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Topofilia y topofobia. El hogar como espacio evocador de emo (1)

Date post: 07-Jul-2015
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 TOPOFI LIA Y TOPOFOBIA. EL HOGAR COMO ESPACIO EVOCADOR DE EMOCIONES CONTRADICTORIAS 1 . Tex to pub licado originalm ent e como “To pop hi lia and Topophobia: The home as an evocative place of contradictory emotions” en Space and Culture (2005 ) vol 8, nº2 pp 193-213. Beatriz Muñoz González Universidad de Extremadura Desde que los estudios de género se han consolidado como un campo importante dentro de diferentes disciplinas humanas y sociales, se ha destacado, sobre otras, una oposición entre hombres y mujeres: aquella que se refiere a la radical diferencia entre los ámbitos masculino y femenino de trabajo y de vida. La casa frente a la calle, lo privado frente a lo público, lo invisible frente a lo visible, lo doméstico frente a lo aperturista y lo  productivo frente a lo reproductivo son algunos de los términos de oposición que se han considerado pertinentes a la hora de analizar las relaciones de género. Ciertamente, la consideración ideológica de la mujer en la casa ha cambiado de manera pendular. Si la historia tradicionalm ente ignoró y negó trascendencia a la mujer y a la casa como entidades en tanto que, se decía, no aportaban nada al conocimiento de la historia; si se transmitía la idea de que esa relación entre casa y mujer era normal, natural, casi consustancial a ella y, por tanto apetecible para la mujer; si la antropología podía asumir en las primeras décadas del s. XX aquella cándida afirmación de Malinowski de que “la antropología es el estudio del hombre que abraza a la mujer”; si la sociología 1  Este artículo presenta algunas de las conclusiones extraídas tras la realización de una investigación realizada en Zangarillejas, municipio situado al suroeste de España, y a sólo 10km de la capital de la  provincia. Zangarillejas es una villa que ha experimentado un acelerado proceso de cambio social – funda menta lmente conse cuenc ia de la crisis de las econ omías agrar ias tradicionales - que le ha lleva do al abandono de la tradicional actividad agropecuaria en favor de los sectores de la construcción y servicios. En este contexto me interesaba conocer hasta qué punto los discursos sobre la domesticidad en el mundo rural se habían visto afectados también por los procesos de cambio social, de tal forma que, priorizando en mi análisis los planteamientos de lo que es hoy en día una de mis líneas de investigación – la Sociología de las Emociones-, seleccioné a un grupo de 32 mujeres representativas del municipio, esto es, con niveles de estudio bajos, amas de casa que no realizaban ningún trabajo remunerado y cuyos maridos se enmarcan dentro del amplio abanico de la clase obrera. Sus edades se extendían entre los 23 años y los 59 años. A todas ellas las estuve entrevistando durante un periodo de siete meses y fruto de mis conversaciones con ellas es este trabajo que presento. 1
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TOPOFILIA Y TOPOFOBIA. EL HOGAR COMO ESPACIO EVOCADOR DE

EMOCIONES CONTRADICTORIAS1.

Texto publicado originalmente como “Topophilia and Topophobia: The home as an

evocative place of contradictory emotions” en Space and Culture (2005) vol 8, nº2 pp

193-213.

Beatriz Muñoz GonzálezUniversidad de Extremadura

Desde que los estudios de género se han consolidado como un campo importante

dentro de diferentes disciplinas humanas y sociales, se ha destacado, sobre otras, unaoposición entre hombres y mujeres: aquella que se refiere a la radical diferencia entre los

ámbitos masculino y femenino de trabajo y de vida. La casa frente a la calle, lo privado

frente a lo público, lo invisible frente a lo visible, lo doméstico frente a lo aperturista y lo

 productivo frente a lo reproductivo son algunos de los términos de oposición que se han

considerado pertinentes a la hora de analizar las relaciones de género.

Ciertamente, la consideración ideológica de la mujer en la casa ha cambiado de

manera pendular. Si la historia tradicionalmente ignoró y negó trascendencia a la mujer y a

la casa como entidades en tanto que, se decía, no aportaban nada al conocimiento de la

historia; si se transmitía la idea de que esa relación entre casa y mujer era normal, natural,

casi consustancial a ella y, por tanto apetecible para la mujer; si la antropología podía

asumir en las primeras décadas del s. XX aquella cándida afirmación de Malinowski de

que “la antropología es el estudio del hombre que abraza a la mujer”; si la sociología

1  Este artículo presenta algunas de las conclusiones extraídas tras la realización de una investigaciónrealizada en Zangarillejas, municipio situado al suroeste de España, y a sólo 10km de la capital de la provincia. Zangarillejas es una villa que ha experimentado un acelerado proceso de cambio social – fundamentalmente consecuencia de la crisis de las economías agrarias tradicionales- que le ha llevado alabandono de la tradicional actividad agropecuaria en favor de los sectores de la construcción y servicios. Eneste contexto me interesaba conocer hasta qué punto los discursos sobre la domesticidad en el mundo rural sehabían visto afectados también por los procesos de cambio social, de tal forma que, priorizando en mianálisis los planteamientos de lo que es hoy en día una de mis líneas de investigación – la Sociología de lasEmociones-, seleccioné a un grupo de 32 mujeres representativas del municipio, esto es, con niveles deestudio bajos, amas de casa que no realizaban ningún trabajo remunerado y cuyos maridos se enmarcandentro del amplio abanico de la clase obrera. Sus edades se extendían entre los 23 años y los 59 años. A todasellas las estuve entrevistando durante un periodo de siete meses y fruto de mis conversaciones con ellas es

este trabajo que presento.

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clásica buscó explicaciones sobre los hechos sociales en las esferas públicas y no en la

casa, el surgimiento y trascendente desarrollo de “La Nueva Historia de la Mujer”, de la

Antropología y de la Sociología del Género y de la Mujer, han contribuido a modificar 

radicalmente esta apreciación. Ello, no tanto por el hecho de que se reivindique la casa

como locus susceptible de fundamentar la historia o el conocimiento, sino por incorporar,

como objeto de reflexión, la idea de que no es el ámbito natural, ni normal ni deseable del

trabajo y de la vida femenina y sí el símbolo claro del dominio masculino que al recluir a la

mujer la excluye e invisibiliza. Se puede decir, en consecuencia, que en ese movimiento

 pendular se ha pasado de considerar la casa como su espacio natural a entenderla como

lugar sufrimiento y la alineación.

Las ideas y sugerencias de un grupo de mujeres rurales extremeñas invitan a

 proponer una tercera vía que de algún modo matiza esas posiciones extremas. La casa,

como ámbito vital de la mujer “ama de casa” en Zangarillejas2 es, a la vez, fuente de

satisfacciones y de insatisfacciones, de deseos cumplidos y de frustraciones, de dominio y

de reclusión, de alegrías y de llantos. Desde luego que se considera un ámbito propio y

exclusivo de ellas, pero como cualquier otro ámbito de trabajo y de vida agrada y hastía.

Creo conveniente comenzar subrayando el importante papel que juega la

 percepción de los lugares en la producción de emociones. Estas se suscitan en un contexto

relacional, con las personas, pero también con los objetos, y, por lo tanto, la casa, al igual

que otros espacios o territorios, suscita en quienes residen en ella, pero muy especialmente

en sus amas, emociones, positivas y negativas, placenteras o no. En este sentido, por un

lado se podría hablar de “topofilia”3 (Tuan, 1990; Johnston et al , 1987) por cuanto se

establece una vínculo afectivo positivo entre las personas - en este caso y como ser verá

más adelante, las amas de casa de Zangarillejas - y su entorno material. La topofilia

implicaría un habitar placentero y, contemplada de manera única y exclusiva, una visión

quizá demasiado positiva e individualista de la casa que, si bien puede resultar un espacio

agradable, también es su contrario. En este caso dejaría de ser retratada como un lugar 

cálido y confortable – que, en definitiva, es la imagen dominante del hogar en las

2 Tanto el nombre del municipio como el de las mujeres participantes en la investigación han sidomodificados para garantizar y preservar su anonimato.

3 He adoptado este concepto que, en realidad, ha sido acuñado y es utilizado por la Geografía Humana y elUrbanismo y que se refiere, sobre todo, a entornos como el barrio o la ciudad pero que, en modo alguno,excluye la vivienda.

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sociedades modernas – para ser un espacio de trabajo, hastío y alineación. Haciendo uso de

nuevo de términos procedentes de la Geografía y el Urbanismo, podría hablarse, a su vez,

de “topofobia” (Tuan:1990) por cuanto el habitar se encontraría “cercado” por espacios de

conflicto. La imagen de la casa como cárcel es sumamente ilustrativa de ello.

 No obstante, debo matizar que si, como acabo de señalar, la percepción que se

tenga de los lugares, del hogar, es fuente de emociones, debe apuntarse también que esta

reacción emocional resulta más un reflejo de las imágenes del ambiente social y físico que

de los verdaderos caracteres del mismo (Gómez Mendoza et al , 1982: 479), y, en

consecuencia, la casa es una idea y no sólo una realidad material, pues son los significados

culturales quienes la definen y quienes definen también, en última instancia, las

emociones que éstas evocan. Las personas actúan sobre los objetos, lugares y sobre otras

 personas en base al significado que para ellos tienen y esa percepción se constituye en

realidad misma sobre la cual se actúa y se suscitan emociones.

De lo dicho, se deduce fácilmente que uno de los puntos de partida de mi análisis sesitúa en el Symbolic Interaccionism y, desde la perspectiva sociológica de las emociones-más concretamente en el análisis de la vinculación emocional con el espacio doméstico- elestructuralismo de Hochschild, interesada en el orden social de las emociones, es decir, enlas normas sociales que rigen las emociones en distintos contextos sociales. Para ella, lavida emocional está regulada por ideologías sobre los sentimientos que operarían a travésde lo que denomina las “feeling rules” que definen qué se debe sentir en cada situación.Uno de los conceptos manejados es el de “emotion work” con el que se denomina al “actode cambiar el grado o la cualidad de la emoción o del sentimiento” (Hochschild, 1979:561). El “emotion work” sería la respuesta a la conciencia de unas normas sociales sobre loque debe ser sentido, lo cual viene a sugerir que, al menos, algunas emociones son

 producidas por los propios individuos de manera deliberada cuando son conscientes de laexistencia de unas reglas de los sentimientos socialmente definidas a las cuales debenajustarse. Se espera que uno esté contento el día de su boda o triste en los funerales, si estasreglas se quebrantan el individuo, por lo general, es sancionado en distinto grado(Hochschild, 1979, 1983). De esta forma se entiende que la expresión de la emoción de una

 persona está socialmente formada y sujeta a un elevado grado de organización social y sereconoce la existencia de una actor consciente y sintiente al mismo tiempo, en donde lasemociones están orientadas a la acción pero también a la cognición, condicionadas por lasexpectativas previas e indicando la relevancia que para el actor tiene una situación dada.Para ella, las normas de la organización emocional son descritas como constreñidoras yrestrictivas del yo, al servicio de las instituciones, el sistema económico y lasdesigualdades sociales con el fin de mantener y regular el orden social en detrimento del

 bienestar emocional de los individuos. Destaca el papel de las estructuras de poder en laorganización y expresión de las emociones.

Desde el punto de vista de la relación de las amas de casa con su entorno doméstico

este planteamiento sostendría que la construcción del hogar -su trabajo y las relacionesimplícitas en él- son el resultado de una ideología de género que define, por ejemplo, qué

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es ser buena ama de casa - que define la identidad de ésta construida para “el otro”- eincluiría sus correlatos emocionales caracterizados por la realización de una emotionalmanagement que para Hochschild implicaría, a su vez, un estado de alineación por cuantoconstituiría una acción restrictiva del propio yo.

