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Wyndham, John - El Dia de los Trifidos (1).pdf

Date post: 09-Oct-2015
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 EL DÍA DE LOS TRÍFIDOS John Wyndham
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  • EL DA DE LOS TRFIDOS

    John Wyndham

  • John Wyndham

    Titulo del original: The Day of the Triffids Traduccin: Jos Valdivieso 1951 By John Wyndham 1974 Ediciones Minotauro S.R.L. Humberto I 545 - Buenos Aires Edicin digital: Norberto Crdoba, Agosto 2002

  • 1 - Comienza el fin Cuando un da que usted sabe que es mircoles comienza como si fuese domingo, algo anda muy mal en alguna parte. Lo sent tan pronto como despert. Y sin embargo, cuando se me aclar un poco la mente, comenc a dudar. Al fin y al cabo, era muy posible que fuese yo el que estaba equivocado, y no algn otro. Segu esperando, acicateado por la duda. Pero pronto tuve mi primera prueba objetiva: me pareci or que un reloj distante daba las ocho. Escuch con atencin y desconfianza. Pronto otro reloj comenz a emitir unas notas altas y perentorias. Con gran tranquilidad dio ocho indiscutibles campanadas. Entonces supe que pasaba algo raro. Slo por accidente no asist al fin del mundo; bueno, el mundo que haba conocido durante treinta aos. A casi todos los sobrevivientes les pas lo mismo. Est en la naturaleza de las cosas que haya siempre un buen nmero de enfermos en los hospitales: la ley de los promedios haba decidido la semana anterior que yo fuese una de esas personas. S eso hubiese ocurrido una semana antes, yo no estara escribiendo estas lneas; no estara aqu. Pero la casualidad no slo quiso que yo estuviese en el hospital en ese preciso momento, sino tambin que una venda me cubriese los ojos, y toda la cabeza. Tengo, por tanto, que estar agradecido a quienquiera que sea el que decide la regularidad de esos promedios. Pero aquella maana yo solo senta cierto mal humor, preguntndome qu diablos habra ocurrido, pues ya haba pasado all bastante tiempo como para saber que, despus de la jefa de enfermeras, lo ms sagrado en un hospital era el reloj. Sin reloj, el hospital no marchaba, simplemente. No pasaba un solo segundo sin que alguien lo consultase con respecto a los nacimientos, las muertes, las dosis, las comidas, las luces, las conversaciones, el trabajo, el sueo, el descanso, las visitas, la ropa, el lavado... Y hasta ahora el reloj haba decretado, invariablemente, que alguien tena que empezar a lavarme y asearme tres minutos antes de las siete de la maana. Esta era una de las razones por las que yo apreciaba tener un cuarto privado. En una sala comn todo hubiese comenzado innecesariamente una hora antes. Pero aqu, y en este momento, unos irregulares relojes continuaban dando las ocho desde diversos sitios... y nadie haba aparecido an. Aunque aquel lavado con la esponja no me agradaba mucho (yo haba sugerido intilmente que si alguien me llevaba hasta el bao podramos eliminar ese proceso), su falta me desconcertaba de veras. Adems, la esponja anunciaba normalmente la proximidad del desayuno, y yo ya senta hambre. Posiblemente eso no me hubiese preocupado tanto cualquier otro da, pero en aquel mircoles 8 de mayo tena que ocurrir algo muy importante para m. Quera terminar de una vez con aquellas molestias y aquella rutina. Aquella misma maana me iban a quitar los vendajes.

  • Tante a mi alrededor buscando el timbre, y dej que sonara durante cinco segundos, para que supiesen lo que pensaba de ellos. Mientras esperaba la bonita y enojada respuesta que un llamado semejante tena necesariamente que provocar, segu escuchando. Afuera, me daba cuenta ahora, el da pareca ms extrao an. Los ruidos que se producan en la calle, y los que no se producan, eran de un domingo demasiado domingo... y yo haba llegado a la conclusin de que aquel da era mircoles. Aunque algo le haba pasado a ese mircoles. Nunca pude comprender enteramente qu debilidad llev a los fundadores del hospital St. Merryn a erigir el edificio en un cruce de calles, no lejos de un barrio de oficinas, y destrozar de este modo, y constantemente, los nervios de los enfermos. Pero aquellos afortunados capaces de soportar los ruidos del trnsito tenan ventaja de poder permanecer en cama sin perder contacto, por as decirlo, con el fluir de la vida. Generalmente los mnibus atronaban la calle tratando de llegar a la esquina antes que cambiaran las luces; e igualmente a menudo los chillidos de los frenos y las salvas del silenciador anunciaban que haban perdido la carrera. Momentos ms tarde los coches en libertad volvan a rugir mientras suban la cuesta. Y de cuando en cuando un interludio: un choque terrible seguido por una discusin general; algo demasiado torturante para alguien que como yo slo poda juzgar la extensin de los daos por la cantidad de insultos y maldiciones subsiguientes. Ciertamente, ni durante el da, ni durante la mayor parte de la noche, exista la posibilidad de que el paciente de St. Merryn tuviese la impresin de que el round se haba interrumpido, ya que l, personalmente, se haba retirado a un rincn. Pero esta maana todo era distinto. Tan misteriosamente distinto que llegaba a ser perturbador. No se oa el rechinar de las ruedas, ni el frenar de los mnibus, ni el ruido de ningn otro vehculo. Ni frenos, ni bocinas, ni siquiera el golpear de los cascos de los ocasionales. Ni, como deba ocurrir a aquella hora, el armnico taconear de la gente en camino hacia sus empleos. Cuanto ms escuchaba, ms raro me pareca... y ms me preocupaba. En unos diez minutos de cuidadosa atencin, slo o, cinco veces, unos pasos titubeantes y arrastrados, tres voces lejanas que gritaban algo incomprensible y los sollozos histricos de una mujer. Ni el arrullo de una paloma, ni el piar de un gorrin. Slo el zumbido de los alambres en el viento... Comenz a invadirme una sensacin desagradable y vaca. La misma que me asaltaba en mi infancia cuando crea que haba algo, algo horroroso en algn rincn oscuro de la habitacin y no me animaba a sacar un pie por miedo que algo saliese de debajo de la cama y me tomase por el tobillo y ni siquiera a encender la luz ya que el ms pequeo de mis movimientos poda que algo saltase hacia m. Tuve que luchar contra esa sensacin, lo mismo que cuando era nio y me vea a solas en la oscuridad. Y no result ms fcil. Es sorprendente comprobar lo poco que se ha crecido cuando llega el momento de la prueba. Los miedos elementales seguan acompandome, esperando su oportunidad, y casi ya aprovechndola... Slo porque tena los ojos vendados y el trnsito se haba interrumpido.

  • Cuando logr dominarme un poco, trat de examinar racionalmente la situacin. Por qu se detiene el trnsito? Bueno, comnmente porque se hace algn arreglo en el camino. Algo muy simple. De un momento a otro comenzaran a orse las perforadoras neumticas, como una nueva distraccin auditiva para los sufrientes hospitalizados. Pero el examen racional tena una dificultad: no se detena all. Indicaba adems que no se oa ni el distante murmullo del trnsito ni el silbato de una locomotora, ni la sirena de una barcaza. Nada... Y los relojes comenzaron a dar las ocho y cuarto. La tentacin de echar un vistazo, nada ms que un vistazo naturalmente, para tener por lo menos una idea de lo que estaba ocurriendo, era muy grande. Pero me contuve. Ante todo, echar un vistazo no era algo tan simple como pareca. No se trataba slo de levantar una venda; haba un montn de gasas y apsitos. Pero, lo que era ms importante, yo tena miedo. Una semana de ceguera total basta para que no nos atrevamos a tomarnos libertades con nuestros ojos. Cierto era que la gente del hospital se propona quitarme ese mismo da las vendas pero iban a hacerlo en una luz dbil, especial, y si me encontraban algo malo en los ojos, volveran a vendarme. Yo solo no podra darme cuenta. Era posible que mi vista quedase daada para siempre. O que yo no pudiese ver. Yo no lo saba an. Lanc un juramento y volv a tocar el timbre. Me tranquilic un poco. Nadie, pareca, prestaba atencin a los timbres. Comenc a sentirme no slo preocupado, sino tambin fuera de mis casillas. Depender de alguien es algo humillante, pero no tener de quien depender es todava peor. Se me estaba acabando la paciencia. Algo haba que hacer. Si sala al pasillo, y armaba un alboroto de todos los diablos, alguien aparecera, aunque slo fuese para decirle qu pensaba de m. Apart las ropas y sal de la cama. Yo nunca haba visto mi habitacin, y aunque por lo que haba odo crea conocer la posicin de la puerta, no me fue fcil hallarla. Me encontr con varios sorprendentes e innecesarios obstculos, pero despus de torcerme un dedo del pie y de lastimarme ligeramente la pierna, atraves la habitacin. Me asom al pasillo. Eh! grit. Triganme el desayuno. Habitacin cuarenta y ocho! Durante un momento, nada ocurri. Luego se oyeron unas voces que gritaban, juntas. Parecan centenares, y no se poda distinguir claramente una sola palabra. Era como si yo hubiese puesto un disco con las voces de una multitud... una multitud malhumorada. Una fugaz visin de pesadilla me pas por la mente mientras me preguntaba si me habran trasladado durante la noche a algn manicomio. Quiz ste ya no era el hospital de St. Merryn. Esas voces no me parecan normales. Cerr rpidamente la puerta y llegu como pude a la cama. No pareca haber lugar mas seguro en todo ese confuso alrededor. Y como para asegurrmelo an ms, se oy un sonido que me paraliz en el instante en que apartaba la sbana. All abajo, en la calle, son un grito salvaje y enloquecido y de un contagioso terror. Se repiti tres veces, y se qued como temblando en el aire. Me estremec. Poda sentir el sudor que me corra por la frente, bajo las vendas. Estaba seguro ahora de que haba ocurrido algo espantoso y terrible. No poda soportar ms mi

