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El genoma electoral chileno: dibujando el mapa genético de las preferencias políticas en Chile

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COLECCIÓN CIENCIAS SOCIALES E HISTORIA

EL SISMO ELECTORAL DE 2009

EL SISMO ELECTORAL DE 2009

© Mauricio Morales y Patricio Navia (editores), 2010© Ediciones Universidad Diego Portales, 2010

Primera edición: noviembre de 2010ISBN 978-956-314-109-2

Universidad Diego PortalesDirección de Extensión y PublicacionesAv. Manuel Rodríguez Sur 415Teléfono: (56 2) 676 2000Santiago – Chilewww.udp.cl (Ediciones UDP)

Diseño: FelicidadFotografía de portada: XXXXXXXXXXXXX

Impreso en Chile por Salesianos Impresores S. A.

mauricio morales / patricio navia (editores)

EL SISMO ELECTORAL DE 2009

cambio y continuidad en las preferencias políticas de los chilenos

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Índice

PrólogoEl sismo electoral de 2009Mauricio Morales / Patricio Navia

Capítulo 1La segunda es la vencida: Piñera y sus bases de apoyoMauricio Morales / María José Sánchez

Capítulo 2Todo cambia: radiografía electoral de Frei y explicacionesde su derrotaAlberto Espinoza / Mauricio Morales / Lucas Perelló

Capítulo 3Marco Enríquez-Ominami: el candidato independienteRodrigo Osorio / Martín Schuster

Capítulo 4¿Quién vota por la izquierda? La intención de voto y el desempeñoelectoral de Jorge Arrate

Carolina Garrido

Capítulo 5Concertación de Partidos por la Democracia: razones de su éxitoy factores de su derrota

Gonzalo Contreras

Capítulo 6De vuelta al Congreso: el Partido Comunista y sus tres escañosJaviera Campos / Carlos Cantillana / Antonio Poveda

Capítulo 7Cambio y continuidad en la Cámara de DiputadosKenneth Bunker

Capítulo 8Voto femenino en Chile: entre el retorno a la derecha y el amor por un independiente

Daniela Oliva

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9PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

Prólogo

El sismo electoral de 2009

Mauricio Morales / Patricio Navia

Independientemente de quién resultara ganador, las elecciones presiden-ciales del 13 de diciembre de 2009 y la segunda vuelta del 17 de enero de 2010 estaban destinadas a pasar a la historia por otras buenas razones. En primer lugar, los chilenos escogerían al presidente que habría de liderar las ce-lebraciones del bicentenario nacional el 18 de septiembre. La quinta elección presidencial consecutiva desde el retorno de la democracia en 1990 también pondría a prueba el predominio electoral ejercido por la centroizquierdista coalición Concertación de Partidos por la Democracia, que había gobernado ininterrumpidamente desde el fin de la dictadura militar de Augusto Pino-chet. Si la Concertación lograba una nueva victoria presidencial, se convertiría en la coalición que más tiempo hubiera permanecido democráticamente en el poder en América Latina. La contienda electoral de diciembre de 2009 tam-bién marcaba el fin del periodo presidencial de Michelle Bachelet, la primera mujer en llegar a la presidencia en la historia de Chile. Además, sería la elec-ción con participación más baja, respecto al total de chilenos en edad de votar, desde 1970. Todos esos elementos se combinaban para hacer de los comicios presidenciales de diciembre y enero –y legislativos de diciembre de 2009– una ocasión memorable que sería objeto de estudio privilegiado por muchos años.

Pero los eventos políticos que se comenzaron a suceder en los meses ante-riores a la elección añadieron intensidad e incertidumbre al proceso democrá-tico y lo dotaron de elementos adicionales que ponían a prueba algunas de las creencias más ampliamente aceptadas sobre el sistema político chileno, sobre las preferencias electorales de sus ciudadanos y sobre la evolución de su demo-cracia. La forma en que la gobernante Concertación escogió a su candidato presidencial, la arriesgada apuesta de la oposición derechista –que buscó de-rrotar a la Concertación con una campaña que se asemejaba enormemente a la estrategia que inicialmente acompañó la llegada de ese conglomerado al poder

Capítulo 9Candidatos presidenciales y parlamentarios independientes,1989-2009

Patricio Navia / Martín Schuster / Javier Zúñiga

Capítulo 10Los partidos no, pero los candidatos síFernando Rubilar

Sobre los autores

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10 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 11PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

en 1988-1989–, la aparición de un candidato presidencial independiente que alteró el tradicional liderazgo electoral de la coalición centroizquierdista y la impresionante popularidad de la mandataria saliente –que, presumiblemente, redundaría en votos para el candidato de la Concertación– tempranamente convirtieron la elección de 2009 en una contienda que se diferenciaría de las anteriores elecciones llevadas a cabo en el Chile post Pinochet.

Los resultados tanto de la primera como de la segunda vuelta convirtieron esta ya acontecida elección en un verdadero sismo electoral que redefinió el mapa electoral nacional y evidenció algunos cambios notables en el genoma electoral del país. La victoria del candidato presidencial del pacto derechista, Coalición por el Cambio, Sebastián Piñera, terminó con veinte años de do-minio electoral de la coalición centroizquierdista. La alta popularidad de la presidenta y del gobierno saliente y la determinación oficial de comprometer-se de lleno con la candidatura presidencial oficialista resultaron insuficientes para evitar el evidente fracaso de la campaña del candidato concertacionista, el ex presidente y senador democratacristiano Eduardo Frei. Finalmente, la exitosa irrupción del candidato independiente, el diputado Marco Enríquez-Ominami, que hasta meses antes había sido militante del Partido Socialista y cuyo 20% en la primera vuelta lo convirtió en el independiente más exi-toso en elecciones presidenciales desde el retorno de la democracia en 1990, también hizo de la contienda un proceso sin precedentes en la historia de la democracia actual del país. Si bien la victoria de Piñera hubiera sido suficiente para convertir la elección de 2009-2010 en un respetable remezón electoral, la sumatoria de todas estas variables hizo de esta elección un verdadero sismo electoral cuyas secuelas todavía no se conocen del todo y cuyas réplicas se se-guirán sintiendo en la política chilena en los próximos años.

Los capítulos de este libro abordan algunos de los principales elementos que explican los resultados de la elección presidencial a dos vueltas de diciem-bre de 2009 y enero de 2010. Pero, antes de eso, en esta introducción damos cuenta de las condiciones históricas y políticas que existían en Chile y que en cierto modo establecieron las circunstancias iniciales en las que se produjo la campaña. Ya que las contribuciones de este libro analizan tanto las variables de largo, mediano y corto plazo que pudieron haber incidido en el resultado del 13 de diciembre de 2009 y del 17 de enero de 2010, primero nos abo-camos a una sucinta revisión de las principales teorías que explican las prefe-rencias y el comportamiento de los electores. Luego, analizamos el contexto histórico y político en que se produjo la elección presidencial, destacando las continuidades y los cambios respecto a los procesos electorales anteriores en el periodo post 1989. Finalizamos este texto introductorio resumiendo las

contribuciones de los diez capítulos que componen este libro, producido por miembros del equipo de investigadores del Observatorio Electoral de la Uni-versidad Diego Portales.

1. ¿Qué determina las preferencias y el comportamiento electoralde los chilenos?

La abundante literatura que busca dar cuenta del comportamiento electoral de los ciudadanos en las democracias del mundo puede ser ordenada en tres grandes categorías de explicaciones (Lau y Redlawsk, 2006; Navia, Briceño y Morales, 2009). Asociadas con variables de largo, mediano y corto plazo, las llamadas escuelas de Columbia, Michigan y Rochester enfatizan distintos ele-mentos que contribuyen a la formación de las preferencias y predisposiciones políticas de la gente y a su expresión en opciones electorales.

Enfatizando elementos de largo plazo, la Escuela de Columbia tiende a aso-ciar las preferencias políticas de las personas y su expresión electoral a elemen-tos relativamente inmutables en el tiempo y que, por lo tanto, inducen a una alta estabilidad en los resultados electorales que se observan en democracia. La Escuela de Columbia sugiere que variables de largo plazo, como la religión, clase o etnia de las personas, son un determinante poderoso de sus preferen-cias, o al menos de sus predisposiciones políticas. La gente define temprana-mente su ideología a partir de clivajes sociales profundos que existen en la so-ciedad y que permanecen en el tiempo. Las divisiones geográficas o religiosas de un país se traducirían en clivajes políticos que marcan tanto la formación y alineamiento de los partidos políticos como también de las preferencias de los ciudadanos (Lau y Redlawsk, 2006; Dalton y Klingemann, 2007). En el caso de Chile, por ejemplo, la condición histórica de zona minera del norte del país induciría a los habitantes de dichas regiones a desarrollar preferencias electorales afines a partidos de izquierda. La izquierda es fuerte en el norte mi-nero, así como la derecha es fuerte en las zonas tradicionalmente agrícolas del sur del país, por las condiciones económicas y sociales que explican la forma en que ambas regiones se poblaron y se han desarrollado.

Si bien las explicaciones asociadas con el modelo de Columbia histórica-mente han sido más populares para explicar el alineamiento político en so-ciedades con diversidad religiosa y étnica, la literatura que analiza el sistema de partidos políticos en Chile también ha realizado contribuciones valiosas y profundamente influyentes usando teorías que suponen clivajes políticos pro-fundos y estables que permanecen inmutables en el tiempo aun cuando el país ha experimentado cambios sociales y económicos considerables (Gil, 1969; Valenzuela y Valenzuela, 1976; Cruz Coke, 1984; Garretón, 1989; Huneeus,

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2003). De hecho, parece tradicional que los chilenos se sientan cómodos ali-neándose políticamente en torno a tercios. Los tradicionales tercios –a menu-do identificados de forma redundante como “tres tercios”– en que se ordenan los partidos y los votantes chilenos han sido exitosamente utilizados para ex-plicar el sistema político desde que se instauró el sufragio universal y entró en vigencia la Constitución de 1925. Ya sea para explicar por qué se produjo la victoria del candidato presidencial del Partido Radical –y del Frente Popular– Pedro Aguirre Cerda en 1938 o de presidentes posteriores (Moulian y Torres Dujisin, 1988; Urzúa Valenzuela, 1992; Soto y San Francisco, 2005), o bien para dar cuenta de por qué la Concertación fue la coalición predominante en la política chilena en los veinte primeros años del periodo democrático actual (Tironi y Agüero, 1999; Valenzuela, 1999), la teoría de que el país se divide en tercios de derecha, centro e izquierda sigue siendo la más popular –y di-fundida– explicación utilizada por historiadores, cientistas sociales y medios de comunicación.

Una segunda escuela de pensamiento enfatiza variables de mediano plazo para dar cuenta del comportamiento electoral de las personas y, en especial, de los cambios que ocasionalmente se producen en el realineamiento político en un país. La llamada Escuela de Michigan, inspirada por los estudios de soció-logos y cientistas políticos estadounidenses en la década de los 60 (Campbell et al., 1960), enfatizó elementos de socialización política de mediano plazo. Esto es, más que la condición racial de las personas, la forma en que se produ-ce la socialización política es la que sería determinante para que las personas voten de la forma en que lo hacen (Lau y Redlawsk 2006; Dalton y Klinge-mann 2007; Jennings 2007). Así, la educación y la religión se convierten en elementos que inducen determinadas predisposiciones políticas en las perso-nas. La gente puede efectivamente heredar su religión o condición de clase, pero sus predisposiciones y preferencias políticas se determinan a partir de la socialización y no como una especie de transmisión genética. Una mujer de origen obrero vota por un partido obrero por la forma en que fue socializada y no automáticamente por ser hija de un obrero. Si bien la Escuela de Michigan enfatiza el elemento de socialización, sus explicaciones pueden considerarse como complementarias de las que ofrece la Escuela de Columbia. Michigan explicaría el cómo se produce la socialización que la Escuela de Columbia parece asumir como un asunto inevitable.

Por cierto, ya que sostiene que la socialización es la verdadera causa de las preferencias de las personas, la Escuela de Michigan es perfectamente compa-tible con cambios en los patrones de comportamiento de las personas. Incluso dichos cambios pueden ser violentos y producir efectos relativamente inme-

diatos que perduran después en el tiempo. Por ejemplo, en el caso de Chile, el plebiscito de 1988, que dividió al electorado en relación con la dictadura de Pinochet, se puede entender como un proceso de socialización rápido y perdurable en el tiempo (Tironi y Agüero, 1999; Torcal y Mainwaring, 2003). Lo que algunos cientistas sociales han dado en llamar el clivaje autoritarismo-democracia se ha convertido en un poderoso factor explicativo de las prefe-rencias de los electores en Chile y también en el ordenamiento del sistema de partidos. Así, por ejemplo, los partidos que se opusieron a la dictadura de Pinochet –aquellos que la Escuela de Columbia definiría como partidos de iz-quierda y de centro– se mantendrían unidos en tanto el clivaje autoritarismo-democracia redefinió, al menos temporalmente, el ordenamiento del sistema de partidos en Chile (ver discusión más detallada en Valenzuela, 1999).

En tercer lugar está la llamada Escuela de Rochester, regularmente denomi-nada también como Escuela del Votante Racional. Este modelo tiende a poner un mayor énfasis en variables de corto plazo y sus aplicaciones más conocidas utilizan indicadores económicos como predictores del voto. De hecho, las condiciones económicas serían las responsables de que se gatillen determi-nadas predisposiciones políticas. Así, aunque la gente pudiera efectivamente estar genéticamente –o a través de procesos de socialización– inclinada a sim-patizar con alguna alternativa política, serían las variables económicas –como el empleo, la inflación, el crecimiento económico o incluso la percepción so-bre la delincuencia o los valores morales– los que cargarían la balanza en su apreciación sobre el desempeño del gobierno saliente e, indirectamente, su decisión de voto en las próximas elecciones. La Escuela de Rochester tiende a poner especial atención en variables económicas de corto plazo, como la inflación o el desempleo. Estudios recientes han intentado evaluar el impacto de variables de corto plazo en los resultados de elecciones en Chile con relativo éxito (Cerda y Vergara, 2007; Cerda y Vergara, 2008; Izquierdo, Morales y Navia, 2008; Morales, 2008).

Por cierto, hay distintas vertientes dentro de esta forma de entender las preferencias políticas de las personas. Así, por ejemplo, están los que enfatizan consideraciones retrospectivas de los votantes. La gente evaluaría al gobierno saliente a partir de una serie de criterios de desempeño y respecto a las pro-mesas que se realizaron en campaña –o expectativas que la propia gente se había formado–. Si la evaluación resulta positiva, entonces premia al gobier-no votando por candidatos oficialistas en la siguiente elección. Si en cambio el desempeño del gobierno es considerado insatisfactorio, entonces la gente ejerce el castigo a través de un voto por alguna de las opciones de oposición (o incluso absteniéndose de ir a votar). Estos votantes retrospectivos pondrían

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menos atención a las campañas y las promesas de campañas, anticipando que los candidatos ajustan sus discursos a lo que el público quiere escuchar, y por eso sólo evalúan a los gobiernos a partir de su desempeño. Los votantes tam-bién se pueden agrupar en egotrópicos y sociotrópicos. Los primeros tienden a privilegiar la evaluación de su situación personal, mientras que los segundos evalúan la situación del país o al menos del grupo del que ellos se sienten parte. Un votante retrospectivo egotrópico que se dedica a vender sistemas de seguridad podría, pues, evaluar positivamente a un gobierno que ha tenido un pobre desempeño en el combate a la delincuencia, ya que el aumento de la de-lincuencia repercute positivamente en su negocio. En cambio, un votante so-ciotrópico que se dedica al negocio de la seguridad castigaría al gobierno que ha tenido un mal desempeño en la lucha contra la delincuencia y el crimen, aun si personalmente ese votante hubiera resultado beneficiado (Lewis-Beck y Stegmaier, 2007).

Algunos estudios que se enmarcan dentro de la Escuela de Rochester tam-bién analizan la posibilidad de que los votantes sean más bien prospectivos. Esto es, que los votantes evalúen las promesas que realizan los candidatos a partir de la credibilidad que les asignen a las distintas opciones electorales. Naturalmente, la condición de retrospectivo y prospectivo no es mutuamente excluyente. Los votantes pueden evaluar retrospectivamente a un gobierno y prospectivamente a los candidatos que se presentan a la elección. Un votante podría evaluar positivamente al gobierno saliente pero dudar de la capacidad u honestidad del candidato oficialista y, por lo tanto, aunque su predisposición inicial sea premiar al gobierno, termine optando por algunas de las opciones electorales alternativas porque no cree en las virtudes del próximo candidato de la coalición.

Ya que algunos autores tradicionalmente asociados a la Escuela de Michi-gan (Campbell et al., 1960) hicieron temprana referencia al voto económico –ahora asociado con la Escuela de Rochester–, a veces ambas escuelas son consideradas como vertientes de la misma Escuela de Michigan y el voto eco-nómico es considerado como una variable más bien de mediano plazo. Es más, la propia Escuela de Rochester parece más preocupada en enfatizar el hecho de que los votantes deciden sus preferencias a partir de consideraciones racionales que de definir la función de utilidad que explica dicha racionalidad. Es decir, bien pudiera ser que para un votante que atribuye una enorme im-portancia a la ideología del candidato sea perfectamente racional votar por un aspirante presidencial que comparte la ideología izquierdista del candidato, independientemente de la situación económica actual o de la responsabilidad que tenga el partido izquierdista en el desempeño económico del país. A su

vez, un votante que tiene creencias religiosas muy fuertes, bien pudiera pre-ferir a un candidato que comparta dichos valores, en forma independiente al desempeño del gobierno, a los niveles de inflación, desempleo o delincuencia.

De hecho, la Escuela del Votante Racional se centra en modelar las variables que influyen en inducir a la gente a votar de la forma que lo hace, más que en sostener a priori que los electores valoran variables económicas por sobre consideraciones de otro tipo. En ese sentido, la Escuela del Votante Racional sería perfectamente compatible con la Escuela de Columbia o la Escuela de Michigan. Si la racionalidad de los votantes se construye a partir de creencias y valores que se adquieren a temprana edad o incluso se heredan (Columbia) o que emergen a través de la socialización (Michigan), sería perfectamente ra-cional que un elector siempre vote por el candidato del partido que representa a los protestantes (como sugeriría el modelo de Columbia) o del partido que se opuso a la dictadura militar (como plantearía el modelo de Michigan).

Es más, aunque sus aplicaciones más conocidas sean realizadas por econo-mistas, la Escuela del Votante Racional (Rochester) no tiene por qué restrin-girse a los estudios que analizan los efectos de variables de corto plazo sobre las preferencias de los electores. Al combinar variables de corto plazo con creen-cias y valores que perduran (Michigan) o que son inmutables (Columbia), un estudio que se enmarca dentro de la Escuela del Votante Racional bien pu-diera ser considerado como propio por aquellos que tienden a atribuirles más peso a cuestiones de identidad política propias de los modelos de Columbia y Michigan.

La Escuela de Rochester supone que los votantes son racionales. Ese su-puesto es intrínseco a esta forma de entender el comportamiento de las perso-nas, pero no niega la existencia de predisposiciones políticas que alimenten esa racionalidad. Esto es, si bien los estudios compatibles con la Escuela de Ro-chester atribuyen un peso importante a variables económicas y a la evaluación del desempeño del gobierno en ejercicio, no desconocen que esas variables pueden ser interpretadas de forma distinta por electores que tienen distinta predisposición política. En un país con niveles de inflación altos, desempleo alto y crecimiento mediocre, el gobierno de izquierda y su candidato presiden-cial serán evaluados de distinta forma por votantes que normalmente apoyan a la derecha que por aquellos que simpatizan con la izquierda.

La Escuela de Rochester no supone que el votante racional sea exclusiva-mente un votante económico. Los modelos más conocidos por cierto incluyen consideraciones económicas y evaluación de variables económicas de corto plazo para explicar los resultados de una elección. Pero no suponen que todas las personas reaccionan de igual forma ante distintos escenarios económicos.

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La Escuela de Rochester parte del supuesto de que todos los electores son racionales al votar. No supone que la racionalidad de todos los electores sea la misma. Esto, porque la racionalidad se explica en parte por la información que posee el elector y por sus creencias personales sobre relaciones de causali-dad entre los gobiernos, sus políticas y los resultados de esas políticas. Así, dos electores perfectamente racionales pueden decidir su voto de forma opuesta porque, primero, poseen información diferente o, segundo, evalúan esa infor-mación de modo distinto a partir de sus creencias. También pueden decidir su voto por una combinación de ambas cosas.

Los modelos de votante racional, para efectos de simplificar su explicación y su estructura, a menudo suponen que los electores poseen información com-pleta –o al menos que todos los electores poseen la misma información– sobre la realidad del país. Este supuesto, si bien ayuda a que los modelos sean más fáciles de entender y más parsimoniosos, es una simplificación excesiva de la realidad. Los electores poseen información muy diferenciada al votar. No todos los electores conocen con la misma profundidad los postulados de los partidos ni la historia personal de los candidatos. Si bien las campañas con-tribuyen a reducir esas asimetrías de información al permitir acceso público a mucha información, el hecho de que esa información sea tan abundante bien pudiera terminar empeorando las asimetrías de información, en tanto algunos electores se informan mejor que otros.

Para usar un ejemplo reciente, la información públicamente disponible so-bre los conflictos de interés que pudieran haber tenido los candidatos presi-denciales en 2009 y la forma en que los abordaron en años anteriores no era completa. Antes y durante la campaña aparecieron cuestionamientos, acusa-ciones y dudas que permitían sugerir que, en el mejor de los casos, incluso los electores mejor informados no tenían toda la información necesaria para saber si los candidatos presidenciales Jorge Arrate, Marco Enríquez-Ominami, Eduardo Frei y Sebastián Piñera habían hecho públicos todos los potenciales conflictos de interés que pudieran tener. Peor aun: incluso la información públicamente disponible no era conocida con la misma profundidad y detalle por todos los electores. Algunas personas, ya sea por interés, nivel de educa-ción o conocimiento de las áreas donde pudieran existir dichos conflictos, tenían más información que otras. Por eso, incluso si supusiéramos que todos los electores tenían la misma función de utilidad y que esta función de utili-dad incluía cuestiones básicamente económicas, la decisión de por quién votar podía haber estado influida por la circunstancia de que los electores tenían ac-ceso a distintos niveles de información sobre potenciales conflictos de interés de los candidatos. El hecho de que la información sea por definición costosa y

que las personas posean distintos niveles de información sobre los candidatos hace que las asimetrías de información inevitablemente jueguen un papel en el momento en que los electores deciden su voto.

Las explicaciones compatibles con la Escuela de Rochester simplemente sugieren que los electores son racionales al votar. Pero dicha racionalidad de-pende en parte de la información que poseen sobre los candidatos. Así, un elector que quiere un gobierno que defienda valores católicos tradicionales tal vez desconozca que el candidato que hace campaña defendiendo esos valores católicos en realidad no cree en Dios y sólo aprovecha haber nacido en una familia católica. El elector vota por ese candidato a partir de la información que posee –las declaraciones de campaña–, pero desconoce información im-portante sobre ese candidato.

Del mismo modo, la racionalidad depende también de las creencias de los electores respecto a los efectos de las políticas que prometen los candidatos sobre el bienestar personal o del país. Por ejemplo, un elector que conoce toda la información disponible sobre la riqueza de los candidatos puede creer, equi-vocadamente, que mientras más dinero tenga una persona, menos probable es que sea corrupto. O bien un elector podría creer que mientras más alto es el salario mínimo, mejor serán las condiciones de vida de los más pobres. Ese elector puede terminar apoyando a un candidato que promete un aumento radical del salario mínimo sin saber que dicho aumento gatillará un proceso inflacionario que afectará sobre todo a las personas de menos ingresos. En resumen, las creencias que tienen las personas pudieran ser equivocadas. Eso no significa que el comportamiento de esas personas sea irracional. Sólo su-giere que la racionalidad se construye a partir de la información disponible y de las creencias que tienen las personas sobre los resultados de determinadas acciones o políticas.

Por eso, la Escuela del Votante Racional no reduce la racionalidad a consi-deraciones económicas. Supone simplemente que los electores votan racional-mente maximizando sus intereses a partir de la información que poseen y de las creencias que tienen respecto de los resultados de determinadas acciones. En ese sentido, la Escuela de Rochester es perfectamente compatible con las otras dos escuelas. La escuelas de Columbia y Michigan se centran en los ele-mentos que influyen en las funciones de utilidad de los votantes –esto es, qué cosas valoran por sobre otras– y en la forma en que los votantes procesan la información que reciben durante las campañas.

Las tres escuelas sucintamente explicadas aquí –Columbia, Michigan y Ro-chester– ofrecen distintos énfasis para entender las razones que llevan a la gente a votar de determinada forma. Por cierto, la complejidad de variables que inci-

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den en la decisión de cómo votar –y el peso específico que tiene cada variable en las decisiones de distintos electores– hace prácticamente imposible que exis-tan modelos con una capacidad de predicción lo suficientemente sofisticada que permita anticipar el resultado de una elección meses antes de que ocurra. En parte, la incertidumbre sobre variables de corto plazo, como el desempeño de la economía, imposibilita la capacidad predictiva con anterioridad a una elección. Pero el hecho de que las elecciones sean en sí mismas procesos en que los partidos y candidatos buscan resaltar ciertos atributos y poner en la agen-da determinados temas donde sus posturas son coincidentes con las posturas mayoritarias en la opinión pública es lo que hace que el ejercicio de intentar predecir una elección sea especialmente difícil.

Si las campañas no importaran, los candidatos no se dedicarían intensa-mente durante meses a convencer a los votantes. Los partidos y los grupos de interés tampoco dedicarían enormes cantidades de recursos financieros y humanos para intentar persuadirlos. Precisamente porque concentran tantos recursos y atraen la atención de tantos actores políticos, podemos deducir que las campañas importan, o que al menos los partidos y candidatos creen que importan. La atención que les pone la opinión pública a las campañas también parece confirmar la sospecha de que las campañas sí importan al momento de influir el voto de las personas.

Una campaña exitosa puede redefinir los términos del debate y por lo tanto resaltar determinados elementos que aumenten la importancia de ciertos ejes divisorios en la opinión pública y despierten y profundicen preferencias de lar-go plazo que, habiendo estado latentes, no habían sido decisivas en elecciones anteriores. Los candidatos intentan que la campaña se decida sobre asuntos que les resultan favorables, como su capacidad para generar crecimiento, el comba-te a la delincuencia o su liderazgo en reforma educacional. La campaña consiste tanto en convencer a la gente de que las posturas propias son las mejores como también en anticipar en cuáles temas las posturas propias más se asemejan a las posturas de la gente, de tal forma de convertir esos asuntos en centrales en la contienda. Por eso, las explicaciones consistentes con las escuelas de Columbia, Michigan y Rochester resultan complementarias, porque, inevitablemente, na-rran sólo una parte de la historia. Los electores efectivamente son influidos por variables de largo, mediano y corto plazo al votar. Pero no sabemos cuáles de esas variables pesan más y qué asuntos gatillan con más éxito predisposiciones existentes –desde siempre o predisposiciones recientes– en los electores que los induzcan a darle la victoria a determinado candidato.

En cierto modo, el subcampo de la ciencia política que se aboca a estudios de comportamiento electoral se asemeja a la sismología. Sabemos dónde es

más probable que ocurran los sismos, somos capaces también de medir su intensidad y explicar las razones por las que se produjeron. Incluso podemos anticipar cuándo es más probable que ocurran. Pero, al igual que los estudios de los terremotos, los politólogos no somos capaces de anticipar exactamente cuándo se producirá el próximo sismo electoral.

Antes de las presidenciales de 2009 había varias razones para creer que se podría producir un sismo. En cierto modo, la propia elección presidencial de 2005 había sido un sismo de acotados efectos. Por otras razones, la contienda presidencial de 1999 también constituyó un reordenamiento, si bien limita-do, del paisaje político chileno. Hubo cambios importantes en la política que se evidenciaron con la llegada al poder, primero, de Ricardo Lagos en marzo de 2000 y, después, de Michelle Bachelet en marzo de 2006. Pero esos sismos no alteraron profundamente el equilibrio político que había existido desde el fin de la dictadura. La elección presidencial de 2009 bien pudiera haber terminado siendo un sismo de magnitud importante, pero comparable a lo que ocurrió en 2006, o cuando llegó a La Moneda el primer socialista después de Allende en 2000, o incluso en 1994, cuando por primera vez desde 1942 una misma coalición ganaba dos elecciones consecutivas. Pero el hecho de que la elección presidencial de 2009-2010 llevara al poder al primer presi-dente de derecha democráticamente electo desde 1958 y pusiera fin a veinte años de gobiernos concertacionistas de centroizquierda constituyó un sismo de mayores proporciones a lo que muchos hubieran anticipado un año antes, cuando la campaña presidencial comenzó a tomar fuerza. En otras palabras, bien pudo haber sido que el sismo de enero de 2010 no haya sido de magni-tud superior a los cambios electorales que reflejaron las contiendas de 1999 y 2005, pero el hecho de que haya producido un cambio mayor en la superficie política del país lo convirtió en un evento que será recordado como de mayor intensidad a los dos que lo precedieron.

2. La coyuntura en Chile en 2009La elección de 2009, la quinta contienda presidencial consecutiva desde el

fin de la dictadura, se produjo en un contexto con elementos claramente favo-rables a una victoria de la coalición de gobierno. Además del buen desempeño de la Concertación en veinte años en el poder, la popularidad de la presidenta saliente, Michelle Bachelet, anticipaba un buen inicio para la campaña de la Concertación. La forma exitosa –o al menos popular– en que el gobierno había enfrentado la crisis económica de 2008 también constituía un inva-luable capital electoral. Pero la forma poco democrática e insuficientemente transparente en que la Concertación escogió a su candidato presidencial –con

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la consecuente aparición y consolidación de la candidatura independiente de Marco Enríquez-Ominami– y la acertada estrategia de campaña utilizada por el candidato de la derecha, Sebastián Piñera, devinieron elementos claves que cargaron la balanza electoral a favor de la derecha. Los errores de la Con-certación y los aciertos de la Alianza se sumaron para que la derecha llegara democráticamente al poder por primera vez en medio siglo y obtuviera la mayoría absoluta de votos por primera vez en la historia de Chile desde que existe sufragio universal.

Un año antes de la elección, la Concertación aparecía como gran favorita para ganar las elecciones. Si bien Piñera se había mantenido en el primer lugar en las encuestas de intención de voto presidencial durante todo el cuatrienio de Bachelet, muchos analistas recordaban que Joaquín Lavín también se había mantenido como líder en intención de voto presidencial durante buena parte del sexenio de Ricardo Lagos, pero que a medida que se acercó el momento de la campaña, la popularidad de Lavín comenzó a caer y sus posibilidades de ser el primer candidato de derecha en llegar al poder comenzaron a desvanecerse.

Lo mismo podía ocurrir con Piñera en este nuevo ciclo. De hecho, hacia fines de 2008, la sumatoria en la intención de voto de todos los posibles candidatos de la Concertación era superior a lo que recibía Piñera. Aunque no era un de-safío trivial, la Concertación sólo necesitaba ponerse de acuerdo para escoger a un candidato capaz de aunar voluntades y convocar a todos esos electores sim-patizantes de la coalición centroizquierdista y a todos aquellos que aprobaban el desempeño de la presidenta Bachelet para obtener su quinta victoria consecutiva en una contienda presidencial desde el retorno de la democracia.

Las explicaciones de largo plazo argumentan convincentemente que Chile es un país más inclinado a apoyar candidatos de centroizquierda. Aquellas de mediano plazo indican que la coyuntura política autoritarismo-democracia que se forjó en torno al plebiscito de 1988 favorecía a la Concertación. Las consideraciones de corto plazo apuntaban a la enorme popularidad presiden-cial y al buen manejo económico del gobierno, así percibido por la gente. Por las tres, la Concertación tenía una enorme ventaja inicial. A fines de 2008, las apuestas indicaban que el país estaba más cerca de darle una quinta victoria a la Concertación que un primer triunfo a la coalición derechista.

Pero la ciencia política, al igual que la sismología, no es capaz de antici-par sismos con meses de antelación. Si bien era posible identificar algunos elementos que favorecían a la Alianza un año antes de la contienda –el buen posicionamiento de su centrista y moderado candidato, el agotamiento de la gente con la clase política y en especial con la Concertación después de veinte años en el poder, la indefinición de la coalición gobernante respecto al me-

canismo que utilizaría para definir a su candidato, y el debilitamiento de las variables de largo y mediano plazo como elementos predictivos de la intención de voto–, no era automático anticipar el sismo electoral que se avecinaba, un terremoto político cuyos efectos produjeron cambios no vistos desde el ple-biscito de 1988.

De hecho, ya en las elecciones municipales de octubre de 2008, la derechista Alianza había logrado una victoria parcial. En la elección de alcaldes, la Alian-za sumó más votos (40,7%) que las dos listas de la Concertación (38,4%). Si bien la Concertación superó a la Alianza en número de alcaldes (147 contra 144), la mayoría de las grandes ciudades del país escogió a un candidato de la Alianza para gobernar a la comuna. La Concertación insistió en atribuirse la victoria a partir del hecho de que las dos listas que representaron a esa coali-ción centroizquierdista en la contienda para concejales obtuvieron más vota-ción que la Alianza (45,1% contra 36,1%), pero el sabor de victoria derechista se evidenció en los rostros alegres de los nuevos alcaldes de la Alianza y en las abatidas miradas de los derrotados candidatos oficialistas.

Para insistir un poco con la metáfora del terremoto, el sismo electoral de 2009 bien pudo haber sido de similar, o incluso menor, intensidad que los movimientos telúricos electorales observados en 1999 y 2005, pero sus efectos fueron mayores y el realineamiento al que indujo producto de la llegada de la Alianza al poder pudiera tener efectos más duraderos que los causados por los sismos de 1999 y 2005, que, al no inducir cambios en la coalición que con-trolaba el poder, fueron considerados como de menor importancia. Aunque, como debiera parecer evidente, los grandes movimientos en las preferencias electorales de los chilenos se produjeron mucho más entre 1993 y 1999 que entre 2005 y 2009.

El agotamiento de la ConcertaciónDespués de cuatro exitosos gobiernos, la Concertación llegó al fin del pe-

riodo de Bachelet mostrando claras señales de agotamiento. Lo que en el año 2000 un reconocido analista socialista, Antonio Cortés Terzi, definiera como la ceremonia del adiós parecía haberse convertido en una realidad en la coali-ción de gobierno. Desde que asumió el poder después de la dictadura militar, la Concertación había liderado al país por un sendero inequívoco de desa-rrollo y progreso. Las administraciones de los democratacristianos Patricio Aylwin (1990-1994), Eduardo Frei Ruiz-Tagle (1994-2000) y de los socialis-tas Ricardo Lagos (2000-2006) y Michelle Bachelet (2006-2010) transforma-ron radicalmente al país. Los niveles de pobreza se redujeron sustancialmente, la cobertura de educación, salud y vivienda se amplió más que nunca en la

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historia del país, y el crecimiento económico fue notable tanto en los números macroeconómicos como en la capacidad para abrir las puertas del desarrollo a más personas. Chile nunca estuvo mejor que bajo los gobiernos de la Con-certación. El país nunca progresó tanto. La democracia se consolidó de forma decidida. Cualquier observador objetivo podía dar fe de que la Concertación transformó a Chile para bien.

De hecho, como muestra la Figura 1, Chile experimentó un crecimiento sus-tancialmente superior al promedio de América Latina durante los años inmedia-tamente posteriores a 1990, aunque a partir de la segunda década del periodo democrático actual esa diferencia tendió a desvanecerse. En parte, esto se debe al hecho de que, al haber crecido más y haber alcanzado un nivel de desarrollo más alto, a Chile le resultó más difícil crecer en el periodo 2000-2010. Pero también, como al menos alegó la oposición derechista durante la campaña, la mayor pre-ocupación por crear una red de protección social y por mejorar la distribución de la riqueza llevó a los gobiernos izquierdistas de la Concertación a cambiar el énfasis desde el crecimiento hacia otros componentes del desarrollo.

De cualquier forma, como deja en evidencia el Cuadro 1, los avances en calidad de vida en Chile fueron notables. En los primeros dieciséis años de gobierno de la Concertación, la pobreza se redujo de 38,6% a 13,7%. Una reducción igualmente impresionante se produjo en la extrema pobreza. Pero la caída fue mucho más marcada en los años inmediatamente posteriores a la transición democrática que en la última década. Si entre 1990 y 2000 la po-breza se redujo en un 50%, en la segunda década de la democracia la pobreza cayó en un 35%.

La desigualdad también experimentó una caída en los veinte años de la Concertación. Aunque, al contrario de lo que se observó respecto a la pobre-za, la mayor caída se produjo en la segunda década, cuando los gobiernos de Lagos y Bachelet pusieron un mayor énfasis en la distribución que solamente en el crecimiento. Así, bajo la administración Lagos, la desigualdad llegó a marcar 0,54 (índice Gini), reflejando el mayor avance contra la desigualdad observado en Chile desde el retorno de la democracia.

Otros indicadores de calidad de vida y desarrollo humano confirman lo que visualmente parece una realidad evidente. El progreso material alcanzó a vastos sectores de la población en niveles que nunca antes se habían visto. Si bien los niveles de desigualdad apenas bajaron, el avance del país permitió a mucha gente salir de la pobreza y sumarse a la cada vez más amplia clase media. Es cierto que este avance presentaba sus propios riesgos y desafíos. Una población que ha vivido en la pobreza y que experimenta una mejora sustancial en su calidad de vida tiende a generar niveles altos de incertidumbre e inseguridad. Nadie quiere volver a la pobreza. Todos quieren que sus hijos vivan aun mejor que ellos. La actualización de preferencias y perspectivas hace que los logros obtenidos en los veinte años de la Concertación lleven a la gente a esperar logros similares y a demandar del gobierno políticas que induzcan a un desarrollo económico que le permita mejoras comparables respecto a las experimentadas en las primeras dos décadas de gobiernos concertacionistas.

Adicionalmente, la Concertación pareció más preparada para dirigir la transición a la democracia que para liderar a un país con una democracia consolidada. Formada inicialmente con el objetivo de oponerse a la dictadura de Pinochet e inducir una transición a la democracia, la Concertación trans-formó su éxito electoral en el plebiscito de 1988 en una plataforma política para las elecciones de 1989. Pero como varios historiadores y analistas han sugerido, las mismas razones de su éxito explican también su posterior derro-ta. En tanto el factor Pinochet y la oposición a la dictadura dieron vida a la

Figura 1 Crecimiento promedio de Chile y América Latina, 1990-2009 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de CEPAL.

América Latina Chile

20092008200720062005200420032002200120001999199819971996199519941993199219911990-2

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Pobreza 38,6 32,9 27,6 23,2 21,7 20,2 18,7 13,7

Extrema pobreza 13,0 9,0 7,6 5,8 5,6 5,6 4,7 3,2

Coeficiente de desigualdad Gini 0,57 0,58 0,58 0,57 0,58 0,57 0,55 0,54

Cuadro 1Pobreza y extrema pobreza en Chile, 1990-2006 (%)

Fuente: CASEN, 2006.

24 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 25PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

Concertación, en la medida en que la sombra de Pinochet y el temor a una regresión autoritaria comenzaron a diluirse, las razones que mantenían unida a la coalición comenzaron también a desvanecerse. El país que la propia Con-certación forjó en sus dos décadas en el poder terminó por desarrollarse a tal punto que la propia Concertación se hizo prescindible. Ya que llegó al poder y se mantuvo en él con la promesa de construir y fortalecer la democracia, una vez que dicha democracia se percibió como estable y permanente, la Concer-tación ya no tenía un mensaje atractivo que ofrecer al electorado.

En las presidenciales de 2005, cuando la consolidación democrática era un hecho cierto –confirmado por el exitoso sexenio de Lagos, el primer gobierno de izquierda desde la frustrada experiencia de Allende–, la Concertación ya enfrentó el desafío de ofrecer un mensaje más allá de su promesa de transición a la democracia en un contexto de estabilidad y crecimiento. La candidatura presidencial de Bachelet logró entregar un mensaje que consistía en la prome-sa de una democracia más participativa e incluyente. Si la transición a la de-mocracia fue desde la elite, desde arriba hacia abajo, la candidatura Bachelet, con el símbolo de la banda presidencial usada por las mujeres, simbolizó un mensaje de democracia ciudadana, desde abajo hacia arriba. Más allá de los problemas evidentes que tuvo el gobierno de Bachelet para convertir esa pro-mesa en una realidad concreta –incluidas las protestas estudiantiles de 2006 y la abdicación política del proyecto de democracia participativa cuando Ba-chelet entregó el gobierno a los partidos en medio de la crisis del Transantiago en 2007–, el hecho de que la Concertación logró construir una oferta elec-toral diferente, atractiva y seductora permitió que el agotamiento del modelo fundacional de la Concertación, basado en una transición ordenada hacia la democracia, no se reflejara en la campaña de 2005. El solo hecho de que la candidatura presidencial de la coalición centroizquierdista recayera en una mujer hizo que el evidente agotamiento de la Concertación que ya se sentía hacia fines del gobierno de Lagos fuera desplazado del primer plano por la no-vedad de una candidatura que prometía y representaba un cambio sustancial en estilo y énfasis respecto a los tres gobiernos centroizquierdistas anteriores.

Pero en 2009 el agotamiento de la Concertación quedó en palmaria eviden-cia cuando la coalición de gobierno ofreció una candidatura que representaba mucho más continuidad que cambio. Si en 2005 Bachelet revistió a la Con-certación de un mensaje de cambio, en 2009 la candidatura de Frei pareció subrayar el agotamiento de la coalición gobernante. Esto no significa que la presencia de un candidato que ya hubiera sido presidente constituyera un obstáculo insalvable para ganar la elección. Frei bien pudo haber conseguido la victoria. Después de todo, en segunda vuelta perdió por un margen bastante

estrecho. Pero la presencia de un candidato que representaba más continuidad que cambio planteaba un desafío estratégico evidente. La campaña de Frei debía ofrecer suficientes elementos de cambio como para lograr el balance adecuado de cambio y continuidad.

La popularidad de BacheletSi bien en Chile no existe la reelección presidencial inmediata, la aproba-

ción del gobierno saliente constituye un elemento clave al evaluar las posi-bilidades de triunfo del candidato oficialista. Resulta mucho más fácil hacer campaña a favor de la continuidad cuando el presidente saliente es popular. En la elección presidencial de diciembre de 1999, cuando el presidente sa-liente, Eduardo Frei, gozaba de discretos niveles de aprobación, la campaña del oficialista Ricardo Lagos debió hacer especiales esfuerzos para distanciarse del gobierno saliente. Pero, naturalmente, la candidatura opositora, entonces liderada por el alcalde de Las Condes, el UDI Joaquín Lavín, le recordaba constantemente al electorado que Lagos era el candidato del impopular pre-sidente Frei.

En 2009, el candidato oficialista Eduardo Frei –el mismo impopular pre-sidente de 2000– se benefició de la enorme aceptación de la presidenta Ba-chelet. La saliente mandataria había experimentado un aumento en su popu-laridad sin precedentes en la historia moderna de Chile. Después de ver su luna de miel abruptamente finalizada por las protestas estudiantiles de mayo y junio de 2006, Bachelet experimentó una leve recuperación en su aprobación hacia fines de su primer año de gobierno, como evidencia la Figura 2. Pero la implementación del nuevo sistema de transportes en Santiago, el Transantia-go, afectó negativamente su popularidad en 2007.

Después de batallar con complejos niveles de aprobación durante buena parte de 2007 y 2008, Bachelet comenzó a tener un repunte considerable en su aprobación hacia fines de 2008. El hecho de que su gobierno lograra una reforma al sistema de pensiones que amplió el número de pensionados y mejoró los montos de las pensiones contribuyó a una mejora en su populari-dad. Pero fue la decisión de Bachelet de mantener una férrea disciplina fiscal durante los años del boom de los precios del cobre, resistiendo presiones de todos los sectores políticos que pedían aumentar el gasto, lo que explica su repentino aumento de popularidad a la par del inicio de la crisis económica de 2008.

Porque primero defendió una política fiscal austera que permitió la acu-mulación de grandes reservas estatales en dos fondos soberanos en el exterior –uno destinado a financiar la reforma de pensiones y el otro para financiar el

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gasto social en un hipotético futuro de estrechez económica– y luego el país enfrentó una severa crisis económica causada por variables externas, la apro-bación de Bachelet despegó a niveles nunca vistos en el Chile post Pinochet. Cuando se iniciaba la campaña presidencial a mediados de 2009, la presidenta Bachelet gozaba de niveles de aprobación superiores al 70%. Naturalmente, ser candidato oficialista en estas circunstancias constituía una situación espe-cialmente privilegiada. Aunque Bachelet no iba a la reelección, el candidato presidencial que contara con el apoyo de la popular presidenta tenía una ven-taja considerable respecto a sus rivales.

La Figura 2 muestra los niveles de aprobación de Bachelet usando diferentes encuestas realizadas en el periodo. Si bien hubo diferencias en la metodología y las muestras de los distintos sondeos, la evidencia es concluyente respecto a la trayectoria en la aprobación presidencial durante el cuatrienio 2006-2010. Todas las encuestas mostraron una caída a mediados de 2006, cuando las protestas estudiantiles pusieron fin a la luna de miel. Luego Bachelet pasó por meses difíciles en 2007. Pero hacia fines de 2008 su popularidad despegó para nunca volver a caer.

Naturalmente, aunque una alta aprobación presidencial es un buen punto de partida, no constituye una ventaja irremontable para la oposición. Adicio-nalmente, una alta aprobación presidencial no beneficia inevitablemente al candidato oficialista. Si éste es percibido como cercano al popular mandatario saliente, resulta más fácil traspasar esa popularidad. Pero si no es creíblemente percibido como cercano o continuador de la tarea y mensaje del presidente saliente, la popularidad del mandatario en ejercicio no deviene un caudal de

votos para aquél. Que la Presidenta Bachelet no haya incorporado en su dise-ño inicial de gobierno una estrategia de sucesión –ya sea nombrando figuras presidenciables en su gabinete o bien trabajando en coordinación con algu-no de los líderes concertacionistas que albergaban aspiraciones presidenciales, como el ex presidente Lagos– debilitó la capacidad de La Moneda de influir sobre el proceso y sobre el nombre del candidato.

Aunque es cierto que los presidentes anteriores que sí incorporaron estra-tegias de sucesión tuvieron resultados disímiles en sus esfuerzos, Bachelet fue particularmente poco influyente sobre el proceso de selección de candidato que se comenzó a producir inmediatamente después de celebradas las elec-ciones municipales. Como punto de comparación, el gobierno del presidente Lagos dio el puntapié de inicio a la carrera presidencial al interior de la coali-ción de gobierno: en septiembre de 2004, realizó un cambio de gabinete que liberó de sus obligaciones ministeriales a las titulares de Relaciones Exteriores, Soledad Alvear, y Defensa, Michelle Bachelet. Las políticas del PDC y el PS, respectivamente, ocupaban los primeros lugares en las encuestas de intención de voto presidencial entre los aspirantes concertacionistas. Al realizar el cambio de gabinete, Lagos dio el vamos a la carrera presidencial y también terminó por afirmar las aspiraciones de sus dos populares ministras. En 2008, después de las elecciones municipales, Bachelet tenía mucho menos margen para influir sobre el proceso de selección de candidato concertacionista. Ninguno de sus ministros aparecía como favorito en la lista de potenciales abanderados oficia-listas. Peor aun, los nombres que lideraban la lista –los ex presidentes Lagos y Frei; el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, y la senadora Soledad Alvear– habían construido sus propias fortalezas de manera independiente del gobierno.

Por todas estas razones, no era evidente ni inevitable que la enorme po-pularidad de la saliente presidenta Bachelet repercutiera positivamente en el desempeño electoral del candidato de la Concertación. Sin duda que la po-pularidad de Bachelet era un factor positivo. Pero el efecto real de esa alta aprobación sobre los resultados de la elección y sobre la suerte del candidato oficialista difícilmente se convertiría en el empujón electoral irremontable que llevó a muchos entusiastas concertacionistas a suponer que la carrera presiden-cial de 2009 daría una quinta victoria presidencial consecutiva a la coalición oficial. Por eso, aunque el candidato oficialista Eduardo Frei hizo esfuerzos evidentes por acercarse a Bachelet e intentar ser beneficiario de la alta popula-ridad de la mandataria, los electores que aprobaban la gestión de Bachelet no percibieron que Frei fuera el heredero natural de la presidenta saliente. La alta popularidad de Bachelet no fue un factor que tuviera un peso decisivo en el

Figura 2 Aprobación y desaprobación presidencial en Chile, 2006-2010 (%)

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Fuente: Elaboración propia con datos de encuestas CEP, Adimark e ICSO-UDP.

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28 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 29PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

resultado de la contienda presidencial. La crisis económica

Si hubiera un libro sobre cómo ganar elecciones, una de las sugerencias obvias sería que, si se es candidato del partido en el poder, es mejor que el país atraviese por un buen momento económico cuando hay que enfrentar elec-ciones. Nunca es bueno ser el candidato oficialista cuando hay estancamiento o recesión económica, o bien cuando el desempleo es alto. Si bien es menos dañino el desempleo alto que la inflación alta –puesto que la inflación afecta a todas las personas, mientras que el desempleo, aun cuando sea muy alto, no golpea a todos por igual–, una elección presidencial se pone cuesta arriba para el candidato oficialista cuando hay altas tasas de desempleo.

En el Chile post Pinochet, la Concertación había enfrentado tres elecciones presidenciales en contextos económicos diferentes, como muestra la Figura 1. En la elección de 1993, el candidato oficialista Eduardo Frei se vio beneficiado por una buena situación económica. La popularidad del presidente saliente Patricio Aylwin –producto en parte de una prolongada luna de miel de los chilenos con la democracia–, sumada al buen momento económico, hacía de la contienda presidencial un desafío cuesta arriba para la oposición derechista. En 1999, en cambio, la recesión económica por la que atravesaba el país –la primera desde la crisis de 1982-1983– ponía especiales obstáculos en el cami-no al candidato oficialista Ricardo Lagos. Lagos logró imponerse pese al difícil momento económico. Pero en 1993 y 2005 la buena situación económica fue un gran espaldarazo para los candidatos oficialistas.

En 2009, la situación económica era abiertamente desfavorable para el can-didato oficialista. Chile atravesaba por su peor crisis económica desde 1984. La caída en el producto observada en 2009 (-1,8%) fue peor incluso a la de la crisis de 1999 (-1%). En el papel, al menos, las condiciones económicas en que la gobernante Concertación enfrentó la elección de 2009 fueron las peores desde que llegó al poder en 1990. Ése no era un buen punto de partida para el candidato oficialista, independientemente de quién hubiera sido el nominado por la Concertación.

Pero la coyuntura política –en especial la enorme popularidad de la presi-denta Bachelet– llevó a muchos a ignorar la compleja situación económica. Erradamente, algunos estrategas concertacionistas supusieron que la coalición oficial no pagaría costos electorales por la difícil situación económica. Care-ciendo de justificación teórica y empírica, simplemente hicieron extensiva a toda la Concertación la aparente inmunidad de Bachelet a la crisis económica. Pero, como quedó en evidencia a la luz de los resultados, la Concertación sí pagó costos por el mal desempeño de la economía. El apoyo electoral de la

Concertación cayó también en la elección parlamentaria. Por lo tanto, no basta con sugerir que el candidato de la Concertación fue incapaz de hacer propia la aprobación de la que gozaba Bachelet. Los aspirantes al Parlamento de la coalición oficialista también fallaron en ese cometido. Por eso, pareciera ser que la forma correcta de interpretar los hechos es otra. No fue que los can-didatos de la Concertación fallaron. Más bien Bachelet fue la excepción. La presidenta logró mantenerse inmune al castigo que la opinión pública brindó a una coalición que, habiendo estado en el poder por veinte años, fue castiga-da por el mal desempeño de la economía en un año electoral.

Con el mismo candidato –con sus evidentes debilidades y aparentemente menos sobresalientes fortalezas– la Concertación hubiera tenido un mucho mejor desempeño en 2009 si la situación económica hubiera sido más favo-rable. Después de todo, el candidato Eduardo Frei ya había salido triunfador en las elecciones de 1993. Con su misma personalidad, pero menos expe-riencia –aunque también habiendo representado entonces más cambio que continuidad–, Frei obtuvo la votación más alta en la historia de elecciones presidenciales modernas. Resulta imposible saber si el resultado de la elección hubiese sido distinto de haber competido otro candidato por la Concertación. Pero ciertamente el desafío para Frei, o para cualquier otro candidato, hubiera sido menos complejo si el país hubiera estado en un periodo de vigoroso cre-cimiento económico y no atravesando por su peor crisis en dos décadas.

La selección del candidato de la ConcertaciónDesde su formación como coalición multipartidista en 1988, la Concerta-

ción siempre tuvo dificultades para identificar un proceso legítimo y eficiente de selección de su candidato presidencial. Después de ganar el plebiscito y forzar el retorno de la democracia, los partidos de la Concertación parecieron entender rápidamente que la Democracia Cristiana tenía el mejor derecho para escoger al candidato. Precisamente porque la coalición centroizquierdista quería asegurar una transición ordenada y no traumática hacia la democracia, los partidos de izquierda rápidamente declinaron sus aspiraciones presidencia-les para apoyar al candidato del PDC. Pero al interior del PDC no había un mecanismo claro, transparente y legitimado para seleccionar al candidato. De hecho, el proceso de nominación interna que ungió a Patricio Aylwin como candidato presidencial estuvo marcado por acusaciones de irregularidades y negociados que hasta el día de hoy parcialmente tiñen la forma en que Aylwin logró la nominación de su partido.

Para la contienda presidencial de 1993, los partidos de izquierda, liderados por su candidato natural Ricardo Lagos, impulsaron un proceso de primarias

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que permitiera a la gente, y no a los liderazgos partidistas, escoger al candidato presidencial de la coalición. Si bien las primarias que se celebraron en mayo de 1993 fueron limitadas a militantes de los partidos de la Concertación y simpatizantes previamente inscritos (con cuotas asignadas previamente a cada partido), el hecho de que fuera la voluntad popular y no las estructuras de liderazgo partidistas las que definieran el nombre del candidato constituyó una gigantesca reforma que daba cuenta de la consolidación democrática y normalización política que vivía Chile.

En el proceso electoral de 1999, la única contienda presidencial celebrada sin elecciones legislativas concurrentes, la Concertación optó por implemen-tar primarias abiertas y vinculantes. Cualquier persona inscrita en los registros electorales que no fuera militante de algún partido ajeno a los de la Concer-tación podía votar para escoger al candidato oficialista. El triunfo de Ricar-do Lagos en esas primarias lo revistió de una legitimidad democrática que le ayudó a ganar unas elecciones en un contexto económico y político particu-larmente difícil. Además del arresto del ex dictador Pinochet en Londres en octubre de 1998 –cuestión que puso a prueba las instituciones y la estabilidad democrática–, la crisis económica que golpeó al país en 1999 y la alta impo-pularidad del presidente saliente Eduardo Frei confabularon para convertir esa campaña en un desafío cuesta arriba para el candidato de la Concertación. La victoria de Lagos en la segunda vuelta de enero de 2010 se construyó en buena medida en la legitimidad que le había dado la alta participación electoral en las primarias concertacionistas.

El avance experimentado por la Concertación hacia una mayor profun-dización de la democracia y mayores avenidas para la participación de sus simpatizantes y de los militantes de sus partidos pareció frenarse hacia 2005. En esa contienda, la Concertación se demoró en establecer el mecanismo de selección de su candidato, aunque eventualmente a comienzos de 2005 los partidos de la Concertación optaron por fijar primarias para la última semana de junio. Pero la popularidad creciente de Bachelet, la aspirante nominada por el PS, el PPD y el PRSD, indujo a la candidata del PDC, la ex ministra Sole-dad Alvear, a deponer su candidatura en el mes de mayo. Bachelet fue enton-ces proclamada como la candidata única de la Concertación. El hecho de que la Concertación no haya establecido desde temprano las reglas y un calendario para la selección de su candidato ayudó a que la persona que estaba mejor po-sicionada en las encuestas se quedara con la nominación. Todo esto antes de que se iniciara formalmente la campaña al interior de la Concertación.

La ausencia de reglas claras tiende a favorecer a los que tienen ventaja ini-cialmente. Su buen posicionamiento en encuestas –mucho antes de que ex-

plicara cuáles eran sus ideas de gobierno– llevó a Bachelet a quedarse con la nominación. Pero más que ideas o propuestas de gobierno, fue su popularidad basada en su personalidad, su contagiosa sonrisa y su percepción de cercanía con la gente lo que le valió la candidatura. Cuando Bachelet se convirtió en candidata, los chilenos habían tenido muy pocas oportunidades de saber las cosas en las que creía la doctora socialista. Su candidatura no fue resultado de un proceso de convencimiento a partir de debates e intercambio de ideas y propuestas. Bien pudiera haber sido el caso que, al escuchar los debates y propuestas de Alvear y Bachelet, los simpatizantes concertacionistas igual hu-bieran optado por la candidata socialista. Pero el hecho de que la popularidad anterior de Bachelet –y no su desempeño en una campaña de primarias– fue lo que determinó su victoria sobre Alvear constituye claramente una falencia en el proceso utilizado por la Concertación para escoger a su candidata en 2005. Al no existir un mecanismo claro y establecido desde temprano, la Con-certación terminó diseñando un proceso ad hoc que le permitiera nominar al candidato que estaba mejor posicionado en las encuestas.

En 2009, los partidos de la Concertación tampoco tenían un mecanismo establecido y consensuado para escoger candidato. Ya en 2008 había varios aspirantes que no ocultaban su interés en conseguir la nominación oficia-lista. Los ex presidentes Ricardo Lagos y Eduardo Frei estaban en soterrada campaña para asegurar apoyos y pavimentar sus caminos a la nominación concertacionista. Los ex ministros José Miguel Insulza –un socialista que te-nía el récord de haber servido más años en gabinetes de la Concertación y que a la sazón ocupaba el puesto de secretario general de la OEA– y Soledad Alvear, electa senadora en 2005, también albergaban aspiraciones. La lista de presidenciables oficialistas incluía otros ex ministros y parlamentarios. Sor-prendentemente, ninguno de los ministros del gobierno de Bachelet aparecía en las listas cortas de potenciales aspirantes de la coalición oficialista.

Pero los partidos no habían consensuado un mecanismo para escoger a su candidato, por lo que los aspirantes no podían formalmente declarar su inten-ción a participar en primarias –que podían no realizarse– o iniciar el proceso para cumplir los requisitos que les permitieran ser aspirantes a la nominación. Al no existir un procedimiento, tampoco podían existir formalmente aspiran-tes en la Concertación.

Entonces, los eventos se comenzaron a suceder a partir de las decisiones de los principales actores y, presumiblemente, los aspirantes más probables. Du-rante la segunda mitad de 2008, el ex presidente Lagos dio señales de querer testear las aguas de una posible nueva candidatura presidencial. En octubre y noviembre de ese año, envió dos misivas a la Concertación, indicando cuáles

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serían las condiciones bajo las cuales él aceptaría la nominación. Además de rechazar la posibilidad de participar en primarias en que la gente pudiese es-coger al candidato (Lagos alegó que los chilenos ya lo habían escogido para presidente una vez), el ex mandatario condicionó su candidatura a la posibi-lidad de influir en la nómina de candidatos parlamentarios de la coalición de gobierno. Los partidos rechazaron tal propuesta y Lagos anunció que declina-ba una posible candidatura presidencial. Ya que era el concertacionista mejor posicionado en encuestas y, en su condición de ex presidente que había dejado el poder con altos niveles de aprobación, había sido ampliamente considerado como el candidato más probable de la Concertación. Su declinación generó una serie de pequeños sismos al interior de la coalición oficial.

Semanas después, José Miguel Insulza, que había declarado públicamente su disposición a ser candidato, también declinó su candidatura sin dar dema-siadas explicaciones. Meses antes, al interior del PDC, Soledad Alvear anunció que declinaba su candidatura cuando su partido tuvo un pobre desempeño electoral en las elecciones municipales. La lista de presidenciables se achicaba rápidamente. Notablemente, el ex presidente Eduardo Frei se mantenía como un entusiasta aspirante a la nominación oficialista.

Casi a la par de la seguidilla de cartas abiertas y declaraciones que termina-ron con las declinaciones de Lagos e Insulza, los partidos de la Concertación habían acordado un singular mecanismo de primarias a realizarse en fecha no determinada de 2009. Ya que no quedaba claro quiénes serían los aspirantes de la Concertación, los partidos oficialistas optaron por un mecanismo que permitía que un candidato se inscribiera para estas primarias con el patrocinio de al menos seis legisladores de la Concertación. De esta forma, se abría la po-sibilidad de que se celebraran primarias con múltiples candidatos y, más aun, con más de un candidato por partido.

La fluidez en la lista de los presidenciables concertacionistas llevó a algunos aspirantes menos conocidos a tantear la posibilidad de incorporarse a la carrera. Los nombres de Sergio Bitar, Guido Girardi y el ministro de Hacienda, An-drés Velasco, aparecieron como posibles nombres que podrían incorporarse a la cada vez más reducida lista de aspirantes en el oficialismo. Pero fue el diputado socialista Marco Enríquez-Ominami el primero que formalmente anunció su intención de presentarse a las primarias oficialistas. El diputado, que se había ganado la fama de “díscolo” desde que asumió como diputado en marzo de 2006, logró reunir un número suficiente de legisladores que patrocinaron su candidatura para las primarias concertacionistas. Formalmente, de acuerdo a las reglas en vigencia a fines de 2008, Enríquez-Ominami podría ser candidato en las primarias, cuya fecha y reglas de realización no estaban definidas.

A partir de la declinación de Lagos, primero, e Insulza, más tarde, los par-tidos de la Concertación se apuraron para cambiar las reglas del juego. Des-pués de todo, las primarias se habían diseñado de una forma tan ambigua y flexible precisamente porque no estaba claro cuáles de los presidenciables de facto participarían del proceso. Con Insulza y Lagos fuera de la carrera, los partidos oficialistas decidieron que, de celebrarse, las primarias se realizarían entre candidatos nominados por cada uno de los cuatro partidos de la Con-certación. El cambio en las reglas del juego otorgó más poder a los liderazgos partidistas. Las candidaturas que pudieran haber emanado de parlamentarios “díscolos” inmediatamente quedaron descartadas. Serían los partidos los que decidirían los nombres de los aspirantes y, presumiblemente, los propios par-tidos podrían también negociar para concordar un candidato único sin que mediaran primarias. Los cambios en las reglas del juego dejaron claro que la mejor opción para quedarse con la candidatura oficialista era la de Frei. Como único candidato sobreviviente en la DC, Frei tenía prácticamente asegurada la nominación de ese partido. Pronto, el PS también se sumó a la candidatura de Frei, ignorando la opción de Enríquez-Ominami. Es más, la directiva del PS optó por celebrar una instancia cupular donde los aspirantes tuvieran opor-tunidad de presentar y defender sus candidaturas. Como Enríquez-Ominami no se presentó a ese instancia –alegando, con razón, que los votos del consejo nacional del PS darían una mayoría al candidato apoyado por Camilo Esca-lona, presidente de esa colectividad–, el socialismo proclamó a Eduardo Frei como su candidato presidencial.

El PPD también nominó a Frei como su candidato, con lo que parecía que la Concertación nombraría a su presidenciable por consenso. Pero el PRSD nominó al senador José Antonio Gómez como su candidato presidencial, for-zando la realización de primarias. Éstas fueron programadas para el domingo 5 de abril de 2009. Ya que era el candidato apoyado por los tres partidos gran-des de la Concertación –PDC, PPD y PS–, el senador Frei era claro favorito para ganar esa contienda.

Pero aparentemente no bastó con el favoritismo. La Concertación negoció unas reglas de primarias que hacían prácticamente imposible una derrota de Frei. Las primarias se realizarían por regiones, siendo las de O’Higgins y Mau-le las primeras en votar. En ambas regiones el PDC es especialmente fuerte y el PRSD especialmente débil. Si bien la segunda etapa de las primarias se realizaría en Antofagasta, región a la que representa Gómez en el Senado, el hecho de que bastara lograr una victoria de al menos 20% de ventaja en la primera etapa para asegurar la nominación definitiva dejaba claro que la Concertación estaba más interesada en encontrar una vía razonable para que

34 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 35PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

Gómez depusiera su candidatura que en otorgar a los simpatizantes oficialistas el poder para decidir el nombre del candidato.

Para añadir insulto a la injuria, la Concertación además decidió reducir el impacto que pudiera tener sobre el resto del país el proceso electoral en las regiones Maule y O’Higgins. Si bien los dos candidatos realizaron campañas en terreno para las primarias del 5 de abril, no hubo instancia para permitir que esa contienda adquiriera carácter nacional. El debate presidencial que se realizó entre ambos candidatos fue televisado sólo a las dos regiones. Esto por voluntad de la Concertación, no de los canales de televisión, que sí habían expresado interés en que el debate fuera accesible al país entero. La intención de la Concertación fue limitar el alcance de la campaña sólo a las regiones involucradas en la primera etapa para así optimizar la posibilidad de que el candidato se decidiera lo antes posible. La mejor evidencia de la poca con-vicción con la realización de las primarias que tenía una buena parte de la Concertación fue el tristemente célebre regaño público que realizara la noche del 5 abril el presidente del PS, el senador Camilo Escalona, al presidente del PRSD y precandidato presidencial derrotado. En una escena que fue grabada por los canales de televisión, Escalona increpó duramente a su colega radical, simbolizando la percepción generalizada entonces en el liderazgo concertacio-nista sobre la inconveniencia de realizar primarias para escoger al candidato oficialista.

La amplia victoria alcanzada por Frei el 5 de abril le otorgó un margen suficiente de votos para poner un temprano fin a la rueda de primarias. El ex presidente democratacristiano fue sumariamente proclamado como el aban-derado de la Concertación. Naturalmente, y debido a que el candidato de la Alianza ya estaba en franca campaña, Frei intentó recuperar terreno y apurar el inicio de su propia campaña. Si bien tenía a su favor la enorme popula-ridad de la mandataria saliente, el rápido crecimiento en las encuestas del entonces todavía diputado socialista Marco Enríquez-Ominami constituyó una temprana señal de alarma. Sus simpatizantes no estaban contentos con el procedimiento que había usado la Concertación para escoger a su candidato presidencial.

El descontento popular con la forma en que la Concertación desempeñaba sus funciones era palpable. Las encuestas ya venían mostrando la caída en el apoyo a la Concertación durante el cuatrienio de Bachelet. De hecho, como muestra la Figura 3, la Concertación inició el cuatrienio con niveles de apro-bación superiores al 35%. La Alianza, en cambio, apenas marcaba adhesión superior al 15%. Pero a medida que avanzó el periodo de Bachelet, la apro-bación de la Concertación mostró una clara tendencia a la baja. Levemente,

la Alianza observó una pequeña tendencia al alza. Hacia fines de 2008, la aprobación de la Alianza y la Concertación eran muy similares. La ventaja histórica que había tenido la Concertación sobre la Alianza se diluyó durante el cuatrienio de Bachelet.

Nuevamente, estos datos fueron ignorados por los estrategas de la Concer-tación, que ponían demasiada atención a los números de aprobación de Ba-chelet. Si bien la presidenta era popular, la Concertación era cada vez menos popular. Ser el candidato de una coalición crecientemente impopular no es un desafío fácil. Mucho menos cuando el proceso de nominación del candidato hace evidente las razones por las que la coalición ha perdido aceptación entre la ciudadanía. Más allá de las fortalezas y debilidades específicas del candida-to, de nuevo el proceso de nominación del candidato tuvo efectos negativos para el desempeño electoral de la coalición. El hecho de que muchos de los aspirantes presidenciales hayan guardado silencio sobre el procedimiento que debía utilizarse –y en algunos casos incluso hayan rechazado la realización de primarias como mecanismo de selección del candidato– contribuyó a que el proceso de nominación del candidato haya debilitado las posibilidades de victoria de la Concertación en 2009.

