él. Pero no podía permitirse el lujo de dejarse tentar. Por mucho que deseara desesperadamente volver a amar, a confiar y a compartir, no podía correr ese riesgo. Su corazón y su vida ya no le pertenecían, pertenecían a Michael. Y su hijo lo necesitaba todo, entero.

—Aprecio mucho su ayuda, señor Walker, pero creo que ha llegado la hora de que me marche.

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Josh juró mientras su mandíbula se tensaba como si fuera de granito. Luego se dio la vuelta y se dirigió hacia la puerta, pero al llegar se detuvo y sin girar ni lanzar mirada alguna, dijo:

—Al menos come antes de marcharte —Dani lo observó. ¿Cómo era posible que pudiera controlar de aquel modo sus sentimientos?, se preguntó—. Y a propósito —añadió él con calma—, he visto al sheriff López esta mañana. Me preguntó cuándo íbamos a volver a casa.

—¿Qué? ¿Qué le dijiste?

—Le dije… —comenzó a decir Josh volviéndose con ojos brillantes y rostro frío—… bueno, eso ya no importa, ¿no crees? Debería de haberme dado cuenta de que nunca abandonarías Texas.

Josh se encogió de hombros y salió de la habitación. Las rodillas de Dani cedieron, cayendo sobre la cama. Si el sheriff estaba haciendo preguntas eso significaba que había llegado la hora de marcharse. Tenía que hacer algún plan, pero su mente estaba en blanco.

Sin embargo lo último que haría sería ponerse en contacto con sus suegros y cederles a su hijo. No sin luchar. En aquel momento, no obstante, no tenía fuerzas ni medios para luchar. Necesitaba tiempo.

El último comentario de Josh resonó entonces en su cabeza. ¿Acaso significaría que…?, se preguntó. Dani se puso en pie y se abrochó la camisa. Cualquier posibilidad era digna de consideración en aquel difícil momento. Probablemente lo hubiera entendido mal, pero tenía que preguntar.

Quizá debiera arreglarse un poco, volver a hacerse la coleta antes de entrar en la habitación de al lado. Pero no, sólo tenía que entrar y rogar antes de que perdiera los nervios. Después le devolvería todo su dinero.

Un pie se movió hacia adelante, pero el otro se mostró reacio. No iba a cometer ninguna tontería, no iba a volver a creer en cuentos de hadas. Por fin el segundo pie dio un paso. Entró en la habitación. Parecía como si se hubiera desarrollado una batalla campal en su interior, pero Dani no dejó que aquello la distrajera. Sus pies caminaron lentos mientras se acercaba a la cama sobre la que yacía Josh con toda su gloriosa masculinidad.

Debía de haberlo entendido mal, se repetía Dani en silencio. Pero lo peor que podía pasarle era que le dijera que no, y en ese caso… Dani levantó el mentón y comenzó:

—¿Qué era lo que… dijiste sobre abandonar Texas?

En la televisión resonaron aplausos. Josh la apagó con el mandó y el silencio reinó. Luego él se cruzó de brazos antes de responder, en aquel tono indescifrable:

—El doctor Ravjani ha dicho que necesitas descansar durante al menos seis semanas, y yo estoy deseando… —su mentón se endureció como si fuera de granito—… deseo que cumplas sus instrucciones, pero también tengo mi propia vida, y no está precisamente en Texas.

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—¿Y… y dónde está? —se aventuró Dani a preguntar esperanzada.

No le hubiera importado si le hubiera contestado que en la luna. Siempre y cuando estuviera lejos de los Caldwell, claro.

—En Fallsboro, Virginia. A unos cuarenta y cinco kilómetros de Washington D.C.

Y a muchos kilómetros de Lufkin, Texas, pensó Dani mordiéndose el labio.

—¿Y quieres llevarnos a Michael y a mí… contigo? ¿Para seis semanas?

En lugar de responder de inmediato, Josh escondió las manos y miró a su alrededor.

—Sí —dijo al fin—. Iba a ofrecerte… un lugar en el que quedarte hasta que te hubieras recuperado.

Dani se lamió los labios de pronto secos. Josh le estaba ofreciendo justamente lo que necesitaba: tiempo. Pero no era una ingenua que creyera en los príncipes y en los deseos haciéndose realidad, de modo que preguntó:

—¿Y por qué?

Aquello no era un no, se dijo Josh apretando los puños. Si se movía un milímetro, si soltaba un solo músculo, toda la tensión acumulada estallaría dentro de él. Y no podía permitirse el lujo de asustar a Dani. No en ese momento, no estando tan cerca de conseguirlo.

—¿Por qué, Josh? —volvió ella a preguntar.

Josh miró en lo profundo de aquellos ojos verde oscuro. Eran como las sombras de un bosque. Ofrecían esperanza, pero exigían sinceridad. A pesar de todo, Josh consideró la posibilidad de contarle algún cuento, de engañarle diciéndole que lo hacía como favor a cambio de su ayuda, por haberle salvado la vida. Pero el pasado pasado estaba, y Josh siempre procuraba no hablar de él. Nunca.

—Porque mi hijo hubiera tenido seis años en otoño —se escuchó a sí mismo decir—. Y… nunca tuve la oportunidad de tenerlo en mis brazos. Ni a ella. No supe nada del bebé hasta que… fue demasiado tarde.

—No comprendo.

—¿Y crees que yo sí? —gritó Josh caminando hasta la ventana y descorriendo la cortina. Tras el aparcamiento el paisaje era tan desértico como su propia vida. Por primera vez sentía la necesidad de que alguien lo comprendiera. Y además necesitaba a Michael. Sin embargo, en lugar de explicarle a Dani sus sentimientos, le contó lo sucedido—: Cuando estaba estudiando derecho yo… bueno, mi novia se quedó embarazada. Fue un accidente. Pero según se vio las ambiciones de Carrie no incluían el hecho de ser madre, así que sin consultarme, se hizo un… —era incapaz de pronunciar la palabra a pesar de los años transcurridos—… Decidió no tener a mi hijo —terminó Josh esperando la reacción de Dani.

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Estaba seguro de que aquel acto le inspiraría lástima y rechazo, pero en lugar de ello el silencio invadió la habitación. Josh se dio la vuelta y parpadeó. La mirada de Dani expresaba sencillamente… desdén. Aquello lo puso rabioso.

¿Cómo era posible?, se preguntó. Aquella mujer, que lo había sacrificado todo por conservar a su hijo, no podía sino sentir rechazo por la historia que le había contado. Acababa de desnudar su alma ante ella, ¿como era posible que sólo cosechara su… indiferencia?

—Lo siento, Josh, siento mucho lo de tu… pérdida, pero…

Entonces, desde la habitación de al lado, se escuchó un llanto. Dani se apresuró a ver al niño, pero Josh no podía esperar. Necesitaba resolver aquel asunto de inmediato. Necesitaba a Michael, y necesitaba saber si iba a conseguirlo. Por suerte el niño dejó pronto de llorar.

—Escucha, Dani, tú necesitas ayuda, y yo… quiero lo que Carrie no quiso concederme. Aunque sólo sea temporalmente. ¿Qué me respondes? ¡Ven a Virginia conmigo!

—Pues…

Josh se pasó la mano por el cabello. Le estaba haciendo una oferta sensacional, y ella hubiera debido de aceptarla sin vacilar. Su mente comenzó a pensar en otros modos de convencerla:

—Escucha, en casa tengo una habitación preparada para el bebé —mintió.

—¿Una habitación preparada para el bebé? —repitió ella escéptica.

—Sí, con cuna y con todo. Es que… mi hermano… viene a visitarme mucho. Y se trae a sus hijos. Además yo estaré todo el tiempo en el trabajo… —Dani comenzó a morderse el labio—. Déjame hacer esto por Michael, por… el hijo que nunca tuve… —añadió metiéndose las manos en los bolsillos del pantalón y cruzando los dedos—. Por favor, ven a casa conmigo, Dani.

—¿Y cuándo podríamos marcharnos?

—Mañana —se apresuró Josh a contestar con el alma en vilo. Dani siguió mordiéndose el labio—. A primera hora de la mañana.

—Está bien.

Josh no podía creerlo. Cruzó la habitación para abrazar a Dani y estampó un beso en sus labios. Un furioso llanto resonó entonces en la habitación de al lado. Dani se soltó y se apartó de él.

—Ha sido un error —dijo entonces Josh antes de que ella pudiera cambiar de opinión, persiguiéndola—. No volverá a ocurrir. Es… es sólo que me he puesto tan nervioso y tan contento… —respiró hondo para hacer una promesa que no deseaba cumplir—: No volveré a tocarte, Dani. Demonios, ni siquiera te haré ninguna pregunta personal. Tienes mi palabra.

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Dani asintió sin molestarse siquiera en mirarlo. Simplemente corrió a ver a su hijo. Josh deseaba seguirla, mirar él también en la cuna.

Se estaba mintiendo a sí mismo, y Josh lo sabía. Deseaba volver a tomar a Dani en sus brazos, respirar su fragancia, invadir su boca. Aprender de memoria su cuerpo con las manos, con los labios, con…

Josh gruñó. Aquellas reacciones ante las formas femeninas de Dani tenían que parar. No quería complicarse la vida, era a Michael a quien quería en realidad. Y si no volvía a cometer ningún error tendría al niño durante seis semanas.

Pero aquella idea le recordó algo. Josh se dio la vuelta, buscó las botas, la cartera, y las llaves del coche de Ravjani. Tenía unas cuantas cosas que hacer antes de la mañana del día siguiente. Como por ejemplo buscar un coche y ponerse en contacto con Marletta. Le ofrecería una paga extra si lograba amueblar una de las habitaciones vacías de su casa con un dormitorio infantil completo.

Josh continuó haciendo la lista mental de las cosas que tenía que hacer mientras se ponía las botas. Conseguir un mapa, buscar un itinerario ligero que pudieran soportar un recién nacido y una madre aún sin recuperar, comprar una sillita de niño para el coche…

Josh corrió a la habitación de Dani, le dejó la comida y salió. Y al hacerlo vio la ropa tirada por el suelo de su habitación. Sí, también tenía que hacer la maleta. Entonces, al abrir la puerta, recordó la última cosa: llamar a su cuñada, en Montana, y decirle que estaba haciendo lo que le había aconsejado. Y añadir que era el mejor consejo que jamás le hubieran dado.

Por primera vez durante años estaba demasiado ocupado como para seguir lamentándose de sí mismo, su herida estaba cicatrizando. Se estaba curando.

Josh silbó y subió al coche de Ravjani. Compraría una furgoneta. Un modelo de lujo, con espacio suficiente para que Dani durmiera mientras él conducía. Y eso a pesar de desear en el fondo que Dani tardara bastante tiempo en recuperarse. Por fin había conseguido llevárselos a casa a los dos.

A la mañana siguiente, cuando Josh le enseñó las compras, Dani no supo si echarse a reír o a llorar. Josh había comprado un viejo Station Wagon de los años setenta, lleno de polvo y de manchas de pintura blanca.

—Vern no tenía mucho donde elegir, pero funciona, y como querías marcharte hoy… —explicó Josh a la defensiva.

Dani murmuró unas palabras de aprobación y comenzó a cargar las cosas de Michael en el vehículo.

—¡Yo lo haré! —gritó Josh quitándole los bultos.

Dani entró de nuevo en la habitación a recoger al niño y Josh colocó la sillita. Antes de que ella pudiera detenerlo él le cambió el pañal y se lo

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devolvió con una sonrisa que le aceleró el pulso. Por último Josh fue a recepción a pagar la factura del motel.

¿Durante cuánto tiempo iba a seguir siendo una carga para aquel pobre hombre?, se preguntó Dani tres días después mientras dejaba a Michael en su sillita tras la comida. Tenía que hacer algo para demostrarle su gratitud, ¿pero qué? Dani suspiró. Josh Walker lo hacía todo a las mil maravillas.

Josh se sentó al volante y arrancó el coche mientras Dani recordaba su explicación sobre las causas por las que deseaba ayudarla. La ira había sido tan patente en su expresión y en su tono de voz que no pudo evitar sonreír al recordarlo. Josh incluso se negaba a sí mismo sus propios problemas a las mil maravillas, pensó.

Para él, como para la mayor parte de la gente, la realidad era tan dura que simplemente no se enfrentaba a ella. Al escuchar que arrugaba y arrojaba al suelo un papel volvió a sonreír. Cada mañana su partida se retrasaba a causa de la búsqueda incesante de camisa limpia, cartera, o llaves del coche. Y cada noche, Dani se volvía loca tratando de ordenar el caos creado por el día.

Y, según parecía, Josh tampoco sabía demasiado sobre mecánica. Dani había arreglado el radiador a unos ciento cincuenta kilómetros de No Lake, y había diseñado un tapón para el tanque de la gasolina que él había olvidado cerrar nada más terminar de llenarlo en una estación de servicio. Eso había ocurrido al este de Texarkana, pero en ese preciso momento…

—Josh —lo llamó Dani levantando la cabeza de las almohadas.

—Deberías de estar durmiendo —contestó él sin mirar siquiera. Dani se volvió justo a tiempo para ver a Josh sonreír observando al niño—, igual que Michael.

Dani apretó los dientes. Sí, así era exactamente como la trataba, como a otra niña. Insistía en que pasara la mayor parte de cada tarde durmiendo en el colchón inflable que había colocado en la furgoneta, y por eso precisamente veía salir un humo azul del motor del vehículo.

—¿A cuánta distancia estamos de la próxima ciudad? —preguntó Dani pensando en que no había ninguna necesidad de rematar aquella furgoneta vieja y mal cuidada.

Josh rió con una carcajada suave y pesada.

—¿Para qué hay que parar esta vez? ¿Para ir al baño? —preguntó tomando un mapa y apoyándolo contra el volante—. Creo que dentro de diez minutos llegaremos a algún sitio. ¿Puedes esperar?

—Bueno, lo mejor será que ruegues para que el motor de la furgoneta pueda esperar —contestó Dani—. Estás quemando demasiado aceite, supongo que los bomberos llegarán de un momento a otro.

Dani contuvo el aliento. ¿Respondería Josh con la misma agresividad con que lo hacía Jimmy cada vez que alguien cuestionaba su forma de hacer las cosas?, se preguntó.

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—¿Quién? ¿De qué estás hablando?

—El coche tiene una fuga —explicó aliviada de ver que no era así—. Ese humo negro significa que la cosa no anda bien. Si no lo arreglamos no volverá a funcionar. Nunca.

—¿Crees que debería de disminuir la velocidad, o debo de ir más deprisa? No tengo ni idea de coches —confesó Josh—. Mi hermano pequeño, Dan, es el mecánico de la familia —explicó escrutando la reacción de Dani por el retrovisor.

Ni pizca de curiosidad, observó. Últimamente Josh no había hecho sino lamentar la impulsiva promesa que le había hecho, esperar a que ella rompiera las reglas accidentalmente para poder cambiarlas. Durante los tres últimos días había descubierto unas cuantas cosas sobre Dani Caldwell sobre las que se moría por preguntar.

—Sigue —indicó ella—. Cuando llegues a la próxima ciudad busca un almacén en el que vendan…

—Quieres decir un garaje, ¿no? —la interrumpió Josh casi jadeando al ver la forma en que sus ojos verdes sonreían traviesos.

No era de extrañar que Dani se hubiera casado nada más terminar el instituto, pensó.

—No, no necesitamos ningún garaje —contestó ella con seguridad—, yo puedo arreglarlo con cinta adhesiva y pegamento instantáneo.

Y eso fue exactamente lo que hizo, agachada bajo el coche en el mismo aparcamiento. Josh se hubiera sentido ridículo merodeando a su alrededor de no haber sido porque tenía que atender a Michael y enseñarle su primer olmo. Y además estaba ocupado revisando sus opiniones sobre Dani Caldwell.

No era un ángel. Y era joven, pero no una niña. No era la clase de mujer con la que él tuviera costumbre de tropezarse. Aquella idea surgió en la mente de Josh mientras murmuraba tonterías a Michael. No iba a cometer ninguna estupidez, pero… quizá sí pudiera tratar de ganarse la amistad de la madre de aquel bebé.

—Bueno, esto ya debería de estar —dijo ella saliendo de debajo del chasis del coche y limpiándose las manos en una toalla que Josh le ofreció—. Ahora le ponemos aceite y…

—¡Oh, qué bebé tan precioso! —exclamó una mujer que pasaba por delante—. Es igualito a su papá.

Dani terminó de limpiarse las manos y Josh, sin poder contenerse, preguntó al fin:

—¿Es cierto? —el corazón le latía acelerado—. Sé que te prometí no hacerte preguntas personales pero… ¿se parece Michael a su padre?

Al principio Dani pensó en no contestar. Simplemente cambiaría de tema de conversación. Sin embargo nunca en la vida había conocido a un hombre como Josh, a un hombre que se preocupara y cuidara de los

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demás sin tratar de gobernarlos, que respetara las habilidades y capacidades de los otros sin depender de ellas. Se merecía una respuesta.

—Creo que nuestra relación va más allá de la cortesía, Josh. Somos algo más que extraños. La verdad es que Michael se parece mucho a mí cuando era niña —añadió reprimiendo un anhelo instantáneo.

—Entonces seguro que será un adulto maravilloso —murmuró Josh acortando la distancia que los separaba.

—Muy bien, es mi turno —declaró entonces ella, deseosa de parar lo que fuera que estuviera a punto de ocurrir entre los dos.

Josh dio un paso atrás y estrechó con fuerza al bebé.

—Vale, pregunta —dijo después de una pausa mientras se le deslizaba un mechón de cabello dorado por la sien sin que hiciera nada por evitarlo.

Dani respiró hondo y volvió a mirarlo preguntándose si tendría el coraje suficiente. Corría el riesgo de quedarse tirada en medio de Tennessee, pero de pronto no la importaba. Estaba segura de que Carrie no había abortado por ambición, ninguna mujer tomaba fácilmente esa decisión.

Pero lo más importante de todo era otra cuestión. La forma en que Josh culpaba a Carrie de lo sucedido enmascaraba algo más: culpabilidad o miedo, una de dos. Y sus heridas no cicatrizarían hasta que no lo sacara todo a la superficie y se enfrentara al problema. Si Josh era incapaz de hacerlo solo quizá una sencilla chica de Lufkin pudiera ayudarlo.

—Bueno, adelante, Dani —la animó Josh comprendiendo que ocultar los sentimientos no servía para hacerlos desaparecer.

—Muy bien —dijo ella entonces levantando la vista para mirarlo a los ojos—. Cuando estabas estudiando derecho, ¿sabías qué había que hacer para tener un bebé?

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Capítulo 4—¡Por supuesto que lo sabía! —exclamó Josh. Lo sabía, y no deseaba

sino demostrárselo a aquel pequeño ángel tejano que jugaba a ser el abogado del diablo.

—Entonces lo que ocurrió no fue un accidente. Tú…

—Ni se te ocurra mencionarlo —contestó Josh irritado—. Yo soy el abogado, ¿recuerdas? El asunto principal es que Carrie debería de habérmelo dicho…

—No —lo interrumpió Dani tomando a Michael de sus brazos para ponerlo sobre su hombro y darle unos golpecitos rítmicos—. Tú deberías de haber…

—¿Estás diciéndome que lo que ella hizo estuvo bien? —preguntó Josh con los ojos como platos.

—No, desde luego que no —respondió Dani con tal fuego en los suyos que toda la indignación de Josh pareció desvanecerse—. Lo que digo es que si tú te hubieras comportado de un modo responsable desde el principio, ella no habría tomado esa terrible decisión.

El silencio se apoderó de ellos. Aquella mujer no comprendía la cuestión, se dijo Josh tratando de taponar el flujo de sangre que manaba de la herida de su alma.

—Si… si has cambiado de opinión con respecto a… —Dani levantó al bebé y se lamió los labios, incapaz de ocultar el miedo que escondía su actitud brava—… a lo de llevarnos a Virginia… lo comprendo. Déjame sólo que recoja las cosas de Michael.

Josh se quedó mirándola tembloroso. ¿Acaso creía en serio que sería capaz de dejarla ahí tirada?, se preguntó. ¿Qué clase de tipo creía que era?

—Entra en el coche —ordenó apretando los dientes y dando la vuelta para ponerse al volante sin mirar siquiera si había subido.

Luego estuvo maldiciéndola en silencio durante buena parte del trayecto.

En realidad les dio tiempo a atravesar todo Tennessee mientras Josh seguía pensando en la acusación de Dani. Sin embargo, mucho más tarde, al despertar de pronto en medio de la oscuridad y el silencio de la habitación del motel, Josh se sentía más avergonzado que enojado. Suspiró y se rindió al insomnio, sentándose en la cama y restregándose la barbilla sin afeitar con la mano. Sabía a dónde había tratado de llegar Dani haciéndole esa pregunta, pero era absurdo. Por mucho que fuera culpable de un descuido, por mucho que su estúpida falta de consideración de las posibles consecuencias estuviera mal, eso no significaba que lo que había hecho Carrie estuviera bien. Discutir sobre el pasado no iba a cambiarlo, ni lograría cambiar tampoco sus sentimientos hacia él. La decisión unilateral

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de Carrie le había robado la experiencia más hermosa que un hombre pudiera vivir jamás.

Y sin embargo, Dani se la había devuelto.

Josh dio un puñetazo en la almohada y escuchó los ruidos de la habitación de al lado. Debería de haber mantenido la boca cerrada. Había estado haciéndolo durante seis años, de modo que ¿qué hubieran significado otros pocos más? Además esperar que una mujer como Dani lo comprendiera era…

«Sí, desde luego», dijo una vocecilla en su mente, que parecía la de su cuñada. «Una joven viuda, con un recién nacido y sin padre, no puede saber nada sobre el sufrimiento, el dolor, o la pérdida del ser amado».

Bueno, entonces quizá Dani pudiera sugerirle cómo remediar su situación. Si es que eso era lo que deseaba hacer, pensó Josh volviendo a dar otro puñetazo en la almohada. Porque, ¿qué ocurriría si no encontraba nada más que vacío después? ¿Qué ocurriría si sólo conseguía volver a destrozarse el corazón? Pero, ¿y si en lugar de ello encontraba una esposa tan valiente y capaz de amar como Dani, una mujer deseosa de darle un hijo? Se preguntó saltando de la cama.

El sonido de un gorgoteo infantil procedente de la habitación de al lado atravesó la pared.

Una mujer como aquélla exigía amor, todo el corazón. Y toda el alma, si es que aún la tenía. Pero Josh no estaba seguro de poder dársela, ni de que deseara confiarle a otra mujer un pedazo de sí mismo.

Ésa era la razón por la que necesitaba al hijo de Dani. Aquel adorable bebé podía llenar el vacío de su alma sin necesidad de correr riesgo alguno. Aunque lo cierto era que por el momento no resultaba muy divertido. Michael no hacía nada excepto comer y ensuciar pañales. ¿Cuánto tiempo pasaría antes de que los dejara dormir una noche entera en lugar de mantenerlos en un estado de semiinconsciencia interrumpido de vez en cuando?, se preguntó.

Esperaba que Marletta hubiera amueblado la habitación. Quizá entonces, cuando el niño tuviera su propio espacio, los dejara a Dani y a él volver a la normalidad. La escena de aquella tarde en el aparcamiento no había sido…

Una vez más Josh vio los ojos verdes de Dani nublados mientras llegaba a una conclusión errónea e insultante sobre su pasado. Deseaba borrar las sombras de aquellos ojos verdes, y deseaba hacerlo preferentemente con un beso, con uno que los hiciera explotar a los dos de tal modo que acabara con todas las dudas y todos los miedos de Dani.