Sin embargo, no comparto la idea de que la identidad del ama de casa sea una identidadalienada, no, al menos, únicamente. Si bien el espacio doméstico -la domesticidad, laconcepción dominante que de ella se tiene, reflejo de unas ideologías de género- construyeun ser consciente y sintiente que experimenta su “ser” en cuanto “ser para el otro” tambiénes cierto que el hogar es construido por la mujer que actúa sobre él construyendo unterritorio en el cual es capaz de reflejar su “ser”  per se. El discurso construido por lasmujeres entrevistadas, lejos de ser un “discurso sometido” se presenta también como undiscurso crítico que no sólo refleja hastío, y que muestra, a mi juicio, la capacidad del actor social para actuar con cierto grado de autonomía en el marco de unas determinadasestructuras sociales.

 LA DIMENSIÓN METONÍMICA DE LA CASA

 Ninguna mujer de Zangarillejas negará que la casa sea un coto casi particular. Lo

que hay dentro de ella y lo que se hace dentro de ella pertenece y se realiza por la mujer.

La vida femenina se ordena y se dirige desde ese pequeño entorno doméstico4. Puede que

sea su exclusión de la vida pública o el control que “los otros” tienen sobre esta esfera

 junto con la necesidad de un espacio en donde las mujeres puedan ser ellas mismas lo que

explique esta realidad (Darke, 1998: 97) pero, en cualquier caso, no hay duda del carácter 

de coto privado que tiene la casa para sus propias amas. El juego de artículos posesivos

frente a demostrativos que se emplean para referirse a las cosas, bien demuestra esta

diferencia. Las mujeres se refieren a la casa y a sus dependencias empleando el posesivo:

mi casa, mi cocina, mi silloncito, mi terracita, mis plantas, mis pajaritos, mi saloncito. Se

trata de una calificación que no tiene ningún tipo de relación con la pertenencia real y legal

de los objetos, se usa el posesivo para referirse a bienes compartidos o, dicho en términos

legales, gananciales. Gurney (1999) ya comprobó como los discursos de hombres y

mujeres insisten en aspectos diferentes del hogar. En su muestra, lo varones hablaban más

4 Esta dicotomía entre espacio privado femenino y espacio público masculino, es un claro síntoma del cambiosocial experimentado en muchas zonas rurales, y en concreto en Zangarillejas. A este respecto, Oteguicuestiona la validez de dicha separación en el mundo agrícola tradicional, puesto que a su juicio la casa comolugar de producción y de reproducción era entendida como ”lo de dentro y lo de fuera (...) como un conjuntoque incluye el hogar familiar o residencia, los miembros de la familia que constituyen el patrimonio laboral ylos medios de producción – principalmente la casa y el ganado -. Desde esta perspectiva, todos los individuosde la unidad doméstica, hombres y mujeres trabajan para la casa. Dado que “la significación del concepto

casa era tan rico y complejo sería un exceso decir que las mujeres se dedicaban a la casa y los hombres a lasactividades externas” (2001: 131).

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fácilmente del régimen de tenencia (el peso de la hipoteca, el orgullo por ser propietario

etc.) mientras la mujeres otorgaban al hogar un sentido que nada o poco tenía que ver con

ese régimen de propiedad y mucho con los vínculos que habían establecido con la casa por 

haber sido testigo privilegiado de acontecimientos vitales siempre cargados de un fuerte

componente emocional (nacimiento de hijos, muerte de algún familiar etc). El discurso

construido y el lenguaje utilizado diferían considerablemente entre hombres y mujeres,

siendo el de éstas últimas más emocional e íntimo.

Sin embargo, frente a esta personalización de los bienes y efectos de la casa, se

  produce una despersonalización de otros bienes de la familia. Por ejemplo, el coche

familiar que usa el marido para ir a trabajar en modo alguno se calificará como “mi coche”

sino como “el coche” o, más significativo aún, “tu coche”. Por el contrario ningún hombre

se atrevería a calificar con el posesivo delante a los habitáculos de la casa. No quiere decir 

que los hombres no vayan a tener “posesión” particular sobre ningún elemento de ella, de

hecho es frecuente que se aluda a “su sillón” (del marido), pero ahí acaba, casi, su

vinculación con el espacio físico doméstico. No considero un exceso hablar de

“apropiación” de los objetos y del espacio domésticos por parte de las mujeres en el

sentido otorgado a este término por la Sociología del Consumo (Miller, 1987 y Silverstone

et al , 1992), es decir, como incorporados a su propia noción del yo, puesto que tales

objetos y lugares – el sillón, la cocina, las plantas, la terraza...- no sólo son elementos de

su vida cotidiana sino que, además, han sido dotados de significados, implicando, por lo

tanto, la existencia de una relación entre el objeto o el lugar y la subjetividad. Dicha

vinculación no sólo supone la existencia de un componente afectivo sino, también, en

cierta forma, una modificación de la propia naturaleza del objeto que es antropomorfizado

al vincularse emocionalmente a las personas5. Estos significados de los que  han sido

dotados los espacios, son definidos culturalmente y, en concreto, corresponden a una

ideología o cultura de género que subyace al proceso de apropiación de ellos por parte de

las mujeres. Son, en consecuencia y tal y como señalé más arriba, no sólo una realidad

material, sino también una idea.

5 Una consideración similar se desprende del trabajo de Komter (2001) al referirse a “la vida social de los

objetos” y también a sus “vidas sociales conflictivas” cuando los sujetos no compartan el mismo marcosignificativo con respecto a los mismos.

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De manera paralela a la apropiación femenina de los objetos y espacios domésticos,

creo también que la expresión que mejor caracteriza esta, al menos aparente, falta de

arraigo y de sentido de pertenencia de los hombres, es la de “toponegligencia” que debe

entenderse como la falta de compromiso y apego al hogar 6. En efecto. Con respecto a la

mayoría de ámbitos y efectos de la casa los hombres resultan ser unos “incompetentes”.

 No saben nada acerca del orden en ella. Adela recuerda un caso que demuestra claramente

ese desconocimiento:

[...] es que eso fue gordo, después de siete años que tenía el niño, que yo nunca cambio los

calzoncillos de sitio, siempre ordenaditos, en una cajita que tengo así, donde el niño tiene

 sus calzoncillos, le digo [a su marido]: “ súbeme un calzoncillo para el niño”; que se me

había olvidado el calzoncillo, “Y dónde está el calzoncillo” [me dice]... ¡después de siete

años!, “¿dónde están los calzoncillos?”, ¡que siempre están en el mismo sitio!... tuve una

discusión con él... “si te tuviera que pedir la ropa de todos los niños, la ropa que la

colocaras”.

Resulta significativo que el paso del tiempo no ayude a los hombres a conocer la

casa. Esta sigue siendo una gran desconocida para ellos y su presencia continua dentro de

ese ámbito extraño en buena medida puede convertirlos en un estorbo más que en una

ayuda. Entre las familias de Almadén con las que trabajó Manuel Delgado, “los esposos

reconocían pasar gran parte de su tiempo fuera del hogar, en ambientes exclusivamente

masculinos, principalmente el bar. Las mujeres, lejos de censurarlo o de sentirse

agraviadas por la falta de colaboración doméstica de sus maridos, estimulaban este tipo de

comportamientos. De hecho, afirmaban preferir que el esposo estuviera lejos de la casa,

alejado de las tareas de su mantenimiento y de los hijos, pero justificando tal preferencia en

el hecho de que no resultaban, en absoluto, una buena ayuda sino más bien al contrario, un

estorbo, opinión ésta que se verbalizaba en expresiones frecuentes del tipo “mi marido es

un inútil” o “mi marido no vale para nada y todo lo tengo que hacer yo”. En la pequeña

muestra se encontraba también generalizada la suposición de que los hombres tienen una

torpeza natural insuperable para los trabajos del hogar y que, por el contrario, las hembras

son especialmente hábiles para estas tareas simplemente por ser hembras” (1993: 282-283).

Algo similar anota García Muñoz respecto a Balalaita: “Las mujeres no aceptarían tener al

6 En su sentido originario, también formulado por Yi-Fu Tuan (1990), la toponegligencia sería la falta deapego a la ciudad.

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marido dentro de la casa más allá de las horas de comer y de dormir. De hecho una vez

 jubilados aquellos hombres que no tienen ninguna actividad que llevar a cabo, deambulan

 por el pueblo o se refugian en los bares, o en el "local de los viejos". Las mujeres no los

quieren en casa, como mucho les consienten que las ayuden haciendo algunas compras de

comida. Más de una vez he sido testigo de cómo una mujer expulsaba de malos modos a su

marido de la casa, y he escuchado las quejas de éstas cuando el marido está en la casa más

tiempo del que se considera necesario. Si se me permite la comparación, por muy

domesticados que estén los hombres en Balalaita, tienen una relación con la casa, salvando

las distancias, en muchos sentidos comparable a la que puedan tener los gatos: disponen de

un lugar para comer y dormir y se les puede ver pasar sigilosos por un pasillo hacia el patio

o el corral...”7 La incompetencia masculina se expresa comúnmente en una manifestación

que asiduamente repiten las mujeres: “ay, si algún día te faltase yo”, dando a entender la

relajación en las costumbres y cómo la suciedad y “el mal vivir” se adueñaría de la casa.

  No es sólo cuestión de pensamiento, cuando sucede que una mujer tiene que salir 

obligatoriamente de la casa, generalmente como consecuencia de alguna enfermedad, se

comprueba en toda su crudeza la incompetencia masculina en el hogar 8.

Ante la inutilidad del marido lo mejor que puede pasar es que no haga nada porque

si lo intenta es muy posible que empeore todo, descoloque todo o lo estropee. Como puede

observarse, esta actitud no es más que un reflejo de la tradicional distribución de roles en la

familia porque, en definitiva, tanto la topofilia femenina y sus significados culturales

implícitos, como la toponegligencia masculina son las dos caras de una misma moneda, de

una misma ideología de género.

Adelaida recuerda una enfermedad que le obligó a ingresar en el hospital. En su

ausencia, su madre, sus vecinas e incluso sus cuñadas acudieron para ayudarle, pero no su

marido: “... además, es que prefiero que no me eche una mano, si es que lo estropea todo,7 Esta cita, como otras de su artículo “Recoger al marido”: las mujeres y la domesticación de los solteros”,corresponden a la versión en castellano facilitada por la autora de su artículo en catalán (1997). Muchassimilitudes se encontrarían también en Fuenmayor donde según Gilmore y Gilmore el machismo se inscribeen un discurso ideacional que no se corresponde con lo que en realidad sucede (1970).

8 Mª Ángeles Durán (1988: 95) señala a este respecto que “cuando las amas de casa enferman el ordenfamiliar se altera aún más que cuando enferman los hombres porque carecen de un sistema institucional queles proteja. Al contrario que la mayor parte de los trabajadores del sector extradoméstico que tienen algúntipo de cobertura que les sustituye, si no en su trabajo sí al menos para la obtención de prestaciones, las amas

de casa no disponen de ningún sistema que permita pagar su sustitución mientras están enfermas. De ahí quesólo se espere ayuda de su propio círculo doméstico”.