La renovación de la derechaDespués de haber apoyado con entusiasmo a la dictadura militar, la dere-

cha chilena parecía resignada durante los primeros años de gobiernos de la Concertación a recibir apoyo electoral minoritario. De hecho, más que in-tentar reconstruirse como una alternativa democrática competitiva, la Alianza

Figura 3 Aprobación de las coaliciones políticas en Chile, 2006-2009 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de encuestas Adimark.

Alianza Concertación Ninguno

70

60

50

40

30

20

10

0

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36 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 37PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

se enfrascó en una serie de disputas internas entre sus partidos y entre sus principales líderes, que la llevó a sufrir una aplastante derrota en las elecciones presidenciales de 1993 (Otano, 1995; Rojo, 1995; Cavallo, 1998; Allamand, 1999).

Los conflictos al interior de la derecha se mantuvieron durante buena parte de los 90, pero la crisis de 1999 y la consolidación de Joaquín Lavín, un po-pular alcalde UDI, como candidato presidencial ayudaron a reducir las ten-siones. Al menos las pusieron en segundo plano, dada la buena oportunidad que tenía la derecha de llegar al poder en 1999.

La combinación de una crisis económica y la identidad más izquierdista del candidato de la Concertación ofrecieron a la derecha una inmejorable ocasión para llegar a la presidencia de forma democrática. La habilidad de la candidatura de Lavín para alejarse del legado autoritario –especialmente en el contexto de una campaña presidencial marcada por el arresto de Pinochet en Londres– también ayudó a la derecha a realizar la campaña más competitiva en la historia reciente de Chile. Al final, la victoria fue para el candidato de la Concertación, pero la Alianza confirmó que podía llegar al poder democráti-camente.

En las elecciones de 2005, pese a presentarse con dos candidatos –evidencia de que los conflictos al interior de la coalición derechista seguían presentes–, la Alianza logró una hazaña mayor: la suma de votos de sus dos candidatos, Joaquín Lavín y Sebastián Piñera, fue superior a la votación alcanzada por la aspirante concertacionista, Michelle Bachelet. Como muestra la Tabla 1, la Alianza por primera vez superó a la Concertación en porcentaje de votos. Esa superioridad no fue un hecho aislado. En las elecciones municipales de 2008, la Alianza volvió a obtener más votos que la Concertación –que entonces se presentó con dos listas– en la elección de alcaldes. Aunque la Concertación obtuvo una mayoría relativa de la votación en concejales, el hecho de que más chilenos hubieran votado por aspirantes de la Alianza para dirigir sus comu-nas constituía una voz de advertencia para la coalición centroizquierdista. La predominancia electoral que había gozado la Concertación desde el retorno de la democracia ya no existía. Las elecciones a partir de 1999 fueron cada vez más competitivas. De ahí que, antes de que se iniciara el proceso electoral de 2009, ya era posible afirmar que la Alianza partía de una posición mucho más ventajosa que en años anteriores: además de haber superado a la Concertación en número de votos en la elección de alcaldes, tenía más alcaldes que la Con-certación y las ciudades más pobladas de Chile eran gobernadas por alcaldes de sus filas.

La mejora en el desempeño electoral de la derecha vino de la mano de la renovación de ese sector. Además de promover nuevos liderazgos, que no es-tuvieran marcados por la participación en la dictadura de Pinochet, la derecha también había moderado muchas de sus posturas, acercándolas más a posicio-nes privilegiadas por la mayoría de los chilenos. Aunque no corresponde aquí discutir en detalle la renovación de la derecha, basta con sugerir que tanto las candidaturas presidenciales de Lavín en 1999 como las de Lavín y Piñera en 2005 evidenciaron que la derecha entendió que para poder ganar elecciones debía presentar candidatos que tuvieran posturas más afines con las posiciones mayoritarias de los chilenos. El problema del legado autoritario, que de acuer-do a algunos politólogos explica la supremacía electoral de la Concertación durante el periodo post Pinochet, comenzó a ser resuelto después del retorno de Pinochet a Chile. Los procesos legales iniciados contra el ex dictador, in-cluidos aquellos por corrupción y malversación de fondos públicos, termina-ron por destruir la ya cuestionada imagen pública del ex hombre fuerte. La derecha se alejó de Pinochet. En 2005, la candidatura presidencial del RN Sebastián Piñera insistió, con reconocido éxito, en la condición de opositor a la dictadura.

En 2009 el proceso de renovación de la derecha había avanzado aun más. El liderazgo que de modo sistemático mostró Piñera en las encuestas de in-tención de voto tempranamente despejó cualquier intento de la UDI, el otro partido de la coalición derechista, por levantar una candidatura presidencial alternativa. Piñera, cuyas debilidades como candidato tendían a centrarse en la falta de un cortafuego adecuado entre la política y los negocios, no sufría de los males que tradicionalmente habían afectado a los candidatos de derecha. La muerte de Pinochet en 2006 también ayudó a que el eje autoritarismo-democracia perdiera fuerza.

Ya que la mejor forma de evaluar si la derecha efectivamente se renovó será a través del desempeño y del legado del gobierno de Piñera, aquí nos con-formaremos con argumentar que al menos electoralmente la idea de que la derecha había completado un exitoso proceso de renovación ideológica quedó instalada en el electorado. El legado autoritario, que había constituido una pesada carga para la derecha durante los primeros gobiernos democráticos, ya no parecía una barrera insalvable. La presencia de un candidato que se había opuesto a la dictadura y que tenía posiciones marcadamente centristas también debilitaba la otrora exitosa estrategia concertacionista de polarizar al electorado en torno al eje autoritarismo-democracia, que naturalmente siem-pre terminaba por favorecer a la coalición centroizquierdista.

38 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 39PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

Durante la campaña, el candidato de la Alianza hizo esfuerzos adicionales por presentar una imagen de líder moderado y más cercano al centro que a la derecha dura. Desde sus declaraciones de admiración y respeto por los gobier-nos DC de Frei Montalva (1964-1970) y Aylwin (1990-1994) hasta su deci-sión de poner temas valóricos en el debate político –como las uniones civiles

para parejas homosexuales–, la estrategia de mostrarse como un candidato de una derecha moderna, moderada y pragmática también produjo buenos divi-dendos para Piñera. Nuevamente, con independencia de quién hubiera sido el candidato de la Concertación, ese giro hacia posturas más moderadas que realizó la derecha puso dificultades adicionales en el camino de la coalición centroizquierdista. En rigor, a pesar de sus debilidades como candidato y de los errores de la Concertación, el hecho de que Frei hubiese sido militante de la DC y no de un partido de izquierda probablemente ayudó a frenar lo que ya se evidenciaba como una exitosa campaña derechista por atraer votantes moderados hacia la candidatura de Sebastián Piñera.

Como muestra la Tabla 1, la votación por la derecha tuvo un aumento constante y sistemático desde comienzos de los 90. A su vez, el apoyo a la Concertación bajó sostenidamente desde mediados de los 90, tanto en por-centaje como en número absoluto de votos. A partir de 1999, las elecciones presidenciales se tornaron abiertamente competitivas. La circunstancias de que la Concertación haya ganado en 1999 y 2005 pudiera llevar a algunos a pensar que la victoria aliancista de 2009 respondió a un fenómeno exclu-sivo de esos comicios. Pero los datos indican claramente que las contiendas presidenciales en Chile fueron altamente disputadas desde 1999. Las mismas razones que llevaron a la Alianza a ganar por un mínimo margen en 2009 explican las victorias concertaciones por un margen comparablemente menor en 1999 y 2005.

Es cierto que la Concertación mantuvo su predominio en contiendas par-lamentarias y municipales hasta 2005 y 2004, respectivamente. Pero eso se debió a otras razones. En el caso de las elecciones parlamentarias, los incenti-vos del sistema binominal permiten asegurar la mitad de los escaños en cada distrito con un poco más de un tercio de los votos. Eso constituyó un incenti-vo poderoso para que los candidatos parlamentarios de la Alianza no buscaran atraer votos moderados ni aspiraran a obtener una mayoría de los sufragios. Bastaba con aspirar al 40% de los votos para obtener el 50% de los escaños en la mayoría de los distritos. En el caso de las elecciones municipales, la reforma que separó las contiendas de concejales de las de alcaldes cambió los incen-tivos para los partidos. A partir de 2004, la elección de alcaldes concentró la atención de las coaliciones. La necesidad de concordar candidatos de unidad al interior de las coaliciones también redundó en la aparición de independien-tes que, descolgándose de sus conglomerados, desafiaron los acuerdos nacio-nales alcanzados por sus líderes partidistas. Estas insubordinaciones explican el aumento en la votación por independientes. Pero al comparar los resultados de las dos grandes coaliciones, queda en evidencia que la ventaja que histó-

Año y elección

Votación Alianza

Votación Alianza

%

Votación Concert.

Votación Concert.

%

Otros Otros %

Válidos Inscritos

1989 Presidente

2.052.116 29,4 3.850.571 55,2 1.077.172 15.4 6.879.859 7.557.537

1989 Diputados

2.323.581 34,2 3.499.713 51,5 973.828 14,3 6.797.122 7.557.537

1992 Municipales

1.901.815 29,7 3.417.154 53,3 1.091.937 17,0 6,410,906 7.840.538

1993 Presidente

1.701.324 24,4 4.040.497 58,0 1.227.129 17,6 6.968.950 8.085.493

1993 Diputados

2.471.789 36,7 3.733.276 55,4 533.794 7,9 6.738.859 8.085.493

1996 Municipales

2.046.001 32,5 3.536.842 56,1 718.455 11,4 6.301.298 8.073.368

1997 Diputados

2.101.392 36,3 2.927.692 50,5 766.689 13,2 5.795.773 8.077.743

1999 Presidente

3.352.199 47,5 3.383.399 48,0 319.530 4,5 7.055.128 8.084.476

2000 Municipales

2.612.307 40,1 3.396.274 52,1 506.992 7,8 6.515.574 8.089.363

2001 Diputados

2.720.195 44,3 2.942.989 47,9 480.819 7,8 6.144.003 8.075.446

2004 Alcaldes

2.443.381 38,7 2.827.514 44,8 1.039.311 16,5 6.310.206 8.012.065

2004 Concejales

2.307.046 37,7 2.932.350 47,9 883.979 14,4 6.123.375 8.012.065

2005 Presidente

3.376.302 48,6 3.190.691 46,0 375.048 5,4 6.942.041 8.220.897

2005 Diputados

2.556.386 38,7 3.417.207 51,8 628.218 9,5 6.601.811 8.220.897

2008 Alcaldes

2.586.754 40,7 2.445.509 38,4 1.329.867 20,9 6.362.130 8.109.507

2008 Concejales

2.194.528 36,1 2.746.287 45,1 1.146.080 18,8 6.086.895 8.109.507

2009 Presidente

3.056.526 44,1 2.053.514 29,6 1.827.479 26,3 6.937.519 8.285.186

2009 Diputados

2.841.314 43,4 2.901.503 44,4 796.753 12,2 6.539.570 8.285.186

Para las elecciones presidenciales de 1999, 2005 y 2009 se consideran datos de la primera vuelta.Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

Tabla 1Votación de la Alianza y la Concertación, 1989-2009

40 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 41PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

ricamente había logrado la Concertación en las contiendas municipales se comenzó a desvanecer en 2004.

Ya en 2008, de hecho, la Alianza logró anotarse su primera victoria electoral sobre la Concertación al obtener una mayor votación en alcaldes, alcanzar el triunfo en un mayor número de municipios y ganar alcaldías en comunas densamente pobladas. La contienda municipal de 2008 constituyó una pode-rosa advertencia a la Concertación y demostró también que la competitividad en elecciones que se venía observando desde 1999 para los comicios presiden-ciales se había extendido también a las contiendas municipales. La victoria de la Alianza en 2009 no fue, entonces, un golpe de suerte ni un hecho aislado, fortuito, accidental o producto exclusivo de los errores de la Concertación en el proceso de nominación del candidato. La Alianza venía mostrando una me-jora constante en su desempeño electoral. La Concertación tenía una marcada tendencia a la baja. Los resultados de 2009 eran, en ese sentido, la crónica de una muerte anunciada. O, al menos, la competitividad en los comicios presi-denciales ya desde 1999 indicaba que los resultados de la contienda de 2009 eran por definición de pronóstico reservado. Esto es, que el predominio de la Concertación ya era historia y que los resultados de los comicios dependerían exclusivamente de los aciertos y errores de cada coalición durante la campaña. Puede ser cierto que Eduardo Frei no era el mejor candidato. Pero eso es un dato anecdótico. No siendo el mejor candidato, Frei arrasó en las elecciones de 1993. Entonces, la Concertación ganaba incluso con candidatos discretos. A partir de 1999, no habría espacio para errores.

La desafección de los chilenosEl crecimiento de la Alianza y la caída en la votación de la Concertación

también responden, al menos en parte, a un fenómeno social mucho más pro-fundo. Desde el retorno de la democracia, el nivel de desafección de los chilenos con los partidos políticos ha venido en aumento. Como muestra la Figura 4, el porcentaje de chilenos que no se identifica con ninguno de los tercios –derecha, centro e izquierda– del espectro político se ha incrementado. Si en 1990 sólo un 12% de los chilenos decía no alinearse en torno al eje izquierda-derecha, en 2009 esa cantidad había ascendido a casi un 40%. Datos de las encuestas CEP y de otras encuestas comparables muestran asimismo que la desafección con los partidos también ha venido al alza. Comprensiblemente, la desalineación par-tidista tiende a disminuir en periodo de elecciones. La Figura 4 revela que los chilenos tienden a mostrarse más polarizados en años de contiendas presiden-ciales, como 1999 ó 2005. Pero en 2009, la desafección con los partidos políti-cos alcanzó un nivel especialmente alto, superior a cualquier otro año electoral.

En la medida en que los chilenos se sienten cada vez menos interpretados por los tercios en que tradicionalmente se agruparon los partidos políticos, re-sulta fácil entender que los votantes sean más volátiles y estén más dispuestos a tomar sus decisiones sobre qué candidatos presidenciales apoyan a partir de variables de mediano y corto plazo. Así como resulta lógico que un votante que se identifica con la derecha siempre vote por el candidato de derecha, parece también razonable que un votante que no se identifica con ninguno de los tercios tradicionales termine decidiendo su voto en una elección presi-dencial a partir de características específicas de los candidatos, de su evalua-ción sobre la situación económica reciente –o expectativas futuras–, o incluso como resultado de una evaluación retrospectiva sobre los éxitos y fracasos del gobierno saliente. Sea cual sea el criterio que usan estos votantes no identi-ficados en el eje izquierda-derecha, lo cierto es que mientras más personas dicen no sentirse identificada con ninguno de los tercios, más potencialmente volátil resultará el electorado.

La Figura 4 también muestra que el crecimiento más sostenido de la desafec-ción se produjo después de 1993. Esto es, después de terminado el gobierno de transición de Patricio Aylwin. A partir del gobierno de Eduardo Frei (1994-2000), los chilenos parecieron entrar en un proceso de creciente desafección con el sistema político. Esta desafección bien pudiera explicar el hecho de que todas las elecciones presidenciales a partir de 1999 han sido altamente dispu-tadas y el resultado haya sido tan incierto. En la medida en que los chilenos dejaron de identificarse con la misma resolución y certidumbre en torno a los tercios derecha, centro e izquierda, las elecciones se hicieron mucho más competitivas.

La Figura 4 también muestra que la identificación con la izquierda y con la derecha se mantuvo relativamente estable en el tiempo. En cambio, la identi-ficación con el centro político disminuyó rápidamente. Este hecho tiene dos lecturas distintas. Por un lado, explica por qué la derecha y la izquierda han ganado espacios en la política chilena en desmedro de los partidos de centro. Ya que tienen electorados más duros, la derecha y la izquierda deben articular mensajes que hablen sobre las necesidades y preferencias de sus bases de apo-yo. Irónicamente, el sistema electoral binominal facilita esa tarea de hablarles directamente a los sectores más duros de la izquierda y la derecha. Ya que basta con un tercio de los votos para conseguir uno de los dos escaños en cada distrito, la derecha y la izquierda no tienen incentivos para buscar el centro y la moderación política en las elecciones legislativas. De hecho, dado el orde-namiento de los partidos en dos grandes coaliciones, los partidos de derecha y de izquierda se pueden asegurar un gran número de escaños manteniendo

42 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 43PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

sus posturas más extremas. A diferencia de los candidatos presidenciales o los alcaldes, que para ganar deben buscar apoyo mayoritario, los candidatos al Parlamento pueden mantener sus escaños con el respaldo de uno de los tercios tradicionales.

La segunda lectura posible que se puede extraer de la caída en la identifica-ción con el centro y el aumento de quienes no se identifican con ningún sector es sólo una de énfasis. En la medida en que el país está menos polarizado que hace veinte años, cuando se inició el periodo democrático, los chilenos que antes se identificaban con el centro ahora adoptan posturas más independien-tes pero igualmente moderadas. Esto es, siguen siendo de centro, pero no se identifican con partidos de centro. Son más bien moderados. Ya que están menos politizados, no precisan adoptar posturas militantemente de partidos centristas. Basta con identificarse con posiciones moderadas. Por cierto, los resultados de las contiendas presidenciales y municipales parecen reafirmar esta lectura. Los candidatos más exitosos tienden a ser aquellos que adoptan posiciones y posturas moderadas.

Ahora bien, el sistema electoral crea una serie de distorsiones en la forma en que los votos se transforman en escaños. Llegar a conclusiones apresuradas a partir de esas distorsiones es un error. Por ejemplo, muchos han apuntado al éxito relativo del PDC en las elecciones para senadores de 2009. El PDC ob-tuvo 4 de los 18 escaños en disputa. Pero ya que su votación en senadores fue un 17%, su razón de escaños fue la apropiada, un 22%. El crecimiento en el número de senadores DC se debió a que en 2001, la última vez que esas regio-nes escogieron senadores, la DC había obtenido también en torno al 18% de los votos pero obtuvo solo 2 escaños (11%). Por cierto, durante el periodo de ocho años, la DC perdió ambos escaños: uno terminó en manos de un sena-dor del PRSD cuando el senador DC Jorge Lavandero –que había sido electo en la Araucanía Sur– fue desaforado, y el otro correspondía a Adolfo Zaldívar, quien abandonó el PDC en 2008. De ahí que parezca excesivo hablar de un renacimiento del PDC a partir de los resultados de la elección de senadores de diciembre de 2009.

De cualquier forma, las dos explicaciones no son contradictorias. Por un lado es evidente que la derecha y la izquierda han mantenido su fuerza relativa en estos veinte años –y en el caso de la derecha ésta ha aumentado– y por otro es evidente que el centro ha disminuido su peso, aunque los chilenos no iden-tificados con ninguno de los tres sectores aparezcan también con marcadas preferencias por posiciones moderadas.

De ahí que parezca razonable sugerir que la desafección creciente de los chi-lenos con los partidos tradicionales, que se evidenció con más fuerza a partir

de las presidenciales de 1999, haya contribuido a aumentar la incertidumbre respecto a los resultados electorales. Ya que los chilenos tienen identificaciones políticas moderadas, pero también “líquidas” y menos estáticas, los resultados de una contienda presidencial dependen en gran medida de variables de media-no y corto plazo, donde la campaña y los mensajes que articulan los candidatos tienen un papel crucial para inducir a votantes moderados a decidir su voto.

El factor MEOLa irrupción de Marco Enríquez-Ominami (MEO) puede ser vista tanto

como explicación de la derrota concertacionista en diciembre de 2009 como un síntoma de la debilidad de la coalición gobernante, en particular de su incapacidad para establecer un mecanismo legítimo y creíble de selección de su candidato presidencial. Enríquez-Ominami se convirtió en candidato pre-cisamente porque la Concertación no supo diseñar e implementar un sistema de selección de candidato presidencial que incorporara la participación de la ciudadanía y no sólo fuera el resultado de las negociaciones internas de los partidos.

Pero no era inevitable que la candidatura de Enriquez-Ominami fuera un éxito. Su aventura presidencial podría no haber despegado o haberse manteni-do en los niveles normales para candidatos de la izquierda extraparlamentaria. La irrupción de MEO fue exitosa también por atributos personales de ese di-putado de 35 años que, habiendo sido electo como militante del PS, renunció al partido para buscar la presidencia como candidato independiente.

Figura 4Identificación de los chilenos con sector político, 1990-2009 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de encuestas CEP.

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Poseedor de una envidiable biografía política y miembro de una de las fami-lias más poderosas de la Concertación, MEO logró posicionarse como un can-didato que recogió la demanda por más participación y renovación que existía al interior de la coalición de gobierno, pero también como un candidato que parecía romper con los esquemas tradicionales de los tercios. Al recibir apoyos de sectores de izquierda y de derecha moderada, parecía superar las divisiones en torno a la Concertación y a la Alianza –en torno al plebiscito, el Sí y el No– que habían caracterizado a la política chilena del periodo post Pinochet.

El rápido ascenso de MEO tomó por sorpresa a los estrategas concerta-cionistas, que esperaban convertir la elección en una nueva repetición de la disputa del plebiscito de 1988, que siempre parecía terminar favoreciendo a la coalición centroizquierdista. Como muestra la Figura 5, la irrupción de MEO comenzó a darse en mayo de 2009, precisamente después de que la Concertación realizara sus primarias parciales para confirmar la candidatura de Eduardo Frei. Pero si bien el inicio de la campaña de MEO puede ex-plicarse por el descontento y la decepción con la Concertación, el hecho de que la candidatura presidencial independiente del diputado conocido como “díscolo” haya mantenido una tendencia al alza y se haya consolidado tiene otras explicaciones. No basta con apuntar a las debilidades del candidato oficialista y a los errores y contradicciones del discurso democrático de la Concertación, evidenciadas en el proceso de nominación del candidato. Las fortalezas personales de MEO son también responsables de que haya sido él, y no algún otro candidato de protesta, el que terminara canalizando el descontento con la Concertación y el deseo de recambio que parecía existir en la ciudadanía.

La Tabla 2 muestra la evaluación que hacía la opinión pública sobre las capacidades y habilidades de los candidatos presidenciales para hacer frente a distintos temas de gobierno. En la encuesta CEP de octubre de 2009, Sebas-tián Piñera aparecía como el candidato mejor evaluado para enfrentar desafíos de gobierno. Piñera superaba a sus contrincantes en todas las categorías de evaluación. A su vez, Marco Enríquez-Ominami ocupaba sistemáticamente el tercer lugar de las evaluaciones. Si los chilenos iban a escoger por atributos para desempeñar el cargo, Piñera llevaba la ventaja y MEO aparecía en un distante tercer lugar.

Pero la Tabla 2 también muestra la evaluación que hacían los chilenos res-pecto a un atributo clave para todo político. Al ser consultados si creían que los candidatos presidenciales eran sinceros o manipuladores, Marco Enríquez-Ominami aparecía liderando como el más sincero. Un 40% de los chilenos creía que MEO era sincero, número bastante superior a aquellos que creían

que Piñera lo era. De hecho, la evaluación sobre la sinceridad de Piñera em-peoró entre agosto y octubre de 2009.

Felizmente para Piñera, los chilenos terminaron votando más a partir de los atributos de desempeño de los candidatos que respecto a su evaluación sobre la sinceridad de los contendores presidenciales. Pero el hecho de que MEO apareciera liderando en esos atributos de cercanía personal llevó a muchos a asociar su candidatura con la que cuatro años antes había llevado a Michelle Bachelet a la presidencia. En 2005, Bachelet lideraba ampliamente en atribu-tos personales –como la cercanía, la sinceridad y la honestidad–. Pero durante la campaña de ese año, Bachelet también fue capaz de posicionarse como líder en al menos algunos de los atributos de desempeño, superando a sus rivales Lavín y Piñera. En 2009, MEO logró convertirse en el líder en varios –no todos– atributos de cercanía, pero no fue capaz de liderar en atributos de desempeño.

La irrupción de MEO redefinió la naturaleza de la campaña presidencial. Su rápida alza en las encuestas echó por tierra cualquier posibilidad de que Sebastián Piñera pudiera lograr la mayoría absoluta en primera vuelta. Pero si bien eso fue una mala noticia para Piñera, el hecho de que MEO creciera esen-cialmente a expensas de Eduardo Frei cambió también el foco de la campaña. De pronto, Frei se vio amenazado con una candidatura atractiva y en alza desde el propio mundo concertacionista de centroizquierda. Ya desde fines de mayo, la campaña de Frei buscó, con diversas estrategias y sin demasiado

Criterio Piñera Frei MEO Arrate Ninguno

Más confianza para enfrentar (octubre 2009) % que menciona al candidato respectivo

Crisis económica mundial 41 25 11 2 15

Salud 34 25 18 5 12

Delincuencia 44 20 15 2 12

Inflación 41 24 13 2 13

Educación 34 25 18 5 11

Transporte público 38 23 16 3 13

Desempleo 42 23 15 3 12

¿Usted diría que es sincero o manipulador? % que responde positivamente

Sincero (agosto 2009) 36 39 40 11 –

Sincero (octubre 2009) 30 32 42 26 –

Tabla 2Evaluación de atributos y habilidades de los candidatos presidenciales, 2009

Fuente: Elaboración propia con datos de las encuestas CEP de agosto y octubre de 2009.

46 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 47PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

éxito, frenar el crecimiento de la candidatura de MEO. Como vemos en la siguiente sección, la irrupción de MEO pavimentó el camino para la derrota de Frei. El ingreso de Enríquez-Ominami a la campaña fue inicialmente una mala noticia para Piñera en el mediano plazo, pues casi garantizaba la segunda vuelta, pero constituyó una muy buena noticia en el corto plazo, porque sig-nificaba un gigantesco dolor de cabeza y un obstáculo difícil de sortear para la ya alicaída y cuesta arriba candidatura concertacionista de Eduardo Frei.

La campañaSi bien comenzó oficialmente en septiembre con la inscripción de las cuatro

candidaturas presidenciales ante el Servicio Electoral, la campaña presidencial ya había entrado en tierra derecha varios meses antes. Después de las primarias concertacionistas del domingo 5 de abril, los cuatro candidatos presidenciales se enfrascaron en una intensa disputa por los cada vez menos disciplinados y más apartidistas electores. La Figura 5 muestra una relación de todas las en-cuestas de opinión que fueron publicadas en periódicos y medios de comuni-cación entre enero y diciembre de 2009. Queda en evidencia el favoritismo de Sebastián Piñera, quien lideró las encuestas durante todo el año. Pero también parece evidente que la contienda estaba bastante abierta y que Frei tenía bue-nas posibilidades de conseguir la victoria. La ventaja de Piñera sobre Frei era inferior a 10 puntos porcentuales. Un error de Piñera, la materialización del anticipado crecimiento en el apoyo a Frei –producto del efecto Bachelet– o la posibilidad de que la emergente candidatura presidencial de MEO se disipara y esos votantes más proclives a la coalición centroizquierdista volvieran al redil mantuvieron a la opinión pública expectante. La campaña importaba. Los esfuerzos de los candidatos, sus partidos, las coaliciones, el gobierno y otros actores involucrados se hicieron evidentes. Los partidos parecían jugarse la vida casi diariamente. En cierto modo, era verdad. La contienda fue especial-mente cerrada y el resultado final aparecía incierto. No había dudas de que Piñera terminaría en primer lugar. Pero sí había dudas respecto a qué tan cerca de la mágica mayoría absoluta estaría el candidato de derecha. También había dudas, aunque decrecientes a medida que se acercaba el día de la elección, sobre la posibilidad de que MEO sorprendiera a la Concertación y se hiciera con el segundo lugar.

Finalmente, el 14 de diciembre de 2009, los casi siete millones de chilenos que emitieron votos válidos en la quinta elección presidencial realizada en el país desde el retorno de la democracia despejaron las dudas. Colectivamente, los chilenos produjeron el mayor sismo electoral en la historia de la demo-cracia chilena posdictadura. Con un 44,1% de los votos, Sebastián Piñera

obtenía la primera mayoría relativa y quedaba a un paso de convertirse en presidente de Chile. El candidato de la Concertación, Eduardo Frei, no al-canzaba siquiera el 30% de los votos, el peor desempeño para un aspirante presidencial de la otrora invencible coalición centroizquierdista. La sorpresa de la campaña, Marco Enríquez-Ominami, obtenía un respetable –pero en última instancia insuficiente– 20% de la votación.

La derrota concertacionista no se limitaba a la contienda presidencial. La Alianza también obtuvo la primera mayoría relativa de votos en la elección

Fuente: Observatorio Electoral de la Universidad Diego Portales.

Otros/NS/NRSebastián Piñera Eduardo Frei Marco Enríquez-Ominami Jorge Arrate

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Figura 5Intención de voto presidencial, enero-diciembre 2009, en % (serie de todas las encuestas publicadas)

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de diputados, logrando por primera vez desde el retorno de la democracia más escaños que la Concertación. Como ya ha venido siendo costumbre en elecciones anteriores, y gracias a las distorsiones que produce el sistema bi-nominal, en el Senado se dio un empate en escaños, aunque la Concertación obtuvo una leve mayoría en votos. De ahí que los resultados de la primera vuelta constituyeran la peor combinación posible de noticias para la coalición oficialista. No era cierto que había sólo un problema de mal candidato. La Concertación también bajó su votación en las elecciones legislativas. Pese a haber logrado un pacto de no exclusión con el Partido Comunista, la votación de la coalición centroizquierdista cayó a sus peores niveles desde sus gloriosos inicios en 1988. Toda la Concertación, no sólo su candidato presidencial, estaba en problemas.

Si bien la campaña para la segunda vuelta del 17 de enero de 2010 fue también intensa, la dinámica de esa contienda fue muy distinta a la de las elecciones anteriores. El sismo electoral del 14 de diciembre había remecido los cimientos del orden político nacional. El 44% conseguido por Sebastián Piñera –si bien levemente inferior a la suma de votos de Piñera y Lavín en 2005– hacía muy difícil una victoria concertacionista. Aunque la sumatoria de votos de Frei, MEO y Arrate alcanzaba al 56%, suficiente para garantizar una holgada victoria de las fuerzas centroizquierdistas, la posibilidad de unión de los tres candidatos que provenían del mundo de la Concertación aparecía como un proyecto casi imposible de lograr. Como en una tragedia griega, los distintos actores políticos del mundo concertacionista, en su definición más amplia, incluidos Frei, MEO y Arrate, parecieron hacer todo lo necesario para

impedir la unidad de las fuerzas que en 1988 se habían identificado con el No. La victoria de Piñera en la segunda vuelta del 17 de enero fue la confirmación de este proceso electoral que se había desencadenado meses antes y que pare-ció confirmarse como inevitable la noche de la primera vuelta. En ese sentido, si el 14 de diciembre hubo un sismo electoral que remeció el orden político imperante desde el retorno de la democracia, la noche del 17 de enero se sin-tió una secuela, poderosa, pero que sólo confirmaba que el electorado chileno había mayoritariamente decidido alterar los equilibrios políticos y entregar el poder a una coalición de derecha que no había alcanzado el Palacio de la Moneda a través de mecanismos democráticos desde la elección presidencial de 1958. La noche del 17 de enero, cuando saludó a un público entusiasmado pero todavía algo incrédulo, Sebastián Piñera coronó una campaña política que incuestionablemente entrará en los anales de la historia de Chile. Un adi-nerado y hábil empresario, con una carrera política controvertida pero exitosa, lograba lo que por dos décadas pareció un objetivo imposible: derrotar a la coalición centroizquierdista que por más tiempo había gobernado al país. El sismo electoral de 2009 fue doblemente histórico, tanto por la victoria del pri-mer candidato de derecha en cincuenta años como por la inapelable derrota de la Concertación.

3. Los capítulos de este libroEl concepto de sismo inevitablemente evoca dolorosos recuerdos y anuncia

destrucción; la metáfora de fallas geológicas ha sido ampliamente utilizada en la ciencia política. El concepto de clivajes electorales que definen los or-denamientos y equilibrios en el sistema de partidos se inspira en la idea de masas tectónicas que se mueven lenta pero inescrutablemente para redefinir el paisaje político. En ese sentido, los sismos políticos no tienen por qué ser tan traumáticos como los terremotos. Redefinen el paisaje, ciertamente. También causan víctimas políticas. Pero, a diferencia de las fatalidades de los terremo-tos, las víctimas políticas pueden renacer. Los daños de los sismos políticos afectan a los partidos perdedores, no a todo el país. Por eso, aunque la metá-fora del sismo electoral pudiera evocar recuerdos dolorosos, la usamos tanto por razones de publicidad –en eso no pretendemos engañar a nadie– como porque curiosamente el concepto no es ajeno a la ciencia política cuando se trata de analizar cambios en patrones relativamente estables de preferencias electorales.

Este libro está compuesto por diez capítulos. La primera parte del volumen está dedicada al análisis de las bases electorales de los candidatos presidencia-les. Hay un capítulo para cada candidato. En el primero, Mauricio Morales y

Presidencial, primera

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Senadores (%)**

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Concertación 29,6 48,4 43,4 55 45,1 9

Juntos Podemos Más 6,2 – * 3 –

Nueva Mayoría (MEO) 20,1 – 4,6 – 4,9 –

Chile Limpio y otros – – 7,6 5 6,7 –

Votos válidos 6.937.519 6.942.601 6.539.570 120 1.868.994 18

Tabla 3Resultados de las elecciones 2009-2010

* En diputados, la Concertación y el Juntos Podemos Más presentaron una lista única. ** Hubo elecciones para senadores en 9 de las 19 circunscripciones senatoriales.*** En diputados y senadores electos se considera el total de escaños.Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

50 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 51PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

María José Sánchez analizan los apoyos a Sebastián Piñera, sugiriendo que su éxito se explica, en parte, por el progreso de su adhesión en los segmentos más pobres en comparación a su campaña de 2005. De igual forma, destaca el in-cremento de su votación en los más jóvenes, comparando también con 2005.

El segundo capítulo está dedicado a la candidatura de Frei. Acá, Alberto Espinoza, Mauricio Morales y Lucas Perelló describen las bases electorales del candidato, subrayando los problemas de su campaña y la dificultad para aproximarse a electores jóvenes. Sostienen que su candidatura estuvo estric-tamente anclada en electores más añosos y, principalmente, de bajo nivel so-cioeconómico. Si bien su desempeño mejoró en la segunda vuelta, no fue capaz de sumar las votaciones de Arrate y de Enríquez-Ominami.

El tercer capítulo, escrito por Martín Schuster y Rodrigo Osorio, es sobre Enríquez-Ominami. Los autores enfatizan en el avance de su candidatura en términos de atributos presidenciales y en la mayor credibilidad ciudadana que poco a poco fue logrando. De igual forma, puntualizan que el candidato, a pesar de competir como independiente, representó las bases electorales ha-bituales de la Concertación. Es decir, obtuvo un mejor rendimiento en las comunas con Índice de Desarrollo Humano medio respecto a las más ricas y más pobres.

Finalmente, Carolina Garrido estudia las bases electorales de Jorge Arrate. Su conclusión central es que, contrario a lo esperado considerando la trayec-toria histórica del voto del Partido Comunista en la democracia pre 1973, Arrate logra mejor desempeño en los segmentos de mayores ingresos. Esto también se ve reflejado en el rendimiento comunal. Así cierra la primera par-te del libro. El análisis de las candidaturas presidenciales permite mapear de manera sistemática el perfil de los votantes y el desempeño electoral de cada candidato.

La segunda parte del libro consta de una serie de artículos dedicados a cuestiones anexas a la carrera presidencial. Abarca desde estudios muy con-cretos sobre algunas coaliciones, hasta el análisis, desde distintos ángulos, de la crisis de representación en Chile. El objetivo de esta segunda parte consiste en analizar temas que, si bien no se asocian directamente con el resultado de la elección presidencial, sí permiten comprender sus implicancias en un con-texto más amplio.

En el capítulo 5, Gonzalo Contreras describe muy detalladamente la evo-lución de la Concertación, poniendo especial énfasis al escenario previo a la elección presidencial con las divisiones políticas y el surgimiento de los “dísco-los”. El autor hace un repaso del desempeño electoral de la coalición y busca las causas de su desplome. Si bien se concentra en las causas de corto plazo, no

descuida la trayectoria histórica de la coalición y los factores que, en el tiempo, explican su derrota.

En el capítulo 6, Javiera Campos, Carlos Cantillana y Antonio Poveda estudian las bases electorales del Partido Comunista. Coincidiendo con el trabajo de Carolina Garrido, concluyen que, en efecto, la votación del PC está anclada en los segmentos socioeconómicos medio-altos, mostrando me-nor fuerza electoral en los sectores más pobres. Sugieren que esto bien puede explicarse por la competencia directa que el PC tiene con la UDI en las zonas populares.

En tanto, en el capítulo 7, Kenneth Bunker muestra las continuidades y cambios en la composición de la Cámara de Diputados en Chile. Su acento está puesto sobre los niveles de incumbencia y la duración de las carreras de los diputados. El trabajo aporta en la línea de caracterizar a nuestros congresistas y medir el nivel de éxito que tienen los titulares que buscan la reelección.

En el capítulo 8, Daniela Oliva analiza el voto femenino y constata que, a pesar de que las mujeres votaron más por Bachelet en 2005, en 2009 parecen haber retomado su tendencia más conservadora. Su planteamiento central es que la elección de 2005 fue más la excepción que la regla. A pesar de que Bachelet logró la solidaridad de género en esos comicios, ésta desapareció en 2009 y las mujeres volvieron a votar más por el candidato de derecha.

Para finalizar, hay dos capítulos que tocan, desde distintos ángulos, la crisis de representación. Patricio Navia, Martín Schuster y Javier Zúñiga estudian las candidaturas independientes en el marco de un desapego generalizado ha-cia los partidos políticos. Sostienen que, si bien la institucionalidad no facilita la competencia de los independientes, éstos se las han arreglado para ir ganan-do terreno. Finalmente, el capítulo de Fernando Rubilar analiza la desafección hacia los partidos desde las encuestas de opinión. Su argumento central es que, a pesar de los bajos niveles de identificación partidaria, existe un número cada vez más significativo de ciudadanos que de todas formas prefiere a algún candidato. Esto retrataría el cambio desde una competencia centrada en par-tidos hacia otra centrada en candidatos, cuyos niveles de personalización son sustantivamente más altos.

Consideraciones metodológicasEl libro se nutre, básicamente, de los modelos clásicos de la conducta elec-

toral. Para ello se utilizan dos fuentes de datos. En primer lugar, resultados electorales por comuna, a lo que se adiciona información socioeconómica proveniente de la encuesta CASEN. En segundo lugar, resultados de las en-cuestas de opinión. Se utilizan las encuestas ICSO-UDP y CEP. Para sortear

52 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 53PRÓLOGO / eL sismO eLectORaL de 2009

algunos problemas asociados a la falacia ecológica, las hipótesis de los autores son contrastadas mediante estas dos fuentes de datos.

Técnicamente, se recurre al análisis estadístico descriptivo e inferencial. Se incluyen algunos modelos probit o logit considerando el carácter de la va-riable dependiente al analizar la intención de voto por cada candidato. Al mismo tiempo, se añaden simulaciones estadísticas realizadas con el software R (paquete zelig), particularmente al relacionar el porcentaje de votación por comuna y algunas características socioeconómicas de la población. Esto, a fin de mostrar los resultados de manera gráfica sin perjuicio de que, en algunos casos, se incluyan las respectivas tablas. Cada modelación está debidamente controlada a fin de no caer en relaciones o asociaciones espurias. Para ello recurrimos a las mencionadas escuelas de la conducta electoral. Acá se su-gieren las variables de control más utilizadas en la literatura. Para el caso de las encuestas, estas variables típicas son sexo, edad, nivel socioeconómico y educación. Para el análisis lineal, en tanto, y de acuerdo al resultado electoral por comuna, las modelaciones son controladas en serie de tiempo. Por ejem-plo, si se está explicando la votación por Frei en 2009 de acuerdo al Índice de Desarrollo Humano comunal, es necesario incluir como primer predictor al resultado de Bachelet en 2005. Esto permite capturar, en cierta medida, los cambios que se producen entre una elección y otra, siendo más preciso en la detección de los determinantes.

Cada capítulo está escrito en función del contexto histórico que hemos en-tregado en este prólogo. El lector encontrará algunos detalles relativos a, por ejemplo, datos biográficos de los candidatos presidenciales. No obstante, la historia como tal se encuentra en el prólogo y, por tanto, se hace necesaria una lectura conjunta. El objetivo de los capítulos está en responder preguntas muy específicas y en contrastar las hipótesis centrales. Ciertamente, estas hipótesis tienen el fundamento teórico necesario y cada capítulo referencia la literatura que permite sostenerlas.

4. AgradecimientosEste libro es fruto del trabajo desarrollado por el Observatorio Electoral de

la Universidad Diego Portales. El Observatorio está compuesto por estudian-tes, egresados y titulados de la carrera de ciencia política. La primera experien-cia en la redacción de libros fue El genoma electoral, publicado por esta misma editorial en 2009. Los investigadores asociados y asistentes del Observatorio Electoral de la UDP también han publicado estudios en distintas revistas aca-démicas y han redactado una serie de documentos de trabajo que están dispo-nibles en www.icso.cl/investigaciones.

Este libro no habría sido posible sin el respaldo del decano de la Facultad de Ciencias Sociales e Historia de la UDP, Manuel Vicuña, quien ha apo-yado decidida y constantemente las iniciativas del Observatorio. De igual forma, agradecemos la oportunidad que periódicamente nos brinda la Uni-versidad Diego Portales para participar de los concursos por proyectos estra-tégicos y proyectos semilla. Gracias a estos fondos hemos podido financiar al Observatorio tanto en la generación de este libro como en la conformación de una amplia base electoral. En el libro hacemos uso de las bases de datos de la serie de encuestas nacionales ICSO-UDP, que desde 2005 han venido anualmente tomando una cuidadosa fotografía de la sociedad chilena y su evolución. Agradecemos el compromiso de la UDP con la investigación en ciencias sociales.

De igual forma, damos crédito del respaldo que hemos recibido desde la di-rección de la Escuela de Ciencia Política, que eficientemente encabeza Rossa-na Castiglioni, y del director del Instituto de Ciencias Sociales (ICSO), Clau-dio Fuentes, quien se ha esmerado en que nuestras investigaciones rebasen las barreras estrictamente académicas y sean útiles para la toma de decisiones en otros ámbitos. Los colegas del Instituto de Ciencias Sociales de la UDP y nuestros colegas de la Escuela de Ciencia Política también han nutrido nues-tro trabajo añadiendo perspectivas que a veces los electoralistas y estudiosos de los sistemas de partidos no tenemos en cuenta. El personal administrativo también ha jugado un rol clave, facilitando las actividades del Observatorio. También queremos reconocer el apoyo financiero de un proyecto Fondecyt (número 1085243) durante el proceso de investigación y análisis de los capí-tulos de este libro.

Los editores compartimos con los autores de los capítulos respectivos la responsabilidad por cualquier error u omisión en el texto. Pero comparti-mos también, y esto con innegable orgullo, la grata experiencia de trabajar con un equipo de jóvenes y promisorios politólogos que, con rigurosidad metodológica y solidez empírica, dan cuenta de los detalles y razones que explican el sismo electoral de 2009. Porque sabemos que habrá nuevos sis-mos electorales en el futuro nacional, nos satisface también presentar a estos jóvenes profesionales que estarán preparados para explicarlos y, en la medida de lo posible, también ayudar a predecirlos y anticiparlos.

Finalmente, Patricio Navia agradece a Macarena Donoso Rojas, por ense-ñarle que algunos sismos pueden transformar radicalmente el estado de las cosas y hacer que la vida sea más feliz. Mauricio Morales, en tanto, agradece el particular apoyo de su hijo, quien, a su corta edad y casi sin darse cuenta, ha sido testigo de uno de los cambios políticos más importantes de la histo-

54 mauRiciO mORaLes / PatRiciO navia 55La seGunda es La vencida: PiñeRa y sus bases de aPOyO

ria reciente de Chile. Agradecemos muy especialmente el apoyo de Andrés Braithwaite en la edición del texto. Su ayuda fue importante para mejorar y corregir partes sustantivas del escrito.

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57La seGunda es La vencida: PiñeRa y sus bases de aPOyO

Capítulo 1

La segunda es la vencida:Piñera y sus bases de apoyoMauricio Morales / María José Sánchez

PresentaciónY finalmente se produjo la alternancia. Luego de dos elecciones presiden-

ciales competitivas la derecha llegó al poder por la vía democrática. En 1999 Joaquín Lavín estuvo a 31.140 votos de ganar la elección y forzó una segunda vuelta, mientras que en 2005 la derecha compitió con dos candidatos y tam-bién logró avanzar hacia el segundo turno. En esa ocasión fue Sebastián Piñera quien, en desmedro de Lavín, peleó la presidencia con Michelle Bachelet. Salió derrotado, pero nuevamente lo intentó: 2009 sería su año.

Piñera se vio favorecido por el contexto político de 2009. La división concertacionista fue un punto de inflexión para estas elecciones no sólo por la fuga de diputados y senadores del PS, PDC y PPD, sino también por la irrupción de Marco Enríquez-Ominami como candidato presidencial inde-pendiente. En la práctica, la Concertación compitió con dos candidatos cuyas bases electorales jamás sumarían en una segunda vuelta. De hecho, los votan-tes socialistas tenían tres opciones en esta elección presidencial: Eduardo Frei por la Concertación, Jorge Arrate (ex miembro de la Concertación y del PS) por el Juntos Podemos, y Marco Enríquez-Ominani. Los perfiles de votación de Frei y Enríquez-Ominami eran opuestos particularmente al considerar la edad. Los más jóvenes estaban con Enríquez-Ominami y los mayores con Frei. Esto también se replicó por nivel socioeconómico: mientras Frei tenía mayor arraigo en los sectores de menores ingresos, Enríquez-Ominami lo ha-cía en los segmentos medios.

A estas diferencias por edad e ingresos se suma el distanciamiento político de ambos candidatos. Enríquez-Ominami se hizo parte del descontento con la Concertación y marcó fuertes diferencias con su representante. En la primera fase de la campaña, incluso, Enríquez-Ominanmi fue sustantivamente más agresivo con Frei que con el propio Piñera. Criticó ácidamente su gobierno,

58 mauRiciO mORaLes / maRía JOsé sánchez 59La seGunda es La vencida: PiñeRa y sus bases de aPOyO

cuestionó la altura moral de Frei en caso de que llegara nuevamente al poder y formó una lista parlamentaria que tenía como objetivo desbancar a algunas figuras de la Concertación. En esto último fracasó rotundamente, pues tanto Pepe Auth (presidente del PPD) como Marcelo Schilling (candidato a diputa-do del PS) salieron victoriosos ante la competencia de los candidatos del pacto Nueva Mayoría que apoyó a Enríquez-Ominami.

Este escenario de competencia en la Concertación terminó por favorecer a Piñera. Sólo hubo algunos intercambios bruscos con Enríquez-Ominami en un debate televisivo, pero que no hizo mella en el apoyo ciudadano que Piñera ostentaba a esas alturas. Ni siquiera la referencia de Frei al informe de Trans-parencia Internacional, donde se le acusaba de hacer mal uso de información privilegiada en la compra de acciones, perjudicó su estrategia de campaña. Al parecer, el vínculo entre política y negocios no fue sancionado por los electores. De hecho, Piñera no se deshizo de sus acciones antes, durante ni inmediatamente después de la elección.

Un segundo elemento de contexto para la campaña fue la alta popularidad de la presidenta Bachelet. Dicha popularidad obedecía principalmente a un apoyo ciudadano personal hacia la mandataria y su gobierno, pero que, en ningún evento, se transformó en un respaldo institucional hacia la obra de la Concertación, de sus partidos y, por cierto, de su candidato presidencial. Tampoco es prudente catalogar la popularidad de Bachelet como “cariñocra-cia”, pues bajo su administración se enfrentó exitosamente la crisis económica internacional y se implementó un amplio programa de protección social diri-gido hacia los sectores más desposeídos. No obstante, y según los datos de la encuesta ICSO-UDP de octubre de 2009, de los que aprobaban a Bachelet sólo el 28% votaba por Frei, el 18,5% por Enríquez-Ominami y el 25,5% por Sebastián Piñera, considerando sólo los inscritos.

Entonces, la candidatura del empresario contó con variables políticas que facilitaron su triunfo. Es decir, la división del oficialismo y una alta populari-dad presidencial que no se tradujo en un respaldo institucional hacia la Con-certación. Adicionalmente, Piñera implementó una campaña que lo mostró en una faceta de estadista y con llegada a los sectores populares, característica que no mostró en las presidenciales de 2005. Nuevamente se acuñó el con-cepto de “cambio”, lo que no desbordó en una crítica permanente hacia la obra de la Concertación, sino en los desafíos del Chile del Bicentenario. En el comando de Piñera se tenía cierta claridad de que el discurso crítico hacia la Concertación era tarea de Enríquez-Ominami, quien la cumplió a cabalidad.

Este trabajo lo dividimos en tres partes. En primer lugar, mostramos la trayectoria de Piñera como actor político desde su irrupción en 1989 como

candidato a senador por la circunscripción Santiago Oriente. En segundo lu-gar, mostramos la evolución de los apoyos hacia la derecha en las elecciones presidenciales y parlamentarias desde 1989, constatando que, en efecto, la coalición ha reducido tanto su magnitud de votación cruzada como el nivel de volatilidad. Esto da cuenta de la mayor estabilidad en sus patrones de vota-ción, lo que, en parte, explica su éxito en 2009. En tercer lugar, identificamos el perfil de la votación por Piñera en estas últimas elecciones, realizando una comparación con 2005 particularmente en cuanto al nivel socioeconómico de los encuestados. Sostenemos que acá estuvo una de las claves de la elección. Es decir, que Piñera efectivamente logró cautivar a los segmentos más pobres y de clase media-baja. Cotejamos esto analizando su votación de acuerdo al Índice de Desarrollo Humano comunal.

Piñera: el político y el empresarioSebastián Piñera es una de las figuras más controversiales de la política chi-

lena. Ha destacado principalmente en el ámbito empresarial. Esto le ha cos-tado fuertes cuestionamientos por los posibles conflictos de intereses entre su función privada y su función pública. Por lo mismo, su gran desafío en la presidencia será demostrar que el éxito empresarial y la actividad política son efectivamente compatibles.

Nació el 1 de diciembre de 1949 y es el tercero de cinco hermanos del matrimonio de José Piñera Carvallo y Magdalena Echeñique Rozas. Cuando tenía dos años, los Piñera Echeñique partieron a Estados Unidos, ya que José Piñera dirigiría la oficina recién abierta de la CORFO en Nueva York (Marvel, 2009). Tras su retorno a Chile estudió en el Colegio Verbo Divino entre 1955 y 1964, donde según varios de sus compañeros se destacaba por “ser rápido intelectualmente y atropellador en las formas”, así como por manifestar un especial interés por “los temas profundos y sofisticados” (Salazar, 2009: 22).

En 1968 entró a estudiar ingeniería comercial en la Pontificia Universidad Católica de Chile. Ahí participó en la vida política como simpatizante de la DC, el mismo partido de su padre (Marvel, 2009). Terminó su carrera en 1971 y se le otorgó el Premio Raúl Iver al mejor alumno de la generación (Marvel, 2009). Posteriormente se desempeñó como profesor en diferentes casas de estudio y en 1973 obtuvo la Beca Fullbright para estudiar en la Uni-versidad de Harvard (Marvel, 2009: 41). En dicha institución obtuvo un más-ter y luego un doctorado en 1975. Se casó con Cecilia Morel en diciembre de 1973 y tuvieron cuatro hijos.

Cuando Piñera retornó a Chile sus actividades se centraron básicamente en su desarrollo académico y empresarial. Sin embargo, desde el retorno a la

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democracia combinó el manejo e incremento de sus capitales con un fuerte rol político. La primera empresa de Piñera fue la Constructora Toltén, actividad que desarrolló en paralelo con su participación en Infinco y en el Banco de Talca (Salazar, 2009). Posteriormente incursionó en distintos proyectos inmo-biliarios, así como en inversiones de todo tipo. Al menos hasta antes de asumir como presidente, tenía inversiones en unas cuarenta sociedades, como Antar-Chile (1%), BCI (1%), Blanco y Negro (16,08%), Campos (2,05%), Chi-levisión (100%), Cencosud (1%), CMPC (1%), Colbún (1%), Corpbanca (1%), Cristales (1%), CTC (1,1%), Sudamericana de Vapores (2%), Eperva (3%), Forus (2%), Habitat (0,7%), Indiver (1%), Inforsa (3%), Lan Airlines (26%), Madeco (2%), Marinsa (2%), Norte Grande (2%), Pampa Calichera (10,2%), Quiñenco (4,1%), Ripley (2%), Salfacorp (3,6%), Socovesa (2%) y Vapores (2%), entre otras (Salazar, 2009: 150-151).

La cara política de Sebastián PiñeraPiñera nació en una familia muy cercana a la DC y a personeros como

Eduardo Frei Montalva y Patricio Aylwin. En 1980 mostró su posición frente al régimen militar y acudió junto a su padre al “Caupolicanazo”, el primer acto de repudio público al plebiscito constitucional de ese año. Esta oposición le costó su trabajo en el Banco de Talca. Luego votaría contra el régimen de Pinochet en el plebiscito del 5 de octubre de 1988 (Schiessler, 2007).

En 1989 Piñera buscó un cupo parlamentario en el PDC, pero éste le cerró las puertas dadas las demandas del empresario por ocupar cargos protagóni-cos en el partido. No le quedó más remedio que desembarcar en RN, cuyo principal nexo fue Andrés Allamand. En las elecciones de ese año logró un escaño senatorial por la circunscripción Santiago Oriente, compitiendo como independiente por el cupo de RN. Para la presidencial se transformó en gene-ralísimo de Hernán Büchi (Otano, 2006: 94).

Junto a Allamand, Espina y Matthei conformó la “patrulla juvenil” de RN. Se opusieron sistemáticamente al sector más conservador, dirigido por Sergio Onofre Jarpa. En febrero de 1990 se produjo un acuerdo entre Allamand y Piñera, donde se establecía que el primero lucharía por la presidencia del partido y el segundo sería potenciado como candidato presidencial para 1993 (Salazar, 2009).

Los problemas internos en la “patrulla juvenil” no tardaron en llegar. Piñera asumió un completo protagonismo en la campaña municipal de 1992, lo que molestó a la otra aspirante presidencial del grupo, Evelyn Matthei (Cavallo, 1998). Por otra parte, la visibilidad y evaluación positiva de Piñera crecía

sistemáticamente, presentando más de cuarenta puntos porcentuales de eva-luación positiva en agosto de 1992 (CEP, 1992).

La tensión explotó el 23 de agosto de 1992 con el “Kiotazo” o “Piñeragate”. Este suceso consistió en lo siguiente. La línea telefónica de Piñera fue inter-ceptada por personal especializado del Ejército. En la conversación se refería en duros términos a la otra presidenciable del partido, Evelyn Matthei. La cinta de dicha conversación fue dada a conocer públicamente por Ricardo Claro en un programa televisivo de alta sintonía, lo que significó el inmediato cierre de las posibilidades para que Piñera accediera como candidato presiden-cial. Las investigaciones del suceso dieron como culpable a la propia Evelyn Matthei, quien junto a personal del Ejército planificó paso a paso este bullado escándalo (Otano, 1995: 270-272; Allamand, 1999: 306-337). La acción de Claro “lanzó a RN a un proceso de autodestrucción del que no se recuperaría en todo el siguiente lustro y condenó a la derecha a un nuevo papel testimo-nial en las elecciones de 1993” (Cavallo, 1998:174).

La imagen de Piñera quedó por el suelo. En la encuesta CEP de marzo de 1993 un 42,7% de los consultados tenía una opinión negativa del senador, mientras sólo un 24,8% tenía una opinión positiva. Su popularidad siguió a la baja en el periodo siguiente. En el estudio CEP de noviembre y diciembre de 1993 un 35,5% de los encuestados tenía una opinión negativa (ver Gráfi-co 1). Sólo a finales de 1994 su imagen mejoró: un 19% de los encuestados por el CEP tenía una opinión negativa, mientras un 39% daba evaluaciones positivas.

Nuevos aires presidencialesAl culminar su periodo como senador decidió no repostular. A esas alturas

tenía como desafío mayor intentar una candidatura presidencial para 1999. Para cumplir este desafío se enfrentó a Sergio Romero, que representaba al ala conservadora del partido (Schiessler, 2007). Luego de las negociaciones decidieron hacer una campaña conjunta, pero poco tiempo después Romero decidió bajarse ante la fuerza de los otros competidores, Ricardo Lagos y Joa-quín Lavín. Frente a este escenario Piñera siguió en campaña, pero finalmente decidió dar un paso al costado y respaldar irrestrictamente al candidato de la UDI (Schiessler, 2007).

En 2000 Piñera se enfocó básicamente en sus inversiones. El traspié polí-tico lo retrajo nuevamente al mundo privado (Schiessler, 2007). Pese a esto, se transformó en un posible aspirante al Senado dada la estrategia de RN para contrarrestar la expansión de la UDI (Schiessler, 2007). El 26 de mayo

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de 2001 Piñera fue electo con apoyo unánime como nuevo presidente del partido. La misión que enfrentaba no era menor, pues debía reposicionar a RN dentro de la Alianza y evitar ser avasallada por la UDI (Schiessler, 2007: 60). Durante las negociaciones, exigió un equilibrio razonable de escaños para cada partido y que Lavín apoyara igualitariamente a todos los candidatos, independientemente de su militancia (Schiessler, 2007).

La tensión entre ambos partidos aumentó con el anuncio de Piñera de ser candidato a senador por la Quinta Región Costa. Para esa circunscripción la UDI tenía al ex comandante en jefe de la Armada, Jorge Arancibia. Como Pi-ñera era un candidato altamente competitivo y riesgoso para las aspiraciones de Arancibia, la UDI presionó para que declinara su opción. Y así lo hizo. En nom-bre de la unidad de la Alianza y con el objetivo de ganar la presidencial, Piñera decidía dar un paso al costado. Nuevamente, la UDI había ganado el duelo.

En su paso por la presidencia de RN Piñera incrementó su visibilidad pública y además unió al partido en torno a su nombre. La encuesta CEP de diciembre de 2001 le dio un 37,7% de opiniones positivas y un 19,3% negativas (ver Gráfico 1). En diciembre de 2002 la opinión positiva llegaba a un 36,2%, dis-minuyendo levemente en comparación al estudio de diciembre del año anterior.

Pese a que Piñera depuso su candidatura por el bien de la coalición, un nuevo incidente estalló con el caso Spiniak el año 2004. Esto fue motivo de conflicto entre Piñera y Longueira, presidente de la UDI. El desastre fue tal, que Lavín les solicitó a ambos dejar la presidencia de los partidos. Este mo-mento fue tenso, humillante y con cierto sentido de traición para Piñera. Sin siquiera consultarle “lo sacan de la presidencia del partido” con ayuda de su amigo Andrés Allamand (Schiessler, 2007). Es así como Piñera se retrae nue-vamente al mundo privado.

El segundo intento por llegar a La MonedaTras la abrupta salida de Piñera de la presidencia de RN, en el partido que-

dó la incómoda sensación de ser los segundones de la derecha. Diversos per-soneros de la colectividad comenzaron a cuestionarse en silencio el liderazgo que representaba Lavín, así como el apoyo que RN le daría para las próximas presidenciales. A esto se sumó la baja de Lavín en las encuestas meses antes del consejo general de RN, donde el gremialista sería proclamado. En este con-texto surgió la candidatura presidencial de Piñera. No obstante, Sergio Diez, presidente del partido, junto a Alberto Espina y Andrés Allamand tranquiliza-ban a los gremialistas y aseguraban el apoyo de RN a Lavín (Schiessler, 2007).

El consejo general de RN fue el 14 de mayo de 2005 y optó por la candi-datura presidencial de Piñera. De los 300 consejeros, 240 estuvieron a favor

de la iniciativa. Con el eslogan “Con Piñera se puede”, el flamante candidato comenzó su campaña por todo Chile. En las mediciones CEP de junio y julio se observó un incremento de las opiniones positivas hacia Piñera, que llegaron al 44,1%, mientras que las negativas bordearon el 19% (ver Gráfico 1).

Piñera se negó a la realización de primarias en la Alianza. Nada lo haría cambiar su decisión de ser candidato presidencial y menos ponerse en riesgo en una elección interna donde la maquinaria UDI podría aniquilarlo nueva-mente. Su popularidad siguió en alza. En el estudio CEP de octubre y no-viembre, un 51,7% de los encuestados manifestaba opiniones positivas hacia Piñera, mientras que las negativas llegaban casi al 14%. De paso, dejó fuera de competencia a Soledad Alvear, quien luego de la irrupción de Piñera cayó sistemáticamente en sus niveles de popularidad.

En la primera vuelta de 2005 Piñera derrotó a Lavín. El margen fue estre-cho. Mientras el RN lograba un 25,41%, el gremialista quedaba relegado a un tercer lugar con el 23,23%. Debía enfrentar a Bachelet en la segunda vuelta. La campaña del piñerismo instituyó como eslogan “Chile quiere más, Piñera más Presidente”. A pesar del buen resultado de la derecha en la primera vuel-ta, Piñera no fue capaz de capturar toda la votación de Lavín y perdió por un 46,5% frente a un 53,5% de Bachelet.

La tercera es la vencidaEn 2006 Piñera retomó sus negocios. Sin embargo, su figuración política

era manifiesta. El estudio CEP de junio-julio de ese año mostraba que un 43% tenía una opinión positiva de Piñera y un 23% una opinión negativa. Estos porcentajes se mantuvieron casi sin variación el resto del año.

En 2007 se le acusó de hacer mal uso de información privilegiada para la compra de acciones de LAN (Sánchez, 2009). La Superintendencia de Valores y Seguros (SVS) le aplicó una multa y Piñera acusó intervención del gobierno en este fallo (Schiessler, 2007). De ahí en adelante se concentró en su opción presidencial formando grupos y comisiones de trabajo. Si bien la UDI no lo había confirmado como el presidenciable del partido, era el candidato de la Alianza que contaba con mayor respaldo.

En miras de la elección presidencial, la estrategia de la derecha fue destruir la imagen del ex presidente Lagos. Se impuso la tesis del “desalojo” elaborada por Allamand (2007). Se buscaba mostrar a la opinión pública todos los erro-res cometidos bajo el gobierno de Lagos. Como segunda estrategia se optó por criticar al gobierno, pero no a la presidenta, dado sus altos niveles de popula-ridad. Y, como tercera estrategia, Piñera no debía entrar en confrontaciones directas. Su actitud debía ser propositiva y no combativa.

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La primera estrategia se cumplió casi a la perfección. Tras algunos meses la popularidad de Lagos cayó bruscamente, anulando cualquier intento de repostulación presidencial. El 8 de diciembre de 2008 Lagos deponía su can-didatura. Tras la renuncia de Lagos sonaba cada vez más fuerte la candidatura de Eduardo Frei Ruiz-Tagle. En enero de 2009 Insulza declinó su postulación y apoyó a Frei. La Concertación se enfrascó en una lucha sin cuartel y con una serie de diputados y senadores “díscolos” que finalmente abandonaron el pacto. Surgió la candidatura de Enríquez-Ominami, agudizando la crisis de la Concertación. Por la derecha, en tanto, Piñera no tenía rivales. Era el candidato único.

La campaña y los recorridos de Piñera estuvieron marcados por el eslogan “Así queremos Chile” y por el concepto de la “nueva forma de gobernar”. RN lo proclamó el 8 de agosto de 2009, mientras la UDI lo hizo el 22 de agosto. Las encuestas le daban amplia ventaja. Tanto los estudios ICSO-UDP como CEP le entregaban alrededor del 40% considerando potenciales votos válidamente emitidos. La encuesta ICSO-UDP mostraba un empate entre Piñera y Frei para la segunda vuelta, mientras que el CEP daba una ventaja sustantiva a Piñera.

Para la campaña de la segunda vuelta Piñera utilizó el eslogan “Súmate al cambio”. Enfatizó en la necesidad de renovación reconociendo los logros de la Concertación, pero también criticando los actos de corrupción y los proble-mas de ineficiencia estatal. A pesar de que su victoria se daba por segura, ganó por sólo 3 puntos. Hasta ahora, ha sido el presidente electo con menos votos desde el retorno a la democracia.

Algunos antecedentes electoralesLa derecha salió derrotada en todas las elecciones hasta 2008. En los comi-

cios de alcalde de ese año venció a la Concertación obteniendo el 40,6% de los votos versus el 38,44% de la coalición oficialista. En 2005 el porcentaje de Piñera más el de Lavín fue superior al de Bachelet en la primera vuelta, pero las votaciones de ambos candidatos no sumaron exactamente en la segunda vuelta. Así y todo, era muy evidente que la derecha acortaba distancia con la Concertación. El hito inaugural de este proceso fue, ciertamente, la candi-datura de Lavín en 1999. Desde estas elecciones la segunda vuelta sería un evento normal y no inviable como fue en las elecciones de 1989 y 1993, en que la distancia entre el candidato de la Concertación y el de la derecha no bajó de los 15 puntos.

El avance electoral de la derecha no estuvo exento de problemas. RN y la UDI tienen fuertes diferencias de origen, particularmente por la procedencia de sus elites (Soto, 2001). Gran parte de los miembros de la UDI participó muy activamente del régimen del general Pinochet, a diferencia de los fundadores de RN (Huneeus, 2001, 2001a). Tales diferencias, que se suman a las disparidades etarias entre ambas elites fundacionales, han generado un cerco de desconfianza entre ambos partidos, que muchas veces ha concluido con severos escándalos comunicacionales. A esto se añade la constante política de chantaje de la UDI sobre RN, particularmente al inicio de la postransición. Con el fin de obtener una negociación favorable frente a las elecciones, la UDI amenazó constan-temente con abandonar el pacto en caso de que sus demandas electorales no fueran satisfechas por RN (Allamand, 1999; Morales, 2004).

Esta tensión entre RN y la UDI puede explicar, en cierta medida, el fracaso electoral en las elecciones presidenciales de 1989 y 1993. De hecho, ninguno de sus candidatos se aproximó al porcentaje del Sí en el plebiscito de 1988. Adicionalmente, tanto Hernán Büchi como Arturo Alessandri (candidatos presidenciales en 1989 y 1993, respectivamente) obtuvieron una votación in-ferior a la de la lista de diputados de la coalición. Büchi recibió todo el respal-do del saliente régimen autoritario, pero no logró las lealtades suficientes en RN. Su pasado como ministro de Hacienda le permitió mayor conocimiento público, pero todos sus esfuerzos fueron estériles ante la candidatura de Patri-cio Aylwin por la Concertación. Además, la derecha sufrió su primera fractura con la candidatura presidencial del independiente Francisco Javier Errázuriz. De hecho, al sumar su votación con la de Büchi, el resultado es muy cercano a lo obtenido por Pinochet en el plebiscito de 1988 (alrededor del 44%).

Alessandri, en tanto, tuvo el peor rendimiento de la derecha en las presi-denciales, con un 24,41%. Para esas elecciones también hubo fragmentación

Las opiniones positivas corresponden a la sumatoria de las opiniones positivas y muy positivas, y las opiniones negativas corresponden a la sumatoria de las opiniones negativas y las muy negativas. Fuente: Elaboración propia con datos de encuestas CEP.

gráFiCo 1Opiniones positivas y negativas sobre Sebastián Piñera, 1990-2009 (%)

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Opinión negativa Opinión positiva

66 mauRiciO mORaLes / maRía JOsé sánchez 67La seGunda es La vencida: PiñeRa y sus bases de aPOyO

de candidaturas. La que más afectó a la derecha fue la de José Piñera, que al-canzó el 6,18%. El triunfo seguro de la Concertación con Frei probablemente hizo que algunos electores de derecha votaran por el candidato oficialista pero manteniendo su opción por los diputados del pacto de su sector (que en ese momento se llamó Unión por el Progreso de Chile). El voto cruzado –es decir, la diferencia entre el porcentaje de votos de la lista de diputados y el del can-didato presidencial– apareció con fuerza en estas elecciones. Los datos indican que en estos comicios la lista de derecha obtuvo más votos que el candidato opositor.