Josh se cruzó de brazos y escondió las manos bajo las axilas. Ésa era la razón por la que seguía ahí, en su habitación, dolorido y tenso de tanto anhelo mientras Michael protestaba y Dani dormía. Odiaba perder un solo instante de estar con el bebé, pero aquella noche había dejado que los muelles rotos del colchón lo destrozaran simplemente porque profundizar en su relación con Dani Caldwell le producía pánico.

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La imaginaba tras la oscuridad de sus párpados cerrados. A Dani con él, bajo él. Con sus largas piernas enredadas en las sábanas, con los pechos desnudos y excitados, suplicando que la besara…

Josh gimió. Su cuerpo clamaba por ella cada segundo que estaba despierto, lo había hecho desde el mismo instante en que había levantado la vista para mirar a través del parabrisas, nada más ver a aquel ángel. Pero si trataba de conseguir algo más de lo acordado y fallaba no sólo la perdería a ella, sino también al niño.

Josh volvió a gemir.

Ése era el problema de los padres temporales. Michael era el hijo de otro hombre, y Dani podía llevárselo en cualquier momento. No, se dijo en silencio levantándose de golpe de la cama para ir a tropezarse con una bota en el suelo y tambalearse. Luego sus piernas se enredaron en el vaquero, también tirado, cayendo hacia atrás sobre el colchón.

Josh reprimió un juramento y se frotó el codo herido. Cerró los ojos y tomó una decisión. Iba a superar la traición de Carrie y a probar a ver si con ello conseguía convertirse en padre.

Fueran las que fueran las concesiones que tuviera que hacerle a Dani, ella tendría que dejarle a Michael durante seis semanas, eso no era negociable. Y mientras tanto trataría de borrar algunas de las sombras de sus ojos.

—¿Josh? —lo llamó ella en un murmullo que le llegó al mismo tiempo que su fragancia—. ¿Estás bien?

No, contestó él en silencio. De hecho acababa de darse cuenta de que estaba terriblemente excitado.

Josh tiró de las sábanas y se las puso sobre el regazo justo antes de que Dani encendiera la luz de la mesilla. Ella llevaba un camisón con los botones de arriba desabrochados. Entonces Josh tiró de las sábanas otro poco más.

Dani se inclinó sobre él. Justo en el ángulo perfecto. Pero con la expresión incorrecta. Sus ojos estaban oscurecidos por la preocupación, no brillantes de pasión. Sin embargo su pelo caía suelto, como un río de seda, por encima de sus delicados hombros y más abajo, más abajo, hasta tocar casi su…

Josh gimió de nuevo en un esfuerzo por mantener las manos quietas, por no tirar de ella para llevársela a la cama, por no abrazar sus pechos, por no pesarlos con las manos. Para luego hacerla rodar y ponerla bajo él, para tomar su boca en otro glorioso beso mientras el universo explotaba a su alrededor…

—¿Estás enfermo? ¿Te duele algo? —preguntó ella sinceramente preocupada.

Gracias a Dios sentía por él algo más que simplemente la necesidad de ser precavida, se dijo Josh sonriendo y sintiendo la intensidad de su

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deseo. «Dani, tócame, por favor», susurraba su mente. La mano de Dani se acercó, lo rondó… pero acabó sobre su frente.

—Hmm… no estás caliente —anunció ella después de unos segundos.

Josh casi se echó a reír. ¿Que no estaba caliente? Si movía la mano hacia abajo descubriría… lo estúpido que era, pensó apretando los dientes y tratando de mantener el control.

—Estoy bien —musitó volviendo la cabeza.

Pero en lugar de comprender la indirecta aquella estúpida mujer deslizó los dedos por su cuello hasta posar toda la palma de la mano. Josh sabía que se estaba engañando. La mínima presión por parte de ella hubiera bastado para que tomara su boca. De inmediato. Deseoso y sin más contemplaciones. Tomaría su boca extasiado y después le haría todo lo que quisiera, le diría todo lo que quisiera, le daría todo cuanto quisiera.

Excepto su corazón y su confianza, pensó. Carrie le había dado una lección que no podía olvidar.

—No —dijo Dani apartándose de la cama—, no tienes fiebre. ¿Se te nubla la vista?

Josh sacudió la cabeza.

—Me he dado un golpe contra… —sacó una mano y señaló la mesilla.

—Ah —exclamó ella con su suave y sedoso acento tejano, volviéndose para marcharse—. Entonces no te molesto más.

Eso debía de creer ella, pero mientras él tuviera ojos y ella se mantuviera dentro de su horizonte era evidente que lo iba a molestar.

Josh pensaba dejarla marchar, pero algo se debía de estar cociendo dentro de él, una parte de su mente debía de estar aún pensando en todo aquel asunto de la experiencia de la muerte y la segunda oportunidad, porque antes de que ella diera un paso, dijo:

—No, espera, Dani. Esta tarde… quiero disculparme por… —¿por qué?, se preguntó. Ése era el quid de la cuestión. ¿Por negarse a perdonar a Carrie? ¿Por negarse a olvidarlo? Nunca—. Aaahh…

Al ver a Josh luchando por arreglar la situación sin renunciar a sus ideas, Dani comprendió que tenía que dejarlo soltar el anzuelo al que estaba enganchado. No podía sino sentir respeto e incluso admiración por el carácter de Josh, por su integridad. Aunque no estuviera de acuerdo con él.

—No, soy yo quien debe disculparse —dijo ella. La amarga experiencia le había enseñado que las buenas intenciones nunca lograban cambiar los sentimientos, por mucho que a veces sí cambiaran las ideas. Y sin eso…—. Tu vida es asunto tuyo, no mío.

—Bueno, pero no tenía derecho a comportarme así contigo —continuó Josh con ojos arrepentidos, del color del dorado verano—. Dani, por favor, no tengas nunca miedo de mí.

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Dani deslizó la vista, contra su voluntad y contra todo sentido común, por el largo y musculoso cuello que sus dedos habían tocado. Y se maravilló de su gloriosa masculinidad, de su pecho y del vello que lo cubría, rizado. Su corazón zozobró. Una vez más.

Como cada vez que lo miraba. O como cada vez que contemplaba aquellos increíbles ojos de color turquesa o aquella deliciosa sombra de su barbilla cuando no se afeitaba. O…

Bueno, su reacción ante Josh Walker demostraba que la maternidad no aniquilaba sus emociones e instintos como mujer, pero sí tenía que superarlos.

Dani suspiró. Estaba demasiado ocupada como para ser femenina. Ser la madre de un niño no era lo fácil que había imaginado. Parecía simple, pero incluso la reina de la supervivencia se sentía agobiada. ¿Cómo iba a arreglárselas durante los siguientes dieciocho años? Sólo tenía amor, y por desgracia para cuidar a un niño se requería además dinero.

—Me has salvado la vida, Dani —la voz profunda de Josh la devolvió al presente. Lo primero era lo primero, antes de pensar en la Universidad tenía que superar la etapa de los pañales. Josh se inclinó hacia adelante agarrando con fuerza las sábanas—. Y sean cuales sean nuestras diferencias de opinión, un Walker siempre mantiene su palabra. Confía en mí, Dani.

Eso hubiera deseado ella, igual que hubiera deseado poder subirse a la cama junto a él, apoyar la cabeza sobre su hombro, presionar los labios contra su sedosa piel, dejar que la llevara hasta el paraíso con uno de aquellos… expertos besos suyos.

—Bien, te lo agradezco mucho… todo.

Ésa era la razón por la que, al notar el dolor y la culpabilidad tras la amargura escondida en las palabras de Josh, había tratado de ayudarlo a salir de su situación. Un hombre tan paciente y amable como él debía de compartir los hijos de su propia sangre con una mujer que lo amara. Sin embargo Josh había dejado bien claro que no estaba dispuesto a enfrentarse a la parte de culpa que debía asumir en la tragedia y que aún lo mantenía prisionero, y si era así era mejor dejarlo en paz.

—Y… Dani… sobre esa otra cuestión…

—No, no lo hagas —lo interrumpió ella levantando la mano.

—¿Que no haga qué? —preguntó Josh con voz profunda, acariciándola con ella en la semi oscuridad hasta provocar su deseo.

—No vuelvas a disculparte por nada más, Josh, sobre todo por tus opiniones. Es mejor que consideremos el tema zanjado.

Josh sacó las piernas de la cama y se sentó. Apoyó los codos sobre sus musculosos muslos y se pasó la mano por el cabello.

—Quizá yo no pueda.

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Dani vio el dolor que trataba de ocultar tanto a sí mismo como a los demás. Por un momento, ella, Dani se preguntó si trataba de ayudarlo sólo por gratitud o a causa de sus deseos.

Pero no importaba. Sabía por experiencia lo tentador que resultaba negar los problemas, y sabía, además, que siempre se fracasaba. Aceptar la realidad, por muy desagradable que fuera, era el único camino para superar el dolor. Tenía que mostrarle el camino a Josh y ofrecerle la oportunidad de decidir si quería seguirlo o no. Y después retomar ella su propio camino.

—Lo siento, Josh, pero es así —dijo Dani dulce pero firme—. Todo terminó. Tu bebé se fue. Y tu novia…

—¡Me hubiera casado con ella! —exclamó Josh con los ojos turquesa brillantes, dejando caer la cabeza sobre las manos —¿Sabes?, ni siquiera recuerdo cómo era —dijo suspirando—. Carrie no… ¿por qué no me lo dijo? —preguntó medio susurrando.

Aquella era la pregunta que seguía atormentando a Josh a pesar del tiempo transcurrido. Pero por desgracia sólo Carrie podía contestarla. Entonces Dani pensó de pronto en los padres de Jimmy, los abuelos de Michael, y se preguntó si se pasarían el resto de su vida haciéndose esa misma pregunta con respecto a ella. Tenía que hacerles saber que tenían un nieto en cuanto se sintiera con fuerzas.

—No tengo ni idea, Josh —admitió—. Si alguna vez hablasteis de pasar el resto de vuestras vidas juntos…

—¿El resto de nuestras vidas? —repitió Josh medio gritando—. ¡Demonios, en aquel entonces me conformaba con sobrevivir ese semestre!

Ahí estaba, la culpa lo atormentaba tanto como el pesar. Dani se cruzó de brazos y rezó en silencio una plegaria para que no le ocurriera lo mismo, para no tener que comenzar con Michael una nueva vida a las tres de la mañana en… De pronto se dio cuenta de que ni siquiera sabía dónde estaba. Excepto, quizá, a punto de dar un paso decisivo en su vida.

—Y entonces, ¿por qué hiciste el amor con ella sin ninguna protección? ¿Estabas preparado para tener un bebé?

Josh se levantó de la cama.

—¡No! —gritó bajando la voz después tras mirar hacia la puerta, a donde dormía Michael—. Está bien, no —repitió—. No estaba preparado, pero lo hubiera estado si…

—No es tan fácil, Josh. Mucha gente es incapaz de prepararse de la noche a la mañana —dijo Dani sin mencionar que ése era el caso de Jimmy.

—¿Acaso estás disculpando su comportamiento? —preguntó Josh atónito e incrédulo.

—No, sólo lo acepto.

—¡Eso nunca!

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—No es necesario que te guste, sólo…

—¡Bueno, pues no! —todos los músculos del cuerpo de Josh se tensaron—. ¡Nunca!

Ahí radicaba el problema. Aquella era la mejor forma de malgastar una vida. Dani levantó el mentón y preguntó:

—¿Y qué crees que consigues con esa actitud, Josh? ¿Acaso puedes cambiar el pasado? No, sólo sirve para destrozarte también el futuro —añadió mirando para abajo y dejando que él viera su propio dolor por los sueños no realizados—. Y por si te sirve de ayuda te diré que un bebé nunca consigue que una relación de pareja mejore, te lo digo por experiencia.

Tras unos instantes de silencio, Josh extendió las manos de tal modo que Dani deseó lanzarse a sus brazos para buscar el consuelo que todo hombre y toda mujer pueden darse. Y de pronto estaba en sus brazos. Josh la abrazaba en silencio, con fuerza, presionando la mejilla contra su cabeza. Aquello le hacía sentirse bien, maravillosamente. A salvo. A pesar de estar en el lugar más peligroso que pudiera haber para ella, un lugar en el que los sueños crecían. No eran grandes sueños: un hogar, una familia, un marido que la amara y cuidara…

Pero tenía que controlarse, su vida ya no le pertenecía. Dani dio un paso atrás y él la soltó. Entonces se esforzó por caminar hacia su habitación. A pesar de todo esperaba que aquella semilla que acababa de plantar echara raíces. Porque Josh se merecía ser feliz.

—Dani —la llamó él, deteniéndola en el dintel de la puerta—. No quiero discutir contigo, pero lo que hizo Carrie estuvo mal. Y el hecho de que la perdone no va a cambiar eso.

Josh era un estúpido arrogante, pensó Dani.

—Eso es precisamente lo que he estado tratando de decirte —replicó ella sin darse la vuelta—. No es cuestión de perdonar.

De alguna forma, Dani consiguió marcharse a su habitación y cerrar la puerta. Cuidar de Michael, recuperar las fuerzas, buscar un modo de ganarse la vida y alejarse de Josh Walker antes de volver a cometer otro error, eso era lo que tenía que hacer.

Era evidente que Josh necesitaba una mujer, pero también que ella no era esa mujer. Dani había fallado en una ocasión, y no podía arriesgarse a que ocurriera de nuevo. Necesitaba todas sus energías para Michael. Y eso dejaba a Josh Walker fuera de juego.

Dani cerró los ojos durante unos minutos, antes de que le tocara dar de nuevo el pecho al bebé. Las lágrimas humedecieron sus ojos, pero la costumbre la ayudó a enjugárselas sin pensar.

Si no era cuestión de perdonar, ¿de qué diablos era cuestión?, se preguntó Josh cruzando la habitación y dejándose caer sobre la cama para mirar al techo. Esperaba a que saliera el sol para reclamar el terreno perdido aquella noche, fuera el que fuera. Porque había una cosa que

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estaba clara: tenía que conseguir a ese niño en particular: a Michael. Nunca comprendería a las mujeres ni podría entablar con ellas una relación que tuviera como fruto un bebé.

Al amanecer, Josh se duchó, se afeitó, rebuscó por toda la habitación hasta encontrar una camisa limpia, y se vistió. Luego escuchó los ruidos procedentes de la otra habitación hasta que, hacia las seis, abrió la puerta y entró con toda naturalidad, como si no hubiera ocurrido nada la noche anterior, para cambiarle el pañal a Michael. Incluso le pidió a Dani que se acercara a la cafetería y fuera desayunando.

—Quizá te apetezca estar un rato sola, yo puedo quedarme con Michael y hacer las maletas.

—Está bien —asintió Dani—. Te guardaré un sitio.

En cuanto Dani se marchó, Josh llevó a Michael a su habitación, lo dejó en su sillita sobre la cama, encendió la televisión y tomó el teléfono para marcar el número de su secretaria.

—Espero que tengas una buena razón para llamar a estas horas —advirtió Marletta nada más descolgar sin saber siquiera con quién estaba hablando.

—Soy yo —rió Josh—. Y a mí no me vengas con cuentos, porque sé muy bien que dentro de media hora te marchas a misa. Bueno, ¿te debo ya esa paga extra?

—¡Desde luego que sí!

Marletta era una mezcla de Cherokee y afroamericana de temperamento caliente y acento sureño, pero con una lengua muy afilada. Había trabajado con Josh desde los comienzos, y reclamaba para sí la mitad de su éxito. Era lo más parecido a una amiga para Josh.

—¿Lo tienes todo? —preguntó él impaciente, mirando el reloj, deseoso de pasar un rato con Michael antes de reunirse con Dani.

—En tu banco te adoran, Walker —aseguró Marletta—. He comprado una cosa de cada de todo lo que venden en la ciudad, desde cuna hasta mesita para cambiar pañales y corral. Pero dime, ¿cuándo voy a conocer a la causa de tanta frenética compra?

—Pues por el momento su madre apenas lo pierde de vista unos segundos —sonrió Josh besando al bebé.

—Es a ella a quien quiero conocer, so tonto.

—Ah pues… no creo que esté dispuesta a recibir visitas aún, Marletta.

—¿Es que sufre la depresión postparto?

—¿Y eso cómo se sabe?

—Bueno, ¿le da por llorar? ¿Ha perdido el interés por su bebé?

—¿Dani? ¡Que va, es una madre devota! Marletta, ¿sabes lo increíbles que son los bebés? —preguntó Josh mirando al niño embelesado.

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—¡Y el trabajo que dan! Sí, pero escucha: por mucho que quiera a su hijo, esa Dani tiene que sentirse agobiada en este preciso momento. Necesita apoyo emocional, y tú has sido el elegido.

—Ella no necesita nada de mí —contestó Josh convencido.

Al menos nada que pudiera darle. Josh admiraba el coraje y la devoción de Dani, y desde luego se moría por su cuerpo, pero esa admiración era todo lo que podía ofrecerle. Porque al fin y al cabo sí que era cuestión de perdonar, ¿no era así?, se preguntó en silencio.

—Bueno, un ramo de flores no va a arruinarte —soltó Marletta.

—Bien, gracias por el consejo. Te llamaré en cuanto volvamos.

Josh recogió las cosas de aseo y las metió en la bolsa de la tienda que usaba como maleta. Aún culpaba a Carrie por lo sucedido, y tenía intención de hablar con Dani sobre ello y de hacerle comprender que había unos cuantos fallos en su razonamiento. Sin embargo, tras la discusión de la noche anterior, el fuego de su ira no ardía con tanta intensidad aquella mañana. Y eso tenía que agradecérselo a Dani.

Quizá le comprara esas flores después de todo.

Josh cruzó el aparcamiento de dos zancadas y entró en la cafetería. De pronto estaba rodeado de olores y ruidos: música country, chocar de tazas, humo de cigarrillos, olor a huevos fritos, café.

Josh se quedó de pie, cerca de la puerta, y buscó con la vista a Dani por la barra y por las mesas. Un camionero más grande que una montaña, con una coleta grasienta, estaba sentado en la primera mesa, de espaldas a él, impidiéndole ver más allá. Josh agarró la sillita de Michael y trató de pasar por delante.

—No, gracias, estoy esperando a alguien —escuchó Josh.

Aquella voz le resultó familiar. Sonaba tranquila, estoica, incluso. Sin embargo sus ojos verdes estaban nublados.

—Vamos, muñeca —dijo el camionero alargando una mano por encima de la mesa. Dani se apartó de él—. No te hará ningún daño ser amable conmigo.

—Quítale las manos de encima —explotó Josh. Aquella mujer era suya—. ¡Ahora!

El camionero ni siquiera se molestó en mirarlo.

—En primer lugar ni siquiera la he tocado —contestó agresivo—. Y en segundo lugar, ¿por qué no te ocupas de tus propios asuntos, chaval?

—Eso es lo que estoy haciendo —contestó Josh con los dientes apretados—. Ella está conmigo.

El tiempo pareció detenerse de pronto. Por unos instantes no ocurrió nada. Después, el camionero apoyó una enorme mano sobre la mesa y trató de salir del banco que servía de asiento. Finalmente se puso en pie.

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Y por segunda vez en el plazo de una semana, Josh vio su vida amenazada. En aquella ocasión por un hombre que medía y pesaba casi lo que un camión. Se llamaba Bubba.

Capítulo 5Al menos eso ponía en su camiseta, aunque para Josh aquello no

tuviera la menor importancia.

—Ella está conmigo —repitió dejando la sillita de Michael sobre el asiento, al lado de Dani, mientras el camionero, rojo de ira, lo miraba a punto de estallar.

Vagamente, como sonido de fondo, Josh escuchó sillas y mesas moverse, apartarse. El disco que estaba sonando se silenció de pronto. Tenía audiencia.

Bubba dio un paso adelante obligando a Josh a levantar la cabeza para mirarlo desde tan cerca. Brillante, reflexionó Josh irónico. Aquella era su primera pelea desde el bachillerato, y había ido a escoger precisamente a un peso pesado.

—No veo que la dama lleve ningún anillo —declaró el gigante—. Y no me gusta tu actitud —añadió levantando ambos puños delante del enorme pecho.

—Escucha, Josh —intervino Dani atemorizada, aclarándose la garganta—, y tú…. Bubba. Estoy segura de que…

—Sal de ahí, Dani —ordenó Josh con voz profunda sin apartar los ojos del mamut. Dani recogió automáticamente la sillita del bebé y se deslizó por el banco para ponerse de pie. Ambos hombres la ignoraron, estaban demasiado ocupados.

Un solo puñetazo de Bubba podía mandar a Josh a emergencias. Tenía que hacer algo, ¿pero qué?, se preguntó Dani.

Cualquier cosa con tal de que el monstruo no le hiciera daño a Josh. Dani meditó sobre las alternativas y fue desechándolas una tras otra. Tenía un nudo en el estómago.

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¿Cómo le enseñaría a su hijo Michael a comportarse como un hombre?, se preguntó mientras los dos hombretones medían sus fuerzas con la mirada. ¿Podría enseñarle a comportarse igual que ellos, a despreciar el peligro sin vacilar para defender al débil?

—¡Sal fuera y llévate a Michael! —ordenó Josh.

De ningún modo lo haría, se dijo Dani. Una cosa era tener coraje, y otra muy distinta sacrificarse inútilmente.

—Venga, chicos, no hay necesidad de…

Ambos hombres la miraron de tal modo que Dani tuvo que callar. Después siguieron enfrentándose el uno al otro como si nada hubiera pasado.

—Puede que yo opine que sí hay necesidad —dijo Bubba.

—Pues yo estoy encantado, si es lo que quieres —replicó Josh.

—Escucha, chaval, ¿por qué no le preguntas a la dama si…?

—No necesito preguntarle nada —soltó Josh.

Los dos hombres comenzaron a dar vueltas moviendo los pies, con los puños levantados, amenazándose mutuamente.

Aquello era ridículo, pensó Dani interponiéndose de pronto entre los dos. Tal y como esperaba su inesperada intervención calmó los masculinos y agresivos ánimos durante unos segundos. Sólo tenía que conseguir que aquello durara lo suficiente como para que los cerebros de ambos comenzaran de nuevo a funcionar. Si es que alguno de los dos tenía neuronas en el cerebro, claro. Dani respiró hondo, pensó en las chicas que, en medio de los coches, dan la salida en las carreras y… se echó a reír.

Josh y el camionero se quedaron atónitos.

—Escucha, cariño, estoy segura de que este hombre no pretendía hacerme daño —comenzó a decir Dani esforzándose por reír una vez más y dándole unos golpecitos a Josh en el brazo—. Además, sabes muy bien que no debes de pelearte con los civiles —luego, volviéndose hacia Bubba, le confió en voz baja—: No sería justo, ¿sabes? Mi Josh podría matar a un hombre de veinte maneras diferentes… y sólo con las manos —añadió haciendo un chasquido con los dedos.

Bubba se puso pálido. Sus ojos miraron a un lado y a otro, buscando una salida. Dani aprovechó para señalársela rápidamente, rogando en silencio en su interior.

—En serio, no le hagas caso —continuó Dani advirtiendo al colosal camionero de acento tejano—. Está un poco nervioso estos días porque… —sonrió levantando la sillita de Michael—… bueno, tuve al bebé hace una semana, y desde entonces no… bueno, ya sabes… no…

Dani guiñó un ojo al camionero mirando la entrepierna de Josh. Éste, sintiéndose aludido, abrió la boca atónito. Bubba observó a Dani y luego a Josh, muy despacio. Josh permanecía inmóvil, casi de puntillas, colorado.