  • aislamiento y mi desamparo. Tena que saber qu pasaba a mi alrededor. Me llev las manos a las vendas. Enseguida ya con los dedos en los alfileres, me detuve... Y s el tratamiento no haba tenido xito? Y si cuando me sacara las vendas descubra que no poda ver? Eso seria peor an... Cien veces peor. Estaba solo y me faltaba coraje para averiguar si me haban salvado o no la vista Y si hubiesen logrado salvrmela, convendra que me quedase con los ojos descubiertos? Dej caer las manos, y me acost de espaldas. No saba qu hacer, y lanc algunas tontas y dbiles maldiciones. Pas algn tiempo antes que pudiese volver a enfrentar aquel problema. Me sorprend a m mismo revolviendo otra vez en mi mente en busca de una posible explicacin. No la encontr. Pero me pareci indudable que, a pesar de todas esas paradojas del diablo, era mircoles. Pues el martes haba sido un da notable, y yo poda jurar que desde entonces slo haba pasado una noche. Los archivos dicen que el mircoles 7 de mayo la rbita de la Tierra pas entre los restos de la cola de un cometa. Pueden ustedes creerlo, si quieren... Millones lo creyeron. Quiz ocurri as. Yo no puedo probarlo. No estaba en condiciones de ver qu era eso; aunque tengo mis propias ideas. Slo s que tuve que pasarme las primeras horas de la noche escuchando los relatos de los testigos presenciales acerca de lo que era, aparentemente, el ms notable espectculo celeste de toda la historia. Y sin embargo, hasta que sobrevino el fenmeno, nadie haba odo una palabra de ese supuesto cometa... No s por qu las radios se encargaron de describir el suceso, pues todo aquel que poda caminar, arrastrarse o ser arrastrado, se encontraba en la calle o en las ventanas disfrutando de una nunca vista exhibicin de fuegos artificiales. Pero as fue, y eso contribuy a que yo sintiese an ms pesadamente mi ceguera. Llegu a pensar que si el tratamiento no haba tenido xito, seria mejor acabar con todo. Los boletines de noticias de aquel da informaron que unas misteriosas y brillantes luces verdes haban cruzado el cielo de California la noche anterior. Sin embargo, tantas cosas pasaban en California que nadie poda sorprenderse. En los informes subsiguientes apareci el tema de los restos del cometa, y ya nadie lo olvid. Las descripciones llegadas desde todos los puntos del Pacfico hablaban de una noche iluminada por meteoros verdes, a veces en lluvias tan apretadas que el cielo parece caer sobre nosotros. Y as fue, si uno lo piensa. La lnea de la noche se desplaz hacia el oeste, pero el brillo de la exhibicin no perdi su primitiva intensidad. Algunos ocasionales relmpagos verdes comenzaron a hacerse visibles aun antes que cayera el crepsculo. El narrador, al describir el fenmeno en el noticioso de las seis, advirti que era un espectculo asombroso y que nadie deba perdrselo. Mencion asimismo que el fenmeno interfera seriamente la recepcin de ondas cortas a larga distancia, pero que las frecuencias medias donde seguiran los comentarios no haban sido afectadas, como tampoco, hasta ahora, la televisin. No

  • tuvo que repetir el consejo. Ya en el hospital estaban todos excitados, y me pareci que nadie, de veras, iba a quedarse sin ver el fenmeno, excepto yo. Como si no bastasen los comentarios de la radio, la mucama que me trajo la cena tuvo que contrmelo todo. El cielo est lleno de estrellas errantes me dijo. Todas muy verdes. Hacen que la cara de la gente tenga un color horrible. Todos estn mirndolas, y a veces hay tanta claridad como de da, aunque de otro color. Algunas de las estrellas son tan brillantes que hacen dao a los ojos. Dicen que nunca ocurri nada parecido. Es una lstima que usted no pueda verlas, no es cierto? Lo es dije con bastante sequedad. Hemos descorrido las cortinas de las salas para que todos puedan verlas sigui diciendo la muchacha. Si no tuviese esos vendajes, usted tambin podra mirar desde aqu. Oh dije. Pero desde afuera tiene que ser todava mejor. Dicen que en los parques hay miles de personas observndolo todo. Y en todas las terrazas se puede ver a gente que mira el cielo. Cunto creen que va a durar? pregunt pacientemente. No lo s, pero dicen que no es tan brillante aqu como en otros sitios. Pero aunque le hubiesen sacado hoy las vendas no creo que le dejaran mirar, Tiene usted que ir acostumbrndose despacio a la luz, y algunas de las estrellas son muy brillantes. Algunas... Oooh! Por qu dijo oooh? pregunt, Hubo una tan brillante en ese momento... Pareci como si el cuarto fuese todo verde. Qu lstima que usted no pueda mirar. S, es una lstima dije. Bueno, muestre ahora que es una buena chica y vyase. Trat de escuchar la radio, pero emita los mismos ooohs y aaahs acompaados de uno: finos comentarios (espectculo magnfico; fenmeno nico) hasta que comenc a sentir que aquella era una fiesta a la que haban invitado a todos menos a m. Yo no poda elegir ningn otro entretenimiento, pues la radio del hospital transmita un solo programa; haba que contentarse con l o con ninguno. Al cabo de un rato me pareci que el nmero de variedades comenzaba a apagarse. El avisador advirti a aquellos que an no lo haban visto que, si no se apresuraban, lo iban a lamentar eternamente. Pareca como si todos, de comn acuerdo, quisiesen convencerme de que yo estaba dejando pasar la gran oportunidad de mi vida. Al fin me cans y apagu la radio. Lo

  • ltimo que o fue que la exhibicin estaba disminuyendo con gran rapidez, y que dentro de unas pocas horas saldramos del rea cubierta por los restos del cometa. Estaba seguro de que todo esto haba ocurrido la noche pasada, pues si no hubiese sentido un hambre todava mayor. Muy bien, qu ocurra entonces? La ciudad, y el hospital, no se haban recobrado todava del alboroto de la noche? En ese momento fui interrumpido por un coro de relojes, distantes y cercanos, que comenzaron a anunciar las nueve. Toqu por tercera vez desesperadamente el timbre. Mientras esperaba, acostado, pude or ms all de la puerta algo as como un murmullo. Era un murmullo formado por sollozos y pies que se arrastraban, e interrumpido de cuando en cuando por una voz que se alzaba a lo lejos. Pero nadie entr en mi habitacin. Volv a sentirme decado. Las desagradables fantasas de la infancia estaban invadindome otra vez. Me encontr esperando a que aquella puerta invisible se abriera, y que unas cosas horribles entraran en silencio... En verdad, yo no estaba muy seguro de que alguien o algo no estuviese ya dentro del cuarto, rondando furtivamente a mi alrededor... No es que yo sintiese alguna inclinacin por esa clase de cosas, de veras... Todo era culpa de aquel maldito vendaje, de aquellas voces confusas que me haban respondido en el corredor. Pero indudablemente yo estaba sintiendo miedo, y una vez que uno ha empezado a sentir miedo, ste no deja de crecer. Ya era tarde para tratar de ahuyentarlo con canturreos y silbidos. Al fin me enfrent directamente con el nico problema: me asustaba ms quitarme las vendas y daarme la vista o seguir en la sombra mientras el miedo creca en mi interior? Si hubiese sido un da o dos antes, no s qu hubiese hecho posiblemente lo mismo, pero ese mircoles pude decirme por lo menos: Bueno, acabemos de una vez. No puedo hacerme mucho dao si uso un poco de sentido comn. Al fin y al cabo, hoy tenan que sacarme las vendas. Me arriesgar. Algo hay que poner a mi favor. No estuve muy lejos de arrancrmelas de cualquier modo. Tuve bastante cordura y dominio de m mismo como para salir de la cama y cerrar las persianas antes de tocar los alfileres. Cuando me saqu las vendas y descubr que poda ver en la dbil luz del cuarto, sent un alivio que no haba conocido hasta entonces. Sin embargo, lo primero que hice, despus de comprobar que no haba nada horrible ni debajo de la cama ni en ninguna otra parte, fue atrancar la puerta con una silla. Ahora poda actuar con un poco ms de tranquilidad. Me tom toda una hora para que los ojos se me fuesen acostumbrando a la luz del da. Al fin llegu al convencimiento de que gracias a los oportunos auxilios y a los buenos cuidados mis ojos estaban tan bien como antes.

  • Pero nadie vena a mi habitacin. En el estante inferior de la mesa de noche descubr un par de anteojos oscuros, colocados all previsiblemente por si llegaba a necesitarlos. Obr con prudencia y me los puse antes de acercarme a la ventana. La parte inferior era fija, y limitaba la visin. Mirando de lado y hacia abajo alcanc a ver a una o dos personas que parecan vagar extraamente a la ventura por lo alto de la calle. Pero lo que ms me sorprendi fue la claridad y precisin con que se vean todas las cosas... hasta los techos distantes que asomaban por detrs de las terrazas de enfrente. Y de pronto advert que no humeaba ninguna chimenea, ni pequea ni grande... Encontr mis ropas ordenadamente colgadas en el armario. Una vez que me las puse, me sent mejor. An haba algunos cigarrillos en la tabaquera. Encend uno, y comenc a sentirme con un estado de nimo en el que, aunque todo era indudablemente muy sospechoso, ya no poda entender por qu el pnico haba comenzado a dominarme. No es fcil volver a situarse en aquellos das. Hoy tenemos que confiar principalmente en nosotros mismos. Pero en aquel entonces estbamos tan dominados por la rutina; las cosas se unan de tal modo unas con otras... Todos cumplamos tan tranquilamente con nuestro papel, y en el momento oportuno, que era fcil confundir el hbito y la costumbre con la ley natural. No es raro que lo que ms nos perturbara fuera aquella total interrupcin de la rutina diaria. Cuando la mitad de la vida ha transcurrido en el seno de una ordenada concepcin del mundo, no bastan cinco minutos para volver a orientarse. Recuerdo aquella poca, y compruebo que la cantidad de cosas que uno no saba o que no estaba interesado en saber es no slo asombrosa, sino tambin un poco sorprendente. Yo no saba prcticamente nada, por ejemplo, de algo tan comn como los medios por los que la comida llegaba a mis manos, o de dnde vena el agua dulce, o cmo se fabricaban las ropas, o cmo funcionaban los servicios sanitarios de la ciudad. El mundo se haba convertido en una acumulacin de especialistas que atendan a sus tareas personales con mayor o menor eficiencia, y que esperaban que otros hiciesen lo mismo. Por eso me pareca increble que el hospital estuviese totalmente desorganizado. Alguien, en alguna parte, estaba seguro, tena que estar encargndose de l... Desgraciadamente era alguien que se haba olvidado de que exista una habitacin 48. Pero cuando llegu otra vez a la puerta y examin el pasillo comprend que lo que estaba pasando, fuese lo que fuese, no afectaba solamente al enfermo de la habitacin 48. No haba nadie a la vista, aunque se alzaba a lo lejos un persuasivo murmullo de voces. Se oa tambin un sonido de pies que se arrastraban por el piso, y de cuando en cuando una voz ms alta que resonaba huecamente en los corredores, pero nada similar al alboroto que yo haba escuchado antes. No grit esta vez. Sal cautelosamente. Por qu cautelosamente? No s. Algo me indujo a hacerlo. Era difcil, en aquel edificio lleno de ecos, saber de dnde venan los sonidos, pero uno de los extremos del pasillo terminaba en una ventana oscura, en donde se vea la sombra

  • de un balcn. Al doblar una esquina, me encontr fuera del ala de las habitaciones privadas y en un corredor ms estrecho. Mir y me pareci que estaba vaco. Luego, al adelantarme, vi una figura que surga de las sombras. Era un hombre de chaqueta negra y pantalones a rayas, y con un abrigo blanco de algodn. Lo tom por un mdico, pero no comprend por qu caminaba apoyndose en la pared. Hola le dije. El hombre se detuvo. Volvi hacia m un rostro gris y aterrorizado. Quin es usted? me pregunt con inseguridad. Me llamo Masen le dije. William Masen. Soy un paciente. Habitacin 48. Y sal a ver por qu... Puede ver? me interrumpi. Claro que s. Tan bien como antes le dije. Ha sido un trabajo magnfico. Nadie vena a sacarme las vendas, as que me las quit yo solo. Espero no haberme hecho dao. Me pareci que... Pero el hombre me interrumpi otra vez. Por favor llveme a mi oficina. Tengo que hablar por telfono. Tard en contestar. Todo pareca muy raro aquella maana. Dnde queda eso? le pregunt. Piso quinto, ala Oeste. El nombre est en la puerta. Doctor Soames. Muy bien le dije, un poco sorprendido. Dnde estamos ahora? El hombre sacudi la cabeza de derecha a izquierda, con una cara tensa y exasperada. Cmo diablos puedo saberlo? dijo, amargamente. Usted tiene ojos, maldita sea. selos. No puede ver que estoy ciego? Nada deca que estuviese ciego. Tena los ojos muy abiertos, y pareca mirar con fijeza. Espere un minuto le dije. Mir a mi alrededor. Encontr un gran 5 pintado en la pared, frente a la salida del ascensor. Volv y se lo dije. Bien. Tmeme del brazo me orden. Colquese como si saliera del ascensor y doble a la derecha. Luego mtase en el primer pasillo a la izquierda. La tercera puerta es mi oficina.