La debilidad de las candidaturas de derecha se corrigió en las elecciones de 1999, con Lavín, y en las de 2005, con el propio Lavín y con Piñera. La emergencia de Lavín en 1999 rompió con la imagen de una derecha arrasada por la Concertación. En una elección muy reñida perdió en segunda vuelta con el candidato de la Concertación, Ricardo Lagos. Era la primera vez que la derecha forzaba el ballotage. Sin embargo, esta derrota trajo beneficios. Si en 1997 la coalición tuvo un desempeño sólo regular en la elección de diputados, alcanzando un 36,25%, la irrupción de Lavín provocó un incremento de 8 puntos para los comicios de 2001, llegando la Alianza a obtener un histórico 44,27%. No igualó la marca de Lavín en las presidenciales, pero obtuvo 57 diputados, 10 más que en 1997.

Para las elecciones concurrentes de 2005 hubo una diferencia de 10 puntos entre la lista de diputados y la sumatoria de los candidatos presidenciales de derecha. Esto nos retrata la falta de consistencia electoral del pacto. Si en las primeras elecciones la coalición fue más que sus candidatos presidenciales, en 2005 se produjo lo contrario. Piñera, muy probablemente, recibió apoyo de votantes de la Concertación, pues su porcentaje fue altamente superior al de su partido en diputados. Seguramente, fueron votantes desencantados de la Concertación, personas de centro y, principalmente, democratacristianos que, ante la inexistencia de un candidato presidencial de sus filas, prefirieron sufra-gar por Piñera, pero no por un candidato a diputado de la Alianza (Izquierdo, Morales y Navia, 2007).

La Concertación ha presentado un mayor equilibrio entre su lista de dipu-tados y sus candidatos presidenciales. Estos últimos han obtenido más votos que el pacto, pero con magnitudes relativamente bajas, de casi 4 puntos en 1989 y 2,5 puntos en 1993. La sorpresa se dio en las presidenciales 2005, donde Bachelet obtuvo casi 6 puntos menos que la Concertación y se vio obligada a enfrentar una segunda vuelta. Sin embargo, en dicha instancia Ba-chelet recuperó el voto de la Concertación, alzándose como presidenta de la república.

En 2009 se produce un cambio significativo. La votación de Piñera en la primera vuelta (44,05%) se aproxima muchísimo a lo que obtuvo su coalición en diputados (43,44%). La Concertación, en tanto, muestra el comporta-miento opuesto. Naturalmente, la división de sus candidaturas presidenciales provocó un incremento muy sustantivo en la magnitud de votación cruzada. No obstante, al sumar los porcentajes de Frei y Enríquez-Ominami y compa-rando el resultado con el porcentaje de la Concertación en diputados, aqué-llos y éste tienden a asimilarse. De todos modos, queda una diferencia de 5 puntos.

La Tabla 1 sintetiza estos resultados de acuerdo a cada elección. Hemos realizado algunas sumatorias a fin de hacer comparables los datos. Para 1989 se suman Büchi y Errázuriz, para 1993 Alessandri y Piñera, para 2005 Piñera y Lavín, y para 2009 Frei y Enríquez-Ominami. La última fila muestra los resultados considerando sólo la candidatura de Frei. Como se advierte, es la elección de 2009 la que marca un quiebre en la tendencia. La derecha pasa a ser más consistente dada la similitud entre el porcentaje de votación de su candidato presidencial y su lista parlamentaria, mientras que la Concertación presenta la evolución opuesta. La Tabla 2, en tanto, muestra los resultados de 2009 incluyendo la elección de senadores, donde también se advierte la con-sistencia electoral de la Coalición por el Cambio. Si bien Enríquez-Ominami compitió como independiente, lo incluimos en el pacto Nueva Mayoría, con-siderando que apoyó explícitamente a los candidatos de esta lista.

Respecto a la volatilidad, el cálculo lo hacemos con datos comunales y no con agregados nacionales, a fin de capturar el máximo de variación posible. Dejamos en claro ciertas limitaciones. En primer lugar, que trabajamos sólo con elecciones presidenciales y no con las parlamentarias. En este último caso, el análisis es más complejo aun, pues, como no siempre son los mismos parti-

Tabla 1Voto cruzado en la Alianza y la Concertación, 1989-2009 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

Alianza Concertación

Presidencial(a)

Diputados(b)

Diferencial(a-b)

Presidencial(c)

Diputados(d)

Diferencial(c-d)

1989 44,83 34,18 10,65 55,17 51,49 3,68

1993 30,59 36,68 -6,09 57,98 55,400 2,58

2005 48,64 38,72 9,92 45,96 51,76 -5,800

2009 44,05 43,44 0,61 49,73 44,36 5,37

2009 (sólo Frei) – – – 29,600 44,36 -14,76

68 mauRiciO mORaLes / maRía JOsé sánchez 69La seGunda es La vencida: PiñeRa y sus bases de aPOyO

dos los que compiten en idénticos distritos entre una elección y otra, el cálculo se distorsiona. Por ejemplo, si en el distrito A el partido X obtuvo el 20% en las elecciones de 2005 y en 2009 no compitió por ese distrito, la volatilidad sería de 20 (20%-0%). Pero ése es un resultado engañoso, pues implicaría suponer que ese partido obtuvo cero votos en 2009, cuando en realidad no compitió por el distrito. Así, lo más razonable sería efectuar el cálculo por coalición.

En segundo lugar, hay un problema de medición. Imaginemos un distrito donde el partido A obtiene el 20% en 2005 y también en 2009, y que el partido B obtiene el 80% en estos dos comicios. La volatilidad sería 0, ya que ninguno de los dos partidos en competencia experimentó variación entre am-bas elecciones. Sin embargo, está la posibilidad, llevada al extremo, eso sí, de que todos los electores del partido A votaran por el partido B, y que el 20% que obtiene el partido A en 2009 provenga de antiguos votantes del partido B. Si bien la volatilidad sigue siendo 0, el cálculo esconde toda la movilidad del electorado entre ambos comicios.

Para este artículo calculamos la diferencia entre la votación de los candidatos presidenciales de 2009 pertenecientes a las dos coaliciones más grandes (Piñera y Frei) y la votación de 2005 en la primera vuelta. Acá sumamos a Piñera y La-vín a fin de calcular el peso electoral de la Alianza en cada comuna, sin perjuicio de que en la segunda vuelta de 2005 ambos candidatos no sumaran exactamen-te. Hacemos lo mismo con Frei y Enríquez-Ominami (MEO) en 2009.

La última precisión técnica radica en la fórmula de cálculo. Si bien realiza-mos la operación básica respecto a la resta entre una elección y otra según el

porcentaje de cada candidato presidencial llevado a su valor absoluto, debe-mos efectuar una ponderación de dichos datos de acuerdo a los votos emitidos en 2009. No es lo mismo un 10% de volatilidad en la comuna de Valparaíso, donde votaron 140 mil electorales, que un 10% en Río Verde, donde lo hi-cieron casi 400.

El Gráfico 2 muestra la evolución de los cambios en el apoyo a los candida-tos presidenciales de cada coalición desde 1989. De hecho, la primera compa-ración la hacemos con 1988. Acá, consideramos la diferencia absoluta entre el porcentaje de votos que obtuvo el No y la votación por Aylwin por comuna. En la Alianza, en tanto, sumamos las votaciones de Büchi y Errázuriz y las restamos del porcentaje que obtuvo el Sí en el plebiscito. Como consideramos todas las opciones (es decir, el Sí, el No, Büchi, Errázuriz y Aylwin), los por-centajes son idénticos para ambas coaliciones, llegando a 6,15. Si aplicamos la fórmula de volatilidad sumando ambos porcentajes y dividiéndolos por dos, tenemos que el cambio total que se produce entre el plebiscito y las presiden-ciales de 1989 es de 6,15% (6,15+6,15/2).

La fórmula para el cálculo de la volatilidad por comuna es la siguiente:

V= �|%vct -

%vc

t-1|/2

donde vct es el porcentaje de votos del candidato de la coalición en la elección

t y vct-1 el porcentaje de votos de la misma coalición en la elección previa. Para 1993 hacemos el mismo ejercicio. Esta vez, sumamos los porcentajes

de Alessandri y José Piñera y los restamos de la sumatoria de Büchi y Errázu-riz. Luego, pasamos a valor absoluto esa diferencia. Acá se observan cambios relevantes, pues el porcentaje crece significativamente superando los 16 pun-tos. Eso se explica por la baja votación de Alessandri en 1993 que, aun sumada con la de José Piñera (bordeando el 30%), está lejos del 44% del Sí en 1988 y de la sumatoria de la Alianza en 1989 con Büchi y Errázuriz.

En las elecciones de 1999 la volatilidad creció para ambas coaliciones. En el caso de la Alianza, esto se debió a la irrupción de Lavín, quien obtuvo el porcentaje más alto de un candidato presidencial de derecha desde 1989 e, incluso, por sobre el porcentaje del Sí en el plebiscito de 1988. Esto explica por qué el diferencial con la sumatoria Alessandri-Piñera se incrementa tan sustantivamente. En la Concertación sucede lo opuesto. En 1993 Frei obtuvo casi el 58%, mientras que Lagos bordeó los 48 puntos. Entonces, la volatili-dad aumentó sustantivamente al comparar estas dos elecciones.

Para 2005, en tanto, los cambios porcentuales para los candidatos pre-sidenciales de ambas coaliciones caen sustantivamente, bordeando el 3%.

Tabla 2Votación por coaliciones y candidatos, diciembre 2009

Coalición Presidencial (votos)

Presidencial (%)

Diputados (votos)

Diputados (%)

Senadores (votos)

Senadores (%)

Alianza 3.056.526 44,05 2.841.314 43,44 843.009 45,1

Concertación 2.053.514 29,60 2.901.503 44,36 809.696 43,3

PC 430.824 6,22 – – – –

Nueva Mayoría 1.396.655 20,13 298.765 4,54 91.138 4,87

Chile Limpio – – 353.325 5,44 120.729 6,48

Independientes – – 144.663 2,22 4.422 0,25

Total 6.937.519 100 6.539.570 100 1.868.994 100

1 Los votos del PC en diputados se incluyen en el porcentaje de la Concertación, considerando que ambos bloques compitie-ron dentro de la misma lista.2 Algunos porcentajes fueron redondeados para totalizar el 100% de los votos.Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

70 mauRiciO mORaLes / maRía JOsé sánchez 71La seGunda es La vencida: PiñeRa y sus bases de aPOyO

Esto da cierta evidencia de la continuidad entre una elección y otra. Para la Alianza sumamos las votaciones de Lavín y Piñera en 2005 y las restamos de la votación de Lavín en 1999 (cálculo llevado a valor absoluto). Para la Concertación, en tanto, sólo se calcula la diferencia entre Lagos en 1999 y Bachelet en 2005. Como los resultados de 1999 y 2005 son relativamente similares, entonces, como muestra el Gráfico 2, la volatilidad se reduce de manera significativa.

En 2009 el comportamiento es similar. Se advierte, eso sí, un leve incre-mento en la volatilidad de la Concertación. Acá sumamos a Frei y MEO y lo comparamos con el porcentaje de Bachelet en la primera vuelta. A Piñera 2009, en tanto, lo comparamos con la sumatoria entre Piñera y Lavín 2005. Nuevamente, los resultados son similares. Debemos puntualizar, eso sí, que la sumatoria de Frei y MEO (49,73%) es superior a la de Bachelet 2005 (45,96), mientras que la de Piñera 2009 (44,05) es inferior a la sumatoria Lavín-Piñera 2005 (48,64).

La conclusión es que los cambios electorales en Chile comienzan en 1999. Esas elecciones marcaron un fuerte incremento de la Alianza y la caída de la Concertación. Los comicios de 2005 reproducen este escenario de mayor competencia entre ambas coaliciones, cuestión que se mantiene en 2009. Si bien la derecha triunfa, lo hace por un estrecho margen. Entonces, si de elec-ciones claves se trata, la de 1999 marca claramente un quiebre en el desempe-ño electoral de las coaliciones. Es la candidatura de Lavín la que fortalece a la derecha, cuyos efectos se dejan sentir con fuerza en las municipales 2000 y de diputados 2001.

Los votantes de PiñeraA diferencia del votante de Frei y Enríquez-Ominami, el de Piñera no tiene

un perfil tan definido. En comparación a la primera vuelta de 2005, Piñera corrige dos cuestiones claves. Primero, recupera el apoyo de las mujeres. Se-gundo, incrementa su respaldo en los segmentos de menores recursos. Este último parece ser el cambio más sustantivo en su apoyo, considerando que en las elecciones de 2005 su adhesión se concentró en los segmentos más acomo-dados, siendo muy bajo en los más pobres (Morales, Navia y Poveda, 2009). Adicionalmente, Piñera obtiene un apoyo similar según zona geográfica. Si en 2005 eran los santiaguinos quienes en mayor medida votaban por Piñera, en 2009 su popularidad se extiende a regiones. Por edad, Piñera logra apoyos significativos de los segmentos más añosos, cuestión que no se observó de manera muy nítida en 2005.

Los Gráficos 3-4-5-6 muestran descriptivamente este panorama de acuerdo a las encuestas ICSO-UDP. En las elecciones de 2005, Piñera (primera vuelta) obtuvo más apoyo por parte de los hombres, cuestión que luego se constata en el resultado electoral al comparar mesas de hombres y mesas de mujeres. Esto se explica por la emergencia de la candidata concertacionista, Michelle Bachelet, quien, sobre la base de la solidaridad de género, capturó mayor apo-yo en las mujeres (Morales, 2008). Así, marcó una excepción en la conducta electoral de las mujeres desde la instauración del voto femenino. De votar pre-ferentemente por candidatos de centroderecha (Maza, 1995), ahora lo hacían por la representante de la centroizquierda. En 2009, en tanto, Piñera empareja su intención de voto, alcanzando apoyos similares tanto en hombres como en mujeres, lo que luego quedaría reflejado en el resultado electoral.

Como decíamos, el cambio más significativo se produce en el nivel so-cioeconómico. Esto se puede explicar, fundamentalmente, por el apoyo explí-cito y activo de la UDI hacia la candidatura de Piñera. A diferencia de 2005, ahora la derecha sólo tenía al empresario como su carta presidencial. Si bien en la UDI hubo voces favorables a una candidatura del partido, terminaron por claudicar ante la enorme popularidad de Piñera. Ninguna encuesta mos-traba una personalidad emergente de la UDI y, aunque Piñera aparecía en em-pate técnico con el candidato de la Concertación en un escenario de segunda vuelta –a excepción de la última encuesta CEP–, nunca hubo dudas respecto a su capacidad para ganar las elecciones.

Así, la “UDI popular” se convirtió en un valioso bastión para Piñera, parti-cularmente en los segmentos más bajos. Lavín ya había demostrado la fuerza de la UDI en estas zonas tanto en 1999 como en 2005. La llegada de la dere-cha a estos sectores, no obstante, es anterior y se remonta al plebiscito suceso-

Concertación Alianza

gráFiCo 2Diferencia porcentual promedio entre candidatos presidenciales de la Concertación y la Alianza, 1989-2009

2018161412

1086420

1988-1989 1989-1993 1993-1999 1999-2005 2005-2009

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

72 mauRiciO mORaLes / maRía JOsé sánchez 73La seGunda es La vencida: PiñeRa y sus bases de aPOyO

rio de 1988. Adicionalmente, Piñera mejora su rendimiento en los sectores de mayores ingresos. Esto confirma el planteamiento de Altman (2004) respecto a que la derecha vota mejor en las comunas muy ricas y muy pobres, siendo más débil en las de ingreso medio.

Finalmente, por edad Piñera logra cautivar a los sectores más jóvenes. El alza es muy significativa considerando que en 2005 lo apoyaba un 36,2% de los jóvenes y en 2009 esa cifra asciende por sobre el 50%.

Sobre la base de un modelo logístico binario identificamos los determi-nantes de votación por Piñera en 2009. Incluimos como variables indepen-dientes algunas de las que hemos señalado (sexo, edad, zona geográfica). Reemplazamos nivel socioeconómico por nivel de escolaridad. Sabemos que el nivel socioeconómico no impacta significativamente, pero es posible que la escolaridad sí lo haga. Esto último se justifica al comparar con 2005. En estas elecciones los apoyos a Piñera se concentraron en los sectores más es-colarizados (Morales, 2008). Sin embargo, una tabla de contingencia (que no mostramos) con datos de 2009 señala que, si bien los segmentos sin estudios o con educación básica incompleta votaron menos por Piñera, las

diferencias con los otros grupos no son tan abultadas como en 2005. De he-cho, el apoyo a Piñera es parejo desde los encuestados con educación básica completa. Finalmente, incluimos un factor que resume las preferencias por estatismo bajo el supuesto de que los electores de Piñera, quien representa a una coalición de centroderecha, podrían ser más renuentes a una mayor participación del estado, contrario a los votantes de Frei.

Los resultados se muestran en el Gráfico 7. La línea vertical del gráfico se encuentra en el valor 0. Si el intervalo de confianza de cada variable topa con esta línea, no tendrá significancia estadística al 5%. El punto intermedio de cada intervalo corresponde al valor predicho de la variable.1 Así, se advierte que sólo el autoposicionamiento de los encuestados en el eje izquierda-dere-cha es un predictor robusto. Como este eje ha formateado la política chilena durante más de un siglo, es muy razonable que los encuestados de izquierda y centroizquierda no voten por Piñera y que sí lo hagan los electores de derecha y centroderecha.

1 Este gráfico fue generado con un archivo ado de Stata diseñado por el equipo LAPOP para la ronda 2008.

gráFiCo 7Modelo de regresión logística. La variable dependiente es intención de voto por Piñeraen la primera vuelta (1=Piñera / 0=resto de las opciones)

I. C.: Intervalo de confianza.Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

Factor estatismo

Escala política

Zona

Escolaridad

Edad

Sexo

-0,5 -0,0 0,5 1,5 2,01,0

95% I. C. (corregido por efecto de diseño)

Fuente: Encuestas ICSO-UDP 2005 y 2009.

gráFiCos 3-4-5-6Intención de voto por Piñera según algunas variables socioeconómicas y sociodemográficas, segunda vuelta, 2005 y 2009 (%)

2005 2009

Hombre Mujer

gráfico 3. sexo

2005 2009

Santiago Regiones

gráfico 5. Zona geográfica

5050

50

4040

40

3030

30

2020

20

1010

10

00

0

ABC1 C2 C3 D E

2005 2009

gráfico 4. Nivel socioeconómico

50

40

30

20

10

018-25 26-40 41-60 61 y más

2005 2009

gráfico 6. Edad

74 mauRiciO mORaLes / maRía JOsé sánchez 75La seGunda es La vencida: PiñeRa y sus bases de aPOyO

En definitiva, entonces, y a excepción de la escala política, Piñera recibe apoyos similares en todas las variables ingresadas en el modelo. Claro, pueden existir diferencias específicas entre algunas categorías (por ejemplo, entre los segmentos ABC1 y E), pero así y todo sus apoyos son mucho más equilibra-dos que en la primera vuelta de 2005. Esto puede explicar, en parte, su éxito electoral, pues, a diferencia de los otros candidatos, tuvo un anclaje ciudadano que no discriminó tan significativamente por sexo, edad, ingreso, educación y zona. El factor de estatismo tampoco es una variable significativa. Las pre-ferencias por más estado no van asociadas de manera lineal con la posición política o, en este caso, con la intención de voto. Un modelo con la pregunta de intención de voto en segunda vuelta arroja resultados similares.

Desempeño electoralPara estas elecciones, como hemos adelantado, Piñera obtuvo un porcentaje

similar al de la Coalición por el Cambio en diputados. De hecho, la diferencia entre ambas votaciones es de 0,61%. Sin embargo, y al igual que lo que sucede con volatilidad, el cálculo agregado esconde variaciones regionales y distrita-les relevantes. El Gráfico 8 muestra la distribución del voto de Piñera y de la Alianza en los 60 distritos. Si bien son distribuciones similares, hay diferencias importantes por ejemplo en los distritos 8 y 9, donde la lista parlamentaria de la Alianza obtuvo un porcentaje ostensiblemente inferior al de la Concer-tación y al del propio Piñera (de hecho, en ambos distritos no obtuvo ningún diputado). En algunos distritos de la VI y VII regiones, en tanto, se produce el efecto opuesto. Acá Piñera está por debajo del porcentaje de la Alianza.

Finalmente, mostramos la relación entre la votación de Piñera y el Índice de Desarrollo Humano (IDH) por comuna. Según Altman (2004), la votación de la derecha tiene una relación en forma de U con el IDH. Es decir, que vota mejor en comunas ricas y en comunas pobres. Comparamos el desempeño de Piñera en 2005 y 2009 para ambas vueltas sobre la base de un modelo de regresión lineal que ocupa como variable dependiente la votación de Piñera y como variables independientes el IDH, su cuadrática y, a fin de controlar mejor la relación, el porcentaje de votos de la Alianza en la presidencial previa. Esto se probó con dos mecanismos. Primero, con todas las comunas y, luego, siguiendo a Altman (2004), con las 100 comunas más grandes. Los resultados son consistentes para ambos mecanismos y se muestran en los Gráficos 9-10-11-12. El dibujo corresponde a una simulación estadística realizada con el paquete zelig de R (Kosuke et al., 2007).

Hay diferencias sustantivas entre la votación de Piñera en 2005 y en 2009, particularmente comparando las primeras vueltas. Como se observa en el Grá-fico 9, la relación entre la votación de Piñera en la primera vuelta de 2005 y el IDH no es muy clara, sin perjuicio de que mantenga la tendencia pronostica-da por Altman (2004). La relación se pierde si en el modelo se incluye infor-mación previa como el porcentaje de votos de la Alianza en la presidencial de 1999 o en la municipal de 2004. Al incluir estas variables el IDH deja de ser un predictor robusto. Luego, para la segunda vuelta la relación es más clara. Acá es evidente que Piñera obtuvo mejores resultados en comunas muy ricas y muy pobres. El cambio entre primera y segunda vuelta se puede explicar por el apoyo de Lavín y de la UDI a la candidatura de Piñera. Este partido, con de-clarada vocación popular, ha obtenido buenos resultados en comunas pobres desde 1989 (Morales y Bugueño, 2001; Joignant y Navia, 2003).

La relación entre la votación de Piñera y el IDH comunal es muy similar al comparar la segunda vuelta de 2005 con 2009. Es decir, Piñera obtiene mejores resultados en las comunas extremas de la distribución. La principal diferencia se da con la primera vuelta de 2005. En estas elecciones fue la can-didatura de Lavín la que logró mayor sintonía con los segmentos populares. Como para la segunda vuelta se produce el traspaso hacia Piñera, entonces su base electoral cambia y repunta en los sectores más pobres. Esto se mantiene para los comicios de 2009. Por tanto, una hipótesis podría ser que, más que un cambio en la base electoral de Piñera según el IDH, lo que se produce es una simple sumatoria entre su apoyo individual en la primera vuelta de 2005 y los votos de Lavín y de la UDI desde la segunda vuelta de ese año. En otras palabras, podría pensarse que el cambio en el apoyo a Piñera entre la primera vuelta de 2005 y las presidenciales subsiguientes no obedece a una mutación

gráFiCo 8Porcentaje de Piñera y la Alianza en 2009, por distrito

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

Alianza Piñera

70

60

50

40

30

20

10

0605958575655545352515049484746454443424140393837363534333231302928272625242322212019181716151413121110987654321

76 mauRiciO mORaLes / maRía JOsé sánchez 77La seGunda es La vencida: PiñeRa y sus bases de aPOyO

de su candidatura propiamente tal o a los efectos de una estrategia de cam-paña, sino simplemente al despliegue territorial de la UDI en las comunas de menores ingresos.

ConclusionesEl triunfo de la Coalición por el Cambio en 2009 obedece, básicamente, a

dos factores. En primer lugar, a la consistencia electoral del pacto en las presi-denciales y las parlamentarias. Esto se expresó en una baja magnitud de voto cruzado en comparación a la Concertación y a la misma derecha en elecciones

presidenciales previas. Tal desempeño va asociado a la sumatoria que se pro-duce entre RN y la UDI y que no se observó en la Concertación. El principal antecedente de esta nueva relación entre los partidos de derecha se remonta a la presidencial de 1999 y particularmente a la de 2005. Si bien las votaciones de Piñera y Lavín no sumaron exactamente en la segunda vuelta de ese año, ello sirvió como antecedente para explicar la relación de cooperación entre ambos partidos y el compromiso para apoyarse mutuamente. Entonces, si en los 90 la Concertación fue el pacto más consistente, desde 1999 los papeles se invierten.

El segundo factor corresponde a la capacidad de Piñera para superar dos falencias que explicaron su derrota en 2005. Es decir, lograr el apoyo de las mujeres y sintonizar con los segmentos de menores recursos. Como decíamos, esto no sólo se explica por el tipo de campaña o el cambio en el eje discursivo del candidato, sino también por la consistencia política de la Coalición. El respaldo de la UDI fue central para el triunfo de Piñera. Este partido brinda el apoyo popular que el empresario, por sí solo, no fue capaz de capturar en la primera vuelta de 2005. Para esas elecciones Pablo Longueira sostenía que se iría de vacaciones si Piñera (y no Lavín) pasaba a la segunda vuelta. En esta oportunidad toda la UDI se la jugó por Piñera, trabajó sistemáticamente en su campaña, no hubo zancadillas ni empujones y se aprovechó la división concertacionista. Ahí estuvieron las claves del triunfo.

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Los valores de IDH fueron multiplicados por 100 para optimizar la gráfica. Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl y de www.sinim.gov.cl

gráFiCos 9-10-11-12Valores esperados de la votación de Piñera según IDH comunal (%)

gráfico 9. Piñera, primera vuelta 2005 gráfico 10. Piñera, segunda vuelta 2005

gráfico 11 Piñera, primera vuelta 2009 gráfico 12. Piñera, segunda vuelta 2009

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78 mauRiciO mORaLes / maRía JOsé sánchez 79tOdO cambia: RadiOGRafía eLectORaL de fRei y exPLicaciOnes de su deRROta

Capítulo 2

Todo cambia: radiografíaelectoral de Frei y explicacionesde su derrotaAlberto Espinoza / Mauricio Morales / Lucas Perelló

PresentaciónSi en las elecciones 2009-2010 Frei ganaba, se convertiría en el quinto

presidente consecutivo de la misma coalición de gobierno. Si Frei ganaba, la Concertación sumaría 24 años seguidos en el poder. Si Frei ganaba, le daría el cuarto triunfo presidencial al Partido Demócrata Cristiano en toda su his-toria. Si Frei ganaba, sería el primer presidente elegido democráticamente en retornar al poder desde 1932. En fin, si Frei ganaba transformaría a la Con-certación, por lejos, en la coalición política más exitosa del continente. Los resultados, sin embargo, dijeron lo contrario. Eduardo Frei perdió la elección de segunda vuelta frente a Sebastián Piñera por 222.999 votos. Obtuvo el 48,39%, mientras que el empresario alcanzó el 51,6%. Es decir, hubo una diferencia de 3,2%.

Las palabras de Frei al asumir la derrota recordaron la historia de la Con-certación y sus logros y, cómo no, hicieron importantes referencias a su padre. Frei se iba entre tibios aplausos y rostros desencajados que por primera vez en veinte años veían cómo la elección presidencial viraba, efectivamente, hacia la derecha. Claro, una elección a todas luces casi imposible de ganar por la irrupción de un independiente y por los problemas internos de la coalición de gobierno, que se manifestaron en sendas fugas de diputados y senadores del PDC, el PPD y el PS. Paradójicamente, este desmoronamiento de la Con-certación convivió con un inédito apoyo a la presidenta Bachelet. Pero nada pudo salvar a Frei. En su alocución señaló lo siguiente: “Chile es mucho mejor que el país que recibimos el año 90, y somos conscientes del valor de la demo-cracia y de los derechos humanos. Éste es el principal motivo de orgullo de la coalición [...]. Esto es sólo un alto en el camino [...]. Quiero enviar un men-saje a las fuerzas de la centroizquierda, a todos los progresistas y demócratas: hay que mantener la unidad alcanzada y seguir sosteniendo las banderas de la

Morales Quiroga, Mauricio. 2004. “Zorros y Leones en la derecha política chilena. La coalición de partidos UDI-RN 1989-2001”. Tesis para optar al grado de maestro en ciencias sociales, promoción 2002-2004, Flacso-México.

Morales Quiroga, Mauricio. 2008. “La primera mujer presidenta de Chile: ¿qué explicó el triunfo de Michelle Bachelet en las elecciones de 2005-2006?”, Latin American Research Review 43 (1): 7-32.

Morales Quiroga, Mauricio, Patricio Navia y Antonio Poveda. 2009. “¿Quién vota Piñera? Los determinantes de adhesión al candidato presidencial de la Alianza”. En Chile 2008: percepciones y actitudes sociales, cuarto informe de Encuesta Nacional ICSO-UDP.

Otano, Rafael. 1995. Crónica de la transición. Santiago: Planeta.Otano, Rafael. 2006. Nueva crónica de la transición. Santiago: Lom.Salazar, Manuel. 2009. Sebastián Piñera. Santiago: Momentum.Sánchez, María José. 2009. “Efectos de la percepción de corrupción sobre la intención de voto en las

presidenciales 2009”, Documento de Trabajo, nº 10, Observatorio Electoral. Schiessler, Germán. 2007. Sebastián Piñera. El hombre, el político, el empresario. Santiago:

Universidad Diego Portales. Soto, Ángel (2001): “Historia reciente de la derecha chilena. Antipartidismo e independientes

(1958-1993)”. Tesis para optar al grado de doctor en América Latina Contemporánea. Instituto Universitario Ortega y Gasset, Universidad Complutense de Madrid.

80 aLbeRtO esPinOza / mauRiciO mORaLes / Lucas PeReLLÓ 81tOdO cambia: RadiOGRafía eLectORaL de fRei y exPLicaciOnes de su deRROta

libertad y de la justicia social. El proyecto político de construir un país más solidario y más inclusivo sigue vigente [...]. Mi padre me escribió una nota recordando las frases de Kipling. Me dijo: ‘Hay que mirar los triunfos y las derrotas con la misma cara. Si lo logras, serás un hombre’ [...]. Seremos guar-dianes de la libertad y de todas las conquistas sociales que hemos construido y desde mi puesto en el Senado seguiré junto a todos ustedes bregando para que nuestro país siga progresando y para que los frutos de ese desarrollo lleguen a todos” (17 de enero de 2010, reproducida por El Mercurio el 18 de enero de 2010, cuerpo C, página 4).

En este trabajo evaluamos la candidatura de Frei y su desempeño electo-ral. Damos algunas pistas explicativas en torno a su derrota e identificamos tanto el perfil de sus electores como las características de su votación a nivel comunal. Así, el artículo se divide en tres partes. La primera, muestra aspectos generales de su campaña y su posicionamiento en las encuestas. La segunda describe al votante Frei de acuerdo a variables políticas y económicas. La terce-ra, en tanto, muestra el desempeño de Frei a nivel comunal y las características de su votación de acuerdo al IDH de cada comuna.

La trayectoria de Frei y su camino hacia la candidatura presidencialEduardo Frei Ruiz-Tagle nació el 24 de junio de 1942, siendo el cuarto

hijo del ex presidente de la república (1964-1970) Eduardo Frei Montalva. De profesión ingeniero civil con mención en hidráulica, con posterior espe-cialización en administración y técnicas de gestión en Italia, Frei Ruiz-Tagle contrajo matrimonio con Marta Larraechea en 1967, con quien tiene cuatro hijas (ver www.senado.cl).

La vida política de Frei comenzó en 1958 al inscribirse como militante del Partido Demócrata Cristiano (PDC). La primera elección que enfrentó fue en 1989, por la octava circunscripción senatorial, Santiago Oriente. En ella com-pitió con otros cinco candidatos y obtuvo la primera mayoría, con el 42,60% de los votos, siendo seguido por Sebastián Piñera, con el 22,77%. Más atrás llegaron María Elena Carrera, con el 15,48%; Hermógenes Pérez de Arce, con el 14,58%; Sergio Vial, con el 2,98%, y Carmen Ida Sáenz, con el 1,60%. Este triunfo posicionó a Frei como un claro presidenciable en el PDC y en la Concertación. Pero primero debía luchar por la presidencia del partido. En los comicios internos de 1991, Frei logró la presidencia del PDC con más del 70% (Otano, 1995: 197).

De ahí en adelante, Frei se transformó en una de las figuras políticas más importantes del país. En la encuesta CEP de junio de 1990, su evaluación sólo era superada por la del presidente Patricio Aylwin. En el sondeo CEP de

marzo de 1991, en tanto, fue el personero mejor evaluado, con un 66% de menciones positivas, llegando al 73% en abril de 1992. Adicionalmente, Frei no tenía competencia dentro del PDC, lo que se consagró con el retiro de Gabriel Valdés y Andrés Zaldívar como eventuales precandidatos del partido (Cavallo, 1998: 228). Sólo el intento de La Moneda por potenciar la candi-datura de Alejandro Foxley, en ese momento ministro de Hacienda, amagó las posibilidades de Frei, pero no fue más que un intento (Otano, 1995: 194-196). El camino a la presidencia de la república estaba pavimentado. Pero antes debía enfrentar una primaria con Ricardo Lagos. Los resultados de esa elección fueron categóricos. Frei obtuvo el 64,13% y Lagos el 35,87%.

Así, la Concertación presentó a Frei como su candidato para las eleccio-nes presidenciales de 1993. Se pronosticaba un triunfo fácil no sólo por la fuerza de Frei, sino también por la evidente debilidad del representante de derecha, Arturo Alessandri Besa (Navia, 2005). En aquellos comicios Frei ob-tuvo el 57,98% (4.040.497 votos), mientras que Alessandri apenas alcanzó el 24,41% (1.701.324 votos). Los otros candidatos fueron José Piñera Echeñi-que, que alcanzó un 6,18% (430.950 votos); Manfred Max-Neef, un 5,55% (387.102 votos); Eugenio Pizarro, un 4,70% (327.402 votos), y Cristián Reit-ze, un 1,17% (81.675 votos). De esta forma, Frei fue electo presidente de la república por el periodo de 1994-2000.

Su gobierno se caracterizó por el énfasis en el proceso de modernización del estado y por el incremento de los acuerdos económicos internacionales. Se destaca el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y el avance en integración regional en América Latina. En el plano político, enfrentó la de-tención del ex general y senador vitalicio Augusto Pinochet en Londres en 1998 (Muñoz y Stefoni, 2002). A mediados de su mandato enfrentó la gran crisis económica internacional y, junto con ello, la pérdida de fuerza electoral de la Concertación en las elecciones parlamentarias de 1997, bajando 5 pun-tos respecto a 1993 (Huneeus, 1998; Joignant y Menéndez-Carrión, 1999). Al finalizar su mandato el nivel de aprobación, según la encuesta CEP, fue de 28%, el más bajo de todos los presidentes chilenos desde 1990. Esto se explica, naturalmente, por la crisis económica que elevó a dos dígitos la cifra de desempleo. A diferencia de lo que sucedió con Bachelet (2006-2010), los magros indicadores económicos se reflejaron en una caída sistemática de la aprobación presidencial, fortaleciendo el vínculo entre desempeño económico y resultados políticos (Lewis-Beck y Stegmaier, 2000; Erickson, McKuen y Stimpson, 2002).

Una vez finalizado su mandato asumió como senador vitalicio. Sin em-bargo, y a raíz de las reformas constitucionales de 2005 que eliminaron esta

82 aLbeRtO esPinOza / mauRiciO mORaLes / Lucas PeReLLÓ 83tOdO cambia: RadiOGRafía eLectORaL de fRei y exPLicaciOnes de su deRROta

institución, dejó el cargo. Pero Frei decidió mantenerse en el Senado a fin de no perder figuración pública y postuló como candidato por la circunscripción 16, de la Región de Los Ríos. En aquella elección, Andrés Allamand (RN) obtuvo la primera mayoría, con el 37,92% (90.030 votos) y Frei consiguió el 35,86% (85.145 votos).

Una vez en la cámara alta, fue elegido por sus pares como presidente del Senado entre los años 2006 y 2008. Hacia 2009 Frei era una de las cartas del PDC como presidenciable. Había criticado duramente a la presidenta al inicio de su mandato y, de igual forma, propuso estatizar el sistema de trans-porte público tras el fracaso del Transantiago. Sus principales competidores en la Concertación eran el ex presidente Ricardo Lagos y el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza. Ninguno de ellos manifestó explícitamente su decisión de ser candidato presidencial. Ante esa indefinición, Frei se trans-formó en el único candidato viable dentro del pacto. Sin embargo, surgió una demanda de primarias abiertas por parte de Marco Enríquez-Ominami, pero la Concertación, haciendo caso omiso de la necesidad de renovación y competencia, obstaculizó el proceso. Esto llevó al ex diputado del PS a tomar el rumbo como independiente, toda vez que su partido había apoyado a Frei.

La única candidatura que se levantó contra Frei bajo el reglamento de pri-marias de la Concertación fue la del senador del PRSD José Antonio Gómez. Las primarias quedaron fijadas para el domingo 5 de abril de 2009 y el esta-tuto señalaba que se llevarían a cabo, inicialmente, en las regiones del Maule y O’Higgins, abarcando 63 comunas. Si la diferencia entre ambos candidatos superaba los 20 puntos, entonces el ganador sería proclamado de manera au-tomática. De lo contrario, se iría a una segunda fase de elecciones primarias el 19 de abril en las regiones de Arica y Parinacota, Tarapacá, Antofagasta, Ata-cama y Coquimbo. De un total de 62.382 votantes, los resultados le dieron a Frei el 64,9% de los votos, mientras que Gómez alcanzó el 35,1%. Así, me-diante un particular sistema de primarias, Frei fue proclamado como el úni-co abanderado de la coalición oficialista. De esta forma, fue nominado para representar a la Concertación el 13 de diciembre. El proceso de primarias no estuvo ausente de roces. Un claro ejemplo fue el intercambio de palabras entre el derrotado José Antonio Gómez con el presidente del PS, el senador Camilo Escalona. Este último acusó al presidente del PRSD de buscar dividir a la coa-lición. Su enfrentamiento fue presenciado en televisión al mismo tiempo en que Frei era proclamado como candidato oficialista. De esta forma se hicieron públicas las confrontaciones entre los máximos dirigentes de la Concertación. A raíz de ello el PRSD decidió no participar en las reuniones de la coalición hasta que el presidente del PS ofreciese disculpas públicas.

Antesala de la derrotaLos resultados de la primera vuelta de la elección presidencial le dieron a

Frei un 29,6%, muy por debajo del promedio histórico de la Concertación y con casi 15 puntos menos de lo que obtuvo su lista parlamentaria. A pesar de que algunas encuestas de opinión le daban una estrecha ventaja sobre Enrí-quez-Ominami, lo sobrepasó por casi 9,5 puntos, es decir, por más de 650 mil votos. La encuesta de la Universidad del Desarrollo-La Segunda de noviembre de 2009, por ejemplo, le daba un 24% a Frei y un 20% a Enríquez-Ominami. TNS-Time fue más lejos y en mayo de ese mismo año pronosticaba un 25% y un 24%, respectivamente. El estudio CERC de octubre de 2009 también proyectaba un empate entre ambas candidaturas, aunque en la encuesta de diciembre los resultados cambiaron radicalmente, mostrando diferencias sig-nificativas entre Frei y Enríquez-Ominami. También hubo encuestas que sis-temáticamente otorgaban una ventaja considerable a Frei, como es el caso de CEP: en agosto mostraba una distancia de 11 puntos entre ambas candidatu-ras, bajando a 7 en la medición de noviembre.

El alto número de encuestas disponibles, muchas de ellas telefónicas y ob-jeto de amplia cobertura medial, instalaron una imagen de estrecha compe-tencia entre Frei y Enríquez-Ominami. Los medios de comunicación no se quedaron al margen. Tanto El Mercurio como La Tercera fortalecieron insis-tentemente esta idea, mostrando en algunos casos encuestas que daban como ganador a Enríquez-Ominami por sobre Frei. Por ejemplo, la encuesta de La Tercera correspondiente a octubre de 2009 otorgó una ventaja de 4 puntos para el candidato independiente. Además, se instaló de manera frecuente la tesis de que Enríquez-Ominami era el mejor candidato para enfrentar a Piñera en una eventual segunda vuelta. Esto, de todos modos, fue confirmado en el estudio preelectoral de CEP en noviembre de 2009.

Todo esto da cuenta de las dificultades que enfrentó la candidatura de Frei, a lo que se sumaron algunos problemas de coordinación en su comando de campaña. La disputa entre los partidos y el grupo programático Océanos Azu-les terminó por perjudicar a Frei, quien debió realizar modificaciones de últi-ma hora, particularmente para la segunda vuelta. La situación más crítica se produjo con la salida de Pablo Halpern y el ingreso de tres nuevos personeros: Carolina Tohá, que dejó el Ministerio Secretaría General de Gobierno para sumarse a la campaña; el alcalde de Peñalolén, Claudio Orrego, y el senador electo por la Quinta Región Costa Ricardo Lagos Weber.

Para la primera vuelta el comando de Frei utilizó el eslogan “Vamos a vivir mejor”, aludiendo a los avances del país bajo los gobiernos de la Concerta-ción y la continuidad que implicaba su candidatura. El gran problema de esta

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estrategia fue, prácticamente, la anulación de la figura de Frei como estadista y ex presidente. Se le vio excesivamente ligado a la imagen de la presidenta Bachelet, que, según la encuesta Adimark correspondiente a diciembre, llega-ba al 81% de aprobación. Así, el comando de Frei trabajó bajo el supuesto de que el alto nivel de popularidad de la mandataria terminaría por traducirse en intención de voto hacia su candidatura, siguiendo algunas líneas teóricas asociadas a la función voto-popularidad (Nannestad y Paldman, 1994). Sólo en la campaña de la segunda vuelta sacó a relucir la obra de su gobierno en materia de avances en obras públicas y en la consolidación del Sernac como ícono de la protección ciudadana ante las grandes empresas.

Los costos de la errada campaña de la primera vuelta se reflejaron en la pérdida de popularidad. De hecho, y como muestra la serie de encuestas CEP (ver Gráfico 1), el apoyo a Frei bajó del 30% en la medición de mayo-junio al 26% en octubre. Esta caída se explicó por el alza sustantiva de Enríquez-Ominami, que partió con un 13% en mayo-junio y terminó con un 19% en octubre. Sin embargo, no sólo se advierte la caída de Frei en intención de voto, sino también en el porcentaje de evaluaciones positivas que mide CEP. Así, cayó del 62% en abril de 2000 a alrededor del 45% en 2002. Se man-tuvo con este porcentaje durante el periodo siguiente, pero bajó de manera sistemática desde su proclamación como candidato de la Concertación luego de las primarias del 5 de abril de 2009. De ahí en adelante, las evaluaciones positivas de Frei llegaron al 36% en la medición de octubre, igualando el por-

centaje de evaluaciones negativas. Esta caída coincidió con el incremento de las evaluaciones positivas de Enríquez-Ominami. Precisamente, el candidato independiente subió del 48% de evaluaciones positivas en junio de 2009 (a esa altura Frei sólo tenía el 43%) al 52% en octubre de ese mismo año, supe-rando a Frei por 16 puntos.

El votante FreiDicho esto, mostramos algunos determinantes que explicaron el apoyo ha-

cia Frei con datos de la encuesta ICSO-UDP de octubre de 2009. De acuerdo a la evidencia descriptiva, Frei mostraba mayor fuerza en los segmentos más añosos, al igual que en aquellos encuestados con menores niveles de escolari-dad. Asimismo, su discurso a favor del estatismo le rindió frutos en esta prime-ra etapa y, adicionalmente, recibió mayor apoyo por parte de encuestados de centroizquierda (Morales, 2010a). Esto último no es sorprendente dada la alta continuidad del sistema de partidos en Chile y la vigencia del eje izquierda-de-recha para explicar la intención de voto (Valenzuela y Scully, 1997; Valenzuela, 1995; Siavelis, 2000; Montes et al., 2000).

El Gráfico 2 muestra parte de estos resultados. Acá, cruzamos la intención de voto por Frei según edad y nivel socioeconómico de acuerdo a la encuesta ICSO-UDP en la primera vuelta. Como se observa, Frei es más fuerte entre los encuestados de 61 años y más, y sus apoyos crecen en la medida en que se reduce el ingreso. Por ejemplo, en los segmentos ABC1 apenas supera el 10% de apoyo, mientras que en el segmento E sobrepasa el 40%. Adicionalmente, y según esta misma encuesta, la intención de voto por Frei varía significati-vamente entre inscritos y no inscritos, con 23,7% y 10,3%, respectivamente (Morales, 2010b). Al considerar la pregunta sobre intención de voto en la

gráFiCo 2Intención de voto por Frei en la primera vuelta, según edad y nivel socioeconómico (%)

18-25 26-40 41-60 61 y más ABC 1 C 2 C 3 D E

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Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

Evaluación de personajes políticos entre quienes conocen a la persona (total muestra).Fuente: Elaboración propia con datos de CEP.

gráFiCo 1Porcentaje de evaluaciones positivas y negativas hacia Frei, 2000-2009

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Positivas Negativas

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33,929,9

24,418,917,418,118,717,818,022,2

17,419,919,620,417,817,918,718,619,114,7

15,810,8

86 aLbeRtO esPinOza / mauRiciO mORaLes / Lucas PeReLLÓ 87tOdO cambia: RadiOGRafía eLectORaL de fRei y exPLicaciOnes de su deRROta

segunda vuelta, se producen algunos cambios. Si bien los jóvenes son los que en menor medida apoyan su candidatura (31,3%), los porcentajes más altos se observan en los encuestados de 26 a 40 años (40,6%) y en los de 61 años o más (39,3%).

Un análisis inferencial confirma lo anterior. El Gráfico 3 da cuenta de los resultados. Acá mostramos el efecto de algunas variables sobre el apoyo a Frei de acuerdo a una modelación logit considerando sólo a los inscritos en los registros electorales. La variable dependiente es dicotómica, siendo 1 la in-tención de voto por Frei y 0 el del resto de las opciones. Las variables inde-pendientes son las siguientes. Primero, un factor de estatismo que sintetiza las preferencias por más estado de acuerdo a su participación en transporte, AFP, farmacias, bancos y empresas de utilidad pública. La hipótesis es que a

mayor opción estatista, mayor apoyo a Frei. La segunda variable correspon-de a la escala política. Si bien es una variable endógena a intención de voto, se incluye en el modelo a fin de corroborar la llegada efectiva de Frei hacia electores de izquierda. La hipótesis es que en la medida en que se avanza en la escala izquierda-derecha (de 1 a 10), decrece el apoyo hacia Frei. En tercer lugar se incluye la variable zona, que asume los valores de 1 para Santiago y 0 para regiones. La encuesta ICSO-UDP no captura localidades rurales, por lo que no resulta factible identificar diferencias con las zonas urbanas. En cuarto término, aparece la variable nivel de escolaridad. Lo esperable es que en la medida en que se incrementa la escolaridad de los encuestados, disminuya la intención de voto por Frei. En quinto lugar incluimos edad, considerando que Frei, de acuerdo a la evidencia descriptiva, obtiene más apoyo en los encuesta-dos mayores. Finalmente, controlamos por sexo, siendo 1 hombre y 0 mujer.

Los resultados son concluyentes. Considerando sólo las variables estadísti-camente significativas, los votantes de Frei son claramente más estatistas que el resto, lo que coincide con la agenda programática del candidato para la primera vuelta. De igual forma, su base electoral presenta menores niveles de escolaridad que el resto y, como era de esperarse, sus apoyos decrecen en la medida en que se avanza en la escala izquierda-derecha. Todas estas interpre-taciones, ciertamente, deben realizarse manteniendo constante el resto de las variables (ceteris paribus).

El desempeño electoral de Frei y el duro camino a la segunda vueltaHemos descrito las bases de apoyo a Frei considerando encuestas de opi-

nión. Lo que desarrollamos en este apartado corresponde a las características de su votación de acuerdo a su desempeño por comuna. Para ello, mostramos las variaciones regionales de su apoyo y relacionamos su porcentaje de votos con algunas variables socioeconómicas y sociodemográficas. De esta forma, complementamos el análisis de la candidatura utilizando las dos fuentes de datos más comunes. Es decir, las encuestas de opinión y los resultados agrega-dos por unidad geográfica.

El Gráfico 4 da cuenta de la votación de Frei según cada región. Como se observa, la fuerza de Frei estuvo en las zonas del centro-sur. Sus mejores desempeños en primera vuelta estuvieron en las regiones del Maule (VII, con un 39,12%), de Coquimbo (IV, con un 36,9%) y del Libertador Bernardo O’Higgins (VI, con un 35,49%). Los peores resultados, en tanto, se concen-traron en las regiones de Tarapacá (I, con un 16,43%), de Magallanes y la Antártica Chilena (XII, con un 24%) y de Valparaíso (V, con un 25,48%). En líneas generales, la votación de Frei estuvo muy asociada al tamaño de cada

Factor estatismo

Escala política

Zona

Escolaridad

Edad

Sexo

-1,0 -0,5 0 0,5 1,0

gráFiCo 3Determinantes de apoyo hacia Frei, primera vuelta 2009

I. C.: Intervalo de confianza.Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP de octubre de 2009.

95% I. C. (corregido por efecto de diseño)

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comuna considerando el número de inscritos. Su candidatura fue mucho más exitosa en comunas pequeñas y preferentemente rurales. Por el contrario, sus problemas estuvieron en los grandes centros urbanos, particularmente de la V región. En la Metropolitana, en tanto, Frei alcanzó sólo un 26,94%, porcen-taje inferior a su promedio nacional.

Frei fue superado por Enríquez-Ominami en algunas comunas grandes como Antofagasta, Iquique, Copiapó, Quilicura, Quillota, Quilpué y Punta Arenas, entre otras. Como mostramos más abajo, a Frei le fue muy difícil cap-tar estos votos para la segunda vuelta. Los sectores urbanos con alta densidad poblacional mostraron mayor competencia entre Frei y Enríquez-Ominami, cuestión que sería clave para el resultado de la segunda vuelta. El gráfico tam-bién da cuenta de la distancia entre la votación de Frei en la primera vuelta y la que obtuvo la Concertación en su lista de diputados, mostrando una bre-cha bastante significativa, que es sinónimo de la alta magnitud de la votación cruzada.

Respecto a los determinantes de votación destaca, entre otras variables, la escolaridad promedio por comuna. La relación entre el porcentaje de Frei y la escolaridad es claramente negativa. Es decir, en la medida en que aumentaba el nivel de escolaridad, disminuían los apoyos a Frei (ver Gráfico 5). Esto también se vincula con lo que mencionamos más arriba respecto a la relación entre su porcentaje de votos y el porcentaje de población rural por comuna. Todo indica que la marca “Frei” tenía mayor arraigo en zonas con baja densi-dad poblacional y dedicadas, principalmente, a labores agrícolas. Esto explica

por qué el comando de Frei decidió concentrarse en zonas geográficamente densas para la segunda vuelta, como Concepción, Valparaíso y Santiago.

El diferencial de votos entre Frei y lo que obtuvo Bachelet en 2005 en la primera vuelta es enorme. Mientras Frei obtuvo poco más de 2.000.000 (29,6%), la ex presidenta bordeó los 3.200.000 (45,96%). En términos por-centuales la diferencia es de más de 16 puntos. Sin embargo, al sumar las votaciones de Frei y Enríquez-Ominami se llega, más o menos, al porcentaje histórico de la Concertación. Adicionalmente, y al relacionar esta sumatoria con lo que obtuvo Bachelet en 2005 a nivel comunal, se observa una estrecha relación entre ambas. El Gráfico 6 muestra los resultados. El coeficiente de correlación entre las variables es de 0,87, lo que indica que el porcentaje de Bachelet en la primera vuelta de 2005 por comuna es muy similar al que obtu-vo la sumatoria de Frei y Enríquez-Ominami. No obstante, ambas votaciones estarían lejos de sumarse en la segunda vuelta. De hecho, parte de la votación del candidato independiente pasaría a engrosar el porcentaje de Piñera. Según la encuesta ICSO-UDP de octubre de 2009, ese porcentaje era del 19,3%.

En la segunda vuelta, en tanto, y con una campaña que incluyó nuevos ros-tros y mayor agresividad en sus propuestas, Frei le imprimió competitividad a una elección que la Coalición por el Cambio ya daba por ganada. Su discurso se enfocó, básicamente, en tres grandes ejes. En primer lugar, en la fractura autoritarismo-democracia, donde ventiló las antiguas diferencias con la dere-

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Escolaridad promedio 2008 (en años)

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009,

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gráFiCo 5Relación entre el porcentaje de Frei en la primera vuelta y escolaridad promedio, por comuna

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl y www.sinim.gov.cl

gráFiCo 4Distribución del voto por Frei y de la Concertación en diputados en la primera vuelta 2009,según región (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

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Diputados Concertación Frei primera vuelta

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cha por su apoyo a Pinochet y donde subrayó la promesa de Piñera respecto a no incorporar en su gabinete a ex personeros del autoritarismo. Si bien en esto último hubo cierta confusión por parte de Piñera y su comando, de todos mo-dos el tema quedó instalado. En segundo lugar, en el eje estado-mercado, que ya venía desarrollando en la primera vuelta y que tenía como objetivo dar sen-tido a la extensión de la protección social hacia las clases medias. Esto se veía fortalecido por los resultados de las encuestas ICSO-UDP de 2008 y 2009, donde se mostraba la alta preferencia de los chilenos por mayor participación del estado tanto en empresas estratégicas de luz, agua y gas, como también en AFP y bancos. Finalmente, destacó la división entre política y negocios, particularmente por la decisión de Piñera respecto a no vender sus empresas.

Del “Vamos a vivir mejor” se pasó al “Todos por Chile, todos por Frei”, tratando de reunir al votante de Arrate y a parte sustantiva del de Enríquez-Ominami. El despliegue territorial fue mucho más activo e intenso que en la primera vuelta. Con dos semanas de campaña, Frei y su equipo asesor trataron de cubrir las zonas más débiles, particularmente las regiones de Valparaíso y la Metropolitana. Frei sumó apoyos del diputado del PRI por el distrito 4 de An-tofagasta Pedro Araya, lo que pudo fortalecer su rendimiento en el norte, que, como vimos, fue mediocre en la primera vuelta. También recibió el respaldo

de Luis Lemus, diputado del PRI por el distrito 9 de Illapel (IV Región) y de Jaime Mulet, candidato a senador del PRI por la tercera circunscripción. En fin, Frei capturó apoyos de ex diputados del PDC que, para fines territoriales, se transformaba en una buena noticia para el comando, toda vez que en la primera vuelta se observaron fuertes variaciones regionales.

Sin embargo, este esfuerzo por sumar nuevos adherentes y la configuración de un nuevo equipo en el comando no fueron suficientes para lograr el triunfo. El 13 de enero de 2010 recibió un frío apoyo por parte Enríquez-Ominami, que fue interpretado como una opción por el “mal menor” y no como una convicción política. De llamarlo “el senador DC” en la campaña de la primera vuelta, pasó a denominarlo como “el candidato del 29%”. Si bien otras figuras adosadas a su candidatura respaldaron a Frei (por ejemplo, su padre, Carlos Ominami), nunca se notó un apoyo masivo. Enríquez-Ominami, explicando su decisión, señalaba lo siguiente: “Con la derecha tenemos un abismo de di-ferencias irreconciliables, diferencias de ideas y además por historia, y con una parte de la Concertación nos llevamos bien [...]. Ante esta coyuntura histórica y ante la incertidumbre de que la derecha pueda llegar a impedir la marcha de Chile hacia el futuro, es de mi responsabilidad contribuir en lo que pueda para que eso no ocurra; por tanto, declaro formalmente mi decisión de apoyar al candidato de este pueblo, el del 29% de chilenos que votaron el 13 de diciembre [...]. Eduardo Frei y Sebastián Piñera son personajes del pasado [...]. Ambos son demasiado parecidos, son partícipes del pasado oscuro de Chile [...]. Trabajaré día y noche para que ésta sea la última elección en la que se enfrenten dos líderes de la transición [...]. Un abismo es lo que nos separa de la candidatura de la de-recha. No puede ser de otra manera. El sector que apoya a Piñera, gran parte de ellos, llenaron de luto a nuestra patria, ellos son cómplices de los que asesinaron a mi padre y, más grave aún, hoy no se arrepienten de eso y se enorgullecen de haberlo asesinado” (Marco Enríquez-Ominami, 13 de enero de 2007, reprodu-cido por La Tercera el 14 de enero de 2010, páginas 6 y 7).

Con este ambiente, la tarea de Frei en la segunda vuelta era titánica. Por una parte, sumar todos los votos de Jorge Arrate y, por otra, más del 70% de los votos de Enríquez-Ominami, bajo el supuesto de que el electorado de segunda vuelta crecería marginalmente. Sumando y restando, Frei necesitaba recuperar el voto concertacionista y cautivar a los votantes de Arrate, que, según la última encuesta CEP, lo respaldaban en poco más del 50%, cifra escuálida considerando que los electores de Arrate deberían sumarse casi de manera automática a Frei.

Claramente, esta tarea no se cumplió. De hecho, no hubo una sola comuna donde Frei capturara el 100% de los votos de Arrate y de Enríquez-Ominami.

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Porcentaje de Bachelet 2005, primera vuelta

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60

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40 60 80

gráFiCo 6Relación entre el porcentaje de votos de Frei+Enríquez-Ominami en la primera vuelta 2009 y Bachelet en la primera vuelta 2005

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

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Las diferencias más notorias estuvieron en las regiones del norte, precisamente donde el candidato independiente obtuvo su mejor desempeño. El Gráfico 7 da cuenta de tales diferencias. Hemos realizado lo siguiente. Calculamos la di-ferencia entre lo que obtuvo Frei en la segunda vuelta y la sumatoria de Arrate, Enríquez-Ominami y el mismo Frei en la primera vuelta. A esa diferencia la hemos denominado diferencial Frei.

La pregunta que surge de este análisis obedece a las variables que pueden explicar las variaciones en el diferencial entre Frei en la segunda vuelta y la su-matoria de Frei, Arrate y Enríquez-Ominami en la primera vuelta, que hemos denominado diferencial Frei. Si la relación entre este diferencial y la votación de Arrate y Enríquez-Ominami es positiva, se corrobora la tesis del “no traspa-so” de la votación. Esto suena bastante obvio y, de hecho, la correlación entre la votación de estos candidatos y el diferencial Frei es positiva. No obstante, al comparar estos coeficientes se observan diferencias importantes. La correla-ción entre el diferencial Frei y la votación de Arrate es de 0,4, mientras que con Enríquez-Ominami alcanza casi el 0,8 (ver Gráficos 8-9). En otras palabras, esto significa que en las mejores comunas para Enríquez-Ominami se habría producido menor traspaso hacia Frei en la segunda vuelta. Esto da cuenta de la fractura en el electorado concertacionista.

Los cambios en la composición del apoyo a Frei son evidentes en la se-gunda vuelta, lo que se explica por el traspaso de votos desde Arrate y Enrí-quez-Ominami. La sumatoria de estos apoyos que, como señalamos, estuvo muy lejos de ser exacta, se manifiesta en la relación entre el porcentaje de votos de Frei y el Índice de Desarrollo Humano (IDH) comunal. Siguiendo

gráFiCos 8-9Relación entre el diferencial Frei y las votaciones de Arrate y Enríquez-Ominami

gráfico 8

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05

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Porcentaje de la votación de Arrate en la primera vuelta 2009

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gráfico 9

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

10 20 30 40

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1015

20

Porcentaje de la votación de MEO en la primera vuelta 2009

gráFiCo 7Diferencial Frei, por región (%)

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12

14

8

6

4

2

6,4

12,5

10,4 10,3

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8,6

6,85,7

7,6

5,86,5

8,3 7,3 7,6

10,6

0

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

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a Altman (2004), la votación de la Concertación tiene una relación de U invertida con el IDH. No obstante, el resultado de la primera vuelta estuvo lejos de reflejar esta realidad. De hecho, hay una relación lineal entre el IDH y la votación de Frei en esa primera vuelta. El coeficiente de correlación entre ambas variables es de casi -0,7 ponderando los datos por tamaño de la comuna según número de inscritos. Esto indica que en la medida en que aumentaba el IDH disminuía el porcentaje de votos para Frei. Para Piñera dicho coeficiente fue de 0,44.

Este resultado es concordante con la evidencia descriptiva mostrada más arriba, donde se observaba el mayor porcentaje de Frei en las comunas con menor nivel de escolaridad promedio. A esto se añade la fuerza del candidato en las zonas rurales y también en las más pobres. Este análisis bivariado puede sintetizarse de mejor forma, como lo hacemos, conside-rando el IDH.

La segunda vuelta muestra cambios relevantes en la composición de la vo-tación de Frei. En primer lugar, la relación entre su votación y el IDH deja de ser lineal y pasa a mostrar un comportamiento cuadrático. Frei obtiene mejo-res resultados en las comunas de IDH medio, siendo más débil en las comunas más pobres y, especialmente, en las más ricas. Por defecto, el comportamiento de la votación de Piñera en función del IDH tiene el comportamiento opues-to. En segundo lugar, Frei refleja el patrón histórico de la votación concerta-cionista detectado por Altman (2004) para las elecciones de 2000 y 2001 de acuerdo al IDH comunal. Otro trabajo muestra que dicho patrón se extiende desde 1989 y que funciona de igual forma tanto para elecciones de diputados como de concejales (Morales, 2009).

Los Gráficos 10-11 muestran la relación entre la votación por Frei en la primera y la segunda vuelta en función del IDH. Estos gráficos correspon-den a una simulación estadística realizada con el paquete zelig de R sobre la base de un modelo de regresión lineal (Kosuke et al., 2007). Dicho mo-delo es controlado según la votación de Bachelet en la elección de 2005, la militancia del alcalde en 2008 y la variación regional, ello ponderado de acuerdo al tamaño de cada comuna por los votos emitidos en primera y segunda vuelta, respectivamente. Esto le imprime altas exigencias al mo-delo. A primera vista, la variable que mayor varianza debiera capturar del porcentaje de Frei en 2009 es lo que obtuvo Bachelet en 2005, más aun si la correlación entre ambas llega al 0,6. A pesar de estas exigencias, el IDH tiene significancia estadística.

Como se observa, la primera vuelta muestra una relación lineal inversa y significativa entre el porcentaje de Frei y el IDH comunal. Como decíamos,

a mayor IDH, menor votación por Frei. Para la segunda vuelta, en tanto, el apoyo a Frei refleja el patrón histórico de la Concertación con mejor desem-peño en las comunas de IDH medio.

ConclusionesEl frustrado regreso de Frei a La Moneda se explica no sólo por la errática

campaña particularmente de la primera vuelta, sino también por la incapa-cidad para sumar suficientes apoyos de electores que prefirieron a Arrate y particularmente a Enríquez-Ominami. A pesar de los esfuerzos y el trabajo de campaña, la segunda vuelta se transformó en una misión imposible. Logró recortar la distancia con Piñera de 15 a 3 puntos y retomó el patrón de vota-ción de la Concertación según el IDH comunal. La segunda vuelta muestra que Frei sí capturó sectores medios y que, más bien, su problema estuvo en la estructura territorial del voto. Si bien alcanzó buenos resultados en la zona norte a excepción de Tarapacá (I Región), no pudo sumar las votaciones de Arrate y Enríquez-Ominami. Como vimos, fue en estas regiones, junto a la de Aisén (XI Región), donde el diferencial Frei fue más alto. En la Región Me-tropolitana, en tanto, Frei redujo distancia con Piñera, mientras que en la de Valparaíso el resultado estuvo lejos de ser satisfactorio, pues Piñera lo superó por casi 7 puntos.

A pesar de que con esta elección se produce la alternancia en el poder, no creemos prudente catalogarla como una elección crítica siguiendo los paráme-

gráFiCos 10-11Valores esperados de la votación de Frei en la primera y la segunda vuelta de 2009 y 2010 (%)

Los valores de IDH fueron multiplicados por 100 para optimizar la gráfica. Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl y www.sinim.gov.cl

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tros de Key (1955 y 1959). Para el autor, una elección crítica es aquella que, por su resultado, genera fuertes realineamientos en el sistema de partidos de acuerdo a nuevos temas de conflicto. Además, estas elecciones se caracterizan por un incremento en la participación electoral y la emergencia de nuevos grupos o partidos. Si bien en Chile emergió una candidatura independiente que sobrepasó el 20% de apoyo, la lista parlamentaria que lo respaldaba sólo logró poco más del 4,5%, mostrando más una continuidad que un cambio a nivel partidario. Lo que sí podría aplicar para el caso chileno en estas eleccio-nes es la lógica del issue evolution (Carmines y Stimpson, 1981 y 1989). Es decir, el agotamiento de la agenda programática de los partidos más tradicio-nales y la emergencia de otras propuestas distantes de la fisura autoritarismo-democracia.

Lo que sí resulta llamativo del caso chileno y que se replica para estas elec-ciones es la convivencia entre bajos niveles de volatilidad y de identificación partidaria. Las teorías de la institucionalización (Mainwaring y Scully, 1995; Mainwaring, 1999; Mainwaring y Torcal, 2005) prácticamente no concebían sistemas de partidos estables como el chileno junto a baja adhesión a partidos. Más bien, proponían una relación lineal y aditiva entre volatilidad e identi-ficación. Es decir, que altos niveles de volatilidad iban aparejados con bajos porcentajes de identificación, y viceversa. Como Chile no calza plenamente con los supuestos de las teorías de la institucionalización, probablemente la clasificación de sistema de partido hidropónico (Zucco, 2009) sí logre captu-rar la particularidad del caso. Es decir, un sistema estable considerando el peso electoral de las coaliciones, pero con partidos de baja raigambre social.

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99maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

Capítulo 3

Marco Enríquez-Ominami:el candidato independiente1

Rodrigo Osorio / Martín Schuster

La literatura politológica chilena sobre elecciones y partidos se ha concen-trado en identificar los determinantes del comportamiento electoral (Morales, 2009; Ortega, 2003; Altman, 2004; López y Morales, 2002) y en describir la evolución del sistema de partidos (Fuentes, 1999; Montes, Mainwaring y Ortega, 2000; Siavelis, 1999). Generalmente, se consideran candidatos ga-nadores, partidos relevantes (Joignant y Navia, 2003; Morales y Bugueño, 2001; Morales y Poveda, 2007) o simplemente se especula sobre el desarro-llo institucional de los sistemas de partidos (Valenzuela, 1995; Scully, 1995; Luna, 2008). En este esquema, poco espacio se ha dado al estudio sistemáti-co de candidaturas independientes. Esto, porque generalmente tienen menos arraigo ciudadano y su efecto sobre el resultado de la elección es mínimo. No obstante, en 2009 las condiciones cambiaron. Marco Enríquez-Ominami ob-tuvo el 20,1% de los votos en los comicios presidenciales y desafió seriamente la candidatura oficialista de la Concertación, encabezada por Eduardo Frei Ruiz-Tagle.

La presencia de candidatos independientes en las competencias presiden-ciales no es nueva en la historia de Chile. En el periodo 1925-1973 hubo dos políticos que se presentaron como independientes: Carlos Ibáñez del Campo y Jorge Alessandri Rodríguez. Ibáñez del Campo lo hizo en 1927, 1938, 1941 y 1952, ganando en 1927 con un 98% de los votos –por ser candidato único en un contexto de posdictadura– y en 1952 con el 48,2%, con la consigna de barrer con los partidos políticos (Cruz-Coke, 1984). Jor-ge Alessandri Rodríguez se presentó como candidato independiente en las elecciones de 1958 y 1970. Ganó en la primera con el 31,2% apoyado por

1 Agradecemos el apoyo y los comentarios de Mauricio Morales durante la realización de esta investiga-ción. Sin embargo, cualquier error u omisión es de exclusiva responsabilidad de los autores.