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no lo quiero y no lo quiero cerca de mi”. Del mismo modo, cuando Amelia pasó varios

días en el hospital, aceptó la ayuda de su madre y de su suegra pero cuando su marido

quería ayudar le espetaba: “¡aquí no hace falta nadie!...9. Asunción, por su parte, pasó

cinco días en la Residencia Sanitaria por una operación y dos meses de convalecencia en

los que no podía ni coger en brazos a su bebé de seis meses; recuerda de ese tiempo la

incompetencia de su marido:

[...]  Nada, pues yo estuve, hace unos años que me operaron de [señala el  tipo de

operación] y estuve, como dos meses, como dos meses estaría sin poderlo coger ni nada y

 se tuvo que venir mi madre a mi casa porque él, nada. Bueno, con decirte que no se ha

quedado ni un día conmigo en el Hospital; mandó un día a su hermana ¿eh? Para no

quedarse él y tuvo la cama suya sin hacer. Vine y los cinco días que estuve en la

 Residencia ¡la cama por hacer! Y dije: “¿no te da vergüenza?”.

Es interesante decir algo más respecto a la vinculación que las amas de casa

establecen entre un ámbito físico y un componente de tipo moral. Como si de una

extensión del yo femenino se tratase, la casa se identifica con la mujer, se convierte en una

metonimia de ella misma: una casa desordenada es expresiva de una mujer desordenada,

una sucia lo es de una mujer sucia. La casa se convierte no sólo en una representación de la

mujer de cara al exterior sino que se interioriza como una expresión de su ser confirmando

la idea sugerida por Nippert-Eng (1996: 34) para quien, como resultado de la apropiación,

el objeto puede entenderse como una extensión del yo en el espacio, una extensión del yo

que rodea al cuerpo; de esta manera, los objetos, en nuestro caso la casa, llegarían a ser 

autobiográficos. El hogar es un lugar de trabajo y se responsabiliza a la mujer de cualquier 

negligencia, aunque también es motivo de prestigio si ésta demuestra ser competente. En

cualquier caso, siempre es fuente de opiniones emitidas por “otros” tanto sobre su aspecto

como sobre la personalidad del ama de casa (Darke, 1998: 98)

9 En el mismo trabajo Durán señala que el cuidado de la salud es una ocupación fundamentalmente femeninay más aún si la enferma es mujer. Su estudio revela que la posición de la enferma en el ciclo vital y su edadson factores importantes en relación con el tipo de ayudas familiares que se esperan. Así, por ejemplo, lasviudas citan en primer lugar a sus hijas – un 48%, frente a un 11% a sus hijos - y las solteras a sus hermanas

 – un 37% -. Las más jóvenes recurren preferentemente a sus padres y en concreto cuatro veces más a lamadre que a la suegra (ibid : 97).

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El sentimiento que una mujer puede manifestar por una casa desarreglada o

desatendida es el de vergüenza o de culpa, pero la vergüenza no sólo se desencadena como

consecuencia de lo que los demás pueden pensar de una misma sino también como

consecuencia de lo que ella pueda pensar de sí misma. La vergüenza se genera a través de

las constantes evaluaciones y controles que las mujeres hacen de ellas, “surge de la

supervisión de nuestras propias acciones mediante la percepción del yo de la persona desde

el punto de vista del otro” (Scheff, 1990a: 281). De aquí, la importancia de la vergüenza en

términos de función autorreguladora que la convierte en un elemento clave para una teoría

del control social (Scheff, 1990b: 95). Goffman (2000), por su parte, al referirse al rubor,

señala que tiene que ver con expectativas no satisfechas, de tal forma que las identidades

sociales y el entorno definen que conducta debe mantenerse como apropiada y, de esta

forma, dibujan las condiciones de la interacción, de la situación, “más seguras” para el

actor y, en definitiva, garantizan la no presencia del rubor. La aparición del mismo señala

una estrecha relación entre la identidad y la interacción y se manifiesta siempre que un

individuo ha proyectado en un encuentro definiciones incompatibles de sí mismo ante los

 presentes. De esta forma se presenta asociado a lugares o entornos sociales, a la vez que

refuerza el carácter social del mismo por cuanto siempre aparece en contraste a

expectativas morales “de alguien que lleva a cabo encuentros sociales” (ibid : 50). La idea

de la vergüenza como elemento esencial para el control social se encuentra también

contenida en la pregunta que se formula Goffman cuando continua diciendo “...qué

sucedería con el sistema social y el entramado de obligaciones si el rubor no hubiera

llegado a estar incorporado sistemáticamente a él (ibid : 54) 10.

El “¿qué van a pensar de mí?” a través de lo que vean en su casa convive con el

malestar que la mujer siente en sí misma independientemente de que haya o no otros ojos

que la miren. Aunque no haya nadie que vaya a ver la casa, “tenerla bien” es preciso para

que se sienta a gusto, para no sentir culpa ni vergüenza por no conformarse a las normas

que prescriben qué es ser buen ama de casa. Como decía Alba, ...Mi cocina queda por la

noche exactamente como por el día..., es imposible que alguien vaya a ver la cocina por la

10 Estas ideas enlazan con algunas de las conclusiones que el mismo autor plantea en su obra clásica  Larepresentación de la persona en la vida cotidiana (2001: 258-259) al afirmar que “cuando un individuoaparece ante otros, proyecta, consciente e inconscientemente, una definición de la situación en la cual elconcepto de sí mismo constituye una parte esencial (...) y no hay ninguna interacción en la que los

 participantes no tengan una marcada probabilidad de sentirse ligeramente molestos o una leve probabilidadde sentirse profundamente humillados”.

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noche pero ella se queda a gusto, se le quita el apuro, como a Adriana ...a mi, a veces me

da apuro y la quito de en medio [la cocina] porque me da apuro... La interiorización de

esta idea, producto de la socialización en unos determinados valores sobre lo que es ser 

 buen ama de casa, lleva a identificar el bienestar personal con el bienestar del hogar; así

desasosiega cualquier anomalía en la casa porque genera desasosiego en la propia mujer.

Adriana reconocía que para sentirse bien debía dejarlo todo “en orden” a la hora de

acostarse, incluso si ya acostada recordaba algo que no había dejado bien se levantaba a

arreglarlo porque si no no podía dormirse: ...Sí, yo la recojo. Y la salita me gusta dejarla

en orden... es que si no es que parece que no estoy bien. Hay veces que me levanto de la

cama a recoger algo que tengo mal... me llevo una manía....

La evidencia de que la mujer ama de casa siente que la casa es expresiva de sí

misma se aprecia claramente en el hecho de que las labores domésticas se hagan

independientemente de que se aprecie por los demás. Lo importante es que una misma lo

aprecie. Se podría hablar de la casa como la actualización de una estrategia tal y como ésta

es definida por Bourdieu (1977), es decir, como una acción surgida de la reflexión y la

 planificación de un sujeto, la mujer, que confronta situaciones específicas que tiene que

resolver. El espacio creado por las amas de casa de Zangarillejas procede de una estrategia

detallada y consciente para conseguir que el hogar sea un lugar privado. El construir en la

casa, el hacer hogar, responde a las propias características privatizantes que éste ha ido

adquiriendo - en el que han sido educadas - y que definen el modelo moderno. En ese hacer 

hogar, el espacio privado deviene lugar de individualidad. Esto lo constatan asiduamente

las mujeres en la relación con sus maridos. Los ojos de ellos son incompetentes para saber 

si un día se ha limpiado o no el polvo, si se ha barrido o se ha fregado. Cuando el marido

de Agustina la ve agobiada le dice: ...¿Y todos los días hay que barrer y fregar? Encima de

que lo haces con toda la ilusión para que esté limpia la casa.... La casa les da igual a los

hombres. En la jugosa conversación entre Anabel, Adela, Asunción, Amelia y Adriana se

aprecia claramente:

Anabel.- A ellos les da igual todo..

Adela.- Si no se barre da igual...

Anabel.- Aunque se llenen de loza hasta aquí, les da igual...

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Asunción.- Mira, he salido ahora y no me ha dado tiempo a pasar la fregona a la cocina,

nada más que la he barrido y digo: “pues yo me parece a mi que no le voy a dar con la

 fregona a la cocina” [y dice] “si está limpio”.

Anabel.- Sí la gracia es que te dicen que está limpio.

Adela.- Para ellos está limpio siempre todo.

Amelia.- Ahora, no les da igual que llegue por ejemplo la hora de la comida y no tengas

la comida.

Anabel.- Eso es lo que peor...

Amelia.- Eso ya cambia la cosa, yo creo, ahí .

Anabel.- Sí la casa les da igual 

Adela.- Las casas les da igual 

 No se dan cuenta cuando se limpia, pero tampoco son conscientes de cuándo y

cómo se mancha:

Asunción.- Yo también hay otra cosa que me fastidia mucho, que te tiras toda la mañana

limpiando en la casa y relimpiando y en cuanto aparecen los muchachos, y no los

muchachos solos...

Anabel.- el padre... [ríen]

Amelia.- todos, cuando vienen todos.

Asunción.- El padre, y empiezan... ya vienen con los piés, te llenan... Empiezas a mirar así 

 y empieza a ver las pisás y yo ya...

Adela.- Ellos no se dan cuenta...

Es evidente la existencia de unas diferencias de género en la concepción del hogar 

que son, en realidad, un elemento más de la construcción social del género. Pero, en todo

caso y al margen de esta consideración general, hay una soterrada (y no tan soterrada)

 presión ejercida de manera subrepticia por otras mujeres cuyos ojos sí son capaces de

discriminar cosas que los hombres no pueden. Esa presión invisible hace que la casa de la

mujer ama de casa siempre deba estar “presentable” por si de manera imprevisible llegan

otros ojos femeninos: sea la madre, la suegra, las cuñadas o las vecinas. Tal y como apunta

Darke “cualquier persona que haya visitado a mujeres en su vivienda sin previo aviso, un

amigo, un encuestador, se habrá percatado de que la mayoría de los hogares estáninmaculados y también les sonará la excusa ritual por el estado de la casa: una declaración

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según la cual el ama de casa aspira a unos niveles de orden y limpieza más elevados que

los que en ese momento aparecen visibles” (1998: 100). La presencia de esos ojos evocan,

aunque sea sólo de manera remota, el sentimiento de vergüenza y éste actúa, tal y como

vengo sosteniendo, como eficaz mecanismo de control social que sujeta a la mujer al papel

de buena ama de casa.

Sobre la base del temor a una ausencia repentina (sobre todo por enfermedad) se

construye un discurso acerca de la necesidad de que la casa siempre esté “presentable” o

“visible”, que es el otro adjetivo que comúnmente se usa, para que de ninguna manera,

nadie tenga que decir nada de ellas. Alba reconoce a menudo esa posibilidad, cuando ve

que el fregadero se va llenando de loza, inmediatamente se le viene a la cabeza la idea:

“¡Madre si pasa algo!, si pasa algo que te tienes que ir a lo mejor al hospital o cualquier 

cosa...” Una misma no se puede consentir dejar “impresentable” la casa porque pudiera

suceder que justo en ese momento suceda algo que la haga abandonar la casa. Eso es lo que

le sucedió a Alicia. Todas las noches fregaba la loza, pero ¡qué casualidad! una noche no la

fregó: “la noche antes de dar a luz no la fregué. Y por la mañana se presentó mi madre y

 yo rompiendo aguas y mi madre se presenta; ¿y esta loza?....” Alba refrenda esta misma

idea: “... es que yo, a lo mejor, voy a la habitación de mi hija y está la silla de ella llena

de ropa hasta arriba. Y pienso: pues si me pasa algo fíjate cómo se queda la ropa”.