  • Segu sus instrucciones. No nos encontramos con nadie. Lo llev hasta el escritorio y le alcanc el telfono. El hombre toc el aparato hasta encontrar la barra y la golpe con impaciencia. La expresin de su cara comenz a cambiar. La irritabilidad y aquel gesto duro desaparecieron. Pareca ahora simplemente cansado, muy cansado. Dej el receptor en el escritorio. Durante algunos segundos permaneci inmvil y en silencio, como con los ojos clavados en la pared de enfrente. Al fin se volvi. Es intil... ha terminado. Est usted todava ah? aadi. S le dije. Pas los dedos por el borde del escritorio. Qu hay delante de m? Dnde est esa condenada ventana? pregunt, irritado otra vez. Justo detrs de usted le dije. El hombre se volvi y camin hacia la ventana, con los brazos extendidos. Tante el alfizar y los lados, cuidadosamente, y dio un paso atrs. Antes que yo comprendiese qu estaba haciendo, se lanz contra la ventana. La atraves rompiendo los vidrios. No fui a mirar. Al fin y al cabo, era un quinto piso. Cuando pude moverme, me dej caer pesadamente en el silln. Saqu un cigarrillo de una caja que haba sobre la mesa y lo encend con dedos temblorosos. Me qued all algunos minutos tranquilizndome, y esper a que aquel malestar se desvaneciese. Al fin dej el cuarto y volv al lugar donde me haba encontrado con el hombre. Cuando llegu all, no me senta todava muy bien. En el extremo de aquel ancho corredor haba una puerta de vidrios esmerilados, con unos valos transparentes a la altura de los ojos. Pens que habra alguien all, a cargo de la sala, a quien podra contarle lo del doctor. Abr la puerta. La sala estaba bastante a oscuras. Evidentemente haban corrido las cortinas luego de la exhibicin de la noche, y todava seguan corridas. Hermana? pregunt. No est dijo una voz de hombre. Ms an continu, no viene por aqu desde hace horas. Puede usted abrir esas cortinas, compaero, para que entre un poco de luz? No s que ha pasado en este maldito bar esta maana. Muy bien le dije. Aunque todo estuviese desorganizado, no haba motivo para que esos infortunados pacientes tuviesen que estar acostados en la oscuridad.

  • Descorr las cortinas de la ventana ms prxima, y dej que entrara una oleada de sol. Era una sala de ciruga, con cerca de veinte pacientes, todos postrados en cama. Piernas lastimadas, la mayor parte; algunas amputaciones. Djese de jugar con las cortinas, compaero, y bralas del todo dijo la misma voz. Me volv y mir al hombre que haba hablado. Era un joven corpulento, moreno, con una piel curtida por el sol. Estaba sentado en la cama, con la cara vuelta hacia m... y hacia la luz. Pareca como si estuviese mirndome fijamente a los ojos, y lo mismo su vecino, y el hombre de ms all. Durante algunos momentos les devolv la mirada. Tard bastante en darme cuenta. Al fin les dije: Este... las cortinas... las cortinas se han atrancado. Buscar a alguien para que las arregle. Y sal corriendo de la sala. Me temblaba el cuerpo otra vez, y necesitaba un trago. Las cosas estaban tomando forma. Pero me costaba creer que todos los hombres de la sala fuesen ciegos, como el doctor. Y sin embargo... El ascensor no funcionaba, as que baj por las escaleras. En el piso siguiente me anim y fui a mirar otra sala de enfermos. Las camas estaban desarregladas. Al principio pens que no haba nadie, pero no... no del todo. Dos hombres en ropas de dormir yacan en el piso. Uno estaba empapado en sangre y tena una herida abierta; el otro haba sido alcanzado, aparentemente, por una especie, de congestin. Los dos estaban muertos. El resto haba desaparecido. De vuelta en las escaleras, me pareci que casi todas las voces que yo haba estado escuchando venan del piso inferior, y que ahora resonaban ms claramente. Titube un instante, pero no poda quedarme all. En la vuelta siguiente casi tropec con un hombre que estaba acostado en la sombra. Ms abajo yaca alguien que se lo haba llevado por delante, y que se haba roto la cabeza en los escalones de piedra. Al fin llegu al ltimo descanso. Desde all poda ver el vestbulo principal. Pareca como si todos los que podan moverse hubiesen bajado instintivamente al vestbulo, ya fuese para buscar ayuda o para salir a la calle. La puerta estaba abierta de par en par, pero nadie daba con ella. Una apretada muchedumbre de hombres y mujeres casi todos vestidos con ropas de hospital, se mova lenta y desamparadamente. El movimiento apretaba sin piedad a aquellos que se encontraban en los bordes de la muchedumbre contra aristas de mrmol, o relieves ornamentales. Algunos eran aplastados contra los muros. De cuando en cuando alguien tropezaba. Si la presin de los cuerpos no le impeda caer, era muy difcil que pudiera volver a levantarse.

  • El vestbulo pareca... bueno, ustedes han visto los dibujos de Dor que representan a los pecadores en el infierno. Pero Dor no pudo, incluir los sonidos: los sollozos, los gemidos susurrantes, y aquellos gritos ocasionales de desamparo. No pude aguantar ms de un minuto o dos. Hu corriendo escaleras arriba. Quiz deb hacer algo en ese momento. Llevarlos a la calle, y poner fin por lo menos a aquel ajetreo lento y terrible. Pero una mirada me haba bastado. Era imposible abrirse camino hasta la puerta y guiar a esa gente. Adems, si lo hubiese hecho, si hubiese conseguido llevarlos afuera... de qu les hubiera servido? Me sent en un escaln para sobreponerme; con la cabeza entre las manos, y aquel incesante y horrible murmullo en los odos. Luego busqu, y encontr, otra salida. Era una escalera estrecha que me llev al patio. Quiz no est contando muy bien todo esto. Fue algo tan inesperado y sorprendente que durante un tiempo no quise, a propsito, acordarme. Crea haber tenido una pesadilla de la que trataba, desesperadamente, pero en vano, de salir. Cruc el patio rehusndome todava a creer en lo que haba visto. Pero de algo estaba seguro. Realidad o pesadilla, necesitaba como nunca un trago. No se vea a nadie en la calle, pero casi enfrente haba una taberna. An recuerdo su nombre: El ejrcito de Alamein. Haba una silueta de madera, ms o menos parecida al vizconde Montgomery, colgada de un gancho de hierro, y abajo una puerta abierta de par en par. Me dirig en lnea recta hacia ella. El entrar en una taberna me dio durante un momento una consoladora sensacin de normalidad. En prosaica y familiarmente como muchas otras. Alguien se mova en el saln, en uno de los rincones. O una respiracin fatigada. Un corcho dej su botella con un estallido. Luego una voz exclam: Gin, maldita sea! Al diablo con el gin! Se oy el ruido de un vidrio que se hacia pedazos. La voz lanz una corta risita. El espejo. Pero para qu sirven los espejos? El ruido de otro corcho. Otra vez el condenado gin se quej la voz, ofendida. Al diablo con el gin. Esta vez la botella golpe contra algo blando, salt al suelo, y se qued all, lanzando a borbotones su contenido. Eh! llam. Quiero un trago.

  • Durante un momento la voz no contest. Quin es usted? pregunt al fin, precavida. Soy del hospital le dije. Quiero un trago. No recuerdo su voz. Puede ver? Si le dije. Bueno, entonces en nombre de Dios, llguese hasta aqu, doctor, y bsqueme una botella de whisky. Soy bastante doctor como para eso dije. Salt por encima del mostrador y camin hacia el otro lado del bar. Era un hombre de vientre voluminoso, con unos grises bigotes de foca, y que llevaba slo unos pantalones y una camisa sin cuello. Estaba bastante borracho. Pareca indeciso entre abrir la botella que tenia en la mano o usarla como un arma. Si no es un doctor, qu es usted? pregunt. Soy un paciente. Pero necesito un trago tanto como cualquier doctor le dije. Lo que tiene en la mano es otra botella de gin. Oh, es gin! Gin de mierda... dijo, y la botella vol por el aire atravesando ruidosamente la ventana. Deme ese sacacorchos le dije. Saqu una botella de whisky del estante, la abr, y se la alcanc con un vaso. Para m eleg un brandy fuerte con muy poca soda, y luego otro. Despus de eso, la mano me temblaba un poco menos. Mir a mi compaero. Estaba tomndose el whisky directamente de la botella. Se va a emborrachar le dije. El hombre dej de beber y volvi hacia m la cabeza. Hubiese jurado que me miraba. Que me voy a emborrachar? Maldita sea, estoy borracho me dijo burlndose. Tena tanta razn que no hice ningn comentario. El hombre reflexion un momento antes de anunciar: Tengo que emborracharme ms. Tengo que emborracharme, mucho ms. Se inclin hacia m. Estoy ciego. S, lo estoy. Ciego como un topo. Todos estn ciegos como topos. Vio las estrellas verdes? No admit.

  • Ah tiene usted. Una prueba. No las ha visto; no est ciego. Todos las vieron el hombre hizo un amplio y expresivo ademn, y todos estn ciegos. Cometa de... Me serv un tercer brandy, preguntndome si lo que el hombre haba dicho tendra algn significado. Todos estn ciegos? repet. As es. Todos. Quiz todos los hombres del mundo... excepto usted aadi de pronto. Cmo lo sabe? le pregunt. Es fcil. Escuche me dijo. El hombre y yo, juntos, apoyndonos en el mostrador de aquella sombra taberna, nos pusimos a escuchar. No haba nada que or... nada excepto el murmullo de un peridico sucio que volaba por la callejuela vaca. Una quietud que no se conoca en aquel sitio desde haca mil aos, o ms. Comprende lo que digo? Es evidente dijo el hombre. S dije con lentitud. Comprendo. Decid que deba irme. No saba adnde. Pero tena que ver qu pasaba. Es usted el dueo? le pregunt. Y qu pasa si lo soy? pregunt el hombre. Nada. Tengo que pagarle esos tres brandys dobles. Oh. Olvdese. Pero oiga... Olvdese, le digo. Sabe por qu? De qu le sirve el dinero a un muerto? Y eso es lo que soy. Slo necesito un poco de alcohol. El hombre me pareca bastante robusto para su edad, y as se lo dije. Para qu vivir ciego como un topo? me pregunt, agresivamente. Eso mismo dijo mi mujer. Y tena razn. Aunque tuvo ms coraje que yo. Cuando descubri que los chicos tambin estaban ciegos, sabe qu hizo? Los meti en cama y abri la llave del gas. Eso hizo. Yo no tuve coraje. Era valiente mi mujer, ms que yo. Yo tambin voy a ser muy valiente. Me reunir con ellos. Cuando est bastante borracho. Qu poda haberle dicho? Lo que le dije slo sirvi para hacerlo enojar. Al fin el hombre se dirigi a las escaleras y comenz a subir con la botella en la mano. No trat