100 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 101maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

la derecha de la época (principalmente el Partido Conservador y el Partido Liberal). La segunda vez perdió ante Salvador Allende con el 34,9% de los votos (Moulian, 2009).

En la nueva democracia se han presentado siete candidatos independien-tes: Francisco Javier Errázuriz en 1989, que obtuvo el 15,4% de los votos; Manfred Max-Neef y José Piñera en 1993, que lograron el 5,6 y 6,2%, respectivamente; Arturo Frei Bolívar y Sara Larraín en 1999, que consiguie-ron, cada uno, el 0,4%. En 2009 se presentó Marco Enríquez-Ominami, obteniendo el 20,1% de los votos. La de 2005 fue la única elección en que no se presentaron candidatos independientes, pues el líder mapuche Aucán Huilcamán no logró cumplir con la recolección de firmas necesarias para inscribir su anunciada candidatura.

Este artículo tiene cuatro objetivos. Primero, analizar el surgimiento y evo-lución de la candidatura de Enríquez-Ominami. Segundo, realizar un análisis de las encuestas de opinión para mostrar algunos indicadores de su imagen pública, particularmente en lo que a atributos personales y condiciones para gobernar se refiere. Tercero, mostrar los principales determinantes de apoyo electoral hacia el candidato y la similitud que tuvo su desempeño con la vo-tación histórica de la Concertación. Finalmente, determinar hacia dónde mi-graron los electores de Enríquez-Ominami en la segunda vuelta presidencial de enero de 2010.

Quién es Marco Enríquez-Ominami y cómo surge su candidatura

Marco Enríquez-Ominami Gumucio fue el único candidato presidencial independiente en la elección de 2009. Consiguió el 20,1% de los votos, con-virtiéndose en el candidato independiente que más votos ha obtenido en to-das las elecciones presidenciales desde el retorno a la democracia. Luego de la primera vuelta su apoyo resultaría vital para los dos candidatos que quedaban en competencia (Sebastián Piñera, de RN, y Eduardo Frei, del PDC). Esto, a pesar de que manifestara que en segunda vuelta votaría por el candidato de la Concertación.

Según la encuesta CEP, su apoyo entre los inscritos en los registros electora-les, y eliminando aquellos que declararon que votarián nulo y blanco, varió de un 16% en mayo a un 21,9% en octubre, tal como se muestra en el Gráfico 1, en el que se compara con los demás candidatos. El CEP no incluyó a Marco Enríquez-Ominami en sus mediciones anteriores.

Marco Enríquez-Ominami nació el 12 de julio de 1973. Es filósofo de profesión y cineasta. Tras el golpe de estado de 1973, y con apenas meses de vida, partió, junto a su madre, al exilio a Francia. A pesar de ser crítico de

la clase política chilena es miembro de ella. Su padre, Miguel Enríquez, era el fundador y líder del Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR). Su madre, Manuela Gumucio, socióloga, se casó con el histórico dirigente del Partido Socialista Carlos Ominami. Además, Enríquez-Ominami es nieto del ex senador fundador de la Falange y Democracia Cristiana, Rafael Agustín Gumucio, y su bisabuelo, Manuel Rivas, fue un influyente ministro de prin-cipios del siglo XX.

Es casado con la reconocida periodista y conductora de televisión Karen Do-ggenweiler. Además de su trabajo en cine y televisión, coordinó, colaboró y asesoró diversas campañas electorales en Chile –entre las que se cuentan las campañas senatoriales de Carlos Ominami en 1993 y 2001, las campañas pre-sidenciales de Ricardo Lagos en 1993 y 1999, y las elecciones municipales de 2004–. En el exterior trabajó en México y en Perú en campañas presidenciales.

A los trece años, tras su retorno a Chile, ingresó a las Juventudes del PS. El primer intento por ocupar un rol activo en la política fracasó. En 1993, com-pitió en la interna de la Juventud Socialista Universitaria para ser candidato a la FECH. Fue derrotado por su correligionario Freddy Ponce. Luego de eso, en vez de apoyarlo en la elección, se unió a la oposición de Ponce, que se restaría de la elección. Esto provocó que ese año no se cumpliera el quórum para elegir a una nueva directiva de la federación (El Mercurio, 30 de mayo de 2009).

gráFiCo 1Evolución de la intención de voto para las elecciones de 2009 (%)

Fuente: Elaboración de los autores a partir de datos de encuestas CEP.

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Enríquez-Ominani Frei PiñeraArrate

102 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 103maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

En 2005 fue electo diputado por el distrito 10,2 el mismo distrito en que su padrastro –Carlos Ominami– era senador. Su nominación como candidato puede ser explicada más por el peso político de su apellido que por su real capa-cidad de competencia.3 Obtuvo la primera mayoría con el 34,4% de los votos, dejando en el camino a su compañera de lista, María Eugenia Mella (PDC), quien se presentaba a la reelección. Incluso en ese distrito obtuvo más votos que su padrastro. Si bien su nominación como candidato fue consecuencia de su apellido, su votación puede ser explicada mejor porque él o su esposa eran reconocidos. En su labor parlamentaria integró la Comisión Permanente de Ciencia y Tecnología y la de Agricultura. Además, presidió la primera Comi-sión Investigadora por Avisaje del Estado y presidió la Comisión Especial de Estudio del Régimen Político Chileno. Presentó más de 150 proyectos de ley, pocos de los cuales se han convertido en leyes.

Desde que asumió como diputado participó en forma activa en el deba-te público sobre la formación de políticas públicas y lineamientos políticos, impulsando el diálogo y la participación ciudadana. Muchas veces se carac-terizó por votar en contra de proyectos de ley impulsados por el gobierno o, inclusive, por su propio partido. En una oportunidad, junto a un grupo de diputados, viajó a Perú, a conversar con su presidente, para establecer rela-ciones bilaterales paralelas a las del gobierno. Por todo esto fue denominado “díscolo”, apelativo que, por cierto, le sirvió para potenciar su imagen durante su campaña (Navia, 2009)

Para la elección de 2009 la Concertación había designado en una prima-ria al senador y ex presidente Eduardo Frei (PDC) como el único candidato oficialista. En esta primaria se midió el senador DC y el presidente del Par-tido Radical Social Demócrata, José Antonio Gómez. Los presidentes de los partidos habían decidido que la primaria se realizaría el domingo 5 de abril en las regiones de O’Higgins y Maule. Ésta tendría carácter conclusivo en la medida en que uno de los candidatos superara por una diferencia de 20% al otro postulante. De lo contrario, el mismo 5 de abril se declararía resuelta la candidatura presidencial.4 Como Frei tuvo siempre un mejor desempeño en las zonas rurales sucedió lo esperable y no fue necesario que se continuara con la primaria.

2 Comprende las comunas de La Ligua, Petorca, Cabildo, Papudo, Zapallar, Puchuncaví, Quintero, Nogales, Calera, La Cruz, Quillota e Hijuelas. 3 Para profundizar sobre la importancia del peso político en la selección de candidatos, recomendamos ver Garrido, 2009.

4 Ver www.primariasconcertacion.cl

Enríquez-Ominami insistía en la idea de ser candidato a la presidencia, más aun cuando a principios de mayo de 2009 la encuesta TNS-Time lo colocó como tercer favorito, detrás de Piñera y Frei. Él manifestaba su intención de que se realizaran primarias para elegir entre él y Frei al candidato único de la Concertación. En este contexto 279 militantes socialistas entregaron una car-ta en la que expusieron a la dirigencia del PS la necesidad de reconocer que el oficialismo tenía dos cartas presidenciables. “Me siento candidato de lo mejor de la Concertación, no de la que está encabezada por estos dirigentes, porque esto no es una sociedad anónima, sino un espacio de construcción, de debate”, señaló Enríquez-Ominami (La Nación, 12 de junio de 2009). Sin embargo, los timoneles de los partidos hicieron oídos sordos a su intención.

La Ley Orgánica Constitucional sobre Votaciones Populares y Escrutinios (ley 18.700) señala que las declaraciones de candidaturas deben ser efectuadas por el presidente y el secretario de la directiva central de cada partido político o de los partidos que hubieren acordado un pacto electoral. Como Enríquez-Ominami no contaba con el apoyo de los presidentes de los partidos de la Concertación, y menos con el apoyo del presidente del PS –en ese enton-ces Camilo Escalona–, estaba obligado a renunciar a su partido y presentarse como candidato independiente.

La ley además señala que para ser candidato independiente a la presiden-cia el patrocinio deberá suscribirse ante cualquier notario por un número de ciudadanos, inscritos en cualquier parte del territorio nacional, no inferior al 0,5% de los que hubieren sufragado en la anterior elección periódica de di-putados. De aquí la necesidad que tuvo Enríquez-Ominani de reunir 36.000 firmas.

Escalona acusó a Enríquez-Ominami de estar engañando a la ciudadanía y violando la ley al pretender iniciar la recolección de firmas sin haber renuncia-do al PS. El 12 de junio de 2009 anuncia mediante una carta al Servel y un dis-curso publicado en Youtube5 que renuncia al Partido Socialista. Dice: “Se trata de un acto doloroso. Pero es necesario que responda a la decisión de las cúpulas dirigentes de la Concertación y del PS de ahogar la competencia y el debate de ideas al interior de la coalición. Mi renuncia es parte de los pasos necesarios para continuar y consolidar una candidatura que ha presentado un proyecto de reforma política que considero urgente para que Chile enfrente los desafíos que impone el siglo XX”. Por esos días los resultados de la encuesta Ipsos de junio ubicaban a este candidato con el 22% de adhesión entre sectores intelectuales, medioambientalistas y juveniles (La Nación, 10 de junio de 2009). Para su

5 Video disponible en el link www.youtube.com/watch?v=lIqOj2zieUY&feature=player

104 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 105maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

comando esto sería bueno para acentuar su perfil de independiente. Enríquez-Ominami iniciaba una campaña para captar las firmas necesarias para poder competir en diciembre.

En forma paralela, comenzó una campaña para incentivar la inscripción en los registros electorales de jóvenes y apurar la entrada en vigencia de la ley que permite que la inscripción fuera automática. Esto, pues, según encuestas, ten-dría mejor rendimiento si se incluían en el padrón a los que hasta el momento no estaban inscritos. Estas diferencias se incrementan más en la encuesta CEP de octubre de 2009, tal como se muestran en el Gráfico 2.

A la candidatura de Enríquez-Ominami adhirieron personajes de la familia concertacionista como Carlos Ominami (ex PS, senador por la Quinta Re-gión Cordillera), Marcelo Trivelli (precandidato presidencial, ex dirigente del PDC y ex intendente de Santiago), Esteban Valenzuela (ex PPD y diputado por Rancagua), Álvaro Escobar (ex PPD y diputado por Estación Central, Cerrillos y Maipú), Alejandro Navarro (ex Socialista, fundador del MAS y senador por la Octava Región Costa) y parte del Partido Socialista. También reclutó al economista Paul Fontaine, encargado del programa económico de su campaña, quien tras la derrota en primera vuelta se integraría al coman-do de Sebastián Piñera. Adhirieron también a su candidatura el Partido Hu-manista y el Partido Ecologista, además de diversos movimientos sociales y

ciudadanos, como el Movimiento Amplio Social, el Movimiento SurDA, la Red Progresista, el Movimiento Regionalista y el Movimiento Unificado de Minorías Sexuales, entre otros.

Marco Enríquez-Ominami seguía subiendo en las encuestas. Las encues-tas TNS-Time y CERC de junio de 2009 lo colocaban en el segundo lugar de la carrera presidencial tras Piñera, con un 22% y un 26%, respectivamen-te. La encuesta IPSOS de agosto de 2009 revelaba un empate técnico entre Enríquez-Ominami y Frei en torno al 20% de las intenciones de voto. Las encuestas ponían a Enríquez-Ominami ante la opinión pública como un presidenciable que tenía altas probabilidades de, al menos, pasar a segunda vuelta.

Atribuyéndose la condición del sucesor del legado de la presidenta Bache-let, el 10 de septiembre de 2009 inscribió formalmente su candidatura inde-pendiente por el sillón presidencial con más del doble de las firmas necesarias. En dicha oportunidad realizó un discurso breve, pero muy emotivo. En él, citó los ideales de José Miguel Carrera, de José Miguel Infante y de Francisco Bilbao. Con el fin de capturar el voto de izquierda, finalizó su alocución ci-tando a su padre biológico, Miguel Enríquez: “Adelante, adelante: con todas las fuerzas de la historia”.

La campaña se centró en tres ejes. Primero, reforma educacional. Enríquez-Ominami propugnaba que los hijos de obreros tuvieran la misma enseñanza que los hijos de diputados. En segundo lugar, una reforma tributaria basada principalmente en aumentar el impuesto a los cigarrillos y a las bebidas al-cohólicas y en incrementar el royalty a las empresas explotadoras de recursos naturales. Todo esto para financiar principalmente la reforma en educación. El tercer eje del programa lo constituía una reforma al sistema político. Propo-nía eliminar el binominal, hacer que la inscripción en los registros electorales fuera automática, pasar de un presidencialismo exacerbado (“monárquico”, en sus palabras) a un semipresidencialismo. Adicionalmente, buscaba la descen-tralización a través de la entrega de mayor autonomía económica y política a las regiones y proponía una mayor participación e inclusión ciudadana en la toma de decisiones. Si bien siempre fue cauto al no desmerecer la importancia de los partidos, propugnaba que los ciudadanos debían tener un rol central en el juego político más allá de las elecciones.

Enríquez-Ominami y su equipo, además, conformaron una lista para las elecciones parlamentarias denominada Nueva Mayoría para Chile. Con ella gobernaría en caso de que fuera electo presidente. En esta lista se presentaban principalmente militantes del Partido Humanista y personalidades políticas que apoyaban su candidatura. Así, por ejemplo, Álvaro Escobar buscaba su

gráFiCo 2Intención de voto por Marco Enríquez-Ominami comparando a inscritos con el total de la muestra (%)

Fuente: Elaboración de los autores a partir de datos de encuestas CEP.

25

20

15

10

5

0

mayo agosto octubre

Toda la muestraSólo inscritos

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reelección, al igual que Esteban Valenzuela y Carlos Ominami. Sin embargo, a nivel nacional la lista obtuvo sólo el 4,6% de los votos en la elección de di-putados y un 5% en la de senadores. No obtuvo ningún escaño.

Para Navia (2009), la irrupción de Enríquez-Ominami en la arena presiden-cial es sorpresiva sólo con respecto al personaje. Desde hacía tiempo que el siste-ma político chileno mostraba síntomas de agotamiento, pero nadie hubiese pen-sado que sería un miembro del establishment quien intentaría cambiar el rumbo. En este sentido el candidato ha sido calificado como portavoz o mensajero de aquellos que piden mejorar la calidad de la democracia en Chile y fomentar la participación y la inclusión social. En otras palabras, tal como calificara Navia, se podría decir que Enríquez-Ominami fue el hijo ilegítimo de Bachelet, pues logró recoger el discurso de democracia de abajo hacia arriba que había prometido la ex presidenta, pero que dejó de lado tras las protestas de los estudiantes secun-darios (la denominada revolución pingüina) de mayo a junio de 2006 (Navia, 2009). Sin embargo, la gran diferencia entre Bachelet y Enríquez-Ominami es que Bachelet pretendía impulsar más participación ciudadana desde la Concer-tación, mientras que Enríquez-Ominami intentaba hacer la reforma desde fuera.

Tras la elección Enríquez-Ominami conformó un nuevo referente, El Parti-do Progresista, como plataforma para una próxima candidatura. Sin embargo, sin representantes en el Congreso, las posibilidades de convertirse en un actor relevante son mínimas. Primero, porque el sistema binominal entrega incen-tivos institucionales para la formación de sólo dos grandes coaliciones (Navia, 2005; Valenzuela y Scully, 1997; Magar, Rosenblum y Samuels, 1998); y se-gundo, porque Chile presenta un sistema de partidos altamente instituciona-lizado (Mainwaring y Scully, 1995; Payne et al., 2003), en el que las preferen-cias electorales de los chilenos no varían significativamente entre elecciones (baja volatilidad) y porque los partidos chilenos tienen una fuerte raigambre social a través de la historia política del país.

Atributos de Marco Enríquez-Ominami y su evoluciónYa que los candidatos necesitan posicionarse mediáticamente y enfrentar

a sus adversarios, las encuestas sirven para ver en qué aspectos se diferencian entre ellos ante la opinión pública. A partir de estos datos los candidatos in-fieren hacia dónde posicionar su candidatura, qué imagen proyectar y, natu-ralmente, potenciar los aspectos positivos (Druckman, Jacobs y Ostermeier, 2002). En 2009 el CEP realizó tres encuestas que medían, entre otras cosas, intención de voto y atributos personales de los candidatos a la presidencia. Estos datos nos permiten analizar la evolución de las candidaturas respecto a los atributos o habilidades para gobernar.

Durante 2009 el nivel de conocimiento de la opinión pública sobre Marco Enríquez-Ominami tendió al alza. Esto fue de la mano con un incremento sostenido de sus evaluaciones positivas y una disminución en las evaluaciones negativas. Esta encuesta ubicaba a Enríquez-Ominami entre los diez políticos que la gente más conocía antes de iniciada la carrera presidencial. Para la pri-mera medición realizada por el CEP en el año 2009,6 el candidato indepen-diente se ubicó en el octavo lugar con un nivel de conocimiento del 84% y concluyó el año con un 96% entre los cinco personajes políticos más conoci-dos del país. Es decir, Enríquez-Ominami era un personaje público conocido antes de su irrupción en la campaña electoral o, para ser más precisos, antes de su campaña para obtener firmas para convertirse en candidato presidencial, como establece la ley. Su carrera como diputado, su vínculo con el ex senador Carlos Ominami (ex PS), su relación con Karen Doggenweiler y sus constan-tes apariciones en programas de televisión de tinte popular contribuyeron a esto. Así, la candidatura de Enríquez-Ominami no necesitaba profundizar en el conocimiento que la opinión pública pudiera tener de él, sino sólo esforzar-se por posicionar su candidatura.

La evaluación general de la candidatura de Marco Enríquez-Ominami también tiene variaciones en el tiempo. Para los meses de mayo y junio el 48% de los encuestados lo evaluaba “positiva y muy positivamente”, mientras que un 20% lo evaluaba como “negativa y muy negativamente”. En la encuesta de octubre la evaluación positiva de Enríquez-Ominami subió a un 52%, mientras su evaluación negativa disminuyó a un 18%. Comparativamente con los otros candidatos, la encuesta CEP mostró que Enríquez-Ominami tuvo un mejor desempeño en los atributos generales (evaluación y nivel de conocimiento). De hecho, Frei logró un 36% en su evaluación “positiva y muy positiva”, mientras que Piñera obtuvo un 43%. Los encuestados que evaluaron de manera “negativa y muy negati-va” dieron la misma cifra a los dos candidatos (36%). La candidatura de Enríquez-Ominami se posicionaba como la candidatura con mejor evalua-ción y menor rechazo.

Dentro de las características más importantes destacadas por los encuesta-dos para decidir por quién votar en la elección presidencial se encuentra que “sea capaz de solucionar los problemas y necesidades de las personas”, que “esté preparado para ser presidente” y que sea “capaz de unir al país”. En la Tabla 1 podemos ver la evaluación de estos atributos entre agosto y octubre para Marco Enríquez-Ominami. En todos los atributos sufre alzas.

6 Encuesta CEP mayo-junio 2009.

108 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 109maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

Mientras Frei y Piñera sufrieron bajas en el primer atributo considerado como importante, Enríquez-Ominami tiene un alza de 5 puntos entre las mediciones. La opinión pública tenía una buena impresión sobre lo que En-ríquez-Ominami podía realizar para solucionar los problemas de la sociedad; sin embargo, creía que no estaba preparado para ser presidente, tal como lo demuestra la medición del segundo atributo importante. De hecho, sólo el 32% de las personas creyó que estaba preparado, según la medición de octu-bre. En comparación al resto de sus atributos, éste es en el que obtiene la más baja evaluación. La poca experiencia política que reflejaba el candidato a sus 36 años le habría pasado la cuenta. Además, en los medios de comunicación se instaló la idea de que si ganaba el candidato independiente, el país se podría ver enfrentado a una crisis de gobernabilidad, pues no contaría con el apoyo de los partidos políticos. En concreto, Frei y Piñera superaban ampliamente a Enríquez-Ominami en este atributo.

El tercer atributo destacado es la capacidad de unir al país. Éste es, sin duda, unos de los atributos más disputados entre los candidatos presidenciales, que obtienen cifras similares y sin diferencias significativas. Marco Enríquez-Omi-nami consigue en octubre un 36%, con un aumento de 7 puntos en relación a la medición anterior, mientras que Frei suma un 37% y Piñera un 38% en octubre, registrando bajas ambos candidatos.

El mejor resultado que obtiene Enríquez-Ominami en la evaluación de atributos es al consultarse si es considerado sincero o manipulador. Un

42% de los encuestados considera que el ex socialista es sincero, logrando sobrepasar a los otros contrincantes con diferencias significativas. Así, Frei queda en el segundo lugar con un 32%, seguido de Piñera con un 30%. Tanto el candidato de la Concertación como el de la derecha experimen-tan bajas estadísticamente significativas. En los demás atributos Enríquez-Ominami logra un buen desempeño. De hecho siempre lidera en simpatía y cercanía.

La tendencia es clara. Marco Enríquez-Ominami mejoró en todas medi-ciones de atributos entre una encuesta y otra, mientras que los otros candi-datos empeoraron su evaluación. Con esto queda la sensación de que En-ríquez-Ominami bien pudiera haber mejorado aun más sus atributos o su imagen ante la opinión pública si hubiese tenido más tiempo. De haber sido así, el candidato independiente podría haber pulido más su imagen, logran-do que su evaluación general y de sus atributos mejoraran. Sin embargo, si bien logró posicionarse con fuerza, sus atributos y nivel de conocimiento no fueron suficientes para que pudiera pasar a la segunda vuelta.

En un análisis más profundo identificamos grandes diferencias entre los inscritos y no inscritos. Este análisis nos permite inferir sobre lo pudo haber ocurrido si Enríquez-Ominami hubiese logrado una masiva inscripción al sistema entre aquellos que no estaban inscritos para votar en la elección de 2009. Así, por ejemplo, si desagregamos los resultados del candidato independiente por inscritos, en la medición del atributo “capacidad para solucionar los problemas y necesidades de las personas” se observa que ob-tiene un mejor desempeño entre los no inscritos,7 con un 43%, frente a un 31% entre los inscritos. La diferencia es estadísticamente significativa para todos los atributos, tal como lo mostramos en la Tabla 2. Los no inscritos tuvieron expectativas más altas que los no inscritos respecto a la candidatura de Enríquez-Ominami. De aquí que su candidatura se haya empeñado en construir un mensaje que incentivara a incorporar a la masa desencantada y no inscrita.

Con esto podemos decir que Enríquez-Ominami efectivamente logró cap-turar, con su discurso crítico, a los que no participan. Al parecer aquellas personas que no estaban inscritas en los registros electorales tenían incentivos suficientes para tener una percepción más positiva sobre quien se acerca en forma crítica al sistema político. Si estas personas hubiesen votado, claramente hubiesen contribuido a fortalecer su candidatura. Lo más probable es que su fracaso estuvo en no haber logrado concretar que este grupo de personas se

7 Del total de la muestra un 73% está inscrito y un 27% no está inscrito.

Tabla 1Resumen de la evaluación de atributos de Marco Enríquez-Ominami (%)

Fuente: Elaboración de los autores con datos de las encuestas CEP de agosto y octubre de 2009.

Atributo Agosto Octubre Diferencia

Capacidad para solucionar los problemas y necesidades de las personas 29 34 +5

Está preparado para ser presidente de Chile 29 32 +3

Sería un presidente capaz de unir al país 29 36 +7

Actuaría con firmeza en su gobierno frente a las presiones de instituciones, grupos y personas

36 38 +2

Actuaría con destreza en su gobierno frente a las presiones de instituciones, grupos y personas

37 40 +3

Le da confianza 36 40 +4

Es sincero 40 42 +2

Es seguro 43 49 +6

Es cercano 34 38 +4

Es simpático 56 62 +6

110 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 111maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

inscribiera para votar. Sin embargo, entre los inscritos –que finalmente son los decidieron la elección–, a pesar de estar bien evaluado, no logró capitalizar más votos que el candidato de la Concertación.

Ahora bien, ya que la evaluación de atributos de Marco Enríquez-Omina-mi al parecer no fue significativa al momento de sumar votos, o al menos para pasar a la segunda vuelta, es preciso evaluar qué otras variables pueden expli-car la adhesión a este candidato. En lo que sigue intentamos dilucidar qué variables de largo plazo ayudan a explicar la votación alcanzada por Enríquez-Ominami. Utilizamos este tipo de variables, pues estudios anteriores han de-mostrado que éstas explicarían de forma más consistente el comportamiento electoral de los chilenos (Madrid y Navia, 2009; Ortega, 2003; Altman, 2004; López, 2004).

Impacto de las variables de largo plazo sobre la intención de votoen la candidatura de Enríquez-Ominami

Las variables de largo plazo que pueden explicar el comportamiento elec-toral se deducen de las escuelas de Columbia y de Michigan, que defien-den modelos sociológicos y sicológicos, respectivamente. Según la primera, las personas votarían de acuerdo a su posición dentro de la sociedad y cómo esta posición se ha vinculado con cierto partido. A su vez, este partido se crearía a raíz de ciertas divisiones o clivajes existentes en la sociedad (Lipset y Rokkan, 1967). En tanto, el modelo de Michigan se basa en la presencia de cierta identificación partidaria adquirida, pero permanente (Campbell et

al., 1960; Campbell y Valen, 1960). Es decir, supone la existencia de cier-tas posiciones de identificación partidaria que son consistentes en el tiempo, adquiridas inicialmente de la familia, luego reforzada por la pertenencia a ciertos grupos y, aunque parezca tautológico, por el voto por cierto partido en el tiempo (López, 2004: 286). Así, el supuesto fundamental sobre el que des-cansan argumentativamente estas escuelas es que el voto es un acto de afirma-ción (Morales y Poveda, 2007: 139). De estos enfoques se deducen variables sociodemográficas y socioeconómicas, tales como sexo, edad, religión y clase (Richardson, 1991; Morales y Poveda, 2007).

Para analizar el real impacto que pueden tener estas variables, hemos di-señado un modelo estadístico de regresión logit. La variable dependiente la hemos construido a partir de la pregunta de la encuesta ICSO-UDP que versa sobre la intención de votos en la primera vuelta,8 siempre filtrando por aque-llos que declaran estar inscritos en los registros electorales, recodificando en 1 a aquellos que declararon que votarían por el candidato independiente y en 0 a las demás opciones. En el modelo incorporamos aquellas variables que la literatura ha descrito como importantes para explicar el comportamiento electoral en Chile (Tabla 3, en la página siguiente).

El modelo 1 explica la votación a partir de todas las variables consideradas. Observamos que las personas de derecha son significativamente menos proclives a votar por Enríquez-Ominami que las que no se identifican con alguna posi-ción política. En cambio, la probabilidad de una persona de centro o izquierda de votar por Enriquez-Omminami es mayor que un “ninguno”. Por otra parte, las personas de entre 30 y 45 años tenían más probabilidades de apoyar al can-didato independiente, en comparación con aquellos que tenían 61 años o más. Con respecto al nivel socioeconómico, tanto los grupos ABC1, C3 y D tenían más probabilidades de votar por el candidato, en comparación con el grupo E.

El modelo 2 excluye la variable de posición política, pues puede que re-tenga gran parte de la varianza de la variable dependiente. En consecuencia, la variación se observa entre los grupos que tienen entre 18 y 29 y entre 30 y 45 años. Este grupo tendería a apoyar más la candidatura del independiente en comparación al grupo de referencia de 61 y más años. La adhesión en los grupos socioeconómicos también cambia. Quitando la identificación en la es-cala política sólo sería significativo el grupo C, que tendría más posibilidades de apoyar al candidato independiente, en comparación al grupo E. Con esto podemos concluir que el apoyo al candidato independiente en los grupos altos y bajos estaba condicionada por la identificación política de éstos.

8 La pregunta era: “Si las elecciones fueran este domingo, ¿por qué candidato votaría?”.

Atributo Inscritos No inscritos

Capacidad para solucionar los problemas y necesidades de las personas 31 43

Está preparado para ser presidente de Chile 28 43

Sería un presidente capaz de unir al país 32 45

Actuaría con firmeza en su gobierno frente a las presiones de instituciones, grupos y personas

35 46

Actuaría con destreza en su gobierno frente a las presiones de instituciones, grupos y personas

37 50

Le da confianza 37 48

Es sincero 41 47

Es seguro 46 57

Es cercano 37 43

Es simpático 59 69

Tabla 2Resumen de la evaluación de atributos de Marco Enríquez-Ominami entre inscritos y no inscritos (%)

Fuente: Elaboración de los autores con datos de las encuestas CEP de agosto y octubre de 2009.

112 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 113maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

Finalmente, el modelo 3 excluye la variable de nivel socioeconómico e incluye nuevamente la variable de posición política. Aquí la edad pierde significancia en el grupo más joven, mientras que las personas que declaran tener entre 30 y 45 años sigue siendo significativa. La variable de posición

política es significativa, teniendo el mismo comportamiento que en el mo-delo 1. Es decir, los identificados con la derecha fueron menos proclives a votar por la candidatura de Enríquez-Ominami, en comparación con los que no se identifican con alguna tendencia. Como es de esperarse, los que se identifican con el centro y la izquierda tenían más posibilidades de apoyar a este candidato que a los que no se identifican con alguna opción ideológica.

En suma, las personas de derecha fueron menos proclives a votar por En-ríquez-Ominami que las personas que no se identifican con alguna tendencia política. No así las personas de centro y de izquierda, que tenían más probabi-lidades de votar por el candidato independiente en comparación a los que no se identifican con alguna tendencia política. Por otra parte, la generación de entre 30 y 45 años tenía más posibilidades de votar por Enríquez-Ominami en comparación al grupo de 61 y más años. Finalmente, respecto al nivel so-cioeconómico de las personas, podemos afirmar que el grupo C3 fue el más proclive a votar por este candidato en comparación al grupo de referencia D. En otras palabras, Marco Enríquez-Ominami tenía más probabilidades de ser apoyado por aquellos grupos de edades medias y de niveles socioeconómicos medios que por el grupo de clase mas baja.

Efecto del Índice de Desarrollo Humano sobre la votación alcanzada por Marco Enríquez-Ominami

El estudio de Altman (2004) demostró que el Índice de Desarrollo Hu-mano (IDH) sería unos de los mejores predictores de voto al trabajar con resultados electorales por comuna. Éste tendría un efecto cuadrático sobre los resultados electorales por comuna. De este modo, la función para la Alianza tendría forma de U y para la Concertación de una U invertida. En otras pala-bras, en comunas con IDH extremos (altos y bajos) tendría más probabilida-des de ganar la Alianza, mientras que en comunas con IDH medio habría más probabilidades de que ganara la Concertación.

Para observar el efecto del IDH sobre la votación obtenida por Marco En-ríquez-Ominami hemos realizado una simulación estadística realizada con el paquete zelig de R sobre la base de un modelo de regresión lineal (Kosuke et al., 2007), exhibida en el Gráfico 3 (ver página siguiente). En él se nos muestra la re-lación entre la votación alcanzada por Enríquez-Ominami en función del IDH.

Notamos que el IDH tiene un efecto cuadrático en la votación de Enrí-quez-Ominami, que se parece al comportamiento histórico que han tenido los candidatos de la Concertación (Altman, 2004). A Enríquez-Ominami le fue mejor en comunas con IDH medio y medio-alto que en comunas con IDH bajo. Esto es consistente con el análisis sobre la base de encuestas mostrado

a. La categoría de referencia de sexo es “mujer”.b. La categoría de referencia de edad es “61 y más años”. c. La categoría de referencia de nivel socioeconómico es “E”.d. La categoría de referencia de educación es “universitaria.”e. La categoría de referencia de religión es “no es creyente”.f La categoría de referencia de posición política es “ninguna”.*** significante al p ≤ 0,01; ** significante al p ≤ 0,05; * significante al p ≤ 0,1.Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

Tabla 3Modelos de regresión logística: “odds ratio” de los determinantes de apoyo a Marco Enríquez-Ominami (MEO) respecto a los otros candidatos con variables de largo plazo

MEO versus todos los demás candidatos

Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3

Sexo (hombre) a 0,991 1,081 1,006

Edad b

18-2930-4546-60

1,8611,7771,208

1,9361,7861,301

1,8261,8501,286

Nivel socioeconómico c

ABC1C2C3D

3,0302,3582,8362,816

2,1561,871

2,435*2,106

Educación d

BásicaMediaTécnica

0,8921,3431,058

0,8541,1140,930

0,7301,3531,019

Religión e

CatólicaEvangélicaOtra

1,1761,0481,239

1,1090,8991,210

1,1501,0061,225

Posición política f

DerechaCentroIzquierda

0,2541,7661,780

–0,2581,7831,734

Constante -3,161 -2,173 -2,186

X2 51,285 17,444 46,230

-2 log de verosimilitudr2 de Cox y Snellr2 de Nagelkerke

513,9030,0640,104

402,0900,0210,035

445,304 0,0580,094

******

***

*** ***

***

****

*

**

*

***

***

***

****

114 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 115maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

anteriormente, en el que, al comparar la intención de voto por Enríquez-Ominami con los otros candidatos, Enríquez-Ominami tuvo más probabi-lidades de ser votado por personas pertenecientes a niveles socioeconómicos medios y medio-altos. Con esto estamos en condiciones de señalar que la vo-tación obtenida por Enríquez- Ominami se parece más a la votación histórica de la Concertación que a la de la Alianza (Altman, 2004).

Para despejar completamente este argumento, en el Gráfico 4 mostramos la distribución del electorado de Enríquez-Ominami según nivel socioeconómico. Notamos que la votación por el candidato independiente se distribuye en mayor medida en los grupos medios. Esto también es consistente con aquellos estudios que intentan dar cuenta de la votación obtenida por la Concertación a base de análisis de encuestas (Madrid y Navia, 2009; López, 2004; Ortega, 2003).

En consecuencia, la candidatura de Enríquez-Ominami logró, hasta cierto punto, capturar el voto concertacionista, haciendo peligrar la candidatura de Eduardo Frei. De hecho, en aquellos lugares donde Enríquez-Ominami ob-tuvo mejor votación, a Frei le costó más capitalizar sus votos en la segunda vuelta, tal como lo mostramos más adelante. Ahora bien, en la siguiente sec-ción intentamos explicar qué pasó con los votos del candidato independiente en la segunda vuelta.

¿Dónde se fueron los votos de Marco Enríquez-Ominami?Uno de los grandes dilemas que se presentó en esta elección fue qué pasaría

con los votos de Marco Enríquez-Ominami tras la primera vuelta. El destino del 20,1% de los votos obtenidos por el candidato independiente sería fun-damental para asegurar la victoria de alguno de los candidatos que pasaran al ballotage. Así, tanto Frei como Piñera intentaron acercarse al discurso de En-ríquez-Ominami para tratar de capturar su electorado. Por ejemplo, Sebastián Piñera, en su discurso tras conocerse los resultados de la primera vuelta, alabó el “espíritu optimista” de Enríquez-Ominami. También enumeró una serie de coincidencias con el diputado “díscolo”. Señaló que “compartimos con Marco y todos sus seguidores un diagnóstico de una Concertación agotada, que está con fatiga de material” (La Nación, 14 de diciembre de 2009). Además, su-brayó la coincidencia entre ambos en “esta cruzada contra la corrupción y la incompetencia” (La Nación, 14 de diciembre de 2009).

Asimismo, al día siguiente de la elección, el presidente del Partido Radi-cal Social Demócrata (PRSD), José Antonio Gómez, y el del Partido Por la Democracia (PPD), Pepe Auth, presentaron su renuncia. Esto fue entendido en los círculos políticos como el cumplimiento de una de las exigencias plan-teadas por el ya ex candidato independiente para un eventual acercamiento

gráFiCo 3Simulación del efecto del IDH sobre la votación obtenida por Enríquez-Ominami

Val

ores

esp

erad

os d

e la

vot

ació

n M

EO

, 200

9

Fuente: Elaboración de los autores con datos de www.elecciones.gov.cl y www.sinim.gov.cl

IDH

105

020

15

50 60 70 80 90

gráFiCo 4Votación en primera vuelta de Marco Enríquez-Ominami, según grupo socioeconómico (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

25

ABC1 C2 C3 D E

20

15

10

5

0

116 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 117maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

a la candidatura de Frei. Sin embargo, no se cumplió con que renunciaran los presidentes de los partidos ancla de la Concertación, el socialista Camilo Escalona y el democratacristiano Juan Carlos Latorre. Estos últimos mani-festaron que se mantendrían en sus cargos hasta que se celebrase la segunda vuelta y después se someterían a la decisión de los militantes (El Mercurio, 14 de diciembre de 2009). En tanto, el gobierno de Michelle Bachelet, con el fin de acercarse al proyecto político de Enríquez-Ominami, dispuso la dis-cusión inmediata en el Congreso del proyecto de voto voluntario e inscrip-ción automática, de fortalecimiento de la educación pública y de la reforma constitucional que consagra las aguas como bien nacional de uso público. Por su parte, Enríquez-Ominami, cinco días antes de la segunda vuelta, declaró que “votaría por el candidato que alcanzó el 29% de los votos [refiriéndose a Frei]”, dejando a sus votantes en libertad de acción.

A través de la encuesta ICSO- UDP podemos acercarnos al destino de los votos del candidato independiente en la segunda vuelta, como lo mostramos

en la Tabla 4. Aquí vemos que no todos los votos de Enríquez-Ominami se traspasaron al candidato de la Concertación. De hecho, tan sólo el 49% de sus votos así lo hicieron. A Piñera iría el 21%, y el 29,7% de las personas votaría nulo o blanco.

Para tener una aproximación sobre el comportamiento real de los votan-tes de Marco Enríquez-Ominami en la segunda vuelta, hemos calculado el diferencial entre lo obtenido por Frei en la segunda vuelta y lo obtenido en conjunto por Arrate, Enríquez-Ominami y Frei en la primera vuelta. De este modo sabremos qué tanto le costó a Frei sumar los votos del candidato inde-pendiente en la segunda vuelta. El Gráfico 5 muestra la distribución de este diferencial por región.

Como se advierte, el diferencial está concentrado en las regiones del norte y del sur del país. Esto indica que Frei tuvo menos problemas para capturar las votaciones de Enríquez-Ominami y Arrate en las zonas centrales. Donde Frei tuvo más dificultades para sumar esas votaciones fue en las regiones I, XII, II y III. También aparecen con diferenciales altos algunas zonas den-samente pobladas, como las regiones V y VIII. En definitiva, a Frei le costó menos capitalizar los votos de Enríquez-Ominami en las zonas centrales del país, mientras que en las zonas extremas le costó más. Pero ¿qué determinó que un votante de Enríquez-Ominami haya decidido votar por el candidato de la Concertación o por el de la Alianza en la segunda vuelta? Para tener una aproximación al perfil de aquellos que votaron por Frei o Piñera en la segunda vuelta pero que votaron por Enríquez-Ominami en la primera, utilizamos los datos de la encuesta ICSO-UDP 2009. Realizamos un análisis en función del sexo, nivel socioeconómico, edad, identificación política, zona de residencia y nivel educacional, tal como se muestra en la Tabla 5 (ver página siguiente).

De aquellos hombres que declararon haber votado por Marco Enríquez-Ominami en la primera vuelta, en la segunda un 52,2% lo hicieron por Frei y un 62,1% por Piñera. En tanto, de las mujeres que declararon haber votado por el candidato independiente, casi un 38% votó por Frei en la segunda vuelta y un 47,8% por Piñera.

Otra variable que muestra diferencias significativas es el nivel de escolari-dad. En los grupos con menores niveles de educación el traspaso fue mayor hacia Frei, mientras que en los grupos con mayores niveles de escolaridad el traspaso de votos fue mayor para Piñera. En ese sentido llama la atención que el grupo que más votos blancos y nulos emitió en la segunda vuelta (siempre entre aquellos que votaron en la primera vuelta por Enríquez-Ominami) fue-ron aquellos con educación media y técnica. Por otro lado, si bien las varia-bles “nivel de escolaridad” y “nivel socioeconómico” pueden estar altamente Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

gráFiCo 5Distribución del diferencial Frei por región (%)

12

10

8

XV I II III IV V RM VI VII VIII IX XV X XI XII

6

4

2

0

14

8,2 8,67,6 7,6

6,85,8 5,8

6,4 6,5

7,3

10,5

7,2

12,6

10,4 10,4

ArrateEnríquez-Ominami

Frei Piñera Blanco/Nulo

Frei 70,6 49,3 99,0 0,8 14,9

Piñera 11,8 21,0 1,0 99,2 8,5

Blanco/Nulo 17,6 29,7 0,0 0,0 76,6

Total 100 100 100 100 100

Tabla 4Distribución de los votos entre la primera y la segunda vuelta (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

118 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 119maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

correlacionadas, se observa algo similar en esta última. Es decir, el traspaso de votos de Enríquez-Ominami a Piñera fue mayor entre aquellos grupos más acomodados. Por el contrario, el traspaso de votos de Enríquez-Ominami a Frei fue mayor en los grupos de niveles socioeconómicos más bajos.

Asimismo, de las personas que traspasaron su voto a Piñera en la segunda vuelta tan sólo el 10% se identificaba con la derecha. De hecho, el candidato de la Alianza tuvo mejor arrastre entre aquellos que no se identificaban con ninguna opción. Por el contrario, aquellos que traspasaron sus votos a Frei, el 42,4% se identificaba con la izquierda. Al parecer Piñera logró atraer a los electores independientes de Enríquez-Ominami, mientras que Frei sumó en mayor medida los votos que venían de los electores izquierdistas.

ConclusiónMarco Enríquez-Ominami revolucionó la escena política en la elección de

2009. Su procedencia concertacionista contribuyó en gran parte a captar el voto que esta coalición había tenido históricamente. Además, fue la candi-datura, en comparación a la de Frei, Piñera y Arrate, que mejor desempeño tuvo ante los ojos de la opinión pública, pues la evolución en la medición de sus atributos e intención de voto fue siempre en alza. Sin embargo, esto no fue suficiente para captar los votos necesarios para pasar a la segunda vuelta. De hecho, gran parte de su apoyo estaba entre los no inscritos en los registros electorales.

A través de esta investigación podemos confirmar que las preferencias elec-torales de los chilenos efectivamente pueden ser explicadas mediante modelos teóricos que incluyen variables de largo plazo. Aquellas personas que tenían entre 30 y 45 años tenían más probabilidades de votar por Enríquez-Omina-mi que el grupo de referencia de 61 y más años. Del mismo modo, aquellas personas que se identificaban más a la izquierda y el centro tenderían a votar más por el candidato independiente en comparación al grupo de referencia “ninguno”. No así los de derecha, que tenían menos probabilidades de votar por Enríquez-Ominami que un “ninguno”. Sin embargo, el nivel socioeco-nómico sería una de las mejores variables explicativas de la votación hacia Enríquez-Ominami. Esto se confirmaría al utilizar el IDH para explicar la votación alcanzada por Enríquez-Ominami a nivel comunal. Así concluimos que la votación del ex diputado socialista fue mejor en estratos socioeconómi-cos medios y medio-altos.

La capacidad explicativa de las variables de largo plazo se confirma al anali-zar los determinantes del traspaso de votos de Enríquez-Ominami a Piñera o

Tabla 5Caracterización de los votos de Enríquez-Ominami en la segunda vuelta (%)

Fuente: Cálculo de los autores sobre la base de la encuesta ICSO-UDP 2009.

Voto en la segunda vuelta

Piñera Frei Blanco/Nulo

Sexo

Hombre 62,1 52,2 43,9

Mujer 37,9 47,8 56,1

Nivel educacional

Básica 23,1 23,5 12,2

Media 46,2 51,5 31,7

Técnica 23,1 7,4 29,3

Universitaria 7,7 17,6 26,8

Nivel socioeconómico

C1 3,4 10,1 17,1

C2 24,1 18,8 31,7

C3 34,5 33,3 26,8

D 27,6 34,8 24,4

E 10,3 2,9 0,0

Zona

Santiago 31,0 36,8 50,0

Regiones 69,0 63,2 50,0

Edad

18-24 6,9 10,1 17,1

25-34 44,8 39,1 43,9

35-54 27,6 36,2 29,3

55 y más 20,7 14,5 9,8

Identificación política

Derecha 10,3 3,0 2,4

Centro 27,6 25,8 26,2

Izquierda 27,6 42,4 35,7

Ninguna 34,5 28,8 35,7

Total 100 100 100

120 ROdRiGO OsORiO / maRtín schusteR 121maRcO enRíquez-Ominami: eL candidatO indePendiente

a Frei. Notamos que el nivel educacional y la zona en que viven las personas (Santiago o regiones) serían los mejores predictores de la distribución de los votos del candidato independiente en la segunda vuelta. Aquellos con menor nivel educacional tendieron a traspasar sus votos hacia Frei, mientras que los que viven en Santiago tuvieron más probabilidades de votar nulo o blanco que aquellos que viven en regiones.

Con esta investigación contribuimos al estudio del comportamiento elec-toral de los chilenos en un área poco desarrollada. El estudio de la adhesión y traspaso de votos de la candidatura de Marco Enríquez-Ominami nos revela que la acusada capacidad explicativa de los modelos teóricos de largo plazo no sólo analizan en forma consistente la votación alcanzada por candidatos de partido, sino que también puede servirnos para candidatos independientes.

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123¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

Capítulo 4

¿Quién vota por la izquierda?La intención de voto y el desempeño electoral de Jorge Arrate1 Carolina Garrido

PresentaciónLa coalición Juntos Podemos, compuesta por el Partido Comunista y di-

versos movimientos de izquierda, fue representada en las elecciones presiden-ciales de 2009 por Jorge Arrate, ex socialista y ex ministro del candidato presi-dencial de la Concertación, Eduardo Frei. Decepcionado por la forma en que el Partido Socialista llevaba a cabo la selección de su candidato presidencial, Arrate renuncia al partido y, posteriormente, es elegido como candidato de la coalición de izquierda Juntos Podemos. Desde ese momento, Arrate encabeza la campaña de esta coalición basado en el histórico mensaje político de los partidos de izquierda enfocado en poner fin a la exclusión y la discriminación, y proteger a los trabajadores y a los más desposeídos. Pero ¿quiénes, efectiva-mente, votaron por Arrate?

Este artículo analiza el perfil de los votantes de Jorge Arrate en las elecciones presidenciales de 2009. Primero, reviso los antecedentes históricos y la base electoral de los partidos de izquierda en el periodo pre 1973 y posterior al retorno a la democracia. En particular, hago hincapié en el respaldo electoral del Partido Comunista, el más importante de la coalición Juntos Podemos. En segundo lugar, reviso la historia política, la campaña electoral y la intención de voto de Jorge Arrate con base en diversas variables de largo plazo, enfo-cándome en el nivel socioeconómico de las personas. Considerando los datos anteriores, sostengo que el voto por Jorge Arrate aumenta a medida que lo hace el ingreso y/o la educación de los electores. Confirmo esta hipótesis rela-cionando la votación de Arrate con el Índice de Desarrollo Humano comunal.

1 Agradezco la ayuda y comentarios de Mauricio Morales durante la realización de esta investigación. Sin embargo, cualquier error u omisión es de exclusiva responsabilidad de la autora.

124 caROLina GaRRidO 125¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

El surgimiento y desempeño electoral de la izquierda: 1922-1973Antes de analizar la votación y el perfil de las personas que sufragaron por

Jorge Arrate es fundamental hacer una referencia al sistema de partidos chi-leno y a la votación histórica de la izquierda. Si bien este artículo no tiene por objetivo central relatar la historia política o electoral de la izquierda, es importante hacer mención a sus inicios y al perfil histórico de sus votantes como antecedente para un análisis posterior de su votación desde 1989 y, en particular, respecto al desempeño electoral del candidato presidencial del Jun-tos Podemos en las elecciones de 2009.

El sistema de partidos chileno: los orígenes de la izquierdaEl sistema de partidos chileno se estructuró en torno a diversos conflictos

o fisuras sociales.2 Y si bien la división clerical-anticlerical fue uno de los con-flictos relevantes que definió la competencia partidaria a fines del siglo XIX e inicios del XX, fueron las diferencias de clase la principal ruptura social generadora de partidos políticos (Valenzuela, 1995). En particular, el Partido Comunista (PC) y el Partido Socialistas (PS) nacen con el objetivo de repre-sentar a la clase obrera.

Tal como lo explica Arturo Valenzuela (1996), durante el periodo de la república parlamentaria en Chile (1891-1925), el ambiente industrial no fa-vorecía la negociación colectiva ni la sindicalización, provocando la represión al movimiento obrero. Ante la imposibilidad de la clase política moderada de defender los derechos de los trabajadores, éstos comienzan a organizarse con el objetivo de defender sus intereses “fuera” del lugar de trabajo. Es decir, en la arena política.

En este contexto, nace el Partido Democrático (1887), el primer partido importante que hizo un esfuerzo serio por reunir a los empleados y artesanos de Santiago y Valparaíso y a los mineros del norte y sur del país (Faúndez, 1992: 30). La mayoría de sus militantes y líderes provenían de los sindicatos, las cooperativas y otras sociedades del sector obrero. Su primer líder fue Mala-quías Concha, abogado que renuncia al Partido Radical junto a un grupo de trabajadores de la Sociedad de la Igualdad (Valenzuela, 1995: 30).

En 1903, el Partido Demócrata fue el primero en elegir a parlamentarios de clase obrera, quienes abogaron consistentemente en favor de la legislación relacionada con las condiciones laborales de los trabajadores y publicaron di-

2 Para un análisis más exhaustivo del sistema de partidos en Chile hasta el quiebre democrático de 1973, véase a Garretón, 1983; Gil, 1969; Scully, 1992; Tironi y Agüero, 1999; Valenzuela, 1996; Valenzuela, 1995; Valenzuela, 1999; Valenzuela y Scully, 1997; Urzúa Valenzuela, 1992.

versos periódicos lamentando las condiciones de vida de éstos (Valenzuela, 1995: 31).

Ahora, si bien no fue una característica del Partido Demócrata obtener altos porcentajes de votación electoral a nivel nacional, sí lo fue la concentración de dicha votación en sectores mineros y de clases trabajadoras urbanas. En las elecciones parlamentarias de 1897, logró el 17% de la votación en Santiago, mientras que llegó a un 40% en algunas elecciones parciales en Valparaíso y Concepción (Valenzuela, S., 1995: 31).

Finalmente, la disposición del Partido Demócrata a aliarse electoralmente con partidos políticos tradicionales (liberales, radicales e incluso conservado-res) desencadenó un choque entre sus dirigentes de clase media y los militantes de base, quienes representaban los intereses de los trabajadores, determinando así una división en sus filas en 1912 (Valenzuela, 1996; Faúndez, 1992). Ese año, Luis Emilio Recabarren renuncia al Partido Demócrata y, con un peque-ño grupo de militantes sindicales, crea el Partido Obrero Socialista (POS).

La disposición a crear pactos electorales fue la que perjudicó finalmente al Partido Demócrata como partido de clase obrera. Si bien ser parte de alianzas políticas le brindaba beneficios electorales, como la elección de parlamen-tarios, el partido debía enfocar su mensaje político en temas programáticos comunes entre los partidos que conformaban dicha coalición, como eran los temas anticlericales, por ejemplo. Por tanto, el enfoque en estos tópicos im-pidió que el Partido Demócrata pudiera centrarse en profundidad en las de-mandas de la clase obrera, provocando un importante quiebre entre la base militante del partido, compuesta por trabajadores y mineros, y los dirigentes (Valenzuela, 1995; Faúndez, 1992).

En 1919 el Partido Democrático rechazó la propuesta del POS de crear un partido único de trabajadores debido a que, entre otros motivos, el objetivo era que éste no realizara alianzas políticas con agrupaciones que no represen-taran a la clase obrera. En ese momento, los democráticos participaban en diversas coaliciones y basaban una parte importante de su votación en un electorado ajeno a los trabajadores (Faúndez, 1992).

Sin embargo, y a diferencia de los partidos socialistas y obreros europeos, los demócratas fueron incapaces de atraer los votos de los intelectuales, de la clase media y de sectores progresistas de la clase alta pro sindicales. En la com-petencia con sus aliados, este respaldo lograba ser capturado en su mayoría por el Partido Radical y Liberal (Valenzuela, 1995: 33).

Posteriormente, en el año 1922, el POS adopta el nombre de Comunista luego de su integración a la Tercera Internacional (Casals y Riquelme, 2009). Conforme a las condiciones impuestas por esta última, el PC se define como

126 caROLina GaRRidO 127¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

un partido marxista-leninista y partidario de la lucha de clases, asumiendo desde sus inicios una posición combativa contra los partidos socialdemócratas y profundizando la táctica “clase contra clase” (Bascuñán, 1990).

Sin embargo, cuando el PC emerge de la clandestinidad en 1931 se en-cuentra con que su base social se había reducido considerablemente debido a la competencia de diversos grupos socialistas y anarquistas, los que, durante la administración de Ibáñez, lograron un importante apoyo entre los estudian-tes, trabajadores e intelectuales. Además, el desempleo masivo provocado por la recesión mundial golpeó fuertemente a las zonas mineras del norte y sur del país, lugares donde el PC obtenía el grueso de su apoyo (Faúndez, 1992: 34).

Por otra parte, el Partido Socialista se funda formalmente en 1933, produc-to de la unión de diversas organizaciones, como la Orden Socialista, el Partido Marxista Socialista, la Nueva Acción Pública y la Acción Revolucionaria So-cialista. En 1937, la recién creada colectividad ya había elegido democrática-mente 19 diputados (Bascuñán, 1990: 61).

Entre los años 1934-1955, el PC cambia su estrategia política asumiendo una más moderada, intensificando así sus relaciones con otros partidos de iz-quierda y de centro (Bascuñán, 1990: 22). En 1936, se crea el Frente Popular, compuesto finalmente por los partidos Socialista, Radical, Radical-Socialista, Comunista y Democrático. A su vez, se sumaron a este pacto diversas orga-nizaciones sociales, como, por ejemplo, la Confederación de Trabajadores de Chile (CTCH).

Algunos años después, diversos conflictos entre los partidos llevaron a que en 1941 el Frente Popular dejara de existir. Sin embargo, el PC y PS decidie-ron apoyar a dos candidatos radicales en las elecciones presidenciales de 1942 y 1946: Juan Antonio Ríos y Gabriel González Videla, respectivamente.

La alianza con los radicales provocó diversos conflictos internos en las filas del PS, creándose fracciones divididas entre los que estaban a favor de colabo-rar con el gobierno radical y los que no. Estas divisiones provocaron el quiebre del PS en 1944, cuando Marmaduque Grove, dirigente histórico del partido, decide dejar el PS para formar el Partido Socialista Auténtico.

Fue en el gobierno de González Videla donde el Partido Comunista ocupó por primera vez cargos ministeriales en las carteras de Trabajo; Agricultura y Tierras, y Colonización. Esto, debido a que, inicialmente, el PC había condi-cionado su apoyo al candidato radical solicitando su incorporación al gobier-no como única vía de “influencia obrera” (Bascuñán, 1990).

Finalmente, el presidente González Videla expulsa a los comunistas del gobierno, rompiendo el pacto electoral que mantenían, y promulga la Ley de Defensa Permanente de la Democracia, más conocida como Ley Maldi-

ta (1941), cuyo objetivo fue proscribir la participación política del PC. Este hecho provocó una crisis interna en la colectividad socialista debido al apoyo que brindó una parte del partido a la Ley Maldita. El PS volvió a dividirse, surgiendo el Partido Socialista de Chile, fracción anticomunista, y el Partido Socialista Popular.

A mediados de los años 50, se inicia la llamada “vía chilena al socialismo”, cuya primera orgánica política fue el Frente de Acción Popular (1956), com-puesto por el PS3 y el PC, y, posteriormente, con la incorporación de radicales y de una fracción de la democracia cristiana, nace la Unidad Popular (Casals y Riquelme, 2009: 354).

Finalmente, el proyecto de construcción del socialismo en Chile comienza a hacerse realidad con el triunfo de Salvador Allende en 1970, proyecto que termina bruscamente con el golpe de estado de 1973.

La concepción de que el sistema de partidos chileno estaba fragmentado en tercios en el periodo pre 73 es ampliamente aceptada (Garrido y Navia, 2005: 173). Al respecto, Valenzuela y Scully (1993) señalan que el sistema de partidos no sólo se caracterizó desde los años 30 por su fragmentación en los tercios derecha, centro e izquierda, sino que también por su carácter multi-partidario. A pesar de la existencia de diversos partidos menores, los tercios se conformaban por uno o dos partidos relevantes por sector.

Ahora, a pesar de que para las elecciones parlamentarias de 1973 el sistema político se realineó en una división dicotómica de acuerdo a los que apoyaban o no el proyecto socialista del gobierno de Allende (Arriagada, 1974; De Vyl-der, 1976), antes del quiebre democrático el sistema de partidos chileno esta-ba conformado por tres grandes sectores con identidad e ideologías diferentes. La derecha, compuesta por el Partido Nacional; el centro, conformado por el PDC, y la izquierda, integrada, principalmente, por el Partido Socialista y el Partido Comunista.

Para el plebiscito de 1989, dos de estos tercios históricos (centro e izquier-da) se unirían para conformar la oposición al gobierno militar.

La base electoral de la izquierda pre 1973Primero que todo, es importante destacar que, respecto al estudio del com-

portamiento electoral y análisis de datos previos a 1973, es posible encontrar evidencia bastante dispersa y poco concluyente respecto a las bases electorales de los partidos, en particular, sobre el voto de los trabajadores y su relación con la izquierda en Chile. Esto, principalmente, debido a la ausencia de aná-

3 En 1957 se produce la unión del Partido Socialista Popular y el Partido Socialista de Chile.

128 caROLina GaRRidO 129¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

lisis electorales sistemáticos, la gran diversidad en la operacionalización de las variables y el uso de diversos tipos de data en ese periodo (López, 2004: 288). Sin embargo, es posible obtener algunas tendencias respecto al voto de la iz-quierda y su relación con la clase trabajadora.

En las elecciones pre 1973 los partidos de izquierda obtenían buena par-te de su apoyo entre elementos de la clase obrera, en particular de los mi-neros y obreros industriales. De hecho, aquellas comunas que mostraban una importante votación comunista y socialista se caracterizaban por tener una población más numerosa de clase obrera y un porcentaje menor de po-blación campesina (Valenzuela, 1996: 15-16). Según Przeworski y Soares (1971) y Hamblin y Soares (1967), la votación de Salvador Allende en la elección de 1952 se explicaría en parte por el apoyo de la población minera e industrial.

Ahora, a pesar de que es posible confirmar que la izquierda contaba con mayor apoyo en la clase obrera y que la derecha obtenía su respaldo en la clase alta, existe evidencia de que los partidos políticos en 1958 tenían una base de apoyo bastante heterogénea (Valenzuela, 2003: 44). Sin embargo, es posible distinguir una clara tendencia en la votación del PC. Si bien Arturo Valenzuela (2003) señala que las categorías ocupacionales de la clase obrera no explicarían la varianza estadística de la votación partidista, sí lo hace la del PC. Según el análisis realizado por el autor, el Partido Comunista es el único cuya votación resulta estar muy relacionada con la incidencia de la población minera.

Con base en los resultados de una encuesta realizada en 1958 en Santiago,4 podemos ver que la clase obrera estaba polarizada: mientras un 31,1% de los encuestados de esta clase social se identificaba con la izquierda, un 29,4% lo hacía con la derecha.

Una de las explicaciones a esta polarización de la clase obrera puede deberse a la escisión religiosa de la sociedad, que también fue relevante para la confor-mación del sistema de partidos chilenos; es decir, que personas de clase obrera se identificaran con la derecha debido a su relación con la Iglesia católica. De hecho, se ha sostenido que la irrupción de la democracia cristiana en la com-petencia electoral habría impedido la posibilidad de la izquierda de conquistar al electorado más católico de la clase obrera.

A diferencia de la polarización mencionada en la clase obrera, la clase alta estaba bastante definida: un 78,6% de los encuestados de esta clase social dijeron sentirse identificados con la derecha, mientras que un 21,4% señaló

4 Datos obtenidos del cuadro n° 8, “Autoidentificación de chilenos en cuento a preferencia política y clase social”, de Valenzuela, 1996.

identificarse con el centro. Finalmente, es importante destacar que ningún encuestado de la clase alta señaló sentirse identificado con la izquierda. Sin embargo, del total de personas de clase media-alta y media-baja, un 18,2% y un 19,4% se identificaron con la izquierda, respectivamente.

Por tanto, si bien podemos señalar, con base en los datos anteriores, que históricamente la izquierda, compuesta principalmente por el Partido Socia-lista y el Partido Comunista, ha tenido sus bases electorales en la clase obrera, en particular este último también ha recibido un leve apoyo de la clase media.

Finalmente, Hamblin y Soares (1967) señalan como variables explicativas de la votación de Salvador Allende en 1952 el apoyo de las personas divor-ciadas y el nivel educacional de los electores. Los autores destacan la relación positiva entre la votación del candidato de izquierda y el apoyo de los divor-ciados. Por otra parte, dan cuenta de una relación negativa entre la votación de Allende y el nivel educativo de los electores. Así, a medida que aumenta el nivel educacional de las personas mayores de 15 años, disminuye la votación por Allende.

Datos de 1970 confirman la base social heterogénea de los partidos para la elección presidencial de ese año. Respecto a la votación por clase, indica-dores de la votación de los obreros urbanos explican sólo 36%, 26% y 19% de la varianza del voto para Allende (candidato de los partidos de izquierda), Alessandri (candidato de la derecha) y Tomic (PDC), respectivamente (Va-lenzuela, 2003: 88). Sin embargo, el autor evidencia una correlación positiva entre la votación de Salvador Allende y los sectores de la minería (0,5), al igual que con los de artesanos industriales y obreros (0,25).5 Podemos agregar esto: “Tales coeficientes indican que a mayor porcentaje de esta población, ma-yor votación por Salvador Allende”. En contraste, tanto la votación de Tomic como la de Alessandri evidencian una correlación negativa con la votación de los mineros y artesanos.

A su vez, el candidato de la Unidad Popular obtuvo cierta ventaja en sec-tores obreros urbanos, en contraste con el respaldo más débil que recibió en zonas rurales y entre los campesinos.

Finalmente, es importante destacar que el rechazo a votar por Allende era menor en el grupo socioeconómico bajo que en el alto. Mientras un 45,9% de los electores de clase baja señaló rehusarse a votar por el candidato de la Unidad Popular, este rechazo aumenta entre las personas de clase media y alta con un 66,4% y 73,6%, respectivamente.

5 Las correlaciones simples y los coeficientes de regresión parcial son más débiles para el caso de los artesanos industriales.

130 caROLina GaRRidO 131¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

En la elección parlamentaria de 1973 los partidos de la Unidad Popular mantuvieron el apoyo de regiones y de los sectores tradicionalmente obre-ros (artesanos, mineros y obreros industriales), mientras que los partidos de oposición conservaron su fuerza electoral en el campo y en las áreas de mayor prosperidad económica (Valenzuela, 2003: 150). Según el autor, estas eleccio-nes evidencian un fortalecimiento de la votación de izquierda en los sectores obreros y una erosión del apoyo de los sectores medios (empleados).

La izquierda y el retorno a la democracia: 1989-2005Luego de un intenso debate al interior del partido, los comunistas deciden

apoyar el llamado a inscribirse en los registros electorales para el plebiscito de 1988 y llaman a votar por el No. Finalmente, y después de 17 años en la clandes-tinidad, el Partido Comunista logró su legalización en 1990 al presentar 61.483 fichas de afiliados ante el Registro Electoral (Casals y Riquelme, 2009: 368).

Con el retorno a la democracia y su legalización, el PC comienza a par-ticipar en diversas elecciones. Sin embargo, y a diferencia de su historia pre 1973, lo hace sin ser parte de una alianza política relevante electoralmente y separado de sus aliados históricos, los socialistas, que forman parte, hasta el día de hoy, de la coalición de centroizquierda que gobernó el país por veinte años, la Concertación.

A pesar de esta separación y de la división del país entre el Sí y el No y, posteriormente, entre la Concertación y la Coalición por el Cambio,6 existe evidencia relevante, tanto a nivel de análisis de datos electorales como de en-cuestas de opinión pública, de que los tercios históricos aún prevalecen en la sociedad chilena (Garrido, Navia, 2005; Scully y Valenzuela, 1993; Valenzue-la, 1995; Siavelis, 1997).

Según Samuel Valenzuela (1995), los resultados de las municipales de 1992, las primeras elecciones locales desde el retorno a la democracia, muestran una continuidad en los patrones de votación respecto al periodo pre 73. Agrupan-do los resultados de los partidos obtenidos en 1992 en las alianzas existentes en 1970, el autor evidencia que la votación de los partidos de derecha, centro e izquierda son virtualmente los mismos.

Por otra parte, al considerar los promedios de votación de las elecciones parlamen-tarias entre 1961 y 2009, los resultados se asemejan bastante a los tercios históricos.

Como vemos en la Tabla 1, es posible identificar la continuidad de las preferencias electorales en tercios desde 1961 a la fecha, a pesar de la conso-lidación del tercio de derecha y el declive del centro desde 1989. De hecho,

6 La coalición de derecha ha cambiado su nombre desde 1989.

los promedios de las diez elecciones parlamentarias analizadas muestran cla-ramente las preferencias fragmentadas en los tercios derecha (32,9%), centro (33,7%) e izquierda (30,2%).

Por otra parte, diversos análisis de las tendencias de la gente a través de en-cuestas de opinión pública desde 1990 (CERC y CEP) han evidenciado que más de dos tercios de los encuestados siguen reconociendo en la tradicional división de los tercios un referente válido (Garrido y Navia, 2005: 177).

Ahora bien, considerando la continuidad de los tercios históricos en la actualidad ¿existirá la misma tendencia en sus bases de apoyos? Es decir, ¿la izquierda seguirá teniendo su principal base de apoyo electoral en la histórica clase trabajadora? En la segunda parte del artículo, se propone una respuesta a esta interrogante sobre la base del análisis de la intención de voto y del desempeño electoral del candidato del Juntos Podemos, el ex socialista Jorge Arrate.

Tabla 1Peso electoral de los partidos políticos chilenos por sector, 1961-2009 (%)

Sector Partidos 1961 1965 1969 1973 1989 1993 1997 2001 2005 2009 Promedio

Derecha

PL, PCo, PN, RN, UDI, Psur, UCC, otros

30,4 13,1 20,0 23,0 41,3 36,7 38,4 44,3 38,7 43,4 32,93

Centro

PDC, PR (excepto 73), Padena, PRSD, PRI, otros

43,7 58,8 42,8 30,3 34,5 30,1 26,1 23,4 24,3 23,1 33,71

Izquierda

PR (73), PH, PC, PS, PPD MAPU, IC, NMC, otros

22,2 22,7 30,9 43,9 22,3 32,4 34,0 29,1 32,1 32,9 30,25

PL (Partido Liberal), PRI (Partido Regionalista Independiente), PCo (Partido Conservador), PH (Partido Humanista), PN (Partido Nacional), PC (Partido Comunista), RN (Renovación Nacional), PS (Partido Socialistas), UDI (Unión Demócrata Independiente), Psur (Partido del Sur), PPD (Partido Por la Democracia), PR (Partido Radical), MAPU (Movimiento de Ac-ción Popular Unitaria), Padena (Partido Demócrata Nacional), IC (Izquierda Cristiana), PDC (Partido Demócrata Cristiano), NMC (Nueva Mayoría para Chile), PRSD (Partido Radical Social Demócrata).Fuentes: 1961-1965: Urzúa Valenzuela (1992); 1969-1973: Valenzuela (2003); 1989-2005: Garrido y Navia (2005); 2005-2009: www.elecciones.gov.cl

132 caROLina GaRRidO 133¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

La votación de la izquierda en el retorno a la democracia: 1989-2005Como señalamos, la izquierda histórica chilena ha enfrentado dividida las

elecciones desde el retorno a la democracia. Mientras el PC ha competido junto a partidos minoritarios en la mayoría de las contiendas electorales, el PS lo ha hecho siendo parte de una de las coaliciones más importantes de Chile, la Concertación.