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Como un tonto, reflexionó Josh. Dani no necesitaba de su protección. Era ella quien iba a sacarlos de aquella situación. Y sin un solo golpe. Lo cual, en realidad, era lo mejor. Al menos para él. De otro modo aquella segunda oportunidad que se le había brindado sería la más corta de la historia.

La adrenalina de Josh comenzó a correr por la sangre más lentamente, y la furia que lo había poseído a desaparecer. Josh dejó caer los puños a los lados.

Los labios de Bubba comenzaron a temblar hasta que se le abrió la boca, soltando de pronto una carcajada. Una mano gigante cayó entonces sobre el hombro de Josh, mandándolo prácticamente al otro lado de la cafetería.

—Bueno, chico —exclamó el camionero en tono jovial, sustituyendo el antagonismo por la solidaridad masculina—, ya comprendo por qué estás así, pero cálmate. Tienes un hijo precioso, y tu chica no va a estar fuera de juego eternamente —rió dándole otra palmada.

—Josh —lo llamó Dani.

Aquella forma de pronunciar su nombre era como una caricia, pensó Josh medio en sueños, perdiendo todo interés por Bubba. Entonces Dani le pasó la sillita de Michael. Debía de saber que no podía pelearse con una sola mano.

—Venga, cariño —añadió ella con ojos suplicantes. El calor que irradió de su mano al contacto lo excitó, alertó todas las células masculinas de su cuerpo—.Vamos.

—Está bien —concedió él jurando para sus adentros al ver a Bubba echarse a reír. Pero si uno podía jugar a aquel juego el otro también, reflexionó Josh deslizando un brazo por debajo de la coleta de Dani—. Lo que tú digas, cariño —murmuró tirando de ella para abrazarla y besarla.

Primero suavemente, después, con pasión. Profundamente.

Al soltarla, Josh se tambaleó. Pero también ella perdió el equilibrio, observó él satisfecho. Luego miró a Bubba y asintió con camaradería, guiando a Dani fuera de la cafetería con una mano posesiva sobre su espalda. La llevó directamente al coche.

Sin decir palabra.

Estaba ocupado perdiendo la cabeza. Otra vez.

Y revisando su participación en el juego. Otra vez. Porque, al fin y al cabo, una retirada a tiempo era una victoria. Los besos de Dani Caldwell lo ponían a cien, lo hacían temblar de deseo de la cabeza a los pies.

Ardía en deseos por enredar los dedos en aquella gloriosa mata de pelo, se confesó. Ardía en deseos en aquel mismo instante, en aquel preciso lugar, por tirar de ella y besarla apasionadamente, por deslizar las manos por aquellas caderas y por aquel torso hasta alcanzar los pechos y hacerla, a ella también, temblar de deseo. Entonces se la llevaría a la cama, a uno de esos moteles que habían estado frecuentando.

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Con Michael. Con un bebé de sólo una semana. ¿Acaso estaba loco? Tenía que dejar de besarla, dejar de desearla todo el tiempo y en cualquier posición. Especialmente con ella encima, con el pelo suelto y sedoso cayendo por encima de su…

Era peligroso cederle el corazón a una mujer, lo sabía por experiencia. ¿Cómo podía entonces mostrarse tan posesivo con una a la que sólo conocía desde hacía una semana?, se preguntó.

Josh apartó la mano de la espalda de Dani. Abrió el coche. No confiaba en sí mismo lo suficiente como para decir nada, así que no dijo nada. Simplemente ató la sillita de Michael al asiento de atrás. Y condujo como si se lo llevara el viento.

Habían hecho un trato: seis semanas de santuario para Dani y seis semanas de bebé para él. O se deshacía de su ferviente deseo por Dani o no podía considerarse mejor que Bubba.

Se los llevaría a casa y, una vez allí, se atrincheraría en una barricada en su propia oficina durante una semana o dos. Volvería a su rutina, a su vida segura, estéril y vacía. No era un gran cambio para un hombre al que se le había concedido una segunda oportunidad, pero no quería ser la causa de aquellas sombras en los ojos verdes de Dani.

Dani contempló el paisaje por la ventanilla del coche. Virginia se parecía al este de Texas, pero era más bonito. Se sentía a gusto allí, excepto por…

Dani observó a Josh, que conducía en silencio. Probablemente tratando de recomponer su ego masculino herido. Y todo por haber intervenido ella antes de que ambos hombres pudieran herirse mutuamente.

Desvió la vista hacia las fuertes manos de Josh. Sus puños habían estado listos para defenderla, pero también sabían abrazar a Michael con suavidad. ¿Cómo serían sus manos cuando tocaran a una mujer?, se preguntó. ¿Apasionadas, tiernas? ¿Se mostraría…?

El recuerdo del exquisito beso de momentos antes la llevó a fantasear sobre aquella cabeza dorada inclinada sobre ella, sobre aquellos labios explorándola, sobre aquellas manos acariciándola…

Tenía que dejar de soñar. Ella no era el tipo de mujer por la que Josh podía interesarse, era una simple chica de Lufkin, una niña con un bebé al que le hacía falta un padre. Sin embargo no encontraba el modo de dar con un padre sin acabar con un marido. Dani se mordió el labio. Tras el desastre de su matrimonio no estaba muy segura de desear otro esposo. A menos que tuviera el cabello dorado como la miel, los ojos de color turquesa, y un coraje y un corazón enorme, escondidos bajo el amplio pecho.

Sin embargo, Josh tenía, además de todo eso, un enorme sentimiento de culpabilidad y un gran resentimiento en su corazón, recordó Dani suspirando, deseosa de encontrar el modo de ayudarlo a superar su pasado. ¿Pero cómo?, ¿cómo convencerlo de que abriera su corazón

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cuando incluso ella tenía miedo de hacerlo? ¿Serían los hechos más eficaces que las palabras?, se preguntó vibrando en su interior, soñando anticipadamente con ese contacto.

Josh gruñó y Dani abandonó el futuro para ocuparse del difícil presente.

—Sí —dijo cruzándose de brazos—. Eso pensaba yo. Estás enfadado.

—¿Qué?

—Escucha, lo siento —continuó ella elevando las manos—. No sabía qué hacer. Si hubiera sido un hombre menos fuerte te habría dejado que te pelearas con él, te lo juro.

Tras unos instantes tensos, en silencio, Josh se echó a reír. Sus carcajadas sonaron ricas, milagrosas. Debería de ser ilegal reírse así, pensó Dani soñando con oírlo más a menudo.

—Créeme, Dani, me alegro de que intervinieras.

—¿En serio?

Nunca había conocido a un hombre como Josh Walker. Al verla en peligro no había vacilado en protegerla, pero de pronto le guiñaba un ojo y le agradecía que hubiera intervenido y que la hubiera salvado.

—Sí —rió Josh de nuevo—, te lo aseguro. Prefiero conservar la vida antes que perderla sólo para demostrar mi virilidad.

—Tú no necesitas demostrar tu virilidad —soltó ella—. Todo el mundo puede ver que… eehh… bueno, ya sabes lo que quiero decir.

—Gracias —respondió él con ojos turquesa brillantes, sonriendo de aquel modo que la hacía vibrar y soñar con amar de nuevo.

—Bueno, de todos modos gracias por protegerme.

—Hubiera hecho lo mismo por cualquier otra mujer —insistió Josh.

Pero era mentira. La nobleza no tenía nada que ver con aquel asunto. Josh simplemente se había puesto furioso al ver a aquel tipo encima de Dani. Y una hora después aún seguía furioso sólo de pensarlo. Tenía que luchar contra el deseo compulsivo de poseer él solo a aquel ángel de Texas. Tenía que apagar las llamas con la cruda realidad.

—Eres tú quien… me salvó la vida. ¿En dónde aprendiste a manejar situaciones como ésa?

—Jimmy comenzó a frecuentar lugares y gentes inadecuadas —explicó Dani—. Quizá hubiera debido de ir más con él, quizá hubiera podido hacer algo…

El dolor que reflejaban sus palabras le resultó familiar a Josh, cuyo primer impulso fue cambiar de tema. Sin embargo no lo hizo.

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—Nadie puede salvar a una persona que se empeña en destruir su vida —afirmó Josh comprendiendo de pronto que eso era, precisamente, lo que Dani había tratado de explicarle la noche anterior.

Sin embargo seguía sin comprender qué relación tenía el perdón con todo aquello. Necesitaba reflexionar, pero lo haría más tarde. Dani estaba mordiéndose el labio.

—Si Michael se porta bien puede que lleguemos a Fallsboro antes de que haya que darle otra vez de comer —continuó Josh.

—¿Cuánto tiempo llevas viviendo en Fallsboro?

—Un par de años, pero llevo casi cinco en la zona de Washington D.C.

—¿Y por qué? Creía que habías nacido en Montana.

Cuando los ojos de Dani brillaban verdes como las esmeraldas, sin que los nublara la preocupación, y sus labios se curvaban lujuriosos en una sonrisa como aquella, Josh se sentía capaz de concederle cualquier cosa. Por eso, mientras conducía, le contó sus esperanzas de influir en la legislación medioambiental que estaba en marcha. Se escuchó a sí mismo contarle que de hecho había aportado ya datos importantes a las conferencias que se habían celebrado en la Casa Blanca y que estaba tratando de llegar a un acuerdo con el nuevo presidente de un importante comité del senado.

Pero hasta el momento, añadió, Elliston Perrodeaux, el presidente de ese comité, se le había escabullido. Sin embargo él continuaba llamándolo por teléfono a su oficina con regularidad, invitándolo a desayunos, comidas, o cenas.

—Y uno de estos días acabaré por pillarlo en un momento de debilidad —se juró en voz alta, echándose a reír—. Hasta entonces… —se encogió de hombros.

—Cuéntame algo sobre Fallsboro —sugirió Dani—. ¿Cómo es?

—Bueno, es… —en Fallsboro había un supermercado, un banco, una tintorería… Pero en realidad, más allá de eso, Josh no se había fijado demasiado—. Será mejor que lo decidas por ti misma —declaró comprendiendo que había vivido como un sonámbulo.

Nada más pasar la señal que les daba la bienvenida a Fallsboro, Dani miró atenta a su alrededor. Y lo mismo hizo Josh, que casi vio la ciudad por primera vez.

Casas. Una granja. Un centro comercial con oficinas y tiendas. Un buen lugar para criar a un niño, pensó Dani.

Durante seis semanas.

—Y en cuanto a Michael y a mí —Dani se ruborizó—… ¿estás seguro de que tu casa es lo suficientemente grande?

Josh reprimió un gemido. Ni siquiera todo el estado de Montana era lo suficientemente grande para ellos dos, pensó.

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—Sí, hay espacio —dijo al fin—. Tres dormitorios, un baño. Cocina, garaje.

—Suena maravilloso.

—Juzga por ti misma —volvió a sugerir Josh.

Dani miró curiosa por el parabrisas. Habían pasado por delante de encantadoras casitas antiguas con jardines y juguetes tirados sobre la hierba, y al final de la calle había un parque, observó con lágrimas en los ojos. Aquel era su sueño perdido hecho realidad.

—¿Cuál es? ¿Cuál es tu casa? —preguntó Dani ansiosa.

—Está por allí —contestó Josh señalando más allá del parque.

Señalando exactamente hacia una prisión. De hecho era un vecindario completamente nuevo, cerrado, de bloques idénticos de ladrillo flanqueados por farolas y una valla de seguridad. Seguramente los profesionales de alto standing lo considerarían un lugar muy deseable, pero a Dani le parecía más bien un correccional. Y había una caseta de guardas a la entrada.

Al detenerse en ella a rellenar un formulario de entrada, Dani decidió que era el lugar perfecto para Josh. En el fondo seguía siendo el prisionero de su culpa y dolor, seguía cumpliendo su condena en soledad. En aquella prisión.

—Ya estamos —dijo Josh deteniendo el coche dos calles más allá, saliendo y ayudando a Dani antes de sacar a Michael con su sillita—. ¿Por qué no vais entrando mientras yo saco las cosas? Espera, buscaré las llaves —añadió tendiéndole al niño y rebuscando por los bolsillos. Como era habitual las llaves no aparecieron. Por fin las encontró, sobre el salpicadero, junto a envoltorios de chicles vacíos y recibos de gasolina—. Toma. El dormitorio del niño está… —había olvidado preguntarle a Marletta cuál era la habitación que había amueblado, de modo que añadió vagamente—: subiendo las escaleras.

Dani se quedó mirándolo unos segundos. Luego levantó la barbilla y se encaminó hacia la casa. Se sentía rechazada, y no podía evitar darse cuenta de que la proximidad que había compartido con Josh durante el viaje se había terminado. Él estaba al fin en su territorio, y debía de estar deseando que el acuerdo al que habían llegado volviera a sus condiciones originales.

Estupendo, pensó. Volvían a ser dos extraños compartiendo temporalmente un techo. Dani se acercó a la casa. Se conformaría con la fría cordialidad de Josh Walker.

—Vamos, Michael, echemos un vistazo a nuestra casa temporal. Después te daré de comer.

Dani abrió la puerta y vio un estrecho vestíbulo con una escalera a la derecha y un corto pasillo que acababa en una cocina al fondo. A la izquierda, un arco daba paso al…

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Dani cruzó el suelo de mármol en damero negro y blanco y asomó la cabeza por el salón. Había un balón de baloncesto sobre la pantalla de una lámpara, tres zapatillas de deporte con calcetines enrollados sobre diversos estantes de la librería de obra que cubría las paredes, montones de cintas de vídeo y de CD en equilibrio sobre latas de refrescos, cerca de un ordenador, una pila de periódicos de al menos una semana sobre el brazo de un sillón, y un montón de libros sobre un sofá, junto a camisas revueltas. Entre los cojines, un paraguas y una raqueta de tenis. Y una televisión sobre una pequeña mesa.

O bien la casa había sido asaltada o bien Josh era un tipo verdaderamente detestable, se dijo Dani. Pero sin algún que otro defecto, ¿quién hubiera podido resistirse a él? Magnífico, de ese modo podría mantenerse ocupada y no cometería el error de enamorarse de Josh.

En el piso de arriba la primera puerta a la derecha daba paso a una habitación regada de ropa, equipos de deporte y libros.

—La habitación del señor —imaginó Dani echándose a reír.

¿Cómo era posible que tal desorden produjera finalmente una belleza masculina tan perfecta e impecable?, se preguntó.

Michael lloró desesperado por comer. El dormitorio del niño estaba al otro lado del pasillo, y estaba completamente amueblado. Tras echar un vistazo al baño y al dormitorio adyacentes, Dani se dejó caer sobre una mecedora cerca de la ventana. Los sobrinos de Josh tenían suerte, pensó mientras daba de mamar al bebé.

Al terminar dejó al niño suavemente sobre la cuna. Acababa de abrocharse la blusa cuando escuchó una voz masculina y aterciopelada pegada a su espalda.

—¿Qué tal está mi niño?

Dani cerró los ojos tratando de ignorar sus sueños, sus estúpidos sueños sobre un hogar lleno de risas y amor, sobre una cama y un hombre que la amara, sobre un montón de niños, muchos niños de cabellos dorados y ojos color azul turquesa.

Probablemente Josh no pudiera evitarlo, probablemente rompiera los corazones sin ni siquiera darse cuenta. Lo tenía tan cerca que podía oler su fragancia, sentir su mirada cálida color turquesa mientras tomaba al bebé y lo ponía sobre uno de sus hombros para sonreír con aquella sonrisa tan sexy.

—Escucha, Dani, yo… es decir, ¿podrías…?

Josh se balanceaba adelante y atrás, dando ligeros golpecitos en la espalda de Michael rítmicamente, sin mirarla a los ojos. El corazón de Dani comenzó a latir con fuerza. ¿Habría cambiado de opinión en cuanto a su estancia en la casa?, se preguntó. No, Josh no. Era imposible.

—¿Que si puedo qué?

—Bueno, es que llevo mucho tiempo fuera de casa, y los armarios de la cocina están vacíos. Yo odio ir a la compra —confesó encogiéndose de

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hombros—, así que me preguntaba si… bueno… si me quedo con Michael, ¿te importaría ir tú a comprar?

Dani parpadeó perpleja.

—¿Que odias ir a la compra? Pero, ¿qué cosas sueles comer?

La expresión suplicante de Josh resultaba absolutamente adorable.

—Bueno —declaró con los dientes apretados—, a veces pongo cosas en el microondas, pero hace años que no tomo comida casera.

—¡Pobre hombre! —exclamó Dani dejándose caer sobre la mecedora.

Aquel fue el turno de Josh de parpadear perplejo. ¿Cómo era posible que Dani sintiera pena por él porque comía mal y no lo compadeciera en cambio por lo de Carrie?, se preguntó.

—Si estás seguro de que quieres cuidar de Michael… —declaró ella levantándose de la silla y caminando hasta la puerta—, yo desde luego no tengo ningún inconveniente en ir a la compra.

Josh sonrió triunfante y declaró:

—Compra sólo cosas para desayunar, tengo una lista de restaurantes de comida rápida que sirven a domicilio. Podemos pedir pizza, comida china… lo que tú quieras.

Dani se volvió al llegar a la puerta y sonrió haciéndolo estremecerse.

—Tus días de comida rápida han terminado, chico. En cuanto me des las llaves del coche, claro. Ah, y direcciones y algo de dinero —añadió ruborizándose.

—No hay problema, vamos —contestó Josh bajando las escaleras y entregándole un mapa con los supermercados señalados y algo de dinero—. He estado comprobando los mensajes del contestador mientras mamá y tú estabais arriba —añadió Josh dirigiéndose hacia el bebé mientras despedía a Dani, en la puerta principal—. El caso Endicott está al rojo, lo que significa que mañana tendré que ir a la oficina. Por eso quiero que tú y yo juguemos hoy, ya dormirás la siesta cuando mamá vuelva.

Josh volvió al salón y descubrió casi de inmediato que su observación sobre los bebés había sido certera y profética: cuando apenas tenían semanas ni siquiera podían jugar. Sin embargo sí que podían llorar. Y berrear. Muy alto. Y sin descanso.

Transcurrió una hora. Llorando y berreando. Aquella fue la hora más larga de la vida de Josh. Y al finalizar comprendió qué era lo que el bebé no quería: no quería que lo cambiaran de pañal o de ropa, que le dieran golpecitos en la espalda, oír música o ver la televisión, ni que le leyeran cuentos, ni estar a oscuras ni con luz. Ni siquiera quería que lo dejaran solo por espacio de más de veinte segundos, pero tampoco que lo tuvieran en brazos.

¿Cómo diablos soportaba la gente aquello día tras día?, se preguntó Josh poniéndose cada vez más tenso al ver que el bebé no dejaba de llorar. Josh lo sentó en su sillita, lo tumbó en la cuna, después sobre una

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sábana en el suelo del salón, sobre su cama y en el corral. Pero no consiguió calmarlo.

Desesperado, le preparó su primer baño al bebé. El llanto por fin se hizo más suave, pero no cesó. Y justo al alcanzar la toalla, Josh descubrió qué calmaba al niño: la imitación de ruidos.

Cargada con bolsas del supermercado, Dani entró en la casa de Josh. Le había dado un buen pellizco a su cuenta bancaria, pero lo cierto era que, tras un rápido vistazo en la cocina antes de salir, había descubierto que sólo tenía ketchup, una cerveza y unos pepinillos. En los armarios no había nada más que polvo.

Dani guardó los alimentos perecederos en la nevera y dejó el resto para después. Tenía que ir en busca de Michael. Y de Josh. Y además tenía una buena excusa: el dependiente había estado de acuerdo con ella en que aquel viejo Station Wagon que Josh había comprado en No Lake necesitaba una revisión.

Al dirigirse hacia las escaleras para subir, Dani escuchó un ruido extraño.

—¿Josh? —gritó subiendo las escaleras—. ¿Michael? ¿Dónde estáis?

Nada más entrar en el dormitorio del niño, Dani escuchó la respuesta de Josh.

—Aquí, entra.

Dani se paró delante de la puerta del baño.

—¿Estáis bien?

—Sí, bien —respondió él en un tono extraño—. Entra.

Dani vaciló. Se mordió el labio y pensó en qué pasaría si él estuviera desnudo, si acabara de tomar una ducha. Las imágenes de aquel cuerpo moreno e increíblemente masculino surgieron en su mente como antorchas ardientes que la iluminaran.

Tenía que sobreponerse, ¿pero cómo, cuando sólo deseaba ser su mujer?, se preguntó.

Paso a paso, día a día, reflexionó respirando hondo y asomando la cabeza. Josh estaba de rodillas al lado de la bañera, con la camisa empapada y pegada al cuerpo como una segunda piel, el pelo revuelto y la mandíbula tensa como si fuera de granito.

Había toallas tiradas por todos los rincones y agua por el suelo. Incluso el espejo que había sobre el lavabo estaba…

—¡Dios mío, Josh! ¿Qué ha ocurrido?

Antes de que él pudiera responder, el bebé lloriqueó. Josh sonrió y se volvió hacia el niño, aún en la bañera, haciendo el ruido de una lancha motora. Michael bostezó y cerró los ojos medio dormido.

—Por fin —suspiró Josh de alivio apoyándose sobre el borde de la bañera, luego alcanzó una toalla y envolvió en ella al bebé—. Aquí tienes

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—añadió ofreciéndoselo. Y, sin decir una palabra más, se puso en pie y se secó las manos con una toalla limpia que dejó caer al suelo sin darse cuenta—. Será mejor que… —musitó dando un paso atrás y pisando la toalla que acababa de usar—… es mejor que…

—Josh, ¿qué ha pasado?

Josh se pasó una mano por el cabello húmedo y suspiró. Por fin la miró de frente, y la ola de angustia que nublaba sus ojos turquesa la enterneció. Dani alargó instintivamente una mano hacia él, pero aunque la piel de Josh irradiara calor sus ojos se volvieron fríos y distantes, y su mandíbula se puso tensa.

—No te preocupes, Michael está bien. No maravillosamente pero… —de pronto su máscara de indiferencia falló y su voz sonó tan desgarradora que Dani se conmovió—: ¡Lo siento, Dani! El pobre niño quería algo, necesitaba algo, pero… no supe comprender qué… ha estado llorando y llorando. Te juro que no pretendía hacerlo tan infeliz.

—Sí, parece verdaderamente infeliz, ¿verdad? —confirmó Dani irónica, sonriendo, mirando a su hijo dormido—. Sólo tiene una semana, esto es tan nuevo para él como para nosotros. A veces pienso que no sabe lo que quiere.

—No me había dado cuenta de lo duro que es tener un bebé —añadió Josh con voz temblorosa, tocando la mejilla de Michael con ternura para retirar la mano después—. Yo… quizá sea ésa la razón por la que Carrie… —su voz se desvaneció—. Lo siento, Dani. Me imagino que no estoy hecho para esto.

Dani mantuvo las manos en torno al bebé porque lo que más deseaba en el mundo era alargarlas hacia Josh, aquietar su alma y asegurarle que el único error era no intentarlo otra vez.

—Estaré abajo —añadió Josh en tono indiferente, marchándose.

Dani dejó al niño en la cuna y recogió el baño antes de dirigirse a la cocina. Mientras preparaba una sencilla cena, escuchó la voz profunda de Josh y ruidos de teléfono y ordenador desde el salón.

El miedo de Dani a que el bebé estropeara aquella cena fue infundado. Michael durmió hasta la toma de media noche. Al concluir ésta un ruido alertó a Dani, que se volvió y vio una figura, fuerte y masculina, recortada contra la luz que entraba por el pasillo.

—Josh… —respiró su nombre.

Josh tomó a Michael de sus brazos, lo puso sobre su hombro y le dio unas palmaditas.