Así, la casa, aunque aprehendida como espacio íntimo, se ve condicionada (y la

mujer ama de casa, por tanto, también) por la posibilidad de ser escrutada por los ojos

críticos de otras mujeres. La intimidad doméstica puede ser violentada por esos ojos que,

quizá, en situaciones excepcionales pueden acudir a la casa y la evalúan. La privacidad es

un elemento esencial en la comprensión occidental del hogar, permite esconderse de los

demás (Allan y Crow, 1989: 6). pero esa privacidad puede resquebrajarse, no existe

inmunidad absoluta ante las posibles miradas de los otros, hacia su control La dimensión

metonímica del hogar refuerza este carácter de privacidad e intimidad doméstica que

explica que la casa pueda ser entendida como una fortaleza militar, como un territorio

concebido como propiedad que puede “violentarse” no sólo por los ojos de los otros, sino

también por su oído e incluso por el olfato ya que también la intimidad doméstica puede

salir a la luz y ser escrutada por este sentido.

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En efecto. La calidad pública de una casa y de una mujer es también comprobable

 por la calidad de las comidas que hace. El escrutinio que en la intimidad se pueda hacer de

sus comidas puede llevar al malestar o al enfado; pero las comidas tienen la cualidad de

escapar, en forma de olores, por los resquicios de ese habitáculo cerrado y privado y

 pueden llegar a las narices escrutadoras de otras mujeres cuya evaluación puede llenar de

vergüenza a la mujer cocinera. Ascensión se quejaba de que su hija anunciase pública y

críticamente su comidas: “Mi hija muchas veces sube la escalera [diciendo]: ¡buff! ¡cómo

huele! ¿qué has hecho hoy?... ya lo se lo que has hecho: patatas cocidas. Digo: cierra la

 puerta y cállate que nadie se entere...” Recuerda otro día que había pasado toda la mañana

en la cocina preparando palomas estofadas, subiendo su hija las escaleras ya va diciendo:

“¿A qué huele?”. Las palomas que las mató y se las pongo estofadas y como le echo

vinagre pues huele toda la casa, y mira que tenía todo abierto, pero nada más que subir 

 por la escalera: “¡uff, cómo huele! ¿qué has estado haciendo?” Digo: “cállate y no

empieces a decir que qué asco”.

Desde luego esa presión que ejerce el escrutinio propio y el escrutinio ajeno hace

que las jornadas de trabajo doméstico se conviertan en interminables. Si repasamos alguna

de las descripciones que las amas de casa de Zangarillejas hacen de su jornada doméstica

 podemos apreciar hasta dónde llegan sus obligaciones11. En el relato de Agustina, por 

ejemplo, se ve cómo, además de quehaceres domésticos recurrentes, hay otros que

coyunturalmente hay que atender porque en ellos también se refleja su propia calidad: que

un hijo lleve las uñas cortadas o no se convierte en motivo de evaluación externa de la

 propia mujer:

 

... Me levanté y me acordé que tenía que pasar la revisión del coche y fui a pagar al banco

lo del coche; y después hice allí otra cosa más que tenía que hacer; y después llegué a

casa y, ¿qué hice?, pues las camas ¿no?; después barrí, fregué, la ropa, ¡ah! ayer es que

 fueron tres lavadoras [ríen] Dice mi hija: “Mamá, cuánto tiempo hace que no pones la

lavadora”, digo; “Si sólo no la puse el domingo” El domingo fue el día que no puse

11 Para una descripción y análisis detallado de las tareas domésticas me remito al trabajo ya mencionado deMª Ágeles Durán De puertas adentro precursor de los estudios sobre amas de casa y, a nuestro juicio, el máscompleto y detallado. También a la  Encuesta sobre desigualdad familiar y doméstica del CIS  (1985). Parauna perspectiva comparada destaco el trabajo de Horrell (1994) en Estados Unidos.En cuanto a duración de la jornada doméstica y a la desigual distribución del tiempo entre hombres y

mujeres, destacan los trabajos de Alvaro (1996), Carrasco (1991), Durán (1986), el Institut d´EstudisMetropolitans de Barcelona (1995), Izquierdo (1988b) y Ramos Torres (1990).

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lavadora y puse el lunes tres (..) Sí, con chandal y eso del campo; una de ropa clara, otra

de ropa.... De comer.... ¿El lunes qué hice? ¡Ah! El lunes hice un pollo casero, claro. Un

 pollo casero hice que tenía allí. Lo rehogué, ¿también tengo que decir cómo lo hice?

[ríen]. Me lo habían regalao. Entonces lo tenía colgao y le estuve dando allí unos golpes

hasta que lo partí y lo preparé. Y de ahí, a la hora de la cria, luego vine y le tengo que

ayudar a que coma, a veces sí come sola pero otras veces la tengo que ayudar porque se

emboba con la televisión, eso de Compañeros, la serie esa que les encanta, o Farmacia de

Guardia. Después nos pusimos a comer y después te imaginas ¿no?; recoges la mesa,

recoges la cocina, corriendo, corriendo, a las tres y media. Y después me fui a casa de mi

hermana a ayudarle, que tiene los pintores y tal, porque hace el crio la Comunión, y

estuvimos fregando azulejos del cuarto de baño, de la cocina y eso. Eso, hasta las cinco,

después, a las cinco, la recogí a la cria, hice los deberes con élla, le ayudé a hacer los

deberes, le di la merienda y la llevé a sevillanas y después me volví al piso de mi hermana.

 Después me la llevó una chica de sevillanas, para que yo no volviera a ir, y a las ocho y

media volví a casa. En casa, a las ocho y media, pues estuve cortando las uñas a la niña,

que el sábado no quiso, sí, el sábado no quiso cortárselas, y entonces se las corté, le puse

el pijama, la cambié, hice la cena y, después..... por dónde iba [ríe]. Después recogí la

cocina, tiré la basura y, después, estuve viendo la película esa de la dos, ¿no la vísteis?.

Sí, es buenísima. Yo ya la había visto. Bueno, pero mientras tanto, lo que pasa es que

como era tan buena pues estaba fija, pero estoy bordando un pañuelo por la noche.

En efecto las tareas domésticas hechas o las uñas limpias pueden responder a

ideologías más o menos tradicionales en torno a lo que es la limpieza pero hay otros

valores emergentes asociados a la mujer que se convierten en referentes de su persona.

Aunque se ha eliminado una gran parte del trabajo “duro” como consecuencia de los

adelantos técnicos y del desarrollo de la sociedad del consumo y del bienestar, sin embargo

las expectativas de trabajo intelectual son mayores. La maternidad, por ejemplo, ya no

exige hervir pañales, pero ha adquirido una enorme complejidad. Ahora se editan

innumerables obras sobre la crianza que explican de manera muy detallada todo el proceso

de educación de los hijos y que llegan a aturdir a las propias madres (Darke, 1998). Muy

significativo a este respecto es lo referido a las calificaciones escolares de los hijos. Las

amas de casa viven éstas como si les fuesen otorgadas a ellas mismas; en las

conversaciones entre amas de casa se observa cómo se discute acerca de los profesores, desus sistemas de evaluación, sobre la “dureza” de los exámenes y, sobre todo, se habla

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mucho o se calla absolutamente todo cuando se trata de las notas, en función de cómo

hayan sido las que se han otorgado a sus hijos. Este valor emergente en el que han entrado

las mujeres amas de casa justifica que una labor que ha adquirido el estatus de cotidiana

sea la de hacer los deberes escolares con los hijos12. El hecho de que esta nueva labor se

considere consustancial a la mujer, se aprecia en el hecho de que, la mujeres sientan pena

cuando los hijos ya no les consultan a la hora de hacer las tareas porque saben que ya no

 pueden ayudar, es una pena que se vincula con la idea del desapego de los niños; si hasta

entonces han sido un elementos más que cabía dentro del paraguas protector y organizador 

de la madre, ahora comienza el alejamiento; por ejemplo Águeda afirma sin duda: “¡qué

 bonito es que te pregunten!” y al mismo tiempo alude a la  penina que sufre cuando los

hijos ya no lo hacen. En la descripción que la propia Águeda hace de su jornada se aprecia

la importancia que le otorga a hacer los deberes con su hijo:

[...] me levanté, con el tiempo justo, porque me gusta mucho la cama [ríen] A las ocho y

cuarto; mi marido empieza a llamarme como a menos cuarto pero yo, hasta las ocho y

cuarto o así, no me levanto. Tengo el reloj justo ahí, pero no me.... Levanto a los niños,

 pongo el desayuno. Al pequeño lo llevo al colegio, el otro se va solo. Luego, también,

limpié toda la casa, porque yo el sábado y el domingo no limpio el polvo ni paso la

 fregona. Yo, el domingo es mío. El sábado compro y el domingo suelo ir de campo.

 Entonces, yo no quito el polvo el sábado y el domingo, lo quito el lunes, el martes y todos

los días. Hice la comida, hice una sopa de jamón con pescao y eso y luego tuve carne en

 salsa que me sobró del sábado. Luego, por la tarde, también, después recogí la cocina y

nos fuimos, tuvimos una reunión para hablar sobre los carnavales de los niños, de los

disfraces que les vamos a hacer. Salimos a las cinco y me fui –que yo soy de las Amas de

Casa- a votar a una nueva Presidenta, nos tomamos un café con pastitas, ¿verdad Ana?

 Luego yo me fui a casa a ayudar a mi niña a hacer los deberes y estuve un rato. Luego

también me salí un ratito a la calle a hablar con las vecinas, estuve como una hora y pico

o así. Luego ya me recogí y me espachurré en el sillón un rato hasta que, que me gusta el 

 programa mucho ese de Gente, sobre todo, la parte esa del corazón me gusta mucho, es

12 Tarea que han asumido ellas por su extraordinaria vinculación con otra también ejercida mayoritariamente por las madres, las relaciones con el centro educativo de sus hijos.Debo añadir que esta extensión de la domesticidad cuestiona también la atribución de los espaciosdenominados públicos a los hombres en la línea de lo apuntado por Otegui (2001: 132) puesto que la iglesia yla escuela incluso la calle, por citar ejemplos que ella misma señala, son lugares de reunión femenina. Desde

esta perspectiva, en efecto, la distinción entre público y privado “no se puede hacer más que forzando larealidad empírica”.

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que mi marido viene muy tarde, luego ya me enredé con los pijamas, con la cena.. Mi

marido es carpintero y, aunque trabaja fuera algunas veces, pero viene a comer a casa a

las dos y se va a las cuatro. Anoche vino tardísimo, vino a las nueve y media. Y nada, yo

cuando ya viene su padre, suelo tener a los niños ya organizados, cenados, con los

  pijamas puestos y eso. Y cenamos y, luego ya, me puse el pijama y estuve viendo

Comisario, que es la que veo yo, El Comisario, luego ya nos acostamos sobre las once y

media o doce menos algo. ....Me gusta ayudarles [refiriéndose a los deberes de sus hijos].

 Porque mi hijo es muy listo pero tienes que estar sobre él y decirle; “¡Venga niño,

vamos!” Y me gusta, aunque hay veces que ya, hay cosas que yo no las entiendo ya.

 Porque hay cosas ya muy difíciles ¿eh? Pero estoy sobre él porque pone la tele, y no me

 gusta que ponga la tele mientras hace los deberes, y cuando sale de máquina, que va a

máquina, me gusta estar con él. El rato que hace lo deberes estoy con él, con él y con el 

 pequeño, me gusta. Luego ya ponen la consola, hacen lo que quieran pero ese rato me

 gusta estar con ellos para que hagan los deberes todo seguido.