  • de detenerlo, ni de seguirlo. Mir cmo se iba. Luego me beb el ltimo sorbo de brandy, y sal a la calle silenciosa. 2 - La aparicin de los trfidos Este es un informe personal. Hablo aqu de muchas cosas que han desaparecido para siempre, pero no puedo referirme a ellas sin utilizar las palabras de aquel entonces; as que seguir usndolas. Pero si no quiero que el relato sea ininteligible tendr que retroceder un poco ms. Cuando yo era nio vivamos, mi padre, mi madre y yo, en un suburbio del sur de Londres. Tenamos una casita que mi padre sostena asistiendo concienzuda y diariamente a una oficina del Departamento de la Deuda Interna, y un jardincito en el que trabajaba durante el verano. Muy poco nos distingua de los diez o doce millones de personas que vivan en Londres y sus alrededores. Mi padre era una de esas personas capaces de sumar una larga columna de nmeros aun de aquel ridculo sistema monetario entonces en boga en un abrir y cerrar de ojos, de modo que para l lo ms natural era que fuese contador. Como resultado, mi inhabilidad para cualquiera de esas columnas sumase dos veces el mismo total, me transform ante sus ojos tanto en un misterio como en una decepcin. Sin embargo, as era. Algo inevitable. Y los sucesivos maestros que trataron de demostrarme que los resultados matemticos eran obtenidos mediante un razonamiento lgico, y no por lo de cierta inspiracin esotrica, se vieron obligados a abandonarme con el convencimiento de que yo no tena cabeza para los nmeros. Mi padre lea los reportes escolares con una tristeza que en verdad el resultado general de mis estudios no justificaba. En su mente se desarrollaba, me imagino, un pensamiento semejante a ste: ninguna cabeza para los nmeros = ninguna idea de las finanzas = ningn dinero. No s realmente qu haremos contigo. Qu quieres hacer? me preguntaba. Y hasta que tuve trece o catorce aos, yo sacuda tristemente la cabeza, consciente de mi triste incapacidad, y confesaba que no lo saba. Era mi padre entonces el que sacuda la cabeza. Para mi padre el mundo se divida claramente en dos: empleados de escritorio que trabajaban con la cabeza, y hombres no empleados en escritorios que no saban pensar y que se ocupaban en los trabajos ms sucios. No s cmo haca para seguir creyendo en algo que haba desaparecido cien o doscientos aos atrs, pero esa idea domin de tal modo mi infancia que tard en comprender que la debilidad para los nmeros no implica necesariamente una vida de barrendero o de pinche de cocina. No se me ocurra que el tema que ms me interesaba pudiera conducirme a seguir una determinada carrera, y mi

  • padre no advirti, o no quiso advertir, que en biologa mis calificaciones eran siempre excelentes. Fue la aparicin de los trfidos lo que termin por decidir el asunto. En realidad, hicieron por m mucho ms que eso. Me proporcionaron un empleo y una cmoda renta. En varias ocasiones casi me quitaron tambin la vida. Por otra parte tengo que admitir que me la salvaron, pues fue el aguijn de un trfido lo que me llev al hospital en aquel momento crtico de la aparicin de los restos del cometa. Se han publicado numerosas teoras sobre la repentina aparicin de los trfidos La mayora no tiene sentido. Indudablemente, esas teoras no nacieron, como suponen algunas almas cndidas, por generacin espontnea. Muy pocos aceptaron la hiptesis de que eran algo as como una visita de muestra, presagios de algo peor si el mundo no segua la buena senda y mejoraba su conducta. No poda admitirse tampoco que sus semillas hubiesen llegado hasta nosotros flotando a travs del espacio como especmenes de las horribles formas que poda asumir la vida en mundos menos favorecidos... Espero, por lo menos, que no tengan ese origen. Aprend ms acerca de esto que la mayora de la gente, pues en mi empleo trataba con trfidos. y la compaa para la que yo trabajaba estuvo ntimamente, ya que no gratamente, relacionada con la aparicin en pblico de estos seres. Sin embargo, su verdadero origen sigue siendo bastante oscuro. Mi opinin personal, si puede tener algn valor, es que los trfidos son el resultado de una serie de ingeniosos cruzamientos biolgicos, en su mayor parte posiblemente accidentales Si los trfidos fuesen producto de la evolucin terrestre, tendramos que conocer a sus antecesores. Pero nadie, entre los que estaban mejor enterados, lleg a publicar una declaracin bien fundada. Los motivos hay que buscarlos, sin duda, en las curiosas condiciones polticas que predominaban en ese entonces. El mundo en que vivamos era ancho, y la mayor parte se abra ante nosotros sin mayores dificultades. Caminos, ferrocarriles, y lneas martimas cruzaban el mundo, y nos llevaban de un punto al otro, seguros y cmodos. S queramos viajar an ms rpidamente, y podamos pagarlo, tombamos un avin. En aquellos das nadie necesitaba llevar armas, ni siquiera tomar precauciones. Uno poda ir a cualquier parte, sin que nadie se lo impidiera... aparte de un montn de frmulas y reglamentaciones. Un mundo tan pacfico nos parece hoy algo utpico. Sin embargo, as era, en cinco sextos del globo, aunque en el otro sexto las cosas fueran un poco diferentes. Tiene que ser difcil para los jvenes que nunca vieron nada semejante imaginarse aquel mundo. Quiz parezca ahora la Edad de Oro, aunque no era eso precisamente para los que vivan en l. O quiz piensen que una Tierra cultivada y cuidada casi en su totalidad fuese algo aburrido, pero no era as, de veras. Era, al contrario, algo excitante. Por lo menos para un bilogo. Todos los aos llevbamos un poco ms al norte el lmite de crecimiento de las plantas alimenticias. Las cosechas surgan rpidamente en campos que hasta haca poco haban sido tundras o tierras estriles. En todas las estaciones, tambin, se conquistaban desiertos, viejos y nuevos, para que crecieran en ellos alimentos y pastos. Pues la alimentacin a nuestro problema ms urgente, y el desarrollo de los planes de regeneracin y el avance de las lneas de cultivo eran seguidos en los mapas con una atencin similar a aquella que la generacin anterior haba puesto en los frentes de batalla.

  • Tal cambio de inters, de las espadas a los arados, fue sin duda un adelanto social, pero los optimistas cayeron en el error de creer que haba habido un cambio en el espritu humano. El espritu humano sigui siendo el mismo: el noventa y cinco por ciento anhelando vivir en paz; el otro cinco por ciento sopesando sus posibilidades si se arriesgaba en una nueva guerra. Slo porque esas posibilidades no parecan muy buenas pudo seguir mantenindose la paz. Mientras tanto, como todos los aos unos veinticinco millones de nuevas bocas reclamaban alimento, el problema de los vveres empeor cada vez ms, y despus de varios aos de ineficaz propaganda un par de atroces cosechas demostr al fin la urgencia del problema. El factor que llev a aquel militante cinco por ciento a abandonar sus deseos de discordia fue los satlites. Los entendidos en cohetes haban alcanzado al fin uno de sus objetivos. Era posible ya lanzar un proyectil que no cayese enseguida. Era, en realidad, posible enviar un cohete a bastante altura como para que siguiese una rbita alrededor de la Tierra. Una vez all, seguira girando como una lunita, bastante inactiva e innocua, hasta que la presin de un botn la impulsase a caer, con devastador efecto. Aunque la consternacin del pblico, cuando una nacin anunci triunfalmente que haba sido la primera en lanzar al espacio un arma-satlite, fue muy grande, esa consternacin fue mayor an cuando otras naciones de las que se saba que haban logrado un xito igual, no hicieron ningn anuncio. No era nada agradable saber que penda sobre nuestras cabezas un nmero desconocido de amenazas, que giraran y giraran hasta que alguien decidiese hacerlas caer... y que no haba defensa posible. Sin embargo, la vida tiene que seguir su camino, y la novedad es algo de existencia maravillosamente precaria. Los hombres terminaron, a pesar suyo, por acostumbrarse a la idea. De cuando en cuando haba un aterrorizado florecimiento de debates ante el rumor de que, adems de satlites con cargas atmicas, haba otros con enfermedades vegetales, enfermedades del ganado, polvos radiactivos, virus, e infecciones; no slo las ya conocidas, sino tambin otras nuevas, desarrolladas recientemente en los laboratorios. Y todos estaban girando arriba. Es difcil saber si se haban lanzado realmente al espacio unas armas semejantes. Pero en aquel entonces los lmites de la locura principalmente de la acicateada por el miedo no eran muy definidos. Un organismo virulento, bastante inestable como convertirse en inofensivo en el curso de unos pocos das (quin poda decir que era imposible desarrollar tal organismo?) poda ser de gran utilidad estratgica si se lo arrojaba en ciertos lugares. Al fin el gobierno de los Estados Unidos termin por dar bastante importancia a los rumores y desminti que sus satlites pudiesen lanzar una guerra biolgica directamente contra seres humanos. Una o dos naciones menores, de las que nadie sospechaba que tuviesen algn satlite hicieron declaraciones similares. Otras y mayores potencias no dijeron nada. Ante esta reticencia el pblico comenz a preguntarse por qu los Estados Unidos haban dejado de prepararse para una forma de guerra que otros estaban dispuestos a usar. Y qu quera decir directamente, por otra parte? En este punto todos los interesados dejaron tcitamente de negar o afirmar cualquier cosa acerca de los satlites, e iniciaron intensos esfuerzos para desviar el inters del pblico al no menos importante, pero mucho menos sospechoso, tema de la escasez de alimentos.

  • La ley de la oferta y la demanda haba permitido a los ms emprendedores organizar monopolios de mercancas, pero el mundo en su casi totalidad era enemigo de los monopolios declarados. Sin embargo, el sistema de las compaas subsidiarias funcionaba realmente sin tropiezos, y sin contravenir los Artculos de la Federacin. El pblico apenas se enteraba de las pequeas dificultades que surgan de cuando en cuando. Casi nadie conoci por ejemplo, la existencia de Umberto Cristforo Palnguez. Yo mismo no supe de l sino despus de aos de trabajo. Umberto era de mezclada ascendencia latina, y nacido en algn pas sudamericano. Entr un da en las oficinas de la Compaa Articoeuropea de Aceite de Pescado, mostr una botella de plido aceite y se convirti de pronto en un posible desbaratador de la industria de los aceites comestibles. La Articoeuropea no mostr tener prisa. El comercio de aceite estaba bien asegurado. Sin embargo, pas el tiempo y al fin analizaron la muestra de Palnguez. Ante todo descubrieron que no era aceite de pescado de ningn modo; era un producto vegetal, aunque no pudieron identificar su origen. Y en segundo lugar advirtieron que comparado con l el mejor aceite de pescado pareca un vulgar aceite de mquinas. Alarmados enviaron lo que quedaba de la muestra a los laboratorios para un estudio intensivo, y trataron de averiguar apresuradamente si el seor Palnguez haba establecido algunos otros contactos. Cuando Umberto volvi a aparecer, el director de compaa lo recibi con una aduladora atencin. Es un aceite verdaderamente notable el que nos trado, seor Palnguez le dijo. Umberto movi afirmativamente la delgada y morena cabeza. Estaba perfectamente enterado de ese hecho. Nunca he visto nada parecido admiti el director. Umberto volvi a hacer el mismo signo afirmativo. No? dijo, cortsmente. Luego, como si acabara de ocurrrsele, aadi: Ya lo ver, seor. Y en gran cantidades. Reflexion un momento y dijo con sonrisa: Aparecer, creo, en el mercado dentro de siete u ocho aos. El director pens que eso no era posible, y dijo franqueza: Es mejor que nuestro aceite de pescado. Eso me han dicho admiti Umberto. Piensa lanzarlo usted mismo a la venta, seor Palnguez? Umberto volvi a sonrer. Le hubiese trado esta muestra si lo pensara?