—La cena estaba deliciosa, pero seguro que estás muy cansada. Vete a la cama, Dani, yo lo acostaré.

Cuando Dani fue a protestar, él la hizo callar poniendo un dedo sobre sus labios:

—No, vete. Está casi dormido, así que… no voy a estropearlo —prometió.

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¿Qué podía decirle sin traicionar a su propio corazón?, se preguntó Dani suspirando y marchándose.

A la mañana siguiente, Dani tenía listo el desayuno cuando Josh bajó con un traje negro. Llevaba una camisa blanca y una corbata de seda, y su expresión era de preocupación. Se había convertido en un sofisticado abogado de éxito por arte de magia, pensó Dani observándolo desayunar huevos fritos.

Al terminar, Josh le preguntó si necesitaba algo y, al ver que ella sacudía la cabeza, decidió salir de allí cuanto antes. Antes de que pudiera abalanzarse sobre Dani para poseerla allí mismo, sobre la mesa de la cocina.

—No me esperes para cenar, volveré tarde —dijo por encima del hombro.

Había tomado la decisión la noche anterior. El enorme atractivo de Dani y su fracaso con Michael lo habían decidido. Era una retirada. Haría un esfuerzo de voluntad y se sumergiría en el trabajo de cada día durante toda la semana. Estaría tan ocupado que no volvería a desear una segunda oportunidad. Hasta el sábado.

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Capítulo 6—¿Qué estás haciendo aquí? —le preguntó Josh a Marletta,

sorprendido de verla en su mesa en la oficina un sábado por la mañana.

—Estoy tratando de sacar algo de trabajo adelante —contestó ella sin dejar de mover un lápiz rojo—. Y tu excusa, ¿cuál es?

Evitar la tentación, pensó Josh sin atreverse a confesarlo.

—En toda esta semana no has rendido ni cinco minutos, ¿por qué tratar ahora de remediarlo?

—Eso no es cierto.

—¿Que no? Vamos a ver: esta semana has contestado a tres o cuatro llamadas telefónicas, has escrito una carta… En resumen, has estado toda la semana ahí sentado contemplando los muebles.

—Estaba leyendo —declaró Josh sin rendirse.

—Uh—huh —exclamó Marletta escéptica.

Y por supuesto hacía bien en no creerlo. Josh había sostenido entre las manos periódicos y revistas sobre temas legales durante horas, y de vez en cuando había pasado una página. Pero no había leído una sola palabra. ¿Cómo hubiera podido, si lo único que era capaz de hacer era recordar el llanto de Michael?

Josh se dejó caer sobre el sillón del despacho de Marletta, hundiendo la cabeza en las manos. Durante todos aquellos años le había guardado rencor a Carrie por negarle la posibilidad de ser padre, y de pronto descubría que no servía para ello.

—¡Walker, eh, eh, Walker! Suéltalo, vamos —lo animó Marletta preocupada.

No era de extrañar que Carrie ni siquiera le hubiera consultado, ni que los ojos de Dani mostraran aquellas sombras al mirarlo. El niño y ella sabían que él no…

—¡Eh, eh! Tú eres el jefe, ¿recuerdas? —volvió a arremeter Marletta—. Si quieres tomarte unas vacaciones de vez en cuando, ¡adelante! ¿Por qué no te tomas la semana que viene entera? Podrías pasarla en casa, con tus… invitados.

—¡No! —exclamó Josh a pesar de ser lo que más deseaba.

Echaba de menos a Michael. Había vuelto tarde a casa todas las noches durante la semana a propósito. Al llegar había comido algo delicioso que Dani le había dejado en el horno, había subido las escaleras directamente hacia la habitación del niño y, sin poder evitarlo, había acabado por acariciarle la espalda hasta conseguir que hiciera esos estupendos gorgoteos y luego se quedara dormido. Después, en silencio, se había quedado al lado de la cuna observando los gestos del bebé mientras dormía y escuchando sus adorables ruiditos.

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La madre de Michael también hacía gestos mientras dormía, recordó Josh con una sonrisa en los labios. Se sentía como un curioso y un mirón observándola dormir, pero tampoco podía evitarlo. Estaba preocupado por ella, era evidente que estaba trabajando mucho: el salón estaba limpio todos los días, había aparecido ropa limpia y planchada en su armario que él ni siquiera recordaba que tenía, y aquellos magníficos olores a comida casera llenaban todos los rincones de la casa.

Por las noches, tras observar a Michael, Josh necesitaba acercarse también a la habitación de Dani para colocarle las sábanas, para arroparla, para retirarle el cabello que se le había escapado de la trenza y susurrarle las gracias por todo lo que hacía. Sin embargo no hubiera sido necesario que se inclinara además para besarla en la mejilla. Y ésa era otra de las razones por las que no podía quedarse en casa. En la oficina era capaz de convencerse a sí mismo de que Dani Caldwell era una mujer como otra cualquiera, pero en cuanto escuchaba las tonterías que le decía a Michael o veía sus ojos brillar o sus labios curvarse en una sonrisa… deseaba besarla, abrazarla, llevarla arriba y…

—¡No! —repitió.

Por fin Josh creía entender a qué se refería Dani al hablarle del perdón en relación a Carrie. Lo entendía mejor al comprender que él también cometía errores. Sin embargo Dani merecía algo más de lo que él podía darle, así que cuanto menos se vieran, mejor. Además Michael y ella se marcharían pronto, y él… Él experimentaría entonces la verdadera soledad, suspiró.

—¡Está bien! —contestó Marletta soltando el lápiz—. Está bien, siéntate ahí y llora todo lo que quieras. Pero como no te aclares de una vez por todas sobre lo que está sucediendo te aseguro que me despido.

—Oh, vamos, Marletta, no está…

De pronto Marletta rompió el lápiz en dos. Josh se quedó mirándola y gruñó.

—No me sueltes otra vez la eterna y aburrida canción, cariño. Desde que te conozco no has hecho más que trabajar, Walker. Incluso durante lo que tú llamas tus vacaciones no haces otra cosa que ir a ver a tu hermano a Montana y ayudarlo en su trabajo. No tienes aficiones, amigos, ni vida amorosa. Nada —resumió Marletta contando con los dedos—. Y de repente un día, así, como quien no quiere la cosa, me llamas por teléfono y me encargas que te compre un dormitorio infantil completo, que vuelves con un niño. ¿Pero para qué?

Marletta tiró el lápiz roto a la papelera y respondió ella misma a la pregunta sin esperar respuesta por parte de Josh:

—Para nada. Así de sencillo. Sin explicaciones. No me cuentas nada, y ni siquiera te traes una foto del supuestamente magnífico bebé. Entras en la oficina como si no ocurriera nada —terminó, casi gritando. De pronto bajó la voz y continuó—: Pero algo sí que te ha ocurrido, y quiero saber qué es.

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Josh trató de negarlo, pero Marletta rechazó su respuesta antes incluso de que comenzara a dársela.

—Escucha, Walker. Nunca te he dicho nada a pesar del tiempo que llevamos juntos, y eso que es evidente que algo te está carcomiendo por dentro. Cualquier tonto se daría cuanta. Pero ahora hay un bebé en medio de todo este asunto, y tú estás de tan mal humor que ni siquiera puedes hacer nada. No puedes ni trabajar, así que suéltalo, Walker, o me despido.

Josh se volvió dispuesto a entrar en su despacho y cerrar la puerta de un portazo. Si Marletta quería despedirse que se despidiera, no iba a vender su alma.

Sin embargo, tras el primer paso, Josh se detuvo. Las palabras comenzaron a salir de su boca imparables, como monedas de una máquina tragaperras. Josh se escuchó a sí mismo contarle el accidente junto a la corriente de agua y el parto de Dani. Después volvió atrás y le contó la historia de Carrie y, finalmente, le describió su desastrosa experiencia con Michael, sin ahorrar un sólo detalle de su patético fracaso.

—¿Comprendes? —terminó Josh, preguntándose por qué para seguir el consejo de su cuñada de dejar de compadecerse de sí mismo tenía que hablar precisamente sobre aquello que durante tantos años había evitado. Hablar de ello aquella vez, sin embargo, le había resultado menos doloroso—. Me he pasado todo este tiempo soñando con algo que no podía tener, que era imposible que tuviera porque… no valgo.

—Déjame que trate de aclarar esto —intervino Marletta torciendo los labios—. ¿Has estado escondiéndote en la oficina durante toda esta semana sólo porque el bebé no dejaba de llorar?

Josh frunció el ceño. Michael no era un bebé cualquiera, era el bebé de Dani. Y no era suyo por mucho que lo deseara.

—No me estoy escondiendo —contestó automáticamente—. ¿Pero es que no has escuchado una sola palabra de lo que te he contado? Traté de calmarlo por todos los medios, pero estuvo llorando durante una hora entera.

La risa de Marletta resonó en toda la oficina.

—Walker, me voy a morir de la risa —dijo ella al fin, cuando pudo parar de reír—. Escucha, mi hija Lorene, en una ocasión, estuvo llorando una semana. ¿Sabes montar en bicicleta?

—¿Y qué tiene eso que ver con…?

—Contesta —ordenó Marletta.

—No se puede comparar un bebé con una bicicleta. Montar en bicicleta es una habilidad que se aprende, pero ser padre es cuestión de instinto. O se tiene o no se tiene. Y yo no lo tengo —añadió Josh pasándose la mano por la cabeza y escuchando su propia voz llena de angustia sin molestarse en ocultarla. Estaba harto de esconder sus propios sentimientos—. No tenía ni idea de cómo hacer feliz a Michael, ni siquiera sabía lo que quería. Soy un tonto —se lamentó disgustado, sacudiendo la

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cabeza y metiéndose las manos en los bolsillos—. Todo este tiempo lamentándome de lo injusta que había sido mi suerte, y sin embargo…

—Vamos, Walker —lo interrumpió Marletta sin darle importancia. Aquella mujer ni siquiera respetaba su desesperación, pensó Josh—. Tengo cinco hijos, soy una experta. Y te aseguro que el instinto sólo te hace desear cuidar de un bebé, no te dice cómo. Cada niño, cada edad es diferente. Lo que funciona con uno puede ser un desastre con otro. Se aprende a ser padre ejerciendo, así que… ¿por qué no te vas a casa y tomas unas cuantas lecciones con ese bebé tan maravilloso por el que has perdido la cabeza? Y con su mamá —añadió Marletta sonriendo cómplice—. Porque estás loco por ella también, ¿no es así?

Josh sintió que se ruborizaba.

—Yo no…

Por mucho que lo deseara, Josh no iba a arriesgar su corazón por Dani Caldwell. Al fin y al cabo sólo se le había concedido una oportunidad, y ella había visto lo peor de él. En reiteradas ocasiones. Ella lo rechazaría, y además…

—Es que es viuda.

—Eso sólo significa que su marido ha muerto —observó Marletta—. Ella no ha muerto. Por supuesto que tiene que estar muy desesperada para relacionarse con un tipo como tú, pero… —bromeó Marletta haciendo una pausa para observar el semblante de Josh, que parecía incómodo—. Dios, Walker, a veces eres un completo idiota. Pero básicamente eres un buen hombre, mereces ser feliz. Y si es a Dani a quien quieres, ¡a por ella!

Josh se pasó una mano por la barbilla. Había olvidado afeitarse aquella mañana. Nada más levantarse había olido los waffles y había bajado a desayunar a toda prisa a la cocina. Dani cocinaba de maravilla.

—Y si ella te necesita… —continuó la secretaria interrumpiendo sus pensamientos—, no dejes que nada se interponga en tu camino.

En realidad él no necesitaba a nadie. Sin embargo hacer el amor con Dani durante los próximos cuarenta o cincuenta años, mientras veía crecer a Michael, resultaba mil veces más atractivo que ir en busca de una mujer que lo dejara frío porque no tenía los ojos del mismo color verde esmeralda.

—El amor también se aprende con la práctica —añadió Marletta—. Así que, por favor, ¿quieres marcharte de una vez? ¡Vete a casa, no puedo seguir trabajando contigo merodeando por aquí!

El deseo recorría las venas de Josh, pero también la ansiedad. No, el terror, en realidad. ¿Qué ocurriría si le propusiera a Dani el matrimonio, aunque fuera un matrimonio de estricta conveniencia, y ella reaccionara tan negativamente que adelantara su marcha? ¿Qué ocurriría si volvía a intentar comportarse como un padre y lo hacía mal? ¿O qué ocurriría si por fin aprendía a amar?, se preguntó Josh.

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Quizá debiera de concederse a sí mismo una segunda oportunidad. Una segunda oportunidad con Michael, un segundo tanteo con Dani para observar si se mostraba receptiva a su sugerencia… Si era así quizá pudiera disfrutar al fin del futuro que se le había negado, de un futuro con un niño, con una familia propia. ¿Acaso era posible?, ¿acaso podía tener a Dani?, se preguntó Josh.

—Maldita sea, Marletta, tienes razón. ¡Soy el jefe, y me voy a casa!

Estaba a punto de hacer realidad su segunda oportunidad, pero por desgracia el teléfono sonó justo en ese momento. Josh contestó y se marchó a casa, pero no para quedarse sino para hacer la maleta.

Dani y Michael no estaban. Una nota, en la cocina, le informaba de que habían salido al parque. Por un momento Josh deseó correr allí y abandonar todo lo demás. Pero no, aún era pronto. Hubiera debido de ser él quien llevara a Michael al parque. El niño lo necesitaba tanto como él. Quizá ése fuera un buen modo de convencer a Dani. Michael necesitaba a un padre, y ella sabía que él deseaba cuidarlo. Además Dani se merecía a un hombre que la amara pero… ¿estaba preparado?

Josh hizo la maleta, escribió un mensaje a continuación del que le había dejado Dani y se marchó a Cleveland.

Dani respiró hondo. Después de todo lo que había sufrido con Jimmy no iba a dejar que un simple viaje de Josh a Cleveland la hundiera. Haría lo que siempre había hecho: mantenerse ocupada.

Comida y habitación, ése era el trato, recordó mientras planchaba las camisas que había ido encontrando por todos los rincones de la casa.

Estaba jugando a la Cenicienta, y Josh era un extraño, no el príncipe encantado. Sus besos eran sólo… un impulso. No eran una promesa.

Una irónica sonrisa escapó de sus labios. El hombre que se había enfrentado a Bubba sin parpadear tenía miedo del llanto de un bebé. Y de sus preguntas por el pasado.

Dani alisó el cuello de la camisa sobre la mesa y reflexionó. Tras aquellas dos semanas había llegado a la conclusión de que le debía a Josh una disculpa. Si quería vivir resentido con el pasado estaba en su derecho, después de todo no le hacía daño a nadie más que a sí mismo.

Tras planchar el cuello de la camisa, Dani estiró la espalda, y eso le hizo recordar los anchos hombros de Josh. Después, mientras seguía planchando, fantaseó sobre sus ojos azul turquesa y su sensual sonrisa. Todo en él le resultaba encantador, incluso los mecanismos de defensa que ponía en marcha para ocultar sus emociones.

Dani suspiró y planchó las mangas. Quizá debiera de considerar la posibilidad de volver a casarse. Por el bien de Michael. Pero sólo si conseguía dejar de imaginar a su futuro marido con ojos azul turquesa y cabellos dorados.

Dani terminó la primera camisa y miró a su hijo, que se había quedado dormido. ¿Crecería feliz sin padre?, ¿sin apenas familia?

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Las dudas acerca de sus suegros comenzaron a corroerla de nuevo. ¿Se estaba comportando tan egoístamente como Carrie al negarse a llegar a ningún acuerdo con ellos?, se preguntó. Dani tomó otra camisa y continuó pensando en el problema. Tras planchar un par de ellas más le daría la comida a Michael y probaría a experimentar con aderezos nuevos para la ensalada. Quizá pudiera cocinar y cuidar de la casa para una gran familia. Con dos o tres niños más los padres. Ella y Michael ocuparían una pequeña habitación de la casa y… pero, ¿sin referencias?

Estaba dispuesta a sacrificarlo todo por su hijo si se veía obligada a ello. Hogar, amigos, fantasías románticas, a los Caldwell… Todo. Así de simple.

Sin embargo no podía dejar de pensar en la forma de contactar con sus suegros, con los abuelos de Michael, con ciertas garantías. En primer lugar le preguntaría a Josh cuáles eran sus derechos legales. Si es que volvía de Cleveland algún día.

Marletta había estado llamándola a diario para preguntarle si necesitaba algo, y nunca se olvidaba de comentarle las habilidades y los éxitos de Josh. Dani no estaba segura de si lo hacía para proteger a Josh o para protegerla a ella, pero no importaba. En poco menos de un mes ella y Michael se habrían marchado, y Josh los habría olvidado.

Josh llamaba a la oficina cada dos días. Se acercaba la fecha señalada para un juicio, y el grupo de Endicott deseaba llegar a un acuerdo. También marcaba el número de teléfono de su casa, pero nunca dejaba que sonara lo suficiente. Con el cambio de horario o bien era demasiado pronto o bien demasiado tarde, y además… ¿qué diablos iba a decirle a Dani?

Josh trabajó con energía en el nuevo caso, pero se vio retenido en Cleveland, a pesar de todo, durante otro fin de semana y cuatro interminables días más. Habían pasado casi tres de las seis semanas del acuerdo con Dani.

Las noches en la soledad del hotel de Ohio se le hicieron tan pesadas que buscó una librería y compró varios libros sobre cómo ser padre. Josh los estudió por las noches en lugar de organizar sus notas de trabajo o de ver la televisión. Todos los autores coincidían en su opinión con Marletta: tener éxito como padre era cuestión de ensayo y error, pero el amor y la buena voluntad eran capaces de subsanar cualquiera de esos errores cometidos en el intento.

—Pero no puedo aprender estando en Cleveland —musitó Josh mirando por la ventana del hotel.

Se sentía como un idiota al haber escogido una profesión que lo llevaba de viaje por todo el país. Sólo deseaba estar con Michael y con aquella mujer que le enseñaría todo lo que, durante tanto tiempo, se había negado a aprender. Y algún día tendría un hijo propio tan maravilloso como Michael.

¿Pero por qué no tener al propio Michael?, se preguntó con el corazón acelerado, considerando la posibilidad una vez más. Eso significaba

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casarse con la madre del niño. Por un segundo, Josh estuvo pensando en aquella idea, imaginando a Dani en su vida, en su cama, con el pelo suelto sobre su…

A menos que ella esperara lo que esperaba toda mujer: ser amada. Josh se preguntaba si sería capaz de amar a ninguna mujer, aunque fuera a una tan increíble como Dani. Lo que había sentido por Carrie no había sido amor, y menos aún al conocer las consecuencias del acto irresponsable de los dos, de su locura.

—De la locura de los dos —dijo en voz alta—. Fue un error de los dos —admitió al fin, después de seis años de auto exculpación.

Josh contempló el paisaje a través de la ventana y decidió seguir el consejo de Dani: dejar a un lado el rencor y enfrentarse a su parte de culpa. Quizá Carrie le hubiera traicionado, pero él también le había fallado.

Una vez más las palabras de Dani surgieron como un eco en su mente: «No se trata de perdonar». Seguía sin estar seguro de comprenderlo bien, pero al fin podía caminar hacia adelante en lugar de revolverse contra el pasado en un inútil esfuerzo por trasformarlo.

Josh se volvió suspirando y comenzó a hacer la maleta. Sonrió al encontrar unos zapatos y ropa interior debajo de la cama y lo metió todo en la bolsa.

Desconectó el ordenador portátil y lo guardó. Luego dejó todos los bultos al lado de la puerta y se tiró sobre la cama para mirar al techo.

Tendría que volver a Cleveland pronto, pero a la mañana siguiente se marcharía por fin. Le diría a Dani que había comprendido lo inútiles que resultaban todos aquellos años de resentimiento, y trataría de reparar los errores cometidos.

Y si la dama estaba dispuesta…

No, pensó lamentándose. Dani ya había tenido un marido. No podía pedirle que volviera a arriesgarse con un hombre que tenía miedo del amor.

Pero aquello significaba que le quedaban sólo tres semanas más para estar con Michael. Sin embargo, si Dani decidía que necesitaba más tiempo para recuperarse, le diría que estaba dispuesto a negociar. Sobre todo con un ángel de acento tejano y ojos verdes, pensó buscando con la vista una almohada y quedándose dormido con una sonrisa en los labios nada más recogerla.

Dani oyó la puerta principal nada más cerrar el grifo. Resistiéndose a la tentación, giró el mando de la lavadora para que comenzara a lavar antes de pasarse una mano por el pelo, respirar hondo y dirigirse al vestíbulo.

Josh estaba de pie delante del arco que daba al salón, de espaldas, con las maletas y un oso de peluche en la mano. Su cabello brillaba contrastando con el abrigo oscuro.

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Dani sintió que le temblaban las rodillas. Quería llamarlo por su nombre, lanzarse a sus brazos. Pero por mucho que lo deseara tenía que comportarse como un adulto. Entonces debió de hacer algún ruido, porque él se volvió y Dani sintió que el corazón le estallaba en el pecho.

—Hola, Dani —la prudencia rezumaba de sus ojos azul turquesa. Al menos era mejor que la angustia de otras ocasiones, pensó Dani—. Es… es agradable volver a casa cuando hay alguien en ella —añadió con voz profunda y aterciopelada. El corazón de Dani dio otro vuelco—. ¿A qué huele, que resulta tan delicioso?

—A pastel de manzana —contestó Dani volviendo a la cruda realidad.

—Bueno, ¿qué tal estás, Dani? ¿Qué tal está Michael?

—Yo estoy bien. Michael está durmiendo. Gracias al chupete, ese gran invento. —¿Gracias a qué? —preguntó él volviéndose.

—Michael ha estado muy inquieto —explicó Dani—, así que al final tuve que llamar al pediatra. La enfermera me dijo que algunos bebés simplemente necesitan succionar más que otros.

—¿Lo dices en serio? ¿Entonces no fue por mí? —preguntó Josh con aquella sonrisa irresistible y ojos turquesa cálidos.

—No, Josh, por supuesto que no fue por ti.

Tras una pausa, Josh asintió y dejó la maleta en el suelo. Luego se volvió hacia el salón y se aclaró la garganta.

—¿Qué fue lo que quisiste decir cuando hablamos sobre Carrie y me dijiste que no se trataba de perdonar? —inquirió de pronto.

—Perdonar implica el derecho a juzgar la conducta de los demás, y no creo que eso sea asunto nuestro —explicó Dani. Josh se volvió hacia ella y la miró confuso. Había algo nuevo en la actitud de él, algo como abierto. Dani trató de explicarse un poco más, utilizando para ello su propia experiencia—: Escucha, mis padres siempre pensaron que yo sería capaz de conseguir todo lo que me propusiera. En cambio los de Jimmy siempre estaban criticándolo, siempre esperaban de él más de lo que podía dar. Yo no puedo saber cómo lo afectó eso a él. ¿Cómo voy a juzgar su conducta si ni siquiera puedo comprender su dolor? No lo hago, la única persona a la que puedo juzgar es a mí misma.

—¿Entonces me estás diciendo…? ¿Acaso crees que mi pérdida, todo ese sufrimiento y el de Carrie, no sirvieron para nada?

—No podemos cambiar el pasado, pero podemos honrarlo y darle un sentido si extraemos de él una lección y no la olvidamos.

Josh se quedó mirándola durante un rato.

—Eres muy sabia para ser tan joven —dijo él al fin, con voz profunda—. Una vez más creo que te debo la vida. Gracias —añadió Josh en voz baja.