La extensión del yo doméstico al control de la infancia se aprecia en el hecho de

que las madres no sólo siguen el desarrollo académico de los hijos, no sólo estudian con

ellos sino que, además, de alguna manera organizan su vida social. Hay múltiples formas

de ordenar la vida social de los hijos pero seguramente durante el periodo escolar la más

importante se refiere a los cumpleaños. Las madres se encargarán de organizar el

cumpleaños de su hijos y se encargarán de comprar los regalos de otros niños que cumplan

años. Asunción, por ejemplo refiere la importancia de encargarse de esta esfera de la vida

social de su hija:

[...] pues yo me he levantado a las ocho también. He hecho como Adriana, he abierto las

ventanas, he echado las mantas para atrás. En esas intermedias se ha levantado el niño.

 Pues lo he estado arreglando a él, bueno, he ido al servicio, me he estado yo lavando,

arreglándome un poco y le he dado el desayuno al niño. Mientras que se ha levantado la

otra, en esa intermedia pues he hecho la cama, he hecho la cama del niño y después se ha

levantado ella; siempre la dejo un poquito más. Y nada, la he despertado, la he dado el 

desayuno a ella; porque les tengo que dar el desayuno a los dos porque sino, entonces,

no.... Sí, pero es que aquélla podía desayunar sola, pero nada, como es tan mala para

comer, pues se lo tengo que dar yo. La he vestido, la he lavado. Al niño también, a los dos y luego, he hecho la cama suya, corriendo. Como tenía que ir también, como también soy

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de la directiva de la AMPA, también tenía que ir a comprar, bueno, la comida la quedé

hecha anoche. Ya te organizas un poco sabiendo lo que vas a hacer al día siguiente, pues

quedé la comida hecha. Bueno, pues hemos ido a comprar las cosas y nada, he llegado a

las doce. Nos hemos tomado un café. Bueno, he llegado a las doce. A las doce ya, pues he

limpiado el polvo, de lo que me quedaba, he pasado la escoba, porque ni he fregao ni ná,

no me ha dado tiempo. Y bueno, he hecho lo más imprescindible. Y nada, después, a la

una menos cuarto o así, pues me he ido a recoger a la niña. He recogido a la niña, he ido

a comprarle un regalo a otra niña que hace hoy los años y nada, pues he llegado a la una

 y media. A la una y media me he puesto a darles de comer a los dos; primero a éste y

luego a la niña. A las dos sube su padre a comer –porque nosotros vivimos en un piso y

abajo tiene el taller, que es donde trabaja-, entonces ha subido a las dos y nada, ya

estaban los niños comidos, pues nos hemos puesto a comer y ya, corre que te corre,

recogiendo la cocina, arreglándola y ya está. A las tres y media hemos vuelto otra vez a

llevar a los niños y nada, ahora, otra vez, vamos a recogerlos y después ya, pues me iré a

casa, les daré la merienda a ellos –porque van a los cumpleaños y no comen nada-, les

doy la merienda y a las cinco y media o seis menos cuarto les llevo al cumpleaños y esta

tarde, pues después hasta que... Después ya, cuando lleguen, pues los baño -que

normalmente los baño por las noches-, los baño, les doy la cena y a las nueve o nueve y

media, como muy tarde a las diez, están acostados. Después ya, cenamos nosotros dos ya

 solitos, cenamos, arreglo la cocina; yo siempre la quedo recogida por las noches, la

quedo limpia, todo, y si tengo plancha pues plancho por la noche porque normalmente por 

el día no me da tiempo o hay veces que tienes un ratito, pero si me pongo con ellos a

 jugar, porque siempre te piden de jugar y eso, pues me pongo a jugar con ellos; a hacer 

 puzzle, a recortar cosas, jugando con plastilina y entonces, pues nada. Y me da mucho

miedo tener la plancha allí con ellos. Y, entonces, pues lo hago, normalmente, por las

noches. Yo es que es la única forma, porque es que, con ellos allí; que si uno me llama,

que si otro me dice, que están allí. A mí me da mucho miedo y entonces, pues prefiero

hacerlo por la noche. Y la noche que no tengo nada que hacer, pues, me siento allí un

ratito en el sofá, me quedo frita y ya está. A las once y media o las doce, yo después de las

doce no me acuesto nunca porque tengo las horas contás, ocho horitas.

La casa, como ámbito femenino, es percibida, por tanto, como una entidad casi

orgánica que despierta temprano por la mañana y no para de moverse con intensidad a lolargo del día. La concepción orgánica de la domesticidad se hace más compleja con la idea

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de ampliaciones tentaculares de la casa: la casa y, por extensión, la mujer ama de casa está

en esa cabeza de pulpo, ese centro de operaciones que es el propio hogar, pero también está

en las manifestaciones externas de su acción: la madre y la casa están presentes en la

escuela o en la casa donde se celebra un cumpleaños como hemos visto, pero también están

en la merendera de comida del marido o en la ropa que se vaya a poner el marido o en la

casa de algún familiar enfermo; todas estas situaciones también sirven para evaluar la

calidad de ama de casa. El marido de Anabel se la tiene “declará” (es decir, la somete a

evaluación constante) con el bolso de la comida:

[...] El mío me la tiene declará con el bolso de la merienda; “Hoy se te ha olvidao el pan”,

como yo le digo; “Colócalo tú todos los días el bolso de la merienda y así no se te olvida

nada”; “Hoy no me has echao cuchara. ¡Bueno! Hoy se te ha olvidao esto” Digo: “Ves,

ves, si tú lo repasaras todos los días, por la mañana, no que tú nada más que te metes la

cocacola [ríe], es de lo único que te preocupas”. Digo: “Pues así no se te olvidaba y yo,

hay veces, pues claro, que a lo mejor estoy por la noche, estás haciendo la cena y estoy

 preparando el bolso y luego pues se me pasa. ¿Qué culpa tengo yo? Yo no tengo la culpa

¡qué más quisiera yo que llevaras...! Oye, qué pena que te pongas a comer y no tengas

 pan, pero a ver qué quieres que le haga [ríe].

Los tentáculos de la domesticidad se extienden y se adaptan a los nuevos tiempos.

 Nunca para la intensidad del movimiento, es seguro que la irrupción de electrodomésticos

en las casas puede llevar a que se reduzca el tiempo destinado a determinadas ocupaciones,

 pero surgen otras. El movimiento sólo para cuando la casa duerme pero previamente, antes

de que la casa descanse la mujer tiene unos momentos al final de la jornada especiales.

Resultan muy sugerentes todas las referencias a estos momentos que son percibidos como

instantes de tranquilidad, de paz; momentos que sirven para evaluar la jornada y planear la

siguiente:

[...]Y así es mi vida. Cuando me acuesto son las once y media o las doce, más cansá que

narices. Y encima te acuestas y a lo mejor es cuando te acuerdas de todas las cosas que

tenías que haber hecho y las tienes que hacer al otro día. Te enredas a dar vueltas en la

cama y cuando te duermes son las dos o las tres de aquel día. Y así estamos.” (Alfonsina).

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Se trata de momentos en los que quizá el yo que durante todo el día se ha

 proyectado en los otros ahora, al menos en parte, se centra en una misma. Se idealiza el

sillón (me tiro en el sofá – Adriana -, me  espachurré en el sillón – Águeda -, estoy

deseando que el chico se vaya a la cama para quedarme ese ratito a gustito allí en el sofá

viendo la televisión - Ascensión -, yo allí me esparramo en el sillón, más a gustito que ná

 – Ascensión-, terminas cansada por la noche y el rato que te sientas ya es, ya te digo,

 sentarme aquí es relajarme – Amelia -, ay, eso me encanta, de ponerme después de cenar,

me siento... – Angeles -) que a partir de una determinada hora la espera: a eso de las diez o

diez y algo, yo ya me siento en el sillón y yo ya no soy nadie. Yo ya digo: el que se quiera

ir a acostar que se vaya... pero yo me quedo sentaíta en el sillón... hasta las doce, las doce

 y media, hasta que me entra el sueño y yo me quedo más tranquila que ocho cuartos. Yo

me relajo en mi silloncito y a mí que no me llamen ya que no hago ná (Alba), parece como

si el dedicarse atenciones a sí misma durante unos instantes implique no ser nadie, como si

el ser alguien de la mujer ama de casa sea el resultado de los movimientos que realiza para

los demás. Si embargo, se aprecia cómo en los relatos que las amas de casa hacen de su

 jornada, la relajación del final del día se viven como un momento de máxima felicidad

 particular; el relato de Anabel es modélico en ese sentido:

[...] Yo por la noche, cuando se acuestan los niños. Cuando se acuestan los niños a partir 

de las nueve de la noche que los meto en la cama, eso es que me encanta. Por eso me

 gusta acostarme tarde, porque eso es que me relaja. Aunque esté muerta de sueño, pero

estar yo sentada en el sillón tranquilamente, eso es que me encanta. Me da hasta pereza

irme a la cama. Eso me encanta. El quedarme por la noche allí sentada, a lo mejor eso,

viendo la tele, viendo una revista, cualquier cosa. O simplemente allí sentadita

 fumándome un cigarrillo tranquilamente. Me sienta de maravilla.

En esos momentos de relax al final de la jornada, en esos momentos en los que la

casa descansa, se hacen las valoraciones del trabajo doméstico, de la vida en la casa. Es el

momento que por su intimidad permite evaluaciones emocionales, estar a gusto pensando

en lo agradable de la jornada que, por repetitiva se convierte en algo así como una

evaluación de lo que gusta y disgusta de la vida en la casa. En esos momentos, la casa deja

de ser un lugar de producción y reproducción o una fortaleza a guardar y se presenta en su

dimensión monacal. Se convierte en un espacio de retiro, de recogimiento, de reflexiónserena, de refugio, como si fuera “un cuerpo de imágenes que facilita razones o ilusiones

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de estabilidad”13 a la mujer, en contraposición con esa otra imagen del hogar como refugio

que reflejan algunos trabajos centrados en mujeres lesbianas (Egerton, 1992),

discapacitadas (Morris, 1992) o pertenecientes a alguna minoría étnica (Hooks, 1990) que,

si bien reconocen e identifican esa significación de la casa como refugio, lo hacen desde

una perspectiva negativa más próxima a la idea de gueto que a la defendida en estas líneas,

de lugar de encuentro con una misma, de lugar de calma y placer.

 LA DIMENSIÓN ANTINÓMICA DE LA CASA

Entre las consideraciones que las mujeres amas de casa de Zangarillejas hacen de

su entorno hay algunas que parecen reproducir la esencia de los discursos feministas; son

esas que identifican la casa con la cárcel, como lugar agobiante, monótono y poco creativo

subrayando el vínculo afectivo que he denominado topofobia. Sin embargo, paralelamente,

se habla de la casa y del trabajo dentro de ella como un espacio donde campa la paz y la

tranquilidad, donde se vive “cálidamente” y donde la propia mujer se convierte en la actriz

 principal para construir un espacio agradable y cómodo para todos los que viven dentro de

ella, subrayando, a su vez, el vínculo afectivo denominado topofilia. Parece contradictorio

que una ama de casa exprese un valor y su contrario refiriéndose a la casa. Sin embargo, en

la tercera vía que propongo, la casa y los trabajos que en ella se realizan se puede analizar 

considerando la unificación en ella de significados dispares. A Durkheim le fascinaba el

 problema de por qué muchas normas y muchos imperativos sociales son considerados por 

quienes tienen que observarlos al mismo tiempo como “obligatorios” y como “deseables”.