  • Podramos reforzar sintticamente algunos de nuestros aceites observ el director con aire pensativo. Con algunas vitaminas... Pero sera muy costoso sintetizarlas todas, aun en el caso de que fuese posible dijo Umberto suavemente. Adems aadi, me han dicho que este aceite se vendera a menor precio que el mejor aceite de pescado. Hum dijo el director. Bueno, supongo que nos usted alguna propuesta, seor Palnguez. Nos decidimos a examinarla? Hay dos modos de encarar este desgraciado asunto explic Umberto. El comn es evitar que ocurra... retrasarlo al menos hasta que el capital empleado en las maquinarias actuales haya sido amortizado. Esto sera, naturalmente, lo ms satisfactorio. El director movi afirmativamente la cabeza. Conoca muy bien estas cosas. Pero lo siento por usted, porque, ver, no es posible aadi Umberto. El director no estaba muy seguro. Sinti deseos de decir: Me parece que se llevara usted una sorpresa, pero se content con un Oh poco comprometedor. Otra solucin sugiri Umberto sera que ustedes mismos produjeran el aceite antes que comenzaran las dificultades. Ah dijo el director. Creo le dijo Umberto que podr proporcionarles unas semillas de esta planta en, digamos, de aqu a seis meses. Si las plantan ustedes enseguida podran iniciar la produccin de aceite dentro de cinco aos y, en uno ms podran cubrir el mercado. Justo a tiempo, en verdad observ el director. Umberto hizo un signo afirmativo. Otro mtodo sera ms simple seal el director. Pero desgraciadamente dijo Umberto no es posible establecer contacto con los competidores, ni suprimirlos. Umberto hizo esta declaracin con una serenidad tal que el director lo mir atentamente durante algunos segundos. Comprendo dijo al fin. Me pregunto... este... no ser usted un ciudadano sovitico, seor Palnguez? No dijo Umberto. De ningn modo. Pero tengo algunas conexiones... Y esto nos lleva a considerar la otra sexta parte del mundo, la parte que uno no poda visitar tan fcilmente como el resto. En realidad, el permiso para visitar la Unin de

  • Repblicas Socialistas Soviticas era casi imposible de obtener, y los movimientos de aquellos que lograban ese permiso estaban estrictamente limitados. Rusia se haba convertido deliberadamente eh tierra misteriosa. Muy poco de lo que ocurra detrs esos velados secretos era conocido por el resto del mundo. Lo que llegaba a saberse, no era nunca seguro. Sin embargo, detrs de esa curiosa propaganda que ocultaba los hechos de importancia menor, se haban logrado en diversas esferas, xitos indiscutibles. Una de esas era la biologa. Rusia, que comparta con el resto mundo el problema del aumento de las necesidades alimenticias, se haba preocupado intensamente por ganar desiertos, estepas y tundras septentrionales. En los das en que se intercambiaba alguna informacin haba dado a conocer algunos de esos xitos. Ms tarde, sin embargo, el fracaso de ciertos mtodos y puntos de vista haba hecho seguir a la biologa un camino distinto. La biologa fue desde entonces otro de los secretos. La direccin que haba tomado era totalmente desconocida y quiz poco provechosa. Pero todos se preguntaban si los rusos estaran cosechando xitos o fracasos o rarezas, o las tres cosas a la vez. Girasoles dijo el director expresando distradamente sus propios pensamientos. Me han dicho que los rusos han logrado mejorar la produccin de aceite de girasol. Pero no es eso. No dijo Umberto. No es eso. El director medit unos instantes. Semillas, dijo usted. Quiere decir que es una nueva especie? Pues si se trata de una variedad... Tengo entendido que es una nueva especie... algo totalmente nuevo... Pero entonces usted no ha visto esas plantas. Quiz sea, en realidad, una nueva variedad de girasol. He visto una fotografa, seor. No s si esa planta tiene algo del girasol. No s si tiene algo de nabo. No s si tiene algo de ortiga, o aun de orqudea. Pero s que si todas esas plantas fueran padres de esta nueva especie, no conoceran a su hijo. No creo ni siquiera que se sintieran orgullosos. Comprendo. Bueno, qu cantidad pedira usted por esas semillas? Umberto nombr una suma que interrumpi bruscamente las reflexiones del director de la compaa. Este se sac los anteojos y mir desde ms cerca a su interlocutor. Umberto no se inmut. Piense, seor dijo Umberto haciendo sonar sus nudillos. Es algo difcil, muy difcil. Y peligroso, muy peligroso. No tengo miedo, pero no afrontar el peligro slo por divertirme. Hay otro hombre, un ruso. Tengo que alejarlo, y pagarle bien. Hay otros adems, a quienes l tendr tambin que pagar. Por otra parte tendr que comprar un aeroplano, un aeroplano a reaccin, rpido. Todo esto cuesta dinero.

  • Y adems, como le digo, no es fcil. Tengo que traerle semillas buenas. Las semillas de esta planta son casi todas estriles. Para estar ms seguro tendr que traerle semillas escogidas. Ciertamente no ser nada fcil. Le creo. Pero de todos modos... Le parece tanto, seor? Qu dir usted dentro de algunos aos cuando los rusos estn vendiendo ese aceite por todo el mundo, y su compaa se declare en quiebra? Tendr que pensarlo, seor Palnguez. Pero claro, seor dijo Umberto con una sonrisa. Puedo esperar, un poco. Pero lamento no poder reducir mi precio. No lo redujo. El inventor y el descubridor son el azote de los negocios. Un poco de arena en las mquinas apenas cuenta. Se reemplazan las partes daadas y se sigue adelante, Pero la aparicin de un nuevo proceso, de una nueva substancia, cuando todo est ya organizado y funcionando a la perfeccin, es algo endiablado. A veces es aun peor. Hay que impedir entonces que esa novedad aparezca. Estn demasiadas cosas en juego. Si no es posible recurrir a mtodos legales, hay que intentar otros. Pues Umberto haba subestimado el caso. No se trataba slo de un nuevo aceite con el que la Articoeuropea no podra competir. Los efectos se extenderan a todo el mundo. Podra no ser fatal para el man, la aceituna, la ballena y otras muchas industrias del aceite. Pero se tambalearan de veras. Adems, el fenmeno repercutira en las industrias subsidiarias, en la margarina, el jabn y un centenar de productos desde las cremas faciales hasta las pinturas de uso domstico. En realidad, una vez que algunas de las empresas de mayor influencia comprendieron la gravedad de la amenaza, las exigencias de Umberto parecieron casi modestas. Umberto obtuvo su contrato, pues sus muestras eran convincentes. El resto es bastante vago. La aventura cost a los interesados mucho menos de lo que pensaban pagar, pues cuando Umberto consigui su aeroplano y un poco de dinero, no se lo volvi a ver. Hubo, sin embargo, ciertos rumores, Aos ms tarde un oscuro individuo que dijo llamarse simplemente Fedor entr en las oficinas de la Compaa Articoeuropea de Aceites. (La palabra pescado haba desaparecido por ese entonces tanto del nombre como de las actividades de la compaa.) Era, as dijo, ruso. Necesitaba, as dijo, algn dinero, si los bondadosos capitalistas eran lo suficientemente amables como para disponer de cierta suma. Fedor cont que haba estado empleado en la primera estacin experimental de trfidos en el distrito de Elovks en Kamchatka. Era un lugar desamparado, y no le gustaba. Su deseo de alejarse de all lo haba llevado a escuchar una sugestin de otro trabajador,

  • para ser precisos de un tal Nicolai Alexandrovich Baltinoff. y la sugestin haba sido apoyada por varios miles de rublos. La tarea no requera grandes gastos. Se trataba simplemente de sacar del depsito una caja de semillas de trfido escogidas y frtiles, y, substituirla con otra caja similar de semillas estriles. La caja robada haba que dejarla en cierto lugar, en cierto momento. No haba prcticamente riesgo alguno. Pasaran aos antes que se advirtiese la substitucin. Su obligacin posterior era, sin embargo, mas dificultosa. Haba que instalar algunas luces en un prado situado a un kilmetro o dos de la plantacin. Tena que encontrarse all una noche determinada. Oira el ruido de un aeroplano. Encendera las luces. El aeroplano aterrizara. Sera mejor entonces que se fuera de all, antes que llegase algn curioso. Por estos servicios no recibira solamente una agradable suma de rublos, sino que, si algn da llegaba a salir de Rusia, habra para l un poco de dinero en las oficinas de la Articoeuropea, en Inglaterra. Segn Fedor la operacin se haba llevado a cabo con todo xito. Tan pronto como el avin aterriz, apag las luces y se fue de all. El aeroplano estuvo en tierra muy poco tiempo, quiz no ms de diez minutos. Por el ruido de sus turbinas pareca como si estuviera elevndose casi verticalmente. El ruido se desvaneci y uno o dos minutos despus Fedor oy otra vez un rugido de motores. Otros aeroplanos remontaban haca el este, persiguiendo al fugitivo. Podan haber sido dos, o ms, no saba decirlo. Pero volaban muy rpidamente, a juzgar por el chillido de sus turbinas. Al da siguiente Baltinoff haba desaparecido. Hubo un alboroto, pero al fin se decidi que no tena cmplices. As que Fedor no fue molestado. Esper prudentemente un ao o dos antes de iniciar algn movimiento. Cuando estaba venciendo ya los ltimos obstculos, apenas si le quedaba algn rublo. Tuvo aceptar diversos empleos para poder vivir, as que demor mucho tiempo en llegar a Inglaterra. Pero ahora ya estaba all, podan darle algn dinero, por favor? Por ese entonces ya se saba algo de Elovks. Y la fecha en que segn Fedor haba aterrizado el aeroplano, estaba dentro de los lmites probables. As que le dieron algn dinero. Le dieron trabajo tambin, y le dijeron que se callara. Pues era evidente que aunque Umberto no haba entregado personalmente la mercanca, haba salvado la situacin al esparcirla por el mundo. La Articoeuropea no haba relacionado en un principio la aparicin de los trfidos con Umberto, y la polica de varios pases estuvo buscndolo un tiempo en salvaguardia de los intereses de la compaa. Slo cuando un investigador extrajo para ellos un poco de aceite de trfido comprendieron que era igual a la muestra que Umberto les haba enseado, y que las semillas que haba ido a buscar eran realmente semillas de trfido.