Entonces dio un paso adelante y la besó. Muy ligeramente, con suavidad. Y el corazón de Dani dio un vuelco. A pesar de todo lo que se

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había prometido a sí misma estaba a punto de enamorarse de Josh Walker. O quizá ya estuviera enamorada.

—Veo que… has estado ocupada —dijo Josh rompiendo el silencio—. Esto parece… diferente, no sé.

—He recogido un poco, eso es todo.

—Bastante, diría yo —la corrigió él con una sonrisa—. Pero no es eso, es algo más… No sabría decirte qué es lo que ha cambiado, pero el salón ahora resulta… no sé, más acogedor.

—Bueno, es que… he cambiado los muebles de sitio. ¿Te importa? —preguntó Dani. Josh no contestó, simplemente miró a su alrededor—. Si quieres… puedo volver a ponerlo todo donde estaba.

—No, es magnífico, es sólo que… —era un idiota, pensó Josh. Tenía que pensar en algo, y deprisa. Necesitaba prolongar el trato que había hecho con Dani, y para ello necesitaba un plan, hacerla sentir que era necesaria en la casa. En Virginia, en su vida—… Tengo planeado tomarme unas vacaciones y… —comenzó a decir Josh mirando a su alrededor, buscando una idea. Con todo recogido y los muebles redistribuidos el salón tenía aspecto de… Por fin dio con la idea—: había planeado hacer algo con el beige de las paredes.

—¿Te refieres a volver a pintar? —preguntó Dani mirándolo con aquellos enormes ojos verdes.

—¿No te parece que el salón ganaría mucho con un poco de color?

—Bueno pues… —Dani comenzó a morderse el labio—. ¿Y en qué color estabas pensando?

—Pues esperaba que tú me sugirieras alguno. Además… ¿no teníais que haceros Michael y tú una revisión médica? —preguntó Josh antes de que ella pudiera contestar—. Lo haremos todo esta semana.

—¿Algo más, señor? —preguntó Dani con una sonrisa traviesa que lo excitó.

—Sí —sonrió sexy—. ¿Qué te parece si me dieras un pedazo de ese pastel de manzana?

—Enseguida —contestó Dani dirigiéndose hacia la cocina.

Encima de la mesa, cerca del pastel, había un par de piezas metálicas de coche.

—Tengo intención de hacerle una revisión al viejo Station Wagon —explicó Dani contestando a la pregunta de Josh mientras le cortaba un trozo de pastel.

—Dios, ¿pero hay algo que no sepas hacer, mujer?

Excepto amarlo a él, claro. Nunca se atrevería a esperar su amor, por mucho que sospechara que comenzaba a desearlo…

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Capítulo 7Pintaron las paredes del salón de color naranja. Dani lo llamaba color

melocotón. Josh tuvo que admitir que quedaba bien, pero aún mejor le sentaban a ella los vaqueros ajustados. Josh pintaba con la mente en otra parte: en su fantasía favorita, hacer el amor con Dani. O mejor aún, exactamente al revés. El deseo lo invadía, cálido y exigente. Dani se inclinó sobre la pared doblándose por la cintura, muy cerca de él.

—¡Maldita sea, Dani! —exclamó él mientras los vaqueros se le ajustaban hasta reventar—. Es decir, arrodíllate para hacer eso, vas a destrozarte la espalda. Aquella regañina sobresaltó a Dani, que levantó la cabeza. Fue un error táctico si lo que pretendía era conservar intacto su corazón. Josh, con más pintura en la ropa de la que había en la pared, no se había afeitado esa mañana y estaba más atractivo que una estrella de cine. Y esperaba de ella sarcasmo y buen humor, podía adivinarlo por la expresión de su mentón. Dani guiñó un ojo, se sentó en el suelo y preguntó:

—¿Estudiaste medicina antes de ir a la facultad de derecho o después?

—Al mismo —replicó él—. Y también salvaba ballenas, proporcionaba consejos legales gratis y daba clases los domingos.

—Entonces es que eras candidato a santo.

—No, sólo los martes.

Ambos se echaron a reír. Luego Josh inclinó la cabeza para dejar que la pintura resbalara por su oreja, soltó el rodillo y lo pisó sin querer, tambaleándose y yendo a caer con un brazo dentro del cubo de la pintura. Los dos volvieron a reír.

Pasaron la mayor parte del día riendo, haciendo realidad el sueño de Dani mientras Josh se resistía a la tentación de abalanzarse sobre ella para acariciarla y besarla.

—Bueno, y ahora que ya hemos pintado las paredes del salón, ¿no crees que el resto de las habitaciones resultan un poco sosas? —preguntó Josh.

Él limpió las gotas de pintura que habían caído sobre las ventanas mientras Michael dormía y Dani se dirigía a Fallsboro a comprar retales, relleno para hacer cojines, una linterna y un juego de destornilladores. Pretendía revisar el motor del coche.

—Estupendo —comentó Josh.

Eso le permitiría pasar más tiempo con Michael.

Por la tarde, tras la merienda del bebé, Dani cosió los cojines nuevos del sofá y los rellenó. La habitación cambió de inmediato, resultando más bonita y acogedora. Dani conocía la diferencia entre una casa y un hogar, y gracias a ella él había aprendido a apreciar la ropa limpia y planchada,

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guardada en su lugar, y las comidas hechas en casa en lugar de traídas de un restaurante.

Josh sabía muy bien quién era la responsable de todos aquellos cambios, y también sabía que él era incapaz de hacerlo todo solo. Era evidente que necesitaba a una mujer como Dani, que conociera los misterios de la vida que a él se le escapaban, los estados de ánimo de un bebé, que supiera de estética y de sentimientos.

¿Cómo era posible que nunca se hubiera dado cuenta de que la vida era algo más que trabajo?, ¿cómo era posible que nunca hubiera comprendido que para criar a un niño hacía falta algo más que dinero y jugar con él?, se preguntó Josh.

Tendría que haberlo pensado antes. Si alguna vez tenía un hijo quería que disfrutara de un hogar lleno de amor, y eso sólo era posible si tenía dos padres que se amaban.

Durante un segundo el terror invadió el corazón de Josh. Era imposible que ella lo amara. Cada vez que trataba de ayudarla, Dani se apartaba de él insegura. Josh recordó los besos compartidos. Quizá fuera cierto, quizá ella no fuera del todo indiferente a él pero, ¿cuánto de interesada podía estar?, se preguntó.

No se atrevía a dar un paso adelante sin que ella lo alentara ligeramente primero, y sin embargo no pensaba en otra cosa más que en poner en marcha su plan y…

Por esa razón Josh arrastró a Dani y a Michael al día siguiente a Alexandria a ver museos y a husmear en tiendas de antigüedades. No dejó de hacerle carantoñas al niño. Cada día que pasaba con Michael aprendía a apreciar mejor la belleza y la complejidad de la vida, y cada día deseaba con más fuerza verlo crecer. Pero tenía que ser aquel niño en particular. Quería seguir siempre unido a aquel niño y aquella madre que lo habían enseñado a vivir, y no obstante las seis semanas acordadas iban desvaneciéndose como el humo.

Bien, él se ganaba la vida persuadiendo a los demás, de modo que sólo tenía que ponerse a trabajar.

A la mañana siguiente compraron un cuadro para colgarlo encima de la chimenea y unas cuantas cosas más de un anticuario. Josh había anunciado que deseaba arreglar también el jardín trasero de la casa, pero…

—No sé nada de plantas —alegó levantando las palmas de las manos y encogiéndose de hombros.

Por suerte, en lugar de echarse a reír, Dani compró todo lo necesario. Por la tarde él estuvo cavando y mezclando distintas tierras, y tras la deliciosa cena el patio estuvo bordeado de flores recién plantadas.

Pero había un aspecto en el que el plan de Josh había fallado por completo. Valiéndose del consejo del doctor Ravjani, Josh había decidido

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que las tardes tenían que ser horas de descanso para Dani, pero ella se había negado. O estaba con Michael o estaba trabajando: cocinando, limpiando, o arreglando el coche. El único modo de hacerla sentarse consistía en pedirle consejo sobre lo que creería que diría un jurado en un determinado caso. Y fue una suerte que le pidiera consejo, porque gracias a ello, Josh descubrió un fallo en su razonamiento para el caso de Cleveland. El jueves, después de pedirle a Marletta que solucionara aquel fallo, Dani le contó que iba a la ciudad a comprar una pieza para el coche.

—¡Tú no vas a ninguna parte, corazón! Prometiste que esta tarde descansarías, y lo que yo tengo que hacer es vender ese trasto.

—¿Trasto?

Cuando Dani lo miraba con aquellos ojos verdes brillantes, Josh tenía que meterse las manos en los bolsillos del pantalón para poder resistirse a la tentación de abalanzarse sobre ella. Era una suerte que hubiera aprendido la lección con Carrie, en aquella ocasión nadie saldría herido debido a una precipitación. Josh estaba decidido a no besar ni tocar a Dani aunque le costara la vida. Y menos aún a hacerle el amor hasta que no hubieran llegado a un acuerdo más estable sobre sus relaciones.

Sin embargo sí que podía fantasear.

—¿Sabes lo bien que podría funcionar?

—¿El qué? ¿El coche? —preguntó Josh.

—Sólo necesita un poco de pintura y un tambor de freno nuevo. Es por eso por lo que iba a ir a la ciudad, a comprar el tambor.

Bien, si se veía obligado a pasar al plan B lo haría: buscar en Dani a una mujer compatible con su carácter, una mujer dispuesta a intercambiar seguridad y apoyo financiero por una familia. Sin embargo hubiera preferido seguir con el plan A: hacerle el amor a Dani durante los siguientes cuarenta o cincuenta años mientras veía crecer a Michael.

—Bueno, ¿puedes hacerlo o no?

—¿Hacer qué? —preguntó Josh frunciendo el ceño.

—Ir a la ciudad y asegurarte de que le ponen al coche un buen tambor de frenos mientras yo descanso.

—No reconocería un buen tambor de frenos ni aunque lo tuviera delante de las narices —contestó Josh pensando que todo plan debía de ser flexible—. Está bien, vayamos juntos.

Dani parpadeó al ver la sonrisa letal de Josh. Cada segundo que pasaba con él resultaba peligroso. Aquella semana había experimentado la tortura más deliciosa que jamás hubiera podido imaginar. Habían bromeado y reído, trabajado y hablado juntos mientras cuidaban de Michael. Incluso, en algunas ocasiones, Josh la había mirado con ojos cálidos y masculinos, haciéndola sentirse más mujer, más deseable.

—¿Y bien? —preguntó él con el niño en brazos—. Ninguno de los dos sabemos nada de coches, pero estamos dispuestos a aprender, ¿verdad, chico?

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Una vez más Dani cedió a la tentación de disfrutar de la compañía de Josh mientras pudiera. Pronto estaría sola. Porque tenía que afrontarlo: los hombres como Josh Walker no abundaban. Y ella no se conformaría con menos. El tiempo y la distancia curarían sus heridas. En un par de semanas le diría adiós a Josh para marcharse… a cualquier parte. Probablemente de vuelta a Texas, donde los Caldwell pudieran ver a su nieto.

—Bien —contestó Dani apartándose la trenza—. ¿Cuando estarás listo?

Josh miró el reloj. Y Dani se quedó contemplando el vello de su antebrazo y recordando el que cubría su pecho. El deseo se apoderó de ella. ¿Cuál sería la reacción de él si cruzaba la habitación y tomaba su mentón entre las manos para plantar sobre sus labios un profundo y apasionado beso?

Probablemente se echara a reír.

—Es casi la hora de darle de comer a Michael. ¿Qué te parecería si fuéramos después?

Michael gimoteó justo en ese instante, exigiendo la comida.

—Vaya, conoces bien a tu niño, ¿verdad? —bromeó Dani.

La sonrisa que esbozó Josh entonces permaneció imborrable en la mente de Dani mientras amamantaba a su hijo.

—Pues yo insisto en que Michael ha sonreído esta tarde —dijo Josh mientras se dirigía a contestar al teléfono—. El hecho de que ese hombre del almacén de piezas de coches haya tenido siete hijos no significa que lo sepa todo sobre los niños.

Dani sofocó una risa y sacudió la cabeza balanceando la trenza, excitando a Josh de paso.

—Lo siento, pero Michael es aún demasiado pequeño. Fue sólo un eructo —contestó ella.

—Pero Michael es un niño muy avanzado para su edad —insistió Josh tomando el auricular—. Si hasta lo ha dicho el médico.

—Hoy es tu día de suerte, chico —dijo Marletta desde el otro lado.

—¿En serio? —preguntó Josh.

Sí, era cierto. Tras buscar el tambor del freno, Dani y Michael se habían hecho una revisión en el médico, y éste había confirmado que todo iba bien.

—Acabo de llamar a la oficina de Elliston Perrodeaux, ¿y sabes qué? El senador acababa de cancelar una cita, así que está dispuesto a cenar contigo mañana por la noche.

—¿Mañana? —gruñó Josh molesto, cuando una semana antes aquello le hubiera parecido maravilloso—. Bueno, entonces supongo que será mejor que no falte. ¿A qué hora y dónde?

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—Conten el entusiasmo, Walker. Es tu oportunidad. La cena será en el Commander’s Club mañana. Seréis tú, el senador y… —Josh apretó los dientes esperando a que Marletta soltara lo que tuviera que decir—… y tu acompañante.

—¡Oh, Marletta, puedes subirte el sueldo de mi parte! —exclamó Josh pensando en que el glamour de la vida de Washington quizá ablandara e impresionara a Dani—. Y dóblatelo si me consigues a una niñera.

—No seas ridículo —replicó Marletta—. La secretaria del senador ha dicho que os encontraréis en el bar del Commander’s Club a las ocho, así que yo llegaré a tu casa hacia las siete o siete y cuarto. Estoy deseando conocer a ese tunante y a su madre. Incluso escucharé todas las estúpidas instrucciones que queráis darme acerca del bebé. Porque vas a llevarte a Dani, ¿verdad?

—Si ella quiere… —musitó Josh—. ¿Es que vas a hacer tú de niñera?

—No me lo perdería por nada del mundo —rió Marletta—. Tengo que conocer a ese par de criaturas que han conseguido derretir tu corazón.

—Bien, te veré a las siete.

Josh colgó el teléfono y subió las escaleras en busca de Dani, que estaba bañando a Michael. Estuvo a punto de besarla cuando ella accedió a asistir a la cena, y la besó de hecho cuando Dani le pidió que cuidara de Michael a la mañana siguiente para ir a comprarse un vestido apropiado.

Cuando Dani volvió de la ciudad con el vestido, Josh estuvo a punto de sugerirle que se olvidaran del senador y pasaran la velada en su dormitorio. Era un idiota. Una sola noche con Dani nunca sería suficiente. Y no iba a poner en peligro su segunda oportunidad.

Aquella noche, antes de salir, Josh puso el baño y el dormitorio perdidos tratando de prepararse. Se cortó al afeitarse, usó una camisa para limpiar los zapatos, dejó un montón de ropa descartada en un revoltijo sobre el suelo y, por fin, cuando sonó el timbre de la puerta, se guardó la cartera y se puso el reloj. Antes de bajar a abrir echó un último vistazo en el espejo: traje formal negro, camisa blanca, corbata.

El timbre de la puerta volvió a sonar. El corazón de Josh comenzó a latir acelerado. Aquella noche tenía que demostrar toda la sofisticación y erudición de que fuera capaz. Tenía que impresionar a su acompañante. Y mostrarse educado con el senador.

—Ya voy —gritó cerrando la puerta de su dormitorio, tratando de ocultar el desorden. Si finalmente sucedía algo inesperado, sucedería en el dormitorio de Dani—. ¿Dónde está Michael?

—En el corral —contestó Dani desde el otro lado de la puerta de su dormitorio—. Estoy casi lista, enseguida bajo.

—Tranquila —dijo Josh—. Marletta llega pronto.

Josh abrió la puerta y guió a Marletta hasta el salón, en donde estaba Michael.

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—Hola, tigre —lo saludó levantándolo—. Dile hola a la mujer más mandona que conocerás nunca.

—Ahbaaaa.

—¿No es un niño genial?

—Sin duda —contestó Marletta seca, alargando los brazos para tomarlo—. Vamos, precioso.

—Bevooo —dijo Michael.

Josh escuchó un ruido en el vestíbulo, junto a las escaleras, y se volvió. Y entonces se quedó mirando atónito, como si fuera un turista que visitara Miami por primera vez. ¿Era Dani Caldwell aquella exquisita visión, aquella figura de esbelta silueta con un corto vestido negro y tirantes finos? Tenía largas piernas y un moño sobre la cabeza. Las manos de Josh desearon revolver aquel cabello y buscar la horquilla que lo sujetaba para dejar caer los rizos por sus hombros.

—¿J…Josh? —lo llamó Dani con los profundos ojos verdes nublados por la ansiedad. Se estaba mordiendo el labio—. El… el vendedor me dijo que… que este vestido sería… apropiado… —Josh hizo un ruido extraño, una especie de gruñido estrangulado—. Pero será mejor que me quede en casa con Michael —añadió levantando el mentón para evitar que las lágrimas resbalaran por sus mejillas.

Había sido una completa estúpida. Había creído que podía impresionar a un abogado de Virginia, que lograría que la encontrara atractiva. Incluso había creído que podía ir a cenar con un senador de los Estados Unidos. Pero no era más que una chica de Lufkin, Texas, de educación limitada y con una dura vida por delante.

Tenía que enfrentarse a su verdadera vida. Dani mantuvo la cabeza bien alta y añadió:

—Será mejor que os vayáis. Dejad a Michael en el corral mientras yo voy a cambiarme.

—¿A cambiarte? —repitió Josh—. ¿A cambiar de qué, de opinión? —preguntó levantando las manos para comenzar a desabrocharse el nudo de la corbata—. Bien, nos quedaremos en casa. De todas maneras yo prefiero cenar una pizza y otro trozo de ese pastel de manzana. Marletta…

—¡Oh, Josh, déjalo ya! —soltó Dani, parpadeando después al ver que él obedecía—. ¡No puedes dejar plantado a un senador!

—Te aseguro que estoy dispuesto a hacerlo si tú no quieres venir.

El corazón de Dani zozobró al ver la determinación en su mirada. Josh Walker hablaba en serio cuando decía algo. Estaba verdaderamente dispuesto a arriesgar la influencia que pudiera tener en Washington para quedarse en casa con ella.

Amaba a Josh Walker. Quizá lo amara desde el primer instante en que lo vio, tras el parabrisas, en medio del desierto. Amaba su tenacidad, su ternura, su integridad. Josh se había ganado su respeto y su admiración.

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Pero también deseaba desesperadamente su cuerpo. Deseaba sus caricias excitantes y dulces, sus besos arrebatadores. Y además había demostrado que sabía ser un buen padre. Y todo ello significaba, decididamente, una cosa muy sencilla: si lo amaba tenía que desear su felicidad y, por lo tanto, dejarlo marchar.

Josh necesitaba a una mujer que pudiera apoyarlo profesionalmente, que lo ayudara a alcanzar los éxitos que él se había propuesto. Y una chica de Lufkin, con un hijo, no podía ser esa mujer. Por eso tenía que olvidarse de su amor. De otro modo los sueños de ambos chocarían y ellos acabarían por convertirse en dos adultos frustrados mientras Michael se convertía en el inocente sacrificado.

—Puedes quedarte si quieres, Marletta —añadió Josh desabrochándose el cuello de la camisa.

—Yo no voy a ir a cenar con el senador Perrodeaux —afirmó Dani frunciendo el ceño—, pero tú sí. El hecho de que yo no sepa vestirme apropiadamente no es razón para que tú eches a perder esta oportunidad.

—¿Vestirte apropiadamente? —repitió Josh con aquellos ojos turquesa muy abiertos, perplejo, mientras se daba la vuelta medio riendo y apoyaba una mano sobre Marletta—. Marletta, por favor, díselo tú.

—Estás muy bien —intervino la secretaria entre risas—. En serio. Creo que la palabra justa es estilo. Ésa es la razón por la que Walker casi se cae al suelo desmayado. Creo que hemos hablado tantas veces por teléfono que es como si ya nos conociéramos, pero será mejor que me presente. Soy Marletta Langtry.

—Has sido muy amable ofreciéndote voluntaria para cuidar de Michael —sonrió Dani—. Ya veo que conoces a mi hijo.

—Cuidaré de tu precioso angelito —contestó la mujer—. Que os divirtáis. Creo que esta noche hay luna llena —añadió guiñando un ojo—. Y dile a Walker que te enseñe las luces a lo largo del río Potomac después de la cena.

—Bueno… el número de teléfono… —comenzó Dani a decir.

—Bien —la interrumpió Josh volviendo a abrocharse la camisa y la corbata—. El vestido es perfecto. El número de teléfono del restaurante está en una nota en la nevera. Y aquí tienes una lista de las cosas que le gustan a Michael —añadió sacándose unos papeles del bolsillo—. Dani ha dejado un biberón preparado en la nevera. Vamos, cariño, al senador no le gusta esperar —continuó tomando la mano de ella tras besar a Michael. Dani se puso tensa—. Venga, es sólo una cena y una luna llena… es decir, ir a echar un vistazo al paisaje. Michael estará bien. ¡Por favor, Dani!

El hombre de sus sueños acababa de llamarla cariño. Si su destino era no volver a enamorarse, ¿podía permitirse el lujo de pasar una noche especial con él?, se preguntó Dani.

—Bueno… pero prométeme que me avisarás si digo algo inconveniente.

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—Querida, en este momento Walker sólo es capaz de oír campanas y fuegos artificiales. Lo harás bien, no te preocupes —la tranquilizó Marletta acompañándolos hasta la puerta.

Pero no era exactamente eso lo que Josh oía. Oía sexys jadeos y el crujir de sábanas. Dani había vuelto a sorprenderlo. Una vez más. Cada vez que creía conocerla, ella le demostraba que tenía otra faceta más: ángel, madre, mecánico…

—¿Estás seguro de que el vestido es correcto? —volvió a preguntar ella en el coche.

—Estupendo —contestó Josh pensando en que sería mucho mejor quitárselo.

—En serio, Josh, no sé de qué hablar con un senador —insistió ella.

—¿Y eso lo dice una mujer que supo manejar a Bubba antes del desayuno? —rió Josh.

Veinte minutos más tarde el viejo Station Wagón giró majestuoso para detenerse a las puertas del restaurante. Josh guió a Dani por el vestíbulo amueblado al estilo francés del Commander’s Club hasta una sala en la que había un piano.

—Me imagino que es aquí —dijo haciendo una pausa en la puerta.

Aquel lugar reflejaba poder y dinero, pero ninguno de los hombres que había en él podían compararse con Josh a juicio de Dani. Y las mujeres lucían joyas y vestidos parecidos al de ella, pero más caros. Dani sonrió triunfante mientras Josh se inclinaba y murmuraba en su oído:

—Es ése, ése de ahí —señaló hacia una mesa al fondo.

El cabello blanco del senador brillaba a la luz de las lámparas. Sostenía un puro sin encender, y su pose le recordaba a Dani al padre de Jimmy, salvando las distancias. Dani se echó a temblar. La mano de Josh tocó su espalda, y el calor que irradió fluyó por todo su cuerpo.

—Por fin, Walker —los saludó el senador al acercarse—. Justo a la hora.

Ambos hombres se estrecharon las manos. El senador se levantó a medias para conocer a Dani, que musitó unas palabras corteses.

—Siéntense, siéntense. Pensé que podríamos tomar una copa aquí antes de pasar al comedor —Perrodeaux miró a Dani, que sacudió la cabeza en silencio. Y lo mismo hizo Josh—. No sea usted tímida, jovencita. Pida lo que quiera. ¿Una copa de vino, o prefiere uno de esos refrescos con una sombrillita?