Para las primeras elecciones en 1989, el PC no presentó candidato presi-dencial debido a que aún no era un partido legal. Por su parte, el PS, como miembro de la Concertación, apoyó la candidatura del DC Patricio Aylwin, quien logró ganar la contienda electoral con un 55,17%. En 1993, el Partido Comunista presentó como candidato presidencial al sacerdote Eugenio Piza-rro, que logró un 4,7% de la votación.

En las elecciones de 1999 se presentó como candidata presidencial del PC Gladys Marín, quien logró el 3,19% de la votación. Por su parte, el candidato de la Concertación, Ricardo Lagos, obtuvo un 47,96% en la primera vuelta, ganando la elección en el ballotage con un 51,31% sobre Joaquín Lavín.

Para las elecciones presidenciales del 2005, el PC y el Partido Humanista, unidos en el pacto Juntos Podemos Más, presentan como candidato al huma-nista Tomás Hirsch, quien ya había competido por su partido en las eleccio-nes de 1999, logrando un 0,51% de los votos. En la contienda de 2005, el candidato de la izquierda extraparlamentaria obtuvo un 5,4% de la votación.

Respecto al perfil de los votantes de este candidato, y siguiendo a Gutiérrez y López (2007), el probable votante de Hirsch fue hombre, joven, de izquier-da o centroizquierda, e identificado con el PC y el PH. Según la evidencia que presentan los autores mencionados, por tanto, la intención de voto hacia To-más Hirsch, y hacia el resto de los candidatos presidenciales, no estuvo ligada a la pertenencia a grupos sociales.

Finalmente, es importante destacar que la victoria de la Concertación en 2005 fue particularmente emblemática para el PS, no sólo por la importan-cia de la elección de la primera presidenta mujer, sino también porque el PS retornaba a ocupar el sillón presidencial desde que lo perdió con la muerte de Salvador Allende en 1973.7

Las elecciones de 2009 tienen un componente distinto al resto de las con-tiendas electorales, ya que, después de diversos intentos, la Concertación y el PC enfrentaron juntos la elección parlamentaria.

En junio de ese año, el Partido Comunista y la Concertación firman el do-cumento “Acuerdo democrático contra la exclusión”, que estableció un pacto

7 Ricardo Lagos se presentó a las elecciones presidenciales de 1999 como candidato PPD.

instrumental entre ambos para las elecciones a diputados de 2009. Este acuer-do consistió en presentar una lista común de candidatos de la Concertación y del Juntos Podemos8 en doce distritos del país. Nueve de los doce candidatos eran del Partido Comunista.

Finalmente, y a pesar de que en las elecciones de diputados el PC obtu-vo el porcentaje de votación más bajo que ha logrado desde el retorno a la democracia, el pacto con la Concertación le permitió elegir tres diputados: Hugo Gutiérrez, en el distrito 2; Lautaro Carmona, en el 5, y Guillermo Teillier, en 28.

Ahora, el pacto con la coalición de gobierno sólo contemplaba enfrentar en conjunto las elecciones parlamentarias: para las elecciones presidenciales de 2009, el Juntos Podemos compitió con candidato propio, el ex socialista Jorge Arrate.

Elecciones presidenciales 2009: un análisis de las bases de apoyo de la candidatura de Jorge Arrate

Jorge Arrate Mac Niven (1 de mayo de 1941) es abogado, magíster en de-sarrollo económico por la Universidad de Chile y master of arts en economía por la Universidad de Harvard. En 1963, inicia su militancia en el Partido Socialista.

Su trayectoria en el gobierno comenzó en 1970, cuando el presidente Salva-dor Allende le encargó la dirección provisoria de la empresa Zig-Zag. Durante el mismo gobierno, Arrate también se desempeñó como asesor económico del mandatario (1971), como vicepresidente ejecutivo de Codelco y como minis-tro interino de Minería (junio-julio de 1972).9

Luego de la victoria de Patricio Aylwin en las elecciones de 1989, Jorge Arrate encabezó la reunificación del PS. En 1992, fue electo concejal en la comuna de Santiago con el 11,24% de la votación, logrando la tercera mayo-ría en esa comuna. En esa oportunidad, resultó electo alcalde de Santiago el democratacristiano Jaime Ravinet con el 38,03% de la votación, seguido de Herman Chadwick, que obtuvo un 13,07%.

Sin embargo, Jorge Arrate renuncia a este cargo de elección popular tras ser nombrado ministro de Educación por el presidente Patricio Aylwin. Desde ese momento, el entonces socialista asume importantes cargos gubernamenta-les en los tres primeros gobiernos de la Concertación.

8 El Partido Humanista no fue parte de este acuerdo, por lo que los candidatos del Juntos Podemos provenían del Partido Comunista y de la Izquierda Cristiana.

9 www.arratepresidente.cl

134 caROLina GaRRidO 135¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

Durante la administración de Eduardo Frei, fue ministro de Trabajo y Pre-visión Social (1994-1998) y ministro secretario general de Gobierno (1998-1999). Finalmente, durante el gobierno de Ricardo Lagos, se desempeñó como embajador en Argentina (2000-2003).

En 2005, Arrate retorna a la competencia electoral presentándose como candidato a senador en la circunscripción 4, logrando un 19,43% de los vo-tos, porcentaje que no le permite acceder al Congreso. En esta elección, resul-taron electos senadores el DC Jorge Pizarro, con un 40,37%, y la UDI Evelyn Matthei, con un 28,47%.

A comienzos del año 2008, militantes y dirigentes del PS le solicitaron a Jorge Arrate que asumiera una precandidatura presidencial con miras a las elecciones del 2009, desafío que el ex ministro aceptó.

Durante el transcurso de ese mismo año, Arrate mantuvo una posición crítica a la forma en que la directiva del PS trató la definición del aban-derado presidencial de la tienda. En ese mismo periodo, su nombre ya comenzaba a tomar fuerza como posible abanderado de la izquierda extra-parlamentaria.

En el Partido Socialista, la candidatura de Jorge Arrate no fue conside-rada una opción viable. Inicialmente, el secretario general de la OEA, José Miguel Insulza, era una posible carta presidencial del socialismo. De hecho, Arrate siempre criticó la “temprana” proclamación de éste por parte del PS. Finalmente, la indefinición reinó e Insulza decidió no ser candidato presi-dencial.

Arrate siempre fue partidario de que la Concertación presentara dos can-didatos en la primera vuelta, uno de centro y otro que representara el eje de izquierda. En particular, siempre se mostró disponible para ser el candidato que representara esa tendencia, solicitando a su partido constantemente el apoyo necesario para serlo.

Finalmente, en enero de 2009, Jorge Arrate decide renunciar al Partido Socialista con el objetivo de emprender la carrera presidencial fuera de la coalición gobernante. En una carta dirigida al entonces presidente del partido, Camilo Escalona, Arrate explica su decisión de suspender su mi-litancia en el PS con el objeto de recuperar su plena autonomía política, destacando que sigue identificado con los principios fundamentales del PS y que, por tanto, actuará orientado en éstos: “Con el propósito de recu-perar mi plena autonomía política he resuelto suspender mi pertenencia a la organización que usted preside, inscrita como Partido Socialista desde 1990 [...]. Sigo identificado con los principios fundacionales del Partido Socialista nacido en 1933, con su historia y con los horizontes de libertad

y justicia social que construyó el presidente Allende. Actuaré orientado por este pensamiento”.10

Posteriormente, en abril de 2009, Arrate es proclamado candidato presi-dencial del pacto Juntos Podemos luego de derrotar a Tomás Hirsch (PH) en las elecciones internas del conglomerado de izquierda. Finalmente, en julio Hirsch y el PH deciden retirar su apoyo a Arrate para apoyar al candidato independiente Marco Enríquez-Ominami (ex PS).

La campaña electoral de Jorge Arrate se caracterizó por su reiterado mensaje de “unidad” de las candidaturas de centroizquierda ante la de Sebastián Piñera y por sus “guiños” al candidato de la Concertación. De hecho, pocos días antes de la elección presidencial, Arrate señalaba en una actividad de campaña en Ñuñoa: “Si la derecha gana la elección presidencial será responsabilidad de la Concertación y de Marco Enríquez-Ominami, porque se han negado a tomar una posición respecto a la propuesta de hacer un ‘acuerdo mínimo’ para enfrentar a la Alianza en el ballotage”.11

La delantera que llevaba Sebastián Piñera en las diversas encuestas de opi-nión pública del momento y la fragmentación de candidaturas de la centroiz-quierda hacían pensar que la unidad de éstas era esencial para poder optar a una posible victoria en la segunda vuelta. Jorge Arrate lo entendía muy bien y, por eso, sus últimos mensajes apuntaban a distinguir explícitamente como “enemigo” al candidato de la Coalición por el Cambio.

Respecto al programa de gobierno, Arrate enfrentó la carrera presidencial con una propuesta programática tradicional de izquierda, enfocada en dos grandes ejes: la democratización del poder y el término de la exclusión. Cabe destacar que este programa de gobierno surge principalmente de las reflexiones llevadas a cabo en diversas comunas por militantes y simpatizantes del PC, el PH, la Izquierda Cristiana, los Socialistas Allendistas e independientes de izquierda.

Principalmente, Arrate partía de la base de que la transición democrática había sido incapaz de modificar de manera significativa el régimen político excluyente, el modelo económico y el sistema social que promovía las des-igualdades en Chile.12. Por tanto, y a diferencia de las propuestas más mode-radas del resto de los candidatos de centroizquierda, como Frei y Enríquez-Ominami, Arrate proponía transformaciones profundas a la institucionalidad política, económica y social del país.

10 Carta de Jorge Arrate dirigida al presidente del Partido Socialista, Camilo Escalona. Obtenida en www.arratepresidente.cl

11 “Arrate lanza advertencia al oficialismo y a MEO”. www.arrate2009.cl

12 Programa de gobierno de Jorge Arrate 2009.

136 caROLina GaRRidO 137¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

Con el objetivo de terminar con la exclusión política, Arrate proponía rea-lizar una asamblea constituyente para derogar la Constitución y construir una nueva. La nueva carta fundamental debería priorizar los derechos humanos por sobre los derechos de propiedad, cambiar el sistema binominal, restituir el derecho de los dirigentes sindicales a ser candidatos al parlamento y la elec-ción directa de todos los cargos regionales, entre otras medidas. A su vez, el programa de gobierno contemplaba declarar ilegal el lobby, que, a diferencia del resto de los candidatos, en general, proponen regularlo.

Respecto a la política medioambiental, Arrate proponía, entre otras medi-das, rechazar el proyecto HidroAysén y apoyar una Patagonia libre de represas; nacionalizar la minería del cobre; devolver al estado los derechos del agua; dar mayor poder al estado para regular eficazmente el mercado y entregar comple-ta autoridad a los gobiernos regionales para ejecutar su política medioambien-tal, así como para planificar y gestionar sus territorios.

Por último, el programa de Arrate hacía fuerte hincapié en el término de la discriminación. Su propuesta programática enfatizaba enfrentar las dife-rencias de ingreso por sexo, así como las desigualdades étnicas o regionales.

Según la introducción del programa de gobierno, el objetivo general de la propuesta y de la candidatura de Arrate era transformar la institucionalidad política y social del país que diseñó la derecha y que la Concertación no fue capaz de modificar.

Finalmente, en la elección presidencial, Jorge Arrate obtuvo un 6,21% de la votación, cifra levemente superior a la que pronosticaron diversas encuestas de opinión pública en el periodo anterior a la elección del 17 de diciembre, quedado así fuera de la competencia por el sillón presidencial.

¿Quién votó por Jorge Arrate?El estudio electoral puede realizarse a partir de dos unidades de análisis

distintas: a nivel territorial a partir de datos agregados (comunas, distritos), o a nivel de individuos a partir de datos de encuestas (López y Morales: 2005). En esta parte, realizaremos un análisis descriptivo de la intención de voto del candidato del Juntos Podemos utilizando los datos de la encuesta ICSO-UDP de octubre de 2009. En particular, usamos variables de largo plazo, como el nivel socioeconómico, la escolaridad y la edad, y variables asociadas a la iden-tificación partidaria. La intención de voto de Jorge Arrate siempre fue baja. De hecho, en agosto de 2009, la encuesta CEP evidenciaba que sólo un 1% de los encuestados inscritos en los registros electorales votaría por Arrate. Sin embargo, la intención de voto del candidato de izquierda aumentó significativamente a un 4% en octubre de ese año.

Además, esta encuesta evidenció un importante rechazo a votar por el can-didato del Juntos Podemos. En octubre de 2009, un 73% de los encuestados estaba decidido a no votar por Jorge Arrate.

Por otra parte, además de aumentar la intención de voto de Arrate, la en-cuesta CEP de octubre muestra también un aumento importante en ciertos atributos del candidato que la gente evalúa a la hora de decidir por quién votar. Si bien la evaluación es bastante baja en todos los atributos, es funda-mental destacar el aumento que experimentó el candidato en dos meses.

Como vemos en la Tabla 2, los atributos mejor evaluados en Jorge Arrate fueron aquellos relacionados con su personalidad: la simpatía (33%), la segu-ridad (28%) y la sinceridad del candidato (26%). De hecho, estas característi-cas son las que presentan el aumento más significativo respecto a la medición de agosto.

Por otra parte, también aumentan de manera significativa las personas que creen que Jorge Arrate tiene ciertos atributos relacionados con su capacidad política para gobernar el país. En particular, aumenta en 16 puntos el porcen-taje de encuestados que piensa que Arrate está preparado para ser presidente de Chile.

Respecto al efecto de las variables de largo plazo, el Gráfico 2 muestra la intención de voto por Jorge Arrate según edad y nivel socioeconómico de acuerdo a la encuesta ICSO-UDP 2009. Considerando sólo a los encuestados inscritos en los registros electorales, evidenciamos que Arrate obtiene mayor respaldo en los votantes más jóvenes y de mayores ingresos. Según los datos, el candidato del Juntos Podemos obtiene un 6,3% de apoyo en el sector ABC1, en comparación con el 1,4% que recibe del sector D.

gráFiCo 1Evolución en la intención de voto por Jorge Arrate (sólo inscritos) (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta CEP de octubre 2009.

4,5

3,5

2,5

0,5

0

1,5

3,0

2,0

1,0

4,0

Mayo de 2009 Agosto de 2009 Octubre de 2009

138 caROLina GaRRidO 139¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

Resulta interesante destacar que, sobre la base de la descripción de los da-tos, pareciera ser que, a medida que aumenta el nivel socioeconómico de las personas, aumenta la votación por Arrate.

Por otra parte, es importante destacar también que Arrate recibe un leve apo-yo superior en el Gran Santiago (4,4%) que en regiones (4,0%) y, finalmente, un mejor apoyo en los hombres (4,4%) que en las mujeres (4,1%). Ahora bien, las diferencias no son estadísticamente significativas, lo que también va de la mano con el reducido número de casos o encuestados que votan por Arrate. En ese sentido, las conclusiones pasan a ser mucho más parsimoniosas.

En relación al eje izquierda-derecha, del total de personas inscritas y que se identifican con la izquierda, sólo un 11,4% señala votar por Arrate, mientras que del total de personas que se identifica con el Juntos Podemos, un 29,1% de éstas votaría por el candidato de la coalición de izquierda. Según los datos, las personas que se identifican con la izquierda prefieren apoyar a candidatos más moderados, como Frei o Enríquez-Ominami.

Como señalamos, uno de los datos que llama la atención es el cruce entre la intención de voto y el nivel socioeconómico. Como vemos en el Gráfico 2, y a diferencia de las bases electorales históricas del sector, el candidato de la izquier-da obtendría un mayor apoyo a medida que aumenta el ingreso de las personas.

Si bien en este artículo he señalado que los partidos políticos tenían una base social de apoyo bastante heterogénea en el periodo pre 73, existe eviden-cia para sostener que en particular el PC obtenía su principal respaldo elec-toral de los sectores obreros de la población. Enfaticé la correlación positiva entre la votación del PC y la de los mineros y artesanos industriales. Además, destaqué cómo el rechazo a votar por Salvador Allende, el candidato del PC, disminuía a medida que disminuía el nivel socioeconómico de las personas.

Finalmente, mostré que para las elecciones parlamentarias de 1973 los par-tidos de la Unidad Popular fortalecieron su apoyo en los sectores obreros y perdieron terreno en los segmentos medios, especialmente los empleados pú-blicos. Por tanto, es posible distinguir claramente un apoyo sostenido de la clase obrera a los partidos de izquierda, en particular al Partido Comunista, conglomerado ancla de la coalición Juntos Podemos.

gráFiCo 2Intención de voto por Arrate según nivel socioeconómico y edad (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

14

10

8

6

4

2

0

12

ABC1 C2 C3 D E 18-25 26-40 41-60 61 y más

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

gráFiCo 3Intención de voto por Jorge Arrate según identificación con coaliciones políticas y eje ideológico (%)

35

30

25

20

15

10

5

0

Coalición por el Cambio

Concertación Juntos Podemos Derecho Centro Izquierda

Tabla 2Evolución de los atributos de Jorge Arrate, total muestra (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta CEP de octubre de 2009.

Atributo Agosto Octubre Diferencia

Capacidad para solucionar los problemas y necesidades de las personas

5 13 +8

Está preparado para ser presidente de Chile 5 21 +16

Actuaría con firmeza en su gobierno frente a las presiones de instituciones, grupos y personas

10 20 +10

Actuaría con destreza en su gobierno frente a las presiones de instituciones, grupos y personas

9 18 +9

Sería un presidente capaz de unir al país 3 12 +9

Le da confianza 5 17 +12

Es sincero 11 26 +15

Es seguro 13 28 +15

Es cercano 4 15 +11

Es simpático 12 33 +21

140 caROLina GaRRidO 141¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

El desempeño electoral de Jorge Arrate: ¿la gente de nivelsocioeconómico alto vota por el Partido Comunista?

En el apartado anterior, describimos la intención de voto de Jorge Arrate según diversas variables de largo plazo. En particular, destacamos el cruce con el nivel socioeconómico y, con base en un análisis descriptivo, observamos que mientras mayor es el ingreso de las personas, mayor es la intención de voto por Jorge Arrate.

Los Gráficos 4 y 5 muestran la relación entre la votación en primera vuelta de Tomás Hirsch en las elecciones presidenciales del 2005 y la de Jorge Arrate en la del 2009, respectivamente, en función del IDH comunal. Estos gráficos se extraen al utilizar el paquete de simulación zelig para el software R sobre la base de un modelo de regresión lineal (Kosuke et al., 2007).

Con una correlación de 0,9 entre la votación de Tomás Hirsch y Jorge Arrate, lo esperado es una continuidad en sus patrones de votación. Ambos modelos muestran que ambas candidaturas estuvieron asociadas al IDH co-munal. En particular, a mayor IDH, mayor voto por Hirsch y Arrate. Ambos obtuvieron un mejor desempeño en comunas con alto IDH, aunque en las más ricas la votación tiende a disminuir.

Los resultados son consistentes con el análisis descriptivo de los datos res-pecto a la relación entre la intención de voto por Arrate y el nivel socioeconó-mico de las personas. En efecto, los modelos presentados muestran cómo las últimas dos candidaturas de Juntos Podemos obtienen un mejor desempeño

electoral en las comunas con mayor IDH. Por tanto, no es posible señalar que la base de apoyo de los candidatos de izquierda está en la clase trabajadora o en los grupos socioeconómicos más pobres, como podría pensarse considerando el respaldo histórico del PC, partido ancla de la coalición Juntos Podemos. Por el contrario, los candidatos de esta coalición, apoyados por los comunistas, reciben mayor respaldo a medida que aumenta el IDH comunal.

Lo anterior se confirma con los resultados de la Tabla 3. Aquí se muestran dos modelos de regresión probit. En el primer modelo, la variable ingresos es significativa. Por tanto, a medida que aumenta el ingreso de las personas, au-menta la probabilidad de voto por Arrate. En el segundo modelo se incorpora la variable educación. Si bien la variable ingresos deja de ser significativa en este modelo, educación sí lo es.

Tabla 3Modelos de regresión probit para el voto por Jorge Arrate 2009

Modelo 1 Modelo 2

Sexo (1=mujer, 0=hombre)0,092 0,031

(0,42) (0,224)

Edad-0,020 -0,017

(2,52)* (0,008)*

Ingresos 0,215 0,114

(2,94)** (0,083)

Educación0,135

(0,06)*

Escala política (1=izquierda, 10=derecha) -0,195 -0,183

(3,35)** (0,058)**

Religión (católica=1, resto=0)-0,471 -0,494

(2,21)* (0,217)*

Zona (1=Santiago, 0=regiones)0,319 0,321

(1,43) (0,228)

Constante-0,840 -1,105

(1,18) (0,733)

Observaciones 451 450

Pseudo R2 0,2 0,22

El primer valor para cada variable corresponde al coeficiente beta no estandarizado. El segundo valor correspondeal error estándar.Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

gráFiCo 4-5 Valores esperados votación por Tomás Hirsch y Jorge Arrate en función del IDH comunal

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl y www.sinim.gov.cl

IDH IDH

Val

ores

esp

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os d

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2009

9080706050

86

42

0

gráfico 4. Tomás Hirsch, 2005 gráfico 5. Jorge arrate, 2009

142 caROLina GaRRidO 143¿quién vOta POR La izquieRda? La intenciÓn de vOtO y eL desemPeñO eLectORaL de JORGe aRRate

ConclusionesAl igual que todos los candidatos del Juntos Podemos, Jorge Arrate sólo

llegó a competir en la primera vuelta de las elecciones presidenciales de 2009. Y si bien intentó alinear a los candidatos de centro e izquierda a través de su mensaje para competir contra Sebastián Piñera, este último ganó las eleccio-nes produciéndose la alternancia en el poder.

Considerando las bases de apoyo históricas del Partido Comunista en el pe-riodo pre 73, caracterizadas por el respaldo de los trabajadores obreros, mine-ros y artesanos, resulta interesante evidenciar un cambio relevante en el perfil de personas que han apoyado a los candidatos presidenciales de este partido en el retorno a la democracia. Al analizar las bases de apoyo de Jorge Arrate en las elecciones de 2009 evidenciamos que el candidato del Juntos Podemos obtiene una mayor intención de voto en los grupos socioeconómicos más altos y un mejor desempeño electoral en las comunas con mayor IDH. Esto, en contraste con la base histórica del PC y con el mensaje político del partido dirigido a los trabajadores y a los sectores más pobres de la población.

Estudios posteriores deberían analizar los factores explicativos de este cam-bio en las bases de apoyo del PC post 90, abarcando a su vez el estudio del desempeño electoral de este partido en las elecciones parlamentarias y locales.

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145cOnceRtaciÓn de PaRtidOs POR La demOcRacia: RazOnes de su éxitO y factORes de su deRROta

Capítulo 5

Concertación de Partidospor la Democracia: razonesde su éxito y factores de su derrotaGonzalo Contreras

Este artículo estudia las razones del éxito de la Concertación hasta 2009 y algunos factores que explican su derrota. La Concertación tiene mayor arrai-go en los puntajes intermedios de la escala política sintonizando con el total nacional y, además, es más fuerte en los segmentos socioeconómicos medios. Su derrota en 2009, en tanto, tiene explicaciones de mediano y corto plazo. Dentro de las primeras destaca la decisión de competir con dos listas a conce-jales en 2008, al igual que la fuga de diputados y senadores inaugurada con la expulsión del senador Adolfo Zaldívar del PDC. La explicación de corto plazo más clara fue la primaria de abril de 2009. En lugar de transformarse en un proceso abierto y participativo, reeditó las decisiones cupulares y el encapsu-lamiento de las elites de los partidos.

Presentación“En los momentos difíciles hay que mirar los triunfos y derrotas con la

misma cara”. Esto decía Eduardo Frei, mientras el senador Jorge Pizarro es-bozaba una emoción palpable frente a las cámaras de televisión. Él no fue la excepción. Figuras claves de la Concertación, incluyendo a los ex presidentes Aylwin y Lagos, acompañaban al candidato del oficialismo en el más duro de los discursos que la coalición de centrozquierda recuerde en veinte años, el discurso que reconoce su desligamiento del poder. Es por eso que el 17 de enero de 2010 fue un día histórico. La coalición que derrotó a Pinochet y que gobernó por veinte años cedía el poder a la derecha.

En este artículo estudio los determinantes del éxito de la Concertación durante estas dos décadas. Sugiero que existen, al menos, dos variables que explican la supervivencia de la Concertación. Me refiero a la sintonía que muestra la coalición con el total nacional considerando la ubicación de sus

146 GOnzaLO cOntReRas 147cOnceRtaciÓn de PaRtidOs POR La demOcRacia: RazOnes de su éxitO y factORes de su deRROta

electores en la escala política de 1 a 10 (1=izquierda, 10=derecha), y su fuerza en los sectores de nivel socioeconómico medio. Al ser mayoría en las opciones centristas de ambas variables, la Concertación mantuvo un capital político que ha explicado su éxito electoral.

Por otro lado, analizo el declive de la coalición. La Concertación ha ganado, pero cada vez de manera más estrecha. Selecciono dos variables para explicar la derrota. En primer lugar, la persistente fuga de senadores y diputados y, en segundo término, los últimos procesos electorales. Particularmente, hago refe-rencia a las municipales de 2008, donde la coalición compitió con dos listas de concejales, y la primaria para elegir al candidato presidencial en 2009.

La Concertación como caso de estudioGeneralmente los hinchas del fútbol critican a los jugadores de su equipo

cuando los resultados son malos. Sin embargo, el hecho de que el equipo no ande bien en el campeonato no será sinónimo, necesariamente, de que ese hincha se cambie de club o, incluso, que deje de ir al estadio. Entonces, lo que se observa es más un sentimiento de cercanía con el equipo que una pa-sión derivada exclusivamente de los resultados. Esta analogía bien puede ser útil para explicar lo que sucedió con la Concertación durante estos últimos veinte años. Es que no es usual que un partido o coalición permanezca por tanto tiempo en el poder en un régimen democrático. Esto lo hace un caso de estudio particularmente atractivo.

Para las elecciones presidenciales de 2009, ni Lagos ni Insulza estuvieron dispuestos a ser candidatos presidenciales por la coalición. Probablemente el temor a la derrota amedrentó cualquier intento por comandar la Concerta-ción. El único que se atrevió y se puso la jineta de capitán fue Eduardo Frei, representante del partido que ha perdido más votos desde 1989 y de manera particularmente acelerada desde el 2001, el PDC.1 El resultado de la elección es conocido. La Concertación pierde por primera vez una contienda presi-dencial luego de veinte años. A pesar de eso, sigue siendo una coalición muy competitiva.

La Concertación ha sido la coalición política más exitosa que ha tenido nuestro país en términos electorales bajo un sistema democrático. Además, en Sudamérica no existe ningún partido ni coalición de partidos que haya alcanzado la durabilidad de la Concertación. En Argentina el poder ha rotado, desde la transición a la democracia, entre la Unión Cívica Radical (UCR), el Partido Justicialista (PJ) y el nuevo Frente para la Victoria (FV) (Novaro,

1 En este aspecto, son ilustrativos los trabajos de Morales y Poveda (2007), y Huneeus (2002, 2002a).

2001). En Uruguay, entre 1971 y1997, el poder ha ido alternándose entre el Partido Colorado y el Partido Nacional, hasta llegar al gobierno actual del Frente Amplio (Chasquetti, 1999). En Brasil la lucha ha sido entre el Partido de Movimiento Democrático Brasileño, el Partido de Reconstrucción Nacio-nal (con el gobierno de Fernando Collor e Itamar Franco), el Partido Social Demócrata Brasileño (con la presidencia de Fernando Henrique Cardoso) y el Partido de los Trabajadores (con el actual gobierno, que se ha extendido por dos periodos seguidos, de Luiz Inácio Lula da Silva). En Colombia, la alternancia se dio entre los dos partidos tradicionales –Liberal y Conserva-dor– hasta 2002. Desde ese año gobierna Álvaro Uribe, de la coalición política Primero Colombia, siendo recientemente sucedido por José Manuel Santos. En Bolivia, los últimos presidentes elegidos han sido todos de diferentes par-tidos (MAS, MNR, MIR e independientes), lo que en palabras de Mayorga (2001) se traduce en un manifiesto problema para la gobernabilidad del país y la complejidad para alcanzar consensos políticos. En Perú, los bloques oficia-listas han variado de elección en elección (Cambio 90, Acción Popular, Perú Posible y Partido Aprista Peruano). En Venezuela, el Partido Socialista Unido de Venezuela, encabezado por Hugo Chávez, ha sido hegemónico desde 2002, pero aún está lejos de alcanzar los veinte años de gobierno.

En síntesis, no existe evidencia de partidos o coaliciones tan durables en términos de gobierno a nivel sudamericano. La excepción la constituye ARE-NA (Alianza Renovadora Nacionalista) de El Salvador, que estuvo en el poder de 1989 a 2009 luego de una guerra civil de doce años. Es un partido de derecha que surgió como oposición al Frente Farabundo Martí (Skidmore y Smith, 1996).

La Concertación es, por lo tanto, una coalición particular tanto en la histo-ria política de Chile como a nivel continental. Por todo esto, si bien acá sólo menciono algunas características que la distinguen, tales antecedentes pueden servir para una mirada comparada del caso considerando su excepcionalidad en la región.

Algo de historia En el gobierno militar de Augusto Pinochet, buena parte de las liberta-

des políticas e individuales de los ciudadanos fueron suprimidas (Garretón, 1991; Huneeus, 2000; Valenzuela, 1993). Los partidos políticos no fueron la excepción. Con el argumento esencialmente antimarxista, los partidos de la Unidad Popular fueron disueltos de manera inmediata después del golpe militar de 1973. El PDC corrió la misma suerte. Fue declarado ilegal en marzo de 1977 mediante un decreto del gobierno que prohibía los partidos

148 GOnzaLO cOntReRas 149cOnceRtaciÓn de PaRtidOs POR La demOcRacia: RazOnes de su éxitO y factORes de su deRROta

políticos, cualquiera fuera su orientación. Por su parte, el Partido Nacional, pocos meses después del golpe, declaró la libertad de acción a sus militantes para trabajar en el nuevo gobierno (Huneeus, 2000). La desarticulación de los partidos fue un impedimento real para crear una oposición efectiva, por lo que buena parte de ella no tuvo más alternativa que organizarse en el exi-lio (Otano, 1997). Sólo la severa crisis económica de 1982 y la organización de protestas ciudadanas hizo cambiar el panorama político en Chile. Al año siguiente, en 1983, se conformó la Alianza Democrática, una coalición de socialistas y democratacristianos dispuesta a enfrentar a Pinochet. Incluía dos partidos confrontados en el período predictatorial, donde una izquierda renovada (Plumb, 1998; Arrate y Rojas, 2003; Otano, 1997; Cañas, 1997), sumada a una disposición al consenso del PDC (Ortega, 1992; Boeninger, 1997; Aylwin, 1998), llevó a que la nueva coalición se uniera contra el régi-men.2 Esto fue de la mano con el fracaso de la estrategia de “legitimidad por rendimiento” iniciada desde el régimen (Huneeus, 1986). Es decir, como los autoritarismos no tienen la legitimidad del voto popular, su estabilidad depende en gran medida de la satisfacción de las necesidades económicas de los ciudadanos. Cuando dichas necesidades permanecen, entonces es más viable que se desarrollen estrategias de oposición en principio callejeras y luego políticamente organizadas.

En 1983 el ministro del Interior, Sergio Onofre Jarpa, dio inicio a la polí-tica de apertura, a la ley de partidos políticos y al retorno de algunos exiliados, ampliando además la libertad de prensa (Huneeus, 1986). Es el comienzo de la liberalización y el origen de una transición pactada. Esto se ve fortalecido por la propuesta de Patricio Aylwin respecto a someterse a las reglas del au-toritarismo y enfrentar a Pinochet en el plebiscito de 1988 (Otano, 1997; Cavallo, 1998). Se lleva a cabo, en definitiva, una transición vía transacción (Cañas, 1997) por sobre propuestas más radicales para derrocar el régimen autoritario.3 La adecuación ideológica por parte del PS y el PDC fue clave para la generación de la Concertación de Partidos por la Democracia, siendo el punto de partida de la conformación de la oposición al gobierno militar y de una coalición ampliamente exitosa en términos electorales. Mientras el PS

2 Es interesante observar que la coalición opositora al gobierno militar está integrada, principalmente, por partidos existentes previamente al golpe militar de 1973. Es decir, en el sistema de partidos preva-leció la continuidad por sobre el cambio, a pesar de los incesantes esfuerzos por parte de la dictadura de terminar con la política y los políticos. Para ahondar en el argumento, se sugiere ver Valenzuela (1995) y Valenzuela y Scully (1997).

3 Para profundizar en diferentes posiciones teóricas acerca de las transición chilena, ver Cañas (1997), Godoy (1999), Garretón (1991, 1999) y Moulian (1997).

se sometió a un profundo proceso de renovación ideológica, el PDC aban-donó la tesis del camino propio, abriéndose a una coalición con sus antiguos oponentes.

Desempeño electoralLa Concertación ha ganado casi todas las elecciones desde el retorno de la

democracia, entre 1989 y 2008 (ver Gráfico 1). Fue superada por la Alianza en 2005 si se sumaran las votaciones de Piñera y Lavín, los dos abanderados que llevaba dicha coalición. Entre ambos totalizaron alrededor del 48,6%, mientras que Bachelet obtuvo un 45,9%. A pesar de ello, en el ballotage la representante de la Concertación se impuso claramente. Por tanto, el triunfo de la Alianza en la primera vuelta presidencial fue un hecho bastante relativo. Donde sí hubo mayor claridad fue en las últimas elecciones de alcaldes, reali-zadas el 2008. La Alianza superó a la Concertación por un 40,56% versus un 38,46%. Esto se explica, en parte, por la fuga de candidatos de la Concerta-ción que compitieron como independientes o que lo hicieron en algún cupo del PRI (Partido Regionalista de los Independientes). Así, la Concertación perdió 57 alcaldías, bajando de 203 que obtuvo en 2004 a 148 en 2008, mientras que la Alianza subió de 103 a 143. Esto es más patente aun si se ob-serva el porcentaje de población gobernada por cada coalición considerando la militancia del alcalde. Si en 2004 la Concertación gobernaba a un 56,9% de los chilenos, en 2008 cayó a un 36,5%, mientras que en la Coalición por el Cambio los porcentajes son de 33,75% y 48,2% para esos mismos años. Esto da cuenta de que la coalición de centroderecha logró no sólo más alcaldías, sino que también municipios más poblados. En concejales, por otro lado, la Concertación mantuvo amplia ventaja con un 45,2%, frente a un 35,99% de la Coalición por el Cambio.

Respecto a las elecciones parlamentarias, si bien la Concertación ha ganado en casi todos estos comicios, las distancias se han estrechado considerable-mente desde la parlamentaria de 2001. En el Senado, en tanto, ha ocurrido lo mismo, pero esa mayoría no se pudo ejercer plenamente debido a la existencia de senadores designados, uno de los enclaves autoritarios heredados de la dic-tadura (Garretón, 1991, 1999).

En las presidenciales, tanto Aylwin como Frei ganaron por amplísimo margen. De hecho, este último ha sido el candidato más votado desde 1932. La presidencial más estrecha fue entre Lagos y Lavín en 1999, donde el can-didato de la Concertación obtuvo sólo 31 mil votos más que el candidato de derecha en la primera vuelta, ampliando su ventaja en el ballotage por el apoyo de los comunistas.

150 GOnzaLO cOntReRas 151cOnceRtaciÓn de PaRtidOs POR La demOcRacia: RazOnes de su éxitO y factORes de su deRROta

Párrafo aparte merece la descripción de las recientes elecciones de 2009-2010. Tal como se muestra en el Gráfico 2, y considerando sólo el por-centaje de votación de los pactos, la Coalición por el Cambio ganó en la presidencial y en senadores. En diputados la Concertación marca leve ventaja, cuestión que se revierte al descontar el voto de los comunistas.

En la elección de diputados 2009, la Concertación obtuvo 57 escaños, mientras que la Coalición por el Cambio consiguió 58. Por su parte, el pacto Chile Limpio, Vote Feliz, integrado por el Partido Regionalista Independiente (PRI) y el Movimiento Amplio Social (MAS), logró 3 escaños. Por último, el pacto Nueva Mayoría para Chile, lista que acompañaba al candidato presi-dencial Marco Enríquez-Ominami, no logró ningún escaño.

La Concertación compitió junto al Partido Comunista dentro del llamado “pacto contra la exclusión”. Considerando esto, los escaños reales obtenidos por la Concertación son 54, ya que 3 de los electos en este pacto fueron del partido de izquierda. En definitiva, los partidos de la Concertación obtuvie-ron un 42,34% de los votos, mientras la Coalición por el Cambio obtuvo 43,44%. La Concertación perdió 11 bancas respecto a 2005. Esto se explica, en parte, por el éxodo de candidatos que compitieron como independientes o por el PRI (Alejandra Sepúlveda, Luis Lemus, Pedro Araya).

La primera vuelta de la elección presidencial no tuvo sorpresas respecto de la tendencia que anunciaban las encuestas. Tal vez lo más llamativo fue la holgada diferencia que existió entre Piñera y Frei. El resultado fue 44,05% y 29,6%, respectivamente. La segunda vuelta, por su parte, sólo reafirmó la voluntad que los electores ya habían pronunciado un mes atrás. Piñera se im-puso por un 51,6% frente a un 48,39% de Frei.

gráFiCo 1Desempeño electoral de la Concertación y la Coalición por el Cambio, 1989-2010 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

70

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2005

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Dip. 19

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Dip. 19

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Dip. 20

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2008

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2004

Dip. 19

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Mun

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2

Mun

. 199

6

6050403020100

AlianzaConcertación

En lo que queda del artículo, me dedico a analizar cómo han variado las bases de apoyo de la Concertación y cómo ello ha determinado, en parte, su decadencia en las últimas elecciones. No queda al margen el análisis de tres co-yunturas que me parecen relevantes. Primero, la división de la Concertación en dos listas para las elecciones de concejales de 2008. Segundo, las primarias presidenciales de 2009. Y, por último, la disidencia explosiva que ha tenido la coalición en los últimos cuatro años. Me refiero a la disidencia de sus militan-tes y políticos emblemáticos y el anquilosamiento de figuras de los partidos que componen la coalición.

Lo político y lo socioeconómico: determinantes del éxitode la Concertación

Para explicar los determinantes del éxito de la Concertación durante estos veinte años, estudio la identificación por la coalición en el eje izquierda-dere-cha, la relación existente entre su votación y el Índice de Desarrollo Humano (IDH) comunal y, finalmente, su adhesión según nivel socioeconómico (NSE).

El eje izquierda-derecha permite no sólo clasificar partidos, sino también electores. En ese sentido, es útil para realizar un análisis espacial del voto. Supuestamente serán más exitosos los partidos, candidatos o coaliciones que más se asimilen al comportamiento del electorado nacional en este eje. Eso implicaría una mejor sintonía entre ese partido y los ciudadanos. En otras palabras, ese partido cuadraría con el votante mediano.

Pues bien, de acuerdo a los resultados de la encuesta CEP de octubre de 2009, calculo la distribución de los votantes de la Concertación, de la Coa-lición por el Cambio y del total país en el eje izquierda-derecha. Como se

gráFiCo 2Resultados de las elecciones presidencial y parlamentaria, 2009 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

Diputados 2009 Senadores 2009 Pres. 2009 (1ª vuelta) Pres. 2009 (2ª vuelta)

60

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40

30

10

0

20

Concertación Coalición por el Cambio

152 GOnzaLO cOntReRas 153cOnceRtaciÓn de PaRtidOs POR La demOcRacia: RazOnes de su éxitO y factORes de su deRROta

observa en el Gráfico 4, ninguna de las dos coaliciones sintoniza de manera perfecta con el electorado, pero se advierte una mayor proximidad con la Concertación. Debo apuntar que si este mismo gráfico se realiza con encuestas previas, se nota incluso una mayor cercanía entre la Concertación y el total.4 Hoy se ve algo más cargada hacia los valores de izquierda, particularmente entre 1 y 4.

La coalición de centroderecha, en tanto, muestra una distribución total-mente desfigurada en comparación al total nacional. Su crecimiento es noto-rio en los encuestados que se autoubican entre los valores 7 y 10. De hecho, es un comportamiento casi lineal entre el nivel de apoyo y el lugar que ocupan los encuestados en la escala política. Es decir, mientras más se avanza en el eje izquierda-derecha, mayor probabilidad de identificarse con la Coalición por el Cambio. En la Concertación, en cambio, la relación está lejos de ser lineal, concentrándose en los valores 4 y 5.

En definitiva, lo que muestra la encuesta son dos coaliciones con enormes diferencias en relación a la escala política. No obstante, el apoyo hacia ambas está lejos de ser arrollador en el electorado y representan a más o menos el 45% de los consultados. Sin embargo, la Concertación tiene alrededor de 8 puntos más de apoyo que la Coalición por el Cambio, con un 26,4% versus un 18,4%.

4 Esta cercanía de la Concertación con el total nacional queda demostrada también utilizando los datos de la encuesta ICSO-UDP entre 2005-2009.

Respecto a los determinantes de votación, se observa la fuerza de la Concer-tación en las comunas de IDH medio, siendo más débil en aquellas de mayor riqueza o mayor pobreza (Altman, 2004). En ese sentido, la relación entre su votación y el IDH arroja una forma de U invertida, mientras que para la Coali-ción por el Cambio tiene un comportamiento de U. Es decir, tiene mejor rendi-miento en comunas muy ricas y muy pobres. Los Gráficos 4 y 5 dan cuenta de esta relación. El resultado proviene de un modelo de regresión lineal que intenta pronosticar, para este caso, la votación de cada pacto. Ese modelo incluye adi-cionalmente la militancia del alcalde en 2004 según coalición y el porcentaje de cada pacto en concejales también en 2004. Esto, a fin de capturar información del pasado. El modelo, además, es controlado por región, a fin de incluir la va-rianza interregional. En términos muy sintéticos, entonces, el modelo muestra la relación que existe entre la votación de cada pacto y el IDH comunal. Para hacerlo más claro, sólo muestro los gráficos de simulación hechos con el paquete zelig de R (Kosuke et al., 2007). En la línea vertical figura el porcentaje de votos pronosticado de acuerdo a cada nivel de IDH (que aparece en la línea horizontal y que fue multiplicado por 100 para hacerlo más claro).

Los gráficos respaldan la tesis de Altman (2004), mostrando que efectiva-mente la Concertación tiene mejor rendimiento en las comunas de IDH me-dio, mientras que la Coalición por el Cambio lo hace en las comunas más ricas

gráFiCo 3Las bases electorales de la Concertación y de la Coalición por el Cambio en el ejeizquierda-derecha, octubre de 2009 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta CEP de octubre de 2009.

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ConcertaciónAlianzaTotal

gráFiCos 4-5Votación de la Concertación y de la Coalición por el Cambio según IDH,concejales 2008

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

IDH comunal IDH comunal

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35

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2520

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gráfico 4 gráfico 5

154 GOnzaLO cOntReRas 155cOnceRtaciÓn de PaRtidOs POR La demOcRacia: RazOnes de su éxitO y factORes de su deRROta

y más pobres. Esto último se puede explicar por la penetración de la UDI en los sectores de menores recursos, cuestión que comenzó a pavimentar en los 80 con su trabajo poblacional y también desde la administración de comunas reconocidamente populares (Morales y Bugueño, 2001; Soto, 2001).

Finalmente, muestro lo que sucede con las coaliciones considerando el nivel socioeconómico de los encuestados. Para ello, utilizo la encuesta CEP de octubre de 2009. De acuerdo a la evidencia comunal, se observó que la Concertación tenía más apoyo en las comunas de nivel socioeco-nómico medio, mientras que la coalición de centroderecha lo hacía en las comunas de mayor ingreso y, parcialmente, en las más pobres. El Gráfico 6 muestra la identificación de cada grupo socioeconómico de acuerdo a las coaliciones.

En primer lugar, se observa que el apoyo a la Coalición por el Cambio decrece sustantivamente en la medida en que se desciende en el nivel socioeco-nómico. Si las personas del grupo ABC1 la prefieren en un 49%, las de nivel E lo hacen en un 5,9%.

Los apoyos de la Concertación, en tanto, provienen fundamentalmente de los sectores medios y bajos, siendo minoritarios en los sectores más acomoda-dos. Como los segmentos medios y bajos totalizan casi un 95%, entonces es posible explicar la ventaja que ha mostrado la Concertación sobre la Coalición por el Cambio durante estos veinte años. Esta relación también es medida con el nivel de ingresos de los encuestados, y la relación se mantiene. Sus apoyos están, básicamente, en los segmentos C2 y C3, aunque también tiene apoyos relevantes en el segmento D.

He agregado una línea de tendencia al Gráfico 6 a fin de observar más clara-mente la relación. Como se desprende, hay concordancia entre lo que analicé más arriba respecto a la relación entre IDH y voto por la Concertación, y lo que muestra la encuesta. Acá también se advierte una relación en forma de U invertida entre la preferencia por la coalición y el nivel socioeconómico de los encuestados. Para el caso de la Coalición por el Cambio, la relación parece ser algo más lineal. Es decir, sus apoyos bajan en la medida en que se desciende en la escala de ingresos. Por último, cabe señalar que al realizar este mismo pro-cedimiento con encuestas anteriores, el resultado es el mismo y, en ocasiones, es aun más expresivo en cuanto a lo señalado.

En definitiva, la Concertación aventaja a la Coalición por el Cambio en dos puntos centrales. Primero, manifiesta mayor sintonía con el electorado nacio-nal considerando su distribución en la escala política. Segundo, tiene mayor llegada a los sectores económicos medios, que de acuerdo a la encuesta son mayoritarios. Entonces, sus atributos políticos y socioeconómicos le permiten una mayor proximidad con el electorado, cuestión que explica, en parte, su éxito electoral desde 1989.

Consideremos ahora la evolución de votación por género para la Concer-tación y la Coalición por el Cambio (ver Gráfico 7). Hasta las elecciones de diputados de 1997, ambas coaliciones mantenían estables, con una escasa va-riación, la votación tanto de hombres como de mujeres. La Concertación tuvo mejores resultados en las mesas de hombres en comparación con las mesas de mujeres, ocurriendo lo opuesto con la Coalición por el Cambio. Esto se

gráFiCo 6Preferencias de los votantes según grupo socioeconómico, octubre de 2009 (%)

Fuente. Elaboración propia con datos de la encuesta CEP.

ABC1 C2 D EC3

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Alianza Concertación

gráFiCo 7Desempeño electoral de la Concertación y la Coalición por el Cambio según género,elecciones parlamentarias 1989-2009 (%)

Fuente: Elaboración del autor con datos de www.elecciones.gov.cl

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mantiene en las elecciones siguientes, pero con resultados más estrechos, par-ticularmente por el “efecto Lavín” (Navia, 2005) para las municipales de 2000 y de diputados de 2001.

Para las elecciones de alcaldes de 2008 la situación cambia. La Concerta-ción obtiene porcentajes similares en las mesas de hombres y de mujeres. En concejales, en tanto, su rendimiento es algo superior en las mesas femeninas.5 En las elecciones de diputados de 2009 la Concertación gana estrechamente a la Coalición por el Cambio en votación masculina y pierde claramente en votación femenina.6

En la elección presidencial 2009-2010, tanto en la primera como en la segunda vuelta, la Concertación pierde en votación masculina y femenina frente a la Coalición por el Cambio. En la composición interna de la vota-ción por la Concertación, se vuelve al patrón que demostró en la primera parte de la década de los 90: mejor rendimiento en votación de hombres que de mujeres.7

5 La Concertación obtuvo 38,6% en hombres, mientras la Coalición consiguió 39,63%. En mujeres, la Concertación logró 38,3%, siendo también superada por la Coalición, con un 41,54%. En concejales, la Concertación obtuvo 44,73% en hombres y 45,46% en mujeres. La Coalición, por su parte, logró 35,19% y 36,78, respectivamente.

6 Para obtener el porcentaje real de la Concertación se restó el porcentaje de votación conseguida por el Partido Comunista.

7 En la primera vuelta los resultados son los siguientes: hombres, 30,48%; mujeres, 28,83%. En la segunda vuelta: hombres, 48,72%; mujeres, 48,10%.

Analicemos ahora el comportamiento según nivel socioeconómico (NSE). Con los datos de la encuesta CEP 1994-2009, realizo el cruce entre las va-riables de identificación o simpatía por coalición con el NSE. Para los años 1995 y 2000, la pregunta de identificación por tendencia no es incluida en la encuesta CEP, por lo que no se incluye en el análisis.

Si miramos de manera global el Gráfico 8, vemos cómo la Concertación ha disminuido progresivamente su nivel de identificación en todos los gru-pos. Para hacer más preciso el análisis, propongo ver el gráfico de manera más segmentada, esto es, con la separación de grupos socioeconómicos ABC1 (alto), C2 y C3 (medio), D y E (bajo). En 1994, de tener una simpatía en el electorado ABC1 de 33,3%, en el C2 de 40,2%, en el C3 de 40,9%, en el D de 49,6% y en el E de 57,7%, ha pasado, en 2009, a 17,5%, 23,9%, 25,9%, 27,0% y 20,6%, respectivamente. La caída más fuerte se produce en el seg-mento E, con una pérdida del 57% de apoyo, mientras que la más leve está en el grupo C3, con un 36,6%.

Por otro lado, vemos cómo la distribución de la identificación por la Coa-lición por el Cambio según NSE no disminuye de manera tan radical como sucede en la Concertación. En 1994, la relación por grupo era la siguiente: ABC1, 37,8%; C2, 24,7%; C3, 19,3%; D, 17,1%, y E, 14,9%, mientras que en 2009 los porcentajes son 48,8%, 16,2%, 19,0%, 14,7%, 5,9%, respecti-vamente. Podemos ver que aquí sucede algo muy distinto que en la Concer-tación, donde todos los grupos disminuían explosivamente su apoyo. Para la coalición de centroderecha, el grupo ABC1 aumenta su identificación en 11 puntos, el C2 disminuye 8,5 puntos, el C3 disminuye 0,3 puntos, el D dismi-nuye 2,4 puntos y el E muestra 9 puntos de baja.

La Concertación en los últimos años

En este apartado estudio el contexto político en el que se disputó la elección de 2009. Argumento que durante 2008 y 2009 se produjeron tres hechos que explican la derrota del oficialismo. Primero, la elección de alcaldes y conceja-les de 2008, donde la Concertación compitió a través de dos listas –Concer-tación Democrática y Concertación Progresista–. Segundo, las primarias pre-sidenciales de 2009. Tercero, la disidencia explosiva que ha tenido la coalición los últimos cuatro años.

A finales de mayo de 2008, se desató una dura discusión ante la proposi-ción del PPD y PRSD de llevar dos listas para las elecciones de concejales de ese mismo año. La noticia tuvo repercusiones inmediatas. Rápidamente el mandamás del PS, Camilo Escalona, con su equivalente de la DC, Soledad Alvear, salieron a impugnar la decisión de sus socios, aludiendo que “daña la

gráFiCo 8Identificación con la Concertación según nivel socioeconómico, 1994-2009 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de encuestas CEP (1994-2009).

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Alto Medio Bajo

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imagen de unidad del conglomerado oficialista”. Mediante un comunicado sostenían que “la principal fortaleza de la Concertación es su unidad y, sobre esa base, su capacidad de integrar la diversidad político social nacional, así como ofrecer proyectos de futuro al país y a la ciudadanía” (La Nación, 24 de mayo de 2008). La UDI por esos días festinaba el “caos y desorden del oficia-lismo”, mientras el gobierno planteaba la necesidad de llevar lista única para esas elecciones. El ministro Pérez-Yoma pedía que los partidos reconsideraran la decisión de presentarse divididos en los comicios, porque “creemos que la unidad de la Concertación es importante”. A su vez, el ministro vocero Fran-cisco Vidal decía en su estilo que “el gobierno le pide a la Concertación que siempre tenga unidad para enfrentar los temas electorales y ciudadanos. Y así como pedimos unidad para las elecciones municipales de octubre, pedimos unidad para las parlamentarias de 2009 y unidad para la presidencial de 2009, o sea, unidad siempre” (La Nación, 26 de mayo de 2008).

Con la consigna “ni un paso atrás”, Pepe Auth y Fernando Meza –en ese entonces vicepresidente del PRSD– respondían a los críticos de su propuesta (La Nación, 26 de mayo de 2008). El 28 de mayo fue, en definitiva, el día de la ratificación del acuerdo: la Concertación competiría en dos listas; la Concertación Democrática (PDC y PS) y la Concertación Progresista (PPD y PRSD). Los resultados ya los he descrito en el apartado anterior: derrota clara en alcaldes y victoria en concejales.

Cabe discutir, más allá de la excepcionalidad de esta elección y lo interesan-te de su estudio electoral, la importancia del mensaje que la coalición trans-mite a la ciudadanía. El abogado Jorge Navarrete plantea la duda acerca de la verdadera intención de llevar dos listas para esta elección. De manera muy clara, dice que la verdadera razón de las dos listas es el interés partidista por sobre el de la coalición. “Al PPD lo ha invadido una verdadera histeria por el efecto que en su partido pudo haber provocado la escisión de Chile Primero. La estrategia del PRSD es similar”, afirma, y añade: “Poco les importa obtener muchos cargos a concejales, sino más bien lo que persiguen es el aumento de su votación global universal” (The Clinic, 9 de mayo de 2008). Y es que el accionar de los partidos y los dirigentes del pacto es confuso y contradictorio. La imagen mostrada a la ciudadanía es de conflictos internos, intereses par-tidistas, discrepancias profundas y falta de unidad. Este hecho constituye la primera gran fractura de la Concertación manifestada en términos electorales.

La escisión de la Concertación se profundizó sólo unos meses después, en las primarias presidenciales de 2009. En diciembre de 2008 Ricardo Lagos bajaba su candidatura a la presidencia haciéndolo público en un comuni-

cado de prensa del PPD (La Nación, 4 de diciembre de 2008). José Miguel Insulza, por su parte, dilataba su candidatura hasta enero de 2009, mes en el que finalmente desistió de ser el candidato de la coalición. Por otro lado, José Antonio Gómez, presidente del PRSD, levantaba su candidatura pre-sidencial, argumentando que “el Partido Radical va a llevar candidato a las primarias de la Concertación porque necesitamos debate y representamos ideas que no han sido planteadas ni llevadas a cabo en los gobiernos” (La Nación, 11 de diciembre de 2008). Jorge Arrate, por esos mismos días, soli-citaba el apoyo de su partido, el PS, para ser proclamado como el candidato socialista. Marco Enríquez-Ominami, diputado del mismo partido, tam-bién pedía competir en las primarias de la coalición: “Nos parece que hay que realizar primarias y si, para lograr eso, hay que inscribir candidaturas, lo haremos, queremos ser una opción [...]. Es necesario refundar la Concer-tación y la oportunidad son las primarias” (Radio Cooperativa, 10 de enero de 2009). Luego del intenso periodo de negociaciones partidistas durante diciembre y los primeros días de enero de 2009, se llegó a la convención donde cada partido del bloque proclamaría su candidato, siendo éstos eva-luados en primarias resolutivas a efectuarse el 5 de abril de 2009 en las regiones del Maule y O’Higgins. El candidato del bloque PS-PDC-PPD fue Eduardo Frei, mientras que el PRSD llevó como candidato a su presidente, José Antonio Gómez. El resultado es conocido. Eduardo Frei fue elegido en primarias con un 64,9% de los votos, sumados de ambas regiones, mientras el timonel radical obtuvo sólo el 35,1%.

El proceso de las primarias presidenciales podría ser analizado desde múl-tiples perspectivas: nivel de participación, comparación con las primarias de 1993 o evaluación si fue un acierto o un error llevarlas a cabo. Me interesa, sin embargo, desligarme del análisis electoral para centrarme en la relevancia coyuntural que este proceso tiene para la Concertación. Y es que, a raíz de este proceso, Marco Enríquez-Ominami y Jorge Arrate se desligaron de la enton-ces coalición oficialista para competir en las elecciones presidenciales de 2009. El primero llevó a cabo su candidatura de manera independiente con el apoyo de una buena cantidad de los llamados “díscolos”, como Esteban Valenzuela y Álvaro Escobar, entre otros. Sumó voluntades independientes, creó su propia lista parlamentaria, llamada Nueva Mayoría, y obtuvo una votación nada des-preciable en las elecciones de diciembre de 2009 (20,13%). Por su parte, Jorge Arrate se transformó en el candidato presidencial del pacto Juntos Podemos Más, obteniendo un 6,21%. Ambos candidatos salieron de la Concertación, al igual que otros dos precandidatos presidenciales, Adolfo Zaldívar (ex PDC

160 GOnzaLO cOntReRas 161cOnceRtaciÓn de PaRtidOs POR La demOcRacia: RazOnes de su éxitO y factORes de su deRROta

y presidenciable del PRI) y Alejandro Navarro (ex PS y presidenciable del MAS). Si bien ambos retiraron sus candidaturas, esto es sólo una muestra de la falta de consenso en la Concertación.

Detengámonos un momento en las circunstancias que determinaron la sa-lida de Jorge Arrate y Enríquez-Ominami de la Concertación. Este último se fue del pacto ante la imposibilidad de competir en las primarias,8 criticando duramente a la colectividad. “Estamos frente a una verdadera colusión de los partidos, que son reformados en espacios muy deliberantes y máquinas de poder”, decía el diputado luego de las primarias (La Nación, 13 de abril de 2009). Por su parte, el histórico dirigente socialista Jorge Arrate dejó el PS ante la negativa de dicho partido a apoyar su precandidatura presidencial. Vemos, en definitiva, la importancia real de esta coyuntura. En la búsqueda de llevar un candidato único, la Concertación produjo adicionalmente dos candidatos que corrieron “por fuera” de la coalición. Mal negocio. Y es aun peor si consideramos las precandidaturas presidenciales de Adolfo Zaldívar (expulsado del PDC en diciembre de 2007) y Alejandro Navarro (renunció al PS el 2008). En consecuencia, apreciamos cómo en este hecho particular, que debió ser de diálogo y consenso, se trasluce un abismo de diferencias internas en la coalición.

Los disidentesDesde hace dos o tres años se ha llevado a cabo un proceso de disidencia

política en la Concertación. Considero que este hecho se ha transformado se-guramente en uno de los principales factores de deterioro de la imagen de la coalición. La disidencia de figuras emblemáticas, como Fernando Flores (PPD), Adolfo Zaldívar9 (PDC), Jorge Arrate (PS), Alejandro Navarro (PS) y Carlos Ominami (PS) dan pauta de lo que ha sucedido en la Concertación durante estos últimos años y demuestra una problemática común dentro de los partidos. Tsebelis (1998) define de manera separada la cohesión partidaria de la discipli-na partidaria. La primera tiene que ver con el grado de diferencia ideológica que existe en un partido. La disciplina partidaria, por su parte, se asocia con la capa-cidad del partido para alinearse en torno a una posición a pesar de las diferen-cias existentes. Es precisamente en este contexto de diferencias irreconciliables

8 Según Enríquez-Ominami, el PS había decidido, en primera instancia, que en las primarias de la Concertación pudiera competir cualquiera que tuviese el apoyo de 5 parlamentarios o 20 concejales. Esto posteriormente fue reformulado y se llegó a la decisión de que cada partido proclamaría a su presidencia-ble. El del PS fue en definitiva Eduardo Frei.

9 Adolfo Zaldívar fue expulsado del PDC. Para más información, ver El Mercurio del 27 de diciembre de 2007.

que muchos militantes se fueron de sus partidos y, por ende, de la coalición. Es el caso de los llamados “colorines”, Adolfo Zaldívar, Jaime Mulet, Alejandra Sepúlveda, Pedro Araya, Carlos Olivares y Eduardo Díaz; de los candidatos presidenciales Jorge Arrate y Marco Enríquez-Ominami, y de los militantes que no pudieron acceder a ser candidatos al Parlamento por cupos de la coalición.

La disidencia no es sólo una problemática por la imagen de desunión y frag-mentación que demuestra a la ciudadanía, sino también por sus efectos polí-ticos y electorales. En el periodo parlamentario 2002-2010, la Concertación perdió cinco senadores por disidencia: Adolfo Zaldívar, Alejandro Navarro, Carlos Ominami, Fernando Flores y Roberto Muñoz. En diputados, perdió los cinco “colorines” que siguieron a Adolfo Zaldívar, a los que se sumaron Álvaro Escobar y Esteban Valenzuela, del PPD, y Marco Enríquez-Ominami, del PS. Por esta razón, la Concertación perdió la mayoría absoluta en la cáma-ra que históricamente había tenido en sus manos desde la reinauguración del Congreso en 1990.

ConclusionesLa Concertación ha sido la coalición política más exitosa en Chile en tér-

minos electorales. También lo ha sido a nivel continental. En América Latina no hay ningún partido o coalición que haya alcanzado su misma durabilidad considerando periodos democráticos. La excepción es ARENA, en El Salvador.

Su éxito electoral se explica tanto por factores políticos como socioeconó-micos. Durante estos veinte años la Concertación ha mostrado mayor sintonía con el electorado nacional considerando su distribución en la escala política. Además, tiene una llegada privilegiada a los sectores socioeconómicos medios y bajos, que de acuerdo a las encuestas estudiadas son los sectores mayoritarios.

Tabla 1Disidencia de parlamentarios a los partidos de la Concertación

Fuente: “Rebeldes ¿con causa? Candidatos díscolos en la elección parlamentaria”, de Sergio Pirinoli y Ximena Soto. Documento de Trabajo del Observatorio Electoral de la Universidad Diego Portales.

PDC PS PPD

Adolfo Zaldívar Alejandro Navarro Fernando Flores

Jaime Mulet Carlos Ominami Álvaro Escobar

Alejandra Sepúlveda Marco Enríquez-Ominami Esteban Valenzuela

Pedro Araya Roberto Muñoz

Carlos Olivares

Eduardo Díaz

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Las elecciones de 2009 han mostrado un cambio radical. La Concertación perdió la elección de diputados y la elección presidencial. Para entender este declive de la Concertación estudié los cambios en sus bases de apoyo en tres variables: género, nivel socioeconómico y escala política.

En las tres variables estudiadas hay cambios importantes. Al evaluar el desempeño de la coalición por género, observamos una significativa baja de la votación tanto en hombres como en mujeres. En ellas, sin embargo, la caí-da es mucho más fuerte. Si comparamos las elecciones de diputados de 2005 y 2009, vemos una baja de 8,7% en hombres y 9,8% en mujeres. Cuando evaluamos la identificación de la coalición por NSE vemos una baja abrupta en todos los niveles, pero más acentuadamente en los de mayores ingresos. Por su parte, la identificación por el pacto según escala política también ha variado. Utilizando los datos de las encuestas CEP de agosto y octubre de 2009 y la encuesta ICSO-UDP 2009, se observa un aumento significativo en los valores 3 y 4, alejándose en esos valores del total nacional.

El contexto en el que la Concertación disputó las elecciones 2009 tampoco fue el mejor. Durante 2008 y 2009 se produjeron algunos hechos políticos claves. Por un lado, la decisión de llevar dos listas para la elección de conce-jales; por otro, el complejo proceso de selección del candidato presidencial. Ambos hechos generaron un ambiente de conflictos, desunión y discrepancias entre partidos y dirigentes de la coalición. Esto se manfiestó, adicionalmente, en una progresiva fuga de diputados y senadores hacia otros partidos o hacia el mundo independiente.

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Capítulo 6

De vuelta al Congreso: el Partido Comunista y sus tres escañosJaviera Campos / Carlos Cantillana / Antonio Poveda

Con la izquierda el pueblo entra al ParlamentoDiario “el siglo”, Diciembre De 2009

PresentaciónLas bases electorales del Partido Comunista (PC) chileno se encuentran,

principalmente, en comunas de nivel socioeconómico medio-alto, al menos en la última década. Contrario a su desempeño en el período pre 1973, el PC no logra buenos resultados en segmentos catalogados como populares. En este artículo mostramos panorámicamente esta característica sobre la base de re-sultados electorales por comuna. El artículo se divide en tres partes. Primero, describimos la historia del PC dentro del sistema de partidos en Chile. Luego, analizamos su desempeño electoral desde 1990. Finalmente, caracterizamos su base electoral de acuerdo al Índice de Desarrollo Humano por comuna.

El PC en la vieja democracia: 1912-1973Los inicios del PC en Chile se encuentran en el Partido Demócrata, que

fue fundado en 1887 como movimiento de avanzada de los radicales. Agrupó a sectores de situación modesta, como artesanos, pequeños comerciantes y obreros calificados (Cruz-Coke, 1984: 71). En 1912, el Partido Demócrata realizó un pacto electoral con el Partido Conservador. Este hecho provocó que Luis Emilio Recabarren, junto con personas afines al ala de izquierda, alegaran que el Partido Demócrata había traicionado su compromiso con el progreso de la clase trabajadora al ir del brazo con los oligarcas clericales. Por ese motivo Recabarren, junto a un grupo de veinte personas, fundó el 6 de junio de 1912 el Partido Obrero Socialista, también conocido como POS (Scully, 1992: 106). Estos hechos fueron de la mano con la consolidación de los movimientos obreros de todo Chile, los que cobraron mayor fuerza y representación con la fundación de la Federación Obrera Chilena, también conocida como FOCH (Cruz-Coke, 1984).

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La primera instancia de competencia electoral de una organización obrera se dio en los comicios presidenciales de 1920. En ella, el POS presentó a Luis Emilio Recabarren como su candidato. Sin embargo, obtuvo escaso apoyo electoral1 (Scully, 1992; Millar, 1982). A pesar de la derrota, el POS, con el objetivo de transformarse en una fuerza electoral efectiva y fortalecer su orien-tación proletaria (Scully, 1992), aprobó la adhesión a la Internacional Comu-nista en un congreso realizado en Rancagua en 1921 (Cruz-Coke, 1984).2 Así, el Partido Comunista nació “como una sección internacional del PC de la Unión Soviética, y su objetivo final y declarado era lograr la destrucción de la estructura del estado burgués liberal democrático” (Cruz-Coke, 1984: 31). Esto provocó un cambio significativo en el sistema de partidos chileno, dada la entrada de la clase obrera a la arena electoral (Scully, 1992).

Ya conformado el partido, el primer candidato presidencial al que apoyó fue José Santos Salas, el que tenía una discurso antisistema y/o antipartidos (Brahm, 2005). Aunque contaba con un gran apoyo tanto de la izquierda como de facciones militares, Santos Salas fue derrotado por Emiliano Figue-roa, con un 28,4% y un 71,3% de los votos, respectivamente (Brahm, 2005). Luego de 17 meses de gobierno, Figueroa renunció al cargo de presidente, y en una elección convocada de manera apresurada, el coronel Carlos Ibáñez del Campo fue electo en 1927 con un 98% (Nunn, 2005). Ya estando el ibañismo en el poder, el PC fue declarado ilegal (Salas, 2005). En 1931, cuando Ibáñez del Campo abandonó el país, el Congreso convocó a unas nuevas elecciones presidenciales (Vial, 2005). El mismo año (1931) se reconstituyeron todos los partidos políticos (Cruz-Coke, 1984), y a su vez “se hizo pública la división en el PC como resultado de la disputa stalinista-trotskista” (Gil, 1969: 81). Debi-do a esto, en los comicios presidenciales de 1931 participaron dos candidatos del mismo partido: Elías Lafferte (representando a los estalinistas) y Manuel Hidalgo (representando a los trotskistas), los que obtuvieron 1.226 y 2.424 votos, respectivamente (Vial, 2005).3 Un año después, en 1932, Lafferte vol-vía a presentarse como candidato presidencial, mientras que la otra ala del co-munismo (el trotskismo) apoyaba la candidatura de Marmaduque Grove. Este

1 La mayoría de los autores destaca que la candidatura de Recabarren obtuvo una votación ínfima, pero ninguno da el porcentaje exacto. Sólo René Millar (1982) y René Millar y Joaquín Fernández (2005) dan el número de votos logrados por el candidato del POS, el que sería de 681 ciudadanos (527 de Antofa-gasta y 154 de Tarapacá).