  • Nunca se supo qu pas con Umberto. Sospecho que sobre el ocano Pacfico, en las alturas de la estratosfera, l y Baltinoff fueron atacados por los aviones de que habl Fedor. Es posible que no se hubiesen enterado hasta que los caones de los cazas comenzaron a destrozar la mquina. Y pienso tambin que uno de los proyectiles hizo pedazos un cubo de madera prensada de treinta centmetros de lado: el receptculo no mayor que una caja de t que, segn Fedor, contena las semillas. Quiz el avin de Umberto estall en el aire, quiz cay en pedazos. De un modo o de otro estoy seguro de que los fragmentos cayeron al mar dejando detrs lo que era aparentemente una nube de vapor. Pero no era vapor. Era una nube de semillas que flotaban (pues eran tan infinitamente livianas) aun en ese aire enrarecido. Millones de sutiles semillas, que podan ser arrastradas por los vientos del mundo a cualquier parte... Pasaron semanas, o meses quiz, antes que las semillas llegaran a tierra, muchas de ellas a miles de kilmetros de su punto de partida. Esto es, lo repito, una simple conjetura. Pero no encuentro otra explicacin para el hecho de que esa planta, que era un secreto, hubiese aparecido, de pronto, en casi todas las regiones del mundo. Mi conocimiento de los trfidos fue temprano. Ocurri que uno de los primeros, entre los que aparecieron en la localidad, creci en nuestro jardn. La planta haba llegado a desarrollarse antes que nosotros advirtisemos su presencia, pues haba crecido junto con algunos matorrales detrs del cerco que ocultaba el depsito de basura. No haca all ningn dao, y no ocupaba el sitio de ninguna otra planta. De modo que desde el da en que la descubrimos bamos a verla de cuando en cuando, y dejamos que creciera. Sin embargo, un trfido es sin duda algo distinto, y al cabo de un tiempo sentimos cierta curiosidad. No una curiosidad muy grande, pues en los rincones abandonados de un jardn siempre hay algunas cosas raras, pero s lo suficiente como para que nos dijsemos unos a otros que la planta estaba tomando un aspecto bastante curioso. Ahora que todos saben demasiado bien cmo es un trfido, es difcil describir qu raros y extraos nos parecieron aquellos primeros individuos. Nadie, hasta donde llegan mis recuerdos, sinti alguna alarma o malestar. Pienso que la mayora pensaba de ellos cuando pensaban lo mismo que mi padre. Tengo en la memoria la imagen de mi padre mientras examinaba intrigado a nuestro trfido, ya de un ao de edad. Era una rplica en pequeo de un trfido adulto, con casi todos sus detalles, slo que por ese entonces la planta no tena nombre, y nadie haba visto un ejemplar totalmente desarrollado. Mi padre se inclin sobre el trfido, mirndolo a travs de sus anteojos de carey, tocando el tronco con las puntas de los dedos y resoplando suavemente como era su costumbre cada vez que meditaba. Inspeccion el tallo recto y la masa de madera de donde ste surga. Prest una curiosa aunque no muy penetrante atencin a las ramitas desnudas que crecan en la parte alta del tronco. Palp las hojas verdes y correosas con el pulgar y el ndice, como si su

  • aspereza pudiera decirle algo. Luego espi el interior de aquella curiosa formacin en forma de embudo que creca en lo alto del tallo y buf reflexivamente, pero indeciso, por entre sus bigotes. Recuerdo la primera vez que me alz en sus brazos para que mirara el interior del cliz y su enroscado verticilo. Era algo similar a la hoja nueva y enrollada de un helecho y sobresala unos veinticinco centmetros de la masa pegajosa que llenaba el fondo. No toqu esa masa, pero comprend que era pegajosa porque varias moscas y otros pequeos insectos estaban debatindose en ella. Ms de una vez mi padre declar con aire meditativo que aquella planta pareca muy rara de veras y anunci que uno de esos das iba a tratar de saber que era realmente. No creo que lo haya intentado, y aunque lo hubiese hecho no hubiera averiguado mucho por aquel entonces. Nuestro trfido tena en aquella poca un metro de altura. Otros muchos estaban creciendo en distintos sitios, tranquila e inofensivamente, sin que nadie les prestara particular atencin; al menos as pareca, pues de la posible excitacin de los bilogos y los botnicos nada lleg a la generalidad del publico. Poco tiempo despus uno de los trfidos recogi sus races, y camin. Ese increble acontecimiento tuvo que haber sido conocido, por supuesto, en Rusia, aunque la noticia no se difundi al exterior. De las otras regiones del mundo la primera fue Indochina, lo que significa que la gente apenas se fij en el fenmeno. Indochina es una de esas regiones en las que, se cree, pueden ocurrir los sucesos ms curiosos e inverosmiles, y donde a veces realmente ocurren; esos sucesos a los que echa mano el editor de un peridico cuando escasean las noticias y un toque del misterioso Oriente puede elevar un poco el inters de la publicacin. En el curso de unas pocas semanas comenzaron a llegar rumores de unas plantas ambulantes desde Sumatra, Borneo, el Congo Belga, Colombia, Brasil, y otras regiones ecuatoriales. Esta vez las noticias fueron difundidas por los peridicos, es cierto. Pero las excesivamente elaboradas historias, redactadas con esa mezcla de prudencia y frivolidad que la prensa emplea habitualmente con las serpientes marinas, los fenmenos ocultos, y la transmisin del pensamiento y otros hechos irregulares, impidieron que alguien llegase a comprender que esas notables plantas fuesen hermanas del tranquilo y respetable arbusto que creca en un rincn de nuestro jardn. Pero cuando comenzaron a publicarse algunas fotografas, advertimos que las plantas eran idnticas. Slo se diferenciaban por el tamao. Los hombres de los noticieros recogieron enseguida la novedad. El trabajo de volar a regiones incivilizadas fue sin duda recompensado con algunas buenas e interesantes fotografas, pero los encargados del montaje crean que ms de unos segundos de cualquier tema excepto un match de boxeo paralizaban irremediablemente de aburrimiento a la totalidad del publico. Mi primera visin, pues, de ese desarrollo que tanta importancia iba a tener en mi futuro, como en el de mucha otra gente, fue slo un relmpago entre un concurso de hula en Honolulu y un acorazado botado por la Primera Dama. (Este no es un anacronismo. En ese entonces todava construan acorazados; hasta los almirantes tenan que vivir.) As que me permitieron ver a unos pocos trfidos que se balanceaban en la pantalla acompaados por el comentario que se supone adecuado para la mente del publico aficionado al cine:

  • Y ahora, amigos, observen lo que nuestro cameraman ha encontrado en Ecuador. Vegetales de vacaciones! Estas cosas slo se ven despus de una fiesta, pero en el soleado Ecuador se las ve en cualquier momento, y sin las molestias consecuencias del alcohol!.Plantas monstruosas en marcha! Pero oigan, esto me da una gran idea! Quiz si educamos a nuestras patatas logremos que se metan ellas solas en el caldero. Qu le parece, seora? Durante el corto tiempo que dur la escena, yo mir fascinado. Ah estaba la misteriosa planta de nuestro jardn, y con un tamao de ms de dos metros. No haba duda, y caminaba! El tronco, algo nuevo para m, estaba cubierto de raicillas. Sin aquellas delgadas protuberancias que crecan en la parte baja, hubiese sido casi redondo. Sostenido por esas protuberancias, se elevaba a unos treinta centmetros del suelo. Cuando la planta caminaba pareca un hombre con muletas. Dos de las delgadas piernas se movan hacia adelante, y la planta se balanceaba hasta que la rama trasera alcanzaba casi a las otras dos. Estas volvan entonces a adelantarse. Con cada paso el largo tallo se sacuda violentamente hacia adelante y hacia atrs. Mareaba casi mirarlo. Como mtodo de traslacin pareca violento e incmodo a la vez, y recordaba los juegos de los elefantes jvenes. Uno senta que si la planta segua sacudindose as, durante cierto trecho, terminara por perder todas sus hojas, si es que no se quebraba el tallo. Sin embargo, a pesar de esa aparente torpeza, la planta se mova con la velocidad del paso comn. Eso fue todo lo que pude ver hasta que apareci la escena del acorazado. No era mucho, pero s lo suficiente como para encender el espritu de investigacin de un jovencito. Pues si la planta poda hacer eso en el Ecuador, por qu no iba a hacerlo en nuestro jardn? Indudablemente, la nuestra era mucho ms pequea, pero pareca la misma. Minutos despus de llegar a casa yo ya estaba excavando alrededor de nuestro trfido, removiendo cuidadosamente la tierra de su alrededor, como para animarlo a caminar. Infortunadamente esta planta autopropulsada tena una caracterstica que los hombres de los noticieros no haban experimentado, o que por alguna razn personal haban decidido no revelar. No hubo advertencia previa. Yo estaba all, inclinado, tratando de sacar un poco de tierra sin daar la planta, cuando algo que vino no s de dnde me golpe terriblemente y me desmay... Me despert en cama. Mis padres y el mdico me miraban con ansiedad. Senta como si me hubieran abierto la cabeza; me dola todo el cuerpo y, como descubr mas tarde, tena un cardenal en la cara. Me hicieron varias preguntas para saber por qu me haba desmayado en el jardn, pero todo fue intil, yo ignoraba totalmente qu me haba golpeado. Y pas algn tiempo antes de saber que yo haba sido uno de los primeros en Inglaterra a quien haba herido un trfido, y que haba logrado salvarse. El trfido era, por supuesto, pequeo an. Pero antes que me recobrase del todo, mi padre descubri sin duda qu me haba ocurrido, pues cuando sal otra vez al jardn ya me haba vengado duramente arrojando al fuego los restos de la planta.

  • Cuando la existencia de la planta se convirti en un hecho indiscutible, la prensa abandon la mesura inicial y le dedic grandes titulares. As que haba que encontrar un nombre para esas plantas. Los botnicos ya estaban revolcndose, segn su costumbre, en vocablos polislabos, latinos y griegos, en busca de variantes de ambulans y pseudopodia; pero los periodistas y el pblico buscaban algo que se pronunciase sin dificultad y que se pudiera usar en los titulares. Si revisan ustedes los peridicos de aquella poca encontrarn nombres como: Trcodos Trnitos Tricornos Tripedales Trigenados Trpedos Trgonos Triquetes Trileos Trpodes Tridentados Trpetos Y gran nmero de otras misteriosas denominaciones, que no siempre comenzaban con tr, pero que se basaban, en su mayora, en aquella raz tridentada. Hubo muchas discusiones, pblicas, privadas, y de caf, en las que se defenda un trmino u otro con razones aproximadamente cientficas, cuasi etimolgicas, y de otras clases; pero, poco a poco, un trmino comenz a dominar en aquellos ejercicios filolgicos. Un pegadizo nombrecito nacido en la oficina de algn diario para designar una rareza, pero que un da se asociara al dolor, el miedo, y la miseria: trfido... El inters que el pblico mostr en un comienzo, desapareci muy pronto. Los trfidos eran, ciertamente, bastante extraos; pero slo porque se trataba de una novedad. La gente haba reaccionado del mismo modo ante las novedades de otras pocas: canguros, lagartos gigantes, cisnes negros. Y eran acaso los trfidos ms raros que los bagres, los avestruces, los renacuajos y otras tantas cosas? El murcilago era un mamfero que haba aprendido a volar; bueno, sta era una planta que haba aprendido a caminar. Que diferencia haba? Pero haba algunas caractersticas que no era posible dejar tan fcilmente de lado. De sus orgenes, los rusos, como era su costumbre, no dijeron nada. An aqullos que haban odo hablar de Umberto no lo relacionaron con los trfidos. La repentina aparicin de estos seres, y an ms, su amplia distribucin, provocaron las ms variadas hiptesis. Pues aunque la planta creca con mayor rapidez en los trpicos, se encontraron ejemplares, ms o menos desarrollados, en casi todas las regiones excepto los polos y los desiertos.