—Creo que tomaré soda, gracias —dijo Dani al fin.

—¿Es que quiere apartarse del alcohol, señorita?

Dani estuvo a punto de deslizarse del asiento y desaparecer debajo de la mesa. Josh la miraba y sonreía.

—Vamos, dile al senador por qué tomas soda.

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Dani sintió que se ruborizaba, pero al fin contestó:

—Pues… es que… aún estoy dándole el pecho a mi hijo.

Aquella iba a ser la primera noche en que Michael tomara biberón. Era parte del plan de Dani para comenzar a cambiar su alimentación y así poder salir a trabajar.

—¡Un niño! —exclamó el senador—. ¿Y es niño o niña? ¿Cuánto tiempo tiene? ¿Tiene usted alguna foto? Mi hija pequeña acaba de tener a su segundo bebé. Es niña. Se llama Madison, ¡Dios! ¿Cree usted que escogió ese nombre a propósito para confundir?

—Mi hijo se llama Michael, senador —respondió ella con una sonrisa—. Y sólo tiene un mes.

—¡Dios mío, un niño! —exclamó el senador—. Pero llámame Elliston. Y cuéntamelo todo. ¿Duerme ya toda la noche de un tirón?

Dani sabía que estaba boquiabierta y atónita, pero no podía evitarlo. Nunca hubiera imaginado que un senador por Louisiana pudiera volverse loco hablando de bebés.

—Dejemos la conversación de Walker para luego, para los deliciosos postres —añadió Perrodeaux.

—Lo siento, senador —interrumpió Josh alargando un posesivo brazo por los hombros de Dani—, pero nadie en este planeta prepara postres mejores que los de esta dama.

Perrodeaux dio un sorbo de bourbon y exclamó:

—¡Qué me dices! No pruebo un buen postre desde que murió mi esposa, hace diez años. Mis hijas están tan ocupadas entre sus profesiones y sus hijos que creo que ninguna de ellas sabría ni cocer un huevo. Y menos aún cocinar un pastel.

—Estás exagerando, Elliston —sonrió Dani—. Algo tendrán que darle de comida a sus familias.

—Sí, algo del servicio de comidas rápidas traídas de un restaurante —soltó el senador—. Una de ellas, incluso, acaba de firmar un contrato con una empresa para que cocinen para ella todos los días. Creo que para cenar compra comida medio preparada y pone en marcha el microondas.

Aquel era el trabajo perfecto para ella, pensó Dani nerviosa. La solución ideal.

—Oh, Senador Elliston, muchas gracias. Acabas de resolver mi problema, es decir, mi futuro. Y el de mi hijo. Podré trabajar y mantener a Michael. ¡Oh, gracias, muchas gracias! —terminó Dani inclinándose para besar al caballero.

Josh gruñó. Perrodeaux, ruborizado, rió.

—Cariño —dijo el senador sacando una tarjeta de su cartera y una pluma para escribir algo en la parte de atrás y luego ofrecérsela—, me encanta ayudar a las mamás. Este es mi número de teléfono particular. Si necesitas algo, cualquier cosa, no dudes en llamarme. He oído decir que

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eres un experto en asuntos legales —añadió dirigiéndose a Josh—. Hablaremos y podrás aconsejarme.

El senador continuó hablando con Josh mientras abandonaban el bar y se sentaban a cenar. Los platos no estuvieron del todo mal, pero Dani Caldwell sabía cocinar mejor, a juicio de Josh. Él trató de responder a las preguntas de Perrodeaux lo mejor que pudo, pero tenía la cabeza en otra cosa. No podía apartar los ojos de aquel ángel tejano con su sexy vestido.

Por fin le dio las gracias al senador y guió a su acompañante hasta el coche. Y de vuelta a casa se detuvo en un lugar desde el que se veían las luces de la ciudad de Washington brillando sobre las oscuras profundidades de las aguas del Potomac.

—¿Josh? —lo llamó Dani al ver que apagaba el motor y deslizaba un brazo con toda naturalidad por encima del asiento—. ¿Qué estamos haciendo aquí?

¿Probar suerte?, preguntó Josh a modo de respuesta en silencio.

—Bueno, tomarnos unos minutos de descanso entre la política y los pañales.

—No puedo creer que me diera miedo cenar con el senador Perrodeaux —rió Dani—. Lo siento mucho si hablamos más de niños que de política.

—Tranquila —dijo Josh—. Yo sólo quería influir un poco en la política medioambiental y, gracias a ti, he tenido esa oportunidad.

—Pero si yo no…

Podía dejarla que negara la importancia del papel que había desempeñado aquella noche, pero a lo que de ningún modo estaba dispuesto Josh era a discutir. Por eso la besó.

En alguna parte de su interior, en lo más profundo de su deseo, Josh se preguntó si sentiría lo mismo cada vez que estuviera con ella. Y creyó que sí. Hubiera deseado poder pasar décadas a su lado descubriéndolo.

Dani se deleitó saboreando la boca de Josh. Aquello era lo que más deseaba en el mundo: que Josh la abrazara, que la besara, que la dejara besarlo.

Dani se entregó a la pasión y al placer. Viviría su sueño durante unos instantes, sería la mujer de Josh, y él sería su hombre.

Sus bocas se fundieron, el beso se hizo más profundo. La lengua de Josh buscaba el camino hacia ella, entraba y la llenaba, la saboreaba, la exploraba, la tentaba.

—¡Oh, Dani! —murmuró Josh, su aliento contra la piel de Dani, sus manos acariciándola por todas partes, excitándola y haciéndola estremecerse—. Eres tan maravillosa… quiero… —la mano de Josh se curvó abrazando uno de sus pechos, pesándolo con la palma, acariciando su cresta con el dedo. Josh jadeó. Un sonido salió de la garganta de Dani en respuesta—. Quédate —susurró él haciendo realidad el deseo más preciado de ella.

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—¡Oh, Josh…! —respiró Dani—. Yo… no puedo…

—Sólo durante un tiempo —se apresuró él a añadir—. No para siempre. Sólo para… digamos… ver cómo funciona.

Dani sintió que desfallecía, pero no iba a echarse a llorar. Ya había llorado bastante, y sabía que las lágrimas no iban a cambiar nada. El llanto no podía transformar aquella propuesta en una proposición.

—Y hablando de marcharse —contestó Dani tensa, apartándose de los brazos de Josh—, es tarde. Creo que será mejor que me lleves a casa.

—Pero…

—Ya ha pasado la hora de dar de comer a Michael —añadió Dani adoptando un tono de indiferencia.

Josh no arrancó el coche de inmediato. Se quedó con las manos sobre el volante, mirando las luces sobre el río.

—Dani, lo siento —se disculpó con los dientes apretados—. No he sido justo. Olvídate de lo que te he dicho.

Entonces arrancó. No estaba dispuesto a discutir con Dani. Si no quería quedarse para siempre era mejor que se marchara cuanto antes. Antes de que se llevara su corazón y todo su futuro con ella…

Recorrieron el camino de vuelta sin decir palabra hasta alcanzar la valla de seguridad del vecindario, que estaba abierta.

—¡Qué diablos ha…! —exclamó Josh reduciendo la velocidad al llegar a la casa y al infierno, una vez más.

En aquella ocasión había luces intermitentes y un humo espeso. Y camiones de bomberos, coches de policía y ambulancias aparcadas por todas partes. Unos cuantos espectadores, en pijama, observaban la escena.

Josh miraba a su alrededor tratando de descubrir lo ocurrido cuando de pronto Dani gritó, salió del coche y corrió por la oscuridad pasando por entre de las luces de los vehículos.

Josh frenó, sacó la cabeza para ver a dónde iba y apagó el motor. Entonces salió corriendo del coche y, alcanzando a Dani, la agarró por los hombros para ofrecerle su apoyo justo cuando ella llegaba a donde estaba Marletta. La secretaria, apoyada contra un camión de bomberos, tenía una sábana sobre los hombros y una mascarilla de oxígeno.

—¿Estás bien? —preguntó Josh.

Al ver que Marletta asentía Josh hizo la pregunta cuya respuesta buscaba Dani frenéticamente con los ojos, mirando a su alrededor:

—¿Dónde está Michael?

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Capítulo 8—Allí —contestó Marletta señalando más allá de un montón de

vehículos, hacia una ambulancia. Luego se enjugó las lágrimas y añadió—: El bebé… —un acceso de tos le impidió terminar la frase. Dani rogaba en silencio que nada le hubiera ocurrido al bebé cuando de pronto comprendió las violentas reacciones de Josh y de los padres de Jimmy al enfrentarse a la muerte de sus respectivos hijos. Perder a un marido era duro, por mucho que se hubiera convertido en un extraño, pero perder a un niño… Los hijos, tuvieran la edad que tuvieran, ocupaban el corazón de los padres, y nada podía borrar una pérdida como aquélla.

Dani esperó a que Marletta terminara la frase antes de apresurarse a correr en busca de su hijo. Se esforzó por razonar positivamente y respirar con calma. En cuanto todo aquello terminara les mandaría a los Caldwell una carta con fotografías de su nieto. Y les diría que comprendía su dolor. Trataría de llegar a un compromiso con ellos que les permitiera ver a Michael sin renunciar por ello a su bebé. A menos que hubiera ocurrido algo que…

Pero no, no podía ser.

—Tranquila, Marletta —la calmó Josh con voz profunda y tensa—. ¿Necesitas oxígeno? ¿Agua?

Sin pensarlo dos veces, Dani alargó las manos y las posó sobre las de él, que la abrazaba por los hombros. La secretaria sacudió la cabeza.

—Dame… —luego levantó una mano y comenzó de nuevo a toser.

Dani se inclinó hacia adelante. Sólo podía soportar aquellos instantes con el apoyo de Josh. Una vez más necesitaba su fuerza para sobrevivir a los acontecimientos, y una vez más él estaba junto a ella. Igual que en el momento de nacer Michael. Dani apoyó agradecida la cabeza contra el pecho de Josh, contenta de no tener que pasar por aquello sola.

Finalmente Marletta pudo aclararse los pulmones y contestar:

—Los médicos insistieron en examinarlo —dijo señalando hacia la ambulancia—, pero respiraba cuando yo lo saqué de la cuna.

—¡Gracias a Dios! —exclamó Dani dejando escapar el aire contenido en sus pulmones y volviéndose para marcharse.

Marletta la detuvo con un gesto de la mano.

—Walker… Dani… Yo…

Dani luchó contra sus ansias de correr en pos de su hijo. Sabía que los médicos le estaban procurando todos los cuidados que necesitaba, y era evidente que la secretaria necesitaba decirles algo.

—Suéltalo ya, Langtry —dijo Josh—. ¿Qué diablos ocurrió?

Dani torció la cabeza y miró a Josh. Volvía a mostrarse como un guerrero. Tenía los puños cerrados, la mandíbula tensa como el granito.

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Observaba la escena como si fuera un conquistador, sin notar la palidez del semblante de su secretaria. Aquello acabó con la indecisión de Dani. Mientras supiera que Michael estaba bien podía permitirse el lujo de perder unos instantes defendiendo a la mujer que había salvado a su hijo. No iba a dejar a Marletta sola, a merced de Josh.

—Según parece se ha quemado el Ayuntamiento que está al final de la calle —comenzó la mujer a explicarse—. El bombero que me dio el oxígeno me dijo que habían logrado controlar el fuego, pero que el humo se esparcía por toda la planta superior del edificio —añadió volviendo la vista hacia Dani—. ¡Oh, Dani, lo siento mucho!

—Pero Marletta, por favor, dinos qué le ha pasado a Michael —insistió Josh.

Tras otro acceso de tos, Marletta tragó y contestó:

—Bueno, no le gustó demasiado el biberón, lo cual no es de extrañar teniendo en cuenta que está acostumbrado a los pechos de su madre, pero al final conseguí que se durmiera y bajé al salón a ver la televisión —explicó enjugándose las lágrimas—. Para cuando me di cuenta de que olía a humo y subí arriba… el aire estaba ya muy cargado. Agarré a Michael y salí de allí tan pronto como pude pero… No sé durante cuánto tiempo estuvo Michael inhalando ese horrible humo del Ayuntamiento. Los médicos han dicho que creían que estaba bien, pero… Nunca me lo perdonaré… si le ocurre algo… ¡Dios, debería de haberme quedado arriba con él! ¿Podrás perdonarme, Dani?

Dani alargó la mano impulsivamente y apretó las de Marletta. El incendio no había sido culpa suya pero ¿la culparía Josh a pesar de todo, aunque lo hubiera hecho lo mejor que podía?, se preguntó Dani mordiéndose el labio y apartándose de él para ver su reacción. Tras un largo silencio, Josh tocó el hombro de su secretaria y la consoló.

—No hay nada que perdonar, Marletta. Te ofreciste voluntaria para cuidar de Michael, no para salvarlo de ningún desastre. ¿Quién sabe? Si Dani y yo hubiéramos estado arriba, durmiendo, quizá hubiéramos inhalado el humo igual que Michael. Todos habríamos muerto.

Eso era cierto. Dani observó a Josh ocuparse de que su secretaria llegara sana y salva a casa y se preguntó si podrían haberlo hecho mejor ella o Josh de no haber salido a cenar. Siempre era posible que ocurriera un desastre. Le podía pasar a cualquiera, en cualquier momento. Y sin previo aviso. Pero de los desastres podía salir también algo bueno, como por ejemplo Michael. O como conocer a Josh. Nunca se arrepentiría de su experiencia con ninguno de los dos, por corta que fuera. Lo único que cabía hacer era estar preparado para lo que pudiera ocurrir, aprender a recoger los restos del naufragio para comenzar de nuevo.

Pero entonces, ¿por qué dejar que un par de pasos en falso terminaran con sus sueños para siempre?, se preguntó Dani valiente, esperanzada a pesar del miedo.

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Los acontecimientos de aquella noche le demostraban que debía de preocuparse por el futuro de Michael, tener en cuenta los imprevistos. Si algo le ocurría a ella, ¿quién se ocuparía del bebé?

Dani se propuso en serio dedicarse a preparar comidas para gente ocupada, pero también contactar con los abuelos de Michael arreglándolo todo para no perder su custodia. Musitó unas palabras de impaciencia y comenzó a caminar en dirección a la ambulancia, donde estaban tratando a su hijo. Necesitaba abrazarlo, cuanto antes.

—Me quedaré contigo hasta que estés segura de que puedes volver a casa tú sola, pero me temo que Dani quiere ir a ver a Michael —explicó Josh a Marletta.

—No, no, estoy bien —contestó la secretaria haciendo un gesto con la mano—. Vete tú también.

Josh no necesitó que Marletta insistiera. Dani se abrió camino por entre los vehículos y la gente. Josh abrazó a Marletta y después la siguió, decidido a pasar por aquello junto a ella si Dani y Michael lo necesitaban.

Después pensaba llevarlos a algún lugar tranquilo y bonito. Unos guardias de uniforme trataron de detenerlo, pero Josh los apartó a un lado diciendo:

—Al diablo, estoy buscando a mi hijo.

—Parece que ahora está bien, señora —estaba explicando el médico a Dani cuando Josh llegó—. Enseguida podrá llevárselo.

—Gracias —susurró Dani mirando al niño en sus brazos.

Michael estaba envuelto en una manta, observó Josh ausente mientras agarraba a Dani por los hombros. Necesitaba aquel contacto con ella, acariciar la cabecita del bebé, sus bracitos, los piececitos desnudos. Sólo para asegurarse de que estaba bien.

—La inhalación de humo en bebés de su edad puede ser grave, sin embargo —continuó el médico mientras escuchaba la respiración del niño—. Es posible que pueda desarrollar dificultades respiratorias durante las próximas veinticuatro horas.

—¿Y qué hacemos si ocurre eso? —preguntó Dani alerta.

—Llevarlo de inmediato al hospital para que le hagan una terapia de oxigenamiento.

Josh estaba de pie, justo detrás de Dani. La abrazaba respaldándola con su pecho, ofreciéndole su apoyo de nuevo. Exactamente igual a como había hecho durante el parto, pensó Dani.

—¿Y cuál es el mejor? —preguntó Josh.

—Bueno, el hospital All Saints está cerca, y tiene un buen equipo de pediatras, tiene buena reputación. Escuchen, creo que está bien —añadió el médico en tono profesional—. Conviene que se mantenga despierto esta noche, eso le dejará bien abiertas las vías respiratorias, pero es evidente que ha inhalado humo, no obstante. Puede que no tenga apetito, así que si

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es así no se preocupen, es normal. En un día o dos estará perfectamente. Es un niño fuerte, y guapo —murmuró volviéndose hacia su compañero y comenzando a guardar el equipo.

—Muchas gracias otra vez —dijo Dani mientras el médico subía a la ambulancia—. Gracias por salvar a mi hijo.

Otra vez, pensó Josh. Dani siempre lo llamaba «su hijo», pero Michael era también hijo de él. Y tenía que hacer algo al respecto. Cuanto antes.

Josh abrazó a Dani y musitó algo sobre el retorcido destino. La cena con un senador y unos cuantos besos no parecían haber causado un gran efecto en ella a juzgar por el entusiasmo que había demostrado con la idea de preparar comidas. Quizá, sin embargo, aquel accidente le concediera más tiempo, quizá sirviera para retrasar su marcha con la excusa de asegurarse de que Michael estaba bien.

Y quizá, incluso, Josh pudiera convencerla de que no se marchara hasta que no hubieran pintado las escaleras. O, con un poco de suerte, la policía cerrara su casa y pudiera pretextar que necesitaba su ayuda para buscar otra. Para entonces quizá Dani se hubiera acostumbrado a…

Pero era mejor dejar los planes para más tarde. Tenía cosas más importantes que hacer. Lo primero de todo era buscar un lugar en el que quedarse aquella noche. Josh ordenó a Dani que no se moviera y se acercó a indagar sobre la situación en la que se encontraban.

La policía no permitía el paso a ninguna de las casas del vecindario hasta que el lugar no hubiera sido inspeccionado. Eso significaba que tendrían que dormir en el coche o en…

—Vamos, cariño —dijo Josh nada más volver a ver a Dani, cerca del coche—. Saquemos a Michael de aquí.

Dani obedeció sin decir palabra. Se había sentido exhausta ya antes de llegar a la casa y encontrarse con aquel desastre, pero tras él era incapaz de tomar la más sencilla decisión. Sólo deseaba sentarse y sostener a Michael en sus brazos saboreando el hecho de que estuviera vivo.

Dani se dejó guiar por Josh. Subió al coche, lo observó entrar en un supermercado que permanecía abierto las veinticuatro horas y comprar pañales y ropa para el bebé. Luego Josh buscó un lugar en el que pasar la noche. Aquel hombre era fenomenal cuando se trataba de ponerse en acción.

En treinta minutos, Josh la llevó al lugar de sus sueños: la casa perfecta para la luna de miel de la que nunca había disfrutado. Era una mansión sureña clásica, una plantación cerca de un lago con un porche y columnas blancas relucientes a la luz de la luna.

Josh se disculpó ante los propietarios por llegar a esas horas y les explicó lo sucedido, aceptando la única habitación que tenían libre: una de una sola cama. Otro detalle más a sumar a los sueños de Dani: la cama con dosel, en una habitación con suelo de pino y altos techos. La fragancia de las lilas y de las rosas llenaba el aire.

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Dani se dejó caer sobre el sillón cerca de la chimenea sin poder evitar que una lágrima recorriera su mejilla. Entonces Josh se arrodilló delante de ella, tomó a Michael de sus brazos y le enjugó la lágrima.

—Ssshhh, cariño —susurró en voz baja, haciéndola estremecerse—.Todo irá bien, estás cansada, eso es todo. Michael está bien, mañana por la mañana estará aún mejor.

Josh se puso en pie, dejó al niño sobre la cama y se quitó la chaqueta y la corbata dejándolas caer al suelo. Luego se soltó el cinturón y la cinturilla de los pantalones, se quitó los zapatos y se desabrochó la camisa. Le ofreció la camisa a Dani y la guió hasta el baño, ordenándole que se desvistiera y que la utilizara de camisón.

Cuando Dani salió del baño minutos más tarde, con un aspecto irresistiblemente sexy con la camisa hasta las rodillas y las mangas remangadas, Josh se disculpó apresuradamente y se fue a tomar una ducha fría.

Michael, tal y como les había avisado el médico, no tuvo hambre. Josh apagó la luz y se deslizó dentro de la cama. Colocaron al bebé sobre un montón de almohadas justo en medio de los dos. Dani se estaba quedando dormida cuando notó un movimiento. Josh había entrelazado los dedos con los suyos sobre la piernecita del bebé. Su respiración se hacía cada vez más lenta y profunda.

Con un suspiro, Dani volvió a echarle un vistazo a Michael, pensó en llamar a Marletta por la mañana y se dejó invadir por el sueño.

Josh no supo qué le había despertado, y por un momento ni siquiera supo dónde estaba. Escuchó un ruido y vio una silueta con una camisa de hombre al otro lado de la cama. El ruido procedía del bebé, que hacía esfuerzos por respirar. Aquello lo alarmó terriblemente.

—¿Qué… cómo está? —preguntó retirando a un lado las mantas y poniendo los pies en el suelo, listo para la acción.

—No… no está bien —contestó Dani tratando de contener su ansiedad.

—Entonces deberías de haberme despertado, ¡maldita sea! —soltó Josh trasformando su miedo en ira—. Vístete, nos lo llevamos al hospital —ordenó buscando su ropa en la oscuridad.

Su vida anterior había sido más fácil, pensó Josh agarrando los pantalones y poniéndoselos. Pero no podría volver a ella. Nunca jamás. Michael y su madre habían derretido el hielo, lo habían arrastrado a sentir todas aquellas desgarradoras emociones: miedo, preocupación, impotencia.

Pero también felicidad y deseo. Josh tomó al bebé en sus brazos y le hizo un gesto a Dani para señalarle dónde estaba su ropa. Nunca había sentido una excitación tan inmensa al besar a una mujer, ni alcanzado aquellas cotas de pasión mirando sencillamente un par de ojos verdes.

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Ni nunca había sentido esa ternura, esa felicidad casi dolorosa, abrazando a un bebé. A un bebé que se esforzaba por seguir respirando.

—No tengo ningún seguro médico —afirmó Dani olvidando su modestia mientras se ponía el vestido y le pasaba a Josh la camisa. Luego trató de ponerse los zapatos de tacón, pero lo dejó por imposible—. Será mejor que vayamos al hospital estatal.

—El médico dijo que All Saints era el mejor, así que iremos a All Saints —respondió Josh.

—¿Y si no quieren atendernos? No podemos jugar con la vida de Michael.

—Exacto —replicó Josh metiéndose la cartera en el bolsillo, los faldones de la camisa por dentro de los pantalones y los pies en los zapatos para prestarle después su chaqueta a Dani—. ¡Date prisa, no es momento de preocuparse por el dinero cuando la vida de un niño está en juego!

—Lo siento —dijo la enfermera que los atendió desde detrás del mostrador—, de verdad. No soy yo quien establece las reglas, señor. Y, tal y como le he dicho ya dos veces, en All Saints se necesita una prueba de que tiene usted seguro médico.

—¡No tenemos seguro médico! —gritó Josh—. Lo que tenemos es a un bebé que… que… —Josh hundió el rostro en las manos, luchando por contener su ira.

Tras conducir a toda velocidad por las calles desiertas aquella burócrata no podía negarse a atenderlos. Michael trataba de llorar, pero ni siquiera podía. Trataba de respirar y tenía el rostro colorado, luchaba en brazos de su madre.