Desde luego que más allá de su valor económico y social, la casa se convierte en un lugar 

donde operan una serie de rituales cotidianos cargados de símbolos rituales. En su estudio

acerca del sentido que estos pueden tener, Victor Turner afirma que “estos símbolos son

coincidencia de cualidades opuestas... No es necesario el conocimiento de ninguna de las

  psicologías profundas actuales para sospechar que tal yuxtaposición, o incluso

interpretación de opuestos en los símbolos, guarda conexión con su función social... Los

estudiosos están dándose cuenta de que el ritual es precisamente un mecanismo que

 periódicamente convierte lo obligatorio en deseable. Dentro de su trama de significados, el

símbolo dominante pone fuertes estímulos emocionales. En el ritual en acción, con la

13 He escogido esta frase de Bachelard (2000:48) porque considero que refleja con bastante exactitud lasensación expresada por las mujeres entrevistadas, a pesar de las reticencias que me despierta el análisissobre la casa que realiza por considerarlo demasiado onírico, idealista e incompleto.

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excitación social y los estímulos directamente fisiológicos, el símbolo ritual efectúa,

 podríamos decir, un intercambio de cualidades entre sus dos polos de sentido: las normas y

valores se cargan de emoción, mientras que las emociones básicas y groseras se

ennoblecen a través de su contacto con los valores sociales. El fastidio de la represión

moral se convierte en un “amor a la virtud”” (1980: 31).

Seguramente la carga emocional más fuerte, y mayormente sedimentada a lo largo

de la historia, se refiere a la identificación entre casa y cárcel. Desde luego en la

identificación no pesan sólo las consideraciones recientes dictadas desde el feminismo sino

que se trata de algo moralmente asentado a partir de principios tradicionales del

cristianismo. En todo caso la idea de cárcel o de reclusión está pivotando en torno a dos

ejes: para el feminismo, la reclusión en la casa impide creatividad, imposibilita el

autodesarrollo y es la base de la subalternidad de la ama de casa, de manera que la salida

de la casa se entiende como una “liberación” y como la única forma de que pueda

expresarse la verdadera autonomía de la mujer en todos los aspectos pero, sobre todo, en el

económico y el sexual. Frente a esas posiciones recientes otras, con todo el peso de la

tradición judeo-cristiana14, han entendido que la vida dentro de la casa de la mujer lejos de

llevar a una constricción femenina, favorecen a la mujer pues evitan la contaminación y el

mal que está más allá de los muros de la casa15. Claramente, ese discurso largamente

incubado incide en lo beneficioso de la reclusión no entendida como un mal sino como una

forma de protección de manera que aquí se aprecia claramente cómo lo obligatorio se

convierte en deseable. Las tesis que aluden a que el mal se encuentra fuera de la casa y el

 bien dentro de ella tienen una vinculación evidente con la idea de peligro asociada al

cuerpo femenino, una idea resumida por Luis Vives en su Instrucción a la mujer cristiana

y que, con algunas variantes ha seguido como corriente de opinión que viene desde la

antigüedad y se extiende hasta el siglo XX; decía Vives: “Los santos escritores y maestros

del humano vivir, dicen que la muerte entra (como por unas ventanas) en el alma por los

sentidos, los cuales son solicitados y fatigados por los placeres y halagos del mundo, que

14 Sirva como ejemplo, de entre los muchos que existen, el siguiente fragmento de San Pablo en su PrimeraEpístola a los Corintios: “Como en todas las Iglesias de los santos, las mujeres cállense en las asambleas; queno les está permitido tomar la palabra, antes bien, estén sumisas como también la Ley lo dice. Si quieresaprender algo, pegúntenlo a sus propios maridos en casa: pues es indecoroso que la mujer hable en laasamblea”.

15 Un ejemplo paradigmático de ello es la casa construida por Carrizales, el protagonista de la novela deCervantes El celoso extremeño, quien con 68 años contrae matrimonio con una joven de 14 y para guardarla,entre otras cosas, llega a cerrar las ventanas que dan a la calle y las abre al cielo.

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con su cebo sabroso engañan a nuestra voluntad y tienen la como cautiva. Así que va

mucho en que la mujer, o nunca salga de casa o muy tarde, cuanto más que sus negocios no

deben ser tantos que ella haya de andar por parte donde su honestidad puede tropezar a

cada paso” (1948: 69). Siempre que la mujer salga, según sentencia Vives, debe

apercibirse en su corazón “cómo sale a la batalla del mundo. Piense qué es lo que verá, qué

oirá, qué dirá, considere que a cada paso, como de trascantón, le saldrán cosas que le darán

traspiés por hacerla tropezar y caer” (ibid : 93). Ha quedado hasta el día de hoy una

acepción de la voz “mujer” en el diccionario de la Real Academia de la lengua que muy

 bien permite entender esta relación: así mujer mundana, perdida, o pública es ramera. La

asociación entre mujer que se abre al mundo, que sale del espacio privado de la casa al

 público de la calle y mujer que abre su cuerpo “al público” se hace evidente; una mujer se

halla en el espacio restringido de la casa y se pierde en el espacio público de la calle, el

sentido metafórico de “perdida” es más que evidente pues amplía la literalidad de estar sin

orientación espacial a estarlo en el plano moral. Se trataría de una construcción ideológica

que no sólo tiene continuidad temporal en occidente sino que se encuentra también

 presente en otras culturas. Susan Tax estudió el significado del valor atribuido al trabajo

femenino como una actividad de desplazamiento en Zinacantán, Chiapas, México. Allí,

cuando alguien no pasa su tiempo “productivamente” (según lo que cada cultura entiende

 por “productividad” y que, desde luego, va más allá de su sentido económico formal)

 puede tener malos pensamientos o hacer cosas malas, "la ociosidad tiene connotaciones

 peligrosas que van más allá de su significación económica y debe ser evitada. Las reglas de

lo que no debe hacerse y el poder de la sugestión son tales que se sospecha que una

 persona ha tenido las peores actividades cuando no se puede demostrar concretamente el

 producto de sus buenas actividades" (1980: 307). Esas sugerencias son perfectamente

válidas para Zangarillejas pues como he dicho anteriormente y como voy a seguir 

sustentando, el trabajo en la casa retrata la consideración propia y ajena que se tiene del

ama de casa, el “qué dirán de mí” ante la posibilidad de no cumplir con sus tareas

domésticas no se plantea como una pregunta abierta sino como una que tiene una clara

respuesta: “dirán de mí que soy holgazana y sucia o algo peor”, todo ello con claras

vinculaciones morales: si la casa de una mujer ama de casa no está “en orden”, limpia, ella

misma es desordenada y sucia real y metafóricamente. Así es más que lógico ese

sentimiento ambivalente ante el confinamiento en la casa.

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Alfonsina, tras narrar sus interminables jornadas en la casa, expresaba claramente

la equivalencia entre casa y reclusión: “¡Cómo las presas estoy yo, deseando salir los fines

de semana!”. Tiene la cárcel, como la casa, dos aspectos negativos que son destacados por 

las mujeres de Zangarillejas: la inexistencia de libertad y, sobre todo, la rutina. El concepto

de libertad ligado al trabajo doméstico se relaciona con la inexistencia de remuneración

económica y también con la imposibilidad real de salir, como afirma Asunción:

[...] Pero no sé, en la casa parece que te cohíbes más que si estuvieras tu trabajando. Y 

dices; “pues yo tengo el capricho este, porque estoy trabajando, y me da la gana de

comprármelo”. Y ahora, pues a lo mejor ya tienes que pensar en otras cosas ¿no? Y 

entonces, pues quizás más por eso, por tener más libertad. “

Igualmente Adriana entiende que, en buena medida, la desvaloración del trabajo en

la casa viene por el hecho de que “no metemos un duro en la casa”:

[...] Así es que, cuando tocamos el tema; a lo mejor de decir: “Yo me voy a ir a trabajar.

 Aquí no valoráis el trabajo y encima, como no metemos un duro en casa pues no hacemos

nada”. Y cuando me agobio, lo primero que salta mi marido y me dice: “¿Y tú eres la que

te quieres ir a trabajar? No eres capaz de desenredar lo que tienes en casa y te quieres ir 

a trabajar a otro lado. ¿Qué pasaría con lo que tienes aquí?...”

Pero, desde luego, la idea de pérdida de libertad está mayormente relacionada con

estar “encerrada entre cuatro paredes” y no poder salir porque la jornada es interminable.

Eso dificulta la vida social en comparación con aquellos que trabajan fuera del hogar. Ana

ha vivido las dos situaciones y puede hablar con conocimiento de causa:

[...]  Hombre, la vida trabajando es diferente a estar en casa. Estar trabajando es muy

bonito porque convives con mucha gente, yo tenía un grupo de gente muy buena,

compañeros, compañeras... luego venían las Navidades, tenías tus cenas, que no se, que te

relacionas con mucha gente, es otra clase de vida a estar en casa...

Del mismo modo que el recluso en la cárcel que espera la hora de paseo o el

 permiso de fin de semana, las mujeres de Zangarillejas esperan con verdaderas ganasacontecimientos cotidianos o extraordinarios que las hacen salir de casa:

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Ana.- ... los días que no venimos aquí pues dejamos a los niños y nos vamos andando por 

la carretera, nos vamos a dar el paseito.

Ascensión.- Ese es el relax nuestro.

Ana.- Ese es el relax nuestro.

Ascensión.- Echamos toda la adrenalina de todo el día [ríe]

Ana.- Y entonces estás muy bien, y nosotras como estamos todo el día, pues el fin de

 semana lo que queremos es salir. [ríen]

Ascensión.- Y si no salimos estamos que rabiamos.

Ana.- Encima, yo estoy sola, viene mi marido el fin de semana, lo que quiero es estar con

él y irme a todos los lados.

De este modo la sensación de libertad se consigue saliendo fuera, así incluso

hechos no cotidianos dentro de la casa, como tomar una cerveza, no se valoran del mismo

modo que si esa cerveza se toma fuera, como si lo especial tuviese que sacarse de un lugar 

anodino y tedioso:

[...] Yo no, a mí me luce el salir a tomarme la cerveza el ratito ese de hablar con uno y con

otro y la convivencia. Eso de estar en casa tomándome yo sola la cerveza a mí eso no.

Como yo estoy todo el día sola, estoy en casa siempre con los niños, pues yo lo que quiero

es salir... a mí no me gusta eso...a mí me gusta de salir ese ratito y tomarme la cerveza

contigo, pero a mí en casa, eso así de estar en la cocina y estar... ¡A mí no me luce eso! Yo

me planto mi cigarrito y mi cerveza y con cualquiera me pongo a hablar. (Ascensión)

Más explícita aún es Alicia. Para ella lo especial debe suceder siempre fuera de su

casa, si no, no es especial. Ante la perspectiva de algún acontecimiento que sale de la

norma su autoconsigna es huir:

Alicia.-  No, no. Yo de especial me voy a casa de alguien, a mi casa no vienen... [ríe

abiertamente]. En mi casa ¡noooo!

Águeda.- ¡Qué gusto!

Alicia.- En mi casa no, yo huyo, yo huyo

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Pero la alegría ante una salida diaria o de fin de semana, la emoción que provoca

salir de las cuatro paredes muchas veces es no más que ilusión pues con frecuencia la

fuerte carga ideológica creada en torno al quehacer de la mujer ama de casa hace que se

traslade la domesticidad allí donde está la mujer, de manera que si ella sola va a salir por 

gusto fuera de la casa debe dejarla “arreglada”, debe tener todo programado para que esa

entidad orgánica llamada casa no se resienta. Ana como la mayoría de ellas deja todo listo

cuando sale a cenar:

Ana.- Yo ya lo tengo todo planeao... El viernes me tengo que ir de fiesta, que me voy de

cena con la Amas de Casa, ya tengo hasta la cena; una tortillita de patatas, para que los

niños no le den lata a su padre....