  • La gente se sorprendi, y hasta se disgust un poco, cuando supo que la especie era carnvora y que las moscas y los otros insectos que caan en el cliz eran digeridos por aquella substancia pegajosa. Nosotros, los que vivamos en zonas templadas, no ignorbamos la existencia de plantas insectvoras, pero no estbamos acostumbrados a verlas fuera de los invernaderos, y las considerbamos, en cierto modo, algo indecentes, o por lo menos impropias. El descubrimiento de que el enroscado extremo del tallo poda estirarse hasta alcanzar una longitud de tres metros y descargar adems bastante veneno como para matar a un hombre si llegaba a tocarle la piel, fue de veras alarmante. Tan pronto como se comprendi la gravedad de esta amenaza, todos se lanzaron a arrancar y destrozar nerviosamente trfidos, hasta que a alguien se le ocurri que bastaba quitarles el aguijn. El asalto, ligeramente histrico, a las plantas disminuy entonces, pero el nmero de los trfidos haba descendido ya de un modo considerable. Poco despus se difundi la moda de tener uno o dos trfidos, cuidadosamente mutilados, en el jardn. Se descubri que pasaban por lo menos dos aos antes que el perdido aguijn volviese a crecer: una poda anual les quitaba, pues, todo peligro, y servan as de motivo de diversin para los nios de la casa. En los pases templados, donde el hombre haba logrado dominar todas las formas de la naturaleza, salvo la propia, la situacin de los trfidos qued perfectamente aclarada. Pero en los trpicos, particularmente en las regiones selvticas, pronto se convirtieron en un verdadero azote. El viajero no adverta la presencia de un trfido entre los espesos matorrales y era golpeado al acercarse por el venenoso aguijn. Aun los naturales de aquellas regiones no vean fcilmente al trfido que acechaba inmvil a un lado del sendero. Estas plantas eran increblemente sensibles a cualquier movimiento, y muy pocas veces se las sorprenda descuidadas. Los trfidos se convirtieron en un serio problema en tales regiones. Lo mejor era cortarles la punta del tallo, y junto con l, el aguijn. Los nativos de la selva iban armados de unas prtigas con ganchos afilados en la punta, muy tiles si lograban adelantarse, pero inservibles si el trfido se inclinaba hacia adelante aumentando as el alcance de su aguijn en mas un metro. No pas mucho tiempo, sin embargo, sin que estas garrochas fueran reemplazadas por armas de muelle de diferentes tipos. La mayora de esas armas arrojaban discos, aspas y bumeranes de delgado acero. Como regla general eran poco seguras ms all de los doce metros, aunque capaces de cortar limpiamente el tallo de un trfido a una distancia de veinticinco si daban en el blanco. El invento agrad tanto a las autoridades unnimemente enemigas de la portacin indiscriminada de rifles como de los usuarios que encontraban que los proyectiles de acero de hoja de afeitar eran ms baratos y livianos que los cartuchos, y admirablemente adaptables al bandolerismo silencioso. La naturaleza, las costumbres y la constitucin de los trfidos fueron entusiastamente investigadas. Graves experimentadores trataron de determinar en inters de la ciencia qu distancia y durante cunto tiempo poda caminar un trfido si se poda decir que tena un frente, o poda trasladarse en cualquier direccin con igual torpeza; cunto tiempo tena que pasarse con las races hundidas en la tierra, qu reacciones mostraba

  • ante la presencia de ciertos elementos qumicos, y una enorme cantidad de otras cuestiones, tanto tiles como intiles. El ejemplar de mayor tamao encontrado en los trpicos llegaba casi a los tres metros de altura. No se vio ningn ejemplar europeo de ms de dos metros y medio; los ms comunes apenas superaban los dos metros. Segn todas las apariencias se adaptaban fcilmente a muy diversos suelos y climas. No tenan, pareca, enemigos naturales... salvo los seres humanos. Pero haba un buen nmero de caractersticas no muy evidentes que escaparon durante algn tiempo a la atencin de los hombres. Todos tardaron, por ejemplo, en advertir la increble exactitud con que lanzaban sus aguijonazos, y el hecho de que invariablemente daban en la cabeza. Nadie al principio not tampoco que tenan la costumbre de quedarse un tiempo junto a sus vctimas. El motivo se aclar totalmente cuando qued demostrado que se alimentaban tanto de carne como de insectos. El venenoso aguijn no tena bastante fuerza como para desgarrar un cuerpo de carnes firmes, pero si para arrancar trozos de carne descompuesta y llevarlos hasta el cliz. Nadie se interes mucho, por otra parte, en las tres ramitas sin hojas que nacan en la parte alta del tronco. Se supona que estaban relacionadas de algn modo con el sistema reproductivo, ese sistema que tiende a ser indiscriminado refugio de todas las partes de la planta de no muy seguro propsito, hasta que se les asigna alguna funcin especfica. Algunos crean, por lo tanto, que esa repentina movilidad de las ramitas y ese su alegre repiqueteo contra el tallo eran una extraa demostracin de exuberancia amatoria. Posiblemente la poco agradable distincin de haber sido golpeado tan pronto por una de esas plantas, sirvi para estimular mi inters, pues desde ese entonces me sent en cierto modo atado a ellas. Me pasaba o malgastaba, si se colocan ustedes en el punto de vista de mi padre mucho tiempo observando fascinado a los trfidos. No sera posible acusar a mi padre porque haya credo que mis investigaciones eran intiles. Sin embargo, ms tarde, encontr un empleo que superaba nuestras esperanzas, pues dej la escuela poco antes que se reorganizase la Compaa Articoeuropea de Aceite de Pescado, dejando caer durante el proceso la palabra pescado. Pronto corri la noticia de que esta compaa, y otras similares de distintos pases iban a cosechar trfidos en gran escala para extraerles valiosos aceites y jugos, y para proporcionar al ganado un muy nutritivo y oleoso forraje. Los trfidos entraron, pues, de un da para otro, en el reino de los grandes negocios. Inmediatamente decid mi futuro. Me present en la Articoeuropea y mis calificaciones me proporcionaron un empleo en el departamento de produccin. La desaprobacin de mi padre perdi un poco de su valor ante el monto de mi salario, el que era excelente para mi edad. Pero cuando le habl con entusiasmo del futuro, resopl con incredulidad por entre los bigotes. Mi padre slo crea en los empleos tradicionales, pero no me puso ninguna traba. Al fin y al cabo me dijo, si no tienes xito sers an bastante joven como para iniciarte en otra cosa ms slida.

  • No tuve que hacerlo. Cinco aos despus, poco antes que l y mi madre murieran en una excursin area, pudieron ver cmo las nuevas compaas de aceite arruinaban a todos los competidores, y cmo los que nos habamos iniciado temprano tenamos, aparentemente, un brillante porvenir. Entre esos pioneros se contaba mi amigo Walter Lucknor. Durante un tiempo dudaron en tomar a Walter. Sabia poco de agricultura, menos de negocios, e ignoraba el trabajo de laboratorio. Por otra parte, saba mucho de trfidos... tena algo as como un conocimiento intuitivo de esas plantas. Ignoro qu le pas a Walter aquel mayo fatal, aos ms tarde, pero tengo mis sospechas. Es una lstima que no haya logrado escapar. Su colaboracin hubiese sido inmensamente valiosa. No creo que nadie entienda realmente a los trfidos, o que los haya entendido, pero Walter estuvo muy cerca de comenzar a entenderlos, ms cerca que ningn otro hombre. Walter me dio la primer sorpresa cuando ya llevbamos un ao o dos en la compaa. El sol se estaba poniendo. Haba terminado la hora de trabajo y observbamos con cierta satisfaccin tres nuevos campos de trfidos maduros. En aquellos das no los guardbamos en recintos cercados, como hicimos ms tarde Los distribuamos simplemente en filas... por lo menos los postes de acero a los que estaban encadenados se ordenaban en filas, aunque las plantas no tenan conciencia de esa rigurosa reglamentacin Un mes ms y podramos hacer las primeras incisiones para recoger el jugo. La tarde era tranquila. Slo rompa el silencio el ocasional repiqueteo de las ramitas de algn trfido. Walter observaba las plantas con la cabeza ligeramente ladeada. Volvi a llenar la pipa. Estn charlatanes esta noche observ. Tom estas palabras como lo hubiese hecho cualquier otro, metafricamente. Quiz sea por el tiempo suger Me parece que hacen eso sobre todo cuando hay tiempo seco. Walter me mir de reojo, con una sonrisa. T hablas ms cuando hay tiempo seco? Y por qu...? comenc a decir, y me interrump. No habrs querido decir realmente que estn hablando dije advirtiendo la expresin de su rostro. Y por qu no? Pero es absurdo, plantas que hablan! No ms absurdo que plantas que caminan dijo Walter. Clav los ojos en los trfidos, y luego mir otra vez a Walter.

  • Nunca lo pens comenc a decir, titubeando. Pinsalo un poco, obsrvalos. Me gustara conocer tu opinin. Era curioso que en mi largo trato con los trfidos nunca se me hubiese ocurrido una posibilidad semejante. Me haba cegado, supongo, la teora del llamado amoroso. Pero una vez que Walter me puso esa idea en la cabeza, all se qued. No pude ya dejar de sentir que los trfidos podan comunicarse secretamente con ese repiqueteo. Hasta entonces yo crea haber observado a los trfidos con gran atencin, pero cuando Walter hablaba de ellos me pareca que no haba visto nada. Walter era capaz, s estaba de humor, de hablar de los trfidos durante horas, enunciando teoras que eran, a veces, increbles, pero que no eran, a veces, imposibles. Por ese entonces el publico haba llegado al convencimiento de que los trfidos eran unos seres extravagantes, bastante divertidos, pero no de mucho inters. La compaa los encontraba interesantes, sin embargo. Pareca creer que la existencia de los trfidos era un acto de caridad para con todos, principalmente para con la compaa misma. Walter no comparta ninguna de estas dos opiniones. A veces, mientras lo escuchaba, yo tambin comenzaba a tener mis dudas. Walter estaba ahora seguro de que los trfidos hablaban. Y eso arguy significa que hay en ellos cierta inteligencia. Esa inteligencia no puede asentarse en un cerebro, pues la diseccin no muestra nada parecido a un cerebro. Pero eso no prueba que no haya algo que haga las funciones de ese rgano. Y es indudable que tienen cierta inteligencia. Has notado que cuando atacan buscan siempre las partes no protegidas? Casi siempre la cabeza, pero a veces las manos. Y otra cosa: si observas las estadsticas de vctimas, advertirs que casi todos han sido golpeados en los ojos, y han quedado ciegos. Es algo notable... y significativo. Por qu? Porque saben que es el modo ms seguro de poner a un hombre fuera de accin. En otras palabras, saben lo que hacen. Escucha. Si aceptamos que poseen cierta inteligencia, tenemos sobre ellos slo esta superioridad: la vista. Nosotros podemos ver, y ellos no. Suprimamos los ojos, y nuestra superioridad se desvanece. Quedamos en una situacin de inferioridad. Los trfidos estn acostumbrados a una existencia sin ojos y nosotros no. Pero aunque fuese as, ellos no pueden hacer cosas. No pueden manejarlas. Tienen poca fuerza en ese tentculo seal. Es cierto, pero de que nos servira nuestra habilidad manual si no viramos lo que hacemos? Por otra parte, los trfidos no necesitan de esa habilidad, no como nosotros. Pueden recibir su alimento directamente del suelo, o de los insectos, o de la carne cruda. No necesitan recurrir a esos complicados procesos de producir cosas, distribuirlas y cocinarlas. En realidad, si hubiese que elegir entre la posible supervivencia de un hombre ciego y de un trfido, s muy bien por quin apostara.