Dani se deslizó entre el mostrador y él. Su fragancia llenó los sentidos de Josh. Llevaba el pelo suelto y desparramado por la espalda.

—Nos gustaría ver al director, señorita… —Dani se inclinó para leer el nombre de la enfermera en la tarjeta que llevaba colgando—… Sapperstein. ¡Ahora!

Con un gesto de desdén la burócrata desapareció detrás del mostrador. Josh apenas podía contener la tensión.

—¿Y qué piensas decirle al director? —preguntó con una sonrisa forzada, pensando en que si Dani había logrado imponerse a Bubba también lo haría en aquella ocasión.

—Nada, si puedo —replicó Dani—. El experto en leyes eres tú, cuento contigo para que empieces a soltarle un bonito discurso sobre las consecuencias que…

El poco control que le quedaba a Josh se desvaneció al descubrir la confianza que Dani depositaba en él. Aquella confianza era errónea, reflexionó. Se sentía como David luchando contra Goliat.

Sin embargo Dani lo necesitaba. Y lo miraba con aquellos ojos verdes enormes y brillantes, limpios. Sin sombras, observó.

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El corazón le estalló en el pecho. Rozó con un dedo la mejilla de Dani y dijo:

—No te abandonaré.

La señorita Sapperstein apareció por la puerta de detrás del mostrador. Un hombre con gafas la siguió.

—Muy bien, cariño. Ahora observa esto —dijo Josh en voz baja, sonriendo.

—¿Josh? No grites a menos que sea estrictamente necesario —recomendó Dani.

—No seas aguafiestas —añadió él rozando de nuevo su mejilla con el dedo, que deslizó después por sus labios. Luego se volvió hacia el director—. Soy Josh Walker, y espero haber comprendido mal a la señorita Sapperstein cuando se negó a tratar una emergencia de un bebé.

—Edgar Beldon —replicó el hombre—. Y yo espero que comprendan que All Saints no es un hospital de caridad.

Josh se pasó una mano por el pelo y contó hasta diez. Después de ocuparse de los temas medioambientales trataría el asunto de la seguridad social de aquel país, se prometió.

—Este niño —continuó Josh señalando a Michael, en brazos de Dani—ha sufrido una inhalación de humo esta misma noche y ha comenzado a tener dificultades respiratorias hace aproximadamente cuarenta y cinco minutos.

—No parece que corra un peligro inminente —contestó el director volviendo a colocarse las gafas que se le deslizaban sobre la nariz—. Y sin seguro médico, el hospital…

—Ése es el problema —declaró Josh alargando un brazo para agarrar al hombre de la corbata y tirar de él hasta que sus rostros estuvieron a escasos centímetros. Luego, con la mano que le quedaba libre, sacó la cartera de su bolsillo y la dejó sobre el mostrador—. Puedo demandarlos, a usted y a toda la institución, pero para ahorrar tiempo estoy dispuesto a ofrecerles, buitres insensibles, algo mejor que un seguro médico. ¡Dinero!

Por fin había encontrado la palabra mágica. En escasos minutos la enfermera estaba llamando a un pediatra de la unidad respiratoria.

—Tenga —dijo la enfermera ofreciéndole un montón de formularios—. Tiene que rellenarlos y devolverlos en la oficina antes de que el paciente sea dado de alta.

—Luego los rellenaré —contestó Josh—, ahora me voy con ellos —explicó siguiendo a Dani que, a su vez, seguía a una enfermera que se llevaba al niño.

—No importa dónde los rellene —respondió la señorita Sapperstein—. Y me alegro de que llamara usted al señor Beldon. Detesto tener que rechazar a los bebés, pero… tengo las manos atadas. ¡Que tengan suerte!

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Josh aceptó la disculpa y siguió a Dani que, temblando y con los puños apretados, se preparaba para lo peor. Josh sabía, aunque no pudiera verlo, que se estaba mordiendo el labio. La alcanzó justo cuando la enfermera decía:

—La exposición a ciertas emisiones químicas en bebés de esta edad, con el sistema respiratorio aún inmaduro, puede producir daños permanentes en el cerebro. ¿Sabe usted si se ha producido alguna emisión de productos peligrosos en ese incendio? ¿De asbestos o de…?

—¿Cuándo veremos al médico? —la interrumpió Josh tomando la mano de Dani para apretarla y reconfortarla.

Dani lo necesitaba más que nunca, y por eso mismo no debía de notar su estado de nervios. Josh se escudó tras una máscara de hielo, tal y como lo había hecho durante seis años, escondiendo su ira. Al menos su sufrimiento tendría una utilidad.

—No lo sé, ya está avisado —contestó la enfermera señalándoles la sala de espera.

A aquellas horas de la noche la sala estaba vacía. Había una televisión, unas cuantas revistas atrasadas, y una ventana que daba al parking. Dani y Josh esperaron en silencio, agarrados de la mano.

Poco después del amanecer un joven médico entró en la sala y los arrastró hasta lo que llamaba la unidad respiratoria infantil, comenzando a hacerle a Dani multitud de preguntas para luego pasar a hacérselas a Josh. Tras negarse a responder a las preguntas de ellos, el médico los despachó repentinamente y se inclinó sobre el expediente que colgaba de la cuna de Michael, musitando algo para sí mismo. El bebé estaba tumbado de lado, dentro de una especie de caja de plexiglás, irritado e inquieto. Pero vivo.

Dani y Josh siguieron esperando. Josh trató de mantener la calma volcando su atención sobre lo único que podía: Dani. Encontró un par de máquinas y le llevó un zumo de naranja y un burrito de desayuno, que le obligó a comer. Y, poco después, llamó a las enfermeras para que la ayudaran cuando la leche comenzó a brotar de sus pechos.

Transcurrieron horas. Los médicos y enfermeras cambiaron sus turnos. Josh esperaba buenas noticias, pero no llegaban. Aquello era un infierno. No podía imaginar qué era lo que iba mal, ni podía dejar de amar a Michael o huir. Simplemente tenía que permanecer sentado, impotente, sufriendo.

Pero no estaba solo. Nunca hubiera podido soportar aquello solo, ni sufrir de igual modo por otra persona que no fuera Michael. O Dani. Ni siquiera por Carrie o por el bebé perdido seis años atrás.

Entonces Josh comprendió. La idea surgió en su mente, primero, como un rayo de luz, iluminándolo todo de pronto. Después, tras el shock inicial, la feliz idea pareció asumir el aspecto sólido y firme de una roca: amaba a Dani.

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Amaba a aquel precioso ángel de Texas, que había sabido sacar de él lo mejor. Y amaba a Michael. Deseaba ser su padre para toda la vida, aunque el precio que tuviera que pagar por ello fuera aquella interminable espera repleta de miedo y de dolor, aunque tuviera que perder años de sueño ante los peligros que lo acecharan en el día a día.

No podría ser padre de ningún otro niño, ni con otra mujer que no fuera Dani. Ella y Michael eran su segunda oportunidad. Los necesitaba en su corazón, para darle sentido a su vida.

Serían suyos… hasta que se marcharan, recordó.

Josh se levantó de la silla de un salto, alarmado de pronto, dejando que cayera al suelo el periódico que había fingido estar leyendo. Tenían que quedarse, y no sólo unas pocas semanas más.

—¿Qué ocurre? —gritó Dani asustada ante lo brusco de su movimiento.

—Ah… es que… creí haber visto al doctor.

—No —contestó ella sacudiendo la cabeza—. He estado observándolo, se fue hace rato por aquel pasillo, y aún no ha vuelto.

Josh parecía deseoso de decir algo más, pero tras una pausa se encogió de hombros y volvió a sentarse.

Durante otra hora nada ocurrió. La espera, con aquel nudo en el estómago y aquel miedo que inmovilizaba todos sus músculos, comenzaba a convertirse en una experiencia familiar para Dani. Había vivido de un modo semejante las horas finales de Jimmy en el hospital. Deseaba gritar, arrojar cosas al suelo. Pero sabía que no serviría de nada, así que en lugar de ello enlazó las manos en el regazo.

—¿Cómo puedes tener tanta calma? —preguntó Josh de pronto.

Porque él estaba allí, con ella, pensó sin decirlo en voz alta. Nunca habría sobrevivido a la impotencia de aquellas horas de espera sin la confianza y los cuidados que le procuraba Josh.

Tras marcharse el doctor, Josh le había permitido llorar sobre su pecho. Sabía que las lágrimas no servían de nada, pero al menos se había desahogado. Sin embargo a Josh no parecía servirle el hecho de que ambos se agarraran de las manos. Su rostro parecía de granito, y sus bellos rasgos estaban endurecidos.

—Mientras siga vivo aún tengo esperanza —insistió ella.

—Yo…. ¡Dios me ayude! —susurró Josh con voz entrecortada, pasándose la mano por la barbilla sin afeitar. Tenía el cabello revuelto y lo ojos turquesa húmedos—. Quiero ser fuerte para ti y para Michael, pero… ¡no sé cuánto más podré resistir! —Josh se puso en pie y comenzó a caminar de un lado y a otro por la sala de espera, con las manos en los bolsillos—. Durante todos estos años he estado lamentando la pérdida de un niño que Carrie me negó, y no era más que… una idea que nunca llegó a ser realidad. Michael, en cambio… lo he sostenido en mis brazos, lo he bañado, he jugado con él, conozco su olor. Lo he dormido… ¡Oh, Dani!,

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¿qué me dirías si…? Es decir, ¡Dios!, Dani, ¿cómo sobrevive la gente a una cosa así? Aunque se ponga bien esta vez los niños no dejan de…

—De ser niños —terminó ella la frase por él, con una sonrisa—. Así es la vida, es peligrosa. Y siempre resulta demasiado corta.

Y sólo el amor hacía que mereciera la pena la lucha. Dani miró en las oscuras profundidades de los cansados ojos de Josh, sintiéndose incapaz de endulzarle la realidad.

—Siempre puede ocurrir algo malo, Josh. Los sueños mueren, la gente… muere. Incluso los niños… —continuó Dani dejando que su voz se desvaneciera.

—Sshhh —Josh presionó la cabeza de Dani sobre su hombro, sosteniéndola allí mientras ella volvía a humedecerle la camisa con las lágrimas—. Estamos juntos.

No podía pedir más, pensó Dani. Alguien con quien compartir la felicidad y el dolor, la esperanza y el miedo. Y la única persona con la que deseaba hacerlo estaba con ella. Pero no podía tenerlo.

—Soy la doctora Davila. Michael tiene hambre —sonrió. Josh casi se desmayó. Dani abrazó a la doctora, que volvió a sonreír—. Creemos que tiene intolerancia a la lactosa —añadió haciéndolos salir de la sala de espera—. La inhalación de humo hace un poco difícil que estemos seguros, habría que hacerle unas cuantas pruebas, pero…

—¿Quiere usted decir que es alérgico a la leche? —preguntó Josh obligando a ambas mujeres a detenerse delante del nido abarrotado de gente.

—A la leche de vaca —lo corrigió la doctora Davila—. Según parece sigue con leche materna. Les sugiero que más adelante le hagan unas pruebas…

Josh dejó de escuchar. Michael estaba bien. Agarró a Dani y la besó. Y se elevó hasta las estrellas como era habitual, pero delante de una buena audiencia.

—¿Son ustedes los padres de Michael? —preguntó una mujer joven con bata blanca.

—Sí —contestaron ambos poniéndose en pie mientras Dani agarraba a Josh de la mano.

—¿Cómo… cómo está? —preguntó él estrechando su mano.

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Capítulo 9—Tienes que dejar de hacer eso —dijo Dani temblando unos cuarenta

minutos después, mientras abandonaban el hospital, en el coche.

—¿El qué? —preguntó Josh sonriendo.

No había podido evitarlo. Michael estaba sano y su madre había participado con entusiasmo en el abrazo, al menos al principio.

—Besarme —contestó Dani—. Sobre todo en público. La gente se hace una idea equivocada.

—Lo que tú digas, cariño —acordó Josh ausente, mientras su fantasía favorita seguía flotando en su imaginación.

Pero Dani no iba a casarse con él sólo para hacer realidad sus fantasías, pensó en silencio, en tono de reproche.

—Y no soy tu cariño tampoco, Josh.

Aquella palabras de protesta habían sonado cansadas más que irritadas, pero Josh no estaba preparado para discutir. Aún no. Pronto, en cuanto se le presentara la oportunidad, le propondría el matrimonio.

Josh dejó a Dani y a Michael en el lugar en el que estaban hospedados y se encaminó hacia la oficina para recoger la ropa que guardaba allí. Pero una vez en el despacho las llamadas telefónicas desde Cleveland lo retuvieron.

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Tras una larga conversación, Josh volvió a la mansión colonial en donde Dani estaba sentada, dando de comer a Michael, en el porche delantero. Aquella tarde se los llevó a los dos a la ciudad a comprar lo más necesario. Todavía no podían volver a casa.

Pasaron otra noche más en el mismo lugar, pero en habitaciones separadas, y al día siguiente supervisaron los trabajos de limpieza de la casa. Aquel no era ni el momento ni el lugar apropiados para declararse, eso podía comprenderlo cualquier tonto.

Al día siguiente, no obstante, Josh estuvo retenido por asuntos de trabajo en los juzgados. Por la tarde, en la oficina, estuvo reflexionando. Necesitaba tiempo, encontrar el momento para hacerle la proposición pero, ¿cómo? Tenía que ofrecerle algo más que una promesa. Dani sabía que las promesas podían romperse.

Y era mejor ofrecerle algo más que amor, reflexionó. Ella ya había conocido el amor y él, por otra parte, tras todos aquellos años de rechazo del más leve sentimiento, no estaba seguro de poder ser un buen amante. Tenía que ofrecerle algo tangible.

Pero sólo tenía una casa que apestaba a humo, un jardín demasiado pequeño incluso para un bebé, un coche viejo…

Josh miró a su alrededor buscando algo valioso que ofrecerle, pero se deprimió. Entonces se preguntó si aquella segunda oportunidad era de verdad real.

Tenía que admitirlo, no valía nada como marido. Y no iba a engañar a Dani, cuyos verdaderos intereses eran Michael y aquel negocio de comidas a domicilio.

Lo haría lo mejor que pudiera y esperaría a que Dani se conformara con ello. Buscaría una casa nueva con un jardín y una cocina enormes, cambiaría el viejo coche por una furgoneta para que ella pudiera desarrollar su empresa. Incluso se quedaría en casa a cuidar de Michael si era eso lo que Dani deseaba.

Josh suspiró. No estaba seguro de que con eso fuera suficiente. Muchas mujeres deseaban tener un romance antes del matrimonio, y él no tenía ni idea de cómo comportarse de un modo romántico.

Marletta apareció entonces en la puerta.

—¿Sí? —preguntó frunciendo el ceño.

—Puede que no sea nada, o puede que sea un problema —dijo la secretaria. Josh hizo un gesto para que continuara, y ella sacó un dedo y señaló a su espalda—. Hay un hombre que pregunta por ti. No lo había visto nunca antes.

—¿Y? Si es un nuevo cliente hazle la entrevista preliminar y dile que nos pondremos en contacto con él.

—Mmm… La verdad es que se ha sorprendido al saber que eres abogado. Se llama Graves.

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—No me suena, pero si no está buscando un abogado, ¿para qué quiere verme?

—No me lo ha dicho —contestó Marletta cruzándose de brazos—. Dijo que era un asunto personal. Y tiene acento tejano.

—Siempre dije que eras una experta observadora. Hazlo pasar, Marletta.

—Pero…

—Si lo que sospecho es cierto esto puede ser mi golpe de buena suerte. Haz pasar al señor Graves, Marletta —repitió Josh abrochándose el primer botón del cuello de la camisa y poniéndose en pie—. Yo lo sacaré de aquí después y me iré a casa a comprometerme.

—¡Bueno, ya era hora! —contestó Marletta—. Ese hombre habla bastante despacio pero, ¿crees que podrías terminar en unos veinte minutos?

Josh se apretó el nudo de la corbata y rodeó la mesa del despacho hasta llegar a la puerta.

—Cronométrame.

Aquella entrevista lo ocupó diecisiete minutos. Justo lo suficiente para que Graves, un hombre de unos cincuenta años con botas de vaquero, le mostrara a Josh su licencia de investigador privado y le contara que estaba trabajando para Pete y Edna Caldwell, tratando de localizar a Danielle.

—He seguido su pista desde el oeste de Texas, hará un mes, hasta una pequeña ciudad llamada No Lake. Creo que allí vio a un doctor, pero nadie de la clínica ha podido decirme nada. El empleado de un motel me dijo que estaba con un tal Joshua Walker, de Virginia. Y creo que ése es usted.

Graves le preguntó entonces a Josh dónde estaba Dani en ese preciso momento sin darle tiempo a confirmar o negar los datos que había recabado.

—No tengo ni idea —contestó Josh pensando que al fin y al cabo no estaba delante de ningún juez y que Dani, además, podía estar de compras, en el parque, o en cualquier parte—. Lo siento, no puedo ayudarlo.

Graves hizo un par de intentos más por sacarle la información, aseguró que los Caldwell ya no pretendían obtener la custodia legal del bebé y, finalmente, al ver que era inútil, se puso su sombrero y sacó una tarjeta en la que escribió el número de teléfono de los Caldwell antes de ofrecérsela.

—No soy tan ingenuo, caballero. He tomado buena nota de que no niega usted conocer a la señorita Caldwell, así que si recuerda algo o se entera de dónde puede estar apreciaría mucho que me llamara a mí o a los Caldwell. De día o de noche. Ellos sólo quieren saber si su nieto nació bien, si está bien y si necesita… él o su madre, alguna cosa. Los señores

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Caldwell perdieron a su único hijo, señor Walker —continuó Graves—, y están profundamente preocupados por su nieto. Es el único nieto que van a tener nunca, ¿comprende?

Josh bajó la mirada. Lo comprendía muy bien. Él mismo había pasado seis años obsesionado con un pensamiento semejante, dejando que destruyera su vida.

—No sé dónde está Dani ahora mismo —repitió Josh levantándose de la mesa—, pero puede decirles a sus clientes que Dani dio a luz a un niño hace aproximadamente cuatro semanas.

Graves trató de sonsacarle más detalles, pero Josh volvió a sonreír, insistió en que no era libre de contarle nada más y lo sacó de la oficina. Luego se volvió hacia Marletta y la levantó por los aires dando vueltas hasta que la secretaria, riendo, juró:

—Si no te marchas enseguida te las vas a ver conmigo. ¡Déjame ya y vete!

Josh obedeció contento. Por fin iba por el buen camino. A casa, con Dani. Hacia un futuro feliz. De nuevo la vida le parecía simple, transparente y brillante como el cristal. Emocionante y llena de esperanza.

Mientras conducía de vuelta a Fallsboro, Josh estuvo meditando sobre la afirmación de Graves de que los Caldwell ya no deseaban la custodia de su nieto. Quizá fuera cierto, pero quizá no. De todos modos ya no importaba, porque por fin tenía algo a su favor. Y estaba dispuesto a utilizarlo. A cambio le ofrecería a Dani todo lo que tuviera.

—¡Dani! —la llamó al entrar en la casa oliendo a algo apetitoso.

—Aquí arriba —gritó ella.

Dani estaba sentada en el dormitorio. Josh hizo una pausa en el umbral de la puerta para mirarla embelesado. Unos cuantos rizos le caían por la cara, rozándole la piel. Y sus ojos verdes brillaban enormes. Sus labios, sensuales y generosos, se curvaban en una sonrisa de bienvenida.

—¡Dios, qué guapa eres! —respiró él.

—¡Y tú qué loco estás! —rió ella sofocadamente deseando que hubiera hablado en serio.

—¿Dónde está Michael? —preguntó Josh.

Dani señaló hacia la ventana.

—Abajo, en el patio.

Había puesto a Michael en el corral y colocado éste en un lugar donde pudiera verlo desde la ventana. De ese modo el niño respiraba aire fresco.

Josh se acercó a la ventana y Dani lo observó caminar a grandes pasos. Había llegado el momento de marcharse, pensó. Lo sabía incluso desde antes de aquel beso en el hospital. Trataba de buscar algo que hacer, algo que la retuviera allí aunque fuera un solo día más. No quería abandonarlo.

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—Hoy… he… tenido una visita inesperada —dijo Josh sin dejar de mirar a la distancia.

—¿Quién? —preguntó ella al ver que no decía nada más.

Josh se volvió. La emoción llenaba aquellos ojos turquesas, pero Dani no fue capaz de descifrar de qué se trataba. Entonces algo hizo que Josh cambiara de expresión y, respirando hondo, soltó una larga retahíla de palabras:

—Un tipo llamado Delbert Graves. Es investigador privado, contratado por tus suegros. Te ha seguido hasta aquí. Dice que los Caldwell han decidido no pedir la custodia de Michael, pero puede que sea mentira. Me siento responsable, y creo que… —Josh se metió las manos en los bolsillos y miró por la ventana de nuevo—. La única forma de asegurarnos de que no nos quitarán a Michael es casándonos. Así podría adoptarlo legalmente. Te he cuidado bien, Dani. A los dos. Conmigo estarás segura para siempre. ¿Qué me dices?

Durante unos instantes, Dani no pudo pronunciar palabra. No podía siquiera respirar.

—No… no sé qué decir —susurró al fin buscando una silla en la que dejarse caer al ver que las piernas no la sostenían.

—Di que sí.

—No es tan fácil —respondió ella mordiéndose el labio.

No era en absoluto fácil, y sin embargo ni siquiera estaba segura de por qué vacilaba. Amaba a Josh, y él acababa de pedirle que se casaran. Era su sueño hecho realidad. Ésa era la razón.

Era el sueño de Dani, no el de Josh. Lo amaba demasiado como para dejar que su sueño se convirtiera en la pesadilla de él. Porque él no había dicho una palabra sobre amor, sólo había dicho que se sentía responsable.

La decisión era sencilla, no hacía falta que lo pensara. Tenía que marcharse. Antes de que su corazón le convenciera de lo contrario. No podía permitirse el lujo de vivir otro matrimonio basado en la esperanza y las fantasías, aquello sólo podía terminar en un desastre, y ella lo sabía.

No era justo para Josh. Josh merecía algo mejor, la oportunidad de encontrar a una mujer a la que pudiera amar, tener su propia familia. Dani imaginó a Josh rodeado de niños de ojos azules y cabellos dorados, y las lágrimas brotaron de sus ojos.

—¿Qué es lo que te resulta tan difícil? —preguntó él encogiéndose de hombros.

Abandonarlo, decirle adiós al sueño más anhelado de su corazón. Callar en lugar de decirle que lo amaba.

—No puedo.

—¿Y por qué diablos no? —preguntó Josh con la mandíbula tensa.

¿Qué podía decirle? Cualquier excusa que se acercara a la verdad no serviría sino para comenzar una discusión, y Dani se sentía desfallecer.

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Cinco minutos más frente a aquella tentación y estaría dispuesta a condenar a Josh para el resto de su vida.

—Porque yo tengo que vivir mi propia vida, Josh —contestó levantando el mentón y tratando de resultar convincente—. El matrimonio no entra en mis planes, al menos por ahora.

—Bueno, pues es ahora precisamente cuando te hace falta casarte —soltó él—. Si tus suegros saben dónde trabajo sabrán también dónde vivo, así que…

—Así que será mejor que me vaya —terminó Dani la frase cerrando los ojos para tratar de amortiguar el dolor que le partía el corazón—. Me marcharé hoy mismo.

—¡No, no puedes hacer eso! —exclamó Josh mirando a su alrededor, buscando inspiración.

Josh sabía que si se marchaba la perdería. Tenía que retenerla hasta que diera con una idea, con algo que la obligara a quedarse.