2 Cruz-Coke (1984) afirma que el PC se conformó en 1921, mientras que Scully (1992) sostiene que lo hizo en 1922.

3 Según Cruz-Coke (1984), el total de inscritos para la elección de 1931 era de 388.959. De ellos participaron 285.810 votantes. Con base en estas cifras, Hidalgo obtuvo un 0,8% y Lafferte un 0,5% de votación.

último gozaba de una amplia popularidad, la que se materializó en el 17,7% de apoyo, mientras que Lafferte sólo llegaba al 1,2% (Vial, 2005).

Para la elección de 1938 los comunistas forjaron una alianza electoral con los demócratas, radicales y socialistas. Esta coalición llevó el nombre de Frente Popular (Klein, 2005; Scully, 1992). Como conglomerado, ganó tres comi-cios presidenciales consecutivos. En 1938 con Pedro Aguirre Cerda, en 1942 con Juan Antonio Ríos y en 1946 con Gabriel González Videla (Scully, 1992). Este último promulgó la ley 8.987 –denominada de Defensa de la Democra-cia y, por sus adversarios, Ley Maldita– el 3 de septiembre de 1948 (Salas, 2005). La ley tenía como finalidad restringir legalmente al Partido Comunis-ta, eliminándolo del registro electoral. De igual forma, impedía su infiltración en otros partidos, encarcelando y desterrando a sus máximos dirigentes (Cruz-Coke, 1984).

Para los comicios presidenciales de 1952, 1958, 1964 y 1970, Salvador Allende fue el candidato de los partidos de izquierda, incluyendo el PC. Aun-que perdió en los tres primeros comicios, sus porcentajes de apoyo fueron al alza.4 En la primera elección Allende competía solamente en representación del Partido Socialista (PS), pero al llegar Ibáñez al poder (por segunda vez) en 1952, se firmó la derogación de la Ley de Defensa de la Democracia, legali-zando al PC. Esto trajo “consecuencias claras e inmediatas para la competen-cia política en la clase obrera, tanto en zonas rurales como urbanas” (Scully, 1992: 180). En 1956 el PC, juntos a otros partidos y movimientos de izquier-da, formaron el Frente de Acción Popular, también conocido como FRAP (Gil, 1969; Valenzuela, 2003). Este conglomerado apoyó a Allende como presidenciable en 1958 y 1964. En 1970, la coalición pasaría a denominarse Unidad Popular (UP),5 y lograría un estrecho triunfo sobre la candidatura de Jorge Alessandri.

Ya en el poder la UP, y a pesar de las diversas reformas implementadas por el gobierno, no le pudo dar solución a la crisis económica materializada en la explosión inflacionaria6 (Valenzuela, 2003; Faúndez, 1992). A esto se sumó la profunda fractura política del sistema de partidos, provocando la caída de

4 En la elección de 1952 obtuvo un 5%, en la de 1958 logró un 28%, en la de 1964 alcanzó un 38,6% y finalmente en 1970 logró la victoria con un 36% de apoyo.

5 La Unidad Popular nació en 1969 como una alianza de tres partidos grandes (Comunista, Radical y Socialista) y tres movimientos pequeños (Partido Social Demócrata, Partido de Acción Popular Indepen-diente –API– y el Movimiento de Acción Popular Unitaria –MAPU–). Para mayor información, revisar Julio Faúndez (1992).

6 Faúndez (1992) destaca que en 1971 la inflación anual promedió el 20%, en 1972 el 78% y en 1973 el 353%.

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la democracia. Entre las causas del quiebre democrático la literatura destaca la intervención de Estados Unidos. La Agencia Central de Inteligencia (CIA), según Faúndez (1992), habría tenido como objetivo “defender la democracia” por medios encubiertos. Otros autores han subrayado que Allende era un pre-sidente minoritario que convivió con un sistema de partidos de alto nivel de polarización. A esto se añadía la erosión del centro político y la politización de los poderes neutrales tales como la Contraloría, el Tribunal Constitucional y las fuerzas armadas, entre otros (Valenzuela, 2003). Boeninger (1997) subraya que se dieron varias razones para la intervención militar, como la presión ciu-dadana, el sentimiento anticomunista y la politización de las fuerzas armadas. El mismo autor sostiene que la UP nunca negoció con el PDC a pesar de todas las oportunidades que hubo (Boeninger, 1997). Para los comunistas era esencial el entendimiento con dicho partido para implementar el programa de gobierno (Faúndez, 1992: 229).7

Aunque existen diversas explicaciones sobre el golpe de estado de 1973, lo importante para este artículo es que con el arribo del gobierno militar (1973-1989) la izquierda chilena fue proscrita. En este periodo se estima que cerca de 20 a 30 mil personas salieron de Chile (durante los primeros dos años), 45 mil fueron detenidas y cerca de 1.800 ciudadanos desaparecieron o fue-ron asesinados8 (Jocelyn-Holt, 1998). Así, el instrumento central del régimen de Pinochet fue el poder-terror (Moulian, 1997). A pesar de estos hechos, los partidos de izquierda, especialmente el PC, trabajaron arduamente para recomponer la Unidad Popular luego de la intervención militar. Así, hacia 1983 la oposición se organizó en dos grandes grupos. Por un lado, la Alianza Democrática, dirigida por el PDC y el PS, y, por otra, el Movimiento De-mocrático Popular, que agrupaba a los comunistas, el MIR y el MAPU, entre otros (Benavente, 1984).

La crisis económica de los 80 “constituyó un elemento activo en el des-pertar de la multitud” (Moulian, 1997: 278). En este mismo periodo, el PC “adoptó un giro hacia estrategias insurreccionales y apoyó grupos armados como el Frente Patriótico Manuel Rodríguez” (Garretón, 1991: 13). Con la crisis de la economía, se gestaron las primeras “jornadas de protesta” en 1983,

7 Según Faúndez (1992), el principal motivo para que no se concretara la negociación fue la crítica que le hacía el PS al PC por aproximarse al PDC. El argumento era que el gobierno debía actuar con rapidez sin esperar acuerdos con dicho partido. A su vez, un acercamiento sin el consentimiento del PS podría provocar la división de la UP. Esto se profundiza más en la obra de Faúndez (1992) y en la de Boeninger (1997).

8 Uno de los casos más emblemáticos de violaciones de los derechos humanos fue la “Caravana de la muerte”. Para un buen relato, ver Verdugo (1989).

las que se fueron transformando en un “condimento periódico” en el país (Jo-celyn-Holt, 1998). Estas movilizaciones tuvieron dos fases: una de ebullición entre 1983 y 1984, y otra de repetición entre 1985 y 1986 (Moulian, 1997). Durante estas dos fases, el PC experimentó varios giros en su línea política. Primero implementó una estrategia de protesta pacífica. Luego, combinó for-mas de lucha, incluyendo actos de violencia. Finalmente, adoptó la estrategia de “sublevación de masas”. En este último giro fracasó, ya que la estrategia se llevó a cabo en la fase final del periodo de ebullición. Esto se complementó con su postura y su discurso, los que permanecieron inmóviles en el pasado, pues postulaban una nueva Unidad Popular (Moulian, 1997: 331-333).

En 1986 “se observa un rápido cambio hacia un escenario de negociación y acuerdos cupulares, que culmina en 1988/1989” (Rojas, 2000: 23). Cuando en 1987 los partidos políticos recobraron la legalidad, participaron activa-mente en campañas de inscripciones con el objetivo de “animar a grandes cantidades de chilenos para que se inscribieran a votar en el plebiscito” (Scully, 1992: 248-249). En 1988, el PC participa del plebiscito y, al año siguiente, apoya la candidatura de Patricio Aylwin. Durante estos dos años, se evidencia una notoria crisis interna que se materializó en la expulsión de gran parte de los dirigentes de las Juventudes Comunistas y el surgimiento de la Asamblea de Renovación de los Comunistas, también conocida como ARCO (Rojas, 2000).

Con el triunfo del No en el plebiscito de 1988 se convocó a elecciones al año siguiente. Ganó Patricio Aylwin. Su gobierno estuvo marcado por lo que Huneeus (2001) denomina “democracia protegida y autoritaria”. Es decir, un gobierno democrático que convivía con amarres institucionales heredados de la dictadura y que Garretón (2001) denominó “enclaves autoritarios”. Entre ellos destaca el sistema electoral binominal. Aunque clasifica en la familia de los sistemas proporcionales, es el menos proporcional de todos (Navia, 2005). Una característica central de este sistema es que prácticamente obliga a los partidos a formar coaliciones. Como el PC siempre se definió como un par-tido de extrema izquierda, se marginó de la Concertación y quedó fuera no sólo del juego transicional, sino también de la representación parlamentaria.

Esto contrasta con su historia electoral en la democracia pre 1973. En Chile se implementaba un sistema proporcional, donde la cámara baja contaba con 147 diputados y establecía un escaño por cada 30 mil habitantes. En cada distrito se escogía entre 2 y 18 diputados. En el caso de la Provincia de San-tiago, sus cuatro distritos escogían un total de 37 escaños (Navia, 2005). El problema de esta distribución surgió con la rápida urbanización desde 1950, lo que trajo consigo un subrepresentación en las zonas urbanas (Navia, 2005).

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A pesar de estos problemas, el PC contó con una base electoral que le dio la posibilidad de estar representado tanto en el Senado como en la Cámara de Diputados.

Respecto a las bases electorales del PC en la democracia pre 1973, su bas-tión electoral estuvo en el movimiento obrero. En 1931 ingresaron a él los primeros profesionales e intelectuales. En 1935 la colectividad se aproximó a la socialdemocracia y a los partidos burgueses progresistas en el Frente Popular (Cruz-Coke, 1984), coalición que luego pasaría a llamarse FRAP y posterior-

mente UP. Fue en esta etapa donde los comunistas lograron una destacada representación. En 1961 obtuvieron 16 diputados y en 1973 alcanzaron 25. Así, el PC lograba su éxito basado en una mixtura proveniente, principal-mente, del mundo obrero y también del sector más profesional (Cruz-Coke, 1984). En la Tabla 1 se sintetiza la evolución electoral de los comunistas desde 1925 hasta las últimas elecciones previa al golpe.

Finalmente, hay dos hechos que queremos subrayar. El primero es que el PC, a pesar de sufrir varias prohibiciones legales para funcionar como partido político con Ibáñez del Campo, González Videla y Pinochet, es uno de los mejor organizados, ya que incluso logró sobrevivir en una extensa clandes-tinidad (Benavente, 1984). El segundo es que es el Partido Comunista más grande de América Latina luego del PC cubano (Valenzuela, 2003). Sus 88 años de vida así lo avalan.

El PC en la nueva democracia: 1990-2009La recuperación de la democracia en Chile trajo de vuelta las elecciones

libres y la actividad de los partidos políticos. En las parlamentarias de 1989, el PC no compitió como tal. A pesar de esto, sus candidatos participaron en la lista del Partido Amplio de Izquierda Socialista (PAIS). Esta coalición logró dos diputados. Aunque varios de los candidatos PC obtuvieron votaciones superiores al 15%, fue insuficiente para lograr un escaño con el nuevo sistema binominal. Esto marca el inicio de su difícil camino electoral, lo que contrasta con sus buenos resultados previos a 1973.

En las elecciones de 1993 logró el 6,3% formando parte de la lista Alter-nativa Democrática de Izquierda. El candidato presidencial de esta lista fue Eugenio Pizarro, quien no logró rebasar el 5% y fue superado incluso por el candidato independiente ambientalista Manfred Max-Neef. El PC tam-bién participó en las elecciones municipales de 1992, logrando un alcalde (en Canela) y 35 concejales. Para las elecciones de 1996 (municipales) y de 1997 (parlamentarias) aumentó gradualmente su votación. El partido logró dos alcaldes y 28 concejales, mientras que en las parlamentarias sacó un 6,9% pero ningún escaño.

A fines de la década del 90 asomó fuertemente la figura de Gladys Marín. Fue la candidata del PC en las presidenciales de 1999. La candidatura se sus-tentó en un decidido mensaje anticapitalista y afirmaba que “caminar hacia el socialismo significa lograr orientar la lucha política y social en la dirección de la conquista de la máxima democracia y la máxima justicia social. En esa lucha lo primero que se produce es la negación del capitalismo, porque no ofrece ninguna de estas dos posibilidades, la de mayor democracia y de una mayor

Tabla 1Evolución electoral del Partido Comunista en las elecciones de diputados, 1925-1973

Año de elección

Votos %Diputados

electosObservaciones

1925 – – –A pesar de estar formado desde 1922, el PC no compitió en estas elecciones.

1932 – – –

De 1927 a 1931 el partido fue prohibido legalmente. Aunque para 1932 ya estaba habilitado para competir, no se presentó formalmente a las elecciones.

1937 17.162 4,10 6

1941 53.144 11,8 16

1945 46.133 10,2 15

1949 – – –

El PC no compite en las próximas tres elecciones debido a la Ley de Defensa de la Democracia, promulgada por Gabriel González Videla.

1953 – – –

1957 – – –

1961 157.572 11,4 16

En 1958 el Partido Comunista pudo volver a competir, ya que la “Ley Maldita” fue derogada. En las elecciones parlamentarias de 1961 obtuvo el 11,8%, aumentando a 12,7% y 15,9% en las parlamentarias de 1965 y 1969.

1965 290.635 12,4 18

1969 383.049 15,9 22

1973 587.800 16,2 25Para estas elecciones el PC superó el 16% y junto a la UP bordeó el 45% de los votos.

Fuente: Elaboración de los autores con información extraída de Cruz-Coke, Ricardo. 1984. Historia electoral de Chile: 1925-1973.

172 JavieRa camPOs / caRLOs cantiLLana / antOniO POveda 173de vueLta aL cOnGResO: eL PaRtidO cOmunista y sus tRes escañOs

justicia social” (Programa de gobierno de Gladys Marín, 1999: 4). A pesar de tener un discurso fuerte y ser una figura popular de la izquierda chilena, Marín obtuvo solamente un 3,19% de apoyo electoral.

Para las elecciones de 2000 (municipales) y 2001 (diputados y senadores) el PC se presentó en la lista denominada La Izquierda. En las municipales obtuvo un alcalde (San Fernando) y 21 concejales. En las parlamentarias, en tanto, logró el 5,2%. De este modo, si bien el PC había alcanzado una mayor visibilidad con la figura de Gladys Marín, esto no se reflejó en las urnas.

En 2003 el PC formalizó un pacto político con el Partido Humanista (PH) denominado Juntos Podemos (JP). La propuesta consistía en incluir a la ma-yor cantidad de movimientos de izquierda provenientes de la sociedad civil. En su primera experiencia electoral conjunta para las elecciones de 2004 (al-caldes y concejales), donde por primera vez se sufragaba por alcaldes y conce-jales de manera separada, el JP consiguió un 5,8%, obteniendo cuatro alcaldes del PC y 89 concejales (27 del PH, 38 del PC y 24 independientes).

Así, el desempeño electoral del PC se ha mantenido dentro de rangos esta-bles. No presenta dramáticos descensos y tampoco grandes alzas. Su promedio es de alrededor del 5% y su mejor desempeño fue en las parlamentarias de 1997, mientras que el peor en las municipales de 2000 (ver Gráfico 1). Ahora bien, ¿qué ocurre en 2008 y 2009, donde la izquierda extraparlamentaria pac-ta electoralmente con la Concertación? ¿El PC incrementa efectivamente sus porcentajes de votación o bien los mantiene y alcanza representación política como beneficio de estos pactos?

En julio de 2008 se hicieron públicas las conversaciones entre la Concer-tación y del Juntos Podemos Más, que permitieron un importante acuerdo. Ambas coaliciones se omitirían en ciertas comunas para beneficiarse mutua-mente. La base del acuerdo tenía como objetivo que los votantes cambiaran, disciplinadamente, sus votos a las opciones establecidas por el pacto. Las ne-gociaciones oficialmente estipularon que: a) la Concertación se omitía en Til Til, Canela, Diego de Almagro, La Ligua, Los Vilos, Pedro Aguirre Cerda, Limache y Cañete; y b) Juntos Podemos Más se omitía en Copiapó, Com-barbalá, Quintero, San Esteban, Viña del Mar, Huechuraba, La Cisterna, La Florida, Maipú, Melipilla, Ñuñoa, La Estrella, Concepción, Osorno, Quili-cura, Placilla y Curicó.

Como resultado del pacto por omisión, el PC mantuvo las comunas de Til Til, Diego de Almagro y La Ligua, y triunfó en Pedro Aguirre Cerda, que es-taba en manos de la Concertación. Sin embargo, vale aclarar que este triunfo se da con Claudina Núñez, quien presentaba una larga trayectoria electoral en la comuna y que además había conseguido en 2004 el 31,3% de los votos. De este modo, si bien el PC retuvo sus comunas e incrementó su votación en las ocho donde se omitió, la Concertación (como también lo hizo la Alianza por Chile), en términos de representación electoral, sólo consiguió una nueva alcaldía.

La Concertación, en tanto, generó más pérdidas que ganancias. En térmi-nos netos, perdió cuatro comunas y sólo ganó dos. Esta pérdida se explica por la ausencia de candidatos incumbentes y la presencia de candidatos indepen-dientes y del pacto Chile Limpio. En paralelo, la Alianza obtuvo una comuna menos que la Concertación, pero mostró una gran capacidad para retener las comunas conseguidas en 2004.

Para las recientes elecciones de 2009, el PC volvió a pactar con la Concerta-ción, aunque esta vez sin la participación del Partido Humanista (PH).9 El 15 de junio se firmó un pacto entre la Concertación y del Juntos Podemos Más bajo el título “Acuerdo democrático contra la exclusión”. Esto implicaba que el PC competiría con candidatos en la lista de la Concertación. En este acuer-do se hacía referencia a la larga exclusión política de la izquierda extraparla-mentaria por el sistema binominal y la necesidad de sustentar esta vía como una estrategia electoral para quitarle votos a la derecha. De esta forma, “para hacer efectivo el propósito de romper la exclusión que anima este pacto, los partidos de la Concertación acuerdan generar toda una diversidad de condi-

9 El PH se retiró del pacto al considerarlo poco conveniente y se sumó a la campaña presidencial de Marco Enríquez-Ominami.

gráFiCo 1Evolución electoral del PC, 1992-2005 (%)

Fuente. Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

10,0

Mun

icipa

l 199

2

Mun

icipa

l 199

6

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icipa

l 200

0

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l 200

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Diputad

o 199

3

Diputad

o 199

7

Diputad

o 200

1

Diputad

o 200

5

9,08,0

7,06,0

5,04,0

3,02,01,00,0

174 JavieRa camPOs / caRLOs cantiLLana / antOniO POveda 175de vueLta aL cOnGResO: eL PaRtidO cOmunista y sus tRes escañOs

ciones políticas y electorales, que nos permitan doblar a la derecha y respaldar de esta forma a los candidatos del Juntos Podemos para que en los distritos correspondientes a Iquique, Copiapó, Pudahuel o Cerro Navia, San Miguel, Constitución, Coronel y Lota, sean elegidos diputados como candidatos del Pacto Electoral Democrático que hoy suscribimos. El mismo esfuerzo se reali-zará para doblar a la derecha, mantener o aumentar diputados de la Concerta-ción en los distritos de Antofagasta, Vallenar, Coquimbo, Illapel, Maipú, Las Condes, Macul, Rancagua, San Fernando, San Carlos, Punta Arenas, en los que el JPM volcará su apoyo a ambos postulantes de la Concertación” (Acuer-do Democrático contra la Exclusión, 2009).10

Finalmente fueron doce los distritos donde compitió el PC11 en las elec-ciones de 2009. De los 24 candidatos presentados por la lista Concertación y del Juntos Podemos Más en estos doce distritos, nueve competían por la re-elección y todos pertenecían, naturalmente, a la Concertación. De este modo, las probabilidades de que el PC resultara triunfador en estos nueve distritos

10 Disponible en www.pcchile.cl

11 Estos distritos eran los siguientes: 2, 5, 11, 18, 21, 28, 35, 38, 39, 40, 46 y 57.

donde se presentaban candidatos incumbentes eran evidentemente menores y su margen de éxito se acortaba considerablemente.

Los resultados de los comicios parlamentarios confirman la hipótesis ante-rior. De los 9 candidatos incumbentes, 8 resultaron nuevamente electos. La única excepción ocurrió en el distrito 28, donde Guillermo Teillier, presidente del PC, derrotó al PPD e incumbente Jorge Insunza (ver Tabla 2). Los otros dos escaños obtenidos por el PC fueron alcanzados en el distrito 2 y 5 por Hugo Gutiérrez y Lautaro Carmona, respectivamente, quienes presentaban como compañeros de lista a los no incumbentes Ricardo Hormazábal (DC) y Anita Quiroga (DC).

A todas luces el éxito del PC se da sobre candidaturas débiles. Esto, porque sus resonantes victorias en los distritos de la zona norte del país se dan sobre candidatos que presentaban a priori bajas probabilidades de ser electos. Tanto Ricardo Hormazábal como Anita Quiroga no tenían antecedentes electorales recientes y sus postulaciones favorecían la opción de triunfo de los candidatos PC al interior de la lista.

Finalmente, la votación del PC en esta última elección fue del 2,02% a ni-vel nacional, que equivale a 132.305 votos. Si bien este porcentaje es sustanti-vamente menor al 5% promedio obtenido por el PC desde 1990, no debemos olvidar que compitió en un reducido número de distritos en comparación a elecciones previas. De este modo, el aclamado triunfo del PC responde más bien al diseño estratégico del pacto electoral establecido con la Concertación que a un mejor desempeño en las urnas. Muy probablemente los números del partido de izquierda hubieran sido tremendamente similares a resultados anteriores en caso de no haber pactado con el oficialismo.

¿Los pobres y obreros por el PC? La llegada del PC al Parlamento ha motivado varias preguntas. Si repasa-

mos la historia del partido, su génesis y discurso, se ha ligado claramente a las clases trabajadoras más desposeídas. Como se ha sostenido, la creación del PC en Chile durante la primera parte del siglo XX se produce básicamente por la confluencia del Partido Socialista Obrero y la Federación Obrera de Chile (FOCH) a través de la figura de Luis Emilio Recabarren.

Las bases electorales de socialistas y comunistas se concentraban en las cla-ses bajas. Como bien señala Scully, “sus bases de apoyo electoral se encontra-ban principalmente entre las clases trabajadoras organizadas en sectores urba-nos y mineros. Los partidos de clase obrera, los comunistas, y más tarde los socialistas, se transformaron en las principales expresiones políticas de la clase obrera” (Scully, 1992: 108).

Tabla 2Pacto entre la Concertación y el Juntos Podemos Más para elecciones 2009

Distrito

Incumbente en la lista Concertación y Juntos Podemos

Más

Partido del incumbente

¿Fue electo el incumbente?

¿Fue electo el candidato del PC?

2 No – – Sí

5 No – –Sí

11 Sí PPD Sí No

18 No – – No

21 Sí DC SI No

28 Sí PPD No Sí

35 Sí DC Sí No

38 Sí DC Sí No

39 Sí PPD Sí No

40 Sí PPD Sí No

46 Sí PS Sí No

57 Sí DC Sí No

* Iba como candidato independiente por la Izquierda Cristiana.** Iba como candidato independiente por la Nueva Izquierda. Fuente: Elaboración propia con datos de www.servel.cl y www.elecciones.gov.cl

*

*

**

176 JavieRa camPOs / caRLOs cantiLLana / antOniO POveda 177de vueLta aL cOnGResO: eL PaRtidO cOmunista y sus tRes escañOs

En los años 70 el PC se alzaba como la fuerza más importante del movi-miento sindical. Tal como se sostuvo, su buen momento electoral se consoli-daba con la creación de la Unidad Popular (UP) y la llegada de Salvador Allen-de a La Moneda. Esto traía consigo la aceleración de reformas económicas en pos de la redistribución del ingreso, el beneficio para los sectores más pobres de la población y el poder a manos de las clases populares. En definitiva, había llegado el momento más importante para los partidos de izquierda (Cruz-Coke, 1984; Faúndez, 1992; Scully, 1992).

Después del fracaso de la UP y con el régimen de Pinochet, el PC pasó a la proscripción, como todos los partidos de izquierda. Luego, al reconstituirse la política de partidos en Chile el PC vivió un dramático aislamiento al no formar parte de la naciente Concertación. Este escenario interno, y el declive del leninismo a nivel internacional, hicieron que el partido enfrentara una severa crisis de identidad. Los años venideros, bajo un régimen democrático, tampoco han mostrado sustanciales mejoras. Su desempeño electoral ha sido más bien irrelevante y convive bajo un sistema electoral que atenta contra la competencia y privilegia la estabilidad de dos grandes coaliciones que ampa-ran un sistema multipartidista moderado (Scully, 1992).

Sin embargo, la obtención de los tres escaños parlamentarios le han otor-gado un nuevo realce al PC, resurgiendo la pregunta sobre cuán importante seguirán siendo los segmentos populares en sus bases de apoyo. En concreto, qué tan consistente es la trayectoria del PC en la democracia pre 1973 con los resultados actuales. ¿Es realmente en segmentos pobres y obreros donde el PC logra mayor desempeño electoral o efectivamente su apoyo proviene de sectores con mejores niveles educacionales y económicos? ¿Qué tan coherente es la votación del PC y la votación de Jorge Arrate12 en la última elección a nivel de bases electorales? Para responder a estas preguntas analizaremos datos de encuestas y también resultados a nivel de comunas.

Según la última encuesta ICSO-UDP, de octubre de 2009, la adhesión al PC es más sustantiva en el segmento socioeconómico C2, seguido por el D y el C3.13 De este modo, el partido de izquierda concentra su mayor apoyo en los sectores sociales de clase media. Esto se ratifica en la esfera educacional,

12 Jorge Arrate fue el candidato presidencial de la coalición Juntos Podemos Más (compuesta por el Partido Comunista, la Izquierda Cristiana y otras organizaciones de izquierda), quien fue ungido como candidato al resultar ganador en una votación realizada en una asamblea nacional el 25 de abril de 2009, donde compitió con el representante del Partido Humanista (PH) Tomás Hirsch. Finalmente el PH de-cidió abandonar el Juntos Podemos Más y apoyar la candidatura de Marco Enríquez-Ominami. Sobre la candidatura de Jorge Arrate, ver Garrido en este mismo volúmen.

13 La adhesión al PC, según la encuesta ICSO-UDP de octubre de 2009, es del 3,3%. Esta cifra corres-ponde a un N de 43 casos, a partir de los cuales se presentan los resultados señalados.

pues los apoyos más altos del PC se encuentran en quienes al menos han teni-do doce años de escolaridad, destacando también el porcentaje obtenido entre quienes presentan educación técnica o universitaria completa (ver Tabla 3).

Los resultados para el PC son semejantes a los obtenidos por Jorge Arrate según la misma encuesta.14 El ahora ex candidato presidencial de la izquierda presenta bases de apoyo similares a las del PC, aunque cabe destacar que su apoyo se profundiza aun más en niveles socioeconómicos y educacionales más altos, como en el segmento C2 y en aquellos con educación superior completa.

Estos resultados no dejan de ser sorpresivos. Llama profundamente la aten-ción que los sectores de ingresos bajos y niveles de escolaridad deficientes no presenten una adhesión significativa hacia el PC, donde a priori podría esperarse mejores desempeños para el partido. No obstante, cabe ser cauto. Los resultados que hemos presentado son netamente descriptivos. Por tanto, a continuación mostramos un análisis inferencial considerando datos agregados por comuna.

Al analizar la relación entre la votación parlamentaria del PC en 2009 con el Índice de Desarrollo Humano (IDH) comunal se aprecia un vínculo positivo. Esta correlación es estadísticamente significativa y, si bien no es del todo robus-ta, implica que a mayor IDH, mayor votación por el PC. No obstante, a partir de la observación visual de la relación entre estas variables, también cabría espe-rar la probable existencia de una relación cuadrática. Es decir, no habría una re-lación estrictamente lineal entre IDH y la votación del PC. Esto hace necesaria la creación e intervención de una nueva variable, que es la cuadrática del IDH. Esto nos permitirá capturar la existencia de eventuales rendimientos marginales decrecientes. Es decir, que la votación del PC suba en la medida en que lo hace IDH, pero que baje en las comunas extremas o más ricas.

14 La intención de voto por Jorge Arrate, considerando inscritos y no inscritos, según la encuesta ICSO-UDP de octubre de 2009, es del 3,9%. Esta cifra corresponde a un N de 51 casos.

Tabla 3Adhesión al Partido Comunista (PC) e intención de voto por Jorge Arrate según nivelsocioeconómico y nivel educacional

Nivel socioeconómico Nivel educacional

C1 C2 C3 D E

Básica

incompleta

+ s/estudios

Básica

completa

Media

incompleta

Media

completa

Técnico-

universitaria

incompleta

Técnico-

universitaria

completa

PC 1,6 4,5 2,9 3,7 2,4 2,4 0,7 1,7 3,6 9,3 8,5

Jorge Arrate 5,6 7,0 3,2 2,3 3,1 0,8 0,7 2,2 3,1 15,0 15,5

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

178 JavieRa camPOs / caRLOs cantiLLana / antOniO POveda 179de vueLta aL cOnGResO: eL PaRtidO cOmunista y sus tRes escañOs

De acuerdo a nuestros datos, efectivamente la votación del PC en 2009 presenta una relación de tipo cuadrática con IDH comunal. Con base en algunos modelos estadísticos, en las elecciones parlamentarias de 2009 el partido de izquierda obtiene sus mejores desempeños electorales en las co-munas de bajo y, especialmente, alto IDH. Ahora bien, un dato tremenda-mente relevante para estas últimas elecciones sigue siendo que el PC com-pitió en tan sólo doce distritos electorales por el pacto con la Concertación. De esta forma, bien puede ser que al disminuir su capacidad de competencia sus resultados varíen de forma significativa. Para resolver esta disyuntiva, se revisarán los resultados del PC en las elecciones locales de 2004 y 2008 y parlamentarias de 2001 y 2005.

A diferencia de lo ocurrido en 2009, en 2008 el comportamiento del IDH es distinto respecto a la votación del PC. En esta elección local el PC consigue mejores rendimientos electorales en las comunas de IDH medio. Si miramos aun más atrás, idéntica situación se dio para la elección local de 2004. Luego, a nivel parlamentario, este comportamiento también se hace visible para las comicios de 2001. Por lo tanto, así como en 2009 la relación entre la votación del PC y el IDH era en forma de U, para las elecciones entre 2001 y 2008 esta relación es más similar a una U invertida (ver Gráficos 2-5). Esto permite sostener, en principio, que la elección de 2009 tiene un carácter anómalo para el PC.

Por lo tanto, concluimos que el PC obtiene mejores rendimientos en comu-nas de IDH medio, particularmente en los comicios de 2001, 2004 y 2008. Esto marca un quiebre con las bases electorales del partido en el periodo pre 1973, las que estuvieron asociadas al mundo obrero y popular, pero a su vez se mantiene el apoyo de los sectores “burgueses” y/o profesionales que in-gresaron parcialmente al partido desde 1935. Así, el PC pasó de ser el fiel representante de la clase obrera en la política chilena durante gran parte del siglo XX a convertirse en un intérprete de los sectores medios educados en el primer decenio del siglo XXI. Es decir, la idea de que el PC tiene mejores rendimientos en las zonas más pobres y donde existe mayor presencia obrera poco tiene que ver con la realidad. Por el contrario, su rendimiento mejora a medida que aumenta el nivel de ingresos.

Probablemente el ingreso de la UDI a disputar los votos de estos segmen-tos más bajos explique, en parte, el cambio en la composición de la votación PC. Esto, por el reconocido trabajo en terreno de “vocación popular” de-sarrollado por la UDI en los sectores pobres y populares del país, que la ha llevado a obtener significativas votaciones en localidades de bajísimos recur-sos durante la última década (Morales y Bugueño, 2001). De igual forma,

hay consistencia con los datos de las encuestas de opinión. Es decir, el PC mejora su intención de voto en los grupos de ingresos medio y alto al igual que en los sectores de mayor educación. Esto también es válido para la base electoral de Jorge Arrate.

El caso del PC es útil para repensar las teorías de la conducta electoral y de la estabilidad del voto. Seguramente, las relaciones de competencia en un sistema de partidos explican las mutaciones que se producen en las bases elec-torales de una colectividad. De igual forma, variables coyunturales como la suscripción de pactos políticos también se constituyen en factores explicativos del cambio. Cualquiera sea la explicación, lo que constatamos es prácticamen-te una reversión en las bases electorales de un partido.

gráFiCos 2-3-4-5Porcentaje de votación del PC 2001-2009 según IDH comunal

Los valores del eje vertical del Gráfico 5 difieren de los valores de los demás gráficos debido a que en 2009 el PC pactó con la concertación y sus candidatos subieron sustantivamente su caudal electoral, al recibir votos de electores concertacionistasFuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl y www.sinin.gov.cl

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ConclusiónEste artículo hizo un viaje por la historia del PC desde 1922 hasta los úl-

timos comicios generales de 2009. Hemos mostrado brevemente la historia del partido y su desempeño electoral. Adicionalmente, describimos sus bases electorales en la democracia pre 1973, puntualizando las distintas coaliciones que forjó el PC para ser parte del gobierno. Luego, comparamos estas bases electorales con las que actualmente tiene el partido, advirtiendo sustantivas diferencias. El PC representó a los segmentos más pobres en el período pre 1973, mientras que en la democracia post 89 la situación se revierte y el PC muestra mayor sintonía con segmentos medios altos.

En la elección parlamentaria de 2009 el PC pactó con la Concertación. Esto le permitió conquistar tres escaños. Su regreso al Congreso implica nue-vos desafíos para la dirigencia del partido. Con el sistema binominal, se le hará muy difícil conservar estos escaños sin la ayuda de la Concertación. Por tanto, no sería razonable que el PC retomara su rumbo de tercera fuerza, arrinconándose en una izquierda extraparlamentaria sin voz en el Congreso. Lo que resta por conocer es si el PC retornará a sus antiguas bases electorales adosadas al mundo popular o si continuará manifestando mayores apoyos en los segmentos medio-altos.

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183cambiO y cOntinuidad en La cámaRa de diPutadOs

Capítulo 7

Cambio y continuidaden la Cámara de DiputadosKenneth Bunker

Este capítulo examina los cambios y continuidades de la Cámara de Di-putados en Chile. La primera sección discute la teoría de incumbencia y su aplicabilidad al caso chileno. La segunda sección describe las reglas electorales que rigen para la elección de diputados en Chile. La tercera sección describe los detalles de la composición de la Cámara de Diputados de 1990 a 2014. Muestra (1) los patrones en la militancia política de diputados, (2) las tasas de reelección de diputados y (3) la duración de carreras de diputados. La sección final discute las principales conclusiones.

Teoría de la incumbenciaLa democracia está basada en una premisa de competencia, alternancia,

transparencia y representatividad (Przeworski et al., 2000). Estos criterios ase-guran un nivel mínimo de justicia e incertidumbre en las elecciones (Dahl, 1971). Candidatos titulares y desafiantes participan en elecciones justamente porque existe la posibilidad de que cualquiera de los dos pueda resultar legí-timamente electo.

La literatura es extensa en discutir las características de la competencia entre titulares y desafiantes (Erikson, 1971). En general, la evidencia comparada muestra que los titulares tienen una amplia ventaja por sobre los desafiantes (Fiorina, 1989). De hecho, resultados electorales tienden a reflejar esta venta-ja, con tasas de elección más altas para incumbentes que para desafiantes. Así, Ferejohn (1995) sostiene que las elecciones giran en torno a la competitividad de los titulares, dado que los votantes tienden a usar las elecciones para cas-tigarlos o premiarlos. Es decir, la alternancia usualmente ocurre cuando los votantes deciden castigar a los titulares. Por este motivo, la mayor parte de la literatura se dedica a describir las ventajas que los titulares tienen por sobre

184 Kenneth bunKeR 185cambiO y cOntinuidad en La cámaRa de diPutadOs

los desafiantes (Erikson, 1971; Mayhew, 1974; Ferejohn, 1977; Tufte, 1973; Parker, 1980; Fenno, 1978).

Gran parte de estas teorías está relacionada con evidencia recolectada en el Congreso de Estados Unidos. Allí se observa que la mayor parte de los legisladores titulares busca la reelección, de los cuales la mayoría lo consigue (Arnold, 1990; Mayhew, 1974; Abramowitz, Alexander y Gunning, 2006).

Existen dos grandes grupos de teorías que son comúnmente adoptadas para explicar el éxito del titular. El primer grupo se centra en el comportamiento de los votantes. Este enfoque sostiene que los legisladores logran ser reelectos con mayor efectividad porque los votantes se sienten más cercanos al candidato titular que al candidato desafiante. Ferejohn (1995) demostró que los votantes estaban incluso dispuestos a votar en contra del candidato de su partido, si el único nombre que reconocían en la papeleta fuera la del candidato de la lista contraria. Esto es complementado por Popkin (1995), quien sostiene que los votantes usualmente actúan usando un “atajo de información”, privilegiando al candidato más conocido.

El segundo grupo de teorías se enfoca en el comportamiento de los can-didatos titulares. Este enfoque argumenta que los titulares usan el acceso a información inherente de sus cargos para penetrar en el electorado (Alesina y Rosenthal, 1995). Así, la condición de ser titular ayuda por sí sola a mantener un mayor reconocimiento entre los votantes (Fiorina, 1989). En rigor, este beneficio institucional ha incentivado que más legisladores busquen ser reelec-tos, por el simple hecho de tener una alta probabilidad de lograrlo (Jacobson, 1981; Cox y Katz, 1996; Gaines, 1998; Ansolabehere y Snyder, 2002).

Relacionado con estas teorías está el enfoque de la estrategia política. En este enfoque Jacobson y Kernell (1983) sostienen que la razón primordial del éxito de los titulares se debe a la debilidad de los desafiantes. Debido a que los titula-res tienen fácil acceso a los medios, y porque los votantes tienden a votar sobre la base de reconocimiento, los desafiantes evitan buscar un confrontamiento electoral inútil (Jacobson, 1990). De hecho, Jones (1999) encuentra que la pre-sencia de candidatos titulares en la papeleta tiende a provocar una caída en el número total de candidatos y partidos que participan en la elección.

El enfoque de la estrategia política también incorpora el rol de los recursos. La evidencia muestra que los desafiantes que tienen mayores recursos cuentan con mayores probabilidades de desbancar a los titulares (Banducci y Karp, 1994). Si bien los incumbentes recurren a su nombre y experiencia como publicidad central, los desafiantes no pueden, porque tienden a ser menos conocidos. Por eso, la cantidad de recursos disponibles en la campaña del desafiante es decisiva. Ahora bien, el desafiante debe tener una probabilidad

mínima de ganar la elección para conseguir esos recursos. Es decir, ¿por qué juntar el dinero si va perder igual? En cualquier caso, este postulado está sujeto al enfoque anterior, donde la mayoría de los aspirantes al Congreso son per-cibidos como tan débiles que ni siquiera pueden reunir recursos para efectuar una campaña.

En Chile, la aplicación de estas teorías ha sido limitada. Pocos estudios han tratado de dilucidar las razones de cambio y continuidad a nivel par-lamentario usando la teoría de la incumbencia (ver excepciones en Morales y Piñeiro, 2010; Navia, 2000). Por un lado, algunos han argumentado que las carreras de parlamentarios en Estados Unidos tienen objetivos diferen-tes a los que existen en Latinoamérica, dificultando el análisis comparativo (Samuels, 2002). Por otro lado, otros han argumentado que Chile posee un patrón cultural singular, donde la incumbencia estaría basada en mecanismos sociológicos propios de la escena política nacional, en vez de en determinantes institucionales (Nolte, 1994).

Sin embargo, también hay evidencia que hace intuir que las teorías de in-cumbencia de Estados Unidos pueden ser aplicables al caso chileno. Primero, las dos grandes coaliciones (Coalición por el Cambio y Concertación) actúan como los dos grandes partidos de Estados Unidos (Republicano y Demócra-ta), acaparando más del 90% de los votos y escaños. En ambos países existen estrategias similares para maximizar la cantidad de candidaturas exitosas. Se-gundo, la ley electoral permite la reelección indefinida de parlamentarios al cabo de su legislatura. Esto hace que en ambos casos la decisión de continuar o cesar en el poder sea de exclusiva pertinencia del parlamentario. Tercero, los altos índices de legisladores que buscan la reelección en Chile se asemeja a los altos índices de legisladores que buscan la reelección en Estados Unidos. Esto significa que en ambos países los incentivos institucionales para buscar la reelección son similares.

En este capítulo utilizo los postulados de la teoría de incumbencia para en-tender los cambios y las continuidades de la Cámara de Diputados en Chile. Primero, que los votantes buscan privilegiar a los candidatos más conocidos; el alto nivel de reelección apoya este postulado. Segundo, que los titulares buscan maximizar sus beneficios; los incentivos del sistema binominal apoyan este postulado. Y tercero, que los recursos juegan un rol significativo en deter-minar el éxito de las campañas de los desafiantes; el alto costo de las campañas y el bajo número de desafiantes fuertes apoyan este postulado.

Lo que resta de este capítulo está ordenado de la siguiente forma. La segun-da sección da cuenta de las reglas institucionales que rigen para las elecciones de diputados en Chile. La tercera sección se enfoca en el periodo 1989-2014,

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y describe (1) los patrones en la militancia política de diputados, (2) las tasas de reelección de diputados y (3) la duración de las carreras de diputados. La sección final discute las conclusiones.

Sistema electoralEn Chile, las reglas electorales que rigen para las elecciones están escritas

en la Constitución política de 1980. Esta Constitución fue diseñada bajo el mandato del régimen militar (1973-1990). Fue implementada por primera vez en las elecciones presidenciales y legislativas de 1989. Por cierto, las reglas electorales sufrieron importantes cambios con respecto a la Constitución an-terior (de 1925). Mientras el sistema electoral presidencial fue reemplazado por un sistema de elección directa con dos vueltas, el sistema electoral propor-cional pasó de tener una magnitud de distrito variable a tener una magnitud de distrito fija.

Una parte importante de la literatura gira en torno a cuestionamientos sobre los orígenes y las intenciones de estas leyes electorales. Una versión es que, a fin de evitar los efectos negativos del sistema multipartidista que caracterizó el sis-tema de partidos previo a 1973, el régimen autoritario llevó a cabo una reforma electoral masiva para reducir el número de partidos (Guzmán, 1993; Siavelis, 1997; Siavelis y Valenzuela, 1996; Valenzuela, 1995). Otra versión sostiene que el sistema electoral fue únicamente diseñado como un mecanismo contra la de-rrota en favor de los partidos del diseñador (Garretón, 1991; Navia, 2004; Va-lenzuela y Siavelis, 1991). También están los que han argumentado que ambas versiones son igualmente válidas (Pastor, 2004). Es decir, el sistema electoral fue diseñado para reducir el número de partidos, pero también para distorsionar las preferencias electorales en favor de los partidos pro régimen militar.

En cualquier caso, la reforma electoral que se llevó a cabo con el fin de al-canzar estos objetivos se inició a mediados de la década de 1970 y no terminó sino pocos meses antes de las elecciones de 1989. El diseño del nuevo sistema electoral pasó por muchas manos, pero siempre estuvo bajo la lupa del poder ejecutivo (Pastor 2004). Inicialmente, las reglas electorales fueron escritas por la Comisión Ortúzar en 1978, fijando los objetivos principales y preceptos básicos de la reforma. Luego, fueron retocadas por la Comisión Fernández a mediados de 1980 para especificar cómo se concretarían los objetivos y pre-ceptos fijados por la Comisión Ortúzar. Finalmente, fueron modificados por Arturo Marín en 1989 para detallar el mecanismo que se usaría para convertir los votos en escaños.

De ese modo, la versión final de la ley electoral integró dos cambios drásti-cos en comparación con la ley anterior (Barros, 2002; Navia, 2002). Primero,

se fijó un nuevo mapa de los límites electorales, donde los distritos electorales fueron aumentados de 28 a 60. Segundo, se modificó la magnitud de los distritos, pasando de ser una magnitud proporcional al electorado a una mag-nitud de dos en cada distrito por igual.

Esta reforma electoral creó una grave distorsión al proceso electoral en general. Mediante la redistribución de distritos, el gobierno favoreció a pro-pósito distritos rurales más pequeños y que eran conocidos por apoyar las políticas de gobierno militar (Rojas y Navia, 2005). Por ejemplo, la nueva ley electoral estableció que un voto en el distrito 52, que fue un bastión del gobierno militar en el plebiscito de 1980, valiera tres veces más que un voto en el distrito 18, un distrito en que la oposición tuvo un mejor resultado en 1980. Asimismo, al reducir la magnitud de los distritos a una media de representación de dos diputados por cada uno, las autoridades militares in-tentaron crear un resultado electoral que proporcionara a los partidarios del régimen autoritario una alta probabilidad de ganar la mitad de los escaños en las elecciones legislativas.

Además de la redistribución de distritos, la fórmula electoral se vio dra-máticamente distorsionada con la disminución de las magnitudes de dis-trito. Con esto, no sólo cambió la forma de asignar los escaños a partir de los votos, sino que también cambiaron los incentivos electorales de los partidos.

Para determinar la asignación de los escaños se considera tanto la suma de votos por cada candidato como la suma de votos por la lista. El primer escaño se otorga al candidato de la lista que obtiene la mayoría relativa de los votos. Para ganar ambos escaños, sin embargo, la lista con mayor número de votos debe recibir el doble de votos que la lista que la sigue en número de votos. Basta obtener un tercio de los votos más uno para conseguir un escaño, pero se deben lograr al menos dos tercios de los votos para conseguir ambos escaños. En esencia, cualquier apoyo a la lista más votada más allá de un tercio es inútil, a menos que pueda superar los dos tercios. Si bien se pueden obterner ambos escaños con menos de dos tercios de los votos (de-pendiendo de la distribución de votos en las otras listas), ha sido imposible en la práctica.

Los resultados de la elección presidencial y legislativa de 1989 demuestran que la estrategia electoral del régimen militar resultó exitosa. Primero, las leyes electorales lograron reducir el número de partidos en competencia. Los catorce partidos de la oposición al régimen militar se agruparon en una lista común, la Concertación de Partidos por la Democracia, y eligieron un solo candidato pre-sidencial (Patricio Aylwin). Al mismo tiempo, los tres partidos pro militares se

188 Kenneth bunKeR 189cambiO y cOntinuidad en La cámaRa de diPutadOs

agruparon en una lista común, la Coalición por el Cambio,1 y eligieron un solo candidato presidencial (Hernán Büchi). Segundo, las leyes electorales lograron distorsionar los resultados electorales en favor de la coalición pro militar. Si bien la Coalición fue la más favorecida, la Concertación también obtuvo beneficios. A fin de cuentas, más del 90% de los votos fue a la Coalición o a la Concertación.

Así, la competencia partidaria post 1989 se ha forjado sobre la base de estas dos grandes coaliciones. Mientras la Concertación se identificó con la cen-troizquierda, la Coalición se identificó con la centroderecha. Por cierto, cada coalición se encuentra conformada por varios partidos políticos. La Concer-tación está compuesta por el Partido Demócrata Cristiano (PDC), el Partido Por la Democracia (PPD), el Partido Socialista (PS) y el Partido Radical Social Demócrata (PRSD). A su vez, la Coalición esta compuesta por la Unión De-mócrata Independiente (UDI) y Renovación Nacional (RN).

La Tabla 1 muestra la alta desproporcionalidad que provoca el sistema elec-toral binominal en favor de las coaliciones más grandes. En la elección de di-putados de 1989 la Concertación obtuvo el 51,4% de los votos, pero el 57,5% de los escaños, mientras que la Coalición obtuvo el 34,6% de los votos, pero el 40% de los escaños. En la elección de diputados de 1993 la Concertación obtuvo el 55,4% de los votos, pero el 58,3% de los escaños, y la Coalición el 36,6% de los votos, pero el 41,6% de los escaños. En la elección de diputados de 1997, la Concertación obtuvo el 50,5% de los votos, pero el 57,5% de los escaños, en tanto la Coalición obtuvo el 36,2% de los votos, pero el 39,1% de los escaños. En la elección de diputados de 2001, la Concertación obtuvo el 47,9% de los votos, pero el 51,6% de los escaños, y la Coalición obtuvo el 44,2% de los votos, pero el 47,5% de los escaños. En la elección de diputados de 2005, la Concertación obtuvo el 51,7% de los votos, pero el 54,1% de los escaños, y la Coalición el 38,7% de los votos, pero el 45% de los escaños. Finalmente, en la elección de diputados de 2009, la Concertación obtuvo el 44,3% de los votos, pero el 47,5% de los escaños, y la Coalición el 43,4% de los votos, pero el 48,3% de los escaños.

Dado que no ha habido grandes reformas a las leyes electorales, el pano-rama político en Chile ha tendido hacia el statu quo. La Tabla 1 muestra cómo el dominio político de la Coalición y la Concertación se ha mantenido prevalente a través del tiempo en la Cámara de Diputados. En 1993, la suma

1 La Coalición por el Cambio ha cambiado varias veces de nombre. En 1989 y 1992 compitió como Democracia y Progreso. En 1993 compitió como Participación y Progreso. En 1996 compitió como Unión por el Progreso. En 1997 y 1999 compitió como Unión por Chile. En 2001, 2004, 2005 y 2008 compitió como Alianza por Chile. Desde 2009 compite como Coalición por el Cambio.

de ambas coaliciones alcanzó el 92% y el 100% de escaños. En 1997, la suma alcanzó el 86,7% de los votos y el 96,6% de los escaños. En 2001, la suma fue de 92,1% de los votos y de 99,1% de los escaños. En 2005, la suma de votos en ambas coaliciones alcanzó el 90,4% de los votos y el 99,1 de los escaños. En 2009, la suma fue de 87,7% de los votos y 95,8% de los escaños.

En definitiva, los resultados de las elecciones apuntan a que el sistema bi-nominal es altamente desproporcional en favor de la Coalición y la Con-certación. El sistema distorsiona las preferencias de tal manera que ambas coaliciones resultan altamente sobrerrepresentadas en el poder legislativo. Pri-mero, por agrupar a los partidos más prevalentes del país en dos coaliciones, la probabilidad de que la mayoría de los votos vaya a una de las dos coaliciones es abismante. Segundo, al ser las dos coaliciones más votadas del sistema, la ley electoral las favorece, por defecto, en la transformación de votos a escaños.

Evolución electoral de la Cámara de Diputados, 1989-2014En la sección previa mostré la baja renovación política que existe en el sis-

tema político chileno. Mostré que los candidatos de la Coalición y de la Con-certación son los favoritos, por amplio margen, para ganar las elecciones. Si bien esto denota que el sistema tiende a un statu quo, no detalla la evolución de los candidatos que sí logran entrar a la cámara baja. Tres preguntas surgen para ahondar en este tema. Primero, ¿de qué partidos políticos provienen estos diputados? Segundo, ¿cuáles son las tasas de reelección de estos diputados? Tercero, ¿cuánto tiempo consecutivo logran perdurar en el poder una vez que son electos? En la siguiente sección muestro evidencia sobre estos cambios y continuidades en la Cámara de Diputados, entre 1989 y 2014. Primero, muestro los patrones en la militancia política de diputados; segundo, las tasas de reelección de diputados, y, tercero, la duración de las carreras de diputado.

Coalición Concertación

% votos % escaños % votos % escaños

1989 34,1 40,0 51,4 57,5

1993 36,6 41,6 55,4 58,3

1997 36,2 39,1 50,5 57,5

2001 44,2 47,5 47,9 51,6

2005 38,7 45,0 51,7 54,1

2009 43,4 48,3 44,3 47,5

Tabla 1Resultados y asignación de escaños, elecciones de diputados 1989-2009

Fuente: Elaboración del autor con datos de www.elecciones.gov.cl

190 Kenneth bunKeR 191cambiO y cOntinuidad en La cámaRa de diPutadOs

Composición política de la Cámara de DiputadosEn Chile, los partidos que están fuera de la Coalición o la Concertación

difícilmente logran obtener escaños (ver Tabla 2). En promedio, son los par-tidos de la Coalición los que logran elegir más diputados, con alrededor del 20% del total de la cámara baja cada uno. Esto se debe a que sólo hay dos partidos en la coalición, y la repartición de candidaturas es relativamente fácil en comparación con la Concertación, donde los cuatro partidos deben pactar en múltiples negociaciones la distribución de candidaturas. Ahora bien, entre los cuatro partidos de la Concertación, el PDC es el que logra elegir más di-putados en promedio, con alrededor del 24%. Asimismo, el PPD logra elegir alrededor del 15% de los diputados; el PS, cerca de 9%, y el PRSD, en torno al 4%.

Los partidos que compiten por fuera de estas dos coaliciones tienen tasas extremadamente bajas de éxito. Desde 1989, sólo 17 candidatos (de 720 posibles) han logrado entrar a la cámara baja por medio de otras listas o candidaturas independientes. Si bien la UCC y el PC han logrado sumar 4 y 3 diputados, respectivamente, el primero logró elegir 2 por la lista de la Coalición en 1993, y el segundo todos por la lista de la Concertación en 2009. Al igual que el resto de los partidos en Chile, cuando han buscado conseguir escaños por listas de otras coaliciones, los resultados electorales han sido más bien nefastos. En esta línea, los candidatos independientes (compitiendo por fuera de coaliciones) han tenido más éxito, logrando ele-gir 6 diputados en total.

En 1989, el PDC fue el partido que logró elegir más diputados (38). Den-tro de la Concertación, lo siguieron el PPD con 16 diputados, la lista de independientes de la Concertación con 10, el PRSD con 5 y, en último lugar, el PS (llamado, en ese entonces, Partido Amplio de Izquierda Socialista y que también representaba a otros partidos vedados) con 2. Por la lista de la Coali-ción, el partido que logró elegir más diputados fue RN con 29, seguido por la UDI con 11 y en último lugar la lista de independientes de la Coalición con 8. Por otras listas, resultó electo un candidato independiente.

En 1993, el PDC fue el partido que logró elegir más diputados (37), por segunda elección consecutiva. Dentro de la Concertación, lo siguieron el PPD y el PS con 15 diputados cada uno, el PRSD con 2 y la lista de independientes con 1. Por la lista de la Coalición el partido que logró elegir más diputados fue RN con 29, seguido por la UDI con 15 y en último lugar la lista de inde-pendientes con 4. Por la lista de la Coalición, también resultaron electos dos candidatos de la UCC. Por otras listas, ningún candidato resultó electo.

En 1997, el PDC fue el partido que logró elegir más diputados (38), por tercera elección consecutiva. Dentro de la Concertación, lo siguieron el PPD con 16, el PS con 11 y el PRSD con 4. Por la lista de la Coalición, el partido que logró elegir más diputados fue RN con 23, seguido por la UDI con 17 y en último lugar la lista de independientes con 6. Por otras listas, resultaron electos dos candidatos de la UCC (que ya no formaba parte de la Coalición), dos candidatos independientes y un candidato del Partido del Sur.

En 2001, el PDC fue reemplazado por la UDI como el partido con más diputados. Dentro de la Coalición, la UDI logró desbancar a RN como el partido más votado de la coalición con 31 diputados contra 18, respectiva-mente. La lista de independientes de la Coalición logró elegir 8. Dentro de la Concertación, el PDC permaneció como el partido con más diputados (23), seguido por el PPD (20), el PS (10), el PRSD (6) y la lista de independientes (3). Por otras listas, sólo resultó electo un candidato independiente.

En 2005, la UDI fue el partido que logró elegir más diputados (33), por segunda elección consecutiva. Dentro de la Coalición, lo siguió RN con 19

Tabla 2Composición política de la Cámara de Diputados

* Incluye diputados electos por PAIS.Nota: En 1997 fue electo 1 SUR, en 2005 fue electo 1 PAR y en 2009 fueron electos 3 PRI.Fuente: Elaboración del autor con datos de www.elecciones.gov.cl

1989 1993 1997 2001 2005 2009 Promedio

Coalición 48 48 46 57 54 58 43,1

UDI 11 15 17 31 33 37 20,0

RN 29 29 23 18 19 18 18,8

Independientes 8 4 6 8 2 3 4,30

Concertación 70 70 69 62 65 54 54,1

PDC 38 37 38 23 20 19 24,3

PPD 16 15 16 20 21 18 14,7

PS 2 15 11 10 15 11 8,8

PRSD 5 2 4 6 7 5 4,0

Independientes 10 1 – 3 2 1 2,3

Otros 1 2 5 1 1 6 2,1

PC – – – – – 3 0,4

UCC – 2 2 – – – 0,5

Independientes 1 – 2 1 – 2 0,8

Otros – – 1 – 1 1 0,4

*

192 Kenneth bunKeR 193cambiO y cOntinuidad en La cámaRa de diPutadOs

diputados y la lista independiente con 2. Dentro de la Concertación, el PPD desplazó al PDC como el partido más votado de la coalición con 21 diputados contra 20, respectivamente. El tercer partido más votado de la Concertación fue el PS con 15, seguido por el PRSD con 7 y la lista de independientes con 2. Por otras listas, sólo resultó electo un candidato por el Partido de Acción Regionalista.

En 2009, la UDI fue el partido que logró elegir más diputados (37) por tercera elección consecutiva. Dentro de la Coalición, lo siguieron RN con 18 diputados y la lista independiente con 3. Dentro de la Concertación, el PDC retomó el lugar del partido más votado de la coalición, con 19 diputados. Fue seguido por el PPD con 18, el PS con 11, el PRSD con 5 y la lista de inde-pendientes con 1. Por la lista de la Concertación, también resultaron electos tres candidatos del PC. Por otras listas, resultaron electos tres candidatos del Partido Regionalista de los Independientes y dos candidatos independientes.

De este modo, desde 1989 el PDC es el partido que ha logrado elegir más diputados, con 175. La UDI es el segundo partido en esa lista, con 144. A su vez, RN ha logrado elegir 136; el PPD, 106; el PS, 64, y el PRSD, 29. Fuera de las grandes coaliciones, sólo el PRI ha logrado elegir 3. Los demás partidos sólo han conseguido elegir 5 diputados en total, cuando han competido por fuera de las listas de la Coalición y la Concertación.

ReelecciónEn Chile, la tasa de reelección a la Cámara de Diputados es extraordina-

riamente alta (ver Tabla 3). Según el informe del Banco Interamericano de Desarrollo (2006), éste es el país de América Latina con la tasa más alta de reelección inmediata para la cámara baja o asamblea nacional. En prome-dio, el 74,6% de los diputados busca la reelección, de los cuales el 82,3% la obtiene. En 1993, de los 120 diputados titulares 87 buscaron ser reelectos (72,5%) y 70 lo lograron (80,4%). En 1997, de los 120 diputados titulares 86 buscaron ser reelectos (71,6%) y 73 lo consiguieron (84,8%). En 2001, de los 120 diputados titulares 92 buscaron ser reelectos (76,6%) y 75 lo hicieron (81,5%). En 2005, de los 120 diputados titulares 92 buscaron ser reelectos (76,6%) y 74 lo lograron (83,6%). En 2009, de los 120 diputados titulares 91 buscaron ser reelectos (75,8%) y 73 lo consiguieron (81,3%).

Estos patrones de reelección son consistentes con países que tienen caracte-rísticas institucionales similares. Una de estas características es la ley electoral, que permite a los diputados buscar la reelección indefinidamente. Estados Unidos, por ejemplo, no pone límites a la cantidad de veces que los diputa-dos pueden buscar la reelección, y la tasa de reelección en la cámara baja es

superior al 90% (Abramowitz, Alexander y Gunning, 2006). En el resto de América Latina los índices de reelección tienden a ser bastante altos dado que la mayoría de los países también cuenta con leyes que permiten la reelección de diputados (Camargo, 1965). En Costa Rica, Honduras y México, en cam-bio, sí existen límites a la cantidad de veces que los diputados pueden buscar la reelección y, por lo mismo, sus tasas de reelección en la cámara baja son sustancialmente menores (BID, 2006).

Ahora bien, las altas tasas de reelección en Chile también son consistentes con la teoría de incumbencia, que explica la alta ventaja que el titular tiene por sobre el desafiante. Por un lado, las reglas electorales de Chile actúan como incentivos para que los titulares busquen la reelección (Siavelis, 2005). Dado que el sistema electoral binominal favorece la elección de un candidato por cada coalición, el candidato más fuerte de cada lista es quien habitualmente resulta electo. Debido a que el umbral para conseguir ambos escaños es de-masiado alto, las coaliciones tienden a no buscar este doblaje, sino más bien a asegurar un escaño (Edwards, 2009). Por este motivo, los partidos general-mente seleccionan un candidato fuerte en cada distrito, es decir, un candidato que tenga reales posibilidades de salir electo y un candidato que no tenga posibilidades mayores (Carey y Siavelis, 2003; Garrido y Navia, 2005). Por las ventajas explicadas a lo largo de este texto, los candidatos fuertes tienden a ser los diputados titulares.

Por otro lado, el incumbente tiene una ventaja de ganar en la elección, por sobre un desafiante, por su simple condición de ser titular. Porque el costo de efectuar una campaña parlamentaria es alto, y el titular ya es conocido en su distrito, es el desafiante quien debe gastar una cantidad suficientemente alta de dinero para darse a conocer. De hecho, dado que los diputados titulares son quienes gastan más dinero en las campañas de la cámara baja, los desafiantes

Fuente: Elaboración del autor con datos de www.elecciones.gov.cl

Nº de diputados que busca la reelección

% de diputados que busca la reelección

Nº de diputados que logra la reelección

% de diputados que logra la reelección

1993 87 72,5 70 80,4

1997 86 71,6 73 84,8

2001 92 76,6 75 81,5

2005 92 76,6 77 83,6

2009 91 75,8 74 81,3

Promedio 89,6 74,6 73,8 82,3

Tabla 3Tasas de reelección

194 Kenneth bunKeR 195cambiO y cOntinuidad en La cámaRa de diPutadOs

no sólo deben competir contra el reconocimiento del titular, sino también contra su alta inversión (Morales y Piñeiro, 2010). En Chile, se estima que un candidato debe contar con alrededor de 100 mil dólares para estar en condiciones de competir en un distrito con alrededor de 100 mil habitantes (Fuentes, 2004). Debido a esta barrera de entrada, muchas veces las coalicio-nes procuran incentivar la reelección de titulares, antes de correr con los gastos de un desafiante desconocido.

Ahora bien, ¿qué pasa con los que se van de la cámara baja? La Tabla 4 muestra la trayectoria de los diputados que por algún motivo no siguieron en ejercicio, luego de haber completado su periodo en el poder. El grupo más numeroso es el de aquellos que se retiran. Desde 1993, 117 diputados titula-res han decidido no buscar la reelección. El segundo grupo más numeroso de diputados que ha salido de la cámara baja ha sido el de aquellos que buscan la reelección y pierden. Desde 1993, 79 diputados han buscado ser reelectos sin éxito. El tercer grupo más numeroso ha sido el de aquellos que buscan seguir su carrera legislativa en el Senado. Desde 1993, 17 diputados han intentado ser electos como senadores; de ellos, 10 lo han logrado y 7 no. Asimismo, 15 diputados han buscado permanecer en la cámara baja, pero representando a otro distrito. De este grupo, 7 han conseguido ser reelectos en otro distrito y 8 han perdido. Finalmente, desde 1993, 3 diputados han muerto durante sus periodos. No ha habido remociones en la cámara baja ni renuncias a ella.

El primer año en que los diputados pudieron buscar la reelección fue 1993. Esa vez, 31 diputados se retiraron de la cámara baja, 17 decidieron repostular y no tuvieron éxito, 1 repostuló por otro distrito y ganó, y 1 postuló a senador y ganó. La segunda oportunidad para buscar la reelección fue en 1997. Ese

año, 29 diputados se retiraron de la cámara baja, 13 decidieron repostular y no tuvieron éxito, 2 repostularon por otro distrito y ganaron, 1 repostuló por otro distrito y perdió, 1 postuló a senador y ganó, y 1 postuló a senador y perdió. La tercera oportunidad para buscar la reelección fue en 2002. En esa ocasión, 23 diputados se retiraron de la cámara baja, 17 decidieron repostular y no tuvieron éxito, 2 repostularon por otro distrito y ganaron, 1 repostuló a otro distrito y perdió, y 2 postularon a senador y perdieron. La cuarta oportunidad para buscar la reelección fue en 2005. Ese año, 21 diputados se retiraron de la cámara baja, 15 decidieron repostular y no tuvieron éxito, 3 repostularon por otro distrito y perdieron, 2 postularon a senador y ganaron, 1 postuló a senador y perdió, y 1 murió durante su periodo (Ramón Pérez Opazo). La quinta oportunidad para buscar la reelección fue en 2009. Ese año, 13 diputados se retiraron de la cáma-ra baja, 17 decidieron repostular y no tuvieron éxito, 2 repostularon por otro distrito y ganaron, 3 repostularon por otro distrito y perdieron, 6 postularon a senador y ganaron, 3 postularon a senador y perdieron, y 2 murieron durante sus periodos (Pedro Pablo Álvarez-Salamanca y Juan Bustos Ramírez).

Duración de las carreras de diputadosLa duración de las carreras de diputados en Chile debe enmarcarse bajo la

lógica de la ambición de esos parlamentarios. La teoría del comportamiento legislativo (también conocido como teoría de ambición) propone dos enfo-ques para entender por qué los diputados permanecen en el poder legislativo. Un enfoque entiende al poder legislativo como un trampolín de los políticos para luego postular a otros cargos. En Brasil, por ejemplo, Samuels explica que ser diputado no es más que un paso para llegar a ser electo en otros cargos (2002). Dada la división administrativa de Brasil, los cargos ejecutivos, ya sea alcalde, ministro de estado o gobernador, son más atractivos que los del poder legislativo. Algo similar sucede en Argentina, donde sólo alrededor de 20% de los diputados es reelecto. Según Ana María Mustapic, en Argentina el Congreso “es un lugar de paso para los políticos, que aspiran volver a cargos ejecutivos de sus provincias” (2006).

El otro enfoque entiende al poder legislativo como un lugar de destino final de los políticos. Chile sigue esta línea. En Chile, un cargo en el poder legislativo es el más deseado por los políticos, luego del de presidente de la república (Carey, 1998). De hecho, la evidencia muestra que la mayoría de los diputados busca permanecer en su cargo o bien avanzar hacia una carrera en el Senado (ver Tabla 3). Esta prolongación en el poder legislativo es facilitada por las cúpulas de las coaliciones, que en entrevistas han manifestado que los líderes de los partidos son más bien reacios a negarles a los diputados titulares

Fuente: Elaboración del autor con datos de www.elecciones.gov.cl

1993 1997 2001 2005 2009 Total

Se retira 31 29 23 21 13 117

Repostula y pierde 17 13 17 15 17 79

Se cambia a candidato a senador y gana 1 1 – 2 6 10

Se cambia a candidato a senador y pierde – 1 2 1 3 7

Se cambia de distrito y gana 1 2 2 – 2 7

Se cambia de distrito y pierde – 1 1 3 3 8

Muere durante el periodo – – – 1 2 3

Total 50 47 45 43 46 231

Tabla 4Trayectoria de diputados que se van de la cámara baja

196 Kenneth bunKeR 197cambiO y cOntinuidad en La cámaRa de diPutadOs

la posibilidad de repostular a sus cargos (Kuschel, 1988; Canales, 1998). Bajo esta premisa se entiende que en Chile la permanencia en los cargos legislativos es el principal fin de los titulares.