Andrea.- La meten en el microondas y punto.

Ana.- Exactamente. Y depués tengo un poquito de costilla para él, que le gusta mucho. Se

lo quedo preparao, nada más que para cuando lleguen éllos se lo calienten. Fíjate, yo ya

tengo.... El sábado, cocido [ríe], la cena no porque me voy a cenar fuera donde mi suegra.

 El domingo también, al campo, no ves, yo ya tengo...

Arancha.- Organizá la semana.

Por otro lado, si sale la familia fuera de la casa, a comer al campo, por ejemplo, es

frecuente que el concepto de casa simplemente se traslade y no haya diferencias

apreciables entre lo que se hace dentro y lo que se hace fuera16, otras esperan el fin de

semana como algo especial y finalmente no sucede nada extraordinario de ahí que junto a

la queja aparezca, contradictoriamente, el sentimiento de resignación cuya negatividad se

atenúa por toda una larga historia de vinculación con la mujer. No sólo el discurso político

sino sobre todo el religioso han minimizado el valor del trabajo femenino partiendo de la

 premisa del sacrificio y la resignación que parecen en esos discursos inevitablemente

unidos a la ama de casa. Esa idea la expresaba claramente Adriana:

[...] Porque es una obligación, es una rutina y es un deber y se acabó. Ni me gusta ni me

disgusta, y los días de fiesta me fastidia mucho que los demás estén de... y yo diga; tengo

16 Esta situación no es una excepción de las mujeres de Zangarillejas. Durán (1988: 305) señala que “la

frontera entre el tiempo de ocio y el trabajo o descanso es, a veces, difícil de trazar para las amas de casa (...).Las festividades laborales no traen consigo disminución del número de horas trabajadas, sino que a menudorepercuten en un mayor trabajo doméstico por la presencia de los demás familiares en el hogar.

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que hacer lo mismo de todos los días, porque no me queda más remedio y no tengo yo

descanso y los demás tienen descanso.

En la asociación casa-cárcel el otro elemento a tener en cuenta es lo rutinario y

monótono de las actividades que en ella se desarrollan. Alicia resume una idea que repiten

todas las mujeres entrevistadas:

[...]  Hay veces que dices: “¡Huy! siempre es que es lo mismo, el mismo rollo todos los

días”. Es que te acuestas y quedas todo y por la mañana tienes todo otra vez desordenado.

Y estamos en casa y todos los días lo mismo. Es una monotonía exagerada. Una

monotonía qué... ¡vamos!. 

En la actualidad las mujeres de Zangarillejas comparan su trabajo rutinario con el

de sus esposos que es variado y por tanto se sugiere que es más apetecible, más creativo y

 por eso no se trata de un trabajo “tonto” como el rutinario de la mujer:

Ascensión.- Que ¿qué pensamos? Hacer cosas de tontas; hacer y deshacer, hacer y

deshacer. Pienso yo algunas veces; mira, ya he terminado toda la cocina ya lo tengo todo

arreglao, de momento ahora vamos a ¡otra vez todo lleno! Digo aquí, hacemos los oficios

de los tontos, hacer y deshacer. Yo muchas veces digo eso, y estamos como perdiendo el 

tiempo porque es que...

Águeda No, pero cualquier trabajo... Ella estará en el trabajo suyo y hombre, el tuyo

cambiará, ¿no?, pero hace lo mismo o...

Ascensión.- Pero yo veo que mi marido un día hace una ventana, otro día hace una

 puerta, otro día hace una escalera, no es la monotonía de contino de todas las mañanas;

me levanto, lo mismo, me desayuno, lo mismo, hago las camas, ya está. No hay otra cosa.

Evidentemente este tipo de consideración de la casa como cárcel tiene

implicaciones emocionales. Las mujeres de Zangarillejas aluden a dos tipos de correlatos

emocionales que se vinculan con el trabajo continuo y rutinario, la desgana y apatía por un

lado y por otro la rebelión en forma de voces y “nervios”, un estado emocional que Alba

describe como “estar alterá”:

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Alba.- ... porque hay días que te levantas... Yo empiezo; lo que me duele la espalda, qué

mala estoy...

Alfonsina.- Yo de verdad, hay días que me canso y no tengo ganas de ná....

Águeda.- Dices tú Alicia, que el día que te levantas mala. El día que te levantas mala

empiezas a dar voces. Empiezas a poner nerviosos a todos, ¿verdad?....

Alba.- Carmen empieza: “¡No des voces, no des voces! ¡No te pongas nerviosa, no te

 pongas nerviosa!”

Águeda.- ... empiezas el día, según como te levantes, por lo menos en mi caso....

Alicia.- A dar voces.

Águeda.- ... empiezas a espabilarlos; porque daros prisa, porque esto no puede ser,

 porque yo no puedo más, porque... Es lo que haces y ya está....

Adriana.- Y yo amenazo, les digo; “¡Cualquier día me voy de casa y ni Paco Lobatón me

encuentra!”

Alba.- Mi marido empieza: “Deja a tu madre, deja a tu madre, déjala”

Alicia.- “¡Que se tranquilice, dejarla!, ¡Huy, cómo está hoy!”

Alba.- Yo hay veces que más que por el día es por la noche, que estamos todos, que a lo

mejor ya estás cansada de todo el día, porque ¡oye! quieras o no, hay veces que tienes un

 stress que no puedes porque se te vienen muchas cosas a la cabeza. Hay veces que no

tienes problemas pero hay otras que sí los tienes. Y entonces empieza; “Deja a tu madre,

no le digas ná”. A lo mejor estamos cenando y se pone a cantar o le entra esa risa boba

que le entra a los críos, porque a mi hija le entra mucho. Y a mí me pone eso frenética.

 Las cosas como son. Y empieza; “Deja a tu madre, deja a tu madre. Déjala, déjala, tu no

le digas ná” Y hay veces que me dice; “¡Pues cómo estás hoy mamá! ¡Qué alterá!” Y le

dice mi padre; “Déjala hija porque hoy es que está.... Hoy está mala, hoy está mala”

 Digo; “Bueno, vosotros dejarme. Algún día me voy de esta casa y no me vais a encontrar,

¡pero vamos!”.

En otro diálogo entre Alfonsina, Alba y Águeda se percibe nuevamente el

desconcierto emocional en que se vive pues aparentemente una cuestión azarosa, el genio

con que se levanta la mujer, condiciona su actitud a lo largo de la jornada:

Alfonsina.- Uy! El día que me levanto de buenas me como tó, venga a hacer cosas a hacer 

cosas... [se refiere a hacer cosas en la casa]

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Alba.- lo que pasa es que quizás a los mejor llega un momento que estás un poco así 

apática y a lo mejor dices hoy no tengo ganas ni de limpiar tanto ni de fregar y entonces

 pues bueno, haces lo más imprescindible y ya está ¿no?

Águeda.- yo por ejemplo tengo que si me levanto de buenas y quiero darles un alegrón es

decirles: pues bueno hoy que estoy de buenas os podéis comer una pizza esta noche, y

entonces se ponen contentísimas, porque aunque no me apetece entrar en la comida,

aunque no les doy gusto si digo que esta noche dos filetes, dos filetes, si esta noche es

 pescao, es pescao, si esta noche es pizza, es pizza... pero ahora, para estar yo de buenas,

quitarme yo trabajo, eso es.... a ellas les doy un alegrón... yo les digo lo de las pizzas y se

 ponen... ¡Ay! qué bien te has levantao hoy...

Desde el momento que a las amas de casa han llegado discursos foráneos que

hablan de lo negativo de la rutina las mujeres comienzan a pensar en las bondades de la

innovación. En realidad este discurso que ha llegado como vector de modernidad por 

imposición y sin diálogo, muchas veces provoca más perjuicios emocionales que los

 beneficios que supuestamente consigue. En la sociedad rural tradicional la rutina no era un

maleficio sino que era un elemento claro de normalidad y por tanto de equilibrio y orden,

la introducción de la novedad sin amortiguación ni reacomodo conduce al surgimiento de

un tipo de malestar del ama de casa desconocido previamente: decepción, desilusión o

desánimo son los adjetivos generalmente usados por las propias amas de casa para calificar 

esta situación . Ese es el sentimiento de Amalia cuando no se aprecia que ella se salga de la

normalidad:

[...]  Porque muchas veces he hecho canelones, como dice Araceli, me he esmerado en

hacer otra cosa y es que no lo prueba. Está rico –que es lo que dice Alma-, pero no repito.

 Asi es que ya no me esmero. En cuanto me salgo de lo normal, que está acostumbrado él 

aquí, como le ha hecho su madre siempre la cuchara, ya, no quiere otra cosa. Asi es que

 procuro hacerlo cuando estamos la niña y yo solas (...) ya te digo, en mi casa como es la

monotonía, siempre lo mismo, pues ya ni me molesto. Porque he probado a hacer muchas

cosas y no hay quién les entre.

La necesidad de reconocimiento hacia la labor realizada se va imponiendo como la

mínima recompensa emocional esperable ante la imposibilidad de recibir otro tipo deremuneración. La desilusión o mejor dicho el dolor o la tristeza surgen cuando uno espera

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una recompensa que no llega, cuando no se recibe el reconocimiento voluntario por parte

de los otros, el estatus al que hace referencia Kemper (1978a: 378) “un modo de relación

social en el que existe un comportamiento voluntario orientado a la satisfacción de los

deseos, demandas, carencias y necesidades de los otros” y en el caso de las ama de casa de

Zangarillejas, estas sensaciones son más que frecuentes al no recibirse la recompensa

esperada, particularmente en el caso de preparación de comidas:

Andrea.- A mí la cocina me gustaría si yo, a quien le hago de comer, tuviera...., no sé...

 Buena boca. Pero si estás tan contenta haciendo la comida y “¡Buaf! ¡Mira lo que ha

 puesto de comer hoy!” ¡Venga! te desilusionas, ¿verdad? Es que, oye, y sobre todo, yo no

tengo problemas con mi hija la chica, esa se come ¡bueno! Pero es que su padre ¡ay,

madre!

África.- Se desanima la gente.

Andrea.- Sí, me desanimo. Porque es que, encima, no puedo hacer ni un flan, que es lo

más eso, nadie lo come. Me lo como yo ¡hala! [ríen] Si hago cualquier cosa, las natillas,

me las tengo que comer yo, pues no, no lo hago. Ellas sí se comen los yogures y cosas de

esas compradas sí, pero si hago postres de casa no lo comen. Entonces pues se te quitan

las ganas de hacer de comer las cosas así. Hago lo sencillo y ya está, el arroz, patata y

bacalao como tú dices. Sí esos enreos también les gusta a mis hijas y los platos

combinados también les gusta mucho, porque mira, en verano les hago en un plato

 grande, a cada una, filetes, patatas, ensalada, les echo queso de este de Burgos, esas

cosas les encanta, pero cosas de esas así más sencillas, cosas de jaleo nada, comidas

 fuertes así, no.