—Debo irme —afirmó Dani.

Entonces el teléfono sonó.

—Espérame aquí —ordenó Josh corriendo escaleras abajo para contestar—. ¿Sí?

—Hola, Walker —saludó Marletta—. Siento interrumpir, pero te esperan en los Tribunales por el caso Reinholdt. Ahora mismo. El juez está a punto de dictar sentencia.

—¡Maldita sea!

—¿Aún no estáis comprometidos?

—Ni de lejos.

—Bueno, la suerte no te sonríe por el momento —contestó la secretaria—, pero no dejes de ir a los juzgados. Ya conoces a Reinholdt, como no acudas te echará a los perros. Y no creo que puedas cortejar a tu Dani desde la cárcel.

—Sí, tengo que ir —confirmó Josh colgando—. Tengo que estar en los Tribunales dentro de diez minutos —explicó dirigiéndose a Dani, que lo había seguido escaleras abajo—. No te vayas hasta que no haya vuelto —ordenó caminando a grandes pasos hacia la puerta—. Por favor, hablo en serio. Sólo… ya pensaremos algo, ¿de acuerdo?

Josh desapareció sin esperar respuesta. Por un momento, Dani creyó morir de desesperación y anhelo, pero escuchó a Michael en el patio y recordó que tenía que seguir adelante.

Dani hizo la maleta y llamó a la estación de autobuses. Por suerte uno salía hacia Little Rock en el plazo de una hora. Desde allí tomaría otro hasta Lufkin.

Había llegado el momento de abandonar a Josh Walker y de abandonar Virginia, de hacer las paces con los padres de Jimmy y de

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volver a Texas. Tenía suficiente dinero para el autobús, pero no sabía cuánto le costaría el taxi desde la casa de Josh hasta la estación. ¿Y qué ocurriría si Josh llegaba antes de que ella se marchara? No confiaba en sí misma, no se creía capaz de resistir a la tentación una segunda vez.

Dani se mordió el labio y subió las escaleras en busca de la tarjeta que le había dado el senador Perrodeaux. Marcó el número aprisa, antes de cambiar de opinión.

—¿Senador Perrodeaux? Soy Dani Caldwell, ¿te acuerdas de mí?… Sí, fue una noche encantadora. Sí, está muy bien. Casi duerme seis horas seguidas.

Las lágrimas emborronaban la habitación. Dani respiró hondo y, actuando del modo más noble que pudo, a pesar de ser lo más difícil que había tenido que hacer nunca, continuó:

—Me preguntaba si podrías hacerme un pequeño favor…

Josh trató de callar y de no ponerse nervioso. Reinholdt comenzó a hablar interminablemente, en un tono monótono. Josh ni siquiera se molestó en escuchar. Que escuchara el abogado defensor.

Estaba ocupado pensando en qué decirle a Dani cuando volviera a casa, en cómo convencerla.

Tenía que ser con algo tangible, pero distinto de casas o coches. Algo romántico. Una proposición, concluyó mirando el reloj. Se estaba haciendo tarde. No podía dejar de maldecir a Reinholdt en silencio, conminándolo a terminar de una vez. Tenía que comprar flores, muchas flores. Y un anillo. Eso le demostraría que hablaba en serio.

Además la llevaría a cenar. A un lugar tranquilo, elegante e íntimo. Quizá tratara incluso de organizar una de aquellas escenas en las que se conspiraba con el camarero para que le sirvieran a la dama el anillo a los postres.

De pronto su cliente sonrió y le estrechó la mano.

Habían ganado el juicio. Josh aceleró las felicitaciones, declinó la invitación a celebrar la victoria y corrió hasta el coche.

Arrancó el motor y volvió a reflexionar sobre el anillo. Ningún diamante podía igualar el fuego de los ojos de Dani, pero era un gesto romántico con un significado evidente, algo que ella no podría malinterpretar.

Dani jugó mecánicamente con Michael para calmarlo, consiguiendo sonreír y hacer un gesto de adiós con la mano hacia el senador mientras la limusina giraba en una curva. Con un enorme esfuerzo de voluntad esperó en la cola y pidió un billete para Little Rock.

Michael se quedó dormido mientras esperaban para subir al autobús y Dani, sola en medio de tanto extraño, se deshizo en lágrimas.

Una vez más, Josh entró en casa precipitadamente. En aquella ocasión, sin embargo, iba cargado con todas las rosas que había podido

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encontrar en la ciudad. Y en el bolsillo llevaba una pequeña caja de terciopelo.

—¡Dani! —la llamó al pie de la escalera. Hubo un silencio—. Dani, ¿dónde estás? —de nuevo el silencio. El pánico se apoderó de Josh—. ¡No, Dios, por favor!

Josh se apresuró a subir las escaleras, a buscar por todas partes.

—¿Dónde diablos estás? —musitó muerto de miedo.

Por fin vio una tarjeta bajo el teléfono en el salón.

Las rosas se le cayeron al suelo sin que se diera cuenta. Josh tomó la tarjeta y leyó el número escrito con tinta. Volvió a mirarlo una segunda vez y llamó. Su miedo se trasformó en desesperación cuando la secretaria de Perrodeaux le confirmó que el senador había recibido una llamada telefónica aquella tarde.

Dani no volvió.

Josh estuvo sentado en las escaleras, mirando hacia puerta, durante veinticuatro horas. Esperando. Luego, con la mandíbula tensa, se dirigió al salón y trató de trabajar. Tenía que escribir cinco hojas de argumentos, bien razonados y documentados, para un importante caso que…

Pero sólo tenía tres frases, y de ellas únicamente una tenía sujeto y verbo.

—¡Al diablo! —gruñó arrojando el bloc al suelo.

Al diablo con la Corte Suprema y con todo lo demás, pensó Josh pasándose una mano cansada por los ojos. Seguía sin poder creerlo, seguía sin poder comprender cómo era posible que Dani lo hubiera abandonado de ese modo.

Se había marchado con Michael. Y nunca más volvería a verlos. Había perdido su oportunidad.

Y dolía. Demasiado como para olvidarlo. Demasiado, incluso, como para sobrevivir…

Una suave neblina nocturna comenzaba a caer cuando Marletta llegó sin avisar. Se quedó parada en el arco que daba al salón, con las manos en las caderas, y lo miró con el ceño fruncido.

—Así que es aquí donde has estado escondiéndote —dijo al fin con un gesto de desdén—. Walker, resultas patético.

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Capítulo 10Tras mirar absorto a su alrededor por primera vez después de varios

días, Josh supuso que Marletta tenía razón. Había rosas marchitas en el suelo justo donde las había dejado caer, una caja de pizza y otras pocas de comida china en la mesita delante del sofá. Eso debía de significar que había comido, pensó Josh pasándose una mano por la barbilla sin afeitar. ¿Pero habría dormido?

No lo recordaba. Lo único que sabía era que el dolor no había cesado, que no había disminuido en lo más mínimo.

—¿Es que ni siquiera se te ha ocurrido llamarme para contarme que estás aquí, lamentándote? —preguntó Marletta.

—Lo siento —suspiró él.

—Desde luego que lo sientes, Walker —contestó ella volviéndose hacia la puerta—. Y por cierto, me voy.

—¿Qué? —preguntó Josh comprendiendo que sólo le quedaba el trabajo y que, sin Marletta, podía despedirse también de él—. No puedes hacer eso.

Marletta se dio la vuelta y sacó un dedo acusador para señalarlo.

—Puedo y me voy si no abandonas esa actitud ahora mismo, Walker.

—¡Maldita sea, Dani se ha ido! ¿Qué se supone que debo hacer yo?

—Seguirla, so tonto.

—¿Y qué hago cuando la encuentre? Eso si la encuentro, claro…

—¿Cómo voy a saberlo yo? —soltó la secretaria—. Simplemente no te quedes ahí sentado.

—¿Pero qué más puedo hacer? —preguntó Josh desesperado—. Le pedí que se casara conmigo y me rechazó.

—¿Por qué?

—¿Cómo voy a saberlo? Porque no quería casarse conmigo, supongo.

—¿Supones? ¿Pero qué diablos te pasa, Walker? Ví la forma en que te miraba la noche que fuisteis a cenar con el senador. Estaba enamorada de ti entonces, ¿qué has hecho para hacerla cambiar de opinión?

—Nada —contestó Josh encogiéndose de hombros en un gesto defensivo—. Dijo que no podía casarse conmigo, que tenía que vivir su propia vida.

—¿Y qué diablos significa eso?

—¡No lo sé! —gritó Josh desesperado, poniéndose en pie—. Escucha, después de deshacerme de Graves vine a casa, le expliqué a Dani que el detective la había localizado y que lo mejor era que nos casáramos. De ese modo yo podía adoptar a Michael y ella no tenía que preocuparse por

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los Caldwell. Entonces ella…—de pronto Josh se interrumpió. Marletta parecía tener un ataque, tenía dificultades para respirar—. ¿Qué te ocurre? ¿Quieres que llame a una ambulancia? —Marletta sacudió la cabeza y se inclinó para ponerse la mano en el corazón—. ¿Te estás… riendo? Pero, ¿qué diablos es lo que te resulta tan divertido?

—Tú, Walker. Para ser un brillante abogado, conocido por su magnífica oratoria ante el juez, te cuesta… —carcajadas y risotadas ruidosas volvieron a surgir de la secretaria. Cuando finalmente pudo controlarse, preguntó—: ¿Te molestaste en decirle a Dani cuánto la amabas y adorabas?

—¡Nunca hablamos de amor! —replicó Josh cerrando los ojos de pronto al comprender su estupidez—. ¡Oh, dia…! —se llevó una mano a la frente—. No le… Pero es imposible que ella… ella no sabe que… —luego, extendiendo las manos hacia su secretaria como si fuera una instancia superior, apeló a su sabiduría y preguntó—: ¿Crees que tengo alguna probabilidad si me arrojo a sus pies y le declaro mi amor eterno?

—Puede ser un buen comienzo —contestó Marletta con una sonrisa.

—¿Pero cómo voy a encontrarla? ¡Éste es un país muy grande, podría estar en cualquier parte!

—Si ella te ama —aseguró Marletta—, no te será difícil encontrarla. Y ahora vamos a ver, tenemos que pensar cómo va a ser esa declaración.

En pocos minutos idearon un plan y la forma de ponerlo en acción. Juntos llegaron a una conclusión: en lugar de ponerse en contacto con los Caldwell telefonearían a Delbert Graves.

La dirección que le dio Graves pertenecía a un rancho de ladrillos rojos, de estilo años cincuenta, algo apartado de la calle. Josh entró con el coche por el camino de grava y apagó el motor. Caminó hasta la puerta principal y llamó al timbre, esperanzado e irritado a la vez.

Un hombre de mediana edad y cabello cano abrió la puerta.

—¿Puedo ayudarlo? —preguntó con acento tejano.

—Estoy buscando a Pete Caldwell.

—Pues ya lo ha encontrado —dijo el hombre sin soltar el picaporte de la puerta—. ¿Qué puedo hacer por usted?

—Me llamo Josh Walker, y la razón por la que… —Josh se interrumpió al escuchar un sonido familiar. Era el llanto de un bebé. Y no de un bebé cualquiera—. ¿Dónde está? —exigió saber tratando de entrar en la casa—. ¿Dónde está Michael?

El hombre señaló una puerta al final de aquella habitación.

—En la cocina. ¿Debo entender que conoce a mi nieto?

Josh asintió y caminó en la dirección que el hombre había señalado. Entró en la cocina y vio, en el centro, a una mujer mayor de pelo y ojos castaños. Estaba tratando de darle el biberón a Michael. El pobre niño, con

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lágrimas en los ojos, torcía la cabeza a otro lado. Josh se acercó de un solo paso.

—Ven aquí, precioso —dijo Josh tomando al niño y abrazándolo contra su pecho, preparándose para regañar a la buena mujer—. Para empezar, este niño tiene intolerancia a la lactosa, y…

—Igual que su padre, joven —soltó la mujer—. Esta leche es especial, y hasta ahora la ha estado tomando muy bien.

—Entonces es que no tiene hambre —declaró Josh—. Está cansado.

—Sí, eso pensé yo, pero cuando lo dejé en la cuna no paró de llorar. No sabía qué hacer —sonrió la mujer—. A decir verdad hace muchos años que no cuido a un bebé, he olvidado todo lo que sabía. ¡Y el trabajo que dan!

—A Michael sólo le gusta acostarse en la cuna por la noche. Para las siestas prefiere esto —explicó Josh haciéndole caricias en la espalda hasta que el bebé dejó de llorar y bostezó sobre su hombro.

Pete Caldwell había seguido a Josh hasta la cocina. Se acercó a su mujer y puso las manos sobre su hombro en un gesto protector.

—Apreciamos su consejo, señor Walker, pero debería usted de explicarnos a qué ha venido aquí.

—Estoy buscando a Dani. ¿Dónde está? Si creen ustedes que pueden secuestrar a su bebé así, sin más, están muy equivocados. Es un delito federal…

—Eh, un momento, hijo —lo interrumpió Pete Caldwell tranquilo, levantando la palma de una mano—. Creo que ha habido un error…

—Puede estar seguro de que sí, caballero.

—Parece que tienes razón, Edna —volvió a decir Pete riendo—. Hay algo más entre estos dos que un simple samaritanismo. El bebé que tiene usted en sus brazos es nuestro nieto, y pretendemos formar parte de su vida, joven. Sin embargo no deseamos tener su custodia para siempre.

—¿Y entonces por qué amenazaron a Dani con…?

—Eso fue producto de nuestro dolor, señor Walker. No sé si puede usted comprender cuánto… —la mujer se interrumpió con lágrimas en los ojos.

—¿Cuánto duele? —preguntó Josh—. Sí, señora, puedo comprenderlo.

—Bien —continuó Edna más tranquila—. Durante los últimos dos días hemos comprendido que hay que ser joven para criar a un niño, nosotros somos demasiado viejos para dedicarnos a él todo el tiempo.

—Pero Michael necesita abuelos también, ¿no es eso? —afirmó Josh—. ¿Dónde está Dani?

—Cuando volvió de Virginia era evidente que tenía muchas cosas en qué pensar —explicó Pete Caldwell—. Sin embargo no quería hablar. Una vez que la relación entre ella y nosotros se aclaró, Dani aceptó que

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cuidáramos de Michael durante un par de días mientras ella se tomaba un descanso para reflexionar.

—¿Saben dónde está?

Pete Caldwell escrutó el rostro de Josh durante unos instantes.

—No exactamente, pero dijo que si necesitábamos hacerla llegar algún mensaje nos pusiéramos en contacto con el doctor Ravjani, que él la localizaría en la cabaña.

Josh deseó soltar al niño y dar saltos de alegría. Sin embargo se contuvo y dijo:

—Señor Caldwell, voy a hacerle una pregunta muy importante. ¿Qué les parecería a ustedes que alguien ayudara a Dani a criar a Michael? Alguien que seguramente cometerá una infinidad de errores, pero que ama a su nieto y a la madre más que a la misma vida.

—Los errores son humanos, hijo. Yo también he cometido algunos de los que me arrepentiré toda la vida… —confesó Pete—. Pero el dolor de perder a Jimmy me ha enseñado una cosa: al final lo único que importa es el amor. Bienvenido a la familia —añadió alargando una mano para estrechársela.

Josh trasladó con cuidado a Michael, dormido, a los brazos de Edna, y luego le estrechó la mano a Pete. Y después salió a todo correr.

El helado amanecer con su espectacular púrpura había dado paso al dorado magenta del sol levantándose y después al calor brillante de la mañana. Dani había permanecido durante todo ese tiempo sentada en el porche trasero del refugio, contemplando el desierto y esperando que el silencio amortiguara el dolor que sentía. Pero no funcionó. Una lágrima resbaló por su mejilla. Cerró los ojos y trató de contener el resto. Había llorado en abundancia, y ninguna de aquellas lágrimas había cambiado en nada las cosas. Amaba a Josh, pero él no la correspondía.

¿Seguro?, susurraba una voz en su estúpido corazón. De todos modos, él le había propuesto el matrimonio aunque no fuera así, deseaba adoptar a Michael. Y Josh no era un niño que hiciera promesas sin estar seguro de poder cumplirlas. Josh Walker era todo un hombre, un hombre de experiencia, fiable. ¿Se podía decir lo mismo de ella?

A pesar de haber hecho lo correcto Dani se daba cuenta de que había huido, de que lo había hecho mal. Tan mal como Carrie. Josh le había pedido que se quedara y lo esperara, y ella se había marchado sin decir una palabra.

—¡Socorro!

Un estremecimiento la recorrió. ¿Era un grito real, o sólo producto de su imaginación?

—¡Socorro, socorro!

—¡Ya voy! —gritó mientras su corazón comenzaba a latir acelerado de nuevo—. ¡Ya voy!

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Dani corrió por el camino que llevaba desde el refugio hasta la carretera.

—¡Socorro!

Llegó a la enorme piedra que bloqueaba el camino, se agarró a ella y asomó la cabeza. Y se quedó mirando. Era Josh.

Aquel queridísimo, loco, atractivo y tierno Josh Walker estaba de pie, sobre una piedra, en el cauce del río seco, con un montón de rosas en los brazos.

—Socorro —dijo él una vez más en voz baja, con una sonrisa de inseguridad—. Tienes que ayudarme, Dani —añadió saltando de la piedra.

Atónita por la intensidad del deseo de lanzarse sobre él para llegar hasta el cielo de sus besos, Dani sintió que su voz sonaba entrecortada al preguntar:

—¿Cómo… qué clase de ayuda necesitas?

—Necesito una segunda oportunidad, Dani —declaró Josh dando un paso hacia ella—. Y sólo tú puedes concedérmela.

Ella era incapaz de articular palabra.

—Cuando me sacaste de este arroyo durante la crecida… —comenzó Josh a explicar abrazando las rosas que comenzaban a caérsele—… me concediste una segunda oportunidad para vivir. Ahora te pido que me concedas una segunda oportunidad para declararme.

—Josh, yo… —Dani se retiró nerviosa los rizos de la cara.

—Por favor —rogó él acortando la distancia que los separaba—. Si me rechazas yo… —sacudió la cabeza.

Dani no deseaba seguir resistiéndose. ¿Por qué no aceptar la oferta y amarlo durante el resto de su vida?, se preguntó. Quizá él, en un futuro, pudiera llegar a…

—No, no puedo prometerte que me marcharé, Dani —continuó él derritiendo la poca resistencia que quedaba en ella—. No podría. Cásate conmigo, Dani, por favor. Te amo. Quizá no sepa cómo expresarlo, pero aprenderé. Tú puedes enseñarme, igual que le enseñas a Michael.

Dani no podía creer lo que estaba escuchando.

—¿Que tú… me amas?

—¡Dios, sí! —gritó él.

Dani dejó que sus pies gobernaran su conducta.

Unas cuantas rosas cayeron al suelo en medio del desierto, otras se aplastaron entre los cuerpos de ambos al correr ella a sus brazos.

—¿Eso es un sí? —preguntó Josh deleitándose.

—Dilo otra vez —ordenó ella con voz ensoñadora.

—Te amo, Dani Caldwell.

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—Demuéstramelo —dijo entonces ella echándose hacia atrás sin soltarse. Josh podía leer en los ojos de Dani, que brillaban verdes sin sombras, llenos de amor, y deseo—. Llévame al refugio ahora mismo y demuéstrame cuánto me amas, Josh.

—En cuanto nos hayamos casado —prometió él—. Te demostraré que te amo con todo mi corazón y con toda mi alma, de todos los modos posibles. Y mientras tanto… —Josh buscó la pequeña caja de terciopelo en el bolsillo y la abrió—… deja que esto simbolice mi amor.

Josh sacó el anillo y dejó caer la caja al cauce seco del arroyo junto con un par de rosas más. Después, con cuidado, le puso el solitario en el tercer dedo de la mano izquierda.

Los ojos verdes de Dani lucían cálidos, como los árboles de Montana en primavera. Josh la atrajo a su lado, y ella apoyó la cabeza en su pecho.

—No espero que tú me correspondas, Dani. No hasta que…

Entonces Dani tocó con un dedo los labios de él.

—Te amo, Josh —aseguró—, y me casaré contigo en cuanto la ley nos lo permita.

Josh no pudo evitarlo. La levantó del suelo y comenzó a dar vueltas hasta que los dos rieron y se marearon.

—¿Y qué hay de los niños? —preguntó Dani en cuanto él paró.

Josh la dejó en el suelo con cuidado. Esperaba esa pregunta. De hecho pensaba hacérsela él mismo. En aquella ocasión tenía planeado discutir sobre el asunto con antelación, y sin embargo eso no significaba que fuera a ser fácil. Josh sabía, no obstante, que la respuesta le saldría del corazón.

—Tenemos a Michael —dijo posando los labios en lo alto de la cabeza de Dani—. Ser su padre es todo lo que un hombre podría esperar.

—Michael no será hijo único —declaró Dani mientras sus dedos recorrían el cuello de la camisa de Josh—. ¿No te gustaría tener otro niño algún día? —preguntó desabrochando el primero de los botones—. Algún día, ¿digamos pronto? —añadió desabrochando el segundo y el tercero—…con cabellos dorados y ojos azules.

Los dedos de Dani provocaron deseos ardientes en Josh. Reacio, él atrapó sus manos con los puños. Aquella sensual tortura tenía que cesar mientras no tuvieran un par de cosas resueltas primero. No iba a precipitar los acontecimientos, no en aquella ocasión. Esperarían, aunque eso lo matara.

—Verdes —jadeó él mientras Dani dejaba los botones y comenzaba a besar la piel desnuda—. Yo quiero una niña con ojos verdes y con tu cabello —Josh agarró la sedosa trenza de Dani y la obligó a parar aquella excitante exploración de su torso—. Pero no voy a cometer el mismo error dos veces —insistió gimiendo—. Vamos a hacer las cosas bien desde el principio. Lo primero de todo, nos comprometemos…

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—Eso está hecho —susurró Dani moviendo la mano para ver el brillo del diamante.

—Luego nos casamos —continuó Josh—, nos vamos de luna de miel y entonces, y sólo entonces, hacemos el amor. Y niños.

—No.

Todo cesó de repente.

—¿No? —repitió Josh preguntándose si sería posible que hubiera cambiado de opinión tan deprisa.

Dani escrutó su rostro leyendo en él las diversas emociones, escuchando el dolor y la confusión en la profundidad vibrante de su voz. No pudo evitar sentir cierto orgullo femenino al ver que aquel hombre tan sofisticado, atractivo y lleno de éxito, necesitaba de su amor. La necesitaba tanto como ella a él.

—Quiero decir… quizá podamos dejar eso de ir de luna de miel —se apresuró a explicar Dani con ojos verdes sonrientes y picaros—. ¿Por qué no nos quedamos en casa, sencillamente, con Michael?

Josh suspiró de alivio y de felicidad. Sin embargo…

—No —contestó besando la piel sedosa de detrás de la oreja de Dani—. Vamos a hacerlo todo bien, y al detalle. Tú sólo tienes que decirme la fecha, yo lo arreglaré todo. Por esta vez —añadió riendo—seré yo quien se haga cargo de la situación.

Dani se mordió el labio. No podía esperar a unir su vida a la de Josh Walker, no lo suficiente como para darle tiempo a que organizara una gran boda, al menos. ¿Pero por qué discutir? En Virginia no hacía falta período alguno de espera antes de casarse, así que si las cosas se ponían mal siempre les quedaba la solución rápida.

Dani rió y abrazó a Josh por el cuello.

—Te doy una semana, ni un minuto más.

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Fin

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