La baja tasa de renovación y las altas tasas de reelección son evidencia de que los diputados buscan permanecer en la cámara baja. Más de la mitad de los diputados que entra cada elección a servir un cuatrienio es un candidato que buscó ser reelecto (ver Tabla 4). Todo apunta a que en la elección de 2013 permanecerá esta tendencia. De no mediar muertes, remociones o renuncias, 46 diputados habrán completado su primer periodo en el poder para las elec-ciones legislativas de 2013 (ver Tabla 5). Asimismo, 29 diputados cumplirán dos periodos consecutivos en el poder (8 años), 20 cumplirán su tercer perio-do consecutivo (12 años), 10 cumplirán su cuarto periodo seguido (16 años), 7 cumplirán su quinto periodo consecutivo (20 años) y 8 cumplirán su sexto periodo seguido (24 años).

ConclusiónEn este capítulo he mostrado los cambios y las continuidades de la Cá-

mara de Diputados en Chile, desde 1989 hasta 2014. He expuesto que las continuidades son significativamente más preponderantes que los cambios. Los patrones en la composición de la cámara baja son evidencia de esto. Pri-mero, las altas barreras de entrada que crea el sistema binominal impide que candidatos de partidos de fuera de la Coalición y la Concertación ingresen a él. Segundo, las reglas del sistema binominal incentivan a los candidatos ti-tulares a buscar la reelección. Asimismo, la fórmula electoral ayuda a que lo logren sin mayores trabas. Tercero, las características del sistema político en

Chile fomenta que el poder legislativo sea el destino final de los políticos, lo que naturalmente incentiva a los titulares de tratar perpetuarse en el poder.

En Chile, son los mismos partidos los que logran obtener representación, elección tras elección. Los partidos que forman parte de la Coalición o la Concertación son los más exitosos del sistema. Entre ambas colaciones han logrado elegir 704 diputados de los 720 posibles, desde 1989. Partidos fuera de estas coaliciones sólo han logrado elegir 16. Mientras el PDC ha sido el partido más votado de la Concertación, la UDI lo ha sido por la Coalición. Entre ambos partidos han elegido 319 diputados, el 44% del total. Asimismo, el PRI ha sido el partido más exitoso de partidos de fuera de ambas coaliciones con tan sólo 3 diputados electos, el 0,04% del total.

En Chile, son los mismos candidatos los que logran obtener escaños, elec-ción tras elección. Dado que el sistema binominal beneficia desproporcional-mente a los candidatos que compiten por la Coalición o la Concertación, sólo un candidato suele ser electo por cada lista. Bajo esta premisa, las coaliciones han tendido a buscar la elección de sólo un diputado, antes de arriesgar a al-canzar el doblaje. Así, el diputado titular se ha convertido en el salvaguarda de las elecciones, asegurando un escaño. Esta lógica que incentiva la reelección se refuerza por la ley electoral, que permite a los diputados buscar la reelección cuantas veces quieran. En cada elección, tres de cada cuatro diputados (75%) se repostula a su cargo. De ellos, cuatro de cada cinco (80%) lo logra.

En Chile, son los mismos diputados los que logran permanecer sucesiva-mente en el poder, comicios tras comicios. Dado que el poder legislativo es la institución más deseada por los políticos, una vez que logran entrar al sistema rara vez lo dejan. Como el mecanismo de selección de candidatos privilegia a los titulares, éstos consecutivamente tienen la primera opción de ser candidatos. Así, la mayoría de los diputados en la cámara baja ya ha estado más de un pe-riodo en el poder. Por ejemplo, para las elecciones de diputados de 2013, habrá sólo 46 que estén terminando su primer periodo en el poder y habrá 74 que es-tarán cumpliendo al menos 8 años consecutivos. Se estima que la gran mayoría de ellos buscará perpetuarse en el poder una vez más en las elecciones de 2013.

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Concertación Coalición Otros

PPD PS PRSD PDC RN UDI PRI PC Ind. Total

4 años 5 3 – 7 8 13 1 3 2 46

8 años 4 5 1 7 4 7 – – – 29

12 años 4 1 2 1 1 9 2 – – 20

16 años 3 – 2 1 2 2 – – – 10

20 años 2 – – 1 2 2 – – – 7

24 años – 2 – 2 1 3 – – – 8

Total 18 11 5 19 18 36 3 3 2 120

Tabla 5Duración de las carreras de diputados a 2014

* Incluye tres diputados electos por la lista independiente de la Coalición y un electo por la lista independiente de la Concertación. ** Incluye un diputado reelecto por la lista independiente de la Concertación.Fuente: Elaboración del autor con datos de www.elecciones.gov.cl

**

*

198 Kenneth bunKeR 199cambiO y cOntinuidad en La cámaRa de diPutadOs

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Capítulo 8

Voto femenino en Chile:entre el retorno a la derechay el amor por un independienteDaniela Oliva

PresentaciónTras la elección de Michelle Bachelet en 2005, la literatura chilena sobre es-

tudios electorales giró en torno a la solidaridad de género como factor explica-tivo de la intención de voto (Morales, 2008; Franceschet, 2005 y 2006; Ríos, 2006). Bachelet obtuvo mayor votación en las mesas de mujeres. Esto desafió a parte importante de la bibliografía sobre estudios electorales en Chile, dada la tendencia histórica del voto femenino, que se había inclinado claramente hacia candidatos de centroderecha (Gil, 1969; Cruz-Coke, 1984). Tal tenden-cia se remonta a la postura del Partido Conservador para permitir el sufragio de las mujeres. El voto femenino se instituyó para las elecciones municipales de 1935 y luego se extendió a las presidenciales de 1952. Sin embargo, la decisión de los conservadores fue vista más como una estrategia electoral que como una convicción programática (Maza, 1995; Errázuriz, 2005; Bacchetta y Power, 2002).

Una vez reinaugurada la democracia en Chile, el voto femenino mantuvo la tendencia del periodo pre 1973. Los candidatos de centroderecha obtuvieron mejor desempeño en las mesas de mujeres. Así sucedió con Büchi en 1989, Alessandri en 1993 y Lavín en 1999. A esto se sumaba el mayor respaldo hacia la coalición de derecha en todas las elecciones parlamentarias y municipales. La elección de Bachelet en 2005 rompió el esquema y llevó a pensar en un cambio en la conducta electoral de las mujeres.

Los resultados de 2009 arrojan dos hipótesis plausibles. La primera es que el voto femenino retomó la tradición del siglo pasado. Las mujeres votaron en mayor medida por Piñera en comparación con Frei en la primera vuelta. En la segunda vuelta las diferencias se estrecharon, pero la votación femenina siguió favoreciendo al candidato de la Alianza. La segunda hipótesis es que

202 danieLa OLiva 203vOtO femeninO en chiLe: entRe eL RetORnO a La deRecha y eL amOR POR un indePendiente

el voto femenino no ha cambiado y que continúa siendo de centroizquierda. Esto, porque si bien las mujeres votaron menos que los hombres por Frei, pre-firieron en mayor medida a Enríquez-Ominami, un independiente posiciona-do en la centroizquierda. Entonces, no es que las mujeres hayan modificado su conducta electoral en términos de eje político (izquierda-centro-derecha), sino que simplemente la dividieron entre el candidato oficialista y el inde-pendiente. De hecho, es precisamente Enríquez-Ominami el que obtuvo una diferencia más sustantiva entre las mesas de hombres y de mujeres. Mientras en hombres consiguió el 18,73%, en mujeres bordeó el 21,33%.

Este texto se divide en tres partes. Primero, hago referencia a las teorías sobre el voto femenino como contexto general del artículo. Luego presento una breve reseña histórica de la conducta electoral de las mujeres en Chile. Finalmente, analizo los resultados de la elección presidencial de 2009 compa-rando el desempeño de los candidatos en las mesas de hombres y de mujeres.

¿Cómo votan las mujeres?Después de la segunda guerra mundial, parte de la literatura politológica sos-

tenía que en las democracias occidentales las mujeres eran más conservadoras que los hombres en relación a la política y que solían ser menos propensas a par-ticipar electoralmente (Inglehart y Norris, 2000, 2003). Entre la década de los 50 y los 60 se consideraba que “las diferencias de género al votar eran general-mente modestas, pero las mujeres eran más propensas que los hombres a apoyar a partidos de centroderecha en Europa occidental y Estados Unidos” (Inglehart y Norris, 2003: 77). Esto se conoce como la “diferencia de género tradicional” que nutrió a parte importante de la literatura sobre el voto femenino.

En los años 80 la tradición del “conservadurismo femenino” se vio influida por algunas coyunturas políticas. Situaciones como el desempeño de los go-biernos, las decisiones de los partidos y las imágenes de los líderes políticos comenzaron a dominar la conducta de los votantes. Hasta ese entonces no existía un avance sustantivo en el estudio del voto femenino. Una de las excep-ciones la constituye el trabajo de Kelley y McAllister (1984). Su tesis central era que el sexo del candidato influía en la intención de voto. Presumían un efecto significativo de la solidaridad de género. Es decir, que las mujeres apo-yaban en mayor medida a candidatas que a candidatos. Sin embargo, existía una segmentación cultural. Los sectores conservadores eran más renuentes al ingreso de las mujeres en política respecto a los segmentos liberales. “El sexo de la candidata, creemos, debería ser más importante para los votan-tes socialmente más conservadores [...], que generalmente tienen estereotipos

más fuertes y visiones más tradicionales acerca de los roles sexuales” (Kelley y McAllister, 1984: 455; Kahn, 1994, 1996).

Durante la década de los 90 las mujeres se inclinaron más hacia la izquierda en sociedades postindustriales, mientras que en las sociedades poscomunistas y en los países en desarrollo se continuó con el conservadurismo tradicional (Inglehart y Norris, 2000). Este fenómeno se denomina “realineamiento de género” y se enmarca dentro de la “diferencia de género moderna” (opuesta a la tradicional). De acuerdo a Inglehart y Norris (2003), este realineamiento del comportamiento electoral femenino se produciría porque en muchas so-ciedades postindustriales se transformaron los roles de género. Se produjo un cambio en las actitudes de las mujeres en gran parte por su ingreso decidido al mercado laboral. A esto se sumaron mayores expectativas de educación, equilibrando así no sólo sus derechos respecto a los hombres, sino también el desarrollo de sus potencialidades. De esta forma, se constituyen las “familias modernas”, caracterizadas por un activo rol tanto de hombres como de muje-res en el ámbito laboral y político.

Estos cambios culturales, según Sanbonmatsu (2002), tuvieron un efecto sobre la conducta electoral. Así, los votantes tendrían una predisposición a preferir a candidatos de un sexo por sobre otro, constituyéndose de esta forma el grupo de los “votantes de género”. Además, las mujeres serían más propen-sas que los hombres a preferir candidatas de su mismo sexo (Sanbonmatsu, 2002; Cook, 1994), consagrando la solidaridad de género (Eckstrand y Ec-kert, 1981; González y Kampwirth, 2001).

Breve historia del voto femenino en ChileEn 1931 el gobierno de Ibáñez concedió derecho a voto a las mujeres, pero

sólo en elecciones municipales. Las mujeres ejercerían por primera vez este derecho en las elecciones locales de 1935. La edad mínima para votar fue de 25 años. Tiempo después, durante el gobierno de Alessandri, la edad para sufragar disminuyó a 21 años (Kirkwood, 1986).

El proceso de apertura del padrón electoral hacia las mujeres tuvo algunas particularidades. La teoría señala que los países católicos tardaron más que los países protestantes en conceder el voto femenino. Esto, debido a la influencia de la Iglesia Católica sobre las decisiones políticas. Sin embargo, en Chile fue-ron dirigentes católicos y conservadores los primeros en favorecer la extensión del sufragio a la mujer (Maza, 1995). El retraso en la aprobación del proyecto de ley se debió, en parte, “a la resistencia de los partidos anticlericales: temían que el voto femenino alteraría el equilibrio de las fuerzas electorales, efec-

204 danieLa OLiva 205vOtO femeninO en chiLe: entRe eL RetORnO a La deRecha y eL amOR POR un indePendiente

to que podía magnificarse porque las elecciones eran muy competitivas y el electorado pequeño” (Maza, 1995: 137). Es por esta razón que las primeras elecciones donde se les permitió votar a las mujeres fueron las municipales. Como eran elecciones de menor relevancia y competitividad que las nacio-nales, entonces fue más fácil que los partidos llegaran a un acuerdo en su implementación. De esta forma, se “probaría” el efecto de la incorporación de las mujeres al electorado en elecciones más pequeñas para luego estudiar una posible incorporación a los comicios nacionales.

En 1941 el presidente Pedro Aguirre Cerda envió un proyecto de ley so-bre el voto femenino. Sin embargo, meses después, el presidente muere y el proyecto no recibe atención hasta cuatro años más. En 1947 nueve senadores de diversos partidos presentan el proyecto al Senado. Tras casi dos años de consideraciones y estudios, “el 8 de enero de 1949, en gran acto público, el presidente, los ministros y los parlamentarios pusieron su firma a la Ley de Sufragio Femenino” (Kirkwood, 1986; 132), permitiendo votar a las mujeres chilenas en elecciones nacionales.

Debido a la comprometida acción de dirigentes católicos y conservadores en la aprobación del voto femenino y de la histórica participación de mujeres políticamente influyentes en instituciones y organizaciones de la Iglesia, era de suponer, según Maza (1995), que el voto de las mujeres fuera favorable al Partido Conservador. Y así fue, ya que en las elecciones municipales de 1935 el 47,3% del voto femenino fue para este partido. En las elecciones municipa-les y parlamentarias siguientes, las mujeres chilenas continuaron prefiriendo a candidatos conservadores y de derecha. Sin embargo, “en la medida en que más y más mujeres se inscribían para votar, la proporción pro conservadora del electorado femenino obviamente declinó. Como contrapartida, pareció que a los radicales les iba cada vez mejor entre las mujeres” (Maza, 1995: 189).

De acuerdo a Gil (1969), las mujeres jugaron un papel fundamental y de-cisivo en las elecciones chilenas. En 1952, la primera elección presidencial en que votaron mujeres, Ibáñez obtuvo una clara mayoría entre las votantes. Gran parte del voto femenino (43%) fue dirigido al candidato independiente, quien fue apoyado por el Partido Agrario Laborista (PAL), el Partido Socialis-ta Popular y el Partido Femenino de Chile (Cruz-Coke, 1984).

En las elecciones de 1958, Alessandri debió gran parte de su triunfo al voto femenino (Gil, 1969). La mayoría de las mujeres (33,8%) votó por el candidato independiente de derecha. De acuerdo a Cruz-Coke (1984), Allen-de perdió esta elección por “culpa” del electorado femenino, porque, si se consideraba únicamente el voto de los hombres, el vencedor habría sido el

candidato del PS. “El electorado femenino definió la elección a favor de los candidatos de derecha, de centro e independientes” (Cruz-Coke, 1984: 107).

A pesar de que el voto femenino fue identificado con partidos de derecha, en la década de los 60 es el PDC el que logra capturar el apoyo de las mujeres tanto en elecciones municipales como nacionales. Por esta razón, con el paso de los años, el voto femenino se fue transformando en uno de los principales focos de atención de las campañas electorales.

En las presidenciales de 1964 el candidato del PDC, Eduardo Frei Mon-talva, obtuvo un triunfo abrumador (55,6%) frente al candidato socialista, Salvador Allende (38,6%). Frei obtuvo un 62,7% en las mesas de mujeres, mientras que Allende sólo alcanzó el 31,8%. En cambio, en las elecciones de 1970 Allende tuvo mejor suerte, pues alcanzó un 36,6% de los votos frente a un 34,9% de Alessandri. Aun así, las chilenas prefirieron en gran medida al candidato de derecha (38,4%) frente al de la izquierda (30,5%; ver Tabla 1).

Luego de quince años de régimen militar se mantuvo la tendencia del voto femenino conservador. En el plebiscito sucesorio de 1988, el 52,5% de las chilenas inscritas votaron por el No, mientras que el 47,5% lo hizo por el Sí. Los hombres, por otro lado, votaron mayoritariamente por el No (59,7%) y en menor medida por el Sí (40,3%) (Fermandois y Soto, 2005). Si compa-ramos el porcentaje de votos entre hombres y mujeres, al Sí le fue sustantiva-mente mejor en las mesas femeninas.

En las primeras elecciones libres, el candidato de la Concertación, Patricio Aylwin (PDC), venció fácilmente con un 56,1%, superando al representante de la derecha, Hernán Büchi (32,53%). Sin embargo, si comparamos el por-

Tabla 1Voto por género, elecciones presidenciales (1952-1970)

Fuente: Elaboración propia con datos de Cruz-Coke (1984).

Año Candidato PartidoHombres

(%)Mujeres (%) Total (%)

1952Ibáñez Independiente de derecha 48,2 43,0 46,8

Matte Partido Liberal 25,9 31,8 27,8

1958Alessandri Independiente de derecha 29,7 33,8 31,2

Allende Partido Socialista 31,9 22,1 28,5

1964Frei Partido Demócrata Cristiano 49,2 62,7 55,6

Allende Partido Socialista 44,7 31,8 38,6

1970Allende Partido Socialista 41,6 30,5 36,6

Alessandri Independiente de derecha 31,5 38,4 34,9

206 danieLa OLiva 207vOtO femeninO en chiLe: entRe eL RetORnO a La deRecha y eL amOR POR un indePendiente

centaje de votos de hombres y mujeres la situación fue distinta. Si bien Aylwin obtuvo más votos femeninos, a Büchi le fue mejor en las mesas de mujeres que en las de hombres (32,53% y 26,01%, respectivamente), mientras que a Aylwin le ocurrió lo contrario (51,60% y 59,04%, respectivamente).

En las elecciones de 1993, el candidato de la Concertación, Eduardo Frei Ruiz-Tagle (PDC), obtuvo un 57,98%, seguido por el candidato de la dere-cha, Arturo Alessandri (24,41%). Frei alcanzó el 57,5% en las mesas de mu-jeres y el 58,51% en las de hombres. Siguiendo con la tendencia, el candidato de derecha logró mejor desempeño en las mesas de mujeres. Acá totalizó un 26,02% y en las de hombres un 22,65%. A pesar de la debilidad del candidato de la oposición, de todos modos se mantuvo el patrón de género observado desde la institución del voto femenino. Es decir, los candidatos de derecha obtienen mejores resultados en las mesas de mujeres que en las de hombres.

Los resultados generales muestran la fuerza de los candidatos de la Concer-tación. Evidentemente, derrotan a los de derecha tanto en mesas de hombres como de mujeres, pero los de derecha mejoran sus porcentajes en el sector femenino. Hasta 1993 el poder de la Concertación fue incontrarrestable. Esto comenzó a cambiar en las parlamentarias de 1997 y de manera mucho más clara en las presidenciales de 1999. En esta oportunidad la Concertación com-pitió con Ricardo Lagos, un candidato del eje PS-PPD, y no con un DC, como había sido hasta 1993. Esto, seguramente, incrementó los niveles de polarización, dado que, por primera vez desde1989, un candidato de izquier-da era plenamente competitivo. Luego de derrotar ampliamente a Andrés Zal-dívar en las primarias de la Concertación, Lagos se convirtió en el candidato único del pacto. Por la derecha se alzó la figura de Joaquín Lavín, ex alcalde de la comuna de Las Condes y representante de la UDI, un genuino partido de derecha.

Lavín obtuvo un 50,58% en las mesas de mujeres, mientras que Lagos sólo alcanzó un 45,36%. En hombres, en tanto, Lavín logró un 44,09% y Lagos un 50,86%. Este resultado confirma la tendencia histórica del voto femenino. En esta elección, y dada la estrechez del resultado, el efecto del género sobre el desempeño de los candidatos fue más nítido.

En la segunda vuelta no hubo muchos cambios, pues Lavín nuevamente obtuvo la mayoría de los votos femeninos. Sin embargo, la distancia entre am-bos candidatos se estrechó. Lavín consiguió un 51,35% y Lagos un 48,65% en las mesas de mujeres. En esta segunda vuelta, Lagos trató de mejorar su desempeño en el segmento femenino incorporando de manera protagónica a la ex ministra de Justicia, Soledad Alvear. La tendencia histórica se mantuvo. El candidato de derecha mostró mejor desempeño en las mesas de mujeres.

La elección presidencial de 2005 marcó un hito en el comportamiento his-tórico de las votantes chilenas. Después de casi cincuenta años de preferir a candidatos conservadores, de centro y de centroderecha, apoyaron a Michelle Bachelet en la primera vuelta. La candidata socialista obtuvo un 47% en las mesas de mujeres y un 44,77% en las de hombres. Este resultado volcó a la literatura politológica chilena sobre el concepto de solidaridad de género. “En efecto, fueron las mujeres las que en mayor medida respaldaron a Bachelet. Esto es consistente con los resultados de la primera vuelta. De esta forma, que-da en entredicho la afirmación respecto a que las mujeres serían más ‘conser-vadoras’ que los hombres, más aun si consideramos el perfil de la candidata” (Morales, 2008: 17).

Los otros candidatos corrieron distinta suerte. Por la derecha compitieron Sebastián Piñera y Joaquín Lavín. El ganador fue Piñera, pero Lavín mantuvo su mejor resultado en las mesas de mujeres. En la segunda vuelta, en tanto, y dada la sumatoria que se produjo entre Piñera y Lavín, las diferencias por género disminuyeron. Tanto Piñera como Bachelet obtuvieron porcentajes si-milares en mesas de hombres y de mujeres.

Como he mostrado, desde la década de los 50 los candidatos de derecha han tenido mayor éxito en las mesas de mujeres en comparación a los de izquierda. A Ibáñez le fue mejor en las mesas masculinas que en las femeni-nas, al igual que a Allende, Aylwin, Frei Ruiz-Tagle y Lagos. Por el contrario, Alessandri, Frei Montalva, Bachelet y recientemente Piñera obtuvieron mejor desempeño en las mesas de mujeres. El Gráfico 1 muestra la serie histórica con estos resultados considerando sólo a los ganadores. Si bien existe un sesgo en la selección de los casos, esto se realiza sólo por cuestiones de espacio. Más arriba mencioné el detalle de cada elección.

gráFiCo 1Votación de los presidentes electos en mesas de hombres y de mujeres, 1952-2009 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de Tricel (2009) y Cruz-Coke (1984).

40

20

0

80

60

Hombres Mujeres

Ibañez 52(Ind.)

Alessandri 58

(Ind)

FreiMontalva 64

(DC)

Allende 70(PS)

Aylwin 89(DC)

Frei Ruiz-Tagle 93

(DC)

Lagos 99(PPD)

Bachelet 05(PS)

Piñera 09(RN)

208 danieLa OLiva 209vOtO femeninO en chiLe: entRe eL RetORnO a La deRecha y eL amOR POR un indePendiente

Presidenciales y parlamentarias 2009En las elecciones presidenciales de 2009 se presentaron cuatro candi-

datos: Jorge Arrate, Marco Enríquez-Ominami, Eduardo Frei y Sebastián Piñera. Cada uno de ellos con programas, políticas y proyectos dirigidos directamente a las mujeres chilenas y a sus múltiples necesidades. Entre ellos destacan los derechos reproductivos, la regulación de procesos judicia-les (divorcio, pensión alimenticia, custodia de hijos) y las políticas de ayuda a madres e hijos.

Al realizar un análisis de los cuatro programas presidenciales con base en los datos del Observatorio Género y Equidad (2009), nos encontramos con lo siguiente (ver Tabla 2). En cuanto a derechos sexuales y reproductivos, el candidato que presenta menos medidas es Sebastián Piñera. Si bien los otros tres candidatos coinciden en la mayoría de los temas (adopción de la ley mar-co de derechos sexuales y reproductivos, campañas y políticas de educación sexual y reproductiva, prevención de la discriminación de género), al minuto de referirse al aborto se producen discrepancias. Frei propone la despenaliza-ción del aborto terapéutico y Enríquez-Ominami su reinstauración. Arrate, por otro lado, plantea la despenalización del aborto cuando éste se refiere a una decisión personal de la mujer. Además, tanto el presidenciable del Juntos Podemos Más como el candidato independiente sugieren la entrega universal y confidencial de métodos anticonceptivos.

En relación a la violencia contra las mujeres, todos los candidatos presentan medidas. Tanto Arrate como Frei consideran que se debe pasar de una visión de violencia intrafamiliar a una visión de violencia de género. Por otro lado, Piñera y Enríquez-Ominami sostienen que este problema se debe tratar con un enfoque preventivo. Todos los candidatos, excepto Enríquez-Ominami, pretenden crear una legislación general sobre este tipo de violencia. Sin em-bargo, el candidato independiente se centra en la capacitación de los funcio-narios públicos y en brindar una atención integral a las afectadas.

Al abordar el trabajo y la corresponsabilidad en la crianza de los hijos, el candidato presidencial que plantea más medidas es Arrate, seguido por En-ríquez-Ominami, luego Frei y muy atrás Piñera. Este último sólo presenta medidas dirigidas al cuidado infantil y a la flexibilización del posnatal. Los otros tres candidatos coinciden en la disminución de la discriminación laboral y salarial y en la promoción de la corresponsabilidad en el ámbito domésti-co. Sin embargo, se diferencian en lo siguiente: Arrate, por ejemplo, plantea una política de estado que asegure la incorporación de las mujeres al mundo laboral y el reconocimiento del aporte del trabajo doméstico en las cuentas nacionales; Enríquez-Ominami propone la modificación de la ley actual de

salas cunas y jardines infantiles y la disminución de la segregación sexual en la oferta de empleos; Frei, por último, considera la ampliación de la responsabi-lidad social del cuidado de los hijos y la extensión del posnatal.

Por último, al referirse a la participación política, a la institucionalidad y a la cultura de igualdad, nuevamente el candidato con más medidas para las mujeres es Arrate, seguido de Frei y luego Enríquez-Ominami. Arrate y Frei coinciden en fortalecer una educación de equidad de género desde los prime-ros años de aprendizaje. Tanto Frei como Enríquez-Ominami promueven la aprobación de la ley de “participación equilibrada entre mujeres y hombres”. El candidato del Juntos Podemos Más plantea, entre otras cosas, una nueva Constitución Política que garantice la igualdad entre mujeres y hombres, po-líticas de acción afirmativa y la creación del Ministerio de la Mujer. Nueva-mente Sebastián Piñera no presenta ninguna medida.

La Tabla 3 muestra los resultados por género. Las diferencias más grandes están en la votación de Enríquez-Ominami, quien obtiene un 18,74% en las mesas de hombres y un 21,33% en las mesas de mujeres. Luego, Frei alcanza el 30,48% en las mesas de hombres y 28,83% en las de mujeres. Arrate, en tanto, obtiene el 6,83% en las mesas de hombres y 5,67% en las de mujeres. Finalmente, Piñera muestra un rendimiento parejo con 43,93% en las mesas de hombres y 44,16% en las de mujeres. Las diferencias no son muy grandes, lo que se ve respaldado por el análisis de encuestas de opinión que muestran que el género de los votantes no explicaba la intención de voto (Espinoza, Morales y Perelló, en este volumen).

Estos datos indican dos cosas. Primero, que el candidato de la Concer-tación, a diferencia de Bachelet en 2005, obtiene un peor rendimiento en las mesas de mujeres. El candidato de la Alianza, en tanto, recupera el voto femenino en comparación a la misma elección. A pesar de que el gobierno de Bachelet enfatizó en la igualdad de género e implementó un amplio pro-grama de protección social con fuerte énfasis en el sector femenino, no logró que el candidato de su bloque obtuviese un buen resultado en las mesas de mujeres.

Segundo, que lo anterior no significa necesariamente un giro hacia la de-recha por parte de las mujeres. También podría interpretarse como un recha-zo hacia la candidatura oficialista, pero con un sello de centroizquierda al preferir a Enríquez-Ominami. De hecho, el independiente es el que muestra el diferencial más sustantivo entre las mesas de hombres y de mujeres. Si se considera la sumatoria de Enríquez-Ominami y Frei como el voto por los candidatos de la Concertación, ésta es mayor precisamente en las mesas de mujeres respecto a las de hombres.

210 danieLa OLiva 211vOtO femeninO en chiLe: entRe eL RetORnO a La deRecha y eL amOR POR un indePendiente

Tabla 2Cuadro comparativo de programas presidenciales respecto a temas de género

Piñera Frei

Derechos sexualesy reproductivos

- Programas de educación sexual.- Programa Comprometidos por la Vida.

- Adopción ley marco de derechos sexuales y reproductivos.- Despenalización del aborto terapéutico.- Política pública de educación sexual y reproductiva.- Eliminar discriminación de género en regulaciones de isapres.

Violencia de género - Prevención, rehabilitación, registro y legislación en materia de violencia intrafamiliar.

- Pasar de una consideración de violencia intrafamiliar a violencia de género.- Ley general sobre violencia de género.

Trabajo - Alternativas de cuidado infantil.- Sistema de guarderías de menores.- Posnatal de seis meses.

- Fortalecer políticas de participación de mujeres en el mercado laboral.- Promover la corresponsabilidad en el ámbito doméstico.- Ampliar responsabilidad social del cuidado de los hijos a través de la ampliación del beneficio de la educación preescolar.- Extender el posnatal en modalidad flexible.

Participación política (No presenta medidas) - Aprobación de ley de “participaciónequilibrada entre mujeres y hombres”.- Políticas públicas, legislación e institucionalidad para la paridad de género.

Fuente: Elaboración propia con datos de Observatorio de Género y Equidad (2009), análisis de los programas de gobierno de los candidatos y gobierno de Chile. 2010. Programa de gobierno de Sebastián Piñera. Valores y calidad de vida. Familia, mujer e infancia. Disponible en www.gobiernodechile.cl/programa-de-gobierno/valores-y-calidad-de-vida/familia-mujer-e-infancia

Enríquez-Ominami Arrate

- Adopción ley marco de derechos sexuales y reproductivos.- Reinstauración del aborto terapéutico.- Política pública de educación sexual y reproductiva.- Nueva ley de isapres que elimine la discriminación por género.- Asegurar el acceso e información a todo tipo de método anticonceptivo.- Regular la práctica de cesáreas.

- Adopción ley marco de derechos sexuales y reproductivos.- Despenalización del aborto- Campañas de información.- Acceso universal y confidencial a todo tipo de métodos anticonceptivos.- Regular la práctica de cesáreas.

- Enfoque de prevención de violencia de género.- Programa de educación.- Capacitación de policías.- Atención integral a mujeres e hijos.

- Pasar de una consideración de violencia intrafamiliar a violencia de género.- Ley general sobre violencia de género.

- Subsidio a la contratación de mujeres.- Creación de mecanismos de fiscalización y control para la implementación de la ley de igualdad salarial.- Promoción de la corresponsabilidad en el ámbito doméstico.- Modificación de ley actual de salas cunas y jardines infantiles.- Disminución de la segregación sexual en la oferta de empleos.

- Política de estado que asegura la incorporación de las mujeres al mundo laboral.- Creación de mecanismos para detener la discriminación salarial.- Promoción de la corresponsabilidad en el ámbito doméstico.- Medidas que disminuyan la responsabilidad doméstica femenina.- Derecho de hombres y mujeres trabajadores al cuidado parental de los hijos y las hijas hasta los 6 años.- Prolongar el descanso posnatal hasta los 6 meses.

- Aprobación de ley de “participaciónequilibrada entre mujeres y hombres”.- Incorporar la paridad como criterio de selección en el Sistema de Alta Dirección Pública.

- Nueva Constitución Política que garantice laefectiva igualdad y derechos a mujeres y hombres.- Políticas legislativas ypúblicas de acción positiva hacia la participación de la mujer.- Creación del Ministerio de la Mujer.- Asegurar el cumplimiento de los tratados firmados por Chile en torno a la violencia de género y a derechos femeninos.

212 danieLa OLiva 213vOtO femeninO en chiLe: entRe eL RetORnO a La deRecha y eL amOR POR un indePendiente

En estas últimas elecciones votaron cerca de 500 mil mujeres más que hombres (3.861.918 mujeres y 3.359.970 hombres). Esto va en directo correlato con la cantidad de inscritos. De acuerdo al Servel, hay inscritos 4.356.563 mujeres y 3.928.623 hombres. Los datos de estas elecciones muestran que las mujeres emi-tieron más votos válidos que los hombres (96,28% versus 95,80%), anularon más (2,80% versus 2,70%) y emitieron menos votos blancos (0,90% versus 1,49%).

Si observamos la votación a nivel regional, es Enríquez-Ominami quien sistemáticamente obtiene mejores resultados en las mesas de mujeres. Lo si-gue Piñera, quien alcanza un mayor porcentaje de votos de mujeres en ocho regiones. La situación es inversa tanto para Frei como para Arrate. Ambos candidatos obtuvieron un mayor porcentaje de votos masculinos que femeni-nos en todas las regiones. Por otro lado, la mayor diferencia entre el porcentaje de votos de mesas femeninas y masculinas se da en la votación por Enríquez-Ominami y por Frei en la Tercera Región. El primero recibe un mayor apoyo de las mujeres y el segundo de los hombres.

El Gráfico 2 muestra los diferenciales porcentuales entre las votaciones en mesas de mujeres y de hombres por candidato. Valores positivos de esa dife-rencia indican que el candidato tuvo mejor rendimiento en mesas de mujeres. Valores negativos indican que el candidato tuvo mejor rendimiento en mesas de hombres. Como he señalado, Enríquez-Ominami obtiene mejores resul-tados en el segmento femenino en todas las regiones, sucediendo lo opuesto con Frei. Esto da cuenta de la distinta configuración de las bases electorales de ambos candidatos provenientes del mundo concertacionista (Morales, 2010). Piñera, en tanto, tiene un rendimiento más o menos parejo, pero con predo-minancia del voto femenino tanto en el norte como en el extremo sur.

Para la elección de diputados, en tanto, la Concertación recibió un 43,64% en las mesas de mujeres y un 45,21% en las de hombres. La Alianza tuvo el comportamiento opuesto, alcanzando un 44,38% en las mesas de mujeres y

un 42,34% en las de hombres. Esto tiene un correlato con el resultado de la presidencial que mostré anteriormente.

De los 482 candidatos al Congreso, 398 fueron hombres y 84 mujeres. A la Cámara de Diputados se presentaron 353 hombres y 76 mujeres, mientras que al Senado lo hicieron 45 hombres y 8 mujeres. La tendencia histórica en el número de candidatas va en alza. Si en 1989 se presentaron 34 mujeres, en 2005 lo hicieron 60 y en 2009 esa cifra subió a 76. El número de electas también se ha incrementado paulatinamente. En 1989 hubo 7 diputadas, en 1993 se eligieron 9, en 1997 fueron 13, en 2001 subieron a 15 y en 2005 a 18. En 2009 el número de electas bajó a 17.

Como decía, en 2005 se eligieron 18 mujeres. Posteriormente se incorporó Lily Pérez, quien reemplazó al fallecido diputado Pedro Álvarez-Salamanca, mientras que Carolina Tohá pasó a ser vocera de gobierno. De las 17 mujeres electas en 2009, 12 son incumbentes. María Angélica Cristi logró su sexta elección, mientras que Adriana Muñoz consiguió la quinta. María Antonieta Saa, por su parte, también concretó su quinta victoria. Así, de las 76 mujeres en competencia, 17 lograron un escaño, lo que representa el 22% aproxi-madamente en términos de eficiencia (número de electas respecto al total de candidatas), mientras que en hombres el porcentaje subió al 29% (ver Gráfico 3 y Tabla 4).

En el Senado, en tanto, el porcentaje de mujeres se incrementó sustanti-vamente. Esto, porque hubo tres mujeres electas que se sumaron a las dos ya presentes. Isabel Allende (PS), Lily Pérez (RN) y Ximena Rincón (PDC) son las nuevas integrantes de la cámara alta. Si bien las tres enfrentaron elecciones

Tabla 3Voto por género en las elecciones presidenciales de 2009 (%)

Candidato Hombres Mujeres Total

Jorge Arrate 6,83 5,67 6,21

Marco Enríquez-Ominami 18,74 21,33 20,13

Eduardo Frei 30,48 28,83 29,60

Sebastián Piñera 43,93 44,16 44,05

Fuente: Elaboración propia con datos de Observatorio de Género y Equidad (2009).

gráFiCo 2Diferencial en mesas femeninas y masculinas de cada candidato, por región

Fuente: Elaboración propia con datos de Elecciones 2009.

Jorge Arrate Marco Enríquez-Ominami Eduardo Frei Sebastián Piñera

8

6

4

2

0

-2

-4

-6

XV I II III IV V RM VI VII VIII IX XIV X XI XII

214 danieLa OLiva 215vOtO femeninO en chiLe: entRe eL RetORnO a La deRecha y eL amOR POR un indePendiente

competitivas, en el papel la más complicada era Ximena Rincón, considerando que enfrentaba a un senador incumbente del PS, Jaime Naranjo. Finalmente, lo superó por más de 10 puntos. Allende, en tanto, se impuso con comodidad frente a Antonio Leal (PPD), a quien superó por más de 8 puntos, mientras que Pérez superó por poco más de 3 puntos a su contendor de la UDI, el ex diputado Marcelo Forni (UDI).

Segunda vuelta presidencial, 2010En la segunda vuelta se mantuvo la tendencia del voto femenino. Si bien

Piñera logró un mejor desempeño en las mesas de mujeres, la diferencia fue mínima. Como lo muestra la Tabla 5, Piñera obtuvo un 51,89% en las mesas de mujeres y un 51,27% en las de hombres. Frei, en tanto, logró un 48,1% en mujeres y 48,72% en hombres. En esta segunda vuelta también votaron más mujeres que hombres (3.834.558 mujeres y 3.351.786 hombres). Las mujeres emitieron menos votos válidos en comparación a los hombres (96,56% versus 96,66%), anularon más (2,81% versus 2,42%) y emitieron menos votos blan-cos (0,62% versus 0,91%).

Por región, el voto femenino por Frei superó al de Piñera en cuatro regiones (II, III, IV y VII), mientras que en la VIII Región estuvieron prácticamente empatados. Sin embargo, en el resto de las regiones el candidato de la Coali-ción por el Cambio se impuso sobre el abanderado oficialista en las mesas de mujeres. El mayor porcentaje de votos femeninos que obtuvo Piñera fue en la Región de Tarapacá (61,09%), mientras que Frei lo obtuvo en la IV Región, de Coquimbo (54,7%).

gráFiCo 3Porcentaje de mujeres en la Cámara de Diputados y en el Senado, 1989-2009

Fuente: Elaboración propia con datos de www.camara.cl, www.elecciones.gov.cl, www.servel.cl y Ríos, 2006a.

12

14

16

1989

2,6 2,6

2,6 5,3 5,3 5,3

13,114,2

5,87,5

10,8

12,5

15

1993 1997 2001 2005 2009

10

8

6

4

2

0

Porcentaje de mujeres en la Cámara Porcentaje de mujeres en el Senado

Diputada Partido Incumbente Distrito

Marta Isasi Independiente Alianza Sí 2

Adriana Muñoz PPD Sí 9

Andrea Molina Independiente Alianza No 10

María José Hoffman UDI No 15

María Antonieta Saa PPD Sí 17

Karla Rubilar RN Sí 17

Cristina Girardi PPD No 18

Claudia Nogueira UDI Sí 19

Mónica Zalaquett UDI No 20

Marcela Sabat RN No 21

María Angélica Cristi UDI Sí 24

Ximena Vidal PPD Sí 25

Denise Pascal PS Sí 31

Alejandra Sepúlveda PRI Sí 34

Clemira Pacheco PS Sí 45

Marisol Turres UDI Sí 57

Carolina Goic PDC Sí 60

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl y www.servel.cl

Tabla 4Mujeres electas diputadas en 2009

Tabla 5Voto por género presidenciales, segunda vuelta, 2010 (%)

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

Candidato Hombres (%) Mujeres (%) Total (%)

Sebastián Piñera 51,27 51,89 51,60

Eduardo Frei 48,72 48,10 48,39

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

gráFiCo 4Voto femenino por región en la segunda vuelta presidencial, 2010 (%)

Eduardo FreiSebastián Piñera

70

XV I II III IV V RM VI VII VIII IX XIV X XI XII Total país

60

50

40

30

20

10

0

216 danieLa OLiva 217vOtO femeninO en chiLe: entRe eL RetORnO a La deRecha y eL amOR POR un indePendiente

ConclusionesEn este capítulo se observó la evolución y la tendencia histórica del voto fe-

menino en Chile. Se revisaron distintas teorías sobre el comportamiento elec-toral de las mujeres y se constató que efectivamente, para el caso chileno, los candidatos de derecha obtienen mejores resultados en las mesas de mujeres. La excepción la marca la elección de Bachelet en 2005. Una hipótesis indica que esta elección fue más un accidente que un quiebre en la tendencia históri-ca del voto femenino. La otra hipótesis señala que, si bien Frei no capitalizó el apoyo a Bachelet y tampoco los resultados de su gestión en materia de género, el voto femenino siguió siendo concertacionista. Esto, porque las mujeres vo-taron más por Enríquez-Ominami en comparación con los hombres.

Por otro lado, llama la atención, con base en las propuestas programáticas y los resultados de la elección presidencial, que las mujeres hayan votado más por el candidato que presentaba menos medidas dirigidas hacia ellas. Las chi-lenas votaron menos por Arrate y por Frei aun considerando que estos dos candidatos contaban con “propuestas de gobierno que recogen las históricas demandas del movimiento de mujeres” (Valdés, 2009), como la creación de una ley marco de derechos sexuales y reproductivos, la corresponsabilidad en el ámbito doméstico y la promoción del ingreso femenino al mercado laboral. Esto es más sorprendente en el caso de Frei si consideramos que gran parte de sus propuestas programáticas eran la continuación o el mantenimiento de las políticas y medidas implementadas en el gobierno de Bachelet.

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infancia

219candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

Capítulo 9

Candidatos presidencialesy parlamentarios independientes, 1989-2009Patricio Navia / Martín Schuster / Javier Zúñiga

PresentaciónEste capítulo analiza las candidaturas independientes en elecciones pre-

sidenciales y parlamentarias realizadas en Chile desde 1989 hasta 2009. Primero, revisamos las razones que explican la existencia de candidatos in-dependientes y su aceptación por parte de un electorado cada vez menos iden-tificado con partidos políticos. Después de explicar la institucionalidad que regula su participación, describimos qué ha pasado con todas las candidaturas independientes presidenciales y parlamentarias. Argumentamos que la ins-titucionalidad de las leyes electorales permite, pero no facilita, la existencia de candidaturas independientes. A su vez, el diseño del sistema de partidos dificulta su aparición, pero reformas recientes han nivelado la cancha. Final-mente, el debilitamiento del sistema de partidos y la desafección ciudadana con los partidos ha beneficiado la aparición de candidaturas independientes y ha contribuido a su éxito electoral.

Sistema de partidos y sistema electoralEl sistema de partidos influye sobre la presencia de candidatos independien-

tes. Los partidos son mediadores y transmisores de los intereses sociales hacia las instituciones políticas y el reclutamiento de los futuros líderes (Stokes, 1999; Levitsky y Cameron, 2003). Por otro lado, los partidos políticos otor-gan información de bajo costo sobre el tipo de gobierno que puede ofrecerles un candidato (Downs, 1957). En el mejor de los casos, los partidos imponen disciplina a sus miembros, propiciando eficiencia en el sistema político.

La democratización interna de los partidos contribuye a su buen fun-cionamiento y vitalidad y subsana la lejanía que éstos a menudo tienen con los ciudadanos. Así, la democracia interna de los partidos políticos

220 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 221candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

fomentaría gobiernos estables y eficientes, evitando una regresión autori-taria. Democratizar internamente un partido requiere de cambios proce-dimentales difíciles.

Una vía para la democratización de los partidos es adoptar mecanismos de competencia interna, como las primarias (Von Baer, 2006: 3). Las hay directas e indirectas, cuando los ciudadanos votan por un delegado que los represen-tará, como en elecciones presidenciales en Estados Unidos. También las hay abiertas y cerradas. Las primeras integran participación de todos los ciudada-nos en capacidad de votar. En las segundas, sólo participan los militantes del partido. Las primarias promueven efectos positivos como “la introducción de ideas nuevas en el foro público, alientan el debate político, aseguran una ma-yor igualdad entre diferentes ciudadanos” (Boix, 1998: 1). También fomentan la circulación de las elites y acercan temas de los ciudadanos a las dirigencias políticas. Como contraparte, pueden promover división en un partido, pues la competencia electoral pudiese acrecentar los conflictos internos. Por otro lado, el candidato debe atender las demandas de dos electorados distintos (presumiblemente con intereses distintos), los militantes y los no militantes, lo que puede generar tensiones programáticas (Boix, 1998). Finalmente, y pese a lo atractivo que suena la democracia interna de los partidos, ésta con-sidera una difícil ecuación, puesto que los “partidos excesivamente democrá-ticos pueden resultar ingobernables, pero partidos no democráticos afectan la confianza de los ciudadanos hacia ellos y la calidad del sistema democrático” (Freidenberg, 2006: 3).

Cuando el sistema de partidos incorpora mayores mecanismos de parti-cipación desde abajo hacia arriba, la aparición de candidatos nuevos tiende a producirse al interior de los partidos, no desde fuera. En cambio, cuando el sistema de partidos establece barreras de entrada que favorecen liderazgos existentes, aumentan los incentivos para que los desafiantes irrumpan desde fuera de los partidos. Las prácticas que facilitan la competencia y la contes-tación interna en los partidos pueden ser sancionadas institucionalmente o ser adoptadas por los propios partidos. Pero la cultura del sistema de partidos influye aun si existen mecanismos institucionales que reducen las barreras de entrada para desafiantes. Por eso, en tanto más establecido está el sistema de partidos y más estables son los partidos que lo componen, más improbable es que emerjan y se consoliden candidaturas independientes.

La disposición de los electores a apoyar independientes también influye sobre la existencia de candidaturas ajenas a los partidos y sobre su efectivi-dad. En años recientes, numerosos estudios han dado cuenta de una crecien-

te desafección de la ciudadanía con los partidos existentes a nivel mundial (Clarke y Stewart, 1998; Inglehart, 2007; Knutsen, 2007). Un fenómeno similar ha sido detectado en Chile (Angell, 2003; Siavelis, 2004; Joignant, 2007; Morales, Navia et al., 2008; Navia, Briceño Espinoza et al., 2009; Segovia, 2009). En la medida en que la gente tiende a identificarse menos con los partidos existentes y sus evaluaciones sobre los candidatos, incorpo-ran atributos personales, aumentando las oportunidades para la aparición y éxito de candidatos independientes. Un electorado que está desafecto del sistema de partidos existente y de los partidos que pueblan el espectro po-lítico por definición está más abierto a la posibilidad de aceptar y apoyar candidaturas independientes a puestos de elección popular.

De ahí que la posibilidad de que aparezcan candidaturas independientes de los partidos dependa en parte de la legitimidad del sistema de partidos y de su capacidad para captar y permitir la aparición de desafiantes desde dentro del sistema. Pero la presencia de independientes no depende sólo de lo que hagan los partidos, sino también de la disposición de los electores a apoyar dichas candidaturas.

Hemos recolectado los resultados de todas las elecciones presidenciales (1989, 1993, 1999, 2005 y 2009) y parlamentarias (1989, 1993, 1997, 2001, 2005 y 2009) por la unidad electoral respectiva. A nivel presidencial hay un distrito nacional. A nivel parlamentario, hay 9 ó 10 circunscripciones senato-riales por elección (excepto en 1989, cuando se escogieron senadores en las 19 circunscripciones) y 60 distritos en la Cámara de Diputados. Como muestra la Tabla 1, tenemos información de 2.858 candidatos para 857 cargos de elec-ción popular desde 1989 hasta 2009. La presentación y análisis de los datos se realiza mediante la elaboración de tablas atingentes a cada argumento, las que integran sumatorias y porcentajes. Analizaremos los efectos del sistema electoral, el sistema político y el sistema de partidos.

Efectos del sistema electoralLa legislación chilena permite la participación de independientes. Por nor-

ma constitucional, Chile garantiza la igualdad entre independientes y miem-bros de partidos políticos en la presentación de candidaturas y en su partici-pación en procesos electorales. La Constitución establece barreras de entrada para candidatos independientes. Éstos deben ser patrocinados por al menos el 0,5% de los electores que votaron en la elección más reciente en el distrito respectivo (artículo 112). Ya que dichos apoyos deben ser certificados ante notario, hay una barrera de entrada no menor en tiempo y dinero. A partir de

222 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 223candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

2004, las candidaturas cuentan con financiamiento público. Cada candidato percibe, después de la elección, una cantidad de dinero por voto recibido. Pero ya que los candidatos necesitan dinero para sus campañas, el Servicio Electoral anticipa dinero a los partidos de acuerdo a la votación obtenida en la última elección equivalente. Para los independientes, el trato es discriminatorio, pues los anticipos se calculan respecto a la votación que recibió el partido menos votado en la elección anterior equivalente.

Si bien son marginales en el sistema político nacional, al ser pocos los que compiten y menos los que ganan, los independientes ocasionalmente han podido arrebatarles escaños a los candidatos de los partidos. Los candidatos que han competido como independientes en las 17 elecciones celebradas entre 1989 y 2009 suman 81 casos. Sólo 7 (1,2%) han logrado algún es-caño, una baja tasa de éxito. El 98,8% de los aspirantes independientes ha perdido. Por otro lado, como muestra la Tabla 1, los independientes figuran en todas las elecciones, salvo en la presidencial de 2005. En esa ocasión, la

candidatura del aspirante independiente y líder mapuche Aucán Huilcamán fue rechazada por el Servicio Electoral por no cumplir con la cantidad de firmas necesarias.

La Tabla 2 agrupa los datos por elección. Las candidaturas independientes, tanto en número como en ganadores, aumentan a medida que disminuye el tamaño de la circunscripción electoral. En las 5 elecciones presidenciales ninguno de los 5 candidatos resultó electo. En las senatoriales, hubo 9 candi-datos y sólo uno fue electo. En las elecciones de diputados, hubo 67 aspirantes independientes, pero sólo 6 lograron el escaño. A medida que aumenta el ta-maño del distrito, la contienda política tiende a encarecerse. Al no contar con estructura partidista para potenciar sus campañas, ni menos para financiarlas, los independientes tendrían menos razones para postular en distritos grandes. Estos dos elementos parecen explicar la relación inversa entre candidaturas independientes y tamaño de distrito (Zúñiga, 2009).

Los incentivos de los sistemas de elección también explican la existencia de candidaturas independientes. La Tabla 2 muestra que en las últimas cinco elec-ciones presidenciales hubo 5 candidaturas independientes, todas frustradas. En 1989, el independiente Francisco Javier Errázuriz (15,4%) fue el candida-to menos votado. En 1993 el independiente José Piñera Echenique, ex UDI, obtuvo el 6,2%. Su votación fue mayor a la obtenida por los tres candidatos apoyados por partidos sin representación parlamentaria, Manfred Max-Neef, apoyado por ecologistas (5,6%), el sacerdote Eugenio Pizarro, apoyado por el Partido Comunista (4,7%), y Cristián Reitze, de la Alianza Humanista-Verde (1,2%). En 1999, a los 4 candidatos de partidos –Joaquín Lavín de la Alianza, Ricardo Lagos de la Concertación, Gladys Marín del Partido Comunista y Tomás Hirsch del Partido Humanista– se sumaron las candidaturas indepen-dientes del ex DC Arturo Frei Bolívar (0,3%) y Sara Larraín (0,4%). En 2005 no se presentaron candidatos presidenciales independientes. En 2009, Marco Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

Tabla 1Número de candidatos de partidos e independientes, 1989-2009

AñoTipo de elección

Número de escaños a escoger

Número de candidatos de partidos

Número de candidatos

independientes

Número de independientes

electos

% de independientes

electos

1989 Presidencial 1 2 1 0 0,0

1989 Senadores 38 107 3 0 0,0

1989 Diputados 120 400 19 1 5,2

1993 Presidencial 1 5 1 0 0,0

1993 Senadores 18 53 2 0 0,0

1993 Diputados 120 380 4 0 0,0

1997 Senadores 20 64 0 0 0,0

1997 Diputados 120 440 2 2 100,0

1999 Presidente 1 4 2 0 0,0

2001 Senadores 18 44 2 0 0,0

2001 Diputados 120 365 16 1 6,2

2005 Presidencial 1 4 0 0 0,0

2005 Senadores 20 65 1 1 100,0

2005 Diputados 120 378 8 0 0,0

2009 Presidencial 1 3 1 0 0,0

2009 Senador 18 52 1 0 0,0

2009 Diputados 120 411 18 2 11,1

Totales 857 2.777 81 7 8,7

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

Tabla 2Candidatos independientes y nivel de éxito por tipo de elección

Tipo de elección(1989-2009)

Suma total de candidatos

independientes

% respecto al total de candidatos

independientes

Suma total de independientes

electos

% respecto al total de independientes

electos

Presidencial 5 6,2 0 0,0

Senatorial 9 11,1 1 14,2

Parlamentaria 67 82,7 6 85,7

Total 81 100,0 7 100,0

224 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 225candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

Enríquez-Ominami logró el 20,1%, convirtiéndose en el candidato presiden-cial independiente más votado desde el retorno de la democracia.

La elección presidencial se realiza mediante un sistema de mayoría absoluta con segunda vuelta. Desde 1989, han tendido a ser cada vez más compe-titivas. Si los concertacionistas Patricio Aylwin en 1989 y Eduardo Frei en 1993 obtuvieron triunfos seguros, las victorias de Ricardo Lagos en 1999 y Michelle Bachelet en 2005 precisaron de segunda vuelta. Esta estructura de alta competencia crea certidumbre de que el candidato ganador será de la Concertación o la Alianza. Eso desalienta a los independientes. No obstante, la elección presidencial igual tiene incentivos para la participación de candi-datos con pocas posibilidades de ganar; por ejemplo, “la ley garantiza a todos los candidatos igual cantidad de tiempo en una franja televisiva gratuita, que se transmite todas las noches en el horario de mayor audiencia durante los 30 días que preceden a la elección” (Engel y Navia, 2006). Además, antes de que formalmente inscriban sus candidaturas, los independientes logran cober-tura de prensa. Por ejemplo, la frustrada candidatura presidencial de Aucán Huilcamán en 2005 le permitió posicionar temas y presentar su agenda en foros públicos. A su vez, en 2009, Marco Enríquez-Ominani aprovechó la oportunidad para posicionar sus aspiraciones de candidatura y de hecho logró suficiente cobertura para darse a conocer y reunir las firmas necesarias para convertirse en candidato oficial.

Ya que deben reunir más de 36 mil firmas ante notario, la barrera de en-trada para la elección presidencial es difícil de sortear para los independien-tes, como quedó en evidencia con las candidaturas frustradas de Fernando Monckeberg y Pablo Martínez en 1989 y Huilcamán en 2005. Como muestra la Tabla 3, más de la mitad de los aspirantes independientes no pudo sortear esta barrera. Al intuir que no lograrán suficientes firmas, algunos indepen-dientes crean o se afilian a partidos instrumentales. En 1989, el independiente Errázuriz en la práctica fue apoyado por los partidos regionales Partido Liberal de Chile, Democracia Radical, Partido Nacional y Avanzada Nacional. En 1999, el independiente Frei Bolívar fue apoyado por la UCC. En 2009, el senador Alejandro Navarro, ex socialista, creó el partido regional Movimiento Amplio Social (MAS), que le hubiera permitido ser candidato con un 0,5% de patrocinios en sólo tres regiones contiguas. Similar fue la situación del senador Adolfo Zaldívar, ex PDC, quien sustentó su candidatura en el Parti-do Regionalista de los Independientes. Ambos finalmente desistieron de sus candidaturas. Si ignoramos las candidaturas patrocinadas por partidos polí-ticos regionales, el número de candidaturas presidenciales independientes se reduciría a las de José Piñera en 1993 y Sara Larraín en 1999. Los incentivos

del sistema de elección presidencial tienden a mermar la participación inde-pendiente por las altas barreras de entrada y por lo competitivo de la elección entre la Concertación y la Alianza. Aun así, la exposición mediática y el finan-ciamiento para las campañas (desde 2005) crean un escenario atractivo para independientes (y otros candidatos sin opciones de ganar).

Las elecciones parlamentarias son las menos competitivas en Chile (Engel y Navia, 2006). Allí, las candidaturas independientes son escasas, especialmente en senadores, y raramente exitosas. La Tabla 4 muestra que en 6 elecciones parlamentarias han competido 82 candidatos independientes. En las 6 elec-ciones realizadas entre 1989 y 2009, solo 7 independientes han buscado llegar al Senado (un independiente por cada 10 elecciones a nivel de circunscrip-ción), siendo electo sólo uno (1% del total de senadores). En tanto que para diputados han competido 67 independientes en un total de 720 elecciones distritales (8%), siendo electos sólo 6 (1% del total de diputados).

Las elecciones de diputados y senadores se realizan mediante el sistema binominal. El binominal es un sistema proporcional, pero es el menos pro-porcional de todos, de magnitud de distrito 2. El método consiste en elegir dos candidatos por circunscripción electoral conjugando dos aspectos, votos personales y votos a la lista. El sistema promueve pactos electorales. Así, re-sultan electos el candidato más votado de la lista más votada y el candidato más votado de la segunda lista más votada. Esta estructura de competencia hace que sólo baste un tercio más uno de los votos para asegurar un escaño. Otra opción de elección es que una lista doble en cantidad de votos a las otras listas. Este doblaje permite obtener los dos escaños en competencia. Pero esa situación es poco frecuente: “En 1989, ocurrió en 11 distritos (18% del total,

Tabla 3Candidaturas presidenciales independientes, 1989-2009

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

Año

Candidaturas independientes

fallidas (no lograron las firmas)

% de candidatos independientes

Número de candidatos independientes

exitosos(sí lograron las firmas)

Número de candidatos

independientes electos

1989 2 3,3 1 0

1993 0 1,6 1 0

1999 0 3,3 2 0

2005 1 0,0 0 0

2009 1 25,0 1 0

Total 3 21,0 4 0

226 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 227candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

todos a favor de la Concertación), y en 1993 nuevamente se produjo en 11 (10 para de la Concertación y uno a favor de la derecha). En 1997, el número de doblajes se redujo a 10 (nueve y uno). El año 2001, sólo se produjeron doblajes en cinco distritos (cuatro para la Concertación). Finalmente, en 2005 hubo siete (seis para el oficialismo)” (Engel y Navia, 2006: 69).

Esta estructura de incentivos induce a que la competencia sea entre los candidatos de un mismo pacto y no entre pactos. Ya que la posibilidad de doblaje es escasa, es frecuente que las listas de ambos pactos sean formadas por un candidato fuerte en el distrito y otro débil (destinado a perder), así ambas colectividades se aseguran uno de los escaños en competencia. Otra forma de obviar la competencia es presentando sólo un candidato en la lista.

En elecciones parlamentarias, los independientes no pueden formar lis-tas, por lo que deben competir individualmente contra la suma de votos de las otras listas. Así, para ser electo como independiente, se debe captar una cantidad de votos tal que supere individualmente a todos los candidatos en competencia y a las listas de estos (sumatoria de los candidatos de la lista) o bien ser el segundo más votado. Por eso, la estructura de competencia creada por el binominal perjudica las candidaturas independientes. Por otro lado, lo poco competitiva de estas elecciones crea certidumbre sobre los resultados desalienta la participación.

Las singularidades de los incentivos estructurales del sistema binominal ex-plican la escasa y poco exitosa participación independiente en comicios par-lamentarios (Engel y Navia, 2006: 109). Pero los incentivos del binominal no explican por qué los independientes prefieren competir en elecciones de diputados más que de senadores. La explicación puede estar en el tamaño de distrito. Los distritos de diputados y circunscripciones senatoriales tienen su génesis en la Constitución de 1980 y en reformas previas a la transición a la democracia. Su diseño buscó favorecer a los partidos afines a la dictadura (Na-via y Rojas, 2005). El tamaño de las circunscripciones senatoriales es mayor en número de votantes que los distritos de diputados. Por ello, si un indepen-diente quiere competir, por ejemplo, en la primera circunscripción senatorial (compuesta por las regiones de Arica y Parinacota y de Tarapacá), la unidad donde más independientes han competido (Jorge Soria Quiroga y Fernando Dougnac en 1989 y María Ines Macchiavello en 2001), necesita alrededor de 772 firmas patrocinadoras. Pero si desea competir como diputado en el distrito 1 (compuesto por las comunas de Arica, Camarones, General Lagos y Putre), donde por cierto más independientes han aspirado a ser diputados (8 en 5 elecciones), necesitaría 356 patrocinantes, 415 firmas menos que para candidato a senador.

Como hemos visto, ha habido independientes en todo tipo de elecciones. Además de las leyes que existen para que haya candidatos independientes, el sistema de partidos ha sido tolerante con aquellos que han participado fuera de un pacto partidista. Si bien no cuentan con apoyo masivo, el número de candidaturas independientes no ha decaído en el tiempo. Hubo candidatos independientes en 4 de las 5 elecciones presidenciales celebradas hasta hoy. Si bien tener el apoyo de un partido político aumenta las posibilidades de ser electo, esto no ha afectado la participación, al menos, de los candidatos independientes.

En las elecciones parlamentarias participan menos independientes. En tér-minos de efectividad electoral, y para graficarlo mejor, sólo 6 candidatos a diputado han sido electos y sólo un candidato senador ha sido electo en los últimos 20 años. Los incentivos del sistema binominal, que permite la confor-mación de dos mayorías afectando negativamente en la conformación de mi-norías (Fuentes y Ríos 2007), desfavorecen las candidaturas independientes, ya que la competitividad por el sistema de lista impide una candidatura fuera de las dos grandes coaliciones. Si bien los independientes proporcionalmente no representan un número significativo del total de candidaturas, sí han au-mentado acorde al aumento del resto de los candidatos en los partidos políti-cos. Sin embargo, la efectividad electoral de los independientes o la capacidad Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

Tabla 4Candidaturas parlamentarias independientes, 1989-2005

Año ElecciónNúmero de candidatos

independientes

% de candidatos independientes

Número de independientes

electos

% candidatos independientes

electos

1989 Senadores 3 2,7 0 0,0

1989 Diputados 19 4,5 1 0,5

1993 Senadores 2 3,6 0 0,0

1993 Diputados 4 0,2 0 0,0

1997 Senadores 0 0,0 0 0,0

1997 Diputados 2 0,4 2 100,0

2001 Senadores 2 4,3 0 0,0

2001 Diputados 16 4,1 1 6,0

2005 Senadores 1 1,5 1 100,0

2005 Diputados 8 2,0 0 0,0

2009 Senadores 1 0,2 0 0,0

2009 Diputados 18 2,2 2 8,0

Total 57 2,4 7 9,0

228 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 229candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

que tienen para lograr escaños sigue siendo menor a la de un candidato que corre bajo el alero de su partido.

Finalmente, el sistema electoral permite las candidaturas independientes. Si bien cuentan con barreras de entradas, en especial el requisito del 0,5% de apoyos, éstas han permitido su participación de facto en todas las elecciones. En tal caso, sí se puede afirmar que el diseño institucional del sistema electo-ral es conducente a la existencia de candidaturas independientes, mas no las alienta. Por otro lado, su participación también pareciera estar mediada por las particularidades del sistema de elección. El sistema binominal claramente las desalienta. Lo mismo ocurre cuando los distritos son de mayor tamaño (por ejemplo en el Senado). La imposibilidad de competir en listas también dificulta las candidaturas independientes.

Efectos del sistema de partidosLos intentos por regular el sistema de partidos políticos son antiguos. En

1958, una ley incorporó el requisito de al menos tres mil firmas patrocinantes para su constitución. También reconoció a los partidos entonces existentes, monopolizando la representación política de los ciudadanos. La ley sufrió mo-dificaciones en 1967, cuando se aumentó el número de firmas necesarias a diez mil electores. Ese año además se propuso un protocolo para los partidos y se estableció el requisito de llevar un registro electoral. También se les otorgó personalidad jurídica. Durante la dictadura militar, la situación de los parti-dos cambió radicalmente. El gobierno confiscó sus bienes y los disolvió. Esa proscripción se mantuvo hasta 1987, cuando se promulgó la ley de partidos políticos (ley 18.603). Aunque la Constitución de 1980, en su artículo 19, número 15, reconoce la existencia de los partidos políticos, éstos no pudieron constituirse hasta que se aprobara la nueva ley de partidos políticos, situación que ocurrió en 1987 (García, 2006). Ya que esta legislación no monopoliza la representación ciudadana en los partidos, proporciona un terreno fértil para la aparición de candidaturas independientes.

La institucionalidad del sistema de partidos ha sido estable desde el re-torno de la democracia. Las principales reformas han sido las leyes 18.799 (que permitió formar coaliciones electorales multipartidistas), 18.825 (que estableció el pluralismo político), 18.905 (que prohíbe el uso de elementos como nombre, lema o símbolos de partidos políticos en cuerpos intermedios de la sociedad, restringiendo el accionar de los partidos), 18.963 (que regula procedimientos para plebiscitos y elecciones de presidente y parlamentarios), 19.527 (que introdujo excepciones a la disolución de un partido, específica-

mente para aquellos que, no alcanzando el 5% de los sufragios en la elección de diputados, logran al menos 4 diputados), 19.806 (que modificó la forma que inscribir candidaturas) y 19.884 (que estableció límites y formas de finan-ciamiento de las campañas).

De estas reformas, las únicas a las que pudiésemos atribuir un impacto so-bre las candidaturas independientes son las leyes 18.799 y 19.884. La reforma número 18.799 se aprobó en 1989 y posibilitó la formación de alianzas entre partidos, pero excluyendo a candidatos independientes. A los independientes les es vedado pactar con partidos, salvo que se vinculen a uno como candi-datos independientes apoyados por un partido. Por su antigüedad, esa ley (18.799) podría considerarse un atributo natural de la ley de partidos políti-cos (ley 18.603), pues todas las elecciones en democracia se han desarrollado regidas por esa reforma legal. Sin embargo, últimamente, en 2004, la modifi-cación efectuada por la ley 19.884 allanó el terreno a favor de los candidatos independientes, los que ahora cuentan con financiamiento estatal.

También, lo estable de la legislación sobre partidos políticos podría incen-tivar la aparición de candidaturas independientes. Desde el retorno de la de-mocracia, la ley no ha sufrido reformas tendientes a democratizar el funcio-namiento interno de los partidos. Los partidos, mediante la legislación actual, pueden seguir manteniendo la opacidad en la forma en que seleccionan a sus candidatos. Esto pudiera incentivar a algunos candidatos sin chance de dispu-tar elecciones a abandonar sus partidos.

Por otro lado, la limitada evolución en la institucionalidad del sistema de partidos ha producido algunos incentivos para que los aspirantes a puestos de elección popular se presenten como independientes. La nivelación de la cancha a favor de los independientes por el efecto de la ley 19.884 sobre el financiamiento de campaña ciertamente ha mejorado marginalmente la posi-ción de los independientes. Ya que reunir las firmas necesarias para patrocinar una candidatura independiente conlleva un alto costo económico, tal barrera de entrada discrimina a las personas de bajos ingresos, “si bien la necesidad de establecer un número mínimo de firmas evita que compitan demasiados aspirantes; esta barrera debiera discriminar el grado de apoyo, no la capacidad para pagar a un notario por cada una” (Engel y Navia, 2006). Este requisito de postulación independiente se ha mantenido invariable desde el retorno a la democracia, aunque ha habido voces que abogan por una reforma.

El financiamiento siempre ha sido un problema para los independientes. En 2004, una reforma legal tendió a reducir la desnivelación de la cancha, favoreciendo a los independientes. La ley 19.884, sobre transparencia y con-

230 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 231candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

trol de gasto electoral, puesta en funcionamiento antes de las municipales de ese año, determinó los límites al gasto y las formas de financiamiento de las campañas políticas. Las formas posibles de financiamiento de campañas son el subsidio estatal y aporte privado. La ley señala que “tratándose de candidatos independientes, se prorrateará entre todos ellos un monto similar al que le corresponda al partido que hubiere obtenido en esa elección el menor número de votos” (ley 19.884). Esta ley genera una mayor igualdad de oportunidades entre los candidatos” (Fuentes y Villar, 2005), al disminuir las barreras de entrada para los independientes.