Pero, como apuntaba más arriba, junto con esa concepción de la casa/cárcel como

un espacio de la monotonía y la falta de libertad, como lugar “frío”, donde las tareas, sin

recompensa esperable, vienen impuestas por una rutina perversa, tenemos otra

consideración que convive con ella y que permite crear asociaciones simbólicas justamente

inversas. Así en diferentes relatos se alude a la casa como lugar “caliente” donde se viven

con intensidad las emociones más íntimas, igualmente se habla de la casa como un ámbito

donde uno puede actuar libremente, “hacer y deshacer” sin que nadie imponga y, en fin, se

habla también de la casa como el espacio donde la mujer recibe las satisfacciones afectivas

que le hacen sentirse más “llena”, “desde la cual se evidencia su manera de ser en elmundo y pone en juego su mirada, y con ella su manera de hacer” (Yori, 1998: 14). La

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tarea de llevar una casa tiene aspectos tediosos y aburridos, pero como sucede en la gran

mayoría de los trabajos. No resulta del todo creíble que este sea el único significado

atribuido a ella. De hecho, mostrar las habilidades desarrolladas puede ser un motivo de

satisfacción Así, por ejemplo, frente a la idea de casa como lugar inmodificable e

inalterable que surge cuando se relaciona con cárcel, encontramos la idea de casa como

espacio en permanente construcción y transformación. Las mujeres de Zangarillejas

 justifican su tendencia a cambiar y mover muebles, cuadros y adornos no sólo como una

forma de hacer visible ante los ojos ajenos su trabajo sino también ante el deseo que ellas

tienen de concebir la casa como una entidad dinámica y no estática; el siguiente diálogo

entre Águeda, Andrea y Ana es más que elocuente:

Águeda .- A mí me gusta mucho cambiar las cosas de los sitios.

Andrea.- No, yo no suelo cambiar mucho porque tengo ya el sitio...

Águeda.- ¡Ah! pues yo sí.

Ana.- Yo sí porque, no ves, estoy en la salita, y lo que tú dices; ah, pues ahora estoy en el 

 salón. Hago mucho traslado.

Águeda.- A mí sí, tan pronto pongo una camilla para allá que la pongo para acá. Es que

 parece que se nota que has hecho más la limpieza...

Andrea.- No, es que parece que has cambiao algo y no, yo no he cambiado nada; bueno,

quité la alfombra que ya me estaba estorbando. Pero que entrara mi hija –que me estuvo

ayudando-, “¡Hoy, mama! ¡Qué contenta estoy! Si parece que hemos hecho obra” Y es

que, será por eso, porque estás todo el año con el polvino que cogen y, entonces, has

quitado muebles y pintas....

Águeda.- Pues a mí me encanta....

Andrea.- Yo sí, a mí me gusta mucho.

Águeda.- ... moverlos de sitio, hasta los cuadros; “Vosotros ahora venís para acá” [ríen].

Y la camilla en el invierno la tengo para la ventana grande y en el verano para la chica...

Andrea.- ¡Ah, bueno! Claro.

Águeda.- Pues así y todo, eso me encanta. Y la mesa del salón es de cristales y entonces

no me voy a recorrer.... [ríen] Dice mi marido, cuando viene: “¡Madre mía! Ya estamos

otra vez, ya estamos de mudanza” Y el cuarto de los niños, tan pronto tengo los cabeceros

debajo de la ventana que los tengo arriba [ríen].

Águeda.-  Es que parece que se nota más que tienes hechas las cosas..

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Desde luego el valor emergente de la creatividad en la casa tiene su forma de

expresión más clara en la comida. La actividad culinaria es la más grande expresión de la

acción creativa de la mujer en la casa, de ahí que en función de los resultados de su

alquimia nos encontremos con sentimientos claramente polarizados: ya he hablado de la

decepción o desilusión cuando no se valora una innovación culinaria, pero, contrariamente,

el aprecio ante una comida provoca un sentimiento de orgullo que raramente se logra con

otros quehaceres domésticos. Orgullo consecuencia de un reconocimiento u otorgamiento

voluntario de estatus, como señalaría Kemper (1978a, 1978b, 1991), u orgullo como

manifestación de la existencia de un vínculo social seguro, como diría Scheff (1990a,

1994), de una conciencia de identidad propia.

 No hay, en la actualidad, ninguna manera mejor para que la mujer sienta evaluado

su trabajo que la comida: el marido y los hijos no aprecian si se limpia o no el polvo, si se

hacen o no las camas o si se lava la vajilla, en cambio la comida es escrutada

cotidianamente y es igualmente valorada. Un plato que una mujer presenta ante una mesa

de comensales condensa la ambivalencia emocional que se puede desencadenar ante su

desprecio (como ya vimos) o ante su aprecio, como es el caso que refiere Anabel:

Anabel.- Mira, estas Navidades pasadas no, la anterior, hice un postre que fue la tarta

esta de tiramisú y no me salió bien porque, por mirar en una revista, en vez de echarle

nata montada le eché huevo, clara en la clara y las monté y entonces, claro, no me levantó

aquella tarta. Entonces yo la presenté con no muy buena presencia, porque prácticamente

había que comerla con cuchara, pero me daba pena de, oye, de tirarla porque estaba

buena, lo que no tenía era la presencia. Y cuando me empezó mis cuñados y todo a decir;

“¡Ay qué tarta más rica! ¡Esto sí que está rico!” Y yo decía; ¡Ay! Pues qué satisfacción

más grande. Cuando yo vengo con una cosa que yo decía que no me....

Asunción.- Desilusionada.

Anabel.- Claro, es que yo decía; Esto a mí no me ha salido bien. Y cuando empezaron a

 probarla y decían; “No importa, aunque haya que comerla con cuchara, si a nosotros nos

da igual, pero está riquísima” Y yo decía; ¡Ay, qué bien! Oye, me sentí yo pues bien,

estupendamente.

Así, la valoración positiva que los otros hacen del trabajo doméstico convierte aéste en algo muy diferente a una actividad alienante, se convierte en una obra propia

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gratificante gracias al otorgamiento de estatus, hasta el punto que una ama de casa puede

 pasar del hastío a disfrutar por el trabajo, como reconoce Águeda:

[...] yo cuando disfruto más haciendo de comer es cuando tengo invitados, cuando viene

mi sobrino o viene gente porque entonces es cuando me parece a mi que el esfuerzo que

voy a hacer es agradecío porque ya te digo... que pa los cuatro.... los tres no me lo

agradecen y nada, es cuando realmente disfruto.

Igualmente la idea de falta de libertad en la casa convive con otra contradictoria: en

el hogar se vive sin presión ante el trabajo, sin el agobio por cumplir un horario o una tarea

y sin la tensión que implica la presencia de un jefe. Alicia, pone en boca de su marido las

 bondades del trabajo en la casa frente al trabajo fuera: “Que aquí nadie te manda [dice su

marido]. Si tuvieras que trabajar con mi jefe o con uno que te manda; Que haces lo que te

da la gana ¡Es que no sabéis muchas veces...!”. 

De esta manera, junto a descripciones como las que hemos visto en las que se

destaca el tedio y lo poco gratificante que resulta el trabajo en la casa, encontramos otras

como la siguiente de Ascensión en la que se perciben matices que remiten a ideas de cariño

y afectividad en el trabajo doméstico17: el uso de diminutivos, el recurso al humor para

explicar la jornada y la propia narración en la que jornada de trabajo está trufada de

momentos para “el cafelito”, así lo sugiere:

[...]  Nos levantamos temprano, porque los mayores se van al instituto. Se van, yo voy

encendiendo la luz al chico, se va espabilando, voy haciendo las camas, desayuno, me voy

lavando, me voy arreglando, se levanta y luego ya nos vamos a la escuela y, luego ya, nos

vamos a por el pan; bueno, a por el pan, a por la fruta o lo que necesitemos y nos

echamos un cigarrito y el cafelito, ¡anda! y el café, ese ratito nuestro bueno...Pues nos

tomamos el cafelito y seguimos luego la tarea, vamos fregando si tenemos que fregar,

limpiamos si tenemos que limpiar y ya está. La comidita; yo lo que peor llevo es la cena,

 yo la cena eso lo llevo fatal (ríen)Y, hay días que es que te levantas y no sabes ni lo que

17 Estos testimonios coinciden con los datos estadísticos aportado por Durán en el trabajo al que venimoshaciendo referencia. En el mismo, las mujeres entrevistadas señalaban como aspectos positivos del trabajodoméstico fundamentalmente los de carácter ético-afectivo (como por ejemplo estar más tiempo con la

familia) o su alto grado de autonomía o libertad para organizarse. Entre los rasgos negativos los másapuntados fueron su carácter monótono, las críticas que recibe por considerar que en realidad no hacen nada,la extraordinaria duración de la jornada (interminable) y la falta de tiempo libre (1988: 318).

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vas a hacer; “¿Qué hacemos de comida?” “¡Jolín! hemos comido ahora” “¡Toma! Pues

darme una solución, a ver qué hacemos” “Filetes y patatas fritas” Digo; “¡Hala! Todos

los días filetes y patatas fritas” para los niños. Y yo, el problema que tengo, es que mi

marido viene todos los días, entonces, no soy de estas personas que podía decir, bueno,

vamos a hacer una cosina y hala, y pum, yo todos los días. Y, además, es que lo tengo

debajo y yo estoy arriba, así es que, cualquier cosita, enseguida llama y rápido. Y ya está,

luego ya comemos, se recoge la cocina, nos vamos al paseo, esa salida me gusta porque

 salimos y nos entretenemos un ratito sin niños y sin nada, nos despejamos. Y luego ya, nos

vamos a por los niños, luego ya llegamos a casa, el cafelito, la merienda, los deberes y

luego ya, nos ponemos a ver la televisión o si tenemos que salir a algún lado salimos y si

no... Yo ya después que me entro en casa, yo ya no salgo, ya no, ya le cojo pereza. Y luego

 ya nada, a ver qué hacemos de cena [ríen].

Finalmente son muchas las expresiones de las amas de casa de Zangarillejas que

consideran la casa como un lugar “cálido” y en ese sentido se vincula con el sentido pleno

del concepto hogar y se aleja de esa otra imagen de “frialdad carcelaria”. La calidez se

consigue de muchas formas, unas para reconfortar a toda la familia y otras para que el ama

de casa quede reconfortada con ella misma: la colocación especial de adornos y cuadros

crea hogar lo mismo que prestar atención a las plantas. Así sucede a veces que la mujer 

decida “construir hogar” prestando atención a esos pequeños detalles aunque para ello deba

dejar de lado alguna de las tareas cotidianas. Cuando esto es así, casi podríamos cambiar 

los versos de Hölderlin “... poéticamente habita el hombre...” - en su sentido genérico – 

 por “poéticamente habita la mujer”, en donde ese habitar poético es un construir pues el

hombre habita en tanto que construye (Heidegger: 1994) Agustina reconoce que eso le

sucede a ella:

[...]  Y hoy no he hecho nada más que los cuartos de baño, el salón y la cocina y, sin

embargo, me he ido al patio a arreglar las flores por no hacer lo mismo. Y hoy me he

metido más a las flores, que tenía los geranios todos quemados de las heladas, me he

dedicado a las flores. Me gustan mucho las flores.

Quiero finalizar estas líneas subrayando la idea con la que las inicié: las relaciones

de las personas con los lugares con frecuencia están saturadas de emociones. Puedenfacilitar la relajación o la excitación, provocar cambios de humor, alegría o melancolía,

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hastío o satisfacción. En cierta forma, la relación emocional que se experimenta con los

espacios, en este caso con la casa, puede implicar la antropomorfización de la misma al

otorgarle emociones similares a las que se tienen en las relaciones entre personas. Incluso

aunque éstos no se produzca, pueden tenerse sentimientos y ataduras parecidas a las que se

establecen entre los humanos, positivas y negativas, igualmente ambivalentes. Así

entendida, la casa es a la vez espacio de creación y recreación de la mujer. Fortaleza, lugar 

de recogimiento, cárcel, espacio de conflicto.

 

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