  • Ests presuponiendo un mismo nivel de inteligencia. De ningn modo. No es necesario. Basta con imaginar que la inteligencia del trfido es de un tipo totalmente diferente. Sus necesidades son mucho ms simples. Recuerda el complejo proceso al que tenemos que recurrir para obtener de estas plantas un extracto asimilable. Qu tiene que hacer en cambio el trfido? Slo lanzarnos su aguijn, esperar unos pocos das y comenzar entonces a asimilarnos. Algo mucho ms simple y natural. Walter hablaba as durante horas, hasta que yo comenzaba a perder el sentido de las proporciones y me sorprenda a mi mismo imaginando a los trfidos casi como a competidores. Walter por su parte no crea otra cosa. Haba pensado, admita, escribir un libro sobre ese asunto tan pronto como reuniese un poco ms de material. Lo has pensado? repet. Y qu te detiene? Slo esto. Hizo un amplio ademn como para abarcar la totalidad de la granja. Hay muchos intereses creados. No convendra difundir ideas perturbadoras. Por otra parte, tenemos bastante dominados a los trfidos, as que es una simple cuestin acadmica, de muy escaso valor. Nunca puedo estar seguro contigo le dije No s hasta que punto hablas en serio o hasta donde te dejas arrastrar por la imaginacin. Crees realmente que hay aqu algn peligro? Walter chup un momento su pipa antes de contestar. No s admiti, pues... bueno, yo mismo no estoy muy convencido. Pero de algo estoy seguro: puede haber algn peligro. Podra darte una respuesta mucho mejor si llegase a entender el significado de ese repiqueteo. En cierto modo esto no me preocupa. Helos ah, y nadie piensa en ellos ms que en una rara variedad de repollo. Y sin embargo se pasan la mitad del tiempo repiqueteando e intercambindose mensajes. Por qu? De qu hablan? Eso es lo que quisiera saber. Creo que Walter no comunic nunca sus ideas a ningn otro, y yo se las acept como una confidencia, en parte porque no conoca a nadie ms escptico que yo mismo, y en parte porque no nos convena que la firma nos considerase un par de mentecatos. Durante un ao o ms trabajamos casi siempre juntos. Pero al inaugurarse otros criaderos, y ante la necesidad de estudiar los mtodos empleados en otros pases, comenc a viajar. Walter abandon el trabajo en el campo, y entr en el departamento de investigaciones. Se encontr a gusto all, dedicndose tanto a investigar a pedido de la compaa como por cuenta propia. Yo sola visitarlo de cuando en cuando. Se pasaba la mitad del tiempo experimentando con sus trfidos pero los resultados no lograron aclarar sus propias ideas tanto como l esperaba. Haba comprobado, para su propia satisfaccin por lo menos, la existencia de una bien desarrollada inteligencia, y hasta yo tuve que admitir que haba algo ms que instinto. Tena an el convencimiento de que el repiqueteo de las varitas era una forma de comunicacin. Para el consumo del pblico haba demostrado que esas varitas eran algo ms, y que un trfido privado de ellas se

  • deterioraba gradualmente. Haba establecido tambin que la infertilidad de las semillas de trfido alcanzaba a un noventa y cinco por ciento. Por suerte seal. Si todas germinaran slo habra sitio para los trfidos en este planeta. Me mostr tambin de acuerdo. El momento en que los trfidos esparcan su semilla era algo digno de verse. La vaina verde oscura de la base del cliz adquira un brillante color y llegaba a tener el tamao de una manzana. Al estallar, el ruido poda orse desde una distancia de veinte metros. Las semillas blancas se elevaban en el aire como una nube de vapor, y bastaba la brisa ms ligera para que se alejasen flotando. Si en los ltimos das de agosto se observaba desde lo alto un campo de trfidos, uno poda creer que estaba asistiendo a un desordenado bombardeo. Fue Walter tambin quien descubri que los extractos eran de mejor calidad si las plantas conservaban su aguijn. En consecuencia, en las plantas industriales se interrumpi la prctica de la poda, y tuvimos que munirnos de dispositivos protectores. El da que tuve aquel accidente que me llev al hospital, yo estaba con Walter. Examinbamos unos ejemplares que presentaban ciertas caractersticas individuales bastante notables. Ambos llevbamos unas mscaras de alambre tejido. No s exactamente qu pas. Recuerdo slo que en un momento en que me inclin hacia adelante un aguijn golpe con violencia mi mscara de alambre. Noventa y nueve veces de cada cien no hubiese importado; para eso estaban las mscaras. Pero el golpe fue tan fuerte que uno de los saquitos de veneno estall contra el alambre y algunas gotas me entraron en los ojos. Walter me llev al laboratorio y me administr enseguida el antdoto. Slo gracias a eso pudieron salvarme la vista. Pero aun as tena que pasarme una semana en cama, y a oscuras, Mientras descansaba en el hospital decid que cuando, y si, recobraba la vista, pedira que me transfirieran a otra seccin. Y si eso no era posible, dejara el trabajo. Desde que aquel aguijn me golpe en el jardn mi cuerpo haba desarrollado una considerable resistencia al veneno de los trfidos. Poda recibir, y haba recibido, aguijonazos que hubiesen terminado con la vida de cualquier otro hombre. Pero ahora me acordaba de aquel viejo refrn acerca de un cntaro que tanto va a la fuente... Haba recibido la primer advertencia. Pas, recuerdo, mucha de mis obligadas y oscuras horas pensando en qu clase de trabajo me ocupara si no me concedan esa transferencia. Teniendo en cuenta lo que estaba esperndonos, es difcil que hubiese podido entregarme a meditaciones ms ociosas. 3 - La ciudad a tientas

  • La puerta de la taberna qued balancendose mientras me diriga a la esquina de la calle principal. All titube. A la izquierda, luego de varios kilmetros de calles suburbanas, se extenda el campo; a la derecha, el oeste de Londres; y luego el centro de la ciudad. Me senta ya bastante repuesto, pero con una cierta y curiosa indiferencia, y desorientado a la vez. No tena ningn plan, y ante lo que me pareca al fin una vasta catstrofe, no slo limitada a la ciudad de Londres, me senta an demasiado sorprendido como para pensar en algo. Qu plan poda desarrollarse ante una cosa como sta? Me senta perdido, abandonado en plena desolacin, y no de veras real, no de veras yo mismo. No se vea ningn coche, ni siquiera se lo oa. Las nicas seales de vida eran unas pocas personas que aqu y all caminaban con precaucin, tanteando los frentes de las casas. Era un da perfecto de principio de verano. El sol brillaba en un cielo profundamente azul, matizado por penachos de lanudas nubes blancas. Todo era claro y limpio. Salvo la mancha oscura de una columna de humo grasiento que surga de las casas del norte. Estuve all, indeciso, unos poco minutos. Luego dobl hacia el Oeste, hacia el centro de la ciudad. Hasta hoy no s decir por que hice eso. Quiz el instinto me llev a los lugares familiares, o quiz cre que si haba aun alguna autoridad estara en aquel sitio. El brandy me haba dado ms hambre, pero alimentarse no era tan fcil como yo haba credo. Sin embargo, all estaban las tiendas vacas y sin vigilancia, con comida en los escaparates... y aqu estaba yo, con hambre y con dinero para pagar. Y si no quera pagar slo tena que romper unos vidrios y servirme a mi gusto. Sin embargo, era difcil decidirse. No estaba preparado todava para admitir, despus de casi treinta aos de una existencia respetuosa del derecho y de una vida sujeta a las leyes, que las cosas hubiesen cambiado, de algn modo, fundamentalmente. Tena tambin la impresin de que mientras siguiese siendo el mismo las cosas volveran, aunque no imaginaba cmo, a su normalidad. Era indudablemente absurdo, pero senta de veras que en el momento en que metiese la mano en uno de esos escaparates, dejara para siempre el viejo orden. Me convertira en un ladrn, un asaltante, un animal de rapia que se alimenta de un cadver: ese sistema que me haba alimentado hasta entonces. Qu sensibilidad tan fina en un mundo destruido! Y sin embargo, me complace todava recordar que las costumbres civilizadas no me abandonaron demasiado pronto, y que por algn tiempo al menos, camin a lo largo de unos escaparates que me hacan agua la boca mientras mis ya anticuadas convenciones no me apagaban el hambre. El problema se resolvi sofsticamente cuando casi haba recorrido un kilmetro. Un taxi, despus de subir a la acera, haba terminado por hundir el radiador en una pila de

  • conservas. Ya no era como si yo mismo hubiese roto el vidrio. Pas por encima del taxi, y recog los ingredientes de una buena comida. Pero segua conservando algo de las viejas normas. Concienzudamente dej sobre el mostrador una buena cantidad de dinero. Casi enfrente haba un jardn. Era probablemente el cementerio de una iglesia desaparecida. Haban sacado las viejas lpidas y las haban puesto contra la pared de ladrillos que rodeaba el jardn. En el espacio abierto haba crecido el pasto y haba adems unos senderos de grava. Los rboles, de hojas nuevas, daban una sombra agradable, y llev mi almuerzo a uno de los bancos. El lugar era retirado y tranquilo. Nadie entr en el jardn aunque de cuando en cuando pasaba alguna figura tomndose de los hierros de la verja. Arroj algunos mendrugos a los gorriones, los primeros pjaros que vea yo ese da. Observando su gallarda indiferencia ante el desastre, me sent mucho mejor. Cuando termin de comer, encend un cigarrillo. Mientras estaba all, fumando, preguntndome a dnde iba a ir, y qu iba a hacer, el sonido de un piano, que alguien tocaba en un edificio vecino, rompi de pronto el silencio. La voz de una muchacha comenz a cantar. La cancin era una balada de Byron: So, welI go no more a roving So late into the night, Though the heart be still as loving, And the moon be still as bright. For the sword outwears its sheath, And the soul wears out the breast And the heart must pause to breathe, And love itself have rest. Though the night was made for loving, And the day returns to soon, Yet well go no more a rovng By the light of the moon.

  • Escuch, contemplando el dibujo de las hojas tiernas contra el cielo azul. La cancin termin. Las notas del piano murieron a lo lejos. Se oy entonces un sollozo, un suave sollozo de desamparo, abandono y angustia. No s si era la muchacha que acababa de cantar u otra que lloraba la muerte de sus esperanzas. Pero no pude seguir escuchando. Con los ojos hmedos, volv silenciosamente a la calle. Hasta la esquina de Hyde Park, cuando llegu all, estaba desierta. En las calles haba algunos coches y camiones abandonados. Muy pocos, pareca, haban corrido sin direccin. Un mnibus haba atravesado un sendero y se haba detenido en Green Park. Un caballo desbocado, todava con los arneses puestos, se haba roto la cabeza contra la estatua. Los nicos que se mova eran unos pocos hombres y unas ms escasas mujeres que se adelantaban con prudencia tomndose de las barandas, o que arrastraban los pies protegindose con los brazos extendidos. Adems, algo inesperadamente, haba uno o dos gatos, con la vista en apariencia intacta y que afrontaban la situacin con la sangre fra propia de los animales de su especie. Rondaban por aquella atemorizadora quietud con muy poca fortuna: los gorriones esca


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