Al contrario de leyes anteriores, la ley de partidos políticos de 1987 no monopoliza la representación ciudadana en los partidos. De hecho, admite la participación política de independientes. La ley de partidos políticos es-tablece que para inscribir un partido se debe contar con 100 organizadores, que deben estar inscritos en los registros electorales y no militar en ningún partido vigente o en formación. También han de tener el 0,5% de apoyos de ciudadanos que hayan votado en la última elección de diputados, al menos en cada una de las 3 regiones contiguas en la que se está constituyendo o en 8 regiones del país. Cumplido esta condición, el partido político tiene existencia legal y está en condiciones de disputar elecciones. A su vez, un partido puede ser disuelto o caducado por diferentes motivos, como la voluntad de sus mi-litantes, a proposición del concejo general, por fusionarse con otro partido, por no alcanzar el 5% de los sufragios en 3 regiones contiguas o en 8 regiones según sea el caso, por no haber conformado sus órganos internos dentro del plazo fijado por ley, por ser declarado inconstitucional o por realizar activida-des reñidas con la ley.

Los requerimientos de la ley de partidos han provocado un efecto similar tanto en la formación como en la extinción de partidos políticos. Desde 1989 han desaparecido 8 partidos políticos por diversas razones, siendo la más co-mún la imposibilidad de reunir el 0,5% de votos en la elección de diputados.1 También, como muestra la Tabla 5, desde 2006 se han formado 7 partidos nuevos. La legislación sobre partidos políticos no imposibilita en demasía su constitución. Más bien la barrera a superar está en ser competitivo en eleccio-nes parlamentarias. Ese cometido, por los incentivos de sistema binominal, se torna difícil para los partidos pequeños al margen de las dos coaliciones que dominan el sistema de partidos.

1 Alianza Nacional de los Independientes, Avanzada Nacional, Democracia Radical, Partido Alianza de Centro, Partido Amplio de Izquierda Socialista, Partido Radical, Partido de Acción Regionalista y Unión de Centro Centro Progresista.

Como muestra la Tabla 5, existen 14 partidos legalmente constituidos. Así, la tolerancia del sistema legal a un alto número de partidos políticos ha ampliado la oferta partidista que los candidatos tienen a su alcance para su filiación o apoyo, con lo que aumenta también la posibilidad de que alguno de esos partidos pudiese representar a independientes. Esta relativa facilidad para constituir partidos tiene efectos también sobre los votantes, pues al haber una mayor diversidad de partidos, existe más oportunidad de identificarse con alguno de ellos. Ambas dinámicas desincentivan el surgimiento de can-didaturas al margen de los partidos. Así también, estos incentivos permiten que la creación de un partido sea, en algunas ocasiones, más económica en barreras de entrada y menos apresurada en términos de límites de tiempo que levantar una candidatura independiente. Además, la creación de un partido, aun en los casos donde es más costosa que levantar una candidatura indepen-diente –como en elecciones parlamentarias y municipales– mejora aspectos de la competencia política y permite aumentar la competitividad del candidato cuando la elección es por medio de pactos electorales.

La afiliación y la desafiliación a un partido político, normadas por la ley de partidos políticos, representan gestiones sin costos y de fácil tramitación. Puede afiliarse a un partido toda persona inscrita en los registros electorales, a excepción de las personas vinculadas a las fuerzas armadas, a la seguridad pú-blica, al Servicio Electoral, al Tribunal Calificador de Elecciones, al poder ju-dicial y del ministerio público. La desafiliación a un partido se puede realizar en cualquier momento, sin expresión de causa. La renuncia debe efectuarse ante el presidente del partido o ante el Servicio Electoral.

Aun cuando los partidos políticos generalmente seleccionan candidatos en-tre sus militantes, personas sin militancia pueden ser candidatos de un partido o de una coalición de partidos. Con el consentimiento de ambas partes, las candidaturas independientes pueden ser apoyadas por uno o más partidos. El requisito de conseguir el apoyo de 0,5% de quienes hayan sufragado en la última elección no aplica a los independientes apoyados por un partido. Ya que es factible (y simple) que un independiente se vincule a un partido para competir sin la necesidad de militancia previa, es otro rasgo de la legislación de partidos políticos que contribuye a desincentivar el surgimiento de candi-daturas independientes. Lo fácil que resulta desvincularse y vincularse a un partido genera incentivos contrapuestos.

Por un lado, puede acrecentar la desafiliación de los militantes y candida-tos estimulando su independencia. Los ejemplos son numerosos. En 1993, el diputado DC Eduardo Cerda compitió como candidato a senador indepen-diente. Similar fue el caso de Samuel Venegas, diputado ex DC que postuló

232 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 233candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

como independiente en 1997. En 2001, los independientes Orlando Baesler (aspirante al Senado) y Marina Prochelle (a la cámara baja) habían sido ex militantes y candidatos de Renovación Nacional. En la misma elección, los independientes Nicolás García Moreno y Gustavo Ramírez Vergara eran ex militantes comunista y DC, respectivamente. En la parlamentaria 2005, los ex DC René Bobadilla y Sergio Velasco y el ex RN Nino Baltolu buscaron sin éxito un escaño como independientes.

En otros casos, algunos militantes abandonan al partido mientras ejercen sus cargos. Los casos más conocidos son los de los diputados Álvaro Escobar (ex PPD) y Marco Enríquez-Ominami (ex PS) y los senadores Adolfo Zaldí-var (ex DC) y Alejandro Navarro (ex PS) antes de las presidenciales de 2009. Pero la migración de candidatos de los partidos políticos puede explicarse por la ausencia de mecanismos de competencia interna en la selección de can-didatos más que por la facilidad que la ley entrega o el hastío del candidato

con la estructura partidista. La facilidad con que los militantes, aun cuando ocupan escaños, pueden desvincularse de los partidos políticos es uno de los pocos rasgos de la legislación chilena que facilita la irrupción de candidaturas independientes.

Por otro lado, la escasa burocracia en los trámites de filiación a los partidos políticos ha estimulado la vinculación de independientes a partidos, tenien-do un efecto reductor en candidaturas independientes. Así, y a pesar de lo desprestigiado que están los partidos, los independientes han comprendido que vincularse a partidos les otorga ventajas. La evidencia para elecciones parlamentarias es decidora. La Tabla 6 muestra el número de candidatos in-dependientes y el número de independientes electos junto con el número y porcentaje de ellos que se han afiliado a partidos en todas las elecciones parla-mentarias desde 1989. En elecciones parlamentarias, el 80% de quienes han resultado electos como independientes se ha integrado con posterioridad a un partido político.

Si analizamos a los independientes (ganadores o no) en las parlamentarias, como también muestra la Tabla 6, vemos que un 47%, que en su mayoría son perdedores, ingresaron a partidos políticos y compitieron apoyados por ellos en una siguiente elección. Así, para la parlamentaria de 1989, de los 3 can-didatos independientes al Senado, sólo uno figura como candidato de algún partido en una elección posterior. En el caso de diputados, de los 19 aspirantes independientes, 13 fueron después candidatos por algún partido (68%). En 1993, ningún independiente resultó electo. De los 2 aspirantes independien-tes al Senado, uno fue después candidato de un partido. En el caso de los 4 candidatos independientes a diputados en 1993, 2 fueron candidatos de un partido con posterioridad. En 1997 no existieron candidaturas independien-tes al Senado. De los 2 candidatos independientes a diputados, uno fue can-didato exitoso posteriormente por un partido. En 2001, los 2 independientes aspirantes al Senado se incorporaron, después, a un partido. En diputados, de los 16 candidatos independientes, sólo 6 (37%) fueron luego candidatos por un partido. Finalmente, en la parlamentaria de 2005, el único independiente al Senado, Carlos Bianchi, ganó y se mantuvo como independiente. De los 8 aspirantes independientes a diputados, 4 (todos perdedores) ingresaron des-pués a un partido.

Así como es común la integración de independientes ganadores a partidos políticos, también es frecuente, aunque en menor número, que los indepen-dientes sean ex militantes de partidos políticos (Zúñiga, 2009). El hecho de que los partidos políticos capturen más candidatos independientes ganadores no debería sorprender, ya que al ganar obtienen puestos de poder que com-

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl y www.servel.cl

Tabla 5Número de partidos que participan en elecciones en Chile y año de creación

Año ElecciónNúmero de partidos políticos

Partidos nuevos inscritos ese año

1988Partido Demócrata Cristiano, Partido Por la Democracia, Renovación Nacional

1989 Diputados 13 Unión Demócrata Independiente,

Partido Socialista, Partido Comunista

1992 Municipal 12

1993 Diputados 13

1993 Presidencial 5

1994 Partido Radical Social Demócrata

1996 Municipal 10

1997 Diputados 10

1999 Presidencial 4

2000 Municipal 10

2001 Diputados 9

2004 Alcaldes 9

2004 Concejales 10

2005 Presidencial 4

2006 Partido Humanista, Partido Regional de los Independientes,

2008 Alcaldes 10Movimiento Amplio Social, Partido Ecologista, Fuerza País, Izquierda Cristiana, Chile Primero

2008 Concejales 12

234 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 235candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

parten con los partidos a los que se integran. Así también, que los partidos se interesen más por los independientes ganadores se explica en el hecho que el Parlamento está prácticamente dividido de forma igual entre Alianza y Con-certación. Los votos de quienes no forman parte de dichos bloques, como los independientes, inclina la balanza. El argumento también puede ser al revés, esto es, que los independientes, por los estímulos del sistema electoral (en especial el binominal), busquen a los partidos. Indiferente de la dirección causal, esa facilidad con la que los independientes ganadores se vinculan a partidos políticos es un rasgo del sistema de partidos que también desalienta el surgimiento y la supervivencia de candidaturas independientes.

El que los candidatos outsiders se vinculen constantemente a partidos po-líticos nos dice dos cosas. Por un lado, muestra la capacidad de los partidos políticos de reclutar candidatos en apariencia antiestablishment, instituciona-lizando la representación política. Por otro, nos plantea dudas sobre la natu-raleza de las candidaturas independientes, las que no surgirían por un repu-dio a la actividad política partidista (Zúñiga, 2009), sino más bien como un resultado de diferencias contingentes (como sería el proceso de selección de candidatos). O bien, serían candidatos deseosos de integrarse a la actividad

política que, al no contar con el patrocinio de ningún partido, optan por competir en solitario. Cuando son independientes ganadores (sobre todo al Parlamento) se adhieren a partidos políticos. Esta capacidad de los partidos políticos chilenos junto con la naturaleza afín a los partidos que muestran los candidatos independientes es un rasgo que también desalienta la participación independiente. De ahí que en Chile los partidos políticos sean el camino ha-bitual de la representación política.

Competencia al interior de partidosAun cuando son de las instituciones menos prestigiadas del sistema polí-

tico, los partidos continúan siendo organizaciones codiciadas por los candi-datos. Entonces, ¿por qué los candidatos abandonan el confort de un partido para competir en solitario? La respuesta, al margen de las exploradas aquí en relación al sistema electoral y el sistema político, puede estar en la organiza-ción interna de los partidos políticos.

La ley de partidos políticos establece que “la organización y el funciona-miento de cada partido político está regida por sus propios estatutos” (artí-culo 22), pero éstos a lo menos deben conformar una “Directiva Central, un Consejo General, Consejos Regionales y un Tribunal Supremo” (artículo 23), órganos que deben garantizar una cierta democracia al interior de los partidos, trasparentando su organización interna. Pero “un halo de misterio envuelve la forma en que los partidos se organizan y gobiernan a sí mismos” (Engel y Navia, 2006: 116). Así, los partidos políticos mantienen reglas poco claras y diligencias que concentran el poder de decisión, asimetría en la toma de de-cisiones, entre dirigentes y militantes, que se hace más patente si se analiza la forma en que los partidos seleccionan a sus candidatos, los que en su mayoría son elegidos mediante métodos poco participativos, en instancias en que las cúpulas de los partidos ostentan la mayor parte del poder decisorio.

Las dirigencias de los partidos poseen mayor poder de decisión sobre quié-nes serán los candidatos que los militantes o adherentes del partido. Esto ero-siona la imagen pública de los partidos y genera tensiones en los militantes con pretensiones electorales no considerados para disputar elecciones. Así, al no contar con los contactos o la influencia necesaria para consolidar sus pretensiones políticas, estos aspirantes ven pospuestas o imposibilitadas sus opciones. También, la opacidad en la toma de decisiones ha tendido a generar “fuertes barreras de entrada para candidatos desafiantes, porque las cúpulas partidarias les dan la primera prioridad a los que ya ocupan el cargo. En este sentido, el sistema de selección de candidatos frena sana competencia. Ade-

Tabla 6Candidaturas independientes y candidatos independientes electos que adhieren a partidopolíticos en elecciones parlamentarias en Chile, 1989-2005

Año Elección

Candidatos

independientes

Independientes

adheridos a

partidos

después de la

elección

% de

independientes

adheridos a

partidos

políticos

Candidatos

independientes

electos

Independientes

electos

adheridos

a partidos

políticos

% de

independientes

electos

adheridos

a partidos

políticos

1989 Senadores 3 1 33,3 0 0 0,0

1989 Diputados 19 13 68,4 1 1 100,0

1993 Senadores 2 1 50,0 0 0 0,0

1993 Diputados 4 2 50,0 0 0 0,0

1997 Senadores 0 0 0,0 0 0 0,0

1997 Diputados 2 1 50,0 2 2 100,0

2001 Senadores 2 2 100,0 0 0 0,0

2001 Diputados 16 6 37,5 1 1 100,0

2005 Senadores 1 0 0,0 1 0 0,0

2005 Diputados 8 4 50,0 0 0 0,0

Total 57 30 52,2 5 4 80,0

Fuente: Elaboración propia con datos de www.elecciones.gov.cl

236 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 237candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

más, impide la renovación de la elite gobernante, favoreciendo el enquista-miento en el poder” (Von Baer, 2006: 11). Estos rasgos de los partidos parecen estar estimulando la migración de candidatos que, al no tener la posibilidad de diputar cargos de elección al interior de las estructuras partidistas, optan por buscar esos cargos de forma independiente.

Los partidos concertacionistas han experimentado exitosamente con la rea-lización de primarias, una de las formas más comunes de introducir com-petencia y participación a los partidos. Para las elecciones presidenciales de 1993, 1999 y 2005 la selección del candidato presidencial pasó por la inaugu-ración de mecanismos de primarias, las que, aunque imperfectas, transparen-taron la selección del candidato, dejando el poder decisorio en los militantes y ciudadanos. Sin embargo, en la primaria realizada por la Concertación en 2009, el mecanismo fue más excluyente. La competencia se limitó a las regio-nes de O’Higgins y Maule e incluyó sólo a dos candidatos, en perjuicio de otros interesados en participar. Dado esto, los únicos nombres que figuraron en la papeleta fueron los del PDC Eduardo Frei y el PRSD José Antonio Gó-mez. Esta primaria poco competitiva y excluyente dio la victoria al candidato PDC, pero tensionó a la Concertación y terminó produciendo más costos que beneficios para la coalición.

La exclusión de otros candidatos interesados en competir, como el diputado Marco Enríquez-Ominami, motivó su retiro del Partido Socialista y su pos-terior candidatura independiente. Si la Concertación hubiese realizado una primaria incluyente y competitiva, permitiendo la participación de Enríquez-Ominami y de otros interesados, Enríquez no hubiera abandonado su partido o, por lo menos, no hubiese tenido la excusa para hacerlo.

Este rasgo centralista y poco participativo en la selección de candidatos, que incentiva la presentación de candidaturas independientes, parece exacerbarse o disminuirse según diferentes estímulos de los sistemas electorales. Por ejem-plo, por su estructura “es claro que el binominal permite que sean las propias coaliciones las que determinan los nombres de quienes ocuparan los escaños” (Engel y Navia, 2006: 70). También, el hecho de que el uso de primarias se haya limitado sólo a elecciones presidenciales, en el caso de la Concertación, tiene que ver con que “en el sistema político chileno usar la primera vuelta como mecanismo para elegir al candidato de la coalición reduce indudable-mente las posibilidades de triunfo presidencial” (Auth, 2005: 15). Así, a pe-sar de la realización de primarias en la Concertación, el que éstas sean poco participativas solamente contribuye a mantener la actual estructura central en la selección de candidatos, lo que alienta a los candidatos postergados por el

partido –a favor de quienes repostulan o de quienes son más cercanos a las di-rigencias– a migrar del partido, constituyendo, en algunos casos, candidaturas independientes.

La legislación en torno a los partidos ha contribuido a institucionalizar la contienda política a través de los partidos políticos, desincentivando las candi-daturas independientes. Primero, por lo relativamente simple que resulta crear nuevos partidos. Segundo, porque el gran número de partidos políticos en competencia asegura una oferta amplia que los potenciales candidatos tienen para canalizar sus aspiraciones aumentando la posibilidad de identificación partidaria, atributo que también sería extensible a los electores, ya que vin-cularse a algún partido político representa una diligencia sin costo y de fácil tramitación, y además que los independientes puedan afiliarse a partidos sin la necesidad de militancia previa, también merma la proliferación de candida-turas independientes.

El hecho de que sea fácil vincularse y desvincularse de un partido genera incentivos contrapuestos. Por un lado, facilita la migración de candidatos de los partidos, facilitando la presentación de candidaturas independientes. Por otro, facilita la captura de los partidos de los candidatos independientes. Esto es beneficioso para el sistema político, pues los outsiders siguen el camino institucional del ejercicio de la política, y también para los candidatos, que, al contar con el apoyo de un partido político, tienen más posibilidades de ser electos. Si competir al alero de un partido da ventajas, elegir bien el partido al que afiliarse puede acrecentar estas ventajas, pues hay partidos que entregan una mejor base para competir.

También la incorporación de candidatos independientes a partidos políti-cos parece estar influida por el sistema electoral. Por ejemplo, los incentivos son mayores cuando la elección es por medio de listas y en las presidenciales (que tiene una barrera de entrada alta para los independientes), pero no rige para elecciones de alcaldes. En general, la vinculación de independientes a los partidos políticos funciona como un sano “contrapeso a los mecanismos de decisión de los partidos en la selección de sus candidatos, el que en Chile suele realizarse de forma central y vertical” (Zúñiga, 2009: 49)

Finalmente, el mantenimiento de partidos oligárquicos, donde escasea la transparencia y la participación respecto a la selección de candidatos, incenti-va a los candidatos a migrar de ellos, aumentando el universo de candidaturas independientes. “En esencia, mientras más competencia y transparencia exista dentro de los partidos, mayor será la calidad de los militantes que ocupen cargos dentro de los mismos; si esto no sucede, se salen del partido” (Engel y

238 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 239candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

Navia, 2006: 104), engrosando el número de candaditos independientes. Por lo anterior, y salvo por lo fácil que resulta renunciar a un partido, el diseño institucional del sistema de partidos chileno no incentiva la aparición de can-didaturas independientes.

La existencia y mantención de barreras de entrada para las candidaturas independientes se justifican en la necesidad de que la democracia se sustente en partidos (Lipset, 2000). Al competir con las estructuras formales de repre-sentación, los independientes crean problemas a los partidos y las democracias representativas en general, donde los partidos cumplen la principal función de mediadores y transmisores de los intereses sociales hacia las instituciones políticas. Así también no son pocos los estudios que asocian el surgimiento de candidaturas independientes con crisis en los partidos y con legitimidad del sistema político (Cotler, 1995; Boudon, 1998; Lazarte, 1998; Rivas, 2002; Rojas, 2005; Mora, 2006).

Efectos del sistema político y preferencias electoralesComo ya discutimos, desde la vuelta a la democracia, el marco legal ha

permitido la participación de candidaturas presidenciales independientes. Por los incentivos del sistema electoral y por la fuerza que tradicionalmente han tenido los partidos políticos en Chile, el sistema político ha resultado toleran-te con las candidaturas independientes, aunque los partidos también han sido capaces de cooptar a muchos candidatos independientes incorporándolos a sus filas a través de candidaturas patrocinadas por los partidos en las listas de las coaliciones. A nivel presidencial, los candidatos independientes también han logrado convertirse en parte de la norma. Sólo en las presidenciales de 2005 no hubo candidatos presidenciales independientes. Entonces, la frus-trada candidatura de Aucán Huilcamán, líder mapuche, hizo visibles las ba-rreras de entrada que existen para los candidatos independientes. En 2009, el candidato independiente Marco Enríquez-Ominami logró alrededor del 20% de los votos en la primera vuelta, un porcentaje histórico que da cuenta de lo tolerante del votante chileno con las candidaturas independientes. El sistema político permite, en la medida de lo estipulado en la ley, candidaturas inde-pendientes en elecciones presidenciales, diputados, senadores y municipales, y el sistema político ha sido tolerante con las candidaturas independientes.

Sin embargo, los candidatos independientes no han demostrado ser muy exitosos en un escenario en el que, en vista de los datos que analizamos a continuación, deberían tener mejores resultados. El número de candidaturas independientes se mantiene estable en el tiempo y también su tasa de éxito. Pese a que, como mostraremos ahora, los partidos políticos chilenos sufren

una crisis de legitimidad y los chilenos están cada vez más desafectados de los partidos, los independientes no han mejorado sustancialmente su presencia en puestos de elección popular. De hecho, como muestra la Tabla 2 (al comienzo de este artículo), los independientes sólo han ocupado el 1,3% de los pues-tos de elección popular. Su mejor desempeño se ha dado en elecciones para alcaldes, realizadas en forma separada de las contiendas para concejales desde 2004. En los otros puestos de elección popular, los candidatos de partidos siguen dominando ampliamente.

Aunque no es un fenómeno exclusivo, la crisis de los partidos políticos se ha sentido con fuerza en Chile desde el retorno de la democracia en 1990. Como muestra la serie histórica de las encuestas CEP y el Gráfico 1, desde 1989 hasta 2009, los partidos políticos han disminuido consistentemente su adhesión. La literatura señala que son los jóvenes los más desafectados con la política (Aravena, Aldunate et al., 2005). Sin embargo, en Chile pareciera ser que este perfil se acopla a toda la población (Schuster, 2009). Otras razo-nes que se han esgrimido para entender la desafección de los chilenos con la política son de variada índole, como el supuesto descontento con el régimen imperante (Joignant y Menéndez-Carrión, 1999), el voto protesta (Huneeus, 1998), la apatía o bien el hecho de no sentirse representados por los políticos (Huneeus, 1998: 5).

Comparativamente con sus vecinos de América Latina, Chile presenta ba-jos índices de identificación partidaria, compartiendo los últimos lugares jun-to a Perú, Ecuador y Guatemala. La confianza hacia los partidos políticos en Chile se sitúa en el 20% (Latinobarómetro, 2008). Si bien esta situación no es tan compleja en Chile como en países vecinos donde la confianza en los parti-

Fuente: Elaboración propia con datos de www.cepchile.cl

gráFiCo 1No identificación con partidos y coaliciones, 1989-2009 (%)

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No se identifica con ningún partido No se identifica con ninguna coalición

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dos es mínima, tampoco es posible asegurar que los partidos políticos chilenos gozan de una confianza digna de una democracia más avanzada. La encuesta LAPOP también muestra a Chile entre los países con más bajo porcentaje de adhesión a partidos. De hecho, sólo un 21,4% señala simpatía por algún par-tido. El Gráfico 2 presenta una gráfica comparativa con los países de la región.

Pero si bien muestran una baja adhesión partidaria, los chilenos presentan niveles más altos de valoración del rol de los partidos en democracia. En el informe Latinobarómetro de 2009 (ver Gráfico 3), un 57% de los chilenos señaló su acuerdo con la frase “sin partidos no hay democracia”. El promedio para América Latina fue de 60%. Si bien 9 países mostraron niveles superiores a Chile, otros 8 países presentaron menor adhesión con ese postulado. Así, mientras Chile presenta niveles de adhesión partidario más bajo que el pro-medio de América Latina, la valoración del sistema de partidos sigue siendo relativamente alta. Eso pudiera estar incidiendo, además de en los incentivos

del sistema electoral ya discutidos, en el relativamente bajo nivel de éxito de las candidaturas independientes.

La falta de legitimidad del sistema de partidos podría considerarse una bue-na noticia para quienes quieren ser candidatos independientes. Cuando la adhesión a los partidos políticos es baja, es más fácil que una persona que no se identifique con un partido vote por un independiente. Pero en tanto los electores sigan valorando a los partidos como esenciales para la democracia, los independientes no recibirán automáticamente los votos de las personas que están descontentas con los partidos existentes. Peor aun, incluso habiendo un escenario negativo para los partidos en términos de apoyo ciudadano, el sistema de elección puede afectar el éxito de una candidatura independiente. La necesidad de redes, financiamiento y bases de apoyo que tienen los partidos políticos genera problemas logísticos y barreras de entrada a los candidatos independientes. Si bien hay una crisis de legitimidad de los partidos y la gente siente cada vez menos adhesión hacia ellos, los chilenos siguen considerando a los partidos como esenciales para la democracia y, consecuentemente, han resistido a volcar su apoyo hacia candidaturas independientes.

ConclusionesHemos visto que las candidaturas independientes han sido parte central

del proceso político y electoral chileno. Si bien el sistema electoral tiende a castigar las candidaturas independientes, el hecho de que la institucionalidad

gráFiCo 2Adhesión a partidos políticos en América Latina, 2008 (%)

C. I.: intervalo de confianza.Fuente: Barómetro de las América por LAPOP.

República Dominicana 70,359,0

58,5

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29,2

29,028,8

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19,2

18,915,9

ParaguayJamaica

UruguayHonduras

El SalvadorNicaraguaVenezuela

MéxicoPanamá

Costa RicaColombia

BoliviaHaitíBrasil

ArgentinaChilePerú

EcuadorGuatemala

0 20 40 60 80

Simpatiza con algún partido político

95% I. C. (corregido por efecto de diseño)

gráFiCo 3Percepción sobre la importancia de los partidos para la democracia (%)

Fuente: Latinobarómetro 2009.

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Sin partidos no puede haber democracia

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242 PatRiciO navia / maRtín schusteR / JavieR zúñiGa 243candidatOs PResidenciaLes y PaRLamentaRiOs indePendientes, 1989-2009

permita, y que desde una perspectiva facilite la presencia de candidaturas in-dependientes, refleja la dualidad de nuestro sistema. Por un lado, la legislación parece promoverlas –o al menos permitirlas– y el sistema de partidos parece convivir con ellas. Por otro, los incentivos del sistema electoral dificultan el éxito de dichas candidaturas independientes. Los resultados de la elección presidencial y parlamentaria de 2009 –así como la evidencia aquí discutida de elecciones pasadas– demuestra que, si bien los candidatos independientes juegan un rol importante en el proceso electoral, ocupan un papel menos re-levante en el momento en que los votos se convierten en escaños.

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245LOs PaRtidOs nO, PeRO LOs candidatOs sí

Capítulo 10

Los partidos no,pero los candidatos síFernando Rubilar

PresentaciónLa identificación partidaria ha caído sistemáticamente en casi todos los paí-

ses de América Latina. Chile no ha sido la excepción y resulta llamativo que esta baja se produzca en uno de los sistemas de partidos más institucionaliza-dos del continente (Mainwaring y Scully, 1995). Esta tendencia también se observó en los países europeos. La mejora en las condiciones de vida fue de la mano con el distanciamiento de los partidos (Dader, 1990; Putnam, 1995; Swanson y Mancini, 1996; Dalton, 2000). Esto ha llevado a que los ciudada-nos sustenten su opción política principalmente en la imagen de los candida-tos (Schwartzenberg, 1978; Plasser y Plasser, 2002). Por lo tanto, es razonable pensar en un electorado alejado de los partidos pero con una opción al mo-mento de sufragar. En este trabajo evalúo las predisposiciones de los ciudada-nos desafectos para votar en las presidenciales 2009 y sostengo que, a pesar de la pérdida de lazos partidarios, estos desafectos sí se inclinan por alguno de los candidatos. Parte de la teoría señala precisamente que el distanciamiento con los partidos convive con fuertes lazos personalistas entre los candidatos y los electores. De una política centrada en partidos se ha transitado a una política centrada en candidatos.

En este artículo muestro que no hay diferencias por edad considerando a desafectos que votan. Suele pensarse que los jóvenes tienen mayores nive-les de desafección (Dalton et al. 1984; Dalton, 2000; Dalton y Wattenberg, 2000; Dalton y Weldon, 2007; Torcal, 2001) y que, por tanto, estarían más expuestos a una política centrada en candidatos. Mi análisis no respalda esta hipótesis, señalando que los jóvenes se comportan de manera similar al resto de la población. Este grupo (desafectos jóvenes que votan) tampoco prefiere a Enríquez-Ominami en comparación a los otros grupos etarios, lo que no deja de sorprender dado que el candidato independiente abogó por la renovación y el ingreso masivo de los jóvenes a la política.

246 feRnandO RubiLaR 247LOs PaRtidOs nO, PeRO LOs candidatOs sí

El trabajo se divide en tres partes. La primera desarrolla las principales teo-rías de la desafección partidaria discutidas tanto para el caso europeo como norteamericano, al igual que las respuestas surgidas desde América Latina. La segunda parte analiza el caso chileno en términos descriptivos, considerando los factores más relevantes que explican la desafección. Finalmente, se evalúan algunas variables que puedan explicar al grupo de desafectos predispuestos a votar por alguno de los candidatos.

A pesar de que existe un amplio número de estudios sobre la crisis de la política y de la desafección partidaria, la mayoría se ha enfocado en los casos europeo y norteamericano (Dalton et al., 1984; Dalton, 2000; Putnam, 1995; Pharr y Putnam, 2000). Los primeros trabajos, que surgen en la década del 70, dan cuenta de una creciente fatiga de los partidos políticos en las demo-cracias avanzadas. Por ejemplo, Wattenberg (1999) señala que entre 1964 y 1972 el porcentaje de personas que se identificaba con un partido político en Estados Unidos descendió de un 77% a un 64%.

Durante la década de los 80 surgen diversos estudios que muestran un leve optimismo en la sociedad europea frente a la confianza institucional (Fuchs, 1995; Listhaug y Wiber, 1995; Topf, 1995). No obstante, la adhesión partida-ria sigue en descenso (Schmitt y Holmberg, 1995; Norris, 2000). Esto da pie para que en los 90 reaparezca la idea de una crisis generalizada de la política (Pharr y Putnam, 2000; Norris, 2000). Los partidos son, nuevamente, una de las instituciones más afectadas (Eckstein, 1991; Nye et al., 1997). A su vez, la democratización de los países poscomunistas y la restauración de las democra-cias en América Latina y Asia vino a complejizar este escenario, reafirmando la idea de que la desafección política y partidaria corresponden a un fenómeno de carácter global (Dalton y Wattenberg, 2000; Pharr y Putnam, 2000; Dal-ton y Weldon, 2007).

Por otra parte, la discusión sobre la crisis de representación en América Latina fue menos protagónica que el debate sobre las ventajas y desventajas de los presidencialismos como factores explicativos de las inestabilidades demo-cráticas en la región (Godoy et al., 1992; Shugart y Carey, 1992; Linz, 1994; Mainwaring, 1993). Sin embargo, Mainwaring, Pizarro y Bejarano (2006) subrayan que el problema de representación que enfrentan los países de Amé-rica Latina se explica, también, por la percepción de ineficacia del estado para suministrar los bienes públicos y resolver los problemas propios de la ciu-dadanía. Al igual que Hagopian (2005), indican que este dealineamiento se refleja en un aumento de la abstención y una caída de la identificación con los partidos (Morales y Rubilar, 2010).

La evidencia teóricaPara este trabajo se entenderá por desafección, siguiendo a Torcal (2001:

5), un “sentimiento subjetivo de ineficacia, cinismo y falta de confianza en el proceso político, políticos e instituciones democráticas que generan distancia-miento y alineación”. Este concepto está en concordancia con el de dealign-ment, el que se entiende como la falta de identificación y adhesión psicológica entre los ciudadanos y los partidos (Dalton, 2000; Micic, 2009).

De acuerdo a algunos autores, la desafección no siempre se relaciona con bajos niveles en la calidad de la democracia, así como tampoco por una falta de legitimidad de ésta (Montero et al., 1998; Dalton, 2000). A pesar de que la identificación con los partidos políticos ha caído sustancialmente en los países europeos, los niveles de calidad democrática se han mantenido altos (Eckstein, 1991; Schmitt y Holmberg, 1995; Torcal, 2001). Esto se debe, según Nazzari (2007) a que, independiente del déficit institucional, la democracia sigue siendo mejor que otras formas de gobierno, por lo que resulta difícil que los ciudadanos le resten legitimidad. A su vez, se ha destacado la relación entre altos niveles de institucionalización del sistema de partidos y mayor calidad de la democracia (Mainwaring y Torcal, 2005). En América Latina, por ejemplo, Chile y Uru-guay han sido clasificados como los países que presentan los sistemas de par-tidos más institucionalizados de América Latina (Mainwaring y Scully, 1995; Mainwaring y Torcal, 2005; Payne et al., 2006). Sin embargo, Chile tiene uno de los porcentajes más bajos de adhesión partidaria según el estudio LAPOP 2008. Apenas el 21,4% de los encuestados chilenos adhiere a algún partido polí-tico, ubicándose en los últimos lugares junto a países como Perú y Ecuador. Por otra parte, Uruguay se ubica en los primeros puestos a nivel latinoamericano, con un 50,4% de adhesión partidaria.

Como se mencionó, la mayoría de los estudios sobre la desafección política provienen de los casos europeo y norteamericano. Estos trabajos están centra-dos en tres enfoques: 1) enfoque de las transformaciones sociales, 2) enfoque institucional y 3) enfoque coyuntural.

El primer grupo señala que las transformaciones sociales y económicas ocu-rridas en las décadas del 80 y principios del 90 han traído un cambio de valo-res. Se habría transitado del materialismo al postmaterialismo, generando un enorme distanciamiento y resquebrajamiento de los lazos partidistas (Dalton et al., 1984; Inglehart, 1991; Paramio, 1998 y 2003; Inglehart, 1991; Brussi-no y Rabbia, 2007; Dalton y Weldon, 2007). De esta forma, la disminución del partidismo como valor central en las sociedades avanzadas se ha dado prin-cipalmente en los grupos de jóvenes (Dalton y Weldon, 2007). Del mismo

248 feRnandO RubiLaR 249LOs PaRtidOs nO, PeRO LOs candidatOs sí

modo, el creciente desarrollo de los medios de comunicación en su rol de arti-culadores de la información política hacia los ciudadanos ha desplazado a los partidos políticos (Putnam, 1995; Newton, 1999; Paramio, 2003; Dalton y Weldon, 2007). Igualmente, la proliferación de organizaciones civiles, ONG o grupos de interés, han reducido la capacidad de reclutamiento que tienen los partidos (Verge Mestre, 2004; Dalton, 2006).

Con base en lo anterior, se ha subrayado que los jóvenes son los más desafectos con la política (Dalton y Weldon, 2007), mostrándose cada vez menos identificados con los partidos o con algunas ideologías. Si bien esta hipótesis se sostiene para el caso europeo, no se aplica en el contexto chileno (Rubilar, 2009). De hecho, tanto jóvenes como no jóvenes presentan nive-les similares de identificación partidaria o ideológica. No obstante, esto no contradice la idea de que los jóvenes sean el grupo que menos se inscribe en los registros electorales.

El segundo enfoque señala que la tesis de las transformaciones sociales es in-suficiente para explicar la desafección partidaria, ya que ésta se produce funda-mentalmente por la escasa capacidad de los partidos para mostrar diferencias entre sí (Mair, 1993; Schmitt y Holmberg, 1995). Así, Según Mair (1993), los cambios ocurridos en las estructuras organizativas y estrategias partidarias serían los desencadenantes de la erosión de los vínculos entre las personas y los partidos. Los ciudadanos perciben a los partidos como maquinarias de poder, con alto grado de similitud entre ellas y distanciados de los intereses reales de los electores (Paramio, 1992; Schmitt y Holmberg, 1995; Carey y Reynolds, 2007; Karp y Banducci, 2007; LaPalombara, 2007). Por esta razón, el escaso grado de polarización y conflicto ideológico de los partidos políticos explicaría significativamente los problemas de desafección partidaria (Schmitt y Holmberg, 1995).

El tercer enfoque explica el problema de la desafección desde los factores coyunturales (Holmberg, 2007). La desafección partidaria se asociaría con una mala imagen de los ciudadanos respecto a la acción de los gobiernos (Nye et al., 1997). Los casos de corrupción e ineficiencia estatal son buenos ejem-plos (González, 2003). A estas se suman las percepciones económicas y el desempeño de los gobiernos en materia de inflación, desempleo y crecimiento (Pharr y Putnam, 2000; Kinder y Kiewiet, 1981; Linde y Eckman, 2003). Estos factores explicarían el creciente personalismo en las campañas políticas. Los candidatos prefieren explotar sus atributos en lugar de ligarse a institu-ciones (partidos) de baja credibilidad ciudadana (Swanson y Mancini, 1996; Dalton, 2000)

En América Latina los niveles de desafección son mayores que en Europa (Torcal, 2001; Sánchez, 2003; Dalton y Weldon, 2007). Se ha enfatizado que estas nuevas democracias tienen un pasado político “tumultuoso de inestabi-lidad, manipulación, corrupción y discurso reiterado contra las instituciones de representación política” (Torcal, 2000: 2). La estrategia de descrédito y deslegitimización de los partidos políticos que se llevó durante las épocas au-toritarias explicaría la erosión de los vínculos entre los individuos y los parti-dos (Vázquez, 2002: 2; Torcal, 2001; Dalton y Weldon, 2007). En esta misma línea, Dalton y Weldon (2007: 4) argumentan que, debido a los quiebres de-mocráticos que cortaron las experiencias electorales y la socialización partida-ria de padre a hijo, las nuevas democracias no han alcanzado una posición es-table de partidismo como sí lo han hecho la mayoría de las viejas democracias.

Los medios de comunicación y el creciente personalismoEl proceso de desafección y malestar con la política se ha relacionado cons-

tantemente con los medios de comunicación (Putnam, 1995; Sartori, 1998; Huneeus, 1999). No obstante, tal como sostiene Paramio (2003), la afección o desafección no pasa por éstos. Es decir, si bien los mass media tienen un rol importante en generar opiniones, no son capaces de transformar las creencias y actitudes (Paramio, 2003).

Un aspecto recurrente en la literatura es el personalismo como elemento, o factor, de desafección partidaria. Aunque el personalismo no es nuevo en la política, con la llegada de los medios de comunicación masivos se ha acen-tuado sustancialmente (Gómez et al., 2006). Un amplio grupo de trabajos concuerdan en que los medios de comunicación han contribuido a la hiper-personalización de la actividad política (Dader, 1990; Putnam, 1995; Sartori, 1998), teniendo como consecuencia un desplazamiento de la centralidad de los partidos políticos hacia la imagen del líder o candidato. Es decir, los me-dios de comunicación priorizan las características particulares del candidato o líder político por sobre las ideas de los partidos (Schwartzenberg, 1978). De esta forma, los individuos votan a favor o en contra de una persona en lugar de un partido o programa (Manin, 1998; García, 2003).

No obstante, los mismos partidos políticos han optado por explotar la ima-gen de los candidatos con el fin de llegar a un electorado más amplio (Man-cini, 1999; LaPalombara, 2007). Por ejemplo, en los periodos electorales, és-tos centran las campañas en los atributos personales del candidato (Mancini, 1999; Wattenberg, 1991). Paralelamente, las antiguas estrategias de moviliza-ción pasan a cumplir un rol segundario.

250 feRnandO RubiLaR 251LOs PaRtidOs nO, PeRO LOs candidatOs sí

La desafección partidaria en Chile Con el retorno a la democracia se desarrolló fuertemente la idea de que

en Chile se estaba viviendo un proceso de reencantamiento con la política (Barros et al., 1988; Toro, 2008), subrayándose la importancia de las insti-tuciones como ejes fundamentales del desarrollo democrático. En especial, se destacó la preeminencia que deberían tener los partidos como agentes en el proceso de reconstrucción (Garretón, 1987; Barros et al., 1988). Esto se ve apoyado por el bajo nivel de volatilidad y los altos porcentajes de identifi-cación partidaria registrados en las primeras mediciones de CEP. Por todo lo que estaba en juego en los primeros años después del plebiscito, la tesis de las desafección política no tenía mayor asidero (Toro, 2008).

Sin embargo, los magros resultados de la Concertación y la oposición en las parlamentarias de 1997 dieron cuenta de un malestar ciudadano con el sistema de partidos. En estas elecciones hubo un 13,5% de votos nulos y 4,24% de votos blancos, a lo que se sumaron altas tasas de abstención y de no inscripción en los registros electorales (Huneeus, 1999; Altman, 2006). Estos resultados vinieron acompañados de una serie de libros y publicaciones aca-démicas que constataron el malestar generalizado de la sociedad chilena con la política y con los propios partidos (Moulián, 1997; Jocelyn-Holt, 1998; Huneeus, 1999). Esta situación de malestar empeoró para las elecciones de 2001 y 2005 con altas tasas de abstención (Cantillana, 2009) y creciente dea-lignment partidario (Toro, 2008).

La desafección ha aumentado consistentemente. Como muestra la encuesta ICSO-UDP 2009, aproximadamente el 63% de los encuestados no se iden-tifica con algún partido político, algo que también se replica en la identifica-ción por coalición y, en menor medida, con la escala política. El 55% de los encuestados no se identifica con un partido político y tampoco lo hace con una coalición. Asimismo, alrededor del 86% de quienes no se identifican con algún partido político tampoco lo hacen con una coalición. Con respecto a la escala política, el 70,1% de los encuestados que no se identifica con algún partido político sostiene no identificarse en el eje izquierda-derecha.

Los partidos no, pero los candidatos sí Si bien en el último tiempo han surgido trabajos que intentan conocer y

caracterizar la desafección partidaria en Chile (Morales et al., 2008; Micic, 2009; Morales y Rubilar, 2010), éstos no han estimado la predisposición a votar de los desafectos. Considerando la coyuntura electoral presidencial que se vivió en 2009, es relevante conocer si en Chile nos encontramos ante un

desajuste entre desafección partidaria y predisposición a votar. Es decir, des-afectos que votan.

El 65,2% de quienes no se identifican con un partido político señala que votaría por alguno de los candidatos a la presidencia, mientras que sólo el 34,8% sostiene que no votaría (ver Tabla 1, que sólo considera inscritos). Como es de esperar, el 91,5% de los encuestados que se identifica con algún partido afirma que votaría por uno de los candidatos y el 8,5% restante dice lo contrario. Se podría suponer que el factor Enríquez-Ominami influye en la motivación de los desafectos para votar. No obstante, al analizar la inten-ción de voto de los “ninguno” por candidato, sólo el 24,3% de los desafectos habría votado por Marco Enríquez-Ominami, mientras que el 46,3% lo habría hecho por Sebastián Piñera y el 26,4% por Eduardo Frei, dos de los candidatos apoyados por partidos políticos (ver Tabla 2). Incluso, al advertir la intención de voto de los desafectos jóvenes, la mayoría (52,4%) votaría por Sebastián Piñera, mientras que el 33,3% lo habría hecho por Enríquez-Ominami.

Aunque existe una baja identificación con los partidos, los datos sugieren que la crítica de los chilenos apunta más a la oferta partidaria que a los par-tidos como instituciones. Es decir, a las personas no les interesa identificarse con ellos, pero asumen que éstos son fundamentales e imprescindibles para el buen funcionamiento de la democracia. De hecho, como lo muestra el estudio LAPOP 2008, el país evidencia un amplio rechazo a la afirmación de “pue-de haber democracia sin partidos”. En este sentido, Alcántara y Freidenberg (2003: 14) señalan que, a pesar de que existe un alejamiento generalizado de la sociedad con los partidos, los electores han continuado reconociendo a éstos como referentes. Por lo tanto, los partidos políticos seguirán siendo indispen-sables para el funcionamiento del sistema político democrático (Lipset, 2000).

Para puntualizar mi análisis segmenté los datos en cuatro grupos: desafectos que votan, desafectos que no votan, identificados que votan e identificados que no votan (ver Tabla 3). Si bien comparo los cuatro tomando algunas

Tabla 1Desafectos e identificados inscritos que votarían o no por algún candidato (%)

Votaría No votaría Total

Identificado 91,5 8,5 100

Desafecto 65,2 34,8 100

Total 76,0 24,0 100

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

252 feRnandO RubiLaR 253LOs PaRtidOs nO, PeRO LOs candidatOs sí

variables socioeconómicas y políticas discutidas en la literatura, el análisis se enfocará en el grupo de los desafectos que votan.

Con respecto al género, se observa que el 42% de las mujeres no se iden-tifica con los partidos políticos, pero sí apoya a alguno de los candidatos. Por su parte, el 35% de los hombres señala no apoyar a algún partido pero sí a uno de los candidatos. El hecho de que las mujeres muestren una mayor predisposición a votar por algún candidato, a pesar de no identificarse con los partidos políticos, se debe a que tendrían un mayor interés en participar electoralmente que los hombres, tal como lo sostiene Cantillana (2009) para explicar la abstención electoral en Chile.

Aunque se ha señalado que las personas de los niveles económicos bajos son quienes más se abstienen de votar, ya que sus problemas personales les importan más que los del país (Downs, 2001), los datos muestran lo contra-rio. De hecho, los encuestados de los estratos D y E son quienes mayormente no se identifican con los partidos políticos, pero sí votarían por uno de los candidatos. Ello se puede explicar por la modalidad de las campañas que se despliegan antes de las elecciones, donde el núcleo de los discursos y prácticas de los candidatos apelan explícitamente a los sectores socioeconómicos bajos.

Según edad, la mayoría de los encuestados entre 46 y 60 años están predis-puestos a votar por un candidato, incluso al no identificarse con algún partido político. Este grupo es parte de la generación del plebiscito que, probable-mente, se inscribió para votar en 1988 y posteriormente se ha visto obligada a seguir votando. Por lo tanto, si bien no se sienten representados por nin-gún partido y tampoco por las coaliciones, sí tienen una opción para el año 2009. En el caso de los jóvenes, aunque el 59,7% se ubica en la categoría de identificados que votan, un sustantivo 31,9% corresponde a desafectos que sí votarían. Esto se puede entender, principalmente, porque los jóvenes que están inscritos y desencantados con los partidos apoyan a los candidatos que

prometen un cambio y renovación en la política. De hecho, Sebastián Piñera y Marco Enríquez-Ominami, dos de los candidatos que basaron gran parte de su campaña en estos aspectos, son los que tienen mayor apoyo en los jóvenes.

En cuanto a zona geográfica, hay una mayor predisposición a votar entre los desafectos de Santiago que entre los de regiones. Efectivamente, el 41,7% de los habitantes de Santiago no se identifica con algún partido político pero sí votaría por uno de los candidatos, mientras que en los de regiones sólo el 36,5% se ubica en este grupo.

Por educación, los grupos desafectos de los niveles menos educados están más dispuestos a votar por alguno de los candidatos. De la categoría sin es-tudios y educación básica, el 45,2% es desafecto que vota. Asimismo, en la categoría educación básica y media incompleta, los desafectos que votan re-presentan un 46,9% y un 45,5%, respectivamente. En tanto, la gente con mayor nivel educacional se ubica menos en el grupo de desafectos que votan. Por ejemplo, de los individuos con educación media completa, el 39,6% se-ñala no identificarse con los partidos políticos pero sí votar por un candidato, mientras que sólo el 25% de los de la categoría técnico-universitaria incom-pleta es desafecto que vota.

Finalmente, al evaluar por escala política los resultados que se observan son los esperados. O sea, la mayoría de los que prefieren la opción “ninguno” en escala política se posiciona en el grupo de desafectos que votan. Esto nos grafica que existe una alta consistencia de aquellos que no se identifican ni con partidos ni con escala, pero sí están predispuestos a votar por uno de los candidatos. Incluso, este cuadro de desafección y voto se da a nivel de coali-ción. Al realizar una tabla de contingencia que no se muestra acá, el 58,5% de quienes no se identifican con alguna coalición política tampoco lo hace con los partidos, pero sí votarían por algún candidato.

Utilizando variables de corto plazo, son aquellos que tienen percepciones económicas negativas quienes más se sitúan en el grupo de desafectos que votan. Por ejemplo, el 42,6% de los encuestados que sostienen que la actual situación económica del país es “mala” son desafectos que votan (ver Tabla 4). Del mismo modo, el 41% de los que opinan que la actual situación del país es “regular” se ubica en este grupo. En cambio, el 47% de quienes señalan que la actual situación económica del país es “buena” se posiciona en el grupo de identificados que votan, mientras que sólo el 30,4% de éstos declara no iden-tificarse con algún partido político pero sí votar. Algo similar sucede cuando se consulta sobre la situación económica personal futura. Quienes más se po-sicionan en la categoría de desafectos que votan son aquellos que creen que su

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

Tabla 2Intención de voto por candidato considerando a desafectos que votarían

Candidato Porcentaje

Jorge Arrate 2,8%

Marco Enríquez-Ominami 24,3%

Eduardo Frei 26,4%

Alejandro Navarro 0,3%

Sebastián Piñera 46,3%

254 feRnandO RubiLaR 255LOs PaRtidOs nO, PeRO LOs candidatOs sí

situación futura será “peor” y en menor medida los que creen que será “igual”, con un 40,4% y un 38,6% respectivamente. Por otra parte, los más optimistas tienden a ubicarse principalmente en la categoría de identificados que votan.

Al analizar cuestiones de carácter político, se observa que el 42% de los encuestados que desaprueban la gestión de la presidenta son desafectos que votan, mientras que sólo el 38% de los que aprueban se ubica en esta catego-ría. Al ver por aprobación al gobierno no se dan mayores diferencias, ya que el 38,5% de quienes aprueban la gestión del gobierno son desafectos que votan y el 38,2% de quienes desaprueban la gestión gubernamental se ubica en este grupo. Por otra parte, la mayor parte de quienes creen que la corrupción se ha mantenido igual en el país, o sea el 42%, se posiciona en el grupo de desafectos que votan. En menor medida lo hacen quienes señalan que aquélla ha aumentado, con un 38,1%, mientras que más abajo se encuentran los que opinan que ha disminuido, con un 33,3%.

Finalmente, un aspecto relevante es conocer la exposición a los medios que tienen los encuestados, en especial a la televisión. De acuerdo a esto, no se perciben mayores diferencias entre quienes están frecuentemente expuestos a la televisión y aquellos que lo hacen “a veces”, considerando la desafección y predisposición a votar por un candidato. Así, un 39% de los que ven “frecuen-temente” televisión no se identifica con los partidos políticos pero sí está pre-dispuesto a votar por alguno de los candidatos. En tanto, el 37,8% de quienes ven “a veces” televisión son desafectos que votan, mientras que el 35,4% de los que “nunca” están expuestos lo son. Entonces, se puede establecer que, al menos a nivel descriptivo, los desafectos más expuestos a los medios de co-municación tienen mayor predisposición a votar. En este sentido, los medios serían una plataforma más relevante que los propios partidos para establecer un contacto directo entre candidato y electorado (García, 2003). De hecho, el 71% de los desafectos que votan se han informado preferentemente a través de la televisión sobre los candidatos.

En términos generales, los datos descriptivos nos muestran que existe un amplio porcentaje de desafectos que sí votaría por alguno de los candidatos; además, nos permiten caracterizar algunos aspectos de este grupo de desafec-tos que votan. De acuerdo a los datos, las mujeres desafectas estarían más predispuestas a votar que los hombres. Esto se puede entender porque las mujeres siempre han manifestado menores tasas de abstención que los varo-nes (Cantillana, 2009). Igualmente, los encuestados desafectos de los estratos más bajos son quienes tienen mayor predisposición a votar por un candidato, así como también los menos educados. Esto se explicaría, al menos, por la

Tabla 3Desafectos e identificados que votan y no votan por algún candidato según variablessocioeconómicas y políticas (%)

Desafecto que vota

Desafecto que no vota

Identificado que vota

Identificado que no vota

Total

Sexo

Hombres 35,0 18,4 43,4 3,2 100

Mujeres 42,0 22,6 31,6 3,8 100

Nivel socioeconómico

ABC1 28,7 21,3 45,7 4,3 100

C2 35,8 18,2 41,7 4,3 100

C3 35,9 23,0 37,8 3,3 100

D 43,7 19,6 33,2 3,5 100

E 46,1 23,6 30,3 0,0 100

Edad

18-29 31,9 06,9 59,7 1,4 100

30-45 36,7 18,7 41,0 3,7 100

46-60 41,2 23,5 31,1 4,2 100

61 y más 40,5 24,4 32,2 2,9 100

Zona

Santiago 41,7 24,0 31,5 2,8 100

Regiones 36,5 18,2 41,5 3,8 100

Educación

Sin educación + básica incompleta

45,2 24,2 29,0 1,6 100

Básica completa 46,9 19,5 31,0 2,7 100

Media incompleta 45,5 22,2 28,3 4,0 100

Media completa 39,6 18,2 40,4 1,8 100

Técnico-universitaria incompleta

25,0 16,2 50,0 8,8 100

Técnico-universitaria completa

31,5 21,6 42,2 4,7 100

Escala política

Derecha 29,4 3,2 66,7 0,8 100

Centro 35,9 8,2 50,6 5,3 100

Izquierda 18,0 5,5 69,0 7,5 100

Ninguno 55,9 39,0 3,8 1,3 100

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

256 feRnandO RubiLaR 257LOs PaRtidOs nO, PeRO LOs candidatOs sí

lógica del despliegue de las campañas políticas en periodos electorales, donde se interpela constantemente a los sectores más pobres y menos educados de la población. Por edad, destaca que tanto jóvenes como adultos desafectos muestren niveles similares en la predisposición a votar, a pesar de que en la literatura se sugiera que los jóvenes son quienes menos se identifican con los partidos políticos (Dalton, 2000; Dalton y Weldon, 2007; Torcal, 2001) e, incluso, los más expuestos a la política centrada en los candidatos. Asimismo, los datos descriptivos muestran que la desafección partidaria y predisposición a votar se da también en un alto porcentaje de desafectos por coalición y escala política.

Los datos descriptivos también nos muestran que las personas desafectas que tienen percepciones económicas negativas son quienes más votarían por alguno de los candidatos. Por lo tanto, se deja entrever que, a pesar de tener una postura pesimista con respecto a cuestiones económicas, los encuestados siguen manifestando una clara opción electoral. Este punto también se obser-va en las evaluaciones políticas, ya que aquellos desafectos que desaprueban la gestión de la presidenta son quienes más votarían por algún candidato. Por último, no se observan mayores diferencias entre los que más se exponen a la televisión y los que no, algo que ya nos adelanta el escaso impacto que tienen los medios en las predisposiciones y actitudes de los individuos, aunque sean la plataforma más relevante para el acceso a la información.

Para el análisis inferencial utilizo modelos de regresión logit. Se busca pre-decir el comportamiento de la variable dependiente desafectos que sí votarían por uno de los candidatos considerando algunas de las variables discutidas en la literatura y, por cierto, que se han analizado descriptivamente. Cabe men-cionar que los modelos se construyeron con base en la encuesta ICSO-UDP 2009 y que los resultados se trabajan con la premisa ceteris paribus, vale decir, manteniendo el resto de las variables constantes. Además, se debe precisar que sólo se trabaja con el grupo de inscritos.

La Tabla 5 muestra los principales hallazgos. Éstos coinciden con algunos apuntes del análisis descriptivo. Como se observa, en los cinco modelos el nivel socioeconómico y la escala política son las variables que tienen un peso determinante en los desafectos que sí votarían. Es decir que, a menores in-gresos, mayor es la probabilidad de que los desafectos tengan predisposición a votar por alguno de los candidatos, manteniendo constantes las demás variables.

Para escala política se puede sostener que es más probable que los desafectos que sí votarían por uno de los candidatos no se identifiquen con alguna ten-dencia política. No obstante, esta relación puede ser endógena. O sea, podría ser que la no identificación con la escala política explique a los desafectos que sí votan y/o que la desafección con el eje izquierda-derecha explique a los desafectos predispuestos a votar por uno de los candidatos. De todas maneras, estos resultados complementan la tesis de autores como Schmitt y Holmberg (1995) y Luna (2008) con respecto a que la desafección con la escala política está fundamentalmente ligada con la desafección partidaria.

El resto de las variables no son estadísticamente significativas. Sin embar-go, resulta llamativo que los datos confirmen que la edad no es un predictor robusto de los desafectos predispuestos a votar. En este sentido, los jóvenes desafectos se comportan de manera similar que el resto de la población y no

Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

Tabla 4Desafectos e identificados que votan y no votan por algún candidato según variablessocioeconómicas y políticas (%)

Desafecto que vota

Desafecto que no vota

Identificadoque vota

Identificadoque no vota

Total

Situación económica actual país

Mala 42,6 25,0 29,0 3,4 100

Regular 41,0 19,3 36,1 3,6 100

Buena 30,4 19,8 47,0 2,8 100

Situación económica personal futura

Peor 40,4 26,9 28,8 3,8 100

Igual 38,6 25,2 32,4 3,7 100

Mejor 37,0 16,0 44,1 2,8 100

Aprobación a la presidenta

Aprueba 38,0 18,9 39,3 3,8 100

Desaprueba 42,0 20,5 36,4 1,1 100

Aprobación al gobierno

Aprueba 38,5 17,5 40,1 3,9 100

Desaprueba 38,2 21,2 38,2 2,4 100

Percepción de corrupción en el país

Ha aumentado 38,1 20,4 39,0 2,4 100

Se ha mantenido 42,0 14,8 38,8 4,4 100

Ha disminuido 33,3 19,4 45,8 1,4 100

Exposición a la TV

Frecuentemente 39,0 18,5 39,0 3,4 100

A veces 37,8 28,3 31,5 2,4 100

Nunca 35,4 27,7 32,3 4,6 100

258 feRnandO RubiLaR 259LOs PaRtidOs nO, PeRO LOs candidatOs sí

están más expuestos a una política centrada en los candidatos como se suele pensar, lo que complementa el trabajo de Morales y Rubilar (2010).

Igualmente, la aprobación presidencial no explica la tendencia de los desafec-tos a votar por uno de los candidatos. A pesar de que a nivel descriptivo quienes desaprueban la gestión de la presidenta sean quienes más se ubican en la cate-goría de desafectos que votan, la aprobación no es un factor que determine esta

Tabla 5Modelos de regresión logit (la variable dependiente comprende a los desafectosinscritos que sí votarían por uno de los candidatos)

***: significante al 0,01; **: significante al 0,05; *: significante al 0,1.Fuente: Elaboración propia con datos de la encuesta ICSO-UDP 2009.

Modelo 1 Modelo 2 Modelo 3 Modelo 4 Modelo 5

Sexo(1=hombre, 2=mujer)

-0,130 -0,184 -0,131 -0,190 -0,046

(0,149) (0,151) (0,149) (0,151) (0,159)

Edad 0,002 0,004 0,002 0,004 0,003

(0,005) (0,005) (0,005) (0,005) (0,005)

NSE (1=ABC1, 5=E)0,138 0,193 0,138 0,198 0,146

(0,067) (0,068) (0,067) (0,068) (0,071)

Zona(0=regiones, 1=Santiago)

0,191 0,276 0,191 0,271 0,189

(0,149) (0,152) (0,149) (0,152) (0,159)

Escala política(0=se identifica,1=no se identifica)

1,102 1,101 1,181

(0,149) (0,150) (0,160)

Frecuencia con que ve TV (0=resto de valores, 1=frecuentemente)

-0,139 -0,139 -0,143

(0,125) (0,125) (0,132)

Aprobación presidencial (0=resto de valores, 1=aprueba)

-0,010 -0,172 0,002

(0,205) (0,215) (0,226)

Situación económica del país

-0,177 -0,160 -0,185

(0,115) (0,117) (0,122)

Situación económica personal futura

0,060 0,070 0,174

(0,125) (0,126) (0,132)

Constante-1,340 -1,105 -1,330 -1,022 -1,574

(0,358) (0,537) (0,411) (0,546) (0,630)

-2 log likelihood 1075,522 1034,010 1075,520 1033,373 972,304

R cuadrado deCox y Snell

0,083 0,025 0,083 0,026 0,094

R cuadrado de Nagelkerke

0,113 0,034 0,113 0,035 0,129

Chi2 74,773 20,117 74,775 20,754 78,596

Porcentaje de ajuste 65,1% 61,3% 65,2% 61,4% 66,1%

** ** *****

*** ***

*** *** ******

*

* *

***

predisposición a votar de los desafectos. Algo similar ocurre con las percepciones económicas, ya que, al menos para estos modelos, no tienen un peso significa-tivo en la desafección y predisposición a votar por alguno de los candidatos. De esta forma, la votación de los desafectos no se explica por las evaluaciones que los electores tienen con respecto al rumbo de la economía, ya sea a nivel per-sonal como de país. Esto contradice algunos de los argumentos del enfoque de la elección racional que sostienen que las evaluaciones de corto plazo, como las percepciones del rumbo de la economía, impactan en la predisposición a votar.

La exposición a la televisión tampoco es un factor que explique al grupo de desafectos que votan. De hecho, esta variable no es significativa en ninguno de los tres modelos donde se incluye. Como se mencionó, los medios de comuni-cación ocupan un lugar sustancial en la erosión de las identidades partidarias, ya que a través de éstos los candidatos apelan directamente al electorado (Put-nam, 1995; Sartori, 1998), por lo que la exposición a los medios fortalecerían el personalismo (Pérez-Liñán, 2002). En cambio, la exposición a los medios, como muestran los datos, no tiene un impacto en los desafectos que sí vota-rían por uno de los candidatos. De esta manera, se fortalece la tesis de Paramio (2003). Esto no contradice el supuesto de que los medios de comunicación sean una plataforma relevante de comunicación entre el candidato y el elector. Sin ir más lejos, los medios de comunicación constituyen la principal fuente de información que ocupan los electores para emitir su voto, tal como se mos-tró en Tabla 3. Pero esto no implica que los medios sean determinantes de la desafección y predisposición a votar por algún candidato.

ConclusionesEste trabajo analizó la predisposición que tienen los ciudadanos desafectos

para votar por un candidato. Conforme a los datos de la encuesta ICSO-UDP 2009, existe un porcentaje sustantivo de desafectos que votan. De esta forma, nivel socioeconómico e identificación política tienen un efecto significativo en la predisposición a votar por parte de los desafectos. En este sentido, es más probable que los encuestados desafectos del grupo socioeconómico bajo muestren mayor predisposición a votar por uno de los candidatos presiden-ciales. Igualmente, es más probable que la no adhesión con el eje izquierda-derecha explique la desafección con partidos y la tendencia a votar. De todas maneras, con respecto a la escala política, se deben tener en cuenta los posibles problemas de endogeneidad.

Por otra parte, llama la atención que la exposición a los medios de comu-nicación, en especial la televisión, no resulte significativa para explicar a los desafectos que votan. De acuerdo a la literatura revisada, el impacto de los me-

260 feRnandO RubiLaR 261LOs PaRtidOs nO, PeRO LOs candidatOs sí

dios de comunicación ha sido significativo para explicar la desafección y, por ende, el fortalecimiento del personalismo (Sartori, 1998). Pero, al observar los modelos de regresión, esta tesis no se sostiene, ya que la exposición a los me-dios no resulta significativa en ningún modelo. Esto reafirma el argumento de Paramio (2003), quien subraya que los medios de comunicación son parte de las transformaciones sociales, pero no son el factor que explique la caída de la identificación o participación política en las sociedades contemporáneas. No obstante, esto no niega la importancia que los medios de comunicación tienen en la estructuración de la relación entre candidatos y electores.

Finalmente, es importante recalcar el nulo efecto que tiene la edad en los desafectos que votan. Si bien los adultos de 46 y 60 años son el grupo que más se posiciona en el grupo de desafectos que votaría por uno de los candidatos, al realizar los modelos de regresión la edad no ejerce ningún impacto en la tendencia a votar de los desafectos.

ReferenciasAlcántara, Manuel, y Freidenberg, Flavia. 2003. “Organización y funcionamiento interno de

los partidos políticos en América Latina”. En Partidos políticos de América Latina. Países andinos, Manuel Alcántara y Flavia Freidenberg (coords.). México, D. F.: Instituto Federal Electoral y Fondo de Cultura Económica.

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Sobre los autores

Kenneth Bunker. Cientista político, Universidad Diego Portales. Magíster en ciencia política, San Diego State University. Estudiante del doctorado en ciencia política, London School of Economics. Trabajos suyos han apa-recido en Política y Gobierno y Revista Española de Ciencia Política, entre otras publicaciones.

Carlos Cantillana. Cientista político y bachiller en ciencias sociales, Univer-sidad Diego Portales. Ha participado en los reportes que periódicamente se publican sobre los datos de las encuestas ICSO-UDP.

Javiera Campos. Cientista política, Universidad Diego Portales. Magíster en ciencia política, Universidad Católica de Chile. Investigadora del Capítulo Chileno de Transparencia Internacional.

Gonzalo Contreras. Estudiante de tercer año de ciencia política, Universidad Diego Portales.

Alberto Espinoza. Estudiante de cuarto año de ciencia política, Universidad Diego Portales.

Carolina Garrido. Magíster en ciencia política, Universidad Católica de Chi-le. Cientista política, Universidad Diego Portales. Presidenta de la Aso-ciación Chilena de Ciencia Política (ACCP) y analista de la División de Estudios del Ministerio Secretaría General de la Presidencia. Ha publicado en Revista de Ciencia Política y Estudios Públicos.

Mauricio Morales. Doctor (c) en ciencia política, magíster en ciencia políti-ca y cientista político, Universidad Católica de Chile. Maestro en ciencias sociales, Flacso-México. Periodista, Universidad Andrés Bello. Académico del Instituto de Ciencias Sociales (ICSO) y director del Observatorio Elec-toral, Universidad Diego Portales. Trabajos suyos han aparecido en Latin American Research Review, Política y Gobierno, Revista de Ciencia Política, Gestión y Política Pública, Elecciones, Estudios Públicos, Política, Universum, Enfoques y Estudios Sociales, entre otras publicaciones. Coeditor del libro El genoma electoral chileno.

Patricio Navia. Doctor en ciencia política, New York University. Académico de la New York University y de la Universidad Diego Portales. Trabajos suyos han aparecido en Journal of Democracy, Comparative Political Stu-dies, Latin American Politics and Society, Democratization, Latin American Research Review, Americas Quarterly, Current History, Política y Gobierno,

266 feRnandO RubiLaR

Revista de Ciencia Política, Estudios Públicos y Política, entre otras publi-caciones. Autor del libro El díscolo, coautor de Que gane “el más mejor” y coeditor de El genoma electoral chileno.

Daniela Oliva. Estudiante de cuarto año de ciencia política, Universidad Diego Portales.

Rodrigo Osorio. Cientista político, Universidad Diego Portales.Lucas Perelló. Estudiante de cuarto año de ciencia política, Universidad Die-

go Portales.Antonio Poveda. Cientista político, Universidad Diego Portales. Analista de

estudios de la Secretaría de Comunicaciones del Ministerio Secretaría Ge-neral de Gobierno. Ha publicado en Estudios Públicos.

Fernando Rubilar. Cientista político, Universidad Diego Portales. Investiga-dor del Centro de Estudios de la Realidad Contemporánea.

María José Sánchez. Cientista política, Universidad Diego Portales. Analista de estudios de la Secretaría de Comunicaciones del Ministerio Secretaría General de Gobierno.

Martín Schuster. Cientista político y diplomado en opinión pública, Uni-versidad Diego Portales. Consultor en Quasar Comunicaciones. Ha publi-cado en Revista de Ciencia Política, Cuadernos de Información UC, Reporte Encuesta Nacional ICSO-UDP 2009, Revista UDP y Observatorio Journal.

Javier Zúñiga. Cientista político, Universidad Diego Portales.


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